Ivan S. Turgueniev - Primer amor

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PRIMER AMOR IVÁN TURGUENEV Ediciones elaleph.com

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P R I M E R I V N

A M O R

T U R G U E N E V

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PROEMIO Los invitados ya se haban ido. El reloj dio las doce y media. Slo quedaban el anfitrin, Serguey Nicolayevich y VIadimir Petrovich. El anfitrin toc la campanilla y orden retirar lo que quedaba de la cena. -Entonces, est decidido- dijo, sentndose cmodamente en la butaca y encendiendo su cigarrillo-. Cada uno tiene que contar la historia de su primer amor. Le toca a usted, Serguey Nicolayevich. Serguey Nicolayevich, rechoncho, de pelo castao, cara fofa y redonda, mir a su anfitrin y luego levant la vista hacia el techo. -No tuve un primer amor. Empec directamente con el segundo. -Y cmo fue eso?

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-Muy fcil. Tena dieciocho aos cuando por primera vez empec a cortejar a una seorita encantadora. Pero lo hacia como si no fuese una novedad para m. As cortej despus a todas las dems. A decir verdad, a los seis aos me enamor por primera y ltima vez, precisamente de mi niera. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Los detalles de nuestra relacin se han borrado de mi memoria. Y aunque me acordase, a quin podra interesarle? -Entonces, qu hacemos?- dijo el anfitrin-. En mi primer amor tampoco hay nada extraordinario. Antes de conocer a Ana Ivanovna, mi mujer, no estuve enamorado. Todo march a mil maravillas. Nuestros padres concertaron la boda, inmediatamente iniciamos el noviazgo y nos casamos sin dilacin. Mi historia se cuenta en dos palabras. Yo, seores, tengo que confesar que, cuando propuse el tema del primer amor, lo hice pensando en ustedes, hombres no dira viejos, pero tampoco jvenes solteros. Bueno, usted, VIadimir Petrovich, no podra amenizar un poco la velada? -Mi primer amor, en efecto, fue poco corrientecontest despus de una pausa Vladimir Petrovich,

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hombre de unos cuarenta aos, de pelo negro, ya canoso. -Ah!- exclamaron simultneamente el anfitrin y Serguey Nicolayevich-. Mucho mejor. Cuntenoslo. -Bien... O mejor dicho, no voy a contarlo. No soy un buen narrador. Cuando narro, o soy lacnico y seco, o prolijo y amanerado. Si me permiten, voy a apuntar todos mis recuerdos en un cuaderno y luego se los leo. Al principio los amigos no estuvieron de acuerdo, pero VIadimir Petrovich insisti. Dos semanas despus se reunieron de nuevo y VIadimir Petrovich cumpli su promesa. Esto es lo que haba anotado en su cuaderno.

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Captulo I Tena entonces diecisis aos. Era el verano de 1833. Viva con mis padres en Mosc; ellos tenan alquilada una dacha en Kaluzhskaya Zastava frente al parque Nescuchnoye. Estaba preparndome para ingresar en la Universidad, pero estudiaba poco, sin hacer el menor esfuerzo. Nadie pona trabas a mi libertad. Haca lo que me vena en gana, sobre todo cuando se fue mi tutor francs, que nunca pudo hacerse a la idea de que haba cado como una bomba (comme une bombe) en Rusia y se pasaba la vida tumbado en la cama con cara de mal humor. Mi padre me trataba con una mezcla de indiferencia y cario. Mi madre apenas me haca caso, a pesar de ser su nico hijo, pues otras preocupaciones acaparaban su atencin. Mi6

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padre, joven y bien parecido, se haba casado con ella por inters. Ella era diez aos mayor que l. Mi madre llevaba una vida triste. Siempre nerviosa y comida por los celos, se pona de mal humor, pero nunca en presencia de mi padre, a quien tema. l, en cambio, era seco y fro con ella y la mantena a distancia... No he visto jams a un hombre de una tranquilidad tan digna, tan seguro de s y tan dominante. Nunca olvidar las primeras semanas que pas en la dacha. Haca un tiempo esplndido. Nos instalamos el 9 de mayo, el mismo da de San Nicols. A veces me iba a pasear por el jardn de nuestra dacha, o por Nescuchnoye o Kaluzhskaya Zastava. Me llevaba algn libro, por ejemplo el manual de Kaidanov, pero raramente lo abra. Y ms que leer, recitaba en voz alta (me sabia muchos versos de memoria). La sangre me herva, el corazn se me encoga ridcula y dulcemente. Esperaba y tema algo. Todo me sorprenda y estaba como a la expectativa. Mi imaginacin jugaba y revoloteaba en torno a las mismas ideas, como los pjaros alrededor de un campanario. Me quedaba meditabundo, me entristeca y hasta llegaba a llorar. Pero detrs de las lgrimas y la tristeza, provocadas por un dulce7

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verso o un bello atardecer, brotaba corno hierba de primavera la sensacin de felicidad que produce una vida joven en plena ebullicin. Tena un pequeo caballo. Yo mismo lo ensillaba y me iba solo, al galope, lo ms lejos posible. Me imaginaba que era un caballero actuando en un torneo (qu alegre soplaba el aire en mis odos!). Al mirar al cielo se me llenaba el alma de su azul y de su luz radiante. Me acuerdo de que entonces la imagen de una mujer, el fantasma de un amor, casi nunca apareca de manera clara y ntida en mi mente, pero en todo lo que pensaba, en todo lo que senta se esconda el presentimiento de algo nuevo, inimaginablemente dulce, femenino, algo de lo que slo a medias era consciente, pero que hera mi pudor. Este presentimiento, esta espera inundaba mi ser, recorra mis venas y cada gota de mi sangre... Pronto quiso el destino que esto fuese realidad. Nuestra dacha era una casa seorial de madera, con columnas y dos alas muy bajas. En el ala izquierda haba una minscula fbrica de papel barato para empapelar. Muchas veces me acercaba a ver cmo una docena de nios esculidos y desarreglados se suban sobre las palancas de madera, que8

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presionaban sobre un cuadriltero, tambin de madera, que serva de prensa, y as, haciendo peso con sus dbiles cuerpos, impriman dibujos de vivos colores. El ala derecha permaneca vaca y se alquilaba. Un da, tres semanas despus del 9 de mayo, las contraventanas, que permanecan cerradas, se abrieron y en las ventanas aparecieron unos rostros femeninos. Una familia desconocida acababa de instalarse all. Recuerdo que ese mismo da, a la hora de comer, mi madre pregunt al mayordomo quines eran nuestros vecinos. Al or el nombre de la princesa Zasequin, dijo, no sin cierto respeto: -Ah, la princesa!...- Pero luego aadi- Debe de ser alguna venida a menos. -Han llegado en tres carruajes de alquiler- dijo el mayordomo mientras serva uno de los platos-. No tienen carruaje propio. Y los muebles son de los ms baratos. -S- dijo mi madre-. Pero es mejor estar aqu. Mi padre la mir framente. Ella se call. Desde luego, era imposible que la princesa Zasequin fuera una mujer rica. El ala pequea de la casa que haba alquilado era tan vieja, diminuta y baja de techo, que nadie, medianamente acomodado, accedera a habitarla. Pero creo que entonces no9

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prest mucha atencin a esto. Y el ttulo principesco no me impresionaba gran cosa, pues acababa de leer Los bandidos de Schiller.

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Captulo II Tena la costumbre de andar por el jardn con una escopeta esperando que un cuervo se pusiera a tiro. Siempre haba odiado a estos pjaros precavidos, voraces y astutos. El da referido llegu al jardn despus de haber merodeado sin xito alguno por todos los caminos (los cuervos ya me conocan y se limitaban a graznar desabridamente desde lejos) y me acerqu por casualidad a una valla muy baja, que divida nuestra propiedad de la franja estrecha de jardn que se extenda detrs del ala derecha, a la cual perteneca. De repente o unas voces. Mir a travs de la valla y me qued de piedra... Vi algo inslito. A pocos pasos, en un claro, entre matorrales de frambuesa an verde, estaba una mujer joven, alta y esbelta, vestida con un traje rosa a rayas y con un11

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pauelo blanco en la cabeza. A su alrededor haba cuatro hombres jvenes, en cuyas frentes haca estallar por turno unas florecitas grises, cuyo nombre no conozco, pero que los nios conocen muy bien. Estas flores tienen como unas bolsitas que estallan con un chasquido al chocar contra algo duro. Los jvenes ponan la frente con tanto entusiasmo, y en los movimientos de la muchacha (la vea de perfil) haba algo tan delicado, exigente, mimoso, burln y tierno, que casi grit de admiracin y placer, y sent que estaba dispuesto a darlo todo para que esos deditos encantadores hiciesen estallar una flor sobre mi frente. Se me cay la escopeta, deslizndose sobre la hierba y me olvid de todo. Devoraba con la vista su talle tan esbelto, su cuello, sus bellas manos, sus cabellos rubios despeinados bajo el pauelo blanco, los ojos entreabiertos de mirada inteligente, las pestaas, sus tiernas mejillas. -Oiga, joven!- dijo alguien a mi lado-. Cree usted que est permitido mirar a las damas de los otros? Tuve como una sacudida y me qued lvido... junto a m, al otro lado de la valla, estaba un desconocido de pelo negro muy corto, que me miraba con irona. En ese mismo instante la joven se volvi12

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hacia m... Vi unos inmensos ojos grises en un rostro que ahora expresaba excitacin e hilaridad. De pronto la cara se estremeci, empez a rer, sus dientes blancos brillaron, sus cejas se elevaron en un gesto cmico... Me puse colorado, levant del suelo la escopeta y, perseguido de una carcajada sonora, aunque no maliciosa, me escap a mi cuarto y me tir sobre la cama cubrindome la cara con las manos. El corazn no dejaba de darme brincos en el pecho. Me senta muy nervioso y alegre. Una emocin nunca experimentada me inundaba. Cuando hube descansado, me pein, me lav y baj a tomar el t. La imagen de la joven segua persiguindome. El corazn dej de darme vuelcos, pero se contraa dulcemente. -Qu te pasa?- dijo mi padre-. Es que has matado un cuervo? Estuve a punto de contrselo todo, pero no lo hice y slo sonre, imperceptiblemente para los dems. Antes de acostarme, sin saber por qu, di tres vueltas sobre un pie y me di crema. Luego me acost y dorm toda la noche de un tirn. Antes de amanecer, me despert durante unos segundos, levant la cabeza, mir extasiado a mi alrededor y me volv a dormir.13

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Captulo III Cmo conocerlos? Fue lo primero que pens al despertarme por la maana. Antes de tomar el t me fui al jardn, pero no me acerqu demasiado a la valla y no pude ver a nadie. Despus del t di varios paseos por la calle delante de la dacha, lanzando desde lejos miradas a las ventanas. Cre ver su cabeza detrs de las cortinas y, atemorizado, me apresur a escapar. Pero hay que conocerlos, pens, andando sin rumbo por el arenoso descampado que se extenda delante de Nescuchnoye. Pero, cmo? Este era el problema. Record los ms pequeos detalles de nuestro encuentro de la vspera. No s por qu, pero con especial relieve surga el recuerdo de cmo se haba redo de m... Pero mientras, excitado, andaba pensando distintos planes, el destino ya se haba preocupado de m.14

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Durante mi ausencia, mi madre haba recibido una carta de nuestra vecina, escrita en papel gris y sellada con lacre de color marrn, de ese que se emplea en los avisos de correo o para lacrar botellas de vino barato. En la carta, escrita en un estilo poco elegante y descuidada caligrafa, la princesa peda a mi madre proteccin. Mi madre, al decir de la princesa, conoca gente importante, de la cual dependa su suerte y la de sus hijos, ya que tena pendientes unos asuntos graves. Me dirijo a usted- escribacomo una dama noble a otra dama noble. Es para m un placer aprovechar esta ocasin. Al terminar, peda permiso a mi madre para visitarle. Cuando llegu, encontr a mi madre de mal humor. Mi padre no estaba en casa y no tena a nadie que le aconsejase. No contestar a una noble dama, y ms an a una princesa, no pareca correcto. Pero mi madre ignoraba cmo contestar. Le pareca inoportuno redactar la carta en francs, pero la ortografa rusa tampoco era su punto fuerte. Ella lo saba y por eso no quera comprometerse. Se alegr con mi llegada y me mand que fuese a ver a la princesa y le explicase de palabra que ayudara a su alteza en lo que estuviera s su alcance y que le rogaba que la visitase hacia la una. El hecho de que se cumplieran mis15

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deseos de forma tan inesperada y rpida me alegr y me asust. Pero procur que nadie notase el azoramiento que se apoder de m y, antes de marcharme, fui a mi habitacin, a ponerme una corbata nueva y una chaqueta. En casa, aunque muy a mi pesar, andaba con blusn y cuello vuelto...

