Jalones de Derrota

266
G. Munis JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA Crítica y teoría de la revolución española (1930-1939) Muñoz Moya Editores (utilización libre) A mis camaradas Luis Rastrollo, Félix Galán, José Martín, recios e inteligentes luchadores de la revolución socialista, asesinados por el verdugo Franco; a mi tío, Pablo Grandizo, asesinado por el mismo; a todos los muertos por la revolución durante las batallas de España, nobles representantes de una generación que supo emplear su vida. Esta dedicatoria no es sólo un cálido recuerdo; en ella va la tenacidad combativa de quienes hemos quedado en pie. ¡Vosotros, los caídos generosamente: salvaremos vuestro esfuerzo con nuestro esfuerzo o con vosotros iremos a disolvemos en la tierra! G. MUNIS

description

Un personaje muy interesante, G. Munis. Uno de los pocos trotskistas españoles durante la república y la guerra civil, fiel a las tácticas propuestas por Trotski, en busca de frentes comunes con los socialistas en determinados momentos, completamente contrarias al frentepopulismo encarnado de forma paradigmática en el POUM, que anuló al partido revolucionario en Cataluña, y certero crítico del estalinismo, y del PCE, como agente máximo de la reacción en el bando republicano. Gran teórico y gran revolucionario. Jalones de derrota, libro excelente sobre la república y guerra civil españolas.

Transcript of Jalones de Derrota

  • G. Munis

    JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA

    Crtica y teora de la revolucin espaola (1930-1939)

    Muoz Moya Editores

    (utilizacin libre)

    A mis camaradas Luis Rastrollo, Flix Galn, Jos Martn, recios e inteligentes luchadores de la revolucin socialista, asesinados por el verdugo Franco; a mi to, Pablo Grandizo, asesinado por el mismo; a todos los

    muertos por la revolucin durante las batallas de Espaa, nobles representantes de una generacin que supo emplear su vida.

    Esta dedicatoria no es slo un clido recuerdo; en ella va la tenacidad combativa de quienes hemos quedado en pie. Vosotros, los cados generosamente: salvaremos vuestro esfuerzo con nuestro esfuerzo o con vosotros iremos

    a disolvemos en la tierra! G. MUNIS

  • NDICE

    NOTA AL lV TOMO DE LAS OBRAS COMPLETAS DE MUNIS ... 3 JALONES DE DEROTA, PROMESAS DE VICTORIA Reafirmacin ...................................................................................... 6 PRIMERA PARTE I. El fondo histrico de la crisis social ........................................... 9 II. Fisonoma estructural de Espaa ............................................... 20 III. Naturaleza de la Revolucin ..................................................... 28 IV. Partidos y Programas ................................................................ 34 V. La Revolucin incruenta ........................................................... 44 VI. El perodo constituyente en la cmara y en la calle..................... 53 VII. La radicalizacin socialista y su inhibicin ............................... 70 VIII. La insurreccin de Octubre ....................................................... 86 IX. Recuperacin de las masas y recomposicin poltica en las filas obreras .............................................................................. 109 SEGUNDA PARTE I. El frente popular contra la lucha de clases y la revolucin social 120 II. Del triunfo del frente popular a la insurreccin militar .............. 133 III. El 19 de Julio ............................................................................ 142 IV. La dualidad de poderes: preponderancia obrera .......................... 152 V. La dualidad de poderes: contraofensiva reaccionaria .................. 169 VI. Las jornadas de Mayo ............................................................... 189 VII. Guerra, Revolucin y teora de la careta ................................... 204 VIII. La propiedad ............................................................................ 215 IX. El Ejrcito ................................................................................ 228 X. El gobierno Negrn-Stalin ......................................................... 239

    APNDICE ESBOZO BIOGRFICO REVOLUCIONARIO DE G. MUNIS 264

  • NOTA AL IV TOMO DE LAS OBRAS COMPLETAS DE MUNIS

    Jalones de derrota: promesa de victoria fue publicado por primera vez en 1948 por la editorial Lucha Obrera de

    Mxico. En 1972 se imprimi una edicin facsmil difundida por la librera La Vieille Taupe de Pars. Hubo que esperar hasta octubre de 1977 para que viera la luz una edicin preparada por una editorial espaola, Zero-Zyx, que, adems de ligeras modificaciones efectuadas por Munis, incorporaba dos textos: la Reafirmacin y el Esbozo biogrfico revolucionario firmado por Concha Garamonte.

    La que el lector tiene en sus manos se basa en la edicin de Zero, por ser la ltima autorizada por Munis. nicamente se ha invertido el orden de los textos, pasando a primer trmino la Reafirmacin y el Esbozo biogrfico revolucionario.

    El primer tomo de estas Obras Completas incluye una biografa de Munis, ms amplia que la escrita por Concha Gramonte. En este tomo, sin embargo, se ha optado por publicar sta por tratarse de uno de los escasos documentos biogrficos aprobados por el propio Munis a lo largo de su vida.

    Situando la Reafirmacin en la cabecera del libro pretendemos dar relevancia a la enorme importancia poltica que para Munis siempre tuvo la experiencia de la revolucin espaola, subrayando la actualidad de dicha experiencia. Una primera versin de esta Reafirmacin apareci en la revista Alarma, segunda serie, n 21, fechada en el 2 trimestre de 1972, y en la edicin facsmil de La Vieille Taupe. Con ocasin de su publicacin en el libro de Zero fue notable y ampliamente corregida.

    Jalones de derrota: promesa de victoria lo escribi en Mxico entre los aos 1943 y 1947. Si bien son aos de militancia en el movimiento trotskista, y de relacin personal con la compaera de Trotrsky, Natalia Sedova, las discrepancias con la direccin de lV internacional y especialmente con la seccin americana, el SWP, sobre la naturaleza del estado ruso y la poltica propiciada por el comit ejecutivo de la lV internacional en la segunda guerra mundial, fueron tensndose hasta la ruptura definitiva en 1948. Gran parte de las concepciones polticas que Munis sostendr en el futuro son fruto de la reflexin terica y de la actividad militante desarrolladas durante estos aos, especialmente el anlisis de la naturaleza del estalinismo y del estado ruso, caracterizado ste como capitalismo de estado y el estalinismo como una fuerza contrarrevolucionaria desde sus inicios y ajena al movimiento obrero. Tambin acometi una profunda revisin de la tctica y la estrategia revolucionaria tal cual haba sido concebidas hasta entonces. Munis consideraba que el desarrollo de los acontecimientos polticos abiertos por la revolucin rusa exiga incorporar a la teora revolucionaria anlisis que permitiesen entender los fenmenos nuevos que se producan, y a la vez desechar posiciones que hasta la fecha haban defendido casi todas las organizaciones revolucionarias.

    Podemos encontrar en el mismo Jalones la huella de esa transformacin. En el correr de esos cinco aos, al calor de la redaccin de los captulos del libro, vemos cmo Munis va incorporando anlisis y caracterizaciones de las fuerzas polticas en clara ruptura con sus propias concepciones anteriores (sobre el tema del Frente nico, la colaboracin de clases, la naturaleza del estalinismo), recogidas en la primera parte del libro. As queda dicho por el propio Munis en la Reafirmacin. Para un conocimiento detallado de la evolucin poltica de Munis remitimos a los lectores a la Introduccin al pensamiento poltico de Munis, publicada en el primer tomo de las Obras Completas.

    Jalones de derrota: promesa de victoria no tiene como objetivo ser una historia ms de la revolucin espaola, sino que ahonda en las races histricas de la revolucin y recorre los acontecimientos que se sucedieron en el arco temporal que va desde el final de la monarqua al gobierno Negrn-Stalin, acometiendo una crtica feroz de la actuacin de las fuerzas polticas en presencia y de sus respectivas concepciones. Munis pretende incorporar a la teora

  • las potencialidades abiertas por la accin revolucionaria de los trabajadores y campesinos espaoles que dieron nuevas respuestas polticas a la vieja tarea de acabar con el capitalismo.

    Jalones es un libro que mira hacia el futuro: la reflexin sobre la revolucin espaola debe proyectar luces sobre las condiciones que permitan una efectiva realizacin de la Revolucin, no un mero anlisis del pasado, sino antes bien un nuevo impulso para encarar en mejores condiciones la lucha por la emancipacin social hoy en da.

    En un perodo como el que vivimos, de fragmentacin de la memoria y prdida del sentido histrico, creemos que libros como Jalones de derrota: promesa de victoria pueden aportarnos un sentimiento renovado de pertenecer a una prolongada lucha de emancipacin que no se agot con quienes nos precedieron, ni se agotar con nuestro esfuerzo, y que permiten que nos situemos como actores conscientes de una historia no acabada, ensendonos, incluso, que los jalones de nuestras derrotas siempre estn preados de alguna promesa.

    Comit de edicin. 1 de mayo de 2003

  • JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA

    Crtica y Teora de la Revolucin Espaola

    (1930-1939)

  • REAFIRMACIN

    Mientras ms aos contemplamos retrospectivamente hasta 1917, mayor importancia cobra la revolucin espaola. Fue ms profunda que la revolucin rusa y ms extensa por la participacin humana; esclarece comportamientos polticos hasta entonces indefinidos y proyecta hacia el futuro importantes modificaciones tcticas y estratgicas. Tanto, que en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino remedos de teora, coja o despreciable, si se prescinde del aporte de la revolucin espaola, en general, y con mayor precisin de cuanto contrasta, superndolo o negndolo, con el aporte de la revolucin rusa.

    La revolucin desbarat en Espaa las estructuras de la sociedad capitalista en lo econmico, en lo poltico y en lo judicial, creando o insinuando estructuras propias. Lo que estaba dado por la espontaneidad del devenir histrico se convirti de potencial en actuante, en cuanto fueron quitados de en medio los cuerpos coercitivos, obstculo a su manifestacin. As se perfila sin equvoco la revolucin, desde el primer instante, como proletaria y socialista. La revolucin rusa no destruy la estructura econmica del capital, que no reside en el burgus ni en los monopolios, sino en lo que Marx llamaba la relacin social capital-sala nato; tras un momento de vacilacin, la modific de privada en estatal, y en torno a ella y para ella fueron reacomodndose luego lo judicial, lo poltico... y los cuerpos represivos, ejrcito nacional comprendido, hasta que la relacin social capital-salariado adquiri la virulencia que contina distiguindola. Fue pues una revolucin democrtica o permanente, hecha por un poder proletario, y muerta como tal antes de alcanzar el estadio socialista que la motiv y constitua su mira. Por ende, no pas de ser una revolucin poltica. Y si bien en ese aspecto fue ms cabal que la revolucin espaola, la persistencia de la mencionada relacin social capitalista dio a la contrarrevolucin la facilidad de ser slo poltica tambin, si bien cruelsima, en proporcin al apremio de revolucin mundial. Ambas caractersticas han consentido falsificaciones y embaucos sin cuento, que todava hoy ejercen un influjo deletreo.

