J.M. Bravo - La Bestia No Debe Nacer

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La bestia no debe nacer

La bestia no debe nacerJos Mara Bravo Lineros 1999 by Jos Mara Bravo Lineros. En Los Manuscritos Perdidos. Publicado en PulpMagazine 3 en 1999.En: http://www.dreamers.com/manuscritos/docs/fanzine/002r004.htmFiara corri hacia el bosque, alejndose del Infierno en el que se haba convertido su poblado. Se intern cada vez ms en la espesura, hasta que, sin resuello, se dej caer de rodillas, llorando desconsoladamente. La muchacha tena el rubio pelo suelto y enmaraado; el ligero camisn blanco que vesta dejaba adivinar las sinuosidades de su joven y esbelta figura. Su rostro era aniado y hermoso, aunque el sufrimiento y el llanto afeaban sus rasgos.El ataque sobre la aldea de Fiara haba sido brutal y repentino. Los tarkvaros, los piratas del helado Norte, llegaron en sus naves de recios espolones de bronce y ahusados cascos, entre cnticos y risas, vistiendo sus lorigas y pesados cascos de hierro negro y empuando hachas de ancha hoja, largas espadas, lanzas y escudos. La muerte les acompaaba siempre, pues sus nicos objetivos eran la matanza y la rapia.

Los hombres de la aldea se levantaron en armas para detener la incursin, luchando con bravura, pero los piratas eran muy numerosos y diestros en la lucha. El propio padre de Fiara y todos los dems varones de la familia Varik se aprestaron a luchar contra el enemigo y murieron poco despus, uno tras otro. Incluso su madre haba encarado a los tarkvaros, empuando valerosamente la lanza de su esposo para entretenerles lo suficiente para que sus hijas escaparan o se escondieran. Mas ninguna lo haba logrado, salvo Fiara; sus dos hermanas pequeas haban sido brutalmente violadas y asesinadas. Despus de tal infamia, haban dejado sus cuerpos desnudos y ensangrentados dentro de la casa, arrojando teas para incendiarla. Agazapada en la despensa, Fiara aguard angustiosamente a que todo acabara y, tras una azarosa espera que se le antoj eterna, se atrevi a salir de su escondite a rastras. El humo flotaba espeso y grasiento y las llamas rugan iracundas, abrasando la casa hasta los cimientos. Cegada por el humo, tapndose la boca y conteniendo la respiracin, logr salir por una de las ventanas y huy al bosque.

Se senta terriblemente culpable por estar viva. Debera haber muerto junto a sus padres y hermanos; debera haberse quedado en la casa y ardido con ella. Pero el instinto de supervivencia la haba empujado a huir de la aniquilacin.

Despus de un buen rato dej de llorar, cansada. Se levant del suelo y examin el lugar. Gruesos pinos y abetos se enclavaban en el terreno, cubriendo con sus formidables copas el cielo. El rojizo crepsculo atravesaba dbilmente las frondas con haces de luz como de bronce, declinando lentamente. Todo era quietud, una estremecedora calma que la conmovi al reparar en ella; semejante calma haca ms absurda an la pesadilla que haba vivido y la dotaba de tintes irreales.

Camin por el bosque sin rumbo fijo, sin saber a dnde ir, como en un sueo apacible. La dbil luz del anochecer se apag como la llama de una lmpara exhausta y las sombras cubrieron sus ojos. La Luna se alz en el cielo y sus rayos plateados rasgaron la obscuridad, guindola en su deambular por el bosque. De pronto, unos pasos hicieron crujir la pinocha que cubra el suelo, detrs de ella. Fiara se volvi asustada, como si despertara de un sueo. Ahog un grit y retrocedi, refugiando su espalda contra un rbol.

Ah, moza... corres como el viento dijo una voz burlona y ruda.Su dueo era un fornido guerrero tarkvaro, vestido con pieles, cuero y una larga cota de anillos de hierro, que empuaba una pesada hacha de doble filo en su diestra.

Fiara abri la boca para gritar, aterrorizada, pero se contuvo a mitad del grito. Pens en correr, pero el miedo le atenazaba las piernas con fra y frrea garra. Al ver la mirada salaz del hombre repar en que estaba casi desnuda; su vestido se haba rasgado en la huida y dejaba ver bastante de su atractivo cuerpo. Recuperando parte de su dignidad, se cubri lo mejor que pudo con los restos de su camisn, arrostrando con furia al hombre.

Me has seguido para matarme. Acaba pronto, entonces.

El hombre se ri jactancioso, echando atrs la cabeza.

No seas tonta, chiquilla... no te he seguido tanto tiempo para eso. He pensado algo mejor el tarkvaro dej el hacha en suelo y se llev la mano a la hebilla de su cinturn, avanzando hacia ella con evidentes propsitos.

Fiara se apret an ms contra el tronco. Al acercarse, el olor de aquel hombre le asalt como una bofetada. Ola a sudor, a sangre y acero, muerte y sufrimiento. En los ojos del hombre vio la promesa del dolor y la humillacin que padecera. Cuando se le echaba encima, se revolvi desesperadamente, asestndole un sbito e instintivo rodillazo a la entrepierna. El hombre sise una imprecacin, doblndose por la cintura del vivo dolor.

Fiara corri presurosa, con tal mpetu que crey que el corazn le estallara del esfuerzo. Los gritos de rabia del hombre le alertaron de que se haba recuperado e iba tras ella, acortando con rapidez su inicial ventaja. Le oa maldecir y jadear, y sus insultos y amenazas le helaron la sangre. Corri con todas sus fuerzas, hasta que el bosque fue un borrn obscuro y la sangre palpit con estruendo en sus sienes.

Su pie acab tropezando con una de las races que surgan de la tierra. Trastabill bruscamente, cayendo de bruces. Tras el fuerte golpe se qued sin respiracin, sollozando de angustia; se haba rasguado las rodillas y los codos y le dola terriblemente un tobillo. Deba habrselo torcido, tal vez incluso roto.

Aqu ests, perra... el tarkvaro, con voz entrecortada, apareci resoplando tras un rbol.Apretaba el hacha entre sus manos, y su cara sudorosa y despreciable se contraa en un gesto de odio y desdn.

Te prometo que har todo lo posible para que te sea doloroso, furcia; luego, te arrancar la piel a latigazos. T te lo has buscado!

Fiara se arrastr, llorando, tratando de rechazar intilmente a su agresor. Trat de morder, araar, patear... hasta que el tarkvaro le propin una fuerte bofetada que estuvo a punto de dejarla sin sentido. Sinti que la cabeza le daba vueltas y el gusto metlico de la sangre en los labios. Su captor la agarr por el cuello, arrancndole el camisn, con una lbrica mueca pintada en su rostro. Le acarici uno de sus suaves y firmes pechos con una mano, bajando la otra hacia sus caderas.

Sbitamente, una poderosa mano asi al tarkvaro por el pelo y un brazo, retirndolo con inusitada facilidad de Fiara. sta abri los ojos, sorprendida. El extrao que haba acudido tan sigilosa e inopinadamente en su ayuda era un hombre alto, corpulento y fornido, completamente desnudo, con el recio torso y los largos y poderosos miembros cubiertos de un vello negro y espeso. Sostena al tarkvaro con una fuerza increble y le dominaba sin esfuerzo aparente. Le retorci el hombro y tir del pelo hasta que ste chill de dolor.

Sultame, seas quin seas! aull el tarkvaro, pugnando intilmente por liberarse.

En las ferales y severas facciones del extrao se adivin una cruel sonrisa. Mientras el tarkvaro manoteaba intilmente con su mano izquierda, apret con sus largos y fuertes dedos su mueca atrapada. Sus uas obscuras se clavaron en la carne e hicieron surgir hilillos de sangre. Apret ms, hasta que un crujido hizo gemir de angustia al frustrado violador. La garra del extrao retorci su presa, impasible, rompiendo el hueso y rasgando los tendones. El tarkvaro grit exasperado, dejando escapar toda clase de denuestos. De un fuerte tirn, el extrao le arroj lejos de s, desdeoso. Vacilante, el tarkvaro se levant tomando su mueca rota con la mano izquierda y apretando las mandbulas de dolor. Clav sus ojos en el extrao, el cual le mir con ojos terribles, afilados; sonriendo, pareca invitarle a que le hiciera frente o huyera cuanto antes.

Frotndose dolorido la mueca y respirando con rpidas bocanadas, el tarkvaro mir al extrao con rabia y temor; mir despus su hacha, a pocos pasos de l, en el suelo, y volvi a contemplar al extrao.

Escupi con desprecio y, con un alarido, recogi el hacha con su mano zurda de un salto, arremetiendo con ella al extrao. Con facilidad, ste hurt su cuerpo del hachazo. El tarkvaro clam con frenes, atacando furiosamente con su hacha. Siempre con esa maldita sonrisa en sus labios, el extrao le evitaba gilmente. El tarkvaro retrocedi, jadeando. Quin demonios era aquel hombre? Se mova con una rapidez inhumana, plantndole cara inerme y desnudo.Aferrando el hacha con todas sus fuerzas, grit de rabia y acometi de nuevo. Con un fugaz movimiento, el extrao se lanz contra l, agarrndole el brazo del arma por el antebrazo y asestndole un brutal golpe con el puo en la cara. El tarkvaro solt el hacha y se desplom de espaldas, con la nariz rota y una fuerte conmocin. Mientras trataba de incorporarse, el extrao le agarr el cuello con una mano y le alz por encima de su cabeza, como si fuera un mueco de paja. Sus dedos se cerraron como un cepo sobre la garganta del tarkvaro, que boque angustiosamente. La carne y el hueso cedieron, y un audible romper de huesos sentenci la desigual lucha.

Con un gesto displicente, el extrao arroj a un lado el cadver y se acerc a Fiara. La muchacha haba contemplado la pelea con estupefaccin, demasiado sobresaltada como para reaccionar. Estaba desnuda y se senta desamparada. Ya le daba igual su destino; haba perdido toda voluntad de luchar.

La fuerte mano de aquel hombre le ayud a incorporarse. Sus ojos buscaron los de la muchacha. sta los retir como si quemaran... haba algo terrible en aquellos ojos, algo incomprensible. Haba visto en ellos poder, salvajismo y, tambin, incontenible deseo.Sin proferir palabra ni mediar consentimiento, le aferr por el talle con firmeza y suavidad a un tiempo, atrayndola hacia l. Oli el perfume de su pelo rubio y su piel suave y la bes con fuerza, intensamente, explorando con manos vidas su cuerpo. Su lengua bebi de su boca, le acarici el cuello, roz sus pechos y traz hmedos arabescos por toda su piel. Fiara se perdi en los brazos de aquel extrao y en el torrente de sensaciones, sumergindose en el ocano de su pasin. Se tendi bajo l, arandole la espalda velluda. El extrao baj hacia la hmeda y acogedora calidez de su entrepierna, entrando en ella como un cuchillo al rojo. Fiara aferr con sus piernas al hombre y las cruz sobre sus nalgas, apretndose contra l. Sangre, un ligero dolor y la promesa del xtasis la sacudieron e hicieron temblar, azotando su cuerpo. La Luna les sonri en el firmamento obscuro, cmplice de su entrega, bendiciendo aquella unin con sus plateados rayos.

La cellisca arreciaba furiosa, como si quisiera abatir la aldea. Finos copos de nieve danzaban alocadamente al son del viento, que aullaba con voz ronca en la noche. Salvo el inclemente temporal, todo era quietud en la aldea de Duvar; las casas de tejados de pizarra obscura moteada de nieve se alzaban lustrosas y taciturnas en un ocano de negrura casi absoluta. Sin embargo, una de las casas destacaba del resto. Si alguno de los aldeanos hubiera pasado por all, se hubiera extraado mucho al ver luz en la casa de Crenad Narak. De los rajados postigos escapaban haces de luz amarillenta y, sbitamente, brot el agudo quejido de una mujer, como si agonizara, seguido de lastimeros sollozos y quejidos.

