La idea fija - Paul Valéry

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Diálogo

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Paul Valery

La idea fija

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En el complejo y rico diálogo que es La idea fija (1932), Paul Valéry (1871-1945) aborda algunos de sus temas más queridos, casi obsesivos. La posibilidad de un orden del mundo, la condición del tiempo, la naturaleza del intelecto, el concepto y la intuición, la adecuación del lenguaje y del discurso..., son algunos de los asuntos que desgrana este diálogo, casi terapéutico, entre dos personajes que, hablando, ven como se les echa encima la noche.

Publicado inicialmente en 1932 en una edición restringida, La idea fija se reeditó de nuevo en 1933, precedido de una adver­tencia del autor, y a partir de entonces ha sido considerado como uno de los diálogos más brillantes del poeta. Movido como un juego, chisporroteo de palabras en algunas ocasiones, la(s) idea(s) descubre(n) sus doble­ces, la inutilidad de amarrar en un puerto seguro, que no existe, y la necesidad de hacerlo. Tensión no resuelta que domina esta conversación entre un médico-pescador- pintor que ni pinta ni pesca y un paseante inmerso en sus pensamientos, sin rumbo fijo.

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La balsa de la Medusa

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La idea fija

Traducción y notas de Carmen Santos

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Del mismo autor:

Escritos sobre Leonardo da Vinci La balsa de la Medusa, 4

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Paul Valery

La idea fija

Visor

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La balsa de la Medusa, 18

Colección dirigida por Valeriano Bozal

Título original: L’idée fixe © Editions Gallimard, París, 1933

® de la presente edición, Visor Dis., S. A., 1988 Tomás Bretón, 55, 28045 Madrid

ISBN: 84-7774-518-8 Depósito legal: M. 42.499-1988

Impreso en Espaaa - Printed in Spain Gráficas Muriel, S. A.

Cl Buhigas, s. a. Getafe (Madrid)

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Indice

N ota de la traductora.........................................................11Al lector de esta nueva edición.........................................13La idea fija.............................................................................17

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Nota de la traductora

De la traducción se ha dicho prácticamente de todo y, posiblemente, todo ello razonable. La traducción es arbitrariedady adulteración, fraude, impotencia, violación... #wos. oíro5, comprensión, percepción, intuición, búsqueda, transforma­ción, renovación...

Ciñéndome a este texto concreto he de decir que la sensación inicial fue de extrañeza, opacidad, ¿/e incoherencia... Pero, parafraseando a Paul Valéry, ¿rata ¿/e «ww poco legible... Un hermético»...y pues «para que ésta (la mente) opere... hay que abastecerla bien de desorden».

Y, en efecto, después de la tempestad vino la calma (o a la inversa) y las piezas empezaron a encajar. De la oscuridad, incongruencia y los tanteos de un principio empezó a surgir la luz, /¿z fascinación por los mensajes verbales, /<z coherencia del fondo sobre el ficticio desorden de la forma; el interés por este Valéry pluridimensional en cuyo texto pasan como sombras alusiones, referencias o párrafos enteros, denotan su interés —3/ s«5 conocimientos— por la literatura, /¿z historia, /¿zs ciencias exactas, /<z poesía, /d música, la psicología, medicina...; por este hombre que llegó a convertirse en poeta y pensador oficial de su país, gwe mantuvo una dudosa actitud ética —de apoyo al gobierno colaboracionista del mariscal Pétain— durante la Ocupación alemana; por este hombre al que le fue universalmente reconocida su valía intelectual y quey pese a los condicionamientos de su

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notoriedad, fue un gran innovador, « « gmw creador y un impenitente y lucido investigador del lenguaje.

En «La idea fija», publicada originalmente en 1932, son ideas, ¿«tes <jwe personajes, /¿*s /jwe dialogan. Precipitada y coloquialmente unas veces, pausada y eruditamente otras.

Las palabras, es^s palabras a las que trata «como se merecen», qwe «50« creaciones estadísticas», ¿z /¿zs <jwe reconoce «su valor de uso para un trabajo riguroso de la mente», tienen en esta puesta en escena uno o múltiples sentidos. El hilo conductor siempre está presente. Por el contrario, el hilo de la conversación se interrumpe, se reanuda, se quiebra; el lenguaje es arcaico en ocasiones, escabroso en otras, irónico las más. Al lector correspon­derá ejercer de Ariadna en este laberinto, tárc teatral, taw profundamente superficial y lleno de sugerencias, tan ordenada­mente difícil y desordenadamente fácil, requieren sus palabras pues una lectura reflexiva o, por decirlo al uso, ¿zerce m^s de lectura.

«¿Dónde estábamos?... En todas partes y en ninguna... uno se pierde a cada instante... Digamos que creamos confusión». Pero «No avanzaríamos si comprendiéramos...»

Por lo tanto, se levanta el telón y «¡se declara la divagación pura!»

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Al lector de esta nueva edición

Este libro es hijo de la prisa. Como tal lo consideramos una obra de circunstancia e improvisada. Aunque destinada a uno de los públicos más atentos —el cuerpo médico— era necesario apresurarse, asumiendo así todo aquello que conlleva riesgos, imprudencias e impurezas, la precipitación en el trabajo... Cuando el término acucia al espíritu, este apremio exterior le impide mantener los propios. Descuida los bellos modelos que se ha formado; se relaja de su rigor; se desahoga por la vía más rápida, conforme a sus menores resistencias, y se afirma por medio de sus riesgos.

Pero eso es lo que se observa constantemente en las conversaciones familiares. Entre personas que se conocen lo bastante para no dejarse engañar en cuanto a la proporción de la importancia o falta de importancia que constituye su diálogo, todo se reduce a la ligereza de una partida sin consecuencias. Lo mismo que los reyes pintados sobre las cartas de juego, los temas más profundos se arrojan sobre el tapete, se recogen, se mezclan a todas las naderías del mundo y del instante ...

Esto es lo que ocurre aquí. De ninguna manera estamos presentando las «ideas» que nuestros hombres en el mar se lanzan y relanzan a la reflexión del lector, sino el intercambio en sí: éstas son tan sólo accesorios en un juego en el que la velocidad es esencial. Esos señores pierden vivamente su tiempo: son únicamente los «primeros términos» de aquello que quizá podrían decir que dicen, y no pretendemos que ni «el Implexo» ni la «la Omnivalencia»

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sean tomados por algo más que distracciones sin importancia. Si bien es cierto que la mayor parte de las nociones de las que se vale la Psicología no son ni más «cómodas» ni más precisas que éstas.

En cuanto a la forma, el Autor, requerido de cerca (como ya se ha dicho) para llevar prontamente a término la obra, se ha inclinado a imputar el desorden de su espíritu presionado por el tiempo, al desorden y a la divagación natural de una conversación plenamente libre, decidiéndose a «escribir como se habla» —consejo que quizá fuera bueno en la época en que se hablaba bien.

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Al profesor Henri Mondor y a todos los amigos que tengo en el cuerpo médico.

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En rocas de cristal Serpiente breve

(Don Luis de Góngora)

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Me sentía presa de grandes tormentos; ciertos pensa­mientos muy activos y agudos me dañaban el resto de la mente y del mundo. Regresaba aún más perdido de todo aquello que pudiera distraerme de mi mal. A lo que se añadía la amargura y humillación de sentirme vencido por las cosas mentales, es decir, hechas para el olvido. La clase de dolor que siente un pensamiento por una causa aparente cultiva el pensamiento mismo; y, de ese modo, se engendra, se eterniza, se refuerza a sí mismo. Aún más: en cierta manera se perfecciona; se hace cada vez más sutil, más hábil, más poderoso, más inatacable. Un pensamiento que tortura a un hombre escapa a las modalidades del pensamiento, se vuelve otro, un parásito.

Por más que intentaba superar la igualdad de mi alma, y reducir al fin las ideas al estado de ideas puras, a un instante de empeño sucedían penas más hondas. Advertía en vano que ni la pesadumbre, ni la cólera, ni ese inmenso peso en el pecho, ni ese corazón agarrotado, eran las consecuencias necesarias de algunas imágenes: A otro—me decía— que las viera en mí, no le perturbarían... Dentro de tres años —volvía a repetirme— estos mismos fantasmas habrán perdido su fuerza... y sentía el insensato deseo de lograr con la mente en unos instantes lo que quizás hubieran podido conseguir tres años de vida. Pero ¿cómo producir el tiempo?

Y ¿cómo destruir el absurdo, que acariciamos y cultivamos cuando nos es delicioso?

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N o sé qué me hacía evitar los grandes remedios... Me circunscribía a los menores: el trabajo y el movimiento. Trataba a mi cuerpo y a mi intelecto como un tirano, con violencia e inconstancia. Les ponía ejercicios difíciles: consistía en hacer a pequeña escala lo que hace la humanidad mediante sus investigaciones y especulaciones: profundiza para no ver. Pero me cansaba enseguida de mis voluntarios problemas. Su objeto indirecto invalidaba de inmediato su objeto directo. N o conseguía burlar mi sed de penas y angustia: la sustitución no se producía.

Estuve vagando casi todo el día, recorriendo la ciudad y el puerto. Pero la marcha pura y simple no hace sino excitar al que piensa: le apremia, le hace aminorar. La ley de los pasos iguales se somete a todos los delirios, incitando por igual a nuestros demonios y a nuestros dioses. Antaño había conocido el impulso de la invención feliz y el arrebato de un cuerpo enérgicamente guiado por aquello que place y se alumbra divinamente. Ahora huía ante mis pensamientos. Llevaba conmigo a todas partes lo bastante para morir de despecho, de furor, de ternura y de inmpotencia. Mis manos soñaban, cogían, retorcían; creaban sin yo saberlo formas y actos; y las reencontraba crispadas y asesinas; y estaba a cada instante donde no estaba; y veía, en sustitución, todo lo preciso para gemir.

¿Hay algo más inventivo que una idea encarnada y emponzoñada cuyo aguijón empuja la vida contra la vida fuera de la vida? Retoca y reanima sin cesar todas las inagotables escenas y fábulas de la esperanza y la desesperación, con precisión siempre creciente que supera sobradamente la precisión finita de toda realidad.

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Yo andaba, andaba; y sentía que este dejarme arrebatar por el alma exasperada no inquietaba al atroz insecto que alimentaba en la carne de mi mente un ardor indivisible de mi existencia. La punta ardiente abolía toda equivalencia de cosa visible. Ni el sol ni el suelo resplandeciente me deslumbraban. Los objetos contrariaban y exarcebaban mis penas; y mi percepción de los transeúntes era menor que la de sus sombras en el camino. No podía captar sino la tierra o el cielo.

* # *

Este camino conducía al mar. La luz de un faro resplandecía bajo el follaje.

Una pared inmensa y pura, del color más tierno, se me apareció desnuda y tensa a la altura de los ojos, más allá de las ligeras y doradas masas de bellos árboles mecidos por la brisa de tierra; alguien en mi corazón me trató de loco y necio.

Sentí de inmediato el poder, y la vanidad del poder, que me impedía gozar de esta magnificencia de la calma y participar del momento mismo. Me detuve un instante, como... entre las apariencias y los fantasmas, entre lo verdadero y lo viviente.

Recordé entonces que es conveniente romper el círculo de los males imaginarios y el ritmo del entendi­miento. Una angustia de origen ideal, creada por numerosas coyunturas, debía ser tratada valiéndose de un instinto simple y poderoso.

Por ello, descendiendo furiosamente hacia la costa, que era de cantos rodados de todos los tamaños y de las más variadas fisionomías, me impuse la penosa tarea de avanzar entre el desorden perfecto de sus formas de

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ruptura y de sus caprichosos equilibrios. Se trataba de obligar a la sorprendente máquina humana a producir en cada instante una acción completamente nueva y particular que le exigía la total participación de sus medios de previsión, ae adaptación, y de sus más variadas fuerzas.

Mientras me lanzaba a los brincos, a las escaladas y a todas las dificultades de un terreno rigurosamente irregular, erizado de obstáculos, quebrado por pequeños y siempre imprevistos abismos, me sentía sin embargo vigilando en mí el punto perverso del que al menor respiro renacería la crisis de las convulsiones interiores, de las hipótesis y de las reacciones insoportables. El absurdo me acechaba. Buscaba en las rocas los caminos más arriesgados ¡como si el mal pudiera perder mi rastro! La razón y la atención asumían su natural superioridad. Era importante para mi salvación que me viera obligado a actuar, sin falta, sin retraso, so pena de herida. En ese caos de piedra, ni un paso, ni una composición de esfuerzos similar a otro y cuya idea pudiera servirme dos veces.

El mar desaparecía y reaparecía ante mi vista. Le oía, feliz, batir muy suavemente; y volver a batir; y producir y producir un tiempo infinito.

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A medida que me aproximaba a él, encontraba al pie de las rocas los montones de bloques de hormigón que protegen las obras salientes de los puertos de mar. Me puse a saltar de cubo en cubo. Fue así como descubrí de golpe, entre dos de esos inmensos dados, a un hombre.

Una caña le unía con el agua. A su sombra, un cesto y unos pertrechos de pintura. Me sentía en estado de inhumanidad. Todo hombre resulta odioso a quien se evade y se consume alejándose de sí mismo, pues los otros nos hacen irrefutablemente pensar en nosotros.

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Maldije a éste. Se volvió hacia mí antes de que pudiera remontar a mis rocas, y me sonrió. Reconocí en él a un médico con el que coincido a menudo en casa de unos u otros amigos.

Reconoció en mí lo que conocía por esos encuentros y por diversas razones, las mías y las ajenas.

—¡Vaya! —dijo— ¡Hola! ¡Buenos días!

—Soy yo... ¿Está pintando, pescando? ¿Pinta y pesca?

—Qué va... Tengo lo necesario para pintar y para pescar. Pero ni los peces ni el paisaje tienen gran cosa que temer. N o son más que pretextos... ¡Simulo, amigo mío! En vacaciones todo el mundo simula. Unos hacen de salvajes, otros hacen de exploradores. Unos hacen como que descansan y otros hacen como que se prodigan...

—Los doctores hacen como si nos hubieran curado a todos.

—Y algo hay de cierto...

—Y usted, usted hace como si pintara y pescara.

—¿Yo? Simulo constantemente... En realidad, trato de no hacer nada. Pero es duro. ¿Cómo hacer para no hacer nada? No sé nada en el mundo que sea más difícil. Es un trabajo de Hércules, un ajetreo constante... Cuando llega la estación en que la costumbre, la decencia, el decoro, el mimetismo, y a veces la temperatura, exigen que uno se ausente...

—Se nos pide que no caigamos enfermos en esa época.

—¡Evidentemente!... Y yo hago, naturalmente, como los colegas. Cierro. Mando a mis clientes a las aguas, a la playa, a la montaña, al diablo; y vengo aquí a tostarme... Pero aún me queda por embaucar mi mal...

—¿Su mal? ¿Qué mal?

—El mal que tengo.

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—¿Tiene un mal en alguna parte?

—No sé si es en alguna parte. Creo que sí, pero no losé.

—¿No puede localizarlo?

—Pero, mi querido amigo, ¡ahí está el hid... ¿Quiere que se lo diga?... Pues bien, si he de describir exactamente lo que me pasa debo decir; me hace mal... \mi tiempol...

—¡No es posible!...

—¡Sí señor! Me explico: ¡Tengo el mal de la actividad). No puedo, no sé estar sin hacer nada... Pasar dos minutos sin ideas, sin palabras, sin actos útiles... Así que llevo a un rincón desierto estos accesorios, símbolos evidentes de la vacación del espíritu. Ellos imponen la inmovilidad, prescriben pausas de larga y ninguna duración.

—Resumiendo, ¿pretende llevar a la práctica lo que los premfaelitas llamaban: una total adherencia a la simplicidad de la naturaleza?

—Miro de vez en cuando mi cesto vacío y mi tela completamente desnuda, y exhorto a mi cerebro a que los imite... ¿Y usted?

—¿Yo?... Prescindamos de Mí... Pero ese mal de la actividad me interesa. ¿En serio lo considera un mal?

—Desde luego —dijo el Doctor—, yo lo padezco.

—¿Usted lo padece?

—Es decir, debería padecerlo...

—Le hablaré como Berenice a Tito: Usted es médico, doctor, y padece...

—El médico, querido amigo, padece más que nadie.—Similia similibus... Me responde con un verso

detestable.

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—Padecemos mejor que ustedes, por eso padecemos más. Existen vínculos muy estrechos entre padecer y saber... y, además, conocemos demasiado bien nuestros límites.

—Pero, bueno, dispone usted de todo un arsenal, de toda una química de mala fama...

—Gracias —dijo el Doctor—, es el pacto con el diablo.

(El Doctor me miró. Yo miré al mar.)

—En una palabra —le dije—, ¿en qué consiste exactamente su mal?

—Ya se lo he dicho: tengo que estar en continua actividad. Tengo que estar ocupado, funcionando... No puedo quedarme sin un propósito concreto. Y no es trabajo lo que me falta. Me abruma. Por la noche estoy rendido... Pues bien, no puedo ceder... tengo que seguir dándole vueltas a algo, y hoy en día hay tantas cosas... Cada día desarrolla, subdivide o invalida lo que creíamos saber... A veces me pregunto si este prodigioso incremento de hechos e hipótesis no será simplemente... una produc­ción recíproca de una creciente irritación de las mentes. ¿Me entiende?

—¿Se trata de otra hipótesis?

—Desde luego.—¿Quiere decir que cuanto más encontramos más

buscamos y que cuanto más buscamos más encontramos?

—Eso es. En ocasiones me parece que entre la búsqueda y el descubrimiento se produce una relación comparable a la que se crea entre la droga y el toxicómano.

—Muy interesante. Entonces toda la transformación moderna del mundo...

—Es el resultado; y queda, aún, otro aspecto...

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Velocidad. Abusos sensoriales. Luces excesivas. Necesidad de la incoherencia. Movilidad. Una afición cada vez mayor. Automatismo más y más «avanzado» que se revela en la política, en el arte y... en las costumbres.

—¿Y usted siente en sí mismo esta intoxicación?

—Siento en demasía que no hay nada que no tienda a proliferar y a diferenciarse en mi mente. Quiéralo yo o no, a cada instante, una idea, una observación o una analogía se convierte en una presencia exigente, en una especie de espina mental...

—Doctor, ¡su cerebro es un caldo de cultivo para puntos de interrogación!...

—(Y sabe usted cómo he podido determinar esta curiosa enfermedad?

—No.

—La aíslo mediante esta simple observación: que la fatiga me excita. Cuanto más cansado estoy, más quiero hacer. Esto es característico. Ahí es donde empieza lo anormal. Está claro.

—Es un síntoma que conozco muy bien. Tenía un amigo que me lo debió notar. En ocasiones, cuando charlábamos y yo empezaba a monologar, me cogía del brazo, me miraba y me decía:

—Muchacho, esta noche hablas demasiado bien. Debes estar exhausto..

—Y nunca se equivocaba.

—Tenía un ojo clínico...

—Sí... Y enseguida me sentía muy cansado. Hasta entonces no era consciente.

—N o se puede dar por sentado que un hombre que tendría que sentirse muy cansado se sienta siempre muy cansado.

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—¿Y usted? ¿No puede hacer nada al respecto? ¡Consulte a un colega, a un neurólogo, a un... psiquiatra!

—¡Está bromeando!...

—Dios santo, para desarmar al enemigo íntimo, embotar esa espina mental... Después de todo se trata de una especie de obsesión...

—Pero ¡qué va, qué va!... N o soy un obseso... ¡No se trata de una idea fija!

—«¡Idea fija!»... Pero yo no he hablado para nada de ideas fijas... Me horroriza ese término. ¿No le parece que la denominación de idea fija está mal hecha?

—Podríamos llamarlo Monoideísmo.

—Sería una desgracia pública.

—¡Bah!... Una más o menos... En cualquier caso, la cosa existe.

—No.

—¿Cómo, no?

—No. N o existen las ideas fijas. Lo que existe es otra cosa y se merece otro nombre. Le aseguro que ese nombre de idea fija es incorrecto.

—El nombre poco importa. La cosa existe. Y usted la conoce tan bien como yo... Hay una constante y una intensidad patológicas de las ideas. Es un hecho. Nada más positivo, ¿no?... Y el nombre me parece excelente.

—Completamente impropio. Y le digo por qué.

—¡Venga! ¡Pero está usted metido de lleno en «la idea fija», mi querido amigo!

