Knock Out de Jack London

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Knock Out de Jack London

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Knock Out de Jack London

El mexicano

Nadie conoca su historia; menos an los de la junta revolucionaria. El era su "pequeo misterio", su "gran patriota", y a su modo trabajaba con tanto ardor por el advenimiento de la revolucin mexicana como ellos. Los de la junta no reconocieron inmediatamente este hecho, pues ninguno de ellos simpatizaba con l. La primera vez que se present en su local, siempre lleno de gente atareada, sospecharon de l, al creerlo un espa: uno de los agentes secretos de Porfirio Daz. Y de cierta manera tenan razn para sospechar a cada paso, pues muchsimos camaradas se encontraban en las prisiones militares y civiles de los Estados Unidos, mientras a otros se les haca cruzar la frontera, y all, en Mxico, se les pona en fila y se les fusilaba contra los muros de adobe.

El primer encuentro con el desconocido no los impresion favorablemente en modo alguno. El muchacho no tena ms de dieciocho aos y aparentaba tener an menos edad. Dijo que se llamaba Felipe Rivera y que deseaba trabajar para la revolucin.

La visin del muchacho le produjo la impresin de algo siniestro, terrible e inescrutable. Sus ojos negros parecan los de una serpiente. En ellos brillaba una pasin contenida, y reflejaba una inmensa y concentrada amargura...

Aquel muchacho enjuto era lo desconocido, representaba una amenaza que aquellos revolucionarios honestos y corrientes no podan comprender, ya que el odio ardiente que sentan hacia Porfirio Daz no era ms que el repudio de cualquier patriota comn.

-Muy bien dijo framente-. Usted desea trabajar por la revolucin. De acuerdo. Qutese la chaqueta, culguela all, yo le indicar el lugar, venga, all donde hay unos cubos y trapos. El piso est sucio y hay que fregarlo un poco. Usted lo har aqu primero y luego en la otra pieza. Hay que lavar tambin las escupideras. ..y limpiar los cristales de las ventanas.

-y todo ello ser por la revolucin? -pregunt el muchacho.-Si seor, por la revolucin -contest Vera.

Da tras da vino a realizar su trabajo de fregar, barrer y limpiar. Vaciaba la ceniza de las estufas, traa el carbn y encenda el fuego antes que el ms diligente de los revolucionarios, se sentara ante su mesa de trabajo.-Podra dormir aqu? -pregunt una vez.

As era la cosa, no? Ya estaba mostrando las uas al agente del tirano Daz. ..Porque dormir en las salas de la junta significaba tener acceso a sus secretos, a las listas de afiliados, a las direcciones de los camaradas que actuaban en Mxico. La solicitud fue denegada. Rivera no volvi a hablar del asunto. Nadie saba dnde dorma, ni cmo se ganaba la vida, ni donde coma. Una vez, Arellano le ofreci un par de dlares. El muchacho se neg a aceptarlos moviendo la cabeza. Cuando Vera quiso saber el motivo de esta negativa, l dijo simplemente:

-Yo trabajo por la revolucin.

Cuando, en cierta ocasin, se deban dos meses seguidos de alquiler y el dueo amenaz con el desahucio, Felipe Rivera, el enjuto y mal vestido limpia pisos, fue quien puso sesenta dlares en monedas de oro sobre la mesa de May Sethby.

La situacin era difcil. Ramos y Arellano se jalaban los bigotes con desesperacin. Las cartas tenan que ser despachadas lo ms pronto posible, y el correo no conceda, por desgracia, crdito a los que no podan comprar los sellos para enviar su correspondencia. Entonces fue cuando Rivera se puso el sombrero y se march sin decir nada. Cuando regres algunos das despus, traa en las manos los mil doscientos sellos que le hacan falta a May Sethby para despachar las cartas retrasadas.

-No creen que este hombre recibe dinero de Daz?

-dijo Vera a sus camaradas.

Todos fruncieron las cejas y nadie pudo manifestarse esta vez decididamente. Felipe Rivera, el que fregaba los pisos por la revolucin, continu trayendo dinero a la junta cada vez que haca falta.

Pese a todas estas demostraciones de adhesin, los revolucionarios no confiaban en Rivera. Ninguno lo conoca en realidad. Su vida era distinta a la de ellos. El muchacho no haca nunca ninguna confidencia y rechazaba toda intimidad. A pesar de lo joven que era, tena su presencia una fuerza tal, que dejaba cohibidos a los dems.

-Este hombre seguramente ha llevado una vida infernal -alegaba Vera-, Nadie que no ha sufrido terriblemente tiene esa mirada. ..y no es ms que un muchacho.

-Tiene un carcter endemoniado -dijo May Sethby. Este hombre no tiene corazn. Es despiadado como el acero, agudo y cortante como una espada.

Yo, francamente, no tengo miedo de Daz ni de sus matones. Crermelo. Pero tengo miedo de este muchacho. Es el aliento de la muerte.

Pero Vera fue el primero en persuadir a los dems para que tuvieran confianza en el muchacho y le encomendaran una delicadsima misin. Haba que restablecer la lnea de comunicacin entre los Engels y la Baja California. Tres camaradas haban cado ya en la empresa. Los haban hecho cavar su tumba antes de fusilarlos.

Juan Alvarado, el comandante federal, era un verdadero monstruo. Frustraba todos los planes de los revolucionarios.

Felipe Rivera recibi las instrucciones y parti en direccin al sur. Cuando volvi semanas despus, la lnea de comunicacin se encontraba ya restablecida y todo el mundo saba Que Juan Alvarado haba muerto.

Lo haban encontrado en su lecho con un pual que le atravesaba el corazn.

Yo se lo advert, el peor enemigo de Daz es este muchacho. Si l lo conociera, lo temera ms que a ningn otro revolucionario. Es un hombre implacable. Es la mano castigadora de Dios.

El carcter endemoniado a que aluda May Sethby, y que todos los dems presintieron, se haba puesto ya en evidencia materialmente. Se apareca all con un labio cortado, con una contusin en la mejilla, con una oreja hinchada. Era seguro que participaba en broncas, por aquellos lugares donde iba a dormir, a comer, a ganar dinero, donde viva de manera desconocida para sus correligionarios.

-Pero de dnde sacar dinero? -preguntaba Vera-.

Me acabo de enterar de que ayer pag la deuda del papel de imprenta, unos ciento cuarenta dlares.

Las ausencias y el modo de ganarse la vida de Rivera eran realmente misteriosos.

En cierta ocasin, Arellano lo haba encontrado componiendo un texto a altas horas de la noche, all en la oficina de la junta, y haba visto que los nudillos de sus dedos estaban recientemente lastimados y que su labio, partido en otro sitio, todava sangraba.

Se aproximaba el momento culminante. El desencadenamiento de la revolucin dependa de la junta. Pero sta se encontraba ms necesitada de dinero que nunca. Los patriotas haban entregado sus ltimos centavos y las posibilidades por ese lado estaban completamente agotadas. Las cuadrillas de obreros -peones fugitivos de Mxico- contribuan con la mitad de sus escasos jornales.

El xito de la revolucin estaba en juego. Haca falta un heroico esfuerzo final para inclinar la balanza a favor de la revolucin.

Los revolucionarios conocan su pas. Una vez desencadenado el movimiento en Mxico, ste sera incontenible. Toda la maquinaria opresiva de Daz caera como un castillo de naipes. La frontera estaba lista para levantarse en armas.

Pero no haba dinero para dar fusiles a las manos impacientes por utilizarlos. Se conocan algunos traficantes de armas que estaban dispuestos a venderlas y a entregarlas rpidamente. Pero los recursos de la junta ya se haban invertido en promover la revolucin.

Rivera se encontraba de rodillas fregando el piso de la sala, con sus desnudos brazos empapados en agua jabonosa. Los dirigentes le oyeron decir de pronto en voz alta:

-Cinco mil dlares arreglaran el asunto?

Ellos no hicieron ms que mirarse mutuamente asombrados. Vera se mova y resollaba. No poda hablar, pero al instante sinti una fe inmensa en la palabra del muchacho.

-Hagan el pedido de los fusiles -dijo Rivera. Y lanz luego la ms larga andanada de palabras que hasta entonces le haban escuchado-: S que el tiempo apremia...

Dentro de tres semanas les entregar los cinco mil dlares. Estamos de acuerdo? El tiempo ser ms clido entonces y se podr combatir mejor. Adems, no lo puedo hacer en menos tiempo.

Vera quiso ir contra la fe que senta. La cosa era realmente increble.

-Usted est francamente loco...-dijo.

-He dicho que dentro de tres semanas -reafirm Rivera- Hagan el pedido de los fusiles.

Se puso de pie, se arregl las mangas de la camisa y se puso la chaqueta.

-Hagan el pedido, les repito. Y ahora, hasta pronto camaradas.

Despus de mucho apresuramiento y sofocacin, despus de muchas llamadas telefnicas y malas palabras, tena lugar una reunin nocturna en la oficina de Kelly. Kelly se traa muchos, negocios entre manos, pero, en esta ocasin, no se senta muy feliz. Haba logrado traer desde Nueva York a Danny Ward para que se enfrentara en el ring con Billy Carthey. La pelea deba realizarse al cabo de tres semanas; pero, desde haca dos das, Carther se encontraba mal herido en el lecho. El accidente se le haba ocultado a los cronistas deportivos. Y no haba nadie a quien pudiera reemplazar al pgil herido.

Kelly se haba cansado de telefonear a algunas figuras notables del pugilismo para que se midieran con Danny Ward, pero todos le haban dicho que tenan contratos firmados ms o menos para esa misma fecha.

