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    LA INSTAURACINDE LA MONARQUA

    BORBNICAEN ESPAA

    Enrique San Miguel Prez

    CONSEJERA DE EDUCACIN

    Comunidad de Madrid

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    L A I N S T A U R A C I N

    D E L A M O N A R Q U A B O R B N I C A E N E S P A A

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    LA INSTAURACIN

    DE LA MONARQUA BORBNICA

    EN ESPAA

    Enrique San Miguel Prez

    Madrid, 2001

    Comunidad de MadridCONSEJERIA DE EDUCACION

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    La instauracin de la Monarqua Borbnica en Espaa

    Enrique San Miguel Prez

    De esta edicin, Comunidad de MadridConsejera de EducacinMadrid, 2001

    ISBN: 84-451-1993-1

    Depsito Legal: M-11819-2001

    Tirada: 1.000 ejemplaresCoste unitario: 2.000 pesetasEdicin: 3/2001

    Imprime: BOCM

    Esta versin digital de la obra impresaforma parte de la Biblioteca Virtual dela Consejera de Educacin de laComunidad de Madrid y lascondiciones de su distribucin ydifusin de encuentran amparadas por

    el marco legal de la misma.

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    PRLOGO

    La instauracin de la Monarqua Borbnica en Espaaesel trabajo investigador de madurez de Enrique San Miguel Prez,profesor titular de Historia del Derecho de la Universidad ReyJuan Carlos, y como tal obra de madurez, la plasmacin fiel delconjunto de prometedoras cualidades que, desde hace ya algu-nos aos, caba detectar en este joven investigador.

    Conoc a Enrique en Santander el otoo de 1986. Sin ter-

    minar la primera de sus carreras, Geografa e Historia, habacomenzado su dedicacin investigadora bajo la direccin de Roge-lio Prez-Bustamante, viejo amigo de su familia. Enrique acababade llegar de un verano austraco, en donde el Geistque adivi-naba en sus lecturas se haba incorporado a su carcter. Era fcilentrever en su persona un hombre intelectualmente inquieto, suma-mente culto para su edad y, lo que era ms importante, un uni-versitario vocacional. Pens entonces en que si, como queraPrez-Bustamante, se incorporaba a nuestra asignatura, la His-toria del Derecho contara con una presencia vivificadora. Trans-curridos quince aos creo que no me equivoqu.

    A lo largo de los aos que han transcurrido desde enton-ces, y siempre disfrutando de la direccin de ese extraordina-rio maestro que es Rogelio, Enrique se incorpor a la Universidad,se doctor en Historia, termin la Licenciatura en Derecho, y seform en prestigiosas Universidades espaolas y extranjeras. Supe-

    r una primera fase de su actividad investigadora centrada en

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    las fuentes documentales y las materias que le resultaban msfamiliares en su tierra natal, y trascendi desde las ensoacio-

    nes artricas de su vocacin de medievalista para entregarse ala investigacin en las ideas y las formas polticas bajomedie-vales y, sobre todo, modernas.

    Fu uno de los principales culpables de esa evolucin,que probablemente ha arrebatado un historiador a su tierra deCantabria, pero que nos ha permitido ganar un profesor dealiento europeo y ms universal. Cuando le su biografa de Isa-bel la Catlica, mientras Rogelio se dedicaba a Felipe el Hermoso

    y a Enrique IV, se poda comprobar que aquel joven de aspec-to infantil que aos antes no haba cesado de hablar de Viena,y del Caf Museum, y de la Karlskirche, se haba convertido enun investigador riguroso, metdico, serio y disciplinado.

    La produccin de Enrique continu creciendo, y supera hoyel medio centenar de trabajos. Yo esperaba que junto a las vir-tudes propias del investigador reapareciera algn da el brillante

    amante de la literatura y de la Gran Llanura Magiar, pero fiel alos grandes temas de nuestra asignatura, uno de ellos sin dudala instauracin de la Monarqua de los Borbones en Espaa, nossorprende con un trabajo que es testimonio extraordinario delas posibilidades de Enrique San Miguel.

    Lo es porque, en primer lugar, aborda con nitidez y reso-lucin un gran tema, no precisamente pacfico, ni dogm-tica, ni polticamente, como es la instauracin de la dinasta

    borbnica en Espaa. No se pretende ofrecer un estado dela cuestin actualizado, o adoptar una posicin neutra antelos problemas que semejante materia origina, sino quedesde el principio propone al lector, con humildad, pero sinreservas, una clara hiptesis de trabajo: la consideracin delproyecto de Monarqua de Felipe V como una voluntad decontinuidad del programa de Monarqua Hispnica, y muyconcretamente de su redefinicin durante el apasionante reinado

    de Carlos II.

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    El anlisis del conjunto de opciones adoptadas por Feli-pe V tras su llegada a Espaa, y su tratamiento de los territorios

    de la antigua Corona de Aragn y su viaje a Italia, el primeroexpresamente programado y protagonizado por un soberano dela Monarqua en casi dos siglo, resulta verdaderamente extraor-dinario, de la misma forma que la evidencia de la continuidadde las soluciones de gobierno territorial aplicadas por las Casasde Trastmara y de Habsburgo durante los dos siglos siguien-tes manifiesta la necesidad de continuar ensayando las mismasfrmulas polticas aplicadas con xito a la Monarqua Catlica.

    Sentada esta premisa, la Guerra de Sucesin se contem-pla como una forzosa quiebra de la planificacin poltica del pri-mero de los Borbones. No quiere eso decir que Felipe V,siguiendo el modelo de su abuelo, no deseara reforzar el con-tenido autoritario del ejercito del poder poltico en la MonarquaHispnica y, ms concretamente, no pretendiera seguir el esp-ritu centralizador con tanto xito aplicado en Francia por su mayo-res y singularmente por Luis XIV, el Rey Sol. Como el autor analiza

    con claridad y precisin, las ideas del nuevo rey de Espaa nodiferan de las de sus contemporneos en las tareas regias y, enmuy poco, y ello lo resalta, de las del candidato austraco a laCorona de Espaa, el archiduque Carlos. Desde los ltimosaos del siglo XVII, y a lo largo de los primeros del XVIII, la con-figuracin poltica y territorial de las grandes potencias europeasexperimenta una profunda revisin. En este fragmento del libro,el talante cosmopolita de Enrique San Miguel y su conocimien-to, en algunos supuestos verdaderamente profundo, de la rea-

    lidad histrica del continente, y ms concretamente de susmrgenes atlnticos, brilla con clara y fuerte luz.

    La definicin de las premisas polticas de la Monarqua Bor-bnica, as como de sus coordenadas internacionales, permitea Enrique San Miguel adentrarse en los Decretos de Nueva Plan-ta, que se conceptan como una respuesta poltica de conteni-do punitivo y, por tanto, de circunstancias, a la tambin poltica

    rebelin de los territorios de la antigua Corona de Aragn, y no

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    como una consecuencia de una supuesta animadversin polti-ca del rey hacia sus dominios metropolitanos orientales, o de la

    meditada ejecucin de un programa de armonizacin jurdica delterritorio peninsular. De hecho, no aprovech el rey la circuns-tancia para modificar el sistema de fuentes o las soluciones ins-titucionales de los restantes territorios perifricos de la Monarqua.

    Las conclusiones compensan ampliamente pasajeros olvi-dos. Ah aparecen las lecturas meditadas, la energa y agilidadde un lenguaje fcil y fludo, el vigor de un autor que tiene algoque decir, y lo dice bien. La descripcin de la poltica italiana

    de la Monarqua borbnica como escenario esencial al progra-ma de Espaa como gran potencia, y la revisin de la sucesivainstalacin de la dinasta en los tronos italianos, forzosa alter-nativa a las obligaciones asumidas por los Borbones tras el finalde la Guerra de Sucesin, se dibujan con un trazo evocador deun fragmento esencial de la historia de Espaa que obliga a mati-zar muy cuidadosamente esa presunta visin castellanocntricade Felipe V y de sus sucesores dinsticos.

