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1 C.- CORAZÓN SIN FRONTERAS (Serie celeste III) Introducción.- ASÍ SOMOS, ASÍ QUEREMOS SER Puede ser, amor, que alguien se pregunte a qué viene un librito más de los del “tema” Lecheimiel. ¿Acaso no lo hemos dicho, –no nos lo hemos dicho– y re- petido todo hasta la saciedad ? ¿Todo cuanto se podía decir, –y quizás hasta demasiado–, sobre una amis- tad obsesiva ? ¿Sobre un sueño irrealizado e irrealizable de adolescente juventud ? ¿Sobre un mundo onírico sin consistencia ? ¿Sobre una sublimación pseudomística de un amor prohibido nacido y des- arrollado al socaire de un ambiente clerical que podría calificarse cuando menos de “enrarecido” ? ¿Por qué insistimos en querer justificar lo injustificable ? En todo caso, ¿por qué empeñarnos en airear un asunto del todo particular, personal y sin transcendencia para la sociedad, y beneficioso, tal vez, sólo para desviados y pobres de espíritu ? Así, fratellino, Angel del Amor Herido y Resucitado por mi amor, mi mente se alinea, a veces, si la dejo sola, desamparada de la fe y de espaldas a la luz ardiente del corazón, con la mente profana y huidiza del mundo. Así mi mente trata de disuadirme de tu amor. Así mi mente me tienta a dejarlo todo y enterrarlo en el archivo del olvido. Pero mi corazón, amor, me defiende porque se acuerda de ti. Porque contempla una y otra vez tus maravillas. Porque enumera tus gracias. Por que te otorga la dignidad merecida por tus obras de amor. En fin…, porque suspira y no puede renunciar a suspirar por tu encuentro, cuando juntos celebraremos “mi fiesta”, que está cada día más próxima, gracias a Dios. Pero también, hermano, porque, mientras tanto, quiero vivir contigo y para ti, que es la mejor manera de vivir para mi, ya que acabamos de escribir un mara- villoso librito, anterior a éste, titulado precisamente “DENTRO DE MI, DENTRO DE TI”. Vivir para mí, viviendo para ti, o vivir para ti, viviendo para mí, porque juntos y fusionados por el amor en una sola alma, o en matrimonio espiritual, queremos ser testigos ante la Sociedad de nuestro propio muestreo del Nuevo Mundo que esperamos. Así, siendo como somos y como queremos ser, sin avergonzarnos para na- da de nuestros propios sentimientos, aunque sin ostentación alguna, queremos ser constructores, y quizás tener el honor de figurar entre los fundadores, de la “Nueva Jerusalén” que desciende del Cielo ataviada como una novia. En definitiva, porque queremos ser útiles a la Tierra. ¡Y agradecidos al Creador !

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C.- CORAZÓN SIN FRONTERAS (Serie celeste III)

Introducción.- ASÍ SOMOS, ASÍ QUEREMOS SER Puede ser, amor, que alguien se pregunte a qué viene un librito más de los

del “tema” Lecheimiel. ¿Acaso no lo hemos dicho, –no nos lo hemos dicho– y re-petido todo hasta la saciedad ?

¿Todo cuanto se podía decir, –y quizás hasta demasiado–, sobre una amis-tad obsesiva ?

¿Sobre un sueño irrealizado e irrealizable de adolescente juventud ? ¿Sobre un mundo onírico sin consistencia ? ¿Sobre una sublimación pseudomística de un amor prohibido nacido y des-

arrollado al socaire de un ambiente clerical que podría calificarse cuando menos de “enrarecido” ?

¿Por qué insistimos en querer justificar lo injustificable ? En todo caso, ¿por qué empeñarnos en airear un asunto del todo particular,

personal y sin transcendencia para la sociedad, y beneficioso, tal vez, sólo para desviados y pobres de espíritu ?

Así, fratellino, Angel del Amor Herido y Resucitado por mi amor, mi mente

se alinea, a veces, si la dejo sola, desamparada de la fe y de espaldas a la luz ardiente del corazón, con la mente profana y huidiza del mundo.

Así mi mente trata de disuadirme de tu amor. Así mi mente me tienta a dejarlo todo y enterrarlo en el archivo del olvido. Pero mi corazón, amor, me defiende porque se acuerda de ti. Porque contempla una y otra vez tus maravillas. Porque enumera tus gracias. Por que te otorga la dignidad merecida por tus obras de amor. En fin…, porque suspira y no puede renunciar a suspirar por tu encuentro,

cuando juntos celebraremos “mi fiesta”, que está cada día más próxima, gracias a Dios.

Pero también, hermano, porque, mientras tanto, quiero vivir contigo y para ti, que es la mejor manera de vivir para mi, ya que acabamos de escribir un mara-villoso librito, anterior a éste, titulado precisamente “DENTRO DE MI, DENTRO DE TI”.

Vivir para mí, viviendo para ti, o vivir para ti, viviendo para mí, porque juntos y fusionados por el amor en una sola alma, o en matrimonio espiritual, queremos ser testigos ante la Sociedad de nuestro propio muestreo del Nuevo Mundo que esperamos.