    Precisamente cuando la revolucin alcanzaba su pinculo en Espaa, en 1936, la contrarrevolucin stalinista consolidaba en Rusia su poder para muchos aos, mediante el exterminio de millones de hombres. En consecuencia, su ramal espaol tuvo deliberadamente, desde el 19 de Julio, un comportamiento de abanderado de la contrarrevolucin, solapado al principio, descarado a partir de Mayo de 1937. Con toda premeditacin y por rdenes estrictas de Mosc, se abalanz sobre un proletariado que acababa de aniquilar el capitalismo. Ese hecho, atestiguado por miles de documentos stalinistas de la poca, representa una mutacin reaccionaria definitiva del stalinismo exterior, en consonancia con la mutacin previa de su matriz, el stalinismo ruso.

    Un reflejo condicionado de los diferentes trozos de IV Internacional y de otros que la miran con desdn, asigna al stalinismo un papel oportunista y reformista, de colaboracin de clases, parangonable con el de Kerensky o Noske. Yerro grave, pues lo que el stalinismo hizo fue dirigir polticamente la contrarrevolucin, y ponerla en ejecucin con sus propias armas, sus propios esbirros y su propia polica uniformada y secreta. Se destac enseguida como el partido de extrema derecha reaccionaria en la zona roja, imprescindible para aniquilar la revolucin. Igual que en Rusia, y mucho antes que en Europa del Este, China, Vietnam, etc., el pretendido Partido Comunista actu como propietario del capital, monopolizado por un Estado suyo. Es imposible imaginar poltica ms redondamente anti-comunista. Lejos de colaborar con los partidos republicanos burgueses o con el socialista, que todava conservaba sesgo reformador, fueron stos los que colaboraron con l y pronto aparecieron a su izquierda, como demcratas tradicionales. Unos y otros estaban atnitos y medrosos a la vez, contemplando la alevosa pericia anti-revolucionaria de un partido que ellos reputaban todava comunista. Pero otorgaban, pues con sus propias maas flaqueaban ante la ingente riada obrera.

  • Como se ha visto en el ltimo captulo de este libro, el gobierno Negrn-Stalin est lejos de tener las caractersticas de uno de esos gobiernos de izquierda democrtico-burguesa, que zarandeados entre una revolucin a la que se oponen y una contrarrevolucin que temen, sucumben al empuje de la una o de la otra. Fue un gobierno fortsimo, dictatorial, y extrafronteras rusas el primero del nuevo tipo de contrarrevolucin capitalista estatal distintivo del stalinismo. Esa peculidaridad, latente desde antes del Frente Popular, qued puesta en evidencia por primera vez en Espaa, y desde entonces adquiri carcter definitivo. Lo confirman todos los casos posteriores, desde Alemania del Este y Yugoslavia hasta Vietnam y Corea. Dondequiera ese pseudo-comunismo acapara el poder, es acogotado el proletariado, aplastado si se resiste, el capital y todos los poderes se funden en el Estado, y la posibilidad misma de revolucin social desaparece por tiempo indefinido. Y no ser la faz homindea que no humana, maquillaje reciente de los Carrillo, Berlinger, Marchais y dems, la que cambie sus intereses profundos, emanantes de, y coindicentes con la ley de concentracin de capitales.

    Cambio secundario, pero tambin importante y no menos definitivo, se opera en los partidos socialistas con la revolucin Espaola. Dejaron de comportarse como partidos obreros reformistas, para sumarse sin recato a la poltica burguesa... o a la del capitalismo de Estado a la rusa, segn la presin dominante. Siguen hablando de reformas, s, pero se trata de las que mejor convienen a la pervivencia del sistema capitalista, no de las que el autntico reformismo crea poder imponerle, legislacin mediante, para alcanzar por evolucin, la sociedad sin clases ahorrndose la revolucin. El reformismo ha sido pues reformado por el capitalismo. Lo certific Len Blum al reconocer que l y los suyos no podran ser en lo sucesivo sino buenos administradores de los negocios de la burguesa. El tremendo repente de la revolucin en 1936, atrayendo la convergencia reaccionaria de Oriente y Occidente, precipit tambin dicho resultado, que amagaba desde 1914.

    Respecto a tctica, la revolucin espaola invalida o supera con creces la de la revolucin rusa. As, la reclamacin de gobierno sin burgueses, constituido por representantes obreros en el marco del Estado existente, tan til en Rusia para desplazar del poder a los soviets, careca de sentido en Espaa, y habra surtido efecto negativo. Lo mismo cabe afirmar del frente unido de los revolucionarios con las organizaciones situadas a su inmediata derecha. Los bolcheviques lo practicaron, incluso con Kerensky en determinados momentos, positivamente siempre. Mimetizar esa tctica en Espaa era meterse en la boca del lobo, y contribuir a la derrota de la revolucin. Quienes, lo hicieron nos han dejado la ms irrefutable y trgica de las pruebas. Es que, desde el principio, la amenaza ms mortal para la causa revolucionaria y para la vida misma de sus defensores, provena del partido stalinista; los dems eran colaboradores segundones.

    Muy sobrepasada por los hechos revolucionarios mismos, fuente principal de consciencia, result la consigna: control obrero de la produccin, todava en cartel para izquierdistas retardados. Los trabaja dores pasaron, sin transicin, a ejercer la gestin de la economa mediante las colectividades, aunque su coordinacin general fuese obstaculizada y al cabo impedida, por un Estado capitalista que iba reconstituyndose en la sombra, no sin participacin de la CNT y de la UGT. Al trmino de tal reconstitucin, la clase trabajadora qued expropiada y el Pacto CNTUGT resultante converta las dos centrales en pilares de un capitalismo de Estado. Pero antes de llegar a ste, el control obrero de la produccin (de hecho estatalo-sindical) fue maniobra indispensable para arrancar por lo suave la gestin a los trabajadores. Idntico servicio retrgrado habra prestado lo que se llama hoy autogestin, variante de aqul. Qued demostrado entonces, con mayor contundencia que en ningn otro pas, la imposibilidad de que el proletariado controle la economa capitalista sin quedarse atascado en ella como pjaro en liga. Si la gestin es el dintel del socialismo, el control (o la autogestin) es el postrer recurso del capital en peligro, o su primera reconquista en circunstancias como las de Espaa en 1936.

    Tampoco sirvi sino como expediente retrgrado el reparto de los latifundios en pequeos lotes, medida tan extempornea en nuestros das como lo sera destazar las grandes industrias en mltiples pequeos talleres. En cambio, organizar koljoses, o su equivalente chino, comunas agrarias, es imponer una proletarizacin del agro correspondiente al capitalismo estatal. Ambas fueron desdeadas, tambin en favor de colectividades agrarias, que a semejanza de las industriales reclamaban la supresin del trabajo asalariado y de la produccin de mercancas, que de hecho encentaron.

    En resumen, cuantos puntos de referencia o coordenadas haban determinado la tctica del movimiento revolucionario desde 1917, y aun desde la Commune de Pars, fueron sobrepasados y arrumbados por el grandioso empelln del proletariado en 1936. Y el sobrepase no excluye, claro est, la propia tctica seguida o propuesta en

  • Espaa misma durante los aos anteriores. Por lo tanto, es de advertir que lo preconiza do en la primera parte de este libro con arreglo a la tctica vieja, qued tambin anulado por la fase candente iniciada el 36. Nada pierde por ello su valor histrico y crtico, pero sera inepcia conservadora volver a utilizarlo.

    Allende lo tctico, siempre contingente, la revolucin de Espaa puso en evidencia factores estratgicos nuevos, transcendentalsimos, llamados a producir acciones de gran envergadura y alcance. En dos aos, en efecto, los sindicatos se reconocieron como copropietarios del capital, pasando por tal modo a ser compradores de la fuerza de trabajo obrera. La concatenacin de tal compra con la venta de esa misma fuerza a un capital todava no estatizado, qued definitivamente establecida. Proyeccin estratgica: para ponerse en condiciones de suprimir el capital, los explotados debern desbaratar los sindicatos.

    No menos importante es lo concerniente a la toma del poder poltico por los trabajadores. Estaba supeditada por la teora, y por la experiencia rusa de 1917, a la creacin previa de nuevos organismos, all soviets. La revolucin espaola la libera de esa servidumbre. Los organismos obreros de poder, los Comits-gobierno, surgieron, no como condicin del aniquilamiento del Estado capitalista, sino como su consecuencia inmediata. El resultado de la batalla del 19 de Julio, incontrovertible cual ninguna definicin terica, plant en plena historia esa nueva posibilidad estratgica.

    Cmo y por qu los Comits-gobierno innumerables no consiguieron aunarse en una entidad suprema, est dicho en el lugar correspondiente de este libro. Nada mengua por ello el alcance mundial de semejante hazaa.

    El aporte estratgico del proletariado espaol a la revolucin en general, sin limitacin de fronteras ni de continentes, es decisivo en lo econmico. Helo aqu en sus trminos ms escuetos: el Estado, por muy obreras que sus estructuras fueren de la base a la cspide, las destruye si se le convierte en propietario de los instrumentos de produccin. Lo que organiza en tal caso es su monopolio totalitario del capital, en manera alguna el socialismo. Ello corrobora y explica lo acontecido en Rusia despus de la toma del poder por los soviets.

    A dicho monopolio se reduce pues la nacionalizacin de la economa, que tanto engaa porque expropia a burguesa y trusts. Prodcese por tal medida, no una expropiacin del capital, sino una reacomodacin del mismo, cumplimiento cabal de la ley de concentracin de capitales inherente al sistema. Que sea alcanzada evolutiva o convulsivamente, incluso por lucha armada, el resultado es el mismo. Cabe afirmar sin error posible, que dondequiera se apodere el proletariado de la economa, o est en trance de hacerlo, todos los falsarios postularn la nacionalizacin, cual ocurri en Espaa. Y las tendencias que cierran los ojos ante tan claro testimonio histrico se condenan a ir a rastras de odiosos regmenes capitalistas (Rusia, China, etc.), o bien a transformarse ellas mismas en explotadoras, si por acaso el poder se les viniese a las manos.

    Una generalizacin terica importante se deduce de esas experiencias sociales, tan hondas como indeliberadas: la revolucin democrtica en los pases atrasados es tan irrealizable por la burguesa como por el proletariado en calidad de revolucin permanente. Las condiciones econmicas del mundo, las exigencias vitales de las masas explotadas, a ms de la podredumbre del capitalismo como tipo de civilizacin, lo que basta con colmo, convierten en reaccionario cuanto no sea medidas socialistas.

    Lo que necesita la clase obrera en cualquier pas es erigir una barrera infranqueable, un obstculo social que le vede tener que venderse al capital por contrato libre, ella y su progenitura, hasta la esclavitud y la muerte (Marx). Le hace falta disponer a su albedro de toda la riqueza, instrumental de trabajo y plusvala, hoy propiedad del capital, y establecer como primer derecho del hombre, el derecho de vivir, trabajar y realizar su personalidad, sin vender sus facultades de trabajo manual o intelectual. As entrar la sociedad en posesin de s misma, sin contradiccin con sus componentes individuales, desaparecern las clases, y la alienacin que en grados diversos comprime o falsea a las personas.

