Introduccion a Micrografía de R. Hooke (1665)

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Introducción de Carlos Solis (1989) al libro "Micrografía" de R. Hooke (1665). Magnifico ensayo sobre la ciencia de la época y sus vicisitudes.

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UN LACAYO PARA LA CIENCIA

«Estando ausente el Sr. Hooke, la Sociedad, en vez de con experimentos, se entretuvo con la lectura de algunas cartas» (T. Birch, History of the Royal Society, vol. 11, pág. 418).

El 3 de marzo de 1702 1 la corporacton en pleno de la Sociedad Real de Londres para el Fomento del Saber Natural se congregó en la iglesia de Santa Elena en Bishop­gate Street. Asistía a los funerales por el Dr. Robert Hooke, curator vitalicio de experimentos de dicha Sociedad y en ocasiones miembro del Consejo y secretario. Durante cua­renta años había sido el soporte científico de una institu­ción que sin él hubiera descendido con frecuencia al nivel de las tertulias de cafetería. Si se atiende a una medida tan superficial como es el número de menciones de Hooke que aparecen en las actas de sesiones de la Sociedad 2, se com­probará que su nombre aparece al menos una vez en cerca del sesenta por ciento de las páginas. Eso es casi el doble de las menciones. al secretario H. Oldenburg, el eficiente en­cargado de la burocracia y la correspondencia de la Socie­dad. Es asimismo unas dos veces y media más que las men­ciones a R. Boyle, el científico más citado después de Hooke, o que fas hechas a los organizadores, co_rtesanos y científicos R. Moray y W. Brouncker. Si, por el contrario, atendiéramos al contenido científico y experimental de di­chas entradas, el cómputo sería aún mucho más favorable a Hooke.

Con todo, el homenaje postrero de sus colegas no empaña la sensación de que, no obstante sus méritos cien­tíficos, no babia ··sido universalmente apreciado y querido. Ello viene anecd6ticamente simbolizado por el hecho de que su tumba no se encuentra en W estminster, así como porque ningún retrato suyo cuelga de las paredes de la

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Sociedad Real ni de ningún otro sitio, accidente este último que no se ha de imputar a una piedad sensible a la extrema fealdad del su;eto, quien en un a/,arde de autorreferencia onomástica era encorvado como un anzuelo (hook). Esta desafección institucional, se debió no tanto al carácter cas­carrabias y pendenciero del curator cuanto a la posición subordinada que ocupó y aceptó en la Sociedad.

La Sociedad Real de Londres tuvo su origen pró­ximo en las reuniones celebradas en Oxford en torno a John Wilkins, director del Wadham College desde 1648 por nombramiento de los veedores parlamentarios, tras la entrada de las fuerzas antirrealistas en la ciudad 3

• A este club filosófico pertenecieron S. Ward y L. Rooke, proce­dentes de Cambridge, y otros muchos de Londres. Entre ellos cabe destacar a ]ohn Wallis, Jonathan Goddard, Wil­liam Petty, Thomas Willis y el un poco más ;oven Robert Boyle. Entre los ióvenes prometedores estaban Christopher Wren, Thomas Sprat, William Neile y Robert Hooke. Para 1660, con la restauración monárquica, el grupo se dispersó, reuniéndose gran parte del mismo en Londres, donde Wil­kins reinició sus actividades organizadoras. Existía allí una vie¡a institución, el Gresham College, fundado por el co­merciante Thomas Gresham para atender a la formación de las clases activas, siendo en estos momentos un cenúo de reunión de matemáticos y filósofos naturales partida;ios de la ciencia emergente. A la salida de una conferencia dic­tada por su profesor de Astronomía C. W ren el 28 áe no­viembre de 1660, Wilkins propuso fúndar «Un colegio para promover el saber físico-matemático-experimental». Así na­ció la Sociedad Real, de la que, entre otros, formaron parte como fundadores los miembros maduros del núcleo oxonien­se ;unto con Wren, entrando a formar parte de ella en 1663 los ióvenes mencionados.

La Sociedad Real se convirtió enseguida en el cen­tro y referencia de la ciencia inglesa, perteneciendo a ella todos los británicos de a/,guna relevancia científica por más menguada que fuera, con excepciones no menos escasas que notables, como la de Thomas Hobbes o Richard Towneley. También acogía a muchos científicos extran;eros 4• La his­toria de esta temprana sociedad científica nacional ha sido

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ob;eto de muchos estudios y atención. Bástenos señalar aquí que su orientación principal tendía a favorecer un baco­nianismo entendido al modo de los miembros dominantes, Boyle, Brouncker y Wilkins, asistidos por el secretario, consistente en rechazar las especulaciones generales en fa­vor de la experimentación y observación de detalles 5 ;unto con la insistencia en el ideal de la organización cooperativa de la investigación científica y su aplicabilidad práctica para la me;ora de las condiciones de vida de la humanidad. El pasado un tanto sospechoso de muchos de los miembros fundadores exigía además un tupido velo sobre cuestiones políticas y religiosas, pues Wilkins, por e;emplo, había sido protegido de los parlamentarios, casándose incluso con una hi¡a de Cromwell. Además, en la medida en que la filoso­fía natural se había empleado . como arma de propaganda católica 6

, las doctrinas generales eran también sospechosas de crear disensiones. Así, la posición oficial diseñada por el grupo dominante y voceada a través de Oldenburg y Sprat puso a punto una ideología amparada en el nombre de Bacon y orientada a reafirmar el carácter anticartesiano y antiespeculativo de la nueva ciencia nacional.

Dado que Hooke era partidario de una versión del baconianismo diversa·d-e la oficial (y de la de Bacon), así como un convencido cartesiano, se encontraba un tanto des­fasado respecto a la ortodoxia de la institución, lo cual ex­plica algunas peculiaridades de su Micrografía, razón por la cual nos detendremos brevemente en la concepción de la ciencia defendida propagandísticamente en la Sociedad Real. En 1667 se publicó la History of the Royal Society of Lon­don, que se había escrito ba;o el control de la Sociedad casi a la vez que el libro de Hooke. Su autor, Thomas Sprat, actuó como plumífero del Conse¡o de la Sociedad, que de­seaba hacer apología y propaganda de sí misma, ocultando sus orígenes poco ortodoxos, subrayando su nacionalismo y prometiendo grandes beneficios prácticos a fin de ganar un consenso social. En primer lugar, la Sociedad insiste

r' por boca de Sprat en la cooperación investigadora en el seno de una «cauta. desconfianza por las generalizaciones que algunos observadores denominan escepticismo». No se trata del escepticismo pirrónico que niega asentimiento a toda

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cosa, sino de un escepticismo mitigado, relativo tan sólo a las teorías. Así, cuando (en la sección V) exponga las Re­soluciones de la Sociedad, propondrá un empirismo sin vue­los, consistente en «hacer registros fidedignos de las obras de la naturaleza», recomendando a continuación huir del ingenio, la retórica y las fábulas, vale decir de las doctri­nas generales, en lo que se puede ver un ataque a las ex­plicaciones plausibles e imaginadas de los atomistas o de los mecanicistas como Descartes y Hobbes. Finalmente, en tercer lugar, se insiste en la aplicación y utilidad del saber.

Con todo, lo que domina es el hincapié en el primer punto, hasta el extremo de que es como si el objetivo de la investigación fuese recopilar hechos en historias natura­les, pues, por más que no se rechace el objetivo último de la búsqueda de causas, parece postergarse sine die .. Dado que «puede haber varios métodos de la naturaleza para la producción de la misma cosa», no se puede afirmar posi­tivamente ninguna hipótesis, y quien lo haga será tildado de dogmático. Sobre los hechos se dice (en la sección XVII) que, aparte la religión, son lo más seguro de que dispone­mos, debiendo ponerse por encima de la razón, por lo que no deben admitirse críticas que no se basen en las obras (hechos), sino en las sospechas (teorías). Sobre las causas, se nos advierte en la sección siguiente que gravita el peligro de la fantasía, mayor cuanto superior es el ingenio del teó­rico, razón por la cual, sin incurrir en un escepticismo de corte radical, se recomienda prudencia, duda e indiferencia, abrigándolas todas sin tener interés en ninguna, lo qqe equivale a no tomarlas en serio. Así pues, la imagen de la ciencia en la Sociedad queda sesgada hacia un empirismo estrecho y iinliteórico más propio del Bacon de la póstuma Sylva sylvarum que del Novum organum. Los miembros de la Sociedad Real, según Sprat, no teorizan. «Los escépticos niegan todo, tanto las doctrinas como las obras; los dogmá­ticos deciden acerca de las doctrinas sin un suficiente res­peto por las obras; mientras que en esta Asamblea, aunque deberíamos conceder que han omitido completamente las doctrinas, con todo han sido muy positivos y afirmativos en sus obras.»

Éste era el contexto institucional y metodológico en

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el que Hooke habría de desarrollar su carrera. Como seña­lábamos, no constituía un medio especialmente acorde con sus posiciones metodológicas, lo cual no hubiese tenido de­masiada importancia, pues, en general, los matemáticos eran más positivos en la afirmación de teorías que los natura­ltstas y coleccionistas, y Newton entraría a saco en esta cacharrería de «obras» con algunos roces, pero sin mayor menoscabo de su respetabilidad científica. Mas, en el caso de Hooke, su discrepancia menor y ciertamente compartida por otros muchos se combina con la posición social de sir­viente pagado que marcó su entrada y permanencia en la institución.

Las primeras sesiones de la Sociedad se nutrían de los escasos y mortecinos experimentos e informes de sus miembros, no siendo infrecuente ver cómo se hacen llama­mientos generales a la participación 7

, quedando sin realizar muchas propuestas. Finalmente, el 5 de noviembre de 1662, tras cerca de dos años de existencia de la Sociedad Real, Robert Moray propuso emplear un encargado ( curator) ex­perimentador que «suministre cada día que se reúnan tres o cuatro expúimentos de consideración, no esperando re­compensa hasta que la Sociedad consiga fondos que le per­mitan darla» 8

• Todos estuvieron de acuerdo, mencionán­dose el nombre de Hooke, a quien la Sociedad ya conocía por su escrito sobre capilaridad de 1661. Lo más plausible es que lo recomendase su empleador en Oxford, Robert Boyle, pues en la reunión siguiente, 12 de noviembre de 1662, cuando fue aceptada la propuesta, «se ordenó que el señor Boyle recibiese el agradecimiento de la Sociedad por pasarse sin él para uso de ella». Este día se redondearon los deberes del curator, pues, aparte de los dos o tres ex­perimentos •propios», debía «ocuparse de todos aquellos que le indique la Sociedad» 9

. Una semana ff?áS tarde, HoQ]ee iniciaba un traba¡o que conservaría ya siempre, siendo en gran medida responsable de que el primer año en el cargo se triplicase la actividad respecto al año anterior a su nom­bramiento, manteniendo una actividad que no decaerá hasta que a finales de 1666 se convierta en inspector municipal en la reconstrucción de Londres, arrasado por el fuego.

El curator Robert Hooke y el secretario Henry

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Oldenburg, ambos promovidos por Robert Boyle, serán los dos únicos cargos remunerados de la Sociedad, mientras que el resto de los miembros, salvo especiales exenciones, debían satis/ acer tina cuota (lo que tendían a hacer con extremada renuencia). Hoy en día, todo profesional, desde el botones al rey, cobra por su trabaio sin ninguna ver­güenza (incluso en ocasiones con una conspicua falta de la misma); pero entonces ello marcaba una diferencia, de ma­nera que el curator y el amanuense eran tenidos por sir­vientes. Si se ho¡ean las actas de sesiones, se pueden perci­bir claramente dos tratos diferenciales. A los miembros se les asignan tareas diciendo cosas tales como se expresa el deseo de que Fulanito tal y cual, o bien se pide a Menga­nito que esto y lo otro, e incluso en ocasiones se les da las gracias; sin embargo, cuando se encarga al operador o amanuense que registre un documento, archive una carta, copie esto o transcriba aquello, e incluso que traiga un par de cachorros para no sé qué perrerías experimentales, el verbo empleado es el ordenar. Pues bien, cuando Hooke comenzó a trabajar como curator, durante un par de meses se le encargaban cosas expresando el deseo de que hiciera esto y lo otro¡ pero hacia mediados de enero se le empeza­ron a ordenar las cosas 10

Andando el tiempo, estalló una disputa desagrada­ble entre Hooke y «el perro Oldenburg» que quizá entre en la categoría de la denodada lucha de los lacayos· por no ocupar el último lugar en la escala social. De hecho, ambos se mostraron enormemente condescendientes con sus supe­riores y un tanto desabridos con otras personas. Hooke, notorio por sus agrias polémicas y disputas de prioridad 11

,

nunca polemizó con Boyle, quien publicó en sus libros so­bre pneumática una buena dosis de experimentos diseñados y realizados por él (entre ellos los que establecen la cono­cida como «ley de Boyle»). Sin embargo, no dudó en ata­car a Oldenburg cuando éste lo trató sin exquisitez alguna. En efecto, aunque el secretario era delicadamente diplqmá­tico y cortés hasta el vómito en el trato con los corres­ponsales de la Sociedad Real, trató a Hooke con patente inelegancia. En 1675, Oldenburg publicó un escrito de Christiaan Huygens (en el que exponía el diseño de un

