Juicio a socrates

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JUICIO A SOCRATES Vocero: Vosotros, que eligió la suerte con la aquiescencia de los dioses sabed que debéis dar vuestra sentencia en ocasión del proceso iniciado por Meleto y apoyado por Anito y Licón, contra Sócrates. Meleto, hijo de Meleto, acusa a Sócrates hijo de Sofrónico de los siguientes crímenes. Primero: Sócrates no cree en los dioses de Atenas. Segundo: Sócrates propone nuevas creencias. Tercero: Sócrates corrompe a la juventud. El acusador pide la pena de muerte. Tiene la palabra el primer acusador, tiene la palabra Meleto. Meleto: No son intereses personales los que me traen ante este tribunal para acusar del crimen de impiedad a nuestro conciudadano Sócrates. Es por amor Atenas. Sócrates pretende cambiar el culto de nuestros viejos dioses por el culto de nuevos dáimones, de cuya naturaleza por otra parte se guarda bien de revelar gran cosa. Y es que siempre fue más propenso a destruir, que a construir. Este crimen, ahora que hemos recuperado la paz, amenza con desencadenar contra nuestra patria, contra Atenas, la justa cólera de los dioses. Con ánimo profundamente afligido, siento que es mi deber solicitar la pena de muerte contra Sócrates. ¡la existencia misma de Atenas se halla en vuestras manos! Publico: ¿oíste? ¡Y dice que no tiene intereses personales…! Vocero: Tiene la palabra Anito. Anito: Atenienses, hace mucho que me conocéis y sabéis cuanto amo nuestra ciudad. Por culpa de Sócrates ya hemos sufrido un gran desastre. Los dioses no nos han protegido, y el justo castigo que nos Platon: Jantipa vengo del ágora. El discurso de Meleto fue muy malo. La gente no lo tomaba en serio. Licón: y es por eso que os digo, atenienses no dejéis que os dicten vuestra conducta. Ahora conocéis las acusaciones. Os conozco, y sé muy bien que sabréis tomar la mejor decisión de acuerdo a vuestra conciencia. Chasquidos…

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JUICIO A SOCRATES

Vocero: Vosotros, que eligió la suerte con la aquiescencia de los dioses sabed que debéis dar vuestra sentencia en ocasión del proceso iniciado por Meleto y apoyado por Anito y Licón, contra Sócrates. Meleto, hijo de Meleto, acusa a Sócrates hijo de Sofrónico de los siguientes crímenes.

Primero: Sócrates no cree en los dioses de Atenas.

Segundo: Sócrates propone nuevas creencias.

Tercero: Sócrates corrompe a la juventud.

El acusador pide la pena de muerte. Tiene la palabra el primer acusador, tiene la palabra Meleto.

Meleto: No son intereses personales los que me traen ante este tribunal para acusar del crimen de impiedad a nuestro conciudadano Sócrates. Es por amor Atenas. Sócrates pretende cambiar el culto de nuestros viejos dioses por el culto de nuevos dáimones, de cuya naturaleza por otra parte se guarda bien de revelar gran cosa. Y es que siempre fue más propenso a destruir, que a construir. Este crimen, ahora que hemos recuperado la paz, amenza con desencadenar contra nuestra patria, contra Atenas, la justa cólera de los dioses. Con ánimo profundamente afligido, siento que es mi deber solicitar la pena de muerte contra Sócrates. ¡la existencia misma de Atenas se halla en vuestras manos!

Publico: ¿oíste? ¡Y dice que no tiene intereses personales…!

Vocero: Tiene la palabra Anito.

Anito: Atenienses, hace mucho que me conocéis y sabéis cuanto amo nuestra ciudad. Por culpa de Sócrates ya hemos sufrido un gran desastre. Los dioses no nos han protegido, y el justo castigo que nos

Platon: Jantipa vengo del ágora. El discurso de Meleto fue muy malo. La gente no lo tomaba en serio.

