Julio Chevalier Tostain

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El Padre Julio Chevalier, msc ¿Quién es? …

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Biografía del Fundador de la Cognregración religiosa católica de los Misioneros del Sagrado Corazón

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El Padre

Julio Chevalier, msc

¿Quién es? …

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Padre Jean Tostain, Misionero del Sagrado Corazón

Traducción al español:

P. Raymundo Savard msc

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PREFACIO

En el prefacio de la edición francesa, el P. Daniel Auguie msc, Rector de la Basílica de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Issoudun, Francia, escribió: “Faltaba una publicación para el publico dando a conocer la riqueza espiritual del P. Chevalier y su gracia por nuestro tiempo". Si faltaba una publicación sobre nuestro fundador en su país de origen, ¿cuanto más aquí en el México?

Para nosotros, esa publicación es una gracia.

Al final del siglo pasado, llegó aquí la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En los años 1940, ante tan maravilloso acontecimiento, 1a Iglesia mexicana pidió al Papa Pío XII, el privilegio especial que sea coronada en nombre del Papa la imagen en la Catedral Metropolitana de México por el Arzobispo de México, Dn. Luis María Martínez. Esa coronación tuvo lugar el 26 de septiembre de l948. Desde entonces muchas iglesias tomaron el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

Hoy en día, contamos 26 parroquias con este nombre en todo el país. Entre ellas, 14 se ubican en el Distrito Federal.

Recientemente, el 19 de marzo de 1994, el templo Parroquial de San José y de Nuestra Señora del Sagrado Corazón fue honrado con el título y dignidad de Basílica Menor por el Sr. Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México.

Todo este desarrollo se hizo sin que lo MSC estuvieron presentes en México. Ahora que estamos presentes, muchas personas, tanto párrocos como feligreses desean conocer más acerca de esa devoción. Esta publicación nos ayudará bastante.

Esta publicación es una gracia para la pastoral vocacional. No teníamos nada que dar a los futuros candidatos para que conozcan la vida del P. Chevalier.

Esta publicación es una gracia en ese primero año de preparación al Jubileo del año 2000. El hecho de acercarse a la vida de nuestro fundador para profundizar el carisma que Jesús nos dio, el de ser Misioneros de su Corazón, hace que nos unamos a la preocuapción de la Iglesia: volver a descubrir Jesucristo como nuestro Señor y Salvador.

Aprovechando el Encuentro de Formadores y Superiores MSC 1997 de la CA-MSC, quiero presentar esta herramienta promocional y agradecer tanto al P. Tostain como al P. Savard, por el gran servicio que nos están dando. De manera especial, quiero subrayar el esfuerzo y la rapidez con la cual el P. Savard respondió a la invitación de traducir la publicación del P. Tostain.

Juan Lucas Couture, msc Promotor vocacional de México.

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ENCUENTRO

Julio de 1859. Ya pasaron las doce del mediodía. Un sacerdote toca a la puerta de la casa curial de Ars. Tiene expresión enérgica, sotana gastada: es el Padre Julio Chevalier. Tiene 35 años de edad. Un amigo lo ha llevado a hacer una peregrinación a la Salette, y quiso, cueste lo que cueste, darse una vuelta él solo en dirección de Ars. Necesita consejo, estímulo: ¿quién mejor que el santo cura, cuya fama se ha extendido en Francia entera, podría dárselos?.

Cinco años antes, Julio Chevalier fundado una pequeña congregación, en Issoudun, con un gran propósito y la certeza de que tiene que cumplir una misión esencial, la de dar a conocer a los hombres que Dios es amor. ¡Inmenso proyecto!. Muchas congregaciones han nacido en esa primera mitad del siglo 19, donde las necesidades de la Iglesia son tan grandes. Cada una con un fin preciso: la educación, la enseñanza a los pobres, la evangelización de los campos, las misiones al extranjero.

Julio Chevalier no rechaza ningún apostolado, o mejor dicho acepta todo de antemano, pero su fin es más grande: decir a los hombres que Dios los ama, decirlo en todas partes, decirlo a todos.

Su obispo lo apoyó, pensando que debía estimular todas las buenas voluntades, y que la diócesis no podía sino aprovechar un nuevo centro que irradiaría en toda la región. Pero, después de cinco años, ¡la "Congregación" de los "Misioneros del Sagrado Corazón" contaba sólo con dos miembros! Los resultados tangibles no parecen responder a las expectativas. Se habla de confiar a los dos sacerdotes la parroquia de Issoudun, y minimizar ese proyecto de familia religiosa que no llega a concretizarse.

Nadie ha contestado su timbrazo. Indeciso, Julio Chevalier toca otra vez. Se oye el ruido de un paso precipitado, y la puerta se abre con violencia. Un sacerdote muy enojado se hace presente. ¡El ver que el que ha tocado el timbre es un sacerdote no lo apacigua, todo lo contrario! "No podía ser más que un sacerdote para ser tan sinvergüenza. El Señor Cura no recibe.". Y da un portazo. ¡Juan María Vianney, el humilde Cura de Ars, parece bien protegido ahora! El P. Chevalier se va, triste por haber fallado en su diligencia.

Pero no tiene tiempo de ir muy lejos. Una voz lo llama: "¡Señor cura, Señor cura!" Es el mismo sacerdote de antes. "Excúseme, se lo ruego, mi mal humor. ¡Pero nos molestan tanto! ¡Entre! En un momento, lo espero, el Sr. Cura podrá recibirlo. Estaba muy cansado, pero a lo mejor." ¡Qué cambio tan brusco! Con toda seguridad, el Cura Vianney oyó la negativa e insistió en recibir al visitante importuno. Está siempre a disposición de todos.

Aquí está, el santo Cura, con su sobrepelliz sobre el brazo: va a confesar como lo hace todos los días, hasta 18 horas al día. Pálido, demacrado, los ojos muy vivos hundidos en sus órbitas. Muy emocionado, el P. Chevalier al momento lo pone al tanto de su pequeña fundación y del fin que se propone.

El Cura de Ars contesta. "¡Esta obra es la obra de las obras! ¡Tenga confianza! Ud. se encuentra en el comienzo nada más de sus pruebas. Ud. verá muchas más. El infierno utilizará todos sus recursos para destruir su obra, llamada a salvar muchas almas. Pero el Corazón de Jesús y su buena Madre intervendrán."

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¿Palabras piadosas? ¿Trivialidad de circunstancia? Sí, si se quiere, como todo lo que dice el Cura de Ars. Nadie, después de su muerte, se ha atrevido a utilizar sus sermones, sus "catecismos", que él escribía laboriosamente, cada día, en la sacristía: son de una trivialidad desconcertante. Juan María Vianney no es un orador, es un ignorante. Todo está en su mirada, su convicción. Las palabras son accesorias nada más. El Cura de Ars convirtió las multitudes diciendo trivialidades con una fe ardiente. El pueblo cristiano no se ha equivocado. El gran Lacordaire mismo fue turbado al escucharlo hablando de la Santísima Trinidad.

Julio Chevalier también está emocionado, convencido, reconfortado. Vuelve a hablar para pedir al santo Cura que haga con él una novena. Es la costumbre del P. Chevalier. Cada vez que se encuentra en un momento importante, que tiene que tomar una decisión, hace una novena. El Cura de Ars se lo promete. Él hará la novena. Julio Chevalier regresa a Issoudun revigorizado. Algunos días después, se entera de la muerte de Juan María Vianney. Nuestro santo continúa la novena en el cielo. Y como ha entrado en la eternidad donde el tiempo ya no corre, la novena durará hasta el fin de los siglos. ¡Dichosos los Misioneros del Sagrado Corazón!

El encuentro de esos dos apóstoles - el uno "acabando la carrera", como decía san Pablo, y el otro entrando en ella - es el encuentro de dos generaciones de sacerdotes que re-evangelizaron a Francia lastimada por la tormenta de la Revolución. La primera, con pocos recursos, ha querido salvar y restablecer lo esencial. La segunda emprendió una tarea en profundidad, con una gran preocupación por la apertura al mundo.

No se puede comprender bien el rol y el sitio del P. Chevalier, y su vocación, si no se le sitúa en su contexto histórico. El mensaje de Julio Chevalier es universal. Pero tiene su fuente y se desarrolló en circunstancias particulares. Julio Chevalier es primeramente el hombre de una época antes de ser un apóstol para los siglos venideros y para el mundo entero.

¿Cuál fue esa época? ¿Cómo él llegó a eso? ¿Quién es Julio Chevalier? ¿Cuáles son las circunstancias que lo rodearon? ¿En qué circunstancias Dios lo llamó para proclamar su mensaje de amor? Es preciso echar una mirada a los tiempos que han engendrado tal ímpetu, llama tan grande.

DESPUÉS DE LA TORMENTA, LAS PRIMERAS VOCACIONES.

Para todos los patriotas franceses, el 18 de junio de 1815 es una fecha muy memorable. Pues fue el desastre de Waterloo. Al día siguiente, 19 de junio, en Lyón, un pequeño cura era ordenado subdiácono. Era Juan María Vianney. Su ordenación no tiene nada que ver con Waterloo. Si Napoleón hubiera vencido, nuestro futuro santo hubiera sido ordenado igualmente. Pero la coexistencia de las dos fechas nos ayuda a situarnos mejor.

1815, es el final de Napoleón, el definitivo, después de su reaparición de 100 días. Un nuevo régimen comienza. ¿Nuevo? No tanto, pues se da a sí mismo el nombre de "la Restauración". Francia está saliendo de los 25 años más agitados de su historia; quizá los más terribles, con sus grandezas anegadas en abismos de destrucción y terror.

Sin embargo, la Revolución no había empezado mal. El 5 de mayo 1789, se abren los llamados Estados Generales donde el clero está bien representado. Han

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sido preparados con los "Cuadernos de quejas" redactados en cada parroquia. Esos "Cuadernos" presentan deseos de reforma para la Iglesia y para los sectores de la vida nacional. No se nota ninguna animosidad contra la religión. Se abre la asamblea con una procesión muy solemne.

El 4 de agosto, en la euforia, el Clero renuncia, así como la Nobleza, a sus privilegios. Los pequeños curas de parroquia no tienen privilegios. Se trata entonces del Alto Clero que está, en realidad, muy ligado a la nobleza. Todavía no hay nada que temer. La igualdad y el compartir son virtudes bastante evangélicas.

Después, se produce la Declaración de los Derechos del Hombre (26 de agosto). En sí, los cristianos no tienen nada en contra. Hasta el día de hoy, cristianos y sacerdotes, en todas partes del mundo, son encarcelados, torturados, muertos, por defender ese principio de que todos los hombres son hijos de Dios, es que todos tienen el derecho estricto de ser respetados integralmente. Pero en 1789, esos "Derechos del Hombre y del Ciudadano", principios fundamentales del nuevo régimen, huelen mal. Porque son inspirados en las doctrinas de los Filósofos de la Iluminación. De acuerdo con esas doctrinas, la religión es considerada como una forma de opresión y entonces no podemos estar de acuerdo con ella. El panorama se está poniendo oscuro.

Sin embargo, lascosas van a deteriorarse rápidamente por otro motivo. Al Estado le falta dinero (por ese motivo el Rey había convocado los Estados Generales). En muy poco tiempo se aprobará la solución cómoda de Talleyrand (entonces obispo): todos los bienes del clero pasan a ser bienes nacionales. ¡Así de sencillo! Es verdad que los monasterios eran ricos. Pero esa transferencia de propiedades, sin precedente ni moderación, va a arruinar la Iglesia, quitarle sus lugares de culto que fueron saqueados, utilizados como canteras de piedras o destinados a usos totalmente profanos. La burguesía y los ricos campesinos que consiguieron esos bienes nacionales a precio irrisorio, estarán en adelante a favor de la Revolución y en contra de la Iglesia, por temor a que se les quiten los mismos.

Puesto que los monasterios ya no existen, la Constituyente prohíbe los votos religiosos (13 de febrero de 1790). Antes de la Revolución, es verdad que los monasterios conocían un período de decadencia y sus efectivos estaban bastante reducidos. Con este nuevo golpe, parece acercarse el fin.

En su afán de reforma, la Constituyente no para: las diócesis se adecuarán en adelante a los departamentos oficiales (se reducen de esta manera de 135 a 85). Los obispos y los curas serán elegidos por los electores, comprendidos los no-católicos, como cualquier otro civil elegido. El rey Luis XVI, de carácter débil, acaba por aprobar esa "Constitución". De mala gana, es verdad, pero aun así la promulgó.

Se produce el desasosiego completo en el clero. 32 obispos diputados (de la Constituyente) elevan su protesta. Como respuesta, la Asamblea exige que todos los miembros del clero presten juramento de fidelidad a la Constitución. De ahí resultó la desunión total: hubo sacerdotes "refractarios" (rebeldes) perseguidos, masacrados cuando cogidos (cerca de 35,000 se exilaron), y “jurados" (renegados) en los que la población no tenía confianza.

El Papa Pío VI condena firmemente la Constitución Civil del Clero y la Declaración de los Derechos del Hombre en su forma presente. Pero, ¿que importaba el Papa? Crece la persecución. El Rey, símbolo del orden anterior, es ejecutado en la guillotina. Las ejecuciones colectivas se multiplican (300 sacerdotes en un mismo día cuando los masacres de septiembre de 1792 en el centro de

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París, y centenares más en otras Provincias). Se estableció el "Terror", llevado a su paroxismo desde septiembre '93 hasta julio '94. Por esa fecha, se puede decir que todo culto exterior ha desaparecido en Francia.

La caída de Robespierre (27 de julio 1794) señala una pausa en esa furia de destrucción. El 21 de febrero de 1795, la Convención reconoce la libertad de culto. La Iglesia recobra un poco de aliento y trata de organizarse. Una especie de concilio de Francia se reúne en París. Las "Misiones" se multiplican en los campos, en las granjas, dondequiera. Laicos aseguran la enseñanza del catecismo, mal que bien. Pero en 1797, el Directorio, temiendo un resurgimiento monárquico, endurece otra vez su política hacia la Iglesia. Numerosos sacerdotes son arrestados, deportados a Guyana o fusilados.

A la llegada de Napoleón (9 de noviembre 1799), no hay cambio al principio. Pero el hastío de tanta violencia va a inclinar los espíritus hacia la solución de un compromiso. Napoleón piensa que él no puede gobernar sin una reconciliación religiosa de los franceses. Por pura política entabla negociaciones con el delegado del Papa Pío VII: llevarán al Concordato de 1801. Consecuencia: todos los obispos del Antiguo Régimen deben renunciar. El Primer Cónsul (Napoleón) nombrará él mismo a los obispos a los cuales el Papa dará la institución canónica (no hay más que 60 diócesis). El gobierno asegura el sueldo del clero (pero no hay nada para los religiosos porque Napoleón no los quiere). Los poseedores de bienes nacionales no serán inquietados. Una vez firmado el Concordato, Napoleón le agrega 77 "Artículos Orgánicos" para hacer de la Iglesia de Francia la Iglesia galicana, que había sido antaño un sueño de algunos; una Iglesia, instrumento de su política del gobierno. El Papa protesta. Sin resultado. ¿Qué puede hacer el Papa?

Todo eso no constituye la paz soñada por la Iglesia, pero es una clase de paz que le permitirá comenzar a sanar sus heridas. La libertad de culto es declarada solemnemente en Notre-Dame de París, el 18 de abril de 1802. Las diócesis se organizan lentamente. Faltan sacerdotes, pero las vocaciones son numerosas. Los nuevos sacerdotes tienen poca formación, pero les sobra buena voluntad. Aquí y allá, tímidamente, se abren seminarios. Se necesitará tiempo para ver los resultados

Así llegamos al año 1815: Waterloo, la Restauración, Juan María Vianney.

Si menciono mucho a este último, es porque es muy conocido. Y, contrariamente a lo que se piensa, no es realmente una excepción. El pequeño Cura de Ars era un santo, un gran santo, pero era el reflejo de toda una época. Juan María Vianney, en su pequeña aldea perdida de Ars, hace muy bien lo que una legión de pequeños sacerdotes trata de hacer, cada uno en su rincón.

¿Quiénes son esos sacerdotes desconocidos? Primero, son hombres traumatizados al ver a Francia tan rápidamente y tan totalmente descristianizada. A lo mejor debería decir paganizada. "Dejen una parroquia veinte años sin sacerdote, y allí adorarán los animales", decía el Cura de Ars. No era un aviso, sino una constatación.

Esos sacerdotes tienen poca instrucción. No hay seminarios todavía. Uno pasa sólo un año o dos con un cura viejo que ha sobrevivido a la tormenta. Se estudia un poco de latín, pues todos los libros religiosos están escritos en latín, y se estudia un poco de teología (lo que se puede). Los candidatos pasan un examen ante el obispo, pero son juzgados más según su piedad y sus motivaciones que según sus

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conocimientos intelectuales. Hay que arar con los bueyes que se tiene. Juan María Vianney, vocación retardada más que tardía, y particularmente duro de cabeza para aprender en los libros, será finalmente aceptado, después de mucha vacilación, y enviado a una muy pequeña parroquia alejada. "Si no hace el bien allí, a lo menos no hará ningún mal", dice el obispo.

Esos curas del principio del siglo 19 son pobres, muy pobres. El "sueldo" previsto por el Estado es muy bajo; además depende de las municipalidades; ellas mismas muy pobres. Es abonado solamente a los titulares de parroquias reconocidas (los curas), y no a los otros (cooperadores). El Cura de Ars era cooperador. Todo el mundo conoce sus pobres alimentos. Pero era cosa ordinaria en muchas casas parroquiales.

Encima de eso, sin embargo, esa generación de sacerdotes es llevada por un impulso que no podemos imaginar. La Revolución, ese período horroroso que ha acabado con todo, la Revolución ha terminado. El Rey regresó. Ahora es el momento de la "RESTAURACIÓN". Se va a restaurar la Iglesia también; van a reconstruirla, a rehacer de Francia una cristiandad como antes, y aun más bella que antes.

Predicarán sobre todo el retorno, la conversión, la penitencia. Si el Cura de Ars tuvo éxito, es primeramente por su oración y sus propias penitencias, pero también porque se mostró particularmente severo. Juan María Vianney prohibía los bailes, cualesquiera que sean; eso es bien conocido. Pero predicaba también mucho sobre el infierno y sobre las pobres almas que se condenan por toda la eternidad. Y cuando los feligreses asustados iban a confesarse, sucedía que negaba la absolución, a veces varias semanas seguidas, hasta que hubiera señales exteriores de conversión visible.

Al mismo tiempo, los curas tratan de devolver a Dios toda la gloria que le es debida. Multiplican las procesiones. El Cura de Ars, tan pobre, encuentra la manera de comprar los mejores ornamentos sacerdotales de su tiempo. Sueña con transformar su pequeña iglesia para hacer un edificio suntuoso: los trabajos se realizarán después de su muerte según los planos preparados por él.

¿Cuál será el resultado de ese impulso de "restauración" de la Iglesia a mediados del siglo? El balance es incierto. Cierto que la parroquia de Juan María Vianney se convirtió ("Ars ya no es Ars", dice), y la muchedumbre acude hacia el santo hombre. Pero Ars es un islote en el océano, y su cura es verdaderamente un gran santo. ¿Qué sucede en otras partes? Es muy variable, según las regiones En 1850, si en Vandea se cuenta un 90% de practicantes, en la región parisina 10% comulga en Pascua. En Orleáns, 4% de los hombres y 20% de las mujeres lo hacen. Y así sucesivamente. La buena voluntad de los sacerdotes no fue suficiente. Uno se da cuenta que el sueño de una Iglesia "como antes", no era más que eso, un sueño. No se puede volver "como antes", hay que ir hacia "adelante". Demasiadas cosas han cambiado, y siguen cambiando.

En la población rural, la gente no entiende lo que pasa en París. El rey constitucional ya no es el rey de antaño. Luis XVIII es un carácter flojo que vacila entre laxismo y autoritarismo. Quisiera ser, al mismo tiempo, el que restablece los valores antiguos y ser el guardián de los 'logros de la Revolución". Carlos X, célebre por sus desenfrenos, se volvió un beato ridículo. Sus leyes torpes suscitan una ola de anticlericalismo. Se producen motines en París (el arzobispado es

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devastado). El rey es derrocado y reemplazado por Luis-Felipe (llamado "Felipe-Igualdad"). Su reino terminará con la revolución de 1848. Se proclama la República.

Ya uno se siente desorientado. Demasiados cambios en poco tiempo. Uno no sabe a donde agarrarse. En vez de hostilidad, la indiferencia se generaliza.

¡La indiferencia! Es la que va a suscitar nuevos apóstoles. El Padre Chevalier con muchos otros. Están mejor preparados que sus mayores, pero la tarea les parece más difícil todavía.

LA SEGUNDA OLA

La visita que hizo el P. Chevalier al Cura de Ars nos ha permitido asistir al encuentro de dos generaciones diferentes de sacerdotes. No podemos creer, sin embargo, que hubo interrupción, o cambio brusco. Poco a poco, después de Napoleón (y aun antes), las transformaciones fueron preparándose y se realizaron. No podían hacerse de un día para otro. Se necesitaba tiempo para ver cómo se operaban lentamente los cambios.

Millares de parroquias fueron reabiertas. Para proveerlos con sacerdotes, los seminarios fueron reorganizados y confiados, en su mayoría, a los Sulpicianos. Los candidatos al sacerdocio siguen el escalafón: seminario menor, y cinco años de seminario mayor. Los estudios son sólidos, la formación espiritual lo es todavía más.

Al mismo tiempo, se ve un verdadero fenómeno propio de esa época post-revolucionaria en la Iglesia de Francia: centenares de Congregaciones religiosas salen a la luz. Algunas antiguas renacen (los Jesuitas tienen problemas: se desea su presencia en las diócesis, pero son mal vistos por los sucesivos gobiernos), pero sobre todo una multitud de pequeñas congregaciones nuevas, de hombres y de mujeres, que quieren responder a una necesidad particular. ¡Había tanto que hacer! Muchas se consagran a la enseñanza, primaria y secundaria, principalmente para los pobres; otras se dedican a la evangelización de los campos y a las "misiones" parroquiales. Pero se está muy abierto también a las Misiones "extranjeras". La mayoría de esas Congregaciones son "diocesanas" y quieren responder a una necesidad local: muchas desaparecerán en el siglo siguiente o fusionarán con otras. Pero muchas otras conocerán un desarrollo extraordinario, y tendrán influencia en el mundo entero.

Este florecimiento de Sociedades religiosas se explica sobre todo a partir una convicción muy fuerte, que frente a la urgencia es necesario darse íntegramente, consagrando totalmente su vida. Luego se tiene conciencia de que los esfuerzos dispersos o aislados son difíciles y sin futuro. El apoyo de una comunidad es una fuerza y una seguridad de continuidad. (Sin embargo, existe otro motivo que hay que tener en cuenta sin exagerarlo: los seminarios diocesanos no son gratuitos, y las vocaciones de gente pobre, en una Francia pobre, son muy numerosas. Las Congregaciones se hacen cargo de todos esos jóvenes de buena voluntad. Lo que no excluye en ellos, al contrario, las otras motivaciones: don de sí mismo y búsqueda comunitaria).

Sacerdotes bien formados, en creciente número, religiosos y religiosas que no

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desean más que dedicarse en la "viña del Señor". Se podría creer que la Iglesia de Francia estaba en vía de recuperación. El asunto no es tan sencillo. La situación ha cambiado mucho, y las mentalidades también.

La generación del Cura de Ars tenía como primera preocupación el traer de nuevo al redil a los hijos pródigos, juntar el rebaño dispersado por la tormenta. Se podía pensar, a pesar de las apariencias, que Francia era, a pesar de todo, un país cristiano, un país de cristianos desamparados, abandonados. Bastaba con devolverle al buen camino. Pero la tarea que se presentaba inmensa, se verá todavía más difícil de lo que se pensaba.

