James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol … Henry ''The Turn of... · La otra...

141
1 5 10 15 20 25 30 35 40 45 50 55 60 65 Otra vuelta de tuerca de Henry James tr. de Ana Isabel Conejo & Hilario Franco Anaya, Madrid, 2000 [7] Proemio La historia nos había sobrecogido. Reunidos en torno al fuego, la habíamos escuchado con el corazón en un puño, y, cuando terminó, alguno de los presentes hizo la observación (un tanto obvia, por cierto) de que era una historia horripilante, como deben serlo los cuentos que se cuentan en Nochebuena en una vieja mansión. Después de aquel comentario, todos permanecimos callados durante un buen rato, hasta que alguien observó que aquel era el único caso de los que cono- cía en que una aparición había visitado a un niño. Debo aclarar que la historia alu- día a una aparición que se había produci- do en una casa tan antigua como aquella en la que nos hallábamos reunidos para la ocasión; una visita de índole verdaderamen- te terrorífica, recibida por un niño que dor- mía en su cuarto junto a su madre, a la que despertó lleno de horror; y la despertó no para que ella disipase sus temor es y lo calmase, ayudándolo a conciliar de nuevo el sueño, si- no para que también ella, mientras trataba de tranquilizarlo, tuviese que enfrentarse a la misma visión que lo había aterrorizado. Fue aquella observación la que indujo a Douglas a responder (no inmediatamente, sino un poco más tarde, durante la velada), en una forma que tendría las interesantes conse- cuencias que me dispongo a relatar. Alguien contó después otra historia no demasiado impactante , que Douglas, según pude observar, no escuchó. Esto lo tomé como un signo de que él también quería con- tar algo y de que sólo teníamos que es- perar para oírlo. De hecho, tuvimos [8] que esperar hasta dos noches más tarde; pero ya en aquella misma velada, antes de que nos separásemos, sacó a relucir lo que tenía en mente. —Volviendo al fantasma de Griffin, o lo que fuese, estoy de acuerdo en que el hecho de que se apareciese a un niño de tan tierna edad añade un toque particularmente conmovedor a la his- toria. Pero, entre los inquietantes su- cesos de estas características que co- nozco, no es el primero relacionado con un niño. Y si un niño añade una vuelta de tuerca al relato, ¿qué dirían ustedes de dos niños? La otra vuelta de tuerca de Henry James Corunda Editores S.A., Av. Oaxaca núm. 1 C.P. 10700, México D.F., en diciembre de 1996 Traducción: Sergio Pitol Salvat/Alianza, 1971 La historia nos había manteni- do alrededor del fuego lo suficien- temente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se na- rrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que pro- dujera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubie- se tenido un niño. Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó aquél presa del terror; pero al despertar- la no se desvaneció su miedo , pues también la madre había te- nido la misma visión que ate- morizó al niño. Aquella obser- vación provocó una respuesta de Douglas —no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que tuvo las interesantes consecuen- cias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no es- pecialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debía- mos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente. —Estoy absolutamente de acuer- do en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían uste- des de dos niños? Otra Vuelta de Tuerca de Henry James trad. de Soledad Silió RBA, Barcelona, 1992 [117] HABÍAMOS escucha- do la historia sentados alrede- dor del fuego y casi sin respi- rar, pero, aparte decir que era horripilante, como debiera serlo un cuento extraño, contado en una casa vieja la víspera de Navidad, no recuerdo que se hiciera ningún otro comentario hasta que a al- guien se le ocurrió decir que era el único caso que conocía en que un castigo como ése hubiera ido a caer sobre un niño. Puedo aclarar que se trataba de una aparición, y en una casa tan vieja como la que nos ha- bía reunido a nosotros ese día... una apa- rición espantosa, a un niño pequeño que estaba durmiendo en su cuarto con su madre, y que la había despertado aterra- do por ella; que la había despertado, no para que disipara su miedo, le calmara y consiguiera que volviera a dormirse, sino para que ella misma, antes de poder ha- cerlo, se encontrara también con esa mis- ma imagen que le había aterrado a él. Fue esa observación la que hizo que Douglas —no inmediatamente, sino un poco más tarde— diera una res- puesta, que produjo el interesante re- sultado para el que pido atención. Al- guien contó otra historia, no dema- siado impresionante, y vi que no esta- ba escuchando. Eso me pareció una se- ñal de que él tenía también algo que decir, y que lo único que teníamos que hacer nosotros era esperar. La verdad es que esperamos hasta dos días después; pero esa misma noche, antes de que cada cual se fuera por su lado, habló de lo que tenía en la cabeza. —Respecto al fantasma, o lo que fue- ra, de Griffin, estoy completamente de acuerdo en que eso de que se le apareciese primero al niño, en una edad tan tierna, le añade una nota especial. Pero no es el pri- mer caso que conozco en que es a un niño a quien le ocurre una cosa tan encantadora como ésa. Pues bien, si el hecho de que [118] sea un niño refuerza la impresión, le da al asunto otra vuelta de tuerca, ¿qué me decís si son dos niños? The Turn of the Screw by Henry James February, 1995 [Etext #209] THE TURN OF THE SCREW The story had held us, round the fire, sufficiently breathless, but except the obvious remark that it was gruesome , as, on Christmas Eve in an old house, a strange tale should essentially be, I remember no comment uttered till somebody happened to say that it was the only case he had met in which such a visitation had fallen on a child. The case, I may mention, was that of an apparition in just such an old house as had gathered us for the occasion— an appearance, of a dreadful kind, to a little boy sleeping in the room with his mother and waking her up in the terror of it; waking her not to dissipate his dread and soothe him to sleep again, but to encounter also, herself, before she had succeeded in doing so, the same sight that had shaken him. It was this observation that drew from Douglas—not immediately, but later in the evening— a reply that had the interesting consequence to which I call attention. Someone else told a story not particularly effective, which I saw he was not following. This I took for a sign that he had himself something to produce and that we should only have to wait. We waited in fact till two nights later; but that same evening , before we scattered, he brought out what was in his mind. «I quite agree—in regard to Griffin’s ghost, or whatever it was— that its appearing first to the little boy, at so tender an age, adds a particular touch. But it’s not the first occurrence of its charming kind that I know to have involved a child. If the child gives the effect another turn of the screw, what do you say to TWO children—?» X

Transcript of James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol … Henry ''The Turn of... · La otra...

1

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Otra vuelta de tuerca

de

Henry James

tr. de Ana Isabel Conejo & Hilario Franco

Anaya, Madrid, 2000

[7] Proemio

La historia nos había sobrecogido. Reunidosen torno al fuego, la habíamos escuchado con elcorazón en un puño, y, cuando terminó, alguno delos presentes hizo la observación (un tanto obvia,por cierto) de que era una historia horripilante,como deben serlo los cuentos que secuentan en Nochebuena en una viejamansión. Después de aquel comentario,todos permanecimos callados durante unbuen rato, hasta que alguien observó queaquel era el único caso de los que cono-cía en que una aparición había visitadoa un niño. Debo aclarar que la historia alu-día a una aparición que se había produci-do en una casa tan antigua como aquellaen la que nos hallábamos reunidos para laocasión; una visita de índole verdaderamen-te terrorífica, recibida por un niño que dor-mía en su cuarto junto a su madre, a la quedespertó lleno de horror; y la despertó no paraque ella disipase sus temores y lo calmase,ayudándolo a conciliar de nuevo el sueño, si-no para que también ella, mientras trataba detranquilizarlo, tuviese que enfrentarse a lamisma visión que lo había aterrorizado. Fueaquella observación la que indujo a Douglasa responder (no inmediatamente, sino unpoco más tarde, durante la velada), en unaforma que tendría las interesantes conse-cuencias que me dispongo a relatar. Alguiencontó después otra historia no demasiadoimpactante, que Douglas, según pudeobservar, no escuchó. Esto lo tomé comoun signo de que él también quería con-tar algo y de que sólo teníamos que es-perar para oírlo. De hecho, tuvimos [8]que esperar hasta dos noches más tarde;pero ya en aquella misma velada, antesde que nos separásemos, sacó a relucirlo que tenía en mente.

—Volviendo al fantasma de Griffin,o lo que fuese, estoy de acuerdo en queel hecho de que se apareciese a un niñode tan tierna edad añade un toqueparticularmente conmovedor a la his-toria. Pero, entre los inquietantes su-cesos de estas características que co-nozco, no es el primero relacionadocon un niño. Y si un niño añade unavuelta de tuerca al relato, ¿qué diríanustedes de dos niños?

La otra vuelta de tuerca

de

Henry James

Corunda Editores S.A., Av. Oaxacanúm. 1 C.P. 10700, México D.F., endiciembre de 1996

Traducción: Sergio PitolSalvat/Alianza, 1971

La historia nos había manteni-do alrededor del fuego lo suficien-temente expectantes, pero fueradel innecesario comentario de queera horripilante, como debía serlopor fuerza todo relato que se na-rrara en vísperas de navidad en unacasa antigua, no recuerdo que pro-dujera comentario alguno apartedel que hizo alguien para poner derelieve que era el único caso queconocía en que la visión la hubie-se tenido un niño. Se trataba, debomencionarlo, de una aparición quetuvo lugar en una casa tan antiguacomo aquella en que nos reuníamos:una aparición monstruosa a un niñoque dormía en una habitación consu madre, a quien despertó aquélpresa del terror; pero al despertar-la no se desvaneció su miedo ,pues también la madre había te-nido la misma visión que ate-morizó al niño. Aquella obser-vación provocó una respuestade Douglas —no de inmediato,sino más tarde, en el curso dela velada—, una respuesta quetuvo las interesantes consecuen-cias que voy a reseñar. Alguienrelató luego una historia, no es-pecialmente brillante, que él, segúnpude darme cuenta, no escuchó. Esome hizo sospechar que tenía algo quemostrarnos y que lo único que debía-mos hacer era esperar. Y, en efecto,esperamos hasta dos noches después;pero ya en esa misma sesión, antesde despedirnos, nos anticipó algo delo que tenía en la mente.

—Estoy absolutamente de acuer-do en lo tocante al fantasma del quehabla Griffin, o lo que haya sido, elcual, por aparecerse primero al niño,muestra una característica especial.Pero no es el primer caso queconozco en que se involucrea un niño. Si el niño producee l e fec to de o t ra vue l ta detuerca, ¿qué me dirían uste-des de dos niños?

Otra Vuelta de Tuerca

de

Henry James

trad. de Soledad SilióRBA, Barcelona, 1992

[117] HABÍAMOS escucha-do la historia sentados alrede-dor del fuego y casi sin respi-rar, pero, aparte decir que erahorripilante, como debiera serlo uncuento extraño, contado en unacasa vieja la víspera de Navidad,no recuerdo que se hiciera ningúnotro comentario hasta que a al-guien se le ocurrió decir que erael único caso que conocía en queun castigo como ése hubiera ido acaer sobre un niño. Puedo aclararque se trataba de una aparición, y enuna casa tan vieja como la que nos ha-bía reunido a nosotros ese día... una apa-rición espantosa, a un niño pequeño queestaba durmiendo en su cuarto con sumadre, y que la había despertado aterra-do por ella; que la había despertado, nopara que disipara su miedo, le calmara yconsiguiera que volviera a dormirse, sinopara que ella misma, antes de poder ha-cerlo, se encontrara también con esa mis-ma imagen que le había aterrado a él.Fue esa observación la que hizo queDouglas —no inmediatamente, sinoun poco más tarde— diera una res-puesta, que produjo el interesante re-sultado para el que pido atención. Al-guien contó otra historia, no dema-siado impresionante, y vi que no esta-ba escuchando. Eso me pareció una se-ñal de que él tenía también algo quedecir, y que lo único que teníamos quehacer nosotros era esperar. La verdades que esperamos hasta dos días después;pero esa misma noche, antes de que cadacual se fuera por su lado, habló de loque tenía en la cabeza.

—Respecto al fantasma, o lo que fue-ra, de Griffin, estoy completamente deacuerdo en que eso de que se le aparecieseprimero al niño, en una edad tan tierna, leañade una nota especial. Pero no es el pri-mer caso que conozco en que es a un niñoa quien le ocurre una cosa tan encantadoracomo ésa. Pues bien, si el hecho de que[118] sea un niño refuerza la impresión, leda al asunto otra vuelta de tuerca, ¿qué medecís si son dos niños?

The Turn of the Screw

by

Henry James

February, 1995 [Etext #209]

THE TURN OF THE SCREW

The s tory had he ld us ,round the fire, sufficientlybreathless , but except theobvious remark that it wasgruesome, as, on ChristmasEve in an old house, a strangetale should essentially be, Ir emember no commentu t t e r ed t i l l somebodyhappened to say that it wasthe only case he had met inwhich such a visitation hadfallen on a child. The case, I maymention, was that of an apparitionin just such an old house as hadgathered us for the occasion— anappearance, of a dreadful kind, to alittle boy sleeping in the room withhis mother and waking her up in theterror of it; waking her not todissipate his dread and soothe himto sleep again, but to encounteralso, herself, before she hadsucceeded in doing so, the samesight that had shaken him. It wasthis observation that drew fromDouglas—not immediately, butlater in the evening— a reply thathad the interesting consequence towhich I call attention. Someoneelse told a story not particularlyeffective, which I saw he was notfollowing. This I took for a signthat he had himself somethingto produce and that we shouldonly have to wait. We waited infact till two nights later; but thatsame evening , before wescattered, he brought out whatwas in his mind.

«I quite agree—in regard toGriffin’s ghost, or whatever itwas— that its appearing first tothe little boy, at so tender an age,adds a particular touch. But it’snot the first occurrence of itscharming kind that I know tohave involved a child. If the childgives the effect another turn ofthe screw, what do you say toTWO children—?»

X

2

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—¡Di r í amos , po r supues -to , que añaden dos vue l tas detue rca ! —exc lamó a lgu ien—. Y también que queremos o í rsu h i s to r i a .

Me parece estar viendo a Douglasacercarse a la chimenea y quedarseallí en pie, de espaldas al fuego, mi-rando desde arriba a su interlocutorsin sacar las manos de los bolsillos.

—Nadie más que yo la ha oídohasta ahora. Es demasiado horrible.

Esto, según declararon al unísonovarias voces, le daba a la historia un va-lor añadido, y nuestro amigo, con artís-tica serenidad, preparó su triunfo pasean-do la mirada sobre el resto de la concu-rrencia, para añadir a continuación:

—Sobrepasa todo lo que co-nozco. Ninguna otra cosa se leacerca ni de lejos.

—¿De puro terrorífica? —recuer-do que pregunté.

Él repuso que no era tan sen-cillo como eso, que no encontra-ba el modo de definirlo. Se pasóla mano por los ojos e hizo ungesto de estremecimiento.

— E s h o r r i b l e . P a -v o r o s a .

—¡Qué delicia! —exclamóuna de las mujeres.

Él no le hizo caso; me miró a mí,pero, en lugar de verme, parecía estar con-templando aquello de lo que hablaba.

—Es una mis te r iosa mez-cla de fea ldad, horror y sufr i -miento .

[9] —Muy bien —dije yo—,entonces sólo tiene que sentarse yempezar.

Se volv ió hacia e l fuego,empujó uno de los leños con elpie y lo contempló un instan-te. Después, girándose de nue-vo para mirarnos, contestó:

—No puedo empezar. Tengoque enviar recado a la ciudad.

Al oír esto, el murmullo de descontentofue unánime y se escucharon algunos reproches,tras lo cual Douglas, siempre con el mismo aireausente y meditativo, ofreció una explicación.

—La historia ya está escrita. Seencuentra en un cajón cerrado con lla-ve. No ha salido de allí en muchos años.Tendría que escribir a mi mayordomoy enviarle la llave; él podría hacernosllegar el paquete tal y como está.

Daba la impresión de que era a

—Por supuesto —exclamóalguien—, diríamos que dosniños significan dos vueltas.Y también diríamos que nos gus-taría saber más sobre ellos.

Me parece ver aún a Douglas,de pie ante la chimenea a la quedaba en ese momento la espal-da y mirando a su interlocutorcon las manos en los bolsillos. —Yo soy el único que conoce lahistoria. Realmente, es horrible. Esto, repetido en distintos to-nos de voz, tendía a valorar másla cosa, y nuestro amigo, conmucho arte, preparaba ya sutriunfo mientras nos recorríacon la mirada y puntualizaba: — N i n g u n a o t r a h i s t o r i aq u e h a y a o í d o e n m i v i d as e l e a p r o x i m a .

— ¿ E n c u a n t o a h o r r o r ?—pregun té .

Pareció vacilar; trató de explicar que no setrataba de algo tan sencillo, y que él mismono sabía cómo calificar aquellos aconteci-mientos. Se pasó una mano por los ojos ehizo una mueca de estremecimiento. —Lo único que sé —concluyó—es que se trata de algo espantoso.

—¡Oh, qué delicia! —exclamóuna de las mujeres.

Él ni siquiera la advirtió; miró haciamí, pero como si, en vez de mi perso-na, viera aquello de lo que hablaba. —Por todo lo que implica demisterio, de fealdad, de espanto yde dolor.

—Entonces —le dije—, lo quedebes hacer es sentarte y comen-zar a contárnoslo.

Se volvió nuevamente hacia elfuego, empujó hacia él un leñocon la punta del zapato, lo ob-servó por un instante y luego seencaró otra vez con nosotros. —No puedo comenzar ahora: deboenviar a alguien a la ciudad. Se alzó un unánime murmullocuajado de reproches, despuésdel cual, con aire ensimisma-do, Douglas explicó: —La historia está escrita. Estáguardada en una gaveta; ha es-tado allí durante años. Puedo es-cribir a mi sirviente y mandarlela llave para que envíe el paque-te tal como lo encuentre. Parecía dirigirse a mí en especial,

— P u e s l o q u e d e c i m o s— e x c l a m ó a l g u i e n — e s q u el e d a n d o s v u e l t a s Y t a m -b i é n q u e q u e r e m o s s a b e ra l g o d e e l l o s .

Puedo ver a Douglas delantede la chimenea, a la que se habíaacercado para ponerse de espal-das, mirando a su interlocutor conlas manos en los bolsillos.

—Hasta ahora nadie, como no sea yo, hasabido nunca nada. Es demasiado horrible.

Eso, como es natural , hizoque varias voces opinaran quee ra t odav í a mucho me jo r, yn u e s t r o a m i g o , c o n c a l m a ,preparó su t r iunfo , mirándo-nos a todos, y añadió:

—Va más allá que todo lo quepueda imaginarse. Yo no conozconada que se le parezca.

—¿De puro horror? —recuerdoque pregunté.

Pareció dar a entender que no eratan sencillo como eso, que realmenteno sabía cómo calificarlo. Se pasó lamano por los ojos, hizo un gestocomo si le costara mucho trabajo:

— ¡ D e p u r o e s -p a n t o !

—¡Qué delicia! —gritó una delas mujeres.

No le prestó atención; me miró a mí,pero como si en lugar de verme a míestuviera viendo la cosa de que hablaba.

— P o r m i s t e r i o s a f e a l -d a d g e n e r a l , h o r r o r y s u f r i -m i e n t o .

— P u e s e n t o n c e s —d i j e — s i é n t a t e y e m p i e -z a .

Se vo lv ió hac ia e l fuego ,p r o p i n ó u n p u n t a p i é a u nl e ñ o , s e q u e d ó u n m o m e n t omi rándo lo . Luego se d io o t r avez l a vue l t a :

—No puedo empezar. Tendréque decir que me lo manden.

Hubo una lamentación uná-nime y muchas protestas; des-pués de lo cual, con el mismoaire preocupado, explicó:

—La historia está escrita. Está enun cajón cerrado con llave..., no hasalido de allí desde hace años. Po-dría [119] escribir a mi criado y man-dar la llave; me enviaría aquí el pa-quete cuando lo encuentre.

Pa rec ía que fue ra a mí a

« We s a y, o f c o u r s e , »s o m e b o d y e x c l a i m e d ,« tha t t hey g ive two tu rns !A l s o t h a t w e w a n t t o h e a ra b o u t t h e m . »

I can see Douglas therebefore the fire, to which he hadgot up to present his back,looking down at his interlocutorwith his hands in his pockets.«Nobody but me, till now, has everheard. It’s quite too horrible.»This, naturally, was declared byseveral voices to give the thingthe utmost price, and our friend,with quiet art, prepared histriumph by turning his eyesover the rest of us and going on:« I t ’s b e y o n d e v e r y t h i n g .Nothing at a l l that I knowtouches i t .»

«For sheer terror?» Iremember asking.

He seemed to say it was notso simple as that; to be reallyat a loss how to qualify it. Hepassed his hand over his eyes,made a little wincing grimace.« F o r d r e a d f u l —dr e a d f u l n e s s ! »

«Oh, how delicious!» criedone of the women.

He took no notice of her; helooked at me, but as if, insteadof me, he saw what he spoke of.« F o r g e n e r a l u n c a n n yu g l i n e s s a n d h o r r o r a n dpain.»

« We l l t h e n , » I s a i d ,« j u s t s i t r i g h t d o w n a n db e g i n . »

H e t u r n e d r o u n d t ot h e f i r e , g a v e a k i c kt o a l o g , w a t c h e d i ta n i n s t a n t . T h e n a sh e f a c e d u s a g a i n :« I c a n ’ t b e g i n . I s h a l lh a v e t o s e n d t o t o w n . »There was a unanimous groan[gemir] a t this , and muchreproach; after which, in hispreoccupied way, he explained.«The story’s written. It’s in alocked drawer— it has notbeen out for years. I co u l dw r i t e t o m y m a n a n denclose the key; he could senddown the packet as he finds it.»It was to me in particular that he

XX

Xpleasant

X X

3

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

mí en particular a quien se dirigía; casiparecía estar pidiendo apoyo para noflaquear. Acababa de romper unagruesa costra de hielo formada al cabode muchos inviernos. Había tenidosus razones para guardar silencio du-rante tanto tiempo. Los demás pro-testaron por el aplazamiento, pero amí me había intrigado su malestar. Lerogué que enviase su recado en el pri-mer correo y que nos convocase parauna lectura lo más pronto posible.Luego le pregunté si el protagonistade aquel suceso había sido él mismo.Su respuesta fue inmediata:

—¡No, gracias a Dios no fui yo!

—¿Y la narración es suya? ¿Fueusted quien la puso por escrito?

—Yo llevo grabada en mí la impresión queme causó. Quedó escrita aquí —repuso llevándosela mano al corazón—. Y nunca se ha borrado.

—¿Entonces, ese manuscrito...?

—La tinta está ya descolorida por losaños, pero la caligrafía sigue siendo bellí-sima —de nuevo se volvió a contemplarel fuego—. Es letra de mujer; [10] unamujer que lleva muerta veinte años. Meenvió esas páginas antes de su muerte.

Ahora todos prestaban aten-ción, y por supuesto hubo alguienque hizo un comentario malicioso, oal menos expresó en voz alta unacierta asociación de ideas. Él des-mintió la insinuación sin sonreír,pero tampoco se mostró irritado.

—Se trataba de una persona encan-tadora, pero tenía diez años más que yo.Era la institutriz de mi hermana —ex-plicó serenamente—. Era la mujer másagradable que he conocido nunca entrelas de su clase. De hecho, habría mereci-do ocupar un lugar más alto en la socie-dad. Hace mucho tiempo de todo eso, yel episodio del que hablamos aún se pro-dujo mucho antes. Yo estaba estudiandoen el Trinity College, y me la encontréen casa al volver de vacaciones. Fue enel verano del segundo curso, un veranomuy hermoso; en nuestros ratos librespaseábamos por el jardín y mantuvimosalgunas charlas. En ellas descubrí a unamujer encantadora y extremadamen-te inteligente. Sí, no se sonrían: meagradaba mucho, y me satisface enor-memente pensar que era un sentimientorecíproco. Si no hubiese sido así, ella nome habría contado... aquello. Nunca selo había contado a nadie. No es solo queella me lo dijera, es que lo sé; sé que nolo hizo. Estoy seguro, se le notaba. Us-tedes mismos podrán juzgar cuando oi-gan la historia.

como si solicitara mi ayuda para noecharse atrás. Había roto una costrade hielo formada por muchos invier-nos, y debía haber tenido razones su-ficientes para guardar tan largo silen-cio. Los demás lamentaron el aplaza-miento, pero fueron precisamenteaquellos escrúpulos de Douglas loque más me gustó de la velada. Loapremié para que escribiera por elprimer correo a fin de que pudiése-mos conocer aquel manuscrito lo an-tes posible. Le pregunté si la expe-riencia en cuestión había sido vividapor él. Su respuesta fue inmediata: —¡Oh no, a Dios gracias!

—Y el manuscrito, ¿es tuyo?¿Transcribiste tus impresiones?

— N o , é s a s l a s l l e v o a q u í— y s e p a l p ó e l c o r a z ó n — .N u n c a l a s h e p e r d i d o .

—Entonces el manuscrito...

—Está escrito con una vieja y des-vanecida tinta, con la más bella ca-ligrafía —y se volvió de nuevo ha-cia el fuego— de una mujer. Mu-rió hace veinte años. Ella me en-vió esas páginas antes de morir. Todo el mundo lo estaba escuchan-do ya en ese momento y, por supuesto,no faltó quien, ante aquellas palabras,hiciera el comentario obligado; peroél pasó por alto la interferencia sinuna sonrisa, aunque también sinirritación. —Era una persona realmente en-cantadora, a pesar de ser diez añosmayor que yo. Fue la institutriz demi hermana —dijo con voz apaga-da—. La mujer más agradable quehe conocido en ese oficio;merecedora de algo mejor. Fue hacemucho, mucho tiempo, y el episo-dio al que me refiero había sucedi-do bastante tiempo atrás. Yo estabaen Trinity, y la encontré en casa alvolver en mis segundas vacaciones,en verano. Pasé casi todo el tiempoen casa. Fue un verano magnífico,y en sus horas libres paseábamos yconversábamos en el jardín. Mesorprendieron su inteligencia y encan-to. Sí, no sonrían; me gustaba mu-cho, y aún hoy me satisface pensarque yo también le gustaba. De no ha-ber sido así, ella no me hubiera con-fiado lo que me contó. Nunca lo ha-bía compartido con nadie. Y no sé estoporque ella me lo hubiera dicho, peroestoy seguro de que fue así. Sentía queera así. Ustedes podrán juzgarlo cuan-do conozcan la historia.

quien se lo proponía, casi dabaI a impresión de que pidieraayuda pa ra dec id i r se . Hab íaroto el hielo, una capa formada alo largo de muchos inviernos; ha-bía tenido sus razones para un si-lencio tan largo. Los otros lamen-taban el retraso, pero lo que meemocionaba a mí eran sus escrúpu-los. Le pedí que enviara la carta porel primer correo y que se pusiera deacuerdo con nosotros para leérnoslopronto; luego le pregunté si habíasido él quien había tenido esa expe-riencia. Su respuesta fue rápida:

—¡No; gracias a Dios, no!

—¿Y el relato es tuyo? ¿Fuistetú quien lo escribió?

—Sólo la impresión. Lo apuntéaquí. —Señaló el corazón—. No seha borrado nunca.

—Entonces ¿tu manuscrito...?

—Está escrito con una tinta yadescolorida y con una letra preciosa.—Hizo otra pausa—. La de una mu-jer. Hace ya veinte años que murió.Me envió las páginas en cuestión an-tes de morir.

Todos estaban escuchándole y, natu-ralmente, hubo uno que quiso hacerse ellisto o, por lo menos, sacar una conclu-sión ________________. Pero si ig-noró la indirecta sin una sonrisa, lohizo también sin irritarse, y añadió contoda tranquilidad:

—Era una persona encantadora,pero tenía diez años más que yo. Erala institutriz de mi hermana. En suposición, era la mujer más agradableque he conocido en toda mi vida; ha-bría sido digna de ocupar cualquierotra. Fue hace mucho tiempo, y esteepisodio había ocurrido mucho antes.Yo estaba en Trinity, y la encontré encasa cuando volví allí el segundo ve-rano. Ese año pasé mucho tiempo allí;fue un año muy bonito; y en las horasque tenía libres dimos algunos paseospor el jardín, y tuvimos varias con-versaciones..., conversaciones en lasque me pareció que era una personainteligentísima y muy simpática.Sí; no os riáis: me gustaba muchísi-mo, y todavía [120] me alegra pensarque yo también le gustaba a ella. Sino le hubiera gustado, no me lo ha-bría dicho. No se lo había contadonunca a nadie. No era simplementeporque lo dijera ella, era porque yosabía que no lo había hecho. Estabaseguro; lo veía. Comprenderéis enseguida por qué cuando lo oigáis.

appeared to propound this—appeared almost to appeal foraid not to hesitate. He hadbroken a thickness of ice, theformation of many a winter;had had his reasons for a longsilence. The others resentedpostponement, but it was justhis scruples that charmed me.I adjured him to write by thefirst post and to agree with usfor an early hearing; then Iasked him if the experience inquestion had been his own. Tothis his answer was prompt.«Oh, thank God, no!»

«And is the record yours? Youtook the thing down?»

«Nothing but the impression.I took that HERE»—he tappedhis heart. «I’ve never lost it.»

«Then your manuscript—?»

«Is in old, faded ink, and inthe most beautiful hand.» Hehung fire* again. «A woman’s.She has been dead these twentyyears. She sent me the pages inquestion before she died.»They were all listening now,and of course there wassomebody to be arch, or at anyrate to draw the inference. Butif he pu t t h e i n f e r e n c e b yw i t h o u t a s m i l e i t w a sa l s o w i t h o u t i r r i t a t i o n .«She was a most charmingperson, but she was ten yearsolder than I. She was my sister’sgoverness,» he quietly said.«She was the most agreeablewoman I’ve ever known in herposition; she would have beenworthy of any whatever. It waslong ago, and this episode waslong before. I was at Trinity, and Ifound her at home on my comingdown the second summer. I wasmuch there that year—it was abeautiful one; and we had, in heroff-hours, some strolls and talksin the garden— talks in whichshe struck me as awfully clever andnice. Oh yes; don’t grin: I liked herextremely and am glad to thisday to think she liked me, too.If she hadn’t she wouldn’thave told me. She had nevertold anyone. It wasn’t simplythat she said so, but that Iknew she hadn’t. I was sure; Icould see. You’ll easily judgewhy when you hear.»

adjure urge or request (someone) solemnly or earnestly to do something, rogar encarecidamente, exhortar, instar,

X

X

X

X

X

* hang fire: «It dates from a time when firearms were loaded using a gunpowder charge poured from a flask, which was then ignited by a spark from a flint striking against an ironplate. Gunpowder was notoriously unreliable, partly because it varied a great deal in quality, but also because the slightest damp stopped it igniting properly. When this happened,the powder in the firearm smouldered instead of exploding and was said to hang fire.»

4

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—¿Y por qué? ¿Porque aún sen-tía miedo al recordar lo sucedido?

Continuaba dirigiéndose a mí.—Ustedes mismos juzgarán —repi-

tió—. Estarán en condiciones de hacerlo.

Yo le devolví la mirada.—Ya entiendo —dije—. Estaba

enamorada.

Por primera vez se echó a reír.—Es usted muy agudo, sí. Estaba

enamorada, es decir, lo había estado. Elasunto salió a la luz porque no podía con-tarme su historia sin dejarlo traslucir.

[11] Yo me di cuenta, y ella sedio cuenta de que yo me daba cuenta.Pero ninguno de los dos habló de ello.Recuerdo muy bien el lugar y el mo-mento: un rincón del césped, a la som-bra de las verdes hayas, en una largay cálida tarde de verano. No era pre-cisamente un escenario para sentirescalofríos. ¡Y sin embargo...!

Se alejó de la chimenea y se dejócaer de nuevo sobre su asiento.

— ¿ C u á n d o r e c i b i r á e lp a q u e t e , e l j u e v e s p o r l am a ñ a n a ? ____________

—Lo más probable es que llegueen el segundo correo.

—Bueno. Entonces, después decenar...

—¿Me esperarán todos aquí? —denuevo paseó la vista sobre todos lospresentes—. ¿Nadie se marchará? —en su voz había una cierta ansiedad.

—¡Nos quedaremos todos!—Sí, yo me quedo.—¡Y yo también! —exclamaron

algunas damas que ya habían dispues-to su partida. La señora Griffin, sinembargo, expresó su necesidad desaber algo más sobre el asunto.

—¿De quién estaba enamorada?—preguntó.

—La historia nos los dirá —me en-cargué de responderle yo mismo.

—¡Ya, pero no puedo esperarhasta entonces!

—La historia no lo dirá —intervinoDouglas—. Al menos, no en la forma enque vulgarmente se dicen estas cosas.

—P e o r m e l o p o n e , p o r-q u e e s a f o r m a e s l a ú n i c aq u e y o e n t i e n d o .

— ¿ T a n h o r r i b l e f u ea q u e l l o ?

Siguió mirándome con fijeza. —Podrás darte cuenta por ti mismo —repitió—, podrás darte cuenta.

Yo también lo miré con fijeza. —Comprendo —dije—: estabaenamorada.

Rio por primera vez. —Eres muy perspicaz. Sí, estabaenamorada. Mejor dicho, lo había es-tado. Eso salió a relucir... No podíacontar la historia sin que saliera a re-lucir. Lo advertí, y ella se dio cuentade que yo lo había advertido; peroninguno de los dos volvió a tocar estepunto. Recuerdo perfectamente el si-tio y el lugar... Un rincón en el prado,la sombra de las grandes hayas y unalarga y cálida tarde de verano. No erael escenario ideal para estremecerse;sin embargo, ¡o h . . . ! Se apa r tó de l f uego y s ed e j ó c a e r e n u n s i l l ó n .

— ¿ R e c i b i r á s e l p a q u e t ee l jueves por l a mañana? —le p regunté .

—Lo más probable es que lleguecon el segundo correo.

—Bueno, entonces, después dela cena...

—¿Estarán todos aquí? —pregun-tó, y nuevamente nos recorrió con lamirada—. ¿Nadie se marcha? —aña-dió con un tono casi esperanzado.

—¡Nos quedaremos todos!

—¡Yo me quedaré! ¡Y yo tam-bién! —gritaron las damas cuyapartida había sido ya fijada. La señora Griffin, sin embargo, mostrósu necesidad de saber un poco más: —¿De quién estaba enamo-rada?

—La historia nos lo va a aclarar —me sentí obligado a responder.

—¡Oh, no puedo esperar a oír lahistoria!

—La historia no lo dirá —replicóDouglas— por lo menos, no de unmodo explícito y vulgar.

—Pues es una lástima, porque éstees el único modo de que yo pudieraentender algo.

—¿Por qué había sido una cosatan espantosa?

Continuó mirándome a mí.—Lo comprenderás en seguida

—repitió—. Lo comprenderás.

Yo también le miré a él:—Ya lo comprendo. Estaba ena-

morada.

Por vez primera se echó a reír:—Eres listo. Sí, estaba ena-

morada. Vamos: lo había esta-do. Eso salió; no podía contar-me la historia sin que se des-cubriera . Yo lo comprendí , ye l l a v io que lo comprend ía ;pero ninguno de los dos habla-mos de ello. Recuerdo la hora yel sitio: el rincón de la pradera,la sombra de las ___ hayas, y latarde de verano, larga y calurosa.No era un sitio para hacer tem-blar a nadie, pero... ¡uf!

Se apartó de la chimenea y vol-vió a sentarse.

— ¿ L o r e c i b i r á s e l j u e -v e s p o r l a m a ñ a n a ? — p r e -g u n t é .

—Es probable que llegue con el se-gundo correo.

—Bueno: entonces, despuésde cenar...

—¿Os encontraréis aquí con-migo? —Volvió a mirarnos a to-dos—. ¿Se va a marchar alguien?

Parecía que tuviera esperanza deque lo hiciesen.

—¡Todo el mundo se quedará!

—¡Yo me quedaré! ¡Y yo! —gritaron las señoras, cuya mar-cha ya estaba anunciada.

Pero la señora Griffin expresó su nece-sidad de que se lo aclararan un poco más:

— ¿ D e q u i é n e s t a b a e n a -morada?

—La historia lo dirá —me en-cargué de contestar.

—¡Yo no puedo esperar a lahistoria!

—La historia no lo dirá —dijoDouglas—; no lo dirá en un senti-do literal, vulgar.

[121]—Pues ¡vaya por Dios! Esla única forma de que yo pueda en-terarme de algo.

«Because the thing had beensuch a scare?»

He continued to fix me.«You’ll easily judge,» herepeated: «YOU will.»

I f i x e d h i m ,t o o . « I s e e . S h ew a s i n l o v e . »

He laughed for the first time.«You ARE acute. Yes, she wasin love. That is, she had been.That came out— she couldn’tt e l l he r s to ry w i thou t i t scoming out. I saw it, and shesaw I saw it; but neither of usspoke of it. I remember thet ime and the p l ace—thecorner of the lawn, the shadeof t he great beeches andt h e l o n g , h o t s u m m e rafternoon. It wasn’t a scenefor a shudder ; but oh—!»H e q u i t t e d t he f i r e anddropped back into his chair.

« Yo u ’ l l r e c e i v e t h epacket Thursday morning?»I inquired.

«Probably not till the secondpost.»

« We l l t h e n ; a f t e rdinner—»

«You’ll all meet me here?»He looked us round again.«Isn’t anybody going?» It wasalmost the tone of hope.

«Everybody will stay!»

«I will» —and «I will!»c r i ed t he l ad i e s whosedeparture had been fixed. Mrs.Griffin, however, expressed theneed for a little more light.«Who was it she was in lovewith?»

«The story will tell,» I tookupon myself to reply.

«Oh, I can’t wait for thestory!»

«The story WON’T tel l ,»sa id Douglas ; «not in anyliteral, vulgar way.»

«More’s the p i ty, then .That ’s the on ly way I everunders tand.»

X X

X

X

X

X

5

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—¿Nos lo dirá usted, Douglas?—preguntó alguien más.

Él se puso de nuevo en pie.—Sí —contestó—. Mañana. Ahora

debo irme a descansar. Buenas noches.Y cogiendo rápidamente un cande-

labro, abandonó la estancia dejándo-nos a todos un poco perplejos.

[12] Desde nuestro rincón en la gran salaoscura oíamos aún sus pasos en las escale-ras, cuando la señora Griffin exclamó:

—Bueno, aunque no sé de quién estabaenamorada ella, desde luego sí sé de quién es-taba enamorado él.

—Era diez años mayor que él —objetó su marido.

—Raison de plus. (1) A esas eda-des, ¡ya se sabe! Pero sus reticenciasresultan encantadoras.

—¡Hace cuarenta años! —excla-mó Griffin.

—Y por fin va a salir a la luz.

—Pues sí —intervine yo—; y esaconfesión va a transformar la nochedel jueves en una velada memorable.

Los demás estuvieron de acuerdoconmigo, y con la excitación de aquellaperspectiva todo lo demás pasó a segun-do plano. Aquella historia incompleta,que parecía más bien el prólogo de unanovela por entregas, iba a ser la últimade la noche. Nos despedimos y, «pega-dos a nuestros candelabros» (2), comodijo alguien, nos fuimos a la cama.

Al día siguiente me enteré de que enel primer correo se había despachado unacarta que contenía una llave y que ibadirigida a los apartamentos de Douglasen Londres. Pero, a pesar de que la noti-cia corrió como un reguero de pólvora (otal vez precisamente por eso), aquel díale dejamos tranquilo hasta después de lacena, es decir, hasta una hora de la nocheacorde con la clase de emociones que to-dos esperábamos. Entonces se mostró ex-cepcionalmente comunicativo, colmandopor completo nuestras expectativas, y notardamos en saber el porqué. Estábamosde [13] nuevo reunidos junto a la chime-nea de la gran sala, como la noche ante-rior, cuando nos había ofrecido un peque-ño adelanto del misterio. Al parecer, lanarración que había prometido leernos re-quería algunas explicaciones previas parapoder ser comprendida. He de precisaraquí, para dejarlo claro de una vez portodas, que dicha narración, transcrita pormí mismo con toda exactitud muchosaños más tarde, es la que me dispongo aofrecer en estas páginas. Cuando presin-

—¿Nos lo dirá usted, Douglas? —preguntó alguien.

Volvió a ponerse de pie. —Sí... mañana. Ahora debo retirar-me a mis habitaciones. Buenas noches. Y, cog iendo un cande la -b ro , s a l ió de jándonos bas -tante intr igados. Cuando suspasos se pe rd ie ron en l a es -ca le ra s i tuada a l fondo de lsalón, la señora Griff in di jo: —Bueno, podré no saber dequién estaba ella enamorada,pero sí sé de quién lo estaba él.

—Ella era diez años mayor que él—comentó su marido.

—Raison de plus..., a esa edad. Perono deja de resultar agradable su lar-ga reticencia.

—¡De cuarenta años! —precisóGriffin.

—Con este estallido final.

—El estallido —volví a tomar lapalabra— constituirá una apasionan-te velada la noche del jueves. Todo el mundo estuvo de acuerdoconmigo, y ante esa perspectiva nosdesinteresamos de todo lo demás. Laúltima historia, aunque de modo in-completo y dada apenas como intro-ducción de un largo relato, había sidoya iniciada. Nos despedimos y«acandelabramos», como alguiendijo, y nos retiramos a dormir.

Supe al día siguiente que unacarta conteniendo una llave ha-bía sido enviada en el primer co-rreo a la casa de Douglas en Lon-dres; pero, a pesar o, quizás, acausa de la difusión de aquellanoticia, lo dejamos en paz hastadespués de cenar, como si aque-lla hora de la noche concordaramejor con la clase de emociónque esperábamos experimentar.Entonces él se mostró tan comu-nicativo como podíamos desear,y hasta nos aclaró el motivo desu buen humor. Estaba de nuevofrente a la chimenea, como en lanoche anterior, en la que tantonos había sorprendido. Al pare-cer, el relato que había prometi-do leernos necesitaba, para sercabalmente comprendido, unascuantas palabras como prólogo.Debo dejar aquí sentado con todaclaridad que aquel relato, talcomo lo transcribí muchos añosmás tarde, es el mismo que aho-

—¿No vas a decirlo tú, Douglas?—preguntó alguien.

Se levantó una vez más:—Sí, mañana. Ahora debo

irme a la cama. Buenas noches.Cogió en seguida la palmato-

ria y se marchó, dejándonos algoconfusos. Desde el fondo de lagran sala donde nos encontrába-mos oímos sus pasos en la escale-ra; y luego la señora Griffin dijo:

—Bueno: s i no sé de quiéne s t a b a e n a m o r a d a e l l a , s équién era él .

—Tenía diez años más —dijo su marido.

—Raison de plus..., a esa edad.Pero me hace gracia esa reticenciadespués de tanto tiempo.

—Cuarenta años —indicóGriffin.

—Con este estallido al final.

—El estallido —dije— nos va aproporcionar un gran rato el juevespor la noche.

Y todo el mundo se mostró tande acuerdo conmigo, que ya nadietuvo ganas de hacer nada más. La úl-tima historia, por incompleta que fue-ra, y aunque no pareciese sino el prin-cipio de una novela por entregas, yaestaba contada; nos despedimos, nos«empalmatoriamos», como dijo uno,y nos fuimos a la cama.

Al día siguiente supe que unacarta en la que iba la llave había sa-lido en el primer correo hacia su casade Londres; pero aunque luego se di-fundiera la noticia —o quizá preci-samente por haberse difundido—, nole dijimos absolutamente nada hastadespués de cenar, hasta esa hora dela noche que parecía la más apropia-da para la clase de emoción en queteníamos puestas todas nuestras es-peranzas. Se mostró entonces tan co-municativo como pudiéramos de-sear, y hasta nos explicó los motivosque tenía para hacerlo. Y lo hizo unavez más delante de la chimenea dela sala, donde la noche anterior noshabía comunicado otras dulces ma-ravillas. Parecía que la historia quehabía prometido leernos exigía, parapoder en tenderla [122] bien, unascuantas palabras a modo de prólo-go. Permítaseme decir aquí con todaclaridad, para terminar de una vez,que esa historia, sacada de una trans-cripción exacta hecha por mí mucho

«Won’t YOU tell, Douglas?»somebody else inquired.

He sprang to his feet again.«Yes—tomorrow. Now I mustgo to bed. Good night.» Andquick ly ca tch ing up acandlestick, he left us slightlybewildered. From our end ofthe great brown hall we heardhis step on the stair; whereuponMrs. Griffin spoke. «We l l , i fI d o n ’t k n o w w h o s h e w a si n l o v e w i t h , I k n o w w h oH E w a s . »

«She was ten years older,»said her husband.

«Raison de plus—at that age!But it’s rather nice, his longreticence.»

«For ty yea r s !» Gr i ff input in.

«With this outbreak at last.»

«The outbreak,» I returned,«wi l l make a t remendousoccasion of Thursday night;»and everyone so agreed withme that, in the light of it, welost all attention for everythingelse. The last story, howeverincomplete and like the mereopening of a serial, had beentold; we handshook and«candlestuck,» as somebodysaid, and went to bed.

I knew the next day that aletter containing the key had, bythe first post, gone off to hisLondon apartments; but in spiteof—or perhaps just on accountof--the eventual diffusion of thisknowledge we quite let himalone till after dinner, till suchan hour of the evening, in fact,as might best accord with thekind of emotion on which ourhopes were fixed. Then hebecame as communicative as wecould desire and indeed gave ushis best reason for being so. Wehad it from him again before thefire in the hall, as we had hadour mild wonders of theprevious night. It appeared thatthe narrative he had promised toread us really required for aproper intelligence a few wordsof prologue. Let me say heredistinctly, to have done with it,that this narrative, from an exacttranscript of my own made much

[Reticencia:No decir sino en parte, o dar a entender que se oculta algo que pudiera decirse.]

[«Razón de más.» (En francés en el original.) En el original inglés (The last story... had been told; we handshook and «candlestuck», as somebody said, and went to bed) hay un juego de palabras en el cualel sustantivo candlestick se transforma en un verbo en pasado simple (candlestuck) aprovechando la acepción verbal de stick, que como verbo significa «clavar», «adherir» o «pegar».]

XX

candlestuck aprovisionarse con un candelabro para llegar al dormitorio

X

X

6

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

tió que su muerte estaba cercana, el po-bre Douglas me confió aquel manuscri-to que le enviaron de Londres tres díasdespués de haberlo mencionado por pri-mera vez, y que comenzó a leer en lanoche del cuarto día, dejando una im-presión imborrable sobre el pequeño yencandilado auditorio. Las damas queiban a retrasar su partida no lo hicieron,gracias a Dios. Se fueron, puesto que elviaje ya estaba organizado, pero se fue-ron muertas de curiosidad, según confe-saron ellas mismas, debido a los esca-sos datos que Douglas nos había ofreci-do como adelanto de su historia. De estemodo, nuestro pequeño grupo, aunquemás reducido, se volvió también más se-lecto, y se cerró en torno a la vieja chi-menea en un compacto círculo de hom-bres y mujeres unidos por las intensasemociones compartidas.

En la primera de aquellas re-uniones nos enteramos de que elmanuscrito no relataba el comien-zo de la historia, sino que empeza-ba, por así decirlo, a la mitad. Paraponernos en antecedentes, Douglasnos explicó que su vieja amiga erala menor de varias hermanas, hijasde un pobre párroco rural. A losveinte años, decidida a convertirseen institutriz, había llegado a Lon-dres para responder en persona a unanuncio,______ tras haber manteni-do una breve correspondencia conel anunciante. Este, cuando ella sepresentó para una entrevista en sucasa de Harley Street (una casa quea ella le impresionó por su tamañoy magnificencia) resultó ser un au-téntico caballero, un solterón [14]en la flor de la vida, el tipo de per-sonaje que aquella muchacha reciénsalida de su parroquia de Hampshire(3), nerviosa e inquieta, sólo sehabía encontrado en sueños o en lasnovelas de otra época. No es difícilimaginar al hombre en cuestión; res-ponde a un arquetipo que, por for-tuna, no desaparecerá jamás. Eraelegante, alegre y algo atrevido,desenvuelto, agradable y cortés.Ella quedó impresionada (como no po-día ser de otro modo) por su galanteríay liberalidad, pero lo que más la conmo-vió, lo que le dio fuerzas para afrontar todolo que vendría después, fue el hecho de queél plantease el asunto como si le estuviesepidiendo un gran favor, como si estuviese apunto de contraer una inmensa deuda con ellapor la que tendría que mostrarse eternamen-te agradecido. Probablemente era rico, perotambién despreocupado y extravagante.Ella lo veía envuelto en una especie de auraa la que contribuían su cuidada aparien-cia, sus trajes caros de última moda y sus

ra voy a ofrecer a mis lectores.El pobre Douglas, antes de sumuerte —cuando ya ésta era in-minente—, me entregó el manus-crito que recibió en aquellos díasy que en el mismo lugar, produ-ciendo un efecto inmenso, co-menzó a leer a nuestro pequeñocírculo la noche del cuarto día.Las damas que habían prometi-do quedarse, a Dios gracias, nolo hicieron: a fin de atender unosprevios compromisos, habían te-nido que marcharse muertas decuriosidad, agudizada ésta porlos pequeños avances queDouglas nos proporcionaba. Locual sirvió para que su auditoriofinal, más reducido y selecto,fuera enterándose de la historiaen un estado casi de hipnosis.

El primero de aquellos avancesconstituía, hasta cierto punto, elprincipio de la historia, hasta elmomento en que la autora la to-maba en sus manos. Los hechosque nos dio a conocer entoncesfueron que su antigua amiga, lamás joven de varias hijas de unpobre párroco rural, tuvo que di-rigirse a Londres a toda prisa,apenas cumplidos los veinteaños, para responder personal-mente a un anuncio que ya la ha-bía hecho entablar una breve co-rrespondencia con el anunciante.La persona que la recibió en unacasa de Harley Street amplia eimponente, según la describíaella, resultó ser un caballero, unsoltero en la flor de la vida y conuna figura nunca vista —aunquevislumbrada tal vez en un sueñoo en las páginas de una novela—por una tímida y oscura mucha-cha salida de una vicaría deHampshire. No era difícil recons-truir su personalidad, pues, porfortuna, nunca se olvida la ima-gen de una persona como aqué-lla. Era apuesto, osado y amable,de fácil trato, alegre y generoso.Aquel hombre tenía por fuerza que im-presionarla, no sólo por ser galante yespléndido sino, sobre todo, por-que le planteó el asunto como unfavor que ella iba a prestarle, comouna manera de quedarle obligadopara siempre. Esto fue lo que másle llegó al alma, y lo que después leinfundió el valor que hubo de me-nester. Le pareció un hombre rico yterriblemente extravagante, proto-tipo de la moda y las buenas ma-neras, poseedor de un vestuariocostoso y encantador con las

más tarde, es la que voy a dar aho-ra. El pobre Douglas, antes de sumuerte —cuando ya estaba a la vis-ta—, me entregó el manuscrito, que lellegó al tercero de esos días y que, enel mismo punto, y con inmenso efec-to, empezó a leer ante nuestro peque-ño círculo silencioso en la noche delcuarto día. Las señoras que iban a mar-charse, y que dijeron que se quedarían,no se quedaron, gracias a Dios: sefueron porque ya habían hecholos preparativos, y, muertas decuriosidad, según declararon, porculpa de los detalles con que yanos había intrigado a todos. Peroeso hizo que el pequeño grupoque quedó fuera más compacto yselecto, y pudiera mantenersejunto al fuego, unido en un estre-mecimiento común.

Uno de esos detalles daba aentender que el relato escrito seiniciaba a partir de un punto ene l que l a h i s to r i a , en c i e r tomodo, ya había empezado. Portanto, lo que había que saber eraque esa amiga suya, la más jo-ven de varias hijas de un pobrecura de pueblo, cuando teníaveinte años y había entrado porprimera vez a trabajar en la es-cuela, acudió a toda prisa a Lon-dres para responder en personaa un anuncio, que ya la habíapuesto en relación con el anun-ciante. Esa persona fue —al pre-sentarse el la a juicio, en unacasa de Harley Street, que le pa-reció muy grande y lujosa— sufuturo amo, que resultó ser uncaballero, un soltero en lo me-jor de la vida, un hombre comonunca había aparecido, de no seren sueños o en una novela, anteuna chica nerviosa, agitada, sa-l i d a d e u n a p a r r o q u i a d eHampshire. No es difícil imagi-nárselo; afortunadamente, es unt ipo que no se ext ingue. Eraguapo, decidido y agradable,despreocupado, alegre y simpá-tico. Como era de esperar, leencontró galante y espléndido,pero, lo que más le extrañó, y loque le dio el valor que mostraríamás tarde, fue que presentaratodo el asunto como si se tratarade una especie de favor, algo[123] por lo que tenía que estar-le agradecido. Se lo imaginócomo un hombre rico, y tambiénderrochador, le vio envuelto enuna aureola de elegancia, acos-tumbrado a gastar mucho dineroy a ser encantador con las muje-

later, is what I shall presentlygive. Poor Douglas, before hisdeath—when it was in sight—committed to me the manuscriptthat reached him on the third ofthese days and that, on the samespot, with immense effect, hebegan to read to our hushed littlecircle on the night of the fourth.The departing ladies who hadsaid they would stay didn’t, ofcourse, thank heaven, stay: theydeparted, in consequence ofarrangements made, in a rageof curiosity, as they professed,produced by the touches withwhich he had already worked usup. But that only made his littlefinal auditory more compact andselect, kept it, round the hearth,subject to a common thrill.

The first of these touchesconveyed that the writtenstatement took up the tale at apoint after it had, in a manner,begun. The fact to be inpossession of was therefore thathis old friend, the youngest ofseveral daughters of a poorcountry parson, had, at the age oftwenty, on taking service for thefirst time in the schoolroom,come up to London, intrepidation, to answer in personan advertisement that had alreadyplaced her in briefcorrespondence with theadvertiser. This person proved,on her presenting herself, forjudgment, at a house in HarleyStreet, that impressed her as vastand imposing—this prospectivepatron proved a gentleman, abachelor in the prime of life, sucha figure as had never risen, savein a dream or an old novel, beforea fluttered, anxious girl out of aHampshire vicarage. One couldeasily fix his type; it never,happily, d ies out . He washandsome and bold andpleasant, offhand and gay andkind. He struck her, inevitably,as gallant and splendid, butwhat took her most of all andgave he r the courage sheafterward showed was that heput the whole thing to her asa kind of favor, an obligationhe should gratefully incur.S h e c o n c e i v e d h i m a sr i c h , bu t a s f ea r fu l l yextravagant— saw him all ina glow of high fashion, of goodlooks, of expensive habits, ofcharming ways with women. He

[Liberalidad: Generosidad, desprendimiento.]

XX

XX

X

X

X

7

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

exquisitos modales con las mujeres. Suresidencia de la ciudad era una enormemansión llena de recuerdos de sus viajes yde trofeos de caza; pero era a su casa decampo, una vieja mansión familiar enEssex (1) , adonde quer ía env ia r la t anpron to como fuera posible .

Se había convertido en tutor desus sobrinos, un niño y una niña pe-queños, cuando estos quedaron huér-fanos a la muerte de sus padres en laIndia. Eran hijos de su hermano me-nor, un militar cuyo fallecimiento sehabía producido dos años antes.Aquella responsabilidad que el des-tino había puesto en sus manos cons-tituía una pesada carga para él, sien-do como era un hombre soltero, sinexperiencia en materia de niños y sinuna pizca de paciencia. Todo ello lehabía acarreado un sinfín de proble-mas, y también, [15] seguramente, deerrores y tropiezos, pero las pobrescriaturas le daban tanta lástima quehacía todo cuanto podía. Por ejem-plo, los había enviado a su otra resi-dencia, pues estaba convencido deque el lugar idóneo para ellos era elcampo, y los había mantenido allídesde el principio al cuidado de laspersonas más cualificadas que habíapodido encontrar. Había llegado alextremo de prescindir de algunos desus criados para que los niños estu-viesen mejor atendidos, e incluso devez en cuando se presentaba en per-sona a comprobar cómo marchabanlas cosas. Lo peor era que sus sobri-nos no tenían ningún otro pariente, yél era un hombre muy ocupado queapenas disponía de tiempo libre. Loshabía instalado en Bly, un sitio segu-ro y saludable, y había puesto al per-sonal de la casa (sólo al servicio do-méstico, aclaró en seguida) bajo lasórdenes de la señora Grose, una mu-jer excelente que en otros tiemposhabía sido doncella de su madre, yque sin duda le agradaría mucho.Hacía las veces de ama de llaves ytambién se ocupaba por el momentode la educación de la niña, por quiensentía un enorme cariño, dado que notenía hijos propios. Disponía de mu-cho personal para ayudarla, pero, porsupuesto, la joven que ocupase el car-go de institutriz ejercería la autoridadsuprema. Durante las vacaciones tam-bién tendría que ocuparse del niño,que aquel curso había estado internoen un colegio (era muy pequeño, pero¿qué otra cosa podía hacer?), y que,con el inicio de la vacaciones, llega-ría a Bly de un día para otro. Al prin-cipio se había hecho cargo de los ni-ños una joven que habían tenido la

mujeres. Su casa en la ciudad eraun palacio lleno de recuerdos deviajes y trofeos de caza; pero eraa su residencia campestre, unaantigua mansión en Essex, adon-de quería que ella se dirigiera in-mediatamente.

De resultas de la muerte de suspadres en la India, le había sidoconfiada la tutela de dos sobrinos,un niño y una niña, hijos de unhermano más joven, militar, falle-cido dos años antes. Aquellos ni-ños que extrañamente le habíaconfiado el destino constituían,para un hombre de su posición,soltero y sin la experiencia ade-cuada ni el menor ápice de pacien-cia, una pesada carga. Había he-cho por ellos todo lo que estaba asu alcance, ya que aquel par decriaturas le producían una infini-ta piedad. Los había enviado des-de luego a su otra casa, ya queningún lugar podía convenirlestanto como el campo; y puso a sudisposición las mejores personasque pudo encontrar, desprendién-dose incluso de algunos de suspropios sirvientes para que losatendieran, e iba a visitarlos cadavez que podía para enterarse per-sonalmente de su situación. Lomalo del caso era que los niñosno tenían otros familiares y que aél sus propios asuntos le ocupa-ban todo el tiempo. Los había ins-talado en Bly, un lugar seguro ysaludable, y había puesto al man-do de la casa —aunque sólo de es-caleras abajo— a una excelentemujer, la señora Grose, con lacual, estaba convencido de ello,su visitante iba a simpatizar, yque en otros tiempos había sidodoncella de su madre. Era ahoraama de llaves y al mismo tiempose ocupaba de la niña, por quiensentía, ya que, por fortuna, erauna mujer sin hijos, un inmen-so cariño. Había mucha gentepara ayudar, pero, por supuesto,la joven que entrara en la casa encalidad de institutriz tendría laautoridad suprema. Debería ha-cerse cargo también, durante lasvacaciones, del niño, que por elmomento estaba internado en unaescuela. Sí, era demasiado peque-ño para ello, pero ¿qué otra cosapodía hacerse? Dado que las va-caciones estaban ya al caer, de-bía presentarse de un día a otro. Al principio cuidaba de los ni-ños una joven que, para desdichade ellos, había muerto. Se ha-

res. En Londres, vivía en una casamuy grande, llena de cosas com-pradas en sus viajes y de trofeosde caza; pero era a su casa de cam-po, una antigua residencia de fa-milia que tenía en Essex, adondequería que ella marchase inmedia-tamente.

Por haber muerto sus padres enla India, había quedado al cargo deun sobrino y una sobrina pequeños,hijos de un hermano más joven,que era militar, y al que había per-dido hacía dos años. Esos niños,con los que se había encontradopor una serie de extrañas circuns-tancias, eran una carga terrible paraun hombre como él, solo, sin nin-guna experiencia en semejantes co-sas, y muy poco paciente. Todo ellohabía supuesto una gran preocupa-ción y, por su parte, seguro que unaserie de errores, pero le daba mu-cha pena de los niños, y había he-cho todo lo que podía; y lo prime-ro que había hecho era mandarlosa la otra casa, porque creía que elcampo era el mejor sitio para ellos;los había puesto en manos de lasmejores personas que había podi-do encontrar, prescindiendo inclu-so de sus propios criados para quelos atendieran, e iba a verlos, cuan-do le era posible, para saber cómoestaban. Lo peor de todo era queprácticamente no tenían más pa-rientes que él, y que sus propiosasuntos le ocupaban todo el día.Los había llevado a Bly, que eraun sitio sano y seguro y, a la ca-beza de la casa —aunque sólo deescaleras abajo—, había pues-to a una mujer excelente, la se-ñora Grose, que estaba segurode que le gustar ía cuando laviera, y que había sido antesdoncel la de su madre. Ahoraera ama de llaves, y se encar-gaba a l mismo t i empo de l aniña, a la que, por suerte, al notener ella hijos propios, queríamuchísimo. Había otras muchasp e r s o n a s p a r a a y u d a r , p e r o ,desde luego , la señor i ta quefuera allí como institutriz seríala máxima autoridad. Durantelas vacaciones, tendría que ocu-parse también del [124] niño, alque habían enviado al colegio—era demasiado pequeño paramandarlo, pero ¿qué otra cosapodía hacerse?— y que, comoiban a empezar las vacaciones,uno de esos días estaría ya devuelta. Al principio, los niñostenían una señorita, pero habían

had for his own town residencea big house filled with the spoilsof travel and the trophies of thechase; but it was to his countryhome, an old family place inEssex, that he wished herimmediately to proceed.

He had been left, by the deathof their parents in India, guardianto a small nephew and a smallniece, children of a younger, amilitary brother, whom he hadlost two years before. Thesechildren were, by the strangest ofchances for a man in hisposition—a lone man without theright sort of experience or a grainof patience—very heavily on hishands. It had all been a greatworry and, on his own partdoubtless, a series of blunders,but he immensely pitied the poorchicks and had done all he could;had in particular sent them downto his other house, the proper pla-ce for them being of course thecountry, and kept them there,from the first, with the bestpeople he could find to look afterthem, parting even with his ownservants to wait on them andgoing down himself, whenever hemight, to see how they weredoing. The awkward thing wasthat they had practically no otherrelations and that his own affairstook up all his time. He had putthem in possession of Bly, whichwas healthy and secure, and hadplaced at the head of their littleestablishment— but below stairsonly—an excellent woman, Mrs.Grose, whom he was sure hisvisitor would like and who hadformerly been maid to his mother.She was now housekeeper andwas also acting for the time assuperintendent to the little girl,of whom, without children ofher own, she was, by good luck,extremely fond. There wereplenty of people to help, but ofcourse the young lady whoshould go down as governesswould be in supreme authority.She would also have, in holidays,to look after the small boy, whohad been for a term at school—young as he was to be sent, butwhat else could be done?—andwho, as the holidays were aboutto begin, would be back from oneday to the other. There had beenfor the two children at first ayoung lady whom they had hadthe misfortune to lose. She had

[Aura: Atmósfera inmaterial que rodea a ciertos seres.]

[Condado del sur de Inglaterra, a orillas del canal de la Mancha, Condado situado entre la zona suburbana septentrional de Londres y el río Stour.]

X

8

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

desgracia de perder. Era una mujermuy respetable que hacía su trabajoa la perfección, y su muerte habíasupuesto una gran pérdida y no lehabía dejado otra alternativa que en-viar al pequeño Miles a un interna-do. A partir de entonces la señoraGrose había hecho todo lo posible porcuidar y educar a Flora. Además, con-taban con un cocinero, [16] una don-cella, una lechera, un viejo poni, unviejo mozo de cuadra y un jardinerono menos viejo, todos absolutamenterespetables.

Al llegar a este punto de su descrip-ción, Douglas se vio interrumpido por al-guien que formuló la siguiente pregunta:

—¿Y de qué murió la insti-tutriz anterior? ¿De tanta res-petabilidad?

L a r e s p u e s t a d e n u e s t r oamigo fue inmediata .

—Eso saldrá a la luz en su mo-mento. No quiero anticipar nada.

—Lo siento. Creí que eso era jus-to lo que estaba haciendo, ofrecernosun pequeño adelanto.

—Si yo hubiese estado en el lu-gar de su sucesora —observé—, mehabría gustado saber si el puesto im-plicaba algún riesgo...

—¿Riesgo de muerte? —dijoDouglas completando mi pensamien-to—. Sí, claro que deseaba saberlo,y no tardó en enterarse. Mañana lescontaré cómo se enteró. Mientrastanto, como es lógico, el panoramale producía cierto desasosiego. Erajoven, nerviosa e inexperta: se leabría una perspectiva de severasobligaciones y escasa compañía,por no decir de gran soledad.Dudó mucho... Se tomó un par de díaspara reflexionar y pedir consejo.Pero el salario que se le ofrecía eramuy superior a cuanto ella habíaimaginado, y en la segunda entrevis-ta se dejó tentar y aceptó el puesto.-

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - -

—De lo que se deduce que elespléndido caballero la sedujo porcompleto. Y al final ella sucum-bió a sus encantos.

Douglas se puso en pie y,aproximándose al fuego, comola noche anterior, removió conel pie algunos leños y se que-

bía comportado de un modo mag-nífico, pues era una joven de lomás respetable, hasta su muertecatastrófica, entre otras cosas,por no haber dejado otra alterna-tiva al pequeño Miles. A partir deentonces, la señora Grose hizotodo lo que buenamente pudo poratender a Flora. Había ademásuna cocinera, una doncella, unamujer que hacía la ordeña, un vie-jo mozo de cuadra, una vieja jacay un viejo jardinero: un equipode lo más respetable.

No bien acababa Douglas dedescribir aquel cuadro, cuando al-guien formuló una pregunta: —¿Y cómo murió la ante-rior institutriz? ¿Indigesta detanta respetabilidad?

L a r e s p u e s t a d e n u e s t r oamigo fue inmediata: —Eso se sabrá a su debido tiempo.No quiero anticiparme.

—Perdón. Pensé que era esoprecisamente lo que estaba us-ted haciendo.

—Puesto en el lugar de lasucesora —sugerí—, me ha-bría gustado saber si el em-pleo significaba...

—¿Un peligro mortal? —Douglas completó mi pensamien-to—. Ella quiso enterarse y seenteró. Mañana sabrán ustedes dequé se enteró. En principio, elempleo que se le ofrecía no la en-tusiasmaba demasiado. Era unamujer joven, inexperta y nerviosa, yel panorama que se presentaba anteella era el de una serie de pesadosdeberes y poca compañía; realmente,de una gran soledad. Vaciló. Pidió unpar de días para considerar el asunto.Pero el salario que le ofrecían exce-día con mucho al que hubiera obte-nido con cualquier otro empleo, y enuna segunda entrevista aceptó. Douglas hizo en ese momentouna pausa que decidí aprovechar enbeneficio del auditorio ____ ____________ :

—La moraleja que se desprende esque, por lo visto, no podía resistirse ala seducción ejercida por aquel es-pléndido joven. Sucumbió a él.

Douglas se levantó, como habíahecho la noche anterior, se acercó ala chimenea, empujó un leño haciael fuego con la punta del zapato y,

tenido la desgracia de perderla.La cosa había ido perfectamen-te hasta su muerte —era unapersona muy respetable—, peroesa desgracia obligó a mandar alcolegio al pequeño Miles. Des-de entonces, la señora Grose, talcomo iban las cosas, había he-cho lo que podía por Flora; yhabía además un cocinero, unadoncella, una segunda doncella,un pony viejo, un mozo de cua-dra viejo, y un jardinero viejo, to-dos igualmente respetables.

D e s p u é s d e q u e D o u g l a sn o s p r e s e n t a r a e s e c u a d r o ,a l g u i e n p r e g u n t ó :

— ¿ Y d e q u é m u r i ó l a p r i -m e r a i n s t i t u t r i z ? ¿ D e t a n t ar e s p e t a b i l i d a d ?

L a r e s p u e s t a d e n u e s t r oa m i g o f u e r á p i d a :

—Eso ya se verá. No anticipemoslas cosas.

—Perdona, pero creía queera precisamente eso lo que es-tabas haciendo.

—De habe r s ido su suce -so ra —di je— me habr í a gus -t ado sabe r s i e l ca rgo l l eva -ba apa re j ado . . .

—¿Necesariamente peligro parala vida? —preguntó Douglas paracompletar mi frase—. Quería saber-lo, y lo supo. Mañana oiréis lo quesupo. Entretanto, y como puedesuponerse, le pareció que las pers-pectivas eran más bien sombrías.Era joven, inexperta, estaba nervio-sa: veía ante sí muchos deberes ypoca compañía, realmente, unagran soledad. Dudó, se tomó un parde días para consultarlo y pensarlomejor. Pero el sueldo que le ofre-cía sobrepasaba con mucho sus mo-destas aspiraciones y, en la segun-da entrevista, se olvidó de sus mie-dos, y aceptó.

Una vez dicho eso, Douglashizo una pausa que, en benefi-cio de la concurrencia, me ani-mó a decir :

—Y la moraleja que se saca es,por supuesto, la seducción [125]ejercida por ese hombre joven tansensacional. Sucumbió a ella.

S e l e v a n t ó y , l o m i s m oq u e h a b í a h e c h o l a n o c h ea n t e r i o r , e m p u j ó c o n e lp i e u n o d e l o s l e ñ o s y s e

done for them quite beautifully—she was a most respectableperson— till her death, the greatawkwardness of which had,precisely, left no alternative butthe school for little Miles. Mrs.Grose, since then, in the way ofmanners and things, had doneas she could for Flora; and therewere, further, a cook, ahousemaid, a dairywoman, an oldpony, an old groom, and an oldgardener, all likewise thoroughlyrespectable.

So fa r had Douglaspresented his picture whens o m e o n e p u t a q u e s t i o n .«And what did the formergoverness die of?—of so muchrespectability?»

O u r f r i e n d ’ sa n s w e r w a s p r o m p t .« Th a t w i l l c o m e o u t .I d o n ’ t a n t i c i p a t e . »

«Excuse me—I though tt h a t w a s j u s t w h a t y o uARE do ing .»

«In her successor’s place,»I suggested, «I should havewished to learn if the officebrought with it—»

«Necessary danger to life?»Douglas completed my thought.«She did wish to learn, and shedid learn. You shall heartomorrow what she learned.Meanwhile, of course, theprospect struck her as slightlygrim. She was young, untried,nervous: it was a vision of seriousduties and little company, ofreally great loneliness. Shehesitated—took a couple of daysto consult and consider. But thesalary offered much exceededher modest measure, and ona second interview she facedthe music , she engaged.»And Douglas, with this, madea pause that, for the benefit ofthe company, moved me tothrow in—

«The moral of which was ofcourse the seduction exercised bythe splendid young man. Shesuccumbed to it.»

H e g o t u p a n d , a s h ehad done the n igh t be fore ,w e n t t o t h e f i r e , g a v e as t i r t o a l og wi th h i s fo o t ,

X

XX

[Aura: Atmósfera inmaterial que rodea a ciertos seres.]

X

[Condado del sur de Inglaterra, a orillas del canal de la Mancha, Condado situado entre la zona suburbana septentrional de Londres y el río Stour.]

sombrío

X

9

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

dó un momento contemplándo-lo, de espaldas a nosotros.

—Sólo lo vio dos veces.

—Sí, y eso es precisamente lo que de-muestra la nobleza de sus sentimientos.

[17] Me sorprendió un poco queDouglas se diese la vuelta y de nue-vo se dirigiese a mí.

—Sí, esa fue su nobleza. Otras no ha-bían sucumbido. Él fue lo bastante francocomo para contarle las dificultades que ha-bía encontrado hasta el momento. Se habíanpresentado muchas aspirantes, pero to-das se habían echado atrás al conocer lascondiciones. Por una u otra razón, se ha-bían asustado. Todo aquello sonaba lúgu-bre y extraño; y más aún teniendo en cuentala condición principal que él le puso paraotorgarle el puesto.

—¿Y cuál era?

—Que ella no debía molestarle ja-más. Jamás, ocurriese lo que ocurriese.No debía llamarlo ni quejarse ni escri-birle sobre ningún asunto. Tendría queresolverlo todo por sí sola. Él le paga-ría a través de su abogado, y a cambioella debía hacerse cargo de todo y de-jarle en paz. Mi amiga prometió hacer-lo así, y me contó que, cuando finalmen-te él le estrechó la mano para agrade-cerle su sacrificio, ella, al verlo tan con-tento y tan aliviado por haberse quita-do aquel peso de encima, se sintió ple-namente recompensada.

—¿Y esa fue toda su recompensa?—preguntó una de las damas.

—Nunca más volvió a verlo.

—¡Vaya! —replicó la señora; y comonuestro amigo nos dejó a los pocos ins-tantes, aquella fue la última palabra dig-na de mención que se pronunció sobre eltema hasta que a la noche siguiente, en elrincón de la chimenea, Douglas ocupó elmejor sillón y abrió un anticuado diariode cantos dorados y cubiertas rojas y des-coloridas. En realidad, la lectura se pro-longó durante varias noches, pero fue enla primera de todas cuando la misma damadel día anterior hizo una nueva pregunta.

—¿Cómo se titula?

—No le he puesto título.

[18] —¡A mí se me ocurre uno! —dije yo. Pero Douglas, sin hacermecaso, comenzó a leer con una voz tanclara y bien timbrada que a través deella parecía que el oído captase la be-llísima caligrafía de la autora.

por un momento, permaneció de piey de espaldas a nosotros. —Sólo lo vio dos veces.

—Eso, precisamente, constituye lomás hermoso de su pasión.

Me quedé sorprendido al ver queDouglas se volvía en redondo hacia mí. —Fue algo hermoso. Huboo t ra s —con t inuó— que noaceptaro n , que no sucum-bieron. Él le habló con fran-queza de sus dif icul tades; led i jo que o t ras asp i ran tes a lempleo lo hab ían rechazadopor encon t ra r i nacep tab le sl a s c o n d i c i o n e s . S e n c i l l a -mente , se espantaban , sobretodo al conocer la condiciónpr incipal .

—Que era...

—La de no molestarlo nunca;nunca, rigurosamente nunca. Norecurrir a él, ni quejarse, ni escri-birle por ningún concepto. Debíanresolver por sí mismas todos losproblemas; recibir el dinero de suadministrador, tomar todas las co-sas en sus manos y dejarlo en paz.Mi amiga prometió cumplir esascondiciones, y me contó que cuan-do el joven, encantado, le retuvoun momento la mano, dándole lasgracias por el sacrificio, ella sesintió ya con eso recompensada.

—Pero ¿fue ésa toda su recompen-sa? —preguntó una de las damas.

—Nunca más volvió a verlo.

—¡Oh! —suspiró ella. Y aquél fue, ya que nuestro amigonos volvió a dejar esa noche, el úni-co comentario sobre el tema, hastaque al día siguiente, cerca de la chi-menea y en el mejor sillón, Douglasabrió un álbum delgado, de estiloantiguo y tapas de un rojo desvane-cido. En realidad, la lectura duró másde una velada y, antes de que en esanoche comenzara, la misma damaformuló otra pregunta: —¿Cuál es el título?

—No tengo ninguno.

—¡Oh, yo tengo uno! —dije. Pero Douglas, sin dar señales de haberme oído,comenzó a leer con una elegan-te claridad que parecía comuni-car al oído la belleza de la cali-grafía de la autora.

q u e d ó u n m o m e n t o d e e s -p a l d a s a n o s o t r o s :

—No le vio más que dos veces.

—Ya; pero eso es precisamente loque hace que su amor sea tan bonito.

Al oírlo, y con cierta sorpresa pormi parte, Douglas se volvió hacia mí:

—Eso fue lo que tuvo de bo-nito. Había habido otras mujeresque no habían sucumbido. Él lehabló con franqueza de la difi-cultad en que se encontraba, ledijo que en varias aspirantes lascondiciones habían resul tadoprohibitivas. Que se habían asus-tado, en una palabra. Parecía unacosa aburrida, extraña; y, másque nada, por la que era su pri-mera condición...

—¿Cuál era?

—Que no tenía que molestar-le nunca para nada; pero nunca,nunca: ni acudir a él ni quejar-se, ni escribir por ningún moti-vo; tenía que resolverlo todo ellasola, recibir el dinero de su abo-gado, hacerse cargo de todo, ydejarle en paz. Ella prometió ha-cerlo, y me dijo que, por un mo-mento, cuando feliz de verse li-bre de la carga, le cogió la manopara darle las gracias por su sa-crificio, ella se había sentido yarecompensada.

—¿Y ésa fue toda su recompen-sa? —preguntó una de las señoras.

—No volvió a verle nunca.

—¡Anda! —exclamó la señora.Y como nuestro amigo nos dejó

inmediatamente, ésa fue la única pa-labra importante pronunciada sobre elasunto, hasta que, a la noche siguien-te, sentado junto al fuego, en el mejorsillón, abrió un álbum delgado y pa-sado de moda, que tenía una cubiertaroja, ya deslucida, y los cantos dora-dos. El asunto nos llevó más de unanoche, pero, en la primera ocasión, esamisma señora hizo otra pregunta:

[126] —¿Qué título le has dado?

—No tengo título.

—¡Pero yo sí! —grité.Douglas no me hizo ningún caso,

y empezó a leer, con una claridadque, para el oído del que le escucha-ba, era como un trasunto de la belle-za de la letra de su autora.

t h e n s t o o d a m o m e n tw i t h h i s b a c k t o u s .«She saw him only twice.»

«Yes, but that’s just thebeauty of her passion.»

A little to my surprise, onthis, Douglas turned round tome. «It WAS the beauty of it.There were others,» he wenton, «who hadn’t succumbed.He told her frankly all hisdifficulty— that for severalapplicants the conditions hadbeen prohibitive. They were,somehow, simply afraid. Itsounded dul l—it soundedstrange; and all the more sobecause of his maincondition.»

«Which was—?»

«That she should nevertrouble him—but never, never:neither appeal nor complain norwrite about anything; only meetall questions herself, receive allmoneys from his solicitor, takethe whole thing over and let himalone. She promised to do this,and she mentioned to me thatwhen, for a moment,disburdened, delighted, he heldher hand, thanking her for thesacrifice, she already feltrewarded.»

«But was that all her reward?»one of the ladies asked.

«She never saw him again.»

«Oh!» said the lady; which, asour friend immediately left usagain, was the only other wordof importance contributed to thesubject till, the next night, by thecorner of the hearth, in the bestchair, he opened the faded redcover of a thin old-fashioned gilt-edged album. The whole thingtook indeed more nights thanone, but on the first occasion thesame lady put another question.«What is your title?»

«I haven’t one.»

«Oh, I have!» I said. ButDouglas, without heeding me,had begun to read with a fineclearness that was like arendering to the ear of the beautyof his author’s hand.

X

X

10

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[19] Capítulo I

Recuerdo que todo comenzó conuna serie de altibajos y de oscilacio-nes de mi espíritu, que iba y venía,como un péndulo, de los buenos a losmalos presagios. Tras aceptar el pues-to, pasé un par de días verdaderamen-te horribles en todos los aspectos. Lasdudas volvieron a apoderarse de mí, ycada vez estaba más convencida dehaber cometido un error. Aquel estadode ánimo se prolongó durante las lar-gas horas de traqueteos y sacudidas enla vieja diligencia que me condujo has-ta el lugar adonde debía ir a recoger-me un vehículo de la mansión. Esta de-ferencia, según me informaron, se de-bía a una orden expresa del patrón, yasí, al final de aquella tarde de junio,encontré un cómodo y elegante carrua-je esperando por mí. El día había sidomuy hermoso, y mientras atravesa-ba los campos a la luz del crepúscu-lo sentí que la dulzura del verano medaba la bienvenida y que mis fuer-zas renacían. Esto, pensé cuando en-trábamos en l a a v e n i d a p r i n -c i p a l d e l a c a s a , s o l ov e n í a a d e m o s t r a r h a s t aq u é p u n t o las había perdido. Su-pongo que esperaba, o temía másbien, encontrarme con algo tan si-niestro, que lo que vi a mi llegadaconstituyó para mí una grata sorpre-sa. Recuerdo la agradable impresiónque me produjo la amplia fachada conlas ventanas abiertas, las frescas cor-tinas de verano y un par de doncellasasomadas al exter ior. Recuerdo elcésped salpicado de llamativas flo-res, el crujido de las ruedas sobre lagravilla y las tupidas copas de los ár-boles, con los grajos volando en [20] círculosobre ellas y perforando el dorado cielocon sus graznidos. El lugar poseía unagrandeza que lo hacía muy diferente de miantiguo hogar, mucho más humilde. Enseguida apareció en la puerta una se-ñora muy educada l levando a unaniña de la mano y me sa ludó conuna reverencia , como si yo fuera ladueña de la casa o una visitante dis-t inguida. La descripción del lugarq u e m e h a b í a n h e c h o e n H a r l e yStreet estaba cier tamente muy pordebajo de la real idad, y esto, segúnrecuerdo, elevó aún más mi opiniónacerca del propietario, que se habíacomportado como un autént ico ca -bal lero al prometerme menos de loque en real idad me esperaba.

Mi euforia se prolongó hasta el díasiguiente, porque en las horas que si-guieron a mi llegada todo pasó a segun-do plano ante el deslumbramiento de

I

Recuerdo el comienzo comouna sucesión de vuelos y caídas,un pequeño vaivén entre las cuer-das precisas y las innecesarias.Antes de emprender el viaje, to-davía en la ciudad, pasé un par dedías muy malos, advertí que ha-bían renacido todas mis dudas yllegué a convencerme de que ha-bía cometido un error. Y en eseestado de ánimo pasé una horasmuy largas en la traqueteante di-ligencia que me condujo al lugardonde debía recogerme un carrua-je de la casa que había sido dis-puesto para mí; y de esa manerame encontré con que, al final deaquella tarde de junio, me estabaesperando una calesa. Viajar enella a esa hora, en un día maravi-lloso y a través de una campiñaimpregnada de dulzura que pare-cía ofrecerme una acogedorabienvenida, hizo que mi estado deánimo mejorase notablemente; y,cuando enfocamos una ampliaavenida, la belleza del lugar estu-vo acorde con mis sensaciones.Me imagino que había esperado,o temido, algo tan melancólico,que el paisaje que me envolvíaresultó una agradable sorpresa.Recuerdo la favorable impresiónque me produjeron la amplia yclara fachada de la casa, sus ven-tanas abiertas, las cortinas de co-lores alegres y el par de doncellasasomadas en una de ellas; recuer-do el césped y las hermosas flo-res, el crujido de las ruedas en lagrava y las verdes copas de losárboles, ____________ cuyas cús-pides parecían perderse en un cie-lo dorado. El escenario era de talgrandiosidad que nada tenía en co-mún con mi modesto hogar. En lapuerta principal del edificio apa-reció una persona muy cortés conuna niñita tomada de la mano queme recibió con una gran reveren-cia, como si fuera yo la señora dela casa o una visitante distinguida.La noción que me había hecho dela casa, a juzgar por la de HarleyStreet, era muy pobre, y aquélla mehizo pensar en el propietario comoen un caballero aún más poderoso,sugiriéndome que iba a disfrutarallí mucho más de lo que él mehabía prometido.

No sufrí ninguna decepción has-ta el día siguiente, ya que en el cur-so de las horas que siguieron a millegada fui como hechizada por la

I

El principio de todo ello lo re-cuerdo como una sucesión de al-tibajos, un ir y venir de la ilusiónal miedo. Pero, en cualquier caso,cuando me levanté por la maña-na, para cumplir su encargo ,pasé un par de días muy malosen Londres. Volvía a tener dudas;en realidad, estaba convencidade haber cometido una equivo-cación. En ese estado de ánimohice el viaje en la diligencia, za-randeada durante largas horashasta llegar al sitio en que debíair a buscarme un vehículo de lacasa. Me dijeron que ya estabaencargado y, a media tarde, vi queestaba esperándome un coche dealquiler muy espacioso. Viajar aesa hora, en un hermoso día dejunio, y a través de un país que conla dulzura del verano parecía dar-me la bienvenida, volvió a levan-tarme el ánimo, y el alivio quesentí cuando dimos la vuelta paraentrar en la alameda no era pro-bablemente más que una prueba dehasta qué punto lo había tenidohundido. Supongo que esperaba,o temía, encontrarme con algo tantriste, que lo que vi fue para mí unagran sorpresa. Recuerdo como unaimpresión especialmente agradablela fachada de la casa, amplia y des-pejada, con las ventanas abiertas,las cortinas, y las dos doncellasasomadas; recuerdo la pradera y las______ flores, y el crujido de lagrava al pisarla con mis tacones,y las copas de los árboles sobre lasque volaban los grajos, descri-biendo círculos y graznando en elcielo dorado. La escena tenía unagrandeza que hacía que aquello n ot u v i e r a n a d a q u e v e r c o n l amodestia a que estaba acostumbra-da, y en seguida apareció en lapuerta una persona [127] muy ama-ble, que llevaba a una niña de lamano, y que me hizo una reveren-cia, como si yo fuera la dueña dela casa o algún visitante distingui-do. En Harley Street, me había he-cho la idea de que no era un sitiotan bonito, y eso me hacía ahorapensar que su propietario era un ca-ballero todavía más elegante de loque creía, y que iba a disfrutar dealgo que podía ir más allá de lo queél me había prometido.

No volví a tener ningún ba-jón hasta el día siguiente, porquelas horas se me pasaron volandodespués de conocer ala más joven

I

I remember the wholebeginning as a succession offlights and drops, a little seesawof the right throbs and thewrong. After rising, in town, tomeet his appeal, I had at allevents a couple of very baddays— found myself doubtfulagain, felt indeed sure I hadmade a mistake. In this state ofmind I spent the long hours ofbumping, swinging coach thatcarried me to the stopping pla-ce at which I was to be met by avehicle from the house. Thisconvenience, I was told, hadbeen ordered, and I found,toward the close of the Juneafternoon, a commodious fly inwaiting for me. Driving at thathour, on a lovely day, through acountry to which the summersweetness seemed to offer me afriendly welcome, my fortitudemounted afresh and, as weturned into the avenue,encountered a reprieve that wasprobably but a proof of thepoint to which it had sunk. Isuppose I had expected, or haddreaded, something somelancholy that what greetedme was a good surprise. Iremember as a most pleasantimpression the broad, clearfront, its open windows andfresh curtains and the pair ofmaids looking out; I rememberthe lawn and the bright flowersand the crunch of my wheelson the gravel and the clusteredtreetops over which the rookscircled and cawed in the goldensky. The scene had a greatnessthat made it a different affairfrom my own scant home, andthere immediately appeared atthe door, with a little girl in herhand, a civil person whodropped me as decent a curtsyas if I had been the mistress ora distinguished visitor. I hadreceived in Harley Street anarrower notion of the place,and that, as I recalled it, mademe think the proprietor stillmore of a gentleman, suggestedthat what I was to enjoy mightbe something beyond hispromise.

I had no drop again till thenext day, for I was carriedtriumphantly through thefollowing hours by my

[Grajo: Ave paseriforme de plumaje de color violáceo negruzco, el pico y los pies rojos y las uñas negras.][Brocado: Tela fuerte de seda, con dibujos de distinto color que el del fondo, que en algunos casos puede estar entretejida con oro o plata.

X

XX

X X

11

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

mis primeros contactos con mi pupila.Mi primera impresión ante la niña queacompañaba a la señora Grose fue quese trataba de una criatura demasiado en-cantadora como para no sentirse afor-tunada por tener que tratar con ella. Erala niña más guapa que había visto ja-más, y no pude dejar de preguntarme porqué el propietario habría renunciado autilizar ese punto entre sus argumentospara convencerme. Aquella noche dor-mí poco; estaba demasiado excitada .Estaba asombrada, debo admitirlo, y miasombro se mezclaba con la impresiónque me había producido la liberalidaddel trato que se me dispensaba. La ha-bitación espléndida y enorme que mehabían asignado (una de las mejores dela casa), la fastuosa cama con sus ricosbrocados, los grandes espejos donde,por primera vez en mi vida, podía ver-me de cuerpo entero... Todo me impre-sionaba y contribuía a que mi humildepuesto me pareciese cada vez más atrac-tivo. Y además, a todos aquellos alicien-tes había que sumar la relación con laseñora Grose, que me agradó desde elprincipio, desterrando las lúgubres ex-pectativas que acerca de este punto mehabía ido creando [21] durante el viaje.Lo único que quizá podría haberme he-cho desconfiar en aquel primer encuen-tro es el hecho de que se mostrase tandesmesuradamente contenta de verme.No me hizo falta ni media hora paradarme cuenta de lo mucho que se ale-graba de mi presencia aquella sencillamujer de aspecto limpio y saludable. Dehecho, se alegraba tanto que intentabaque no se le notase demasiado. Ya en-tonces me sorprendió bastante su em-peño en ocultar lo que en realidad sen-tía y esto, reflexionando un poco y sien-do suspicaz, debería haber bastado paraintranquilizarme.

P e r o , p a r a m i g r a n a l i v i o ,n o p a r e c í a e x i s t i r m o t i v o a l -g u n o d e i n t r a n q u i l i d a d e n r e -l a c i ó n c o n m i e n c a n t a d o r apupila , cuya angelical bel leza sinduda tenía mucho que ver con la excita-ción que me mantuvo despierta gran partede la noche, haciéndome levantarme envarias ocasiones y caminar por la habi-tación mientras pensaba en el panoramaque se abría ante mí. Más de una vez medetuve ante la ventana abierta para con-templar el débil resplandor de la aurora______________________ _____________________ ____y me pareció escu-char, entre los trinos con que los pá-jaros más madrugadores saludabanel pálido amanecer de un nuevo díade verano, un par de sonidos muchomenos naturales que procedían delinterior de la casa, y no de fuera. En

presencia y el conocimiento quehice del más joven de mis alumnos:la niña que acompañaba a la señoraGrose, que me pareció a primeravista una criatura encantadora cuyotrato debía ser una delicia. Era lamás hermosa que había visto en mivida, y más tarde me pregunté cómoera posible que quien me empleabano me hubiera hablado más de ella.Esa noche dormí poco..., me sen-tía demasiado excitada; y re-cuerdo que aquello me sorpren-dió también, teniendo en cuentala generosidad con que habíasido tratada. Mi amplio y espec-tacular dormitorio, uno de losmejores de la casa, el fastuosolecho, los cortinajes, los grandesespejos en que podía verme, porprimera vez, de la cabeza a lospies, todo aquello me impresio-naba, así como el encanto ex-traordinario de mi pequeña pu-pila, y tantas otras cosas... Des-de el primer momento me resul-tó evidente que podría sostenerbuenas relaciones con la señoraGrose, lo que había puesto enduda mientras viajaba en la ca-lesa. Lo único que me descon-certaba de aquellas primerasimpresiones era la gran alegríaque había experimentado al ver-me. En menos de media horaadvertí que estaba muy conten-ta aquella buena, robusta, sen-cilla, limpia y franca mujer, a lavez que trataba de no mostrar sualegría. Me pregunté entoncespor qué tendría interés en ocul-tarla, y esa reflexión y las sos-pechas a que daba lugar mehicieron sentir, por supuesto,un poco intranquila.

En cambio, era un consuelosaber que no habría dificultadesen mis relaciones con un ser tanencantador y de tan radiante be-lleza como mi niñita, cuya an-gelical hermosura fue el princi-pal motivo de que me levanta-ra antes del alba y caminara deun lado a otro para no dejar es-capar nada de lo que acontecíaen ese momento: contemplardesde mi ventana abierta elamanecer, observar todos losdetalles que podía del edificioy escuchar, mientras la oscuri-dad se disolvía, el trino de losprimeros pajarillos, al que seagregaron un par de sonidos me-nos naturales, y no provenientesdel exterior, sino del interior de lacasa, que había creído percibir.

de mis alumnos. Desde el primermomento la niña que venía conla señora Grose me pareció unacriatura tan encantadora, que nopodía ser más que una suertetener que ocuparse de ella. Erala niña más guapa que habíavisto en mi vida, y me extra-ñaba que su t ío no me hubierahablado más de el la . Aquellanoche dormí poco: estaba de-masiado excitada; y eso recuerdo,que me sorprendió también, que no seapartó de mí, y reforzó la impresión quetenía de que se me trataba con muchagenerosidad. Aquella habitación gran-de e imponente, una de las mejores dela casa, la cama, que a mí me parecíacasi regia, las cortinas, cubiertas de di-bujos, los grandes espejos en los quepor primera vez podía verme de pies acabeza, todo ello se me antojaba —lomismo que el extraordinario encanto dela niña que tenía a mi cargo—, comootras tantas cosas que se me daban porañadidura. Y otra cosa que pude añadirdesde el primer momento fue ver lo bienque me entendía con la señora Grose,punto que no había dejado de preocu-parme cuando venía en el coche. Loúnico que en esa primera impresión po-dría haberme amilanado un poco eraprecisamente el hecho de que se ale-grara tanto de verme. No había pasadomedia hora, cuando comprendí queaquella mujer —robusta, sencilla, fran-ca, limpia, sana— estaba tan contentacomo para tener que ponerse en guar-dia para que no se le notara demasia-do. Ya entonces me intrigó un poco,porque no quería que se le notase y,si me hubiera parado a pensarlo o hu-biera sospechado [128] algo, habríatenido motivos para no encontrarmea gusto.

Pero e ra un consuelo quef u e r a i m p o s i b l e e n c o n t r a ra lgo inquie tante en la imagenb e a t í f i c a y r a d i a n t e d e l aniña , cuya bel leza angel ical ,más que ninguna otra cosa, eraprobablemente causa del des-asosiego que me había hecho le-vantarme varias veces, y andarde un lado a otro de mi habita-ción para hacerme una idea máscompleta de todo; para ver cómoiba amaneciendo; para asomarmea la ventana y distinguir lo quepudiese del resto de la casa, ypara escuchar a ver si se repetían,cuando ya se estaba haciendo dedía, y empezaban a piar los pája-ros, uno o dos ruidos menos na-turales que me había parecido oír,y no fuera, sino dentro de la casa.

introduction to the younger of mypupils. The little girl whoaccompanied Mrs. Groseappeared to me on the spot acreature so charming as to makeit a great fortune to have to dowith her. She was the mostbeautiful child I had ever seen,and I afterward wondered that myemployer had not told me moreof her. I slept little that night—Iwas too much excited; and thisastonished me, too, I recollect,remained with me, adding to mysense of the liberality with whichI was treated. The large,impressive room, one of the bestin the house, the great state bed,as I almost felt it, the full, figureddraperies, the long glasses inwhich, for the first time, I couldsee myself from head to foot, allstruck me—like theextraordinary charm of my smallcharge—as so many thingsthrown in. It was thrown in aswell, from the first moment, thatI should get on with Mrs. Grosein a relation over which, on myway, in the coach, I fear I hadrather brooded. The only thingindeed that in this early outlookmight have made me shrinkagain was the clear circumstanceof her being so glad to see me. Iperceived within half an hour thatshe was so glad—stout, simple,plain, clean, wholesomewoman— as to be positively onher guard against showing it toomuch. I wondered even then alittle why she should wish not toshow it, and that, with reflection,with suspicion, might of coursehave made me uneasy.

But it was a comfort that therecould be no uneasiness in aconnection with anything sobeatific as the radiant image ofmy little girl, the vision of whoseangelic beauty had probablymore than anything else to dowith the restlessness that, beforemorning, made me several timesrise and wander about my roomto take in the whole picture andprospect; to watch, from my openwindow, the faint summer dawn,to look at such portions of the restof the house as I could catch, andto listen, while, in the fadingdusk, the first birds began totwitter, for the possiblerecurrence of a sound or two, lessnatural and not without, butwithin, that I had fancied I heard.

[Suspicaz: Propenso a concebir sospechas.]

X

entusiasmada

X

12

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

c i e r t o m o m e n t o c r e í r e c o n o c e r ,amortiguado por la distancia, el so-nido de un l lanto infant i l , y pocomás tarde recuerdo haberme sobre-saltado ligeramente al oír leves pi-sadas detrás de la puerta. Pero eranindicios tan débiles que los olvidéal instante, y solo más tarde, a laluz, o mejor dicho, a la sombra delos acontecimientos que siguieron,he vuelto a recordarlos. Cuidar de lapequeña Flora, educarla , «formar-la», todo ello daría un nuevo senti-do a mi vida, que a partir de enton-ces se volvería más alegre y útil. Ha-bía acordado con la señora Groseque después de aquella primera no-che la niña dormiría en mi cuarto,donde [22] a estos efectos se habíaya instalado una pequeña cama blan-ca. Yo me haría cargo de la niña entodo momento, y si decidimos queaquella primera noche permanecie-se aún con la señora Grose fue porconsideración a su natural t imi d e zy a l a e x t r a ñ e z a q u e p o r e l m o -m e n t o y o d e b í a p r o d u c i r l e . P e r oa p e s a r d e e s a t i m i d e z q u e l ap r o p i a p e q u e ñ a p a r e c í a r e c o n o -c e r c o n s o r p r e n d e n t e f r a n q u e z a ,a d m i t i e n d o q u e a l u d i é s e m o s ae l l a e n s u p r e s e n c i a s i n l a m e -n o r m u e s t r a d e e n f a d o o i n c o -m o d i d a d p o r s u p a r t e , c o n e s as e r e n i d a d d u l c e y p r o f u n d a q u ei l u m i n a a l o s n i ñ o s d i v i n o s p i n -t a d o s p o r R a f a e l ( 1 ) , a p e s a r d ee s a t i m i d e z , d i g o , y o e s t a b a s e -g u r a d e q u e n o t a r d a r í a e n e n -c a r i ñ a r s e c o n m i g o . U n a d e l ascosas que hasta el momento más me ha-bían agradado de la señora Grose habíasido el placer que pareció sentir al com-probar mi asombro y mi alegría cuandome senté a cenar ante los altos candelabrosde la mesa y descubrí entre las velas el ros-tro de mi pupila, que, sentada frente a mí enuna silla alta y con el babero puesto, me con-templaba con atención. En presencia de Flo-ra, como es lógico, sólo podíamos manifes-tar aquellas sensaciones intercambiando mi-radas de admiración y gratitud y expresan-do nuestro entusiasmo a través de veladasalusiones.

— Y e l n i ñ o , ¿ s e p a r e -c e a e l l a ? ¿ E s i g u a l d en o t a b l e ?

Ambas coincidíamos en que no era con-veniente halagar demasiado a la pequeña.

—Sí , s eñor i t a , de lo más no -t ab le ; s i e s que cons ide ra que l an iña lo e s . . . —y, s in so l t a r e l p l a -to que t en ía en l a mano , d i r ig ió aFlora una mirada rad iante , mien-t ras e s ta nos con templaba a l t e rna -

Por un momento creí reconocer,débil y lejano, el grito de unniño, y en otro creí percibir rui-do de pasos ante la puerta de mihabitación. Pero aquellos deta-lles no fueron suficientementefuertes para impresionarme en-tonces, sino que fue la luz —oquizá debería decir la lobre-guez— aportada por otros he-chos posteriores lo que los hahecho volver a mi memoria. Vi-gilar, enseñar, «formar» a la pe-queña Flora sería, evidentemen-te, el objeto de un vida feliz yútil. Había quedado convenidoentre nosotras que a partir de lasiguiente noche dormiría en micuarto, y su pequeña cama blan-ca había sido ya instalada en mihabitación. Me había yo com-prometido a cuidarla por com-pleto, así que ella durmió porúltima vez en el cuarto de la se-ñora Grose sólo en atención a miinevitable extrañeza del lugar ya su natural timidez. No obstan-te aquella timidez —sobre lacual la misma niña, de la mane-ra más extraña del mundo, ha-bía hablado con perfecta natura-lidad, mencionándola sin ningu-na señal de azoramiento y conla profunda y dulce serenidad deuno de los niños dioses de Ra-fael, permitiendo que se la dis-cutiera, se la imputara a ella ynos determinara—, tuve la segu-ridad de que no tardaría en sim-patizar conmigo. En parte, ya laseñora Grose me gustaba por elplacer que pude observar en ellapor el hecho de que yo me ad-mirara y sorprendiera cuandonos sentamos a la mesa con cua-tro candelabros y con mi alum-na colocada frente a mí en unasilla alta y con el rostro brillan-te. Por supuesto, había cosasque, estando presente Flora, te-nían que resolverse entre noso-tras a través de ciertas miradascargadas de sentido o por mediode alusiones oscuras y furtivas.

—Y, e l n iño . . . ¿ s e pa recea e l l a ? ¿Es t amb ién t an no -tab le?

Sabía que no se debe alabar a unniño en su presencia. —¡Oh , s eño r i t a , e s t oda -v í a m á s n o t a b l e ! S i t i e n eus t ed una buena op in ión dee s t a c r i a t u r a . . . ¡ i m a g i n e !—y se interrumpió sosteniendouna fuente en la mano, mientras

Hubo un momento en que habíacreído escuchar el llanto débil y le-jano de un niño, y otro en el que,medio en sueños, desperté sobre-saltada al oír unos pasos delantede mi puerta. Pero esas impresio-nes no eran lo bastante clarascomo para no poder desecharlas,y es únicamente a la luz, o másbien las tinieblas, de otras cosasque vinieron después como vuel-ven ahora a mi memoria. Unavida dedicada a vigilar, enseñar,«formar» a la pequeña Flora, teníaque ser una vida útil y feliz. Ya ha-bíamos quedado en que después deesa primera noche la niña dormiríasiempre conmigo, y por eso ya ha-bían trasladado su camita blanca ami habitación. Era yo quien teníaque hacerse cargo de ella y, si ha-bíamos acordado que esa nochedurmiera por última vez con la se-ñora Grose, era sólo por suponerque yo tendría que encontrarme to-davía un poco extraña, y en aten-ción a su natural timidez. A pe-sar d e e s a t i m i d e z — q u e m ee x t r a ñ ó q u e l a n i ñ a a d m i -t i e r a c o n a b s o l u t a f r a n q u e -z a y v a l e n t í a , r e a l m e n t ec o n l a m i s m a s e r e n i d a dq u e u n N i ñ o J e s ú s d e R a -f a e l , p e r m i t i e n d o s i n d a rm u e s t r a a l g u n a d e d e s -a g r a d o q u e h a b l á s e m o s d ee l l a , s e l a a c h a c á s e m o s yd e c i d i é r a m o s p o r n u e s t r ac u e n t a — , estaba segura quemuy pronto iba a gustarle. Erauno de los motivos por los queya me gustaba a mí la señoraGrose, la alegría que sentía alver mi admiración y asombro,[129] mientras cenaba en unamesa con cuatro grandes velas,y con mi alumna, sentada en unasilla alta, con el babero puesto ymirándome encantada mientrastomaba el pan y la leche. Claroque había algunas cosas que enpresencia de Flora sólo podíamosdecirnos por medio de miradas ode alusiones indirectas.

—Y el niño, ¿se parece aella? ¿Es también un niño tan ex-traordinario?

N o s e d e b e a d u -l a r a u n n i ñ o .

— ¡ H u y , s e ñ o r i t a !D e l o m á s e x t r a o r d i -n a r i o . ¡ S i l e p a r e c eb i e n é s t a !

Y se quedó con un plato enla mano, contemplando a la niña,

There had been a moment whenI believed I recognized, faint andfar, the cry of a child; there hadbeen another when I foundmyself just consciously startingas at the passage, before my door,of a light footstep. But thesefancies were not marked enoughnot to be thrown off, and it is onlyin the light, or the gloom, I shouldrather say, of other and subsequentmatters that they now come backto me. To watch, teach, «form»little Flora would too evidently bethe making of a happy and usefullife. It had been agreed between usdownstairs that after this firstoccasion I should have her as amatter of course at night, her smallwhite bed being already arranged,to that end, in my room. What I hadundertaken was the whole care ofher, and she had remained, just thislast time, with Mrs. Grose only asan effect of our consideration formy inevitable strangeness and hernatural timidity. In spite of thistimidity— which the childherself, in the oddest way inthe world, had been perfectlyf r ank and b rave abou t ,allowing it, without a sign ofu n c o m f o r t a b l econsciousness, with the deep,sweet serenity indeed of oneof Raphael’s holy infants, tobe discussed, to be imputed toher, and to determine us— Ifee l qui te sure she wouldpresently like me. It was partof what I already liked Mrs.Grose herself for, the pleasureI could see her feel in myadmiration and wonder as I satat supper with four tall candlesand with my pupil, in a highchair and a bib, brightly facingme, between them, over breadand milk. There were naturallythings that in Flora’s presencecould pass between us only asprodigious and gratified looks,obscure and roundaboutallusions.

«And the little boy—does helook like her? Is he too so veryremarkable?»

O n e w o u l d n ’ tf l a t t e r a c h i l d .«Oh, miss, MOST remarkable.I f you th ink wel l o f th i sone!»—and she stood therewi th a p la te in her hand ,beaming at our companion,who looked from one of us to

sonrisa radiante

13

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

t ivamente a una y a o t ra con aque-l lo s ce l e s t i a l e s o jos azu le s dondeno cab ía l a desconf i anza .

[23] —Sí, en efecto me lo parece.

—Entonces, el otro caballerito laentusiasmará.

—Bueno , para eso he ven ido ,para dejarme entusiasmar. En reali-dad —no pude evitar añadir—,creoque me entusiasmo con mucha faci-lidad. De hecho, ¡creo que ya empe-cé a entusiasmarme en Londres!

Me parece estar viendo la cara redonda de la señora Grose,que había captado al instante el significado de mis palabras.

—¿En Harley Street? —preguntó.

—Sí, en Harley Street.

— B u e n o , s e ñ o r i t a , n o e su s t e d l a p r i m e r a . . . N i s e r ál a ú l t i m a .

—No se p reocupe , ya supon íay o q u e n o e r a l a ú n i c a — r e p u s er i e n d o — . P e r o , v o l v i e n d o a m ipupilo , tengo entendido que l legamañana, ¿no es así?

—No, mañana no... El viernes, señorita. Lle-gará en la diligencia, como usted, acompañadopor una persona mayor que se hará cargo de éldurante el viaje. Enviaremos a recogerlo el mis-mo carruaje que hemos enviado para usted.

E n s e g u i d a s e m e o c u r r i óp r e g u n t a r s i n o s e r í a c o n v e -n i e n t e , a d e m á s d e a g r a d a b l e yp o s i t i v o p a r a e l n i ñ o , q u e f u é -s e m o s a e s p e r a r l o s u h e r m a n a yy o a l a p a r a d a d e l a d i l i g e n c i a .L a s e ñ o r a G r o s e a p r o b ó m i p r o -p u e s t a c o n t a l e n t u s i a s m o q u em e p a r e c i ó v e r e n e l l o u n ap r u e b a d e f i n i t i v a ( y s i n c e r a ,g r a c i a s a D i o s ) d e q u e m e e n t e n -d e r í a b i e n c o n e l l a e n t o d o s l o sa s p e c t o s . ¡ S e n o t a b a q u e s e a l e -g r a b a d e t e n e r m e a l l í !

En cuanto a mis sentimientos deldía siguiente, no puede decirse, ha-blando con propiedad, que se dieseen mí una reacción frente a la ale-gría inicial de la l legada. Podría ha-blarse, todo lo más, de una l igeraopresión motivada por la forma enque empezaba a sopesar, analizar ycomprender el verdadero alcance demis nuevas circunstancias. Tenían,por decirlo de algún modo, unas di-mensiones y un peso específico paralos cuales no es taba preparada , yes to , s i b ien [24] me hacía sent i r

l a n i ñ a n o s m i r a b a c o nu n a p l á c i d a e x p r e s i ó n e nl o s o j o s .

—¿Qué debo imaginar?

—¡Nuestro pequeño caballero la vaa fascinar!

—Muy bien, muy bien; creo quepara eso he venido... para que alguienme fascine. Lo que me temo —nopude evitar añadir— es que resultomuy fácil de fascinar. Y creo que yame ocurrió eso en Londres.

Puedo ver aún la ancha cara de la seño-ra Grose al oírme decir aquellas palabras. —¿En Harley Street? —me preguntó. —Sí. ___________________

—Bueno, no es usted la pri-mera, señorita, y tampoco va aser la última.

—¡Oh, no tengo ninguna pretensión—dije, echándome a reír— de ser laúnica! De cualquier manera, tengoentendido que mi otro alumno llegamañana, ¿no es así?

—No mañana..., sino el viernes,señorita. Vendrá de la misma ma-nera que usted: en la diligencia, alcuidado del cochero, y luego lo es-perará la calesa.

M e p e r m i t í e x p r e s a rq u e l o a d e c u a d o , a s í c o m ol o m á s a g r a d a b l e y c o r -d i a l , s e r í a q u e f u e r a y oc o n s u h e r m a n a a e s p e r a r -l o a l a c a r r e t e r a ; i d e a q u el a s e ñ o r a G r o s e a c o g i ócon tanto entusiasmo , quetomé su ac t i tud como una espe-c ie de promesa de apoyo —¡nun-ca desment ida , a Dios grac ias !—, un juramento de que estar íamosen todo unidas . ¡S í , se sen t ía fe -l i z de tenerme a su lado!

Lo que al día siguiente sentí nopodría llamarse precisamente,supongo, una reacción por la ale-gría de mi llegada; lo más pro-bable es que sólo fuera una lige-ra decepción producida por elanálisis de mis nuevas circuns-tancias. Éstas tenían una expre-sión y un volumen para los queyo no estaba preparada, y anteellas me sentía un poco ame-drentada, a la vez que ligera-mente orgullosa. En esa agita-ción, es posible que las leccio-

que nos miraba a las dos con unosojos en los que no había nada quenos impidiese hablar.

—Sí; sí me parece bien...

—Se quedará entusiasmada conel señorito.

—Bueno: creo que a eso es a lo quehe venido, a entusiasmarme. Pero lo queme da un poco de miedo... —recuerdo quesentí el impulso de añadir: «Es que tiendoa entusiasmarme con mucha facilidad»—. Ya me entusiasmé en Londres.

Todavía puedo ver la ____ cara dela señora Grose al oírme decir eso.

—¿En Harley Street?

—En Harley Street.

—Bueno, señorita: no es us-ted la primera... y tampoco va aser la última.

— N o p r e t e n d o s e r l aú n i c a — d i j e , r i e n d o — . E nc u a l q u i e r c a s o , c r e o q u em i o t r o a l u m n o v u e l v em a ñ a n a , ¿ n o ?

—Mañana, no, señorita: el vier-nes. Viene, lo mismo que usted, en ladiligencia, al cuidado del guarda, ysaldrá a esperarle el mismo coche quela trajo a usted.

A l o í r e s o , d i j e q u e l om e j o r y m á s a g r a d a b l e s e r í aq u e f u é r a m o s a b u s c a r l e yq u e e s t u v i e r a e s p e r á n d o l ec o n s u h e r m a n a c u a n d o l l e -g a r a e l c o c h e d e a l q u i l e r. L as e ñ o r a G r o s e a c o g i ó l a i d e acon tanto entus i a s m o q u el o t o m é c o m o u n aprueba —nunca desmen t ida ,gracias a Dios [130] de que íba-mos a estar siempre de acuer-do. ¡Cuánto se alegraba de queestuviera yo allí!

Supongo que lo que sent ía l d ía s iguien te no puede de-c i r se que fuera una reacc iónque s iguió a la a legr ía de mil legada; fue só lo c ie r to ago-bio que exper imenté a l ca lcu-lar mejor, revisar, contemplary comprender las c i rcuns tan-c i a s e n q u e m e e n c o n t r a b aahora . Puede dec i rse que te -n ían un volumen para e l queno es taba preparada y que , a lverme ante e l las , me sent í unpoco asus tada , y también un

the other with placid heavenlyeyes that contained nothing tocheck us.

«Yes; if I do—?»

«You WILL be carried awayby the little gentleman!»

«Well, that, I think, is what Icame for—to be carried away.I’m afraid, however,» I rememberfeeling the impulse to add, «I’mrather easily carried away. I wascarried away in London!»

I can still see Mrs. Grose’sbroad face as she took this in.«In Harley Street?»

«In Harley Street.»

«Well , miss, you’re notthe first—and you won’t bethe last.»

«Oh, I’ve no pretension,»I c o u l d l a u g h , « t o b e i n gt h e o n l y o n e . M y o t h e rpupil, at any rate, as I understand,comes back tomorrow?»

«Not tomorrow—Friday,miss. He arrives, as you did, bythe coach, under care of theguard, and is to be met by thesame carriage.»

I forthwith expressed that theproper as well as the pleasant andfriendly thing would be thereforethat on the arrival of the publicconveyance I should be inwaiting for him with his littlesister; an idea in which Mrs.Grose concurred so heartily thatI somehow took her manner as akind of comforting pledge—never falsified, thank heaven!—that we should on every questionbe quite at one. Oh, she was gladI was there!

What I felt the next daywas, I suppose, nothing thatcou ld be fa i r ly ca l led areaction from the cheer of myarrival; it was probably at themost only a slight oppressionproduced by a fuller measureof the scale, as I walked roundthem, gazed up at them, tookthem in , o f my newcircumstances. They had, as itwere, an extent and mass forwhich I had not been preparedand in the presence of which I

[Raffaello Santi o Sanzio (1483—1520), pintor italiano, se formó en Perugia junto a Perugino. El colorismo veneciano el plasticismo miguelangelesco, los matices leonardescos, se unen en el arte de Rafael en una visión serena yprofundamente clásica. Entre sus obras podemos destacar la Madona de la silla, La bella jardinera, el Retrato de cardenal y el de Baldassare Castiglione y la Transfiguración.]

X

X X

X

14

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

orgullosa, también me producía unpoco de miedo. Toda esta agitaciónimpidió que comenzase a ejercer misfunciones con la regularidad que ha-bría s ido deseable . Decidí que miprimer deber era familiarizarme conla niña y procurar, con la mayor de-licadeza posible, ir ganándome pocoa poco su confianza. Pasé todo el díacon ella al aire libre; acordamos, congran satisfacción por su parte, quesería ella y solo ella la encargada deenseñarme el lugar. Ella me fue mos-trando paso a paso todos los rinco-nes y secretos de la casa, explicán-dolo todo de un modo muy graciosocon su delicioso parloteo infantil , yel resultado fue que en poco más demedia hora éramos ya grandes ami-gas. Dada su corta edad, quedé su-mamente impresionada por el valory la seguridad que demostró a lo lar-go de todo el recorrido y por la for-m a e n q u e m e g u i a b a c o n s ucantar ina voz , s i empre más d i s -puesta a dar respuestas que a hacerpreguntas, a través de habitacionesvacías y sombríos corredores , porescaleras de caracol que me obliga-ban a detenerme para tomar alientoe incluso hasta lo alto de una torrealmenada que me produjo vértigo .

No he vuelto a ver Bly desde el díaen que dejé aquella casa, pero me atre-vería a afirmar que, si pudiese contem-plarla ahora, con estos ojos más viejosy experimentados, su importancia ymagnificencia me parecerían sensible-mente menores. Entonces, sin embar-go, mientras mi pequeña guía brincabaante mí con sus rizos dorados y su ves-tido azul, vi la mansión como un cas-tillo de leyenda habitado por aquelduendecillo sonrosado, un lugar idealpara revivir la magia de los cuentos dehadas y las leyendas populares en com-pañía de mis jóvenes pupilos. ¿No eratodo aquello una especie de cuentopara mí, un sueño hecho realidad?

N o , n o e r a m á s q u e u n v i e j oc a s e r ó n , c ó m o d o a p e s a r d e s uf e a l d a d , a l c u a l s e h a b í a n i n c o r -p o r a d o [ 2 5 ] l o s r e s t o s d e u n e d i -f i c i o m á s a n t i g u o , q u e e n p a r t eh a b í a s i d o d e s t r u i d o y e n p a r t es e u t i l i z a b a t o d a v í a . P e r o y o m es e n t í a t a n p e r d i d a c o m o s i f u é -s e m o s u n p u ñ a d o d e p a s a j e r o sa b a n d o n a d o s a s u s u e r t e e n u ne n o r m e b a r c o a l a d e r i v a . ¡ Y l om á s e x t r a ñ o e r a q u e y o d e b í ag u i a r e l t i m ó n !

nes sufrieran algún retraso; re-flexioné en que mi primera obli-gación consistía en ganarme labuena voluntad de la niña por to-dos los medios de que pudieraechar mano. Pasé con ella el día,fuera de casa; me comprometí,para su enorme satisfacción, aque fuera ella, solamente ella,quien me mostrara el lugar. Memostró la casa escalón por esca-lón y cuarto por cuarto, secretopor secreto, sosteniendo una de-liciosa conversación infantil alrespecto y con el resultado deque en media hora nos habíamosconvertido en grandes amigas. Apesar de sus pocos años, duran-te el paseo me asombró por laseguridad y el valor con que sedeslizaba por las habitacionesvacías y los oscuros corredores,las escaleras crujientes, que mehacían detener con temor, y alhacerme trepar hasta la cima deuna vieja torre ____ cuadradaque me produjo vértigo. Me im-presionó también su disposicióna contarme muchas más cosas delas que le preguntaba, mientrasme conducía de un lado a otro.No he vuelto a ver Bly desde eldía que me marché, y me atre-vería a decir que a mis ojos, másviejos y más experimentados, lesparecería ahora un lugar muchomenos imponente , pero enaquellos momentos, mientras mipequeña conductora, con sus ca-bellos dorados y su vestido azul,danzaba ante mí y tiraba de mimano a lo largo de pasillos y ha-bitaciones sin fin, tuve la visiónde un castillo de novela, habita-do por un hada color de rosa,de un lugar con todo el coloridode los libros de historias fantás-ticas. ¿No era acaso una mansiónde cuento de hadas a la que ha-bía ido a caer medio en sueños,medio despierta? No. Era sim-plemente una casa antigua, gran-de y fea, pero bastante cómoda,que incluía algunos fragmentosde un edificio aún más antiguo,semidesalojado, utilizado enparte, en el cual tuve la sensa-ción de que nos hallábamos tanperdidas como un puñado de pa-sajeros en un barco a la deriva.¡Y era yo, extrañamente, quienempuñaba el timón!

poco orgul losa . Con esa ag i -t ac ión , l a s l ecc iones su f r i e -ron c ier to re t raso; me parec íaque mi pr imer deber e ra ha-ce r t odo lo que pud ie ra po rganarme a la n iña . Pasé todoel día fuera con el la ; con gransat isfacción por su parte , hiceq u e f u e r a e l l a , y s ó l o e l l a ,qu ien me lo enseñara todo . Ym e l o e n s e ñ ó p a s o a p a s o ,cua r to por cua r to , s ec re to as e c r e t o , c o n u n o s c o m e n t a -r ios tan infant i les y tan diver-t idos que , a l cabo de med iahora , ya é ramos grandes ami-gas . Me ext rañó que , s iendouna n iña , durante todo e l re -cor r ido tuviera tan ta segur i -dad y tan poco miedo de en-t r a r en hab i t ac iones vac í a s ,c r u z a r c o r r e d o r e s o s c u r o s ,s u b i r e s c a l e r a s r e t o r c i d a s ,que a mí me hac ían de tener-me, y guiarme hasta lo a l to deuna to r r e a lmenada, que mep r o d u c í a v é r t i g o , m i e n t r a se l l a s e g u í a h a b l a n d o , d i s -p u e s t a s i e m p r e a c o n t a r m emuchas más cosas de las quep r e g u n t a b a . N o h e v u e l t o aver Bly desde e l d ía en queme marché de a l l í , y me a t re -ver ía a dec i r que a mis o jos ,ya más v ie jos , y acos tumbra-dos a ver o t ras cosas , l es pa-recer ía ahora bas tan te menosgrandioso que entonces. Perom i e n t r a s m i p e q u e ñ a g u í a ,con su pe lo de oro y su ves t i -do azu l , danzaba de lan te demí y me l levaba de un s i t io ao t r o , t e n í a l a i m p r e s i ó n d eque aquel lo e ra un cas t i l lo del e y e n d a , h a b i t a d o p o r u nduendeci l lo t rav ieso , un lu -gar que só lo podía haber sa-l ido de un cuento de hadas od e a l g ú n l i b r o p a r a n i ñ o s .¿No ser ía todo e l lo un cuentocon e l que me había quedadomedio dormida y estaba soñan-do? No; era una casa grande, feay vieja, pero cómoda, que ence-rraba partes de otro edificio másantiguo, restaurada y utilizadasólo a medias, en la [131] quese me antojaba estábamos casitan perdidos como un puñado depasajeros en un barco a la deri-va. ¡Lo raro era que fuese yoquien llevaba el timón!

found myself, freshly, a littlescared as well as a little proud.Lessons, in this agi tat ion,certainly suffered some delay;I reflected that my first dutywas, by the gentlest arts Icould contr ive, to win thech i ld in to the sense ofknowing me. I spent the daywi th her ou t -of -doors ; Iarranged with her, to her greatsatisfaction, that it should beshe, she only, who might showme the place. She showed itstep by step and room by roomand secret by secret , withdroll, delightful, childish talkabout it and with the result, inhalf an hour, of our becomingimmense friends. Young as shewas, I was struck, throughoutour l i t t l e tour, wi th herconfidence and courage withthe way, in empty chambersand dull corridors, on crookedstaircases that made me pauseand even on the summit of ano ld machico lated squaretower that made me dizzy, hermorning music , he rdisposition to tell me so manymore things than she asked,rang out and led me on. I havenot seen Bly since the day Ileft it, and I daresay that to myolder and more informed eyesi t would now appearsufficiently contracted. Butas my little conductress, withher hair of gold and her frockof blue, danced before meround corners and pattereddown passages, I had the viewof a ca s t l e o f romanceinhabited by a rosy sprite ,such a p l ace a s wou ldsomehow, for diversion of theyoung idea, take all color outof storybooks and fairytales.Wasn’t i t just a s torybookover which I had fallen adozeand adream? No; it was a big,ugly, antique, but convenienthouse , embody ing a f ewfeatures of a building stil lolder, half-replaced and half-utilized, in which I had thefancy of our being almost aslo s t a s a hand fu l o fpassengers in a great driftingship. Well, I was, strangely, atthe helm!

X

15

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[26]Capítulo II

Volví a la realidad cuando dosdías después, acompañada de Flora,acud í a r ecoge r a l «caba l l e r i t o» ,como lo llamaba la señora Grose. Ya ello contribuyó un incidente quese presentó la segunda tarde despuésde mi llegada y que me desconcertóprofundamente. En conjunto, el pri-mer día había resultado alentador,como ya he contado. Pero iba a ter-minar de un modo muy distinto. Es-taba anocheciendo cuando el carte-ro, que l legó bastante tarde, t ra jopara mí una carta escrita por el pa-t rón que contenía , junto con unaslíneas de su mano, otra misiva diri-gida a él cuyo sello de lacre aún es-taba intacto. «Esto, según veo, pro-cede del director del colegio, y el di-rector me aburre terriblemente. Léa-lo, por favor, y trate con él. Pero nose le ocurra informarme al respecto.Ni una palabra. ¡No estoy!» Despuésde muchos esfuerzos (tantos que mellevaron un tiempo considerable) lo-gré por fin romper el sello; extrajela otra carta, aún sin abrir, subí conella a mi dormitorio y solo me deci-dí a leerla justo antes de irme a lacama. Habría sido mejor dejarlo parala mañana siguiente, porque el resul-tado fue una segunda noche sin sue-ño . A l d í a s igu ien te , s in nad ie aquien recurrir en busca de consejo,me sentía sumamente angustiada. Miabat imiento era tan grande que alfinal decidí hablar sin rodeos con laseñora Grose.

—¿Qué significa esto? Han expul-sado al niño del colegio.

Ella me miró de un modo tan extraño quehabría sido imposible no advertirlo; pero en se-guida trató [27] de borrar aquella impresión trans-formando su rostro en una máscara inexpresiva.

—¡Ah! Pero ¿no se van todos...?

—Se van, sí, pero solo mientras du-ren las vacaciones. En cambio, Miles nopodrá regresar nunca.

Consciente de la atención con que la ob-servaba, la señora Grose se fue sonrojando.

—¿Y no volverán a admitirlo?

— S e n i e g a n e n r e -d o n d o .

Al oír estas palabras, sus ojos, que hastaentonces me rehuían, se alzaron hacia mí, y vique estaban llenos de bondadosas lágrimas.

—Pero ¿qué ha hecho?

No sabía cómo responder a su

II

Me acordé de esto cuando, dosdías más tarde, salí en compañíade Flora a recibir al pequeño ca-ballero, como lo llamaba la se-ñora Grose; sobre todo debido aun incidente que se produjo la se-gunda noche y que me desconcer-tó profundamente. El primer díahabía sido en conjunto, como hedicho, tranquilizador; pero no tar-dó en soplar un viento amenazan-te. Aquella misma noche el co-rreo, que pasó muy tarde, traíauna carta destinada a mí. El so-bre contenía otro, sin abrir, di-rigido a mi patrón, quien in-cluía la siguiente nota: »Por la letra veo que la carta ad-junta es del director de la escuela,el tipo más pesado que pueda exis-tir. Léala, por favor, y entiéndasecon él; por favor, no me informede nada. Ni una palabra. ¡Yo hequedado fuera del juego!» Rompí el sello con un gran esfuer-zo, tan grande que me costó un buenrato hacerlo; me llevé la carta a mihabitación y la leí cuando estaba yapor acostarme. Lamenté no haberlohecho a la mañana siguiente, puesaquella lectura me produjo la segun-da noche de insomnio. A la mañanasiguiente, sin nadie a quien recurriren busca de consejo, me sentí presade la aflicción; finalmente, logré so-breponerme al abatimiento y decidíque lo mejor sería sincerarme, por lomenos, con la señora Grose.

—¿Qué significa eso? ¡El niño hasido expulsado de la escuela!

La mirada que me lanzó fue muyextraña, pude advertirlo; luego,haciendo un visible esfuerzo paradisimular, pareció serenarse. —Pero, ¿no los envían a todos...?

—¿A casa...? Sí. Pero sólo duran-te las vacaciones. En cambio, Mi-les nunca podrá volver.

L a s e ñ o r a G r o s e e n r o -j e c i ó _________________. —¿No lo acep ta r ían?

—Se niegan terminantemente areadmitirlo.

La buena mujer alzó los ojos, quehabía mantenido bajos; vi que esta-ban llenos de lágrimas. —¿Qué ha podido hacer?

Dudé un ins tante , y luego

II

Eso se me ocurrió pensarlo dosdías más tarde, cuando iba en elcoche con Flora, a esperar, comodecía la señora Grose, al señori-to; y sobre todo por algo que ha-bía pasado el día anterior, a últi-ma hora de la tarde, y que me pro-dujo un gran desconcierto. Ya hedicho que, en conjunto, el primerdía había sido más bien tranquili-zador, pero iba a verlo complicar-se mucho antes de que terminara.Esa noche, el correo —que llegótarde— traía una carta para mí,pero, aunque estaba escrita por miamo, vi que eran sólo unas líneaspara enviarme otra carta, dirigidaa él, y que tenía el sello intacto.«Veo que es del director del cole-gio, y el director del colegio es unpelmazo insoportable. Haga el fa-vor de leerla; entiéndase con él;pero no me diga nada. Ni una pa-labra. ¡Me voy!» Tuve que hacerun gran esfuerzo para romper elsello, tan grande, que tardé muchotiempo en decidirme. Por fin mellevé la misiva a mi habitación, yno tuve valor para leerla hasta unmomento antes de meterme en lacama. Más me hubiera valido de-jarlo para el día siguiente, porquepasé otra noche sin dormir. Por lamañana, sin saber a quién pedirconsejo, me sentía desgraciadísi-ma. Por fin, no pude resistir másy decidí hablar al menos con la se-ñora Grose.

—¿Qué significa esto? Al niño lehan expulsado del colegio.

Me lanzó una mirada que nopudo menos de extrañarme; lue-go trató de remediarlo poniendocara de no saber nada.

—Pero ¿a todos ellos no los mandan...?

—Sí, los mandan a casa. Perosólo para pasar las vacaciones. Milesno puede volver nunca más.

[132] Al darse cuenta de que laobservaba, se puso colorada.

—¿Que no van a admitirle?

—Se niegan rotundamente a ha-cerlo.

Al oír eso, levantó los ojos, quehabía apartado de mí; vi que los te-nía llenos de lágrimas:

—¿Qué es lo que ha hecho?

D u d é u n m o m e n t o ; l u e -

II

This came home to me when,two days later, I drove over withFlora to meet, as Mrs. Grose said,the little gentleman; and all themore for an incident that,presenting itself the second evening,had deeply disconcerted me. The firstday had been, on the whole, as I haveexpressed, reassuring; but I was tosee it wind up in keen apprehension.The postbag, that evening—it camelate—contained a letter for me,which, however, in the hand of myemployer, I found to be composedbut of a few words enclosing another,addressed to himself, with a seal stillunbroken. «This, I recognize,is from the headmaster, andthe headmaster ’s an awfulbore. Read him, please; dealwith him; but mind you don’treport. Not a word. I’m off!»I broke the seal with a greateffort— so great a one that Iwas a long time coming to it;took the unopened missiveat last up to my room andonly attacked it just beforegoing to bed. I had bet terhave let it wait till morning,f o r i t g a v e m e a s e c o n ds l e e p l e s s n i g h t . Wi t h n ocounse l t o t ake , t he nex tday, I was full of distress;a n d i t f i n a l l y g o t s o t h eb e t t e r o f m e t h a t Idetermined to open myselfat least to Mrs. Grose.

«What does it mean? Thechild’s dismissed his school.»

She gave me a look that Iremarked at the moment; then,visibly, with a quick blankness,seemed to try to take it back.«But aren’t they all—?»

«Sent home—yes. But onlyfor the holidays. Miles maynever go back at all.»

Consc ious ly, under myat ten t ion , she reddened .«They won’t take him?»

« T h e y a b s o l u t e l yd e c l i n e . »

At this she raised her eyes,which she had turned from me; Isaw them fill with good tears.«What has he done?»

I hesitated; then I judged best

X

16

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

pregunta. Lo mejor sería entregarled i r ec t amen te e l documen to , pe rocuando se lo tendí, ella, en lugar decogerlo, se llevó las manos a la es-palda y meneó la cabeza tristemente.

—Estas cosas no son para mí, se-ñorita.

¡Así que mi consejera no sabía leer!No supe qué cara poner ante mi falta de tac-to, y para tratar de arreglarlo abrí yo mismala carta con la intención de leérsela en vozalta. Pero, tras una vacilación, la volví a do-blar y me la guardé de nuevo en el bolsillo.

—¿Tan malo es e l n iño , rea l -mente?

Aún tenía los ojos húmedos.—¿Es lo que dicen esos caballeros?

—No ent ran en de ta l les . Sola-mente d icen que lamentan no po-der readmi t i r le . Y eso só lo puedes igni f icar una cosa .

La señora Grose, que me escu-c h a b a c o n m u d a e m o c i ó n , n o s eatrevió a preguntar qué era lo ques ign i f icaba , as í que ráp idamente ,t ratando de completar de un modoc o h e r e n t e m i s p e n s a m i e n t o s c o nayuda de su presencia, añadí :

—Que es un pe l igro para losotros niños.

Al oírme se produjo en la señoraGrose una de esas mudanzas repentinastan frecuentes en las gentes sencillas.

[28] —¡El señorito Miles! ¿Unpeligro, él?

Había tanto calor en aquella exclama-ción indignada que, a pesar de que aún noconocía al niño, temí haber incurrido enun error absurdo. Sobre la marcha cambiéel sentido de mis palabras adoptando untono sarcástico, probablemente con la in-tención de congraciarme con ella.

—¡Sí, un peligro para sus pobrecitoscompañeros indefensos!

— ¡ E s h o r r i b l e ! — e x c l a m ó l aseñora Grose—. ¿Cómo pueden de-c i r a lgo tan cruel de un niño queapenas t iene diez años?

— S í , s í , e s i n c r e í -b l e .

E r a e v i d e n t e q u e s e s e n t í aa g r a d e c i d a p o r m i a p o y o .

—Espere a conocerle, señorita. ¡Yame dirá después si lo cree o no!

Aquello aumentó aún más mi impa-ciencia por ver al pequeño. Y la curiosi-dad inicial fue intensificándose en lashoras siguientes hasta volverse casi dolo-rosa. La señora Grose era muy conscien-

juzgué prefer ib le pasar le lac a r t a . C u a n d o s e l a t e n d í ,e l la se l levó las manos a laespa lda , movió t r i s tementela cabeza y me di jo : —Esas cosas no son para mí,señorita.

¡Mi consejera no sabía leer!Parpadeé al advertir mi error,que traté de atenuar de la mejormanera posible, volví a abrir elsobre y le leí la carta; luego laguardé de nuevo en el bolsillo. — ¿ E s r e a l m e n t emalo? —le pregunté.

Tenía aún los ojos llenos de lágrimas. —¿Dicen eso los caballeros?

—No entran en detalles. Simple-mente declaran que es imposible queel niño continúe en la escuela. Esosólo puede significar una cosa... La señora Grose escuchabacon reconcentrada emoción;pero, en vista de que no mepreguntaba qué podía signifi-car, y t ra tando de expresarmis pensamientos de la mane-ra más coherente, añadí: —Que su presencia constituye unaofensa para los otros alumnos.

Al oir aquello, con uno de esosrápidos cambios emocionales tí-picos del pueblo, se enardeció. —¡El señorito Miles! ¿Unaofensa, él?

La influencia de su buena fe fuetal que, aunque yo no había vistotodavía al niño, la idea llegó a pa-recerme absurda. De pronto me dicuenta de que, para igualar a micompañera, yo misma exclamabaen tono sarcástico: —¡Sí! ¡Para sus pobres e ino-centes compañeros!

—¡Es espantoso —gritó la seño-ra Grose— que puedan decir cosastan crueles! ¡El niño no ha cumpli-do siquiera los diez años!

— S í , s í , e s i n -c r e í b l e .

La señora Grose, evidentemente,estaba agradecida por mi apoyo. —Ante todo, señorita, véale; enton-ces podrá juzgar por sí misma. Sentí una nueva impaciencia porconocerlo; fue el principio de unacuriosidad que en las siguientes ho-ras alcanzaría una intensidad casidolorosa. La señora Grose era cons-

g o m e p a r e c i ó q u e l o m á ss e n c i l l o e r a d a r l e l a c a r t a ,p e r o e l l a , e n l u g a r d e c o -g e r l a , p u s o l a s m a n o s a t r á sy m o v i ó l a c a b e z a :

—Esas cosas no son para mí, se-ñorita.

¡Mi consejera no sabía leer!Comprendí que había cometido unaequivocación y traté de enmendarla lo me-jor posible. Abrí la carta para leérsela envoz alta, pero no me decidí a hacerlo; volvía doblarla y me la metí en el bolsillo.

— ¿ E s r e a l m e n t em a l o ?

Todavía tenía lágrimas en los ojos:—¿Dicen eso los señores?

—No, no entran en detalles. Selimitan simplemente a decir lo mu-cho que sienten no poder tenerle.Eso sólo puede significar unacosa. —La señora Grose escucha-ba muda de emoción. Se abstuvode preguntar qué era lo que podíasignificar, y yo, para darle un pocode sentido a todo ello, y sin másayuda que la que pudiera proporcio-narme su presencia, añad í— :Q u e e s u n a a f r e n t a p a r al o s o t r o s .

Al o í r lo , con uno de esoscambios ráp idos de l a gen tesenc i l la , se ind ignó:

—¿El señorito Miles..., unaafrenta, él?

Había una buena fe tan grande enesa exclamación que, aunque yo no ha-bía visto todavía al niño, el mismo mie-do que sentía me hizo agarrarme a la ideade que tenía que ser una cosa absurda.Para ponerme a la altura de mi amiga,añadí en seguida en tono de burla:

—¡Para sus pobres e inocentescompañeros!

—Es demasiado horrible de-cir cosas tan crueles como ésas—gritó la señora Grose—. ¡Siapenas tiene diez años!

[133]—Sí, sí, es verdad; seríaincreíble.

Comprendí que agradecía muchoesa afirmación:

—Primero véale, señorita. Lue-go, créalo.

Sentí unos deseos tremendos deverle; fue el principio de una cu-riosidad que en las horas siguien-tes llegaría a hacerse casi doloro-sa. Pude ver que la señora Grose

simply to hand her my letter—which, however, had the effect ofmaking her, without taking it,simply put her hands behindher. She shook her head sadly.«Such things are not for me,miss.»

My counselor couldn’t read! Iwinced at my mistake, which Iattenuated as I could, and openedmy letter again to repeat it to her;then, faltering in the act and foldingit up once more, I put it back inmy pocket. «I s h e r e a l l yB A D ? »

T h e t e a r s w e r e s t i l l i n h e reyes. «Do the gent lemen say so?»

«They go into no particulars.They simply express their regretthat it should be impossible tokeep him. That can have only onemeaning.» Mrs. Grose listenedwith dumb emotion; she forboreto ask me what this meaningmight be; so that, presently, to putthe thing with some coherenceand with the mere aid of herpresence to my own mind, I wenton: « T h a t h e ’ s a n i n j u r yt o t h e o t h e r s . »

At this, with one of thequick turns of simple folk,s h e s u d d e n l y f l a m e d u p .« M a s t e r M i l e s ! H I M a ninjury?»

There was such a flood ofgood faith in it that, though I hadnot yet seen the child, my veryfears made me jump to theabsurdity of the idea. I foundmyself, to meet my friend thebetter, offering it, on the spot,sarcastically. «To his poor littleinnocent mates!»

«It’s too dreadful,» criedMrs . Grose , « to say suchc r u e l t h i n g s ! W h y, h e ’sscarce ten years old.»

«Yes, yes; i t would beincredible.»

She was evidently gratefulfor such a profession. «Seehim, miss, first. THEN believeit!» I felt forthwith a newimpatience to see him; it wasthe beginning of a curiositythat, for all the next hours, wasto deepen almost to pain. Mrs.Grose was aware , I could

[Sarcástico: Con ironía amarga y pesimista.]

17

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

te, no me cabe duda, del efecto que ha-bían producido sus palabras, y siguió ha-blando, cada vez más segura de sí misma.

— Y t a m b i é n p u e d ec r e e r l o q u e q u i e r a d ee s t a d a m i t a . B e n d i t a s e a ,¡ m í r e l a !

Me volví y vi que Flora, a quienhabía dejado hacía diez minutos enel cuarto de estudio con una hoja dep a p e l e n b l a n c o , u n l á p i z y u n amues t r a de p r ec io sa s y r edondas«oes», se hal laba en el umbral dela puerta . En su conducta infant i lse perc ib ía un c laro rechazo antecualquier esfuerzo penoso, pero mecontemplaba con una mirada tan in-genua y radiante, que daba la im-pres ión de que su escapada ten íacomo único motivo el gran afectoque sent ía hacia mi persona, que leimpedía alejarse de mí durante mu-cho t i empo segu ido . No neces i t énada más para captar todo lo queimplicaba la úl t ima frase de [29] laseñora Grose, y, tomando a mi pu-pi la en brazos , la cubr í de besos ,besos mezclados con un sol lozo dearrepent imiento.

A p e s a r d e t o d o , d u r a n t e e lres to de l d ía es tuve esperando unanueva ocas ión pa ra hab la r con mic o m p a ñ e r a , s o b r e t o d o c u a n d o ,hac i a l a ca ída de l a t a rde , comen-cé a t ene r l a s ensac ión de que mer e h u í a . R e c u e r d o q u e l a a l c a n c éen l a s e sca l e ra s ; ambas descend i -m o s j u n t a s y, a l l l e g a r a b a j o , l ade tuve aga r rándo la de l b razo .

—Deduzco de lo que me dijo estamañana que usted no tiene conoci-miento de que el niño se haya porta-do nunca mal.

E l l a e c h ó h a c i a a t r á s l ac a b e z a ; e s t a v e z , s u a c t i t u de r a d i r e c t a e i n e q u í v o c a .

— ¿ Q u e n u n c a s e h ap o r t a d o m a l ? Y o n oh e d i c h o s e m e j a n t ec o s a .

De nuevo me alarmé.—Entonces , ¿ s í t i ene conoc i -

miento de que se haya portado.. .?

—Sí, por supuesto, señorita, ¡gracias aDios!

Tr a s r e f l e x i o n a r u n i n s t a n t e ,e n t e n d í l o q u e q u e r í a d e c i r .

—Eso significa que para usted, unniño que no se porta mal nunca...

—¡No sería un niño!

ciente del efecto que habían produ-cido en mí sus palabras y añadió,para reforzar el efecto: —¡Imagine que dijeran esode nuestra jovencita...! —paraconcluir, un instante después—: ¡Mírela!

Volví la cabeza y vi que Flo-ra, a quien diez minutos anteshabía dejado en el salón de cla-ses con una hoja de papel blan-co, un lápiz y una plana de her-mosas y redondas oes, se en-contraba en ese momento bajoel dintel de la puerta. Manifes-taba en sus modales un extraor-dinario desprecio hacia las ta-reas que le resultaban desagra-dables, mirándome, sin embar-go, de un modo que parecía de-mostrar que aquel desprecioobedecía al afecto que yo le ins-piraba y que la obligaba a se-guirme. No fue necesario máspara que yo sintiera toda lafuerza de la comparación de laseñora Grose; y, abrazando a midiscípula, la cubrí de besos conun suspiro de reparación.

A pesar de todo, durante el res-to del día aceché otra ocasión paraacercarme a mi colega, especial-mente cuando, hacia el atardecer,comencé a sospechar que ella es-taba tratando de evitarme. Recuer-do que la abordé en el rellano dela escalera; bajamos juntas y, alllegar abajo, la detuve poniéndo-le una mano sobre el brazo. —Considero lo que me dijo estemediodía como una declaración deque usted nunca ha sabido que seportara mal.

La señora Grose echó hacia atrás lacabeza; ya para entonces había adopta-do muy claramente una actitud, aunquede la manera más honesta posible. — ¿ Q u e n u n c a h e s a -b i d o . . . ? ¡ O h , n o p r e t e n -d í d e c i r e s o !

— E n t o n c e s , ¿ c r e e u s -t e d q u e M i l e s p u e d e s e rm a l o ?

— E n e f e c t o , s e ñ o r i t a , aDios gracias.

Después de pensa r un momen-t o , a c e p t é a q u e l l a d e c l a r a c i ó n . —¿Quiere usted decir que unniño que nunca...?

—¡Para mí, no es un niño!

se daba cuenta del efecto que ha-bía producido en mí, y que apro-vechaba esa seguridad para decir:

— L o m i s m o p o d r í au s t e d creer lo de la señorita .¡ D i o s l a b e n d i g a ,m í r e l a !

Me volví y vi a Flora , a laque diez minutos antes habíadejado sentada en la clase, conuna hoja de papel en blanco,un lápiz , y un modelo de pre-ciosas «o redondas», de pie enla puerta. A su manera mostra-ba una extraordinar ia fa l ta deaf ición a los deberes penosos,pero me miraba con una expre-s ión tan infant i l que parecíaq u e l a ú n i c a c a u s a f u e r a e lafecto que sent ía por mi per-sona, y que sólo por eso se ha-bía vis to obl igada a seguirme.N o n e c e s i t a b a m á s q u e e s opara sent i r toda la fuerza del a s p a l a b r a s d e l a s e ñ o r aGrose y, cogiendo a mi alum-na en brazos, la cubrí de be-sos, con un sol lozo en el quehabía a lgo de expiación.

Pero no por eso, durante elresto de la jornada, dejé de bus-car nuevas ocasiones de acercar-me a mi colega y especialmen-te, ya hacia la noche, cuando mepareció que trataba de evitar-me. Recuerdo que la cogí en laescalera; bajamos juntas y, alllegar abajo, la detuve, ponién-dole una mano en el brazo:

—Lo que d i jo us ted a l me-d iod ía lo tomo como una de -c l a rac ión de que no ha v i s tonunca que fue ra ma lo .

E c h ó l a c a b e z a h a c i aa t r á s ; e n e s o s m o m e n t o se s t a b a s e r i a , y h a b í a a d o p -t a d o y a u n a a c t i t u d :

— ¡ B u e n o ! Q u e n o h e v i s -t o n u n c a q u e f u e r a . . . , y o n op r e t e n d o d e c i r e s o .

Volví a sentirme desconcertada:.—Entonces, ¿ha visto usted

alguna vez que...?

—¡Naturalmente, señorita, gra-cias a Dios!

M e p a r e c i ó q u e t e -n í a r a z ó n :

[134]—¿Quiere decir que un niñoque nunca es...?

—Para mí no es un niño.

judge, of what she hadproduced in me, and shefollowed it up with assurance.«You might as well believe itof the little lady. Bless her,»she added the next moment—»LOOK at her!»

I turned and saw that Flora,whom, ten minutes before, I hadestablished in the schoolroomwith a sheet of white paper, apencil, and a copy of nice «roundo’s,» now presented herself toview at the open door. Sheexpressed in her little way anextraordinary detachment fromdisagreeable duties, looking tome, however, with a greatchildish light that seemed to offerit as a mere result of the affectionshe had conceived for my person,which had rendered necessarythat she should follow me. Ineeded nothing more than this tofeel the full force of Mrs. Grose’scomparison, and, catching mypupil in my arms, covered herwith kisses in which there was asob of atonement.

Nonetheless, the rest of theday I watched for further occasionto approach my colleague,especially as, toward evening, Ibegan to fancy she rather soughtto avoid me. I overtook her, Iremember, on the staircase; wewent down together, and at thebottom I detained her, holding herthere with a hand on her arm.«I take what you said to meat noon as a declaration thatYOU’VE never known himto be bad.»

She threw back her head;s h e h a d c l e a r l y, b y t h i st i m e , a n d v e r y h o n e s t l y,a d o p t e d a n a t t i t u d e .« O h , n e v e r k n o w nh i m — I d o n ’ t p r e t e n dT H AT ! »

I w a s u p s e t a g a i n .« T h e n y o u H AV Ek n o w n h i m — ? »

«Yes indeed, miss, thankGod!»

