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Violencia 6 l correlato de la violencia en el síndrome de estrés postraumático Roberto Manero Brito* Raúl Villamil Uriarte* La problemática de la violencia en nuestra sociedad se ha estudiado desde diversos ángulos. Evidentemente, el estudio de la delincuencia y los delincuentes, desde varias perspectivas, ha dominado en la mayoría de las aproximaciones a este fenómeno. Para la Criminología, el estudio de la delincuencia, sus procesos de constitución y de ins- titucionalización en tanto forma social vecina de otras institucio- nes sociales (Durkheim, Parsons), así como del delincuente, en des- cripciones vecinas al Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría, son objetos privilegiados, que ocupan gran parte de la literatura sobre la cuestión delincuencial. D esde hace algún tiempo, las Ciencias Sociales, en especial el Derecho, la Criminología, el Psicoanálisis y la Psicología, han iniciado el estudio de las víctimas y los procesos de victimización en el fenómeno de- lincuencial. Estos estudios han abierto un cam- po que ya se ha denominado la “Victimología” o tratado sobre las víctimas. No es extraño este súbito interés. Por un lado, ciertos fenómenos sociales de victimización han cobrado un lu- gar importante en las preocupaciones de gran parte de la sociedad. Más que en la primera o segunda guerras mundiales, los efectos de la guerra en los excombatientes estadounidenses de Corea, Vietnam o de la Guerra del Golfo, * Profesores-investigadores, Departamento de Edu- cación y Comunicación, Universidad Autónoma Me- tropolitana-Xochimilco. han podido ser objeto de un seguimiento que muestra las secuelas, en ocasiones bastante graves, que la experiencia de la violencia ex- trema ha dejado en estos soldados. Sin embargo, el campo desde el cual se estructura el conocimiento de las víctimas es más amplio. Las políticas neoliberales que se han aplicado mundialmente han traído consi- go consecuencias que en su momento pudie- ron ser previsibles. La secuela de violencia que ha dejado la operación de estas políticas se instala en prácticamente todo el planeta, es- tableciendo sus singularidades de acuerdo a la historia y características sociales y cultura- les de cada sociedad. Países ricos y pobres, sociedades fuertemente tecnologizadas o en un profundo subdesarrollo, todos muestran un fuerte aumento de la violencia social. Y si bien el aumento de la violencia está evidentemen- E

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Violencia6

l correlato de la violencia en elsíndrome de estrés postraumático

Roberto Manero Brito*Raúl Villamil Uriarte*

La problemática de la violencia en nuestra sociedad se ha estudiado

desde diversos ángulos. Evidentemente, el estudio de la delincuencia

y los delincuentes, desde varias perspectivas, ha dominado en la

mayoría de las aproximaciones a este fenómeno. Para la Criminología,

el estudio de la delincuencia, sus procesos de constitución y de ins-

titucionalización en tanto forma social vecina de otras institucio-

nes sociales (Durkheim, Parsons), así como del delincuente, en des-

cripciones vecinas al Psicoanálisis, la Psicología y la Psiquiatría, son

objetos privilegiados, que ocupan gran parte de la literatura sobre

la cuestión delincuencial.

Desde hace algún tiempo, las CienciasSociales, en especial el Derecho, la

Criminología, el Psicoanálisis y la Psicología,han iniciado el estudio de las víctimas y losprocesos de victimización en el fenómeno de-lincuencial. Estos estudios han abierto un cam-po que ya se ha denominado la “Victimología”o tratado sobre las víctimas. No es extraño estesúbito interés. Por un lado, ciertos fenómenossociales de victimización han cobrado un lu-gar importante en las preocupaciones de granparte de la sociedad. Más que en la primera osegunda guerras mundiales, los efectos de laguerra en los excombatientes estadounidensesde Corea, Vietnam o de la Guerra del Golfo,

* Profesores-investigadores, Departamento de Edu-cación y Comunicación, Universidad Autónoma Me-tropolitana-Xochimilco.

han podido ser objeto de un seguimiento quemuestra las secuelas, en ocasiones bastantegraves, que la experiencia de la violencia ex-trema ha dejado en estos soldados.

Sin embargo, el campo desde el cual seestructura el conocimiento de las víctimas esmás amplio. Las políticas neoliberales que sehan aplicado mundialmente han traído consi-go consecuencias que en su momento pudie-ron ser previsibles. La secuela de violencia queha dejado la operación de estas políticas seinstala en prácticamente todo el planeta, es-tableciendo sus singularidades de acuerdo ala historia y características sociales y cultura-les de cada sociedad. Países ricos y pobres,sociedades fuertemente tecnologizadas o enun profundo subdesarrollo, todos muestran unfuerte aumento de la violencia social. Y si bienel aumento de la violencia está evidentemen-

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te asociado a la pobreza y la frustración degrandes grupos sociales, es indudable que tam-bién está determinado por una amplia ycomplejísima red de condiciones que hacenindispensable un estudio preciso y de detallerespecto de las formas en las que se instala enel tejido social, así como sus efectos sobre elmismo.

Hemos dedicado especial atención a losestudios que se han realizado en víctimas dedelitos sexuales, especialmente la violaciónde mujeres, así como de las víctimas del terro-rismo de Estado, principalmente a los realiza-dos en los países del Cono Sur en los añosposteriores a las dictaduras que los asolaron.La violación y el trabajo sobre los efectos delterrorismo de Estado en sus víctimas directase, indirectamente, en todo el tejido social,muestran no sólo los efectos de la violenciaextrema en las víctimas, sino también los lí-mites de las categorías y teorías desde las cua-les se ha intentado conceptualizar estosfenómenos.

En otros lugares1 hemos desarrollado al-gunos ángulos de esta problemática. Hemosmostrado que la problemática de la violenciase desprende de las formas sociales normales,que la violencia es un componente de cual-quier sociedad de nuestra época. Así, los gru-pos delincuenciales no guardan diferenciasestructurales en relación a otros grupos quemanifiestan un descontento y una inconformi-dad en relación a la sociedad en la que viven.Sin embargo, también hemos mostrado queestos grupos o colectivos delincuenciales re-quieren de la creación o construcción de unconjunto de significaciones, su inscripción yadopción de un campo imaginario desde elcual se justifica y se hace posible el ejerciciode formas extremas de violencia, sin que estoimplique fuertes tensiones psicológicas,psicosociales o sociodinámicas2. Su inscripción

en un mundo de significaciones sociales ima-ginarias dominado por la perspectiva mitoló-gica de un mundo al revés, dota a estos gruposde un correlato que exige y justifica la extre-ma violencia desde la que actúan. La inscrip-ción de los grupos delincuenciales en dichouniverso de significación trae consigo ciertosfenómenos típicos como la creación de figu-ras de un culto especial, un viático desde elcual se hace manifiesta una forma de imagi-nación colectiva.

Desde esta perspectiva, la generaciónde los grandes grupos y redes delincuencialeses un largo proceso, de varias generaciones,en el cual el trabajo sobre el resentimientosocial3 se constituye como un fuerte analiza-dor del valor real de la existencia y de la vidahumana. Dicho de otra manera, el resentimien-to manifiesto en los grupos delincuenciales estambién un reflejo, quizás distorsionado, peromás bien grotesco, del valor real de la vidahumana en las sociedades neoliberales.

Ahora bien, si desde el polo de los gru-pos delincuenciales podría ser clara la inscrip-ción en un universo imaginario que no sólojustifica, sino que exige el ejercicio pleno deuna extrema violencia como condición de exis-tencia y de significación, nuestra mirada de-bía tornarse sobre el polo de la víctima, quizás

1 Cfr. Manero, R., y Villamil, R., “Movimientos socia-les y delincuencia. Grupos civiles y dinámica de laparticipación civil”, en Tramas No. 13, UAMX, México,Diciembre de 1998, pp. 233-256; también “Violencia yvictimización. Ensayo crítico desde una perspectivapsicológica”, en El Cotidiano No.111, México, UAMA,Ene-Feb 2002.

2 Con estos términos hacemos referencia al trabajode Pichon-Rivière (1971), en el cual sitúa diferentesniveles de abordaje de la problemática de la Psicología

Social. En este caso, planteamos como un nivel o pers-pectiva psicológica, aquélla que nos remite al funcio-namiento del aparato psíquico de la persona o delindividuo social, en términos de Castoriadis (1975). Laperspectiva psicosocial nos refiere al suceder del grupointerno de los individuos. El nivel o perspectivasociodinámico nos remite al acontecer del grupo exter-no, al proceso grupal.

3 Siguiendo a Martín Baró, “Si el sistema establecidotiende a transmitir y a reforzar patrones de violencia, esimportante subrayar que con ello también siembra lassemillas de su propia destrucción. Quienes como partede los sectores oprimidos tienen que interiorizar unaviolencia que les deshumaniza; quienes tienen que acep-tar la imposición de unos esquemas y formas de vidaque les impiden la adecuada satisfacción hasta de susnecesidades más fundamentales; quienes aprenden quelos mismos comportamientos que, utilizados por los sec-tores dominantes, llevan al éxito, a ellos como miem-bros de las clases dominadas les están vedados, seencuentran en la posición de revertir esa violencia,esos valores y esos comportamientos aprendidos en con-tra de sus opresores. Afectivamente, este proceso esposibilidado por el resentimiento”. Martín Baró, I., Ac-ción e ideología. Psicología Social desde Centroamérica,UCA Editores, 3ª edición, San Salvador, 1988. p. 410.

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con la expectativa de encontrar un universoimaginario yuxtapuesto al del polo de los gru-pos delincuenciales. Dicho de otra manera, laposibilidad de sobrevivencia de las víctimassería posible únicamente a condición de quesu victimización adquiera sentido. Si no fueraasí, la experiencia de la extrema violenciainscrita en el cuerpo sería insoportable, deses-tructurante y enloquecedora.

Sin embargo, el estudio de las víctimasde la violencia delincuencial se topa con otrotipo de obstáculos y dificultades. En primerlugar, a diferencia del grupo delincuencial, lasvíctimas no tienen un “cara a cara”, un espa-cio de interacciones desde el cual se estructureuna perspectiva imaginaria, una especie delatencia grupal. Las víctimas están dispersas.No hay nada que las relacione, si no es el co-mún denominador de haber sufrido, de mane-ra aparentemente pasiva, la violencia de algúndelito4.

Otra característica del estudio de lasvíctimas es la forma en la cual se ha construi-do su concepto. En un primer momento, la víc-tima de la violencia es un sujeto pasivo, unapersona sobre la cual recae la acción delin-

cuencial. La idea de la neurosis traumática ydel estrés postraumático está centrada sobreesta concepción del sujeto. Por su parte, laperspectiva de la Victimología se inaugura apartir de la ruptura del mito de la inocencia dela víctima. Para los victimólogos, siempre hayparticipación de la víctima en la acción de-lincuencial. Así, el objeto se dibuja más comouna relación, como lo que denominan la pare-ja penal 5. Para la Victimología, la víctima seconstituye en la interacción con su victima-rio, configurando de esta manera una parejapenal. Por último, el estudio de la violencia yde las víctimas también se ha enriquecido enor-memente con las aproximaciones antropoló-gicas. Desde esta perspectiva, las víctimas sonsujetos-soporte de la manifestación de lo sa-grado. La víctima, en tanto sujeto del sacrifi-cio, participa en su condición de víctima delas características que determinan los objetossagrados.