    Se argumenta la contribucin del dominio borbnico sobregran parte del territorio italiano a la gestacin de una concien-cia de unidad geopoltica que, a mi manera de ver, se encon-traba ya suficientemente definida histrica y culturalmente, peroeste plantemiento resulta formalmente impecable, y su conte-nido verdaderamente atractivo. Las reflexiones se rematan, ade-ms, con una sugerente revisin de las fuentes literarias, en dondela aparicin del prncipe de Salina y de Fabricio del Dongo se

    convierte en un exponente del propio vigor histrico de la ideade Espaa en el escenario italiano y, por definicin, en la atms-fera que precede al Risorgimento.

    Me siento, por tanto, muy satisfecho al prologar una obracuya temtica y tratamiento resultan verdaderamente apasionantes,un ensayo que surge desde un extenso conocimiento de labibliografa sobre los problemas que aborda, un libro que impri-

    me a la gestacin de la Espaa contempornea su autntico ser

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    europeo y universal. Enrique es un apasionado lector, y yo creoque lo mejor que se puede decir de este libro y, probablemen-

    te, lo que ms ilusin le har, es que se trata de una obra quepermite disfrutar de una lectura rigurosa, razonada y amena.

    Igualmente, creo que a Enrique San Miguel le importarsaber que ha comenzado a satisfacer las enormes expectativasque, hace ya decenio y medio, depositamos en sus excepcio-nales cualidades.

    GUSTAVOVILLAPALOS SALASConsejero de Educacin de la Comunidad de Madrid

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    ...Al final, al final de todo, uno responde atodas las preguntas con los hechos de suvida; a las preguntas que el mundo le hahecho una y otra vez. Las preguntas sonstas: Quin eres?... Qu has querido de

    verdad?... Qu has sabido de verdad?...Con qu y con quin te has comportadocon valenta o con cobarda?... stas son las

    preguntas. Uno responde como puede,diciendo la verdad o mintiendo; eso noimporta. Lo que s importa es que uno al

    final responde con su vida entera...

    Sndor Mrai. El ltimo encuentro

    Para mis padres, Conchi y Enrique,que respondieron con su vida,y anunciaron siempre la Verdad.

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    AGRADECIMIENTOS

    La instauracin de la Monarqua borbnica en Espaaesun trabajo cuya realizacin obedece a una motivacin extraor-dinariamente concreta: convertirse en el soporte investigador delsegundo ejercicio que, como es preceptivo, deba acometer elpasado 19 de junio para acceder, por concurso oposicin, a unaplaza de profesor titular de Universidad en el rea de Historiadel Derecho y de las Instituciones de la Facultad de Ciencias Jur-dicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

    La comisin juzgadora de la plaza, presidida por el pro-fesor Bruno Aguilera Barchet, e integrada por el profesor Roge-lio Prez-Bustamante, como secretario, y los profesores SantosCoronas Gonzlez y Jos Ramn Rodrguez Besn, y la profe-sora Pilar Garca Trobat, como vocales, no slo tuvo la deferenciade votarme, sino que procedi a un examen detenido y suma-mente considerado del trabajo que someta a su evaluacin. Migratitud hacia todos ellos es, por lo tanto, doble.

    Pero es bajo el estmulo del profesor Gustavo VillapalosSalas, y el magisterio del profesor Rogelio Prez-Bustamante, queese esfuerzo investigador alcanza hoy difusin pblica. No hemodificado su contenido. Probablemente el resultado del trabajose aproxime ms a las pautas definidoras de un ensayo histri-co que a las de un proyecto investigador exhaustivo. He pre-tendido elaborar un conjunto diverso de reflexiones en torno a

    una materia que, a mi manera de ver, constituye la gnesis de

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    la Espaa contempornea. Esa materia, adems, probablemen-te contribuye a la delimitacin identitaria del histrico progra-

    ma espaol en sus plurales escenarios y vertientes. Confo enhaber acertado a transmitir la significacin que algunas de lascoordenadas definidoras de esos procesos encierran todava.

    Es evidente que la culminacin editorial de este trabajo esproducto del afecto, el nimo y el trabajo de muchas personas.Desde la Viceconsejera de Patrimonio de la Comunidad deMadrid, y tambin desde su sensibilidad cultural y su carcteratento, Juan Carlos Doadrio manifest, desde un principio, un

    enorme inters por la publicacin de esta monografa, quedeseo agradecerle hoy. En el Servicio de Publicaciones de la Con-sejera de Educacin, Agustn Izquierdo recibi el original, y conl a su autor, con profesionalidad y afecto. Para l, tambin, miagradecimiento.

    Pero deca antes, y reitero ahora, que la publicacin de estelibro es obra de Gustavo Villapalos Salas, Consejero de Educa-

    cin de la Comunidad de Madrid, y de Rogelio Prez-Bustamante,Decano de la Facultad de Ciencias Jurdicas y Sociales de la Uni-versidad Rey Juan Carlos. Sin ellos, mis maestros, no hubiera sidosiquiera concebible, no ya este trabajo, sino la materializacinde mi vocacin acadmica y universitaria. Si es cierto, y yo creoque lo es, que, como deca Trevor Howard a Celia Johnson enBreve Encuentro, la vocacin es querer el bien para los dems,a ellos les debo, en medida determinante, el tratar de ser mejorcada da. Hace falta ms de una vida para tratar de saldar esa

    deuda.

    Madrid, 3 de octubre del 2000.

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    PRESENTACIN MONARQUA HISPNICA

    CUANDO EL PROYECTO HISTRICO PREVALECE

    SOBRE LOS AVATARES DINSTICOS

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    El establecimiento de la Casa de Borbn en Espaa consti-tuye un escenario de permanente debate para la historiografa espa-

    ola, y cuya singular naturaleza jurdica e institucional reviste unaparticular significacin en el mbito disciplinario iushistrico. Perolas opciones polticas adoptadas por Felipe V, en particular, y sussucesores, comportan una importancia no constreida al espectroanaltico de la Historia del Derecho. Su condicin de dinasta rei-nante en Espaa, as como su protagonismo en los cuatro ltimossiglos de la historia de Europa, y su enorme proyeccin universal,justifican sobradamente esta valoracin.

    En la dinasta Borbn concurren algunas circunstancias anms distintivas. Con la excepcin de los Romanoff, se trata dela nica gran Casa europea de la Edad Moderna. Los Avis, Tras-tmara, Estuardo, Tudor, y Habsburgo pertenecen al universo pol-tico, ideolgico y simblico de las Nuevas Monarquas, y porlo tanto a la gnesis bajomedieval del Estado Moderno, un Esta-do que, como demuestra Maravallen el supuesto hispnico,deviene imperio en su sentido poltico, pero quiebra el senti-

    do proverbialmente universalista de la accin poltica de con-tenido imperial para desarrollar un programa poltico especfico1.

    Creo que este supuesto, la compatibilidad entre una opcinde hegemona y un programa de contenido estatal, reconocibleen la Monarqua Catlica, resulta de suma utilidad para el an-

    19

    1 MARAVALL, J. A.: Estado Moderno y mentalidad social. Siglos XV-XVII.2 vols. Madrid. 1972, I, pp. 198-199: ese imperialismo espaol que cam-

    bia su herencia recibida por una nueva construccin del orden poltico, nopasa por esta singular experiencia debido a un mero azar. La aparicin delEstado supona la desarticulacin del viejo universalismo, y por esa mismarazn impona la necesidad de reorganizar, de rearticular el espacio polti-co en nueva forma, por necesidad intrnseca de los nuevos Estados y porla subsistencia de una conciencia comn y universal haba que recons-truir la figura del universo. El Estado requera no tener superior, negaba to-da subordinacin a poderes supra y extraestatales, pero las fuerzas del uni-

    versalismo obligaban a reestructurar el universo, contando con esa

    pluralidad estatal y con la ampliacin de todo el planeta.

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    lisis del modelo de Monarqua borbnica. Porque la Casa de Bor-bn representa un autntico discurso central en el mbito de las

    propuestas de integracin de naturaleza estatal. Los Braganza,Hohenzollern y Saboya, en cambio, son dinastas para un con-creto proyecto nacional2, cuya gnesis, consolidacin y, tambin,alejamiento de las funciones de gobierno, se produce con pos-terioridad.