Y en ese instante algo acababa de suceder que lo haba esperanzado, aunque no mucho.

Kelly dialogaba con Rivera, y, examinndolo, le deca:

-Ha pensado bien en lo que viene a proponerme?

Un odio maligno se notaba en los ojos de Rivera; pero su rostro permaneca impasible.

-Le he dicho que puedo enfrentarme a Ward fue toda su respuesta.

-Cmo est tan seguro? Lo ha visto pelear? Rivera movi afirmativamente la cabeza.

-Ward puede vencerlo con una mano y con los ojos cerrados. Rivera se encogi de hombros.

-Qu me dices de eso? -le espet el empresario de boxeo.

-Puedo vencerlo.

-T conoces a Roberts? Pues bien, debe llegar de un momento a otro. Lo mand llamar hace rato. Sintate y espera. Aunque francamente, por tu aspecto yo no veo posibilidad alguna de enfrentarte a Ward. Comprende que no vaya a decepcionar al pblico presentndole una pelea deslucida. ..Esta vez, los asientos de primera fila valen quince dlares, como t sabes.

Roberts lleg al fin; estaba ligeramente borracho. Era un individuo alto, delgado, de cuerpo flexible. Y su andar, lo mismo que sus palabras, era deslizante, suave y lnguido.

Kelly fue directamente al grano:

-Mira, Roberts, han estado anunciando a bombo y platillo que has descubierto a este joven mexicano. ..Ya sabes que Carthey anda con el brazo roto. Pues bien, este mestizo ha tenido la desfachatez de presentarse aqu y afirmar, nada menos, que puede remplazar a Carthey.

Qu dices t de esto?

-Pues me parece muy bien, Kelly -respondi Roberts lentamente-. Este muchacho puede enfrentarse a l perfectamente.

Pero conozco a Rivera; es un muchacho de sangre fra. No hay quien le haga perder la calma. Adems, pelea con las dos manos, y puede tirar golpes demoledores desde cualquier posicin.

Este mexicano va a darle a Ward la ocasin de encontrarse con un talento originalsimo que dejar por lo menos, satisfecho al pblico.

-Est bien -dijo Kelly. Y agreg, volvindose a su secretario-: Llama a Ward por telfono. Le advert que estuviera atento a mi llamada por si haba algo de nuevo.

En ese momento Danny Ward lleg. Hizo una entrada triunfal. Vena hablando en voz alta acompaado de su manager y de su entrenador, traspiraba cordialidad, buen humor y dominio de s mismo. Se intercambiaron saludos y algunas bromas; la entrada de Danny pareca provocar una alegra general. Era un buen actor y saba lo til que era para un hombre ambicioso el ser afable. Pero debajo de aquella apariencia risuea se agitaba un hombre framente calculador, un boxeador y un negociante despiadados. Todo lo dems era pura mscara. Aquellos que lo conocan o tenan relaciones de algn tipo con l, saban que era duro como el hierro. Siempre estaba presente cuando se hablaba de negocios, y se deca que su manager no tena otra funcin que la de servirle de vocero.

Rivera era el polo opuesto. Por sus venas corra sangre india y espaola; y all se le vea sentado en un rincn, paseando su mirada de un rostro a otro y no perdiendo un detalle de lo que suceda.

Cuando Danny oy la proposicin que le tenan reservada, evalu con la mirada al antagonista que le proponan y dijo:

-As que ste es el hombre! y qu tal, compadre?

Los ojos de Rivera destilaban veneno, pero no dio seales de haber escuchado lo que acababa de decir Danny. No simpatizaba con ningn gringo; pero a este boxeador le tena un odio tan intenso, que resultaba extrao aun tratndose de l.

-Por Dios! -protest bromeando Danny ante el empresario -.Ustedes no querrn que yo pelee contra un sordomudo.

-Es un buen muchacho, crermelo, Danny -dijo Roberts saliendo en su defensa-. Y te dar una buena pelea.

-Supongo que tendr que llevarlo suave. Es decir, si no se extralimita en el ring.

Qu le vamos a hacer...Acepto el papelito este slo por el pblico...

Vamos a ver el contrato. ..Claro est que tendremos el sesenta y cinco por ciento del dinero de las entradas. Pero lo dividiremos diferente; pido para mi el ochenta por ciento. ..-y, dirigindose al manager, agreg-: No le parece?

-T tendrs el veinte por ciento. Comprendes?

-prosigui Kelly, dirigindose a Rivera.

El mexicano movi negativamente la cabeza.

-Cunto viene a ser el sesenta y cinco por ciento de las entradas? -pregunt Rivera.

-Oh, puede ser cinco mil, quizs llegue a unos ocho mil dlares -explic Danny-. Tu parte ser unos mil o mil seiscientos dlares. Linda tajadita para dejarse vapulear por un tipo de mi reputacin. Qu le parece?

Entonces Rivera dijo algo que les quit el aliento: Se hizo un silencio de muerte.

-Hace ya tiempo que estoy en este juego y s lo que hago. No aludo a los aqu presentes ni al rbitro. Pero muchas cosas pueden pasar. Cosas que pasan cuando hay apostadores y gangsters por medio.

Qu dice el mexicano?

Rivera dijo que no, moviendo la cabeza.

Danny explot. Toda su cortesa se haba esfumado.

-Qu se cree el indio ese? Me dan ganas de patearlo aqu mismo.

-El ganador se lleva todo -repiti con una calma inalterable.

-De verdad crees que puedes vencerme? grit Danny.

Rivera hizo un gesto afirmativo.

Ni en mil aos podras vencerme -le espet Danny.

-Entonces, por qu no acepta? -le ripost Rivera-.

Si me puedes ganar tan fcilmente por Qu no se lleva todo el sesenta y cinco por ciento.

- Lo har! -grit Danny con conviccin-. Pero le advierto que voy a darle una paliza en el ring. Casi nadie se dio cuenta de que Rivera entraba al ring. Slo se dejaron or algunos escasos aplausos. El pblico no confiaba en l. Rivera era el desdichado cordero que ira a parar a las manos del gran carnicero Danny.

El muchacho mexicano se sent en su esquina y se puso a esperar. Los minutos pasaban lentamente. Danny se estaba haciendo esperar. Esta era una vieja artimaa, pero siempre le daba buenos resultados al tratarse de pgiles novatos.

Resiste hasta el mximo de tus fuerzas. Estas son las instrucciones de Kelly.Esto no era muy alentador. Pero Rivera le hizo caso omiso. El mexicano despreciaba realmente esta forma de lucha de los odiados gringos.

Lo cierto era que odiaba el boxeo. Solamente a partir del da en que empez a trabajar para la junta, se dedic a pelear por dinero; lo ganaba fcilmente as.

Pero l no analizaba estos hechos. Su pensamiento estaba exclusivamente dirigido a ganar la pelea. Tena que ganarla, costara lo que costase.

Danny Ward peleaba por dinero, y por la buena vida que suele proporcionar el dinero.

Rivera vea las blancas paredes de las fbricas de Ro Blanco. Vea a los 6 mil trabajadores hambreados y macilentos, junto con los nios de siete y ocho aos que trabajaban horas interminables por diez centavos al da.

Diez minutos haban transcurrido ya y el muchacho continuaba en su rincn. Danny no daba seales de vida, evidentemente pensaba explotar al mximo su treta.

Pero en la memoria de Rivera se seguan sucediendo las ardientes visiones: la huelga, o mejor dicho, el paso patronal de Ro Blanco, porque los trabajadores de este pueblo haban ayudado con recursos econmicos a sus hermanos huelguistas de Puebla.

A sus odos lleg un gran rumor, como el del mar, y vio entonces a Danny Ward a la cabeza de sus entrenadores y ayudantes, avanzando por el pasillo central. La concurrencia aplauda frenticamente al hroe destinado a triunfar. Todo el mundo lo aclamaba en voz alta. Todo estaba a su favor.

Aquellos que se encontraban lejos del cuadriltero no podan suprimir su entusiasmo y, gritaban sin cesar: " i Danny! oye, Dannyl" Lo cierto es que la ovacin, casi unnime, dur por lo menos cinco minutos.

Danny, inclinado hacia Rivera, le tom las dos manos con las suyas y las estrech con visible cordialidad, sin dejar de sonrer junto al rostro de su contrincante.

Los labios de Danny se movan como diciendo palabras cariosas, y la concurrencia aplaudi de nuevo tal demostracin de caballerosidad. Pero slo Rivera escuchaba estas palabras susurradas:

-Oyeme, rata mexicana -dijo con odio mientras sus labios seguan sonriendo-. Te voy a aplastar como a una cucaracha. -Me entiendes?

Rivera permaneca inmvil, sin levantarse de su asiento. Lo nico que haca era mirar a Danny Glacialmente con desprecio.

Cuando el favorito se quit la bata, surgieron por todas partes exclamaciones de admiracin: "Oh! iAh!" Se trataba realmente de un cuerpo perfecto, flexible, sano y dinmico.

Una especie de lamento surgi del pblico cuando Spider Hagerty le quit el suter a Rivera por encima de su cabeza. El cuerpo del muchacho pareca ms delgado debido a su piel morena. Tena msculos poderosos, pero no eran tan visibles como los de su adversario.

Mantente tranquilo, Rivera. Danny no puede matarte, recurdalo. Te atacar furiosamente al principio, pero no te dejes coaccionar. Cbrete, pelea. a distancia, y no te olvides del clinch. No puede hacerte mucho dao. Hazte la idea de que se trata de una de aquellas peleas de entrenamiento. Entendido?