Primero, existe una nueva realidad: la Revolución ha dejado, bastante difundido en todos los estratos sociales de la población, un anticlericalismo que anteriormente era exclusivo de los intelectuales y descreídos de París. Hubo demasiadas cazas de curas, esos "enemigos del pueblo", durante 20 años. Forzosamente queda algo de la mentalidad. Y también existe mucho respeto humano, sobre todo en los hombres. Después de aclamar las "ideas nuevas", no se quiere ser tildado de retrógrado. La separación de la Iglesia y del Estado, la terminación del monopolio de la Iglesia en la enseñanza, todas son ideas que se abren camino hasta los rincones más alejados, gracias a los periódicos que empiezan a multiplicarse y son distribuidos en los pueblos por los vendedores ambulantes. El sueño de una restauración a la situación "como antes" no no encuentra eco.

Pero la nota dominante es la indiferencia. Es un fenómeno nuevo que se está generalizando. Bajo el Antiguo Régimen, la religión era parte integrante de la sociedad. No se podía uno imaginar la vida pública, aun la vida a secas, sin la religión (religión de estado). Incluso la llegada del Protestantismo, y las divisiones que traerá, no había cambiado ese estado de ánimo. Se aceptaba o no la posibilidad de un estado protestante, pues un país protestante hubiera permanecido un país religioso, como en otras partes de Europa. Pero ¡ un país sin Dios! Esa idea no cabría en la mente de la población.

Eso no quiere decir que cada habitante del Reino tenía una fe viva y sincera, sino que la religión era parte del marco de su vida. No se podía prescindir de ella. El clero, los monjes a menudo sufrían burla, eran caricaturizados, pero de la misma manera que hoy caricaturizamos a nuestros hombres políticos, a pesar de que no pensamos vivir sin ellos. Ese "marco" religioso podía aparecer a veces como un marco vacío y hueco, pero a lo menos era un marco: permitía pegarse a Dios en cualquier momento. Se admitía que se vivía como pecadores. Pero los pecadores no son personas sin Dios, pues por definición el pecado es una falta contra Dios. Luis XIV despedía a su querida durante la Cuaresma para poder comulgar en Pascua, pero la volvía a recibir más tarde. ¿Hipocresía? ¿Debilidad humana? Todo lo que se quiera, pero no era indiferencia. Y los más libertinos tenían miedo a una sola cosa: morir sin los sacramentos. Se bautizaba a los niños al nacer: eso permitía instruirlos más tarde (más o menos bien) y luego dar a cada uno la posibilidad de oír la llamada de Dios y responderle.

Pero ¡la indiferencia! Esa indiferencia que penetra poco a poco en una población que ha visto demasiados cambios, demasiadas verdades sucesivas y contradictorias, afirmadas todas con la misma violencia. Todo lo que se llamaba institución parece vacilar. La Revolución, el Imperio, los reyes constitucionales que nadie respeta, la República, y ¿qué más? El marco se ha desvanecido.

No es oposición, no es odio a Dios, como se conocerá en el siglo siguiente bajo

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los regímenes comunistas. ¡No! Es solamente indiferencia. ¿Dios? No se piensa en él; eso es todo. Hay otras preocupaciones. La vida es dura. Las hecatombes de las guerras napoleónicas han cavado grandes huecos en las fuerzas vivas del país. Se vive pobremente. El éxodo rural comienza, y una clase obrera miserable se crea en las ciudades, hecha de gentes desarraigadas que han perdido todos sus puntos de referencia.

Nosotros, que llegamos al siglo 21, conocemos bien esa indiferencia que ha continuado desarrollándose por causa del desasosiego del mundo obrero, y que se ha instalado después por un motivo opuesto: la llegada del confort y de la sociedad de consumo. ¿Dios? ¿Para qué?

Pero para el P. Chevalier y los sacerdotes de su generación, el descubrimiento de la indiferencia que se generaliza es un choc, una conmoción. Ellos ven en ella la fuente de los males de su tiempo, de todos los tiempos. Cuando Dios está ausente, ¿sobre qué regular su vida y la vida de la sociedad?

Entonces no van a predicar tanto sobre la vuelta a la "práctica" religiosa y la necesidad de la penitencia, sino que van a hablar de Dios. Dios al que hemos olvidado. Tomando conciencia de que el pueblo cristiano no está compuesto solamente por hijos pródigos que hay que regresar al camino derecho, sino más bien por ovejas perdidas, errando sin meta, recuerdan la ternura de Jesús para con ellas:

"Viendo al gentío, se compadeció porque estaban cansados y decaídos, como ovejas sin pastor" (Mateo 9,36).

LOS SULPICIANOS

Hablar de Dios a los hombres. Julio Chevalier ha sido bien preparado, como muchos sacerdotes de su generación, por la formación recibida en el Seminario Mayor de Bourges. La enseñanza es dada por los sacerdotes de San Sulpicio. Los Sulpicianos, del Seminario de San Sulpicio en París, son algo serio. Es también una larga historia, ligada a la Iglesia de Francia.

Es el Concilio de Trento (un concilio capital después de la primera ola del Protestantismo) que, el primero, decretó la necesidad de abrir seminarios. El Concilio duró 20 años (1545-1563). Se necesitó más tiempo todavía para aplicar sus decretos. Pues es Vicente de Paúl quien, el primero en Francia, más o menos 100 años después, empieza reuniendo a los candidatos al sacerdocio. Se trata de un retiro de once días que presenta a los ordenados lo esencial de la teología. Pero Vicente inventa también la formación permanente del clero, en las "Conferencias de los martes". Poco a poco se instalan seminarios en todas las diócesis, en forma de sesiones de algunos meses primero, y después de un año, para llegar, en la víspera de la Revolución, a dos años (en el tiempo de Julio Chevalier, 50 años más tarde, el ciclo será de 5 años). Los obispos confían la dirección de sus seminarios a los Sulpicianos, a los Lazaristas (fundados por San Vicente de Paúl) o a los Eudistas (San Juan Eudes). Todos tienen el mismo origen. Tenemos que estudiar su historia para conocer las fuentes de Julio Chevalier y comprender cuáles son las

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raíces de su Congregación.

Esa historia tiene su origen en Pedro de Berulle, un teólogo y un gran maestro espiritual (1575-1629, inmediatamente después del Concilio de Trento). Berulle es el que introdujo en Francia las Carmelitas. Pero sobre todo elaboró una teología del sacerdocio que dejará huellas en varias generaciones de sacerdotes.

Pedro de Berulle, sacerdote, era de la nobleza. Empezó renunciando a todos sus beneficios. En esa época, era un hecho extraordinario, pues uno se hacía sacerdote más bien para asegurarse ganancias. Vicente de Paúl, por ejemplo, pequeño sacerdote oriundo de Flandes, sube a París con la firme esperanza de encontrar un puesto remunerador. ¡Y encontrará a Cristo en los pobres!

Pero Berulle es también un sabio erudito. Ahora bien, en su tiempo florece lo que se llama el "Humanismo". Se redescubre el pensamiento griego y latino, se es aficionado a la experiencia, al vértigo de la razón. El gran Descartes trata de vincular la fe y la razón: es trabajo arduo. Pero Berulle arranca desde un punto de vista tan simple como profundo. A Dios, no lo conocemos; pero, Jesús, Hijo de Dios, tiene una existencia histórica. Es algo concreto. Entonces es a partir de Jesús que hay que ir hacia Dios. Berulle escribe una "Vida de Jesús". Muy extraordinaria esa "Vida", pues se termina con el nacimiento del Salvador. Es una contemplación de la persona de Cristo: a la vez la persona de un hombre y la persona de un Dios. Berulle se admira de ella profundamente. Pues Dios no es ya el inaccesible, podemos alcanzarlo por Cristo. "En él, Dios incomprensible se deja comprender, Dios inaudible se hace oír, Dios invisible se deja ver."

Por él, con él, en él, Dios se hace cercano a nosotros. La única oración que vale a sus ojos, es la de Cristo: nuestra única manera posible de orar es pues unirnos a Cristo. El Hijo de Dios comparte todo con su Padre: unidos a Cristo, compartimos toda su riqueza, su santidad, su gracia. Entonces tenemos una sola meta: ser otros Cristos, ser Cristo. Berulle no inventa nada, redescubre lo que decía san Pablo: "Mi vida es Cristo", "Formamos un solo cuerpo en Cristo", "Herederos de Dios, coherederos con Cristo". Podríamos agregar decenas de citas: "Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí". ¡Qué maravilla!

Quizá somos menos sensibles a esa admiración, porque para nosotros son cosas que nos han enseñado en el catecismo. Tenemos la impresión que lo sabemos todo eso. Pero conocer y experimentar son dos cosas. Los santos son los que han experimentado eso. Cada día hay gente nueva que escribe también "Vidas de Jesús" en su propia vida. Julio Chevalier sabrá admirarse muy temprano. La palabra de san Pablo que le gustará más es: "Los ojos fijos en él." (Heb. 12,2). Nunca "perder de vista" a Cristo Jesús: será su línea de conducta. Y desde la primera redacción de la Regla de su Congregación religiosa, pondrá en primer lugar esas palabras que son esenciales para él: "Los ojos siempre fijos en Nuestro Señor Jesucristo".

Siguiendo su meditación, Berulle toma claramente conciencia que si la vocación de estar unido a Cristo es propia de todo bautizado, el sacerdote desempeña un papel indispensable en el desarrollo de esa vocación. El sacerdote, por el sacramento del Orden, es "configurado" con Cristo. ¡He aquí una palabra muy sabia! No sé cómo traducirla: "hecho semejante a Cristo de manera especial", sería lo que más se aproxima.

Cristo es "el único mediador entre Dios y los hombres" (l Tim. 2,5). Sólo El puede ofrecer un sacrificio a Dios, el que ofrece en la Cruz. Los bautizados no

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pueden ofrecer sino un solo sacrificio, su único sacrificio. Pero para eso, tienen necesidad Cristo.

Cristo es también "la cabeza del Cuerpo" (Col. 1,18). La cabeza: símbolo para un judío como era san Pablo (los judíos hablaban de la cabeza como nosotros hablamos del corazón). El sacerdote transmite esa vida de Cristo por los sacramentos: sin sacerdote, no hay Reconciliación, ni Eucaristía, ni "comunión" plena con Cristo.

La cabeza: es igualmente la que dirige (¡el buen pastor!), que instruye. Aquí también el papel del sacerdote es instruir: no enseñar doctrina abstracta, sino hacer a Cristo presente, presentarlo "vivo" a los hombres, y dirigirlos hacia él. En fin, cabeza porque el sacerdote es el que coordina en nombre de Cristo, en lugar de Cristo, la actividad del Cuerpo. Es el signo de la unidad de todos los bautizados en Jesucristo.

Se entiende que después de esa profunda meditación, Berulle haya tenido una alta opinión del sacerdocio. Quiere vivir, tan perfectamente como sea posible, de acuerdo con el modelo de sacerdote que es Dios hecho hombre, Jesucristo. Reúne en torno a si un grupo de sacerdotes y funda una comunidad con las mismas reglas de la fundada por san Felipe Neri, en Italia, en el siglo anterior: el "Oratorio". Entre sus discípulos, se encontrarán grandes figuras de esa fecunda época: san Vicente de Paúl, el P. Olier, san Juan Eudes, san Grignon de Montfort.

Hay que advertir que todos esos grandes hombres espirituales tienen los pies firmes en la tierra. Pedro de Berulle, de grande nobleza, cree de su deber ocuparse de política: se opone a Richelieu, consigue reconciliar Luis XIII con su madre, y acepta el cargo de cardenal al final de su vida.

El Padre Olier no se contenta con fundar un seminario:

envía sus Sulpicianos a abrir numerosas escuelas en los campos. Vicente de Paúl es bien conocido por su caridad activa para con los pobres (con la fundación de las Hijas de la Caridad). San Juan Eudes, entre otras muchas cosas, ataca decididamente el problema de la prostitución. Era la lógica misma: prolongar el respeto y el amor de Jesús para los hombres de su tiempo. Los hombres (¡y las mujeres!) son el Cuerpo de Cristo, tienen derecho a un respeto infinito. Ir hacia los hombres, como Cristo, para conducirlos hacia Dios, por Cristo. Veremos más luego que el Padre Chevalier no querrá, a ningún precio, religiosos (tampoco religiosas) enclaustrados.

Uno de los primeros discípulos de Berulle, el Padre Olier ("Señor" Olier, como se decía en ese tiempo), muy íntimo con Vicente de Paúl ("Señor" Vicente), transforma la parroquia San Sulpicio de París, y allí mismo abre un seminario. Para dirigirlo, funda la "Compañía de Sacerdotes de San Sulpicio". Muy pronto los Sulpicianos crean otros seminarios en Francia, donde son llamados por los obispos para enseñar en sus diócesis.

¿Qué enseñan esos Sulpicianos? La filosofía y la teología, claro, pero también la Sagrada Escritura y la Moral, y todo lo que se debe aprender en un seminario. Y, al hacerlo hablan de Cristo. Pero hablan de Él de una manera diferente a la que se acostumbraba: es una persona VIVA, es ALGUIEN, está presente. No se le puede reducir a una materia de estudio, a definiciones dogmáticas. Hasta ese tiempo, se tenía la costumbre no de hablar de Cristo, sino de discurrir "sobre" Cristo. El estilo de las conclusiones del Concilio de Trento está en esta línea: "Si alguno dice

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acerca de Cristo que... que sea considerado como hereje" "Si alguien dice que la humanidad de Cristo, que la divinidad de Cristo, que la Resurrección de Cristo., etc. Pero, ¿quién piensa todavía en el mismo Cristo? Eso nos hace pensar en ciertos cirujanos que llaman a su paciente según la operación hecha: "El estómago de la habitación 14 se despertó. La vesícula del 20 está agitada. La próstata del 32 podrá salir mañana." Pero, ¿y el enfermo? Lo hemos olvidado. Sin embargo, es una persona, no se la puede reducir a uno de sus órganos. Cristo también es una persona, en toda su plenitud. Para Julio Chevalier, será siempre una convicción: Cristo no será nunca para él un tema de examen del final del seminario. Es una presencia, es Alguien que vive con él, con quien él vive.

También, más profundamente, los discípulos del Sr. Olier hablan mucho de "religión" de Cristo. Cristo como "religioso del Padre". El vocabulario ha evolucionado y las palabras no tienen el mismo sentido para nosotros. Cambiémoslas por "alianza", "mediación". Cristo "Mediador del Padre", unión entre el Padre y los hombres. El hombre, pecador, ha perdido su unión con Dios. Cristo repara ese desorden y restablece la alianza. Al hacerse semejante a los hombres, el Hijo de Dios se hizo alianza viva del hombre y de Dios. Cada ser humano, en El, puede decir: "Padre", y recibir, por El, la vida que da el Padre. Cristo es pues el perfecto "religioso", y somos hecho "religiosos" con Él. La historia del mundo llega a ser la historia de la construcción del Cuerpo místico de Cristo.

Ser "religioso" con Jesús, para compartir con Él, y hacer compartir al mundo, la intimidad de Dios Padre, Julio Chevalier, en adelante, va a consagrar su vida a ello. Y aunque sea la vocación de todo bautizado, entendemos mejor ahora por qué el P. Chevalier querrá ser "religioso" y fundar una congregación "religiosa", a pesar de todas las objeciones que se le enfrentarán. No era para alejarse del clero llamado "secular", y todavía menos por una facilidad de organización. Era para mejor afirmar que el sacerdote, como Cristo, con Cristo, es "religioso" del Padre.

EL SAGRADO CORAZÓN

Si, en los primeros años de su seminario mayor, se hubiese preguntado a los compañeros de Julio Chevalier lo que pensaban de su joven colega, quizá su apreciación no hubiese sido entusiasta. Julio había sido siempre un muchacho serio, un honrado estudiante. Se hacía cada día más modelo de trabajo y de estricta fidelidad al reglamento de la casa, modelo de piedad, atento a los demás, medido en sus palabras. Pero no se quiere mucho a los "modelos". No faltaría mucho para que digan que Julio es demasiado bueno. Lo han clasificado de una vez por todas como "rigorista". De hecho, en esa época, parece más bien austero, rígido. No se le reprocha nada, pero no es divertido. Es que un cambio importante se está produciendo en él, y necesariamente se nota en su exterior.

Julio Chevalier está cautivado por un pensamiento: unidos a Dios por Cristo, somos el Cuerpo de Cristo. Pero entonces, hay que llegar a serlo. Y comienza una empresa grande de purificación, tratando de conseguir el dominio sobre sí mismo a costa de esfuerzos de cada instante. No, no es rigorista. No es el reglamento por el reglamento, no se trata de acumular méritos ni de ascetismo. Es otra cosa. Para él, nuestros esfuerzos deben dirigirse a hacernos semejantes a Cristo (ya lo somos),

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sino a destruir en nosotros todo lo que empaña esa imagen de Cristo que somos. No se trata de ir hacia Cristo, sino de apartar todo lo que nos puede alejar de El.

Al mismo tiempo, Julio es obsesionado por esa convicción de que el sacerdote, como Cristo, es el "religioso", el que une los hombres a Dios Padre. Y es para poder "decir" Dios a los hombres, para tener posibilidad de ser escuchado, que el religioso" debe también tratar de ser imagen de Cristo la más fiel posible. Los esfuerzos de purificación del joven seminarista, con la preocupación de su misión, no son hechos con espíritu de penitencia, para redimir sus pecados o los del mundo, sino para llegar a ser voz creíble, para hallar el tono exacto, y así hacer pasar su mensaje. Parecerse lo más posible a Cristo, para darle a conocer mejor y atraer hacia Él a todos los hombres.

Sin duda, sabe de manera confusa que la obra no será fácil. Por un lado, para parecerse a Cristo, tiene que deshacerse de todo lo que no es de Cristo; por otro lado, su seriedad, su "rigorismo" puede alejar a los que él quiere convencer. Si sus compañeros aprecian de manera moderada ese condiscípulo "modelo", las ovejas errantes no se apresurarán para seguir a ese pastor austero. Pero, ¿qué medios tomar entonces para vencer esa indiferencia que Julio considera como "el" mal de su tiempo? ¿Cómo hacer a Dios presente a los hombres, "unir los hombres a Dios"?

Entonces nace en la cabeza y el corazón de Julio la idea de una congregación. No era una idea original para la época: ya hemos visto cómo surgían las congregaciones en todas partes. Un grupo (en ese tiempo se hablaba de "ejército", "legión", "cohorte") es una fuerza y un apoyo. Pero mientras la mayoría de las asociaciones religiosas fundadas en esa época permanece a nivel muy local, con un fin preciso, Julio piensa en seguida en algo mundial, universal. No se trata de crear baluartes, fortines de fervor en el inmenso océano de la indiferencia. Hay que ir a todas partes, hacia todos.

Julio está solamente en su segundo año de seminario mayor. Le queda mucho camino por recorrer. El Superior a quien da a conocer su proyecto, calma su entusiasmo. Ese sacerdote, Sr. Ruel (un hombre excelente además, de buen juicio y gran fe), tiene conciencia también de que el obispo le ha encargado una función bien precisa: formar sacerdotes para su diócesis de Bourges, cuyas necesidades son grandes. No se trata de alentar proyectos utopistas para las misiones extranjeras. Sugiere al joven eclesiástico, por ejemplo, pensar primero en convertir una ciudad como Issoudun.

Hay algo de ironía en esa proposición del buen Sr. Ruel. De hecho, Issoudun, ciudad de 15,000 habitantes, tiene fama de ser la parroquia más anticlerical y "paganizada" de la región; y los nuevos sacerdotes, todos lo saben, temen mucho ser enviados a ella. Julio Chevalier acepta de buena gana esa idea de un apostolado en Issoudun. Pero, en el fondo, lo que ha recordado es: "primero Issoudun". De acuerdo con Issoudun, y no hablemos más de lo otro ya que no se puede. Pero su convicción es firme: Issoudun será un punto de partida, un trampolín para "decir" Dios a los hombres.

Sin embargo, todavía está en el seminario: en primer lugar los estudios. Con la autorización del Superior, Julio comienza un pequeño grupo, al interior del seminario, con algunos compañeros que le parecen más animosos. Toma el nombre de "Caballeros del Sagrado Corazón" (sus compañeros escogieron ese nombre, con agudeza, en alusión al "fundador", Julio Chevalier). Se reúnen durante

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los recreos, los paseos. Hablan de Dios, de la indiferencia de los hombres; rezan mucho juntos y. hablan de Issoudun. No porque tienen la seguridad de que será, para cada uno de ellos, el futuro campo de apostolado, sino más bien para concretizar ideas: Issoudun es el ejemplo típico de la ciudadela de indiferencia a la que debe atacarse.

Completamente dedicado a sus estudios y a sus ardientes proyectos de conversión del mundo, Julio Chevalier se hace cada vez más serio, formal. Quiere ser lo más parecido posible a Cristo: es su vida, y eso exige mucha renuncia, dominio de sí mismo. La pequeña asociación de los "Caballeros del Sagrado Corazón", en vez de abrirlo, no hace sino animarlo a más esfuerzos todavía para dominarse a si mismo.

Es entonces cuando, en el desarrollo normal del ciclo de los estudios, se llega al capítulo de la Encarnación. Julio se interesa especialmente y toma muchos apuntes. La Encarnación, es el Hijo de Dios que se hace hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios (es uno de los puntos que producen tanta admiración en Berulle). Profundización teológica, análisis de los comentarios de los "Padres de la Iglesia" y de los santos. Apasionante para Julio.

Y para concluir esa serie de cursos sobre la Encarnación, el profesor hace una exposición muy enfática sobre el Sagrado Corazón. Para Julio Chevalier, es una gran revelación. Se va a encontrar con el profesor, habla largamente con él, y sale con una "Vida de Santa Margarita María" debajo del brazo. Lee el libro con avidez.

Está conmovido. Toma realmente conciencia de una cosa: Cristo no está solamente presente a los hombres, los ama. Un amor total, un amor de Dios. No es solamente el Verbo encarnado, es el amor encarnado. "Dios es amor", Cristo es Dios, por consiguiente es amor. Es el amor hecho hombre. Y nos pide que lo amemos, que le devolvamos" amor por amor". El Dios del Antiguo Testamento, delante de quien los más grandes profetas se cubrían la cara, se hace accesible por Jesucristo. Lo podemos amar en Jesucristo. El Señor lo había dicho por boca del profeta Ezequiel: "Serán mi pueblo y yo seré su Dios." (Ez. 37,27). Con la venida de Jesús, podemos decir: 'ahora somos tu pueblo, y Tú eres nuestro Dios'. Para Julio es un impacto. Siente que acaba de descubrir lo que buscaba con tanta dificultad, con tanto trabajo, el camino para ser verdaderamente unido a Dios, el medio para "unir" todos los hombres a Dios: el amor.

Cuando decimos que Julio descubrió entonces el Sagrado Corazón, hay que entenderse bien. Conocía muy bien la "devoción" al Sagrado Corazón, que los sacerdotes del siglo 19 habían ampliamente difundido. Su mamá lo había consagrado desde pequeño al Sagrado Corazón (conservaba como un tesoro su "certificado de consagración"). Todas las capillas e iglesias de ese tiempo tenían una estatua del Sagrado Corazón. Había oraciones y novenas al Sagrado Corazón en todas las parroquias. Cuando Julio reunió a su alrededor algunos jóvenes compañeros, muy naturalmente tomaron el nombre de "Caballeros del Sagrado Corazón".

Ciertamente, conocía al Sagrado Corazón, pero como una "devoción". Preeminente entre las otras devociones, porque tenía por objeto el Corazón de Cristo mismo, pero sólo una devoción, es decir un medio para captar la piedad, como el Rosario, el pesebre de Navidad o una imagen venerada. La tradición hubiera podido dejarnos otras devociones respecto a Cristo. Por ejemplo, las manos sagradas de Jesús. Esas manos que trabajaron durante treinta años, que

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han bendecido, curado, levantado muertos, multiplicado panes. Esas manos que fueron traspasadas en la Cruz, y que dan testimonio de su Resurrección ("Mira mis manos, Tomás."). Si, ¿por qué no las manos de Jesús? Honramos también las cinco llagas de Cristo. Sin embargo, es sobre todo el corazón, más noble, que ha sido retenido, pero quedándose la mayoría de las veces en ese aspecto de devoción, acto de piadoso respeto hacia todo lo que toca la persona de Jesús.