    La Casa de Borbn, sin embargo, es la dinasta que, desdelos ltimos aos del siglo XVI en Francia, lidera un programapoltico que representa la reafirmacin de los conceptos auto-

    ritarios delimitadores del proyecto de Nueva Monarqua. Es ladinasta de Bodinoy la doctrina del ilimitado ejercicio de lasregias prerrogativas, es decir, del Estado absoluto multiforme,pero intencionalmente el mismo3, pero tambin la dinasta deSully, su Grand Desseiny el programa de hegemona continentalde Francia4, esto es, de un Estado vertebrado por un sentido pol-tico y territorial de la autoridad regia que prontamente se cono-

    20

    2 El caso paradigmtico es probablemente el de la dinasta pru-siana, vid. MOMMSEN, W. J.: Der autoritre Nationalstaat. Verfassung, Ge-sellschaft und Kultur im deutschen Kaiserreich. Frankfurt am Main. 1992,pp. 66 y ss.

    3 MARAVALL, J. A.: Estado Moderno I, p. 286: si decimos Mo-narqua absoluta, no hemos de tomar ese absoluto como un absoluto l-gicamente entendido, sino histricamente y, por tanto, relativamente pro-ducido . Pero esa Monarqua tiende abierta y eficazmente, aunque en

    menor o mayor medida y nunca plenamente, a absolutizar el poderEsta concepcin de la soberana que empieza a formarse en el siglo

    XV y alcanza su primera fase de madurez en el ltimo cuarto del siglo si-guiente, caracteriza, al llegar ese momento de desarrollo, todo un rgimenpoltico que se centra en la pieza del poder absoluto del Estado y que, enconsecuencia, ha sido llamado absolutismo.

    4 CARRE, H.: Sully. Sa vie et son oeuvre 1559-1641. Paris. 1980, pp.11 y ss. BARBICHE, B.: Sully. Paris. 1988, pp. 157 y ss. Algunos extractos tra-ducidos del Grand Dessein pueden consultarse en PREZ-BUSTAMANTE, R.;

    YSAN MIGUEL PREZ, E.: Precursores de Europa. Madrid. 1998, pp. 34-46.

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    cer como absoluto, frente al modelo de Monarqua compuestahabsbrgico, siempre renuente a las procesos de transformacin

    de los Estados unitarios, cualquiera que fuera su frmula5

    .

    De acuerdo con esta interpretacin, la Casa de Borbn plas-ma la ms definida concepcin del modelo poltico que emer-ge de la crisis barroca, y alcanza su ms acabada cristalizacina lo largo del XVIII, en que la dinasta alcanza incluso el tronode su secular antagonista, Espaa, y desde la nueva matriz espa-ola, se extiende por Italia, hasta convertirse en la nica dinas-ta europea de la historia que llegar a establecerse

    simultneamente en cuatro Estados.

    Pero no pretendo desarrollar aqu un estudio monogrfi-co del proyecto dinstico de los Borbones, sino presentar unaaproximacin a los valores polticos y las soluciones institucio-nales aplicados por la dinasta originaria de la Baja Navarra, esdecir, al fin y al cabo espaola, a la Monarqua Hispnica hastajustificar la adjetivacin borbnica que figura en el propio ttu-

    lo general de este trabajo. Y estimo que ese planteamiento per-mite realizar algunas matizaciones, y creo que en ciertos supuestosincluso aceptablemente sustantivas, al conjunto de conceptos hastaahora enumerados.

    Porque, en primer lugar, y en el concreto supuesto hispnico,la primera de las afirmaciones que, a mi manera de ver, mere-ce considerarse ms detenidamente, es la que convierte a la Monar-qua de Carlos II en un escenario de decadencia poltica. Es cierto

    que la Monarqua Catlica no lidera ya un programa de hege-mona universal, pero por eso mismo resulta tanto ms intere-sante constatar su capacidad, por momentos asombrosa, paraajustar sus recursos materiales y sus posibilidades estratgicasa un nuevo mbito de actuacin poltica, sin duda ms restrin-

    21

    5 KRIELE, M.: Einfhrung in die Staatslehre. Die geschichtlichen Le-gitimittsgrundlagen des demokratischen Verfassungsstaates. Darmstadt.

    1994, pp. 161 y ss.

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    gido en sus pretensiones polticas y territoriales, pero que expre-sa una ntida voluntad de permanencia de una accin externa

    protagnica.

    Esa voluntad contina manifestndose desde el principiodel reinado de Felipe V, ahora unida a un visible y esperanza-do sentimiento de renovacin que refleja muy bien un resueltopartidario de la alternativa borbnica, como Francisco de Sei-

    jas y Lobera, en dos encendidos sonetos:

    Si los blicos hechos de Felipe/ de la Macedonia slo moti-

    varon/ al valor de Alejandro y le bastaron/ a quel Orbe sus glo-rias prototipe

    y a que Felipe Quinto participe/ de mayor esenseanza esti-mularon/ de Luis hericos triunfos ensearon/ el que a todotriunfo se anticipe.

    Con que siendo monarca soberano/ de la Europa estados

    poderosos/ domina, y del brbaro africano

    y de Flandes y Canarias valerosos/ y en Mxico, Per y Fili-pinas,/ logra ricas monarquas ms divinas.

    Brillando a todas luces los Borbones/ del Mundo cuatro par-tes dominando,/ Holanda con la turba suspirando/ teme a nuevoapresto de escuadrones.

    Y vindose las guilas legiones/ a anglicos socorros aspi-rando,/ a todo cuanto inventan maquinando/ valerosos menos-

    precian los leones.

    Y as, siendo del sabio catorceno/ su gran nieto Felipe, aquien coronan/ dos ngeles, dir, en su terreno,/

    grandezas de coronas que blasonan,/ que slo todo el Orbe

    le es bastante/ a solio de un Felipe circunstante.

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    El que incluso los pensadores ms proclives a la aplicacin deun inequvoco programa reformista inviten al nuevo soberano a po-

    tenciar la presencia de la Monarqua en el mbito de las relaciones in-ternacionales e, igualmente, el que este sentimiento y esta opcin po-ltica se instalen en los ms distantes confines de los vastos dominiosde quien fuera duque de Anjou, revela la inequvoca interpretacinhistrica que los contemporneos realizan del histrico relevo dins-tico espaol: se han materializado las condiciones objetivas, en el pla-no internacional, y subjetivas, en las cualidades de juventud y capa-cidad de liderazgo que adornan al nuevo soberano, para que laMonarqua acuda de nuevo al escenario de la hegemona universal6.

    Existe, as pues, un proyecto poltico, ese proyecto tiene sen-tido, posee adems un visible contenido identitario y emotivo, y dis-pone de los recursos humanos adecuados para proceder a su ejecu-cin. No son stas, precisamente, caractersticas de una realidad po-ltica decadente.

    Por eso, en segundo lugar, el modelo de Monarqua que re-

    presenta el segundo hijo del Gran Delfn no conlleva ninguna vo-luntad de quiebra del modelo habsbrgico. Felipe V encuentra unentorno esttico y una atmsfera cortesana que no le satisfacen, y

    23

    6 SEIJAS YLOBERA, F. de: Gobierno Militar y Poltico del Reino Impe-rial de la Nueva Espaa (1702). Mxico. 1986, pp. 180.

    El mismo autor resume, desde una perspectiva muy ajustada al pro-tagonismo indiano de la realidad hispnica, la significacin de la Monarqua,

    pp. 190-191: Es tan poderoso el Monarca de Espaa, mi Seor, que si conparticularidad supiera lo que es cada uno de los imperios, reinos y provin-cias que posee, en slo considerarlo pudiera quedar admirado de su mismagrandeza y del gran poder que Dios le dio en haberle dado los ms podero-sos dominios de todo el mundo y en que consisten sus mayores riquezas y

    portentos y de quienes dependen todos los dems reyes y prncipes del orbe yparticularmente los de Europa Con que pudiendo el Monarca de Espaahacer reducir a msero estado a todos los reyes que tienen sus estados en Eu-ropa, no ha menester para lograrlo ms armadas ni ejrcitos navales ni te-

    rrestres, que tener buen gobierno en sus dominios de las Indias.