Así, siendo como somos y como queremos ser, sin avergonzarnos para na-da de nuestros propios sentimientos, aunque sin ostentación alguna, queremos ser constructores, y quizás tener el honor de figurar entre los fundadores, de la “Nueva Jerusalén” que desciende del Cielo ataviada como una novia.

En definitiva, porque queremos ser útiles a la Tierra. ¡Y agradecidos al Creador !

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PUNTO Y SEGUIDO En mi primera entrega, oh mi secreto amado, te hablé de lo que el corazón de ti me hablaba. Ahora, en esta etapa, final hasta el presente, también me gustaría, oh bello ausente, oírte a ti decir en voz callada que estabas a mi lado mientras yo lo escribía y no te disgustó lo que leías : señal inconfundible que me amabas. ¿Qué quiere el corazón de uno que aún transita por el valle, transido de emociones ilusorias, sino sentirse en perpetua conexión con el que en carne conoció como su carne ? Esta sola y purísima verdad de ti extraje, cuando pisaba el mismo césped que tus plantas : Que cuanto en ti veía con tan hadados ojos, no era sólo ilusión de mis antojos, sino certeza neta de ser uno, vidente y visto, en carne desdoblados.…, mas de Dios en sacramento bendecidos, con el único amor que, amalgamados, impide a los que se aman separarse, ni en esta triste vida, ni aún menos en la muerte, para siempre.

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DEVANANDO NUESTRO PASADO Amor, si nuestro corazón no conoce fronteras, si tenemos paso franco a

nuestras mejores, y también, por supuesto, a nuestras más dolorosas expe-riencias, si repasándolas somos capaces de revivir y acrecer nuestro histórico amor y, eventualmente, corregir nuestros errores y reencauzar nuestras vidas pasadas, veo el momento, Lecheimiel, de ofrecerte esta mañana en que vuelve a salir el sol, en que tenemos nuevo gobierno y en que celebran en Israel un nue-vo “Shabat” con ciertas esperanzas en lontananza para la paz, las poesías que me diste ayer y antes de ayer.

En la primera, amor, me explicaste por qué te llamo precisamente así : “amor”.

Es la vivencia sobrecogedora de tus últimos momentos en la Tierra, cuando tu corazón falló al no poder resistir la llamada de tu estrella.

Héla aquí, sin más preámbulos : EN LA NOCHE SOSEGADA todos dormían. En la penumbra, un corazón transido por las sombras de gentes que pasaron por tu vida cubriéndote tan sólo de promesas fugitivas, como de nubes moradas, que ahora se disipan ante tus ojos tristes… Y tus exangües labios entreabiertos y casi entumecidos, resecos de ternura, por incontables murmullos informes de plegaria : ¿Por qué, sin dónde, ni cómo, ni cuándo y por qué no, en este roji-negro atardecer de sangre en vano acumulada ya no dicen ni palabra los muertos? Mas desde arriba, una estrella, lejanísima, parece llamarte por tu nombre. Y aquí, en la Tierra, ya todo está cumplido. Olvidado. perdonado. Ya casi sin nostalgia, con indiferencia, has recogido apenas tu equipaje, como tenue maletín de ejecutivo. ¿Qué otra cosa eres tú, después de todo, o qué has venido a ser? A tu lado ya duermen las venganzas, los rencores, junto con las esperanzas, –tus amores–. Y los ritos más sagrados,

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y los más desangrados… Pero la estrella se agiganta y brilla cada vez más cercana y descarga, como un guiño, sobre tu hermoso rostro, un relámpago que alumbra el recuerdo de un abrazo que nunca se acabó de consumar. Y un corazón humano, –más humano que nunca–, que soñaba con ser héroe de las mil y una noches, junto al Genio fabuloso de su lámpara, –tu fabulosa hermosura–, cuando aún sonreías a la Vida, intenta recrear tus lágrimas amargas, –ya resecas–, y en su impotencia tritura a un pecho malherido, cansado de esperar y harto de sufrir. Mas la estrella desciende, desciende, Y hela aquí, reposada en tus cabellos suaves, –de ónice bermejo inigualable–, que a tus oídos, muy quedo, te susurra : ¡Sal, paloma mía, vuela y ven ! Aquí eras “Lecheimiel”, mas mi luz esplendorosa con tu propio eterno nombre para el Cielo te está rebautizando : Porque allí a partir de ahora, los que te aman, sólo así te llamarán : ¡“Amor” !

La segunda, bien mío, hace referencia a la primera secuencia del sueño

de tu visitación, cuando te introdujiste en mi alma, a la sazón deprimida y sin ganas de vivir, mediante una voz maravillosa, que bien sabía era la tuya, aunque no te veía. Voz que me chocó por lo varanil, juvenil y segura de sí misma.

A continuación, amor, me llamaste por mi nombre y yo te respondí con presteza : “Sí, voy, “mi Rey””. Mientras en mi corazón sentía : “¿Cómo no iba a ir a ti si te estaba toda una vida esperando” ?