Lo que Julio descubre ahora se dirige hacia lo esencial. El Corazón de Jesús es el símbolo, el signo del amor del Hijo de Dios, del amor infinito de Dios. Dios nos ama, y nos lo manifiesta en Jesucristo. Dios nos ama, y nos da su corazón. Y nos pide el nuestro en cambio. Es, en un lenguaje accesible a todos, - el del corazón - la revelación que hay que hacer a los hombres. Una revelación que puede conmover al mundo.

Si puedo permitirme una comparación sencilla, tomaré el ejemplo de un muchacho que trata de conquistar el corazón de una muchacha. Le podemos dar consejos, indicarle la mejor manera de llegar a su fin, los esfuerzos que debe hacer para merecer la atención de la persona en cuestión. Todo eso no lo convencerá necesariamente, y hasta lo puede desanimar. Pero si le podemos revelar que la persona deseada ya está locamente enamorada de él, todo cambia, y todo se le arregla fácilmente. No tendrá más que una preocupación: no hacer nada que desagrade a su amiga. El "religioso" ya no tiene que vocear: "¡Penitencia!.. ¡Penitencia!.. Les recuerdo sus obligaciones y sus deberes.", sino solamente: "Dios los ama". Y hasta el más indiferente, el que no piensa en nada y no espera nada, cuando se entera que es amado de esta manera, deja por lo menos de ser indiferente.

Ahora bien, de eso se trata precisamente: Dios ha tomado la iniciativa. "Nos amó primero.., nos envió a su Hijo.." (l Jn. 4,19). Ese Hijo se hizo hombre, con el corazón de un hombre, para manifestar el amor de su Padre, hacerlo visible, palpable. Para que podamos, nosotros los humanos, compartir ese amor y ser con Dios como Cristo es con nosotros. Gracias a santa Margarita María, Julio Chevalier descubre de verdad y, sobre todo comprende, lo que el Evangelio proclama desde hace 2000 años: "Como el Padre me ha amado, decía Jesús, así los he amado yo. Permanezcan en mi amor". Y, en su oración antes de dar la vida por nosotros, para hacer morir en su muerte todo lo que nos separa de Dios, decía: "Padre, como Tú estás en mí, y yo en Ti, que ellos también estén en nosotros."

¡Ah! Decir eso a los hombres, encontrar las palabras para decirlo, y ¡el mundo será salvo! El amor de Dios para con nosotros. La espera impaciente de Dios de ser amado por nosotros. "El Corazón de Jesús, escribirá más tarde el P. Chevalier, es el centro donde todo converge en el Antiguo y el Nuevo Testamento; el eje., el sol de la Iglesia, el foco de nuestro amor, el origen de nuestros sacramentos, la prueba de nuestra reconciliación, la salvación del mundo, el remedio a todos los males." Es todo eso lo que revela y resume el Corazón de Jesús.

Algunos querrán reprocharle al P. Chevalier haberse fijado demasiado en el símbolo del corazón. Es verdad que lo reproducía en todas partes. Encontramos corazones en Issoudun, en la herrería de las barandillas de las escaleras, o formados por tejas de techo, o dibujados por los matorrales del parque. Hubiera querido una basílica en forma de corazón; la puerta del sagrario estaba en forma de corazón, de oro. Eso nos parece algo pueril o ridículo. Y lo es para nosotros. Nuestra época ya no es muy sensible a los símbolos. A lo mejor, nuestra bandera

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no nos indica más que la obtención de una medalla de oro en los juegos olímpicos. Pero durante la guerra mundial, hombres dieron su vida por esa bandera, para salvar la bandera, por el honor de la bandera. De hecho, lo hacían por todo lo que significaba para ellos la bandera: todos los valores sagrados para ellos, en los que creían, todo lo que componía su vida, y también todas las personas que amaban.

Para Julio Chevalier, el corazón es el signo, "el centro, el eje, el foco de nuestro amor." Ese "signo" es también el punto de reunión, de convergencia de todas las ovejas errantes sin meta. "Del Corazón de Jesús traspasado en el Calvario, escribirá más tarde (1900), veo nacer un mundo nuevo. Esta creación magnifica y fecunda, inspirada por el amor y la misericordia, es la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, que la conservará en la tierra, hasta el fin de los tiempos." Se puede imaginar el hervor, la exaltación (y la exultación) que se apoderan del futuro sacerdote, ansioso de ser otro Cristo, y encandilado por la indiferencia de su tiempo, cuando descubre en el Corazón de Jesús, en el amor de Dios, la respuesta sencilla y evidente a todas sus angustias.

Precisamente ha llegado la hora para él de salvar una etapa importante en el camino del sacerdocio, una etapa decisiva: Julio Chevalier va a ser ordenado subdiácono. Entra en retiro por ocho días como es la costumbre. Y una profunda transformación se opera en él. Después de la ordenación, sus compañeros descubren en el nuevo subdiácono un hombre que no conocían. Sonriente, alegre, afable, agradable. Sus colegas, agradablemente sorprendidos por el cambio radical sobrevenido en Julio tan serio, se preguntan si eso va a durar.

Pero, eso, sí, va a durar. Hasta el fin de su vida aunque llena de pruebas. Pues, la afortunada transformación de Julio no viene de una resolución tomada en un momento de gracia. Él no ha decidido cambiar su comportamiento, es él mismo que ha cambiado. No tiene que hacer esfuerzos. Esa sonrisa, esa gentileza que parece nueva, viene del fondo de su corazón. Si lo pensamos bien, no se trata de una transformación, sino de una maduración, de un brote. "Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda solo. Pero si muere, da mucho fruto." (Jn. 12,24). Todos esos esfuerzos que ha hecho Julio para morir a sí mismo, para hacer desaparecer todo lo que podía empañar la imagen de Cristo, encuentran hoy su resultado. "Hagan morir lo que les queda de vida 'terrenal', decía san Pablo (Col. 3,5). "Ustedes se despojaron del hombre viejo y de su manera de vivir para revestirse del hombre nuevo, que se va siempre renovando, conforme a la imagen de Dios, su Creador" (Col 3, 9-10). Julio Chevalier está transformado porque ahora puede decir con san Juan: "Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (l Jn. 4,16).

JULIO, ¿QUIÉN ES?

Como se ve, Julio Chevalier no deja indiferentes a sus allegados. Sea por su "rigorismo" juzgado con algo de rigor, sea por su amable "conversión", atrae los comentarios. Se le reconoce una personalidad fuerte y verdaderas cualidades. Tanto es así, por ejemplo, que no tiene problema para formar un pequeño grupo de oración y de reflexión: los compañeros sondeados se sienten muy contentos con seguir sus huellas.

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Pero durante sus piadosas conversaciones "informales", sus condiscípulos, con toda seguridad, interrogaron a Julio sobre sus orígenes, su infancia, su vocación. Tan pronto alguien sobresale un poco, inevitablemente surge la pregunta: ¿Quién es éste?.. Julio, ¿quién es? Por ejemplo, ¿cómo ha llegado al seminario de Bourges, que no era su diócesis de origen? ¿En que clase de familia se crió? ¿Cómo le nació su deseo de ser sacerdote? ¿Qué camino ha recorrido, el que es de más edad que el promedio de sus compañeros? En ese ambiente cerrado del seminario, se buscan confidencias, y la amistad se apoya en intercambios. Julio, que siempre se interesa por los demás y a quien le gusta suscitar conversaciones sobre lo que es de importancia para los otros, no ha debido dejarse presionar para contar, de vez en cuando, poco a poco, al azar de la conversación, su infancia y las circunstancias que lo llevaron a Bourges.

Julio nació en Richelieu. Es el nombre del famoso cardenal. Su familia tenía una casa de campo en Touraine, cerca de Chinon. Mons. Armando de Richelieu, que primero fue un buen obispo de Luçon, llamó la atención de Luis XIII por sus cualidades, y llegó a ser el gran ministro que conocemos. Elevado a la dignidad de 'duque' y de 'cardenal', creyó que la ancestral casa de campo no estaba conforme con su nuevo rango. La hizo arrasar y la reemplazó con un gran castillo. Y, al lado, mandó construir completamente, en campo raso, una ciudad para alojar su numeroso séquito y sus servidores.

El castillo fue derribado en la Revolución, pero la ciudad permaneció hasta nuestros días, más o menos igual. Se dice que es una ciudad pintoresca. Estuve allá y me la hallé muy aburrida. Una pared grande forma un recinto rectangular de alrededor de 700 metros por 500. Las calles están trazadas a ángulo recto. Las casas de piedras son todas parecidas. Siempre he pensado que si Julio Chevalier tenía un carácter juzgado rigorista, aunque ordenado y metódico, se lo debía a su ciudad natal, sin fantasía, sin callejones caprichosos, sin escondrijos, sin escondites donde jugar. Es en ese marco austero que nació el 15 de marzo de 1824, tercer hijo de una familia pobre. Su padre, Juan Carlos, era descendiente de una familia relativamente acomodada, pero la muerte de sus padres lo había dejado sin recursos. Juan Carlos se ejercitará en varios oficios (vendedor de cereales, panadero) sin poder sacar a los suyos de una pobreza rayando en la miseria (pero la pobreza es generalizada en esa época). A lo menos sabia leer y escribir, lo que no era común entre los pobres de esos tiempos, y eso tendrá su importancia más tarde. No era practicante, pero cristiano por tradición, y un poco perdido a causa de sus sucesivos fracasos.

La mamá, Luisa Oury, era la más joven de una familia de 13. Una tía se encargó de la pequeña y la crió. Esa tía era una persona piadosa que, durante la Revolución, escondió nobles y sacerdotes (con misas clandestinas en cuevas), aunque anteriormente había sido inquietada por el tribunal revolucionario. Dio a la pequeña Luisa una educación religiosa sólida que la marcará para siempre. Pero la niña no fue a la escuela. Por falta de escuela.

Creo que era importante fijar el marco de la infancia de Julio. Cada una queda

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marcado por sus orígenes y su ambiente. Julio nació pobre, muy pobre. Conservará toda su vida un corazón de pobre, el sacrificio era una cosa natural para él. Además, en su ciudad sin atractivo, vivió todos los infortunios de la Revolución: La iglesia, abandonada durante mucho tiempo, estaba en estado deplorable; durante su infancia se vendían todavía piedras del castillo; y su mamá debía hablarle a veces de la tía muy amada y heroica, de los sacerdotes perseguidos, de las misas a escondidas por las que los sacerdotes y los participantes arriesgaban su vida. Julio, de temperamento receptivo, fue sin duda marcado profundamente por la inseguridad cotidiana de la pobreza, y por las desgracias de su época.

Sin embargo, la infancia de Julio se desarrolló normalmente. Se puede ser pobre y feliz cuando se vive en una familia unida. Los cronistas se entretuvieron en señalar algunas travesuras de Julio y toda clase de hechos sin importancia para mostrarnos que era un muchacho normal, que tenía una buena madre, y que fue bien educado. No le dediquemos más tiempo, no es nada excepcional.

Lo que quizá puede ser de más importancia, es que a muy temprana edad Julio fue atraído por la iglesia: en el centro de la ciudad cuadrada, en una plaza cuadrada, en el cruce a ángulo recto de las cuatro calles rectilíneas, sin duda era para él un lugar aparte, un lugar de vida. Muy pronto es monaguillo, levantándose antes del alba para ayudar a misa, prestando mil servicios al párroco. En la casa, reviste un lienzo como si fuera casulla, "celebra la misa", y trata de repetir con convicción los sermones oídos en la iglesia. Aparte de esos "oficios", y cuando el párroco no necesita su ayuda, Julio visita los pobres, los ancianos, los lisiados y es servicial. Se podrá decir que el niño no tenía otras distracciones, ni nada más que hacer. Se podría preguntar lo que hubiera sido de Julio si hubiera podido ocupar sus tiempos libres con juegos, vídeo y dibujos animados en la televisión. Sin embargo, debía haber algún entretenimiento. Pues la ciudad de Richelieu no era más agradable para los demás niños de su edad, y todos no pasaban su tiempo ayudando a misa y visitando a los pobres.

Julio tiene doce años. En ese tiempo, es la edad de la primera comunión, y la edad de dejar la escuela para entrar en la vida activa. De su primera comunión, no tenemos más eco que esta nota escrita por él muchos años más tarde: "Al regresar de la iglesia, mi corazón desbordaba de alegría." Es muy poco y al mismo tiempo es mucho cuando se conoce el gran recato de Julio Chevalier por todo lo toca sus experiencias espirituales personales.

Sin embargo, muy pronto esa alegría será puesta a prueba. En efecto, Julio, muy decidido, anuncia a su familia que quiere entrar al seminario. Era de esperarse. Pero la consternación se adueñó de sus padres. No porque se oponían a una vocación (están muy emocionados), sino porque no es posible. El seminario no es gratuito, y ellos no pueden pagar la pensión, por razonable que sea. Además, el pequeño salario complementario que podrá ganar Julio es indispensable a la vida de la familia.

Para Julio, el golpe es duro. Pero no se deja desanimar por ello. "Muy bien.

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Aprenderé un oficio, ahorraré, y cuando tenga bastante dinero, iré al seminario”. Aquí reconocemos al Reverendo Padre Chevalier detrás de la decisión de este niño de doce años. El que no se dejará nunca detener por nada. El que comenzará la construcción de un Centro y de una Basílica sin nada en los bolsillos. El que, estando solo y sin recursos, se lanzará a la fundación de una obra que resplandecerá en el mundo entero. Pero, como él mismo lo escribirá un día: “Los obstáculos son medios.”

Lo encontramos ahora como aprendiz de zapatero. Muy pronto (¡qué atrevido! Eso no se hacía en la época) abandona su patrono por otro, porque juzga que el primero no le enseña seriamente el oficio. Julio se dedica seriamente al trabajo, pero considera que al mismo tiempo es una preparación en el camino del sacerdocio. Muy pronto salió de la infancia, y rápidamente se hizo un muchacho serio. En vez de unirse a las distracciones de los jóvenes de su edad, pasa sus tiempos libres en la casa curial, en el mantenimiento de la iglesia ó en las visitas a los pobres, levantándose temprano para asistir a misa.. Suponemos las bromas de sus amigos hacia el "cura fracasado", ese soñador, ese iluminado.

Llega un día en que Julio cree que sus deseos van a realizarse. Un Lazarista, de paso en Richelieu para una misión parroquial, se fija en él, y se informa. Está seguro de conseguirle la gratuidad en el seminario. Que estudie un poco de latín mientras tanto, él toma eso por su cuenta. Julio, guiado por el párroco y lleno de entusiasmo, se lanza en el estudio del latín. Para eso, se levanta más temprano aún, y se acuesta más tarde. Tiene su gramática delante cuando arregla zapatos. El asunto no llega a nada. El seminario atraviesa graves dificultades financieras, no hay posibilidad de aceptar alumnos gratuitamente. Enorme decepción para Julio, como lo podemos imaginar, pero sigue solo estudiando latín: es su manera de mostrar que continúa creyendo en su vocación.

Sin embargo, los años pasan. Y Julio no consigue ahorrar dinero como lo había esperado. El horizonte es oscuro. Julio trabaja a pesar de todo. Está seguro que un día será sacerdote. Lo dice a todo el mundo, lo repite, a pesar de las sonrisas burlonas o apiadadas que encuentra. No sabe cómo se va a realizar, pero está seguro. Sin embargo, está llegando a los 17 años. ¿Qué puede esperar todavía, el pequeño aprendiz a zapatero?

Y el milagro se produce en el momento en que menos se esperaba. Un día, un viajero se detiene en la posada de Richelieu para tomar una copa. Charlando con el encargado, le dice que busca un guarda bosque. Necesitaría un hombre fuerte, honrado, y libre en seguida. La camarera que lo ha oído, dice que ella conoce a alguien, con una familia que alimentar, muy meritorio, etc. "Sabe leer y escribir?" pregunta el hombre. "Sí". Y la muchacha agrega: "Son gentes muy buenas, y su hijo quisiera ser sacerdote." El convenio queda cerrado muy pronto. El papá, al que fueron a buscar con toda urgencia, queda empleado acto continuo. Y, en la euforia del momento, el Señor añade que estaría contento con pagar la pensión de un seminarista.

La pequeña casa forestal (dos piezas) que los Chevalier habitarán en adelante, está aislada en medio del bosque, a 6 kilómetros de la ciudad más cercana: Vatan. Está lejos de Richelieu, mejor dicho está en otro mundo: cien kilómetros a recorrer en carreta cargada con los pocos muebles. Una verdadera expedición, un

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desarraigo. Pero Julio está feliz, pues va a entrar en el seminario menor. Él sabia que ese momento iba a llegar. No está sorprendido, pero podemos imaginar su alegría.

Estamos en marzo de 1841: no se puede entrar al seminario a mitad de año. Sin embargo, a petición del párroco, el vicario cooperador acepta darle algunas lecciones hasta la apertura de las clases. Cada día, Julio va a Vatan (12 kms ida y vuelta) y comienza otra vez a estudiar latín con nuevo ardor.

Al llegar octubre, lo vemos (¡ por fin!) en el seminario menor, soñado desde hace 5 años. La institución está en San Gaultier, cerca de Blanc, al extremo opuesto del departamento. Lejos de Richelieu, lejos de Vatan, donde están sus padres. Julio se siente perdido. Además tiene 17 años y medio (de hecho entra al seminario a la edad en que los otros terminan) y se encuentra, confuso por su tamaño y su anchura de espaldas, en la sección de los pequeños. El, trabajador manual, tiene que ponerse a estudiar a tiempo completo. La vida cotidiana, estrictamente regulada por el horario, le parece triste y pesada. Además, se siente extraño, lejos de los suyos, lejos de todo. En su Touraine natal, la gente es afable, comunicativa. En el Berry, por el contrario, las personas son más reservadas, y se necesita tiempo antes que acepten hacerse más sociables.

Julio se pone muy melancólico. Quiere irse. No porque renuncia a su vocación, sino que su bienhechor pagará también sin duda su pensión en el seminario de Tours. Allá, a lo menos, se sentirá en su casa, con personas como él. El Superior trata de apaciguarlo: un cambio es siempre problemático. Dios lo llevó hasta aquí, porque tiene su proyecto. Que Julio tenga paciencia a lo menos hasta el retiro (a final de octubre).

Julio consigue serenarse. Entra en retiro con los otros y, con un esfuerzo de voluntad, reencuentra la paz. Se queda, claro, y se pone a trabajar con ardor. Julio continúa su camino. El año siguiente, teniendo en cuenta su edad y su adelanto en latín, se le hace saltar un curso. Ahora está en la sección de los grandes: le va mejor. Terminará el ciclo en mejores condiciones. Es así como está integrado a la diócesis de Bourges y que, un día, será párroco de Issoudun. Es muy extraño, pues su familia no se quedó más que dos años en Vatan. El intendente de la hacienda cambió, y no necesitaba los servicios del Sr. Chevalier.

Éste volvió a Richelieu donde fue guarda campestre. Julio se quedará en el Berry. ¿Una intervención de la Providencia? Lo podemos pensar con razón, tanto más cuanto su pensión fue pagada solamente el primer año.

En la monotonía de los meses, en San Gaultier, un hecho notable no se puede dejar de señalar. Un día de paseo, Julio subió con sus compañeros a una elevación para admirar el panorama. Para bajar, quiere tomar un atajo. Resbala sobre la nieve y rueda cuesta abajo a gran velocidad. Lo encuentran inanimado 30 metros más abajo. Lo creen muerto. Lo creen de veras. Trasladan el "cuerpo" a un castillo vecino, donde se improvisa una capilla ardiente. Prenden velas y se ponen a orar. Una parte del grupo, con los sentimientos que se pueden adivinar, vuelve al seminario, llevando la espantosa noticia. El Superior, sin resuello, reúne a todo su mundo en la capilla, para rezar el salmo 130 (Desde lo hondo), y envía un médico para levantar acta de defunción. Cuando éste llega al lugar, el "muerto" abre los ojos, y el médico no constata más que algunas contusiones.

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¡Extraña experiencia! Durante horas, Julio, completamente inanimado, no podía mover una pestaña, pero oía a todos lamentando su muerte. Acababa por creerlo ("¿Es ésa es la muerte? ¡Pero entonces voy a comparecer ante Dios!."). De esa aventura que se podría juzgar más divertida que trágica, Julio conservará el sentido de la fragilidad y de la brevedad de la vida. Esa vida tan pasajera, decide entonces consagraría totalmente a Dios.

Y le llega la edad del servicio militar. Los clérigos son exentos en esa época, pero Julio, con 5 años de retraso en sus estudios, no es clérigo todavía a sus 20 años. Y el servicio dura 7 años. Existe la perspectiva de perder más años, cuando ha perdido ya tanto tiempo. El sistema de sorteo está en vigencia. Solamente los que sacan un número malo son incorporados. Y como es en Richelieu, común de su nacimiento, que debe participar de esa cruel lotería, su padre lo hará por él. El pobre hombre, siempre tan desdichado en su vida, por una vez tiene suerte: saca un numero bueno. Julio queda exento. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido bloqueado todavía por 7 años? En los testimonios de la época, nada deja suponer que Julio se hubiera inquietado. De toda manera, está seguro de su vocación, seguro que nada podrá detenerlo.

Y Julio llega al final de esa primera etapa de 5 años. Antes de su entrada al seminario mayor, se dirige a Richelieu para unas vacaciones cortas. Lleva sotana (era costumbre en esos tiempos). A su alrededor, todos entienden entonces que va en serio. Muchos se alegran, y los burlones no se ríen más de su proyecto de sacerdocio. Hasta que algunos encuentran que encuentran es una pena: "Con la instrucción que tienes, y libre del servicio milita, podrías conseguir un buen puesto". El tono de la réplica de Julio es tal que todos se dan por enterados.

Su hermano casado en París y su hermana casada en Tours hacen el viaje a Richelieu para encontrarse con él. No se preocuparon mucho por él hasta ahora, pero de repente descubren su importancia. Sin parecer tocar el punto, dejan entrever su esperanza de que Julio se ocupará de ellos y de sus hijos. Él no se da por enterado. Entonces se ponen más claros, haciendo alusión a tal cura conocido, que ha procurado buenas situaciones a sus sobrinos y sobrinas. Entonces Julio estalla: "Si cuentan conmigo, sufrirán decepción. Me hago sacerdote para estar al servicio de Dios, y no para enriquecer a mi familia". Suponemos que el ambiente de la casa debió enfriarse algo esa noche.

Julio, ¿quién es? Es entonces un muchacho de 22 años, pausado, marcado por una infancia dura y pobre, aguerrido por las dificultades, avasallado por una pasión: la de consagrar su vida a Dios. Si parece tener un carácter un poco sombrío, es porque nada ha sido fácil para él hasta ahora, y siente que tiene todavía mucho camino por recorrer. Había soñado con el seminario menor como un paraíso, pero esos 5 años fueron bastante difíciles. Fue un período más bien nublado, sin muchos rayos de sol. Sin embargo, Julio aprendió que pasó el tiempo de los sueños. Su camino emprendido no será nada fácil. Pero lejos de desanimarlo, ese pensamiento lo hace más fuerte y más decidido.

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Y en octubre, hace su entrada al seminario mayor de Bourges (donde ya lo hemos encontrado). Allí descubrirá que Dios lo ama, que su vocación no es consagrarse a su servicio, como lo había pensado hasta ese momento, sino de hacerlo amar. "Los ojos siempre fijos" en Jesús, continuará su camino.

JULIO CHEVALIER, SACERDOTE

El 14 de junio de 1851, Julio es ordenado sacerdote. He aquí un acontecimiento importante. Quisiéramos detenernos en él. Julio tenía una idea tan elevada del sacerdote, "configurado" con Cristo, haciendo a Cristo presente a los hombres, corporalmente, plenamente. Y la "presencia real” de Cristo en la Eucaristía era tan esencial para él. Todo lo que había aprendido de los Sulpicianos y largamente meditado, lo vive ahora en plenitud. Para él, es la realización de la oración de Jesús: "Padre, yo en Ti, y ellos en mi".