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    que, prcticamente desde sus primeras semanas en Madrid, le origi-nan reiterados accesos de melancola que se reproducirn a lo largo

    de su largo reinado7

    , pero su actuacin poltica a partir de su accesoal trono, que es el mbito que interesa a la Historia del Derecho, noinvita a considerar que llegara a Espaa dotado de un completo pro-grama reformista. Adems, en Espaa, a lo largo de los decenios fi-nales del siglo XVII, haban comenzado ya las novedades8.

    La inercia histrica espaola era, segua siendo, probablemen-te, demasiado poderosa. Ni siquiera el estallido de la Guerra de Suce-sin comporta la quiebra de la poltica de la Casa de Austria. Slo a

    partir del desembarco del pretendiente austriaco a la Corona, el ar-chiduque Carlos, en Barcelona, y eso no sucede hasta 1705, se ero-siona significativamente una praxis profundamente respetuosa con lapersonalidad poltica y jurdica y la realidad institucional de los diver-sos reinos de la Monarqua. Hasta entonces, Felipe V no slo mantie-ne el esquema de gobierno territorial de sus predecesores, sino que seconvierte en el primer soberano hispnico desde Fernando el Catli-co que visita expresamente sus dominios italianos9, o el primero y ni-

    co, si valoramos que esa visita fu realizada por un rey aragons.

    24

    7 KAMEN, H.: Felipe V. El rey que rein dos veces.Madrid. 2000, pp. 22-23.8 GONZLEZ SEARA, L.: El poder y la palabra. Idea del Estado y vida pol-

    tica en la cultura europea.Madrid. 1995, p. 440: el ltimo tercio del siglo XVIIlleg a considerarse como el punto ms bajo en la vitalidad de un pueblo m-sero, ignorante y aptico, en cuya historia intelectual, segn Ortega, nunca sucorazn haba latido tan lentamente Los historiadores de la ciencia han en-contrado precisamente en el ltimo tercio del siglo XVII la raz de la renovacin

    cientfica espaola, cuando los llamados novatoresreaccionaron contra el tra-dicionalismo intolerante, el escolasticismo estril y la rutina adormecida.

    9 BARN DETERRATEIG:Poltica en Italia del Rey Catlico. 1507-1516. Co-rrespondencia indita con el embajador Vich. 2 vols. Madrid. 1963, I, pp. 76 yss. VILLAPALOS SALAS, G.: Fernando V de Castilla 1452-1516. Los Estados del ReyCatlico. Burgos. 1998, explica el muy singular, irrepetible sentido de la visitade quien era Fernando III de Npoles, p. 261: Npoles representaba la pro-ximidad espacial y vital con el ms caro de sus anhelos infantiles. la reconquis-ta de Constantinopla y, en virtud de los ttulos que portaba como rey de Npo-

    les, de un reino cuyos derechos haban pasado a pertenecerle: Jerusaln.

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    En tercer lugar, es el propio archiduque, quien durante variosaos residir en la Pennsula Ibrica, hacindose acreedor al ordi-

    nal III que le adjudican sus partidarios, el primero en aplicaruna accin de gobierno polticamente autoritaria, y que en elplano administrativo pretende revestir una naturaleza raciona-lizadora en la Espaa que controlan sus fuerzas, poltica que,por cierto, se encuentra en perfecta consonancia con la que sedesarrolla en los mismos aos en toda Europa, de las Islas Bri-tnicas a Mitteleuropa,y desde Berln hasta Pars. De hecho, lapromulgacin de los Decretos de Nueva Plantapara los reinosde Valencia y Aragn se produce en la que, en esos momentos,

    es ya la nica Monarqua compuesta de Europa.

    Por eso la entrada en vigor de los Decretos de Nueva Plan-ta, que representan una indiscutible ruptura de la realidad jur-dico-pblica de los reinos de Aragn y Valencia primero, ydespus, en menor medida, del principado de Catalua y, enmucha menor medida, del reino de Mallorca, se inscribe dentrode una tendencia poltica y territorialmente centralizadora muy

    acusada en toda Europa, pero slo adquiere naturaleza cuandola insurgencia militar de los territorios metropolitanos orienta-les a favor del archiduque de Austria conduce al rey Felipe a pro-tagonizar una abrupta represalia poltica contra sus dominios noleales.

    Esa represalia, sin embargo, no llega a comportar un ver-dadero cambio de signo de la poltica autoritaria de la Monar-qua de Espaa10. Adems, aquellos territorios que permanecieron

    en la obediencia borbnica, como el reino de Navarra, conser-

    25

    10 KAMEN, H.: La Guerra de Sucesin en Espaa 1700-1715. Barce-lona. 1974, p. 418: El absolutismo haba triunfado en Espaa. Hay querecordar, sin embargo, que la decadencia del Gobierno parlamentario enCastilla derivaba de mediados del siglo XVII, as que no podemos decir queFelipe V introdujo una nueva tendencia o una nueva filosofa de absolutis-mo borbnico. Lo nuevo era la destruccin de las instituciones represen-

    tativas donde ms haban florecido, en Aragn.

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    varon su configuracin jurdico-pblica, sus instituciones y sugobierno virreinal11.

    En cuarto y ltimo lugar, creo que contextos insoslayablesde la definicin de la poltica borbnica como la voluntad dereafirmar las grandes directrices de la poltica de los Trastma-ra y los Austria se corresponden con el renovado tratamiento quecomienza a aplicarse a los dominios indianos pero, muy espe-cialmente, con el modelado de un innovador programa polti-co para el ms veterano, consolidado y razonado escenario delproyecto hispnico de gran potencia, que no es otro que Italia.

    En las Indias, en efecto se mantienen los criterios degobierno y administracin, reafirmados institucionalmentemediante la paulatina creacin de nuevos virreinatos, como eldel Nuevo Reino de Granada en 1717, completados ya avanza-do el siglo por la introduccin del sistema de las Intendencias,que en todo caso venan a retomar y desarrollar las antiguas Supe-rintendencias carolinas en crticas circunstancias militares,

    segn afirma Pietschmann, y que en los dominios metropoli-tanos, como recientemente ha podido documentar Garca Tro-bat, se convertiran en un instrumento esencial de la nueva polticafiscal de la Monarqua borbnica12.

    26

    11 PREZ-BUSTAMANTE, R.: El gobierno del Imperio Espaol. Los Aus-trias (1517-1700). Madrid. 2000, pp. 178-179.

    12 PIETSCHMANN, H.: Antecedentes espaoles e hispanoamericanos

    de las Intendencias. Memoria del Cuarto Congreso Venezolano de Histo-ria. 2 vols. Caracas. 1983, II, pp. 418-431, y en concreto pp. 425-426: Co-mo antecedentes ms directos de las intendencias dieciochescas hay queconsiderar las superintendencias de real hacienda que se introdujeron enel reinado de Carlos II En 23 de julio de 1691 la Corona ordena el es-tablecimiento de 21 superintendencias de rentas reales el reino se divi-de en 21 distritos a cuyo frente debe hallarse un superintendente, quien de-ba tener a su cargo todo lo relativo a la recaudacin de rentas reales y tam-bin cosa novedosa lo que posteriormente en el siglo XVIII se llama el

    gobierno econmico de su partido As que medio siglo antes de Campi-

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    En el territorio indiano se consolida polticamente el sis-tema merced a un programa de expansin territorial que, en el

    ltimo tercio del siglo XVIII, representa una autntica segundaconquista de Amrica, y un perodo de extraordinaria pujan-za para las grandes y brillantes urbes de las Indias hispnicas,

    27

    llo y Cosso se observa ya un programa destinado a procurar mediante in-tervencin estatal la resurreccin econmica y fiscal de la monarqua.

