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La investigación arqueológica en el norte de Chile, 1984-1990. Evaluación y perspectivas Mario A. Rivera l. INTRODUCCION El área del norte dé Chile se presenta como un campo nuevo de investi- gación arqueológica en el sentido de que tan sólo recientemente comienza a de- sarrollarse una tradición en tomo a posturas teóricas respecto de problemas concretos resultantes de la investigación científica. A pesar de que tal área geográ- fica ha sido marco de importantes investigaciones desde comienzos de siglo, la teoría basada en hipótesis referidas al área es reciente. La arqueología del norte de Chile se debate entre la marginalidad del proceso cultural, es decir, la impor- tancia relativa que posee respecto de Cuzco y Tiwanaku y la evaluación de sus propios procesos, algunas veces al amparo del punto de vista nacionalista, otras, bajo la guía de uno estrictamente científico. El desarrollo político del país también ha influido sobre esta apreciación, particularmente durante los últimos años: des- de una explicación netamente nacionalista, se pretende desarticular la antropolo- gía del meollo humanista y social en el que está engarzada, aislando el estudio de la prehistoria sobre la base de un análisis anecdótico de objetos y cuidando de que se eviten explicaciones que obedezcan a interpretaciones de mayor com- promiso. . ,._ Al hacer un recuento de los últimos cinco años de investigaciones ar- No. 2, diciembre 1990 555

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La investigación arqueológica en el norte de Chile, 1984-1990.

Evaluación y perspectivas

Mario A. Rivera

l. INTRODUCCION

El área del norte dé Chile se presenta como un campo nuevo de investi­gación arqueológica en el sentido de que tan sólo recientemente comienza a de­sarrollarse una tradición en tomo a posturas teóricas respecto de problemas concretos resultantes de la investigación científica. A pesar de que tal área geográ­fica ha sido marco de importantes investigaciones desde comienzos de siglo, la teoría basada en hipótesis referidas al área es reciente. La arqueología del norte de Chile se debate entre la marginalidad del proceso cultural, es decir, la impor­tancia relativa que posee respecto de Cuzco y Tiwanaku y la evaluación de sus propios procesos, algunas veces al amparo del punto de vista nacionalista, otras, bajo la guía de uno estrictamente científico. El desarrollo político del país también ha influido sobre esta apreciación, particularmente durante los últimos años: des­de una explicación netamente nacionalista, se pretende desarticular la antropolo­gía del meollo humanista y social en el que está engarzada, aislando el estudio de la prehistoria sobre la base de un análisis anecdótico de objetos y cuidando de que se eviten explicaciones que obedezcan a interpretaciones de mayor com-promiso. .,._

Al hacer un recuento de los últimos cinco años de investigaciones ar-

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queológicas desarrolladas en esta parte del área andina, tendremos que partir inevitablemente de los antecedentes inmediatos de la situación actual y nos referiremos a la postura del gobierno militar y a la de quienes desde la disciplina arqueológica asintieron tácitamente. Aunque más de uno creería que estas líneas dejan traslucir algún síntoma del llamado síndrome de resentimiento, debo advertir que no se trata de aquello. El interés que subyace es el de dejar consignada la influencia nociva del gobierno militar durante este período porque se trazó como meta la aniquilación del desarrollo de las Ciencias Sociales que se alcanzaría al aplicar un plan fríamente estudiado. Tal plan contemplaba la oposición sistemática a la existencia de estudios científicosociales en las universidades y la propaga­ción del desprecio por los valores humanísticos que fueron suplantados por un desarrollo maquinado del espíritu que privilegia el personalismo, el egoísmo y el materialismo que se apoya en el éxito.

Así, después de 1973, los departamentos de Antropología de varias uni­versidades tales como, por ejemplo, la de Concepción, la Universidad del Norte, o la misma Universidad de Chile, fueron cerrados o reducidos a un mínimo de actividad. En Concepción se cerró el Instituto de Antropología, un centro ac­adémico de importancia en la formación de jóvenes profesionales. Ocurrió lo mismo con el Instituto de Sociología y la Escuela de Servicio Social de la misma casa de estudios. Desde entonces, la Universidad de Concepción no ha podido recuperar el prestigio del que gozaba en este campo ni borrar el estigma de la persecución y desaparición de algunos de sus más connotados profesores y de muchos de sus alumnos. En la Universidad de Chile, el Depaitamcnto de Antro­pología se vio forzado a dedicarse a partir de 1973 primordialmente a la arqueo­logía y a relegar, en consecuencia, los estudios antropológicos a un segundo pla­no. En el norte, los centros de investigación de primera línea afiliados a la pro­fundidad de los estudios sociales en relación a comunidades actuales. En 1975, hubo intentos de superar esta decisión, especialmente por parte de investigadores que trabajábamos en centros de investigación tales como el Departamento de Antropología en Arica, el Centro Isluga de Investigaciones Andinas en lquique, el Departamento de Antropología en Antofagasta y el Museo de Arqueología de San Pedro de Atacama. Bajo estas circunstancias, el VII Congreso de Arqueo­logía Chilena que debía realizarse en Arica en 1975 fue cancelado intempestiva­mente por órdenes superiores, a sólo dos meses de su inauguración. Los centros restantes de la Universidad del Norte fueron intervenidos y reorganizados.

