LA BELLEZA A TRAVÉS DE LA HISTORIA -...
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Postgrado de Filosofía, Literatura y Música
Asignatura: Dinamización Socio-Cultural
LA BELLEZA A TRAVÉS DE LA HISTORIA
Realizado por:
Cambronero Simarro, Cora
Fadrique Segura, Esteban Carlos
Francisco Cotolí, Blanca
Francisco Cotolí, Sonia
García García, Jesús
Guarino Drago, Minerva
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INDICE
Página
1. Introducción ................................................................................. 3
2. Definición de la belleza ............................................................... 4
3. Evolución de la belleza en el cuerpo humano .............................. 5
4 Pensadores que han tratado el concepto de belleza ................... 16
5 La belleza en la historia del arte ................................................ 18
6. Belleza en la naturaleza ............................................................. 26
7. Reflexiones antropológicas ........................................................ 27
8. Bibliografía ................................................................................ 29
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1 INTRODUCCION
Partiendo de la base que la belleza es subjetiva, vamos a intentar hacer
un recorrido sobre la misma a través de la historia. Es cierto que en cada
época siguen parámetros muy diferentes pero es interesante detenernos e
intentar comprender lo que nos quieren transmitir.
Entre los aspectos a destacar sobre la belleza están: la belleza humana,
arquitectónica, la pintura, la literatura y la propia belleza natural del
mundo en que vivimos.
Por otro lado también podemos considerar que la belleza es un tema
subjetivo y depende mucho de la persona que la aprecia. Por este motivo
es gratificante ver la gran cantidad de información existente sobre este
tema desde muy diferentes puntos de vista y además vemos que
culturalmente hay diferentes argumentos por la consideración de lo que
es bello para cada una de ellas.
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2. DEFINICIÓN DE LA BELLEZA
Según la definición del diccionario Larousse la belleza es un conjunto de
cualidades cuya manifestación sensible produce un deleite espiritual, un
sentimiento de admiración.
Pero para experimentar ese sentimiento, para captar la belleza es preciso
que alguien la perciba como tal y sienta placer en su contemplación. Se
necesita una relación directa entre el objeto emisor y el receptor para sentir
este efecto, ya que no a todas las personas les gustan o les parecen bellas
las mismas cosas. Dice muy bien el refrán que para gustos, colores; lo que
causa admiración y deleite en unos, puede disgustar a otros o simplemente
dejarlos indiferentes. De esto podría deducirse que no hay ninguna cosa
creada por el hombre que sea intrínsecamente bella; por los mismos
motivos no habría tampoco ninguna intrínsecamente fea. Otra cosa sería la
belleza que existe en la naturaleza, la cual constituye de manera espontánea
la máxima expresión de colores, de proporciones y de armonía que se
puede encontrar. Dejando pues aparte la naturaleza, fuente constante de
inspiración, el concepto, la idea de belleza, son subjetivos y dependen del
tiempo y del espacio tanto como de la persona o del grupo social que los
definan en cada momento.
Sin embargo en todas y cada una de las épocas históricas hubo un concepto
de belleza que la mayoría aceptaba y que estuvo determinado en gran
medida por las costumbres, los usos, la moda del momento. Además, cada
generación hereda la tradición cultural de sus mayores y con ella las ideas
de belleza y fealdad que se nos transmiten con la educación. Y cada
generación la acepta o la rechaza, pero no puede prescindir totalmente de
ella. La tradición cultural de Occidente, por ejemplo, es la grecolatina y por
muchos siglos que hayan pasado desde entonces nuestro concepto de
belleza está determinado por las ideas de la antigüedad clásica , no importa
las muchas modificaciones revolucionarias que hayamos podido introducir
en ellas .
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3. EVOLUCION DE LA BELLEZA EN EL CUERPO
HUMANO
El canon de belleza, realidad variable diacrónicamente.
La historia de la estética debe incluirse dentro de la historia de la
belleza, realidad más amplia en la que caben no sólo las obras realizadas
por la mano del hombre sino también cualquier objeto que haya sido
percibido o sentido como bello, incluso la propia figura humana. Es aquí
donde vamos a detenernos. Cabe preguntarse por qué el canon de
belleza física humana tiene la cualidad de cambiar con el tiempo. El
psiquiatra Luis Rojas Marcos —preocupado por lo que él llama tiranía
o dictadura de la belleza que hace que un 80 % de las mujeres
occidentales se sientan insatisfechas con su cuerpo y hasta un 20 % han
pasado ya por el quirófano a remodelar su figura— no duda en señalar
que el prototipo de belleza de la mujer delgada, causante de los
trastornos de la anorexia y la bulimia, está promovido por la industria de
la belleza, que genera millones de euros y que está controlada por
hombres. La obsesión por la imagen, continúa el psiquiatra, ha ido
impidiendo en muchos casos que la mujer pueda desarrollarse social y
culturalmente, de modo que es la moda lo que provoca la tiranía de la
belleza a la que está sometida, sobre todo, la mujer.
En este mismo artículo se nos asegura que los cánones de belleza han
sido casi siempre impuestos por los hombres, que han exhibido a las
mujeres como trofeos. La mujer fue apartada de los órganos de gobierno
y de las responsabilidades sociales porque la sociedad machista instauró
que su función era tener hijos, cazar marido, hacerse cargo de la casa y
complacer sexualmente al esposo. Para ello desde la adolescencia tuvo
que acicalarse para gustar al hombre, el cual diseñó su estética e incluso
su comportamiento. El hombre siempre alabó más su aspecto físico que
su capacidad intelectual y una mayoría de mujeres se esclavizó: es la
tiranía de la moda, la dictadura de la belleza, como propone este
artículo, la que ha producido un índice tan elevado de personas
insatisfechas con su físico, mujeres que por cientos de miles visitan los
gabinetes de cirugía plástica.
Los cánones o patrones de belleza, variables y pasajeros, han respondido
a motivos sociales y económicos. Así, por ejemplo, las mujeres ricas de
antaño debían ser gordas para demostrar que no tenían por qué trabajar y
que comían abundantemente. Hoy día, en los países desarrollados, la
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obesidad es considerada una especie de epidemia que provoca miles de
muertes debido a enfermedades derivadas del exceso de peso. Y eso no
vende. Lo que hoy tiene éxito y se vende es un cuerpo delgado, ágil y
esbelto que demuestre a los demás que puede consumir alimentos
escogidos y tiene tiempo suficiente para ir al gimnasio o hacer deporte.