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Captulo IV En la antesala, estrecha y vetusta, adonde entrtembloroso y agitado mi cuerpo-, me recibi un criado viejo y de pelo canoso, con cara de cobre oscuro, ojos porcinos, de mirada tosca y en la cara y en las sienes las arrugas ms profundas que jams haya visto. En un plato llevaba la espina roda de un arenque. Abriendo con el pie la puerta que conduca a la habitacin, dijo bruscamente: -Qu desea? -Puedo ver a la princesa Zasequin? -Bonifacio!- grit una estridente voz femenina. El criado me dio la espalda sin decir palabra, vindose entonces la gastada tela de su librea, que tan solo tena un botn amarillento con un escudo estampado. Se retir, dejando el plato en el suelo.

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-Estuviste en la comisara del barrio?- repiti la misma voz. El criado dijo algo inaudible. -Qu? Que ha venido alguien? Ah, el seorito de al lado! Dile que pase. -Tenga la bondad de pasar a la sala- dijo el criado, apareciendo delante de m y levantando el plato del suelo. Me levant y pas a la sala. Me encontr en una habitacin pequea, bastante desordenada, con muebles baratos que parecan haber sido colocados muy deprisa. Al lado de la ventana, sentada en un silln que tena uno de los brazos roto, estaba una mujer de unos cuarenta aos, despeinada y fea, ataviada con un vestido viejo de color verde y con un pauelo chilln, de estambre, alrededor del cuello. Sus pequeos ojos de color negro se clavaron en m. Me acerqu a ella y le hice una reverencia. -Tengo el honor de hablar con la princesa Zasequin? -Yo soy la princesa Zasequin. Usted es el hijo del seor V.? -S, vengo con un encargo de mi madre.

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-Sintese, por favor. Bonifacio, has visto dnde estn mis llaves? Transmit a la seora Zasequin la respuesta de mi madre a su nota. Me escuch golpeando con sus gruesos y rojos dedos sobre la ventana. Cuando termin, volvi a mirarme fijamente. -Muy bien, estar sin falta- dijo al fin-. Qu joven es usted todava! Cuntos aos tiene? Permtame que se lo pregunte. -Diecisis- dije, haciendo sin querer una pausa. La princesa sac del bolsillo unos papeles mugrientos que tenan algo escrito, se los acerc casi hasta la nariz y se puso a inspeccionarlos. -Buena edad- dijo dando una vuelta y removindose en la silla-. Por favor, considrese en su casa. Aqu no guardamos cumplidos. Demasiados pocos cumplidos, pens, observndola detenidamente y sintiendo una repulsin involuntaria al presenciar su desgarbada figura. En ese mismo instante la otra puerta se abri y apareci una joven, la misma que haba visto el da anterior en el jardn. Alz la mano y una sonrisa cruz por su cara.

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-Esta es mi hija- dijo la princesa sealndola con el codo-. Zenaida, el hijo de nuestro vecino V. Cmo se llama, por favor? -VIadimir- contest, levantndome y tartamudeando de emocin. -Su patronmico? -Petrovich. -S. Conoc a un jefe de polica que tambin se llamaba VIadimir Petrovich. Bonifacio, no busque las llaves. Las tengo en el bolsillo. La joven segua mirndome con la misma sonrisa, frunciendo un poco el ceo e inclinando la cabeza hacia un lado. -Ya he visto a monsieur Voldemar- dijo ella. (Percib como un dulce frescor el sonido plateado de su voz.)-. Me permite que le llame as? -Por Dios!- dije, balbuceando. -Dnde fue eso?- pregunt la princesa. La joven no contest a su madre. -Tiene algo que hacer ahora?- dijo al fin, sin dejar de mirarme. -No. -Quiere ayudarme a devanar una madeja? Venga conmigo.

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Me hizo una seal con la cabeza y sali de la sala. Me fui detrs de ella. En la habitacin donde entramos los muebles eran algo mejores y estaban distribuidos con mucho gusto, aunque tengo que confesar que en esos momentos no me pude fijar en nada. Me mova como si estuviera soando y senta un bienestar estpidamente tenso. La princesa se sent, sac una madeja de lana roja y sealando una silla, que estaba enfrente de m desat con cuidado la madeja y la puso en mis manos. Todo esto lo haca sin decir palabra, con una lentitud burlona y con la misma sonrisa, amplia y maliciosa, de sus labios entreabiertos. Empez a enrollar la lana en una carta de baraja doblada por la mitad y, de pronto, me sorprendi con una mirada clara y fugaz, que me hizo bajar la cabeza. Cuando abra del todo sus ojos, que tena normalmente semicerrados, su cara cambiaba por completo. Era como si apareciese la luz en ella. -Qu pens de m ayer, monsieur Voldemar?pregunt despus de una pausa-. Le he causado mala impresin? -Yo, princesa... yo no pens nada... Cmo podra...?- contest muy azorado.21

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-Esccheme- contest ella-. No me conoce todava. Soy muy rara y quiero que siempre me digan la verdad. Usted, segn he odo, tiene diecisis aos y yo tengo veintiuno. Como ve, soy mucho mayor que usted y por eso tiene que decirme siempre la verdad... y obedecerme- aadi-. Mreme, por qu no me mira? Me azor an ms, pero levant la vista hacia ella. Ella sonri, aunque no como antes, sino como si quisiera darme nimo. -Mreme- dijo, bajando cariosamente la voz-. No me desagrada que me miren. Me gusta su cara. Presiento que seremos amigos. Y yo, le gusto?- dijo con picarda. -Princesa...- empec yo. -En primer lugar, llmeme Zenaida Alexandrovna. Y segundo, vaya una costumbre la de los nios, la de la gente joven- rectific ella- de no decir llanamente lo que sienten! Eso es bueno para los mayores, pero no para nosotros. Porque yo le gusto, no es as? -Naturalmente, me gusta usted mucho, Zenaida Alexandrovna. No quisiera ocultarlo. Ella movi lentamente la cabeza. -Tiene usted ayo, no?- pregunt de repente.22

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-No, hace mucho que no tengo ayo. Menta. No haca ni un mes que me haba despedido de mi ayo francs. -Oh, ya lo veo! Es usted ya mayor. Me dio un ligero golpe en los dedos. -Tenga derechas las manos- me advirti. Y empez a devanar con cuidado la lana. Aprovechando que no levantaba la vista, empec a mirarla, primero furtivamente, luego cada vez con ms confianza. Su rostro me pareci an ms hermoso que el da anterior. Era tan fino, inteligente y hermoso! Estaba sentada de espaldas a la ventana, que tena echada una cortina blanca. La luz del sol, atravesando la cortina, baada con una luz suave sus cabellos abundantes y dorados, su casto cuello, sus redondeados hombros y el pecho, suave y tranquilo. La miraba, y qu entraable y querida empezaba a ser para m! Empec a tener la sensacin de que la conoca desde haca mucho tiempo y que antes de conocerla no saba nada y no haba vivido. Llevaba un vestido oscuro, algo gastado, y un delantal. Pienso que hubiese acariciado con gusto cada pliegue de ese vestido y de ese delantal. La punta de los zapatos asomaba debajo de su vestido. Me hubiera inclinado reverentemente ante esos23

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zapatos... Estoy sentado delante de ella- pensaba-. La he conocido. Qu dicha, Dios mo! Poco falt para que saltara de emocin de la silla, pero slo mov un poco los pies, como un nio que tiene en sus manos una golosina. Me senta a gusto, tal como se siente el pez en el agua. Me hubiera gustado quedarme en la habitacin y no salir de ella durante un siglo. Sus pestaas se levantaban suavemente. Otra vez brillaron cariosos sus ojos claros, volviendo ella a sonrer. -Qu manera de mirar es esa!- dijo lentamente, hacindome un gesto amenazante con el dedo. Me puse colorado... Todo lo comprende, todo lo ve- pens-. Y cmo no lo va a comprender y ver todo! De repente, en la habitacin contigua se oyeron unos golpes y el tintineo de un sable. - Zenaida!- grit la princesa desde la sala-. Belovsorov te ha trado un gatito. -Un gatito!- exclam Zenaida, que, levantndose bruscamente de la silla, tir el ovillo de lana sobre mis rodillas y sali corriendo. Yo tambin me levant y, despus de colocar la madeja y el ovillo sobre la ventana, entr en la sala y24

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me detuve desconcertado: en medio de la habitacin haba un gatito a rayas, espatarrado. Zenaida estaba de rodillas delante de l y le acariciaba con cuidado el hocico. Al lado de la princesa, tapando casi el lienzo de la pared, entre ventana y ventana, vi un buen mozo, un hsar rubio, de pelo encrespado, cara sonrosada y ojos saltones. -Qu gracioso!- repeta Zenaida-. Sus ojos no son grises, sino verdes, y qu grandes! Muchas gracias, Vctor Egorovich. Es usted muy amable. El hsar, a quien conoc como uno de los jvenes que haba visto el da anterior, sonri e hizo una reverencia haciendo tintinear las espuelas y los anillos del sable. -Como ayer se dign usted expresar su deseo de tener un gatito a rayas y con grandes orejas... pues me he encargado de encontrarlo. Mi palabra es leymanifest, repitiendo la reverencia. El gatito emiti un sonido dbil y empez a olfatear el suelo. -Est hambriento. Bonifacio!, Sonia! Triganle leche. La criada vestida con un traje amarillo, ya viejo, y un pauelo desteido al cuello, entr con un platito de leche en la mano y lo puso delante del gatito.25

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Este se estremeci, cerr los ojos y empez a sorber le leche. -Qu lengita tan rosada tiene!- dijo Zenaida bajando la cabeza casi al ras del suelo y mirndolo, ladeando la cabeza, casi por debajo de su nariz. El gatito saci su hambre y empez a ronronear, moviendo con coquetera las patas. Zenaida se levant y, volvindose hacia la criada, le dijo sin el menor inters: -Llvatelo. -Zenaida, su mano por el gatito- pidi el hsar enseando los dientes y cimbreando su enorme cuerpo ceido por un ajustado uniforme nuevo. -Las dos- replic Zenaida y le dio las dos manos. Mientras las besaba el hsar, Zenaida me miraba por encima del hombro. Permaneca inmvil en el mismo sitio, y no saba si rerme, decir algo, o simplemente seguir callado. De repente, vi por la puerta de la sala, que estaba abierta, la figura de nuestro lacayo Fiodor. Me hacia seales con las manos. Sal automticamente hacia l. -Qu quieres?- le pregunt.