Rivera no dio seal alguna de haber escuchado ni una sola palabra.

La campana dio la seal y empez la lucha. El pblico bramaba de satisfaccin. Nunca haba visto un comienzo tan convincente. Los peridicos haban dicho la verdad. Se trataba de una rencilla personal. Danny recorri las tres cuartas partes de la distancia que los separaba como un rayo para fulminar a su adversario. Y atacaba no con un golpe, ni dos, ni tres, ni una docena; pareca un remolino dando golpes, un torbellino de destruccin. Rivera no estaba visible; se encontraba abrumado, sepultado bajo la avalancha de puetazos que le venan desde todos los ngulos, lanzados por un verdadero maestro del boxeo.

Aquello no pareca una lucha, sino un asesinato. Cualquier pblico, salvo el que asiste a los encuentros boxsticos, habra agotado toda la gama de emociones en aquel primer minuto.

Luego cuando quedaron separados los pgiles, se pudo ver rpidamente que el labio superior del mexicano estaba cortado y que su nariz sangraba.

Luego sucedi algo desconcertante. El torbellino arrasador ces sbitamente. Rivera estaba solo en medio del ring. y Danny, el terrible Danny, yaca de espaldas sobre la lona.Cuando el rbitro cont cinco. Danny empez a incorporarse; y cuando cont siete, se qued apoyado sobre una de sus rodillas, listo para levantarse despus que se contara nueve y antes que se dijese diez.A los nueve segundos el rbitro le dio a Rivera un empujn. Aquello era una injusticia, pero le daba a Danny la posibilidad de levantarse, con la sonrisa otra vez en los labios.

Las reglas del juego establecan que el rbitro deba separar a los boxeadores en tal caso, pero ste no lo hizo, y Danny se qued prendido de Rivera como una lapa, y segundo a segundo se fue recuperando. Si Danny lograba resistir hasta el final de ese minuto, entonces dispondra de otro minuto en su esquina.

-La pegada que tiene este indio es algo espantoso le confi Danny al entrenador en su esquina, mientras los ayudantes lo atendan con la mayor solicitud.

El segundo y el tercer rounds resultaron tranquilos.

En el cuarto, ya se haba recuperado. Su excelente condicin fsica, le haba permitido recobrar todo su vigor. Pero ya no empleaba sus tcticas de torbellino. El mexicano haba demostrado que no hacan mella en l. Por eso empez a echar mano de sus mejores tcnicas pugilsticas.

Rivera desarroll una desconcertante defensa con el directo de izquierda. Una y otra vez, ataque tras ataque, se retiraba lanzando su izquierda que empeoraba las heridas de Danny alrededor de la boca y en la nariz.

En un momento dado, se dedic a pelear cuerpo a cuerpo y neutraliz la izquierda del mexicano. Maravill al pblico peleando as, sobre todo cuando culmin el ataque lanzando desde adentro un formidable uppercut que levant a su adversario por el aire y lo dej tendido en la lona. Rivera apoy el cuerpo sobre una rodilla, mientras el rbitro contaba apresuradamente los segundos.

Durante el sptimo round, Danny coloc de nuevo su diablico uppercut. Pero esta vez solamente logr que Rivera se tambaleara. Sin embargo, aprovech la oportunidad para darle otro golpe demoledor que lanz a Rivera a travs de las cuerdas. El cuerpo del muchacho fue a caer sobre las cabezas de los periodistas que se encontraban abajo; y stos lo subieron a la plataforma del ring, que quedaba fuera de las cuerdas.

El pblico no haca ms que aplaudir y gritar:

-iMtalo. Danny, mtalo!

Pero Rivera aguantaba, y el aturdimiento se le fue pasando. El muchacho pudo recuperarse. Aqullos eran los odiados gringos y todos eran injustos. Y, en medio de su desvanecimiento, las visiones haban seguido bullendo en su cerebro.

All estaban ante su vista los fusiles. Cada rostro odioso de aqullos era un fusil. Y l luchaba por obtener fusiles; l era los fusiles: l era la revolucin; luchaba por toda su patria, por su Mxico.

El pblico empez a encolerizarse. Por qu razn no se dejaba dar la paliza que estaba destinado a recibir?

Pero Rivera se negaba a ser vencido. En el noveno, el pblico volvi a recibir otra sorpresa. En medio de un clinch, Rivera se zaf del abrazo con un movimiento gil, y en el estrecho espacio que quedaba entre los cuerpos, su derecha se levant poderosamente desde su cintura. Danny cay otra vez al suelo y tuvo que acogerse al conteo para recuperarse. El pblico estaba anonadado.

Rivera no hizo ni siquiera la tentativa de atacarlo cuando se levant al noveno segundo, pues vea que el rbitro bloqueaba al cado, haciendo todo lo contrario de lo que haba hecho cuando l se encontraba en la misma situacin.Dos veces, en el dcimo round, Rivera logr lanzar su uppercut de derecha, desde la cintura hasta la mandbula de su adversario. Danny estaba desesperado.

Los ayudantes de Rivera apenas lo atendan durante los intervalos. Sus toallas se agitaban, pero no era muy abundante el aire que impulsaban hacia los pulmones del boxeador.

En el dcimo cuarto round, logr tirar al suelo a Danny, y l se qued de pie con los brazos en los costados, mientras el rbitro contaba. En la esquina opuesta, Rivera haba estado escuchando algunos rumores sospechosos. y as pudo escuchar que Michael deca a Roberts ms o menos lo siguiente:

-Tiene que hacerlo, Danny tiene que ganar. Si no, creo que voy a perder hasta la camisa. He apostado una enorme suma de dinero y la perder si el mexicano resiste hasta el decimoquinto.

Y a partir de ese instante. Rivera no tuvo ms visiones. Los gringos estaban tratando de engaarlo. Una vez ms tir a Danny contra el suelo y permaneci de pi con los brazos cados.

-Basta ya, condenado. Tienes que dejarte vencer, Rivera. Haz lo que te digo y tienes garantizado tu porvenir.

-Perders de todas maneras -aadi Spider Hagerty-.

El rbitro arreglar las cosas. Hazle caso a Kelly y djate ganar.

Rivera no dio ninguna respuesta.

-Al sonar la campana, Rivera sinti que haba algo extrao a su alrededor. El pblico no lo advirti. Danny mostraba de nuevo la seguridad que tena al principio del combate. La confianza con que avanzaba, asust a Rivera.

El otro quera entrar en un clinch. Seguramente esto era necesario para consumar la treta. y en la siguiente acometida hizo como si aceptara el clinch, pero en el segundo justo en que iban a juntarse, Rivera se lanz velozmente hacia atrs. Desde la esquina de Danny surgi entonces un grito de "iFoul!" Rivera los haba engaado.

Danny maldijo abiertamente a Rivera y quiso obligarlo a entablar combate, pero ste lo esquiv.-Por qu no peleas? -preguntaban muchos, rabiosamente, dirigindose a Rivera- cobarde! cobarde!

iMtalo, Danny! iMtalo!

Al fin, en el decimosptimo round, Danny obtuvo buenos resultados con su tctica. Rivera se tambale al recibir un duro golpe.

Entonces fue cuando Rivera, que no haba hecho ms que fingir, lo cogi desprevenido y le meti un derechazo en la boca. Danny cay pesadamente al suelo. Cuando se levant, su adversario volvi a tirarlo de espaldas con otro derechazo entre cuello y mandbula. Tres veces repiti esta maniobra. Ningn rbitro poda intervenir para descalificar a un boxeador por estos golpes limpios.

Danny, aunque maltrecho, volva heroicamente a pelear. Kelly y otras gentes que estaban cerca del ring, empezaron a reclamar la intervencin de la polica para detener aquello, a pesar de que los hombres de Danny se negaban a tirar la toalla.

haba tantas maneras de hacer trampas en este deporte de los gringos! Danny, de pie, apenas se sostena y avanzaba con vacilacin. El capitn y el rbitro se acercaban hacia Rivera, cuando ste lanz su ltimo puetazo. Y ya no hubo necesidad de intervencin policaca, porque Danny no se levant ms de la lona.

-Quin ha ganado ahora? -pregunt el mexicano.

El rbitro tom la mano enguantada del vencedor y la levant de mala gana.

No hubo felicitaciones para Rivera. Este se dirigi a su esquina. Sus rodillas temblaban bajo el peso de su cuerpo y sollozaba de agotamiento. Ante sus ojos, los rostros se nublaban por el maro y la nusea que senta. Luego record que aquellos rostros representaban para l fusiles. AII estaban los fusiles realmente. La revolucin poda seguir adelante.

Por un buen Bistec

Tom King reba el plato con el ltimo trozo de pan para recoger la ltima partcula de gachas, y mastic aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levant de la mesa, le embargaba una inconfundible sensacin de hambre. l era el nico que haba cenado. Los dos nios estaban acostados en la habitacin contigua. Los haban llevado a la cama antes que otros das para que el sueo no les dejara pensar en que se haban ido a dormir sin probar bocado.

La esposa de Tom King no haba cenado tampoco. Se haba sentado frente a l y lo observaba en silencio, con mirada solcita. Era una mujer de clase humilde, flaca y agotada por el trabajo, pero cuyas facciones conservaban restos de una antigua belleza. La vecina del piso de enfrente le haba prestado la harina para las gachas. Los dos medio peniques que le quedaban los haba invertido en pan.