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reloi regulado por un resorte espiral) en su periódico Philo­sophical Transactions, sin mencionar ni dar oportunidad a Hooke de explicar su idea de hacía ya diecisiete años para sustituir el péndulo y la gravedad por resortes, lo que era perfectamente conocido por los miembros dominantes de la Sociedad, R. Boyle, W. Brouncker y R. Moray. Para más grosería, Oldenburg trató de obtener para sí una pa­tente inglesa del invento del holandés, lo que Hooke logró abortar aduciendo testimonios de su precedencia y encar­gando apresuradamente a T ompion un modelo. En muchas ocasiones es posible ver cómo Oldenburg despliega una obsequiosidad extrema cuando se dan conflictos entre los miembros de la Sociedad, como atestigua su encaje de bo­lillos entre Spinoza y Boyle o entre Hevelius y Auzout 12

No se portó así en la polémica de Hooke con Hevelius o con Newton. Por ejemplo, el 8 de febrero se leyó en la Sociedad Real el primer escrito de Neu sobre la luz y · · los colores, encargándose/e a Hooke un .,./orme, que pre­sentó a la semana siguiente, el día 15. Las consideraciones de Hooke se estimaron ingeniosas, pero se postergó su pu­blicación para más adelante (el escrito de Newton ~staba en prensa en las Philosophical Transactions que editaba Oldenburg), «no fuera a ser que Newton se molestase por una refutación tan rápida de su discurso» 13

• Sin embargo,·· Oldenburg ' nunca publicó en su periódico el escrito de· Hooke, aunque sí la airada respuesta de Newton al mismo. En otro orden de cosas, Oldenburg tradujo y publicó en 1671 el libro de Niels Stensen (Steno), Prodromus to a Dis­sertation Concerning Solids Naturally Contained within So­linds (Frorencia, 1669), y no el Discours of Earthquakes de Hooke, leído el 15 de septiembre de 1668 en la Sociedad Real, relativo a la formación de los fósiles y las alteraciones geológicas de la corteza terrestre. Por otr,o lado, al repasar el libro de registro en 1675, Hooke constató que «el menti­roso perro Oldenburg» no había dado entrada a muchas de sus contribuciones 14

, descubriendo además que el se­cretario disponía en general de más simpatías que él, lo que resultó especialmente doloroso en la discusión con Hevelius, en la cual Hooke tenía a todas luces más razón que un santo. En resumidas cuentas, Oldenburg no apreciaba a

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Hooke; pero iamás se hubiera atrevido a mostrarlo y a ac­tuar como lo hizo si no se sintiese acompañado y respaldado por sus superiores.

De¡ando de lado las respectivas mezquindades de estos dos sirvientes, es obvio que Hooke, como tantos otros intelectuales de su época, sólo podía vivir de su oficio me­diante el establecimiento de una prestación personal. Los propios fundadores de la Sociedad Real debieron tratar de ocultar su pasado parlamentario y puritanoide, mostrando de­voción a Carlos II, que, para más escarnio, era pro-católico. Recuérdese el caso de tantos, como Wilkins y W ard, quie­nes tras 1660 trocaron sus primitivas tendencias, llegando inclaso a convertirse en obispos anglicanos. Otro tanto cabe decir de los blackloists T. White y K. Digby. Dicho sea ello para atenuar, por mor del mal de muchos, el excesivo arte del mane;o de la chaqueta exhibido por Oldenburg y Hooke. El problema de este último es que interiorizó tal vez en exceso el servilismo, aun cuando para los años se­tenta sus ingresos como surveyor en la reconstrucción de Londres le hubieran permitido pagarse una cierta· dosis de orgullo e independencia.

Sin embargo, sería inexacto considerar que Hooke fue un inadaptado· huraño en medio de sus colegas. Gozó del frío aprecio de sús superiores Boyle y Wilkins, y de la. más cálida amistad de·]. More, C. Wren, ]. Aubrey o T. Haak, con quien solía perder al a¡edrez. Con éstos y . otros, Hooke pasaba muchas horas en cafeterías, organizan­do tertulias y fundando clubs filosóficos. Asimismo, se lle­vaba bien con los mecánicos que traba¡aban para la Socie­dad o para las obras que dirigía, como D. Papin, H. Hunt, T. T ompion o R. Bates. Los años que dedicó a la recons­trucción de Londres y que le permitieron desarrollar una carrera como arquitecto coinciden con el período de su vida más activo intelectual y socialmente. A pesar de ser simul- · táneamente inspector municipal, curator y luego también secretario de la Sociedad Real, encargado de la Conferencias Cutlerianas y profesor de geometría en el Gresham College, publicó la mayor parte de sus obras entre 1665 y 1680. Quizá ésta fuera también su época de mayor felicidad.

No excesiva, no obstante. Hooke era un enfermo

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crónico que no pasaba ni un día sin su achaque correspon­diente. Sus males parecieron agudizarse a comienzos de los años ochenta, cuando su actividad publicadora decae, em­peorando drásticamente tanto física como psíquicamente a partir de la muerte de su sobrina Grace, en 1687. Este par­ticular pone de relieve la soledad de Hooke en medio de sus clubs, su chocolate y su tabaco, sus péndulos y sus inspec­ciones de obras. Estando aún en la W estminster School, cuando tenía quince o dieciséis años, Wilkins le regaló ~u libro Mathematical Magic (1648). Richard Waller, biógrafo y editor de las obras póstumas de Hooke, cuenta que apren­dió entonces a aplicar las matemáticas a la mecánica, «SU

primera y última amante». Eso no es cierto, si por tener una amante se entiende esa acción sórdida consistente en obtener favores de subordinados y dependientes. Hooke mantuvo relaciones sexuales con las criadas, especialmente con Nell Young, que estuvo con él del verano de 1672 al de 1673, en que se casó, de¡ándolo desolado. También se acostó con la hi¡a de su hermano John, Grace Hooke, quien vivió con él desde 1672, cuando contaba unos once años de edad, hasta su muerte, en 1687. Esta relación con una dependiente un cuarto de siglo más ;oven que él no resulta muy halagüeña para Hooke, sobre todo porque da toda la impresión de que la chiquilla prefería el trato con gente más joven y sin duda más agraciada que su celoso tío. Sea cual sea el juicio que merezcan tales relaciones, nos revelan la marginalidad de una persona susceptible de afectos pro­fundos, aunque incapaz de relacionarse con personas del otro sexo de manera libre y satis/ actoria.

Pero quizá sea preferible no devalar en el pantano de las con;eturas acerca de intimidades ajenas. Retornando, pues, al terreno más firme y seco de la vida intelectual, di­remos que aunque Hooke fue durante su madurez el sostén científico de la Sociedad Real, con todo la dedicación a múltiples actividades agudizó su natural tendencia a la fa­cilidad y la dispersión. Disponía de un ingenio rápido y de una determinación lábil favorecida por un mediano genio geométrico. Su intuición física y su habilidad mecánica eran descollantes; pero sin embargo carecía de la capacidad ma­temática para desarrollar las ideas audaces que concebía,

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con lo que no pudo articular teorías cuantitativas del alcan­ce de las que sus contemporáneos geniales en este terreno, Huygens y Newto.n. Habiendo dedicado sus esfuerzos al análisis de péndulos, resortes y movim_ientos armónicos, se vio superado por Huygens, quien también se le adelantó en el relo¡ regulado mediante un resorte. Habiendo hecho avan­zar más que nadie una teoría de la luz como transmisión de alteraciones locales en un medio continuo, se vio asimis­mo superado por Huygens. Tras haber descubierto y des­crito el carácter periódico de los fenómenos cromáticos en láminas delgadas, fue Newton quien midió la longitud de dicha periodicidad y basó en ello el segundo libro de su Óptica. Tras haber reflexionado incisivamente sobre el ori­gen dinámico del movimiento de planetas y cometas, defi­niendo el problema de las órbitas elípticas como la compo­sición del movimiento rectilíneo inercial y una fuerza cen­tral inversa de la distancia, fue Newton el que construyó sobre tal idea su portentosa mecánica celeste.

Pero incluso cuando el tema abordado no exigía es­peciales dotes matemáticas, su inconstancia en la prose­cución de las investigaciones hizo que sus agudas intuiciones fuesen superadas por otros. En el terreno de la geología y paleontología, sus ideas brillantes no se editaron hasta des­pués de su muerte, .éuando ya hacía tiempo que N. Steno y T. Burnett habían publicado sus traba;os. Asimismo, su idea de que la combustión es la mezcla de una sustancia presente en el aire y en el nitro con los cuerpos sulfurosos o combustibles, no recibió el crédito ni el desarrollo que merecía hasta que la teoría de la oxidación de Lavoisier permitió ver retrospectivamente el potencial revolucionario que encerraba. También aquí fue superado por su compa­ñero ]. Mayow.

Es en el campo de la instrumentación científica don­de sus logros fueron más firmes. En meteorología desarrolló un termómetro sellado con un punto fijo en la temperatura de congelación del agua y graduado en función de un incre­mento estándar del volumen de la sustancia termométrica. Desarrolló asimismo el barómetro de rueda y un barómetro marino utilizable a bordo. Inventó un anemómetro en uso hasta este siglo, pluviómetros, higróscopos y diversos me-

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canismos para el registro automático del tiempo, siguiendo en ello las ideas de C. Wren sobre el reloj meteorológico. E"n el terreno de la óptica, desarrolló técnicas de pulimen­tado mecánico de lentes de gran radio de curvatura (tan ineficientes como todas las de este período). Inventó un telescopio aéreo para minimizar la aberración es/ érica sin menoscabo de la luminosidad, así como sistemas catóptricos para acorta; los tubos manteniendo una elevada longitud focal, y diferentes instrumentos astronómicos dotados de miras telescópicas, limbos precisos, micrómetros, etc. En microscopia fue el primero en producir un microscopio com­puesto de maf!ejo cómodo y poder aceptable para fines cien­tíficos, copiado e insuperado durante bastante tiempo. Real­mente, bajo esta rúbrica es difícil no seguir multiplicando los ejemplos.

Aunque no sea comparable a los grandes geómetras de su época, q1'e lo s.on de todos los tiempos, Hooke ocupa entre sus contemporáneos un puesto honorable, siendo real­mente destacado en mecánica y geología. No obstante, tocó tantos temas que, junto con anticipaciones geniales, :e pue­den contar también trivialidades. Siendo mucho lo que em­prendió, mucho más aún es lo que se le quedó en el tintero, y continuamente lo vemos anunciar tratados que nunca llegó a esbozar. De este modo, no es extraño que hubiese dicho algo en la línea de casi cualesquiera logros de sus contempo­ráneos, lo que sin duda debió provocarle una gran frus­tración al ver que otros obtenían crédito público por des­arrollar ideas que él había concebido antes.

Decía Bertoldt Brecht que el lugar propio del hom­bre son las letrinas, pues ahí se encuentra bajo las estrellas pero sobre los excrementos. Sentado en medio de la Sociedad Real, Hooke estaba por debajo de Newton, pero por encima de una hueste de virtuosos que jugaban a coleccionar esca­rabajos o se entretenían echando sal a los sapos. Aunque la Micrografía es una obra temprana que no toca más que una pequeña parte de lo que serán sus intereses (y de una manera menos matemática que en sus manuscritos no pu­blicados), la cantidad de problemas que aborda, la profun­didad de su intuición de la naturaleza y el método para abor-

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dar su e~tudio son suficientes para suscitar la admiración de nuestra época.

En el apartado que sigue inmediatamente, atendere­mos al modo en que entendía el método de investigación. Contra el trasfondo del baconianismo se esconde una visión del procedimiento científico más ajustada al estudio expe­rimental de los problemas mecánicos de la naturaleza. En el apartado siguiente describiremos su visión mecanicista y geométrica de la naturaleza que, contando con un fuerte influjo cartesiano, muestra una originalidad y aliento unifi­cador notables. Finalmente, en el tercero atenderemos a la génesis y estructura de la Micrografía, que tras su aparien­cia de historia natural baconiana encierra una profunda es­peculación, aunque experimentalmente controlada, acerca del orden y economía natural de los seres materiales.

1. LA MÁQUINA DE DESCUBRIR

A lo largo de su vida, H ooke llegó a ser un gran coleccionista de libros, disponiendo de una biblioteca con­siderable de más de dos mil quinientos volúmenes 15

; pero en su formación intelectual la influencia más notable fue la de R. Descartes, a quien vemos citado en la Micrografía con mayor fretuencia y precisión que cualquier otro. El se­gundo influjo es, por supuesto, el de F. Bacon, a quien cita con menor perspicuidad, sin duda porque constituía la he­rencia común de los organizadores de la ciencia inglesa.

Ahora bien, aunque a partir de mediados del si­glo XVII, y sobre todo desde los inicios de la Sociedad Real, Bacon llegó a representar en Inglaterra el ideal de la ciencia empírica, de hecho la tradición experimental es muy anterior, retrotrayéndose a los trabajos de W. Gilbert, cuyo De magnete (1600) fue un modelo de investigación de al­cance cosmológico con instrumental de laboratorio. La co­nexión del magnetismo con la brújula, un instrumento prác­tico de la navegación, junto con cuadrantes, ballestillas, esferas, astrolabios, reglas de cálculo, etc., puso en conexión los trabajos de los matemáticos prácticos con la investigación teórica de las propiedades físicas de la naturaleza 16

• Esta

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combinación de experimentalismo e instrumentación mate­mática como fundamento del empirismo inglés quedó poste­riormente apantallada por el uso retórico del baconianismo en la Sociedad Real, lo que explica las tensiones entre sus miembros al establecer planes de traba¡o 11

• Pero antes de eso era W. Gilbert el santo patrón de la filosofía experi­mental. Así, C. W ren, en su conferencia inaugural como profesor de astronomía del Gresham College en 1657, llama a W. Gilbert «padre de la nueva filosofía, no haciendo Des­cartes más que construir sobre sus experimentos» 18

• F. Ba­con ni se menciona. (Recuérdese que C. W ren procedía del círculo oxoniense en que se hallaba Hooke.) Hasta ese mo­mento, lll influencia de Bacon es moderada, de manera que la oposición posterior entre el método de Bacon y el de Des­cartes es heredera de la tensión anterior entre el estilo cien­tífico de Gilbert y el de Descartes.