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-Su mam me ha mandado por usted- dijo en voz baja-. Est enfadada porque todava no ha regresado con la respuesta. -Llevo aqu mucho tiempo? -Ms de una hora. -Ms de una hora!- repet sin poder contenerme. Y, volviendo a la sala, empec a hacer la reverencia de despedida, moviendo los pies. -A dnde va?- pregunt la princesa, asomando la cabeza por detrs del hsar. -Tengo que ir a casa. Bueno- aad dirigindome a la vieja- dir que vendrn ustedes dos. -Dgalo as, hijo. La princesa sac precipitadamente la caja del rap y lo aspir emitiendo un sonido tan fuerte que hasta sent una sacudida. -Dgalo as- repiti, moviendo sus prpados llorosos y tosiendo. Volv a hacer la reverencia, me di la vuelta y sal de la habitacin con esa sensacin incmoda que siente todo hombre demasiado joven cuando sabe que estn mirndolo. -Oiga, monsieur Voldemar, venga de nuevo a visitarnos- dijo la princesa y ri otra vez.

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Por qu se reir siempre?, pensaba cuando volva a casa acompaado de Fiodor, que no deca nada, pero iba detrs de m mostrando su desaprobacin. Mi madre censur mi tardanza. Estaba intrigada con lo que poda haber estado haciendo durante tanto tiempo en casa de la princesa. No le dije nada y me march a mi habitacin. Me sent muy triste de repente... Haca esfuerzos para no llorar... Tena celos del hsar.

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Captulo V La princesa, tal como haba prometido, visit a mi madre, pero no le cay simptica. No estuve en la visita, pero mi madre le coment a mi padre, cuando estbamos comiendo, que la princesa Zasequin le pareca une femme trs vulgaire, que la haba cansado con sus peticiones de que intercediera por ella ante el prncipe Sergio sobre no saba qu litigios y asuntos des vilaines affares d'argent y que deba ser muy chismosa. Pero mi madre tambin aadi que haba invitado a ella y a su hija a que vinieran al da siguiente a comer (al or y a su hija hund la nariz en el plato), porque, a pesar de todo, era vecina y con ttulo. A esto, mi padre dijo que recordaba quin era esa seora, ya que conoci de joven al prncipe Zasequin, ya fallecido, hombre de una educacin esmerada, pero poco inteligente y capricho29

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so. Era conocido en sociedad por el apodo de le Parisien, porque haba vivido largo tiempo en Pars. Haba sido muy rico, pero perdi toda su fortuna en el juego, y no se sabe por qu, probablemente por dinero, aunque poda haber elegido mejor- aadi mi padre y sonri framente-, se cas con la hija de un oficinista y, despus de casarse, se meti en negocios y se arruin definitivamente. -Seguramente pedir dinero prestado- dijo mi madre. -Es muy posible- dijo framente mi padre-. Habla francs? -Muy mal. -Hum... Es igual. Me parece que te he odo decir que has invitado tambin a la hija. Alguien me ha dicho que es una chica simptica y bien educada. -Ah!, entonces no ha salido a su madre. -Ni a su padre- contest mi padre-. Era tambin una persona bien educada, pero poco inteligente. Mi madre suspir y se qued pensativa. Mi padre call. Yo me sent muy azorado durante esta conversacin. Despus de comer me fui al jardn, pero sin la escopeta. Me promet no acercarme al jardn de los Zasequin, pero algo ms fuerte que mi voluntad30

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me empujaba hacia aquel lugar y no sin causa. Apenas me haba acercado a la valla, cuando vi a Zenaida. Esta vez estaba sola. Tena en las manos un libro pequeo y andaba lentamente por el camino. No advirti mi presencia. Casi me la dej escapar, pero me di cuenta a tiempo y tos, mas no se detuvo, sino que se ech hacia atrs con la mano una cinta ancha de color, azul que colgaba de su sombrero redondo de paja, me mir, sonri apenas y otra vez volvi la vista hacia el libro. Me quit la gorra y, demorndome un poco, me march muy pesaroso. Que suis-je pour elle, pens (Dios sabe por qu) en francs. O detrs de m un sonido de pasos que conoca. Me volv, y vi que mi padre, con su rpida y ligera manera de andar, se acercaba a m. -Es la princesa?- me pregunt. -S, es ella. -Es que la conoces? -La he visto hoy en casa de su madre. Mi padre se detuvo y girando sbitamente sobre sus talones se fue en la direccin que haba venido. Al alcanzar a Zenaida le hizo una reverencia corts. Ella tambin le contest con una reverencia, no sin31

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expresar cierto asombro. Vi cmo lo segua con la vista. Mi padre siempre se vesta elegantemente, con originalidad y sencillez. Pero nunca su figura me pareci esbelta, nunca llev con tanta distincin el sombrero sobre su cabello encrespado, que ya empezaba a caer. Quise acercarme a ella, pero ni me mir. Levant su libro a la altura de los ojos y se march.

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Captulo VI Pas la tarde y la maana del da siguiente en un estado de triste somnolencia. Recuerdo que quise trabajar y abr el manual de Kaidanov, pero en vano miraba las lneas del libro y pasaba las pginas del famoso manual. Por lo menos diez veces le que Julio Csar se distingui por su valor militar, pero no comprenda nada y cerr el libro. Antes de la comida otra vez me di crema y me puse la chaqueta y la corbata. -Para qu te vistes as?- pregunt mi madre-. No eres todava estudiante y slo Dios sabe si aprobars. Es que hace tanto que te han hecho el blusn? O quieres que lo tiremos ya? -Es que tenemos invitados- dije en voz baja, casi al borde de la desesperacin. -Vaya tontera! Qu invitados son sos?33

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Haba que obedecer. Me cambi la chaqueta por el blusn, pero no me quit la corbata. La princesa madre y su hija llegaron media hora antes de comer. La vieja se haba puesto encima de su vestido verde, que ya conoca, un chal amarillo y se puso una cofia pasada de moda con cintas de color chilln. Enseguida empez a hablar de sus letras de cambio. Suspiraba, lamentaba su pobreza, daba la murga, pero no se andaba con ceremonias, aspiraba el rap con el ruido acostumbrado, se revolva sobre la silla como la vez anterior. Daba la sensacin de que ni siquiera le pasaba por la cabeza que era princesa. En cambio, Zenaida adopt un aire grave, casi de superioridad, como una verdadera princesa. Su cara adquiri una expresin de fra inmovilidad y dignidad. No la conoca, ni reconoca tampoco su manera de mirar y sonrerse, aunque esta nueva imagen suya me pareca bellsima. Llevaba un vestido ligero de gasa con dibujos de color azul claro. El pelo le caa en bucles por las mejillas, segn la moda inglesa. Este peinado le iba muy bien a la expresin fra de su cara. Durante la comida mi padre estaba sentado a su lado y daba conversacin a su vecina con esa cortesa elegante y reposada que le caracterizaba. De vez en cuando la miraba y ella tambin, pero de una34

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manera muy extraa, casi con hostilidad. Hablaban en francs. Me acuerdo de que me sorprendi la pureza del acento de Zenaida. En el transcurso de la comida la princesa madre segua sin arredrarse por nada, comiendo mucho y haciendo elogios de los platos. Mi madre, al parecer, estaba ya cansada de ella y le contestaba con aire de ligero y resignado desprecio. Mi padre, de vez en cuando, frunca el ceo. Zenaida tampoco le gust a mi madre. -Es una soberbia- dijo al da siguiente- Y por qu presume tanto? Avec sa mine de grisette! -Me parece que no has visto nunca a las grisettesdijo mi padre. -Gracias a Dios! -Desde luego... Pero, cmo puedes opinar de ellas? Zenaida no me haca ningn caso. Al poco rato de terminar la comida, la princesa empez a despedirse. -Confo en su proteccin, Maria Nikolayevna y Piotr Vasilievich- dijo, como si entonase una meloda, a mi padre y a mi madre-. Qu puede uno hacer? Tuvimos buenos tiempos, pero ya se fueron. Heme aqu, con categora de alteza- aadi rindose

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desagradablemente-. Pero, de qu sirve la nobleza si no da para comer? Mi padre le hizo una reverencia corts y la acompa hasta la puerta de salida. Yo estaba de pie, vestido con mi blusn corto, y miraba al suelo, como si me hubieran condenado a muerte. La actitud de Zenaida hacia m me aniquil definitivamente. Cul no sera mi sorpresa, cuando, al pasar a su lado, me dijo muy de prisa en voz baja, con esa expresin cariosa en los ojos que ya conoca: -Venga a visitarnos hoy a eso de las ocho, me oye? Venga sin falta. Yo slo pude expresar mi sorpresa moviendo las manos, pero ella ya se haba ido, echndose sobre la cabeza un chal blanco.

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Captulo VII A las ocho en punto, vestido con la chaqueta y peinado con esmero, entraba yo en la antesala del ala de la casa donde viva la princesa. El criado viejo me mir hoscamente y se levant de la silla con desgano. En la sala se oan voces alegres. Abr la puerta y, a causa del asombro, di un paso hacia atrs. En medio de la habitacin, subida sobre una silla, estaba la princesa sujetando con sus manos un sombrero de caballero. La rodeaban cinco hombres. Queran meter la mano en el sombrero, pero ella lo suba y lo agitaba. Cuando me vio, dijo en voz alta: -Un momento, un momento. Tenemos un nuevo invitado. Hay que darle tambin un billete- y, saltando de la silla con agilidad, me cogi por la solapa de la chaqueta-. Vamos- dijo-, por qu se queda parado? Messieurs, permtanme que les presente a37

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monsieur Voldemar, el hijo de nuestro vecino. Aqudijo, dirigindose a m y mostrndome por turno a los invitados- el conde Malevskiy, el doctor Lushin, el poeta Maidanov, el capitn Nirmatskiy, ya retirado, y Belovsorov, el hsar que usted ya conoce. Espero que sean buenos amigos. Estaba tan aturdido que no salud a nadie. El doctor Lushin result ser aquel seor moreno que tan despiadadamente me hizo avergonzarme en el jardn. A los otros no los conoca. - Conde!- sigui Zenaida-. Escrbale su billete a monsieur Voldemar. -Eso no es justo- replic el conde, con ligero acento polaco, hombre moreno, de bellas facciones, vestido con mucha elegancia, ojos castaos muy expresivos, nariz blanca y fina y un bigotito sobre una boca minscula-. El seor no jug con nosotros a las prendas. -No es justo- repitieron Belovsorov y el que haba sido presentado como capitn retirado, de unos cuarenta aos, que tena la cara feamente picada de viruelas, el pelo rizado como un moro, y era cargado de hombros, torcido de piernas, vestido con una chaqueta militar sin galones, que llevaba desabrochada.38

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Escriba el billete, se lo ordeno! repiti la princesa-. Qu motn es este? Monsieur Voldemar est con nosotros por primera vez. Hoy no hay leyes para l. Nada de protestar! Escriba, pues as lo quiero yo! El conde levant los hombros, pero, inclinando sumisamente la cabeza, cogi la pluma con su mano blanca adornada con varias sortijas, cort un trozo de papel y empez a escribir en l. -Por lo menos, permtame explicarle al seor Voldemar de qu se trata- empez Lushin con voz socarrona-, porque est completamente desconcertado. Ver usted, joven, y estamos jugando a las prendas. A la princesa le toca pagar una sancin. El que saque el billete de la suerte tendr derecho a besarle la mano. Ha comprendido usted lo que le acabo de decir? Slo pude dirigirle una mirada. Segua de pie, como enajenado. La princesa subi de nuevo a la silla de un salto y empez otra vez a mover el sombrero. Todos alargaron sus manos y yo con ellos. -Maidanov- dijo la princesa a un joven alto, enjuto de cara, de ojos pequeos miopes y pelo muy largo de color negro-. Usted, como poeta, debera

