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Página 1 Hace 1.900 años el emperador Trajano mandó construir un foro presidido por una columna de mármol de 38 metros de altura y decorada con 155 bajorrelieves para conmemorar sus victorias sobre la Dacia. Invadió la Dacia en el año 101 de nuestra era, donde libró batallas sin solución de continuidad hasta el año 106. El emperador Trajano reclutó decenas de miles de soldados romanos, cruzó el Danubio por dos de los puentes más largos que ha conocido el mundo antiguo, dos veces derrotó a un poderoso imperio bárbaro en su propio territorio montañoso y acto seguido lo borró sin contemplaciones de la faz de Europa. La guerra de Trajano contra los dacios, una civilización ubicada en la actual Rumania, fue el hito por antonomasia de sus 19 años al frente del Imperio. De ella regresó con un botín fabuloso. Un cronista de la época se jactaba de que la conquista había reportado cerca de 250.000 kilos de La columna de Trajano. Reconstrucción del foro de Trajano, la columna aparece a la izquierda.

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Hace 1.900 años el emperador Trajano mandó

construir un foro presidido por una columna de

mármol de 38 metros de altura y decorada con 155

bajorrelieves para conmemorar sus victorias sobre la

Dacia.

Invadió la Dacia en el año 101 de nuestra era, donde libró batallas sin solución

de continuidad hasta el año 106. El emperador Trajano reclutó decenas de miles de

soldados romanos, cruzó

el Danubio por dos de los

puentes más largos que ha

conocido el mundo

antiguo, dos veces derrotó

a un poderoso imperio

bárbaro en su propio

territorio montañoso y

acto seguido lo borró sin

contemplaciones de la faz

de Europa.

La guerra de

Trajano contra los dacios,

una civilización ubicada

en la actual Rumania, fue

el hito por antonomasia de

sus 19 años al frente del

Imperio. De ella regresó

con un botín fabuloso. Un

cronista de la época se

jactaba de que la

conquista había reportado

cerca de 250.000 kilos de

La columna de Trajano.

Reconstrucción del foro de Trajano, la columna aparece a la

izquierda.

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oro y casi medio millón de kilos de plata, además de una

fértil provincia nueva.

Tamaño botín de guerra cambió el paisaje de

Roma. Para conmemorar la victoria, Trajano mandó

construir un foro que incluía una amplia plaza columnada,

dos bibliotecas, un enorme edificio público conocido como

la basílica Ulpia y es posible que incluso un templo. El

foro era «único en el mundo», escribía extasiado un

historiador antiguo, con construcciones «indescriptibles e

imposibles de repetir por otros mortales».

Imponente, se erguía por encima de todo una

columna de piedra de 38 metros de altura, coronada por

una estatua de bronce del conquistador. Ascendiendo en

espiral en torno a ella se despliega un relato de las

campañas dacias: miles de romanos y dacios esculpidos

con todo detalle marchan, construyen, luchan, navegan, se

escabullen, negocian, suplican y perecen en 155 escenas.

Completada en el año 113 de nuestra era, la columna lleva

más de 1.900 años en pie.

Es difícil distinguir los erosionados bajorrelieves

más arriba de las primeras secuencias de la historia. La

columna se alza solitaria en medio de ruinas, pedestales

vacíos, losas hendidas, pilares quebrados y esculturas

fracturadas que permiten adivinar la magnificencia original

del foro de Trajano, hoy vallado y cerrado al público,

testimonio de pretéritas glorias imperiales.

La columna es una de las esculturas monumentales

más distintivas que sobrevivieron a la caída de Roma.

Durante siglos los clasicistas han visto en los bajorrelieves

una historia visual de las guerras, con Trajano en el papel

de héroe y Decébalo, rey de los dacios, como su digno

adversario. Los arqueólogos han examinado las escenas

para obtener información sobre los uniformes, las armas,

los pertrechos y las tácticas del ejército romano.

Y como quiera que Trajano arrasó la Dacia, la

columna y las esculturas de soldados vencidos que aún

quedan en pie y que otrora decoraron el foro constituyen

para los rumanos de hoy una valiosa referencia de qué

aspecto pudieron tener y cómo pudieron vestir sus

antepasados dacios.