Crenad Narak tena casi cincuenta aos. Era alto, ancho de espaldas y algo patizambo. Tena el pelo entrecano, aunque haba sido rubio. Sus claros ojos azules eran la singular nota de color en un rostro ceniciento y, de puro nerviosismo, an ms plido, cuyas profundas arrugas, dejadas por los aos como surcos de arado en la tierra, acentuaban sus severos rasgos. Vesta ropas de cuero basto cosidas con bramante y unas botas altas de cuero negro. Se sentaba en el vestbulo de su casa, visiblemente angustiado, retorcindose las manos y con la cabeza gacha, clavando su acuosa mirada en una puerta al fondo de la habitacin, de cuyas rendijas surga el fulgor de una lmpara de sebo y voces de mujer; una aguda, chillando de dolor, y otra ronca, cascada por la edad, que trataba de calmar a la primera.

Crenad irgui la espalda y musit una plegaria a sus dioses. Haba sido cazador toda su vida; su hbil arco y su larga lanza haban abatido a las fieras del bosque y la pradera. Incluso haba participado en una batalla, aos atrs, y en ella matado a dos hombres de un clan enemigo. Pero ahora, inconcebiblemente, estaba aterrado. A cada chillido de dolor que surga del cuarto contiguo daba un respingo, araando la madera de la silla en la que se sentaba.

Porque, al fin y al cabo, qu saba l de cmo traer un nio al mundo? Su difunta esposa no le haba dado hijos, y tal hecho haba ensombrecido su nimo hasta el da de su muerte, tan slo seis aos atrs. Lo nico que recordaba en esos momentos era el nacimiento de su hermano Ceigh, el cual muri de fiebres tres semanas despus de nacer. Su padre le haba tenido a su lado en una habitacin aparte, mientras la voz de su madre gritaba de agona, asistida por el murmullo de las viejas de la aldea. En aquellos das, esa noche le result terrible. Ahora era an peor. La volva a revivir, como adulto, sin el consuelo que tiene siempre un nio, la tranquilidad de saber que los mayores estaban all para solventar los problemas.

Crenad se mes el cabello, desesperado, cerrando los ojos. Pens en su sobrina y cmo el destino se cebaba en ella. Meses atrs, los tarkvaros mil veces malditos! haban atacado la aldea de Veryn, cercana a la costa, a tres leguas de Duvar. Una horda de piratas tarkvaros llegados del fro Norte haban arrasado la aldea, matando a gran nmero de sus habitantes. Haba sido un ataque cruel, con el nico fin de la matanza y el saqueo.

La familia de Fiara haba cado en el ataque: su hermana, cuado y dems sobrinos. Cuando los habitantes de Duvar acudieron a la llamada de sus vecinos, slo encontraron una pesadilla de fuego, sangre y cadveres esparcidos por doquier. Crenad fue a la casa de su hermana y la hall arrasada por el fuego hasta los cimientos. Se abri paso al interior rompiendo las calcinadas paredes a hachazos. No haba sobrevivido nadie. Reconoci unas informes masas de huesos calcinados y sebo hirviendo y aull de rabia, cayendo de rodillas. Se ara el rostro y rasg las ropas, clamando al destino por su injusticia.

Fue entonces cuando apareci Fiara. Caminaba errticamente, como sonmbula, cojeando de un pie; tena el camisn hecho harapos y el blanco cuerpo cubierto de araazos. Haba venido del bosque, tal vez regresando de dnde haba permanecido escondida. Crenad la estrech en sus brazos, alborozado. Cubrindola con una manta y tomndola en brazos, agradeci a los dioses que hubiera sobrevivido.Despus de aquella noche, Fiara se acomod en la casa de Crenad. ste se alegr mucho de compartir sus das con ella, pues desde su viudez haban sido muy solitarios y tristes. Fiara se recuper pronto, pues era una muchacha vigorosa, como su madre, adems de muy bella. A Crenad le pareca ver a su hermana en cada uno de sus finos rasgos, en su pelo rubicundo y liso, las rosadas y pecosas mejillas, el talle estrecho y los ojos verdemar. Al cabo del mes, Fiara pareca haberse repuesto completamente. Sin embargo, una vaga melancola tea siempre su rostro de un matiz plido, aunque, extraamente, la nia no recordaba la tragedia. Su mente pareca haber olvidado deliberadamente tan aciagos recuerdos. Algunas veces, no obstante, tena pesadillas muy vvidas, en las que era perseguida por alguien y hablaba de un hombre extrao. Cuando Crenad la despertaba en mitad de la noche, alertado por sus gritos, Fiara deca no recordar nada de aquellas pesadillas, y volva a dormirse plcidamente.

La tenue felicidad que haba arropado a Fiara fue breve. Descubri pronto un vergonzoso hecho: estaba encinta, aunque ella juraba no haber conocido hombre alguno. Fiara llor largas noches, afligida por el oprobio. Crenad trat de consolar a su sobrina, en vano. Muchas veces se haba preguntado quin era el padre de aquel nio. Por desgracia, no encontraba otra respuesta salvo la ms deshonrosa: alguno de los tarkvaros incursores haba violado a Fiara, mancillndola con su simiente. Aquel nio sera entonces un bastardo, sin padres conocidos. Las gentes del pueblo murmuraran, pues el origen del nio sera muy difcil de ocultar, mas, pese a que le arda la sangre cuando recordaba cmo haba sido engendrado, era incapaz de rechazar al hijo de su sobrina, fuera quien fuera su padre. La sangre de su familia segua corriendo por sus venas.

Fiara alivi su pesar cuando Crenad le dijo que no temiera por el nio: le dara su apellido, y le ayudara a criarlo hasta que encontrara un marido digno de ella que los cuidara. Con el tiempo, Fiara alegr su nimo, pues senta una nueva vida creciendo en su vientre y aquello la alentaba a vivir.

Hasta aquella noche. Fiara haba roto aguas al atardecer, y Crenad hubo de ir raudo a buscar a la comadrona de Duvar, la vieja Sacha, que acudi junto a su hija. Sacha le ech del cuarto y cerr la puerta. La Luna haba aparecido desde entonces, y con ella lleg la cellisca. Crenad no poda hacerse una idea del tiempo que llevaba sentado all, en su vieja silla de roble, mirando desde el pasillo a la puerta y escuchando los gritos. Para la sencilla mentalidad de Crenad, era un autntico misterio lo que ocurra en esa habitacin. Haba conocido a ms de una mujer antes de casarse con su esposa, pero, an as, las mujeres le haban parecido siempre seres misteriosos, llenos de secretos. Haba algo indescifrable en las mujeres, en sus risas malignas y cuchicheos. Su padre se lo haba dicho cuando era joven... la mujer guardaba para s celosamente algn don enigmtico, algn inaccesible secreto. Con aquel secreto don hacan perder la cabeza a los hombres con slo mirarles, incitaban guerras, odios, enemistades, sembrando por doquier la discordia.

Levantndose, Crenad pase con largas zancadas por el vestbulo, clavando con fuerza su mirada en las tablas de la puerta.

Finalmente, los gritos cesaron. Se escuch una exclamacin de alborozo y, despus, un nuevo grito. Pero ste era mucho ms agudo, desordenado y estridente, como si el dueo de la voz que lo emita no controlara bien todava sus pulmones. Aquel grito sobresalt a Crenad y le hizo dar un respingo. Luego reconoci el llanto de un nio.

La puerta se abri. En el vano apareci la hija de Sacha, sudorosa, con el cabello revuelto y una cansina sonrisa en sus labios, indicndole que entrara. Crenad corri al cuarto. La llama casi exhausta de los velones de sebo vacilaba trmula, y en aquella escasa luz vio a Fiara en el lecho, rendida, con los ojos entreabiertos y empapada de sudor, respirando con lentitud. Las sbanas que la cubran estaban manchadas de sangre, hecho que turb mucho a Crenad.

Sacha sostena al pie de la cama un bulto envuelto en una manta. La partera se acerc a l y le habl con voz alegre.

Es un nio, Crenad. Ser todo un hombre cuando crezca le anunci con voz risuea. Ten, sostnlo mientras atiendo a Fiara Crenad tom al nio en sus brazos con temor y cierto titubeo.

Lo acomod sobre su hombro y retir la manta para verle bien. Vio una cara pequea, arrugada y de entrecerrados ojos. El nio respiraba plcidamente y gorjeaba despreocupado. Crenad reprimi las lgrimas de emocin y le apret contra su pecho. Entonces advirti algo bastante extrao. El fino y escaso pelo del nio, apenas unos cuantos mechones, era obscuro, negro como la noche. Aquel hecho constern a Crenad y le sumi en ominosas reflexiones. Ninguno de sus antepasados haba tenido el pelo negro, pues tal color era inusual entre los de su raza; tampoco los tarkvaros del norte tenan el pelo negro. Los nicos hombres con pelo obscuro de los que tena conocimiento Crenad eran los mercaderes del Este que arribaban a las costas dazyres para comerciar... pero recordaba, a su pesar, las leyendas sobre los hombres siniestros de las montaas del Norte, cuyo pelo era tambin de ese color. De aquella legendaria raza de hombres maldita y odiada se decan cosas terribles, como que adoraban a los dioses de la noche, a los que dedicaban obscuros sacrificios en sus inalcanzables y fieras montaas.

Crenad desech tales pensamientos. Acarici al nio y quiso acercrselo a Fiara. El gesto de Sacha estaba sobrecogido; sostena un pao sobre la entrepierna de Fiara, mientras la sacuda y llamaba con voz enrgica. Fiara no responda, y su respiracin era cada vez ms rpida y dbil. Una mancha de vivo color rojo creci funesta en las sbanas. Crenad tembl de angustia ante aquella visin y crey que le fallara el nimo. Se apoy contra la pared, mientras Sacha y su hija trataban de cortar la hemorragia. Haba visto escenas de horribles matanzas, hombres apretndose las entraas para que no se esparcieran por el suelo y otras atrocidades peores, pero ver la sangre de Fiara era demasiado para su temple. Temiendo desmayarse y dejar caer al nio, sali de la habitacin y volvi a sentarse en su vieja silla, meciendo al nio.

Los gritos de la comadrona se hicieron ms y ms apremiantes, hasta que sta profiri un postrer grito de angustia y frustracin, que devino en sollozos y llanto. Mientras, el nio, despierto, miraba a Crenad con sus ojillos verdes.

Ulnah, el fhyrd, se sacudi la nieve del sobretodo gris y camin con pasos tardos hacia la casa de Crenad. Mediaba aquel fro y desapacible da de invierno, en el que la nieve ya tapizaba con su blancura la aldea de Duvar, salvo los caminos que haban despejado sus esforzados habitantes.

El fhyrd se plant ante la puerta de la casa de Crenad el cazador, dudoso. Era un hombre viejo, corcovado, esculido y macilento, de escaso pelo blanco y un rostro hiertico surcado de profundas arrugas. Se apoyaba en un cayado de madera sin tallar, con el que golpe finalmente la puerta de la casa.

Poco despus, Crenad le reciba. A Ulnah le pareci avejentado, con ms arrugas y encanecido. La mcula del pesar se trasluca en los zarcos ojos del rudo cazador.

Bienvenido, Ulnah. Entra le invit con sequedad.

Ulnah inclin la cabeza en agradecimiento y entr al saln principal. En la chimenea ardan dos gruesos leos de pino entre secos chasquidos y azuladas llamas. Una mujer madura, oronda y con el pelo recogido y una gruesa chambra de lana sobre los hombros sali de una de las habitaciones. Hizo una reverencia al fhyrd y se dirigi a Crenad.

He acostado al pequeo. Volver maana; cuida de l, mientras.La mujer se despidi de los dos hombres y se march.

Es una sobrina de Sacha. Le da el pecho al nio y cuida de l. Le pago bien por sus servicios, aunque no puedo quejarme, es buena con el nio.

El fhyrd asinti, pensativo, caldendose las manos en el fuego del hogar.