O n r e f l e c t i o n Ia c c e p t e d t h i s .« Yo u m e a n t h a t a b o yw h o n e v e r i s — ? »

«Is no boy for ME!»

18

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

La agarré con más fuerza.—A usted le gusta que sean un

poco traviesos, ¿verdad? —y al tiem-po que ella respondía afirmativamen-te, añadí con emoción—: ¡A mí tam-bién! Aunque no hasta el punto de quelleguen a contaminar a otros...

— ¿ C o n t a m i n a r ? — a q u e -l l a p a l a b r a a l t i s o n a n t e l ah a b í a d e j a d o p e r p l e j a .

—Es decir, corromper —expliqué yo.

Su mirada indicaba que me ha-b ía comprend ido , pe ro r eacc ionócon una r is i ta un poco malévola.

—¿Es que tiene miedo de que lacorrompa a usted?

[30] En su pregunta había tanto humory agudeza que, por no parecer ridícula, mesumé a su risa con una carcajada que sin dudadebió de sonar un poco estúpida, y no quiseseguir insistiendo.

Pero al día siguiente, cuando se aproxi-maba el momento de ir a recoger al peque-ño, la asalté de nuevo en otro lugar.

—¿Cómo era la mujer que estuvoaquí antes?

— ¿ L a ú l t i m a i n s t i t u t r i z ?E r a t a m b i é n j o v e n y b o n i t a . . .C a s i t a n j o v e n y t a n g u a p ac o m o u s t e d , s e ñ o r i t a .

—¡Bueno, espero que su juventudy su belleza la ayudaran! —recuerdo quecontesté—. Parece que a él le gusta ele-gir a muchachas jóvenes y guapas...

—Desde luego que sí , señori ta—corroboró la señora Grose—. ¡Asíe s c o m o l e g u s t a b a n ! — p e r o e ncuan to d i jo aque l lo parec ió a r re -pent irse—. Quiero decir que así escomo le gustan. . . a l amo.

Me quedé muy sorprendida.— P e r o ¿ a q u i é n s e r e f e -

r í a a n t e s ?

E l l a s e h i z o l a t o n t a , p e r on o p u d o e v i t a r s o n r o j a r s e .

—¿Cómo que a quién? Pues a él.

—¿Al amo?

—Claro, ¿a quién si no?

Era tan obvio que no podía refe-rirse a otra persona, que en seguidadeseché la impresión de que, sin darsecuenta, la señora Grose había habladode más. Así que me limité a formularla pregunta que tenía en mente.

— ¿ N o t ó e l l a a l g o e n e ln i ñ o . . . ?

Apreté aún más. —¿Quiere usted decir que unniño tiene que ser travieso? —y enseguida, anticipándome a su res-puesta, continué—: Yo opino lomismo. Claro que no hasta el gra-do de contaminar...

—¿Contaminar? A q u e l l a e x t r a ñ a e x p r e -s ión l a hab í a de so r i en t ado . —Corromper —le aclaré.

Me miró fijamente mientras yo pro-nunciaba la nueva palabra, luego es-talló en una extraña carcajada. —¿Teme que Miles pueda corromperla? Me h izo aque l la p reguntacon una i ronía tan ev idente ,q u e t u v e q u e r e í r m e t a m -b ién , aunque un poco ne r -viosa ta l vez, para no poner-me en r id ícu lo .

Pero al día siguiente, pocoantes de salir, volví a abordar-la en otra parte de la casa. —¿Cómo era la dama a la que hevenido a sustituir?

—¿La ú l t ima ins t i tu t r i z?Era t ambién joven y guapa ,cas i tan joven y guapa comousted , señor i ta .

—¡Ah!, me imagino entonces quesu belleza y juventud la ayudaron...—murmuré— parece que a él le gus-ta que seamos jóvenes y guapas.

—¡Desde luego! —afirmó laseñora Grose—. Le gusta quetodo el mundo sea así —y nobien había dicho aquello cuan-do se apresuró a añadir—: Merefiero, claro, al amo.

La aclaración me desconcertó. — ¿ A q u i é n s e r e f e r í au s t e d a n t e s ?

—Claro está que a él —dijo la se-ñora Grose con voz neutra, pero ru-borizándose.

—¿Al amo?

—¿A quién, si no?

Era tan evidente que no podía referirse aninguna otra persona, que un segundo mástarde había dejado de pensar que la señoraGrose había dicho por accidente más de loque pretendía decir; y me limité a pregun-tarle lo que me interesaba saber. —¿Vio ella algo en el niñoque...?

Aseguré más la cosa:—¿Así es que le gus ta que

s e a n t r a v i e s o s ? — P a r a a d e -lan tarme a su respues ta , d i jeen seguida—: ¡A mí también!P e r o n o h a s t a e l p u n t o d econtaminar. . .

—¿Contaminar? —Esa pa-labra la había dejado s in sa-ber qué decir.

Se lo aclaré:—Corromper.Me miró fijamente, comprendien-

do lo que significaba; pero su reac-ción fue soltar una extraña carcajada.

—¿Tiene miedo de que vaya acorromperla a usted?

Hizo esa pregunta con tanta guasaque yo, para ponerme a tono, me echéa reír también, de una manera un pocotonta y, de momento, no dije nada máspor miedo de hacer el ridículo.

Pero al día siguiente, cuando seacercaba la hora de mi viaje, volví aencontrarla en otro sitio.

—¿Cómo era la señorita que es-taba aquí antes?

—¿La ins t i tu t r iz an ter ior?P u e s t a m b i é n e r a j o v e n , yguapa . . . , cas i t an joven y tanguapa como us ted .

—¡Ah! ¡Entonces espero que laayudaran su juventud y su belleza! —recuerdo que exclamé—. Parece que legusta que seamos jóvenes y guapas.

—Sí, le gustaba —asintió la se-ñora Grose—. Así era como le gusta-ba que fuera todo el mundo. —Nadamás haberlo dicho, trató de corregir-se—: Quiero decir que ésa es su for-ma de ser..., la del señor.

Me extrañó.—Pero ¿de quién hablaba us-

ted antes?

Quiso hacer como que no meentendía, pero se puso colorada.

—Pues de él.

—¿Del señor?

—¿De quién iba a ser?

Estaba tan claro que no podíaser de ningún otro que dejé depensar que se le hubiera escapadoalgo más de lo [135] que queríadecir, y pregunté únicamente loque me interesaba saber a mí:

—¿Vio ella alguna cosa en elniño?

I he ld her t igh ter. «Youl ike them with the spi r i t tob e n a u g h t y ? » T h e n ,k e e ping pace w i th he ranswer, «So do I!» I eagerlybrought out. «But not to thedegree to contaminate—»

« To c o n t a m i n a t e ? » —m y b i g w o r d l e f t h e r a ta l o s s . I e x p l a i n e d i t .«To corrupt.»

S h e s t a r e d , t a k i n g m ymeaning in; but it producedi n h e r a n o d d l a u g h .«Are you afraid he’ll corrupt YOU?»She put the question with such afine bold humor that, with alaugh, a little silly doubtless, tomatch her own, I gave way forthe time to the apprehension ofridicule.

But the next day, as the hourfor my drive approached, Icropped up in another place.«What was the lady who was herebefore?»

«The last governess? She wasalso young and pretty— almostas young and almost as pretty,miss, even as you.»

«Ah, then, I hope her youthand her beauty helped her!» Irecollect throwing off. «He seemsto like us young and pretty!»

«Oh, he DID,» Mrs. Groseassented: «it was the way he likedeveryone!» She had no soonerspoken indeed than she caughtherself up. «I mean that’s HISway—the master’s.»

I w a s s t r u c k .«B u t o f w h o m d i d y o uspeak f i rs t?»

S h e l o o k e d b l a n k ,b u t s h e c o l o r e d .« W h y , o f H I M . »

«Of the master?»

«Of who else?»

There was so obviously noone else that the next momentI had lost my impression of herhaving accidentally said morethan she meant; and I merelyasked what I wanted to know.«Did SHE see anything in theboy—?»

19

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

— ¿ A l g o q u e n o e s t u v i e r ab ien? Nunca me d i jo nada .

M e r e t e n í a n c i e r t o s e s c r ú p u -los , pe ro log ré sob repone rme .

— ¿ H a c í a b i e n s u t r a b a j o ?¿ E r a c u m p l i d o r a ?

L a s e ñ o r a G r o s e t r a t a b a d er e s p o n d e r c o n d i s c r e c i ó n .

[31] —En algunos aspectos, sí.

—¿Pero no en todos?

D e n u e v o e l l a p a r e c i óm e d i t a r s u r e s p u e s t a .

—Bueno, señorita. El caso es queella ya no está aquí. Y a mí no me gustacontar chismes.

—Comprendo sus sentimientos —me apresuré a replicar; pero, tras uninstante, decidí que no incurriría enninguna contradicción por hacer unaúltima pregunta—. ¿Murió aquí?

—No. Se había ido.

No sé por qué, me pareció que aque-lla respuesta tan breve de la señora Groseocultaba una extraña ambigüedad.

—¿Se fue para morirse? —la señoraGrose, ausente, miraba el paisaje desde laventana, pero yo sentía que tenía derecho asaber cuál era el comportamiento que se es-peraba de las jóvenes empleadas de Bly si(era solo una hipótesis) se llegaba a un casotan extremo—. ¿Quiere decir que se pusoenferma y se fue a su casa?

—No se puso enferma aquí, o almenos no lo aparentaba. Se fue a sucasa a finales de año para pasar unascortas vacaciones, según dijo. Las te-nía bien merecidas después del largotiempo que había permanecido entrenosotros. Entonces la sustituyó otrajoven, una niñera que se había que-dado en la casa, una buena chica, ymuy lista. Ella se ocupó de los niñosen todos los aspectos, tenía que ha-cerlo solo mientras la otra estuvieseausente... Pero la joven dama nuncavolvió, y justo cuando la estaba es-perando, el amo me avisó de que ha-bía muerto.

Me quedé pensativa.—Pero ¿de qué murió?

—¡El amo nunca me lo di jo! —me contestó la señora Grose—. Yahora, señorita, lo siento, pero deboregresar al t rabajo.

— ¿ Q u e n o e s -t u v i e r a b i e n ? Nun-ca me habló de ello. Tenía algunos re-paros, pero logré superarlos. —¿Era una persona cuidadosa...__________?

La señora Grose pa rec íaluchar por se r p rec i sa . —Sí... en determinadas cosas.

—¿Pero no en todas?

La señora Grose se quedómedi tando un ins tan te . —Bueno, señorita, ella ya hamuerto; no quiero andar con-tando historias.

—Comprendo muy bien sus senti-mientos —me apresuré a responder;pero al cabo de unos instantes me pa-reció que a aquella concesión no seoponía preguntarle—: Murió aquí?

—No... Ya se había marchado.

N o s é p o r q u é l a c o n c i -s i ó n d e l a s e ñ o r a G r o s em e p a r e c i ó t a n a m b i g u a . —¿Se marchó... para morir? —insistí. La señora Grose miró haciala ventana, pero a mí me pare-cía que tenía derecho a saberqué les aguardaba a las jóve-nes institutrices de Bly. —¿Quiere decir que enfermó y re-gresó a su casa?

—No enfermó, que yo sepa,aquí. Se marchó a su casa, a finde año, para pasar allá unasbreves vacaciones a las que,sin duda, tenía derecho, des-pués del tiempo que llevabaaquí. Teníamos entonces a unaniñera, una joven que habíacontinuado con nosotros y erabuena y competente. Aceptóquedarse con los niños duran-te ese tiempo. Pero nuestra ins-titutriz no volvió y, precisa-mente cuando la estábamos es-perando, me informó el amoque había muerto.

—Pero ¿de qué? —volví a pre-guntar.

—¡Nunca me lo dijo! Si melo permite usted, señorita —terminó la señora Grose—,debo volver a mi trabajo.

—¿Que no estuviera bien?Nunca me dijo nada.

—¿Era una persona cuidadosa...,algo especial?

La señora Grose dio la impresiónde intentar ser concienzuda:

—En algunas cosas, sí.

—Pero ¿no en todas?

Vo l v i ó a p e n s a r l o a n -t e s d e c o n t e s t a r :

— M i r e , s e ñ o r i t a . . . , e s t ámuer t a . No voy a anda r aho-ra con cuen tos .

—Comprendo perfectamente sussentimientos —me apresuré a decir;pero en seguida pensé que tampoco ha-bía motivos para que no pudiese pre-guntar algo más—. ¿Murió aquí?

—No, se marchó.

N o s é p o r q u é e s ar e s p u e s t a t a n c o r t a m ep a r e c i ó a m b i g u a .

—¿Se fue de aquí para morir?La señora Grose no apartaba los ojos

de la ventana, pero a mí me parecía que,hipotéticamente, tenía derecho a saber quéera lo que se esperaba que hiciesen las jó-venes a las que contrataban en Bly.

—¿Quiere decir que se puso en-ferma y se marchó a su casa?

—Que yo sepa, no se pusoenferma en esta casa. A fines deaño se fue, para ir, según dijo, apasar unos días de vacaciones ensu casa, cosa a la que desde lue-go tenía derecho por el tiempoque llevaba con nosotros. En-tonces teníamos una joven, unaniñera que había estado aquí, yque era una buena chica, muylista, y ella se encargó de losniños hasta que volviera. Peronuestra señorita no volvió nun-ca y, en el momento en que yoestaba esperándola, supe por elseñor que había muerto.

— P e r o ¿ d e q u é ? ___________________

— N u n c a m e l o h a d i -c h o . Y a h o r a , p e r d ó n e m e ,s e ñ o r i t a , p e r o t e n g o q u ev o l v e r a m i t r a b a j o .

«That wasn’t r ight? Shenever told me.»

I h a d a s c r u p l e ,b u t I o v e r c a m e i t .«W a s s h e c a r e f u l —p a r t i c u l a r ? »

Mrs. Grose appeared tot r y t o b e c o n s c i e n t i o u s .«About some things—yes.»

«But not about all?»

A g a i n s h ec o n s i d e r e d .« W e l l , m i s s — s h e ’ sg o n e . I w o n ’ t t e l lt a l e s . »

«I quite understand yourfeeling,» I hastened to reply; butI thought it, after an instant, notopposed to this concession topursue: «Did she die here?»

«No—she went off.»

I don’t know what there wasin this brevity of Mrs. Grose’sthat struck me as ambiguous.« We n t o f f t o d i e ? » Mrs.Grose looked straight out of thewindow, but I felt that,hypothetically, I had a right toknow what young personsengaged for Bly were expectedto do. «She was taken ill, youmean, and went home?»

«She was not taken ill, so faras appeared, in this house. Sheleft it, at the end of the year, togo home, as she said, for a shortholiday, to which the time she hadput in had certainly given her aright. We had then a youngwoman— a nursemaid who hadstayed on and who was a goodgirl and clever; and SHE took thechildren altogether for theinterval. But our young ladynever came back, and at the verymoment I was expecting her Iheard from the master that shewas dead.»

I turned this over. «But ofwhat?»

« H e n e v e r t o l d m e !B u t p l e a s e , m i s s , » s a i dM r s . G r o s e , « I m u s t g e tt o m y w o r k . »

X

X

X

20

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[32] Capítulo III

Sumida en las preocupacionesdel momento, no vi en el he c h o d eq u e m e d i e s e l a e s p a l d a u ndesaire que pudiese hacer peligrar lamutua estima que iba surgiendo en-t r e n o s o t r a s . Vo l v i m o s a h a b l a rcuando regresé a casa con Miles, ylo hicimos con mayor confianza quenunca, propiciada por el estupor yla intensa agitación emocional queyo sen t ía : ya no a lbergaba dudasacerca de la monstruosidad que su-ponía expulsar a un niño como elque acababa de conocer. Había l le-gado un poco tarde al lugar de en-cuentro, y al verlo allí , esperándo-me, con la ansiedad pintada en elrostro, a la puerta de la posada don-de lo había dejado la diligencia, sen-t í que bastaba aquel instante paraconocer lo por dentro y por fuera ,para captar la frescura que irradiabay el mismo aroma de pureza que des-de el primer momento había aprecia-do en su hermana. Era increíblemen-te guapo, y la señora Grose no ha-bía exagerado al describírmelo: ens u p r e s e n c i a q u e d a b a d e s t e r r a d ocualquier sentimiento que no fuerade una apasionada ternura. Lo quehizo que allí y entonces le admitiesesin reservas en mi corazón fue unacualidad divina que nunca después heencontrado en ningún niño, o al me-nos no en el mismo grado: ese aire in-descriptible de ignorarlo todo a excep-ción del amor. Habría sido imposiblehallar el menor indicio de su supues-ta mala reputación en aquella dulceinocencia, y mientras entraba de nue-vo en Bly me sentí perpleja, por nodecir escandalizada, al recordar la ho-rrible carta que guardaba bajo llave[34] en uno de los cajones de mi ha-bitación. En cuanto vi la oportunidadde intercambiar unas palabras en pri-vado con la señora Grose declaré quetodo aquello me parecía grotesco.

Ella me entendió inmediatamente.— ¿ S e r e f i e r e a e s a c r u e l

a c u s a c i ó n . . . ?

— N o s e s o s t i e n e n i p o ru n i n s t a n t e . Q u e r i d a a m i -g a , ¡ m í r e l o !

S o n r i ó a n t e m i p r e t e n s i ó nd e d e s c u b r i r l e , a e l l a , e l e n -c a n t o d e l p e q u e ñ o .

— ¡ L e a s e g u r o , s e ñ o r i t a ,q u e n o h a g o o t r a c o s a ! ¿ Q u ép i e n s a d e c i r l e s , e n t o n c e s ? —a ñ a d i ó i n m e d i a t a m e n t e .

— ¿ E n r e s p u e s t a a l a c a r t a ? —

III

Por fortuna, la manera comola señora Grose me dio la espal-da en aquella ocasión no fue unobstáculo para el desarrollo denuestra mutua estimación. Por elcontrario, después de que regre-sé con el pequeño Miles, nues-tras relaciones se volvieron másíntimas, siempre sobre la basedel asombro que me causaba elhecho de que aquel niño que aca-baba de conocer hubiera sidoobjeto de una expulsión. Lleguécon cierto retraso al lugar fijadopara el encuentro y, al observar-lo mientras él permanecía bus-cándome con la mirada en lapuerta de la posada donde lo ha-bía depositado el cochero, penséque en aquel instante captaba deél, de dentro y fuera de su ser, lamisma positiva fragancia de pu-reza que había percibido desde elprimer momento en su hermani-ta. Era de una hermosura sin par,y la señora Grose lo había des-crito perfectamente: su presencialo derribaba todo, excepto unaespecie de apasionada ternurahacia él. Lo que entonces mearrebató el corazón fue ese algodivino que nunca he visto, ni an-tes ni después, en ningún otroniño; aquel aire indescriptible deno saber nada de las cosas de estemundo, fuera del amor. Resulta-ba imposible asociar una malafama con semejantes dulzura einocencia, y mientras volvía yocon él a Bly no hacía más quepensar con estupor, con una sen-sación casi de ultraje, en el sig-nificado de la carta que guarda-ba encerrada en una gaveta de micuarto. Tan pronto como pudecambiar unas palabras con la se-ñora Grose, le manifesté miasombro: aquello era grotesco.Ella me comprendió en seguida. —¿Se refiere usted a ese cruel car-go contra el niño?

—Es imposible sostenerlo unsolo instante. ¡Mírelo usted, que-rida amiga!

La señora Grose sonrió ante mi pre-tensión de haber descubierto el en-canto del chiquillo. —Puedo asegurarle, señorita,que yo no he creído una sola pa-labra —e inmediatamente aña-dió—: ¿Qué va a decirles ahora?

—¿En respuesta a la carta? —

[136] III

A FORTUNADAMENTEpara mí y mis justificadas pre-ocupaciones, el hecho de que mevolviera la espalda no fue undesaire tan grave como para im-pedir que siguiéramos estimán-donos. Cuando volvimos a en-contrarnos, después de llevar aMiles a casa, nos sentimos másunidas que nunca, gracias a lasombro y a la emoción que meembargaban: tenía que ser unmonstruo para estar dispuesta adeclarar que un niño como el queacababa de aparecer ante misojos podía estar bajo interdic-ción. Llegué un poco tarde a mipunto de destino y, al verle allí,buscándome, a la puerta de lafonda donde le había dejado ladiligencia, comprendí que desdeel primer instante, tanto por den-tro como por fuera, le había vis-to rodeado de la misma aureolade inocencia, la misma fraganciade pureza que irradiaba su her-mana cuando la vi por primeravez. Era increíblemente guapo, yla señora Grose tenía razón: nadamás verle se te olvidaba todo lodemás. Lo que me cautivó al ins-tante fue algo que no he encon-trado hasta ese punto en ningúnotro niño: su aire de no sabernada del mundo que no fueseamor. Habr ía s ido impos ib learrastrar una mala reputacióncon mayor dulzura e inocencia y,cuando llegué con él a Bly, loúnico que podía sentir era des-concierto —cuando no indigna-ción— ante lo que se decía en esacarta que guardaba cerrada conllave en un cajón de mi cuarto.En cuanto tuve ocasión de hablara solas con la señora Grose, ledije que todo aquello era unacosa grotesca.

Me entendió en seguida.—¿Se refiere a esa horrible

acusación?

—Es una cosa que no se tieneen pie ni un momento. Pero, mujer,¡mírele usted!

S o n r i ó a n t e m i p r e -s u n c i ó n d e h a b e r d e s c u -b i e r t o s u e n c a n t o .

—Le aseguro, señorita, que nohago otra cosa más que [137] mi-rarle. ¿Qué va a decir entonces? —preguntó inmediatamente.

— ¿ E n r e s p u e s t a a l a

III

Her thus turning her back onme was fortunately not, for myjust preoccupations, a snub thatcould check the growth of ourmutual esteem. We met, after Ihad brought home little Miles,more intimately than ever on theground of my stupefaction, mygeneral emotion: so monstrouswas I then ready to pronounce itthat such a child as had now beenrevealed to me should be underan interdict. I was a little late onthe scene, and I felt, as he stoodwistfully looking out for mebefore the door of the inn atwhich the coach had put himdown, that I had seen him, on theinstant, without and within, inthe great glow of freshness, thesame positive fragrance ofpurity, in which I had, from thefirst moment, seen his littlesister. He was incrediblybeautiful, and Mrs. Grose hadput her finger on it: everythingbut a sort of passion oftenderness for him was sweptaway by his presence. What Ithen and there took him to myheart for was something divinethat I have never found to thesame degree in any child— hisindescribable little air ofknowing nothing in the worldbut love. It would have beenimpossible to carry a bad namewith a greater sweetness ofinnocence, and by the time I hadgot back to Bly with him Iremained merely bewildered—so far, that is, as I was notoutraged— by the sense of thehorrible letter locked up in myroom, in a drawer. As soon as Icould compass a private wordwith Mrs. Grose I declared to herthat it was grotesque.

She promptly understoodme. «You mean the cruelcharge—?»

« I t d o e s n ’ t l i v e a ni n s t a n t . M y d e a r w o m a n ,LOOK at him!»

S h e s m i l e d a t m yp r e t e n t i o n t o h a v ed i s c o v e r e d h i s c h a r m .« I a s su re you , mis s , I don o t h i n g e l s e ! W h a t w i l ly o u s a y, t h e n ? » s h eimmedia t e ly added .

«In answer to the letter?» I

puntual o prontamente

21

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

y a h a b í a t o m a d o u n a d e c i s i ó n — .N a d a e n a b s o l u t o .

—¿Y a su tío?

Mi respuesta fue tajante:—Nada en absoluto.—¿Y al niño mismo?

Me sentía pletórica:—Nada en absoluto.E l l a s e l i m p i ó l a b o c a

c o n e l d e l a n t a l .— E n t o n c e s , m e t i e n e

d e s u p a r t e . V e r e m o s l oq u e p a s a .

—¡Eso, ya lo veremos! —repe-t í con ca lor, y le es t reché la manopara se l la r nues t ro pac to .

E l l a l a r e t u v o p o r u n m o -m e n t o , l u e g o v o l v i ó a c o -g e r s e e l d e l a n t a l c o n l a o t r am a n o q u e t e n í a l i b r e .

—¿Le importaría señori ta, queme tomase la l ibertad.. .?

—¿De darme un beso? ¡Claro que no!Estreché a la buena mujer en mis bra-

zos y, después de habernos abrazadocomo hermanas, me sentí aún más forta-lecida, y también más indignada.

Así, en todo caso, fue como yo lo vivíen aquellos momentos; momentos tan in-tensos que, cuando trato de recordarlos,he de recurrir a todas mis facultades paraverlos con alguna claridad. Al volver lavista [35] atrás, me asombra haber acep-tado aquella situación. Me había compro-metido, junto con mi compañera, a en-frentarme con todo lo que viniese, y meencontraba bajo una especie de hechizoque disminuía, a mis ojos, el alcance ylas muchas y graves implicaciones de se-mejante tarea. Me dejaba llevar por unainmensa ola de locura y compasión.Cegada por mi ignorancia, mi confu-sión y quizá también por mi vanidad,creí sencillo encargarme de un mucha-cho cuya educación para la vida mun-dana apenas había hecho sino comen-zar. Hoy en día ni siquiera soy capazde recordar los planes que había for-jado para el final de las vacaciones yla continuación de sus estudios. Enteoría, se suponía que yo me encarga-ría de darle algunas lecciones a lo lar-go de aquel verano; pero ahora tengola sensación de que, durante varias se-manas, la que estuvo recibiendo lec-ciones en realidad fui yo. Aprendí co-sas —desde luego, así fue al comien-zo— que no habían formado parte delas enseñanzas recibidas en mi vidaa n t e r i o r , m e z q u i n a y a s f i x i a n t e .

yo ya había tomado para enton-ces una decisión—. ¡Nada!

—¿Y a su t ío?

Fui tajante. —¡Nada! —¿Y al niño?

Estuve maravillosa. —¡Nada! La señora Grose se llevó a laboca la punta de su delantal. —Yo estoy de su lado, señori-ta —afirmó—. Procuraremosarreglarlo todo.

—¡Lo arreglaremos! —exclaméardientemente, tendiéndole la manopara sellar nuestro juramento.

La señora Grose retuvo mimano un momento y luego volvióa llevarse el delantal a la boca conla mano que le quedaba libre. —¿Le importaría, señorita,que me tomara la libertad...?

—¿De besarme? ¡Por supuesto que no! Estreché entre mis brazos a la bue-na señora y, después de habernos be-sado como hermanas, me sentí aúnmás fortalecida e indignada.

Al recordar esos días —tandensos que al describirlos veolo difícil que resulta hacer quese entiendan claramente— loque más me asombra es la si-tuación que acepté. Había con-venido con mi compañera arre-glar la situación y diríase queme hallaba bajo el efecto de unhechizo que parecía tender unvelo sobre las dificultades desemejante empresa. Me halla-ba en la cima de una inmensaola de infatuación y piedad.En mi ignorancia, confusión y,tal vez, vanidad, me era fácils u p o n e r q u e p o d r í aentendérmelas con un mucha-cho cuya educación para elmundo debía de comenzar ape-nas. Ni siquiera logro recordarqué proyectos fragüé para elfinal de sus vacaciones y la re-anudación de sus estudios. Seesperaba que durante aquel en-cantador verano yo le daríac l a se s ; pe ro aho ra me doycuenta de que, durante variassemanas, quien recibió leccio-nes fui yo. Aprendí —por lomenos , a l p r inc ip io— a lgoque no había figurado en lasenseñanzas de mi anodina y

c a r t a ? — Ya l o h a b í a d e c i -d i d o — . N a d a .

—¿Y a su tío?

Fui tajante:—Nada.—¿Y al niño?

Ahí estuve asombrosa:—Nada.S e l i m p i ó l a b o c a

c o n e l d e l a n t a l :— P u e s e n t o n c e s e s -

t a r é a s u l a d o . L o a r r e -g l a r e m o s .

— L o a r r e g l a r e m o s — r e -p e t í , d á n d o l e l a m a n o c o m op a r a s e l l a r e l p a c t o .

M e r e t u v o a s í u n m o -m e n t o , y l u e g o , c o n l am a n o q u e t e n í a l i b r e , v o l -v i ó a l i m p i a r s e l a b o c a .

—Le importaría, señorita, sime tomo la libertad...

—¿De darme un beso? ¡No! —Cogí en brazos a aquella buenamujer y, después de besarnoscomo hermanas, me sentí todavíamás animosa e indignada.

Claro que eso fue en aquellosmomentos: unos momentos que,tal como fueron las cosas, me ha-cen pensar que voy a necesitarmucho arte para que queden unpoco claras. Lo que recuerdo conasombro es l a s i tuac ión queacepté. Me había comprometidoa arreglarlo, con mi compañera,y estaba aparentemente bajo unhechizo capaz de allanar todaslas dificultades que eso suponía.Me dejé arrastrar por la compa-sión y por un engreimiento in-justificado. En mi ignorancia, miconfusión, y tal vez mi orgullo,me pareció muy natural dar porsentado que yo podía manejar aun niño cuya educación para elmundo estaba sólo en sus comien-zos. Soy incapaz de recordar si-quiera qué propósitos tenía paracuando terminaran las vacacionesy tuviera que reanudar sus estudios.Todos estábamos de acuerdo en quediera clases conmigo durante esemaravilloso verano; pero ahoratengo la impresión de que, durantevarias semanas, fue más bien a mí aquien le dieron clase. Aprendí algo —al principio, [138] por supuesto— queno era nada de lo que me habíanenseñado en mi vida limitada y

had made up my mind.«Nothing.»

«And to his uncle?»

I was incisive. «Nothing.»

«And to the boy himself?»

I was wonderful. «Nothing.»

She gave with her apron ag rea t w ipe to he r mou th .« T h e n I ’ l l s t a n d b yy o u . W e ’ l l s e e i to u t . »

«We’ l l see i t ou t !» Iardently echoed, giving hermy hand to make it a vow.

S h e h e l d m e t h e r e am o m e n t , t h e n w h i s k e du p h e r a p r o n a g a i n w i t hh e r d e t a c h e d h a n d .« Would you mind, miss, if Iused the freedom— »

«To kiss me? No!» I tookthe good creature in my armsand, after we had embracedlike sisters, felt st i l l morefortified and indignant.

This, at all events, was forthe time: a time so full that, as Irecall the way it went, it remindsme of all the art I now need tomake it a little distinct. What Ilook back at with amazement isthe situation I accepted. I hadundertaken, with my companion,to see it out, and I was under acharm, apparently, that couldsmooth away the extent and thefar and difficult connections ofsuch an effort. I was lifted alofton a great wave of infatuationand pity. I found it simple, in myignorance, my confusion, andperhaps my conceit, to assumethat I could deal with a boywhose education for the worldwas all on the point ofbeginning. I am unable even toremember at this day whatproposal I framed for the end ofhis holidays and the resumptionof his studies. Lessons with me,indeed, that charming summer,we all had a theory that he wasto have; but I now feel that, forweeks, the lessons must havebeen rather my own. I learnedsomething— at first, certainly—that had not been one of theteachings of my small,

X X

22

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

__________ Aprendí a divertirme e in-cluso a divertir, y a no pensar en elmañana. En cierto modo, era la pri-mera vez que disfrutaba del espacio,del aire puro y la libertad, de la mú-sica del verano y del misterio de lanaturaleza. Y además me sentía ro-deada de consideración... y la consi-deración resultaba deliciosa. Ay, erauna trampa.. . no intencionada, peromuy profunda, una trampa para miimaginación, mi delicadeza y tal vezmi vanidad.. . , es decir, para los as-pectos más excitables de mi carác-ter. La mejor forma de describirlo esdiciendo que había bajado comple-tamente la guardia. Me daban tan po-cos problemas.. . y eran de una gen-tileza extraordinaria. A veces caía enespeculaciones (aunque incluso és-tas eran bastante inconexas) acercade cómo los trataría y tal vez los ma-gullaría el cruel futuro (pues todoslos futuros son crueles) . Ahora flo-recían, pletóricos de salud y felici-dad. Y sin embargo, para mí, que me[36] sentía como si estuviese al cui-dado de un par de grandes persona-jes , de dos pr íncipes de sangre realpara quienes todo debe estar orga-nizado y reglamentado de antema-no, la única forma que los años ve-n ide ros pod ían adop ta r e ra l a deuna romántica ampliación del jardíny de l pa rque , que en mi f an tas í al l egaban a adqu i r i r p roporc ionesverdaderamente reg ias . Es pos ib leque lo que de repente i r rumpió ennues t ras v idas haya teñ ido todo loanter ior de una serenidad y un en-canto espec ia les , como esos s i len-c ios en los que a lgo que va c re -c iendo se ocul ta , se agazapa . Y e lc a m b i o n o s s o r p r e n d i ó c o m o e lsa l to repent ino de una bes t ia .

En las primeras semanas los díaseran largos; los mejores de ellos meproporcionaban a menudo lo que yosolía llamar «mi hora privada», eserato en que, después de dar la cena amis alumnos y acostarlos, aún dispo-nía, antes de retirarme, de un peque-ño intervalo de soledad. A pesar de lomucho que me gustaban mis acompa-ñantes, aquel rato era mi momentopreferido del día; y cuando más megustaba era cuando, mientras la luz ibadecayendo (o , po r dec i r lo me jo r,mientras el día se demoraba aún unosinstantes y desde los viejos árboles seoían los trinos de los últimos pájarosa través del cielo encendido), podíadar una vuelta por los campos y dis-frutar, con un sentimiento de posesiónque a la vez me divertía y me halaga-ba, la belleza y la dignidad del lugar.

tranquila vida; aprendí a di-vertirme, e incluso divertir aotros, y a no pensar en el ma-ñana. Por primera vez, en cier-to modo, conocía yo el espacio,el aire y la libertad, la músicaentera del verano y los miste-rios de la naturaleza. Era obje-to de atenciones... y aquellaconsideración me llenaba degozo. ¡Oh, era una trampa —unatrampa involuntaria, pero profun-da— a mi imaginación, a mi de-licadeza, tal vez a mi vanidad; atodo lo que había en mí de másexcitable! El mejor modo de des-cribir la situación sería diciendoque me cogió enteramente des-prevenida. Los niños me dabantan pocas molestias... eran de unaamabilidad tan extraordinaria...Yo solía meditar, aunque con unavaguedad absoluta, acerca decómo el áspero futuro —todoslos futuros son ásperos— los tra-taría y podría lastimarlos. Esta-ban en la flor de la salud y la fe-licidad; y, sin embargo, como siyo hubiera estado a cargo de unpar de pequeños príncipes de lasangre, para quienes todas lascosas debían ser previstas de an-temano, la única forma que enmi imaginación podían asumirlos años venideros era la de unaexpansión romántica, una ex-pansión real del jardín y el par-que. Es posible, por supuesto,que lo que repentinamente suce-dió diera a toda la época ante-rior el encanto de la inmovili-dad... ese apaciguamiento en quetodo se concentra y recoge. Elcambio equivalió, en efecto, alsalto de una fiera.

Durante las primeras sema-nas, los días fueron largos; amenudo me permitían lo que yosolía llamar mi hora de asueto,esa hora en que, una vez cena-dos y acostados mis pupilos, yotenía, antes de retirarme defini-tivamente a descansar, un pe-queño intervalo de soledad. Apesar de lo mucho que me com-placían mis compañeros, aque-lla hora era la cosa que más megustaba de todo el día; sobretodo me gustaba cuando, a laluz moribunda del atardecer,con el último canto de los pája-ros, bajo un cielo violeta y en-tre los viejos árboles, podía daruna vuelta por el jardín y dis-frutar, casi con una sensaciónde propiedad que me divertía

estrecha _________; aprendí a di-vertirme, e incluso a ser diverti-da, y a no pensar en el mañana.En cierto sentido, era la primeravez que conocía los espaciosabiertos, el aire y la libertad,todo el encanto del verano y todoel misterio de la naturaleza. Yestaba también la consideración,y la consideración era dulce. Erauna trampa —no preparada, peroprofunda— para mi imaginación,mi delicadeza, quizá para mi va-nidad; para todo lo que había enmí de más sensible. La mejor ma-nera de describirlo es decir queme cogió desprevenida. Me da-ban tan poca guerra, eran unosniños tan extraordinariamentebuenos, que me preguntaba confrecuencia —pero eso tambiéncon cierta confusión— qué lesreservaría el futuro (porque to-dos los futuros son hoscos ) ,cómo los t ratar ía y s i podríaherirlos. Tenían toda la salud yfelicidad que pudiera desearse;y sin embargo, como si tuvieraa mi cargo a dos grandes de Es-paña, dos príncipes de sangrereal, que tenían que estar siem-pre debidamente arropados yprotegidos, la única forma queen mi imaginación podía tomarpara ellos el porvenir era la deuna extensión romántica, y ver-daderamente regia, del jardín ydel parque. Es posible, por su-puesto, que lo que ocurrió lue-go de repente prestara a esosdías el encanto que tiene la cal-ma, ese silencio en el que algose prepara o se agazapa. El cam-bio fue realmente como el saltode una fiera.

Los días eran largos en lasprimeras semanas; con frecuen-cia, cuando todo iba bien, meproporcionaban lo que yo llama-ba mi hora particular, la hora enque una vez que mis alumnoshabían tomado el té y se habíanido a la cama, podía, antes de re-tirarme, pasar un rato a solas.Por más que me gustara la com-pañía de los niños, ésa era lahora del día que me gustaba más;y me gustaba más que ningunaotra cuando, mientras se iba laluz —o más bien, diría yo, el díase prolongaba, y se oían en losárboles las llamadas de los últi-mos pájaros, bajo un cielo encen-dido— podía dar una vuelta porla finca y disfrutar, [139] casicon una sensación de ser la due-

smothered life; learned to beamused, and even amusing, andnot to think for the morrow. Itwas the first time, in a manner,that I had known space and airand freedom, all the music ofsummer and all the mystery ofnature. And then there wasc o n s i d e r a t i o n — a n dconsideration was sweet. Oh, itwas a trap—not designed, butdeep—to my imagination, tomy delicacy, perhaps to myvanity; to whatever, in me, wasmost excitable. The best wayto picture it all is to say that Iwas off my guard. They gaveme so little trouble— they wereof a gent leness soextraordinary. I used tospeculate— but even this witha dim disconnectedness—as tohow the rough future (for allfutures are rough!) wouldhandle them and might bruisethem. They had the bloom ofhealth and happiness; and yet,as if I had been in charge of apair of l i t t le grandees , ofprinces of the blood, for whomeverything, to be right, wouldhave to be enclosed andprotected, the only form that,in my fancy, the afteryearscould take for them was that ofa romant ic , a real ly royalextension of the garden and thepark. It may be, of course,above all, that what suddenlybroke into th is g ives theprevious t ime a charm ofstillness— that hush in whichsomething gathers or crouches.The change was actually likethe spring of a beast.

In the first weeks the dayswere long; they often, at theirfinest, gave me what I used tocall my own hour, the hourwhen, for my pupils, teatimeand bedtime having come andgone, I had, before my finalretirement, a small intervalalone. Much as I l iked mycompanions, this hour was thething in the day I liked most;and I liked it best of all when,as the light faded—or rather, Ishould say, the day lingeredand the last calls of the lastbirds sounded, in a flushed sky,from the old trees— I couldtake a turn into the grounds andenjoy, almost with a sense ofproper ty that amused andflattered me, the beauty and

X X

23

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Era un placer, en esos momentos, sen-tirse tranquila y satisfecha por el de-ber cumplido; y también, sin duda,pensar que gracias a mi discreción, misentido común y mi capacidad de dis-cernir qué era lo más apropiado encada momento, estaba agradando (sies que alguna vez pensaba en ello) ala persona cuya insistencia me habíallevado a aceptar aquella posición.Estaba haciendo lo que él en realidadquería, lo que me había pedido sin ro-deos, y el hecho de que, después detodo, fuese capaz de hacerlo, [37] su-ponía para mí una alegría mayor in-cluso de lo que había esperado. Enresumen, me atrevería a afirmar queme veía a mí misma como una jovenextraordinaria , y me reconfortabacon la esperanza de que tales cualida-des no tardarían en ser públicamentereconocidas. Pues bien, se necesitabaser realmente extraordinaria para en-frentarse con los extraordinarios he-chos cuyas primeras señales comen-zarían pronto a aparecer.

Una tarde me encontraba disfrutan-do plenamente de mi «hora privada»;los niños ya no estaban y yo había sa-lido a dar mi paseo. Uno de los pensa-mientos que solían acompañarme enaquellas caminatas (y que no quierodejar de reseñar, pues no tengo inten-ción de retroceder ante ninguno de misrecuerdos) era que, si me encontrase derepente con cierta persona, me parece-ría tan mágico como un suceso de cuen-to de hadas. Podría aparecer allí, en unrecodo del camino; podría quedarse allíde pie, ante mí, sonriendo, con gestode aprobación. No pedía nada más queeso; sólo quería que él supiera. Y laúnica forma de estar segura de que éllo sabía todo sería viéndolo, viendo elresplandor de la gratitud en su atracti-vo rostro. Eso (quiero decir, ese ros-tro) es precisamente lo que ocupabamis pensamientos cuando, en la prime-ra de aquellas ocasiones, al término deun largo día de junio, me detuve enseco al salir de uno de los cultivos yencontrarme de nuevo ante la vista dela casa. Lo que me hizo pararme en elacto, con un sobresalto que nada decuanto veía podía justificar, fue la sen-sación de que mi fantasía, de golpe, sehabía hecho realidad. ¡El estaba allí!En realidad se encontraba en lo alto,más allá del césped, en la cima de aque-lla torre que Flora me había mostradola primera mañana después de mi lle-gada. Esa torre era una de las dos es-tructuras almenadas, cuadradas e in-congruentes que, por alguna razón,aunque yo apenas veía diferencia en-tre ellas, la gente distinguía como [38]

y halagaba, la belleza y la dig-nidad del lugar. Era un placersentirme en aquellos momentostranquila y justificada; e, indu-dablemente, reflexionar acercade que gracias a mi discreción,a mi buen sentido y a la respe-tabilidad intachable de mi com-portamiento, yo también estabacomplaciendo —¡si alguna vezllegaba él a pensar en ello!— a lapersona a cuya influencia habíacedido. Lo que yo estaba hacien-do era lo que él había esperado demí, y el que pudiera hacerlo meproducía una alegría mucho mayorde lo que me había imaginado. Meatrevo a decir que me veía a mímisma como una joven notable yme consolaba pensando que esosería un día reconocido pública-mente. Y el caso es que necesita-ba ser notable para enfrentarmea las cosas notables que comen-zaron a dar de pronto señales devida.

Todo comenzó un atardecer, amitad de mi habitual paseo ves-pertino. Los niños se habían re-tirado ya a sus habitaciones cuan-do salí al parque. Uno de los pen-samientos que me rondaban —ahora no debo ocultar nada— erael de que sería maravilloso en-contrar repentinamente a alguien.Alguien que apareciera en el re-codo de un camino y se detuvie-se ante mí con una sonrisa deaprobación. No pedía sino eso: loúnico que pedía era que él se en-terara; y la única manera de es-tar segura de que él se había en-terado era viéndolo reflejado ensu hermoso rostro. Estaba pen-sando eso exactamente cuando,al final de aquel largo día de ju-nio, me detuve en seco al salir deuna de las plantaciones y encon-trarme con la vista de la casa. Loque me detuvo en aquel lugar —y con un sobresalto mucho ma-yor de lo que cualquier visiónhubiera podido provocar— fue lasensación de que lo ansiado pormi imaginación se volvía reali-dad. ¡Allí estaba él!, pero en loalto, más allá del césped, en lacima de la torre a la que la pe-queña Flora me había llevado du-rante mi primera mañana en Bly.Aquella torre era una del par deestructuras cuadradas, incon-gruentes, almenadas que, poralguna razón para mí inexplica-ble, ya que no podía ver la dife-rencia entre ellas, eran conoci-

ña que me divertía y me halaga-ba, de la belleza y dignidad dellugar. En esos momentos era unplacer sentirme tranquila y jus-tificada; desde luego, quizá tam-bién pensar que gracias a mi dis-creción, mi buen sentido y misgrandes cualidades generales, es-taba dando gusto —si es quepensaba alguna vez en ello— ala persona a cuyos ruegos había res-pondido. Lo que estaba haciendoera lo que él tanto había deseado ylo que me había pedido directamen-te, y el ver que podía hacerlo resul-taba para mí una alegría aún mayorde lo que había esperado. Me atre-vería a decir que, en resumen, meimaginaba ser una chica notable,y que me complacía creer que esollegaría a hacerse público. Puesbien: necesitaba ser muy notablepara hacer f rente a lasn o t a b i l í s i m a s c o s a s q u e e nese momento dieron su prime-ra señal .

Fue una tarde, de repente, jus-to en mitad de mi hora: los niñosestaban en otro sitio, y yo habíasalido a dar un paseo. Una de lascosas que pensaba muchas vecescuando daba esos paseos, y queno me importa nada comentarahora, era que sería tan bonitocomo una historia maravillosaencontrarme, de repente, con al-guien. Alguien que iba a apare-cer al dar la vuelta a un sendero,y que estaría allí, delante de mí,mirándome, sonriente, complaci-do. Eso era todo lo que pedía,pedía únicamente que supiera; yla única manera de estar segurade que sabía era verlo, y verloreflejado en la expresión de sucara. Eso era lo que tenía yo pre-sente —quiero decir, esa cara-cuando, en la primera de esasocasiones, al final de un largo díade junio, me quedé parada al sa-lir de una de las arboledas y en-contrarme frente a la casa. Lo queme hizo quedarme parada —ycon un sobresalto mucho mayordel que pudiera esperarse de cual-quier imagen— fue la impresiónde que mi fantasía se había hecho,en un instante, realidad. Allí esta-ba, pero arriba, al otro lado de lapradera, y en lo alto de la torre a laque me había llevado Flora el pri-mer día por la mañana. Esa torreformaba parte de un par de estruc-turas —cuadradas, incongruentes,[140] con almenas— que, por al-guna razón, aunque yo apenas

dignity of the place. It was apleasure at these moments tofeel myself t ranqui l andjustified; doubtless, perhaps,also to ref lect that by mydiscretion, my quiet good senseand general high propriety, Iwas giving pleasure— if heever thought of it!—to theperson to whose pressure Ihad responded. What I wasd o i n g w a s w h a t h e h a dearnestly hoped and directlya s k e d o f m e , a n d t h a t IC O U L D , a f t e r a l l , d o i tproved even a greater joyt h a n I h a d e x p e c t e d . Idaresay I fancied myself, inshort, a remarkable youngwoman and took comfort inthe faith that this would morep u b l i c l y a p p e a r. We l l , Ineeded to be remarkable tooffer a front to the remarkablethings that p resen t ly gavetheir first sign.

It was plump, one afternoon,in the middle of my very hour:the children were tucked away,and I had come out for my stroll.One of the thoughts that, as Idon’t in the least shrink now fromnoting, used to be with me inthese wanderings was that itwould be as charming as acharming story suddenly to meetsomeone. Someone would appearthere at the turn of a path andwould stand before me and smileand approve. I didn’t ask morethan that— I only asked that heshould KNOW; and the only wayto be sure he knew would be tosee it, and the kind light of it, inhis handsome face. That wasexactly present to me—by whichI mean the face was— when, onthe first of these occasions, at theend of a long June day, I stoppedshort on emerging from one of theplantations and coming into viewof the house. What arrested meon the spot— and with a shockmuch greater than any vision hadallowed for— was the sense thatmy imagination had, in a flash,turned real. He did stand there!—but high up, beyond the lawn andat the very top of the tower towhich, on that first morning, littleFlora had conducted me. Thistower was one of a pair—square,incongruous, crenelatedstructures— that weredistinguished, for some reason,though I could see little

24

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

« l a v i e j a » y « l a n u e v a » .Flanqueaban los dos extremos de lacasa y cons t i t u í an un no to r io ab -su rdo a rqu i t ec tón i co , amor t igua -do , has t a c i e r to pun to , po r e l he -cho de que lo s ed i f i c ios no e ranexentos n i de una altura excesivamen-te pretenciosa. Su aspecto de antigüe-dad de cartón piedra se debía a uno deesos períodos de nostalgia romántica quepara entonces pertenecían ya al másrespetable pasado. Yo las admiraba,las incluía en mis fantasías, pues aúnera posible sacar cierto partido a lagrandiosidad de sus almenas , espe-cialmente cuando su silueta emergíaen la luz del crepúsc u l o ; s i n e m -b a r g o , n o e r a p r e c i s a m en t e e na q u e l l a e l e v a c i ó n d o n d e p a r e -c í a h a l l a r s e m á s e n s u s i t i o l af i g u r a q u e t a n t a s v e c e s h a b í ai n v o c a d o .

Aquella imagen en el claro atar-decer me hizo proferir dos exclama-ciones de asombro sucesivas, produ-cidas por el impacto de mi primera ymi segunda sorpresas. La segunda, enrealidad, fue una brusca comprensióndel error de la primera: el hombre quetenía ante mis ojos no era la personaque, en mi precipitación, había su-puesto. La visión me sumió entoncesen una enorme perplejidad, de la cual,después de tantos años, me resultaimposible ofrecer una descripción lobastante vívida. Un desconocido en unlugar solitario es motivo más que su-ficiente para que una joven educadaal margen de toda mundanalidad seasuste. Y el rostro que me contempla-ba (bastaron unos pocos segundospara confirmármelo) tenía tan pocoparecido con la imagen que ocupabami mente como con cualquier otra per-sona que yo hubiese visto antes. Nolo había visto en Harley Street... Nolo había visto en ninguna parte. Ade-más, el lugar había quedado sumidoen la más extraña soledad del mundojusto en el instante en que él apare-ció... por el mero hecho de que él apa-reciera. En este momento, y hago estaafirmación con mayor seguridad de laque jamás he empleado hasta ahora,vuelvo a sentir [39] aquellas sensacio-nes en toda su intensidad. Era comosi, mientras me ocurría lo que me es-taba ocurriendo, el resto de la escenase hubiese sumido en la muerte. Meparece estar oyendo, mientras escribo,el profundo silencio al que quedaronreducidos los variados rumores de latarde. Los grajos dejaron de graznaren el cielo teñido de oro, y el amablecrepúsculo enmudeció de repente enaquel instante indescriptible. Pero no

das como «la nueva» y «la vie-ja». Flanqueaban extremosopuestos de la casa y eran, indu-dablemente, unos absurdos arqui-tectónicos, aceptados sólo por elhecho de no estar del tododesincorporados ni ser demasia-do altos, datando, en supretenciosa antigüedad, de unrenacimiento romántico que eraya un respetable pasado. Yo lasadmiraba y dejaba volar mi ima-ginación sobre ellas, pues todosdisfrutábamos en cierta medida,especialmente cuando se las con-templaba en la semioscuridad delcrepúsculo, de la indudable belle-za de sus almenas; sin embar-go, no era aquella altura el lu-gar más indicado para que apa-reciera la figura que tan a me-nudo había invocado.

Me acuerdo muy bien de queaquella figura, en el claro cre-púsculo, provocó en mí dos re-acciones diferentes. La prime-ra fue de sorpresa y la segundade una violenta rectificación delerror inicial: el hombre queveían mis ojos no era la personaque yo atolondradamente habíasupuesto. En aquel momento es-taba tan perturbada mi visión,que aun ahora, después de tan-tos años, no logro precisarla. Unhombre desconocido en un lugarsolitario es un objeto justifica-do de temor para una joven bieneducada; y la figura que contem-plaba —unos cuantos segundosbastaron para convencerme deello— no era nadie a quien yoconociera. No la había visto enla casa de Harley Street ni enninguna otra parte. Es más: elsitio se convirtió en un instante,y de la manera más extraña delmundo, en un páramo. Vuelvoa sentir, al hacer esta declara-ción aquí, con una deliberaciónde la que siempre he carecidodesde entonces, las mismas sen-saciones que tuve en aquel mo-mento. Fue como si, en el ins-tante en que yo lo descubrí,todo el resto del escenario fue-ra herido de muerte. Puedo oírde nuevo, mientras escribo, elprofundo silencio que devorótodos los sentidos del atardecer.Las cornejas dejaron de graz-nar en el cielo dorado y la horaamistosa perdió toda su voz. Perono se produjo ningún otro cam-bio visible en la naturaleza, amenos que, en efecto, fuera un

pudiera ver la diferencia, eran lla-madas la v ie ja y l a nueva .Flanqueaban los dos extremos dela casa y eran, probablemente, unabsurdo arquitectónico, redimidohasta cierto punto porque no des-entonaban del todo ni tenían unaaltura demasiado presuntuosa, yporque, en su supuesta antigüe-dad, habían sido levantadas enuna época de renacimiento ro-mántico, que era ya un pasadorespetable. Yo las admiraba, megustaba verlas porque, especial-mente cuando se destacaban alanochecer, me parecía que encierto modo todos podíamos par-t ic ipar de la grandeza de susalmenas; pero no era en aquellasalturas donde la figura que yo ha-bía imaginado tantas veces pare-cía estar más en su sitio.

Recuerdo que esa figura, a laluz clara del crepúsculo, produjoen mí dos emociones distintas, pe-netrantes, que eran la impresión demi primera y de mi segunda sor-presa. La segunda fue una percep-ción violenta del error que habíasido la primera: el hombre queveían mis ojos no era la personaque precipitadamente había su-puesto tenía que ser. Eso hizo quese apoderara de mí un des-concierto que, después de todosestos años, no encuentro forma dedescribir. Un desconocido, en unsitio solitario, es algo que puededarle miedo a una chica que no hasalido de su casa; y el hombre queme miraba —unos segundos mebastaron para saberlo— tenía tanpoco que ver con cualquier otrapersona que conociese como conla imagen que había tenido en lacabeza. No le había vis to enHarley Street, no le había visto enningún sitio. Por otra parte, el par-que, al momento, de la forma másextraña del mundo, y por el hechomismo de su aparición, se habíaconvertido en un lugar solitario.Para mí, al menos, y lo digo conuna seguridad como no lo he he-cho nunca, todo lo que sentí enaquel momento se repite ahora.Puedo escuchar otra vez, mientrasescribo, el silencio en que se su-mieron los ruidos de la tarde. Fuecomo si, mientras lo comprendía—lo que comprendí—, todo lo de-más hubiera muerto. Los grajosdejaron de [141] graznar en el cie-lo dorado, y el encanto de la hora,en ese instante, perdió su voz.Pero no se produjo ningún otro

difference, as the new and theold. They flanked oppositeends of the house and wereprobably a rch i tec tura labsurdit ies, redeemed in ameasure indeed by not beingwholly disengaged nor of aheight too pretentious, dating,in the i r gingerbreadantiquity, from a romanticrevival that was already arespectable past. I admiredthem, had fancies about them,for we could all profit in adegree, especially when theyloomed through the dusk, bythe grandeur of their actualbattlements; y e t i t w a s n o ta t s u c h a n e l e v a t i o n t h a tt h e f i g u r e I h a d s o o f t e ni n v o k e d s e e m e d m o s t i np l a c e .

It produced in me, this figu-re, in the clear twilight, Iremember, two distinct gasps ofemotion, which were, sharply,the shock of my first and that ofmy second surprise. My secondwas a violent perception of themistake of my first: the man whomet my eyes was not the personI had precipitately supposed.There came to me thus abewilderment of vision ofwhich, after these years, there isno living view that I can hope togive. An unknown man in alonely place is a permittedobject of fear to a young womanprivately bred; and the figurethat faced me was—a few moreseconds assured me—as littleanyone else I knew as it was theimage that had been in my mind.I had not seen it in HarleyStreet—I had not seen itanywhere. The place, moreover,in the strangest way in the world,had, on the instant, and by thevery fact of its appearance,become a solitude. To me atleast, making my statement herewith a deliberation with which Ihave never made it, the wholefeeling of the moment returns. Itwas as if, while I took in—whatI did take in—all the rest of thescene had been stricken withdeath. I can hear again, as Iwrite, the intense hush in whichthe sounds of evening dropped.The rooks stopped cawing in thegolden sky, and the friendly hourlost, for the minute, all its voice.But there was no other changein nature, unless indeed it were

[Almenada: Guarnecida con almenas, es decir, prismas rectangulares que coronan una edificación.][Exento: Descubierto por todas partes.]

25

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

se produjo ningún otro cambio en lanaturaleza, a no ser la extraña agude-za que mis ojos parecieron adquirir sú-bitamente. El cielo seguía siendo do-rado y el aire transparente, y la figuraque me miraba desde las almenas te-nía la nitidez de un retrato enmarcado.Entonces pensé, con extraordinaria ra-pidez, en todas las personas de quepodría tratarse, pero no era ningunade ellas. Separados por la distancia,estuvimos uno frente a otro el rato su-ficiente como para que yo tuviese tiem-po de preguntarme con ansiedad quiénera él, y también, dada mi imposibili-dad para hallar una respuesta, de sen-tir un asombro cuya intensidad crecíasegundo a segundo.

La gran pregunta, o una de las grandescuestiones que uno se plantea pasado eltiempo con respecto a ciertos acontecimien-tos, es cuánto han durado. Bueno, en lo quea este episodio se refiere, e independiente-mente de lo que se piense acerca de él, durólo bastante como para que yo sopesara unadocena de hipótesis, sin que ninguna mepareciese mejor que las demás, acerca deposibles visitantes o habitantes de la casaque a mí me resultasen desconocidos. Durólo bastante como para que me diese tiempoa sentirme ligeramente ofendida al conside-rar que, dada mi posición en la casa, no de-bían existir en ella desconocidos para mí.Duró lo bastante como para que el visitante(recuerdo que había en él un aire de extrañafamiliaridad, como lo demostraba su gestoinformal de no llevar sombrero) me mirasefijamente desde su posición con la mismacuriosidad, la misma [40] miradaescrutadora con que yo lo observaba a tra-vés de la luz del crepúsculo. Estábamos de-masiado alejados como para hablarnos, pero,de haber estado más cerca, en algún momen-to nuestras miradas habrían dado paso a undesafío verbal, rompiendo el espeso silen-cio circundante. Él estaba en un ángulo dela torre, el más distante de la casa, muy er-guido (cosa que me llamó la atención) y conlas dos manos apoyadas en el parapeto. Leveía lo mismo que estoy viendo estas letrasque trazo sobre la página; luego, exactamen-te un minuto después, como si quisiera con-tribuir al espectáculo, cambió lentamente deposición y pasó, sin dejar de mirarme fija-mente durante todo el tiempo, a la esquinaopuesta de la plataforma. Sí, me puse muynerviosa al notar que, a medida que se des-plazaba, no apartaba en ningún momento susojos de mí, y entonces me fijé en el modoen que su mano, cuando él avanzaba, ibapasando de una almena a la siguiente. Sedetuvo en la otra esquina, pero durante me-nos tiempo, y luego, mientras se daba lavuelta para irse, aún seguía mirándome confijeza. Sí, se dio la vuelta y se marchó. Esoes todo lo que sé.

cambio lo que vi con una nitidezy precisión extrañas. El cielo noperdió su color de oro, ni el aire sutransparencia, y el hombre que memiraba por encima de las almenasera tan definido como un cuadroen un marco. Pensé con extraor-dinaria rapidez en cada una de laspersonas que hubiera podido sery que no era. A través de la dis-tancia, nos miramos el tiempo su-ficiente para que yo me pregun-tara con intensidad quién podíaser, y sentir, como resultado demi incapacidad para responder ala pregunta, un asombro que enunos cuantos segundos fue toda-vía más intenso.

El gran problema, o uno de ellos,lo sé muy bien, estriba en enterarsemás tarde de la duración de esos lap-sos. Bueno, en aquel caso concretocreo que duró el tiempo necesariopara que yo barajara una docena deposibilidades, ninguna de las cualesresultó satisfactoria, aunque todascoincidían en un punto: en que ha-bía en la casa una persona cuya exis-tencia yo ignoraba. Duró mientrasyo me encolerizaba un poco ante laconvicción de que mi cargo exigíaque no existieran tal ignorancia nital persona. Duró mientras aquel vi-sitante —del cual recuerdo ahoraque se desprendía una sensación delibertad, de cierta familiaridad, porel hecho de no llevar sombrero—parecía hacerme objeto, desde su al-tura, de un minucioso escrutinio,igual que el que en mí provocabasu presencia. Estábamos demasiadolejos para poder llamarnos el uno alotro, pero hubo un momento en que,a menor distancia, un reto entre no-sotros, rompiendo el silencio, hubie-ra sido el resultado lógico de nues-tra mutua contemplación. Estaba enuno de los ángulos, el más alejadode la casa, muy erguido y con las dosmanos apoyadas en la balaustrada.Lo veía con la misma claridad conque veo las letras que dibujo sobreesta página; y después de un instan-te, como si deseara añadir algo al pa-norama, cambió lentamente de lu-gar... pasó, sin dejar de mirarme confijeza, al rincón opuesto de la plata-forma. Sí, tenía la aguda sensaciónde que durante ese trayecto no apar-taba nunca los ojos de mí, y ahorapuedo ver aún los movimientos desu mano al pasar de una almena aotra. Se detuvo en el otro extremode la balaustrada sin apartar la mira-da de mí y luego desapareció; y esofue todo lo que supe.

cambio en la naturaleza, como nofuera un cambio que percibí conextraña nitidez. El oro seguía enel cielo, la claridad en el aire, y elhombre que me miraba desde lasalmenas se destacaba como un re-trato en un marco. Así fue comopensé, con extraordinaria rapidez,en cada una de las personas quepodría haber sido y que no era.Estuvimos mirándonos durantebastante tiempo como para que yome preguntara quién podía ser, ypara que pudiera sentir, como re-sultado de mi incapacidad para de-cir quién era, un asombro que alos pocos segundos se hizo másintenso.

Ya sé que en estos casos, lagran cuestión, o una de ellas, esdecir después cuánto tiempo dura-ron. Pues bien, este asunto mío, ypiense cada cual lo que quiera,duró tanto como para que pudierapensar en una docena de posibili-dades, ninguna de las cuales eracapaz de mejorar las cosas, comoque hubiera en la casa —¿y desdecuándo?— una persona a la que yoignoraba. Duró mientras ese visi-tante —y recuerdo que había undetalle extraño, una muestra de fa-miliaridad en el hecho de que nollevara sombrero— me observabadesde su posición, haciéndose lamisma pregunta, y examinándomea través de la luz que se desvane-cía, con la misma curiosidad queprovocaba en mí su propia presen-cia. Estábamos demasiado lejos eluno del otro para llamarnos, perohubo un momento en el que, dehaber estado más cerca, alguna pa-labra, una especie de desafío, ha-bría sido el resultado de nuestramutua y directa contemplación. Es-taba en uno de los ángulos, el másalejado de la casa, muy derecho, se-gún me pareció a mí, y con lasmanos apoyadas en el reborde. Levi como veo las letras que escriboen esta página; luego, exactamen-te un minuto después, como pararedoblar el efecto, cambió de sitio,pasó, despacio, y sin dejar de mi-rarme ni un segundo, al otro extre-mo de la torre. Sí, tuve la sensa-ción de que no apartaba nunca losojos de mí, y todavía puedo verahora la forma en que su [142]mano, mientras se movía, iba pa-sando de una almena a otra. Se paróen la otra esquina, pero menostiempo e, incluso al darse la vuel-ta, siguió mirándome. Se marchó;eso fue todo lo que supe.

a change that I saw with astranger sharpness. The gold wasstill in the sky, the clearness inthe air, and the man who lookedat me over the battlements wasas definite as a picture in aframe. That’s how I thought,with extraordinary quickness,of each person that he mighthave been and that he was not.We were confronted across ourdistance quite long enoughfor me to ask myself withintensity who then he was andto feel, as an effect of myinability to say, a wonder thatin a few instants more becameintense.

The great question, or one ofthese, is, afterward, I know, withregard to certain matters, the questionof how long they have lasted. Well,this matter of mine, think what youwill of it, lasted while I caught at adozen possibilities, none of whichmade a difference for the better, thatI could see, in there having been inthe house—and for how long, aboveall?— a person of whom I was inignorance. It lasted while I justbridled a little with the sense that myoffice demanded that there should beno such ignorance and no suchperson. It lasted while this visitant,at all events—and there was a touchof the strange freedom, as Iremember, in the sign of familiarityof his wearing no hat—seemed to fixme, from his position, with just thequestion, just the scrutiny through thefading light, that his own presenceprovoked. We were too far apart tocall to each other, but there was amoment at which, at shorter range,some challenge between us, breakingthe hush, would have been the rightresult of our straight mutual stare. Hewas in one of the angles, the oneaway from the house, very erect, asit struck me, and with both hands onthe ledge. So I saw him as I see theletters I form on this page; then,exactly, after a minute, as if to add tothe spectacle, he slowly changed hisplace—passed, looking at me hardall the while, to the opposite cornerof the platform. Yes, I had thesharpest sense that during this transithe never took his eyes from me, andI can see at this moment the way hishand, as he went, passed from oneof the crenelations to the next. Hestopped at the other corner, but lesslong, and even as he turned away stillmarkedly fixed me. He turned away;that was all I knew.

26

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[41] Capítulo IV

No es que en aquella ocasión yono me quedase a esperar por si algo másocurría, pues, en mi conmoción, mequedé tan inmóvil como si hubieseechado raíces en el suelo. ¿Había unsecreto en Bly, una especie de miste-rio de Udolfo (1), o tal vez algún pa-riente loco del que nadie se atrevía ahablar y que permanecía confinado enla casa? No podría decir durante cuán-to rato estuve dándole vueltas a aque-llo, ni el tiempo que permanecí, conuna mezcla de curiosidad y terror, enel lugar donde se había producido laaparición. Sólo recuerdo que, cuandoregresé a la mansión, la oscuridad ha-bía aumentado considerablemente. Sinduda, la agitación me había llevado avagar sin rumbo de un lado para otro,y, dando vueltas alrededor de la casa,debí de caminar unas tres millas. Pero,teniendo en cuenta la angustia que meabrumaría más tarde, aquel despertarde mi alarma fue solo, en comparación,un susto de lo más humano. En reali-dad, la parte más singular del asunto(y eso que todo él era ya bastante sin-gular) la descubrí al entrar en el salónde la casa y encontrarme con la señoraGrose. La imagen vuelve a mí con todolujo de detalles: la impresión que reci-bí al entrar en la enorme estancia consu artesonado blanco que brillaba a laluz de las lámparas, sus retratos y sualfombra roja, y la bondadosa miradade sorpresa de [42] mi amiga, que in-mediatamente me dijo que estaba in-quieta por mí. Al verla me di cuenta enseguida, por la sencilla cordialidad desu acogida y el alegre alivio que mos-traba ante mi regreso, de que no teníani idea del incidente que me disponíaa relatarle. No había tenido en cuentahasta qué punto aquel despreocupadorostro era capaz de fortalecerme, y dealgún modo sentí que la importancia delo que acababa de ver podía medirsedirectamente por las dudas que sentíaa la hora de decidirme a contarlo. Paramí, ningún aspecto de esta historia re-sulta tan extraño como el hecho de queel comienzo de mi terror coincidiesecon el nacimiento de aquel instinto deprotección hacia mi compañera. Poreso en aquel momento, en el conforta-ble salón y con los ojos de ella clava-dos en mí, yo, por razones que enton-ces hubiese sido incapaz de explicar,sufrí una completa transformación in-terna; ofrecí una vaga excusa por mitardanza y, recurriendo para justificar-me a la belleza de la noche y al espe-sor del rocío y a mis pies húmedos, meretiré lo más pronto posible a mi habi-tación.

IV

No se me puede culpar de queno esperara más en aquella oca-sión, pues permanecí tan firme-mente plantada en el suelo comoestremecida. ¿Existía un secre-to en Bly... quizá un familiarinmencionable recluido en uninsospechado confinamiento?No puedo decir cuánto tiempopermanecí en aquel lugar asal-tada por una mezcla de curiosi-dad y temor; sólo recuerdo quecuando volví a la casa era yanoche cerrada. La agitación sehabía apoderado de mí, puesdebí caminar cerca de tres mi-llas dando vueltas alrededor.Pero más tarde la angustia mesobrecogería de tal manera, queaquel despertar de mis temoresno fue, en comparación, sino unsimple estremecimiento. Lo mássingular del caso, ya todo él in-sólito, fue el papel que desem-peñé en el vestíbulo al advertirla presencia de la señora Grose.Este cuadro vuelve a mi memo-ria dentro del relato general, conla impresión, tal como la reci-bía al volver, de aquel amplio es-pacio de paneles blancos, res-plandeciente a la luz de la lám-para, con sus retratos y su alfom-bra roja, y la bondadosa y sor-prendida mirada de mi amiga,quien inmediatamente me dijoque me había echado de menos.Me resultó absolutamente claroen aquel encuentro, ante la ex-presión de alivio de su rostro,que ella no tenía conocimientode nada que se relacionara conel incidente que yo acababa deprotagonizar. No había sospe-chado previamente que su apa-cible rostro pudiera obrar en míde freno, y de alguna maneramedí la importancia de lo quehabía visto con mis vacilacionespara mencionarlo. Pocas cosasen toda esta historia me resul-tan tan extrañas como el hechode que el comienzo real de mimiedo se aunara, por así decir-lo, con el instinto de ocultárse-lo a mi compañera. Por lo tanto,en aquel agradable vestíbulo ycon su mirada fija en mi yo, poralguna razón que no podía en-tonces comprender, experimen-té una revolución en mi interior.Di un vago pretexto por mi de-mora y, aludiendo a la belleza dela noche, al rocío y a mis piesmojados, me dirigí lo más pron-

IV

N0 es que en esa ocasión noesperara que ocurriera algo más,porque estaba tan impresionadacomo convencida. ¿Había un «se-creto» en Bly, un misterio deUdolpho o un pariente loco delque no se podía hablar y que esta-ba confinado en alguna parte? Nopuedo decir el tiempo que estuvedándole vueltas ni el tiempo que,con una mezcla de curiosidad y demiedo, continué en el mismo sitioen que había tenido el encuentro;lo único que recuerdo es que cuan-do entré en casa era ya completa-mente de noche. Y entretanto, tuvoque ser la agitación lo que me sos-tuvo y me llevó de un sitio a otro,porque en ese intervalo debí de re-correr unas tres millas; pero, mástarde, tendría que verme tan suma-mente abrumada, que ese primer to-que de alarma no pasaría de ser unescalofrío relativamente humano.La parte más singular de todo ello—por singular que hubiese sido elresto— fue la sensación que tuveal entrar en el vestíbulo y encon-trarme con la señora Grose. Esaimagen vuelve ahora a mi memo-ria con todo lo demás, la impresiónque me hizo ese espacio amplioadornado con paneles blancos, ilu-minado por la luz de la lámpara,con los retratos y la alfombra roja,y la mirada sorprendida de mi ami-ga, que se apresuró a decirme queme había echado de menos. Al ver-la a mi lado, con su cordialidad, sualegría de que hubiera aparecido,comprendí inmediatamente que nosabía nada que tuviera algo que vercon el incidente de que pensabahablarle. No había sospechado quesu cara tranquilizadora fuera a de-tenerme, y hasta cierto punto medíla importancia de lo que había vis-to al ver que no me decidía a de-círselo. Apenas si hay algo en todaesta historia que me parezca tanraro como el hecho de que el ver-dadero principio de mi miedo fue-ra acompañado, podría decirse, delimpulso instintivo de evitárselo aella. Y así, al momento, en el am-biente agradable del vestíbulo,y con sus ojos puestos en mí,sufrí en mi interior una transfor-mación completa, puse un pre-texto para justificar mi tardan-za y, con la excusa de que erauna noche preciosa, que habíamucho relente y que tenía lospies mojados, subí en cuantopude a mi cuarto.

IV

It was not that I didn’t wait,on this occasion, for more, for Iwas rooted as deeply as I wasshaken. Was there a «secret» atBly—a mystery of Udolpho oran insane, an unmentionablerelative kept in unsuspectedconfinement? I can’t say howlong I turned it over, or howlong, in a confusion of curiosityand dread, I remained where Ihad had my collision; I onlyrecall that when I re-entered thehouse darkness had quite closedin. Agitation, in the interval,certainly had held me and drivenme, for I must, in circling aboutthe place, have walked three mi-les; but I was to be, later on, somuch more overwhelmed thatthis mere dawn of alarm was acomparatively human chill. Themost singular part of it, in fact—singular as the rest had been—was the part I became, in thehall, aware of in meeting Mrs.Grose. This picture comes backto me in the general train—theimpression, as I received it onmy return, of the wide whitepanelled space, bright in thelamplight and with its portraitsand red carpet, and of the goodsurprised look of my friend,which immediately told me shehad missed me. It came to mestraightway, under her contact,that, with plain heartiness, mererelieved anxiety at myappearance, she knew nothingwhatever that could bear uponthe incident I had there ready forher. I had not suspected inadvance that her comfortableface would pull me up, and Isomehow measured theimportance of what I had seenby my thus finding myselfhesitate to mention it. Scarceanything in the whole historyseems to me so odd as this factthat my real beginning of fearwas one, as I may say, with theinstinct of sparing mycompanion. On the spot,accordingly, in the pleasant halland with her eyes on me, I, for areason that I couldn’t then havephrased, achieved an inwardresolution—offered a vaguepretext for my lateness and, withthe plea of the beauty of thenight and of the heavy dew andwet feet, went as soon aspossible to my room.Artesonado: Techo decorado con casetones, es decir, adornos con molduras y florón en el centro. [Se refiere a Los misterios de Udolfu (1794), novela de la escritora británica Ann Ward Radcliffe (176—7823),la principal representante de la novela gótica o de terror y una de sus pioneras.] [Milla: Medida itineraria inglesa equivalente a 1.609,3 metros.]

27

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Y entonces comenzó a darse unanueva circunstancia, una circunstan-cia verdaderamente extraña que se re-pitió en los días sucesivos. Cada díahabía ciertas horas (o por lo menosciertos momentos, conseguidos a ve-ces a expensas del abandono de misdeberes más elementales) en que ne-cesitaba encerrarme a meditar. Aun-que aún no estaba tan nerviosa comopara no poder soportarlo, tenía mu-cho miedo de llegar a esa situación;porque la verdad a la que debía en-frentarme era, simple y llanamente,que no había hallado ninguna expli-cación plausible a la presencia deaquel visitante con quien había man-tenido un encuentro tan inexplicabley, a la vez, tan cercano. No tardé mu-cho en darme cuenta de que me seríafácil enterarme de cualquier compli-cación doméstica sin interrogatoriosni alusiones directas. La impresiónque había recibido debió de agudizartodos mis sentidos. Al cabo de [43]tres días, y recurriendo tan solo a laatenta observación de cuanto me ro-deaba, tuve la seguridad de que nohabía sido objeto de ningún juego oburla por parte de los criados. Fueselo que fuese aquello que yo habíadescubierto, nadie más estaba ente-rado. Solo podía extraerse una con-clusión lógica: alguien se había to-mado una libertad escandalosa. Esoes lo que, a escondidas de todos y en-cerrada con llave en mi habitación,me repetía a mí misma incansable-mente. Todos nosotros, como colec-tivo, habíamos sido víctimas de unintruso. Algún viajero sin escrúpulos,interesado en las mansiones antiguas,había logrado entrar sin ser visto, yluego, tras gozar de las mejores vis-tas que la casa podía ofrecer, habíasalido a hurtadil las, lo mismo quehabía entrado. Su forma insistente ydescarada de mirarme no era más queuna prueba adicional de su indiscre-ción. Y lo bueno del caso era que,después de todo, seguramente no vol-veríamos a verlo.

Pero esta consideración no era tansatisfactoria, he de admitirlo, comopara impedirme ver que lo que en rea-lidad restaba importancia a todo aque-llo era el encanto de mi trabajo. El en-canto de mi trabajo consistía simple-mente en vivir con Miles y Flora, ynada me hacía disfrutarlo tanto comoel sentimiento de que aquella dedica-ción me protegía frente a cualquierproblema. El atractivo de mis peque-ños pupilos era una fuente continua dealegrías que me hacía asombrarme

to que pude hacia mi cuarto.

Aquello era algo nuevo; asíque ahí, durante muchos días,tuve que ventilar aquel extrañoasunto. Había horas, cada unode aquellos días, o por lo me-nos había momentos, arranca-dos de los deberes diarios, enque tenía que encerrarme a me-ditar. No se trataba de que mesintiera más nerviosa de lo quepudiera soportar, sino de quetemía que esto pudiera ocurrir-me; la verdad a la que tenía queenfrentarme era, simple y llana-mente, que no podía saber nadasobre aquel visitante con quientan inexplicablemente y, sinembargo —al menos, eso meparecía—, tan íntimamente es-taba yo relacionada. Pronto ad-vertí que no podría llegar a nin-guna parte sin interrogar a al-guien y suscitar alguna compli-cación doméstica. La impresiónrecibida debió agudizar todosmis sentidos; al cabo de tresdías, como resultado de la mássostenida atención, estaba se-gura de que no había sido obje-to de ninguna broma por partede los criados. Sólo podía infe-rir que alguien se había tomadouna libertad indebida. Esa fue laconclusión a que llegué al ence-rrarme en mi habitación parameditar. Todos nosotros, colec-tivamente, habíamos sido víc-timas de una intrusión: algúnviajero inescrupuloso , intere-sado en los palacios antiguos,se había introducido en la casasin que nadie lo observara ydisfrutado del panorama des-de el mejor punto de observa-ción, y luego se marchó comohabía entrado. Y el que memirase con tanta audacia noera sino una parte de su indis-creción. Lo bueno, después detodo, era que con seguridadno volveríamos a verle.

Pero esta deducción no era tansatisfactoria, debo admitirlo,como para hacerme olvidar que loque esencialmente me ayudaba asuperar aquella intranquilidad erami agradable trabajo. Éste consis-tía, sencillamente, en mi vida conMiles y Flora, y nada podía sere-narme tanto como sumergirme enesa labor. El atractivo de mis pe-queños pupilos era una fuenteconstante de alegría que me lle-vaba a burlarme de mi antigua

Una vez allí, ya fue otra cosa;allí, y durante muchos días, fueun asunto bastante extraño. Ha-bía horas, un día y otro —o almenos había momentos, robadosincluso a mis deberes—, en quetenía que encerrarme para pensar.No era tanto que estuviese tannerviosa que no pudiera soportar-lo, como que tenía mucho miedode llegar a estarlo; porque la úni-ca certeza que tenía era, pura ysimplemente, la certeza de que nopodía llegar a ninguna conclusiónsobre quién era el visitante conel que de una forma tan inexpli-cable, pero a mi modo de ver taníntima, había estado en relación.Tardé poco en comprender que,sin hacer ningún tipo de pesqui-sas ni despertar recelos, podíadescubrir cualquier complicacióndoméstica que hubiera. La impre-sión sufrida tenía que haber agu-zado todos mis sentidos; a los tresdías, y como resultado de una ma-yor atención, estaba segura deque los criados no me habían to-mado el pelo ni había sido objetode ninguna «broma». Fuera lo quefuera lo que había ocurrido, nin-guno de los que me rodeaban sa-bía nada de ello. La única con-clusión que podía sacarse era quealguien se había tomado una li-bertad bastante desagradable. Esoera lo que una y otra vez me de-cía a mí misma cuando me metíaen mi cuarto y cerraba la puerta.Todos, colectivamente, habíamossufrido una intrusión; alguna per-sona sin escrúpulos, que pasabapor allí, y sentía curiosidad porlas casas antiguas, había entradosin que le vieran, había contem-plado la vista desde el mejor si-tio, y se había escabullido con lamisma. El que me hubiera mira-do con tanto descaro [144] erauna muestra más de su indiscre-ción. Lo bueno era que nunca vol-veríamos a verle.

Admito que no era algo tanbueno como para no permitirmecomprender que lo que realmen-te hacía que todo lo demás no sig-nificase gran cosa era mi mara-villoso trabajo. Mi maravillosotrabajo era mi vida con Miles ycon Flora, y nada podía gustarmemás que pensar que podía dedi-carme por entero a ella. El encan-to de los dos niños que tenía a micargo era una alegría constante,que me hacía pensar en lo infun-

Here it was another affair;here, for many days after, it wasa queer affair enough. Therewere hours, from day to day—or at least there were moments,snatched even from clearduties—when I had to shutmyself up to think. It was notso much yet that I was morenervous than I could bear to beas that I was remarkably afraidof becoming so; for the truth Ihad now to turn over was,simply and clearly, the truth thatI could arrive at no accountwhatever of the visitor withwhom I had been soinexplicably and yet, as i tseemed to me, so intimatelyconcerned. It took little time tosee that I could sound withoutforms of inquiry and withoutexciting remark any domesticcomplications. The shock I hadsuffered must have sharpenedall my senses; I felt sure, at theend of three days and as theresult of mere closer attention,that I had not been practicedupon by the servants nor madethe object of any «game.» Ofwhatever it was that I knew,nothing was known around me.There was but one sane inference:someone had taken a libertyrather gross. That was what,repeatedly, I dipped into myroom and locked the door to sayto myself . We had been,collectively, subject to anintrusion; some unscrupuloustraveler, curious in old houses,had made his way inunobserved, enjoyed theprospect from the best point ofview, and then stolen out as hecame. If he had given me sucha bold hard stare, that was buta part of his indiscretion. Thegood thing, after all, was thatwe should surely see no moreof him.

This was not so good athing, I admit, as not to leaveme to judge that what,essentially, made nothing elsemuch signify was simply mycharming work. My charmingwork was just my life with Mi-les and Flora, and throughnothing could I so like it asthrough feeling that I couldthrow myself into it in trouble.The attraction of my smallcharges was a constant joy,

28

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

ante lo absurdo de mis temores y demi desagrado iniciales, cuando ima-ginaba lo gris y prosaico Prosaico:que probablemente sería mi nuevo ofi-cio. No había en él nada gris yprosaico, a mi parecer, ni tampocorutinario. Así que ¿cómo no iba a re-sultar encantador un trabajo cuya be-lleza iba descubriendo día a día? Te-nía todo el romanticismo novelesco dela infancia y la poesía de los prime-ros estudios. Con esto no quiero de-cir, por supuesto, que solo nos dedi-cásemos a versos y novelas. Lo queintento describir al expresarme [45]de este modo es la clase de interés quelos pequeños me inspiraban. ¿Cómoresumirlo sino diciendo que, en lugarde habituarme a ellos hasta el aburri-miento, hacía constantemente nuevosdescubrimientos? Esto, para una ins-titutriz, es totalmente excepcional,como podrían corroborar todas mishermanas de profesión. Había, desdeluego, una dirección en que mis des-cubrimientos no avanzaban ni lo másmínimo: la más completa oscuridadseguía rodeando las circunstancias delo ocurrido con Miles en el colegio.Muy pronto, según creo recordar, des-apareció la punzada de dolor que sen-tía al principio cuando me enfrentabacon aquel misterio. Tal vez sería másjusto reconocer que fue el propio niñoquien, sin decir una sola palabra, lo-gró ir despejando mis dudas. Despuésde conocerlo, todo el asunto parecíaabsurdo. Mi conclusión final era de uncolor tan rosa como el rubor de suinocencia: sencillamente, resultabademasiado hermoso y delicado para elmezquino mundo escolar, tan sucio ytan hostil, y había tenido que pagar unprecio por ello. Pensé con amarguraque ante tales diferencias individua-les, ante tal superioridad espiritual, elcomún de los mortales (incluyendo al-gún que otro director de escuela sór-dido y obtuso) reacciona siempre deun modo vengativo.

Ambos niños poseían una extre-mada dulzura de carácter (su únicafalta, que en el caso de Miles no ha-cía de é l un niño blandengue) ; ye s o . . . ¿ c ó m o d e c i r l o ? . . . p a r e c í aexonerarlos de cualquier responsabi-lidad y, por supuesto, de cualquiercastigo. Eran como esos querubinesde la anécdota a los que nada (al me-n o s m o r a l m e n t e ) p o d í areprochárseles. En lo que se refierea Miles, sobre todo, recuerdo quemedaba la sensación de que no tenía ab-solutamente nada que contar de su pa-sado. Se supone que un niño de cortaedad tiene escasos «antecedentes», pero

vanidad y absurdos temores, eldisgusto con el que veía antes lagris perspectiva de mi oficio. Nohabía, al parecer, ninguna pers-pectiva gris ni agobios de ningu-na especie. ¿Cómo no iba a ser en-cantador un trabajo que se meofrecía diariamente con tal belle-za? En él se mezclaban la ternu-ra de la niñera y la poesía del aulade clases. No quiero con esto de-cir que lo único que estudiásemosfueran novelas y poemas; lo quepasa es que no logro expresar deotra manera la clase de interés quemis compañeros me inspiraban.¿Cómo describirlo, salvo diciendoque, en vez de acostumbrarme aellos —¡y qué maravillosa puederesultar la profesión de institutriz:yo la llamo la hermandad de lostestigos!—, hacía constantementedescubrimientos? Sólo había unadirección en que aquellos descu-brimientos cesaban: una profun-da oscuridad continuaba ocultan-do todo lo referente a la conduc-ta del niño en la escuela. Advertíque muy pronto había logradoencarar ese misterio sin un lati-do doloroso del corazón. Tal vezsería más acertado decir que, sinpronunciar una palabra, él mis-mo había aclarado el asunto. Susola presencia hacía que el cargopareciera completamente absur-do. Mi conclusión floreció al_________ contacto de su ino-cencia: Miles era demasiadofino y delicado para aquel pe-queño, horrible y sucio mundoescolar, y había pagado un pre-cio por ello. Reflexioné aguda-mente que el sentimiento de ta-les diferencias, de tal superio-ridad, provoca en la mayoría —la cual puede incluir a estúpi-dos y sordos directores—, deuna manera infalible, un deseode venganza.

Ambos niños poseían una deli-cadeza —su única falta, aunque nopor ello podía decirse que Milesfuera un niño blandengue— quelos mantenía, ¿cómo podríaexpresarlo?, en un nivel casi im-personal y, desde luego, ajeno a loscastigos. Eran como losquerubines de la anécdota, a quie-nes nada —por lo menos, moral-mente— podía reprochárseles.Recuerdo que sentía, sobre todocuando estaba con Miles, que noexistía ninguna historia tras él. Es-peramos de todo niño una histo-ria minúscula, pero en aquel her-

dados que habían sido mis temo-res, el miedo que había empeza-do a sentir de que fuera una cosaaburrida y pesada. Parecía que noera aburrido y que no iba a ser pe-sado. ¿Cómo podía no ser mara-villoso un trabajo que siempre erabonito? Tenía todo el encanto delcuarto de los niños y toda la poe-sía de la enseñanza. No quierodecir con eso que no nos ocupá-ramos más que de fantasías y ver-sos; lo que digo es que no puedoexpresar de otra forma lo que meinsp i raban mis compañeros .¿Cómo puedo describirlo sino di-ciendo que en lugar de ir acos-tumbrándome a ellos —y eso esya una maravilla para una insti-tutriz, pongo a mis cofrades portestigo— hacía constantementenuevos descubrimientos? Había,eso sí, una dirección en la queesos descubrimientos se detenían:la oscuridad más absoluta conti-nuaba cubriendo toda la región delo que había sido la conducta delniño en el colegio. Ya he dichoque se me concedió pronto el re-galo de poder enfrentarme a esemisterio sin dolor alguno. Aun-que tal vez me acercaría más a laverdad si digo que el mismo niño—sin una sola palabra— se ha-bía encargado de resolverlo. Ha-bía hecho que semejante acusa-ción resultase absurda. No podíallegar más que a una conclusiónal ver_______ su inocencia: erademasiado selecto y demasiadobueno para el pequeño mundo, su-cio y horrendo, de un colegio, y ha-bía tenido que pagar un precio porello. Yo estaba convencida de queesas diferencias, esa superioridadtienen que llevar siempre a la ma-yoría —que puede incluir tambiéna directores estúpidos [145] y sór-didos— a sentir, invariablemente,deseos de venganza.

Los dos n iños ten ían unadulzura —era su único defecto,y nunca hizo de Miles un niñoabobado— que hacía que fue-ran —¿cómo diría yo?— casiimpersonales y, desde luego,impos ib les de cas t igar. Erancomo los querubines del cuen-to que no tenían —moralmen-te, claro— nada que se pudierazurrar. Con Miles, sobre todo,recuerdo haber tenido la sensa-ción de que era un niño que nohabía tenido historia. Ya sé quees poca la que esperamos quepueda tener un niño pequeño,

leading me to wonder afresh at thevanity of my original fears, the distasteI had begun by entertaining forthe probable gray prose of myoffice. There was to be no grayprose, it appeared, and no longgrind; so how could work notbe charming that presenteditself as daily beauty? It wasall the romance of the nurseryand the poe t ry of theschoolroom. I don’t mean bythis, of course, that we studiedonly fiction and verse; I meanI can express no otherwise thesort of interest my companionsinspired. How can I describethat except by saying thatinstead of growing used tothem—and it’s a marvel for agoverness : I ca l l thes i s te rhood to wi tness !—Imade cons tan t f reshdiscoveries. There was onedirection, assuredly, in whichthese discoveries s topped:deep obscurity continued tocover the region of the boy’sconduct at school. It had beenpromptly given me, I havenoted, to face that mysterywithout a pang. Perhaps evenit would be nearer the truth tosay that—without a word—hehimself had cleared it up. Hehad made the whole chargea b s u r d . My conclus ionbloomed there with the realrose flush of his innocence: hewas only too fine and fair forthe little horrid, unclean schoolworld, and he had paid a pricefor it. I reflected acutely thatthe sense of such differences,such superiorities of quality,always, on the part of themajority—which could includeeven s tupid , sordidheadmasters— turn infalliblyto the vindictive.

Both the children had agentleness (it was their onlyfault, and it never made Mi-les a muff) that kept them—how sha l l I express i t ?—almos t imper sona l andcertainly quite unpunishable.They were like the cherubs ofthe anecdo te , who had—morally, at any rate—nothingto whack! I remember feelingwith Miles in especial as if hehad had , a s i t we re , nohistory. We expect of a smallchild a scant one, but therewas in this beautiful little boy

[Querubín: Ángel caracterizado por la plenitud de ciencia con que contempla la belleza divina. Forma el segundo coro de la suprema jerarquía angélica.][Falto de idealidad o elevación; insulso, vulgar]

X

X X

29

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

aquella deliciosa criatura se mostrabatan sensible y, a la vez, tan extraordina-riamente alegre, que daba la impresión[45] (una impresión que ningún otro pe-queño de esa edad me ha producido enigual medida) de que cada día era el pri-mero que vivía. Parecía no haber sopor-tado ni un solo segundo de sufrimiento.Eso, en mi opinión, era una prueba evi-dente de que, en realidad, nunca le ha-bían castigado. Si lo hubiesen descu-bierto portándose mal, habría quedadoen él alguna huella, y yo, a mi vez, lohabría captado..., habría hallado el ras-tro, habría descubierto su herida, su des-honra. Pero no había encontrado nadade eso..., así que el niño debía de ser unángel. Nunca hablaba del colegio, jamásmencionaba a ningún compañero o pro-fesor; y a mí, por mi parte, me habríadisgustado profundamente tener quealudir a ellos. No hay duda de que mehallaba bajo los efectos de una especiede hechizo, y lo más curioso es que, inclu-so entonces, yo era totalmente conscientede lo que me ocurría. Pero me dejaba lle-var; era mi antídoto contra las penas, ypara entonces tenía más de una. Enaque l los d ías rec ib í var ias ca r tasinquietantes de mi casa, donde lascosas no marchaban bien. Pero conla alegría de los niños ¿qué más po-día importarme en este mundo? Esaes la pregunta que sol ía hacerme enmis escasos ratos l ibres . Su encan-to me tenía deslumbrada.

Hubo un domingo (por segui ravanzando en mi relato) en que l lo-v ió con tan ta fur ia y durante tan-tas horas que nos fue imposib le i ra la ig les ia ; debido a lo cua l , des-pués de l a lmuerzo , acordé con laseñora Grose que , s i e l t i empo me-j o r a b a , p o r l a t a r d e a c u d i r í a m o sjuntas a l ú l t imo serv ic io . Por for-tuna , la l luv ia cesó , y yo me pre-paré para la caminata que , a t ravésde l parque y por la exce len te ca-r re te ra de l pueblo , nos conduci r íaa la ig les ia en cues t ión de ve in tem i n u t o s . A l b a j a r l a s e s c a l e r a spara encont rarme con mi amiga ene l ves t íbulo , me acordé de un parde guan te s de scos idos que hab í aes tado ar reg lando (con una publ i -cidad quizá no demasiado edif ican-te ) sentada [46] junto a los n iñosmient ras e l los tomaban e l té , quelos domingos , como excepción , seles serv ía en aquel f r ío templo decaoba y bronce que l lamábamos «elcomedor de lo s mayores» . Hab íaolv idado a l l í los guantes , y regre-sé a recoger los . El d ía había s idobas tante gr i s , pero los res tos de laluz de l a ta rdecer bas ta ron no só lo

moso niño había algo extraordi-nariamente sensitivo, extraordi-nariamente feliz que, más que enninguna otra criatura de esa edadque haya yo visto, me sorpren-día como el comienzo de algonuevo cada día. Nunca había su-frido un solo segundo. Conside-ré esto como una prueba directade su inocencia. En el caso deser malvado, hubiese sido sor-prendido, y yo lo hubiera descu-bierto; sin duda alguna, habríadescubierto las trazas. No logréencontrar nada; por consiguien-te, era un ángel. Nunca hablabade su escuela, nunca menciona-ba a un camarada o un maestro;y yo, por mi parte, estaba dema-siado disgustada para aludir aellos. Por supuesto, vivía bajo losefectos del hechizo, y lo más sor-prendente es que, aun en aquellamisma época, yo era conscien-te de ello. Pero no me preocu-paba; era un antídoto a cual-quier dolor, y yo tenía más de uno:estaba recibiendo, precisamenteaquellos días, unas cartas muyaflictivas de mi casa, donde las co-sas no marchaban bien. Pero, estan-do con mis niños, ¿qué cosas en elmundo podían importarme? Esta pre-gunta me la hacía durante los mo-mentos de retiro. Sí, estaba hechiza-da por el encanto de ambos.

Hubo un domingo, para serprecisos, que llovió con tal in-tensidad y por espacio de tan-tas horas, que no pudimos ir engrupo a la iglesia; en conse-cuencia, y como el día avanza-ba, decidí que la señora Grosey yo asistiríamos al serviciovespertino si el tiempo mejora-ba. La lluvia cesó, por fortuna,y me dispuse a hacer nuestropaseo, el cual, a través del par-que y por el buen camino queconducía al pueblo, nos tomaríasólo unos veinte minutos. Cuan-do bajaba las escaleras para re-unirme con mi compañera en elvestíbulo, me acordé de un parde guantes que habían necesita-do tres puntadas y las habían re-cibido, quizá en un momentopoco adecuado, mientras acom-pañaba a los niños en su té, ser-vido los domingos, por excep-ción, en aquel frío y brillantetemplo de caoba y bronce queera el comedor de los adultos.Había dejado allí los guantes ydecidí ir a recogerlos. El día erabastante oscuro, pero la luz de

pero había en aquel niño algo ex-traordinariamente sensible, perotambién extraordinariamente fe-liz que, más que en cualquier otracriatura de su edad que haya vis-to nunca, me daba la impresiónde que se estrenaba cada día. Nohabía sufrido nunca ni por un se-gundo. Yo tomaba eso como unaprueba más de que nunca le ha-bían castigado. Si hubiese sidomalo, le habrían «pegado», y yohabría tenido que notarlo, como sidijéramos de rebote, habría encon-trado las huellas. Pero no encon-traba nada, y me parecía que eraun ángel. No hablaba nunca delcolegio, ni mencionaba nunca a al-gún compañero o profesor, y yo,por mi parte, tampoco tenía nin-guna gana de hablar de ellos. Es-taba, por supuesto, hechizada, y lomás asombroso es que incluso enaquel momento sabía perfecta-mente que lo estaba. Pero me ren-día al hechizo; era un antídotocontra cualquier disgusto, y teníaentonces más de uno. Había reci-bido var ias car tas pocotranquilizadoras de mi casa, don-de las cosas no iban bien. Pero,teniendo a mis niños, ¿qué me im-portaba todo lo demás? Ésa era lapregunta que solía hacerme en mispequeñas escapadas. Estaba des-lumbrada por su encanto.

Hubo un domingo —paracontinuar con el relato— en quellovió con tanta fuerza y durantetantas horas, que no se podíapensar en ir a la iglesia; en vistade eso, había quedado con la se-ñora Grose en que, si al atarde-cer mejoraba algo el t iempo,asistiríamos al último servicioreligioso. La lluvia afortunada-mente cesó, y yo me dispuse[146] para ese paseo que, atra-vesando el parque y siguiendo lacarretera del pueblo, no nos lle-vaba más de veinte minutos .Cuando bajaba por la escalerapara encontrarme con mi amigaen el vestíbulo, me acordé de unpar de guantes que habían nece-sitado tres puntadas, y que lashabían recibido —con una publi-cidad no del todo edificante—,mientras los niños tomaban el téque los domingos, por excep-ción, se servía en ese templo decaoba y latón, frío y limpio, queera el comedor de los «mayores».Me había dejado allí los guan-tes, y volví para recogerlos. Eldía era bastante oscuro, pero to-

something ext raord inar i lysensitive, yet extraordinarilyhappy, that, more than in anycreature of his age I haveseen, struck me as beginninganew each day. He had neverfor a second suffered. I tookthis as a direct disproof of hishaving really been chastised.I f he had been wicked hewould have «caught» it, and Ishould have caught it by therebound—I shou ld havefound the t r ace . I f oundnothing at al l , and he wastherefore an angel. He neverspoke of his school, nevermentioned a comrade or amaster; and I, for my part,was quite too much disgustedto allude to them. Of course Iwas under the spell, and thewonderful part is that, even atthe time, I perfectly knew Iwas. But I gave myself up toit; it was an antidote to anypain, and I had more painsthan one. I was in receipt inthese days of disturbing lettersfrom home, where things werenot going well. But with mychildren, what things in theworld mattered? That was thequestion I used to put to myscrappy retirements. I wasdazzled by their loveliness.

There was a Sunday—to geton—when it rained with suchforce and for so many hours thatthere could be no procession tochurch; in consequence ofwhich, as the day declined, Ihad arranged with Mrs. Grosethat, should the evening showimprovement, we would attendtogether the late service. Therain happily stopped, and Iprepared for our walk, which,through the park and by thegood road to the village, wouldbe a matter of twenty minutes.Coming downstairs to meet mycolleague in the hall , Iremembered a pair of glovesthat had required three stitchesand that had received them—with a publicity perhaps notedifying—while I sat with thechildren at their tea, served onSundays, by exception, in thatcold, clean temple of mahoganyand brass, the «grown-up»dining room. The gloves hadbeen dropped there, and Iturned in to recover them. Theday was gray enough, but the

30

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

pa ra r econoce r, a l c ruza r e l um-bra l , l as prendas que buscaba , o l -v idadas en una s i l la junto a la am-pl ia ventana cer rada , s ino tambiénpara darme cuenta de que había unapersona a l o t ro lado de la ventana ,una persona mirando hac ia e l in te -r ior . En cuanto puse un p ie en laes tanc ia lo reconoc í ; fue una v i -s ión instantánea, clar ís ima. La per-sona que miraba hac ia dent ro e rala misma que ya se me había apa-rec ido en o t ra ocas ión . De nuevoes taba v iéndolo , no puede dec i rseque con mayor n i t idez que la vezan te r io r , pues e so e ra impos ib le ,pero s í con una proximidad que pa-r e c í a s i g n i f i c a r u n p a s o m á s e nnues t ra re lac ión y que h izo que , a lencont rarme f ren te a é l , contuvie-se e l a l ien to y me quedase he lada .Era e l mismo. . . Era e l mismo, y love ía , como la o t ra vez , de c in turapara ar r iba , pues , a pesar de que e lcomedor se encont raba en la p lan-ta ba ja , l a ventana no l legaba has-ta e l sue lo de la te r raza en la queé l se encont raba . Su ros t ro es tabacas i pegado a l c r i s ta l , y, s in em-b a r g o , a q u e l l a c e r c a n í a m e h i z oasombrarme más que nunca de lain tens idad que había ten ido la o t ravis ión, la pr imera . Permaneció a l l ítan só lo unos segundos ; los suf i -c i e n t e s , e s t o y c o n v e n c i d a , c o m opara habe rme v i s to y r econoc idotambién é l . Pero era como s i noshubiésemos es tado mirando duran-te años , como s i ya lo conoc iesedesde s iempre . Es ta vez , no obs-t an t e , ocu r r i ó a lgo que no hab í asucedido la vez an ter ior. La mira-da que me echó a t ravés de l c r i s ta le ra tan f i ja e in tensa como enton-ces , pero luego, mientras yo seguíamirándolo, é l apar tó sus ojos de míy paseó la v is ta por e l res to de lah a b i t a c i ó n . A q u e l l o m e p r o d u j ou n a s o r p r e s a a ñ a d i d a , y t u v e l a[47] cer teza de que no era por mípor lo que había venido . Había ve-n ido buscando a a lguien más .

La luz de ese descubrimiento —pues era un descubrimiento en me-dio de tanto ter ror— me a t ravesócomo un rayo, produciendo en míuna reacción extraordinaria, una re-pentina renovación de mi coraje y demi sentido del deber. Y digo corajeporque, verdaderamente , creo quefui demasiado lejos. Salí precipita-damente de la estancia, l legué a lapuerta de la casa, me encontré en uninstante en la avenida de entrada y,corriendo tanto como me lo permi-tían mis piernas, pasé por la terraza

la tarde, al cruzar el umbral, mepermitió no sólo reconocer, enuna silla cerca de la amplia ven-tana, cerrada en ese momento,los objetos que buscaba, sinotambién distinguir a una perso-na que, desde el otro lado de loscristales, miraba hacia el inte-rior de la estancia. Un sólo pasoen el comedor había bastado, miimaginación fue instantánea:era él. La persona que miraba porel ventanal era la misma que ha-bía visto en la torre. Aparecíauna vez más, y no diré con unanitidez mayor, pues eso hubie-ra sido imposible, pero sí conuna proximidad que representa-ba un adelanto en nuestro tra-to, y que hizo, en el momentoen que nuestras miradas se cru-zaron, que contuviera la respi-ración mientras mi cuerpo secubría de un sudor frío... Era elmismo... era el mismo; y vistoesta vez, como en la anterior, dela c in tura para a r r iba ,enmarcado en la ventana. Teníael rostro pegado al cristal, y elefecto de esta nueva visión fue,extrañamente, el de demostrar-me qué intensa había sido la an-terior. Permaneció allí sólo unossegundos, el tiempo suficientepara convencerme de que tambiénél me había visto y reconocido;pero era como si lo hubiese esta-do viendo durante años enteros,como si lo hubiera conocido des-de siempre. Esa vez, sin embar-go, ocurrió algo que no había su-cedido antes: la mirada que medirigió a través del cristal y de laamplia habitación fue tan profun-da y dura como la anterior, perola apartó de mí, un momento du-rante el cual yo todavía lo obser-vaba, para fijarse en otras variascosas. Por lo que debí añadir, a minatural sobresalto, la certidumbrede que no había ido por mí, sinopor alguna otra persona.

E l i m p a c t o d e a q u e l n u e -vo conoc imien to , a l i nc id i re n m e d i o d e m i t e m o r, p r o -d u j o e n m í e l m á s e x t r a o r -d i n a r i o d e l o s e f e c t o s ,i n u n d á n d o m e , m i e n t r a sp e r m a n e c í a e n e l l u g a r, d eu n a r e p e n t i n a v i b r a c i ó n d ev a l o r y s e n t i d o d e l d e b e r.H a b l o d e v a l o r p o r q u e f u i ,s in duda a lguna , muy l e jos .C r u c é d e n u e v o e l u m b r a ld e l c o m e d o r , l l e g u é a l d el a c a s a , s a l í a l a t e r r a z a y

davía quedaba suf ic iente luzcomo para permitirme, nada máscruzar la puerta, no sólo ver, enuna silla junto a la ventana, queestaba cerrada, el artículo quebuscaba, sino darme cuenta deque había una persona al otrolado de ella que estaba mirando.Un solo paso en la habitaciónhabía bastado; le vi inmediata-mente; todo estaba allí. La per-sona que miraba era la personaque ya se me había aparecidootra vez. Ahora volvía a apare-cer, no diré que con mayor clari-dad, porque eso era imposible,pero sí con una proximidad querepresentaba un paso adelante ennuestra relación, y que me hizo,al verle, contener la respiracióny quedarme helada. Era el mis-mo, era el mismo, y visto, estavez, lo mismo que la anterior, decintura para arriba porque, aun-que el comedor estaba en el pisode abajo, la ventana no llegabahasta la terraza en la que estabaél. Tenía la cara pegada al cris-tal, pero extrañamente el poderverle mejor esta segunda vezsólo sirvió para demostrarme lobien que le había visto la prime-ra. No estuvo más que unos se-gundos, lo bastante para conven-cerme de que él también veía yreconocía; pero fue como si hu-biera estado mirándole duranteaños y le hubiera conocido siem-pre. Sin embargo, esta vez ocu-rrió algo que no había ocurridola vez anterior; la mirada que medirigió a través del cristal y dela habitación fue tan profunda ytan dura como la primera, perohubo un momento en que la apar-tó de mí, y en que yo pude se-guir mirando y ver que se fijabaen otras cosas. En el mismo ins-tante, al susto [147] que ya te-nía se añadió la certeza de queno era por mí por quien había idoallí. Había ido por alguna otrapersona.

Descubrir eso de repente —porque lo comprendí claramentea pesar del miedo— produjo enmí un efecto de lo más inespe-rado; puso en marcha todo mivalor y sentido del deber. Y digovalor, porque no hay duda deque había ido ya muy lejos. Vol-ví a cruzar la puerta de un sal-to, llegué a la de la casa, salí enun instante de ella, crucé a todacarrera la terraza, y di la vueltaa la esquina para poder quedar

afternoon light still lingered,and it enabled me, on crossingthe threshold, not only torecognize, on a chair near thewide window, then closed, thearticles I wanted, but to becomeaware of a person on the otherside of the window and lookingstraight in. One step into theroom had sufficed; my visionwas instantaneous; it was allthere. The person lookingstraight in was the person whohad already appeared to me. Heappeared thus again with Iwon’t say greater distinctness,for that was impossible, butwith a nearness that representeda forward str ide in ourintercourse and made me, as Imet him, catch my breath andturn cold. He was the same—he was the same, and seen, thist ime, as he had been seenbefore, from the waist up, thewindow, though the diningroom was on the ground floor,not going down to the terraceon which he stood. His face wasclose to the glass, yet the effectof this better view was,strangely, only to show me howintense the former had been. Heremained but a few seconds—long enough to convince me healso saw and recognized; but itwas as if I had been looking athim for years and had knownhim always. Something,however, happened this timethat had not happened before;his stare into my face, throughthe glass and across the room,was as deep and hard as then,but it quitted me for a momentduring which I could still watchit, see it fix successively severalother things. On the spot therecame to me the added shock ofa certitude that it was not for mehe had come there. He hadcome for someone else.

The f lash of th i sknowledge—for i t wasknowledge in the midst ofdread—produced in me themost extraordinary effect ,s tar ted as I s tood there, asudden vibration of duty andcourage . I say couragebecause I was beyond a l ldoubt a l ready fa r gone . Ibounded straight out of thedoor again, reached that of thehouse, got, in an instant, uponthe drive, and, passing along

31

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

y doblé la esquina para tener unavista completa del otro lado. Peropara entonces ya no había nada quever; el visitante se había esfumado.Me detuve en seco, tanto que estuvea punto de caerme; me sentía profun-damente aliviada. Desde donde es-taba podía abarcar un amplio pano-rama, así que decidí hacer t iempopor si reaparecía. Tiempo.. . En rea-lidad, ¿cuánto transcurrió? Hoy endía no soy capaz de calcular la du-ración de aquellos sucesos. La úni-ca medida de que dispongo es esta:estoy segura de que no pudo pasartanto tiempo como yo creí en aque-llos momentos. La terraza y el espa-cio circundante, el césped y el jar-dín que se extendía más allá, todolo que alcanzaba a ver del parque,todo, absolutamente todo, estaba va-cío, sumido en una extraña soledad.Había árboles y arbustos, pero re-cuerdo haber sen t ido la comple tacerteza de que no se encontraba es-condido tras ninguno de ellos. O es-taba allí , o no estaba; y si no lo veíaes que no estaba. Me aferré a aquelr a z o n a m i e n t o ; y e n t o n c e s ,instintivamente, en lugar de volverpor donde había venido, fui hacia laventana. Tenía la confusa intuiciónde que debía colocarme en el mismolugar en que él se había situado, yasí lo hice. Apoyé mi rostro en elcristal y miré, como había mirado él,hac ia e l in te r ior. Entonces , comopara darme la opor tunidad de re -c o n s t r u i r l a s i t u a c i ó n , l a s e ñ o r aGrose entró en el comedor [48] pro-cedente del vestíbulo, igual que yolo había hecho antes. Así tuve unavisión repetida de lo que había ocu-rrido. Ella me vio, como yo habíavis to antes a nuestro vis i tante; separó en seco, como yo había hecho;creo que en parte le transmití el so-bresalto que yo misma hab ía sen -t i d o . S e p u s o b l a n c a , y e s o m eh i z o p r e g u n t a r m e s i y o t a m b i é nhabr ía pal idec ido antes del mismom o d o . S e q u e d ó m i r á n d o m e , e nsuma, y luego se re t i ró por e l mis-mo s i t io por donde yo lo había he-cho , y supe que iba a recor rer e lmismo camino que yo y que pron-to l a t end r í a an t e mí . Pe rmanec ídonde es taba mient ras me asa l ta -b a n t o d a c l a s e d e p e n s a m i e n t o s .Pero sólo dispongo de espacio paramenc ionar uno de e l los . Me p re -gunté , asombrada, por qué tambiénel la se había asus tado .

e c h é a c o r r e r h a s t a q u e l av e n t a n a a p a r e c i ó a n t e m iv i s t a . P e r o d e l a n t e d e e l l an o h a b í a n a die... Mi visitan-te había desaparecido. Me de-tuve, casi me dejé caer, y ex-perimenté un profundo alivio.Dirigí una mirada a mi alrede-dor dándole tiempo a reapare-cer. Ahora bien, este tiempo,¿cuánto duró? Hoy no puedoprecisar la duración de aque-l los per iodos ; n i es taba encondiciones de medirlos en-tonces. Lo que sí creo es queno pud ie ron se r t an l a rgoscomo en aquella ocasión meparecieron. La terraza y todoel edificio, el prado y el jar-dín detrás de él, todo lo quepodía ver del parque, eran lu-gares vacíos, como colmadosde una gran vaciedad. Habíaarbustos y altos árboles, perorecuerdo que tuve la seguri-d a d d e q u e e n n i n g u n o d eellos se ocultaba el visitante.Estaba o no estaba allí; y si nopodía verlo, era porque no es-taba. Me aferré a esa idea yluego , ins t in t ivamente , meacerqué a la ventana en vez deregresar por dónde había lle-gado. Sentía, aunque de mane-ra confusa, la necesidad de si-tuarme en el mismo lugar don-de él había estado; pegué mirostro al cristal y miré, comoél, al interior de la habitación.Y en e se p r ec i so i n s t an t e ,como para que yo pudiera te-ner una imagen de lo que ha-bía ocurrido, entró en el co-medor, procedente del vestí-bulo, la señora Grose. Me viode la misma manera que yo alvisitante y se sobresaltó comodebí de sobresal t a r m e a n -t e s . S e p u s o p á l i d a ym e p r e g u n t é s i y o h a -b í a palidecido tanto. Luegose ret iró por el mismo cami-no que yo había tomado, porlo que tuve la convicción deque daría la vuelta para sal ira la terraza y se encontraríaconmigo. Permanecí inmóvildonde estaba y, mientras laesperaba me asaltaron nume-r o s o s p e n s a m i e n t o s . P e r osólo vale la pena mencionaruno: me pregunté qué habríapodido espantarla tanto.

completamente a la vista. Perofue para no ver nada, porque mivis i tante había desaparecido.Me paré, y sentí un alivio tangrande que estuve a punto decaerme; pero lo vi todo, y espe-ré a que tuviera tiempo de re-aparecer. Lo llamo tiempo, pero¿cuánto tiempo sería? Ahora nopuedo precisar la duración deesas cosas. No puedo estar encondiciones de hacer esa clasede cálculos: es imposible quetodas esas cosas duraran tantotiempo como a mí me parecióque duraban. La terraza, y todolo que había alrededor de ella,la pradera y el jardín que se ex-tendía detrás, todo lo que podíaver del parque estaba vacío, enuna soledad absoluta. Había mu-chos arbustos y árboles grandes,pero recuerdo que tenía la segu-ridad de que no estaba escondi-do detrás de ninguno de ellos.Debía estar allí o no estar; si nole veía, era que no estaba. Mea f e r r é a e s a i d e a ; l u e g o ,instintivamente, en lugar de vol-ver por donde había venido, fuihacia la ventana. No sé por quétenía la sensación de que debíaponerme en el mismo sitio enque había estado él. Y lo hice;acerqué la cara al cristal y miré,como había mirado él, al inte-rior de la habitación. En ese mo-mento, como para mostrarme loque había podido ver el visitante,la señora Grose, igual que habíahecho yo un momento antes, en-tró en el comedor. Gracias a eso,pude tener una repetición comple-ta de lo que había ocurrido ante-riormente. Ella me vio, lo mismoque había visto yo a mi visitante;se quedó parada como había he-cho yo; se l l e v ó u n s u s t oc o m p a r a b l e a l q u ey o m e h a b í a l l e v a d o .Se puso pálida, lo que me hizopreguntarme si me habría [148]ocurrido a mí lo mismo. Se que-dó mirando, y repitió todos mismovimientos, y supe que había sa-lido, y que estaba dando la vueltapara ir a buscarme y que iba a ver-la un momento después. Me que-dé donde estaba, y mientras espe-raba que llegase pensé en variascosas. Pero sólo voy a mencionaruna de ellas. Me intrigaba por quése había asustado ella.

the terrace as fast as I couldrush, turned a corner and camefull in sight. But it was in sightof nothing now—my visitorhad vanished. I s topped, Ialmost dropped, with the realrelief of this; but I took in thewhole scene—I gave him timeto reappear. I call it time, buthow long was it? I can’t speakto the purpose today of theduration of these things. Thatkind of measure must have leftme: they couldn’t have lastedas they actually appeared tome to last. The terrace and thewhole place, the lawn and thegarden beyond it, all I couldsee of the park, were emptywith a great emptiness. Therewere shrubber ies and b igtrees, but I remember the clearassurance I felt that none ofthem concealed him. He wasthere or was not there: notthere if I didn’t see him. I gotho ld of th i s ; then ,ins t inc t ive ly, ins tead ofreturning as I had come, wentto the window. I t wasconfusedly present to me thatI ought to place myself wherehe had s tood . I d id so ; Iapplied my face to the paneand looked, as he had looked,into the room. As if, at thismoment, to show me exactlywhat his range had been, Mrs.Grose , a s I had done fo rhimself just before, came infrom the hall. With this I hadthe full image of a repetitiono f w h a t h a d a l r e a d yoccurred. She saw me as Ihad seen my own visitant;she pulled up short as I haddone; I gave her something ofthe shock that I had received.She turned white, and thismade me ask myself if I hadb l a n c h e d a s m u c h . S h es t a r e d , i n s h o r t , a n dretreated on just MY lines,a n d I k n e w s h e h a d t h e npassed out and come roundt o m e a n d t h a t I s h o u l dp r e s e n t l y m e e t h e r . Iremained where I was, andwhile I waited I thought ofmore things than one. Butthere’s only one I take spaceto mention. I wondered whySHE should be scared.

32

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[49] Capítulo V

Fue ella misma quien me lo expli-có en cuanto dobló la esquina de la casay estuvo de nuevo frente a mí.

— P e r o , e n n o m b r e d e lC i e l o , ¿ q u é e s l o q u e l ep a s a ?

Estaba colorada y sin aliento debi-do a la carrera. Yo no dije nada hastaque la tuve justo a mi lado.

—¿A mí? —debí de poner cara de sorpre-sa—. ¿Tengo aspecto de que me pase algo?

—Está usted blanca como el papel. Tie-ne un aspecto horrible.

Ref l ex ioné un momento . Nadame ob l igaba , de momento , a con-fesar l a verdad . Pero mi neces idadde r e spe ta r l a i gnoranc ia de l a s e -ñ o r a G r o s e h a b í a i d o d e c a y e n d op a u l a t i n a m e n t e , y s i a ú n v a c i l éduran te unos in s t an te s no fue po rmis e sc rúpu los an te r io res . Le t en -d í mi mano y e l l a l a cog ió ; yo meafe r r é a e l l a con fue rza , con ten tade t ene r l a a mi l ado . En su t ímidasorpresa me parec ió encont ra r unaespec ie de apoyo .

—Ya sé que ha venido a buscar-m e p a r a i r a l a i g l e s i a — d i j e — ;pero no puedo i r.

—¿Ha ocurrido algo?

—Sí. Creo que debe saberlo. ¿Asíque tenía un aspecto muy raro?

—¿Cuando la vi en la ventana?¡Espantoso!

—Bueno —expliqué—, es que estabaaterrorizada.

La expresión de la señora Grose dejaba muyclaro que ella no tenía ninguna gana de estarlo,aunque sabía [50] demasiado bien cuál era supuesto en aquella casa, y por eso estaba dispuestaa compartir conmigo cualquier inconvenienteq u e s e p r e s e n t a s e . P u e s b i e n , t e n d r í aq u e c o m p a r t i r l o , ¡ e s t a b a d e c i d i d o !

— L o q u e v i o h a c e u n m o -m e n t o d e s d e e l c o m e d o r f u e r e -s u l t a d o d e e s e t e r r o r . L o q u ey o v i . . . u n p o c o a n t e s . . . f u em u c h o p e o r .

Su mano presionó con fuerza la mía.—¿Qué fue lo que vio?

—Un hombre muy extraño. Estabamirando hacia dentro.

—¿Y quién era ese hombre tan extraño?

—No t engo n i l a menor idea .

V

M e l o h i z o s a b e rt a n p r o n t o c o m o a p a -r e c i ó e n l a t e r r a z a . — E n n o m b r e d e l c i e l o ,¿ q u é e s l o q u e p a s a ? —g r i t ó s o f o c a d a .

No le respondí hasta que estuvomás cerca. —¿Conmigo? —mi rostro debíatener un aspecto extraordinario—.¿Por qué?

—Está usted pálida como un papel.Está horrible. Medité unos instantes.Pude darme cuenta de que la mu-jer hablaba con absoluta inocen-cia. Mi necesidad de respetar lafrialdad de la señora Grose se ha-bía desvanecido calladamente, ysi aún vacilé un instante, no fueporque quisiera crear un nuevodistanciamiento. Le tendí lamano y ella la tomó; retuve lasuya entre las mías con el placerde sentirla cerca de mí. Habíauna especie de apoyo en su tími-da expresión de sorpresa. —Ha venido usted a buscarmepara que vayamos a la iglesia perono puedo ir.

—¿Ha ocurrido algo?

—Sí. Y usted debe saberlo. ¿Teníayo un aspecto muy raro?

—¿A través de la ventana?¡Espantoso!

—Bueno —dije— me he asustado. Los ojos de la señora Groseexpresaron abiertamente queno tenía deseos de entrometer-se, y que conocía lo suficien-te cuál era su lugar. ¡Pero yohabía es tab lec ido desde unprincipio que ella debía com-partir mis problemas! —Lo que vio usted desde elcomedor, hace un minuto, fueefecto de lo sucedido. Lo queyo vi, poco antes... fue muchopeor.

Su mano apretó con más fuerza la mía. —¿Qué vio usted?

—Vi a un hombre extraordinario.Mirando hacia adentro.

—¿Qué hombre extraordinario?

—No tengo la menor idea.

V

No tuve que esperar mucho parasaberlo porque, nada más dar la vueltaa la casa, preguntó:

—¡Por Dios bendi to! Pero¿qué es? . . . —Venía co loraday s in a l ien to .

No d i je nada has ta que es -tuvo más cerca :

—¿Lo que me pasa? —Debíade tener una cara increíble—.¿Se me nota?

—Está más blanca que una sába-na. Tiene un aspecto horrible.

N o t u v e n i n g ú n i n c o n v e -n i e n t e e n a d m i t i r l o . To d a l an e c e s i d a d q u e s e n t í a d e r e s -p e t a r l a i n o c e n c i a d e l a s e -ñ o r a G r o s e s e h a b í a v e n i d oa b a j o s i n m á s , y s i v a c i l é unm o m e n t o , n o f u e p o r l o q u eo c u l t a b a . L e t e n d í l a m a n o ,y e l l a l a c o g i ó ; l a a p r e t é u np o c o , c o n t e n t a d e s e n t i r l aj u n t o a m í . H a b í a a l g o r e -c o n f o r t a n t e e n s u t í m i d am u e s t r a d e s o r p r e s a .

— H a v e n i d o a b u s c a r m ep a r a i r a l a i g l e s i a , c l a r o ;pe ro no puedo i r.

______________________

—Sí. Y ahora ya tengo que decír-selo. ¿Tenía un aspecto muy raro?

—¿Ahí, en la ventana? ¡Espan-toso!

—Me he llevado un susto terrible.Los ojos de la señora Grose ex-

presaban con toda claridad que ella notenía ningún deseo de llevárselo, perotambién que sabía de sobra cuál era susitio para no estar dispuesta a compar-tir conmigo cualquier contratiemposerio. ¡Sí, estaba ya completamentedecidido que tenía que compartirlo!

[149] —Lo que v io us tedhace un momen to , desde e lcomedor, era el resultado de eso.Lo que vi yo, un momento antes,fue mucho peor.

Me apretó la mano.—¿Y qué es lo que ha visto?

—A un hombre rar í s imoque miraba.

—¿Qué hombre rarísimo?

—No tengo la menor idea.

V

Oh, she let me know as soonas, round the corner of the house,she loomed again into view.«What in the name of goodnessis the matter—?» She was nowflushed and out of breath.

I s a i d n o t h i n g t i l l s h ec a m e q u i t e n e a r . « Wi t hm e ? » I m u s t h a v e m a d e aw o n d e r f u l f a c e . « D o Is h o w i t ? »

«Yo u ’ r e a s w h i t e a s asheet. You look awful.»

I considered; I could meeton this, without scruple, anyinnocence. My need to respectthe bloom of Mrs. Grose’s haddropped, without a rustle, frommy shoulders, and if I waveredfor the instant it was not withwhat I kept back. I put out myhand to her and she took it; Iheld her hard a little, liking tofeel her close to me. There wasa k i n d o f s u p p o r t i n t h eshy heave o f he r su rp r i se .« Yo u c a m e f o r m e f o rc h u r c h , o f c o u r s e , b u t Ican ’t go .»

« H a s a n y t h i n g h a p p e n e d ? »

«Yes. You must know now.Did I look very queer?»

«Through this window?Dreadful!»

«Well,» I said, «I’ve beenfrightened.» Mrs. Grose’s eyesexpressed plainly that SHE hadno wish to be, yet also that sheknew too well her place not tobe ready to share with me anymarked inconvenience. O h ,i t w a s q u i t e s e t t l e dt h a t s h e M U S T s h a r e !«Just what you saw from thedining room a minute agowas the effect of that. WhatI s a w — j u s t b e f o r e — w a smuch worse.»

H e r h a n d t i g h t e n e d .«What was it?»

«An extraordinary man.Looking in.»

«What extraordinary man?»

«I haven’t the least idea.»

X

X

X

33

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

La señora Grose mi ró en vanoa nues t ro a l r ededor. —¿Y adóndeha ido ahora?

—Tampoco lo sé.

—¿Lo había visto antes?

—Sí. Una vez. En la torre vieja.

Me miró con mayor fijeza que nunca.—¿Quiere decir que es un descono-

cido?

—¡Desde luego que sí!

—¿Y por qué no me lo dijo?

—Yo... tenía mis razones. Pero ahoraque usted comienza a adivinar...

Los ojos redondos de la señora Groseparecían refutar mis palabras.

—Yo no he adivinado nada —dijo consencillez—. ¿Cómo voy a adivinar nada sini usted misma tiene ni idea...?

—No, ni la más mínima.

—¿No lo ha visto en ningún otro sitioaparte de la torre?

—Sólo aquí, hace un momento.

La señora Grose miró de nuevo a su alrededor.—¿Y qué es taba haciendo en la

torre?

—Sólo estaba allí parado, mirándo-me fijamente.

Pareció reflexionar durante un minuto.—¿Era un caballero?

[51]No tuve necesidad de pararme apensar la respuesta.

—No —dije. Ella parecía cada vez másasombrada—. No, no lo era.

—¿Y no es nadie de aquí, de los alre-dedores? ¿Nadie del pueblo?

—No, nadie, nadie. Aunque no le dije nada,yo misma me aseguré de comprobarlo.

E l l a s u s p i r ó c o n c i e r t oa l i v i o . P o r r a r o q u e p a r e z -c a , a q u e l l o p a r e c i ó t r a n -q u i l i z a r l a . P e r o n o s e r í ap o r m u c h o t i e m p o .

—Pero si no es un caballero...

— ¿ Q u é e s ? E s u n a p e s a d i -l l a .

—¿Una pesadilla?

— E s . . . ¡ Q u e D i o s m e a y u d e s is é l o q u e e s !

La señora Grose miró en torno,pero fue, por supuesto, en vano. —Entonces, ¿dónde se ha metido?

—Esto aún puedo saberlo menos.

—¿Lo había visto antes?

—Sí... una vez, en la torre vieja.

Me miró con mayor dureza. —¿Quiere decir que se trata de unforastero?

—Sí, desde luego.

—¿Por qué no me lo dijo entonces?

—Tenía mis razones... Sin embargo,ahora que usted lo ha adivinado...

Los redondos ojos de la señora Grose pa-recieron rechazar aquella aseveración. —¡Ah, no, yo no he adivinadonada! —dijo sencillamente—. ¿Quéiba a poder adivinar?

—No sé. Por un momento...

—¿No ha visto, pues, a ese hombre enninguna parte más que en la torre?

—Y en este mismo lugar.

La señora Grose volvió a mirar alrededor. —¿Qué estaba haciendo enla torre?

—Sólo permanecía de pie en la pla-taforma y me miraba.

Volvió a meditar por unos instantes. —¿Era un caballero?

Me di cuenta de que no necesitabapensarlo para responder. —No, no. Ella se me quedó mirando con unaexpresión de sorpresa creciente. —Entonces, ¿no era nadie deaquí?, ¿no era nadie del pueblo? —Nadie, nadie. No se lo dije a us-ted, pero de eso estoy segura. R e s p i r ó c o n a l i v i o .A q u e l l o , e x t r a ñ a m e n -t e , p a r e c í a c a l m a r n o s ._ ______ ____ ______ __ ______ —Pero, si no es un caballero...

—¿Qué e s , e n t o n c e s ? U nhor ro r.

—¿Un horror?

—Es. . . ¡Dios me valga s isé lo que es!

La señora Grose miró en vano anuestro alrededor.

—¿Y a dónde se ha ido, entonces?

—Eso todavía lo sé menos.

—¿Le ha visto antes?

—Sí, una vez. En lo alto de la to-rre.

Me miró aún más asombrada.— ¿ Q u i e r e u s t e d d e c i r

q u e e s u n e x t r a ñ o ?

— ¡ Y t a n e x t r a ñ o !

—¡Pero a mí no me dijo nada!

—No..., por varias razones. Peroahora que ha adivinado...

Los ojos redondos de la señoraGrose rechazaron esa suposición.

—¡Yo no he adivinado nada!¿Cómo voy a poder hacerlo si us-ted ni se lo imagina?

—No me lo imagino ni remotamente.

—¿No le ha visto en ningún sitiomás que en la torre?

—Y aquí, hace un momento.

La señora Grose volvió a mirar anuestro alrededor.

—¿Qué estaba haciendo en la torre?

— N a d a , e s t a r a l l í , ym i r a r m e .

Lo pensó un poco antes de preguntar:—¿Era un caballero?

A m í n o m e h i z o f a l t ap e n s a r l o :

—No. —Vi que pon ía ca rade a sombro—. No .

—¿Entonces no era nadie de poraquí, del pueblo?

—Nadie, nadie. No se lo dije,pero me aseguré bien.

D i o u n s u s p i r o d e a l i v i o :p o r l o v i s t o , y a u n q u e p a -rezca ex t raño , e so e ra muchom e j o r . P e r o t a m p o c o d u r óg r a n c o s a .

[150] —Pero si no es un caballero...

—¿Qué es lo que es entonces? Esun horror.

—¿Un horror?

—Es..., ¡válgame Dios si sé loque es!

M r s . G r o s e g a z e dr o u n d u s i n v a i n . « T h e nw h e r e i s h e g o n e ? »

«I know still less.»

«Have you seen him before?»

«Yes—once. On the old tower.»

She could only look at meharder. «Do you mean he’s astranger?»

«Oh, very much!»

«Yet you didn’t tell me?»

«No—for reasons. But nowthat you’ve guessed—»

Mrs. Grose’s round eyesencountered this charge. «Ah, Ihaven’t guessed!» she said verysimply. «How can I if YOU don’timagine?»

«I don’t in the very least.»

«You’ve seen him nowherebut on the tower?»

«And on this spot just now.»

Mrs. Grose looked round again.«What was he doing on thetower?»

«Only standing there andlooking down at me.»

She thought a minute. «Washe a gentleman?»

I f o u n d I h a d n o n e e dto t h ink . «No .» She gazedi n d e e p e r w o n d e r. « N o . »

«Then nobody about the pla-ce? Nobody from the village?»

«Nobody—nobody. I didn’ttell you, but I made sure.»

S h e b r e a t h e d a v a g u er e l i e f : t h i s w a s , o d d l y ,s o m u c h t o t h e g o o d . I to n l y w e n t i n d e e d al i t t l e w a y . « B u t i f h eisn’t a gent leman—»

« W h a t I S h e ? H e ’s ah o r r o r. »

«A horror?»

«He’s—God help me if Iknow WHAT he is!»

34

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

L a s e ñ o r a G r o s e m i r ó u n a v e zm á s a s u a l r e d e d o r . C l a v ó s u so j o s e n e l d i s t a n t e r e s p l a n d o r d e lc r e p ú s c u l o y l u e g o , r e c o b r á n d o -s e u n p o c o , s e v o l v i ó h a c i a m í yc a m b i ó d e t e m a .

— Ya d e b e r í a m o s e s t a r e n l aigles ia .

—¡No me siento con ánimos para ira la iglesia!

—¿No le sentaría bien?

—No es por mí, sino por ellos —dije,señalando hacia la casa.

—¿Por los niños?

—No puedo dejarlos solos ahora.

—¿Tiene miedo...?

Contesté sin rodeos:—Tengo miedo de él.

L a a n c h a c a r a d e l a s e ñ o r aGrose mos t ró , po r p r imera vez , e ldéb i l de s t e l l o de una conc i enc i amás aguda ; yo c re í ve r en e l lo e ldespe r t a r t a rd ío de una idea queyo no l e hab ía suge r ido , pues aúnn o e r a c a p a z d e e x p r e s a r l a c o nprec i s ión . Recue rdo que en toncesp e n s é q u e p o d r í a s a c a r a l g o e nl impio de su nueva ac t i t ud , y sen -t í que aque l cambio t en ía muchoque ve r con lo s deseos que ahoramos t r aba de sabe r más .

— ¿ C u a n d o o c u r r i ó . . . l o d e l at o r r e ?

[52] —Hacia mediados de mes. Aesta misma hora.

—Casi de noche —observó la se-ñora Grose.

—No, en realidad no. En realidad, lo vitan claramente como la estoy viendo a usted.

—¿Y cómo pudo entrar?

—¿Y cómo pudo salir? —pregun-té yo a mi vez, riendo—. ¡No tuveoportunidad de preguntárselo! Esta tar-de, como ha visto —continué—, no haconseguido entrar.

—¿Sólo curioseaba?

—¡Espero que solo fuese eso!E l l a h a b í a s o l t a d o m i

m a n o y s e h a b í a g i r a d o u np o c o . E s p e r é u n i n s t a n t e ;l u e g o d i j e a b r u p t a m e n t e :

La señora Grose volvió a escu-driñar en torno nuestro; clavó lamirada en la brumosa lejanía yluego, encogiéndose de hombros,se volvió hacia mí y exclamó conabrupta incoherencia: —Ya es hora de que estemos en laiglesia.

— ¡No me siento en condicionespara ir a la iglesia!

—¿No le haría a usted bien?

—No se lo haría a ellos —dije, se-ñalando hacia la casa.

—¿A los niños?

—No podría dejarlos ahora.

—¿Teme usted que...?

Hablé con audacia. —Tengo miedo de él.

La ancha cara de la señoraGrose me mostró por primeravez, al oír aquellas palabras, eltenue reflejo de una concienciamás aguda: me pareció advertiren ella el alba tardía de una ideaque yo no le había inculcado yque era aún oscura para mí. Re-cuerdo ahora que entonces pen-sé en ello como en algo que po-dría sonsacarle; y sentí que esose relacionaba con el deseo queella mostraba de saber más. —¿Cuándo fue aquello... lo dela torre?

—Hacia mediados de mes. A estamisma hora.

—Casi al oscurecer... —dijo la se-ñora Grose.

—¡Oh, no, no tanto! Lo vi como lapuedo ver ahora a usted.

—¿Y cómo entró aquí?

— ¿ Y c ó m o s a l i ó ? — m eeché a reír—. ¡No tuve opor-tunidad de preguntárselo! Yesta tarde, por lo visto, no hapodido entrar.

—¿Sólo espiaba?

—Espero que se conforme con eso. La señora Grose, después desoltarme, se había vuelto. Espe-ré un instante su respuesta, queno llegó, por lo que añadí:

L a s e ñ o r a G r o s e v o l -v i ó a m i r a r a n u e s t r o a l -r e d e d o r , c l a v ó l o s o j o se n l a l e j a n í a , s e r e h i z ou n p o c o , y d i j o s i n q u ev i n i e r a m u y a c u e n t o :

—Ya tendríamos que estar en laiglesia.

—¡Yo no es toy para i r a l aig les ia!

—¿No le haría bien?

—No les haría bien a ellos —contesté, señalando la casa.

—¿A los niños?

—No puedo dejarlos ahora.

—¿Tiene miedo?...

__________________—Tengo miedo de él.

Por primera vez, la cara dela señora Grose mostró ciertossíntomas de entender algo; encierto modo descubrí en ello ela lumbramiento tardío de unaidea que yo no le había dado, yque estaba todavía muy oscurapara mí. Recuerdo que pensé enseguida en ello como en algoque podía averiguar; y tuve laimpresión de que estaba relacio-nado con el deseo que mostróentonces de saber más cosas.

— ¿ C u á n d o f u e l o d e l at o r r e ?

—Hacia mediados de mes. Aesta misma hora.

—Casi de noche. _________ _ __ _ __ _

—No, no era de noche. Le vicomo la veo a usted ahora.

—Entonces ¿cómo pudo entrar?

—¿Y cómo pudo sal i r? —p r e g u n t é r i e n d o — . N o t u v eocasión de preguntárselo. Estatarde, ya ve usted, no ha po-dido entrar.

—¿No hace más que asomarse?

—Espero que se l imi t e aeso. —La señora Grose me ha-bía sol tado ya la mano; luegose apartó un poco de mí. Es-p e r é u n m o m e n t o y d i j e — :

Mrs. Grose looked roundonce more ; she f ixed he reyes on the duskier distance,t h e n , p u l l i n g h e r s e l ftogether, turned to me witha b r u p t i n c o n s e q u e n c e .«It’s t ime we should be atchurch.»

« O h , I ’ m n o t f i t f o rchurch!»

«Won’t it do you good?»

«It won’t do THEM—! Inodded at the house.

«The children?»

«I can’t leave them now.»

«You’re afraid—?»

I s p o k e b o l d l y. « I ’ ma f r a i d o f H I M . »

Mrs. Grose’s large faceshowed me, at this, for the firsttime, the faraway faint glimmerof a consciousness more acute: Isomehow made out in it thedelayed dawn of an idea I myselfhad not given her and that was asyet quite obscure to me. It comesback to me that I thought instantlyof this as something I could getfrom her; and I felt it to beconnected with the desire shepresently showed to know more.« W h e n w a s i t — o n t h et o w e r ? »

«About the middle of themonth. At this same hour.»

«Almost at dark,» said Mrs.Grose.

«Oh, no, not nearly. I saw himas I see you.»

«Then how did he get in?»

«And how did he get out?» Ilaughed. «I had no opportunity toask him! This evening, you see,»I pursued, «he has not been ableto get in.»

«He only peeps?»

« I h o p e i t w i l l b econfined to that!» She hadnow l e t go my hand ; sheturned away a little. I waitedan instant; then I brought out:

X

X

X

X

35

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Váyase a la iglesia. Adiós. Yotengo que vigilar.

Lentamente, volvió su rostro hacia mí.—¿Tiene miedo por ellos?

Sostuve su mirada durante largo rato.— ¿ U s t e d n o ? — d i j e a l f i n .

E l l a , e n l u g a r d e c o n t e s t a r , s ea c e r c ó a l a v e n t a n a y, d u r a n t e u nm o m e n t o , p e g ó s u r o s t r o a l c r i s -t a l — . A h o r a e s t á u s t e d v i e n d o l om i s m o q u e v i o é l — d i j e y o m i e n -t r a s t a n t o .

Ella no se movió.—¿Cuánto tiempo estuvo aquí?

— H a s t a q u e y o s a l í . Vi n e abuscar lo .

L a s e ñ o r a G r o s e s e d i o l av u e l t a f i n a l m e n t e ; e n s u r o s t r os e l e í a n m u c h a s c o s a s .

— Yo n o h a b r í a s i d o c a p a z d es a l i r .

—¡Tampoco lo era yo! —me eché areír de nuevo—. Pero lo hice. Tengo undeber que cumplir.

—Sí, yo también tengo los míos—rep l i có e l l a , y luego añad ió—:¿Cómo es?

—Me muero de ganas de explicárse-lo. Pero es que no se parece a nadie.

—¿A nadie? —repitió ella.

—No lleva sombrero.Entonces, al notar, por su expre-

sión angustiada, que aquel detalle ledecía algo, fui añadiendo precipitada-mente pincelada tras pincelada:

[53] —Tiene el cabello rojo, muyrojo, rizado, y la cara pálida, a l a r -gada , con facc iones regu la res y unbigote un poco raro, tan rojo comosu cabello. Sus cejas son algo másoscuras; parecen arqueadas en exce-so, como si tuviesen una inusitadacapacidad de movimiento. Sus ojosson penetrantes, extraños. . . , horri-bles; pero lo único que puedo deciren concreto sobre ellos es que sonbastante pequeños y que miran fija-mente. Tiene la boca ancha, los la-bios finos y, excepto por ese peque-ño bigote , va cuidadosamente rasu-rado . Me dio la impresión de que te-nía aspecto de actor, o algo así.

— ¡ U n a c t o r ! — d e s d el u e g o , l a s e ñ o r a G r o s e n op a r e c í a e s t a r a c t u a n d o e na q u e l m o m e n t o .

—Vaya usted a la iglesia. ¡Adiós!Yo debo vigilar.

Lentamente, volvió a mirarme a la cara. —¿Teme por ellos?

Sostuve su mirada. —¿Usted no? En vez de responderme, laseñora Grose se aproximó a laventana y durante un momen-to aplicó el rostro al cristal. —Usted ve ahora como él veía —añadí entonces.

Ella no hizo ningún movimiento. —¿Cuánto tiempo permaneció aquí?

—Hasta mi salida. Vine a su en-cuentro.

La señora Grose se volvióen redondo, y vi en su rostroque seguía ocultando algo. —Yo no hubiera sido capaz de sa-lir —murmuró.

—¡Tampoco yo! —y volví areír—. Pero salí . Tengo misobligaciones.

—También yo tengo las mías —respondió; y luego añadió—: ¿Aquién se parece?

—¿Me moriría por poder decír-selo. Pero no se parece a nadie.

—¿A nadie? —repitió.

—No lleva sombrero —y, al verpor la expresión de su rostro queaquel detalle le resultaba signifi-cativo y, al parecer, agobiante,añadí rápidamente los siguientesdatos—: Tiene un pelo rojo, muyrojo, rizado, y un rostro pálido,alargado, con facciones bastanteregulares y pequeñas patillas, ra-ras, tan rojas como sus cabellos.Las cejas son un poco más os-curas, tienen una forma particu-larmente arqueada y parece quesuele moverlas bastante. Suso j o s s o n a g u d o s , e x t r a -ñ o s . . . t e r r i b l e s ; y s u m i r a -d a e s p e n e t r a n t e . Ti e n e l aboca g rande y lo s l ab ios f i -n os y, además de las pequeñasp a t i l l a s , v a c o m p l e t a m e n t eafei tado. Tuve la impresión, en ciertomomento, de estar viendo a un actor.

—¿A un actor? Y era imposible parecersemenos a una actriz que la seño-ra Grose en ese momento.

Ande, vágase a la iglesia . Yotengo que vigi lar.

[151] Volvió a mirarme:—¿Tiene miedo por ellos?

_______________—¿Usted no? — E n l u g a r

d e c o n t e s t a r m e , s e a c e r -c ó a l a v e n t a n a y e s t u v oa l l í u n m i n u t o , c o n l ac a r a p e g a d a a l c r i s t a l — .A h o r a s e d a r á c u e n t a d ec ó m o p o d í a v e r é l .

—¿Cuánto tiempo estuvo aquí?—preguntó sin moverse.

—Hasta que salí yo. Vine a bus-carle.

La señora Grose se dio porfin la vuelta y su cara quedóperfilada algo más.

—Yo no habría podido salir—dijo.

—¡Ni yo tampoco! —contes-té, riendo otra vez—. Pero salí.Tengo un deber.

—Yo también lo tengo —di jo e l la , y luego preguntó—: ¿Cómo es?

—Estaba que me moría de ganas dedecírselo. Pero no se parece a nadie.

—¿A nadie?

—No lleva sombrero —dije;luego, al ver que su cara mostrabauna profunda consternación, comosi empezara ya a formarse una ima-gen, fui añadiendo un detalle trasotro—. Es pelirrojo, muy pelirro-jo, y tiene el pelo muy rizado; lacara pálida, alargada, de faccionescorrectas y bonitas, y unas patillaspequeñas, un poco raras y tan ro-jas como el pelo. Las cejas sonalgo más oscuras, parece que lastiene muy arqueadas, y como sipudiera levantarlas mucho. Tieneunos ojos penetrantes, extraños...,horrorosos; pero de lo único queestoy segura es de que son peque-ños, con una mirada muy fija. Tie-ne la boca grande, y los labios fi-nos y, aparte las patillas, va com-pletamente afeitado. Yo diría queparece un actor.

—¡Un actor!Era imposible pensar en alguien

que recordase menos a un actor que laseñora Grose en esos momentos.

«Go to church. Goodbye. Imust watch.»

Slowly she faced me again.«Do you fear for them?»

We met in another long look.«Do n ’ t Y O U ? » I n s t e a d o fa n s w e r i n g s h e c a m en e a r e r t o t h e w i n d o wa n d , f o r a minu te , app l i edh e r f a c e t o t h e g l a s s .«You see how he could see,»I meanwhile went on.

S h e d i d n ’ t m o v e .« H o w long was he here?»

«Till I came out. I came tomeet him.»

M r s . G r o s e a t l a s tt u r n e d r o u n d , a n d t h e r ewas s t i l l more in her face .« I c o u l d n ’ t h a v e c o m eout .»

«Neither could I!» I laughedagain. «But I did come. I have myduty.»

«So have I mine,» she replied;after which she added: «What ishe like?»

«I’ve been dying to tell you.But he’s like nobody.»

«Nobody?» she echoed.

«He has no hat.» Then seeingin her face that she already, inthis, with a deeper dismay, founda touch of picture, I quicklyadded stroke to stroke. «He hasred hair, very red, close-curling,and a pale face, long in shape,with straight, good features andlittle, rather queer whiskers thatare as red as his hair. Hiseyebrows are, somehow, darker;they look particularly arched andas if they might move a gooddeal. His eyes are sharp,strange—awfully; but I onlyknow clearly that they’re rathersmall and very fixed. Hismouth’s wide, and his lips arethin, and except for his littlewhiskers he’s quite clean-shaven.He gives me a sort of sense oflooking like an actor.»

«A n a c t o r ! » It wasimpossible to resemble oneless, at least, than Mrs. Groseat that moment.

XX

X

X

36

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Bueno, nunca he conocido a ninguno,pero supongo que deben de ser así. Es alto, vi-goroso, va muy erguido —proseguí—, perono..., estoy segura de que no es un caballero.

El rostro de mi amiga había idopalideciendo mientras yo hablaba;sus ojos redondos parecían querer sa-lirse de sus órbitas, y su agradableboca se había abierto de par en par.

— ¿ U n c a b a l l e r o ? — r e p i t i ó ,a t u r d i d a , e s t u p e f a c t a — . ¿ U n c a -b a l l e r o , é l ?

—Entonces, ¿lo conoce?

Ella hacía esfuerzos visibles por dominarse.—Pero ¿era atract ivo?

— ¡ E x t r a o r d i n a r i a m e n -t e ! — d i j e y o , t r a t a n d od e a y u d a r l a .