Siempre ha habido motivos ocultos detrás de cada prototipo de belleza:
si se quiere incrementar el índice de la natalidad el ideal de belleza se
forma con caderas anchas y pechos grandes; si se quiere ostentar la
condición de clase social dominante se muestra la gordura en tiempos de
hambruna o crisis; si se quiere mostrar cuidado de la imagen, selección
de alimentos, exaltación de la juventud y tiempo libre para cuidarse
físicamente se muestra un cuerpo con unas dimensiones de 90-60-90
con cabellos rubios y aspecto frágil, o cuerpos delgados, casi infantiles;
si se quiere mostrar dinamismo, fortaleza física, aventuras y
exploraciones varias se presenta un cuerpo más musculoso y una tez
más curtida.
Parece ser que estos tres primeros modelos se han alternado en la
historia, aunque quizá por distintos motivos y con leves variantes. El
último es una variante del tercero, del contemporáneo, igual que existen
otras variantes como el de la belleza tecnológica. Existe un modelo más,
el postmoderno. El modelo postmoderno parece haberse liberado de la
estética para transformarse en bienestar físico, mental, intelectualidad y
educación en valores. No obstante, el modelo postmoderno no se ha
impuesto en la publicidad. El canon de belleza femenino tiene una
fórmula clave: el culto a la imagen. Se trata de una figura esbelta, altura
superior a la media, apariencia deportiva sin incurrir en lo atlético ni
excesivamente musculoso, piel tersa y bronceada, ojos grandes, nariz
pequeña, boca grande y labios gruesos, medidas publicitarias (90-60-
90), senos firmes, simétricos y sólidos, vientre liso, pelo largo (a partir
de los 50 también corto), piernas largas y torneadas y, sobre todo, tener
menos de treinta años. La eterna juventud se ha impuesto en la estética:
la figura firme, la forma intacta y el resto de la vida por delante para
cumplir los grandes sueños. Éste es el patrón del siglo XXI del que se
beneficia el mercado. El ideal de belleza masculino destaca la
importancia del ejercicio físico para conseguir el arquetipo, como había
hecho el mundo clásico de Grecia, de modo que la estatura superior a la
media, el cabello abundante, la frente ancha, los pómulos prominentes,
la mandíbula marcada, las extremidades y el tronco levemente
musculosos, la espalda ancha y las piernas largas y deportivas no
difieren excesivamente del canon propuesto por el Discóbolo de Mirón,
salvo quizá por unos pequeños detalles como lo de los pómulos y las
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mandíbulas, que en Grecia eran más redondeados y en la actualidad se
prefieren más tipo Robocop o Terminator, probablemente debido a la
influencia de la robótica y la cibernética.
El Discóbolo de Mirón
Los ideales estéticos de hombres y mujeres han seguido unos pocos
patrones, de modo que el hombre ideal de la Antigüedad grecolatina, el
del Renacimiento y el contemporáneo son similares. Ahora bien,
hablamos de unos pocos patrones en el ámbito de nuestra cultura, ya que
si nos asomamos a otras quedaríamos atónitos ante el ideal de belleza
que existe en cada una de ellas. Por poner algunos ejemplos curiosos, en
algunos pueblos de Birmania la belleza se mide por los aros que se
consigan colocar en el cuello de las mujeres, que puede alcanzar incluso
25 cms., hasta deformarlo por completo (les llaman las mujeres jirafa),
de modo que si llegasen a quitárselo se les romperían los huesos del
cuello. La mujer tuareg es valorada según el número máximo de
michelines que consiga acumular en el vientre. A las adolescentes de
Papua Guinea les estiran los pechos para dejarlos caídos; así tendrán
más posibilidades de casarse. Las etíopes de la etnia Mursi deforman sus
labios con discos de arcilla. Las Txucarramae se afeitan la cabeza. Otras
se liman los dientes; en otras tribus se estiran las orejas con peso o
permiten que les venden los pies desde pequeñas para, con la excusa de
la belleza de los pies pequeños, impedir su movimiento. El canon, visto
así, parece un catálogo de torturas, de las que no está exenta nuestra
cultura occidental, aunque utilice otros medios. Y no muy distintos, pues
qué otra cosa que tortura es la perforación de las orejas para colocar
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pendientes, los tatuajes, los piercings, el hambre en las dietas, incluso
los tacones, que producen daños en la espalda.
Dentro de nuestra cultura occidental y a grandes rasgos —pues no
podemos detenernos demasiado en ello—, podemos decir que sólo a
partir de la época clásica puede hablarse de verdaderos cánones
estéticos. De antes sólo podemos hablar de ciertas preferencias o
tendencias estéticas que se desprenden de algunas obras de arte antiguas
o de diversas fuentes documentales. Así, gracias a las pinturas rupestres
y, sobre todo, a algunas estatuas de la Prehistoria como la Venus de
Willendorf (Alemania), el canon de belleza era el de la mujer rolliza con
gran ostentación de su nutrición, de su feminidad y de su capacidad
procreadora, consideradas protectoras y de buen augurio. Son estatuas
de mujeres desnudas con grandes pechos y caderas. Las facciones de su
cara y otros detalles no se destacan. Algunas parecen representar
mujeres embarazadas, y es muy probable que esas imágenes fueran
esculpidas para propiciar la fertilidad de la tribu y, en último extremo, la
preservación de la especie y de la vida. Se trata sin duda de un canon
estético —como todos, ideales— que representa y relaciona la tierra
madre y productora con la mujer madre y protectora. Parece, por último,
que esas figuras, junto con los murales que representaban actos
sexuales, responden a una motivación primigenia por representar todo
aquello que era mágico para el hombre primitivo y que impresionaba sus
sentidos: el amor, el sexo, la reproducción.
Venus de Willerdorf
En la Biblia encontramos uno de los primeros documentos escritos
preocupados por la belleza en la descripción de la reina de Saba en su
visita al rey Salomón. Sin embargo, no todo en la Antigüedad fue del
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mismo modo, ya que en Egipto (según desprendemos de las pinturas)
tenemos una explosión de la estética corporal, del peinado, del
maquillaje, de la estilización, incluso de la cirugía, y todo ello hasta más
allá de la muerte (recuérdense los productos de belleza hallados junto a
la comida en el ajuar funerario de la familia de los faraones).