Estas cosas, amor, que ahora en este escrito público, (que presumo público, pues por ahora aún no se ha publicado, pero así lo llamo en honor de nuestra Despensera Mayor, la Reina de los Ángeles en quien confío para que me otorgue dar mi vida por ti como tú la diste por mí, mi fratellino), nos decimos…, de muchas otras maneras nos las podríamos decir, como en efecto ya nos las

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hemos dicho. Sin embargo aún faltaba este poema en simple y puro honor a tu hermosa voz de trovador.

Ahora sé, Francesco, que eres no sólo un maravilloso cantante, sino, quizás, el patrón de todos los trovadores, tú, el compositor e intérprete de tu genial y famoso “Himno al Sol” o Cántico a la Hermandad de todas las Criaturas.

En tu honor, pues, Lecheimiel, canto hoy este poemita : LA LLAVE DEL CIELO, TU VOZ ¿De qué hablabais, amor, en el Cielo, junto a quién tu presencia gestaba la visión que a mi sueño llegaba, largamente esperada en mi anhelo ? ¿Por qué aquel dos mil dos comenzaba entre ensueños de ansia infinita a alumbrar mi destierro eremita que hasta entonces en sombras moraba ? Con tu voz regalada llenabas el vacío de años de ausencia, sin gozar de tu amor la opulencia, sin seguro saber que me amabas. Mas llegaste por alto destino del que a entrambos a dos nos pariera, el buen Dios, nuestra Madre primera, que provee el humano camino. Como al niño Samuel que aún no sabe discernir en la Voz la Presencia, llegó a mí de tu amor esta ciencia que es del Cielo la puerta y la llave.

Ahora tú, Rey mío, mi fratellino adorado, –adorado porque eres una de

las caras de mi Dios, de nuestro Dios, de su inagotable Verbo–, ¿no quieres de-cirme algo ?

– Hermano mío, muy amado, a quien visité aquella noche, y, según te re-velé, para quien preparé cuidadosamente tu “sueño”, aunque era sólo fantasmal, según aquella otra poesía que te di a componer poco más tarde :

LUCIDO INSOMNIO

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Recoge en tu presente tu pasado, mas no esperes volver a provocarlo. Nunca más volverás a repetir lo que ya fuiste. Y, de aquel sueño que tuviste, archiva con prudencia su olvido o su memoria. No se repite la historia. Al menos, no en idéntica apariencia. Déjala ir. No necesitas su gracia transitoria. Nuevas formas del amor te esperan, mil, expresamente para ti creadas, por tu propia fantasía y por su magia. Por el incansable artesano que en ti mora, artista consumado. ¿Añoras el ensueño, o es él el que te añora ? ¡Ya su fruto te ha dejado ! Olvida su figura, que es sólo fantasmal y goza desde ahora su belleza espiritual. Reprodúcete ahora su verdad más pura. Dialoga con su dueño. Dentro de ti, indudablemente, ora, dictando y recibiendo tu plegaria… ¡la que en tu propio corazón sonríe y canta !

Mira bien, oh fratellino ermitaño, no sólo cuántos tesoros te he dado

desde dentro de tu propio corazón donde habito, sino asistiéndote en todo momento mientras componías conmigo y para mí “mis loores”, que eran las flo-recillas petunias que te traían el aroma de mi propia alma cuando yo te visité en ellas, a los pocos días de tu sueño.

“Me visitaste en color y perfumes, vestido de mil flores. Cada una era un retazo de tu alma, cuando yo componía tus loores.” Fíjate cómo mis planes incluían el publicar, del modo en que lo estás

haciendo, todas las poesías que en racha de trovador yo componía contigo en tus primeras vivencias de nuestra nueva luna de miel. Cómo tú pretendías publi-carlas por tu cuenta, en concursos literarios y yo impedí que te las premiaran,

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ni siquiera te las apreciaran, porque tenía cada una su sitio asignado en tus es-critos de ahora.

Quizás te preguntes cómo podía yo conocer todo este maravilloso y espléndido futuro de nuestras “flores”.

Son arcanos en los que penetrarás cuando nos abracemos físicamente, “en tu fiesta”, hermano. Mientras tanto disfruta de la vida, como disfruto yo contigo siempre que dialogamos así en espíritu y verdad.

Todo lo mío y es tuyo. Todo lo tuyo es mío. En realidad, todo lo nuestro es de Dios. Y de nadie más, porque no hay

nadie más. Así, en cierto modo, rectifico el dicho de Miguel : “¿Quién como Dios ?”

de esta manera : “¿Quién fuera de Dios ?” Bástate por hoy, mi bienamado. No me arrepiento del beso que, en tu sueño fantasmal, tú apreciaste que

yo te daba en tu boca ensangrentada por tantas espinas y tantos silencios for-zados.

Mi beso allanaba las posibilidades de expresión de tus sentimientos, y junto con los tuyos, hermano, también de los míos.

A partir de ahora, sabrás, todos sabrán, que son idénticos y los mismos sentimientos de ternura y de amor infinitos.