    Junio 1977 G. Munis

  • PRIMERA PARTE CAPTULO I

    EL FONDO HISTORICO DE LA CRISIS SOCIAL

    El extenso y convulsivo perodo revolucionario por que ha atravesado Espaa desde 1930 a 1939, puede ser analizado en s mismao, sin ninguna conexin con el pasado remoto ni con el pasado ms prximo. La violencia de los acontecimientos, su poder insinuante, cuando no explcito, los impregna de un valor propio, independiente y superior a cuanto en el transcurso de los siglos la historia de Espaa ha dado a luz. Jornadas de Abril, de Octubre, de Julio, de Mayo, guerra civil, decenas de choques menores, centenares de huelgas revolucionarias, millones de conflictos colectivos e individuales, por donde la savia de un pueblo ha corrido a raudales generosos. Nunca la tensin social hacia un objetivo superior, la unanimidad de las clases pobres, fue tan alta y persistente como durante el cuerpo a cuerpo de diez aos, cuyo despliegue analiza este libro.

    Una sola palabra basta para situar el objetivo por el que tantos esfuerzos fueron hechos: socialismo. Pero en el largo y enmadejado hilo de los acontecimientos vivos, el cabo se aleja, se aproxima, queda temporalmente soterrado o se esfuma como si se tratara de un espejismo, a medida que en el proceso de la luchas inciden las clases, los partidos, los programas, los hombres, desviando unas veces, otras dando marcha atrs, empujando vigorosamente aqu y all, o taponando el camino que en su prolongacin regular llevara directamente al trmino. Y si para desenredar este mazacote de hechos contradictorios a veces, precsase un minucioso buceo de los mismos, no es menos til estudiar el lugar que les corresponde en la hilera de los acontecimientos pretritos. Tanto ms cuanto que la sombra horripilante del pasado se ha inyectado constantemente en el curso de la revolucin espaola, y que hoy mismo amenaza apabullar el pas con una nueva inquisicin y un nuevo renunciamiento.

    Durante tres siglos Espaa ha sufrido un colapso social cuya herencia era a la vez una de las causas de la crisis revolucionaria y uno de los primeros elementos a liquidar. En grados diferentes y a pesar de los esfuerzos hechos para desembarazarse de ella, la herencia trascenda, en general, a las relaciones sociales. Concentrbase en las clases conservadoras tradicionales, pero sufrieron su influencia todas, en una forma u otra, y contagi los partidos de oposicin. En ningn sitio como en Espaa los muertos han impedido tanto obrar a los vivos. Trasponiendo esta idea a los hechos, digamos que la elocuencia impotente de los republicanos del 37, la nulidad y las concupiscencias de los del 31, el humanismo oo y la laxitud humillante de los socialistas, les vino en gran parte de las clases decadentes que dirigan la sociedad. Su incapacidad para aislarse de ellas, concentrndose en la formacin revolucionaria de las nuevas clases, les convirti, a su vez, en decandentes. Esa es la causa que ha dado al pasado el triunfo sobre el porvenir, en los numerosos intentos de superacin hechos por el pas desde comienzos del siglo XIX. El lastre histrico de Espaa ha de ser arrojado por la borda! Es lo que voy a intentar en este captulo, en espera de la prxima oportunidad prctica.

    En ningn pas europeo la curva de la civilizacin ha efectuado un descenso tan vertiginoso y profundo. La cada de Espaa es slo comparable a la de la civilizacin rabe, con la que entronca. Si no la sigui hasta la desagregacin total, la postracin fue tan grande que el pas qued muy atrs de la Europa occidental, y apenas contribuy en nada al progreso humano a partir del siglo XVII. Lo que queda a fines de este siglo de escritores y artistas, cuando no jadea con el asma de la decadencia, est confinado por ella.

    La sociedad rabe era esencialmente teolgica, aunque tolerante en la poca de su esplendor. Por influencia de los conquistadores islmicos, el cristianismo espaol de los siglos de la reconquista, fue tambin tolerante. La larga

  • convivencia de las dos razas hubiera podido llegar a una fusin, ya algo avanzada en el extremo bajo de ambos elementos. El esplendor econmico y la libertad poltica que distingui a las ciudades peninsulares de los siglos XIII, XIV y XV, dbese al libre intercambio de conocimientos, de comercio y religioso, que en ellas disfrutaban mahometanos, cristianos y judos. Pero esta misma convivencia y semifusin racial del artesano y la poblacin rural, convirtise en un acicate ms de la decadencia cuando, poco despus de efectuada la unidad de Aragn con Castilla y reconquistado el ltimo reino moro, la intransigencia religiosa se instal en las cumbres polticas, y el desarraigo de judos, moros y moriscos sangr intermitentemente la poblacin y la economa del pas, durante casi dos siglos. La esttica rigidez del Corn, o la incapacidad de sus proslitos para arrinconarlo como ley civil, trajo la degeneracin del Islam; el apego cerril al catolicismo y a los intereses eclesisticos del papado, presidi y aceler la decadencia de Espaa.

    Ciertamente, esa no fue la causa inicial, sino uno de sus primeros efectos, convertido, a su vez, en causa generatriz de mayor decadencia. Toda lucha religiosa oculta un designio poltico y un contenido econmico, por difcil que a veces sea el descubrirlo. Los ocultaba, y muy recios, la intransigencia y la lucha de la monarqua espaola en favor de la ortodoxia romana.

    La nobleza, recin domada por las milicias urbanas y los reyes catlicos, era ya totalmente, poco despus del advenimiento de stos, una nobleza cortesana, apoyo para el absolutismo monrquico, sin ningn peligro; el clero extenda subrepticiamente sus dominios al amparo de los bautizos, y la represin de los infieles; la burguesa1 crecida por el fomento, los privilegios y las armas que los reyes catlicos hubieron de darle para dominar a la nobleza, extenda por todo el pas su accin y su trabajo benficos. Completada por la conquista de Granada, la unificacin nacional corresponda verdaderamente al adelanto tcnico y cultural del pas. Ningn otro estaba en esa poca (fines del siglo XV) tan uniformemente preparado como Espaa, para lanzarse al torbellino de la acumulacin capitalista que sigui al descubrimiento de Amrica y de la ruta de la India doblando el frica; ningn otro tampoco, sali tan quebrantado de la empresa. Mientras Holanda e Inglaterra, Francia y Alemania en menor grado, se enriquecan y hacan de la extensin del comercio la base de su prosperidad y primaca en los siglos posteriores, Espaa se arruinaba, se despoblaba, perda sus conocimientos tcnicos, desapareca su industria, quedaban baldos los campos, deshabitadas las ciudades, o superpobladas las de la costa sur por un gento en el que dominaba sobre el artesano y el mercader, el buscn que inspir obras maestras2.

    Las causas que determinaron la ruina econmica y la decadencia de Espaa estn an por investigar. Eruditos, historiadores y ensayistas nacionales y extranjeros, han puesto en claro muchas cifras y hechos demostrativos de la decadencia; pero en cuanto de localizar el origen se trata, o invierten el problema tomando efectos por causas, o lo soslayan cmodamente achacando a mero accidente la constitucin del imperio. All donde no ha habido base real para la expansin, ni siquiera es propio, claro est, hablar de decadencia. En el primer error incurren sin excepcin todos los historiadores, en el segundo algunos, a pesar de lo disparatado que es.

    Pero la historiografa moderna no puede aceptar el azar como motor histrico. Inclusive cuando intervienen acontecimientos que exteriormente pueden ser considerados como azares, su determinismo es siempre consecuencia de la situacin concreta dada, del estado de la civilizacin y de sus diversas fuerzas impulsoras y repulsoras, all donde se producen. El descubrimiento de Amrica, la serie de muertes intempestivas que hicieron recaer la corona de Espaa sobre el heredero de la casa de Borgoa, y su eleccin posterior al Imperio, han sido sealados por historiadores tenidos por concienzudos como la serie de acontecimientos fortuitos originadores de una expansin puramente artificial. Ello no niega que el progreso general de los conocimientos geogrficos y nuticos impulsara el pas a las exploraciones, ni que los descubrimientos fueran practicables por el desarrollo inmediato anterior de la marina3. En

    1 Tomo aqu la palabra en su vieja acepcin: elemento urbano comerciante y manufacturero. 2 Cervantes:

    Sevilla que es tierra do la semilla holgazana se levanta sobre cualquier otra planta 3 En 1482 sala de los puertos de Vizcaya y Andaluca, para defender Npoles, una flota de setenta barcos.

  • cuanto a la eleccin de Carlos 1, no fue sino una casualidad diligentemente auxiliada por el oro. La competicin a que se dieron los reyes de Francia y Espaa ofreci el ms lucrativo negocio a los respectivos prestamistas4.

    En todo caso, casualidades que llevan tras s consecuencias tan vastas como el establecimiento del imperio espaol en el siglo XVI, dejan de ser casualidades para convertirse en instrumentos o medios de expresin de la situacin general que las rodea. Donde no hay motivo no puede haber efecto, e inclusive aquellos hechos que caen fuera de la voluntad consciente del hombre o que se presentan como consecuencia de la fatalidad, logran alcanzar relevancia histrica no por s mismos, sino por las fuerzas que mueven en el medio objetivo dado. Tambin Alfonso X trat de ser elegido emperador. Se atrevera alguien a pensar que, de haberlo logrado, Europa hubiese sufrido las mismas o semejantes consecuencias?

    Por los aos del descubrimiento de Amrica, el progreso econmico y cultural de la pennsula era uno de los mejores de Europa. Al terminar el siglo anterior, la guerra de sucesin que llev al trono a Enrique III haba debilitado numrica y econmicamente a la nobleza. Las inmunidades y privilegios de la burguesa alcanzaron el mximo. Varias industrias nuevas introducidas al pas alcanzaron un alto grado de perfeccin. Aunque la nobleza trat despus, durante las turbulencias del reinado de Juan II, de recuperar el terreno perdido y humillar a los burgos airados, stos se vieron nuevamente protegidos y armados por la realeza, al advenimiento de Fernando e Isabel.

    Amenazados en la posesin del trono por las pretensiones de Doa Juana (la Beltraneja) y del rey de Portugal, disminuidos en su autoridad interna por la fuerza y las arbitrariedades de los nobles, los reyes vironse obligados a buscar apoyo en el elemento urbano, ya armado por su propia cuenta, y a dar vuelos a su organizacin y privilegios. La libertad poltica y las armas de que gozaron comerciantes, artesanos y oficiales, favoreci la prosperidad econmica del pas, dndole base material para extensiones posteriores, tanto en Amrica como en Europa. La nobleza, y el clero en menor grado, fueron por este medio sometidos. La primera qued particularmente empobrecida, y la influencia de ambos en los asuntos pblicos disminuy hasta el punto de perder la mayora en el Consejo real, a favor de hombres salidos de la burguesa.

