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TEMA 28: JOHN MAYNARD KEYNES Prof. Dr. Eduardo Escartín González
HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
TEMA 28
JOHN MAYNARD KEYNES
TEMA 28: JOHN MAYNARD KEYNES Prof. Dr. Eduardo Escartín González
ΤΤΤΤ22228888 −−−− 446
1.- RESEÑA BIOGRÁFICA
John Maynard Keynes (1883-1946) nació y
estudió en Cambridge, de cuya Universidad su padre,
también economista, fue profesor de filosofía y lógica,
administrador y, más tarde, secretario general de la
Universidad. Keynes estudió inicialmente matemáticas,
filosofía y lógica, en el King’s College donde ingresó en
1902; posteriormente se orientó hacia la economía bajo
el influjo de su maestro Alfred Marshall.
Al terminar la universidad, en 1906, hizo
oposiciones para la administración pública; obtuvo plaza
en la India Office. En 1909 aceptó el cargo de profesor
ayudante a sueldo del peculio personal del profesor
Marshall y, luego, de Pigou. Desde entonces hasta su
muerte seguiría vinculado al King’s College de
Cambridge, del que fue tesorero.
De 1911 a 1945 fue director de The Economic
Journal, órgano de expresión de la Royal Economic
Society, de la que fue secretario. En 1913 se le nombró
miembro de la Real Comisión sobre la Moneda y la
Hacienda de la India; allí tuvo la oportunidad de aplicar
sus conocimientos teóricos a la resolución de problemas
prácticos, como sus recomendaciones sobre la elección
del patrón oro.
Durante la I Guerra Mundial, en 1915, el
Tesoro reclamó a Keynes sus servicios, prestándolos en
el negociado de exteriores del Consejo Financiero del
Ministerio de Hacienda y del Tesoro1. En 1917 se le
recompensó confiriéndole el título de caballero de la
Orden del Baño. Al acabar la guerra se le nombró
representante financiero en la Conferencia de la Paz de
París; sin embargo, por discrepancias de pareceres
económico-financieros con sus jefes en la Comisión de
Reparaciones, dimitió de su cargo.
Su dimisión le apartó casi definitivamente de la
1 Se cuenta que fue reuniendo gran cantidad de pesetas, que vendió rápida y especulativamente consiguiendo un descenso en la cotización de la divisa española, muy favorable a los intereses económicos británicos, ya que se mantenía un intenso tráfico comercial con España por ser un país no beligerante (Lekachman, 1966, p. 34).
administración pública. Únicamente al declararse la II
Guerra Mundial el gobierno requirió nuevamente sus
servicios como asesor del ministro de Hacienda y del
Tesoro. También en esta ocasión se le recompensó por
los servicios prestados con el título de barón Keynes de
Tilton en 1942. Antes de finalizar la II Guerra Mundial
se le nombró representante británico en la conferencia
de Bretton Woods para el restablecimiento de un orden
monetario internacional. Keynes presentó el denominado
«Plan Keynes», por parte del gobierno británico, y los
americanos el «Plan White»2 con su propuesta del Fondo
Monetario Internacional y la oferta a Lord Keynes de ser
su primer gobernador. Evidentemente, cada plan
defendía más los intereses de su nación y el peso
específico de Estados Unidos inclinó la balanza hacia la
aceptación básica del Plan White, con las pertinentes
concesiones propias de una negociación.
Las dificultades financieras del Reino Unido
obligaron a Keynes a viajar varias veces a Estados
Unidos para negociar un préstamo3. Un último viaje a
ese país tuvo que hacer poco después de la finalización
de la II Guerra Mundial para asistir, como gobernador
del Fondo Monetario Internacional, a las inauguraciones
de las instituciones acordadas en las conferencias de
Bretton Woods. Unos meses más tarde, en abril de 1946,
moría Keynes de un ataque al corazón en su casa de
Tilton (Sussex).
2.- EL PLAN KEYNES
Según declaración del propio Keynes sobre los
objetivos de su plan: "Necesitamos un quantum de
moneda internacional, que ni esté determinado de una
forma imprevisible e inconsecuente, como, por ejemplo,
por el progreso técnico de la industria del oro, ni sujeto
a grandes variaciones debidas a la política de reservas
en oro de cada país, sino gobernado por los requisitos
2 Harry Dexter White, secretario del Tesoro de los Estados Unidos. 3 3.750 millones de dólares, según dice Lekachman (1966, p. 200).
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efectivos y actuales del comercio mundial, y que sea
también susceptible de expansión y contracción
deliberadas para compensar las tendencias
deflacionista e inflacionista de la demanda efectiva
mundial" (citado por Lekachaman, 1966, p. 192).
Como se aprecia en este objetivo, el Plan
Keynes, al pretender instaurar en el ámbito internacional
un sistema monetario fiduciario sujeto a un patrón
dirigido y flexible, se asemeja al sistema Law (Tema 9).
El Plan Keynes comprendía la fundación de una
Unión Internacional de Compensación (o sea, un banco
internacional que, además de conceder créditos, actuara
como cámara de compensación) y la creación de un
dinero contable, el «bancor», en el que se expresarían
los créditos concedidos a los países según la cuota de
giro asignada en función del volumen de su comercio
internacional. En principio, se fijaría en el 75% de la
media de sus exportaciones en los tres últimos años
(Olarra, 1965, p. 271).
Los países miembros se comprometían a
aceptar sin límite los pagos en esta moneda mediante los
asientos contables de acreditación en su cuenta; también
podían solicitar créditos en bancor a la Unión, o a los
paises superavitarios, y entregar oro a la Unión a cambio
de la acreditación en bancor. Sin embargo, la Unión no
pagaría en oro, sólo en la moneda contable; de la misma
forma, los pagos de cada país se realizarían por adeudos
en cuenta (ibídem, p. 272).
El bancor se definiría según un peso de oro,
pero mediante una relación variable para darle
estabilidad y preservarlo de las fluctuaciones de valor
del oro. Si la cotización de éste subía en el mercado
internacional, el bancor (según un cálculo complejo)
disminuiría la definición de su contenido en oro y
viceversa. Se trataba, en el fondo, de conseguir una
unidad de medida del valor invariable (ibídem, p. 272).
A su vez, cada país definiría una paridad fija,
pero ajustable, de su moneda nacional con el bancor,
especialmente durante los primeros cinco años, para que
los países pudieran variar la paridad en caso de
persistentes desequilibrios de sus respectivas balanzas
de pagos (ibídem, p. 272).
La idea de Keynes era que con este sistema
monetario internacional las ganancias del comercio sólo
pudieran usarse para comprar productos a otros países o
conceder créditos; de esta forma se eliminaría la falta de
liquidez mundial causada por el atesoramiento del oro
llevada a cabo por los países con superávit en su balanza
de pagos y que mermaba las posibilidades de aumentar
el comercio mundial y el desarrollo económico (ibídem,
p. 273).
3.- LAS OBRAS MÁS REPRESENTATIVAS
DE KEYNES
Moneda India y Hacienda (1913).