—Le digo que le digo por qué.

—¿Y por qué?

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—Pues porque una idea no puede ser fija. Eso es todo. Todo.

—Es poco. ¿Qué hace entonces de todos esos dementes, quasi-dementes, perseguidos, inventores y fanáticos que observamos, clasificamos y... aislamos todos los días?... Y quedan todavía esos casos enormes, peligrosos, definitivos... Las calles (y hasta las rocas) están llenas de ideas fijas...

—¡Gastadas y ambulatorias!...

—No se burle de mí. Por otra parte, tiene usted razón: no hay nada más ambulatorio que una idea fija... Me gustaría saber qué hacía en las rocas, saltando, subiendo y bajando...

—¿Deshacerme de la idea fija, quizás?

—Tiene todo el aire.

—En fin, ¿quiere usted mi objeción o no?

—Adelante... Exponga su teoría.

—¡Yo no teorizo! No invento nada. Constato lo que todo el mundo puede constatar. Que una idea no puede ser fija. Quizás fija (si algo puede serlo) lo que no es idea. Una idea es un cambio —o, mejor dicho, un modo de cambio— e, incluso, el modo más discontinuo de cambio... Lo ve. ¡Nada de teoría! Trate de fijar una idea... Voy a cronometrarlo. ¡Es inútil! Una idea es un medio, o una señal de... transformación, que actúa en mayor o menor medida sobre el conjunto del ser. Pero nada dura en la mente. Le desafío a detener lo que quiera. Todo es transitivo... Pero casi todo es renovable.

—¿Transformación? ¿De qué, por favor?

—Ah... me pone en un aprieto... Espere.

—Espero.—Espere a que encuentre... Quiero decir a que llegue

a un cierto punto...

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—¿Un «umbral»? ¡Ha llamado a la puerta y espera!

—Sí. Un cierto punto de transformación. En ese punto, mi vacilación se transformará en respuesta —en resplandor—, en acontecimiento... Una cierta... tensión se convertirá en acto. En palabra, en frase...

—¡Y dice usted que no hace teorías!...

—Vamos a ver, doctor, voy a suponer que se siente profundamente preocupado; un problema, un asunto grave, una importante decisión a tomar, un recuerdo mortificante, una sospecha...

—Gracias. Se lo ruego... Es inútil insistir.

—Bien. ¿Qué pasa en usted?

—¿En mí? Pasa que cultivo una idea fija, amigo mío...

—En absoluto... Lo que pasa es que esa idea que le preocupa adquiere un valor singular, que no es fijación. ¡En absoluto!... Creo, por el contrario, que se apropia (tome nota de esa palabra) propiedades completamente nuevas, completamente diferentes. Adquiere —o recibe— en primer lugar la propiedad de reaparecer con mayor frecuencia que cuando es su vuelta...

—Es pueril.

—Es capital. En lenguaje más digno podríamos decir que la probabilidad de su vuelta a la consciencia se ha modificado. Acrecentado, hasta hacerse excesiva. Su «idea fija» no es más que una idea... preferenciada, amañada... Gana nueve veces sobre diez a la ruleta...

—¡Ahora me trata de ruleta porque estoy preocupado!... Amigo mío, ¡voy a hacer que lo encierren!...

—Espere un momento, señor verdugo... Le decía que esta idea coge la vuelta de las otras. Lo que quiere decir

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que todo provoca su vuelta. Todo le parece válido para volver a escena.

—Es la vedette...

—Sí, y coge de inmediato el papel principal. Deslumbra de inmediato al resto. Todo incidente la acompaña; toda sensación le es válida para reaparecer con todo su cortejo... Todo sucede como si todos los demás aconteci­mientos —sensaciones, ideas, etc.— fueran extravíos, infracciones...

—¿A qué?

—A ese transitivo, que me parece característico de la mente... Usted ve la mente como una mosca que vuela de aquí para allá... se posa y reparte...

—Sí. N o exactamente. Pero la inestabilidad —la discontinuidad—, la irregularidad de las moscas representan bien...

—La mente de un idiota.

—El estado corriente de la nuestra. Corriente no es la palabra. El estado de... no atención, que es, sin duda, el más frecuente.

—Ese estado no es fácil de definir.

—N o es imposible. Es un estado en el que todo puede ser sustituido por todo. Si registramos el curso de la vida psíquica, mostraría un desorden, una incoherencia... perfecta. Si me permitiera rebasar un poco mi crédito...

—Le concedo un pequeño cheque sin fondos.

—Diré que en ese estado las imágenes o fórmulas que se suceden no tienen entre sí más que una afinidad... puramente... lineal... La única relación que mantienen es la de sucederse o sustituirse. Pero si tiende a producirse una conexión más rica entre esos términos, entonces es

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necesario cambiar de estado... y entramos en el mundo de la atención.

—No es usted demasiado claro.

—Veamos... pensar en... lo que sea ¿no es especializar algo —órgano, función o sistema, poco importa— capaz de pensar en cualquier cosa? ¿No es restringir algo que es en sí más general que todo objeto posible de pensamiento? ¿Qué está libre entre dos compromisos?...

—Como el tenor del Casino...

—Como el ojo, entre dos estados de acomodación.

—¡Ah! Eso es más claro.

—Pues bien, yo creo, siento, pretendo que ese sistema, o esa función, tiene una tendencia invencible a recuperar su libertad...

—¡Oh! ¡Oh!...

—Su libertad, que es la de producir, o de experimentar, otra cosa. Otra cosa es la ley, la normal... Y esta «otra cosa», esta expresión del cambio que exige la vida de la mente, es... la idea... la naturaleza de la idea es deintervenir...

—¡Atiza!...

—Sí. La idea en el sentido... funcional —la idea- acontecimiento—, manifestación de la inestabilidad esencial y organizada de nuestra... presencia mental. Veamos, ¡obsérvese!... ¿Puede fijar una idea? Usted no puede pensar más que mediante modificaciones. Si una idea durase tal cual, dejaría de ser una «idea».

—¿Y qué sería?

—A fe mía, no tengo ni idea. Es inconcebible. Sería un objeto... ¿Un dolor, quizá?... Y aun así, el dolor más constante presenta variaciones de intensidad, ejerce una mayor o menor presión sobre la conciencia... En recipro­

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cidad, todo pensamiento que dura algo más de lo necesario, se hace sentir... Sentir como un extravío, ¿extravío de qué? Se hace penoso, sensación. Soñamos con una resistencia introducida, que transformaría en un hecho del orden sensible aquello que no puede seguir su camino en el orden de las... ideas... Entonces siente una sensación de pena que altera, confunde y pronto absorbe su pensamiento, lo mismo que la fijación mediante el ojo, la contemplación continua de un punto hace que éste desaparezca, altera la percepción. Imposible detenerse.

—Entonces —dijo el Doctor— sucede lo mismo que con el esfuerzo muscular estático: sostener con el brazo extendido un peso, aunque sea débil, no dura más que uninstante.

—Exactamente. Es infinitamente más penoso de mantener que malgastarse en actos de dislocamiento. La duración es costosísima. Se podría decir que nuestro sistema viviente rechaza la especialización prolongada. Nos retrotrae enérgicamente al estado de libre disponibi­lidad... Mire, doctor, sufro positivamente cuando veo a una bailarina elevándose sobre su gordo dedo...

—¡He aquí un especialista!... Yo me figuro toda la musculatura de esa dama a partir del dedo gordo que le sostiene todo el cuerpo.

—Debe resultar una hermosa construcción anatomo- fisiológica... A Leonardo le hubiera gustado imaginar y dibujar a esa bailarina desollada1 en equilibrio triplemente inestable...

—¿Por qué triplemente?

—Dama... En cuanto a los músculos, en cuanto a los nervios, y en cuanto a la mecánica. Tres motivos para acabar.

*En lenguaje figurativo: figura anatómica, despojada de su piel, que dibujan los estudiantes de Bellas Artes.

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—Y ella vuela a hacer el amor...

—Pero es lo mismo... Inestabilidad...

—¿El placer del amor?

—No dura más que un instante... Moriríamos... Nada más próximo al dolor...

—Exquisito2 —dijo el Doctor—. Es un ejemplo excelente de su teoría de los desvíos3 y de la brevedad de las especializaciones.

—Gracias... N o lo había pensado. Es verdaderamente importante. Pero este fenómeno tiene algo de... deslum­brante, lo que nos lleva a pensar siempre en términos moralistas... o inmoralistas. Es decir... o contra los otros o a favor de uno.

—El caso es que resulta difícil pensar fríamente...

—¿Usted cree?... Parece ser que en muchas personas interfiere la razón... Hace algún tiempo leí esta observación y me parece bastante acertada: «La causa de la despoblación es evidente: la presencia de ánimo. Un conjunto de cónyuges previsores respecto al futuro constituye un pueblo despreo­cupado del futuro. Hay que perder la cabeza o perder la raza».

—Curioso... ¿Quién lo ha escrito?

—Un autor poco legible... ya no recuerdo su nombre. Un hermético...

—Esta vez me parece bastante claro. Olvidaría ser oscuro. En todo caso, la observación es correcta. Las razas deben perecer (entre otras cosas) por antagonismo entre la conciencia de sí mismas y la procreación;... entre la vida y la mente, entre el cálculo y... la inspiración.

2 En medicina, dolor agudo y localizado.3 En medicina, esguince.

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—¡La señora necesitaba un bailarín; un calculador ocupó el puesto!4...

—Y pensar que los juristas dicen: Dar y retener no es rentable...

—¡Pero así es el hombre!... En el fondo, no se desprende de la animalidad más que mediante poderes de inhibición más sutiles, más penetrantes que los de las bestias. Retiene, diferencia; aplica el debe y el haber...

—¡Singular animal!... Capaz al mismo tiempo de minuciosos razonamientos, de un rigor persistente, de dudas y de reservas y sujeto, por otra parte, a los impulsos, esclavo de sus expansiones... En un momento dado es una máquina de pensar, de dilucidar, de suspender un juicio, una máquina de no ser máquina... Y una hora después...

—¡Una hora después, el cortocircuito... cerebro espi­nal!...

—Exactamente. Saltan los plomos. Me pregunto si el gimnoto5 no experimenta una sensación similar al fulminar a su presa.

—N o me ha hecho confidencias.

—Doctor, ¿no le parece que esta sensación... caracte­rística, fulgurante, terminal...

—E ilustre, querido amigo...

—Este instante superagudo, este acumen...

—Dígalo: ese choque.—Sí, esta catástrofe al fin y al cabo, es un límite, un

extremo...

4 De la locución provenzal, alusiva a la ligereza con que s< adjudican los empleos.

5 Especie de anguila que produce fuertes descargas eléctricas.

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—Exagera.

—Es imposible exagerar la importancia de la idea o del recuerdo de este instante supremo...

—¿Supremo? ¿Por qué Supremo?

—Porque termina algo nítidamente... Quería decir que esta instantánea juega un inmenso papel en la aventura de todo hombre...

—¡Eso no es nada nuevo, amigo mío!

—Me trae sin cuidado lo nuevo o lo viejo en materia de ideas... ¿No le sorprende constatar que la historia (que es una visión de conjunto de la aventura del género humano) no le ceda su puesto a esta obsesión? Buena comida, buena madriguera y ese resto del que hablamos, remitiré toda la historia a esos tres ejes...

—Pero, amigo mío, ¡la historia no se ocupa de los hombres! La historia de los libros, la historia que se enseña, sólo se ocupa de los acontecimientos oficiales. Es básicamente un álbum de imágenes; y, a veces, una especulación sobre las entidades... Mire: hace poco que nos hemos dado cuenta de que la gran navegación data del siglo XIII. ¿Por qué? Hasta entonces, ni brújula ni timón. La idea de fijar a la popa una hoja sujeta por un eje y movida por una barra, llega tarde. Permite desarrollar o diferenciar el velamen; se puede maniobrar, infunde ánimos; se ataca el Océano; se descubre América, y... ya que hablamos del amor...

—El amor bien ha sufrido con la invención del timón.

—Es usted muy inteligente —dijo el Doctor—. América nos envía de inmediato un pequeño y pálido personaje...

—Cuya descendencia ha hecho maravillas entre nos­otros. Parece que todos estamos algo habitados, y que sin él ni siquiera se habrían podido soñar...

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—Tiene usted toda la razón —dijo el Doctor—. Tenga la seguridad de que la introducción de la sífilis en Europa es un hecho ligeramente más importante que el Tratado de Utrecht.

—¡Eso me temo!—Y no dicen ni una palabra... Los treponemas

desembarcados en Europa han tenido mayores consecuen­cias para la humanidad que todos los plenipotenciarios... ¿Sabía que el estegomía eliminó de raíz a toda una civilización en México?

—Todo depende del criterio elegido respecto a la importancia... Para volver al amor...

—El amor —dijo el Doctor— es una curiosa mecánica. Nos matamos por alcanzar... un umbral...

—;Un cielo!... Un flechazo... En resumidas cuentas, todo lo que merece la pena en la vida es esencialmente breve.

—¿Esencialmente?

—Esencialmente. Ese es el punto, la palabra, el nudo. Podemos pensar en esa brevedad esencial... Intensidad, brevedad, raridad.

—Igualdad, Fraternidad, et coetera —dijo el Doctor—. No veo a dónde quiere llegar.

—Yo tampoco. Tiro de un hilo del ovillo que tengo en la cabeza. Unas veces es el sentido, otras el sonido que...

—Es profesional. Bien sabe usted que trabajo en el absurdo. No debe asombrarse de los saltos que doy en forma de preguntas extrañas... O con fórmulas algo arriesgadas... Ve, ahora iba precisamente a decirle una barbaridad.

—Puedo resistirlo —dijo el Doctor.

—Hablábamos de amor, amor fisiológico...

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—Es el verdadero —dijo el Doctor.

—Usted dijo que alcanzar un umbral suponía un gran esfuerzo...

—Desde luego... En el fondo es como... ¡el estornudo!

—Pues bien, quién sabe si el Universo...

—¡Oh! ¡Oh!...

—Suponiendo, claro está, que tal palabra tenga algún sentido... que pueda resistir el examen.

—¿Por qué no?

—O, al menos, que podamos calificar la palabra, introducirla en una proposición...

—Pero ¿por qué no?

—¿Cómo quiere representar el Todo mediante una imagen o una idea cualquiera? El Todo no puede tener un símbolo análogo.

—¿Usted cree?

—Lo creo... Además, eso carece de importancia por... el momento.

—Para mí —dijo el Doctor— el Universo es algo como... una bomba de artificio en una noche de Catorce de Julio... o una nube como la que forma un tinte, o un alcoholato, al echar una cucharada en un vaso de agua.

—Da lo mismo —le dije—... Quería decir que, después de todo, también podemos considerar el Universo como... un gigantesco trabajo, una gigantesca operación de transformación...

—Gigantesca y endeble —dijo el Doctor—... Entonces usted cree que él quiere llegar a algo.

—Un hombre no puede concebir nada que no sea... dirigido o tendente, o que tiende hacia... La característica

Page 36: La idea fija - Paul Valéry

general de nuestros actos se impone a nuestro pensamiento, pesa sobre nuestras expresiones...

—Ejemplo —dijo el Doctor—, uno de nuestros actos más importantes, el de comer y digerir. Somos un tubo en sentido único... ¡En general!...

—Y ahí tenemos uno de los orígenes de nuestra idea barroca del tiempo... El futuro: apetencia, salivación, inflamación progresiva de las glándulas... El presente: sabor, molturación, cocción, adquisición...

—En cuanto al pasado —dijo el Doctor—, le supongo liberado; y volvamos al Universo.

—Pues bien, este Universo en acción puede que sólo tenga como fin —como acicate secreto— la búsqueda de la consciencia y, a través de ella, de un determinado pensamiento... Pensamiento supremo...

—¿Su «idea fija»?

—Un umbral de la existencia del Todo.

—N o tengo la menor idea —dijo el Doctor—. Y usted tampoco. Hay demasiado antropomorfismo ahí dentro.

—¿Y qué demonios quiere usted que haya? El Antropo sólo puede hacer antropomorfismo. Y antropopsiquismo. Seguimos en las mismas.

—Veamos —dijo el Doctor—, a pesar de todo se dan casos en los que sabemos excluir el antropomorfismo y su secuela: finalismo, etc...

—Me gustaría creerlo... Pero...

—Veamos —dijo el Doctor—... Si yo digo: mi mano tiene cinco dedos... ¿Dónde encuentra el antropomorfismo en esa constatación?

—¡Es inmediato!... Sólo el burdo ojo de un hombre, y su tosco cacumen, es capaz de imaginar esta añagaza: JJno y Uno hacen Dos. Para un ser más sutil, indudablemente

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no existirían ni unidades concretas, ni cosas que pudiéramos confundir o asimilar entre sí lo bastante como para formar colecciones... Todo «concepto» (como dicen) es añagaza...

—¡Qué sofista!... En fin, antropomorfismo o no, la tendencia de la gente hacia el pensamiento me parece una hipótesis vana y endeble... Concede al pensamiento una especie de precio o de valor absolutos.

—Advertirá que nada más lejos de mí.

—¡Pues claro!... ¡Ni siquiera acepta las ideas fijas!...

—Desde luego que no... Ya lo expliqué... admito ideas... anormalmente... favoritas... Ideas... que se carac­terizan por una frecuencia anormal, ideas dotadas de tal excitabilidad que todas las demás, y las sensaciones y los acontecimientos, todo lo que no es Ella, se convierten de algún modo en errores, en infracciones...

—¿A qué?

—A que... Espere... Todavía no he encontrado...

—Tenemos tiempo de sobra. El aire es puro, el mar... vasto. Enciendo un cigarrillo. Disfruto de la primera calada mientras le trabaja el coco. La palabra es plata y elsilencio oro...

—¡Ya está! No... ¡No es exactamente eso! Bueno, digamos provisionalmente que... esta idea... obsesiva —y no fija— es, ¿cómo lo diría?... Discúlpeme... Es omniva- lente... Se aferra a todo... O: es aferrada por todo...

—¡OM NIVALENTE!... ¡Magnífico!... Omnivalente... ¡Es sublime!... «Ideas Omnivalentes», «De la Omnivalencia de las ideas». «De la Omnivalencia... excito-depresiva». ¡Pero si es un hallazgo!... Lo estoy viendo en letras de imprenta... ¡Qué título!... ¡Qué aperitivo para el lector!... «De la Omnivalencia y del tratamiento de los anormales favoritos... Del Hiperfavoritismo omniv alente lógico-resis­

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tente... Querido amigo, se lo imploro. Dóneme esa palabra... Para que yo pueda acabar con ella... ¡Esta vez renuncio a la pintura virtual y a la pesca negativa y le voy a redactar uno de esos artículos para el «Encéfalo» que se llevará! ¡Y que se llevará!... ¡Será antológico!... ¡Y con ese título!... Pero, hombre, verá como dentro de algún tiempo su omnivalencia figura en el Diccionario de la Academia...

—¿De Medicina?

—Naturalmente.

—Pero el artículo, ¿sobre qué?

—Pues sobre usted...

—¡Diablos!...

—Continúe, se lo ruego, Omnivalente es uno de esos hallazgos...

—¡Qué se le va a hacer! Continúo.

—Está en vena. Omnivalente es una perla.

—Muchas gracias. Perla implica molusco.

—Pero los moluscos no tienen fama de agitados. Son animales de ideas fijas. Seguimos en lo mismo.

—Doctor, sigue burlándose de mí.

—Pero qué va, amigo mío... Voy a decirle algo: hace un tiempo espléndido; conversamos: y no sé de nada más delicado ni deleitoso que el bromear, como estamos haciendo nosotros, en la superficie de...

—¿De qué?

—De todo. De nuestras mentes. De nuestros proble­mas.

—De nuestras preocupaciones, de nuestras penas... De nuestra historia.

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—¡Nadar, chapotear en lo que ignoramos, por medio de lo que sabemos! Es divino.

—El Hombre está hecho para conversar. Lo creo muy seriamente.

—Entonces, mi buen amigo, ¿los cafés estaban previstos en el plan del Cosmos?

—No he visto ese plan. N o me ha sido comunicado. Pero la Revolución se ha hecho en los cafés.

—Una laguna más en la historia.

—En todo caso, una enorme laguna en la Historia Literaria. Toda la Literatura Francesa del siglo XVII a nuestros días se ha formado, fomentado y controlado en los salones y en los cafés. Pero se acabó...