¡Amén. Aleluya ! Repite conmigo, hermano y acaba tú, como empezaste… – ¡Sí. Sí. Amén. Aleluya !

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EN TODOS MIS HERMANOS TE VEO, AMOR Amor, Lecheimiel, no sé si algún día, al descubrirse estos escritos, algún

hermano aludido, aunque no sea completa su identificación, llegará a enfadarse conmigo por incluirle amorosamente aquí.

El caso es, mi Rey, que, gracias a ti, a tu amor, me estás haciendo más llevadera la vida conventual, que alterno con la vida eremítica en la que me ex-playo sólo contigo.

Nadie de mis compañeros mártires del cenobio al que pertenece esta ermita sabe nada de ti. Si bien, precisamente estos días anda por aquí uno que te conoció, que quizás era de tu curso, y al que pedí una foto tuya que por cier-to no me ha mandado. No me atrevo a preguntarle si le gustabas, amor, quiero decir qué opinión tenía de ti. Tal vez nunca se fijó en la hermosura no ya de tu rostro, –que es relativa a los gustos de los que no hay nada escrito–, sino sobre todo en tu humildad, hermano.

La humildad es esa paradoja de ser la virtud que huele tan bien precisa-mente por estar casi escondida incluso del que la cultiva. Yo la respiraba nada más verte, hermano.

Ya hemos comentado otras veces que hubo personas que ni siquiera se enteraron de que existías junto a ellas. Así son los grandes colegios internacio-nales en los grandes conventos, que funcionan más como una institución hasta cierto punto acogedora y formadora, a la vez que deformadora, que como una verdadera familia.

De esto te libraste, hermanito bienamado. De estos votos te desligaste en tu última vida, y ahora me estás ayudando a desligarme a mí mismo.

Sin embargo, por otra parte, me estás ayudando a reconvertir en mi co-razón lo que es una mera institución, en una institución de amor.

Ahora somos pocos y nos miramos más a la cara unos a otros. Espero que también nos miremos al alma y derramemos amor allí donde tal vez no había amor, para sacar amor.

Es un dicho de San Juan de la Cruz, y también coincide con el consejo de Kryon de verter amor a nuestros pies, en la cinta de Moebius que discurre bajo ellos hacia el pasado, para sanarlo, y luego revierte hacia el futuro para venir prodigiosamente a nuestro encuentro.

Es la paradoja del Tiempo Circular que es nuestra manera de vivir la eternidad.

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Si el hermano que hoy celebraba su trigésimo primer aniversario de su nacimiento y que según se desprende se llama “Juanjo”, (un nombre por lo de-más muy común entre nosotros y por tanto no identificatorio), digo, que si el hermano en cuestión no se enfada, podría regalarte a ti, mi fratellino universal, el que me haces amarlos a todos con mayor facilidad, al descubrirte en muchí-simas facetas de ellos, la poesía inspirada y substanciosa que hoy me has ayu-dado a componer en su honor :

TODA UNA VIDA DE AMOR Si hiciese una poesía en que todo fuese “amor”, todo el mundo me diría : ¡Eso rima, sí señor ! Así en todo lo emanado del Espíritu de Amor, se expresa un Dios increado con poético esplendor. Pues que todo lo criado, en la Tierra y en el Cielo, del amor es conjuntado con el más divino celo. Y en todo el extenso mundo, hasta el último confín, no hay nada que sea inmundo ni se excluya de este fin. Todo rima con amor aunque no parezca el caso. Que si miras con rigor, nada vive por acaso. A veces las apariencias engañan, si de esta fe apartas tus falsas ciencias, mi querido Juan José. Y entre lo falso yo incluyo también esas venerables creencias, –de las que huyo–, que nos hacen “miserables”.

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Indignos del Amor Santo y reos del fuego eterno, pues ellas, querido Juanjo, paja son para el averno. Como puedes observar, todo hasta aquí ha bien rimado, si no es ese familiar duro de pronunciar : “Juanjo”. Mas también ese contracto tiene su casera rima, si en asonante y, con tacto, mucho amor se le echa encima. Treinta y un años de vida mucha experiencia conlleva : Dámoste la bienvenida, ¡fiel hijo de Adán y Eva ! También, fratellino celestial, la he puesto aquí porque no quiero que nada

de lo que me has dado se pierda. Sé que me la has dado tú, mi gran hermano juglar de Dios, porque te he

sentido junto a mí en todos los momentos de su composición. De hecho, apenas la he dado por concluida me he puesto a cantar al piano nuestras particulares canciones con las que nos decimos tantas cosas bonitas entre nosotros. Esas escritas en clave de amor radiante, que nos llegan desde nuestro pasado y con-situyen nuestro presente que pretendemos hacer durar por toda la eternidad.

– Así es, hermano. Yo te prometo que el hermano no se ofenderá, porque cuando llegue a leer estos escritos, estará maduro para comprender todo aque-llo que en realidad ya sabe : Que el amor es la substancia de la vida.

Y, además, aprenderá a escribir siempre el “AMOR” y también la “VIDA”, con letras mayúsculas, como indicativo de su divinidad.