Fue el primer libro de Keynes (anteriormente
sólo había publicado artículos). En él trató el «patrón
divisa convertible» (gold exchange standard), al que
consideró el patrón monetario del futuro. Efectivamente,
fue adoptado por muchos países a partir de 1920
(Spiegel, p. 699). Este patrón consistía en mantener
como reservas del Banco Central una divisa fuerte (por
ejemplo, el dólar) cuyo país tuviera declarada su
convertibilidad en oro; así, en caso necesario se podría
acudir a ese país para convertir en oro su divisa.
Haber trabajado en la India Office y llegar a ser
un experto en finanzas indias le sirvió para su
designación en el ministerio de Hacienda y del Tesoro.
Las consecuencias económicas de la paz
(1919).
Al terminar la I Guerra Mundial Keynes
participó, como representante financiero, en la comisión
inglesa de la Conferencia de la Paz de París. En este
foro, los países aliados negociaron las compensaciones
de guerra que se debían imponer a Alemania para
resarcirse de los ingentes gastos y destrucciones sufridos
durante la guerra.
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A punto de concluirse las negociaciones que
culminaron en la firma del Tratado de Versalles (el 28
de Junio de 1919), Keynes dimitió de su cargo por no
estar de acuerdo con las exigencias y los términos en que
debían cumplirse esas compensaciones, llamadas
reparaciones de guerra. Keynes había reiterado en vano
que estaban calculadas por exceso y que su exigencia
provocaría una inflación (Lekachman, 1966, p. 36).
No siendo ya funcionario público se dedicó a
escribir este libro durante el verano y lo editó a finales
de diciembre. En él expone sus opiniones sobre esa "paz
cartaginesa" injusta e imposible de cumplir en la
práctica que establecía el Tratado de Versalles (citado
por Lekachaman, 1966, p. 36). En el Tratado se
acordaba el reparto entre los aliados de las colonias
alemanas; la cesión a Francia de Alsacia y Lorena, la
margen izquierda del Rin y la cuenca del Sarre; la cesión
a Polonia de la Alta Silesia y otros territorios; también
perdía Alemania algunas zonas del norte, pero quedaba
pendiente de plebiscitos su adjudicación a Bélgica,
Dinamarca y Polonia. Una comisión fijaría el reparto de
casi toda la flota mercante y pesquera alemana y la
deuda a largo plazo que Alemania amortizaría
anualmente tanto en especie como en metálico.
Keynes suponía que estas draconianas
condiciones destruirían los pilares de la economía de
Alemania y, si bien podrían impedir su resurgimiento
bélico, sobre todo, le imposibilitarían atender las
reparaciones de guerra. Keynes las había calculado
razonablemente en la cuarta parte de lo que figuraba en
el Tratado de Versalles (Lekachman, 1966, p. 42). Las
estimaciones keynesianas eran que Alemania a lo sumo
podría pagar anualmente el 5% de la deuda, es decir, que
sólo cubriría los intereses. Y ello, a costa de una
reducción de la importación de alimentos y materias
primas cuya escasez sería causa de un incremento
general de los precios. A su vez la producción se
reduciría y, además, Alemania tendría dificultades para
exportar parte de su producción por ser competitiva con
la británica. La consecuencia de todo esto sería una
depreciación de la divisa alemana y una inflación
(ibídem, pp. 42 y 43).
La polémica que el libro de Keynes suscitó le
otorgó gran fama, aunque no exenta de serias
controversias, ataques personales y acusaciones de ser
proalemán (ibídem, p. 36).
La realidad posterior confirmó la tesis de
Keynes cuando, en la década de los 20, Alemania no
pagó las reparaciones y, a causa de una monstruosa
inflación, el marco alemán llegó a valer cero y el sistema
económico alemán llegó a derrumbarse (ibídem, p. 43).
En 1923 el presidente americano, Calvin
Coolidge, designó a Charles Gates Dawes (Premio
Nobel de la paz de 1925) para que, con una comisión de
expertos, formulara una propuesta viable sobre el pago
de las reparaciones sin provocar la quiebra alemana
(ibídem, p. 44).
El Plan Dawes pretendía estabilizar la moneda
alemana poniendo bajo control aliado al Banco Central
alemán (Reichsbank), rebajando drásticamente el pago
anual de las reparaciones y concediendo a Alemania un
cuantioso préstamo, del cual más de la mitad era de
financiación americana (ibídem, p. 44).
El Plan Young de 1929 revisó a la baja la
deuda alemana dejándola en la cifra estimada por
Keynes en su libro; se ampliaba a 58 años el plazo de la
devolución y se fijaba el interés en el 5,5% (ibídem, p.
44). A la vez, este plan exigía la devolución de los
préstamos que Estados Unidos había concedido a los
aliados durante la contienda. Como Alemania apenas
podía vender en el exterior sus productos (por la
animadversión hacia los productos alemanes que los
americanos y británicos fomentaban) no obtenía divisas,
por lo que pagó la deuda con el importe de los créditos
oro concedidos por Estados Unidos; los aliados con ese
mismo dinero recibido de Alemania saldaban la deuda
con los Estados Unidos (ibídem, p. 44). Esta grotesca
situación sólo podía mantenerse con la aquiescencia
americana, pero la situación se hizo insostenible,
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después del crac del 29, durante la Gran Depresión. La
extensión por todo el mundo de la crisis económica
trajo, como una de sus consecuencias, el cese de los
pagos de las deudas (ibídem, p. 45).
Alemania, para remontar la depresión y ante la
imposibilidad de exportar, llevó a cabo una política de
pleno empleo incentivando la producción de material
bélico. Esto llevó al rearme que culminó con el estallido
de la II Guerra Mundial.
La vasta polémica que originó el libro de
Keynes contribuyó en gran medida al cambio de actitud
de los aliados, de la intolerancia a la permisividad de los
sucesos económicos y políticos en Alemania. Por ello el
economista belga Etiènne Mantoux (que en 1945 murió
en combate en la II Guerra Mundial) culpó a Keynes del
fatal desarrollo de los acontecimientos en su libro, que
se publicó póstumamente, La paz cartaginesa, o las
consecuencias económicas de Mr. Keynes (1946)
(Spiegel, p. 702).
Tratado sobre la reforma monetaria (1923)4.
Inglaterra estaba dispuesta a restablecer el
patrón oro para remediar los desórdenes monetarios
internacionales acaecidos por las dificultades
económicas de la I Guerra Mundial y su postguerra.
Keynes no era partidario de la adopción de esa
medida porque “el valor del oro ha dejado de ser el
resultado de los regalos fortuitos de la Naturaleza y del
juicio de numerosas autoridades e individuos actuando
de forma independiente”, ahora depende del Consejo de
la Reserva Federal de los Estados Unidos (en cuyas
arcas existía una cantidad ingente de oro) y, a lo sumo,
de los tres o cuatro bancos centrales más poderosos, que
pueden mantener artificialmente cualquier tipo de valor
del oro (cita según la transcripción de Lekachman, 1966,
pp. 72 y 73).