El estudio de las neurosis traumáticasnos ha llevado a diversos cuestionamientos enrelación a la constitución de la víctima comosujeto pasivo. La neurosis traumática enfatizalas características del individuo como básicaspara la comprensión del cuadro neurótico. Di-cho de otra manera, hay un privilegio metodo-lógico en el análisis del sujeto más que delestímulo desencadenante. Desde un planopsicodinámico, el estímulo traumático es de-masiado intenso para la capacidad elaborativadel psiquismo. El desequilibrio inducido por lairrupción del estímulo provoca diversos efec-tos, en primer lugar la alteración del equili-brio entre el yo y el superyo. Y este desequili-brio traerá a un primer plano la presencia dela culpa como fenómeno concurrente en elefecto traumático.

Sobre el eje de la culpa de la víctimacorre una serie de elementos de análisis quenos remiten a los efectos subjetivos de la vio-lencia. La culpa no es sólo la culpa del sobre-viviente o la culpa por no evitar riesgos evita-bles. La culpa aparece, también, como unelemento que se hace presente ante la revela-ción de aspectos insospechados del mismo in-dividuo. La víctima sometida a la extrema vio-

4 Aunque existen también los grupos victimizados.Esto puede relativizar las afirmaciones anteriores. Laidea de grupos victimizados puede ir desde grandesgrupos sociales (como los obreros, los estudiantes, unaclase social, los discapacitados –que pondría en primerplano la cuestión del estigma–, etc.), o grupos específi-cos (como ciertas familias durante las dictadurasconosureñas, células guerrilleras, etc.) Es bien sabidoque la militancia –que podría considerarse como unaforma de existencia de un proyecto portado por un gru-po interno- permitió resistir mejor la violencia a quienesla sufrieron durante las dictaduras. Podríamos mencio-nar, además, ciertas condiciones en donde las víctimastienen que estructurar lazos grupales: cárceles y cam-pos de concentración serían espacios no sólo de victi-mización, sino formas en las cuales esa victimizacióntendería a ser significada bajo la vigilancia del victima-rio. En estos casos, a pesar de lo cerrada que pueda serla red de vigilancia, siempre existen ciertos hechos,eventos, gestos, que estructuran un soporte grupal pararesistir la victimización. Sin embargo, consideramos quelas formas imaginarias desde las cuales estos gruposestán estructurados, soportan la victimización desde fi-guras que no son muy diferentes de las víctimas indivi-dualizadas. A reserva de una mayor profundización deeste importante tema, tomaremos como modelo de vic-timización a las víctimas de la violencia delincuencialprincipalmente, caracterizadas como víctimas indivi-dualizadas.

5 Cfr. Neuman, E., Victimología, El rol de la víctimaen los delitos convencionales y no convencionales,Cárdenas, 1ª reimpresión, México, 1992.

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lencia del delincuente, se ve obligada a satis-facer su violencia, a anticipar su ansia de do-minio. Se ve obligada (como el soldado) a su-primir, aunque sea temporalmente, el régimenmoral de su superyo, y a identificarse, paraestablecer una contraestrategia, desde el polode la sumisión, con el agresor. Desde allí ac-túa roles y participa en experiencias que leresultarán insospechadas. El recuerdo del even-to tendrá todo el poder del trauma. La neurosistraumática, como expresión de los efectos dela violencia en la subjetividad, sin embargo,no nos logra dar cuenta sobre las característi-cas diferenciales de los estímulos variados so-bre el psiquismo. No es lo mismo una mujerviolada que un militante torturado. No es lomismo el efecto de una catástrofe natural queel terrorismo de Estado. Asimismo, la comple-ja dinámica inconsciente desatada por la vio-lencia extrema no sería comprensible sin unaprofunda reflexión y redefinición de ciertas ca-tegorías clínicas, tales como las perversionesy, específicamente, la dinámica del masoquis-mo. Una de las formulaciones que intenta re-basar las limitaciones de la “neurosis traumá-tica” es el cuadro psiquiátrico del síndrome deestrés postraumático.

El síndrome de estrés postraumáticoEl síndrome de estrés postraumáticoEl síndrome de estrés postraumáticoEl síndrome de estrés postraumáticoEl síndrome de estrés postraumático

Este cuadro psiquiátrico apareció descrito porvez primera en el DMS-III (Diagnostic andstatistical manual) editado por la AmericanPsychiatric Association (APA) en 1980. El Sín-drome o Trastorno de estrés postraumático fuecatalogado como un trastorno de ansiedad,que tiene características singulares. Básica-mente lo padecen personas que “son vícti-mas de sucesos aversivos e inusuales de formabrusca, tales como las consecuencias de laguerra6, las agresiones sexuales7, los acci-

dentes8 o las catástrofes...9 Asimismo, la vic-timización –el hecho de ser víctima de undelito- puede causar unas repercusiones psico-lógicas muy negativas en la estabilidad emo-cional de las personas afectadas, especialmenteen el caso de las víctimas de violación”10.

El observador atento podrá notar que, adiferencia de la descripción de las neurosistraumáticas, el planteamiento del síndrome deestrés postraumático tiene una amplia descrip-ción de las situaciones desencadenantes, delos “estresores” que son capaces de desenca-denar respuestas similares.

En tanto figura diagnóstica, el interésde esta categoría es el de establecer una es-pecie de “estresores genéricos”, que tendríanla vocación de sustituir la dispersión de cua-dros de trastornos de ansiedad centrados en“estresores específicos” (tales como, por ejem-plo, la violación)11. Más adelante veremosque también se agrupa una serie de caracte-rísticas y síntomas que permiten una clasifi-cación diagnóstica muy clara, a pesar delempobrecimiento de la elucidación desde unaperspectiva dinámica del padecimiento (queno añade nada a la descripción planteada yapor el psicoanálisis en relación a la neurosistraumática).

Sin embargo, en su génesis social12, estacategoría nos revela cuestiones más interesan-tes. Este término se acuña en relación a losestudios de los efectos de la guerra y del terror

lisis y modificación de conducta 16, 1990, 417-437.Citado en Echeburúa, E., y Corral, P. de, “Trastorno deestrés postraumático”, Op. cit.

8 Alario, S., “Tratamiento conductual de un trastornopor estrés postraumático”, en Alario, S., (Ed.) Estudio decasos en terapia del comportamiento (2ª ed.). Promolibro,Valencia, 1993. Citado en Echeburúa, E., y Corral, P. de,Op. cit.

9 Holen, A., “A longitudinal study of the occurrenceand persistence of posttraumatic health problems indisaster survivors”, en Stress medicine, 7, 11-17, 1991.Citado en Echeburúa, E., y Corral, P. de, Op. cit.

10 Echeburúa, E., y Corral, P. de, “Trastorno de estréspostraumático”, Op. cit. p. 172.

11 Ibid.12 Nos referimos con este concepto a las condicio-

nes, exigencias, encargos y demandas sociales que es-tán en el origen de la creación de conceptos. VéaseManero, R., “Introducción al Análisis Institucional”, enTramas No. 1, UAMX, México, Diciembre de 1990.

6 Cfr. Albuquerque, A., “Tratamiento del estrés pos-traumático en ex combatientes”, en Echeburúa (Ed.),Avances en el tratamiento psicológico de los trastornosde ansiedad, Pirámide, Madrid, 1992. Citado enEcheburúa, E. y Corral, P. de, “Trastorno de estrés pos-traumático”, en Belloch, A., Sandín, B. y Ramos, F.,Manual de psicopatología, Vol. 2, McGraw-Hill/Intera-mericana de España, S.A., Madrid, 1995.

7 Echeburúa, E.; Corral, P.; Sarasua, B.; y Zubizarreta,I., “Tratamiento psicológico del estrés postraumático envíctimas de agresiones sexuales: una revisión”, en Aná-

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en los excombatientes de Vietnam. El ejércitonorteamericano salió de ese país en 1975. Elcuadro se genera alrededor de 1980. Variosautores mencionan el escepticismo de algu-nos psiquiatras respecto de la validez de estediagnóstico, al cual subyacen categorías clí-nicas mucho más antiguas. Parecería que fuegenerado más en relación a la complejidaddel sistema asistencial que respecto de lascaracterísticas y dinámica propia de la enfer-medad13. Lo que sí es cierto, es que la formatipo del síndrome de estrés postraumático esel trastorno presente en un gran número deexcombatientes. El tratamiento de dicho tras-torno es el que da forma al cuadro clínico.

Este cuadro también ha sufrido una evo-lución. En 1980, en el DSM-III, se pone énfasisen la naturaleza del estímulo. Así, el estímulodebía ser una agresión o una amenaza a lapropia vida, o ser testigo de agresión o amena-za a la vida de otra persona. La respuesta esuna respuesta intensa de miedo, horror e inde-fensión. Está también la vivencia del desam-paro. En este manual, un elemento importantees que estas vivencias se encuentran fuera delmarco habitual de la experiencia humana. Yeste punto sería posteriormente eliminado, enel DSM-IV, de 1994. En este último, se enfatizala respuesta de la víctima sobre la naturalezadel estímulo. Se trataba de eliminar lo que al-gunos médicos planteaban como un elementode subjetividad: ¿cuáles son los límites del“marco habitual de la experiencia humana”?Más adelante veremos la importancia de estatemática, en los efectos de la violencia de Es-tado en la población, especialmente quienessufrieron personalmente la experiencia de latortura, así como, indirectamente, familiares,testigos, y la población en general, amenaza-da permanentemente con la desaparición y elsometimiento a sufrimientos atroces. Ese erasu “marco habitual”.

Los elementos diferenciales para el diag-nóstico se describen claramente como elemen-tos de un trastorno de ansiedad:

“Aunque los síntomas de las personasque sufren de trastorno de estrés postraumáti-co pueden ser muy diferentes, por lo generalse incluyen en las tres categorías siguientes:

• Repetición de la vivencia- La personafrecuentemente tienen recuerdos o pesadillasrepetidas sobre el evento que les causó tantaangustia. Algunos pueden tener “flashbacks”,alucinaciones u otras emociones vívidas de queel evento está sucediendo o va a suceder nue-vamente. Otros sufren de gran tensión psicoló-gica o fisiológica cuando ciertos objetos osituaciones les recuerdan el evento traumático.

• Evasión- Muchas personas con trastor-no de estrés postraumático sistemáticamenteevitan las cosas que les recuerdan el eventotraumático. Esto puede llegar a causar evasiónde todo tipo: pensamientos, sentimientos oconversaciones sobre el incidente y tambiénactividades, lugares o personas que les recuer-dan el incidente. Otras personas parecen noresponder a las cosas o situaciones relaciona-das con el evento y no recuerdan mucho sobreel trauma. Estas personas también podríanmostrar una falta de interés en las actividadesque les eran importantes antes del evento, sesienten alejadas de los demás, sienten unagama de emociones más limitada y no tienenesperanzas sobre el futuro.