Busto de Nefertiti
El ideal estético del mundo clásico se fraguó en la antigua Grecia a
partir sobre todo de la escultura. La belleza se concebía como el
resultado de cálculos matemáticos, medidas proporciones y cuidado por
la simetría. Es hasta cierto punto lógico que esto se diera así en Grecia,
pues en ese contexto es donde nacen otras disciplinas como la filosofía
entendida como conocimiento del mundo, de la ética y del hombre para
ser más feliz. Dentro de este ámbito, la escultura persiguió el ideal de
belleza basado en el binomio de que lo bello es igual a lo bueno. El gran
pionero de la teoría griega sobre el ideal de belleza fue Policleto, a quien
se atribuye el célebre tratado El canon, hoy perdido. Tanto la belleza
femenina como la masculina se basaban en la simetría, según la cual un
cuerpo es bello cuando todas sus partes son proporcionadas a la figura
entera. Ahora bien, hay sensibles diferencias entre el ideal femenino y el
masculino debidas, claro está, a la concepción cultural. Las esculturas de
las mujeres, aunque proporcionadas, representan a féminas más bien
robustas y sin sensualidad. Los ojos eran grandes, la nariz afilada; boca
y orejas ni grandes ni pequeñas; las mejillas y el mentón ovalados daban
un perfil triangular; el cabello ondulado detrás de la cabeza; los senos
pequeños. En tanto que el ideal masculino estaba basado directamente
en los atletas y gimnastas ya que a atletas y a dioses se les atribuían
cualidades comunes: equilibrio, voluntad, valor, control, belleza. Roma
absorbió toda la iconografía de la escultura griega con la leve variante
de que, como pueblo más guerrero, al atleta le puso una armadura.
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En la Edad Media, a grandes rasgos, nos encontramos con un ideal de
belleza impuesto por las invasiones bárbaras, las cuales mostraban la
belleza nórdica de ninfas y caballeros. La fuente más importante para
analizarlo es la pintura. La fe y la moralidad cristianas impusieron un
recato en las vestimentas y una práctica desaparición del maquillaje, que
se consideraba contrario a la moral cristiana en cuanto que desfiguraba
lo que Dios había creado. La censura cristiana propició que, cuando
tenían que mostrarse cuerpos desnudos, como la Caída de Adán y Eva o
El Juicio final, los cuerpos se esquematizaban para quitarles cualquier
matiz de sexualidad. El ideal de mujer medieval, tantas veces pintado,
entre otros, por Jan van Eick, presenta blancura en la piel, cabellera
rubia y larga aunque el pelo puede estar recogido, rostro ovalado, ojos
pequeños, vivos y risueños, nariz pequeña y aguda, labios pequeños y
rosados, torso delgado y complexión ósea como corresponde a las
nórdicas, caderas estrechas, senos pequeños y firmes y manos blancas y
delgadas. La blancura de la piel indica pureza y es al mismo tiempo
símbolo de la procedencia del norte de Europa. Las vírgenes medievales
presentan también estas mismas características. En cuanto a los
hombres, eran representados como auténticos caballeros guerreros del
mismo estilo que los leeremos en las novelas románticas: pelo largo que
indica fuerza, virilidad y libertad, que llevaban los pueblos del norte de
Europa para emular a sus reyes. Por lo demás, la descripción responde a
la de un caballero con armadura alto y delgado, fuerte y vigoroso,
esbelto; pecho y hombros anchos para aguantar la armadura; piernas
largas y rectas como señal de elegancia y porte; manos grandes y
generosas como símbolo de habilidad con la espada y de masculinidad.
El matrimonio Arnolfini
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El Renacimiento tiene un canon de belleza semejante al del mundo
clásico, donde tenía su principal fuente estética. Así, se basa sobre todo
en la armonía y en la proporción. Italia se convirtió en el referente
artístico y todas las artes reflejaron ese canon de belleza del mismo
modo. Dentro de las producciones artísticas, han quedado como
emblemáticas en la historia el David de Miguel Ángel como canon de
belleza masculina (aún hoy referente publicitario) y El nacimiento de
Venus de Sandro Botticelli de la femenina. Las características son bien
conocidas: piel blanca, sonrosada en las mejillas, cabello rubio y largo,
frente despejada, ojos grandes y claros; hombros estrechos, como la
cintura; caderas y estómagos redondeados; manos delgadas y pequeñas
en señal de elegancia y delicadeza; los pies delgados y proporcionados;
dedos largos y finos; cuello largo y delgado; cadera levemente marcada;
senos pequeños, firmes y torneados; labios y mejillas rojos o
sonrosados. En el ideal masculino no voy a entrar. Todos tenemos en
mente la escultura del David; tan sólo añadiré los cabellos largos y
relucientes, las cejas pobladas y marcadas, la mandíbula fuerte, los
pectorales anchos, y que son figuras imberbes por lo general. De
maquillaje tenemos sólo el colorete y el carmín para esos tonos rosas de
la cara. Eso sí, el vestido es bastante suntuoso, aunque los renacentistas,
en su afán por mostrar la perfección corporal, gustaban de mostrar la
desnudez de los cuerpos.
El Juicio final de Miguel Angel
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El David de Miguel Angel
El Nacimiento de Venus de Botticelli
Todo se complica el siglo siguiente. El Barroco fue la edad de la
apariencia y la coquetería. Las cortes europeas enfatizaron su poder
mediante el arte de la apariencia y la fastuosidad. La Ilustración del
siglo XVIII puso fin a esto e impuso la sobriedad en las formas, aunque
no abandonaron ciertos hábitos. Me refiero, por ejemplo, a las pelucas
tanto en hombres como en mujeres. Pero lo que más destaca del Barroco
es la proliferación, uso y abuso de perfumes, carmines, lunares, corsés,
encajes, ropas suntuosas, zapatos de tacón, espejos, joyas, pomposidad,
peinados, coquetería, en suma. No en vano, nació la palabra
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"maquillaje" y se extendió por varias lenguas, muchas veces como
sinónimo de truco y engaño. El ideal de belleza femenino era, por tanto,
bastante artificial. En cuanto al físico en sí, se pueden adivinar tras los
ropajes y afeites unos cuerpos más gorditos que en el Renacimiento,
pechos más prominentes resaltados por los corsés, anchas caderas,
estrechas cinturas, brazos redondeados y carnosos, piel blanca, hombros
estrechos. De los hombres destaca el mucho pelo (muchas veces con
peluca), la piel muy blanca y las mejillas rosadas y, por encima de todo,
unos trajes suntuosos de infinitas capas.
La Venus de Urbino de Tiziano
Desde entonces hasta ahora ha habido muchas modas: la gracia, ligereza
y galantería del rococó; la sobriedad de la Ilustración; la moda del dandi
inglés, etc. El siglo XX ha impuesto diversas tendencias que, como
expusimos antes, dependen de motivaciones económicas y de lo que se
quiera mostrar: cuerpos rellenitos porque no se quiere dar a entender que
se pasa hambre; cuerpos "danone" si se quiere mostrar que hay un alto
nivel de vida que permite seleccionar los alimentos, preocuparse por la
imagen e ir al gimnasio. Ha habido momentos en el siglo XX que el
ideal de belleza femenina ha estado más próximo al primer modelo que
al segundo, especialmente en periodos de entreguerras e inmediatas
posguerras. Ahora bien, parece evidente que a partir de los años 60 la
tendencia —pese a la individualidad que algunos proclaman— es la de
los cuerpos delgados, gran altura, vientres lisos, cabello abundante, ojos
grandes, nariz pequeña, labios carnosos, senos simétricos y sólidos,
piernas largas y delgadas, cadera marcada aunque no excesiva, cuerpos
bronceados, y, sobre todo, jóvenes (sin arrugas). Ha habido leves
alternativas, por ejemplo, en los setenta, cuando predominó la estética
de figura recta, sin cadera ni pecho, alta y extremadamente delgada, tipo
Barbie en el trance de una severa dieta. De nuevo las caderas y pechos
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han adquirido formas más redondeadas y voluminosas en las últimas
tendencias.