    PIETSCHMANN, H.: Die Einfhrung des Intendantensystems in Neu-Spa-nien im Rahmen der allgemeinen Verwaltungsreform der spanischen Monar-

    chie im 18 Jahrhundert.Kln-Wien. 1972, p. 47: Der Schwerpunkt der T-tigkeit dieser Intendanten lag damit wohl auf dem Gebiet der Militrverwaltung.Innerhalb dieser hatten sie die Versorgung und Bezahlung der Truppen su er-ledigen und sollten als Bindeglied zwischen Bevlkerung und Zivilverwaltungeinerseits und den einzelnen Heeresteilen und der Militrverwaltung anderer-seits fungieren. Ausserdem hatten sie allgemeine Kontrollfunktionen ber alle

    Verwaltungsorgane innerhalb ihrer Provinz wahrzunehmen. Sobre esta ma-teria puede igualmente consultarse el posterior trabajo de REESJONES, R.: El des-

    potismo ilustrado y la intendencia de la Nueva Espaa. Mxico. 1984.GARCA TROBAT, P.: El Equivalente de Alcabalas, un nuevo Impuesto en

    el Reino de Valencia durante el siglo XVIII.Valencia. 1999, p. 15, es categri-ca: Tras la guerra de Sucesin, el encargado de procurar la reforma fiscal quetiene lugar en los territorios de la Corona de Aragn, es el intendente. Vid.tambin GARCA TROBAT, P.;YCORREA, J.: Centralismo y administracin: losintendentes borbnicos en Espaa. Quaderni Fiorentini 26. Firenze. 1997,pp. 19-54.

    Incide en el trnsito competencial de los Intendentes GARCA MARN, J.M.: La Reconstruccin de la Administracin territorial y local.Alcal de He-nares. 1987, pp. 48-50: Por lo que se refiere a las funciones asignadas a es-

    te nuevo agente de la administracin real, parece ser que fueron en un prin-cipio de carcter esencialmente militar, aunque en sus primitivas instruccio-nes se incorporasen tareas relativas a finanzas, polica, justicia y guerra

    El 4 de julio de 1718 se dictan ordenanzas que configuran al nuevo per-sonaje como revestido de las ms amplias funciones: justicia, polica, hacien-da y guerra. Al mismo tiempo se posibilita su entronizacin en ciudades cas-tellanas desde siglos controladas por los corregidores, a los cuales absorbenen sus actividades. Slo donde no hay intendente se mantiene el corregidor.

    Vid. igualmente, aportando un tratamiento prosopogrfico ABBAD, F.;

    YOZANAM, D.: Les Intendants espagnols du XVIIIe sicle. Madrid. 1992.

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    en medida nada despreciable merced a la protagnica intervencinde los propios supremos representantes de la administracin terri-

    torial de la Monarqua: los virreyes13

    . Evocar el estreno de Il bar-biere di Seviglia en Mxico, en 1806, equivale a afirmar laconfiguracin de una autntica Monarqua indiana.

    Pero creo que la clave definidora de la poltica borbni-ca se radica en Italia: el Decreto de Nueva Plantapara Cerdeacomporta la afirmacin de su carcter tcnicamente instrumen-tal, ms que una intencin exclusivamente punitiva, y la polti-ca dinstica de Felipe V y sus sucesores, que no deja de recordar

    el modelo de la Casa de Barcelona, responde a una inequvocaconcepcin de la presencia de Espaa en Italia como condicinde su propia entidad como gran potencia.

    Italia ya no es un subsistema dentro del sistema impe-rial espaol, sino un espacio polticamente muy dinmico dela Europa preabsolutista desde el ltimo tercio del siglo XVII.En este contexto, la praxis de gobierno espaola representar

    siempre la opcin por el pacto poltico, una opcin que revis-te unas connotaciones proverbialmente flexibles, una opcin queconduce a la reafirmacin de la autoridad regia, y con ella deun esquema de actuacin externa sumamente ajustado a lanueva realidad de las relaciones internacionales14.

    Por eso el revisionismo espaol en Italia, adems, reve-la la maleabilidad o, por decirlo con un trmino adecuado al entor-no territorial,finezza de las ideas polticas de la Corte madrilea.

    28

    13 HARING, K. H.: The Spanish Empire in America. New York. 1947,p. 344: At the end of the colonial era most of the American provincesenjoyed greater prosperity and well-being than ever before. The Spanishcolonies had always possessed vastly greater wealth than English America,and had achieved all the outwards signs of opulence The arts flouris-hed Colonial literary culture was rich and varied The viceroys were of-ten men of education and personal distinction, some of whom dabbled in

    arts and letters and held literary salons in the viceregal palace.

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    El establecimiento de los Borbones en Parma y Piacenza, y elestablecimiento de una guarnicin espaola en Toscana como

    consecuencia de los acuerdos diplomticos de Viena y Sevilla,se realiza con arreglo a sus expectativas como legtimos here-deros de los Farnesio y de los Mdicis, siendo la reina espao-la Isabel hermana del ltimo duque Farnesio de Parma, Antonio,y descendiente directa de Cosme II de Mdicis15.

    Desde que el joven infante don Carlos arriva en 1732 a sus pri-meras responsabilidades de gobierno en la Pennsula Itlica, los Bor-bones se comportan como una dinasta italiana. La propia historio-

    grafa italiana ms contempornea destaca la impronta vertebradora

    29

    14 MUSI, A.: LItalia dei Vicer. Integrazione e resistenza nel sistemaimperiale spagnolo. Roma. 2000, p. 221: Nel quadro sono riconosci-bili i tratti pertinenti di quattro vie italiane allassolutismo moderno:

    a) la modernizzazione como Stato ben regolato, la via del Piemon-te sabaudo.

    b) il modello del sistema di famiglie dello Stato pontificio.c) la via spagnola che a Milano esalta la natura contrattuale della

    monarchia, valorizzando come strumenti di integrazione sociale e politicasopratutto gli organi di mediazione tra la Corte e il Ducato (); a Napoli,dopo la crisi del 1647-48, si configura come la realizzazione di un governopi allargato rispetto al rigido compromesso monarchia-feudalit, che hacaratterizzato la vigilia della rivolta de Masaniello

    d) Infine el modello toscano una politica di pura conservazionedinastica dettata anche dallesigenza della stabilit e della pace in Italia.

    15 GALASSO, G.: LItalia una e diversa nel sistema degli Stati europei

    (1450-1750). Estratto de GALASSO, G.; e MASCILLI MIGLIORINI, L.: LItalia Mo-derna e lunit nazionale. Torino. 1998, p. 355: Elisabetta era lunicaerede diretta della sua famiglia per Parma quando il fratello Antonio fossesucceduto sul trono al duca Francesco e si fosse spento a sua volta, comepure appariva sicuro, senza eredi. La Regina di Spagna aspirava infatto, ol-tre che a quella farnesiana, anche alleredit medicea, stante la sua qualitdi discendente da Margherita, figlia del granduca toscano Cosimo II, anda-ta sposa a suo tempo al duca Odoardo Farnese. Vid. igualmente MAFRI-CI, M.: Fascino e potere di una regina. Elisabetta Farnese sulla scena euro-

    pea (1715-1759). Napoli. 1999, pp. 57 y ss.

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    de la, por Giuseppe Galasso denominada,pax hispanica, que des-de el Siglo de Oro potencia una pluralidad itlica probablemente

    no brillante en el mbito poltico, pero extraordinariamente vital, unapluralidad que anuncia el torrente histrico del Risorgimento16. Ita-lia representa, ms que nunca, la ventura de la Monarqua de Es-paa como la potencia rectora del Mediterrneo occidental. Pero, eneste contexto, a lo largo del siglo XVIII Italia es y, sobre todo, anun-cia que ser, una comunidad cultural que aspira a dotarse de su pro-pia expresin poltica. El Settecentoes un universo que reviste, portanto, un extraordinario inters para la conformacin histrica de loscontemporneos programas italiano y espaol.

    Deseara, as pues, tratar de comprender cmo el proyec-to espaol consigui adaptarse a las nuevas coordenadas del sigloXVIII manteniendo su secular concepcin plural, una pluralidadque no se limita al escenario del debate dinstico, sino que per-siste en el mbito de las ideas y la prctica de gobierno. En estesentido, probablemente sea necesario comenzar por estudiar unproceso que se encuentra firmemente arraigado en la poltica

    de la Espaa de Carlos II.