4 En este libro se encuentra su famosa frase "A la larga, todos muertos" (Lekachman, 1966, p. 72), que muchos idiomas la han adoptado, como frase hecha, para hacer hincapié en la necesidad de soluciones eficaces a corto plazo
La rigidez de un patrón oro, para mantener la
paridad de la moneda nacional, exigiría sacrificar la
estabilidad interna de los precios. Para Keynes, uno de
los principales objetivos de la política monetaria era
conseguir dicha estabilidad, aunque con matizaciones:
prefería una ligera inflación a una deflación, porque, de
entre los males que ambas pueden acarrear, es peor el
paro, propio de la deflación, que la injusta redistribución
en contra de los rentistas, propia de la inflación (ibídem,
p. 72). Por eso, Keynes argumentaba que era adecuado
un expreso patrón monetario dirigido y sometido a un
inteligente control estatal. No obstante, en esto Keynes
pasó por alto que la inflación también causa un ahorro
forzoso sufragado por los asalariados en su perjuicio.
Pese a esas razones, poco después, ministro de
Hacienda del gobierno conservador, Winston Churchill,
asesorado por economistas partidarios de la teoría
económica ortodoxa, restablecía el patrón oro con la
paridad de la libra de la anteguerra (ibídem, p. 54).
Las consecuencias económicas de Mr. Chur-
chill (1925).
Es el libro que contiene el análisis de Keynes
sobre las repercusiones de la decisión de Churchill de
restablecer el patrón oro.
Keynes estimaba muy alta la paridad de la libra
por lo que pronosticó dificultades de compensación en la
balanza de pagos ya que los productos británicos
resultarían encarecidos en los mercados exteriores. Este
hecho a su vez arrastraría a la economía británica a
funestos resultados (Lekachman, 1966, p. 54). La
realidad de los acaecimientos futuros se impuso dando la
razón a Keynes: la disminución de las ventas en el
extranjero provocó en Gran Bretaña la acumulación de
excedentes sin vender. Para superar la coyuntura estaba
claro que los productos ingleses debían ser más baratos,
pero el Gobierno, poco innovador, y con el mismo tipo
de asesores que en otras ocasiones, adoptó la medida
clásica de forzar los salarios a la baja para lograr por esa
vía la competitividad de las exportaciones (ibídem, p.
54).
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Como reacción contra esta política económica
se desencadenó una huelga general en 1926, a causa de
la cual sobrevino una crisis económica con elevado paro
y gran decaimiento del comercio exterior.
Tratado sobre el dinero (2 vols. 1930).
En esta obra Keynes analiza una amplia gama
de temas relacionados con el dinero: moneda; banca; el
Banco de Inglaterra y sus funciones; números índice;
cambio de divisas; inflación (incluso la de beneficios);
inversiones en el extranjero; efectos del oro español
proveniente de América y otras cuestiones históricas
(Lekachman, 1966, pp. 77 y 78).
El tratamiento de algunos temas, como el
ahorro y la inversión, sus relaciones con el tipo de
interés y sus efectos sobre la actividad económica y el
empleo, ya constituye un anticipo de las posteriores
ideas más elaboradas de su Teoría general. En concreto,
discrepaba absolutamente de la opinión generalizada
sobre la necesaria igualdad entre el ahorro y la
inversión, que, aunque se expresaba en dinero,
pertenecía al campo de la economía real. Sus razones
eran obvias: quienes ahorran son individuos distintos de
los que invierten y no hay ningún elemento económico
que garantice la coincidencia de los resultados de
decisiones totalmente descoordinadas. Keynes no
aceptaba que el tipo de interés fuera ese elemento
económico (como aseguraban los economistas clásicos)
ya que para él el interés era un fenómeno puramente
monetario (ibídem, pp. 78 y 79).
Para Keynes, la inversión es el motor del
desarrollo económico. El ahorro es importante pero por
sí sólo no incrementa la riqueza, ya que puede servir a
este fin o a aumentar el consumo de otras personas.
Cuando la empresa se adelanta tirando del ahorro se
consigue una mejora en la acumulación de la riqueza. En
caso contrario, cuando el ahorro se adelanta a la
inversión, la riqueza languidece (ibídem, p. 80).
Keynes se muestra partidario de una economía
dirigida y controlada por los poderes públicos en
algunos asuntos que el liberalismo económico había
excluido de la actuación gubernamental. Según Keynes,
la libre decisión de la iniciativa privada no lograba
reconducir la economía adecuadamente. Además del
control monetario por los poderes públicos (asumido por
la doctrina liberal), propone la inclusión del tipo de
cambio y la balanza comercial. Esta idea la amplia al
ámbito mundial mediante la institución de una Autoridad
Monetaria internacional (Spiegel, p. 704). Justifica el
intervencionismo público por la necesidad de evitar la
depresión económica, la ociosidad de los recursos y,
sobre todo, el paro.
4.- LA TEORÍA GENERAL
La crisis económica de la posguerra y, sobre
todo, la «Gran Depresión» de 1929, que desde Estados
Unidos se propagó por todo el mundo desarrollado,
supuso una dura prueba para la supervivencia del
capitalismo liberal. Las revueltas sociales, las huelgas y
el desencanto por el sistema económico se generalizaron
dando pábulo a la difusión de las tesis marxistas.
El sistema capitalista, que buscaba una salida
para superar la crisis, encontró su tabla de salvación en
La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero
(1936) de Keynes que consiguió no sólo apuntalarlo,
sino revitalizarlo.
La intervención estatal para dirigir la política
económica, que, en realidad, nunca había dejado de
existir dentro de un marco cada vez más liberal y acorde
con los postulados del laissez faire, se había ido
intensificado tanteando soluciones que remediaran las
dramáticas consecuencias del paro creciente. La acción
política, eco de las necesidades sociales, casi siempre
precede a las construcciones teóricas. La Teoría general
de Keynes llegaba en el momento más adecuado para
dar el espaldarazo de nobleza al intervencionismo del
estado en la economía, elevándolo a un alto rango desde
la vileza en que había sido sumido desde los tiempos de
Smith y sin necesidad de romper con el liberalismo
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económico. Principalmente, Keynes ofrecía un modelo
que servía de guía para orientarse y salir del tenebroso
abismo de las grandes depresiones económicas por el
que se iba a tientas: los remedios proporcionados por la
teoría neoclásica agravaban más los problemas, antes
que solucionarlos5.
Casi todos los instrumentos analíticos usados
por Keynes habían sido expuestos con anterioridad. Su
genialidad consistió en construir, en el momento
oportuno, un sólido conjunto entrelazando hábilmente
todos esos elementos.
Uno de los pilares del modelo keynesiano,
simple por lo demás, es el multiplicador del empleo de
Kahn (de 1931), sobre cuyos efectos ya había escrito
Keynes en Medios para la prosperidad (1933).
El principio del multiplicador consiste en que
un nuevo gasto del Gobierno (no un gasto sustitutivo)
que promueva empleo adicional genera más empleo
multiplicativamente, induciéndolo por la cadena de
gastos que los nuevos salarios originan. Los gastos y el
empleo no pueden crecer ilimitadamente debido a las
filtraciones que se desvían, en cada eslabón de la cadena
de gastos, hacia el ahorro, el aumento de precios, los
beneficios, las importaciones, la recaudación fiscal, etc.