    Del estado econmico general del pas puede juzgarse por el saneamiento de las utilidades pblicas. El ao 1474 ascendan stas a 850.000 reales; en 1477 a 2.390.078; en 1482 a 12.711.591; en 1504, despus de la conquista de Granada, llegaban ya a 26.823.334 reales, aumento logrado sin introducir impuestos nuevos, aboliendo los ilegales y retirando a la nobleza los bienes dados por los reyes anteriores5.

    Pese a la falta de estadsticas todo lleva a creer en la excelencia de la situacin econmica de Espaa por los aos del descubrimiento de Amrica. No slo la balanza favorable de la renta pblica, pues no proviniendo de exacciones slo puede significar aumento de los contribuyentes, extensin de la riqueza general; la mayora de las leyes de ese reinado tienden a favorecer el comercio, la industria y los intercambios, tanto en el interior como allende las fronteras. Es muy conocida la pujante prosperidad de ciudades como Segovia, Valladolid, Barcelona, Valencia, Granada, Crdoba y Toledo, slo en la cual 10.000 tejedores trabajaban la lana y la seda. La exportacin de Espaa a Inglaterra consista en vinos, aceites, frutas, sedas, bordados y tejidos de lujos..., y segn se colige fue el trfico casi exclusivamente en buques espaoles6. Muy entrado ya el siglo XVI, cuando los efectos del desastre econmico empezaron a hacerse sentir, la paz entre Espaa y Francia permita an a la primera enviar telas a la otra, mientras reciba de ella cereales7. A la misma conclusin lleva la densidad demogrfica. De un clculo hecho por el historiador Prescott, basado en un documento oficial sobre la organizacin de la milicia (1492), resulta que solamente Castilla Granada, Aragn y Navarra exceptuados deba contar seis millones setecientos cincuenta mil habitantes, moderando el clculo a nueve personas por cada dos familias. En los aos siguientes la poblacin aument. Sin embargo, inclusive entonces deba ser mucho ms fuerte que la de Inglaterra; tanto los destinos de los dos pases han cambiado despus!8

    4 Solamente el voto del elector de Maguncia cost a Espaa 103.100 florines. Como consecuencia de esta operacin electoral, las minas de mercurio de Almadn y las de plata de Guadalcanal, fueron a parar a manos de los banqueros alemanes que facilitaron al glorioso Carlos V el dinero para los cohechos. 5 W. Prescott: History of the reign of Ferdinand and Isabella. 6 Martin Hume: Espaoles e ingleses en el siglo XVI. Esta cita prueba que la conviccin de la aprobacin divinas, contrariamente a la tesis del autor, tuvo menos parte en la Exaltacin espiritual de los espaoles que el aceite, los bordados y los tejidos de lujo. 7 H. Hauser: La prpondrance espagnole. 8 Prescott: Obra citada.. t. IV, pg. 230.

  • Aunque no dispusiramos de dato alguno, an habra que explicar cmo una nacin miserable, rezagada con relacin al estado general de la tcnica y la civilizacin, pudo establecer el primer imperio manufacturero y la primera organizacin centralista y burocrtica de la historia, a partir de Roma. Un Imperio manufacturero sin manufacturas, una nacionalidad sin base nacional, son quimeras. Lejos de m el propsito de reivindicar el prestigio espaol. No slo el sepulcro del Cid, sino todas las llamadas glorias de Espaa deben ser encerradas con doble llave. Se trata de un problema de interpretacin histrica, cuya solucin ha de ayudarnos a enterrar esa organizacin social ligada ms que ninguna otra a los sepulcros, y espantar definitivamente de la conciencia del pas eso que se llama hidalgua, manifestacin idealizada de la anquilosis decadente, adoptada inclusive por muchos de nuestros intelectuales radicales. En ltimo anlisis, las consecuencias de la decadencia de Espaa, conjugadas con la evolucin de los pasados decenios, es lo que ha dado a las clases pobres del pas, esa integrrima combatividad poltica que ha asombrado al mundo. En cambio, las exhalaciones hidalgas, mezcladas a las peores exhalaciones procedentes de fuera, es lo que las ha hecho fracasar. Las clases viejas, las mismas que presidieron la larga postracin, se han afianzado en el poder; pero igual convergencia de factores, los mismos problemas insolutos y agravados, darn de nuevo al proletariado y los campesinos la fuerza explosiva del 19 de julio. Las condiciones histricas han hecho de Espaa un pas que no puede salir del marasmo y la descomposicin sino por medio de la revolucin obrera. La revolucin devolver a Espaa a la historia, disolvindola sin solucin de continuidad en el futuro mundo socialista. La etapa capitalista habr sido para la historia de Espaa lo que el invierno para la marmota.

    Eruditos memoriosos como Menndez Pelayo9 han pregonado las ms tristes lacras de la decadencia el espritu cobarde e intolerante del llamado cristiano viejo, la mojigatera y la delacin generalizadas, los procesos, torturas y crmenes de la Inquisicin, su persecucin de la ciencia, y la exportacin que de todo eso se hizo a Flandes, Italia y Amrica como el ms bello exponente del carcter y el ideal nacionales, en lucha desinteresada contra el materialismo protestante. Otros, especialmente del bando luterano, invierten la tesis dando el catolicismo como una rmora psicolgica inherente al espaol10, que le ha hecho resistente a la evolucin e inadaptable al medio europeo. Los ms objetivos, en fin, no pasan de atribuir la decadencia y sus males consecuentes a la haraganera del hidalgo, tal como nos le dio la imagen picaresca de Quevedo. Y para que la tesis medio se tenga en pie, se le ha colgado a cada espaol de los siglos XVI y XVII un sambenito de hidalgo emperifollado, hambriento y horrorizado del trabajo mecnico11. As la explicacin es simple. Queris saber por qu Espaa se ha quedado atrs en la carrera de la historia? A los espaoles no les gusta trabajar. Prefieren pavonearse de noble prosapia, pasear fachendosos en su capa rada y espolvorearse el bigote con migas de pan para dar a entender que han comido. Y as sucesivamente12.

    En suma, los acontecimientos exteriores de la decadencia son bien conocidos. La stira amarga, dolorida y vivaz de la literatura clsica espaola los ha descrito a la perfeccin en su aspecto humano; pero sus causas determinantes no han sido an esclarecidas. Un estudio histrico del siglo XVI se hace necesario no slo para Espaa; para Europa tambin. Su organizacin en los ltimos siglos ha dependido en gran manera del declinamiento de Espaa. Esta tom en las luchas europeas, a partir de la Reforma, la capitana de la parte ms reaccionaria. La guerra contra los protestantes de Holanda y Flandes, la guerra contra los protestantes ingleses por el dominio martimo, debilitaron el pas y contribuyeron a su decadencia. Pero el entrelazamiento de hechos y la convergencia de intereses que lo trajeron a la condicin de adalid del pontificado, son anteriores a la Reforma. Por repulsin, sta dio a la decadencia su forma ideolgica definitiva: la Contrarreforma o jesuitismo. Sera, sin embargo, falso deducir la decadencia de Espaa de su antiprotestantismo. Pases protestantes como Alemania, no sacaron nada en limpio, econmicamente hablando, de la Reforma, o lo perdieron despus de las devastaciones de la guerra de los treinta aos. Otros fundamentalmente catlicos, como Francia, continuaron normalmente su proceso de crecimiento hasta el capitalismo. Y recordemos que Fernando V estuvo a punto de alzar el primer bando protestante de la cristiandad. Si los efectos de la alteracin econmica y de las luchas intestinas no hubieran sido adversos al producirse el conflicto de las bulas, Espaa misma,

    9 Vase su Historia de los Heterodoxos Espaoles. 10 W. Robertson: Historia de Carlos V. 11 La mejor autoridad que ha podido darse a estas necedades es un prrafo de la narracin del viaje de Guichardini. La autoridad moral de este historiador es nula, tanto para sus testimonios sobre Espaa como sobre Italia; estaba vendido a Cosme I. Adems, el viaje de Guichardini a Espaa tuvo lugar en una poca en que las consecuencias de la decadencia eran ya bastante visibles. Aun admitiendo que no exagere, se trata slo de los efectos; la causa es mucho ms profunda y remota en el tiempo. Ni Ranke ni Hauser han sido capaces de calar ms hondo. 12 Durante el siglo XIX, cuando Espaa adquiri cierta aureola de antigualla histrica y romntica, numerosos viajeros que la visitaron dieron popularidad europea a las tonteras sobre los espaoles mendigos e hidalgos.

  • pas de alumbrados, de priscilianistas, de pobres de Lyon, habra sido protestante o, al menos, un edicto de Nantes cualquiera hubiese extendido a las iglesias reformadas la tradicional tolerancia religiosa.

    Sin pretender aqu ms que apuntar los principales rasgos del problema, se me impone la conclusin de que la decadencia de Espaa no es otra cosa que una bancarrota gigantesca producida por la primera crisis del capitalismo, al experimentar el choque econmico de los descubrimientos geogrficos.

    An no slidamente instalado el sistema manufacturero, los cargamentos de oro y plata de las Indias vertironse sobre la pennsula produciendo una violentsima conmocin, que la estructura econmica del pas no pudo resistir. Defendise durante algn tiempo, el imperio se extendi an y vivi o veget por siglos, pero la bancarrota econmica era ya total a la muerte de Felipe II, y desde muchos aos antes la sociedad se descompona en su base. Los esfuerzos de las clases progresivas para nivelar la organizacin poltica con la nueva situacin econmica, fueron vencidos uno tras otro y la parlisis se instal en el cuerpo social para un largo perodo que an no ha terminado por completo.

    El primer efecto de los cargamentos de metal blanco y oro desembarcados en Andaluca, fue un alza fenomenal de los precios. Reducido el valor del dinero, el alza de las mercancas se extendi pronto a toda Espaa, despus a Europa, hasta Rusia y la pennsula escandinava. No hay que olvidar, sin embargo, que la proporcin de alza era muy diferente para todos los pases enumerados, particularmente para Espaa en relacin con la totalidad restante. En tiempos de los reyes catlicos, la tasa de la fanega de trigo, ya bastante elevada, era de 110 maravedes; con Carlos V, 240; 476 bajo Felipe II, hasta llegar a 952 maravedes a la muerte de su nieto. Y el precio real del mercado era continuamente superior al de la tasa, como en nuestros das en casos semejantes. Idntica alza vertical para todas las mercancas. En 1555 la fanega de judas vala 272 maravedes; doce aos ms tarde 442. Los procuradores en Cortes de Madrid, ao 1598, representaron que en el transcurso de doce aos la vara de terciopelo haba aumentado ms del doble; que el pao fino de Segovia costaba tres ducados y entonces cuatro ms; que se pagaban veinticuatro reales por un sombrero de fieltro que poco antes slo vala doce. As en todos los rdenes.