En la más estricta actualidad, parece que son los cómics y las nuevas
tecnologías —junto con los medios de comunicación— los que
proporcionan los nuevos patrones de belleza. Quizá ahora el icono de
belleza femenina lo proporcionen los vídeo-juegos: superhéroes y
hombres Madelman (musculosos, atléticos, poco locuaces, siempre con
ganas de guerra) y mujeres Laracrofts (de unos contornos fantásticos, en
ambos sentidos de la palabra), en fin, seres virtuales, ciberseres que se
desenvuelven con inusitada ligereza en las pantallas de los ordenadores,
a los que intentan encarnar como pueden los grandes actores de
Hollywood con más o menos éxito.
David Beckham
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De modo que, volviendo a nuestro punto de partida, el hombre ha
cambiado mucho y muchas veces el concepto de belleza a lo largo de la
historia cuando en realidad llevamos desde hace cuatro mil años
aproximadamente teniendo la misma apariencia física. Por poner un
ejemplo, los griegos eran exactamente iguales que nosotros, quizá con
unos centímetros menos solamente. ¿Por qué, entonces, ha cambiado
tanto nuestro concepto de belleza? Profundizando en la idea de Rojas
Marcos, los cambios de patrón estético han respondido a las relaciones
entre la imagen y la ideología del poder, especialmente en las mujeres,
históricamente más sometidas. El físico femenino se ha valorado como
un objeto más. Alicia Giménez-Bartlett ha profundizado en ello en un
ensayo titulado La deuda de Eva. Arguye que la belleza nunca es
inocente; siempre hay razones inconfesables detrás de los cánones, en
todas las épocas. Las matronas romanas debían dar ejemplo de dignidad
con su sobriedad física; las bellas renacentistas reflejaban en su
delgadez la espiritualidad de la época; las nobles francesas de antes de la
revolución mostraban con sus hábitos imposibles y pomposos que nada
tenían que ver con el populacho. La modernidad, según la autora —con
la que desde luego coincidimos— es quizá menos teórica pero no más
tolerante. Se sustituyen las ideas por el dinero y todo encaja. Los
cánones de belleza actuales implican que gastemos dinero sin medida
para alcanzarlos: gimnasios, dietas, siluetas, cirugía para la eterna
juventud. La gran mayoría de los humanos han pasado y pasarán por esa
especie de tiranía de la moda y del canon de belleza porque así ha sido
desde siempre, incluso —piensa la autora— muy probablemente desde
los tiempos de los hombres y los mamuts. Vivimos pendientes de
nuestra apariencia. Es posible que eso sea innato en el ser humano
aunque debamos variar por completo la imagen que la naturaleza nos
dio.
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4. PENSADORES QUE HAN TRATADO EL CONCEPTO DE
BELLEZA
Seguramente, todos o casi todos los filósofos que han existido en el mundo
han tratado de explicar la belleza, y hasta ahora ninguno de ellos ha
conseguido expresar más que su propia idea, su particular sentido de lo
bello. En general han identificado la virtud y los buenos sentimientos con la
belleza; por el contrario, el vicio y las bajas pasiones han encarnado para
ellos la fealdad. Por eso hasta el peor de los tiranos ha procurado disfrazar
sus acciones, dándoles apariencia de hechos virtuosos y su propia persona
como la de un benefactor. A nadie le agrada que afeen su conducta.
Los filósofos presocráticos griegos ya se ocuparon del concepto de belleza.
Pitágoras y Euclides pensaban que había una estrecha conexión entre la
belleza y las matemáticas. Les parecía que los objetos que tenían simetría
eran más llamativos. Esta idea de las proporciones armoniosas, de las
medidas justas para alcanzar la perfección será una constante en el arte de
los griegos durante toda su historia. Platón realizó una abstracción del
concepto y consideró la belleza una idea, de existencia independiente a la
de las cosas bellas. Según él, la belleza en el mundo es visible para todos;
no obstante, dicha belleza es tan solo una manifestación de la belleza
verdadera, que reside en el alma y a la que solo podremos acceder si
profundizamos en su conocimiento.
Para Plotino la belleza es inmaterial, inteligible y no sensible. No puede
depender de proporción ni de medida. La belleza está en el ser puro, en el
bien supremo. El resplandor que este ser puro y este bien supremo vierte en
las cosas materiales y visibles es lo que las hace bellas. Este vago y poético
concepto de la belleza en Platón y en los neoplatónicos se consideró
durante mucho tiempo el más próximo a la verdad porque prevaleció hasta
la Ilustración con pequeñas variantes. San Agustín, Boecio, San Alberto
Magno, Dante, abundan en el sentir platónico cuando tratan esta cuestión.
Para todos ellos la belleza deriva de Dios, y la belleza particular de cada
cosa es tan sólo un reflejo del esplendor divino, de la belleza absoluta del
Creador, la cual no es asequible a la inteligencia humana. Tomás de
Aquino opina lo mismo pero en lo tocante a las cosas visibles nos dice
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quae visa placet (lo bello es aquello que agrada a la vista ) , y RogerBacon,
a pesar de ser uno de los principales impulsores del empirismo científico,
se muestra absolutamente de acuerdo con todos ellos .
Una visión diferente es la que tenían algunos filósofos franceses e ingleses
del siglo XVIII que negaban la belleza como cosa en sí. Hume pensaba que
la belleza de las cosas está en el espíritu del que las contempla. Decía el
gran pensador inglés (con muy buen sentido, en mi opinión) que cada cual
debe limitarse a gozar de lo que le guste sin empeñarse en someter a su
gusto el de los demás. Otros pensadores ingleses afirmaban que la belleza
estriba en la utilidad práctica. Para Dugald Stewart no hay nada tan bello
como un campo bien cultivado. Para Reid el perro más bello es el que tiene
mejor olfato y el carnero más bello es el que posee la mejor lana y
proporciona las mejores chuletas.
Diderot, en Francia define la belleza como la proporción perfecta.
Voltaire dice que no hay nada más relativo que la hermosura y pone un
ejemplo demoledor: para un sapo nada hay más bello que su sapa.