Keynes estimó el multiplicador entre 1,5 y 2, de suerte
que un nuevo gasto del gobierno que diera empleo
directo a 2 hombres podría inducir empleo indirecto, al
menos, para otro hombre más, así el aumento total del
empleo sería 3= 1,5x2 (Lekachman, 1966, pp. 81 y 82).
La peculiaridad de promover el empleo por este
procedimiento tiene adicionalmente sus ventajas, ya que
gran parte de su financiación se recuperaría a través del
5 Keynes (1925-1926) había publicado El fin del laissez faire (1926), donde evidencia la incompetencia de la iniciativa privada para solucionar los grandes problemas económicos nacionales, como el paro, la adecuación del ahorro y la inversión, el tipo de cambio, la balanza de pagos y la oferta monetaria, y pronostica la intensificación de la intervención del Estado. No obstante, con anterioridad había pronunciado la conferencia ¿Soy liberal? (1925) manifestando sus preferencias por el liberalismo y en Breve visión de Rusia (1925) atacaba la práctica del socialismo adoptada por la U.R.S.S.
ahorro en los subsidios de paro y la mayor recaudación
fiscal sobre el incremento de las rentas. Obviamente, la
promoción del empleo mediante los gastos públicos
moviliza los recursos ociosos y logra un mayor nivel de
utilidad social (ibídem, p. 83).
Los otros pilares de su construcción teórica
fueron las siguientes consideraciones:
Los salarios nominales son rígidos a la baja.
Por consiguiente, a corto plazo: W = Wo
En esta expresión W es la variable que denota
el nivel macroeconómico del salario nominal y
Wo una cantidad concreta. No obstante, esta
hipótesis sólo es fundamental para Keynes en
el corto plazo, y de hecho, al analizar en
profundidad la cuestión de los salarios a largo
plazo, la suprimió
El consumo es una función estable de la
renta real (Y). Generalmente, toda la renta no
suele ser consumida: una parte se ahorra. Así, a
corto plazo, la renta, que se identifica con la
oferta, o producción, global, se gasta según una
determinada propensión al consumo (cuya
relación de funcionalidad se designa por χ). Es
decir, si C representa el consumo: C = χ(Y).
La inversión (I) depende de las expectativas
de los empresarios a través de la eficiencia
marginal del capital (e). O sea, la inversión es
una función de e: I = i (e).
La demanda de dinero (M), o preferencia
por la liquidez, depende de la renta
monetaria (y = PY) y del tipo de interés (i).
Siendo Y la renta real y P el índice general de
precios, el producto PY es el valor monetario
de la renta real. Por tanto: M = µ (PY, i).
Keynes parte de una situación económica con
desempleo, pero no supone que ello necesariamente
implique un desequilibrio económico. Para él, a nivel
macroeconómico, era totalmente posible la igualación de
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la oferta global con la demanda global, o sea, estar en
situación de equilibrio, sin que se alcanzara el pleno
empleo de los factores: cualquier nivel de empleo podría
ser compatible con el equilibrio (Keynes, 1936, p. 36).
Podemos interpretar que para Keynes si existía
desempleo la causa era, a corto plazo, la insuficiencia de
la demanda global (consumo más inversión). O sea, las
previsiones de consumo e inversión no retiraban toda la
producción proyectada. Sin embargo, al final del
período las mercancías sin vender constituyen un
incremento de existencias, partida perteneciente a la
rúbrica de la inversión. Se trata de una inversión no
deseada, pero a efectos contables este hecho es
irrelevante; el resultado ex post es que contablemente el
ahorro y la inversión son iguales; sin embargo, hay paro
y, aparentemente, el sistema económico está en
equilibrio.
En la explicación de su sistema económico,
Keynes distinguió dos partes: la real y la monetaria.
La parte real sirve para determinar el volumen
de la ocupación. En ella se trata lo siguiente:
Keynes supuso, a corto plazo, dados la técnica,
los recursos y el costo de los factores (por consiguiente,
el salario es fijo: W = Wo (Keynes, 1936, p. 35)6.
Definió la oferta global [o renta, Y] como “la
producción resultante del empleo de N hombres”, por lo
tanto, Y = Φ(N) (ibídem, p. 33). La demanda global
[D] es el importe de lo que "los empresarios esperan
recibir con el empleo de N hombres": D = f(N) (ibídem,
p. 33). Ambas funciones, O y D, se ilustran en la Figura
didáctica del sistema keynesiano de la página siguiente.
Los empresarios maximizan sus ganancias
cuando la oferta global y la demanda global son iguales,
porque si para un determinado empleo N, “el importe
que se espera recibir [...] D, es mayor que el valor de la
6 La siguiente exposición se hace a base de citas del libro de Keynes, porque se expresa tan bien que difícilmente se puede encontrar una forma más fiel y sencilla de explicar su pensamiento.
oferta global [Y...] los empresarios tendrán un estímulo
para aumentar la ocupación por encima de N [...]. Así,
el volumen de ocupación está determinado por la
intersección de la función de la demanda global y la
función de la oferta global, porque es en este punto
donde las expectativas de ganancia del empresario
alcanzan el máximo” (ibídem, p. 33). Es decir, Y = D,
igualdad que representa la condición del equilibrio.
“Cuando aumenta la ocupación también
aumenta el ingreso global de la comunidad; la
psicología de ésta es tal, que cuando el ingreso real
aumenta, el consumo total crece, pero no tanto como el
ingreso” (ibídem, p. 35). "El consumo dependerá del
nivel del ingreso global y, por tanto, del nivel de
ocupación N” (ibídem, p. 36). O sea, C = χ(N). Además,
el ahorro es el exceso del ingreso sobre los gastos de
consumo (ibídem, pp. 62 y 75); o sea: S = Y – C: Esta
función del ahorro está representada en la Figura.
“Para justificar cualquier cantidad dada de
ocupación, debe existir cierto volumen de inversión que
baste para absorber el excedente de la producción total
sobre lo que la comunidad decide consumir cuando la
ocupación se encuentra en dicho nivel; porque a menos
de que exista este volumen de inversión, los ingresos de
los empresarios serán menores que los requeridos para
inducirles a ofrecer la cantidad de ocupación de que se
trate" (ibídem, p. 35). Esto significa que D = C + I, y,
por lo tanto, que S = I, en el equilibrio.
“Así, dada la propensión a consumir y la tasa
de nueva inversión [que] depende de la relación entre la
curva de eficiencia marginal del capital (e) y el
complejo de las tasas de interés para préstamos de
diversos plazos y riegos” [esto equivale a que I=i(e),
cuya función se ha representado en la Figura] “sólo
puede existir un nivel de ocupación compatible con el
equilibrio, ya que cualquier otro produciría una
desigualdad entre el [valor] de la oferta global de la
producción en conjunto y el [valor] de su demanda
global. Este nivel no puede ser mayor que el de la
ocupación plena, es decir, el salario real no puede ser
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menor que la desutilidad marginal del trabajo; pero no
existe razón, en lo general, para esperar que sea igual a
la ocupación plena” (ib, pp. 35 y 36). “Para cada valor
de N hay una productividad marginal correspondiente
de la mano de obra [...] que determina el salario real”
(ibídem, p. 37). Es decir (siendo el salario real el
cociente entre el salario nominal, W, y el índice general
de precios P, y la productividad marginal de la mano de
obra la derivada de la renta respecto del empleo en la
función de oferta global): W/P = dY/dN. Esta función se
encuentra en la Figura didáctica del sistema keynesiano,
bajo la representación de la función de oferta global.
