La escuela en la Literatura

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Literatic La escuela en la Literatura Versión libre para leer y escuchar

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La escuela en la Literatura

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La Escuela en la Literatura

Materiales:

- Cuadernillo para leer - Audio

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Sobre la obra

Todos tenemos recuerdos de nuestra infancia y adolescencia en la escuela . Algunos son gratos y otros lo son menos. Cada uno cuenta sus “batallitas” según le fue en ella. Para los escritores éste ha sido un tema re-currente y en sus obras se retrata cómo era la escuela de su época o qué sentimientos le produjo, qué expe-riencias tuvieron... ¿Cómo ha sido tratada la escuela en la literatura? ¿Y el profesorado , y los escolares? Esto es lo que hemos tra-tado de encontrar en estos fragmentos seleccionados de algunos grandes autores.

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EL COMIENZO DE CURSO

Carmen Laforet recuerda su colegio al llevar por pri-

mera vez a su hija. al suyo.

“Con los mismos ojos ella y yo miramos el jardín del

colegio, lleno de hojas de otoño y de niños y niñas con abri-

gos de colores distintos, con mejillas que el aire mañanero

vuelve rojas, jugando, esperando la llamada a clase.

Me parece mal quedarme allí; me da vergüenza acom-

pañar a la niña hasta última hora, como si ella no supiera ya

valerse por sí misma en este mundo nuevo, al que yo la he

traído... Y tampoco la beso, porque sé que ella en este mo-

mento no quiere. Le digo que vaya y nos damos la mano, co-

mo dos amigas. Sola, desde la puerta, la veo marchar, sin vol-

ver la cabeza ni por un momento. Se me ocurren cosas para

ella, un montón de cosas que tengo que decirle, ahora que ya

es mayor, que ya va al colegio, ahora que ya no la tengo en

casa, a mi disposición a todas horas... Se me ocurre pensar

que cada día lo que aprenda en esta casa blanca, lo que la va-

ya separando de mí -trabajo, amigos, ilusiones nuevas-, la irá

acercando de tal modo a mi alma, que al fin no sabré dónde

termina mi espíritu ni dónde empieza el suyo... Y todo esto

quizá sea falso... Todo esto que piensa y que me hace sonreír,

tan tontamente, con las manos en los bolsillos de mi abrigo,

con los ojos en las nubes.

Pero yo quisiera que alguien me explicase por qué

cuando me voy alejando por la acera, manchada de sol y nie-

bla, y siento la campana del colegio llamando a clase, por qué

digo esa expectación anhelante, esa alegría, porque me ima-

gino el aula y la ventana, y un pupitre mío pequeño, desde

donde veo el jardín, y hasta veo clara, emocionantemente,

dibujada en la pizarra con tiza amarilla una A grande, que es

la primera letra que voy a aprender…”

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El inicio del curso escolar de Manuel Vicent

“El curso acaba de empezar. Los niños juegan en el

patio de un colegio y sus gritos forman un manantial muy

claro que cruza el silencio del valle y se pierde en la playa

vacía. Es la algarabía del primer recreo al final del verano,

que te hace recordar el perfume de aquellos lápices Alpino,

la goma de borrar con sabor a coco, el estuche del compás,

el suelo de la escuela recién barrido con serrín mojado, los

cánticos patrióticos con el brazo en alto, los cuadernos que

contenían un bosque ignorado de letras por donde uno se

adentró formando las primeras palabras que irían creando

el mundo bajo amenazas morales. […] Maduran los mem-

brillos. Se van los vencejos. Vuelven los escolares.”

La alegría de Federico García Lorca ...

Canción primaveral

Salen los niños alegres

de la escuela,

poniendo en el aire tibio

del abril canciones nuevas.

¡Qué alegría tiene el hondo

silencio de la calleja!

Un silencio hecho pedazos

por risas de plata nueva.

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… y el aburrimiento de Don Antonio Machado.

Monotonía de lluvia tras los cristales

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

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La dura escuela de Rafael Alberti ...

El mar reproducido que se expande en el muro

con las delineadas islas en breve rosa,

no adivina que el mar verdadero golpea

con su aldabón azul los patios de recreo.

¿Quién es éste del cetro en la lámina muerta,

o aquel que en la lección ha perdido el caballo?

No está lejos del río que la sombra del rey

melancólicamente se llevó desmontada.

Las horas prisioneras en un duro pupitre

lo amarran como un pobre remero castigado

que entre las paralelas rejas de los renglones

mira su barca y llora por asirse del aire.

Estas cosas me trajo la mañana de octubre,

entre rojos dondiegos de corolas vencidas

y jazmines caídos.

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...el castigo de Benito Pérez Galdós...