En Alemania, durante la Ilustración y el Romanticismo, varios pensadores
estudiaron y se interesaron por este asunto retomando las ideas
neoplatónicas. Baumgarten o Winckelman llamaron a la belleza perfección
sensible y sentimiento que Dios graba en el alma de los seres humanos y
fue precisamente Baumgarten el primer filósofo que estudió la cuestión de
la belleza, separándola de otras disciplinas. Para dar a conocer su idea
sobre este tema escribió un tratado, ―La estética‖ que en su tiempo tuvo
mucha aceptación. Kant, el trascendental filósofo, y otros más sucesores
suyos. Fichte , Schelling o Hegel , también definieron el concepto de
belleza pero integrándolo cada uno de ellos en su propio sistema filosófico:
la armonía de lo ideal y lo real , la consonancia del espíritu con la forma y
otras parecidas . En definitiva, no penetran en la esencia misma de lo bello
porque acaso sea eso un empeño imposible. Lo que sí podemos hacer es,
simplemente, gozar de la belleza, tal como aconseja el bueno de Hume .
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5. LA BELLEZA EN LA HISTORIA DEL ARTE
El filósofo Enmanuel Kant afirmaba en su obra ―Crítica de la razón
práctica” “La razón de ser del arte es el arte mismo y por tanto no
necesita ninguna justificación―. No tiene por qué ser bello ni obedecer a
ninguna premisa. Pero si el arte responde a una necesidad que tiene
ancestralmente el hombre de plasmar sus ideas y sentimientos en el plano
físico, es natural que una de las emociones que provoque el arte sea la de
admiración y apreciación de lo bello , por lo que la forma y color de una
obra de arte , así como sus proporciones armoniosas , pueden hacer que nos
parezca bella independientemente de la intención del artista al hacerla .
La historia del arte occidental está marcada por la cultura de los antiguos
griegos, sobre todo por la de su época clásica que llega a su apogeo cuando
en el año 438 a.C. Pericles emprende la construcción en la Acrópolis de
Atenas de un templo dedicado a la diosa Atenea Parthenos, el Partenón .
Los filósofos helenos pensaban que las proporciones armónicas de cada
una de las partes entre sí, y de esas partes con el todo, constituían el ideal
de belleza perfecta. Todo lo concebían en términos matemáticos y ya se
sabe la importancia que le daban a la geometría, así que los constructores y
los artistas griegos se encargaron de poner en práctica esas ideas con
notable éxito.
Los griegos amaban la belleza como una necesidad vital y la plasmaban en
su arte por encima de cualquier otra consideración. Sus templos son
modelos de estética cuyas dimensiones se ajustan a una determinada
proporción entre la altura y anchura de sus fachadas. Hay una estrecha
relación entre las dimensiones de un templo griego y el número de
columnas que sustentan el frontón y la cubierta del edificio. Las columnas,
elemento principal de su arquitectura, las clasificamos en tres órdenes o
estilos: dórico, jónico y corintio. Con cambios y evoluciones más o menos
significativos estos tipos de columna han llegado hasta nuestros días junto
al característico frontispicio griego (un gran triángulo isósceles
obtusángulo) que es lo que llamamos frontón. El refinamiento en la estética
de algunos templos como el Erecteión, dedicado a la diosa Hera, hizo que
las columnas habituales fueran sustituidas por estatuas con forma femenina,
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representando a las mujeres de Karia (cariátides). En otros templos lo
hicieron con figuras masculinas (Atlantes). Esto era lo que marcaba toda la
construcción; la altura de las columnas – y por lo tanto, la del edificio –
debía estar proporcionada a su grosor. Normalmente y especialmente en las
dóricas se calculaba la altura en nueve veces el diámetro de la columna. Por
otra parte en los lados más largos del templo el número de columnas era el
doble del de las fachadas más una.
También en la escultura muestran los griegos su preocupación por la
estética. Sus imágenes, lo mismo las de dioses que las de mortales son
antropomórficas aunque no son realistas porque no reflejan lo real sino lo
ideal. Las proporciones de las figuras siguen un canon establecido que
busca la perfección en el rostro y en el cuerpo. Su modelo son los atletas
que participan en los juegos olímpicos y las jóvenes hetairas, y de ningún
modo la gente corriente. Hasta nosotros ha llegado la fama de escultores
griegos como Fidias o Praxiteles y la de sus obras: la gigantesca estatua de
Palas Atenea, hecha con marfil y oro; o la monumental de Zeus en
Halicarnaso . La escultura griega fue evolucionando desde las épocas
arcaicas y clásica hasta la del helenismo, expandiéndose por todo el
Mediterráneo y depurando su arte y su técnica, cada vez más perfectos. Sus
Apolos y sus Afroditas señalan todavía hoy, como lo señalaron siempre, el
ideal de belleza masculino y femenino. Desde la Grecia clásica hasta ahora
el arte ha pasado por muchos estilos diferentes porque cada periodo
histórico ha encontrado su propia expresión artística, reflejo del gusto de la
sociedad en cada momento y de las modas cambiantes, pero con la
excepción del gótico, hay una continuidad del clasicismo en el arte a través
del tiempo, en Europa y América sobre todo.
La cultura helena fue, ya en su tiempo, reconocida y admirada como
superior y su idioma, el griego como lengua vehicular entre las élites de la
antigüedad. Se usaba para la literatura y se copiaba el teatro o la poesía
griega. Y naturalmente la arquitectura, la música o la estatuaria, entre otras
muchas cosas. Cuando Roma conquistó las poleis griegas (en particular
Atenas) adoptó gran parte de su civilización aunque adaptándola a su
peculiar forma de entender –y dominar- el mundo conocido. Los romanos
valoraban mucho la belleza pero eran un pueblo eminentemente práctico y
por eso opinaban que el arte además de bello debía ser sólido y útil, o sea
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funcional. Sus construcciones seguían los métodos etruscos y sus propias
innovaciones técnicas (bóvedas de cañón, cúpulas, arcos de medio punto)
pero los ornamentaban al estilo heleno con columnas, frontispicios, relieves
o esculturas. Como su mitología era la misma que la de los griegos hicieron
numerosas copias de las esculturas helenas de dioses y de héroes y en
realidad la inmensa mayoría de las estatuas griegas que se conservan son
copias romanas. Posiblemente donde más destacaron fue en el retrato. Toda
persona rica y pudiente –y por supuesto, los cónsules, emperadores,
senadores importantes etc. – se hacía esculpir su imagen en un busto de
mármol o de piedra, y podemos suponer que el escultor procuraría
favorecer al máximo sus rasgos para resaltar su mejor aspecto y disimular
sus defectos. En el caso de las damas es evidente el cuidado del escultor en
reflejar los costosos peinados de las matronas ilustres, ya que éstos
indicaban su rango social y su riqueza.