Así, las Universidades desempeñaron un papel nefasto, pues el gobierno colocó a su cabeza siempre a rectores de poca experiencia y ningún interés por la institución que dirigían. Esta facultad del gobierno de designar rectores se conoce con el nombre de 'Rectores Delegados' y constituyó la extensión del poder militar al ámbito universitario. La preparación y la calidad de la jerarquía universitario-administrativa bajo las órdenes de tales rectores fueron aun más lamentables. Era habitual observar autoridades mediocres, y más grave, tratar de convi vir con algunos personajes que nada entendían del quehacer académico porque sencillamente su preparación no implicaba el paso por las aulas univer-

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sitarias. Aun peor fue que civiles, que habían tenido algún contacto con la universidad y eran apenas bisofíos en estas lides, se prestaran a colaborar con este orden de cosas. Apenas sí tenían reparos en dirigir políticas de desarrollo que comenzaban por descalificar a aquellos académicos que, por sus anteceden­tes y estudios, podrían representar un peligro para sus intereses mezquinos. En el campo de las Ciencias Sociales y también en el de la antropología se desta­caron asimismo a estos abusadores del género humano que, hasta el último momento, desde sus puestos de rectores, vicerrectores o decanos, fomentaron tal situación. Resulta inverosímil que hoy en día aún algunos de estos sefíores, justificando sus actuaciones pasadas, fagociten todavía de la bondad humana.

El nuevo gobierno democrático, junto con los rectores recientemente elegidos en varias universidades, se encuentran en el proceso de recuperar las Ciencias Sociales. Sin embargo, esto puede llevar un largo tiempo, debido a que la situación sociopolftica del país es bastante compleja. De alguna forma, el régimen militar contribuyó a alterar los valores culturales del pueblo chileno, especialmente en las dos últimas generaciones, tanto el caso de los que crecieron en el país como en el caso de los que crecieron fuera. Como prueba de esta situación, debo confesar que tan sólo muy recientemente en junio y julio de 1990, mientras realizaba trabajos de terreno en Pisagua, ocurría simultáneamente que gente de la Comisión de Derechos Humanos estaba abocada a encontrar los cuerpos de cerca de treinta "desaparecidos" a manos del régimen militar, entre los que se contaba un distinguido joven geógrafo andino, el Sr. Freddy Taberna. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que esta gente obtenía muy poca cooperación de parte de sus conciudadanos y aun de funcionarios de gobierno que viven en un pueblo de no más de quinientos habitantes. Aquellos chilenos que iban en busca de los restos de sus amistades y familiares eran tratados como foráneos que hurgaran en tierras extrafías por gente que tiene información de primera fuente como todos sabemos. Afortunadamente, por ese entonces habían logrado rescatar ya veinte cuerpos ...

Otro de los aspectos negativos del gobierno militar fue la escasa continui­dad y proyección de las investigaciones arqueológicas. En efecto, muchos proyec­tos fueron cancelados y eminentes arqueólogos debieron marchar al exilio volun­tario o involuntario. Los recursos económicos se redujeron al mínimo y, fi­nalmente, fueron canalizados a través del favor político. A pesar de este oscuro panorama, el investigador social chileno se ha empefíado en salir adelante, en forma ingeniosa y porfiada. Por ello, de diversas formas, la arqueología ha continuado su camino con mucho sacrificio.

2. PANORAMA DE LA ARQUEOLOGIA EN EL NORTE DE CHILE

a) Los Estudios Académicos

La situación académica durante el gobierno militar se deterioró hasta tal punto que fue imposible desarrollar las Ciencias Sociales en el ámbito universi-

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tario. Un ejemplo basta para ilustrar este aspecto. En 1985, por diversas circuns­tancias coyunturales que confluyeron en el norte de Chile, y particularmente en Arica, la rectoría de la Universidad de Tarapacá, ante exigencias de la comunidad regional e indicaciones de investigaciones serias que evidenciaban la importancia de las ciencias antropológicas en la zona, accedió a realizar un estudio de reestruc­turación de la organización académico-administrativa de la Universidad. El resultado fue la decisión de poner en marcha un Programa de Postgrado en Estudios Andinos, el que incluía especialidades en antropología, arqueología, antropología biológica, etnohistoria y, en una segunda etapa, economía, agricul­tura, conservación y museología, y educación. Para ello era necesario conformar una nueva Facultad que acogiera esta actividad como objetivo principal y que redujera al mismo tiempo la atención que se prodigaba a actividades similares que resultaban obsoletas desde el punto de vista del interés regional. Como resultado, se debía crear una Facultad de Estudios Andinos que incorporara al Instituto de Antropología, al Departamento de Historia y que fusionara la antigua Facultad de Humanidades con la Facultad de Educación, creándose así una Facultad de Letras y Educación, con intereses y actividades afines. Desgraciada­mente, ninguna Facultad desapareció y la nueva de Estudios Andinos, además de servir intereses particulares , jamás cumplió el papel para el que fue creada. Así, fueron nombradas autoridades mediocres a cargo de la nueva facultad, algunas de ellas sin estudios universitarios. Tales autoridades estaban a cargo de depar­tamentos que dirigía un decano de escasa preparación y menor experiencia académica, pero de gran ambición personal. La respuesta inmediata fue el dete­rioro del nivel académico, la deserción estudiantil, el descontrol de las actividades de investigación y el éxodo de profesionales, algunos de los cuales se vieron obligados a renunciar para no desentonar con el nivel de preparación del grupo directivo. La cúpula, representando por supuesto igualmente a gente mediocre, un director de investigación científica que jamás había desarrollado investigación y un rector delegado nombrado merced a coyunturas políticas más que a su real preparación académica, terminaron por aniquilar iniciativas valiosas. Hoy día, con un rector académico elegido, la Universidad de Tarapacá trata de enmendar rumbos, con el fin de borrar las dolorosas señales impresas en la delicada epi­dermis de la primaveral idiosincracia norteña.