No le has puesto nombre an, Crenad. Un nio sin nombre debidamente consagrado puede ser posedo por algn espritu maligno.

Lo s admiti Crenad pero slo han pasado cinco das, y no encontr tiempo para llamarte. De todos modos, ya tengo decidido su nombre. Se llamar como su abuelo Yaeln.

Ulnah volvi a asentir, retirndose de la chimenea. Seal con su flaco ndice la habitacin.

Mustrame al nio dijo.Crenad le condujo hasta el cuarto, donde, en una cuna de madera y cubierto por un elaborado centn, el hijo de Fiara dorma plcidamente. Haba ganado algo de peso y tena la piel tersa y brillante. Era un nio hermoso y robusto.

Ulnah frunci el ceo al ver el color del cabello del nio, pero no hizo comentarios. De algn lugar de entre su tnica azul extrajo un pequeo brasero de bronce. Acerc una pequea mesa a la cuna y puso en el brasero yesca, una hoja de murdago, una gota de su propia sangre y un par de cabellos del nio, prendiendo la extraa mezcla con un candil que le trajo Crenad. La mezcla ardi hasta que slo quedaron cenizas. Ulnah unt su ndice en ellas y ungi al nio, otorgndole el nombre de su abuelo. El nio se movi en sueos, agitando sus manitas. Luego, tomando el cuenco, esparci el resto de las cenizas sobre la mesa y las contempl, abstrado, como si en ellas leyera algn velado mensaje. Sus ojos escrutaron las cenizas durante largo rato. Entreabri la boca, arrugando el ceo y pasndose con nerviosismo la diestra por su ajada frente.

Crenad not lo azorado que estaba y le roz el hombro. Ulnah le mir en silencio. Se irgui, y de un irritado manotazo tir al suelo las cenizas.

Los designios no estn claros... He de consultar a los dioses y astros. Volver y dicho esto, se march de la casa de Crenad precipitadamente.

El viejo cazador frunci el entrecejo, disgustado. Nunca visto a Ulnah as. Aunque no le tena mucho aprecio, le respetaba, porque era el fhyrd de Duvar, el hombre santo. Su aguda intuicin no le presagiaba nada bueno de aquello.

Siete das despus, Ulnah volvi tal y cmo haba prometido. Vesta su eternamente manchado sobretodo gris y su tnica azul y asa su nudoso cayado, como acostumbraba; sin embargo, una agitacin bulla en sus ojos y apretaba los labios, inquieto. En su mano izquierda traa algo oblongo, envuelto en un pao atado.

Crenad le recibi con frialdad. Se le vea ms alegre, aunque no ocultaba que esta vez no le era grata la visita del fhyrd. Con un alzar de cejas y una inquisidora mirada increp a Ulnah a que hablara pronto.

He consultado los designios del muchacho. He arrojado los huesos y examinado los auspicios en las vsceras de un toro ofrecido en sacrificio a Cernath, el padre Sol, y, siempre, ha acudido a m la misma revelacin Ulnah hizo una pausa, caminando por la estancia.De pronto, inspirado, encar a Crenad, hablando con firmeza.

El nio est maldito. Traer la desgracia all donde crezca, tarde o temprano; tal vez no debiera haber nacido. Debes entregrmelo, Crenad. Lo sacrificar y santificar sus restos. Su alma hallar el descanso y no probar el acbar de su malhadada existencia.

Crenad nada respondi. Tan slo dio un paso al frente, hacia Ulnah, alzando la cabeza. El cazador aventajaba en altura y corpulencia en anciano por mucho y se ergua amenazador ante l. El fhyrd retrocedi, alarmado. La mirada de Crenad ofreca una respuesta clara y contundente: antes de entregarle a Yaeln, le rompera el cuello a Ulnah entre sus fuertes dedos, a pesar de que fuera el fhyrd de Duvar.

Ulnah compuso su postura, tratando de recuperar su dignidad, y seal a Crenad con su cayado.

Te lo advierto! Aunque le hayas cogido cario y la pena abrume tu corazn ante la idea, debes entregarme al pequeo. En otro caso, el sufrimiento que causar ser enorme, y t sers el responsable.

Crenad, airado, abri la puerta vehemente, despidindole con un gesto. Ulnah le mir de nuevo, suplicante, mas acab desistiendo en su empeo.

Saba que esto iba a ocurrir. Est bien, Crenad, me ir. No vivir muchos inviernos ms... lo s; pero t si vivirs lo suficiente para ver cmo se cumple mi vaticinio y lleg hasta el umbral, aunque, antes de marcharse, se detuvo y volvi al lado de Crenad, tendindole el pao atado.

Lo olvidaba. Antes de irme, acepta esto. Puede que lo necesites algn da. Tmalo, por favor Crenad dud unos instantes, resopl molesto y, al fin, consinti, aceptando el regalo del fhyrd con reluctancia.Contempl a Ulnah alejarse lentamente por el camino, mientras los copos de nieve revoloteaban en el aire glido.

Cerr la puerta y observ el pao. Estaba sucio y envolva algo estrecho y alargado. Un cordel de camo lo cea ajustadamente. Acerc sus dedos a uno de los nudos, tentado a descubrir lo que envolva. Mas no lo hizo. Disgustado, lo arroj al fondo de la estancia.

El Sol despunt entre las lejanas montaas del Este, hiriendo sus rayos la frondosa bveda del bosque. Un zorro bermejo irgui sus orejas, atento. Unas ligeras pisadas le alertaron y, precavidamente, huy raudo, perdindose entre la densa maleza.

Yaeln Narak se internaba en el bosque aquella maana ms temprano que de costumbre. Se haba levantado extraamente ansioso por ir de caza, antes del amanecer, y nada ms vestirse, tom su arco y flechas y se encamin al bosque. Era un muchacho vigoroso, de apenas diecisiete aos, pero ya todo un hombre fsicamente. Su pelo inusualmente negro le llegaba hasta los hombros, enmarcando sus rasgos algo ceudos, aunque, a su manera, hermosos. De esbelta complexin, andaba con briosas zancadas. Vesta un jubn de cuero sujeto por un cinturn del que penda la vaina de un largo cuchillo de caza y unas calzas de piel rematadas con unas recias botas de cuero. En su diestra empuaba un magnfico arco largo de tejo, y, al hombro, en su aljaba, veinte flechas de plumas rojas. Los ojos verdes del muchacho brillaron durante un instante de supremo placer. Sacudiendo la cabeza para retirarse el cabello de la frente, Yaeln se detuvo un instante y aspir el aroma de la brisa. Se deleit con el murmullo de las hojas agitadas por la brisa, el olor de la tierra hmeda de roco, la resina de los arces, el suave cantar de los pjaros y los vagos ecos del bosque.El verano llegaba y era bienvenido. El bosque estaba fresco y brillante: los fresnos tendan sus plateados y ramosos troncos al Sol, las nueces del nogal se ofrecan en sus gruesas y cobrizas ramas y las frondosas copas de las hayas y las blancas flores del castao se mecan en el cfiro que soplaba de las montaas, como el hlito de los dioses que moraban en ellas. Yaeln sonri lleno de jbilo, pues amaba la libertad de los bosques y la pasin de la caza. Se senta vivo, pletrico.Sigui una vereda sinuosa hacia el norte, examinando con atencin el firme. Buscaba un rastro reciente que le permitiera cobrarse alguna buena pieza, tal vez un ciervo, un gamo o puede que un jabal. De alguna forma, presenta que hoy la caza sera magnfica.

Mas record algo que ensombreci su humor. Haba olvidado lo cerca que estaba aquella fecha... faltaba tan slo un da para el solsticio de verano, en el cual se celebraba el Rito Mayor dedicado a Cernath, El Padre Sol, el dios ms importante para los de su pueblo. Era un da sagrado, en el cual todos los aldeanos de Duvar acudiran con regocijo, un da que se celebraba cantando, riendo, bebiendo y comiendo abundantemente.Al contrario que los dems habitantes de Duvar, a Yaeln no le agradaba aquel Rito. Ms an, lo odiaba con todo su ser, pero siempre se guardaba mucho de decrselo abiertamente a su to abuelo Crenad. l querra que fuese, y no quera defraudarle. Pareca no darse cuenta de que no era aceptado como uno ms en la aldea. Era, sin duda, tan gallardo y fuerte como cualquiera de los dems de su edad, mas una sombra ominosa pareca acompaarle. Siempre notaba cmo se quedaban a medias las conversaciones cuando l pasaba cerca, cmo cuchicheaban a su paso las viejas o rean los nios.

Indudablemente, para los aldeanos de Duvar, l no perteneca al clan. Era distinto. Un extrao. Si toleraban su presencia en la aldea sin ms impedimentos era por deferencia a su to Crenad. El viejo cazador era un hombre taciturno y solitario, pero gozaba del respeto de los miembros del clan. Adems, su familia, los Narak, haba tenido entre sus miembros a guerreros de probado coraje.

Y todo ese subrepticio desdn, a qu se deba? El rasgo ms notable que le diferenciaba del resto de los mozos de la aldea era su crespa y negra cabellera, algo inaudito entre los dazyres, rubios o pelirrojos sin excepcin. Sus rasgos tambin eran diferentes... ms duros, severos y ceudos. Sugeran fuerza, resolucin y gallarda. Sin embargo, haba un motivo ms que justificaba el rechazo que sufra. Sus orgenes eran inciertos y se prestaban al entredicho. Crenad nunca haba sido claro respecto a las circunstancias de su nacimiento; su madre haba muerto, segn l, tras parirle, y su padre, abuelos y dems parientes haban sucumbido meses atrs en una cruenta incursin de una horda pirata tarkvar. Yaeln saba que esa no era toda la verdad. Pero no quera molestar a su to inquiriendo sobre su pasado, pues una sombra de pesadumbre agobiaba su semblante cada vez que surga el asunto. No obstante, algunos aldeanos de Duvar, propensos a la malicia, formulaban sus propias teoras sobre los orgenes del muchacho. La ms creda era que su madre haba sido desahuciada de su clan por yacer junto a un extranjero venido del Sur y Crenad, su to, apiadndose de ella, la haba acogido y se haba hecho cargo del nio tras su muerte. Esto vena a significar que Yaeln era un simple bastardo, hurfano por aadidura.

Crenad no ignoraba tales hablillas y sufra por su sobrino, ya que saba que, tarde o temprano, dichos rumores le haran mucho dao. Pero nada poda hacer. Haba tratado a Yaeln como al hijo que nunca tuvo, educndole con firmeza y, an as, profesndole cario. Le haba inculcado el sentido del honor, y enseado a mantener siempre la cabeza alta. No importa lo que digan los dems, Yaeln le dijo un da, cuando era slo un nio. Llevas mi sangre, y nada ms importa.

No es de extraar que Yaeln fuera un muchacho solitario y parco en palabras. A su edad, los otros muchachos pasaban su tiempo libre persiguiendo a las mozas de la aldea en los bailes, enzarzndose en peleas y compitiendo entre s. Yaeln, en cambio, pasaba la mayor parte de su tiempo en la soledad de los bosques, cazando y vagabundeando por los agrestes aledaos de Duvar hasta el atardecer. De l, Crenad hubiera esperado un carcter mucho ms abierto y alegre, que diera solaz a su vejez. Yaeln no haba escuchado nunca una sola palabra de queja de su to sobre aquel asunto, pues Crenad saba que nada poda reprocharle a Yaeln de su actitud, plenamente justificable. Adems, aunque callado y a veces hurao, era un muchacho noble y respetuoso y le recordaba, en cierta forma, a l mismo cuando tena sus aos.

Yaeln solt un reniego en alta voz, espantando a un tordo de las retorcidas ramas de un viejo roble. Tan absorto haba estado en sus pensamientos que poco haba faltado para perder de vista el rastro reciente de un ciervo. Se agach para examinar las pisadas y dedujo que era un macho. Sus excrementos delataban que haba estado all poco tiempo atrs.