Hooke se formó en esta tradición de matemáticas prácticas experimentales y aplicadas, predecesora de la So­ciedad Real. Y a señalamos cómo a mediados de los años cuarenta se reunían en torno al Gresham College ]. Wallis, ]. Wilkins, l. Goddard y otros; organizados por T. Haak para. estudiar «medicina, anatomía, geometría, astronomía, navegación, estática, magnetismo, química, mecánica y ex­perimentos naturales» 19

• De hecho, aparte de la tradición derivada de W. Harvey, las· cuestiones estudiadas son más matemáticas que naturalistas, centrándose sobre todo en te­mas propios de la nueva ciencia galineana conectada con la astronomía, la mecánica, la instrumentación científica, el copernicanismo, los fenómenos torricellianos, etc. También señalamos cómo muchas de estas personas se trasladaron a Oxford, donde, durante la Commonwealth, Wilkins or­ganizó el mencionado grupo al que perteneció Hooke. Un ejemplo de orientación matemática, mecánica y práctica pue­de ser el libro de ]. Wilkins, Mathematical Magic (1648), basado en la estática de Arquímedes y las teorías de máqui­nas de Guidobaldo del Monte y M. Mersenne. Más que a cuestiones teóricas, se dedica a la descripción de ejemplos de aplicación de las cinco máquinas simples a la construc­ción de ingenios y dispositivos, vehículos y autómatas de todo jaez, sea para mover pesos, volar, cantar, navegar o

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correr. Como profesor de geometría del Gresham College, topógrafo y arquitecto del municipio londinense, instrumen­tista y mecánico de la Sociedad Real, Hooke representa la culminación de la filosofía experimental derivada de los ma­temáticos prácticos, fecundada por la nueva ciencia de Galileo y la visión mecánico-geométrica de Descartes. Sin embargo, todo ello lo expresa en términos de la renacida tradición filosófica baconiana.

Hooke reelabora las influencias de Bacon y Descar­tes y las desarrolla en muchos aspectos de manera original, dado que, frente al primero, concede gran importancia a la aplicación de la geometría a la mecánica de la naturaleza y, frente al segundo, subraya la función heurística de la induc­ción experimental. La originalidad de Hooke descansa en el modo de articular dos tradiciones intelectuales contrapues­tas. Descartes es un espíritu geométrico entregado a la.cons­trucción de un vasto edificio cosmológico en el que todo tiene cabida, desde la circulación de los astros hasta las pa­siones· ·humanas. Bacon, por el contrario, minimiza el inte· rés de las matemáticas en la indagación de la naturaleza, proponiendo un modelo de investigación cauta que recurre a la observación sistemática antes de proceder a determinar las causas. Sin embargo, audacias y prudencias aparte, am­bos llegaron a verse como defensores de una concepción mecánica de la 1Jaluraleza en la que todas las operaciones se realizan en términos de la forma, tamaño, estructura y movimiento de diminutos cuerfXJs materiales. R. Boyle en­carnó el ideal baconiano de explicación laxamente meca­nicista sin matemáticas, insu/llllldo en la Sociedad Real, a través de H. Oldenburg y T. Sprat, notables dosis ae pru­dencialismo respecto a la afirmación de teorías. En 1655, cuando Hooke era ayudante de laboratorio de Boyle, apren­dió de él el espíritu y técnica experimental, a la vez que trataba, con escasa fortuna, de meter en la cabeza del noble virtuoso cristiano un poco de geometría, lo cual habla a favor de que el establecimiento cuantitativo y la demostración experimental de la llamada «ley de Boyle» deben atribuirse en realidad a Hooke.

Por otro lado, Hooke acepta el programa mecani­cista estricto cartesiano, aunque no así las explicaciones par-

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ticulares que éste da, pues chocan frecuentemente con el testimonio experimental. Con todo, abraza la idea de que en la naturaleza los únicos principios últi~os de explica­ción son la materia, definida por su extensión espacial (una propiedad geométrica), y el movimiento · (el tema de una ciencia matemática reciente desde los Discorsi, 1638, de Galileo). Esta concepción posee una doble ventaja; por un lado permite, frente a Bacon y Boyle, la geometrización de la filosofía natural; por otro, torna a la naturaleza del mis­mo carácter que las máquinas, modelo suyo, las cuales son operables, montables y desmontables, combinables y mani­pulables como exige el método experimental predicado por Boyle y Bacon. Pero, frente a Descartes y la excesiva ale­gría con que imagina las causas o supuestos generales de la deducción de los fenómenos, Hooke advierte la necesidad de reconocer los límites de la certeza matemática en la cien­cia natural:

«Del mismo modo que en la geometría pura nada ha de dejarse pasar por verdadero si su causa y principios no se m~smm claramente por el progreso del razonamiento y el pto­ceso de la demostración, en la física geométricamente tratada nada ha de darse por supuesto ni nada ha de admitirse como conclusión verdadera si no se deduce claramente de principios autoevidentes y de áquellos otros basados en los objetos in­mediatos de los sentidos, liberados de las falacias del medio y del órgano» 20.

Hooke se encuentra así desde el comienzo de su ca­rrera atrapado entre dos métodos que chirrían entre sí. Por un lado, acepta la filosofía mecánica cartesiana y comparte la idea de los matemáticos prácticos ingleses de que el modo de ataque de los problemas particulares es geométrico. Pero por otro, reconoce la falta de autonomía de las matemáticas en su aplicación a la materia y la necesidad de fundamen­tar observacionalmente los supuestos de la demostración. Ambos métodos, demostración y experimentación, deben conjugarse si deseamos escapar al error. Por ejemplo, el gran Arquímedes se equivocó porque

«los geómetras que entienden la teoría y la parte calculística carecían de experimentos y ensayos para ver si la naturaleza

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seguía realmente esos métodos que los artistas suponían con sus teorías. Por otro lado, los experimentadores (entre quienes ha de ponerse a Lord Verulamio [F. Bacon]) realizaban los ensayos, pero careciendo de algún conocimiento de las especu­laciones geométricas, no realizaban los cálculos, con lo que fa­llaban por el otro lado» 21.

La aludida inyección de baconianismo en la ciencia inglesa de la segunda mitad del siglo XVII afectó también a Hooke, el cual elaboró sus posiciones metodológicas en torno a las doctrinas de Bacon, y no a base de aquéllas con las que más congeniaba su visión de la naturaleza y su prác­tica científica: las de Descartes, Gilbert, Galileo, Mersenne

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y los geómetras prácticos.

Como se recordará, F. Bacon ha pasado a la historia como metodólogo, pero quien examine sin pre¡uicios sus escritos, pronto se habrá de percatar de que en realidad Bacon no tenía ni idea de cuál era el método de la ciencia, asimilándolo más bien al del filólogo o el historiador que se. enfrenta a montañas de fichas y notas tratando de tabu­lar/as para descubrir algún sentido en todo ello. Lo que él sabía era que la historia de la humanidad estaba llena de tipos brillantes, cada uno de ellos compitiendo por ser más ingenioso que _el anterior (las arañas o filósofos que lo extraen todo de sus propias entrañas), mientras que las calefacciones, pongamos por caso, seguían como en tiempos de Matusalén. Esas cosas tan pertinentes para el bienestar humano habían permanecido en manos de las hormigas, los empíricos, que se afanaban en detalles sin ningún plan teó­rico constructivo que les iluminase el camino.

Lo que Bacon promueve es un trabaio hÜmilde y constante, aunque dirigido a obtener la luz y no sólo los frutos, susceptible de acumularse y producir al cabo de unos pocos años fin conocimiento completo de las operaciones de la naturaleza, de donde habría de seguirse un enorme be­neficio práctico. Ni Bacon ni nadie sabe qué hay que hacer para alcanzar ·can certeza la verdad, pero Bacon creía saber qué se debía evitar. En su ingenuidad, pensaba que el enten­dimiento purgado y no viciado por preiuicios, enfrentado a los hechos puros y duros, no podía menos que comprender,

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a poco que se le ayudase, cuáles eran las causas de los fe­nómenos 22.

Lo que Bacon tiene para ofrecer es más bien de ca­rácter negativo, dada su confianza en la buena marcha del entendimiento y los sentidos sin corroptper. Su doctrina de las causas del error o ídolos destaca la manía funesta de adelantarse a la naturaleza y decidir cómo es sin prestar atención a los hechos, las historias naturales. Por ello, lo más eficaz es olvidarse de los vastos sistemas filosóficos pro­ducto de la fantasía y, con la mente en blanco, dedicarse a observar.

Con el material recogido se inicia la parte positiva del método. Organizándolo en tablas, la mente pura verá qué factores acompañan a la producción de un fenómeno y cuáles no, o en qué grado. Entonces es posible condescen­der con el entendimiento y proceder a una primera vendi­mia, permitiéndole hacer una interpretación (hipótesis), pues­to que la verdad safe· más fácilmente del error que de la confusión de los datos 23

Pero como de lo que se trata es de llegar a una in­ducción perfectll y verddera, y no a una mera conietura, es preciso pasar a la fase final y más positiva del método en busca de la certeza. Bacon enumera nueve ayudas al en­tendimiento 24

, y aquí naufraga su filosofía, pues tras expo­ner la primera de .elias, las veintisiete instancias prerroga­tivas o más iluminadoras, tira la toalla, acaba la obra apre­suradamente y redacta con toda probabilidad el aforismo 130 del libro I, señalando que ya se las arreglará el entendimien­to por sí mismo, dado que las teorías verdaderas s.on «la obra verdadera y natural de la mente una vez liberada de obstáculos».

En resumidas cuentas, después de tantas páginas, Bacon viene a decir que no hay que precipitarse, que hay que fiiarse mucho y que ya se verá. Lo cual, en el siglo XVII, no era cosa baladí, dada la enorme ignorancia que existía acerca de los hechos en -las áreas especialmente promovidas por Bacon 25

• Ahora bien, sus recomendaciones eran lo bas­tante vagas como para dar pie a diversas interpretaciones. Por un lado, hay una primera fase en Bacon de excesivo optimismo, expresado a través de la confianza en que la par-

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te positiva del método dé lugar al descubrimiento cierto de la verdad en unos pocos años, tal como se expresa en la parte I de El avance del conocimiento (1605). Por otro, las dificultades de diseñar el método positivo dieron pie a una posición más escéptica y a una concentración en la fase negativa, o pars destruens, del libro I del Novum organum (1620), postergando a generaciones futuras el final del des­cubrimiento de la verdad. Su obra póstuma, Sylva sylvarum (1627), una colección deslabazada de observaciones, ·se con­virtió en el modelo de quienes como él desesperaban de lle­gar rápidamente a la verdadera interpretación (teoría) de la naturaleza. .

Esta segunda versión del método fue la que abraió la Sociedad Real en la obra apologética de T. Sprat comen­tada más ª"iba. Era una actitud concorde con quienes, como Boyle, trabajaban en áreas cualitativas en las que la conse­cución de teorías verdaderas parecía remota, si bien con­trastaba con la de los que investigaban en áreas matemáti­cas, quienes disponían de instrumentos más poderosos para aspir11r a la consecución de teorías sólidas. Caso extremo es el de Newton, cuyas proezas científicas le permitían des­preciar la ideología _d~ recolector de curiosidades. Pero tam­bién Hooke, W. Neile o]. Williamson eran partidarios de la experimentación dirigida al descubrimiento de las causas y organizada mediante el recurso a procedimientos ded11C­tivos 26

Así pues, Hooke comienza siendo partidario de la versión fuerte del método baconiano del Novum organum, si bien subraya y extrema la confianza en la posibilidad de llegar a teorías generales explicativas mediante un procedi­miento heurístico y demostrativo: el álgebra filosófica.

Sus primeras Conferencias Cutlerianas de 1665-1666 versaban acerca del método rr. Poco después, en 1668, com­puso un tratado metodológico inacabado, con el título A General Scheme or Idea of the Present State of natural Philosophy and How its defects may be Remedied by a Methodological Proceeding in the making Experiments and in collecting ·observations. Whereby to Compile a Natural History, as the Solid Basis for the Superstructure of True Philosophy 21• Tras este título tan baconiano se esconde un

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tratado que sólo lo es en la estructura general. Comienza explicando las causas de la deficiencia del saber natural has­ta el presente, para proponer a continuación un «método o máquina» que sólo Bacon entrevió, aunque sin tiempo para completarlo.

El método o álgebra filosófica de Hooke tiene dos partes. La primera está dedicada a la recogida de historias naturales, y explica cómo purgar el entendimiento y los sen­tidos, cómo ayudarlos mediante experimentos e instrumen­tos y cómo recoger la información obtenida. La segunda parte estaría orientada a extraer los axiomas a partir del material convenientemente tabulado y, al igual que en Ba­con, esta parte falta.

En cualquier caso, en la primera parte del esquema Hooke presenta varias diferencias significativas con Bacon. Para empezar, hace mucho más hincapié en la instrumen­tación a fin de aumentar el alcance de los sentidos 29

, ha­biendo desarrollado personalmente algunas de ellas, como el microsc_opio, el telescopio, los otacústicos, etc., lo cual se puede ver en el prefacio a la Micrografía. Asimismo, el re­curso a experimentos para la determinación cuantitativa de los fenómenos recibe un tratamiento mayor y más completo que en Bacon, de acuer:do con la experiencia científica de Hooke.