Tom King se sent junto a la ventana, en una silla desvencijada que cruji al recibir su peso. Con un movimiento maquinal, se llev la pipa a la boca e introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Al no encontrar tabaco, se dio cuenta de su distraccin y, lanzando un gruido de contrariedad, se guard la pipa. Sus movimientos eran lentos y premiosos, como si el extraordinario volumen de sus msculos le abrumara. Era un hombre macizo, de rostro impasible y aspecto nada simptico. Llevaba un traje viejo y lleno de arrugas, y sus destrozados zapatos eran demasiado endebles para soportar el peso de las gruesas suelas que les haba puesto l mismo haca ya bastante tiempo. Su camisa de algodn (un modelo de no ms de dos chelines) tena el cuello deshilachado y unas manchas de pintura que no se quitaban con nada.

Bastaba verle la cara a Tom King para comprender cul era su profesin. Aquel rostro era el tpico del boxeador, del hombre que ha pasado muchos aos en el cuadriltero y que, a causa de ello, ha desarrollado y subrayado en sus facciones los rasgos caractersticos del animal de lucha. Era una fisonoma que intimidaba, y para que ninguno de aquellos rasgos pasara inadvertido iba perfectamente rasurado. Sus labios informes, de expresin extremadamente dura, daban la impresin de una cuchillada que atravesara su rostro. Su mandbula inferior era maciza, agresiva, brutal. Sus ojos, de perezosos movimientos y dotados de gruesos prpados, apenas tenan expresin bajo sus tupidas y aplastadas cejas. Estos ojos, lo ms bestial de su semblante, realzaban el aspecto de brutalidad del conjunto. Parecan los ojos soolientos de un len o de cualquier otro animal de presa. La frente hundida y angosta lindaba con un cabello que, cortado al cero, mostraba todas las protuberancias de aquella cabeza monstruosa. Una nariz rota por dos partes y aplastada a fuerza de golpes, y una oreja deforme, que haba crecido hasta adquirir el doble de su tamao y que haca pensar en una coliflor, completaban el cuadro. Y en cuanto a su barba, aunque recin afeitada, apuntaba bajo la piel, dando a su tez un tono azulado negruzco.

Si bien aquella fisonoma era la de uno de esos hombres con los que no deseamos encontrarnos a solas en un callejn oscuro o en un lugar apartado, Tom King no era un criminal ni haba cometido nunca una mala accin. Dejando aparte las reyertas en que se haba visto mezclado y que eran cosa corriente en los medios que frecuentaba, no haba hecho dao a nadie. No se le consideraba un pendenciero. Era un profesional de la contienda y reservaba toda su combatividad para sus apariciones en el ring. Fuera del tablado, era un hombre bonachn, de movimientos tardos, y en su juventud, cuando ganaba el dinero a espuertas, haba sido, no ya generoso, sino despilfarrador. Para l el boxeo era un negocio. Cuando estaba en el cuadriltero, pegaba con intencin de hacer dao, de lesionar, de destruir; pero no haba animosidad en sus golpes: era una simple cuestin de intereses. El pblico acuda y pagaba para ver cmo dos hombres se vapuleaban hasta que uno de ellos quedaba inconsciente. El vencedor se quedaba con la parte del len de la bolsa. Haca veinte aos, cuando Tom King se enfrent con el Salta Ojos, de Woolloomoolloo, saba que la mandbula de su contrincante slo estaba firme desde haca cuatro meses, pues anteriormente se la haban partido en un combate celebrado en Newcastle. Por eso dirigi todos sus golpes contra ella, y consigui fracturarla nuevamente en el noveno asalto. No lo mova ningn resentimiento contra su adversario: procedi as porque era el medio ms seguro de dejar fuera de combate a aquel hombre y, de este modo, ganar la mayor parte de la bolsa ofrecida. En cuanto al Salta Ojos, no le guard rencor alguno. Ambos saban que as era el boxeo, y haba que atenerse a sus reglas.

Tom King no era nada hablador. En aquel momento en que permaneca sentado junto a la ventana, se hallaba sumido en un hurao silencio, mientras se miraba las manos. En el dorso de ellas se destacaban las venas gruesas e hinchadas. El aspecto de los nudillos, aplastados, estropeados, deformes, atestiguaba el empleo que haba hecho de ellos. Tom no haba odo decir nunca que la vida de un hombre dependa de sus arterias, pero saba muy bien lo que significaban aquellas venas prominentes, dilatadas. Su corazn haba hecho correr demasiada sangre por ellas a una presin excesiva. Ya no funcionaban bien. Haban perdido la elasticidad, y su distensin haba acabado con su antigua resistencia. Ahora se fatigaba fcilmente. Ya no poda resistir un combate a veinte asaltos con el ritmo acelerado de antes, con fuerza y violencia sostenidas, luchando infatigablemente desde que sonaba el gong, acosando sin cesar a su adversario, retrocediendo hasta las cuerdas o llevando a su oponente hacia ellas, recibiendo golpes y devolvindolos. Ya no multiplicaba su acometividad y la rapidez de sus golpes en el vigsimo y ltimo asalto, levantando al pblico de sus asientos y provocando sus aclamaciones, cuando l acometa, pegaba, esquivaba, haca caer una lluvia de golpes sobre su adversario y reciba otra igual mientras su corazn no dejaba de enviar, con impetuosa fidelidad, sangre a sus venas jvenes y elsticas. Sus arterias, dilatadas durante el combate, se encogan de nuevo, pero no del todo; al principio, esta diferencia era imperceptible, pero cada vez quedaban un poco ms distendidas que la anterior. Se contempl las venas y los estropeados nudillos. Por un momento le pareci ver los magnficos puos que tena en su juventud, antes de romperse el primer nudillo contra la cabeza de Benny Jones, apodado el Terror de Gales.

Experiment de nuevo la sensacin de hambre.

-Lo que dara yo por un buen bistec! -murmur, cerrando sus enormes puos y lanzando un juramento en voz baja.

-He ido a la carnicera de Burke y luego a la de Sawley -dijo la mujer en son de disculpa.

-Y no te quisieron fiar?

-Ni medio penique. Burke me dijo que...

Vacilaba, no se atreva a seguir.

-Vamos! Qu dijo?

-Que como esta noche Sandel te zurrara de lo lindo, no quera aumentar tu cuenta, ya es bastante crecida.

Tom King lanz un gruido por toda respuesta. Se acordaba del bulldog que tuvo en su juventud, al que echaba continuamente bistecs crudos. En aquella poca, Burke le habra concedido crdito para mil bistecs. Pero los tiempos cambian. Tom King estaba envejecido, y un viejo que tena que enfrentarse con un boxeador joven en un club de segunda categora, no poda esperar que ningn comerciante le fiase.

Aquella maana se haba levantado con el deseo de comer un bistec, y aquel deseo no lo haba abandonado. No haba podido entrenarse debidamente para aquel combate. En Australia el ao haba sido de sequa y los tiempos eran difciles. Haba dificultades para encontrar trabajo, fuera de la ndole que fuere. No haba tenido sparring, no siempre haba comido los alimentos debidos y en la cantidad necesaria. Haba trabajado varios das como pen en una obra, y algunas maanas haba corrido para hacer piernas. Pero era difcil entrenarse sin compaero y teniendo que atender a las necesidades de una esposa y dos hijos. Cuando se anunci su combate con Sandel, los tenderos apenas le concedieron un poco ms de crdito. El secretario del Gayety Club le adelant tres libras -la cantidad que percibira si perda el combate-, y se neg a darle un cntimo ms. De vez en cuando consigui que sus antiguos compaeros le prestasen unos centavos, pero no pudieron prestarle ms, porque corran malos tiempos y ellos tambin pasaban sus apuros. En resumen, que era intil tratar de ocultarse que no estaba debidamente preparado para la pelea. Le haba faltado comida y le haban sobrado preocupaciones. Adems, ponerse en forma no es tan fcil para un hombre de cuarenta aos como para otro de veinte.

-Qu hora es, Lizzie? - pregunt.

Su mujer fue a preguntarlo a la vecina y, al regresar, le dio la respuesta.

-Las ocho menos cuarto.

-El primer match empezar dentro de unos minutos -observ Tom-. No es ms que un combate de prueba. Despus hay un encuentro a cuatro asaltos entre Dealer Wells y Gridley, y luego uno a diez asaltos entre Starlight y un marinero. Yo an tengo para una hora.

Otros diez minutos de silencio y Tom se puso en pie.

-La verdad es, Lizzie, que no me he entrenado todo lo que deba.

Cogi el sombrero y se dirigi a la puerta. No le pas por la mente besar a su mujer -nunca la besaba al marcharse-, pero aquella noche ella lo hizo por su cuenta y riesgo: le ech los brazos al cuello y lo oblig a inclinarse hacia su rostro. Se vea menudita y frgil junto al macizo corpachn de su marido.

-Buena suerte, Tom -le dijo-. Tienes que ganar.

-S, tengo que ganar -repiti l-. Ni ms ni menos.

Se ech a rer, tratando de mostrarse despreocupado, mientras ella se apretaba ms contra l. Tom contempl la desnuda estancia por encima del hombro de su esposa. Aquel cuartucho, del que deba varios meses de alquiler, era, con Lizzie y los nios, cuanto tena en el mundo. Y aquella noche sala en busca de comida para su hembra y sus cachorros, no como el obrero de hoy que va a la fbrica, sino al estilo antiguo, primitivo, arrogante y animal de las bestias de presa.

-Tengo que ganar -volvi a decir a su esposa, esta vez con un rictus de desesperacin-. Si gano, son treinta libras, con lo que podr pagar todas las deudas y, adems, verme un buen sobrante en el bolsillo. Si pierdo, no me darn nada, ni un penique para tomar el tranva de vuelta, pues el secretario ya me ha dado todo lo que me correspondera en caso de perder. Adis, mujercita. Si gano, volver inmediatamente.