Por otro lado, la CONICYT (Comisión Nacional de Investigación Científica y Técnica) , manejada durante tanto tiempo por el gobierno militar de igual fom1a que las universidades, amparó un tipo de política de investigación contraproducente. Nuevamente un ejemplo ilustra esta situación. En 1988, des­pués de varios intentos infructuosos, logramos que la CONICYT aprobara para financiamiento un proyecto sobre Manejo Computacional de Colecciones Ar­queológicas en los Muscos del Norte de Chile. Este era un proyecto de evidente apli cación a los muscos de similares características del área and ina. Aun más, el mencionado proyecto, con cinco años de trabajo intens ivo al momento de decidir CONlCYT apoyarlo, ya había contraído toda la parte pesada de la investigación de form a tal que la info nnación es taba reunida y sólo era materi a de desarroll ar

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el método. Esta incluía la investigación y puesta en ejecución de tecnología adecuada en relación a digitalización de imágenes tridimensionales y animadas, un aspecto sobre el que los ingenieros que fonnaban parte del equipo, en con­junto con arqueólogos, ya se encontraban trabajando gracias al apoyo de la Comisión Fulbright para una visita de estudio a diferentes centros de experimen­tación e investigación en los Estados Unidos. El proyecto logró funcionar bajo el auspicio de CONICYT por cuatro escasos meses del plazo previamente convenido de tres afios. Fue unilateralmente descontinuado a través de presiones ejercidas por directivos universitarios motivados por celos profesionales. Así de simple, y con el agravante de que si los investigadores se oponían a estas reso­luciones, las consecuencias podrían llegar a ser más graves. Esta es, pues, otra muestra de la prepotencia y la mediocridad de quienes dirigían la universidad.

Pero a pesar de estas condiciones, la actividad de investigación ar­queológica continuó desarrollándose. En 1983, por ejemplo, el Museo Ar­queológico Rev. Padre Gustavo Le Paige organizó una reunión internacional de arqueología atacamefia, cuyas conclusiones han sido publicadas recientemente en el volumen 7 de Estudios Atacameños. En 1985 se realizó el X Congreso de Arqueología Chilena en Arica, y sus resultados fueron publicados en Chungará 16/17 en 1986. La Fundación Getty, conjuntamente con la Universidad de Tarapacá, Corporación Nacional Forestal, Fundación Andes y el Programa de Patrimonio Cultural Andino (PNUD/UNESCO), patrocinaron un Taller Inter­nacional sobre Conservación de Sitios y Monumentos Arqueológicos del Area Andina, en junio de 1988. Sin embargo, el trabajo excesivamente sigiloso de algunos arqueólogos no nos ha permitido conocer más cabalmente el alcance de recientes reuniones realizadas en Turi, norte de Chile, en tomo al problema aldeano temprano (1989) o en Santiago, en relación a la problemática incaica y, recientemente en Arica, sobre Conservación de Textiles Precolombinos. Confia­mos, sin embargo, en que lleguen a nuestras manos las publicaciones de sus resultados en el futuro.

Es probable que el campo de las publicaciones sea aquel donde mejor se expresan los resultados de las investigaciones desarrolladas en el norte de Chile. Entre algunos de los interesantes volúmenes editados en época reciente podemos citar Culturas de Chile, Prehistoria, Editorial A. Bello, 1989; la serie Estudios Monográficos de la Universidad de Tarapacá, con los recientes volúmenes Oasis de Pica y sus nexos regionales, O. Bermúdez, 1987, y Excavaciones en el Norte de Chile, J. Bird y M. Rivera, 1988; la publicación de las actas del IX Congreso de Arqueología Chilena realizado en La Serena en 1982 y publicado como volumen especial del boletín del Musco Arqueológico de La Serena en 1985; las actas del X Congreso de Arqueología Chi lena realizado en Arica en 1985, en el volumen 16/17 de Chungará, 1986; los trabajos del simposio sobre La Problemática Tiwanaku- Huari en el Contexto Pan Andino del Desarrollo Cultural, reali zado en el marco del 45 Congreso Internacional de Americani stas en Bogotá, 1985, y publicado como número 4 de Diálogo Andino en 1985, los resultados del Simposio de Arqueología Atacameña realizado en San Pedro de Atacama, en

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1983 y finalmente publicados en el volumen 7 de Estudios Atacameños y, finalmente la continuación de las publicaciones periódicas que iAcluyen la apari­ción del número 18 de Chungará, los recientes números 8 y 9 de Estudios Atacameños, los números 4, 5 y 6 de Diálogo Andino, y los Boletines del Museo Chileno de Arte Precolombino, números 2 y 3. (Ver apéndice para con­tenido detallado de cada una de ellas).

b) Las Investigaciones Arqueológicas

Importantes organismos internacionales y fundaciones e institutos han apoyado y financiado proyectos de investigación en el área. Entre los más destacados podemos mencionar a la Organización de Estados Americanos (OEA) que, durante varios afios, ha financiado un interesante programa destinado a la conservación y restauración del patrimonio cultural en el área andina del norte de Chile, conjuntamente con la Universidad de Tarapacá. Bajo este programa, se han realizado estudios arqueológicos de sitios incaicos como Tambo Zapahuira y otros como Chapicollo y Huaycuta, además de un programa completo de re­cuperación de las capillas espafiolas tempranas ubicadas en Parinacota, Socoroma, Putre, Tarapacá y otros lugares. La OEA también patrocina un programa de recuperación de las artesanías autóctonas en colaboración con el Museo Chileno de Arte Precolombino (Gunderman y González, 1989).