Contento de tener algo en que ocupar sus pensamientos, avanz con cautela siguiendo el rastro, tomando una flecha de la aljaba y pasndose el arco a la mano zurda. Ascendi por una tortuosa vereda sigilosamente, atentos todos sus sentidos. Las huellas del ciervo suban por una ladera cubierta de arbustos, y en ellos vio Yaeln seales de los dientes del animal.

El Sol se alz de su refugio en las montaas y brill pleno en el firmamento. Yaeln se fue internando en el bosque, absorto en el rastro que segua, hasta que escuch el rumor difano del agua borbotando alegremente. Un pequeo arroyo de mansas aguas descenda sinuoso por un lecho de rocas y ramas cadas. Entre los rboles descubri la testa del ciervo an sin desarrollar; era un macho joven, que no mucho antes haba sido un gabato al amparo de su madre. El ciervo beba con desgana del arroyuelo, desconocedor del peligro que le acechaba. Sacuda la cabeza de tanto en tanto y oteaba los alrededores, suspicaz. Yaeln se ocult tras el grueso tronco de un fresno y engast la flecha. Tens el arco lentamente y apunt con cuidado mientras contena la respiracin. Para un cazador, el momento que preceda al decisivo en el que se soltaba la cuerda era indefinible, casi mstico. Concentr sus sentidos en el blanco, apuntando a la moteada cruz del animal.

La saeta de rojas plumas surc el aire como una exhalacin y err por un palmo, enterrndose hasta medio astil en el tronco de un castao diez pasos ms atrs. El ciervo abri espantado sus ojos y se perdi en la espesura. Yaeln maldijo, tomando otra flecha y corriendo tras el ciervo. Haba resbalado en el firme de tierra hmeda en el ltimo momento y el tiro le haba salido alto. Enconado, fue tras el ciervo haciendo el menor alboroto posible, peas arriba, acechndole, hasta que las sombras se enderezaron y el cansancio comenz a hacer mella en l. Mas era joven y orgulloso. Quera cobrarse aquella pieza. Y lo hara.

Acab dando alcance al ciervo. Se agazap tras una roca musgosa, tendiendo el arco en cuclillas. El ciervo estaba asustado; presenta el peligro y mova nervioso la cabeza, mirando en derredor tenso y expectante. Bram una vez, escarbando en el suelo y orinando.

Yaeln permaneci quieto como la roca que le ocultaba. Si haca el ms leve ruido, el ciervo correra desalado y perdera la oportunidad de cobrarlo. Tendi el arco con extraordinaria lentitud, apuntando al cuello del animal. Con una sonrisa, dej ir la flecha.

Sinti un agudo escalofro en la cerviz, como si unos dedos helados tantearan su nuca. Su pulso tembl en el ltimo instante, y la flecha roz el lomo del ciervo y se perdi entre los rboles. El ciervo chill asustado, huyendo al trote.

Yaeln se levant sudoroso y se volvi, frotndose la nuca. Pase la vista por los alrededores, inquieto. Qu le haba provocado aquel escalofro? Mir los altos rboles, la tierra pedregosa e inhspita, y se dio cuenta de lo lejos que haba llegado en la persecucin del ciervo. Los fresnos, arces y robles haban dado paso a altos abetos y pinos de finas agujas y troncos agrietados cubiertos de liquen. Espesos helechos crecan en la hmeda penumbra, entre las rocas que surgan del suelo como rotos y carcomidos huesos.

Luego percibi aquel silencio... un silencio de sobrecogedora solemnidad, en el que el tiempo no pareca fluir. La parva luz que traspasaba las altas copas era engaosa, irreal. Yaeln se colg el arco al hombro y se llev instintivamente la diestra al cuchillo de caza. Camin por el bosque, tratando de serenarse; una inquietud le estremeca, desbocndole el corazn en el pecho y pugnando por rendir su nimo. Los rboles queran hablarle y agitaban sus ramas con espantosos quejidos, las rocas susurraban un obscuro mensaje y el viento le llamaba con voz etrea. Un hormigueo le eriz el vello del cuerpo, enervndole. Angustiado, aguij el paso, descendiendo por una empinada vertiente.

De las largas zancadas pas al trote. Y del trote, a la carrera desenfrenada. Los susurros y voces clamaron sordas en su mente. Corri, y corri, hasta que el mundo fue un tnel verde, un obscuro pasadizo que serpenteaba ante sus ojos alocadamente. Los latidos atronaban con estrpito en sus sienes. Salt entre las peas y los rboles cados, trastabill, cay, se levant de un salto y sigui corriendo, como si la muerte viniera tras l. Corri hasta que destellos y manchas obscuras bailaron ante sus ojos, hasta que la agona acuchill sus pulmones, hasta que, exhausto, magullado y tembloroso, se desplom en el suelo, respirando a largas y anhelosas bocanadas.

Se qued as, postrado, sucio de tierra y jadeante. Largos desgarrones cruzaban sus ropas y en muchos de los rasguos floreca la sangre. El pecho le arda y un terrible dolor le laceraba los costados y las piernas. Quitndole el sudor que le escoca en los ojos, se irgui a duras penas, llegando hasta una roca plana y sentndose en ella. Los susurros volvieron a l, triunfantes. Agotado por la carrera, demasiado exhausto como para huir de nuevo, permaneci quieto, resignndose. Inconscientemente, prest atencin.Las voces callaron. Aguz el odo, pero no pudo orlas. Tan slo el crujir de las ramas de los rboles en la ligera brisa y el menudo agitar de sus hojas, el imperioso trinar de los pjaros, el vil reptar de las serpientes al acecho y el atareado murmullo de los insectos. Olfate el aroma del aire, ley en l los mensajes que transportaba para los que saban leerlos. Extasiado, se levant; el cansancio pareca haberse esfumado. An ms, no recordaba haberse sentido as nunca antes. Estir los miembros y not un vigor insospechado en ellos. Una sonrisa vag por sus labios, hasta que grit de puro gozo. Era como si hubiera renacido, como si en su alocada carrera hubiera franqueado los lmites del mundo mortal. Jams haba estado tan despierto, nunca antes sus sentidos haban sido tan agudos. Nada le pareca imposible, nada inalcanzable.

Camin a buen paso, sin hacer el ms leve ruido. Un poder salvaje y extrao llenaba su cuerpo. Yaeln comprendi de qu haba estado huyendo. Haba huido de aquel despertar, temindolo, como el nonato teme su nacimiento y se refugia en el obscuro y clido tero de su madre. Intuy que aquella fuerza, aquel poder que embargaba su cuerpo y mente haba estado en su interior desde que naciera, agazapado, silente, esperando el da propicio para emerger. Y ese da haba llegado al fin.

Vente el aire y ley los mensajes que le traa. El olor del ciervo que haba huido vino hacia l, transportado por el traicionero viento. Sonri. Guiado por un inexplicable impulso, se descolg arco y aljaba del hombro y los dej en la roca. Lleno de un jbilo incontenible, corri hacia su presa. Sus pies volaron sobre la tierra hmeda y las agudas rocas; cruz el bosque a endiablada velocidad, sin emitir ruido alguno. El ciervo apareci a cuarenta pasos, mostrndole la grupa y paciendo tranquilamente.

Diez pasos antes irgui la cabeza, asustado, y advirti el peligro. Corri entre bramidos, huyendo a la desesperada. Mas no pudo huir. Una fugaz figura se abalanz sobre l, derribndole, y unos blancos y poderosos dientes se hundieron en su cuello.

El atardecer no tardara en llegar, aunque en aquella vspera del solsticio siempre llegaba con lentitud y renuencia, como si el Sol se obcecase en no ceder a la noche. Crenad sali fuera de su casa, preocupado. Yaeln siempre volva mediada la tarde. Tal vez, supuso Crenad al recordar qu da era, el muchacho buscaba cualquier excusa para demorar su regreso. Le apenaba que los aldeanos de Duvar no aceptaran a su sobrino. Yaeln no se mereca aquel trato desdeoso, aquella desconfianza. No poda hacer ms que alentar a Yaeln, pues slo l poda ganarse el respeto de los aldeanos de Duvar.Agach la cabeza, suspirando. Crenad se senta viejo, cansado, y le pesaban los aos de su larga vida. Apret el dintel de la puerta con sus dedos huesudos y cerr los ojos.

To dijo una voz cercana y familiar. He vuelto Yaeln le haba tocado suavemente el hombro a su anciano to, que no le haba odo llegar.Yaeln estaba sucio, desastrado, con las manos manchadas de sangre seca. Llevaba al hombro un ciervo desollado y sin entraas, con el cuello abierto. Lo espet en un gancho y se lo mostr con orgullo. Crenad asinti, aprobador, escuchando cmo su sobrino le relataba la apasionante persecucin del ciervo y cmo, debido a ello, se haba retrasado.

Crenad sonri al escuchar su historia. Mas pronto se borr su sonrisa. Notaba que algo haba cambiado en su sobrino. Qu era? No poda decirlo. Tal vez su porte, ms decidido, o su mirada, ms penetrante. Pero no le caba duda: algo substancial haba cambiado en l desde la ltima vez que le haba visto.

Maana, con el alba, se celebra el Rito Mayor de Cernath, Yaeln le dijo lentamente. S que no deseas ir. No temas, no voy a obligarte a que lo hagas. Pero deberas hacerlo, al menos para tomar parte en la ceremonia y recibir la bendicin del fhyrd. Es la tradicin de nuestro pueblo y es importante.

Yaeln desvi los ojos, chasqueando la lengua, disgustado.

Yaeln, s razonable. No puedes vivir aqu aislado de los dems le amonest Crenad.

Lo s, lo s admiti. No te prometo nada. Tal vez te haga caso y acuda.

No te negars a ir porque Nuacth estar all, verdad?

Un rayo de enojo cruz el semblante de Yaeln y le hizo arrugar el gesto en una mueca de sbita clera. Nuacht! Lo haba olvidado. l estara en la fiesta!

Crenad observ atentamente cmo haba reaccionado su sobrino ante la sola mencin de aquel nombre y sonri levemente. Los viejos odios an ardan en el pecho del muchacho.No debes temerle... comenz a decir.

No le temo! estall Yaeln. Le detesto con toda mi alma, pero no le temo. Jams lo he hecho y era cierto... no le tema, pero le odiaba con tal fuerza, pese a los aos transcurridos, que temblaba de rabia al recordarle.Ya desde que eran slo nios haba sentido por l un odio tan fuerte e inexplicable que haba llegado a asustarle a l mismo en ocasiones.Nuacth era su antagonista en todos los sentidos. Era rubio, esbelto, fanfarrn y muy popular. Los dems jvenes de Duvar le aceptaban como lder, aunque no en vano era el hijo de Dunnr, el dayrl de Duvar. Yaeln siempre se deca que su popularidad y aceptacin se deba tan slo a que era hijo del jefe del clan, pero jams se contentaba con aquella respuesta, pues saba que no era toda la verdad. Sin duda, Nuacth haba ameritado el afecto de su padre y ser el lder natural de los dems jvenes, adems de conquistar con su donaire el corazn de muchas de las jvenes de Duvar. Nuacth poda intuir que Yaeln le odiaba, para su satisfaccin, aunque no saba lo poderoso que era aquel sentimiento. Desde que eran nios haba alimentado tal odio, excluyendo a Yaeln de juegos y reuniones infantiles. Por algunos aos, aquello amarg profundamente a Yaeln, mas pronto hubo de importarle bastante menos. Crenad vio que erraba dando barzones por la aldea, solo, y le llev desde muy pequeo a cazar al bosque. Le ense el arte de la caza y su sobrino lo aprendi con inusitada facilidad. En pocos aos se hizo con el manejo del arco y la lanza; a los doce aos era un magnfico tirador, y a los catorce pudo tensar el gran arco de tejo de su abuelo. Crenad, asombrado y lleno de orgullo por su ahijado, le regal el arco, pues las fuerzas comenzaban a fallarle y sus dedos le dolan terriblemente al soltar la cuerda. Aquel fue un da muy feliz para el muchacho.