Nos gustaría compartir los sentimientos y la meditación de Julio Chevalier, en ese día de ordenación cuando se hace, para los hombres, sacerdote de Jesucristo, como Jesús, con Jesús. Pero no, nada o muy poca cosa. Más tarde se encontrará esta nota: "Celebré mi primera misa en la pequeña capilla del jardín, dedicada a la Virgen Santa. En el momento de la consagración, la grandeza del misterio y el pensamiento de mi indignidad me penetraron tan hondamente que me deshice en lágrimas. Necesité del estímulo del santo sacerdote que me acompañaba para terminar el sacrificio. Día inolvidable.."

Tendremos que contentarnos con esa pequeña idea de su emoción. Es un poco más que respecto a su primera comunión, pero apenas. Julio Chevalier, que escribió mucho (entre otros un libro sobre el Sagrado Corazón), no habla nunca de si mismo, de sus experiencias personales.

Así, no se sabe nada o poca cosa sobre su "conversión", en la época del subdiaconado, muy poco sobre la conmoción que fue para él el "descubrimiento" personal del Sagrado Corazón. ¿Cuándo tuvo exactamente la certeza de que su vocación era suscitar una congregación de "misioneros?” Solamente sabemos que un día, en su segundo año de seminario mayor, habló del proyecto con el Superior. Frente a las reticencias de éste, ocultó su proyecto en el fondo de su corazón. Por el momento.

Todo da a entender igualmente que el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón no se debe, como se ha creído a menudo, a una súbita inspiración que hubiera tenido en los comienzos de su pequeña congregación, para "agradecer a Nuestra Señora con un título especial”. Ese nombre, lo llevaba ya dentro, desde sus años de seminario, pero era su secreto personal. El día en que lo propone a su

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comunidad, fue con cierta timidez, casi con pudor, como alguien que pone en la plaza pública lo que hasta ese momento era para él una cosa íntima.

Esa reserva, ese pudor, son antes que todo una actitud, un reflejo de pobre. El pobre no se pone nunca en evidencia. El pobre escucha, pero no habla por sí mismo, ni sobre si mismo. No habla si no se le interroga, y entonces cuando cree que es su deber: cuando sabe algo que todo el mundo debe saber, y nadie más lo dirá, si él mismo no lo dice.

Julio Chevalier tenía un corazón de pobre. Y eso se debía no sólo al hecho de haber conocido materialmente la pobreza en su infancia, o que no había tenido recursos para pagar su pensión. Sobre todo tenía conciencia de una vocación de sacerdote y, más tarde, de fundador, y conciencia de que esa vocación no venia de él mismo, de su intuición, de su iniciativa o de su generosidad. Estaba convencido de haber sido llamado, él, el pequeño Julio, a pesar de las pocas capacidades que tenía para cumplir tal misión. Cuando habla de su "indignidad", no es una manera de hablar, un estilo. Es una convicción.

Ya es sacerdote. Tres días después, comienza su ministerio como cooperador en una pequeña parroquia. En tres años, el P. Chevalier trabajará en tres parroquias, en lugares completamente opuestos de la vasta diócesis de Bourges. Cada nuevo sacerdote era enviado así durante sus primeros años de sacerdocio, a manera de pasantía, de aprendizaje práctico del ministerio, con párrocos enfermos o de edad avanzada que necesitaban ayuda pasajera.

Los párrocos que tuvieron al P. Chevalier como cooperador interino se alegraron de su estancia con ellos. Se mostró, de hecho, muy atento a los consejos y directivas de los pastores titulares, y al mismo tiempo, lleno de iniciativas. Si, como él dice, "los niños, los enfermos, los pobres, los impedidos eran (para él) el objeto de una solicitud particular", suscitó también (con la aprobación del párroco) aquí la adoración perpetua, allá una misa para hombres (que continuaron mucho después de su salida) o dio nuevo vigor a las asociaciones y movimientos existentes. Según los testimonios, "50 años después, se recordaba todavía el paso de ese joven cooperador".

En la tercera parroquia (Aubigny), el Padre Chevalier asistió al párroco en el momento de su agonía y de su muerte. Era un buen sacerdote, de edad muy avanzada. Después dé recibir la unción de los enfermos de manos de su vicario, lo retuvo cerca de si para hablarle. Cito aquí por completo sus palabras, tales cuales fueron relatadas más tarde por el P. Chevalier, porque ilustran perfectamente el "paso" de una generación de sacerdotes, a otra. Generaciones tan generosas y afanosas la una como la otra, pero con una "óptica" diferente: una vigilando más bien el querido rebaño, la otra preocupada por las ovejas perdidas.

"Mi querido padre, voy a morir, pero antes, permítame darle algunos consejos" dice ese sacerdote de la generación del Cura de Ars. "En el curso de mi largo ministerio, me he dedicado demasiado a las almas piadosas y devotas. Les

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consagraba largas horas en el confesionario, sin mucha utilidad, y eso en detrimento de lo que debía a los hombres y los jóvenes, y a mis otros deberes. Es una falta grande. Por desgracia, esa falta es compartida, lo sé bien, por un gran número de sacerdotes. Uno se preocupa demasiado de las mujeres y no bastante de los hombres. Evite este escollo. Que sus preferencias sean para los pequeños, los pobres, los ignorantes, los abandonados." El P. Chevalier agrega simplemente: "Se lo he prometido."

Dos semanas después, un nuevo párroco llega a Aubigny y, algunos días más tarde, nuestro cooperador, ahora disponible, recibe una carta del obispado: su nuevo destino. Abre el sobre con curiosidad, dispuesto de antemano a ir donde quieran enviarle.

Pero su corazón da un salto: ¡es Issoudun! …

ISSOUDUN

Para Julio, ese nombramiento es verdaderamente un signo del cielo, el signo. Recuerda cómo su proyecto de una gran congregación de misioneros había sido juzgado confuso y utopista por el superior del seminario. El buen Sr. Ruel había respondido con una proposición un poco irónica: "¿Por qué no pensar antes en convertir primero Issoudun?" Julio, convencido de que esa congregación saldría a luz, había tomado esa réplica como una respuesta divina: había que comenzar primero en Issoudun. Después nada; nada había venido a confirmar que no se equivocaba. Había terminado sus años de estudios sin recibir el más mínimo signo de que su proyecto tenía una pequeña posibilidad de realizarse.

Pero ese proyecto seguía en su corazón como una certeza. Estaba dispuesto a esperar. "¿Cómo se hará eso?" No tenía respuesta, pero sabía que se haría, tenía confianza. En la paz de su corazón, se había puesto entonces con ánimo al servicio de la diócesis en el ministerio parroquial, como cualquier joven sacerdote lo hubiese hecho. Y habían pasado tres años más. Como habían pasado, uno tras otro, en Richelieu, cuando era simple zapatero y que sabía que iba a ser sacerdote. Alrededor de él, no lo creían. Y nada permitía esperarlo. Sin embargo, él se preparaba orando, dedicándose a los pobres, estudiando latín en condiciones imposibles, y también trabajando con ahínco en su humilde oficio. Tenía entonces la misma convicción que ahora: cumplir con su "deber de estado" era la mejor preparación para esperar la hora de Dios.

El nombramiento de Julio a Issoudun era inesperado, y por eso él ve ahí un signo evidente. En efecto, era la costumbre establecida en la diócesis: después de tres años como vicario itinerante, bajo la dirección de sacerdotes experimentados,

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cada nuevo sacerdote era nombrado párroco en una pequeña parroquia donde ejercería solo su ministerio. Julio esperaba un nombramiento de ese género. Pero he aquí que es nombrado nuevamente como cooperador. Pero cooperador en Issoudun. La alegría lo aprieta. La misma alegría que lo había apretado cuando un viajero de paso había declarado que estaría dispuesto a pagar la pensión de un seminarista.

Julio busca rápidamente la guía de la diócesis para ver los nombres de los sacerdotes que ya están de puesto en Issoudun y con quienes formará equipo. Hay el párroco, un sacerdote entrado en edad, el Sr. Crozat. Además hay un vicario, nombrado solamente algunas semanas antes que él. Y Julio recibe el segundo choque del día, al leer su nombre: Emilio Maugenest. El P. Maugenest había sido su condiscípulo en Bourges, y lo consideraba como el más animoso de los "Caballeros del Sagrado Corazón". ¡Sin decirlo nunca, Julio había siempre pensado que podría ser el compañero ideal para fundar la Congregación de misioneros!

Pero, ¿qué hacia en Issoudun? Julio lo había perdido de vista: de hecho había dejado Bourges, antes de terminar el seminario, para entrar con los Sulpicianos en París. El hecho no había sorprendido a nadie: era un muchacho excelente en todo, muy capacitado, piadoso, generoso. Y habiendo decidido regresar a su diócesis, era precisamente nombrado en Issoudun, casi al mismo tiempo que Julio. Todo eso constituye demasiadas coincidencias para que sean solamente coincidencias. Julio ve ahí el milagro, la señal esperada. Señal sin duda, pero no es tan cierto que sea milagros, excepto si se considera que Dios actúa a veces gracias a la buena voluntad de los hombres.

Issoudun era un verdadero problema para el obispo y su consejo. Esa ciudad había experimentado más que otras el remolino de la post-revolución. Habían tenido lugar motines, reprimidos severamente. La burguesía, poco a poco, había abandonado esa ciudad por falta de seguridad. Quedaba una mayoría popular, amargada por el recuerdo de las exacciones pasadas, que quería verse libre de todo apremio, sea del Estado o sea de la Iglesia. Además, Issoudun, que antaño contaba con varios conventos, había visto muchos sacerdotes y religiosos abandonar su estado, durante la Revolución, casarse, criar familias numerosas. Todos esos escándalos habían alejado de la Iglesia a muchos creyentes.

El P. Crozat, en 1830, escribía en su informe al obispo: "La Revolución moral ha sido más profunda aquí que en otras partes. En ninguna otra parte, quizá, ha habido más completa ruptura con el pasado". Las cosas no habían mejorado mucho desde entonces. Es cierto que Monjas y Hermanos, con muchas dificultades y hasta con riesgos y algunos buenos sustos, habían conseguido reabrir dos escuelas. Quedaban todavía un centenar de familias más o menos practicantes: ¿una esperanza de fermento en la masa? Pero el Padre Chevalier, a su llegada a Issoudun, estará un poco pasmado al constatar, por ejemplo, que el catecismo estaba reducido a 15 días solamente antes de la Comunión. Y se dice que por mucho tiempo había un solo hombre (¡uno solo!) que comulgaba en la Pascua de Resurrección.

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"¿Qué hacer para Issoudun?", se preguntaban en las altas esferas. La situación sobrepasaba al buen párroco Crozat. Primero, era de edad avanzada, gastado, fatigado. Después, ese santo sacerdote, de extrema bondad, era también muy tímido, poco emprendedor, y no sabía qué hacer. El poco éxito alcanzado en su actividad pastoral lo había hecho más receloso todavía. Por ejemplo, las viejas historias que se contaban en la ciudad sobre la poca moralidad de los antiguos conventos, hacían que el Sr. Crozat tenía miedo de escandalizar. Cuando iba donde las Hermanas, se revestía siempre de la sobrepelliz, con estola y birrete, para mostrar que su ministerio, y sólo su ministerio, lo llevaba a donde esas damas. Generalmente pasaba el resto del tiempo en la iglesia, en un rincón oscuro, rezando el rosario a lo largo del día. No juzguemos a nadie, y no nos pongamos a reír. Quizá los humildes rosarios del Sr. Crozat le valieron a Issoudun la gracia de la venida del P. Chevalier. Entre los miembros del Consejo episcopal, estaba el Superior del Seminario Mayor. No el Sr. Ruel, sino su sucesor, Sr. Gasnier. Antes, había sido profesor en la misma casa. Había conocido muy bien a Julio y a los "Caballeros del Sagrado Corazón". Recordaba sus conversaciones a propósito de Issoudun. Sugirió al obispo, recordando el compromiso de los jóvenes, nombrar como vicarios, los dos más animosos del pequeño grupo que él había admirado hacia poco. El obispo se dejó convencer, aunque el P. Maugenest, individuo de élite, había sido propuesto para la Catedral de Bourges. Y así fue cómo se produjo el "milagro".

8 DE DICIEMBRE DE 1854

Julio andaba con rodeos. Hacia un mes que estaba en Issoudun, en contacto cotidiano con el P. Maugenest. El ambiente era simpático, fraternal. Pero Julio buscaba una ocasión para abordar el tema de la congregación. Esperaba que su compañero mencionara los recuerdos de antaño, como sucede a menudo entre antiguos condiscípulos, y que hiciera alusión a los "Caballeros del Sagrado Corazón". Sería una buena oportunidad para decir:

"Precisamente, a propósito." Pero, nada. Emilio Maugenest no parecía haber conservado esos recuerdos. Quizá eso no lo había marcado, y Julio se había hecho ilusiones.

Julio no se atreve a tocar el tema. Espera un signo. Pero finalmente, no pudo mas. Se dijo que había recibido ya muchos signos, y que ahora le tocaba a él lanzarse. Entonces va a ver al P. Maugenest y, sin vacilar, le suelta un largo discurso (cito textualmente, tal como lo relató): "Le dije: Dos plagas consumen nuestro desdichado siglo, la indiferencia y el egoísmo. Se necesita un remedio eficaz que pueda aplicarse a esos dos males. Ese remedio se halla en el Corazón Sagrado de Jesús que es sólo amor y caridad. Además, ese Corazón adorable, que nos es adicto, no es bastante amado de los hombres. Ignoran todos los tesoros que encierra. Entonces, se necesitarán sacerdotes que trabajen para darle a conocer. Llevarán el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón". ¡Ya lo dijo! ¡Lo dijo todo!

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El P. Maugenest queda estupefacto. Él también había tenido la misma idea, ya en el seminario, después de sus conversaciones con Julio. Pero Julio no hablaba más de eso, parecía haberlo olvidado. Entonces, él mismo no se había atrevido a hablar primero. "Pero tenía ese proyecto en mi corazón desde hace tiempo", agrega Maugenest. "Soy suyo, comencemos en seguida". Se dan un abrazo, se arrodillan, con lágrimas en los ojos, para dar gracias a Dios.

Comenzar en seguida. Muy bien, pero Julio quiere ser razonable: dos pequeños curas sin recursos y quizá indignos, ¿cómo se atreverían a lanzarse así de cabeza? Deciden hablar con el buen Sr. Crozat. Si él es favorable, será ya una señal. Un primer paso también, pues intervendrá seguramente ante el obispo en favor del proyecto.

Dicho y hecho. Van a buscar al Sr. Crozat. El tímido Sr. Crozat no contesta de una vez, reflexiona. Nuestros dos sacerdotes, con mirada suplicante, alzan los ojos hacia la estatua de la Inmaculada sobre el escritorio. Por fin, el anciano responde "con acento de convicción": "Mis hijos, no sólo comparto sus sentimientos, sino también los ayudaré con todas mis fuerzas para el establecimiento de una casa de Misioneros del Sagrado Corazón en Issoudun. Y si la llegan a fundar, no tendré más que entonar mi 'Nunc dimittis"'. Si hubiesen podido, lo hubieran abrazado. Pero eso no se hacia en aquellos tiempos.

Queda el problema financiero. Evidentemente, nuestros dos 'fundadores no tienen un centavo. El Párroco no es rico tampoco. Entonces, Julio propone su recurso favorito: vamos a hacer una novena. Precisamente, estamos a finales de noviembre, el 8 de diciembre está cerca. En esa fecha, el Papa Pío IX debe proclamar solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción.

La novena comienza el 30 de noviembre, para poder terminar en ese gran día. El P. Maugenest ("un poco artista") tuvo tiempo de pintar un cuadro que se coloca delante de la estatua de la Inmaculada: "Dos sacerdotes de rodillas. Encima, en el aire, el Corazón de Jesús arroja sus rayos sobre los dos sacerdotes." Así como lo dirá más tarde un experto: "Si Nuestra Señora ha escuchado su oración, con toda certeza no fue por amor al arte". Nuestra Señora, a decir verdad, mira primero el corazón del artista.

Ya lo sabemos, la novena fue fervorosa. Y el 8 de diciembre, misa solemne del P. Chevalier (con la pintura colocada sobre el altar). "El P. Crozat lloraba de enternecimiento", pero los dos padres estaban muy emocionados también. (Ellos tres solos conocen él secreto. Ellos solos hicieron la novena). Después de la misa, avisan al P. Chevalier que un señor desea hablar con él. Se va a la casa curial. El señor dice que él es sólo un intermediario, y le anuncia que una persona anónima ofrece 20,000 francos para una obra para el bien de las almas del Berry, con preferencia una casa de misioneros. Una sola condición: esa obra deberá tener la aprobación del arzobispo.

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Se puede imaginar el sobrecogimiento del P. Chevalier: "Ud. es el enviado del Cielo, Señor. Es la respuesta de la Virgen María." Y el P. Maugenest, que ha prolongado su acción de gracias en la iglesia y no sabe nada, llega exaltado: "Tengo la certeza de que esa buena Madre hará el milagro que hemos pedido." "Tiene Ud. razón", responde el P. Chevalier que, lleno de emoción, apenas puede explicarle que el milagro ya se ha producido.

A toda prisa van a donde el Párroco para compartir con él la alegría de la noticia y pedirle que de una vez haga diligencia con el obispo: éste, delante de la señal evidente enviada por Nuestra Señora, no podrá sino dar su consentimiento. El P. Crozat no tiene la misma seguridad. Además de su extrema prudencia natural, tiene también una larga experiencia. Sabe que las autoridades toman raramente sus decisiones por arranque de exaltación irreflexiva. El P. Crozat piensa que las cosas van demasiado de prisa. Les pide algunos días para reflexionar.

Julio Chevalier espera pacientemente. Está acostumbrado a esperar. No se siente inquieto. Para él, la congregación nació este 8 de diciembre de 1854. El resto vendrá a su tiempo, como acabó por llegar su entrada al seminario, su nombramiento a Issoudun. Es Dios quien actúa, que lo hace todo. Su propio cometido es ser disponible, velar en la oración y en el deber cotidiano fielmente cumplido: ""Estén alerta, porque el Señor vendrá a la hora que menos piensan" (Mt. 24,44).

El P. Crozat necesitó un mes de reflexión antes de decidirse a intervenir. Y en el curso del mes de enero, Julio Chevalier puede, por fin, ir a encontrarse con su arzobispo, Cardenal Dupont, "con una carta de nuestro piadoso Párroco, para explicarle nuestro proyecto, y darle a conocer la gracia que acabábamos de conseguir, y pedirle su autorización".

El obispo se dice impresionado al enterarse de todo, y dispuesto a autorizar esa fundación misionera, pero se inquieta por el porvenir. 20,000 francos pueden ser suficientes para comprar una casa (¡una pequeña!), pero ¿después?.. ¿Cómo subsistirá la Comunidad? Hay que tener recursos asegurados y regulares. Fiarse de la Providencia está muy bien, pero no se la puede tentar. "Si Dios quiere esta obra de Uds., les enviará lo necesario. Oren a la Santísima Virgen para que termine lo que ya ha comenzado". He aquí una manera de hablar que Julio Chevalier entiende muy bien. "Esa manera de hablar, dice él, era la de la prudencia y de la fe."

Regresa a Issoudun. Y decide hacer otra novena. Está prevista para terminar en la fiesta del Corazón Inmaculado de María que, ese año, cae el 28 de enero. Pero ésta no se hará como la primera, en el entusiasmo, la fiebre, la exaltación. Nuestros dos 'fundadores' sienten que hay que pasar a las cosas serias. "Para que la Virgen tome más nuestros intereses, escriben, hacemos con ella un contrato

Es Emilio Maugenest, el intelectual, que redacta ese famoso contrato, en debida

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forma, y con 8 artículos. Está pomposamente intitulado: "Contrato establecido entre la Santísima Virgen y dos sacerdotes del Sagrado Corazón", y sigue así: "Si la Virgen Santa triunfa de las dificultades y realiza la obra pensada. Por nuestra parte tomamos los siguientes compromisos (resumimos): el nombre oficial de los miembros de la Comunidad será: Misioneros del Sagrado Corazón, se esforzarán por cumplir su significación. Tendrán un amor especial hacia el Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María. En agradecimiento a María, la considerarán como su fundadora, la asociarán a todas sus obras, y la harán amar y honrar de manera especial. No predicarán ni oirán confesiones sin hablar de Jesús y de María. Imitarán la vida escondida e interior de María. En su vida apostólica, imitarán su celo por la salvación de las almas." A continuación son previstas las fiestas patronales, principales y secundarias, las imágenes que adornarán sus capillas. Para mostrar que no son soñadores, y que la preocupación por las cosas concretas es necesaria en una sociedad bien organizada.

Hay algo infantil, conmovedor en ese 'contrato' redactado en una forma que se quiere oficial, jurídica, completamente seria, pero que tiene también su lado desmañado, pomposo, un poco improvisado. Sin querer hacer una primera "Regla" de la Congregación (se trata solamente de conseguir la gracia de la intervención de María), muchos puntos esenciales se encuentran allí: el Sagrado Corazón que hay que predicar en todas partes, la misericordia, el amor especial hacia María.

El 28 de enero, en la fiesta del Corazón Inmaculado de María, durante la misa mayor, el 'contrato' es colocado solemnemente sobre el altar. Quizá nuestros dos misioneros en ciernes esperan un poco un nuevo "milagro" como el del 8 de diciembre. Pero no habrá milagros. Será mucho más sencillo. El buen P. Crozat va a encontrarse con sus dos vicarios después de misa. Les dice que él no ha permanecido inactivo, y que ha buscado. Tiene mucho gusto en anunciarles "que una dama generosa, inspirada por la gracia, promete una renta anual de 1, 000 francos, por el tiempo que los necesiten." ¡Buen P. Crozat! ¡Bienaventurada bienhechora anónima!

"Nuestro júbilo estaba en el colmo", escribe el P. Chevalier. Su alegría no viene solamente de la seguridad de esos recursos suficientes (1,000 francos de esa época deben corresponder más o menos a 100,000 francos de hoy). Los recursos no eran su verdadero problema. El conoce la pobreza, y no tiene temor a "tentar la Providencia". Lo que sabe ahora es que el obispo no podrá negarle su autorización.

De hecho, el obispo queda muy impresionado. "El dedo de Dios está ahí, lo veo, dice. Someteré su proyecto a los miembros de mi Consejo y les daré a conocer a Uds. su decisión". Todo parece ir lo mejor posible. ¡Ay! El Consejo, por unanimidad, rechaza el proyecto de una congregación en Issoudun: jóvenes sin experiencia. Será un fracaso. La autoridad de la diócesis estará comprometida y ridiculizada. El obispo, sintiéndose obligado por su promesa, vuelve a proponer el asunto en tres reuniones del Consejo. Cada vez recibe la misma negativa tan categórica como unánime.

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El P. Chevalier va otra vez a Bourges para encontrarse con esos eminentes miembros del Consejo. "Fui recibido como los perros en misa", dice de modo prosaico. Hasta el P. Gasnier, el que fue al origen de su nombramiento a Issoudun, no es favorable:

· "Monseñor no tiene la costumbre de ir en contra de la opinión de su Consejo. Puede considerar el asunto como concluido.

· Un momento, P. Superior. La Santísima Virgen no ha dicho su última palabra. Le vamos a rezar.

· Si ganan Uds., habrá hecho ella un verdadero milagro.

· Y a ella ha hecho mucho, no nos va a abandonar".

Y con una audacia algo temeraria, el P. Chevalier agrega: "P. Superior, confío en sus oraciones. ¿Quiere prometerme unirse a nosotros?

El P. Gasnier se queda atónito. Conmovido también: piensa que esos jóvenes están decididos, convencidos. Y, ¿si Dios quisiera de verdad esa congregación? Acepta orar por su parte. Comienza a cambiar de parecer, y muy pronto será reconfortado en ese sentido por una carta del P. Crozat. Escribió al P. Gasnier una carta circunstanciada, haciendo un informe claro del proyecto, expresando netamente su apoyo personal, y afirmando que la empresa es factible. ¡Enhorabuena, P. Crozat!