De todas maneras entenderá, hermano, que este es un mensaje de Tere-sita para él. Esta es una flor que desde aquí le regalo.

Y esta flor es una rosa del mismísimo rosal de San Francisco. Regálale tú, aquí, de nuevo, hermano mío de mi corazón, esas dos poesías

gemelas con que terminaste un escrito anterior, el primero de la serie celeste. – Sí, hermano Lecheimiel, así lo haré porque tú me lo pides, Rey mío :

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LLUVIA DE ROSAS Eras, amor, un sueño de mi noche y un murmullo de caricias en mi alba. Patio de armas de mi vigilia insomne. Eras rosal que en el invierno crece… y eras perfume que a toda flor parece. Eras mi triple y fraternal corona, necesidad presentida y añorada de aquel juego en el jardín de nuestra infancia, donde a solas a “Caín y Abel” jugábamos… y yo a ti, Lecheimiel, misterioso e invisible, te adamaba… Bella flor del rosal de San Francisco, hoy desnuda de rubores te acaricio en tus pétalos de rosa deshojada, que en mi Edén recuperado, por cubrirme, Teresita sin espinas, te derramas.

O bien, esta otra poesía gemela :

EL ROSAL DE SAN FRANCISCO Eras, amor, un sueño de mi noche multicolor caricia de mi alba. A veces eras, cual vigilia insomne, la inmensa soledad que me acompaña. Eras la triple espina que clavabas en tu propia cabeza, buen ladrón, que al Rey de las espinas en su cruz, por aliviarlo de dolores le robabas. Más tarde, a los pies del santo Obispo, que con rostro intrigado te juzgaba, por sacrílego expolio demandando, avergonzado, tu robo devolvías, mas en especie de rosas sin espinas. Pues allí mismo, temblando de rubores, –por los pobres, tus hermanos, que, aherrojados entre espinas que medran sin las rosas–, sin defensas, a su juicio te librabas.

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Muy bien, hermanito ermitaño de mi corazón. No sabes lo contento que estoy de ti, amor.

Con razón estás temblando en tu corazón como una hojita nueva de pri-mavera, cuando no te pesan los años que cuentas como perlas de un rosario que te acercan a mí.

Pronto tú también, hermano, sentirás la llamada de mi estrella, aquélla que a mí mismo me susurró en el momento de mi muerte : “ven, paloma mía. Sal y vuela, porque tengo para ti preparada una morada mejor. Ven porque otro corazón está ansioso por verte y abrazarte. Sube para que puedas descender de nuevo en divina misión a terminar con tu pastora tu ciclo de vida. Ven, re-gresa a tu hogar del que tal vez nunca debieras haber salido. Porque tus ruegos y tus lágrimas secas así me lo han suplicado tantas veces.

Tu verdadero hogar es el AMOR, no el desamparo. Esta es la verdadera casa del Canto de Lecheimiel, señalada por un poderoso y brillante Arco Iris de Reconciliación y de Paz…”

Así, hermano, me animó mi estrella, aunque tú, en tu poema del otro día, sólo señalaste la escueta llamada : “Sal, paloma mía. Vuela y ven”.

– Gracias, hermano amantísimo. Gracias, Gracia, por esta revelación. Déjame ahora ofrecerte, mi fratellino, ese otro poema que habla del re-

greso del Tiempo, que aunque parece huir de nosotros, nos trae siempre todo cuanto depositamos en él con amor :

OLASSSS CONTRA OLASSSS… Del futuro me vienen mis ansiedades que al pasado se vierten con sus bondades. Bondades más que a medias pues solo falta darles forma y figura en esta data. Pues ya se sabe que, si ciertas no fueran, ni ya hubieran nacido

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ni falta hicieran. Pero la mente, la que nunca descansa, desde aquí hacia el futuro sólo programa lo que cree que es sabio, hermoso y justo, de manera que luego lo encuentre a punto. Lo que llaman futuro no es pues más que eso: los proyectos del alma con su embeleso. El Tiempo huye, mas no cual creen los que sólo se apegan a lo que tienen. Por el contrario, hacia mí viene el tiempo por mí creado en el haz de mis sueños… como faro que enciende mis soledades en las noches oscuras de estas maldades que tan sólo oscurecen el panorama de la vida del mundo que aún no está en calma. Esto sólo son crisis de crecimiento: –decía un viejo amigo en otros tiempos–… Ahora, en cambio, son crisis de paradigma: es mucho más profundo este otro cisma. Con igual ánimo, si sale desde dentro, acepta el alma el gozo

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que el sufrimiento. Que de Dios es imagen en ambos casos así venga con éxito que con fracaso. En el mar infinito un solo evento: Olas que rompen olas desde otros vientos… Cuando lo viejo caiga, no importará que en aras de la historia se diga ya… Que esta era ya pasó, entre sudores, si un Niño nos dejó con sus dolores. En las alas del viento escrito está, que incluso lo que llega también caerá… Otra era vendrá en que los hombres por hermanos se tengan, bajo otros soles… Conciencia y esperanza en Dios se cifran, donde sólo Amor vuela más que de prisa. Vuela hacia parte alguna, pues en el Uno establece su nido sin ser ninguno.