    30

    16 GALASSO, G.: LItalia una e diversa nel sistema degli Stati europei,p. 488: Quante Italia vi sono? La molteplicit e il segno distintivo di tut-te le nazioni europee. Lo , ancora di pi, dellantico regime. La moltepli-cit sembra accentuarsi allorch si delinea il riveglio o rinnovamento, di cuisi parla agli inizi del secolo XVIII La tradizione pluralistica diventa spes-so oggetto, anchessa, ora, di scoperta culturale e base di un moto di iden-tificazione nazionale. Ovunque si tendere a essere ancor pi se stessi di pri-

    ma rispetto alla grande monarchia di Spagna che si eclissa, rispetto allapaxhispanica che va terminando, rispetto a vecchi e nuovi elementi e presen-ze dela vita del paese. Ma non passer molto tempo per capire che pi Ita-lie significano pi Italia.

    Certo, non pi la grande Italia del Rinascimento. Il suo ruolo in Eu-ropa secondario Ma la sua gente straordinariamente viva, di quella

    vitalit che impressiona tanto i grandi viaggiatori stranieri Il paese pucos affrontare quella specie di rincorsa allEuropa che il significato pievidente della sua storia contemporanea e alla quale gli Italiani diedero,

    nella fase iniziale, il nome di risorgimentoforte anche di questa vitalit.

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    I

    EL PROYECTO

    DE LA MONARQUA DE CARLOS II

    Y LA CONTINUIDAD? BORBNICA

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    El da de los muertos de 1700 falleca Carlos II de Espa-a. Su vida y reinado, desde luego, merecen una consideracin

    que la historiografa todava no ha otorgado de manera suficiente,y cuando lo ha hecho ha creado un tipo histrico unido a per-sistentes conceptos como decadencia y desmembramiento1. Perosi el deambular terreno de Su Majestad Catlica no despert dema-siado inters en las cancilleras europeas, cosa muy distintasucedi con su muerte y, no digamos, con su testamento.

    Tras sucesivas revisiones, mientras las potencias, es decir,Austria y Francia, procedan a tambin sucesivos repartos de laMonarqua Hispnica en rigurosa aplicacin de su propio hori-

    33

    1 DUQUE DE MAURA: Vida y reinado de Carlos II. 2 vols. Madrid.1989, estableci una perspectiva todava dominante, que puede muy bienidentificarse en II,pp. 294-295: Hay un indicio infalible para medir exac-tamente la consistencia de cualesquiera regmenes polticos: el de que susinstituciones fundamentales sean o no lo que dicen ser. Cuando, por ejem-plo, la Administracin no administra, la Justicia delinque, Gobernacin nogobierna, Hacienda despilfarra, Instruccin no instruye y Educacin no edu-ca, tampoco el rgimen regimenta, ni rige, y tiene, fatalmente, contados susdas. Los rganos de la Constitucin interna espaola al finalizar el siglo

    XVII, atrofiados unos, hipertrofiados otros, se comprobaban todos inope-rantes, aun cuando conservasen sus prestigiosos rtulos respectivos, es-torbando as la sustitucin por otros, nuevos o distintos, genuinos y efica-ces El primer enlace de nuestra Patria con un Prncipe extranjero fuetan de amor como personalmente el de Juana de Castilla con Felipe el Her-moso, de Austria. Este segundo, con Felipe el Animoso, de Borbn, era deconveniencia no econmica, sino tica la Corte de Felipe V, aun antes de

    quemado y reconstruido con muy distinta traza el Palacio de los Austria,no se asemej absolutamente nada a la de Carlos II.

    En el mismo sentido PALACIOATARD, V.: Espaa en el siglo XVII. De-rrota, agotamiento, decadencia. Madrid. 1987, p. 65: Ochenta aos yms estuvo Espaa en guerra durante aquella centuria. Un pas ya empo-brecido al finalizar el anterior siglo, cmo iba a salir de tan incesante des-gaste? Las guerras nos condujeron a la ruina econmica y material, y el ago-tamiento fsico trajo como consecuencia tambin la derrota. Era un ciclodoble e inevitable. Qu estado de nimo poda ser el de aquellos hombres

    vencidos y agotados?.

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    zonte de hegemona continental, y de su profundo conoci-miento de la propia realidad espaola (no slo por razones fami-

    liares, sino personales; Leopoldo de Austria, adems, habaestudiado teologa en Espaa)2, finalmente Carlos II, obrando conuna formidable sensatez poltica, design como heredero a susobrino, Felipe, duque de Anjou, a pesar de su escasa inclina-cin a la dinasta borbnica3.

    El segundo de los nietos de Luis XIV acababa de conver-tirse en rey de Espaa, una Espaa que, por cierto, acat el tes-tamento de su soberano de manera casi unnime4. En las primeras

    semanas de 1701 el joven rey se traslad a su nueva patria, entrtriunfalmente en Madrid, se instal en su histrico Palacio delBuen Retiro, y se posesion de la Corona de sus antecesores.Felipe de Anjou el nombre es un programa, la denominacin

    34

    Desde los ltimos decenios, comienza a revisarse un perodo ver-daderamente apasionante de la vida y la cultura espaolas, como muestra,con la misma emotividad antecedente, CEPEDAADN, J.: La historia de Es-

    paa vista por los extranjeros.Madrid. 1975, p. 38: Ha sorprendido a mu-chos la comprobacin de que un Estado carcomido, que vive casi al da,sacando fuerzas de flaqueza, pudiera conservar casi todas sus posesionesen el interior y en el exterior a pesar de las derrotas militares y de los for-tsimos movimientos secesionistas En 1700, cuando muere Carlos II, sal-

    vo Portugal, Holanda, algunos territorios y ciudades en Europa y una zonaentraable de la Catalua ultrapirenica, perdidas, el bloque de tierras queconstitua la heterognea Monarqua se mantena bako las dbiles manosde los gobernantes espaoles. KAMEN, H.: La Espaa de Carlos II. Bar-

    celona. 1981, ha dotado del necesario rigor de planteamiento al estudio deeste reinado. Confiemos en que la corriente no se detenga.

    2WILLIAMS, E. N.: The Ancien Rgime in Europe. Government andSociety in the Major States 1648-1789. London. 1999, p. 376: In his dualcapacity as Holy Roman Emperor and Austrian Monarch, Leopold I (1658-1711) had interests running over the length and breadth of Europe, and hisseldom had the luxury of fighting on one front at a time In addition, hehoped to inherit the Spanish empire after the death of Charles II, and thusunite once more the Habsburgs family possessions Unfortunately, Louis

    XIV was even more deeply involved in Spanish ambitions than Leopold.

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    por excelencia de los Austrias espaoles, a pesar de su ascen-dencia borgoona convertido en Felipe V, era un candidato per-

    fectamente legitimado para el acceso al trono espaol, enigualdad de condiciones con el archiduque Carlos de Habsbur-go, nietos ambos, por va femenina, de Felipe IV. El trnsito dins-tico se haba culminado, as pues, con absoluta normalidad.

    Ms discutible pudiera resultar esa normalidad atendien-do a dos esenciales considerandos: la llegada del joven reycomportaba, en primer lugar, la entronizacin de una nueva dinas-ta, la Casa de Borbn, encarnada en un prncipe que no dis-

    frutaba de la naturaleza de ninguno de los reinos de la Monarquade Espaa porque era francs. Sin embargo, para los reinos his-

    35

    3 BACALLAR Y SANNA, V., MARQUS DE SAN FELIPE: Comentarios de laguerra de Espaa e historia de su rey Felipe V, el Animoso. Edicin y estudiopreliminar de C. Seco Serrano. Madrid. 1957, p. 15: Esto ejecut el Reylibremente, no sin repugnancias de la voluntad, vencida de la razn; no leera de la mayor satisfaccin, pero le pareci lo ms justo, y rendido al dic-tamen de los que tena por sabios e ingenuos, al amor de sus vasallos.

    RANKE, L. Von: La Monarqua espaola de los siglos XVI y XVII. M-xico D. F. 1946, matiza, p. 408: No se trataba de una sumisin de Espa-a a Francia, se reafirmaba la nacionalidad y el imperio sobre los territo-rios adyacentes con el apoyo de Francia. Luis XIV haba concertado en-tonces un segundo tratado de reparticin con Inglaterra y Holanda, peronada poda favorecer ms a su firme idea de colocar a su nieto en el tronode Espaa, que el temor que estos repartos fueran una realidad. Y contralos repartos concertados por Luis XIV con otras potencias europeas, se bus-

    caba defensa en el mismo Luis XIV No poda esto considerarse como unanegacin de la causa propia, sino el ms genuino producto de la idea en-tonces dominante en Espaa. Se crea, bajo la nueva dinasta, poder man-tener la integridad territorial de Espaa.