La Interamerican Foundation, en convenio con la Universidad de Tara­pacá, también ha contribuido a la realización de estudios arqueológicos bajo el programa de estudio de valores de la cultura aymara para el diseño de un currícu­lum de educación bilingüe. La National Science Foundation de Estados Unidos. en conjunto con la Universidad de Minnesota- Duluth, la Universidad de Tara­pacá, la Universidad Arturo Prat y la Universidad del Norte, han desarrollado investigación arqueológica y paleobiológica a través de un programa de fomrn­ción que se imparte a estudiantes de orientación biológica. Otros organismos tales como Earthwatch tienen interés por desarrollar programas activos en aso­ciación con las universidades regionales.

3. AVANCES EN EL CONOCIMIENTO DE LA PREHISTORIA DEL NORTE DE CHILE

Un rápido recuento permitirá establecer las siguientes líneas o remas de investigación en forma muy general.

a) Paleoindio y cazadores tempranos

La exisLencia del paleoindio en el norte de Chile todavía se considera un enigma, a pesar de los esfuerzos de L. Núñez (1989a) , L. Núñez et al. (1987), y T. Lynch (1 986, 1988, 1990a y b) por ubicar si tios claves a través de interpre­taciones climatológicas y medioambientales, especialmente Lynch en la zona de

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Punta Negra (1986). Respecto de cazadores tempranos, las investigaciones recientes de C.

Santoro (1989), Santoro y Núfiez (1987), Santoro y Chacama (1984), plantean una secuencia que debe ser sometida a prueba y se correlaciona con los eventos tempranos del sur de Perú. En forma conclusiva, el modelo de trashumancia ha sido aplicado allí donde existe la posibilidad de interacción de diferentes ecozo­nas en una dirección Este-Oeste, a través de los Andes. En este sentido, la trashumancia consistiría en movimientos estacionales que habrían cubierto una gran distancia recurriendo a un campamento base en áreas más estables desde el punto de vista ambiental. Las áreas más favorecidas parecen haber sido las de la costa. Con todo, esta interacción entre costa y tierras altas en tiempos tempra­nos no ha podido ser demostrada claramente (Lynch 1989). El problema princi­pal ha sido la falta de estudio en sitios con claras estratigrafías y con información comparable entre áreas de tierras altas y bajas. Las evidencias de movimientos trashumánticos provienen, según Santoro y Núñez (1987), de sitios tales como Tuina y San Lorenzo, este último con fechados de 9960 + 125 B.P. En tanto, en otros sitios, Chulqui por ejemplo (Sinclaire, 1985), son característicos los movi­mientos estacionales desde la puna salada hacia ambientes más propicios de oasis en el desierto de Atacama. La puna seca situada en una región más sep­tentrional revela un desarrollo ligeramente más tardío (7500 a 6000 A.C.), especialmente a través de las evidencias de sitios como Las Cuevas, Hakenasa, Patapatane y Tojo-Tojone (Santoro y Núñez, 1987, Dauelsberg, 1983). Más tardíamente, entre 3550 y 3000 A.C. la tradición de cazadores y recolectores alcanzó al parecer su clímax: se desarrollaron actividades económicas más especializadas que se reflejan en una variedad de pequeñas puntas de proyectil, de formas romboidales, lanceoladas y triangulares, además de adornos tales como collares y un profuso arte parietal naturalista. En la puna salada de la región más meridional importantes sitios tales como Tulan-52, Calarcoco, Puripica y Tambillos, representan parte de esta trashumancia especializada que incorpora las zonas del oasis del desierto de Atacama, la puna misma y el curso medio del río Loa. En estos sitios se han ubicado incluso establecimientos con construc­ciones circulares asociadas a una economía pastoril incipiente y a la hipotética domesticación de camélidos, según B. Hesse ( 1982).

Es precisamente desde este contexto de movimientos que se extienden a lo largo de grandes distandas que debe inscribirse nuestra hipótesis de migra­ciones de los valles tropicales del este de los Andes, o de zonas de floresta tropical chaqueña o de la cuenca amazónica, a las costas del Pacífico, en 5000 B.C. y que representan la tradición Chinchorro (Rivera y Rothhammer 1986).

b) Los Períodos Inicial y Transición: La tradición Chinchorro

Las investigaciones referentes a esta problemálica incluyen intenso tra­bajo de terreno. en las costas del norte de Chile, especialmente Camarones y Pisagua. Cabe destacar aquí el estudio interdisciplinario sobre dieta y nutrición

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que lleva a cabo un grupo de biólogos, doctores A. Aufderheide, M. Kelley, L. Tieszen, J. Shipman, quienes, conjuntamente con el autor, desarrollan análisis de sulfuro-34, carbono 3 y carbono 4, con el fin de identificar poblaciones Chin­chorro, Alto Ramírez y Tiwanaku. Hoy sabemos que la abundancia natural de isótopos estables puede servir como marcador cuantitativo de recursos alimen­ticios en una variedad de condiciones. Esta aproximación es importante para lograr reconstrucciones arqueológicas de dieta y paleonutrición. La aplicación más clara de técnicas isotópicas se refiere a aquellos si stemas en que la introduc­ción de una especie altera sensiblemente el conjunto. Por ejemplo, el uso del maíz en el pasado, en áreas dominadas por una vegetación mayoritaria C-3, provee un conjunto cuantitativo homogéneo en que se detecta la introducción del maíz. La evidencia arqueológica de Arica señala la probable presencia de maíz hacia el 4000 B.P. (Rivera 1980). Esta introducción y la magnitud de su utili­zación debería cuantificarse. El desierto de Atacama, cerca de Arica, no repre­senta excepción al patrón de distribución generalizado de plantas C-3 y C-4. La evidencia arqueológica de Arica sugiere que los cultígenos que pudieron haber estado en funciones representan especies C-3, con la excepción del maíz. De allí que su introducción puede ser detectada. El Sulfuro-34 apunta a las dietas de origen marino, y constituye un excelente marcador para definir las poblaciones Chinchorro. Por otro lado, los estudios sobre la frecuencia de neumonía y contaminación en momias, señala bajos índices para los grupos Chinchorro, en relación con grupos más recientes Cabuza, Chiribaya, Mai tes y Gentilar, lo que supone una mejor adecuación a las condiciones ambientales a la vez que densi­dades demográficas más bajas (Auderheide et al. 1990). De esta manera, es posible identificar plenamente, a través de la dieta, las características económicas que definen a determinados grupos, por ejemplo a poblaciones marinas o pesca­doras, frente a recolectores terrestres, agricultores o pastores. Un resultado más concluyente al respecto la pueden proporcionar los resultados del análisis de ADN que actualmente se lleva a cabo.