Lo cierto es que deseaban estar bellos y que les preocupaba la estética en
todas sus manifestaciones. Y sin duda lo consiguieron porque sus caminos ,
sus puentes , sus teatros , sus acueductos , sus arcos de triunfo y en
definitiva todas sus obras , aparte de ser sólidas y útiles ( muchas de ellas
aún funcionan ) , tienen una gracia especial , un aire de belleza intemporal
que está en las arcadas de puentes como el de Alcántara o en templos como
el Panteón .
Cuando en el siglo V se desmorona definitivamente el Imperio de
Occidente se rompe la unidad política y social que durante tanto tiempo
había unificado los gustos y las tendencias de la gente. El mundo romano
en torno al Mediterráneo pierde su cohesión y es sustituido por diversos
grupos étnicos, por diversos pueblos, cada uno de ellos con su propia y
particular idea de la organización social. La única institución del Imperio
que pervive intacta es la Iglesia cristiana, y ella será la que se ocupe en los
tiempos de la decadencia de las ciudades, en la conservación de la cultura
de Roma. Para ello promueve la constitución de órdenes monásticas que se
encargan de guardar y copiar laboriosamente los libros y los tratados
clásicos. Además de los monasterios se edifican numerosas iglesias para
acoger a los fieles, que son casi toda la población pues los pueblos
invasores (y en especial sus clases dirigentes) se han cristianizado y
muchos de ellos han adoptado el latín como lengua propia . Estos edificios
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nuevos – monasterios, palacios, iglesias más que nada - se construyen
siguiendo normas y sistemas básicamente romanos pero en cada lugar con
un estilo diferente, atendiendo a las condiciones de cada país: clima ,
materiales disponibles , etc. Es el estilo que llamamos prerománico en
general pero que en Hispania será visigótico o asturiano y en otros lugares
de Europa sajón, carolingio, normando o bizantino entre otros. Son los años
de la alta Edad Media, en los que la vida es precaria para la mayoría de los
europeos y la economía de subsistencia. Solo los reyes y los obispos tienen
medios para acceder al lujo o promover bellas obras, y en efecto lo hacen;
las iglesias de tipo visigótico del norte de España son un ejemplo de
elegancia en su arquitectura de líneas sencillas que conservan la gracia del
arte clásico. Buena muestra de esto son Santa María del Naranco (Oviedo)
o San Juan (Baños de Cerrato) entre otras muchas.
A partir de finales del siglo X y principios del XI comienza el estilo
Románico que se impone en toda Europa Occidental. A nosotros nos llega
su influencia desde el norte de Italia y por eso se le denomina también
Lombardo. Penetra en Hispania por el Pirineo leridano y oscense y se
caracteriza por las torres campanario de sus iglesias, cuadrangulares, muy
altas y esbeltas, en contraste con el recinto eclesial, de pequeñas
proporciones. En su interior había pinturas murales al fresco que en el altar
presentaban la imagen de un Pantocrator en toda su majestad (Dios
Todopoderoso). El Románico llega a todos los territorios cristianos de la
Península y va haciéndose cada vez más monumental sirviendo al
pensamiento de la época que considera la religión el centro de todas las
cosas. Todo se hace Ad major gloria Dei y se desprecia lo terrenal y toda
belleza que no sea la divina ´En contraposición a esto la Hispania
musulmana, Al Ándalus venera la belleza en todos los aspectos y le
concede gran importancia. Su cultura, la de los árabes, es oriental y aunque
el buen musulmán vive en casas con el aspecto exterior austero, sencillo,
dentro del hogar procura rodearse de toda la belleza que pueda permitirse .
El interior de los recintos está adornado con jardines y fuentes y los patios
con gráciles y esbeltas columnas, celosías con esmerados dibujos y motivos
vegetales. Las habitaciones son decoradas con azulejos y alfombras y sus
techos con artesonados.
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Como evolución del estilo románico – y en ocasiones como reacción a él-
nace hacia el año 1.150 el gótico, que es difundido desde Francia por los
monjes de la abadía de Cluny y por los Cistercienses. Será el arte pleno de
la baja Edad Media y se utilizará en toda Europa, pero mientras que en
Inglaterra llega hasta finales del siglo XVI al convertirse en el llamado
estilo Tudor, en Italia solo penetra en el norte del país. En sitios como los
reinos hispánicos, en Alemania o en Flandes tendrá gran aceptación.
Aunque está muy ligado a la Iglesia y a la construcción de las grandes
catedrales, máximo exponente del gótico, y sigue teniendo una intención
didáctica de cara a la feligresía, iletrada en su gran mayoría, es un estilo
que agrada mucho también a los burgueses europeos que pronto lo hacen
suyo. El auge del comercio y de la artesanía ha encumbrado a las ciudades
como lugares de mercado o puertos de recepción y exportación de
mercancías. Los gremios de artesanos y las corporaciones ciudadanas
disponen de dinero, tienen influencia social y necesitan sedes de reunión,
lonjas de comercio, ayuntamientos, y el nuevo estilo es espectacular,
luminoso, vertical; bello. De esta forma se produce un gótico civil que se
desarrolla a la par que el religioso y que se complace en la belleza de sus
edificios con altos techos, grandes ventanales y vidrieras emplomadas. Los
pintores, igual que los maestros de obras, también tienen mucho trabajo
porque las iglesias y las catedrales necesitan retablos que ilustren las
prédicas y las enseñanzas del clero. Ya se elaboran colores muy vivos que
se emplean para pintar la pasión y muerte de Jesucristo y las vidas de los
santos más populares.
Pero la historia del arte, como la historia de la belleza es cambiante y
pendular. Llega el momento del humanismo y con él la nueva
interpretación del cristianismo y del papel del hombre en el mundo.
Cambia la visión estética de lo artístico y surge el amplio movimiento que
venía gestándose desde el siglo XIV , el Renacimiento con su vuelta a los
cánones clásicos y el estilo anterior es calificado por algunos como bárbaro
y propio del oscurantismo medieval y arte de los godos , esto es ―gótico‖ .