    4ARTOLA, M.: La Monarqua de Espaa.Madrid. 1999, p. 548: losvirreyes cumplieron con los trmites de la proclamacin y los aragonesesenviaron una embajada a la corte, al conocer la llegada del rey. Los nicosincidentes fueron el intento de unos nobles napolitanos de proclamar al ar-chiduque, reducido a las pocas horas, y la proclamacin de Carlos III en

    Caracas (XI-1702) que dur poco ms.

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    pnicos eso no representaba una radical novedad. El mismo Car-los I, o su padre, Felipe I, eran tambin prncipes provenientes

    de tierras no espaolas. Incluso resultara verdaderamente ten-tador establecer ciertos paralelismos entre Carlos I y Felipe V:ambos llegan a Espaa con la misma edad, bajo el manto pro-tector de abuelos dotados de una poderosa personalidad pol-tica, abandonando con circunspecta gravedad algunos de los msbrillantes escenarios de la civilizacin europea y, sobre todo, refor-zando los pilares de una accin poltica firmemente estableci-da por sus predecesores, y ambos incorporan una nuevaperspectiva del equilibrio continental.

    Quiero decir que la subida de un prncipe francs al tronoespaol no represent ninguna conmocin poltica, sino queencontr a una Monarqua y a un pueblo dotados de una enormemadurez histrica. Y esta conviccin obedece a dos premisas his-tricas: las polticas desarrolladas por Carlos II en los ltimos aosde su reinado y, sobre todo, las que desarrollar Felipe V en losprimeros del suyo, dos premisas que me permiten arribar a una

    bsica conclusin: la esencial continuidad de la configuracin ins-titucional y la accin poltica de la Monarqua Hispnica duranteel comienzo del reinado del duque de Anjou, conclusin a la queme gustara aadir una coda final: existe continuidad porque noexista ningn modelo de Monarqua alternativo.

    Es evidente que, a partir de la Paz de Westfalia, la Casa deAustria comienza a reconsiderar su gigantesco y secular despliegueestratgico y poltico. La independencia de las Provincias Uni-

    das comporta la renuncia a liderar los espacios del Bltico y delMar del Norte, pilotados desde la formidable base corsaria deDunquerque5. Para Espaa, adems, la Paz de los Pirinos aadeun considerando adicional: la cesin del liderazgo continentala Francia. Una cesin, sin embargo, no necesariamente equiva-

    36

    5 SCHILLING, H.: Hfe und Allianzen. Deutschland 1648-1763. Ber-lin. 1998, pp. 151 y ss. STRADLING, R. A.: La Armada de Flandes. Poltica na-

    val espaola y guerra europa. 1568-1668. Madrid. 1992, pp. 297 y ss.

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    le a una completa derrota, y Espaa sigue siendo un agente deprimera magnitud en la poltica continental6. Por eso la suerte

    de la herencia de Carlos II resultaba determinante para el equi-librio continental.

    1. Las antiguas prioridades de la poltica espaola:una nueva identidad para la Monarqua

    Estos severos reveses afectan a la proyeccin exterior dela Monarqua, pero no a su configuracin esencial, la misma que

    lleva dos decenios en disputa en los campos de batalla portu-gueses. Slo cuando, tras la batalla de Villaviciosa, se vea obli-gada a reconocer la independencia de Portugal, esa configuracinesencial se ver muy seriamente afectada. Porque Espaa, pio-nera en su definicin estatal, lo haba sido como producto desu tambin pionera conformacin nacional, entendiendo el reinoportugus como parte indisoluble de ese proyecto7.

    Esa circunstancia, adems, coincide con un innovador esce-nario poltico y dinstico para la Monarqua de Espaa, que a lo lar-go de siglo y medio no haba experimentado el ms mnimo avatarsucesorio, ni sufrido las incertidumbres derivadas de las regias mi-noridades. Cuando Felipe IV muri, en 1665, en pleno postrero y bal-

    37

    6 STRADLING, R. A.: Europa y el declive de la estructura imperial es-paola 1580-1720. Madrid. 1991, p. 194: Felipe entreg (por fin) la ma-

    no de su hija, junto con algunos territorios de importancia simblica msque material en la frontera catalana. No hay justificacin, desde mi puntode vista, para considerar el tratado como la puntilla que remat el cadverde la potencia espaola, o como el diktatfrancs de que tanto han habla-do los historiadores.

    7 MARAVALL, J. A.:Poder, honor y lites en el siglo XVII.Madrid. 1979,.p.194: He sostenido que no se entiende el estado moderno, desde suprimer amanecer a fines del XV, desprendido de un fondo de comunidadpoltica que he propuesto llamar protonacional. Del mismo autor vid. igual-

    mente Estado Moderno I, pp. 486 y ss.

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    do esfuerzo para la recuperacin de Portugal, le suceda un enfermi-zo nio de cuatro aos, Carlos, el ltimo de sus hijos varones. Las cir-

    cunstancias obligaban a recurrir a una solucin institucional muy liga-da a las dinastas hispnicas: la designacin de la reina viuda como go-bernadora. Las escasas condiciones de Mariana de Austria para el ejer-cicio gubernativo, sin embargo, mejor que nadie conocidas por su di-funto marido, aconsejaron la constitucin de una Junta de Regencia,en la que Felipe IV procedi a una cuidadosa y equilibrada designa-cin de representantes del conjunto de los poderes del reino8, mos-trando una especial sensibilidad hacia su plural configuracin.

    Probablemente la plasmacin institucional de las ltimas volun-tades de Felipe IV, y su rigurosa observancia por parte de CarlosII, salvaron a la Monarqua Hispnica, y acertaron a consolidar surango de gran potencia. La coincidencia entre la vulneracin desu configuracin metropolitana, y la crisis sucesoria, como doblecorolario de casi medio siglo de ininterrumpido esfuerzo militar,condenaban a Espaa a situarse en el umbral de la crisis general.

    La Monarqua, sin embargo, super esa circunstancia, y sobretodo la objetivamente crtica situacin suscitada por la minoridad delenfermizo rey-nio, tras la muerte de Felipe IV, posiblemente mer-ced a la extraordinaria profesionalidad de la Junta de Gobierno que

    38

    8 He querido realizar una valoracin sumaria de este proceso enSAN MIGUEL PREZ, E.: En torno al Derecho Comn y la ciencia jurdica dela Monarqua Hispnica en el Barroco. El Derecho Comn y Europa. Jor-

    nadas Internacionales de Historia del Derecho. Actas. Madrid. 2000, pp.273-283, y ms especficamente p. 282: dos son las notas conceptualesde este comienzo del reinado de Carlos II: el restablecimiento de un en-tendimiento plural de la Monarqua, y el recurso a los profesionales del de-recho como sus inmejorables intrpretes Se trata de un retorno a lapropia razn de ser de la Monarqua Hispnica, ahora desprovista de su vo-luntad de hegemona, y de vuelta a su vocacin de gran potencia Por esosu expresin jurdica, tanto en el mbito cientfico, como en el profesional,adopta una ntida muy lectura: la integracin y el compromiso de la plura-

    lidad.