A Nuacth, curiosamente, le molest que Yaeln le ignorara a l y a los otros muchachos, y que prefiriera la soledad de los bosques a la compaa de los dems. De vez en cuando haca todo lo posible por humillarle, aunque las ocasiones que Yaeln le brindaba eran pocas.

Entonces sigui diciendo su to si no le temes, no hay motivo por el que no asistas al Rito Mayor y compitas junto a l como uno ms en los juegos argument, con disimulada astucia. Pero debes recordar, Yaeln, que es el hijo del dayrl. Le debes cierta consideracin. Enfrentarte a l slo te acarrear problemas. Pero s que es difcil hacer eso. Debes ganarte su respeto, y as nunca ms volver a burlarse de ti. Ni l ni nadie ms.

No quiero su respeto! Tan slo perderle de vista. No quiero ni siquiera or su nombre.

Est bien, no volver a mencionarle. Pero escucha esto: si no compites ni asistes al Rito, le estars dando una enorme satisfaccin. No puedes rendirte antes de luchar; yo no te he enseado a hacer eso. Ve y demuestra que eres todo un guerrero! Y, adems... continu Inar acudir tambin aadi, con una sonrisa de complicidad.Yaeln mir con embarazo a Crenad, ceudo. A su anciano to no se le escapaba nada.

Inar era una de las ms hermosas muchachas de la aldea. Sin embargo, no era tan alegre y vivaracha como las dems, pues tena un semblante melanclico, como si estuviera siempre perdida en sus ensoaciones. Tena el pelo de un rubio obscuro y melado, bellos ojos grises como el humo, grandes y brillantes tal que gotas gemelas de roco. Su piel era blanca, ligeramente pecosa, y su cuerpo, an sin desarrollar, era proporcionado, de formas llenas y sugerentes. La edad nbil llegara pronto para Inar y lo hara en todo el esplendor de su juventud. Cuando su padre lo permitiera, no le faltaran pretendientes.

Cmo sabes eso? protest Yaeln, indignado. Nunca te lo he dicho... ni a ti, ni a nadie.

No seas necio, Yaeln. No haca falta que lo dijeras. Tus ojos hablan por s mismo cuando la ves cruzar la aldea. Conozco a su padre, Therek; luch junto a l hace aos. Es un guerrero formidable y un buen hombre. S que no te repudiara como yerno llegado el momento.

Yaeln expir sonoramente, refunfuando.

Te adelantas a los acontecimientos. Y, adems, olvidas que ella debe aceptarme primero. Y seguramente, eligira a otro antes que a m como marido, otro que no sea repudiado por el clan.

Ah, Yaeln, qu tonto eres. Cmo puedes saber lo que ella har? De nuevo vuelves a rendirte antes de luchar. Deja de quejarte, muchacho: nada conseguirs con ello.

Yaeln suspir, resignado. Las palabras de su to eran irritantes, pero tenan mucha razn. Era fastidioso que siempre la tuviera.

Est bien, to. Has ganado. Asistir al Rito, competir junto a los dems y me sentar a tu lado en los banquetes claudic, volviendo la espalda y ocupndose del ciervo entre refunfuos.Crenad sonri complacido. Tal vez las cosas mejoraran a partir de esa noche.

El disco de ardiente cobre del Sol se alz entre las suaves y verdes colinas del Este. En aquel da, el solsticio de verano, el Rito Mayor de Cernath se celebraba en el brumoso crepsculo. Imere, el hijo de Ulnah y su sucesor como fhyrd de Duvar congreg a sus habitantes en la colina sagrada, siguiendo una tradicin centenaria.La colina sagrada era un altozano rodo por el tiempo, de una roca obscura y desmigajada en la que creca la alta hierba. En ella, erigidas por manos muertas hace incontables siglos, estaban las siete piedras, y bajo la tierra, aosos tmulos guardaban los huesos de hroes y jefes cuyo nombre se haba olvidado en la vorgine de los siglos. All, alrededor de las gastadas piedras de arenisca azul surcadas de runas ya ilegibles, el fhyrd degoll un toro y verti su sangre en la tierra, como smbolo de la paz que deba reinar entre los vivos y los muertos, aquellos que caminaban por la Tierra del Pesar hacia su destino. Imere recogi parte de la sangre del toro en un cuenco y la mezcl junto a hierbas que slo l conoca, ungiendo la frente de los duvareses con aquel mejunje. Les bendijo a todos ellos y a la tierra en nombre de Cernath, El Padre Sol. Tambin rog a los dems dioses que fueran propicios, entre ellos Irlya, la diosa de la tierra, Verlix el dios de la caza y los bosques, Arynl, el seor de la guerra, e incluso a Savrak, el dios de los muertos y la noche, para aplacar su sed de vctimas.

Despus, mientras se preparaban en la plaza de la aldea las largas mesas repletas de viandas y licores del banquete, los jvenes de Duvar compitieron entre s, alegre aunque ferozmente. Carreras, lanzamiento de piedras, tiro con arco, lucha... el que sobresaliera en aquellas pruebas ocupara un puesto de honor en el banquete y sera especialmente agasajado. Yaeln, que haba acudido junto a su to, ambos con sus mejores galas y las saraid de piel cubrindoles los hombros, pens en escabullirse de la competicin, pero su to Crenad le estaba vigilando y no quera defraudarle. Adems, haba visto a Inar entre las muchachas de la aldea, radiante, con un albo vestido y flores rojas ornando el oro viejo de sus cabellos, y, si no participaba, quedara mal ante sus ojos.

La primera de las pruebas en las que particip Yaeln junto a los dems era la del lanzamiento de peso. Se empleaban pesadas piedras o lastres de plomo, que se alzaban sobre la cabeza y luego se arrojaban con fuerza y maa. Yaeln comenz a sentirse muy nervioso y las palmas de sus manos se cubrieron de sudor. El primero en lanzar fue Nuacth, que asi la piedra con decisin y una fiera sonrisa en sus arrogantes labios. Tom impulso y aliento, lanzndola con un vigoroso ademn. La piedra surc el aire y aterriz a veinte pasos y una vara de distancia. Nuacht grit de alborozo, entre los elogios de los dems competidores. stos fueron probando a su vez, aunque ninguno se acerc a ms de dos pasos de su lanzamiento. Cuando le lleg el turno a Yaeln, Nuacht le mir con fijeza y una sonrisa desdeosa. Yaeln le devolvi con furia su mirada y tom la piedra. Repar por un instante en que todos parecan observarle, y volvi a notar el sudor en sus manos y aquel nerviosismo tan molesto. La piedra estuvo a punto de resbalrsele de sus manos hmedas, y se escucharon algunas risas. Yaeln apret las mandbulas, airado, y lanz la piedra con todas sus fuerzas, imaginando que se la arrojaba a Nuacht.

La roca vol rauda de sus manos y cay a treinta y dos pasos de distancia. Los competidores y espectadores quedaron atnitos. Dos de ellos comprobaron la marca, y tras cierto titubeo nombraron como vencedor de la primera prueba a Yaeln. ste no sala de su asombro, aunque pronto se sinti lleno de jbilo. El lanzamiento haba sido excepcional, casi increble, y Yaeln saba que poda mejorarlo si se esforzaba. Mientras, not la expresin entre perpleja e iracunda de Nuacth, al que vio por vez primera celoso de l.

Yaeln recibi las felicitaciones de los dems jvenes, hecho que aument an ms el enojo de Nuacht. Las pruebas continuaron, y Yaeln acab imponindose con facilidad en todas ellas: en la carrera, sus pies fueron ms rpidos; en el tiro con arco, sus flechas fueron ms certeras, y por ltimo, no tuvo par en las luchas cuerpo a cuerpo. Nuacth haba perdido ante l pese a sus denodados esfuerzos. Se senta humillado, lleno de clera y rencor hacia aquel bastardo de pelo obscuro. La ira azot su pecho al comprobar cmo los dems jvenes comenzaron a mirarle con respeto, incluso temor, tal vez. Yaeln se senta pletrico. Nunca haba gozado de tanta expectacin ni del respeto de los dems. Mas, pasados los primeros dulces instantes, comenz a sentirse incmodo, pues no estaba acostumbrado a ser el centro de la atencin.Crenad fue a felicitarle. Estaba orgulloso de l y no lo ocultaba. Tener constancia de aquello llen de alegra el pecho de Yaeln y le hizo olvidar la incomodidad. Se sent junto a su to durante el banquete, en el cual se sirvieron magnficos manjares: caldos, carnes, salsas, regados con cerveza fuerte, vino y licores de bayas, miel y frutos en los postres; en aquel da sealado, la abundancia y el regocijo reinaban. Tambin era un da mgico, lleno de misterio y supersticin. Muchas parejas contraan matrimonio o se formaban, pues era igualmente tiempo para el amor y la fecundidad. Ante hogueras altas como un hombre, los habitantes de Duvar se entregaron a vistosas danzas y alborozados cnticos, entre risas y bullicio. Despus del ubrrimo banquete, Crenad se quej de sus viejos huesos y dej la fiesta. Susurr algo al odo de su sobrino antes de marcharse, y ste asinti, nervioso.

Yaeln se levant de su asiento, con el propsito de unirse a los que danzaban. Sin embargo, reluctante, no quiso hacerlo de momento, y tan slo les observ. Busc a Inar, y mientras paseaba su vista no le pas inadvertido que muchas mozas fijaban en l sus miradas, con un inters insospechado hasta entonces. Contemplaban a aquel extrao sobrino de Crenad, tan garrido y fuerte, buscando con sus pupilas las de ste, verdes y profundas como el mar, magnticas y penetrantes.

Inar apareci bailando junto a otras tres muchachas y muchachos, alegre y lozana. Acapar toda su atencin, hasta el punto de que se qued embelesado contemplando la evolucin de su baile. La muchacha no pareca serle indiferente, y contestaba a sus miradas con otras, subrepticias y huidizas. Yaeln pens que tal vez su to tendra razn, y se prometi a s mismo que le pedira el prximo baile a Inar.

Alguien repar en aquel cruce de pupilas y decidi aprovechar la ocasin. Las odiosas y risueas facciones de Nuacth aparecieron ante Yaeln.

Qu tenemos aqu? dijo petulante y burln, a viva voz. Parece que Yaeln, el vencedor de las pruebas, nuestro Yaeln, el solitario, mira con buenos ojos a una muchacha de la aldea... menos mal, hubiera pensado que prefera a las ciervas del bosque antes que a ellas.

Los compinches de Nuacth rieron su comentario, y pronto hubo un coro de risas que enoj vivamente a Yaeln. All estaba Vanyl, panzudo y rubicundo, rindose de l hasta casi llorar; Setan, con sus ojos escurridizos y flacos miembros; Erath, corpulento, desmaado y siempre procaz, cerca de Ult, el mayor del grupo, con una fea cicatriz hendindole los labios y aquella maldita cara de jabal embrutecido.Apret los puos, irgui el cuello y asaete con sus ojos a los de Nuacth, ignorando a los dems. Una niebla rojiza velaba sus ojos y el clamor de las carcajadas, repetido mil veces en sus odos, inflamaba su clera. Nuacth le devolvi la mirada, incitndole a actuar. Yaeln sigui contemplndole en silencio, con sus rasgos temblando de rabia. Una pasin obscura y terrible le azotaba. Quera destrozar ese maldito rostro con sus propias manos, quebrarlo entre ellas como una nuez seca.

Entonces repar cmo el resto de los que bailaban se haba detenido. Sus risas ya no borbotaban insolentes. Contemplaban aquella silenciosa pugna de voluntades, aguardando. La mayora estaba en contra de l, como aquellos que haban perdido en las pruebas, a los que Yaeln haba ganado con facilidad; otros callaban, indecisos, esperando el desenlace. Yaeln sinti que el desprecio que haba sentido por los dems habitantes de Duvar renaca con fuerza. Quedaos con vuestras fiestas y bailes, se dijo. Lo nico que deseaba es arrojarse contra Nuacth y matarle, pero no poda hacer eso, no sin comprometer a su to Crenad. Pens en l y, resignado, contuvo su furia y le volvi la espalda a Nuacth, alejndose de los dems, como un perro derrotado que huyera para lamerse las heridas.