-Te espero -dijo ella cuando Tom estaba ya en el rellano.

Haba ms de tres kilmetros hasta el Gayety y, mientras los recorra, record sus das de triunfo, cuando era el campen de pesos pesados de Nueva Gales del Sur. Entonces habra tomado un coche de punto para ir al combate, y con toda seguridad alguno de sus admiradores se habra empeado en pagar el coche para tener el privilegio de acompaarlo. Entre estos admiradores se contaban Tommy Burns y el yanqui Jack Johnson, que posean automvil propio. Y ahora tena que ir a pie! Como todo el mundo sabe, una marcha de tres kilmetros no es la mejor preparacin para un combate. l era un viejo para el pugilismo, y el mundo no trata bien a los viejos. l slo serva ya para picar piedra, e incluso para esto era un obstculo su nariz rota y su oreja hinchada. Ojal hubiera aprendido un oficio. A la larga, habra sido mejor. Pero nadie se lo haba enseado. Por otra parte, una voz interior le deca que l no habra prestado atencin si alguien hubiera tratado de enserselo. Su vida fue demasiado fcil. Gan mucho dinero. Tuvo combates duros y magnficos, separados por perodos de descanso y holgazanera. Estuvo rodeado de aduladores que se desvivan por acompaarle, por darle palmadas en la espalda, por estrecharle la mano; de petimetres que lo invitaban a beber para tener el privilegio de charlar con l cinco minutos. Adems, aquellos magnficos combates ante un pblico delirante de entusiasmo! Y aquel ltimo asalto en que se lanzaba a fondo como un torbellino y el rbitro lo proclamaba vencedor! Y leer su nombre en las secciones deportivas de todos los peridicos al da siguiente...!

Ah, qu tiempos aqullos! Pero, de pronto, su mente tarda y premiosa comprendi que en aquellos lejanos das l dejaba fuera de combate a los viejos. l era entonces la juventud que despuntaba, y sus adversarios la vejez que decaa. Era natural que resultara fcil para l: ellos tenan las venas hinchadas, los nudillos rotos y los huesos desvencijados por una larga serie de combates. Recordaba el da en que noque al maduro Stowsher Bill en Rush-Cutters Bay al decimoctavo asalto y luego lo vio llorando en los vestuarios, llorando como un nio. Acaso el viejo Bill deba tambin varios meses de alquiler, y acaso lo esperaban en su casa su mujer y sus hijos. Y quin sabe si aquel mismo da, el del combate, haba sentido el deseo de comerse un buen bistec! Bill combati valientemente, recibiendo a pie firme una soberana paliza. Ahora que l pasaba el mismo calvario, comprenda que aquella noche de haca veinte aos Bill luch por algo ms importante que su adversario, el joven Tom King, que slo trataba de ganar dinero y gloria fcilmente. No era extrao que Stowsher Bill hubiese llorado en los vestuarios amargamente despus del combate.

No caba duda de que cada pgil poda soportar un nmero limitado de combates. Era una ley inflexible del boxeo. Unos podan librar cien encuentros dursimos, otros slo veinte. Cada cual, segn sus dotes fsicas, poda subir al ring tantas o cuantas veces. Despus, quedaba al margen.

l se haba pasado de la raya, haba librado ms combates encarnizados de los que deba, encuentros en que el corazn y los pulmones pareca que iban a estallar; contiendas que hacan perder elasticidad a las arterias y convertan un cuerpo esbelto y juvenil en un montn de msculos nudosos; combates que desgastaban los nervios y los msculos, el cerebro y los huesos, por obra del esfuerzo. S, l haba resistido ms que nadie. No quedaba ya ni uno solo de sus antiguos compaeros. l era el ltimo de la vieja guardia. Haba visto cmo iban cayendo todos y haba contribuido a poner punto final a la carrera de algunos de ellos.

Lo opusieron a los boxeadores ya viejos y l los fue liquidando uno tras otro. Y despus, cuando los vea llorar en los vestuarios, como haba llorado el viejo Stowsher Bill, se rea. Pero ahora el viejo era l, y a su vez tena que enfrentarse con los jvenes. Con Sandel, por ejemplo. Haba llegado de Nueva Zelanda precedido de un brillante historial. Pero como en Australia an era un desconocido, se acord enfrentarlo con el viejo Tom King. Si Sandel haca un buen combate, se le opondran mejores pgiles y las bolsas seran ms crecidas. As, pues, era de esperar que luchara como un demonio. Aquel combate era decisivo para l, ya que si ganaba tendra dinero, cobrara nombre y habra dado el primer paso de una brillante carrera. Tom King no era para l ms que el muro viejo que le cerraba el paso a la fama y la fortuna. En cambio, a lo nico que Tom King poda aspirar era a recibir treinta libras, que le serviran para pagar al dueo de la casa y a los tenderos. Y mientras cavilaba as, Tom King vio alzarse ante sus ojos hinchados el cuadro de la juventud triunfadora, exuberante e invencible, de msculos suaves y piel sedosa, de corazn y pulmones que no saban lo que era el cansancio y se rean del jadeo de los viejos. Los jvenes destruan a los viejos sin pensar que, al hacerlo, se destruan a s mismos, dilatando sus arterias y aplastando sus nudillos, para ser, al fin, aniquilados por una nueva generacin de jvenes. Pues la juventud ha de ser siempre joven.

Al llegar a la calle de Castlereagh dobl a la izquierda y, despus de recorrer tres manzanas, lleg al Gayety. Una multitud de golfillos apiados frente a la puerta se apartaron respetuosamente al verle y oy que decan:

-Es Tom King!

Una vez dentro, cuando se diriga a los vestuarios, encontr al secretario, un joven de mirada viva y expresin astuta, que le estrech la mano.

-Cmo te encuentras, Tom? - le pregunt.

-Estupendamente -respondi King, a sabiendas de que menta y de que le haca tanta falta un buen bistec, que si tuviera una libra la dara a cambio de l sin vacilar.

Cuando sali de los vestuarios, seguido por sus segundos, y se dirigi al cuadriltero, que se alzaba en el centro de la sala, estall una tempestad de aplausos y vtores en el pblico. l respondi saludando a derecha e izquierda, aunque conoca muy pocas de aquellas caras. En su mayora, eran muchachos que an tenan que nacer cuando l cosechaba sus primeros laureles en el ring. Salt con ligereza a la alta plataforma y, despus de pasar entre las cuerdas, se dirigi a su ngulo y se sent en un taburete plegable. Jack Ball, el rbitro, se acerc a l para estrecharle la mano. Ball era un boxeador fracasado que desde haca diez aos no pisaba el ring como pgil. King se alegr de tenerlo por rbitro. Ambos eran veteranos. Si l apretaba las tuercas a Sandel algo ms de lo que permita el reglamento, saba que Ball hara la vista gorda.

Subieron al tablado, uno tras otro, varios jvenes aspirantes a la categora de pesos pesados, y el rbitro los fue presentando sucesivamente al pblico. Asimismo, expuso sus carteles de desafo.

-Young Pronto -anunci Ball-, de Sidney del Norte, reta al ganador por cincuenta libras.

El pblico aplaudi y los aplausos se renovaron cuando Sandel trep gilmente al ring y fue a sentarse en su rincn. Tom King, desde el ngulo opuesto, lo mir con curiosidad, pensando que minutos despus ambos estaran enzarzados en implacable combate, y pondran todo su empeo en noquearse. Pero apenas pudo ver nada, pues Sandel llevaba, como l, un mono de entrenamiento sobre su calzn corto de pugilista. Su cara era muy atractiva. Estaba coronada por un mechn rizado de pelo rubio, y su cuello grueso y musculoso anunciaba un cuerpo de atleta verdaderamente magnfico.

Young Pronto se dirigi sucesivamente a los dos ngulos y, despus de estrechar las manos a los boxeadores, sali del ring. Continuaron los desafos. Un joven tras otro pasaba entre las cuerdas. Aquellos muchachos desconocidos pero ambiciosos estaban convencidos, y as lo pregonaban, de que con su fuerza y destreza eran capaces de medirse con el vencedor. Unos aos antes, cuando su carrera se hallaba en su apogeo y l se consideraba invencible, aquellos preliminares hubieran divertido y aburrido a Tom King. Pero a la sazn los contemplaba fascinado, incapaz de apartar de sus ojos la visin de la juventud. Siempre existiran aquellos jvenes que suban al ring, y saltaban por las cuerdas para lanzar su reto a los cuatro vientos; y siempre tendran que caer ante ellos los boxeadores gastados. Ascendan hacia el xito trepando sobre los cuerpos de los viejos pgiles. Y continuaban afluyendo en nmero creciente, como una oleada de juventud incontenible que arrollaba a los viejos, para envejecer a su vez y seguir el camino descendente, a impulsos de la juventud eterna, de los nuevos mozos que desarrollaban sus msculos y derribaban a sus mayores, mientras tras ellos se formaba una nueva masa de jvenes. Y as ocurrira hasta el fin de los tiempos, pues aquella juventud voluntariosa era algo inseparable de la humanidad.