En una línea similar, también se trabaja para identificar parásitos u otros agentes que intervienen en la vida doméstica de poblaciones andinas (Mumcuoglu et al. 1990).

F. Rothhammer y M. Rivera han continuado trabajando sobre las co­nexiones hipotéticas entre pueblos de la floresta tropical y la costa norte de Chile. Más concretamente, a través de nuevas informaciones, postulan la existen­cia de migraciones de grupos humanos, es decir, movimientos de pueblos que recorren largas distancias, desde la cuenca am azónica, en tiempos anteriores a 1000 A.C. Estos grupos recorrían probablemente el rincón del Noroeste argentino y al sur de Bolivia, zona que está directamente conectada con los nacientes de ríos tributarios am azónicos y el Chaco. A través de estud ios interdi sciplinari os fund an sus hipótesis en resultados de distancias craniométricas obtenidas a partir de colecciones arqueológicas de sitios Chinchorro de la cuenca del Amazonas, y del altiplano andino, los que revelan una mayor distancia con el tiempo y una distancia mínima muy significativa entre las colecciones Chinchorro y Amazóni-

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cas (Rivera y Rothhammer 1986). Los estudios referidos a distancias genéticas que utilizan análisis de grupos sanguíneos de pueblos amazónicos actua).es pare­cen verificar estas hipótesis, de manera que los estudios arqueológicos encuen­tran aquí un campo de investigación aún poco explorado. Es evidente que estos resultados podrían ayudar también a conocer mejor el problema de las lenguas paleoamericanas, especialmente los desplazamientos protoarawak y tupí, que también parecían tener incidencia en la consolidación del desarrollo cultural andino posterior. Los estudios climatológicos y ambientales (Colinwood 1987, Ab'Saber 1982) respaldan al mismo tiempo la posibilidad de movimientos poblacionales tempranos desde la cuenca amazónica. Estas hipótesis adquieren mayor relevancia si se incorporan resultados preliminares de variantes de en­zimas eritrocitarias de fosfoglucomutasa (PGM-1). Estas enzimas han sido descritas hace algún tiempo por Van der Does et al. (1978) para Socaire, en el desierto de Atacama (PGM-1 4Aym 1-1), y también identificadas por J. Neel et al. (1977) entre los macushi y por Tchen et al. (1978), para los wayampis en la Guyana Francesa. Es interesante constatar, además, que Ferrell et al. (1980) habían encontrado este alelo raro entre los aymara de la región al norte de Socaire, y que el mismo Ferrell (1978) había concluido que un alelo similar (G6PO-aymara) se presenta solamente entre los aymaras del norte de Chile, y no en aquellos de Bolivia. Tal dato podría estar indicando estratos de pobla­ciones muy antiguas, diferenciadas en el tiempo y cubiertos por estratos más nuevos. Es decir, desde el ángulo genético, ambos marcadores señalan excelentes perspectivas para obtener nuevas contribuciones en los delineamientos de los movimientos antiguos de población desde la cuenca amazónica al exterior.

e) El período intermedio: Alto Ramírez, Tiwanaku y desarrollos regio­nales

Las investigaciones que se desarrollan en tomo a este período de larga duración (1000 A.C. a 1350 D.C.), se refieren a los comienzos de la tradición andina en el área; se trata de estudios sobre la contemporaneidad en el desarrollo de las tradiciones Chinchorro y Andina. En este sentido, la fase Alto Ramfrez aparece como crucial para el desarrollo andino inicial, y particularmente su vinculación a Pukara y Chiripa en la cuenca del Titicaca (Núñ.ez, 1984, 1989b; Muñ.oz, 1989; Rivera, 1984). Dentro de esta problemática, también se revela interesante el estudio del desarrollo aldeano temprano. InvestigaciQnes en Tulor por A.M. Baron (Baron, 1986; Muñoz, 1987), en Chiu Chiu 200 (Benavente, 1985), Alto Ramírez (Rivera, 1984) y en otros lugares del norte de Chile (Núñez, 1989b) permitirán plantear nuevas interrogantes sobre los comienzos de nuevas formas de organización sociopolítica y económica en el área. Conjuntamente a estos estudios, también son importantes aquellos relativos al conocimiento de las antiguas tecnologías, como la cerámica para la que hoy disponemos de varios fechados ubicaeos hacia el 1000 A.C., y que corresponderían a dos tipos dife­rentes, al parecer también de distinta tradición y origen (Santoro, 1989; Sinclaire,