—Qué quiere... Todo el mundo es como usted. Nos duele nuestro tiempo.

—¿Ya no se conversa?

—Poco. Mal.—En contrapartida, espero que seamos más... ¿pro­

fundos?—No tengo esa impresión. Además, ¿profundo? Mucho

me temo que nos estemos haciendo demasiadas ilusiones en los intentos que hacemos por calar hondo... Unos creen penetrar en las capas primarias de su existencia... Generalmente buscan fósiles obscenos.

—No los buscarían de no haberlos encontrado ya.

—Por supuesto. Otros imaginan que de este modo se aproximan a... lo que son. A costa de una contención y de una especie de... negación exterior muy penosa... No comprenden que se limitan a infligirse una deformación particular... Intentan acomodar la sensibilidad de su consciencia a no sé qué visión trastornada, a las cosas sin llegar a... En resumidas cuentas, puede que haya profun­

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didades accesibles (pero lo que encontramos no merece la pena del descenso) y profundidades insondables... Incluso si nos pudiéramos arriesgar y percibiéramos algo, no comprenderíamos nada de lo que hallaríamos.

—En cuanto a mí, soy simplista. Si me observo, encuentro... que hay cosas que se pueden decir a los demás; y otras que uno sólo puede decirse a sí mismo... Y aún otras que uno ni siquiera puede decirse a sí mismo. Existen algunas inmundicias, evidentes y, por otra parte, universales... No tienen excesivo interés. Y existen también cosas... que parecen poderosas, indistintas...

—Totalmente de acuerdo. Cosas que no se parecen a nada... Me parece vislumbrar la vida de las visceras...

—¡Alto! Prohibido el paso. Peligro de muerte... Sigamos en la superficie... A propósito de superficie, ¿es exacto que usted ha escrito o dicho lo siguiente: Lo más profundo que hay en el hombre es la piel}

—Es cierto.—¿Qué quería decir con eso?—Es sencillísimo... Un día, sintiéndome irritado por

esas palabras profundo y profundidad...

—Que acabamos de emplear a nuestro antojo... Oiga, percibo que manifiesta usted una exagerada sensibilidad respecto a las palabras. Se ofusca continuamente. No son más que recursos, ¡qué demonio!... La vida no dispone de tiempo para llegar al rigor. Nos las arreglamos. Napoleón decía que en la guerra primero se entra en acción y luego se ve...

—¡Oh! sobre la guerra se ha dicho para todos los gustos... Por otra parte, todos los que han practicado algo, cuando quieren expresar o trasmitir su experiencia... Regla general, emiten los más contradictorios principios... hasta en el Evangelio los encontrará...

—Confieso que incluso en medicina...

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—Hasta en Hipócrates... Intente combinar: Principiis obsta con Quieta non movere...

—Se hace lo que se puede. Pero vuelvo a usted. Tropieza con cada palabra... Con usted no se puede hablar tranquilamente. Cae uno a cada momento. Llega usted a no poder hablar consigo mismo. ¿Cómo demonios puede llegar a dar forma al más mínimo pensamiento en esas condiciones? ¡Me gustaría saberlo!

—Mi querido doctor, prefiero no llegar a nada conscientemente que no llegar a nada... sin sospecharlo... Así que, yo estaba irritado. Profundo y profundidad me exasperaban.

—Apuesto que había leído algún artículo sobre Pascal.

—No acepto la apuesta. Nada menos que el de Pascal...

—¿Y después?

—Después... Me sucedió eso que se encuentra en los libros de medicina en relación con el desarrollo del embrión. Un buen día se hace un repliegue, un surco en la envoltura externa...

—El ectodermo6. Y éste se cierra...

—¡Desgraciadamente!... De ahí procede todo nuestro infortunio... ¡Chorda dorsalisl Y después, meollo, cerebro, todo lo necesario para sentir, padecer, pensar..., ser profundo. Todo viene de ahí...

—¿Y después?

—Bueno ¡son invenciones de la piell... Por mucho que ahondemos, doctor, somos... ectodermos.

—Sí, pero... hay prolongaciones.

‘ Hoja superficial o externa del embrión de la que derivan la epidermis y el sistema nervioso.

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—Llegamos hasta las visceras... Pero en ese aspecto, no contamos con aparatos demasiado perfeccionados. Nada que se parezca a las combinaciones de mecanismos, al alarde de sensaciones que se encuentran en el oído y en el ojo. Todo es grosero, brutal. Apenas sabe decir: Bueno, o malo.

—Por regla general: malo.

—Pero nada más potente, ¿no cree? Hay allí algunos tiranos importantes que actúan sin dar explicaciones... ¡La vida sería soportable sin las visceras!

—¡Quiere hundirme en la miseria!

—En una palabra, el empuje de la sensibilidad es sumamente desigual, sus medios muy distintos, depen­diendo de si se abre hacia... el exterior o si se sumerge en las masas.

—¡Laboriosas! Estoy convencido de que su digestión es caprichosa y de que tenemos el hígado inflamado...

—Estoy seguro. Por eso completo mi fórmula: la piel es lo más profundo que hay en el hombre, en tanto que se conoce. Pero lo que hay de... verdaderamente profundo en el hombre, en tanto que se ignora... es el hígado... Y cosas por el estilo... ¡Vagas o... simpáticas!

—¡Es una fórmula de vagotonia7!... ¡Está inventándose cosas!...

—Mire, una historia de hígado... ¡nervioso! ¿Cómo explica usted que al recibir una buena mañana una carta, una carta aterradora —aunque requería cierta atención para captar todo su alcance—, apenas abierta, y vista más que leída, experimenté la horrible sensación de una cuchillada en el hígado}

7 En medicina, excitabilidad anormal del nervio vago que sn manifiesta en alteraciones de la función de los órganos inervados por él (especialmente el corazón, el estómago y los intestinos).

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—Pero no lo explico. N o se trata de que no podamos construir una frase momentáneamente satisfactoria, palia­tiva...

—¿Y cómo explicar que una idea, un penoso tema de preocupación, actualmente descartado, ausente, oculto por completo a la mente por algún otro objeto de reflexión al que nos creemos plenamente dedicados, nos sea rememorado bruscamente, brutalmente, no por una «asociación de ideas» —como suele decirse—, sino por un repentino encogimiento en la parte del corazón?

—Profundidad, profundidad...

—Un momento. Hace poco hemos ergotizado sobre la idea fija.

—Y no hemos terminado. Según me parece.—Lo he embrollado...

—Se lo concedo.

—Pero permítame que critique otra expresión, aún más extendida.

—Veo que se encuentra en forma. Debe sentirse muy cansado.

—Qué se le va a hacer. ¿Y usted?

—¿Yo?... Le escucho.

—¿Sigo enredándolo?... A menudo hablamos de ideas tristes, incluso con mayor frecuencia que de ideas fijas. Hablamos de ideas negras.

—¡Va a echar por tierra también las ideas tristes! Curación radical de los melancólicos...

—Por desgracia, no... Me limito a decir que una idea no puede ser triste. La misma idea que anonada a Pedro deja insensible a Juan. En cuanto a la tristeza de que es capaz Juan, encontrará en él un pretexto una «cansa», un rostro...

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—Todo eso me parece aventurado.

—A pesar de todo, no es nuevo...

—Es especioso.

—Los antiguos habían columbrado esas cosas. Los temperamentos...

—¡Oh! ¡Los antiguos!...

—Los antiguos tanteaban como nosotros. Tanteaban en la experiencia inmediata, lo mismo que hacemos nosotros en el campo del microscopio.

—Es un campo un rato fértil.

—Sí. Pero tengo la impresión de que nos produce muchos más problemas que nos da soluciones. Por lo demás, ése es el destino de las investigaciones cuyos recursos son el cambio del orden del tamaño. Se entrega uno con una esperanza curiosamente... contradictoria...

—¿Contradictoria?

—Claro... Esperamos encontrar algo nuevo...

—Bien entendido.—Y eso sucede. Pero esperamos que lo nuevo se

asemeje lo bastante a lo que ya conocemos para poder comprenderlo. Y no siempre es así... Al contrario. Cuanto más nos hundimos en la pequeñez, menos la comprendemos. Hay físicos que han llevado tan lejos el análisis último de las cosas que se han perdido en un mundo en el que ni siquiera la anticuada y misma causalidad podía seguirlos... ¿Y qué hacer en un orden de tamaños en el que ya no puede seguir siendo una cuestión de imágenes?... Si las cosas tienen un fondo, ese fondo de las cosas no se parece a nada... La similitud se desvanece... La profundidad es insignificante. ¡Qué curiosa, dentro de la extrema división, esta persecución de la clave de los problemas de nuestro orden!...

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—Lo que no quita que el microscopio nos rinda grandes servicios...

—Hablo como aficionado.

—Tengo la sensación de que usted se pirra por todo lo que no le atañe.

—¿Qué hacer? Soy Hombre. Lo que equivale a decir que hago cosas inútiles.

—¿Observa de vez en cuando a los animales, Doctor?

—Mucho menos que a los individuos de nuestra especie.

—Y o les miro con bastante frecuencia. ¿Y sabe lo que me ha parecido notar?

—He creído notar... Y eso nos devuelve de golpe a su mal. Al mal de la actividad.

—Lo había notado... Además, había notado lo mismo en los niños. Esos seres, mi querido Doctor, no tienen el mal de la actividad.

—¡Me está tomando el pelo!... ¿Pero a qué niños ve usted? Los pequeños que se portan bien son unos revoltosos, unos diablos. ¡Intente que se queden tranqui­los!... ¡Qué monstruos!... Si ven un grifo lo hacen girar; si es una campanilla, la tocan. A falta de campanilla ¡se tocan la nariz! Activan, manipulan y ponen en funcionamiento todo lo que encuentran a mano. Hacen de su capa un sayo con todo lo que tienen a su alcance; y, antes que nada, de sus cuatro miembros —por no hablar de las muecas y los berridos—... Y lo mismo le hacen a los malhadados animales... ¡Desgarran, rompen, construyen! Si no saben qué hacer, lloran... Se diría que todos los objetos no les son perceptibles salvo en la medida en que pueden actuar sobre ellos o mediante ellos, no importa cómo: en total, sin otra finalidad que el acto en sí... ¡Si eso no es una forma aguda del mal de la actividad!...

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—Pues no... Lo único que quieren es oírse. Ese tipo de actividad sólo es un mal para los padres, los relojes, los hermosos libros de ilustraciones y el filósofo del piso de arriba. Es un bien para ellos. Y usted lo sabe mucho mejor que yo. Por eso precisamente digo que ni los niños ni los animales pueden hacer nada inútil. Son completamente incapaces...

—Pero todo depende de lo que usted llame útil o inútil... Todo está ahí.

—Aquí, Doctor, voy a valerme de un pequeño ardid.

—Estoy ojo avizor.

—Hago la ardideza: llamo inútil —(para alguien)— el acto o la cosa del que no se siente la necesidad inmediata. Concédalo. Si lo concede, concibe de inmediato que el niño pueda prestar suma atención a un juego y se niegue a aplicarse lo más mínimo cuando se le quiere hacer estudiar. No siente ninguna necesidad de aprender a leer...

—Yo, sí. ¡Lloraba para que me enseñaran!

—Siente la acuciante necesidad de conocer todos los movimientos posibles de su cuerpo, con sus fuerzas, con los objetos que le rodean... Está en estado semilunar8. Debe gastar para crecer...

—Pues, amigo mío, en lo que a mí respecta, jugué muy poco en mi infancia. Entonces me aburrían los juegos tanto como ahora los placeres. Me refiero a los placeres en calidad, las diversiones que se pretenden tales.

—En tal caso, ¿el teatro?

—Jamás. Me duermo.

—¿El cine?

“También medialuna. En medicina se aplica a uno de los huesos de la muñeca.

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—Me exaspera. Es como dar gato por liebre...

—Bien. ¿Los viajes?

—Me cansan. ¡La obligación de ver!... ¡Oh, los museos!

—¿La lectura?

—Las novelas me resultan insoportables... ¿Cree usted que un hombre que realiza desde hace veinte años la profesión que yo ejerzo puede leer una novela?... N o hago otra cosa que atravesar existencias, e interiores, e historias...

—¿Y la poesía?

—Míreme atentamente.

—Ya veo. N o insisto. Es usted el más cortés de los hombres.

—Y añado: la encuentro donde no se la encuentra y no la encuentro donde se la encuentra.

—Eso pasa de la raya.

—Le digo sin rodeos lo que pienso.

—Menos mal que le quedan la pesca y la pintura.

—Es evidente. En resumidas cuentas, en cuanto siento que se me asigna una hora, un lugar, una actitud del cuerpo o de la mente con el fin de divertirme, todo mi ser protesta: bosteza, escapa... Me pongo a pensar en mis asuntos, en mis enfermos, en mi trabajo, en cualquier cosa...

—Lo que es perfectamente inútil. En vez de entregarse al acto útil de distraerse, descansar, relajarse... etc... etc... segrega porvenir, lo que no responde a ninguna necesidad, y he aquí nuestro mal de la actividad muy bien descrito. ¿Sabe, Doctor, que Napoleón dio una fórmula maravi­llosa?

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—¿Otra vez Napoleón?

—En ocasiones. Además, es el modelo del hombre moderno, del hombre que ha perdido el tiempo. A falta de saber perder el suyo.

—¿Y qué es lo que dijo Napoleón?

—Un día escribió en una carta: No vivo jam ás sino a dos años vista. Para ese hombre no existía el presente.

—¡Qué ser!

—¡Qué neuronas!... Yo lo resumo así: Tenía una visión del conjunto y del detalle, y dormía cuando quería.

—Sí, pero ¡qué ruin estómago!... Y en cuanto al amor...

—Sí, pero ¡qué cabeza!... ¿Qué elegiría usted, Doctor?

—Me pone en un aprieto.

—En verdad...

—Después de todo, se trata de saber qué da la sensación de vivir más, o la presencia extrema de... el instante, o la presencia extrema... de lo posible.

—Esto es más raro que aquello. Tampoco es de desdeñar el orgullo que lleva implícito.

—Sin duda. Pero cuando en los asilos se han visto los suficientes emperadores, papas y millonarios, se siente uno bastante aplacado en cuanto a las grandezas de este mundo..., incluso las intelectuales, pues hay también muchos poetas, sabios, inventores...

—Pero ¿qué haríamos sin orgullo?

—Haríamos tranquilamente nuestro trabajo... Además, es concebible que exista un orgullo fisiológico. Se trataría de la clase de euforia consecutiva a un acto bien realizado.

—Un aplauso... visceral a una buena comedia repre­

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sentada por los centros y reflejadas sobre ellos... El hecho es que, en ese caso, lo que sucede es que en lugar de cansado uno se siente más fuerte después de consumado... A veces más ligero, más ágil. Me contaba un orador, después de un discurso no demasiado largo —y aclamado—, que sentía la excitación de recomenzarlo, convencido de hacerlo aún mucho mejor...

—¡Y entonces le habrían silbado!...No hay nada más oscuro que todas esas relaciones del organismo y del intelecto. El papel de la fisiología, de las condiciones constantes de la vida, el del azar, el de las circunstancias, de la adaptación, etc., etc..., todos esos factores esencial­mente extraños los unos a los otros que se las componen como pueden... es un laberinto inextricable. Tenga en cuenta que el ámbito de la mente es un ámbito de «valores»; la evaluación es el gran negocio del sistema que

fñensa. Pues bien, el mismo acontecimiento mental que, isiológicamente, es, o debería ser, asimilable a un resto,

que es producto de la fatiga, de extracción local, una probabilidad, una respuesta local comparable a un lapsus linguae, puede, por otra parte, adquirir un valor... literario, por ejemplo...

—¡Gracias!

—Sí. Eso puede producir un pequeño efecto muy conseguido, muy novedoso, que la conciencia aprecie, acoja, recoja, tome nota... Y en un medio apropiado, esa pequeña notación...

—Se diría: ¡Es de Shakespeare!

—¡Por lo menos!...

—Doctor, veo que la poesía... Decididamente...

—¿Por qué no quiere usted aceptar lo que es?

—Porque sería cesar de aceptar ser.

—No he dicho nada que no sea razonable. Ni nada

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que usted no supiera tan bien como yo... ¡Qué digo!... ¡Cien veces mejor!... Hace un rato me dijo usted mismo que el absurdo era su campo de operaciones...

—Sí, pero...

—¿He dicho yo algo más duro?

—N o tiene usted en cuenta el trabajo. Me parece que la mente tiende a pasar del desorden al orden... O, si lo prefiere, de un cierto desorden-para-sí, a un cierto orden- para-sí... Trabaja de algún modo en sentido contrario a la transformación que se opera con las máquinas, que cambian una energía más ordenada en energía menos ordenada...

—Hum...

—No es más que una burda imagen... Vuelvo a la mente. Para que ésta opere también su transformación característica ¡hay que abastecerla bien... de desorden!...

—Lo que dice es inmenso.

—Vaya...

—Son enormidades.

—Y coge su desorden donde lo encuentra. En ella, alrededor de ella, por todas partes... Necesita una diferencia Orden-Desorden para funcionar, lo mismo que le es necesaria una diferencia térmica a una máquina, a un fenómeno cualquiera... Pero le repito que la comparación es...

—Falsa.

—¡No!... Sí... ¡Sea!...

—¿Y después?... Nos encontramos, en todo caso, con la Poesía justificada... En un abrir y cerrar de ojos o en un santiamén. Hay que hablar a la moda. Los periódicos dicen ahora: santiamén.

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—Doctor, ¿ha reflexionado alguna vez sobre los sueños?

—¡He aquí los fenómenos de la moda!... Pronto contaremos con una cátedra de Oneiromancia9 en la Facultad. No seré yo quien la ambicionará... Ni hablar.

—¿Por qué?

—Amigo mío, estoy tan harto de esas historias, de todas esas cerdadas... ¡Ya me han cebado bastante de narcosis incestuosas!... ¿Sabe adonde he llegado?, ¿dónde estoy?... En ese punto de saturación que...

—Acabad, Señor...

—Termino por creer que los sueños... ¡no existen!

—¡Cielos!... {En qué orden queda entonces el sueño de AtaliaV10

—No me arredra llegar a... estar a punto de pensar que los sueños... sueños son.

—A pesar de ello, ¿sueña usted de vez en cuando?

—¡Pues claro!... Pero no hago la constatación... legal más que al despertar. ¿Quién puede demostrarme que no se trata de una fabricación del despertar, de una falsa memoria, de una explicación primera y delirante del estado de transición del cero de la consciencia al régimen de vigilia?

—En tal caso, no habría que decir nunca: he soñado, sino: Sueño. Ese verbo sólo tendría sentido en presente... Sin embargo, a veces nos despertamos, en plena aventura o angustia, con el corazón palpitante... Es de lo más elocuente a favor del sueño, por no hablar de otras...

—Todo eso no prueba nada. El corazón palpitante

'Arcaísmo. Oniromancia: adivinación por los sueños.l0Tragedia de Racine inspirada en una historia bíblica.

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nos hace, quizá, inventar pseudo-razones instantáneas de taquicardia...

—Que la razón no conoce...

—Al uso... Pero, puede que esta invención no sea más que una manera de expresar el hecho de que el corazón le palpita en el lenguaje aún desordenado de un organismo que está cambiando de estado.

—Pues bien, yo creo en la existencia de los sueños. De los sueños de tipo clásico.

—Es gracioso. Antaño los filósofos disputaban sobre la existencia de la realidad a causa de los sueños, nosotros hacemos todo lo contrario.

—Al menos usted. A mí me interesan los sueños; y tengo un motivo capital para que sea así. Es que hogaño lo he pensado mucho. He elaborado una...

—Y no quiere que sea para nada... Es humano.

—Sí, he reflexionado durante mucho tiempo sobre esas curiosas composiciones. Ahí es donde veo toda la fuerza de la profundidad... visceral jugándosela a la superficie intelectual; esas excitaciones profundas tomar por exutorios", por relé12 hasta la consciencia, por expresiones improvisadas13, todo lo que encuentran, siempre, y a cada instante... Considere, hablábamos de ideas tristes; pues bien, una idea triste es, a mi parecer, una combinación del tipo sueño... La tristeza necesita de alguna imagen que la represente y que la «explique»... La idea más siniestra se haría mirar fríamente y nos dejaría

11 En medicina, ulcera artificial destinada a mantener una supuración local.

12 Relevador: retransmisor, repetidor.n Expresión matemática (conjunto de signos que expresan magni­

tudes relacionadas entre sí por signos matemáticos).En medicina, evacuación, eliminación por una acción de compre­

sión.