King dirigi una mirada al palco de la prensa y salud con un movimiento de cabeza a Morgan, del Sportsman, y a Corbett, del Referee. Luego tendi las manos para que Sid Sullivan y Charles Bates, sus segundos, le pusieran los guantes y se los atasen fuertemente, bajo la atenta fiscalizacin de uno de los segundos de Sandel, que ya haba examinado con ojo crtico las vendas que cubran los nudillos de King. Uno de los segundos de Tom cumpla la misma misin en el ngulo ocupado por Sandel. Este levant las piernas para que le despojasen de los pantalones del mono y luego se levant para que acabaran de quitarle la prenda por la cabeza. Tom King vio entonces ante s una encarnacin de la juventud, un pecho ancho y desbordante de vigor, unos msculos elsticos que se movan como seres vivos bajo la piel blanca y satinada. Todo aquel cuerpo estaba pletrico de vida, de una vida que an no haba dejado escapar nada de ella por los doloridos poros en los largos combates en que la juventud ha de pagar su tributo, dejando algo de ella misma en los tablados.

Los dos pgiles avanzaron hacia el centro del cuadriltero y cuando los segundos saltaron por las cuerdas, llevndose los taburetes plegables, ellos simularon estrecharse las manos enguantadas e inmediatamente se pusieron en guardia. Acto seguido, como un mecanismo de acero puesto en marcha por un fino resorte, Sandel se lanz al ataque. Asest a Tom un gancho de izquierda al entrecejo y un derechazo a las costillas. Luego, entre fintas y sin cesar de saltar sobre las puntas de los pies, se alej ligeramente de su contrincante para volverse a acercar en seguida, gil y agresivo. Era un boxeador rpido e inteligente, que haba iniciado la pelea con una espectacular exhibicin. El pblico vociferaba entusiasmado. Pero King no se dej impresionar. Haba librado demasiados encuentros y haba visto a demasiados jvenes. Supo apreciar el verdadero valor de aquellos golpes: eran demasiado rpidos y hbiles para ser peligrosos. Evidentemente, Sandel trataba de forzar el curso del combate desde el comienzo. No le sorprendi. Esto era muy propio de la juventud, inclinada a malgastar sus esplndidas facultades en furiosos ataques y locas acometidas, alentada por un ilimitado deseo de gloria que redoblaba sus fuerzas.

Sandel atacaba, retroceda, estaba aqu y all, en todas partes. Con pies ligeros y corazn vehemente, deslumbrante con su carne blanca y sus potentes msculos, teja un ataque maravilloso, saltando y deslizndose como una ardilla, eslabonando mil movimientos ofensivos, todos ellos encaminados a la destruccin de Tom King, del hombre que se alzaba entre l y la fortuna. Y Tom King soportaba pacientemente el chaparrn. Conoca su oficio y saba cmo era la juventud, ahora que la haba perdido. Se dijo que tena que esperar a que su oponente fuese perdiendo fogosidad, y sonri para sus adentros mientras se agachaba para parar un fuerte directo con la base del crneo. Era una argucia innoble, pero correcta, segn el reglamento del pugilismo. El boxeador tena que velar por sus nudillos y, si se empeaba en golpear a su adversario en la cabeza, all l. King poda haberse agachado ms para que el golpe no lo alcanzara, pero se acord de sus primeros encuentros y de cmo se parti por primera vez un nudillo contra la cabeza del Terror de Gales. Aun ajustndose a las reglas del juego, al agacharse haba atentado contra los nudillos de Sandel. De momento, ste no lo notara. Seguro de s mismo e indiferente, seguira propinando golpes con la misma fuerza durante todo el combate. Pero, andando el tiempo, cuando en su historial tuviera muchos encuentros, el nudillo lesionado se resentira, y entonces l, volviendo la vista atrs, recordara el potente golpe asestado a la cabeza de Tom King.

El primer asalto lo gan Sandel por puntos. El joven boxeador mantuvo a la sala en vilo con sus fulminantes arremetidas. Lanz sobre King un verdadero diluvio de golpes, y King no devolvi ni uno solo: se limit a cubrirse, mantener una guardia cerrada, esquivar y llegar a veces al cuerpo a cuerpo para eludir el castigo. De vez en cuando haca alguna finta, mova la cabeza cuando encajaba un directo, e iba evolucionando imperturbable por el ring, sin saltar ni bailar para no malgastar ni un tomo de energas. Deba dejar que Sandel desahogara el ardor de su juventud y slo entonces replicarle, pues no deba olvidar sus cuarenta aos.

Los movimientos de King eran lentos y metdicos. Sus ojos, casi inmviles bajo los gruesos prpados, le daban el aspecto de un hombre adormilado y aturdido. Sin embargo, no se le escapaba ningn detalle: su experiencia de ms de veinte aos le permita verlo todo.

Sus ojos no pestaeaban ni se desviaban al recibir un golpe, porque as podan ver y medir mejor las distancias.

Cuando, al terminar el asalto, fue a sentarse en su rincn para descansar, se recost con las piernas extendidas y apoy los brazos en el ngulo recto que formaban las cuerdas. Entonces su pecho y su abdomen empezaron a subir y a bajar en profundas aspiraciones, mientras le acariciaban el rostro el aire de las toallas con que le abanicaban sus segundos.

Con los ojos cerrados, Tom King escuchaba el clamoreo del pblico.

-Por qu no luchas, Tom? -le gritaron- Es que tienes miedo?

-Le pesan los msculos -oy que comentaba un espectador de primera fila-. No puede moverse con ms rapidez. Dos libras contra una a favor de Sandel!

Son el gong y los dos pgiles abandonaron sus rincones. Sandel recorri tres cuartas partes del cuadriltero, ansioso de reanudar la contienda. King apenas se apart de su rincn. Esto formaba parte de su plan de ahorro de fuerzas. No haba podido entrenarse como era debido, no haba comido lo suficiente, y el menor movimiento innecesario tena su importancia. Adems, haba que tener en cuenta que haba recorrido a pie ms de tres kilmetros antes de subir al ring. Aquel asalto fue una repeticin del primero: Sandel atacaba en tromba y el pblico, indignado, abucheaba a King al ver que no combata. Aparte algunas fintas y varios golpes lentos e ineficaces, se limitaba a mantener una guardia cerrada, parar golpes y agarrarse al adversario. Sandel deseaba acelerar el ritmo del combate, y King, hombre de experiencia, se negaba a secundarlo. En su rostro deformado por los golpes haba una melanclica sonrisa, y Tom segua economizando fuerzas celosamente, como slo puede hacerlo un boxeador maduro. Sandel era joven y derrochaba sus energas con la prodigalidad propia de su juventud. El generalato del ring corresponda a Tom, y suya era tambin la sabidura cosechada a costa de largos y dolorosos combates. Observaba a su adversario con mirada fra y nimo sereno, movindose lentamente, en espera de que se agotara el ardor de Sandel. Para la mayora de espectadores, aquello era buena prueba de que King era incapaz de medirse con su joven adversario, opinin que expresaban en voz alta, apostando a razn de tres a uno a favor de Sandel. Pero an quedaban algunos espectadores prudentes que conocan a King desde haca aos y aceptaban estas ofertas, con grandes esperanzas de ganar.

El tercer asalto comenz como los anteriores. Sandel llevaba la iniciativa y castigaba duramente a su adversario. Pero, cuando an no haba transcurrido medio minuto, el joven, excesivamente confiado, se olvid de cubrirse, y los ojos de King centellearon a la vez que su brazo derecho se lanzaba como un rayo hacia adelante. Fue su primer golpe de verdad: un gancho reforzado, no slo por el hbil movimiento del brazo, sino por el peso de todo el cuerpo. El len adormecido acababa de lanzar un imprevisto zarpazo. Sandel, tocado en un lado de la mandbula, cay como un buey abatido por el matarife. El pblico se qued pasmado: algunos aplaudieron tmidamente, mientras por toda la sala corran murmullos de admiracin. Caramba, caramba! King no tena los msculos tan embotados como se crea, sino que era capaz de asestar verdaderos mazazos.

Sandel qued casi inconsciente, hizo girar su cuerpo hasta ponerse de costado e intent levantarse, pero, al or los gritos de sus segundos que le aconsejaban esperar hasta el ltimo instante, no acab de ponerse en pie, sino que qued con una rodilla en el suelo. El rbitro se inclin hacia l y empez a contar los segundos con voz estentrea junto a su odo. Cuando oy decir nueve! Sandel se levant con gesto agresivo y Tom King hubo de hacerle frente, mientras se lamentaba de no haberle dado el golpe un par de centmetros ms cerca del mentn, pues entonces habra conseguido el fuera de combate y vuelto a casa con treinta libras para su mujer y sus hijos.

El asalto continu hasta que se cumplieron los tres minutos reglamentarios. Sandel empez a mirar con respeto a su oponente. Por su parte, King segua movindose con lentitud y su mirada apareca tan soolienta como antes. Cuando el asalto estaba a punto de terminar, King se dio cuenta de ello al ver a los segundos agazapados junto al cuadriltero. Estaban preparados para subir, pasando entre las cuerdas. Entonces llev el combate hacia su rincn, y, cuando son el gong, pudo sentarse inmediatamente en el taburete que ya tenan preparado. En cambio, Sandel tuvo que cruzar de ngulo a ngulo todo el ring para llegar a su sitio. Esto era una pequeez, pero muchas pequeeces juntas pueden formar algo importante. Al verse obligado a dar aquellos pasos de ms, Sandel perdi no slo cierta cantidad de energa, sino una parte de los preciosos sesenta segundos de descanso. Al principio de cada asalto King sala perezosamente de su rincn, con lo que obligaba a su adversario a recorrer una distancia mayor, y cuando el asalto terminaba, King estaba en su sitio y poda sentarse inmediatamente.