• Aumento de excitación emocional-Los síntomas de las personas en las que se veun aumento en la excitación emocional pue-den incluir sentir dificultades en quedarse dor-mido o no poder despertar, irritabilidad odesplantes de rabia, dificultad para concen-trarse, volverse muy alertas o cautelosos sinuna razón clara, nerviosismo o facilidad paraasustarse”14.

La víctima de la violencia delincuen-cial queda así definida en torno a una serie desíntomas, cuya relación y persistencia defini-rá el cuadro clínico. Repetición y evitaciónserían síntomas que establecerían la perma-nencia de una situación de pánico que afecta-ría su vida cotidiana. Las secuelas de la

13 Y aquí habría que detenerse un momento, ya queestas dimensiones –asistencia y proceso salud-enferme-dad– no son del todo excluyentes. Las perspectivas des-de las que se ejerce la cura tienen también que ver conlas formas de enfermarse, y esto no necesariamente loentienden todos los médicos.

14 NAMI (National Alliance for the Mentally Ill), “Tras-torno de estrés postraumático”, Helpline fact sheet, enhttp://www.nami.org, 2001.

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violencia se inscriben, entonces, como sufri-miento permanente de la persona.

Respecto de las formas de elucidar es-tos síntomas, parece que la perspectiva psi-quiátrica muestra muy poco interés en unaexplicación dinámica. Es más bien desde elpsicoanálisis donde encontramos atención eneste punto, pero nada distinto de lo que ya sehabía establecido en relación a las neurosistraumáticas.

Hay también hipótesis que se estable-cen desde perspectivas conductistas, o inclu-so cognoscitivistas. Sin embargo, desde elpunto de vista de la organicidad, HugoBleichmar describe articulaciones insospecha-das que redefinen incluso las estrategias tera-péuticas: “Un aspecto a destacar es que nosólo la situación traumática específica (acci-dente, violación, asalto, etc) que precede a laemergencia del trastorno de estrés postraumá-tico interviene como causa del mismo, o quelos traumas previos -especialmente los infanti-les- preparan el camino para que el aconteci-miento precipitante tenga poder patógeno, sinoque los “flashbacks”, y la reexperienciaciónemocional de los recuerdos intrusivos que for-man parte del cuadro refuerzan, a nivel psi-cológico y biológico, a los acontecimientosvividos en la realidad. En el trastorno de estréspostraumático, cada recuerdo intrusivo, lejosde ser abreactivo es retraumatizante. Por loque las intervenciones presuntamentecatárticas terminan siendo iatrogénicas. Elfactor terapéutico es probable que resida enla resignificación del suceso en el contextode un vínculo humano reasegurante...”15

Resulta curioso cómo desde una pers-pectiva propiamente biológica se logra esta-blecer uno de los efectos sociales más nocivosde este cuadro clínico: su aspecto retraumati-zante desde la memoria del terror. No sóloenferma la experiencia vivida, sino el recuer-do del terror. Bleichmar además insiste en unfactor terapéutico que se sitúa en el nivel dela significación. La resignificación del sucesoes necesaria para recuperar la salud.

El síndrome de estrés postraumáticomuestra así las secuelas psicológicas y bioló-gicas de la violencia. La violencia no sólo tie-ne una cualidad traumatizante, es un estímuloque no puede ser manejado por el psiquismode las personas, cosa que había sido descu-bierta por los psicoanalistas en la neurosis trau-mática. La violencia, además, tiene unacualidad retraumatizante, su efecto es tambiénmediato. Se trata de un efecto a largo plazo,que va generando en la víctima una incapaci-dad cada vez mayor de llevar a cabo su vidanormal. Este efecto a largo plazo tiene quever con la reactualización imaginaria (aunquesea por vía de una memoria temerosa) de laviolencia sufrida. Es como si la violencia tu-viera la capacidad de instalarse en nuestra vidaanímica y, periódicamente, manifestara a tra-vés de imágenes terribles la presencia de aque-llo que considerábamos que habíamos dejadoatrás. Los “flashbacks”, los recuerdos o sueñosinopinados que se presentan en el síndrome deestrés postraumático, son la evidenciametafórica de la presencia permanente de unpoder terrible y aniquilador.

Así, este cuadro psiquiátrico tiene aun-que sea esa virtud: muestra, como un paran-gón terrible de nuestra inscripción en la cultura,la introducción de un poder fuera de nuestrocontrol, capaz de otorgar la vida y de hacer-nos permanentemente presente la inminenciade la muerte16. Detrás de la evidencia del des-ajuste producido por la virulencia terrible dela violencia, se desliza la sospecha –precisa-mente por su aspecto retraumatizante, preci-samente por la necesidad de resignificaciónde la experiencia como condición para la re-cuperación de los ajustes perdidos– de que nosólo es esa experiencia lo que enferma, no sólo

15 Bleichmar, H. “Neurobiología del trastorno deestrés postraumático” en Aperturas psicoanalíticas. Re-vista de psicoanálisis No. 6, Noviembre de 2000, enhttp://www.aperturas.org.

16 Las terribles pesadillas y recuerdos de los comba-tientes o, en su caso, de las víctimas de la violenciadelincuencial o del terrorismo de Estado, son prueba dela incorporación o introyección en el psiquismo de unpersonaje o un poder terrible, capaz de infligir castigosinimaginables, sufrimientos indecibles. Estos castigos ysufrimientos no tienen nada de imaginario. En buenaparte han sido ya experimentados (y es evidente que elestatuto de “experiencias” supone su articulación en elnivel de las fantasías...). Sin embargo, la reexperimen-tación de esos eventos en los sueños, recuerdos o fanta-sías también podría ser la percepción de la evidenciade un poder presente, terrible y destructor. Reactuali-zación siniestra del Edipo, frente a la locura de un po-der sin freno en una orgía de destrucción.

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es su recuerdo, sino que también lo que enfer-ma es el sometimiento a un poder terrible ydestructor. La condición infantil de sobreviven-cia, en tanto aceptación de la castración comocondición de inscripción en la cultura, se re-vierte como proceso de anonadamiento. Si enla infancia la socialización es posible Edipomediante, el sometimiento adulto se reviertecomo proceso hacia el sinsentido y la muerte.Por eso, para sobrevivir, tenemos que encon-trar desesperadamente un sentido, resignificarla terrible experiencia de la violencia.

El síndrome de estrés postraumático nosmuestra, también, otra serie de facetas, arti-culadas en su génesis social. Más arriba ha-bíamos expuesto cómo este cuadro surgeespecíficamente en el contexto de las deman-das sociales que emergieron como resultadode las secuelas psicológicas y sociales que dejóla guerra de Vietnam en la sociedad norteame-ricana17. En tanto posibilidad de establecer“estresores genéricos”, el síndrome de estréspostraumático fue sumamente funcional comomedida de control asistencialista al descon-tento de los excombatientes, en primer lugar,y en un segundo plano al de buena parte de lasociedad norteamericana, enfrentada al espec-táculo de la degradación de sus soldados18. Las

formas específicas de atender la demanda so-cial gravitan sobre el cuadro psiquiátrico, y losignifican fundamentalmente como una formade psiquiatrización de la violencia social.Como lo reporta Nancy C. Hollander, segúnLucila Edelman, que pertenece al equipo deasistencia psicológica de las Madres de la Pla-za de Mayo, el síndrome de estrés postraumá-tico “hace de un fenómeno social un problemapsiquiátrico”19.

No es primera vez que topamos con unfenómeno de estas características. Este tipo deestrategias de Estado son las que están en elorigen del trabajo de Robert Castel, especial-mente su crítica del psicoanalismo20. Asimis-mo, buena parte de la crítica antipsiquiátricatiene como piedra de toque la evidencia de uncontrol social a través de la psiquiatrización deldescontento y del resentimiento social.

El caso del síndrome de estrés postrau-mático muestra también las formas asistencia-listas de control social. Y no se trata única-mente de denunciar lo que resulta evidente: através de un cuadro psiquiátrico se logra lega-lizar la atención a un grupo social que pudieraser peligroso, o pudiera poner en evidencia losefectos de una económicamente muy jugosaaventura guerrera. Consideramos que el sín-drome de estrés postraumático, a través de lapsiquiatrización e individualización del dañoproducido por el terror, intenta delimitar clara-mente una población afectada, establecer contoda nitidez el límite entre los damnificados yafectados por el miedo y el terror de experien-cias inenarrables, frente a aquellos que no loson. Su finalidad fue ocultar y velar algo quese encuentra como sospecha en los afectos,en las emociones colectivas de la sociedadnorteamericana: que todos fueron dañados poresa guerra, que después de Vietnam el tejidosocial de los norteamericanos quedóindeleblemente marcado por el terror, que lalocura sangrienta que retrataban sus películas(Apocalipsis, por ejemplo), los había alcanza-do desde el lejano oriente. Establecida así unapoblación dañada, marcada por la violencia,

17 Y este aspecto resulta sumamente relevante, so-bre todo en relación a los efectos que la misma guerradejó en esa región del Oriente (Vietnam, Camboya,Tailandia, etc.). En ninguno de esos países se generóalgo similar a la introducción de un cuadro psiquiátrico,a pesar de que las secuelas de la violencia del conflictofueron posiblemente mayores en muchos planos. Unade los efectos de esta guerra, especialmente doloroso,fue el impacto en el tráfico de infantes y la explotaciónsexual infantil. Así como en esta región se inician lasformas modernas de tráfico y prostitución infantil, tam-bién allí se inician los primeros movimientos y organi-zaciones para enfrentarlas. Parecería que lasproblemáticas que aparecen como secuelas de la gue-rra fueron muy disímiles entre estas sociedades víctimasde la violencia.

18 A pesar de que existe evidencia de que los com-batientes norteamericanos en Vietnam eran, en su ma-yoría, personas de las clases sociales menos favorecidas.A diferencia de los veteranos de la Segunda GuerraMundial, que retornaron de Europa y Asia en medio dela gloria y el honor, el ejército americano de Vietnamregresa en la derrota, en medio de un sinsentido de laviolencia sufrida por los combatientes. El problema so-cial representado por los veteranos de Vietnam fue muydiferente. Hubo un fuerte rechazo social, y el Estado setuvo que hacer cargo de otra manera de estos soldados.

19 Hollander, N., Amor en los tiempos del odio. Psi-cología de la liberación en América Latina, HomoSapiens Ediciones, Rosario, 2000. p. 164.

20 Castel, R., El psicoanalismo, el orden psicoanalíti-co y el poder, siglo XXI, México, 1980.

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ésta se convertiría no sólo en el blanco de laacción asistencial, sino también de los proce-sos de depositación de las ansiedades socialesderivadas del terror.

Por último, el cuadro definido del sín-drome de estrés postraumático tiene otra con-notación, esta vez relacionada con el tiempo.Y se refiere al post. El planteamiento del sín-drome de estrés postraumático define los“estresores” o las situaciones traumáticas apartir de un modelo que delimita muy clara-mente, en el tiempo, el evento que producelos intensos desajustes psicológicos. El sucesotraumático es uno, y parecería que sucede unasola vez. Sin embargo, cuando se van suce-diendo las observaciones de aquellas situacio-nes que han sido capaces de generar losdesórdenes descritos por este diagnóstico, lacerteza respecto de la naturaleza del eventotraumático se desvanece. En el caso de lasdictaduras del Cono Sur, resulta evidente queno existía un post respecto de los efectostraumatizantes de la violencia. Se hablaría,en la sociedad argentina, de un efectivo trau-matismo social. Pero sospechamos que lo quesucede tan gráficamente en el caso de las dic-taduras, no resulta sino una caricaturizaciónde la complejidad de los efectos de la violen-cia sobre el psiquismo.