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ser generoso y ceder su billete a monsieur Voldemar, para que tenga dos oportunidades en vez de una. Pero Maidanov hizo un gesto negativo con la cabeza y agit su cabello. Yo met ltimo la mano en el sombrero y abr mi billete... Dios mo, lo que me pas cuando vi escrita la palabra! beso! -Beso!- grit sin querer. -Bravo, ha ganado!- dijo la princesa-. Qu contenta estoy! Baj de lasilla y me mir a los ojos con una mirada tan difana y dulce que mi corazn se estremeci. -Y usted est contento?- pregunt. -Yo?- respond apenas. -Vndame su billete- rugi inesperadamente en mi odo Belovsorov-. Le dar cien rublos. Contest al hsar con una mirada que expresaba tal indignacin, que Zenaida bati palmas y Lushin exclam: Bravo! -Pero- sigui l-, como maestro de ceremonias, tengo la obligacin de supervisar el cumplimiento de todas las reglas. Monsieur Voldemar, doble una rodilla. Esa es la costumbre. Zenaida se plant delante de m, lade un poco la cabeza como para verme mejor y me tendi la40

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mano con mucha dignidad. La vista se me nubl. Quise doblar una rodilla, pero ca sobre las dos. Acerqu los labios a la mano de Zenaida con tanta torpeza que me ara un poco la punta de la nariz con una ua. -Bien!- grit Lushin y me ayud a levantar. El juego de las prendas segua. Zenaida hizo que me sentara a su lado. Qu castigos no inventara! Tuvo que hacer, por cierto, de estatua y eligi como su propio pedestal al feo Nirmatskiy. Le mand que se y tirara al suelo y se escondiera su cara bajo el pecho. Las risas no cesaban ni un minuto. A m, nio educado en la soledad y en el ambiente de una casa seorial seria, se me subi a la cabeza esta alegra sin convenciones, casi impetuosa, esta manera de relacionarme con gente desconocida. Simplemente me emborrach, como si hubiese bebido vino. Empec a rerme y hablar subiendo la voz ms que nadie, de manera que hasta la vieja princesa, que estaba en la habitacin de al lado con un gestor de Iverskiye Vorota, a quien haba llamado para pedirle consejo, sali de la habitacin para verme. Pero me senta tan feliz, que, como suele decirse, me importaba todo un bledo y no haca ningn caso a las rplicas irnicas y mira41

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das de reprobacin. Zenaida segua mostrndome su predileccin y no me dejaba marchar de su lado. Durante una sancin pude estar junto a ella, cubierto con su mismo pauelo de seda. Tena que decirle mi secreto. Me acuerdo de cmo nuestras cabezas entraron en una penumbra sofocante, semitransparente y penetrada de un aroma que mareaba. Con qu suavidad brillaban sus ojos en esta penumbra! Cmo respiraban con ansiedad sus labios semiabiertos! Cmo se vean sus dientes mientras las puntas de su cabello me rozaban quemndome! Yo callaba. Ella sonrea con misterio y malicia y por fin me dijo: -Bueno, qu? Las prendas nos cansaron y empezamos a jugar a la cuerda. Dios mo! Qu arrebato sent, cuando, al distraerme, me gan un brusco y fuerte golpe en los dedos! Despus intentaba adrede hacer como si me descuidaba, pero ella se burlaba de m y no tocaba las manos que le tenda. Qu no hicimos durante esa tarde! Tocamos el piano, cantamos, bailamos, representamos un campamento gitano: vestimos a Nirmatskiy de oso y le dimos de beber agua con sal. El conde Malevskiy nos ense varios juegos malabares con las cartas y42

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termin barajndolas y quedndose con todos los ases en el juego del whist, por lo que Lushin tuvo el honor de felicitarlo. Maidanov nos recit fragmentos de su poema El asesino (estbamos en pleno auge del romanticismo). Lo quera editar con pastas negras, con el ttulo en letras de color de la sangre. Robamos al tendero de Iverskiye Vorota el gorro que tena sobre las rodillas y le obligamos, como rescate, a bailar la danza kazachoc. Al viejo Bonifacio le pusimos una cofia, y la princesa se puso un sombrero de caballero... No es posible contarlo todo. Slo Belovsorov no sala del rincn, donde permaneca ceudo y enfadado... A veces sus ojos se llenaban de sangre, enrojeca y pareca que en ese mismo momento iba a lanzarse sobre todos nosotros y que nos tirara, como astillas, por todos los lados. Pero la princesa le lanzaba una mirada, le amenazaba con el dedo y l volva a permanecer iracundo en su rincn. Por fin, se nos agotaron las fuerzas. La princesa era, como ella misma deca, incansable. No le arredraba ningn esfuerzo, pero tambin ella sinti cansancio y dijo que quera descansar. A las doce de la noche la cena, que consista en un pedazo de queso ya rancio y unas empanadillas fras de jamn picado,43

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que me parecieron ms ricas que cualquier foie-gras. Haba slo una botella de vino, cuya forma era algo rara: oscura, con el cuello dilatado, de tal manera que el vino en ella pareca tinta roja. Aunque la verdad es que nadie lo beba. Cansado y feliz hasta la extenuacin, me march de la casa. Al despedirse Zenaida, me apret la mano y sonri de una manera misteriosa. La noche lanz su aliento pesado y hmedo sobre mi cara acalorada. Pareca que se estaba preparando una tormenta. Nubes negras crecan y se extendan por el cielo, cambiando, a la vista de nuestros ojos, sus contornos de humo. El viento tiritaba impaciente en los rboles oscuros, y en algn lugar de la lejana, detrs del horizonte, murmuraba en voz baja, enfadado, el trueno. Entr en la habitacin por la puerta de atrs. Mi criado dorma en el suelo y tuve que pasar por encima de l. Se despert y me comunic que mi madre otra vez se haba enfadado conmigo y que quera enviar a alguien a buscarme, pero que mi padre la convenci para que no lo hiciera. (Yo nunca me acostaba sin despedirme de mi madre y sin pedirle la bendicin). No haba nada que hacer!

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Dije al criado que me quitara la ropa solo y me metera en la cama y apagu la vela... Pero ni me desvest, ni me acost... Me sent en la silla y estuve as sentado durante mucho tiempo como hechizado... Lo que senta era tan nuevo y tan dulce! Segua sentado, mirando un poco hacia atrs, sin moverme, y slo de vez en cuando me rea calladamente, recordando algo, o me estremeca al pensar que estaba enamorado, que lo que senta era el amor. Delante de m el rostro de Zenaida flotaba calladamente en la oscuridad. Flotaba y no acababa de pasar. Sus labios seguan sonriendo misteriosamente; sus ojos me miraban un poco ladeados, interrogantes, pensativos y cariosos... como en el instante en queme desped de ella. Por fin me levant, me acerqu de puntillas a mi cama y puse con cuidado mi cabeza sobre la almohada, sin desnudarme, como si tuviese miedo de ahuyentar con algn movimiento brusco el sentimiento que me embargaba... Me acost, pero ni siquiera cerr los ojos. Pronto not que empezaban a entrar en mi habitacin unos dbiles destellos. Me incorpor y mir a la ventana. El marco se distingua ya claramente de los cristales, que emitan una tibia y misteriosa luz blan45

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ca. Hay tormenta, pens, y, en efecto, haba tormenta, pero sonaba muy lejos. Apenas los truenos se oan: slo se vean en el cielo unos rayos opacos, largos y ramificados. Mas que brillar se sacudan convulsivamente, como el ala de un pjaro moribundo. Me levant, me acerqu a la ventana y estuve all hasta la maana del da siguiente. Los rayos no cesaban ni un solo momento. Era lo que en el pueblo llaman una noche de gorrin. Miraba absorto el descampado de arena, la masa oscura del jardn Nescuchnoye, las fachadas amarillentas de los edificios lejanos, que tambin parecan estremecerse a cada destello... Miraba y no poda dejar de mirar: esos rayos mudos, esos destellos contenidos parecan armonizar con los estremecimientos mudos que destellaban en mi interior. Empez a amanecer. Manchas de color carmn anunciaban la aurora. Conforme amaneca, los relmpagos palidecan y se hacan ms cortos. Ya iban perdiendo intensidad y al fin desaparecieron ahogados por la luz del nuevo da. Tambin desaparecieron los destellos luminosos en mi interior. Sent un gran cansancio y el peso del silencio... pero la imagen de Zenaida segua volando triunfante sobre mi alma. Slo que esta imagen pa46

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reca que estaba ya apaciguada. Como un cisne blanco se sacude las hierbas del pantano, as se separ ella de otras figuras prosaicas que la circundaban, y yo, durmindome ya, le rend con mi recuerdo un culto confiado de despedida... Oh, sentimientos humildes, sonidos blandos, bondad y tranquilidad de un alma conmovida, alegra diluida de las primeras devociones del amor! Dnde estis? Dnde estis...?

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Captulo VIII Al da siguiente por la maana, cuando baj para tomar el t, mi madre me ri, pero menos de lo que esperaba, y me oblig a contar cmo haba pasado la tarde del da anterior. Le contest en pocas palabras, omitiendo muchos detalles y tratando de presentarlo de la forma ms inocente. -A pesar de todo, no son gente comme il faut- dijo mi madre-. No tienes por qu meter la nariz en esa casa, en lugar de preparar tu examen y estudiar. Como saba que las preocupaciones de mi madre por mis estudios no iban ms all de estas palabras, no cre necesario contradecirle, pero, despus de tomar el t, mi padre me cogi del brazo y, saliendo conmigo al jardn, me hizo contarle todo lo que haba visto en casa de los Zasequin.

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Era extraa la influencia que tena mi padre sobre m, y extraas eran nuestras relaciones. No se ocupaba en absoluto de mi educacin, pero jams me insultaba. Respetaba mi libertad hasta tal punto, que era, si se puede decir as, corts conmigo..., slo que no acceda a que me acercase a l. Le quera, le admiraba, me pareca un modelo de hombre, y, Dios mo, con qu pasin me hubiese acercado a l, si no hubiese sentido la mano que nos separaba! En cambio, cuando quera, saba casi instantneamente, con una sola palabra, con un solo movimiento, inspirar en m una confianza sin lmites. En esos momentos mi alma se abra, hablaba con l sin trabas, como si fuese un amigo comprensivo, un mentor benevolente... Despus me dejaba de una manera igualmente inesperada y su indiferencia volva a separarme de l de un modo suave y carioso, pero decidido. A veces estaba de buen humor y entonces era capaz de jugar y hacer travesuras conmigo, como si fuese un nio (le gustaba cualquier movimiento corporal que exigiese esfuerzo.) Una vez (una sola vez!) me acarici con tanta ternura, que falt poco para que llorase..., pero su buen humor, junto con su ternura, desaparecieron sin dejar rastro y lo que49

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ocurri entre nosotros no me dio esperanza alguna para el futuro, como si todo hubiera sido un sueo. Me pona a veces a contemplar su rostro inteligente, difano, de bellas facciones... y mi corazn empezaba a temblar. Todo mi ser se diriga hacia l... pareca que comprenda lo que estaba pasando en m. Entonces me acariciaba la mejilla y luego se marchaba, o empezaba a ocuparse de otra cosa, o de repente adoptaba una actitud fra, como slo l saba hacerlo. En ese mismo instante yo me quedaba helado y me replegaba sobre m mismo. Estos momentos de ternura hacia m, a los que pocas veces se entregaba, nunca estaban motivados por mis splicas, silenciosas aunque evidentes. Siempre venan de una manera inesperada. Meditando ms tarde sobre el carcter de mi padre llegu a la conclusin de que otras cosas le impedan pensar en m y en la vida familiar. Amaba otra cosa y supo gozar de esa otra cosa plenamente. Coge todo lo que puedas, pero no te dejes dominar. Ser dueo de uno mismo, se es el truco de la vida, me dijo una vez. Otra vez, en calidad de joven demcrata, me puse en su presencia a razonar sobre la libertad (ese da tena un momento bueno, como yo lo