    En los primeros momentos el alza de los precios benefici a los arrendatarios y cultivadores de la tierra en general, arruinando a la nobleza, principalmente la media e inferior13, cuyos ingresos por concepto de arriendos permanecieron estables o aumentaron slo desproporcionadamente. Est confirmado por la conocida extensin de los cultivos hasta la insurreccin de las Comunidades y Germanas, la introduccin de otros nuevos y la propagacin a regiones que antes los desconocan. Andaluca empieza a cultivar algodn y en Galicia fomntanse las plantaciones de lino. La nobleza va empobrecindose a medida que se enriquecen los cultivadores de la tierra. Al mismo tiempo se enriquecen y extienden las industrias. El alza de los precios no estaba determinado solamente por la baja de la moneda; a ella contribua tambin el aumento de la demanda de toda clase de artculos. Las expediciones de conquistadores y las colonias fundadas por ellos estaban siempre sedientas de mercancas, que podan pagar a cualquier precio. Adems, los envos de metal precioso hechos particularmente por los conquistadores, ms el volumen ensanchado de la moneda circulante, debi tambin aumentar la demanda de productos en el mercado espaol mismo. Que la industria prosper considerablemente durante los primeros aos del descubrimiento y la colonizacin de Amrica, no cabe la menor duda. En las propias colonias antillanas, en Mxico y Per, trasplantes de cultivos e industrias peninsulares comenzaron a ser explotados con xito. Pero el crecimiento se troc pronto en decrecimiento, y la industria espaola, que debi desarrollarse como ninguna otra y convertirse en la primera industria capitalista, result finalmente arruinada. Este fenmeno, en cuya base est el origen de la decadencia, presenta grandes dificultades de interpretacin, sobre todo no pudiendo disponer sino de materiales escasos y de segunda mano. Sin embargo, en los efectos y consecuencias producidos por la ruina, bastante conocidos, se encuentra base para inducir sus causas.

    Dos de los efectos de la crisis de precios fueron el empeoramiento de la calidad de los productos manufacturados, y un retroceso de la agricultura en beneficio de la ganadera trashumante regentada por la Mesta. En tiempos de Carlos V los procuradores en Cortes empezaron a quejarse de la mala calidad de los paos y de los perjuicios sufridos por los labradores a causa de los privilegios y los abusos de la Mesta. Pedan disposiciones que corrigieran los defectos, pero se les hizo odos de sordos. Es probable que el empeoramiento de la calidad fuera inicialmente un mtodo especulativo de fabricantes y artesanos para satisfacer el aumento de demanda y abarcar mayor suma de beneficios, pero como consecuencia, tanto en Espaa como en las Indias, las mercaderas extranjeras, mejores de calidad, no tardaron en ser codiciadas. Sin tener en cuenta la disminucin de la demanda de mercancas espaolas que debi causar el contrabando introducido directamente en las Indias desde otros pases, en las riberas del Guadalquivir y la costa 13 Maldicin del siglo nuestro que parece que el ser pobre al ser hidalgo es anejo. (Cervantes).

  • andaluza, el nmero de alijos de mercancas sustrados al control de la Casa de Contratacin fue en aumento durante todo el siglo XVI14. Pertenecan de preferencia a comerciantes extranjeros. Estos estaban, adems, en condiciones de competir ventajosamente en precios con los espaoles, los que sufran el alza debida a los arribos de oro, a ms de los inmensos tributos con que continuamente eran gravados. Puede tenerse una idea por los recargos sobre las materias primas a principios del siglo XVII. Una arroba de velln pagaba ms del 25% de su valor antes de llegar al fabricante; la seda bruta el 60%. Y como el valor del dinero haba descendido mucho ms en Espaa que en el extranjero, las materias primas de la pennsula costaban barato compradas por comerciantes flamencos, genoveses o ingleses, lo que provocaba su salida. Sus mercancas, por el contrario, podan ser ofrecidas en Espaa y las Indias a precio inferior, con utilidad mayor. La baja de la calidad se agrav entonces como un recurso de las manufacturas espaolas para competir en precios con las extranjeras. Mal recurso; a la larga la demanda de mercancas extranjeras aumentara, a despecho de la proteccin gubernamental a las espaolas. Esta proteccin era prcticamente nulificada por la baja continuamente pronunciada del valor de la moneda. Pero pronto se convirti en un ataque directo en forma de impuestos sobre cada transaccin comercial, y sobre el capital. En 1594, sobre 1.000 ducados de capital se pagaban 300 de impuesto. En la misma fecha se trabajaban 6.000 arrobas de lana donde antes se trabajaban 30.00015. Las manufacturas espaolas, perdiendo continuamente rentabilidad, en lugar de desarrollarse, entraron en la pendiente que las llev a la desaparicin casi completa. Convertirse en intermediario o en cmplice de los comerciantes extranjeros lleg a ser ms beneficioso que producir y vender directamente. As, los descubrimientos geogrficos que favorecieron la transformacin de las manufacturas europeas en industrias, arruinaron las espaolas hundiendo el pas en la cisterna de la descomposicin.

    Se llega a la certidumbre de que la raz de la decadencia se encuentra en los cargamentos de metales ricos procedentes de Amrica. No porque los espaoles, como pretende la ridcula leyenda, vindose colmados de oro, se dieran a la holganza por placer o aristrocratismo. Todo lo contrario. Espaa no conoci nunca tanta miseria como despus de los grandes arribos de oro y plata. Estos, en un medio econmico que apenas insinuaba la desaparicin del feudalismo, con el reducido numerario que caracterizaba entonces a todos los pases, crearon una fantstica inflacin monetaria que empuj en direcciones opuestas el costo de la vida y los ingresos de las clases laboriosas. En todas las sociedades basadas en la propiedad privada, el impulso determinante del trabajo y del desarrollo tcnico es la utilidad. Desorbitando las relaciones que los regan, los cargamentos de metales trajeron consigo la paralizacin del trabajo en Espaa. Ni los obreros ganaban suficiente para comer, ni los comerciantes y manufactureros para aumentar sus negocios. Mal colonizados an los pases nuevos, el mercado interior representaba la mayora del comercio. Pero fue precisamente este mercado el que desbarat repentinamente la inflacin monetaria auxiliada por la poltica gubernamental, a partir del primer Austria. Cuando los mercados americanos empezaron a tener gran consideracin, Espaa estaba totalmente arruinada. De ah que la colonizacin, que en los primeros aos prometa dar a los nuevos territorios parte de los medios econmicos y de la civilizacin existente en Espaa, se convirtiera pronto en una colonizacin principalmente parasitaria. Qu poda Espaa, arruinada y muerta de hambre, ofrecer a Amrica? Nada, sino pedirle ms y ms cargamentos de oro, donde los arbitristas de la poca y los intereses de la monarqua depositaban la fuente de la riqueza. Los pases de Amrica hubieron de seguir la trayectoria decadente de Espaa y dejarse adelantar por las colonias inglesas y francesas. As como la situacin actual de Espaa arranca del choque econmico originado en el descubrimiento de Amrica, las lacras y el retraso de los pases hispano-americanos arrancan de la decadencia de Espaa.

    El oro y la plata slo sirvieron para satisfacer las necesidades polticas de la monarqua, en contradiccin completa con las del pas, y para dar origen a una especulacin internacional extraordinariamente desventajosa para el mismo. Los banqueros y comerciantes de toda Europa especulaban sobre los metales y las mercancas espaolas. En Lyn, Francfort, Gnova, Amberes y Londres se vendan con grandes beneficios, crditos comprados en Espaa16. E inversamente, pero siempre con desventaja para Espaa, a causa de la balanza desfavorable de los cambios. Las monedas espaolas tenan un valor real para la compra de mercancas mucho ms elevado en cualquier parte de Europa que en la pennsula. Los propios comerciantes espaoles tenan que estar interesa dos en comprar mercancas en el extranjero. As se produjo aquella desproporcin entre la cantidad de oro y plata existente, de una parte, y la de 14 C. H. Haring: Comercio y navegacin entre Espaa y las Indias. 15 L. von Ranke: La monarqua espaola de los siglos XVI y XVII. 16 H. Hauser et A. Renaudet: Les dbuts de lge moderne.

  • mercancas producidas, de otra, que determin la salida de los metales hacia plazas extranjeras, donde la relacin entre ellos y las mercancas era cosa real, o al menos no tan ficticia como en Espaa17.

    Al recibir el impacto de este choque, que debe ser considerado como la primera conmocin financiera del capitalismo, pereci la economa espaola, al mismo tiempo que de sus ruinas se alimentaban otras industrias allende el Pirineo y el canal de la Mancha. Aun al finalizar el siglo XVI se conservaban bancos en Sevilla, Granada, Toledo, Segovia, Barcelona. En 1622 quebraba el ltimo que tena Sevilla un tal Jcome Mateo18.

    La crisis financiera e industrial fue tan profunda que ni siquiera el campo pudo resistir. Pasado el primer momento de bonanza, el enriquecimiento de los labriegos y la extensin de los cultivos cedi el paso a un movimiento inverso. La ruina de los estratos inferiores de la nobleza slo dio origen a una reducida clase de nuevos propietarios ricos que pronto hicieron alianza con la alta nobleza y se inclinaron, como ella, ms a la ganadera que a la agricultura. La masa de la poblacin agrcola sufri los mismos perjuicios que las clases urbanas, por extensin de las propias causas. Durante la segunda mitad del siglo XVI, la tierra es cada vez menos productiva. Los jornaleros son arrojados en la miseria y el vagabundaje; los labriegos, si no pueden incorporarse a la ganadera trashumante, se arruinan. En muchos casos prefieren la crcel a seguir cultivando la tierra. Habiendo proporcionado el desarrollo anterior de la industria textil grandes utilidades a los ganaderos, los agricultores ms pudientes precipitronse al cultivo del ganado lanar. Este era el nico que prosperaba, mientras la industria y la agricultura se desintegraban. Si Toms Moro deca que Inglaterra era el pas donde las ovejas se coman a los hombres, en Espaa hubiera podido decir que se coman ciudades enteras. Este mismo fenmeno de la extensin de la ganadera en perjuicio de la agricultura y de los hombres ocupados en ella, prodjose un poco despus en Inglaterra y Francia. Pero mientras all el ganado lanar suministraba materia prima a la industria del pas, acrecentndola y capacitndola para absorber, aunque lentamente, el excedente humano expelido por el campo, en Espaa la industria fue gradualmente incapaz de asimilar la materia prima y los hombres. Ello agrav an ms la situacin de la economa urbana. Las lanas de la poderosa Mesta hubieron de desviarse hacia los telares de Inglaterra, Flandes y Lyon. Y al amparo de la ruina de los labriegos, la tierra se centraliz en manos de la nobleza y algunos propietarios ricos, ms que en plena Edad Media.

    La descomposicin alcanz a todas las clases laboriosas del campo y la ciudad. El memorial de la Universidad de Salamanca, redactado cuando la propia estulticia de las altas esferas no poda cerrar los ojos ante el ahogo general del pas, da una imagen ttrica de Espaa, valedera para la segunda mitad del siglo XVI, y an para antes: Viendo que ya no hay en qu ganar un real, no quieren enlodar a sus hijas e hijos, sino que estudien y que sean monjas, clrigos y frailes, porque el oficio ha venido a ser maleficio y de oprobio para el que lo tiene, pues no le sustenta. He ah el venero real de nuestra hidalga haraganera, de la santa catolicidad espaola, e incluso del misticismo.