“La palmeta iba cayendo de mano en mano, incan-

sable, celosa de su misión educatriz, aporreando sin piedad

a todo el que cogía. La quemazón de la sangre, el cosqui-

lleo, el dolor agudísimo, daban entendimiento al torpe, me-

sura al travieso, diligencia al indolente, silencio al lengua-

raz, reposo al inquieto. Y como auxiliares de aquel docto

instrumento, una caña y a veces flexible vara de mimbre

sacudía el polvo. Había nalgas como tomates, carrillos co-

mo pimientos, ojos como llamaradas, frentes mojadas de

sudor de agonía, y todo era picazones, escozor, cosquilleos,

latidos, ardor y suplicio de carnes y huesos.”

… y el inevitable “la letra, con sangre entra”, que cono-

ció Miguel de Unamuno

“Repartía cañazos, en sus momentos de justicia,

que era una bendición. En un rinconcito de un cuarto oscu-

ro, donde no les diera la luz, tenía la gran colección de ca-

ñas, bien secas, curadas y mondas. Cuando se atufaba, ce-

rraba los ojos para ser más justiciero, y cañazo por acá, ca-

ñazo por allá, a frente, a diestro y a siniestro, al que cogía

le cogía, y luego la paz con todos. Y era ello una verdadera

fiesta, porque nos apresurábamos todos a refugiarnos del

cañazo metiéndonos debajo de los bancos. Esto era para el

juicio general o colectivo, mas para el juicio individual,

para las grandes faltas y para los grandullones, tenía guar-

dado un junquillo de Indias, no huero como la caña, sino

bien macizo y que se cimbreaba de lo lindo cuando sacudía

el polvo a un delincuente”.

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Amores de pupitre

En la escuela también nacen amistades y hasta el

amor llega, aunque, en el caso de Gonzalo Torrente Ba-

llester, no siempre correspondido

“Nunca había logrado que me atrajeran las compa-

ñeras de curso, pero esto acaso está mal dicho, porque

nunca me lo había propuesto. Pero aquel curso tuvimos

una niña nueva, y por el apellido le tocó sentarse junto a

mí.[...]Nos resultaba rara y un poquito ridícula, pero nadie

en público se atrevía a reírse de ella. Porque era guapa,

distinta de las nuestras, que también lo eran, pero de un

modo más local. Ésta, que se llamaba Rosalía, tenía el

rostro ovalado y moreno, los ojos oscuros y unas grandes

trenzas que le caían encima de los pechos y que llevaba

siempre atadas con dos lazos. Yo me enamoré de ella in-

mediatamente, pues entonces enamorarse consistía en

pensar en alguien día y noche, o, dicho más exactamente,

en recordarla, también en interpretar sus palabras y sus

gestos. En tal sentido, poco tuve que interpretar pues, a

pesar de sentarse a mi lado, me daba ostensiblemente la

espalda y no me dirigía la palabra. Yo no sé cuándo acon-

teció, que, en el recreo, la empujé sin querer, o tropecé

con ella, y ella me rechazó con un enérgico “¡Aparta,

feo!”, que todo el mundo oyó, del que se rió todo el mun-

do y me dejó desolado. […] Una mañana de clase, mien-

tras el profesor hablaba de los invertebrados, me hallé es-

cribiendo el quinto verso de un soneto cuya consonante se

me resistía. Pero el soneto, al fin salió, a costa de mi igno-

rancia de ciertas cualidades de los animales superiores. Se

titulaba sencillamente “A Rosalía” y no sólo le perdonaba

su ofensa en torpes endecasílabos, alguno de ellos cojo,

sino que al final, le declaraba mi amor. Se lo entregué per-

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ella lo recibió con una carcajada, y se rió más, después de

haberlo leído. “Mirad, muchachos, lo que me escribió este

tonto”, y a un coro que congregó a su alrededor les fue le-

yendo mis versos y todos se rieron una vez más.”

Y el profesor, Gerardo Diego, busca la perfección

Amigos:

dentro de unos días me veré rodeado de chicos,

de chicos torpes y listos,

y dóciles y ariscos,

a muchas leguas de este Santander mío,

en un pueblo antiguo,

tranquilo

y frío,

y les hablaré de versos y de hemistiquios,

y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),

y de pluscuamperfectos y de participios,

y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.

Y otro, seguramente el más listo,

me pondrá un alias definitivo.

Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.

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Pero un día tendré un discípulo,

un verdadero discípulo,

y moldearé su alma de niño

y le haré hacerse nuevo y distinto,

distinto de mí y de todos: él mismo.

Y me guardará respeto y cariño.

Y ahora os digo:

amigos,

brindemos por ese niño,

por ese predilecto discípulo,

por que mis dedos rígidos

acierten a moldear su espíritu,

y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,

y porque siga su camino

intacto y limpio,

y porque este mi discípulo,

que inmortalice mi nombre y mi apellido,

... sea el hijo,

el hijo

de uno de vosotros, amigos.