Licón: y es por eso que os digo, atenienses no dejéis que os dicten vuestra conducta. Ahora conocéis las acusaciones. Os conozco, y sé muy bien que sabréis tomar la mejor decisión de acuerdo a vuestra conciencia.

Chasquidos…

Juez: Hemos escuchado a los acusadores. Tiene la palabra el acusado, tiene la palabra Sócrates.

Sócrates: Os han dicho atenienses que yo soy un orador, yo os digo que a mi edad, 70 años no haría bien en practicar la elocuencia, es la primera vez que comparezco ante vosotros llamado por una corte de justicia, pero los que me han oído hablar en calles y plazas podrán deciros que hablo aquí como hablo siempre y en todo lugar: a mi manera, es decir, buscando la verdad sin argucias formales. La ley exige que tome la palabra para

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defenderme y me defenderé. Sin embargo antes de responder a mis acusadores, a los que escuché con la mayor atención, debo responder a las malas lenguas que por más de 20 años insisten en confundir con cierto Sócrates, hombre ocupado en escrutar los misterios de la tierra, o, lo que es aún más grave en venerar las nubes. Un personaje así solo está en el espíritu de los que tan malignamente me han puesto en escena ¡Como un Ateo! y Aristófanes o sus imitadores, no disimulan bajo sus bufonadas la severidad de sus acusaciones.

Ahora bien, el personaje que os presentan, que camina en el aire o hace mil locuras, más o menos científicas, de las que nada sé, en modo alguno se me parece. Apelo aquí al testimonio de los que me conocen. Cuando se dice que me ocupo de la educación de muchos jóvenes para cobrar honorarios, y para enseñarles a hacer justa una causa injusta, se incurre en falsedad. Yo, de hecho, me contento con buscar la verdad. Si tuviera la fortuna de ser sabio como “Hipias” o como “Gorgias” a quienes todos conocéis, ciertamente que no vacilaría en cobrar. Desafortunadamente, soy ignorante y mi único conocimiento reside en saber que no sé nada. Pero es éste un tipo de conocimiento que no se puede vender. Ahora alguno podría exclamar: “Pero dime, Sócrates, si no hay en ti nada extraordinario por qué esta calumnia y este proceso?” Y yo responderé: “Porque poseo la sabiduría”

Chasquidos…

Por favor… ¡por favor! Me apoyo en el testimonio del dios de Delfos. Todos habéis conocido a Clerofonte. Para mí fue un amigo de la infancia, y su muerte me conmovió. Para vosotros, era un demócrata, un hombre que conoció el exilio bajo el dominio de Esparta. Su hermano está aquí, y testimoniara por mí en su lugar.

Hermano de Clerofonte: En Delfos, mi hermano Clerofonte preguntó a la Pitia si había mundo alguno más sabio que Sócrates. La Pitia respondió que no había en el mundo ninguno más sabio.

Sócrates: Con esta respuesta del oráculo quedé atónito, pues no tenía conciencia de ser sabio. Sin embargo, como el oráculo no puede mentir me puse a la búsqueda de todos aquellos que pasaban por ser sabios, con la esperanza de descubrir el sentido de la palabra divina. Luego de interrogar a un gran número de hombres eminentes, comprendí de repente lo que quería decir el oráculo. Yo era el más sabio, porque todos esos políticos, esos poetas y artesanos presumían de saber sin saber nada, mientras que yo, Sócrates, tuve siempre conciencia de mi ignorancia. Me hice muchos enemigos, porque a menudo son los más encumbrados los que tienen mayores defectos, pero yo permanezco al servicio del dios que me obliga a buscar la verdad, aun cuando esta búsqueda me ha revelado que cuantos pretenden ser sabios, no lo son en modo alguno.

Ahora me dirijo a Meleto. Este ciudadano ejemplar, este Meleto, yo os digo que es culpable, porque me trae a la corte pretendiendo interesarse por cosas de las que nada sabe. Responde una pregunta, Meleto. ¿No das acoso una gran importancia a la educación de la juventud?

Meleto: Si, ciertamente.