Otro matiz diferencial en su esquema es el menor asco mostrado hacia ·las denostadas teorías o anticipaciones de la naturaleza. Hooke no se cree que la inducción sea «la obra natural y verdadera de la mente sin obstáculos» 30

, por lo que recomienda que el científico esté «bien versado en los diversos tipos de filosofía ya conocidos», pues

«de este modo la mente estará algo más dispuesta a conietu­rar la solución de muchos fenómenos casi a primera vista, estando así mucho más pronta a hacer preguntas, a rastrear la sutilidad de la naturaleza y a descubrir e investigar la ver­dadera razón de las cosas» 31.

Esta tesis apenas puede ser más opuesta a aquella recomen­dación baconiana de evitar teorías y doctrinas 32 ·que llevó al bueno de Boyle a no releer a Descartes, «no fuese a que­dar sesgado por el ingenio y autoridad de dicho filósofo» 33

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Hooke, por el contrario, no parece creer ingenuamente que la interpretación verdadera sea obra natural de la mente. Más bien resulta de un ;uego de conjeturas sometidas a la prueba experimental. No hay que purificar el entendimien­to de todas las anticipaciones, sino arro;arlo a la lucha en­tre ellas:

«la mente se liberará mucho antes y me;or de los preiuicios f amiliariz.ándose con varias con;eturas y soluciones de las co­sas, pues al descubrir experimentalmente los e"ores de ésta o esa hipótesis, se verá apartado mucho más fácilmente de adhe­rirse a una de ellas, disfrutando así de una mayor libertad para percibir y abrazar la verdad en cualquier ocasi6n que se le presente» 34.

La inducción del Novum organum queda así totalmente re­chazada. La ciencia no es un juego bilateral entre los he­chos y la mente pura, sino una dialéctica múltiple entre las conjeturas, los datos y los experimentos, con el científico como árbitro y examinador de la competición.

Una tercera discrepancia respecto a Bacon en esta primera parte de álgebra filosófica es la insistencia en las matemáticas. Además de conocer las diversas hipótesis, el científico «debe. estar bien dotado de aquellas cosas que más ayudarán a la mente a operar, examinar y razonar a partir de los experimentos, que son principalmente dos, las · matemáticas y la mecánica», pues la geometría y la aritmé­tica son sus partes más demostrativas, y el álgebra, la más inventiva. Asimismo, la mecánica, «siendo en parte física y en parte matemática, aproxima más a la mente a su tarea, mostrándole un patrón para demostrar» 35

. Por tanto, el ca­rácter matemático de la ciencia natural es la vía para alcan­zar la certeza frente a la inducción cualitativa baconiana y al prudencialismo escéptico y antiteórico de la versión boy­leano-spratiana de la Sociedad Real.

Siendo así las cosas, salta a la vista lo inadecuada que era la filosofía baconiana para formular en sus térmi­nos el método de la ciencia tal como la practicaba Hooke, pues, aparte de la insistencia en la necesidad de realizar ex­perimentos, poco tiene que ver el método de Bacon con el

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proceder de la mecánica y la física geométrica que consti­tuye la estructura de la naturaleza según el mecanicismo de Hooke. Aquí no se puede proceder a la prolongada fase ateórica de recogida de historias naturales antes de aventu­rarse a con;eturar interpretaciones. Por el contrario, la pro­pia actividad indu~tiva está guiada y dictada por teorías acerca de cuáles son los factores relevantes y las magnitudes a medir para obtener leyes cuantitativas, confirmando o re­chazando hipótesis generales. A fin de que no se piense que esto es una reinterpretación excesivamnte hipotético-deduc­tivista o incluso pospositivista de la filosofía de la ciencia de Hooke, nada meior que atender a un escrito de la misma época, el primero de los áiscursos sobre los terremotos 36

Señala allí que las historias naturales son los materiales so­bre los que traba¡a el arquitecto que haya de construir el edificio del saber. Ahora bien, esos materiales no pueden recogerse aleatoriamente (baconianamente, diríamos), por­que puede acontecer entonces que no sirvan para el edifi­cio, resultando esta piedra demasiado grande, aquélla de­masiado pequeña, etc. «Menciono esto -apostilla Hooke­tan sólo de pasada para sugerir el uso de un método en la recogida de materiales», de «algún módulo o teoría predi­señada, algún propósito en nuestros experimentos», pues, por más que los prohíba esta honorable Sociedad Real, «con todo, entiendo humildemente que si se realizan con saber y iuicio, son de. la mayor importancia», porque de lo con­trario «pasan inadvertidos y quedan sin observar muchos y quizá los más notables detalles particulares». Esta depen­dencia teórica de la observación es patente a quien se en­frenta con la investigación mediante técnicas matemáticas en las que se trata de ver partes de la naturaleza, deter­minados sistemas físicos abstraídos del caos de 'las sensacio­nes, como modelos de una estructura matemática o geomé­trica; como una máquina 37

• El baconianismo, en general, y la versión estrecha de la Sociedad Real, en particular, son completamente d~structivos para la ciencia de Hooke.

Pasemos ahora a considerar la segunda parte del álgebra filosófica. El resultado no por obvio es menos des­alentador, pues no existe una máquina capaz de generar

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axiomas verdaderos: Por consiguiente, la última parte de A General Scheme de Hooke quedó truncada como el No­vum organum de Bacon. No es posible saber cuál era exac­tamente el método para llevar a cabo la cosecha de axio­mas; pero, por lo que se sugiere, no parece ser otra cosa que un sistema de presentar los datos en tablas de una ma­nera breve, simbólica y completa, de modo que la memoria se vea asistida y, teniendo desplegados ante sí cifradamente todos los datos del problema, podamos rechazar unas hipó­tesis y formular las con;eturas explicativas de mayor plau­sibilidad inicial. Que designe este proceder con el nombre de álgebra estaría conectado no tanto con la existencia de un algoritmo heurístico cuanto con la utilización de una característica ~niversal que reduzca la confusión de datos a unos conceptos y categorías capaces de dividir completa y filosóficamente el mundo, a fin de destacar las conexio­nes pertinentes entre las cosas 38

También Hooke llegó a desesperar de la posibilidad de un mecanismo de descubrir, aunque no por ello concluyó con Bacon que l4s teorias cerdaderas sen obra de la mente «sin ningún tipo de arte» 39

• En 1674 publicó su conferen­cia An Attempt to prove the motion of the Earth from Observations, en cuya advertencia a los lectores anuncia que se decide a publicar sus contribuciones parciales ~sin atormentarlos con esas repeticiones vomitivas y apologías frívolas que exigen el método y la redacción de volúmenes». El modo de proceder no es ya mediante la previa recopi­lación de historias naturales completas, «pues apenas se puede señalar, entre millones, un tema tal que escribir su historia exacta y completa no exija todo el tiempo y la atención de la vida de una persona, así como cientos de in­venciones y observaciones para realizarla». Una larga década en la Sociedad Real le había enseñado en qué van a parar los programas de recopilación de historias naturales. Ade­más, aun cuando dicho modo de proceder no fuese anti­económico, tedioso e impracticable, sería demasiado aven­turado e incierto entregarse a él, pues no hay garantía al­guna de que podamos pasar de las historias a las teorías. No existe un algoritmo ni un método o máquina de descu­brimiento, pues en la mayoría de los casos no es

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«la invención sino un feliz golpe de suerte que en general no depende de nosotros y, como el viento, el espiritu de la in­vención sopla donde y cuando le place sin que apenas sepa­mos de dónde viene ni adónde va» •.

Por tanto, lo me;or es aceptar los influios de la providen­cia e investigar diligentemente lo que se nos ofrezca. Difí­cilmente se puede hallar una critica más lúcida a la ingenua confianza baconiana en que lo que cumple es realizar com­pilaciones de datos en historias naturales y ... ya se verá. Difícilmente se puede estar más en desacuerdo con la po­lítica oficial de la Sociedad Real expuesta por S prat, con­sistente en recopilar las obras de la naturaleza de~cuidando las doctrinas.

Después de mediados de 1686, Hooke leyó ante la Sociedad Real la segunda de sus conferencias sobre terre­motos 41

, donde con cierta diplomacia sugiere que en sus cinco lustros de existencia la Sociedad no ha producido nada sólido en el terreno del progreso de saber natural, limitándose tan sólo a recoger materiales. Por ello no esta­ría de más que el año entrante dicha Sociedad se preocupa­se por presentar algún ·e;emplo de «estructura erigida a par­tir de sus observaciones Y. colecciones», a fin de ver si sirven para algo y no se derrumban ba;o el peso de las obieciones, avatar del que en cualquier caso se obtendría una valiosa información para buscar otros materiales capaces de soste­ner la superestructura teórica 42

• Esta formulación metafó­rica de la arquitectónica hipotético-deductiva para la cons­trucción de la ciencia recibe luego una formulación más explícita.

Comienza señalando que lo que hace que una co­lección de experimentos y observaciones sea útil para el teórico (el arquitecto) es disponer de una hipótesis previa que indique cuáles hacen falta, qué características han de tener y adónde se han de aplicar, pues de lo contrario di­cha colección no sirve más que para confundir y estorbar 43

Y no sólo eso; el procedimiento inductivo («sintético»), que va de los efectos conocidos a las causas más abstrusas, y que es el más adecuado para la investigación experimental, resulta, con todo, excesivamente irresolutorio y lento, por

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lo que ha de complementarse con el deductivo («analítico»), de las causas a los efectos, que resulta «de excelente utili­dad aunque parta de una suposición falsa, pues el descu­brimiento de una negación es un medio de acotar y limi­tar una afirmación» 44

• Por más que esto recuerde la con­cesión de Bacon a las interpretaciones de la naturaleza en la primera cosecha, porque «la verdad sale más fácilmente del error que de la confusión»45, el contexto en que lo usa Hooke es el de promover un modo de operar plenamente antibaconiano, pues las hipótesis teóricas y el método de­ductivo del matemático no se dejan para después de colec­cionar historias, sino que dirigen desde el principio la ex­perimentación y recogida de datos. En realidad, no hay inducción pura a partir de los fenómenos, sino un juego de conjeturas y contrastaciones deductivas (analíticas) que llevan a dictar cómo proceder de nuevo sintéticamente (ex­perimentalmente) mediante refutaciones, pues una n~gación es frecuentemente tan convincente como la difícil de alcan­zar prueba positiva, siendo ciertamente más susceptible de suscitar el consentimiento de todos 46•

Estos textos, junto con las discusiones de Hooke para la reforma de la Sociedad Real fl, muestran que, tras sus cientos de formulaciones de corte baconiano, en reali­dad su concepción del método cientifico tiene más .. que ver con el de la tradición matemática de Galileo, Descartes o Newton que con el de los naturalistas boyleanos de la So­ciedad Real. Con aquéllos, es su más íntima convicción que el mundo está fraguado según la geometría, funcionando de acuerdo con sus reglas 48

• Atenderemos, pues, ahora a la . herencia cartesiana de su filosofia natural.

2. LA GEOMETRÍA DE LA MATERIA VIBRANTE

Hemos insistido en que Descartes fue el autor que más influjo ejerció sobre el joven Hooke, si bien dicha in­fluencia se centró más sobre la concepción mecánica gene­ral que sobre los mecanismos explicativos concretos. La fi­losofia cartesiana suministró el marco en que abordar el estudio geométrico de la naturaleza que faltaba en Bacon 49

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Es conocida la eliminación de cualidades y princi­pios ocultos realizada por Descartes en Los principios de la filosofía (1644). Los términos últimos de explicación son la materia y el movimiento. Aquélla no es más que la ex­tensión espacial en tres dimensiones, y éste, el desplaza­miento relativo de unas· partes extensas respecto a otras. En última instancia no hay más: ni color, ni peso, ni soli­dez, ni cualesquiera otras magnitudes físicas. La solidez, por e;emplo, es el reposo relativo. Si estas propiedades físicas carecen de un estatuto ontológico por sí mismas, reducién­dose al movimiento de la materia neutra y sin cualidades, menos aún lo tienen las llamadas cualidades ocultas, como las afinidades, las simpatía;, la gravedad, el magnetisma y, en general, las fuerzas. Éstas no son sino impactos de una determinada cantidad de materia dotada de un cierto mo­vimiento. El mundo neoplatónico y mágico de la mentalidad renacentista quedaba así destruido. Asimismo, puesto que la materia y la extensión son equipolentes, no existe el va­cío, estando los espacios entre los cuerpos ordinarios ocu­pados por una forma de materia regular y finamente divi­dida, el éter elástico. De este modo, las interacciones que aparentemente se e;ercen a distancia, como el influio que cau­sa las mareas o el peso, pueden realizarse por contacto a través de ese medioº /luido y continuo.

Todo mecanicismo estricto es lógicamente incom­pleto, pues, siendo materia y movimiento lo que lo explica todo, no pueden dar razón de sí mismos. De ahí que se atribuyan a la acción áeadora de un dios filosófico, quien, como perfecto artífice, los dotó asimismo de sendos prin­cipios de conservación. Tanto la cantidad total de movi­miento como la materia se conservan a través de las inter­acciones, de modo que una vez que ha obrado la voluntad divina, ya no se precisan más fuerzas o principios de acti­vidad, generándose el con;unto de cuanto hay por el in­tercambiO' y reorganización de una materia y movimiento eternos.

Veamos cómo se recibió esto en Inglaterra, en ge­neral, y en Hooke, en particular. Como R. Towneley, H. Power, H. More, R. Boyle, R. Cudworth y tantos otros ingleses durante los años cincuenta, Hooke recibió un fuer-

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te impacto cartesiano. Pero frente a ellos y junto con T. Hobbes, aceptó el esquema mecanicista global y no al­gunos de sus procedimientos locales 50

• En los aspectos par­ticulares tendió a postergar la explicación de las interaccio­nes mediante el transporte de materia o la circulación de fluidos, a que tanto recu"e Descartes para la gravedad, el magnetismo o las refracciones de la luz. En su lugar, Hooke empleó la transmisión de alteraciones locales en medios continuos, unificando todo tipo de interacciones a base de un esquema único en el que los cuerpos vibran 51

, transmi­tiendo una ondulación al medio capaz de inducir otros mo­vimientos en los cuerpos que nadan en él.