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1985; Benavente, 1986; Rivera, 1989). En relación a Tiwanaku, existe consenso en cuanto a atribuirle a la

región de los valles occidentales del norte de Chile un papel más directo y parte constitutiva de lo que fue el imperio Tiwanaku. La relación medioambiental y la posición geográfica en la que desempeña un papel importante la variedad de pisos ecológicos en una gradiente corta desde el lago Titicaca a las costas del Pacífico permitió alternativas interesantes a los fenómenos de complementarie­dad, como se ha advertido anteriormente (Berenguer y Dauelsberg, 1989; Rivera, 1987; Muñoz, 1987). Es probable que esta condición haya derivado en situa­ciones político-étnicas a través de la presencia de · colonias multiétnicas que se hubieran ubicado en los valles bajos (Mujica et al., 1983). La región de los oasis del desierto de Atacama, por el contrario, parece haber tenido una vinculación más ideológica a través de determinadas prácticas religiosas (Berenguer, 1987; Berenguer y Dauelsberg, 1989; Torres, 1987; Llagostera et al., 1988). En una situación similar que es materia de estudio actual se encuentra la región adya­cente del noroeste argentino donde desarrollos Aguada, Condorhuasi y aun anteriores como Vaquería y San Francisco, han participado al parecer de proce­sos similares, manteniendo una efectiva vinculación a través de los Andes (Berenguer, 1984; Tarrago, 1984; Dillehay y Núfiez, 1988; Rivera, 1990). Con todo, comienza a imponerse un estudio de la ideología en Tiwanaku, aspecto que resulta decisivo para el entendimiento de las estructuras andinas y su funciona­miento, aún en nuestros días (González, 1985; Rivera, 1985).

Berenguer y Dauelsberg ( 1989) han aportado un esquema metodológico para entender algunos de los diferentes tipos de relaciones que se dan entre grupos élite Tiwanaku y grupos élite locales, así como el desarrollo más gene­ralizado en el nivel regional. Lo anterior, y especialmente la diferencia que se observa entre la relación de Tiwanaku y los Valles Occidentales del norte de Chile, por un lado, y el vínculo con la región de los oasis del desierto de Atacama, por otro. Según este esquema, dentro de la fase Cabuza, los contextos Loreto Viejo pueden ser considerados como pertenecientes a la clase dirigente Tiwanaku, un aspecto que también consideran Mujica et al. (1983). En efecto, el estilo cerámico polícromo Loreto Viejo es considerablemente más fino y delicado, mejor terminado y sumamente estilizado. Está representado por piezas destacadas de uso ceremonial, probablemente importadas desde la zona nuclear Tiwanaku. Los contextos incluyen también importantes piezas textiles tales como camisas con motivos Tiwanaku típicos, gorros polícromos de cuatro puntas, cestos decorados con iconografía Tiwanaku y un conjunto de piezas correspon­dientes al complejo alucinógeno de tabletas, tubos, espátulas, cajitas y pinceles. Los cementerios confirman esta situación por cuanto ellos revelan cierta segrega­ción social en virtud de la cual algunos cuerpos Loreto Viejo se encuentran cons­tituyendo núcleos aparte dentro de cementerios más numerosos del tipo Cabuza como, por ejemplo, en los sitios Azapa-6 y Azapa-71.

De acuerdo con Berenguer y Dauelsberg (1989), Cabuza representaría entonces un grupo de población de origen altiplánico sobre el que habría ejercido

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influencia Tiwanaku y Loreto Viejo, el grupo dirigente Tiwanaku en los valles bajos.

En los oasis del desierto de Atacama, la fase Quitor equivaldría a Cabuza de los valles bajos occidentales. Los antecedentes de Quitor, conformados por fases comparables a Alto Ramfrez en la zona (Tulor, Tchapuchayna y otros), constituyen la llamada fase San Pedro I, de acuerdo con la secuencia local (Tarrago, 1984). La fase estaría a su vez representada en la fase Sequitor de acuerdo con la nomenclatura de Berenguer et al. (1986, 1988). Pero pertenecen a San Pedro II los mejores ejemplos de las influencias Tiwanaku en la zona. Existen diseñ.os iconográficos de cabezas trofeos, figuras de sacrificadores, hombres-felinos y otros motivos clásicos Tiwanaku en la textilería, cestería, metalurgia, en algunas piezas cerámicas excepcionales, en tabletas de madera y tubos del equipo alucinogénico. Es precisamente durante esta fase que la dife­renciación social con propósitos económicos y políticos adquiere relevancia y surgen dirigentes locales.

Resultan también interesantes las contribuciones que están haciendo los antropólogos físicos. Estudios significativos en este aspecto son los de M. Dittmar et al. (1988), M.A. Costa y W.A. Neves (1989) y Arriaza et al. (1984).

Los contextos arqueológicos que contienen vasos de oro (keros), textiles de alta calidad, excelente cerámica -que exhiben todos una magnífica iconografía Tiwanaku- revelan la existencia de un status social diferenciado en la población que corresponde a San Pedro 11. En este sentido, son interesantes los recientes descubrimientos de A.M. Baron en Larrache (1990). Además, Berenguer y Dauelsberg (1989), basando sus conclusiones en C. Torres (1984) y Thomas et al. (1984), sugieren que el uso de tabletas de alucinógenos estuvo restringido a los personajes más destacados de la comunidad. Al estudiar la iconografía de estas tabletas, Torres (1984, 1987) concluye que los 16 temas iconográficos principales pueden a su vez representar los principales linajes de la sociedad de San Pedro. De esta forma, y a través del uso de narcóticos, la clase dirigente trataba de legitimizar su posición de predominio, al conectarse directamente con los personajes míticos que subyacían en la ideología Tiwanaku, argumento que probablemente ya representaba un papel importante en los momentos preTi­wanaku en los Valles Occidentales de la región más septentrional, durante el período Intermedio Temprano (Rivera, 1985).