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libres e insensibles si, por otra parte, —verdaderamente otra parte—, no se adjudicaran valores... viscerales... irracionales... El corazón, las glándulas, las entrañas —yo qué sé— todo puede servir de resonador14 a tal imagen y, a veces, tales efectos se producen casi más prontamente que la consciencia nítida de esta imagen. Se diría que, para actuar con la mayor energía, deben preceder a la visión nítida y limitada del objeto y atacar siempre antes que ella no sé qué punto estratégico... Escuche esto: he visto a un niño pequeño, a un «infans» (todavía no sabía hablar) desvanecerse al ver un poco de sangre que manaba de un corte insignificante que me había hecho. ¿Cómo explicar ese efecto?

—Nada se explica. ¿Se ha explicado alguna vez el simple contagio de la risa, del bostezo o de la náusea?

—Es como la radio. La imagen retransmitida de un acto va a reconstituir ese acto en una emisora apropiada. La retina sirve de antena y no sé el qué transforma la imagen en reflejo.

—Pues... Es cierto que somos un tejido de relaciones completamente insólitas, y muchas de ellas son individua­les...

—Ahí reside toda nuestra personalidad...

—Unas congénitas; otras adquiridas, variables, además, con la edad, el estado íntimo del cuerpo, etc. Amigo mío, chapoteamos...

—El hecho es que nuestro conocimiento de nosotros mismos es miserable. Poco podemos precavernos...

—Vagamente. ¡Es como la meteorología!

—Conocemos bastante mal de lo que somos capaces. Vea cuántos criminales no pueden creer en lo que han

14 Medio natural capaz de entrar en vibración bajo la influencia de un excitador.

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hecho y en lo que, hasta la acción misma, nunca habían pensado...

—¿Usted cree?

—Lo creo. Para algunos, su crimen no ha sido más que una forma de alivio brusco, tras el cual, puestas en acción todas las fuerzas del olvido, el hombre se encuentra liberado...

—¡Inocente y más puro!...

—Más puro, puede ser...

—Y si hubiera ido a consultarle, ¿le habría aconsejado el asesinato?

—No se trata de eso. N o le estoy exponiendo una teoría de la criminalidad. Trato de representarme un acto...

—¡Cuidado con el contagio, con la radio!...

—Un acto surgido de nuestro imprevisto personal... Un acto en el que... no nos reconocemos...

—Y del que nos gustaría declinar la responsabilidad.

—Eso depende...

—Pero coincido en que en nosotros hay más de una persona. Hay, por ejemplo, una que únicamente aparece en los intervalos de una décima de segundo, o de una veintésima. Y otra que sólo puede producir sus efectos si transcurre un tiempo un poco más largo.

—Entonces tendríamos varias... presencias. Y la presencia de ánimo no sería sino la prontitud con la que interviene el control de todos esos avisos de detalles: las pausas, las reservas, retenciones o refuerzos... Creo que la presencia de ánimo consiste... en emitir una solución quesupone la reflexión al cabo de un tiempo infinitamente más corto que el de una reflexión.

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—Entonces, ¿es una especie de milagro?

—En apariencia... En realidad, ignoramos en qué medida la consciencia es indispensable a tal o cual operación. Debe serlo, desde luego, a partir de una cierta... complejidad... Por otra parte, tiene sus límites... y de varias clases... Mire, hago un trino con estos dos dedos. Suavemente, al principio. Tengo conciencia de dos actos, aunque en realidad ignoro cómo los prescribo, y cómo excito respectiva y alternativamente cada dedo. Pero si presiono el movimiento, todo sucede como si presionara el botón de un interruptor automático. Un sólo acto de mi parte', ¿una lluvia de efectos... en el mundo de los efectos?... Dése cuenta (se me está ocurriendo la idea) que nuestras sensaciones de la vista y del oído corresponden exteriormente a frecuencias.

—Yo no salgo garante de todo eso —dijo el Doctor—; usted va como el viento, y son temas...

—Oh, sólo los toco de pasada, claro... Si se tratara de escribir...

—Sería más prudente... ¿Encontraría otra cosa?

—Buscaría...

—¡Ah, ah!... Entonces hay algo en usted —alguna región, alguna... nube (vive dios, ¿cómo lo diría?)— que contiene, o envuelve, designa y sin embargo reserva, lo que podría encontrar —en lo tocante a la expresión exacta de su pensamiento—, si lo deseara, tuviera el tiempo...

—El papel...

—El papel...

—Y la excitación necesaria...

—Naturalmente... ¿Y luego? Hete aquí, ante el papel...

—Y luego se trata de proceder, a partir de lo que yo sé

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que puedo encontrar, expresar —precisar—, hacia esta expresión exacta... o intensa (no es en absoluto lo mismo)... ¡Es resolver una nebulosa!...

—¿Una nebulosa?...

—Sí. Un enjambre confuso sobre los confines del momento... ¿se convertirá quizá en sistema de ideas nítidas? Quizá permanezca en estado de nube y de impresión informe, de presentimiento intelectual inorga­nizado... Pero yo puedo nombrar esa nube, esa vaga luminosidad. Me bastan una o dos palabras. Por ejemplo, me bastará mañana o dentro de seis meses escuchar su nombre, Doctor, para recordar este bello lugar en el que nos encontramos, y la envoltura externa de nuestros debates, el sonido de su voz... Y las cosas que decimos; las sombras de ideas que pasan en mi gracias a nuestra conversación, me reaparecerán, y podré aplicarme a repensarlas, a obligarlas a concretarse, a evolucionar, a resolverse en fórmulas precisas...

—¡Y yo, yo me encontraré con que he bautizado una nebulosa!... Confieso que no me esperaba este honor... ¡El doctor O RIO N ! ¡Salude!

—¡Saludo!—Yo también le saludo... Maestro, ¡me abruma!...

¡Verá qué hermoso artículo!... ¡Qué debut en la Literatura Psicopatológica!... ¡Piénselo!... La Omnivalencia, La Nebu­losa Mental, La Limpieza mediante el Crimen... ¡Y aún no hemos acabado!

—No acaba nunca. Entretanto usted embarulla todo lo que hago la necedad de contarle, y es usted muy capaz de elaborar eso que llama fríamente una observación.

—¿Y cómo lo quiere llamar?

—No oso decírselo... Ese género literario (aunque especial) es en ocasiones delicioso de degustar... ¡En menudo estado voy a quedar en el «Encéfalo»!... Me lo

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estoy imaginado. Edmond T... 50 años. Sin antecedentes conocidos. Instrucción: media. ¿Edad mental? ¿Cuánta me echaría?

—Once años, tres meses.

—Gracias... Es exactamente la edad en que me siento... Y después, ¿qué pondría?

—Multípara.

—¿Cómo multíparo}...

—No ha dado varias veces a luz?

-¿Y o ?

—¿Libros?

—Sí. Hijos muertos.

—¿Muertos de qué?

—De haber nacido... Pero ¿qué decíamos?... ¿Dónde estábamos?

—En todas partes y en ninguna... Permítame constatar que uno se pierde a cada instante en su amable compañía.

—Perdón, en esto somos indivisibles. Digamos que creamos confusión pro indiviso...

—Perfecto... La Confusión mental solo o a dos... ¡Otra buena pieza!... Tira a matar... Mantengo mi artículo.

—Está bien, no olvide insistir en esto: que la confusión mental —que es más o menos patológica a solas—, es normal cuando se es varios... La incoherencia, los quiproquos, las patochadas, etc., son requisitos indispensables, e incluso de rigor, en las conversaciones, debates, discusiones y otros «intercambios de opinión», consultas, controversias..., dúos amorosos, etc., etc... Pero, doctor, no avanzaríamos si comprendiéramos... Iré más lejos: no nos comprenderíamos a nosotros mismos si comprendiéramos a los otros... y se deja de comprender a

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los otros si uno no se comprende a sí mismo plenamente... Es evidente... Mire, nos encontramos sobre este bloque por la mayor de las casualidades; conversamos... Y dentro de unos minutos...

—¡Se declara la divagación pura!

—Eso es lo que se llama conversar, mi querido Doctor...

—Es el esparcimiento... Aquí hace un tiempo soberbio. Nuestras palabras forman círculo en la superficie de nuestras penas.

—El mal de la actividad amaina.

—Sí. ¿Y si nos calláramos un rato?

—¿Un minuto de silencio?... ¡Cuidado!... Si nos calláramos, lo que ahora habla en el aire hablaría en... el hombre... Diría, quizás, otras cosas...

—¿Y a usted no le apetece?

—Puede que no.

—¿No puede hacer LE callar?

—No.

—¿Le interesa en realidad hacerLE callar?

—N... O.—¡Ay, ay, ay! Malo, malo...

—Omnivalencia.

—Hace un rato bueno. Véame este grávido humo allí abajo, que se ha acostado sobre el horizonte, y continúa al pairo, en el aire totalmente calmo, como un pañal negruzco. Y ese barco. Está ahí desde esta mañana. Ha cargado con todo lo que había.

—Es una tartana. Seguro que llevan ladrillos.

SX

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—En fin, ¡es un bergantín!

—No, no es una tartana. Perdón, ¡es una vieja goleta!... Italiana, me parece... Puede que esa madera lleve navegando sesenta años. Tiene las velas cien mil veces remendadas... Las formas encantadoras. Y aguanta bien el mar.

—¡Y decir que París existe!...

—¿Por qué no?

—¡Pensar que en alguna parte está... mi teléfono!... ¡Y el estrépito, y los coches, y la lluvia, y la prisa, y la gente, y los periódicos!... y toda esa maldición divina de lo que hay que hacer y que pensar...

—¿Qué quiere, Doctor, no somos griegos de la buena época...

—Tenían suerte ésos... me parece que encontraron la manera de hacer sin hacer nada y de crear el trabajo más bello del mundo fumando su pipa sobre la arena.

—Eran lo bastante sutiles. Aunque, creo, no fu­maban.

—Tiene razón. Es una laguna... No puedo imaginar a todos esos filósofos sin pipa.

—La pipa de Platón, pero habría sido una pipa de Tanagra o de Myrina. Una maravilla de pipa... ¿Imagina esas deliciosas pipas en los museos?

—¡Pobres de nosotros!... Es curioso... ¿No encuentra que desde aquí nuestra vida habitual es inconcebible?... Reculo como ante una pesadilla cuando pienso en lo que hago todos los días...

—Y, sin embargo, nunca tiene bastante...

—Pero desde aquí lo veo con perspectiva... Me veo... Un hombrecillo que corre, va, viene, garabatea, mastica,

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se desviste, duerme, se vuelve a vestir, corre... Y así sucesivamente; con una agenda...

—Y algunos incidentes...

—Y algunos incidentes...—Todo el mundo anda lo mismo... Pero todo eso ¿no

está previsto, ordenado y organizado por nuestro mismo ser? ¿Acaso el corazón no se pasa el tiempo batiendo nuestro tiempo?...

—Con algunos incidentes.

—¿Y toda nuestra existencia no está como ritmada, o construida, por los tiempos propios de las funciones monótonas que mantienen la vida, lo mismo que despa­chamos los asuntos corrientes?...

—Pero entonces, ¿cómo es posible que tengamos la idea de otra cosa que esos asuntos corrientes?...

—Doctor, es morboso...

—Vamos, no me haga verbalismo médico.

—Lo siento. Nada relaja como este delicioso y fecundo dialecto. Nos chanceamos, a veces lo remedamos... Pero, créame —incluso en Molière y Rabelais—, se adivina la secreta y envidiosa admiración del hombre de letras hacia un lenguaje en el que se admite la libre invención de las palabras, en el que la total fantasía es, de algún modo, basai y constitucional.

—Guasón... Más le valdría contestar a mi pregunta.

—Ya voy. Quería decir simplemente... Pero ya se lo he dicho. Le he dicho que me parecía que el animai no podía hacer absolutamente nada que no fuera útil. Es decir: bajo presión exterior u orgánica inmediata la vaca ve las estrellas y no extrae una astronomía como la caldea ni una moral como la de Kant, ni una metafísica como la de todo el mundo... Las reduce a cero. Las amortiza. Es notable, en

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el fondo... ¡Darse cuenta de lo que no sirve para nada!

—Tiene usted disposición para el asombro, amigo mío.

—Sí... Debo tener una caja de resistencias en alguna parte del cerebro... La vaca, entonces, sólo absorbe las pequeñas percepciones a las que corresponde una respuesta uniforme, un acto determinado que forme parte del ciclo de alguna función de su organismo. Todo el resto es nulo. Si un objeto nuevo la espanta, se larga, y nunca sentirá la tentación de volver sobre él, con precaución y... concupis­cencia intelectual, para identificarlo y clasificarlo en su sistema del mundo... Sólo define ese objeto mediante la huida: cosa delante ser huida.

—Pero me parece que ahí reside precisamente nuestra definición del dolor...

—Y de la muerte... Por eso no sabemos donde colocarlos en nuestro sistema del mundo.

—Vaya... Es bastante complicado. La gente no quiere morir. Es una idea un rato fija... Y, sin embargo...

—Sin embargo, hay un silogismo contra ellos. Sócra­tes...

—¡Si sólo hubiera un silogismo!... Pero ¡qué interesante resulta constatar que el intelecto no sabe pensar en la muerte! Para él es un accidente, incluso un escándalo.

—Es que tampoco sabe concebir la vida, de la que la muerte es una de las propiedades características. La vida es, en resumen, un curioso hormigueo enteramente confinado en una película de doce a quince mil metros de espesor...

—Ectodermo...

—Naturalmente... Todo lo que es entretenido y superficial. Y accidental. La vida tiene algo de un accidente... que se ha creado leyes.

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—Sí... Y en esa delgada capa, vida y muerte... Entradas y salidas. La ley fundamental es estadística. No hay vida sin muertes: es el equilibrio estadístico...

—Y ahí es donde interviene usted, querido Doctor.

—Lo intento.

—La inteligencia no comprende nada de la vida y, en consecuencia, de la muerte. Por otra parte, la sensibilidad de cada cual pretende salir a flote individualmente. Resultado: el individuo lucha contra la ley; el intelecto lucha por la vida contra la vida; y ustedes, los médicos, ustedes son los campeones, los estrategas de la lucha de la vida individual contra la ley de la vida... corriente...

—Mientras tanto, la vaca se ha pirado.

—¿Qué vaca?

—A la que le importa un bledo el cielo... Al menos eso es lo que usted dice. Y usted no sabe más que yo... ¿Y los monos?... Esos por lo menos son curiosos.

—¿Los monos?... Sin duda, su ciclo... es algo más amplio... Engloba...

—Vamos, vamos... N o sabe nada de ese mundo. Ha sido pillado en flagrante delito de insuficiencia pitiática15...

—En absoluto. Yo... creo. Suelto lo que no sabía contener.

—Usted suelta lo que no está. ¿Es eso crear?

—Ex nihilo.—Es maravilloso. Siempre la Nebulosa en evolución...

—Pues claro, Doctor.

15 En psiquiatría, un problema no orgánico que puede curarse o reproducirse mediante la sugestión (a veces sinónimo de histérico).

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—Es la Ignorancia Creadora. La Creación por el Vacío...

—A fe mía, antes del Verbo, nos encontramos antes del Principio. ¡Antes... del Antes!

—El caso es que en toda materia los principios son duros...

—Sí. Por suerte el hombre no es de una sola pieza. Una parte de él adelanta a la otra. La boca se le llena de agua antes de haber tocado el plato. Algo de eso sucede con las ideas.

—Especifiquemos. ¿Decía antes que no tenía la menor idea de lo que se iba a sacar de la cabeza y ofrecerme?

—¿Exactamente? No. Lo siento. Lo presiento...

—¿Bajo qué forma? ¿En qué estado?

—¿En el estado de promesa, o de esperanza?

—Pues sí... Como en la vecindad... Como...

—¿Cómo debajo? ¿Sub?

—No. N o Sub... Al lado. En la penumbra de mi mente... del momento.

—¿Penumbra? ¿Mente? ¿Momento?... Todo eso no es demasiado claro...

—Pero todo eso no es claro por definición. N o puedo decir que presiento sin decir que eso que presiento no es claro...

—Pero puede usted decir claramente lo que siente como presentimiento.

—Entonces me veo obligado a valerme de compara­ciones.

— ¡Pues claro!—Bueno, le estaba diciendo que presentía mi pensa-

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miento —o más bien mi siguiente palabra, en la penumbra de mi mente del momento—, como un objeto que se percibiera y se palpara a través de un velo...

—¿Una mujer guapa?

—¡Cállese, explorador!16... ¡Aficionado de marca mayor de dulces retinencias!17...

—Desgraciadamente, sin ilusiones... Los velos tienen algo bueno.

—Francamente, mi querido Doctor, no sé cómo los médicos, y en particular los ginecólogos...

—Tocólogos...

—Tocólogos, pueden seguir pensando en...

—Es una cuestión... de horario.

—Es maravilloso. Entonces tienen un ciclo profesional y un ciclo...

—Funcional.

—Hay que reconocer que las manos son aparatos extraordinarios... Por la mañana, profesionales...

—Y con cita previa...

—Y por la noche, funcionales... Es maravilloso. ¡La pinza universal!

—¡Hombre! ¿Y la mente?

—Empieza y acaba... en la punta de los dedos.

—Sí, pero mientras tanto, usted rehuye mis preguntas. Intercala temas equívocos... Y yo que le escucho...

16 En medicina, instrumento que sirve para acceder a un conducto o cavidad interna para hacer un examen directo.

17 En medicina, estado de aquello que opone cierta resistencia a la presión y da cierta impresión de elasticidad.

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—Es usted bueno.

—Es una parte importante de mi profesión. Ingrata por otra parte... Yo que le escucho, sigo esperando lo que va a soltar; ¡y no lo veo venir!

—Hay que excitarme un poco...

—Entonces ¿me toma por un provocante? ¿Estoy aquí para facilitarle la expulsión?...

—¡Oh, Doctor! ¿Y por qué no?... Un hombre no es nada en tanto que nada extrae de él efectos o producciones que le sorprenden... para bien o para mal. Un hombre en estado de no incitación está en estado de aniquilación... Mire, un señor que pasa me hace a menudo pensar en todo el goce y todo el sufrimiento que transporta consigo, en estado virtual...

—Sobre todo el sufrimiento.

—Y exigible al menor incidente... Llevamos invisible­mente una especie de deuda inscrita en nuestra carne...

—¡Y las ideas posibles, pues!...

—¡Y los recuerdos!... Mire, Doctor, en otro tiempo eso me hizo pensar de tal manera que forjé una palabra, un nombre, para esta capacidad de sensaciones y de producciones...

—¡Ah! ¡Ah! El señor también se fabrica su pequeña terminología...

—Sí.—He tenido el honor, hace un rato, de asistir al parto

de Omnivalencia y de Nebulosa; vamos a conocer a toda la pequeña familia.

—No, no, no... Yo fabrico mi pequeña terminología según las necesidades; pero, por lo general, me la guardo para mi uso personal y privado... Son mis herramientas íntimas. Me hago mis utensilios, y los hago sólo para mí:

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tan individuales y adaptados como es posible a mi manera de concebir, y de combinar.

—No está desprovisto de orgullo...

—¿En qué? ¿Acaso Robinson le parece más orgulloso que cualquier otro? Yo me considero un Robinson intelectual.

—¡Si eso no es orgullo!... Es separatismo agudo.

—Pero ¡qué va!... Es separatismo de hecho. Estoy separado de los otros por lo que ellos entienden y yo no entiendo...

—¿Y por lo que entiende y ellos no entienden?

—He ahí. Pero eso es ser como todo el mundo... Puede que yo lo sienta más fuerte... y más ingenuamente.

—Bien, Señor Robinson... Y como nos encontramos aquí en una especie de isla, yo le sirvo como una especie de Viernes. Bien. En tal caso, la palabra, ¿el nombre?...

—Llamo a todo este ritual del que hablamos, el IM PLEXO 18.