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Sócrates: Dado que pretendes que soy yo, Sócrates, el que corrompe a la juventud, tú sabrás seguramente quien la hace mejor. ¡Bueno responde! Tu silencio podría hacer sospechar a la corte que no sabe nada ¿Quién hace mejores a los jóvenes?

Meleto: ¡Las leyes!

Sócrates: ¿Y quién tiene el mejor conocimiento de las leyes?

Meleto: Mira en torno tuyo, Sócrates. ¡Tus jueces!

Sócrates: ¿Todos, o sólo algunos de ellos?

Meleto: Todos.

Sócrates: ¡Por Zeus, qué buena noticia! Y todos esos que nos escuchan ¿También ésos tiene una buena influencia sobre la juventud?

Meleto: ¡Sin duda!

Sócrates: ¿Y los miembros del consejo?

Meleto: Los miembros del consejo, también.

Sócrates: En suma, todos los atenienses tienen buena influencia sobre la juventud. Todos salvo Sócrates, que al contrario la corrompe, ¿No es esto lo que dices?

Meleto: Si ¡Y con todas mis fuerzas!

Sócrates: ¡Ah, que pobre hombre este Sócrates! ¡Que horrible destino! ¡Y qué gran felicidad si fuese cierto que todos en la ciudad tienen buen influencia sobre la juventud, y que solo un hombre, este Sócrates, la corrompe! Acabas de demostrar, Meleto, que no tiene mínimo conocimiento de los problemas por los que me han iniciado proceso. Pero dime ¿No es acaso cierto que los malos hacen siempre mal a los que se les acercan, mientras que los buenos, les hacen siempre bien?

Meleto: Convengo en ello.

Sócrates: ¿Y conoces alguno, quizás, que prefiera las malas artes a las buenas?

Meleto: ¡Ah, no, seguramente!

Sócrates: Acusándome de corromper a la juventud, es decir, acusándome de hacerla mala, crees que la corrompo voluntaria o involuntariamente?

Meleto: Voluntariamente, ¡Eso es bien seguro!

Sócrates: ¿Cómo es eso, Meleto? ¿Sabes que los malos hacen mal a todos los que se les acercan y pretendes que a mi edad yo no lo sepa? ¿Crees entonces que haciendo malos a los que me rodean no sé qué me expongo al peligro de ser maltratado por ellos?

Chasquidos…

Meleto: No

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Sócrates: O bien no corrompo a la juventud, o bien si lo hago, es sin quererlo, y en tal caso, esta culpa involuntaria no es de competencia de este tribunal

Publico: ¡Bien dicho, Sócrates, tienes razón!

Chasquidos…

Sócrates: Y aun imaginando que yo corrompa a la juventud, como dices, ¿Cómo explicas que esos jóvenes, ahora adultos, no hayan venido a censurarme? Ellos mismos, o al menos sus padres o hermanos.

Veo a Critón, padre de Critóbulo; a Adimante, padre de Platón; a Pausanias, padre de Antístenes, y otros más. ¿Por qué no se levantan contra mí? ¿Por qué no los convocaste para apoyar tu acusación? Dices que corrompo a la juventud incitándolos a no creer en los dioses de la cuidad para seguir otras creencias. Pretendes que mis dioses no son los de la ciudad ¿O intentas decir que no creo en ningún dios?

Meleto: Yo afirmo que no crees en ningún dios.

Sócrates: A diferencia de otros hombres, no creeré entonces que la luna y el sol son dioses.

Meleto: ¡Por Zeus, ciudadanos, el no cree! ¡Afirma que el sol es una piedra y que la luna es similar a la tierra!

Sócrates: ¡Pobre muchacho, por desgracia me confundes con Anaxágoras, y esta confusión difícilmente plazca a un tribunal que está mucho mejor informado que tú! Todos saben que es el libro de Anaxágoras el que abunda en tales proposiciones ¿Y no sería acaso ridículo de mi parte apropiarme de ideas ajenas? Pero para volver a la pregunta que te hice, ¿Entonces es cierto que no creo en dios alguno?