Las fases siguientes -Maitas en el extremo norte y Coyo en los oasis del desierto de Atacama- representan desarrollos producto de la influencia Tiwanaku y constituyen a la vez los últimos momentos del Período Intermedio Medio. De éstos, Coyo representa el ejemplo más destacado de la influencia Tiwanaku en los oasis, una influencia más bien elitista como antes señ.alamos. Constituye investigación para el futuro llegar a determinar si este grupo corresponde a personajes locales investidos por gobernantes Tiwanaku, un aspec;to en donde la Antropología Física puede ayudar notablemente. Aún no queda claro, pues, si la influencia Tiwanaku en la zona de los oasis se debió a una migración o vincu­lación directa de etnias altiplánicas o si bien corresponde a una penetración

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Crónicas Bibliográficas

ideológica. Durante San Pedro II se observa también una estrecha vinculación con los desarrollos Aguada del Noroeste argentino. Aguada representa un impor­tante desarrollo dentro del Periodo Medio, y hasta ahora resultan insuficientes las explicaciones para entender la fuerte iconografía Tiwanaku en Aguada. Este terreno encierra un potencial interesante digno de ser estudiado cuando se intente explicar el surgimiento de Tiwanaku en el área de San Pedro de Atacama.

En los valles occidentales de la región más septentrional, las influencias Tiwanaku se hacen sentir a través del llamado Tiwanaku Expansivo. El registro arqueológico muestra cómo las fases Maitas y Chiribaya muestran también la influencia de Tiwanaku. Podríamos asumir, entonces, que la economía centrali­zada basada en principios de complementariedad continúa en práctica, aunque la cerámica y los textiles indican que los estilos representan más bien desarrollos regionales con algunos atributos Tiwanaku. De éstos, los más destacados son la fonna de kero y los gorros de cuatro puntas.

En relación con el desarrollo regional que caracteriza la etapa tardía del periodo intennedio, las investigaciones más interesantes del último lustro tienen que ver con estudios de patrones de poblamiento. En este sentido, podemos mencionar las contribuciones de Niemeyer, Schiappacasse y Solimano en Camarones (Schiappacasse et al., 1989), Muñoz en Azapa (Muñoz et al., 1987), Dauelsberg en la precordillera de Arica (1983), P. Núñez (1983), Sanhueza (1981) en Tarapacá y Aldunate y Castro en los oasis del desierto de A tac ama (1981 ). La conclusión más interesante parece ser la identificación completa de la tradi­ción cerámica negro sobre rojo en las cabeceras de los valles y en las tierras altas, mientras que en los ambientes bajos de valles y costa la tradición cerámica predominante es la polícroma. Con la primera tradición están asociados un conjunto de establecimientos fortificados conocidos como pukaras, ubicados en puntos estratégicos a la manera de enclaves que controlan el acceso a tierras económicamente productivas. Bajo estas circunstancias, cobran importancia las consideraciones acerca de un patrón económico y político basado en la comple­mentariedad y la redistribución, pero con una forma más compleja de organi­zación, llegando al sistema de archipiélagos verticales, especialmente en la zona de los valles occidentales de la región más septentrional. Así, formando parte de las asociaciones culturales de estos pukaras, se encuentra un conjunto de pro­ductos provenientes de ecozonas muy retiradas que incluyen la floresta tropical, las tierras altas y la costa del Pacífico. Es precisamente esta movilidad tan dinámica la que caracteriza el periodo intermedio tardío y genera un verdadero mosaico cultural en todo el espacio del norte de Chile, sincrónicamente interdigitado y con una organización autosuficiente. Los sitios ocupacionales constituyen áreas bastante amplias tales como, por ejemplo, el caso del sitio Cerro Sombrero en el valle de Azapa, con más de siete hectáreas de ocupación, incluidos corrales y silos. Otros sitios tales como Saxamar, Copaquilla, Purisa, o Huahuarani en la precordillera de Arica, revelan alta densidad poblacional, especialmente éste último, que presenta más de mil estructuras habitacionales. Otra característica de estos poblados se refiere a las extensas áreas de campos de cultivos, ya sea

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campos abiertos o terrazas, dependiendo de la topografía de la zona. Pero, en cualquier caso, todos son campos con irrigación que conforman extensas y complejas redes de canales. E.F. Mayer (1986) ha realizado un interesante estu­dio de las armas y herramientas metálicas que los distinguen. Algunos sitios, especialmente aquellos de altura, están asociados a chulpas. Estas son estructu­ras elevadas de adobe o piedra, usadas por lo general con propósitos mortuorios. En los valles bajos del norte, el desarrollo cultural más característico está cons­tituido por el complejo de Arica, dos fases sucesivas: San Miguel y Gentilar. Estas son equivalentes a las fases Arica I y II que postuló J.B. Bird (Bird y Rivera, 1988) y constituyen los mejores ejemplos de la tradición de cerámica polícroma.

d) El período tardío: La presencia Inca

El estudio de la influencia inca en el norte de Chile ha sido sumamente misceláneo en los últimos años, lo que explica que se haya perdido la visión de conjunto. l. Muñoz, conjuntamente con el proyecto OEA-UT A, ha trabajado la zona precordillerana de Arica (Muñoz et al., 1987), mientras que Lynch continúa realizando trabajo de campo en el sitio de Catarpe en San Pedro de Atacama. En relación con las instalaciones inca en la región, y aunque no constituyen el motivo principal de sus trabajos podemos citar también las publicaciones de M. Orellana (1988) y R. Raffino (1983, 1988). P. Dauelsberg, por otro lado, también ha realizado investigaciones de terreno en tomo a establecimientos incaicos en la precordillera de Arica, aunque todavía no contamos con publicaciones defini­tivas. Sobre vialidad incaica, después de las investigaciones de J. Hyslop (1984), Hyslop y Rivera (1984), y Niemeyer y Rivera (1983), no se ha continuado en esta línea de investigación.