—¡A fe mía que es un nombre muy bueno! Muy sugerente. No sé muy bien lo que sugiere ¡pero sugiere muchísimo! Todo está ahí. Hay que sondear el Implexo. Pero, dígame, ¿no se reduce su Implexo a lo que el vulgo, el común de los mortales, el gran público, los filósofos, los psicólogos, los psicópatas —la chusma, vamos—, los No Robinsones, llaman lisa y llanamente el Inconsciente o el Subconsciente?

—¿Quiere que le tire al mar?... Sabe que detesto esas grandes palabras... Y, además, no es en absoluto lo mismo. Por ellas entienden no sé qué resortes ocultos y,

18 En filosofía, se dice de un concepto que puede reducirse a un esquema.

También obra literaria de enredo.

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en ocasiones, pequeños personajes más astutos que nosotros, grandes artistas, que saben mucho de adivinanzas,

3ue leen el porvenir, ven a través de los muros, trabajan e maravilla en nuestras cavernas... Ahora no quiero

someterlos a juicio... No, el Implexo no es actividad. Todo lo contrario.

—Es capacidad. Nuestra capacidad de sentir, de reaccionar, de hacer, de comprender —individual, variable, más o menos captada por nosotros—, y siempre imperfec­tamente, y bajo formas indirectas (como la sensación de fatiga) y a menudo engañosas. A ello hay que sumar nuestra capacidad de resistencia... Y entre esas variaciones posibles de lo posible, unas son diurnas, otras anuales...

—Mensuales, para las damas.

—Eso creo... Mire. Ejemplo fácil. Coja un verbo cualquiera... Marchar.

—Yo marcho...

—Póngalo en todos los tiempos y en todos los modos.

—Yo marcho. Tú marchas. Me temo que sea un «test»...

—No... Siga... Pero en primera persona.

—Yo marcho. Yo marchaba. Yo marché. Yo he mar­chado. Yo marcharé...

—¿Lo ve?

—No... No me marcha.

—¡Cómo! ¿No ve la variación del Implexo?... Yo marcho. Yo marcharé. ¿No percibe el cambio de estado!...

—Reacción negativa.

—Y, además, el verbo oficialmente conjugado está lejos de ser completo.

—¿Le parece que no me salen las cuentas?

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—Veamos... La opinión pública diferencia tres estados del tiempo: Pasado, Presente, Futuro.

—Hasta ahora nada nuevo.

—Puede pinchar ese... tridente en cualquier lugar de la cronología. El punto elegido para presente posee siempre un pasado y un futuro relativos. Lo que supone una infinidad de...

—Gracias. ¿Y qué?

—Se podría afinar... Abrevio. El verbo nos ofrece Unicamente un número muy limitado de expresiones. Sólo tiene cinco o seis colores, que no se mezclan, para una infinidad de matices; por ello se le añaden locuciones que nos enriquecen un poco... Así que pinche la punta del Presente sobre el instante actual...

—Pincho. Pero que me cuelguen si...

—N o sea infantil, doctor... Usted pincha, y así engendrará...

—N o me siento engendrando nada en absoluto...

—Engendra el Presente del Presente, que expresa así: Voy a...

—¿Qué? Parece Moliére...

—Y al mismo tiempo engendra...

—El tridente... ¡Qué tridente!...

—Engendra el Futuro del Presente: estoy a punto de...

—¡De estallar!

—Y así sucesivamente... El Presente del Presente del Presente, El Presente del Futuro del Pasado del Pasado... Et coetera... Se puede afinar... Un matemático podría...

—Maldición de mal...

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—¡Lo ve! Lo está consiguiendo. Ya exponenciaba solo...

—¡Maldito lo que me importa!...

—En resumen, entiendo por Implexo aquello en lo que y por lo que somos eventuales... Nosotros, al por mayor; y Nosotros al detalle...

—Espere que retire el tridente para seguirle... me deja sin aliento...

—Piense en un músculo...

—¡Un músculo! Respiro. Me encuentro más en casa... ¿Qué hay con ese músculo?

—Ese músculo no sabe hacer otra cosa que encogerse y estirarse.

—No veo qué más podría desear.

—Su implexo es muy limitado.

—El caso es que su horizonte no es ilimitado.

—Le pase lo que le pase, sólo sabe decir: corto, largo; largo, corto.

—La fuerza nunca necesita afinar.

—Por mucho que se la pinche, electrifique, irrite... ¿No es verdad?

—Sí. Se encierra en su pequeño ciclo propio.

—Y la retina... Unicamente tiene por implexo un cierto grupo cerrado de destellos y colores... Todo lo que le pase se convierte en luz. Se le podría aplicar fácilmente un bonito lema en latín...

—Un momento... ¿Y la memoria? Ese es un famoso implexo ¿no?

—Es la pieza escogida... Pero, desgraciadamente...

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-¿Q u é?

—Esa no es cómoda... Decir que no sabemos nada de nada sobre esta ilustre y desconocida propiedad...

—Nada... Es mucho decir. Se ve que no lee demasiado... Hay bibliotecas sobre el tema.

—Es lo que quiero decir cuando digo que no sabemos nada. Por otra parte, quizás sea ilusorio pensar... Definirla por medio de la noción del pasado, o sea por ella misma, es cosa vana...

—Pero ¿qué necesidad hay de definirla? Todos sabemos lo que es...

—Sí... Cuando hablamos... accesoriamente. Cuando nos apropiamos de esa palabra sin detenernos... Pasamos un foso sobre una tabla, y aquello funciona. Pero no habría que entretenerse estacionando ni ponerse a bailar encima. Cuando intentamos detenernos un poco sobre la memoria, considerarla en el foco de la consciencia, la «mancha lútea»19 —en el punto de intensidad y de duración en el que las ideas y las preguntas encuentran— o requieren —o reciben— el máximo de presencia y el máximo de acción sobre...

—¿Sobre qué, por favor?

—Sobre el implexo intelectual, Señor...

—¡Bravo!

—Es decir, sobre el mayor número de conexiones, de asociaciones posibles...

—¿Es allí donde no sucede nada bueno cuando localizamos y cultivamos el problema de la memoria?...

—Perfectamente. Es allí, doctor, es en el punto en

19 En medicina, mácula. Mancha amarilla en la retina del ojo.

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que, normalmente, mejor comprendemos, cuando consta­tamos que no comprendemos nada.

—Sumamente curioso. Habla de esas cosas, de ese foco, de ese punto más sensible en duración e intensidad, como si lo comprendiera... Es usted un imaginativo, amigo mío...

—No puedo evitarlo, mi buen Doctor. Le hablo con toda ingenuidad. Le repito que mi vida mental es la de un Robinson.

—¿Y si le dijera que se trata de una forma ligeramente aberrante de esquizofrenia?

—Entonces llevaría a Esquizofrenia en persona a la «fovea centralis»20 de mi mente, y vería lo que hay que pensar... Además, no lo niego. ¡Soy un insular psíquico! Se lo he repetido una y otra vez. Hago el Robinson. Fabrico mi arco y mis flechas, y me cargo a mis pájaros, cuando los hay.

—Y los hay bastante a menudo, ¿no es cierto?

—El cielo de la mente está sobre todo lleno de loros. Primero hay que matarlos a ellos... Y, después, domesticar a los demás.

—¡Ah!... ¿mata a los loros?... Entonces ¿está de caza durante todo el día?

—Con frecuencia, Doctor... Me abate enormemente.

—¿Yo?... Ah, eso, ¿qué es lo que entiende por loros?

—Dios mío... Tres palabras sobre seis. Aproximada­mente. Todas las palabras que no resisten la mirada... central, sin daño.

—¿Es decir?

20 En medicina, depresión de la mácula lútea, en el centro de la retina, zona en la que la visión es más nítida.

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—Veamos... Suponga que colocara bajo su microscopio un preparado, un pequeño objeto... poco importa.

—Bien.

—Lo pone a punto. Ve... lo que ve. Poco importa.

—Bien.

—Pasa a un aumento mayor y después a otro...

—Sí.

—Y comprueba cjue tiene una imagen cada vez menos nítida. Y cuanto mas hace lo necesario para ponerla a punto más difusa se torna... Y ahí está. La nebulosa... ¡se obnubila!

—¿Y veo un loro en mi microscopio?

—Pues sí...

—IY es así como trata a las infortunadas palabras?

—Es el arte de tratar a las palabras como se merecen. Es decir, de reconocer su valor de uso en un trabajo riguroso de la mente. Muchas están contraindicadas. Las hemos aprendido; las repetimos, creemos que tienen un sentido... utilizable; pero son creaciones estadísticas; y, en consecuencia, elementos que no pueden entrar sin control en una construcción u operación exacta de la mente sin convertirla en vana e ilusoria...

—¿A pesar de ello utiliza la palabra Mente?

—Es un loro enorme. Pero advierta; primo: que hablo con usted...

—Le ruego me considere sinceramente conmovido.

—No hay de qué. Es necesario distinguir bien entre el uso corriente y el uso delicado en el que el rigor...

—Es de rigor, ¿y a continuación?

—Secondo: los términos de la índole que se trata...

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—¡Las palabras para el uso externo!...—Eso es... Las afecto con un pequeño signo o

indicación que las califica como provisionales.

—¡Qué tío!... Amigo mío, me parece que tira demasiado de la cuerda. Debería evitar en parte tantas precisiones... ¿No siente cierto cansancio? Hablo en serio...

—Estoy un poco... cansado.

—¿Duerme?

—Cinco horas de media.

—N o es gran cosa.

—Pero profundamente. Creo que existe una compen­sación. Un sueño corto y profundo debe valer al menos como un sueño largo y más superficial.

—Es posible. ¿Come?

—Sí... Cuando la cocina me gusta.

—¿Y... el resto?

—Es usted muy curioso.

—¿El resto es silencio?

—Le repito que es usted demasiado curioso.

—Dejemos el arte de conformar el resto dado que no quiere oir hablar de ello... Pero escúcheme. Encuentro —vuelvo a repetírselo— que tira demasiado de la cuerda. Hay que destensar ese arco de Robinson y no abusar de los loros... La precisión está muy bien pero lleva implícita cuerpos sólidos. Reglas rígidas de metal, engranajes bien ensamblados, contactos y coincidencias exactas, he ahí los medios de precisión. Pero, créame, no hay que exigirle tanto a un ciudadano de carne y hueso. Nuestro material de neuronas, de arteriolas, etc... se fatiga intentando imitar las cosas que duran por sí mismas, y las conexiones de los cuerpos indeformables.

7\

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—Es usted un buen amigo, Doctor... Pero yo vivo de eso. De lo que muero es de otra cosa.

—No tiene un aire excesivamente muerto. Brinca por las rocas como una cabra; discute vivamente como un condenado, a favor y en contra de las ideas, y extermina las cacatúas... Todo eso no es inquietante. Pero exagera. Hágame caso... distiéndase, distiéndase...

—Necesito malbaratar algo...

—Vamos a ver... ¿No tiene algunos problemas... que combate y sobrealimenta al mismo tiempo... in intimo cordéi

—Todo el mundo los tiene...

—Vamos, amigo mío, está usted minado...

—Algo hay de cierto.

—Está... atacado. Es obvio.

—Pero la agudeza y la agilidad mental son mis remedios.

—No conozco el mal con exactitud; pero me temo que sean aún peores.

—Yo no lo creo. Cada organismo tiene sus métodos de defensa.

—Que trapacero... Unos toman bromuro. Otros se inclinan al alcohol. Algunos frecuentan el opio y su augusta familia. Y otros se van de francachela. N o hablo más que a título indicativo de aquellos que piensan en la pistola, el río, el tirador de la campana, y otros sedantes heroicos... Pero hasta ahora no había encontrado a un ansioso que buscara como medio terapéutico esta especie de análisis quasi-geométrico, perpetuo y generalizado... Además, la Lógica no ha sido lo suficientemente bien estudiada medicalmente... Hay muchas mentes demasiado consecuentes entre los ansiosos y los para...

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—¡Cáspita! ¡Yo no soy un ansioso!...

—Ta, ta, ta...

—Nada de eso... Soy ansioso... quizá... Pero no un <ansioso»...

—Distinguo... Habría apostado que se partiría el pecho...

—Si, distingo... ¡Es lo propio de... mí!

—Vuelve a disparar sobre un loro.

—Distingo. Digo que existe una ansiedad «en sí», que es ilimitada, y cuya causa no se encuentra en los acontecimientos y circunstancias exteriores. Se observa nítidamente en las personas que tienen —como suele decirse— todo lo necesario para ser felices.

—Es bastante acertado. Lo siento, pero es bastante acertado.

—Pero no es para nada mi caso. Soy ansioso... en la medida en que un hombre a quien se estrangula es asmático. Suéltele: se cura.

—Es perfecto... Pero espere... Hay gente a la que no nos vemos obligados a estrangular fuertemente. Apenas se hace el gesto de colocar la mano, se sienten ahogar. Son los exagerados. Su sistema precipita las cosas. Usted tiene todas las trazas...

—¡Dios le oiga!... Me gustaría sobreestimarme...

—Y, además: no estoy muy seguro que de su ansiedad...

—¡Relativa!...

—Relativa, sea...

—¡Relativa, natural, explicable!...

—Sea, sea... No estoy seguro que de su ansiedad

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relativa, natural, explicable, et coetera, et coetera, a la ansiedad...

—Esencial.

—Sea. Esencial, no exista un deslizamiento posible... Es contra lo que le quiero poner en guardia.

—Todo es posible, Doctor. Sin duda hay en mí de qué hacer un ansioso esencial...

—Bien... henos aquí de nuevo en el Implexo...

—Y en usted mismo hay de qué... Cuando se piensa en la cantidad probable de elementos de ideas y de elementos de actos que están «en nosotros» (en estado latente, es decir,... inconcebible) y cuyas combinaciones sucesivas —el tránsito incesante a lo actual—, nos constituyen. Sin duda entre ellos los hay más frecuentes, más fácilmente renovables, que nos acostumbran a ellos, forman nuestra «personalidad» y nos la definen, y nos hacen creer, y nos la hacen concebir como una entidad... aislable, incluso indestructible, invariable, eterna, independiente al máximo grado... Pero esos vínculos profundos —ese reconocimiento de «nosotros mismos»—, me parece que se reducen o se resuelven en sensaciones orgánicas, en apetencias, o repugnancias, con las que podríamos formar, para cada uno de nosotros, una tabla que nos caracterizase...

—Hay álbumes para jovencitas en los que se encuentran cuestionarios... ¿Cuál es su color preferido? ¿Su perfume}...

—Eso es... Pero las relaciones se transforman... ¿Se ha dado cuenta de lo que varían los gustos con la edad?

—A los niños no les gustan ni las ostras ni las trufas.

—Y, sin embargo, ¿hay algo más personal que nuestros gustos?

—¡Nuestros disgustos!

—Más todavía... Coincido a cada instante con aquello

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que tiendo a percibir. En resumidas cuentas, cada uno es, en cada momento de su vida, un sistema... virtual de atracciones y repulsiones, y también de... presentimientos de potencia y de resistencia. Pero la distribución es variable con el tiempo...

—O sea, ¿con no importa qué?

—Y, a pesar de ello, es... ¡Lo que más hay de... nosotros mismosl...

—¿Le gustan las tripas?

—¡Aj!... ¡Puaf!... ¡Qué horror!...

—Bien.¿Y el café?

—Vivo de él.

—Bien... ¿Puede, sin embargo, suponer que... dentro de... tres años (digamos), pudiera sentir afecto por las tripas y aversión por el cafe?

—Desgraciadamente no es imposible...

—Entonces, ¿su personalidad?

—Se reducirá (en este aspecto) a un recuerdo... de antiguo amor por el café y antiguo odio por las tripas.

—Como ve le quedaría algo.

—Bah... Un recuerdo aislado, que ya nada apoya, está a la merced...

—Pero suponga que en lugar de tripas y café, le he hablado de otra cosa... Que, por ejemplo, le he preguntado si un... gusto más vivo, más violento —que pueda ocupar la mente, no sólo a las horas de las comidas, sino día y noche, durante meses —quizá años—, un gusto... apasio­nado, un gusto...

—Amargo...

—Amargo, y... todopoderoso, en una palabra, le

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parecería también sometido a esta obliteración, a ese progresivo empalidecimiento...

—Eso me parece imposible; y, sin embargo, no cabe duda.

—¡Ah!... ¡Ah!...

—Y ahora, Doctor, le planteo una pregunta. ¿A qué atribuye usted, médico, la diferencia en los gustos? ¿Por qué no me gusta la tripa y cómo podría cambiar de opinión?

—N o se sabe nada... ¡Esto es lo que permite que pueda contestarle! ¡Es una cuestión de metabolismo!... ¿Comprende? Bioquímica. Secreciones internas. Acción de desequilibrios químicos sobre la célula nerviosa... Añadamos algunos reflejos, y asociaciones de ideas...

—Y sírvase caliente.

—Eso es.

—Y nos refugiamos, como debe ser, en el laberinto de la pequeñez. Todo empieza a explicarse alrededor de la millonésima parte de milímetro... Hay espacio en ese país. Parece ser que si se suprimen los vacíos inter e intra atómicos, toda la sustancia de un hombre cabe en una caja de cerillas.

—En fin, le he resumido...

—El estado de la ciencia... En este aspecto cabe en una caja de cerillas.

—¡Qué quiere, mi buen amigo, chapoteamos!... Es sumamente difícil. Después de todo, no hay ninguna razón para que un ser vivo pueda llegar a representarse la vida... Hace un rato, disfrutando de la hermosa vista que tenemos aquí, al mezclar el fastidio de la cercana y lejana preocupación por la maldita vida que llevamos en París, todo ese carnaval de cosas, seres e ideas, todo ello en perspectiva... Habló de los Griegos...

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—Sí. Es una expresión cómoda. Es mitología... Evocar mediante una única palabra un modelo de vida... físicamente amable, o magníficamente instintiva, y un ideal combinado de libertad y de rigor para la mente. Pero usamos mucho de la nuestra...

—Pues bien, he sentido una sensación desagradable... Todo lo que he podido aprender me ha parecido... casi miserable. Hasta el vocabulario de la ciencia me ha parecido raro de golpe, cómico, anticuado, caduco...

—Y yo, yo estoy sorprendido por una cosa... Por no hablar más que de las ciencias de la vida... Hace cuarenta o cincuenta años teníamos grandes esperanzas... Entre 1850 y 80 conseguimos la evolución, lo microbios, las síntesis orgánicas, la histología... Todo parecía converger hacia una idea bastante nítida... A veces esperábamos obtener algo más que una idea. Más de uno contaba con ver una jalea viviente separándose un día de alguna mezcla de líquidos rigurosamente muertos...

—Pero todo eso sigue siendo válido... Y podemos incluso columbrar que Tos efectos de la irradiación, que eran entonces enteramente desconocidos...

—Sí. Pero hablo de esperanzas. Nos creíamos a cien metros de la meta, y ahora aparece a... cien kilómetros... Hablo por supuesto, de los que ven a distancia limitada.

—La esperanza —dijo el Doctor—, está hecha para variar.

—La esperanza...

—¡Fuego!... —dijo el Doctor—. Cárguese eso.

—La esperanza —le dije—, la esperanza...

—Es cierto, nos alivia...

—Sí. Pero nos encontramos de nuevo ante una ilustre desconocida. He ahí que es aún más desconocida que la idea fija. Me parece que no se habla de ella en todos sus

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libros de psicología o de psicopatía... Aunque, he leído tan poco de este género que seguramente me equivoco...

—No sabría contestarle. N o es mi ramo. Pero me sorprendería mucho que... Es muy posible que hablen, pero bajo algún nombre erudito que le habrán dado...

—Es lo que me temo...—¿Desespera de la esperanza?

—Eso temo. Eso temo, porque he observado (o creído observar), que los hechos más simples, los más frecuentes, los más comprobados y denominados con mayor antigüe­dad, son también los más descuidados por los autores. ¿No cree usted que la preocupación patológica, que domina casi necesariamente las investigaciones, sea una causa...

—¿De deformación?

—N o osaba decirlo... Y de lagunas... Y también de trabajo inútil... mal orientado...

—Es posible, amigo mío. Pero dése cuenta que no existirían las investigaciones sin tal preocupación. Y, además, ¡la de luces que da la patología!... La vida, todavía posible en una condición más o menos alterada, disminuida, precaria; la lucha; las suplencias; las reacciones... todo ello es tan sugestivo como —pongamos por caso— los desplazamientos del equilibrio en un sistema psicoquí- mico... Y no hablo de las verificaciones de diagnóstico, las necropsias...