Meleto: Absolutamente cierto.

Sócrates: Dime Meleto ¿Es posible creer en la realidad de las acciones humanas sin creer en la realidad de los hombres? ¿Es creer en la equitación, por ejemplo sin creer en la existencia de caballos? No. Otra vez, ¿Se puede creer en la manifestación de un poder sobrenatural sin creer en dicho poder? ¿Es posible creer en los actos de los dioses sin creer en los dioses?

Meleto: No, es imposible.

Sócrates: ¡Ah, por fin respondes correctamente! Entonces admite que sí creo en la manifestación de un poder sobrenatural, creo implícitamente en la existencia de este poder.

Chasquidos…

Sócrates: Ciudadanos. La acusación de Meleto no es más que una calumnia. Esta calumnia puede darme la muerte, pero ante vosotros no pienso comportarme como un cobarde. Cuando en la guerra nuestros generales me asignaron un puesto permanecí firme. Y si un dios me asigna la tarea de razonar, no flaquearé. Los hombres temen a la

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muerte como si tuvieran certeza de que es el peor de los males. Por el contrario quizás sea el mayor de los bienes, y es de sabios reconocer nuestra ignorancia en lo que a ella toca. Os amo, atenienses, pero más que a vosotros, obedezco a mi dios. Y ya que él me lo manda, no cesaré de razonar hasta mi último aliento.

Oídme. En lo que respecta a mi vida personal, fui siempre de una negligencia que no se asemeja a la de un hombre común y si os hablo como un padre o como un hermano mayor es porque el dios que habita en mí me lo ordena. Ninguno de mis acusadores ha podido probar que mis solicitudes me hayan proporcionado nunca provecho alguno. Mi pobreza bastaría para desmentirlos.

Ahora bien, podría parecer extraño que, habiendo prodigado mis consejos a cualquiera, no me atreviese en la asamblea a dar consejos a la ciudad. Esto depende de una manifestación extraordinaria, que se produce en mí una voz interior que me disuade cada vez que quiero entrar en la política. Esta voz, por otra parte, me ha salvado la vida, ya que si hubiese hecho política, ya habría muerto hace tiempo. Y con esto, ciudadanos atenientes he terminado mi discurso. No intentaré inspirar piedad, ni mucho menos arrancaros una absolución. Recordad tan solo que mi dios me puso aquí. Si os dejáis convencer por mis acusadores, me condenaréis a muerte y el dios, luego de mi muerte, no os enviará ya a nadie más para defender la verdad. Os hundirá en un letargo interminable. Pensadlo.

Y ahora me remito a vosotros, que juzgáis según leyes que respeto. ¡Que vuestra decisión sea la mejor para todos nosotros!

Juez: Procedemos ahora a la votación.

Alumnos: Estoy seguro que lo absolverán. ¡No es posible que lo condenen!

Yo en cambio estoy preocupado. Por desgracia, esos son casi todos enemigos suyos.

De todos modos, aun si es condenado, siempre podrá proponer la conmutación de la pena. Es la ley.

¿Qué puede proponer?

¿Quién sabe? Él es siempre impredecible. Oigamos el resultado del escrutinio.

Vocero: De acuerdo al escrutinio, Sócrates es declarado culpable por una mayoría de 70 votos.

Juez: ¿Qué propones para mitigar la condena? Tiene de nuevo la palabra.

Sócrates: Atenienses, no estoy indignado por este resultado, si me maravilla ser condenado por una mayoría tan exigua. En cuanto al castigo, Meleto propone la muerte. ¿Qué he de proponer a mi vez? ¿Qué pena dar a un hombre que sacrifico siempre su ambición personal en el interés de sus conciudadanos? Para ser justo, no habría que castigarlo, sino, bien al contrario, otorgarle alguna recompensa como si tratáramos con uno cualquiera y no conmigo, Sócrates.