En su libro de memorias “La arboleda perdida”,

Rafael Alberti recuerda algunos episodios de su educación

en la primera infancia, que abarca el período comprendido

entre su nacimiento y la guerra civil.

“Doña Concha, enfundada en una bata verde pitárri-

ga, herencia de su querida madrina, anciana ya difunta que

presidía el colegio desde la altura de un horrible retrato, me

observaba durante las horas de silencio con una grisura es-

pecial en los ojos, que yo era incapaz de resistir.

Otras veces se me venía flechada, de pronto, a fín de sor-

prenderme esos aburridos dibujos, obra de la melancolía

infantil en las márgenes blancas de los textos. Era molesta

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y seca conmigo en casi todo instante, proviniendo quizás esta

conducta de su odio a las monjas o de una pequeña rebaja en

la mensualidad establecida para todos los educandos, conce-

dida a mi familia en honor a su descendente estado económi-

co. Consecuencias de aquella atmósfera de inferioridad y an-

tipatía: un verdadero pánico a la maestra, una agradable falta

de interés por todo aquello que favoreciera mi cultura, y cier-

ta triste rabia sorda, mezclada de admiración y envidia a mis

primos hermanos, discípulos también de doña Concha, pero

preferidos de ella por sus fincas y un magnífico coche de bri-

llantes caballos, dispuesto a pasearla todas las tardes, a la

salida del colegio, después de las bien pronunciadas leccio-

nes. Contra aquella fea mujer aplicaba yo mentalmente,

siempre que la veía e incluso en los momentos de papaga-

year el rosario, un raro trabalenguas, escogido de entre los

muchos oídos a mi madre y que -hoy mismo sigo compro-

bando su justeza-la retrataba graciosamente:

Doña Dúrriga, Dárriga, Dórriga,

trompa pitárriga,

tiene unos guantes

de pellejo de zírriga, zárriga, zórriga,

trompa pitárriga,

le vienen grandes.

Doña Concha, seguramente, no tenía guantes de

aquella zórriga piel ni quizás de ninguna otra; pero el tan di-

vertido nombre de Dúrriga o Dárriga, y sobre todo cuando le

tocaba aparecer emplumada en su coleadora bata verde, era

el único con que podían vengarse mi tristeza y mi rabia de

exalumno de las Carmelitas secretamente ofendido.”

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En “El camino”, (1950), Miguel Delibes nos recuer-

da la figura del maestro en una sociedad rural, idílica y a la

vez cruel .

“Don Moisés, el maestro, decía a menudo que él ne-

cesitaba una mujer más que un cocido. Pero llevaba diez

años en el pueblo diciéndolo y aún seguía sin la mujer que

necesitaba. Las Guindillas, las Lepóridas y don José, el cura,

que era un gran santo, reconocían que el Peón , necesitaba

una mujer. Sobre todo por dignidad profesional. Un maestro

no puede presentarse en la escuela de cualquier manera; no

es lo mismo que un quesero o un herrero, por ejemplo. El

cargo exige. Claro que lo primero que exige el cargo es una

remuneración suficiente, y don Moisés, el Peón, carecía de

ella. Así es que tampoco tenía nada de particular que don

Moisés, el Peón, se embutiese cada día en el mismo traje con

que llegó al pueblo, todo tazado y remendado, diez años

atrás, e incluso que no gastase ropa interior. La ropa interior

costaba un ojo de la cara y el maestro precisaba los dos ojos

de la cara para desempeñar su labor.”

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J.D. Salinger narra en “El guardián entre el cen-

teno”, los sentimientos y frustraciones de un chico

expulsado del colegio,

“Empezaré por el día en que salí de Pencey, que

es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Ha-

brán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto

la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre

con un tío de muy buena facha montado en un caballo y

saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra

cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en

todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por ca-

sualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice

lo mismo: «Desde 1988 moldeamos muchachos transfor-

mándolos en hombres espléndidos y de mente clara».

Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cual-

quier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndi-

do, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como

mucho. Y posiblemente ya eran así de nacimiento.

Es que no les he dicho que me habían echado. No

me dejaban volver después de las vacaciones porque me

habían suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba

nada. Me advirtieron varias veces para que me aplicara,

sobre todo antes de los exámenes parciales cuando mis

padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice

caso. Así que me expulsaron. En Pencey expulsan a los

chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico

muy alto. De verdad.”

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En las novelas de Elvira Lindo sobre las andanzas

de Manolito Gafotas, aparece habitualmente la escuela

como telón de fondo de sus historias. En este fragmento,

llamado “La vida es dura”, se narra el primer día de clase

del Imbécil .