A este sistema descrito por Keynes podemos
añadirle una nueva función implícita en su modelo. Se
trata de la definición del salario nominal en función del
real: (W/P)·P= W0, cuya representación gráfica es una
hipérbola rectangular que permite hallar el nivel de
precios P. Esta función también está en la Figura.
Hasta aquí el modelo macroeconómico de
Keynes consta del siguiente sistema de ecuaciones:
W = W0 (1)
Y = φ (N) (2)
D = F(N) (3)
Y = D (4)
C = χ(N) (5)
D = C + I (6)
I = i(e) (7)
W/P = dY/dN = dφ(N)/dN (8)
Si se despeja I de la (6) y se sustituyen los
valores de D, C e Y, según las ecuaciones (4), (5) y (2)
respectivamente, se obtiene:
I = Y - C = φ(N) - χ(N) (6a)
Figura Didáctica del Sistema Keynesiano
NE N
YE
0
E D
O Y
S SE
YE
0
S Y
e11 eo
e2
e
0
eE
I IE
y0
y2 y1
TL
O€
M
D€
iE
ME 0
i
W0
W1
W2
P
W
PE 0
P
W
E
P
P
W
E
N NE 0
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De esta última ecuación se desprende que el
volumen de la ocupación, N, depende de la función de
oferta global φ, de la propensión a consumir χ, y del
volumen de inversión I; o sea:
N = v (Y, χ, I) (6b)
Ésta es la ecuación que determina el empleo en
la situación de equilibrio, ya que se ha obtenido
mediante la (4) que es la condición de equilibrio.
Teniendo en cuenta que, sustituyendo los
valores de la (5) y la (7), la (6) se puede transformar en:
D = χ(N) + i(e) (6c)
y que en el equilibrio Y = D, Keynes afirma (ib., p. 38):
“la propensión a consumir, y el coeficiente de inversión
nueva determinan, entre ambos, el volumen de
ocupación [puesto que por la (2) Y = φ (N)] , y éste está
ligado únicamente a un nivel determinado de salarios
reales -no al revés-” [pues por la (8) W/P = dY/dN].
El anterior sistema de ocho ecuaciones contiene
ocho incógnitas (W, Y, N, D, C, I, e, P), por lo que el
sistema se puede resolver, y constituye lo que Keynes
denomina (ib., p. 36) “la esencia de la teoría general de
la ocupación”. Pero este sistema solo contempla la parte
real de la economía, totalmente desvinculada de la parte
monetaria (que más adelante examinaremos). La Figura
didáctica muestra en línea de puntos rojos la conexión
entre los gráficos correspondientes a la parte real.
Keynes analiza a continuación cómo son las
funciones de consumo e inversión y luego la ilación
entre la parte real y monetaria de la economía.
La función de consumo keynesiana es creciente
y se fundamenta en la propensión marginal a consumir,
que se define como la derivada del consumo respecto a
la renta c = dC/dY ≤ 1 (ibídem, p. 93); c se corresponde
con la propensión marginal al ahorro (s), ya que la suma
de ambas es la unidad: c + s = 1; s = 1 - c.
El multiplicador (m) se deduce de estas
propensiones, de forma que sólo en el supuesto de ser la
función de consumo de primer grado su valor es
constante: m = 1/(1 - c) = 1/s, siendo así que m ≥ 1 (ib,
p. 108)7. La influencia del multiplicador en la renta es tal
que el incremento de la renta Y inducido por otro de la
inversión I es: ∆Y = m ⋅ ∆I (ib., p. 108). El incremento
de la inversión puede estimularse con medidas fiscales
para que lo lleve a cabo la iniciativa privada o, en su
defecto, puede ser realizado directamente por el estado.
Keynes establece el margen de valores entre los
que debe estar la propensión marginal a consumir: tiene
que ser positiva, pero no mayor que la unidad, ya que,
relativamente, de cualquier incremento de renta, el
aumento del consumo no puede ser superior a dicho
incremento, a lo sumo sería igual: ∆C ≤ ∆Y; y por tanto
c = ∆C / ∆Y ≤ 1. Esto, que lo considera muy lógico y
estable a corto plazo, lo matiza a más largo plazo, cuan-
do existe una serie consecutiva de variaciones de la
renta; entonces la propensión marginal a consumir irá
disminuyendo con los sucesivos incrementos de la renta.
O sea: d2C/dY2 < 0 (ib., p. 113); y, por eso, en estas
funciones de consumo de grado superior al primero, el
multiplicador no es constante, por no serlo dC/dY.
Este comportamiento del consumo, atribuido a
una "regla psicológica fundamental de cualquier
sociedad actual", es el que causa un vacío, una brecha,
entre el valor de la producción y la demanda que
provoca un desequilibrio económico, excepto si es
rellenado por la inversión; pero, en consecuencia, ésta
tiene que ir aumentando a medida que crece la renta y el
consumo marginal va decreciendo (ib., p. 94). Por este
motivo, añade Keynes (ib., p. 119) que “si es correcto
nuestro supuesto de que la propensión marginal a
consumir disminuye constantemente según nos vamos
aproximando a la ocupación total, se deduce que cada
vez irá siendo más difícil alcanzar un nuevo aumento en
la ocupación por medio de otro en la inversión”.
7 El multiplicador del empleo de Kahn (m') difiere del multiplicador de Keynes, pero éste demuestra que difiere poco del suyo, incluso en un caso particular llegan a ser iguales (ibídem, p. 109).
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Podemos interpretar que para Keynes la
variable estratégica de su modelo es la inversión, que
además se puede manipular y, por tanto, es una variable
exógena (ibídem, pp. 120 a 122). La inversión juega un
papel muy destacado, “ya que cuando el ingreso sube,
el consumo lo hará también, pero menos, [debido] a
esta ley psicológica [...] de aquí se sigue que cuanto
mayor sea el volumen de la ocupación, más grande será
la diferencia entre el valor de la oferta global [Y] de la
producción correspondiente y la suma [C] que los
empresarios esperan recuperar con los gastos de los
consumidores. Por tanto, si no ocurren cambios en la
propensión a consumir, la ocupación no puede
aumentar a menos que al mismo tiempo la inversión I
crezca en tal forma que llene la diferencia creciente
entre Y y C. Por consiguiente, el sistema económico
puede encontrar en sí mismo un equilibrio estable con N
a un nivel inferior a la ocupación completa, es decir, al
nivel dado por la intersección de la función de demanda
global y la función de oferta global" (ibídem, p. 37).