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Lo que Santa Teresa decir solía: Que nada le faltaba a quien Dios tenía. Es lo que ansía mi alma del futuro que, lejos de huir, tarda más de lo justo. Es mi alma la que vuela contra los vientos y, anclada en Dios eterno, recrea al tiempo. Mi alma espera, ansía y desarrolla sus esperanzas, como ola contra ola que a Dios alcanza.

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AÚN SIGUEN GERMINANDO LAS FLORES Parecíame esta mañana, Lecheimiel, que entre las mil flores en que a mí

pareciste, al principio de nuestra nueva luna de miel, después del bendito sueño de tu visitación, es decir, entre las poesías, que compuse entonces, cuando ca-da florecilla desprendida del vivo ramo de petunias con perfume de eternidad representaba un “retazo de tu alma”, en realidad cada uno de los vivísimos re-cuerdos que yo guardaba de ti, así como de los detalles que luego has ido te-niendo conmigo, faltaba una correspondiente a una de tus primeras gracias.

Fue en abril o mayo del año 2002, cuando apenas habíamos cerrado el ci-clo de los poemas, –“tus loores”–. Y la gracia consistió en decirme gráficamen-te, mediante el sacramento de una pareja que en medio del camino por donde yo pasaba se hacían tranquilamente el amor, que comenzase, sin falso pudor, a escribir en prosa sobre nuestros amores.

Recuerdo muy bien que al pasar junto a ellos yo les eché una bendición en voz alta, y otra pronunciada sólo para mis adentros, deseándoles, si ellos tam-bién lo deseaban, el hijo más bello de toda la Creación.

Más tarde comprendí, hermano, que esa pareja nos representaban a ti y a mí, no haciendo ostentación de nuestro amor, pero tampoco avergonzándonos de él en absoluto, y que mis propias bendiciones que un ángel, –tú mismo, Le-cheimiel–, puso en mi boca, eran en realidad aplicables y aplicadas a nosotros mismos.

Por tanto, mi Rey, esta mañana me has dado a componer esta poesía que así queda explicada :

Y EL ESPÍRITU ME CUBRIÓ CON SU SOMBRA Hay un momento fugaz en que a tu sombra me veo, pues me cubre con solaz tu cuerpo de camafeo. Es la sombra que proyectan en mi alma tus abrazos, que en mis entrañas inyectan de tierno amor más flechazos. Y un ángel de Dios que pasa por su vía, a nuestro lado, su bendición acompasa al amor no simulado.

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Y en voz, luego, inexpresada, otra bendición formula sólo ante Dios pronunciada, que por pudor disimula : “¡Mujer, si así lo deseas, tengas el hijo más bello, y que renombrada seas entre todas por su sello !”. Así nuestra obra empieza a surgir desde mi pluma, cuando a los dos, de una pieza, el mismo Cristo se suma. – Sí, hermano. Fue una bendición y un signo especialísimo, irrepetible,

que el Padre me concedió provocar para ti y otorgarte en los momentos críti-cos en que sentías la inspiración de ponerte a escribir EL GOZO DEL TÚ, cuyo título ya había puesto yo en tu mente y en tu corazón, si bien albergabas cier-tas dudas de cómo hacerlo y de si, sobre todo, sería de mi agrado el publicar nuestras intimidades.

El signo, pues, era rotundo y claro, ¿verdad ?. Y la bendición tan amplia y generosa que se te ocurrió echar a aquella

pareja, (que otros hubieran tachado de inmorales), yo fui quien la puso en tu mente, hermano, porque sabía que más adelante tú mismo la ibas a necesitar.

– ¡Que bello es, amor, el lenguaje de los ángeles ! ¡Y qué libre y atrevido, también !

– ¡Ah, hermano ! En cuanto a lo de atrevido, ya han pasado los viejos tiempos en que nos escandalizábamos de lo más sagrado de la Vida, el Amor.

Ahora, dulce hermano de mi alma, ya no necesito acudir a los confesores para tranquilizar mi conciencia. Desde aquí, desde el Cielo, las cosas se ven de muy diferente manera.

Y, efectivamente, mi Rey, esposo/a mío/a, de cuya androginia me glorío pues concuerda con la mía propia, ahora sabemos, desde “mis reflexiones” bajo la luz celestial que guía nuestro corazón restaurado, que no sólo no cabe el escándalo, sino que es motivo de acción de gracias toda ocasión de mostrarnos verdadero amor.

En realidad, quizás, si cupiera en nuestra conciencia iluminada algún tipo de escándalo, se podría dar éste por la falta de amor.