—Sí. Oportet hareses esse. Es necesario que haya anormales y enfermos. Pero le confieso que no puedo deshacerme de la impresión que le decía.

—Adelante.

—Me atrevo a tener la impresión de que la fisiología no hace honor a su papel.

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—¿Cómo? Pero se hacen trabajos magníficos...

—En los estudios...

—Admito que quizá no se haga lo bastante... ¿Pero de dónde sacar el tiempo? Vivimos tiempos difíciles. Es preciso adquirir lo más rápidamente posible los conoci­mientos utilizables, convertibles en caudal...

—N o me refiero solamente a los practicantes faculta­tivos. Además, hablo como lego... ¿De dónde proviene mi impresión?... Es que no he encontrado en ninguna parte —quiero decir en ningún libro que me haya caído entre las manos—, rastros de una... tendencia, de una intención de hacerse una representación de conjunto del ser vivo... En una palabra, una idea del funcionamiento de conjunto... Encuentro grandes funciones maravillosamente descritas,

Eero ningún intento de síntesis... Es como si los físicos se ubieran dedicado a estudiar por separado óptica, mecánica,

calor, química... Han buscado las relaciones. ¿Cree usted que un organismo esté menos... unificado que un uni­verso?

—Amigo mío, pide la luna...

—¡Lo sé! Es mi función... Voy un poco más lejos. Tengo idea, quizás me equivoco, de que la fisiología del siglo XVIII era menos... particularista que la nuestra...

—Pero hacían metafísica...

—Más bien «Mecánica»... Barthez...

—Metafísica, metafísica...—Espere. Pido la palabra por una cuestión personal.

Esa cuestión ilustrará mi modesta tésis mucho mejor que todos los argumentos. He preguntado diez, veinte veces... a diez, veinte médicos —neurólogos, si le gusta—, si existía una tabla sistemática de los reflejos conocidos.

—No la conozco.

—¡Ah!

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—Pero todo eso se encuentra en los tratados de fisiología y de patología, en las memorias... etc... Consulte Babinski, Foix, Froment...

—¿Le parece «científica» esta laguna?... Le hago la pregunta con toda ingenuidad, lo que equivale a decir que pensando... ingenuamente —en un ser vivo en funciona­miento—, observando que ese funcionamiento se des­compone en modificaciones, de las que las más aparentes son de tipo reflejo, me he dicho un sinnúmero de veces que si yo hiciera del estudio de los vivos mi estudio, mi especialidad, querría poseer esa tabla, meditarla, intentar seguir sobre mis pacientes los efectos de combinaciones, de conflictos, etc... de esos actos elementales tan notables... Es una mecánica muy especial en la que lo tocante al tiempo juega un papel esencial... ¿Dónde ve ahí la metafísica?

—En sus ojos ¡Señor Aficionado a los Reflejos!... lanza destellos de santo furor... Reacciona violentamente ante la idea de la ausencia de la Tabla... donde yo sólo veo su extrema urgencia.

—Espere. Ahora me toca atacar. En persona. Otra idea.

—¡En guardia!...

—La Terapéutica pasa por cambiante.

—Lo he oído decir.

—Lo que cura en 1880 perjudica en 1890.

—Sí. Es un período de unos diez años. Cuestión de moda, me parece bien. Cuestión de progreso sobre todo.

—Pero, ¿y si también hubiera otra cosa?

—¿El qué?

—Un cambio íntimo...

—¿De qué?

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—¿Del hombre? Un cambio de los... gustos de nuestras células y, por tanto, de sus reacciones?

—Mi buen Robinson, no se priva de nada.

—Es el inmenso- e inexpugnable privilegio de la ignorancia... Me permito todos los ensayos.

—Y yo le sirvo de cobaya.

—A fe mía, a cada uno su turno... Pues bien, Doctor, ¿sabe lo que debería hacer?... Le garantizo la gloria.

—¿Qué quiere que haga con la gloria?

—¡Euforia!

—Se nota que no sabe lo que es. Yo he asistido a algunos gloriosos... ¡Siempre hay que «remontarlos»!...

—Escuche, escuche... ¿Existe una Historia de la Terapéutica?

—Sigue reclamando un libro?... No creo.

—Hágala.

—¿Yo?... ¡Ah, no! ¡Sólo faltaría!

—Podría circunscribirla al siglo XIX y lo que va del XX...

—Pero usted no tiene ni la menor idea del trabajo que...

—Le juro que algo saldrá...

—N o, Señor, no y no. ¿Por qué quiere que haga algo en lo que nunca he pensado? Soy Médico. Medicina general. Ejerzo, ¡y eso es todo!... Nada de teoría. Nada de escritos. Bastante tengo con mis enfermos.

—¿Y el mal de la actividad? ¿Y el artículo del «Encéralo»?

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—Es menos extenso. Además, se lo repito: jamás pensé en hacer libros...

—Yo tampoco... Y, sin embargo...

—N o es asunto mío, no está en mi línea...

—Está en su implexo, Doctor... ¿Pretende prevenirse hasta el año próximo? Lo que le digo le va a trabajar...

—¿En el Sub}... Me siento bien tranquilo.

—Yo también. Sé por experiencia que ignoramos la suerte de las cosas que oímos. No es imposible... Es probable que todo nos modifique y que no haya incidente, incluso desapercibido, que no pueda germinar y producir un buen día en nuestro cerebro un efecto que nos sorprenda y del que no podamos imaginar ni identificar el origen.

—Es la ex-teoría de la impregnación. Una blanca desposa a un negro; lo entierra; se vuelve a casar con un blanco, que la hace madre de una retahila de negritos... ¡Estupor!...

—He ahí una excelente imagen de lo «espontáneo»... Así que, póngase en guardia... Va a incubar sin saberlo...

—¡Oh! ¡Oh!... ¡Eso pasa de la raya!... Está intentando sugestionarme...

—¡Me toca!... Es el combate del aficionado contra el profesional. Es una vieja historia... Es el gran combate de los magos...

—¿Qué combate? ¿De qué va esa historia de los magos?

—¿No la recuerda usted?... Ese cuento árabe...

—No veo lo que quiere decir.

—Es un cuento precioso... Pero ahora que lo pienso...

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Me parece que hay uno análogo en la Biblia. ¿Será una variante o una degeneración del tema?

—La Biblia... A fe mía que no le sigo... Y aquí, entre nosotros, puede que nunca la haya leído...

—Es bastante curiosa. El conjunto es extraño... Pero hay pasajes hermosos.

—¿Y?

—Había un Faraón. Tenía un colegio de magos consagrados a su persona.

—Pobre hombre...

—Sobreviene Moisés.

—Lo admito. Si no sobreviniera nada no habría historia.

— Justamente. Podríamos hacer una teoría de la novela...

—Perfectamente inútil. Veamos Moisés.

—Aparecido Moisés maravilla al Rey con diversos prodigios... Convierte el agua en sangre, mata a los peces a distancia...

—No está mal... ¡Es la guerra de mañana!

—Los brujos se empican en el juego...

—Están celosos, ¡pues claro!... Es normal. En una palabra, ¿son los funcionarios?

—Eso es...

—La historia debe ser cierta.

—Entonces el Faraón convoca un concurso...

—¿Se atrevió?... ¿Contra esos señores tan importantes?

—Eso parece... Era un concurso de parásitos.

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—Es lo que pensaba. Para ver quién vivía a expensas del buen Faraón.

—¡Qué va!... Se trata de parásitos en calidad... De parásitos en sentido propio, y perdone la expresión. De ranas, de saltamontes...

—Pero esos no son parásitos...

—De mosquitos...

—¡Caray!... ¡Anofeles!... Faraón era paralítico general... Está claro.

—Moisés, a su vez, hacía todo lo que podía. Prodigaba males y catástrofes.

—Era un auténtico hombre de Estado... ¿Y ganó?...

—Pero no era esa la historia que quería contarle. Era el cuento árabe, que me parece más apropiado...

—¡Sabe usted cosas chuscas!...

—Es profesional... El cuento árabe es sobre un duelo de magos que también viene al caso. Se trata de ver quién devora a quién.

—Ya veo. La competencia vital. La Biología en síntesis.

—¡Y la Literatura!...

—¡Y todo!—En resumen, uno se hace gato para devorar al otro,

que se había convertido en rata...

—Desratización.

—Sí, pero la rata se hace tigre...

—¡Y el gato se hace león!

—Naturalmente. Pero el tigre se hace pulga...

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—¡Bravo! Y entonces el león se hace microbio... ¿Sabe lo que me recuerda?

—La vida misma, mi querido Doctor.

—Imagínese, hace algunos años dejé que me inscribieran en una lista electoral. Los médicos están muy expuestos... Bueno. Fui candidato al Consejo Municipal en el distrito XX... Amigo mío, se ponía uno de mil colores a cada momento.

—¿Su rival era un mago muy activo?

—Un farmacéutico... ¡Formidable! De cartel en cartel, de reunión en reunión, la temperatura y el color subían, subían... ¡Y los epítetos!...

—¿Y le devoró?

—No. Me aplastó.

—El malvado...

—Oh, es muy buen hombre. Al año siguiente quería a toda costa que me condecorasen...

—¿Qué diablos iba usted a hacer en la política?

—Pues... Yo también me lo pregunto.

—Está viendo que no puede garantizar no hacer mi Historia de la Terapéutica.

—Es completamente distinto...

—¿Habría adivinado hace tres minutos que Íbamos a hablar Faraón y política intensiva?

—El caso es que nuestra previsión de nosotros mismos es enormemente incierta...

—Quizás es que no hay «Nosotros-Mismos» fuera de... el instante...

—¡Oh, Metafísica!...

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—Veamos, Doctor, ¿acaso el farmacéutico no consiguió de usted expresiones más... vivas de lo habitual? Y los programas o los artículos que no puede releer sin...

—¡Si cree que los releo!...

—En fin, extrajo de usted lo que no sabía que contenía. Y no puede renegar de su... Implexo.

—Habrá que creer que tenía el Implexo algo subido... Cuando todo terminó, liquidé los comités, pagué los gastos y expresé noblemente mi agradecimiento a los ciento trece fieles...

—¡Cómo!... Por ciento trece votos...

—Contra Dos Mil Cuarenta y Cinco... En la primera vuelta.

—Ha tratado a un hombre de vendido, de traidor...

—Hizo alusión a gustos que no tengo...

—No sabe si pasado mañana...

—Respondo de ello. A ese respecto me siento seguro de mí...

—Como del Universo... Pero no más...

—Me trae sin cuidado el Universo...

—Le estoy agradecido en grado... infinito, Doctor...

—¿Por qué?

—Es que el Universo...

—¡Ay de nosotros!... ¡Se va a dar otra vez el gustazo de un loro!...

—Este es el loro de los loros... Psittacus Psittacorum21.

21 Del latín Psittacus: loro.En medicina, Psitacosis, enfermedad contagiosa de los loros y las

cotorras transmisible al hombre, y Psitacismo, repetición mecánica de

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—¡Y a mayores, viejo! Ya tiene cierta edad.

—Y está casado.

—Imposible...

—Con la cotorra Natura... Esos pájaros magníficos... mayúsculos, deslumbran el cielo de la mente. Son dos poderosas Palabras.

—Y usted las coloca bajo el microscopio...

—Es preciso. Conversaba sobre el Universo, hace algún tiempo, con un sabio Sabio... Estrellas, átomos, espacio, ondas, transmutaciones, etc. etc... Ya sabe... Todo el material actual...

—Demasiado complicado.

—Sí. Hay poco de todo. Imágenes, entidades inimagi­nables; el azar y la necesidad que se acoplan más o menos monstruosamente; los números que asesinan los decimales; sus tablas de mortalidad que adquieren un interés astronómico...

—Hay demasiados hechos, dése cuenta... Ya no sabemos cómo recoger todo lo que ganamos en la lotería de la experiencia. Todos los resultados hablan a la vez...

—Y se produce la confusión mental...

—Que se confunde con la confusión de la realidad.

—En resumen, yo hablaba del Universo con mi sabio y le dije de repente: ¿qué entiende exactamente por esa palabra?

—¡Es como si le estuviera oyendo!

—Pues bien, dudó largo tiempo... Su cara adquirió una expresión... indefinible...

palabras y de frases oídas, sin que el sujeto las comprenda (fenómeno normal en los niños y en los débiles mentales).

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—N o era para menos...

—Su mirada me abondonó... Me suprimió, diría yo...

—Esa es una buena idea. Era el tratamiento de primera.

—Y a continuación, redescendió del mundo...

—En el que no se encuentra nada.

—Y me dijo: una esfera...

—Cuyo centro está en todas partes y...

—N o. Una esfera... tal... que nada existe fuera de ella.

—Apuesto cien mil dólares a que no quedó satisfecho.

—La suerte está echada.

—¿Lo ve?

—¿Qué, Doctor?

—Que tiene una idea fija, que lo he descubierto y que lo preveo cada vez, jcomo quiero!... Le manejo \adlibituml

—¡En absoluto!... Es sólo un omnivalente... ¡Qué demonios!

- Y dále...

—Y sobre esta roca artificial ¡nos libramos al combate de los magos!

—¡Yo me convierto en psicópata!

—Yo me convierto en lógico...

—Yo le encierro...

- Y o le...

—A mí mis fieles, mis Dos Cientos trece...

—Hace trampa... Dijo: Ciento trece, hace un rato...

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—¡Maldición de maldiciones!... Es la lucha electoral que recomienza...

—¡No! ¡Ah, no!... Lucha electoral, polémicas, epítetos... Todo eso, mi querido Doctor, es el repelente Universo del Automatismo.

—Es bastante cierto... Hace un instante, le decía, o iba a decirle, que, cuando acabó esta historia...

—Todo pagado, dadas las gracias a los fieles, el comité liquidado...

—Sí... Tuve la impresión de salir de un sueño, de volver a ser «yo mismo».

—Entonces, ¿los sueños existen?

—Lo mismo que el Universo...

—¡Cuidado con el automatismo!...

—N o hay forma de pasar de él.

—De acuerdo... Pero me asusta ese progreso.

—¿En qué nota que sea un progreso?

—La imitación es la ley del mundo actual. Sus conexiones se vuelven de una riqueza excesiva. Todos los pueblos se imitan. Las capitales no difieren entre sí más que por los restos del pasado... Y existe además una potencia invencible que actúa, y actuará más y más, en ese mismo sentido.

- ¿ Y qué?—La disciplina mental positiva, impresa en las mentes

por el uso o el abuso de las aplicaciones de las ciencias.

—Siempre ha existido una disciplina mental aplicada a la inmensa mayoría de las mentes.

—Sí. Ha existido una disciplina... mística o metafísica, pero inculcada. Temo que la nuestra, la positiva, la

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justificada llegue a menguar en las cabezas la cantidad de... Bien Soberano...

—¿Qué está diciendo?

—Sí. La cantidad... o mejor el grado de libertad de la mente, que el Bien Soberano.

—Confieso que no le sigo. Me habría parecido, por el contrario...

—Sí... Uno puede deshacerse de una autoridad de origen externo, desanudar todos los nudos, dar un tijeretazo a los hilos extraños. La defensa es posible... Pero es casi imposible deshacerse de los hábitos de la mente que están reforzados por la experiencia tanto como puede estarlo el pensamiento, y que justifica la crítica con tanta frecuencia como se aplique a controlarlos. La potencia de lo moderno se basa en «la objetividad». Pero cuando se mira más de cerca, se encuentra que es... la objetividad misma la que es potente, y no el hombre mismo. Si se convierte en el instrumento —esclavo— de aquello que ha hallado o forjado: una manera de ver.

—Un método... Pero, ¿y si esta manera es la buena? ¿Y si es el umbral, el límite, al que han conducido y debían conducir siglos de tanteos?

—Seguramente... Pero, ¡cuidado con el automatismo!

—¿Cómo?... Usted persigue a los loros, empuja a la precisión y después ¡chaquetea!

—No. Por lo demás, no existe una mente que esté de acuerdo consigo misma. Dejaría de ser una mente. Pero atienda un momento. Permíta que me extravíe en la maraña de la moral.

—¡Vamos! Señor...—Suponga que, por una autoridad cualquiera...

—Como todas las autoridades.

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—Se haya establecido un código moral, una tabla de valores morales; se hayan definido nítidamente el bien y el mal; todos los actos imaginables afectados de coeficientes éticos, positivos o negativos...

—O nulos... Pero todo eso existe...

—Más o menos. Suponga ahora que por un procedi­miento igualmente cualquiera, sugestión todopoderosa, pediatría, pedagogía, tan eficaz como la nuestra lo es poco —y que sea a la nuestra lo que nuestros medios materiales son a los de las tribus más bárbaras—, hayamos logrado hacer el acto bueno completamente reflejo, y casi irresistible; el acto malo, excesivamente penoso, doloroso, incluso de imaginar...

—¿Y después?

—¿Después?... En primer lugar, desaparece el mérito ¿no?... El bien no costaría nada. El mal, por el contrario, resultaría carísimo...

—Todo marcharía a pedir de boca.

—Pero los moralistas se desesperarían...

—No le veo inconveniente... ¿Y por qué?... Llegarían al colmo del placer... No más pecados, no más faltas, no más crímenes...

—Pero qué va... lo que a ellos les gusta no es el bien... sino la pena que uno se inflige para hacer el bien.

—Pero, ¡son unos sádicos!

—Son «deportistas». Les gusta el esfuerzo por el esfuerzo. La virtud es fuerza. Toda fuerza contraría alguna fuerza. Si yo evito el mal... lo mismo que mi mano evita algo que quema, si la ocasión de hacer el bien actúa en mí como lo hace sobre las glándulas salivales...

—Las tripas...

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—Horror... No, ¡algún hermoso fruto!... Entonces la conducta humana...

—El comportamiento.

—Esa palabra me enerva... Inútil y reciente.

—¡Fobia!... Es excelente.

—Resumiendo, digo que la conducta humana, reducida de este modo a un automatismo... virtuoso, ya no ofrece nada interesante.

—Eso tiene mucho alcance... Llega hasta la Audiencia de lo Criminal.

—¿Es que no se da cuenta de que este automatismo ético destruiría todo el mundo moral?

—En todo caso un medio mundano...

—Agotaría la fuente desconocida de esta «energía de primera calidad», la cual...

—La cual ¿qué?

—La cual... En fin, la cual anima los actos cuyo único atractivo es ideal... Exterminaría también toda esa sutileza que desarrollan los conflictos intestinos...

— \Oh\ \Oh\—La casuística de cada cual, las ingeniosas invenciones

que nos permiten mentimos a nosotros mismos...

—Puesto que nos hablamos, bien podemos mentir­nos...

—Sí... mentirnos, contradecirnos, ocultarnos lo que sabemos y saber lo que nos ocultamos... En suma, ser varios... Y vivir... en varias dimensiones...

—Tener tres o cuatro familias, y una docena de «palabras de honor»...

—De vez en cuando... Pero volvamos. Traslade al

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orden del intelecto una simplificación de este tipo, una organización completamente nítida, un «método» perfecto, imperioso y uniforme, ¡y entonces!... Ya puede imaginar que carnicería de fantasía en nuestro tiempo...

—¿Usted cree?... ¿Qué más necesita?... Vaya después a la playa, amigo mío... Los hidroaviones en el aire; la arena... negra de muslos. Las viejas disfrazadas de Pierrots22, las Venus o los Adonis al volante...

—Perdón. N o es más que imitación. La bufonada en serie. Todos esos fantoches siguen la consigna.

—Cuando ven un pantalón las damas pierden el son...

—Tiene usted aptitudes para la poesía, Doctor.

—Vive Dios, ¡bien se arriesga usted en la medicina!

—Todo el mundo se arriesga. Es un fenómeno espontáneo, consecuencia inmediata de ello es que somos mortales. En suma, se imita en la playa como en otra parte. Toda esa gente cultiva la escarificación... automáti­camente. Obedecen... Pero hablaba del intelecto...

—Y le parece que se mecaniza... Pero, querido amigo, jamás se han elucubrado concepciones más pasmosas.

—¿Dónde?

—Pues, en todas partes... En Literatura, primero, como debe ser... y luego en Pintura...

—Nos ofrecen cosas horrorosas... con teorías...

—¡Vaya!... La manera de usarlas debe acompañar bien al producto.

—Excúseme por decirle todo esto. Usted forma parte. Pero, bueno, es abracadabrante... Lo siento...