En el estudio de los incentivos a invertir
adquiere una especial relevancia el concepto de
eficiencia marginal del capital (e.m.c.), que define
“como si fuera igual a la tasa de descuento que
lograría igualar el valor presente de la serie de
anualidades dada por los rendimientos esperados del
bien de capital, en todo el tiempo que dure, a su precio
de oferta” (ibídem, p. 125). La e.m.c. (e) se relaciona
con la demanda de inversión (I) mediante una relación
funcional, cuya curva sería decreciente, de forma que
cuanto mayor es I, ceteris paribus, menor será la e.m.c.
Aunque Keynes no lo hizo, nosotros podemos
traducir sus palabras al lenguaje matemático, en el que
llamamos «e» a la e.m.c., «A1, A2, etc.» a las anualidades
de los rendimientos esperados del bien de capital y «PC»
a su precio de oferta:
n
nC
e
A
e
A
e
AP
)1(...
)1(1 221
+++
++
+=
El precio de oferta de un bien es, para Keynes,
“el precio que bastaría exactamente para inducir a un
fabricante a producir una nueva unidad del mismo”
(ibídem, p. 125).
“La tasa de inversión sería empujada hasta
aquel punto de la curva de demanda de inversión en que
la eficiencia marginal del capital en general sea igual a
la tasa de interés del mercado” (ib., p. 126). En forma
de ecuación, esto es:
i = e (9)
Esta igualdad representa una nueva condición
de equilibrio y constituye la conexión entre la parte real
y la monetaria del modelo keynesiano, ya que la curva
de e.m.c. determina la inversión en términos reales y el
tipo de interés es determinado en la parte monetaria. El
nexo entre ambas partes se refleja en la Figura mediante
la línea de trazos azules.
Ahora bien, si las expectativas empresariales
sobre el comportamiento de los precios, u otros factores,
son favorables, la curva de e.m.c. se desplaza en sentido
aumentativo (pasaría de e0 a e2 en la figura), de modo
que se incentivan los deseos de inversión. Sin embargo,
“el efecto estimulante de la expectativa de unos precios
mayores no se debe a que eleven la tasa de interés [...]
sino a que eleva la eficiencia marginal de un volumen
dado de capital” (ib., p. 131). Así es que “El incentivo
para la producción depende de que la eficiencia
marginal de un volumen dado de capital aumente
relativamente a la tasa de interés” (ib., p. 131). La
razón de ello es que el valor actual de la corriente de
rendimientos anuales del bien de capital aumenta cuando
el tipo de interés en el mercado baja respecto a una
e.m.c. dada. Este hecho constituye un incentivo para
invertir mientras siga inalterada (o suba) la e.m.c.,
porque, entonces, el coste de la inversión pasaría a ser
inferior al valor actual de ese flujo de rendimientos. Por
tanto, la relación funcional entre la inversión y el tipo de
interés es decreciente, dI/di < 0.
La parte monetaria del modelo de Keynes
sirve para determinar el tipo de interés.
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Para Keynes, el tipo de interés es un elemento
puramente monetario: “es la recompensa por privarse
de liquidez” (ibídem, p. 151) y se obtiene mediante la
interacción de la demanda y la oferta de dinero. Además,
cumple la importante misión de ser el vínculo de unión
entre las partes monetaria y real de la economía.
La concepción de Keynes sobre el tipo de
interés es radicalmente distinta de la concepción clásica
y neoclásica (si se exceptúa a Thornton). A partir de la
consolidación del pensamiento clásico, el tipo de interés
pasó a considerarse como un fenómeno perteneciente a
la economía real y que se determinaba en el mercado de
capitales (o de fondos prestables) obtenidos mediante el
ahorro para con ellos satisfacer los deseos de realizar la
inversión en términos reales. Por tanto, el tipo de interés
se establecía por la oferta de fondos procedentes del
ahorro y la demanda de los mismos proveniente de los
deseos de invertir. La oferta se suponía que era una
función creciente del tipo de interés porque cuanto más
alto fuera éste mayores serían los deseos de ahorrar. En
cambio, la demanda era una función decreciente del tipo
de interés, ya que los deseos de invertir aumentarían si
éste, o sea, el precio de los fondos, descendía.
Esta teoría es criticada por Keynes (ibídem, pp.
158 a 166) quien se basaba en una sencilla razón
(debido a la más pura coherencia lógica de su sistema de
ecuaciones): si existe a corto plazo una propensión
estable a consumir (y, por consiguiente, a ahorrar), de
modo que el consumo (y, en consecuencia, el ahorro) es
una función de la renta global, sólo puede haber un nivel
de ahorro para cada nivel de renta, ceteris paribus. La
teoría clásica presuponía, por el contrario, que para un
nivel de renta existían muchos niveles de ahorro, uno
por cada variación del tipo de interés. Es decir, según
Keynes, si el ahorro es una función de la renta y del tipo
de interés [o sea, S = s(Y,i)], no se puede fijar una curva
que relacione el ahorro y el interés sin haber fijado antes
el nivel de la renta al que se refiere dicha relación.
Gráficamente, esto implica que a cada cambio de la
renta la curva del ahorro (pero ahora como función sólo
del tipo de interés) se desplaza. Y esto es precisamente
lo que ocurre cuando se varía el monto de la inversión,
que varía el nivel de la renta global. Todo el mundo
reconoce, incluso los clásicos y neoclásicos, que un
aumento de la inversión origina un aumento de la renta,
ceteris paribus, pero este hecho se olvida cuando se
traza una curva de ahorro que sólo depende del tipo de
interés y es inamovible ante las variaciones de la renta.
Por estos motivos, concluye Keynes que el tipo de
interés no puede estar determinado por la interacción del
ahorro y la inversión. El tipo de interés se debe a otras
causas: por un lado, depende de la renta, pero ahora se
trata de la renta monetaria en lugar de la renta real que,
hasta aquí, había venido considerando Keynes; y por
otro lado, depende de la oferta y demanda de dinero.
En el análisis monetario el papel dominante
recae en la demanda de dinero, o preferencia por la
liquidez. La oferta de dinero se considera fija a corto
plazo (M0), y, de todas formas, no es una variable
endógena del modelo, ya que “la cantidad de dinero no
está determinada por el público” (ibídem, p. 157). Es el
gobierno quien la determina exógenamente.
En la teoría keynesiana de la preferencia por
la liquidez, las personas demandan dinero por tres
razones (ib., pp. 154, 175 y 176): El motivo transacción.
El motivo precaución. El motivo especulación.
El monto de la demanda de dinero por los dos
primeros motivos depende de la renta monetaria [y=YP],
pero “no es muy sensible a los cambios de la tasa de
interés” (ibídem, p. 154). Estas demandas de dinero se
relacionan con la renta de forma positiva o directa, ya
que cuanta más alta sea la renta de los sujetos tanto
mayor serán las sumas de dinero líquido que necesiten
tener para asegurar su mayor volumen de transacciones y
para guardar en previsión de contingencias inesperadas.
También dependen algo, pero poco, del tipo de interés,
porque si este fuera alto una parte de ese dinero se
dejaría de demandar y se mantendría invertido a muy
corto plazo en inversiones seguras para lucrarse del
rendimiento de esa inversión.