Pero en el fondo, el asunto no es tan sencillo como parece. Todo viene de un profundo malentendido. Si se tratara solamente de una "obra", de una asociación diocesana, para la evangelización de Issoudun y la región, todo el mundo estaría de acuerdo. Pero el P. Chevalier tenía mucho interés por una congregación. Existe el hecho de que quería ser plenamente "religioso", en el sentido sulpiciano de la palabra, pero sobre todo consideraba que su vocación era revelar el amor de Cristo a mundo entero, hacerlo amar en todas partes. Aceptaba comenzar en Issoudun pero no quería ser limitado a una diócesis.

Ahí es donde no pegaban las cosas. Y para entender bien, hay que volver al "milagro" del 8 de diciembre (los 20,000 francos caídos del cielo). Pues como para muchos "milagros", hay una explicación, al menos en parte. Lo maravilloso no es tanto que esa suma de dinero haya llegado hasta el P. Chevalier, sino que fuera ese preciso día del 8 de diciembre. El resto tiene explicación.

He aquí lo que pasó desde la llegada de los dos nuevos vicarios a Issoudun. El P. Gasnier (que los ha hecho nombrar a los dos) recuerda que en el seminario, Julio había ideado un proyecto de asociación, y que los "Caballeros del Sagrado Corazón” no eran sino un esbozo. Piensa que una asociación de esa naturaleza puede ser benéfica para sacar Issoudun de su indiferencia. Entonces, busca y se dirige al P. de Champgrand, un Sulpiciano como él, originario del Berry también, y profesor de Seminario del Burdeos. Ese P. de Champgrand, por su familia, es rico

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(los Sulpicianos no son 'religiosos' y pueden disponer de sus bienes). Acepta hacer un donativo importante. Pero tiene que ser destinado a "una obra para el bien de las almas del Berry". Eso había sido bien especificado por el intermediario que había llevado la noticia de ese don, el 8 de diciembre. Asombrado por lo que consideraba como una respuesta de la Virgen Santa, Julio Chevalier no le había dado importancia. Pero, ahora, el P. de Champgrand sale del anonimato. Dice que no puede tratarse sino de una obra para el Berry, y que, si no, retira su oferta.

El P. Gasnier, sin pensarlo más, había solicitado a su amigo Champgrand para una obra en el Berry. Honestamente, no podía ahora oponerse a él. Por eso, se adhirió a su opinión en el Consejo episcopal. Pero, ahora, conmovido por la determinación del P. Chevalier, intenta, muy amablemente, convencer a su amigo de volver para atrás. Y para eso le comunica la carta del P. Crozat. Es una pena que esa carta no haya sido conservada, pues debía ser muy convincente. De hecho, aunque con desgana y reparo, el P. de Champgrand acepta. Dice que no cree todavía que una congregación sea factible, que conserva sus dudas, pero que como no hay manera de hacer de otro modo, da su acuerdo.

Es verdad que, en cierta manera, está apremiado porque finalmente el obispado ha dado satisfacción al P. Chevalier, dándole la autorización solicitada. No ha habido un cambio general en el Consejo, pues permanece opuesto (ya hay demasiadas congregaciones nuevas, y no hay necesidad de empezar una cada día. No es lo que necesita la diócesis), pero el obispo hizo caso omiso. "Señores, he reflexionado, he orado. Nunca voy en contra de su opinión. Pero esta vez, si acepto sus objeciones, creería ir en contra de la Providencia. Había prometido que si estos dos sacerdotes conseguían recursos, aprobaría su empresa. Estoy comprometido. Autorizo pues los dos vicarios a comenzar su obra. Hoy mismo, nombremos sus sustitutos.

Era el 4 de junio de 1855. El 10 de junio, el secretario del obispado apunta en su registro: "Julio Chevalier está autorizado a tomar el título de Misionero del Sagrado Corazón, y por consiguiente a cesar en sus funciones de vicario". Poco tiempo después, el P. Maugenest era mencionado de la misma manera.

LOS COMIENZOS

Los Misioneros del Sagrado Corazón ya tienen existencia. Existen porque se mencionan con este título en un registro oficial, aunque sea solamente en la agenda común de los nombramientos de la diócesis. Sin embargo se necesitaría otra cosa. Y para comenzar, una casa. No es fácil por muchos motivos. Primero, hay que contar con el anticlericalismo de Issoudun. ¿Vender una casa a los "curas"? Muchos se negarán. Entonces, hay que encontrar una persona de confianza que preste su nombre para comprar la casa como si fuera por cuenta propia. Eso no facilita las cosas. Después, no puede ser cualquier casa. Las

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primeras que fueron propuestas eran demasiado caras, o pequeñas, o arrinconadas entre otras casas, lo que no deja posibilidad de ampliación.

Por fin, encuentran una, que colinda con los campos. Una casa baja de 20 metros de largo, inhabitada desde largo tiempo, un poco deteriorada, pero tiene un jardín y un edificio anexo, una especie de cobertizo. Pero el problema es que no tienen todavía el dinero que el P. de Champgrand tarda en entregar. Por ese motivo, la casa casi se les va (felizmente, la señora del comprador eventual se da cuenta con tiempo que la "propiedad" - ¡qué horror! - casi linda con el cementerio). Mientras tanto, en la casa curial llegaron los nuevos vicarios. Maugenest y Chevalier deben liberar sus habitaciones. Ahora están en la calle. Entonces toman la decisión de hacer una corta visita a sus familias.

Julio se va para Richelieu. Mamá Chevalier está muy feliz. Pregunta por su nueva parroquia, y quiere saber si la gente es acogedora, etc. Piadosa y pobre, su sueño es terminar su vida como ama de casa de su hijo párroco. Para ella, es la seguridad garantizada y la felicidad. Pero Julio responde: “No soy párroco, soy misionero”. Ella se desmaya. Cuesta trabajo reanimarla Y durante ocho días muy penosos, Julio tiene que aguantar las lágrimas y los argumentos desesperados de su mamá, a mismo tiempo que un "verdadero asedio" de parte de la familia. "Mi madre que era una mujer de fe y generosidad, escribirá Julio acabó por comprender los motivos de m determinación, y aceptó la separación que debía ser para siempre en la tierra. Me la hallaba heroica". Entonces él va refugiarse en casa de los Jesuitas en Poitiers.

Por fin, al cabo de un mes, se compra la casa en Issoudun. Hacen algunos trabajos indispensables: una puerta, uno o dos tabiques (lo que le quita ventana al cuarto del P. Chevalier). Se transforma el granero en capilla. Es una edificación poco sólida de tres metros de alto. Derriban (¡imprudentemente!) los dos muros interiores, pintan con cal, encuentran sillas "como en una iglesia", y con una sencilla mesa hacen un altar mayor "radiante de pobreza".

Hay que notar que todos esos trabajos aunque modestos, no pudieron hacerse sino mediante un préstamo: 5,000 francos, suma enorme, vistas las circunstancias. En fin para los que son legítimamente curiosos, digamos que esa primera casa de lo Misioneros del Sagrado Corazón, la verdadera Casa-Madre, se encontraba más menos en el lugar de la entrada de los edificios actuales, en el límite de lo que es la Plaza del Sagrado Corazón.

Nuestros nuevos Misioneros del Sagrado Corazón habían previsto hacer de su primer año un tiempo de noviciado (como es costumbre al principio de toda vida religiosa), un tiempo de silencio, de meditación, de oración y estudio, permaneciendo apartado del mundo. Habían previsto salir a predicar en las parroquias de los alrededores solamente los domingos y días de fiesta. Pero el P. de Champgrand los acosa: él no les ha dado dinero para que pasen su tiempo en oración, sino para evangelizar la región. El obispo les hace comprender que él espera mucho de ellos. ¡En seguida! En cuanto al P. Crozat, buen sacerdote pero

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párroco infeliz, les da a entender muy amablemente que él espera de sus religiosos una renovación para Issoudun. sin tardar mucho.

En cuanto a permanecer ignorados del mundo, nuestros misioneros deben abandonar la idea muy pronto. Una noche (por causa de los trabajos desconsiderados de acondicionamiento) se cae una pared de la capilla. ¡Es una catástrofe! No tienen ni un centavo para las reparaciones. Pero algunos curiosos van a ver el desastre. Se enteran de que algunos Padres se han instalado allí. Se comenta en la ciudad. Bienhechores generosos proponen arreglar o hacer arreglar los daños. Todo Issoudun (una ciudad donde no sucede nada) se interesa por el acontecimiento. En resumidas cuentas, la gente siente cierto orgullo por esa nueva instalación que dará importancia a la ciudad. Llegan donativos. Finalmente, no sólo se arregla la capilla, sino que se construye un pequeño campanario, y le ofrecen una campana y un armonio. La capilla, arreglada de esa manera, daría envidia a varias iglesias de campo. Y en adelante será cada vez más frecuentada por la gente, un poco por curiosidad, y un poco porque han colaborado más o menos a su "restauración", y la consideran su iglesia propia. Una brecha en el lado del "Sagrado Corazón" ha provocado otra brecha en la indiferencia. ¡Constituye todo un símbolo!

Y he aquí que el obispo encuentra una astucia para abrir la comunidad hacia el exterior. En efecto, el hospital y el hospicio de Issoudun le han pedido un capellán. Por otra parte, un joven sacerdote de la diócesis, Pablo Morel, solicita el permiso de unirse a la congregación naciente. El obispo le da la autorización con la condición de que sea capellán; lo que hace en enero de 1856. Entonces vemos a nuestros religiosos ligados a un ministerio exterior fijo. Desgraciadamente, el P. Morel, lleno de cualidades, tiene una salud delicada. Puede sostener el ritmo riguroso de la comunidad sólo algunos meses. No se acostumbra a su régimen espartano. Pide un cambio. Precisamente casi al mismo tiempo, otro sacerdote, capellán del hospital y la cárcel de Bourges, da parte a su obispo de su deseo de retirarse en un monasterio. Monseñor le sugiere entrar en la comunidad de Issoudun y tomar la responsabilidad de la capellanía de los hospitales.

¡Coincidencia extraordinaria! Este nuevo, Carlos Piperon, fue un miembro muy activo de los "Caballeros del Sagrado Corazón"', uno de los más cercanos a Julio Chevalier, con Emilio Maugenest. Desempeñará un gran papel en la Congregación. Es un hombre muy sencillo, poco seguro de sí mismo, pero con una inmensa dedicación. Será el segundo perfecto, fiel intérprete de las ideas y del espíritu del P. Chevalier, predicador itinerante incansable (si es enviado y no tiene que tomar la iniciativa), gestor competente y escrupuloso de la vida cotidiana. Uno llega a preguntarse cómo la "Sociedad" hubiera evolucionado sin este hombre tan recogido como indispensable.

Pero, por su lado, el P. Crozat, con suave testarudez, no renuncia a "utilizar" esa nueva fuerza que es la Comunidad. Su propósito es hacer de la nueva "iglesia" del Sagrado Corazón una segunda parroquia en la ciudad. Ésta aliviaría la ya existente, y sin duda la impulsaría a más fervor. En este caso, los jóvenes

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Misioneros del Sagrado Corazón no tienen que defenderse. El P. de Champgrand, que desde siempre tiene mucho interés por las misiones en los campos, se opone fuertemente. El obispo igualmente. Además, es imposible: desde el Concordato (siempre vigente), la creación de nuevas parroquias depende de las municipalidades. La petición del P. Crozat crea muchas olas y remolinos, pero no tiene ni principio de concretización. Sin embargo, afable y bondadoso, trata, cada vez que lo puede, de hacer participar los Padres de las grandes ceremonias de la parroquia. Los Padres participan (por ejemplo de una triunfal procesión del 15 de agosto, magistralmente organizada por el P. Piperon), pero no se consideran miembros de la parroquia por eso. El P. Chevalier, que no quería dejarse encerrar en una diócesis, no puede aceptar ser absorbido por una parroquia.

Sin embargo, la capilla del Sagrado Corazón se convierte en centro activo. Los Padres predican mucho en las parroquias cercanas donde son muy solicitados por los párrocos. Tan pronto como 1855, la "Regla" de la Sociedad cita entre las obras por emprender:

1 los retiros para sacerdotes y laicos;

2 las "Conferencias del Sagrado Corazón"

(se trata de asociaciones como hoy las "Conferencias de San Vicente de Paúl")

a) para jóvenes y hombres;

b) para soldados;

c) para empleado(a)s doméstico(a)s;

d) para damas;

e) para obreros;

f) para aprendices, etc.

Amplio programa en que nuestros jóvenes religiosos se lanzan con entusiasmo y que realizan poco a poco. Sin embargo, eso representa solamente una parte de su intensa actividad.

Hay que notar que, si las damas tienen su conferencia, los hombres son privilegiados (jóvenes, soldados, obreros, aprendices.). El Padre Chevalier recuerda posiblemente los últimos consejos del párroco de Aubigny ("nos ocupamos demasiado de las mujeres y no bastante de los hombres"). Quizá, o sin quizá. Pero eso no puede sino reconfortarlo: preocuparse por "los más desamparados" es su verdadera vocación. Ahora bien, hay mucho que hacer. Así la capilla, que puede recibir varios centenares de personas, se llena los domingos. Pero prácticamente, no hay más que mujeres. En Issoudun, en ese tiempo, los hombres no practican: eso no se hace. Un respeto humano enorme, una costumbre, un hecho. Nadie puede cambiar eso.

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¿Nadie? ¡Sí! El P. Chevalier. Decide celebrar una misa de los hombres. Con ese fin, él, el P. Maugenest y el P. Piperon visitan los campos durante un mes e inscriben nombres. El domingo señalado, 30 valientes asisten. Es un acontecimiento en la ciudad; a la salida, los 30 neófitos tienen que desfilar entre dos hileras interminables de curiosos bromistas y sarcásticos: es extraño, hombres y mujeres, sobre todo mujeres. Pero el resultado de eso es que los hombres se sienten heridos en lo vivo: en la siguiente son 50, después 100, 300. Aparentemente el P. Chevalier, atacándose a la indiferencia, consigue algún éxito. Pero él no se sorprende. Sabe que el Sagrado Corazón vencerá la indiferencia. Su única preocupación: darlo a conocer y amar más lejos, siempre más lejos, en todas partes.

La capilla, sin duda alguna, es demasiado pequeña. Durante los oficios, mucha gente se queda afuera. A principios del 1857, el P. Chevalier comienza a hablar de construir una nueva iglesia, una verdadera. No tiene un centavo; sabe que con toda seguridad se necesitará mucho tiempo para que los dones de los fieles permitan comenzar los trabajos. Es un motivo más para lanzar la idea sin tardar. Entonces se produce una catástrofe, bajo la forma de una carta del obispo ordenando la clausura de la capilla. "Alguien" le ha dicho que está por caerse y amenaza derrumbarse sobre los fieles. Estamos a lunes. El P. Chevalier se va a toda prisa a Bourges, y explica al obispo que su capilla no es amenaza para nadie. Monseñor no quiere tomar el riesgo. Ordena hacer trabajos de consolidación, y exige un certificado de arquitecto asegurando la solidez del edificio, antes de autorizar su reapertura. Se hacen los trabajos de prisa, en tres días; y, con el certificado en el bolsillo, el P. Chevalier vuelve al obispado el sábado. El domingo, la capilla acoge la muchedumbre como de costumbre. Pero esa aventura da más fuerza a su idea de que hay que construir una iglesia.

Como se ve, nuestros religiosos están ocupadísimos, y su "noviciado", bastante agitado. Sin embargo, consideran que es válido, y deciden pronunciar sus votos en la fiesta de Navidad de 1856 (sólo Emilio Maugenest y Julio Chevalier. Carlos Piperon, llegado más tarde, sirve de testigo). Naturalmente son votos privados, pues la Congregación no tiene estatuto jurídico todavía. Y como no están obligados, en una gestión privada, a seguir las reglas de la prudencia, hacen de una vez los votos perpetuos. Los pronuncian "según las Reglas de los Misioneros del Sagrado Corazón", regla redactada con sumo cuidado por el P. Chevalier, en la oración y la meditación, y prudentemente llamada: "Ensayo provisional".

La Congregación parece tener comienzos prometedores. Se ve a lo menos en el éxito de sus actividades (lo que es prueba de que responde a una necesidad real de la Iglesia de ese tiempo). Sin embargo, la falta de nuevas vocaciones inquieta al P Chevalier. Muchas congregaciones nacieron en este siglo 19, y no tuvieron problema en encontrar nuevos miembros desde sus principios. Los Misioneros del Sagrado Corazón, por su parte, son solamente tres. Varios sacerdotes han tratado de juntarse a ellos, pero ninguno se quedó mucho tiempo. Hay que reconocer que la vida es dura en el "Sagrado Corazón". Levantarse a las 4 de la mañana para reservarse un tiempo suficiente de oración; extrema frugalidad en la comida; grande pobreza y incomodidad de la casa. Y el ministerio es pesado: predicaciones

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sobre predicaciones en las parroquias cercanas, misiones sobre misiones, retiros, largas sesiones de confesiones en la capilla. Uno recuerda los comienzos apostólicos de Jesús y de sus Apóstoles cuando la muchedumbre entusiasta los apretaba por todas partes: "Eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer" (Mc. 6,31). Y es en ese momento que la joven Congregación, todavía tan reducida, va a recibir un golpe inesperado que el P. Chevalier creyó que le iba a ser fatal.

El P. Maugenest, predicador notable y estimado, predicó el Adviento en la Catedral de Bourges a fines del año 1857. Atrajo sobre sí la atención del obispo. La diócesis carece de sacerdotes y, si hay sacerdotes "ordinarios", hay pocos sujetos de élite. El obispo busca desesperadamente un párroco para la Catedral. Decide sacar al P. Maugenest de los Misioneros del Sagrado Corazón para nombrarlo arcipreste. El P. Maugenest protesta todo lo que puede. El cardenal responde: "Yo soy su obispo. Usted me debe obediencia". El P. Chevalier sale en seguida hacia Bourges para hacer valer que el P. Maugenest es el pilar de la joven congregación, y que, sin él, todo se viene abajo. El obispo contesta: Si su obra viene de Dios, la pérdida de uno de sus miembros no podrá impedir el éxito. Si es obra del hombre, la presencia de ese sujeto no la preservará de la ruina".

El P. Chevalier y el P. Piperon están anonadados por esa decisión irrevocable. Para ellos es un cataclismo, un desastre. Se retiran algunos días en un monasterio para tratar de ver claro en el asunto (el P. Maugenest ha sido enviado de oficio a un convento, para reflexionar). El obispo le ha dicho simplemente: "Saldrá de allí, espero, completamente sumiso").

La prueba es nueva para el Padre Chevalier. En efecto, había encontrado en su vida, desde su infancia, muchos obstáculos que le impidieron avanzar tan rápido como lo deseaba. Aprendió a esperar, y finalmente desaparecían los obstáculos, y podía seguir adelante. Pero nunca anteriormente, una prueba le había obligado a echar para atrás. Maugenest era su brazo derecho. Y aún más: era el valor seguro de la pequeña Sociedad, el más capacitado entre ellos, el más culto, un hombre competente, eficaz. Y un religioso enteramente dedicado a su misión. Sin Maugenest, habrá que abandonar muchas cosas, volver para atrás, cuando el porvenir se anunciaba lleno de promesas.

Como era de esperar, Maugenest "se somete". Y los otros dos aceptan, con el alma destrozada, arrodillados juntos delante del sagrario (ni siquiera tuvieron tiempo de hacer una novena). Toman una resolución, a pesar de su abatimiento, de hacer todo para continuar la obra comenzada. Pero están anonadados. La prueba es demasiado dura, demasiado imprevista, y sienten que todo su proyecto es cuestionado otra vez. La tentación de la duda se insinúa. Sin embargo, no se nota ni huella de queja (y menos crítica) en los escritos del P. Chevalier. Los pobres no se quejan. O aceptan, resignados, la fatalidad, o bien luchan, la espalda contra la pared, los dientes apretados, para enfrentarla.

Julio Chevalier decidió luchar. Pero es un poco con la energía de la

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desesperación. Su verdadero temor es que la partida del P. Maugenest sea un primer paso hacia el desmembramiento de la comunidad. Espera recibir él también, un día de éstos, su nombramiento en una parroquia. El P. Crozat está envejeciendo. Corren rumores de que los dos religiosos podrían reemplazarlo. El P. Piperon repite todos los días que, si debe salir del "Sagrado Corazón", se retirará en un monasterio: lo que no levanta mucho el ánimo del P. Chevalier. Sin embargo, quiere luchar. Si debe partir, a lo menos no será porque se haya desanimado. Entonces se deshace en esfuerzos para tratar de salvar lo esencial. Se entregó tanto al trabajo que, al año siguiente, 1859, cayó enfermo. En cuanto mejora, un amigo lo lleva consigo en peregrinación a la Salette, para permitirle mudar de aires.

Es en esa ocasión que hizo un desvío hacia Ars y que se encontró con Juan María Vianney, el santo Cura.

NUESTRA SEÑORA

DEL SAGRADO CORAZÓN

El P. Chevalier regresa de Ars reconfortado. No sólo consolado, sino verdaderamente renovado ("Era un hombre nuevo.", dice el P. Piperon). Comprende que esa prueba, que casi lo aplastó así como a su obra, era eso: una prueba. Entonces, nada: no ha pasado nada. Dios le pide no sólo mantener su obra, sino seguir adelante. Después de 18 meses en la oscuridad, el camino - que permanece largo y difícil - le aparece libre de nuevo y soleado. Todavía hace una peregrinación a Paray-le-Monial, la fuente de todo lo que ha sido revelado sobre el Sagrado Corazón. Allí lo reciben fraternalmente, calurosamente. Y vuelve lleno de energía y entusiasmo.

Y los diez años siguientes (1859-1869) serán verdaderamente los años "Gloriosos" para la Congregación. La Basílica se levantará rápidamente. Nuevos miembros se unirán a la pequeña comunidad y, entre ellos, algunas grandes figuras darán a la Sociedad un auge imponente. Las muchedumbres acuden ahora a Issoudun. Para darle seguimiento a su peregrinación, se da a conocer una revista: consigue rápidamente una tirada numerosa, y da a conocer Issoudun en la Francia entera. Pero la apoteosis será el 8 de septiembre de 1869: en presencia de una muchedumbre enorme y de 15 obispos, la coronación en nombre del Papa Pío IX de la estatua de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

¡Ah! ¡Nuestra Señora del Sagrado Corazón! "Es ella que lo ha hecho todo", tenía por costumbre decir el P. Chevalier. Y hay que reconocer que el auge rápido de la Congregación está a la par de la expansión de ese nuevo nombre dado a la Madre del Salvador. Para muchos, Issoudun es, ante todo, el lugar bendito donde se va orar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón con una confianza absoluta. Por eso, antes de hablar de los acontecimientos y de las personas que labraron esa época, tenemos que ver primero el origen y la historia de ese título glorioso de

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"Nuestra Señora del Sagrado Corazón".

Nos es difícil precisar en qué momento el P. Chevalier tuvo la intuición de dar ese nuevo nombre a María. El P. Piperon piensa que fue el 9 de septiembre de 1855, día en que el obispo fue a bendecir la modesta capilla del Sagrado Corazón ("pura joya de estilo granero.", como decía ese querido Padre). Ese día, el P. Chevalier formó el proyecto de levantar un altar consagrado a María y de honrar a la Virgen con un título especial (tal como lo había prometido con el P. Maugenest en el "Contrato" de enero 1855). Y es entonces cuando le hubiera venido el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Se puede pensar que hay que volver atrás, muy atrás, si no para el nombre propiamente dicho, a lo menos para todo lo que contiene y significa.

El P. Chevalier tenía una gran devoción a la Virgen Santísima, como todo el clero del siglo 19 y, de manera general, todo el pueblo cristiano de ese tiempo (lo que sabía también Nuestra Señora, pues el siglo 19 fue la época de las grandes apariciones: 1830, calle du Bac; 1846, la Salette; Lourdes en 1858; Pontmain en 1871; Pellevoisin en 1876). Por supuesto, Julio había sido consagrado a la Virgen Santa por su mamá el día de su bautismo. Y, de la formación recibida de los Sulpicianos, había conservado una gran devoción al Corazón Inmaculado de María. En todas sus oraciones, María estaba presente. La asociaba a todos los acontecimientos de su vida.