—¿Y cómo iba vestido?

— C o n r o p a p r e s t a d a . E r ae l e g a n t e , p e r o s e n o t a b a q u en o e r a s u y a .

E l l a a s i n t i ó c o n u n a e s p e c i ed e g r u ñ i d o e n t r e c o r t a d o .

—Sí, será del amo.

Ya l o t e n í a . — ¡ E n t o n c e s , l o c o -n o c e !

Ella titubeó, pero solo durante unos segundos.[54] —¡Es Quint! —exclamó al fin.

—¿Quint?

—Peter Quint..., su hombre de confianza,su ayuda de cámara mientras estuvo aquí.

—¿Mientras el amo estuvo aquí?

Aún con gesto desencajado, ella inten-tó responder con coherencia.

— N u n c a l l e v a b a s o m b r e r o ,p e r o s í . . . , b u e n o , f a l t a r o n a l g u -n o s c h a l e c o s d e l a m o . A m b o se s t u v i e r o n a q u í . . . e l a ñ o p a s a d o .L u e g o e l a m o s e m a r c h ó , yQ u i n t s e q u e d ó s o l o .

Yo l a s e g u í a , p e r o e n t o n c e st u v e q u e i n t e r r u m p i r l a .

—¿Solo? —pregunté.—Solo con noso t ros . Después ,

como s i su voz p roced ie ra de unaex t raña p rofundidad , añad ió—: Seh izo ca rgo de l a ca sa .

— ¿ Y q u é f u e d e é l ?

Tardó tanto en contestar que yocada vez estaba más confundida.

—Nunca he visto a uno, pero meimagino que son así. Es alto, enérgi-co, erguido —continué— pero nun-ca, ¡jamás!, un caballero.

El rostro de mi compañera ha-bía ido palideciendo intensamentea medida que yo hablaba. Sus ojosparecían desencajados y tenía laboca abierta por el asombro. —¿Un caballero? —musitóconfusa y azorada—. ¿Un ca-ballero, él?

—Entonces, ¿le conoce usted?

Trató visiblemente de dominarse. —¿Es bien parecido?

Me d i cuen ta de cuá l e rala manera de ayudar la . —¡Extraordinariamente!

—Y vestía...

—Con ropas de o t r a pe r -sona . E ran e l egan t e s , pe rono l a s suyas .

Ella me interrumpió con un gru-ñido ahogado y confirmador. —¡Son del amo!

La tenía ya cogida. —¿Así que lo conoce?

Vaciló un par de segundos; luego exclamó: —¡Quint!

—¿Quint?

—Peter Quint, su criado, su ayudade cámara cuando el amo estuvo aquí.

—¿Cuando el amo estuvo aquí?

Jadeando aún, pero decidida a ha-cerme frente, continuó: —Nunca usó sombrero; sin em-bargo llevaba... Bueno, faltaronalgunos chalecos. Ambos estuvie-ron aquí... el año pasado. Cuandoel amo se marchó, Quint se que-dó solo.

Yo la segu ía , pe ro en ton-ces l a in terrumpí . —¿Solo? —Solo con nosotros —y añadió,como si sus palabras surgieran de unaprofundidad aún mayor—: Se quedóa cargo del lugar.

—¿Y qué fue de él?

Tardó tanto en responderme, que mesentí todavía más desconcertada.

—Bueno: no he visto nunca a nin-guno —dije—, pero me los imagino así.Es alto, vivo, derecho, pero lo que nopodría ser nunca es un caballero.

[152] La cara de mi com-pañera había ido pa l idec ien-do a medida que yo hablaba ;ten ía unos o jos como p la tos ,y la boca ab ie r ta .

—¡Un caballero! —exclamó,perpleja, asombrada—. ¡Un ca-ballero, ése!

—¿O sea que le conoce?

Trató de contenerse:—Pero ¿es guapo?

_______ ________ _____ __ ___ __ ________ __ ______

—Muy guapo.

—¿Y vestido?...

—Con las ropas de alguna otrapersona. Son unas ropas elegantes,pero no son suyas.

C a s i s i n a l i e n t o ,a f i r m ó :

—Son del señor.

— E n t o n c e s ¿ l e c o n o c e ?—ins i s t í .

No vaciló más de un segundo:—¡Quint!

—¿Quint?

—Peter Quint, su criado, su ayu-da de cámara cuando estaba aquí.

—¿Cuando estaba aquí el señor?

Continuaba boquiabierta, perome contestó y completó los detalles.

—El sombrero no se lo poníanunca, pero otras cosas, sí... Bueno:se echaron de menos varios chale-cos. Los dos estaban aquí el año pa-sado. Luego, el señor se fue, y Quintse quedó solo.

_______________________ _____ ___________

—¿Solo?—Solo con nosotros. —Lue-

go, como si la voz le saliera demás adentro, añadió—: A car-go de todo.

—¿Y qué fue de él?

Tardó tanto en contestar, que mesentí aún más confusa. Por fin dijo:

«I’ve never seen one, but so Isuppose them. He’s tall, active,erect,» I continued, «but never—no, never!—a gentleman.»

M y c o m p a n i o n ’ sf a c e h a d b l a n c h e d a s Iw e n t o n ; h e r r o u n de y e s s t a r t e d a n d h e rm i l d m o u t h g a p e d .« A gentleman?» she gasped,confounded, stupefied: «a gent-leman HE?»

«You know him then?»

She visibly tried to holdherself. «But he IS handsome?»

I s a w t h e w a yt o h e l p h e r .« R e m a r k a b l y ! »

«And dressed—?»

«In somebody’s clothes.«They’re smart, but they’re nothis own.»

She broke into a breathlessaffirmative groan [gemir] :«They’re the master’s!»

I caught it up. «You DO knowhim?»

She faltered but a second.«Quint!» she cried.

«Quint?»

«Peter Quint—his own man,his valet, when he was here!»

«When the master was?»

Gaping still, but meeting me,she pieced it all together. «Henever wore his hat, but he didwear—well, there werewaistcoats missed. They wereboth here—last year. Then themaster went, and Quint wasalone.»

I f o l l o w e d , b u th a l t i n g a l i t t l e .« A l o n e ? »

« A l o n e w i t h U S . »T h e n , a s f r o m ad e e p e r d e p t h , « I nc h a r g e , » s h e a d d e d .

«And what became of him?»

She hung fire so long that Iwas still more mystified. «He

X

37

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Él también se marchó —di joa l f ina l .

—¿Adónde fue?

S u e x p r e s i ó n e n t o n c e s s ev o l v i ó e x t r a ñ í s i m a .

— ¡ S o l o D i o s l o s a b e !M u r i ó .

—¿Murió? —chillé despavorida.

Ella trató de recobrar la compostura,de encontrar la firmeza necesaria para en-frentarse a tan asombrosa conclusión.

— S í — c o n f i r m ó — . E l s e ñ o rQuint es tá muer to .

[55] Capítulo VI

Por supuesto, fue necesario algomás que este pequeño diálogo paraque ambas asimilásemos aquello conlo que tendr íamos que conviv i r apartir de entonces. Me refiero, porun lado, a mi pavorosa facilidad parasufrir experiencias como la que tanvívida impresión me había dejado, ypor o t ro , a l conocimiento que micompañera tenía de aquella propen-sión mía, conocimiento que desper-taba en ella una mezcla de dolor ycompasión. Esa tarde, después de lar e v e l a c i ó n , m e q u e d é t o t a l m e n t epostrada durante una hora, y ni la se-ñora Grose ni yo asistimos al servi-cio dominical.. . No hubo ya ceremo-nia religiosa para nosotras, sino unapequeña ceremonia privada de lágri-mas y juramentos , de p legar ias ypromesas, la culminación de una lar-ga serie de compromisos y ruegosmutuos que se habían ido sucedien-do a lo largo de la tarde, desde elmomento en que ambas nos encerra-mos en el cuarto de estudio para darrienda suelta a nuestros sentimien-tos y analizar de nuevo la situación.Dicho análisis consistió en un repa-so riguroso de todos los pormenoresdel caso. La señora Grose no habíavisto nada. . . , ni la sombra de unasombra, y nadie en la casa gozaba deuna posición tan privilegiada comola de el la para haber notado algo.Aún así, aceptó la verdad de mi tes-t i m o n i o s i n c u e s t i o n a r m i s a l u dmental, y en este aspecto me tratócon indescriptible ternura, mostran-do tanto respeto hacia el dudoso pri-vilegio que me atormentaba, que enmi recuerdo permanece como la máshermosa [56] muestra de caridad hu-

— Ta m b i é n s e m a r c h ó —d i j o f i n a l m e n t e .

—¿Adónde?

La expresión de la señora Grose, enese momento, se volvió extraordinaria. —¡Sólo Dios puede saberlo!Murió.

Yo me estremecí. —¿Murió? Ella pareció adquirir aplomo,plantarse más firmemente pararesistir al asombro. — S í . E l s e ñ o r Q u i n th a m u e r t o .

VI

Desde luego, fue necesarioalgo más que aquel episodiopara situarnos en presencia delo que ahora tendríamos quesoportar como pudiésemos; esdecir, a pesar de mi poquísimacapacidad para encajar impre-siones del género de las quevívidamente acababa de expe-rimentar; capacidad cuyo co-nocimiento susci taba en mic o m p a ñ e r a , m e z c l a d o s , u npoco de consternación y otropoco de lástima. Aquella mis-ma tarde, después de la reve-lación que me dejó durante unahora enteramente postrada, nohubo para nosotras servicio re-ligioso, sino un pequeño ser-vicio de lágrimas y juramentos,de preces y promesas, una cri-sis de desafíos y ruegos mu-tuos que tuvo lugar en el salóndestinado a las clases, en elque nos habíamos encerradopara tratar de definir la situa-ción. El resultado fue que de-cidimos someter a ésta al máxi-mo control de sus elementos.La señora Grose no había vis-to nada, ni la sombra de unasombra, y nadie más en la casa,salvo la institutriz, estaba enel caso de ésta . No obstante,aceptó la verdad tal como se laofrecí, sin impugnar directa-mente mi salud mental; y ter-minó por demostrarme una ter-nura conmovedora y una defe-rencia a mi más que discutibleprivilegio, el recuerdo de lascuales perdura en mí comouno de los más dulces senti-

—Se fue t ambién .

—¿Adónde se fue?

La expresión de su cara se hizoya indescriptible:

—¡Sabe Dios adónde ir ía!Murió.

—¿Murió? —repetí casi conun alarido.

[153] Ella pareció ponersemás erguida , af ianzarse paraconfirmar lo increíble:

— S í , e l s e ñ o r Q u i n t h am u e r t o .

VI

COMO es natural , hicieronfal ta más conversaciones queésa para que las dos nos hicié-semos a la idea de cómo tenía-mos que vivir de al l í en ade-lante: yo, con mi propensióna tener experiencias del ordende las ya descr i tas , y mi com-pañera teniendo conocimiento— u n c o n o c i m i e n t o m i t a dconsternación mitad lástima—d e e s a p r o p e n s i ó n m í a . E s ata rde , después de l a r eve la -ción que me dejó tan postradaduran te una ho ra en t e ra , novolvimos ya a pensar en asis-t i r a ningún servicio, como nofuera un pequeño servicio delágrimas y votos, de oracionesy promesas, una culminaciónde la serie de protestas y com-promisos mutuos que nos l le-varon a encerrarnos en la c la-se para hablar con franquezade todo. El resultado de hablarc o n t a n t a f r a n q u e z a n o f u eotro que el de dejar a la vis tanues t ra c rue l s i tuac ión . El lano había visto nada, ni la som-b r a d e u n a s o m b r a , y e n l ac a s a , n a d i e q u e n o f u e r a l ainst i tutr iz estaba en las tristescondiciones de la institutriz; apesar de eso, admit ió la ver-dad de lo que decía s in dudarde mi cordura y, con ese mo-t ivo, acabó por mostrar haciamí una ternura l lena de aterro-rizado asombro, una compren-sión de lo que era mi más quecues t ionab le p r iv i l eg io , quehe recordado siempre como unincomparab l e e j emp lo de l a

went, too,» she brought outat last .

«Went where?»

Her express ion , a t th i s ,b e c a m e e x t r a o r d i n a r y .« G o d k n o w s w h e r e ! H edied.»

«Died?» I almost shrieked.

S h e s e e m e d f a i r l y t os q u a r e h e r s e l f , p l a n therself more firmly to utterthe wonder of i t . «Yes. Mr.Quint is dead.»

VI

It took of course more thanthat particular passage to placeus together in presence of whatwe had now to live with as wecould— my dreadful liability toimpressions of the order sovividly exemplified, and mycompanion’s knowledge,henceforth—a knowledge halfconsternation and halfcompassion—of that liability.There had been, this evening,after the revelation left me, foran hour, so prostrate—there hadbeen, for ei ther of us, noattendance on any service but alittle service of tears and vows,of prayers and promises, aclimax to the series of mutualchallenges and pledges that hadstraightway ensued on ourretreating together to theschoolroom and shutt ingourselves up there to haveeverything out. The result of ourhaving everything out wassimply to reduce our situationto the last rigor of its elements.She herself had seen nothing,not the shadow of a shadow, andnobody in the house but thegoverness was in thegoverness’s plight; yet sheaccepted without directlyimpugning my sanity the truthas I gave it to her, and ended byshowing me, on this ground, anawestricken tenderness, anexpression of the sense of mymore than questionableprivilege, of which the verybreath has remained with me asthat of the sweetest of human

38

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

mana que yo haya conocido.

Aquel la noche acordamos quesoportaríamos juntas la carga; yo nisiquiera estaba segura de que la se-ñora Grose se llevase la mejor parteen el trato por verse excluida de lasvisiones. Era consciente ya enton-ces, igual que lo fui más tarde, deque podría afrontarlo todo con tal deproteger a mis pupilos; pero tardéa l g ú n t i e m p o e n a v e r i g u a r h a s t adónde estaba dispuesta a l legar micompañera para sostener los durost é rminos de nues t ro acue rdo . Micompañía debía de resultar bastanteextraña, igual que lo era la suya paramí ; pero , a l recordar todo lo quepasamos juntas, veo que ambas nosapoyábamos en una misma idea, laúnica que, por fortuna, podía tran-quilizarnos. Esa idea fue la que meayudó a romper los barrotes de lacárcel de terror que me tenía prisio-nera. O al menos era un soplo de airefresco, como si por un rato me estu-viera permitido salir a tomar el aireal patio de la prisión y encontrarmeallí con la señora Grose. Recuerdoperfectamente la extraña forma enque renacieron mis fuerzas en cier-to momento de la noche, antes de se-pararnos. Habíamos repasado una yotra vez todos los pormenores de mivisión.

— ¿ Y d i c e q u e é l n o l ab u s c a b a a u s t e d , s i n o a o t r ap e r s o n a ?

— B u s c a b a a l p e q u e ñ o M i l e s .— D e r e p e n t e l o h a b í a v i s t o c o nt o d a c l a r i d a d — . E r a a é l a q u i e nb u s c a b a .

—Pero ¿cómo lo sabe?

—¡Lo sé, lo sé, lo sé! —mi exaltacióniba creciendo por momentos—. ¡Y ustedtambién lo sabe, querida!

Ella no lo negó, pero a mí no mehacía falta ni siquiera la confirma-ción de su silencio. En seguida, re-anudó el interrogatorio.

— ¿ Y q u é p a s a r í a s i é l l ov i e s e ?

—¿Quién, el pequeño Miles? ¡Eso esprecisamente lo que él quiere!

Ella estaba de nuevo terriblemente asustada.[57] —¿El niño?

—¡Dios no lo permita! No, no me refiero al niño,sino a ese hombre. Quiere aparecerse ante ellos.

La idea de que pudiese lograrlo

mientos humanos.

Aquella noche convinimos enque juntas podríamos soportar esascosas, y yo no me daba cuenta deque a pesar de que ella parecía exi-mirse, era precisamente quien de-bía soportar casi toda la carga. Sa-bía en aquel momento, como lo séahora, que yo era capaz de afron-tar cualquier cosa con tal de prote-ger a mis discípulos; pero tardé al-gún tiempo en estar segura de loque mi honrada a l i a d a s e r í aca p a z d e h a c e r p a r a m a n -t e n e r s e f i e l a n u e s t r op a c t o . Yo r e s u l t a b a u n ac o m p a ñ e r a m u y e x t r a ñ a ,t a n t o c o m o l o e r a e l l a ;p e r o , c u a n d o r e c u e r d ot o d o l o q u e t u v i m o s q u ep a s a r j u n t a s , a d v i e r t oc u á n t o d e c o m ú n h a b í a -m o s h a l l a d o e n l a ú n i c ai d e a q u e , p o r f o r t u n a ,p o d í a u n i r n o s . L a i d e aq u e m e h i z o s a l i r , c o m op o d r í a d e c i r s e , d e l a c á r -c e l d e m i e s p a n t o . Puedorecordar perfectamente lo que mefortaleció aquella noche, antes desepararme de la señora Grose.Habíamos discutido una y mil ve-ces cada uno de los detalles delo que había visto.

—¿Dice que buscaba a otrapersona. . . a a lguien que noera usted?

—Buscaba al pequeño Miles —enaquel momento me sentí poseída poruna portentosa clarividencia—. Eraa él a quien estaba buscando.

—Pero... ¿cómo puede saberlo?

—¡Lo sé, lo sé, lo sé! —mi exalta-ción iba en aumento—. ¡Y tambiénusted lo sabe, querida!

No lo negó, pero advertí queno era necesario que yo dijeraesas cosas. De cualquier ma-nera, poco después replicó: —¿Qué t iene de raro quequiera verlo?

—¿Al pequeño Miles? ¡No es pre-cisamente lo que quiere!

Me pareció que de nuevo estabaintensamente asustada. —¿El niño? —No, el hombre. ¡Dios no lo per-mita! Quiere aparecer ante ellos. E l h e c h o d e q u e e r a c a -

car idad humana.

Lo que decidimos aquella no-che fue que nos parecía que podía-mos llevar la carga entre las dos; yyo ni siquiera estaba segura de que,a pesar de quedar exenta, fuera ellaquien iba a llevar la mejor parte.Creo que en ese momento sabía,como lo supe después, a qué eracapaz de enfrentarme para prote-ger a mis alumnos; pero tardé al-gún tiempo en estar completamen-te segura de qué estaría mi aliadapreparada también a soportar para[154] mantener los términos de untrato que comprometía a tanto. Yoera una compañía bien rara, tan raracomo la compañía que aceptaba;pero, al repasar ahora todo lo quehablamos, veo cuántas cosas encomún tuvimos que haber encon-trado en la idea que, por fortuna,era la que podía calmarnos. Fue laidea, el segundo movimiento, queme hizo salir, podría decirse, de lomás recóndito de mi miedo. Almenos, podía tomar el aire en elpatio, y allí la señora Grose se re-uniría conmigo. Puedo recordarahora perfectamente de qué modocobré fuerzas antes de separarnospara irnos a dormir. Habíamos re-pasado una y otra vez todos losdetalles de lo que había visto.

—Dice que estaba buscando aalguna otra persona, alguien queno era usted.

—Estaba buscando a Miles. —Veía ahora las cosas con una cla-ridad portentosa—. Eso era lo queestaba buscando.

—Pero ¿cómo lo sabe?

—¡Lo sé, lo sé, lo sé! —Estabacada vez más exaltada—. ¡Y ustedtambién lo sabe, amiga mía!

No lo negó, pero tuve la im-presión de que tampoco me hacíafalta que lo dijera. En cualquiercaso, preguntó en seguida:

—¿Y si él le ve?

—¿Miles? Eso es lo que é lqu iere .

Se asus tó o t ra vez muchoal o í r eso :

—¿El niño?—¡No lo permita Dios! El hom-

bre. Quiere aparecerse a ellos.L a i d e a d e q u e p u d i e r a

charities.

What was settled between us,accordingly, that night, was thatwe thought we might bear thingstogether; and I was not even surethat, in spite of her exemption,it was she who had the best ofthe burden. I knew at this hour,I think, as well as I knew later,what I was capable of meetingto shelter my pupils; but it tookme some time to be wholly sureof what my honest ally wasprepared for to keep terms withso compromising a contract. Iwas queer company enough—quite as queer as the company Ireceived; but as I trace over whatwe went through I see how muchcommon ground we must havefound in the one idea that, bygood fortune, COULD steadyus. It was the idea, the secondmovement, that led me straightout, as I may say, of the innerchamber of my dread. I couldtake the air in the court, at least,and there Mrs. Grose could joinme. Perfectly can I recall nowthe particular way strength cameto me before we separated forthe night. We had gone over andover every feature of what I hadseen.

«He was looking for someoneelse, you say—someone who wasnot you?»

«He was looking for little Mi-les.» A portentous clearness nowpossessed me. «THAT’S whomhe was looking for.»

«But how do you know?»

«I know, I know, I know!» Myexaltation grew. «And YOUknow, my dear!»

She didn’t deny this, but Irequired, I felt, not even somuch tel l ing as that . Sheresumed in a moment, at anyrate: «What if HE should seehim?»

« L i t t l e M i l e s ? T h a t ’swha t he wan t s !»

She looked immensely scaredagain. «The child?»

«Heaven forbid! The man. Hewants to appear to THEM.» Thathe might was an awful

39

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

resultaba intolerable, pero aún asíyo, por alguna razón, sentía que po-día hacer le f rente . Y no sólo eso,sino que en el transcurso de la vela-da logré convencer de ello a mi com-pañera. Tenía la certeza absoluta deque volvería a ver lo que había vis-to, pero algo dentro de mí me decíaque , s i me o f rec ía va l i en temen tecomo única víctima de aquella ex-periencia, si la aceptaba y la propi-ciaba, sobrellevándolo todo yo sola,serviría de chivo expiatorio , y deese modo conseguiría salvaguardarla paz del resto de la casa. Sobretodo, los niños quedarían así total-mente protegidos. Recuerdo una delas últimas cosas que le dije aquellanoche a la señora Grose.

—¡Me sorprende que los niñosnunca hayan mencionado...!

E l l a m e m i r ó f i j a m e n t em i e n t r a s y o , d i s t r a í d a , d e j a b al a f r a s e s i n t e r m i n a r .

— ¿ S e r e f i e r e a l a é p o c a e nq u e e s t u v i e r o n c o n é l ?

—Sí, ni la época en que él estuvo aquí,ni su nombre, ni su historia, ni nada relacio-nado con él. Nunca han aludido a ningunade esas cosas.

—Bueno, la damita ni siquiera seacuerda. Nunca oyó hablar de él ni sabenada de lo ocurrido.

—¿De las circunstancias de sumuerte? —Mi mente t rabajaba in-tensamente—. No, ta l vez no. PeroMiles s í debe de acordarse. Milesdebe saberlo.

—¡Por favor, no le pregunte nada! —exclamó la señora Grose.

_______________________________ _ _ _________________________

—No tenga miedo. —Yo seguíapensando—. Es bastante raro.

— ¿ Q u e n u n c a h a b l e d eé l ?

— N u n c a , n i l a m e n o r r e f e r e n -c i a . Y u s t e d m e h a d i c h o q u e e r a nm u y a m i g o s . . .

[58] —¡Bueno, no é l ! —aclaróc o n é n f a s i s l a s e ñ o r a G r o s e — .Eran cosas de Quin t . Se empeñabaen jugar con e l n iño . . . , qu iero de-c i r, en malcr ia r lo . —Cal ló un mo-mento; luego cont inuó—: Quint setomaba demasiadas l iber tades .

E s t o m e h i z o r e c o r d a r s u r o s -

p a z d e h a c e r l o , e s t a b ap r o b a d o . Yo t e n í a l a a b -s o l u t a c e r t i d u m b r e d eq u e v o l v e r í a a v e r l o q u ey a h a b í a v i s t o , p e r o a l g oe n m i i n t e r i o r m e d e c í aq u e , s i m e o f r e c í a c o m os u j e t o ú n i c o d e l a e x p e -r i e n c i a , a c e p t á n d o l a , i n -v i t á n d o l a , s u p e r á n d o l ad e l t o d o , p o d r í a s e r v i rd e v í c t i m a e x p i a t o r i a yproteger la t ranqui l idad detodos los demás . Espec ia l -mente , ev i ta r ía aquel la ex-p e r i e n c i a a l o s n i ñ o s . M eacuerdo de una de las ú l t i -mas cosas que aquel la nochedi je a la señora Grose:

—Me sorprende que mis alumnosno hayan mencionado nunca...

La señora Grose me lanzó una mira-da tan extraña, que me impidió termi-nar la frase, pero ella lo hizo por mí. —¿La estancia de él aquí, y eltiempo que pasaron juntos?

—Sí, el tiempo que pasaroncon él, y su nombre, su presen-cia, su historia, en fin...

—¡Oh! , l a pequeña no l or e c o r d a r á . E l l a n o l l e g ó aen te ra r se .

—¿De las circunstancias desu muerte? —pregunté con in-tensidad—. Tal vez no. PeroMiles debería recordar.. . Mi-les debería saber.. .

—¡Ay!, mejor será que no le pregun-te —exclamó la señora Grose.

L e d e v o l v í l a m i r a d aq u e m e h a b í a d i r i g i d o . —No tema —y luego mur-muré—: Es bastante raro.

—¿Que no le haya hablado nun-ca de él?

—No ha hecho nunca la más pe-queña alusión. ¿Y dice usted que erangrandes amigos?

—¡Oh!, Miles no era él mismo enesos momentos —declaró la señoraGrose con énfasis—. Eran cosas deQuint. Jugaba con él.... Mejor dicho,lo echaba a perder —hizo una brevepausa y luego añadió—. Quint erademasiado atrevido.

Estas palabras me hicieron recordar

hace r lo e r a a t e r r ado ra y, s inembargo , has t a c i e r to pun topude man tene r l a a d i s t anc iay, a d e m á s d e e s o , m i e n t r a spermanecimos a l l í , puede de-c i r s e q u e c o n s e g u í d e m o s -t r a r lo . Es t aba comple tamen-t e s egura de que iba a volvera ver lo que ya hab ía v i s to ,pero dent ro de mí había a lgoque me dec ía que , o f r e c i é n -d o m e a t o d o , p o d r í a s e r v i rd e v í c t i m a e x p i a t o r i a yp r e s e r v a r l a t r a n q u i l i d a dd e m i s c o m p a ñ e r o s . P a r al o s n i ñ o s , [ 1 5 5 ] e s p e c i a l -m e n t e , p o d r í a s e r c o m ou n a b a r r e r a q u e l o s m a n t u -v i e s e a s a l v o .

—Me choca que los niños no ha-yan hablado nunca...

Me miró f i jamente a l verque me quedaba pensativa:

—¿De que había estado aquí ydel tiempo que pasaron con él?

—Del tiempo que pasaron conél, de cómo se llamaba, su presen-cia, su historia, lo que fuera.

—La niña no se acuerda. Noha oído hablar nunca de eso, nise ha enterado.

— ¿ D e l a s c i r c u n s t a n -c i a s d e s u m u e r t e ? E s p o -s i b l e q u e n o . P e r o M i l e st e n d r í a q u e a c o r d a r s e . . .M i l e s l o s a b r í a .

—¡No trate de hacerle hablar! —gritó la señora Grose.

Le devolví la mirada que mehabía lanzado antes:

—No tenga miedo. —Continuépensándolo—. Es bastante raro.

—¿Que no haya hablado nuncade él?

—Ni la más pequeña alusión.¿Y dice usted que eran «grandesamigos»?

—¡Pero no era él! —excla-mó la señora Grose—. Era loque le gustaba pensar a Quint .Juga r con é l . . . , m imar l e . —C a l l ó u n m o m e n t o y l u e g oa ñ a d i ó — : Q u i n t s e t o m a b amuchas l iber tades.

A l r e c o r d a r s u c a r a ,

conception, and yet, somehow, Icould keep it at bay; which,moreover, as we lingered there,was what I succeeded inpractically proving. I had anabsolute certainty that I shouldsee again what I had already seen,but something within me said thatby offering myself bravely as thesole subject of such experience,by accepting, by inviting, bysurmounting it all, I should serveas an expiatory victim and guardthe tranquility of my companions.The children, in especial, Ishould thus fence about andabsolutely save. I recall one ofthe last things I said that night toMrs. Grose.

«It does strike me that mypupils have never mentioned—»

S h e l o o k e d a tm e h a r d a s Im u s i n g l y p u l l e d u p .« His having been here and thetime they were with him?»

«The time they were withhim, and his name, his presence,his history, in any way.»

«Oh, the little lady doesn’tremember. She never heard orknew.»

«The circumstances of hisdeath?» I thought with someintensity. «Perhaps not. But Mi-les would remember—Mileswould know.»

«Ah, don’t try him!» brokefrom Mrs. Grose.

I r e t u r n e d h e r t h el o o k s h e h a d g i v e n m e .« Don’t be afraid.» I continued tothink. «It IS rather odd.»

«That he has never spoken ofhim?»

«Never by the least allusion.And you tell me they were ̀ greatfriends’?»

«Oh, it wasn’t HIM!» Mrs.Grose with emphasis declared.«It was Quint’s own fancy. Toplay with him, I mean— tospoi l h im.» She paused amoment; then she added:«Quint was much too free.»

This gave me, straight from

[Chivo expiatorio: El elegido por los judíos en su fiesta de las expiaciones para descargar sobre él las culpas de todo el pueblo; por extensión, individuo al que en una situación o asunto conflictivo se le echa la culpa de que las cosas vayan mal.]

X

X

X

X

40

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

t r o ( ¡ a q u e l r o s t r o ! ) , y m e i n v a -d i ó u n a s e n s a c i ó n d e a s c o .

—¿Quiere decir que se tomaba dema-siadas libertades... con mi niño?

— ¡ C o n t o d o e lm u n d o !

Preferí no detenerme a analizar to-das las implicaciones de aquella afir-mación. Supuse, simplemente, que serefería a la media docena de doncellasy criados que componían el servicio denuestra pequeña colonia. Sin embargo,se daba la afortunada circunstancia deque nada de aquello parecía haber tras-cendido fuera de la casa; nadie habíarelacionado jamás la vieja y amablemansión con historias escabrosas ni es-cándalos de ninguna clase, no planea-ba sobre ella ni sombra de mala fama.Por lo tanto, lo que la señora Grose meestaba diciendo era estrictamente con-fidencial, y ella deseaba que se mantu-viese en silencio. Para asegurarme, de-cidí someterla a una última prueba an-tes de despedirnos. Fue a medianoche,y ella tenía ya la mano en el picaportede la puerta para salir.

— ¿ P u e d o d e d u c i r d es u s p a l a b r a s , e n t o n -c e s , q u e é l e r a u n m a l -v a d o c o n f e s o y r e c o -n o c i d o ?

—No, no todo el mundo lo veía así.Yo sabía que era malo..., pero el amo no.

—¿Y usted nunca se lo dijo?

— B u e n o , a é l n o l e g u s t a -b a n l o s c h i s m e s . . . O d i a b a l a sq u e j a s . E r a t e r m i n a n t e e n e s et i p o d e c o s a s , y s i a l g u i e n l ec a í a b i e n . . .

—¿No que r í a s abe r nada másdel asunto? —Eso cuadraba bastan-te bien con la impresión que yo te-nía de él ; no era un cabal lero af i -c ionado a l a s compl icac iones , n itampoco demasiado cuidadoso a lahora de e legi r sus compañías . Encualquier caso, seguí pres ionando[59] a mi compañera—. Si yo hu-biera sido usted, ¡le aseguro que ha-bría hablado!

Ella percibió el reproche implícito en esas palabras.—Sí, supongo que hice mal. Pero la

verdad es que tenía miedo...

—¿Miedo de qué?

—De l a s cosas que e ra capazde hacer ese hombre . Quin t e ra tanin t e l igen te . . . , t an agudo . . .

su rostro, ¡aquel rostro!, y me sentí in-vadida por una sensación de disgusto. —¿Demasiado atrevido con miniño?

—Demasiado atrevido contodo el mundo.

Prefer í no anal izar por e lmomento su af i rmación. Su-p u s e q u e s e r e f e r í a a l o smiembros de la servidumbre,a la media docena de criadosy s i rv ientes que const i tu íann u e s t r a p e q u e ñ a c o l o n i a .Pero se daba la feliz circuns-tancia de que e l lugar no te-nía una leyenda de escánda-lo , n i mala fama, cosas queresul tan imposibles de ocul-tar, y la señora Grose, a l pa-recer, deseaba que yo perma-neciera en s i lencio . Al f inalde nuest ra ent revis ta decidísometer la a una prueba. Eraya medianoche y mi compa-ñera había puesto la mano enel pomo de la puerta dispues-ta a marcharse . —¿Debo entender, por loque me ha dicho (y esto es paramí de la mayor importancia),que Quint era definitiva y de-liberadamente malo?

—¡Oh, no abiertamente! Yo lo sa-bía... pero el amo no.

—¿Y nunca se lo dijo usted?

—Bueno, a él le disgustaban lashabladurías, odiaba las quejas. Podíaser terrible cuando alguien se le acer-caba con ese fin. Y si la gente se por-taba correctamente con él...

—¿No se preocupaba de nada más? Eso encajaba muy bien conla impresión que yo tenía de él:no era un caballero al que legustara preocuparse, y tampo-co un hombre demasiado cui-dadoso con las relaciones quemantenía. Aun así, apremié ami interlocutora, añadiendo: —En su caso, ¡yo se lo habría di-cho!

Advirtió mi reproche. —Tal vez cometí un error. Pero laverdad es que estaba asustada.

—¿Asustada? ¿De qué?

—De las cosas que aquel hom-bre podía hacer. Quint era tan há-bil... tan astuto...

¡ a q u e l l a c a r a ! , s e n t í u na s c o r e p e n t i n o :

—¿Muchas libertades con miniño?

—Muchas libertades con todo elmundo.

De momento renuncié a ana-lizar esa descripción, como nofuera para pensar que parte deel la podía apl icarse a var iosmiembros de la casa, la mediadocena de doncellas y criadosque todavía estaban con noso-tros. Pero, por suerte, nadie re-cordaba que se hubiera habladonunca de jaleos con los pinchesde la cocina ni de ninguna leyen-da inquietante que tuviera algoque ver con la casa. No tenía malnombre ni mala fama, y la señoraGrose, según todas las aparien-cias, no deseaba más que aga-rrarse a mí y temblar sin decirnada. La puse a [156] prueba porúltima vez. Fue a medianoche,cuando tenía ya la mano en lapuerta para marcharse.

— A s í e s q u e d i c e u s t e d ,p o r q u e t i e n e m u c h a i m p o r-tancia , que era un hombre de-f i n i t i v a y r e c o n o c i d a m e n t emalo .

—Reconocidamente, no. Yo losabía, pero el señor no.

—¿Y no se lo dijo nunca?

—No le gustaba que le fuerancon cuentos, no soportaba las que-jas. Era muy seco cuando se tratabade esas cosas y, con tal de que laspersonas le parecieran bien a él...

—No se preocupaba ya denada más. —Eso cuadraba biencon la impresión que me habíacausado a mí: no era un hom-bre a quien le gustara preocu-parse n i demas iado ex igentecon algunos de los que le ro-deaban. A pesar de eso, no dejéde acosar a mi interlocutora—:Le aseguro que yo sí que se lohabría dicho.

Ella comprendió el reproche:—Creo que hice mal. Pero la ver-

dad es que tenía miedo.

—¿Miedo de qué?

—De lo que pudiera hacer esehombre. Quint era muy listo, muyastuto.

my vision of his face—SUCH aface!— a sudden sickness ofdisgust. «Too free with MYboy?»

« T o o f r e e w i t he v e r y o n e ! »

I forbore, for the moment, toanalyze this description furtherthan by the reflection that a partof it applied to several of themembers of the household, of thehalf-dozen maids and men whowere still of our small colony. Butthere was everything, for ourapprehension, in the lucky factthat no discomfortable legend, noperturbation of scullions, hadever, within anyone’s memoryattached to the kind old place. Ithad neither bad name nor illfame, and Mrs. Grose, mostapparently, only desired to clingto me and to quake in silence. Ieven put her, the very last thingof all, to the test. It was when, atmidnight, she had her hand on theschoolroom door to take leave.« I h a v e i t f r o m y o ut h e n — f o r i t ’ s o f g r e a ti m p o r t a n c e — t h a t h ew a s d e f i n i t e l y a n da d m i t t e d l y b a d ? »

«Oh, not admittedly. I knewit—but the master didn’t.»

«And you never told him?»

«Well, he didn’t like tale-bearing—he hated complaints. Hewas terribly short with anything ofthat kind, and if people were allright to HIM—»

«He wouldn’t be botheredwith more?» This squared wellenough with my impressionsof him: he was not a trouble-lov ing gen t l eman , no r sov e r y p a r t i c u l a r p e r h a p sabout some of the companyHE kep t . A l l t he s ame , Ipressed my in te r locut ress .«I promise you I would havetold!»

She felt my discrimination.«I daresay I was wrong. But,really, I was afraid.»

«Afraid of what?»

«Of things that man coulddo. Quint was so clever—hewas so deep.»

41

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

A q u e l l o m e i m p r e s i o -n ó m á s d e l o q u e m i r e -a c c i ó n d e j a b a e n t r e v e r .

—¿Y no había otras cosas que le daban másmiedo? ¿No temía, por ejemplo, su influencia...?

— ¿ S u i n f l u e n c i a ? — r e p i t i ó ,a n g u s t i a d a , i n s t á n d o m e a a c a b a rl a f r a s e .

— S u i n f l u e n c i a s o b r e e s a sp e q u e ñ a s v i d a s i n o c e n t e s . ¡ E s -t a b a n a s u c a r g o !

—¡No, no estaban a mi cargo! —replicó ella rotundamente, llena deamargura—. El amo confiaba en él ylo dejó aquí porque se suponía que noestaba bien de salud y que el aire delcampo le sentaría bien. Así que que-dó a cargo de todo. Sí —sus palabrascayeron sobre mí como un golpe—,in-cluso de ellos.

—¿Se hizo cargo de ellos... ese mons-truo? —Tuve que sofocar una especie deaullido—. ¿Y usted podía soportarlo?

—No, no podía . . . ¡Ni s iquieraahora puedo! —y la pobre muje rrompió a l lorar.

A partir del día siguiente nos im-pusimos un es t r ic to control sobrenosotras mismas. Pero aun así, en lasemana que siguió buscábamos confrecuencia la oportunidad de reunir-nos para volver a tratar el asunto, ¡ycon qué ansiedad lo hacíamos! A pe-sar de lo mucho que habíamos ha-blado en la noche del domingo, yoseguí teniendo la sensación, sobretodo en las horas siguientes (pues yapueden suponer cuánto dormí aque-l la noche) , de que había a lgo queella no había querido decirme. Yo nome había guardado [60] nada, perola señora Grose callaba algo. Ade-más, hacia el amanecer l legué a laconclusión de que no lo había hechopor falta de sinceridad, sino porquele había parecido peligroso mencio-narlo. Creo que, a fuerza de anali-zarlo todo una y otra vez, para cuan-do el sol estuvo alto en el cielo yoya hab ía deduc ido de lo s hechosocurridos hasta entonces casi todo loque después se vio confirmado porlos crueles sucesos que siguieron. Ylo que destacaba por encima de todoera la siniestra figura de aquel hom-bre cuando estaba vivo —¡del muer-to aún no sabía nada!— y los mesesque pasó en Bly, los cuales, suma-dos, constituían un período conside-rablemente largo. Aquella negra eta-

Yo o í a t o d o a q u e l l o , t a lv e z , c o n m a y o r a t e n c i ó nd e l a q u e d e s e a b a m o s t r a r. —¿No temía usted algo más? —in-sistí—. ¿Su efecto, por ejemplo?

—¿Su efecto? —repit ió laseñora Grose con un rostroangustiado y suplicante.

—Su efecto sobre esas vidas pre-ciosas e inocentes. Usted estaba acargo de los niños.

—¡No, no estaban a mi cargo!—exclamó rotundamente y conenojo—. El amo tenía confianzaen él y lo trajo consigo; al pare-cer, no estaba bien de salud y elaire del campo le sentaba bien.Así que él se hizo cargo de todo—su tono era ahora sarcástico—.Incluso de los niños.

—¿De los niños... semejante indi-viduo? —exclamé indignada—. ¿Ypodía usted soportarlo?

—No, no podía... ¡Tampocoahora puedo! —y la buena mujerestalló en sollozos.

Un estricto control, como ya he di-cho, comenzó a regir a partir del si-guiente día; sin embargo, ¡cuán a me-nudo y cuán apasionadamente volvi-mos durante una semana sobre el mis-mo tema! A pesar de lo mucho quehabíamos discutido aquel domingo alatardecer, me sentí, sobre todo en lasúltimas horas de la noche —¿iba yo apoder dormir en tales condiciones?—, acosada por la sensación de que ha-bía algo que mi compañera no me ha-bía dicho. Yo no había reservado nadapara mí; sin embargo, sabía que exis-tían dos o más palabras que la señoraGrose había retenido. Es más, por lamañana estaba convencida de que nose trataba de una falta de sinceridad,sino que su silencio estaba condicio-nado por el temor. En efecto, dando ala situación una mirada retrospectiva,me pareció que antes de que el sol es-tuviera en su cenit yo ya había leído,en los hechos que teníamos frente anosotras, casi todo el significado queiban a adquirir por los posteriores ymás crueles acontecimientos. L oq u e l o s h e c h o s m e m o s -t r a r o n f u e , s o b r e t o d o , l as i n i e s t r a f i g u r a d e l h o m -b r e v i v o —¡el muerto podíaesperar un poco— y de los me-ses que él había pasado en Bly,los cuales, sumados, consti-

Tu v e m u y e n c u e n t a e s a spa labras , p robab lemente másd e l o q u e d i a e n t e n d e r :

—¿No tenía miedo de algunaotra cosa? ¿Del efecto...?

—¿El efecto? —repitió ella,con cara de angustia, y esperan-do al ver que yo vacilaba.

— S o b r e u n a s p o b r e sv i d a s i n o c e n t e s . E s t a -b a a s u c a r g o .

—¡No, no estaban a mi car-g o ! — c o n t e s t ó r o t u n d a m e n -te—. El señor creía en él , y let ra jo aquí porque decían queno e s t aba demas i ado b i en yq u e l e c o n v e n í a e l a i r e d e lcampo. Así es que era él quienlo manejaba todo. Sí —confe-só—, incluso a el los .

—¡A ellos..., ese sujeto! —Tuve que reprimir un grito—. ¿Ypodía usted aguantarlo?

—¡No, no podía..., y tampocopuedo hacerlo ahora! —Y la pobremujer rompió a llorar.

A partir de ese día, como yahe dicho antes , iba a estable-cerse sobre ellos una vigilanciamuy estrecha; pero [157] du-rante una semana, cuántas ve-ces y con cuánta emoción, vol-vimos a tratar ese tema. A pe-sar de lo mucho que habíamoshablado de ello el domingo porla t a rde , pasé toda l a nocheatormentada —pues cualquierapuede imaginarse lo que dor-mí— por la idea de que no ha-bía querido decírmelo todo. Yono había ocultado nada, pero laseñora Grose se había guarda-do algo. Por la mañana, estabasegura de que no era por faltade franqueza, s ino porque seveía acosada por el miedo. Laverdad es que ahora tengo laimpresión de que, cuando salióel sol, yo ya había descubiertoen los hechos que teníamos a lavista casi todo el significadoque alcanzarían más tarde a tra-vés de otros acontecimientosaún más graves. L o q u e m á sm e p r e o c u p a b a e r a l ai m a g e n s i n i e s t r a d e lh o m b r e v i v o —el muer topodía esperar un poco—, y delos meses que había pasado enBly que, sumados, daban un pe-

I t o o k t h i s i ns t i l l m o r e t h a n ,p r o b a b l y , I s h o w e d .«You weren’t afraid of anythingelse? Not of his effect—?»

«His effect?» she repeatedwith a face of anguish andwaiting while I faltered.

« O n i n n o c e n t l i t t l eprecious lives. They were inyour charge.»

«No, they were not in mine!»she roundly and distressfullyreturned. «The master believed inhim and placed him here becausehe was supposed not to be welland the country air so good forhim. So he had everything to say.Yes»—she let me have it—»evenabout THEM.»

«Them—that creature?» I hadto smother a kind of howl. «Andyou could bear it!»

«No. I couldn’t—and I can’tnow!» And the poor woman burstinto tears.

A rigid control, from thenext day, was, as I have said,to follow them; yet how oftenand how passionately, for aweek, we came back togetherto the subject! Much as we haddiscussed it that Sunday night,I was, in the immediate laterhours in especial—for it maybe imagined whether I slept—still haunted with the shadowof something she had not toldme. I myself had kept backnothing, but there was a wordMrs. Grose had kept back. Iwas sure , moreover, bymorning, that this was notfrom a failure of frankness,but because on every s idethere were fears. It seems tome indeed, in retrospect, thatby the time the morrow’s sunwas high I had restlessly readinto the fact before us almostall the meaning they were toreceive from subsequent andmore cruel occurrences. Whatthey gave me above all wasjust the sinister figure of theliving man— the dead onewould keep awhile!—and ofthe months he hadcontinuously passed at Bly,which, added up, made a for-

X

X

X X

X

42

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

pa solo terminó cuando, en un ama-necer invernal, Peter Quint fue en-contrado muerto en la carretera delpueblo por un campesino que se di-rigía al trabajo: una catástrofe ex-p l icada ( super f ic ia lmente , a l me-nos) por la herida vis ible en su ca-beza , e l t ipo de her ida que podíahaberse hecho (que se hizo, segúnlas conclusiones finales de la inves-t igación) por causa de un resbalónfatal , en la oscuridad, a l sal i r de lataberna y desl izarse por una empi-n a d a c u e s t a c u b i e r t a d e h i e l o ,pues al parecer se había equivoca-do de camino. Fue al l í , a l f inal del a c u e s t a , d o n d e l o e n c o n t r a r o n .Después de la inves t igación judi -c i a l y d e i n f i n i t o s r u m o r e s ychismorreos , todo el mundo estu-vo de acuerdo en que su error al sa-l i rse de la carre tera , junto con lahelada pendiente y el exceso de al-cohol, bastaban para explicarlo casitodo, por no decir todo; pero habíacier tos aspectos de su vida (hechososcuros , empresas pe l igrosas , se -cretos inconfesables y vicios de so-bra conocidos) que en real idad ex-pl icaban mucho más.

Apenas sé qué palabras emplearpara describir de modo creíble el es-tado de ánimo en que me encontraba;pero lo cierto es que en aquellos díasyo llegué incluso a sentir verdaderaalegría ante el extraordinario heroís-mo que la ocasión exigía de mí. En-tonces [61] me creía e legida paracumplir con una tarea a la vez peno-sa y admirable; y ya anticipaba lagrandeza de mi triunfo cuando se lle-gase a saber (¡en el sitio indicado,por supuesto!) que había sido capazde lograr lo que ninguna otra chicaen mi lugar habría logrado. Aquellareacción mía, a la vez ingenua y firme,supuso para mí una inmensa ayuda, yconfieso que al volver la vista atrás nopuedo evitar aplaudir mi actitud. Allíestaba yo para proteger y defender aaquellas pequeñas criaturas, las másencantadoras y desgraciadas del mun-do. De repente, su desamparo se habíavuelto intolerable, y me dolía como unaherida abierta en el propio afecto quesentía por ellos. Estábamos juntos lostres, aislados del resto del universo,un idos por e l pe l ig ro a l que nosenfrentábamos. No tenían a nadie másque a mí, y yo..., bueno, yo los tenía aellos. Era, en resumen, una magníficaoportunidad, una oportunidad que enmi imaginación se revestía de imáge-nes asombrosamente plásticas. Yo erauna pantal la , tenía que colocarmedelante de los niños. Cuanto más viera

tuían un largo periodo. El tér-mino de aquella época malvadasólo llegó al amanecer de un díade invierno, cuando un jornale-ro, que se dirigía muy tempra-no al t rabajo, hal ló a PeterQuint muerto al lado del cami-no que conducía al pueblo: unacatástrofe que fue explicada, porlo menos superficialmente, poruna herida visible en la cabeza.Una herida como ésa sólo podíahaber sido producida (y, segúnel veredicto final de la encues-ta, lo fue) por un resbalón fatalen la oscuridad, después deabandonar la taberna, en la pen-diente cubierta de hielo encuyo fondo yacía. La pendientehelada, el paso en falso en lanoche y el licor, fueron todo loque surgió en la encuesta y loque se cuchicheó en posteriorescomadreos; pero había en suvida otras cosas —extrañas ypeligrosas acciones, desórdenessecretos, vicios más que sospe-chados— que, de haber sido in-vestigadas, habrían explicadomejor su colapso.

Aunque me es difícil ahora referirla historia con palabras capaces dedar un cuadro verosímil de mi esta-do de ánimo, he de decir que en aque-llos días yo era literalmente capazde encontrar un motivo de alegría enel extraordinario heroísmo que laocasión exigía de mí. Ahora puedover que se me había solicitado un ser-vicio admirable y difícil; y que ha-bría una indudable grandeza en elhecho de que se llegara a saber —¡sí, en el sitio indicado!— que yohabía triunfado donde tantas otrasmuchachas hubiesen fracasado. Fuepara mí una ayuda inmensa —y con-fieso que llego a envanecerme cuan-do miro hacia atrás— que concibie-ra mi labor como algo tan grande ytan sencillo. Estaba allí para prote-ger y defender a las dos criaturasmás adorables _______ que ha-bía en el mundo, de cuya faltade protección me había dadocuenta repentinamente y, con elcorazón dolorido, había decidi-do subsanar. Estábamos unidosen nuestro peligro. Ellos no te-nían a nadie más que a mí, y yo...Bueno, yo los tenía a ellos. Era,en resumen, una oportunidadmagnífica. Esto se me mostró enuna clara imagen material: yoera como una pantalla que debíapermanecer delante de ellos.Cuanto más viera yo, menos ve-

ríodo de tiempo bastante respe-table. Ese desgraciado períodono terminó hasta que en la ma-drugada de un día de invierno,un labrador que iba a trabajar,encontró a _____ Quint, muer-to, en el camino del pueblo: de-sastre que se explicaba —al me-nos a pr imera v is ta— por laherida que tenía en la cabeza;esa herida podía habérsela pro-ducido —y luego se demostróque había sido así— al resba-lar, en la oscuridad, y cuandovenía de la taberna, en la cues-ta empinada y cubierta de hie-lo, un camino siempre malo, enel fondo del cual se encontró elcuerpo. La cuesta cubierta dehielo , que no acertara a dar lavuel ta , v iniendo de noche, ybebido, explicaba muchas cosas—al final, y después de inter-minables averiguaciones, pue-de decirse que todo—, pero ha-bía habido en su vida situacio-nes y peligros extraños, desór-denes secretos, y vicios, ya notan secretos, que podrían haberexplicado muchas cosas más.

Casi no acierto a encontrarpalabras que puedan dar una ideade lo que era mi estado de áni-mo; pero en aquellos días era ca-paz de encontrar un auténticoplacer en el extraordinario alar-de de heroísmo que la ocasiónexigía de mí. Comprendía quehabía sido llamada para un ser-vicio [158] admirable y difícil;y sería una gran cosa hacer quese viera —donde debía verse,naturalmente— que podía te-ner éxito donde muchas otraschicas habrían fracasado. Fuepara mí una inmensa ayuda —conf ieso que es toy a punto deaplaudi rme cuando lo recuer-do— ver ese se rv icio con tan-ta valentía y naturalidad. Estabaallí para proteger y defender alascriaturas más desdichadas y ado-rables del mundo, cuyo desampa-ro se había hecho tan patente queera para mi corazón un dolor cons-tante y profundo. Estábamos jun-tos, y separados de todo lo demás;unidos en un mismo peligro. Ellosno tenían nada más que a mí, y yolos tenía a ellos. Era, por tanto,una ocasión magnífica. Esa oca-sión se me presentaba por mediode una imagen material. Yo erauna pantalla, tenía que estar de-lante de ellos. Cuanto más vierayo, menos verían ellos. Empecé a

midable stretch. The limit ofthis evil time had arrived onlywhen , on the dawn of awinter’s morning, Peter Quintwas found, by a laborer goingto early work, stone dead onthe road from the village: aca tas t rophe exp la ined—superficially at least—by a vi-sible wound to his head; sucha wound as might have beenproduced—and as, on the fi-nal evidence, HAD been— bya fatal slip, in the dark andafter leaving the public house,on the steepish icy slope, awrong path altogether, at thebottom of which he lay. Theicy slope, the turn mistaken atnight and in liquor, accountedfor much—practically, in theend and after the inquest andboundless cha t te r, fo reverything; but there had beenmatters in his life— strangepassages and perils, secretdisorders, vices more thansuspected— that would haveaccounted for a good dealmore.

I scarce know how to putmy story into words that shallbe a credible picture of mystate of mind; but I was in thesedays literally able to find a joyin the extraordinary flight ofheroism the occasiondemanded of me. I now sawthat I had been asked for aservice admirable and difficult;and there would be a greatnessin letting it be seen—oh, in theright quarter!— that I couldsucceed where many anothergirl might have failed. It wasan immense help to me—Iconfess I rather applaud myselfas I look back!—that I saw myservice so strongly and sosimply. I was there to protectand defend the little creaturesin the world the most bereavedand the most lovable, the appealof whose helplessness hadsuddenly become only tooexplicit, a deep, constant ache ofone’s own committed heart. Wewere cut off, really, together; wewere united in our danger. Theyhad nothing but me, and I—well,I had THEM. It was in short amagnificent chance. This chancepresented itself to me in an imagerichly material. I was a screen—I was to stand before them. Themore I saw, the less they would.

X

X

X

X

43

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

yo, menos verían ellos. Comencé a vi-gilarlos con el alma en vilo, con unatensión que trataba de disimular y que,de haberse prolongado durante muchotiempo, habría degenerado en algo pa-recido a la locura. Lo que me salvó, taly como lo veo ahora, es que la tensiónduró poco, pues en seguida dio paso asentimientos muy distintos, a una su-cesión de horribles pruebas, pruebasque a partir de cierto momento se su-cedieron sin descanso.

Ese momento l l egó una t a rdeen que me encontraba en e l parque,acompañada tan so lo de la más pe-queña de mi s pup i l o s . Hab í amosdejado a Miles en casa, sentado so-bre los ro jos coj ines de l as iento deuna ventana; quer ía terminar un l i -bro , y yo le an imé a e l lo , encanta-d a d e v e r l o p e r s e v e r a r e n u n aac t iv idad tan encomiable , t ra tán-dose de un n iño cuyo único defec-to e ra , qu izá , e l de ser exces iva-mente inquie to . [62] Su hermana ,en cambio , es taba deseando sa l i r ,y fu imos a pasea r jun tas duran temedia hora , buscando s i empre l asombra , porque e l so l aún es tabamuy a l to y e l d ía e ra excepcional -mente ca luroso . Mient ras caminá-bamos , vo lv í a f i j a rme en cómo,igual que hac ía su hermano Miles—y era lo más encantador de aque-l l o s n i ñ o s — , a v e c e s m e d e j a b as o l a s i n q u e p a r e c i e r a q u e m eabandonase , y o t ras me acompaña-ba s in atosigarme con su presencia.N u n c a r e s u l t a b a n i n o p o r t u n o s ,pero tampoco eran ar i scos ni apá-t icos . En rea l idad , la a tenc ión queles d ispensaba consis t ía cas i s iem-pre en ve r cómo se d ive r t í an s inmí ; e ra un e spec tácu lo que e l lo sparec ían preparar a concienc ia , yen e l cua l yo me l imi taba a hacerd e e s p e c t a d o r a « a c t i v a » . E r a y oquien ent raba en su mundo de fan-tas ía , pues e l los , desde luego, nopodían ent rar en e l mío; de modoque mi papel cons is t ía s implemen-te en hacer de ta l o cua l personajeu obje to , según los requer imientosdel juego, y aquel la par t ic ipac ión ,grac ias a mi lógica super ior idad ya m i e n t u s i a s m o , s u p o n í a p a r ae l l o s u n a c o l a b o r a c i ó naprec iad ís ima, que los hac ía enor-memente fe l i ces . No recuerdo dequé se t ra taba en aquel la ocas ión;solo sé que era a lgo muy importan-te y s i lenc ioso , y que Flora es tabato ta lmente sumergida en e l juego.N o s e n c o n t r á b a m o s a l b o r d e d e llago , y, como úl t imamente había-mos empezado a es tudiar Geogra-

rían ellos. Comencé a observar-los con extrema tensión, con unaexcitación disimulada que, de ha-berse prolongado demasiado, sehubiera convertido en algo seme-jante a la locura. Lo que me sal-vó, ahora puedo verlo, fue que latensión perdió su razón de ser yfue reemplazada por una serie depruebas horribles, y puedo lla-marlas «pruebas» porque real-mente pasé por ellas.

Ese momento se produjo unatarde en que salí al jardín con midiscípulo más joven. Habíamosdejado a Miles en casa, sobre elro jo a lmohadón de un sofáadosado a una ventana, porquehabía expresado su deseo de ter-minar de leer un libro, y yo mehabía sentido feliz de acceder aun propósito tan laudable en unjovencito cuyo único defectopodía ser, a veces, cierto excesode actividad. Su hermana, por elcontrario, se mostró encantadade poder salir, por lo que dimosun paseo de una media hora bus-cando la sombra, ya que el solestaba aún muy alto y el día eraexcepcionalmente caluroso.Mientras estaba con ella, me dinuevamente cuenta de cómo,igual que su hermano —y eraésta una de las cualidades másencantadoras de ambos niños—, me dejaba sola sin que pare-ciera que me abandonara, y meacompañaba sin agobiarme consu presencia. Nunca me impor-tunaban, ni tampoco se mostra-ban desatentos. Podían diver-tirse intensamente sin mí; y elloconstituía un espectáculo quesabían preparar por sí mismos yen el que yo representaba el pa-pel de una admiradora activa. Yome movía en un mundo imagi-nado por ellos... que no tuvie-ron oportunidad de hacerlo en elmío. Así, mi tiempo se llenabarepresentando el personaje o elobjeto que su juego requería encada momento, y que era siem-pre para ellos, gracias a mi su-perioridad y entusiasmo, unafeliz y enormemente distingui-da colaboración. Olvidé de quése trataba en aquella ocasión;sólo recuerdo que debía seralgo muy importante y silencio-so, y que Flora estaba entusias-mada en el juego. Estábamos alborde del lago, y, como última-mente habíamos comenzado aestudiar geografía, el lago era

vigilarlos con una ansiedad conte-nida, un nerviosismo disimuladoque, de haberse prolongado muchotiempo, habría acabado por volver-me loca. Ahora comprendo que loque me salvó fue que se convirtióen algo completamente distinto. Noduró como tal incertidumbre, puesfue remplazado por unas horriblespruebas. Digo pruebas, sí, desde elmomento en que me hice realmen-te cargo de ellas.

Ese momento empezó unata rde en que hab ía sa l ido a lparque sola con la niña. Había-mos dejado a Miles en casa ,sentado en el cojín roto, juntoa una ventana; había dicho quequería terminar de leer un l i-bro, y yo me había alegrado depoder alentar un propósito tanencomiable en un niño cuyoúnico defecto era algunas ve-ces un exceso de inquietud. Suhermana, por el contrario, ha-bía querido ir conmigo, y ha-bíamos andado durante mediahora, buscando la sombra, por-que el sol estaba todavía altoy e ra un d ía ex t rao rd ina r i a -mente caluroso. Me di cuentauna vez más, mientras paseá-bamos, de cómo, lo mismo quesu hermano, se las arreglaba —era una cualidad que tenían losdos— para dejarme sola , s indar la impresión de no hacer-me caso, y para acompañarmes in que pa rec i e ra que no seapartaban de mí. No eran nun-ca [159] pesados, pero tampo-co eran nunca indiferentes . Miatención hacia ellos se l imita-ba a verlos divertirse muchísi-mo sin mí: era un espectáculoque parecían preparar con todocuidado, y que hacía de mí unespectador act ivo. Me movíae n u n m u n d o i n v e n t a d o p o rellos; ellos no tenían ocasiónalguna de inspirarse en el mío;de forma que todo lo que teníaque hacer era ser para ellos al-guna persona o cosa especialque requería el juego del mo-mento, y que, gracias a mi su-perior categoría, no pasaba deser una feliz y dist inguida si-necura . No recuerdo lo que eraen aquella ocasión, sólo sé queera algo muy importante y muytranquilo, y que Flora estabaj u g a n d o m u y e n t u s i a s m a d a .Estábamos a oril las del lago y,c o m o h a b í a m o s e m p e z a d o aestudiar geografía, el lago era

I began to watch them in a stifledsuspense, a disguised excitementthat might well, had it continuedtoo long, have turned tosomething like madness. Whatsaved me, as I now see, was thatit turned to something elsealtogether. It didn’t last as sus-pense—it was superseded [des-bancar] by horrible proofs.Proofs, I say, yes—from themoment I really took hold.

This moment dated from anafternoon hour that I happenedto spend in the grounds withthe younger of my pupi l sa lone . We had le f t Mi lesindoors, on the red cushion ofa deep window seat; he hadwished to finish a book, and Ihad been glad to encourage apurpose so laudable i n ayoung man whose only defectwas an occasional excess ofthe restless. His sister, on thecontrary, had been alert tocome out, and I strolled withher half an hour, seeking theshade, for the sun was stillhigh and the day exceptionallywarm. I was aware afresh, withher, as we went, of how, likeher brother, she contrived—itwas the charming thing in bothchi ldren—to le t me a lonewithout appearing to drop meand to accompany me withoutappearing to surround. Theywere never importunate andye t never l i s t l ess . Myattention to them all reallywent to seeing them amusethemselves immensely withoutme: this was a spectacle theyseemed actively to prepareand that engaged me as an ac-tive admirer. I walked in aworld of their invention—theyhad no occasion whatever todraw upon mine; so that myt ime was taken only wi thbe ing , fo r them, someremarkable person or thingthat the game of the momentrequired and that was merely,thanks to my superior, myexalted stamp, a happy andhighly distinguished sinecure.I forget what I was on thepresent occasion; I onlyremember that I was somethingvery important and very quietand that Flora was playing veryhard. We were on the edge ofthe lake, and, as we had latelybegun geography, the lake was

X

44

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

f ía , e l l ago era e l mar de Azov’ .

D e r e p e n t e , e n m e d i o d e l j u e -g o , m e d i c u e n t a d e q u e a l o t r ol a d o d e l m a r d e A z o v h a b í a a l -gu i en que nos obse rvaba con g r ani n t e r é s . L a f o r m a e n q u e l l e g u é aa q u e l l a c o n c l u s i ó n f u e d e l o m á se x t r a ñ o q u e p u e d a i m a g i n a r s e ,a u n q u e a ú n f u e m á s e x t r a ñ o e lm o d o e n q u e l u e g o , d e i m p r o v i -s o , t u v e q u e r e c t i f i c a r [ 6 3 ] m ip r i m e r a i m p r e s i ó n . Yo e s t a b as e n t a d a c o n u n a l a b o r ( p o r q u e e lp e r s o n a j e q u e i n t e r p r e t a b a , a f o r -t u n a d a m e n t e , s e p o d í a s e n t a r ) e nu n v i e j o b a n c o d e p i e d r a q u e m i -r aba hac i a e l e s t anque ; y en aque -l l a p o s i c i ó n c o m e n c é a p e r c i b i rc o n a b s o l u t a s e g u r i d a d , a u n q u es in ve r nada d i r ec t amen te , l a p r e -s e n c i a , a c o n s i d e r a b l e d i s t a n c i a ,d e u n a t e r c e r a p e r s o n a . L o s v i e -j o s á r b o l e s y e l e s p e s o m a t o r r a lo f r e c í a n u n a a g r a d a b l e s o m b r a ,p e r o t o d o p a r e c í a b a ñ a d o e n e lc á l i d o r e s p l a n d o r d e l s o l a a q u e -l l a ho ra . No , no hab í a pos ib i l i dadd e c o n f u s i ó n ; a l m e n o s , n o e n l aconv icc ión que me invad ió de im-p r o v i s o a c e r c a d e l o q u e v e r í aa n t e m í , a l o t r o l a d o d e l l a g o , e nc u a n t o a l z a s e l o s o j o s . E n t o n c e sl o s t e n í a c l a v a d o s e n e l b o r d a d oq u e e s t a b a r e a l i z a n d o , y t u v e q u eh a c e r u n p e n o s o e s f u e r z o p a r a n olevan ta r los has t a habe rme se rena -d o u n p o c o , l o s u f i c i e n t e p a r a s e rc a p a z d e d e c i d i r q u é d e b í a h a c e r.H a b í a a l g o e x t r a ñ o e n m i c a m p od e v i s i ó n , u n s e r c u y o d e r e c h o ae s t a r a l l í y o c u e s t i o n a b a v e h e -m e n t e m e n t e . R e c u e r d o h a b e r r e -p a s a d o u n a a u n a t o d a s l a s p o s i -b i l i d a d e s , d i c i é n d o m e a m í m i s -m a q u e l o m á s n a t u r a l s e r í a q u ese t r a t a se , po r e j emp lo , de uno del o s t r a b a j a d o r e s d e l l u g a r , o i n -c l u s o d e u n m e n s a j e r o , e l c a r t e r oo u n c h i c o d e l o s r e c a d o s q u e h u -b i e se ven ido de l pueb lo . Pe ro mi si n t e n t o s d e r a z o n a r a p e n a s h i c i e -r o n e f e c t o s o b r e a q u e l l a c e r t e z aq u e m e i n v a d í a , p u e s , i n c l u s o s i nh a b e r m i r a d o a ú n , s a b í a c u á l e r ae l a s p e c t o y e l c a r á c t e r d e n u e s -t r o v i s i t a n t e . N o , a q u e l l a p r e s e n -c i a q u e c o n t a n t a n a t u r a l i d a d s em a n i f e s t a b a n o t e n í a n a d a d e n a -t u r a l .

E n c u a n t o e l p e q u e ñ o r e -l o j d e m i v a l o r m e s e ñ a l ó e li n s t a n t e o p o r t u n o , p u d e c o n -f i r m a r l a i d e n t i d a d d e l a a p a -r i c i ó n ; p e r o a n t e s , c o n u n e s -f u e r z o q u e y a e r a a p e n a s s o -

el mar de Azof.

De pronto, en esas circuns-tancias, tuve la sensación deque al otro lado del mar deAzof teníamos a un interesa-d o e s p e c t a d o r. E l c o n o c i -miento del hecho se produjode la manera más extraña delmundo —es decir, aparte delhecho, mucho más extraño,constituido por la misma apa-rición—, porque yo era, en eljuego, algo o alguien que po-día sentarse, y lo hice en elviejo banco de piedra que do-minaba el estanque; y en esaposición, de pronto, s in nin-guna visión directa, comencéa tener la cert idumbre de lapresencia de una tercera per-sona. Los viejos árboles, losespesos matorrales, proyecta-ban una agradable sombra su-mergida en el resplandor deaquella hora cálida y tranqui-la. No había en el escenarioninguna ambigüedad, comotampoco la había en la con-vicción que tuve de pronto deque con sólo alzar los ojosvería a alguien al otro ladod e l l a g o . ______ ______________ _______ __ __ __ ____ _________ Recuerdo el esfuer-zo que hice para no moverme has-ta que estuviera completamentetranquila y haber decidido quéhacer en tales circunstancias. Ha-bía un objeto extraño a la vista:una figura cuyo derecho a ha-cer acto de presencia negué ins-tantánea y apasionadamente.Analicé cuidadosamente las po-sibilidades, diciéndome a mímisma que nada era más natu-ral, por ejemplo, que la apari-ción de uno de los sirvientes enaquel lugar, o la de un mensa-jero, el cartero o el mozo de al-guna tienda del pueblo. Peroaquel ejercicio mental tuvo muypoco efecto sobre la certidum-bre que ya poseía —incluso an-tes de haberlo visto— acercadel carácter y la actitud de nues-tro visitante. No me resultabanada extraño que todo aquellofuese, en realidad, otra cosa delo que parecía ser.

De la verdadera identidad de laaparición me aseguraría tan pron-to como el pequeño reloj de mivalor marcase el instante ade-cuado; entretanto, con un esfuer-zo que era ya bastante intenso,

el mar de Azov.

De repente, en esos momen-tos, me di cuenta de que al otrolado del mar de Azov teníamosun espectador interesado. Lamanera en que se formó dentrode mí esa idea fue la cosa másrara del mundo, la más rara, sise exceptúa, naturalmente, laotra todavía mucho más rara enque pronto se transformó. Yome había sentado con una labor—porque era a lgo que podíasentarse— en el _____ banco depiedra que miraba al lago; y enesa postura empecé a percibircon toda seguridad, aunque sintener una visión directa, la pre-sencia, a lo lejos, de una terce-ra persona. Los grandes árbo-les y los arbustos apiñados da-ban mucha sombra, una sombraagradable, pero todo ello esta-ba bañado en la claridad de latarde caliente y quieta. No ha-bía ambigüedad en nada; nada,al menos, en la convicción quepor momentos iba formándosedentro de mí sobre qué era loque iba a ver, justo enfrente, yal otro lado del lago, si levan-taba los ojos. En ese momentolos tenía fijos en lo que estabacosiendo, y todavía puedo sen-tir otra vez el espasmo de mie s f u e r z o p o r n o l e v a n t a r l o shasta que me hubiera calmadoy fuera capaz de decidir qué ibaa hacer. Había un objeto extra-ño a la vista, una figura cuyoderecho a estar allí me pregun-t é i nmed ia t amen te ________.Recuerdo haber repasado per-fectamente las posibi l idades,[160] haberme dicho a mí mis-ma que no podía haber nadamás natural que apareciese unode los hombres que trabajabanallí, o incluso un mensajero, elcartero o el chico de la tiendadel pueblo. Todo ello tuvo tanpoco efecto sobre la seguridadque tenía, como sabía —aun sinmirar— podía tener sobre el ca-rácter y actitud de nuestro vi-sitante. No había nada más na-tural que estas cosas fueran lasotras cosas que no lo eran enabsoluto.

De la verdadera ident idadde la aparición iba a asegurar-me tan pronto como el re loj i -to de mi valor hubiera señala-do el segundo apropiado; en-tretanto, con un esfuerzo que

the Sea of Azof.

Suddenly, in thesecircumstances, I became awarethat, on the other side of the Seaof Azof, we had an interestedspectator. The way thisknowledge gathered in me wasthe strangest thing in theworld—the strangest, that is,except the very much strangerin which it quickly mergeditself. I had sat down with apiece of work—for I wassomething or other that couldsit— on the old stone benchwhich overlooked the pond; andin this position I began to takein with cert i tude, and yetwithout direct vision, thepresence, at a distance, of athird person. The old trees, thethick shrubbery, made a greatand pleasant shade, but it was allsuffused with the brightness ofthe hot, still hour. There was noambiguity in anything; nonewhatever, at least, in theconviction I from one moment toanother found myself forming asto what I should see straightbefore me and across the lake asa consequence of raising myeyes. They were attached at thisjuncture to the stitching in whichI was engaged, and I can feelonce more the spasm of my effortnot to move them till I should sohave steadied myself as to be ableto make up my mind what to do.There was an alien object inview—a figure whose right ofpresence I instantly, passionatelyquestioned. I recollect countingover perfectly the possibilities,reminding myself that nothingwas more natural, for instance,then the appearance of one of themen about the place, or even of amessenger, a postman, or atradesman’s boy, from thevillage. That reminder had aslittle effect on my practicalcertitude as I was conscious—still even without looking— of itshaving upon the character andattitude of our visitor. Nothingwas more natural than that thesethings should be the other thingsthat they absolutely were not.

Of the positive identity of theapparition I would assure myselfas soon as the small clock of mycourage should have ticked outthe right second; meanwhile,with an effort that was already

[Mar interior de Europa, situado entre la península de Crimea (Ucrania) y las llanuras de Kubán (Rusia) y que comunica con el mar Negro por el estrecho de Kerch. Tiene una profundidad máxima de 14 metros.]

X

X

X

45

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

p o r t a b l e , d e s v i é m i s o j o s h a -c i a l a p e q u e ñ a F l o r a , q u e s ee n c o n t r a b a a u n o s d i e z m e -t r o s d e m í . D u r a n t e u n i n s t a n -t e , e l c o r a z ó n c a s i s e m e p a r a l i -z ó e n e l p e c h o m i e n t r a s m e p r e -g u n t a b a , a t e r r o r i z a d a , s i e l l at a m b i é n l o h a b r í a v i s t o , y c o n -t u v e e l a l i e n t o e s p e r a n d o [ 6 5 ]o í r u n g r i t o o v e r e n e l l a a l g ú ng e s t o d e i n t e r é s o d e a l a r m a q u es i r v i e s e d e r e s p u e s t a a m i p r e -g u n t a . E s p e r é , p e r o n o s u c e d i ón a d a ; e n t o n c e s ( y e s t o , s e g ú n l or e c u e r d o , e s l o m á s h o r r e n d od e c u a n t o h e r e l a t a d o h a s t aa h o r a ) m e d i c u e n t a d e q u e ,e n u n i n s t a n t e , t o d o s l o ss o n i d o s p r o c e d e n t e s d e l an i ñ a e n m u d e c i e r o n ; j u s t o e ne l i n s t a n t e e n q u e e l l a , j u -g a n d o , s e v o l v i ó d e e s p a l -d a s a l a g u a . E n e s a p o s i -c i ó n e s t a b a c u a n d o f i n a l -m e n t e m e d e c i d í a m i r a r -l a . . . , y a l h a c e r l o v o l v í as e n t i r q u e a m b a s e s t á b a m o ss i e n d o o b s e r v a d a s . E l l a h a -b í a c o g i d o u n t r o z o p l a n od e m a d e r a q u e t e n í a u np e q u e ñ o a g u j e r o , y e s o l es u g i r i ó l a i d e a d e c l a v a r e né l u n p a l o q u e h i c i e s e l a sv e c e s d e m á s t i l p a r a f a b r i -c a r u n b a r c o . M i e n t r a s y o l ao b s e r v a b a , e l l a t r a t a b a d ec o l o c a r e l p a l o e n s u s i t i o .C o n t e m p l a r l a e n a q u e l l a a c -t i v i d a d m e d i o á n i m o s , yd e s p u é s d e u n o s s e g u n d o ss u p e q u e e s t a b a p r e p a r a d ap a r a a l g o m á s . E n t o n c e sv o l v í a a l z a r l o s o j o s . . . y v il o q u e t e n í a q u e v e r .

[66] Capítulo VII

Abordé a la señora Grose en la primeraocasión que se me presentó después de loocurrido; y no me siento capaz de describircon coherencia mis luchas internas en aquelintervalo de espera. Aún así, me parece es-tar oyendo mis propios gritos cuando fi-nalmente me arrojé en sus brazos.

—¡Lo saben! ¡Es demasiado monstruo-so! ¡Lo saben! ¡Lo saben!

— P o r a m o r d e l c i e l o , ¿ q u ée s l o q u e s a b e n ? ____________ _____ _____________ ___

—¡Pues t odo l o que s abemosnosotras . . . y Dios sabe cuántas co-sas más ! —Entonces , después de

dirigí la mirada directamente a lapequeña Flora, quien en ese mo-mento se hallaba a unas diez yar-das de distancia de donde yo es-taba. Mi corazón había permane-cido inmóvil durante un momen-to por el asombro y terror que meproducía pensar que también ellapudiera verlo. Contuve el alien-to en espera de un grito suyo, al-gún signo de interés o alarma queme pudiera servir de indicación.Esperé, pero no obtuve nada.Luego —y en esto se oculta lomás terrible, creo yo, de lo quevoy a relatar— experimenté lasensación de que, durante un mi-nuto, todos los sonidos espontá-neos procedentes de la niña ha-bían cesado; y se dio la circuns-tancia de que en aquel mismomomento la niña, en su juego, sehabía vuelto y mirado hacia elagua. Esta era su actitud cuando,finalmente, la miré... la miré conla convicción, confirmada, deque ambas seguíamos estandobajo la mirada de otra persona.Ella había recogido un pequeñotrozo plano de madera, con unestrecho agujero, que evidente-mente le había sugerido la ideade buscar otro fragmento que pu-diera servirle de mástil, y hacerasí un barquito. Observé que es-taba intensamente ocupada tra-tando de colocar el palo en su si-tio. Mi temor ante lo que estabahaciendo me contuvo hasta que,después de unos segundos, sentíque podía enfrentarme ya con lodemás. Entonces levanté la mi-rada... y me encaré con lo quedebía desafiar.

VII

Después de aquello, fui enbusca de la señora Grose tanpronto como pude hacerlo; y meresu l taba impos ib le re la ta rcómo pasé el intervalo. Todavíame parece oírme gritar, en cuan-to me arrojé en sus brazos: —¡Lo saben! ¡Oh, es demasiado mons-truoso! ¡Ellos lo saben, lo saben!

—¿Qué es lo que saben...? Advertí su incredulidad mientrasme sostenía en sus brazos.

—Bueno, lo que nosotras sa-bemos... ¡Y sólo el cielo po-dría decirnos qué más!

fue ya de sobra grande, dir igímis ojos hacia Flora , que enaquel momento estaba a unosdiez metros de mí. El corazónse me había parado un instan-te a l hacerme la horr ible pre-gunta de si el la también lo ve-r ía ; y contuve la respiraciónmientras esperaba que un gr i -to 0 alguna señal inocente deinterés o alarma por par te deella me lo di jese. Esperé, perono pasó nada; luego, en primerlugar —y creo que hay algo enesto más cruel que en nada del o q u e t e n g a q u e c o n t a r — ,tuve la impresión de que, enmenos de un minuto, todos loss o n i d o s q u e v e n í a n d e e l l ahabían cesado ya antes; y, ensegundo lugar, al ver que tam-bién en el mismo momento sehab í a pues to de e spa lda s a lagua. Ésa era su act i tud cuan-d o p o r f i n l a m i r é , l a m i r éabsolutamente convencida deque las dos es tábamos cal la-das, porque las dos nos había-mos dado cuenta . El la habíacogido un trozo de madera queten ía un agujer i to , y eso l ehabía hecho pensar en meteren él un palo para que s i rvie-r a de más t i l , y t ene r a s í unbarco. Cuando yo la miré , es-taba intentando meter e l pal i -to . El comprender lo que es-taba haciendo me sostuvo detal forma que a los pocos se-gundos vi que estaba dispues-ta para algo más. Entonces le-vanté otra vez los ojos y meenfrenté a lo que tenía que en-contrarme.

[161] VII

DESPUÉS de eso, en cuan-t o p u d e , a c u d í a l a s e ñ o r aGrose; no puedo dar una ideainteligible de cómo pasé esashoras. Pero lo que sí puedo oírtodavía es el grito que proferíal arrojarme en sus brazos:

—¡Lo saben .... es una monstruo-sidad: lo saben, lo saben!

—¿Y qué demonios. . .? —Noté su incredulidad mientrasme agarraba.

—Todo lo que sabemos noso-tras, y sabe Dios cuántas cosasmás. —Luego, al soltarme, se lo

sharp enough, I transferred myeyes straight to little Flora, who,at the moment, was about tenyards away. My heart had stoodstill for an instant with thewonder and terror of thequestion whether she too wouldsee; and I held my breath whileI waited for what a cry from her,what some sudden innocent signeither of interest or of alarm,would tell me. I waited, butnothing came; then, in the firstplace—and there is somethingmore dire in this, I feel, than inanything I have to relate— I wasdetermined by a sense that,within a minute, all sounds fromher had previously dropped; and,in the second, by thecircumstance that, also withinthe minute, she had, in her play,turned her back to the water.This was her attitude when I atlast looked at her—looked withthe confirmed conviction that wewere still, together, under directpersonal notice. She had pickedup a small flat piece of wood,which happened to have in it alittle hole that had evidentlysuggested to her the idea ofsticking in another fragment thatmight figure as a mast and makethe thing a boat. This secondmorsel, as I watched her, she wasvery markedly and intentlyattempting to tighten in its pla-ce. My apprehension of what shewas doing sustained me so thatafter some seconds I felt I wasready for more. Then I againshifted my eyes—I faced what Ihad to face.

VII

I got hold of Mrs. Groseas soon after this as I could;and I can give no intelligibleaccount of how I fought outthe interval. Yet I still hearmyself cry as I fairly t h r e wm y s e l f i n t o h e r a r m s :«They KNOW—it’s too monstrous:they know, they know!»

«And what on earth—?»I felt her incredulity as sheheld me.

«Wh y, a l l t h a t W Eknow—and heaven knowswhat else besides!» Then, as

X

X X

X

46

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

q u e e l l a m e s o l t a r a , s e l o c o n t étodo, y quizás fue al hacerlo cuan-do yo misma lo vi por primera vezcon clar idad—. Hace dos horas, enel jardín —dije, ar t iculando con di-f icul tad—, ¡Flora lo vio!

La señora Grose reaccionó como si hu-biese recibido un golpe en el estómago.

—¿Se lo ha dicho ella? —pregun-tó casi sin aliento.

— N i u n a p a l a b r a . E s o e s l oh o r r i b l e . ¡ S e l o g u a r d ó p a r a s ímisma! ¡Una n iña de ocho años !¡Una n iña como e l l a ! —Mi espan-to e r a i nena r r ab le .

La señora Grose, como es lógico,se quedó con la boca abierta.

—Pero ¿cómo lo sabe?

— Yo e s t a b a a l l í ; l o v i c o nm i s p r o p i o s o j o s ; y v i q u e e l l ae r a t o t a l m e n t e c o n s c i e n t e .

—¿Consciente de que él estabaall í?

— N o . . . e l l a . — A l d e c i r l o m ed i c u e n t a d e l p r o f u n d o m i s t e r i oq u e s u b y a c í a e n m i s p a l a b r a s ,p u e s l o [ 6 7 ] v i r e f l e j a d o e n e lr o s t r o d e m i c o m p a ñ e r a — . E s t av e z s e t r a t a b a d e o t r a p e r s o n a ;p e r o e r a u n s e r t a ni n c o n f u n d i b l e m e n t e e s p a n t o s o ym a l v a d o c o m o e l o t r o . U n a m u j e rd e n e g r o , p á l i d a y t e m i b l e . . . ,¡ q u é a s p e c t o , D i o s m í o , y q u éca ra ! Es t aba a l o t ro l ado de l l ago .Yo h a b í a i d o a l l í c o n l a n i ñ a . . . ,t o d o e s t a b a t r a n q u i l o ; y e n m e d i od e a q u e l l a c a l m a l l e g ó e l l a .

—¿Cómo que llegó? ¿De dónde?

—¡De dondequiera que venga!Simplemente aparec ió y se quedóallí, pero no demasiado cerca.

—¿Y no llegó a acercarse?

—¡Bueno, por el efecto y la sensaciónque me produjo, era como si la tuviera tancerca como la tengo a usted ahora!

Mi amiga, por una extraña asociaciónde ideas, retrocedió unos pasos.

— ¿ N o l a h a b í a v i s t on u n c a ?

—Jamás. Pero creo que la niña sí la co-noce. Y usted seguramente también. —Des-pués, para demostrar que había reflexiona-do sobre el asunto, expresé mi conclusión—: Mi predecesora. La que murió.

Luego, so l tándome de suabrazo y luchando por reco-brar la coherencia, añadí: —¡Hace un par de horas, en el jar-dín... —apenas podía articular laspalabras—, Flora lo vio!

La señora Grose recibió la no-ticia como si le hubieran dadoun golpe en el estómago. —¿Se lo dijo ella? —gimió.

—Ni una palabra... Esto es lo mons-truoso. ¡Se lo ha reservado! ¡Una niñade ocho años! ¡Esa niña! Aún no salía de la estupefacción queaquello me había producido.

La señora Grose, por supues-to, se sorprendió aún más. —Entonces, ¿cómo lo sabe usted?

—Yo estaba allí... Lo vi con mispropios ojos: vi que ella era perfecta-mente consciente de su presencia.

—¿Consciente de la presencia deél?

—No.... de ella. Y, mientras hablaba, me dicuenta de que estaba asomándo-me a cosas prodigiosas, pues ob-tuve un tenue reflejo de ellas enel rostro de mi compañera. —Esta vez era otra persona...,una figura de inconfundiblemaldad: una mujer vestida denegro, pálida y horrible... ¡Oh,qué aire el suyo, qué cara...!Estaba del otro lado del lago.Yo estaba allí con la niña, muyt ranqu i l a en e se momento ,cuando de repente apareció.

—¿Apareció? ¿De dónde?

—¡De donde ellos aparecen! Elhecho es que apareció y perma-neció allí..., pero no muy cerca.

—¿Y no se aproximó un poco?

—¡Oh, por el efecto y la sensaciónproducida, podía haber estado tancerca como está usted!

Mi amiga dio un paso atrás con unextraño impulso. —¿Era alguien a quien usted ha-bía visto antes?

—Nunca. Pero la niña sí. Yusted también —entonces ex-presé todo lo que había con-cebido—: Era mi predeceso-ra.. . , la que murió.

expliqué, y quizá fue también en-tonces cuando me lo expliquécon cierta coherencia a mí mis-ma—. Hace un par de horas, enel jardín—. Casi no podía ha-blar—. Flora lo vio.

La señora Grose recibió lanoticia como podía haber recibi-do un golpe en el estómago.

—¿Se lo ha dicho? —preguntó.

—Ni una palabra. Eso es loho r r i b l e . ¡Se l o ha ca l l ado !¡Una niña de ocho años , esaniña! —Todavía era incapaz deexpresar mi asombro.

La señora Grose, por supuesto,estaba igualmente asombrada:

—Entonces ¿cómo lo sabe?

—Estaba allí. Lo vi con mispropios ojos: vi que se había dadocuenta perfectamente.

—¿Que se había dado cuenta deque estaba él?

— N o . . . e l l a . — C o m -p r e n d í q u e d e b í a t e n e r u na s p e c t o i n c r e í b l e a l v e r l ac a r a q u e i b a p o n i e n d o m ic o m p a ñ e r a — . O t r a p e r s o -n a . . . , e s t a v e z ; p e r o u n af i g u r a d e u n a m a l d a d y u nh o r r o r t a n i n c o n f u n d i b l e sc o m o l a o t r a : u n a m u j e rv e s t i d a d e n e g r o , p á l i d a ya t e r r a d o r a , ¡ y c o n u n a i r ey u n a c a r a ! , a l o t r o l a d od e l l a g o . E s t a b a a l l í c o nl a n i ñ a , t a n t r a n q u i l a y ,d e r e p e n t e , v i n o .

—¿Vino, cómo..., de dónde?

— ¡ D e d o n d e v i e n e ne l l o s ! A p a r e c i ó y s e q u e d óa l l í , p e r o n o t a n c e r c a .

[162] —¿Y no se acercó más?

—¡Por el efecto que me hizo yel miedo que me dio podía haber es-tado tan cerca como usted!

Mi amiga, asustada, dio unpaso atrás:

—¿Era alguien a quien no havisto nunca?

—Sí. Pero alguien a quien la niña síque ha visto. Una persona a la que ustedha visto. —Luego, para que viera que lohabía comprendido todo—: Mi prede-cesora, la que murió.

she released me, I made it out toher, made it out perhaps only nowwith full coherency even tomyself. «Two hours ago, in thegarden»— I could scarcearticulate—»Flora SAW!»

M r s . G r o s e t o o k i t a ss h e m i g h t h a v e t a k e n ab l o w i n t h e s t o m a c h . «Shehas told you?» she panted.

«Not a word—that’s the ho-rror. She kept it to herself! Thechild of eight, THAT child!»Unutterable still, for me, was thestupefaction of it.

Mrs . Grose , o f course ,could only gape the wider.«Then how do you know?»

« I w a s t h e r e — I s a wwith my eyes : saw tha t shewas pe r f ec t ly aware .»

«Do you mean aware ofHIM?»

« N o — o f H E R . » I w a sc o n s c i o u s a s I s p o k et h a t I l o o k e d p r o d i g i o u st h i n g s , f o r I g o t t h es l o w r e f l e c t i o n o f t h e mi n m y c o m p a n i o n ’s f a ce.«Another person—this time; buta figure of quite as unmistakablehorror and evil: a woman inblack, pale and dreadful—withsuch an air also, and such aface!—on the other side of thelake. I was there with the child--quiet for the hour; and in themidst of it she came.»

«Came how—from where?»

«From where they comefrom! She just appeared andstood there— but not so near.»

«And without coming nearer?»

«Oh, for the effect and thefeeling, she might have been asclose as you!»

My friend, with an oddimpulse , fe l l back a s tep .« Wa s s h e someone you’venever seen?»

«Yes. But someone the childhas. Someone YOU have.» Then,to show how I had thought it allout: «My predecessor— the onewho died.»

47

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—¿La señorita Jessel?

—La señorita Jessel. ¿No me cree? —insistí.

E l l a , e n s u a n g u s t i a , s e b a -l a n c e a b a d e u n l a d o a o t r o .

— ¿ C ó m o p u e d e e s t a r t a ns e g u r a ?

A q u e l l o , e n e l e s t a d o d en e r v i o s e n q u e m e e n c o n t r a -b a , d e s a t ó m i i m p a c i e n c i a .

— ¡ P u e s p r e g ú n t e l e a F l o r a !¡Ella s í que está segura! —pero encuanto lo di je me arrepentí—. No,no, por Dios, no lo haga. ¡Le diráque no es el la! ¡Le mentirá!

A p e s a r d e s u a t u r d i -m i e n t o , l a s e ñ o r a G r o s ep r o t e s t ó i n s t i n t i v a m e n t e .

—¿Cómo puede decir eso?

—Porque lo he visto con claridad.Flora no desea que yo me entere.

— E n t o n c e s , s e r á p a r a p r o -t e g e r l a .

[68] —No, no. Es algo más oscuro,¡mucho más oscuro! Cuanto más lo pienso,más claro lo veo, y cuanto más claro lo veo,más asustada estoy. ¡Y no sé qué otras co-sas me quedarán por ver, cosas que ni si-quiera puedo imaginar todavía!

L a s e ñ o r a G r o s et r a t a b a d e s e g u i r m e .

— ¿ Q u i e r e d e c i r q u e t e m ev o l v e r a v e r l a ?

—¡No! ¡Eso ahora es lo de menos! —Traté de explicarme mejor—. En realidad,lo que temo es no volver a verla.

Pero mi compañera parecía cada vezmás perpleja.

—No la entiendo.

— E s q u e l a n i ñ a p o d r í a s e -g u i r e n c o n t a c t o c o n e l l a . . . ,¡ p r o b a b l e m e n t e s e g u i r á v i é n d o -l a . . . a m i s e s p a l d a s !

Ante aquel la posibi l idad, la se-ñora Grose pareció derrumbarse porun instante , pero en seguida t ra tóde rehacerse, y lo que le daba fuer-zas era su convicción de que, s i ce-díamos una sola pulgada, a l f inalperderíamos aquel la batal la .

—¡Quer ida mía! ¡No debemosperder la cabeza! Después de todo,¡si a ella no le importa. . .! —Inclusotrató de hacer un lúgubre chiste—:¡A lo mejor le gusta!

—¿La señorita Jessel?

—La señorita Jessel. ¿No me creeusted? —la apremié.

La señora Grose se volvía de derechaa izquierda presa del desconcierto. —¿Cómo puede estar usted tansegura?

Por el estado de mis nervios,aquella respuesta provocó unestallido de impaciencia. —Pregúnteselo a Flora.., ella estásegura —pero no bien hube dicho esocuando logré recuperarme—. ¡No,por el amor de Dios, no lo haga! Di-ría que no vio nada... mentiría.

La señora Grose no estaba tan per-turbada como para queinstintivamente no protestara. —¡Oh!, ¿cómo puede...?

—Estoy segura. Flora no quiere queyo sepa nada.

— ¿ Tr a t a , p u e s , d e a h o -r r a r l e . . . ?

—¡No, no . . . e s to es a lgomás p rofundo , más p rofun-d o ! M i e n t r a s m á s a h o n d o ,más lo veo as í ; y mien t rasmás veo , más t emo. ¡No séqué es lo que no t emo!

La señora Grose hizo un esfuerzopor comprenderme. —¿Quiere decir que teme volver averla?

—¡Oh, no... eso ahora no es nada!—luego expliqué—: Lo que temeríasería no verla.

P e r o m i c o m p a ñ e r a m em i r ó v a c u a m e n t e . —No la comprendo.

— M i r e : l o q u e t e m o e sq u e l a n i ñ a p u e d a v e r l a , yq u e l o g r e h a c e r l o s i n q u ey o l o s e p a .

Ante la idea de aquella posibi-lidad, la señora Grose pareciópor un momento anonadada; sinembargo, logró recuperarse unavez más, como si tuviera con-ciencia de que, si cedíamos unapulgada, estábamos perdidas. —Querida, querida..., ¡no debemos per-der la cabeza! Después de todo, si a ella nole importa... —su boca se torció en unamueca que pretendía ser una sonrisa ___—. Tal vez a ella le gusta.

—¿La señorita Jessel?

—La señorita Jessel. ¿No mecree? __________

Se volvió a un lado y a otro sinsaber qué hacer:

—¿Cómo puede estar segura?

E n e l e s t a d o d e n e r -v i o s e n q u e m e e n c o n t r a -b a , e s o m e i n d i g n ó :

—Pregúnteselo a Flora, ella síque está segura. —Nada máshaberlo dicho, me arrepentí—. No,¡por amor de Dios!, no se lo pre-gunte. Dirá que no, mentirá.

L a s e ñ o r a G r o s e n oe s t a b a t a n a s o m b r a d ac o m o p a r a n o d e c i r :

—¿Cómo puede usted...?

—Porque estoy segura. Flora noquiere que lo sepa.

—Pues entonces es sólo para queno se preocupe.

— N o , n o . . . , ¡ h a y m u c h omás, mucho más! Cuanto más lopienso, más cosas veo en ello, ycuantas más cosas veo, más mie-do me da. No sé qué es lo queno veo, lo que no temo.

La señora Grose trató de com-prenderme:

—¿Quiere decir que tiene miedode volver a verla?

— ¡ N o , e s o a h o r a y a n oe s n a d a ! — m e e x p l i q u é — .E s d e n o v e r l a .

Pero mi compañera pareció aúnmás perdida:

—No la entiendo.

— E s d e q u e l a n i ñ a p u e -d a s e g u i r h a c i é n d o l o , y e s -t o y s e g u r a d e q u e l o h a r á ,s i n q u e y o l o s e p a .

A n t e e s a p o s i b i l i d a d , l as e ñ o r a G r o s e , p o r u n m o -m e n t o , s e d e r r u m b ó , p e r o e ns e g u i d a v o l v i ó a r e h a c e r s e ,c o m o s i c o m p r e n d i e r a q u e ,s i c e d í a m o s u n a p u l g a d a , y an o h a b r í a n a d a q u e h a c e r :

[163] —Querida señorita, no po-demos perder la cabeza. Y despuésde todo, si a ella no le importa... —Intentó incluso hacer una ____ broma—: ¡A lo mejor le gusta!

«Miss Jessel?»

«Miss Jessel. You don’tbelieve me?» I pressed.

S h e t u r n e d r i g h t a n dl e f t i n h e r d i s t r e s s .« H o w c a n y o u b es u r e ? »

T h i s d r e w f r o m m e , i nt h e s t a t e o f m y n e r v e s , af l a s h o f i m p a t i e n c e .«Then ask Flora—SHE’S sure!»But I had no sooner spoken thanI caught myself up. «No, forGod’s sake, DON’T!» She’ll sayshe isn’t—she’ll lie!»

M r s . G r o s e w a s n o tt o o b e w i l d e r e di n s t i n c t i v e l y t o p r o t e s t .« A h , h o w C A N y o u ? »

«Because I’m clear. Floradoesn’t want me to know.»

«I t ’s on ly then to spa reyou.»

«No, no—there are depths,depths! The more I go over it, themore I see in it, and the more Isee in it, the more I fear. I don’tknow what I DON’T see—whatI DON’T fear!»

M r s . G r o s e t r i e d t ok e e p u p w i t h m e .« Y o u mean you’re afraid ofseeing her again?»

«Oh, no; that’s nothing—now!» Then I explained. «It’sof NOT seeing her.»

B u t m y c o m p a n i o no n l y l o o k e d w a n .«I don’t understand you.»

«Why, it’s that the child maykeep it up—and that the childassuredly WILL—without myknowing it.»

At the image of thispossibility Mrs. Grose for amoment collapsed, yet presentlyto pull herself together again, asif from the positive force of thesense of what, should we yield aninch, there would really be to give wayto. « D e a r, d e a r — w e m u s tkeep our heads! And after all,i f she doesn’t mind i t—!»She even tried a grim joke.«Perhaps she likes it!»

X X

X

48

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—¡Gustarle algo así! ¡A una niñatan pequeña!

— ¿ Y n o p r o b a r í a e s o s u a b -s o l u t a i n o c e n c i a ? — r e p l i c ó c o nb r a v u r a l a s e ñ o r a G r o s e .

P o r u n i n s t a n t e , m e d e j óc a s i s i n a r g u m e n t o s .

— ¡ Te n d r e m o s q u e a f e r r a r n o sa e s o ! ¡ Te n d r e m o s q u e c r e e r l oa s í ! A u n q u e n o p r u e b e l o q u eu s t e d d i c e , s í p r o b a r í a . . . ¡ D i o ss a b e q u é ! P o r q u e e s a m u j e r e s e lh o r r o r d e l o s h o r r o r e s .

L a s e ñ o r a G r o s e c l a v ó s u so j o s e n e l s u e l o d u r a n t e u n r a t o ;l u e g o , a l z á n d o l o s o t r a v e z , d i j o :

—Dígame cómo lo sabe .

—Entonces , ¿ reconoce que esverdad? —exclamé.

—Dígame cómo lo sabe —repitió sim-plemente mi compañera.

[69] —¿Que cómo lo sé? ¡Me bastó converla! ¡Ver cómo miraba.. . !

—¿Quiere decir que la miró a usted...de forma malévola?

— ¡ D i o s m í o , n o ! ¡ E s o p o -d r í a h a b e r l o s o p o r t a d o ! N o ,n o m e e c h ó n i u n a o j e a d a .S o l o o b s e r v a b a a l a n i ñ a .

La señora Grose trataba de visualizar la escena.—¿La observaba?

—Sí, ¡y con qué ojos tan terroríficos!

Ella miró a los míos como inten-tando encontrar en ellos alguna seme-janza con los que describía.

—¿Quiere decir que la miraba con desagrado?

— Q u e D i o s n o s a y u d e . . . N o .Era algo mucho peor.

— ¿ P e o r q u e d e s a g r a d o ?— D e n u e v o e s t a b a d e s c o n -c e r t a d a .

—La miraba con una determinación...indescriptible. Con una especie de furor, sí,con una intención furiosa.

Mis palabras la hicieron palidecer.—¿Intención?

—De apoderarse de el la . —Laseñora Grose, sin dejar de mirarme,se es t remeció de pies a cabeza, yl u e g o c a m i n ó h a c i a l a v e n t a n a ;

—¡Gustar esas cosas... a una niñatan pequeña!

—¿No es ello una prueba de su ben-dita inocencia? —inquirió valiente-mente mi amiga.

P o r u n i n s t a n t e , m ed e j ó c a s i s i n a l i e n t o . —¡Ay! Debemos aferrarnos aeso... Si no es una prueba de lo queusted dice... es entonces una prue-ba de... ¡Sólo Dios sabe de qué!Porque aquella mujer es el horrorde los horrores.

La señora Grose clavó entonces lamirada en el suelo; después de unosinstantes la levantó para pedirme: —Dígame cómo lo supo.

—Entonces, ¿admite usted que loera? —grité.

—Dígame cómo lo supo —repitiósencillamente mi compañera.

—¿Cómo lo supe? ¡Sólo con ver-la! Por la manera como miraba.

—¿Por la manera como la miraba austed? ¿Malévolamente?

—No, no, querida... Eso lo hubie-ra podido soportar. No me dirigió si-quiera una mirada. Tenía la vista fi-jada en la niña.

__________________ —¿Fijada en ella?

—¡Oh, sí, y con qué espantosos ojos!

La señora Grose contempló losmíos como si realmente pudieranparecerse a los de la aparición. —¿De disgusto, quiere usted decir?

— ¡ N o , s a n t o c i e l o , n o !D e a l g o m u c h o p e o r.

—¿Peor que el disgusto? Aquello dejó completamente des-orientada a la buena mujer.

—Con una determinación indes-criptible; con una especie de furiaen la intención...

Palideció ante mis palabras. —¿En la intención?

—Sí, de apoderarse de ella. Los ojos de la señora Grose sedesorbitaron al contemplarme... Se estre-meció y caminó hacia la ventana; y, mien-

—¿Que le gustan esas cosas... aesa menudencia de niña?

— ¿ Y n o e s e s o u n ap r u e b a d e s u b e n d i t ai n o c e n c i a ?

Por un momento, estuvo a pun-to de convencerme:

—Tenemos que agarrarnos aeso con todas nuestras fuerzas. Sino es una prueba de lo que usteddice, sabe Dios de qué otra cosapuede serlo. Porque la mujer es elhorror de los horrores.

Es tuvo unos segundos mi -r a n d o a l s u e l o , y l u e g o l e -van tó o t r a vez l a cabeza :

—Dígame. cómo lo sabe.

—Entonces ¿admite que eseso lo que era?

—Dígame cómo lo sabe —repi t ió ._________

—¿Que cómo lo sé? Porque la hevisto. Por la forma en que miraba.

— ¿ Q u e l a m i r a b a a u s -t ed . . . con ma ldad?

—¡No, no a mí! No habríapodido resistirlo. A mí no mededicó ni una mirada. No apar-taba los ojos de la niña.

La señora Grose trató de comprenderlo:—¿La miraba fijamente?

—¡Y con qué ojos!

M e m i r ó a l o s m í o sc o m o s i r e a l m e n t e p u d i e r a np a r e c e r s e a l o s o t r o s .

—¿Quiere decir con aversión?

—Dios nos asista, no. Algomucho peor.

— ¿ P e o r q u e a v e r s i ó n ?— S e s e n t í a p e r d i d a .

—Con un empeño indescrip-tible. Con una especie de inten-ción reconcentrada.

Se puso pálida:—¿Intención?

—De apode ra r se de e l l a .—La señora me mi ró un mo-men to , s e e s t r emec ió , y fuehac ia l a ven tana ; y, mien t r a s

«Likes SUCH things—ascrap of an infant!»

«Isn’t it just a proof of herblessed innocence?» my friendbravely inquired.

She brought me, for thei n s t a n t , a l m o s t ro u n d .« O h , w e m u s t c l u t c h a tTHAT— we must cling to it! Ifit isn’t a proof of what you say,it’s a proof of—God knows what!For the woman’s a horror ofhorrors.»

Mrs. Grose, at this, fixed hereyes a minute on the ground; thenat last raising them, «Tell me howyou know,» she said.

«Then you admit it’s what shewas?» I cried.

«Tell me how you know,» myfriend simply repeated.

«Know? By seeing her! Bythe way she looked.»

«At you, do you mean—sowickedly?»

«Dear me, no—I couldhave borne that. She gave meneve r a g l ance . She on lyfixed the child.»

Mrs. Grose tried to see it.«Fixed her?»

«Ah, with such awful eyes!»

S h e s t a r e d a t m i n e a si f t h e y m i g h t r e a l l y h a v er e s e m b l e d t h e m . « D oy o u m e a n o f d i s l i k e ? »

«God help us, no. Ofsomething much worse.»

«Worse t han d i s l i ke?—t h i s l e f t h e r i n d e e d a ta l o s s .

«With a determination—indescribable. With a kind of furyof intention.»

I made her turn pale.«Intention?»

«To get hold of her.» Mrs.Grose—her eyes just lingering onmine—gave a shudder andwalked to the window; and while

X

X

49

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

mientras estaba allí , mirando haciael exterior, yo completé mi afirma-ción—. Y Flora lo sabe.

Después de un rato se volvió a mirarme.—¿Y dice que esa persona iba de

negro?

— D e l u t o . U n a t u e n d o b a s -t a n t e p o b r e , c a s i r a í d o . P e r o . . .s í , s u b e l l e z a e r a e x t r a o r d i n a r i a .— P a s o a p a s o , h a b í a l o g r a d ol l e v a r a l a v í c t i m a d e m i s c o n -f i d e n c i a s h a s t a d o n d e y o q u e r í a ,p u e s a h o r a l a v e í a s o p e s a r c o ng r a n c u i d a d o m i s p a l a b r a s — .B e l l a . . . m u y, m u y b e l l a — i n s i s -t í — . M a r a v i l l o s a m e n t e a t r a c t i -v a . P e r o i n f a m e .

Lentamente, se acercó de nuevo a mí.—La señorita Jessel... era infame.[ 7 0 ] U n a v e z m á s t o m ó m i

m a n o y l a a p r e t ó e n t r e l a s s u -y a s , c o m o p a r a c o n f o r t a r m ea n t e l a a l a r m a q u e s u r e v e l a -c i ó n i b a a p r o d u c i r m e .

— A m b o s e r a n i n f a m e s —d i j o f i n a l m e n t e .

E n t o n c e s , l a s d o s r e f l e x i o -n a m o s j u n t a s d u r a n t e u n r a t o ;s u s i n c e r i d a d s u p u s o p a r a m íu n a a y u d a i n e s t i m a b l e .

— N o p i e n s e q u e n o a p r e c i os u d i s c r e c i ó n a l e v i t a r h a b l a r d ee s t e a s u n t o — d i j e — ; p e r o c r e oq u e h a l l e g a d o e l m o m e n t o d eq u e m e l o c u e n t e t o d o . — E l l ap a r e c i ó a s e n t i r , p e r o c o n t i n u óg u a r d a n d o s i l e n c i o , p o r l o c u a ly o i n s i s t í — . A h o r a d e b o s a b e r -l o . ¿ D e q u é m u r i ó ? Va m o s . ¿ E sq u e h a b í a a l g o e n t r e e l l o s ?

—Había. . . de todo.

—¿A pesar de la diferencia...?

— D e r a n g o , s í , y d e c o n -d i c i ó n . E l l a e r a u n a d a m a —m e c o n f i ó t r i s t e m e n t e .

Medité sobre ello.—Sí, era una dama —reconocí.

—Y él estaba tan por debajo... —con-tinuó la señora Grose.

P e n s é q u e e n s u p r e s e n c i as e r í a p r e f e r i b l e n o r e c a l c a r d e -m a s i a d o l a b a j a c o n d i c i ó n d e a l -g u n o s c r i a d o s ; p e r o s u p u s e q u eh a b r í a b u e n a s r a z o n e s p a r ac r e e r a m i c o m p a ñ e r a c u a n d oh a b l a b a d e l e n v i l e c i m i e n t o d e l as e ñ o r i t a J e s s e l . N o o b s t a n t e ,

tras permanecía allí mirando hacia el ex-terior, yo terminé mi declaración: —Y eso es lo que Flora sabe.

Al cabo de un rato dio media vuelta. —¿Dice usted que esa persona ves-tía de negro?

—De luto... Bastante pobre-mente, casi de harapos. Pero, esosí, su belleza era extraordinaria. Reconozco ahora que, después detantos golpes, debí de haber conven-cido a la víctima de mis confiden-cias, pues en esos momentos sope-saba ya visiblemente sus palabras. —¡Oh, sí, era muy hermo-sa! —insistí—. Maravillosa-mente hermosa. Pero infame.

La señora Grose se me acercó lentamente. —La señorita Jessel... era una mujer infame. Una vez más tomó mi mano en-tre las suyas estrechándola con fuer-za, como si quisiera fortalecermecontra el aumento de inquietud quepodía producirme su discurso. —Ambos eran infames —dijofinalmente.

Así, durante un rato, volvimos acontemplar juntas la situación; y sen-tí que con su valiosa ayuda podía aho-ra verla con mayor claridad. —Aprecio su pudor al noh a b l a r m e h a s t a a h o r a d eellos; pero creo que ha llega-d o e l m o m e n t o d e q u e m ecuen te t odo —el l a pa rec ióasentir a mi petición, pero semantuvo en si lencio, por locual agregué—: Debo saber-lo. ¿De qué murió? Dígame,¿había algo entre el los?

—Había todo lo que podía haber.

—¿A pesar de las diferencias...?

—A pesar de todo, de su ran-go, de su condición —excla-mó—. Ella era una dama.

Creí comprender. —Sí..., era una dama.

—Y él era atrozmente plebeyo —dijo la señora Grose.

Sentí que, indudablemente, nonecesitaba precisar demasiado antemi compañera el lugar de un sir-viente en la escala social; pero nohabía nada que me impidiera acep-tar por buena la opinión expresadapor ella respecto al rebajamientode mi predecesora. Había un me-

es t aba a l l í , m i rando , yo t e r -miné l o que que r í a dec i r—:Eso es lo que sabe F lo ra .

__________ Se dio la vuelta:[164] —¿Dice que estaba ves-

tida de negro?

—De lu to , y bas tan te mal ,cas i r a ída . Pe ro con una ex -t r ao rd ina r i a be l l eza . —Com-prend í has t a qué pun to , pasoa paso , hab ía convenc ido a l av íc t ima de mis c o n f i d e n c i a s ,p o r q u e s e v i o c l a r a m e n t eq u e p e n s a b a e n t o d o e s o —. G u a p a , m u c h o , m u c h o —i n s i s t í — , m a r a v i l l o s a m e n t eg u a p a . P e r o i n f a m e .

Vino hacia mí despacio:— L a s e ñ o r i t a J e s s e l e r a

in fame . —Volv ió a coge rmela mano , y me la apre tó comos i q u i s i e r a d a r m e f u e r z a sa n t e l a a l a r m a q u e p u d i e r ap roduc i rme esa confes ión—.Los dos e ran in fames —di jodespués .

Así, durante un rato, nos en-frentamos una vez más a ello; ysentí un verdadero alivio al ha-cerlo con tanta franqueza.

—Aprecio —dije— la dis-c rec ión que ha ten ido de nomencionarlo hasta ahora, perocreo que ha l legado el momen-to de que me lo cuente todo. —Pareció estar de acuerdo, perono dijo nada; en vista de eso,continué—: Tengo que saberlo.¿De qué murió ella? Venga: ha-bía algo entre ellos.

—Había todo .

—¿A pesar de la diferencia...?

—De su ca tegor ía , su con-d ic ión . —Lo d i jo con pena—. E l l a e r a una señora .

_______________________—Sí, era una señora.

—Y él estaba tan sumamente pordebajo —dijo la señora Grose.

Comprendí que no tenía ne-cesidad de insistir demasiadoen el lugar que un criado ocu-paba en la escala; pero tampo-co había nada que me impidie-se aceptar la medida que usabaella para calcular lo que se ha-bía rebajado mi predecesora.

she stood there looking out Icompleted my statement.«THAT’S what Flora knows.»

After a little she turned round.«The person was in black, yousay?»

«In mourning—rather poor,almost shabby. But—yes—with extraordinary beauty.»I now recognized to what Ih a d a t l a s t , s t r o k e b ystroke, brought the vict imof my confidence, for shequi te vis ibly weighed this .«Oh, handsome—very, very,» Iins is ted; «wonderful lyhandsome. But infamous.»

She slowly came back to me.«Miss Jessel—WAS infamous.»She once more took my handin both her own, holding it astight as if to fortify me againstthe increase of alarm I mightdraw from this disclosure.«They were both infamous,»she finally said.

So, for a little, we faced itonce more together; and I foundabsolutely a degree of help insee ing i t now so s t ra ight .«I appreciate,» I said, «the greatdecency of your not havinghitherto spoken; but the time hascertainly come to give me thewhole thing.» She appeared toassent to this, but still only insilence; seeing which I went on:«I must have it now. Of what didshe die? Come, there wassomething between them.»

«There was everything.»

«In spite of the difference—?»

«Oh, of their rank, theircondition»—she brought itwoefully out. «SHE was a lady.»

I turned it over; I again saw.«Yes—she was a lady.»

«And he so dreadfullybelow,» said Mrs. Grose.

I f e l t t ha t I doub t l e s sneedn’t press too hard, insuch company, on the place ofa servant in the scale; butthere was nothing to preventan accep tance o f mycompanion’s own measure ofmy predecessor’s abasement.

X

X

X

50

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

h a b í a u n m o d o d e a b o r d a r e lt e m a , y r e c u r r í a é l , c o nl a s e g u r i d a d q u e m e d a b am i p r o p i o c o n o c i m i e n t od e a q u e l a t r a c t i v o e m -p l e a d o d e n u e s t r o j e f e :i m p ú d i c o , s e g u r o d e s í m i s m o ,m a l e d u c a d o , d e p r a v a d o .

—El tipo era un perro de presa, ¿verdad?

L a s e ñ o r a G r o s e r e f l e x i o n óu n i n s t a n t e , p e r o n o h a b í a m u -c h o m a r g e n p a r a l a d u d a .

—Nunca he visto a ninguno comoél. Hacía lo que quería.

—¿Con... ella?

—Con todas.

Era como si, a través de los ojos demi amiga, la [71] señorita Jessel hubierareaparecido ante mí. En cualquier caso,por un momento me dio la sensación deque volvía a verla con tanta nitidez comola había visto junto al estanque. Y en-tonces exclamé con decisión:

—¡Bueno, seguramente ella tam-bién lo quiso!

Por la expres ión de la señoraGrose comprendí que no me equivo-caba, pero al mismo tiempo dijo:

—¡Pobre mujer! ¡Bastante tuvoque pagar por ello!

—Entonces, ¿sabe de qué murió? —pregunté.

—No.. . no sé nada. Prefer ía nosaber nada, y me alegré de no ente-rarme. ¡Y di las gracias al Cielo porhaberla l ibrado de todo esto!

— P e r o a u n a s í , u s t e d t i e n ec ier ta idea . . .

—¿De los motivos que la impulsa-ron a dejarnos? Sí, desde luego... encuanto a eso... No podía quedarse, ¡ima-gínese! ¡Qué escándalo para una institu-triz! Y lo que pasó después me lo imagi-né..., me lo sigo imaginando. Y lo queme imagino es abominable.

— ¡ N o t a n t o c o m o l o q u e m eimag ino yo ! —rep l iqué ; y a l ha -ce r lo mi ros t ro deso lado (me dabaperfec ta cuenta de e l lo) e ra la v ivai m a g e n d e l a d e r r o t a . E n t o d oc a s o , e s o d e b i ó d e r e a v i v a r l acompas ión de mi compañera , quecon r enovados ges tos de amab i l i -dad cons igu ió que f ina lmen te ce -d iesen todas mis de fensas . Es ta l l ée n l l a n t o , c o m o h a b í a e s t a l l a d oe l la l a o t ra vez . E l la me rodeó con

dio de enfrentarse a la situación yyo la adopté; lo hice instantánea-mente, pues tenía una completavisión, basada en pruebas del di-funto hombre «de confianza» de mipatrón: un individuo astuto, bienparecido, impúdico, seguro de símismo, vicioso, depravado. —Aquel individuo era un sinvergüenza.

L a s e ñ o r a G r o s e c o n s i -d e r ó m i a f i r m a c i ó n y l u e -g o , a c e p t á n d o l a , a ñ a d i ó : —No he conocido a ninguno comoél. Hacía lo que quería.

—¿Con ella?

—Con todos ellos.

Fue como si ante los ojos demi amiga hubiera vuelto a apa-recer la señorita Jessel. Por uninstante, me pareció que la evo-caba tan claramente como yo lahabía visto en el estanque; y en-tonces afirmé con decisión: —¡Debió de ser también lo que elladeseaba!

El rostro de la señora Grose re-veló que, en efecto, así había sido,pero al mismo tiempo dijo: —¡Pobre mujer. . . ya lo hapagado!

—Entonces, ¿sabe usted de quémurió? —le pregunté.

—No... no sé nada. No quisesaberlo. Me alegraba mucho nosaberlo; y di gracias al cielocuando se marchó de aquí.

—Sin embargo, alguna idea ha-brá tenido...

—¿Del verdadero motivo por elcual se marchó? ¡Oh, sí... eso sí!Ella no podía quedarse. Piense ensu situación... ¡como institutriz! Ymás tarde imaginé.., y continúoimaginando. Y lo que imagino eshorroroso.

—No tan horroroso como lo queimagino yo —repliqué. Con aquellas palabras quisemostrarle, de una manera entera-mente consciente, mi sentimien-to de derrota. Y ello desencadenóde nuevo toda su compasión pormí, y ante el renovado flujo de subondad, mi poder de resistenciase vino abajo. Me eché a llorar,como en otra ocasión la había he-cho llorar a ella; mi compañera

Había una forma de t ra tar e lasunto, y la empleé; la más di-recta para dar una idea de loque era —según todas las apa-riencias— ese hombre de «con-fianza» listo y guapo de mi jefe;sinvergüenza, seguro, corrom-pido, depravado.—El tipo era uncanalla.

[165] La señora Grose se quedópensativa, como si la cosa admitieratal vez establecer algunos matices:

—Yo no he visto nunca otro comoél. Hacía lo que se le antojaba.

—¿Con ella?

—Con todos ellos.

Era como si en los ojos de miamiga hubiese vuelto a aparecer laseñorita Jessel. Al menos por uninstante, tuve la impresión de queme la evocaban con tanta claridadcomo cuando la había visto en elestanque; y dije sin vacilar:

—Pues tendría que ser tambiénlo que quería ella.

La cara de la señora Grose dio aentender que así había sidoefectivamente, pero dijo:

— ¡ P o b r e m u j e r. . . , y a l opagó!

—Entonces ¿sabe usted de quémurió?

—No, no sé nada. No quisesaberlo; y me alegré de que fue-ra así, y di gracias al cielo de queestuviera bien lejos.

—Pero, entonces, tendría unaidea...

—¿De por qué se marchó? Sí,eso sí. No podía quedarse aquí.Imagínese lo que era eso parauna institutriz. Y luego, sí queme imaginé algo, y todavía meimagino. Y lo que me imagino esespantoso.

—No tan espantoso como loque imagino yo.

Al decir eso debía de ofrecer—y me di perfecta cuenta deello— el aire de derrota más des-dichado. Su compasión se volcóuna vez más sobre mí y, ante esarenovada muestra de bondad,toda mi resistencia se vino aba-jo. Rompí a llorar, lo mismo quela otra vez, e hice que tambiénrompiera a llorar ella; me apretó

There was a way to deal withthat, and I dealt; the morereadily for my full vision—on the ev idence—of ou remployer’s late clever, good-look ing «own» man ;impudent, assured, spoiled,depraved. «The fellow was ahound.»

Mrs. Grose considered as ifit were perhaps a little a case fora sense of shades. «I’ve neverseen one like him. He did whathe wished.»

«With HER?»

«With them all.»

It was as if now in my friend’sown eyes Miss Jessel had againappeared. I seemed at any rate,for an instant, to see theirevocation of her as distinctly as Ihad seen her by the pond; and Ibrought out with decision: «Itmust have been also what SHEwished!»

Mrs. Grose’s face signifiedthat it had been indeed, butshe said at the same time:«Poor woman—she paid forit!»

«Then you do know what shedied of?» I asked.

«No—I know nothing. Iwanted not to know; I was gladenough I didn’t; and I thankedheaven she was well out of this!»

«Yet you had, then, youridea—»

«Of her real reason forleaving? Oh, yes—as to that. Shecouldn’t have stayed. Fancy ithere—for a governess! Andafterward I imagined—and I stillimagine. And what I imagine isdreadful.»

«Not so dreadful as what Ido,» I replied; on which I musthave shown her—as I wasindeed but too conscious—afront of miserable defeat. Itb rought ou t aga in a l l he rcompassion for me, and at therenewed touch of her kindnessmy power to res i s t b rokedown. I burst, as I had, theother time, made her burst,into tears; she took me to her

easily / willingly impudent no es impudente sino atrevido, descarado, insolente, mientras que impudente es immodest, shameless, desvengorzado

51

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

sus ma te rna le s b razos , y en toncesd i r i enda sue l t a a mis l amen tos .

— ¡ N o l o c o n s e g u í ! — s o l l o z a -b a c o n d e s e s p e r a c i ó n — . ¡ N o h ep o d i d o s a l v a r l o s n i p r o t e g e r l o s !¡ E s m u c h o p e o r d e l o q u e y oc r e í a ! ¡ E s t á n p e r d i d o s !

[72] Capítulo VIII

Lo que le había d icho a la se-ñora Grose e ra la pura verdad: ha-b í a e n l o s s u c e s o s q u e l e h a b í aexpues to enigmas y pos ib i l idadestales , que me fal taba valor para ex-p lorar las . Así pues , cuando volv i -mos a reunirnos , sumidas aún en laperp le j idad , es tuvimos de acuerdoe n q u e n u e s t r o d e b e r n o s e x i g í auna gran res i s tenc ia f ren te a cua l -qu i e r f an t a s í a e x t r a v a g a n t e . N opodíamos perder la cabeza , aunqueperdiésemos todo lo demás , y aun-que la ev idencia incues t ionable denues t ras mis te r iosas exper ienc iaslo h ic iese tan d i f íc i l . Aquel la mis-ma noche , mient ras todos dormíanen la casa, volvimos a conversar enmi habi tac ión , y de nuevo repasa-mos jun tas todos los pormenoresde lo ocur r ido , has ta que no nosquedó n inguna duda de que habíavis to . . . lo que había v is to . Me d icuenta de que e l mejor a rgumentopara convencer a la señora Groseera s implemente preguntar le cómo,suponiendo que yo lo hubiese in-ven tado todo , habr ía podido des -cr ib i r has ta e l ú l t imo de ta l le y contoda p rec i s ión a cada una de l a spersonas que se habían aparec idoa n t e m í , t r a z a n d o u n r e t r a t o t a nvivo de ambos que e l la los habíareconocido y nombrado a l ins tan-t e . L o q u e e l l a d e s e a b a , p o r s u -pues to ( ¡y no se l a puede cu lpa rpor e l lo! ) e ra echar t ie r ra sobre e lasunto ; pero yo me apresuré a ase-gurar le que , en lo que a mí tocaba ,es taba f i rmemente dec id ida a in -ves t igar has ta encont rar un modode sal i r de todo aquel lo. Logré per-s u a d i r l a d e q u e , p r o b a b l e m e n t e ,con la repe t ic ión de la exper ienc ia( p u e s d á b a m o s [ 7 3 ] p o r s e n t a d oque se repet i r ía ) i r ía acos tumbrán-dome poco a poco a l pe l igro , ase-gurándole con vehemencia que miimplicación personal se había vuel-to, de repente, la menor de mis pre-ocupaciones. Eran mis nuevas sospe-chas las que me resultaban intolera-

me cobijó en su seno maternal yen él vertí todos mis lamentos. —No logro hacerlo —sollocédesesperadamente— no logro sal-varlos ni protegerlos. Es muchopeor de lo que había imaginado...¡Están perdidos!

VIII

Lo que había dicho a la seño-ra Grose era bastante cierto:existían, en el asunto que había-mos analizado, profundidades yposibilidades que me sentía in-capaz de hurgar; de modo que,cuando volvimos a encontrar-nos, estuvimos de acuerdo enque debíamos resistirnos a todafantasía extravagante . Debía-mos mantener nuestras mentesserenas, si queríamos pisar te-rreno firme, lo que era difícilen medio de nuestras prodigio-sas experiencias. Más tarde, esamisma noche, mientras todoslos de la casa dormían, sostu-vimos otra conversación en micuarto; cuando ella se marchó,las dos estábamos convencidas,sin lugar a dudas, de que yo ha-bía visto exactamente lo quehabía dicho. La mejor pruebaque encontré fue preguntarletan sólo si había cometido al-gún error al describirle a cadauna de las personas que se meaparecieron, proporcionándo-le, en un retrato detallado, has-ta los rasgos más insignifican-tes, un retrato ante el cual ellareconoció y nombró instan t á-neamen te a l o s o r ig ina l e s .Por supuesto, lo que ella desea-ba, ¡y no se la podía culpar deltodo por ello!, era olvidar por en-tero el asunto; y yo me apresuré aasegurarle que mi interés en éstehabía cambiado violentamente enel sentido de que ahora se cifrabaen la búsqueda de un medio paraescapar de él. La tranquilicé alasegurarle que, con la repeticióndel fenómeno —pues dábamospor descontado que se repetiría—, yo me acostumbraría al peligro;y claramente le manifesté que miriesgo personal se había conver-tido de pronto en la menor demis preocupaciones. Lo intole-rable, en cambio, era mi nuevasospecha; y aun para esta com-

contra su pecho, y no pude re-primir una lamentación:

—¡No lo hago! —sol locé ,desconsolada—. ¡No los sa l -vo n i los pro te jo! Es muchopeor de lo que yo imaginaba ,¡es tán perd idos!

[166] VIII

Lo que le había dicho a la se-ñora Grose era la pura verdad:había en lo que le había expues-to honduras y posibilidades queno tenía el valor de sondear; poreso, cuando volvimos a encon-trarnos, sin que el asombro senos hubiera pasado, las dos es-tuvimos de acuerdo en que nopodíamos dejarnos arrastrar porla imaginación _________. Te -níamos que conservar la cabe-z a , a u n q u e n o p u d i é r a m o sconservar o t ra cosa , y por d i -f íc i l que fuese en un caso tanf u e r a d e l o c o m ú n c o m o e lque t en íamos an te noso t r a s .Esa noche , cuando todos es -t aban ya do rmidos , t uv imosotra conversación en mi cuar-to ; en n ingún momento d io ae n t e n d e r q u e p u d i e r a h a b e rdudas de que lo que había vis-to e ra exac tamente lo que de-c ía que había v is to . Me pare-c ió que para asegurarme b iende ese punto tan impor tan te ,no ten ía más que preguntar lecómo e r a pos ib l e que , s i l o« h a b í a i n v e n t a d o » , p u d i e r ad e s c r i b i r a c a d a u n a d e l a sp e r s o n a s q u e s e m e h a b í a naparec ido , con pe los y seña-les y has ta en sus ú l t imos de-ta l les , y que e l la , a l o í r lo , lashubiera reconocido inmedia-tamente . El la , como es na tu-ra l —y no la cu lpo— t ra tó deo l v i d a r e l a s u n t o ; y y o m eapresuré a asegurar que aho-ra lo que más me in te resabae r a e n c o n t r a r u n a f o r m a d eescapar de é l . Le hablé de lapos ib i l idad de que s i se repe-t ía —pues dábamos por sen-t ado que se i ba a r epe t i r—,p o d r í a l l e g a r a a c o s t u m -brarme a l pe l igro ; ins i s t í enque e l r iesgo que yo pudieracor re r hab ía pasado a se r e lmenor de mis cuidados. Era lanueva sospecha la que se me

mothe r ly b reas t , and mylamentation overflowed. «Idon’t do i t!» I sobbed indespair; « I d o n ’ t s a v e o rs h i e l d t h e m ! I t ’ s f a rw o r s e t h a n I d r e a m e d —they’re los t !»

VIII

What I had said to Mrs.Grose was true enough: therewere in the matter I had putbefore her dep ths andposs ib i l i t ies tha t I lackedresolution to sound; so thatwhen we met once more in thewonder of i t we were of acommon mind about the dutyof resistance to extravagantfancies. We were to keep ourheads i f we should keepnothing else—difficult indeedas that might be in the face ofwhat , in our p rod ig iousexperience, was least to bequestioned. Late that night,while the house slept, we hadanother talk in my room, whenshe went all the way with meas to its being beyond doubtthat I had seen exactly what Ihad seen. To hold her perfectlyin the pinch of that, I found Ihad only to ask her how, if Ihad «made it up,» I came to beable to give, of each of thepersons appearing to me, apicture disclosing, to the lastdetail, their special marks—aportrait on the exhibition ofwhich she had ins tan t lyrecognized and named them.She wished of course—smallblame to her!—to sink thewhole subject; and I was quickto assure her that my owni n t e r e s t i n i t h a d n o wviolently taken the form of asearch for the way to esca-pe f rom i t . I encounteredh e r o n t h e g r o u n d o f ap r o b a b i l i t y t h a t w i t hrecurrence— for recurrencew e t o o k f o r g r a n t e d — Is h o u l d g e t u s e d t o m ydanger, distinctly professingthat my personal exposurehad sudden ly become theleast of my discomforts. Itwas my new suspicion thatwas intolerable; and yet even

X

52

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

bles; y después de las horas transcu-rridas, incluso aquellos temores sehabían aplacado un poco.

A l d e j a r l a , d e s p u é s d e m i e s -t a l l i d o i n i c i a l , l o p r i m e r o q u eh i c e , c o m o e s l ó g i c o , f u e v o l v e rc o n m i s a l u m n o s , s i n t i e n d o q u ee l m e j o r r e m e d i o p a r a m i a b a t i -m i e n t o e s t a b a e n a q u e l e n c a n t oq u e t e n í a n , y q u e y o r e c o n o c í a y ac o m o u n r e c u r s o i n f a l i b l e q u ed e b í a c u l t i v a r y q u e , h a s t a e n t o n -c e s , j a m á s m e h a b í a f a l l a d o . E no t ras pa lab ras , me l imi té a sumer -g i rme de nuevo en mi pecu l i a r r e -l a c i ó n c o n F l o r a , y e n t o n c e s m ed i c u e n t a ( ¡ e r a u n a u t é n t i c ol u j o ! ) d e q u e l a n i ñ a , c o n s u i n -f an t i l s ens ib i l i dad , hab í a pe rc ib i -d o q u e s u f r í a . M e m i r ó c o n o j o sd u l c e s e inqu is i t ivos y luego meacusó d i rec tamente de haber l lo ra-do . Yo cre ía que las feas hue l lasdel l lan to ya se habr ían borrado demi ros t ro , pero en aquel momento ,ante la profunda compas ión de lan i ñ a , m e a l e g r é s i n c e r a m e n t e d eque no hubiesen desaparec ido porcompleto. Contemplando la hondu-ra azul de sus o jos , habr ía s ido de-masiado c ín ico suponer que aque-l la amabi l idad era so lo un d is f razmás de su precoz capac idad de d i -s imulo , as í que prefer í renunciar amis an ter iores sospechas y, has tadonde me fue pos ib le , ca lmar miagi tac ión . No podía de jar de sos-pechar por e l mero hecho de de -sear lo , pero s í podía repe t i r le unay o t ra vez a la señora Grose (y as íl o h i c e e n l a s h o r a s s i g u i e n t e s )que , con las voces de l o s p e q u e -ñ o s i n u n d a n d o e l a i r e _____________ __ __y s u s c a r i t a s a p r e t a -d a s c o n t r a n u e s t r a s m e j i l l a s , i n -f l u y e n d o c o n s u p r e s e n c i a s o b r en u e s t r o e s p í r i t u , t o d a s n u e s t r a ss u p o s i c i o n e s s e v e n í a n a b a j o , yso lo quedaba l a ce r t eza de su ino -c e n c i a y s u b e l l e z a . L a p e n a f u eq u e , p a r a d e j a r a q u e l l o b i e n s e n -t a d o , n o t u v e m á s r e m e d i o q u ea l u d i r d e n u e v o a l a [ 7 4 ] s u t i l e z ag rac i a s a l a cua l l a t a rde an t e r io r ,j u n t o a l l a g o , p u d e l o g r a r e l m i -l a g r o d e n o p e r d e r e l c o n t r o l d em í m i s m a . L a p e n a f u e q u e m e v io b l i g a d a a r e m e m o r a r l a c e r t e z aq u e h a b í a s e n t i d o e n a q u e l m o -m e n t o y a r e p e t i r c ó m o , a t r a v é sd e u n a e s p e c i e d e r e v e l a c i ó n , h a -b í a c o m p r e n d i d o q u e a q u e l l a i n -c o n c e b i b l e r e l a c i ó n q u e a c a b a b ad e d e s c u b r i r f o r m a b a p a r t e d e l ac o s t u m b r e p a r a l a s d o s p a r t e s i m -p l i cadas . La pena fue que hube de

plicac i ó n , e s a s ú l t i m a s h o -r a s d e l d í a h a b í a n a p o r t a -d o c i e r t o a l i v i o .

Al separarme de ella, des-pués de un primer derrumba-miento, tuve que volver, porsupuesto, al lado de mis alum-nos, hallando así el adecuadoalivio con aquel encanto quey a a n t e s h a b í a r e c o n o c i d ocomo un recurso que podíacultivar positivamente y quehasta el momento no me habíafallado. Me había sumergido,en otras palabras, en la pecu-liar compañía de Flora, con loque me di cuenta de que ellapodía poner su manita, de unamanera consciente, precisa-mente en el lugar que dolía.Me contempló con expresióndulce e interrogadora y luegome acusó abiertamente de ha-ber llorado. Suponía yo quehabía logrado desaparecer lasfeas señales del llanto, pero,por lo visto, aquéllas no se ha-bían borrado del todo. Con-templar la profundidad azul delos ojos de la niña y juzgar quesu amabilidad no era sino unaprueba de prematura astucia,me hubiera hecho sent i rmeculpable de cinismo, por lo quepreferí abjurar de mi criterio y,en la medida de lo posible, demi agitación. No podía abjurarpor el mero hecho de desear-lo, pero sí repetir a la señoraGrose —como lo hice, una yotra vez, durante las horas quecompart íamos juntas— que,con las voces de los niños enel aire, la presión que ejercíansobre nuestro corazón y susfragantes mejillas sobre nues-tros rostros, todo se venía aba-jo, menos su aire de inocenciay su belleza. Fue una lástimaque, para dejar sentado esto deuna manera definitiva, tuvieraque evocar las sutilezas conque, aquella tarde en el lago,pude conservar milagrosamen-t e m i c a p a c i d a d d eautodominio. Fue una lástimaque me viera obligada a inves-tigar una vez más la certeza deaquel momento y repetir cómohabía tenido la revelación deque la inconcebible comunica-ción que acababa yo de sor-prender era una cuestión dehábito para las otras dos par-tes. Fue una lástima que tuvie-ra que enumerar de nuevo los

hac ía in to le rab le ; y aun as í ,l a s ú l t imas horas me hab íant ra ído a lgún a l iv io .

Al de ja r la , después de lap r i m e r a e n t r e v i s t a , h a b í avuel to a reuni rme con los n i -ñ o s , b u s c a n d o e l v e r d a d e r oremed io a mi s desd i chas ene s e e n c a n t o q u e e n c o n t r a b aen e l los , y que ya había v i s toe ra una cosa a l a que pod íarecur r i r s iempre y que nuncam e h a b í a f a l l a d o h a s t a e n -tonces . En o t ras pa labras : loque había hecho era s imple-mente [167]volver a l mundode Flora y darme cuenta —fuecasi una delicia— de que sabíaponer su mano justo en el si t ioque dol ía . Se había quedadomirándome, y luego me habíadicho que había «llorado». Yocreía haber borrado todas lashuel las ; pero pude —de mo-mento, claro está— sentir unaverdadera alegría por haber te-nido la suerte de que no des-aparecieran del todo. Contem-plar los ojos azules de la niñay decir que su encanto no eramás que una muestra de astu-cia prematura habría sido algoimperdonable, y preferí , natu-ralmente, olvidarme del juicioque había formado y, mientrasfuera posible, de mi inquietud.No podía olvidarme sólo por-que quisiera hacerlo, pero loque sí podía hacer —y lo hiceuna y otra vez en esas horas dela noche— era repetir a la se-ñora Grose que, mientras pu-diéramos escuchar sus voces,sentir su fuerza en nuestro co-razón y poner nuestra cara jun-to a la suya, todo se vendríaabajo, y sólo quedarían su be-lleza y su incapacidad para ha-cer semejantes cosas. De todasmaneras, fue una lástima quetambién tuviera que volver aenumerar todos los s ín tomasde astucia que esa tarde, jun toal lago, habían hecho que fue-ra un mi lagro poder conser-v a r l a s e re n i d a d . F u e u n al á s t i m a q u e m e v i e r a o b l i -g a d a a e x a m i n a r o t r a v e z e lm o m e n t o m i s m o , y r e p e t i rc ó m o h a b í a h e c h o e l d e s c u -b r i m i e n t o d e q u e e s a i n -c o n c e b i b l e c o m u n i ó n q u es o r p r e n d í e n t o n c e s e r a , p o ra m b a s p a r t e s , u n a c o s a h a -b i t u a l . F u e u n a p e n a q u et u v i e r a q u e r e c o r d a r l a s r a -

to this complication the laterhours of the day had broughta little ease.

On leaving her, after my firstoutbreak, I had of coursereturned to my pupils ,associating the right remedy formy dismay with that sense oftheir charm which I had alreadyfound to be a thing I couldpositively cultivate and whichhad never failed me yet. I hadsimply, in other words, plungedafresh into Flora’s specialsociety and there becomeaware—it was almost aluxury!— that she could put herlittle conscious hand straightupon the spot that ached. Shehad looked at me in sweetspeculation and then hadaccused me to my face ofhaving «cried.» I had supposedI had brushed away the uglysigns: but I could literally—forthe time, at all events—rejoice,under this fathomless charity,that they had not entirelydisappeared. To gaze into thedepths of blue of the child’seyes and pronounce theirloveliness a trick of prematurecunning was to be guilty of acynicism in preference to whichI naturally preferred to abjuremy judgment and, so far asmight be, my agitat ion. Icouldn’t abjure for merelywanting to, but I could repeatto Mrs. Grose—as I did there,over and over, in the smallhours— that with their voicesin the air, their pressure onone’s h e a r t , a n d t h e i rfragrant faces against one’sc h e e k , e v e r y t h i n g f e l l t ot h e g r o u n d b u t t h e i rincapacity and their beauty.It was a pity that, somehow,to set t le this once for a l l , Ih a d e q u a l l y t o r e -e n u m e r a t e t h e s i g n s o fs u b t l e t y t h a t , i n t h eaf ternoon, by the lake hadmade a miracle of my showof self-possession. It was a pityto be obliged to reinvestigatethe certitude of the moment itselfand repeat how it had come tome as a revelation that theinconceivable communion I thensurprised was a matter, for eitherparty, of habit. It was a pity thatI should have had to quaver outagain the reasons for my nothaving, in my delusion, so much

X

X

53

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

r e p a s a r c o n v o z t e m b l o r o s a l a sr a z o n e s p o r l a s c u a l e s y o , e n m io b c e c a c i ó n , n i s i q u i e r a d u d é d eq u e l a p e q u e ñ a h u b i e s e v i s t o an u e s t r a v i s i t a n t e c o m o y o v e í aahora a l a s eñora Grose y de quehub iese t r a t ado de ocu l t a rme quel a v e í a , i n t e n t a n d o , a l m i s m ot i empo , descubr i r s i l a hab ía v i s -to yo . La pena fue t ene r que r eca -p i tu l a r e l s in f ín de pequeñas ac -t iv i d a d e s d e l a n i ñ a p a r a d i s t r a e rm i a t e n c i ó n , e l p e r c e p t i b l e a u -m e n t o d e s u s m o v i m i e n t o s , l an u e v a i n t e n s i d a d d e s u s j u e g o s yc a n c i o n e s , s u s t o r r e n t e s d e d i s -p a r a t e s y s u s i n v i t a c i o n e s ab r i n c a r y r e t o z a r con e l l a .

Aún así, si no hubiese caído en elerror de repasar todos estos pormeno-res con el fin de probar su insignifi-cancia, no habría descubierto los doso tres elementos de consuelo a los queaún podía aferrarme. Por ejemplo, nohabría sido capaz de afirmar ante laseñora Grose que, al menos, estaba se-gura de no haberme traicionado a mímisma (lo cual no era poco). No mehabría visto arrastrada por la necesi-dad y la desesperación a poner de nue-vo a mi compañera contra las cuerdaspara obtener, gracias a ello, una me-jor comprensión de los hechos. Pre-sionada por mi insistencia, había idorevelándome, poco a poco, gran can-tidad de detalles; pero aún quedabanpuntos oscuros, contradicciones apa-rentes que proyectaban sus sombrassobre mi rostro como alas de murcié-lago. Y recuerdo que en aquella oca-sión, ayudada por el silencio reinantey la concentración con que ambas con-versábamos, atentas al peligro y sinabandonar la [75] vigilancia, presentíla importancia de dar un último tiróna la cortina.

—No, decididamente, soy inca-paz de creer algo tan horrible —re-cuerdo haber dicho—. Dejemos biensentado, amiga mía, que no lo creo.Pero si lo creyese... ¿sabe? Le pedi-ría que me aclarase una cosa, y no ladejaría en paz hasta habérselo saca-do todo en relación con eso..., todo,hasta el último detalle. ¿Qué teníausted en mente cuando, al regreso deMiles, cuando estábamos tan disgus-tadas por aquella carta del colegio,usted dijo, presionada por mí, que nopodía asegurar que Miles no se hu-biese portado mal nunca? Porque enestas semanas que he vivido con élno he dejado de vigilarle y la verdades que en ningún momento se ha por-tado mal; ha sido un prodigio cons-tante de buena conducta, una delicia

motivos que me llevaron a su-poner que la niña estaba vien-do a la aparecida de la mismamanera como yo podía en eseinstante ver a la propia señoraGrose, y que aquélla deseabahacerme creer que no veía naday, a la vez, conocer hasta dón-de yo sabía. Fue una lástimaque necesitara describir otravez la portentosa actividad me-diante la cual la niña trató dedistraer mi atención... el per-ceptible aumento de movimien-tos, la mayor intensidad en eljuego, los cantos, la conversa-ción _______ y su inv i t ac ióna retozar .

Sin embargo, aunque no memostré indulgente en aquellarevisión, debí omitir los dos otres vagos elementos de con-suelo que aún me quedaban.Por ejemplo, no debía decir ami amiga que estaba segura deno haberme engañado a mí mis-ma. No debí haberla forzado,por desesperación —apenas séqué término emplear—, a evo-car todo lo que conocía, por elprocedimiento de colocar a micolega entre la espada y la pa-red. Me dijo poco a poco, aun-que la mayor parte de las vecesbajo presión, muchas cosas;pero había algo que no acaba-ba de ajustar y que a veces merozaba las sienes como si fuerael aletazo de un murciélago.Recuerdo que en una ocasión —porque la casa dormida y laconcentración que surgía denuestro común peligro y comúnvigilia parecían ayudar a ello—sentí la tentación de dar un úl-timo tirón a la cortina. —No creo es to t an hor r i -b l e —recue rdo que d i j e—.No, quer ida , def in i t ivamen-t e n o l o c r e o . P e r o , ¿ s a b eu s t e d ? , h a y e n t o d o e s t oa l g o q u e m e p r e o c u p a yquiero que us ted , ¡ s í , us ted ,no se evada! , que us ted melo exp l ique . ¿En qué pensa-ba us ted cuando en nues t raa f l i cc ión , an tes de que l l e -gara Mi les y hab lando de l aca r ta de l d i rec to r de l a es -cuela, di jo, bajo mi insisten-c ia , que no p re tend ía a f i r -mar que Miles no había s idonunca ma lo? No lo ha s idoduran te e s t a s s emanas quehe v iv ido con é l , v ig i lándo-l o e s t r e c h a m e n t e ; h a s i d o

z o n e s p o r l a s q u e e n n i n g ú nm o m e n t o d u d é d e q u e l an i ñ a v e í a a n u e s t r a v i s i t a n -t e t a n b i e n c o m o v e í a y o al a s e ñ o r a G r o s e , y q u e , p r e -c i s a m e n t e p o r e s o , q u e r í ah a c e r m e c r e e r q u e n o l av e í a y, a l m i s m o t i e m p o , s i nd e l a t a r s e , l l e g a r a d e s c u -b r i r s i y o l a v e í a t a m b i é n .F u e u n a l á s t i m a t e n e r q u ec o n t a r u n a v e z m á s t o d a sl a s c o s a s q u e h i z o p a r a d i s -t r a e r m i a t e n c i ó n , c ó m o e m -p e z ó a m o v e r s e , a p o n e rm á s i n t e r é s e n e l j u e g o , ac a n t a r , a h a b l a r e n t r e d i e n -t e s y h a c e r t o n t e r í a s .

Pero si no me hubiera permiti-do hacer esa revisión, para demos-trar que no había nada en ella, ha-bría perdido los dos o tres peque-ños consuelos que todavía me que-daban. [168] Por ejemplo, no ha-bría podido decirle a mi amiga queestaba segura —y eso ya era algo—de que yo, al menos, no me habíatraicionado. No habría tenido oca-sión, impulsada por la necesidad opor la desesperación —que ya nisé cómo llamarlo—, de decir que,para entenderlo mejor, necesitabatoda la ayuda que pudiera para po-ner a mi colega entre la espada yla pared. Poco a poco, a fuerza depresionarla, me había dicho ya mu-chas cosas; pero había todavía unpequeño punto que se me escapa-ba, y que a veces me rozaba la fren-te como el ala de un murciélago; yrecuerdo que en esa ocasión —lacasa dormida, el peligro que corría-mos y la vigilia ayudaban tam-bién— comprendí la importancia dedar un último tirón a la cortina.