Transcurrieron otros dos asaltos en los que King economiz sus fuerzas con toda parsimonia, mientras Sandel derrochaba energas. Los esfuerzos que el joven pgil haca por imponer un ritmo ms vivo a la lucha resultaron bastante enojosos para King, que hubo de encajar una parte bastante crecida del diluvio de golpes que cay sobre l. Sin embargo, King mantuvo su deliberada lentitud, sin importarle el gritero de los jvenes vehementes que queran verle pelear.

En el sexto asalto, Sandel volvi a tener un descuido, y la terrible derecha de Tom King lanz un nuevo disparo contra su mandbula. Otra vez cont el rbitro hasta nueve.

Al comenzar el sptimo asalto se vio claramente que el ardor de Sandel se haba esfumado. El joven boxeador se percataba de que estaba librando el combate ms duro de su carrera. Tom King era un boxeador gastado, pero el de ms calidad que se le haba opuesto hasta entonces; un boxeador maduro que no perda la cabeza, que se defenda con extraordinaria habilidad, cuyos golpes eran verdaderos mazazos y que tena un fuera de combate en cada puo. Pero Tom King no se atreva a utilizar estos potentes puos demasiado, pues no se olvidaba de que tena los nudillos lesionados y saba que, para que pudieran resistir todo el combate, tena que racionar los golpes prudentemente.

Mientras permaneca sentado en su rincn, mirando a su adversario, pens que la unin de su experiencia y de la juventud de Sandel produciran un campen mundial. Pero esta mezcla era imposible. Sandel no sera campen del mundo. Le faltaba experiencia y sta slo poda obtenerse a costa de la juventud. Cuando Sandel tuviera experiencia, advertira que haba gastado su juventud para adquirirla.

King recurri a todas las tretas y argucias. No desaprovechaba ocasin de agarrarse a su adversario y, cada vez que llegaba al cuerpo a cuerpo, clavaba con fuerza el hombro en las costillas de Sandel. En la teora pugilstica no haba diferencia entre un hombro y un puo si con ambos poda hacerse el mismo dao, y el hombro aventajaba al puo en lo concerniente a la prdida de energas. Asimismo, cuando se agarraban los dos pgiles, King descargaba todo el peso de su cuerpo sobre su contrincante y se resista a soltarse. Esto obligaba al rbitro a intervenir para separarlos, en lo cual hallaba las mayores facilidades por parte de Sandel, que todava no haba aprendido a descansar de este modo. El joven no poda dejar de emplear sus magnficos brazos ni su lozana musculatura. Cuando King se aferraba a l, clavndole el hombro en las costillas e introduciendo la cabeza bajo su brazo izquierdo, Sandel le golpeaba el rostro pasando su brazo derecho por detrs de su espalda. Era un castigo espectacular que provocaba murmullos de admiracin en el pblico, pero sin ninguna eficacia. Por el contrario, slo serva para hacer perder energas a Sandel. ste, incansable, no se daba cuenta de que todo tiene un lmite. King sonrea y no se apartaba de su prudente tctica.

Sandel asest un sonoro derechazo al cuerpo de King, que la masa de espectadores consider como un rudo castigo, pero los pocos expertos que haba en la sala percibieron el hbil movimiento del guante izquierdo de Tom, que toc el bceps de Sandel en el momento en que ste lanzaba el fuerte derechazo. Sandel repiti una y otra vez este golpe, consiguiendo que siempre llegara a su destino, pero nunca con eficacia, debido al ligero contragolpe de King.

En el noveno asalto, y en un solo minuto, Tom alcanz con tres ganchos de derecha la mandbula de Sandel, y las tres veces el corpachn del joven bes la lona y el rbitro hubo de contar hasta nueve. Sandel qued aturdido y ligeramente conmocionado, pero conservaba las energas. Haba perdido velocidad y economizaba sus fuerzas. Tena el ceo fruncido, pero segua contando con el arma ms importante del boxeador: la juventud. El arma principal de King era la experiencia. Cuando empez el declive de su vitalidad, cuando su vigor empez a disminuir, lo reemplaz con la astucia, la sabidura cosechada en mil combates y una escrupulosa economa de sus fuerzas. King no era el nico que saba eludir los movimientos superfluos, pero nadie como l posea el arte de incitar al adversario a despilfarrar sus energas.

Una y otra vez, haciendo fintas con los pies, los puos y el cuerpo, sigui engaando a Sandel: obligndolo a saltar hacia atrs sin motivo, a esquivar golpes imaginarios, a lanzar intiles contraataques. King descansaba, pero no daba descanso a su rival. Era la estrategia de un boxeador maduro.

Al iniciarse el dcimo asalto, King detuvo las embestidas de Sandel con directos de izquierda a la cara, y Sandel, que ahora proceda con cautela, respondi esgrimiendo su izquierda, para bajarla en seguida, mientras lanzaba un gancho de derecha a la cara de Tom King. El golpe fue demasiado alto para resultar decisivo, pero King not que ese negro velo de inconsciencia tan conocido por los boxeadores se extenda sobre su mente. Durante una fraccin casi inapreciable de tiempo, Tom dej de luchar. Momentneamente, desaparecieron de su vista su adversario y el teln de fondo formado por las caras blancas y expectantes del pblico..., pero slo momentneamente. Le pareci que abra los ojos tras un sueo fugaz. El intervalo de inconsciencia fue tan breve, que no tuvo tiempo de caer. El pblico slo lo vio vacilar y doblar las rodillas. Inmediatamente, Tom King se recuper y ocult ms su barbilla en el refugio que le ofreca su hombro izquierdo.

Sandel repiti varias veces este golpe, aturdiendo parcialmente a King. Pero el experto boxeador consigui elaborar su defensa, que fue tambin una forma de contraatacar. Retrocediendo ligeramente sin dejar de hacer fintas con el brazo izquierdo, lanz a Sandel un uppercut con toda la potencia de su puo derecho. Lo calcul con tanta precisin, que consigui alcanzar de pleno la cara de Sandel cuando ste se agachaba haciendo un regate. El joven, levantado en vilo, cay hacia atrs y fue a dar en la lona con la cabeza y la espalda. King repiti este golpe dos veces. Despus dio rienda suelta a su acometividad y acorral a su adversario contra las cuerdas, lanzando sobre l una lluvia de golpes. Sus puos funcionaron sin cesar hasta que el pblico, puesto en pie, le tribut una estruendosa salva de aplausos. Pero Sandel posea una energa y una resistencia inagotables, y se mantena en pie. Se mascaba el knock-out. Un capitn de polica, impresionado por el terrible castigo que reciba Sandel, se acerc al cuadriltero para suspender el combate, pero en este preciso instante son el gong, sealando el fin del asalto, y Sandel regres tambalendose a su rincn, donde asegur al capitn que estaba bien y conservaba las fuerzas. Para demostrarlo, dio un par de saltos, y el polica, convencido, volvi a sentarse.

Tom King, mientras descansaba en su rincn, jadeante, se deca, contrariado, que si el combate se hubiera suspendido, el rbitro se habra visto obligado a declararlo vencedor y la bolsa hubiera ido a parar a sus manos. A diferencia de Sandel, l no luchaba por la gloria ni para abrirse paso, sino para ganar treinta libras esterlinas. En aquel minuto de descanso, Sandel se recuperara.

La juventud ser servida... Esta frase cruz como un relmpago por el cerebro de King. Se acord tambin de la ocasin en que la oy: fue la noche en que dej fuera de combate a Stowsher Bill. El seorito que la haba pronunciado tena razn. Aquella noche, tan lejana ya, l encarnaba a la juventud. Pero esta noche -se dijo- la juventud se sienta en el rincn de enfrente. Ya llevaba media hora de pelea y los aos le pesaban. Si hubiese luchado como Sandel, no hubiera resistido ni quince minutos. Lo peor era que no se recuperaba. Sus venas hinchadas y su corazn fatigado no le permitan recobrar las perdidas fuerzas en los descansos entre asalto y asalto. Las energas le faltaran ya desde el comienzo de los asaltos. Notaba las piernas pesadas y empezaba a sentir calambres. No debi haber hecho a pie aquellos tres kilmetros que mediaban desde su casa a la sala de deportes. Y para colmo de desdichas, aquel bistec que no se haba podido comer aquella maana y que tanto haba deseado. Se despert en l un odio terrible contra los carniceros que se haban negado a fiarle. Un hombre de sus aos no poda boxear sin haber comido lo suficiente. Qu era, al fin y al cabo, un bistec? Una insignificancia que vala unos cuantos peniques. Sin embargo, para l significaba treinta libras esterlinas.

Cuando el gong seal el comienzo del undcimo asalto, Sandel se levant impetuosamente, aparentando una gallarda que estaba muy lejos de poseer. King supo apreciar el justo valor de semejante actitud: se trataba de un farol tan antiguo como el mismo boxeo. Para no gastar fuerzas en balde, Tom se abraz a su adversario. Luego, cuando lo solt, permiti que el joven se pusiera en guardia. Esto era lo que King esperaba. Hizo una finta con la izquierda, consigui que su contrincante se agachara para rehuirla, y al mismo tiempo le lanz un gancho de derecha. Seguidamente King, retrocediendo un poco, asest a Sandel un uppercut que lo alcanz en plena cara y lo derrib. Despus no le dio punto de reposo. Encaj mucho, pero peg mucho ms. Acorral a Sandel contra las cuerdas mediante una serie de ganchos y con toda clase de golpes. Despus de desprenderse de sus brazos, le impidi que lo volviera a abrazar, propinndole un directo cada vez que lo intentaba. Y cuando Sandel iba a caer, lo sostena con una mano y lo golpeaba inmediatamente con la otra para arrojarlo contra las cuerdas, donde no le era posible desplomarse.