22 Pierrot y Pantalón: Personajes de la comedia italiana, el primero, popularizado en la pantonima francesa (cara enharinada y vestido de blanco); el segundo, un viejo enamoradizo y salaz, sórdidamente avaro.

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—Al grano, Doctor. N o me moleste. N o hay ofensa... Me habría sorprendido lo contrario. Pero dése cuenta: cuanto más... abracadabramos (como usted dice), y más domina el automatismo, más se hace visible, exigente, inmediato.

—¡Ah! ¡No me diga!

—Pues sí. Como en política.

—¿El Farmacéutico?

—Pues sí. El Farmacéutico de enfrente. Si le grita: ¡Ladrón! Usted ruge: ¡Vendido!...

—Y ¡adelante!... Es el combate de los magos... La rata se hace tigre...

—El gato se hace león...

—El tigre, pulga...

—Y el león, microbio... automáticamente.

—Grafococo.

—Doctor, es la historia de los tiempos modernos. El poker universal el poker de las promesas, de la amenaza, de las injurias, de las invenciones y de las dimensiones, el poker político, económico, técnico, literario, militar... La carrera hacia los armamentos, hacia los perfeccionamientos, hacia los deslumbramientos...

—Pero siempre fue así...

—N o con esta alta frecuencia. Y es el rasgo capital. Los «tiempos de reacción» se han hecho mucho, mucho más cortos... Más y más fuerte, más y más grande, más y más rápido, más y más inhumano, he ahí las fórmulas del automatismo...

—Entonces, ¿vivimos bajo el regimen del abracadabra automático?

—Pues claro... Si se hace depender el valor de una cosa

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del efecto de sorpresa que produce, se llega a definir tal cosa por este único valor de choque... ¿Sabía que solamente al cabo de... algo más de un siglo la novedad de una cosa ha sido considerada como una cualidad positiva de esta cosa?

—Perfecto... Eso es perfecto para la famosa historia de la Terapéutica... Usted insinuó hace un rato que el propio organismo apreciaba lo nuevo, se hastiaba en unos años de la medicación imperante, se negaba a curar si no se le interesaba con irritaciones inéditas.

—¡Es un hecho! La Triaca23 ha reinado y curado durante cinco o seis siglos. Pero, en treinta años, hemos visto sero24, auto, foto, electro, opo25,terapias, y no hay metaloide, metal, alcaloide, fermento, edificio molecular extraño, rayo, legumbre, mondadura de fruto o germen de cereal, sin contar los mosquitos, el hígado de vaca, el músculo palpitante de paloma, el agua marina y las cosas intersticiales, ováricas, tiroideas, suprarrenales —incluidas las invisibles e inasibles, las vitaminas de la A a la Z—, que no hayan venido a asombrar a las células humanas... En Literatura no se ha hecho nada tan variado, tan extrava­gante...

—Pero, amigo mío, es bien sencillo. Se trata de la misma necesidad. El cuerpo moderno, como el espíritu moderno, necesita el choque... Son filoclásicos. ¡Y no hablo de los acontecimientos!...

—La edad del Swing.

—Pero eso no es todo... En las ciencias más abstrac­tas...

O Teriaca: En medicina antigua, electuario conteniendo numerosos principios activos (entre ellos el opio), empleado contra las mordeduras de serpientes.

Y también, remedio de un mal, especialmente de naturaleza análoga a la de aquél.

24Del latín serum: suero.25 Del griego opos: jugo.

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—¿En las ciencias?... Puede ser...

—Tiene donde escoger de sobra... ¡Veamos! ¿no le basta con el átomo del tiempo?

—¿El «cronon»? Aún no existe oficialmente.

—Se ha especulado... Y hay otras muchas innovaciones de las que he oído hablar... Aunque, sin entender ni jota... Si cuando le digo que vivimos en el más fantasioso de los siglos...

—Pero el menos individual.—Jamás hemos sufrido tantas ideologías y tan alejadas

del sentido común y, por otra parte, mejor sustentadas, más controladas, y más inestables, más rápidamente pasadas de moda, destronadas, reemplazadas...

—Puede ser...

—¿Ve en ello una disminución de la audacia mental? ¿Un inquietante progreso del automatismo?

—Pero, ¿le damos el mismo significado a esa palabra? Para mí, el automatismo es un desarrollo enteramente determinado por un acontecimiento inicial cualquiera. La contracción del músculo responde automáticamente a no importa que...

—Estímulo... ¡Omnivalencia!...

—Un óvulo entra en evolución...

—¡Omnivalencia!...

—Y la mente... Para qué hablar... Estamos a merced de todo; y como portadores de una infinidad de desarrollos posibles —más o menos probables—... A veces infecciosos. El terreno es más o menos favorable a las sementeras...

—Crac... Otra vez el Implexo. Es automático...—Eso espero... Si una mente no volviera a pasar nunca

por los mismos puntos...

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—Eh... Ese sería un buen caso. Fíjese... Un paciente que no pudiera pensar dos veces en la misma cosa... ¡Qué regalo para los psiquiatras!...

—Los trastornos de la probabilidad. Magistral In Octavo. Con láminas...

—Es un buen título. Quizás hay ahí todo un futuro para la psiquiatría.

—¡Pobre y triste pariente lejano de la Patología! Hace Esquizofrenia...

—Pero, ¿qué quiere que se haga?... Todo es difícil. Pero nada más confuso y huidizo, nada más indefinible que... lo mental.

—¿Sabe qué es lo que me ha impresionado en la demencia, en el sentido vulgar del término? Observar a los locos es, en resumidas cuentas, comparar uno su... propia mente, supuestamente normal, a otras mentes... Es observar los planetas...

—¡Los cometas!

—Creyéndose en un puesto fijo. Lo hice durante varios meses.

—¿Y cómo?

—En un asilo. Hace unos treinta años...

—¡Ah! ¡Demonios!...

—Como simple aficionado.

—¡Eso le decían!

—Seguía la clínica, las visitas en las salas.

- ¿ Y ?

—Lo que me impresionó es que todos los trastornos que se ven allí, coleccionados, condensados, seleccionados; las manías, delirios, fobias, etc... existen todos ellos en el

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hombre llamado normal; pero en estado difuso, limitado, breve, manejable, diseminado, larvario, disimulable! Tene­mos la demencia infusa... La demencia en suspensión, Nosotros, normales, estamos en equilibrio móvil aunque bastante estable. Pero un determinado acontecimiento, de orden celular o energético, puede intervenir... Todos esos pequeños trastornos aislados que pasaban desaperci­bidos, inofensivos, escamoteados...

—Se coagulan... Floculamos... mentalmente...

—Lo que es importante, síntomas muy importantes. El eufórico llega a Presidente de la República. El distraído olvida el hambre y la sed. También puede suceder que se declaren inversiones extremas de carácter... pero estoy convencido de que su suerte estaba echada. Había un germen...

—Tiene un brote, dicen...

—Un brote, ya es importante... Pero cuántas personas que no están, ni estarán jamás locas, son excesivamente, extrañamente diferentes, dependiendo de si están solos o en compañía.

—No le dejo soltar más ...

—Cuanto más grande es esta diferencia, más... Se diría que la presencia extraña ejerce una presión que completa el equilibrio... Apenas solos...

—El ratón baila26 sobre la mesa. Se produce el alivio...

—Apremio, alivio... Simulación, escape... ¡Es verdade­ramente gracioso!... He aquí que la simulación, la facultad de mostrarse otro, se nos presenta de golpe como una propiedad del hombre sano, del ser normal, casi un criterio, casi una necesidad...

—Visto y no visto... Hace usted juegos malabares,

26 «Cuando el gato no está, el ratón baila».

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amigo mío... Ahora me toca a mí... Dice usted que todos las enajenaciones preexisten, o existen en estado...

—Infinitamente pequeño, pues decrecen, se desvanecen a la menor señal... El ratón vuelve a su agujero; la pequeña enajenación de bolsillo se escamotea. La cara gesticulante, o furiosa, o jubilosa, vuelve a convertirse en... fachada; el loco desaparece y la mente se transforma en presentadora de un señor perfectamente regulado.

—Bueno... Pero, ¿qué dice usted de esa particular clase de enajenación que, lejos de sustraerse se desarrolla... gloriosamente?... Frente a... el Universo... La enajenación que deslumbra...

—¿Napoleón?... El, siempre él...

—Sí. Pero también todos los grandes individuos, poetas, artistas...

—Todos los que... floculan en obras maestras?

—Sí. ¿Qué dice usted?

—N o tengo nada que cambiar a lo que he dicho. O casi nada... Quizá lo que los distingue es que actúan sobre la media de la que se distancian. La media tiende a desplazarse hacia ellos... Siente curiosidad. Pero, en este caso, puesto que hace intervenir excepciones de orden... superior, voy a introducir también yo, alguna otra cosa.

—Tiene en el bolsillo pajaritos, o un pozal de peces de colores.

—No. Un recuerdo. Y que viene como anillo al dedo.

—Ya lo ve, ese tunantuelo de recuerdo acechaba la ocasión exacta de producir su efecto... N o quiere malograr su entrada.

—El A propósito es la inteligencia del Implexo... O, si prefiere una fórmula más... aséptica: el A propósito es el tropismo del Implexo.

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—El honor está satisfecho.—Lo que equivale a decir que parece que lo que hace

falta, en determinada circunstancia, debe ser atraído, llamado, por la circunstancia misma.

—¿Qué más se puede pedir?... ¡Ah! Me las hace pasar moradas... ¿Y qué más?

—Pues bien, yo creo que hay que considerar, junto a los desarrollos psíquicos «mórbidos», o que se creen tales, los desarrollos de otra especie, puede que aún más raros... Además, no siempre es fácil de discriminar...

—Adoro esa palabra. Queda siempre muy bien... Discriminemos, discriminemos...

—Podríamos llamarlos: las desviaciones, o las excursiones armónicas...

—¡Oh! ¡Vaya... vaya... vaya...!

—¡Si cree que es fácil describir y denominar esas cosas!...

—Discriminemos: lo que no existe es siempre fácil de nombrar pero muy difícil de describir. Y usted se las arregla con mucha habilidad.

—Doctor, Doctor... Tenga cuidado... Veamos, ¿no puede concebir que exista un trabajo mental que se aleja del estado de libertad o de disponibilidad ordinaria de la mente, que se opone al mismo tiempo a la divagación y a la obsesión y que tiende a no consumarse (cuando la fatiga no le obliga a interrumpirse) si no es mediante la posesión de una especie de objeto... mental, en el que la mente reconoce lo que deseaba?... Y, sin embargo —ríase si se atreve—, no conocía lo que reconoce... Pero no podía equivocarse.

—La voz de la sangre...

—Eso es... Mejor aún... Puede reventar de risa, ha

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dado en el blanco, o muy cerca... Es todavía mejor que la voz de la sangre... Mire, no quiero decirle lo que es...

—N o es amable.

—No. ¿Concede que hay un trabajo mental que tiende a formar o a construir... o, mejor dicho, a dejar que se forme todo un orden, todo un sistema, del que una parte, o bien algunas condiciones, están dadas?

—¿Cómo Couvier?

—Grosso modo... O, bien, ¿concede que las palabras Orden y Desorden corresponden a algo?

—A algo por completo relativo.

—Entendido. Pues bien, en ese relativo, la mayoría de las personas, la inmensa mayoría, no operan más que... tímidamente, no perciben en su mente, a partir de lo que la incita, más que los... inicios.

—Prosiguen apenas, coordinan vagamente. La mayor parte de los pensamientos de la mayor parte permanece para siempre en estado incipiente... No saben o no pueden domesticar su Implexo.

—¿Usted cree?

—En todo caso, estoy seguro de una cosa: no hay nada más raro que la facultad de coordinar, de armonizar, de orquestar, un gran número de partes. Ese trabajo, esa producción de orden, requiere, en mi opinión, dos condiciones antagonistas... Es preciso mantener, sostener fuera del... momento, fuera del tiempo... ordinario...

—Habría entonces un tiempo extraordinario...', ¡Eso sí que es extraordinario!... Saltamos de sorpresa en sorpresa, con usted... No hay un instante de seguridad...

—Pues claro. ¿Por qué no un tiempo extraordinario?... ¿Admite que un espacio en el que se produce un campo

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magnético tiene propiedades que ya no son las de un espacio... banal?

—Sea. Me resigno a todo.

—Entonces mantiene en el estado presente e indepen­diente esos factores distintos.

—¿Y después?... La cabeza se me extravía...

—Y después, como en un medio líquido, calmo y favorable, y saturado...

—Es exactamente mi caso.

—Se forma, se construye una determinada figura, que ya no depende de usted.

—¿Y de quién? ¡Dios Santo!

—¡De los Dioses!... ¡Por Dios!... En una palabra, hay que someterse a cierto apremio; poder soportarlo; durar en una actitud forzada para dar a los elementos de... pensamiento que están en presencia, o en cargo, la libertad de obedecer á sus afinidades, el tiempo de reunirse y de construir, y de imponerse a la consciencia; o de imponerle no sé qué certeza... Mire, suponga que tuviéramos consciencia de todo el trabajo efectuado por nuestro ojo cuando se acomoda. Se trata de llegar a la visión nítida. Usted dispone de varios órganos variables. Una lente deformable; un diafragma contráctil; aparatos de dirección y convergencia. Cada uno de esos órganos puede captar configuraciones independientes. Imagine ahora que para componer el sistema de valor único al que corresponderá la visión nítida de determinado objeto, se vea obligado a un esfuerzo muy sensible —tan sensible que pocos individuos pueden sostenerlo—; y tan limitado por el tiempo, o la pena, que la visión nítida adquiere el carácter excepcional —muy rebuscado—, genial, que atribuimos a la visión mental de suprema calidad...

—Entiendo, entiendo... Concedo que hay alguna apariencia...

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—Doctor, se ha ganado una pequeña historia.

—¡Ah!... ¡Por fin!...

—Me equivoco, es una gran historia, muy corta. Hace poco le dije que me venía a la memoria...

- S í . . .

—Le hago obsequio. Es hermosa, y tiene cierta relación con lo que decíamos.

—Y si no tuviera ninguna, ya nos ocuparemos.

—Oídme. Hace dos años, vino Einstein a París a dar dos conferencias sobre sus más recientes trabajos...

—Le confieso que no me enteré gran cosa de lo que leí u oí decir de sus teorías.

—Eso no importa... Además, tranquilícese... La mayor parte de los oyentes le seguían con gran esfuerzo... Y todos, menos uno, eran sabios. En dos palabras, se trata de dilucidar qué quedaría de nuestra Física si quisiéramos repetir las observaciones y rehacer las experiencias y las medidas de un laboratorio... no demasiado grande (pero más grande que un átomo) que se desplazaría ad libitum en el Universo. Se supone que alguna cosa, algún residuo de nuestras leyes —que han sido descubiertas y formuladas en condiciones locales—, debe conservarse, pese al desplazamiento del observador, de las velocidades, e incluso de las variaciones de velocidad del laboratorio... Se había realizado un inmenso progreso a partir del día en que se transportó al Sol el observador del sistema del mundo. Pero la Teoría de la Relatividad quiere liberarlo por completo de todas las apariencias debidas a las determinaciones locales de sus medidas y a su estado de movimiento. Einstein concibió y construyó esta Física de las Físicas en forma de Geometría...

—Ya no distingo...

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—Pero sí... mire: una burda imagen. Imagine una hoja plana de caucho.

—Me resigno...

—Trace una figura sobre esta hoja.

—La trazo. Hago un triángulo.

—Bien. Su triángulo tiene propiedades...

—Montones de propiedades...

—Ahora doble, retuerza, tire como guste de su hoja elástica. ¿Qué subsiste de esas propiedades?

—Cáspita, no sé.

—Algo subsiste... Si usted hubiera construido una geometría del triángulo plano que había trazado y si realiza una que conviene a una deformación del caucho, y otra a otra...

—¡Qué de geometrías!...

—No es absurdo buscar los axiomas o las proporcio­nes...

—Que no se deformarán.

—Eso es.

—¿Y es eso Einstein?

—En mejor. Piense que hay que... retorcer, doblar, estirar... toda la Física, y el Tiempo...

—¡Qué atrevido!... Vamos a la anécdota, pues todos esos prolegómenos son un poco demasiado abstractos.

—Aquí está... Pero observe primo: que se trata de nada menos que de perseguir y definir la Unidad de la Naturaleza...

—¿Y qué demuestra que hay unidad en la Naturaleza?

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—Es precisamente la pregunta que le hice a Einstein. Me contestó: es un acto de fe.

—¡Ay!...

—Sí. Parece ser que espera aislar de los resultados de la física determinada expresión que represente lo que el hombre puede alcanzar de más... objetivo... Fíjese que el conocimiento se desplaza de lo más subjetivo a lo menos

subjetivo.

—¿Qué me demuestra que esta modificación del... consentimiento de las mentes no cambiará de sentido?

—Sobre eso no tengo nada que decir...

—A la historia, ¡al grano!

—Usted entiende que para conseguir sus propósitos, ha tenido que efectuar hipótesis. Ahí es donde quería llegar, y es a lo que se adapta la palabra que voy a repetirle...

—Y que le ha arrebatado.

—Nada podría afectarme, tocarme más... Al término de su segunda lección, cuando acababa de escribir la fórmula suprema, Einstein se volvió hacia el auditorio... Está lleno de encanto. El cuerpo bastante pesado. La cara pálida y llena, ojos orientales, negros y muy luminosos. Tiene algo de virtuoso. El aire de un músico. Algo de musical en el aspecto y la fisionomía. Por lo demás, un hombre de lo más sencillo... Sonríe con facilidad y ríe con ganas... Al terminar, insistió en el carácter puramente especulativo de los resultados que acababa de exponer. (Se había ocupado básicamente de describir un medio continuo tal como la orientación de una n uple P dado que)...

—¿Qué me está contando?...

—Justamente eso... Dijo por último que, durante mucho tiempo, no habrá ni que pensar en la menor

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verificación experimental de sus trabajos. Parecía estar excusándose por su atrevimiento. Puso en evidencia, con una especie de coquetería y mucho humor, todos los puntos aventurados de su construcción... Y entonces fue cuando concluyó con esa declaración que me ha arrebatado, usted lo ha dicho, arrebatado en el sentido más profundo del término, en el sentido... aquileano ¡o aquilino!

—¡Diantre!—La distancia —dijo— entre la teoría y la experiencia

es tal, que es necesario encontrar puntos de vista dearquitectura.

—Curioso... ¿qué entendía exactamente por eso?

—Que confiaba —plenamente consciente, sabiendo claramente lo que hacía, y a lo que se exponía—..., en la producción de su mente...

—En uno de esos famosos extravíos de su invención...

—En la producción, en la... liberación de ciertas armonías, simpatías. En la acción o en la aparición de ciertas preferencias, en la sugestión o percepción de ciertas simetrías, de ciertas respuestas de origen oscuro, pero bastante imperiosas... Es un olfato superior...

—Pero entonces no es más que una especie de artista...

—De primera magnitud.

—Le confieso que no entiendo muy bien cómo la física se acomoda a esta... Y también me pregunto cómo la lógica tolera todas esas inspiraciones e hipótesis.

—En cuanto a la lógica, no se preocupe... Por otra parte, la lógica puede garantizar nuestra marcha en una dirección determinada, pero no da la dirección.

—Sea como sea, me parece que ahí dentro hay mucho misticismo.

—Hay misticismo (para hablar como usted) cada vez

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que hacemos algo más que repetirnos... ¡Y aun así!... Pero en este caso se trata de un misticismo a término... Está vigilado, limitado; utilizado como tal... La naturaleza de la mente aporta aquello que rehúsa la naturaleza de las cosas. Después, la virtuosidad matemática extrae, de lo que una y otra naturaleza le han dado, las consecuencias más sorprendentes, las más sutiles. Permite, en particular, asombrosos juegos de escrituras, una condensación extraor­dinaria de relaciones...

—Todo eso es muy bonito —dijo el Doctor—, ¿pero si ese trabajo no es verificable, pero si la experiencia, un buen día, el demente?... No es más que una curiosidad para especialistas.

—Si esta admirable obra empalidece, no habrá dejado por ello de transformar menos radicalmente todas nuestras ideas sobre la naturaleza física. Además, la materia se pierde y la forma permanece... Se puede apreciar como geómetra lo que se abandona en tanto que físico.