La columna ejerció una enorme influencia, pues

inspiró monumentos posteriores tanto en Roma como a lo

largo y ancho del Imperio. Con el paso de los siglos, a medida que los monumentos

emblemáticos de la ciudad se iban desmoronando, la columna continuó fascinando e

impresionando. Un papa renacentista sustituyó la estatua de Trajano por una de san

Pedro para santificar el monumento. Los artistas se descolgaban desde lo alto, dentro de

cestos, para estudiar de cerca los bajorrelieves. Más adelante la columna se convirtió en

un importante hito turístico; Goethe subió los 185 escalones interiores en 1787 para

«disfrutar de unas vistas incomparables». En el siglo XVI empezaron a hacerse vaciados

en yeso de las escenas, y gracias a esos moldes se conservan detalles que han

Vista de la columna en

los restos del foro de

Trajano.

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sucumbido a la lluvia ácida y la

contaminación.

La construcción, el significado y, sobre

todo, la exactitud histórica de la columna

continúan siendo objeto de debate. A veces

se diría que hay tantas interpretaciones

como figuras en los relieves, y hay 2.662

figuras.

El arqueólogo e historiador del arte

Filippo Coarelli, un distinguido italiano de

setenta y muchos años, escribió el libro por

excelencia sobre la columna Trajana. En su

soleada sala de estar de Roma, extrae de

una estantería la historia ilustrada del

monumento. «La columna es una obra

fabulosa –dice mientras hojea las

fotografías en blanco y negro de los

bajorrelieves, deteniéndose para admirar

las escenas cargadas de dramatismo–.

¿Dacias torturando soldados romanos?

¿Dacios envenenándose entre lágrimas

para que no los capturen vivos? Es como

una serie de televisión.»

O como las memorias de Trajano, añade.

Cuando se construyó, la columna se alzaba

entre las dos bibliotecas, donde quizá se

custodiase el relato sobre las campañas

dacias escrito por el propio emperador-

soldado. En la interpretación que hace

Coarelli, los bajorrelieves se asemejan a un

rollo, un formato más que probable del

diario de guerra de Trajano. «El artista (y

en aquella época los artistas no hacían lo que les viniera en gana) tuvo que actuar según

los deseos de Trajano», apunta.

Trabajando bajo la supervisión de un maestro, prosigue Coarelli, los escultores

siguieron un plan: crear una versión gigantesca del rollo de Trajano en 17 tambores de

mármol de Carrara.

El emperador es el héroe de la narración. Aparece 58 veces, representado como

comandante astuto, estadista consumado y soberano piadoso: arengando las tropas, en

meditabunda consulta con sus consejeros, supervisando un sacrificio a los dioses… «Es

el intento de Trajano de no quedarse en un mero hombre de armas y ser también un

hombre de cultura», dice Coarelli.

Huelga decir que Coarelli está especulando. Fuera cual fuese su formato, las

memorias de Trajano desaparecieron hace una eternidad. De hecho, ciertos detalles de la

columna y varios hallazgos arqueológicos de Sarmizegetusa, la capital dacia, sugieren

que los relieves hablan más de los afanes romanos que de su historia.

Jon Coulston, experto en iconografía, armas y equipo militar romanos de la universidad

escocesa de Saint Andrews, dedicó meses al estudio de la columna desde el andamio

levantado para su restauración en las décadas de 1980 y 1990. Su tesis doctoral versó

sobre ella. Desde entonces ha seguido fascinado por la columna de Trajano… refutando

Estructura interna de la columna.

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interpretaciones ajenas con pertinacia. «La gente está empeñada en verla como el

“telediario” de la época o como una película –dice–. Y caen en sobreinterpretaciones,

como siempre. Los relieves de la columna son genéricos, la obra de obreros ordinarios.

No podemos creer ni una palabra de lo que vemos en ella.»

Coulston sostiene que los relieves no salieron de una mente maestra. Ligeras

diferencias de estilo y errores de bulto (ventanas en medio de una escena o

desproporciones de altura) lo han convencido de que los escultores labraron la columna

sobre la marcha,

basándose en lo que

habían oído sobre las

guerras. «Por mucho que

guste la idea a los

historiadores del arte, no

hubo un gran intelecto

creativo al mando de la

obra –dice–. La

composición la crean los

canteros in situ a golpe de

cincel, no se proyectó en

un estudio.»

En su opinión, se

trata de una obra de arte

«inspirada» y no «basada»

en la historia de Trajano.

Basta observar la temática

de los relieves: relatan la

historia de dos guerras,

pero no se ven demasiados

combates. Las batallas y

los asedios no suponen ni

la cuarta parte del friso, y

en ningún momento

aparece Trajano en plena

lid. Por el contrario, los

legionarios –la altamente

cualificada espina dorsal

de la maquinaria de guerra

romana– se dedican a

construir fuertes, puentes,

calzadas e incluso a

cultivar la tierra. La columna los presenta como una fuerza de orden, civilizadora, no

destructiva y conquistadora. Y se diría que también invencible, ya que no se ve ni un

solo soldado romano muerto.