No le pas inadvertido cmo Nuacth, despus de saborear su humillacin con deleite, se acercaba zalamero a Inar. Aquello fue demasiado para l. Buf exasperado y dej la fiesta, el bullicio, el resplandor de las hogueras y los alegres bailes.

Yaeln camin raudo y dej muy atrs la plaza de Duvar, caminando por sus solitarios y amplios caminos de arcilla. Era una noche esplndida y tibia la de aquel solsticio de verano. Los insectos chirriaban insistentemente, arropados por el susurro de la ligera brisa y el zafiro obscuro del firmamento, donde prenda una luminosa y exuberante Luna rodeada de destellos diamantinos. Sigui el sendero hacia su casa, mas luego decidi que no tena ganas de dormir an y enfil sus pasos hacia el bosque. All podra atemperar sus nimos y meditar con tranquilidad.

As que cruz el puente de piedra sobre el riachuelo, que susurraba calmo al bajar hacia el oeste, y lleg a uno de sus rincones preferidos, una loma en el robledal cercano a Duvar, desnuda de rboles, con un grueso tocn en el que le gustaba recostarse. Se sent en l y contempl la Luna. An le lata rpidamente el pulso y le temblaban las manos de excitacin y enojo; una fiera mueca de odio apareca en su semblante, baado en el suave resplandor de la Luna, acentuado por las sombras las oquedades y duros trazos de su rostro.

Despus de la humillacin sufrida, se pensara mucho en volver a trabar contacto con los aldeanos. Estaba harto de Duvar. Slo su to abuelo Crenad, su nica familia, le ataba all. Slo era Crenad? se pregunt a s mismo. Tal vez no sera Inar otra razn ms? Yaeln no tuvo ms remedio que admitir la verdad, aunque entonces evoc la reciente imagen de Nuacth cortejndola y el corazn le dio un vuelco en el pecho. Ara la madera del tocn, indignado, y se levant ansioso.

Entonces escuch unos pasos entre las sombras, viniendo hacia l. Era una nica persona, y al parecer avanzaba fatigosamente pendiente arriba, pisando ramas cadas y atravesando los densos brezales con estrpito. Fue hacia el intruso cautelosamente, intrigado, y le esper tras un roble para acecharle. Desconcertado, vio pasar junto a l a una muchacha de tez blanca y pelo muy rubio y largo adornado con flores, con una blusa azul de lana y un vestido blanco. Era Inar.

Yaeln surgi de su escondite tras ella y le toc el hombro con suavidad. La muchacha dej escapar un grito, volvindose asustada.

Yaeln! Qu susto me has dado!

Qu haces aqu? le increp l. Cmo se te ocurre vagar sola de noche por el bosque? Es una locura aadi desaprobador.

Lo s... admiti Inar, sonrojndose y bajando la vista. Fui tras de ti poco despus de que te marcharas. Vi cmo te alejabas por el puente y trat de darte alcance, aunque te perd cuando te internaste en el robledal.

Seguirme ha sido una estupidez, Inar le reproch Yaeln. Si tu padre llegara a enterarse te castigara, y, adems, me culpara a m tambin. Bien, me has encontrado... Para qu me buscabas?

Yobalbuci Inar, aturdida. No s por qu lo hice exactamente. Te vi en la fiesta ms alegre y animado que nunca, y luego Nuacth comenz a zaherirte sin provocacin alguna...Cuando dej la fiesta le interrumpi Yaeln, volvindole la espalda Nuacth se interesaba por ti. No es eso todo un halago? Las dems muchachas de Duvar palideceran de envidia si Nuacth te hiciera la corte.

Inar sonri.

Es cierto, trat de cortejarme, pero le rehus. Nunca me ha gustado su arrogancia, y menos an cuando vi cmo te insultaba, slo para lavar su herido orgullo cuando le derrotaste en las pruebas.

Yaeln sigui dndole la espalda, enfurruado.

Yaeln... le dijo dulcemente ella.

S?

Qu pensabas cuando me mirabas tan fijamente en la fiesta?

Yaeln se mordi los labios, nervioso. Confront a Inar lentamente y le mir a los ojos.

Pensaba en estrecharte en mis brazos y besarte, pues eres la muchacha ms bella de la aldea. Cuando contempl cmo danzabas me sent lleno de dicha y quise que fueras slo para m. Pensaba eso, como un iluso.

Inar baj la mirada, con un tenue arrebol iluminando sus plidas facciones.

Por qu dices que eres un iluso, Yaeln?

Yaeln atrajo su escurridiza mirada. Inar la mantuvo tmidamente, con los labios entreabiertos. Lentamente, Yaeln la acerc hacia s y sus labios se unieron a los de ella en inexperto aunque apasionado beso.

De pronto, Yaeln se alej de ella.

Inar, sabes que tu padre no me aceptar. Soy un extrao en Duvar. Ni siquiera tengo padre conocido dijo con amargura.

No me importa replic ella, contrariada. Mi padre sabr aceptarte cuando compruebe cmo eres realmente y desoiga las habladuras. Le conozco, es un buen hombre en el fondo. Y si no lo hace, ir a dnde t vayas, lejos de Duvar si es preciso.

Yaeln admir el valor de Inar y tom con emocin sus suaves y pequeas manos. Volvi a besarla y la estrech entre sus brazos. Sus jvenes cuerpos se confundieron; Inar suspir trmula. Le temblaron las rodillas y se dej caer junto a Yaeln sobre la hierba fresca. Yaeln desprendi su saraid y la extendi para que les sirviera de manta. Ambos jvenes se abismaron en el torbellino de la pasin y el deseo, hasta que no hubo nada ms para ellos que la entrega de sus entrelazados cuerpos.Despus del clmax se quedaron abrazados, desnudos bajo la luz de la Luna sobre la saraid de Yaeln. As tendidos, observaron plcidamente el cielo estrellado. Inar mir a Yaeln y le acarici la mejilla con ternura. Yaeln se irgui sin devolverle la caricia, pensativo.

Qu piensas, amor mo? le dijo Inar, abrazndole la espalda.Yaeln permaneci en silencio unos instantes, tornando luego sus ojos verdes a los de Inar, grises y soadores como las nubes del otoo.

Tu padre me matar si llega a saber esto. Nunca me aceptar como yerno. Sigo pensando que hemos cometido un grave error, Inar. Pero, an as le dijo risueo no me arrepiento y volvieron a besarse apasionadamente.

Yaeln abri los ojos, sobresaltado, interrumpiendo el beso.

Qu tenemos aqu...? Vaya, creo que hemos llegado en un mal momento la voz de Nuacth, atiplada por el exceso de bebida, sacudi a Yaeln con un escalofro; ocupados sus sentidos en el gozo de besar, la llegada subrepticia de Nuacth le haba pasado inadvertida.

Detrs de l estaban sus cuatro compinches inseparables, Vanyl, Setan, Erath y Ult, tratando de contener la risa y mirando lascivamente a Inar, desnuda junto a Yaeln. La muchacha se cubri avergonzada como pudo con la saraid, bajando los ojos.

Yaeln se levant, arrostrando a Nuacth. Un msculo de la cara le temblaba violentamente.

Maldito seas, Nuacth! Te has propuesto que te mate, no hay duda. Vete ahora mismo de aqu y llvate a los imbciles de tus amigos!

Nuacth frunci sus odiosas facciones, dando un paso hacia l.

Creo que no me ir an. Inar me pertenece por derecho; yo debera haberla desflorado. Olvidas que soy el hijo del dayrl y puedo elegir esposa dijo con estpida presuncin. Pero aadi con desprecio ahora puedes quedrtela, aunque despus de que yo tambin disfrute de ella.

Yaeln bram de furia y se abalanz sobre Nuacth. Antes de que pudiera alcanzarle, los cuatro compinches de Nuacht se lo impidieron; Ult le asi los cabellos por detrs, Setan se aferr a sus piernas y Vanyl y Erath le agarraron los brazos. Yaeln se debati rabioso, insultndoles y forcejeando. Les cost mucho inmovilizarle, ya que la fuerza de Yaeln era prodigiosa. Pero eran cuatro contra l y su fuerza tampoco era desdeable.

Nuacth se ri a gusto, acercndose a Inar. La muchacha se levant cubrindose con el manto de Yaeln, retrocediendo hasta el tronco de un roble.

Vamos, vamos... has tenido dentro de ti a ese bastardo, y ahora vas a rechazarme a m? le dijo burln, asindola por el pelo y cernindose sobre ella.Inar grit con voz aguda, golpe con los puos y pies y trat de araarle la cara a Nuacth, pero ste era mucho ms fuerte y acab dominndola.

Yaeln, al escuchar y ver cmo Nuacth acosaba a Inar redobl sus esfuerzos por liberarse. Ult, Vanyl y Setan le agarraban fuertemente, mantenindole postrado en el suelo.

Erath se agach hacia l, rindose.

Una gata furiosa, sin duda. Pero tranquilo, que Nuacth la domar! Yaeln clav con tal inusitado odio sus ojos en Erath que ste retrocedi, casi tropezando.Molesto por haber mostrado temor, le acometi con los puos, furioso. Vanyl, Setan y Ult le arrojaron al suelo, unindose a Erath y vapulendole cruelmente. Mientras Inar se debata y chillaba, una lluvia de golpes cay sobre Yaeln. Sinti un puetazo en la mandbula, varios en los pmulos, la nariz y las cejas. Uno de ellos le pis la mano y le rompi varios dedos. Recibi puntapis en las costillas, el estmago y el pecho. Trat de guarecerse de la tunda con las manos y rod por el suelo. La roja niebla del dolor y la sangre le cegaban, enloquecindole. Trat de levantarse, pero un rodillazo le dio en la nariz, rompindosela, y volvi a caer. Sin embargo, sigui tratando de levantarse. Casi no poda abrir los ojos; senta la sangre resbalando por su cara y garganta y el dolor flagelando con saa su cuerpo. Ver cmo an trataba de sobreponerse enfureci a sus cuatro atacantes. Setan cogi impulso y le rompi varias costillas de una patada; Ult le asest un puetazo en la boca y le arranc varios dientes, y Erath le abri una ceja de un codazo. Yaeln aull de dolor, sin doblegarse ante el tremendo castigo.

Basta, es suficiente! terci Ult, sudoroso y jadeante, con aquella fea cicatriz en sus labios. Los otros asintieron, pues no queran cargar con su muerte.Detrs de ellos, Nuacth renegaba, forcejeando con Inar. Enojado por sus gritos y manoteos, le propin un bofetn. La muchacha, sorprendida, se qued de lado, llorando en silencio. Nuacth se libr de su cinturn y afloj sus calzas. Su risa son clara en los odos de Yaeln, pese a la agona y el tormento que le embargaban. Se arrastr penosamente, cubierto de sangre y magulladuras.

Erath volvi a agacharse hacia l. Le oblig a levantar la cabeza. El rostro de Yaeln estaba tumefacto, ensangrentado y casi irreconocible; respiraba con anhelo y ya no se debata, aunque violentos temblores estremecan su cuerpo y le hacan gemir dbilmente.

Parece que al fin te hemos calmado. Levanta la cabeza, as podrs ver cmo disfruta Nuacth. Eso es...Yaeln levant la cabeza y le mir con ojos entrecerrados. El aliento de Setan, clido y maloliente, le dio en pleno rostro. Una arcada amenaz con hacerle vomitar. Le tena muy cerca, a menos de tres dedos. Las convulsiones volvieron a azotar su cuerpo. Abri los ojos.