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llamaba. Entonces se poda hablar con l de lo que fuese). -Libertad- repiti-. Sabes t lo que puede hacer libre a un hombre? -Qu? -Su voluntad, su propia voluntad, y le dar tambin poder, que es mejor que libertad. Aprende a querer y as sers libre y mandars. Mi padre, antes que nada y ms que otra cosa, quera vivir... y viva. Quiz presenta que no disfrutara durante mucho tiempo del truco de la vida: muri a los cuarenta y dos aos. Le cont a mi padre con todo detalle la visita a la casa de los Zasequin. Me escuchaba medio atento, medio distrado, sentado en un banco y dibujando algo con la punta de una vara. Se rea de vez en cuando, me miraba de una manera inocente y socarrona, y me incitaba con preguntitas y objeciones. Al principio no me atrev a pronunciar el nombre de Zenaida, pero no me pude contener y empec luego a cantar sus alabanzas. Mi padre de vez en cuando se rea. Luego se qued pensativo, se enderez y se levant. Me acord de que al salir de casa haba mandado que le ensillaran un caballo. Era un buen jinete y51

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saba domar, mucho antes que el seor Reri, a los caballos dscolos. -Voy contigo, padre?- le pregunt. -No- contest, y en su rostro adopt la expresin indiferente y atenta de siempre-. Vete solo si quieres, y dile al caballerizo que esta vez no salgo. Me dio la espalda y rpidamente se march. Le segu con la vista, hasta que desapareci detrs de la puerta. Vi cmo su sombrero se mova por encima de la valla: entr en casa de los Zasequin. No estuvo all ms de una hora, pero inmediatamente despus se march a la ciudad y no volvi a casa hasta la tarde. Despus de la comida fui yo mismo a ver a los Zasequin. En la sala encontr a la vieja princesa sola. Al verme, se rasc la cabeza por debajo de la cofia con el extremo de la aguja de hacer punto y, sin ms, me pregunt si podra pasarle a limpio una instancia. -Con mucho gusto- contest y me sent en el borde de una silla. -Slo que cuide de poner las letras lo ms grandes posible- dijo la princesa, tendindome una hoja llena de garabatos-. Podra hacerlo hoy? -Hoy lo hago.52

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La puerta de la habitacin contigua se entreabri un poco y pude ver en el hueco de la puerta el rostro de Zenaida, plido, pensativo, con el pelo descuidadamente echado hacia atrs. Me mir con sus ojos grandes y fros y cerr con cuidado la puerta. - Zenaida, Zenaida!- dijo la vieja. Zenaida no contest. Me llev la instancia de la vieja y la estuve copiando toda la tarde.

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Captulo IX Mi pasin empez ese da. Recuerdo que sent algo parecido a lo que debe sentir un hombre que ha encontrado un empleo: dej de ser simplemente un joven adolescente para convertirme en un enamorado. He dicho anteriormente que desde aquel da empez mi pasin. Podra aadir que mis sufrimientos tambin empezaron ese mismo da. Sufra en ausencia de Zenaida. Mi mente no poda fijarse en nada y todo se me caa de las manos. Durante das enteros pensaba obstinadamente en ella... Sufra... pero en su presencia me senta ms aliviado. Tena celos, comprenda que era poca cosa para ella, me enfadaba tontamente y tontamente me humillaba. A pesar de todo, una fuerza irresistible me llevaba hacia ella, y cada vez que traspasaba el umbral de su casa senta una bocanada de felicidad. Zenaida54

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comprendi en seguida que estaba enamorado, y yo no pens nunca en ocultarlo. Ella se rea de mi pasin, jugaba conmigo, me mimaba y me haca sufrir. Es dulce ser la nica fuente, la causa tirnica e inapelable de las grandes dichas y de la desesperacin ms honda de otro ser, y yo era, en manos de Zenaida, como la blanda cera. Hay que decir que no era el nico que se haba enamorado de ella. Todos los hombres que visitaban su casa estaban locos por Zenaida y ella los tena a todos a sus pies. Le diverta inspirarles unas veces confianza y otras, dudas, y manipularlos segn su capricho (a esto llamaba hacer que los hombres choquen los unos contra los otros), y ellos no pensaban hacer resistencia y se sometan con gusto. En todo su ser, lleno de vitalidad y belleza, haba una mezcla de astucia y despreocupacin, de afectacin y sencillez, de calma y vivacidad. Sobre todo lo que haca o deca, sobre cada movimiento suyo lleno de fina y delicada gracia, sobre todo su ser se trasluca su fuerza original y juguetona. Su cara tambin cambiaba constantemente, como en un juego incesante: casi al mismo tiempo expresaba irona, seriedad y apasionamiento. Pasaban sin cesar por sus ojos y labios los ms diversos, inestables y fugaces55

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sentimientos, como sombra de nubes en un da de sol y viento. Cada uno de sus admiradores le era necesario. Belovsorov, a quien llamaba mi animal, o simplemente mo, se hubiera dejado gustoso prender fuego por ella. No esperando nada de sus capacidades mentales y dems virtudes, le propuso, sin embargo, casarse con l, insinuando que lo de los otros slo eran palabras. Maidanov responda a la vena potica de su alma. Hombre bastante fro, como casi todos los escritores, trataba obstinadamente de convencerla-probablemente tambin a s mismo- de que la adoraba. La cantaba en versos interminables y se los declamaba con entusiasmo poco natural, pero sincero. Ella le compadeca, y a la vez se burlaba un poco de l. No le crea demasiado y, despus de haber escuchado atentamente sus expansiones, le obligaba a leer algo de Pushkin, para despejar el aire, como deca. Lushin, hombre mordaz, aparentemente cnico y mdico de profesin, la conoca mejor que todos y la amaba ms que ninguno, aunque a sus espaldas y en presencia de ella la injuriaba. Lo respetaba, pero no le haca ninguna concesin y, algunas veces con un deleite especial y

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maligno, le haca sentir que l tambin estaba en sus manos. -Soy una coqueta, no tengo corazn, soy una actriz- le dijo una vez delante de m-. Pues bien, deme su mano, que le voy a clavar un alfiler. Sentir vergenza ante este joven, sentir dolor, pero sin duda tendr la bondad de rerse. Lushin se sonroj, se dio la vuelta, se mordi el labio, pero todo termin con que le dio la mano. Le pinch, y l, efectivamente, empez a rerse... y ella se rea tambin, introduciendo bastante profundamente el alfiler y mirndole a los ojos, que l en vano procuraba mover de un sitio a otro. Lo que peor comprenda eran las relaciones que existan entre Zenaida y el conde Malevskiy. Este era un hombre de buen ver, hbil y listo, pero, a pesar de ser un nio a mis diecisis aos, crea adivinar en l algo falso, algo sospechoso, y me sorprenda que Zenaida no notara nada de esto. Pudiera ser que ella percibiera esa falsedad, pero no le molestaba. Una educacin equivocada, extraas amistades y costumbres, la presencia continua de su madre, la pobreza y el desorden de su casa, todo ello, empezando por la libertad de que gozaba la joven y la conciencia de su superioridad sobre los57

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que la rodeaban, desarrollaron en ella una actitud de abandono e indolencia semidesdeosa. Ocurra que, pasase lo que pasase, ya viniese Bonifacio a anunciar que no haba azcar, ya saliese a relucir algn chisme desagradable, o que se peleasen los invitados, ella slo sacuda sus rizos y deca: -Tonteras. Y ya no haba ms problema. En cambio, senta hervir la sangre cuando Malevskiy se acercaba a ella balancendose como un zorro, se apoyaba con elegancia en el respaldo de su silla y empezaba a decirle algo en voz baja al lado con una sonrisita servil y autosuficiente. Ella cruzada las manos, le miraba atentamente, sonrea y mova la cabeza. -Qu necesidad tiene de escuchar al seor Malevskiy?- le pregunt una vez. -Es porque tiene un bigotito muy bonito- contest-. Pero eso a usted no le importa. -Piensa usted que le quiero?- me dijo en otra ocasin-. No, no amo a los que tengo que mirar de arriba abajo. Necesito alguien me domine... No encontrar a nadie as, si Dios quiere. No me someto a nadie. Ni hablar! -Entonces, no amar usted nunca?58

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-Y es que a usted no lo amo?- dijo y me dio un golpe en la nariz con la punta del guante. S, Zenaida se rea mucho de m. Durante tres semanas la vi a diario, y qu cosas no hara conmigo! Rara vez nos visitaba, pero yo no lo lamentaba: en nuestra casa se transformaba en una seorita, una joven princesa, y eso me cohiba. Tema descubrirme delante de mi madre- a quien Zenaida no caa en gracia-, que siempre nos observaba hostilmente. A mi padre le tena menos miedo: pareca que no adverta mi presencia, dedicndose a hablar en algunas ocasiones con ella, pero siempre de cosas que tenan mucho sentido. Dej de estudiar, leer y hasta de dar paseos y montar. Como un escarabajo al que le han atado la pata con un hilo, siempre daba vueltas alrededor del ala tan querida de la casa. Me habra quedado all siempre... Pero era imposible: mi madre se enfadaba y a veces la propia Zenaida era la que me echaba. Entonces me encerraba en mi habitacin o me iba al otro extremo del jardn, me suba a las ruinas de un alto invernadero de piedra y, con los pies colgando sobre la carretera, permaneca sentado en el muro exterior durante horas y miraba, miraba sin ver nada. Cerca de m, sobre las ortigas cubiertas de polvo, revoloteaban con parsimonia59

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mariposas blancas, mientras un diestro gorrin se sentaba cerca sobre un rojo ladrillo roto y piaba enfadado, moviendo el cuerpo y desplegando la cola. Los cuervos, todava recelosos, graznaban de vez en cuando, sentados en lo alto de la copa abierta de un abedul. El sol y el viento jugueteaban tranquilos en su escaso ramaje, mientras el repicar tranquilo y triste de las campanas del monasterio Donskoy llegaba de vez en cuando. Yo segua sentado mirando y escuchando, y mientras todo mi ser se impregnaba de un sentimiento inenarrable, en el que estaba concentrado todo: la melancola, la alegra, el presentimiento del futuro, el deseo y miedo de vivir. Pero entonces no comprenda absolutamente nada de eso y no saba llamar por su propio nombre nada de lo que bulla en mi interior. Hoy lo llamara con un solo nombre, el nombre de Zenaida. Y Zenaida segua jugando conmigo, como un gato con un ratn. Unas veces coqueteaba conmigo y yo entonces me excitaba y perda la nocin del tiempo; otras veces ella se alejaba de m y yo entonces no tena el valor de volver a acercarme a ella o de mirarla. Recuerdo que durante unos das estuvo muy fra conmigo. Yo, completamente acobardado, entraba60

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sigilosamente en su casa e intentaba sentarme junto a la vieja princesa, a pesar de que precisamente entonces refunfuaba y gritaba continuamente: sus asuntos financieros iban mal y haba tenido dos discusiones con el polica del barrio. Una vez pasaba por el jardn al lado de la valla y vi a Zenaida. Estaba inmvil, sentada sobre la hierba, la cabeza apoyada en las manos. Quise marcharme sigilosamente, pero qued clavado en el sitio. No la comprend al momento. Repiti su gesto. En un instante salt la valla y corr contento hacia ella. Pero me detuvo con la vista y me mostr un camino a dos pasos de ella. Aturdido, sin saber lo que haca, me puse de rodillas al borde del camino. Estaba tan plida, se traslucan cada uno de los rasgos de su rostro una melancola tan amarga, un cansancio tan grande, que mi corazn se encogi. Sin poder contener balbuce: -Qu le pasa? Zenaida alarg la mano, cort la hierba, la mordi y la tir lejos. -Me quiere mucho?- me pregunt al fin-. De verdad? No dije nada: para qu tena que decirlo?