— N o p u e d o c r e e r u n ac o s a t a n h o r r i b l e , n o — r e -c u e r d o q u e d i j e — ; e s o v a -m o s a d e j a r l o y a b i e n c l a r o .P e r o , s i l o c r e y e r a , h a y a l g oq u e , s i n a h o r r a r l e a u s t e dn a d a , n i u n a p i z c a , n e c e s i -t a r í a q u e m e e x p l i c a s e a h o -r a . ¿ E n q u é e s t a b a p e n s a n -d o c u a n d o , e n m e d i o d en u e s t r a t r i s t e z a , a l v e r l ac a r t a d e l c o l e g i o , a n t e s d eq u e v o l v i e r a M i l e s , d i j o u s -t e d , d e s p u é s d e i n s i s t i r y ot a n t o , q u e n o p r e t e n d í a d e -c i r q u e n u n c a h u b i e s e s i d o« m a l o » ? N o h a s i d o n u n c am a l o e n e s t a s s e m a n a s e nq u e h e v i v i d o c o n é l y l e h eo b s e r v a d o t a n d e c e r c a ; h as i d o d u r a n t e t o d o e l t i e m p o

as questioned that the little girlsaw our visitant even as Iactually saw Mrs. Grose herself,and that she wanted, by just somuch as she did thus see, tomake me suppose she didn’t, andat the same time, withoutshowing anything, arrive at aguess as to whether I myself did!It was a pity that I needed oncemore to describe the portentouslittle activity by which shesought to divert my attention—the perceptible increase ofmovement, the greater intensityof play, the singing, thegabbling of nonsense, and theinvitation to romp.

Yet if I had not indulged, toprove there was nothing in it, inthis review, I should have missedthe two or three dim elements ofcomfort that still remained to me.I should not for instance havebeen able to asseverate to myfriend that I was certain—whichwas so much to the good—that Iat least had not betrayed myself.I should not have been prompted,by stress of need, by desperationof mind—I scarce know what tocall it—to invoke such further aidto intelligence as might springfrom pushing my colleague fairlyto the wall. She had told me, bitby bit, under pressure, a greatdeal; but a small shifty spot onthe wrong side of it all stillsometimes brushed my brow likethe wing of a bat; and I rememberhow on this occasion—for thesleeping house and theconcentration alike of ourdanger and our watch seemed tohelp— I felt the importance ofgiving the last jerk to the curtain.«I don’t believe anything so ho-rrible,» I recollect saying; «no,let us put it definitely, my dear,that I don’t. But if I did, youknow, there’s a thing I shouldrequire now, just without sparingyou the least bit more—oh, nota scrap, come!—to get out ofyou. What was it you had inmind when, in our distress,before Miles came back, overthe letter from his school, yousaid, under my insistence, thatyou didn’t pretend for him thathe had not literally EVER been`bad’? He has NOT literally`ever,’ in these weeks that Imyself have lived with him andso closely watched him; he hasbeen an imperturbable little

54

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

en todos los aspectos. Por lo tanto,lo lógico habría sido que usted mehubiese asegurado que el niño nuncase portaba mal... y, si no lo hizo, fueporque sabía positivamente que enalguna ocasión s í lo había hecho.¿Cuál fue esa excepción? ¿Qué habíaobservado usted en el niño para res-ponder como lo hizo?

Era una pregunta bastante directa, pero en nues-tra relación no había espacio para frivolidades ;en cualquier caso, antes de que el grisresplandor del alba nos advirtiese quedebíamos separarnos, yo ya tenía unarespuesta. Lo que mi amiga había pen-sado cuando yo le pregunté por elcomportamiento de Miles tenía granrelevancia para nuestro asunto. Era, nimás ni menos, que durante un perío-do de varios meses el niño y Quinthabían s ido inseparables . Has ta ta lpunto , que e l la se había a t rev ido aseñalar la incongruencia de aque-l la re lac ión y a cues t ionar su con-veniencia , l l egando inc luso a ma-n i f e s t a r s u s d u d a s a b i e r t a m e n t eante la señor i ta Jesse l . La señor i -ta Jesse l , en un tono muy a l t ivo ,le había ordenado que se l imi tasea ocuparse de sus asuntos . Enton-ces , la buena mujer dec id ió hablard i rec tamente con Miles . [76] Ce-diendo a mis pres iones , me contólo que le había d icho , a saber, quea e l l a n o l e g u s t a b a n l o scabal ler i tos que olvidaban cuál erasu lugar.

Ins i s t í en mis p regun tas pa raque me reve lase más da tos .

—Entonces, ¿le recordó usted queQuint no era más que un criado servil?

—¡Tal y como us ted lo d ice! Y,para empezar, fue su respues ta loque no me gus tó .

—¿Cómo que «para empezar»? —Es-peré su respuesta, pero no llegó—. ¿Es quele contó a Quint lo que le había dicho?

—No, eso no.. . , ¡él jamás habríahecho a lgo as í ! —Su vehemenciaaún era capaz de impresionarme—.En todo caso, estoy segura de queno lo hizo —añadió—. Pero negabaalgunas cosas.

— ¿ Q u é c o s a s ?

— Q u e s e i b a n j u n t o s ,c o m o s i Q u i n t f u e s e s u t u t o ry l a s e ñ o r i t a J e s s e l s ó l o e s t u -v i e s e e n c a r g a d a d e l a n i ñ a .M e r e f i e r o a q u e s a l í a s o l oc o n e s e t i p o , y p a s a b a h o r a s

un pequeño prodigio de im-perturbable y adorable bon-dad. De manera que usted nohabría hecho esa declaraciónsi no hubiese habido una ex-cepción. ¿Cuál es esa excep-ción, y a qué episodio, obser-vado personalmente por usted,se refería aquella vez?

Era una pregunta tremendamen-te grave, pero la ligereza no eranuestro fuerte; así que, antes deque el gris amanecer nos obligaraa separarnos, yo ya tenía la res-puesta. Lo que la señora Grosehabía pensado en aquella ocasiónencajaba perfectamente en el cua-dro. Era nada menos la circuns-tancia de que, por un periodo devarios meses, Quint y el mucha-cho habían estado constantemen-te juntos. Debo decir, para hacerhonor a la verdad, que ella se ha-bía permitido criticar aquellaalianza tan estrecha y señalar suincongruencia, y hasta expresarabiertamente su oposición a laseñorita Jessel. Ésta le respondió,con el mayor descaro, que se ocu-para de sus propios asuntos; y fueentonces cuando la buena mujerapeló directamente al pequeñoMiles. Cuando la presioné unpoco más, me enteré de que ha-bía dicho al joven caballero que aella le agradaría que no olvidarasu condición social.

T u v e q u e v o l v e ra p r e s i o n a r l a . —¿Le recordó usted que Quint eraun criado vulgar?

—¡Por supuesto! Y fue su respues-ta, por una parte, lo que me hizo sa-ber que era malo.

—¿Qué fue lo otro? —esperé—. ¿Repitió Miles a Quint las pala-bras de usted?

—No, no fue eso; no lo hizo—sus palabras seguían impre-sionándome—. De cualquiermodo, estaba convencida deque no lo haría. Pero ocultabaciertas cosas.

—¿Cuáles?

—Que habían estado juntos,como si Quint fuera su tutor yla señorita Jessel fuera la ins-titutriz sólo de la niña. Quie-ro decir que ocultaba que sa-lía con aquel hombre y pasa-

u n p r o d i g i o d e b o n d a d y d ee n c a n t o . P o r t a n t o , n o t e n í an i n g u n a n e c e s i d a d d e d e c i r -l o , a n o s e r q u e , c o m o o c u -r r i ó , v i e r a q u e h a b í a q u e h a -c e r a l g u n a e x c e p c i ó n . ¿ C u á le r a e s a e x c e p c i ó n y a q u ép a r t e d e s u e x p e r i e n c i a p e r-s o n a l s e r e f e r í a ?

Era un interrogatorio muysevero, pero la frivolidad no eralo nuestro y, en cualquier caso,antes de que la luz del amane-cer nos mandara separarnos, yoya tenía la respuesta. Se com-probó que lo que mi amiga ha-bía pensado tenía mucho que vercon todo ello. Era, ni más ni me-nos, que, durante varios meses,Quint y el niño habían estadosiempre juntos. Era el dato, muyin te resan te , de que se hab íaatrevido a criticarlo, a señalar lainconveniencia de una unión tanestrecha, y que había llevado elasunto tan [169] lejos como parahab la r de é l con l a señor i t aJessel. Que la señorita Jessel,con muy malos modos, le habíadicho que no se metiera dondeno la llamaban, y que la pobremujer, en vista de eso, se habíaido directamente a Miles. Loque le dijo, según me contó, fueque a ella le gustaba ver que losseñoritos no se olvidaban nun-ca de quienes eran.

Yo i n s i s t í u n a v e z m á ss o b r e e s e p u n t o :

—¿Le recordó que Quint no eramás que un criado?

—¡Naturalmente! Y lo quees tuvo mal , en pr imer lugar,fue su respuesta.

—¿Y en segundo lugar? —Espe-ré un poco—. ¿Le repitió sus pala-bras a Quint?

— N o , n o e s e s o . E s o e sp r e c i s a m e n t e l o q u e n o h a -r í a . D e t o d a s m a n e r a s —a ñ a d i ó — , y o e s t a b a s e g u -r a d e q u e n o l o h a c í a . P e r on e g ó c i e r t a s c o s a s .

—¿Qué cosas?

—Pues que andaran siemprejuntos, como si Quint fuera su tu-tor, y un tutor de mucha categoría,y como si la señorita Jessel estuvie-ra sólo para la niña. Y que habíasalido con el tipo ese, y se había

prodigy of delightful, lovablegoodness. Therefore you mightperfectly have made the claimfor him if you had not, as ithappened, seen an exception totake. What was your exception,and to what passage in yourpersonal observation of himdid you refer?»

It was a dreadfully austereinquiry, but levity was not ournote, and, at any rate, before thegray dawn admonished us toseparate I had got my answer.What my friend had had in mindproved to be immensely to thepurpose. It was neither more norless than the circumstance thatfor a period of several monthsQuint and the boy had beenperpetually together. It was infact the very appropriate truththat she had ventured to criticizethe propriety, to hint at theincongruity, of so close analliance, and even to go so faron the subject as a frank overtureto Miss Jessel. Miss Jessel had,with a most strange manner,requested her to mind her busi-ness, and the good woman had,on this, directly approachedlittle Miles. What she had saidto him, since I pressed, was thatSHE liked to see younggentlemen not forget theirstation.

I p r e s s e d a g a i n ,o f c o u r s e , a t t h i s .« You reminded him that Quintwas only a base menial?»

«As you might say! And it washis answer, for one thing, that wasbad.»

«And for another thing?» Iwaited. «He repeated your wordsto Quint?»

«No, not that. It’s just whathe WOULDN’T!» she could stillimpress upon me. «I was sure, atany rate,» she added, «that hedidn’t. But he denied certainoccasions.»

«What occasions?»

«When they had been abouttogether quite as if Quint were histutor— and a very grand one—and Miss Jessel only for the littlelady. When he had gone off withthe fellow, I mean, and spent

X

X X

55

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

y h o r a s c o n é l .

—¿Quiere decir que se negaba a re-conocerlo? ¿Decía que no había estadocon Quint? —Su asentimiento fue lo bas-tante claro como para animarme a añadiren seguida—: Ya veo... Mentía.

— ¡ S í , b u e n o . . . ! — d i j oe n t r e d i e n t e s l a s e ñ o r aG r o s e , c o m o t r a t a n d o d e r e s -t a r l e i m p o r t a n c i a — . V e r á ,d e s p u é s d e t o d o , a l a s e ñ o r i -t a J e s s e l l e d a b a i g u a l . N o s el o p r o h i b í a .

Reflexioné unos instantes.—¿Le d i j o e so Mi l e s pa ra j u s -

t i f i c a r s e ?

Ante aque l lo , e l l a r enunc ió asegui r defendiéndolo .

—No, jamás me habló de eso.

—¿Nunca aludió a la relación de la se-ñorita Jessel con Quint?

L a s e ñ o r a G r o s e s e s o n r o -j ó v i s i b l e m e n t e , p u e s s a b í aa d ó n d e q u e r í a i r a p a r a r .

[77] —Bueno, nunca d io mues-t ras de es ta r en terado . Lo negabatodo. Todo —repi t ió .

Dios mío, ¡cómo la presioné entonces!—Pero usted veía que Miles esta-

ba enterado de lo que había entre esosdos desgraciados, ¿verdad?

—¡No lo sé! ¡No lo sé! —gimióla pobre mujer.

— S í , s í l o s a b e , q u e r i -d a m í a — r e p l i q u é y o — ;s ó l o q u e n o e s t a n a t r e v i -d a c o m o y o , y s u t i m i d e zy s u m o d e s t i a l e l l e v a n ac a l l a r s e a q u e l l a i m p r e -s i ó n q u e e n t o n c e s , c u a n d ol u c haba en silencio contra la adver-sidad sin tenerme a su lado, le pare-ció lo más penoso de cuanto había te-nido q u e s o p o r t a r. ¡ P e r o y o s e l os a c a r é ! U s t e d d e b i ó d e n o t a r a l g oe n e l n i ñ o q u e l e h i z o p e n s a r q u econoc í a aque l l a r e l ac ión , y que l ae s t a b a o c u l t a n d o .

—Bueno, él no podía evitar...

—¿Que usted descubriese la verdad?¡Sí, no me cabe duda de ello! Pero, ¡cie-los! —añadí, cayendo en la cuenta dealgo más—, ¡eso demuestra hasta quépunto estaba bajo la influencia de esosdos, y lo que hicieron de él... !

ba horas enteras a su lado.

—¿Negaba, entonces...? ¿Decía queno había estado? —su asentamientoera tan visible, que me vi impulsada aañadir, un momento después—: Com-prendo, Miles mentía.

—¡Oh...! —murmuró la señoraGrose, sugiriendo que aquello no eralo que importaba; y apoyó la sugeren-cia con una observación posterior—:Verá, después de todo, a la señoritaJessel no le importaba. Ella no se loprohibía.

Reflexioné un momento. —¿Fue ésta la justificación queMiles dio a usted?

E l l a s e g u í a e s t a n d or e t i c e n t e . —No, nunca me dijo esto.

—¿Nunca mencionó a la señoritaJessel en relación con Quint?

La señora Grose advirtió quéera lo que me proponía saber, yenrojeció violentamente: —Bueno, nunca mostró sa-ber nada. Negaba —repitió—. ¡Negaba!

¡Dios mío, cómo la apremié en esa ocasión! —¿De modo que pudo ver que es-taba enterado de lo existente entreaquellos dos bribones?

—No lo sé... ¡No lo sé! —gimió lapobre mujer.

—¡Claro que lo sabe, queri-da! —repliqué—, sólo que nun-ca ha tenido la suficiente auda-cia para confesárselo, y lo hamantenido oculto, por timidez,por modestia y por delicadeza,a pesar de que en el pasado,cuando tenía usted que navegarsin mi ayuda, en silencio, todoesto debe de haberla hechomuy infeliz. Pero yo necesitosaberlo y usted me lo va a de-cir. ¿Había algo en el niño quehiciese creer que él ocultaba yprotegía esas relaciones?

—¡Oh, él no podía impedir...!

—Que usted se enterase de laverdad, ¿no es así? ¡Santo cie-lo! —exclamé con vehemen-cia—. ¡Eso demuestra hasta quégrado lo dominaban! ¿Qué hi-cieron con él?

pasado horas enteras con él.

—¿Inventó excusas. . . , di joque no? —Lo admit ió con cla-r i d a d s u f i c i e n t e c o m o p a r aanimarme a añadir—: Ya com-prendo. Mint ió .

—¡Bueno! —murmuró la señoraGrose. Era como dar a entender que esono tenía importancia, cosa que confir-mó después con otro comentario—.Ya ve que, después de todo, a la se-ñorita Jessel tampoco le importaba.No se lo prohibía.

Lo tuve en cuenta.— ¿ L e d i j o e s o p a r a

j u s t i f i c a r s e ?

_______ _______ _______ ____ ___________

—No, no habló nunca de ello.

—¿No habló nunca de ella alreferirse a Quint?

S e p u s o c o l o r a d a , p o r -q u e v e í a a d ó n d e q u e r í a i ry o a p a r a r.

— ____________________N o d i j o n a d a . L o n e g ó , l onegó . _________

¡Dios mío, cómo la acosé en esos momentos![170] —¿De forma que pudo us-

ted ver que sabía lo que pasaba entreellos ________?

—¡No lo sé, no lo sé! —gritó lapobre mujer.

— S í q u e l o s a b e , p e r on o t i e n e l a v a l e n t í a q u ey o t e n g o y , p o r t i m i d e z ,m o d e s t i a y d e l i c a d e z a ,n o q u i e r e n i o í r h a b l a rd e l o q u e e n o t r o t i e m p o ,c u a n d o y o n o e s t a b a a q u í ,y t e n í a q u e s o p o r t a r l ot o d o s o l a , e r a l o q u em á s l a a t o r m e n t a b a .P e r o v o y a h a c e r q u e m el o d i g a . H a b í a a l g o e n e ln i ñ o q u e l e h a c í a p e n s a rq u e e n c u b r í a y o c u l t a b as u s r e l a c i o n e s .

—Él no podía impedir...

— ¿ Q u e s u p i e r a l av e r d a d ? ¡ Y a m e l o i m a -g i n o ! P e r o , ¡ D i o s m í o ! ,e s o d e m u e s t r a l o q u eh a b í a n c o n s e g u i d o h a -c e r d e é l .

hours with him.»

«He then prevaricated aboutit—he said he hadn’t?» Herassent was clear enough to causeme to add in a moment: «I see.He lied.»

«Oh!» Mrs. Grose mumbled.This was a suggestion that itdidn’t matter; which indeed shebacked up by a further remark.«You see, after all, Miss Jesseldidn’t mind. She didn’t forbidhim.»

I c o n s i d e r e d . « D i dh e p u t t h a t t o y o u a s aj u s t i f i c a t i o n ? »

A t t h i s s h e d r o p p e da g a i n . « N o , h e n e v e rs p o k e o f i t . »

«Never mentioned her inconnection with Quint?»

S h e s a w , v i s i b l yf l u s h i n g , w h e r e Iw a s c o m i n g o u t .« W e l l , h e d i d n ’ t s h o wany th ing . He den ied ,» sherepea t ed ; «he den ied .»

Lord, how I pressed her now!«So tha t you could see heknew what was between thetwo wretches?»

«I don’t know—I don’t know!»the poor woman groaned.

«You do know, you dearthing,» I replied; «only youhaven’t my dreadful boldness ofmind, and you keep back, out oftimidity and modesty anddelicacy, even the impressionthat, in the past, when you had,without my aid, to flounderabout in silence, most of all madeyou miserable. But I shall get itout of you yet! There wassomething in the boy thatsuggested to you,» I continued,«that he covered and concealedtheir relation.»

«Oh, he couldn’t prevent—»

«Your learning the truth? Idaresay! But, heavens,» I fell,with vehemence, athinking,«what it shows that they must, tothat extent, have succeeded inmaking of him!»

XX

X

X

X

X

56

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

— ¡ N a d a q u e n o s e h a y a c u r a -d o c o n e l t i e m p o ! — o b s e r v ól ú g u b r e m e n t e l a s e ñ o r a G r o s e .

— N o m e e x t r a ñ a q u e m em i r a s e d e u n m o d o t a n r a r o —i n s i s t í — c u a n d o l e m e n c i o n él a c a r t a d e l c o l e g i o .

—No creo que tuviese un aspecto tanraro como el que tenía usted —replicó sinamilanarse, estimulada por nuestra mutuaconfianza—. Y además, si entonces era tanmalo como usted supone, ¿cómo es que seha vuelto un ángel de repente?

—Sí, es cierto.. . , y si en el co-legio se portaba como un demonio.. .¿Cómo, cómo es posible? Bueno —añadí, en mi tormento—, es mejorque me repita usted la pregunta enotra ocasión, aunque no creo que en-cuentre una respuesta en los próxi-mos días. ¡Pero aun así, no deje depregu n t á r m e l o ! — L o d i j e d e t a lmodo que l a señora Grose me con-t e m p l ó c o n f i j e z a — . [ 7 8 ] H a yc ie r t a s d i r ecc iones en l a s que nod e b o e n c a m i n a r m i s p e n s a m i e n -t o s . . . N o p o r a h o r a . — L u e g or e t o m é s u a n t e r i o r a l u s i ó n a u ndes l iz ocas iona l de l n iño—. Cuan-do us te d regañó al niño y le dijo queQuint no era más que u n c r i a d o s e r -v i l , s u p o n g o q u e u n a d e l a s c o -sas que Mi le s deb ió de r e sponder -l e f u e q u e . . . q u e u s t e d t a m b i é n l oe r a . — D e n u e v o a s i n t i ó c o n e n e r -g í a , y e s o m e a n i m ó a s e g u i r — .¿ Y u s t e d s e l o p e r d o n ó ?

—¿Es que usted no le habría perdonado?

— ¡ Ay, s í ! — Y a l l í , e n e l s i -l e n c i o d e l a n o c h e , y p o r e x t r a -ñ o q u e p a r e z c a , a m b a s n o s e c h a -m o s a r e í r . L u e g o y o c o n t i n u é —: S e a c o m o s e a , m i e n t r a s M i l e se s t a b a c o n e s e h o m b r e . . .

— L a s e ñ o r i t a F l o r a e s t a b ac o n l a m u j e r . ¡ Y t o d o s p a r e c í a nd e a c u e r d o !

Yo t ambién e s t aba de acue rdo ,p o r d e s g r a c i a ; m e r e f i e r o a q u ea q u e l l o c o n c o r d a b a e x a c t a m e n t ec o n l a s f u n e s t a s s u p o s i c i o n e sq u e e s t a b a i n t e n t a n d o d e s t e r r a rd e m i m e n t e . P e r o d e j a r é q u e s e ae l l e c t o r q u i e n j u z g u e s i f u i o n of u i c a p a z d e g u a r d a r m e m i s s o s -pechas a t eno r de l a ú l t ima obse r -v a c i ó n q u e l e d i r i g í a l a s e ñ o r aG r o s e a q u e l l a n o c h e .

—Conf ieso que la desvergüen-za y las ment i ras de Mi les son car-

—Cualquier cosa que hayan hecho, no leimpide ser ahora un niño agradable —adu-jo la señora Grose lúgubremente.

—Ahora no me extraña que se por-tara usted de un modo tan raro —per-sistí— cuando le mencioné la cartaque recibí de la escuela.

—Dudo que me haya portadomás raramente que usted —merespondió con fiero orgullo—.Si era tan malo entonces, comoparece usted insinuar, ¿por quées ahora un ángel?

—En efecto, así es... Si era un de-monio en la escuela, ¿cómo, cómo,cómo...? Bien —dije atormenta-da—, vuelva a decirme esto y leaseguro que no la molestaré en va-rios días. ¡Pero dígamelo de nue-vo! —grité de un modo que hizoestremecer a mi amiga—. Hay cier-tas direcciones que, por el momen-to, creo más prudente no seguir. Entretanto, volví a su primer ejem-plo, aquel al que anteriormente sehabía referido, sobre la capacidad delniño para moverse furtivamente cuan-do le era preciso. —Si Quint era un criado vul-gar, como señaló usted al tra-tar con el niño este asunto, unade las cosas que Miles debe ha-berle dicho, me imagino, esque usted era otra... —nueva-mente su asentimiento fue tantotal, que proseguí—: ¿Y leperdonó usted esa respuesta?

—¿No lo habría hecho usted?

—¡Oh, sí, por supuesto! —y al lle-gar aquí, en el silencio de la noche,intercambiamos signos de profundacomprensión; luego continué: —De todos modos, mientras él es-taba con el hombre...

—¡La señor i ta Flora es ta-ba con l a mu je r ! ¡Y todostan contentos!

También yo lo estaba, y bas-tante; con lo cual quiero decirque aquello encajaba perfecta-mente en el monstruoso cua-dro que yo estaba a punto deprohibirme concebir. P e r om a y o r l u z p u d oo f r e c e r m i c o -m e n t a r i o f i n a la l a s e ñ o r aG r o s e : —Confieso que los cargosde que haya mentido y mostra-

—Nada que ahora no es téb i en —di jo l a s eño ra Grosepara d iscu lpar le .

— N o m e e x t r a ñ a q u e p u -s i e r a u s t e d u n a c a r a t a n r a r ac u a n d o l e h a b l é d e l a c a r t ad e l c o l e g i o .

—Dudo que la pusiera másrara que usted —contestó contoda na tu ra l idad—. Y s i en -tonces era tan malo como pa-rece , ¿cómo puede ser ahoraun angel i to?

—Sí , es verdad , ¿y cómopodía ser un demonio en el co-legio? ¿Cómo, cómo? Bueno:tiene que volver a hablarme deeso, pero yo no podré decirlenada en varios días. ¡Pero vuel-va a hablarme! —grité de unaforma que hizo que se asusta-ra—. Hay cosas en las que demomento no quiero meterme.—Volví luego a lo que me ha-bía dicho la primera vez, a loque acababa de referirse un mo-mento antes, a la posibilidad deque el niño se portara mal decuando en cuando—. Si en esaocasión de que habla, dijo us-ted que Quint no era más queun criado, supongo que una delas cosas que diría Miles seríaque usted también lo era. —Unavez más no hizo nada por ne-garlo, y yo pregunté—: ¿Y selo perdonó?

—¿No se lo perdonaría usted?

—¡Sí! —Y al l í , en mediodel s i lencio, las dos nos pusi-mos a reír del modo más ab-surdo. Luego di je—: En cual-quier caso, mientras é l es tabacon el hombre. . .

[171] —La señorita Flora es-taba con la mujer. ¡Así a todos lesiba bien!

Comprendía con tristeza quetambién me iba bien a mí; con lo quequiero decir que era exactamente loque correspondía a la espantosa ideaque en esos momentos trataba portodos los medios de rechazar. Peroconseguí ocultarla tan bien que,de momento, no daré más luz so-bre ella que la que pueda sacar-se de mi última observación a laseñora Grose.

—Confieso que el hecho deque mintiera y fuera tan descara-

«Ah, no th ing tha t ’s no tn i c e N O W ! » M r s . G r o s elugubr ious ly p leaded .

«I don’t wonder youlooked queer,» I persisted,«when I mentioned to you theletter from his school!»

«I doubt i f I looked asqueer as you!» she retortedwith homely force. «And ifhe was so bad then as tha tcomes to , how is he suchan ange l now?»

«Yes, indeed—and if he wasa fiend at school! How, how,how? Well,» I said in my torment,«you must put it to me again, butI shall not be able to tell you forsome days. Only, put it to meagain!» I cried in a way that mademy friend stare. «There aredirections in which I must not forthe present let myself go.»Meanwhile I returned to herfirst example— the one towhich she had just previouslyreferred— of the boy’s happycapacity for an occasional slip.«If Quint—on yourremonstrance [protest] at thetime you speak of— was a basemenial, one of the things Milessaid to you, I find myselfguessing, was that you wereanother.» Again her admissionwas so adequate that I continued:«And you forgave him that?»

«Wouldn’t YOU?»

«Oh, yes !» And weexchanged there , in thestillness, a sound of the oddestamusement. Then I went on:«At all events, while he waswith the man—»

« M i s s F l o r a w a s w i t hthe woman . I t su i t ed themal l !»

It suited me, too, I felt, onlytoo well; by which I mean that itsuited exactly the particularlydeadly view I was in the very actof forbidding myself to entertain.But I so far succeeded inchecking the expression of thisview that I will throw, just here,no further light on it than may beoffered by the mention of my fi-nal observation to Mrs. Grose.«His having l ied and beenimpudent are, I confess, less

X

57

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

gos menos g raves que lo s que yoespe raba o í r de sus l ab ios en r e s -pues t a a mi p regun ta in i c i a l . Aunas í —añad í en un murmul lo—, nod e b e m o s d e s p r e c i a r l o s , y e s t o ymás convenc ida que nunca de quedebemos v ig i l a r l e .

Un momento más tarde sentí que mismejillas enrojecían al descubrir, por la ex-presión de mi amiga, hasta qué punto habíaperdonado la ofensa de Miles, y eso me im-presionó aún más que mi propia ternura alcomparar mis sentimientos con los de ella.Mis impresiones se vieron corroboradas porlas últimas palabras que me dirigió antes deabandonar el cuarto de estudio:

—Supongo que no le acusará a él de nada...

[ 7 9 ] — ¿ D e q u é , d e m a n t e n e rc ier ta re lac ión a l t i empo que t ra tade ocultármela? Mientras no tenga-mos más p ruebas , yo no acuso anadie . —Y luego, antes de que e l latomase o t ro cor redor para d i r ig i r-se a sus hab i t ac iones , conc lu í—:Por ahora hay que esperar.

[80] Capítulo IX

Esperé y esperé, y los días pasa-ban llevándose parte de mi consterna-ción. De hecho, los pocos días quetranscurr ieron s in incidentes y enconstante compañía de mis pupilos________ bastaron para desdibujar mislúgubres fantasías e incluso mis másterribles recuerdos, como si alguienlos hubiese frotado con una esponjahúmeda. Ya he hablado de la influen-cia que su extraordinaria gracia infan-til ejercía sobre mí, una influencia queyo misma me encargaba de estimular,y, como es fácil imaginar, en aquellosdías acudí no pocas veces a esa fuen-te en busca de cualquier bálsamo quepudiese brotar de ella. Eran cierta-mente extraños, tanto que apenas pue-do expresarlo con palabras, mis es-fuerzos por combatir la nueva visiónque tenía del caso. Y la tensión queaquellos esfuerzos me producían ha-bría sido sin duda mayor de no haber-se visto coronados por el éxito en lamayor parte de las ocasiones. Solíapreguntarme, llena de zozobra, si losniños se daban cuenta de mis extra-ños pensamientos en re lación conellos; y el hecho de que aquellos pen-samientos los volviesen más intere-santes a mis ojos no ayudaba, cierta-mente, a que pasasen inadvertidos.

do su impudicia me parecen me-nos graves de los que esperabaque hubiera descubierto usteden nuestro joven. Sin embargo—murmuré—, existen; y másque nunca me hacen sentir quedebo permanecer alerta.

Me ruboricé al siguiente momen-to, al ver en la cara de mi compa-ñera cuán sin reservas había yaperdonado a Miles; sentí que mipropia ternura esperaba sólo laocasión para manifestarse. Ésta sepresentó cuando, ya en la puertadel salón de las clases, mi amigamurmuró al despedirse: —No irá usted a acusarlo...

—¿De sostener una relación queme oculta? ¡Ah!, recuerde quemientras no tenga pruebas másconcluyentes, no puedo acusar anadie —luego, antes de que ellatomase otro corredor para dirigir-se a sus habitaciones, añadí—: Nome queda sino esperar.

IX

Esperé y esperé, y los días, alpasar, se llevaron algo de miconsternación. No fue necesarioque transcurrieran muchos paraque el espectáculo constante demis discípulos, no presentándo-se ningún nuevo incidente ,difuminara los contornos de atro-ces fantasías y aun de odiososrecuerdos como si un cepillo ouna esponja hubiese pasado so-bre ellos. He hablado de la ren-dición a su extraordinaria graciainfantil como de algo que yo mis-ma podía promover activamente,y es fácil suponer que no descui-dé entonces recurrir a esa fuenteen busca del necesario bálsamo.Más extraño de lo que puedo ex-presar me resultaba el esfuerzopor luchar contra mis nuevos co-nocimientos. Me asombraba vercómo era posible que mis peque-ños discípulos no sospecharanque yo pensaba cosas raras sobreellos; y el hecho de que aquellascosas raras existieran, sólo logra-ba hacérmelos más interesantes,lo que no era, desde luego, unaayuda para mantener ocultos mispensamientos. Temblaba ante laidea de que pudieran advertir

do es una muestra menos alenta-dora que lo que yo esperaba pu-diera darme sobre el despertar delhombrecito que lleva dentro. Perohabrá que conformarse, porquecada vez estoy más convencida deque tengo que estar alerta.

Un momen to de spués mesonrojé al ver en la cara de miamiga que el la le había perdo-nado con más faci l idad de loque mi propia ternura me ha-bría permit ido en un caso se-mejante . Lo comprendí cuan-d o , e s t a n d o y a e n l a p u e r t apara marcharme, me di jo:

—No va usted a acusarle...

—¿De mantener unas rela-c iones que me ocul ta? Mire :mientras no haya más pruebas,yo no acuso a nadie. —Luego,antes de cerrar la puerta paraque ella se fuese a su cuarto porotro pasillo, dije—: Lo que ten-go que hacer es esperar.

IX

ESPERÉ y esperé, y los días,al pasar, fueron llevándose algode mi consternación. La verdad esque, teniendo siempre delante amis alumnos, y sin nuevos inci-dentes, pocos días bastaron paraborrar de mi memoria, como si mehubiesen pasado una esponja, lasimágenes tristes, y hasta los re-cuerdos odiosos. Ya he habladode que rendirme a su extraordi-naria gracia infantil era una cosaque podía cultivar asiduamente,y puede imaginarse [172] s idesaprovecharía la ocasión de acu-dir a esa fuente en busca de lo quepudiera sacar de ella. Desde lue-go, no puedo expresar con palabrasel esfuerzo que tenía que hacer paraluchar contra lo que ahora sabía;pero la tensión habría sido aún ma-yor de no haber tenido éxito tantasveces. Solía preguntarme cómo losniños que tenía a mi cargo podíanno adivinar que pensaba cosas ra-ras de ellos; y la circunstancia deque esas cosas sólo pudieran ha-cerlos aún más interesantes no eraprecisamente una ayuda para con-seguir que no se enterasen. Tem-blaba ante la idea de que pudieranver que así resultaban mucho más

engaging specimens than Ihad hoped to have from youof the outbreak in him of thelittle natural man. Still ,» Imused, «They must do, forthey make me feel more thanever that I must watch.»

It made me blush, the nextminute, to see in my friend’s facehow much more unreservedlyshe had forgiven him than heranecdote struck me as presentingto my own tenderness anoccasion for doing. This cameout when, at the schoolroomdoor, she quitted me. «Surelyyou don’t accuse HIM—»

«Of carrying on anintercourse that he conceals fromme? Ah, remember that, untilfurther evidence, I now accusenobody.» Then, before shuttingher out to go, by another passage,to her own place, «I must justwait,» I wound up.

IX

I waited and waited, and thedays, as they elapsed, tooksomething from myconsternation. A very few ofthem, in fact, passing, inconstant sight of my pupils,without a fresh incident, sufficedto give to grievous fancies andeven to odious memories a kindof brush of the sponge. I havespoken of the surrender to theirextraordinary childish grace asa thing I could actively cultivate,and it may be imagined if Ineglected now to address myselfto this source for whatever itwould yield. Stranger than I canexpress, certainly, was the effortto struggle against my newlights; it would doubtless havebeen, however, a greater tensionstill had it not been so frequentlysuccessful. I used to wonder howmy little charges could helpguessing that I thought strangethings about them; and thecircumstances that these thingsonly made them more interestingwas not by itself a direct aid tokeeping them in the dark. Itrembled lest they should seethat they WERE so immensely

[Zozobra: Figuradamente, inquietud, aflicción, congoja.]

X

58

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Temblaba al pensar que los pequeñospudiesen percibir hasta qué extremosllegaba este nuevo interés. De todasformas, y poniéndose en lo peor, comohacía yo con frecuencia en mis medi-taciones, cualquier nube sobre su ino-cencia era una razón de más para arries-garse por ellos, víctimas involuntariasde tan injusto destino. Había momen-tos [81] en que, consciente de lo quehacía, me arrojaba sobre ambos y losapretaba contra mi pecho, movida porun irresistible impulso. Y en cuanto lohabía hecho empezaba a preguntarme:«¿Qué pensarán de esto? ¿No me estarétraicionando demasiado?» Habría sidomuy fácil enredarse en una inextricablemadeja de sombrías suposiciones. Pero,si hago balance ahora de aquellas horasde paz que entonces disfrutaba, me doycuenta de que, por encima de todo, des-taca el poderoso influjo que el encantode los niños seguía ejerciendo sobremí, aun cuando yo sospechase queese encan to pod ía se r a r t i f i c i a l .Porqu e , m i e n t r a s p o r u n a p a r t et e m í a l a s s o s p e c h a s q u e p u d i e s e np r o v o c a r e n e l l o s m i s a r r e b a t o sd e t e r n u r a , p o r o t r a m e p r e g u n -t a b a s i n o h a b í a a l g o e x t r a ñ ot a m b i é n e n e l p a l p a b l e a u m e n t od e s u s m u e s t r a s d e c a r i ñ o .

En aquel per íodo, su apego ha-c ia mí rayaba en la ex t ravagancia ,inc luso en lo an t ina tura l , lo cua l ,después de todo, ta l vez no fuesemás que una reacc ión lógica a miscons tan tes mimos y car i c ia s . Lap rodiga l idad de su a fec to obrabaun e fec to t an benéf ico sobre misnerv ios , que apenas me impor tabala Sensac ión que a veces ten ía deque a lbergaban propósi tos ocul tos .Creo que nunca los había v is to tanans iosos por complacer a su pobrepro tec tora . Me ref ie ro a que , ade-más de mejorar día a día en sus lec-ciones, que es la cosa que más pue-de agradar a una ins t i tu t r iz , t ra ta -ban de sorprenderme, de en t re te -nerme, de d iver t i rme. Me le ían pa-sa jes de l ib ros , me contaban h is -tor ias , me proponían acer t i jos , seprec ip i taban sobre mí d is f razadosde animales o de personajes h is tó-r icos , y por enc ima de todo conse-guían asombrarme cuando me rec i -taban c ie r tas obras que se habíanaprendido de memor ia a espa ldasmías . S i me de jara l levar, aun aho-ra me ser ía imposib le dar una jus-ta medida del deslumbramiento quesent ía en las horas que pasábamosjuntos . Desde e l pr inc ip io me ha-b ían demos t rado que t en ían g ranfac i l idad para todo ; pose ían [82]

que de aquella manera eraninmensamente más interesantes.En el peor de los casos, como amenudo juzgué en mis medita-ciones, cualquier nube sobre suinocencia podía ser una razón demás para correr riesgos en su fa-vor. Había momentos en que, porun impulso irresistible, corría aabrazarlos y tenerlos estrecha-mente enlazados sobre mi cora-zón. Tan pronto como lo hacía,solía preguntarme: «¿Qué podránpensar de esto? ¿No me estarétraicionando demasiado?» Hu-biera sido fácil encerrarme tris-temente en el temor de lo mu-cho que podía traicionarme;pero la verdad es que, durantelas horas de paz de que aún po-día gozar, comprendía que elencanto personal de mis discí-pulos era su arma más eficaz,incluso bajo la sombra de sos-pecha de que fuera estudiado.Y, así como se me ocurre que enciertas ocasiones podían suscitarsospechas los estallidos de mi in-tensa pasión por ellos, también re-cuerdo haberme preguntado si noresultaba sospechoso el aumentode sus propias demostraciones.

En aquel periodo se mostrabanextravagantes y extraordinaria-mente cariñosos conmigo; loque, después de todo, podía seruna simple y lógica respuestaal afecto que yo les daba. Elhomenaje que me rendían erael más acertado remedio paramis nervios, y yo parecía no ad-vertirlo o, digamos, atraparlosmientras me lo preparaban.Eran incansables en hacer cosasen beneficio de su pobre protec-tora; quiero decir que no se li-mitaban a aprender sus leccio-nes cada vez mejor, con el evi-dente propósito de agradarleaún más, sino que se esforzabanpara divertirla, entretenerla,sorprenderla; le leían pasajes delibros, le contaban historias,escenificaban charadas, disfra-zándose de animales y de perso-najes históricos y, sobre todo, laasombraban con las obras queen secreto habían aprendido dememoria y podían recitar inter-minablemente. Nunca podríallegar a describir, ni siquieraahora, a menos que fuera concomentarios prodigiosos, la ma-nera como en aquella época lle-nábamos nuestras horas. Desdeel primer momento habían de-

interesantes. Poniéndome en lopeor, como tantas veces hacía enmis meditaciones, cualquier dudasobre su inocencia sólo podía ser—libres de culpa y condenadoscomo estaban de antemano—una razón más para arriesgarme.Había momentos en los que, porun impulso irresistible, los cogíay los apretaba contra mi corazón.Y nada más haberlo hecho, solíadecirme: «¿Qué van a pensar aho-ra? ¿No estoy traicionándome de-masiado?» Habría sido fácil per-derse en lamentables conjeturassobre cuánto era lo que podía trai-cionar; pero creo que el verdade-ro beneficio que saqué de las ho-ras de paz que todavía pude dis-frutar fue ver que el encanto in-mediato de mis compañeros eraun engaño que seguía dandor e s u l t a d o , a u n q u e l oensombreciera la posibi l idadde que fuese algo estudiado .Porque, si pensaba algunas vecesque podía levantar sospechas conaquellos estallidos de cariño ha-cia ellos, recuerdo también que nodejaba de extrañarme que las de-mostraciones suyas hubieran au-mentado apreciablemente.

En esa época mostraban un cari-ño hacia mí que iba mucho más alláde lo normal; cosa que, después detodo, podía pensar era muy de agrade-cer en unos niños a los que todo elmundo mimaba y reverenciaba. Real-mente, para mis nervios, ese homenajeque tanto me prodigaban dabatan buenos resultados como sinunca tuviera la impresión dequerer pescarlos en un momentoen el que pareciera intenciona-do. Creo que jamás habían que-rido [173] hacer tantas cosas porsu pobre protectora; quiero de-cir —aparte aprender cada vezmejor las lecciones que, natu-ralmente, era lo que más podíacomplacerle—, tantas cosas pordivertirla, entretenerla, sorpren-derla; leerle pasajes de un libro,contar historias, inventar chara-das; lanzarse sobre ella disfraza-dos de animales o de personajesh i s tó r i cos , y, sob re t odo ,asombrarla con las «piezas» quehabían aprendido en secreto, yque podían recitar de memoriaincansablemente. No l legaríanunca a explicar —ni aunque mepusiera a hacerlo ahora— todaslas observaciones personales, to-das ellas sometidas a correccio-nes aún más personales, con las

more interesting. Putting thingsat the worst, at all events, as inmeditation I so often did, anyclouding of their innocencecould only be— blameless andforedoomed as they were—areason the more for takingrisks. There were momentswhen, by an irresistible impul-se, I found myself catchingthem up and pressing them tomy heart. As soon as I had doneso I used to say to myself:«What will they think of that?Doesn’t it betray too much?»It would have been easy to getinto a sad, wild tangle abouthow much I might betray; butthe real account, I feel, of thehours of peace that I could stillenjoy was that the immediatecharm of my companions wasa beguilement still effectiveeven under the shadow of thepossibility that it was studied.For if it occurred to me that I mightoccasionally excite suspicion by thelittle outbreaks of my sharper passionfor them, so too I rememberwondering if I mightn’t see aqueerness in the traceable increase oftheir own demonstrations.

They were at this periodextravagantly and preternaturallyfond of me; which, after all, Icould reflect, was no more thana graceful response in childrenperpetually bowed over and hugged.The homage of which they wereso lavish succeeded, in truth,for my nerves, quite as well asif I never appeared to myself,as I may say, literally to catchthem at a purpose in it. Theyhad never, I think, wanted to doso many things for their poorprotectress; I mean—thoughthey got their lessons better andbetter, which was naturally whatwould please her most— in theway of diverting, entertaining,surprising her; reading herpassages, telling her stories,acting her charades, pouncingout at her, in disguises, asanimals and historicalcharacters, and above al lastonishing her by the «pieces»they had secretly got by heartand could interminably recite.I should never get to thebottom--were I to let myself goeven now— of the prodigiousprivate commentary, all understill more private correction,with which, in these days, I

[Prodigalidad: Profusión, desperdicio, consumo de la propia hacienda, gastando excesivamente.][Inextricable: Difícil de desenredar; muy intrincado y confuso.]

X

59

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

unas f acu l t ades inna tas que , desa -r ro l l adas en d i s t in ta s d i recc iones ,a l canzaban muchas veces a l tu ra sin sospechadas . Hac í an sus debe -re s como s i encon t ra sen g ran p l a -ce r en e l lo ; se en t regaban , s in quenad ie se lo impus ie ra y como s i deun juego se t ra tase , a d i f ic i l í s imose je rc i c ios de memor ia . No só lo sed i s f r azaban de t i g re s o de roma-n o s , s i n o t a m b i é n d e p e r s o n a j e sde Shakespea re ’ , de a s t rónomos yd e n a v e g a n t e s . S u c a s o e r a t a ns i n g u l a r q u e s e g u r a m e n t e t u v om u c h o q u e v e r c o n u n a c i r c u n s -t anc ia que , has t a e l d í a de hoy, nolog ro exp l i ca rme a mí mi sma deo t ro modo: me re f ie ro a mi incom-prens ib le neg l igenc ia a la hora debuscar un nuevo colegio para Mi-les . Lo único que recuerdo es quepor en tonces no ve ía la neces idadde reabr i r e l asunto , y la sa t i s fac-c ión con que me afer raba a aqueles tado de cosas bro taba , s in duda ,de las asombrosas mues t ras de in-t e l i g e n c i a q u e d a b a e l p e q u e ñ o .Era demasiado inte l igente para queuna p o b re i n s t i tu t r i z , h i j a de unpobre pár roco de pueblo , lo echa-se a perder. Y la hebra más ex t ra-ña (s i no la más br i l lan te) de aquele n t r a m a d o d e s e n s a c i o n e s e r a l as o s p e c h a ( ¡ o j a l á h u b i e r a t e n i d ovalor suf ic iente para enfrentarme ae l la ! ) de que su pequeño in te lec tose ha l l aba ba jo una poderosa in -f l u e n c i a q u e e j e r c í a s o b r e é l u nt remendo es t ímulo .

Pero si resultaba fácil llegar a laconclusión de que un niño así podía posponerla escuela sin problemas, no es menos ciertoque el hecho de que semejante cúmulo de per-fecciones hubiese sido «echado a patadas» delcolegio me sumía en una perplejidad sin lí-mites. Debo añadir que cuando estaba con losniños (y en aquellos días procuraba no apar-tarme de ellos en ningún momento) me resul-taba muy difícil con [83] centrarme en este tipode reflexiones. Vivíamos en un mundomágico de música, teatro, afecto y éxi-tos constantes. El talento musical deambos hermanos era algo fuera de locomún, pero el mayor, sobre todo, te-nía una facilidad asombrosa para escu-char y reproducir melodías. El piano delcuarto de estudio emitía sin descansotoda clase de e x t r a v a g a n c i as s o n o -r a s ; y c u a n d o s e c a n s a b a n , s el e s v e í a c o n s p i r a r e n l a s e s q u i -n a s , h a s t a q u e u n o d e e l l o s s a -l í a a l e g r e m e n t e d e l a e s t a n c i ap a r a r e g r e s a r c o n a l g u n a n o v e -d a d . Yo t a m p o c o e r a h i j a ú n i c a ,y s a b í a p o r e x p e r i e n c i a h a s t aq u é p u n t o l l e g a a v e c e s l a i d o -

mostrado una gran facilidadpara todo, una facultad generalque, elevándose s iempre denuevos puntos de partida, al-canzaba al turas insospecha-das. Realizaban sus pequeñastareas como si amaran hacer-lo y se entregaban, s in quenadie se los impusiera, a losmás arriesgados ejercicios dem e m o r i a . S e p r e s e n t a b a nante mí no sólo como t igreso como romanos, sino comopersonajes de Shakespeare ,astrónomos o navegantes. Elc a s o e r a t a n s i n g u l a r, q u eprobablemente tenga muchoq u e v e r c o n u n h e c h o q u ehasta el día de hoy no he lo-grado explicarme: aludo a minatural resistencia a buscaruna nueva escuela para Miles.Recuerdo que me limitaba a noplantear el problema, impre-s ionada seguramente por e lperpetuo chisporroteo de sutalento. Era demasiado inteli-gente para una mala institu-triz, para la hija de un párro-co; y la hebra más extraña, sino la más brillante, de aquelrico bordado de que he habla-do, era la impresión que tenía,a u n q u e n o m e a t r e v í a aconfesármelo ni a mí misma,de que se encontraba bajo unainfluencia que operaba en supequeña vida intelectual comoun enorme estímulo.

Si bien era fácil determinar en-tonces que semejante niño podíaaplazar su marcha a la escuela, nopodía concebirse que un maestrode escuela llegara a expulsar a taldiscípulo. Debo añadir que en sucompañía, la cual tenía yo muchocuidado de que fuera casi conti-nua, no podía seguir ningún ras-tro demasiado lejos. Vivíamos enmedio de una atmósfera de amory de éxito, de música y represen-taciones teatrales. El talento mu-sical era muy acusado en amboshermanos, pero sobre todo el ma-yor tenía una capacidad maravi-llosa para captar y repetir unamelodía. El piano del salón de lasclases desgranó las más alegrestonadas; y, cuando esto resultabaya excesivo, había confabulacio-nes en los rincones, cuya secuelaera que alguien saliera del salónalegremente para reaparecer pocodespués como algo nuevo. Yomisma había tenido hermanos, asíque no constituía una revelación

que en aquellos días marqué cadauna de sus horas. Desde el prin-cipio habían mostrado una granfacilidad para todo, una aptitudgeneral que, al ponerse en mar-cha, alcanzaba notables alturas.Hacían sus ta reas como s i fue-ra una cosa que les gus tase , yhas ta se permi t ían e l lu jo dehacer a lardes de memoria . Nos ó l o a p a r e c í a n d e r e p e n t ecomo s i fueran t igres o roma-nos , s ino como personajes deS h a k e s p e a r e , a s t r ó n o m o s ynavegantes . Supongo que esot e n d r í a m u c h o q u e v e r c o nalgo que , has ta ahora , no hes ido capaz de expl icarme: meref ie ro a la tranqui l idad conque me tomé lo de buscar otroc o l e g i o p a r a M i l e s . L o q u erecuerdo es que, de momento,me daba por sat isfecha con noplantear la cues t ión , y que lacon fo rmidad deb ía nace r deesas so rp renden tes mues t rasde in te l igenc ia que daba . Erademasiado l i s to para una ins-t i t u t r i z c u a l q u i e r a , p a r a l ah i ja de un pár roco; y e l h i lomás ext raño, s i no e l más br i -l l a n t e d e t o d a e s a t r a m a d eideas de que acabo de hablar,era la impresión que podía ha-ber sacado, si me hubiese atre-vido a hacer lo , de que habíaalgo que actuaba como un t re-mendo est ímulo sobre su pe-queña vida intelectual .

Pero si era fácil pensar que unniño así podía retrasar su vueltaal colegio, lo que no había formade explicarse era que a un niñoasí le hubiese echado, «de una pa-tada», un maestro. Permítasemeañadir que, estando con ellos —y procuraba no dejar de hacerlocasi nunca—, no podía seguirningún rastro que me l levara[174] muy lejos. Vivíamos en unaatmósfera de música y de cariño,de éxito y representaciones tea-trales. El sentido musical de losdos niños era muy agudo, pero,sobre todo el mayor, tenía un donespecial para intuir las cosas y re-petirlas. En el piano de la clasese oían las más pavorosas fanta-sías; y, cuando no era eso, habíapláticas por los rincones que ter-minaban siempre en que uno deellos salía para hacer luego su«entrada» con alguna novedad.Yo también había tenido herma-nos, y no era para mí ningún des-cubrimiento que las niñas peque-

overscored their full hours.They had shown me from thefirst a facility for everything, ageneral faculty which, taking afresh start, achieved remarkableflights. They got their little tasksas if they loved them, andindulged, from the mereexuberance of the gift, in themost unimposed little miracles ofmemory. They not only poppedout at me as tigers and asRomans, but as Shakespeareans,astronomers, and navigators.This was so singularly the casethat it had presumably much todo with the fact as to which, atthe present day, I am at a lossfor a different explanation: Iallude to my unnaturalcomposure on the subject ofanother school for Miles. WhatI remember is that I was contentnot, for the time, to open thequestion, and that contentmentmust have sprung from the senseof his perpetually striking showof cleverness. He was too cleverfor a bad governess, for aparson’s daughter, to spoil; andthe strangest if not the brightestthread in the pensive embroideryI just spoke of was theimpression I might have got, if Ihad dared to work it out, that hewas under some influenceoperating in his smallintellectual life as a tremendousincitement.

If it was easy to reflect,however, that such a boy couldpostpone school, it was at leastas marked that for such a boy tohave been «kicked out» by aschoolmaster was amystification without end. Letme add that in their companynow—and I was careful almostnever to be out of it—I couldfollow no scent very far. We livedin a cloud of music and love andsuccess and private theatricals.The musical sense in each of thechildren was of the quickest, butthe elder in especial had amarvelous knack of catching andrepeating. The schoolroom pia-no broke into all gruesome [ho-rrible, truculento] fancies; andwhen that failed there wereconfabulations in corners, with asequel of one of them going outin the highest spirits in order to«come in» as something new. Ihad had brothers myself, and itwas no revelation to me that little

[William Shakespeare (1564—1616), poeta y dramaturgo inglés, autor de dos poemas extensos, Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, que siguen la moda italiana, y de un volumen de Sonetosy de 37 obras dramáticas, entre las que se encuentran algunas obras maestras inmortales, como Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth, La tempestad...]

XX

60

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

l a t r í a d e l a s n i ñ a s p e q u e ñ a s p o rs u s h e r m a n o s . P e r o l o q u e n oh a b í a v i s t o j a m á s e r a q u e u nn i ñ o m o s t r a s e t a n t a c o n s i d e -r a c i ó n p o r u n a h e r m a n a d ee d a d e i n t e l i g e n c i a i n f e r i o -r e s . E s t a b a n i n c r e í b l e m e n t eu n i d o s , y d e c i r q u e n u n c a d i s -c u t í a n n i s e q u e j a b a n u n o d eo t r o s e r í a q u e d a r s e c o r t o a n t el a g e n t i l e z a c o n q u e s e t r a t a -b a n . E s v e r d a d q u e a l g u n a sv e c e s , c u a n d o c a í a d e l a s n u -b e s , l o s s o r p r e n d í a c o n f a b u -l á n d o s e e n t r e e l l o s , y e l r e -s u l t a d o e r a q u e u n o m e e n t r e -t e n í a m i e n t r a s e l o t r o d e s a p a -r e c í a d u r a n t e u n r a t o . S u p o n -g o q u e e n t o d a d i p l o m a c i ah a y c i e r t a i n g e n u i d a d , p e r o l aq u e m i s a l u m n o s p r a c t i c a b a nc o n m i g o n o c a r e c í a e n m o d oa l g u n o d e s u t i l e z a . N o ; l a f a l -t a d e s u t i l e z a e s t a l l ó p o r o t r ol a d o d e s p u é s d e a q u e l b r e v ep e r í o d o d e c a l m a .

Al llegar aquí, algo dentro de míse resiste a continuar; pero no tengomás remedio que arrojarme de nue-vo en el abismo . Al avanzar en el re-lato de los horribles acontecimientosque se produjeron en Bly, no solo ha-bré de desafiar al sentido común de lamayoría, cosa que me importa muypoco, sino que me veré obligada a re-cordar cuánto sufrí y a revivir cada de-talle del penoso camino que hube derecorrer. De repente sucedió algo traslo cual todo quedó reducido a un con-tinuo sufrimiento. Pero al menos hellegado ya al centro de la pesadilla, yel camino más corto para salir es sinduda avanzar en línea recta. [84] Unanoche, sin previo aviso ni premoni-ción alguna que anunciase lo que seavecinaba , volví a sentir la mismaimpresión fría y extraña de mi prime-ra noche en Bly, aunque en aquellaocasión, como he contado, fue muchomás débil, y probablemente no habríadejado ni rastro en mi memoria de nohaber sucedido lo que sucedió des-pués. Aún no me había ido a la cama;estaba leyendo a la luz de un par develas. Había en la casa un cuarto lle-no de vie jos l ibros , ent re los queabundaban las novelas del siglo pasa-d o ; m u c h a s d e e l l a s , b a s t a n t edevaluadas en su prest igio por elpaso del tiempo, aunque sin haber al-canzado aún la categoría de ejempla-res raros, habían terminado apiladasen la aislada mansión, atrayendo mijuvenil curiosidad. Recuerdo que el li-bro que entonces tenía en las manosera Amelia, de Fielding (2); también

para mí el hecho de que las niñaspudieran sentir auténtica venera-ción por sus hermanos mayores.Lo que me maravillaba era queun niño pequeño pudiera demos-trar tanta consideración por unaedad, sexo e inteligencia inferio-res a los suyos. Era una pareja ex-traordinariamente unida, y di-ciendo que nunca pelearon ni sequejaron el uno del otro, puedohacer un elogio preciso de la dul-zura de sus relaciones. A veces,cuando caíamos en algún traba-jo rutinario, podía observar tra-zas de un sutil entendimiento en-tre ambos, de manera que uno medistrajese mientras el otro se des-lizaba fuera de la habitación. Hayalgo de naïf me imagino, en todalabor diplomática; pero misalumnos la ejercían a mi costacon un mínimo de grosería. Fueen otro sector donde, después deuna apacible pausa, se produjo unestallido de grosería.

Advierto mis vacilacionespara seguir adelante, pero es-toy decidida a sumergirme enestas aguas . Al mirar haciaatrás, debo hacer hincapié enque no sólo hubo para mí su-frimientos en Bly; pero, aun-que as í hubiera s ido, debíaproseguir mi camino hasta elfin. De pronto se inició unaépoca en que, vista desde elpresente, parecería no habersino puro sufrimiento. Perohabía llegado por fin al cora-zón de la historia, y el mejorcamino, sin duda alguna, eraavanzar. Una noche, sin quenada me hubiera preparadopara ello, sentí la misma extra-ña impresión que había expe-rimentado la noche de mi lle-gada, entonces mucho más li-gera que ahora, y que segura-mente se hubiera borrado demi memoria si mi estancia enBly hubiese sido menos agita-da. No me había acostado aúny estaba sentada leyendo a laluz de dos velas. Había en Blyuna habitación llena de librosantiguos, novelas del siglo pa-sado, algunas de las cuales co-nocía de oídas, aunque ningu-na había logrado penetrar en elrecluido mundo donde transcu-rrió mi juventud y saciado lased que me consumía. Recuerdoque el libro que tenía en la manoera Amelia, de Henry Fielding, ytambién que estaba completamen-

ñas pueden sentir verdadera ido-latría por los niños. Lo que ya eramás raro era que pudiese haber enel mundo un niño que mostraratanta consideración hacia unacriatura inferior por su edad, sexoe inteligencia. Estaban extraordi-nariamente compenetrados, y de-cir que no se peleaban nunca nise quejaban el uno del otro seríahacer un elogio muy vulgar de ladulzura que demostraban. Es ver-dad que algunas veces, cuandoera yo la que caía en la vulgari-dad, quizá pudiera ver que usa-ban pequeñas estratagemas y que,mientras uno de ellos me entrete-nía, el otro aprovechaba para es-capar. Supongo que en toda di-plomacia hay un lado naif; pero,si mis alumnos jugaban un pococonmigo, lo hacían, desde luego,con la menor grosería posible.Fue en el otro lado donde, des-pués de una tregua, estalló la gro-sería.

Me cuesta mucho trabajo ha-cerlo; pero tengo que decidirme.Al tener que seguir hablando delo que había de horrible en Bly,no sólo pongo a prueba la confian-za más tolerante que pueda haber—cosa que me importa poco—,sino que también —y ésa es yaotra cuestión— vuelvo a dar vidaa lo que tuve que sufrir, tengo quevolver a recorrerlo todo hasta elfinal. Cuando lo recuerdo tengo laimpresión de que llegó un día enque ya todo ello no fue más queun puro sufrimiento; pero he lle-gado hasta el corazón del asunto,y la mejor forma de salir de él esseguir adelante. Una noche —sinque nada pareciera presagiarlo—tuve la misma desagradable sen-sación que ya había tenido la no-che de mi llegada, y que, por serentonces [175] mucho más ligera,probablemente habría olvidado, deno haber sido tan agitados los díasque la siguieron. Todavía no mehabía acostado; estaba sentada, le-yendo a la luz de un par de velas.Había en Bly un montón de librosviejos, novelas del siglo pasado,algunas de las cuales, acompaña-das de bastante mala fama, perono tanto como para ser tenidas porobras descarriadas, habían llega-do hasta el retiro de mi casa y des-pertado mi no confesada curiosi-dad juvenil. Recuerdo que el libroque tenía en las manos era unanovela de Fielding, Amelia, y tam-bién que estaba completamente

girls could be slavish idolatersof little boys. What surpassedeverything was that there was alittle boy in the world who couldhave for the inferior age, sex,and intelligence so fine aconsideration. They wereextraordinarily at one, and to saythat they never either quarreledor complained is to make thenote of praise coarse for theirquality of sweetness.Sometimes, indeed, when Idropped into coarseness, Iperhaps came across traces oflittle understandings betweenthem by which one of themshould keep me occupied whilethe other slipped away. There isa naive side, I suppose, in alldiplomacy; but if my pupilspracticed upon me, it was surelywith the minimum of grossness.It was all in the other quarterthat, after a lull, the grossnessbroke out.

I find that I really hang back;but I must take my plunge. Ingoing on with the record of whatwas hideous at Bly, I not onlychallenge the most liberalfaith—for which I little care;but—and this is another matter—I renew what I myself suffered, Iagain push my way through it tothe end. There came suddenly anhour after which, as I look back,the affair seems to me to havebeen all pure suffering; but I haveat least reached the heart of it,and the straightest road out isdoubtless to advance. Oneevening—with nothing to lead upor to prepare it— I felt the coldtouch of the impression that hadbreathed on me the night of myarrival and which, much lighterthen, as I have mentioned, Ishould probably have made littleof in memory had my subsequentsojourn been less agitated. I hadnot gone to bed; I sat reading bya couple of candles. There was aroomf u l o f o l d b o o k s a tBly—las t -cen tury f ic t ion ,some of i t , wh ich , to thee x t e n t o f a d i s t inctlydeprecated [desapprove]renown, but never to so much asthat of a stray specimen, hadreached the sequestered home andappealed to the unavowedcuriosity of my youth. I rememberthat the book I had in my hand wasFielding’s Amelia; also that I waswholly awake. I recall further both

X

61

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

recuerdo que estaba totalmente des-pierta, así como la sensación de queera horriblemente tarde y mi resisten-cia a mirar el reloj. Vuelven a mi me-moria las_____ colgaduras que adorna-ban la cabecera de la camita de Flora (puesera la moda de entonces), resguardan-do el descanso infant i l de la peque-ña , como me hab ía enca r gado decomprobar momentos antes. Por úl-t imo, recuerdo que a pesar de lo in-teresada que estaba en mi lectura,sent í , a l volver la página, que miconcentración se había roto, y meencontré alzando los ojos del l i broy mirando fijamente a la puer ta demi habi tac ión . Durante un momen-to me de tuve a escuchar, recordan-do las vagas sensac iones de la pr i -mera noche , cuando me había pa-r e c i d o q u e u n i n d e f i n i b l e m o v i -m i e n t o r e inaba en l a mans ión , ynoté que una suave br i sa en t rabapor la ventana , ag i tando la per s i a -n a e n t r e a b i e r t a . L u e g o , c o n u n ade l ibe rac ión que podr í a habe r r e -s u l t a d o a d m i r a b l e , d e [86] haberhabido allí alguien para admirarla,dejé el libro sobre la mesa, me puseen pie y, tomando una vela, salí di-rectamente de la habitación, y unavez en el pasillo, donde mi débil luzapenas se veía , cer ré s in ru ido lapuerta y eché la llave.

No sabr ía dec i r qué fuerza medecidió a obrar as í y me guió en micamino; e l caso es que a t ravesé e lves t íbu lo , sos ten iendo en a l to l ave la , has ta que v i la a l ta ventanaque pres idía e l ampl io recodo de laesca lera . Al l legar a ese punto , sú-b i t amente me ocur r i e ron t r es co-sas . Fueron práct icamente s imul tá-neas , aunque las perc ib í de modos u c e s i v o . L a v e l a , e n u n b r u s c omovimiento mío , se apagó, y com-probé en la ven tana que la t enueluz de l amanecer la hac ía innece-sar ia . Al momento s iguiente, ya s ine l la , supe que había a lguien en laescalera. Lo cuento en forma de se-cuencia , pero apenas me h ic ie ronfa l ta unos segundos para compren-der que debía prepararme para mit e r c e r e n c u e n t r o c o n Q u i n t . L aapar ic ión había subido has ta e l re -l lano que había a mi tad de la esca-le ra , y por lo tan to se encont rabamuy próxima a la ventana cuandome vio ar r iba y se de tuvo, mirán-dome f i jamente como lo había he-cho desde la tor re y en e l ja rd ín .Me conocía tan b ien como yo a é l ;y a s í , e n l a f r í a y d é b i l l u z d e la lba , que se re f le jaba en los a l toscr i s ta les y en e l barn iz de la esca-

te despierta. Recuerdo además quetenía la firme convicción de queera horriblemente tarde, a pesar deque sentía una particular resisten-cia a consultar mi reloj. Estaba se-gura también de que, tras la blancacortina de tul a la moda de aque-lla época, la pequeña cabeza deFlora conocía, como había po-dido comprobar un rato atrás, latranquilidad del sueño infantil.Recuerdo, en fin, que aunqueestaba profundamente intere-sada en mi lectura, al volveruna p á g i n a l e v a n t é l o s o j o sh a c i a l a p u e r t a . D u r a n t eu n m o m e n t o p e r m a n e c í e s -c u c h a n d o , c onsc i en t e de l af a l s a i m p r e s i ó n q u e m easa l t ó l a p r ime ra noche deque a lgo i nde f in ib le se m o-vía en e l in te r ior de la casa ,y no té que e l suave a l i en tode l a ven tana ab ie r ta movíae l ve lo de l a cama. En ton-c e s , c o n t o d a s l a s s e ñ a l e sde una dec i s ión que habr íar e s u l t a d o m a g n í f i c a a l o so jos de un espec tador oca-s i o n a l , s o l t é e l l i b r o , m epuse de p ie , tomé una ve la ,sa l í de l a hab i tac ión y ce -r ré s i lenc iosamente la puer-t a de t rás de mí .

No puedo decir ahora qué fue loque me decidió y me guió, pero elhecho es que caminé directamente alo largo del pasillo, sosteniendo enalto mi vela, hasta llegar ante laalta ventana que presidía al granrellano de la escalera. En aquelmomento me di cuenta, de súbito,de tres cosas. Fueron para mí, prác-ticamente, simultáneas, aunque seprodujeron como secuencias suce-sivas. Mi vela, bajo un soplo deviento audaz, se apagó, y yo perci-bí, por la ventana descubierta, quelas pr imeras c lar idades de lalba la hacían innecesaria; ysupe , un i n s t an t e después ,que había alguien más en laescalera. He hablado de se-cuencias, pero no fue necesa-rio sino un lapso de unos se-gundos para endurecerme afin de tener un tercer encuen-tro con Quint . La apariciónestaba muy cerca de la venta-na y, al verme, se detuvo enseco y me miró exactamentecomo me había mirado desdela torre y desde el jardín. Meconocía tan bien como yo aél; y así, a la leve claridad delamanecer, nos volvimos a en-

despierta. Aparte eso, recuerdocomo una sensación de que debíade ser tardísimo y, al mismo tiem-po, que no tenía ninguna gana demirar el reloj. Por último, me fi-guro que la cortina blanca, comoera la moda en aquellos tiempos,cubría la cabecera de la camita deFlora, protegiendo, como ya ha-bía comprobado antes, el sueñotranquilo de la niña. Y para termi-nar, recuerdo que, aunque estabaprofundamente interesada en miautor, vi que al volver la página,y con su embeleso ya todo desper-digado, apartaba los ojos de él ylos clavaba en la puerta de micuarto. Hubo un momento en queme quedé escuchando, tuve la mis-ma impresión que había tenido laprimera noche de algo indefinibleque se movía por la casa, y notéque un soplo de aire en la ventanaabierta movía también un poco lapersiana a medio bajar. Luego, conmuestras de una deliberación, quehabría parecido magnífica, de ha-ber habido allí alguien para admi-rarla, dejé el libro, me levanté,cogí una vela, salí inmediatamen-te del cuarto y, una vez en el pasi-llo, sobre el que mi luz hacía muypoco efecto, sin hacer ruido, ce-rré la puerta con llave.

Ahora no puedo decir qué fuelo que me decidió ni qué fue lo queme llevó a hacerlo, pero avancépor el pasillo, con la vela en alto,hasta llegar a ver el ventanal quepresidía el gran rellano de la es-calera. En ese punto, súbitamen-te, me di cuenta de tres cosas. Fue-ron prácticamente simultáneas,pero se produjeron en tres instan-tes sucesivos. Mi vela, con unchisporroteo, se apagó y, por laventana, vi [176] que la luz delamanecer la hacía innecesaria. Sinella, un instante después, vi quehabía alguien en la escalera. Ha-blo de secuencias, pero no nece-sité que pasara ni un segundo paraaprestarme a un tercer encuentrocon Quint. La aparición había lle-gado casi hasta el rellano y esta-ba, por tanto, en el punto máspróximo a la ventana donde, alverme, se paró y se quedó mirán-dome exactamente lo mismo queme había mirado desde la torre ydesde el jardín. Me reconoció tanbien como yo le reconocí a él; yasí, a la luz fría y débil del ama-necer, con un resplandor tenue enlo alto del cristal y otro en la es-calera de roble encerada, nos mi-

a general conviction that it washorribly late and a particularobjection to looking at my watch.I figure, finally, that the whitecurtain draping, in the fashion ofthose days, the head of Flora’slittle bed, shrouded, as I hadassured myself long before, theperfection of childish rest. Irecollect in short that, though Iwas deeply interested in myauthor, I found myself, at theturn of a page and with his spellall scattered, looking straight upfrom him and hard at the doorof my room. There was amoment during which I listened,reminded of the faint sense I hadhad, the first night, of therebeing something undefinablyastir [activa] in the house, andnoted the soft breath of the opencasement just move the half-drawn blind. Then, with all themarks of a deliberation that musthave seemed magnificent hadthere been anyone to admire it, Ilaid down my book, rose to myfeet, and, taking a candle, wentstraight out of the room and,from the passage, on which mylight made little impression,noiselessly closed and lockedthe door.

I can say now neither whatdetermined nor what guided me,but I went straight along thelobby, holding my candle high,till I came within sight of the tallwindow that presided over thegreat turn of the staircase. At thispoint I precipitately found myselfaware of three things. They werepractically simultaneous, yet theyhad flashes of succession. Mycandle, under a bold flourish,went out, and I perceived, by theuncovered window, that theyielding dusk of earliest morningrendered it unnecessary. Withoutit, the next instant, I saw that therewas someone on the stair. I speakof sequences, but I required nolapse of seconds to stiffen myselffor a third encounter with Quint.The apparition had reached thelanding halfway up and wastherefore on the spot nearest thewindow, where at sight of me, itstopped short and fixed meexactly as it had fixed me fromthe tower and from the garden.He knew me as well as I knewhim; and so, in the cold, fainttwilight, with a glimmer in thehigh glass and another on the

[Henry Fielding (1707—1754), escritor británico, es autor de 23 comedias —una de las cuales, donde satirizaba al ministro Walpole, provocó que el gobiernoinaugurase la censura previa—; Amelia es la última que escribió, y trata de los problemas matrimoniales, aunque con excesivo didactismo.]

X

62

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

le ra de roble , nos miramos cara acara con la misma in tens idad porambas par tes . No había duda , es tavez , de lo de tes tab le y pe l ig rosaque podía ser aquel la v ív ida pre-s e n c i a . P e r o e s t o n o e r a l o m á sasombroso; me reservo es te ca l i f i -ca t ivo para o t ra c i rcuns tanc ia : l ade que e l te r ror hubiese desapare-c ido to ta lmente de mi espí r i tu y nome s in t iese en absolu to incapaz deenfrentarme y medi rme con é l .

Después de aquel ins tante ex-traordinario me invadió una terribleangustia, pero, gracias a Dios, no es-taba aterrorizada. Y él sabía que nolo estaba..., al final me di cuenta, conuna magnífica sensación de [87] se-guridad, de que él lo sabía. Sentí, enun feroz ataque de confianza, que, sime mantenía firme durante un mo-mento más, conseguiría librarme (porel momento al menos) de su presen-cia. Y efectivamente, durante un lar-go minuto aquella cosa siguió sien-do tan humana y espantosa como unapersona real; y era espantosa preci-samente por ser humana, tan humanacomo cuando uno se encuentra a al-tas horas de la noche y en una casadonde todos duermen con un enemi-go, un aventurero o un criminal. Soloel mortal si lencio de aquella largamirada, a tan escasa distancia uno deotro, daba a la terrorífica escena cier-to carácter sobrenatural. Si me hubie-se encon t r ado con un a se s ino enaquel mismo lugar y a la misma hora,supongo que al menos hubiésemoshablado. En la vida ordinaria, algohabría pasado entre nosotros. Y si nohubiese pasado nada, al menos algu-no de l o s dos s e hab r í a mov ido .Aquellos instantes se me hicieron tanlargos que poco me faltó para llegara dudar de que yo misma estuvieseviva. Y no puedo expresar lo que pasódespués sino diciendo que fue el si-lencio mismo (que en cierto modo sehabía convertido en mi demostraciónde fuerza) el elemento que se tragó aaquella figura; sumido en aquel silen-cio , lo v i por f in darse la vuel ta ,como habría hecho en vida el vil gra-nuja a quien una vez perteneció aque-lla presencia al escuchar una orden,y descender, con mis ojos clavadosen su espalda de villano, que una jo-roba no habría desfigurado más, len-tamente las escaleras, hasta perderseen la oscuridad del último recodo.

frentar con recíproca intensi-dad. En esa ocasión era unapresencia absolutamente vi-viente, detestable y peligrosa,pero no era aún la maravillade las maravillas; esa distin-ción la reservo para otra cir-cunstancia , la de que todosmis temores me habían aban-donado y no había nada en míque me impidiera enfrentarmey medirme con él.

Me sentí llena de angustia des-pués de aquel extraordinario mo-mento, pero, a Dios gracias, nosentí terror alguno. Y él lo supo,y yo supe que él lo sabía. Debodecir, a fin de ser precisa, que sihubiera permanecido en mi lugarun minuto más, cesaría —por lomenos, en esa ocasión— de tenér-melas que ver con él; y duranteese minuto, debo decirlo, la cosafue tan humana y tan espantosacomo si hubiera sido una entre-vista real: espantosa porque erahumana, tan humana como tenerque hacer frente a solas, al ama-necer y en una casa dormida, a unenemigo, un aventurero, un crimi-nal. Fue el silencio mortal denuestra larga mirada en tan redu-cido espacio, lo único que dio aaquel horror, enorme como era,una nota sobrenatural. Si yo hu-biera encontrado a un asesino ental lugar y a tal hora, al menos ha-bríamos hablado, algo vivo habríaocurrido entre nosotros; o, si nadahubiera pasado, uno, por lo me-nos, se habría movido. El momen-to fue tan prolongado, que, dehaber durado un poco más, yohabría llegado a dudar incluso delhecho de estar viva. No puedoexpresar lo que siguió, exceptodiciendo que mi propio silencio—que era en realidad una afirma-ción de mi fuerza— fue el únicocontexto en que vi desaparecer lafigura, en que la vi volverse defi-nitivamente, como hubiese podi-do ver al vil sujeto a quien unavez perteneció volverse despuésde recibir una orden y pasar —conmi mirada fija en su vil espalda,que ningún jorobado podía tenermás desfigurada— para luegodescender la escalera y perderseen la oscuridad en que el siguien-te tramo se perdía.

ramos el uno al otro con la mismaintensidad. En esa ocasión era unapresencia absolutamente viva, de-testable y peligrosa. Pero ése nofue el mayor de los milagros; re-servo esa distinción para otra cir-cunstancia completamente distin-ta: la circunstancia de que el mie-do, sin lugar a dudas, me habíaabandonado, y que no había nadaen mí que no se enfrentara a él yle desafiase.

En ese momento tan extraor-dinario, sentí una angustia tre-menda, pero, gracias a Dios, nin-gún terror. Y él comprendió queno lo tenía...; al cabo de un ins-tante tuve la satisfacción de dar-me cuenta de ello. En un arrebatode confianza comprendí que sime mantenía firme un minuto de-jaría —de momento, al menos—de tener que contar con él; y du-rante ese minuto la cosa fue tanhumana y horrible como una en-trevista real: horrible precisa-mente porque era humana, tanhumana como encontrarse de ma-drugada, en una casa dormida,con un enemigo, un aventurero,un criminal. Fue el absoluto si-lencio en que nos contemplamostan de cerca lo que dio a todo elhorror, por grande que fuera, suúnica nota sobrenatural. Si mehubiese encontrado a un asesinoen semejante sitio y a semejan-tes horas, por lo menos habría-mos dicho algo. Con dos perso-nas vivas, habría pasado algo y,si no pasaba nada, uno de noso-tros se habría movido. El mo-mento se hizo tan largo que, dehaber durado un poco más, yomisma habría puesto en duda quepudiese [177] estar viva. No en-cuentro forma de expresar lo quevino después sino diciendo que elsilencio mismo, que en cierta ma-nera era ya una prueba de mi fuer-za, se convirtió en el elemento enque vi desaparecer a la figura; enel que la vi darse definitivamentela vuelta, como habría visto haceral miserable a quien pertenecía enotro tiempo al escuchar una ordeny, sin apartar los ojos de su espal-da, que ninguna joroba podría ha-ber desfigurado más, bajar por laescalera y perderse en la oscuri-dad al dar la vuelta.

polish of the oak stair below, wefaced each other in our commonintensity. He was absolutely, onthis occasion, a living, detestable,dangerous presence. But that wasnot the wonder of wonders; I re-serve this distinction for quiteanother circumstance: thecircumstance that dread hadunmistakably quitted me and thatthere was nothing in me there thatdidn’t meet and measure him.

I had plenty of anguish afterthat extraordinary moment, but Ihad, thank God, no terror. And heknew I had not—I found myselfat the end of an instantmagnificently aware of this. I felt,in a fierce rigor of confidence,that if I stood my ground a minuteI should cease—for the time, atleast— to have him to reckonwith; and during the minute,accordingly, the thing was ashuman and hideous as a realinterview: hideous just becauseit WAS human, as human as tohave met alone, in the smallhours, in a sleeping house, someenemy, some adventurer, somecriminal. It was the dead silenceof our long gaze at such closequarters that gave the whole ho-rror, huge as it was, its only noteof the unnatural. If I had met amurderer in such a place and atsuch an hour, we still at leastwould have spoken. Somethingwould have passed, in life,between us; if nothing hadpassed, one of us would havemoved. The moment was soprolonged that it would havetaken but little more to make medoubt if even I were in life. I can’texpress what followed it save bysaying that the silence itself—which was indeed in a manner anattestation of my strength—became the element into which Isaw the figure disappear; inwhich I definitely saw it turn as Imight have seen the low wretchto which it had once belongedturn on receipt of an order, andpass, with my eyes on thevillainous back that no hunchcould have more disfigured,straight down the staircase andinto the darkness in which thenext bend was lost.

63

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[88] Capítulo X

Permanecí un ra to en lo a l to del a s e sca l e ra s , pe ro so lo me s i rv iópa ra comprende r que , cuando miv i s i t an te s e iba , s e i ba ; l uego , r e -g resé a mi hab i t ac ión . Lo p r imeroque v i a l l í , a l a l uz de l a ve l a quehabía de jado encendida , fue que lacamita de Flora es taba vacía ; y en-t o n c e s s e a p o d e r ó d e m í t o d o e lt e r r o r q u e , c i n c o m i n u t o s a n t e s ,hab ía logrado vencer. Me p rec ip i -t é sobre e l l uga r en que l a hab íad e j a d o t e n d i d a , e n g a ñ o s a m e n t eo c u l t o t r a s l a s b l a n c a s c o r t i n a sco r r idas pa ra ocu l t a r l a c o l c h a des e d a y l a s s á b a n a s e n d e s o r d e n ;luego , con inmenso a l iv io , o í unr u i d o e n r e s p u e s t a a m i s m o v i -mien tos ; no té que l a s pe r s i anas seag i t aban , y l a n iña , agachando l acabeza , emer g ió un segundo des -p u é s a l o t r o l a d o . S e q u e d ó a l l íparada , desca lza , s in más ropa queun l ige ro camisón , y e l b r i l lo can-doroso de sus o jos compe t í a cone l r e s p l a n d o r d e s u s r i z o s d o r a -dos . Parec ía ex t rañamente se r ia , ynunca he sen t ido t an in t ensamen-t e e l do lo r de pe rde r una ven ta j ar e c i é n c o n s e g u i d a ( ¡ y c o n q u ésensac ión de t r i un fo po r mi pa r -t e ! ) como en tonces , a l o í r e l r e -p roche de F lo ra : «¿Dónde has e s -t ado , ma la?» En luga r de ex ig i r l eque exp l i case su p rop ia conduc ta ,m e e n c o n t r é a m í m i s m a d i s c u l -p á n d o m e y j u s t i f i c á n d o m e . E ntodo caso , e l l a t ambién e s t aba an -s iosa de o f r ece rme , con encan ta -do ra senc i l l ez , su p rop ia exp l i ca -c ión . De r epen te , mien t r a s e s t abaa l l í acos t ada , s e hab ía dado cuen-ta de que yo hab ía sa l ido de l cuar -to y hab ía sa l t ado de l a cama pa rave r adónde hab ía ido . Yo , con l aa l eg r í a de su [89 ] r eapa r i c ión , mehab ía de r rumbado sobre mi bu ta -c a , p u e s p o r p r i m e r a v e z e r acons c iente de que es taba desfa l le -c ida ; y e l la , caminando con pasosl igeros , había venido d i rec tamen-te hac ia mí y se había a r ro jado so-bre mis rodi l las , mient ras la l lamade la ve la i luminaba de nuevo sudel ic iosa car i ta , donde aún se per-c ib ía e l rubor de l sueño. Recuerdohaber cer rado mis o jos un ins tan-te , r ind iéndome ante e l exceso debel leza que emanaba de los suyos ,tan esp léndidamente azules .

— ¿ E s t a b a s b u s c á n d o m e e nl a v e n t a n a ? — p r e g u n t é — .¿ C r e í a s q u e h a b í a b a j a d o ap a s e a r p o r e l j a r d í n ?

X

Permanecí un buen rato en elrellano de la escalera, hasta con-vencerme de un modo definitivode que el visitante se había mar-chado; luego volví a mi dormito-rio. Lo primero que me llamó laatención fue ver, a la luz de lavela que había dejado encendida,que la pequeña cama de Flora es-taba vacía; y el hecho provocó enmí el terror que cinco minutosantes había sido capaz de resis-tir. Corrí hacia el lecho donde lahabía dejado durmiendo y com-probé que la colcha de seda y lassábanas estaban desarregladas, yque las blancas cortinas habíansido corridas. Entonces el ruido demis pisadas, para mi indescripti-ble alivio, produjo otro como res-puesta: percibí una agitación en lacortina de la ventana y vi que laniña, encaramándose sobre el al-féizar, acababa de penetrar en elcuarto. Por un momento permane-ció de pie allí, y luego se me acer-có con gran candor, su camisóncorto, los rosados pies descalzosy el resplandor dorado de sus ri-zos. Estaba intensamente seria, ynunca tuve antes tal sentimientode haber perdido una ventaja, ga-nada anteriormente de modo tanprodigioso, como al verla dirigir-se a mí con un reproche. —Eres terrible —me dijo—.¿Dónde estabas? En vez de echarle en carasu propia conducta , me en-contré tratando de explicar lamía. Ella también se explicódespués, con la más encanta-dora sencil lez. De pronto sehabía dado cuenta de que yono estaba en la habitación yhabía sal ido a buscarme. Medejé caer en un asiento con laalegría de su recuperación ysintiéndome un poco débil; yella se encaramó en mis rodi-l las y apretó su cari ta contrami meji l la . La luz de la velailuminaba aquel pequeño ros-tro maravil loso, aún con losrubores del sueño; y recuer-do que cerré los ojos por unins t an te , bos t ezando cons -cientemente, como bajo losefec tos de a lgo muy be l lo ,iluminado por su propia luz. — ¿ M e e s t a b a s b u s c a n d odesde el balcón? —le pregun-té—. ¿Creías que había salidoa pasear por el jardín?

X

ME quedé un rato en lo altode la escalera, pero ahora con elconvencimiento de que una vez quemi visitante se había ido, se habíaido de verdad; luego volví a micuarto. Lo primero que vi allí, a laluz de la vela que había dejado en-cendida, fue que la camita de Flo-ra estaba vacía; y eso sí que me hizocontener la respiración, con todoel temor que un momento anteshabía conseguido evitar. Cor r íh a c i a l a c a m a , e n l a q u e l ah a b í a d e j a d o d o r m i d a , y v iq u e , a u n q u e ________ _____e s t a b a m e d i o d e s h e c h a ,h a b í a n c o r r i d o l a s c o r t i n a sp a r a q u e n o s e n o t a r a ; e lp a s o s i g u i e n t e , c o n i n m e n s oa l iv io por mi pa r t e , t r a jo unare spues t a : no t é que s e mov íal a p e r s i a n a y, p o r d e b a j o d ee l l a , a g a c h a d a , a p a r e c i ó l an i ñ a . A l l í e s t a b a , c o n t a n t oc a n d o r y t a n p o c o c a m i s ó n ,c o n l o s p i e s d e s c a l z o s , y e lb r i l l o d o r a d o d e s u s r i z o s .E s t a b a m u y s e r i a , y y o n u n -c a h a b í a t e n i d o u n a i m p r e -s i ó n t a n a g u d a d e p e r d e r t e -r r eno ( con e l e s t r emec imien-t o q u e m e h a b í a p r o d u c i d og a n a r l o ) c o m o a l v e r q u e , e nl u g a r d e d i s c u l p a r s e p o r l oq u e h a b í a h e c h o , m e r e ñ í a :

—¡Qué mala eres! ¿Dónde hasestado?

Y me encontré con que la acu-sada y la que tenía que dar expli-caciones era yo. Ella también lohizo, y con la más encantadora na-turalidad. De repente se habíadado cuenta de que no estaba enla habitación y había saltado [178]de la cama para ver qué había sidode mí. Con la alegría de verla re-aparecer, me había derrumbado enla silla, casi con la sensación, enese momento, y por única vez, deque iba a desmayarme; y ella vinoderecha hacia mí, y se echó sobremis rodillas para que la abrazara,con su preciosa carita iluminadapor la luz de la vela, y todavía unpoco sofocada por el sueño. Re-cuerdo que cerré los ojos un ins-tante, rindiéndome, consciente deque lo hacía, como ante el excesode algo hermoso que resplandecíade repente en ella.

—¿Estabas mirando por laven tana a ve r s i me ve í a s?¿Creías que a lo mejor había idoa dar un paseo por el jardín?

X

I remained awhile at the topof the stair, but with the effectpresently of understanding thatwhen my visitor had gone, he hadgone: then I returned to my room.The foremost thing I saw thereby the light of the candle I hadleft burning was that Flora’s littlebed was empty; and on this Icaught my breath with all the te-rror that, five minutes before, Ihad been able to resist. I dashedat the place in which I had lefther lying and over which (for thesmall silk counterpane and thesheets were disarranged) thewhite curtains had beendeceivingly pulled forward; thenmy step, to my unutterable relief,produced an answering sound: Iperceived an agitation of thewindow blind, and the child,ducking down, emerged rosilyfrom the other side of it. Shestood there in so much of her can-dor and so little of her nightgown,with her pink bare feet and thegolden glow of her curls. Shelooked intensely grave, and I hadnever had such a sense of losingan advantage acquired (the thrillof which had just been soprodigious) as on myconsciousness that she addressedme with a reproach. «Younaughty: where HAVE youbeen?»—instead of challengingher own irregularity I foundmyself arraigned and explaining.She herself explained, for thatmatter, with the loveliest,eagerest simplicity. She hadknown suddenly, as she lay there,that I was out of the room, andhad jumped up to see what hadbecome of me. I had dropped,with the joy of her reappearance,back into my chair—feeling then,and then only, a little faint; andshe had pattered straight overto me, thrown herself upon myknee, given herself to be heldwith the flame of the candlefull in the wonderful little facethat was sti l l f lushed withsleep. I remember closing myeyes an instant, yieldingly,consciously, as before theexcess of something beautifulthat shone out of the blue of herown. «You were looking for meout of the window?» I said.«You thought I might bewalking in the grounds?»

X

64

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Bueno , pensé que hab ía a l -guien en el jardín —en ningún mo-mento palideció mientras me con-testaba con una sonrisa.

¡ A y , c ó m o l a m i r é e n -t o n c e s !

— ¿ Y v i s t e a a l g u i e n ?

—¡Yo no! —repl icó aparente-m e n t e r e s e n t i d a ( c o n e s a i n c o n -g r u e n t e f a c i l i d a d p a r a o f e n d e r s eque so lo se to l e ra en los n iños ) ,prolongando dulcemente la úl t imavocal de su negat iva.

E n a q u e l m o m e n t o , e n e l e s -t a d o d e n e r v i o s e n q u e m e e n -c o n t r a b a , n o d u d é d e q u e m e e s -t a b a m i n t i e n d o ; y s i d e n u e v oc e r r é l o s o j o s f u e p a r a c o n s i d e -r a r l a s t r e s o c u a t r o m a n e r a sp o s i b l e s d e r e a c c i o n a r a n t ea q u e l l a c e r t e z a . U n a d e e l l a sm e t e n t a b a c o n t a n t a f u e r z aq u e , p a r a r e s i s t i r m e , h u b e d ea f e r r a r m e a la n iña con ta l an-gus t i a , que me so rp rende que nogri tase ni se asustase. ¿Por qué nohablar le claro de una vez y descu-brir lo todo? ¿Por qué no lanzarle laverdad a la cara , aquel la encanta-dora e inocente carita? «Mira, tú sa-bes lo que está pasando y sospechasque yo estoy enterada; así que, ¿porqué no me lo confiesas francamen-te , para que por lo menos podamoscompartirlo y comprender dónde es-tamos y qué s ignif ica esto tan ex-traño que nos ha enviado el dest i -no?» Pero, ¡ay! , renuncié a aquel laidea tan pronto como me vino; s ihubiese cedido a aquel la tentación,[90] me habría ahorrado. . . , bueno,pronto se verá qué. Pero en lugar decede r, me puse de nuevo en p i e ,miré hacia la cama de la niña y toméel camino del medio, que no l leva-ba a ninguna parte .

— ¿ P o r q u é v o l v i s t e a p o n e rl a c o r t i n a e n s u s i t i o , p a r a h a -c e r m e c r e e r q u e s e g u í a s a h í ?

E l ros t ro de F lo ra se i l uminómien t r a s r e f l ex ionaba ; l uego , consu d iv ina sonr i sa , con tes tó :

—Porque no quería asustarte.

— ¿ P e r o s i , s e g ú n t ú , y oe s t a b a f u e r a . . . ?

Ella se resistía tenazmente a dejarseconfundir. Volvió la mirada hacia la lla-ma de la vela, como si la pregunta fueseirrelevante, o en todo caso, como si se tra-tase de algo impersonal, como el «quiénteme al lobo feroz» de la canción.

—Bueno, pensé que había alguienafuera —me respondió con la sonri-sa más inocente que le hubiera vistohasta entonces.

¡Oh, de qué manera la miréen ese momento! —¿Y viste a alguien?

—¡No! —me respondió; y conel privilegio de su inconsecuen-cia infantil, me mostró su resen-timiento, aunque fuese en lagran dulzura con que arrastró elmonosílabo.

En aquel momento, a pesar dela postración nerviosa en que mehallaba, tuve la seguridad de quela niña mentía; y si volví a cerrarlos ojos fue bajo el peso de lostres o cuatro sentidos posiblesque a aquello podían darse. Unode ellos me tentó por un instantecon tal violencia que, para resis-tirlo, sacudí a la pequeña con talviolencia, que fue asombroso queella lo resistiera sin un grito o unaseñal de temor. ¿Por qué no interro-garla allí mismo y extraerle todo deuna vez? ¿Por qué no poner a prue-ba aquella carita encantadora y lu-minosa? «Mira, mira: tú sabes loque sabes y sospechas ya que yome he enterado; por consiguien-te, ¿por qué no me lo dices fran-camente, de modo que al menospodamos vivir con ello juntas yaprender tal vez, a pesar de loextraño de nuestro destino, dón-de estamos y qué significa todoello?» Por desgracia, aquella pre-gunta no surgió de mis labios; dehaberla formulado, tal vez no hubie-se tenido que vivir lo... Bueno, ya severá qué. En vez de sucumbir a latentación de interrogarla, me puse depie, miré a la camita de Flora y toméun ineficaz camino intermedio. — ¿ C o r r i s t e l a s c o r t i n a spara hacerme c ree r que es -tabas acos tada?

Flora meditó unos momentos; lue-go respondió, con su divina sonrisa: — N o ; p o r q u e n o q u e r í aa s u s t a r t e .

—Pero si, según me has dicho,creías que yo había salido...

Ella se negó definitivamente adejarse sorprender; volvió la mi-rada hacia la llama de la velacomo si la pregunta fuera incon-gruente o, al menos, no estuvie-ra dirigida personalmente a ella.

—Es que creí que alguien es-t a b a h a c i é n d o l o — c o n t e s t ó ,sonriente, y sin palidecer enningún momento.

¡ C ó m o l a m i r é y o e n -t o n c e s !

—¿Y viste a alguien?

— ¡ Q u é v a , n o ! — l od i j o c a s i e n f a d a d a , c o nt o d a l a i n c o n s e c u e n c i ai n f a n t i l , p e r o c o n u n ag r a n d u l z u r a e n s u f o r m ad e a l a r g a r e l « n o » .

En ese momento, y en ese es-tado de nervios, estaba absolu-tamente segura de que mentía;y si cerré una vez más los ojos,fue ofuscada ante las tres o cua-tro formas que tenía de afron-tarlo. Por un momento, una deellas me tentó de tal manera que,para resistirlo, tuve que coger ala niña y apretarla contra mícomo una loca, sin que ella die-ra un solo grito o alguna señalde asustarse. ¿Por qué no pre-guntárselo ahora mismo y termi-nar de una vez? ¿Decírselo sinrodeos, en su propia carita ilu-minada? «Mira, mira: tú sabesque lo haces y estás casi segurade que yo sé que es verdad; en-tonces ¿por qué no me lo dices,para que, al menos, podamos pa-sarlo juntas y, ya que ése es nues-tro sino, saber quizá hasta dón-de hemos llegado y qué es lo quesignifica?» Pero ese deseo se fuelo mismo que había venido; si mehubiera dejado llevar por él, po-dría haberme ahorrado..., bueno,ya verán lo que podría habermeahorrado. Pero, en lugar de ha-cer eso, me levanté , miré su[179] cama, y opté por un térmi-no medio que no resolvía nada.

—¿Por qué corriste las cortinasde la cama para que yo creyera queestabas todavía allí?

Flora lo pensó, y luego dijo consu mejor sonrisa:

— P o r q u e n o m e g u s t aasus t a r t e .

— P e r o s i c r e í a s q u e m eh a b í a i d o .

No estaba dispuesta a dejar-se sorprender; se puso a mirarla llama de la vela, como si lapregunta no tuv ie ra n ingunaimportancia o no fuera dirigi-da a ella. Luego contestó:

«Wel l , you know, Ithought someone was»—shenever blanched as she smiledout that at me.

O h , h o w I l o o k e d a th e r n o w ! « A n d d i d y o us e e a n y o n e ? »

«Ah, NO!» she returned,almost with the full privilege ofchildish inconsequence,resentfully, though with a longsweetness in her little drawl of thenegative.

At that moment, in the stateof my nerves, I absolutelybelieved she lied; and if I oncemore closed my eyes it wasbefore the dazzle of the three orfour possible ways in which Imight take this up. One of these,for a moment, tempted me withsuch singular intensity that, towithstand [resist] it, I must havegripped my little girl with aspasm that, wonderfully, shesubmitted to without a cry or asign of fright. Why not break outat her on the spot and have it allover?— give it to her straight inher lovely little lighted face?«You see, you see, you KNOWthat you do and that you alreadyquite suspect I believe it;therefore, why not franklyconfess it to me, so that we mayat least live with it together andlearn perhaps, in the strangenessof our fate, where we are andwhat it means?» This solicitationdropped, alas, as it came: if Icould immediately havesuccumbed to it I might havespared myself—well, you’ll seewhat. Instead of succumbing Isprang again to my feet, looked ather bed, and took a helpless middleway. «Why did you pull thecurtain over the place to make methink you were still there?»

Flora luminously considered;after which, with her little divinesmile: «Because I don’t like tofrighten you!»

«But if I had, by your idea,gone out—?»

She absolutely declined to bepuzzled; she turned her eyes tothe flame of the candle as if thequestion were as irrelevant, or atany rate as impersonal, as Mrs.Marcet or nine-times-nine. XX

X

65

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

— Ya , p e r o ¿ s a b e s ? P o d í a sh a b e r v u e l t o . . . , b u e n o , ¡ e s o e s l oq u e h i c i s t e ! — c o n t e s t ó a l f i n c o nb a s t a n t e c o h e r e n c i a .

Y después de un rato, cuando denuevo estuvo en la cama, me senté a sulado y le tuve cogida la mano durantemucho tiempo, mostrándole hasta quépunto me alegraba de haber regresado.

Es fácil imaginar cómo fueron misnoches a partir de ese momento. Per-manecía sentada, esperando, hasta queperdía la noción del tiempo. Elegía losmomentos en que mi compañera de ha-bitación dormía profundamente y, sa-liendo a hurtadillas, rondaba por lospasillos. Llegué incluso a regresar allugar donde me había encontrado porúltima vez con Quint. Pero no volví averlo allí, y puedo ya desde ahora an-ticipar al lector que no volví a encon-trármelo nunca más dentro de la casa.No obstante, una noche tropecé en laescalera con algo diferente. Al mirardesde el piso de arriba, descubrí a unamujer sentada en uno de los escalo-nes de abajo; estaba de espaldas, conel cuerpo encorvado y la cabeza hun-dida entre las manos, como sumida enun profundo dolor . Pero apenas lavislumbré durante un instante, [91]pues al momento se desvaneció en elaire sin volverse antes a mirarme. Apesar de todo yo sabía demasiado biencuán espantoso era el rostro que mehabría mostrado; y me pregunté si, dehaber estado yo abajo en lugar de arri-ba, habría tenido la misma presenciade ánimo para enfrentarme a ella quehabía tenido con Quint. Bueno, aúnme iba a hacer falta mucha de aquellapresencia de ánimo. Sin embargo, enla undécima noche después de mi úl-timo encuentro con Quint —todas lasnoches se numeraban ahora a partir deaquella—, sucedió algo que casi ter-minó con ella, algo tan inesperado queme produjo el mayor sobresalto decuantos había sufrido hasta entonces.Fue precisamente la primera noche enque, agotada por la falta de sueño,había decidido acostarme a la hora enque solía hacerlo antes. Me quedé dor-mida inmediatamente y así permanecíhasta la una de la madrugada (comodespués tuve ocasión de comprobar).Entonces me desperté y de un salto mesenté en la cama, tan espabilada comosi una mano invisible me hubiese sa-cudido. Había dejado una vela encen-dida, pero se había apagado, e ins-tantáneamente me invadió la certezade que era Flora quien la había apa-gado. Eso me puso en pie como un re-sorte, y me hizo avanzar en la oscuri-dad hacia la cama de la niña, que en-

—¡Oh! —respondió sencilla-mente—, sabía que podías volveren cualquier momento, como lohas hecho, querida. Y al cabo de un rato, cuando Florahabía vuelto ya a la cama, me senté asu lado, le tomé una mano y se la es-treché para demostrarle que recono-cía lo conveniente de mi regreso.

Es fácil de imaginar lo que apartir de entonces fueron mis no-ches. A menudo permanecía sen-tada hasta no sé qué hora. Apro-vechaba los momentos en quedormía mi compañera de cuartopara dar silenciosos paseos noc-turnos por el corredor; y llegué aprolongarlos hasta el sitio dondehabía visto por última vez aQuint. Pero nunca volví a encon-trarle allí, y puedo decir que enninguna otra ocasión le vi den-tro de la casa. Sin embargo, enel rellano de la escalera volví avivir otra aventura. Mirando ha-cia abajo, percibí la presencia deuna mujer sentada en los pelda-ños inferiores, dándome la espal-da . Tenía e l cuerposemiencorvado y la cabeza, enuna actitud de pesar, entre lasmanos. No había estado yo allísino un instante cuando se des-vaneció sin volverse a mirarme.De todos modos, supe qué horri-ble rostro habría tenido que ver,si me lo hubiese mostrado. Y mepregunté si, en el caso de estaryo arriba y no abajo, habría teni-do el valor que me asistió en miencuentro con Quint. Aunque nome faltaron ocasiones para de-mostrar si tenía valor o no. Oncenoches después de mi último en-cuentro con aquel caballero —enaquel tiempo yo las contaba unapor una—, ocurrió un incidenteque, por lo inesperado, me im-presionó profundamente. Fueprecisamente la noche que, can-sada de vigilias, sentí que debíavolver a acostarme a la hora nor-mal. Me dormí inmediatamente y,según supe después, mí sueñoduró hasta cerca de la una; perocuando desperté fue para sentar-me en la cama tan completamen-te despierta como si una manome hubiera sacudido. Había de-jado una vela encendida, pero vique estaba apagada, y tuve lacertidumbre de que Flora la ha-bía extinguido. Eso me hizo po-ner de pie sin dilación y diri-girme, en medio de la oscuri-dad, a la cama de la niña, que

— ¡ A h , s í ! P e r oe s q u e p o d í a s v o l -v e r , y y a v e s , h a sv u e l t o .

Y todo acabó en que, cuando semetió otra vez en la cama, tuve queestar un buen rato a su lado, cogién-dole la mano para demostrar que ha-bía hecho muy bien en volver.

Cualquiera puede imaginarse loque fueron mis noches a partir deese momento. Muchas veces mequedaba sentada hasta que no sabíaya ni la hora que era; esperaba elmomento en que estaba segura deque la niña dormía, salía sin hacerruido, y me daba una vuelta por elpasillo, algunas veces hasta el sitioen que había encontrado a Quint.Pero no volví a verle nunca; y pue-do decir ya también que no volví averle nunca dentro de la casa. Encambio, sí estuve a punto de tenerotra aventura en la escalera. Unavez, al mirar desde arriba, vi a unamujer sentada en los últimos esca-lones, de espaldas a mí, con el cuer-po inclinado hacia adelante y la ca-beza entre las manos, como si estu-viera acongojada. Pero fue sólo uninstante, y desapareció sin darse lavuelta para mirarme. De todas ma-neras, yo sabía muy bien qué espan-tosa cara era la que me podía ense-ñar; y no estaba muy segura de que,si en lugar de estar arriba hubieseestado abajo, me habría atrevido asubir, y habría mostrado tanto ner-vio como en mi último encuentrocon Quint. Pero, en fin, no iban afaltar ocasiones de probar si tenía ono nervio. En la noche número oncedespués de mi último encuentro conese caballero —ahora las tenía yatodas numeradas— [180] tuve unaalarma que lo puso a prueba y que,realmente, por lo que tenía de ines-perado, resultó ser el susto másgrande de todos los que me habíallevado. Fue precisamente la prime-ra de esa serie de noches en que,cansada de tanto velar, había pen-sado que tenía pleno derecho deacostarme a la hora en que solíahacerlo antes. Me dormí inmedia-tamente y, como luego supe, hastaeso de la una; pero cuando despertéfue para sentarme al momento en lacama, y ver que estaba tan despa-bilada como si me hubieran sacu-dido. Había dejado una luz encen-dida, pero estaba apagada, y nodudé ni un momento que había sidoFlora quien lo había hecho. Eso hizoque me levantara en seguida y fue-ra a oscuras hacia su cama, en la que

«Oh, but you know,» she quiteadequately answered, «that youmight come back, you dear, andthat you HAVE!» And after alittle, when she had got into bed,I had, for a long time, by almostsitting on her to hold her hand,to prove that I recognized thepertinence of my return.

You may imagine the generalcomplexion, from that moment,of my nights. I repeatedly sat uptill I didn’t know when; I selectedmoments when my roommateunmistakably slept, and, stealingout, took noiseless turns in thepassage and even pushed as faras to where I had last met Quint.But I never met him there again;and I may as well say at once thatI on no other occasion saw himin the house. I just missed, on thestaircase, on the other hand, adifferent adventure. Lookingdown it from the top I oncerecognized the presence of awoman seated on one of thelower steps with her backpresented to me, her body half-bowed and her head, in anattitude of woe, in her hands. Ihad been there but an instant,however, when she vanishedwithout looking round at me. Iknew, nonetheless, exactly whatdreadful face she had to show;and I wondered whether, ifinstead of being above I had beenbelow, I should have had, forgoing up, the same nerve I hadlately shown Quint. Well, therecontinued to be plenty of chancefor nerve. On the eleventh nightafter my latest encounter withthat gentleman— they were allnumbered now—I had an alarmthat perilously skirted it and thatindeed, from the particularquality of its unexpectedness,proved quite my sharpest shock.It was precisely the first nightduring this series that, weary withwatching, I had felt that I mightagain without laxity lay myselfdown at my old hour. I sleptimmediately and, as I afterwardknew, till about one o’clock; butwhen I woke it was to sit straightup, as completely roused as if ahand had shook me. I had left alight burning, but it was now out,and I felt an instant certainty thatFlora had extinguished it. Thisbrought me to my feet andstraight, in the darkness, to herbed, which I found she had left.

X

66

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

contré vacía. Una ojeada a la ventanaconfirmó mis sospechas, y después deencender un fósforo tuve una visióncompleta de la escena.

La niña había vuelto a levantar-se (esta vez apagando la luz), y lue-go, con el propósito de observar algoo de responder a alguien, se habíadeslizado por detrás de la persiana yestaba escudriñando en si lencio lanoche. Esta vez (al contrario que laanterior, en que logró convencermede que no había visto nada), sí esta-ba viendo algo, como lo probaba elhecho de que ni siquiera notase la luzque yo había vuelto a encender ni elruido que hice al buscar la bata y las[92] zapatillas. Escondida, protegi-da por la oscuridad, absorta, per-manecía sentada en el umbral de laventana, que era bastante ancho,completamente fascinada por lo queveía. Una gran luna inmóvil alum-braba el jardín, y este detalle tuvomucho que ver con la rápida decisiónque tomé entonces. Estaba mirandocara a cara a la misma aparición quehabíamos encontrado en el lago, peroahora podía comunicarse con e l lacomo entonces no había podido ha-cerlo. Lo que yo, por mi parte, debíaintentar, era salir al corredor sin queel la lo advir t iera y encontrar otraventana que diese al mismo sitio. Lo-gré llegar a la puerta sin que ella no-tase nada; salí, cerré y me detuve aescuchar al otro lado, por si llegabaalgún ruido de la habitación. Mien-tras estaba allí, en el pasillo, mis ojosse fijaron en la puerta de su herma-no, que se encontraba tan solo a unosd i e z p a s o s d e l a m í a , y s e n t íreavivarse en mí aquel extraño impul-so que obraba sobre mi voluntad comouna tentación irresistible. ¿Por qué noentrar en aquel cuarto y mirar desdesu ventana? ¿Por qué no revelarle almuchacho mis motivos y, aprovechan-do su confusión, sonsacarle con astu-cia el resto del misterio?

Estos pensamientos bastaron parallevarme a abrir la puerta y detener-me en el umbral de su cuarto. Es-cuché con una atención sobrehuma-na, y mi fantasía se desbocó imagi-nando toda clase de cosas. Me pre-gunté si también su cama estaría va-cía, y él asomado a la ventana. Fueun interminable minuto de silencio,al final del cual mi impulso se habíadebilitado bastante. El niño estabatranquilo; tal vez fuese inocente; elriesgo resultaba demasiado alto; y medi la vuelta. Había una f i g u r a e n e lj a r d í n , u n a f i g u r a m e r o d e a n d o

encontré vacía. Una mirada ala ventana me sacó de dudas,y el resplandor de un fósforocompletó el cuadro.

La niña había vuelto a saliry estaba agazapada, con algúnpropósito de observación o derespuesta, detrás de las persia-nas. De que veía algo —cosaque no había logrado, y de esotenía yo que fel ici tarme, laotra noche—, no me cabía lamenor duda, y me lo demos-tró el hecho de que ni siquie-ra se movió cuando volví a en-cender la vela, ni cuando meapresuré a calzarme unas zapa-tillas y ponerme una bata. Es-condida, protegida, absorta, des-cansaba en el antepecho de laventana olvidándose de todo lodemás. Había una luna llena quela favorecía, y fue eso lo que in-fluyó en mi rápida decisión. Esta-ba cara a cara con la aparición quehabíamos visto en el lago y se po-día comunicar con ella como no lohabía logrado la vez anterior. Loque hice fue, sin que me viera, di-rigirme por el pasillo a otra venta-na abierta en la misma pared.Cuando estuve en la puerta del dor-mitorio, salí, la cerré y permanecíun momento al otro lado para versi lograba captar algún sonido.Mientras estaba en el pasillo, misojos se clavaron en la puerta delcuarto de su hermano, que se en-contraba a menos de diez pasos dedistancia y que despertó en mí unindescriptible impulso, algo seme-jante a una tentación. ¿Qué ocurri-ría si entraba directamente en sucuarto y me asomaba por la venta-na? ¿Y si aprovechara la confusióny sorpresa que el niño experimen-taría con toda seguridad ante mi au-dacia, para arrancarle una revela-ción que me permitiera desvelar elresto de aquel misterio.

Aquel pensamiento fue suficientepara hacerme cruzar el umbral dela puerta. Pero antes de entrar escu-ché y di rienda suelta a mi imagina-ción intentando figurarme lo quepodía estar ocurriendo allí. Me pre-gunté si también su cama estaríavacía y él observando a escondidas. Fue un minuto interminableal final del cual mi impulsoflaqueó. No se oía nada. Mi-les podía ser inocente, y elr iesgo era a t roz . Me volví .Había una f igura en e l jar-dín.., una figura al acecho: la

vi que no estaba. Una mirada a laventana aclaró un poco más las co-sas, y una cerilla encendida acabóde completar el cuadro.

La niña había vuelto a levan-tarse, esta vez con la precauciónde apagar la lamparilla y, con elpropósito de observar o respon-der a lo que fuera, había vuelto acolarse detrás de la persiana y es-taba mirando. Que ahora veíaalgo —lo mismo que no lo habíavisto, estaba segura, la vez ante-rior— me lo demostraba el hechode que no se diera cuenta de queencendía la luz, y me ponía atoda prisa unas zapatillas y unabata. Escondida, protegida, ab-sorta, estaba acurrucada en elantepecho —la ventana se abríahacia afuera— y entregada a loque observaba. Había una her-mosa luna para facilitarle las co-sas, y eso contribuyó también aque yo tomara rápidamente unadecisión. Estaba viendo la mismaaparición que habíamos visto lasdos en el lago, y ahora podía co-municarse con ella como no ha-bía podido hacerlo entonces. Loque tenía que hacer yo era saliral pasillo, sin que ella lo notase,y asomarme a otra ventana quediera al mismo sitio. Fui hacia lapuerta sin que me oyera la niña,salí, la cerré, y me quedé un mo-mento escuchando para ver si oíaalgún ruido. Mientras estaba enel pasillo, no podía apartar losojos de la puerta de su hermano,que estaba diez pasos más allá yque, inexplicablemente, hizo quese renovara [181] en mí el extra-ño impulso que antes he llamadomi tentación. ¿Qué pasaría si meiba derecha a su ventana, s i ,arriesgándome a desconcentrarleal tener que dar una explicación,me decidía a desvelar el resto delmisterio?

Esa idea tuvo fuerza suf i -c i e n t e p a r a h a c e r m e l l e g a rhasta su puerta y pararme otrav e z a l l í . E s c u c h é c o n a t e n -ción; me imaginé lo que podíaocurr i r ; pensé s i su cama es-tar ía también vacía , y é l mi-r a n d o a e s c o n d i d a s . F u e u nmomento de profunda expec-t ac ión , pe ro no me dec id í aentrar. Estaba tranquilo, podíaser inocente; e l r iesgo era te-rr ible; me di la vuel ta . Habíaalguien en e l jardín , a lguienque merodeaba por allí, el vi-

A glance at the windowenlightened me further, and thestriking of a match completed thepicture.

The child had again gotup—this time blowing out thetaper, and had again, for somepurpose of observation orresponse, squeezed in behindthe blind and was peering outinto the night. That she nowsaw-- as she had not, I hadsatisfied myself, the previoustime—was proved to me by thefact that she was disturbedneither by my reilluminationnor by the haste I made to getinto slippers and into a wrap.Hidden, protected, absorbed,she evidently rested on the sill—the casement opened forward—and gave herself up. There wasa great still moon to help her, andthis fact had counted in my quickdecision. She was face to face withthe apparition we had met at thelake, and could now communicatewith it as she had not then beenable to do. What I, on my side,had to care for was, withoutdisturbing her, to reach, from thecorridor, some other window inthe same quarter. I got to the doorwithout her hearing me; I got outof it, closed it, and listened, fromthe other side, for some soundfrom her. While I stood in thepassage I had my eyes on herbrother’s door, which was but tensteps off and which, indescribably,produced in me a renewal of thestrange impulse that I lately spokeof as my temptation. What if Ishould go straight in and marchto HIS window?—what if, byrisking to his boyish bewildermenta revelation of my motive, Ishould throw across the rest of themystery the long halter of myboldness?

This thought held mesufficiently to make me cross tohis threshold and pause again.I preternaturally listened; Ifigured to myself what mightportentously be; I wondered ifhis bed were also empty and hetoo were secretly at watch.It was a deep, soundlessminute, at the end of which myimpulse failed. He was quiet;he might be innocent; the riskwas hideous; I turned away.There was a f igure in thegrounds—a figure prowling

X

X

X

67

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

e n b u s c a d e s u p r e s a . . . , p e r o e r al a a p a r i c i ó n r e l a c i o n a d a c o nF l o r a , n o l a q u e p e r s e g u í a a m in i ñ o . D u d é t o d a v í a u n i n s t a n t e ,p e r o p o r o t r o s m o t i v o s , y p o rm u y p o c o t i e m p o . Ya h a b í a t o -m a d o u n a d e c i s i ó n . E n B l y s o -b r a b a n l a s h a b i t a c i o n e s v a c í a s ,y [ 9 3 ] s o l o t e n í a q u e e s c o g e r l am á s a d e c u a d a . D e r e p e n t e m ep a r e c i ó q u e l a m á s a d e c u a d a s e -r í a u n a d e l p i s o b a j o ( a u n q u e s uv e n t a n a s e a b r í a a c i e r t a a l t u r as o b r e e l j a r d í n ) , l a q u e s e e n -c o n t r a b a e n l a e s q u i n a d e l ac a s a c o r r e s p o n d i e n t e a l o q u el l a m á b a m o s « l a t o r r e v i e j a » .E r a u n a a m p l i a e s t a n c i a c u a d r a -d a , a m u e b l a d a c o m o d o r m i t o r i od e l u j o , p e r o s u g r a n t a m a ñ o l ah a c í a t a n i n c ó m o d a q u e n a d i e l ah a b í a o c u p a d o e n l o s ú l t i m o sa ñ o s , a u n q u e l a e j e m p l a r s e ñ o -r a G r o s e l a m a n t e n í a e n p e r f e c -t o o r d e n . L a h a b í a a d m i r a d o e nm á s d e u n a o c a s i ó n y s a b í a p e r -f e c t a m e n t e c ó m o l l e g a r h a s t ae l l a . S o l o t e n í a q u e s o b r e p o -n e r m e a l e s c a l o f r í o p r o v o c a d op o r l a f a l t a d e c o s t u m b r e ,a t r a v e s a r l a y a b r i r s i n r u i d ou n a d e l a s c o n t r a v e n t a n a s . T r a sh a c e r t o d o e s t o , l o s c r i s t a l e s d el a v e n t a n a q u e d a r o n a l d e s c u -b i e r t o , y , p e g a n d o m i f r e n t e au n o d e e l l o s , m i r é h a c i a e l e x -t e r i o r , m u c h o m e n o s o s c u r o q u ee l i n t e r i o r d e l a c a s a , y v i q u en o m e h a b í a e q u i v o c a d o d e d i -r e c c i ó n . Y l u e g o v i a l g o m á s .L a l u n a i n u n d a b a l a n o c h e d eu n a e x c e p c i o n a l c l a r i d a d y m ep e r m i t i ó d i s t i n g u i r e n e l c é s p e du n a p e r s o n a e m p e q u e ñ e c i d a p o rl a d i s t a n c i a , u n a p e r s o n a a l l í e np i e , i n m ó v i l , c o m o p r e s a d e u n ae x t r a ñ a f a s c i n a c i ó n , m i r a n d oh a c i a e l l u g a r p o r d o n d e y o h a -b í a a p a r e c i d o , p e r o m i r a n d o n ot a n t o h a c i a m í c o m o h a c i a a l g oq u e p a r e c í a e n c o n t r a r s e e n c i m ad e m í . S í , n o h a b í a d u d a ; h a b í aa l g u i e n a r r i b a . . . h a b í a u n a p e r -s o n a e n l a t o r r e ; p e r o e l p e r s o -n a j e d e l c é s p e d n o e r a n i m u c h om e n o s e l q u e y o e s t a b a s e g u r ad e e n c o n t r a r . E l p e r s o n a j e d e lc é s p e d ( p o r p o c o m e d e s m a y oa l c o m p r o b a r l o ) e r a e l p o b r eM i l e s e n p e r s o n a .

vis i tante con quien Flora es-t a b a c o m p r o m e t i d a ; p e r oaquel la v is i tante tenía pocoque ver con mi niño. Volví adudar, pero por o t ro mot ivoy sólo unos segundos; luegot o m é u n a d e c i s i ó n : h a b í amuchas hab i tac iones vac íasen Bly, y se t r a taba só lo dee leg i r l a adecuada . La ade-cuada me parec ió de p ron tola más ba ja —aunque bas -tan te por enc ima de los j a r-d ines—, en l a esqu ina de l acasa donde se e rgu ía l a yam e n c i o n a d a t o r r e v i e j a .E r a u n a h a b i t a c i ó n a m -p l i a y c u a d r a d a , a r regladacomo dormitorio, aunque laextravagancia de su tamañola hac í a t an inconven ien tepara aquel fin, que había per-manecido desocupada duran-te muchos años, aunque man-tenida por la señora Grose enun orden ejemplar. A menu-do la había admirado y cono-cía bien el camino para l le-gar a el la; así que no necesi-té ninguna luz para desl izar-me sin tropiezo hasta la ven-tana. Abrí uno de los posti-gos sin hacer ruido y, pegan-do mi ros t ro a l c r i s ta l , com-p r o b é q u e m i e l e c c i ó n d el u g a r h a b í a s i d o a c e r t a d a .Pe ro v i a l go más . La l unah a c í a q u e l a n o c h e f u e r aexces ivamente pene t rab le yme mos t r aba en e l p r ado auna pe r sona , empequeñec i -d a p o r l a d i s t a n c i a , q u epe rmanec í a de p i e , i nmóv i ly como f a sc inada , m i r andohac i a e l l uga r donde yo meencon t raba . Pe ro no me mi -r aba a m í , s i no a a l go quea l pa r ece r e s t aba po r enc i -ma de mí. Era evidente quehabía otra persona arr iba . . . ,que había una persona en latorre; pero la figura sobre elcésped no era de ninguna ma-nera la que yo había imagina-do y confiadamente me habíaapresurado a enfrentar. La fi-gura sobre e l césped —mesentí enferma al comprobar-lo— era la del pobre, la delpequeño Miles.

sitante con el que tenía que verFlora, pero no el vis i tante quemás relación tenía con el niño.Vo l v í a d u d a r , p e r o y a p o rotros motivos y sólo unos se-gundos; ya sabía lo que iba ah a c e r. E n B l y h a b í a v a r i a sh a b i t a c i o n e s v a c í a s , y t o d oera cuest ión de elegir la másconven ien te . La más conve-niente me pareció que era unaque hab ía más aba jo —peroque aun así quedaba muy porencima del jardín— en la par-te de la casa a la que me herefer ido ya como la torre vie-ja . Era una habi tación grande,cuadrada, amueblada para ser-vir de dormitor io, pero de untamaño tan descomunal que re-sultaba muy incómoda, por loque, a pesar de que la señoraGrose la tuviese muy ordenada,no había vuelto a usarse desdehacía años. Yo había entrado aver la var ias veces y conocíabien el camino; por eso, despuésde vacilar un poco ante el frío yla tristeza que sentía en ella, laatravesé y abrí uno de los pos-tigos con el menor ruido posi-ble. Una vez hecho esto, y conel mismo cuidado de no hacerruido, pegué la cara al cristal y,gracias a que afuera había mu-cha más luz que adentro, vi queestaba bien situada para mirar.Luego vi ya algo más que eso.La luna hacía que la noche fue-ra extraordinariamente clara, ypude ver en el prado a una per-sona, algo empequeñecida por ladistancia, que estaba allí, inmó-vil, y como fascinada, mirandohacia donde estaba yo, pero tan-to a mí como a algo que debíade haber m á s a r r i b a . Te n í aq u e h a b e r o t r a p e r s o n a q u ee s t a b a m á s a r r i b a , t e n í a q u eh a b e r [ 1 8 2 ] u n a p e r s o n a e nl a t o r r e ; p e r o l a q u e e s t a b ae n e l p r a d o n o e r a n i m u c h om e n o s l a q u e y o m e h a b í ai m a g i n a d o d e s d e e l p r i m e rm o m e n t o y a l a q u e c o n t a n -t a p r i s a h a b í a a c u d i d o a v e r.L a p e r s o n a q u e e s t a b a e n e lp r a d o — m e p o n g o m a l a a lt e n e r q u e d e c i r l o — e r a e ln i ñ o , e l p o b r e M i l e s .

for a sight, the visitor withwhom Flora was engaged; butit was not the visitor mostconcerned with my boy. Ihesitated afresh, but on othergrounds and only for a fewseconds; then I had made mychoice . There were emptyrooms at Bly, and it was only aquestion of choosing the rightone. The right one suddenlypresented itself to me as thelower one— though high abovethe gardens—in the so l idcorner of the house that I havespoken of as the old tower.This was a l a rge , squarechamber, arranged with somes ta te as a bedroom, theextravagant size of whichmade it so inconvenient that ithad not for years, though keptby Mrs. Grose in exemplaryorder, been occupied. I hadoften admired it and I knewmy way about in it; I had only,after just faltering at the firstchill gloom of its disuse, topass across it and unbolt asquietly as I could one of theshu t te r s . Achiev ing th i stransit, I uncovered the glasswithout a sound and, applyingmy face to the pane, was able,the darkness without beingmuch less than within, to seethat I commanded the rightd i rec t ion . Then I sawsomething more. The moonmade the night extraordinarilypenetrable and showed me onthe lawn a person, diminishedby distance, who stood theremot ion less and as i ffasc ina ted , looking up towhere I had appeared—looking, that is, not so muchstraight at me as at somethingthat was apparently above me.There was c lear ly anotherp e r s o n a b o v e m e — t h e r ewas a person on the tower ;b u t t h e p r e s e n c e o n t h elawn was not in the leas twhat I had conceived andhad confident ly hurr ied tomeet . The presence on thelawn—I fel t s ick as I madei t out— was poor l i t t le Mi-les himself .

68

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[94] Capítulo XI

A l d í a s i g u i e n t e n o p u d e h a -b l a r c o n l a s e ñ o r a G r o s e h a s t ab a s t a n t e t a r d e ; e l r i g o r c o n q u ev i g i l a b a a m i s p u p i l o s a p e n a s m ed e j a b a t i e m p o p a r a e n c o n t r a r m ec o n e l l a e n p r i v a d o y, a d e m á s ,a m b a s s e n t í a m o s l a i m p o r t a n c i ad e n o l e v a n t a r s o s p e c h a s , n i e n -t r e l o s c r i a d o s n i e n l o s n i ñ o s ,s o b r e p o s i b l e s s e c r e t o sc o m p a r t i d o s o c o n v e r s a c i o n e sm i s t e r i o s a s . P e r o e n e s t e p a r t i c u -l a r r e s u l t a b a d e g r a n a y u d a e l a s -p e c t o t r a n q u i l o d e m i a m i g a . N oh a b í a n a d a e n s u f r e s c o r o s t r oq u e p u d i e s e r e v e l a r a l o s d e m á sl a e s p a n t o s a n a t u r a l e z a d e m i sc o n f i d e n c i a s . M e c r e í a a p i e sj u n t i l l a s , d e e s o e s t o y s e g u r a ; s in o m e h u b i e s e c r e í d o , n o s é q u éh a b r í a s i d o d e m í , p o r q u e n o h a -b r í a s i d o c a p a z d e s o p o r t a r a q u e -l l a c a r g a y o s o l a . P e r o t e n í a l ab e n d i t a s u e r t e d e s e r u n m o n u -m e n t o v i v i e n t e a l a f a l t a d e i m a -g i n a c i ó n , y c o m o n o v e í a e n l o sp e q u e ñ os nada más que be l leza yamabi l idad , a legr ía e in te l igencia ,no podía comprender mis mot ivosde angus t i a . S i los hub iese v i s tot r i s tes o demacrados , s in duda ha-br ía t ra tado de aver iguar las cau-sas , y habr ía te rminado tan depr i -mida como e l los . S in embargo, ta ly como se presentaban las cosas ,bien advert ía yo en su forma de ob-s e r v a r l o s , c o n s u s l a r g o s b r a z o sblancos c ruzados sobre e l pecho ytoda la serenidad de l mundo en lamirada , que es taba dando grac iasa l c ie lo ; porque , s i por dent ro es -taban dest rozado s, al menos los pe-dazos tenían un aspecto de lo mássaludable. En su mente, las fanta-sías no ta rdaban en da r paso a unac á l i d a c a l m a h o g a r e ñ a , yp r o n t o e m p e c é [ 9 5 ] a p e r c i -b i r q u e , c o m o e l t i e m p o p a s a -b a s i n i n c i d e n t e s « v i s i b l e s » ,e l l a e s t a b a c a d a v e z m á s c o n -v e n c i d a d e q u e l o s n i ñ o s s a -b í a n c u i d a r s e p o r s í s o l o s , yc o m e n z ó a p reocuparse cas i enexclusiva del triste caso que represen-taba, a sus ojos, la pobre institutriz.Porque, en lo que a mí respecta, todoera muy sencillo: había comprobadoque mi rostro era incapaz de mentirante el resto del mundo; pero, en aque-llas condiciones, al menos era un ali-vio no tener que preocuparme por elaspecto de mi compañera.

En la ocasión de la que hablo noshabíamos reunido, a instancias mías,

XI

No fue sino hasta las últimas ho-ras del día siguiente cuando hablécon la señora Grose. El rigor con quemantenía a mis pupilos al alcance demi vista hacía difícil que pudiera en-contrarme con ella en privado; ade-más, ambas comprendíamos cadavez mejor la importancia de no pro-vocar, ni en los sirvientes ni en losniños, cualquier sospecha de unaagitación secreta o una discusiónsobre tales misterios. En este senti-do, confiaba plenamente en mi ami-ga. Nada en su fresca cara podíatransmitir a los demás mis horriblesconfidencias. Ella me creía; estabaconvencida de ello absolutamente.De no haber sido así, no sé que ha-bría sucedido conmigo, pues sola nohubiera podido soportar la situación.Pero ella era un magnífico monu-mento a la bendita carencia de ima-ginación, y si no pudiese ver en nues-tros pequeños pupilos nada más quebelleza y amabilidad, felicidad e in-teligencia, no tendría ninguna comu-nicación directa con los motivos demi angustia. Si ellos hubieran resul-tado visiblemente maltrechos o gol-peados, la señora Grose, sin dudaalguna, se hubiera crecido moral-mente; los habría seguido, habríasido lo suficientemente obcecadacomo para aliarse con ellos. Talcomo estaban las cosas —y me dabamuy bien cuenta de ello cuando re-lacionaba a los niños con los robus-tos brazos blancos de ella, cruzadossobre el pecho, y su aire de seriedaden toda la expresión—, le parecíaque había de dar gracias al cielode que, aunque arruinados, hubieratodavía en ellos piezas que pudie-ran servir. El agitado viento de lafantasía se transformaba en su men-te en un firme calor sin llama, y yohabía comenzado a percibir el sur-gimiento y desarrollo de su convic-ción —ya que el tiempo pasaba sinque se produjera ningún incidentepúblico— de que, cuando nuestrosjóvenes pudieran después de todocuidar de sí mismos, ella dirigiríasu mayor solicitud al triste caso pre-sentado por la institutriz. Decir estono es sino simplificar la situación.Yo podía comprometerme a que mirostro no transparentara nada de loque estaba ocurriendo en la casa, yen aquellas condiciones hubierasido un inmenso agobio de más eltener que preocuparme de ella.

En la ocasión de que ahora ha-blo, la señora Grose se reunió con-

XI

Al día siguiente, hasta últimahora no pude hablar con la señoraGrose; tenía tan vigilados a misalumnos, que muchas veces me eradifícil encontrarme a solas con ella;aparte que las dos comprendíamosla importancia de no despertar sos-pechas —tanto por parte de loscriados como de los propios ni-ños—, de dejar ver que estábamosnerviosas o tratando algún miste-rio. Sobre ese punto, su mismo as-pecto me infundía ya una gran se-guridad. No había nada en su caraque pudiera descubrir a los otrosmis horribles confidencias. Estabaabsolutamente segura de que mecreía; de no haberlo hecho, no séqué habría sido de mí, porque nun-ca habría podido soportar todoaquello yo sola. Pero era un ver-dadero monumento a la benditafalta de imaginación, y ya que eraincapaz de ver en los niños algoque no fuera su belleza y encan-to, lo contentos que estaban y lolistos que eran, tampoco podíatener comunicación directa conlo que era la causa de mi zozo-bra. Si los hubiera visto maltra-tados o perseguidos por algúninfor tunio , es seguro que, a ldescubrirlo, ella habría ofreci-do también un tristísimo aspec-to; pero, tal como iban las co-sas, cuando los contemplaba consus grandes brazos blancos cru-zados, y aquel aire de tranquili-dad que tenía en toda su perso-na , yo comprendía que dabagracias a la misericordia divi-na de que, aunque estuvieranperdidos, lo que quedaba toda-vía valía la pena. En su mente,los vuelos de la fantasía daban lu-gar a un calorcillo constante, yyo ya había empezado a observarque, al estar cada vez más con-vencida —a medida que pasaba eltiempo sin que se produjera nin-guna catástrofe— de que nuestrascriaturas, después de todo, po-dían cuidarse ellas solas, ponía sumayor cuidado en atender al tris-te caso de su institutriz. Eso, paramí, simplificaba mucho las co-sas: yo podía comprometermea que mi cara no dejase t ras-lucir nada, pero en esas con-diciones habría supuesto unacarga t remenda tener que pre-ocuparme de la suya.

En el momento de que hablohabía ido a reunirse conmigo en

XI

It was not till late next daythat I spoke to Mrs. Grose; therigor with which I kept mypupils in sight making it oftendifficult to meet her privately,and the more as we each felt theimportance of not provoking—on the part of the servants quiteas much as on that of thechildren—any suspicion of asecret f lurry or that of adiscussion of mysteries. I drewa great security in this particu-lar from her mere smoothaspect. There was nothing in herfresh face to pass on to othersmy horrible confidences. Shebelieved me, I was sure,absolutely: if she hadn’t I don’tknow what would have becomeof me, for I couldn’t have bor-ne the business alone. But shewas a magnificent monumentto the blessing of a want ofimagination, and if she couldsee in our little charges nothingbut their beauty and amiability,their happiness and cleverness,she had no directcommunication with thesources of my trouble. If theyhad been at all visibly blighted[arruinada] or battered, shewould doubtless have grown, ontracing it back, haggard enoughto match them; as matters stood,however, I could feel her, whenshe surveyed them, with herlarge white arms folded and thehabit of serenity in all her look,thank the Lord’s mercy that ifthey were ruined the pieceswould still serve. Flights offancy gave place, in her mind,to a steady fireside glow, and Ihad already begun to perceivehow, with the development ofthe conviction that—as timewent on without a publicaccident— our young thingscould, after all, look out forthemselves, she addressed hergreatest solicitude to the sadcase presented by theirinstructress. That, for myself,was a sound simplification: Icould engage that, to the world,my face should tell no tales, butit would have been, in theconditions, an immense addedstrain to find myself anxiousabout hers.

At the hour I now speak of shehad joined me, under pressure, on

X

69

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

en la terraza, donde el sol de la tarde,ahora que la estación comenzaba a de-clinar, era más agradable que nunca; ynos sentamos allí juntas mientras antenosotras, a cierta distancia, aunque notanta que no pudiesen oírnos si los lla-mábamos, paseaban los niños, que es-taban de un humor particularmente dócilaquel día. Se movían despacio, al unísono,por el césped que había bajo la terraza, ymientras caminaban el niño leía en voz altaun libro de cuentos, con el brazo en tornoa la cintura de su hermana para asegurarsede que no se alejara. La señora Grose loscontemplaba con una placidez beatífica;luego noté el reprimido escalofrío de des-agrado con que se volvió hacia mí, resig-nada a que le mostrara la otra cara de lamoneda. Yo la obligaba una y otra vez aescuchar mis espeluznantes revelacio-nes, pero ella aceptaba aquel papelcomo un extraño tributo a mi superio-ridad, mi entrega y mi supuesto talen-to, y soportaba con paciencia mis ex-plosiones de dolor. Me ofrecía su men-te para que yo derramase en ella misoscuros temores, como habría podidoofrecerme una olla de haberme vistodecidida a preparar un caldo de bruja.Esa era exactamente su actitud mien-tras escuchaba mi relato de los aconte-cimientos sucedidos aquella noche,hasta llegar al punto en que debía re-latar lo que Miles me dijo cuando, des-pués de descubrirlo a aquella temiblehora de la madrugada, [96] casi en elmismo lugar donde se hallaba ahora,bajé a buscarlo para devolverlo a sucuarto; pues allí, en la ventana, cons-ciente de la necesidad de no alarmar alresto de la casa, había decidido optarpor aquella solución para evitar otrasmás ruidosas. Para entonces, la señoraGrose compartía conmigo mi escepti-cismo ante las escasas esperanzas quetenía de transmitirle con éxito, a pesarde su buena disposición, todo el es-plendor con que Miles, extrañamenteinspirado, había respondido a misdesafiante s p reguntas . En cuan toaparecí en la terraza, a la luz de laluna, vino hacia mí lo más deprisaposible, hasta que yo le cogí de lamano y, sin decir ni una palabra, lollevé, a través de los oscuros corre-dores, hasta la escalera donde unavez había sorprendido a Quint bus-cándolo con ansiedad, y luego, unavez arriba, atravesando el vestíbulodonde me había parado a escuchar,temblando de angustia, lo devolví asu habitación.

En el camino no intercambiamos niun solo sonido, y yo me preguntaba(¡Dios mío, cómo me lo preguntaba!) sisu temible mente infantil no estaría bus-

migo, a petición mía, en la terraza,donde gracias al cambio de esta-ción, el sol de la tarde era ahora muyagradable. Nos sentamos juntasmientras, ante nosotras y a ciertadistancia, pero al alcance de la voz,los niños corrían de un lado a otrocon la magnífica compostura quelos caracterizaba. Se movían lenta-mente, caminando en pareja, por elcésped; el niño leía en voz alta unlibro de cuentos y llevaba a su her-mana cogida por la cintura. La se-ñora Grose los observaba con visi-ble placidez, mas luego capté suahogado gruñido al volverse haciamí para que le mostrara el reversode la medalla. Yo la había conver-tido en un receptáculo de cosasespeluzanantes, pero en su pa-ciencia había un extraño recono-cimiento de mi superioridad, misconocimientos y mi función. Ofre-cía su mente a mis revelacionesde la misma manera que, si yohubiera deseado preparar un bre-baje de brujas y se lo hubieraplanteado con aplomo, ella ha-bría ido a buscar un caldero lim-pio. En eso se había convertidosu actitud cuando, en mi relatode los acontecimientos de la no-che anterior, llegué al momentoen que, después de ver a Miles, auna hora tan intempestiva, casien el mismo lugar en que ahoraprecisamente se hallaba, salí abuscarlo. Había decidido ir a suencuentro personalmente, conpreferencia a cualquier otro re-curso, a fin de no despertar a lossirvientes. - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - Tan pronto como aparecí enla terraza, a la luz de la luna, élse dirigió a mí directamente. Lecogí de la mano sin decir una pa-labra y lo llevé, a través de espa-cios oscuros, hasta la escalera,donde Quint lo había buscado contanta insistencia, a lo largo del pa-sillo donde yo había escuchado ytemblado, hasta llegar a su propiahabitación.

Durante el trayecto, ni un so-nido había pasado entre noso-tros, y yo me preguntaba —¡oh,cómo me lo preguntaba!— si su

la terraza, donde, por haber pasa-do ya el calor del verano, el sol dela tarde resultaba muy agradable; es-tábamos las dos sentadas, y los ni-ños, a cierta distancia de nosotras,pero lo bastante cerca para poderllamarlos en cuanto quisiéramos,paseaban de un lado para otro, enuno de sus momentos más tranqui-los. Andaban despacio por el pradoy, mientras lo hacían, el niño ibaleyendo un cuento en voz alta, ycogía a su hermana con el brazo paratenerla bien cerca. La señora Groselos contemplaba visiblemente com-placida; luego noté el chirrido men-tal con que se disponía a que yo lepresentara la otra cara del asunto.La había convertido en receptáculode cosas espeluznantes, pero ha-bía un reconocimiento de mi su-perioridad, mis cualidades y elpapel que desempeñaba, en su pa-ciencia para soportar mi dolor.Ofrecía su espíritu a mis revela-ciones, lo mismo que me hubieseofrecido un cazo grande y limpio,si se me hubiese antojado hacerun brebaje de brujas, y mostraracierto empeño en ello. Ésa eraexactamente su actitud cuando, alhacer el relato de los sucesos dela noche, había llegado al puntode qué era lo que me había dichoMiles cuando, después de verle aunas horas tan increíbles, casi enel mismo sitio en que se encon-traba ahora, yo había bajado abuscarle, después de elegir esemétodo, antes que otra señal másresonante, por la imperiosa nece-sidad que tenía de no alarmar alresto de la casa. Entretanto, lahabía dejado con pocas dudassobre la escasa esperanza que te-nía de acertar a darle una idea ca-bal, por mucha que fuera su sim-patía, de mi asombro ante la mag-nífica inspiración [184] que tuvoel niño cuando, después de haberentrado ya en casa, le hice por finuna pregunta. Nada más apareceryo en la terraza, a la luz de la luna,había venido en seguida hacia mí;por lo que le cogí de la mano sindecir una palabra, y le conduje enla oscuridad por la escalera dondecon tanta ansia le había acechadoQuint, a lo largo del corredor en elque yo me había estremecido, es-cuchando a la puerta de su cuartovacío.

Por el camino no nos dijimosabsolutamente nada, y yo me pre-guntaba —¡y cómo me lo pregun-taba!— si andaría buscando a tien-

the terrace, where, with the lapseof the season, the afternoon sunwas now agreeable; and we satthere together while, before us,at a distance, but within call if wewished, the children strolled toand fro in one of their mostmanageable moods. They movedslowly, in unison, below us, overthe lawn, the boy, as they went,reading aloud from a storybookand passing his arm round hissister to keep her quite in touch.Mrs. Grose watched them withpositive placidity; then I caughtthe suppressed intellectual creakwith which she conscientiouslyturned to take from me a view ofthe back of the tapestry. I hadmade her a receptacle of luridthings, but there was an oddrecognition of my superiority—my accomplishments and myfunction— in her patience undermy pain. She offered her mind tomy disclosures as, had I wishedto mix a witch’s broth andproposed it with assurance, shewould have held out a large cleansaucepan. This had becomethoroughly her attitude by thetime that, in my recital of theevents of the night, I reached thepoint of what Miles had said tome when, after seeing him, atsuch a monstrous hour, almost onthe very spot where he happenednow to be, I had gone down tobring him in; choosing then, atthe window, with a concentratedneed of not alarming the house,rather that method than a signalmore resonant. I had left hermeanwhile in little doubt of mysmall hope of representing withsuccess even to her actualsympathy my sense of the realsplendor of the little inspirationwith which, after I had got himinto the house, the boy met myfinal articulate challenge. Assoon as I appeared in themoonlight on the terrace, he hadcome to me as straight aspossible; on which I had taken hishand without a word and led him,through the dark spaces, up thestaircase where Quint had sohungrily hovered for him, alongthe lobby where I had listenedand trembled, and so to hisforsaken room.

Not a sound, on the way, hadpassed between us, and I hadwondered— oh, HOW I hadwondered!—if he were groping

X

XX

X

X

70

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

cando alguna excusa plausible v que noresultase excesivamente grotesca. Eraun gran desafío, incluso para su increí-ble capacidad de invención, y sentí unaextraña sensación de triunfo a 1 com-probar que, por una vez, estaba realmen-te azorado. Era el fin de aquellas tretasque hasta entonces habían tenida éxito.No podría seguir interpretando su pa-pel de niño perfecto, ni volver a fingirun comportamiento intachable. Así que,¿cómo demonios iba a arreglárselas parasalir del aprieto? Y, al tiempo que meestremecía ante aquella pregunta, otramuy parecida se abría paso sordamenteen mi interior... ¿Cómo diablos iba asalir del aprieto yo? Por fin tenía queenfrentarme, como nunca antes, al ries-go de desvelar mi participación en aqueldrama horripilante; un riesgo que seguíasiendo muy alto. Recuerdo cómo, alentrar en [97] su pequeño cuarto, don-de la cama ni siquiera estaba deshechay la luz de la luna, entrando por la ven-tana, brillaba con tal claridad que hacíainnecesarias las cerillas, me dejé caersobre el borde de la cama, hundida antela idea de que él seguramente debía desaber hasta qué punto me tenía atrapa-da. Podría seguir haciendo lo que le vi-niese en gana, con ayuda de su excep-cional inteligencia, mientras yo conti-nuase paralizada por el temor de pare-cerme a esas ayas de antaño que estro-peaban a los niños con sus miedos y su-persticiones. Sí, me tenía atrapada, atra-pada en un callejón sin salida. Porque¿quién me disculparía, quién me absol-vería del correspondiente castigo si yo,a la menor oportunidad, aprovechabapara introducir en nuestras relaciones,hasta entonces perfectas, un elementotan estremecedor? No, no: era inútil in-tentar recurrir a la señora Grose, y estambién inútil que trate de describir, alllegar a este punto, la ilimitada admira-ción que el niño me produjo durante labreve e incómoda charla que mantuvi-mos allí, en la oscuridad de la noche.Yo, por supuesto, me mostré en todomomento amable y compasiva; nunca,nunca hasta entonces había posado mismanos sobre sus hombros con tanta ter-nura, la misma ternura con la que, mien-tras seguía recostada en la cama, lo atra-je hacia mí y lo cobijé entre las mantas.Pero no me quedaba más remedio queabordar el asunto, aunque no fuese másque por guardar las formas.

— A h o r a t i e n e s q u e d e c i r -m e t o d a l a v e r d a d . ¿ P a r a q u és a l i s t e ? ¿ Q u é e s t a b a s h a c i e n -d o a l l í ?

A ú n m e p a r e c e e s t a r v i e n d os u e n c a n t a d o r a s o n r i s a y e l b r i -

pequeño cerebro es tar íarumiando algo plausible y nodemasiado grotesco. Aquelasunto pondría a prueba su in-ventiva, ciertamente, y yo sen-tía esa vez, a cuenta de sus difi-cultades, una extraña sensaciónde triunfo. Había caído en unaespecie de trampa y en adelanteno podría fingir inocencia contanto éxito. ¡Santo cielo!, ¿cómoiba a salir de aquello? Al mismotiempo me pregunté, apasiona-damente, cómo iba yo misma asalir de todo. Por fin, me tendríaque enfrentar con todos los ries-gos inherentes a la terrible situa-ción. Recuerdo que entramos ensu pequeño dormitorio, donde lacama estaba completamente sindeshacer y bañada por la luz dela luna; había tal claridad, queno consideré necesario encenderuna luz. Recuerdo que repenti-namente me dejé caer en el bor-de de la cama, agobiada por laidea de que él debía de saberhasta qué grado me tenía en susmanos. Podría hacer de mí cuan-to quisiera, auxiliado por suasombrosa inteligencia, siemprey cuando yo continuara oponién-dome a la vieja tradición de crí-menes impuesta por aquellosguardianes de la infancia quedominaban a mis niños a travésde la superstición y el miedo. Enefecto, me tenía en sus manos,ya que ¿quién iba a absolverme,quién consentiría en que yo sa-liera sin castigo, si ante la másligera insinuación, era la prime-ra en introducir en nuestras per-fectas relaciones elementos tanhorribles? No, no, fue inútil in-tentar hacérselo entender a la se-ñora Grose, de la misma maneraque es imposible expresar aquílo mucho que, en nuestro brevey severo encuentro en la oscuri-dad, despertó mi admiración.Por supuesto, me comporté bon-dadosa y misericordiosamente;nunca, nunca hasta entonces ha-bía colocado yo en sus pequeñoshombros manos tan tiernas comolas que, sentados en la cama yfrente al fuego de una chimenea,le puse. __________ ______

— D e b e s d e c i r m e a h o r at o d a l a v e r d a d . ¿ P a r a q u és a l i s t e ? ¿ Q u é h a c í a s e n e lj a r d í n ?