    Pero el mal vena de atrs, de bastante atrs. Si durante el reinado del primer Austria los efectos de la ruina no se hicieron sentir muy gravemente, en l germinaron y tomaron cuerpo sus causas. El sombro Felipe II, con toda la pesadez de su espritu y de su inmensa mquina burocrtica, presinti ya la catstrofe. Vivi en continua bancarrota financiera, vendiendo con mucha anticipacin los cargamentos de oro de las Indias y las rentas de la Nacin, para sostener empresas descabelladas como las de Flandes e Inglaterra, y aquella de la comunicacin terrestre entre Miln y Flandes de la que vivan a costa de Espaa legiones de nobles y mercenarios bravi en Italia, Austria, Alemania y Hungra misma. Pudrindose ya en el Escorial, sus cartas sobre la situacin del pas exhalan el mismo olor ftido que su cuerpo. El resultado de su gestin administrativa es macabro. Ruina financiera del Estado, decadencia de la agricultura, descomposicin de la industria, extensin enorme del vagabundaje, la miseria y la despoblacin, omnipotencia de la Inquisicin en una Europa que va pronto a sustituir la ciencia a la religin, atona general del pas y retroceso de la cultura. Si hubiera que elevar monumentos de infamia a los hombres funestos, Felipe II tendra uno de los principales de la historia. Y al pie de su mscara qui ne riait point19 habra que escribir las palabras del Consejo de Castilla en la consulta de 1619: ... Qued el pas tan lacerado que las casas se caen y ninguna se vuelve a edificar, los lugares se yerman, los vecinos se huyen y se ausentan y dejan los campos desiertos.

    La ruina fue rpida, completa, tocando la barbarie casi en el siglo XVIII. Martnez de la Mata enumera diez y nueve gremios desaparecidos en 1655, algunos tan importantes como los oficios del hierro, acero, plomo, estao, los

    17 Quevedo rima sobre el oro: Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaa, viene a morir en Espaa y es en Gnova enterrado. Con su tono serio, Baltasar Gracin refiere que las recuas de comerciantes extranjeros regresaban cargadas de oro. 18 Colmeiro: Historia de la economa espaola. 19 Que nunca rea, palabras de Charles De Coster en la Lgende dUelenspiegel et Lamme Goedzak.

  • calafates y carpinteros de ribera. La miseria y la escasez reinaban por doquier, salvo entre la gente de iglesia y la nobleza. Un viajero que recorri toda Europa se asombra al entrar a Espaa de las dificultades para encontrar un huevo o un pedazo de carne. Las cosas bellas y buenas son aqu muy raras, todo es caro, todo grita miseria, mientras que nosotros gritamos al hambre y al ladrn20.

    Naturalmente existieron causas poderosas para llegar a ese agotamiento, pero la decadencia fue apoyada con sin igual tenacidad por la poltica de la monarqua sostenida por la Iglesia y la nobleza.

    En otros pases, el progreso social y el crecimiento econmico fue dado por un alianza entre los cultivadores prsperos, la burguesa manufacturera y la masa trabajadora de los gremios, contra la nobleza primero, ms tarde contra la monarqua, o contra su base feudal como en Inglaterra. En Espaa la primera etapa fue una victoria temprana y brillante para las nuevas clases; la segunda una catstrofe. Sobre las causas econmicas ya sealadas, aadise la derrota de la insurreccin de las Comunidades y Germanas. La nobleza, cuyo dominio haba sido muy mermado por las clases plebeyas, plegse en torno a la monarqua para salvar como gracia una situacin que por propia fuerza le era imposible sostener. El ataque de las ciudades sell contra ellas la alianza de la monarqua, la nobleza y el clero. Uno de los hechos iniciales de la decadencia est en la derrota de Villalar.

    Las peticiones de los comuneros de Castilla y de los agermanados valencianos, as como la composicin social de sus ejrcitos, denotan un movimiento de la burguesa manufacturera apoyada en los gremios y en la poblacin baja del agro. Esta ltima era la base militar de las Germanas, mientras en Castilla un tundidor presida la junta subversiva de Tordesillas. Las reclamaciones y peticiones de unos y otros estn impregnadas de un gran vigor y clarividencia en cuanto a las necesidades del progreso y del pas. Saneamiento de tributos, anulacin de las gabelas feudales, franquicias a la circulacin de mercancas, eliminacin del sistema feudal de justicia, exoneracin de la inquisicin y la Iglesia en general de los asuntos judiciales y polticos, prohibicin de vender los cargos oficiales, vuelta a la milicia popular que cincuenta aos atrs haba aterrorizado a los nobles21. Nobleza, monarqua e iglesia, fueron unnimes contra los sublevados. Adelantndose cuatro siglos al cristianismo celo de Franco, los seores de Valencia emplearon contra la milicia popular de las Germanas, a los moriscos que poco despus hablan de ser expulsados y saqueados por ellos.

    Sin embargo, la derrota de las ciudades no puede considerarse decisiva para la evolucin de Espaa hacia el capitalismo moderno. Derrotas ms fuertes hnse visto en la historia, de las cuales se rehace un partido. Pero no cabe duda que de ah arranca la combinacin poltica que favoreci la decadencia e hizo de Espaa el campen de la reaccin coetnea europea. La derrota de las ciudades coincidi con las primeras distorsiones de la crisis econmica. Las clases laboriosas, que por la rebelin quisieron eliminar las trabas impuestas a su desarrollo, fueron sometidas, ms que en los anteriores cien aos, al molde contrahecho del feudalismo. Y como el mal econmico fuera agravndose, al instalarse la pobreza y el vagabundaje all donde antes existiera trabajo y plenitud, si no abundancia, la capacidad de lucha de las clases laboriosas disminuy en lugar de aumentar. Habran podido salvarse de los primeros efectos econmicos y volver a la carga si la monarqua no hubiese redondeado con su poltica la catstrofe econmica.

    Paralelamente a ella, adems, se puso en ejecucin desde el poder una sangra y un desarraigo continuo de la poblacin laboriosa. Primero fueron los judos, despus de los moros de Granada y los marranos, ms tarde los moriscos. Mientras ms profunda era la crisis econmica, ms se generalizaba la poda de estratos sociales activos. Aadindose a ello la poltica econmica y tributaria, las trabas siempre recargadas al comercio y a la industria y las guerras dispendiosas, el golpe inicial de la crisis financiera, lejos de ser subsanado, repeli para mucho tiempo el pas del grupo de las naciones avanzadas.

    El pueblo, que por instinto ve frecuentemente ms claro que los gobernantes, anatematizaba con su sarcasmo los males corrientes: Tres santas y un honrado tienen al reino agobiado, a saber, la Santa Hermandad, la Santa Cruzada, la Santa Inquisicin y el Honrado Concejo de la Mesta. Y tambin, Qu es Mesta? Sacar de esa bolsa y meter en sta. No faltaron intentos valientes de rectificacin, pero fueron demasiado espordicos y sin homogeneidad nacional para permitir un enderezamiento del pas. Comunidades y Germanas, insurrecciones en Andaluca, las Alpujarras, Aragn, Catalua, Portugal, motines en Madrid, bajo Felipe IV, atestiguan la oposicin y la continua resistencia a la monarqua. La miseria general ayud a sta, impidiendo una accin simultnea de las clases urbanas y campesinas. Sin excepcin, los descontentos fueron aplastados para dejar paso y pasto libres al clero y la nobleza. Los privilegios y 20 Un voyage en Espagne au dbut du rgne de Charles II. Annimo publicado por R. Foulcli-Delboac. 21 Manuel Danvila: Historia de las Comunidades de Castilla.

  • posesiones de estos dos elementos eran mucho mayores al finalizar el siglo XVIII que al terminar el XV. De ah que las clases reaccionarias de la Espaa actual, incluyendo la burguesa, sean slo hijuelas, modernizadas apenas de aquellas que sumieron el pas en la degradacin, de donde el pueblo espaol trata esforzadamente de salir desde principios del siglo pasado.

    El siglo XVIII, con su cambio de dinasta, nada esencial aport, si no es la consagracin oficial de la sujecin de Espaa a las potencias europeas. Aunque totalmente arruinado y socialmente desmoronado, el pas haba conservado hasta entonces un tanto por la inercia del movimiento primero y otro tanto por la debilidad relativa de Inglaterra y Francia cierta intervencin y prestigio en los asuntos europeos. Perdidos stos definitivamente en la batalla de Rocroi, Espaa qued uncida al juego de las principales naciones del Continente. La guerra de sucesin dio estado legal a ese hecho. Si Luis XIV pretende aplanar los Pirineos instalando a su nieto en el trono de Madrid, Inglaterra lzase con Gibraltar, y su penetracin econmica en el pas va a ser pronto decisiva. La pennsula ser arena de lucha entre Inglaterra y Francia durante todo el siglo siguiente. A eso vino a parar el primer imperio manufacturero y burocrtico, bajo la frula monrquica de la Iglesia y la nobleza. Su triunfo fue un triunfo negro, aniquilador. Pero las fuerzas sociales y las tradiciones histricas que han acumulado contra s, darn al pueblo de las Comunidades y las Germanas, trocado ya en proletariado, un vigor y una voluntad invencibles; repetir los 19 de Julio hasta no dejar del pasado glorioso ms que pginas despreciables en los libros de historia.

    Los primeros calambres de regeneracin empiezan inmediatamente despus de los hueros ensayos ilustrados de Floridablanca y Campomanes. Apenas unos decenios de reposo, mal recalentado el estmago por una situacin ms normal y estable dentro de la miseria, reandase la lucha interior. Todava los soldados de Napolen no atraviesan la frontera cuando en Madrid prodcense motines contra el choricero, omnipotente favorito de la reina. No hay movimiento uniforme, falta opinin nacional, el campesino se conserva aptico y alejado de la poltica, se carece de una burguesa fuerte e inteligente; pero la intervencin napolenica va a estremecer de ira hasta los villorrios ms apartados, a dar al pas un motivo de lucha, caudillos mil salidos del pueblo, a devolverle la confianza en s mismo y a precipitar la uniformidad poltica de que an careca.

    Napolen se quejaba en el Memorial de Santa Elena de que, habiendo querido hacer un bien a los espaoles (en realidad al naciente imperialismo francs) desdearon el inters para no ocuparse ms que de la injuria, se indignaron ante la ofensa, se rebelaron ante la fuerza, todos corrieron a las armas. Los espaoles en masa se condujeron como un hombre de honor... Merecan mejor suerte! Tena importantes motivos para quejarse, puesto que segn l mismo esa infortunada guerra me perdi. No cito estas palabras del gran santn militar francs sino con la intencin de burlarme de aquellos pseudo-radicales espaoles, algunos de ellos socialistas, papanatas admiradores del Gran Corso que se dan un tinte revolucionario condenando la reaccin de las masas espaolas contra la invasin como una aberracin religiosa, como una lucha del fanatismo medieval contra el racionalismo de la revolucin francesa. En realidad, de la guerra contra Napolen arranca el renacimiento social, econmico, poltico y cultural del pas; ella le dio un impulso ms fuerte que cincuenta aos de evolucin pacfica. A partir de entonces comenz a ser quebrantado el dominio oprobioso de la religin sobre las conciencias. Los seores radicales que no lo han visto, se contentan con bien poco. Para ellos la revolucin francesa es Napolen; en cambio, un Robespierre o un Marat, no digamos un Hbert o un Babeuf, les sobrecoge de espanto. Son los mismos que han pasado por la guerra civil sin ver la revolucin, mejor dicho, combatindola. Simplemente, son extraos al contacto viviente del comn de los mortales, pesimistas incapaces de comprender la inmensa capacidad creadora contenida en los grandes movimientos de masas. Como Dios en el prlogo de Fausto, reneguemos de los pesimistas que ni siquiera saben rer.