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-S- dijo sin dejar de mirarme-. As es. Sus ojos lo demuestran- aadi y, quedando pensativa, se tap la cara con las manos-. Todo me produce nusea- dijo en voz baja-. Me ira al fin del mundo, ya no aguanto ms, ya no puedo con esto... Y qu me espera despus...? Qu martirio, Dios mo, qu martirio! -Por qu?- pregunt tmidamente. Zenaida no me contest, slo encogi los hombros. Yo segua de rodillas mirndola, invadido de tristeza. Cada palabra suya se me clavaba en el corazn. En ese instante hubiese dado con gusto mi vida para que no sufriera. Segua mirndola, aunque sin comprender por qu sufra tanto, cuando se levant de repente, en un arrebato de tristeza, y se fue del jardn y se dej caer al suelo como si la hubiesen segado. Todo era luz y verdor alrededor. El viento murmuraba en el follaje, moviendo de vez en cuando una rama larga de frambueso sobre la cabeza de Zenaida. En algn sitio se arrullaban las palomas, mientras las abejas zumbaban volando bajo sobre la hierba. Encima dulcemente se extenda el cielo azul. Y yo estaba tan triste... -Recteme algunos versos- me dijo Zenaida a media voz, apoyndose sobre el codo-. Me gusta62

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usted cuando recita, porque parece que canta. Usted es joven. Recteme En los montes de Georgia. Pero sintese antes. Me sent y recit En los montes de Georgia. Porque no puede dejar de amar- repiti Zenaida-. Por eso la poesa es buena. Porque nos habla de lo que no hay y de que no slo es mejor que lo que hay, sino que es ms verdadero... Porque no puede dejar de amar... Quisiera, pero no puede! Quisiera, pero no puede! Se call y de repente volvi y se levant. -Vmonos. Maidonov est ahora con mam. Me ha trado su poema y lo he dejado solo. Tambin l est disgustado ahora... Qu se le va a hacer! Alguna vez lo sabr..., pero no quiero que se enfade conmigo. Zenaida me estrech rpidamente la mano y se march corriendo a casa. Yo la segu. Maidanov nos empez a leer su Asesino recin publicado, pero yo no lo escuchaba. Salmodiaba con voz alta sus yambos, las rimas se sucedan y sonaban como cascabeles, vacas y resonantes, pero yo segua mirando a Zenaida y trataba de comprender el sentido de sus ltimas palabras.

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O un rival oculto Te ha sojuzgado con alevosa? dijo con resonancia nasal Maidanov. Mis ojos y los de Zenaida se encontraron. Ella los baj y se sonroj levemente. Advert que se sonrojaba y me qued helado del susto. Ya antes tena celos de ella, pero ahora por primera vez la idea de que estuviese enamorada pas como un relmpago por mi cabeza. Dios mo, est enamorada!

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Captulo X Mi verdadero suplicio empez entonces. Me cansaba de pensar en ella, de darle vueltas y, continuamente, en la medida de lo posible, espiaba sin cesar a Zenaida. Haba cambiado y eso era obvio. Se iba sola a pasear y estaba paseando durante mucho tiempo. A veces no sala a ver a sus invitados. Se pasaba horas y horas en su habitacin. Antes jams lo haca. De pronto, me hice muy perspicaz. -No ser ste el elegido? O el otro?- me preguntaba, mientras mi imaginacin volaba de un admirador a otro. El conde Malevskiy (aunque me avergonzaba, por causa de Zenaida, confesar esto ante m mismo) me pareca ms peligroso que otros. Mi capacidad de observacin no iba ms all de la punta de la nariz. Al parecer, mi actitud reservada no pudo engaar a nadie. Por lo menos el doctor65

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Lushin muy pronto me comprendi. Pero l tambin haba cambiado en los ltimos das. Haba palidecido y se rea tan a menudo como antes, pero con una risa ms baja, mordaz y corta. Su suave irona anterior y su aparente cinismo haban dado paso a una irritabilidad incontrolada. -Por qu se pasa aqu las horas muertas, joven?- me dijo un da cuando nos quedamos solos en la sala de los Zasequin. (La joven princesa no haba vuelto todava y la voz estridente de su madre se oa desde el tico de la casa. Estaba regaando a la criada.)-. Usted tiene que estudiar y trabajar mientras es joven. Pero, qu est haciendo? -Cmo puede usted saber si trabajo o no en casa?- le contest con cierta soberbia, pero tambin con confusin. -De qu trabajo puede usted hablar? No es eso lo que tiene en la cabeza. Bueno, no discuto... a su edad es normal. Pero lo que pasa es que su eleccin ha sido poco afortunada. Es que no ve qu casa es sta? -No le comprendo- dije. -Que no comprende? Peor para usted. Me veo en el deber de reprenderle. Nuestra raza, la de los viejos solterones, puede pasarse por aqu. Porque,66

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qu nos puede pasar? Somos gente curtida, no se nos atraviesa nada. En cambio, usted tiene todava la piel muy fina. El aire de aqu resulta viciado para usted, puede contraer una enfermedad. -Qu quiere decir? -Pues eso. Es que est usted sano ahora? Es que es usted normal? Es que lo que siente es provechoso y bueno para usted? -Pero qu siento?- respond, aunque comprend que el doctor tena razn. -Joven, joven- sigui el doctor con un severo tono de voz, como si en estas dos palabras hubiera algo muy humillante para m- no est usted todava para poder engaar. Porque lo que lleva dentro lo dice la cara. Pero,para qu hablar? Tampoco yo vendra, si no (el doctor apret los dientes)... si no fuese un loco como usted. Lo nico que me sorprende es cmo usted, con la inteligencia que tiene, no ve lo que est pasando a su alrededor. -Qu es lo que pasa?- pregunt y me replegu a la espera de sus palabras. El doctor me mir con un aire de irona compasiva. - Estoy bueno yo tambin!- dijo como si hablase para s-. Pues s que hay necesidad de decrselo a l!67

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En una palabra-aadi, levantando la voz-, el aire que se respira aqu no te conviene. Le gusta estar aqu, bueno y qu? En un invernadero tambin se est muy bien, pero no se puede vivir all. Oiga, hgame caso, empiece otra vez a estudiar el manual de Kaidanov. Entr la princesa madre y empez a quejarse al doctor de un dolor de muelas. Luego lleg Zenaida. -Fjese usted, doctor- dijo la princesa-, regela. Todo el da est bebiendo agua con hielo. Es que es bueno esto para el pecho tan dbil que tiene? -Por qu hace eso?- pregunt Lushin. -Y qu puede pasar? -Que puede constiparse y morirse. -De veras? Bueno, pues que as sea. -Vaya...!- murmur el doctor. La vieja princesa se march. -Vaya...!- repiti Zenaida-. Es que el vivir es tan divertido? Mire alrededor. Qu me puede decir? Es bueno todo lo que ve? O es que usted cree que yo no lo comprendo, que no lo siento? Me gusta beber agua con hielo y usted quiere convencerme seriamente de que una vida as vale tanto como para no arriesgarla por un instante de placer... no hablo ni siquiera de felicidad.68

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-De acuerdo. Si, el capricho y la independenciadijo Lushin-. Estas dos palabras la definen. Todo su ser est en estas dos palabras. Zenaida ri nerviosamente. -Sus cartas han llegado tarde, querido doctor. Observa usted mal, est equivocado. Es en los caprichos en lo que menos pienso ahora. Distraerme con usted, distraerme conmigo misma... vaya una suerte! Y en cuanto a la independencia... monsieur Voldemar, no ponga esa cara tan triste. No aguanto que nadie se compadezca de m- dijo y se march. -Muy viciado, muy viciado est aqu el aire para usted- me dijo otra vez Lushin.

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Captulo XI Por la tarde, en la casa de los Zasequin se reunieron los invitados de costumbre. La conversacin gir alrededor del poema de Maidanov. Zenaida lo elogi sinceramente. -Pero, sabe qu le digo?- le explic a Maidanov-. Si yo fuese poeta escogera otros poemas. Puede ser que sean tonteras, pero a veces me vienen a la cabeza pensamientos extraos, sobre todo antes de que amanezca, cuando el cielo empieza a ponerse rosa y gris. Por ejemplo... Pero, no se reir de m? -No!, no!- gritamos a una voz. -Yo me imaginaria- dijo, cruzando las manos y mirando hacia un lado- un grupo de chicas jvenes, de noche, en una gran barca, en un ro tranquilo. La

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luna brillando y ellas vestidas de blanco y cantando un himno. -Comprendo, comprendo, siga- dijo Maidanov con aplomo y como soando. -De repente, en la orilla se oye un alboroto: voces, risas, antorchas, panderos. Es una multitud de bacantes, que corre cantando y gritando. Ahora ya es de su incumbencia pintar el cuadro seor poeta... Slo que yo quisiera que las antorchas fueran rojas, que echen mucho humo, y que los ojos de las bacantes brillen bajo las coronas de flores. Las coronas tienen que ser oscuras. No se olvide de las pieles de tigre y de las copas, y del oro, mucho oro. -Dnde tiene que estar el oro? pregunt Maidanov, echando hacia atrs su cabello terso y abriendo las ventanas de su nariz. -Dnde? En los hombros, en las manos, en los pies, en todas partes. Dicen que en la antigedad las mujeres llevaban anillos de oro en los tobillos. Las muchachas de la bacanal llaman a quienes estn en la barca. Han dejado de cantar su himno y no pueden seguir, pero no se mueven. El ro las acerca a la orilla. De repente, una de ellas se levanta despacio... (Esto hay que contarlo bien: cmo se levanta despacio a la luz de la luna, cmo se asustan sus arru71

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gas...) Salta a la orilla y las bacanales la rodean y se la llevan impetuosamente, desapareciendo en la penumbra de la noche... Imagnese ahora el humo y cmo ya no puede distinguir nada. Slo queda su corona en la orilla... Zenaida call. (Oh, est enamorada! pens otra vez.) -Y nada ms?- pregunt Maidanov. -Nada ms- contest. -Eso no puede ser un argumento para un poema- dijo l con aplomo-. Pero aprovechar su idea para un verso lrico. -En estilo romntico?- pregunt Malevskiy. -Claro a la manera romntica, a imitacin del poeta George Byron. -Creo que Hugo es mejor que Byron- dijo el conde son suficiencia-. Es ms interesante. -Hugo es un escritor de primer orden- replic Maidanov-. Mi amigo Toncosheyev en su novela espaola El Trovador... -Ah!, es se el libro con los signos de interrogacin al revs?- pregunt Zenaida. -S, as acostumbran a ponerlos los espaoles. Quiero decir que Toncosheyev...

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-Bueno, otra vez van a discutir ustedes sobre el clasicismo y el romanticismo- le interrumpi por segunda vez Zenaida-. Mejor vamos a jugar. -A las prendas?- intervino Lushin. -No, a las prendas es muy aburrido. Vamos a jugar a las comparaciones. (Este juego lo invent Zenaida. Se menciona cualquier objeto y cada uno procura compararlo con algo, siendo premiado el que encuentre la mejor comparacin.) Se acerc a la ventana. El sol acababa de ponerse. En el cielo, a gran altura, se vean nubes rojas y alargadas. -A qu se parecen estas nubes?- pregunt Zenaida. A continuacin, sin esperar nuestra contestacin, prosigui-: Encuentro que se parecen a las velas purpreas del barco de oro de Cleopatra, cuando iba al encuentro de Marco Antonio. Se acuerda, Maidanov, de que me lo ha contado hace unos das? Todos nosotros, como Polonio en Hamlet, dijimos que las nubes recordaban precisamente estas velas y que nadie podra encontrar una comparacin mejor.