TEMA 28: JOHN MAYNARD KEYNES Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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La demanda de dinero por el tercer motivo
(especulación) depende de la renta monetaria y de las
expectativas sobre las variaciones del tipo de interés (ib.,
p. 179). Difiere la ganancia especulativa de la inversora
en Bolsa en que en ésta la ganancia se obtiene por el
rendimiento que proporciona el tipo de interés y en la
especulativa por la diferencia del valor de venta y de
compra de los valores bursátiles propiciada por las
variaciones del tipo de interés. Por especulación el
dinero se demanda para tenerlo disponible en espera del
momento oportuno, según varíen los tipos de interés,
para invertir en bonos, obligaciones, u otros activos
financieros y ganar dinero especulando con ellos en
Bolsa, o sea, comprando y vendiendo valores (ib., pp.
177 y 178). Así es que si el especulador prevé que el
tipo de interés va a bajar se desprenderá de su dinero
comprando títulos bursátiles, porque para él ahora están
baratos respecto a su valor en un futuro inmediato
cuando los venda, tras bajar el tipo de interés y haya
subido su cotización.
La demanda de dinero, por el conjunto de todos
los motivos, depende de la renta monetaria y del tipo de
interés: M = µ(PY,i), siendo esta función decreciente
respecto al tipo de interés y creciente respecto a la renta
monetaria. En su representación gráfica bidimensional,
considerando sólo la relación funcional entre el tipo de
interés y la demanda de dinero, se identifica una curva
decreciente de demanda de dinero por cada nivel de
renta monetaria, de modo que si ésta crece la curva de
demanda de dinero se desplaza en sentido aumentativo
(pasaría de y0 a y2 en la Figura). No obstante, existe un
límite, el marcado por lo que posteriormente Robertson
denominaría la trampa de liquidez [TL en la Figura].
Corresponde este límite a un tipo de interés muy bajo, al
cual la demanda de dinero se convierte en infinitamente
elástica (ib., p. 182). Es decir, si el tipo de interés fuera
muy bajo, el rendimiento de las inversiones dinerarias
sería tan exiguo que, al no compensar, los individuos
preferirían mantener líquido el dinero, y, así acapararían
todo el dinero posible (dicho de otra forma, aumentarían
infinitamente la preferencia por la liquidez) sin que
hubiera ningún deseo de desprenderse del dinero porque
se consideraría ridícula la rentabilidad del mismo en una
inversión a un tipo de interés tan bajo que no merece la
pena (ibídem, p. 185).
La demanda de dinero (M) se encuentra en
equilibrio cuando se iguala a su oferta que, como se dijo,
puede ser considerada fija a corto plazo (Mo). No
obstante, este supuesto no es estrictamente necesario; de
hecho, Keynes (ibídem, pp. 179 y 188) tuvo en cuenta
sus posibles variaciones, ya fuera por la actividad en las
minas de oro (en el caso de un dinero de pleno
contenido metálico), ya fuera por la decisión del
Gobierno de imprimir billetes de banco (en el caso del
dinero fiduciario). El tipo de interés se determina como
resultado de la igualación entre la demanda y esa oferta.
M = µ(PY,i) = Mo (10)
En lo referente a los salarios nominales y
reales, Keynes critica la teoría clásica por sostener la
necesidad de mantener unos salarios flexibles a la baja
en época de crisis porque se creía que, al disminuir los
costes, el precio de las mercancías descendería, las
ventas aumentarían y con ellas el empleo (ibídem, pp.
227 a 229).
Keynes opina que este razonamiento presupone
una neutralidad de los salarios en la determinación de la
demanda efectiva global; o sea, que esta última seguiría
estando en el mismo nivel que antes de la reducción
salarial. Sin embargo, él piensa que la disminución de
los salarios comprometería seriamente el mantenimiento
de la misma cuantía total de la demanda efectiva global.
Como lo más probable sería que esta última descendiera,
debido a la merma de los salarios, se imposibilitaría, o al
menos se dificultaría, la absorción de la oferta, la que,
además, se reduciría al disminuir las ventas (ibídem, p.
229), ya que, por lo general, no se fabrica si no se vende.
Por otra parte, según la experiencia, los salarios
nominales no bajaban a corto plazo, ni tampoco era
deseable que bajaran para dar así estabilidad al nivel de
precios (ib., p. 238). Ahora bien, a corto plazo, como el
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aumento de la producción implica una disminución de su
rendimiento marginal, al igual que baja la productividad
marginal del trabajo, el empleo no puede aumentar a
menos que los trabajadores perciban menos salario real
(ib., p. 37). Esto significa que, mientras los sindicatos
procuran mantener los salarios nominales, no habrá más
gente empleada hasta que los salarios reales no hayan
bajado hasta el nivel correspondiente a la productividad
marginal de cada volumen de empleo (ibídem, p. 37).
Estos razonamientos de Keynes avalan la igualdad (8),
anteriormente expresada.
En el modelo keynesiano de la Teoría General
está implícito el nivel general de precios y éste puede
obtenerse tal como se ha visto; pero en otro contexto
distinto, concretamente en su Tratado sobre el dinero
(1930), expuso una fórmula para hallar el nivel general
de precios según nos glosa Harrod (1969, p. 204):
Y
SI
e
WP
−+=
En esta expresión P es el nivel general de
precios; W es la tasa de ingresos por unidad de esfuerzo
humano; e es el coeficiente de eficiencia del trabajo, o
producto por unidad de esfuerzo humano; I es la
inversión nueva en términos monetarios; S es el ahorro
en términos monetarios; e Y es la renta, o producción
nacional, en términos reales. Como I - S equivale a D - P
Y, siendo esta última expresión el exceso de la demanda
global monetaria (D = C + I) sobre la renta monetaria (P
Y) de la producción real (Y), el cociente (I - S) / Y
resulta ser equivalente a la razón existente entre lo que
excede la demanda global en términos monetarios sobre
la renta monetaria y la renta real. El cociente W/e indica
la relación existente entre el incremento de los salarios
monetarios y la productividad del trabajo. Por lo tanto,
habrá inflación o bien porque la demanda global
monetaria sea superior a la renta real, o bien porque el
incremento salarial monetario exceda a la productividad
del trabajo, sin que la subida de uno de estos dos
sumandos sea contrarrestada por el descenso del otro.
Verdaderamente, esta compleja fórmula es una
expresión para determinar un precio; pero no es sencillo
apreciarlo a simple vista. Si nos ayudáramos del análisis
dimensional propuesto por Jevons, deduciríamos que, en
efecto, todas las variables se acaban reduciendo a las
dimensiones de la magnitud que tiene el precio, que es
dinero por unidad de producto.
Volviendo al modelo keynesiano, desde que se
hizo el recuento anterior, con los análisis de los
incentivos a invertir y la preferencia por la liquidez se
han introducido dos nuevas incógnitas (i y M) y dos
nuevas ecuaciones, la (10) que contempla el equilibrio
de la parte monetaria de la economía y la (9) que sirve
de vínculo de unión entre las partes real y monetaria.