Puedo ver todavía su maravillosasonrisa, el blanco de sus hermosos ojos

tas algo que decirme que no resul-tase demasiado grotesco. Desdeluego, iba a poner a prueba su in-ventiva, y en ese momento, al ver-le realmente perdido, sentí un es-calofrío de triunfo. ¡Era la granocasión de sorprender lo inescru-table! Ya no podía seguir fin-giendo inocencia; ¿cómo demo-nios iba a poder entonces salir deaquello? Claro que también den-tro de mí, junto al latido angus-tioso de esa pregunta, palpitabaotra, sorda, que me decía cómodemonios iba a salir yo de allí. Porfin, y como nunca hasta entonces,me enfrentaba a todos los riesgosque comportaba, incluso en esemomento, poner al descubiertomis propios horrores. Recuerdoque cuando entramos en su habi-tación, con la cama intacta porquenadie había dormido en ella, y tanbien iluminada por la luz de laluna que entraba por la ventanaque no necesité ni encender unacerilla, recuerdo que me derrum-bé de pronto al borde de la cama,abrumada por la idea de que teníaque saber que realmente me había«cogido». Podía hacer lo que qui-siera, y valerse de su inteligenciamientras yo continuara sometidaa esa vieja tradición criminal dequienes se ocupan de los jóvenesy atienden a supersticiones y mie-dos. La verdad es que me teníacogida, y de forma que no podíamoverme; porque ¿quién iba a sercapaz de perdonarme, quién iba aconsentir que se me diera por li-bre si, al atreverme a hacer la máspequeña insinuación, era yo la pri-mera que introducía en nuestrasrelaciones un elemento tan odio-so? No, no; era inútil tratar de quela señora [185] Grose comprendie-ra, como es más o menos inútil tra-tar de darlo a entender ahora, hastaqué punto me dejó admirada en lapequeña escaramuza que mantuvi-mos los dos en la oscuridad. Yo,por supuesto, estuve sumamentecariñosa; nunca le había puesto lasmanos en los hombros con tantaternura como cuando, apoyada enla cama, me disponía a interrogar-le. No tenía más remedio que pre-guntárselo.

—Ahora t ienes que decír-melo, y decirme toda la verdad.¿Para qué saliste? ¿Qué esta-bas haciendo all í?

T o d a v í a p u e d o v e r s um a r a v i l l o s a s o n r i s a y c ó m o

about in his little mind forsomething plausible and not toogrotesque. It would tax hisinvention, certainly, and I felt,this time, over his realembarrassment, a curious thrill oftriumph. It was a sharp trap forthe inscrutable! He couldn’t playany longer at innocence; so howthe deuce would he get out of it?There beat in me indeed, with thepassionate throb of this questionan equal dumb appeal as to howthe deuce I should. I wasconfronted at last, as never yet,with all the risk attached evennow to sounding my own horridnote. I remember in fact that aswe pushed into his little chamber,where the bed had not been sleptin at all and the window,uncovered to the moonlight,made the place so clear that therewas no need of striking a match—I remember how I suddenlydropped, sank upon the edge ofthe bed from the force of the ideathat he must know how he really,as they say, «had» me. He coulddo what he liked, with all hiscleverness to help him, so longas I should continue to defer tothe old tradition of the criminalityof those caretakers of the youngwho minister to superstitionsand fears. He «had» me indeed,and in a cleft stick; for whowould ever absolve me, whowould consent that I should gounhung, if , by the faintesttremor of an overture, I werethe first to introduce into ourperfect intercourse an elementso dire? No, no: it was uselessto attempt to convey to Mrs.Grose, just as it is scarcely lessso to attempt to suggest here,how, in our short, stiff brush inthe dark, he fairly shook mewith admirat ion. I was ofcourse thoroughly kind andmerciful; never, never yet hadI placed on his little shouldershands of such tenderness asthose wi th which, whi le Irested against the bed, I heldhim there well under fire. I hadno alternative but, in form atleast, to put it to him.

«You must tell me now—andall the truth. What did you go outfor? What were you doingthere?»

I can still see his wonderfulsmile, the whites of his beautiful

XX

71

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

l l o d e s u s d i e n t e s y d e l b l a n c o d es u s o j o s e n l a p e n u m b r a .

— S i t e d i g o p o r q u é s a l í ,¿ l o e n t e n d e r á s ?

El corazón, al oírlo, casi se me salepor la boca. ¿Iría a contarme realmentela verdad? No fui capaz de encontrar laspalabras adecuadas para alentarlo, [98]y respondí con un vago gesto de asen-timiento, que repetí varias veces, segúncreo. Era la gentileza personificada, ymientras yo asentía con la cabeza, él,erguido ante mí, se parecía más que nun-ca a un pequeño príncipe de cuento dehadas. Fue precisamente su aire de ino-cencia lo que me hizo dudar. ¿Podía te-ner ese aspecto si realmente estuviesedispuesto a confesar lo ocurrido?

— B u e n o — d i j o p o r f i n — , l oh ice pa ra que tú h i c i e ses exac ta -men te lo que has hecho .

—¿Para que hiciese qué?

— ¡ P a r a q u e p e n s a s e s , p o ru n a v e z , q u e s o y m a l o !

Nunca olvidaré la dulzura y la ale-gría con que recalcó la última palabra,ni cómo, al decirla, se inclinó hacia míy me dio un beso. Aquel lo eraprácticamente el final de la discusión.Le devolví el beso y, mientras lo estre-chaba largamente contra mi pecho, tuveque hacer un esfuerzo sobrehumanopara no echarme a llorar. Había dadojustamente la respuesta que menos po-día ayudarme a seguir indagando, y todolo que después dije no fue sino una con-firmación de que aceptaba mi derrota.

Lanzando una ojeada al resto dela habitación, le pregunté:

— E n t o n c e s , ¿ n i s i q u i e r a l l e -g a s t e a d e s v e s t i r t e ?

Su rostro resplandecía en la lú-gubre penumbra de la estancia.

—Claro que no. Estuve sentado leyendo.

—¿Y cuándo bajaste al jardín?

—A med ianoche . ¡Cuando soym a l o , s o y m a l o !

—Ya veo, ya veo. ¡Qué encantode niño! Pero ¿por qué estabas tan se-guro de que yo me enteraría?

—Bueno , me hab ía pues to deacue rdo con F lo ra —¡sus r e spues -t a s b r o t a b a n c o n u n a p r o n t i t u dincre íb le !—. E l la t en ía que l evan-t a r se y mi ra r po r l a ven tana .

—Que es lo que hizo, efectivamente.¡Era yo la que había caído en la trampa!

[99] —Así, te despertó, y tú, como

y el fulgor de sus pequeños dientes,brillando para mí en la penumbra. — ¿ P o d r á c o m p r e n d e r l os i s e l o d i g o ? Ante esas palabras, sentí que el co-razón me saltaba hasta la garganta.¿Me diría la verdad? No encontré enmis labios ningún sonido para apre-miarle, y me limité a contestarle conuna vaga y repetida mueca afirma-tiva. Miles era la buena educaciónpersonificada, y mientras yo movía lacabeza, en señal de asentimiento, él pa-recía más que nunca un pequeño prín-cipe. Y fue su brillantez lo que me dioun poco de confianza. ¿Se hubieramostrado tan desenvuelto en el casode contarme, en efecto, toda la verdad? —Bueno —concluyó—, el casoes que bajé para que usted hicieraprecisamente lo que hizo.

—¿Para que hiciera qué?

— ¡ P a r a q u e , p o r v a r i a r,pensara que soy malo! Jamás olvidaré la dulzura yla alegría con que pronuncióaquella palabra, ni cómo, alacabar de decirla, se inclinóhacia delante y me besó. Era,p r á c t i c a m e n t e , e l f i n a l d etodo. Recibí su beso y tuveque efectuar, mientras lo teníaentre mis brazos, un esfuerzosobrehumano para no echarmea llorar. Me acababa de daruna explicación que me deja-ba por en te ro inde fensa , yapenas logré balbucir, mien-tras miraba en torno mío:

—Entonces, ¿no te habías des-vestido?

Adiviné su sonrisa, en la penumbra. —No; había estado senta-do, leyendo.

—¿Y cuándo bajaste?

—A medianoche. ¡Cuando decidoser malo, soy malo!

—Comprendo, comprendo... Eresencantador. Pero ¿cómo podías tener laseguridad de que yo me enteraría?

—¡Oh! Lo arreglé todo con Flora—sus respuestas surgían con flui-dez—. Convinimos en que ella se le-vantaría y miraría hacia fuera. —Eso fue, en efecto, lo que hizo. ¡Quien había ca ído en latrampa era yo!

—Así, para enterarse de lo que ella

l e b r i l l a b a n l o s o j o s y l o sd i e n t e s e n l a o s c u r i d a d .

—Si le d igo por qué , ¿ locomprenderá?

Noté que el corazón se mesubía a la boca. ¿Me diría porq u é ? N o e n c o n t r é p a l a b r a spara decir que sí, y me di cuen-ta de que lo único que hacía eramover la cabeza. En ese mo-mento, él era la misma dulzu-ra y, mientras yo asentía con lacabeza, parecía más que nuncaun príncipe sacado de un cuen-to. Fue realmente su alegría loque me dio un respiro. ¿Podríaser tan grande s i e ra verdadque iba a decírmelo?

— B u e n o — d i j o p o r f i n —, pues p rec i samen te pa ra queh i c i e r a e s t o .

—¿Para que hiciera qué?

— P e n s a r , p o r u n a v e z ,que e ra malo .

No olvidaré nunca la dulzu-ra y la alegría con que pronun-ció esa palabra, ni cómo, pors i era poco, se incl inó haciaadelante y me dio un beso. Ahí,práct icamente , terminó todo.Yo le besé también y, mientrasle tenía abrazado, tuve que ha-cer los mayores esfuerzos paran o p o n e r m e a l l o r a r. H a b í aacertado a dar una explicacióna la que yo no tenía ya nadaque añadir, y todo lo que pudehacer fue echar una mirada alcuarto y preguntarle:

—Entonces ¿ni siquiera te des-nudaste?

Estaba radiante:—No, claro. Me senté y me

puse a leer.

—¿Y cuándo bajaste?

[186] —A medianoche. Cuando mepropongo ser malo, soy malo de veras.

—Ya lo veo, ya lo veo..., y estoyencantada. Pero ¿cómo podías estarseguro de que iba a enterarme?

—Ya me había puesto de acuer-do con Flora. —Contestaba sin elmenor titubeo—. Ella tenía que levan-tarse y asomarse a la ventana.

—Que es lo que efectivamentehizo. —La que había caído en latrampa era yo.

—Así usted se despertó y, para

eyes, and the uncovering of hislittle teeth shine to me in thedusk. «If I tell you why, willyou understand?» My heart, atthis, leaped into my mouth.WOULD he tell me why? Ifound no sound on my lips topress it, and I was aware ofreplying only with a vague,repeated, grimacing nod. Hewas gent leness i t se l f , andwhile I wagged my head athim he stood there more thanever a little fairy prince. Itwas his br ightness indeedthat gave me a respite. Wouldi t be so g r ea t i f he we rer e a l l y g o i n g t o t e l l me?«Well,» he said at last, «justexactly in order that you shoulddo this.»

«Do what?»

«Think me—for a change—BAD!» I shall never forget thesweetness and gaiety with whichhe brought out the word, nor how,on top of it, he bent forward andkissed me. It was practically theend of everything. I met his kissand I had to make, while I foldedhim for a minute in my arms, themost stupendous effort not to cry.He had given exactly the accountof himself that permitted least ofmy going behind it, and it wasonly with the effect of confirmingmy acceptance of it that, as Ipresently glanced about theroom, I could say—

«Then you didn’t undress atall?»

He fairly glittered in thegloom. «Not at all. I sat up andread.»

«And when did you go down?»

«At midnight. When I’mbad I AM bad!»

«I see , I see—it ’scharming. But how could yoube sure I would know it?»

« O h , I a r r a n g e dt h a t w i t h F l o r a . » H i sa n s w e r s r a n g o u tw i t h a r e a d i n e s s ! «Shewas to get up and look out.»

«Which is what she did do.»It was I who fell into the trap!

«So she disturbed you, and,

[Aya: Persona encargada de la custodia o crianza de un niño.]

72

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

querías ver lo que miraba ella, tambiénte asomaste... y me viste.

—Mientras tú —añadí— te ex-ponías a coger una pulmonía en elfr ío de la noche.

E s t a b a t a n c o n t e n t o p o rs u h a z a ñ a q u e t u v o e l d e s c a -r o d e r e s p o n d e r , r a d i a n t e :

—¿Qué otra cosa podía hacer paraconvencerte de que a veces soy malo?

Y entonces, después de un nuevoabrazo, di por concluidos el inciden-te y la conversación, persuadida deque, con el descubrimiento de aque-lla travesura, había logrado movili-zar las escasas reservas de bondadque aún le quedaban.

[100] Capítulo XII

A la mañana siguiente compro-bé lo dif íci l que resul taba t ransmi-t i r le a la señora Grose mis extrañasimpresiones de la noche anter ior, yeso que intenté impresionarla men-cionando la últ ima frase que el niñome di jo antes de separarnos.

—Todo se reduce a doce palabras—le expliqué—, doce palabras que re-sumen claramente su posición. «Ya sa-bes, piensa en lo que sería capaz de ha-cer, si quisiera.» Me soltó eso sólo parahacerme ver lo bien que se está por-tando. Es perfectamente consciente delo que «sería capaz de hacer». Y algodebió de ensayar ya en el colegio.

—¡Dios mío , cómo ha cambia -do us t ed ! ______________

—Yo no cambio. Simplemente sacomis conclusiones. Esos cuatro se reúnencontinuamente, no le quepa duda. Si hu-biese pasado alguna de las últimas no-ches con cualquiera de los niños lo ha-bría visto usted con claridad. Cuantomás observo y vigilo, más me conven-zo de que así son las cosas, aunque nosea más que por el silencio sistemáticode ambos hermanos. Nunca, ni por undesliz, han hecho la menor alusión aninguno de sus antiguos amigos, delmismo modo que Miles no ha mencio-nado jamás su expulsión. Sí, sí, pode-mos quedarnos aquí sentadas mirándo-los mientras representan su comedia de-lante de nosotras..., pero incluso en esosmomentos , cuando f ingen es tar

estaba haciendo, usted tendría queasomarse y me vería...

—Mientras tú —concluí— pesca-bas un resfriado con el viento frío quesopla esta noche.

Literalmente, pareció florecerante aquella salida mía; se per-mitió asentir alegremente: —¿De qué otro modo habría podidoser realmente malo? —me preguntó. L u e g o , d e s p u é s d e o t r oabrazo, el incidente y nuestraentrevista se cerraron con mireconocimiento de todas lasr e se rva s de bondad que , acambio de su broma, había lo-grado extraer de él.

XII

A la luz del día, la impresión espe-cial que yo había recibido la nocheanterior no afectó de un modo ex-traordinario a la señora Grose, a pe-sar de que la reforcé con la menciónde otros comentarios que había he-cho él antes de separarnos. —Todo reside en media docena depalabras —dije a mi compañera—,palabras que en realidad constituyenel verdadero asunto: «Piense ahora enlo que podría yo hacer.» Me dijo esopara demostrarme lo bueno que es.Pero es consciente de lo que podríahacer. Con toda seguridad, en la es-cuela trató de demostrarlo.

—¡Dios mío, cómo cambia usted!—exclamó mi amiga.

—No cambio; sencillamente, ex-preso lo que pienso. Los cuatro sehan estado encontrando constante-mente. Si hubiera estado usted conalguno de los niños cualquiera deestas noches, lo habría compren-dido claramente. Cuando más heobservado y esperado, más lo hesentido así, y para ello me basta re-cordar el sistemático silencio deambos. Nunca, ni por casualidad,han aludido a ninguno de sus anti-guos amigos, así como tampocoMiles ha aludido a su expulsión.¡Oh, sí! podemos estar sentadasaquí y mirarlos, y ellos puedenaparecer frente a nosotras pasean-do tranquilamente; pero incluso

ver qué era lo que yo estaba mirando,miró también... y vio.

—Mientras tú te exponías a co-ger un catarro que te llevara al otromundo.

E s t a b a t a n o r g u l l o s od e s u h a z a ñ a q u e s ep e r m i t i ó p r e g u n t a r :

—¿Y cómo podría haber sido lobastante malo si no?

Después de esto, y de otroabrazo, la conversación y el in-cidente se dieron por terminados,con el reconocimiento, por miparte, de cuántas reservas debondad había sido capaz de sa-car para hacer esa broma.

XII

A la luz del día, la impresión par-ticular que yo había recibido no re-sultó, repito, del todo presentable parala señora Grose, aunque la reforcé alhablar de otra cosa que me había di-cho antes de separarnos.

—Todo ello puede resumirse enmedia docena de palabras —le dije—, palabras que realmente lo aclarantodo. «¡Imagínese lo que sería capazde hacer!» Eso me lo dijo parademostrarme lo bueno que es. Sabeperfectamente lo que sería capaz dehacer. Y eso fue lo que demostró enel colegio.

— ¡ C a r a m b a , c ó m o c a m -b i a u s t e d ! ____________

—Yo no cambio, lo que hago esentenderlo. Los cuatro, esté ustedsegura, están siempre de acuerdo. Siuna de estas dos últimas noches hu-biera estado con cualquiera [187] delos niños, lo habría comprendido tanbien como yo. Cuanto más vigilaba yesperaba, más convencida estaba deque, aunque no hubiera otras cosas,sólo el silencio sistemático que guar-dan bastaría para probarlo. Nunca, nipor milagro, se les ha escapado nada,no han aludido siquiera a ninguno delos dos, lo mismo que Miles jamásha dicho nada de su expulsión. Sí,podemos estar aquí sentadas, y mi-rarlos, mientras ellos exhiben antenosotras todas sus gracias; pero in-

to see what she was looking at,you also looked—you saw.»

«While you,» I concurred,«caught your death in thenight air!»

He literally bloomed sofrom this exploit that he couldafford radiant ly to assent .«How otherwise should I havebeen bad enough?» he asked.T h e n , a f t e r a n o t h e rembrace, the incident andour interview closed on myrecognition of all the reser-ves o f goodness tha t , fo rhis joke, he had been ableto draw upon.

XII

The particular impression Ihad received proved in themorning light, I repeat, not quitesuccessfully presentable to Mrs.Grose, though I reinforced it withthe mention of still anotherremark that he had made beforewe separated. «It all lies in half adozen words,» I said to her,«words that really settle thematter. ‘Think, you know, what IMIGHT do!’ He threw that off toshow me how good he is. Heknows down to the ground whathe `might’ do. That’s what hegave them a taste of at school.»

«Lord, you do change!» criedmy friend.

«I don’t change—I simplymake it out. The four, dependupon it, perpetually meet. If oneither of these last nights you hadbeen with either child, you wouldclearly have understood. Themore I’ve watched and waited themore I’ve felt that if there werenothing else to make it sure itwould be made so by thesystematic silence of each.NEVER, by a slip of the tongue,have they so much as alluded toeither of their old friends, anymore than Miles has alluded tohis expulsion. Oh, yes, we maysit here and look at them, andthey may show off to us there to

XX

73

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

inmersos en un mundo de cuento de ha-das, en realidad están absortos en esavisión de los muertos que han recupe-rado. Él no está leyendo cuentos [101]asu hermana —afirmé—..., ¡están ha-blando de ellos! ¡Están hablando decosas abominables! Ya sé que me exal-to como si estuviera loca, y me sorpren-de no estarlo todavía. Porque lo que yohe visto a usted la habría enloquecido.Pero a mí, en cambio, me ha vuelto máslúcida, me ha ayudado a entender mu-chas otras cosas.

Mi lucidez debía de resultar impo-nente, pero las deliciosas criaturas quela provocaban, paseando una y otra vezpor delante de nosotras dulcementeentrelazadas, dieron a mi amiga una es-peranza a la que aferrarse; y se aferró aella con todas sus fuerzas, como pudecomprobar al ver que, mientras hacía fren-te al torbellino de mi emoción, seguíaarropando a los niños con su mirada.

—¿Y cuáles son esas otras cosasque ha entendido?

—Pues esas mismas cosas quedesde el principio me encantaron y mefascinaron, aunque en el fondo, ahorame doy cuenta, también me descon-certaban y me preocupaban. Su be-lleza, que casi no parece de este mun-do; y su bondad, que no tiene nada denatural. Es un juego —proseguí—; ¡esuna estrategia, un fraude!

— ¿ U n f r a u d e d e e s o s d o sá n g e l e s ?

— P a r e c e n a d o r a b l e s , ¿ v e r -d a d ? P u e s s í , a u n q u e p a r e z c au n a l o c u r a , ¡ s o n u n f r a u d e ! — E lm e r o h e c h o d e d e c i r l o e n v o za l t a m e a y u d ó r e u n i r t o d a s l a sp i e z a s d e l r o m p e c a b e z a s — . ¡ N oe s q u e s e h a y a n p o r t a d o b i e n . . . ,e s q u e h a n e s t a d o a u s e n t e s ! H as i d o f á c i l v i v i r c o n e l l o s p o r q u ee l l o s , s i m p l e m e n t e , e s t á n v i -v i e n d o o t r a v i d a p a r a l e l a . N os o n m í o s . . . N o s o n n u e s t r o s .¡ S o n s u y o s . . . , d e é l y d e e l l a !

—¿Se refiere a Quint y a esa mujer?

—Sí, a ellos me refiero. Es a ellosa quienes quieren.

¡ C ó m o m i r ó a l o s n i -ñ o s l a s e ñ o r a G r o s ec u a n d o d i j e a q u e l l o !

—Pero ¿por qué?

[ 1 0 2 ] — P o r a m o r a l m a l q u ee s o s d o s s e m b r a r o n e n s u s a l -m a s e n a q u e l l a é p o c a t e r r i b l e .

cuando pretenden estar absortosen sus cuentos de hadas, estáninmersos en la visión de los muer-tos que les han sido devueltos.Miles no está leyendo a su herma-na —declaré— están hablando deellos, se están relatando horrores.Hablo, lo sé, como si estuvieraloca; y es una maravilla que no loesté. Lo que he visto la habría en-loquecido a usted; pero a mí sólome ha vuelto más lúcida, me hahecho comprender otras cosas.

Mi lucidez debió de parecerleespantosa, pero las encantadorascriaturas que eran víctimas deella, al pasar y volver a pasar ca-riñosamente cogidas de la cin-tura, fortalecieron en cierta ma-nera a mi colega; noté lo tensaque estaba cuando, sin agitarseen el torbellino de mi pasión, losobservaba atentamente. —¿A qué otras cosas se re-f iere usted?

—Bueno, a las cosas que mehan deleitado y, al mismo tiem-po —ahora puedo verlo con ab-soluta claridad—, engañado ydesconcertado. Su belleza másque terrenal, su bondad absolu-tamente fuera de este mundo —continué—, no son sino una tác-tica engañosa, son un fraude.

— ¿ P o r p a r t e d e e s t o sa d o r a b l e s . . . ?

—Sí, de estos adorables niños. ¡Sí,por absurdo que parezca! El solo hecho de esbozar aque-lla hipótesis me ayudó a ver conclaridad, a encontrar los cabossueltos y a asociarlos y unirlos. —No han sido buenos; lo úni-co que han hecho es estar ausen-tes. Ha sido fácil convivir conellos sencillamente porque se hanlimitado a vivir una vida propia.No son míos... no son nuestros.¡Son de él! ¡Son de ella!

—¿De Quint y de esa mujer?

—De Quint y de esa mujer.Los quieren para sí.

¡Oh cómo pareció estudiarlos lapobre señora Grose, después deoírme afirmar aquello! —Pero ¿para qué?

—Por amor a toda la mal-dad que, en aquellos días te-r r ib les , l a p a r e j a i n c u l c ó

cluso cuando fingen estar entusiasma-dos con su cuento, lo que hacen esno pensar más que en esos muertosque vuelven. Miles no está leyendonada a su hermana —dije—, están ha-blando de ellos, están hablando dehorrores. Ya sé que hablo como siestuviera loca; y el milagro es que nolo esté. Usted se habría vuelto loca sihubiera visto lo que he visto yo; peroa mí me ha servido para tener una lu-cidez aún mayor, me ha hecho com-prender otras cosas.

Mi lucidez tenía que pareceralgo espantoso, pero las encantado-ras criaturas víctimas de ella, pasan-do y volviendo a pasar juntas pordelante de nosotras, proporcionabana mi colega algo a que aferrarse, ycomprendí con qué fuerza se aferra-ba al ver que, sin dejarse arrastrarpor mi vehemencia, seguía ampa-rándolas con la mirada.

—¿Y qué otras cosas ha com-prendido usted?

—Pues todas esas cosas que meentusiasmaban, que me fascinaban yque, sin embargo, ahora, con tanta ex-trañeza, veo que en el fondo eran lasque me inquietaban y me tenían ofus-cada. Esa belleza más que terrenal quetienen, esa bondad tan antinatural. Noes más que un juego, una estratage-ma, un engaño.

—¿Por parte de las pobrescriaturitas?...

— ¿ Q u e n o s o n m á s q u eunos niños pequeños? Pues s í ,por increíble que parezca. —Sólo el haberlo dicho me ayu-dó ya a ver lo mejor, a seguirade lan te y a t a r cabos—. Nohan s ido buenos; lo único queh a n h e c h o h a s i d o e s t a r e notro mundo. Y si ha resul tadofácil vivir con ellos, es porquel l e v a n u n a v i d a a p a r t e , u n avida propia . No son míos. . . n isuyos. Son de él y de el la .

[188] —¿De Quint y de esa mujer?

—De Quint y de esa mujer. Quie-ren llegar hasta ellos.

¡ C ó m o l o s m i r ól a p o b r e s e ñ o r aG r o s e a l o í r e s o !

—Pero ¿para qué?

—Por amor a todo el mal queen esos espantosos días consiguie-ron los dos inculcarles. Y para que

their fill; but even while theypretend to be lost in their fairytalethey’re steeped in their vision ofthe dead restored. He’s notreading to her,» I declared;«they’re talking of THEM—they’re talking horrors! I go on, Iknow, as if I were crazy; and it’sa wonder I’m not. What I’ve seenwould have made YOU so; but ithas only made me more lucid,made me get hold of still otherthings.»

My lucidity must haveseemed awful, but the charmingcreatures who were victims ofit, passing and repassing in theirinterlocked sweetness, gavemy colleague something to holdon by; and I felt how tight sheheld as, without stirring in thebreath of my passion, shecovered them still with her eyes.«Of what other things have yougot hold?»

«Why, of the very things thathave delighted, fascinated, andyet, at bottom, as I now sostrangely see, mystified andtroubled me. Their more thanearthly beauty, their absolutelyunnatural goodness. I t’s agame,» I went on; «it’s a policyand a fraud!»

«On the part of littledarlings—?»

«As yet mere lovely babies?Yes , mad as tha t seems!»The very ac t o f br ing ing i to u t r e a l l y h e l p e d m e t ot r a c e i t — f o l l o w i t a l l u pa n d p i e c e i t a l l t o g e t h e r.« They haven’t been good—they’ve only been absent. It hasbeen easy to live with them,because they’re simply leading alife of their own. They’re notmine—they’re not ours. They’rehis and they’re hers!»

«Quint’s and that woman’s?»

«Quint’s and that woman’s.They want to get to them.»

O h , h o w , a t t h i s ,p o o r M r s . G r o s ea p p e a r e d t o s t u d y t h e m !« B u t f o r w h a t ? »

«For the love of all theevil that, in those dreadfuldays, the pair put into them.

X

74

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Y s i l o s o t r o s h a n v u e l t o , e sp a r a s e g u i r s u b y u g á n d o l o s c o ns u m a l d a d , p a r a c o n t i n u a r c o ns u d i a b ó l i c a t a r e a .

—¡Mal rayo les parta! —musitó miamiga. La exclamación era coloquial,pero revelaba su total aceptación demis últimas palabras acerca de lo quedebía de haber ocurrido en los malostiempos (¡pues había habido tiempospeores en Bly!). Para mí no podía ha-ber mejor confirmación de mis sospe-chas que la prontitud con que la seño-ra Grose, basándose en su experiencia,había aceptado la posibilidad de queaquel par de miserables hubiese caídoen los mayores abismos de deprava-ción. Fue, obviamente, después de ape-lar a su memoria, cuando exclamó:

—¡Es verdad, eran unos sinvergüen-zas! Pero ¿qué pueden hacer ahora?

—¿Que qué pueden hacer? —Habíahablado en voz tan alta que Miles y Flo-ra, que pasaban a cierta distancia, se de-tuvieron un instante y nos miraron—.¿Le parece poco lo que están haciendo?—pregunté en tono más bajo, mientraslos niños, después de sonreírnos y ha-cernos señas y tirarnos besos, conti-nuaban con su comedia. El espectáculonos distrajo durante unos instantes, yluego yo misma respondí a la preguntaque había formulado—: ¡Pueden des-truirlos! —Mi compañera entonces sevolvió a mirarme, pero la súplica queme lanzó fue silenciosa, y me impulsóa expresarme de modo aún más explíci-to—. Aún no saben cómo, pero lo estánintentando con todas sus fuerzas. Sólose ven de lejos, por así decirlo, con obs-táculos de por medio; ellos aparecen enlugares extraños y sitios elevados, en lacima de la torre, en el tejado de las ca-sas, mirando por las ventanas, al otrolado del lago..., pero por ambas parteshay un firme empeño en acortar distan-cias y sortear los obstáculos; así que eléxito de los dos corruptores es solocuestión de tiempo. Sólo tienen que[103] continuar seduciendo a los niñoscon peligrosas invitaciones...

—¿Para que los niños los sigan?

— ¡ S í , y p a r a q u e p e r e z c a ne n e l i n t e n t o ! — L a s e ñ o r aG r o s e s e p u s o e n p i e l e n t a m e n -t e , y y o m e s e n t í o b l i g a d a aa ñ a d i r — : A m e n o s , c l a r o , q u ep o d a m o s i m p e d i r l o .

Se quedó en pie ante mí mientrasyo continuaba en mi butaca; era obvioque estaba dándole vueltas al asunto.

—Es su tío quien debe impedirlo

e n e l l o s . Y para jugar conellos y con esa maldad, para pre-servar su obra demoniaca. Es poreso que vuelven.

—¡Cielos! —exclamó mi amiga sin aliento. Su exclamación revelaba unacompleta aceptación de lo que yodeseaba probar, es decir, de lo quehabía sucedido en la mala época,pues había existido una época peorincluso que la presente. No podíahaber mejor justificación, para mí,que el pleno asentimiento, dadopor quien los había conocido, antecualquier fondo de depravaciónconcebible en aquella pareja detruhanes. Obedeciendo a una evi-dente sumisión al recuerdo, ellaexclamó poco después: —¡Eran unos malvados! Pero ¿quépueden hacer ahora? —insistió.

—¿Qué pueden hacer? —inquirí,alzando tanto la voz que Miles y Flo-ra interrumpieron su paseo y se vol-vieron para mirarnos—. ¿No estánhaciendo ya bastante? —pregunté enun tono más bajo, mientras los niños,tras dirigirnos una sonrisa y enviar-nos besos con las manos, reanudabansus juegos. Nos quedamos en silen-cio durante un momento. Luego con-testé—: ¡Pueden destruirlos! Mi compañera alzó la mirada ha-cia mí, pero la súplica que leí enella era una súplica muda, y mepedía que fuese más explícita. —Todavía no saben cómo...pero lo están intentando. Sólose dejan ver de lejos, en lu-gares extraños, en lo al to deuna torre, en el techo de unacasa, frente a las ventanas, enla orilla distante de un estan-que; pero hay en ellos una de-cisión firme de acortar la dis-tancia y superar los obstácu-los; y el t r iunfo de los ten-tadores es sólo cuest ión detiempo. Lo único que t ienenque hacer es mantener su pe-ligroso hechizo.

—¿Para que los sigan los niños?

—¡Y perezcan en el intento! La señora Grose se incorporó lenta-mente y yo añadí, con el sentimientode que era mi obligación hacerlo: —A menos que nosotras, por su-puesto, podamos evitarlo. L a v i d e p i e a n t e m í ,q u e p e r m a n e c í a s e n t a d a ,d a n d o v u e l t a s a e s a i d e a . — D e b e r í a s e r s u t í o

no pueda faltarles ese mal, para se-guir manteniendo la obra del de-monio, es para lo que vuelven aquílos otros.

—¡Dios mío! —dijo mi amiga en voz baja.E s a e x c l a m a c i ó n e r a

m u y n o r m a l , p e r o e q u i v a -l í a a a c e p t a r q u e e n l o sm a l o s t i e m p o s — p u e s l o sh a b í a h a b i d o t o d a v í a p e o -r e s — t e n í a q u e h a b e r o c u -r r i d o l o q u e d e c í a y o .P a r a m í n o p o d í a h a b e ru n a p r u e b a m á s c l a r a q u ee s e r e c o n o c i m i e n t o s u y od e q u e s a b í a p o r e x p e r i e n -c i a h a s t a d ó n d e p o d í a l l e -g a r l a d e p r a v a c i ó n d e e s ep a r d e b r i b o n e s .

—Eran unos canallas. Pero¿qué pueden hacer ahora?

—¿Qué pueden hacer? —Lorepetí tan fuerte que Miles y Flo-ra se pararon un momento a mi-rarnos—. ¿No hacen ya bastante?—pregunté en un tono ba jo ,mientras los niños, después desonreír, saludar con la cabeza yenviarnos un beso, reanudaban suexhibición. Estuvimos un minu-to pendientes de ellos, y luegodije—: Pueden destruirlos. —Ante esa afirmación, mi compa-ñera se volvió hacia mí, pero conuna pregunta muda que me hizoser algo más explícita—: Todavíano saben muy bien cómo hacer-lo..., pero están intentándolo conmucho empeño. Ahora sólo se losve como si estuvieran al otrolado, a cierta distancia, en sitiosraros o altos, en las torres, lostejados de las casas, detrás de lasventanas o en la otra orilla delestanque; pero por ambas parteshay una voluntad decidida deacortar la distancia y superar losobstáculos; y el que lo consiganes sólo cuestión de tiempo. Todolo que necesitan es mantener esasensación de peligro.

—¿Para que acudan los niños?

— Y p e r e z c a n e n e l i n -t e n t o . — L a s e ñ o r a G r o s e s el e v a n t ó d e s p a c i o , y y oa ñ a d í , c o n t o d o c u i d a d o — :A m e n o s , n a t u r a l m e n t e ,q u e p o d a m o s i m p e d i r l o .

[189] De pie, delante de mí, quecontinuaba sentada, se veía que estabadándole vueltas a todo en su cabeza:

—Su tío es el que tiene que

And to ply them with that evilstill, to keep up the work ofdemons, is what brings the othersback.»

«Laws!» said my friend underher breath. The exclamation washomely, but it revealed a realacceptance of my further proof ofwhat, in the bad time— for therehad been a worse even thanthis!—must have occurred. Therecould have been no suchjustification for me as the plainassent of her experience towhatever depth of depravity Ifound credible in our brace ofscoundrels. It was in obvioussubmission of memory that shebrought out after a moment:«They WERE rascals! But whatcan they now do?» she pursued.

«Do?» I echoed so loud thatMiles and Flora, as they passedat their distance, paused aninstant in their walk and lookedat us. «Don’t they do enough?» Idemanded in a lower tone, whilethe children, having smiled andnodded and kissed hands to us,resumed their exhibition. Wewere held by it a minute; then Ianswered: «They can destroythem!» At this my companion didturn, but the inquiry she launchedwas a silent one, the effect ofwhich was to make me moreexplicit. «They don’t know, asyet, quite how—but they’retrying hard. They’re seen onlyacross, as it were, and beyond—in strange places and on highplaces, the top of towers, the roofof houses, the outside ofwindows, the further edge ofpools; but there’s a deep design,on either side, to shorten thedistance and overcome theobstacle; and the success of thetempters is only a question oftime. They’ve only to keep totheir suggestions of danger.»

«For the children to come?»

« A n d p e r i s h i n t h ea t t e m p t ! » M r s . G r o s es l o w l y g o t u p , a n d Is c r u p u l o u s l y a d d e d :« U n l e s s , o f c o u r s e , w ec a n p r e v e n t ! »

Standing there before mewhi le I kept my seat , shevisibly turned things over.«The i r unc le mus t do the

ply 1 [+ needle, tool] manejar; emplear [+ oars] emplear [+ river, route] navegar por to ply one’s trade ejercer su profesión 2 to ply somebody with questions acosar a alguien con preguntas

X

X

75

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—dijo finalmente—. Tiene que lle-várselos de aquí.

—¿Y quién tendrá que avisarle?

H a b í a e s t a d o e s c u d r i -ñ a n d o l a d i s t a n c i a , p e r oe n t o n c e s s e v o l v i ó a m i -r a r m e c o n c a r a d e e s t u p o r .

—Usted , s eñor i t a .

—¿Quiere decir que debería escri-birle contándole que su casa está em-brujada y sus sobrinos locos?

— P e r o ¿ y s i l o e s t á n ?

—También podría estarlo yo, ¿nocree? ¡Vaya noticia tan deliciosa vinien-do de una persona que goza de su totalconfianza y que se comprometió por en-cima de todo a no molestarlo!

La señora Grose reflexionó de nue-vo, sin dejar de mirar a los niños.

—Sí, odia que le molesten. Esa fuela principal razón...

—¿De que esos canal las le tu-viesen engañado tanto t iempo? Sinduda, aunque su indiferencia debede haber sido insoportable. En cual-quier caso, yo no soy como el los . . .y no pienso decepcionarle .

Mi compañera, por toda respues-ta, volvió a sentarse al cabo de uninstante y me asió por un brazo.

—De todas formas, hágale venir a visitarla.

La miré asombrada.—Que venga a visitarme..., ¿a mí? —

Sentí un repentino temor al darme cuentade lo que me estaba proponiendo—. ¿Él?

[104] —Debería estar aquí... Debe-ría ayudarnos.

Me puse en pie de un salto, y creo quedebí de mirarla con la expresión más raraque hasta entonces me había visto.

—¿Puede usted imaginarme pidiéndo-le que venga a verme?

No, era evidente, mientras me mirabaa los ojos, que no podía. En lugar de eso,leyendo en mi rostro como solo una mujerpuede leer el alma de otra, vio lo mismoque veía yo: la risa burlona del amo, su des-precio por el derrumbamiento de mis in-tenciones de permanecer sola y por las su-tiles artimañas que había puesto en mar-cha para atraer su atención hacia mismodestos encantos. Ella no sabía (nadiepodía saberlo) lo orgullosa que me sentíayo por haber sido capaz de cumplir estric-tamente los términos de nuestro acuerdo.Pero así y todo, creo que tomó buena nota

q u i e n l o e v i t a r a . D e b e r í al l e v á r s e l o s d e a q u í .

—¿Y quién se lo avisará?

La señora Grose había mantenidola mirada perdida a lo lejos, pero enese momento volvió hacia mí un ros-tro enloquecido. —Usted, señorita.

—¿Escribiéndole para decir-le que la casa está embrujaday sus sobrinos están locos?

—Pero ¿y si lo están?

—¿Y si también lo estoy yo?,quiere usted decir. Una noticia en-cantadora para que se la envíe unainstitutriz que se comprometió ano importunarlo.

La señora Grose meditó, observan-do de nuevo a los niños. —Sí, odia que lo molesten. Esafue la principal razón...

—¿De que aquellos demoniosestuvieran tanto tiempo a su servi-cio? No lo dudo, aunque su indi-ferencia debió ser monstruosa.Pero como yo no soy un demonio,no estaré mucho tiempo...

Mi compañera, al cabo de un ins-tante y por toda respuesta, volvióa sentarse y me tomó del brazo. —Procure que venga a verla.

La miré fijamente. —¿A mí? —me invadió un súbitotemor ante lo que ella pudiese hacer—. ¿Él?

—¡Debería estar aquí... debería ayu-dar!

Me puse de pie rápidamente, y pien-so que la expresión de mi cara debióde parecerle más rara que nunca. — ¿ C r e e u s t e d q u e p o d r í ap e d i r l e u n a v i s i t a ? No, era evidente que no lo creía. Encambio —una mujer lee siempre enotra—, podía ver lo que yo mismaveía: su desprecio, su burla, su des-dén por mi incapacidad para hacerhonor a mi compromiso de nomolestarlo y por el ingenioso meca-nismo que yo había puesto en mar-cha para llamar su atención hacia mismodestos encantos. Ella no podía sa-ber —nadie lo sabía— cuán orgu-llosa me había sentido de poder serfiel a las condiciones estipuladas; sinembargo, me pareció que tomaba

impedirlo. Tiene que llevárse-los de aquí.

—¿Y quién va a pedirle que lo haga?

H a b í a e s t a d o m i r a n d o alo l e j o s , pe ro en e se momen-t o s e v o l v i ó h a c i a m í c o nc a r a d e t o n t a :

—Usted, señorita.

—¿Y qué hago? ¿Escribirle di-ciendo que su casa está embrujada yque sus dos sobrinos están locos?

—Pero si lo están, señorita.

—¿Y si soy yo la que estáloca, es eso lo que quiere decir?¡Menuda noticia para que se la déuna institutriz cuyo primer deberera no darle la lata!

La señora Grose, pensativa, vol-vió a mirar a los niños:

—Sí, no puede tolerar que le denla lata. Ése fue el principal motivo...

—¿De que esos desalmados le tu-vieran engañado tanto tiempo? Sí, sinduda alguna, pero su indiferencia tie-ne que haber sido horrible. En cual-quier caso, como yo no soy una desal-mada, no debería engañarle.

Al cabo de un instante, y por todarespuesta, mi compañera volvió a sen-tarse y me cogió el brazo:

—Sea como sea, haga que venga a verla.

Me quedé mirándola:—¿Que venga a verme a mí? —De

repente me entró un miedo tremendo delo que pudiera hacer—. ¿Él?

—Debía estar aquí. . . , debíaayudar.

M e l e v a n t é e n s e g u i d a , yc r e o q u e d e b í a d e t e n e r u n ac a r a m á s r a r a q u e n u n c a :

—¿Me imagina usted pidiéndoleque venga a hacerme una visita?

Por la forma en que me miró era evi-dente que no se lo imaginaba. En cambio—como una mujer ve lo que piensa laotra—, lo que sí podía imaginarse era loque me imaginaba yo también: lo que seiba a reír, lo que se iba a burlar, y cómoiba a despreciarme al ver que no habíapodido aguantar sola y había inventadotoda aquella historia [190] para hacer quese fijase en mis escasos encantos. Ella nosabía —no lo sabía nadie lo orgullosa queme había sentido de servirle y atenerme asus condiciones; lo que creo que enten-dió bien fue la advertencia que le hice:

p reven t ing . He mus t t akethem away.»

«And who’s to make him?»

S h e h a d b e e ns c a n n i n g t h e d i s t a n c e ,b u t s h e n o w d r o p p e do n m e a f o o l i s h f a c e .« Yo u , m i s s . »

«By writing to him that hishouse is poisoned and his littlenephew and niece mad?»

«But if they ARE, miss?»

«And if I am myself, youmean? That’s charming news tobe sent him by a governess whoseprime undertaking was to givehim no worry.»

Mrs. Grose considered,following the children again.«Yes, he do hate worry. That wasthe great reason—»

«Why those fiends tookhim in so long? No doubt,though his indifference musthave been awful. As I’m nota f i end , a t any r a t e , Ishouldn’t take him in.»

My companion, after aninstant and for all answer, satdown again and grasped my arm.«Make him at any rate come to you.»

I s t a r e d . « To M E ? » Ih a d a s u d d e n f e a r o fw h a t s h e m i g h t d o .« ‘ H i m ’ ? »

«He ought to BE here—heought to help.»

I quickly rose, and I thinkI mus t have shown her aqueerer face than ever yet.«You see me asking him for avisit?» No, with her eyes on myface she evidently couldn’t. Insteadof it even— as a woman readsanother—she could see what Imyself saw: his derision, hisamusement, his contempt for thebreakdown of my resignation atbeing left alone and for the finemachinery I had set in motion toattract his attention to my slighted*charms. She didn’t know—no oneknew—how proud I had been toserve him and to stick to our terms;yet she nonetheless took themeasure, I think, of the warning Islight v.tr. 1 treat or speak of (a person etc.) as not worth attention, fail in courtesy or respect towards, markedly neglect. 2 hist. make militarily useless, raze (a fortification etc.). Ignore, Desairar, ofender, insultar, desdeñar

X

76

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

de la advertencia que entonces le hice.—Si llega usted a perder la cabeza has-

ta el punto de acudir a él en mi nombre...

Estaba realmente asustada.—¿Sí, señorita?

—Entonces me marcharé. Los abando-naré al instante, a usted y a él.

[105] Capítulo XIII

Era fác i l es ta r con e l los , peroh a b l a r l e s m e e x i g í a u n e s f u e r z opor enc ima de mis pos ib i l idades ,l leno de d i f icu l tades cas i insupe-rab les , espec ia lmente cuando noshal lábamos dentro de casa . Esta s i -t u a c i ó n s e p r o l o n g ó d u r a n t e u nmes , con nuevos agravantes y de-ta l les par t icu lares , en t re los cua-les des tacaba , cada vez más y másin tensa , la ac t i tud consc ientemen-te i rón ica de mis a lumnos . Es toytan segura hoy como lo es taba en-tonces : no era so lo un producto dem i i n f e r n a l i m a g i n a c i ó n . Te n í apruebas más que suf ic ientes de quemis apuros no les pasaban desaper-c ib idos , y aquel la ex t raña re lac iónconst i tuyó, durante mucho t iempo,la a tmósfera en que nos movíamos.No qu ie ro dec i r con es to que mes a c a s e n l a l e n g u a o m e h i c i e s e nob je to de o t r a s b romas vu lga res ,pues con e l los no había ese pe l i -g ro . Me r e f i e ro a que aque l e l e -mento de lo innombrable y lo in-t a n g i b l e f u e d o m i n a n d o p o c o apoco a todo lo demás, y, s in una es-pec ie de acuerdo tác i to en t re no-sot ros , an tes o después nos habría-mos visto obligados a abordarlo. Ena l g u n o s m o m e n t o s e r a c o m o s is iempre l legásemos a un punto enel cual debíamos detenernos para noentrar en aquel los asuntos, o sal i rprecipi tadamente de los callejonessin salida en los que nos metíamos,o cerrar de un portazo (que nos so-bresaltaba a nosotros mismos, pues,como todos los portazos, había sidoun poco más violento de lo que de-seábamos) las puertas que por unaindiscreción habíamos abierto. Estávisto que todos los caminos llevana Roma, y había [106] ocasiones enque podríamos habernos sorprendi-do al comprobar que todos los te-

nota de la advertencia que le dirigí: —Mire, si pierde usted lacabeza hasta el punto de pe-dirle que venga... La señora Grose estaba realmenteasustada. —¿Qué, señorita? —Los abandonaré al instante, a ély a usted.

XIII

Me resultaba fácil unirme aellos, pero hablarles me exigíaun esfuerzo más allá de mis po-sibilidades y presentaba, sobretodo cuando estábamos dentrode la casa, dificultades casi in-superables. Esta situación seprolongó por espacio de unmes, con algunos agravantes ysucesos especiales, además delas cada vez más irónicas ob-servaciones de mis discípulos.No se trataba únicamente —yde esto estoy ahora tan seguracomo lo estaba entonces— demi infernal imaginación. Eraevidente que se daban cuentade mis dificultades, y aquellaextraña relación constituyó encierto modo, durante bastantetiempo, la atmósfera en quenos movíamos. No me refieroa que hicieran bromas vulga-res, ya que ese peligro era im-posible por parte de ellos, a loque me refiero es que el ele-mento innombrable, l o i n t o -c a b l e , s e h i z o e n t r e n o -s o t r o s m a y o r q u e n i n g ú no t r o , y a q u e e s a a c t i t u dd e e v a s i ó n n o h u b i e r as i d o p o s i b l e d e n o e x i s -t i r u n a c u e r d o t á c i t o .E r a c o m o s i c o n t i n u a -m e n t e e s t u v i é r a m o s a l av i s t a d e t e m a s a n t e l o sc u a l e s d e b í a m o s d e t e -n e r n o s , c e r r a n d o r á p i d a -m e n t e l a s p u e r t a s q u ep o r d e s c u i d o h a b í a m o sa b i e r t o . E s t á v i s t o q u et o d o s l o s c a m i nos condu-cen a Roma, y había veces enque podríamos habernos sor-prendido al comprobar que to-das las ramas de estudio o te-mas de conversación condu-

—Si llegara usted a perder lacabeza hasta el punto de llamarleen mi nombre...

E s t a b a v e r d a d e r a m e n t ea t e r r a d a :

—¿Qué, señorita?—En ese mismo momento, los

dejaría a usted y a él.

XIII

TODO lo que fuera estar conellos iba muy bien, pero hablar-les resultó más que nunca algo su-perior a mis fuerzas, algo que, lle-gado el momento, presentabaunas dificultades tan insuperablescomo siempre. Esa situación seprolongó durante un mes, conagravantes especiales y caracte-rísticas nuevas; sobre todo, lasensación, cada vez más aguda,de que había cierta ironía por par-te de mis alumnos. No era sólo—estoy tan segura ahora como loestaba entonces— producto de miacalorada imaginación: era queno había duda alguna de que sehabían dado cuenta de que esta-ba en un apuro y que, en ciertamanera, y durante mucho tiempo,ése era el ambiente en que nosmovíamos. No quiero decir queme tomaran el pelo ni que hicie-ran ninguna grosería, porque esono era lo que había que temer deellos; lo que quiero decir es quetodo lo innombrable e intocablepasó a ser para nosotros el elemen-to principal, y que eso de que pu-diéramos soslayarlo con tanto éxitono habría sido posible sin un acuer-do tácito. Era como si en algunosmomentos estuviéramos siempre apunto de encontrarnos con temasante los que había que pararse enseco, escapando de callejones queveíamos que no tenían salida, ce-rrando, con un portazo que hacíaque nos mirásemos unos a otros —porque, como todos los portazos,siempre [191] era algo más fuertede lo que queríamos—, puertas quehabíamos cometido la indiscreciónde abrir. Todos los caminos condu-cen a Roma, y había momentos enque podríamos haber tenido la im-presión de que todos los temas de

now gave her. «If you should solose your head as to appeal to himfor me—»

She was really frightened.«Yes, miss?»

«I would leave, on the spot,both him and you.»

XIII

It was all very well to jointhem, but speaking to themproved quite as much as ever aneffort beyond my strength—offered, in close quarters,difficulties as insurmountable asbefore. This situation continueda month, and with newaggravations and particular no-tes, the note above all, sharperand sharper, of the small ironicconsciousness on the part of mypupils. It was not, I am as suretoday as I was sure then, my mereinfernal imagination: it wasabsolutely traceable that theywere aware of my predicamentand that this strange relationmade, in a manner, for a longtime, the air in which we moved.I don’t mean that they had theirtongues in their cheeks or didanything vulgar, for that was notone of their dangers: I do mean,on the other hand, that theelement of the unnamed anduntouched became, between us,greater than any other, and thatso much avoidance could nothave been so successfullyeffected without a great deal oftacit arrangement. It was as if, atmoments, we were perpetuallycoming into sight of subjectsbefore which we must stop short,turning suddenly out of alleysthat we perceived to be blind,closing with a little bang thatmade us look at each other—for,like all bangs, it was somethinglouder than we had intended—the doors we had indiscreetlyopened. Al l roads lead toRome, and there were timeswhen it might have struck usthat almost every branch ofstudy or subject of conversation

77

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

mas de estudio y de conversación ro-zaban lo prohibido. Y lo prohibido eratodo lo relacionado con el regreso de losmuertos en general o, más concretamen-te, con lo que pudiera haber sobrevividoen la memoria de los niños acerca deaquellos amigos que habían perdido. Ha-bía días en los que hubiese podido jurarque uno de ellos, con un leve codazo im-perceptible, le decía al otro: «Cree quees ta vez se sa ldrá con la su ya . . . ,¡pero no lo hará!» «Hacer lo» ha-br ía s ido , por e jemplo , permi t i r sepor una vez a lguna a lus ión d i rec taa la dama que me había precedidoen e l ca r go . E l l o s , p o r s u p a r t e ,mos t raban una cur ios idad insac ia -b le y de l i c iosa po r d ive r sos ep i -sod ios de mi v ida que ya l e s ha -b í a c o n t a d o e n i n f i n i t a s o c a s i o -n e s . E s t a b a n a l t a n t o d e t o d o l oque me hab ía suced ido a lo l a r g ode mi ex i s t enc ia , y conoc ían contodo lu jo de de ta l l es l a h i s to r ia dem i s m á s í n f i m a s a v e n t u r a s , a s ícomo l a s de mis he rmanos y he r -manas , mi per ro y mi ga to , ademásde o t ros muchos pormenores ace r -c a d e l t e m p e r a m e n t o c a p r i c h o s ode mi pad re , e l mob i l i a r io y de -c o r a c i ó n d e n u e s t r a c a s a y l a sc o n v e r s a c i o n e s d e l a s v i e j a s d e lp u e b l o . P o n i é n d o l o t o d o j u n t o ,hab ía su f i c i en te s cosas de l a s quecha r l a r , s i empre que uno hab la selo bas t an te dep r i sa y sup ie se , po rins t in to , cuándo deb ía r e t rocede r.Te n í a n u n a h a b i l i d a d e s p e c i a lp a r a t i r a r d e l a s c u e r d a s d e m iimag inac ión y mi memor ia , y e soe ra qu izá lo que más con t r ibu ía ,cuando r e f l ex io naba sobre el lo, aacrecentar mi aguda sensación deestar s iendo vigilada. En todo caso,solo nos sent íamos cómodos cuan-do hablábamos de mi vida, mi pa-sado y mis amigos ; un es tado decosas que a menudo les llevaba a in-sis t i r, s in venir a cuento, en que re-pi t iera ta l o cual anécdota . De re-pente , y s in que hubiese n ingunarazón para el lo , me instaban a reci-tar de nuevo algún refrán de mit ierra o a confirmar cier tos deta-l l es acerca de l a in te l igenc ia de lponi del vicario.

[107 ] E ra en ocas iones comoesas , aunque también en o t ras d i -f e r e n t e s , c u a n d o , v i e n d o e l g i r oque tomaban los acontec imientos ,mis «apuros» , como los he l lama-do hace un momento , alcanzabansu punto á lg ido . E l hecho de quep a s a s e n l o s d í a s s i n n u e v o s e n -cuent ros deber ía haber cont r ibu i -do a t ranqui l izar un poco mis ner-

cían al terreno prohibido. Te-rreno prohibido, en general, erael tema del retorno de los muer-tos y, en especial, lo que podríasobrevivir en la memoria de losniños de sus amigos perdidos.Había días en que podía jurarque uno de ellos decía al otro,con un guiño invisible: «Ellacree que esta vez va a poder ha-cerlo... pero no se atreverá.»«Hacerlo» hubiera sido, porejemplo, permitirme alguna re-ferencia directa a la dama quelos había preparado contra mí.Ellos, por su parte, mostrabanun insaciable y delicioso inte-rés por mi propia historia, queuna y otra vez les había relata-do. Estaban en posesión de to-das y cada una de las cosas queme habían sucedido, sabían de-talladamente la historia de mismás pequeñas aventuras y las demis hermanos y hermanas, y lasdel perro y el gato de mi casa,así como muchas particularida-des de la naturaleza excéntricade mi padre, del mobiliario y ladecoración de nuestra casa, delos temas de conversación delas viejas de mi pueblo... Habíasuficientes cosas para charlar,si uno sabía hacerlo de prisa ydetenerse instintivamente en lospuntos delicados. Ellos tirabancon un arte ejemplar de lascuerdas de mi imaginación y mimemoria, y tal vez ninguna otracosa, cuando después pensé entales sesiones, me dio tanto lasensación de que estaba siendoobservada. En cualquier caso,nuestras conversaciones sólogiraban en torno a mi vida, mipasado y mis amigos, creandoun estado de cosas que a veceslos conducía, sin que viniera alcaso, a glosar anécdotas de mipasada vida social. Fui invita-da —aunque sin que existierauna relación visible— a repetiralguna frase célebre o confir-mar detalles ya relatados sobrela inteligencia de la yegua delpastor.

Fue en parte debido a estos in-cidentes y en parte a otros de dis-tinto orden, que mis apuros, comopodría llamarlos, se hicieron ma-yores. El hecho de que los díastranscurrieran para mí sin otraaparición, debía contribuir —porlo menos, eso hubiera sido natu-ral— a tranquilizar mis nervios.Desde el sobresalto sufrido aque-

estudio o de conversación bordea-ban terrenos prohibidos. Terrenoprohibido era la cuestión de lavuelta de los muertos en generaly, muy especialmente, cualquieralusión al recuerdo que pudieraquedar de los amigos que los ni-ños pequeños habían perdido. Al-gunos días habría podido jurar queuno de ellos, después de darle alotro un codazo invisible, decía:«Se cree que esta vez lo va a ha-cer..., pero no lo hará.» «Hacerlo»habría sido permitirme, por ejem-plo —y de tarde en tarde—, algu-na referencia indirecta a la señori-ta que les había dado clase antesque yo. Tenían una curiosidad in-saciable por todos los episodios demi propia vida, con los que les ha-bía obsequiado una y otra vez; sa-bían todo lo que me había pasado,y conocían, punto por punto, la his-toria de mis más pequeñas aventu-ras, de las de mis hermanos y her-manas, y las del perro y el gato dela casa, además de numerosos de-talles del carácter excéntrico de mipadre, de los muebles y disposiciónde nuestra casa, y de las conversa-ciones de las viejas del pueblo.Entre una cosa y otra, la verdad esque había bastante de que hablar,siempre que uno lo hiciera de pri-sa y supiera por instinto cuándohabía que dar un rodeo. Tenían unarte especial para tirar de la cuer-da de mi imaginación y mis recuer-dos; y quizá ninguna otra cosa,cuando me acordaba luego de esosmomentos, me hiciera sentir tantassospechas de que me vigilaban aescondidas. En cualquier caso, eraúnicamente sobre mi vida, mi pa-sado y mis amigos sobre lo que po-díamos hablar, sintiéndonos unpoco a gusto; una situación que losllevaba a veces, sin que viniera acuento, a sacar a relucir distintosrecuerdos. Me pedían —aunqueno tuviera nada que ver— que re-pitiera una vez más el celebradomot que había pronunciado al-guien o que confirmara con nue-vos detalles lo listo que era elpony de la parroquia.

[192] En parte, era en ocasio-nes como ésas, y en parte en otrascompletamente distintas, cuando,con el sesgo que habían tomadoahora mis asuntos, se hacía másperceptible lo que he llamado misituación apurada. El hecho de quepasaran los días sin haber tenidoun nuevo encuentro parece quedebía haber servido para calmar un

skirted forbidden ground.Forbidden ground was thequestion of the return of the deadin general and of whatever, inespecial, might survive, inmemory, of the friends littlechildren had lost. There weredays when I could have swornthat one of them had, with a smallinvisible nudge, said to the other:«She thinks she’ll do it thistime—but she WON’T!» To «doit» would have been to indulgefor instance—and for once in away— in some direct referenceto the lady who had preparedthem for my discipline. They hada delightful endless appetite forpassages in my own history, towhich I had again and againtreated them; they were inpossession of everything that hadever happened to me, had had,with every circumstance the storyof my smallest adventures and ofthose of my brothers and sistersand of the cat and the dog athome, as well as many particularsof the eccentric nature of myfather, of the furniture andarrangement of our house, and ofthe conversation of the oldwomen of our village. There werethings enough, taking one withanother, to chatter about, if onewent very fast and knew byinstinct when to go round. Theypulled with an art of their own thestrings of my invention and mymemory; and nothing elseperhaps, when I thought of suchoccasions afterward, gave me sothe suspicion of being watchedfrom under cover. It was in anycase over MY life, MY past, andMY friends alone that we couldtake anything like our ease—astate of affairs that led themsometimes without the leastpertinence to break out into socia-ble reminders. I was invited—withno visible connection—to repeatafresh Goody Gosling’scelebrated mot or to confirm thedetails already supplied as to thecleverness of the vicarage pony.

It was partly at such juncturesas these and partly at quitedifferent ones that, with the turnmy matters had now taken, mypredicament, as I have called it,grew most sensible. The fact thatthe days passed for me withoutanother encounter ought, it wouldhave appeared, to have donesomething toward soothing my

XX X

78

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

vios . Desde aquel la segunda nocheen que v is lumbré por un momento ,desde e l re l lano de l p iso super ior ,la presencia de una mujer a l p ie dela esca lera , no había vue l to a vernada , n i dent ro n i fuera de la casa ,que hubiese prefer ido no ver. Másde una vez , a l doblar una esquina ,pensé que iba a encont ra rme conQuint , y se d ieron c ier tas s i tuacio-nes par t icu larmente s in ies t ras quehabr ían podido favorecer la apar i -c ión de la señor i ta Jesse l . E l vera-no había deca ído has ta ex t ingui r-se por comple to , y e l o toño se ha-bía echado sobre Bly l levándose lami tad de la luz . El lugar, con susc ie los gr i ses y sus f lores marchi -t a s , s u s e s p a c i o s d e s n u d o s y l a sho jas muer tas despar ramadas pore l sue lo , se asemejaba a un tea t rodespués de la función, sembrado deprogramas arrugados por todas par-tes . Había a veces a lgo en e l am-biente , unas condic iones de soni -do y quie tud espec ia les , impres io-nes inefables que me devolvían porunos momentos las sensac iones dela a tmósfe ra de aquel la tarde dejunio en el jardín, cuando tuve mip r imera v i s ión de Quin t , o l a deaquel la o t ra ocas ión en que , des-pués de verlo a t ravés de la venta-na, lo estuve buscando en vano en-tre los arbustos del parque. Reco-nocía los s ignos , los presagios . . . ,r e c o n o c í a e l m o m e n t o , e l l u g a r.Pero ahora estaban vacíos y en cal-ma, y yo seguía en paz, s i es quepodía haber paz para una joven cuyasensibi l idad, en lugar de embotar-se, se había agudizado de un modoextraordinario. En mi conversacióncon la señora Grose sobre aquel laterr ible escena con Flora, junto allago, yo había dicho (dejando per-pleja a la buena mujer) que a part i rde aquel momento lamentaría mu-cho más perder [108] mi capacidadvisionaria que conservarla . Era miforma de expresar algo que cobra-ba cada vez mayor v iveza en mimente: la convicción de que, tantosi los niños veían realmente aque-l lo como si no (cosa que por enton-ces aún no estaba probada) , prefe-r ía con mucho contar con la garan-t ía de mis propias vis iones, comouna especie de salvaguardia . Esta-ba dispuesta a conocer lo peor quepuede conocerse. Y entonces entre-ví la negra posibi l idad de que misojos pudieran sel larse para s iempremientras los de los niños se abríancada vez más . Bueno , a l parecer,ahora mis o jos se habían se l lado:una circunstancia por la cual habría

lla segunda noche, provocado porla presencia de una mujer al piede la escalera, no había vuelto aver nada, ni en el interior ni fuerade la casa, que hubiese preferidono ver. Había muchos rincones enlos que podía esperar encontrar-me con Quint, y muchas situacio-nes que, aunque sólo fueran porsu carácter siniestro, podían ha-ber favorecido la aparición de laseñorita Jessel. E l v e r a n o h a b í a p a s a d o ,s e h a b í a e x t i n g u i d o , y e lo t o ñ o h a b í a c a í d o s o b r eB l y y a p a g a d o l a m i t a d d en u e s t r a s l u c e s . E l l u g a r ,c o n s u c i e l o g r i s y s u s h o -j a s a m a r i l l e n t a s , s e m e j a b au n t e a t r o d e s p u é s d e u n ar e p r e s e n t a c i ó n , c o n l o sp r o g r a m a s a r r u g a d o s y t i -r a d o s p o r e l s u e l o . E x i s -t í a n d e t e r m i n a d a s s i t u a -c i o n e s e n l a a t m ó s f e r a ,c o n d i c i o n e s d e s o n i d o y d ei n m o v i l i d a d , i m p r e s i o n e si n d e c i b l e s , q u e m er e t r o t r a í a n a a q u e l l a n o c h ed e j u n i o e n q u e v i p o r p r i -m e r a v e z , a l a i r e l i b r e , aQ u i n t , y t a m b i é n a aquellosotros momentos en que, despuésde verlo a través de la ventana,lo busqué en vano en la terraza.Reconocía los signos, los porten-tos... reconocía el momento, ellugar. Pero eran señales solitariasy vacías, y yo continuaba sin ver-me importunada, si esta palabrapuede usarse para referirse a unajoven cuya sensibilidad se habíavisto anormalmente agudizada dela manera más extraordinaria. Enla conversación con la señoraGrose, al referirme a la horribleescena de Flora junto al lago quetanto había desconcertado a miamiga, dije que me habría doli-do más perder mi poder que con-servarlo. Había entonces expre-sado lo que de manera tan vivaestaba en mi mente, la idea deque, fuera que los niños vieran ono —cosa que todavía no estabaentonces del todo comprobada—, yo prefería con mucho, parasalvaguardarlos, correr el riesgode ser la única que pudiera ver.Lo que entonces sentía era la ma-ligna convicción de que, tanpronto como mis ojos se cerra-ran, se abrirían los de ellos. Bue-no, pues mis ojos se habían ce-rrado, al parecer, por el momen-to..., una circunstancia por laque parecía sacrílego no dar gra-

poco mis nervios. Desde el peque-ño aviso, el que tuve la segundanoche en el rellano de la escalera,de que había una mujer sentada enlos últimos peldaños, no había vis-to nada, dentro ni fuera de la casa,que hubiese sido mejor no habervisto. Había muchos sitios en losque al dar la vuelta a una esquinaesperaba encontrarme con Quint, ymuchas situaciones que, por lo quetenían de siniestras, debían haberfavorecido la aparición de la seño-rita Jessel. El verano había pasa-do, el verano se había ido; el oto-ño había caído sobre Bly, y se ha-bía llevado la mitad de nuestrasalegrías. Bly, con su cielo gris y susflores ajadas, con sus espacios des-nudos cubiertos de hojas secas, eracomo un teatro después de la re-presentación, sembrado de progra-mas arrugados. Había algo especialen el aire, condiciones de sonido yquietud, impresiones de ser el mo-mento propicio, que volvían atraerme, durante un tiempo lo bas-tante largo para poder percibirla,la atmósfera de aquella tarde en laque, estando en el jardín, había vis-to por primera vez a Quint, y en laque también, en otros momentos,después de verle por la ventana, lehabía buscado en vano entre losarbustos. Reconocía las señales, lospresagios, reconocía la hora, el lu-gar. Pero no iban acompañados denada, quedaban vacíos, y yo seguíatan tranquila, si es que eso puededecirse de una persona cuya sensi-bilidad no había disminuido, sinoque se había agudizado de una for-ma extraordinaria. Cuando le ha-blé a la señora Grose de aquella te-rrible escena de Flora en el lago,le había dicho —y la había dejadotambién pasmada al decírselo—que, a partir de ese momento, meaterraría mucho más perder mi po-der que conservarlo. Había expre-sado entonces la idea que tenía enel pensamiento: que fuera o no ver-dad que [193] los niños lo veían—puesto que no estaba definitiva-mente demostrado que lo hicie-ran—, prefería con mucho, a modode salvaguardia, saber que yo es-taba plenamente expuesta a verlo.Estaba preparada para saber todolo peor que pudiera saberse. Lo quehabía tenido entonces era la des-agradable sospecha de que mis ojospudieran quedar sellados cuandolos suyos estuvieran más abiertos.Pues bien: parecía que ahora misojos estaban sellados, una consu-mación por la que era casi una blas-

nerves. Since the light brush, thatsecond night on the upperlanding, of the presence of awoman at the foot of the stair, Ihad seen nothing, whether in orout of the house, that one hadbetter not have seen. There wasmany a corner round which Iexpected to come upon Quint,and many a situation that, in amerely sinister way, would havefavored the appearance of MissJessel. The summer had turned,the summer had gone; the autumnhad dropped upon Bly and hadblown out half our lights. Theplace, with its gray sky andwithered garlands, its baredspaces and scattered dead leaves,was like a theater after the per-formance— all strewn withcrumpled playbills. There wereexactly states of the air,conditions of sound and ofstillness, unspeakableimpressions of the KIND ofministering moment, that broughtback to me, long enough to catchit, the feeling of the medium inwhich, that June evening out ofdoors, I had had my first sight ofQuint, and in which, too, at thoseother instants, I had, after seeinghim through the window, lookedfor him in vain in the circle ofshrubbery. I recognized the signs,the portents—I recognized themoment, the spot. But theyremained unaccompanied andempty, and I continuedunmolested; if unmolested onecould call a young woman whosesensibility had, in the mostextraordinary fashion, notdeclined but deepened. I had saidin my talk with Mrs. Grose onthat horrid scene of Flora’s by thelake—and had perplexed her byso saying—that it would fromthat moment distress me muchmore to lose my power than tokeep it. I had then expressed whatwas vividly in my mind: the truththat, whether the children reallysaw or not—since, that is, it wasnot yet definitely proved—Igreatly preferred, as a safeguard,the fullness of my own exposure.I was ready to know the veryworst that was to be known.What I had then had an uglyglimpse of was that my eyesmight be sealed just while theirswere most opened. Well, myeyes WERE sealed, it appeared,at present— a consummation forwhich it seemed blasphemous

[Álgido: Culminante.] [Inefable: Que no se puede explicar con palabras.]

79

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

sido una blasfemia no dar gracias aDios. Pero, ay, exist ía un impedi-mento para el lo: le habría dado lasgracias de todo corazón s i no hu-biese tenido más certeza que nuncad e l s e c r e t o q u e g u a r d a b a n m i salumnos.

¿Cómo podría hoy reconstruir denuevo el extraño camino de mi ob-sesión? Había veces, cuando estába-mos juntos, en que me habría atre-vido a jurar que allí , en mi presen-cia, aunque sin que yo pudiese per-c ibi r los d i rectamente , es taban losvisitantes, unos visitantes bien co-nocidos que los niños acogían conplacer. Era tan terrible que, si no mehubiese detenido la posibil idad deque el daño resultante fuese mayorque el que trataba de evitar, habríaterminado estallando. «Están aquí;están aquí, ¿verdad, granujil las?—habría gr i tado—; ahora no podéisnegarlo.» Pero los granujillas lo ne-gaban todo con su aplastante socia-bilidad y multiplicaban sus muestrasde cariño, en cuyos fondos cristali-nos asomaba a veces un destello deburla, como el brillo de un pez es-curridizo en la corriente. La fuerteimpresión recibida aquella noche enque salí en busca de Quint o de laseñorita Jessel bajo las estrellas paraencontrarme con el niño cuyo des-canso estaba vigilando, y el recuer-do de su encantadora mirada, quedescendió hacia mí desde las alme-nas de la torre donde probablemen-te [109] se erguía la apar ic ión deQuint, habían sido mucho más pro-fundos de lo que en un pr inc ip iohabía supuesto. Si era cuestión demiedo, mi descubrimiento de aque-lla noche me había asustado más quen i n g ú n o t r o , y a ú n , d e s p u é s d e lt iempo transcurrido, seguía en eseestado de terror, desde el cual saca-ba todas mis conclusiones. Y estasme atormentaban de tal modo que aveces, en momentos de angustia, meencerraba en mi cuarto a ensayar envoz alta (y era a la vez un estallidode a l iv io y un renacimiento de ladesesperación) las posibles formasde tratar el asunto. Lo abordaba des-de distintos enfoques mientras reco-rría el cuarto gesticulando con losbrazos, pero siempre terminaba pro-n u n c i a n d o a q u e l l o s m o n s t r u o s o snombres. Y, mientras morían en mislabios, me decía a mí misma que talvez estuviese contribuyendo a querepresentasen a lgo infame al pro-nunciarlos, violando con ello la ex-traña discreción que los niños pare-cían haber adoptado por instinto, y

cias a Dios. Pero existía, por des-gracia, una dificultad: yo le hubie-ra quedado agradecida con todami alma, de haber estado conven-cida de que también los ojos demis alumnos permanecían cerra-dos.

¿Cómo puedo volver hoy a todoslos pasos de mi obsesión? Habíaocasiones en que, estando juntos,hubiera podido jurar que, literal-mente, en mi presencia, pero conmis sentidos cerrados para su per-cepción, ellos recibían visitantesque eran conocidos y bien recibi-dos. De no haberme entonces dete-nido la posibilidad de que el dañoque podía causar fuera mayor queel que trataba de evitar, mi exalta-ción me habría llevado a un estalli-do. «¡Están aquí, están aquí, oh pe-queños demonios! —hubiera gri-tado—. ¡Están aquí! ¡Ahora novais a poder negármelo.» Los pe-queños demonios lo negaban conuna sociabilidad y un afecto cadavez mayores, y al mismo tiempocada vez más cargados de una iro-nía semejante al reflejo de un pezen la corriente. Lo cierto es que laimpresión recibida la noche en que,segura de que iba a ver a Quint o ala señorita Jessel bajo las estrellas,descubrí en vez de ellos al niño so-bre cuya tranquilidad debía velar, yquien inmediatamente me dirigióuna mirada tan encantadora comoaquella con que había saludado laodiosa aparición de Quint por en-cima de mi cabeza, aquella impre-sión, digo, había calado en mí másprofundamente de lo que me ima-ginaba. Se trataba de temor; la sor-presa de aquella ocasión me habíaatemorizado más que cualquiercosa conocida entonces, y con losnervios deshechos por este temorcontinuaba haciendo nuevos descu-brimientos. Me sentía tan acosada,que a veces, en los momentos másextraños, comenzaba a ensayar envoz alta —lo cual constituía un ali-vio fantástico y a la vez una reno-vada desesperación— el modo enque debía enfocar el tema. A vecesme aproximaba a él desde un ángu-lo, a veces desde otro, encerrada enmi habitación, pero mi valor se de-rrumbaba siempre que llegaba apronunciar sus monstruosos nom-bres. Cuando los sentía asfixiarseen mis labios, me decía que estabaayudando a los niños a rechazaralgo infame, ya que si los pronun-ciaba violaba una forma instintivade delicadeza, tan extraña que se-

femia no dar gracias a Dios. Perohabía algo que me impedía dár-selas: se lo habría agradecidocon toda mi alma de no haber es-tado igualmente convencida dels e c r e t o q u e g u a r d a b a n m i salumnos.

¿Cómo puedo recons t ru i rahora los pasos que seguía mi ob-sesión? Había momentos, cuandoestábamos juntos, en que habríapodido jurar que, en mi mismapresencia, pero sin que fuera ca-paz de percibirlo directamente,tenían visitantes a los que cono-cían y a los que recibían con gus-to. Era en esos momentos cuan-do, de no haber sido por miedo acausar un daño todavía mayor queel que trataba de evitar, no habríapodido ya contenerme más y ha-bría gritado: «¡Están aquí, estánaquí, desdichados, y ahora sí queno podéis negarlo!» Pero losdesdichados lo negaban, y lo ha-cían con toda la carga de su en-canto y su ternura, en cuyas pro-fundidades —lo mismo que elbrillo de un pez que pasa rápida-mente por el arroyo— asomaba laburla de su seguridad. Realmen-te, la impresión había calado enmí aún más hondo de lo que yocreía la noche en que, al asomar-me para ver a Quint o a la señori-ta Jessel a la luz de las estrellas,había visto al niño cuyo descan-so guardaba y que inmediatamen-te había presentado —había diri-gido a mí con toda naturalidad—la maravillosa mirada con la que,desde las almenas de la torre, ha-bía jugado la odiosa aparición deQuint. Si era una cuestión de mie-do, el descubrimiento que hice enesa ocasión me dio más miedoque ningún otro, y fue de ese es-tado de nervios que me habíaproducido de donde saqué misconclusiones. Algunas veces me[194] atormentaban tanto que meencerraba en mi cuarto para en-sayar en voz alta —era, por unaparte, un gran alivio y, por otra,una desesperación más— la ma-nera en que poder abordar elasunto. Lo abordaba por uno yotro lado, mientras iba y veníanerviosa por mi habitación, perotodo se venía abajo al llegar elmomento de pronunciar sus nom-bres. Cuando veía que morían enmis labios, me decía a mí mismaque sería como ayudarlos a haceruna cosa infame si, al pronunciar-los, violaba una muestra de deli-

not to thank God. There was,alas, a difficulty about that: Iwould have thanked him withall my soul had I not had in aproportionate measure thisconviction of the secret of mypupils.

How can I retrace today thestrange steps of my obsession?There were times of our beingtogether when I would have beenready to swear that, literally, inmy presence, but with my directsense of it closed, they hadvisitors who were known andwere welcome. Then it was that,had I not been deterred by thevery chance that such an injurymight prove greater than theinjury to be averted, myexultation would have brokenout. «They’re here, they’re here,you little wretches,» I wouldhave cried, «and you can’t denyit now!» The little wretchesdenied it with all the addedvolume of their sociability andtheir tenderness, in just thecrystal depths of which— like theflash of a fish in a stream—themockery of their advantagepeeped up. The shock, in truth,had sunk into me still deeperthan I knew on the night when,looking out to see either Quint orMiss Jessel under the stars, I hadbeheld the boy over whose rest Iwatched and who hadimmediately brought in withhim— had straightway, there,turned it on me—the lovelyupward look with which, from thebattlements [almenas] aboveme, the hideous apparition ofQuint had played. If it was aquestion of a scare, my discoveryon this occasion had scared memore than any other, and it wasin the condition of nervesproduced by it that I made myactual inductions. They harassedme so that sometimes, at oddmoments, I shut myself upaudibly to rehearse—it was atonce a fantastic relief and arenewed despair—the manner inwhich I might come to the point.I approached it from one side andthe other while, in my room, Iflung myself about, but I alwaysbroke down in the monstrousutterance of names. As they diedaway on my lips, I said to myselfthat I should indeed help them torepresent something infamous, if,by pronouncing them, I should

XX

X

80

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

que constituía un caso excepcionalen un aula escolar. Me decía a mímisma: «¡Ellos son capaces de ca-llarse y tú, que los tienes a tu car-go, caes en la bajeza de hablar!»; yal decirme tales cosas enrojecía devergüenza y me cubría la cara conlas manos. Después de estas escenassecretas charlaba más que nunca conmis alumnos, y me desenvolvía consoltura hasta que se producía otro deaquellos silencios densos y sobrena-tura les (no podr ía ca l i f i ca r los deotro modo), como un extraño vérti-go o una agitación inexpresable enmedio de la calma (¡intento encon-t ra r los t é rminos! ) , una pausa detoda vida que no tenía nada que vercon la cantidad de ruido que estu-viésemos haciendo en ese momento,pues podía percibirla a través de unaexplosión de risas, de un pasaje re-citado con precipitación, de un acor-de en el piano más fuerte de lo nor-mal. Entonces comprendía que loso t r o s , l o s i n t r u s o s , e s t a b a n a l l í .Aunque no eran ángeles los sentía«pasar» , y su presenc ia me hac íatemblar de espanto [110] ante la po-sibilidad de que pudiesen acosar asus jóvenes víctimas con mensajesaún más infernales o imágenes másvívidas que las que habían juzgadosuficientes para mí.

Lo que más me costaba apartar demi mente era la cruel idea de que, pormucho que yo hubiese visto, Miles yFlora habían visto más.. . cosas es-pantosas e inimaginables, fruto desus temibles amistades del pasado.Todo aquello nos dejaba la piel eri-zada por un escalofrío que tratába-mos de negar con nuestro bulliciosocomportamiento. Y a fuerza de repe-ticiones, los tres adquirimos un en-trenamiento tan perfecto que, cadavez que dábamos por terminado unode aquellos incidentes, lo expresába-mos casi de manera automática concier tas reacciones inconfundibl e s .En cualquier caso, era sorprenden-te el modo en que los niños acudíanindefect ib lemente a besarme consalvaje entusiasmo y sin que viniesea cuento, y nunca dejaban de formu-larme (uno u otro) la gran preguntaque nos había sacado de tantas situa-c iones compromet idas : «¿Cuándocrees que vendrá él? ¿No te pareceque deberíamos escribirle?» La expe-riencia nos había demostrado que nohabía nada como aquel interrogato-rio para vencer nuestra incomodidad.«El» e ra , por supues to , su t ío deHarley Street; y solíamos fantasearcon la posibilidad de que llegase en

guramente ninguna otra aula esco-lar había conocido nada semejan-te. Cuando me decía: «Ellos hanlogrado permanecer en silencio yen cambio tú, a cuyo cargo están,cometes la bajeza de hablar», sen-tía que el rostro se me cubría de uncolor carmesí y me llevaba a él lasmanos para cubrírmelo. Después deaquellas escenas secretas, charlabamás que nunca, volublemente, has-ta que tenía lugar uno de nuestrosprodigiosos y palpables silencios, ono sé de qué otra manera llamar-los. Eran extraños deslizamientos ozambullidas —¿qué término debe-ría emplear?— en una inmovilidad,en una absoluta supresión de vidaque nada tenía que ver con las do-sis de ruido que podíamos estarhaciendo, y que yo podía oír a tra-vés de una carcajada nerviosa o deun recitado en voz alta, o de unamás audible melodía extraída delpiano. Sabía entonces que los otros,los intrusos, estaban allí. Aunqueno eran ángeles, «pasaban», comodicen los franceses, haciéndometemblar por el miedo de que diri-gieran a sus jóvenes víctimas unmensaje infernal aún más infernalo una imagen más vívida que lasque habían considerado necesariotransmitirme a mí.

Lo que resultaba imposible de to-lerar era la cruel idea de que, fue-sen cuales fueran las cosas que yohabía visto, Flora y Miles veíanmás... Veían cosas terribles einenarrables, resultado de las atro-ces relaciones existentes en el pa-sado. Aquellas cosas producían,como es natural, mientras ocurrían,un escalofrío que, vociferando, ne-gábamos sentir; y los tres, a basede repetir la escena, con un entre-namiento admirable, cerrábamoscasi automáticamente el incidentecon los mismos idénticos movi-mientos de siempre. Era impresio-nante que los niños, en todo caso,me besaran con un especie de locaincoherencia y nunca prescindie-ran —a veces uno, a veces elotro— de la preciosa pregunta quenos ayudaba a salir del peligro: —¿Cuándo cree usted que vendrá?¿No cree que deberíamos escribirle? Descubrimos que no habíanada como esas preguntas pararomper nuestro embarazo. Porsupuesto, se referían a su tío deHarley Street; y vivíamos enmedio de tal irrealidad, que enesos momentos parecía quebien podría él llegar a formar

cadeza instintiva tan rara comoprobablemente no se había cono-cido nunca en unos niños. Cuan-do me decía: «Ellos tienen el buengusto de callarse, y tú, que eres laencargada de cuidarlos, la bajezade hablar», sentía que me poníacolorada como un pimiento, y metapaba la cara con las manos. Des-pués de una de esas escenas secre-tas, hablaba más que nunca y atoda velocidad, hasta que se pro-ducía uno de esos silencios pro-digiosos y palpables —no puedollamarlos de otra forma—, uno deesos saltos o caídas vertiginosas(trato de encontrar palabras) enuna quietud, una detención de todavida, que no tenía nada que vercon el ruido que pudiéramos estarhaciendo en ese momento, y queyo oía en medio de las risas, lasrecitaciones o el tecleo del piano.Era que los otros, los intrusos,estaban allí. Aunque no fueranángeles, «pasaban», como dicenlos franceses y, mientras estabanallí, me hacían temblar de miedoante la idea de que pudieran diri-gir a sus víctimas algún mensajetodavía más infernal o presentar-les alguna imagen todavía másviva que la que habían pensado eraya suficiente para mí.

La idea que más me costaba sa-carme de la cabeza era la de que,por mucho que yo hubiera visto,Miles y Flora veían más: cosas te-rribles e inimaginables que teníansu origen en pasajes aterradores,de su antigua amistad. Esas cosas,como es natural, dejaban en no-sotros un escalofrío en la piel quetratábamos de negar a fuerza degritos; y, gracias a repetirse contanta frecuencia, estábamos ya lostres tan bien entrenados que, to-das las veces , cas iautomáticamente, hacíamos losmismos movimientos [195] paradar por terminado el asunto. Detodas maneras, era sorprendenteque los niños siempre se pusierana besarme como locos, y que nun-ca, uno de los dos, dejara de echarmano de la pregunta maravillosaque nos había ayudado a salir detantos peligros: «¿Cuándo creeque vendrá? ¿No le parece quedebíamos escribir?» Sabíamos porexperiencia que no había nadacomo esa pregunta para sacarnosde un aprieto. El que tenía que ve-nir, por supuesto, era su tío deHarley Street; y vivíamos aferra-dos a la teoría de que podía llegar

violate as rare a little case ofinstinctive delicacy as anyschoolroom, probably, had everknown. When I said to myself:«THEY have the manners to besilent, and you, trusted as you are,the baseness to speak!» I feltmyself crimson and I covered myface with my hands. After thesesecret scenes I chattered morethan ever, going on volublyenough till one of our prodigious,palpable hushes occurred— I cancall them nothing else—thestrange, dizzy lift or swim (I tryfor terms!) into a stillness, apause of all life, that had nothingto do with the more or less noisethat at the moment we might beengaged in making and that Icould hear through any deepenedexhilaration or quickenedrecitation or louder strum of thepiano. Then it was that the others,the outsiders, were there. Thoughthey were not angels, they«passed,» as the French say,causing me, while they stayed, totremble with the fear of theiraddressing to their youngervictims some yet more infernalmessage or more vivid imagethan they had thought goodenough for myself.

What it was most impossibleto get rid of was the cruel ideathat, whatever I had seen, Milesand Flora saw MORE—thingsterrible and unguessable and thatsprang from dreadful passagesof intercourse in the past. Suchthings naturally left on thesurface, for the time, a chillwhich we vociferously deniedthat we felt; and we had, allthree, with repetition, got intosuch splendid training that wewent, each time, almostautomatically, to mark the closeof the incident, through the verysame movements. It was strikingof the children, at all events, tokiss me inveterately with a kindof wild irrelevance and never tofail—one or the other— of theprecious question that hadhelped us through many a peril.«When do you think he WILLcome? Don’t you think weOUGHT to write?»—there wasnothing like that inquiry, wefound by experience, forcarrying off an awkwardness.«He» of course was their unclein Harley Street; and we livedin much profusion of theory that

X

81

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

cualquier momento y se quedase connosotros. «Él» no podría haber hechomenos para fomentar semejantes ex-pectativas, pero sin el respaldo queencontrábamos en ellas nos habría-mos vis to pr ivados de a lgunas denuestras mejores actuaciones. Jamásles escribió, lo cual resultaba bastan-te egoísta por su parte, pero tambiénme hacía sentirme halagada por la ili-mitada confianza que parecía depo-sitar en mí; porque el mayor tributoque un hombre es capaz de ofrecerlea una mujer se reduce con frecuenciaa redoblar sus esfuerzos por someter-la a las sagradas leyes de su propiacomodidad . As í que pensé que e l[111] mejor modo de ceñirme al es-píritu de nuestro pacto era dando aentender a mis alumnos que las car-tas que escribían a su tío no eran enrealidad sino meros ejercicios litera-rios. Sencillamente, eran demasiadohermosas para enviarlas; por consi-guiente me las quedaba yo. Aún enel día de hoy las sigo conservando.Y esta falsa correspondencia contri-buía no poco a la impresión de cinis-mo que me producía la ins is tenciade los n iños en que su tu tor podíaa p a r e c e r e n c u a l q u i e r m o m e n t o .E ra como s i m i s j óvenes amigossupiesen con cer teza que no podíahaber asunto más esp inoso e incó-modo para mí . Por otro lado, a l mi-rar hacia a t rás , no hay nada que meresul te tan ex t raord inar io como e lhecho de que , a pesar de mi ten-s ión y de su t r iunfo , jamás l legasea p e r d e r l a p a c i e n c i a c o n e l l o s .Debían de ser en verdad adorables ,ahora que lo p ienso , pa ra que n is iquiera en aquel los d ías l legase aod ia r lo s . ¿Me hab r í a t r a i c ionadomi propia exasperac ión s i e l a l iv iode aquel la s i tuación hubiese tarda-do un poco más en l legar? Poco im-por t a , po rque e l a l iv io l l egó . Lol lamo a l iv io , pero no fue más quee l chasquido de una cuerda tensaa l r o m p e r s e , e l e s t a l l i d o d e u n atormenta después de un d ía de bo-chorno. Al menos fue un cambio ,y se prec ip i tó sobre nosot ros comouna tempes tad .

parte de nuestro círculo. Eraimposible desalentar el entu-siasmo, en este sentido, más delo que él había hecho, pero sino hubiéramos inventado aquelrecurso nos habríamos privadode una de nuestras mejores fór-mulas de convivencia. Él no lesescribía nunca, y eso podráparecer egoísta, pero era partede su tributo a la confianza enmí depositada; porque la ma-nera en que un hombre rinde sumás alto homenaje a una mu-jer consiste a menudo en hacer-la consagrarse de un modo casireligioso a las sagradas leyesde su comodidad; y yo pensa-ba que me ceñía al espíritu denuestro pacto cuando hacíacomprender a mis discípulosque las cartas que le escribíanno eran sino meros agradablesejercicios de estilo. Eran de-masiado hermosas para ser en-viadas. Yo las retenía y aún hoylas conservo. Est o s e a ñ a -d í a a l e f e c t o s a t í r i c oc o n que aceptaba la suposiciónde que él estaría con nosotros deun momento a otro. Parecía quemis alumnos intuían que nadame hacía sentir en una posicióntan desafortunada como aquello.Una de las cosas que me resul-taba más extraordinaria de todoel periodo, es el hecho de quenunca perdiera la paciencia conellos. Tenían que ser verdadera-mente adorables, me digo aho-ra , para que no l legara adetestarlos entonces. Me pre-gunto si no me hubiera dejadoganar por la exasperación encaso de que aquella situación sehubiera mantenido indefinida-mente. No vale la pena especu-lar sobre ello, ya que el alivio—aunque fue sólo un aliviocomparable al que un latigazoproduce en medio de una grantensión o un relámpago a mitadde un día sofocante— vino conel último cambio y se produjocon gran precipitación.

en cualquier momento y entrara formar parte de nuestro cír-culo. Era imposible haber he-cho menos por alentar esa ideade lo que había hecho él, pero,de no haber contado con ella,nos habríamos privado mutua-mente de parte del espectáculo.No les escr ibía nunca, y esopodr ía cons ide ra r se ego í s t a ,pero formaba parte también desu halagadora confianza en mí;porque la forma en que un hom-bre rinde su más alto tributo auna mujer puede muy bien serla de celebrar con todos los ho-nores una de las sagradas leyesde su comodidad; y yo cre íamantenerme fiel al espíritu demi promesa de no acudir a élcuando decía a los niños quesus cartas no eran más que unosdeliciosos ejercicios literarios.Eran demas iado bonitas paraecharlas al correo; me las guarda-ba para mí; todavía las conservo.La verdad es que era una normaque sólo podía hacer más irriso-ria mi preocupación de que encualquier momento pudiera estarentre nosotros. Era como si misalumnos comprendieran perfecta-mente que para mí casi no podíahaber otra cosa que fuera peor queésa. De todas maneras, cuandovuelvo la vista atrás, me pareceque en todo ello no hay nada másextraordinario que el hecho deque, a pesar de la tensión en quevivía y de que siempre me gana-ran la partida, no perdiera nuncala paciencia. Ahora pienso que te-nían que ser realmente muy ado-rables para no haber llegado aodiarlos. Pero ¿habría terminadomi exasperación por traicionarmesi hubiese tardado algo más el ali-vio? Poco importa ahora, ya queel alivio llegó. Lo llamo alivio,aunque no fue más alivio que elque proporciona [196] una bofe-tada en un momento de nervios ouna tormenta en un día sofocante.Pero, por lo menos, fue un cam-bio, y llegó con todo ímpetu.

he might at any moment arriveto mingle in our circle. It wasimpossible to have given lessencouragement than he haddone to such a doctrine, but ifwe had not had the doctrine tofall back upon we should havedeprived each other of some ofour finest exhibitions. He neverwrote to them—that may havebeen selfish, but it was a partof the flattery of his trust of me;for the way in which a man payshis highest tribute to a womanis apt to be but by the morefestal celebration of one of thesacred laws of his comfort; andI held that I carried out the spiritof the pledge given not toappeal to him when I let mycharges understand that theiro w n l e t t e r s w e r e b u tcharming literary exercises.They were too beautiful to beposted; I kept them myself; Ihave them all to this hour.This was a rule indeed whichon ly added t o t he s a t i r i ceffect of my being plied withthe supposition that he mightat any moment be among us.I t was exac t ly a s i f mycharges knew how a lmostmore awkward than anythingelse that might be for me.The re appea r s t o me ,moreover, as I look back, nono te i n a l l t h i s moreextraordinary than the merefac t t ha t , i n sp i t e o f mytension and of their triumph,I never lost pat ience withthem. Adorable they must intruth have been, I now reflect,that I didn’t in these days hatethem! Would exasperation,however, if relief had longerbeen postponed, finally havebetrayed me? It little matters, forrelief arrived. I call it relief,though it was only the relief thata snap brings to a strain or theburst of a thunderstorm to a day ofsuffocation. It was at least change,and it came with a rush.

iinveterate incurable; chronic, confirmed, habitual, inveterate having a habit of long standing; «a chronic smoker»inveterado 1. adj. Antiguo, arraigado, empedernidoINVETERATE, CONFIRMED, CHRONIC mean firmly established. INVETERATE applies to a habit, attitude or feeling of such long existence as to be practically ineradicable

or unalterable <an inveterate smoker>. CONFIRMED implies a growing stronger and firmer with time so as to resist change or reform <a confirmed bachelor>. CHRONICsuggests something that is persistent or endlessly recurrent and troublesome <a chronic complainer>.

inveteracy impulso, obstinación, impulsión,

82

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[112] Capítulo XIV

Caminando hacia la iglesia un do-mingo por la mañana, llevaba al peque-ño Miles a mi lado mientras su herma-na iba delante con la señora Grose, bienal alcance de mi vista. Era un día lu-minoso y fresco, el primero en muchotiempo de esas características; la no-che había dejado algunas pinceladas deescarcha y el aire otoñal, frío y brillan-te, daba al sonido de las campanas untono casi alegre. Por uno de esos ex-traños accidentes del pensamiento, enaquellos momentos sentí una repenti-na gratitud ante la obediencia de mispequeños pupilos. ¿Por qué no se fati-gaban nunca de mi perpetua e inexora-ble compañía? Por una cosa u otra, alsalir de casa, poco antes, me había asal-tado la idea de que solo me faltaba lle-var al muchacho prendido a mi chal conun alfiler, y por el modo en que nues-tras acompañantes desfilaban delantede mí, se hubiera dicho que había to-mado mis precauciones contra cual-quier intento de rebelión. Parecía elguardián de una prisión, con un ojosiempre puesto en posibles sorpresasy fugas. Pero todo eso (me refiero a lamaravillosa sumisión de los pequeños)era tan solo una derivación particularde hechos en sí mismos infernales. Conun traje de domingo confeccionado porel sastre de su tío, que tenía muy bue-na mano para los chalecos y gozaba detotal libertad para sacar el máximopartido a la elegancia natural del niño,Miles llevaba tan marcados en su figu-ra los privilegios que por su sexo y con-dición le correspondían y su derecho agozar de total [114] independencia, que,si de repente me hubiese reclamado sulibertad, no habría sabido poner obje-ciones. Por una extraordinaria coinci-dencia, yo iba pensando entonces en elmodo de hacerle frente si eso ocurría,cuando llegó la revolución que inevita-blemente tenía que llegar. Y hablo derevolución porque ahora comprendoque, con la frase que pronunció, alzó eltelón sobre el último acto del espanto-so drama, precipitando la catástrofe.

—Oye, señorita querida, dime unacosa, por favor —dijo de manera en-cantadora—; ¿es que nunca me vas amandar de vuelta al colegio?

Transcrita al papel, su interven-ción suena bastante inofensiva, sobretodo teniendo en cuenta el tono agu-do, dulce e informal que utilizabacon ciertos interlocutores (especial-mente con su perenne insti tutriz),empleando tales acentos que parecíaque de su boca brotasen rosas. Peroen ellos siempre había algo escondi-

XIV

Cierto domingo por la mañana decamino hacia la iglesia, iba yo conel pequeño Miles al lado; su her-mana y la señora Grose se habíaadelantado un poco, aunque semantenían al alcance de la vista. Eraun día soleado, el primero en unlargo periodo; durante la noche ha-bía helado, y el aire otoñal, brillan-te y seco, hacía que las campanasde la iglesia tuvieran un aspecto casialegre. Fue una extraña casualidadque en aquel momento me sintieragratamente sorprendida por la obe-diencia de mis pequeños pupilos.¿Era posible que no se resintierande mi inexorable y perpetua com-pañía? Alguna cosa me recordó queparecía que llevara a Miles sujetocon ganchos a mi chal y que estu-viera dispuesta a luchar contra cual-quier rebelión posible, tanto de élcomo de la pareja que marchabadelante de nosotros. Era yo comoun carcelero con el ojo avizor, aten-to a cualquier sorpresa o intento deevasión. Pero todo esto pertenece—me refiero a su espléndida ren-dición— a una cadena de hechosque siempre me han resultadoabismales. Vestido con un traje dedomingo (confeccionado por el sas-tre de su tío, que tenía mano librepara vestirlo, así como una firmenoción de lo que debía ser una cha-queta bien cortada y de aire princi-pesco), el título de Miles a la inde-pendencia, los derechos de su sexoy su situación estaban tan estampa-dos en él que si de pronto hubieseexigido la libertad, no habría sabi-do qué responderle. Estaba, por unaextraña casualidad, pensando cómoreaccionaría yo en tal caso, cuandola revolución, inequívocamente, es-talló. La llamo revolución porqueahora puedo ver que con las pala-bras que pronunció entonceslevantóse la cortina del último actode mi espantoso drama y se preci-pitó la catástrofe. —Mire querida —me dijoafablemente—, me gustar íasaber cuándo voy a volver ala escuela.

Transcrita aquí, la frase re-sulta bastante inofensiva, espe-cialmente si se tiene en cuentael tono amable y casual conque fue pronunciada; parecíaque el niño, con aquella ento-nación, estuviera obsequiandocon rosas a su eterna institu-triz. Había siempre en las pa-

XIV

UN domingo por la mañana,cuando íbamos a la igle sia, yo lle-vaba a mi lado a Miles, y su her-mana iba con la señora Grose, de-lante de nosotros. Era un día fres-co y claro, el primero de esa clasedesde hacía cierto tiempo; la no-che había dejado una capa de es-carcha, y el aire del otoño, limpioy cortante, hacía que las campa-nas de la iglesia tuvieran un soni-do casi alegre. Fue una casuali-dad bastante curiosa que en esemomento yo me sintiera especialy gratamente sorprendida de laobediencia de mis alumnos. ¿Porqué no protestaban nunca de miinexorable y perpetua compañía?Algo me había hecho pensar queal niño le tenía como quien dicepegado a mis faldas, y que, talcomo nuestros compañeros mar-chaban delante de mí, podría pa-recer que tomaba precaucionesfrente a algún peligro de rebe-lión. Era como un carcelero conel ojo bien abierto ante posiblessorpresas y fugas. Pero todo esocorrespondía —me refiero a suasombrosa sumisión— al hábitoespecial de que estaban rodeadoslos hechos más abismales. Ves-tido de domingo por el sastre desu tío, que tenía buena mano,sabía lo que era un chaleco bo-nito, y lo distinguido que era elniño, Miles llevaba marcado deun modo tan ostensible todo suderecho a la independencia y alos privilegios de su sexo y con-dición que, si de repente hubie-ra reclamado la libertad, yo nohabría tenido nada que decir. Ibaprecisamente pensando qué ha-ría en caso de que se produjeraesa revolución. Lo llamo «revo-lución» porque ahora veo que,con las palabras que dijo, se le-vantó el telón en el último actode mi drama y se precipitó la ca-tástrofe.

— O i g a , s e ñ o r i t a — d i j ocon toda amabil idad—, ¿pue-de saberse cuándo voy a vol-ver por f in a l colegio?

[197] Transcrita aquí, la pre-gunta parece bastante inofensiva,y más si se tiene en cuenta el tonodulce, alto y como descuidado enque se d i r ig ía a todos susinterlocutores y, sobre todo, a suinseparable institutriz, soltandolas palabras como si estuviera ti-rando rosas. Siempre había algo

XIV

Walking to church a certainSunday morning, I had little Mi-les at my side and his sister, inadvance of us and at Mrs.Grose’s, well in sight. It was acrisp, clear day, the first of itsorder for some time; the night hadbrought a touch of frost, and theautumn air, bright and sharp,made the church bells almost gay.It was an odd accident of thoughtthat I should have happened atsuch a moment to be particularlyand very gratefully struck withthe obedience of my littlecharges. Why did they neverresent [take offence at] myinexorable, my perpetualsociety? Something or other hadbrought nearer home to me that Ihad all but pinned the boy to myshawl and that, in the way ourcompanions were marshaledbefore me, I might have appearedto provide against some dangerof rebellion. I was like a gaolerwith an eye to possible surprisesand escapes. But all thisbelonged—I mean theirmagnificent little surrender—just to the special array of thefacts that were most abysmal.Turned out for Sunday by hisuncle’s tailor, who had had a freehand and a notion of prettywaistcoats and of his grand littleair, Miles’s whole title toindependence, the rights of hissex and situation, were sostamped upon him that if he hadsuddenly struck for freedom Ishould have had nothing to say. Iwas by the strangest of chanceswondering how I should meethim when the revolutionunmistakably occurred. I call it arevolution because I now seehow, with the word he spoke, thecurtain rose on the last act of mydreadful drama, and thecatastrophe was precipitated.«Look here, my dear, you know,»he charmingly said, «when in theworld, please, am I going backto school?»

Transcribed here the speechsounds harmless enough,particularly as uttered in thesweet, high, casual pipe withwhich, at all interlocutors, butabove all at his eternal governess,he threw off intonations as if hewere tossing roses. There wassomething in them that always

83

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

do que captar, y en aquel momentoyo lo capté con tal eficacia que medetuve en seco, como si uno de losá r b o l e s d e l c a m i n o s e h u b i e s edesplomado sobre la carretera. Algonuevo se había instalado entre noso-t r o s d e i m p r o v i s o , y é l e r a m u yconsciente de que yo lo reconocía,sin que para ello hubiese tenido ne-cesidad de renunciar ni a una pizcade su encanto y candidez habituales.Supe en seguida que se había dadocuenta, al verme titubear sin hallaruna respuesta, de la ventaja que ha-bía conseguido sobre mí. Tardé tantoen encontrar las palabras, que, trasesperar unos instantes, le dio tiempoa proseguir, siempre con aquella son-risa seductora y ambigua:

—Es que, ¿sabes, querida?, para un tipo comoyo, eso de estar con una mujer a todas horas...

Tenía constantemente en los la-bios el «querida» cuando se dir igíaa mí, y nada habría expresado me-jor la clase de sent imiento que yodeseaba inspirar a mis alumnos queaquel la afectuosa famil iar idad conque lo decía . ¡Era tan respetuosa-mente informal!

[115] Ay, pero ahora sentía quetenía que medir con sumo cuidadomis palabras. Recuerdo que, para ga-nar t iempo, traté de echarme a reír,y creí ver en el hermoso rostro queme miraba lo fea y extraña que de-bía parecerle en aquel momento.

—Ya..., y siempre con la misma mu-jer, ¿no? —repliqué al fin.

No vaciló, ni pestañeó siquiera. Todoempezaba a aclararse entre nosotros.

— B u e n o , l a d a m a e n c u e s -t i ó n e s e s t u p e n d a y m u y d i v e r -t i d a ; p e r o d e s p u é s d e t o d o s o yu n c h i c o , ¿ s a b e s ? U n c h i c o q u ee s t á h a c i é n d o s e m a y o r .

L o m i r é c o n t e r n u r a d u -r a n t e u n o s i n s t a n t e s .

—Sí , t e e s t á s hac iendo mayor.—¡Me sen t í a t an desva l ida !

Nunca he podido olvidar la im-pres ión desgar radora que sent í a lver que Miles e ra consc iente de miconfus ión y jugaba con e l la .

— Y n o s e p u e d e d e c i r q u e n oh a y a s i d o b u e n o e n e s t e t i e m p o ,¿ a q u e n o ?

Posé mi mano sobre su hombro,pues, aunque me daba cuenta de quelo mejor sería continuar caminando,aún no tenía fuerzas para el lo .

—No, no puede decirse que no lohayas sido, Miles.

labras de ellos algo que habíaque captar, y en las de Milescapté algo que me hizo detenerbruscamente, como si uno de losárboles del bosque se hubieracaído sobre el camino. Algo nue-vo había nacido en ese momen-to entre nosotros, y Miles se diocuenta perfectamente de que yoera consciente de eso, aunque alhacerlo su aspecto continuósiendo tan cándido y encantadorcomo de costumbre. Comprendítambién que, debido a mi tardan-za en responder, le había conce-dido ventajas. Encontré tan len-tamente las palabras con que res-ponderle, que él no pudo dejarde sonreír irónicamente. —Sabe usted, querida, que para un mu-chacho, estar siempre con una dama... A q u e l « q u e r i d a » e s t a b aconstantemente en sus labios,y nada podía expresar másexactamente e l sent imientoque yo deseaba inspirar a misalumnos, que su cordial fami-l iaridad. Era tan respetuosa-mente fácil . . .

¡Oh, pero cómo me hubiera gus-tado recoger en aquel momento to-das mis frases! Recuerdo que paraganar tiempo traté de reír, y me pa-reció ver en el hermoso rostro queme observaba toda la fealdad y larareza de mi propio aspecto. —¿Y siempre con la misma dama?—respondí.

Ni siquiera parpadeó. Todo habíaacabado virtualmente entre nosotros. —Por supuesto, se trata de unadama encantadora, perfecta, pero,después de todo, yo soy un chico, déseusted cuenta, que está... bueno, queestá creciendo.

________ _________ _________________ _________ —Sí, estás creciendo —musité,pero me sentía totalmente desvalida.

Tengo hasta ahora la desalentadoraidea de que Miles se daba cuenta decómo me sentía, y se divertía jugan-do con mis sentimientos. —Y no podrá decir que no me heportado terriblemente bien, ¿no escierto?

Puse una mano sobre su hombro,pues, aunque me daba cuenta de queera mucho mejor mantener esa con-versación caminando, no me sentíadel todo capaz de andar. —No, no podría decirlo, Miles.

en ellas que hacía que uno seazarara, y yo me azaré de tal ma-nera que me detuve de repente,como si uno de los árboles se hu-biera caído y estuviese atravesa-do en el camino. Inmediatamentenoté que había algo nuevo entrenosotros, y que él se daba cuentade que lo notaba, aunque, paraque pudiese hacerlo, no tuvo ne-cesidad de adoptar un aire másinocente y agradable de lo habi-tual. Yo comprendía que, al verque no acertaba a decir nada, élse sentía todavía más seguro. Tar-dé tanto en encontrar algo que,pasado un minuto, tuvo tiempo deañadir, con su sugestiva peropoco convincente sonrisa:

—Ya sabe, querida, que para un chi-co, eso de estar siempre con una señorita...

Lo de «querida» estaba siem-pre en sus labios cuando hablabaconmigo, y nada podía haber ex-presado mejor que esa cariñosafamiliaridad la clase de senti-miento que yo deseaba inspirar amis alumnos. Era tan respetuosa-mente natural.

Pero en ese momento com-prendía que tenía que escogermucho mis f rases . Para ganart iempo, recuerdo que in ten tére í rme, y me parec ió ver porla cara con que miraba lo feaque debía de es ta r yo .

—Y siempre con la misma se-ñorita —repetí.

No pestañeó siquiera. Práctica-mente, ya nos lo habíamos dicho todo.

—Desde luego es una señoritaestupenda, perfecta; pero claro, yo,después de todo, soy un chico,¿comprende? Un chico que se estáhaciendo mayor.

Seguí allí un instante con él, máscariñosa que nunca, pero me sentíacompletamente perdida:

—Sí, te estás haciendo mayor.

Conservo todavía la sensacióndescorazonadora de [198] quecomprendía lo que me pasaba y es-taba jugando conmigo.

—Y no podrá us t ed dec i rque no me he po r t ado e s tu -pendamente .

L e p u s e l a m a n o e n e lhombro porque , aunque com-prend ía que habr í a s ido mu-cho me jo r echa r a anda r, t o -dav ía no pod ía hace r lo .

—No, eso no puedo decirlo, Miles.

made one «catch,» and I caught,at any rate, now so effectuallythat I stopped as short as if oneof the trees of the park had fallenacross the road. There wassomething new, on the spot,between us, and he was perfectlyaware that I recognized it,though, to enable me to do so, hehad no need to look a whit lesscandid and charming than usual.I could feel in him how healready, from my at first findingnothing to reply, perceived theadvantage he had gained. I wasso slow to find anything that hehad plenty of time, after aminute, to continue with hissuggestive but inconclusivesmile: «You know, my dear, thatfor a fellow to be with a ladyALWAYS—!» His «my dear»was constantly on his lips forme, and nothing could haveexpressed more the exact shadeof the sentiment with which Idesired to inspire my pupilsthan its fond familiarity. It wasso respectfully easy.

But, oh, how I felt that atpresent I must pick my ownphrases! I remember that, to gaintime, I tried to laugh, and Iseemed to see in the beautifulface with which he watched mehow ugly and queer I looked.«And always with the samelady?» I returned.

He neither blanched norwinked. The whole thing wasvirtually out between us. «Ah, ofcourse, she’s a jolly, `perfect’lady; but, after all, I’m a fellow,don’t you see? that’s—well,getting on.»

I lingered there with himan ins tant ever so k indly.«Yes, you’re getting on.» Oh,but I felt h e l p l e s s !

I have kept to this dayt h e h e a r t b r e a k i n g l i t t l eidea of how he seemed toknow that and to play withit . «And you can’t say I ’venot been awful ly good, canyou?»

I l a i d m y h a n d o n h i sshoulder, for , though I fe l thow much be t te r i t wouldh a v e b e e n t o w a l k o n , Iw a s n o t y e t q u i t e a b l e .«No, I can’t say that, Miles.»

X

X X X

X

84

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Exceptuando aquella noche, yasabes...

—¿Aque l l a noche . . . ? —no po-d ía i r a l g rano con t an ta f ac i l i dadcomo é l .

—Bueno, cuando ba jé . . . , cuan-do sa l í de la casa .

—Ah, sí. Pero he olvidado paraqué bajaste.

—¿Lo has olvidado? —dijo con esaextraña dulzura que emplean los niños ensus reproches—. ¡Pues lo hice sólo para de-mostrarte que podía hacerlo!

—Sí, sí, ya vi que podías.

—Y puedo hacerlo de nuevo.

Sentí que después de todo aún era ca-paz de conservar la calma.

—Desde luego que puedes. Pero nolo harás.

[ 11 6 ] — N o , e s o n o . F u e u n at o n t e r í a .

—Sí, fue una tonter ía —dije—;pero s igamos caminando.

Reanudó el paseo a mi lado, conla mano apoyada en mi brazo.

— E n t o n c e s , ¿ c u á n d o v o y av o l v e r ?

Mientras preparaba mi respuestaadopté un aire de gran responsabilidad.

—¿Eras muy feliz en el colegio?

Medi tó unos in s t an te s .— ¡ B u e n o , s o y b a s t a n t e f e l i z

en todas pa r t e s !

—Entonces —repliqué con voz tré-mula—, si aquí eres igual de feliz...

—¡Ya, pero ser feliz no lo es todo! Porsupuesto que tú sabes un montón...

—Pero sospechas que tú ya sabes casitanto como yo, ¿no? —aventuré, al ver queno terminaba la frase.

—¡Ni la mitad! ¡Ya quisiera yo!—protestó Miles modestamente—.P e r o e s o n o e s l o m á s i m p o r -t a n t e .

—Ah, ¿no? ¿Y qué es, entonces?

— B u e n o . . . , n e c e s i t o v e rm u n d o .

—Excepto que una noche...ya sabe usted...

—¿Aquella noche? No podía mirar las cosas tan audaz-mente como él.

— S í , c u a n d o s a l í . . ,c u a n d o s a l í d e l a c a s a .

—¡Oh, sí!, pero he olvidado por quélo hiciste.

—¿Lo ha olvidado? —inquirió conla suave extravagancia de un repro-che infantil—. ¡Cómo! ¡Si fue paramostrarle de qué era capaz!

—¡Ah, sí, de qué eras capaz!

—Y puedo hacerlo otra vez.

Pensé que lo mejor ser íamantenerme reservada. —Desde luego. Pero no loharás.

—No, no haré eso de nuevo. Aun-que eso no fue nada.

—No fue nada —dije—. Pero dé-monos prisa.

Él volvió a caminar a mi lado, pa-sando su mano bajo mi brazo. —Entonces, ¿cuándo volveré a laescuela?

Al volverme a mirarlo, adopté miaire de mayor responsabilidad. —¿Era feliz allá?

Lo pensó durante unos segundos. — Yo s o y f e l i z e n c u a l -q u i e r p a r t e .

—Entonces —lo interrumpí—, sieres feliz aquí...

—¡Oh, eso no es todo! Desde lue-go, usted sabe mucho...

—Pero tú supones que sabes casi tantocomo yo, ¿verdad? —me atreví a pre-guntarle cuando hizo una pausa.

—¡No sé ni la mitad de lo que qui-siera! —admitió Miles honradamen-te—. Pero no es de eso de lo que setrata...

—¿De qué, entonces?

—Bueno... Quiero conocer unpoco más de la vida.

—Excepto aquella noche, yasabe.

— ¿ Q u é n o c h e ? — n o p o -d í a m i r a r l e d e f r e n t e c o m oh a c í a é l .

—Sí, cuando me bajé abajo...Cuando salí de la casa.

—¡Ah, sí! Pero ya no me acuer-do por qué lo hiciste.

—¿No se acuerda? —Hablabacomo si me lo reprochara de una for-ma infantil—. Bueno, pues fue parademostrarle que podía hacerlo.

—Sí, y pudiste.

—Y puedo hacerlo otra vez.

P e n s é q u e , a l o m e j o r ,consegu ía no pe rde r l a cabe -za . —Natu ra lmen te . Pe ro nolo ha rá s .

— N o , e s o n o . E s o n o f u en a d a .

—No fue nada —dije—, perotenemos que irnos.

M e c o g i ó d e l b r a z o ye c h a m o s a a n d a r.

— E n t o n c e s , ¿ c u á n d ov o y a v o l v e r ?

Adopté el aire más serio quepude para preguntar:

—¿Lo pasabas muy bien en el colegio?

No lo pensó más que un momento:—Yo lo paso bastante bien en

cualquier sitio.

—Entonces, si estás igual decontento aquí...

—¡Ah, pero eso no es todo! Des-de luego, usted sabe una barbaridad...

—Pero tú crees que sabes casitanto como yo —me aventuré a de-cir al ver que se interrumpía.

—¡Ni la mitad de lo que que-rría saber! —dijo con toda fran-queza—. Pero no se trata única-mente de eso.

—¿De qué se trata, entonces?

—Pues de que quiero vermás mundo.

«Except just that one night,you know—!»

« T h a t o n e n i g h t ? » Ic o u l d n ’t l o o k a s s t r a i g h ta s h e .

«Why, when I went down—went out of the house.»

«Oh, yes. But I forget whatyou did it for.»

«You forget?»—he spokewith the sweet extravagance ofchildish reproach. «Why, it wasto show you I could!»

«Oh, yes, you could.»

«And I can again.»

I felt that I might, perhaps,after all, succeed in keeping mywits about me. «Certainly. Butyou won’t.»

«No, not THAT again. It wasnothing.»

«It was nothing,» I said. «Butwe must go on.»

He resumed our walk withme, passing his hand into my arm.« T h e n w h e n A M I g o i n gback?»

I wore, in turning it over, mymost responsible air. «Were youvery happy at school?»

H e j u s t c o n s i d e r e d .« O h , I ’ m h a p p y e n o u g ha n y w h e r e ! »

«Well, then,» I quavered, «ifyou’re just as happy here—!»

«Ah, but that isn’t everything!Of course YOU know a lot—»

«But you hint that you knowalmost as much?» I risked as hepaused.

« N o t h a l f I w a n t t o ! »Mi l e s hones t l y p ro f e s sed .« B u t i t i s n ’ t s o m u c htha t . »

«What is it, then?»

« We l l — I w a n t t o s e emore l i f e .»

X

85

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Ya veo, ya veo.Estábamos ya en las proximidades

de la iglesia; numerosas personas, in-cluidas algunas pertenecientes al servi-cio doméstico de Bly, caminaban haciaella o se arremolinaban junto a la puer-ta para vernos entrar. Aceleramos lamarcha; yo quería llegar antes de quenuestra conversación se aventurase enterrenos aún más resbaladizos. Me re-petía con ansiedad que una vez dentrodel templo, Miles no tendría más re-medio que permanecer callado durantemás de una hora. Apenas podía conte-ner mi impaciencia por refugiarme enla relativa penumbra de los bancos y enel alivio espiritual del cojín donde mearrodi l la r ía . Era como s i es tuviesein tentando ganar le una car rera a lac o n f u s i ó n q u e e l n i ñ o i n t e n t a b asembrar dent ro de mí , y compren-d í q u e l a h a b í a p e r d i d o c u a n d o ,an tes inc luso de en t ra r en e l ce -menter io par roquia l , me so l tó :

[117] —¡Quiero es ta r con losque son como yo!

Aquello me hizo, literalmente, pegar un brinco.— N o h a y n a d i e c o m o

t ú , M i l e s — r e p u s e , r i e n -d o — , a n o s e r , q u i z á , l ap e q u e ñ a F l o r a .

— ¿ E n s e r i o m e c o m p a r a sc o n e s a c r í a ?

Había dado con mi punto débil.—¿Cómo, es que no quieres a tu

hermana?

—¿Y si no la quisiera? Y lo mis-mo contigo; ¿y si a ti tampoco...?

L o r e p i t i ó , c o m o s i e s t u v i e s er e t r o c e d i e n d o p a r a d a r u n g r a ns a l t o , p e r o d e j ó l a p r e g u n t a s i nt e r m i n a r , y l u e g o , a l c r u z a r l ave r j a de l cemen te r io , s en t í l a p re -s i ón de su b r azo i nd i cándome queg u a r d a s e s i l e n c i o . L a s e ñ o r aG r o s e y F l o r a h a b í a n e n t r a d o e nl a i g l e s i a , s e g u i d a s d e l o s o t r o sf e l i g r e s e s , a s í q u e p o r u n o s i n s -t a n t e s n o s q u e d a m o s s o l o s e n t r el a s v i e j a s y p e s a d a s t u m b a s . N o sd e t u v i m o s e n e l c a m i n o d e e n t r a -d a j u n t o a u n a d e e l l a s , b a j a yo b l o n g a , c o n f o r m a d e m e s a .

—¿Y si a mi tampoco... qué?

Mientras esperaba su respuesta paseóla mirada sobre las tumbas.

—¡Bueno..., ya sabes qué!L u e g o , s i n m o v e r s e , a ñ a -

d i ó a l g o q u e m e h i z o d e s -p l o m a r m e s o b r e l a l o s a d e l a

—Ya veo, ya veo. Habíamos llegado a un sitio des-de el cual se podía ver la iglesia y avarias personas, entre ellas algunosmiembros de la servidumbre de Bly,agrupados junto a la puerta para ce-dernos el paso a nuestra llegada.Apresuré la marcha. Quería llegara la iglesia antes de que la conver-sación que sosteníamos alcanzaramayores honduras; pensaba, conavidez, que durante más de una horaél tendría que permanecer en silen-cio; y pensé también, con satisfac-ción, en la relativa penumbra deltemplo y la ayuda casi espiritual queme presentaría el cojín en que apo-yaría las rodillas. Parecía queestuviera yo disputando una ca-rrera con la confusión a la queél trataba de reducirme, y creoque llegó a vencerme cuando,antes de que entráramos en elatrio de la iglesia me dijo:

— ¡ Q u i e r o e s t a r c o n m i sigua les !

Aquello me hizo literalmente dar un salto. —No existen muchos que puedanigualarte, Miles —dije, y me eché areír—. Salvo, tal vez, la pequeña yadorable Flora.

—¿Me está usted comparando conuna niñita?

Aquella pregunta me tomó por sorpresa. —¿Es que no quieres a nues-tra dulce Flora?

—Si no la quisiera, y a usted tam-poco... —repitió, como si retroce-diera para dar un salto, dejando sinembargo su pensamiento tan incom-pleto que, traspuesta la puerta delatrio de la iglesia, otro alto, que élimpuso con una presión de su bra-zo, se hizo inevitable. La señoraGrose y Flora habían entrado en laiglesia, los otros feligreses las si-guieron y nosotros nos quedamossolos durante un minuto, entre lasviejas tumbas. Hicimos una pausaprecisamente junto a una de ellas,una tumba baja y oblonga, semejan-te a una mesa, situada a un lado delcamino.

—Dices que, si no la quisieras...

Miles miró a las tumbas mientrasyo esperaba. Luego respondió: —Bueno, ¡usted lo sabe muy bien! Pero no se movió, y al cabo deunos instantes añadió algo que meobligó a apoyarme en la lápida de

—Ya comprendo, ya comprendo...[199] Estábamos ya a la vis-

ta de la iglesia, y de varias perso-nas, entre las que había algunoscriados de Bly, que iban tambiénallí y se habían parado cerca dela puerta para vernos entrar. Ace-leré el paso; quería llegar antesde que nuestra conversación pu-diera ir más lejos; me consolabapensando que durante más deuna hora tendría que estar calla-do; y pensaba con envidia en larelativa oscuridad de los bancosde la iglesia, y en el alivio casiespiritual que iba a proporcio-narme el cojín en que apoyara lasrodillas. Era como una carrerapor escapar de un enredo en elque estaba a punto de meterme,pero comprendí que se me habíaadelantado cuando, antes de quehubiéramos entrado en el cemen-terio de la iglesia, dijo:

—Quiero estar con los que soncomo yo.

Eso me hizo materialmente dar un salto.— N o h a y m u c h o s q u e

s e a n c o m o t ú , M i l e s —d i j e , r i e n d o — . C o m o n os e a , t a l v e z , F l o r a .

—Pero ¿va a compararme conuna niña pequeña?

Eso me cogió muy desprevenida.— E n t o n c e s , ¿ n o q u i e -

r e s a _____ F l o r a ?

—Si no la quisiera..., y a us-ted también; si no la quisiera...—repitió otra vez, como si sepreparara para dar un salto, perodejó la frase sin terminar y, des-pués de haber cruzado la puer-t a , o t r a i n t e r r u p c i ó n q u e ,apretándome el brazo, resultóinevitable. La señora Grose yFlora ya habían entrado en laiglesia, los demás habían hecholo mismo, y estábamos solosentre las viejas tumbas. Nos ha-bíamos parado en el camino queiba a la puerta, junto a una tum-ba baja y alargada que parecíauna mesa.

—Si no la quisieras, ¿qué?

Miró hacia las tumbas mientrasyo esperaba, y contestó:

— B u e n o : y a s a b e u s -t e d q u é . — P e r o n o s em o v i ó , y s a l i ó l u e g oc o n o t r a c o s a q u e h i z o

«I see; I see .» We hadarrived within sight of thechurch and of various persons,including several of thehousehold of Bly, on their wayto it and clustered about thedoor to see us go in . Iquickened our step; I wanted toget there before the questionbetween us opened up muchfurther; I reflected hungrilythat, for more than an hour, hewould have to be silent; and Ithought wi th envy of thecomparative dusk of the pewand of the almost spiritual helpof the hassock on which I mightbend my knees. I seemed literallyto be running a race with someconfusion to which he was aboutto reduce me, but I felt that hehad got in first when, before wehad even entered the churchyard,he threw out—

« I w a n t m y o w ns o r t ! »

It literally made me boundforward. «There are not manyof your own sort, Miles!» Il aughed . «Unless perhapsdear little Flora!»

«You really compare me to ababy girl?»

This found me singularlyweak. «Don’t you, then, LOVEour sweet Flora?»

«If I didn’t—and you, too;if I didn’t—!» he repeated as ifretreating for a jump, yetleaving his thought sounfinished that, after we hadcome into the gate, anotherstop, which he imposed on meby the pressure of his arm, hadbecome inevitable. Mrs. Groseand Flora had passed into thechurch, the other worshippershad followed, and we were, forthe minute, alone among theold, thick graves. We hadpaused, on the path from thegate, by a low, oblong, tableliketomb.

«Yes, if you didn’t—?»

H e l o o k e d , w h i l e Iw a i t e d , a t t h e g r a v e s .«Well, you know what!» Buth e d i d n ’t m o v e , a n d h ep r e s e n t l y p r o d u c e dsomething that made me drop

86

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

t u m b a , c o m o s i d e r e p e n t en e c e s i t a s e d e s c a n s a r .

— ¿ S a b e m i t í o l o q u ep i e n s a s ?

Traté de recobrar fuerzas.— ¿ Y c ó m o s a b e s t ú l o q u e

p i e n s o ?

—Bueno, no lo sé, por supues-to; porque ahora me doy cuenta deque nunca me lo has dicho. Pero loque te pregunto es si lo sabe él.

—¿Saber qué, Miles?

—Pues cómo marcha mi asunto.

M e p e r c a t é r á p i d a m e n t e d eq u e m e s e r í a i m p o s i b l e r e s p o n -d e r l e s i n s a c r i f i c a r , e n c i e r t om o d o , a m i j e f e . S i n e m b a r g o ,d e c i d í q u e , c o m p a r a d o c o n l o ss a c r i f i c i o s a q u e e s t á b a m o sa c o s t u m b r a d o s e n B l y , a q u e l l on o e r a m á s q u e u n a m i n u c i a .

[ 1 1 8 ] — N o c r e o q u ea t u t í o l e i m p o r t e m u -c h o .

M i l e s , a l o í r m e , s e q u e d óp a r a d o , m i r á n d o m e .

—Entonces, ¿no te parece que po-dríamos hacer que le importe?

—¿De qué forma?

—Bueno, obligándolo a venir.

—Pero ¿quién va a convencerle de quevenga?

— ¡ Y o l o h a r é ! — d i j o e ln i ñ o c o n u n a d e c i s i ó n y u n v i -g o r e x t r a o r d i n a r i o s . Y, d e s -p u é s d e l a n z a r m e o t r a m i r a d am u y s i g n i f i c a t i v a , e n t r ó é ls o l o e n l a i g l e s i a .

[119] Capítulo XV

La cuestión quedó prácticamentesentenciada desde el momento en que nome decidí a seguirle. Fue una lastimosaderrota debida a mi agitación, pero el serconsciente de ello no me ayudó en modoalguno a recobrarme. Simplemente mequedé allí, sentada sobre la tumba, in-tentando interpretar lo que el niño aca-baba de decir para extraer la plenitud desu significado; y mientras lo hacía pro-

una tumba, como si repentinamen-te necesitara reposar: —¿Opina mi tío lo mismo queusted?

Tardé un poco en responder. —¿Cómo puedes saber loque opino?

—¡Ah, bueno!, por supuesto que nolo sé; me sorprende que nunca me lohaya dicho. Lo que ahora quiero sa-ber es si él lo sabe.

—¿Si sabe qué, Miles?

—Bueno, el modo como me educo.

Me di cuenta, con suficiente ra-pidez, de que no podía respon-der a esa pregunta de ningunamanera que no implicara un re-proche a quien me había emplea-do. Sin embargo, pensé que erabastante lo que nos habíamos sa-crificado en Bly para que ese he-cho resultara perdonable. —No creo que a tu tío le importeeso demasiado.

M i l e s s e m e q u e d óm i r a n d o f i j a m e n t e . —¿Y no cree usted que podríalograrse que le importara?

—¿De qué manera?

—Obligándolo a venir.

—Pero... ¿quién podría hacer-lo venir?

—Yo lo haré —respondió elniño, con extraordinario brío. Me lanzó o t ra mirada car -gada de una ex t raña expre -s ión y luego entró solo en laiglesia .

XV

La cuestión quedó prácticamenteestablecida desde el momento enque no lo seguí. Resultaba lamen-table rendirse a la agitación, perodarme cuenta de ello no sirvió parahacerme recobrar las fuerzas. Mequedé sentada en la tumba y tratéde penetrar en el significado de loque mi joven amigo me había di-cho. En cuanto creí entenderlo, me

q u e t u v i e r a q u e a p o y a r -m e e n l a l o s a d e p i e d r a —: ¿ P i e n s a m i t í o l o q u ep i e n s a u s t e d ?

Me apoyé ya claramente:[200] —¿Y cómo sabes lo que

pienso yo?

—Bueno. Claro que no lo sé; esque me extraña que nunca me lo diga.Pero quiero decir si lo sabe él.

—¿Si sabe qué, Miles?

—Pues lo que estoy haciendo.

C o m p r e n d í e n s e g u i d aq u e a e s a p r e g u n t a n op o d í a c o n t e s t a r s i n o e r ad e j a n d o u n p o c o m a l am i p a t r ó n . P e r o m e p a r e -c í a t a m b i é n q u e e n B l yy a e s t á b a m o s t o d o s b a s -t a n t e s a c r i f i c a d o s c o m op a r a n o d a r l e d e m a s i a d ai m p o r t a n c i a .

—No creo que tu tío se preocu-pe mucho de eso.

Miles se quedó mirándome:—¿Entonces no l e pa rece

que se podr ía hacer a lgo paraque se p reocupa ra?

—¿Cómo?

—Pues haciéndole venir aquí.

—¿Y quién va a hacerle veniraquí?

—¡Yo!Lo dijo poniendo mucho énfasis.

M e e c h ó o t r a m i r a d am u y s i g n i f i c a t i v a , ye n t r ó s o l o e n l ai g l e s i a .

XV

PUEDE decirse que la cosa es-taba ya decidida desde el momen-to en que no le seguí. Era una for-ma lamentable de darme por ven-cida, pero, aunque lo compren-diera, no podía sobreponerme aello. Y todo lo que hice fue que-darme sentada sobre la tumba, ypensar en lo que había dicho elniño para sacarle todo su signifi-

straight down on the stoneslab, as if suddenly to rest.«Does my uncle think what YOUthink?»

I m a r k e d l y r e s t e d .«How do you know wha t Ith ink?»

«Ah, we l l , o f course Idon’t; for it strikes me younever tel l me. But I meandoes HE know?»

«Know what, Miles?»

«Why, the way I’m going on.»

I p e r c e i v e d q u i c k l yenough that I could make, tothis inquiry, no answer thatw o u l d n o t i n v o l v esomething of a sacrifice of myemployer. Yet it appeared tome that we were all , at Bly,suff i c i e n t l y s a c r i f i c e dt o m a ke t h a t v e n i a l . «Idon’t think your uncle muchcares.»

M i l e s , o n t h i s ,s t o o d l o o k i n g a t m e .« T h e n don’t you think he canbe made to?»

«In what way?»

«Why, by his coming down.»

«But who’ll get him to comedown?»

«I will!» the boy said withextraordinary brightness andemphasis. He gave me anotherlook charged with that expressionand then marched off alone intochurch.

XV

The business was practicallysettled from the moment I neverfollowed him. It was a pitifulsurrender to agitation, but mybeing aware of this had somehowno power to restore me. I only satthere on my tomb and read intowhat my little friend had said tome the fullness of its meaning; bythe time I had grasped the whole

87

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

curaba tranquilizarme a mí misma y jus-tificar mi ausencia de la iglesia con elpretexto de que sería una vergüenza en-trar tan tarde y dar semejante exhibiciónde retraso ante mis alumnos y el resto dela congregación. Lo primero que me dijefue que Miles había logrado cierta ven-taja sobre mí, y que la mejor prueba deello que podía haberle dado era precisa-mente aquella súbita debilidad mía. Aho-ra sabía que había algo que me asustabaenormemente, y que probablemente élpodría utilizar ese terror para sus propiospropósitos, con el fin de conseguir ma-yor libertad. Lo que me asustaba era te-ner que abordar el intolerable asunto desu expulsión del colegio y de las razo-nes que la habían provocado, pues estome obligaría a desvelar los horrores quehabía detrás. El hecho de que su tío pu-diese venir a tratar conmigo estas cues-tiones era una solución que, en teoría, yodebería haber deseado; pero me costabatanto enfrentarme al dolor y la sordidezque ello acarrearía, que simplemente pro-curaba aplazar el asunto e ir sorteandolas dificultades de cada día. El niño, parami mayor desconcierto, tenía toda [120]la razón del mundo, y podía permitirseel lujo de plantearme la siguiente disyun-tiva: «O aclaras de una vez con mi tutorel misterio de la interrupción de mis es-tudios, o no esperes que siga llevandocon resignación esta vida a tu lado, tanpoco natural para un muchacho de miedad.» Pero lo que resultaba poco natu-ral en aquel muchacho en particular erala súbita revelación de lo calculador quepodía llegar a ser a la hora de trazarse unplan.

Eso fue en realidad lo que me ven-ció, lo que me impidió entrar. Estuvedando vueltas en torno a la iglesia, du-dando, acechando. Llegué a la conclu-sión de que el daño que Miles había in-fligido a nuestra relación era ya irrepa-rable. Así pues, era inútil andar ponien-do parches, y sentarse junto a él en elbanco de la iglesia suponía un esfuer-zo demasiado extremo para mí: me to-maría del brazo con más seguridad quenunca, y me obligaría a permanecer sen-tada junto a él durante una hora, sopor-tando aquel mudo contacto como únicocomentario acerca de nuestra conversa-ción. Por primera vez desde su llegadadeseé ardientemente alejarme de él. Medetuve bajo la alta ventana del ala este,y mientras escuchaba el murmullo de lasplegarias me asaltó un impulso que,como comprendí en seguida, podía lle-gar a dominarme completamente si leprestaba la menor atención. Podía po-ner fin a aquella tortura con sólo huirde allí. Era mi oportunidad; no habíanadie cerca para detenerme. Podía de-

di el pretexto de que sería vergon-zoso ofrecer a mis pupilos y al res-to de la congregación, con mi en-trada, semejante ejemplo de retra-so. Pero sobre todo me dije queMiles había logrado obtener algo demí y que le sacaría partido. No ne-cesitaba más pruebas de su victoriaque aquel absurdo colapso que mehabía acometido. Ahora sabía quehabía algo que me producía muchomiedo, y probablemente lo utiliza-ría para, siguiendo sus propósitos,obtener más libertad. Mi temor sur-gía de la necesidad de tratar la into-lerable cuestión de la causa de suexpulsión, puesto que en realidadde lo que se trataba era de los ho-rrores que se ocultaban tras ella. Elque su tío llegara a Bly para tratarconmigo aquel asunto, era una so-lución que, estrictamente hablando,tenía que haber deseado; pero laidea me horrorizaba tanto, me sen-tía ya para entonces tan incapaz desoportar la fealdad y lo penoso delasunto, que simplemente me limitéa darle largas. El niño, para mi ma-yor amargura, estaba en la posicióncorrecta, y en cualquier momentohubiera podido decirme... «O acla-ra con mi tutor el misterio de esainterrupción en mis estudios, o dejade esperar que siga llevando debuen grado esta vida tan anormalpara un muchacho.» Lo que me re-sultaba completamente anormal enaquel muchacho, era la repentina re-velación de una conciencia del pro-blema y de un plan.

Aquello fue lo que realmen-te me venció, lo que me impi-dió entrar. Caminé alrededorde la iglesia dudando, vacilan-do; me dije que en lo referentea Miles había chocado ya conél sin enmienda posible. Por lotanto, podía ahorrarme el es-fuerzo de permanecer a su ladoen el templo: se sentiría másseguro que nunca cuando mecogiera del brazo y me tuvierasentada allí una hora en estre-cho y mudo contacto con su co-mentario sobre nuestra conver-sación. Por primera vez desdesu llegada, quise huir de él.Mientras me detenía bajo elalto ventanal que miraba ha-cia oriente y escuchaba el so-nido de las oraciones, fui sin-tiendo nacer en mí un impul-so que hubiera acabado pordominarme si lo hubiese esti-mulado un poco. Podía ponerfácilmente un fin a mis tribu-

cado; y una vez que ya se lo habíasacado, me aferré al pretexto deque no quería dar mal ejemplo amis alumnos y al resto de la con-gregación llegando tan tarde. Perolo que ante todo me decía era queMiles había averiguado algo demí, y que ese hundimiento tan in-oportuno iba a ser para él la me-jor prueba de ello. Sabía que ha-bía algo a lo que tenía mucho mie-do, y era probable que pudiera va-lerse de ese miedo mío para con-seguir más libertada Mi [201] mie-do era tener que tratar la cuestiónde cuáles eran los motivos parahaberle echado del colegio, pueseso no era más que poner al des-cubierto todos los horrores quehabía detrás. Que viniera su tíopara hablar conmigo de todas esascosas era una solución a la que,en esos momentos, habría tenidoque desear acogerme; pero mehorrorizaba tanto enfrentarme a unasunto tan espantoso y desagrada-ble, que lo único que hacía era re-trasarlo y contentarme con vivir aldía. El chico, con gran disgustopor mi parte, tenía toda la razón,y podía decirme en cuanto quisie-ra: «O aclara de una vez con mitutor el misterio de la interrupciónde mis estudios o no espere quesiga llevando aquí con usted unavida tan anormal para un chico.»Lo que era anormal para el chicoque me preocupaba a mí era esarepentina revelación de que sabíalo que pasaba y tenía un plan.

Eso era lo que realmente meagobiaba, lo que me impedía en-trar. Di varias vueltas alrededor dela iglesia, sin acabar de decidirme;pensaba que lo que me había pa-sado con él ya no tenía remedio, yme parecía que, si no podía arre-glarlo, tampoco valía la pena ha-cer un esfuerzo tan grande como elde apretujarme junto a él en el ban-co: se sentiría más seguro que nun-ca para cogerme del brazo y hacer-me estar allí una hora entera a sulado, en silencioso contacto con loque pensaba de lo que habíamoshablado. Por primera vez desde sullegada deseaba alejarme de él. Alpararme debajo del ventanal que seabría al este de la iglesia, y escu-char las voces del culto, sentí unimpulso que comprendí iba a adue-ñarse totalmente de mí a poco quelo alentara. No tenía más que mar-charme para poner fin a todas mistribulaciones. Ahora tenía ocasiónde hacerlo; no había nadie que pu-

of which I had also embraced, forabsence, the pretext that I wasashamed to offer my pupils andthe rest of the congregation suchan example of delay. What I saidto myself above all was that Mi-les had got something out of meand that the proof of it, for him,would be just this awkwardcollapse. He had got out of methat there was something I wasmuch afraid of and that he shouldprobably be able to make use ofmy fear to gain, for his ownpurpose, more freedom. My fearwas of having to deal with the in-tolerable question of the groundsof his dismissal from school, forthat was really but the questionof the horrors gathered behind.That his uncle should arrive totreat with me of these things wasa solution that, strictly speaking,I ought now to have desired tobring on; but I could so little facethe ugliness and the pain of it thatI simply procrastinated and livedfrom hand to mouth. The boy, tomy deep discomposure, wasimmensely in the right, was in aposition to say to me: «Either youclear up with my guardian themystery of this interruption of mystudies, or you cease to expect meto lead with you a life that’s sounnatural for a boy.» What wasso unnatural for the particularboy I was concerned with wasthis sudden revelation of aconsciousness and a plan.

That was what really overcameme, what prevented my going in. Iwalked round the church,hesitating, hovering; I reflected thatI had already, with him, hurt myselfbeyond repair. Therefore I couldpatch up nothing, and it was tooextreme an effort to squeeze besidehim into the pew: he would be somuch more sure than ever to passhis arm into mine and make me sitthere for an hour in close, silentcontact with his commentary onour talk. For the first minute sincehis arrival I wanted to get awayfrom him. As I paused beneath thehigh east window and listened tothe sounds of worship, I was takenwith an impulse that might masterme, I felt, completely should I giveit the least encouragement. I mighteasily put an end to mypredicament by getting awayaltogether. Here was my chance;there was no one to stop me; Icould give the whole thing up—

X

88

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

jarlo todo, volver la espalda y salir co-rriendo. Todo lo que tenía que hacer eradetenerme para recoger algunas cosas enla mansión, la cual, dado que casi todoel servicio doméstico había acudido ala iglesia, estaría prácticamente vacía.Además, nadie podía culparme por irmede aquella forma. Porque, si me limita-ba a ausentarme solo hasta la hora de lacomida, ¿qué era lo que me esperaba?No dispondría más que de unas dos ho-ras, al término de las cuales, podía pre-verlo con aguda certeza, [121] mis pe-queños pupilos fingirían una inocenteperplejidad por ini tardanza.

« ¿ P o r q u é h a s h e c h o e s o ,b r i b o n z u e l a ? P o r t o d o s l o s s a n -t o s , ¿ q u e r í a s a s u s t a r n o s . . . , s a -c a r n o s d e n u e s t r a s c a s i l l a s ?¿ C ó m o p u d i s t e a b a n d o n a r n o s e nl a m i s m a p u e r t a ? » N o , n o p o d r í ae n f r e n t a r m e a s e m e j a n t e s p r e -g u n t a s , n i a s u m i r a d a f a l s a y e n -c a n t a d o r a a l h a c e r l a s ; s i n e m b a r -g o , e s t a b a t a n s e g u r a d e q u e e r ae s o l o q u e m e e s p e r a b a q u e , a n t et a n n e g r a p e r s p e c t i v a , l o g r é v e n -c e r f i n a l m e n t e m i s ú l t i m o s e s -c r ú p u l o s .

Así, al instante siguiente ya mehabía puesto en movimiento. Tras-pasé sin vacilar la puerta del cemen-terio y, con un hervidero de ideas enla cabeza, comencé a desandar el ca-mino del parque. Para cuando lleguéa la casa, creo que ya me había acos-tumbrado a mi cínico proyecto dehuida. La calma dominical reinabatanto en las proximidades de la man-sión como en su interior, donde nome crucé con nadie, corroborandoasí mi sensación de que la oportuni-dad era única. Si conseguía salir deallí con rapidez no habría escenas,no tendría que decir ni una palabra.Pero debía darme mucha pr isa , y,a d e m á s , q u e d a b a p o r a r r e g l a r l acuestión del transporte, que no erapoca cosa. Atormentada por tantasdificultades y obstáculos, me detu-ve en el vestíbulo, y recuerdo queme dejé caer a los pies de la escale-ra y me quedé al l í unos instantes,derrumbada sobre el primer escalón;de repente recordé con repugnanciaque había sido exactamente en eselugar donde, hacía poco más de unmes, en la oscuridad de la noche yacosada por mis terrores, había vis-to el espectro de la más horrible delas mujeres. Eso me hizo reaccionar,y subí precipitadamente el resto delos escalones; l lena de confusión,me dirigí al cuarto de estudio, don-de debía recoger algunos objetos quem e p e r t e n e c í a n . P e r o a l a b r i r l a

laciones marchándome de Bly.Ésa era mi oportunidad; nadieme detendría. Lo único quetenía que hacer era dar la vuel-ta y apresurarme; volver, pararecoger a lgunas cosas , a lacasa, que estaría prácticamen-te vacía, pues la mayoría delos s irvientes estaban en laiglesia. Nadie, a fin de cuen-tas, me podría reprochar midesesperada huida. Tenía unaaguda previsión de lo que mispequeños discípulos, fingien-do una inocente sorpresa, medirían a la salida: «¿Pero qué haestado usted haciendo? Es usted unapersona verdaderamente terrible.¿Cómo se le ocurre abandonarnosprecisamente en la puerta del tem-plo? Nos ha tenido preocupados, sinpoder concentrarnos en el oficio re-ligioso...» No hubiera podido res-ponder a sus preguntas, ni toleradosus miradas falsamente encantado-ras; sin embargo, tendría que hacer-les frente, y sólo ese pensamientohizo que el proyecto de huida to-mara cuerpo.

Cuando me di cuenta, ya ha-bía cruzado el cementerio y to-mado el camino que conducíaa Bly. Al llegar a casa, estabacompletamente decidida a huir.La calma dominical de los al-rededores y del mismo edifi-cio, en el que no encontré anadie, me infundió la sensa-c ión de que aqué l l a e ra l aoportunidad. De ese modo mepodría marchar rápidamente,sin una escena, sin una pala-bra. Sin embargo, tendría quedarme prisa, y el problema deltransporte era la gran dificul-tad que debía resolver. Ator-mentada por las dificultades ylos obstáculos, recuerdo queme detuve al pie de la escaleray me senté en uno de los esca-lones inferiores, desprovistade fuerzas para subirla. Perode pronto recordé con repul-sión que en aquel preciso lu-gar, hacía más de un mes, enla oscuridad de la noche, col-mado de maldad, había visto elespectro de la más horrible delas mujeres. Ante eso, sentí re-nacer mis fuerzas; subí preci-pitadamente la escalera y medirigí directamente a la sala delas clases, puesto que habíaallí objetos que me pertene-cían y no deseaba abandonar.Pero abrí la puerta para encon-

diera detenerme; podía dejarlotodo, volver la espalda y marchar-me. Lo único que tenía que hacerera volver de prisa a la casa que,por estar muchos de los criados enla iglesia, encontraría casi vacía.Nadie podría culparme de haberescapado llevada de la desespera-ción. ¿De qué me servía irme si meiba sólo hasta la hora de comer? Noserían [202] más que un par dehoras, y luego —estaba completa-mente segura— mis alumnos fin-girían estar asombrados de que nohubiese estado en su compañía.

«¡Pero qué mala es usted!¿ P o r q u é h a h e c h o e s o ?¿Cómo se le ha ocurrido aban-donarnos justo en la puerta dela iglesia para que nos preocu-p á r a m o s y e n c i m a e s t u -viéramos dis t raídos?» No po-d í a e n f r e n t a r m e a e s a s p r e -guntas ni a los ojos con quemirar ían cuando las hicieran;pero estaba tan segura de queera eso lo que me esperaba ,que l legó un momento en queno pude resis t i r más.