En los escritos publicados por Hooke nada hace dudar de su compromiso mecanicista. Como señalaba H. 01-denburg a Spinoza, dándole cuenta de la publicación de la Micrografía,

«también ha salido un excelente tratado con sesenta observa­ciones en el que se h11Cen muchas considnaciones audaces aun­que filoJóficas (conforme a los principios mecánicos)» 52.

En efecto, como. veremos en la siguiente sección, en esta obra tanto la generación de los seres vivos como la grave­dad se remiten, .ª través de diversos niveles intermedios, a movimientos vibratorios de partículas. Con todo, hasta los aiios ochenta, en sus Lectures of Light y en A Q~scourse of Comets ", no se trata el problema filosófico general del origen último del movimiento de la materia. Esta filosofía general debe contemplarse contra el trasfondo de la situa­ción en Inglaterra.

La mayoría de los filósofos británicos, con la cons­picua excepción de T. Hobbes, tendía a rechazar la conser­vación del movimiento impreso, cuya disipación es prima facie una experiencia co"iente. Algunos no definían la ma­teria como inerte y pasiva al modo cartesiano, sino como innatamente dotada de fuerzas o principios activos 54

; otros más piadosos pensaban que el principio cartesiano, adoptado por Hobbes, de la con!ervación del movimiento y de la materia tornaban al mundo autosuficiente y eterno hacia el futuro, relegando la acción divina a un hipotético origen y

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favoreciendo el deísmo 55• Por ello insistían en la necesidad

de una providencia continua y en la insuficiencia de las ex­plicaciones mecánicas. Para éstos el movimiento se remitía constantemente a la acción de principios no materiales o in­cluso a la acción dé Dios, justificando así el paso de la cien­cia a la teología propio de la religión natural. Sin llegar a los excesos de H. More o de l. Newton 56

, el prudente R. Boyle llega incluso a desconfiar de la expresión «leyes de la naturaleza» por cuanto que parecería sugerir una auto­suficiencia del mundo material 51

Si recordamos la posición subordinada que ocupaba Hooke en la Sociedad Real, la enemiga de que gozaba en ella Hobbes y la necesidad de prudencia religiosa, cobrarán mayor valor sus declaraciones de fe mecanicista cartesiana, explicando también por qué la arropa en la revelación pri­mitiva mediante una exégesis bíblica. Haéia principios de octubre de 1682 Hooke leyó en la Sociedad Real un dis­curso sobre los Cometas al que R. Waller adjuntó otro re­lacionado, sobre los cometas y la gravedaJ. En éste confiesa flooke: «Concibo que todas las realiJades que afectan de algún modo a nuestros sentidos son cuerpo y movimiento»58

A continuación define cuerpo al modo cartesiano como pura extensión, estando dotado de un principio conservador que lo hace «ser inalterable en cuanto a dicha magnitud», inde­pendientemente de la forma u otras a/ecciones. Asimismo el movimiento se define cartesianamente como el cambio relativo de unas partes respecto a otras, el cual está también presidido por un principio de conservación 59

, pues aunque «se pueda aumentar o disminuir según cualquier magnitud asignable, el equilibrio natural del universo es recíproco al volumen o extensión o a la magnitud de la otra potencia, el cuerpo» 60

• Cogido entre el peligro de impiedad hobbesia­na y el de atribuir a Dios una impericia mecánica, insiste:

«Considero que ambas potencias [materia y movimiento] son un producto inmediato del Creador omnipotente, siendo in­mutables en sí mismas sin una orden similar del mismo poder [Dios], actuando siempre con un método geométrico o mecá­nico regular y uniforme, método que, merced a diligentes ob­servaciones y minucioso escrutinio, se puede descubrir por me­dios naturales y artificales y, según pienso, reducir a ciertas

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retJas, demostrándose geométricamente, realizaci6n que estimo el verdadero fin de la ciencia física o filoso/la natural y ex­perimental» 61.

Dado que estos principios inalterables que operan según leyes naturales fijas entran dentro de la desconfianza inglesa hacia el deísmo cartesiano y hobbesiano, Hooke se lanza a justificar su posición mediante la mencionada exége­sis bíblica. Cuando se habla en el primer versículo del Gé­nesis de que «En el principio Dios creó los cielos y la tierra», se alude claramente a la creación de la materia que compo­ne el firmamento y nuestro suelo. Esta materia es inerte e inanimada, como muy bien señala el segundo versículo cuan­do dice así, con todas las letras, que «la tierra era nada y vacío». Más adelante, como ustedes saben, aparece el mo­vimiento, descrito con aquello tan bonito de «el espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas», etc. Hooke describe luego las formas más importantes de interacción, la luz y la gravedad, como los dos primeros tipos especiales de «propagación regular del movimiento», .merced a los dictados «hágase la luz» y «separemos las aguas de las aguas» 62

• Está claro que estas interacciones no son fuerzas ontológicamente primitivas, sino tipos de movimiento que ni siquiera son dis­tintos, sin.o «di/ erentes efectos producidos por una y l~ misma potencia implantada en cada uno de los grandes cuerpos globulares del mundo». Como veremos, Hooke trata de ex­plicar estas «potencias~> mediante la vibración de·los cuerpos transmitida a grandes distancias a través de un éter esta­cionario.

LA novedad del planteamiento mecanicista de Hooke estriba, más que en ser el único que (con Hobbes) sostuvo un mecanicismo estricto, en ser el único (frente a Hobbes) que trató de desarrollar un programa experimental orientado a determinar los mecanismos concretos de diferentes fenó­menos (especialmente feliz en el caso de la elasticidad), en lugar de limitarse a inventar mecanismos plausibles imagi­narios. Este talante inductivo es tal vez la razón .Je. que en múltiples ocasiones Hooke se exprese como si aceptase prin­cipios activos y cualidades ocultas de diverso jaez 63

, siendo así que lo único que hace es emplear esos términos para

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aludir a determinados fenómenos antes de proceder a su re­ducción mecánica. Podemos tomar como e;emplo de ello su falta de empacho a la hora de designar al movimiento como un «principio hilárquico» 64

, siendo así que en múltiples ocasiones critica a H. More por recurrir a este tipo de en­tidades como parte de sus ataques al. mecanicismo 65

• Lo mis­mo cabe decir de su designación de la gravedad o la luz como «principios activos», siendo así que acto continuo ela­bora las explicaciones mecánicas pertinentes 66

• Otro tanto se puede observar en la Micrografía, donde al hablar de la formación de cristales niega que se deban a un oculto «prin­cipio vegetativo» como el «anima» o «forma informans» de los vegetales, sólo para comprobar más adelante, cuando se ocupe específicamente de este nivel de organización ma­terial, que en realidad todo se reduce a un aumento de la complejidad de mecanismos y autómatas 67

Aparte idiosincrasias retóricas, este proceder se com­padece bien con el modo sintético de partir de lo dado, tal cual es, en el proceso de conjeturar causas abstrusas. Mientras se da con el mecanismo adecuado, los efectos a expl.icar se describen fenoménicamente con la terminología a mano. Hay una considerable dosis de imaginación en la concepción de Hooke de que todas las interacciones y fenó­menos naturales se remiten a la vibración de las partículas en torno a una posición de equilibrio y su transmisión. ·a otros cuerpos por medio de las ondas de éter. No obstante, dicha visión se asienta en apoyos experimentales inductivos.

Esta hipótesis mecánica concreta se formula ya en su primer escrito de 1661 para dar cuenta de los fenómenos de capilaridad. La suposición de Hooke es que el ascenso de los líquidos se debe a una disminución de la presión atmos­férica en los tubos delgados, debida a una antipatía entre el vidrio y el aire. Esta propiedad, aparentemente oculta merced a este modo de designarla, se explica a continuación como resultado de una incongruencia mecánica entre movi­mientos vibratorios, con lo que se elimina la oscuridad de las afinidades y simpatías ocultas entre sustancias. Apoya su idea de la simpatía y antipatía como concordancia y dis­cordancia del movimiento mediante diferentes experimentos. En uno de ellos se colocan arenas de diverso calibre sobre

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una superfú:ie vibrante, observándose c6mo la vibraci6n pro­pia de cada clase de grano hace que los semeiantes se con­greguen, separándos.e los Jiver_sos tipos según el tamaño. In­mediatamente, en una seri,e de cuestiones, extiende el me­canismo de la congruencia e incongruencia de s6liáos y fluidos por el movimiento vibratorio a la explicaci6n de múltiples fen6menos como la refracci6n, la gravedad 68, la globulaci6n. Es este último un principio muy importante que explica no s6lo la form4 Je los astros, sino también la Je las gotas, los corpúsculos o los frutos (/), siendo una pieu fundamental en la economia de la naturaleza 'lO.

Quizá el origen remoto de esta idea de Hooke Je la vibración, pueaa retrotraerse a Bacon 11

, pero existe una fuenie más directa aunque inconfesable, T. Hobbes. En el Tractatus · opticus (1644) explica la emisi6n de la luz por parte de lf!s cuerpos luminosos merced a un movimiento de sisiole ; diástole, mientras que más tarde, en el De corpo­re (1655), utiliu las vibraciones para explicar también la coherión n. Además Je este plausible origen doctrinal de la ika de.Roo'l:e, Isla se apoya heurblica1fleJ(Ü en el ctJSO ptlf4-digmitico Je la vibraci6n por simpatía, aparentemente a dis­tancia, de las cuerdas musicales 73• Se ha señalado 74 que si se atiende a los manuscritos más que 11 las obras . publiéa:· das, la.11zúsic4 aparece no s6lo como un instrumento heurís­tico en la filosofía natural de Hooke, en la qu~ toJo se reduce. a annonia y disonancia de cuerpos vibrantes 15

, sino adem/u como prueba experimental Je la existencia de armo­nías en la llllluraleu, lo que ¡ustificaria el a/oque matemá­tico Je la filoso/la natural, dado que la música o armonia era una cie1icia matemática desde la antigüedad clásica.

· En lo que resta de esta sección expondremos la ma­nera en que aplica en concreto la teoria Je las vibraciones a la explicaci6n Je diversos fen6menos e interacciones. En primer lugar mencionaremos la teoria de la luz, concebida en los cuerpos como una vibración muy rápida y corta Je todas las partículas por separado, transmitidas al medio elástico. Los detalles Je esta teoría pueden verse más abaio en la Micrografía, lo que nos excusa de comentarla aquí 16

En segundo lugar está el caso de la gravedad. Y a señalamos cómo la forma globular de muchos cuerpos y Je

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INTRODUCCIÓN 43

los astros en particul• arguye en favor de la existencia de una gravedad local en funci6n de la incongruencia de las vibraciones del cuerpo en cuesti6n con respecto a las del fluido etéreo circundante n. Por lo que atañe a la gravedad general entre cuerpos celestes, el desa"ollo es más lento. Mientras Hooke se hallaba aún escribiendo la Micrografía, el 14 de enero de 1663 leyó ante la Sociedad Real dos es­critos sobre las variaciones de densidad y temperatura en el agua. Eso le sugiri6 una hipót~sis para mantener a los pla­netas en sus 6rbitas, un problema irresuelto del .copernica­nismo entre Ía refutación de las esíeras cristalinas de Tycho Brahe y la mecánica Je Newton. La hip6tesis recurre a un éter con un gradiente de densidad, de manera que cada pla­neta «flota» a la altura que coresponde a su peso 78

• No se explica qué significa aqui «ligero» y «pesado», pero dado que los planetas más pesados se «hunden» más hacia la pe­riferia del sistema donde el éter es más denso, el equilibrio se estllblecerla con la tendencia centrífuga que les baria pe­netrar en capas sucesivamente más densas de .éter capaces de exptd$arlot y haurlos ~ik>lar» a la Jistanda adecttada 19

Dur1111te muchos años Hooke ensay6 simultáneamen­te otras explicaciones de la gravedad, como las de tipo mag- • nético •, entre ella1. la vibratoria que terminaría prevaleci~n­do. El 9 de man.o de 1671 asistieron dos nobles italianos a la sesión de la Sociedad Real, y para entretenerlos Hooke realizó un experimento consistente en frotar o golpear el. borde Je un vaso de vidrio lleno de harina o perdigones, _ observado que ondulaban como si se tratase Je un fluido:

«El Sr. Hooke dijo que pensaba que potlla contribuir a ex· pl;car 14 causa de 14 grllfletlatl, sugiriendo una hipótesis para explicar con ella el movimiento de la gravedad» 11.

La teoría vibratoria de la gravedad se expone en Of Comets and Gravity82, donde rechaza expllcitamente la circulación voriicial de Descartes así como las hipótesis magnéticas de Gilbert y Kepler. Señala alli que los cuerpos vibran contra: yéndose y expandiéndose, con lo que transmiten esa vibra­ción al medio etéreo. Dicha vibración se expande esférica­mente como una ondulación longitudinal que disminuye del

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mismo modo que crece la superficie esférica, esto es, como el cuadrado del radio. Puesto que el éter es muy fluido (finamente dividido), a la par que extremadamente denso, penetra en los cuerpos que se hallan en el campo de acción del cuerpo central y ~on su movimiento de vaivén los hace aproximarse a él. A fin de que la explicación no parezcá poco convincente, echa mano de un ejemplo sacado de la experiencia de los artesanos al

«SflClll' un martillo o un hacha del mango, los cuales para hacerlo más fácilmente, por lo común golpean el extremo del mango que sostienen en la mano con el hacha o el martillo en el extremo inferior, colgando hacia abaio, medio por el cual no s6lo hacen que el hacha suba por el mango, sino que lo hacen ascender si siguen golpeando incluso hasta su mano» 83.