Ahora bien, el acontecimiento más importante es su "descubrimiento" del Sagrado Corazón y la conmoción sentida por él. Ya, cuando había fundado su pequeña asociación en el Seminario, había insistido en asociarle Nuestra Señora. Quería que se dijera: "Caballeros del Sagrado Corazón y de Nuestra Señora". Pero era demasiado largo y se tomó la costumbre de decir: " del Sagrado Corazón" solamente. Pero cuando Cristo le fue revelado como el Amor hecho hombre, el lugar de Nuestra Señora en su vida fue creciendo. Era ella que había dado Jesús al mundo. Es ella que llevaba los hombres hacia Él ("Hagan todo lo que él les diga". Y Jesús a su vez nos la había dado ("He aquí a tu Madre"), en el momento mismo en que su corazón iba a ser abierto por la lanza, dejando salir "el agua y la sangre", signos de todas las gracias cuya fuente es el Corazón. El "descubrimiento" de Jesús bajo su verdadera luz, traía necesariamente el descubrimiento de María bajo una luz nueva. Y si, en ese momento, Julio Chevalier no inventó el nombre de "Nuestra Señora del Sagrado Corazón", debió en adelante orar a María como a la que nos ha sido dada por el Sagrado Corazón, y la que nos conduce al Sagrado Corazón.

Preocupado como lo era Julio Chevalier de llegar a ser con Cristo el "religioso" del Padre, hombre de la alianza entre Dios y los hombres, ¿cómo no hubiera visto en María una "religiosa" perfecta, que une a su Hijo con los hombres y los hombres con su Hijo? Pero eso es tan grande, tan inmenso. Quizá pensaba que un simple nombre, un simple título no podría nunca contener todo lo que había descubierto en María. Para decirlo todo de Jesús, bastaba con hablar del Corazón de Jesús; era un símbolo completo, total, que expresaba bien todo el amor de Cristo. Pero,

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¿cómo decir en una palabra que María nos da todo el amor de su Jesús, y que ella le confía todo nuestro amor?

Un día, esperaba yo el tren en el andén de la estación. Un amigo se encontraba, por casualidad, en el mismo andén. "¿Qué haces aquí?", me preguntó. "Ya ves. Espero el tren de París.” “¿El tren que va a París o el que viene de París?"

Para mí, fue una iluminación repentina, pues de una vez hice la comparación: Nuestra Señora del Sagrado Corazón. A la vez, Nuestra Señora dándonos las riquezas del Sagrado Corazón, y mostrándonos el camino del Corazón de su Hijo.

La misma iluminación le vino al P. Chevalier. Desde entonces consideró "Nuestra Señora del Sagrado Corazón" como el nombre que estaba buscando. Completo: lo decía todo. Conserva el nombre en el secreto de su corazón. Es solamente en el momento en que comenzó la construcción de la Basílica en 1857, y que se presentó nuevamente la cuestión del altar consagrado a María, que se atrevió a hablar con sus compañeros (Maugenest estaba todavía). Y, frente al asombro que suscitó, explicó brevemente, pero de manera clara y completa, el significado del título. Es prueba de que lo había meditado largamente.

El P. Piperon explica que el P. Chevalier, después de haber tenido la intuición del nombre "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, esperó dos años antes de hablar de ello con sus compañeros, y dos años más antes de darlo a conocer al público (1859). Entonces cuatro años por todo. Y continúa diciendo que esa larga demora fue requerida por el P. Chevalier para estudiarlo a fondo según la Sagrada Escritura y la Tradición y asegurarse de que ese título correspondía a la doctrina de la Iglesia. Solamente cuando estuvo seguro dio a conocer a todos ese secreto tan caro a su corazón. De ese largo trabajo de meditación en la oración, queda un tomo grueso: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, según la Sagrada Escritura, los Santos Padres y la Teología". "Era, dice el P. Piperon, un monumento de ciencia católica y de erudición". Hubo cinco ediciones sucesivas que se vendieron rápidamente.

En el siglo pasado, se oraba mucho para encontrar solución a los problemas materiales. Había menos instrucción y mucha pobreza. El desempleo o la enfermedad del padre de familia llevaban a la miseria. Y sobre todo los cuidados médicos no alcanzaban el nivel de hoy. Y entonces, en todas las miserias que podían sobrevenir, se tenía el sentimiento de que el Cielo, y sólo el Cielo, podía intervenir.

Por eso, el P. Chevalier encontró una amplia audiencia cuando presentó a Nuestra Señora como la "Tesorera del Corazón de Jesús", la que puede conseguirlo todo de su Hijo, la que es la "Esperanza de los desesperados". No es falso, teológicamente, pero es muy restrictivo. El P. Chevalier se dio cuenta pronto del peligro, y no se dio tregua, en los años siguientes, hasta aclarar bien su pensamiento. Hizo resaltar las bellezas de María, bendita entre todas las mujeres,

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elegida por Dios, colmada de gracia, subrayando sus estrechas relaciones con el Salvador de los hombres, y su lugar en la historia de la Salvación. Una fórmula suya puede quizá ser considerada como la definición de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón: "El fin., es honrar a la Santísima Virgen María bajo el título especial de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en las relaciones de amor inefable que existen entre ella y el Sagrado Corazón cíe Jesús". El poder de intercesión de Nuestra Señora es mencionado solamente después, como una consecuencia.

En el fondo son los mismos pasos que seguimos al rezar el "Dios te salve, María.". Comenzamos alabando y admirando a la Virgen, llena de gracia, íntima del Señor, bendita entre todas las mujeres y Madre del Salvador. Solamente después, y por todo eso, podemos decir: "Ruega por nosotros. ahora.". La insistencia se pone en el bien principal que queremos conseguir: nuestra unión con Dios: "Ruega por nosotros, pecadores…".

Por eso, más tarde, por fidelidad al espíritu del P. Chevalier, se cambió la oración "Acordaos" a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, (compuesta en los primerísimos años por el P. Jouët) por otra, el "Acuérdate", que expresa mejor todavía todo su pensamiento: celebrando primero las maravillas que hizo el. Señor por María, pidiéndole que nos ayude a vivir en el amor de su Hijo, que conduzca a todos los hombres a la fuente de agua viva. Solamente después le reiteramos toda nuestra confianza, porque ella es y será siempre nuestra Madre. Llamar a María "Nuestra Señora del Sagrado Corazón" es la manera más bella de expresar todas las relaciones que unen a María con el Dios-Amor. Pero es finalmente ser llevados a descubrir ese Amor de Dios para con nosotros, y a vivirlo como la que fue siempre "la esclava del Señor".

Muy pronto, hubo otros cambios. Las primeras imágenes de Nuestra Señora del Sagrado Corazón representaban a María, con las manos abiertas para acoger y para dar, y delante de ella el niño Jesús, a los doce años, mostrando al mismo tiempo su Corazón y designando a su Madre (es la bella estatua del santuario de Issoudun, la que fue coronada en 1869). Un poco más tarde, Roma pidió que se representara a María con su hijo en los brazos (pero éste muestra todavía su Corazón y a su Madre). Después de la publicación de imágenes extrañas que no eran de Issoudun, Roma, siempre prudente, temía que algunos vieran a María como dominando a Jesús, ejerciendo su dominación sobre Jesús (una especie de Reina-Madre, con todo lo que ese término puede significar de negativo y excesivo). Mientras que el niño en los brazos daba mejor cuenta de las relaciones de amor creadas por la maternidad de María.

Hoy en día, se prefiere la imagen de Jesús en la Cruz con su lado abierto (es la mejor manera de representar al Sagrado Corazón). María está "de pie junto a la Cruz" mostrando, con una mano extendida, el camino de ese Corazón abierto a todos, y la otra mano abierta hacia la tierra para derramar sobre los hombres todas las riquezas que encierra: "la esperanza y el perdón, la fidelidad y la salvación."

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Nuestra Señora del Sagrado Corazón no está vinculada a una imagen particular. En otros santuarios, se venera una imagen (o una estatua) a veces muy antigua y digna del respeto más grande, pero que no se podría cambiar, pues expresa un aspecto particular de la riqueza de gracia de María. No hay nada que censurar en ello. Pero querer representar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón es querer decirlo todo. Todo lo que se puede decir de María. Y eso, ninguna imagen lo podrá hacer perfectamente. Por eso, no se estará nunca satisfecho completamente, aunque se busque siempre decirlo de una manera mejor. Sin embargo, cualquiera que sea la representación, es siempre en la fidelidad a la intuición del P. Chevalier que se busca esa expresión.

LA PEREGRINACIÓN

Lo que obligó al P. Chevalier a revelar al público el nombre de "Nuestra Señora del Sagrado Corazón" fue la construcción de la Basílica, que iba adelantando. Había planeado que la iglesia debía tener un altar secundario consagrado a la Santísima Virgen, como toda iglesia decente. Y estaba bien decidido que sería el altar de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Entonces había llegado el tiempo de hablar de ello a la gente. Ya el edificio salía de tierra y comenzaba a verse su arquitectura.

Ya muy temprano, en 1857, había deseado esa nueva iglesia del Sagrado Corazón, como se ha visto. El ex-granero era demasiado miserable, demasiado pequeño, y amenazaba derrumbarse tarde o temprano. En seguida el P. Chevalier había comenzado colectas en los alrededores. A decir verdad, con poco éxito: Issoudun y su región no eran ricas, además de que no fue siempre bien recibido. Continuó después de la partida del P. Maugenest, por tenacidad, pero sin grandes resultados y, quizá, con menos esperanza.

Pero a su regreso de Ars, utilizó un gran recurso. Puesto que el P. Piperon continuaba sus giras de predicación, a veces muy lejos en toda Francia, el P. Chevalier le encargó la recogida de fondos. A todos los donantes, el valeroso predicador debía dar una imagen del Sagrado Corazón. El éxito fue asombroso. Todos querían conseguir "su" Sagrado Corazón. Las donaciones llegaban en grande cantidad. La primera piedra había sido colocada oficialmente el 28 de junio de 1859. Se pudo impulsar los trabajos rápidamente, y una primera parte (el presbiterio y la mitad de la nave) fue bendecida solemnemente el 16 de junio de 1861 por el Vicario General, y abierta al culto.

Un altar lateral estaba consagrado a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, como previsto. Pero, más importante quizá, encima, una bella vidriera fue colocada: era la primera representación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. El P. Chevalier la hizo reproducir en imágenes y, otra vez, encargó al P. Piperon, siempre servicial e incansable, el trabajo de regarlas. Esta vez el éxito no fue solamente asombroso sino fulminante (hay que decir que el P. Piperon sabía hablar de Nuestra Señora del Sagrado Corazón con convicción). De todas partes, los párrocos, los conventos, las asociaciones, pedían la famosa imagen, por centenares, por millares. E iban a Issoudun para ver la "verdadera". Había

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muchedumbre todos los días. Las donaciones venían también, por cierto. En 1864, la iglesia fue terminada y bendecida el 2 de julio, por el nuevo obispo, Mons. de la Tour d'Auvergne, que fue siempre un gran amigo y apoyo para el P. Chevalier y su obra. Ese día, estaba rodeado de cinco obispos y una multitud considerable.

Mientras tanto, el P. Chevalier, para responder a la petición de los nuevos peregrinos, redactó una pequeña reseña sobre Nuestra Señora del Sagrado Corazón. El P. Ramière (Jesuita célebre) le suplicó autorizarle a publicarla en el "Mensajero del Corazón de Jesús", la revista del "Apostolado de la Oración". Esa fue la primera publicación sobre Nuestra Señora del Sagrado Corazón (mayo 1863). La repercusión fue grande en toda Francia, pero también en el extranjero donde la revista era conocida. Cuarenta obispos, puestos en su conocimiento, aprobaron la nueva devoción.

Los peregrinos, más y más, solicitaban su inscripción en la Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En esa época, la multiplicación de las cofradías era un fenómeno. Algo como la multiplicación de las congregaciones, y un poco por las mismas razones. Las numerosas cofradías que se crearon entonces, y donde los cristianos buscaban encontrar nuevas orientaciones, daban al mismo tiempo el consuelo de pertenecer a un grupo, la seguridad de la oración común, y una especie de lugar oficial en la Iglesia. El único inconveniente, en este caso, era que la Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón no existía todavía. Presionado por la petición de los peregrinos y los centenares de cartas solicitando inscripciones, el P. Chevalier tomó la decisión de crearla. Pero fue necesaria también la presión paternal del obispo, que insistió para que redactara lo más pronto posible los estatutos de la nueva Cofradía.

El P. Chevalier no se apresuraba. Eso es muy curioso, y permaneció siempre un misterio para el P. Piperon. "Él, de un temperamento tan ardiente, escribe, tan rápido en sus resoluciones, tan humildemente sumiso a las mínimas voluntades de la autoridad, nos respondía cuando le solicitábamos la preparación de los reglamentos de la futura asociación: 'No urge'. Nosotros esperamos dos largos meses y, un día, como despertando de un largo sueño, puso manos a la obra”.

En efecto es muy curioso, pero también muy iluminativo. El P. Chevalier que podría pasar por un arremetedor, de decisiones rápidas, seguidas de ejecución inmediata, era en realidad un hombre muy reflexivo. Se le conocía como "rápido en sus resoluciones", y sus decisiones parecían espontáneas: y es que las comunicaba solamente en el último momento, después de madurarías largamente en el secreto de su corazón y en la oración. Empujado por la cuestión de la Cofradía, quiso tomar el tiempo necesario, como de costumbre. Por primera vez, los demás se dieron cuenta.

Pero se puede pensar en otra explicación. La moda, o corriente, de la época era la multiplicación de cofradías, es decir de "familias" religiosas, de pequeños grupos fervorosos en los cuales los cristianos, un poco perdidos por los trastornos del tiempo, encontraban consuelo, así como un apoyo y cierta seguridad. Ahora bien, el P. Chevalier no quería formar pequeños grupos, pequeña familia privilegiada. El era un hombre de lo esencial y de lo universal. El Sagrado Corazón, para él, era "el Centro, el eje alrededor del cual todo gira." Del Sagrado Corazón, no veía salir una

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familia, sino un mundo nuevo lleno de grandeza y de fecundidad; un mundo que la Iglesia debe perpetuar sobre toda la tierra." Su lema era: Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón." En todas partes y por todos. Y Nuestra Señora del Sagrado Corazón era la primera asociada a esa misión. No le bastaba al P. Chevalier que sea conocida y amada por algunos, en el interior de un grupo pequeño, por fervoroso que sea. Por eso, creo, el P. Chevalier vacilaba tanto y cogió tanto tiempo para decidirse.

Si aceptó finalmente ceder a las peticiones urgentes de los peregrinos, de sus compañeros y de su obispo, es porque encontró la solución que le permitía crear una cofradía, que, por supuesto, daría a conocer mejor y amar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, pero también que sería al mismo tiempo abierta a todos y no reservada a un pequeño grupo de fervorosos privilegiados.

Todas las cofradías de la época tenían estatutos muy detallados enumerando las obligaciones de oraciones, de fiestas a celebrar, de prácticas impuestas, de compromisos a cumplir. A menudo era lo que buscaban los fieles: un marco estricto que podía ayudarlos en su vida cristiana. El P. Chevalier no quería eso, pues muchos vacilarían en comprometerse en un grupo donde no podrían cumplir con todas las exigencias. Entonces encontró la solución: la única obligación de la cofradía sería decir, mañana y noche: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros". ¿Es todo? Sí, es todo. ¿Quién podría sentirse incapaz de esa simple obligación? La cofradía estaba abierta a todos, en todas partes.

Desde entonces, las cosas se desarrollaron muy rápidamente. El P. Chevalier redactó, sin embargo, estatutos para dar el espíritu y el fin de esa cofradía, pero la sola obligación práctica seguirá siendo decir el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón mañana y noche.

Esos estatutos de la nueva asociación fueron aprobados por el obispo, quien quiso ser el primero en inscribirse y presidió la primera reunión muy solemne, grandiosa. La ceremonia, sin embargo, fue casi improvisada, pues no se había podido anunciar sino la víspera; pero el P. Piperon escribe: "La iglesia del Sagrado Corazón era demasiado pequeña, la multitud desbordaba en la gran plaza del frente. Se hubiese dicho que toda la populosa parroquia de Issoudun se había dado cita en el nuevo santuario". Eso sucedía en 1864: aunque hacía 10 años se decía que Issoudun era el símbolo de la indiferencia. Ese acontecimiento es la evidencia de que, si hay gente de toda Francia (y pronto del extranjero), la peregrinación no se estableció aparte de la población local: pues estaba presente.

Esa Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, recién inaugurada, conocerá un éxito considerable. Centenares de millares, y pronto millones de personas se inscribirán. Y un hecho notable vino a subrayar cuánto el P. Chevalier había dado en el blanco al querer que sea abierta fácilmente a todos. Con motivo de su visita a Roma en 1869, el P. Chevalier pedirá al Papa que bendiga la nueva Cofradía.

"¿Cuáles son las obligaciones?", preguntó el Papa Pío IX. "Sencillamente decir mañana y noche: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros". - "No es difícil", dijo el Papa que quiso inscribirse en seguida. Así, durante los últimos 10 años de su pontificado, Pío IX, mañana y noche, oró a Nuestra Señora del

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Sagrado Corazón. ¡Precioso ejemplo!

Y eso es lo que hace, antes que todo, la fuerza de la Cofradía: el sentimiento de que alrededor de María, en Iglesia, con el Papa, muy numerosos obispos y millones de cristianos en todo el mundo, se forma una gran familia "donde cada uno ora por las intenciones de todos". Ningún "capillismo", sino al contrario un fuerte sentimiento de universalidad, de fraternidad. Es lo que quiso el P. Chevalier: que Jesús, el Amor hecho hombre, el Sagrado Corazón, sea amado en todas partes, por todos, gracias a Nuestra Señora, por ella, con ella.

Era exactamente el sentido de los 'famosos' estatutos, tan largamente meditados, que empezaban así:

"El fin de la asociación es:

1. exaltar la gloria de María con ese nuevo titulo que resalta admirablemente sus gloriosas prerrogativas.

2. dar a Jesús, por mediación de María, el culto de adoración, de amor y de reparación.

3. glorificar el poder de intercesión de la Virgen Santa sobre el Corazón de Jesús, confiándole el éxito de las causas desesperadas, tanto en el orden espiritual como temporal.

4. suplicar a la Virgen Santa para que nos conduzca ella misma al Corazón sagrado de su Hijo, que nos lo dé a conocer y amar, que nos abra los tesoros de amor y de misericordia que encierra, y que nos haga tomar mas abundantemente de esa fuente de todas las gracias."

Nuestra Señora, colmada de gracia, que ofrece a su Hijo nuestras alabanzas y nuestras acciones de gracias, que le presenta nuestras peticiones, y nos hace vivir en su amor: es el contenido del "Acuérdate, Nuestra Señora del Sagrado Corazón.", La oración que millones de asociados rezan cada día.

La Cofradía continúa. Muy pronto fue elevada al rango de archicofradía, cuando se hizo internacional. Hace alrededor de treinta años, ese nombre "Archicofradía", que no decía nada a la gente de nuestro tiempo, fue cambiado por "Fraternidad", pero la realidad no ha cambiado. Sus obligaciones son todavía muy reducidas para que la asociación quede abierta a todos: antes que todo, se trata de una mentalidad, de una manera de rezar, de vivir la vida cotidiana en unión con el Sagrado Corazón, por Nuestra Señora. Ese espíritu de Fraternidad da a la peregrinación de Issoudun, aun los días de grande afluencia, ese carácter de familia tan perceptible, tan propio, que no encuentra su parecido en otros lugares de peregrinaciones aun muy "orantes".

La Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón necesitaba una revista:

para guardar el vínculo entre todos los miembros de su gran familia, para prolongar la peregrinación en la vida cotidiana, para dar a conocer a Nuestra Señora del Sagrado Corazón (y al mismo tiempo el amor de su Hijo), más lejos, en todas partes, y dar testimonio de los favores recibidos por su intercesión. El P. Chevalier pensaba en ello, madurando el proyecto, pues una revista exige tiempo y

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competencias. La llegada del P. Jouët fue la respuesta de Nuestra Señora a las preguntas que se hacía. El P. Jouët saca la primera tirada de los "Anales de Nuestra Señora del Sagrado Corazón" en enero de 1866. El éxito fue inmediato, prodigioso.

Desde entonces, los Anales comenzaron su segundo centenario, pues siguen imprimiéndose cada mes (en una decena de ediciones internacionales). No es ya la modesta revista de los comienzos, compuesta en su mayor parte por testimonios, y editada con los recursos de impresión bastante rudimentarios de esa época. Los Anales de hoy, a color, aprovechan las técnicas modernas en su presentación. Revista de la Fraternidad de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, quieren también responder más a las necesidades de nuestro tiempo, trayendo una profundización de la fe y elementos de reflexión cristiana. Pero es el mismo espíritu que los anima, el del P. Chevalier, el que nos hace decir a Nuestra Señora: "Ayúdanos a vivir como tú, en el amor de tu Hijo."

Los peregrinos venían cada vez más numerosos a inscribirse en la Cofradía y orar a Nuestra Señora del Sagrado Corazón en su mismo santuario. Como dice el P. Piperon: "Las oraciones se hacían más fervorosas delante de la santa imagen, y parecía que estaban más favorablemente acogidas y más seguramente cumplidas". Pero la capilla no estaba adaptada a tan grande afluencia. "El altar de la Virgen, en una nave lateral, era tan exiguo, la capilla tan estrecha que apenas si los peregrinos podían persuadirse de que ése era el santuario privilegiado donde habían venido a orar.

Había que hacer algo. Además de múltiples y a menudo muy modestas ofrendas, el P. Chevalier había recibido, para la construcción de la iglesia, cierto número de diamantes y otras joyas. ¿Joyas antiguas de familias antiguas rescatadas de la Revolución y de los disturbios de una Francia en completa mutación? Quizá. Pero también muchos objetos humildes, adornos de personas pobres, en plata o en oro. Los donativos de objetos eran costumbre de esa época. Dar a Nuestra Señora algo concreto por lo que se tenía mucho interés tenía más sentido que enviar un cheque (que no existía todavía en ese tiempo).

Al P. Chevalier le vino la idea, en vez de vender esas joyas, de mandar a hacer una corona, incluso dos coronas: para Nuestra Señora y para su Hijo. No era una idea completamente original: muchas peregrinaciones tenían una estatua coronada. En cuanto a la explicación que sigue, es demasiado simple para ser verdadera: para llevar esas espléndidas coronas se necesitaba una estatua bella y grande. Ahora bien, la capilla lateral muy estrecha no sería suficiente para recibirla. Entonces, había que construir un santuario de igual importancia. Eso es lo que el P. Chevalier fue llevado a realizar con el fin único de poder coronar a Nuestra Señora.

De hecho, si el P. Chevalier ha creído siempre que la peregrinación se ampliaría (lo había anunciado con convicción desde el acondicionamiento del granero como capilla), sin duda no había pensado que sería con tanta amplitud y tan rápidamente. Ahora, de todas maneras, había que hacer una ampliación. No sólo para el placer de instalar una estatua más grande, sino para acoger la multitud cada vez más numerosa. A pesar de las reticencias del arquitecto, hizo tumbar la pared del fondo del presbiterio de la iglesia nueva, y construir en la prolongación de

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la nave la gran capilla de Nuestra Señora. Fue un éxito, pues al mismo tiempo que es bastante grande, el nuevo santuario es un lugar eminentemente favorable al recogimiento y a la oración. Al mismo tiempo, encargó una gran estatua en mármol de Carrara a un artista de renombre, y dos magníficas diademas a los orfebres.

Aprovechando un viaje a Roma, por necesidad de las diligencias para la aprobación jurídica de su Congregación, el P. Chevalier llevó consigo las dos coronas. Ofreció al Papa Pío IX un modelo reducido (en bronce) de la estatua, y le pidió bendecir las dos diademas. No sólo el Santo Padre aceptó con gusto, sino que también firmó un decreto oficial (23 enero 1869), delegando al obispo de Bourges para coronar la estatua de Issoudun en su nombre. (Es con motivo de esa entrevista que Pío IX se inscribió en la Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón). La 'pequeña historia' narra también que durante el resto de ese día memorable, el P. Chevalier no cesó de desempacar y envolver sus coronas, pues todos los cardenales, unos después de otros, querían admirar las obras de arte.