Y lo que hice, efectivamen-te, fue marcharme; salí del ce-menterio y, sin dejar de pensaren todo, volví a recorrer el ca-mino por e l pa rque . Cuandollegué a la casa, tenía la impre-sión de estar decidida a esca-par. La quietud del domingo,que se notaba tanto en los al-rededores como en el interiorde la casa, me hizo pensar quehabía elegido un buen momen-to . S i me daba pr i sa , podr íamarcharme sin hacer ningunaescena ni tener que decir unaso la pa labra . Pero ten ía quedarme mucha prisa, y lo másdifícil iba a ser encontrar al-gún medio de transporte. Re-c u e r d o q u e e n e l v e s t í b u l o ,abrumada por tantas d i f icul -tades y obstáculos, sent í queme derrumbaba al pie de la es-calera, que tuve que sentarmeen el primer escalón, y que meacordé, con una sensación deasco , de que e ra a l l í mismodonde hacía ya más de un mes,abrumado también por la mal-dad, había visto el espectro dela más horrible de las mujeres.Eso me dio fuerzas para levan-tarme; subí las escaleras y, enmi desconcierto, me dirigí a lasala de estudios, donde habíavarias cosas mías que tenía querecoge r. Pe ro ab r í l a pue r t a

turn my back and retreat. It wasonly a question of hurrying again,for a few preparations, to the housewhich the attendance at church ofso many of the servants wouldpractically have left unoccupied.No one, in short, could blame meif I should just drive desperatelyoff. What was it to get away if Igot away only till dinner? Thatwould be in a couple of hours, atthe end of which— I had the acuteprevision—my little pupils wouldplay at innocent wonder about mynonappearance in their train.

«What DID you do, younaughty, bad thing? Why inthe world, to worry us so—and take our thoughts off ,too, don’t you know?— didyou deser t us a t the verydoor?» I couldn’t meet suchquestions nor, as they askedthem, their false little lovelye y e s ; y e t i t w a s a l l s oexactly what I should haveto meet that, as the prospectgrew sharp to me, I at lastlet myself go.

I got, so far as the immediatemoment was concerned, away; Icame straight out of thechurchyard and, thinking hard,retraced my steps through thepark. It seemed to me that by thetime I reached the house I hadmade up my mind I would fly.The Sunday stillness both of theapproaches and of the interior, inwhich I met no one, fairly excitedme with a sense of opportunity.Were I to get off quickly, thisway, I should get off without ascene, without a word. Myquickness would have to beremarkable, however, and thequestion of a conveyance was thegreat one to settle. Tormented, inthe hall, with difficulties andobstacles, I remember sinkingdown at the foot of thestaircase—suddenly collapsingthere on the lowest step and then,with a revulsion, recalling that itwas exactly where more than amonth before, in the darkness ofnight and just so bowed with evilthings, I had seen the specter ofthe most horrible of women. Atthis I was able to straightenmyself; I went the rest of the wayup; I made, in my bewilderment,for the schoolroom, where therewere objects belonging to me thatI should have to take. B u t Io p e n e d t h e d o o r t o f i n d

89

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

puer ta cayó sobre mí , como un re-l á m p a g o , l a c e r t e z a d e q u e m i so jos no es taban se l lados . En pre-sencia de lo que vi, todos mis pla-nes se vinieron abajo .

[ 1 2 2 ] S e n t a d a e n m i p r o p i amesa, en la clara luz del mediodía,vi a una persona a quien, de no ha-ber sido por mis anteriores experien-cias, hubiera tomado por una de lasdoncellas que se habían quedado acuidar de la casa, la cual, aprove-chando que nadie la observaba, talvez había dec id ido serv i rse de lamesa vacía y del papel, la t inta y lasplumas que yo guardaba en ella paradecidirse a escribir con penoso es-fuerzo una carta a su novio. Y habíacierto esfuerzo, efectivamente, en latensión con que sus manos sosteníanel peso de la cabeza, mientras apo-yaba los codos sobre la mesa; perocuando percibí estos detalles me re-sultó muy extraño que, a pesar de mientrada, persist iese en su posiciónsin hacer el menor movimiento. Yfue entonces, como para anunciarsea sí misma, cuando un cambio repen-tino de postura me reveló su identi-dad. Se puso en pie, no porque mehubiera oído, sino como movida poruna indescriptible melancolía, un in-menso desapego y una total indife-rencia, y a unos pocos metros de mípude contemplar con toda claridada mi vil predecesora. Deshonrada ytrágica, se quedó allí en pie, delan-te de mí; pero mientras la observa-ba tratando de memorizar todos susrasgos , l a hor r ib le imagen se fuedesvaneciendo. Con su vestido ne-gro como la noche, su lúgubre be-lleza y su inexpresable sufrimiento,me miró solo unos instantes, comotratando de decirme que tenía tantoderecho a sentarse en aquella mesacomo yo. Mientras duró aquella mi-rada, sentí con un escalofrío que enrealidad era yo la intrusa. Y fue qui-zá por una salvaje reacción contraeso por lo que, dirigiéndome a ella(«¡Tú, mujer terrible y miserable!»)me oí a mí misma estallar en un gri-to que, a través de la puerta abierta,se perdió en los largos corredores dela casa vacía. Ella me miró como sime hubiese oído, pero yo ya me ha-bía recobrado lo suficiente como pa-ra despejar el aire de la estancia. Almomento siguiente no había nada enla habitación, excepto la luz del soly la sensación de que debía quedar-me.

trarme de nuevo, como en un re-lámpago, con que mis ojos no es-taban sel lados. En presenciad e l o q u e v i , f l a q u e a r o nt o d a s m i s r e s o l u c i o n e s .

Sentada ante mi propia mesay a la clara luz del mediodía, via una persona a la que, sin miexperiencia previa, hubiera po-dido tomar por una sirvienta quehabía permanecido en la casapara cuidar de ella, y la cual,aprovechando que no había na-die, había decidido utilizar misplumas, mi papel y mi tinta paraescribir una carta a su enamora-do. Se notaba que hacía un es-fuerzo de concentración mien-tras, con los codos sobre lamesa, apoyaba la cara en ambasmanos. Noté que, a pesar de mientrada, persistía en su extrañaactitud. Luego su identidad seencendió en mi cerebro como unfogonazo; la desconocida sepuso de pie y con ese simpleacto dejó de ser una extraña paramí. Se puso de pie, pero nocomo si me hubiera oído, sinocon una indescriptible y profun-da melancolía, mezcla de indi-ferencia y despego y, a una do-cena de pasos de donde yo esta-ba, se irguió mi vil predeceso-ra. Estaba ante mí, deshonraday trágica, pero mientras la mira-ba fijamente, tratando de retenersus rasgos para recordarlos, laespantosa imagen se desvaneció.Oscura como la medianoche,con su vestido negro, su maci-lenta belleza y su indescriptibleaflicción, me había mirado eltiempo suficiente para decirmeque su derecho a sentarse a mimesa era tan bueno como el míopara sentarme a la suya. En reali-dad, durante aquel brevísimo ins-tante tuve la extraordinaria sensa-ción de que la intrusa era yo. Aque-llo despertó en mí una apasionadaprotesta; no pude sino gritarle: —¡Mujer miserable y vil! El sonido de mi voz reco-rr ió el largo pasi l lo y la casaentera. Ella me miró como sime oyera , pero yo ya me ha-b ía recobrado de la impre-sión. Un segundo después nohabía en la habi tac ión másque e l resplandor del sol yl a s e n s a c i ó n d e q u e d e b í aquedarme al l í .

para encontrarme una vez más,y en un instante, con que mis ojosya no estaban cerrados. Lo quevieron allí hizo que mi resisten-cia volviera a tambalearse.

Sentada a mi propia mesa, ya la clara luz del mediodía, vi auna persona a la que, sin la ex-periencia anterior, habría toma-do por una doncella que se ha-bía quedado en la casa para guar-darla y que, aprovechando el fe-liz momento [203] en que nadiela v ig i laba , había cogido mimesa, mis papeles, mi tinta y misplumas, y estaba dedicada a la la-boriosa tarea de escribir una car-ta a su novio. Se notaba el es-fuerzo que tenía que hacer por laforma en que estaba sentada, conlos brazos apoyados en la mesay la cabeza entre las manos; perocuando me di cuenta de eso, tam-bién me la había dado ya de que,a pesar de que hubiese entradoyo, no cambiaba de actitud, loque era bastante extraño. Fueluego cuando —por su mismaforma de presentarse— se mani-festó su identidad al cambiar depos tura . Se levantó , pero nocomo si me hubiese oído, sinocon una indescriptible tristeza deindiferencia y despego y, a me-nos de doce pies de mí, se quedóallí como mi infame predeceso-ra. La tenía justo delante, des-honrada y trágica; pero mientrasla miraba fijamente, para poderrecordar sus rasgos, la espanto-sa imagen desapareció. Oscuracomo la noche, con su vestidonegro, su belleza desfigurada ysu inmensa pena, me había mi-rado lo bastante como para pa-recer decirme que tenía tanto de-recho a sentarse a mi mesa comoyo a sentarme a la suya. Y la ver-dad es que en esos instantes sentíun escalofrío al tener la impre-sión de que la intrusa allí era yo.Fue en una inútil protesta contraeso por lo que rompí a gritar:«¡Tú, terrible y miserable mu-jer!», un grito que resonó portodo el pasillo y en la casa va-cía. Me miró como si me oyera,pero yo ya me había recobrado yhabía despejado el ambiente. Unminuto después ya no había nadaen la habitación, más que la luzdel sol, y la impresión de quedebía quedarme.

a g a i n , i n a f l a s h , m ye y e s u n s e a l e d . I n t h ep r e s e n c e o f w h a t I s a wI reeled s t raight back uponmy res i s tance .

Seated at my own table inclear noonday light I saw aperson whom, without myprevious experience, I shouldhave taken at the first blush forsome housemaid who might havestayed at home to look after theplace and who, availing herselfof rare relief from observationand of the schoolroom table andmy pens, ink, and paper, hadapplied herself to the considera-ble effort of a letter to hersweetheart. There was an effortin the way that, while her armsrested on the table, her handswith evident wearinesssupported her head; but at themoment I took this in I hadalready become aware that, inspite of my entrance, her attitudestrangely persisted. Then itwas—with the very act of itsannouncing itself— that heridentity flared up in a change ofposture. She rose, not as if shehad heard me, but with anindescribable grand melancholyof indifference and detachment,and, within a dozen feet of me,stood there as my vilepredecessor. Dishonored andtragic, she was all before me; buteven as I fixed and, for memory,secured it, the awful imagepassed away. Dark as midnight inher black dress, her haggardbeauty and her unutterable woe,she had looked at me long enoughto appear to say that her right tosit at my table was as good asmine to sit at hers. While theseinstants lasted, indeed, I had theextraordinary chill of feeling thatit was I who was the intruder. Itwas as a wild protest against itthat, actually addressing her—»You terrible, miserable woman!»—I heard myself break into asound that, by the open door,rang through the long passageand the empty house. Shelooked at me as if she heard me,but I had recovered myself andcleared the air. There wasnothing in the room the nextminute but the sunshine and asense that I must stay.

reel 1 bobinar 2 dar un traspiés perdiendo el control, trastabillar o tambalearse sin control, swing stagger or totter violently or very much out of control

90

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[123] Capítulo XVI

H a b í a e s p e r a d o t a l e s c e n a a lregreso de los n iños , que me sent ídecepcionada a l ver los tan d iscre-tos y comedidos en re lación con mihuida de la ig les ia . En lugar de ve-nir a regañarme y a acar iciarme, nohic ie ron la menor a lus ión a la for-ma en que los había abandonado,y, v iendo que la señora Grose tam-poco dec ía nada , hube de confor-marme por e l momento con es tu-d ia r l a extraña expresión de su ros-tro. Lo hice para asegurarme de quelos dos hermanos la habían conven-cido de que guardase silencio; un si-lencio que, no obstante, me disponíaa romper en cuanto surgiera la pri-mera oportunidad de verla en priva-do. Dicha oportunidad se presentóantes de la hora del té. Conseguí unosminutos a solas con ella en sus apo-sentos, donde, a la luz del atardecery en medio de l o lor a pan rec iénhorneado (aunque todo estaba perfec-tamente limpio y recogido), la encon-tré plácidamente sentada junto al fue-go. Así, en aquella actitud, es comomejor la recuerdo: sentada frente alas llamas en su austera butaca, ba-ñada en la luz brillante del crepús-culo, era la viva imagen del perfectoretiro..., un mundo de cajones cerra-dos con llave y de la más aburridatranquilidad.

— P u e s s í , m e p i d i e r o n q u e n od i j e r a n a d a ; y p a r a c o m p l a c e r -l o s . . . , m i e n t r a s e s t a b a n p r e s e n -t e s . . . , s e l o p r o m e t í , c l a r o e s t á .P e r o , b u e n o , ¿ q u é l e p a s ó ?

— S o l o s a l í a a c o m p a ñ a r l o sd u r a n t e e l c a m i n o — d i j e — ; p e r ol u e g o t u v e q u e r e g r e s a r p o r q u eh a b í a q u e d a d o c o n u n a a m i g a .

[124] Se mostró muy sorprendida.—Una amiga . . . , ¿us t ed?

—Pues sí, ¡tengo un par de ellas!—dije riendo—. ¿Es que los niños ledieron alguna otra razón?

— ¿ P a r a n o m e n c i o n a r s u f o r -m a d e d e s a p a r e c e r ? S í ; d i j e r o nq u e u s t e d l o p r e f e r i r í a . ¿ L o p r e -f i e r e u s t e d ?

Mi expresión debió de hacerlearrepentirse de su pregunta.

—¡No, todo lo contrario! —Pero

XVI

Estaba tan absolutamente con-vencida de que el regreso de misdiscípulos sería tan estruendoso,que no pude sino sorprenderme alcomprobar que nadie hacía la me-nor alusión a mi ausencia. En vezde denunciar y reprocharme ale-gremente mi abandono, como yohabía supuesto, no hicieron la me-nor alusión a lo ocurrido; y al dar-me cuenta de que tampoco la se-ñora Grose decía nada, comencéa estudiar con detenimiento su ex-traño rostro. De mi escrutinio de-duje que ellos se las habían inge-niado de alguna manera para re-ducirla al silencio; un silencioque, sin embargo, yo estaba dis-puesta a romper a la primera opor-tunidad. Tal oportunidad se pre-sentó antes de la hora del té: lo-gré estar cinco minutos a solascon ella en la portería, donde, ala luz del atardecer y entre el olora pan recién horneado, con el lu-gar perfectamente limpio, la en-contré plácidamente sentada fren-te a la chimenea. Me parece verlaaún: mirando a la llama desde suestrecha silla en el oscuro y bri-llante cuarto, era una clara ima-gen de la marginación... una ima-gen de gavetas cerradas con llavey de paz sin sobresaltos.

— ¡ O h , s í ! , m e p i d i e r o nq u e n o d i j e r a n a d a . . . y p o rc o m p l a c e r l o s . . . s í , s e l o sp romet í . Pe ro d ígame: ¿quél e o c u r r i ó ?

—Sólo me había propuesto cami-nar con usted hasta la iglesia —ledije—. Tenía que volver para encon-trar a una amiga.

No ocultó su sorpresa. —Una amiga? ¿Usted?

—Sí, sí, tengo un par de amigos —y me eché a reír—. Pero ¿le dieron austed alguna razón los niños?

—¿Para que no aludiera a su in-esperado regreso? Sí, dijeron queusted lo prefería de esa manera.¿Es cierto?

Mi expresión, en ese mo-mento, pareció alarmarla. —De ninguna manera —exclamé;

XVI

ESTABA tan convencida delas demostraciones que iban ahacer mis alumnos a la vuelta,que lo que me sorprendió fue queno dijeran ni una palabra sobremi ausencia. En lugar de acari-ciarme y reñirme un poco en bro-ma, no aludieron para nada a quelos hubiese dejado [204] solos y,de momento, al ver que ella tam-poco decía nada, pude dedicar-me a estudiar la cara de la seño-ra Grose. Lo hice para asegurar-me de que, de alguna forma, lahabían sobornado para que guar-dase silencio; un silencio que yome enca rga r í a de romper encuanto se presentase la primeraoportunidad. La oportunidad lle-gó antes del té: saqué cinco mi-nutos para estar con ella en laportería, donde, a la luz del cre-púsculo, con olor a pan reciéncocido, y todo limpio y bien or-denado, la encont ré p lác ida-mente sentada delante del fuego.Así la veo todavía, y así es comomejor la veo: mirando las llamasdesde su silla de respaldo recto,en esa habitación oscura peroreluciente, la imagen perfecta de«las cosas en su sitio», de arma-rios cerrados con llave, y paz im-perturbable.

—Sí, me pidieron que no dijesenada y, para tenerlos contentos,mientras estuvieran delante, claro,se lo prometí. Pero ¿qué es lo quele ha pasado?

—Sólo fui con ustedes por darun paseo —dije—. Tenía que vol-ver luego aquí para encontrarmecon una amiga.

Se sorprendió.—¿Con una amiga..., usted?

—Sí, tengo una acompañante—dije, riendo—. Pero ¿le dieronlos niños alguna razón?

—¿Para no hablar de que sehabía ido? Sí, dijeron que a us-ted le parecería mejor. ¿Le pare-ce mejor?

—No, me parece peor. —Su cara se había entristecido ,p e r o e n s e g u i d a a ñ a d í — :

XVI

I had so perfectly expectedthat the return of my pupilswould be marked by ademonstration that I was freshlyupset at having to take intoaccount that they were dumbabout my absence. Instead ofgaily denouncing and caressingme, they made no allusion to myhaving failed them, and I wasleft, for the time, on perceivingthat she too said nothing, tostudy Mrs. Grose’s odd face. Idid this to such purpose that Imade sure they had in some waybribed her to silence; a silencethat, however, I would engage tobreak down on the first privateopportunity. This opportunitycame before tea: I secured fiveminutes with her in thehousekeeper’s room, where, inthe twilight, amid a smell oflately baked bread, but with theplace all swept and garnished, Ifound her sitting in painedplacidity before the fire. So I seeher still, so I see her best: facingthe flame from her straight chairin the dusky, shining room, alarge clean image of the «putaway»— of drawers closed andlocked and rest without aremedy.

«Oh, yes, they asked me tosay nothing; and to pleasethem— so long as they werethere—of course I promised. Butwhat had happened to you?»

«I on ly wen t w i th youf o r t h e w a l k , » I s a i d . « Ihad then to come back tomee t a f r i end .»

She showed her surprise. «Afriend—YOU?»

«Oh, yes, I have a couple!» Ilaughed. «But did the childrengive you a reason?»

«For not alluding to yourleaving us? Yes; they said youwould like it better. Do you likeit better?»

My face had made he rr u e f u l . « N o , I l i k e i tworse!» But after an instant

91

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

después de un instante añadí—: ¿Dije-ron por qué, según ellos, lo preferiría?

— N o . E l s e ñ o r i t o M i l e s d i j os o l a m e n t e : « D e b e m o s d a r l e g u s -t o e n t o d o » .

—¡Ay, o ja lá lo hub iese d ichoen ser io! Y Flora , ¿qué d i jo?

— L a s e ñ o r i t a F l o r a s e m o s -t r ó e n c a n t a d o r a . D i j o : « ¡ C l a r oq u e s í ; c l a r o q u e s í ! » Y l o m i s -m o d i j e y o .

Me quedé pensativa unos instantes.—Eso también fue encantador por su

parte... Me parece estar oyéndolos a lostres. Sea como fuere, entre Miles y yo todoha terminado.

— ¿ T o d o ? — m i c o m p a ñ e r am e m i r ó f i j a m e n t e — . ¿ A q u é s er e f i e r e , s e ñ o r i t a ?

—A todo. Pero ya no importa. Hetomado una decisión. Antes volví acasa, querida —proseguí—, para teneruna charla con la señorita Jessel.

Para entonces había adquirido la cos-tumbre de preparar bien el terreno antesde lanzarle a la señora Grose una de misrevelaciones; y por eso en aquel instante,aunque no pudo evitar un parpadeo al oírel fatídico nombre, logré que se mantu-viese más firme que en otras ocasiones.

—¡Una charla! ¿Quiere decir queella habló?

—Bueno, algo así . A mi regre-s o m e l a e n c o n t r é s e n t a d a e n e lcuarto de estudio.

—¿Y qué di jo? —me parece es-tar aún oyendo a la buena mujer ycontemplando su candorosa expre-sión de estupor.

[125] —¡Que sufre los tormentos...!

Ella debió de completar el cuadro en sumente, porque me miró con ojos desorbitados.

— ¿ Q u i e r e d e c i r — m u r m u r óc o n v o z e n t r e c o r t a d a — . . . d el o s p e r d i d o s ?

—De los perd idos . De los con-denados . Y e s po r e so , pa ra com-p a r t i r l o s . . . — m i v o z t a m b i é ndes fa l l ec ió , p re sa de l ho r ro r.

Pero mi compañera, menos imagi-nativa que yo, me animó a continuar.

—¿Para compartirlos...?

—Quiere a Flora. —La señora Grose,al oírme, estuvo a punto de caerse al sue-

y un instante después añadí—: ¿Ledijeron por qué lo prefería así?

—No, el señorito Miles sólo me dijoque debíamos hacer lo que a usted legustaba.

—Me gustaría que él lo hiciera. ¿YFlora qué dijo?

—La señorita Flora fue tambiénmuy gentil. Lo único que dijo fue:«Desde luego, desde luego»; y yo dijelo mismo.

Me quedé un momento pensativa. —Fue usted también muy ama-ble... Todos lo fueron... Me pareceoírlos. Sin embargo, entre Miles yyo todo ha terminado.

—¿Todo ha terminado? —mi com-pañera me miraba sorprendida—.¿Pero qué, señorita?

—Todo. No importa. He toma-do una decisión. Volví a casa,querida —continué—, para ha-blar con la señorita Jessel.

Ya para esa época había ad-quirido la costumbre de pro-porcionar a la señora Groselas sorpresas más desconcer-tantes ; a pesar de todo, nopudo evitar en esa ocasión unsignificativo parpadeo. —Hablar! ¿Quiere usted decir queella habla?

—Para eso vine . A mi re-greso la encontré sentada en elsalón de las clases.

—¿Y qué le dijo? Puedo aún oír a la buenamujer y recordar su candorosaestupefacción.

—¡Que sufre los tormentos...!

Esas palabras hicieron que sus ojosse desorbitaran como platos. —¿Quiere usted decir —preguntóansiosamente— de los perdidos, delos condenados?

— D e l o s p e r d i d o s , d el o s c o n d e n a d o s . Y h a d e -c i d i d o c o m p a r t i r l o s . . . Me interrumpí, horrorizada poraquella idea. Pero mi compañera,con menos imaginación, preguntó: —¿Para compartirlos con quién?

—Con Flora. La señora Grose hubiera salido co-

¿ D i j e r o n p o r q u é i b a a p a r e -c e r m e m e j o r ?

—No; el señorito Miles sólodijo: «No tenemos que hacer más quelo que le guste a ella.»

—¡Ya me gustaría que lo hicie-se! ¿Y qué dijo Flora?

—La señorita Flora no pudoestar más encantadora . Di jo:«¡Claro, claro!», y yo dije lo mis-mo que ellos.

—Usted tampoco pudo estarmás encantadora. Puedo imagi-nármelos a todos. Pero, a pesarde eso, entre Miles y yo ya estátodo aclarado.

[205] —¿Todo aclarado? —Micompañera me miró asombrada—.Pero ¿qué, señorita?

—Todo. Da igual. Yo ya he to-mado una decisión. Volví a casa,amiga mía, para charlar un rato conla señorita Jessel.

Por entonces yo ya había cogidola costumbre de tener a la señoraGrose como quien dice en mis ma-nos antes de soltar cosas como ésa;de forma que en ese momento, aun-que parpadeó asustada, conseguí quese mantuviera bastante firme.

—¿A charlar? ¿Quiere usteddecir que habló?

—Sí , más o menos eso . Ala vue l ta , me la encont ré enla sa la de es tudios .

—¿Y qué fue lo que dijo?Todavía puedo oír la voz de la

pobre mujer y ver la candidez desu asombro.

—Que sufre los tormentos...

Eso fue lo que realmente le hizoquedarse con la boca abierta. Apenaspudo preguntar:

—¿Quiere decir..., los de los con-denados?

—Sí, de los condenados. De losque están perdidos. Y por eso, paracompartirlos... —Ahora fui yo la queno pudo hablar al pensarlo.

Pero mi compañera, con menosimaginación, insistió:

—¿Para compartirlos?...

—Quiere a Flora. —De no ha-ber estado preparada, la señora

I added: «Did they say whyI should like it better?»

«No; Master Miles only said,«We must do nothing but whatshe likes!»

«I wish indeed he would.And what did Flora say?»

«Miss F lo ra was t ooswee t . She s a id , `Oh , o fcourse, of course!’— and Isaid the same.»

I thought a moment. «Youwere too sweet, too—I canhear you all. But nonetheless,between Miles and me, it’snow all out.»

« A l l o u t ? » M yc o m p a n i o n s t a r e d .« B u t w h a t , m i s s ? »

«Everything. It doesn’tmatter. I’ve made up my mind. Icame home, my dear,» I went on,«for a talk with Miss Jessel.»

I had by this time formed thehabit of having Mrs. Groseliterally well in hand in advanceof my sounding that note; so thateven now, as she bravely blinkedunder the signal of my word, Icould keep her comparativelyfirm. «A talk! Do you meanshe spoke?»

«It came to that. I foundher, on my re tu rn , in theschoolroom.»

«And what did she say?» Ican hear the good woman still,and the candor of herstupefaction.

«That she suffers the torments—!»

It was this, of a truth, that madeher, as she filled out my picture,gape. « D o y o u m e a n , »s h e f a l t e r e d , « — o f t h el o s t ? »

«Of the los t . Of thedamned. And that’s why, toshare them-» I faltered myselfwith the horror of it.

But my companion, withless imagination, kept me up.«To share them—?»

«She wants Flora.» Mrs.Grose might, as I gave it to her,

92

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

lo y, de no haberla sujetado yo, se habríadesplomado. Pero logré sostenerla; que-ría demostrarle que estaba a la altura dela situación—. Sin embargo, como ya lehe dicho, ahora ya no importa.

—¿Porque ha tomado usted una de-cisión? Pero, ¿qué ha decidido?

—Todo.

—¿Y a qué llama usted «todo» sipuede saberse?

—Pues a avisar a su tío para quevenga.

—¡Ay, sí señorita! ¡Por caridad,hágalo! —estalló mi amiga.

—¡Pues claro que lo haré! ¡Loharé! Veo que no hay otra alternati-va. Ya le dije antes que todo habíate rminado con Mi les ; s i ese n iñopiensa que tengo miedo de avisar asu tío y cree poder sacar algún parti-do de ello, le demostraré que se equi-voca. Su tío sabrá aquí mismo y demis labios, y hasta en presencia delsobrino, si es necesario, que no me-rezco ningún reproche por haber re-trasado el asunto del colegio...

—Sí, señorita. . . —mi compañe-ra me animaba.

—Ya que, si no lo hice, fue poresa horrible razón.

A q u e l l o y a e r a d e m a s i a -d o p a r a l a p o b r e m u j e r , a s íq u e h a y q u e e x c u s a r l a p o rs u p e r p l e j i d a d .

—Esa razón... ¿cuál?

—¿Cuál va a ser? La carta de su anti-guo colegio.

[126] —¿Se la va a enseñar al amo?

—Debería haberlo hecho en el mis-mo instante en que la recibí.

—¡Oh, no! —se opuso la señoraGrose resueltamente.

— L e h a r é v e r — c o n t i n u é ,i n e x o r a b l e — q u e n o p u e d o t o -m a r n i n g u n a d e c i s i ó n c o n r e s -p e c t o a u n n i ñ o q u e h a s i d oe x p u l s a d o . . .

— ¡ A u n q u e s e g u i m o s s i ns a b e r p o r q u é ! — o b j e t ó l as e ñ o r a G r o s e .

—Por su maldad, ¿por qué si no? Un

rriendo de allí si yo no hubiese estadopreparada para ello. Continué, antes deque tuviera tiempo de reaccionar: —Sin embargo, como le he dicho,la cosa carece de importancia.

—¿Porque ha tomado una deci-sión? ¿Qué ha decidido?

—Todo.

— ¿ Y a q u é l l a m a u s t e d«todo»?

— M a n d a r l l a m a r a s ut í o .

—¡Oh señorita!, hágalo por favor—exclamó mi amiga.

—Claro que lo haré; lo haré.Estoy convencida de que es laúnica solución. Y si Miles creeque tengo miedo de hacerlo ypiensa aprovecharse de eso, veráque se equivoca. Sí, sí; su tío seenterará por mi boca, en estemismo lugar (y delante del pro-pio Miles, si es necesario), delos motivos que tengo para nohaberme preocupado de man-darlo a la escuela...

—Sí, señorita... —dijo mi com-pañera.

—Bueno, está ese terriblemotivo.

Había ya para entonces tan-tos motivos, que mi pobre co-lega —había que excusarla poresto— se perdía entre ellos. —¿Cuál...?

—La carta de su antigua es-cuela.

—¿Se la mostrará al amo?

—Debí hacerlo en el preciso ins-tante en que la recibí.

—¡Oh, no! —replicó la señoraGrose con decisión.

— L e d i r é — c o n t i n u éi n e x o r a b l e m e n t e —q u e n o p u e d o c u i d a r au n c h i c o q u e h a s i d oe x p u l s a d o . . .

—¡Pero si nunca hemos llegadoa saber por qué lo expulsaron! —pro-testó la señora Grose.

—Por malvado. ¿Por qué otra cosa

Grose habría echado a correr aloírlo, pero la retuve allí conmigo,para demostrar que sí lo estaba—. P e r o y a l e h e d i c h o q u e e s on o i m p o r t a .

—¿Porque ya está decidida?Pero ¿a qué?

—A todo.

— ¿ Y a q u é l l a m a u s t e d«todo»?

— A a v i s a r a s ut í o .

—Sí, por favor, hágalo —dijomi amiga.

—¡Claro que lo haré! Veo quees lo único que se puede hacer. Ylo que le he dicho que ya estaba«aclarado» con Miles es que, sicree que tengo miedo (y él ya seimagina lo que gana con eso), vaa ver que está equivocado. Sí, sí,voy a decirle a su tío (y delantedel chico si es necesario) [206]que si se me puede reprochar nohaber hecho nada para que vol-viese al colegio...

—Sí, señorita —dijo micompañera, impaciente.

—Pues que ha s ido por esarazón .

H a b í a y a t a n t a s r a z o n e sq u e a l a p o b r e m u j e r s e l ep o d í a p e r d o n a r q u e a n d u -v i e r a u n p o c o p e r d i d a .

—Pero... ¿cuál?

— L a c a r t a d e l c o l e -g i o .

—¿Se la enseñará al señor?

—Tenía que haberlo hechonada más recibirla.

— ¡ N o ! — g r i t ó l a s e ñ o -r a G r o s e .

— L e h a r é s a b e r — c o n t i -n u é , i n e x o r a b l e — q u e n opuedo enca rga rme de r e so l -ver e l p rob lema de un n iño a lque l e han expu l sado . . .

— ¡ N u n c a h e m o s s a b i d opor qué! _____________ _____ _____________________

—Por maldad. ¿Por qué iba a

fairly have fallen away from mehad I not been prepared. I stillheld her there, to show I was.«As I’ve told you, however,it doesn’t matter.»

«Because you’ve made upyour mind? But to what?»

«To everything.»

«And what do you call`everything’?»

«Why, sending for theiruncle.»

«Oh, miss, in pity do,» myfriend broke out.

«ah, but I will, I WILL! I seeit’s the only way. What’s ̀ out,’ asI told you, with Miles is that ifhe thinks I’m afraid to—and hasideas of what he gains by that—he shall see he’s mistaken. Yes,yes; his uncle shall have it herefrom me on the spot (and beforethe boy himself, if necessary) thatif I’m to be reproached withhaving done nothing again aboutmore school—»

«Yes, miss—» my companionpressed me.

«Well, there’s that awfulreason.»

There were now clearly somany of these for my poorcolleague that she was excusablefor being vague. «But—a—which?»

«Why, the letter from his oldplace.»

«You’ll show it to the master?»

«I ought to have done soon the instant.»

«Oh, no!» said Mrs. Grosewith decision.

«I’ll put it before him,» Iwent on inexorably, «that I can’tundertake to work the questionon behalf of a child who hasbeen expelled—»

«For we’ve never in thel e a s t k n o w n w h a t ! » M r s .Grose declared.

«For wickedness. For what

X

93

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

chico tan inteligente, tan guapo, tan per-fecto... ¿Acaso es estúpido? ¿Es pocoaseado? ¿Tiene una complexión enfermi-za? ¿O es que es mala persona? En todoslos aspectos es exquisito... así que solopuede ser esto último. De ese modo, todosaldrá a la luz. Después de todo —aña-dí—, la culpa es de su tío. ¡Él fue quiendejó aquí a esa gente...!

— E n r e a l i d a d , n o l o s c o n o -c í a e n a b s o l u t o . S i h a y a l g u i e nc u l p a b l e , s o y y o — s e h a b í ap u e s t o m u y p á l i d a .

—Bueno, no se preocupe. Nadie vaa hacerle pagar por ello.

—¡Son los niños los que no de-ben pagar! —replicó con amargura.

Me quedé unos instantes en silencio;nos miramos la una a la otra.

—Entonces, ¿qué le digo? —pre-gunté al fin.

— N o t i e n e u s t e d q u e d e -c i r l e n a d a . L o h a r é y o .

Medité sus palabras.—¿Quiere decir que le escribirá

us ted? —Pero a l momento, recor-dando que no sabía leer ni escribir,rectifiqué mi pregunta—. ¿Cómo secomunican habitualmente?

—Yo le dicto mis cartas al admi-nistrador; es él quien escribe.

—¿Y le parece bien que el administra-dor conozca el contenido de esa carta?

[ 1 2 7 ] M i p r e g u n t a t e n í a u n af u e r z a s a r c á s t i c a q u e y o n o h a -b í a p r e t e n d i d o d a r l e y q u e h i z oq u e l a s e ñ o r a G r o s e s e v i n i e s ea b a j o . S u s o j o s s e l l e n a r o n u n av e z m á s d e l á g r i m a s .

—¡Ay, señorita, mejor es que es-criba usted!

—Está bien. . . Esta noche le es-cribiré —repliqué finalmente; y conesto nos separamos.

iba a ser, siendo tan listo, tan apues-to, tan aplicado? ¿Es acaso estúpi-do? ¿Desaliñado? ¿Idiota? Por elcontrario, es exquisito... Así que tie-ne que haber sido por eso; y eso per-mitirá airear todo el asunto. Despuésde todo —dije—, la culpa es del tío,por haberlo dejado en manos de se-mejantes personas...

—Él , en rea l idad , no lasconocía . La culpa es mía —dijo e l la , y es taba ter r ib le-mente pál ida .

—Bueno, usted no va a salir perju-dicada —le respondí.

—Pero los niños sí —replicóenfáticamente.

Permanecí en silencio durante unmomento, y nos miramos una a otra. — E n t o n c e s , ¿ q u é v o y adeci r le?

— N o n e c e s i t a u s t e d d e -c i r l e nada . Yo s e l o d i r é .

S o p e s é s u s p a l a b r a s . — ¿ Q u i e r e u s t e d d e c i r q u e v aa e s c r i b i r l e . . . ? — m e a c o r d é d eq u e n o s a b í a h a c e r l o y a ñ a d í : —¿Cómo va usted a comunicarsecon él?

—Se lo pediré al alguacil.Él sabe escribir.

—¿Y le pedirá usted que relatenuestra historia?

Mi pregunta tuvo una fuer-za sarcástica que yo no habíapre tend ido da r l e , pe ro quesirvió para desanimar a la se-ñora Grose. Sus ojos volvie-ron a llenarse de lágrimas. — ¡ Ay, s e ñ o r i t a , e s c r í -b a l e u s t e d !

—Bueno, lo haré esta noche—le respondí, y en ese momen-to nos separamos.

ser si no, si es tan listo, tan guapoy tan perfecto? ¿Acaso es tonto,sucio, débil, de mal carácter? Esuna delicia de niño, así es que sólopuede ser por eso; y eso hará quese descubra todo lo demás. Des-pués de todo, es su tío quien tienela culpa. Si dejaba aquí a perso-nas como ésas...

—En realidad no sabía nada deellos. La que tiene la culpa soy yo —dijo la señora Grose, que se habíapuesto muy pálida.

— N o s u f r a u s t e dp o r e s o .

—¡Los niños son los que notienen que sufrir! —contestó.

Estuvimos un momento calla-das y nos miramos la una a la otra:

—¿Entonces qué tengo que de-cirle?

—No necesita decirle nada. Yo selo diré.

— ¿ Q u i e r e u s t e d d e c i rq u e l e e s c r i b i r á ? — p r e g u n -t é ; l u e g o , a l a c o r d a r m e d eq u e n o s a b í a e s c r i b i r , a ñ a -d í — : ¿ C ó m o s e c o m u n i c a nu s t e d e s ?

—Se lo digo al mayordomo. Élsí que sabe escribir.

—¿Y le gustaría que fuese élquien escribiera esta historia?

Mi pregunta, sin que yo me lopropusiera, resultó más [207]sarcástica de lo debido y, pasado unmomento, hizo que la señora Grosese derrumbara. Tenía otra vezlágrimas en los ojos.

— ¡ Ay, s e ñ o r i t a , e s c r i b au s t e d !

—Bueno: esta noche —contestépor fin y, después de eso, nosseparamos.

else—when he’s so clever andbeautiful and perfect? Is hestupid? Is he untidy? Is he infirm?Is he ill-natured? He’sexquisite—so it can be onlyTHAT; and that would open upthe whole thing. After all,» I said,«it’s their uncle’s fault. If he lefthere such people—!»

«He d idn’t r ea l ly in thel e a s t k n o w t h e m . T h ef a u l t ’ s m i n e . » S h e h a dt u r n e d q u i t e p a l e .

«Well, you shan’t suffer,»I answered.

«The children shan’t!» sheemphatically returned.

I w a s s i l e n t a w h i l e ;w e l o o k e d a t e a c h o t h e r .« T h e n w h a t a m I t o t e l lh im?»

«You needn’t tell himanything. I’ll tell him.»

I m e a s u r e d t h i s . « D oy o u m e a n y o u ’ l l w r i t e —? » R e m e m b e r i n g s h ec o u l d n ’ t , I c a u g h tm y s e l f u p . « H o w d o y o uc o m m u n i c a t e ? »

« I t e l l t h e b a i l i f f .H E w r i t e s . »

«And should you like him towrite our story?»

My ques t ion had asarcastic force that I had notfully intended, and it madeher, a f te r a moment ,inconsequently break down. Thetears were again in her eyes.« A h , m i s s , Y O Uw r i t e ! »

«Well—tonight,» I at lastanswered; and on this weseparated.

94

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

[128] Capítulo XVII

A q u e l l a n o c h e , l l e g u é i n c l u -s o a c o m e n z a r l a c a r t a . E l t i e m -p o h a b í a v u e l t o a c a m b i a r ; f u e -r a s o p l a b a e l v i e n t o , y b a j o l al á m p a r a , e n m i c u a r t o , c o n F l o -r a p l á c i d a m e n t e d o r m i d a a m il a d o , e s t u v e l a r g o r a t o s e n t a d aa n t e e l p a p e l e n b l a n c o , e s c u -c h a n d o e l b a t i r d e l a l l u v i a y l a sr a c h a s d e l v e n d a v a l . F i n a l m e n -t e s a l í c o n u n a v e l a e n l a m a n o ;a t r a v e s é e l c o r r e d o r y e s c u c h éu n o s i n s t a n t e s j u n t o a l a p u e r t ad e M i l e s . E n m i e t e r n a o b s e -s i ó n , e s p e r a b a o í r a l g ú n r u i d oq u e d e l a t a s e a l g u n a a c t i v i d a ds o s p e c h o s a , y e n s e g u i d a c a p t éu n o , p e r o n o d e l t i p o q u e h a b í ai m a g i n a d o . S u v o z t i n t i n e ó a lo t r o l a d o d e l a p u e r t a .

— ¡ A n d a , e n t r a !¡ Q u é a l e g r í a e n m e d i o d e t a n -

t a o s c u r i d a d !

Entré con mi candelabro y lo en-contré en la cama, completamentedespierto, aunque muy tranquilo.

—Pero, bueno, ¿qué hacías ahí? —me preguntó, y lo hizo con tanta gracia,con una actitud tan sociable, que se meocurrió pensar que la señora Grose, dehaber estado presente, habría buscadoen vano una prueba de que «todo habíaterminado entre nosotros».

Me aproximé a él con mi vela.— ¿ C ó m o s u p i s t e q u e e s -

t a b a a h í ?

— P u e s p o r q u e t e o í , e s t ác l a r o . ¿ C r e í a s q u e n o h a c í a sr u i d o ? ¡ S i e r e s c o m o u n e s c u a -d r ó n d e c a b a l l e r í a ! — d i j o r i e n -d o d e l i c i o s a m e n t e .

—Entonces, ¿no estabas dormido?

— ¡ N o m u c h o ! E s t a b a a q u ítumbado , pensando .

[129] Con toda intención, había po-sado mi candelabro a cierta distancia, yluego, cuando él me tendió amistosa-mente la mano, la tomé entre las mías yme senté en el borde de la cama.

—¿Y en qué pensabas? —pregunté.

—¿En qué iba a se r , que r ida ,s ino en t i ?

— ¡ Va y a ! E s u n o r g u l l o p a r am í s e r e l o b j e t o d e t u s p e n s a -m i e n t o s , p e r o h u b i e s e p r e f e r i d oq u e d u r m i e r a s .

XVII

Esa misma noche llegué, en efec-to, a escribir el párrafo inicial. Eltiempo había vuelto a cambiar, so-plaba un fuerte viento, y debajo dela lámpara de mi habitación, conFlora que dormía apaciblemente ami lado, permanecí sentada duran-te largo rato ante una hoja de pa-pel en blanco y escuchando el re-piqueteo de la lluvia sobre los cris-tales de las ventanas. Finalmente,cogí una vela y salí del cuarto.Atravesé el pasillo y pegué el oídoante la puerta de Miles. Lo que, enmi constante obsesión, había espe-rado escuchar, era un sonido reve-lador de que el niño no estaba dur-miendo. De pronto capté uno, perono revestía la forma que había es-perado. Su voz tintineó: —¿Es usted? Entre, por favor. Fue una nota de alegría en mediode las tinieblas.

Entré , pues, con mi vela ylo encontré ya acostado, perocompletamente despier to . —¿Qué hace, levantada a estahora? —me preguntó con una cor-dialidad que me hizo pensar que, sila señora Grose hubiera estado pre-sente, habría buscado en vano unaprueba de que entre Miles y yo todohabía terminado.

Me incliné sobre él con mi vela. —¿Cómo supiste que estaba yoallí?

—Bueno, la oí, desde luego.¿Imagina acaso que no hace nin-gún ruido? ¡Si parece un escua-drón de caballería! —y se echó areír alegremente.

—Entonces, ¿no dormías?

—No. Me gusta tenderme en lacama y pensar.

Dejé la vela en la mesillade noche y luego, como metendía una mano amistosa, mesenté en el borde de la cama. —¿Y se puede saber en quépiensas? —le pregunté.

—¿Podría pensar en otra cosa, que-rida, que no fuera en usted?

— ¡ A h , m e e n o r g u l l e c ec o n o c e r e s a p r e f e r e n c i a !P e r o y o p r e f e r i r í a q u e d u r-mie r a s .

XVII

AQUELLA noche , no h icem á s q u e e m p e z a r . H a b í ac a m b i a d o e l t i e m p o , h a c í am u c h o v i e n t o y, e n m i c u a r-t o , a l a l u z d e l a l á m p a r a , ycon F lo ra do rmida a mi l ado ,e s t u v e m u c h o t i e m p o s e n t a -d a a n t e u n a h o j a d e p a p e l e nb l a n c o , e s c u c h a n d o e l r u i d od e l a l l u v i a y l a s r á f a g a s d ev i e n t o q u e a z o t a b a n l a v e n -t a n a . P o r f i n a c a b é p o r c o -g e r u n a v e l a y s a l i r ; c r u c é e lp a s i l l o y m e p a r é a l a p u e r t ad e l c u a r t o d e M i l e s . L o q u em e h a b í a e m p u j a d o a h a c e r-lo e ra mi e t e rna obses ión poro í r a l g u n a s e ñ a l d e q u e n od o r m í a , y l a o í , p e r o n o e nl a f o r m a q u e e s p e r a b a .

—Ya sé que está ahí, entre.Su voz fue una alegría en medio

de la tristeza.

Entré con mi vela, y le encontréen la cama, completamente despier-to, pero muy tranquilo.

—Pero ¿qué está usted hacien-do? —preguntó con una gracia yun buen humor que me hizo pen-sar que, de haber estado allí la se-ñora Grose, no habría podidoencontrar ninguna prueba de quehabía algo que no iba bien.

Me acerqué a él con la vela en la mano:—¿Cómo has sabido que esta-

ba ahí?

— P u e s p o r q u e l a h eo í d o . ¿ S e i m a g i n a q u e n oh a c e r u i d o ? P a r e c e u n e s -c u a d r ó n d e c a b a l l e r í a —d i j o r i e n d o .

—Entonces, ¿no estabas dormido?

—No mucho. Estaba despierto,pensando.

Yo había dejado a propósito lavela a cierta distancia, y luego, al verque me tendía cariñosamente la mano,me había sentado al borde de la cama.

—¿Y en qué e s t abas pen-sando? —pregun té .

[208] —¿En qué iba a pensarmás que en usted?

— M e s i e n t o m u y o r g u -l l o s a a l o í r l o , p e r o p r e -f e r i r í a q u e e s t u v i e s e sd o r m i d o .

XVII

I went so far, in the evening,as to make a beginning. Theweather had changed back, agreat wind was abroad, andbeneath the lamp, in my room,with Flora at peace beside me,I sat for a long time before ablank sheet of paper andlistened to the lash of the rainand the batter of the gusts.Finally I went out, taking acandle; I crossed the passageand l is tened a minute a tMiles’s door. What, under myendless obsession, I had beenimpelled to listen for was somebetrayal of his not being at rest,and I presently caught one, butnot in the form I had expected.H i s v o i c e t i n k l e d o u t .«I say, you there—come in.»I t w a s a g a i e t y i n t h eg loom!

I went in with my light andfound him, in bed, very wideawake, but very much at his ease.«Well, what are YOU up to?»he asked with a grace ofsociability in which it occurredto me that Mrs. Grose, had shebeen present, might havelooked in vain for proof thatanything was «out.»

I stood over him with mycandle. «How did you know I wasthere?»

«Why, of course I heardyou. Did you fancy you madeno noise? You’re like a troopof cavalry!» he beautifullylaughed.

«Then you weren’t asleep?»

«Not much! I lie awakeand think.»

I had put my candle,designedly, a short way off, andthen, as he held out his friendlyold hand to me, had sat down onthe edge of his bed. «What is it,»I asked, «that you think of?»

«What in the world, my dear,but YOU?»

«Ah, the pride I take in yourappreciation doesn’t insist onthat! I had so far rather youslept.»

95

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

—Bueno, ¿sabes?, también he estadopensando en ese problema nuestro tan raro.

Me l lamó la a tención e l f rescorde su mano, pequeña y f i rme.

—¿Qué problema tan raro es ese, Miles?

—Pues la forma en que me estáseducando. ¡Y todo lo demás!

C o n t u v e e l a l i e n t o d u r a n -t e u n o s i n s t a n t e s , y m e b a s t ól a p a r p a d e a r t e l u z d e l a v e l ap a r a v e r c ó m o m e s o n r e í a M i -l e s d e s d e s u a l m o h a d a .

— ¿ Q u é q u i e r e s d e c i r c o n« todo lo demás»?

—¡Vamos, tú ya lo sabes!

Durante un minuto me quedé muda,aunque sentía, mientras aferraba sumano y nuestros ojos continuaban mi-rándose, que con mi silencio no hacíasino confirmar su afirmación. En aquelmomento, es posible que no existiese entodo el ámbito de lo real nada más fan-tástico que aquella relación nuestra.

—Desde luego, volverás al cole-gio, si es eso lo que te preocupa —con-testé—. Pero no a tu antiguo colegio;debemos buscar o t ro , o t ro mejor.¿Cómo iba a saber yo que te inquieta-ba tanto este asunto si nunca me lohabías dicho, si ni siquiera menciona-bas el tema? —Su claro rostro atento,enmarcado en la suave blancura de sutez, me pareció por un momento tanatractivo como el de un pequeño pa-ciente melancól ico en un hospitalinfantil ; y, al percibir aquella seme-janza, habría dado todo cuanto po-seía por ser la enfermera o la her-mani ta de la car idad que pudieseayudarle a recobrar la salud. Bue-no, incluso siendo [130] lo que era,¡tal vez lograse ayudarle!—. ¿Sabesque nunca me has dicho ni una pa-labra sobre el colegio? Me ref ieroa tu ant iguo colegio. Nunca lo hasmencionado, ni una sola vez.

Pareció sorprenderse; de nuevo afloróa sus labios aquella encantadora sonrisa.Pero estaba claro que intentaba ganar tiem-po; estaba esperando, pidiendo ayuda.

— ¿ A h , n o ?No era mi ayuda la que busca-

ba. . . ¡Era la de aquel lo que yo ha-bía vis to ya más de una vez!

Algo en su tono y en la expresiónde su rostro me produjo un dolor tanpunzante que fue algo totalmente nue-vo para mí. Resultaba insufrible asis-tir a los esfuerzos de aquella pequeñamente acorralada que, sometida a tan

—Bueno, ¿sabe usted?, tambiénpienso en ese extraño asunto nuestro.

O b s e r v é l a f r i a l d a dd e s u f i r m e m a n i t a . —¿Qué asunto extraño, Miles?

—Bueno, el modo en que me estáeducando. ¡Y todo lo demás!

P o r u n i n s t a n t e s e m ec o r t ó e l a l i e n t o , y e n t o n -c e s , a l a m o r t e c i n a l u z d el a v e l a , v i c ó m o m e s o n -r e í a d e s d e l a a l m o h a d a . —¿A qué te refieres con «todolo demás»?

— ¡Oh, usted lo sabe, lo sabe!

No pude decir nada durante un mi-nuto, aunque sentí, mientras continuá-bamos asidos de las manos y mirán-donos a los ojos, que mi silencio erauna tácita admisión del cargo, y quenada en el mundo real era en esos ins-tantes tan fabuloso como nuestraverdadera relación. —Por supuesto, volverás a laescuela —le dije—, si es eso loque te preocupa. Pero no a lasde antes . . . Debemos buscarotra... una mejor. ¿Cómo iba asaber que este asunto te pre-ocupaba , cuando nunca melo hab ías d icho an tes? Su rostro, atento, enmarcadoen la blancura de la almohada,resultaba tan patético como elde un paciente grave de un hos-pital infantil; y yo hubiera dadotodo lo que poseía en el mundopor ser en verdad la enfermerao la hermana de la caridad quepudiera ayudarlo a sanar. Pero,aun como estaban las cosas, talvez pudiera ser útil... —Nunca t e o í dec i r unasola palabra sobre tu escue-la; nunca hicis te mención deel la para nada.

Pareció sorprenderse; seguíasonriendo encantadoramente,pero era evidente que lo que seproponía era ganar tiempo. —¿Nunca lo hice? ¿De veras? No, no me estaba reservado a míayudarle; quien lo haría sería el es-pectro que había yo visto.

Algo en su tono y en la expresiónde su rostro impresionódolorosamente mi corazón; sentí unlatido de dolor como nunca antes ha-bía sufrido otro; me resultaba intole-rablemente conmovedor presenciar el

—Bueno: pienso también en eseasunto nuestro tan extraño.

Observé que tenía la mano fría.— ¿ Q u é a s u n t o e x t r a ñ o e s

é s e , M i l e s ?

—Pues la forma en que me educausted. ¡Y todo lo demás!

C o n t u v e u n m o m e n t o l ar e s p i r a c i ó n y, a p e s a r d e l op o c o q u e a l u m b r a b a l a v e l a ,p u d e v e r c ó m o m e s o n r e í ad e s d e l a a l m o h a d a .

—¿Qué quieres decir con eso detodo lo demás?

—Ya lo sabe usted, ya lo sabe.

Tardé un minuto en poder decir algo,aunque, mientras le tenía cogido de lamano y seguía mirándole a los ojos, com-prendía que mi silencio era lo mismo queadmitir su acusación, y que en ese mo-mento quizá no hubiera nada en el mun-do real que fuera tan fabuloso como larelación que manteníamos.

—Claro que volverás al cole-gio —dije—, si es eso lo que tepreocupa. Pero no al mismo deantes. Tenemos que encontrarotro, otro que sea mejor. ¿Cómose me iba a ocurrir a mí que eraeso lo que te preocupaba si no hasdicho nunca nada, jamás has ha-blado de eso? —En ese momento,escuchándome, con la caraenmarcada en la blancura de laalmohada, daba tanta pena comoun niño triste en un hospital in-fantil; y, al pensarlo, hubiera dadotodo lo que tenía en el mundo porser la enfermera o la hermana dela caridad que podía haber ayudadoa curarle. Después de todo, a lo me-jor podía ayudar algo yo también—. ¿Sabes que nunca me has dicho niuna palabra de tu colegio..., quierodecir, del antiguo; que nunca hashablado para nada de él?

Pareció sorprendido; no dejaba desonreír con la misma dulzura, pero seveía que quería ganar tiempo; es-peraba, pedía ayuda.

—¿No he hablado nunca?[209] No e ra yo qu ien de -

b ía ayuda r l e , s ino l a cosa al a que me en f ren taba .

El tono en que lo di jo y laexpres ión de su ca ra me h i -c i e r o n s e n t i r u n d o l o r t a nfuerte como nunca había sen-t ido; era conmovedor ver ques u p e q u e ñ o c e r e b r o e s t a b a

«Well, I think also, you know,of this queer business of ours.»

I m a r k e d t h e c o o l n e s so f h i s f i rm l i t t l e hand . «Ofwhat queer business, Miles?»

«Why, the way you bring meup. And all the rest!»

I fairly held my breath aminute, and even from myglimmering taper there waslight enough to show how hesmiled up at me from his pillow.«What do you mean by allthe rest?»

«Oh, you know, you know!»

I could say nothing for aminute, though I felt, as I held hishand and our eyes continued tomeet, that my silence had all theair of admitting his charge andthat nothing in the whole worldof reality was perhaps at thatmoment so fabulous as our actualrelation. «Certainly you shall goback to school,» I said, «if it bethat that troubles you. But not tothe old place—we must findanother, a better. How could Iknow it did trouble you, thisquestion, when you never told meso, never spoke of it at all?» Hisclear, listening face, framed in itssmooth whiteness, made him forthe minute as appealing as somewistful patient in a children’shospital; and I would have given,as the resemblance came to me,all I possessed on earth really tobe the nurse or the sister ofcharity who might have helped tocure him. Well, even as it was, Iperhaps might help! «Do youknow you’ve never said a wordto me about your school— I meanthe old one; never mentioned itin any way?»

He seemed to wonder; hesmiled with the same loveliness.But he clearly gained time; hewaited, he called for guidance.«H a v e n ’ t I ? » I tw a s n ’ t f o r M E t o h e l ph i m — i t w a s f o r t h et h i n g I h a d m e t !

Something in his tone and theexpression of his face, as I gotthis from him, set my heart achingwith such a pang as it had neveryet known; so unutterablytouching was it to see his little

[Hermana de la caridad: Religiosa de la congregación fondada por san Vicente de Paúl en 1633, para la asistencia benéfica en hospitales, asilos hospicios, etcétera.]

96

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

poderosos influjos, aún se esforzaba,con los menguados recursos que lequedaban, en reunir un poco de ino-cencia para parecer coherente.

— N o , n u n c a h a s h a b l a d o d eel lo. Ni una sola vez desde que l le-gaste . No me has mencionado ni auno solo de tus profesores, ni a unosolo de tus compañeros, ni una solaa n é c d o t a r e l a c i o n a d a c o n e l c o -l e g i o . N o , M i l e s ; n u n c a m e h a sdado ni e l menor indic io de lo quehaya podido sucederte al l í . Por lotanto , no debes ext rañar te de queme encuentre to ta lmente «a oscu-ras». Hasta esta mañana, cuando mesa l i s t e con e s to , nunca , desde e lmomen to en que nos conoc imos ,habías hecho la menor referencia atu vida pasada. Parecías estar muya gusto con tu presente. —Aunquepueda parecer extraordinario, esta-b a t a n c o n v e n c i d a d e s u s e c r e t a«precocidad» (por l lamar de algúnmodo a aquella venenosa influenciaque apenas me atrevo a nombrar ensus justos términos), que, a pesar deuna leve sombra de confusión inte-r ior que por pr imera vez notaba enél , lo seguía viendo tan accesiblecomo a una pe r sona adu l t a e i n -t e l i g e n t e , p o r l o q u e l o t r a t a b acomo a un igual—. Yo creí que que-r ías seguir como hasta ahora.

[131] Me pareció que se sonro-j a b a l i g e r a m e n t e . E n t o d o c a s o ,meneó lánguidamente la cabeza deun lado a o t ro , como un convale-c ien te que empieza a fa t igarse .

—No.. . No quiero. Quiero sal i rde aquí .

—¿Estás cansado de Bly?

—Oh, no, me encanta Bly.

—¿Entonces?

—Bueno, tú sabes las necesidadesde un chico.

P e n s é q u e n o l o s a b í a t a nb i e n c o m o M i l e s , y t r a t é d e r e -f u g i a r m e e n o t r o a r g u m e n t o .

— ¿ Q u i e r e s i r c o n t u t í o ?

M e m i r ó c o n d u l c e i r o n í a yv o l v i ó a n e g a r l e n t a m e n t e c o n l ac a b e z a s o b r e l a a l m o h a d a .

—¡Ay, esa no es la forma de quitartetodo esto de encima!

M e q u e d é s i n s a b e r q u é d e -c i r ; c r e o q u e e s t a v e z f u i y o l aq u e c a m b i ó d e c o l o r .

— ¡ C a r i ñ o , y o n o q u i e r o

trabajo de su cerebro desconcertado, susescasos recursos puestos en tensión, lu-chando entre su inocencia y la perversi-dad que le había sido inoculada. —No... nunca, desde que lle-gaste a Bly. Nunca has mencio-nado a uno solo de tus maes-tros, ni a ningún camarada;nada, en fin, de lo que te suce-dió en la escuela. Nunca, pe-queño Miles, no, nunca has alu-dido ni siquiera de paso a lo queha podido ocurrirte allí. Porconsiguiente, te podrás imagi-nar cuán a oscuras me encuen-tro. Hasta que me lo dijiste estamañana, no habías hecho, des-de el primer momento en que tevi, ninguna referencia a tu vidaanterior. Me pareció que acep-tabas perfectamente el presente. Era extraordinario ver cómo miabsoluta convicción de su secretaprecocidad (o de cualquier mane-ra como llamara yo al veneno deuna influencia que apenas meatrevía a mencionar) le hacían pa-recer, a pesar de su confusión, tanaccesible como cualquier adulto,obligándome a tratarlo como auna persona mayor e intelectual-mente como a un igual. —Pensé que deseabas continuarcomo hasta ahora.

Me sorprendió que, al oír estas úl-timas palabras, su rostro se colorearaligeramente. De todos modos, sacu-dió levemente la cabeza como un con-valeciente que empezara a fatigarse. —No es ..... no es así... Quiero sa-lir de aquí.

—¿Estás cansado de Bly?

—No, me gusta Bly.

—¿Entonces...?

—¡Oh, usted sabe bien lo que unchico necesita!

Tuve la impresión de que nolo sabía tan bien como Miles;busqué un subterfugio. —¿Quieres ir con tu tío?

De nuevo, con su bel lo eirónico rostro, hizo un movi-miento sobre la almohada. —¡Ah, no puede usted librarse deeso!

Permanecí un momento ensilencio. En ese momento fuiyo quien cambió de color. — Q u e r i d o , n o p r e t e n d o

desconcertado, y echaba manod e t o d o s s u s r e c u r s o s p a r amantener un aire de inocenciaen esos momentos de apuro.

—No, nunca, desde el díaen que vo lv i s t e . No has ha -blado nunca de alguno de tusprofesores, de tus compañeros,de cualquier cosa que te hubie-ra pasado en e l colegio . No,Miles; nunca, nunca me has de-jado ni siquiera adivinar algode lo que podía haber ocurri-do al l í . Por tanto, ya puedessuponer que no tengo ni idea.Hasta esta mañana, en que sa-l i s te con eso , podr ía deci rseque no has hecho una sola alu-sión a algo de tu vida anterior.Parec ías es ta r muy con ten tocon la si tuación actual. —Eraasombroso ver que el conven-cimiento que tenía de su se-creta precocidad (o como pue-da l lamarle al veneno de unainfluencia que apenas me atre-vía a mencionar) podía hacer-le parecer, a pesar de esas le-ves muestras de desazón, tanacces ib l e como una pe r sonamayor, le conver t ía , in te lec-tualmente, casi en un igual—.Yo creí que querías continuarcomo hasta ahora.

M e e x t r a ñ ó q u e a l o í r e s os e p u s i e r a u n p o c o c o l o -r a d o . M o v i ó u n p o c o l a c a -b e z a , c o m o u n c o n v a l e c i e n -t e q u e e s t á a l g o c a n s a d o :

—No, no quiero; no quiero. Loque quiero es irme.

—¿Estás cansado de Bly?

—No, me gusta Bly.

—¿Entonces?

—¡Ya sabe usted lo que quiereun chico!

Tuve la impresión de que no losabía tan bien como Miles, y procuréde momento ponerme a cubierto:

—¿Quieres irte con tu tío?

A l o í r e s o , c o n l a m i s m ac a r a d e g u a s a , s e m o v i ó u np o c o e n l a a l m o h a d a :

—¡No se puede quitar eso de lacabeza!

[210] Tardé un poco en con-testar, y creo que entonces fuiyo la que se puso colorada:

— S i e s q u e n o q u i e r o

brain puzzled and his littleresources taxed to play, under thespell laid on him, a part ofinnocence and consistency. «No,never—from the hour you cameback. You’ve never mentioned tome one of your masters, one ofyour comrades, nor the least littlething that ever happened to youat school. Never, little Miles—no, never—have you given me aninkling of anything that MAYhave happened there. Thereforeyou can fancy how much I’m inthe dark. Until you came out, thatway, this morning, you had, sincethe first hour I saw you, scarceeven made a reference toanything in your previous life.You seemed so perfectly toaccept the present.» It wase x t r a o r d i n a r y h o w m yabsolute convict ion of hissecret precocity (or whateverI might call the poison of aninf luence that I dared buthalf to phrase) made him, inspite of the faint breath of hisinward t rouble , appear asa c c e s s i b l e a s a n o l d e rperson—imposed him almosta s a n i n t e l l e c t u a l e q u a l .« I thought you wanted to goon as you are.»

It struck me that at this hejust faintly colored. He gave,at any rate, like a convalescentslightly fatigued , a l a n g u i ds h a k e o f h i s h e a d . « Idon’t—I don’t. I want to getaway.»

«You’re tired of Bly?»

«Oh, no, I like Bly.»

«Well, then—?»

«Oh, YOU know what a boywants!»

I fe l t tha t I d idn’t knows o w e l l a s M i l e s , a n d It o o k t e m p o r a r y r e f u g e .«You want to go to your uncle?»

Again, at this , with hissweet ironic face, he made am o v e m e n t o n t h e p i l l o w.«Ah, you can’t get off withthat!»

I w a s s i l e n t a l i t t l e ,a n d i t w a s I , n o w , It h i n k , w h o c h a n g e d c o -l o r . « M y d e a r , I d o n ’ t

97

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

q u i t a r m e e s t o d e e n c i m a !

—¡No puedes, aunque quieras!¡No puedes! ¡No puedes! —se quedómirándome con sus hermosos ojos—. Mi tío debe venir y tú tienes quearreglarlo todo con él.

—Y si lo hacemos así —repliqué,recobrándome un poco—, puedes es-tar seguro de que conseguirás salir deaquí.

—¡Pues claro! ¿Es que no en-t iendes que todo lo que estoy ha-c i endo e s pa ra e so? Tendrás quecontárselo todo.. . , la forma en quehas descuidado este asunto.. . ¡Vas atener mucho que contarle!

E l t ono t r iun fa l con que d i joes to ú l t imo me impulsó , no sé porqué , a ser más d i rec ta con é l .

—¿Y tú , Mi les? ¿Cuánto vas acontar le tú? Hay muchas cosas queé l quer rá preguntar te .

Se quedó pensativo.— S í , e s p r o b a b l e . P e r o

¿ q u é c o s a s ?

— E s a s c o s a s q u e n u n c a m eh a s d i c h o . Q u e r r á s a b e r a q u éa t e n e r s e a n t e s d e t o m a r u n a d e -c i s i ó n . N o p u e d e e n v i a r t e a lm i s m o c o l e g i o . . .

[132] —¡Yo no quiero volver almismo colegio! —protestó—. Quie-ro un terr i tor io nuevo.

L o d i j o c o n a d m i r a b l e s e r e -n i d a d , c o n f r a n c a e i n o c e n t ea l e g r í a ; f u e t a l v e z e s e m a t i z l oq u e m e h i z o v i s l u m b r a r , p o rc o n t r a s t e , e l p a t e t i s m o d e s ut r á g i c o d e s t i n o , s u p r o b a b l e r e -g r e s o , d e s p u é s d e t r e s m e s e s e ne l n u e v o c o l e g i o , m á s b r a v u c ó ny d e s h o n r a d o q u e n u n c a . M es e n t í a b r u m a d a a l c o m p r e n d e rq u e n o s e r í a c a p a z d e s o p o r t a ra q u e l l o , y n o p u d e r e p r i m i r p o rm á s t i e m p o m i s e m o c i o n e s . M ea r r o j é s o b r é é l y l o a b r a c é c o nt e r n u r a y c o m p a s i ó n .

— ¡ M i p e q u e ñ o M i l e s ! ¡ P e -q u e ñ o y q u e r i d o M i l e s !

M i r o s t r o e s t a b a j u n t o a ls u y o , y e l d e j ó q u e l o b e -s a r a , t o m á n d o s e l o c o n i n -d u l g e n t e b u e n h u m o r .

—¿Y ahora qué pasa, «abuelita»?

— ¿ N o h a y n a d a . . . , n a d aq u e q u i e r a s d e c i r m e ?

querer l ibrarme de eso.

—Aunque quisiera, no podría.¡No podría, no podría! —repitióalegremente—. Mi tío debe venira Bly, y usted debe arreglar las co-sas para que eso ocurra.

—Si lo hacemos —respondí concierta vivacidad—, puedes estarseguro que será para sacarte deaquí.

—Muy bien. ¿No comprendeque eso precisamente es lo queestoy deseando? Tendrá que de-cirle lo que hasta ahora ha ca-llado. ¡Tendrá que decirle unaenorme cantidad de cosas!

La pasión con que dijo aquellome ayudó en ese momento a ha-cerle frente con mayor firmeza. —¿Y cuán tas t endrás quecon t a r l e t ú ? Te p r e g u n t a r ác i e r t a s cosas .

M e d i t ó u n m i n u t o . —Es muy probable. ¿Cuáles,por ejemplo?

—Las que nunca me has dicho.Tendrá que saberlas para quepueda decidir qué hacer contigo.No podrá enviarte de nuevo a lamisma escuela...

—¡Tampoco yo quiero volver!—estalló—. Deseo que me man-de a un nuevo lugar.

H a b l a b a c o n a d m i r a b l es e r e n i d a d , c o n p o s i t i v a ya b i e r t a a l e g r í a ; e , i n d u d a -b l e m e n t e , f u e e s o l o q u emás me h izo evocar la anor-m a l t r a g e d i a i n f a n t i l d e s upos ib le reapar ic ión , a l cabod e u n o s t r e s m e s e s , c o ntoda su bravuconer ía y auncon más de shono r enc ima .Me abrumó descubrir que era yo in-capaz de soportarlo. M e r e c o s t é e n l a a l m o -h a d a y, e n l a t e r n u r a d em i c o m p a s i ó n , l o a b r a c é . — ¡ M i q u e r i d o , m ip e q u e ñ o M i l e s ! Mi rostro estaba sobre el suyo,y permitió que lo besara, acep-tando aquel arrebato con indul-gente buen humor. —¿Y eso, querida?

—¿No hay nada... nada en ab-soluto que desees decirme?

q u i t á r m e l o .

—Es que no puede, aunquequiera. ¡No puede, no puede! —Se quedó mirándome—. Mi tíotiene que venir aquí, y tienen quesolucionar las cosas.

—Si lo hacemos —contesté unpoco más animada—, puedes estarseguro de que será para llevarte muylejos.

— ¿ N o c o m p r e n d e q u ee s o e s p r e c i s a m e n t e l o q u ey o p r e t e n d o ? Te n d r á q u ed e c i r l e p o r q u é s e h a c a l l a -d o : v a a t e n e r q u e d e c i r l eu n m o n t ó n d e c o s a s .

L a a l e g r í a c o n q u e d i j oe s o m e a y u d ó , d e m o m e n t o ,a p o n e r m e a s u a l t u r a :

—¿Y cuántas cosas vas a tener quedecirle tú, Miles? Hay cosas que éltambién tendrá que preguntarte.

________________—Es muy probable. Pero ¿qué

cosas?

— L a s c o s a s q u e n u n c am e h a s c o n t a d o a m í . P a r ad e c i d i r q u é e s l o q u e h a c ec o n t i g o . N o p u e d e v o l v e r am a n d a r t e . . .

—Si yo no quiero volver —me interrumpió—. Quiero cam-biar de aires.

Lo dijo con una tranquili-dad admirable, con verdaderaalegría; y fue sin duda eso loque me hizo ver el dolor y latragedia que suponía para unniño estar expuesto a tener quevolver al cabo de tres meses,con las mismas bravatas y conuna vergüenza todavía mayor.Tuve la impresión de que noiba a ser capaz de soportarlo,y eso hizo que me dejara l le-var de mis sent imientos . Meeché encima de él y le abracéllena de compasión y ternura:

— ¡ M i l e s , m i q u e r i d oM i l e s !

Te n í a l a c a r a p e g a d a a l as u y a , y m e d e j ó q u e l e b e -sa ra , pe ro como s i fue ra só lop a r a t e n e r m e c o n t e n t a :

—¿Qué hay, señora?

— ¿ D e v e r d a d n o q u i e r e sdec i rme nada , nada?

w a n t t o g e t o f f ! »

«You can’t, even if you do.You can’t, you can’t!»— he laybeautifully staring. «My unclemust come down, and you mustcompletely settle things.»

«If we do,» I returned withsome spirit, «you may be sureit will be to take you quiteaway.»

«Well, don’t you understandthat that’s exactly what I’mworking for? You’ll have to tellhim—about the way you’ve letit all drop: you’ll have to tellhim a tremendous lot!»

The exultation with which heuttered this helped me somehow,for the instant, to meet him rathermore. «And how much will YOU,Miles, have to tell him? There arethings he’ll ask you!»

H e t u r n e d i t o v e r .« V e r y l i k e l y . B u tw h a t t h i n g s ? »

« T h e t h i n g s y o u ’ v en e v e r t o l d m e . To m a k eu p h i s m i n d w h a t t o d ow i t h y o u . H e c a n ’ t s e n dy o u b a c k — »

«Oh, I don’t wan t t o gob a c k ! » h e b r o k e i n . « Iwan t a new f i e ld .»

He said it with admirableserenity, with positiveunimpeachable gaiety; anddoubtless it was that very notethat most evoked for me thepoignancy, the unnatural childishtragedy, of his probablereappearance at the end of threemonths with all this bravado andstill more dishonor. Itoverwhelmed me now that Ishould never be able to bear that,and it made me let myself go. Ithrew myself upon him and inthe tenderness of my pity Iembraced him. «Dear little Mi-les, dear little Miles—!»

My face was close to his,a n d h e l e t m e k i s s h i m ,s i m p l y t a k i n g i t w i t hi n d u l g e n t g o o d h u m o r.«Well , old lady?»

«Is there nothing—nothing atall that you want to tell me?»

bravuconada

98

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

S e g i r ó u n p o c o h a c i a l ap a r e d y l u e g o , a l z a n d o u n am a n o , s e q u e d ó m i r á n d o l a ,c o m o h a c e n a m e n u d o l o sn i ñ o s e n f e r m o s .

— Ya t e l o h e d i c h o . . . Te l od i j e e s t a m a ñ a n a .

¡Me daba tanta lástima!—Así pues, ¿solo quieres que deje de

molestarte?

S e v o l v i ó a m i r a r m e , c o m os i q u i s i e r a m o s t r a r m e q u ea p r e c i a b a m i c o m p r e n s i ó n .

—Quiero que me dejes en paz —repu-so con suavidad.

Había una extraña dignidad en suréplica, algo que me hizo liberarlo deentre mis brazos y ponerme en pie, aun-que en seguida volví a inclinarme juntoa su cama. Dios sabe que no era mi in-tención atormentarlo, pero me parecióque darle la espalda en aquel momentoera abandonarlo a su suerte, o, por de-cirlo con más claridad, perderlo.

—Ya he comenzado la carta que voya enviarle a tu tío —dije.

—¡Bueno, pues termínala!

Esperé unos instantes.—¿Qué pasó antes?

[134] Alzó de nuevo sus ojos hacia mí.—¿Antes de qué?

— A n t e s d e q u e r e g r e s a r a sa B l y . Y a n t e s d e q u e f u e r a sa l c o l e g i o .

S e q u e d ó c a l l a d o d u r a n t e a l -g ú n t i e m p o , a u n q u e s i n a p a r t a rs u s o j o s d e m í .

—¿Que qué pasó?

C r e í n o t a r p o r v e z p r i m e r a ,e n e l l e v e t e m b l o r d e s u v o z , u nc i e r t o r e c o n o c i m i e n t o d e s uc u l p a b i l i d a d , y n o p u d e a g u a n -t a r m á s : c a í d e r o d i l l a s j u n t o as u c a m a y m e a f e r r é c o n t o d a sm i s f u e r z a s a a q u e l l a ú l t i m ao p o r t u n i d a d d e r e t e n e r l o .

—¡Mi pequeño, mi pequeño y queri-do Miles! ¡Si supieras cuánto deseo ayu-darte! Es todo lo que quiero, nada más queeso. Preferiría morir antes que hacerte dañoo causarte el más leve sufrimiento. Prefe-riría morir antes de tocarte un cabello. ¡Mipequeño y querido Miles! —Decidí soltartodo lo que tenía dentro, aunque sabía queestaba yendo demasiado lejos—. ¡Soloquiero que me ayudes a salvarte!

Pero un momento después com-

Se volvió un poco hacia elotro lado, clavando la mirada enla pared y levantando una manoy mirándola después, como ha-cen a veces los niños enfermos. — Ya s e l o h e d i c h o . . .S e l o d i j e e s t a m a ñ a n a .

Me inspiró un gran dolor. —¿Que no quieres que te mo-leste más?

Volvió a mirar en derredor suyo,como en reconocimiento de que lehabía comprendido bien; luego aña-dió, con la misma cortesía de siempre: —Que me deje solo.

Pronunció aquellas palabras concierta dignidad, y yo me puse depie lentamente, dispuesta a mar-charme. Dios sabía que nunca ha-bía querido importunarlo con mipresencia, pero sentí que al darlela espalda lo estaba yo abando-nando, que lo estaba, para decir-lo con más exactitud, perdiendo. —He empezado a escribir una car-ta a tu tío.

—¡Bueno, termínela entonces!

Esperé un minuto. —¿Qué sucedió antes?

Me volvió a mirar fijamente. —¿Antes de qué?

—¿Antes de que regresaras de laescuela? ¿Y antes, antes de que temarcharas a ella?

Permaneció un buen rato ensilencio, sin dejar de mirarme.Finalmente murmuró... —¿Qué sucedió?

E l s o n i d o d e s u s p a l a -b r a s , e n q u e p o r p r i m e r av e z m e p a r e c i ó d e s c u -b r i r c i e r t o t o n o d e i n s e -g u r i d a d , m e h i z o c a e r d er o d i l l a s a s u l a d o y t r a -t a r u n a v e z m á s d e a p o -d e r a r m e d e é l . —¡Mi querido, mi pequeñoMiles, si supieras cuánto deseoayudarte! Es sólo eso, sólo eso;preferiría morir antes de hacer-te daño o molestarte... Me mo-riría antes de tocarte un cabello.Mi pequeño Miles... —y esta-llé, aun pensando que había idodemasiado lejos—, ¡sólo quie-ro que me ayudes a salvarte! S í , h ab í a i do demas i ado

S e v o l v i ó u n p o c oh a c i a l a p a r e d , l e v a n t óu n a m a n o y s e l a m i r óc o m o h a c e n a v e c e s l o sn i ñ o s e n f e r m o s :

—Ya se lo he d i cho , s e l od i j e e s t a mañana .

¡Qué pena me dio![211] —¿Que lo único que quie-

res es que no te moleste?

Volvió a mirarme, como siagradeciera que le hubiese en-tendido, y luego, con más dul-zura que nunca, di jo:

—Que me deje en paz.

Había incluso cierta dignidad enla forma de decirlo, algo que me hizosoltarle, aunque no moverme de sulado cuando ya me había levantado.Bien sabe Dios que no quería ator-mentarle, pero comprendía que sólovolverle la espalda en ese momentoera abandonarle o, para decirlo conmás exactitud, perderle.

—Acabo de empezar a escribiruna carta a tu tío —dije.

—Pues termínela.

Esperé un momento:—¿Qué fue lo que pasó antes?

Volvió a mirarme:—¿Antes de qué?

— A n t e s d e q u e v o l v i e -r a s . A n t e s d e q u e t e m a r -c h a r a s .

D u r a n t e u n r a t o g u a r d ós i l e n c i o , p e r o s i n d e j a r d em i r a r m e a l o s o j o s :

—¿Que qué pasó?

El sonido de esas palabras,en las que por pr imera vez mepareció ver una pequeña vaci-lación, una señal de que podíaceder, me hizo caer de rodil lasjunto a su cama, y agarrarmeuna vez más a la posibi l idadde no perder le :

—¡Querido Miles, querido Miles,si supieras cómo quiero ayudarte! Essólo eso, nada más que eso, y preferi-ría morirme antes que causarte algu-na pena o hacerte algún daño. Memoriría antes de tocarte ni un solopelo. Mi querido Miles —se lo dije,en ese momento, aunque temiera irdemasiado lejos—, lo único que quie-ro es que me ayudes a salvarte.

Pero no tardé ni un minuto

H e t u r n e d o ff a l i t t l e ,f a c i n g r o u n d t o w a r d t h ew a l l a n d h o l d i n g u p h i shand to look at as one hads e e n s i c k c h i l d r e n l o o k .«I’ve told you—I told youthis morning.»

Oh, I was sorry for him! «Thatyou just want me not to worryyou?»

H e l o o k e d r o u n d a t m en o w, a s i f i n r e c o g n i t i o no f m y u n d e r s t a n d i n gh i m ; t h e n e v e r s o g e n t l y,«To let me alone,» he replied.

There was even a singularlittle dignity in it, something thatmade me release him, yet, whenI had slowly risen, linger besidehim. God knows I never wishedto harass him, but I felt thatmerely, at this, to turn my backon him was to abandon or, toput it more truly, to lose him.«I’ve just begun a letter to youruncle,» I said.

«Well, then, finish it!»

I waited a minute. «Whathappened before?»

He gazed up at me again.«Before what?»

« B e f o r e y o u c a m eb a c k . A n d b e f o r e y o uw e n t a w a y . »

F o r s o m e t i m e h e w a ss i l e n t , b u t h e c o n t i n u e dt o m e e t m y e y e s . « W h a th a p p e n e d ? »

It made me, the sound of thewords, in which it seemed to methat I caught for the very firsttime a small faint quaver ofconsenting consciousness—itmade me drop on my kneesbeside the bed and seize oncemore the chance of possessinghim. «Dear little Miles, dear littleMiles, if you KNEW how I wantto help you! It’s only that, it’snothing but that, and I’d ratherdie than give you a pain or do youa wrong— I’d rather die than hurta hair of you. Dear little Miles»—oh, I brought it out now even if ISHOULD go too far—»I justwant you to help me to save you!»But I knew in a moment after this

99

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

prendí que, en efecto, había ido dema-siado lejos. La respuesta a mis súpli-cas fue instantánea, pero llegó bajo laforma de un extraño escalofrío, unaráfaga de aire helado y una repentinasacudida que hizo temblar todo el cuar-to, como si el huracanado viento hu-biese quebrado las ventanas. El niñolanzó un agudo chillido que quedó aho-gado en el estruendo circundante, demodo que, a pesar de lo cerca de él queme encontraba, no pude distinguir siera un grito de júbilo o de terror. Melevanté de un salto y me di cuenta deque todo estaba oscuro. Y así perma-necimos durante unos instantes inter-minables, mientras yo comprobaba conespanto que las cortinas permanecíancerradas e inmóviles y que las venta-nas seguían cerradas.

— ¡ D i o s m í o , s e h a a p a g a d ol a v e l a ! ________

—¡He sido yo, querida! —dijoMiles—. ¡La he apagado yo!

[135] Capítulo XVIII

Al día siguiente, después de las cla-ses, la señora Grose aprovechó la primeraocasión para preguntarme en voz baja:

—¿Le ha escrito ya, señorita?

—Sí... ya le he escrito.No me pareció oportuno añadir

que, por el momento, la carta, ya se-llada y con la dirección puesta, esta-ba aún en mi bolsillo. Había tiempode sobra para entregarla antes de queel mensajero partiese hacia el pueblo.Mientras tanto, la mañana no podíahaber sido más espléndida y ejemplaren lo que se refiere a mis alumnos.Parecía que se hubiesen propuestocon toda su alma suavizar las recien-tes tens iones . Real izaron las másv e r t i g i n o s a s p r o e z a s a r i t m é t i c a s ,superando con mucho mis modestashabilidades en esa materia, y perpe-traron, con mejor humor que nunca,toda clase de chistes geográficos ehistóricos. Era evidente que Miles seesforzaba en demostrar lo fácil que

l e jos ; lo supe un momentodespués . La respues ta a mis o l i c i t u d f u e i n m e d i a t a ,pero l l egó de le jos y en for -ma de una extraordinaria co-r r i en te he lada y un t embloren e l dormi tor io , tan fuer te ,que parec ía que aque l la co-rr iente de viento lo sacudie-ra todo . E l n iño p rof i r ió ungr i to es t r idente y me resultóimposible saber s i era de jú-bi lo o de ter ror. Me puse enpie de un salto, consciente dela oscuridad. Durante un mo-m e n t o , p e r m a n e c i m o s a s í ,mientras yo miraba a mi a l -rededor y veía que la venta-na cont inuaba cerrada y lascor t ini l las no se movían. —Se ha apagado la vela —ex-clamé.

— ¡ F u i y o q u i e n s o p l ó ,querida! —dijo Miles.

XVIII

Al día siguiente, después de la cla-se, la señora Grose encontró un mo-mento para preguntarme en voz baja: —¿Escribió usted, señorita?

— S í , h e e s c r i t o — p e r on o a ñ a d í q u e l a c a r t a , c e -r r a d a y f r a n q u e a d a , e s t a b aa ú n e n m i b o l s i l l o . Había tiempo suficiente para en-viarla antes de que el mandaderofuera al pueblo. Entretanto, por elcomportamiento de mis pupilos,se hubiera creído que ninguna ma-ñana podía ser más brillante nimás ejemplar. Como si ambos sehubiesen puesto de acuerdo, sinnecesidad de palabras, para elimi-nar cualquier reciente fricción. Seaplicaron maravillosamente en susejercicios de aritmética, superan-do casi mis conocimientos en lamateria, y desempeñaron con másentusiasmo que nunca la represen-tación de algunos personajes his-

e n s a b e r q u e h a b í a i d o d e -masiado lejos. La respuesta aesa súplica mía fue instantánea,pero vino en forma de una ráfa-ga y un frío extraordinarios, unabocanada de aire helado que sa-cudió toda la habitación, comosi el viento hubiese hecho peda-zos la ventana. El niño soltó una la r ido que , en t r e t odos lo sotros ruidos, y a pesar de estartan cerca de él, lo mismo [212]podría haber parecido un gritode alegría que de terror. Me le-vanté de un salto, y me di cuen-ta de que estábamos a oscuras.Estuvimos así un momento, yluego, al mirar a mi alrededor,vi que las cortinas no se movían yque la ventana estaba cerrada.

—¡Se ha apagado la vela! —grité.

—He sido yo el que la ha apagado,querida —contestó Miles.

XVIII

AL día siguiente, después de lasclases, la señora Grose encontró unmomento para preguntarme:

—¿Ha escrito ya, señorita?

—Sí, he escrito.Lo que no dije fue que la car-

ta, cerrada y con las señas pues-tas, continuaba todavía en mi bol-sillo. Habría tiempo de sobra paramandarla antes de que el recade-ro fuera al pueblo. Entretanto, porparte de mis alumnos, no habíahabido otra mañana mejor ni másejemplar que ésa. Era como si losdos se hubieran propuesto borrartodo posible recuerdo de las últi-mas fricciones. En aritmética hi-cieron verdaderas proezas, y seelevaron muy por encima de mismodestos alcances, y en historiay geografía, nuevas demostracio-nes y bromas con mejor humorque nunca. Claro que era fácilver, sobre todo en Miles, un de-

that I had gone too far. Theanswer to my appeal wasinstantaneous, but it came in theform of an extraordinary blastand chill, a gust [ráfaga/arreba-to] of frozen air, and a shake ofthe room as great as if, in the wildwind, the casement had crashedin. The boy gave a loud, highshriek, which, lost in the rest ofthe shock of sound, might haveseemed, indistinctly, though Iwas so close to him, a noteeither of jubilation or of terror.I jumped to my feet again andwas conscious of darkness. Sofor a moment we remained,while I stared about me and sawthat the drawn curtains wereunstirred and the window tight.«Why, the candle’s out!» I thencried.

«I t was I who blew i t ,dear!» said Miles.

XVIII

The next day, after lessons,Mrs. Grose found a moment tosay to me quietly: «Have youwritten, miss?»

«Yes—I’ve written.» But Ididn’t add—for the hour—thatmy letter, sealed and directed,was still in my pocket. Therewould be time enough to sendit before the messenger shouldgo to the village. Meanwhilethere had been, on the part ofmy pupils, no more brilliant,more exemplary morning. Itwas exactly as if they had bothhad at heart to gloss over anyrecent l i t t le fr ict ion. Theyperformed the dizziest feats ofarithmetic, soaring quite out ofMY feeble range, andperpetrated, in higher spiritsthan ever, geographical andhis tor ical jokes . I t wasconspicuous of course in Mi-

100

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

les in part icular that heappeared to wish to show howeasily he could let me down.This child, to my memory,really lives in a setting ofbeauty and misery that nowords can translate; there wasa distinction all his own in everyimpulse he revealed; never wasa small natural creature, to theuninitiated eye all franknessand freedom, a more ingenious,a more extraordinary little gen-tleman. I had perpetually toguard against the wonder ofcontemplation into which myinitiated view betrayed me; tocheck the irrelevant gaze anddiscouraged sigh in which Iconstantly both attacked andrenounced the enigma of whatsuch a little gentleman couldhave done that deserved a pe-nalty. Say that, by the darkprodigy I knew, theimagination of all evil HADbeen opened up to him: all thejustice within me ached for theproof that it could ever haveflowered into an act.

He had never, at any rate,been such a little gentleman aswhen, after our early dinner onthis dreadful day, he came roundto me and asked if I shouldn’t likehim, for half an hour, to play tome. David playing to Saul couldnever have shown a finer senseof the occasion. It was literally acharming exhibition of tact, ofmagnanimity, and quitetantamount to his saying outright:«The true knights we love to readabout never push an advantagetoo far. I know what you meannow: you mean that—to be letalone yourself and not followedup—you’ll cease to worry andspy upon me, won’t keep me soclose to you, will let me go andcome. Well, I ̀ come,’ you see—but I don’t go! There’ll beplenty of time for that. I doreally delight in your society,and I only want to show you thatI contended for a principle.» Itmay be imagined whether Iresisted this appeal or failed toaccompany him again, hand inhand, to the schoolroom. He satdown at the old piano and playedas he had never played; and ifthere are those who think he hadbetter have been kicking afootball I can only say that Iwholly agree with them. For at

le resultaba quedar siempre por en-cima de mí. Aquel niño permanece enmi memoria rodeado de un aura debelleza y miseria que dif íci lmentepuede describirse con palabras; teníauna distinción especial en todo lo quehacía. Un observador inocente habríajurado que era la criatura más since-ra y libre que pudiera existir, y, ade-más, el caballerito más ingenioso einteligente del mundo. Incluso yo te-nía que mantenerme constantementeen guardia para no quedarme mirán-dolo embobada, con aquel los ojosmíos demasiado lúcidos y que a pe-sa r de todo aún me t ra ic ionaban;[136] tenía que reprimir las miradasde desolación y los hondos suspiroscon que alternativamente atacaba yrehuía el enigma: ¿qué habría hechoun muchachito como aquel para me-recer tan terrible castigo? Podía ad-mitir, a causa de los oscuros prodi-gios que ya conocía, que Miles fueracapaz de imaginar cualquier atroci-dad, pero mi sentido de la justicia meimpedía, mientras careciese de prue-bas, aceptar sin más la posibilidad deque en alguna ocasión hubiese pasa-do de la imaginación a los actos.

En todo caso, nunca dio mayoresmuestras de caballerosidad que aqueldía, cuando, después del almuerzo,vino a preguntarme si no me gustaríaoírle tocar el piano durante mediahora. Ni siquiera David, cuando tocópara Saúl,’ mostró mayor sentido dela oportunidad. Fue una auténtica ex-hibición de tacto, de magnanimidad;no hacía falta que hablase, pues consu actitud parecía estarme diciendo:«Los auténticos caballeros, esos queaparecen en los libros, jamás se apro-vechan de la ventaja que han logrado.Sé lo que te propones de ahora en ade-lante: te propones dejarme en paz yno insistir; piensas dejar de espiarmey de molestarme, mantenerte a ciertadistancia y dejarme ir y venir a mi an-tojo. Bueno, ¡ya ves que «vengo», yque no me voy! Ya habrá tiempo paraeso más adelante. Quiero demostrarteque disfruto de verdad en tu compa-ñía, y que, si he defendido mi dere-cho a gozar de mayor libertad, ha sidosolo por una cuestión de principios.»

¿Quién podría haberse resistido asemejante invitación? Yo, en lugar dehacerlo, me apresuré a tomarlo de lamano y dirigirme con él al cuarto deestudio. Se sentó ante el viejo piano ytocó como jamás había tocado; y si al-guien opina que mejor habría sido paraun niño de su edad estar dándole pata-das [137] a una pelota, solo puedo de-cir que estoy completamente de acuer-

tóricos y algunas característicasgeográficas. Era evidente en Mi-les el deseo de demostrarme conqué facilidad podía seducirme.Aquel niño vive en mi recuerdoen un marco de belleza y dolor queninguna palabra podría traducir;cada uno de sus impulsos revela-ba una innata distinción. A sim-ple vista, no existía ninguna cria-tura más franca, más inteligente,más ingeniosa y más extraordina-riamente aristocrática. Tenía queponerme perpetuamente en guar-dia contra el arrobo que su simplecontemplación despertaba en mí;suprimir la mirada de asombro yel suspiro de abatimiento que sealternaban en mí cada vez que meenfrentaba con él y renunciaba adescifrar el enigma que constituíala conducta de aquel pequeño ca-ballero y por qué había recibido uncastigo tan severo. Sabía yo que,por un oscuro prodigio, la imagi-nación de toda maldad había sidoabierta ante él, pero todo lo que dejusto había en mí rechazaba la ideade que aquello hubiera podido flo-recer en un acto.

Nunca lo había visto tan caba-lleroso como cuando, después delalmuerzo de aquel monstruosodía, se acercó a mí para pregun-tarme si deseaba que durante unamedia hora me interpretara algo.David, tocando ante Saúl, no hu-biera mostrado un sentido másagudo de la oportunidad. Fue li-teralmente una encantadora exhi-bición de tacto, de magnanimidad,la que se permitió al decirme: —Los verdaderos caballeros, cuyashistorias tanto nos gusta leer, jamásse aprovechaban demasiado de unaventaja. Sé lo que está usted pensan-do; en este momento piensa: «Vete deaquí y déjame en paz... Ya no te se-guiré a todas partes, ni te espiaré...Puedes ir y venir a donde se te anto-je...» Bueno, he venido, pero no meiré. Hay tiempo más que suficientepara eso. Me siento muy a gusto ensu compañía y quiero demostrarleque, si he luchado, ha sido sólo porcuestión de principios. Es fácil suponer que no resistía ese llamamiento ni dejé deacompañarle de nuevo, cogidode la mano, a la sala de las cla-ses. Miles se sentó ante el vie-jo piano y tocó como nunca an-tes lo había hecho; y si alguienopina que mejor hubiera sidoque jugara futbol, sólo puedodecir que estoy enteramente de

seo de demostrar con cuánta fa-cilidad podía dejarme en mal lu-gar. En mi memoria, ese niño viverealmente en un marco mezcla debelleza y sufrimiento que no haypalabras que puedan describir;cada una de sus manifestacionesestaba marcada por una distinciónpropia y especial; no ha existidouna criatura que para unos ojosno iniciados, pura franqueza y li-bertad, fuera un caballero en pe-queño más ingenioso y extraordi-nario. Tenía que estar constante-mente en guardia para que misojos iniciados no me traicionaranal contemplarle; refrenar la mira-da inoportuna y el suspiro de des-ánimo con [213] que constante-mente atacaba y renunciaba aaclarar el enigma de qué era loque ese niño tan selecto podíahaber hecho para merecer un cas-tigo. Por los horrores que yo co-nocía, todo el mal imaginablehabía quedado abierto para él:todo mi íntimo sentido de la jus-ticia sufría por encontrar la prue-ba de que alguna vez pudiera ha-berse traducido en hechos.

De cualquier forma, nunca sehabía mostrado tan caballerosocomo cuando ese espantoso día,después de comer, se acercó a mípara preguntarme si no me gusta-ría que tocase un rato el piano paramí. Ni David tocando para Saúlpodría haber mostrado un sentidomás fino de qué era lo que conve-nía hacer. Fue una verdadera exhi-bición de tacto, de magnanimidad,y exactamente lo mismo que si mehubiera dicho: «Los verdaderoscaballeros, cuyas historias tantonos gusta leer, nunca se aprovechandemasiado de su superioridad.Ahora ya sé lo que quiere decir:quiere decir que, para que la dejenen paz y no la persigan, tambiéndejará de darme la lata y espiarmea mí, que no me tendrá tan encima,y me dejará ir y venir. Bueno, puesya ve que «vengo», pero no me voy.Ya tendré tiempo de hacerlo. Laverdad es que me encanta estar conusted, y únicamente quiero demos-trarle que, si me peleé, fue sólo poruna cuestión de principio.» Puedeimaginarse si me resistí a su invi-tación o dejé de darle la mano parair con él a la clase. Se sentó al pia-no, y tocó como no había tocadonunca; y si hay alguien que pienseque habría sido mucho mejor queestuviera dando patadas a una pe-lota, lo único que puedo decir es

101

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

the end of a time that under hisinfluence I had quite ceased tomeasure, I started up with astrange sense of having literallyslept at my post. It was afterluncheon, and by the schoolroomfire, and yet I hadn’t really, in theleast, slept: I had only donesomething much worse— I hadforgotten. Where, all this time,was Flora? When I put thequestion to Miles, he playedon a minute before answeringand then cou ld on ly s ay :«Why, my dear, how do Iknow?»—breaking moreoverinto a happy laugh which,immediately after, as if it werea vocal accompaniment, heprolonged into incoherent,extravagant song.

I went straight to my room,but his sister was not there; then,before going downstairs, I lookedinto several others. As she wasnowhere about she would surelybe with Mrs. Grose, whom, in thecomfort of that theory, Iaccordingly proceeded in questof. I found her where I had foundher the evening before, but shemet my quick challenge withblank, scared ignorance. She hadonly supposed that, after therepast, I had carried off both thechildren; as to which she wasquite in her right, for it was thevery first time I had allowed thelittle girl out of my sight withoutsome special provision. Ofcourse now indeed she might bewith the maids, so that theimmediate thing was to look forher without an air of alarm. Thiswe promptly arranged betweenus; but when, ten minutes laterand in pursuance of ourarrangement, we met in the hall,it was only to report on either sidethat after guarded inquiries wehad altogether failed to trace her.For a minute there, apart fromobservation, we exchanged mutealarms, and I could feel with whathigh interest my friend returnedme all those I had from the firstgiven her.

«She’ll be above,» shepresently said—»in one of therooms you haven’t searched.»

«No; she’s at a distance.» Ihad made up my mind. «She hasgone out.»

do. Lo cierto es que, al cabo de untiempo cuya duración, bajo la influen-cia de la música, pronto dejó de pre-ocuparme, me invadió la extraña sen-sación de que durante un rato me ha-bía dormido. Acabábamos de comer, ycon el calorcillo de la chimenea... Sinembargo, en realidad no había dormi-do en absoluto. Lo que me había pasa-do era mucho peor: me había olvidadode todo. ¿Dónde estaba Flora? Cuandose lo pregunté a Miles, él siguió tocan-do un momento antes de responder, ytodo lo que me dijo fue:

— P e r o , q u e r i d a , ¿ c ó m o q u i e -r e s q u e y o l o s e p a ?

Y l u e g o e m i t i óu n a a l e g r e c a r c a j a d aq u e s e p r o l o n g ó e nu n a e x t r a ñ a e i n c o -h e r e n t e c a n c i ó n .

Fui d i rec tamente a mi cuar to ,p e r o s u h e r m a n a n o e s t a b a a l l í ;luego, antes de ba jar las esca leras ,mi ré en va r i as hab i t ac iones más .Como no la encontré en ninguna dee l las , supuse que es ta r ía con la se-ñora Grose , y confor tada por es taidea me d i r ig í en busca de la bue-na mujer. La encont ré en e l mismos i t io de l a t a rde an te r io r , pe ro amis u rgen te s p regun ta s con te s tó ,asus tada , que no sabía nada . Supo-nía que , después de l a lmuerzo , yome habr ía hecho car go de los doshermanos , y ten ía buenas razonespara suponer lo , pues e ra la pr ime-ra vez que permi t ía a la n iña a le -ja rse de mi v is ta s in tomar precau-c ión a lguna . Desde luego, e ra po-s ib le que es tuviese con las donce-l las , as í que e l paso inmedia to fuebuscar la entre e l las , aunque procu-rando evi ta r que cundiese l a a la r-ma. Ambas coincid imos en que esoe r a l o m e j o r , p e r o c u a n d o , d i e zminutos más ta rde , nos encont ra-m o s e n e l v e s t í b u l o , t a l y c o m ohabíamos acordado, fue para comu-nicarnos mutuamente que nues t rasd i s c r e t a s a v e r i g u a c i o n e s h a b í a ndado un resu l tado negat ivo . Al l í , asa lvo de tes t igos indiscre tos , nosmiramos en s i lenc io , asus tadas , ypude darme cuenta de la gran pre-o c u p a c i ó n d e m i a m i g a a l d a r s ecuenta de mi desconcier to .

[138] —Estará arriba —dijo en-tonces—, en una de las habi tacio-nes que no ha mirado usted.

—No, está más lejos . —Yo ha-bía l legado ya a una conclusión—.Ha sal ido de casa.

acuerdo. Porque, al final dellapso que, bajo su influencia,había dejado de pensar, comen-cé a tener la extraña sensaciónde que me había dormido en misitio. Aquello ocurría despuésde la comida y frente al fuegoy, sin embargo, en modo algunome había dormido; lo que habíahecho era mucho peor: me habíaolvidado. ¿Dónde estaba Flora? C u a n d o f o r m u l é l a p r e -gunta a Miles , s iguió tocan-d o u n m i n u t o a n t e s d e r e s -ponde r ; l uego d i j o : —¿Cómo podría yo saberlo, querida? Y a continuación estalló en una fe-liz carcajada, prolongándola inmedia-tamente después, como si fuera unacompañamiento vocal, en un can-to incoherente y extravagante.

Me dirigí inmediatamente ami dormitorio, pero la niña noestaba allí; luego, antes de ba-jar, busqué en las otras habita-ciones. Al no encontrarla, pen-sé que podía estar con la seño-ra Grose y fui inmediatamentea buscar a ésta para comprobar-lo. La encontré donde la habíahallado la noche anterior, peroella respondió a mi preguntacon una ignorancia absoluta.Suponía que después de la co-mida había llevado a amboshermanos a la planta superior;y tenía toda la razón en pensarde esa manera, ya que era la pri-mera vez que permitía que laniña no estuviera ante mi vistasin haber tomado previamentelas medidas convenientes. Porsupuesto, podía hallarse con al-guna sirvienta, así que procedía buscar la de inmedia to enaquella sección, sin dar mues-tras de alarma. Pero cuando,diez minutos después, mi com-pañera y yo volvimos a encon-trarnos en el pasillo, fue sólopara comunicarnos mutuamen-te nuestro fracaso. Durante unmomento, cambiamos mutuasmiradas de inquietud, y asípude ver, con el mayor interés,que mi amiga compartía misdesvelos.

—Debe de estar arriba —dijo laseñora Grose—, en una de las ha-bitaciones que no ha registrado.

—No, está más lejos —repli-qué con absoluta convicción—. Ha salido.

que estoy completamente de acuer-do. Pues al cabo de un rato, del queperdí toda noción al estar bajo suinfluencia, desperté sobresaltadacon la sensación de haberme que-dado literalmente dormida en misitio. Era después de comer, y es-taba sentada junto a la chimenea,pero la verdad es que no me habíadormido; había hecho algo muchopeor: me había olvidado. ¿Dóndehabía estado Flora todo ese tiem-po? Cuando le hice esa pregunta aMiles, siguió tocando, y luego con-testó simplemente:

[214] —¿Y cómo voy a saberloyo, querida?

Soltó después una carcaja-da y, como si fuera un acom-pañamiento, la completó conuna absurda canción.

Fui derecha a mi cuarto, perosu hermana no estaba allí; luego,antes de bajar, miré en varias otrashabitaciones. Al ver que no esta-ba en ningún sitio, pensé que esta-ría con la señora Grose y, tranqui-lizada con esa idea, fui a buscar-la. La encontré en el mismo sitioen que la había encontrado la no-che anterior, pero respondió a mipregunta con cara asustada y de nosaber nada de ella. Había supues-to que después de la comida yo mehabía llevado a los dos niños; ytenía perfecto derecho a hacerloporque era la primera vez que yopermitía que la niña desaparecierade mi vista sin haber tomado lasdebidas precauciones. Claro quepodía estar con las criadas, por loque el próximo paso fue ir a bus-carla, pero sin dar muestras dealarma. Quedamos de acuerdo eneso, pero diez minutos después,cuando nos encontramos en el ves-tíbulo, como habíamos convenido,fue sólo para decirnos que todaslas discretas pesquisas hechas porambas partes habían fracasado.Durante un minuto, sin que nosobservaran, nos comunicamos sindecir nada nuestros mutuos temo-res, y pude ver con qué gusto medevolvía mi amiga todos los sus-tos que yo le había dado desde elprincipio.

— E s t a r á a r r i b a — d i j o —, e n u n o d e l o s c u a r t o sd o n d e n o h a m i r a d o .

— N o , e s t á m á s l e j o s .— Yo y a e s t a b a s e g u r a — .H a s a l i d o .

puntual o prontamente

[David fue, a su llegada a la corte, músico del rey Saúl, a quien calmaba la melancolía tocando el arpa.]

102

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

M r s . G r o s e s t a r e d .«Wi thou t a ha t ?»

I naturally also looked volumes.«Isn’t tha t woman a lwayswithout one?»

«She’s with HER?»

«She’s with HER!» Ideclared. «We must find them.»

My hand was on my friend’sarm, but she failed for themoment, confronted with such anaccount of the matter, to respondto my pressure. She communed,on the contrary, on the spot, withher uneasiness. «And where’sMaster Miles?»

«Oh, HE’S with Quint.They’re in the schoolroom.»

«Lord, miss!» My view, Iw a s m y s e l f a w a r e — a n dt h e r e f o r e I s u p p o s e m ytone— had never yet reachedso calm an assurance.

«The trick’s played,» I wenton; «they’ve successfullyworked their plan. He found themost divine little way to keep mequiet while she went off.»

«‘Divine’?» Mrs. Grosebewilderedly echoed.

«Infernal, then!» I almostcheerfully rejoined. «He hasprovided for himself as well.But come!»

S h e h a d h e l p l e s s l yg l o o m e d a t t h eu p p e r r e g i o n s .« Yo u l e a v e h i m — ? »

«So long with Quint? Yes—Idon’t mind that now.»

S h e a l w a y s e n d e d , a tthese moments , by ge t t ingp o s s e s s i o n o f m y h a n d ,a n d i n t h i s m a n n e r s h ecould a t p resent s t i l l s tayme . Bu t a f t e r ga sp ing ani n s t a n t a t m y s u d d e nr e s i g n a t i o n , « B e c a u s e o fyour l e t t e r ?» she eage r lybrought ou t .

I qu i ck ly, by way o fanswer, fel t for my let ter,drew it forth, held it up, andthen, freeing myself, went andlaid it on the great hall table.

La señora Grose me miró fijamente.— ¿ S i n s o m b r e r o ?

Yo también la miré de modo significativo.—¿Acaso esa mujer no va siem-

pre sin sombrero?

—¿Está con ella?

—¡Es tá con e l l a ! —af i rmé—.Tenemos que encontrarlas.

L a a f e r r é p o r u n b r a z o , p e r oe l l a , p a r a l i z a d a p o r m i r e v e l a -c i ó n , n o r e a c c i o n a b a a l a p r e -s i ó n d e m i m a n o . A l c o n t r a r i o ,c l a v a d a e n e l s u e l o , p a r e c í ap e t r i f i c a d a p o r l a a n s i e d a d .

— ¿ Y d ó n d e e s t á e l s e ñ o r i -t o M i l e s ?

—Ah, está con Quint. Estarán enel cuarto de estudio.

—¡Por el amor de Dios, señorita!S in pe rde r l a ca lma , yo sen t í a

q u e m i c o n v i c c i ó n , a l i g u a l , s u -p o n g o , q u e m i t o n o d e v o z , e r amás f i rme que nunca .

—La estratagema ha dado resultado—proseguí—; han logrado lo que se pro-ponían. El método de Miles para entre-tenerme mientras su hermana desapare-cía ha sido realmente divino.

—¿Divino? —repitió, perpleja, laseñora Grose.

—Bueno, mejor dicho, ¡diabólico!—dije con negro sentido del humor—.Además, también a él le ha venidobien. Pero venga, ¡vamos!

M i r ó c o n g e s t od e s v a l i d o h a c i a e lp i s o s u p e r i o r .

— ¿ D e j a n d o a M i l e s a h í . . . ?

—¿Con Quint? —terminé yo—. Sí;eso no es lo que más me importa ahora.

En momentos como aquel, la bue-na mujer siempre terminaba cogiéndo-me la mano, y de ese modo consiguió,en aquella ocasión, retenerme unos se-gundos. Cuando comprobó, con respi-ración anhelante, [139] que me resigna-ba a dominar mi impaciencia, se atre-vió a continuar con sus preguntas.

—No le importa porque confía enla carta, ¿verdad?

Por toda respuesta, palpé rápida-mente el bolsillo, extraje la carta, sela mostré y luego, desasiéndome deella, fui hacia la gran mesa del ves-tíbulo y la dejé allí .

La señora Grose se me quedó mirando. —¿Sin sombrero?

_____________ ______ ______ —¿Acaso esa mujer no vasiempre sin sombrero?

—¿Está con ella?

—¡Sí lo está! —aseguré—. Tene-mos que encontrarlas.P u s e m i m a n o s o b r e e l b r a -z o d e m i a m i g a , p e r o e l l an o r e s p o n d i ó a m i p r e s i ó n .P o r e l c o n t r a r i o , p e r m a n e -c i ó e n e l m i s m o s i t i o m i -r á n d o m e c o n a n s i e d a d . —¿Y dónde está el señori-to Miles?

—¡Oh! Él está con Quint. Enel salón de las clases.

—¡Dios mío, señorita! Me daba cuenta de que mi as-pecto y, supongo, mi tono no ha-bían sido nunca tan serenos comocuando afirmé:

—El truco le ha dado buenr e s u l t a d o ; h a n t r a m a d o u nplan. Miles encontró un me-d i o d i v i n o p a r a r e t e n e r m emientras el la sal ía .

—¿Divino? —inquirió la señoraGrose, asombrada.

—Digamos infernal, entonces... —respondí casi jubilosamente—. Tam-bién él se ha beneficiado con esto.¡Vamos, de prisa!

La señora Grose levantó los ojos,con expresión angustiada, hacia lasregiones superiores. —¿Va a dejarlo...?

—¿A solas con Quint? Sí, eso noimporta ahora.

E n o t r a s o c a s i o n e sp a r e c i d a s , l a s e ñ o r aG r o s e t e r m i n a b a p o ra s i r m e c o n f i r m e z a l am a n o ; e n é s a m e r e t u -v o u n o s i n s t a n t e s . —¿Se debe esto a su car-ta? —me preguntó ansiosa-mente, s in reparar en mi im-paciencia.

Rápidamente, a guisa de respues-ta, saqué la carta del bolsillo y sela mostré; luego, desprendiéndomede su mano, la deposité encima dela gran mesa del vestíbulo.

La señora Grose puso cara de asombro:—¿Sin sombrero?

Yo la puse también, naturalmente:—Pero ¿no va siempre sin som-

brero esa mujer?

—¿Está con ella?

—Sí, está con ella —contesté—.Tenemos que buscarlas.

Yo tenía la mano puesta enel brazo de mi amiga, pero demomento, ante semejante no-t i c i a , n o r e s p o n d i ó . L o q u ehizo fue pensar en seguida enlo que la preocupaba:

[215] —¿Y dónde está el seño-rito Miles?

—Está con Quint. Están en laclase.

—¡Dios santo, señorita!Comprendía que mi aspecto —

y es de suponer que también mitono— no habían sido nunca tantranquilos y seguros.

—Ya han hecho su jugarreta —dije—, y les ha salido es-tupendamente. Ha encontrado laforma más divina de tenerme quietamientras ella escapaba.

—¿Divina? —repitió la señoraGrose, despavorida.

—Infernal, si le gusta más —contesté casi en tono de broma—.Y a él le ha ido muy bien también.¡Pero vamos!

L a n z ó u n a t r i s t e m i r a -d a h a c i a l a s h a b i t a c i o -n e s d e a r r i b a :

—¿Va a dejarle...?

—¿Tanto tiempo con Quint? Sí,eso ya no me importa.

E n m o m e n t o s c o m oé s o s s i e m p r e t e r m i n a b ap o r c o g e r m e l a m a n o , yd e e s a m a n e r a p u d o t a m -b i é n e n t o n c e s r e t e n e r m eu n o s i n s t a n t e s . P e r o d e s -p u é s d e q u e d a r s e c o n l ab o c a a b i e r t a a n t e m i s ú -b i t a r e n u n c i a , p r e g u n t ó :

— ¿ E s p o r l o d e l a c a r t a ?

Por toda respuesta , busquéla car ta en e l bo ls i l lo , l a sa -qué , se la enseñé , me so l té desu mano y fu i a de ja r la enc i -ma de la mesa de l ves t íbu lo .

X

103

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

« L u k e w i l l t a k e i t , »I s a i d a s I c a m eb a c k . I reached the housedoor and opened i t ; I wasa l ready on the s teps .

My companion s t i l ldemurred: the storm of thenight and the early morninghad dropped, but the afternoonwas damp and gray. I camedown to the drive while shestood in the doorway. «You gowith nothing on?»

«Wha t do I c a r e whent h e c h i l d h a s n o t h i n g ? Ic a n ’ t w a i t t o d r e s s , » Ic r i ed , «and i f you mus t dos o , I l e a v e y o u . T r ym e a n w h i l e , y o u r s e l f ,ups ta i r s .»

«With THEM?» Oh, ont h i s , t h e p o o r w o m a np ro m p t l y j o i n e d m e !

XIX

We went straight to the lake,as it was called at Bly, and Idaresay rightly called, though Ireflect that it may in fact havebeen a sheet of water lessremarkable than it appeared tomy untraveled eyes. Myacquaintance with sheets of waterwas small, and the pool of Bly,at all events on the few occasionsof my consenting, under theprotection of my pupils, to affrontits surface in the old flat-bottomed boat moored there forour use, had impressed me bothwith its ex t en t and i t sagitation. The usual place ofembarkation was half a milefrom the house, but I had anin t ima te conv ic t i on t ha t ,wherever Flora might be, shewas not near home. She hadnot given me the slip for anysmall adventure, and, sincethe day of the very great onethat I had shared with her bythe pond, I had been aware,in our walks, of the quarter towhich she most inclined. Thiswas why I had now given to

—Luke se encargará de llevarla—dije, volviendo sobre mis pasos.Luego caminé hacia la puerta de en-trada y la abrí; al momento siguienteestaba en la escalinata exterior.

Mi compañera seguía poniendoreparos. La tormenta de la noche an-terior se había prolongado hasta elamanecer y luego había cedido, pero latarde era húmeda y gris. Descendí alsendero arenoso mientras ella me mi-raba desde el umbral de la puerta.

—¿Se va sin ponerse el sombrero?

— ¿ Q u é m e i m p o r t a e s o a h o -r a s i l a n i ñ a h a s a l i d o s i nn a d a ? N o t e n g o t i e m p o p a r aa n d a r v i s t i é n d o m e — g r i t é — , ys i u s t e d v a a h a c e r l o , y o n o l ae s p e r o . Q u é d e s e y v a y a a v e rq u é p a s a a r r i b a .

—¿Con ellos?¡A la pobre mujer le faltó tiempo

para echar a correr detrás de mí!

[140] Capítulo XIX

F u i m o s d i r e c t a m e n t e a l l a g o ;a s í l o l l a m á b a m o s e n B l y, a u n q u ec o m o e x t e n s i ó n d e a g u a q u i z á r e -s u l t a s e m e n o s n o t a b l e d e l o q u eyo , en mi p rov inc i ana inexpe r i en -c i a , s u p o n í a . M i c o n o c i m i e n t o d et a l e s l á m i n a s d e a g u a e r a m u y e s -c a s o , y e l e s t a n q u e d e B l y, p o r l om e n o s e n l a s p o c a s o c a s i o n e s e nq u e a c c e d í , b a j o l a p r o t e c c i ó n d em i s a l u m n o s , a a f r o n t a r s u s u p e r -f i c i e e n e l b o t e d e f o n d o p l a n oq u e a e s t o s e f e c t o s p e r m a n e c í aa m a r r a d o e n l a o r i l l a , m e h a b í aimpres ionado mucho , t an to po r sue x t e n s i ó n c o m o p o r s u t u r b u l e n -c i a . E l l u g a r d o n d e s o l í a e s t a r l ae m b a r c a c i ó n s e h a l l a b a a m e d i am i l l a d e l a c a s a , p e r o y o t e n í a l aí n t i m a c o n v i c c i ó n d e q u e , d o n d e -qu ie ra que e s tuv ie se F lo ra , no e rac e r c a d e l a m a n s i ó n . N o m e h a -b í a d a d o e s q u i n a z o p a r a u n aa v e n t u r i l l a d e p o c a m o n t a , y, apa r t i r de l d í a en que compar t í cone l l a e l e p i s o d i o j u n t o a l l a g o , h a -b í a i d o d e s c u b r i e n d o , a t r a v é s d en u e s t r o s p a s e o s , h a c i a d ó n d e s ed i r i g í a n s u s i n c l i n a c i o n e s . P o re s o g u i é l o s p a s o s d e l a s e ñ o r a

—Luke la llevará —dije mientrasregresaba a reunirme con mi amiga. Me dirigí luego a la puerta de lacasa y la abrí. Un momento despuéscruzaba el umbral.

Mi compañera me seguía. La tor-menta de la noche y de las primerashoras de la mañana había amainado,pero la tarde era húmeda y gris. Bajélos peldaños de la entrada mientrasla señora Grose se acercaba a la puertacomo a regañadientes. —¿No se cubre usted?

—¿Qué me puede eso importarahora, cuando la niña no lleva nadaencima? No puedo esperar a vestir-me —le grité—, y si usted va a ha-cerlo, tendré que dejarla. Busquemientras tanto en las habitaciones dearriba.

—¿Con ellos allí? Y, al decir aquello, la pobre mujer sereunió conmigo apresuradamente.

XIX

Nos dirigimos directamentehacia el lago, como lo llamabanen Bly, y me atrevo a decir quea justo título, aunque es posi-ble que aquella superficie líqui-da fuera menos imponente de loque mis inexpertos ojos supo-nían. Mis conocimientos, a esterespecto, eran mínimos, y el es-tanque de Bly, en las pocas oca-siones en que, bajo la protec-ción de mis alumnos, había re-corrido su superficie, en el vie-jo bote de fondo plano atraca-do a la orilla para nuestro uso,me había impresionado por suextensión y agitación. El em-barcadero se hallaba situado auna media milla de la casa,pero yo tenía la íntima convic-ción de que Flora no se encon-traba cerca de ésta. No se ha-bía librado de mi vigilanciapara correr una aventura y, des-pués del día en que comparti-mos aquella terrible visión jun-to al estanque, yo me habíadado cuenta, durante nuestrospaseos, de cuál era el lugar queejercía sobre ella mayor fas-

— L u k e l a c o g e r á — d i j ea l vo lver.

L u e g o f u i a l a p u e r t a yl a a b r í ; y a e s t a b a e n l ae s c a l e r a .

Pero mi compañera no acaba-ba de decidirse: la tormenta de lanoche y de las primeras horas dela mañana ya había pasado, pero latarde era húmeda y gris. Bajé has-ta el camino de entrada a la casa,pero ella seguía en la puerta.

—¿Va a ir sin ponerse nada?

— ¿ Q u é m e i m p o r t ae s o a h o r a s i l a n i ñ a n ol l e v a n a d a ? N o p u e d o e s -p e r a r a v e s t i r m e y , s i u s -t e d n e c e s i t a h a c e r l o , l ad e j o . M i e n t r a s , s u b a u s -t e d a r r i b a .

—¿Con ellos?La pobre mujer bajó a toda

prisa a reunirse conmigo.

[216] XIX

Fuimos de rechas a l l ago ,como lo llamaban en Bly, y yocreo que hacían bien en llamarloasí, aunque es posible que fuerauna extensión de agua menos im-presionante de lo que les pare-cía a mis ojos inexpertos. No eragran cosa lo que sabía de lagos,y el estanque de Bly, las pocasveces que bajo la protección demis alumnos me aventuré a me-terme en la barca que teníanamarrada allí, me había impre-sionado siempre por su extensióny por lo agitadas que me pare-cían estar sus aguas. El embar-cadero estaba como a media mi-lla de distancia, pero yo tenía elconvencimiento de que, estuvie-ra donde estuviera, Flora no es-taba cerca de casa. No se habíaescapado de mí para correr cual-quier pequeña aventura y, desdeel día de la verdaderamente gran-de que había corrido con ellajunto al estanque, ya había vis-to, en nuestros paseos, qué sitioseran los que más le gustaban. Poreso pude dirigir los pasos de laseñora Grose con tanta seguri-

amarrado

demur v. & n.(demurred, demurring) 1 (often foll. by to, at) raise scruples or objections. 2 Law put in a demurrer. 3 take exception to. OBJETAR, PONER REPAROS

XX

XX

104

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Mrs. Grose’s steps so marked adirection—a direction that madeher, when she perceived it,oppose a resistance that showedme she was freshly mystified.«You’re going to the water,Miss?—you think she’s IN—?»

«She may be, though thedepth is, I believe, nowhere verygreat. But what I judge mostlikely is that she’s on the spotfrom which, the other day, we sawtogether what I told you.»

«When she pretended not tosee—?»

«With that astounding self-possession? I’ve always beensure she wanted to go back alone.And now her brother hasmanaged it for her.»

M r s . G r o s e s t i l l s t o o dw h e r e s h e h a d s t o p p e d .« You suppose they rea l lyTALK of them?»

«I cou ld mee t t h i s w i tha c o n f i d e n c e ! « T h e y s a yt h i n g s t h a t , i f w e h e a r dt h e m , w o u l d s i m p l yappal l u s .»

«And if she IS there—»

«Yes?»

« T h e n M i s s J e s s e li s ? »

«Beyond a doubt. You shall see.»

«Oh , t hank you!» myfriend cried, planted so firmtha t , t ak ing i t i n , I wen tstraight on without her. Bythe time I reached the pool,howeve r, she was c lo sebehind me, and I knew that,whatever, to her apprehension,might befall me, the exposureof my society struck her as herleast danger. She exhaled amoan of relief as we at lastcame in sight of the greater partof the water without a sight ofthe child. There was no trace ofFlora on that nearer side of thebank where my observation ofher had been most startling, andnone on the opposite edge,where, save for a margin ofsome twenty yards, a thickcopse [soto] came down to the

G r o s e e n u n a d i r e c c i ó n m u y p r e -c i s a , y e l l a , a l v e r a d ó n d e l a c o n -d u c í a , o p u s o t a l r e s i s t e n c i a q u em e d i c u e n t a d e q u e c a d a v e z e s -t a b a m á s d e s c o n c e r t a d a .

—¿Estamos yendo hacia el agua,señorita? ¿Es que piensa que puede es-tar... dentro?

—Podría ser, aunque no hay nin-gún punto en que el lago alcance granprofundidad, según creo. Pero lo queme parece más probable es que esté enel mismo lugar desde el cual, el otrodía, vimos juntas lo que ya le conté.

[141] —¿Cuando ella hizo comoque no veía nada?

— S í , ¡ y c o n q u é d o m i n i o d es í m i s m a ! S i e m p r e h e t e n i d o l as o s p e c h a d e q u e d e s e a b a v o l v e re l l a s o l a . Y a h o r a s u h e r m a n o s el o h a p u e s t o e n b a n d e j a .

La señora Grose seguía paradadonde la había de jado .

—¿Cree usted de verdad que ha-blan de ellos?

¡ A e s o p o d í a c o n t e s t a r c o nt o d a s e g u r i d a d !

—Dicen cosas que , s i noso t rasp u d i é s e m o s o í r l o s , n o s p o n d ríanlos pelos de punta.

—¿Y si Flora esta allí...?

—¿Sí?

—Entonces, ¿la señorita Jessel tambiénestará?

—Sin duda. ¡Ya lo verá!

—¡No, grac ias ! —exclamó miamiga, y se plantó con tal f i rmezaque yo, s int iendo que era inút i l in-sis t i r , cont inué caminando sola. All legar a la or i l la del estanque, s inembargo, noté que venía justo de-trás , y supe que, fuese lo que fueselo que, en su aprensión, imaginabaque iba a ocurrirme , creía que i rpe g a d a a m í e r a , c o n m u c h o , l ao p c i ó n m e n o s p e l i g r o s a d e t o -d a s . C u a n d o p o r f i n a l c a n z a m o sa v e r l a m a y o r p a r t e d e l l a g o yc o m p r o b a m o s q u e l a n i ñ a n o e s -t a b a a l l í , e x h a l ó u n s u s p i r o d ea l i v i o . N o h a b í a n i r a s t r o d eF l o r a e n o r i l l a m á s p r ó x i -m a , d o n d e h a b í a m o s e s t a d ol a o t r a v e z , n i t a m p o c o a lo t r o l a d o , d o n d e , a u n o sv e i n t e m e t r o s , u n e s p e s ob o s q u e d e s c e n d í a h a s t a e l b o r -

cinación. Por eso aquella veztomé una dirección determi-nada, con gran asombro de laseñora Grose, que parecía opo-ner alguna resistencia. —¿Va usted hacia el agua, se-ñorita? ¿Piensa usted que se hametido...?

—Es posible, aunque la pro-fundidad aquí es muy grande.Pero estoy casi convencida deque ha ido al lugar desde elcual, el otro día, vimos juntaslo que le conté.

—¿La vez que pretendió nover...?

—Sí, con aquel impresionan-te dominio de sí misma... Esta-ba segura de que deseaba vol-ver sola. Y ahora su hermano leha facilitado el medio.

La señora Grose permanecía de pie enel mismo lugar donde se había detenido. —¿Cree usted que en verdadhablan de ellos?

Le respondí en un tono con-fidencial. —Dicen cosas que , s i l a soyéramos , nos quedar íamosabrumadas . . .

—¿Y si la niña está allí?

—¿Qué?

—¿Supone que también estará laseñorita Jessel?

—Desde luego. Ya lo verá.

— ¡Oh, no, gracias! —exclamómi amiga, plantando firmementelos pies en el suelo, de manera queyo seguí caminando sin ella. S i n e m b a r g o , c u a n d ol l e g u é a l e s t a n q u e c o m -p r o b é q u e m e h a b í a s e -g u i d o a c i e r t a d i s t a n c i ay c o m p r e n d í q u e , c o m of u e r a , m i p r e s e n c i a l e p a -r e c í a p a l i a r e n c i e r t om o d o e l p e l i g r o . C u a n d op u d i m o s d i v i s a r l a m a y o rp a r t e d e l a s u p e r f i c i e d e ll a g o s i n q u e a p a r e c i e r a l an i ñ a , e x h a l ó u n s u s p i r od e a l i v i o . N o h a b í a r a s -t r o d e F l o r a e n e s a p a r -t e d e l a p l a y a , n i t a m -p o c o e n e l l a d oo p u e s t o , s i t u a d o au n a s v e i n t e y a r d a s .

dad, pero cuando el la se diocuenta de la dirección que toma-ba, opuso una resistencia que mehizo comprender que, una vezmás, se sentía perdida.

— ¿ Va u s t e d h a c i a e la g u a , s e ñ o r i t a ? ¿ C r e e q u ee s t á a l l í ?

—Es posible, aunque no creoque la profundidad pueda sermuy grande. Lo más probable esque esté en el mismo sitio desdedonde el otro día vimos las doslo que le conté a usted.

—¿Cuando ella fingió que noveía nada?

—Sí, con tan pasmosa seguridaden sí misma. Siempre he creído quequería volver allí ella sola. Y ahorasu hermano ha arreglado las cosaspara que pudiese hacerlo.

La señora Grose continuabaparada en el mismo sitio:

[217] —¿Cree de verdad que ha-blan de ellos?

P o d í a c o n t e s t a r c o n t o d as e g u r i d a d :

—Dicen cosas que , s i lasoyéramos, nos iban a dejar sen-cillamente pasmadas.

—¿Y si está allí...?

—¿Qué?

—¿Estará también la señoritaJessel?

—Sin duda alguna. Ya lo verá.

— M u c h a s g r a c i a s — d i j omi amiga, que se quedó plan-tada en mitad del camino, porl o q u e d e c i d í c o n t i n u a r s i nel la .

Pe ro cuando l l egué a l e s -t anque , v i que ya e s t aba o t r avez de t r á s de mí , y compren-d í que , fue ra lo que fue ra loq u e t e m í a q u e p u d i e r a o c u -r r i rme , l e pa r ec í a que e s t a rconmigo e ra pa ra e l l a e l me-n o r d e l o s p e l i g r o s . D i o u nsusp i ro de a l iv io cuando porf in pudimos ver e l agua , perono v imos a l a n iña . No hab íara s t ro de F lo ra n i en l a o r i -l l a d e a c á , d o n d e m e h a b í adado aquel susto tan grande,ni en la del otro lado, donde,sa lvo en una f r an ja de unosveinte metros, la maleza llega-

105

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

water. The pond, oblong inshape, had a width so scantcompared to its length that, withits ends out of view, it might havebeen taken for a scant river. Welooked at the empty expanse, andthen I felt the suggestion of myfriend’s eyes. I knew what shemeant and I replied with anegative headshake.

«No, no; wait! She has takenthe boat.»

My companion stared atthe vacant mooring place andthen again across the lake.«Then where is it?»

«Our not seeing it is thestrongest of proofs. She has usedit to go over, and then hasmanaged to hide it.»

«All alone—that child?»

«She’s not alone, and at suchtimes she’s not a child: she’s anold, old woman.» I scanned allthe visible shore while Mrs.Grose took again, into the queerelement I offered her, one of herplunges of submission; then Ipointed out that the boat mightperfectly be in a small refugeformed by one of the recessesof the pool, an indentationmasked, for the hither side, bya projection of the bank and bya clump of trees growing closeto the water.

«But if the boat’s there, whereon earth’s SHE?» my colleagueanxiously asked.

«That’s exactly what we mustlearn.» And I started to walkfurther.

«By going all the wayround?»

«Certainly, far as it is. Itw i l l t a k e u s b u t t e nminutes, but i t’s far enought o h a v e m a d e t h e c h i l dp r e f e r n o t t o w a l k . S h ewent s t ra ight over.»

«Laws!» cried my friendagain; the chain of my logic wasever too much for her. It draggedher at my heels even now, andwhen we had got halfwayround—a devious , tiresomeprocess, on ground much broken

de e l e s t anque. La forma de éste eraoblonga, y era tan estrecho para lalongitud que tenía que, como sus ex-tremos no se veían, podría haber pa-sado por un río de escaso caudal. Con-templamos aquella extensión vacía, yluego sentí que la señora Grose me mi-raba con ojos interrogantes. Yo sabíalo que significaba su mirada e hice ungesto negativo con la cabeza.

— N o , n o ; ¡ e s p e r e ! H a c o g i d oe l b o t e .

M i c o m p a ñ e r a v o l v i ó l a m i r a -d a h a c i a e l e m b a r c a d e r o y l u e g oh a c i a e l o t r o e x t r e m o d e l l a g o .

—Entonces, ¿dónde está?

[142] —El hecho de que no lo veamoses la más significativa de las pruebas. Lo hacogido para cruzar al otro lado, y luego selas habrá arreglado para esconderlo.

—¿Ella sola? ¿Una niña... tan pequeña?

— N o e s t á s o l a , y e n e s t o sm o m e n t o s n o e s u n a n i ñ a : e su n a m u j e r v i e j a , m u y v i e j a .

Escudriñé toda la parte visible dela orilla, mientras la señora Grose sesumergía sumisamente, una vez más,en el extraño universo que yo le mos-traba; luego le señalé un pequeño re-fugio situado en uno de los recodosdel estanque, un entrante oculto en suparte más próxima por una protube-rancia del terreno y un bosquecillo deárboles que crecía junto al agua; eraperfectamente posible que el boteestuviese escondido en ese lugar.

—Pero si el bote está ahí, ¿dondediablos está ella? —preguntó mi com-pañera con ansiedad.

—Eso es jus tamente lo que de-bemos aver iguar —y de nuevo re-anudé la marcha .

— ¿ Y t e n d r e m o s q u e r o d e a r e ll a g o ?

—Tendremos que hacerlo, aunqueel camino sea largo. No nos llevarámás que unos diez minutos, pero essuficiente distancia como para que laniña haya preferido no caminar. Haelegido la ruta más directa.

—¡Cielo santo! —exclamó mi ami-ga; el encadenamiento lógico de mis de-ducciones era demasiado para ella. Inclu-so ahora se vio impelida a seguirme, apesar de sus reticencias, y cuando había-mos recorrido ya la mitad del camino (unamarcha tortuosa y agotadora a través de

El estanque, de forma oblonga, te-nía una anchura desproporcionadaa su longitud; era imposible,desde un extremo, ver el otro,por lo que parecía ser un ríotranquilo. Miramos la super-ficie vacía, y yo, al ver unasugerencia en los ojos de miamiga, respondí con un movi-miento negativo de cabeza.

—No, no, espere. Se ha llevadoel bote.

Mi compañera contempló el embar-cadero vacío y luego tendió la vista através del lago. —Entonces, ¿dónde está?

—El hecho de que no la vea-mos es la mejor prueba. Lo hautilizado para cruzar el lago yluego ha logrado ocultarlo.

—¿Ella sola...? ¿La niña...?

— N o e s t á s o l a ; y e n t a -l e s m o m e n t o s d e j a d e s e ru n a n i ñ a , e s u n a v i e j a . E s c r u t é t o d a l a p l a y av i s i b l e m i e n t r a s l a s e -ñ o r a G r o s e , q u i z á s i m -p r e s i o n a d a p o r l o s e x -t r a ñ o s h e c h o s q u e l ep r e s e n t a b a , v o l v i ó a s o -m e t e r s e a m i v o l u n t a d ;l u e g o s u g e r í q u e e l b o t ep o d í a e s t a r o c u l t o e n u np e q u e ñ o r e f u g i o f o r m a -d o p o r l o s m a t o r r a l e sd e l a r i b e r a .

—Pero, si el bote está allí, ¿dón-de podrá estar ella? —preguntóansiosamente mi colega.

—Eso es precisamente lo que de-bemos averiguar —y eché a andarde nuevo.

— ¿ Va m o s a d a r l e l av u e l t a . . . ?

— D e s d e l u e g o . N o n o sl l eva rá más de d i ez minu -tos , pe ro e s bas t an te l e jospara que l a n iña haya p re -fe r ido no caminar. Cruzó l al ínea rec ta .

—¡Cielos! —gritó mi amiga nueva-mente; los engranajes de mi lógica erandemasiado abrumadores para ella. Echó a andar tras de mí y,cuando habíamos recorrido lamitad del camino, un trayectorealmente fatigoso, debido a que

ba hasta la orilla del agua. El es-tanque era mucho más largo queancho y, no viendo los extremos,cualquiera podría tomarlo porun r i achue lo . Contemplamosaquella extensión vacía, y vi enseguida en los ojos de mi amigaque quería decirme algo. Ya sa-bía lo que era, y contesté dicien-do que no con la cabeza:

—No, espere; se ha llevado labarca.

Mi compañera miró alembarcadero vacío, y luego al otrolado del lago:

—Entonces ¿dónde está?

—El que no la veamos es la me-jor prueba. La ha cogido para pa-sar al otro lado, y luego se las haarreglado para esconderla.

—¿Ella sola..., esa niña?

—No está sola, y en esosmomentos no es una niña: es unamujer, una mujer vieja.

Escudriñé toda la orilla visible,mientras la señora Grose, ante el ex-traño panorama que le ofrecía, en-traba [218] una vez más en uno desus períodos de sumisión. Dije en-tonces que la barca podía muy bienestar en un pequeño recodo que for-maba una de las entradas del es-tanque que, desde donde estábamos,quedaba oculta por un saliente de laorilla y por un grupo de árboles quecrecían muy cerca del agua.

— P e r o s i l a b a r c a n oe s t á a h í , ¿ d ó n d e d i a b l o sp u e d e e s t a r e l l a ?

—Eso es precisamente lo que te-nemos que averiguar —contesté, yeché a andar otra vez.

—¿Y vamos a tener que dartoda la vuelta?

—Claro, aunque esté un pocolejos. No nos llevará más de diezminutos, pero es lo bastante paraque la niña haya preferido no te-ner que andar tanto. Ella ha cruza-do en línea recta.

—¡Dios santo! —volvió a excla-mar mi amiga; mi lógica, como siem-pre, era demasiado para ella.

Pero bastó para arrastrarla pegadaa mis talones y, cuando habíamos he-cho ya la mitad del camino —despuésde dar un rodeo bastante largo, por te-

106

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

and by a path choked withovergrowth— I paused to giveher breath. I sustained her with agrateful arm, assuring her that shemight hugely help me; and thisstarted us afresh, so that in thecourse of but few minutes morewe reached a point from whichwe found the boat to be where Ihad supposed it. It had beenintentionally left as much aspossible out of sight and was tiedto one of the stakes of a fence thatcame, just there, down to thebrink and that had been anassistance to disembarking. Irecognized, as I looked at the pairof short, thick oars, quite safelydrawn up, the prodigiouscharacter of the feat for a littlegirl; but I had lived, by this time,too long among wonders and hadpanted to too many liveliermeasures. There was a gate in thefence, through which we passed,and that brought us, after atrifling interval, more into theopen. Then, «There she is!» weboth exclaimed at once.

Flora , a shor t way off ,stood before us on the grassand smiled as if her perfor-mance was now complete. Thenext thing she did, however,was to stoop straight down andpluck—quite as if it were allshe was there for—a big, uglyspray of wi thered fe rn . Iinstantly became sure she hadjust come out of the copse.She waited for us, not herselftak ing a s tep , and I wasconsc ious of the ra reso lemni ty wi th which wepresently approached her. Shesmiled and smiled, and wemet; but it was all done in asilence by this time flagrantlyominous. Mrs. Grose was thefirst to break the spell: shethrew herself on her kneesand, drawing the child to herbreas t , c lasped in a longembrace the l i t t l e t ender,y ie ld ing body. Whi le th i sdumb convuls ion las ted Icould only watch it— which Idid the more intently when Isaw Flora’s face peep at meover our companion’sshoulder. It was serious now—the flicker had left it; but itstrengthened the pang withwhich I at that moment enviedMrs. Grose the simplicity ofHER relation. Still, all this

terrenos escarpados y por un sendero amenudo invadido de maleza), me detuvepara que ella pudiese recobrar el aliento.Agradecida, le ofrecí el apoyo de mi bra-zo, expresándole lo mucho que significa-ba su ayuda para mí. Nos pusimos de nue-vo en marcha con ánimos renovados, y enpocos minutos llegamos a un punto desdedonde pudimos comprobar que el bote sehallaba donde yo había supuesto. Inten-cionadamente, lo había apartado [143] lomás posible para que no se viera, amarrán-dolo después a una de las estacas de lavalla que en aquel lugar descendía hastael borde del lago, y de la que probable-mente se habría servido para ayudarse adesembarcar. Al ver los dos remos, cortosy gruesos, cuidadosamente resguardadosdel agua y posados en posición vertical,me di cuenta de la extraordinaria hazañaque aquella travesía suponía para unaniña; pero para entonces ya había presen-ciado tantos hechos insólitos que estabacurada de espantos. En la valla había unapuertecilla que atravesamos, y tras un bre-ve intervalo nos encontramos en terrenoa b i e r t o . Y e n t o n c e s a m b a s e x c l a -m a m o s a l u n í s o n o :

—¡Ahí está!

A escasos metros de nosotras ,en l a h i e rba , F lo ra nos mi raba ysonreía como si su actuación hubie-se a l canzado en e se momen to supunto culminante. Lo siguiente quehizo, s in embargo, fue agacharse ycortar una fea rama de helecho mar-chi to, como si estuviese al l í exclu-sivamente para eso. De repente tuvela seguridad de que acababa de sa-l i r del bosquecil lo cercano. Se que-dó a esperarnos, aunque s in dar unsolo paso en nuestra dirección, y yosentí que en nuestra forma de avan-zar hacia el la había una extraña so-lemnidad. El la sonreía y sonreía , yal f in nos encontramos; pero todosucedía en medio de un silencio quecomenzaba a resul tar s iniestro. Laseñora Grose fue la primera en rom-per el hechizo: cayó de rodi l las y,atrayendo a la niña hacia su pecho,e s t r e c h ó s u t i e r n o y d ó c i lc u e r p e c i l l o e n u n l a r g o a b r a z o .Mientras duró aquel mudo paroxis-mo yo me l imité a observar, cosaque hice con la mayor atención des-de el instante en que sorprendí larápida y fur t iva mirada que Florame dir igió por encima del hombrodel ama de l laves. Ahora estaba se-r i a ; l a e x p re s i ó n r i s u e ñ a h a b í adesaparecido de su rostro; pero esohizo aún más dolorosa la punzadade envidia que sent í por la senci-l lez que presidía sus relaciones conla señora Grose. [ 1 4 4 ] A ú n a s í , du-

el sendero estaba cubierto demaleza, hice una pausa para quela pobre pudiera tomar aliento.La cogí del brazo asegurándoleque podía ayudarme mucho; yluego reanudamos la marcha, demodo que al cabo de unos mi-nutos llegamos al lugar donde yohabía supuesto que estaría elbote, y donde en efecto, lo en-contramos. Intencionadamente,lo habían dejado fuera de la vis-ta; estaba atado a una estacaplantada en la orilla, residuo deuna vieja cerca, que le había ser-vido sin duda de ayuda para des-embarcar. Reconocí, al examinarel par de nudos, perfectamentehechos, la prodigiosa hazaña dela niña; pero ya, para esas altu-ras de mi permanencia en Bly,había vivido entre tantas mara-villas y gemido bajo el peso detantas cosas asombrosas... Habíauna puerta en la cerca, pasamospor ella y nos condujo a un es-pacio más despejado. —¡Allí está! —gritamos de pron-to, al unísono.

F l o r a , a p o c a d i s t a n c i ade l bo t e , s e e rgu í a an t e no -so t ras sonr iendo como s i suhazaña fue ra ahora comple -t a . L a s i g u i e n t e c o s a q u eh i zo fue de t ene r se y r e co -ge r, como s i aque l l o fue r ae l ob je t ivo de su excurs ión ,u n m a n o j o f e o y m a r c h i t od e h e l e c h o s b l a n c o s .lnmedia tamente adiviné quesa l í a de l ma to r r a l . Nos e s -pe ró s i n da r un pa so más yn o d e j ó d e v e r l a e x t r a ñ as o l e m n i d a d c o n q u e n o s o -t r a s nos ace r camos a e l l a .F lo ra no hac í a más que r e í re n m e d i o d e u n s i l e n c i ocada vez más ominoso . Laseñora Grose fue la p r imeraen romper e l hechizo; corr ióhac ia donde es taba l a n iña ,se de jó cae r de rod i l l a s y l amantuvo apr i s ionada en unla rgo abrazo . No sé cuán toduró aque l la e fus ión; yo mel imi té a mirar la escena , au-mentando la intensidad de miobservación al ver que Flora memiraba a su vez por encima denuestra compañera. _______________________________________________________________E n v i d i é e n e s e m o m e n t o ,do lorosamente , l a senc i l l ezde l a re lac ión que l a señoraGrose pod ía es tab lece r. S in

rreno accidentado y siguiendo un sen-dero cubierto de maleza—, hice un altopara que tomara aliento. Agradecida, leofrecí mi brazo, y le aseguré tambiénque ella podría ser para mí una granayuda; gracias a eso, recobramos lasfuerzas y, pocos minutos después, lle-gamos a un sitio desde el que pudimosver que la barca estaba efectivamentedonde yo había supuesto que estaría.La habían escondido lo mejor posible,y estaba atada a una de las estacas deuna valla que llegaba hasta el borde delagua, y que habría servido también parafacilitar el desembarco. Al ver que losdos remos, cortos y pesados, estabanrecogidos y puestos encima de la bar-ca, tuve que reconocer que aquello ha-bía sido una verdadera hazaña para unaniña pequeña; pero llevaba ya de-masiado tiempo viviendo entre prodi-gios, y me había quedado demasiadasveces sin respiración ante cosas másllamativas que ésa. La valla tenía unapuerta; pasamos por ella y, con pocasdificultades, llegamos a una [219] zonamás despejada. Las dos gritamos almismo tiempo:

—¡Allí está!

Flora, a poca distancia denosotras , es taba de pie en lahierba y sonreía, como si aho-ra la representación estuvieraya completa. Sin embargo, loprimero que hizo fue agachar-se, y arrancar —como si hubie-r a i d o a l l í ú n i c a m e n t e p a r aeso— una rama grande y secade he lecho. Nada más ver la ,tuve la seguridad de que aca-baba de salir de entre los ma-torrales. Nos esperó sin dar unsolo paso, y me di cuenta de laex t r aña so lemnidad con quenos acercábamos a ella. No pa-raba de sonreír, y nos encon-tramos; pero todo se hizo enmedio de un s i lencio que enesos momentos no augurabanada bueno. La señora Grosefue la primera en romper el he-chizo: cayó de rodillas, cogióa la niña y la tuvo un rato abra-zada contra su pecho. De mo-men to t uve que l im i t a rme acontemplar esas efusiones mu-das, y mirar con especial aten-ción la cara de Flora, que aso-maba por encima del hombrode mi compañera. Era una caraser ia , la sonrisa había desa-parecido; pero hizo que fueramás fuerte el dolor con que enese momento envidiaba a la se-ñora Grose su sencillo cariñohac ia e l la . Durante todo ese

X

107

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

while, nothing more passedbetween us save that Florah a d l e t h e r f o o l i s h f e r nagain drop to the ground.What she and I had virtuallysaid to each other was thatpretexts were useless now.When Mrs. Grose finally gotup she kept the child’s hand,so tha t the two were s t i l lbefore me; and the singularreticence of our communionwas even more marked in thefrank look she launched me.«I’ll be hanged,» it said, «ifI’ll speak!»

It was Flora who, gazinga l l o v e r m e i n c a n d i dwonder, was the first . Shew a s s t r u c k w i t h o u rbareheaded aspect . «Why,where are your things?»

«Where yours are, my dear!»I promptly returned.

She had already got back hergaiety, and appeared to take thisas an answer quite sufficient.«A n d w h e r e ’ s M i l e s ? » s h ew e n t o n .