Y este es el nombre que se le quedó a un estilo grandioso y significativo,
que había prevalecido durante más de trescientos años y que más tarde
inspiraría a muchos de los románticos del siglo XIX. En su momento las
catedrales góticas fueron un prodigio de la técnica constructiva que
condensaba todos los saberes de la época y toda la religiosidad y cuya
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visión nos maravilla y nos asombra todavía. En su construcción intervenían
artesanos especialistas en cada aspecto de la gran obra: carpinteros,
albañiles, canteros, vidrieros, pintores, tallistas, escultores, orfebres,
herreros y de una u otra forma, todos los componentes de la sociedad de las
ciudades, que competían entre ellas por albergar la catedral más bella, más
admirable, más alta. La catedral debía ser la obra más bella de la ciudad y
la medida de todas las cosas. Y lo era, porque aún ahora hay poca gente,
cualquiera que sea su religión, que al viajar a una ciudad de España,
Portugal, Francia, o cualquier rincón de Europa dejen de visitar sus
catedrales góticas. Durante toda la Edad Media toda la vida de la gente
común giraba en torno a la Iglesia, y la religión estaba totalmente
jerarquizada y cerrada a cualquier otra forma de pensar que no fuera la de
la ortodoxia oficial. Las cosas terrenales no tenían importancia puesto que
la vida solo era un tránsito hacia la eternidad. El renacimiento cambió
totalmente esta visión del mundo y abrió la mentalidad de las personas a
todas las ciencias y todas las artes del mundo antiguo. Y lo que es más
importante, cambió el pensamiento y las ideas de la sociedad respecto a la
consideración del hombre, dándole protagonismo y creando el humanismo
cristiano que fue la revolución más grande que se ha experimentado en
Europa. En las artes plásticas la vigencia de lo clásico romano y griego
llegó, a través del Manierismo, del Barroco, del Rococó y del Clasicismo
hasta finales del siglo XVIII, con las lógicas modificaciones y diferencias
de cada tiempo y de cada país.
El Renacimiento, aunque fruto de varias influencias geográficas, se originó
en Italia y por eso los artistas buscaron su inspiración en los restos romanos
que abundaban en este lugar. En el medievo nadie los había apreciado pero
ahora eran el ideal de lo bello. Arcos de triunfo, columnas conmemorativas,
tumbas o incluso la Domus Aurea (palacio de Nerón) fueron el modelo que
siguió la arquitectura renacentista. Además en estos años se descubrieron
unos manuscritos de Marco Vitruvio Pollio, un ingeniero y arquitecto
romano del siglo I a.C., con instrucciones detalladas de cómo se edificaba
en su tiempo y con muchos planos y dibujos, que tuvieron una enorme
influencia entre los artistas del Renacimiento. Las nuevas ideas habían
empezado con los escritos de poetas como Petrarca, Dante, Bocaccio y
otros intelectuales del quatrocento que buscaban otras fuentes de saber
diferentes de las establecidas y que encontraron apoyo en algunas de las
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muchas cortes y estados independientes que había en Italia. Siguieron con
la escultura y la pintura y culminaron con la arquitectura, la cual en su
decoración reunía a todas las artes plásticas enriquecidas por una ciencia
acabada de descubrir: la perspectiva, que rompía definitivamente con la
estética gótica del arte. Los artistas de estos años- como lo harían también
los del cinquecento – se consideraban a sí mismos artistas completos, que
debían dominar todas las disciplinas posibles y, por supuesto, las
matemáticas y la ingeniería además de la pintura y la escultura porque no
se valoraba la especialización sino el arte en su conjunto. Ese era el caso de
Giotto, Piero de la Francesca, Botticelli, Masaccio, Fra Angélico,
Leonardo, Miguel Ángel, Rafael y tantos otros. Sus obras son modelos
universales para todos los artistas que han venido después, tanto las
religiosas como las profanas porque sus composiciones resultan
asombrosamente modernas y su modelo clásico de belleza es el que más se
aproxima al nuestro, incluso el femenino. Durante el Barroco y el
Clasicismo todos los artistas que podían hacerlo, incluidos los mismos
italianos como el famoso arquitecto Palladio, o Velázquez, pasaban un
tiempo en Roma estudiando las obras allí reunidas, como escuela
imprescindible. Allí nuestro pintor retrató al mismo Papa, el cual opinó al
verse ―troppo vero‖, demasiado real.
En el barroco, tiempo de contrareforma y de religiosidad extrema, hubo sin
embargo muchas pinturas con temas bíblicos y mitológicos que servían de
coartada para mostrar a las modelos femeninas con poca o ninguna ropa
para satisfacer el afán erótico de una sociedad fuertemente reprimida, tal
como habían hecho Tiziano con su "―Venus de Urbino"‖, o Rubens con
―Las tres Gracias‖ y Durero con ―Adàn y Eva‖, siguiendo el gusto de la
época por las mujeres de abundantes carnes. Aunque más refinadas para
nuestro gusto también Rembrant, velazquez o Murillo utilizan modelos (en
el caso de Rembrant , su segunda mujer) , que son cualquier cosa menos
delgadas . Los temas son recurrentes: el episodio de la casta Susana y los
viejos libidinosos, Betsabé bañándose mientras el rey David la observa, etc.
Velazquez emplea la mitología en algunos de sus más bellos cuadros: Las
hilanderas, La Fragua de Vulcano, La Venus del espejo. La perfección y la
expresividad de los personajes de los lienzos, la luz, el color, la armonía,
los pequeños detalles son tan impresionantes que uno piensa: no se puede
pintar mejor. Pero entonces miras Las Meninas, con la pequeña infanta
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Margarita ocupando el centro de la composición y ya no sabes qué opinar.
Y si contemplas La Inmaculada de Murillo ves la representación ideal de
una adolescente con el abundante cabello suelto y algo de sobrepeso (lo
que gustaba entonces), pero de una hermosura prodigiosa, y sientes la
esencia de la belleza absoluta, la emoción de estar contemplando la obra
perfecta.
En los Países B ajos gustaba mucho por entonces el retrato de grupos
corporativos y pintores como Rembrant o Halls se encargaban de la
realización de estos encargos que dieron como fruto algunas de las
maravillas artísticas de la pintura universal. Son cuadros de un realismo
fotográfico y muestran a los componentes más destacados de los diversos
gremios. Son por ejemplo La lección de anatomía o La ronda de noche.
El Clasicismo siguió la estética de la antigüedad, en este caso la griega pero
cuando tras la Revolución francesa y la ejecución de los reyes en la
guillotina los revolucionarios instauraron la República, el modelo que
quisieron imitar fue el de la Roma republicana y sus instituciones más
relevantes. Pintores como David, que habían trabajado para el antiguo
régimen se pusieron a la tarea de pintar los temas romanos que exaltaban
los valores republicanos con cuadros como El rapto de las sabinas o El
juramento de los horacios, y pocos años después las glorias de Napoleón.
París, que había sido la capital de la moda europea en vida de la
infortunada reina María Antonieta (la misma reina instauró un ministerio
de la moda), volvía a serlo en la República triunfante con un estilo que se
llamó ―Directorio‖ y que adoptó toda Europa durante el primer imperio.
Las damas con vestidos que imitan túnicas, con la falda descendiendo hasta
los pies desde debajo mismo de los pechos en líneas rectas y sencillas, sin
corsés ni miriñaques. Los peinados al modo romano y, desde luego, sin
pelucas. Viendo las damas retratadas por Goya o los cuadros ingleses de la
época de Jane Austen se ve enseguida cual era el tipo de belleza que
Francia exportaba.