No sugerimos únicamente que la situa-ción de violencia que produce el estrés pos-traumático es una situación permanente en lassociedades que, como la nuestra, padecen unfuerte índice de violencia delincuencial. Nosólo traumatiza la acción violenta del delin-cuente (individual o colectivo). El clima detemor y miedo, el terror inducido en la coti-dianidad de las personas y los grupos socialesson presencia permanente, difícil de situar enel tiempo, del estresor, del estímulo que des-encadena el cuadro patológico.

El síndrome de estrés postraumático nosobliga a pensar que el acto delincuencial vio-lento, que el ejercicio efectivo de la violen-cia física, psicológica y moral, no es más quela fase terminal de un proceso mucho más com-plejo, de un ejercicio que determina la intro-yección de un poder terrible, irracional yperverso, que actúa sobre la víctima más alláde los tiempos acotados de la definición jurí-dica del delito.

La violaciónLa violaciónLa violaciónLa violaciónLa violación

Quizás ningún otro delito haya producido unestudio tan profundo sobre los efectos psicoló-gicos y sociales sobre las víctimas como laviolación. Sin lugar a dudas, tanto como elestudio de los efectos de la violencia sobre losex-combatientes de la guerra, los estudios rea-lizados sobre los procesos que sufren las vícti-mas de violación (y, posiblemente, puedageneralizarse a toda forma de abuso sexual),han servido como proceso-tipo para la defini-ción del cuadro clínico del síndrome de estréspostraumático.

Las definiciones de la violación sonmúltiples, desde los distintos enfoques disci-plinarios que se ocupan del asunto. Sin embar-go, creemos que pueden ser descritos en tornoa dos vertientes fundamentales: aquellas queintentan discriminar muy claramente la viola-ción de otro tipo de delitos y perversiones quesuceden alrededor de la esfera sexual (estu-pro, abuso sexual, etc.), y las que intentan in-cluir a la violación como delito asociado alpoder, tanto desde una crítica de la violenciacomo de la organización patriarcal de la so-ciedad. La problemática del consentimientopriva en la primera, mientras que la imposi-ción violenta de un poder sobre el cuerpovictimado es la interrogante que, en la segun-da perspectiva, conlleva importantes cuestio-namientos a partir de los efectos de la violenciasobre las víctimas.

Desde la primera perspectiva también sehan desarrollado una gran cantidad de estudiosque incluyen, por supuesto, las secuelas de ín-dole psicológico que genera la violación. Estellamado “delito sexual”, en su tratamiento clí-nico, mostró una sintomatología que se aproxi-maba a lo que después sería establecido comoel trastorno de estrés postraumático: “En lo to-cante a las secuelas que sufre la mujer violada,el daño psíquico no fue tomado en cuenta has-ta que las feministas lo pusieron en evidencia.Este daño siempre es grave ya que su relacióncon el mundo, consigo misma, con su cuerpo,con su sexualidad y con los demás, quedarádesde ahora marcado por lo siniestro, entendien-do por siniestro, aquello en que algo que es fa-miliar y conocido se torna repentinamente enalgo desconocido, diferente y terrible”.

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“En muchas mujeres, en donde aparen-temente ‘no pasó nada’, después de varias ho-ras, días o semanas, se suele desatar larespuesta traumática, manifestándose de diver-sas formas: llanto incontrolable, temblores,aturdimiento, espasmos, pérdida de controlmuscular, etcétera.

“Muchas mujeres que intentaron borrarde su mente lo ocurrido, reaccionando conaparente calma y autodominio en el momentode la agresión, se vieron sorprendidas, tiempodespués, reviviendo todo el hecho, aflorandoa la superficie una serie de emociones con-flictivas y/o contrapuestas: depresión, ira, sen-timientos de culpa, etcétera.

“Suelen también presentarse pesadillasrelacionadas con la violación o situacionesinherentes a ésta. Es también común el miedoa dormir solas o a oscuras, pérdida o aumentode peso súbito, dolores continuos de cabeza,náuseas y malestar estomacal, trastornos delciclo menstrual, flujo vaginal y depresión agu-da, desánimo y llanto incontrolable.

En relación a la culpabilización, “... apesar de lo que implica para la autoestima, pro-duce cierta tranquilidad interna en la vida coti-diana: la violación deja de ser un acto irracional,que puede acontecerle a cualquier mujer, encualquier momento y (casi) en cualquier lugar,para pasar a convertirse en un suceso que, entanto la víctima siente que ha provocado, pue-de ser controlado en el futuro...”21

Indudablemente, las características delcuadro traumático son muy similares a las quedescriben al síndrome de estrés postraumáti-co. Hay, además, algunas acotaciones que rea-lizan Echeburúa y Corral en torno a laviolación:

“... La probabilidad de experimentar estetrastorno es mayor en las mujeres agredidasque en los excombatientes porque el sucesotraumático se produce con frecuencia en unambiente seguro –casa, ascensor, portal, lugarde trabajo, etc.- para la víctima... las víctimas

de agresiones sexuales... van a reanudar su vidaen muchas ocasiones en el mismo escenarioen que ocurrió el ataque, con el consiguientetemor a volver a experimentarlo.

“Desde una perspectiva comparativa, eltrastorno de estrés postraumático presenta unascaracterísticas diferenciales según sea el agen-te inductor del mismo. El aumento de la acti-vación desempeña un papel especialmentesignificativo en el ámbito de las agresionessexuales, que suelen ocurrir frecuentemente enel medio habitual de la víctima y a manos, enmás del 50 por 100 de los casos, de personasconocidas... Las pesadillas, por el contrario,ocupan un lugar relativamente secundario,quizá porque la mayor parte de las víctimas –con la excepción de los casos de abuso sexualen la infancia- ha estado sólo en una ocasiónen contacto con el estímulo aversivo...22

Señalaremos además, con estos autores,que “las características específicas de la agre-sión sexual –grado de violencia, lesiones físi-cas y presencia de armas– no influyen en lasreacciones de las víctimas a corto plazo, perolas víctimas de agresiones especialmente crue-les experimentan mayores problemas de ajus-te a largo plazo... La violación consumadarepresenta, en último término, la percepciónde una dominación física total y de una humi-llación psicológica extrema...”23

Indudablemente, estamos muy próximosa la dinámica descrita en relación a las neuro-sis traumáticas, sobre todo en lo que conciernelas características del estímulo. Destacamos,en esta lógica, los efectos desestructurantes dela violencia extrema. La víctima se ve obliga-da a complacer al victimario, porque en lo realse está jugando la vida. Existe, en el mejor delos casos, una percepción de la víctima sobrela peligrosidad del violador. La coincidenciaentre la eventual fantasía violatoria de la víc-tima y la realidad terrible que padece no pue-de confundir una real valoración del efectotraumático. No es solamente esta coinciden-cia, no es solamente el recuerdo del traumavivido. Es también, insistimos, aquel descubri-

22 Echeburúa, E., y Corral, P. de, “Trastorno de estréspostraumático”, Op. cit., p.172. pp. 174-175.

23 Ibid. (Las negritas son nuestras), p. 183.

21 Aresti, L., La violencia impune. Una mirada sobrela violencia sexual contra la mujer. Daño psicológico yestrategias de apoyo, Facultad de Psicología, UANL,Monterrey, 1997. pp. 40-42.

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miento –siniestro, en el mismo sentido en quelo maneja Aresti- de los aspectos recónditos yterribles de nosotros mismos. El régimen espe-cial de supervivencia nos obligó a realizaractos (caracterizados como humillación psi-cológica extrema), imposibles de integrar ennuestros equilibrios psicológicos cotidianos. Losefectos, evidentemente, se manifestarán en ellargo plazo.

Nuevamente, en la valoración estricta-mente psicológica de los efectos o secuelasde la violación, creemos que quedan pendien-tes algunas consideraciones, que hemos inten-tado enunciar en el apartado anterior. En elcaso de la víctima de la violación, es tambiénel espacio cotidiano, el hábitat de la víctima elque queda marcado con el terror: aparecen,entonces, las conductas de “activación”. Nospreguntamos, nuevamente, si el estímulo pue-de reducirse al acto de violación, o más biensi no debemos ver en esta acción el desenlacede un largo proceso que marca, de manera casialeatoria, la requerida e impuesta sumisiónfemenina –aunque se trate, también, de niñoso varones (como es el caso, por ejemplo, enlas cárceles). Este espacio cotidiano, el hábitat,se transforma repentinamente en una metáfo-ra, en un escenario que, como el cuento deBorges, refleja a la víctima en mil espejos enuna escena totalmente extraña. Se descubreallí realizando los actos más soeces, haciendocualquier cosa con tal de mantenerse en vida.El violador puede estar en cualquier parte.Siempre es más fuerte. En ocasiones, cada vezmás frecuentemente, se presenta como un gru-po depredador. La sumisión ya no puede serpasiva. No basta con la parálisis inicial24. Tie-ne que ser una sumisión activa, creativa. Debecomplacer algo más que el impulso sexual. Lavíctima de la violación sabe, en su fuero másinterno, que lo que debe complacer en su vic-timario es su ansia de dominio. Las diferentesautoras de estudios sobre las secuelas psicoló-gicas de la violencia sexual, y más específi-camente de la violación, coinciden en señalarla profunda duda que embarga a la víctima entorno a sí misma, en torno a la culpabilizaciónpor las fantasías –vividas ahora como premo-nitorias, como revertidas siniestramente con-

tra sí misma-, a la culpabilización por “provo-car” o por no haber previsto suficientementela situación de peligro, a la culpabilizaciónpor no haberse resistido “suficiente”, por ha-berse quedado paralizada, “como si aceptarapasivamente” aquella cosa terrible que le es-taba sucediendo, a la culpabilización por in-tentar salvar la vida ante un peligro que,posteriormente, pudo pensarse como algo ba-nal, como algo que no ponía en riesgo la vida,culpabilización por intentar, de manera acti-va, formas distintas de sometimiento que sa-tisfaga las fantasías y el ansia de dominio desu victimario... Es como si la víctima se pre-guntara por aquellos aspectos desconocidosde su fuero interior, que la impulsaron a viviruna experiencia tan extremadamentedestructiva. Y la evidencia es contundente.La verdad femenina, la mujer que la mujerdescubre dentro de sí apenas la puede reco-nocer: es una mujer que ha dibujado el domi-nio masculino, es una mujer extraña, es lamujer cuya sumisión creíamos desde hacetiempo superada.