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Por un lado, tenemos al hombre pobre que debe como sea continuar con su obra ¿Y dónde se pone a los ciudadanos meritorios para que estén al amparo de las necesidades? ¿Dónde van los benefactores de la ciudad? Al Pritaneo. Y entonces debéis enviarme al Pritaneo.

Asamblea: ¡Reflexiona, Sócrates! ¡No provoques a la asamblea!

¡Este hombre insulta a la dignidad del tribunal!

Sócrates: ¿Y qué otra cosa proponéis? ¿Una fianza? Es decir, prisión segura visto que no tengo dinero para pagarla ¿El exilio? ¿A mi edad irme a una tierra extranjera? Si mis conciudadanos no me soportan con más razón tampoco los extranjeros. No. Si hay que hablar de acuerdo a justicia, reclamo lo que es justo: ¡Que se me aloje y alimente en el Pritaneo!

Juez: La propuestas del acusado fue puesta a votación de acuerdo a la ley. Su propuesta ha sido rechazada. La asamblea pide pena de muerte por una mayoría de 140 votos. La ejecución debería tener lugar en 24 horas. Pero dado que la ciudad entró ayer en su periodo anual de purificación, ordenamos que se postergue la ejecución, hasta que retorne de Delos la sacra nave que conmemora la victoria de Teseo sobre el Minotauro. Sócrates, si quiere puedes expresar tus últimos deseos.

Sócrates: ciudadanos de Atenas, si hubieseis esperado un poco la muerte os habría liberado de Sócrates por si sola. Saldremos de esta asamblea. Yo condenado a muerte y vosotros, mis jueces, condenados por la verdad. Y toda vuestra vida quedará marcada por la injusticia que ahora cometéis.

Ni esta mañana, cuando me presenté ante este tribunal, ni antes, cuando subí a esta tribuna, ni en momento alguno de este proceso, la voz divina critico mi comportamiento ni mis palabras. Y esto, porque todos los acontecimientos de este día eran voluntad de los dioses. En cuanto a la muerte, o es realmente un sueño eterno, o bien, la entrada del alma en una morada eterna. En cualquier caso, no tengo miedo. Antes de morir, elevo simplemente esta plegaria. Cuando mis hijos sean hombres, si muestran alguna vez la menor presunción, atormentadlos, como os atormenté. Si prefieren el dinero a la virtud, reprendedlos, como yo mismo os reprendí. Haciendo así, me habréis dado en justicia lo que me era debido. Pero ha llegado la hora de separarnos. Ya para morir, vosotros para vivir. ¿Cuál destino es el mejor? ¿Quién puede responder sino la divinidad? Os saludo.

Alumnos: No puedo esperar más. Es inútil prever los mínimos detalles, debemos seguir nuestro plan. Ya está todo listo se les pago a los guías.

Y los guardias han sentido mucho la influencia de Sócrates. Según ellos, se trata de un prisionero de una dulzura ejemplar, el más amable que conocieron nunca.

En cuanto a las autoridades, parecen dispuestas a cerrar un ojo. La fuga de Sócrates sería bien recibida por la opinión pública.

No se podría decir lo mismo si se cumple la sentencia.

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Pero los dioses nos protegen. Hace más de un mes que vientos contrarios impiden el retorno de la nave sacra de Delfos.

Y este mes que me he pasado visitando a Sócrates en la prisión, me ha hecho conocer la libertad.

Cuando pienso que esta dolorido, no porque la asamblea lo condenó a muerte sino por que cometió una injusticia al hacerlo.

En lugar de murmurar, ahora que su evasión esta lista, alguno debería ir a decírselo. Han cambiado el viento, y la nave sacra puede entrar en el puerto de un momento a otro.

¿Y si se rehúsa?

Es imposible

No con Sócrates nada es imposible.

Efígenes tiene razón. Platón debería ponerlo al tanto.

Pero Platón está enfermo

Entonces, Critón. ¡Si, Critón!

Mañana al alba iras a ver a Sócrates.

Háblale y obtiene su aprobación

Debes ir tú, Critón

Bueno lo intentaré.