La coronación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón tuvo lugar el 8 de septiembre de 1869. Fue un triunfo colosal, que exigió meses de preparación. Pero ese día, la ciudad de Issoudun (la ciudad entera con sus campos) estaba llena de guirnaldas, de verdor, de flores y de arcos de triunfo. El ayuntamiento, la administración, el ejército, todos los Cuerpos constituidos, las asociaciones de toda clase se habían excedido en celo para acompañar (o seguir) la población, llevada por un entusiasmo a la vez extraordinario y moderado. Una muchedumbre enorme de peregrinos había venido, con varios días de antelación y a veces después de muchos días de viaje, en los trenes de la época o en carretas tiradas por caballos.

El día de la fiesta, "según las estimaciones las más moderadas de los periódicos locales", 30,000 personas estaban concentradas en la plaza del Sagrado Corazón, desbordándose en las calles adyacentes. Pues la ceremonia se desarrolló al aire libre, con un tiempo magnífico. Un majestuoso altar "aéreo" (?) había sido levantado. Quince obispos estaban presentes, rodeados por 700 sacerdotes. Esos sacerdotes no estaban sólo para el decoro, pues durante el triduo que precedió el gran día, y durante toda la octava siguiente, que parecía no querer terminar, estuvieron confesando "día y noche".

Juan María Vianney decía: "Ya Ars no es Ars!" El P. Chevalier hubiera podido decir: "¡Ya Issoudun no es Issoudun!" Pero sin duda no lo dijo nunca. Para él, lo importante era que hayan venido de todas partes, bajo el patrocinio honorario del mismo Papa, a rendir culto al Sagrado Corazón por Nuestra Señora del Sagrado Corazón: de toda Francia y aun del extranjero (donde las Cofradías de Nuestra Señora del Sagrado Corazón se multiplicaban rápidamente), a pesar de las dificultades del viaje. "Enhorabuena a ustedes, nobles habitantes de Issoudun, exclamó el predicador, que han sabido corresponder tan fielmente a la gracia insigne, que les ha otorgado la Reina del Cielo, de escoger la ciudad de ustedes como centro y foco de una devoción de la que depende probablemente la salvación del mundo: la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús esparcida, ahora mismo, en los cinco continentes del mundo".

Y desde 1869, es siempre el 8 de septiembre que la Peregrinación sigue viviendo su jornada más intensa del año. No hay más arcos de triunfo, ni música militar: de parte nuestra hay menos necesidad de esa clase de manifestación. Pero

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el carácter universal de la peregrinación sigue afirmándose, por la diversidad de la multitud, por la presencia de sacerdotes y obispos de África, Oceanía o de otras partes, y también por los numerosos envíos de Misioneros que se celebran el mismo día. Es toda la Fraternidad reunida que realiza los envíos.

El fervor es quizá menos exteriorizado, pero no menos intenso. Un fervor alimentado por la confianza que, todos reunidos, ponemos en Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Sabemos que, apoyándonos mutuamente en las dificultades cotidianas y abriéndonos al mundo, ella nos enseña a "vivir en el amor de su Hijo".

EL PROGRESO DE LA CONGREGACIÓN

Hemos visto que, durante los primeros cinco años, la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón no tenía más que tres miembros, y más tarde dos solamente, después de la partida del P. Maugenest, co-fundador.

Esa falta de refuerzo inquietaba al P. Chevalier, pues la tarea por cumplir era inmensa: los dos Padres eran solicitados de todas partes para "misionar" en las parroquias, en las que daban nuevo impulso, y, por otra parte, la multitud se hacía cada día más numerosa en el "Sagrado Corazón". "La mies es mucha, los obreros pocos". Jesús, el primero, sintió esa inquietud.

Las razones por las cuales pocos candidatos se proponían para fortalecer el pequeño equipo eran diversas. Primero, la incertidumbre que permanecía en las mentes sobre el fin y la naturaleza de la Sociedad: ¿Congregación local para la animación de las parroquias existentes y la predicación en los campos abandonados y descristianizados? O ¿Congregación universal, destinada a irradiar en el mundo entero? Si, para el P, Chevalier, las cosas estaban claras desde el principio, lo eran mucho menos para el obispo y los responsables del clero local: querían "utilizar" lo más posible, antes que todo, esa fuerza nueva sólo para el bien de la diócesis.

Y esa diócesis muy extensa (hoy en día es todavía la más grande de Francia) y muy descristianizada era pobre en vocaciones, en relación con sus necesidades. Hemos visto que el obispo se sintió obligado a retirar al P.Maugenest, con el riesgo de hundir a la joven Congregación: no tenía a nadie más en ese momento para el cargo que le confiaba. También hemos visto que el mismo obispo autorizaba una nueva entrada (a la Congregación) solamente con la condición de tomar a su cargo un ministerio preciso, aunque sea la capellanía de los hospitales y hospicios. Además, los sacerdotes que hubiesen podido pensar en entrar en la pequeña Sociedad, vacilaban con razón. Ir hacia Issoudun era abandonar su parroquia sin que hubiera sustitutos.

Esas dificultades fueron finalmente la suerte de la Congregación. Pues, por las

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circunstancias, vinieron de las otras diócesis de Francia entera sus primeros reclutas, tan pronto como fueron bastante conocidos los Misioneros del Sagrado Corazón (gracias al Sagrado Corazón y a Nuestra Señora del Sagrado Corazón). Hacia mediados de 1860, la Congregación contaba con una docena de miembros: muy pocos nativos del Berry o que ejercían allí su ministerio. Venían de Allier, de Bretaña, de Normandía, de Borgoña, de Marsella, de Suiza. Y entre esos primeros padres, había muchos sacerdotes de gran valor. Un reclutamiento local no hubiese podido alcanzar esa calidad general.

En los comienzos, una dificultad de orden práctico se agregaba a los motivos más profundos y generales de los pocos ingresos en la Comunidad. Sencillamente era la falta de espacio. Por la estrechez de la primera casa, no se podía recibir más de un postulante a la vez. Después de su regreso de Ars, en 1859, el P. Chevalier hizo alzar el armazón del techo para acondicionar allí 12 celdas. No eran lujosas, pero eran espacios disponibles ofrecidos no sólo a los postulantes, sino también a todos los sacerdotes deseosos de hacer un retiro en la Comunidad. Muy pronto fueron ocupadas y eran insuficientes. En 1866, la primera ala del gran convento actual fue comenzada y terminada en algunos meses.

Acoger sacerdotes como miembros de la Congregación era cosa cómoda pero también difícil. Cómoda, porque la Sociedad no tenía la preocupación de la formación de esos sacerdotes. Difícil, porque era azaroso, dependía de la casualidad de los encuentros, y no se podía asegurar así el futuro con certeza. El P. Chevalier pensaba en una casa de formación, un seminario donde podría acoger jóvenes deseosos de entrar en la Congregación. Pero era una empresa fuerte, arriesgada, muy onerosa. El Padre no creía tener el derecho de apartar a ese fin las sumas ofrecidas para la construcción de la iglesia del Sagrado Corazón.

Entonces el P. Vandel entró en la Congregación y trajo una idea original. El P. Vandel, de origen saboyano, párroco en Suiza por varias circunstancias, había regresado a Francia para curarse. Utilizó ese tiempo libre forzoso para fundar "la Obra de los Campos". Esa obra reunía laicos generosos que se comprometían a ayudar materialmente a los sacerdotes aislados cuya pobreza lindaba con la miseria. Pero si los sacerdotes eran pobres, también eran muy pocos. Entonces, muchos jóvenes pensaban en el sacerdocio y no tenían los recursos para pagar la pensión de un seminario. El P. Vandel tuvo la idea de crear un seminario gratuito para acogerlos.

Había tomado la idea, muy sencilla, de Paulina Jaricot, la fundadora de "la Asociación para la Propagación de la Fe”, cuyo fin era ayudar las Misiones extranjeras. Los miembros de esa asociación se comprometían a dar cada uno un centavo por semana. Estaba al alcance de muchos y la obra pudo desarrollarse y llevar una ayuda eficaz a las misiones. El P. Vandel pensaba que con el número considerable de peregrinos y de asociados de la Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, se podría pedir a cada uno mucho menos: un centavo al año. Aun los más pobres se sentirían felices de poder participar así a la formación de futuros sacerdotes, y el gran número de los donantes permitiría sin duda reunir las sumas necesarias a la buena marcha de un seminario. Si los arroyuelos hacen los grandes ríos, son primeramente las gotas de agua que hacen esos arroyuelos.

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Muy tímidamente el P. Vandel había sometido su idea al P. Chevalier, porque había sido rechazada ya por los dirigentes de la Obra de los Campos, quienes la juzgaban demasiado aventurada. Pero el P. Chevalier aceptó en seguida con entusiasmo. Sin duda recordaba sus largos años de espera en Richelieu, y pensaba que muchos jóvenes no tendrían, como él, la felicidad de encontrar un bienhechor providencial. Además, conocía la generosidad de los pobres. Estaba seguro que si se les proponía algo a su alcance, se podía esperar mucho de ellos.

De hecho, "La Asociación del Centavo por año en favor de las Vocaciones Apostólicas" que puso en marcha el P. Vandel conoció un gran éxito desdes el comienzo. Y ya en octubre de 1867, un seminario menor, que fue llamado "Pequeña Obra" por la estrechez de sus recursos, fue creado en Chezal-Benoît, cerca de Issoudun. Había allí un colegio diocesano instalado en una antigua abadía, cerrada por la Revolución. Los alumnos de la Pequeña Obra residían en una dependencia, y recibían sus clases en el colegio, donde una parte de los cursos era asegurada por los Misioneros del Sagrado Corazón.

El anuncio de la fundación de la Pequeña Obra, ampliamente difundido por los Anales, había atraído numerosos bienhechores, pero también las solicitudes de los candidatos al sacerdocio: 150 el primer año. Prudentemente, el P. Vandel aceptó solamente 12. La obra apenas comenzaba: estaba seguro de poder subvenir a las necesidades de 12 alumnos, no más. No quería tomar más riesgo. Pero en los años siguientes, los donativos continuaron, y pudo aceptar todos los candidatos serios que se presentaban.

Durante 100 años, la Pequeña Obra, cuyas casas se multiplicaron en el mundo entero, asegurará a la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón un numeroso reclutamiento de calidad: sacerdotes formados desde la infancia a seguir a Cristo, que ama a los hombres, y a imitar ("fijos los ojos en Él") su misericordia, su paciencia, su comprensión, su acogida a los pobres, a todos los pobres. Gracias a los sacerdotes salidos de la Pequeña Obra la Congregación pudo esparcirse por el mundo entero, ir a todas partes.

Gracias igualmente a la Pequeña Obra, el P. Chevalier, desde 1880, pudo responder a la demanda del Papa de abrir Misiones en países inexplorados como Papuasia, hoy Papua-Nueva Guinea. (Mons. Enrique Verjus, muerto de agotamiento a los 32 años (en 1892) era miembro de la primera etapa de la Pequeña Obra, en Chezal-Benoît. Su causa de beatificación fue introducida en Roma).

El P. Chevalier había confiado al P. Vandel la tarea de poner en marcha y administrar la Pequeña Obra. Contaba enteramente en él. E hizo bien. El reclutamiento futuro de la Sociedad parecía asegurado. Pero eso no bastaba para el P. Chevalier. Su meta no era asegurar el futuro de "su" Congregación, sino utilizar todos los medios posibles para revelar a los hombres que Dios los ama. Estudió entonces varios proyectos y comenzó a realizarlos.

Primero, se puso en comunicación con los Jesuitas. Tenía pensado afiliarse simplemente a la Compañía de Jesús. Su Congregación hubiese sido solamente una rama jesuita, encargada más especialmente de dar a conocer al Sagrado

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Corazón. De esa manera hubiera aprovechado la poderosa ayuda y la vasta experiencia de la Compañía, para una acción más eficaz. "Nuestra Sociedad debe de ser hija de la suya, es necesario que tome su savia y su vida en sus Constituciones, en su organización, en su espíritu, en su ayuda y en los lazos que deberán unirnos. Consideraremos a San Ignacio como nuestro fundador. Seremos una expansión, otra irradiación de la Sociedad de Jesús". Las negociaciones avanzaron mucho, muy oficialmente aunque discretas, pero finalmente no llegaron a ningún resultado.

Mientras tanto, el P. Chevalier trataba de poner en marcha otro proyecto: los Sacerdotes asociados. El fin era apoyar a los sacerdotes aislados y difundir más ampliamente el anuncio del Sagrado Corazón al mundo. Esos sacerdotes podrían emitir votos o no hacerlo. Sin embargo, todos llevarían el nombre de "Misioneros del Sagrado Corazón". Un ejemplo lo animaba en esa vía: en Issoudun, el anciano P. Crozat había sido reemplazado por el P. Maugenest. Éste se consideraba siempre como Misionero del Sagrado Corazón, pues había emitido los votos perpetuos. Sin embargo, no dependía jurídicamente hablando de la Sociedad sino del obispo. Entonces, ¿por qué no aceptar oficialmente esa situación y extenderla a otros?

El P. Chevalier organizó reuniones, conferencias, y hasta un congreso para tratar de formar una federación, bajo el nombre de "Misioneros del Sagrado Corazón", con las pequeñas asociaciones de sacerdotes existentes ya en varias partes de Francia. Los Jesuitas, con quienes mantenía el contacto, lo animaban a ello. Nuevas persecuciones contra las Congregaciones eran posibles, si no probables. Esos religiosos "en el terreno" serían entonces una salvaguarda para la continuación de la Misión del P. Chevalier. Por otra parte, éste era consciente de las grandes necesidades de las diócesis y veía una ventaja grande en esta solución: " pues esta asociación, ofreciendo poderosos medios de perfección, parará en parte la emigración de los mejores sujetos cuya presencia seria tan necesaria en sus diócesis.". Y en una audiencia privada, en 1860, el Papa Pío IX parecía haberle animado: "Quisiera que todos los sacerdotes, formen parte de ella.".

Pero el P. Chevalier no se detenía allí en la exploración de "todos los medios posibles". Quería también asociar laicos a su obra. Laicos Misioneros del Sagrado Corazón, con votos o sin votos, viviendo en comunidad o no. Una Tercera Orden se fundó. Se constituyeron grupos. Se contaron hasta 300 miembros repartidos en diferentes países. Pero eso quedó algo confuso; faltaban un marco fijo y vínculos concretos con la Sociedad.

Finalmente, ese gran proyecto de una vasta organización de Misioneros del Sagrado Corazón, incluyendo religiosos en comunidad y otros fuera de comunidad ("agregados": sacerdotes o laicos), y asociados (igualmente sacerdotes o laicos), fue un fracaso. Y hay dos motivos para ello. 1) Los primeros Padres eran muy pocos, en esa época, para administrar y animar una organización tan grande. 2) Cuando se trató de reconocer oficial y jurídicamente la Congregación, Roma había decidido volver a reglas estrictas. Se quería poner orden en la anarquía de todas esas "congregaciones" que se habían multiplicado espontáneamente en el siglo 19, fuera de las reglas comunes. Los religiosos con votos, dependiendo de una comunidad, fueron los únicos reconocidos como formando la Congregación. Los

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sacerdotes y los laicos asociados (con o sin votos) fueron considerados como simples miembros de "obras", y no como parte integrante de esa Congregación.

De ese fracaso, quedan algunos sacerdotes asociados que se quedaron como miembros de la Congregación (entre otros, grandes figuras como el P. Vandel, el P. Jouët). Pero, ese fracaso es también un reto para los hijos del P. Chevalier, los Misioneros del Sagrado Corazón de hoy. Les toca buscar nuevas pistas para concretizar la intuición de su fundador, utilizando "todas las vías posibles" para dar a conocer a los hombres que Dios los ama, apelando a todas las buenas voluntades, cuales quiera que sean, "para que el mundo conozca.", decía Jesús (Jn. 17,21).

El P. Chevalier pasa el mes de febrero de 1869 en Roma, haciendo todas las diligencias necesarias para la aprobación de las Constituciones de la Sociedad de los Misioneros del Sagrado Corazón. Esa aprobación depende de los "Ministerios" oficiales de la Iglesia, compuestos por juristas puntillosos. El Papa no está directamente implicado, pero el P. Chevalier se encuentra con él (para pedirle entre otras cosas la coronación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en su nombre). Pío IX se interesa mucho por el desarrollo de la Congregación que él mismo había favorecido en 1860, y le da una bendición particular. El 8 de marzo, el decreto es firmado. Los Misioneros del Sagrado Corazón tienen ahora un lugar reconocido en la Iglesia. Ya no forman sólo una pequeña asociación dependiente de un obispo. Van a poder recorrer el mundo, ir a todas partes.

Tan pronto pasaron las fiestas de la coronación de Nuestra Señora, que han mantenido a todo el mundo ocupado, se abrió un noviciado con todas las de la ley (en Montluçon) el 12 de septiembre: El 19, los Misioneros del Sagrado Corazón (son solamente 11) se reúnen en "Capítulo" (asamblea general), y eligen con todos los requisitos su Superior (el P. Chevalier, claro). Y pronuncian, pero esta vez oficialmente, sus votos religiosos, el 28 de septiembre. Ya estamos en 1869, 15 años después del "signo" dado por Nuestra Señora, el 8 de diciembre de 1854. La Congregación sale del período de la infancia y se hace adulta. En lo sucesivo tiene una organización completa y una existencia canónica.

El P. Chevalier tiene ya 45 años. Durante los últimos 15 años, a la vez predicador expresivo, constructor audaz, y organizador visionario, ha desplegado una actividad prodigiosa. Aun en el plano humano, causa admiración. ("Hubiera tenido éxito en todas partes", dijo uno muy cercano a él). Pero no perdió nunca de vista la "misión" a la que se sentía llamado. Es su gran fuerza.

Los Misioneros del Sagrado Corazón siguen en número reducido, pero pronto se van a multiplicar. Diez años después, en 1879, suman 63, cuyo promedio de edad es de 32 años. Y al año siguiente, acontecimientos trágicos van a apresurar la extensión extraordinaria de la Congregación en otros países y llevar a los Misioneros del Sagrado Corazón hasta los antípodas.

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EL PADRE CHEVALIER Y EL PAPA

En el tiempo de su seminario mayor, Julio Chevalier escribía: "Hice la teología con Bailly, que nos recomendaban como un autor seguro. Dios me hizo la gracia de no compartir ese sentimiento. En clase luché contra él con el respeto debido al profesor. A esas teorías de Bailly, archi-galicano, les tenía horror. Por eso las discusiones eran acaloradas, apasionadas. Pasaba yo como un ultramontano, y no era el único. Casi todos estaban en contra del autor y del profesor". "Galicano", "ultramontano", he aquí palabras de Iglesia olvidadas ahora. Sin embargo, en su época, ocasionaron oposiciones mucho más fuertes que en tiempos más cercanos a nosotros, las palabras "tradicionalista" y "progresista".

Galicano viene del latín: 'gallicus'. Esa palabra quería decir galo; es decir francés. El Galicanismo es la Iglesia de Francia, pero con un sentido particular. Es la Iglesia de Francia, autónoma, nacional, independiente del Papa. El Galicanismo es una historia muy vieja, pero tuvo su apogeo y sus teóricos desde el siglo 17 hasta la Revolución. Entonces se vivía en régimen de "Cristiandad", las leyes de la Iglesia eran utilizadas, a menudo, como leyes del Estado. Por otra parte, el Papa ostentaba un gran poder temporal. Tenía grandes Estados y se consideraba más o menos como el soberano que debía regentar el mundo.

Porque no se había sabido separar lo que es del Cesar de lo que es de Dios, el Cesar trataba de sobreponerse. El rey, coronado en Reims, considerado como elegido de Dios, con poder absoluto, se creía (Luis XIV, por ejemplo) jefe de la Iglesia en su Reino de Francia. Además estaba alentado por el alto clero, que encontraba privilegios en el hecho de tener dos soberanos (es más fácil entonces oponer uno al otro, y no obedecer a ninguno). En 1682, una declaración de la Asamblea del Clero proclamaba las libertades de la Iglesia galicana, casi independiente de Roma. Al Papa se le reconocía solamente cierto derecho de supervisión.

En cuanto a la palabra "ultramontano", no tiene la nota excesiva que podría suponer el prefijo "ultra". Hoy en día diríamos "trasalpino" sencillamente. "Ultramontano": del otro lado de las montañas (los Alpes), es decir partidario de Roma, del Papa. El conjunto del joven clero era, en el siglo 19, ultramontano, y se entiende fácilmente. La Revolución había estado a punto de aniquilar la Iglesia de Francia con el régimen al que estaba ligada. La salvación no podía venir sino poniendo a la Iglesia encima de las contingencias locales, insistiendo sobre su carácter universal, católico. Y en la época, el hecho de que la Iglesia sea "romana" parecía ser la prueba de esa universalidad.

Ese movimiento de reacción recibirá pronto una aprobación oficial. Ya en 1850, el manual de Bailly "archi-galicano", usado en los seminarios desde decenios, será retirado y prohibido. Más importante: ese impulso hacia una Iglesia más universal desembocará en el Concilio Vaticano I, en 1870, a la proclamación del dogma de la infalibilidad pontifical.

Así que Julio Chevalier era ultramontano. Y no era el único entre sus

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condiscípulos, pero, como nos lo dan a conocer sus recuerdos, estaba entre los más atrevidos y los más atentos defensores de esa posición. Es un poco extraño cuando se piensa que muy poco tiempo antes no era más que un pequeño zapatero sin instrucción. Y en su familia, tan pobre, la mayor preocupación debía ser la subsistencia cotidiana y no los debates de ideas. Entonces, ¿de dónde le viene esa confianza?

Sin duda alguna, tomando en cuenta el aspecto universal de su vocación el mundo era y será siempre para él el marco de su apostolado. Su primer impulso había sido ser misionero a lo lejos. Frente a las reticencias de su Superior, había aceptado el compromiso: primero Issoudun. Pero la palabra clave de todas sus empresas será:

"En todas partes". Cuando "descubrió" el Sagrado Corazón, su lema fue: "Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús". Y ese lema sigue siendo el de su Congregación. Ser "romano" (ultramontano) resultaba, como una evidencia, de su concepción del sacerdocio, para dar como Jesús, con Jesús, su vida al mundo: Cuando haya sido elevado, atraeré a todos hacia mí". Jesús también dijo: "Vayan por el mundo entero, anuncien la Buena Noticia a toda la creación". Entonces "los discípulos salieron a predicar por todas partes".

Ya hemos visto cómo el Papa Pío IX acoge siempre favorablemente al P. Chevalier. Se interesa de cerca en su proyecto de congregación, se inscribe en la Cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, acepta que sea coronada la estatua en su nombre. Fomenta vivamente la fundación de la Pequeña Obra y manifiesta interés en dar él también un centavo (era un centavo de oro) como señal de apoyo y de aliento a todos los donantes. Halla excelente la idea de los Sacerdotes Asociados y desea su desarrollo. Aprueba con gozo las primeras Constituciones en 1869.

En 1874, cuando el P. Chevalier va a Roma para la aprobación definitiva de su Congregación, lleva todos los documentos necesarios y las cartas de recomendación firmadas por 28 obispos. Teme un poco que las formalidades den largas vueltas (las cosas de palacio van despacio). Pero el Papa dice: "Mañana tengo que ver al Cardenal encargado, le voy a apresurar". Y Pío IX lo hizo tan bien que, en un mes (plazo muy corto, a lo que parece), y por una delicada atención, el día de la fiesta del Sagrado Corazón podía firmar el decreto.

Entonces, el P. Chevalier, alentado por tanta bondad, presenta una petición inhabitual. Pide a Pío IX que permita a los Misioneros del Sagrado Corazón considerarlo como su fundador y como el Superior de su Congregación. Y el P. Chevalier narrará más tarde: "Pío IX se dignó declararse, en un documento firmado de su puño y letra, Superior real y efectivo de nuestro Instituto que consideraba como suyo, y nos autorizó a llevar un hábito semejante al suyo, es decir una sotana blanca con una capa roja y un birrete blanco". El P. Chevalier quería revestirlo sin demora, pero el Papa le dijo que hablara con el obispo. Este, vistas las molestias que causaba el gobierno a las congregaciones, pensó que ése no era el momento de llamar la atención. Aconsejó conservar la sotana negra, pero con el cuello "romano" en lugar del alzacuello que llevaban los sacerdotes de Francia y también un emblema del Sagrado Corazón cosido en el pecho.