Yaeln se abalanz sobre Erath como un resorte y le hundi sus dientes en el rostro. Erath grit como una rata apresada, tratando de rechazarle, y Vanyl, Ult y Setan, desconcertados, intentaron quitrselo de encima. Los dientes de Yaeln rasgaron la carne y el cartlago de la nariz de Erath y la arrancaron de cuajo, como si le hubieran dado un mordisco a una fruta verde. Un chorro de sangre man roja y viscosa del horrible agujero donde haba estado la nariz de Erath y ste chill de angustia, cayendo de rodillas y palpndose la herida desnuda con manos temblorosas. Revolvindose como un furibundo vendaval, Yaeln le propin un terrible cabezazo a Vanyl entre los ojos, con tal violencia que cay muerto al instante, su crneo destrozado, y se volvi con rapidez hacia Ult y Setan, cerrando contra el primero y mordindole como un poseso en la garganta. Ult trat de quitrselo de encima, gritando de horror, pero fue en vano; los dientes de Yaeln abrieron su carne y arrancaron de ella un trozo caliente y grueso, entre el borbotar de fluido vital. Setan, horrorizado, trat de huir. Una pesadilla de ojos rojos como el fuego y el rostro anegado en sangre se abati sobre l antes de que pudiera reaccionar, arrasndole: Yaeln le golpe con los puos, desgarrando su mandbula, aplastndole la nariz, las mejillas, hasta que not cmo cedan los huesos de su rostro y le dej caer.

Nuacth! bram, temblando de rabia.El hijo del dayrl haba escuchado los gritos y se daba la vuelta, confuso, dejando a Inar. Haba bebido demasiado cmo para violarla y volcaba hasta entonces su frustracin en ella, abofetendola cobardemente.

Al or su nombre en labios de Yaeln y verle a pocos pasos, la sangre dej de fluir en sus venas por un instante y se congel. Yaeln caminaba hacia l, lentamente, su cuerpo desnudo y magullado recorrido por lgrimas carmeses que bajaban de sus numerosas heridas. Sus facciones eran poco ms que una mscara feral y ominosa bajo la luz de la Luna, terrible, con los rasgos tumefactos desencajados por la ira. Pareca ms alto y fuerte, y Nuacth sinti miedo como nunca antes lo haba sentido y se levant, retrocediendo apresuradamente. En su fuero interno, reconoci que siempre haba temido a Yaeln por alguna extraa razn, aunque jams lo hubiera admitido. se era el motivo de sus enconadas burlas: le tema. Y la visin de Yaeln frente a s responda al porqu de su temor. Nuacth mir los ojos de Yaeln y vio la muerte; contempl un ocano de ira tras sus pupilas, una avalancha de vesnico e imparable furor.

Las manos de Yaeln se cerraron sobre la garganta de Nuacth con tal mpetu que ste hubo de hincar una rodilla. Aferr las muecas de Yaeln, hundi en ellas sus uas y pulgares, tratando de romper su presa. Pero antes hubiera detenido el Sol en su vagar por el cielo o el deshielo en primavera: la fuerza de Yaeln era descomunal, sobrehumana.

Yaeln le alz sobre sus hombros y estrell la cabeza de Nuacth contra el tronco del roble. Los msculos del cuello estaban tensos como cuerdas, sus ojos abiertos, fijos, con las pupilas reducidas a centelleantes puntos. Nuacth, afixiado, borbote agnicamente, con la cara lvida. Con ambas manos, Yaeln golpe el crneo de Nuacth contra el rbol una vez, otra, y otra. La sangre fluy de los odos de Nuacth, se escucharon speros chasquidos. Yaeln le saba muerto, con el cuello y el crneo rotos, mas sigui golpeando una y otra vez, hasta que algo viscoso se escurri entre sus dedos y la cabeza de Nuacth fue poco ms que un amasijo irreconocible de huesos hundidos y carne hmeda y enrojecida.

Yaeln solt el cadver de Nuacht y contempl como se derrumbaba flccidamente. La corteza del roble apareca resquebrajada, reluciente de sangre. Los sollozos de Inar le trajeron de vuelta del confuso corredor por el que se haba internado. Inar estaba se agitaba en el suelo, hecha un trmulo ovillo. Yaeln contempl el cadver desfigurado de Nuacth por ltima vez, cubri a Inar con su manto y la tom en brazos era liviana, como una nia adentrndose en el bosque. Inar segua temblando, aunque el contacto con Yaeln la calm y pronto se sumi en un reparador sueo entre sus brazos. Apretndola contra su pecho, Yaeln se jur que no permitira que volvieran a hacerle dao.

Mir a su alrededor. El bosque era majestuoso, solemne y lleno de misterios a la luz de la Luna. Los susurros volvieron a llamarle, y esta vez eran ms difanos. Dej con suavidad a Inar en el suelo y atendi a lo que decan. Sin palabras, los susurros en el viento le hablaron de un legado de poder y fuerza que le perteneca. Se qued all, extasiado, respirando lentamente y escuchando las extraas voces. Era como si stas pulsaran las cuerdas de un instrumento en su memoria, evocando notas desconocidas para l como recuerdos lejanos, difusos, como colores desvados por el tiempo. Tales recuerdos eran vagos, y Yaeln dudaba de ellos. Eran sus recuerdos, o los de otra persona? No poda saberlo. La remembranza de su pasada vida le pareci irreal, absurda. Haba vivido una mentira, nacido en el lugar equivocado. Comprendi entonces porqu nunca se haba sentido a gusto entre los de la aldea. No era como ellos; la sangre que corra por sus venas era mucho ms antigua y misteriosa. Crenad, su to abuelo, vino a sus mientes. An senta afecto por l, y segua debindole respeto. Absorto, mir a Inar, tendida en la suave hierba, respirando sosegadamente, y sinti una punzada de angustia. Haba complicado mucho su vida, intilmente. Tal vez debera dejarla all y marcharse. La encontraran, sin duda. Era la mejor solucin.

Nunca!, se dijo. No la dejara all a merced de cualquier peligro. Adems, ella misma haba manifestado su intencin de seguirle a donde fuera. Iran lejos, donde no pudieran alcanzarlos los habitantes de Duvar.

De pronto, unos ladridos lejanos reverberaron en el bosque y le hicieron volverse rpidamente. Ya estaban tras l. Qu poco haban tardado! En la distancia, el resplandor de las antorchas centelle tenuemente, y el estrpito de pasos apresurados y gritos roncos lleg hasta sus odos. Advirti que segua desnudo y ensangrentado, mas no le import. Tomando de nuevo a Inar entre sus brazos, sigui pendiente arriba sin dudarlo, todo lo rpido que le permitieron sus giles piernas y la delicada carga que llevaba. Atraves frentico el bosque de fresnos, hayas y robles, hasta que stos ralearon y fueron desplazados por los ms gruesos e imponentes pinos y abetos. Lleg a un paraje recndito que le result familiar; el da anterior, por la maana, haba llegado hasta all persiguiendo al ciervo. Cun lejos estaba aquel momento! Haba pasado un da, pero a Yaeln se le antojaba un largo ao. A la luz clara y fra de la Luna, las aguas del arroyuelo bajaban soolientas, vestidas de plata. Junto a un peasco cubierto de musgo, cerca de la ribera, dej a Inar, acomodndola con ternura en una yacija de hierba y hojas. Segua dormida con placidez, y por un momento contempl arrobado su hermoso rostro.

Se alej de ella, agachndose en el lecho del arroyo para beber un trago de agua fresca. El agua helada le devolvi un sutil y plido reflejo de su rostro. Se lav la cara para quitarse la sangre reseca y despus camin hasta el centro del claro. Su agudo odo capt el rumor de sus perseguidores a lo lejos. No poda seguir huyendo: le alcanzaran, tarde o temprano. Deba afrontarles. Sinti rabia y desesperacin, y cmo una fra clera le embargaba. El odio por los aldeanos de Duvar, el recuerdo de sus desprecios y burlas y la humillacin sufrida por Nuacht volvieron a enardecer su furia.

Una sensacin fuera de lo comn acompa a las anteriores y le baj por el espinazo como un escalofro. Ya haba sentido antes esa sensacin, cuando enfrent a Nuacht y sus amigos y acab con sus vidas, cuando compiti junto a los otros jvenes tras el Rito, y cuando, aquella maana tan distante, caz al ciervo con las manos desnudas. Era un sentimiento obscuro y salvaje, una arrasadora pasin que incendiaba su cuerpo y haca hervir su sangre.

Alz la cabeza y contempl a la Luna, embriagado por su belleza. Su corazn lata apresuradamente, hasta el punto de resultar doloroso. Tena el vello erizado y respiraba con rapidez; su cuerpo se tensaba como si fuera a recibir un golpe, como si supiera lo que iba a ocurrir mucho mejor que l mismo. Algo que pugnaba por salir desde haca tiempo clamaba ahora con furia. Cerr los ojos y, ya sin miedo, se dej llevar.Una oleada de poder irrumpi en su cuerpo y mente, avasallndole, invadiendo todo su ser como una marea roja e incontenible. Tal fue la fuerza con que le acometi aquella sensacin que hinc las rodillas, tambalendose. Extendi los brazos, hundiendo los dedos en la tierra con saa. Violentas y dolorosas convulsiones sacudieron su cuerpo. Los espasmos arreciaron, el corazn lati enloquecido. La agona le hizo arquear la espalda, clamar de furia, araarse torso y cara con las uas hasta sangrar. Un reguero de espuma baj de las comisuras de sus labios entreabiertos, que dejaban ver sus blancos dientes apretados y las lvidas encas. Golpe con frenes el suelo y se revolc en l desesperadamente, buscando consuelo. Los msculos se tensaron entre convulsiones, como tensas sogas, hasta que crey que se romperan; bajo ellos, senta a los huesos crecer y deformarse, como moldeados por el capricho de un dios, entre sonidos de ludir y romper de ramas secas. Guareci su cabeza entre las manos, aturdido por el dolor, cerca del desmayo. Ante sus ojos danzaba la niebla espesa y rojiza de la agona, y agudos aguijonazos de dolor crecan y se apagaban, estremecindole.

Mas, sbitamente, todo ces. El dolor remiti de pronto y dej a Yaeln an ms confuso que antes. Se levant, aturdido, y abri los ojos. El mundo apareci ante l claro como a la luz del medioda. Mir a la Luna, que le sonrea solcita, como una madre, y sonri siniestro. Inspir profundamente, notando el poder que ahora bulla en todo su cuerpo.Rebosante de jbilo, alz los brazos y rugi con voz tonante. Su aullido salvaje atron por todo el bosque y se deshizo en miles de ecos, como un desafo.

Lobos! musit Galner, sobresaltado.Sus compaeros asintieron, nerviosos, detenindose para escuchar con ms atencin.Los cinco guerreros de Duvar permanecieron en silencio entre los fresnos, robles y hayas del bosque. El ms alto de ellos, Beran, llevaba sujetos con una tralla a dos perros de pelaje gris e hirsuto, que olisqueaban el suelo y venteaban la brisa con avidez.

Hace muchos aos que no se ven lobos tan al sur dijo pensativo Cey, el ms viejo del grupo, rompiendo aquel incmodo silencio.

Es cierto... terci Airn, ceudo. No desde aquella terrible hambruna, desde luego.

Airn era ancho de hombros y robusto de miembros. Cerca de l, Eryl, apenas un muchacho, callaba mordindose el labio inferior. No poda disimular muy bien su inquietud.

Galner, el lder de la partida, maldijo para s. Tena un porte distinguido, con un rostro hermoso, poblado de una larga barba, roja y lustrosa. Sacudiendo la cabeza, orden reanudar la marcha.Iban muy juntos, con las espadas y hachas aprestadas, vestidos como para la guerra, con jubones de cuero endurecido y pieles; sus pupilas se posaban incansablemente en cada sombra del camino, suspicaces. Cey llevaba una tea de pino embreada y la prendi con su eslabn. Con la luz de Luna que se derramaba desde el cielo poda verse con bastante claridad, pero sin duda se sentiran ms seguros con el resplandor de la antorcha.