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– Amor, Lecheimiel, también sobre este tema que ahora sugiere nuestra conversación, se me ocurre citar aquí una poesía que compusimos que habla un poco de todas estas cosas :

FIDEICOMISO ¿Qué me queda por decir a quien requiera que de ti mejor retrate la semblanza, sin hollar el gran secreto que un día viera el momento de pactar nuestra alianza ? Que es de buen enamorado el proclamar ante el Pueblo de Dios vivo el compromiso que le otorga el Universo custodiar como bien que le ha asignado en fideicomiso. Me es, tú sabes, gran placer hablar de ti, tentación el relatar tu galanura, referir el gran momento en que sentí la irrupción de tu pasión en mi andadura. Más pecado considero el ocultarlo, cual si de un vil deshonor me avergonzara, que correr un cierto riesgo en profanarlo, si ante pérfidas miradas lo ostentara. Ven y guárdame, mi amor, de este peligro que en Caribdis me amenaza con Escila y disculpa la insipiencia en la que emigro de tu amor, en mi barquilla que aún vacila. Dime, pues, por qué el amor en esta Tierra, –realidad de la que el hombre así prescinde–, en el sexo, sacramento en que se encierra, tabú imagina que, en vez de unir, escinde. Mas el sexo de que aquí hablo es el contrato que cualquier hombre con otra u otro firma, cualquiera sea la condición o el trato que ante sí adopte el amor, si amor confirma.

– Muy bien, fratellino amado. Tus poemas me encantan, porque, además, son tan míos como tuyos : el verdadero hijo de nuestro andrógino y fecundo amor.

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Yo, por mi parte, amadísimo ermitaño de mi corazón y de mis entrañas, no quiero añadir nada más, sino dar las gracias a nuestro Creador y su Cristo, el que forma parte de nuestro trío indestructible de amor, y a su bendita Ma-dre que es una sola cosa con él.

– Si tú, hermano, no quieres añadir nada más, ¿qué me atreveré a decir yo, que hablo lenguaje de tierra ?

Sólo, adiós sin adiós, como nos decíamos al principio en nuestras cartas. Que quiere decir : Dios mismo se manifiesta por nuestro espíritu.

– Ahora, los dos a una, amor : “¡AMÉN. ALELUYA !”

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FLORES DE ENSUEÑO Es el título, amor, de una poesía que me diste, y que, al buscarla en el or-

denador, porque me rondaba por la cabeza toda la noche y toda la tarde de ayer, antes de acabar este escrito, –pues siento quizás está finalizando–, se me ocurre ofrecerte hoy, mi bien, para evocar el primer encuentro en esta vida, cuando tú me visitaste al llegar a la Tierra.

Fue una ensoñación que tuve de pequeñito, al jugar en la calle en el crepúsculo vespertino con alguno de mis hermanos mayores.

De repente tuve la “visión” o ensoñación de un carrito miniatura tirado por dos caballitos miniatura, o lo que a mí me parecieron entonces, quizás, dos cabras, y en el carrito íbamos montados tú y yo.

Creo que ya te lo he contado alguna vez en alguno de mis escritos ante-riores, pero, recordando mi cielo, el cielo del destino que nos une en una sola alma, en un corazón sin fronteras, no está de más reevocarlo aquí. Quizás tú hoy, mi fratellino, quieras darme algún mensaje nuevo, puesto que lo has vuelto a poner en mi mente.

Ante todo, mi Rey, he aquí la poesía que honra y conmemora aquel even-to :

FLORES DE ENSUEÑO Caballito que trotas por la pradera, dime, hoy que te paras, dime quién era. Aquel que cabalgaba conmigo al lado, pues yo no lo veía, de ensimismado. Fuera y dentro del alma íbanse amando, uno al lado del otro, los dos soñando. Nadie sabe de dónde ni adónde irían. Sólo viose que, raudos, desparecían.

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Mas antes que del sueño se despertaran, ya jurádose habían no se olvidaran. Uno el sueño cumplió al levantarse. El otro se olvidó de despertarse. Al sueño prolongado llamó al amante, y éste, dejando el cielo, vino al instante. Pues oyó los gemidos de “su pastora” y supo que en gozar no era su hora. Otra vez en el sueño a amarse tornan y otras otra pradera flores adornan.

– Efectivamente, hermano ermitaño muy amado, te he sugerido en tu co-razón que no dejases pasar de largo esa florecilla de nuestra infancia, porque en su natural humildad y sencillez corría el peligro de ser despreciada. O no valorada, que es lo mismo.

¿Acaso crees, hermano, que nuestra venida conjunta a la Tierra, fue así, sin más ni más, como por casualidad ?

No, amor. Todo estaba exquisitamente planificado por nuestras almas. Fue por “gran designio” por lo que, también esta vez, una más, bajábamos jun-tos aunque puestos a prueba por una temporal y dolorosa separación.

La separación, antes y después de nuestro encuentro glorioso en la Ciu-dad de ROMA, (la que invierte las letras del AMOR), que nos haría sufrir tanto como para suplicar con lágrimas incesantes, –secas o húmedas, hermano–, este reencuentro en que ahora nos hemos fundido en un indisoluble matrimonio espi-ritual.

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Aquel encuentro primero en tu visión infantil, aquella primera visita que yo te hice en la Tierra, recién venido, fue como el bautismo que nos capacitaba, hermano, para ser más tarde, hoy, esposos en el espíritu, para siempre jamás.