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A su vez el Papa quiso expresar un deseo medio velado. "En otro tiempo, se me solicitó consagrar la Iglesia al Sagrado Corazón. La época no era favorable. Pero si hoy los católicos me lo piden, lo haré con gusto. Hay que responder a la piedad de los fieles.

Al salir de esa audiencia donde el P. Chevalier estaba acompañado del P. Vandel y del P. Jouët, los tres Padres encantados deciden hacer todo lo posible para que se realice ese proyecto para gloria del Corazón de Jesús: que la Iglesia entera le sea solemnemente consagrada. Se redacta una petición, publicada en los Anales (junio 1874). Estos tienen ya una tirada muy numerosa, pero "se hace imprimir un gran número de ejemplares en separata y se envía en el mundo entero".

Antes de seis meses el P. Chevalier vuelve a tomar el camino de Roma, "llevando en un magnífico volumen in-folio las cartas de 160 cardenales, arzobispos y obispos de Francia, Italia, España, Holanda, Bélgica, Canadá y otros países. También las adhesiones de los abades mitrados y de los superiores generales de un gran número de Ordenes religiosas y Congregaciones. Y 28 volúmenes de peticiones firmadas por los fieles, conteniendo cada uno 100,000 firmas, lo que hace un total de 2,800,000. Poco después, otros dos volúmenes fueron enviados desde Issoudun, lo que lleva a 3,000,000 el número de firmantes".

El Papa mandó contestar: "Hemos ordenado transmitir esas peticiones a la Sagrada Congregación de los Ritos, a la que toca estudiar esos asuntos con todo el cuidado y la madurez que ameritan". Pero, sin duda hizo activar la poca celeridad administrativa, pues "el 16 de junio de 1875, Pío IX consagró todos los fieles al Sagrado Corazón de Jesús". El Papa hizo depositar los 31 volúmenes en la Biblioteca Vaticana. León XIII hace alusión a ellos en su encíclica para la consagración del género humano al Sagrado Corazón.

A lo mejor somos menos sensibles a todo ese asunto de Consagración al Sagrado Corazón. Hoy en día, prestamos más atención a las encíclicas que tratan de cuestiones doctrinales y de problemas sociales o éticos de nuestro tiempo. Está bien, es normal. Pero, en esa época, los cristianos buscaban puntos de referencia en los trastornos del mundo, se despertaban a un descubrimiento de la Iglesia universal. Tal movimiento de opinión que llevó a la consagración fue de una importancia capital. El P. Chevalier fue el inspirador. Y se nos había olvidado.

Podríamos pensar que el interés de Pío IX para con el P. Chevalier y su obra provenía de una simpatía natural. Existen así personas que encontramos y que despiertan nuestra atención porque hallamos en ellas un eco de lo que nos interesa a nosotros mismos. Pero el Papa siguiente, León XIII, que tuvo menos oportunidades de encontrarse con el P. Chevalier, le manifestó el mismo interés. Por ejemplo, ofreció espontáneamente prestarle 100,000 francos (10 millones actuales) para ayudarle a comprar y restaurar en Roma una iglesia abandonada, para establecer allí la sede mundial de la archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Sin embargo, Pío IX y León XIII fueron Papas muy diferentes.

Pío IX, el más "largo" Papa de la historia (32 años: 1846-1878), se aplicó primero a numerosas reformas necesarias, con un espíritu liberal que le valió gran popularidad. Pero, expulsado de Roma por la revolución de 1848, regresó

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autoritario en la misma medida en que había sido liberal (sin duda se reprochaba haber sido débil y no haber previsto los acontecimientos). Restablecido en 1849 gracias al ejército francés, se opuso hasta 1870 a los propulsores de la unidad italiana. A pesar de esos acontecimientos, convocó el primer Concilio Vaticano (1869) que fue interrumpido por la guerra. En 1870, tuvo que doblegarse por la fuerza a la anexión de Roma como capital de Italia unificada, y, desde entonces, se consideró como prisionero en el Vaticano. En 1864, había publicado su encíclica "Quanta Cura", con su famoso corolario ("Syllabus"), que será tan criticado, condenando "numerosos errores del mundo moderno".

Pío IX, un santo Papa que su época no comprendió y que no comprendió su época. El P. Chevalier, más allá de los conflictos de ese tiempo, no veía más que lo esencial. Pío IX estaba persuadido que ese era el deber de un Papa. Pero para conservar lo que le parecía esencial, era llevado a luchar en otros frentes. Lo lamentaba sin duda, y eso mismo lo llevaba a ver con simpatía a hombres como el P. Chevalier.

En cuanto a León XIII, fue elegido Papa en circunstancias también difíciles para la Iglesia: cuestión romana, capitalismo y socialismo, cientificismo, colonialismo, expansión demográfica, desunión de los cristianos; otros tantos problemas que enfrentó valerosamente. No supo arreglar la cuestión del poder temporal de los Papas (llegó a considerar, en 1881, refugiarse en Austria). Pero consiguió reconciliar a los cristianos con sus gobiernos respectivos (aconsejó a los Franceses a unirse a la República). En su encíclica sobre la cuestión obrera, "Rerum Novarum", que tuvo una gran resonancia, denunciaba los daños del liberalismo. Y en "Aeterni Patris" (1879), daba nuevo impulso a los estudios teológicos. Fue un gran Papa misionero, organizó la jerarquía católica en la India, en el Japón, en África. Trabajó mucho también por la unidad de los cristianos.

En 1889, publicó la encíclica "Annum Sacrum", la primera consagrada al Sagrado Corazón. En ella asienta las bases teológicas de esa devoción. Al final del mismo año, procede a la consagración solemne del género humano al Sagrado Corazón. En 1903, instituye una archicofradía dedicada al Corazón de Jesús en la Eucaristía. Así expresa claramente el vínculo estrecho entre el Sagrado Corazón y la Eucaristía. La adoración perpetua se desarrolla, y la práctica de la comunión frecuente se difunde.

Hay muchos puntos de convergencia con el P. Chevalier. Éste también era el blanco de persecuciones, y su Congregación tuvo que exilarse en 1880. También él tenía viva conciencia de los males de su tiempo. E igualmente para él, el remedio estaba en dar a conocer y amar al Sagrado Corazón en el mundo entero. La Eucaristía estaba también en el centro de su vida ("Los miembros de la Sociedad rendirán un culto especial al Sagrado Corazón de Jesús, sobre todo en el sacramento de la Eucaristía.", dicen las Constituciones). Creía igualmente en la fuerza del amor para la reconciliación entre los hombres ("A ejemplo del Buen Pastor, atraerán a sus ovejas por los vínculos de una tierna caridad, y no vacilarán, si fuere necesario, en dar la vida por ellas.").

León XIII murió en 1903, y el P. Chevalier en 1907. Hombres de la misma época en la Iglesia.

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EN LOS TORBELLINOS DE LA HISTORIA

En 1872, la parroquia de Issoudun se encuentra vacante. El P. Maugenest, religioso de corazón, pero de hecho sacerdote diocesano, se cansó de estar “sentado entre dos sillas”. No podía volver a ser Misionero del Sagrado Corazón sin obligar al obispo a retractarse, pero siempre atraído por la vida religiosa y la predicación, entró con los Dominicos. El Arzobispo pide entonces al Padre Chevalier que acepte el cargo de párroco.

Alega dos razones: primero, una perfecta armonía entre la Basílica y la parroquia para el bien de Issoudun. Después, un gran temor por el porvenir suscitado por los trastornos políticos que se vislumbran. Hay que temer que las Congregaciones conozcan las más grandes dificultades en un futuro cercano. La parroquia, para los Padres, podría ser una base de retirada.

En efecto, más de 50 años después de la Revolución, Francia tiene problemas para encontrar su identidad, vacilando entre la nostalgia del pasado tumultuoso pero conocido, y por tanto tranquilizador, y las incertidumbres de un nuevo universo lleno de promesas y de peligros. Por eso es que ese siglo 19 es un período fascinante. Es verdaderamente el centro entre el mundo viejo y el mundo moderno; y la Iglesia es llevada en ese torbellino, a menudo contra su voluntad.

La Revolución fue una conmoción, una perturbación. Esa perturbación hubiera podido ser de otra manera, sin tanta violencia. Pero nadie se dio cuenta de que era necesaria, inevitable. La gente la sufrió entonces tratando de salvar desesperadamente fragmentos de lo que habían sido sus auténticos valores, su seguridad y su normalidad. Cuando una casa se derrumba, se tiene la tentación de apuntalarla, de tapar las grietas, de esconder los daños, para conservarle su antiguo aspecto. Pero ha llegado el tiempo de hacerla nueva, desde la base. Una casa reconstruida sobre las bases sólidas de la vieja, pero respondiendo mejor a las necesidades de cada uno, más acogedora para todos, y más segura frente a las tempestades por venir.

Antes de 1789, la Iglesia abarcaba todos los sectores de la vida humana. Después de la Revolución, un mundo se constituye fuera de la Iglesia: la sociedad industrial, las nuevas filosofías, el mundo científico. Por mucho tiempo, la Iglesia ha levantado barreras contra las amenazas del mundo exterior. Y ahora surge el riesgo de que se quede extraña al mundo. Los obispos, procedentes de familias de notables, no son insensibles a la miseria de los suburbios obreros, pero existe en ellos una especie de incapacidad para analizar las causas, y por ende para encontrar los remedios. Las antiguas parroquias urbanas aumentan desmedidamente. No hay más contacto con el sacerdote. El Clero permanece en el plano estrecho de la moral individual: los patronos deben ser generosos, y los

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obreros, virtuosos.

Los primeros socialismos hacían referencia al Cristianismo. En la segunda mitad del siglo, se vuelven irreligiosos, considerando a la Iglesia como solidaria del poder explotador. Es el tiempo de Prudhon, de Marx, de la primera Internacional. Los responsables religiosos no pueden sino oponerse a ese socialismo que niega a Dios, pero no tienen otro tema de prédica que la resignación y el fomento de las obras caritativas. Los cristianos que se interesan por los problemas sociales son los conservadores. Sueñan con una contra-revolución que restablecería el antiguo orden y pondría fin al desorden presente. Son generosos pero muy paternalistas.

Habrá que esperar la encíclica "Rerum Novarum" (en 1891: un poco tarde) para que aparezca algo más realista. León XIII constata en ella que el mundo ha cambiado, que la concentración de las riquezas en las manos de unos pocos trae una "miseria no merecida" para los otros. Llama a los católicos a abrir por fin los ojos sobre el mundo en el que viven.

En ese contexto, el lugar del P. Chevalier es completamente original. No tiene posición prefabricada frente al problema social. Contrariamente a muchos otros, no tiene solución que proponer. La formación que ha recibido no lo ha preparado a tomar los problemas de su época por la fuerza. Su intuición, su fin, su "misión", su pasión se sitúan en otro plano. "Todo principio y todo sentimiento religiosos han desaparecido de las instituciones, decía la encíclica de León XIII, y los trabajadores están aislados y sin defensa." Es exactamente el sentimiento de Julio Chevalier, y quiere sacar a los hombres de su aislamiento, presentándoles a un Dios muy cercano. No un Dios paternalista que legisla, condena y recompensa; no un Dios lejano que acepta más o menos la necesidad de misterio y de sagrado que hay en todo corazón humano; sino un Dios cercano, humano. Un Dios que ama y que espera una sola cosa: ser amado.

Julio Chevalier piensa que es el Amor que salvará al mundo. No quiere restablecer nada, ni restaurar nada. Es un mundo nuevo que tiene a la vista (del Corazón de Cristo, veo surgir un mundo nuevo."). Cuando uno ama y se siente amado, todo se hace nuevo, se ve todo bajo una nueva luz, y se encuentran caminos nuevos. No hay más deberes ni obligaciones, porque se toma la delantera y se los rebasa. No existen mas indecisiones, ni temores, ni búsqueda angustiada y estéril, pues el amor es espontáneo, creativo, y mira hacia el porvenir.

El P. Chevalier no propone soluciones a los males de su tiempo, sino la manera de eliminar su fuente. Nacen como efecto de la indiferencia, del egoísmo, de la ignorancia, de la envidia, de la injusticia, de la mentira. Y san Pablo dice: "El amor es paciente, servicial y sin envidia. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad." (1 Cor. 13,4-6).

Podríamos agregar: el amor, el verdadero, no excluye a nadie. Pues el que ama

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quisiera compartir su felicidad con todos. Por eso es que en boca del P. Chevalier se repiten esas palabras: todos. en todas partes. La indiferencia contra la que quiere luchar primero es la falta de referencia no a ciertos valores, sino a Alguien, luchar contra el anonimato, la soledad, la tristeza, la vida sin meta.

Esas reflexiones eran necesarias para comprender la continuación de los acontecimientos en que serán arrastrados el P. Chevalier y su Congregación. Se podría pensar que vivió esa época, llevado contra su voluntad por aventuras que no le interesaban. Poco importa lo que se haga, aparecerá a menudo como el pequeño sacerdote que fundó "su" obra en el marco de una pequeña ciudad, aislado del mundo agitado. Solamente las circunstancias hubiesen provocado la extensión de su congregación. Ahora bien, desde el comienzo, es la toma de conciencia de los males de su tiempo que determinó al P. Chevalier a fundar su congregación para dar a conocer a todos los hombres el amor de Cristo.

En el momento en que el obispo recurre a él para encargarse de la parroquia de Issoudun, graves acontecimientos habían sucedido en Francia. La breve guerra de 1870 trajo la caída de Napoleón III. El país está traumatizado por la derrota. Las elecciones de 1871 dan una mayoría rural y conservadora que espera una restauración de la monarquía. Pero la población de París se subleva contra la Asamblea y el gobierno de Thiers. La "Comuna" es proclamada. Violentas medidas son tomadas contra la Iglesia: confiscaciones, detenciones. La represión ordenada por Thiers es terrible (varias decenas de millares muertos). Los rebeldes, por su parte, fusilaron sus rehenes (entre otros el Arzobispo Mons. Darboy y 24 sacerdotes).

Una vez sometida la revuelta de la Comuna, el Gobierno y la Asamblea (llamada del "Orden Moral") se muestran muy favorables a la Iglesia. Comienza la construcción de la Basílica de Montmartre, declarada de "utilidad pública". Cien diputados siguen oficialmente una procesión nacional a Paray-le-Monial. Una ley concede la libertad a la enseñanza superior católica. Todas esas medidas exasperan al campo de los "Republicanos" que esperan su revancha. En adelante hay dos Francia: una, "republicana", anticlerical y laica a ultranza; la otra, "monárquica" por oposición, ligada, sin matices, a los valores tradicionales.

Y el P. Chevalier, ¿de cuál Francia es miembro? De ninguna. Se situaba muy por arriba. Se dijo que era realista. Digamos solamente que no era republicano: lo que no es la misma cosa. Era imposible que fuera "republicano" en el sentido que tenía entonces ese nombre. Pues el republicano se define, en esa época, por su admiración hacia la Revolución que ha arrancado a los franceses a la servidumbre de los nobles y de los sacerdotes. Cree también en el progreso indefinido de la Ciencia. El católico le aparece como el adversario que quiere restablecer la monarquía, y como el testigo de una religión oscurantista, llamada a desaparecer (y que hay que ayudar a desaparecer).

En ese contexto, el P. Chevalier acepta ser párroco de Issoudun. El obispo le hizo ver que era prudente prever una alternativa. Las congregaciones religiosas serán perseguidas. Pero el más "republicano" de los gobiernos no podrá atacar a

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los curas de parroquia. La población no lo permitiría. Para el P. Chevalier, ser párroco era la seguridad de permanecer en Issoudun y de salvar su obra, a lo menos en parte.

Recordamos que en los comienzos de su instalación en el "Sagrado Corazón", el P. Chevalier hizo todo lo posible para no estar limitado a una parroquia. Pero las circunstancias han cambiado. Quince años antes, eran solamente dos sacerdotes. Aceptar una parroquia era emplear toda la Congregación en ese ministerio. Ahora, no será más que una obra entre otras. Y el P. Chevalier siempre ha dicho que se puede ser Misionero del Sagrado Corazón en todas partes: como párroco, profesor, capellán, misionero en países lejanos. La única cosa que lo hizo vacilar es que él mismo estaba sobrecargado: ¿podría llevar todo al mismo tiempo?

Sí, lo podrá. Y lo hará muy bien, mientras se ocupa activamente de su Congregación, sacudida por los acontecimientos y que, a pesar de eso (quizá por eso), se desarrolla. Supervisa la peregrinación a la que da un impulso nacional e internacional, vigila la organización de la Archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que tiene ahora su sede en Roma y está establecida en numerosos países. Además, y sobre todo, será el tiempo de su segunda gran obra: la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que funda y a la que ayuda en su desarrollo.

Pero también transformará la parroquia en profundidad. Su primera preocupación serán los catecismos a los que da vigor y seriedad. Instituye una misa de los niños, una misa para los hombres, la adoración perpetua, y numerosas obras de caridad y de piedad para los jóvenes, muchachas y muchachos, los hombres y las mujeres. Sabe movilizar todas las buenas voluntades y se hace ayudar por los Padres jóvenes. Y a pesar de todas esas actividades y preocupaciones, comienza la reconstrucción de la inmensa iglesia parroquial, en ruina desde la Revolución. Su pena será de no haber podido terminar la aguja del campanario, por la mala voluntad de la municipalidad. Permanecerá párroco de Issoudun durante 35 años: hasta su muerte.

Sin embargo, en Francia, las cosas cambian, como era previsible. En 1876, estrenando la nueva Constitución de la República, aceptada con un solo voto de mayoría, los electores escogen la Asamblea. Por primera vez, el voto universal está vigente (hasta ese momento existía el voto censual: podían votar solamente los que pagaban ciertos impuestos). El resultado es indicativo: las dos terceras partes de los diputados son republicanos fanáticos. El Presidente Mac-Mahon resiste sólo tres años y renuncia en 1879. El republicano Grevy se convierte en Presidente, con un gobierno republicano y una gran mayoría republicana. El ministro de Educación, Julio Ferry, se mostrará particularmente activo y eficaz.

Los Republicanos quieren reducir la religión a la vida privada ("El enemigo es el clericalismo", es el slogan de moda). Y la Iglesia tiene en sus manos la casi totalidad de la enseñanza secundaria y primaria, educando, de hecho, opositores al gobierno. Para poner orden a su manera, Julio Ferry toma una serie de medidas.

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Una ley decreta la enseñanza primaria gratuita y obligatoria. En consecuencia, cada departamento deberá mantener una escuela normal laica. Esas medidas fueron recibidas casi sin oposición; entonces se dio otro paso: la enseñanza privada es tolerada, pero solamente las Congregaciones con visto bueno del gobierno podrán enseñar.

Se apunta principalmente a los Jesuitas en la enseñanza secundaria, así como a los Dominicos. Pero la mayoría de las pequeñas congregaciones (aun las que tienen solamente escuelas primarias) se unen, sea por solidaridad con los Jesuitas, sea porque juzgan inútil pedir la autorización que, piensan, les será sistemáticamente negada. Delante de ese frente opositor, el Gobierno decide la expulsión de todas las congregaciones no autorizadas.

En conformidad con el clima de la época, las cosas se desarrollan sin delicadeza. La policía, la gendarmería, el ejército ejecutan las órdenes duramente, tumbando puertas y expulsando a los religiosos sin miramiento. En ciertos lugares, hartos de las reacciones hostiles de la población, los soldados sobrepasan las consignas, quitando los crucifijos y se dedican a profanaciones inútiles. Los católicos permanecerán traumatizados por mucho tiempo.

En Issoudun, donde se conoce el cariño de los habitantes por su "Sagrado Corazón", las autoridades toman toda clase de precauciones. El 5 de noviembre de 1880 (un primer viernes), desde las 5 de la mañana, la plaza es invadida por la tropa. La gendarmería a caballo guarda las calles, todos los guardias municipales están en pie. El prefecto y el subprefecto están allí para vigilar las operaciones. El comisario de policía, llevando su insignia, se presenta a las 7, rodeado de sus agentes, de un cerrajero con un manojo de llaves y de un carpintero armado de una hacha para tumbar las puertas en caso de resistencia.

Después de las intimaciones legales, el cerrajero abre las puertas. Delante de una de ellas, el P. Chevalier está de pie y protesta con energía contra esa violación de domicilio. El comisario no hace caso y, acompañado de sus agentes y del cerrajero, visita todas las habitaciones, las manda a abrir por la fuerza y expulsa a los misioneros, por la fuerza de las armas. Después se cierra la Basílica y es declarada prohibido al culto. Se le ponen los sellos.

El único refugio que queda a los Misioneros del Sagrado Corazón es la casa curial de Issoudun, declarada oficialmente propiedad de la diócesis. Los Padres que no caben en ella son acogidos por familias de la ciudad. En cuanto a los alumnos de la Pequeña Obra que salieron de Chezal-Benoît algunos días antes, previendo los acontecimientos, serán alojados aquí y allá en dormitorios improvisados, acomodados de prisa.

Al anochecer, los vitrales de la capilla de Nuestra Señora del Sagrado Corazón brillan todavía durante algunas horas por el reflejo de las pequeñas lámparas de aceite. Y… ellas también se apagan.

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Epílogo

Las pequeñas lámparas del santuario volverán a prenderse un día. Brillan hasta ahora, iluminando la capilla de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en una atmósfera de recogimiento particular.

Pero ¡cuántos acontecimientos, mientras tanto! Los Padres son obligados a exilarse. Irán a Bélgica, Holanda, Austria, España, y más lejos todavía, mucho más lejos. Más pronto de lo que se había pensado, se multiplicarán en todas partes.

El P. Chevalier, aislado en la casa curial de Issoudun, sigue velando y apoyando a sus Padres en todos los países donde están dispersados, conociendo las dificultades de ellos, pues algunos viven en la más extrema pobreza, pero animados por el entusiasmo que ha sabido inspirarles su fundador.

Tan temprano como 1881, desde España, partirán los primeros misioneros hacia la prestigiosa misión de Papuasia. Entonces ésta no era más que un territorio desconocido, salvaje y lejano. No hace todavía 25 años que el P. Chevalier llegó a Issoudun y ya sus Misioneros del Sagrado Corazón están en los antípodas, del otro lado de la tierra, para hacer amar en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús.

La Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, fundada muy modestamente y en medio de las más grandes dificultades en 1874, conocerá también un desarrollo magnifico y rápido en el mundo entero, a pesar de esa época atormentada.

El P. Chevalier fallecerá en 1907, después de haber sido expulsado por la fuerza de su casa curial en medio de una nueva persecución.

Pero eso es otra historia que merecería ser escrita un día. La presente y modesta publicación no tenía como objetivo narrar la historia de las Congregaciones fundadas por el P. Chevalier, sino responder a la única pregunta: ¿quién era Julio Chevalier? ¿De dónde salió ese hombre? ¿En qué época se sitúa? ¿Cómo llegó a fundar, en una pequeña ciudad de provincia poco conocida, una obra mundial de esa importancia? La pregunta de fondo que muchos hacían: “Julio Chevalier, ¿quién es?"

ÍNDICE

Prefacio

ENCUENTRO

DESPUÉS DE LA TORMENTA,

LAS PRIMERAS VOCACIONES.

LA SEGUNDA OLA

LOS SULPICIANOS

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EL SAGRADO CORAZÓN

JULIO, ¿QUIÉN ES?

JULIO CHEVALIER, SACERDOTE

ISSOUDUN

8 de DICIEMBRE DE 1854

LOS COMIENZOS

NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN

LA PEREGRINACIÓN

EL PROGRESO DE LA CONGREGACIÓN

EL PADRE CHEVALIER Y EL PAPA

EN LOS TORBELLINOS DE LA HISTORIA

EPILOGO

ÍNDICE