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6. LA BELLEZA EN LA NATURALEZA
Cuando nosotros vamos por la playa, por la montaña, por llanuras podemos
ver panoramas que nos complacen y que son muy agradables a muestra
vista. No es preciso que sean grandes monumentos naturales también en las
cosas cotidianas y pequeñas podemos ser atrapados por su belleza.
Por ejemplo, caminamos por la orilla del mar y podemos apreciar los
distintos colores del mismo, un amanecer o un atardecer e incluso las
distintas tonalidades a pleno día.
Apreciamos a nuestro alrededor los cambios de panorama en las distintas
estaciones del año. La primavera con su exuberancia, el verano con la
cantidad de luz que el sol nos proporciona, el otoño con sus colores ocres y
rojizos en la caída de las hojas caducas de los árboles y en invierno con la
atmósfera fría y blanca de la tierra nevada. A lo largo del año tenemos
también las grandes tormentas con aparato eléctrico que nos sobrecogen y
nos dejan ver la belleza de un relámpago en el mar o bien en la montaña.
El agua que es fuente de vida con los ríos y cascadas. Las tierras bajas con
sus aguas estancadas para que las aves migratorias hagan su parada en sus
largos desplazamientos tanto hacia el Norte como al Sur.
También es bonito contemplar los desiertos con su fuerza e inmensidad, los
parques naturales, los picos interminables por su majestuosidad y altura.
La Tierra entera guarda un inmenso tesoro natural que debemos cuidar y
preservar para los que nos sigan en este Planeta Azul.
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7. REFLEXIONES ANTROPOLÓGICAS
Parece evidente que en todos los tiempos la armonía ha sido uno de los
elementos caracterizadores de la belleza. Sin la proporción y la
concordancia adecuadas las cosas nos chocan y nos parecen extravagantes.
Así ocurre en las artes, en la naturaleza y en la vida. Resulta bello de forma
natural aquello. Eso es lo clásico y es lo que vemos en la naturaleza, que es
en sí misma armoniosa y geométrica en sus formas, pero también en las
personas y en los sonidos.
La captación de lo bello produce un efecto sensual, de los sentidos que se
excitan y reaccionan ante la emoción de un placer que nos satisface por
algo que vemos u oímos. En el caso de algunas personas demasiado
sensibles esa emoción incluso puede causar algún trastorno síquico o
somático al que la medicina ha dado un nombre: síndrome de Sthendal. El
famoso escritor francés viajó a Italia en 1.815 y cuando estaba en
Florencia, abrumado por todo lo que veía, por el conjunto monumental y la
belleza de la ciudad se sintió mareado y casi se desmayó. La emoción tan
profunda que sintió ante tal acumulación de belleza lo desbordó por
completo. Puede pensarse que el autor de “Le rouge et le noire” se pasó un
poco, como diríamos ahora, pero no hay que olvidar que esto ocurre
durante el romanticismo, tiempo de pasiones exaltadas e ideas
revolucionarias y los románticos, ya se sabe, concebían los sentimientos
puros y la belleza (mejor cuanto más decadente) como la más noble
expresión del alma. Precisamente fue un crítico de arte francés de la época
el que viendo el cuadro de Delacroix, ―Las matanzas de Quios‖, exclamó:
cést un roman (esto es una historia, una novela) dando nombre así a todo un
movimiento que naturalmente, ya existía. Esta denominación prosperó en
París y más tarde en toda Europa, englobando a las artes, el pensamiento, la
moda, a toda una época. Y es que la cosa ya venía de antes; durante el siglo
XVIII, y mayormente en su último tercio, los jóvenes ingleses y franceses
al finalizar los estudios salían de su patria y hacían un viaje por varios
países europeos para adquirir de primera mano un fuerte barniz cultural.
Por supuesto, eran la pequeña minoría que podía estudiar y después de esto
costearse un viaje que podía durar muchos meses, esto es, los hijos de
familias nobles, ricas, o ambas cosas. Lo llamaban el ―Grand tour‖ y
visitaban, sobre todo las ciudades de Italia, cuna del arte, Grecia , Suiza y
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España . El exotismo que encontraban en los países del sur y los restos de
civilizaciones pasadas colmaban sus expectativas y les hacían apreciar la
belleza de los monumentos y (cómo no) de las mujeres del país de una
forma distinta a como lo hacían los naturales del mismo, los cuales, como
cosa vista cotidianamente no daban gran importancia a lo suyo. Es el caso
de las construcciones árabes de España o las del Imperio en Roma y
Pompeya, que fascinaron a los viajeros extranjeros y siguieron atrayendo a
los románticos de Europa y América durante el siglo XIX, en particular
pintores y escritores que plasmaron en lienzos y relatos de viajes todo
aquello que les impresionaba. La lista de viajeros ilustres o célebres que
llegaron a España para deleitarse en la contemplación de la Gran Mezquita,
la Giralda o la Alhambra es muy extensa y a su interés por ellos se debe en
parte la restauración de alguno de estos monumentos.
La otra cosa que puede producir en las personas emociones tan intensas y
sensaciones tan placenteras como produce la visión de la belleza es la
música. También la música suele ir acompañada de calificativos y se dice
de ella que es una de las cosas más bellas del mundo. No se ve pero se oye
y está en el mundo desde que éste existe. O por lo menos desde que existen
el mar con su sonido constante, los ríos y manantiales o los pájaros. Todos
estos sonidos, que el hombre ha imitado con instrumentos que ha ido
construyendo, tienen su armonía y su ritmo propio, lo mismo que la música
que los hombres fueron inventando desde los tiempos más remotos. En
música se llama armonía a la producción y encadenamiento de acordes
musicales y decir armonía es decir proporción, espacios de tiempo
mensurables entre el sonido y el silencio, números, matemáticas. Por eso
durante mucho tiempo se consideró la música como parte de las
matemáticas, siendo precisamente Pitágoras el primero que dio un tipo de
notación y medida numérica a los sonidos musicales.
Nadie sabe por qué, pero la música, la melodía tiene efectos muy diversos
según la tonalidad (mayor o menor) que el compositor le imprime. Por eso
gusta a la mayoría de las personas, sirve para casi todo y mueve tanto
dinero porque provoca emociones que ninguna otra manifestación artística
puede provocar.
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BIBLIOGRAFIA
Giménez Bartlett, Alicia. La deuda de Eva. Lumen. 2002
Kenneth Clark. El desnudo. Alianza Editorial. 1981
Pérez Parejo, Ramón. El canon de belleza a través de la historia. Revista
Espéculo. 2006.
Rojas Marcos, Luis. La dictadura de la belleza. Revista Fusion. 2002
Doreen Yarwood. La Arquitectura en Europa
Arturo Pérez. La civilización griega
Hans H. Hofstatter y Hannes Pixa. Historia Universal comparada