—En fin, sea como sea, sus físicos tienen suerte... Nosotros nos encontramos muy lejos de todas esas audacias, acrobacias y «punto de vista de arquitectura», en las ciencias de la vida...

—Los físicos son más marchosos que ustedes...

—Sí. ¡Pero qué diferencia en los problemas!... Cuanto más avanzamos, menos comprendemos de esta dichosa vida El origen, los desarrollos, las condiciones... Es extraño que, de todas las cosas, son las cosas vivas las que más desconciertan al ser vivo...

—He aquí un modo de corolario a su observación: las propiedades físicas son las que más se asemejan a las propiedades de la sustancia viviente que menos imaginamos, ¿no es así?

—¿Ejemplo?

—Elasticidad. Catálisis. Disimetría molecular...

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—Es bastante justo... lo que es aún más desconcertante, es... ¿cómo díria... El capricho, la variedad, el cambio brusco de los medios de la vida. Se juega las fuerzas a todos los niveles...

—Juega en todos los tableros. Y le trae sin cuidado ganar o perder, cambia de individuo y, si es preciso, de especie, como de camisa...

—Esa sí que es una demente... Perseguida persegui­dora... Es maniaca, megalómana; delirante... hasta inventar los insectos... Aumente la mosca...

—¡Qué pesadilla!... ¡Pues y el hombre!...

—¡Pues y la mujer!...

—¡Y esas repeticiones, esa ecolalia27 que es la repro­ducción!...

—¡Los bancos de sardinas!...

—¡Y cien millones de espermatozoides por uno que se lleva el premio!...

—¡El pobre!... ¡Pobre pequeña plaga... que de una orila a otra del tiempo transporta una esencia de ancestros, pasa la Estigia... de la Vida!...

—Con una carga de taras...

—Somos todos unos advenedizos...

—¿A qué?

—A ese Todo y Nada: Usted o Yo...

—Dejamos a la loca seguir con su delirio...

—Es verdaderamente una loca... Se devora para conservarse...

27 En psiquiatría, repetición automática de las palabras o finales de frase del interlocutor, observada en algunos estados demenciales o confusionales.

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—Pierde en todos los aspectos y se desquita sobre el conjunto...

—Se mutila, se contradice, se embrolla...

—¡Está claro! ¡La vida es paranoica!... Sin la menor duda.

—Doctor, hay que avisar de inmediato...

—La ley de 1838 es perfectamente aplicable.

—Hay que reconocer que esta pajolera vida no cuadra en absoluto con todo lo que sabemos y lo que podemos pensar... Nada más estúpido, más sutil, más inconsecuente, más obstinado... Se diría que las contradicciones la sobreexcitan y enajenan. Precisa de la muerte y del instinto de conservación; el mimetismo y el egotismo; la economía y el despilfarro en cooperación...

—¿Cree usted que un hombre de las características de su Einstein saldría bien parado de este asunto?

—Si tiene la amabilidad de sentarse,...

—¿Un siglo o dos?

—Parece que tiene prisa.

—Tome, aquí está mi brazo.

—¿Para hacer qué, Doctor? ¿Hay que tomarle el pulso?

—N o, para nada. Para decirle... Aquí está mi brazo. Mi mano.

—Es fuerte y cuadrada...

—Aquí está mi mano. La abro, la cierro, la vuelvo. ¿Qué hay dentro?... Un conjunto de sólidos. Huesos, palancas, bielas, superficies articulares... Un arreglo...

—Sí. Un sistema de máquinas «simples». Lo que llamamos un «mecanismo».

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—Ese mecanismo está ensamblado o cercado por ligamentos... Hasta aquí, todo va bien. Todo es bastante claro.

—Sí... Es decir que podemos construir algo análogo...

—Bien.

—Y que podemos entonces —de algún modo— ponernos en el lugar del Ingeniero Naturaleza... E.C.P. Criticarle. E, incluso, en ocasiones, hacerlo mejor que él.

—Sí. Pero espere... ¿Y las fuerzas? Salude, Señor. Le presento al Músculo. No hemos inventado nada parecido, hasta ahora...

—Saludo. Saludo muy en particular al músculo de mosquito. Ocho mil aleteos por minuto...

—Se oye desde aquí... Y la cooperación de esos músculos, las inserciones genitales, el cálculo de los antagonismos... Y alojar esos motores tal como lo están...

—Sí. El motor ligero, el motor cubierta...

—Y también el motor seductor, lánguido...

—¿Cómo?

—Pues sí... El iris. El ojo azul, el ojo negro...

—¡Tunante de Doctor!... Pero hay otros músculos que cumplen esa bonita función... ¡Ay!...

—Y no olvidemos que nuestros motores permiten producir unas veces el choque —el efecto casi explosivo— otras el desplazamiento quasi reversible, el movimiento casi sin velocidad; y otras... un poco de inmovilidad, de aparente solidez.

—Hénos aquí bastante embarullados ante esa obra maestra... Pero, en fin, no desesperemos todavía...

—Hemos intentado un poco de todo... Las ciencias biológicas no son demasiado exigentes. Apenas han

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vislumbrado algo la física y la química, la medicina y la biología se abalanzan, locas de esperanzas... Termodiná­mica, pilas, piezo-electricidad... Y también irritabilidad, contractilidad, tono, ¡Misterio, misterio, misterio!

—¿Y nosotros buscando todavía el secreto del modesto caucho?...

—Y todo ello obedece a la célula nerviosa... La Neurona entra en escena.

—Sí. Y cae la noche sobre el teatro... Y el telón se alza sobre un decorado completamente distinto. La Mente, la Voluntad...

—El Pasado, el Futuro, el Presente...

—El Implexo...

—Y la Omnivalencia, y los Instintos, y el Lenguaje, y la Razón...

—Y la Sinrazón... Y todo ello acciona sus palancas. Lo inconcebible está al extremo del hilo que gobierna esas máquinas simples. Lo claro lleva a lo oscuro. La oscuridad conlleva lo claro.

—He ahí —dijo el Doctor— lo mecánico y lo físico en relación. ¡No entendemos nada! En fin, eso marcha... más o menos.

—Salvo error o... reumatismo.

—Resignémonos. Al reumatismo, y a ignorar lo que es..., lo sabremos más adelante. ¿Quizá mañana}... Confío en ello.

—Yo —le dije—, yo, fluctúo. Cuando hago el balance de una determinada manera me siento contento de nosotros, y hasta de nuestra época. Cuando hago las cuentas de otro modo, declaro la ruina... Si me pongo a estimar lo que sabemos, encuentro bajos los beneficios.

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Hay demasiados papeles dudosos en nuestras cajas: y los dividendos ficticios se distribuyen con bastante facilidad...

—Es usted severo...

—Espere... Si tomo en cuenta lo que podemos o, mejor dicho, el incremento del poder real de los hombres al cabo de tres mitades de siglo, entonces...

—¿Pero cómo puede disociar ese saber tan falaz y ese poder sustancial?

—Muy sencillo, mi querido Doctor. En el fondo, todas nuestras explicaciones se reducen a encontrar lo que habría que hacer para reproducir un efecto dado. Hacer esto es todo nuestro. Es limitado. Tenemos S sentidos y M músculos... Nuestro mundo está acantonado en el conjunto combinado de nuestras percepciones y de nuestros actos. Hemos intentado referir este conjunto a un sistema de medidas, es decir, de medios de recuperar... esto es, de fórmulas o de recetas numéricas... Una fórmula no es más que una prescripción... matemática.

—¿Una receta?

—Sí. Una receta de actos... De actos de medida.

—Fac secundum artem.

—Sí... Así pues, hemos resumido en unas cuantas fórmulas todo lo necesario para reproducir o prever los fenómenos que se observaban en el Universo modelo 1640-1850... Pero las investigaciones nos han conducido con bastante prontitud fuera del dominio primitivo de nuestras percepciones. Hemos encontrado nuevos medios de ver y de actuar. Pero tales medios son indirectos. Son descansos. Son sentidos, palpos, pero que transponen... Hay que interpretar o ilustrar sus indicaciones mediante imágenes o ideas, necesariamente tomadas de nuestro depósito fundamental e invariable.

—A no ser que la especie evolucione...

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—Llevará tiempo... Mientras tanto, henos aquí en el apuro que ya sabe. Nos encontramos en la quiebra de la imaginería. ¿Cómo imaginar un mundo en el que es impensable el ver, el tocar, en el que no existen la figura ni las categorías, en el que hasta las nociones de posición y movimiento son en cierto modo incompatibles?... Los físicos tratan de salir adelante mediante increíbles sutile­zas...

—Hemos llegado muy lejos... He dejado que me dijeran que el determinismo estaba amenazado...

—Todo está amenazado. En lo sucesivo, toda idea vive peligrosamente.

—Es la regresión.

—No... Haga ahora el balance de oro de la Ciencia.

—¿Qué entiende por eso?

—Quiero decir: considere el incremento de poder. El resto —teorías, hipótesis, analogías, matemáticas o no—, es a la vez indispensable y provisional. Lo que permanece y se capitaliza no es otra cosa que el poder de acción sobre las cosas, los hechos nuevos, fas recetas...

—Rebaja la Ciencia a la cocina...

—Mi querido Doctor, Volta, un día, pone en contacto dos metales y un líquido acidulado. Obtiene efectos completamente inéditos. Los bautiza y los «explica» lo mejor que puede. Hoy se habla de otro modo. Dentro de treinta años se hablará de otra manera... Pero dentro de treinta años, o de trescientos, la receta será buena. La teoría habrá cambiado cien veces, la potencia del hombre continuará acrecentándose, y sabrá producir, con dos metales y un ácido, definidos por sus sentidos, cómo descomponer el agua y excitar un electroimán. En cuanto a la cocinera, sabe coagular de maravilla la albúmina y hacer, bajo el nombre de mayonesa, acrobacias coloida­les...

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—Por más que diga, rebaja usted la Ciencia...

—En absoluto... En realidad me intereso personalmente bastante más en esta parte teórica y variable, por inestable que sea, que en el incremento de las recetas y de los poderes de la especie.

—Sí. Pero, ¿y los enfermos? ¿Cree usted que el incremento de medios les es indiferente?

—Me niego a responderle, hasta que... no haya puesto en marcha la Historia de la Terapéutica.

—¡Basta!...

—Historia General de la Terapéutica... ¡No!... Historia crítica y comparada de...

—¡Basta!...

—Por el Doctor...

—¡Basta!...

—Médico de los Hospitales...

—De París. No olvide de París.

—Ha dado en el clavo... ¿Le hacen siempre recitar las lecciones ante un péndulo?

—¿Un péndulo?... ¿Quiere decir un contador?

—Sí, una especie de taxímetro.

—En el internado. Y en el externado.

—Entonces, ¿contamos la cantidad de recuerdos por unidad de tiempo?

—De recuerdos... exactos y congruentes.

—¿Sólo memoria?... ¿Y el juicio? ¿La facultad de observación?

—En esa fase de los estudios, no se necesitan.

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—Es justo.

—Por otra parte... esas cualidades, aunque no mencio­nadas oficialmente ante el jurado, no por ello dejan de encontrar, a su alrededor, un vasto campo de aplicación.

—En resumidas cuentas, es como en Longchamp. Soplos, preparadores, doping.

—¡Naturalmente!... Y, por término medio, los resul­tados no son nada malos.

—¡Eso espero! Pero usted comprende que el observador superficial se sienta algo sorprendido...

—La sorpresa, amigo mío, acaba siempre oponiendo lo que no es a lo que es.

—Bien, pero... Henos aquí casi sorprendidos por la noche, nosotros...

—El hecho es exacto. Véame ese cielo... Es admirable. Ni una nube.

—El sol bajo parece colocado sobre una columna de fuego, y el resto del mar es una perla...

—Habrá que ir pensando en marcharse. Si la noche nos pilla aquí podemos rompernos una pierna en estas rocas.

—Mis ojos están deslumbrados por ese fuego y asediados por un soberbio azul verdoso.

—Es una buena respuesta retiniana.

—Es algo así como... una idea fija.

—¡Ve usted bien!

—Veo verde, mientras espero.

—Ciérrelos.

—Cuanto más los cierro, más veo... Verde, carmesí; azul pálido, rosa...

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—Toda la pesca...

—Mi implexo retiniano... Dice todo lo que sabe antes de retornar al estado libre...

—Entre nosotros, amigo mío, hace usted un poco como él...

—Mi buen doctor, le he dicho muchas tonterías...

—Bah...

—Es que tengo la mayor necesidad.

—¿Consulta?

—No. Cura.

—¿A expensas mías?

—¡Qué quiere!

—¡Oh! Ya veo que hay algo que no marcha. Pero no le pido nada. Pese a las teorías en voga, insisto en creer que hay glomérulos28 de rencor y pelotones de preocupación cuyo hilo más vale no incitar...

—Sí... Inquieta non movere.

—Todo depende del paciente. Y usted es uno de esos pacientes que uno no sabe por donde agarrar... Está lleno de defensas... virtuales. Apuesto que al menor contacto...

—Antes de todo contacto, a la sola insinuación de contacto, aúllo... Entro en trance.

—Eso está muy bien. ¡Es cómodo! ¡ah!... En usted se tocan lo físico y lo moral... Eso se ve. No hay más que mirarle.

—¿Y qué es lo que se ve?

—Un rostro nervioso, devastado... instante, diría yo,

-K En medicina, pelotonamiento de fibras nerviosas o de vasos anguíneos.

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en el que contemporizan extrañamente lo joven y lo viejo... Se pueden leer simultáneamente todos los tiempos del verbo Ser... excitados. Tiene usted la facies29 muy accidentada; y el ojo, unas veces más presente y otras más ausente de lo deseable... ¿Sabe en qué me hace pensar?... Discúlpeme por la comparación, es lo que me viene a las mientes. Además, usted no me ha escatimado...

—No se ande con rodeos... Pero no me diga cosas a las que luego se les da vueltas, que dan vueltas a la cabeza, trabajan... No necesito pensamientos... urticantes, se lo juro.

—¿Ha leído Notre-Dame de Parísf—¿De Hugo?... Hace... cien años.

—Yo también. Me ha quedado un recuerdo... ¿Se acuerda del extraño ejercicio de ratería al que se dedican los bribones y timadores en la Corte de los Milagros?

—No veo la relación.—Esos señores se entrenaban a pulirle los cuartos a

un maniquí colgado, todo formado de campanillas y de cascabeles. Es muy difícil. Al menor movimiento, el colgado reacciona; y ¡con la música a otra parte! El golpe ha fallado.

—Pero la misma historia está en Dickens, en Olivier Twist... Dickens se la habrá robado a Hugo...

—Sin hacer el menor ruido.

—A menos que uno y otro...

—Esas cosas pasan.

—Pero, ¿qué pinto yo ahí? N o he desvalijado a nadie: y si algunos me han explorado las bolsas, no he hecho el menor ruido.

29 En medicina, aspecto del semblante en cuanto revela alguna alteración o enfermedad del organismo.

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—Sin embargo (y por ello le he recordado esta historia), yo le veo enteramente guarnecido de campani­llas... nerviosas. Un soplo, una bagatela, le hace sonar toda una música de reacciones e ideas.

—Desafortunadamente...

—¡Un momento! Y reacciona contra esas reacciones con un método muy particular...

—Remata y, después, quítame la vida...

—Reacciona, se defiende recurriendo a las abstraccio­nes, abusa de las precisiones y definiciones. La reflexión intelectual le sirve de aislante...

—La isla de Robinson...

—La isla de Robinson. Lo he comprendido... Com­prende usted, amigo mío, que cuando me hace plantea­mientos que tienden, por ejemplo, nada menos que a destruir la noción de idea fija —y, en general, a depreciar mediante consideraciones visiblemente interesadas, per­sonales, de origen netamente afectivo, el monumento ya muy respetable de nuestros conocimientos en materia mental—, yo me digo, en mi pequeño rincón del cerebro, que trabaja usted pro domo. Hay teorías que parecen abstractas y que proyectan vivamente a un señor en la pantalla.

—Es usted extralúcido, Doctor.

—Oh, no es por malignidad... En materia psíquica, regla absoluta: no hay que ser maligno.

—Imposible...

—Es obvio. No hay que entrar en los sistemas de los enfermos...

—No podríamos salir.

—La malicia de esos b... es...

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—Insensata.

—Inconcebible. No me diga tonterías. N o hay que seguirlos en sus laberínticos procesos... Y en cuanto a usted, me basta con verle hablar, con interpretar su tono y sus ataques de voz. La forma de hablar dice más de lo que se dice... El fondo no tiene ninguna importancia... esencial.

—Es curioso. Es una teoría de la poesía, e incluso...

—E incluso ¿qué?

—Una vez llegué aúri más lejos. Pero ni siquiera me atrevo a repetírselo... mila suerte.

—Confiese.

—Una vez dije ante filósofos: La filosofía es una cuestión de forma.

—Fue una maldad... Cuidado con la respuesta.

—Pero, nada de eso... Me vino a la mente como una evidencia.

—¿Y reaccionaron? ¿Protestaron?

—En absoluto. Reflexionaron, o hicieron como que reflexionaban.

—En su lugar... Pero vuelvo a lo que le decía. El fondo de lo que se dice es, nueve veces sobre diez, lo que yo llamo la invención automática banal.

—Se crea; pero lo que se crea tiene precisamente la misma propensión a perecer que la propensión que tuvo a nacer.

—Sea. Pero esta inveición casi continua, se hace cada vez menos automática a medida que las circunstancias exigen mayor adaptación especial. Un tirador que se limita a descargar su arma ante sí, no hace sino una

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emisión automática. Pero si ha de alcanzar un objetivo determinado, y el objetivo se desplaza, o se renueva...

—Por eso he venido a estas rocas.

—¿Cómo es eso?

—Para hacer ejercicios de adaptación especial a cada paso.

—¿Para qué?

—Para romper un ciclo. Para obligarme a inventar a cada instante un acto... original —bastante difícil—, siempre imprevisto.

—No está mal razonado.

—¿Verdad? He notado que andar sobre un suelo igual no hace sino excitar... lo que me excita. Andamos como si el cuerpo no existiera. Devoramos el espacio, nos paramos. Estamos enteramente poseídos, ritmados por el pensamiento, que arrastra, golpea, paraliza... Es el navio más desamparado, a merced de...

—La brújula enloquecida, y sin timón... ¿Duerme?

—No desde hace veinte días.—¡Cáspita! Es absolutamente necesario tomar algo.

—Doctor. Larguémonos... Ya casi no se ve. Hace un cuarto de hora que los faros barren el sector.

—¡En marcha!—Ha sido usted muy amable soportándome tanto

tiempo. Esta tarde me parecía... difícil... de vivir; Gracias a usted...

—¿Le apetece que cenemos juntos?—Dios mío...—Iremos al cine...—Lo detesta...

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—Sí. Pero se fuma.

—Pero no quiero...

—Tome... Atrape el cesto, yo cojo los pertrechos de pintura. Lo ve, soy un ser moral. No le suelto, con todas sus complicaciones. T, además, tengo el mal de la actividad... Vamos, suba por aquí...

—Gracias, pero realmente...

—Le he dicho que no le suelto... Un hombre solo está siempre en mala compañía.

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La balsa de la Medusa

Immanuel KantPrimer* in. aducción a la «Crítica del Juicio»

2 Konrad Fiedler Escritos sobre arte

3 Valeriano Bozal Mimesis: las imágenes y las cosas

4 Paul Valer y Escritos sobre Leonardo da Vinci

5 Felipe Martínez Marzoa Desconocida raíz común

(Estudio sobre la teoría kantiana de lo bello)6 F. M. Cornford

Principium Sapientiae7 Aloi's Riegl

El culto moderno a los monumentos8 Galvano della Volpe

Historia del gusto9 F. Antal

Rafael entre el clasicismo y el manierismo10 A. von Hildebrand

El problema de la forma en la obra de arte11 L. Pareyson

Conversaciones de estética12 Francisca Pérez Carreño

Los placeres del parecido Icono y representación

13 Plinio Textos de Historia del Arte

(edición de Esperanza Torrego)14 F. M. Cornford Platón y Parménides

15 Edgar de Bruyne La estética de la Edad Media

16 Folke Nordstrom Goya, Saturno y melancolía

17 Carlos Thiebaut Cabe Aristóteles18 Paul Valéry

La idea fija19 F. Antal

Estudios sobre Fuseli20 R. Assunto

Naturaleza y razón

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