El modelo de Keynes, formado por un sistema
de ecuaciones, que tiene el mismo número de ecuaciones
que el de incógnitas, permite resolverse simultáneamente
determinando un equilibrio general. Así, este modelo es
a la macroeconomía lo mismo que a la microeconomía
es el sistema de equilibrio general de Walras.
5.- LA MACROECONOMÍA DESPUÉS DE
KEYNES
Después de publicada la Teoría General, y tras
las críticas iniciales con que fue recibida y las
reticencias para asumirla, el mundo occidental se hizo
keynesiano, no sólo en la práctica de las políticas
macroeconómicas, sino en la teoría: los economistas se
lanzaron a investigar y desarrollar los conceptos de
Keynes y, así mismo, a perfeccionar y ampliar la teoría
keynesiana.
En lo referente a la investigación conceptual,
la conducta del consumidor y la función de consumo
fueron analizadas; se atendió al consumo de los servicios
prestados por un bien antes que al consumo del propio
bien, porque muchos bienes, cuando son duraderos, no
desaparecen en un único uso y siguen satisfaciendo
necesidades utilizándolos reiteradamente. Bajo esta
perspectiva, había que tener en cuenta una estimación
TEMA 28: JOHN MAYNARD KEYNES Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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del flujo de servicios consumido, en lugar del flujo
consumido de los bienes; aunque en el caso de los bienes
no duraderos ambos flujos coincidían.
También se prestó atención al consumo
inducido por la renta del año corriente y el consumo del
año motivado por rentas generadas en el pasado o
previstas en el futuro. A este respecto se desarrollaron:
las teoría del consumo según el ciclo vital de Franco
Modigliani (1918), economista norteamericano de
origen italiano, Premio Nobel de economía en 1985 por
sus investigaciones sobre el ahorro y los mercados
financieros; la teoría de la renta relativa de James S.
Duesemberry (1918)8, norteamericano y profesor del
Instituto Tecnológico de Massachusetts y de las
universidades de Michigan y Hardvard; y la teoría de la
renta permanente de Milton Friedman (1912)9 (Tema
29), economista contemporáneo, catedrático de la
Universidad de Chicago y Premio Nobel de economía en
1976 por sus contribuciones a la teoría monetaria.
Se completó el estudio del multiplicador
extendiéndolo al comercio internacional, contemplando
tanto un multiplicador de las exportaciones como otro de
las importaciones.
Paul A. Samuelson (1915), economista
norteamericano contemporáneo, que se tratará con más
detalle en el Tema 29, fue catedrático de la Universidad
de Harvard y Premio Nobel de economía de 1970 por
sus teorías sobre la dinámica económica. Estudió el ciclo
y combinó el principio del multiplicador y el principio
8 Quien en su libro Renta, ahorro y teoría del comportamiento del
consumidor (1949) analiza las relaciones entre el ahorro y el consumo, de modo que el ahorro a largo plazo depende más del nivel social en cuanto a la situación del consumidor en la escala de distribución de la renta que de la renta corriente de periodo; y a corto plazo el ahorro depende principalmente de la renta más alta alcanzada por el consumidor en un pasado relativamente próximo en comparación con la renta actual, existiendo así una tendencia a mantener un mismo nivel de consumo y de nivel de vida con cierta independencia de la renta actual. 9 Quien en su libro Una teoría de la función de consumo (1957) atribuye el consumo a una renta permanente (especie de media de todas las rentas que espera recibir el consumidor a lo largo de su vida) en la que se tiene en cuenta la incertidumbre sobre los ingresos, la riqueza del individuo independientemente de su renta y el número de miembros de la unidad familiar y las expectativas sobre el tipo de interés,.
de aceleración que relaciona las variaciones de la renta
nacional con los cambios del stock de capital (o sea, la
inversión neta), inducidos por un aumento del consumo.
John R. Hicks (véase el Tema 26, epígrafe 7),
aprovechando la idea de la tendencia explosiva que se
deducía de los modelos de Harrod y Domar, desarrolló
una teoría del ciclo económico también basada en los
principios del multiplicador y del acelerador en su libro
Una aportación a la teoría del ciclo económico (1950).
Según este autor, el movimiento explosivo del
auge económico se detiene al alcanzar la producción el
techo impuesto por la máxima capacidad de las
instalaciones productivas que hace detener la inversión.
Y cuando por falta de inversión suficiente surge el
movimiento explosivo en sentido descendente, éste
termina al llegar al suelo impuesto por la necesidad de
efectuar un mínimo de inversión que reponga el capital
destruido o desgastado durante el periodo de recesión.
En lo referente a los perfeccionamientos,
Nicholas Kaldor (Tema 26, epígrafe 4) completó la
macroeconomía keynesiana con una teoría de la
distribución entre beneficios y salarios sobre la que
Keynes nada había tratado.
Harrod y Domar (Tema 27, epígrafe 4)
aprovecharon el concepto de multiplicador para elaborar
una teoría del crecimiento sostenido.
Por otra parte, la teoría estática de Keynes se
desarrolló bajo la perspectiva de modelos dinámicos,
puesto que se prestaba fácilmente a la consideración de
desfases temporales entre el consumo y la renta.
En cuanto a la práctica política de la teoría
keynesiana se postularon teorías para la aplicación de
políticas fiscales y monetarias, con el objeto de alcanzar
el pleno empleo mediante presupuestos deficitarios, con
aumentos o reducciones de impuestos, con gastos
selectivos del gobierno para atender a la calidad de vida
y el bienestar social; estas teorías dieron origen al
denominado «Nuevo Estado del Bienestar».
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BIBLIOGRAFÍA
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consumidor; versión en español de Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1967.
FRIEDMAN, Milton (1957):Una teoría de la función de consumo; versión en español de
Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1973.
HARROD, Roy Forbes (1969): El dinero; versión en español de Ediciones Ariel S. A.,
Barcelona, 1972.
HICKS, John Richard (1950): Una aportación a la teoría del ciclo económico; versión en
español de Aguilar, S.A.de Ediciones, Valencia, 1963.
KEYNES, John Maynard (1925-1926): Ensayos de persuasión; en este libro se incluyen,
entre otros, tres artículos de Keynes: «Soy un liberal» (1925; fue una conferencia pronunciada en la
Escuela de Verano del Partido Liberal en agosto de ese año); «Breve panorama de Rusia» (1925); y
«El fin del Laissez Faire» (1926; se basó este ensayo en unas conferencias pronunciadas en Oxford
en noviembre de 1924 y en la Universidad de Berlín en junio de 1926). La versión española se
encuentra editada por Editorial Crítica, S.A., y por Ediciones Folio, S.A., Barcelona, 1997.
KEYNES, John Maynard (1936): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero;
versión en español del Fondo de Cultura Económica, México, 1970.
LEKACHMAN, Robert (1966): La era de Keynes; versión en español de Alianza Editorial,
S.A., Madrid, 1970.
OLARRA JIMÉNEZ, Rafael (1965): El dinero y las estructuras monetarias; M. Aguilar,
Editor, Buenos Aires, 1965.
SPIEGEL, Henry W.: El desarrollo del pensamiento económico; versión en español de
Ediciones Omega, S.A., Barcelona, 1987.