Airn maldijo en voz queda. No le gustaba aquel asunto. Ola mal. Algo dentro de l presagiaba un funesto desenlace a los acontecimientos, an mayor que el presente. Y todo por aquel engredo bastardo de pelo obscuro. Recordaba haberle visto en la fiesta, hosco, parco en palabras, hasta que poco despus le perdi de vista entre los muchachos. Despus, en mitad de la fiesta, lleg corriendo uno de los amigos de Nuacht, sujetndose la cara con las manos ensangrentadas. Casi no se le entenda al hablar. Le haban arrancado la nariz, desfigurndole. Yaeln, musit, acusador, y, entre sollozos y balbuceos, les relat cmo Yaeln les haba atacado cuando l, Nuacth y tres amigos ms le impidieron que tomara a la fuerza a Inar, la hija de Therek, de la cual se haba encaprichado. Ms tarde encontraron en el robledal los cadveres destrozados de Nuacht y sus tres amigos, junto a las ropas de Inar y Yaeln tiradas en el suelo. Sin duda, el bastardo habra huido a esconderse al bosque, como una fiera, llevndose con l a Inar. Cuando le atrapasen expiara su crimen con una muerte lenta y dolorosa. Lo que ms lamentaba era el pesar de Dunnr, su dayrl, pues recordara siempre la expresin de su cara al ver a su hijo tendido en el suelo, fro y empapado en su propia sangre. Sin embargo, haba dado muestras de su temple y ni siquiera haba derramado una lgrima por su primognito.Los gruidos de los perros interrumpieron los pensamientos de Airn. Se haban detenido cerca de unos arbustos, en cuya direccin sealaban. Beran los sujet con dificultad, renegando. Galner indic el alto y le hizo una sea a Eryl. ste asinti, tendiendo su arco y engastando una flecha de plumas negras. El resto asi con firmeza sus armas, expectantes.

Con la espada por delante, Galner avanz hacia los arbustos, unos zarzales retorcidos y densos. Introdujo su espada en ellos, cauto; nada, all no poda ocultarse nadie. Chasc la lengua, irritado, prosiguiendo la marcha. Sin embargo, los perros siguieron gruendo hacia aquellos arbustos, aunque sus gruidos devinieron en lastimeros gaidos. Beran les inst a seguir con golpes y tirones de la tralla. Eryl suspir, bajando el arco, y sigui adelante junto al resto.

Airn volvi a maldecir; cada vez le gustaba menos aquello. Al pasar junto a las zarzas, la manga izquierda de su camisa de lino se enganch en una larga espina. Trat de liberarse, pero era difcil con la espada en la diestra.

Envain la espada y tirone de su manga con fastidio. Trat de desgarrar la tela de un tirn y, al hacerlo, se pinch la mano con las zarzas. Farfullando una maldicin, se llev la mano magullada a los labios y arranc finalmente la manga. El ltimo de sus compaeros desapareca entre los rboles, junto al fulgor de la antorcha que llevaba Cey.

Eh! Esperadme, maldita sea! les llam furioso, aunque tambin algo inquieto.Talone para alcanzarles, temeroso, y luego se detuvo para orientarse. Estaba mucho ms obscuro ahora, tal vez una nube haba ocultado a la Luna.

Un instante despus se percat de que no haba sido una nube pasajera lo que haba ocultado la Luna, sino una figura enorme encaramada en las ramas de un fresno. Airn dilat sus pupilas, espantado. La figura salt del rbol y se abalanz sobre l a una velocidad increble, y uno de sus largos miembros le alcanz en el pecho antes de que pudiera desenvainar la espada. Lo ltimo que vio fueron unos ojos rojos y relucientes como brasas.

El chillido de Airn restall fugaz en la distancia. Los cuatro guerreros se volvieron al unsono.

Qu ha sido eso? farfull Beran, sujetando a sus perros, que volvan a gair.Airn! Estaba con nosotros hace un momento! dijo Eryl asustado. Instintivamente, retrocedi, volviendo a preparar su arco.

Cey alz su antorcha y atisb ansioso en la penumbra, apretando el hacha en su diestra. Galner mir en silencio a los tres. Deban regresar para ver qu haba ocurrido, mas ninguno querra dar un solo paso hacia atrs. Los perros aullaron, lloriqueando y escarbando desesperadamente la tierra.

All! grit de pronto Eryl, sealando hacia un rbol. He visto algo enorme, como una sombra! Y vena hacia nosotros...Los cuatro guerreros se agruparon en crculo, bajo un grueso y sombro roble de retorcidas ramas, asiendo con fuerza sus armas y oteando las sombras a su alrededor; la Luna apenas luca, oculta tras una traicionera nube, y la luz vacilante de la tea de Cey era lo nico que les permita ver con cierta claridad. El sudor les corra por el rostro, y su resuello les pareca estruendoso. No podan afirmarlo ni era evidente a sus sentidos, pero intuan que algo les acechaba muy cerca. Ninguno osara decirlo en voz alta, pero ya daban por muerto a Airn.

Cey restall, exasperado.

Sal de tu escondite, quin quiera que seas! Sal, si te atreves! clam histrico.Aferraba su hacha de doble filo con tanta fuerza que tena los nudillos blancos, extendiendo ante s la antorcha. Un temblor incontrolable comenz a sacudir su cuerpo. Dio un paso hacia delante, con la mirada fija a los rboles frente a l.

De pronto, grit. Fue el suyo un grito inarticulado, demencial. Sus compaeros vieron una forma enorme y obscura surgiendo de las sombras arremeter contra Cey, e instantes despus cmo ste era despedido de un brutal golpe. La antorcha que llevaba cay al suelo y se apag poco despus, sumindoles en la penumbra.

El cadver de Cey, con un surco sanguinolento desde la ingle al hombro, partido en dos y eviscerado, se desplom ante los pies de Beran, que retrocedi lleno de asco. Sus perros chillaron con angustia, agazapndose en el suelo. Beran vio una sombra de ojos rojos que le acometa y hundi su espada en ella antes de que unas zarpas marfileas le arrancaran medio rostro y se derrumbara muerto, sin un gemido. Eryl dispar su arco sin saber bien a qu disparaba. La flecha se enterr en un costado de aquel ser, pero ste no pareci acusar herida alguna. Galner le plant cara, pero las zarpas volvieron a abatirse cruelmente e hicieron trizas su crneo antes de que pudiera asestar un solo golpe con su espada.

Eryl volvi a disparar su arco. Escuch claramente el sonido de la flecha al clavarse en la carne, y vio cmo aquella criatura volva hacia l sus ojos llameantes, ignorando el flechazo. Dejando escapar un alarido, Eryl tir el arco y huy a la carrera entre los rboles. Aguij el paso y corri como nunca antes lo haba hecho, temeroso de volver la vista atrs. Los rboles sombros desaparecan alrededor de l a una velocidad vertiginosa. Corri enloquecido, golpeando ramas, trastabillando con las rocas y races del suelo, sabedor de que hua de la muerte.Sin embargo, sus fuerzas acabaron fallndole y se derrumb exhausto sobre las rodillas, resollando, con los pulmones abrasados de dolor por el esfuerzo. Repar en ese instante en el cuerno de caza que llevaba, y se lo acerc a los labios con pulso tembloroso. Sinti una presencia tras l y un pesado y caliente aliento golpe su espalda. Desesperado, busc aliento para soplar el cuerno, inspirando profundamente.

El toque del cuerno clam con fuerza y apremio, y luego ces bruscamente.

Crenad Narak alz su vista del suelo cubierto de sombras y la dirigi hacia el bosque. Uno de los cuernos de caza haba sonado lgubre. Le haban encontrado... o l les haba encontrado a ellos, se dijo. Pensativo, contempl el fantstico agitar de las distantes copas de los rboles en la brisa nocturna que bajaba de las montaas, preada de secretos. A la desvada luz de la Luna, los rasgos del viejo cazador aparecan marchitos, cadavricos; las sombras de la noche danzaban en su rostro, acentuando cada arruga y cicatriz.Sacudi pesaroso la cabeza y regres hacia su casa, cruzando el puente de piedra, apoyndose en el pretil con manos temblorosas. De vez en cuando, se detena brevemente, respirando con ansia y cerrando los ojos. Tena que seguir, se dijo. Todo esto era culpa suya.

Su casa apareci al final del camino, melanclica y umbrosa. Abri la puerta y lleg hasta su alcoba. Se agach ante un pesado arcn de madera que yaca a los pies de su cama como un perro fiel, levantando la pesada tapa. Tras un rato rebuscando en su interior, entre los viejos recuerdos de su triste pasado, bajo la cota de malla que visti una vez, hall lo que estaba buscando.

Muy lejos quedaba el da en el que el viejo Ulnah se lo entregase en mano. Estaba an envuelto en el pao anudado de estamea, amarillento y rodo por los aos. Desat el bramante que lo ataba y lo desenvolvi.

Tras un breve instante contemplndolo, se levant y sali de la alcoba. Ahora ya saba lo que tena que hacer. Pero tendra fuerzas?

Hacia el Norte dijo Sared desazonado, sujetando a los perros con su zurda y sealando con la lanza que sostena su diestra en aquella direccin. El toque de cuerno vino de all. No debemos estar muy lejos.

Therek asinti en silencio, apretando en su puo la empuadura de su larga espada. Dirigi su vista hacia Dunnr, su dayrl, el cual tena sus ojerosos ojos perdidos entre los rboles, con el rostro plido y avejentado. Era aquella una noche aciaga. Trat de no pensar en su hija y mir a los guerreros de Duvar que le seguan. Eran seis de sus mejores hombres, de los diecisiete que haba reunido para peinar el bosque y hallar a ese bastardo asesino. Para s, jur que el asesino de Nuacht hallara la muerte. Y si le haca algn dao a Inar, l se encargara de que tardara das en morir.

Sigamos. Permaneced atentos.

Continuaron pendiente arriba, hacia el Norte, hasta que llegaron junto a un enorme y viejo roble. Dispersos en la tierra revuelta, vieron a la luz de sus antorchas los cadveres de tres hombres terriblemente destrozados, tendidos sobre manchas obscuras de la sangre que haba bebido la tierra. Therek reconoci a uno de los miembros del segundo grupo en el que se haban dividido. Cey estaba boca arriba, con el coleto de cuero hecho jirones y el cuerpo hendido en dos; sus vsceras estaban esparcidas en el suelo. El siguiente estaba tres pasos ms atrs, sobre un costado, an asiendo su espada. Cuando Therek le dio la vuelta con el pie, retir la mirada, lleno de asco; era imposible reconocer a aquel pobre desgraciado. Le haban arrancado media cara, como si le hubiera atacado alguna bestia de gran tamao. Maloch, uno de sus hombres, reconoci a su amigo Galner en aquel despojo, gracias a que conoca bien su espada.

Sared dej escapar un denuesto entre dientes, apartando de un brusco tirn a los perros de los charcos de sangre que intentaban lamer. Mir a Therek, sin atreverse a romper el funesto silencio que imperaba.

Dunnr, el dayrl, no pareci reaccionar ante la horrenda escena. Se acerc al roble y descans su cuerpo contra l. Sus hombres hicieron ademn de atenderle, pero Therek les ataj con un gesto. Deban dejarle a solas con su dolor.Ludur llam a los dems. Haba descubierto seales del paso de alguien a la carrera, e incluso un arco y muchas flechas desparramadas, como si un arquero hubiera huido y las flechas de su aljaba se le hubieran ido cayendo en su carrera. Siguieron su rastro, y poco despus hallaron el cadver de Eryl, con sus dedos crispados alrededor del cuerno y el cuello rajado en dos, prcticamente decapitado. Era l el que haba tocado el cuerno momentos atrs. Los ojos del muchacho les miraban, acusadores, como si ste les reprochara su muerte.

Quin, o qu, ha hecho esto? bram Dunnr; los hombres miraron a su dayrl, sobresaltados, pues ste haba enmudecido desde que comenzaran la bsqueda del asesino de su hijo. No puede haber sido l... Dunnr baj los ojos y sa