Más arriba decíamos que el delito deviolación aparecía casi de manera aleatoria,casi destinado a la suerte en una especie deruleta perversa. Sin embargo, si profundizamosun poco más, la violación es una forma de vio-lencia cuya recurrencia está destinada aimpactar en la reactualización simbólica for-zosa de las formas más brutales e irracionalesde dominación masculina. Dicho de otra ma-nera, cada mujer violada es la constataciónde la presencia inminente, cotidiana, brutal eirracional de un poder masculino: no hay es-capatoria. Por eso los síntomas. Insistimos: lossíntomas no derivan únicamente de una expe-riencia dolorosa y atroz, de un recuerdotraumático. No. Los síntomas derivan tambiénde una nueva dimensión que se abre a la per-cepción. Es la dimensión de una barbarie ocul-tada largamente. La mujer que dibuja esabarbarie difícilmente es compatible con esaotra dimensión del ideal del yo y del yo idealde las mujeres. Por eso es fuertemente deses-tructurante.

La prueba de esta dimensión de domi-nio asociada a la violación entendida comodelito sexual (esto es, la prueba de la reduc-ción jurídica del evento) está en dos elemen-tos: el diseño del dispositivo judicial de prueba

24 Cfr. Aresti, Op. cit., También Dowdeswell, J., Laviolación, Grijalbo, Barcelona, 1987.

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de la violación, que se constituye como unasegunda victimización en la que, como en nin-gún otro delito, la víctima es perseguida des-de la certeza de su participación en el actodelictivo, es decir, como culpable en mayor omenor medida de su propia violación25. Unasegunda prueba está en el lugar que tiene laviolación en los conflictos de dominio, espe-cialmente en las guerras y revoluciones. Estoseventos se constituyen como verdaderosanalizadores de la condición de las mujeresen un mundo apropiado desde una visión pa-triarcal.

Así, la violación va dejando de ser undelito preminentemente sexual, y va apare-ciendo como un delito asociado al ejerciciode un poder: “...la violación es un delito con-tra la libertad. No es un arrebato sexual, es elejercicio de un poder”26. Esta diferencia resul-ta sumamente importante. Clasificado jurídi-camente como delito sexual, la violación ponede manifiesto, desde su misma definición, laignorancia sobre la dinámica de la violenciay del poder anudadas en el sometimiento dela víctima. Asimismo, la definición misma deldelito articula la violencia del Estado al delitomismo, a través de la doble victimización. Estefenómeno, bastante generalizado en tanto ges-tión estatal de la violencia social, fue amplia-mente estudiado por grupos feministas enrelación a la violación, y es allí en donde elconcepto tiene su paradigma. La violación seconstituye así como el analizador privilegia-

do de la violencia en relación al género27. Elviolador, insisten los estudiosos del tema, noes un perverso sexual que está merodeando alas víctimas para satisfacer sus deseos sexua-les amplificados. El violador es, antes que nada,un sujeto que abusa de un poder, que no buscasu satisfacción sexual, sino el sometimientode la víctima a su violencia.

La reducción jurídica de la violaciónconvierte al acto en la imposición de una re-lación sexual no deseada. Sin embargo, dichadefinición oculta el sometimiento forzado a lavoluntad de otro más poderoso, al cual se tie-ne que ceder hasta el propio cuerpo. En susformas más crudas, en la violación como es-trategia de guerra y como forma de domina-ción de pueblos conquistados, se muestra sucontenido propiamente político.

Susan Brownmiller llama la atenciónsobre una constante: al parecer, ninguno o muypocos de los corresponsales de guerra toma encuenta los informes y las historias de viola-ción que se dan en los conflictos armados.

“...De la misma manera que en 1944los soldados alemanes torturaron y violaron alas que apoyaban a los maquis y que los para-caidistas franceses torturaron y violaron a laslíderes argelinas de la resistencia una décadamás tarde, así, en el año 1972, además de loshorrores de los centros de interrogación de Viet-nam del Sur, supimos de los shocks eléctricosy la violación perpetrados en la persona de lasprisioneras políticas de Argentina y de losshocks eléctricos y palizas severas adminis-tradas en los órganos sexuales femeninos ymasculinos de prisioneros de Brasil, incluyen-do el acto de doble venganza: ‘Una mujer vio-lada frente a su marido por uno de lostorturadores.’ Seis meses más tarde, se repitióel esquema en las colonias portuguesas deAngola y Mozambique y un año más tarde elgobierno militar hacía lo mismo en Chile. En

25 Actualmente, el caso de Digna Ochoa presentaun parangón de los elementos que la violación en tantoanalizador ha dado visibilidad. Digna Ochoa fue unaabogada que trabajó mucho tiempo en el ámbito de losDerechos Humanos, y una luchadora social que defen-día a activistas detenidos injusta e ilegalmente por elgobierno. Días después de una visita a poblaciones dela Sierra de Guerrero, en la que fue acosada por elejército, fue encontrada muerta de dos balazos en undespacho que le prestaban para trabajar. A pesar demúltiples evidencias que muestran que Digna fue asesi-nada, la Procuraduría General de Justicia del DistritoFederal ha realizado innumerables justificaciones,“lobbys”, para convencer a la opinión pública de quese trató de un suicidio. Nunca en la historia de la justiciamexicana, según Bárbara Zamora, abogada de la fami-lia de Digna, se había investigado tanto a la víctimapara mostrar su culpabilidad. No es casual que Dignafuera mujer...

26 Aresti, L., et. al, Violación. Un análisis feministadel discurso jurídico, IFAL, México, 1983. p. 26.

27 A pesar de los datos actuales, en los cuales laviolación de niños de ambos sexos es la evidencia deuna victimización mucho más amplia. Un análisis másprofundo, que no es objeto de este estudio, nos muestraque los rasgos de la llamada “violencia sexual” contralos niños participa de las características de aquélla diri-gida contra las mujeres. Así que, desde esta argumenta-ción, podemos incluir la violencia contra los niños dentrode la misma categoría de la violencia de género.

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gran parte del mundo, el pretexto de asegurar-se información política ha llevado, en el casode las mujeres, a la violación”28.

En los últimos tiempos, la guerra de losBalcanes, con su tristemente célebre “limpie-za étnica”, puso de manifiesto uno de los ele-mentos presentes en la violación como botínde guerra. Sin embargo, resulta interesante, enrelación al tema del síndrome de estrés pos-traumático, retomar los estudios de Brownmillersobre la violación en Vietnam, justo allí don-de se inician los horrores que desembocaríanen el invento de la categoría psiquiátrica.

Brownmiller analiza los reportes y testi-monios sobre la violación durante el conflictode Vietnam, desde la dominación francesa.Establece que la incidencia de este delito erapequeña por parte del ejército francés, asícomo de los soldados regulares del ejércitosudvietnamita. No fue así, sin embargo, conlas tropas de élite, los comandos sudvietnami-tas. Fue recordada la crueldad y violencia deestos cuerpos durante la invasión a Camboya:“En resumen, si Thieu no hubiera enviado asus bestias salvajes, no habría tantos khmer rojosy los jóvenes camboyanos no se hubieran pa-sado a millares a los grupos de resistencia”29.El Vietcong, al contrario, castigaba muy duroel delito de violación. Se encontraron testimo-nios de militares ejecutados por violar a muje-res de los pueblos que dominaban.

“Y de este modo llegamos a los ameri-canos, y debemos examinar primero la prosti-tución institucionalizada, porque a medida quela presencia americana en Vietnam fue cre-ciendo, se transformó en rutina la no expresa-da teoría militar de que los cuerpos de lasmujeres no sólo son una recompensa guerrerasino un alimento necesario como los batidos yel helado, para mantener sanos y felices anuestros muchachos. Y si bien el acceso mo-netario a los cuerpos femeninos no promovióuna ideología de la violación en Vietnam, tam-poco la sofocó”30.

Al igual que muchas sociedades orien-tales, la prostitución en Vietnam estaba fuer-temente arraigada en la sociedad vietnamita.Sin embargo, la tradición bélica francesa in-cluía ya los llamados “burdeles de campaña”.Estos fueron posteriormente adoptados por lastropas americanas, afectando de manera irre-mediable el tejido social. La prostitución, enel contexto de la guerra, se convirtió en laúnica fuente de ingreso para millares de muje-res sudvietnamitas31, pero también fue promo-vida intensamente por el ejército norteameri-cano: la finalidad era de “apaciguamiento”,especialmente del soldado raso, quien era elque menos tenía que ganar en esa guerra. Así,señala Brownmiller, fue la necesidad de con-trol y apaciguamiento de sus propias tropas, yno una creencia de que los soldados necesita-ran usar el cuerpo femenino, lo que llevó alejército de Estados Unidos a ingresar en elnegocio de la prostitución. Los efectos socialesde este apaciguamiento en la sociedad vietna-mita, y en toda la zona de conflicto, llegan hastanuestros días. En estas prácticas nació el nego-cio de la explotación sexual infantil, que azotaa buena parte de los países “en desarrollo”.

Más allá de la violencia que orilló amiles de mujeres y niñas vietnamitas a prosti-tuirse al ejército de Estados Unidos, éste utili-zó también la violación como estrategia dedominio militar. La violación de mujeres delas aldeas que los militares norteamericanos“registraban” era una práctica cotidiana. Estaspoblaciones eran sospechosas de ser simpati-zantes del Vietcong. Según el sargento ScottCamil, observador de avanzada de un regi-miento de marina, “cuando pasábamos por lasaldeas y registrábamos al pueblo, se obligabaa las mujeres a quitarse la ropa y los hombresusaban sus penes para comprobar que no te-nían nada escondido dentro. Eso era violación,pero se hacía pasar por registro”32. No se trata-ba de casos aislados. Era una táctica amplia-mente utilizada, prácticamente una costumbreen un ambiente de violencia extrema.

28 Brownmiller, S., Contra nuestra voluntad. Hombres,mujeres y violación, Planeta, Barcelona, 1981. p. 86.

29 Idem, p. 85.30 Ibid., p. 89.

31 Llegó a tal extremo la prostitución, que era muyfrecuente encontrarse en los burdeles a niñas de 10años o menos, padeciendo enfermedades venéreas otuberculosis...

32 Ibid., p. 103.

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El especialista Joe Galbally, que sirvióen una brigada de la división Americal en 1967-68 dijo: “Yo era prefecto en una compañía deinfantería, lo que quiere decir que más o me-nos setenta y cinco de entre nosotros hacía bar-baridades con la población civil de Vietnam”.Y más adelante: “Esta gente sabe lo que leshacen los soldados americanos, de modo quetrataron de esconder las jóvenes. Encontramosa una escondida en un refugio en una especiede sótano de su casa. La sacaron y fue violadapor seis o siete frente a su familia, frente anosotros y los aldeanos. Éste no fue un inci-dente aisaldo; es sólo el primero que recuer-do. Conozco por lo menos diez ó quince simi-lares”33.