El mango es aquí el éter, el martillo, el grave y el golpeteo en el extremo del mango, la vibración del cuerpo central. La acele;ación de los graves viene dada porque en cada inter­valo de tiempo reciben el mismo número de golpes, los cua­lei engenJran los mismos incrementos de velocidad.

El magnetismo se trata muy sumariamente, pues nunca llegó a obtener resultados presentables a pesar del tiempo que le dedicó. La explicación es similar, med#a!Zte la vibración de otra parte del éter, pues cada tipo de vibráción etétea causa una interacción distinta, sea la electricidad o la luz"· ·

Hay, con todo, algunos . ejemplos más elaborados cuantitativa y experimentalmente. que se relacionan con sus investigaciones mecánicas sobre péndulos, cronómetros, re­sortes y pneumática. En la Conferencia Cutleriana, De Po­tentia Restitutiva (1678), aparece una interesantísima teoría dinámica de la materia y la elasticidad 85

• Tras exponer allí aigunos experimentos con resortes, alambres y aire, establece la ley de Hooke según la cual la fuerza con que los cuerpos elásticos tienden a

«restaurar su posici6n natural es siempre proporcional a la dis­tancia o espacio a que se han aleiado de ella, sea por 1aref ac­ción de sus partes una respecto a la otra o por condensaci6n o fl1110ntonamiento de esas partes ;untándose más» 86.

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INTRODUCCIÓN 45

De ahi habrúz derivado oarios inventos, como una «balanza filosófica sin pesos.,,, estrr es, utt dinam6metro de resorte basado en la especialización de la ley de Hooke «ut pondus sic tensio• (la extensión-es directamente proporcional al pe­so). Habrúz derivado asimismo la supuesta isocronia de las oscilaciones de un resorte, lo cual estaba a la base de su descubrimiento en 1658/9 de un mecanismo para sustitui"r las oscilaciones del péndulo en cronómetros marinos.

Esta última aplicación le había impedido ser más ex­plicito en su escrito de 1661, pues no queria propagar su descubrimiento antes de desa"ollarlo lo bastante para conse­guir una patente. En ctlllÚ¡uier caso, se decide ahora a reex­poner las ideas de aquel opúsculo (y de la Observación VI de la Micrografía), precisando meior su concepción vibratoria universal. Señala alli: «supongo que el universo sensible cons­ta de cuerpo y movimiento». Sin embargo, es el movimiento lo fundamental, pues el cuerpo no se define ahora por la extensión al modo cartesiao, sino por la movilidad. La razón de ello es que, en el modelo áe elasticidad qu_e. desea exponer, se da una visión dinámiu de la materia en la que la exten­sión de una partícula· es el espacio que ocupa merced a la amplitud de sus vibraciones. Como esa amplitud puede cam­biar, la extensi~n o magnitud no es una propiedad inna,ta de la materia, sino una consecuencia mecánica áe su · movi­miento..,.

Asi pues,. el espacio que ocupa una particula ·e~. la región en que vibra y de la que excluye a las demás, con· lo que un cuerpo no es sino una región del espacio defendida de la penetración por la fuerza interna de la vibración, la cual, de acueráo con ·el mecanicismo estricto, «no la supongo inherente o inseparable de las partículas del cuerpo, sino transmitida por impulsos de otros cuerpos del universo».

En este marco reelaborado de su vie¡a doctrina de 1661, la congruencia se precisa como la concordancia de los cuerpos en magnitud y movimiento o la existencia de una relación armónica entre ambos, pues, como en las cuerdils de un violoncello, a cada magnitud corresponde una velocidad inversamente proporcional. De esta manera cada partícula es receptiva sólo a determinados movimientos y no a otros,

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lo que explica las simpatías a la manera de la resonancia de cuerdas vibrantes.

«Ahora bien, del mismo modo que vemos que las cuerdas mu­sicales se mueven por unísonos y octavas y también como otras cuerdas armónicas, aunque no en el mismo grado, así supongo que las partículas de la- materia se moverán principalmente por movimientos que son unísonos, si puedo llamarlos así, o de igual velocidad que sus movimientos, y en menor medida por otros movimientos armónicos» 88.

Habiendo explicitado su modelo dinámico de materia y la causa de la cohesión, procede Hooke a explicar la elas­ticidad en sólidos (resortes) y fluidos (aire). Los sólidos mantienen sus partículas cohesionadas por su vibración uní­sona cuya amplitud está controlada por la exclusión inar­mónica de las vibraciones del medio fluido externo. En una fila de partículas, cada una de ellas oscila entre la de la de­recha y la de la izquierda rebotando en ellas y transmitién­doles tata cantidad de movimiento cuanta recibe de ellas, mientras que las de los extremos reciben los impactos in­coherentes del fluido ambiente. Las partículas de los sólidos elásticos mantienen una esfera de acción o amplitud de osci­l~ciones que depende de su competencia con el éter externo, adquiriendo así su «estado natural de equilibrio en el uni­verso». Si los cuerpos se comprimen o estiran, adquieren e~tonces una elasticidad hacia afuera o hacia adentro para retornar a su «estado natural» de equilibrio universal. El mecanismo es como sigue. Siendo constante la velocidad de vibración, al disminuir o aumentar el espacio, aumenta o disminuye en la misma medida el número de impactos, aumentando o disminuyendo correspondientemente la capa­cidad de las partículas para defender su esfera de acción frente a la presión del éter externo, tendiendo espontánea­mente a recobrar el equilibrio con él. De este modo se ex­plica la ley de Hooke para los resortes.

En el caso de los fluidos, como el aire, se supone que las partículas no están en contacto, sino que se hallan entremezcladas con las del éter, sin colisionar por ello entre sí y vibrar al unísono, pues en tal caso constituirían un só­lido. Nadan en el éter con gran amplitud y velocidad, no

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INTRODUCCIÓN 47

estando limitadas por nada exterior, excepto la superficie de la tie"a y su propia gravedad. Si se encie"a una muestra de ese aire en un receptáculo menor que el que usualmente ocupa (a presión atmosférica)~ dado que la velocidad se man­tiene,

«las vibraciones y choques aumentarán en proporción recípro­ca; esto es, si se condensa en la mitad de espacio, las vibra­ciones y choques se duplicarán en número; si en un cuarto, las vibraciones y choques se cuadruplicarán, &e» 89.

Si se expande, la situación es la inversa, y dado que la fuerza elástica o presión es, según el modelo, el número de impac­tos por unidad de tiempo, de ahí se sigue la «ley de Boyle» (en realidad de Hooke).

Así pues, el esquema cosmológico mecanicista de Hooke, al sustituir las circulaciones vorticiales cartesianas por transmisión Je movimientos vibratorios, no sólo unifica el · mecanismo último de explicación por movimiento, sino que además, por su conexión con una disciplina matemática cual es la música, lleva directamente al establecimiento experi­mental de leyes cuantitativas como las que acabamos de se­ñalar. Y merced a su álgebra mecánica, a la isocronía de las . vibraciones ·.Y a la invención de un cronómetro marino 911

Asimismo -este vasto esquema mecánico suministró una idea acerca de la naturaleza de la ley de la acción gravitatoria inversa del cuadrado de la distancia, y el carácter periódico del movimiento de los cometas. Pero en estos casos, la ca­pacidad matemática de Hooke no le permitió explotar unos resultados que estaban reservados a Newton 91•

En el apartado inmediato y último nos ocuparemos de otro campo en el que el mecanismo vibratorio organizó el material de los tres reinos que había observado por en­cargo de la Sociedad Real, imponiéndole un orden interno incongruente con las vibraciones de la Sociedad.

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48 INTRODUCCIÓN

3. LA ESTRUCTURA SUBYACENTE DE LA MICROGRAFÍA

Por más que insistiese en la importancia de recabar datos, Bacon nunca desarrolló una doctrina de los instrumen­tos de observación. En las instancias de la puerta o de acceso, menciona los microscopios y telescopios sólo para mostrar su decepción con ellos 91

Hooke subsanó esa deficiencia en tres aspectos. En primer lugar esbozó una psicología mecanicista de la percep­ción y la memoria 93

; en segundo lugar subrayó la impor­tancia de la percepción en el proceso de inducción experi­mental, hasta el punto de considerar que los sentidos eran poco fiables si no están «asistidos de instrumentos y armados de máquinas» 94

; finalmente, construyó él mismo esos ins­trumentos 95

• Así, por e¡emplo, desarrolló un microscopio compuesto utilizable y produio la primera obra considerable dedicada en su totalidad a investigaciones microscópicas, la Micrografía.

Las lupas de aumento son un invento ancestral que puede retrotraerse al uso por parte de Ptolomeo de globos de vidrio llenos. de agua para estudiar la refracción. Sin em­bargo, la combinación de lentes para aumentar los ob¡etos leianos o diminutos sólo aparece en Holanda a principios del siglo XVII, siendo probable la existencia de modelos italianos anteriores, pues Porta menciona uno en la segunda edición de su Magia natural (1589). Con todo, el primer mo­delo efectivo fue el desarrollado por G. Galilei poco después de la construcción de su telescopio en 1609, no siendo sino uno de sus telescopios con una aisiancia de traba¡o muy corta (y un tubo 111uy largo). Según su discípulo Viviani, en 1612 lo mostró a varias personas. A partir de ahí, se extendió su conocimiento con rapidez, pues en 1620, cuando aún no se había publicado nada, Bacon menciona en su ~ovum or­ganum

«esas lentes recientemente descubiertas que muestran las mi­nucias latentes e invisibles de los cuerpos, así como sus mo­vimientos y estructuras ocultos, mediante un gran aumento de las imágenes» 96.

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Los instrumentos primitivos presentaban tres corta­pisas a la hora de ofrecer magn#icaciones interesantes. En primer lugar, estaban las imperfecciones de los vidrios y la dificultad de tallado y pulimentación según figuras regula­res. En segundo lugar, la aberración esférica (los rayos que pasan próximos al borde de una lente positiva convergen antes que los que pasan hacia el centro) obligaba a trabajar con la parte central de la lente, donde la diferencia con la superficie hiperbólica era mínima, pues ya Descartes había mostrado que en esta curva las refracciones confluyen en un único foco. En tercer lugar, la aberración cromática (de­rivada del distinto índice de refracción para distintas longi­tudes de onda) constituía un probtema muy serio para aper­turas y aumentos grandes. La primera cortapisa podía subsanarse gracias a la extrema habilidad manual de algunos experimentadores como Huygens y Leeuwenhoek, quienes trabajaban a mano sus cristales según superficies esféricas. Había ·diferentes diseños de máquinas para tallar vidrios se­gún diversas curvas teóricas, como los de C. Wren, R. Hooke o I. Newton; pero resultaban impracticables, de manera que el trabajo sigui6 haciéndose mant1almente con la ayuda de algunas herramientas simples. Los· problemas de la aberra­ción se minimizaban un tanto merced al empleo drástico de diafragmas, pero ello afectaba seriamente a la luminoslJad, razón .por la cual los microscopios compuestos no alcanzaron la mayoría de edad hasta comienzos del siglo XIX, cuando incorporaron dos desarrollos. En primer lugar, las lentes acro­máticas que combinaban componentes positivos y negativos de diverso poder de dispersión. Estas lentes, descubiertas por Chester Moor Hall y producidas por]. Dollon en 1758 para telescopios, no se pudieron aplicar a los pequeños compo­nentes de los microscopios hasta que en la primera década del siglo XIX comenzó a manufacturar/os en Holanda Van Deijl. Finalmente, en 1830, ]. ]. Lister dio con la solución para la aberración esférica mediante dos lentes acromáticas separadas por una diferencia crítica. Hasta esta época, los mejores resultados en magnificación útil se obtuvieron con microscopios simples, más difíciles de manejar que los com­puestos pero con una imagen más clara '11. A. van Leeuwen­hoek alcanzó con ellos aumentos próximos a JOOX y una

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resolución de 0,1 µ,mientras que los compuestos de Hooke no pasaban de una resolución de 10 µy un aumento máximo de 150X.

A mediados del siglo XVII, cuando Hooke se ocupa de estas cuestiones, la teoría óptica y la técnica de cons­trucción, de lentes habían alcanzado momentáneamente los lí­mites de su desarrollo, por lo que en esas condiciones las dificultades se centraban en el diseño mecánico del aparato, en la construcción del tubo y montaje centrado de lentes, sobre todo con mecanismos de enfoque a rosca, en la fabrica­ción de soportes adecuados, así como de portaobjetos y siste­mas de iluminación. La habilidad de Hooke en este terreno queda de manifiesto por haber sido el primero capaz de cons­truir microscopios compuestos aceptables para el trabajo cien­tífico y que se tomaron de modelo para los posteriores 98

Pasando ahora al uso del microscopio en la época, veremos que a pesar de su rápida aceptación, durante medio siglo no produjo ningún libro importante conteniendo inves­tigaciones realizadas con él. Aparte de las dudosas sugeren­cias de que T. Molfett se hubiese serviáo de alguna ayuda óptica en la realización de las ilustraciones de su obra lnsec­torum sive minimorum Animalium Theatrum (publicada pós­tumamente en Londres en 1634, treinta años después de la muerte del autor), la primera publicación microscopista es de 1625, el Apiarium, donde F. Stelluti presentó un.a her­mosa lámina que representa abejas y sus disjecta membra en varias posiciones. En 1644 Gioanbatista Odierna publicó en un discurso ilustrado treinta y cuatro observaciones sobre el ojo de la mosca, y en 1646, F. Fontana incluyó cuatro páginas sobre artrópodos en sus Nuevas observaciones de las cosas del cielo y la tierra. En 1661, M. Malpighi publicó dos breves cartas, De pulmonibus, de considerable interés anatómico y, ya después de la Micrografía, sus estudios sobre Bombyx (1669) y su impresionante Anatome plantarum (1675-1679). Éstas, junto con las obras de F. Redi, Espe­rienze intorno a!la generazione degli insetti (1668) y las Osservazioni intorno agli animali viventi che si trovano negli ·animali viventi (1684), constituyen el clímax de la ciencia microscopista italiana, la verdadera patria del microscopio científico, pues, por ejemplo, muchas de las estructuras des-

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INTRODUCCIÓN 51

critas por Malpighi no se volvieron a identificar hasta el presente siglo.