La columna subraya la vastedad del Imperio romano. Las huestes de Trajano

incluyen jinetes africanos con rastas, iberos armados con hondas, arqueros del Levante

mediterráneo con cascos aguzados y germanos con el torso desnudo, algo que debía de

antojarse exótico a ojos de los romanos togados. Todos ellos hacen la guerra a los

dacios, transmitiendo el mensaje de que cualquiera, por estrafalario que fuese su pei-

nado o su atuendo, podía convertirse en romano. (El propio Trajano, hijo de padres

romanos, nació en Hispania.)

Trajano se dirige a sus tropas, en primer término la flota

sobre el Danubio.

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Algunas escenas son ambiguas y de interpretación controvertida. ¿Alargan la

mano los dacios asediados para asir un cáliz con ponzoña y quitarse la vida antes que

verse humillados a manos de sus conquistadores? ¿O simplemente tienen sed? Cuando

los nobles dacios se congregan alrededor de Trajano en una escena tras otra, ¿están

rindiéndose o negociando?

¿Y qué decir de la sobrecogedora estampa de unas mujeres torturando con teas

encendidas a unos cautivos descamisados y atados? Expertos italianos interpretan que

son romanos cautivos atormentados por mujeres bárbaras. Ernest Oberländer-

Târnoveanu, director del Museo de Historia Nacional de Rumania, les lleva la contraria:

«Sin la menor duda son prisioneros dacios torturados por las furibundas viudas de los

soldados romanos caídos». Como en buena parte de la columna, cada cual ve una cosa

en función de lo que opine sobre los romanos y los dacios.

Entre los políticos romanos, «dacio» era sinónimo de «doblez». El historiador

Tácito habló de los dacios como de «un pueblo que nunca es de fiar». Eran famosos por

sus extorsiones: cobraban del Imperio en concepto de protección al tiempo que sus

guerreros saqueaban las ciudades fronterizas. En el año 101 Trajano dio el paso de

castigar a los díscolos dacios. Tras casi dos años de guerra, Decébalo, su rey, negoció

con Trajano un tratado que quebrantó ipso facto.

Roma no iba a consentir otra traición. En la segunda invasión Trajano no se

anduvo con chiquitas. A la vista están las imágenes del saqueo de Sarmizegetusa o de

poblaciones incendiadas.

«Las campañas fueron terribles, muy violentas –afirma Roberto Meneghini, el

arqueólogo italiano al frente de las excavaciones del foro de Trajano–. Fíjese en los

Mapa del desarrollo de la primera campaña.

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romanos que combaten

con una cabeza

decapitada entre los

dientes. La guerra es la

guerra. Las legiones

romanas eran conocidas

por su violencia y

ferocidad.»

Una vez derrotados, los

dacios se convirtieron en

un tema favorito de los

escultores romanos. El

foro de Trajano alberga

decenas de estatuas de

gallardos y barbudos

guerreros dacios, un

orgulloso ejército de

mármol en el corazón de

Roma.

El mensaje parece ir dirigido a los romanos, no a los dacios supervivientes, la

mayoría de los cuales fueron vendidos como esclavos. «Los dacios que quedaron no

habrían podido admirar la columna –dice Meneghini–. Se erigió pensando en la

ciudadanía romana, para hacer exhibición del poder de la maquinaria imperial, capaz de

conquistar un pueblo tan noble y aguerrido.»

Bien puede ser que la columna de Trajano sea pura propaganda, pero los

arqueólogos identifican en ella un componente de verdad. Las excavaciones de

yacimientos dacios, entre ellos Sarmizegetusa, no dejan de revelar vestigios de una

civilización mucho más sofisticada de lo que podría sugerir el término «bárbaro», la

despectiva calificación que les dedicaban los romanos.

Los dacios carecían de escritura, de modo que todo cuanto sabemos de ellos pasa

por el filtro de las fuentes romanas. Hay sobradas pruebas de que durante siglos

constituyeron toda una potencia regional que saqueaba y gravaba a sus vecinos. Eran

hábiles metalúrgicos que extraían y fundían hierro y lavaban oro, y con ambos metales

creaban ornamentadas joyas y armas.