    Es conveniente detenerse unos prrafos en la interpretacin de esta guerra, donde se gestaron las primeras modificaciones que han aupado y templado el espritu revolucionario del pas, ponindolo en primera lnea en las modernas luchas internacionales.

    Espaa haba ignorado la gran revolucin francesa. Slo pequeos crculos conocan sus ideas y simpatizaban con ellas. Las alteraciones y motines anteriores a la intervencin francesa, tenan motivos y visin puramente locales, sin conexin con las ideas del sufragio universal, el gobierno representativo, la abolicin de los privilegios de la nobleza y del clero, y la igualdad natural o ante la ley. Nada haca prever que el pas se viera pronto arrastrado hacia ellas en un movimiento de conjunto; faltaba lo esencial, como sigui faltando despus; una burguesa fuertemente enraizada y capaz de emprender la lucha con decisin. Napolen, tras recibir los poderes espaoles de las manos criminales de la Monarqua, la Inquisicin, los Consejos de Castilla y de las Indias, envi a su hermano Jos con una parodia de

  • constitucin por cebo, y rodeado de la corte de Carlos IV. Lo que ocurri en seguida es universalmente conocido. El pas ardi en las cuatro direcciones, millares de grupos guerrilleros surgieron por doquier, como nacidos de la tierra. La poblacin en masa, salvo la nobleza y el clero, formaba un ejrcito activo contra las tropas de intervencin. El 2 de Mayo no produjo slo una insurreccin contra las tropas de Murat; destruy los viejos poderes y dio la seal para la constitucin de otros nuevos. Al tomar la iniciativa, las Juntas principales eran una fuerza revolucionaria a pesar de sus miserias, sus contradicciones y sus querellas. No tenan otro apoyo que el pueblo en armas. Dondequiera que la accin de los nobles y el clero, obligados por la insurreccin general a declararse por el pueblo, no logr contrarrestar la iniciativa de la masa, las Juntas tomaron medidas revolucionarias. Es preciso tergiversar la historia y haber perdido la confianza en los valores humanos ms elementales para no ver en esa lucha magnfica otra cosa que fanatismo religioso y aversin a los principios de libertad22.

    Trataba acaso Napolen de imponerlos en Espaa? De haberlo querido habra sido aclamado como libertador. El primer impulso del pueblo hacia el antiguo general de la revolucin, fue de simpata. Se revolvi contra l nicamente al descubrir su verdadero propsito. Prisionero de los ingleses, Napolen confesaba haber enviado a Espaa una expedicin de castigo. Quera vengar los agravios que los Borbones le infirieran, e impedir toda posibilidad de ataque britnico por la pennsula. Cometi el error de identificar al pueblo con los Borbones, y la barbarie de castigar a los Borbones en el pueblo. Sus proyectos y reformas anti-feudales, en cambio, no pasaron de una mascarada. Por eso el pueblo se le opuso como un solo hombre, e hizo ms; recogi las ideas que l agitaba slo como una aagaza, y dio a Espaa, por primera vez desde el siglo XV, un rgimen de libertad.

    El resultado principal de la guerra contra Napolen, consisti precisamente en la introduccin en gran escala de los principios liberales. La bandera le fue arrebatada a Napolen. Ms importante a la larga fue la profunda sacudida experimentada por la poblacin, que quebrant el localismo sedentario de la decadencia. La masa adquiri alguna conciencia, comprob su propia fuerza y se vio incorporada a la poltica.

    Si la proteica Constitucin de Cdiz no dur gran cosa y la reaccin borbnica volvi a sus fechoras apenas repuesta en el poder, son ya hechos de ndole diferente cuya principal causa es la escasa densidad numrica y econmica de la burguesa, y su ms escasa densidad de nimo. Pero antes de la guerra ni siquiera caba hablar de reaccionarios o serviles, y de liberales. Tampoco Napolen hubiera podido modificar de un ao para otro la naturaleza de la sociedad espaola. La guerra no perdi por ello su valor altamente progresivo. Es sabido de todo el mundo que Fernando VII no pudo establecer el poder absoluto sin enviar a la horca las principales cabezas de la guerra: Juan Martn El Empecinado, Lacy, Riego, etc.

    Un pueblo recio y arrojado, prdigo en rebeliones y motines, siempre carente de direccin capaz, es la tnica permanente de las clases pobres espaolas durante los siglos XIX y XX. Por eso se nota en la mayora de sus luchas un carcter defensivo. Ambas caractersticas se han conservado hasta hoy. Durante el perodo revolucionario ltimo, cuantos hombres han ocupado puestos dirigentes, estuvieron muy por debajo del cometido histrico y hasta de las necesidades ms urgentes del momento. En una palabra, un pueblo que despierta entusiasta admiracin, y dirigentes que slo desprecio inspiran; he ah el rasgo ms persistente de las luchas sociales espaolas. La catstrofe de la guerra civil supera en proporciones a todas las derrotas que los pseudorrevolucionarios han deparado a las masas.

    Y si dentro del nivel elevado de conciencia que han alcanzado las masas espaolas, sta ha sido la ms reciente realidad, durante el siglo XIX, despertando sbitamente del sopor, la ausencia de direccin fue mucho ms visible y menos contrarrestada por el grado de radicalizacin de las clases pobres. As, si no infructuosos por completo, los esfuerzos de estas ltimas, ininterrumpidos casi desde la invasin napolenica hasta la restauracin de 1874, resultaron costossimos. Ciertamente, la burguesa era dbil, pero adems cobarde polticamente e impregnada del decadentismo dominante. Una clase dbil, aprovechando circunstancias tan excepcionalmente favorables como las brindadas por la guerra mencionada y por las guerras carlistas ms tarde, puede extender rpidamente su dominio poltico y su economa domstica. Pero la mayora de los liberales queran un constitucionalismo a lo Luis-Felipe sin pasar por la Convencin, sin expropiaciones agrarias y sin guillotinas. Y como, por otra parte, la nobleza terrateniente posea en la rudimentaria economa capitalista espaola tanta o ms parte que la burguesa propiamente dicha, los liberales, encadenados por sus prejuicios contra la violencia y la expropiacin, perdan el poder tantas veces como

    22 Vino Napolen y despert todo el mundo, escribe Galds en su Empecinado, al mismo tiempo que pone de relieve el desprecio del pueblo por el viejo ejrcito monrquico y la popularidad de la palabra Constitucin.

  • eran empujados a l, sin haber destruido el feudalismo. El pas, pugnando por incorporarse al concierto de la moderna economa europea, era lanzado atrs despus de cada intento. Aun en los momentos de guerra civil, cuando la monarqua, asustada, echaba mano de los liberales y era fcil a stos liquidar el feudalismo agrario, se comportaron en el poder como peleles manejados por la alta nobleza. Los carlistas son como si dijramos de casa, quejbase Larra23. Una especie de frente popular de los partidos de la poca, haca ms peligroso ser un intransigente renovador que un carlista, como bajo el gobierno Negrn era ms peligroso ser revolucionario que fascista. As transcurri todo el siglo, en guerras civiles, motines, pronunciamientos, miedosos ensayos constitucionales, y largos perodos de absolutismo. A pesar de los progresos indudables del siglo XIX, el balance crtico es altamente negativo. Una sangra y un esfuerzo sobrehumano del pueblo, disiparon se en manos de los liberales hasta dar en el feto constitucional de la restauracin. Ni siquiera en el ltimo perodo, cuando ya haba partidos que osaban llamarse republicanos, supieron aprovechar el poder, al venrsele a las manos el ao 1873, para dar a su clase y a la Repblica una slida base econmica.

    El pas prosper y se moderniz algo, pero principalmente por aburguesamiento de la nobleza y la Iglesia, obligadas a hacer inversiones capitalistas. Las reformas poltico-sociales apenas pasaron de la corteza. La burguesa de origen sigui siendo reducida en nmero y riqueza; ms bien debe hablarse de pequea burguesa, inclusive en Catalua. Algunas embarazosas supervivencias del feudalismo fueron suprimidas, aument el nmero de industrias y el de obreros empleados en ellas, as como el rea cultivada del pas, disminuy el analfabetismo, y en los medios urbanos prodjose un cierto renacimiento intelectual; pero las dos principales y ms onerosas supervivencias feudales, sin suprimir las cuales el pas no poda pasar de una semicivilizacin, atravesaron indemnes este largo perodo de agitaciones. Nadie se atrevi a hablar seriamente de destruir los latifundios y la preponderancia del clero. Tras cada etapa de agitacin, estos males retrotrajeron el pas al indeferentismo poltico de la decadencia. En una palabra, nuestros liberales del siglo pasado fueron ms parlanchines que osados, ms conspiradores de calavera y club franc-masn que revolucionarios, ms figurantes polticos que reformadores. Su gestin gubernativa, vivamente ansiada, provoc siempre el descontento por tmida y respetuosa con la reaccin. Nada positivo y firme en s dieron a la estructura social y a la superestructura poltica del pas. Nos transmitieron hasta el siglo XX las llagas de la decadencia. Con todo, somos deudores a sus escarceos polticos de haber removido uniformemente la conciencia de las masas del pas, interesar al obrero, al bracero y al campesino, en los asuntos pblicos. Si ellos no supieron hacer nada con esa floracin de la conciencia, si su actuacin redjose en suma a garabatos legalistas, y por su culpa las cosas volvan siempre atrs, las intermitentes sacudidas colectivas prepararon excelentemente el terreno para las grandes sacudidas revolucionarias de nuestros das. Cada vez en mayor escala, cada vez con mayor mpetu y fuerza determinante, las masas espaolas han intervenido desde entonces en la poltica.