Antes de la publicación de la Micrografía, cabe citar también el apéndice del francés Pierre Borel a su obra De vero telescopii inventore ... accesit etiam centuria observatio­num microscopicarum (La Haya, 1655), en el que se descri­ben cien observaciones sobre plantas e invertebrados, o in­sectos, como se denominaban en la época genéricamente los artrópodos y cualesquiera animalejos de parejo jaez.

Es fácil ver que la mayoría de· tas observaciones con­tinentales versaban acerca de anatomía e invertebrados, con alguna divagación hacia los vegetales. El microscopio era una herramienta del naturalista de orientación biológica. Lo mismo cabe decir de A. Kircher y tantos otros curiosos aficio­nados, no menos que de la importante escuela holandesa, comparable a la italiana aunque desarrollada después de la Micrografía. C. Huygens observó a partir de 1678 protozoos J rotíferos; ]. Swammerdam investigó la metamorfosis de los insectos, y sobre todo A. van Leeuwenhoek descubtió con su técnica microscopista todo tipo de protozoos y es­permatozoos.

Si p_asamos ahora a Inglaterra podemos percibir una variación en el patrón biológico general. A finales de 1663, H. Power publicó su Experimental Philosophy en tres par­tes. La primera consta de cincuenta y una observaciones mi­croscópicas, la inmensa mayoría de las cuales (treinta y una) versan acerca de invertebrados (casi todos insectos y arác­nidos), nueve versan acerca de materia vegetal y ocho sobre material inorgánico 99

• Algo muy interesante··del libro de Power es que su uso del microscopio está más al servicio de la física que de la biología, pues según promete en el Prefacio~ los instrumentos ópticos pueden ponernos ante la vista las partículas últimas de la materia, resolviendo pro­blemas filosóficos pendientes entre atomistas y cartesianos acerca de. la. indivisibilidad de las partículas fundamentales. Asimismo expresa su confianza en que el progreso óptico per­mitirá ver en breve los efluvios magnéticos, las partículas de luz solar o los glóbulos de éter, las partículas de aire con su estructura de resorte, etc. «Sin esas ayudas mecánicas,

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resume Power, los me;ores filósofos no resultan ser más que conieturadores vanos» 100

Esta parte primera de la Experimental Philosophy es un antecedente inmediato de la obra de Hooke, tanto por lo que -atañe al contenido de las observaciones (algo más de un cuarto de las sesenta observaciones de Hooke tocan materiales tratados por Power), como sobre todo por el en­foque filosófico-natural más que biológico. Pero tanto por la extensión como por la profundidad de los desarrollos teó­ricos que envuelven las observaciones, no menos que por el impacto visual de las ilustraciones 101

, la Micrografía eclipsó con todo derecho a su antecesora inglesa.

Tanto Hooke como· Power traba¡aron casi al mismo · tiempo en un ambiente similar. Power comenzó un año antes que Hooke y publicó asimismo un año antes. Ambos eran cartesianos y miembros de la Sociedad Real. Sin embargo, ~us relaciones con la institución fueron muy distintas. Power realizó sus traba¡os al margen de ella, limitándose a exponer­los allí a mediados de 1663, momento en que Hooke se encontró con él. Por el contrario, la influencia de la Socie­dad Real sobre la obra de Hooke, como señalamos, fue enor­·me y de evaluación complicada, pues por una parte le impuso la ·continuidad y perseverancia de que él usualmente carecía, mientras que por otra, le impuso un formato metodológico que Hooke no aprobaba. Nos detendremos un ·momento en el origen y génesis de la Micrografía.

Según cuenta Sprat en la History of the Royal So­ciety of London (1667), Ch. Wren «fue el primero que in­ventó hacer dibu¡os mediante lentes microscópicas» un. Al tiempo que se olvida el chauvinisme de seme;ante aserto, se recordará que Wren era de la misma generación que Hooke, amigo suyo y en muchos aspectos de biografía similar. Am­bos pasaron por la W estminster School primero y por Oxford luego, perteneciendo al círculo de Wilkins; ambos fueron profesores del Gresham College y encargados de la recons­trucción de Londres tras el incendio. Asimismo ambos tra­bajaron con frecuencia en los mismos· programas, como en la búsqueda de una norma universal, el desarrollo de instru­mentos de registro automático de fenómenos meteorológicos, el estudio de los impactos, etc. También es destacable la

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facilidad de ambos para el dibujo, una habilidad crucial para dibuiar parásitos al microscopio. C. W ren no sólo ayucló a Thomas Willis en la preparación de su Cerebri anatome (1664), sino que además dibujó las ilustraciones. Posible­mente cuando estaba en Oxford, Wilkins lo instigó a observar y dibujar insectos, por lo que es natural que su compañero de edad e intereses, Hooke, estuviese al corriente. En algún momento entre mayo de 1660 y mayo de 1661, Wren pre­sentó al rey un porta/ olio de dibujos de invertebrados que, según cuenta Hooke al final del Prefacio de la Micrografía, se conservaban en la colección de rarezas del gabinete real. Antes de que Hooke entrase en la Sociedad Real a finales de 1662 como encargado de experimento-s, C. W ren se trasladó a Oxford como profesor Saviliano de astronomía. El 8 de mayo de 1661, cuando la Sociedad apenas tenía medio año de existencia, se propuso que se escribiera a Wren para

«encargarle en nombre del rey que hiciera un globo de la luna y asimismo que continuase la descripción de diversos insectos que había iniciado» 103.

El encargado de escribir fue Robert Moray, miembro de la Sociedad Real y del Consejo Privado del rey, haciéndolo el 17 de mayo 104

• Para entonces C. Wren debía de estar harto ·de jugar con piojos y lentes, interesándose más por sus tra­bajos astronómicos, especialmente la confección de un mapa y globo lunares. Por ese motivo debió de escribir a .Moray pídiindole que apartara de él ese cáliz, pues el 13 de agosto del mismo año Moray le contesta diciéndole que, de acuerdo con sus deseos de verse librado de la tarea, ha convencido a[ rey de que l_a ordene a otro, haGiendo persuadido asimismo a Hooke para que aceptase el cargo 105

• No sé muy bien cuándo puso manos a la obra, pero cabe la posibilidad de IJUe fuesen suyos los dibujos que presentó Wilkins a la Sociedad Real el 20 de noviembre de 1661 11

>6.

Con todo, la retirada de W ren no se tomó como algo. definitivo, pues todavía el 24 de junio de 1663 el trío Wren, Wilkins y Hooke formó una comisión para empren­der observaciones microscópicas bajo el acicate de las presen­tadas por H. Power 107

, el cual anuncia al final de la parte

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microscópica de su libro 108 que pronto saldrán a la luz los grabados y dibujos de Wren y Hooke a gran escala. Sin embargo está claro que W ren se había desligado de estas tareas y que los dibujos que se fueron presentando en las se­siones de la Sociedad Real eran exclusivamente de Hooke tll'J.

Veamos cómo fue. El 25 de marzo de 1663 Hooke debía de llevar ya

algún tiempo dedicándose a las observaciones microscópicas de manera satisfactoria, pues en la sesión de la Sociedad Real de ese día se le encargó «que prosiga» con ellas, especifican­do que es para publicarlas 110

, con lo que la realización de un libro de láminas aparece claramente como un encargo de la Sociedad para dar satisfacción al capricho del rey. Una semana más tarde se reitera el encargo, pidiéndole «traer a cada sesión al menos una observación microscópica» 111

Hooke cumplió adecuadamente con su trabajo, pues desde el 8 de abril hasta el 17 de junio (la sesión anterior d

aquélla en que Power expuso sus traba¡os), presentó casi semanalmente un total de no menos de dieciséis dibt1jos de observaciones microscópicas. La notici.t del inminente libro de Power debió de causar algún desconcierto en los planes de Hooke y la Sociedad, pues se detuvo el trabajo. Final­mente, el 6 de julio se reunió el Consejo d{! la Sociedad para preparar «el entretenimiento del rey». quien gustaba de recibir a sus científicos en Whitehall para pasar el rato. Ese día se le encargó de nuevo a Hooke que «mostrase sus observaciones microscópicas en un elegante -libro que habrá de suministrar a ese fin m. El 8 de julio Hooke volvió a la tarea, presentando hasta final de año unas -veintiseis obser­vaciones, casi todas ellas incluidas finalmente en el libro 113

Aunque siguió recibiendo encargos ocasionales, como mirar un pelo de elefante y cosas por el estilo, la fase de recogida de material terminó con el año 1663. A partir de entonces Hooke se entregó a escribir el texto de las obser­vaciones. Una vez más, la Sociedad hizo sentir su mano di­rectora y organizadora sobre el trabajo del curator, pues el 23 de marzo de 1664.

«Se orden6 que el Sr. Hooke presentase en cada reuni6n de la Sociedad uno de sus discursos microscópicos a fin de que

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se impriman por orden de la Sociedad, así como que se nom­bren diversas comisiones para el examen y meiora de diversos temas filosóficos» 114.

Todavía el 22 de junio leemos:

«Al mencionarse que, en caso de que las observaciones mi­croscópicas del Sr. Hooke hayan de imprimirse por orden de la Sociedad, deberían ser repasadas y examinadas por algunos miembros de la Sociedad, se expresó el deseo de que el Lord vizconde Brouncker emprendiese dicho repaso, pasando el ma­nuscrito una vez examinado a aquél de la Sociedad que esti­mase conveniente» us.

Parece que para finales de junio estaban ya termina­dos los dibujos y el texto del libro, postergándose medio año la publicación a fin de que la Sociedad, que tenía al libro como cosa propia, pudiese ejercer censura sobre el mismo. La terminación .del libro para mediados de 1664 se desprende también de que las observaciones hechas desde entonces ya no tienen cabida en el libro, excepción hecha de las de la luna (Observación 60) que son de octubre. La novedad y audacia de las doctrinas erigidas por Hooke sobre las débiles patas de aquellas moscas debieron de sorprender a los diri­gentes de la Soeiedad, quienes debían contar con una historia natural en imágenes conteniendo las aparentemente inocuas observaciones naturalistas presentadas en las sesiones del año anterior. Ciertamente le hicieron cambiar algunas cosas, aunque no sabemos cuántas. Por ejemplo, el 24 de agos­to de 1664,

«Se leyó un manuscrito del Sr. Hooke relativo a las petrifi· caciones, pensado por él como parte de su libro microsco­pista entonces en prensa. La Sociedad aprobó la modestia empleada en sus afirmaciones, aunque le recomendó omitir lo que había comunicado acerca de los fines de dichas petri­ficaciones» 116.

Finalmente, el 23 de noviembre de 1664, un mes después de que la obra estuviera impresa 117

, el presidente Brouncker firmó _la licencia, no sin exigir

«que el Sr. Hooke dé noticia en la dedicatoria de dicha obra a la Sociedad de que, aunque le hayan dado licencia, con

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todo, ellos no tienen teoría alguna ni se ha de pensar que así sea; y de que las diversas hipótesis y teorías expuestas allí por él no se dan como certezas, sino como conieturas, y que no pretende en absoluto imponerlas o exponerlas al mundo como la opinión de la Sociedad» 11s.

Cumplidos estos trámites, la Micrografía salió a la luz para el año nuevo. Samuel Pepys no pudo resistir la tentación de comprar un ejemplar cuando el día 2 de enero de 1665 vio lo hermosa que era la- obra, tal y como nos cuenta en su diario. Sin embargo no se acusa recibo de ella en las actas de sesiones de la Sociedad, como era usual con los libros de otros miembros.

Si reparamos ahora en la obra misma, podremos per­cibir una diferencia notable entre su estructura superficial y su estructura profunda. Aparentemente se trata de una co­lección de sesenta observaciones inocuas, como las de Pvwer o tantos otros, sobre unas cuanti;zs guarrerías: ácaros, piojos, plumas, pelos, patas de mosca, etc. Todo ello se compadecía bien con las dichosas historias natural.es, siendo eso lo que la Sociedad Real esperaba pero no encontró. La Sociedad había contado inicialmente con publicar unas láminas de dibujos tal vez acompañadas de algunos pies modestos y contenidos. Pero después, como señala el propio Hooke,

«les be añadido algunas descripciones y algunas con;eturas propias mías, por lo que, ;unto con vuestra aceptación, he de solicitar también vuestro perdón, dado que las reglas que os habéis impuesto a vosotros mismos parecen las me;ores que nunca se hayan puesto en práctica; en especial la de evitar el dogmatismo y el abrazar cualquier hipótesis que no esté su­ficientemente fundada y confirmada por experimentos» 119.