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-Cuntos aos tena entonces Marco Antonio?pregunt Zenaida. -Debera ser joven- dijo Malevskiy. -S, joven- afirm Maidanov muy seguro. -Perdn- dijo Lushin-, pero ya haba pasado de los cuarenta. -Los cuarenta- repiti Zenaida, mirndole furtivamente. Me march pronto a casa. Est enamorada, pero de quin?, decan involuntariamente mis labios.

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Captulo XII Pasaban los das. Zenaida se volva cada vez ms extraa, ms incomprensible. Una vez entr a verla y la encontr sentada en una silla de paja con la cabeza apoyada en el borde afilado de la mesa. Se levant... Toda su cara estaba baada en lgrimas. -Ah, es usted!- dijo con una sonrisa cruel-. Venga aqu. Me acerqu. Me puso la mano en la cabeza y cogindome de repente del pelo empez a tirar de l. -Me hace dao- dije al fin. -Ah, le hace dao! Y es que a m no me hace dao? No me hace dao?- repiti.

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-Ay!- exclam de repente, al ver que me haba arrancado un pequeo mechn de pelo- Qu es lo que he hecho? Pobre monsieur Voldemar! Estir con cuidado los pelos que me haba arrancado, se los enroll en el dedo e hizo un anillo con ellos. -Los voy a meter en mi medalln y los llevar conmigo- dijo, mientras las lgrimas brillaban todava en sus ojos-. Esto probablemente le consolar un poco... Y ahora, adis. Volv a casa, donde me esperaba un contratiempo desagradable. Mi madre tena una disputa con mi padre. Le reprochaba algo. l, segn su costumbre, callaba fra y cortsmente y enseguida se march. No pude or lo que dijo mi madre, ni estaba para eso, pero slo recuerdo que, despus de haber hablado con mi padre, me mand llamar a su cuarto y muy disgustada habl de mis frecuentes visitas a la casa de la princesa, que, segn sus palabras, era une femme capable de tout, me acerqu para besarle la mano (haca esto siempre que quera acabar la conversacin) y me fui a mi habitacin. Las lgrimas de Zenaida me haban dejado desconcertado. No saba qu explicacin darle al suce76

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so. Me encontraba a punto de comenzar a llorar, pues a pesar de mis diecisis aos era un nio. Ya no pensaba en Malevskiy, aunque Belovsorov cada da se haca ms amenazante y miraba al maoso conde como un lobo puede acechar a un cordero. Me perda en mis pensamientos y buscaba lugares apartados. Senta predileccin por las ruinas del invernadero. Me suba al alto muro, me sentaba y permaneca sentado tan desconsolado, tan solo y tan triste en mi juventud, que me compadeca de m mismo. Cunto me complacan estos sentimientos tristes! Cunto me deleitaba con ellos! Una vez estaba sentado en el muro, mirando la lejana y escuchando el repiqueteo de las campanas... Sent que algo se mova imperceptiblemente dentro de m: no era el soplo del viento, ni el temblor del misterio, sino algo frgil como el aliento, delicado como la intuicin de que alguien estaba cerca... Baj los ojos. Abajo, por el sendero, vestida con un traje ligero de color gris y con una sombrilla rosa que se apoyaba en el hombro, caminaba Zenaida. Me vio, se detuvo y, levantando el borde de su sombrero de paja, alz hacia m sus ojos de terciopelo. -Qu hace ah en las alturas- me pregunt, sonriendo de manera extraa-. Usted- sigui-, que77

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siempre me est diciendo que me quiere..., salte aqu a la vereda, si es verdad lo que me dice. An no haba acabado Zenaida de pronunciar estas palabras, cuando ya caa yo desde lo alto, como si alguien me hubiese empujado en la espalda. El muro tena unos cuatro metros de altura. Ca en tierra con los dos pies juntos, pero el golpe fue tan fuerte, que no me pude mantener de pie, me ca y por unos instantes perd el conocimiento. Antes de abrir los ojos, sent a mi lado a Zenaida. -Mi querido nio- deca inclinndose sobre m, expresando su voz asustada ternura-. Cmo pudiste hacerlo? Cmo pudiste obedecer...? S, te quiero... Levntate. Su pecho respiraba frente al mo, sus manos tocaban mi cabeza. De pronto- qu maravillosa sensacin me invadi entonces!- sus labios suaves, frescos empezaron a cubrir mi rostro de besos... Pero pronto Zenaida debi de darse cuenta, por la expresin de mi rostro, que ya haba recobrado el conocimiento, aunque permaneca con los ojos cerrados, pues, ponindose bruscamente en pie, dijo:78

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-Levntese, nio travieso, loco! Qu es eso de estar tumbado sobre el polvo? Yo me levant. - Deme mi sombrilla!- dijo Zenaida-. Sabe dnde la dej? Por qu me mira as? Vaya tontera que ha cometido! No se ha hecho dao? Le han picado las ortigas? No s por qu le pregunto todo esto! Por qu me mira?... Pero si no se entera de nada! No dice nada!- prosigui , como dicindoselo a s misma-. Vyase a casa, monsieur Voldemar, y lmpiese! Y no venga detrs de m porque me voy a enfadar y entonces nunca... Se alej deprisa sin terminar su discurso. Yo me sent en el camino... No me tena en pie. Las ortigas me quemaban la cara, me dola la espalda y senta mareos, pero la dicha que sent entonces no la volv a sentir en mi vida. Era como un dolor dulce diluido por todo mi cuerpo, que acab en saltos de jbilo y exclamaciones de alegra. Efectivamente, era todava un nio.

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Captulo XIII Me sent tan contento y orgulloso todo aquel da, conservaba tan vivo el recuerdo de los besos de Zenaida en mi cara, recordaba cada palabra suya con tal estremecimiento y xtasis, celebraba tanto mi inesperada dicha, que hasta senta pavor de la misma, y no quera ni siquiera ver a la causante de estas nuevas sensaciones. Me pareca que ya no deba pedir ms al destino, que ahora haba de aspirar bien el aire por ltima vez y morir. En cambio, al da siguiente, al ir de visita, senta gran nerviosismo, que en vano procuraba encubrir bajo la mscara de una fingida desenvoltura, muy en consonancia con la actitud de un hombre que quiere dar a entender que sabe guardar los secretos. Zenaida me recibi con naturalidad, sin ninguna emocin. Se limit a amenazarme con el dedo y a preguntarme si tena80

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algn cardenal. Toda mi desenvoltura y aire de misterio desaparecieron en un instante y con ellos mi aturdimiento. Naturalmente, no esperaba nada extraordinario, pero la tranquilidad de Zenaida fue como un chorro de agua fra. Comprend que para ella era un nio y eso me afligi muchsimo. Zenaida recorra los lugares de la habitacin, y me dedicaba una leve sonrisa cada vez que me miraba, pero su pensamiento estaba lejos. Esto lo vea con toda claridad... Le hablara yo mismo sobre lo de ayer?- pens-. Le preguntara a dnde iba con tanta prisa para saberlo ya de una vez? Pero desist y me qued sentado en un rincn. Entr Belovsorov. Me alegr de su llegada. -No le he encontrado un caballo manso de montar- dijo en tono severo dirigindose a Zenaida. Freutag me habl de uno, pero no me fo. Tengo miedo. -De qu tiene miedo?- pregunt Zenaida-. Permtame que se lo pregunte. -De qu? Pues de que no sabe montar. No quiera Dios que le pase algo. Por qu se ha encaprichado con esta idea? -Eso ya es cosa ma, monsieur animal mo. Entonces se lo pedir a Piotr Vasilievich... (A mi padre81

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lo llamaban Piotr Vasilievich. Me sorprendi que mencionase su nombre con tanta naturalidad, como si no dudara de que estuviese dispuesto a hacerle ese favor.) -Ah!, entonces es con l con quien quiere montar?- replic Belovsorov. -Con l, o con otro. Eso para usted no cuenta. No es con usted y eso basta. -Conmigo, no- repiti Belovsorov-. Como usted quiera! Qu le vamos a hacer! De todos modos, le traer el caballo. Tenga cuidado y no me traiga una vaca. Le digo de antemano que quiero ir de prisa. -Vaya al trote si quiere. Con quin va a montar, con Malevskiy? -Y por qu no, guerrero? Bueno, tranquilceseaadi- y no eche fuego por los ojos. Ir con usted tambin. Ya sabe lo que siento ahora hacia Malevskiy, uf!- dijo, sacudiendo la cabeza. -Lo dice para tranquilizarme- murmur Belovsorov. Zenaida entorn los ojos. -Eso le consuela? Oh, oh, oh, guerrero- dijo, como si no hubiese podido encontrar otra palabra-. Y usted, monsieur Voldemar, vendra con nosotros?82

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-No me gusta ir con demasiada gente...- murmur sin levantar la vista. -Prefiere tte--tte? Bueno, a quien Dios se la d, San Pedro se la bendiga- dijo-. Vyase, pues, Belovsorov, a buscar el caballo. Lo necesito para maana. -Bien, pero de dnde saldr el dinero?- dijo la vieja princesa. Zenaida frunci el ceo. -A usted no se lo pido. Belovsorov me lo fiar. -Lo fiar, lo fiar...- gru la princesa y de repente grit a pleno pulmn-: Duniacha! -Mam, le he regalado una campanilla- objet Zenaida. - Duniacha!- repiti la vieja. Belovsorov se despidi y yo me fui con l. Zenaida no me pidi que me quedase.

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Captulo XIV Al da siguiente me levant temprano, me hice un bastn y me march al campo. Voy a ver si olvido penas, me dije a m mismo. El da era hermoso, despejado y no haca bochorno: soplaba un aire fresco y juguetn, silbando entre los rboles, pero sin forzar la voz, movindolo todo, pero sin inquietarlo. Pase durante mucho tiempo por los montes y por los bosques. No me senta feliz. Sal de casa con el propsito de abandonarme a la tristeza, pero mi juventud, el da esplndido, el aire fresco, el largo paseo, el deleite de tirarse al suelo sobre la tupida hierba influyeron en mi nimo. Los recuerdos de aquellas palabras inolvidables, de aquellos besos invadieron mi alma. Me gustaba pensar que Zenaida no podra dejar de comprender justamente mi decisin, mi herosmo... Para ella otros84

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son mejor que yo- pensaba-. No importa. Por el contrario: otros dicen que lo van hacer y el que lo hizo fui yo... Y qu no sera capaz de hacer por ella...! Mi imaginacin empez a avivarse. Empec a pensar cmo la salvara de las manos de los enemigos, cmo, desangrado, la sacara de una mazmorra, cmo morira a sus pies. Me acord de un cuadro que colgaba en la pared de la sala de estar de nuestra casa: Malec Adel raptando a Matilde... En ese mismo instante me fij en un pjaro carpintero que cuidadosamente suba por el fino tronco de abedul y miraba con precaucin a la izquierda, a la derecha y hacia atrs, como un msico su contrabajo. Luego empec a cantar Nieves blancas, pero me pas a una romanza, entonces muy popular: Te espero, cuando el cfiro juguetn... A continuacin, comenc a declamar en voz alta la alocucin de Yermak a las estrellas, de la tragedia de Jomiacov. Intent componer algo de tipo sentimental. Hasta redact el estribillo con que deba terminar el poema Oh, Zenaida, Zenaida, pero no me sali nada ms. Mientras tanto, se acercaba la hora de la comida. Baj del monte al llano. Una senda estrecha y arenosa serpenteaba y conduca a la ciudad. Me fui85