El sargento Michael Hunter refiere lasatrocidades de la compañía Bravo. Relataque en la ofensiva del Tet, cuando estabanen las afueras de Hué: “...Encontramos mu-cha población civil. Se llevó a la poblacióncivil a un extremo de la aldea y se separó alas mujeres, que en ese momento eran vigi-ladas por una escuadra y su jefe. Deberíadecir que se separó a las mujeres jóvenes...Amenazándolas con armas, se les dijo quesi no se sometían al deseo de cualquier GIde los que las vigilaban, se les dispararía porintento de huida. Y eso lo explicaron lo me-jor posible para gente que no hablaba viet-namita, y es evidente que los entendieron,porque tres mujeres se sometieron a la viola-ción”34. Indudablemente, pues, la violaciónen el contexto de un conflicto bélico mues-tra mecanismos similares, situacionespsicodinámicas análogas a las que se danen otros contextos. Pero la violación en tiem-pos de guerra nos muestra con una terriblenitidez el contenido político de la violación.Las mujeres son reducidas a objetos-botín,que es la condición para violentarlas; sonbotín porque incluso la facción derrotadaparticipa, con el victimario, de la mismaestructura falocéntrica. Los hombres derro-tados no lloran solamente por el dolor infligi-do a las mujeres de su aldea. Lloran porqueellos mismos han sido afrentados, humilla-dos, en la violación de sus mujeres, conside-radas hasta ese momento su propiedad. Más

que en ningún otro contexto, el contextobélico muestra esa verdad de la violación,en tanto ejercicio y abuso del poder, más quepropiamente un delito sexual.

Este aspecto político de la violacióntiende a ser poco reconocido, incluso por mo-vimientos que “naturalmente” simpatizaríanpor causas contra la violencia contra las mu-jeres. Así, Brownmiller anota, no sin ciertaamargura, que los movimientos pacifistas desu país nunca quisieron tomar como elementode lucha la cuestión de la violación y la pros-titución en Vietnam...

La violación muestra, de manera níti-da, aquellos aspectos que normalmente ocul-ta su definición y diagnóstico en tanto síndromede estrés postraumático. Una dimensión polí-tica, que tiene que ver con las graves secuelaspsicológicas, la verdadera destrucción psíqui-ca que sucede al sometimiento, es ocultadatras la psiquiatrización. Quizás el testimoniode una joven violada pueda ser más explícitode la situación que intentamos describir-:

“...Salía de la universidad, me acom-pañaba mi novio, nos fuimos hacia el ‘vochito’besándonos y de repente nos agarraron doschavos y nos metieron en un coche viejo ygrande, había dentro tres chavos más... No sédónde nos bajaron, y primero pateaban a minovio en el piso y me agarraban a mí. Yo medi cuenta que uno de ellos era el que másmandaba, todos me manoseaban y ése medijo: si te vienes conmigo por las buenas, yolos paro a todos... yo le dije ‘sí señor’. Mellevó como a dos metros de los demás y medijo: ¡bájate los calzones!, yo le contestaba‘sí señor’. Eso me da mucha rabia conmigo,porque sé que lo tenía que obedecer para queno me violaran todos, pero no tenía por quédecirle ‘sí señor’. Luego... me... bueno doc-tora, usted ya sabe... me hizo lo que me hizo...bueno, si quiere que lo ponga en palabras...me penetró con su pene. Era tal el pánico queni sentí dolor físico... me preguntaba que sime gustaba y yo de estúpida, de mensa, leseguía diciendo ‘sí señor’. Después de un ratome subió al coche en la parte delantera y ami novio atrás, todo golpeado, en el piso... élcreo que lloraba, estaba muy pateado. Nosdejaron en el estacionamiento. No nos mirá-bamos, yo llena de vergüenza y rabia conmi-

33 Ibid., p. 106.34 Ibid., p. 106.

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go por pendeja, por decir ‘sí señor’, y mi no-vio, pues por pena y vergüenza. ...tengo mie-do, pues los chavos éstos allí andan... y tengorabia conmigo del ‘sí señor’. Qué estúpida,por lo menos debí callar y obedecer, asínomás. ¡Carajo! Qué rabia conmigo y qué mie-do. No puedo ver a mi novio a los ojos... él amí tampoco... me duele todo y aunque ya noera virgen, nunca había sido penetrada tanfeo, tan sin cuidado, tan como rasgándome.Sí, dígale a otras que si tienen que obedecer,que por lo menos no se apendejen y humillenaceptando y diciendo ‘sí señor’ al hijo de lachingada que las está violando...”35

Indudablemente esta joven, en su rabia,intenta la recuperación a partir del suceso te-rrible. Siente una rabia inmensa frente a ese“plus” que ella aportó al evento. En realidadno sabemos si ese ‘sí señor’ pudo haberle sal-vado la vida. Es evidente que en el momentoasí lo juzgó, y, relativamente, tuvo éxito ensobrevivir. Después, cuando el régimen psi-cológico de excepción desaparece, no pode-mos aceptar eso que descubrimos de nosotrosmismos...

El terrorismo de EstadoEl terrorismo de EstadoEl terrorismo de EstadoEl terrorismo de EstadoEl terrorismo de Estado

Otro de los fenómenos a los que está asociadola presencia del síndrome de estrés postrau-mático es lo que se refiere a las víctimas desituaciones sociales extremas, especialmenteel llamado terrorismo de Estado. El terrorismode Estado es una acción de extrema violenciaque utilizan ciertos grupos gobernantes, en al-gunos momentos históricos, para enfrentar loque consideran peligros sociales o, en su caso,peligros para la estabilidad del Estado. Nor-malmente, el terrorismo de Estado va asocia-do a acciones atentatorias a los DerechosHumanos, y no en pocas ocasiones se trata depolíticas explícitas de genocidio36. En gene-ral, la situación “de excepción” puede estariniciada por un período de fuerte inestabilidad

económica, política y social de la nación quepadece este fenómeno, que precipita una cri-sis que desemboca en una asonada militar, ungolpe de Estado. El nuevo régimen intentará,a toda costa, estabilizar la situación políticadel país, evitando por todos los medios las pro-testas y cuestionamientos al régimen nacien-te. Así, se inicia un período caracterizado comoun “estado de guerra civil”, en el cual las ga-rantías individuales, los Derechos Humanos,quedarán suspendidos hasta nueva orden. Elrégimen policíaco que se inicia de esta mane-ra tendrá como blancos iniciales todos aque-llos individuos y grupos políticos que seanconsiderados “peligrosos” para el propio régi-men. Los métodos para la anulación de las fuer-zas políticas opositoras son francamentebestiales. Desde las desapariciones forzosas,tortura, asesinato, hasta la censura en los me-dios de comunicación, en los espacios acadé-micos y la cultura.

El aniquilamiento de los supuestos peli-gros para el Estado puede estar orientado des-de cuestiones profundamente irracionales,odios ancestrales, conflictos étnicos, etc.Neuman refiere uno de los genocidios más atro-ces de los últimos tiempos, el que sufrieron losarmenios bajo el dominio de los turcos. En1915, la población de armenios estaba calcu-lada en 2,100,000 personas. Después de lasmasacres de 1915-1916, sólo quedaron600,000. El millón y medio de armenios asesi-nados durante ese año, fueron objeto de todotipo de ensañamiento por el régimen y la po-blación turca alentada por sus gobernantes. Sepracticó todo tipo de torturas y vejaciones eneste pueblo. Este genocidio sólo había tenidoun antecedente en el más grande que hayaconocido la humanidad: el genocidio de indí-genas durante la conquista española. Segúndatos proporcionados por Todorov37 después de80 años de conquista, la población originalde América, calculada en 80 millones depersonas, había disminuido a 10 millones. Enlo que concierne a México, de 25 millones deindígenas que había en el momento de la con-quista, hacia fines del siglo XVI sólo quedabaun millón.

37 Todorov, La conquista de América. El problemadel otro, Siglo XXI, 8ª edición, México, 1997.

35 Aresti, L., La violencia impune. Una mirada sobrela violencia sexual contra la mujer. Daño psicológico yestrategias de apoyo, Op. cit., pp. 93-94.

36 Cfr. Neuman, E., Victimología. El rol de la vícti-ma en los delitos convencionales y no convenciona-les, Op. cit.

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Otro momento en el cual el terrorismode Estado aparece asociado a políticas geno-cidas fue el holocausto, la masacre de6,000,000 de judíos a manos de los nazis. Allítambién, la crueldad y la innovación de losmétodos de tortura y de formas cada vez másatroces de infligir dolor a las víctimas fue es-pecialmente notoria.

Sin embargo, los ejemplos en los cua-les se ha podido trabajar más sistemáticamen-te en relación a los efectos de esta violenciasobre las personas están más cercanos. Las dic-taduras sudamericanas de los años 70 y 80 delsiglo pasado fueron especialmente crueles conlos disidentes. No se trata, desde nuestro pun-to de vista, de una cuestión estrictamente cul-tural o idiosincrásica. Hay antecedentes de las“técnicas” utilizadas por estas dictaduras enla dominación americana en Corea, en losparacaidistas franceses en Argelia, en las tro-pas americanas en Vietnam, etc. Asimismo,las situaciones de violencia desencadenadasen Guatemala, Nicaragua y El Salvador du-rante los 80 y los 90 y, finalmente, la guerrade baja intensidad practicada en Chiapas des-de 1994, a partir del levantamiento del EZLN,muestran en el testimonio de las víctimas al-gunos de los elementos desde los cuales pode-mos abordar otra dimensión del síndrome deestrés postraumático.

Para Ignacio Martín Baró38, sacerdotejesuita y psicólogo social de la liberación deorigen salvadoreño, masacrado por las fuerzasrepresivas de ese país, la problemática psico-lógica del uso institucional de la violencia re-presiva se sitúa en la racionalidad o irraciona-lidad en el uso de la coerción política. Dichode otra manera, si la violencia represiva al-canza o no los fines para la cual fue diseñada.Y esto debe incluir también sus finalidadespsicológicas. Algunas de las conclusiones a lasque llega Martín Baró resultan interesantes: “Asíaparece la irracionalidad de ciertos actos deviolencia represiva recientemente realizadosen El Salvador: el empleo de un ingente apa-rato represivo para eliminar a una escasa do-

cena de campesinos o para disolver una mani-festación de estudiantes ha acarreado no sóloun notable deterioro de la imagen del gobier-no ante los espectadores (el resto de la pobla-ción), sino también un refuerzo al aprendizajede la violencia en algunos grupos y un apoyoa la condena ética y política de la mayoría,debilitando así aun más la precaria base delegitimación social con que cuenta el actualgobierno salvadoreño”39.

En el punto de vista de Martín Baró, elanálisis se centra en la perspectiva formal dela violencia del Estado: la neutralización po-lítica y represiva de la disidencia. Las con-clusiones a las que llega es que la extremaviolencia represiva que utilizan algunos go-biernos no se justifica ni siquiera en funciónde sus propias finalidades. No se logra unaprendizaje respecto de aspectos que se quie-ren evitar en la población, no queda clarocuál es el comportamiento indeseable des-de el punto de vista del Estado, en fin, unaserie de consideraciones que subrayan la irra-cionalidad política de la represión políticaviolenta. Parecería ser que los efectos bus-cados por un régimen represivo no seríanalcanzables por la brutalidad de las medi-das represivas.

Desgraciadamente, la perspectiva redu-cida de Martín Baró, los referentes que utilizóen esos momentos no le permiteron una lectu-ra menos simplificadora de los efectos de losregímenes represivos sobre las víctimas de laviolencia.