There was something inthe small valor of it that qui-te finished me: these threewords from her were, in af lash l ike the g l i t t e r o f adrawn blade, the jostle of thecup that my hand, for weeksand weeks, had held high andfull to the brim that now, evenbefore speaking, I felt overflowin a deluge. «I’l l tel l you ifyou’ l l te l l ME—» I heardmyself say, then heard thetremor in which i t broke.

«Well, what?»

M r s . G r o s e ’ s s u s -p e n s e b l a z e d a t m e ,b u t i t w a s t o o l a t en o w , a n d I b r o u g h t t h et h i n g o u t h a n d s o m e l y .« W h e r e , m y p e t , i sM i s s J e s s e l ? »

rante un buen rato no sucedió nada más,exceptuando que Flora había dejadocaer de nuevo aquel absurdo ramo dehelechos. Pero lo que ambas nos había-mos dicho sin palabras era que, a par-tir de ese momento, los pretextos re-su l t aban comple tamente inú t i l e s .Cuando por fin la señora Grose se pusoen pie, siguió aferrando la mano de laniña, de modo que ambas permanecie-ron juntas delante de mí; la singular re-serva que se había instalado entre no-sotras quedaba patente en la franca mi-rada de la buena mujer. «¡Que me cuel-guen si digo una palabra!», parecía es-tar diciéndome con los ojos.

La primera que habló, mirándo-me con ingenuo asombro, fue la pro-pia Flora. Estaba muy sorprendidade verme con el cabello al viento.

— ¿ D ó n d e e s t á t u s o m b r e r o ?— p r e g u n t ó .

—¿Y qué me dices del tuyo, que-rida? —repliqué con viveza.

S u e x p r e s i ó n v o l v í a a s e ra l e g r e , y p a r e c i ó d a r p o r b u e -n a m i r e s p u e s t a .

—¿Y dónde es tá Mi les? —si -guió preguntando.

Aquella pequeña audacia acabódesconcertándome: las cuatro pala-bras me hirieron como el destello deun puñal desenvainado, y fueron lagota que colmó el vaso, aquel vasoya rebosante que durante semanashabía sostenido peligrosamente enlas manos y que de repente, incapazde contener nada más, comenzaba aderramarse por todos lados.

—Te lo diré si tú me dices a mí... —me oí decir a mí misma, y luego oí el tem-blor de mi voz al quebrarse sin lograr ter-minar la frase.

—¿Si te digo qué?

L a s e ñ o r a G r o s e m em i r ó c o n o j o s l l a m e a n t e s ,p e r o y a e r a d e m a s i a d o t a r -d e , y s i n d u d a r u n i n s t a n -t e p r e g u n t é a m i v e z :

— A v e r, m i p e q u e ñ a , ¿ d ó n d ees t á l a s eñor i t a J e s se l ?

e m b a r g o , e n t o d o a q u e lt i e m p o n o o c u r r i ó e n t r enoso t ras nada que no fueraese in tercambio de miradas .Lo que t an to l a n iña comoyo nos d i j imos fue que yalos p re t ex tos e r an v i r t ua l -men te inú t i l e s . Cuando , a lf in , l a señora Grose se pusode p ie y tomó a la niña de lamano, la reticencia de nues-tra comunión fue todavía másclara en la mirada que en eseinstante la niña me dir igía:« ¡ Q u e m e c u e l g u e n s i h a -blo!», parecía decir.

Fue Flora quien, recorriéndome conla vista con un cándido asombro, ha-bló primero. Parecía sorprendida devernos con la cabeza descubierta. —¿Dónde e s t án su s som-bre ros?

—¿Dónde está el tuyo, querida?—le respondí inmediatamente.

Había recobrado su alegría ha-bitual, y pareció aceptar aquellocomo una respuesta suficiente. — ¿ Y M i l e s ? — p r o -s i g u i ó .

Había a lgo en su aplomoque me sacó de quicio; aque-llas dos palabras fueron comodos gotas de agua en la copaque durante semanas y sema-nas mi mano había manteni-do en alto, llena hasta el bor-de, y que en ese momento, an-tes de hablar, sentí que se de-rramaba como un diluvio. — T e l o d i r é s it ú m e d i c e s . . . —m e o í d e c i r a m ím i s m a .

—¿Qué quiere que le diga?

La expresión de angustia de la se-ñora Grose me impresionó, pero eraya demasiado tarde para echarmeatrás, así que pregunté, en el tono másamable que me fue posible adoptar: —¿Dónde es tá l a señor i taJesse l , ca r iño?

tiempo no nos habíamos dichonada, y lo único que había he-c h o F l o r a e r a d e j a r c a e r a lsuelo el helecho. En real idad,l a s dos nos hab í amos d i choque era ya inút i l poner ningúnpretexto. Cuando por fin se le-vantó la señora Grose, no sol-tó a la niña de la mano, de for-ma que las dos estaban delan-te de mí; y la re t icencia quehabía ent re nosotras se pusode manifiesto en la mirada queme lanzó, y que era como de-cir : «Que me ahorquen, s i voya hablar yo de algo.»

La pr imera en hacer lo fueFlora , que nos miró muy sor-p rend ida de que no l l evá ra -mos nada en la cabeza :

— ¿ D ó n d e e s t á n v u e s t r o schismes?

—¿Dónde están los tuyos? —contesté en seguida.

Había recobrado la alegría,y parecía darse por sat isfechacon esa contestación.

—¿Y dónde está Miles? —preguntó.

El valor que denotaba la pregun-ta fue lo que acabó [220] definitiva-mente conmigo: esas cuatro palabrassuyas fueron como el destello de lahoja de una espada, el empujón a lacopa que mi mano había mantenidoen alto y llena hasta el borde duran-te semanas y semanas y que ahora,incluso antes de hablar, sentí que sederramaba en un diluvio:

—Te lo diré s i tú me dicesa mí. . . —me oí decir, y oí lue-go e l t emblo r en que se mequebraba la voz.

—¿Qué?

V i l a a n s i e d a d d el a s e ñ o r a G r o s e , p e r oe r a y a d e m a s i a d o t a r -d e , y l o s o l t é c o nt o d a t r a n q u i l i d a d :

— ¿ D ó n d e e s t á l a s e -ñ o r i t a J e s s e l , r i c a ?

[Paroxismo: Exaltación extrema de los afectos y pasiones.]

108

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

XX

Just as in the churchyard withMiles, the whole thing was uponus. Much as I had made of thefact that this name had neveronce, between us, been sounded,the quick, smitten [hit] glarewith which the child’s face nowreceived it fairly likened mybreach of the silence to thesmash of a pane of glass. It addedto the interposing cry, as if to staythe blow, that Mrs. Grose, at thesame instant, uttered over myviolence— the shriek of acreature scared, or ratherwounded, which, in turn, withina few seconds, was completed bya gasp of my own. I seized mycolleague’s arm. «She’s there,she’s there!»

Miss Jessel stood before uson the opposite bank exactly asshe had stood the other time,and I remember, strangely, asthe first feeling now producedin me, my thrill of joy at havingbrought on a proof. She wasthere, and I was justified; shewas there, and I was neithercruel nor mad. She was therefor poor scared Mrs. Grose, butshe was there most for Flora;and no moment of mymonstrous time was perhaps soextraordinary as that in whichI consciously threw out toher— with the sense that, paleand ravenous demon as shewas, she would catch andunderstand it—an inarticulatemessage of gratitude. She roseerect on the spot my friend and Ihad lately quitted, and there wasnot, in all the long reach of herdesire, an inch of her evil that fellshort. This first vividness ofvision and emotion were thingsof a few seconds, during whichMrs. Grose’s dazed blink acrossto where I pointed struck me as asovereign sign that she too at lastsaw, just as it carried my owneyes precipitately to the child.The revelation then of the mannerin which Flora was affectedstartled me, in truth, far morethan it would have done to findher also merely agitated, fordirect dismay was of course notwhat I had expected. Preparedand on her guard as our pursuithad actually made her, she wouldrepress every betrayal; and I wastherefore shaken, on the spot, by

[145] Capítulo XX

I g u a l q u e h a b í a s u c e d i d o c o nM i l e s e n e l c e m e n t e r i op a r r o q u i a l , h a b í a m o s t o c a d o f o n -d o . D e s p u é s d e t o d o l o q u e m eh a b í a e s f o r z a d o p o r q u e a q u e ln o m b r e n o s e p r o n u n c i a s e j a m á se n t r e n o s o t r a s , e l r á p i d o f o g o n a -z o q u e i l u m i n ó e l r o s t r o d e l an i ñ a a l o í r l o r e s o n ó e n m i s o í d o sc o m o u n c r i s t a l a l r o m p e r s e . L as e ñ o r a G r o s e q u i s o o p o n e r s e a l av i o l e n c i a d e a q u e l n o m b r e e m i -t i e n d o s i m u l t á n e a m e n t e u n e x -t r a ñ o g r i t o . . . E r a e l c h i l l i d o d eu n a c r i a t u r a a c o r r a l a d a o h e r i d a ,a l c u a l , d e s p u é s d e u n o s i n s t a n -t e s , s e s u m ó m i p r o p i a e x c l a m a -c i ó n . M e a f e r r é c o n f u e r z a a lb r a z o d e m i a m i g a .

— ¡ E s t á a h í ! ¡ E s t á a h í !

La señorita Jessel se erguía antenoso t r a s en l a o r i l l a opues t a de llago, exactamente en el mismo lu-gar que la otra vez, y recuerdo quemi primera reacción al verla fue deuna extraña alegría por tener al f inuna confirmación de mis sospechas.Estaba a l l í , luego yo tenía razón;estaba al l í , luego ni yo era una locani había actuado con injust i f icadacrueldad. All í es taba para conven-cer a la pobre y aterror izada señoraGrose, pero sobre todo para que laviera Flora ; y no hubo quizá mo-mento más extraordinario en aque-l la monst ruosa h is tor ia que aquelen que, consciente de lo que hacía ,le lancé un mudo mensaje de grat i -tud, convencida de que aquella cria-tura pál ida y diabólica lo captar íay lo entendería . Se erguía justo enel mismo lugar que mi amiga y yoacabábamos de dejar, y la voracidadde su deseo se ex tendía en to rno[146] a el la como una te laraña demaldad. La viveza inicial de la vi-s i ó n y d e l a s e m o c i o n e s q u e l aacompañaban apenas duraron unossegundos; mientras, la señora Grosemiraba aturdida en la dirección queyo le señalaba, y me dio la impre-s ión de que po r f in e l l a t ambiénveía. Eso me hizo volver mis ojosprecipi tadamente hacia la niña. Locier to es que la compleja expresiónde su rostro me sorprendió muchomás que s i hub iese s ido de meraagi tación, pues lo que no cabía es-perar, evidentemente, era que deja-se t raslucir su disgusto. Yo suponíaque nuest ra persecución la habr íapuesto en guardia y la habría l leva-do a reprimir cualquier impulso quepudiese traicionarla; por eso me dio

XX

Lo mismo que en el cemen-terio con Miles, todo el asun-to pendía sobre nuestras ca-bezas. En gran parte se debíaal hecho de que ese nombrenunca había sido pronuncia-do entre nosotras, y la expre-sión del rostro de la niña aloír lo consti tuyó para mí unanueva revelación. En aquelm o m e n t o , l a s e ñ o r a G r o s eprofirió un grito que fue comouna barrera que quisiera opo-ner a mi violencia.. . el gritode una criatura herida, que enunos segundos fue coreadopor un gemido de mi parte.Cogí el brazo de mi colega. —¡Está a l l í ! ¡Está a l l í ! —exclamé.

La señorita Jessel se erguía antenosotras en la orilla opuesta del es-tanque, exactamente igual que comose había presentado la vez anterior.Me acuerdo, extrañamente, de la pri-mera sensación que esa segunda vezprodujo en mí: fue un estremeci-miento de alegría por tener al fin unaprueba. Allí estaba, y eso me hacíasentir justificada; allí estaba, demodo que yo no era una institutrizcruel ni trastornada. Estaba allí, de-lante de la asustada señora Grose,pero principalmente para que laviera Flora; y ningún momento deaquella época monstruosa fue qui-zás tan extraordinario como éseen que conscientemente envié ha-cia ella, sí, hacia aquel pálido yrapaz demonio, un inarticuladomensaje lleno de agradecimiento. Se mantenía erguida en el si-tio donde mi compañera y yoacabábamos de e s t a r, y enaquella aparición no había unasola pulgada en que no reful-giera la maldad. Aquella pri-mera y vívida impresión duróunos segundos durante los cua-les la señora Grose miró fija yvacuamente hacia el lugar queyo le señalaba, como una con-firmación de que, por fin, tam-bién e l la ve ía , mient ras yovolvía los ojos precipi tada-mente hacia la niña. La acti-tud de F lo ra , a l r eve la rmecómo la aparición le afectaba,me impresionó mucho más quesi simplemente la hubiera vis-to agitada, ya que no espera-ba, desde luego, que se trai-cionara a sí misma, pero tam-poco esperaba ver que su de-

XX

A HORA la cosa ya no tenía re-medio, lo mismo que había pasadocon Miles en el cementerio. Despuésde haber dado yo tanta importancia aque ese nombre no se escuchara niuna sola vez entre nosotros, la mira-da rápida y dura con que respondióla cara de la niña hizo que mi formade romper el silencio fuera como elestallido del cristal de una ventanaque se hace pedazos. Vino a unirse algrito que, como para reforzar el gol-pe, soltó en ese mismo instante la se-ñora Grose, el alarido de una criaturaasustada o, más bien, herida, que alos pocos segundos se completó conlas palabras que salieron de mí. Aga-rré a mi compañera del brazo:

— ¡ E s t á a h í , e s t áa h í !

La señorita Jessel, exacta-mente lo mismo que había esta-do la otra vez, estaba ahora antenosotras en la orilla opuesta, yrecuerdo que mi primera sensa-ción fue un estremecimiento dea legr ía a l ve r que t en ía unaprueba. Estaba allí, y yo me sen-tía justificada; estaba allí, y yono era ya una persona cruel nitrastornada. Estaba allí para lapobre señora Grose, pero, sobretodo, estaba allí para Flora; y esposible que ningún otro momen-to de mi monstruosa vida fueratan extraordinario como ése, enel [221] que, dándome cuenta delo que hacía, y con la sensaciónde que aunque fuera un demo-nio pálido y voraz podría enten-derlo, le envié un mensaje mudode gratitud. Estaba de pie, en elmismo sitio en que habíamos es-tado antes mi compañera y yo,y no había, en todo el largo al-cance de su deseo, ni una pizcade mal que se quedara corta. Esaprimera imagen, y esa primeraemoc ión , t an v ivas , du ra ronunos segundos, en los que lacara de asombro de la señoraGrose al mirar hacia el puntoque yo señalaba me pareció unamagnífica prueba de que ella porfin veía también, y eso me hizovolver los ojos hacia la niña. Laforma en que había afectado aFlora me sobrecogió mucho másque si la hubiera visto ponersetambién un poco nerviosa, yaque, desde luego, no esperabaverla consternada. Preparada, yen guardia, al saber que la bus-cábamos, haría todo lo posible

109

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

my first glimpse of the particularone for which I had not allowed.To see her, without a convulsionof her small pink face, not evenfeign to glance in the direction ofthe prodigy I announced, butonly, instead of that, turn at MEan expression of hard, stillgravity, an expression absolutelynew and unprecedented and thatappeared to read and accuse andjudge me— this was a stroke thatsomehow converted the little girlherself into the very presence thatcould make me quail. I quailed[cow, recoil, flinch] even thoughmy certitude that she thoroughlysaw was never greater than at thatinstant, and in the immediateneed to defend myself I called itpassionately to witness. «She’sthere, you little unhappy thing—there, there, THERE, and you seeher as well as you see me!» I hadsaid shortly before to Mrs. Grosethat she was not at these times achild, but an old, old woman, andthat description of her could nothave been more strikinglyconfirmed than in the way inwhich, for all answer to this, shesimply showed me, without aconcession, an admission, of hereyes, a countenance of deeperand deeper, of indeed suddenlyquite fixed, reprobation. I was bythis time— if I can put the wholething at all together—moreappalled at what I may properlycall her manner than at anythingelse, though it wassimultaneously with this that Ibecame aware of having Mrs.Grose also, and very formidably,to reckon with. My eldercompanion, the next moment, atany rate, blotted out everythingbut her own flushed face and herloud, shocked protest, a burst ofhigh disapproval. «What adreadful turn, to be sure, miss!Where on earth do you seeanything?»

I could only grasp her morequickly yet, for even while shespoke the hideous pla inpresence stood undimmed andundaunted . I t had alreadylasted a minute, and it lastedwhile I continued, seizing mycolleague, quite thrusting herat it and presenting her to it, toinsist with my pointing hand.«You don’t see her exactly asWE see?— you mean to sayyou don’t now—NOW? She’s

un vuelco e l corazón al descubri ra lgo tan d i s t in to de lo que hab íaimaginado. No había el menor in-dic io de convuls ión in terna en susonrosado rostro, y ni s iquiera f in-gió mirar hacia el prodigio que yole indicaba; en lugar de eso, se l i -mitó a volverse hacia mí con expre-sión grave y serena, una expresiónabsolutamente nueva en ella que pa-recía leer en mi inter ior y acusar-me y juzgarme, y que de un golpetransformaba a la niña en un ser ex-t raño y por tentoso. Me quedé bo-qu iab ie r t a an t e su f r i a ldad , puesnunca había tenido tanta cer teza deque lo estaba viendo todo como enaquel instante. Y entonces, urgidapor la imperiosa necesidad de de-fenderme a mí misma, le gr i té apa-sionadamente para que mirara.

— ¡ E s t á a h í , d e s g r a c i a d a !¡ A h í , a h í , a h í , l o s a b e s t a nb i e n c o m o y o !

H a c í a p o c o l e h a b í a d i c h oa l a s e ñ o r a G r o s e q u e , e n m o -m e n t o s s e m e j a n t e s , l a n i ñ ap a r e c í a t r a n s f o r m a r s e e n u n am u j e r v i e j a , m u y v i e j a , ya q u e l l a d e s c r i p c i ó n s e v i oc o n f i r m a d a c o m o n u n c a a n t e sp o r l a f o r m a e n q u e F l o r ac o n t i n u a b a m i r á n d o m e s i nc o n c e d e r n i a d m i t i r n a d a ,m i e n t r a s e n s u r o s t r o l a e x -p r e s i ó n d e r e p r o b a c i ó n s e i b ah a c i e n d o m á s y m á s p r o f u n -d a . E n e s e m o m e n t o , s i h e d es e r s i n c e r a , n a d a m e a t e r r o -r i z a b a t a n t o c o m o s u a c t i t u d ,a u n q u e d e [ 1 4 7 ] r e p e n t e m ed i c u e n t a d e q u e t a m b i é n t e n -d r í a q u e v é r m e l a s c o n l a r e -a c c i ó n d e l a s e ñ o r a G r o s e . A li n s t a n t e s i g u i e n t e , m i c o m p a -ñ e r a d i f u m i n ó t o d o c u a n t o l ar o d e a b a c o n s u c o n g e s t i o n a -d o r o s t r o y s u a i r a d a p r o t e s -t a , q u e s o n ó c o m o u n e s t a l l i -d o d e d e s a p r o b a c i ó n .

— ¡ P o r D i o s , s e ñ o r i t a ! ¡ E s t oe s u n a b a r b a r i d a d ! ¿ D ó n d e d e m o -n i o s v e e s o q u e d i c e ?

No podía hacer más que aferrarmea su brazo con redoblada fuerza, y sinembargo, mientras ella me hablaba, lahorrible aparición seguía allí, imper-térrita, más nítida que nunca. Hacía unminuto que la veía, y aún siguió en elmismo sitio mientras yo, sin soltar ami compañera, la empujaba hacia aquelser e insistía en presentárselo apuntan-do hacia él con mi mano.

—¿No la ve usted como la vemos no-sotras? No me diga que ahora no la ve...Mire..., ¿la ve ahora? ¡Si es tan grande

licado y sonrosado rostro nodemostrara ninguna agitación;y ni siquiera fingía mirar endirección al prodigio que yoacababa de anunciar, sino que,en cambio, me miraba a mícon una expresión de dureza yde gravedad, una expresiónabsolutamente nueva, sin pre-cedentes, que parecía leer enmí, acusarme y juzgarme... Laimpresión que recibí convirtióa la pequeña niña en algo quepodía acobardarme. Y me aco-bardé a pesar de que mi certi-dumbre de que veía lo mismoque yo, no había sido nuncamayor que en ese instante; y,en la inmediata necesidad dedefenderme, traté, desespera-damente, de hacerla confesar. —¡Ella está allí , desdicha-da! ¡Está allí, allí, allí; y tú laves igual que me ves a mí! P o c o a n t e s h a b í a d i -c h o a l a s e ñ o r a G r o s eq u e , e n a q u e l l a s c i r -c u n s t a n c i a s , F l o r a n oe r a u n a n i ñ a , s i n o u n am u j e r a d u l t a , u n a v i e j a ,y a q u e l l a d e f i n i c i ó n n op o d í a q u e d a r m e j o r c o n -f i r m a d a q u e p o r l a p r o -p i a a c t i t u d d e l a n i ñ a ,q u i e n e n e s e m o m e n t om e l a n z ó , s i n n i n g ú n r e -c a t o , u n a m i r a d a d e p r o -f u n d a , d e c a d a v e z m á sp r o f u n d a r e p r o b a c i ó n .Yo e s t a b a e n e s e i n s t a n -t e t e r r i b l e m e n t e a b r u m a -d a p o r s u a c t i t u d , y s i -m u l t á n e a m e n t e m e d a b ac u e n t a d e q u e l a s e ñ o r aG r o s e i b a a d a r m e o t r of o r m i d a b l e m o t i v o d e d i s -g u s t o . E n e f e c t o , m i c o m -p a ñ e r a , c o n l a c a r a e n c e n -d i d a y u n t o n o d e i r r i t a d ap r o t e s t a , m e g r i t ó : —¡Todo esto es espantoso,señorita! ¿Dónde ha podido us-ted ver algo?

Sólo pude agarrarle de nuevodel brazo, ya que, mientras ha-blaba, la espantosa presenciacontinuó mostrándose impasible.La aparición había durado yaalgo así como un minuto, y per-maneció mientras yo seguía su-jetando a mi colega e insistiendoal tiempo que se la señalaba conmi mano libre. —¿No la ve usted como la vemosnosotras? ¿Quiere decir que no lave ahora, ahora, ahora? ¡Es tan

por no dejar traslucir nada; poreso, lo que me alarmó fue veralgo con lo que no había conta-do. Ver que, sin que su cara sedescompusiera lo más mínimo,sin molestarse siquiera en mirarhacia el sitio que yo señalaba,se volvía hacia mí con una ex-presión dura, tranquila y seria,una expres ión absolutamentenueva y desconocida, que pare-cía leer en mí y acusarme y juz-garme; algo que hacía que fueraahora la propia niña la presen-c i a q u e m á s p o d í a a t e m o r i -zarme. Me atemorizó, aunque enese instante estuviera más segu-ra que nunca de que ella la veíaperfectamente y, en mi afán dedefenderme, grité para que sir-viera de testimonio:

—¡Está allí, pobre desgraciada;allí, allí, allí, y la ves tan bien comome ves a mí!

Ya le había dicho antes a laseñora Grose que en esos mo-mentos, no era una niña, sino unamujer, una mujer vieja, y esas pa-labras no podían haber tenidomejor confirmación que la quetuvieron entonces cuando, portoda respuesta, sin hacer la me-nor concesión o señal alguna deadmitirlo, me miró con una caracada vez más seria, una cara deauténtica reprobación. En esemomento —si es que acierto porfin a recomponer la escena— mesentí [222] más apabullada porlo que bien puedo llamar su ac-titud que por cualquier otra cosa,aunque al mismo tiempo me die-r a cuen ta de que t en í a quehabérmelas también con la de laseñora Grose, que tomaba unaforma muy amenazadora . Micompañera se encargó de borrar-lo todo, menos su cara conges-tionada y su protesta, un verda-dero estallido de indignación.

—¡Vaya una mala pasada que nosha jugado usted, señorita! Pero ¿dón-de demonios puede ver algo?

No pude hacer otra cosa quevolver a agarrarla porque, mien-tras ella hablaba, la odiosa pre-sencia siguió allí, sin moverse,tan clara e impávida como antes.Llevaba ya un minuto, y continuómientras yo seguía agarrando a micompañera, empujándola, po-niéndosela delante y señalandocon la mano.

—¿No l a ve exac tamen teigual que la vemos nosotras? ¿Vaa decirme que no la ve ahora?

110

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

as big as a blazing fire! Onlylook, dearest woman, LOOK—!» She looked, even as I did, andgave me, with her deep groan[gemir] of negation, repulsion,compassion— the mixture withher pity of her relief at herexemption—a sense, touching tome even then, that she wouldhave backed me up if she could.I might well have needed that, forwith this hard blow of the proofthat her eyes were hopelesslysealed I felt my own situationhorribly crumble, I felt—I saw—my livid predecessor press, fromher position, on my defeat, and Iwas conscious, more than all, ofwhat I should have from thisinstant to deal with in theastounding little attitude of Flo-ra. Into this attitude Mrs. Groseimmediately and violentlyentered, breaking, even whilethere pierced through my senseof ruin a prodigious privatetriumph, into breathlessreassurance.

«She isn’t there, little lady,and nobody’s there—and younever see nothing, my sweet!How can poor Miss Jessel—when poor Miss Jessel’s dead andburied? WE know, don’t we,love?—and she appealed,blundering in, to the child. «It’sall a mere mistake and a worryand a joke—and we’ll go homeas fast as we can!»

Our companion, on this,had responded with a strange,quick primness of propriety,and they were again, with Mrs.Grose on her feet, united, as itwere, in pained opposition tome. Flora continued to fix mewith her smal l mask ofreprobation, and even at thatminute I prayed God to forgiveme for seeming to see that, asshe stood there holding tight toour friend’s dress, her incom-parable childish beauty hadsuddenly fai led, had quitevanished. I’ve said it already—she was l i teral ly, she wash ideous ly, ha rd ; she hadturned common and almostugly. «I don’t know what youmean. I see nobody. I seenothing. I never HAVE. I thinkyou’re cruel. I don’t like you!»Then, after this deliverance,which might have been that of avulgarly pert little girl in the

como una hoguera! ¡Pero mire, buena mu-jer, no le pido más que eso! ¡Mire!

Ella miraba, lo mismo que yo, yal oír su gemido de negación, de re-pulsión y piedad, como si sintieseuna mezcla de dolor y alivio por suceguera, comprendí, conmovida, quela pobre mujer me habría respalda-do si hubiese podido. Y buena faltame hacía entonces su respaldo, por-que, con el duro golpe que me llevéal comprobar que sus ojos estabanirremediablemente sellados, sentí derepente que mi posición era terrible-mente f rág i l , sen t í —en rea l idad ,vique mi predecesora, sin moversede su sitio, estaba precipitando miruina, y sobre todo me di cuenta delo que sería para mí, a partir de eseinstante, soportar la asombrosa ac-t i tud de la pequeña Flora. Acti tudque la señora Grose se encargaría in-mediatamente de reafirmar con unaviolenta refutación de mis palabrasen la cual creí entrever, tras el do-lor de mi derrota, cierta satisfacciónsecreta por aquel pequeño t r iunfopersonal suyo.

—¡El la no es tá ah í , h i ja mía!¡Ahí no hay nadie! ¡Y usted no havisto nunca nada, querida! ¿Cómopodría [148] ver a la pobre señoritaJessel si la pobre está muerta y ente-rrada? Nosotras lo sabemos, ¿verdad,cariño? —dijo, apelando torpementea la niña—. Todo esto no es más queun error, una obsesión, una broma demal gus to . . . , y ahora vo lvamos acasa, ¡no perdamos más tiempo!

L a p e q u e ñ a p a r e c í a a p r o b a raquel las palabras con su gesto dedisgusto ante mi escandalosa con-ducta, y ambas se unieron de nuevo(la señora Grose se había puesto derodillas) en su muda oposición ha-cia mí. Flora continuaba mirándomefijamente con su pequeña máscara dedescontento, e incluso entonces ro-gué a Dios que me perdonase porhaber creído ver al mirar a la niña,mientras ésta se aferraba con fuerzaal vestido del ama de llaves, despo-jarse de repente de aquella incom-parable belleza infantil que la ador-naba; toda su belleza se había des-vanecido para mí, transformándoseen una dureza abominable. Se habíavuelto vulgar, por no decir fea.

— Yo n o s é d e q u é e s t á s h a -b lando . No veo a nad ie ; nunca hev i s to a nad ie . Creo que e res c rue l .¡Ya no me gus t a s ! —Luego , des -p u é s d e a q u e l l a e x p l o s i ó n , c u y av u l g a r i d a d e r a d i g n a d e l a m á sdesca rada mozue la de l a ca l l e , s e

grande como una llamarada! ¡Mireahora, buena mujer, mire...! Ella miraba como yo, y al final pro-firió un profundo gruñido de nega-ción, repulsa y compasion... una mez-cla de piedad y alivio por haber sidoeximida de aquella contemplación...el sentimiento —lo supe en aquelmismo momento— de que me hubie-ra respaldado de haber podido hacer-lo. Debió de ser grande mi necesidadde tal apoyo, porque con la cruel com-probación de que los ojos de la seño-ra Grose se manteníandesesperanzadamente incrédulos,sentí que mi situación se derrumba-ba horriblemente. Sentí, vi a mi lívi-da predecesora confirmar, desde suposición, mi derrota, y fui conscien-te, sobre todas las cosas, de lo que apartir de ese momento debía esperarde la pequeña contienda con mi alum-na. Contienda en la que la señoraGrose intervino inmediata y violen-tamente, haciendo añicos, aunque yasólo se sustentaba en mi propio sen-timiento de desastre, un prodigiosotriunfo personal.

—¡No está allí, tesoro; no haynadie allí! ¡Y tú no has vistonunca nada, corazón...! ¿Cómoiba a poder estar allí la pobreseñorita Jessel, cuando todossabemos muy bien que estámuerta y enterrada? Nosotras losabemos, ¿no es cierto, querida?Se trata de un error, de una bro-ma... Y, ahora, ¡a regresar a casalo más de prisa posible!

L a p e q u e ñ a r e s p o n d i ó aesto consintiendo inmediata-mente, y yo las vi de prontou n i r s e e n m u d a o p o s i c i ó ncontra mí. Flora continuabaobservándome con su peque-ña máscara de reprobación, eincluso en aquel minuto ro-gué a Dios que me perdona-ra, por parecerme que, mien-t ras se as ía con fuerza de lvestido de la señora Grose, suincomparable belleza infan-t i l se desvanecía súbitamen-te. Ya lo he dicho antes: Flo-r a s e m o s t r a b am o n s t r u o s a m e n t e d u r a ; s eh a b í a v u e l t o u n a c r i a t u r avulgar, casi fea. —No sé a qué se refiere. Yo nohe visto a nadie. No he visto nada.¡Nunca! Creo que es usted una mu-jer cruel. ¡No me gusta usted! T r a s a q u e l e s t a l l i -d o , s e a p r e t ó c o n m á sf u e r z a a l a s e ñ o r a

¡Pues es imposible no ver la!¡Mírela, mujer, mírela!

Miraba, lo mismo que mirabayo y, al negarlo, con un gemido derepulsión, de pena, una mezcla delástima y alivio de ser incapaz deverlo, me daba también la impre-sión —consoladora para mí inclu-so en aquellos momentos— de queme habría apoyado si hubiese po-dido hacerlo. Y me habría hechomucha falta que me consolase por-que, con ese duro golpe de habercomprobado que sus ojos estabancerrados sin esperanza, sentía queera mi propia situación la que sevenía abajo; comprendía —loveía— que mi lívida predecesorase esforzaba por completar mi de-rrota y, sobre todo, me daba cuen-ta de lo que iba a ser desde aquelinstante tener que enfrentarme a laactitud de Flora. La señora Groseadoptó inmediatamente esa mismaactitud y, mientras a mi sensaciónde estar perdida se unía otra inex-plicable sensación de triunfo, selanzó a consolar a la niña.

—No está allí, pequeña; allí nohay nadie..., y tú nunca ves nada,amor mío. ¿Cómo va a poder la se-ñorita Jessel..., si la pobre señori-ta Jessel está muerta y enterrada?Nosotras lo sabemos, ¿verdad quesí? No es más que una [223] equi-vocación, ganas de preocuparnos,una broma..., y lo que vamos a ha-cer ahora es irnos a casa tan de pri-sa como podamos.

La n iña había respondidoe n s e g u i d a a e s a s p a l a b r a sc o n u n a e x t r a ñ a c o r r e c c i ó nafec tada , y podía dec i rse queo t r a vez vo lv í an a e s t a r l a sdos un idas en con t ra de mí .F lo ra no de j aba de mi ra rmecon e l mismo a i re de repro-b a c i ó n y, e n e s e m o m e n t o ,pedí a Dios que me perdona-ra por tener la impres ión deque, mientras estaba al l í , aga-r rada a l ves t ido de la señoraG r o s e , s u i n c o m p a r a b l e b e -l leza infan t i l se había desva-nec ido de repen te . S í , ya lohe d icho . . . , es taba rea lmenteh o r r o r o s a ; s e h a b í a v u e l t ouna n iña vulgar, cas i fea .

—No sé qué es lo que quieresdecir. Yo no veo a nadie. No veonada. Nunca lo he visto. Creo queeres mala. ¡No te quiero!

Después de ese desahogo,que podr í a habe r s ido e l decualquier niña mal educada, se

saucy or impudent

111

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

street, she hugged Mrs. Grosemore closely and buried in herskirts the dreadful little face. Inthis position she produced analmost furious wail. «Take meaway, take me away—oh, takeme away from HER!»

« F r o m M E ? » Ip a n t e d .

«From you—from you!» she cried.

Even Mrs. Grose lookedacross at me dismayed, while Ihad nothing to do butcommunicate again with the figu-re that, on the opposite bank,without a movement, as rigidlystill as if catching, beyond theinterval, our voices, was asvividly there for my disaster asit was not there for my service.T h e w r e t c h e d c h i l d h a dspoken exactly as if she hadg o t f r o m s o m e o u t s i d esource each of her stabbingl i t t l e w o r d s , a n d I c o u l dtherefore, in the full despairof al l I had to accept, butsadly shake my head at her.«I f I had eve r doub ted , a l lmy doubt would a t p resen th a v e g o n e . I ’ v e b e e n l i -v i n g w i t h t h e m i s e r a b l et ru th , and now i t has on lytoo much c losed round me.O f c o u r s e I ’ v e l o s t y o u :I ’ v e i n t e r f e r e d , a n dyou’ve seen— under HERd i c t a t i o n » — w i t h w h i c h Ifaced, over the pool again ,our infernal wi tness—»thee a s y a n d p e r f e c t w a y t omeet i t . I ’ve done my bes t ,b u t I ’ v e l o s t y o u .Goodbye.» For Mrs . GroseI h a d a n i m p e r a t i v e , a na l m o s t f r a n t i c « G o , g o ! »b e f o r e w h i c h , i n i n f i n i t ed i s t r e s s , b u t m u t e l ypossessed o f the l i t t l e g i r land c l ea r ly conv inced , i nspi te of her b l indness , tha ts o m e t h i n g a w f u l h a do c c u r r e d a n d s o m eco l l apse engu l fed us , shere t r ea t ed , by the way weh a d c o m e , a s f a s t a s s h ecou ld move .

Of what f i rs t happenedwhen I was left alone I had nosubsequent memory. I onlyknew that at the end of , Isuppose, a quarter of an hour,an odorous dampness and

a b r a z ó c o n m á s f u e r z a a ú n a l as e ñ o r a G r o s e , e n t e r r a n d o e n s u sf a l d a s a q u e l l a e s p a n t o s a c a r i t a .Desde e sa pos i c ión l anzó un ú l t i -mo y fu r ioso au l l ido—. ¡Vámonosde aqu í ! ¡Vámonos de aqu í ! ¡L lé -veme l e jos de e l l a !

— ¿ D e m í ? — d i j e c o n v o ze n t r e c o r t a d a .

—¡De t i ! ¡De t i ! —gri tó .

Incluso la señora Grose me miróentonces con compasión; y yo nopodía hacer más que comunicarmede nuevo con la f igura que, desdel a o r i l l a opues t a , l o p r e senc i abatodo sin hacer un solo movimiento,tan r ígida como si estuviese t ratan-do de captar nuestras palabras a tra-vés de la distancia, transformada enuna ní t ida imagen de mi derrota , yaque no podía esperar de el la ningu-na ayuda. La malvada [149] chiqui-l la había hablado como si a lguienle es tuviese d ic tando desde fueraaquel las frases tan hir ientes , y poreso, en medio de mi desesperación,no pude ev i ta r mi ra r la meneandotr is temente la cabeza.

— S i a l g u n a v e z h u b i e s e t e -n i d o d u d a s , e n e s t e m o m e n t o s eh a b r í a n d e s p e j a d o . H e e s t a d ov i v i e n d o b a j o e l p e s o d e u n av e r d a d h o r r e n d a , y a h o r a e s av e r d a d h a e s t r e c h a d o s u c e r c o am i a l r e d e d o r . Ya s é q u e t e h ep e r d i d o ; h e i n t e r f e r i d o , y t ú ,b a j o l o s d i c t a d o s d e e s a m u j e r— y a l d e c i r e s t o a l c é l o s o j o sh a c i a l a o t r a o r i l l a d e l l a g o ,d o n d e s e g u í a n u e s t r a i n f e r n a lt e s t i g o — , t ú h a s e n c o n t r a d o l af o r m a m á s s e n c i l l a y p e r f e c t ad e l i b r a r t e d e m í . H e h e c h ot o d o l o q u e e s t a b a e n m i m a n o ,p e r o t e h e p e r d i d o . A d i ó s .

A la señora Grose solo le dirigí unimperioso y casi frenético «¡váyanse,váyanse!», ante el cual ella, infinita-mente apenada y haciéndose cargo ensilencio de la niña con la absoluta con-vicción, a pesar de su ceguera, de quealgo terrible había ocurrido, una espe-cie de colapso total que amenazaba conengullirnos, emprendió el regreso conla pequeña por el mismo camino por elque habíamos venido y con tanta rapi-dez como le permitían sus piernas.

De lo que ocur r ió inmed ia t a -men te después de que me de ja rans o l a n o r e c u e r d o p r á c t i c a m e n t enada . So lo sé que , a l cabo de unc u a r t o d e h o r a m á s o m e n o s , e lo lo r a humedad y e l con tac to á s -

G r o s e y s e p u l t ó e n s uf a l d a l a h o r r i b l e c a r i -t a . E n e s t a p o s i c i ó n ,e x c l a m ó f u r i o s a m e n t e : —¡Sáqueme de aquí! Porf a v o r , ¡ s á q u e m e d e a q u í !¡Lléveme lejos de ella!

—¿De mí? —exclamé con ungemido.

—¡De usted... de usted! —gritó.

H a s t a l a p r o p i a s e ñ o r aGrose me mi ró con cons te r -n a c i ó n ; y y o v o l v í d e n u e -v o l a c a b e z a h a c i a l a f i g u -r a q u e , e n l a o r i l l a o p u e s -t a , s i n u n m o v i m i e n t o , t a nr í g i d a m e n t e i n m ó v i l c o m os i c a p t a r a n u e s t r a s v o c e s ,pe rmanec ía v ív ida a l l í pa r ap r e s e n c i a r m i d e s a s t r e .La desgraciada criatura se había ex-presado como si sus hirientes pala-bras procedieran de una fuente exte-rior, y, en consecuencia, no me que-daba otro recurso que aceptar la si-tuación, por dolorosa que pudiera re-sultarme hacerlo. Sacudí tristementela cabeza y me encaré con la niña. —Si alguna duda hubiese expe-rimentado, en este momento se ha-bría desvanecido del todo. He es-tado viviendo con la dolorosa rea-lidad, y ahora me doy cuenta deque ésta me ha derrotado. Ya séque te he perdido; he tratado de im-pedirlo, mas tú, bajo su influencia,has elegido el fácil y cómodo me-dio de evitarme. Y luego de dec i r e s to meenfrenté de nuevo, por enci-ma de l es tanque , con nues -t ra in fe rna l t es t igo . —He hecho todo lo que estabaa mi alcance; sin embargo, mehas vencido. ¡Adiós! A la pobre señora Grose le dije, deuna manera imperativa, casi frenética: —¡Váyase, váyase! Ante lo cual, con evidente pena,pero mudamente dominada por laniña y claramente convencida, noobstante su ceguera, de que algo es-pantoso había ocurrido y un desas-tre nos amenazaba, se retiró, por elmismo camino por el cual habíamosllegado, con toda la rapidez que suspiernas le permitían.

De lo que ocurrió inmedia-tamente después de que mede ja ran so l a , no me quedaningún recuerdo. Sólo sé queal cabo de, supongo, un cuar-to de hora, el olor a humedad

abrazó a l a s eñora Grose , ymet ió su espantosa car i ta ensus faldas. En esa postura em-pezó a gritar, casi con rabia:

— ¡ S á c a m e d e a q u í ,s á c a m e d e a q u í , l l é v a -m e l e j o s d e e l l a !

—¿De mí? —pregunté.

—¡Sí, de ti, de ti!

H a s t a l a m i s m a s e ñ o r aGrose me miró desconsolada;m i e n t r a s y o n o p o d í a h a c e rotra cosa que volver a comu-nicarme con la figura que, enla otra oril la, sin un solo mo-vimiento , ca l lada , como s i através de la distancia pudierao í r nues t r a s voces , apa rec íaallí , tan clara para mi desespe-ración como inútil para servir-me de algo. La niña había ha-blado como si cada una de esaspalabras que se me clavaban amí las hubiese sacado de algúnotro si t io, y lo único que pudehacer, con toda la tr isteza delo que tenía que aceptar, fuemover la cabeza y decir:

— S i h u b i e s e t e n i d o a l -g u n a d u d a , t o d a s m i s d u d a sh a b r í a n d e s a p a r e c i d o e ne s t e m o m e n t o . H e e s t a d ov i v i e n d o c o n e s a t r i s t e v e r -d a d , y a h o r a m e h a c e r c a d oy a p o r t o d a s p a r t e s . D e s d el u e g o , t e h e p e r d i d o : e r a u ne s t o r b o , y t ú , [ 2 2 4 ] b a j o s ui n d i c a c i ó n — v o l v í a m i r a ru n a v e z m á s a l t e s t i g o i n -f e r n a l q u e t e n í a m o s a l o t r ol a d o d e l e s t a n q u e — , h a se n c o n t r a d o l a m e j o r m a n e -r a d e a r r e g l a r l o . H e h e c h ot o d o l o q u e p o d í a , p e r o t eh e p e r d i d o . A d i ó s .

A la señora Grose le grité en tonoimperativo, y casi con rabia:

—¡Váyase, váyase!Con infinita tristeza, sin decir

nada, pero sin soltar tampoco a laniña, y convencida de que habíaocurrido algo espantoso que habíaestado a punto de tragarnos a to-dos, se volvió a casa, por el mis-mo camino por el que habíamosvenido, y tan de prisa como se lopermitían sus piernas.

No tengo n ingún recuerdode lo que ocurr ió cuando mequedé sola . Lo único que pue-do dec i r es que , pasado máso menos un cua r to de ho ra ,sent í una aspereza, una hume-

112

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

roughness , ch i l l ing andpiercing my trouble, had mademe understand that I musthave thrown myself, on myface, on the ground and givenway to a wildness of grief. Imust have lain there long andcried and sobbed, for when Iraised my head the day wasalmost done. I got up andlooked a moment, through thetwilight, at the gray pool andits blank, haunted edge, andthen I took, back to the house,my dreary and difficult course.When I reached the gate in thefence the boat, to my surprise,was gone, so that I had a freshreflection to make on Flora’sextraordinary command of thes i tuat ion. She passed thatnight, by the most tacit, and Ishould add, were not the wordso grotesque a false note, thehappiest of arrangements, withMrs. Grose. I saw neither ofthem on my return, but, on theo ther hand , as by anambiguous compensation, Isaw a great deal of Miles. Isaw—I can use no o therphrase— so much of him thatit was as if it were more thanit had ever been. No evening Ihad passed at Bly had theportentous quali ty of thisone; in spite of which—and inspite also of the deeper depthsof cons te rna t ion tha t hadopened beneath my feet—there was l i te ra l ly, in theebbing ac tua l , anextraordinarily sweet sadness.On reaching the house I hadnever so much as looked forthe boy; I had simply gonestraight to my room to changewhat I was wearing and to takein, at a glance, much materialtestimony to Flora’s rupture.Her little belongings had allbeen removed. When later, bythe schoolroom fire, I wasserved with tea by the usualmaid, I indulged, on the articleof my o ther pupi l , in noinquiry whatever. He had hisfreedom now—he might haveit to the end! Well, he did haveit; and it consisted—in part atleast—of his coming in atabout eight o’clock and sittingdown with me in silence. Onthe removal of the tea things Ihad blown out the candles anddrawn my chair closer: I wasconscious of a mortal coldness

pero y f r ío de l sue lo me h ic i e ronc o m p r e n d e r q u e h a b í a c a í d o d eb r u c e s s o b r e l a h i e r b a p a r a d a rr i enda sue l t a a mi sa lva j e do lo r.D e b í d e p e r m a n e c e r a l l í m u c h ot i empo g imiendo y l l o rando , po r -q u e , c u a n d o f i n a l m e n t e a l c é e lros t ro , e r a ya cas i de noche . Mepuse en p i e y mi ré unos in s t an te se n l a p e n u m b r a d e l c r e p ú s c u l ohac ia e l e s t anque g r i s y su mis t e -r io sa o r i l l a , aho ra vac ía , y l uegot o m é e l c a m i n o d e r e g r e s o a l acasa , que no e ra t an d i f í c i l y t o r -tuoso como e l cu r so de mis pen-s a m i e n t o s . C u a n d o l l e g u é a l ap u e r t a d e l a v a l l a d e s c u b r í , c o nsorp resa , que e l bo te no es t aba , loque [150] me d io un nuevo mot i -vo pa ra r e f l ex iona r ace rca de l i n -c r e í b l e d o m i n i o d e l a s i t u a c i ó npor pa r t e de F lo ra . Po r un a r r eg lot á c i t o ( q u e p o d r í a c a l i f i c a r s e d e« fe l i z» s i e l ca l i f i ca t ivo no r e su l -t a s e t a n g r o t e s c o e n s e m e j a n t e sc i r c u n s t a n c i a s ) , l a n i ñ a p a s óaque l l a noche en e l cua r to de l aseñora Grose . A mi r eg reso no v ia n inguna de l a s dos , pe ro , comouna e spec ie de ambigua compen-s a c i ó n , t u v e q u e v e r b a s t a n t e aMi les . Lo v i demas iado b ien —nop u e d o d e c i r l o d e o t r a m a n e r a — ,mejo r que nunca desde su l l egadaa B ly. N inguna de l a s noches quep a s é e n l a m a n s i ó n t u v i e r o n l am i s t e r i o s a i n t ens idad de aque l l a .Pe ro a pesa r de e so , y a pesa r de la b i s m o d e d e s e s p e r a c i ó n q u e s ea b r í a b a j o m i s p i e s , l a r e c u e r d obañada toda e l l a en una ex t r aña ydu lce t r i s t eza . A l l l ega r a l a ca sa ,n i s iqu ie ra me hab ía aco rdado de ln iño . Hab ía ido d i r ec t amen te a mih a b i t a c i ó n p a r a c a m b i a r m e d er o p a , d e s c u b r i e n d o a l a p r i m e r ami rada l a s p ruebas ma te r i a l e s quetes t imoniaban la deserc ión de F lo-r a . Todas sus pe r t enenc ia s hab íans ido t r as ladadas . Más t a rde , cuan-do l a donce l l a de tu rno me s i rv ióe l t é j un to a l a ch imenea de l cua r -t o de e s tud io , no me mo le s t é eni n t e r r o g a r l a a c e r c a d e m i o t r oa lumno . Ahora que ya hab ía con-segu ido su l i be r t ad , ¡po r mí , quela d i s f ru t a se has t a e l f i na l ! Bue -n o , p u e s a s í l o h i z o , e n e f e c t o ;pe ro l a ún ica l i be r t ad que se tomóen tonces fue l a de apa rece r a l a socho en l a pue r t a y sen ta r se a mil ado en s i l enc io . Después de quere t i r a r an e l s e rv i c io de t é , yo ha -bía apagado las ve las y había acer-cado mi bu taca a l fuego ; sen t í a unf r ío mor ta l , y me parec ía que nun-c a m á s l o g r a r í a c a l e n t a r m e . A s í

y la aspereza del suelo me hi-cieron comprender que habíac a í d o b o c a a b a j o s o b r e l ahierba para dar r ienda sueltaa mi aflicción. Debí de haberseguido a l l í durante muchotiempo, l lorando y lamentán-dome, puesto que cuando le-vanté la cabeza empezaba yaa anochece r. Me l evan té ymiré un momento, a través dela luz crepuscular, el estan-que gr is y su difuminada yhechizada orilla, y luego em-prendí el penoso y dif íci l re-greso a la casa. Flora pasó esanoche, por un acuerdo táci to—y, debería añadir, fel iz , s ila palabra no tuviera aquí unsonido grotesco— con la se-ñora Grose. A mi regreso, novi a ninguna de las dos; encambio , como por una raracompensación, tuve que verbastante a Miles. Lo vi tanto—no puedo deci r lo de o t ram a n e r a — , q u e m e p a r e c i óque antes no lo había vis tonunca. Ninguna de las nochesque había pasado en Bly ha-bía tenido el carácter porten-toso de aquélla, a pesar de locual —y a pesar también delas profundidades de conster-nación que se habían abiertobajo mis pies— fue una nocheinvadida por una tr is teza ex-traordinariamente dulce. All legar a la casa, no me pre-ocupé siquiera de buscar alniño; me dir igí directamentea mi habitación para cambiar-me de ropa y en te ra rme , asimple vista, del alcance demi ruptura con Flora. Todassus pertenencias habían sidos a c a d a s d e m i h a b i t a c i ó n .Cuando más t a rde , an t e l achimenea del salón de las cla-ses, la doncella me servía elté, me atuve estr ictamente ami propósito de no hacer nin-guna pregunta sobre el niño.Éste tenía ahora la l ibertadque pedía, y podría disfrutar-la hasta el f inal . La tenía, s í ;y la aprovechó, al menos par-cialmente, para presentarse aeso de las ocho y sentarse ami lado en si lencio. Cuandola doncella ret iró el serviciode té, apagué las velas y meacerqué un poco más al fue-go. Tenía la sensación de unfr ío morta l y present ía quenunca más volver ía a tenercalor. De modo que, cuando

dad f r ía y pene t ran te , que mehizo comprender que me ha-b í a t i r ado a l sue lo pa ra da rr ienda sue l ta a mi pena . Te-n ía que haber es tado a l l í bas-tan te t i empo so l lozando por-que , cuando levanté la cabe-za , v i que se había hecho yac a s i d e n o c h e . M e l e v a n t é ,miré un momento e l es tanquegr is y la or i l la por la que ron-d a b a n l o s f a n t a s m a s , y e m -prendí mi t r i s te y d i f íc i l ca-mino de vue l ta a casa . Cuan-do l legué a la puer ta de la va-l la , v i con sorpresa que no es-taba la barca , con lo que tuveuna prueba más de lo seguraque se sen t ía F lora . Esa no-che , por acuerdo tác i to y, s ino fuera por miedo a que lapalabra sonase grotesca , d i r íaque de lo más fe l iz , l a pasóc o n l a s e ñ o r a G r o s e . A l avuel ta no v i a n inguna de lasdos , pero , en cambio , a modode ambigua compensac ión , v im u c h o a M i l e s . L e v i — n op u e d o e m p l e a r o t r a f r a s e —tanto y tan b ien como no leh a b í a v i s t o n u n c a . N i n g u n ade las noches que hab ía pa-sado en Bly tuvo e l carác te rpor ten toso de ésa ; a pesar delo cua l —y a pesar de hacer-se aún más profundo e l ab is -mo de cons t e rnac ión que sehabía ab ier to ba jo mis p ies—, puedo dec i r que en e l re f lu-j o h a b í a u n a t r i s t e z a e x -t r a o r d i n a r i a m e n t e d u l c e . A ll legar a casa , no había in ten-tado s iquiera ver dónde es ta -ba e l n iño; me había ido a mi[225] cuar to para cambiarmede ropa , y para encont rar, depaso , abundantes tes t imoniosm a t e r i a l e s d e l a r u p t u r a d eFlora . Se había l levado todassus cosas . Más ta rde , cuandoes taba en la c lase , y l l egó ladoncel la de s iempre a t raermeel té , no hice ninguna pregun-ta sobre mi otro a lumno. Aho-ra ya e ra l ib re . . . y podía se -gu i r s iéndolo . Pero la l iber-tad que se tomó —o a l menospar te de e l la— fue venir a esode las ocho y sen tarse conmi-g o e n s i l e n c i o . D e s p u é s d eque re t i ra ran e l se rv ic io de lté , yo había apagado las ve-las y había acercado la s i l la al a c h i m e n e a : s e n t í a u n f r í omor ta l , y t en ía l a impres iónde que nunca iba a poder vol -ver a en t rar en ca lor. Por eso ,

113

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

and felt as if I should neveragain be warm. So, when heappeared, I was sitting in theglow with my thoughts. Hepaused a moment by the dooras if to look at me; then—as ifto share them— came to theother side of the hearth andsank into a chair. We sat therein absolute stillness; yet hewanted, I felt, to be with me.

XXI

Before a new day, in myroom, had fully broken, my eyesopened to Mrs. Grose, who hadcome to my bedside with worsenews. Flora was so markedlyfeverish that an illness wasperhaps at hand; she had passeda night of extreme unrest, a nightagitated above all by fears thathad for their subject not in theleast her former, but wholly herpresent, governess. It was notagainst the possible re-entranceof Miss Jessel on the scene thatshe protested— it wasconspicuously and passionatelyagainst mine. I was promptly onmy feet of course, and with animmense deal to ask; the morethat my friend had discerniblynow girded her loins to meet meonce more. This I felt as soon asI had put to her the question ofher sense of the child’s sincerityas against my own. «She persistsin denying to you that she saw,or has ever seen, anything?»

M y v i s i t o r ’ s t r o u b l e ,truly, was great. «Ah, miss,i t i sn’t a mat ter on which Ican push her ! Yet i t i sn’te i ther, I must say, as i f Im u c h n e e d e d t o . I t h a smade her, every inch of her,qui te old .»

«Oh, I see her perfectly fromhere. She resents, for all theworld like some high littlepersonage, the imputation on hertruthfulness and, as it were, herrespectability. `Miss Jesselindeed—SHE!’ Ah, she’s`respectable,’ the chit! The

q u e c u a n d o e l n i ñ o a p a r e c i ó y oes taba sentada en la penumbra , su-mida en mis pensamien tos . Se de -t u v o u n m o m e n t o e n e l u m b r a lpa ra mi ra rme ; luego , como s i qu i -s i e r a c o m p a r t i r l o s , s e a c e r c ó a lo t ro l ado de l a ch imenea y se hun-d i ó e n u n s i l l ó n . E s t u v i m o s a l l ís en tados en abso lu to s i l enc io . S inembar go , yo sen t í a que é l que r í aes t a r conmigo .

[151] Capítulo XXI

A p e n a s d e s p u n t a b a e l a l b ad e u n n u e v o d í a c u a n d o a b r íl o s o j o s y v i a l a s e ñ o r aG r o s e , q u e h a b í a a c u d i d o a m ic u a r t o p a r a d a r m e l a s p e o r e sn o t i c i a s . F l o r a t e n í a t a n t af i e b r e q u e p a r e c í a e s t a r a l a sp u e r t a s d e u n a e n f e r m e d a d ;h a b í a p a s a d o u n a n o c h e e x t r e -m a d a m e n t e i n t r a n q u i l a , u n an o c h e a g i t a d a p o r t e r r o r e sq u e n o t e n í a n n a d a q u e v e rc o n l a a n t i g u a i n s t i t u t r i z ,s i n o c o n l a a c t u a l . N o e r ac o n t r a l a p o s i b l e r e a p a r i c i ó nd e l a s e ñ o r i t a J e s s e l c o n t r a l oq u e s e r e b e l a b a a p a s i o n a d a -m e n t e ; e r a c o n t r a l a m í a . M el e v a n t é d e u n s a l t o , y c o n m u -c h a s c o s a s q u e p r e g u n t a r ; m á sa ú n t e n i e n d o e n c u e n t a q u e m ia m i g a v e n í a a l a d e f e n s i v a .M e d i c u e n t a d e e l l o e n c u a n -t o l e p r e g u n t é a c e r c a d e l as i n c e r i d a d d e l a n i ñ a .

—¿Insiste en negarle a usted lo que vio,lo que ha estado viendo todo este tiempo?

L a m u j e r p a r e c í ai n m e n s a m e n t e a p u r a d a .

—¡Ay, señori ta , no puedo pre-sionarla más con ese asunto! Ade-más, no creo que haga falta, si quie-re que le diga la verdad. Parece ha-ber madurado de repente, casi pa-rece haber envejecido.

—Sí, claro, me parece estar vién-dola. Está ofendida porque hayamosdudado de su sinceridad, de su «res-petabil idad», por decir lo de algúnmodo, ¡como si fuese una gran seño-ra o algo así! La señorita Jessel.. . ,¡siempre la señorita Jessel! ¡A ella síque la respeta, la mocosa! La impre-

M i l e s a p a r e c i ó , y o e s t a b asentada en la penumbra y asolas con mis pensamientos.Se detuvo un momento en lapuerta, observándome; luegos e a c e r c ó l e n t a m e n t e y s edejó caer en una butaca. Per-manecimos sentados al l í enun silencio absoluto; sin em-bargo, comprendía que él de-seaba estar conmigo.

XXI

Antes del alba, mis ojos seabrieron en mi dormitorio fren-te a la señora Grose, que se pre-sentaba con las peores noticias.Flora estaba con tanta fiebre,que era casi seguro que habíaenfermado; había pasado unanoche sumamente intranquila,agitada sobre todo por unos te-mores que no tenían como cau-sa a su anterior institutriz, sinoa la actual. No protestaba con-tra la posible reaparición de laseñorita Jessel, sino, apasiona-damente, contra mi presencia.Me puse en seguida de pie ,dispuesta a formular un cau-dal de preguntas, pero no tar-dé en darme cuenta de que elsentimiento que predominabaen mi amiga era el descon-cierto; lo comprendí desde elmomento en que le preguntési creía más en la sinceridadde la niña que en la mía. —¿Cont inúa e l la negandoque vio o ha v is to a lgo?

La turbación de mi visitantefue realmente inmensa. — ¡ A y , s e ñ o r i t a , n op u e d o i n s i s t i r c o n l an i ñ a s o b r e e s e t e m a !L a p o b r e h a e n v e j e c i -d o u n a b a r b a r i d a d ap a r t i r d e a n o c h e .

—Me doy cuenta de todo.Se siente herida en su digni-dad. . . como si fuera un al topersonaje cuya veracidad hu-biera s ido puesta a prueba.E n c a m b i o , a l a s e ñ o r i t aJessel... a ella, a ella si la con-sidera. La impresión que ayer

cuando aparec ió , es taba sen-tada a la luz de la lumbre, conmis pensamientos . Se de tuvoun momento en la puerta a mi-rarme, y luego , como s i qu i -s i e r a compar t i r l o s , s e s en tóen una s i l la a l o t ro lado de lfuego. Es tuvimos a l l í en ab-so lu to s i lenc io ; pero yo com-prendí que quer ía es ta r con-migo.

XXI

EN mi cuarto, antes de que unnuevo día hubiera amanecido deltodo, mis ojos se abrieron paraver a la señora Grose, que habíavenido con malas noticias. Floratenía síntomas de fiebre y era muyposible que estuviera enferma;había pasado una noche muy in-quieta, una noche dominada pormiedos, cuya causa no era enmodo alguno su anterior institu-triz, sino la presente. No era con-tra la posible vuelta a escena dela señorita Jessel contra la queprotestaba, sino decidida y clara-mente contra la mía. Me levantéa toda pr i sa , como puedesuponerse, y con muchas pregun-tas que hacer; más que nada por-que veía que mi amiga ya veníapreparada a enfrentarse una vezmás conmigo. Eso lo comprendínada más hacerle una pregunta paraver si se fiaba más de la sinceridadde la niña que de la mía.

[226]—¿Ha seguido negando queviera o haya visto nunca algo?

La señora Grose se encontró real-mente en un aprieto:

—¡Ay, señorita, si no se trata delo que yo pueda hacerle decir! Y tam-poco, debo decir la verdad, es quetenga mucha necesidad de hacerlo. Esque se ha vuelto, de pies a cabeza,como una persona mayor.

—Sí, puedo imaginármelaperfectamente. Lo que más lemolesta, como si fuera un granpersonajillo, es que la acusen deno decir la verdad, que se pon-ga en duda que es una personarespetable. «¡La señorita Jessel,sí!» Y vaya si es «respetable»,

114

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

impression she gave me thereyesterday was, I assure you, thevery strangest of all; it was quitebeyond any of the others. I DIDput my foot in it! She’ll neverspeak to me again.»

Hideous and obscure as itall was, it held Mrs. Groseb r i e f l y s i l e n t ; t h e n s h eg r a n t e d m y p o i n t w i t h af r a n k n e s s w h i c h , I m a d es u r e , h a d m o r e b e h i n d i t .«I think indeed, miss, shenever wil l . She do have agrand manner about it!»

«And that manner»—Isummed it up—»is practicallywhat’s the matter with her now!»

O h , t h a t m a n n e r , Ic o u l d s e e i n m yv i s i t o r ’ s f a c e , a n d n o ta little else besides! «She asksme every three minutes if I thinkyou’re coming in.»

«I see—I see.» I, too, onmy side, had so much morethan worked it out. «Has shesaid to you since yesterday—except to repudia te herfamiliarity with anything sodreadful—a single other wordabout Miss Jessel?»

«Not one, miss. And of courseyou know,» my friend added, «Itook it from her, by the lake, that,just then and there at least, thereWAS nobody.»

«Rather! and, naturally, youtake it from her still.»

«I don’t contradict her. Whatelse can I do?»

«Nothing in the world!You’ve the cleverest l i t t leperson to deal with. They’vem a d e t h e m — t h e i r t w of r i e n d s , I m e a n — s t i l lc leverer even than na turedid; for it was wondrous ma-terial to play on! Flora hasnow her grievance, and she’llwork it to the end.»

«Yes, miss; but to WHATend?»

«Why, that of dealing with meto her uncle. She’ll make me outto him the lowest creature—!»

sión que me produjo ayer fue extra-ñísima, se lo aseguro: superó de le-jos a todas las anteriores. Pero, ¡ay!;no cabe duda de que [152] metí lapata. Creo que no volverá a dirigir-me la palabra nunca más.

Todo era tan sombrío y penosoq u e l a s e ñ o r a G r o s e p e r m a n e c i óunos instantes en silencio; pero des-pués corroboró mi opinión con unafranqueza t ras la cual me parecióque se ocultaba algo más.

— L a v e r d a d , s e ñ o r i t a , e s q u ey o t a m b i é n l o c r e o . P a r e c e m u yh e r i d a e n s u o rg u l l o .

— S í , s u p o n g o q u e e s e s eo r g u l l o l o q u e l a h a p u e s t oe n f e r m a — c o n c l u í y o .

Ese orgullo herido, ¡cómo se reflejabaen el rostro de mi compañera! Pero su ros-tro reflejaba además muchas otras cosas.

— C a d a t r e s m i n u t o s m ep r e g u n t a s i c r e o q u e v a u s t e da e n t r a r .

— Y a v e o . . . , y a v e o — L as i t u a c i ó n e m p e z a b a a e s t a rm á s q u e c l a r a p a r a m í — .¿ N o h a v u e l t o a m e n c i o n a ra l a s e ñ o r i t a J e s s e l d e s d ea y e r e x c e p t o p a r a n e g a r s uf a m i l i a r i d a d c o n a l g ot a n . . . e s p a n t o s o ?

— N i u n a s o l a v e z , s e -ñ o r i t a . Y t o d o l o q u e p u d eo b t e n e r d e e l l a j u n t o a ll a g o — a ñ a d i ó — f u e q u ea l l í n o h a b í a n a d i e .

—¡Sí, claro! Y naturalmente usted lasigue creyendo a ella.

—Yo no le l levo la cont rar ia .¿Qué otra cosa puedo hacer?

—¡Nada en absoluto! Tiene quehabérselas con una criaturita demasia-do inteligente. Ellos, me refiero a susdos amigos, los han vuelto aún más in-teligentes de lo que ya eran por natu-raleza; porque la materia prima con laque contaban era maravillosa, no cabeduda . Bueno , ahora F lo ra t i enesobrados motivos para quejarse de mí,y los explotará hasta el final.

—Sí , señor i ta ; pero , ¿cuál seráe l f ina l ?

—Pues acusarme ante su tío, evi-dentemente. ¡Me hará aparecer comola criatura más vil de este mundo!

me produjo, se lo aseguro, fueverdaderamente penosa; supe-ra todas las anteriores. Pero hepuesto el dedo en la llaga. Séque la niña no volverá a diri-girme la palabra.

Aquellas frases mías, amar-gas y oscuras, mantuvieron ala señora Grose en silencio du-rante un momento; luego dijo,con una sinceridad que a miparecer ocultaba algo: — T a m b i é n y o l o c r e oa s í , s e ñ o r i t a . L a n i ñ a s eo f e n d i ó t e r r i b l e m e n t e .

—Esa actitud de ofendida —sinte-ticé— es lo que ahora constituye unproblema, ¿no es cierto?

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

- - - - - - - - - - - - - — M e p r e g u n t a c a d a t r e sm i n u t o s s i c r e o q u e v a a i ru s t e d a v e r l a .

—Ya veo, ya veo —tambiényo, por mi par te , manteníaocultas más cosas de las quemanifestaba—. ¿Le ha dicho austed, excepto para repudiar sufamiliaridad con algo tan ho-rrible, una sola palabra sobrela señorita Jessel?

—Nada más , s eño r i t a —contestó mi amiga— aceptélo que dijo cuando estábamosen e l lago; que a l l í , a l l í a lmenos, no había nadie.

—¡Claro! ¡Y, por supuesto, lo si-gue usted aceptando!

—No he querido contradecirla.¿Qué más podía hacer?

—Nada, nada en absoluto. Estáusted tratando con las personas máshábiles que pueda imaginarse. Susdos amigos los han hecho aún másastutos de lo que los había hechoya la naturaleza; ellos, en sí, cons-tituyen un material maravillosopara modelar. Flora ha decididodarse por ofendida y mantendráhasta el final esa actitud.

—Sí, señorita, pero... ¿hasta quéfinal?

— E l d e e n f r e n t a r m e c o ns u t í o . M e p r e s e n t a r á a n t eé l c o m o e l s e r m á s v i l . . .

la mocosa. Le aseguro que laimpresión que me produjo ayerfue la más extraña de todas; so-brepasó con mucho cualquierotra. Metí la pata de veras. Novolverá a hablarme nunca.

Horrible y difícil de entendercomo era todo ello, sirvió para que laseñora Grose estuviera un momentocallada; luego reconoció que teníarazón, con una franqueza que com-prendí ocul taba otras cosas .

—Sí , l a verdad es que yocreo que no lo hará . Se lo hatomado muy a pecho.

— Y s u p o n g o q u e a h o -r a e s o e s l o ú n i c o q u e l ei m p o r t a .

Lo de que se lo había tomado muya pecho podía verlo de sobra en lacara de mi amiga.

— C a d a t r e s m i n u t o sm e p r e g u n t a s i v a a e n -t r a r u s t e d .

—Ya comprendo, ya compren-do. —Yo, por mi parte, tampocodecía todo lo que pensaba—. Ydesde ayer no le ha dicho ni unapalabra sobre la señorita Jessel,como no fuera para negar que ellapueda estar familiarizada con algotan horrible.

— N o , n i u n a p a l a b r a , s e -ñ o r i t a . P e r o y a , e n e l l a g o ,e l l a m e a s e g u r ó q u e e na q u e l m o m e n t o , y p o r l o m e -n o s a l l í , n o h a b í a n a d i e .

—¡Claro! Y usted, naturalmen-te, continúa creyéndolo.

—Yo no le llevo la contraria.¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Absolutamente nada. Tie-ne que entendérselas con la cria-tura más lista del mundo. Hanconseguido (sus [227] amigos,quiero decir) que fueran todavíamás listos de lo que lo eran yade natural; porque disponían deuna materia prima maravillosa.Flora ahora está ofendida, y lollevará hasta el fin.

—Sí, señorita; pero ¿hastaqué fin?

—Pues hasta dejarme mal consu tío. Le hará creer que soy unapersona abominable.

X

115

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

I winced at the fair show ofthe scene in Mrs. Grose’s face;she looked for a minute as if shesharply saw them together.«And him who thinks so wellof you!»

«He has an odd way—it co-mes over me now,» I laughed,»—of proving it! But that doesn’tmatter. What Flora wants, ofcourse, is to get rid of me.»

My companion bravelyconcurred. «Never again to somuch as look at you.»

«So that what you’ve cometo me now for,» I asked, «is tospeed me on my way?» Beforeshe had t ime to rep ly,however, I had her in check.«I’ve a better idea—the resultof my reflections. My goingWOULD seem the right thing,and on Sunday I was terriblynear it. Yet that won’t do. It’sYOU who must go. You musttake Flora.»

M y v i s i t o r, a t t h i s , d i dspeculate. «But where in theworld—?»

«Away from here. Away fromTHEM. Away, even most of all,now, from me. Straight to heruncle.»

«Only to tell on you—?»

«No, not `only’! To leaveme, in addi t ion, wi th myremedy.»

She was still vague. «Andwhat IS your remedy?»

«Your loyalty, to begin with.And then Miles’s.»

She looked at me hard. «Doyou think he—?»

«Won’t, if he has the chance,turn on me? Yes, I venture still tothink it. At all events, I want totry. Get off with his sister as soonas possible and leave me with himalone.» I was amazed, myself, atthe spirit I had still in reserve, andtherefore perhaps a trifle themore disconcerted at the way inwhich, in spite of this fineexample of it, she hesitated.«There’s one thing, of course,»I went on: «they mustn’t, before

Me estremecí al ver reflejada la escenaen el rostro de la señora Grose. Durante unmomento, tuve la impresión [153] de que real-mente los estaba viendo a los dos juntos.

—¡Con la buena opinión que tieneél de usted!

—Pues si es así, tiene una formamuy rara de demostrarlo, ahora quelo pienso —dije riendo—. Pero esoya no importa. Lo que Flora quiere,por supuesto, es librarse de mí.

M i a m i g a e x p r e s ó c a l u r o s a -mente su to ta l acuerdo conmigo.

—No quiere volver a verla ni en pintura.

—¿Es por eso por lo que ha ve-nido usted a verme, para acelerar mimarcha? —Pero antes de que le die-se t iempo a contestar, decidí poner-la contra las cuerdas—. Tengo unaidea mejor. . . He estado reflexionan-do sobre e l lo . Parece que lo másconveniente es que yo me vaya, yel domingo estuve a punto de hacer-lo. . . Pero eso no solucionaría nada.No, es usted la que debe i rse . Debeirse y l levarse a Flora con usted.

El ama de llaves meditó unos instantesmi propuesta.

—Pero ¿adónde quiere que vayamos?

— L e j o s d e a q u í . L e j o s d ee l l o s . Y a h o r a , s o b r e t o d o , l e j o sd e m í . L l é v e l a d i r e c t a m e n t e ac a s a d e s u t í o .

—¿Para qué, para contarle lo que usted...?

—¡No, no solo para eso! Paradejarme a mí la posibi l idad de po-nerle remedio.

Seguía confusa.—¿Y cuál es ese remedio?

—Para empezar, su lea l tad . Ytambién la de Mi les .

Me miró con dureza.—¿Espera usted que él...?

— ¿ Q u e r e c u r r a a m í , l l e g a -d o e l m o m e n t o ? S í , a ú n m e a t r e -v o a e s p e r a r l o . E n c u a l q u i e rc a s o , q u i e r o i n t e n t a r l o . V á y a s ed e a q u í c o n s u h e r m a n a l o a n t e sp o s i b l e y d é j e m e a s o l a s c o n é l .— Yo m i s m a e s t a b a a s o m b r a d ad e l a e n e r g í a q u e a ú n m e q u e d a -b a , y t a l v e z p o r e s o m e d e s c o n -c e r t ó u n p o c o e l h e c h o d e q u e ,[ 1 5 4 ] a p e s a r d e t o d o , l a s e ñ o r aG r o s e c o n t i n u a s e d u d a n d o — .H a y o t r a c o s a , p o r s u p u e s t o —

Sonreí al contemplar la escena através de la mirada de la señoraGrose, y por un minuto me parecióque los veía juntos. Luego dijo: —¡Con la buena opinión que tie-ne de usted!

—Pues tiene un modo extra-ño... me parece, de demostrarlo—reí—. Pero eso no viene ahoraa cuenta. Lo que Flora desea es,por supuesto, librarse de mí.

Mi compañera estuvo de acuerdo. —No quiere s iquiera vol-ver a ver la .

—¿De modo que usted ha ve-nido ahora —le pregunté— aapresurar mi marcha? —no obs-tante, antes de que tuviera tiem-po de responderme, añadí—:Tengo una idea mejor, resultadode mis reflexiones. Mi marchapodría resultar el mejor remedio,y el domingo estuve a punto deirme de aquí, pero no lo haré. Esusted quien debe irse. Debe us-ted llevarse a Flora.

Ante esta salida inesperada, mi cole-ga meditó unos minutos. Al fin dijo: —Pero ¿dónde podría...?

—Lejos de aquí. Lejos deellos. Lejos, sobre todo, demí . L léve la d i rec tamente acasa de su tío.

—¿Sólo para decirle que usted...?

—¡No, no sólo esto!, sino,además, para dejarme aquí conmi remedio.

La mujer estaba confundida. —¿Y cuál es su remedio?

—En primer lugar, su lealtad; y lue-go, la de Miles.

Me miró con dureza. —¿Cree usted que él...?

—¿Que él recurrirá a mí si sele presenta la ocasión? Sí, meatrevo aún a creerlo. En todocaso, deseo intentarlo. Llévesea su hermana lo más pronto quele sea posible y déjeme con él. Yo misma estaba sorprendi-da ante las reservas de valorcon que contaba, y tal vez pore so me desconce r t aba másaún que ella no se decidiera. —La ún ica cond ic ión e sque los n iños no se vean a

Me imaginé la escena sólo conver la cara de la señora Grose; porun momento pareció que ya los es-taba viendo a los dos juntos:

— ¡ Y t a n b u e n a o p i n i ó ncomo tiene él de usted!

—Sí, aunque ahora se meocurre que tiene una forma bas-tante rara de demostrarlo. Peroeso no importa. Lo que quiereFlora es verse libre de mí.

Mi compañera tuvo la va-lent ía de confirmarlo:

—No quiere ni volver a verla.

—Entonces, a lo que ha venidoahora es a decirme que me marchecuanto antes, ¿verdad? —pregunté;pero, sin darle tiempo a contestar,añadí—: He estado pensándolo, y seme ha ocurrido otra cosa mejor. Pa-rece que lo que tendría que hacer se-ría marcharme, y el domingo ya estu-ve a punto de hacerlo. Pero eso noserviría de nada. Es usted la que tie-ne que marcharse. Tiene que llevarsea Flora.

Mi amiga, al oírlo, se sintió unpoco perdida:

—Pero ¿adónde voy a llevármela?

—Lejos de aquí . Le jos dee l los . Y ahora , más que nada ,l e jos de mí . D i rec tamen te acasa de su t ío .

—¿Sólo para hablarle de usted?

—No, no «sólo» para eso. Paradejarme, además, lo que puede sermi remedio.

No acababa de verlo claro:—¿Y cuál es su remedio?

—Para empezar, su lealtad. Y lue-go, la de Miles.

Me miró muy seria:—¿Cree usted que él...?

—¿No se pondrá en contra demí si tiene ocasión de hacerlo? Sí,ya lo he pensado. De todas ma-neras, quiero [228] hacer la prue-ba. Váyase con su hermana loantes posible, y déjeme a mí solacon él. —Yo misma estaba asom-brada de ver que todavía teníatantos ánimos, y quizá por esoaún más desconcertada al verladudar a ella, a pesar de haberledado tantas muestras de tenerlos—. Claro que hay otra cosa —dije—,

116

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

she goes, see each other forthree seconds.» Then it cameover me that, in spite of Flora’spresumable sequestration fromthe instant of her return fromthe pool, it might already betoo late. «Do you mean,» Ianxiously asked, «that theyHAVE met?»

At this she quite flushed.«Ah, miss, I’m not such a foolas that! If I’ve been obliged toleave her three or four times,it has been each time with oneof the maids, and at present,though she’s a lone, she’slocked in safe. And yet—andyet!» There were too manythings.

«And yet what?»

«Well, are you so sure of thelittle gentleman?»

«I’m not sure of anything butYOU. But I have, since lastevening, a new hope. I think hewants to give me an opening. Ido believe that—poor littleexquisite wretch!—he wants tospeak. Last evening, in thefirelight and the silence, he satwith me for two hours as if it werejust coming.»

M r s . G r o s e l o o k e dhard , th rough the window,a t the g ray, ga the r ing day.«And did it come?»

«No, though I waited andwaited, I confess it didn’t, andit was without a breach of thesilence or so much as a faintallusion to his sister’s conditionand absence that we at lastkissed for good night. All thesame,» I continued, «I can’t, ifher uncle sees her, consent to hisseeing her brother without myhaving given the boy— and mostof all because things have got sobad—a little more time.»

My f r iend appeared onthis ground more reluctantthan I could quite understand.« W h a t d o y o u m e a n b ym o r e t i m e ? »

«Well, a day or two—reallyto bring it out. He’ll then be onMY side—of which you see theimportance. If nothing comes, Ishall only fail, and you will, at

p r o s e g u í — ; a n t e s d e q u e s e v a -y a n , l o s n i ñ o s n o d e b e n v e r s e n it r e s s e g u n d o s . — P e r o e n e s ei n s t a n t e s e m e o c u r r i ó q u e , a p e -s a r d e l a r e c l u s i ó n d e F l o r a d e s -d e s u r e g r e s o d e l e s t a n q u e , t a lv e z f u e s e y a d e m a s i a d o t a r d e —. ¿ O e s q u e s e h a n v i s t o y a ? —p r e g u n t é c o n a n s i e d a d .

La señora Grose se sonrojó.—¡No, señorita, no crea que soy

tan tonta! Me he vis to obl igada aapartarme de ella tres o cuatro ve-ces, pero siempre la he dejado conalguna de las doncellas, y en estemomento, aunque es tá sola , se haquedado encerrada con llave en micuar to . ¡Pe ro aun as í , aun as í . . . !¡Hay tantas otras cosas!

—¿A qué se refiere?

—Bueno..., ¿de verdad confía enel caballerito?

—No confío plenamente más queen usted. Pero, desde la noche pasa-da, tengo nuevas esperanzas. Creoque él quiere abrirse a mí. Estoy con-vencida de que quiere hablar...; ¡po-bre pequeño , es t an desgrac iado!Ayer por la noche estuvo sentado ami lado junto a la chimenea durantedos horas en completo silencio, comosi estuviese a punto de confesar...

L a s e ñ o r a G r o s e c o n t e m p l óf i j a m e n t e l a l u z g r i s d e l a l b a at r a v é s d e l a v e n t a n a .

—¿Y confesó?

— N o ; a u n q u e e s p e r é y e s p e -r é a v e r s i s e d e c i d í a , n o l o h i z o ,y a l f i n a l n o s d i m o s u n b e s o d eb u e n a s n o c h e s s i n h a c e r l a m e -n o r a l u s i ó n a l a a u s e n c i a d e s uh e r m a n a n i a l o s m o t i v o s d e d i -c h a a u s e n c i a . D e t o d a s f o r m a s —c o n t i n u é — , y a q u e e l t í o v a a v e ra l a n i ñ a , n o p u e d o c o n s e n t i r q u ev e a t a m b i é n a s u h e r m a n o s i nd a r l e a n t e s u n p o c o m á s d e t i e m -p o , s o b r e t o d o a h o r a q u e l a s c o -s a s s e h a n p u e s t o t a n m a l .

M i a m i g a p a r e c í a p o c o c o n -v e n c i d a , y y o n o e n t e n d í a e lm o t i v o d e s u s r e t i c e n c i a s .

— ¿ Q u é q u i e r e d e c i r c o n « u npoco más de t iempo>>?

[156] —Bueno, un día o dos. . .hasta que se decida. Entonces lo ten-dré de mi parte... y eso, como com-prenderá, es de la máxima importan-cia. Y, poniéndonos en lo peor, si no

solas bajo ningún conceptoantes de que Flora se marche. Luego se me ocurrió que, apesar del presumible aislamien-to de la niña después de su vuel-ta del estanque, mi advertenciapodía llegar demasiado tarde. —¡No me diga us ted queya se han vis to!

La señora Grose se ruborizó. —¡Ay, señorita, no soy tan tontapara eso! Las tres o cuatro vecesque me he visto obligada a abando-narla la he dejado siempre con al-guna doncella. Ahora está sola, peroal salir he cerrado la puerta conmucho cuidado. Sin embargo... ¡Oh, había demasiadas co-sas a prever!

—Sin embargo, ¿qué?

—Bueno... ¿Está usted segura deque el pequeño caballero...?

—No estoy segura de nadie más quede usted. Pero a partir de anoche ten-go cierta esperanza. Creo que deseasincerarse conmigo. Creo que esapobre, pequeña y exquisita víctimaquiere hablarme. Anoche permane-ció dos horas a mi lado, junto a lachimenea, en silencio, y tuve la im-presión de que de un momento a otropodía comenzar a hablar.

La señora Grose miró a travésde la ventana hacia el gris ama-necer. Su mirada era dura. —¿Y habló?

—No; aunque esperé y espe-ré, debo confesar que no lohizo. Ni siquiera aludió a suhermana cuando, tras el largosi lencio, nos besamos, paradesearnos las buenas noches.De cualquier manera —conti-nué—, no puedo permitir, si sutío ve a Flora, que vea tambiéna Miles sin que yo haya conce-dido al niño, sobre todo ahoraque las cosas se han puesto tanmal, un poco más de tiempo.

Mi amiga mostraba en eseterreno una resistencia que yono acababa de comprender. —¿Qué quiere decir con eso de unpoco más de tiempo? —me preguntó.

—Bueno, un día o dos más...para hacerlo hablar. Para enton-ces podría estar ya de mi parte, yusted sabe lo importante que eseso. Si no ocurre nada, habré fra-

y es que antes de que se marche notienen que verse ni por un segundo.— L u e g o s e m e o c u r r i ó p e n-sar que, aunque Flora hubieseestado raptada desde que volviódel estanque, podía ser ya de-ma s iado t a r d e , y p r e g u n -t é ______ — : ¿ Va a d e c i r m eq u e y a s e h a n v i s t o ?

Se puso muy colorada:—¡Venga, señorita, que no soy

tan tonta como eso! Si me he vis-to obligada a dejarla dos o tres ve-ces, siempre la he dejado con unade las doncellas, y ahora, aunqueesté sola, está encerrada con lla-ve. ¡Y a pesar de eso...!

Eran demasiadas cosas lasque había.

—Y a pesar de eso, ¿qué?

— ¿ E s t á u s t e d t a n s e -g u r a d e l n i ñ o ?

—Yo no estoy segura de nada,más que de usted. Pero desde ano-che tengo una nueva esperanza.Creo que quiere ser franco conmi-go. Estoy convencida, ¡pobre cria-tura!, de que quiere hablar. Ano-che, a la luz del fuego, y sin decirnada, estuvo dos horas sentadoconmigo como si fuera a hacerlode un momento a otro.

La señora Grose miró por laventana el día gris y nubladoque había amanecido:

—¿Y lo hizo?

—No, por más que esperé yesperé; tengo que confesar queno lo hizo, y que nos dimos lasbuenas noches s in que di jeranada ni hiciera la menor alusiónal estado o la ausencia de su her-mana. Pero, a pesar de todo, yono puedo consentir que si su tíola ve a ella, vea también a suhermano s in haber le dado a lniño, más que nada por habersepuesto tan mal las cosas , unpoco más de tiempo.

Sobre ese punto, mi amiga semostró más remisa de lo que yopodía realmente comprender.

— ¿ Q u é e n t i e n d e u s t e dp o r m á s t i e m p o ?

—Pues uno o dos días... A versi acaba por soltarlo. Entonces[229] estará de mi parte, y yacomprenderá usted la importan-cia que eso tiene. Si no consigo

117

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

the worst, have helped me bydoing, on your arrival in town,whatever you may have foundpossible.» So I put it before her,but she continued for a little soinscrutably embarrassed that Icame again to her aid. «Unless,indeed,» I wound up, «you reallywant NOT to go.»

I c o u l d s e e i t , i n h e rf a c e , a t l a s t c l e a ri t s e l f ; s h e p u t o u t h e rh a n d t o m e a s a p l e d g e .« I ’ l l g o — I ’ l l g o . I ’ l lg o t h i s m o r n i n g . »

I wanted to be very just.«If you SHOULD wish still towai t , I would engage sheshouldn’t see me.»

«No, no: i t ’s the p laceitself. She must leave it.» Sheheld me a moment with heavyeyes, then brought out the rest.«Your idea’s the right one. Imyself, miss—»

«Well?»

«I can’t stay.»

The l o o k s h e g a v e m ew i t h i t m a d e m e j u m pa t p o s s i b i l i t i e s . «Youmean that, since yesterday, youHAVE seen—?»

S h e s h o o k h e rh e a d w i t h d i g n i t y .« I ’ v e H E A R D — ! »

«Heard?»

«From tha t ch i ld—horrors! There!» she sighedwith tragic relief. «On myhonor, miss, she says things—!» But at this evocation she brokedown; she dropped, with asudden sob, upon my sofa and,as I had seen her do before, gaveway to all the grief of it.

It was quite in another mannerthat I, for my part, let myself go.«Oh, thank God!»

She sprang up again at this,drying her eyes with a groan [ge-mir]. «‘Thank God’?»

«It so justifies me!»

«It does that, miss!»

confiesa y yo fracaso una vez más,al menos usted me habrá ayudado to-mando las medidas necesarias unavez que esté en la ciudad. —Así fuecomo se lo planteé, pero ella seguíaperdida en sus pensamientos, así queresolví acudir una vez más en su ayu-da—. A no ser —aventuré— que enrealidad no quiera usted ir.

S u r o s t r o c o m e n z óp o c o a p o c o a d e s p e j a r -s e : m e t e n d i ó l a m a n oe n s e ñ a l d e a m i s t a d .

— I r é , i r é . P a r t i r e m o se s t a m i s m a m a ñ a n a .

Yo quería mostrarme equitativa.—Si desea usted esperar un poco

más, puedo arreglarlo todo para queella no me vea mientras tanto.

—No, no : e l p rob lema es e s t eluga r. Hay que saca r l a de aqu í . —Me mi ró con o jos f a t igados , y po rf i n d e c i d i ó h a b l a r c o n s i n c e r i -dad—. Su p l an e s e l me jo r, s eño-r i t a . Yo misma . . .

—¿Y bien?

—No puedo quedarme aquí ni un momento más.

La mirada que me lanzó hizo que elcorazón me diera un vuelco, pues me abríaun cúmulo de nuevas posibilidades.

—Quiere decir que, desde ayer, ha vis-to usted...

Negó dignamente con la cabeza.

—He oído... ¡Dios mío, lo que he oído!

—¿Oído?

—De labios de esa niña... ¡cosas horri-bles! ¡Bueno, ya está dicho! —añadió conun trágico suspiro de alivio—. ¡Palabra dehonor, señorita, dice cada cosa...!

Pero al evocar lo que la niña ha-bía dicho no pudo seguir hablando;con un gemido, se arrojó sobre mi sofáy dio rienda suelta a su dolor, comola había visto hacer otras veces.

Yo también di rienda suelta a mis senti-mientos, aunque de un modo muy diferente.

[157] —¡Ay, gracias a Dios! —exclamé.

Ella, al oírme, se incorporó y se secólas lágrimas entre sollozos.

—¿Como que «gracias a Dios»?

—¡Eso me da la razón, y de qué forma!

—¡Desde luego que sí, señorita!

casado, sencillamente; y usted,en el peor de los casos, me habráayudado a hacer, cuando lleguea la ciudad, todo lo que sea posi-ble —pero la señora Grose no pa-recía estar muy convencida, demodo que decidí acosarla—. Amenos que usted no quiera mar-charse.

P u d e v e r e n s u c a r a q u e , a l f i n ,h a b í a t o m a d o u n a d e t e r m i n a c i ó n . —Me iré, me iré... —se apre-suró a decir. Me iré esta mismamañana —y me tendió la manocomo para sellar un juramento.

Quise ser equitativa. —Si usted desea quedarse y espe-rar, puedo ingeniármelas para que laniña no tenga que verme.

—No, no; hay algo malo en estelugar. La niña debe marcharse —meobservó un momento con los ojosfatigados y luego se decidió a conti-nuar—: Ha pensado usted acertada-mente, señorita. Yo misma...

—¿Qué?

—No puedo continuar aquí.

L a m i r a d a q u e m ed i r i g í a m e s u g i r i ó n u e -v a s p o s i b i l i d a d e s . —¿Quiere usted decir que des-de ayer ha visto...?

Sacudió la cabeza con dig-nidad. —¡He oído!

—¿Oído?

—¡Horrores! De labios de esaniña. ¡Ay! —suspiró con trágicoalivio. Le doy mi palabra de ho-nor, señorita; dice cada cosa... Pero ante aquella evocaciónse derrumbó; se dejó caer sobreel sofá y, tal como lo había vis-to hacer en otras ocasiones, diorienda suelta a su angustia.

______________ ________ ________ ____________ ______ _ —¡Oh, gracias a Dios! —exclamé.

Se puso de pie de un salto y secóselos ojos con el dorso de la mano. —¿Gracias a Dios? —gruñó.

—¡Esto me justifica!

—¡Desde luego, señorita!

nada, sólo habré fracasado y, enel peor de los casos, me habráayudado, haciendo lo que puedaal llegar a Londres. —A pesar dehabérselo explicado, la veía tanincomprensiblemente cortada queacudí una vez más en su auxilio—. A menos, naturalmente, que noquiera usted ir.

Por f in pude ver en su caraq u e e l a s u n t o s e p o n í a m á sc l a r o ; m e t e n d i ó l a m a n ocomo para darme seguridad :

— I r é , i r é . M e i r é h o yp o r l a m a ñ a n a .

Quise ser muy razonable:—Pero , s i p ref i r ie ra que-

d a r s e , y o m e l a s a r r e g l a r épara que e l la no me vea .

— N o , n o : s i e s e l s i t i om i s m o . T i e n e q u e s a l i r d ea q u í . — M e m i r ó c o n t r i s -t e z a y l u e g o a ñ a d i ó — : S ui d e a e s l a m á s a c e r t a d a .Yo m i s m a , s e ñ o r i t a . . .

—¿Qué?

—Que no puedo quedarme aquí.

L a m i r a d a q u e m e d i r i g i óm e h i z o c o n c e b i r t o d a s u e r-t e d e e s p e r a n z a s :

—¿Quie re dec i r que des -de aye r ha v i s to . . . ?

Movió la cabeza con muchadignidad:

—He oído.

—¿Oído?

—Horro res . . . de e sa n iña .¡ A l l í ! — D i o u n g r a n s u s p i -r o — . L e a s e g u r o , s e ñ o r i t a ,que d i ce unas cosas . . .

P e r o a l r e c o r d a r l o , s e d e -r r u m b ó ; s e d e j ó c a e r e n e ls o f á c o m o h a b í a h e c h o o t r a sv e c e s , y e m p e z ó a s o l l o z a rp a r a d e s a h o g a r s e .

Por mi parte, me desahogué tam-bién, pero de otra forma muy distinta:

—¡Ay, gracias a Dios!

Al oír eso volvió a levantarse, yse secó los ojos, entre gemidos:

—¿Gracias a Dios?

—Eso es para mí una justificación.

—¡Vaya si lo es, señorita!

X

118

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

I c o u l d n ’ t h a v ed e s i r e d m o r e e m p h a s i s ,b u t I j u s t h e s i t a t e d .« S h e ’s s o h o r r i b l e ? »

I s a w m y c o l l e a g u esca rce knew how to pu t i t .«Really shocking.»

«And about me?»

«About you, miss—since youmust have it. It’s beyondeverything, for a young lady; andI can’t think wherever she musthave picked up—»

«The appalling languageshe appl ied to me? I can ,t h e n ! » I b r o k e i n w i t h al a u g h t h a t w a s d o u b t l e s ssignificant enough.

It only, in truth, left my friendstill more grave. «Well, perhapsI ought to also—since I’ve heardsome of it before! Yet I can’t bearit,» the poor woman went onwhile, with the same movement,she glanced, on my dressingtable, at the face of my watch.«But I must go back.»

I k e p t h e r , h o w e v e r .« A h , i f y o u c a n ’ t b e a ri t — ! »

«How can I stop with her,you mean? Why, just FORthat: to get her away. Far fromthis,» she pursued, «far fromTHEM-»

«She may be different? Shemay be free?» I seized heralmost with joy. «Then, insp i te o f yes te rday, youBELIEVE—»

«In such doings?» Her sim-ple descr ipt ion of themrequired, in the light of herexpression, to be carried nofurther, and she gave me thewhole thing as she had neverdone. «I believe.»

Yes, it was a joy, and wewere s t i l l shoulder toshoulder: if I might continuesure of that I should care butlittle what else happened. Mysupport in the presence ofdisaster would be the same asit had been in my early needof conf idence , and i f myfriend would answer for my

N o p o d r í a h a b e r d e s e a d o u nrespa ldo más ca t egór i co , pe ro e s -pe ré a que con t inuase hab lando .

—¿Tan horrible es? —pregunté al fin.

Vi que mi compañera apenas encontra-ba el modo de describirlo.

—Es... es realmente espantoso.

—¿Lo que dice de mí?

— P u e s s í , s e ñ o r i t a . . . , y aq u e l o p r e g u n t a . Va m á s a l l á d et o d o l o i m a g i n a b l e . . . , s i e n d oc o m o e s u n a d a m i t a . N o s é d ó n -d e h a p o d i d o a p r e n d e r l o . . .

—¿Se ref iere a l lenguaje soezque emplea al hablar de mí? ¡Ay, puesyo sí lo sé! —dije con una amargacarcajada, que sin duda fue más quesignificativa.

Pero lo único que logré con ello fue que miamiga se pusiese aún más seria que antes.

— S í , q u i z á y o t a m b i é n l osepa. . . , ¡ya que tuve que oír lo enmás de una ocasión! Pero, aun así,no puedo soportarlo —añadió la po-bre mujer, mirando las maneci l lasdel re loj que había sobre e l toca-dor—. Bueno, tengo que regresar.

La retuve un momento, sin embargo.—Pero, si dice que no puede so-

portar lo. . .

—¿Cómo puedo i rme con e l l a ,q u i e r e d e c i r ? P u e s b i e n , p r e c i s a -m e n t e p o r e s o : h a y q u e s a c a r l a d ea q u í . A p a r t a r l a d e t o d o e s t o . . .a p a r t a r l a d e e l l o s .

— ¿ C r e e q u e a s í c a m b i a -r á ? ¿ S e r á l i b r e p o r f i n ? — l aa f e r r é c a s i c o n a l e g r í a — .E n t o n c e s , a p e s a r d e l o d ea y e r , u s t e d c r e e . . .

— ¿ E n e s o s s u c e s o s ? —S u s e n c i l l a d e s c r i p c i ó n ,v i e n d o l a e x p r e s i ó n d e s uc a r a , h a c í a i n n e c e s a r i a sl a s a c l a r a c i o n e s , y f u em á s c a t e g ó r i c a q u e n u n -c a — . ¡ S í , c r e o !

[ 1 5 8 ] E r a m a r a v i l l o s o t e n e r -l a d e m i p a r t e , l u c h a n d o h o m b r oc o n h o m b r o a m i l a d o . S i s e g u í ac o n t a n d o c o n e l l a , p o c o i m p o r t a -b a l o q u e p u d i e s e o c u r r i r . A h o r aq u e n o s p r e c i p i t á b a m o s h a c i a e ld e s a s t r e , s u a p o y o s e g u í a s i e n d ot a n f i r m e c o m o a l p r i n c i p i o ,c u a n d o e m p e c é a c o n f i a r e n e l l a ,y s i m i a m i g a r e s p o n d í a d e m i

N o h u b i e r ad e s e a d o u n é n -f a s i s m a y o r . —¿Tan horrible es?

Me di cuenta de que mi colega no encon-traba las palabras con que expresarse. —Algo realmente inconcebible.

—¿Sobre mí?

—Sí, señorita, sobre usted.., pues-to que debe saberlo. Dice cosas querebasan todo límite, algo inconcebi-ble en una niña. No sé dónde pudohaberlo aprendido.

—¿El espantoso lenguajeque usa al hablar de mí? ¡Yosí puedo decírselo! —excla-mé, estallando en una risa lobastante significativa.

Pero mi amiga se puso todavía másseria, si era posible. —Bueno, tal vez también yo de-bería saberlo... ya que muchas deesas cosas las había oído antes. Sinembargo, no puedo soportarlo —re-pitió al tiempo que echaba una ojea-da a mi reloj, colocado sobre lamesa de noche. Debo irme.

Logré retenerla tomándola por un brazo. —Pero si usted no puede sopor-tarlo...

—¿Cómo puedo seguir conella, quiere usted decir? Puesprecisamente para eso, parasacarla de aquí. Para alejar-la de ellos.

—¿Para que sea diferente?¿Para que se libere? —pregun-té, casi con alegría—. Enton-ces, no obstante lo ocurridoayer, ¿usted cree...?

—¿En tales cosas? La simple indicación «de ellos» norequirió, a la luz de su expresión,mayores detalles; tuve el convenci-miento de que estaba más que nuncade mi parte. —¡Sí, sí, creo!

Tuve una gran alegría. ¡Seguía-mos aún hombro con hombro; ymientras continuara teniendo esaseguridad, no me importaba nada delo que pudiera ocurrir! Sería miapoyo en presencia del desastre, dela misma manera que lo había sidodurante mi necesidad inicial decontar con una confidente. Si miamiga respondía por mi integridad,

[230] No podía haber deseadomás énfasis que el que puso, perovacilé un poco:

—¿Tan horrible es?

Vi que mi compañera no sabía nipor dónde empezar:

—Como para dejarla a una asombrada.

—¿Y qué dice de mí?

—De usted, señorita..., ya quetiene que enterarse, pues va más alláde todo lo que se pueda imaginarpara una niña; y yo no comprendodónde ha podido aprender...

—¿Las palabrotas que mededicó a mí? Yo sí que lo com-prendo —dije, y solté una car-cajada, que sin duda era de so-bra significativa.

Sólo sirvió para que mi amiga sepusiera aún más seria:

—Quizá yo también debieracomprenderlo, porque ya he oídoalgo de eso antes. Pero no puedosoportarlo —dijo la pobre mujer,al mismo tiempo que miraba el re-loj que había en mi tocador—.Tengo que irme.

Yo no l a de jé que se mar-cha ra : Pe r o s i no puede so -po r t a r l o . . .

—¿Cómo puedo quedarme conella, eso es lo que quiere usted de-cir? Pues precisamente para eso:para sacarla de aquí. En otro sitio,lejos de ellos...

—¿Puede que sea distinta, queesté libre? —me apresuré a pregun-tar, casi con alegría—. Entonces, apesar de lo que ocurrió ayer, ustedcree...

— ¿ E n s e m e j a n t e s m a n e -jos? —Su forma de dec i r lo , yla expres ión con que la acom-pañó no neces i taban más de-ta l les , y me lo confesó todocomo nunca lo había hecho—. Sí que c reo .

Sí, era una alegría oírlo, y se-guíamos estando hombro con hom-bro: si podía contar con eso, iba apreocuparme muy poco de todo loque pudiera suceder. El apoyo conque contara en presencia de la ca-tástrofe sería el mismo que habíatenido cuando por primera vez sen-tí necesidad de confiar en alguieny, si mi amiga respondía de mi hon-

119

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

honesty, I would answer for allthe rest. On the point of takingleave of her, nonetheless, I wasto some extent embarrassed.«There’s one thing, of course—it occurs to me—to remember.My letter, giving the alarm, willhave reached town before you.»

I now perceived still morehow she had been beat inga b o u t t h e b u s h a n d h o wweary at last it had made her.«Your letter won’t have got there.Your letter never went.»

«What then became of it?»

«Goodness knows! MasterMiles—»

«Do you mean HE took it?» Igasped.

She hung fire, but sheovercame her reluctance. «Imean that I saw yesterday, whenI came back with Miss Flora,that it wasn’t where you had putit. Later in the evening I had thechance to question Luke, and hedeclared that he had neithernoticed nor touched it.» Wecould only exchange, on this,one of our deeper mutualsoundings, and it was Mrs.Grose who first brought up theplumb with an almost elated[eufórico] «You see!»

«Yes, I see that if Miles tookit instead he probably will haveread it and destroyed it.»

«And don’t you see anythingelse?»

I f a c e d h e r a m o m e n tw i t h a s a d s m i l e . «I tstrikes me that by this timey o u r e y e s a r e o p e n e v e nwider than mine.»

They proved to be soindeed, but she could st i l lblush, almost, to show it. «Imake out now what he musthave done at school.» And shegave, in her simple sharpness,an almost droll disillusionednod. «He stole!»

I t u r n e d i t o v e r — It r i e d t o b e m o r e j u d i c i a l .«Well—perhaps.»

She looked as if she found

h o n e s t i d a d , y o r e s p o n d e r í a d et o d o l o d e m á s . A p e s a r d e t o d o ,e n e l m o m e n t o d e d e s p e d i r n o sm e s e n t í u n p o c o t u r b a d a .

—Hay que tener en cuenta otracosa, ahora que lo pienso. La cartaen que daba la alarma habrá l lega-do a la ciudad antes que usted.

V i e n t o n c e s h a s t a q u é p u n -t o h a b í a e s t a d o y é n d o s e p o rl a s r a m a s , y l o c a n s a d a q u ee s t a b a d e r e h u i r l a v e r d a d .

— S u c a r t a n o l l e g a r á n u n c a .J a m á s s a l i ó d e a q u í .

—Entonces, ¿qué pasó con ella?

—¡Sólo Dios lo sabe! El señori-to Miles.. .

—¿Quiere decir que la cogió él?—exclamé.

Vaciló durante unos segundos, pero fi-nalmente logró sobreponerse a su malestar.

— Q u i e r o d e c i r q u e a y e r ,c u a n d o v o l v í c o n l a s e ñ o r i t aF l o r a , m e f i j é e n q u e l a c a r t a n oe s t a b a d o n d e u s t e d l a h a b í a d e -j a d o . M á s t a r d e t u v e l a o p o r t u -n i d a d d e p r e g u n t a r l e a L u k e , yé l m e d i j o q u e n o h a b í a v i s t o n it o c a d o n i n g u n a c a r t a . — A n t ee s t o n o s l i m i t a m o s a i n t e r c a m -b i a r m i r a d a s d e p r e o c u p a c i ó n , yf u e l a s e ñ o r a G r o s e l a q u e , c a s ic o n a l e g r í a , r o m p i ó u n a v e z m á se l s i l e n c i o — . ¡ Ya v e u s t e d !

— S í , v e o q u e s i f u e M i l e sq u i e n l a c o g i ó , p r o b a b l e m e n t el a h a b r á l e í d o y d e s t r u i d o .

— ¿ Y n o v e u s t e d n a d am á s ?

L a m i r é u n m o m e n t o a l o so j o s y s o n r e í c o n t r i s t e z a .

—Me doy cuen ta de que en e s -t o s m o m e n t o s s u s o j o s e s t á n a ú nm á s a b i e r t o s q u e l o s m í o s .

Así era, en efecto, pero inclusoentonces la buena señora no era ca-paz de reconocerlo sin sonrojarse.

[159] —Ahora ya sé lo que hizo enel colegio —y, en su sencilla clarivi-dencia, meneó la cabeza desilusiona-da, poniendo una expresión que casi re-sultaba cómica—. ¡Robaba!

Consideré sus palabras, tratando de po-ner un poco de sensatez en todo aquello.

—Bueno... tal vez —dije al fin.

Ella parecía asombrada de la sere-

yo respondería por todo lo demás. No obstante, sentí una nue-va preocupación en el momen-to en que nos separábamos. —Acabo de recordar unacosa: la carta en la que dabala voz de alarma habrá llega-do a la ciudad antes que usted.

Volví a percibir una vez máslo mucho que había sido mal-tratada en el bosque y cuánamedrentada había quedado. —Su carta, señorita, no llegaránunca. No fue enviada.

—¿Qué fue de ella entonces?

—¡Sólo Dios lo sabe! El señoritoMiles...

—¿Quiere usted decir que él la co-gió?

La señora Grose titubeó, pero alfin terminó por vencer su aversión. —Quiero dec i r que ayer,cuando regresé con Flora, medi cuenta de que no es tabadonde usted la había puesto.Más tarde tuve ocasión de in-t e r roga r a Luke , qu i en medijo que ni siquiera la habíavisto —volvimos a intercam-biar en ese momento una másde nuestras profundas mira-das, y fue la señora Grose laprimera en reacciona______—. ¿Comprende?

—Comprendo que si Miles latomó, lo más probable es que laleyera y la destruyera.

— ¿ Y n o v e u s t e d n a d am á s ?

La miré unos instantes conuna triste sonrisa. —Debo admitir que, a estas al-turas, sus ojos están más abier-tos que los míos.

Así era, pero ella no pudo evitar elruborizarse al ver su superioridad. —Eso me revela lo que pudohaber hecho en la escuela —hizo una mueca casi cómicapara demostrar su desilusiónante mi fal ta de agudeza—.¡Robar!

Di vuelta a aquella idea en mi mente, tra-tando de ser más prudente en mis juicios. —Bueno, tal vez.

Me miró con un reproche, como si me

radez, yo podía responder de todolo demás. A pesar de [231] eso, nome sentía muy a gusto cuando está-bamos ya a punto de despedirnos:

—Se me ocurre que habría quetener en cuenta otra cosa. Mi carta,dando la señal de alarma, habrá lle-gado allí antes que usted.

En ese momento comprendí me-jor que nunca los rodeos que habíaestado dando y lo cansada que estabaya de hacerlo:

—Su carta no habrá llegado allí.Su carta no ha salido nunca.

—¿Pues qué ha sido de ella?

—¡Sabe Dios! El señori toMiles...

—¿Quiere usted decir que la hacogido?

Tardó un poco en contestar, peroacabó por hacerlo:

—Lo que quiero decir es queayer, cuando volví con la señoritaFlora, la carta no estaba donde lahabía puesto. Más tarde, por la no-che, tuve ocasión de preguntarlea Luke, y dijo que ni la había vis-to ni la había tocado para nada.

Ante eso, no pudimos más queintercambiar uno de nuestros mutuossondeos, y fue la señora Grose la pri-mera en reaccionar, con una exclama-ción casi jubilosa:

—¡Ya ve usted! ,

—Sí, veo que si es Miles el quela ha cogido, la habrá hecho desapa-recer después de leerla.

— ¿ Y n o v e n a d am á s ?

Me quedé mirándola con unatriste sonrisa:

—Me parece que esta vez tieneusted los ojos todavía más abiertosque los míos.

Se comprobó que sí que lo esta-ban, pero todavía tuvo que ponerseun poco colorada para que se viera:

—Ahora ya sé lo que debió dehacer en el colegio. —Y después demostrarse tan lista, movió la cabezacon un aire más bien cómico—: ¡Ro-baba!

Y o t r a t é d e s e r m á si m p a r c i a l :

—Bueno, a lo mejor...

Me miró como extrañada de que

120

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

m e u n e x p e c t e d l y c a l m .«He stole LETTERS!»

S h e c o u l d n ’ t k n o wm y r e a s o n s f o r ac a l m n e s s a f t e r a l l p r e t t ys h a l l o w ; s o I s h o w e dt h e m o f f a s I m i g h t . « Ihope then it was to more purposethan in this case! The note, at anyrate, that I put on the tableyesterday,» I pursued, «will havegiven him so scant anadvantage— for it contained onlythe bare demand for aninterview— that he is alreadymuch ashamed of having gone sofar for so little, and that what hehad on his mind last evening wasprecisely the need ofconfession.» I seemed to myself,for the instant, to have masteredit, to see it all. «Leave us, leaveus»—I was already, at the door,hurrying her off. «I’ll get it outof him. He’ll meet me—he’llconfess. If he confesses, he’ssaved. And if he’s saved—»

«Then YOU are?» The dearwoman kissed me on this, and Itook her farewell. «I’ll save youwithout him!» she cried as shewent.

XXII

Yet it was when she had gotoff—and I missed her on thespot— that the great pinch reallycame. If I had counted on what itwould give me to find myselfalone with Miles, I speedilyperceived, at least, that it wouldgive me a measure. No hour ofmy stay in fact was so assailedwith apprehensions as that of mycoming down to learn that thecarriage containing Mrs. Groseand my younger pupil hadalready rolled out of the gates.Now I WAS, I said to myself, faceto face with the elements, and formuch of the rest of the day, whileI fought my weakness, I couldconsider that I had beensupremely rash. It was a tighterplace still than I had yet turnedround in; all the more that, for thefirst time, I could see in the aspectof others a confused reflection ofthe crisis. What had happenednaturally caused them all to stare;there was too little of the

nidad con que me lo había tomado.—¡Robaba cartas!

No podía adivinar mis razones parareaccionar con una calma que, despuésde todo, era bastante superficial; así queintenté explicarme como pude.

—¡Si es así, espero que sacasemás provecho que en esta ocasión!En cualquier caso, la carta que puseayer sobre la mesa contenía una in-formación demasiado escasa comopara que pueda serle de alguna utili-dad, pues en ella me limitaba a soli-c i tar una entrevis ta . Su acción hasido tan inútil que seguramente debede estar muy avergonzado por haberllegado tan lejos a causa de tan poco,y probablemente era eso lo que ano-che estuvo a punto de confesarme. —En aquel instante lo veía todo conclaridad y sentía que empezaba a do-minar la situación—. Déjennos solos,déjennos solos —dije acompañandoa mi amiga hasta la puerta—. Yo selo sacaré todo. Miles acudirá a mí.Confesará. Y si confiesa, estará sal-vado. Y si él se salva...

—¿Usted también? —La bonda-dosa mujer me dio un beso de des-pedida , y ya en e l cor redor, aña-dió—: No se preocupe; yo la salva-ré , aunque sea s in él .

[160] Capítulo XXII

Pero en cuanto ella se hubo marcha-do (y comencé a echarla de menos en elmismo instante de su partida) llegó elmomento de la verdad. Si hasta entoncesme había preguntado qué efectos tendríami decisión de quedarme a solas conMiles, pronto descubrí que resultaría,como mínimo, una dura prueba para mí.De toda mi estancia en Bly, no hubo mo-mento más cargado de aprehensiones queaquel en que bajé las escaleras para com-probar que el carruaje donde viajaban laseñora Grose y mi alumna ya había atra-vesado las puertas del parque y se aleja-ba rápidamente de la mansión. Ahora, medije a mí misma, estaba sola para enfren-tarme cara a cara a los elementos, y du-rante buena parte del día, mientras trata-ba de vencer mi debilidad, tuve ocasiónde lamentar mi precipitación. La situa-ción era más comprometida que ningunade las anteriores; tanto más cuanto que,por primera vez, pude percibir el reflejode la crisis en las miradas confusas delresto de los empleados. Como es lógico,estaban muy sorprendidos por lo quehabía pasado; dijese lo que dijese, no ha-

encontrara inesperadamente tranquila. —¡Robó cartas!

No podía comprender mis ra-zones para mantener la calma,después de todo, bastante su-perficial; de manera que se lasexpuse como pude. —En ese caso, espero quehaya sido para obtener algomás provechoso que ahora. Lanota que dejé ayer sobre lamesa —expliqué— le habráreportado un beneficio ínfimo,ya que no contenía sino la es-cueta petición de una entrevis-ta. Supongo que ahora se sentirámuy avergonzado de haber idotan lejos para obtener tan poco,y creo que lo que anoche desea-ba era confesarme su falta. Me pareció que, por el momento,se me había aclarado todo el asunto. —Déjenos, déjenos —continué,acompañando a mi amiga hasta lapuerta—. Miles acudirá a mí.Confesará. Si confiesa, está sal-vado. Y si el está salvado...

—¿También lo estará usted? —mi amiga me besó y yo correspon-dí a su afecto—. ¡Yo la salvaré austed sin él! —exclamó mientrasse alejaba.

XXII

Sin embargo, cuando ella sehubo marchado —y la eché demenos en el mismo instante dela partida— fue cuando en rea-lidad se produjo la gran explo-sión. Si hubiera podido preverlo que significaba encontrarsea solas con Miles, eso me ha-bría servido de aviso. Ningunahora de mi estancia en Bly es-tuvo tan llena de aprensionescomo ésa en que supe que elcarruaje que transportaba a laseñora Grose y a mi joven pu-pila cruzaba las verjas del par-que. Quedaba, me dije a mímisma, cara a cara con los ele-mentos, y durante la mayorparte del día, mientras comba-tía mi debilidad, tuve ocasiónde meditar en lo temeraria quehabía sido. Sobre todo, porquepor primera vez pude ver en elrostro de otras personas unconfuso reflejo de la crisis. Lo que había sucedido, natu-ralmente, no pudo pasar inad-

lo tomase con tanta calma:[232] —¡Robaba cartas!

No podía comprender las razonesque tenía para conservar una calmaque, después de todo, era bastante su-perficial; por eso, se lo expliqué lomejor que pude:

— E s p e r o q u e f u e r a c o nm á s p r o v e c h o q u e e n e s t ec a s o . L a c a r t a q u e y o p u s eayer en la mesa no iba a se r-v i r le cas i para nada , pues loú n i c o q u e h a c í a e n e l l a e r apedi r una en t rev is ta , y ahoraestá tan avergonzado de haberi d o t a n l e j o s p a r a t a n p o c ac o s a , q u e l o q u e l e p a s a b aanoche era que sentía la nece-sidad de confesarlo. —De mo -m e n t o , t e n í a l a i m p r e -s i ó n d e h a b e r l o d e j a -d o t o d o b i e n c l a r o — .V á y a s e , v á y a s e . — E sta-ba en la puerta, metiéndole prisa—.Yo se lo sacaré. Tendrá que vérselasconmigo, confesará. Si confiesa, estásalvado. Y si él está salvado...

—Usted también lo está. —Labuena mujer me dio un beso, y yome despedí de ella. Todavía cuandose marchaba, gritó—: ¡La salvaréaunque sea sin él!

XXII

SIN embargo, después de haber-se marchado —y la eché de menosinmediatamente— llegó el verdade-ro aprieto. Si ya había pensado loque iba a suponer quedarme a solascon Miles, vi en seguida que, porlo menos, iba a servirme para son-dear la situación. En ningún mo-mento me había visto asaltada portantos temores como cuando bajéy supe que el coche en que iban laseñora Grose y mi alumna ya ha-bía cruzado las puertas de la fin-ca. Ahora sí que estaba cara a caracon los elementos y, durante granparte del día, mientras combatíami debilidad, pensé varias vecesque había obrado con mucha pre-cipitación. La situación era aúnmás comprometida de lo que yohabía calculado, más que nadaporque, por primera vez, la crisisse veía confusamente reflejada enel aspecto de los demás. Como esnatural, no podían comprenderqué era lo que había pasado; dijé-ramos lo que dijéramos, [233]

121

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

explained, throw out whatever wemight, in the suddenness of mycolleague’s act. The maids andthe men looked blank; the effectof which on my nerves was anaggravation until I saw thenecessity of making it a positiveaid. It was precisely, in short, byjust clutching the helm that Iavoided total wreck; and I daresay that, to bear up at all, Ibecame, that morning, verygrand and very dry. I welcomedthe consciousness that I wascharged with much to do, and Icaused it to be known as well that,left thus to myself, I was quiteremarkably firm. I wandered withthat manner, for the next hour ortwo, all over the place andlooked, I have no doubt, as if Iwere ready for any onset. So, forthe benefit of whom it mightconcern, I paraded with a sickheart.

The person it appeared leastto concern proved to be, tilldinner, little Miles himself. Myperambulations had given me,meanwhile, no glimpse of him,but they had tended to makemore public the change takingplace in our re la t ion as aconsequence of his having atthe piano, the day before, keptme, in Flora’s interest , sobeguiled and befooled. Thestamp of publ ic i ty had ofcourse been fully given by herconfinement and departure,and the change itself was nowushered in by ournonobservance of the regularcustom of the schoolroom. Hehad already disappeared when,on my way down, I pushedopen his door, and I learnedbelow that he hadbreakfasted— in the presenceof a couple of the maids—withMrs. Grose and his sister. Hehad then gone out, as he said,for a stroll; than which nothing,I reflected, could better haveexpressed his frank view of theabrupt transformation of myoffice. What he would notpermit this office to consist ofwas yet to be settled: there wasa queer relief, at all events—Imean for myself in especial—in the renouncement of onepretension. If so much hadsprung to the surface, I scarceput it too strongly in sayingthat what had perhaps sprung

bía forma de justificar la repentina hui-da del ama de llaves. Las doncellas y loscriados parecían aturdidos, lo cual solocontribuyó a empeorar aún más mi esta-do de nervios, hasta que decidí hacer dela necesidad virtud. Yo estaba al mandode la situación; así pues, agarré con fir-meza el timón y, aferrándome a él, logréfinalmente evitar el naufragio. Y creopoder afirmar que, para sobreponerme alos acontecimientos, [161]adopté una ac-titud más severa e imponente que nunca.La idea de lo mucho que tenía que hacerme resultaba reconfortante, y me propu-se demostrar que, ahora que todo depen-día de mí, sabría actuar con auténtica fir-meza. Durante una o dos horas me dedi-qué a recorrer la mansión con aquel airede superioridad, y sin duda debía de te-ner el aspecto de una fiera dispuesta aatacar en cualquier momento. Así estuvedesfilando arriba y abajo, intentando in-timidar a todos los presentes, mientrasmi corazón estaba a punto de desfalle-cer.

E l que menos p reocupado pa -r ec í a ( a l menos has t a l a ho ra decomer ) e ra e l p rop io Mi le s . Has t aen tonces , m i s i da s y ven idas meh a b í a n m a n t e n i d o a l e j a d a d e é l ,c o n f i r m a n d o a n t e l o s d e m á s e lcambio ocur r ido en nues t r a s r e l a -c iones desde que , e l d í a an t e r io r ,me hab ía engañado en t re ten iéndo-me pa ra f ac i l i t a r l a hu ida de F lo -ra . E l a sun to se hab ía vue l to de ldomin io púb l i co t r a s e l con f ina -mien to de l a n iña y su pos t e r io rpa r t ida , y l a t r ans fo rmac ión de f i -n i t i va quedaba demos t r ada , aque -l l a mañana , po r e l comple to aban-dono de mis r e l ac iones e sco la re scon Mi le s . Cuando en uno de misreco r r idos me a somé a ve r s i e s -t aba en su cua r to , e l n iño ya ha -b ía desapa rec ido , y aba jo me d i -je ron que hab ía es tado desayunan-do (en p resenc ia de un par de don-c e l l a s ) c o n s u h e r m a n a y c o n l as e ñ o r a G r o s e . D e s p u é s h a b í aanunc iado que sa ld r ía a da r un pa-seo . Eso expresaba mejor que nadasu s ince ra op in ión ace rca de l o sa b r u p t o s c a m b i o s q u e s e h a b í a noperado en mis func iones . En quécons i s t i r í an es tas func iones a pa r -t i r de en tonces e ra a lgo que aúnes t aba po r ac l a ra r ; pe ro , en todocaso , depende r í an de lo que é l e s -tuv ie se d i spues to a pe rmi t i r . S inembargo , en lo que a mí se r e f i e -r e , l a r enunc ia to t a l a mi s p re t en -s iones me producía un ex t raño a l i -v io . Mul t i t ud de cosas hab ían sa -l i d o a l a l u z e n a q u e l l a s h o r a s ,p e r o n o c r e o e x a g e r a r s i a f i r m o

vertido para la servidumbre; na-die lograba explicarse la repen-tina marcha de la señora Grose.Criados y doncellas mostrabanun aire receloso que, indudable-mente, tenía que repercutir enmi sistema nervioso. Sólo to-mando deliberadamente el timónlogré impedir el naufragio total;y me atrevería a decir que, a pe-sar de todo, esa mañana tenía youn aspecto magnífico y severo.Recibí con beneplácito la ideade que tenía mucho que hacersobre mis hombros, y al serconsciente de ello me sentí no-tablemente fortalecida. Duranteun par de horas vagué por lacasa en aquel estado de ánimo,y con toda seguridad tenía el as-pecto de estar preparada paracualquier combate. Sin embar-go, aquí debo confesar quedeambulaba con un corazóndesfalleciente.

La persona al parecer menospreocupada, por lo menos has-ta la hora del almuerzo, fue elpropio Miles. Durante mis pa-seos por la casa no logré vis-lumbrarlo por ninguna parte,pero aquel hecho sólo contri-buyó a hacer más público elcambio ocurrido en nuestrasrelaciones como consecuenciadel engaño de que me habíahecho víctima, al retenerme asu lado junto al piano, paraque Flora pudiera escapar. Lapublicidad de que algo mar-chaba mal había comenzadocon el confinamiento y la mar-cha posterior de Flora, y en lainobservancia de las horas declases que regularmente tenía-mos. Miles ya no estaba en sucuarto cuando entré en él aprimeras horas de la mañana;luego me enteré de que habíadesayunado, en presencia deun par de doncellas, con la se-ñora Grose y su hermana. Des-pués había salido, según dejódicho, a dar un paseo; eso,más que nada, mostró su fran-ca op in ión sobre e l b ruscocambio habido en mis funcio-nes. Faltaba sólo aclarar has-ta qué punto iba a permitirmeel ejercicio de aquellas fun-ciones. De todos modos eraun alivio, al menos para mí,renunciar a cualquier f ingi-miento. Entre las muchas co-sas que habían emergido a lasuperf ic ie se encontraba e l

aquella salida a toda prisa de micompañera no era nada fácil deexplicar. Los criados y las doncellasparecían desconcertados, cosa que aca-bó de destrozarme los nervios, hastaque comprendí la necesidad de trans-formarlo en una ventaja para mí. Quie-ro decir que fue precisamente empu-ñando el timón como evité el naufra-gio definitivo; y me atrevería a asegu-rar que esa mañana, para no darme porvencida, adopté un aire importante ydecidido. Acogí con gusto la idea deque era mucho lo que tenía que hacer,y me encargué además de hacer sabera todos que, cuando me dejaban sola,podía mostrarme muy firme. Duranteuna o dos horas me paseé por todaspartes en esa actitud, y no tengo dudaalguna de que debía dar la impresiónde estar dispuesta para cualquier ata-que. En resumen: hice una demostra-ción, en beneficio de cualquiera aquien pudiera importarle, y con el co-razón acongojado.

Hasta la hora de comer, lapersona a quien menos parecióimportarle fue el propio Miles.Mis paseos no habían servidopara descubrir rastro de él porningún sitio, pero sí para ponerde relieve el cambio que estabansufriendo nuestras relacionescomo consecuencia de habermee n g a ñ a d o y h a b e r m e t e n i d ocomo una tonta junto al piano eldía anterior para que escaparaFlora. El asunto ya se había he-cho público con el confinamien-to y la marcha de la niña, y elp rop io cambio se anunc iabaahora al pasar los dos por altola costumbre que teníamos de ira dar la clase. Antes de bajar,cuando abrí la puerta de su cuar-to, ya había desaparecido y, unavez abajo, me enteré de que ha-bía desayunado —en presenciade dos de las doncellas— con laseñora Grose y con su hermana.Después se había ido a dar unpaseo, y me pareció que eso re-flejaba mejor que cualquier otracosa lo convencido que estabade la súbita transformación demi papel en aquella casa. En quéiba a permitir que consistieraese papel de ahora en adelante,estaba todavía por decidir, pero,en cualquier caso, suponía unex t raño a l iv io —en espec ia lpara mí— poder prescindir deuna de las [234] pretensiones. Siera tanto lo que había salido ala superficie, no creo exagerarsi digo que lo que más se había

122

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

highest was the absurdity ofour prolonging the f ic t ionthat I had anything more toteach h im. I t su ff i c i en t lystuck out that, by tacit littletr icks in which even morethan myself he carried outthe care for my dignity, I hadhad to appeal to him to let meoff straining to meet him ont h e g r o u n d o f h i s t r u ecapacity. He had at any ratehis freedom now; I was neverto touch it again; as I hada m p l y s h o w n , m o r e o v e r,when, on his joining me inthe schoolroom the previousnight, I had uttered, on thesubject of the interval justconcluded, neither challengenor hint. I had too much, fromthis moment, my other ideas.Yet when he at last arrived, thedifficulty of applying them,the accumula t ions of myp r o b l e m , w e r e b r o u g h tstraight home to me by thebeautiful little presence onwhich what had occurred hadas yet, for the eye, droppedneither stain nor shadow.

To mark, for the house, thehigh state I cultivated I decreed[ordained] that my meals withthe boy should be served, as wecalled it, downstairs; so that Ihad been awaiting him in theponderous [weighty] pomp ofthe room outside of the windowof which I had had from Mrs.Grose, that first scared Sunday,my flash of something it wouldscarce have done to call light.Here at present I felt afresh—for I had fel t i t again andagain— how my equilibriumdepended on the success of myrigid will, the will to shut myeyes as tight as possible to thetruth that what I had to deal withwas, revoltingly, against nature.I could only get on at all bytaking «nature» into myconfidence and my account, bytreating my monstrous ordeal asa push in a direction unusual,of course, and unpleasant, butdemanding, after all, for a fairfront, only another turn of thescrew of ordinary human virtue.No attempt, nonetheless, couldwell require more tact than justthis attempt to supply, one’sself, ALL the nature. How couldI put even a little of that articleinto a suppression of reference

que la más obvia de todas e l las e ral o a b s u r d o d e s e g u i r f i n g i e n d oq u e [ 1 6 2 ] a ú n m e q u e d a b a a l g oque enseña r l e . Ya e ra ho ra de de -j a r de r ecu r r i r a aque l lo s peque -ñ o s t r u c o s c o n l o s c u á l e s é l , e nmayor med ida que yo , s e e s fo rza -ba po r sa lva r mi d ign idad ev i t án -dome e l e s fue rzo de pone rme a l aa l tu ra de sus au tén t i cas capac ida -des . En todo caso , ahora ya pod íadis f ru ta r de su l iber tad ; yo no vol -ve r í a a me te rme en su v ida , comoh a b í a q u e d a d o d e m o s t r a d o d emodo más que su f i c i en te l a nochean te r io r en e l cua r to de e s tud io ,c u a n d o é l e s t u v o t a n t o t i e m p o am i l a d o s i n q u e y o l e f o r m u l a s ep r e g u n t a n i r e p r o c h e a l g u n o p o rtodo lo ocur r ido . A pa r t i r de en -tonces dec id í ceñ i rme por comple-to a mi nueva e s t r a t eg ia . S in em-bargo , cuando e l n iño aparec ió porf in , comprend í l o d i f í c i l que mer e s u l t a r í a p o n e r l a e n p r á c t i c a yen f ren ta r a l cúmulo de p rob lemasque me p lan teaba su encan tadorapresenc ia , sobre la cua l nada de loocur r ido hab ía a r ro j ado , has t a e lmomento , n i sombra n i mancha a l -g u n a .

Para dejar constancia ante el per-sonal de la casa de la elevada posiciónque a partir de entonces me disponíaa ocupar, decreté que mis comidas ylas del niño se sirviesen abajo; así, medediqué a esperar a Miles rodeada detoda la pompa y el lujo de aquel mis-mo salón ante cuya ventana la señoraGrose, hablando conmigo en aquellainfausta mañana de do f mingo, ha-bía arrojado por primera vez algo deluz (si es que puede haber luz en esaclase de revelaciones) sobre nuestroasunto. Allí y entonces sentí de nue-vo una sensación que se había repeti-do una y otra vez en los últimos me-ses: la sensación de que todo mi equi-librio dependía del éxito de una férreavoluntad por mi parte, la voluntad decerrar los ojos ante el hecho de queme estaba enfrentando con algo repug-nante, contrario a la naturaleza. Yoconfiaba en la naturaleza, tenía queponerme de su lado si quería triunfarsobre aquello, tenía que enfrentarmea aquel monstruoso suplicio conside-rándolo una mera incursión en un te-rreno desacostumbrado, un terreno di-fícil [163] y desagradable, desde lue-go, pero por el cual se podía transitarsiempre que uno estuviese dispuestoa someterse a otra vuelta de tuerca, aun nuevo desafío de la virtud huma-na. A pesar de todo, ninguna empresapodía requerir tanto tacto como la de

a b s u r d o , d e b o c o n f e s a r l oabier tamente, de que conti-nuáramos prolongando la fic-ción de que yo pudiera ense-ñar algo más al niño. Era másque evidente que, gracias apequeños trucos tácitamenteaceptados, él más que yo, sepreocupaba por no herir midignidad, pues yo no era ca-paz de ejercer de profesora deese niño. De cualquier mane-ra, ahora gozaba de la liber-tad que había reclamado; y yono iba a coar tá rse la . Se lohab ía demos t rado la nochea n t e r i o r, a l p e r m i t i r l e q u epermaneciera en la sala de lasclases sin formularle ningunapregunta, sin hacerle ningunasugerencia. Estaba decidida aaplicar estrictamente mi nue-v o s i s t e m a . S i n e m b a r g o ,cuando al fin lo tuve ante mí,la dificultad de aplicarlo sepresentó en toda su intensi-dad . Mis o jos no pud ie rondescubrir en su hermosa figu-ra ninguna mancha, ningunasombra de lo que había ocu-rrido.

Para indicar a la servidumbreel tono de elegancia que había de-cidido implantar, pedí que nues-tras comidas fueran servidas enel comedor de la planta baja. Asíque, mientras lo esperaba en me-dio del pesado lujo de aquel sa-lón, al lado de la ventana por lacual había recibido, gracias a laseñora Grose, aquel primer es-pantoso domingo, el primer rayode algo que difícilmente podríaser llamado luz, volví a sentir unay otra vez que mis posibilidadesde éxito dependían sobre todo demi voluntad, la voluntad de ce-rrar los ojos todo lo posible a laverdad, la verdad de que teníaque tratar con algo que erarepugnantemente contrario a lanaturaleza. Lo único que podíahacer era tomar a la naturaleza ami servicio y considerar mimonstruosa hazaña como una in-cursión en una dirección desacos-tumbrada y, por supuesto, des-agradable, pero que me exigía,después de todo, si quería hacer-le frente con éxito, dar sólo otravuelta de tuerca a una virtud hu-mana ordinaria. Ninguna de mistentativas requería un tacto tanextraordinario como ese intentode extraer de mí misma toda lanaturaleza. ¿Cómo podía poner

puesto de manifiesto era el ab-su rdo de p ro longa r po r mástiempo la comedia de que yo te-nía algo más que enseñarle. Es-taba ya de sobra claro que, me-diante pequeños trucos de losque él mismo se servía más queyo para poner a salvo mi dig-nidad, había tenido que pedir-le que me evitara el esfuerzode intentar ponerme a su ver-dadera altura. Ahora disponíaya de su l ibertad, y yo no pen-saba volver a tocársela; comoya lo había demostrado amplia-mente la noche anterior, cuan-do, después de todo lo que ha-bía pasado, fue a sentarse con-migo en la clase, sin que yo hi-ciera una sola alusión. Desdeese momento, tenía más que desobra con mis otras ideas. Perocuando, por fin l legó, la difi-cultad de ponerlas en práctica,el agobio de mi problema, seme hicieron patentes de golpecon su hermosa presencia, enla que, al menos exteriormen-te, lo que había ocurrido no pa-rec ía haber de jado la menorhuella.

Para que toda la casa se dieracuenta del gran estilo que cultivabaahora, había decretado que mis co-midas con el niño debían servirseen lo que nosotros llamábamos aba-jo; por eso había estado esperándo-le entre la incómoda pompa de lahabitación, junto a cuya ventana,aquel primer domingo de sustos,había recibido de la señora Groseun relámpago de algo que mal po-dría llamarse luz. Allí volví a com-prender de nuevo —porque lo ha-bía comprendido una y otra vez—que todo mi equilibrio dependía deque lograse mantener una voluntadrígida, la voluntad de cerrar los ojosa la verdad de que el asunto con elque tenía que tratar era una cosarepugnante, contraria a la naturale-za. Sólo podía salir adelante tenien-do en cuenta con toda confianza ala «naturaleza», tratando mi mons-truosa prueba como un esfuerzo enuna dirección, por supuesto anormaly desagradable, pero que, despuésde todo, no requería para hacerlefrente más que darle otra vuelta detuerca a la ordinaria virtud huma-na. Ningún intento, a pesar de eso,podía requerir [235] más tacto queese intento de ser uno mismo quienpusiera toda la naturaleza. ¿Cómoiba a poder meter una mínima partede ese artículo en la supresión de

123

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

to what had occurred? How, onthe other hand, could I makereference without a new plungeinto the hideous obscure? Well,a sort of answer, after a time,had come to me, and it was sofar confirmed as that I was met,incontestably, by the quickenedvision of what was rare in mylittle companion. It was indeedas if he had found even now—as he had so often found atlessons—stil l some otherdelicate way to ease me off.Wasn’t there light in the factwhich, as we shared oursoli tude, broke out with aspecious [falso] glitter it hadnever yet quite worn?— the factthat (opportunity aiding,precious opportunity which hadnow come) i t would bepreposterous, with a child soendowed, to forego the help onemight wrest from absoluteintelligence? What had hisintelligence been given him forbut to save him? Mightn’t one,to reach his mind, risk the stretchof an angular arm over hischaracter? It was as if, when wewere face to face in the diningroom, he had literally shown methe way. The roast mutton wason the table, and I had dispensedwith attendance. Miles, beforehe sat down, stood a momentwith his hands in his pockets andlooked at the joint, on which heseemed on the point of passingsome humorous judgment. Butwhat he presently producedwas: «I say, my dear, is shereally very awfully ill?»

«Little Flora? Not so bad butthat she’ll presently be better.London will set her up. Bly hadceased to agree with her. Comehere and take your mutton.»

He alertly obeyed me, carriedthe plate carefully to his seat, and,when he was established, wenton. «Did Bly disagree with herso terribly suddenly?»

«Not so suddenly as youmight think. One had seen itcoming on.»

«Then why didn’t you get heroff before?»

«Before what?»

«Before she became too ill to

apostar, en semejantes circunstancias,por la naturalidad. ¿Cómo evitar todaalusión a lo ocurrido sin renunciarcompletamente a ella? Y por otro lado,¿cómo aludir a ello sin precipitarse enlos más oscuros abismos? Bueno, des-pués de cierto tiempo creí haber halla-do una especie de respuesta, que se vioconfirmada por mi repentina visión detodo lo que había de extraño en la con-ducta de mi pupilo. Era como si, in-cluso entonces (al igual que solía ha-cer durante las clases), el niño hubieseencontrado un nuevo medio de facili-tarme las cosas. ¿No era esclarecedoraquello que de repente, en nuestrocompartido aislamiento, se revelabaante mí en todo su ____________ es-plendor? Y aquello que se me revela-ba en aquel instante era el hecho deque sería absurdo, con un niño tan do-tado, despreciar la ayuda que su pro-pia inteligencia podía proporcionarle(siempre que tuviese oportunidad deponerla en juego; y esa oportunidadya había llegado). ¿Para qué le habíasido concedida aquella prodigiosa in-teligencia sino para salvarlo? ¿No va-lía la pena correr el riesgo de echarleun cable, un cable que volase por en-cima de su carácter hasta alcanzar sumente? Fue como si, cuando por fin nosenfrentamos cara a cara en el comedor,él me estuviese mostrando literalmen-te el camino. El cordero asado ya esta-ba en la mesa y yo había hecho retirar-se a la camarera. Miles, antes de sen-tarse, se quedó parado un momento conlas manos en los bolsillos mirando lacarne, sobre la cual parecía a punto desoltar algún comentario humorístico.Pero lo que dijo fue muy diferente:

— D i m e , q u e r i d a , ¿ d e v e r d a des t á t an en fe rma?

—¿Quién, Flora? No está tan mal,y no tardará en ponerse mucho mejor.Londres le sentará bien. Bly [164] ha-bía dejado de convenirle. Vamos, sién-tate y toma tu cordero.

Me obedeció con presteza, acercandocuidadosamente el plato a su silla, y cuando termi-nó con estos preparativos siguió preguntando.

—¿Tan terriblemente mal le hasentado Bly, así, de repente?

—No, no ha s ido tan de repen-te como tú p iensas . En rea l idad, yase ve ía veni r.

—Y entonces, ¿por qué no la en-viaste fuera antes?

—¿Antes de qué?

—De que se pusiese demasiado en-

un poco de dicho tacto en unasupresión de alusiones a todo loocurrido? ¿Cómo, por otra parte,podía hacer alguna alusión sin su-mergirme aún más en aquella de-testable oscuridad? Después de unrato encontré una especie de res-puesta, que fue confirmada por larepentina visión de todo lo que deraro había en mi pequeño pupilo.Era como si aun entonces hubieraencontrado —lo que tan a menu-do había ocurrido durante las lec-ciones— otra delicada manera defacilitarme las cosas. ¿No era yaluminoso el hecho, que mientrascompartíamos nuestra soledad re-vistió un brillo extraordinario,el hecho, digo, de que —y esto losupe gracias a la oportunidad, ala preciosa oportunidad que se ha-bía presentado— sería descabella-do, en el caso de un niño tan do-tado, renunciar a la ayuda que sepudiera extraer de su inteligencia?¿Para qué le había sido concedi-da aquella inteligencia si no erapara salvarse? ¿No era aún posi-ble alcanzar su alma, correr elriesgo de tender el brazo hacia suespíritu? Y cuando estuvimosfrente a frente en el comedor mepareció que literalmente me mos-traba el camino. El cordero asadoestaba ya sobre la mesa cuandoMiles entró en el comedor. Antesde sentarse, permaneció un mo-mento de pie, con las manos enlos bolsillos, y miró la carne comosi se dispusiera a hacer un comen-tario humorístico sobre ella. Sinembargo, lo que dijo fue: —Quiero saber, querida, si estárealmente tan enferma.

—¿La pequeña Flora? No, no estámuy mal, y pronto se repondrá.Londres le sentará bien. Bly, encambio, había dejado de convenir-le. Siéntate y come tu camero.

M e o b e d e c i ó a l i n s t a n -t e , s e s i r v i ó c a r n e y l u e -g o v o l v i ó a l t e m a . — ¿ Ta n m a l l e h a s e n t a -d o B l y d e r e p e n t e ?

— N o t a n d e r e p e n t ec o m o t e i m a g i n a s . L a c o s as e v e í a v e n i r.

—Entonces, ¿por qué no la hicie-ron salir antes de aquí?

—¿Antes de qué?

—Antes de que estuviera dema-

toda referencia a lo que había ocu-rrido? Y por otro lado, ¿cómo po-día hacer una referencia sin meter-me de lleno en lo tenebroso? Alcabo de un rato tenía ya una espe-cie de respuesta, que quedó con-firmada, sin lugar a dudas, al en-contrarme frente a lo que había deraro en mi pequeño compañero.Fue realmente como si incluso enaquel momento hubiese encontra-do —como había hecho tantasveces en las clases— alguna nue-va manera de facilitarme las co-sas con delicadeza. ¿No había yaluz en algo que mientras compar-tíamos nuestra soledad apareciócon un brillo engañoso que nuncahabía tenido, el hecho de que —con-tando con una opor tunidad, lamaravillosa oportunidad que ha-bía llegado ahora— sería un dis-parate, tratándose de un niño tanbien dotado, prescindir de laayuda que uno pudiera sacar dela pura inteligencia? ¿Para qué sele había dado la inteligencia si noera para salvarle? ¿No podría uno,para llegar hasta su mente, correrel riesgo de pasar por encima desu carácter? Fue como si, cuandoestábamos cara a cara en el come-dor, me hubiera mostrado el cami-no. El cordero asado estaba en lamesa, y yo había prescindido de lossirvientes. Miles, antes de sentar-se, estuvo un momento con las ma-nos metidas en los bolsillos, y mi-rando la pata de cordero, como sifuera a hacer algún comentario jo-coso a propósito de ella. Pero loque dijo fue:

—Pero ¿es verdad que estámuy mala?

—¿Flora? No tan mala comopara que no pueda ponerse ahoramejor. Londres le sentará bien. Blyya no le convenía a ella. Pero venaquí, y cómete la carne.

Obedeció en seguida, se llevó elplato a su sitio y, cuando ya estabainstalado, preguntó:

—¿Bly empezó a sentarle maltan de repente?

— N o t a n d e r e p e n t ec o m o p u d i e r a p a r e c e r . Yas e v e í a v e n i r .

—Entonces, ¿por qué no sela llevó antes?

[236] —¿Antes de qué?

—Antes de que se pusiera dema-

[Infausta: Desgraciada, funesta, aciaga.]

X X

124

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

travel.»

I found myself prompt.« S h e ’s N O T t o o i l l t otravel: she only might haveb e c o m e s o i f s h e h a ds tayed . Th i s was jus t them o m e n t t o s e i z e . T h ejourney wi l l d iss ipate thei n f l u e n c e » — o h , I w a sgrand!—»and carry i t off.»

«I see, I see»—Miles, forthat matter, was grand, too.He settled to his repast withthe charming l i t t le « tablemanner» that, from the day ofhis arrival, had relieved me ofall grossness of admonition.Whatever he had been drivenfrom school for, it was not forug ly feed ing . He wasirreproachable, as a lways,today; bu t he wasunmistakably more conscious.He was discernibly trying totake for granted more thingsthan he found , wi thoutassistance, quite easy; and hedropped into peaceful silencewhile he felt his situation. Ourmeal was of the briefest—mine a vain pretense, and I hadthe things immediately remo-ved. While this was done Mi-les stood again with his handsin his little pockets and hisback to me—stood and lookedout o f the wide windowthrough which, that other day,I had seen what pulled me up.We continued silent while themaid was with us— as silent,it whimsically occurred to me,as some young couple who, ontheir wedding journey, at theinn, feel shy in the presence ofthe waiter. He turned roundonly when the wai te r hadl e f t u s . « We l l — s o w e ’ r ealone!»

XXIII

« O h , m o r e o r l e s s . » If ancy my smi le was pa le .« N o t a b s o l u t e l y . Wes h o u l d n ’ t l i k e t h a t ! » Iwen t on .

ferma para viajar.

Mi respuesta fue inmediata.—No está tan enferma como para

no poder viajar; pero habría llegadoa estarlo si se hubiese quedado. Erael momento justo para que se fuera,y había que aprovecharlo. El viaje di-sipará las malas influencias —¡ahíestuve magnífica!— hasta hacerlasdesaparecer completamente.

—Ya veo, ya veo.Miles también estaba magnífico,

desde luego. Se puso a comer conaquellos exquisitos modales que, des-de el día de su llegada, me habían aho-rrado la molestia y la vulgaridad detener que regañarle. Fuesen cualesfuesen los motivos de su expulsión delcolegio, era seguro que no habían te-nido nada que ver con su comporta-miento en la mesa. Aquel día, comotodos, se condujo de modo impecable;pero era evidente que lo hacía de for-ma más deliberada que nunca. Resul-taba obvio que estaba intentando darpor supuestas más cosas de las que enrealidad sabía; así que se refugió enun apacible silencio, consciente de susituación. El almuerzo fue uno de losmás breves que tuvimos juntos (elmío, en realidad, no fue más que unsimulacro), y ordené que retirasen lavajilla de inmediato. Mientras lo ha-cían, Miles se levantó de nuevo, me-tió las manos en los bolsillos y, dán-dome [165] la espalda, se quedó mi-rando por aquella misma ventana quehabía sido testigo, aquel lejano día, delos comienzos del horror. Continuamoscallados mientras la doncella termina-ba su tarea, tan callados, pensé demodo un tanto extravagante, como unapareja de recién casados cuando, en suviaje de bodas, se miran con timidezen presencia del camarero del hotel.Miles solo se volvió hacia mí cuandola camarera se hubo marchado.

— ¡ B u e n o ! — e x c l a m ó — .¡ P o r f i n s o l o s !

[166] Capítulo XXIII

—Bueno, más o menos —me ima-gino que mi sonrisa debía de ser bas-tante desvaída—. En realidad, no deltodo. Además, no deberíamos alegrar-nos por eso —añadí.

siado enferma para viajar.

—No está demasiado enfermapara viajar —le respondí sin pérdi-da de tiempo— lo hubiera estadode haberse quedado aquí. Este erael momento preciso para que em-prendiera el viaje. El cambio de ai-res disipará las malas influencias... Realmente, podía enorgullecermede mí misma por mi dominio.