“No todas las sorpresas fueron malas a la hora de

empezar la escuela este año. Unos días antes de que llegara

el día del principio del curso, al que a partir de ahora lla-

maremos día F (de Fatídico), me enteré de que mi madre

había apuntado al Imbécil al Preescolar que hay en mi es-

cuela. El Preescolar consiste en unas clases donde los niños

se pasan la vida jugando y cantando y durmiendo a ratos,

mientras los profesores se dan codazos diciéndose los unos

a los otros:

–Qué ingenuos, se creen que el colegio es esto. No

saben lo que les espera en el futuro. Ja, ja, ja.

Hay profesores que deberían estar protagonizando

películas de terror.

Para mí fue una gran noticia que el Imbécil viniera

conmigo a la escuela. Comprenderás que no es un plato de

gusto para nadie ver cómo tú tienes que ir con los pies la-

vados y cargado con la cartera a la tortura del colegio, y,

mientras, tu querido hermanito se queda en brazos de tu

madre con el pijama todavía puesto. Eso duele. Y eso que

el Imbécil, como me copia todo, se pasó el año pasado ju-

gando todas las mañanas a que iba a la escuela. La verdad

es que este niño y yo únicamente nos parecemos en los

apellidos. A lo que iba, que este año no fui el único pringa-

do que salió de casa de los García Moreno; un nuevo inte-

grante de la tribu de los Pies Limpios se me unió: el Imbé-

cil. Él también llevaba su mochila; claro, que nada que ver

con la mía. La mía llevaba en su interior cosas serias: esos

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libros nuevos que nos machacarán el cerebro durante meses;

mientras que en la suya mi madre había metido unos klínex

para los mocos, un chupete de urgencia por si le da un ataque

de ira repentina y unos pantalones de repuesto por si decide

que el váter del colegio queda muy lejos de su clase. Mi

abuelo nos llevó al colegio y llegamos tarde, como suele

ocurrir. Todo el mundo estaba empeñado en decirle cosas al

Imbécil por ser su primer día (de mí pasaban bastante, la ver-

dad). [..] El Imbécil parecía el Rey de España saludando con

la mano a diestro y también a siniestro, y encantado de ser el

centro del universo. Yo pensaba:«Ya se te acabará la felici-

dad, pequeño».

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Estos materiales de lectura son una propuesta para la ac-ción: la acción de leer. La lectura es una actividad intensa, que vuelve a dar vida al texto que recrea el lector en su mente y en su corazón. Aquí no encontrarás preguntas , ni cuestionarios, ni investigaciones que deben ser cumplimen-tadas para completar la lectura. Nada más lectura, y nada menos. Re-crear un texto nos permite leer desde perspectivas muy diversas. Una de ellas es la que nos presenta el autor, pero no es la única. El lector también interactúa con el texto y aporta a la lectura su experiencia, sus emociones, su forma personal de ser y entender, sus sentimientos, su vida. Esto nos abre nuevos caminos a la hora de enfrentar-nos con el texto que vamos a leer. Se puede, y se debe, leer de muchas maneras y con distintas finalidades, y de entre todas nosotros elegimos la más divertida, la más viva. Apos-tamos por las más lúdicas y emotivas, aquellas que acerquen de modo más vivo la palabra escrita al lector, verdadero pro-tagonista de estos textos. Hagamos una lectura creativa donde el texto se lea y se relea, se reviva de formas diferen-tes, porque diferentes son los lectores y las circunstancias de cada lectura, y de cada momento de nuestra vida. Recree-mos espacios nuevos (¿leer en el mismo sitio y rodeado de los mismos objetos?), aportemos nuestras propias emociones (¿es un drama o una broma?) y, sobre todo, disfrutemos al leer. Los miembros de este proyecto de innovación peda-gógica queremos dar las gracias a todos los profesores que pusieron voz a los textos de nuestro “Club de los lectores vi-vos”, embrión de esta publicación. El cariño y la emoción que entonces nos regalaron, anima ahora nuestro trabajo. Y sobre todo, queremos dar las gracias a los cientos de alum-nos que a lo largo de estos años han participado en estas lecturas, su ilusión y su capacidad para maravillarse es ahora la nuestra. Así mismo, los miembros de este proyecto de innova-ción pedagógica no queremos dar las gracias a SGAE, CE-DRO y demás organizaciones filantrópicas defensoras de las artes y de las letras, sin cuya alargada sombra nuestro traba-jo hubiera sido más fácil.

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Literatic

La Escuela en la Litertatura

Literatic es un proyecto para

elaborar materiales de lectura para la ESO, presentados de una forma atractiva y

motivadora, que se desarrolla en el IES “Torre del Prado” en la experiencia “El club de los lectores vivos”.

El objetivo del proyecto es realizar la adaptación de textos clásicos al lenguaje actual teniendo

en cuenta las capacidades e intereses de los alumnos a los que se dirigen y

utilizando las herramientas que nos ofrecen

las TIC.