La perspectiva victimológica, que he-mos mencionado en otros momentos, tampo-co permite una inteligibilidad de la violenciadesatada por el terrorismo de Estado. El descu-brimiento de la “pareja penal”, la ruptura delmito de la inocencia de la víctima, son ele-mentos que permitieron establecer una prime-ra dimensión colectiva en el fenómenodelincuencial. Sin embargo, estos mismos des-cubrimientos se han prestado para convertir ala víctima en la primera sospechosa y, conse-cuentemente, desencadenar en muchos casosuna doble victimización. En la cuestión delgenocidio y el terrorismo de Estado, la cues-

38 Martín Baró, I., “El valor psicológico de la repre-sión política mediante la violencia”, en Martín Baró, I.(Comp.), Problemas de psicología social en AméricaLatina, UCA editores, 3ª edición, San Salvador. 39 Idem, p. 327.

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tión de la participación de la víctima podríaser una aberración: “...se advirtieron trabajosmesurados sobre experiencias victimológicas delos más diversos países, pero también otros, yalgunos oradores, que parecían tener una suer-te de postura interna sobre la víctima a la quedesmesuradamente encontraban participandoen la génesis delictual y su desenvolvimientoy a la que cargaban de culpas de lo aconteci-do. Ello traía aparejado ineludiblemente unasuerte de condonación al delincuente. Pero esafalta de mesura y razonabilidad sobre la acti-tud victimal pareció empequeñecida cuandoalgún participante pretendió reflejar con unaverbalización de lugares comunes acostumbra-dos, la ‘culpabilidad de las víctimas’ en losgenocidios armenio y judío”40.

Echeburúa y Corral41 han incluido a lasvíctimas de secuestros, de torturas y demásactos comunes del terrorismo de Estado comosusceptibles de desarrollar el síndrome deestrés postraumático. Asimismo, muchos de losorganismos ciudadanos para la defensa delos Derechos Humanos, que trabajan con víc-timas de la represión gubernamental, así comoMartín Baró, cuando analizaba los efectos dela violencia represiva sobre sus víctimas, con-sideraron que la descripción del cuadro del sín-drome de estrés postraumático era undiagnóstico conveniente para las personas quehabían sufrido en carne propia la represión vio-lenta del Estado.

Según Elizabeth Lira, psicóloga chile-na que trabajó con víctimas chilenas y salva-doreñas del terrorismo de Estado: “Más allá dela estructura psíquica individual de la vícti-ma, todos padecen algún grado de perturba-ción como secuela psicológica. Los síntomaspueden alcanzar gran intensidad e incluyeninsomnio, ansiedades graves, enfermedadespsicosomáticas, dificultades de expresión, pér-dida de la autoestima, retracción social, des-censo de la productividad, abandono deobjetivos e, incluso, muerte prematura. Ade-más del tormento personal que estas secuelasde la tortura representan, tales reacciones anteel trauma, y aun los síntomas específicos aso-ciados con el estrés postraumático, necesitan

ser comprendidos a la luz de los más ampliosobjetivos políticos de la tortura orquestada porel Estado”42.

No podemos detener el análisis de losefectos de la violencia del terrorismo de Es-tado en sus víctimas directas. El análisis deldelito de violación, tal como lo presentamosmás arriba, muestra que las reacciones de lavíctima tienen que ver con dimensiones queaparecen insospechadas u ocultas en el cua-dro psiquiátrico. Todas las mujeres son afec-tadas por la violación de una sola de ellas. Eldelito se estructura y adquiere de inmediatouna dimensión simbólica que determinará nosólo la significación para la víctima, sino eldecurso mismo de la acción delincuencial.En el caso de desastres naturales, tenemostambién el caso de que las víctimas eviden-tes y designadas son un primer momento, unaprimera manifestación de la magnitud deldaño. En los desastres naturales, prácticamen-te toda la población se encuentra afectadapor el desastre, en mayor o menor medida, deacuerdo con la colocación y los efectos de losque se hacen cargo.

En el caso del terrorismo de Estado, po-dría verificarse la diferencia que Martín Baróestablece para su análisis de los efectos de larepresión política violenta: efectos sobre quie-nes ejercen la violencia; efectos sobre quie-nes sufren directamente los actos violentos y,finalmente, los efectos sobre los “espectado-res”, entendidos como todo aquél que tienenoticia sobre la represión violenta, directa oindirecta43. Parecería, en un primer momento,que las víctimas directas de la violencia re-presiva son encontradas de manera azarosa, acualquiera le puede tocar, el margen del com-portamiento esperado por el Estado es cada vezmás difuso. Pero, también, la violencia des-atada contra esas víctimas, el aniquilamientollevado como pedagogía terror, el espectácu-lo público de la orgía represiva, señala comoobjeto de la violencia algo que va más allá dela víctima directa. Sin embargo, en un primermomento nos detendremos en la víctima di-recta del terrorismo de Estado.

40 Neuman, E., Op. cit., p. 153.41 Op. cit.

42 Hollander, N., Op. cit., p. 178.43 Cfr. Martín Baró, I., “El valor psicológico de la re-

presión política mediante la violencia”, Op. cit., p. 314.

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Esta categoría victimal estaría señala-da, básicamente, por las estrategias de terrorempleadas por el Estado. Podríamos estable-cer que dicha estrategia estaría basada en elcarácter “ejemplar” de los castigos infligidosa las víctimas. De allí que las desaparicionesforzadas, la tortura, el asesinato de disidentesde la manera más brutal y su exposición públi-ca a través de los medios de comunicación,fueron el eje de “disuasión” desde el cual ope-raron los regímenes de terror44. Las estrategiasde aniquilamiento supusieron la creación deun enorme número de cárceles clandestinas,centros de detención y tortura, que llevabandel quiebre psicológico (“demolición psíqui-ca”) al aniquilamiento físico de la víctima:“Los desaparecidos se volvieron la metáforade la guerra sucia. En la Argentina, el discursomilitar se refería a la ‘incorporación del ene-migo’ y en armonía con la metáfora de la en-fermedad y el anticuerpo, el enemigo era dehecho cercado por los militares y encerradodentro de un circuito clandestino de centrosde detención. El término usado para referirse ala estrategia de la desaparición de personasera ‘chupar’: los ‘chupadores’ eran literalmen-te incorporados y retenidos por la junta paraser destruidos”45.

Calcado del modelo expuesto porOrwell en 1984, la tortura fue una táctica queiba mucho más allá de la confesión de culpa-bilidad y de la obtención de información. Latortura estuvo diseñada, fundamentalmente,para evidenciar el dominio de los militares, ysu capacidad para conceder la muerte o lavida. La víctima es torturada hasta aceptar sucompleta sumisión al torturador. Tiene que in-tegrar, introyectar, el lugar que le está asigna-do por el torturador. Cuando la víctima halogrado tal sumisión, y ha introyectado la ideo-

logía y el comportamiento de los torturadores,entonces ya puede ser eliminada... “Una vezque los torturadores terminaban con sus pre-sos, éstos habitualmente eran ‘transferidos’: es-trangulados, dinamitados o ajusticiados enejecuciones que frecuentemente aparecíancomo un tiroteo entre ellos y las fuerzas deseguridad. A muchos presos se les inyectabansedantes y luego se los arrojaba vivos al océa-no desde aeroplanos o helicópteros. Con me-nos frecuencia, algunos eran liberados de lasprisiones o de los campos clandestinos despuésde que los cargos se habían mostradoinsustanciales y luego eran abandonados. Estaparte del drama tenía su imporancia, ya quela víctima de la tortura liberada, el desapare-cido cuya ausencia se hacía concreta al re-aparecer, representó el contacto entre losmilitares y la población”46.

La vida en los centros clandestinos dedetención incluía la tortura como uno de loselementos cotidianos. Desde la privación sen-sorial hasta las formas más perversas, la tor-tura estaba destinada al aniquilamiento psi-cológico de la víctima, su demoliciónpsíquica, y a lograr el testimonio de una ab-soluta sumisión. Para ello, se incluía todo tipode perversiones y de formas de infligir dolor.Fueron frecuentes las torturas de grupos fami-liares completos, violaciones tumultuarias, lautilización de la picana, etc. Existen relatossobre mujeres que eran violadas cada vez quenecesitaban ir al baño. Asimismo, en la tris-temente célebre Escuela de Mecánica de laArmada, en Argentina, Ricardo Cavallo, aliasSérpico, inauguraría alguna de las formasmodernas de esclavitud: una vez que estabansuficientemente sometidos, se obligaba a lasvíctimas a realizar trabajos requeridos por losmilitares, sin remuneración alguna. Poco des-pués, incluso, eran acompañados por los mi-litares a salir de los centros de detención. Unavíctima de la dictadura argentina relata que,después de mucho tiempo y muchas sesionesde tortura, se le asignó un trabajo de meca-nógrafa, y trabajaba todo el día frente a lamáquina de escribir. En una ocasión, Cavallola sacó del centro de detención, y la llevócon él a visitar... ¡a su propia familia! La fa-milia entendió perfectamente que la vida de

44 Hubo regímenes, como el Pol Pot en Camboya, quefueron más lejos en la dinámica del terror. Todo intelec-tual era disidente. Toda la población fue encerrada enverdaderos campos de concentración y exterminio. Seestableció un régimen de relaciones sociales que trastocócompletamente la cultura de dicha nación: los matrimo-nios eran planeados y aprobados por las autoridades delos campos, independientemente de la voluntad de loscontrayentes. Hasta la reproducción estuvo determina-da por las cúpulas dirigentes. Este régimen derivó en lamasacre de más de 2,000,000 de camboyanos.

45 Hollander, N., Op. cit., p. 150. 46 Idem, p. 157.

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esta mujer estaba en manos de su torturador.Así que su sumisión fue también completa.La madre de la víctima invitó a Cavallo atomar café...

Más allá de los efectos de la torturaque menciona Lira y que expusimos más arri-ba, se encuentra la culpa de los torturados.Esta culpa tiene que ver con la culpa delsuperviviente. El torturado ha sido demolidopsíquicamente, y ha tenido que mostrar susumisión. Ha dado toda la información queposee, y ha accedido a cualquier solicituddel torturador. En el apartado sobre el estréspostraumático, así como en lo que concier-ne la violación, hemos establecido cómo laculpa del sobreviviente, la culpa de la vio-lada, no es sólo la culpa por haber denun-ciado, por ver que otro ocupa el lugar quenunca quisimos para nosotros. Es también laculpa por “colaborar” en las formas perver-sas de nuestro sometimiento, es la culpa poringresar a esa situación psicológica de ex-cepción necesaria para sobrevivir, pero cuyahumillación resulta posteriormente insopor-table: “Después de numerosas amenazas demuerte seguidas por súbitas treguas, en al-gunos casos los presos sucumben al paradó-jico sentimiento de ver al torturador comoun salvador. El ataque al cuerpo transformaa éste en el exitoso asesino de la autonomíapsicológica de la víctima. Tal como ocurrióen la Alemania nazi, el terrorismo de Estadoen América latina muy a menudo logró lacompleta regresión psicológica de la vícti-ma de un modo tal que entre el torturador yel torturado se producía una relación patoló-gicamente simbiótica. Algunas víctimas dela tortura llegaron a sentir que merecían losmalos tratos. Una vez demolida su autoesti-ma, dejaban de creerse aptos para mantenerrelaciones decentes y se volvían hacia eltorturador como ancla de salvación”47. “De-jaban de creerse aptos”, “merecían los ma-los tratos”, son frases que también señalanotro lugar de la perversión: a la manera deun Síndrome de Estocolmo invertido, las víc-timas de la tortura llegaron a enamorarse desus dominadores. La lógica del sadismo deltorturador y del masoquismo de la víctimadebería, como vemos, ser revisada a la luz

de estas evidencias. Dinámicamente, resul-ta que la víctima ya no puede regresar a surégimen psicológico normal, “deja de creer-se apto para mantener relaciones decentes”.O sea, sólo puede, a partir de entonces, man-tener relaciones simbióticas y perversas...