Sarmizegetusa era la capital política y espiritual dacia. Sus ruinas yacen en los

montes de la Rumania central. En tiempos de Trajano los 1.600 kilómetros que la

separaban de Roma se traducían en un mes de viaje como mínimo. Para acceder hoy al

yacimiento, hay que recorrer la pista de tierra cuajada de baches que serpentea por el

mismo valle imponente al que se enfrentó Trajano. Entonces los puertos se vigilaban

desde complejas fortificaciones; ahora no hay más guardia que unas pocas casitas de

campesinos.

Las altísimas hayas que se han adueñado de Sarmizegetusa bloquean la luz del

sol y proyectan una sombra helada aun en los días más calurosos. Una ancha carretera

empedrada conduce desde los gruesos muros semienterrados de una fortaleza hasta un

prado amplio y llano.

Esa extensión verde –un bancal allanado en la ladera– fue el corazón religioso

del mundo dacio. Se distinguen restos de edificaciones, una mezcla de piedras originales

y reproducciones de hormigón, lo que queda del intento frustrado de reconstruir el lugar

en la época comunista. Un triple anillo de columnas de piedra marca el que fuera un

impresionante templo, que recuerda vagamente los edificios circulares dacios esculpidos

Ruinas de templos en Sarmizegetusa en la actual Rumanía.

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en la columna Trajana.

Junto a ellas, un altar

circular de poca altura en

cuya piedra se distingue un

motivo solar: el centro sacro

del universo dacio

desde hace seis años Gelu

Florea, arqueólogo de la

Universidad de Babeș-

Bolyai en Cluj-Napoca, pasa

el verano excavando en el

yacimiento. Las ruinas

desenterradas, junto con

piezas saqueadas y

posteriormente recobradas,

hablan de un animado

centro manufacturero y

ritual. Florea y su equipo han hallado pruebas de que a Sarmizegetusa habían llegado la

tecnología militar romana y la arquitectura e influencias artísticas griegas. Con ayuda de

imágenes aéreas, han identificado más de 260 bancales artificiales que se extienden casi

cinco kilómetros valle abajo. El asentamiento entero ocupaba más de 280 hectáreas. «Es

asombroso comprobar lo cosmopolitas que eran en las montañas –dice Florea–. Es el

asentamiento más grande, más representativo y más complejo de la Dacia.»

No hay indicios de que los dacios cultivasen a esa altitud. No hay terrenos

agrícolas. En lugar de eso, los arqueólogos han localizado restos de talleres y viviendas,

además de hornos para el refinado de mena de hierro, toneladas de torchos listos para la

fragua y decenas de yunques. Da la impresión de que la ciudad era un centro

metalúrgico que suministraba al resto de los dacios armas y herramientas a cambio de

oro y grano.

El yacimiento es un reducto de verdor y de paz. Cerca del altar brota un

manantial que quizá proveyese agua para los ritos religiosos. Cuesta imaginar las

ceremonias que se celebraban aquí… y su terrible final. Florea evoca el humo y los

gritos, el saqueo y la matanza, los suicidios y el pánico esculpidos en la columna

Trajana cuando un trueno interrumpe su discurso y el cielo se vela, amenazador.

La caída de Sarmizegetusa concluyó con la destrucción de los templos sagrados. «Los

romanos lo desmantelaron todo –dice Florea–. En la fortaleza no quedó un edificio en

pie. Fue una demostración de poder.» El resto de la Dacia también quedó devastado.

Cerca del ápice de la columna se vislumbra el desenlace: una aldea arrasada por las

llamas, dacios huyendo, una provincia en la que solo quedan vacas y cabras.

Necesariamente las dos guerras tuvieron que saldarse con decenas de miles de muertos.

Un contemporáneo dejó escrito que Trajano hizo 500.000 prisioneros, 10.000 de los

cuales transportó a Roma para que combatiesen en los juegos de gladiadores que

durante 123 jornadas celebraron la victoria.

El orgulloso rey de la Dacia no quiso verse humillado y rendido. Su final está

esculpido en la columna de su archienemigo. Arrodillado al pie de un roble, se traspasa

el cuello con un cuchillo largo y curvo. «Ocupada su capital y todo su territorio, en

peligro de caer cautivo, Decébalo se quitó la vida; su cabeza fue llevada a Roma –

escribió el historiador romano Dion Casio un siglo más tarde–. De este modo la Dacia

quedó bajo dominio romano.»

Estatua moderna, de 2004, de Decébalo en Rumanía.

Texto extraído de Historia, de

National Geographic. Mayo de 2015.