    El renunciamiento y la resignacin cristiana caractersticos de la decadencia han cedido el puesto a sus contrarios. No podemos negar a los liberales del siglo XIX la parte que les corresponde en este importantsimo cambio. El ha dado a las masas pobres espaolas una vitalidad increble, productora de cinco insurrecciones en treinta aos, una obstinada guerra civil, numerosas colisiones menores, infinidad de huelgas polticas y otros triunfos parciales. Ni la victoria de Franco lograr abatir ese espritu indomable que se venga ahora de siglos de derrota, desprecio, miseria y humillacin. Franco no tiene tras de s ms que las fuerzas ptridas de la decadencia; l mismo es, familiar, profesional y personalmente una astilla del viejo tronco carcomido y sin savia. Su dominio ser efmero. Las masas espaolas han adquirido un temple que les impide la renunciacin. Quieren tener su puesto en la vida, en la historia, y lo conquistarn. Su derrota ha sido dura, muy dura, pero es precisamente la masa lo nico que moralmente se ha salvado de la misma. Hombres que se han educado al calor de la derrota, que llevan en su entraa la brasa ardiente de la guerra civil, seguirn incansables para recomenzarla de nuevo, hasta precipitar el capitalismo en la barranca de los muertos. En la Europa hirviente y larvada de la actualidad blica, Espaa no es el polvorn agotado. La guerra va a producir insurrecciones sin cuento. Las masas pobres de la pennsula no se quedarn atrs, porque desde hace aos estn a la vanguardia de la lucha por la revolucin socialista. Volvern a la carga con violencia centuplicada, y desempearn un importante papel en la historia de las revoluciones proletarias venideras.

    23 23. Segunda carta de un liberal de ac a un liberal de all.

  • CAPTULO II

    FISONOMA ESTRUCTURA L DE ESPAA

    Las modificaciones estructurales ocurridas en Espaa durante los tres primeros decenios del siglo XX, son una premisa orgnica de la crisis revolucionaria y de la guerra civil. Un elemento inexistente en el siglo XIX, el proletariado industrial, entra en accin con personalidad y aspiraciones independientes, a partir de la huelga revolucionaria de 1909. Su energa va a ser la fuerza impulsora de todos los movimientos sociales, inclusive de aquellos que aparecen con la mascara bonachona y engaosa del republicanismo.

    Cierto, desde la revolucin de 1848, cada vez que se ofrece la oportunidad de combatir la reaccin mediante las armas, los obreros y artesanos suministran los ncleos mas decididos La Internacional, apenas fundada, tuvo en Espaa una seccin, pero de proletariado industrial y de plenitud de las organizaciones obreras, no puede hablarse hasta el siglo actual. Ya muriente la Primera Internacional, la seccin espaola quem sus cartuchos en la aventura intrpida, pero balda, de la insurreccin cantonal. Durante ms de dos semanas, los obreros de Cartagena tuvieron en jaque al general Martnez Campos. Con los valientes cartageneros termina el perodo primitivo de la organizacin obrera en Espaa.

    El siglo actual da acceso a una fase superior. El capitalismo europeo vive sus momentos prsperos. La euforia del progreso tcnico, de las conquistas econmicas, del sistema parlamentario, da la base para el reformismo ministerial de la Internacional Socialista. Por repercusin del progreso europeo, el capitalismo gana terreno en Espaa, a pesar de las trabas del sistema monrquico clrigo-caciquil. En buena parte es capital extranjero, principalmente ingls, invertido en minas, plantas generadoras de fuerza motriz, ferrocarriles, tranvas elctricos ms tarde. Pero tambin los capitales espaoles se multiplican y extienden sus inversiones. En cualquier forma, resulta una importante elevacin del nivel industrial y la formacin de una clase proletaria que va a insuflar su propio esfuerzo a las prximas luchas polticas.

    Catalua transforma en industrias sus manufacturas, que haban sufrido menos los efectos aniquiladores de la decadencia. Y es en Catalua donde se produce el primer gran choque poltico en que el proletariado toma la iniciativa y parte preponderante. La huelga general revolucionaria de 1909 fue una soberbia entrada en escena de los obreros industriales. Babe de ira la reaccin, y escupi su enojo sobre los revolucionarios desde los caones de Montjuich. Fue vencido el movimiento, y la represin tan brbara como de consuno en los apologetas del orden y la hermandad cristiana; qued el ejemplo, muchas veces seguido despus, de una huelga general directamente provocada por acontecimientos polticos. No consigui detener los transportes de tropas enviados al frica, pero dio un elevado ejemplo de conciencia de clase y de aversin a las aventuras imperialistas del capitalismo.

    Tanto las cualidades como los defectos mostrados por el movimiento obrero espaol, se encuentran rudimentariamente en la huelga de 1909: accin rpida, combatividad tesonera, anticlericalismo, conciencia poltica; pero tambin infeudacin ilusa al republicanismo burgus causante principal del fusilamiento de Ferrer, atolondramiento anarquista, cobarda o desercin social-demcrata, ausencia de direccin firme. Pese a todo, el proletariado espaol ser en adelante extraordinariamente sensible a la poltica, cualidad la primera en toda clase revolucionaria. Sus ms poderosos y bellos movimientos los provocarn ms directamente reivindicaciones polticas que econmicas.

    La primera guerra imperialista sorprende a Espaa en un estado de relativa bonanza. La neutralidad, conservada a pesar de los devaneos germonfilos de las clases gobernantes, permiti, a favor de la posicin geogrfica, incrementar el comercio de exportacin en grado desconocido antes, y aumentar el consumo interior de productos industriales.

  • Hubo ensanchamiento de la industria, y del proletariado, consecuente mente. Un desarrollo industrial provocado fundamentalmente por las demandas extraordinarias de guerra, tena forzosamente que tropezar con serias dificultades al cesar stas. Pero la actividad industrial permiti tambin ensanchar la capacidad adquisitiva del pas, y dar ms salida interior a los productos industriales. Sin dejar de ser un pas agrario y retrasado, las adquisiciones efectuadas dieron a Espaa la fuerza econmica y el elemento social necesario para lanzarse por el camino de la revolucin socialista. Dejemos hablar un poco a las cifras para observar la fisonoma econmica y social del pas sobre la cual se desenvuelve la crisis revolucionaria de 1930 a 1939.

    Las primeras demandas de la guerra favorecen la industria textil. He aqu el valor de sus exportaciones solamente, en millones de pesetas24:

    El perodo de la guerra se caracteriza por un aumento considerable del volumen de las exportaciones con relacin a

    las importaciones. Las cifras para las principales ramas son stas: Exportaciones (en millones de pesetas)

    Por primera vez el comercio exterior arroja un saldo favorable durante cinco aos consecutivos:

    Al mismo tiempo que las exportaciones, se desarrollan las importaciones, sobre todo de maquinaria, artculos

    elctricos y elementos de produccin en general. Proceden preferentemente de los Estados Unidos. El margen favorable del comercio exterior es mucho ms positivo considerando que una buena parte de las importaciones comprenda materiales destinados a la extensin industrial.

    La industria extractiva duplica largamente el valor de sus productos, en cinco aos:

    24 Las cifras han sido tomadas, de preferencia, del Anuario Estadstico de Espaa, editado por la Presidencia del Consejo de Ministros. En algunos casos he recurrido a otras fuentes.

  • En la industria de transformacin el aumento es an ms sensible:

    Sube la produccin de cido sulfrico, sulfato de cobre, azufre, coke, aglomerados de carbn, y sobre todo, de

    hierro y acero. La produccin de hierro pasa de 297.000 toneladas en 1913 a 528.237 en 1925. Quiz mejor ndice que ningn otro del progreso industrial efectuado durante el perodo que tratamos, es el

    desarrollo de la industria elctrica. La produccin de energa, que en 1913 era de 62.483 Kws.h., pasa en 1920 a 228.364; en 1927 alcanza 332.706 Kws.h. Y el potencial total de la misma se expresa como sigue:

    Es sin duda la adquisicin ms positiva hecha por Espaa durante este siglo, por las posibilidades de mayores y

    ms modernas instalaciones industriales que permite. Como consecuencia de esta actividad industrial, la marina mercante, que dispona en 1914 de 877.000 toneladas,

    tiene ya 1.094.000 en 1922 a pesar de 210.000 toneladas hundidas durante la guerra de 1914-18. Faltan datos especficos para observar el desarrollo de la produccin y del nmero de instalaciones de la mayora

    de las industrias. Las estadsticas espaolas son pobrsimas en este aspecto, y frecuentemente contradictorias. Los anuarios internacionales, basados en los espaoles, no sirven de mejor ayuda. He aqu, sin embargo, una importante estadstica global dada por el Anuario de la Presidencia del Consejo de Ministros. En ella se hace constar que hay un nmero indeterminado de sociedades pequeas no incluidas en la cuenta:

    El progreso industrial es notable, pero Espaa sigue siendo un pas atrasado y muy predominantemente agrcola.

    Segn El Financiero del 18 de noviembre de 1921, Espaa contaba con una riqueza industrial (minera incluida) de 10.000 millones de pesetas, contra 119.945 millones de riqueza agrcola.

    He tratado intilmente de encontrar cifras exactas de la composicin de clase de la poblacin, principalmente de la proletaria y campesina. A las estadsticas oficiales no les preocupa este problema. Hay que limitarse a aproximaciones basadas en los datos de que se dispone.

  • Para algunas ramas de la industria se encuentran cifras que no pueden darse sino con muchas reservas, porque los datos calculados por otras fuentes introducen la duda sobre su exactitud.

    En 1920, la industria textil empleaba 100.000 trabajadores en 65.000 telares distribuidos en 300 fbricas. Se trata exclusivamente de la rama algodn; no es posible saber nada sobre el nmero de obreros en la industria de tejidos de lana, estambre, seda, lino y mezclas. En la misma fecha, las secciones de laboreo y beneficio de la minera ocupaban 156.639 obreros. La industria pesquera incluyendo la construccin de barcos para la misma, da una cifra aproximada de 125.000 hombres. Para la industria del transporte, un dato de 1910 seala 154.580 empleados. Todas estas cifras estn por debajo de la realidad al iniciarse el periodo revolucionario. Se carece de datos ciertos para una parte de la industria textil, la totalidad de la metalrgica, la elctrica, las de construccin, alimentacin y vincola, para las construcciones y transportes martimos, para las industrias forestales y agrcolas, elaboracin de madera, industrias tabaquera, cerillera y otras menores. Faltan igualmente cifras que estimen el nmero del proletariado agrcola, los campesinos pobres y medios. Se puede, no obstante, hacer un clculo aproximado basndose en una estadstica de la poblacin por ocupaciones, correspondiente al ao de 1910. He aqu las cifras para las categoras sociales que nos interesan:

    Basndose en la estadstica anterior y teniendo en cuenta que el perodo de mayor crecimiento industrial se sita

    entre 1910 y 1930, se puede deducir sin exagerar, que en vsperas de los grandes desgarramientos polticos, haba en Espaa entre 2 millones y medio, y 3 millones de trabajadores industriales y cerca de 5 millones de obreros agrcolas y campesinos pobres semijornaleros. La poblacin trabajadora agrcola permaneci estable, o disminuy proletarizndose, a causa de la intervencin de la maquinaria en los cultivos, y de la demanda de brazos en las ciudades. El artesanado y las manufacturas, que haban conservado una importancia considerable en la red econmica espaola, desaparecen casi por completo tras el impulso transformador del primer cuarto de siglo. El primero se funde con el proletariado; la segunda con la industria. El localismo y la indiferencia poltica, fomentados por el localismo de la produccin art