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por la vereda... O un ruido sordo de herraduras detrs de m. Mir hacia atrs, me par sin querer y me quit la gorra. Vi a mi padre y a Zenaida. Iban juntos. Mi padre le deca algo, inclinndose hacia ella y apoyndose con la mano sobre el crin del caballo. Sonrea. Zenaida le escuchaba taciturna, bajando gravemente los ojos y apretando los labios. Cuando los vi, estaban solos, pero unos instantes despus apareci por detrs de un recoveco Belovsorov, vestido con el uniforme de hsar y una chaquetilla por encima, y montando un caballo negro cubierto de espuma. El animal, un pura sangre, mova la cabeza, resoplaba y se balanceaba rtmicamente. El jinete lo contena y le aplicaba las espuelas al mismo tiempo. Me apart. Mi padre cogi las riendas con las manos y se ergui. Ella levant lentamente la vista hacia l y los dos salieron al galope... Belovsrov pas detrs de ellos haciendo ruido con el sable. El est rojo como un cangrejopens-. Y ella... por qu est tan plida? Ha estado montando a caballo toda la maana, y sin embargo, por qu est tan plida? Me march a toda prisa y llegu a casa justo antes de empezar la comida. Mi padre se haba cambiado de ropa, y, lavado y fresco, estaba sentado al86

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lado de la silla de mi madre y le lea con su voz alta y expresiva un folletn del Journal des Dbats, pero mi madre apenas le prestaba atencin. Vindome a m, me pregunt dnde haba estado todo el da y aadi que no le gustaba la gente que deambula no se sabe por dnde y no se sabe con quin. Estuve solo, quise contestar, pero mir a mi padre y no s por qu no abr la boca.

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Captulo XV En los cinco o seis das que siguieron, apenas pude ver a Zenaida. Deca que estaba enferma. Esto no impeda a los visitantes venir a hacer guardia, como decan ellos, todos a excepcin de Maidanov, que siempre se desanimaba mucho y empezaba a aburrirse cuando no tena la oportunidad de entusiasmarse. Belovsorov se sentaba hurao en un rincn, abrochado de arriba abajo. En el rostro delicado del conde Malevskiy siempre haba una sonrisota maliciosa. Efectivamente, haba cado en desgracia de Zenaida y con mucho esmero trataba de engatusar a la vieja princesa. Fue con ella en coche a ver al gobernador. Aunque hay que decir que este viaje no fue afortunado, ya que Malevskiy tuvo algunos contratiempos. Le recordaron no s qu historia con no se sabe qu oficiales de camino y88

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tuvo que decir, al dar explicaciones, que entonces era un inexperto. Lushin vena unas dos veces al da, pero no se quedaba mucho tiempo. Yo le tena un poco de miedo despus de nuestra ltima conversacin, pero al mismo tiempo senta una atraccin sincera hacia l. Una vez nos fuimos a pasear por el jardn de Nescuchnoye. Estuvo muy amable y servicial, me deca los nombres y propiedades de las hierbas y flores. Sin ms, como suele decirse, grit, dndose una palmada en la frente: -Y yo, imbcil de m, que deca que era una coqueta! Por lo visto es grato sacrificarse... para otros! -Qu quiere usted decir? -A usted no quiero decirle nada- replic Lushin. En cuanto a m, Zenaida trataba de no verme. Mi presencia- no poda dejar de observarlo- le causaba una impresin desagradable. Me daba la espalda... sin que ella lo pudiera remediar... Eso era lo amargo del caso, eso era lo que me hacia sufrir. Pero no haba nada que hacer. Trataba de que no me viese y slo intentaba espiarla de lejos, lo que no siempre consegua. Le segua pasando algo extrao. Su cara era otra, toda ella era otra. Fue en una tranquila y clida tarde cuando me sorprendi el cambio operado en ella. Estaba sentado en un banco pe89

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queo que haba debajo de un frondoso saco. Me gustaba ese sitio. Desde all se vea la ventana de la habitacin de Zenaida. Yo estaba sentado. Sobre mi cabeza, en el sombro follaje, un pjaro pequeo se mova solcito. Un gato gris, estirando su lomo, entraba furtivamente al jardn. Los primeros escarabajos zumbaban intensamente en el aire, que todava permaneca transparente, aunque ya careca de luz. Estaba sentado y miraba a la ventana esperando a que se abriese. Y, en efecto, se abri y apareci Zenaida. Estaba vestida de blanco y tanto ella como su rostro, hombros y manos eran de una palidez de alabastro. Durante un rato permaneci inmvil. Estuvo observando durante largo tiempo, con la mirada detenida bajo sus cejas fruncidas, jams la haba visto con una mirada as. Despus apret fuertemente sus manos, se ech hacia atrs los mechones de pelo que le cubran la oreja, sacudi la cabeza y, con un gesto enrgico, la agach y cerr la ventana. A los tres das me vio en el jardn. Quera esconderme, pero ella misma me detuvo. -Deme la mano- dijo con el afecto de antes-. Hace mucho que no charlamos.

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La mir. Sus ojos brillaban tranquilos. Su rostro sonrea como a travs de la niebla. -Sigue enferma?- le pregunt. -No, ya ha pasado todo- dijo y cort una pequea rosa de color rojo-. Me siento un poco cansada, pero pronto se me pasar. -Y volver a ser como antes?- le interrogu. Zenaida acerc la rosa a su cara y me pareci ver el reflejo de los ptalos rojos en su rostro. -Es que he cambiado?- me pregunt. -S, ha cambiado- dije a media voz. -Le he tratado framente, lo s- empez Zenaida-, pero no tena que haber hecho caso de esto... No poda comportarme de otra forma... Pero para qu hablar de ello. -No quiere que la ame, sa es la verdad!- grit desesperado en un arrebato incontenible. -No, meme. Pero no como antes. -Y cmo? -Seamos amigos, si quiere- Zenaida me dio la rosa para que la oliese-. Escuche, soy mayor que usted. Podra ser su ta, de verdad. Bueno, su ta no, pero s su hermana mayor. Y usted... -Soy un nio para usted- la interrump.

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-Bueno, s, un nio, pero encantador, bueno, listo, a quien quiero mucho. Sabe qu le digo? Desde hoy le hago mi paje. No olvide que los pajes no deben apartarse nunca de sus seoras. He aqu el signo de su nueva dignidad- dijo ella metiendo la rosa en la solapa de mi chaqueta-. El signo de nuestra benevolencia hacia usted. -Antes habla recibido de usted otros signos de benevolencia- dije. -Ah!- dijo Zenaida y me mir de reojo- Qu buena memoria tiene! Bien, ahora tambin estoy dispuesta... E inclinndose hacia m, me imprimi en la frente un beso tranquilo y puro. Antes de que tuviera tiempo de levantar la vista, se dio la vuelta y, dicindome: Sgame, paje!, march en direccin a su casa. La segu desconcertado. Ser posible que esta joven humilde e inteligente sea la misma Zenaida que he conocido? Hasta su manera de andar me pareca ms pausada, su talle ms majestuoso y mejor proporcionado... Pero, Dios mo, con qu fuerza empezaba a arder de nuevo en m el amor!

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Captulo XVI Despus de la comida otra vez se reunieron los invitados en el ala izquierda de la casa. La princesa sali a recibirles. Todos estaban presentes como en aquella primera tarde, inolvidable para m. Estaba hasta Nirmatskiy. Maidanov haba llegado antes que nadie, trayendo unos versos nuevos. Empez el juego de las prendas, pero ya sin las ocurrencias extravagantes de otros tiempos, sin locuras ni ruido; haba desaparecido de la velada el elemento gitano. Zenaida haba dado un aire nuevo a la reunin. Yo, como su paje, estaba sentado a su lado por derecho propio. Por cierto, propuso que al que le tocara pagar prenda deba contar su sueo. Pero esto no dio resultado. Los sueos, o resultaban poco interesantes (Belovsorov vio en sueos que dio de comer al caballo un cubo de carpas y que el caballo tena una93

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cabeza de madera), o poco naturales, inventados... Maidanov nos obsequi con toda una novela llena de criptas y sepulcros, ngeles con arpas, flores parlantes y sonidos lejanos... Zenaida no le permiti que acabase. -Bueno, ya que nos hemos desviado hacia las composiciones- dijo-, pues que cada uno cuente algo inventado. El primero en hablar deba ser Belovsorov. El joven hsar se azor. -No puedo inventar nada!- dijo. -Qu tontera!- contest Zenaida-. Imagnense que est casado y cuntenos cmo pasara el tiempo con su mujer. La tendra encerrada? -La encerrara. -Y estara con ella? -Desde luego que estara con ella. -Muy bien. Y si a ella eso le aburriera y lo engaase? -La matara. -Y si se escapase? -La alcanzara y la matara de todas formas. -Bueno. Vamos a suponer que yo fuese su mujer, qu hara entonces?

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Durante algn tiempo Belovsorov permaneci callado. -Me matara a m mismo. -Veo que su cancin se acaba enseguida. A Zenaida le toc pagar la segunda prenda. Levant los ojos hacia el techo y qued pensativa. -Oigan lo que se me ha ocurrido- dijo al fin-. Imagnense un aposento esplndido, una noche de verano y una fiesta maravillosa. La fiesta la da la joven reina. En todas partes hay oro, preciosos cristales, sedas, fuegos, diamantes, flores, aromas, todos los caprichos del lujo. -Le gusta el lujo?- la interrumpi Lushin. -El lujo es bonito- le contest-. Me gusta todo lo bonito. -Ms que lo bello- pregunt l. -Demasiado sutil, no lo comprendo. No me interrumpa. Entonces, la fiesta es esplndida. Hay muchos invitados, todos son jvenes, bellos, valientes. Todos estn enamorados locamente de la reina. -No hay mujeres entre los invitados?- pregunt Malevskiy. -No... o espere, s las hay. -Son todas feas?95

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-Encantadoras, pero todos los hombres estn locos por la reina. Ella es alta, esbelta... y lleva una pequea diadema de oro sobre su pelo negro. Mir a Zenaida y en ese instante me pareci ms alta que todos nosotros. De su frente de alabastro, de sus cejas inmviles emanaba una inteligencia tan clara y un poder tal, que pens: T eres la reina. -Todos se agrupan en torno a ella. Todos le dirigen los discursos ms halagadores. -Es que a la reina le gusta la adulacin?- pregunt Lushin. -Qu hombre tan molesto! No me deja en paz... A quin no le gusta la adulacin? -Una ltima pregunta. La reina no tiene marido?- dijo Malevskiy. -No lo he pensado. Un marido, para qu?Pues claro- asinti Malevskiy-. Para qu? -Silence!- dijo Maidanov, que hablaba mal el francs. -Merc- le dijo Zenaida-. Entonces, la reina oye los discursos, escucha msica, pero no mira a ninguno de los invitados. Seis ventanas estn abiertas de par en par, desde el techo hasta el suelo, a travs de las cuales se ve un cielo oscuro cubierto de estrellas refulgentes y el jardn con rboles grandes. La96

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reina mira al jardn. All, entre los rboles, hay una fuente blanca, que se deja or en la oscuridad de la noche. La reina oye, a travs del ruido de la conversacin y la msica, el murmullo del agua. Mira a la fuente y piensa: todos ustedes, caballeros, sois nobles, inteligentes, ricos, estis a mi alrededor, captis al vuelo cada palabra ma, estis dispuestos a morir a mis pies, pues soy vuestra duea... Pero ah, al lado de la fuente, est esperndome aquel a quien