—Comprendo, comprendo —dijo Miles. Su aplomo era comparable al mío.Empezó a comer con aquella dis-tinción de modales que yo había ad-mirado desde el día de su llegada yque me ahorraba la pesada carga detener que estar reprendiéndolo enla mesa. Por todo podrían haberloexpulsado de la escuela, menos pormalos modales en la mesa. Ese díase mostraba tan irreprochable comosiempre, pero había algo indudable-mente deliberado en su actitud. Eraevidente que estaba tratando de darpor sentadas más cosas de las quesabía sin ayuda de nadie, con ente-ra facilidad; y se sumió en un apa-cible silencio mientras estudiaba lasituación. Nuestro almuerzo fue delo más breve que pueda imaginar-se. Apenas pude probar bocado, ehice que rápidamente la doncellalevantara la mesa. Mientras tantoMiles permanecía de pie con lasmanos nuevamente en los bolsillosy de espaldas a mí, mirando a tra-vés de la ventana del comedor queen otra ocasión tanto me había so-bresaltado. Continuamos en silen-cio hasta que la doncella se hubomarchado; tan en silencio, se meocurrió humorísticamente, comouna joven pareja que, en su viajede bodas, en la posada, se sientencohibidos por la presencia del cama-rero. Cuando la doncella cerró lapuerta, Miles se volvió en redondo. —Bueno... al fin estamos solos —dijo.

XXIII

—Sí, más o menos —me imaginoque mi sonrisa debió ser bastantedesmayada—. No del todo. ¡No creoque nos guste estar completamentesolos! —añadí.

siado mala para viajar.

Contesté a la primera:— N o e s t á d e m a s i a d o

m a l a p a r a v i a j a r : p o d r í a h a -b e r l l e g a d o a e s t a r l o s i s eh u b i e s e q u e d a d o . H a b í a q u ea p r o v e c h a r e s t e m o m e n t o .E l v i a j e d i s i p a r á l o s e f e c t o s— e s t u v e m a g n í f i c a — , y s el o s l l e v a r á .

—Ya comprendo, ya comprendo.—Miles, en ese aspecto, tampocoquiso quedarse atrás.

Empezó a comer, con sus«buenas maneras en la mesa»que, desde el día de mi llegada,me habían evitado tener que re-ñirle alguna vez. Si le habíanechado del colegio, no habríasido por comer mal. Ese día es-tuvo tan i r reprochable comosiempre, pero se notaba que es-taba más sobre aviso. Se veíaque estaba tratando de dar porsentadas más cosas de las que,sin ayuda, le parecía fácil admi-tir; comprendía su situación, yhabía decidido guardar silencio.La comida fue muy breve, la míacasi un simulacro, y mandé quese llevaran las cosas en segui-da. Mientras lo hacían, Miles selevantó, y se quedó de espaldasa mí, con las manos en los bol-sillos, mirando por el gran ven-tanal en el que aquel otro día yohabía visto lo que me dejó pa-rada. Continuamos en silenciomientras estuvo allí la doncella,un silencio que a mí no sé porqué me hizo pensar en una pa-reja de recién casados que, en suviaje de boda, se sienten cohi-bidos en la fonda por la presen-cia del camarero. No se dio lavuelta hasta haberse marchadola doncella:

— ¡ A s í e s q u e e s t a m o ss o l o s !

XXIII

— BUENO, más o menos .—Me parece que mi sonr i safue poco convincente—. Perono de l todo . Eso tampoco nosgus tar ía .

XX

125

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

«No—I suppose weshouldn’t. Of course we havethe others.»

«We have the others—wehave indeed the others,» Iconcurred.

«Yet even though we havethem,» he returned, still with hishands in his pockets and plantedthere in front of me, «they don’tmuch count, do they?»

I m a d e t h e b e s t o fi t , b u t I f e l t w a n .« I t d e p e n d s o n w h a ty o u c a l l ` m u c h ’ ! »

«Yes»—with allaccommodation—»everythingdepends!» On this, however, hefaced to the window again andpresently reached it with his va-gue, restless, cogitating step. Heremained there awhile, with hisforehead against the glass, incontemplation of the stupidshrubs I knew and the dull thingsof November. I had always myhypocrisy of «work,» behindwhich, now, I gained the sofa.Steadying myself with it there asI had repeatedly done at thosemoments of torment that I havedescribed as the moments of myknowing the children to be givento something from which I wasbarred, I sufficiently obeyed myhabit of being prepared for theworst. But an extraordinaryimpression dropped on me as Iextracted a meaning from theboy’s embarrassed back— noneother than the impression that Iwas not barred now. Thisinference grew in a few minutesto sharp intensity and seemedbound up with the directperception that it was positivelyHE who was. The frames andsquares of the great window werea kind of image, for him, of a kindof failure. I felt that I saw him, atany rate, shut in or shut out. Hewas admirable, but notcomfortable: I took it in with athrob of hope. Wasn’t he looking,through the haunted pane, forsomething he couldn’t see?—andwasn’t it the first time in thewhole business that he hadknown such a lapse? The first, thevery first: I found it a splendidportent. It made him anxious,though he watched himself; he

— N o , s u p o n g o q u e n o d e b e -r í a m o s . Y e s t á n l o s d e m á s , p o rs u p u e s t o .

— S í , e s t á n l o s d e m á s . . .E s t á n l o s d e m á s , e s c i e r t o —c o r r o b o r é y o .

—Sin embargo, aunque los de-más estén ahí —repuso, mientras se-guía plantado frente a mí con las ma-nos en los bolsil los—, en realidadno cuentan mucho, ¿verdad?

Intenté replicarle lo mejor que pude,pero me sentía desfallecer.

— D e p e n d e d e l o q u e q u i e r a sd e c i r c o n « m u c h o » .

—Sí —dijo con su característica flexi-bilidad—, ¡todo depende!

Tras decir esto, sin embargo, miróde nuevo la ventana y se dirigió haciaella con su paso incierto y meditativo.Se quedó un rato allí, con la frente pe-gada al cristal, absorto en la contem-plación de aquellos estúpidos arbustosque yo conocía tan bien y del sombríopaisaje de noviembre. Yo contaba siem-pre con la coartada de mi labor, que enesta ocasión me sirvió de salvoconduc-to hasta el sofá. Intenté calmarme con-centrándome en ella, como solía haceren aquellos momentos de suplicio queya he descrito, cuando yo sabía que losniños se encontraban inmersos en algoque a mí me estaba vedado y, al igualque entonces, [167] obedecí a la cos-tumbre de prepararme para lo peor.Pero de repente, mientras trataba de in-terpretar el azorado silencio del niño,me invadió una extraña impresión: laimpresión de que esta vez había cier-tas cosas que no me estaban vedadas.Esta intuición se había intensificadotanto al cabo de unos pocos minutos,que se transformó en una certeza direc-ta de que era el niño quien en esta oca-sión permanecía marginado. Los pane-les y el marco de la amplia ventana re-presentaban para él una especie de fra-caso. Sentí, en cualquier caso, que estavez se había quedado fuera (o dentro).Seguía siendo encantador, como siem-pre, pero no estaba cómodo; me dicuenta de ello con un estremecimientode esperanza. ¿Acaso no estaba miran-do por aquella ventana embrujada paraintentar ver algo que no conseguía ver?¿Y no era la primera vez que esto leocurría desde el comienzo de todo elasunto? Sí, era la primera vez, la pri-mera de todas; y creí ver en ello unmagnífico augurio. Su fracaso lo habíallenado de ansiedad, aunque trataba dedominarse. Había estado impaciente

— N o , s u p o n g o q u en o . D e s d e l u e g o , e s t á nl o s d e m á s .

— E s t á n l o s d e -m á s . . . e s t á n l o s d e -m á s — r e p e t í .

—Sin embargo —me dijo,aún con las manos en los bol-sillos y parado frente a mí—,los demás no cuentan dema-siado, ¿no le parece?

Traté que no advirtiera el tem-blor de mi voz. —Depende de lo que conside-res «demasiado».

—Sí —dijo fríamente—, todas lascosas dependen de algo. Y a continuación volvió aasomarse a la ventana, apoyó sufrente en el cristal y permane-ció durante largo rato contem-plando los estúpidos arbustos,que tan bien conocía yo, y elsevero paisaje de noviembre.Yo tenía siempre el refugio demis labores de punto, con lascuales en ese momento me di-rigí al sofá. Atrincherándomeallí, lo mismo que hice repeti-damente en los momentos detormento que ya he descrito,aquellos en que sabía que losniños se entregaban a algo queme estaba vedado, me preparé,como ya me era habitual, paralo peor. Pero una impresión ex-traordinaria creció en mí mien-tras hallaba un significado en laencogida espalda del niño: nadamenos que la impresión de queen ese momento no me excluía.Ese pensamiento cobró en unosminutos toda su intensidad y mellevó a la inmediata deducciónde que quien positivamente es-taba excluido era él. Los mar-cos y los vanos del gran venta-nal formaban para él una espe-cie de imagen de fracaso. Suactitud era admirable, pero nocómoda, y una nueva esperan-za renació en mí. ¿No buscabaacaso, más allá de los cristalesencantados, algo que no podíaver? ¿Y no era la primera vezen toda la temporada que aque-llo le ocurría? La primera, sí,la primera vez y aquello me pa-reció prodigioso. Parecía estarans ioso , aunque v ig i laba ycontrolaba sus reacciones; locierto es que había estado an-

—No, me imagino que nonos gustaría. Claro que tene-mos a los otros.

[ 2 3 7 ] — S í , t e n e m o s a l o so t r o s . . . , e s v e r d a d q u e l o st e n e m o s — d i j e .

—Pero aunque los tengamos—contestó, sin sacar las manosde los bolsillos, y plantado de-lante de mí—, no es mucho loque cuentan, ¿no le parece?

Hice lo que pude, pero me sentíapoco segura:

—Depende de lo que se en-tienda por «mucho».

— S í , t o d o d e p e n d ed e e s o .

Pero después de mostrarse tanconforme, se volvió hacia la ven-tana, y se acercó otra vez a ella,pensativo, un poco inquieto. Es-tuvo allí un rato, con la frente pe-gada al cristal, contemplando losdichosos arbustos que yo conocíatan bien y el aire aburrido de no-viembre. Yo siempre tenía a manoel pretexto de la «labor», y me afe-rré a él para ir a sentarme en elsofá. Me acomodé allí con ella,como ya había hecho tantas vecesen esos minutos de tormento quehe descrito como los momentos enque sabía que los niños estabanentregados a algo de lo que yo es-taba excluida, y me resigné a se-guir mi costumbre de estar prepa-rada para lo peor. Pero recibí depronto una impresión extraordina-ria al fijarme en la espalda del chi-co y comprender que no se encon-traba a gusto, y fue la impresiónde que ahora yo no estaba exclui-da. Esa idea llegó a ser muy in-tensa a los pocos minutos, y pare-ció ir unida a la percepción direc-ta de que era él quien lo estaba.El marco y las divisiones del ven-tanal eran para él como la imagende una especie de fracaso. Yo te-nía la sensación de verle metidodentro o del otro lado. Estaba ad-mirable, pero no estaba cómodo:lo comprendí con un latido de es-peranza. ¿No estaba buscando, através de los cristales, algo que nopodía ver? ¿Y no era la primeravez que en todo este asunto le ocu-rría una cosa así? Sí, era la prime-ra vez: a mí me pareció un verda-dero portento. Eso le ponía ner-vioso, aunque estuviera sobre avi-so. Había estado nervioso todo el

126

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

had been anxious all day and,even while in his usual sweet littlemanner he sat at table, hadneeded all his small strangegenius to give it a gloss. Whenhe at last turned round to meetme, it was almost as if this geniushad succumbed. «Well, I thinkI’m glad Bly agrees with ME!»

«You would certainly seem tohave seen, these twenty-fourhours, a good deal more of it thanfor some time before. I hope,» Iwent on bravely, «that you’vebeen enjoying yourself.»

«Oh, yes, I’ve been ever sofar; all round about—miles andmiles away. I’ve never been sofree.»

He had really a mannerof his own, and I could onlyt ry t o keep up w i th h im .«Well, do you like it?»

He stood there smiling;then at last he put into twowords—»Do YOU?»— moredisc r imina t ion than I hade v e r h e a r d t w o w o r d scontain. Before I had time todeal with that, however, hecontinued as if with the sensethat this was an impertinenceto be so f t ened . «No th ingcould be more charming thanthe way you take it, for ofc o u r s e i f w e ’ r e a l o n etogether now it’s you that arealone most. But I hope,» het h r e w i n , « y o u d o n ’ tparticularly mind!»

« H a v i n g t o d o w i t hy o u ? » I a s k e d . « M y d e a rc h i l d , h o w c a n I h e l pm i n d i n g ? T h o u g h I ’ v er e n o u n c e d a l l c l a i m t oy o u r c o m p a n y — y o u ’ r es o b e y o n d m e — I a tl e a s t g r e a t l y e n j o y i t .W h a t e l s e s h o u l d I s t a yo n f o r ? »

He looked at me moredirectly, and the expression of hisface, graver now, struck me as themost beautiful I had ever foundin it. «You stay on just forTHAT?»

«Certainly. I stay on as yourfriend and from the tremendousinterest I take in you t i l lsomething can be done for you

todo el día, incluso mientras, sentado ala mesa, desplegaba sus más exquisitosmodales, y había tenido que recurrir asu increíble talento para maquillar suestado de ánimo. Pero cuando finalmen-te se volvió a mirarme, me pareció quetodas sus fuerzas habían sucumbido.

—¡Bueno, creo que me alegro deque Bly sí me siente bien a mí!

— S e g u r a m e n t e l o h a -b r á s v i s t o m e j o r q u e n u n -c a e n e s t a s ú l t i m a s v e i n t i -c u a t r o h o r a s . E s p e r o —a ñ a d í v a l i e n t e m e n t e — q u et e h a y a s d i v e r t i d o .

—Oh, sí. He ido más lejos quenunca; he recorrido millas y millas portodos los alrededores. Nunca me ha-bía sentido tan libre.

Realmente, tenía unas manerasmuy peculiares , y yo apenas logra-ba ponerme a su al tura .

—Y bien, ¿te gusta?

[168] Me miró sonriendo, hasta que final-mente expresó su pensamiento en palabras.

—¿Y a ti?Esas tres palabras contenían más

significado del que jamás he visto re-unido en una frase tan breve. Sin em-bargo, antes de que me diera tiempoa reaccionar, Miles continuó, como sipensara que debía suavizar la imper-tinencia que había cometido.

— M e p a r e c e e n c a n t a d o r q u et e l o t o m e s d e e s t a m a n e r a , p o r -q u e , a h o r a q u e n o s h e m o s q u e -d a d o s o l o s , m e p a r e c e q u e t úe s t á s m á s s o l a q u e y o . ¡ S ó l o e s -p e r o — a ñ a d i ó — q u e n o t e i m -p o r t e d e m a s i a d o !

— ¿ Q u e n o m e i m p o r t e a l g oq u e t i e n e q u e v e r c o n t i g o ? —p r e g u n t é — . M i n i ñ o , ¿ c ó m op u e d o e v i t a r q u e m e i m p o r t e ?A u n q u e , a h o r a q u e e s t á s t a nl e j o s d e m í , h e r e n u n c i a d o ae x i g i r t u c o m p a ñ í a , n o p o r e s oh e d e j a d o d e d i s f r u t a r l a . ¿ S in o , p o r q u é o t r a r a z ó n m e h a -b r í a q u e d a d o ?

Me miró directamente a los ojos,y la expresión de su rostro, ahora másseria, me pareció la más hermosa quehabía visto en él hasta entonces.

— E n t o n c e s , ¿ t e h a s q u e d a d osolo por eso?

— M e h e q u e d a d o c o m o a m i -g a t u y a , a c a u s a d e l e n o r m e i n -t e r é s q u e t i e n e p a r a m í e l p o d e ra y u d a r t e h a s t a q u e p u e d a s c o n -

sioso todo el día, incluso cuan-do se sentó a la mesa y echómano de todo su talento paradisimularlo. Cuando, finalmen-te, se volvió hacia mí, tuve laimpresión de que todo aquel ta-lento había sucumbido. —Bueno, creo que me alegro deque a mí sí me sienta bien Bly.

—Supongo que en estas últi-mas veinticuatro horas habráspodido ver más que en todo eltiempo anterior. Espero —conti-nué valientemente— que hayasdisfrutado de tus paseos.

—¡Oh, sí! Nunca había cami-nado tanto... recorrí millas ymillas. Nunca me había senti-do tan libre.

Tenía una manera de expresarse muypersonal, y lo único que yo podía ha-cer era tratar de situarme a su nivel. —Y bien, ¿te ha gustado?

Permaneció sonriendo frente amí y luego puso en cuatro palabrasun caudal de significación mayorque el que yo me hubiera podidoimaginar en una frase tan breve. —¿Le gusta a usted? —y,antes de que hubiese tenidotiempo de responder, añadiócomo si considerara su pre-gunta como una impertinen-cia—: Me parece que lo ha to-mado de un modo magnífico,pues, por supuesto, si ahoraestamos solos, es usted quienestá más sola. Espero —con-cluyó— que no le importe de-masiado.

—¿Cómo no iba a importarmealgo que tiene relación contigo? —respondí—. Mi querido niño,¿cómo podía no importarme? Aun-que haya renunciado a toda preten-sión a tu compañía, puesto que túestás muy por encima de mí, yo almenos la disfruto enormemente.¿Por qué, si no, me hubiera queda-do aquí?

Miles me miró directamente, y laexpresión de su rostro, más graveentonces, me asombró por ser la másbella que nunca había visto en él. — ¿ S e q u e d ó a q u í s ó l op o r e s o ?

—Por supuesto. Me he que-dado sólo porque soy tu amigay por el tremendo interés quetengo por hacer todo lo que de

día, e incluso cuando se sentó a lamesa con la gracia de siempre ha-bía necesitado echar mano de todosu genio para disimularlo. Cuan-do [238] se volvió a mirarme, fuecasi como si ese genio le hubierafallado:

—Bueno, pues creo que yo me ale-gro de que Bly me siente bien a mí.

— D e s d e l u e g o , e n e s t a sv e i n t i c u a t r o h o r a s , p a r e c eq u e t i e n e s q u e h a b e r v i s t omucho más de Bly que lo quesol ías ver an tes . Espero quelo hayas pasado b ien .

—Sí, he ido muy lejos; he an-dado por todas partes, hasta variasmillas de aquí. Nunca he tenidotanta libertad.

La verdad es que tenía un estilopropio, y que todo lo que yo podía ha-cer era tratar de ponerme a su altura:

—¿Y te gusta?

Se quedó a l l í , son r i endo ,y luego puso en dos pa l ab rasm á s i n t e n c i ó n d e l a q u e y on u n c a h u b i e r a c r e í d o p o d í acon tene r se en e l l a s :

—¿Y a usted?Pero antes de que tuviera tiem-

po de digerirlo, como si compren-diera que era una impertinencia quehabía que suavizar, añadió:

—No podría haber nada másagradable que la forma en que lotoma, porque, si ahora nos hemosquedado los dos solos, desde luego,la que está más sola es usted. Perotengo la esperanza de que no le im-porte demasiado.

— ¿ Te n e r q u e o c u p a r m ed e t i ? — p r e g u n t é — . H i j om í o , ¿ c ó m o n o v a a i m p o r-t a r m e ? A u n q u e h a y a r e n u n -c i a d o a t o d o d e r e c h o a t e -n e r t e e n m i c o m p a ñ í a ( y aq u e e s t á s t a n p o r e n c i m a d em í ) , p o r l o m e n o s d i s f r u t om u c h o c o n e l l a . ¿ P o r q u éi b a a s e g u i r a q u í s i n o ?

Me miró más directamente, yla expresión de su cara, ahora másseria, me pareció la más hermosaque había visto nunca en ella:

— ¿ S i g u e a q u í s ó l op o r e s o ?

—Por supuesto. Sigo aquícomo amiga tuya, y por el in-terés que me tomo hasta quepueda hacerse contigo algo que

[Azorado: Sobresaltado.]

127

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

that may be more worth yourwhile. That needn’t surpriseyou.» My voice trembled so thatI felt it impossible to suppressthe shake. «Don’t youremember how I told you, whenI came and sat on your bed thenight of the storm, that therewas nothing in the world Iwouldn’t do for you?»

«Yes, yes!» He, on his side,more and more visibly nervous,had a tone to master; but he wasso much more successful than Ithat, laughing out through hisgravity, he could pretend we werepleasantly jesting. «Only that, Ithink, was to get me to dosomething for YOU!»

«It was partly to get youto do something,» I conce-ded. «But , you know, youdidn’t do it.»

«Oh, yes,» he said with thebrightest superficial eagerness,«you wanted me to tell yousomething.»

«That’s it. Out, straight out.What you have on your mind, youknow.»

«Ah, then, is THAT whatyou’ve stayed over for?»

He spoke with a gaietythrough which I could still catchthe finest little quiver ofresentful passion; but I can’tbegin to express the effect uponme of an implication ofsurrender even so faint. It wasas if what I had yearned for hadcome at last only to astonish me.«Well, yes—I may as well makea clean breast of it. it wasprecisely for that.»

He waited so long that Isupposed it for the purpose ofrepudiating the assumption onwhich my action had beenfounded; but what he finally saidwas: «Do you mean now—here?»

« T h e r e c o u l d n ’ t b e ab e t t e r p l a c e o r t i m e . »He looked round him uneasily,and I had the rare—oh, thequeer!—impression of the veryfirst symptom I had seen in himof the approach of immediatefear. It was as if he weresuddenly afraid of me—which

t a r c o n u n a a y u d a m á s v a l i o s aq u e l a m í a . N o s é p o r q u é t e s o r -p r e n d e s — m i v o z t e m b l a b a t a n -t o q u e m e r e s u l t a b a i m p o s i b l ed i s i m u l a r l o — . ¿ N o r e c u e r d a s l oq u e t e d i j e l a n o c h e d e l a t o r -m e n t a , c u a n d o f u i a t u c u a r t o ym e s e n t é e n t u c a m a ? Te d i j e q u en o h a b í a n a d a q u e n o e s t u v i e r ad i s p u e s t a a h a c e r p o r t i .

—¡Sí, sí! —El, por su parte, cada vezmás y más nervioso, hacía esfuerzos pordominar su tono; aun así, tenía mucha ma-yor facilidad que yo para ello, hasta talpunto que, renunciando a su seriedad conuna carcajada, era capaz de fingir que todoaquello iba en bromas—. ¡Pero me pare-ce que, con eso, lo que querías era lograrque yo hiciese algo por ti!

[ 1 6 9 ] — S í , e n p a r t e l o d i j ep a r a c o n s e g u i r q u e h i c i e r a sa l g o — a d m i t í — . P e r o , ¿ s a -b e s ? , n o l o h i c i s t e .

— S í , y a — d i j o , r á p i d a m e n -t e , c o n s u p e r f i c i a l j o v i a l i -d a d — . L o q u e q u e r í a s e r a q u ey o t e c o n t a s e a l g o .

—Eso es. Que me lo contases todo,de principio a fin. Lo que te ronda porla cabeza, ya sabes.

—Ah, claro. Entonces, es para esopara lo que te has quedado, ¿no?

Hablaba despreocupadamente, pero através de su alegría yo podía captar el másleve matiz de resentimiento y de ansiedad;sin embargo, no puedo empezar ahora a ex-plicar el efecto que en mí produjeron aque-llos insignificantes indicios de una posiblerendición. Era como si todo lo que ansiabase estuviese cumpliendo por fin, pero solopara dejarme más perpleja que nunca.

—Bueno.. . , sí . Más vale que telo confiese abiertamente. Me he que-dado precisamente para eso.

Se quedó callado durante tantorato que supuse que quería demos-trarme con ello la inutilidad de midecis ión de quedarme; pero f inal-mente habló, y lo que dijo fue:

—¿Quieres que te lo cuente aquí..., ahora?

—No podría haber ocasión ni lu-gar más apropiados. —Miró a su alre-dedor con inquietud, y tuve la extrañaimpresión (realmente curiosa, la ver-dad) de haber captado en él los prime-ros síntomas hasta entonces de autén-tico terror. Era como si de repente metuviese miedo, y se me ocurrió que qui-zá fuera lo mejor que podía hacer por

mí dependa para ayudarte. Estono debe sorprenderte —mis es-fuerzos por ocultar el temblorde mi voz resultaron inútiles—. ¿No recuerdas lo que dijeaquel la noche de tormenta ,cuando fui a tu dormitorio y mesenté en tu cama? Te dije queno había nada en el mundo queno pudiera hacer por ti.

—¡Sí, sí! —Miles, por su par-te, cada vez más nervioso, trata-ba también de dominarse; lo hizocon mucho más éxito que yo yriendo a pesar de la gravedad desu semblante, fingió tomar a bro-ma nuestra conversación—. Sóloque, en mi opinión, lo decía paraobtener algo de mí.

—Fue, en parte, para conseguirque hicieras algo —admití—pero sabes bien que no hiciste loque yo quería.

— ¡ O h , s í ! — d i j o c o nu n a i m p a c i e n c i a b r i l l a n t ey s u p e r f i c i a l — , q u e r í a q u el e d i j e r a a l g o .

—Exactamente; sin rodeos, queríaque me dijeras lo que tienes en lamente; tú lo sabes.

—¡Ah! Entonces, ¿se quedóaquí por eso?

A pesar de que su tono seguíasiendo alegre, pude captar unanota de apasionado resentimien-to en sus palabras; pero no pue-do expresar el efecto que mecausó aquel débil inicio de ren-dición. Me pareció que lo quetanto había anhelado se presen-taba sólo para dejarme atónita. —Bueno, sí . . . es mejor quete lo d iga s in ambages : hasido precisamente por eso.

Esperé su respuesta un ratotan largo que supuse buscaba elmejor modo de refutar el moti-vo alegado acerca de mi estan-cia; pero al fin sólo dijo: —¿Ahora? ¿Aquí?

—No podr ía haber mejorlugar n i mejor ocas ión. Miles miró a su alrededor con aireintranquilo y yo tuve la rara impre-sión de que aquél era el primer sín-toma que observaba con el cual tu-viera relación el miedo, un miedoinmediato. Fue como si repentina-mente me temiera... lo que me pa-

te convenga más. Eso no t ienep o r q u é s o r p r e n d e r t e . — M et e m b l a b a t a n t o l a v o z , q u ecomprendí que era imposibledisimularlo—. ¿No te acuerdasque te dije, [239] cuando fui asentarme en tu cama la nochede la tormenta, que no habíanada en e l mundo que yo nohiciera por t i?

— S í , s í . — É l , a s u v e z ,e s t a b a m u y n e r v i o s o , y t a m -b i é n t e n í a q u e d o m i n a r s e ;p e r o s a b í a h a c e r l o m u c h om e j o r q u e y o y d a r l a i m p r e -s i ó n d e q u e e s t á b a m o s b r o -m e a n d o — . S ó l o q u e m e p a -r e c e q u e e r a p a r a q u e y o h i -c i e s e a l g o p o r u s t e d .

— S í , e n p a r t e e r a p a r aq u e h i c i e s e s a l g o — a d -m i t í — . P e r o y a s a b e s q u en o l o h i c i s t e .

— ¡ A h , s í ! — d i j o , c o m os i n o t u v i e r a n i n g u n a i m -p o r t a n c i a — . Q u e r í a q u e l ed i j e s e a l g o .

—Eso es . Con toda natura-l idad. Lo que t ienes en la ca-beza, ya sabes .

—Entonces, ¿por eso se ha que-dado usted?

Hablaba con una alegría enla que, a pesar suyo, yo podíadescubrir cierto resentimiento;pero lo que no puedo expresares el efecto que produjo en míese leve indicio de que iba aceder. Era como si lo que tantohabía deseado hubiera llegado alfin sólo para asombrarme:

—Pues sí, yo también puedodecirlo con toda franqueza. Eraprecisamente para eso.

Ta r d ó t a n t o e n c o n t e s t a rque pensé que lo hac ía pa ran e g a r l a s u p o s i c i ó n e n q u em e h a b í a f u n d a d o , p e r o l oque d i jo po r f in fue :

—Pero ¿ahora mismo, aquí?

—Creo que no puede haber me-jor momento ni mejor sitio que éste.

Miró a su alrededor, incómo-do, y tuve la rara —la inquietan-te— impresión de haber visto enél el primer síntoma de lo quepodría ser auténtico miedo. Eracomo si de repente tuviera mie-do de mí, y la verdad es que me

128

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

struck me indeed as perhaps thebest thing to make him. Yet inthe very pang of the effort I feltit vain to try sternness, and Iheard myself the next instant sogentle as to be almost grotesque.«You want so to go out again?»

«Awfully!» He smiled at meheroically, and the touching littlebravery of it was enhanced byhis actually flushing with pain.He had picked up his hat, whichhe had brought in, and stoodtwirling it in a way that gave me,even as I was just nearlyreaching port, a perverse horrorof what I was doing. To do it inANY way was an act ofviolence, for what did it consistof but the obtrusion of the ideaof grossness and guilt on a smallhelpless creature who had beenfor me a revelation of thepossibilities of beautifulintercourse? Wasn’t it base tocreate for a being so exquisite amere alien awkwardness? Isuppose I now read into oursituation a clearness it couldn’thave had at the time, for I seemto see our poor eyes alreadylighted with some spark of aprevision of the anguish that wasto come. So we circled about,with terrors and scruples, likefighters not daring to close. Butit was for each other we feared!That kept us a little longersuspended and unbruised. «I’lltell you everything,» Milessaid—»I mean I’ll tell youanything you like. You’ll stay onwith me, and we shall both beall right, and I WILL tell you—I WILL. But not now.»

«Why not now?»

My insistence turned himfrom me and kept him once moreat his window in a silence duringwhich, between us, you mighthave heard a pin drop. Then hewas before me again with the airof a person for whom, outside,someone who had frankly to bereckoned with was waiting.«I have to see Luke.»

I h a d n o t y e t r e d u c e dh i m t o q u i t e s o v u l g a r al i e , a n d I f e l tp ropor t i ona t e ly a shamed .But , hor r ib le as i t was , h isl i e s m a d e u p m y t r u t h . Ia c h i e v e d t h o u g h t f u l l y a

él, asustarlo. No obstante, a pesar delos dolorosos esfuerzos que hice, noconseguí aplicarme en serio a semejan-te tarea, y al instante siguiente me oídecir a mí misma con tanta dulzura quecasi resultaba grotesca—: ¿Qué pasa?¿Es que quieres volver a salir?

—¡Me estoy muriendo de ganas! —repuso, sonriendo heróicamente, y su pe-queño y conmovedor acto de valentía que-dó aún más patente por el doloroso [170]rubor que cubrió sus mejillas. Tomó el som-brero que había traído consigo y empezó adarle vueltas en las manos de un modo queme reveló (justo entonces, cuando creíaestar llegando a buen puerto) la horribleperversidad de mi propia conducta. Lo queestaba haciendo, en todo caso, era un au-téntico acto de violencia, pues ¿en qué otracosa consistía sino en introducir ideas deculpa y vulgaridad en una pequeña criatu-ra inocente que me había descubierto todala belleza que puede caber en una relación?¿No era una infamia intentar reducir a unser tan exquisito a una torpeza y una co-bardía tan ajenas a su naturaleza? Supon-go que ahora interpreto la situación con unaagudeza que entonces no podía tener, y meparece estar viendo nuestros pobres ojosiluminados ya por el destello de una pre-monición sobre la angustia que estaba apunto de abatirse sobre nosotros. De esemodo, caminábamos en círculos, llenos deterrores y escrúpulos, como luchadores quese toman la medida sin atreverse a acercar-se. ¡Pero en realidad temíamos el uno porel otro! Eso fue lo que nos mantuvo parali-zados, librándonos de los golpes duranteun breve intervalo de tiempo más—. Te locontaré todo —dijo Miles—; quiero decirque te contaré lo que quieras, sea lo quesea lo que quieres saber. Vas a quedarteconmigo, y los dos estaremos bien, y yo tediré lo que tú quieras..., de veras que loharé. Pero ahora no.

—¿Y por qué no ahora?

Mi insistencia parecía alejar lode mí y retenerlo una vez más juntoa la ventana, en medio de un silen-cio tal , que se hubiese podido oír elruido de una aguja al caer. Luego sevolvió de nuevo hacia mí con el airede alguien que sabe que está hacien-do esperar a una persona con la queno se puede andar bromeando.

—Tengo que ir a ver a Luke —dijo.

Hasta entonces nunca se habíavisto obligado a recurrir a una men-t i ra tan vulgar, y me sent í avergon-zada [171] por el lo . Pero, por ho-r r i b l e s q u e f u e r a n , s u s m e n t i r a sconfirmaban mi verdad. Añadí, pen-sat iva, unos cuantos puntos a la la-

reció que era lo mejor que pudieraocurrir. Sin embargo, con un esfuer-zo inaudito, traté en vano de mos-trarme severa. No me fue posible;me oí a mí misma decir, en un tonotan amable que era casi grotesco: —¿Deseas salir a pasear otra vez?

—¡Oh, sí! ¡Mucho! Me sonrió heroicamente y su con-movedora bravata dejó de serlo debi-do al intenso rubor que coloreó susmejillas. Tomó su sombrero, con elque se había presentado en el come-dor, y le daba vueltas entre las manoscon evidente nerviosismo. En aquelmomento, a pesar de tener la viva sen-sación de estar a punto de llegar apuerto, experimenté un horror perver-so ante lo que estaba haciendo. Ha-cer aquello era, evidentemente, unacto de violencia, ya que consistía enla introducción de la idea de pecadoy de culpa en aquella criatura inde-fensa que había constituido para míuna revelación sobre las posibilida-des de una bella amistad. ¿No era algovil crearle a aquel ser exquisito unadesazón que no conocía? Supongoque ahora puedo leer en nuestra si-tuación con una claridad que enton-ces me estaba vedada, ya que me pa-rece ver nuestros pobres ojos ilumi-nados con una chispa de previsión dela angustia que nos amenazaba. Poreso dábamos vueltas, con nuestros te-rrores y escrúpulos, como luchadoresque no se atreven a atacar. Cada uno denosotros temía por el otro. Aquello nosmantuvo en silencio, y sin resultar lasti-mados, un rato más. —Se lo diré todo —concedió Mi-les—. Quiero decir que diré todo loque usted quiera. Quédese conmigo;lo pasaremos muy bien y se lo dirétodo... Lo haré. Pero no ahora.

—¿Por qué no ahora?

Mi insis tencia lo hizo vol-ver una vez más a la venta-na. Se hizo entre nosotros unsi lencio durante e l cual hu-biera podido oí rse la ca ídade un a l f i ler. Luego se vol-vió ot ra vez hacia mí con e laire de una persona que sabeque lo esperan en otra par te . —Tengo que ver a Luke —dijo.

Hasta entonces no lo había redu-cido nunca a tener que decir unamentira tan vulgar, y me sentí pro-porcionalmente avergonzada. Pero,por malo que ello fuera, aquellamentira confirmaba mi verdad. Ter-miné pensativamente unas cuantas

pareció que eso era lo mejor quepodía ocurrir. Pero en pleno do-lor y en pleno esfuerzo, sentí queera inútil mostrarse dura, y meoí decir con una amabilidad quecasi sonaba grotesca:

—¿Te apetece ir a dar otra vuelta?

—¡Muchísimo![240] Sonrió heroicamente, y

ese pequeño alarde de valentía locompletó poniéndose muy colo-rado. Había cogido el sombreroy estaba dándole vueltas de unaforma que, cuando estaba ya apunto de ponérselo, me hizo sen-tir todo el horror de lo que esta-ba hac i endo . Hace r lo , fue racomo fuera, era un acto de vio-lencia porque, qué otra cosa po-día ser sino imponer por la fuer-za la idea de vulgaridad y de cul-pa en una criatura indefensa, quehabía sido para mí una revela-ción de lo que podía ser una her-mosa amistad. ¿No era una baje-za producir ese desasosiego enuna criatura tan exquisita? Su-pongo que ahora interpreto nues-tra situación con una claridad queno podía haber tenido entonces,porque me parece ver en nuestrosojos una chispa de la angustia quepresentíamos iba a venir. Por esoandábamos dando vueltas, entremiedos y escrúpulos, como dosluchadores que no se deciden aenfrentarse. ¡Pero era por el otropor quien temíamos! Eso nosmantuvo un momento más, inde-cisos y sin daños.

—Se lo contaré todo —dijoMiles—; le diré todo lo que quie-ra. Seguirá aquí conmigo, y esta-remos estupendamente, y se lodiré, sí. Pero no ahora.

—¿Y por qué no ahora?

Mi insistencia hizo que se apar-tara de mí y se acercara una vez mása la ventana, mientras los dos nosmanteníamos en un silencio en el quepodría haberse oído la caída de unalfiler. Luego estaba otra vez delantede mí con el aire de una persona a laque otra, con la que hay que contar,está esperando fuera.

—Tengo que ver a Luke.

Hasta entonces no le habíareducido a tener que decir unamentira como ésa, y me sentíavergonzada en la misma pro-porción. Pero por horrible quefuera, de sus mentiras sacabami verdad. Hice unos cuantos

129

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

few loops of my kni t t ing .«Well, then, go to Luke, and I’llwait for what you promise. Only,in return for that, satisfy, beforeyou leave me, one very muchsmaller request.»

He looked as if he felt hehad succeeded enough to beable still a little to bargain.«Very much smaller—?»

«Yes, a mere fraction of thewhole. Tell me»—oh, my workpreoccupied me, and I wasoffhand!—»if , yes te rdayafternoon, from the table inthe hall, you took, you know,my letter.»

XXIV

My sense of how he receivedthis suffered for a minute fromsomething that I can describeonly as a fierce split of myattention— a stroke that at first,as I sprang straight up, reducedme to the mere blind movementof getting hold of him, drawinghim close, and, while I just fellfor support against the nearestpiece of furniture, instinctivelykeeping him with his back to thewindow. The appearance was fullupon us that I had already had todeal with here: Peter Quint hadcome into view like a sentinelbefore a prison. The next thing Isaw was that, from outside, hehad reached the window, and thenI knew that, close to the glass andglaring in through it, he offeredonce more to the room his whiteface of damnation. It representsbut grossly what took placewithin me at the sight to say thaton the second my decision wasmade; yet I believe that nowoman so overwhelmed ever inso short a time recovered hergrasp of the ACT. It came to mein the very horror of theimmediate presence that the actwould be, seeing and facing whatI saw and faced, to keep the boyhimself unaware. Theinspiration— I can call it by no

bor que estaba tej iendo.— B u e n o , e n t o n c e s v e t e c o n

Luke, y yo seguiré esperando a quecumplas tu promesa. Solo te pido acambio que, antes de irte, me aclaresuna pequeña duda que tengo.

P a r e c í a l o b a s t a n t e s a t i s f e c h od e s u t r i u n f o c o m o p a r a h a c e ra q u e l l a c o n c e s i ó n .

—¿Una duda muy pequeña?

— S í , u n a s i m p l e f r a c c i ó n d etodo lo que quisiera saber. Dime —estaba absor ta en mi labor, ¡y ta lv e z p o r e s o f u i t a n b r u s c a ! — . . .dime si ayer por la tarde cogiste loque yo dejé en la mesa del vest íbu-lo. . . , ya sabes, la car ta .

[172] Capítulo XXIV

Durante los instantes siguientesapenas pude captar la reacción deMiles, a causa de lo que solo puedodescribir como una brutal escisiónde mi conciencia; un cruel mazazoque al principio, tras hacerme saltardel asiento como movida por un re-sor te , me l levó de modo ref le jo aaferrar a Miles, atraerlo hacia mí ya continuación buscar apoyo en elmueble más próximo, a la vez quemantenía firmemente sujeto al niñode espaldas a la ventana. Sobre no-sotros se cernía la misma apariciónque ya otra vez se había manifesta-do en el mismo si t io: Peter Quintestaba allí , como un centinela vigi-lando su prisión. Lo siguiente quevi es que se acercaba por el exteriorhasta l legar a la ventana, y luego,pegado al cristal y mirando a travésde él, percibí su pálido rostro de con-denado. Lo único que puedo decir paradar una idea aproximada de lo que en-tonces pasó dentro de mí es que enaquel mismo instante tomé una deci-sión; pero lo cierto es que no creo queninguna otra mujer abrumada por talgrado de angustia haya sido capaz derecuperar en tan poco tiempo el domi-nio de sus actos. En medio del horrorde aquella presencia, comprendí que laacción suprema consistiría en evitarque el niño fuese consciente de lo queyo estaba viendo y afrontando. Mi ins-piración (no puedo darle ningún otro

vueltas de mi labor de punto. —Muy bien, ve a ver a Luke; teespero aquí; confío en tu promesa.Sólo que para satisfacerme tienesque responder, antes de salir, unapregunta insignificante.

Me dio la impresión de quecre ía haber sa l ido ganandocon nuestro convenio. —¿Realmente insignificante...?

— S í , u n a m í n i m ap a r t e d e l c o n j u n -t o . D i m e s i a y e rp o r l a t a r d e c o g i s -t e u n a c a r t a m í a q u ee s t a b a s o b r e l a m e s ad e l v e s t í b u l o .

XXIV

N o p u d e s a b e r c ó m o r e -c i b i ó a q u e l l a s p a l a b r a s ,p o r q u e m i a t e n c i ó n s u f r i ód u r a n t e u n m i n u t o a l g oq u e s ó l o p u e d o d e s c r i b i rc o m o u n b r u t a l m a z a z o , yq u e m e h i z o s a l t a r c i e g a -m e n t e p a r a a b r a z a r l o ,m i e n t r a s b u s c a b a a l a v e za p o y o e n e l m u e b l e m á sp r ó x i m o , t r a t a n d oi n s t i n t i v a m e n t e d e m a n t e -n e r l o d e e s p a l d a s a l a v e n -t a n a : P e t e r Q u i n t h a b í aa p a r e c i d o y s e e r g u í ac o m o u n c e n t i n e l a d e l a n t ed e u n a c á r c e l . L a s i g u i e n -te cosa que vi fue que se ha-b ía ace rcado a l a ven tana ,pegaba su rostro a los crista-les y miraba hacia el interior,ofreciendo a nuestra contempla-ción su lívido rostro de condena-do. Decir que un segundo des-pués había formado ya un propó-sito, sería expresar de una mane-ra muy burda lo que ocurrió enmi interior a la vista de aquellafigura. No creo que ninguna mu-jer sobrecogida de aquella mane-ra pudiera recobrar en tan pocotiempo el sentido de la acción.Tuve la intuición, en medio delhorror de aquella presencia inme-diata, de que mi objetivo debíaconsistir —viendo y enfrentándo-

puntos más de la labor:—Bueno: vete a ver a Luke, y yo

esperaré a que hagas lo que has pro-metido. Pero, a cambio de eso, quie-ro que antes de marcharte satisfagasotro ruego mucho más pequeño.

[241] Me miró como si se sintie-ra ya lo bastante seguro como parapoder regatear un poco:

—¿Mucho más pequeño?

— S í , s ó l o u n a m í -n i m a p a r t e d e t o d o l od e m á s . D i m e s i a y e rp o r l a t a r d e c o g i s t el a c a r t a q u e y o h a b í ad e j a d o e n l a m e s a d e lv e s t í b u l o .

XIV

DURANTE un minuto, mi im-presión de cómo lo recibía pasópor lo que sólo puedo describircomo un feroz desdoblamiento dela atención, un golpe que, en elprimer momento, al levantarmede un salto, no me permitió ha-cer otra cosa que cogerle, acer-carle a mí y, mientras me apoya-ba en el mueble que tenía más cer-ca para no caerme, mantenerleinstintivamente de espaldas a laventana. La aparición con la queya había tenido que tratar enaquel mismo sitio estaba antenosotros: Peter Quint se habíapresentado como un centineladelante de la prisión. La próximacosa que vi fue que había llegadohasta la ventana y que, junto alcristal y mirando a través de él,presentaba una vez más su carablanca de condenado. Decir que enun segundo ya había tomado unadecisión es sólo una forma muyvulgar de describir lo que ocurriódentro de mí; pero no creo queninguna otra mujer tan abrumadacomo yo fuera capaz de compren-der en tan poco tiempo lo que te-nía que hacer. Con el horror mis-mo de esa presencia inmediata,comprendí que lo que tenía que ha-cer, viendo lo que veía y tenía de-lante de mí, era conseguir que elniño no se diera cuenta. La inspi-

130

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

other name—was that I felt howvoluntarily, how transcendently,I MIGHT. It was like fightingwith a demon for a human soul,and when I had fairly soappraised it I saw how the humansoul—held out, in the tremor ofmy hands, at arm’s length— hada perfect dew of sweat on a lovelychildish forehead. The face thatwas close to mine was as whiteas the face against the glass, andout of it presently came a sound,not low nor weak, but as if frommuch further away, that I dranklike a waft of fragrance.

«Yes—I took it.»

At this, with a moan of joy, Ienfolded, I drew him close; andwhile I held him to my breast,where I could feel in the suddenfever of his little body thetremendous pulse of his littleheart, I kept my eyes on the thingat the window and saw it moveand shift its posture. I havelikened it to a sentinel, but itsslow wheel, for a moment, wasrather the prowl of a baffledbeast. My present quickenedcourage, however, was such that,not too much to let it through, Ihad to shade, as it were, myflame. Meanwhile the glare of theface was again at the window, thescoundrel fixed as if to watch andwait. It was the very confidencethat I might now defy him, as wellas the positive certitude, by thistime, of the child’s unconsciousness,t h a t m a d e m e g o o n .«What did you take it for?»

«To see what you said about me.»

«You opened the letter?»

«I opened it.»

My eyes were now, as I heldhim off a l i t t le again , onMiles’s own face, in which thecollapse of mockery showedme how complete was theravage of uneasiness. Whatwas prodigious was that at last,by my success, his sense wassealed and his communicationstopped: he knew that he wasin presence, but knew not ofwhat, and knew still less that Ialso was and that I did know.And what did this strain oftrouble matter when my eyeswent back to the window only

nombre) fue precisamente la compren-sión de lo que había de voluntario ytrascendental en mi propio poder. Eracomo luchar con el diablo por un almahumana, y, fortalecida por esa [173]idea, me fijé en que la pobre alma encuestión, retenida por mis temblorosasmanos a escasa distancia de mí, teníasu hermosa frente infantil perlada desudor. El rostro que estaba junto al míose había puesto tan pálido como el de laventana, y de repente brotó de él un so-nido que no era ni bajo ni débil, peroque parecía provenir de muy lejos, comouna tenue fragancia traída por el aire yque uno aspira con fruición.

—Sí..., la cogí yo.

Al oír esto, lo atraje hacia mí con ungemido de alegría y lo estreché entre misbrazos; y mientras lo apretaba contra mipecho, sintiendo en su pequeño cuerpecillo,súbitamente febril, los tremendos latidosde su desbocado corazón, no aparté los ojosni un momento de lo que había en la ven-tana, y lo vi moverse y cambiar de postura.Lo he comparado con un centinela, peroen aquel momento su lento giro se aseme-jaba al movimiento de un animal de presasorprendido en uno de sus merodeos. Apesar de todo, me sentía de repente tan lle-na de valor, que tenía que dominarme parano dejarme llevar, para ocultar, por así de-cirlo, la llama que me inflamaba. Mientrastanto, la mirada de aquel rostro se habíavuelto de nuevo hacia la ventana, y el ca-nalla la mantuvo fija sobre nosotros comosi estuviera vigilando y esperando. Graciasa mi absoluta confianza en que ahora seríacapaz de desafiarlo y a la certeza que paraentonces tenía de la ignorancia del niño,encontré fuerzas para continuar.

—¿Y para qué la cogiste?

—Para ver lo que decías de mí.

—¿Abriste la carta?

—Sí, la abrí.

A p a r t á n d o l o u n p o c o d e m í ,volví a f i jar mis ojos en su rostro,c u y a e x p r e s i ó n b u r l o n a s e h a b í adesvanecido por completo por efec-to de su terr ible inquietud. Lo pro-digioso era que al f in , gracias a mitr iunfo, sus sent idos estaban sel la-dos y toda comunicación [174] in-t e r r u m p i d a : s a b í a q u e e s t a b a e npresencia de «algo», pero ignorabaqué era, y no podía ni imaginar queyo también percibía aquella presen-cia y que sabía lo que estaba pasan-do. Y todos mis sufr imientos deja-ron de importarme cuando, al mirarde nuevo hacia la ventana, todo lo

me a lo que tenía que ver y en-frentar— en evitar que el niño sediera cuenta de su presencia. Lainspiración —no puedo emplearotro término— estribó en quecomprendiera que eso era preci-samente lo que debía hacer. Eracomo combatir contra un demo-nio por el rescate de un alma hu-mana. El rostro que estaba juntoal mío aparecía tan pálido comoaquel otro pegado a la ventana, ysúbitamente surgió de él un soni-do, ni bajo ni débil, sino como lle-gado de muy lejos, que yo sorbíávidamente.

—Sí... la cogí.

Proferí entonces una excla-mación de alegría y lo estrechécon más fuerza contra mi cuer-po, donde pude sentir, en la fie-bre repentina que hizo presa desu cuerpo, los acelerados lati-dos de un pequeño corazón. Noaparté los ojos de la ventana yvi que el monstruoso ser semovía y cambiaba de posición.Lo había comparado con uncentinela, pero lo furtivo de susmovimientos me recordó en eseinstante a una fiera al acecho.Mi valor era tal, que lo sentísurgir de mí como una llama.Entretanto, el brillo de aquelrostro aparecía nuevamente enla ventana; aquel ser vil estabadecidido a permanecer y espe-rar. Estaba tan segura de quepodía desafiarlo, así como de lafalta de reservas del niño paraesos momentos, que proseguí. —¿Por qué la cogiste?

—Para ver que decía de mí.

—¿Abriste la carta?

—Sí, la abrí.

Mi mirada estaba elevada de nue-vo a la cara de Miles, cuya expre-sión burlona había desaparecidopara ser sustituida por otra de graninquietud. Me parecía que lo asom-broso era que, finalmente, graciasa mi éxito, sus sentidos estabancerrados y la extraña comunica-ción había cesado. Miles sabía queestaba en presencia de algo, peroignoraba qué era; y aún más ig-noraba que yo también estaba enpresencia de algo y sí sabía quéera. ¿Qué decir de la emoción queme invadió cuando dirigí de nue-vo los ojos a la ventana y com-

ración —no puedo darle otro nom-bre— fue sentir que podía hacerlode forma voluntaria y con toda su-perioridad. Era como luchar contraun demonio por un alma humana y,cuando ya lo había valorado en sujusta medida, vi que el alma humanaque sostenía entre mis manos tem-blorosas tenía su frente de niño cu-bierta de sudor. La cara que estabajunto a la mía estaba tan blanca [242]como la que se apoyaba en el cristal, yen ese momento salió de ella un soni-do, ni bajo ni débil, sino como si vi-niera de mucho más lejos, que yo as-piré como un soplo de fragancia.

—Sí, la cogí.

Al oírlo, con un grito de ale-gría, le abracé, le acerqué más amí y, mientras le apretaba contrami pecho, en el que podía sentircon qué fuerza le latía el corazón,sin apartar los ojos de la venta-na, vi que la cosa que había allíse movía y cambiaba de postura.La he comparado a un centinela,pero por la forma de moverse re-cordaba más a un animal que nosabe cómo atrapar su presa. Peroen esos momentos mi valor eratan grande que, para que no set ras luciera demasiado, tenía ,como si dijéramos, que amorti-guar un poco la llama. Entretan-to, la cara estaba otra vez en laventana, el canalla quieto allí,como si estuviera alerta y espe-rando. Fue esa confianza de quepodía desafiarle, así como la seguri-dad de que el niño no se daba cuen-ta, la que me hizo preguntar:

—¿Para qué la cogiste?

—Para ver lo que decía de mí.

—¿Abriste la carta?

—Sí, la abrí.

Mis ojos ahora, después deapartarle un poco, estaban fijos enla cara de Miles, de la que habíadesaparecido la burla, y en la quepodía ver el estrago que habíaproducido la inquietud. Lo prodi-gioso era que al fin había con-seguido que sus sentidos queda-ran cerrados y se interrumpiera lacomunicación: sabía que estaba enpresencia de algo, pero no sabíade qué y mucho menos aún que yotambién lo estaba y que sí lo sa-bía. ¿Y qué podía ya importar todaesa tensión cuando, al volver losojos a la ventana, fue sólo para ver

131

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

to see that the air was clearagain and—by my personalt r iumph—the inf luencequenched? There was nothingthere. I fe l t that the causewas mine and that I shouldsure ly ge t ALL. «And youfound nothing!»— I let myelation out.

He gave the most mournful,thoughtful little headshake.«Nothing.»

«Nothing, nothing!» I almostshouted in my joy.

«Nothing, nothing,» he sadlyrepeated.

I kissed his forehead; it wasdrenched. «So what have youdone with it?»

«I’ve burned it.»

«Burned it?» It was now ornever. «Is that what you did atschool?»

Oh, what this brought up!«At school?»

«Did you take letters?—orother things?»

«Other things?» He appearednow to be thinking of somethingfar off and that reached him onlythrough the pressure of hisanxiety. Yet it did reach him.«Did I STEAL?»

I felt myself redden to theroots of my hair as well aswonder if it were more strangeto put to a gentleman such aquestion or to see him take it withallowances that gave the verydistance of his fall in the world.«Was it for that you mightn’t goback?»

The only thing he felt wasrather a dreary little surprise.«Did you know I mightn’t goback?»

«I know everything.»

He gave me at this the longestand strangest look.«Everything?»

«Everything. Therefore DIDyou—?» But I couldn’t say itagain.

que vi fue que el a ire volvía a serpuro y l impio y que, gracias a mí,l a apa r i c ión se hab ía evaporado .Al l í ya no hab ía nada . Sen t í quetodo se debía a mi intervención yque no tardaría en aclarar las cosas.

— ¡ Y n o e n c o n t r a s t e n a d a !— d i j e , e x p r e s a n d o e n v o za l t a m i e u f o r i a .

Él negó con la cabeza, poniendo el ges-to más lúgubre y pensativo del mundo.

—Nada.

—¡Nada de nada ! —gr i t é yo ,exul ta r te .

— N a d a d e n a d a — r e p i t i ó é ld e s o l a d o .

L o b e s é e n l a f r e n t e . E s t a b ae m p a p a d a d e s u d o r.

—Entonces, ¿qué hiciste con ella?

—La quemé.

— ¿ L a q u e m a s t e ? — E r a a h o -r a o n u n c a — . ¿ E s e s o l o q u e h a -c í a s e n e l c o l e g i o ?

¡Fue como desatar un huracán!—¿En e l co legio?

— ¿ R o b a b a s c a r t a s . . . u o t r a sc o s a s ?

— ¿ O t r a s c o s a s ? — P a r e -c í a e s t a r r e f i r i é n d o s e a a l g om u y r e m o t o , q u e s o l o a h o r av o l v í a a s u m e m o r i a b a j o l ap r e s i ó n d e s u a n s i e d a d —. ¿ Q u e s i r o b a b a ?

Me sentí enrojecer hasta la raíz delos cabellos mientras me preguntabaqué era lo más extraño de la situación,si hacer semejante pregunta a un ca-ballero o ver que la aceptaba con tantafacilidad, una facilidad que demostra-ba hasta qué punto había caído.

—¿Es por eso por lo que nopuedes volver allí?

Lo único que sintió fue una lige-ra sorpresa, y su siguiente preguntasonó un poco triste.

—¿Tú lo sabías?

—Lo sé todo.

[175] Clavó sus ojos en mí conla más larga y extraña de las miradas.

—¿Todo?

—Todo. Bueno, entonces... ¿lohiciste o no? —no fui capaz de repe-tir la deshonrosa palabra.

prendí que el abominable ser ha-bía desaparecido, que el aire eranítido de nuevo y que aquello sedebía a mi triunfo personal? Nohabía nadie allí. Sentí que habíaganado y que seguramente me en-teraría de todo. —¡Y no encontraste nada! —exclamé en tono jubiloso.

M i l e s s a c u d i ó t r i s t e -m e n t e l a c a b e z a . —Nada.

—¡Nada, nada! —casi grité,llena de alegría.

—Nada, nada —volvió a decir en-tristecido.

Besé su frente. Estaba empapada. — ¿ Q u é h i c i s t e e n t o n c e sc o n e l l a ?

—La quemé.

—¿La quemaste? —pensé que de-bía decirlo entonces o nunca—. ¿Eraeso lo que hacías en la escuela?

¡Oh, que expresión la suya! —¿En la escuela?

—¿ C o g í a s c a r t a s . . . uo t r a s c o s a s ?

—¿Otras cosas? —parecía es-tar pensando en algo muy remo-to que sólo alcanzaba a través delpeso de su ansiedad. De cual-quier manera, lo alcanzaba—.¿Quiere decir si robaba?

Sentí que se me enrojecían has-ta las raíces del cabello, mientrasme preguntaba si sería más raroformular aquella pregunta a uncaballero o verlo aceptarla conuna naturalidad tal que sugería laprofundidad en que había caído. —¿Fue por eso que te prohibieronvolver a la escuela?

Ante aquella pregunta, manifestóuna leve sorpresa. — ¿ S a b í a q u e n o p o d í av o l v e r ?

—Lo sé todo.

Me dirigió entonces la más larga ymás extraña de todas sus miradas. —¿Todo?

— To d o . P o r l o t a n t o ,qu i e ro que me d iga s s i . . . No pude repetir la pregunta.

que el aire estaba otra vez limpioy que —gracias a mi propio triun-fo— la influencia había cesado?Allí ya no había nada. Comprendíque había ganado, y que iba a sa-berlo todo. Dejé que mi alegría semanifestara:

— ¡ Y n o e n c o n t r a s t en a d a ! __ _ _ _______ _______

[243] Movió la cabeza pensa-tivo y con una enorme tristeza: —Nada.

Yo casi grité de alegría:—¡Nada, nada!

— N a d a , n a d a — r e p i -t i ó é l .

Le besé en la frente, que estabaempapada.

—¿Y qué has hecho con ella?

—La he quemado.

—¿Que la has quemado? —Te-nía que ser ahora o nunca—. ¿Es esolo que hacías en el colegio?

¡Qué consecuencias tuvo esa pregunta!—¿En el colegio?

—¿Cogías cartas. . . u otrascosas?

— ¿ O t r a s c o s a s ? — P a r e -c í a e s t a r p e n s a n d o e n a l g om u y l e j a n o , y q u e s i l l e g a -b a h a s t a é l e r a s ó l o a t r a -v é s d e s u a n s i e d a d . P e r ol l e g ó — . ¿ Q u e s i r o b a b a ?

Sentí que me ponía coloradahasta la raíz del pelo, al mismo tiem-po que me preguntaba qué era másraro, si hacerle a un caballero se-mejante pregunta o ver que la ad-mitía con unas disculpas que dabanla medida de su degradación.

—¿Era por eso por lo que no po-días volver?

Lo único que hizo fue sorprender-se un poco y mostrar cierta tristeza:

—¿Sabía usted que no podía vol-ver?

—Yo lo sé todo.

Me miró fijamente y de un modomuy extraño:

—¿Todo?

— T o d o . ¿ E n t o n c e s . . . ?

No pude volver a decirlo.

X

X

132

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

M i l e s c o u l d , v e r ys i m p l y . « N o . Id i d n ’ t s t e a l . »

M y f a c e m u s t h a v eshown him I believed himutterly; yet my hands— butit was for pure tenderness—shook him as if to ask himw h y, i f i t w a s a l l f o rnothing, he had condemnedme to months of torment .«What then did you do?»

He looked in vague pain allround the top of the room anddrew his breath, two or three ti-mes over, as if with difficulty. Hemight have been standing at thebottom of the sea and raising hiseyes to some faint green twilight.«Well—I said things.»

«Only that?»

«They thought it wasenough!»

«To turn you out for?»

N e v e r , t r u l y, h a d aperson «turned out» shownso l i t t le to explain i t as thisl i t t le person! He appearedto weigh my quest ion, butin a manner qui te detacheda n d a l m o s t h e l p l e s s .« We l l , I s u p p o s e Io u g h t n ’ t . »

«But to whom did you say them?»

H e e v i d e n t l y t r i e d t or e m e m b e r , b u t i td r o p p e d — h e h a d l o s t i t .« I don’t know!»

He almost smiled at mei n t h e d e s o l a t i o n o f h i ss u r r e n d e r , w h i c h w a sindeed pract ical ly, by thist i m e , s o c o m p l e t e t h a t Iought to have lef t i t there .B u t I w a s i n f a t u a t e d — Iw a s b l i n d w i t h v i c t o r y,though even then the verye f f e c t t h a t w a s t o havebrought him so much nearer wasalready that of added separation.«Was it to everyone?» I asked.

«No; it was only to—» But hegave a sick little headshake. «Idon’t remember their names.»

«Were they then so many?»

Pero Miles sí era capaz, y lo hizocon total sencillez.

—No, no robé.

Debió de ver en mi rostro quele creía completamente. Sin embar-go, mis manos, movidas por la máspura ternura, lo zarandearon de unlado a otro como preguntándole porqué, si en realidad no había hechonada, me había condenado a sopor-tar tantos meses de tormento.

—Entonces, ¿qué fue lo que hiciste?

Paseó una vaga mirada de sufri-miento por el techo de la habitacióny respiró entrecortadamente dos o tresveces, como si le costase un gran es-fuerzo. Era como si estuviese en elfondo del mar y alzase los ojos haciaun débil resplandor verde.

—Bueno..., dije cosas.

—¿Solo eso?

— ¡ A e l l o s l e s p a r e c i ós u f i c i e n t e !

—¿Suficiente para expulsarte?

La verdad, no creo que hayahabido ninguna persona «expul-sada» que explicase peor los mo-tivos de su expulsión que aquellacriatura. Pareció sopesar mi pre-gunta, aunque su tono era distan-ciado y ligeramente perplejo.

—Bueno, supongo que no de-bería haberlas dicho.

—Pero ¿a quién se las dijiste?

Era evidente que trataba de recor-dar, pero le resultaba imposible..., sehabían borrado de su memoria.

—¡No lo sé!

Cas i me sonr ió en mediode la deso lac ión de su der ro-t a , q u e p a r a e n t o n c e s e r aprác t icamente comple ta , porlo que deber ía haber de jadolas cosas ah í . [ 1 7 6 ] P e r o y o e s -t a b a eufórica, estaba ciega de orgullo por mivictoria, aunque incluso en ese momento era yaevidente que su efecto sobre el niño no habíasido el de acercarlo más a mí, como yo espera-ba, sino el de separarnos irremediablemente.

—¿Se las decías a todo el mun-do? —pregunté.

—No; solo a... —pero meneóla cabeza con gesto cansado—;no recuerdo sus nombres.

—¿Tantos eran?

_____________________ _______ ____ ____ — N o , n o r o b é n a d a .

Mi rostro debió de revelarle quele creía de un modo incondicio-nal; sin embargo, mis manos —aunque era sólo por ternura— losacudieron como para preguntar-le por qué, si no había hecho nada,me había condenado a todos aque-llos meses de tormento. —¿Qué hiciste entonces?

Miró la parte superior del salóncon una vaga expresión de pena yretuvo el aliento dos o tres vecescomo si no pudiera respirar. Pare-cía que estuviera en el fondo delocéano y elevara la mirada a algúndelicado y verdusco rayo de luz. —Bueno... dije cosas.

—¿Y sólo por eso...?

—Ellos opinaron que era más quesuficiente.

—¿Para expulsarte?

N u n c a , e n v e r d a d , h a b í ae x p l i c a d o u n a p e r s o n a e x -p u l s a d a t a n p o c o d e l h e c h oc o m o a q u e l l a p e r s o n i t a .Pa rec ió sopesa r mi p regun-t a , p e r o d e u n m o d o c a s id e s i n t e r e s a d o . —Bueno, supongo que nodebí decirlas.

—Pero ¿a quién dijiste esas cosas?

T r a t a b a d e r e c o r d a r ,e v i d e n t e m e n t e , p e r os i n l o g r a r l o . —No lo sé.

C a s i m e s o n r i ó e nm e d i o d e l a d e s o l a -c i ó n d e s u d e r r o t a ;e n a q u e l m o m e n t o t a nc o m p l e t a , q u e d e b íd e t e n e r m e a l l í . P e r oy o e s t a b a a t u r d i d a p o r m iv i c t o r i a , y p r e g u n t é : —¿Se las dijiste a todo el mundo? —No, únicamente a... —pero vol-vió a sacudir tristemente la cabeza—. No puedo recordar sus nombres. —¿Fueron muchos?

— N o . . . s ó l o u n o sc u a n t o s . L o s q u em e g u s t a b a n .

____________________

Pero Miles sí que pudo hacerlo, contoda naturalidad:

—No, no robaba.

Al ver la expresión de mi cara,tuvo que comprender que le creía,pero mis manos, aunque fuera sólode puro cariño, empezaron a sa-cudirle como si quisieran pregun-tarle por qué me había condenadoa meses enteros de tormento, si nohabía hecho nada.

—Entonces, ¿qué era lo que hacías?

[244] Miró con cierta pena altecho de la habitación, y respiródos o tres veces como si tuvieradificultad para hacerlo. Podríahaber estado en el fondo del mary levantar los ojos para ver sidescubría un poco de luz.

—Pues... decía cosas.

—¿Nada más que eso?

—¡A ellos les pareció que ya erabastante!

—¿Para expulsarte?

La verdad es que jamás una per-sona «expulsada» había hecho menospor explicarlo que aquel pequeñopersonaje. Pareció tomar en conside-ración mi pregunta, pero de una for-ma completamente imparcial, y casicomo si estuviera indefenso.

—Bueno: supongo que no debíahacerlo.

—Pero ¿a quién se las decías?

Era evidente que trataba derecordarlo, pero no podía, se lehabía olvidado.

—No lo sé.

C a s i m e s o n r e í a , e n m e -d i o d e l a t r i s t e z a d e s u r e n -d i c i ó n , q u e e n e s o s m o m e n -t o s r e a l m e n t e e r a y a t a nc o m p l e t a , q u e d e b í ah a b e r l o d e j a d o a s í . P e r oe s t a b a envanecida , cegada por mi victo-ria, aunque el efecto mismo de haberle acerca-do tanto fuera ya aumentar la separación.

—¿Se lo decías a todos? —pregunté.—No; era sólo a... —Movió la cabe-

za—. No me acuerdo cómo se llamaban.—Pero ¿tantos eran?

— N o , s ó l o u n o sp o c o s . L o s q u e m eg u s t a b a n .

______________________XX

X

133

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

«No—only a few. Those Iliked.»

Those he liked? I seemed tofloat not into clearness, but intoa darker obscure, and within aminute there had come to meout of my very pity theappalling alarm of his beingperhaps innocent. It was for theinstant confounding andbottomless, for if he WEREinnocent, what then on earth wasI? Paralyzed, while it lasted, bythe mere brush of the question,I let him go a little, so that, witha deep-drawn sigh, he turned awayfrom me again; which, as he facedtoward the clear window, Isuffered, feeling that I hadnothing now there to keep himfrom. «And did they repeatwhat you said?» I went onafter a moment.

He was soon at some distancefrom me, still breathing hard andagain with the air, though nowwithout anger for it, of beingconfined against his will. Oncemore, as he had done before, helooked up at the dim day as if, ofwhat had hitherto sustained him,nothing was left but anunspeakable anxiety. «Oh, yes,»he nevertheless replied—»theymust have repeated them. Tothose THEY liked,» he added.

T h e r e w a s , s o m e h o w,l e s s o f i t t h a n I h a dexpected; but I turned it ov e r .« A n d t h e s e t h i n g s c a m er o u n d — ? »

«To the masters? Oh, yes!» heanswered very simply. «But Ididn’t know they’d tell.»

«The mas t e r s? Theydidn’t—they’ve never told.That’s why I ask you.»

He turned to me again hislittle beautiful fevered face.«Yes, it was too bad.»

«Too bad?»

«What I suppose I sometimessaid. To write home.»

I can’t name the exquisitepathos of the contradiction givento such a speech by such aspeaker; I only know that the next

—No, solo unos pocos. Los queme caían bien.

¿Los que le caían bien? Me pa-recía que, en lugar de flotar enaguas cada vez más claras, estasse habían oscurecido más que nun-ca, y al momento, aturdida por lacompasión, me asaltó la terribleduda de si no sería, después detodo, inocente. Y el panorama sevolvió entonces abismalmenteconfuso, porque, si él era inocen-te, entonces, ¿qué era yo? Parali-zada por el mero roce de aquelladuda, solté al pequeño, que con unprofundo suspiro se apartó nueva-mente de mí; y cuando volvió amirar en dirección a la ventana, medolió que mi protección ya no re-sultase necesaria.

— Y e l l o s ¿ c o n t a r o n l oq u e t ú l e s h a b í a s d i c h o ? ____ _______ _____

Se había colocado a cierta distan-cia de mí, y volvía a tener dificultadespara respirar. Parecía contrariado porseguir allí recluido contra su voluntad,pero no estaba enojado. Una vez más,como había hecho antes, volvió a con-templar la claridad grisácea de la tarde,como si, de todo lo que hasta entoncesle había sostenido, ya no quedase nadasalvo una inexpresable angustia.

—Sí, claro —contestó a pesar detodo—. Supongo que lo contarían.A los que a ellos les caían bien.

E n c i e r t o m o d o , a q u e l l oe r a m e n o s d e l o q u e y o e s -p e r a b a . P e r o y o i n s i s t í .

—Y esas cosas ¿ l l ega rona o ídos . . . ?

—¿De los profesores? ¡Oh, desdeluego! —contestó con sencillez—. Perono creí que ellos fueran a contarlo.

[177] —¿Los profesores? No lohicieron. Nunca explicaron nada. Poreso te lo estoy preguntando ahora.

De nuevo clavó en mí sus hermo-sos ojos enfebrecidos.

—Sí, eran demasiado horribles.

—¿Demasiado horribles?

—Sí, supongo que las cosas quedecía a veces lo eran. Demasiado ho-rribles para contarlas por carta.

Me es imposible describir el deli-cado patetismo de aquella contradicto-ria escena. ¡Oír semejantes palabras enboca de aquel interlocutor! Solo sé que

_____________________ ___ ___ __

¿Los que le gustaban? Lacosa, en vez de aclararse, sevolvía más oscura, y al cabode unos instantes mi propiapiedad me llevó a pensar conalarma que tal vez el niño erai n o c e n t e . A q u e l l a i d e a m econfundió y turbó un instan-te, ya que si él era inocente,¿qué era yo? Paralizada por elsimple aleteo de esa pregun-ta, lo dejé en libertad, de ma-nera que, con un profundo sus-piro, volvió a alejarse de mí.L o v i o b s e r v a r l a v e n t a n aamargamente, sintiendo queya no tenía nada que ocultarallí de él. —Y ellos, ¿repitieron lo quetú dijiste? —continué al cabode unos instantes.

Se hallaba entonces a cierta dis-tancia de mí y volvía a respirar condificultad, mostrando su contrarie-dad, aunque ahora sin enojo, porhaber sido aprisionado contra suvoluntad. Una vez más, como an-tes, miró hacia afuera como si, detodo lo que hasta el momento lohabía sostenido, no quedara sinouna ansiedad inenarrable. —¡Oh, sí! —respondió, no obs-tante—. Debieron haberlo repetido.A quienes les gustaban —añadió.

De cualquier manera, allí habíamucho menos de lo que yo habíaesperado, por lo que insistí. —Y, esas cosas, ¿llegaron a oí-dos de...?

—¿De los maestros? Sí, así fue —respondió sencillamente—. Pero yono sabía que ellos las hubieran dicho.

—¿Los maestros? No, no lo hicie-ron... Nunca dijeron nada al respecto.Por eso te estoy preguntando a ti.

Volvió nuevamente hacia mí suhermosa carita enfebrecida. —Sí, eran cosas demasiado malas.

—¿Demasiado malas?

—Las que decía yo a veces. No eraposible escribirlas a la familia.

No puedo describir el ex-quisi to pathos de contradic-ción que presentaban aqueldiscurso y aquel orador; sólo

_________________________ ________

¿Los que le gustaban? Tenía laimpresión de flotar, pero no den-tro de algo claro, sino en medio deuna oscuridad cada vez mayor y, alcabo de un minuto, la misma penaque sentía me hizo pensar con ho-rror que podía ser inocente. De mo-mento me encontré desconcertada,perdida, porque, si él era inocente,entonces ¿qué es lo que era yo?Sólo con el roce de esa preguntame sentí paralizada, y la dejé quese fuera, que se apartara otra vezde mí; fue hacia la ventana, perono me opuse, porque sabía que aho-ra allí ya no había nada de [245] loque tuviera que guardarle. Pasadoun momento, le pregunté:

— ¿ Y e l l o s r e p i t i e r o n l oq u e t ú d e c í a s ? ________ __ __ _ __________

En seguida se alejó algo de mí,todavía respirando con fuerza, y otravez, aunque ahora sin mostrar disgus-to por ello, con aire de verse confina-do contra su voluntad. Lo mismo quehabía hecho antes, miró el día nebli-noso por la ventana, como si de loque le había sostenido hasta enton-ces sólo quedara ya una inexplicableansiedad. A pesar de eso, contestó:

—Sí, debieron de repetir loque les decía. A los que les gus-taban a ellos —añadió.

H a s t a c i e r t o p u n t o , e r am e n o s d e l o q u e y o m e h a -b í a e s p e r a d o ; p e r o i n s i s t í :

— ¿ Y e s a s c o s a s l l e -g a r o n a . . . ?

—¿A los profesores? ¡Claro! —contestó con toda naturalidad—. Peroyo no sabía que iban a decirlo.

—¿Los profesores? No lodi jeron , nunca lo han d icho.Por eso te lo pregunto.

Volvió otra vez hacia mí supreciosa carita:

—Sí, era demasiado malo.

—¿Demasiado malo?

—Lo que supongo que decía al-gunas veces. Para escribir a casa.

No puedo expresar el patetismode la contradicción que encerrabanesas palabras pronunciadas por seme-jante orador; lo único que sé es que

XX

X

X X

134

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

instant I heard myself throw offwith homely force: «Stuff andnonsense!» But the next after thatI must have sounded sternenough. «What WERE thesethings?»

My sternness was all for hisjudge, his executioner; yet itmade him avert himself again,and that movement made ME,with a single bound and anirrepressible cry, spring straightupon him. For there again,against the glass, as if to blighthis confession and stay hisanswer, was the hideous authorof our woe—the white face ofdamnation. I felt a sick swim atthe drop of my victory and all thereturn of my battle, so that thewildness of my veritable leaponly served as a great betrayal. Isaw him, from the midst of myact, meet it with a divination, andon the perception that even nowhe only guessed, and that thewindow was still to his own eyesfree, I let the impulse flame upto convert the climax of hisdismay into the very proof of hisliberation. «No more, no more,no more!» I shrieked, as I triedto press him against me, to myvisitant.

« I s she HERE?» Mi lespan ted a s he caugh t wi thh i s s e a l e d e y e s t h ed i r e c t i o n o f m y w o r d s .Then as his strange «she»staggered me and, with a gasp, Iechoed it, «Miss Jessel, MissJessel!» he with a sudden furygave me back.

I se ized, s tupef ied , h issupposi t ion—some sequelto what we had done to Flo-ra, but this made me onlywan t t o show h im tha t i tw as bet ter s t i l l than tha t .« I t ’s not Miss Jessel! Buti t ’s at the window—straightbefore us. It’s THERE— thecoward horror, there for the lasttime!»

At this, after a second inwhich his head made themovement of a baffled dog’s ona scent and then gave a franticlittle shake for air and light, hewas at me in a white rage,bewildered, glaring vainly overthe place and missing wholly,though it now, to my sense, filled

al instante siguiente me oí a mí mismaexclamar, con espontánea indignación:

— ¡ To n t e r í a s ! — P e r o ac o n t i n u a c i ó n m i t o n o d e b i ós o n a r s ú b i t a m e n t e g r a v e — .¿Qué cosas e ran esas?

Mi severidad iba dirigida a su juez,a su verdugo; sin embargo, hizo queMiles se apartase nuevamente de mí,y ese movimiento me hizo saltar so-bre él sin poder reprimir un grito. Por-que una vez más, como si quisiera evi-tar su confesión y acallar su respues-ta, había aparecido en el cristal el abo-minable autor de nuestra tragedia..., elpálido rostro de la eterna condenación.Sentí un extraño vértigo ante el de-rrumbe de mi triunfo y la reanudaciónde mi batalla, pero la salvaje precipi-tación de mis movimientos solo sirviópara traicionarme de un modo defini-tivo. En medio de mi acción, me dicuenta de que Miles había adivinadola causa, y al advertir que, incluso aho-ra, el niño se movía por meras suposi-ciones y que a sus ojos la ventana con-tinuaba vacía, dejé que mi impulsoestallara hasta transformar el instantecumbre de su derrota en la prueba ab-soluta de su liberación.

— ¡ N u n c a m á s ! ¡ N u n c a !¡Nunca! —chil lé a mi vis i tan-te mien t ras apre taba a l n iñocontra mí .

—¿Está ella ahí? —jadeó Mi-les mientras seguía con sus ojossellados la dirección de mis pa-labras. Y luego, cuando, asombra-da por la extraña intromisión[178] del pronombre femenino, lorepetí en voz alta, él replicó conrepent ina fur ia—: ¡Señor i taJessel! ¡Señorita Jessel!

Estupefacta ante su suposición,creí ver en ella una secuela de loque nos había ocurrido con Flo-ra, y eso me hizo poner aún másempeño en mos t r a r l e que l acosa era todavía mejor.

—¡No es la señorita Jessel!Pero está en la ventana..., justodelante de nosotros. Está ahí...esa cobarde aparición... , ¡estáahí, pero será la última vez!

Entonces, después de estirar elcuello y mover frenéticamente lacabeza en todas direcciones, comoun perro olisqueando el aire paraencontrar el rastro que ha perdi-do, se puso pálido de ira, y su ojosperplejos miraron con fijeza haciala ventana, totalmente ciegos a loque allí había, aunque la abruma-

sé que un ins tan te despuésme oí decir vigorosamente: —¡Qué soberana tontería! —para, un instante después, pre-guntar con voz más humilde—:¿Qué eran esas cosas?

M i t o n o , v i g o r o s o yd u r o , s e d i r i g í a a s u j u e z ,a s u e j e c u t o r ; s i n e m b a r -g o , h i z o q u e l a o d i o s a p r e -s e n c i a v o l v i e r a a m o s t r a r -s e e n l a v e n t a n a ; l a l í v i d ac a r a d e u n a c o n d e n a c i ó n .C o n v e n c i d a n e c i a m e n t e d el o a b s o l u t o d e m i v i c t o r i a ,d e c i d í v o l v e r a l a b a t a l l a ,p e r o l o d e s m e d i d o d e m i sm o v i m i e n t o s s ó l o l o g r a r í aa c e l e r a r e l d e s a s t r e f i n a l .A d v e r t í , e n m e d i o d e m ia c c i ó n , q u e e l n i ñ o h a b í ad e j a d o d e v e r , y q u e , a u n -q u e l a v e n t a n a e s t a b a f r e n -t e a su s o jo s , é l ya só lo po -d í a a d i v i n a r . D e j é e n t o n -c e s q u e l a l l a m a d e m i i m -p u l s o s e e l e v a r a p a r a c o n -v e r t i r l a c r i s i s d e s u d e r r o -t a e n l a a u t é n t i c a p r u e b ad e s u l i b e r a c i ó n : — ¡ B a s t a ! ¡ B a s t a !¡ B a s t a ! To d o l o q u e i n -t e n t e s s e r á i n ú t i l — g r i t éa l v i s i t a n t e .

— ¿ E s t á e l l a a q u í ? — j a -d e ó M i l e s , m i e n t r a s s e g u í ac o n o j o s c i e g o s l a d i r e c -c i ó n d e m i s p a l a b r a s . L u e g o , c o m o s u e x t r a ñ oe l la me l l amó l a a t enc ión ,comencé a mofarme. — ¿ L a s e ñ o r i t a J e s s e l ?¿La seño r i t a J e s se l ?

Y él, con repentina furia, me dio la espalda. Yo había quedado estupefacta antesu suposición; pensé que aludía a loque había ocurrido con Flora, y esosólo me llevó a desear demostrarleque se trataba de algo mejor. — ¡No es la señorita Jessel!Mira: está en la ventana... exac-tamente frente a nosotros. ¡Miraallí.., a ese desalmado, por últi-ma vez!

Ante eso, después de un segun-do en que su cabeza hizo los mo-vimientos de un sabueso que ol-fateara una pista y dando luego unfrenético salto como en busca deaire y luz, se situó ante mí, lívidode rabia, atónito, mirando vana-mente en torno a la habitación, sinpoder ver la aparición, que yo sen-

un instante después me oí exclamarcon toda naturalidad:

—¡Qué estupidez! —Pero loque dije a continuación debió desonar bastante más duro—: ¿Quécosas eran ésas?

Toda mi dureza iba dirigida asu juez, a su verdugo; pero le hizoapartarse otra vez, y ese movimien-to hizo que yo, de un salto, y conun grito que no pude contener, melanzara sobre él. Porque una vezmás, contra el cristal, como paramalograr su confesión y retrasar surespuesta, estaba la odiosa causa denuestra desgracia, la cara blancadel condenado. Sentí que todo medaba vueltas al ver que se me esca-paba mi victoria y volvió a empe-zar [246] la batalla, y toda la fero-cidad del salto que di sólo sirviópara traicionarme. En el mismomomento vi que adivinaba algo,pero al comprender que únicamen-te se lo imaginaba, y que la venta-na para él seguía estando vacía,aproveché el ímpetu para conver-tir el punto culminante de su con-goja en la verdadera prueba de suliberación.

— ¡ Y a n o , y a n o , y an o ! — g r i t é , m i e n t r a st r a t a b a d e a p r e t a r l ec o n t r a m i c u e r p o .

—¿Está e l l a aqu í? —pre-guntó Miles, mirando en la di-rección que indicaban mis pa-labras , pero s in ver nada.

Luego, cuando sobrecogida porese extraño «ella», empecé a gri-tar, «la señorita Jessel, la señoritaJessel», el niño me rechazó de re-pente con furia.

Comprendí lo que se imagi-naba, algo relacionado con loque le habíamos hecho a Flora,pero eso sólo sirvió para quequis iera demost rar le que eraalgo todavía mejor.

—No es la señor i ta Jesse l ,pero está en la ventana. . . , jus-to de lan te de noso t ros . Es táa h í e s e c o b a r d e h o r r o r, a h ípor ú l t ima vez .

Al oírlo, después de mover lacabeza como un perro que no en-cuentra el rastro, y de estreme-cerse como en busca de aire y deluz, vino hacia mí con rabia, des-orientado, mirando a todas par-tes y sin ver nada, aunque yo enese momento tenía la sensaciónde que la abrumadora presencia

135

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

the room like the taste of poison,the wide, overwhelmingpresence. «It’s HE?»

I was so determined tohave a l l my proof tha t Iflashed into ice to challenge him.«Whom do you mean by ̀ he’?»

«Peter Quint—you devil!»His face gave again, round theroom, its convulsed supplication.«WHERE?»

They are in my ears still, hissupreme surrender of the nameand his tribute to my devotion.«What does he mat te r now,m y o w n ? — w h a t w i l l h eEVER matter? I have you,»I l a u n c h e d a t t h e b e a s t ,« b u t h e h a s l o s t y o uf o r ever!» Then, for thedemonstration of my work,«There, THERE!» I said to Miles.

But he had already jerkedstraight round, stared, glaredagain, and seen but the quietday. With the stroke of theloss I was so proud of heuttered the cry of a creaturehurled over an abyss, and theg r a s p w i t h w h i c h Irecovered him might havebeen that of catching him inhis fall. I caught him, yes, Iheld him— it may be imaginedwith what a passion; but atthe end of a minute I beganto feel what it truly was thatI held. We were alone withthe quiet day, and his littleh e a r t , d i s p o sse s sed , hadstopped.

dora presencia llenaba la estanciacomo el olor de un veneno.

—¿Es él?

Estaba tan decidida a obtener unaprueba definitiva que reaccioné condesafiante frialdad.

—¿A quién te refieres con «él»?

—¡A Peter Quint, bruja! —Surostro volvió a escudriñar la habi-tación con convulsa ansiedad—.¿Dónde está?

Aún resuenan en mis oídos su ren-dición suprema ante aquel nombre ysu último tributo a mi devoto cariño.

— ¿ Q u é i m p o r t a é l a h o -r a , m i p e q u e ñ o ? ¿ Q u é i m -p o r t a y a é l ? Yo t e v e o — l eg r i t é a l a b e s t i a — , ¡ p e r o é lt e h a p e r d i d o p a r a s i e m -p r e ! — Y p a r a d e m o s t r a r m it r i u n f o , l e d i j e a M i l e s — :¡ A l l í ! ¡ E s t á a l l í !

Pero él ya se había desprendidode mí y miraba de nuevo hacia la ven-tana, clavando en ella sus ojosllameantes sin ver nada más que elsereno paisaje. La pérdida se abatiósobre él como un mazazo, y yo mesentí orgullosa al oírle aullar comouna criatura salvaje ante el abismo,sintiendo que el abrazo con el [179]que lo había recuperado había evita-do su caída. Lo abracé, sí, y es fácilimaginar con cuánta pasión lo apre-té contra mi pecho; pero al cabo deun minuto comencé a comprenderqué era lo que realmente estrechabaentre mis brazos. Estábamos solos enla serena claridad de la tarde, y supequeño corazón, despojado de todo,había dejado de latir.

tía llenar el cuarto como el aromade un veneno. —¿Es él?

Estaba tan decidida a reunirtodas las pruebas, que me vol-ví de hielo para desafiarlo. —¿A quién te refieres?

—¡A Peter Quint... malvada! —miró a su alrededor con su hermosorostro contraído en una muda súpli-ca—. ¿Dónde?

Me parece oír todavía aquellas pala-bras, con las que se había rendido; eranel supremo tributo a mi devoción. —¿Qué importa ahora, queri-do? Ya no tendrá ninguna impor-tancia. Estás conmigo —me vol-ví hacia la bestia y dije—: Encambio, él te ha perdido parasiempre —luego, como una de-mostración suprema de mi obra,a ñ a d í — : ¡ A l l í , a l l í !

Pero é l hab ía vue l to ya al a v e n t a n a , y m i r ó u n a yo t r a v e z s i n v e r a b s o l u t a -m e n t e n a d a . L a i m p r e s i ó nde aquel la pérd ida de la queyo me sen t ía t an o rgu l losa ,le hizo proferir un grito igualal de una criatura que se lanza-ra al abismo, y el ademán conque lo acogí fue el necesariopara salvarlo de la caída. Locogí, sí, y es fácil imaginar conqué pasión; pero al cabo de unminuto comencé a darme cuen-ta de lo que en realidad teníaentre mis brazos. Estábamos so-los, el día era apacible, y su pe-queño corazón, desposeído, ha-bía dejado de latir.

impregnaba toda la habitacióncomo el sabor del veneno.

—¿Es él?

Estaba tan decidida a llevar miprueba hasta el fin, que me con-vertí en hielo para desafiarle:

—¿Qué quieres decir con «él»?

— ¡ P e t e r Q u i n t . . . , d e m o -n i o ! — Vo l v i ó a m i r a r a u nl a d o y a o t r o c o n l a m i s m aansiedad—. ¿Dónde?

Todavía tengo metidos en los oí-dos ese nombre que pronunció por finy su tributo a mi devoción.

— ¿ Y q u é i m p o r t a é l a h o -r a , m i v i d a , q u é v a a i m p o r-t a r y a n u n c a ? Yo t e t e n g o —l e l a n c é a l a b e s t i a — , p e r oé l t e h a [ 2 4 7 ] p e r d i d o p a r as i e m p r e . — L u e g o , p a r a d e -m o s t r a r l o q u e h a b í a h e c h o ,d i j e a M i l e s — : ¡A h í , a h í !

Pero él ya se había vueltocon una sacudida, y se habíaquedado otra vez mirando, parano ver más que el día tranquilo.Con el golpe de esa pérdida dela que yo estaba tan orgullosa,lanzó el grito de una criaturaarrojada al abismo, y la formaen que yo le agarré podría ha-ber sido la misma que para co-gerle en su caída. Le cogí, sí,le sostuve, puede imaginarsecon cuánta pasión; pero al cabode un minuto empecé a com-prender qué era lo que realmen-te sos tenía . Es tábamos soloscon el día tranquilo, y su pe-queño corazón, desahuciado,había dejado de latir.

End of The Project Gutenberg Etext of The Turn of the Screw*****The Project Gutenberg Etext of The Turn of the Screw***** *****This file should be named tturn10.txt or tturn10.zip*****Corrected EDITIONS of our etexts get a new NUMBER, tturn11.txt. VERSIONS based on separate sources get new LETTER, tturn10a.txt.This etext was created by Judith Boss, Omaha, Nebraska. The equipment: an IBM-compatible 486/50, a Hewlett-Packard ScanJet IIc flatbed scanner, and CaleraRecognition Systems’ M/600 Series Professional OCR software and RISC accelerator board donated by Calera Recognition Systems. This «Small Print!» by Charles B.Kramer, Attorney Internet ([email protected]); TEL: (212-254-5093) * END*THE SMALL PRINT! FOR PUBLIC DOMAIN ETEXTS* Ver. 04.29.93* END* The text is fromthe first American appearance in book form.

La vuelta de tuerca... —con un tirajede 10 000 ejemplares— se terminóde imprimir en los Talleres deCorunda Editores S.A., Av. Oaxacanúm. 1 C.P. 10700, México D.F., endiciembre de 1996Diseño de portada: Norma AngélicaLuna. Cuidado de edición: Direc-ción General de PublicacionesPresentación: Carlos Bonfil

136

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

THE TURN OF THE SCREWLIST OF CHARACTERS

The Governess Narrator of thes t o r y, w h o i s a p p o i n t e d a sgoverness of Mi les and Florawi th the instruct ions that shenever bother her employer, thechildren’s uncle.Flora and Miles T h e t w ochildren who, as orphans, areplaced in the governess’ chargeby their uncle.Mrs. Grow T h ehousekeeper and confidante tothe governess.Peter Quint F o r m e rp e r s o n a l s e r v a n t t o t h eemployer of the governess andfamil iar companion to Miles. Hehas been dead a year.Miss Jessel The children’sformer governess, who died theyear before.

GENERAL PLOT SUMMARY

I n a n o l d h o u s e o n aChristmas Eve, the subject ofghos ts i s b rought up . A mann a m e d D o u g l a s t e l l s o f h i ss i s te r ’s gove rness , who hadr e p o r t e d s e e i n g a p p a r i t i o n ssome years ago; in fact , shehad recorded her experience ina manuscript that he promisest o s e n d f o r. U p o n f u r t h e rquest ioning, i t is learned thatthe governess was hired to takecare of two young pupi ls whohad been left under the care ofan uncle. When this man hiredt h e g o v e r n e s s , h e g a v e h e rimp l i c i t i ns t ruc t ions tha t shewas to cope with any problemand never bother him.

The governess’ story openson the day she arr ives at hernew position. Her charges-Milesa n d F l o r a - a r e p e r f e c t l i t t l echildren who would apparentlyn e v e r c a u s e a n y o n e a n ytrouble. She grows very fond ofthem in spi te of the fact thatl itt le Miles has been dischargedfrom his school. In discussingthis occurrence, the governessa n d M r s . G r o w, t h ehousekeeper, decide that l i t t leMiles was just too good for aregular school.

The gove rness l oves he rposit ion and her children, ands e c r e t l y w i s h e s t h a t h e rhandsome employer could seehow well she is doing. Shortlyafter this, she notices the formo f a s t r a n g e m a n a t s o m edis tance. She wonders i f thela rge coun t ry house harborssome sec re t . Bu t some t imelater, she sees the same faceoutside the dining room window.When she describes this face toMrs. Grow, she hears that it wast h a t o f P e t e r Q u i n t , a nex-servant who has been deadfor about a year.

N e x t t h e g o v e r n e s sencounters another appari t ion

t w o c h i l d r e n d o ? E v e r y o n ewan ts t o hea r h i s s to r y, bu tDouglas explains that he musts e n d f o r a m a n u s c r i p t . T h estory he wants to re la te wasnarrated by a governess whohas been dead twenty years.S h e w a s o n c e h i s s i s t e r ’ sg o v e r n e s s a n d D o u g l a s h a sheard the story f irsthand.

When the group has heardm o r e a b o u t t h e g o v e r n e s s ,everyone wonders if she was inlove. Douglas admits that shewas and that the beauty of herlove was that she saw the manshe loved only twice. He washer employer and had hired heron the condit ion that she nevertrouble him, “never appeal norc o m p l a i n n o r w r i t e a b o u tanything,” and that she was tohandle al l problems herself. Inother words, she was to takec o m p l e t e c h a r g e o f t h e t w ochildren to be placed under herauthority.

CommentaryI n t h i s i n t r o d u c t o r y

sect ion-note that James doesnot ca l l i t a pro logue-we aregiven just the bare essentials ofthe story. It wil l be left for them a n u s c r i p t , t h a t i s , t h eg o v e r n e s s , t o t e l l t h e m a i ns t o r y. T h e o n l y o u t s i d e o robjective facts we have in theentire narrative come from thissection. But at the same time,we must be aware that thesec o m e f r o m D o u g l a s , w h o i saccused of having been in lovewi th the governess, and thushis view may be colored.

SECTION ISummary

A f t e r h a v i n g c o m e t o a nagreement with the uncle of thet w o c h i l d r e n a n d f u l l yunderstanding that he does notwish to be bothered in any wayw i t h t h e u p b r i n g i n g o f h i swards, the governess takes acarr iage to the great count ryhouse. Here she meets the f irstof her two pupils. Young Flora,a child of eight, is “so charmingas to make it a great fortune tohave to do with her.” She is them o s t b e a u t i f u l c h i l d t h egoverness has ever seen.

O n t h e w a y t o t h e g r e a tcountry house, the governesshad b rooded over her fu tu rer e l a t i o n s h i p w i t h t h ehousekeeper, but upon meetingMrs. Grose, i t is obvious thatthey would have an excel lentunderstanding.

T h e g o v e r n e s s i s s ocharmed by young F lora thats h e ta k e s t h e f i r s t p o s s i b l eoppor tun i t y to ques t ion Mrs .Grose about young Miles, hersecond pupi l . She learns thatthe l i t t le boy, who is two yearso l d e r t h a t h i s s i s t e r, i s a sc h a r m i n g a n d d e l i g h t f u l a s

i n t h e f o r m o f a l a d y. U p o nfur ther consul tat ion wi th Mrs.Grow, it is determined that thisw a s t h e c h i l d r e n ’ s f o r m e rgoverness, Miss Jesse l , whodied mysteriously about a yeara g o . W h e n t h e p r e s e n tgoverness presses Mrs. Growfor addit ional information, shelearns that Peter Quint and MissJessel had been int imate witheach o ther and, fur thermore,that both had been too famil iarwith the children.

A f t e r mo re appea rances ,the governess decides that thefigures are returning to see thech i ld ren . She then beg ins towonder if the children know ofthe presence of the apparit ions.Upon observing the chi ldren’sbehavior, she decides that theymust be aware of the presenceof these f igures. She notes thatonce in the middle of the nightl i t t le Miles is out walking on thelawn . A lso , l i t t l e F lo ra o f tengets up in the night and looksout the window.

Coming back early one dayf r o m c h u r c h , t h e g o v e r n e s sf i n d s M i s s J e s s e l i n t h es c h o o l r o o m . D u r i n g t h econf ron ta t ion , the governessfee ls that the former teacherwants to get Flora and make theli t t le gir l suffer with her. She isnow determined to break herarrangement with her employerand write to him to come down.

Wa lk i ng by t he l ake t ha tday, she sees the f igure of MissJessel again and directs l i t t leFlora’s attention to i t . But thel i t t l e g i r l c a n s e e n o t h i n g .Furthermore, the housekeeper,who is along, can see nothing.Mrs. Grose takes little Flora andgoes back to the house. Then e x t d a y t h e h o u s e k e e p e rcomes to the governess andt e l l s o f t h e a w f u l l a n g u a g eyoung Flora used and reasonsthat the gir l must be in contactwith some evil person in orderto use such language.

T h e g o v e r n e s s h a s l i t t l eFlora taken away and that nighta s s h e i s t a l k i n g w i t h l i t t l eMiles, the f igure of Peter Quintappears at the window. Whenthe governess confronts l i t t leMiles with this appari t ion, theb o y c o l l a p s e s a n d t h eg o v e r n e s s n o t e s t h a t h e i sdead.

S U M M A R I E S A N DCOMMENTARIES

“PROLOGUE”Summary

A g r o u p o f v i s i t o r s a r ega the red a round a f i r ep lacediscussing the possible horrorof a ghost appearing to a young,innocent ch i ld . A man namedDouglas wonders i f one chi ld“gives the effect another turn ofthe screw,” what would a storyinvolving a ghostly visitation to

Flora. He is to arrive in two daysfrom his boarding school.

CommentaryT h e r e a d e r s h o u l d

remember constant ly that thegoverness is now narrating thestory and that al l impressionsand descriptions come from herv i e w p o i n t . T h u s , t o t h egoverness, young Flora appearsas the most charming young girlshe has ever seen. We shouldn o w g o b a c k a n d s p e c u l a t eabout the possible relationshipbetween the governess and heremp loye r. As t he gove rnesstells Mrs. Grose: “I was carriedaway in London!” As the simpledaughter of a country parson,t h e y o u n g g i r l h a s b e e nimpressed by the elegance andfree manner of her employer.T h u s , s o m e c r i t i c s w o u l dsugges t t ha t t he gove rness ’view of the young gir l is simplya subconscious desire to seeeverything connected with here m p l o y e r a s b e a u t i f u l a n dwonderful. Other crit ics suggestthat James is here establishingthe beauty and innocence of theyoung gir l , which wi l l later beused in various ways.

I t is l ikewise important tono te tha t the governess andMrs. Grose become immediatefriends and agree basically onmost th ings. This rapport wi l lallow the governess to convinceM r s . G r o s e l a t e r o f t h epossibi l i ty of ghosts.

SECTION 2Summary

Shortly before young Milesis to arrive home from school,the governess receives a letterfrom her employer. It containsan unopened le t te r f rom theheadmaster of Miles’ school anda c u r s o r y n o t e f r o m h e re m p l o y e r r e q u e s t i n g h e r t oopen the letter and attend to al ldetails. Above all , she is not totrouble him.

After reading the letter, thegoverness searches out Mrs.Grose and repor ts that Mi leshas been d ismissed f rom h isschool . She inquires i f youngMi les i s “ rea l l y bad , ” and i sa s s u r e d b y M r s . G r o s e t h a tyoung M i l es i s i n cap ab le o finjuring anyone, even though heis a l ively young boy.

A t he r nex t mee t ing w i thM r s . G r o s e , t h e g o v e r n e s sinquires about her predecessor.S h e h e a r s t h a t t h e e a r l i e rgoverness was not careful in allthings, and after leaving the lastt i m e o n h e r v a c a t i o n , w a ssudden l y taken i l l and d ied .Mrs. Grose knows no more par-t i c u l a r s , a n d t h e g o v e r n e s smust be content with this incom-plete report.

CommentaryThe first strange element is

137

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

now introduced into the story.Mi les , we f ind out , has beensuspended from his school andwi l l not be a l lowed to return.T h i s d i s m i s s a l i m m e d i a t e l yb r i n g s t o t h e f o r e f r o n t t h epossib i l i ty of h is being a badboy. “ I s he r ea l l y bad? ” t hegoverness asks, and the idea isgiven further significance by thel a t e r u s e o f w o r d s“contaminate” and “corrupt.”

The idea of death is a lsoi n t r o d u c e d h e r e a s t h egoverness d iscovers that herp r e d e c e s s o r l e f t w i t h t h eintentions of returning and thenw a s t a k e n i l l a n d d i e d . Thecause of her death is left un-exp la ined , t he reby add ing anote of mystery to i t .

SECTION 3Summary

As soon as the governesssees young Mi les, she th inksh i m t o p o s s e s s t h e s a m eexceptional qual i t ies, with the“ s a m e p o s i t i v e f r a g r a n c e o fpurity” that characterize youngFlora. She soon lets Mrs. Groseknow that Miles’ dismissal musth a v e b e e n a c r u e l c h a r g e .Furthermore, she has decidedto ignore the letter and wil l noteven wr i te to the boy’s uncleabout the incident.

I n t he f i r s t weeks o f he rd u t i e s , t h e c h i l d r e n a r ew o n d e r f u l ; “ t h e y w e r e o f agent leness so ext raord inary. ”But in spite of the pleasure thegoverness has in the presenceof the two ch i ld ren , she s t i l ltreasures her free t ime, whichfal ls late in the afternoon, be-tween dayl ight and darkness.She often s t ro l ls through thegrounds and meditates on thebeau t y o f he r su r round ings .Somet imes, she th inks that i twould be charming to suddenlymeet someone on the path whowou ld s tand be fo re her “andsmile and approve.” In fact, shew i s h e s h e r e m p l o y e r c o u l dknow how much she enjoys thep l a c e a n d h o w w e l l s h e i sexecuting her duties.

O n e e v e n i n g d u r i n g h e rs t ro l l , she does perce ive thefigure of a strange man on topof one of the old towers of theh o u s e . H e a p p e a r s r a t h e rindistinct, but she is aware thathe keeps his eyes on her. Shefeels rather disturbed withoutknowing why.

CommentaryT h e i n n o c e n c e o f b o t h

children is further emphasizedin this section. The governessperhaps makes her first mistakein refus ing to invest igate thecauses of Miles’ dismissal. Themys te ry connec ted w i t h t h i ssuspension wil l later al low theg o v e r n e s s t o a t t r i b u t e aduplicity to Miles’ actions. The

i m m e d i a t e l y t o t h e o u t s i d e .Once there she f inds nothing,but looking through the window,she sees Mrs. Grose, who uponseeing the governess outs idethe glass, turns pale from fright.

In a moment , Mrs . Groseappears outside the house andtel ls the governess how whiteshe is. The governess explainsthat just a moment before shes a w t h e f i g u r e o f a m a nstanding on the outside lookingin. She reports having seen himone t ime before. I t is set t ledthat the man is no gentleman,in fact the governess calls him“a horror.” She refuses to go tochurch with the others becauseshe is afraid-not for herself butfor the children.

When Mrs. Grose asks for adescription of the stranger, theg o v e r n e s s i s a b l e t o g i v e ar a t h e r m i n u t e a n d d e t a i l e daccount of him. His red hair, histhin but good features, and hisc l o t h e s r e m i n d h e r o f s o m eac to r who i s im i ta t i ng someother person. Even though hew a s d r e s s e d i n c l o t h e s agentleman would wear, he wasi n d e e d n o g e n t l e m a n . M r s .Grose immed ia te ly seems torecognize the person describedand explains that the man wasdressed in the master ’s clothes.He i s Pe te r Qu in t , who waso n c e t h e m a s t e r ’ s p e r s o n a lvalet and who wore the master ’sc lo thes. When the governesswonders what happened to theex -va le t , she i s to ld tha t hedied.

CommentarySec t ion 4 opens w i th the

mystery of some secret at Bly.Th is secret is bu i l t up in thegoverness’ mind and she thinksabout i t unti l later she sees thefigure at the window. Again, thecl imate combines to help addmystery to the appearance. Thefigure appears on a cold, grayday. There are several ways ofapproaching the appearance ofP e t e r Q u i n t . S o m e c r i t i c sma in ta in tha t t he ghos t i s ap r o d u c t o f t h e g o v e r n e s s ’imagination, and she sees himo n l y b e c a u s e s h e h a s b e e nbrooding on the subject for sol o n g t h a t h e r m i n d a c t u a l l ycreates a f igure. This point issupported by the fact that thegoverness knows the type o fclothes that her employer wearsa n d h a s c o n s t a n t l y d e s i r e danother view of him; thus in herimagination, she has created aperson looking handsome but,as in dreams, appearing ratherhorrible also. This person theni s i n s o m e w a y s t h e d r e a mfulf i l lment and exists only in thegoverness’ imagination.

The other point of v iew isthat the governess cou ld notgive such an exact descriptionif she had not actually seen the

g o v e r n e s s ’ r e f u s a l t oi n v e s t i g a t e s t e m s f r o m h e roverzealous desire to exercisecomplete control over her wardsand to v iew them in her ownway.

Note how careful ly Jamessets up the machinery for thegove rness ’ f i r s t s i gh t o f t he“ghosts.” Her free t ime fal ls atd u s k , a n d a t t h i s t i m e s h eusually l ikes to wander arounda l o n e . F u r t h e r m o r e , o n h e rw a l k s , s h e w i s h e s t h a t h e remployer could see her in thise n v i r o n m e n t a n d w o u l dc o m m e n d h e r u p o n h e rexcellent performance with thec h i l d r e n . I n o t h e r w o r d s , i ts e e m s o b v i o u s t h a t t h eg o v e r n e s s i s a t t r a c t e d o ri n f a t u a t e d b y h e r e m p l o y e r.Whether or not this infatuationis strong enough or psychoticenough to allow the governessto “create” the ghosts must bedetermined by each individualr e a d e r . M a n y c r i t i c s h a v esuggested that the ghosts areonly creations of the governess’imagination, evoked to compelher employer to come to thecount ry house. Whatever thecircumstances, the governess’wish to meet someone on herwalks is soon fu l f i l led , s inceshe sees in the distance somes t r a n g e f i g u r e s ta n d i n g a n dobserving her.

SECTIONS 4, 5Summary

After seeing the person (ora p p a r i t i o n ) , t h e g o v e r n e s swonders if there was a “secretat Bly” (Bly is the name of thecountry house). She spends agood portion of the succeedingd a y s t h i n k i n g a b o u t t h i se n c o u n t e r . T h e s h o c k h a s“sharpened all” her senses, ands h e f e a r s t h a t s h e m i g h tbecome too nervous to keep herwits about her.

The children occupy most ofher day, and she continues tod i s c o v e r n e w a n d e x c i t i n gth ings abou t them. The on lyobscurity which persists is theboy’s conduct at school whichh a d b r o u g h t a b o u t h i sdismissal. The governess f indshim to be an angel and decidesthat he was too good for thep u b l i c s c h o o l . E v e n t h o u g ht h i n g s a r e n o t w e l l a t t h egoverness’ own home, she hasno complaints about her work.

One Sunday as the group ispreparing to go to church, thegoverness returns to the diningroom to retrieve her gloves fromthe table. Inside the room shenotices the strange weird faceof a man staring in at her in ah a r d a n d d e e p m a n n e r .Suddenly she realizes that theman has “come fo r someoneelse. ” Th is thought g ives herc o u r a g e , a n d s h e g o e s

g h o s t . I n t h i s v i e w, t h egoverness is seen as a pure andi n n o c e n t p e r s o n w h o i s t h eg u a r d i a n o f t h e p u r e a n dinnocent children. In these twosections, great pains have beentaken to emphasize once againt h e n a t u r a l p u r i t y a n dsweetness of the two children.Therefore, the ghost could besymbol ic o f ev i l approach ingu p o n i n n o c e n c e a n d t h es t r u g g l e s u c h a n e n c o u n t e rmust involve.

Thus , th rough the use o fambiguity, James has left roomfor more than one view of thesituation. There are even a fewcr i t ics who mainta in that th iss tory is noth ing more than apure, chi l l ing ghost story andhas no mean ing beyond th isreading.

SECTIONS 6, 7SummaryMrs. Grose accepted what

the governess had to say aboutthe appearance of the strangerwi thout quest ioning anyth ing.The governess knows what sheherself is capable of to shelterher pup i ls , and she te l l s thehousekeeper that the apparitionwas looking for l i t t le Miles. Shecannot explain how she knowsthis, but she is sure of i t . Shes u d d e n l y r e m e m b e r s t h a tneither of the pupils has evenmentioned Peter Quint’s nameto her. Mrs. Grose states thatQuint often took great l iberit ieswith the child. In fact, she adds,he was too free with everyone.The governess then wants tok n o w i f e v e r y o n e k n e w t h a tQuint was admittedly bad. Mrs.Grose knew about him, but themaster suspected nothing; andshe never presumed to inform,since the master didn’t take wellto people who bore tales andbothered him. And actually, shewas afraid of what Peter Quintc o u l d d o . T h e g o v e r n e s s i sshocked because she th inksthat one would be more afraidof what effect this evi l personmight have on the innocent l i feof the young boy than of whatthe master or Quint would do.

During the next week, Mrs.Grose and the governess ta lkincessantly of the appearanceo f t h i s s i n i s t e r f i g u r e . T h egoverness learns that he hadfallen on ice while coming homedrunk f rom a tavern and waslater found dead. Through it al l ,the governess d iscovers thatshe has mo re s t r eng th t hanever and is more determined top r o t e c t h e r p u p i l s f r o m a n ydanger.

Soon after, the governessand l i t t le Flora are out by thel a k e w h e n a f i g u r e a p p e a r sstanding on the opposite side,observing them. The governesswatches to see if l i t t le Flora wil l

138

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

take notice of the f igure. She iscertain that the gir l sees it andonly pretends to be oblivious toi t .

As soon as poss ib le , thegoverness finds Mrs. Grose andexplains that the children knowof the presence of these otherbeings. Mrs. Grose is horrif ieda n d w a n ts t o k n o w w h y t h egoverness has come to such ac o n c l u s i o n . T h e g o v e r n e s sexplains that she was with Floraon the bank when Miss Jessel,F l o ra ’s p rev i ous gove rness ,who died last year, appeared onthe other s ide. Mrs. Grose ishorr i f ied and can’ t bel ieve i t .She wants to know how the gov-erness was able to determinethat i t was Miss Jesse l . Thegoverness explains that by thew a y M i s s J e s s e l l o o k e d s ointently at l i tt le Flora and by theg r a n d b e a u t y a n d l a d y - l i k epresence but at the same timean infamous quality that exudedf r o m h e r. T h e n M r s . G r o s eadmits that Miss Jessel, in spiteo f her pos i t ion , was fami l ia rw i t h P e t e r Q u i n t . I t i ssuggested that when she lefth e r p o s i t i o n , s h e c o u l d n ’ treturn, but Mrs. Grose doesn’tknow exactly what Miss Jesseldied of.

Sudden l y, t he gove rnessrealizes that she can’t shield orp r o t e c t t h e y o u n g c h i l d r e nbecause she fears that they arealready lost.

CommentaryIn the discussion with Mrs.

Grose, the governess discoverst h a t t h e h o u s e k e e p e r k n e wPeter Quint was evi l , but shewas af ra id to te l l the masterbecause he did not l ike to beb o t h e r e d b y d e ta i l s a n dc o m p l a i n t s a n d h e w a simpatient with people who boreta l e s a g a i n s t t h e i r f e l l o ww o r k e r s . C o n s e q u e n t l y, t h egoverness is again remindedthat she is in complete chargeof her pup i ls and wi l l not beable to go to the master withany complaint.

W i t h t h e a p p e a r a n c e o fMiss Jessel, James is roundingout his story. The male ghostappears for the boy, and thefemale apparent ly returns forthe young gir l . The governessf i n d s h e r s e l f t r a p p e d i n t h emiddle.

We should be aware in thiss e c t i o n t h a t n o t a s m u c hc r e d e n c e i s g i v e n t o t h ea p p e a r a n c e o f M i s s J e s s e l .There is even a bit of doubt inthe mind of good Mrs. Grose. Iti s a l m o s t a s t h o u g h t h egoverness’ mind has broodedon the subject unti l she createsthe appearance of Miss Jessel.T h e r e i s n o t t h e d i r e c td e s c r i p t i o n w h i c h w i l l a l l o wMrs. Grose to positively identifythe former governess, and the

during this time Flora was alonew i t h M i s s J e s s e ] . T h u s , t h eg o v e r n e s s t h i n k s i t i s q u i t epossible that the young childrenknew wha t was tak ing p lacebetween Quint and Jesse].

The governess decides todo no th ing bu t wa i t and seewhat should happen. She waitsa l o n g t i m e b e f o r e a n o t h e rincident occurs. One night, shewakes up at about one o’clock,and taking her candle, goes tothe s ta i rs . Ha l fway down thestaircase, she sees the figure ofPeter Quint standing at one ofthe land ings . She faces h imdirectly until he retreats into theda rkness . She fee l s t ha t heknew her just as wel l as shek n e w h i m . A f t e r h e h a sdisappeared, she returns to herroom. She knows that she leftthe candle burning and now itis out. Immediately she noticesthat l i tt le Flora is at the window.When she quest ions the chi ldsuspic iously, l i t t le F lora saysthat she awakened and felt thatthe governess had gone andshe was watching to see if thegoverness was outside walking.The young woman wonders i fshe saw anyone, but l i t t le Florainnocen t l y answers tha t shes a w n o o n e . W h e n t h egoverness tr ies to trap the gir lby asking why she pul led thecurtain over the bed to concealher absence, l i t t le Flora simplysays tha t she d idn ’ t wan t tof r i g h t e n t h e g o v e r n e s s .Every th ing seemed per fec t l ynatural to her.

For many days af ter th is ,the governess again goes to thestaircase, but never again seesQ u i n t . O n c e o n o n e o f h e rwalks, she sees the back of awoman’s f igure bent over asthough in heavy mourning.

One n igh t t he gove rnessawakens to f ind that l i t t le Florais again missing from her bed.This t ime she notices that theyoung girl is seemingly talkingto someone outside the window.Rather than conf ront the g i r ldirectly, the governess decidesto go to Miles’ room and thenchanges her mind because thisact could be awkward. Instead,s h e g o e s t o a r o o m a b o v e ,where she can view all the ac-t i o n s . A s s h e p e e r s o u t t h ew indow, t he t h i ng t ha t mos tstrikes her is the f igure of poorl i t t le Miles out on the lawn byhimself.

CommentaryIn this story dealing with the

ghostly element, we are obligedt o e x a m i n e t h e g o v e r n e s s ’fort i tude. If the ghosts are real,how does she have the courageand perseverance to meet themtime and t ime again. After al l ,she is a rather helpless female,and even the love that she hadearlier felt for the children is not

de t a i l s g i ven cou ld app l y t oalmost any governess.

Another level of meaning isa d d e d h e r e . T h e g o v e r n e s sthinks that the apparit ions arereturning to capture or corruptthe ch i ld ren . As long as shethinks this, then she is ready tof i g h t d i l i g e n t l y i n o r d e r t oprotect the children. Her fearsare made more real when shelearns that both Peter Quint andM i s s J e s s e l w e r e i m m o r a lpeople. She is a l ready af ra idthat the mere presence of thesepeople in real l i fe might havehad a corrupt ing inf luence ont h e c h i l d r e n . T h u s , i n t h e i rspectral appearance, they wantto continue the corruption beganin l i fe.

The most horrifying thing forthe governess is the convictionthat the ch i ldren know of thep r e s e n c e o f t h e g h o s t s a n dpretend not to know it. Here wemus t beg in t o wonde r i f t heg o v e r n e s s i s n o t l e t t i n g h e ri m a g i n a t i o n c a r r y h e r a w a y.Even if the ghosts do appear, i tis quite plausible that l itt le Floradid not notice the f igure whichwas, indeed, at some distance.But i f the ghosts are real, thenwe must admire the governess,who is determined to protect herwards against the evil influence.

SECTIONS 8, 9, 10SummaryA t a l a t e r t i m e , t h e

governess has a talk with thehousekeeper, when they agreet h a t t h e g o v e r n e s s c o u l d n ’ tmake up the story because sheh a d g i v e n s u c h a p e r f e c tdescription, even to the last

d e t a i l , o f t h e t w ocharac ters . In the meant ime,t h e g o v e r n e s s h a s d e v o t e dherself to her pupils, who havebeen more than charming -theyhave been perfect.

T h e g o v e r n e s s c a n n o tf o r g e t t h a t M i l e s w a sd i s c h a r g e d f r o m h i s s c h o o l .Therefore, one day she decidesto quest ion Mrs. Grose abouthim. She wonders if he has everbeen bad. Mrs. Grose respondsthat she could not l ike a boythat d id not somet imes showsigns of typical badness. Uponbeing pressed further, she doesadmit that once Miles was verybad to her. Mrs. Grose had sug-gested that the young boy wasstepping beyond his posit ion byh a v i n g s o m u c h t o d o w i t hQ u i n t , a n d t h e y o u n g c h i l dreminded her that she was alsoa servant and no bet ter thanQuint. Furthermore, he l ied toher about how much t ime heactual ly d id spend wi th PeterQuint.

I t i s b rough t ou t tha t thep r e v i o u s y e a r , y o u n g M i l e sspen t an excep t iona l l y l a rgeamount of t ime with Quint, and

modified by her belief that. theyare in the con f idence o f theghosts. Only a more noble urgeto rescue them f rom the ev i li n f l u e n c e c o u l d j u s t i f y t h egoverness’ actions.

Thus, can we view the entireta le as t he con f l i c t be tweeng o o d a n d e v i l w i t h t h eg o v e r n e s s r e p r e s e n t i n g t h ef o r c e s o f g o o d w h i l e t h es o - c a l l e d g h o s t s r e p r e s e n tsomething of the evil nature oft h e w o r l d f r o m w h i c h t h egoverness wishes to protect thec h i l d r e n , w h i l e f i n d i n g i timposs ib l e t o do so . I n t h i ssect ion, the innocence of thechi ldren is again emphasized.Bu t then , i f t he ch i ld ren a rea c t u a l l y i n n o c e n t , w h a t t h eg o v e r n e s s i s c o m m i t t i n g i sperhaps the most neurotic andhorrible of al l perversions. Thati s , she i s comprom is i ng t heinnocence o f the ch i ld ren byi n s i s t i n g u p o n t h e a c t u a lappearance of the ghosts.

Again, the subject of Miles’d i s m i s s a l f r o m t h e s c h o o lcomes up. The mistake that theg o v e r n e s s m a d e w a s n o t i nlearning the exact nature of hisdismissal. Thus she is able toconjecture about the possibler e a s o n s . S h e g o e s t o M r s .Grose and e l ic i ts in format ionabout Miles’ past behavior. Thehousekeeper reveals that Mileshad once been bad in protectingP e t e r Q u i n t . B u t t h e n t h ereal is t ic reader would expectany boy to p re fe r t he roughcompanionship of a man to thato f a c t i n g t h e r o l e o f t h egentleman at so young an age.

I n t h e s e c h a p t e r s , t h er e a d e r s h o u l d n o t e h o w t h eg o v e r n e s s s u g g e s ts c e r t a i nmeanings to Mrs. Grose, whothen accepts the suggestion asf a c t . T h i s a s p e c t l e n d scredence to the view that thegoverness imag ines much o fw h a t h a p p e n s a n d t h e nconvinces the more simple Mrs.Grose.

A l a r g e p o r t i o n o f t h e s echapters is devoted to relatinga d d i t i o n a l m e e t i n g s w i t happarit ions. By now, the readers h o u l d b e a w a r e t h a t t h egoverness meets these figuresat a time or place where it wouldbe impossible for anyone elset o c o n f i r m t h e p h e n o m e n a .T h u s , t h e r e i s a n a m b i g u i t yabout each appearance.

The last appearance of MissJessel was made for the benefitof l i t t le Flora, that is accordingt o t h e g o v e r n e s s . S h e i sconvinced that Flora is talkingwi th a s t range presence andgoes to investigate. During heri n v e s t i g a t i o n , s h e n o t i c e syoung Miles walking out on thelawn. From th is observa t ion ,she will draw many conclusions,but the reader should be awarethat she did not see either Miles

139

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

or Flora in direct communicationwith the apparit ions.

SECTIONS 11, 12SummaryAfter the recent incidents,

t h e g o v e r n e s s k e e ps c l o s ewatch on her charges. She feelsa s t h o u g h s h e c o u l d n o twithstand the pressure of thesed a y s i f i t w e r e n o t f o r t h ec o m f o r t o f M r s . G r o s e , w h oa p p a r e n t l y b e l i e v e s t h eg o v e r n e s s ’ s t o r y w i t h o u treservation. Even though Mrs.Grose is a good woman, she islacking in imagination and thuscould not comprehend ful ly thee x t e n t o f t h e i m p l i c a t i o n sinvolved in the present danger.T h u s , t h e g o v e r n e s s h a s t oe x p l a i n t h e m e a n i n g o f l a s tnight’s escapades.

As soon as she saw Miles inthe yard, the governess went tothe terrace, where Mi les wasa b l e t o s e e h e r. H e c a m edirectly to her. Using the directapproach, she asked the reasonfor his being out on the lawn solate at n ight . L i t t le Mi les to ldher he did it so she would thinkhim bad. His simple and sweete x p l a n a t i o n w a s f o l l o w e dimmediately by a genuine kiss.

Miles explained how he hadarranged the matter with Flora.His s is ter was to get up andlook out the window. In this wayt h e g o v e r n e s s w o u l d b earoused and wou ld then seehim.

A f t e r c o m p l e t i n g h e rnarration of the preceding nightto Mrs. Grose, the governesssuggests that the children talkto Quint and Miss Jessel al l thetime. She realizes that neitherpupil has even made an allusiont o t h e i r o l d f r i e n d s . S h ec o n c l u d e s t h a t h e r p u p i l sbelong to them and not to her.

Mrs. Grose is shocked andwonders why “Quint and thatw o m a n ” c o n t i n u e t o r e t u r n .“What can they now do?” sheasks. The governess explainsthat they return simply “for thelove of al l the evil that, in thosedreadful days, the pair put intothem.” And unless something isd o n e , t h e c h i l d r e n w i l l b edest royed. Mrs . Grose wantst h e g o v e r n e s s t o w r i t eimmediate ly to the ch i ldren ’suncle and have him come downt o s o l v e t h e s i t u a t i o n . T h egoverness is horr i f ied at th issuggest ion and reminds Mrs.Grose that the master does notl ike to be bothered and that hemight think the story to be some“fine machinery [she] had set inmotion to attract his attention toh e r slighted [desdeñados]c h a r m s . ” S o s h e t e l l s M r s .Grose that the master is not tobe disturbed. In fact, she wouldleave immediate ly i f he werei n f o r m e d o f t h e p r e s e n t

the i r unc le request ing h im toc o m e f o r a v i s i t , b u t t h egoverness never allows these tobe sent. She explains that thele t ters are “charming l i te raryexercises.”

While walking to church oneSunday, M i l es su rp r i ses t hegoverness by asking when hewi l l be al lowed to go back toschool. He does not consider itg o o d f o r a l i t t l e b o y t o b ea lways i n t he company o f alady, even though that lady isideal. He wants to know whathis uncle has done about h isreturn to school and thinks thathe shou ld wr i te to h i s unc lesoon if something is not done.

The manner in which l i t t leMiles insists upon returning toschool shocks the governess somuch that she is not ab le toa t t e n d t h e c h u r c h s e r v i c e s .I n s t e a d , s h e r e t u r n s t o B l y.Upon entering the schoolroom,s h e f i n d s h e r s e l f i n t h epresence of Miss Jessel, who isseated at the governess’ deskas though she has more right tobe there than did the presentgoverness. Drawing upon all ofhe r s t r eng th , t he gove rnessaddresses the intruder directly,saying: “You terrible, miserablewoman.” In an instant, she has“c l ea red t he a i r ” and she i salone in the room with the sensethat she must stay at Bly andfight against this evil inf luence.

CommentaryI n S e c t i o n 1 3 , t h e

g o v e r n e s s s t r i k e s a n o t e o fcontradict ion. She f irst admitsthat it ’s not yet definitely provedthat the children are aware ofthe ghosts, and then a momentlater, expresses the fear thatMiles and Flora see more (thatis, more of the ghosts and moreof the hidden meaning) than shedoes.

The subject of the uncle’sa p p e a r a n c e i s f u r t h e rdeve loped in these sect ions.First, there are the letters thech i l d ren wr i t e bu t wh ich a renever sent. Then comes Miles’d e m a n d t h a t h i s u n c l e b econsulted about his schooling.A s m u c h a s t h e g o v e r n e s sw a n ts h e r e m p l o y e r t o b epleased with her and to come toBly, she is sti l l fr ightened of thepossibi l i ty that he actually wil lappear.

It is, therefore, while underthe pressure of Miles’ demandand the subconscious desire tos e e h e r e m p l o y e r t h a t t h egoverness once again sees theghost of Miss Jessel. This t ime,the ghost appropriately appearsi n t h e s c h o o l r o o m , w h i c hsuggests there is a connectionb e t w e e n M i l e s ’ d e m a n d f o rm o r e s c h o o l i n g a n d t h eappearance of Miss Jesse] inthe schoolroom.

diff icult ies.

CommentaryThese chapters are devoted

p a r t i a l l y t o e x p l o r i n g t h er e l a t i o n s h i p b e t w e e n t h egoverness and Mrs. Grose. Wef ind out that Mrs. Grose is agood -na tu red woman who i slacking in imagination, insight,and intuit ion. Accordingly, sheaccepts the governess’ in ter-pretation of any event. She ist o o a m i a b l e a n d s i m p l e t oquest ion the governess’ v iew.Every conclusion that is madeabout the predicament comesfrom the governess. Mrs. Grosemerely acquiesces.

T h e m o s t s i g n i f i c a n trevelation found in this sectioni s t h e g o v e r n e s s ’ a t t i t u d etoward her employer and hera p p r e h e n s i o n t h a t h e m i g h trega rd the en t i re s to ry as ac o n t r i v a n c e o n h e r p a r t t oattract him. When we step backfrom the immediate events, wemust realize that i f the ghostlyappearance were in actualitytrue, then the governess shouldde f in i te ly in fo rm her mas te r.Her refusal to do so indicatest h a t e v e n s h e p a r t i a l l yr e c o g n i z e s t h a t t h e g h o s t sc o u l d b e e m a n a t i o n s o f h e rwarped imagination. Certainly ift h e y w e r e r e a l , s h e s h o u l dacknow ledge tha t she a lonedoes not possess the power toc o n t e n d w i t h t h e m . I n t h i ss i t u a t i o n , M r s . G r o s e i sdefinitely correct in thinking themaster must be informed. Theg o v e r n e s s ’ r e f u s a l t o a g r e emust arouse suspicion as to hermotivations.

SECTIONS 13, 14, 15SummaryIn t he ensu ing days , t he

governess often thinks that herpupi ls are conspi r ing againsther, and she wonders when theywould openly admi t that theyknow abou t M iss Jesse l andPe te r Qu in t . Somet imes shewants to cry out: “They’re here,they’re here, you l i t t le wretches.. . and you can’t deny it now.”But her charges do deny it witha l l o f t h e i r s w e e t n e s s a n dobedience.

F o r m a n y d a y s , t h egoverness spends as much timeas possible in the presence ofthe children. As she tel ls Mrs.Grose, she feels safe as long asshe also has the gift of seeingthe ghosts. She bel ieves thatshe must constant ly observe,s i n c e i t h a s n o t y e t b e e nd e f i n i t e l y p r o v e d t h a t t h echi ldren have real ly seen theghosts. But at the same t ime,she is unable to reject the ideathat whatever she saw, “Milesand Flora saw more.”

O f t e n i n t h e c l a s s r o o m ,Flora and Miles write letters to

A g a i n t h e r e a d e r s h o u l dnote that the apparition appearst o t h e g o v e r n e s s w h e n t h ehouse is completely deserted.Thus, she is again the only onew h o s e e s t h e g h o s t .Furthermore, she sees it whenher mind is most t roubled bydiff icult problems that she musts o l v e o r e l s e b r e a k h e ragreement with her employer.

The conversat ion betweenMiles and the governess abouthis schooling rings with enougha m b i g u i t y t o a l l o w t h egoverness to think that l itt le boyis being extremely astute andthat he is implying deeper andmore threatening meaning. Yeta c a r e f u l r e a d i n g o f t h econversation shows that thereis nothing more ambiguous thanthe actual desire of a young boyto return to normal schooling.

SECTIONS 16, 17SummaryWhen the others return from

church, they make no mentionof the governess’ absence. Att e a t i m e , t h e g o v e r n e s sq u e s t i o n s M r s . G r o s e a n dd iscovers i t was l i t t l e M i les ’idea that nothing be said. Theg o v e r n e s s t e l l s h o w s h er e t u r n e d t o m e e t “ a f r i e n d ”(Miss Jessel) and to talk withher. She in fo rms Mrs . Grosethat Miss Jesse l “su ffers thetorments . . . of the lost. Of thedamned.” The governess claimsthat her predecessor confessedth is and a lso s tated that shewants l i t t le Flora to share thetorments with her.

A f t e r t h i s d i s c o v e r y, t h eg o v e r n e s s d e c i d e s t h a t s h emus t w r i t e t o t he unc le andi n s i s t h e c o m e d o w n a n dassume responsib i l i ty for theentire predicament. In addit ion,she now conc ludes that l i t t leMiles must have been expelledfrom his school for wickedness.

That n ight , the governessb e g i n s t h e l e t t e r t o h e remployer. Leaving her room fora moment, she walks to l i t t leMi les’ door. Even though i t islate in the night, he calls for herto come in. She discovers thath e i s l y i n g a w a k e w o r r y i n gabout “this queer business” oftheirs. The governess thinks hemeans the business about theghosts, but l i t t le Miles quicklya d d s t h a t h e m e a n s t h i sbusiness about how he is beingb r o u g h t u p . H e e m p h a s i z e sagain his desire to return to an o r m a l s c h o o l , a n d t h egoverness tells him that she hasalready writ ten his uncle. Shethen implores him to let her helph i m . I n a n s w e r t o h e r p l e a ,there comes a big gush of windthrough the window. Litt le Milesshrieks and when the governessrecovers her composure, shenotices that the candle is out.

140

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

Lit t le Mi les confesses that heblew it out.

CommentaryBy teatime, the governess is

ab le to approach Mrs. Groseand tell her that “it’s now all out”be tween he r and M i les . Shethen describes her meeting withMiss Jessel. It is important heret o n o t e t h e d i s c r e p a n c i e sbetween the presentation of themeeting in the last chapter andgoverness ’ na r ra t ion o f i t t oM r s . G r o s e . I n t h e a c t u a lm e e t i n g , t h e a p p a r i t i o ndisappeared immediately afterthe governess spoke to it. Buti n h e r e x p l a n a t i o n t o M r s .Grose, the governess maintainsMiss Jesse l sa id she su ffe rstorments and that she has comeback to get l i t t le Flora to sharein her suffering.

This divergence could be aclue to the interpretation of thenovel. The governess could bes e e n a s t h e e x c e p t i o n a l l yintuit ive and perceptive personwho can fathom the meaning ofany si tuat ion by her sensit ivea w a r e n e s s . O r e l s e , s h e i sdeliberately creating a situationwhich wil l al low her to write heremployer. I t cou ld be arguedt h a t s h e h a s s l o w l y b e e ndeveloping her case and slowlyconvincing Mrs. Grose so thatwhen the employer arrives, Mrs.Grose will be able to confirm thefantastic story.

Furthermore, the governessf ina l l y conv inces Mrs . Groset h a t M i l e s m u s t h a v e b e e nexpelled for wickedness, sincehe has no other flaw or fault thatcould warrant expulsion. Thus,we can see now the governess’motivation in not investigatingt h e r e a l r e a s o n s f o r M i l e s ’dismissal. She is now able touse it for her own machinations.

If the governess is absorbedwith her bizarre plot, it becomese v e n m o r e n a t u r a l a n dr e m a r k a b l e t h a t l i t t l e M i l e sshould want to leave. He mustfeel-as he does emphasize-thestrangeness of his posit ion witht h e g o v e r n e s s . A f t e r t h ei n t e r v i e w i n h i s r o o m , h ebecomes even more sensi t ivea n d ta u t o v e r t h e i r p e c u l i a rr e l a t i o n s h i p . We s h o u l d b ea w a r e t h a t J a m e s i s n o wbuilding for l i t t le Miles’ death atthe end of the story, a deatht h a t w i l l r e s u l t f r o m t h egoverness’ weird behavior.SECTIONS 18, 19, 20

SummaryThe next day, the governess

tells Mrs. Grose that the letterto the master is written, but shefails to mention that she has notyet

mailed it. That day, Miles ise x c e p t i o n a l l y k i n d t o t h egoverness. He even volunteerst o p l a y t h e p i a n o f o r h e r.Suddenly the governess asks

governess i s a lone , bu t nowMiss Jessel appears while Mrs.Grose is present. But the goodhousekeeper is unable to seethe appar i t ion. Consequent ly,t h e r e a d e r m a y n o w d o u b tseriously that the visitation hasany ex i s t ence excep t i n t hem i n d o f t h e g o v e r n e s s . Thequestion arises as to whethershe ac tua l l y sees t hem. Wek n o w t h a t t h e m i n d c a nconvince itself that such thingshappen.

A n o t h e r a p p r o a c h i s t oaccept the governess’ view thatone mus t possess a ce r t a inamount o f pe rcep t ion be fo reone can discover the presenceof the ev i l ghos ts . Bu t i f weaccept this view, we must alsosee the children as possessedo f s u p e r h u m a n c u n n i n g a n dingenui ty. And note that l i t t leFlora seems distraught by thea c c u s a t i o n s m a d e b y t h egoverness.

SECTIONS 21, 22SummaryEarly the next morning, Mrs.

Grose comes to the governess’room and te l l s her tha t l i t t leFlora was “so markedly feverishthat an i l lness was perhaps athand.” Al l of Flora’s fears aredirected against the governess.S h e i s a f r a i d o f s e e i n g h e ragain, and pleads to be sparedthe sight of the governess.

The governess asks if Florasti l l persists in saying that shehas seen nothing. She believesthat those creatures have madethe child so clever that now littleFlora can go to her uncle andmake the governess “out to himt h e l o w e s t c r e a t u r e - ! ” T h egoverness be l ieves tha t i t i sbest for Mrs. Grose to take thechild away from the region, andin that way, she might be saved.T h e n t h e y o u n g w o m a n w i l ldevote hersel f to saving l i t t leMiles.

T h e g o v e r n e s s s u d d e n l ywonders if Mrs. Grose has seens o m e t h i n g t h a t m a k e s h e rbelieve. The housekeeper tel lsher that she has seen nothingbu t has hea rd a g rea t dea l .L i t t le F lora has used ter r ib lelanguage and awful words thatc o u l d o n l y b e l e a r n e d f r o ms o m e v e r y e v i l s o u r c e .T h e r e u p o n t h e g o v e r n e s sconsiders herself justified in thebel ief that l i t t le Flora learnedsuch words f rom the cor rup tMiss Jessel. In answer to thegoverness’ direct question as tow h e t h e r M r s . G r o s e n o wb e l i e v e s i n t h e g h o s t s , t h ehousekeeper concedes that shedoes.

It is then agreed that Mrs.Grose wi l l take l i t t le F lora toLondon. She is warned that them a s t e r w i l l k n o w s o m e t h i n gb e c a u s e o f t h e g o v e r n e s s ’

where Flora is. Litt le Miles doesnot know, so she assumes thatFlora is with Mrs. Grose. To hercons terna t ion , she d iscoversthat the good housekeeper hasnot seen Flora.

T h e n , t h e g o v e r n e s sunderstands that Flora is withthat woman. Also, l i t t le Miles isprobably with Quint; and all thetime he was being nice to theg o v e r n e s s , h e w a s s i m p l ycovering up so that Flora coulde s c a p e . To g e t h e r w i t h M r s .Grose, the young woman goesstraight to the lake in search ofl i t t le F lora. The governess isconvinced that the children arei n c o m m u n i c a t i o n w i t h t h a tawful pair and, moreover, “theysay th ings , tha t , i f we heardthem, would simply appall us.”

On arriving at the lake, theyd i s c o v e r t h a t F l o r a h a sapparently taken the boat andgone to the o ther s ide . Mrs .G r o s e i s d u m b f o u n d e d t h a tsuch a small gir l could managea boat alone, but the governessreminds her that F lora is notalone-that woman is with her.

They walk around the lakeand f ind Flora, who meets themwith her sweet gaiety. When thechild asks where Miles is, thegoverness in tu rn asks l i t t l eFlora, “Where is Miss Jessel?”Immediately upon hearing thisquest ion, Mrs. Grose utters aloud sound, which causes thegoverness to look up and seet h e f i g u r e o f M i s s J e s s e lstanding on the other side of thelake. She points out this f igurefor both Mrs. Grose and l i t t leFlora, but the young pupil keepsh e r e y e s g l u e d o n t h eg o v e r n e s s . M r s . G r o s e i sunable to see anything in spiteo f t h e g o v e r n e s s ’ e x p l i c i tdirections. After a few moments,M r s . G r o s e a d d r e s s e s l i t t l eFlora and tel ls her then there isno one there. “ I t ’ s a l l a merem i s t a k e a n d a w o r r y a n d ajoke.” She wants to take l i t t leFlora home as fast as possible.

Sudden l y, t he young g i r lcr ies out that she did not seea n y o n e a n d n e v e r h a s . S h ewants to be taken away from thegoverness, who has been soc r u e l a n d f r i g h t e n i n g . M r s .G r o s e t a k e s t h e c h i l d a n dr e t u r n s t o t h e h o u s e . T h eg o v e r n e s s i s l e f t a l o n e t or e a l i z e t h a t t h e a p p a r i t i o nappears only to the children andto he rse l f . Th i s w i l l make i tmore diff icult for her now. Whenshe returns to the house, shef inds that l i t t le F lora ’s th ingshave been removed f rom theroom.

CommentaryHere we have the revealing

c h a p t e r s c o n c e r n i n g t h ea p p e a r a n c e o f t h e g h o s t s .P rev i ous l y, t he ghos t s havea p p e a r e d o n l y w h e n t h e

letter. Mrs. Grose then tel ls thegoverness that the le t ter hasdisappeared. Both assume thatMiles has stolen it and perhapst h i s w a s t h e o f f e n s e h ecommitted which brought abouthis expuls ion. The governesshopes that in being alone withher, the boy wi l l confess andthen be saved.

The next day, Miles cannotunderstand how his sister wastaken i l l so suddenly. But heseems to accept the fact thatshe was sent away to keep frombecoming worse because of thebad influence around Bly.

CommentaryThe fact that l i t t le Flora is

seriously i l l suggests again thev e r y i n n o c e n c e o f t h e g i r l .However much she migh t bea b l e t o p r e t e n d o n s o m es u b j e c t s , i t w o u l d b e q u i t ediff icult to feign a feverish sick-ness. In other words, she mustb e d e e p l y r e p u l s e d b y t h ebehavior of the governess. Ther e a d e r s h o u l d n o t e h o wconcerned the governess is withthe possibil ity that the employerwil l hear everything from Flora,who wi l l make the governessout to be “the lowest creature.”M o s t o f h e r a c t i o n s a r ed e s i g n e d t o i n f l u e n c e o rimpress her employer. In theensu ing days , she hopes t obring Miles to her side and thenshe wil l be able to convince themaster of the rightness of heractions.

Mrs. Grose is convinced ofFlora’s evilness simply becausethe litt le girl has used some badwords. The child’s behavior ise a s i l y e x p l a i n a b l e w h e n w econsider that Miles, while awayat the school, must have pickedup some bad words and couldhave passed them on to Flora.But for the genteel Mrs. Grosewho is, in fact, rather old, thesew o r d s s o u n d h o r r i b l e a n dw i c k e d w h e n s p o k e n b y t h echild, and on this proof, she iswil l ing to accept the premisesthat the g i r l cou ld on ly learnthem from an evil inf luence.

Litt le Flora’s i l lness acts asa method of foreshadowing andpreparing for Miles’ reaction int h e f i n a l s e c t i o n s . I f t h esuggestion of the appearance ofa ghost makes Flora i l l , then int h e n e x t s e c t i o n s , t h egoverness’ actions could be toom u c h f o r t h e n e r v e s o f t h eyoung boy.

SECTIONS 23, 24SummaryAf ter F lora is gone, Mi les

joins the governess, and theytalk about how they are alone.The governess exp la ins tha tshe stayed to be with and helpMiles. She reminds him that sheis wil l ing to do anything for him,

141

James’ Turn tr. de Conejo & Franco tr. de Sergio Pitol tr. de Soledad Silió

5

10

15

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

and he promises that he wil l tel lher anything she wants to know.First, she asks him i f he tookthe letter she had written to hisuncle. The boy readi ly admitsthat he took it and opened it ino r d e r t o s e e w h a t s h e h a dwr i t ten about h im. He fur theradmits that he found out nothingand burned the letter.

The governess asks him ifhe stole letters at his school ordid he take other things. Milesexplains that he said certain badthings to his friends, who musthave said the same things toother friends until it all got backt o t h e m a s t e r s . J u s t a s t h egoverness is about to insist onknowing what he said, she seesthe apparition of Peter Quint atthe window. She hears Miles aski f i t i s M i ss Jesse l , bu t sheforces h im to admi t that i t isP e t e r Q u i n t w h o i s a t t h ew i n d o w. H e t u r n s s u d d e n l yaround to look and falls in herarms. The governess clutcheshim, but instead of a tr iumph,she discovers that she is holdingMiles’ dead body.

CommentarySomewhere l i t t le Miles had

learned some naughty or evi lwords. It is quite possible thathe had ea r l i e r l ea rned themfrom his association with PeterQuint. He repeated these wordsat school and when others inturn repeated them, l i t t le Milesw a s e x p e l l e d f r o m s c h o o l .Furthermore, this accounts forl i t t le Flora’s learning the awfulwords she used to describe thegoverness. During this interviewwith Miles, the governess thinksthat she sees Peter Quint at thewindow. Miles’ f irst question isto ask if she sees Miss Jessel.This question seems to attest tohis innocence. In other words,h e m u s t h a v e l e a r n e d f r o mFlora (even though it is thoughtby Mrs. Grose that the brotherand sister had not seen eachother) that the governess thinkss h e h a d s e e n M i s s J e s s e l .Otherwise, the young boy wouldnot have immediately thoughtthat the apparit ion seen by thegoverness was Miss Jessel. I ti s upon the ment ion that theappar i t ion is a male that theyoung Miles associates it withPeter Quint . But whereas thef r igh t o f a ghost had causedlittle Flora to become il l, it is theinstrument of l i t t le Miles’ death.

The last section lends greatsupport to regarding the storyas a psychological study of thegoverness’ mind. I f the ghostwere real or i f l i t t le Miles werei n c o m m u n i c a t i o n w i t h t h eghost, the only way to accountfor his death is to admit that theghosts and their evil ways haveconquered the young boy. But its e e m s m o r e r e a s o n a b l e t oa s s u m e t h a t t h e g h o s t w a s

visible only to the governess,a n d t h r o u g h h e r p s y c h o t i ci m a g i n a t i o n , s h e s i m p l yf r i gh tened the young boy t odeath.

THE MEANING OF THE TURNOF THE SCREW

S P E C I A L P R O B L E M S A N DI N T E R E S T S : C E N T R A LI N T E L L I G E N C E A N DPOINT-OF-VIEW

One of James’ contributionsto the art of f ict ion is in his useo f p o i n t - o f - v i e w. B ypoint-of-view is meant the anglefrom which the story is told. Forexample , p rev ious to James ’novels, much of the f ict ion ofthe day was being written fromthe author ’s viewpoint, that is,the author was tel l ing the storya n d h e w a s d i r e c t i n g t h ereader ’s response to the story.M u c h o f t h e f i c t i o n o f t h en i n e t e e n t h c e n t u r y h a d t h eauthor as the storyte l ler, andthe author would create scenesi n w h i c h c e r t a i n c h a r a c t e r swould be involved, but all of thescenes would not necessar i lyhave the same charac ters inthem.

James’ f ict ion differs in histreatment of point-of-view. Hewas interested in establishing acentral person about whom thestory revolved, or else a centralperson who could observe andreport the action. Usually, thereader would have to see all theaction of the story through thischaracter ’s eyes. Thus, whi lethe central character in DaisyMil ler is Daisy herself, we seehe r t h rough t he eyes o f t he“centra l in te l l igence,” that is ,t h r o u g h t h e e y e s o fWin te rbo rne . Somet imes thecentra l character wi l l a lso bet h e c e n t r a l i n t e l l i g e n c e , a sh a p p e n s i n T h e Tu r n o f t h eSc rew. I n J a m e s ’ f i c t i o n w er e s p o n d t o e v e n t s a s t h e“ c e n t r a l i n t e l l i g e n c e ” w o u l drespond to them.

Furthermore, every scene ina James work has the centralcharacter present or else is ascene in which some aspect ofthe central character is beingd i s c u s s e d b y t h e c e n t r a lintel l igence. So if Daisy is notpresent, the discussion is abouts o m e a s p e c t o f D a i s y ’ scharacter.

CONFIDANTJames wrote f ic t ion in an

e r a b e f o r e t h e m o d e r nt e c h n i q u e o f t h e“stream-of-consciousness” wase s t a b l i s h e d . I n t h e m o d e r ntechnique, the author feels freeto go ins ide the mind o f thecharacter. But in James’ t ime,this was not yet an established

technique. S ince James as an o v e l i s t w a n t e d t o r e m a i no u t s i d e t h e n o v e l - t h a t i s ,w a n t e d t o p r e s e n t h i sc h a r a c t e r s w i t h a s m u c ho b j e c t i v i t y a n d r e a l i s m a spossible-he created the use ofa confidant.

The confidant is a person ofgreat sensibil ity or sensitivity tow h o m t h e m a i n c h a r a c t e rrevea ls h is o r her innermostthoughts (as long as they arewithin the bounds of propriety).The conf idant is essent ial ly al istener and in some cases ana d v i s e r. T h i s t e c h n i q u e o fhaving a confidant to whom themain character can talk servesa double function. First of al l , i tal lows the reader to see whatthe main character is thinking,and second , i t g i ves a morerounded view of the action. Forexample, after something hash a p p e n e d t o t h e m a i ncharacter, the confidant hearsabout it and in the discussion ofthe event, we, the readers, seea n d u n d e r s ta n d t h e v a r i o u ss u b t l e i m p l i c a t i o n s o f t h i ssituation more clearly.