Las hipótesis de Hooke en este tratado son las rela­tivas a su visión mecánica de la naturaleza como una vasta composición de partículas vibrantes, capaces de explicar to­dos los seres de cualquier nivel de complejidad. Si Hooke hubiese escrito un tratado sistemático de filosofía natural, se hubiera encontrado con numerosas brechas en sus argumen­taciones, viéndose obligado por falta de experimentos a dar pasos excesivamente conjeturales, lo que lo hubiera hecho incurrir en la física imaginada y plausible de tipo cartesiano.

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El carácter discreto de un con;unto de observaciones y ex­perimentos le permite en cambio exponer sus doctrinas más firmes sobre temas puntuales, de;ando las conexiones insi­nuadas por la propia ordenación de los materiales, haciendo tolerables las discontinuidades y digresiones. Con todo, existe un orden latente que explicitamos a continuación.

En primer lugar están las cinco Observaciones ini­ciales, que versan sobre ob¡etos manufacturados, como agu­;as, trazos de tinta, el filo de una nava;a y diversas telas. Esta introducción despierta propagandísticamente el interés del lector que ve el inquietdnte aspecto que ofrecen sus objetos más familiares, a la vez que representa un fácil co­mienzo para quien quiera familiarizarse con las investiga­ciones microscópicas. Puesto que los ob¡etos artificiales son los más simples y faltos de complejidad, procuran un buen entrenamiento para proceder luego a empresas más difí­ciles 120

En segundo lugar vienen las Observaciones VI y VII con las que comienza propiamente el ascenso por la escala de la naturaleza. En la primera de ellas se trata acerca de la constitución básica de la naturaleza a base de partícu[aJ vi­brantes, tal y como exponíamos en la sección anterior. La universalidad de dicho mecanismo vibratorio se fundamenta señalando

«que las parles de todos los cuerpos vibran por muy sólidos que sean, no creo que precise de ulterior prueba que el hecho de que todos los cuerpos poseen en sí algunos grados de ca­lor, no habiéndose encontrado ninguna cosa perfectamente fría» 121.

Como se recordará, uno de los primeros efectos de esta vi­bración y las congruencias e incongruencias que produce es el principio de globulación que explica desde la formación de las gotas hasta la gravedad de los planetas (revelada por su forma globular). Estas congruencias explican también las interacciones de la luz y la materia, las fuentes y las diso­luciones, el calor, la condensación y la refracción, la fluidez y la firmeza, la opacidad y transparencia, etc. 122• En la Ob­servación VII se examina a continuación un caso particular relativo a la condensación y rarefacción por el calor y la

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constitución elástica de los cuerpos como el vidrio templado, en función de la fiiación de partes fluidas vibrantes.

En tercer lugar, las Observaciones VII, IX y X se ocupan del fenómeno del fuego, la luz y los colores, apli­cando los principios de globulación de la materia y sobre todo extendiendo, el estudio experimental a fenómenos cro­máticos, lo que permite explicar su naturaleza en términos de corpúsculos vibrantes de éter. Este general recurso a vi­braciones permite captar inmediatamente el carácter perió­dico de los fenómenos de los colores en láminas finas 123

En cuarto lugar, las Observaciones de la XI a la XV resultan cruciales en el plan de generar los diversos tipos de seres naturales a partir de principios mecánicos. Estas Observaciones se ocupan del reino inorgánico y están orientadas, en medio de múltiples digresiones y detalles, a mostrar cómo la constitución cristalina de los especímenes del reino mineral no es sino la organización espacial con­gruente de las partículas globulares cuando se fiian a partir del ertado de flttido en vibración. Así, en la Observación XIII se a¡ilican los principios de congruencia y globulación a dar cuenta de cómo se forman las estructuras cristalinas de los .Wlidos de manera geométrica y mecánica mediante una hipó­·tesis ingeniosa. En este terreno «nos encontramos nada me­nos que con las matemáticas de la naturaleza» que nos han de gui4r

«un paso más adelante en el laberinto de la naturaleza, por el camino recto hacia el fin que nos proponemos en todas las investigaciones filosóficas, de manera que, sabiendo cuál es la forma de los cuerpos inanimados y minerales, seamos más ca­paces de proceder en nuestra siguiente investigación acerca de las formas de los cuerpos vegetales y finalmente de los ani­males, que parecen constituir el escalón superior del conoci­miento natural de que es capaz la mente humana» 124.

El estudio de las formas adoptadas por los líquidos conge­lados en la siguiente Observación XIV. a11anza en esta di­rección al constatar la similitud de las estructuras vegetales de los helechos con la forma, generada geométricamente, de la orina congelada 125

• La pirámide del conocimiento que parte de la globulación y agitación, prosigue con la ordenación

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geométrica y mecánica de los cristales y desemboca en el «tercer escalón» que no es sino «el simplicísimo principio de vegetación manifiesto en el moho y en los hongos», de manera que al modo de los Elementos de Geometría, se pasa gradualmente de una proposición a otra.

En quinto lugar, las Observaciones XVI, XVII y XVIII nos introducen ya en el reino vegetal, aunque de una manera mitigada, pues al ocuparse del carbón vegetal, la madera fó.sil y el corcho, examina estructuras muertas inter­medias entre el reino mineral y el vegetal, facilitando así la transición entre ambos reinos. Ello permite ya eliminar las explicaciones vitalistas y no mecánicas en términos de «vir­tudes plásticas», principios activos y organizadores inmateria­les, ocultos y ad hoc. La negación de tales entidades en la formación de fósiles anuncia críticas similares en otros ni­veles superiores de organización biológica, como las aplica­bles al anima o forma informans 126• Al final de la ·Observa­ción XV1II, la posibilidad de una explicación mecánica de los movimientos de la sensitiva (Mimosa pudica y M. sensi­tiva) nos pone al borde del siguiente escalón de la o1"ga­nización de la materia, mostrando la continuidad entre ellos, cosa que

«parecen argüir con gran probabilidad los fen6menos de las plantas sensitivas, donde la naturaleza parece realizar diversas acciones animales con la misma estructura y organizaci6n co­mún en todos los vegetales» 121.

Viene luego, en sexto lugar, una larga serie de Ob­servaciones sobre «vegetales» (de la XIX a la XXXI), si­guiendo un orden de progresiva complejidad de acuerdo con una sistemática deficiente: hongos, mohos, musgos, espon­;as, algas (en realidad briozoos marinos) y plantas superiores (Embryophyta). Los dos primeros tipos, en los que Hooke no descubre ningún órgano seminal, permiten considerar la posibilidad de que su producción se deba a una generación espontánea, que no sería sino una reorganización mecánica de las estructuras de seres más compleios, liberadas por su putrefacción 128•

Estas primeras formas vegetales sin semillas son sólo un paso más allá de las cristalizaciones, constituyendo el

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«tercer escalón» del que se hablaba al final de la Observa­ción XN, «el siguiente tras la investigación acerca de la formación, figuración o cristalización de las sales» y previo a la dilucidación de la «forma informans de los vegetales». En efecto, del mismo modo que es difícil entender las cris­talizaciones sin «la naturaleza y razón de la forma globular» y la de los hongos sin la de las cristalizaciones, no se enten­derá la generación seminal de los vegetales sin la de los hongos. Estos son los pasos de la «escala del entendimiento» que sigue el método algebraico mencionado al final de la Observación XIV; pasos muy tenues pero que sumados lle­van muy leios

«Si, comenzando con la fluidez o cuerpo sin forma, descende­mos gradualmente hasta alcanZIJT la forma superior del alma de los brutos, haciendo que los escalones o basamentos de nuestra investigación sean la fluidez, orbiculacíón, fiiacíón, an· gularización o cristalización, germinación o ebullición, vegeta­ción o plantación, animación, sensación, imaginación» 129.

La generación de la_ . primera forma de vida vegetal (Tha­llophyta) o ebullición es para Hooke «puramente mecáni­ca» 130

• La «forma informans» o «anima» que había atribuido a los vegetales anteriormente cuando se ocupaba del nivel de la angulación 131 ha resultado ser f!na expresión fenoménica para describir unas apariencias que se han reducido paso a paso a las operaciones mecánicas. Lo mismo ocurre con la reproducción seminal, plantación 132

• El examen y descripción de algunos mecanismos de los vegetales superiores, como las espinas de la ortiga o los movimientos de la arista de la avena, sirven para realizar la transición al nivel animal, su­giriendo, por e¡emplo, un mecanismo hidráulico para explicar la contracción muscular.

En séptimo lugar vienen las Observaciones XXXII a LVII sobre el reino animal. !As primeras describen diver­sas partes y dispositivos, como pelos, plumas, agui¡ones, o;os y patas, alas, rádulas, etc., para pasar a continuación a describir diversos especímenes de ·insectos, arácnidos y ne­mátodos (Anguilula aceti). En la Observación XLIII, describe la metamorfosis del mosquito y discute la generación de los insectos como una forma de germinación de sus semillas por

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obra de efluvios y radiaciones desencadenadores de meca­nismos internos al huevo, a la manera de las trampas para zorros, en las que el desplazamiento de un hilo produce el movimiento mecánico del gatillo, la ignición de la pólvora y el consiguiente magno efecto de magia natural. «En todas estas acciones, apostilla Hooke, nada hay de invención o racior.inio atribuible al animal o a la máquina, si no tan sólo al ingenio del diseñador» 133

Finalmente, en octavo lugar, vienen tres Observa­ciones telescópicas sin mucha conexión con todo lo anterior. La primera de ellas, la LVIII, desarrolla sus estudios de la IX sobre la naturaleza y propiedades de la luz, con la que, atendiendo al contenido, debe leerse como formando parte de aquélla. El que se incluya aquí una serie de obser­vaciones telescópicas indica que para Rooke tiene más im­portancia el carácter filosófico-natural de la obra que el ca­rácter superficial de historia natural microscopista.

Así, al filo de 1665, salió a la luz una de las obras científicas más bellas y fascinantes del siglo XVII, en la que se aunaba un profundo aliento teórico con una depu­radtJ técnica experimental, una enorme cantidad de datos nuevos y una fascinante ornamentación gráfica. Sin embar­go, a pesar de la agudeza de sus doctrinas y observaciones, así como del atractivo adicional de que su lectura podía ser emprendida por cualquier amable aficionado 134

, el libro no pareció tener un gran éxito editorial, a juzgar por el he­cho de que nunca conoció una segunda edición. Aunque la obra debió de ser leída por bastantes personas (Newton sacó de ella muchas notas), sus doctrinas. no despertaron un interés duradero. Por contraste, las ilustraciones conocieron gran fortuna y fueron muy reproducidas. Cuando en 1745 (y luego en 1780) se decidió hacer una nueva impresión con el título de Micrographia Restaurata, la <frestauración» con­sistió en publicar las planchas eliminando el contenido teó­rico mediante drásticos resúmenes. La obra tampoco se tra­dujo al latín u otros idiomas, excepción hecha de una versión abreviada al alemán de 1667 m. Hasta nuestro siglo no han aparecido varias reproducciones de esta obra (como la de Gunther en 1938, la de Dover Publ. de Nueva York en 1961 o la de Culture et Civilisation de Bruselas en 1966),

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siendo esta que tienes en tus manos, paciente lector, la pri­mera traducción completa que se hace al español o a cual­quier otra lengua.

La Micrografía tuvo algunas recensiones. En las Philosophlcal Transactions apareció un comentario muy com­pleto, donde se destacaban las aportaciones observacionales, teóricas e instrumentales, subrayando el aliento mecánico y matemático de su visión de la naturaleza, no menos que la gran cantidad de sugerentes problemas abiertos que ofre­cía 136

• El 20 de diciembre del año siguiente, 1666, apareció una larga crítica en el Journal des S~avans que incluía dos reproducciones desplegables de las planchas, haciéndose hin­capié principalmente en las observaciones, con olvido de las doctrinas. En 1676, J. C. Sturm elogió la obra en su Colle­gium Experimentale, esperando yo por mi parte que tam­bién tú, noble lector, encuentres el libro digno de encomio.

LA presente edición se ha hecho a partir de la pri­mera inglesa, revelación trivial, puesto que acabamos de decir que nunca hubo otra. La paginación original se indica entre corchetes. En nuestra traducción hemos corregido numerosas erratas sin indicarlo, de¡ando. las de las planchas para no interferir con su diseño. Las planchas, algunas de las cuales llevan una escala incorporada,· han quedado seve­ramente reducidas en esta edición española, por lo que se señala en notas el tamaño original o el aumento del dibu¡o cuando ello es pertinente. Por lo que respecta a la traduc­ción, hemos tratado de mantener el estilo original sin mu­cho éxito. Hooke escribe como ti desease imitar los amplios períodos latinos, lo cual, dada la falta de con¡ugaciones, declinaciones y, en general, la sencillez de las estructuras del inglés, produce efectos similares a los de interpretar a Mahler con bandurria.

A la hora de preparar esta edición me he visto obligado a recabar la ayuda de muchas personas, de algunas de las cuales he abusado sin el menor rebozo. En primer lugar está la profesora Pilar Soto, que leyó esta introduc­ción (y parte de las notas), gracias a lo cual no es aún más insufrible (la introducción, no la profesora Soto). En se­gundo lugar padecieron también lo indecible con mis con­sultas Miguel Solís y Sotaleña, del Skating Centre; María J.

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Pascual, Carmen Gallardo, Marisa Balseiro y Eulalia Pérez Sedeño. Meior parados salieron por esta vez, aunque no por ello su ayuda fue menos valiosa, José María Lucas, Enrique Soto, M. Hunter y Susana Gómez. Mi amiga Viole­ta Solís escuchó con condescendencia mis explicacianes, dis­frutó con los grabados y aprendió cosas tan útiles como qué es el polvo de los ;esuitas o las piedras del rayo.

CARLOS Sods SANTOS

Madrid, mayo 1988

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