Con todo, parecería que el norte de Chile representó un espacio intere­sante y crucial para la expansión incaica. A través de los diferentes tipos de instalación, desde la presencia del camino hasta tambos, minas, santuarios y sitios ocupacionales más complejos, la organización inca pudo seguir manteniendo y pudo desarrollar mejor los lazos de complementariedad económica de épocas anteriores. De esta manera, a través del control vertical y el funcionamiento de archipiélagos, estas zonas consideradas marginales estuvieron efectivamente vinculadas al área nuclear incaica y también a la zona circunlacustre Titicaca. Se continuó intercambiando recíprocamente frutas, guano, sal, maíz, ají, especialmente de los valles bajos occidentales hacia las tierras altas que generan cultivos y productos animales diferentes. Pero el énfasis en esta relación reside en la dinámica muy activa e institucionalizada a través del papel preponderante del estado inca que sienta sus dominios entre las sociedades de ámbito más regional. Sin embargo, tal como aconteció con Tiwanaku, es interesante señalar que con el desarrollo incaico también puede diferenciarse la naturaleza de esta vinculación respecto de las zonas de los valles occidentales al norte y los oasis del desierto de Atacama más hacia el sur. La zona más septentrional aparece como formando parte ínte-

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Crónicas Bibliográficas

gramente de la organización estatal incaica, mientras que más hacia el sur la relación resulta impuesta a través de una presencia que refue~ las bases ideo­lógicas. Así, santuarios de altura como Lincancabur, Pili y otros representan, junto con el tráfico de bienes a través del camino incaico, importantes compo­nentes de esta relación. Esperamos que nuevas investigaciones arrojen luz sobre la naturaleza del dominio incaico en la zona y, especialmente, sobre el resultado de las situaciones culturales que se producen en la sociedad andina debido al impacto de la llegada de los españoles.

4. ALGUNAS PERSPECTIVAS

Como se ha sugerido repetidamente, los estudios arqueológicos reali­zados en el norte de Chile los últimos años apuntan a comprobar la creciente complejidad del desarrollo cultural experimentado en esta zona, con una profun­didad cronológica que llega a los 10,000 años aproximadamente. A partir de las economías más simples de cazadores y recolectores, el hombre va desarrollando sistemas organizativos cada vez más complejos en donde intervienen activa­mente el mejor conocimiento del medio ambiente y el desarrollo de una tecno­logía más adecuada. En suma, la arqueología de esta zona está revelando la historia del hombre en una de las regiones más difíciles del planeta, una historia que incluye la exitosa adaptación de la experiencia milenaria que se transfonna así como las modalidades que permiten la transfomiación.

Tal como en otras partes del ámbito andino, aquí también la evolución de la complejidad social que llega a caracterizar a la civilización andina estuvo y está basada en la diversidad medio-ambiental, observada, estudiada y manipu­lada a través de un largo período de experimentación. Por ello, al estudiar el desarrollo de la estructuración de sistemas económicos y políticosociales basados en la complementariedad y la redistribución desde una perspectiva temporal, tal como Mujica et al. (1983) sugerían en su oportunidad, se podrían integrar distin­tas metodologías de investigación bajo la guía de una aproximación común. Así se generarían nuevas alternativas y campos de estudio para el fenómeno andino. Uno de los aspectos que presenta mayor continuidad hasta el presente son los mitos andinos, aspecto que puede proporcionar interesante información acerca de las bases ideológicas de la sociedad andina. Cabe también incorporar a esta perspectiva los estudios de iconografía, asociados con aquellos de paleobiología o antropología física. El desarrollo tecnológico debe estar ligado igualmente a estudios de medio ambiente, al examen de las posibilidades de manipulación de estos ambientes y de su eventual papel dentro de una organización más compleja, especialmente teniendo en cuenta que las excelentes condiciones de conservación de materiales por medios naturales deben contribuir a aportar nuevos datos en la configuración de la historia del hombre andino. Conocer las especies vegetales y aun animales adscritas al hombre, y como fueron incorporadas a su vida, sea como factor económico de intercambio, sea como elemento de poder político, o sea como base de sustento de conjunto en tomo a la sociedad andina, desde una

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perspectiva interdisciplinaria. Al finalizar, pensamos que se ha avanzado positivamente en el desarrollo

de una investigación de estas características, y que los años que vienen, si las condiciones políticas lo permiten, podrían representar años cruciales para este desarrollo. En el estado actual de nuestros países, la experiencia obtenida de largos años de configuración del proceso andino significa un aporte que debe medirse en el momento presente, cuando se piensa en desarrollar la región. En este sentido, la anhelada integración de nuestras repúblicas andinas, tanto cienúfica como política, debería tomar como ejemplo la historia pasada que fundamenta las verdaderas bases de cualquier desarrollo. Por ello, la educación en todo nivel, dentro de los cánones y la perspectiva genuinamente andina, desde los niveles elementales -y en ello las lenguas andinas juegan un papel fundamental- hasta la generación de programas de estudios de postgrado, deberían constituir no sólo los lugares comunes donde los resultados de las investigaciones habrían de ser aplicados sino también la preocupación fundamental de quienes de alguna manera conducen las políticas de desarrollo. Al menos así es como concebimos la preo­cupación fundamental de la arqueología.

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Mario A. Rivera Instituto de Antropología y Arqueología

Casilla 287 Arica, Chile

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Diálogo Andino, Número 5, 1986. Publicación del Departamento de Historia de la Universidad Tarapacá, Arica. Contenido: Los camélidos sudamericanos y su significado para el hombre de la puna (L. Guerrero L.). Antecedentes preliminares para el conocimiento de la dinámica poblacional de la vicuña (E. Núñez, R. Rodríguez y R. Rojas). Dos documentos sobre Tarata: siglos XIX y XX (M. Lecaros).

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