– ¡Oh fratellino del alma ! Todos los días te canto esas estrofas de nues-tra aria que hacen referencia a lo que me estás diciendo :

“Pareja historia, iguales vibraciones, así desde el principio, hiciéronnos nacer para la Tierra, una vez y otra vez, con gran designio. Desde muy niños, en brumas presagiada, me visitó tu gracia : venías a henchirme de esperanza, promesa bautismal en la alborada.” – Sí, así es, amor. Y en este mismo escrito, en la poesía de “Juanjo”, es-

cribiste : “Que si miras con rigor, nadie vive por acaso.” Además trascribiste mis palabras, la revelación de “mi estrella”. Y mira

bien, hermano, que no dije “tu estrella”, sino la mía, aunque en realidad es una sola y misma estrella de los dos. Pero, precisamente, quise darte a entender que no tenemos cada uno de nosotros una estrella independiente, sino que es una misma estrella, un mismo destino que nos ha encomendado nuestro Crea-dor, “nuestra Madre primera”, como dices en otro poema, el que guiaba nuestro carrito miniatura, tirado por dos animalitos coyundados :

“Pronto tú también, hermano, sentirás la llamada de mi estrella, aqué-lla que a mí mismo me susurró en el momento de mi muerte : “ven, paloma mía. Sal y vuela, porque tengo para ti preparada una morada mejor. Ven por-que otro corazón está ansioso por verte y abrazarte. Sube para que puedas descender de nuevo en divina misión a terminar con “tu pastora” tu ciclo de vida. Ven, regresa a tu hogar del que tal vez nunca debieras haber salido. Porque tus ruegos y tus lágrimas secas así me lo han suplicado tantas ve-ces.

Tu verdadero hogar es el AMOR, no el desamparo. Esta es la verdade-ra casa del Canto de Lecheimiel, señalada por un poderoso y brillante Arco Iris de Reconciliación y de Paz…”

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¿Ves, fratellino amante, qué bien conjuntadas nos salen todas las cosas que vas poniendo por inspiración mía en estos luminosos escritos ?

Esta armonía no es sino el reflejo de la armonía con que el Creador ha ido conjuntando los hilos de nuestras vidas. Las cuales, por cierto, aún no han llegado a su fin. Tú, hermano, todavía no has subido conmigo al Cielo para tu suspirada “fiesta”. Y yo, aunque sí lo he hecho, he bajado de nuevo y, luego de equilibrarme con tu energía y después de poner a salvo mis esencias de Tierra en manos de un amoroso y para ti misterioso vigilante “Cancerbero”, habito en tu verdadero sagrario de amor, que no en aquella vieja “arca de alianza y sa-grario de dolor” que tú citas en tu aria cuando hablas de mi “muerte”, hermano.

Yo te pido, mi bien, que soportes la prueba de tu fe que se acrisola en fiel balanza, y no trates de aclarar mentalmente estos misterios que te exce-den, sino que, entregando tu “razón” a tu “co-razón”, como tantas veces hemos dicho, te entregues, sí, al destino de amor que continuamente te rodea y te llama.

Este es, en verdad, mi verdadero y eterno mensaje, siempre viejo y siempre nuevo, según conviene.

– Gracias, Gracia. Gracias, Amor, porque te comportas conmigo como un verdadero “paterfamilias” que extrae de lo nuevo y lo viejo con gran solicitud.

– ¡Amén, hermano ! Recuerda que, como paterfamilias que espera la vuel-ta del hijo que aún está explorando este mundo que se pone a sí mismo a prue-ba mediante “agónica ordalía”, yo también estoy suspirando por recibirte y abrazarte en “tu fiesta”. Aleluya !

– Te ofreceré, hermanísimo Francesco-Teresita-Lecheimiel, para redon-dear este escrito, y así, sin previamente proponérmelo, acabar otra vez en el folio número 24, que es el número de Teresita, de mi conocimiento de Lechei-miel y también de los ancianos del Apocalipsis que rigen nuestros destinos :

CORAZON DEL UNIVERSO Estos son los cuatro puntos del corazón, cardinales, todos ellos tan cordiales, si entre sí se orientan, juntos. Aurículas y ventrículos, superiores e inferiores, de un mismo latir fautores, de un solo amar adminículos. La sangre, en su recorrido,

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se encuentra allí con el alma, y, mediante ella, se empalma al galáctico fluído…, que emana del Sol Central : Concepto que aún desconoce, por más diseños que esboce, nuestra ciencia medical. ¿Qué sabe ésta del amor, cuando el corazón trasplanta de un muerto a otro al que espanta el dejar ya su dolor ? Pues, si el vivo disfrutara de saberse ya en el cielo porque puso en Dios su anhelo, ¿quién de este amor le apartara ? Ni la muerte ni la vida, ni profundidad alguna, diéranle pena ninguna de ver su alma perdida. Pues sabría que, en amando, ya trascendió la frontera que hace a la Vida cimera de un morir resucitando. ¡Viejo corazón, que, a veces, cansado de tanto amar, se refugia en su penar por no entregarse con creces! Sepa encontrar en la vida su verdadero destino, que es ser del amor divino dulce posada escogida.