El pblico pareca haber enloquecido. Todos los espectadores, puestos en pie, lo animaban con sus gritos.

-Duro con l, Tom! Ya es tuyo! Lo tienes en el bolsillo!

Queran que el combate terminara con una lluvia de golpes irresistibles. Esto era lo que deseaban ver; para esto pagaban.

Y Tom King, que durante media hora haba economizado sus fuerzas, las derroch a manos llenas en lo que deba ser el esfuerzo final, un esfuerzo que no podra repetir. Era su nica oportunidad. Ahora o nunca! Las fuerzas lo abandonaban rpidamente, y todas sus esperanzas se cifraban en que, antes de que lo abandonasen del todo, habra conseguido que su adversario permaneciera tendido en la lona durante diez segundos. Y mientras segua pegando y atacando, calculando framente la fuerza de sus golpes y el dao que causaban, comprendi lo difcil que era dejar a Sandel fuera de combate. La resistencia de aquel hombre, realmente extraordinaria, era la resistencia virgen de la juventud. Desde luego, Sandel tena ante s un futuro lleno de promesas. l tambin lo tuvo. Todos los buenos boxeadores posean el temple que demostraba Sandel.

Sandel retroceda dando traspis, perseguido por King, que empezaba a sentir calambres en las piernas y cuyos nudillos comenzaban a resentirse. Sin embargo, sigui asestando sus terribles golpes, sin detenerse ante el dolor que cada uno de ellos produca en sus manos, en sus pobres manos, viejas y torturadas. Aunque en aquellos momentos no reciba ninguna rplica de su adversario, King se debilitaba a toda prisa, de modo que pronto su estado igualara el de Sandel. No fallaba un solo golpe, pero stos ya no posean la potencia de antes y cada uno de ellos supona para Tom un esfuerzo extraordinario. Sus piernas parecan de plomo y se arrastraban visiblemente por el ring. Los partidarios de Sandel lo advirtieron y empezaron a dirigir gritos de aliento al joven boxeador.

Esto decidi a King a realizar un postrer esfuerzo y asest dos golpes casi simultneos: uno con la izquierda, dirigido al plexo solar y que result un poco alto, y otro con la derecha a la mandbula. Estos golpes no fueron demasiado fuertes, pero Sandel estaba ya tan conmocionado, que cay en la lona, donde qued debatindose. El rbitro se inclin sobre l y empez a contarle al odo los segundos fatales. Si antes del dcimo no se levantaba, habra perdido el combate. En la sala reinaba un silencio de muerte. King apenas se mantena en pie sobre sus piernas temblorosas. Se haba apoderado de l un mortal aturdimiento y, ante sus ojos, el mar de caras se mova y se balanceaba mientras a sus odos llegaba, al parecer desde una distancia remotsima, la voz del rbitro que contaba los segundos. Pero consideraba el combate suyo. Era imposible que un hombre tan castigado pudiera levantarse.

Solamente la juventud se poda levantar... Y Sandel se levant. Al cuarto segundo, dio media vuelta, quedando de bruces, y busc a tientas las cuerdas. Al sptimo segundo ya haba conseguido incorporarse hasta quedar sobre una rodilla, y descans un momento en esta postura, mientras su aturdida cabeza se bamboleaba sobre sus hombros. Cuando el rbitro grit nueve! Sandel se levant del todo, adoptando la adecuada posicin de guardia, cubrindose la cara con el brazo izquierdo y el estmago con el derecho. As defenda sus puntos vitales, mientras avanzaba agachado hacia King, con la esperanza de agarrarse a l para ganar ms tiempo.

Tan pronto como Sandel se levant, King se le ech encima, pero los dos golpes que le envi tropezaron con los brazos protectores. Acto seguido, Sandel se aferr a l desesperadamente, mientras el rbitro se esforzaba por separarlo, ayudado por King. ste saba con cunta rapidez se recobraba la juventud y, al mismo tiempo, estaba seguro de que Sandel sera suyo si poda evitar que se repusiera. Un enrgico directo lo liquidara. Tena a Sandel en su poder, no caba duda. l haba llevado la iniciativa del combate, haba demostrado mayor experiencia que su contrincante, le llevaba ventaja de puntos. Sandel se desprendi del cuerpo de King, tambalendose, vacilando entre la derrota y la supervivencia. Un buen golpe lo derribara definitivamente, y, ante esta idea, Tom King, presa de sbita amargura, se acord del bistec. Ah, si lo hubiera tenido y contara con su fuerza para el golpe que iba a asestar! Concentr sus ltimas energas en el golpe decisivo, pero ste no fue bastante fuerte ni bastante rpido. Sandel se tambale, pero no lleg a caer. Con paso vacilante, retrocedi hacia las cuerdas y se aferr a ellas. King, tambin tambalendose, lo sigui y, experimentando un dolor indescriptible, le asest un nuevo golpe. Pero las fuerzas lo haban abandonado. nicamente le quedaba su inteligencia de luchador, turbia, oscurecida por el cansancio. Haba dirigido el puo a la mandbula, pero tropez en el hombro. Su intencin haba sido darlo ms alto, pero sus cansados msculos no lo obedecieron. Y, por efecto del impacto, el propio Tom King retrocedi, dando traspis. Poco falt para que cayera. De nuevo lo intent. Esta vez su directo ni siquiera alcanz a Sandel. Era tal su debilidad que cay sobre el joven y se abraz a su cuerpo, para no desplomarse definitivamente a sus pies.

King ya no hizo nada por separarse. Haba puesto toda la carne en el asador: ya no poda hacer ms. La juventud se haba impuesto. Incluso en aquel abrazo notaba cmo Sandel iba recuperando sus fuerzas. Cuando el rbitro los separ, King vio claramente cmo se recobraba su joven adversario. Segundo a segundo, Sandel se iba mostrando ms fuerte. Sus directos, dbiles y vacilantes al principio, cobraron dureza y precisin. Los ofuscados ojos de Tom King vieron el guante que se acercaba a su mandbula y se propuso protegerla alzando el brazo. Vio el peligro, dese parar el golpe, pero el brazo le pesaba demasiado y no pudo: le pareci que tena que levantar un quintal de plomo. El brazo no quera levantarse y l dese con toda su alma levantarlo. El guante de Sandel ya le haba llegado a la cara. Oy un agudo chasquido semejante al de un chispazo elctrico y el negro velo de la inconsciencia envolvi su mente.

Cuando abri de nuevo los ojos, se encontr sentado en su rincn y oy el clamoreo del pblico, semejante al rumor del oleaje de la playa de Bondi. Alguien le oprima una esponja empapada contra la base del crneo, y Sid Sullivan le rociaba la cara y el pecho con agua fra. Le haban quitado ya los guantes y Sandel, inclinado sobre l, le estrechaba la mano. No sinti rencor alguno hacia el hombre que lo haba dejado fuera de combate, y le devolvi el apretn de manos tan cordialmente que sus nudillos se resintieron. Luego Sandel se dirigi al centro del cuadriltero y el gritero del pblico se acall para orle decir que aceptaba el desafo de Young Pronto, y que propona aumentar la apuesta a cien libras. King lo contemplaba, indiferente, mientras sus segundos secaban el agua que corra a raudales por su cuerpo, le pasaban una esponja por la cara y lo preparaban para abandonar el cuadriltero. King senta hambre; no era aqulla la sensacin de hambre ordinaria, sino una gran debilidad, una serie de palpitaciones en la boca del estmago que repercutan en todo su cuerpo. Se acord del momento en que haba tenido ante l a Sandel tambalendose, al borde del knock-out. Ah, si hubiese tenido aquel bistec en el cuerpo! Entonces nada habra salvado a Sandel. Le haba faltado slo esto para asestar el golpe decisivo con eficacia. Haba perdido por culpa de aquel bistec.

Sus segundos trataron de ayudarlo a pasar entre las cuerdas, pero l los apart, se agach y salt solo al piso de la sala. Precedido por sus cuidadores, avanz por el pasillo central abarrotado de pblico. Poco despus, cuando sali de los vestuarios y se dirigi a la calle, se encontr con un muchacho que le dijo:

-Por qu no le pegaste de firme cuando lo tenas atontado?

-Vete al diablo! -le respondi Tom King mientras bajaba los escalones del portal.

Las puertas de la taberna de la esquina estaban abiertas de par en par. Tom King vio las luces cegadoras del local y las sonrientes camareras, y, entre el alegre tintineo de las monedas que saltaban en el mrmol del mostrador, oy diversas voces que comentaban el combate. Alguien lo llam para invitarlo a una copa, pero l rechaz la invitacin y sigui su camino.

No llevaba un cntimo encima. Los tres kilmetros que lo separaban de su casa le parecieron muy largos. Era evidente que envejeca. Cuando cruzaba el Dominio, se dej caer de pronto en un banco. La idea de que su mujer estara esperndolo, ansiosa de saber cmo haba terminado el encuentro, lo sumi en una angustiosa desesperacin. Esto era peor que un knock-out: no se senta con fuerzas para mirarla a la cara.

Estaba desfallecido y amargado. El vivo dolor que senta en los nudillos le hizo comprender que, aunque encontrase trabajo como pen de albail, tardara lo menos una semana en poder empuar la pala o el pico. Las palpitaciones que le produca el hambre en la boca del estmago le hacan sentir nuseas. Una profunda desolacin se apoder de l y not que sus ojos se llenaban de lgrimas incontenibles. Se cubri la cara con las manos y llor. Y mientras lloraba se acord de la paliza que propin a Stowsher Bill una noche ya lejana. Pobre Stowsher Bill! Ahora comprenda por qu llor aquella noche en los vestuarios.