Dos tipos de víctimas de la tortura de-vuelve el régimen a la sociedad: los muertosen situaciones terribles, dinamitados, quema-dos, irreconocibles, y éstos otros, vivos, consecuelas terribles, incapaces, en buena partede las veces, de regresar a su régimen psicoló-gico normal. La víctima de la tortura es enton-ces un símbolo, es la constatación del lenguajeque une a la sociedad con su gobierno represor,es una marca que implica el miedo de la po-blación ante un poder enorme, omnímodo,omnipresente y oculto, que se debe interiorizaren tanto condición de supervivencia. Es, a finde cuentas, la marca que señala la necesidad deuna censura, para seguir vivos.

De esta manera, las víctimas directasde la represión y de la tortura se constituyenen un símbolo del poder del Estado, a la ma-nera de la descripción foucaultiana del poderabsolutista del soberano. Pero aquí, a diferen-cia de los grandes soberanos absolutistas, elEstado no puede reconocer su responsabilidady su participación en una forma abierta de vio-lación de los derechos básicos de los indivi-duos. Al final, las víctimas “se lo buscaron”,produjeron su propia debacle.

Están también las situaciones creadaspor los “desaparecidos”, la mayor parte de ellosasesinados a través de los diversos métodos delrégimen. La consideración de los desapareci-dos en su entorno familiar y social era la posi-bilidad de mantenerse permanentemente enuna postura de culpabilidad o de espera insu-frible. “Vivos se los llevaron, vivos los quere-mos”, sigue siendo ahora la consigna políticafrente a un régimen que ni siquiera devolvió afamiliares y conocidos la certeza de una muer-te. La incertidumbre sobre la existencia delser querido marca significativamente a todosaquellos que lo rodeaban: considerar muertoal desaparecido es casi un acto de traición.Mantenerlo vivo en la esperanza es una situa-ción insufrible. Como en el caso de la tortura,las víctimas directas de la represión señalan,en el terrorismo de Estado, a la población47 Ibid., pp. 177-178.

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como el blanco de las acciones represivas ydel terror del Estado.

El síndrome de estrés postraumático, entanto categoría diagnóstica que señala indivi-dualmente a las víctimas del terrorismo de Es-tado y describe sus secuelas psiquiátricas, almismo tiempo envuelve en sombras la desig-nación colectiva del objeto mismo de la re-presión y del terror: esta categoría no nos dicenada sobre las secuelas psiquiátricas y psico-lógicas colectivas que acarrean los regímenesrepresivos de terror. Eso nos dice LucilaEdelman cuando plantea que esta categoríahace de un problema social un cuadro psiquiá-trico. La psiquiatrización de las secuelas so-ciales proyectadas en los individuos no puedeser otra cosa que un acto de despolitizacióndel sufrimiento. Esto resulta especialmente gra-ve a la luz del planteamiento de Marie Langer:la tortura se soportaba mejor, las secuelas eranmenos graves, si quienes la sufrían tenían laconciencia del sentido de su sufrimiento: unasociedad mejor, más justa. El sentido martirio-lógico permitiría, al menos, mantener mínima-mente el equilibrio psicológico. Pero si noexiste esta dimensión política, este proyectoque subtiende el sufrimiento, entonces no hayposibilidades de resignificación. La categoríapsiquiátrica del síndrome de estrés postraumá-tico se constituye como un correlato de la ex-trema violencia delincuencial ejercida por elEstado.

El ocultamiento de la categoría psiquiá-trica se da, como en el caso de la violaciónque hemos analizado más arriba, básicamenteen dos planos: por un lado, la institucionaliza-ción de una “cultura del miedo”, de un “traumasocial” que designa colectivamente a sus vícti-mas, es decir, que hace de la población en suconjunto la víctima de la acción represiva y,consecuentemente, de sus secuelas psicológi-cas individuales y sociales; por el otro, sus lími-tes temporales, en donde la acción represivano es un hecho aislado y puntual, sino más bienuna situación cotidiana terrible e insoportable,que obliga a fuertes transformaciones individua-les y sociales para sobrevivir: “...bajo el terro-rismo de Estado fue toda la ciudadanía la quese vio afectada. En condiciones de represiónpolítica extrema, la población se vio forzada aencontrar un modo de comprensión de las nor-

mas y señales que caracterizaban al buen ciu-dadano o al enemigo del Estado. Los ciudada-nos fueron obligados a sentir que sus hogares,sus trabajos, sus seres queridos y sus propias vi-das estaban en peligro. Se llegó a no confiar ennadie y a tratar de autopreservarse aisladamen-te. El contacto con los demás podía ser peligro-so... El comportamiento individual bajo elterrorismo de Estado estuvo caracterizado porel silencio, la inexpresividad, la inhibición y laautocensura y por la consiguiente despolitiza-ción. En esta situación, los individuos se vol-vieron obedientes y potencialmente agresivoscontra sí mismos y contra los demás. En la Ar-gentina, la sumisión masoquista a la autoridadse expresaba en la respuesta más común antela desaparición de una persona: ‘algo habrá he-cho’”48.

Para Isabel Castillo, David Becker yMargarita Díaz, psicólogos del Instituto Lati-noamericano de Salud Mental y DerechosHumanos de Chile, “La inscripción subjetivade la ideología del terror, a nuestro juicio,marcó a la sociedad en su conjunto, a todassus instituciones y a cada uno de sus miem-bros y, por lo tanto, hasta que no puede serdevelada totalmente, hipoteca cualquier for-ma de ‘vida democrática’”. Asimismo, “Nues-tra propuesta de definición de traumatizaciónextrema sugiere que el proceso macrosocial,como tal, incide sobre la patología no sólocomo causante, sino como elemento perma-nente de esta misma patología. Nuestros pa-cientes están dañados en los aspectos másprofundos de su self, pero este mismo daño for-ma parte de la sociedad, que construyó su or-den sobre este daño. Entre el daño individualy el proceso colectivo existe una constante in-teracción que permite, por un lado, que losprocesos macrosociales influyan directamen-te en forma positiva o negativa sobre la pato-logía del individuo afectado...”49

Como podemos observar, la problemáti-ca planteada sobre los efectos subjetivos, socia-les e individuales, resulta sumamente compleja.

48 Hollander, N., Op. cit., pp. 165-166.49 Castillo, M.I., Becker, D., y Díaz, M., “Daño psi-

cológico y social”, en Tramas No. 6, UAMX, México,Junio de 1994.

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La simplificación operada por el cuadro delsindrome de estrés postraumático no es y no puedeser políticamente neutra. Las condiciiones y se-cuelas heredadas por la guerra sucia y las políti-cas del terrorismo de Estado se constituyen enun paradigma fundamental respecto de la com-pleja interrelación entre las dimensiones indivi-duales y sociales de la subjetividad.

Las conclusiones de psicólogos latinoa-mericanos sobre los efectos del terrorismo deEstado sobre la población también implica di-mensiones temporales. Diana Kordon yElizabeth Lira logran expresar con suma preci-sión estas situaciones, opacadas en en síndro-me de estrés postraumático: “Diana (Kordon)agrega que ‘no queremos incluso hablar de trau-ma porque a éste habitualmente se lo entien-de como experiencia intrapsíquica. Utilizamosel concepto de ‘situación traumática’ para re-presentar las fuentes sociales del sufrimientopsíquico producido por el terrorismo de Esta-do. Y no hablamos de víctimas sino de indivi-duos o grupos que han sido afectados por larepresión política’”

El Equipo se hace eco de la perspectivade otros analistas politizados. Por ejemplo,Elizabeth Lira sostiene que el estrés postraumá-tico no capta la naturaleza permanente del te-rrorismo de Estado, pues en él no hay nada de‘post’. Se podría hablar de una ‘cultura del trau-ma’, aunque se debe pensar que ciertas cosastraumatizarán a algunos individuos y no a otros,según sus historias personales. Pero existe unimpacto traumático en la sociedad... Prefieroemplear el término ‘cultura del miedo’ paraenfatizar que la experiencia subjetiva indivi-dual es compartida simultáneamente por millo-nes de personas, con repercusiones dramáticaspara el comportamiento social y político’”50.

ConclusiónConclusiónConclusiónConclusiónConclusión

Hemos mostrado a lo largo de los apartados deeste trabajo, cómo la invención de la categoríapsiquiátrica del síndrome de estrés postraumá-tico, que se sucede a la concepción psicoanalí-tica de neurosis traumática, aporta alguno

elementos de los diferentes “estresores” o estí-mulos traumáticos que producen el cuadro. Men-cionamos cómo, a diferencia de la perspectivapsicoanalítica, el cuadro psiquiátrico intentaponer una mayor atención a las característicasde la realidad para la evaluación y terapéuticadel daño infligido a la víctima.

Sin embargo, el estudio de las formasque adquiere el cuadro en la problemática dela violación y del terrorismo de Estado, nosmuestra que esta perspectiva, nuevamentecentrada en una víctima designada individual-mente, no permite la inteligencia del daño ylas secuelas que deja la extrema violencia enlos grupos y los individuos.

Hemos considerado que esta “falla”, queesta incompresión sobre el daño en las vícti-mas de la extrema violencia deriva de la in-capacidad de conceptualizar las formascolectivas de la subjetividad, así como de lasobresimplificación del medio social, reduci-do a un contenedor de formas específicas deestresores. Las secuelas colectivas de la vio-lencia delincuencial, así como sus dimensio-nes temporales, nos permiten plantearnos laidea de que los procesos de traumatización,tanto en la violación como en el terrorismo deEstado, proceden no de un desafortunado even-to casual y traumático, sino de una situacióntraumatizante, de una condición violenta dela sociedad y de las formas de ejercicio delpoder. Estas condiciones no son políticamenteneutras, sino que confluyen con otras estrate-gias de trabajo sobre el tejido social, con lafinalidad evidente de despolitizar, de destruirlas formas colectivas capaces de generar disi-dencias, de cancelar los proyectos de socie-dad y la construcción de futuros, para sustituirloscon una proyección infinita del presente.

Así, en la categoría de síndrome de estréspostraumático no hay sólo un desconocimientode los contextos de la violencia, sino uncorrelato, una forma paralela de violentaciónde las víctimas, a partir de la despolitizaciónde su sufrimiento, y con ello la cancelación deuna resignificación que trascienda las dimen-siones propiamente edípicas. En el síndorme deestrés postraumático, la psiquiatrización del pro-blema social es paralelamente un ejerciciocomplementario del poder del Estado.50 Hollander, N., Op. cit., p. 165.