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    se hizo cargo de la direccin de los asuntos polticos hispnicos. Ysi esa Junta de Gobierno, adems, vena a reflejar, y muy adecuada-

    mente, la conformacin diversa de los dominios de Carlos II, seme-jante circunstancia, a mi manera de ver, no es que resultara delibe-rada o, como dice Kamen, una cierta coincidencia9, sino que se li-mitaba a traducir la identidad profunda de la Monarqua. Resida enla lgica del gobierno de las Espaas el que un organismo de talescaractersticas las representara, y as sera.

    a. La opcin italiana del proyecto espaol

    La renovada cohesin de las tierras hispnicas permite aCarlos II desarrollar su propia poltica exterior tras alcanzar lamayora de edad. Es evidente que, en el teatro internacional, lainiciativa poltica se encuentra en manos francesas, pero slo enel mbito esencial a los intereses de Luis XIV y su vocacin arbi-tral en el continente: Flandes y el Rin10. La Monarqua de Espa-

    39

    9 KAMEN, H.: La Espaa de Carlos II, pp. 520-521: Los cincocomponentes de la nueva junta eran hombres de la ms alta experiencia ydistincin. Eran los siguientes: el conde de Castrillo, el conde de Pearan-da, el vicecanciller de Aragn, don Cristbal Cresp de Valldaura, el mar-qus de Aitona, y el cardenal de Aragn. El secretario del despacho uni-

    versal, don Blasco de Lozoya, sera tambin secretario de la junta. En vir-tud de cierta coincidencia ajena a la voluntad del extinto monarca, los cin-co miembros representaban una amplia gama de experiencia: segn el or-den en que los hemos mencionado, eran un burcrata, un diplomtico, unabogado, un soldado y un eclesistico. Si le aadimos el secretario, tam-

    bin representaban las principales nacionalidades de la monarqua: un an-daluz, un castellano, un valenciano, dos catalanes y un vasco. Vid. igual-mente LYNCH, J.: Los Austrias (1598-1700). Barcelona. 1993, p. 319.

    10 BLUCHE, F.: Louis XIV. Paris. 1986, pp. 412-413: Du roi de Fran-ce les traits de Nimgue ont fait, non le maitre, mais larbitre de lEurope

    Mais a Nimgue, comme nagure Aix-la-Chapelle et comme de-main Ryswick, Louis XIV na pas exig la conservation de toutes ses con-quetes. De l, laccuser davoir voulu, la paix peine signe, semparer,par les armes ou lintimidation, de ce quil navait pu rclamer hier par la

    diplomatie, il ny avait quun pas, vite franchi par nombre dauteurs.

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    a, igualmente, acierta a definir, en su poltica continental, dosprioritarios renglones, la propia metrpoli e Italia, y ambos ren-

    glones se satisfacen muy fundamentalmente.

    En el caso italiano, la poltica de Madrid parte de un lci-do anlisis de la comprometida situacin en que se encuentrala Monarqua, particularmente en el escenario estratgico del Norte,y de una adecuada lectura de las ambiciones francesas e impe-riales sobre ese mismo escenario, para dotar de absoluta prio-ridad al sostenimiento de su esfuerzo militar, de manera que losrepetidos intentos de Francia por rentabilizar episodios insu-

    rreccionales como el de Mesina concluirn por resultar baldos11.Se dira que la centralidad italiana del discurso exterior hisp-nico, que posterga claramente los viejos territorios de la Casade Borgoa en su poltica territorial, a pesar de la conmovedo-ra obstinacin de sus pobladores en permanecer leales a laMonarqua Catlica12, acenta la vinculacin de Italia a la Monar-qua. A lo largo de los decenios finales del siglo XVII, el trazode la poltica hispnica en el Mediterrneo occidental concluye

    por adoptar un sentido bsicamente coherente.

    40

    11 SPAGNOLETTI, A.: Prncipi italiani e Spagna nellet barocca. Mi-lano. 1996, p. 231: indubbio, per, che le oscillazioni che caratteriz-zavano la conduzione della politica ispanica in Italia negli anni di Carlo IIerano da ascrivere sostanzialmente a due fattori: il primo, era il progressi-

    vo venir meno di quel contesto dinastico sul quale la Spagna aveva cos-truito la sua egemonia in Italia Il secondo era rappresentato dalla com-parsa in forze sullo sacchiere italiano della Francia di Luigi XIV e dellim-

    pero di Leopoldo.Para la conflictividad de Mesina, vid. RIBOT GARCA, L. A.: Las re-

    vueltas de Npoles y Sicilia. Cuadernos de Historia Moderna 11. La crisishispnica de 1640. Madrid. 1991, pp. 121-130, y ms especficamente pp.126 y ss

    12 ECHEVARRA, M. A.: Flandes y la Monarqua Hispnica. 1500-1713.Madrid. 1998, pone como ejemplo al Franco Condado, p. 382: Inespe-radamente, y una vez ms en nombre de Espaa, la resistencia franconte-sa a las fuerzas del rey galo result encarnizada; slo el exterminio de los

    defensores de las plazas asediadas, hizo a Luis XIV con el control del terri-

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    En el supuesto espaol, y mientras la identificacin de losterritorios perifricos de la Corona con la Monarqua resulta poco

    menos que proverbial, las posibilidades francesas de interven-cin en los asuntos peninsulares resulta sumamente limitada. Ade-ms, el proyecto de hegemona francs se enfrenta a la gnesisespectacular de la nueva Monarqua danubiana, o lo que es lomismo, a la revitalizacin de las aspiraciones continentales e impe-riales de los Habsburgo13, y por lo tanto la posicin estratgicade Francia, como muy bien interpreta la obsesin fortificadorade Vauban, sigue siendo terriblemente expuesta.

    La lectura ms primaria de este proceso es que la hege-mona continental corresponde a Francia, pero el potencial deambas ramas de los Habsburgo, sobremanera si se estima de mane-ra conjunta, y los estadistas franceses no dejaran de hacerlo, siguesiendo formidable. De hecho, la Casa de Austria no dej nuncade ser una autntica obsesin poltica para Luis XIV.

    41

    torio. Pero una tergiversacin histrica muy tenaz en la Francia actual si-gue concibiendo al Franco Condado como deseoso de anexionarse a su

    vecino del oeste De ah lo paradjico de la situacin: si bien Espaa esincapaz de defender sus territorios, los antiguos sbditos del Rey Catlicoestaban deseosos de volver bajo su soberana los del Franco Condadono perdieron del todo la esperanza hasta que por el tratado de Utrecht per-maneci el rey Borbn Felipe V en el trono espaol. Abundan los testimo-nios sobre una ciudad de Lila que acabado el siglo XVII se negaba a for-mar parte del reino de Francia, pretendiendo volver a su antiguo seor; tes-

    timonios extensibles a Besanzn, Dola, Cambrai, y otras. Se terminaron pa-ra ellos las franquicias y la autonoma fiscal de que disfrutaban.

    13 STROYE, J.: El despliegue de Europa. 1648-1688. Madrid. 1991, p.442: La cada de Buda en 1686, la destruccin del ejrcito de batalla oto-mano en 1687, y la ocupacin de Belgrado en 1688 fueron otros tantosgolpes asestados contra la base de la nueva poltica exterior francesa. An-tes, Luis poda permitirse esperar y vigilar, mientras intensificaba la presinsobre Alemania, especialmente durante el perodo de cada ao en que lasfuerzas de los Habsburgo estaban seguramente comprometidas en Hun-

    gra. Ahora, el tiempo pasaba cada vez ms deprisa.

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    Y partiendo de la nueva delimitacin geopoltica de un espa-cio estratgico, el Mediterrneo occidental, claramente hege-

    monizado por la Monarqua Catlica, Carlos II, que no harenunciado a la continuidad dinstica de la Casa de Austria, adop-ta una ntida accin exterior: el equilibrio en las relaciones conFrancia, necesario para el mantenimiento de la posicin euro-pea de la Monarqua, slo puede sostenerse desde una posicinde fuerza, y esa fuerza debe ganarse en dos mbitos diplom-ticos, el austriaco, estrechando las relaciones con Viena, y el anglo-neerlands, alcanzando un entendimiento schmittiano con losEstuardo y las Provincias Unidas, sobre el supuesto del enemi-

    go comn.

    Este ltimo extremo se derivaba del enorme xito obteni-do por la Monarqua en la defensa de su imperio ultramarinofrente a ingleses y holandeses. Para las grandes potencias mar-timas, no era ya Espaa el enemigo, probadamente inaborda-ble en sus posiciones americanas, sino Francia. De hecho, a finalesdel siglo XVII, se daba la paradoja de que Francia, esta vez, es

    cierto, en una posicin continentalmente hegemnica, se encon-traba sin embargo diplomticamente tan cercada como lo estu-viera dos siglos antes, mientras los antiguos enemigos en lascontiendas ocenicas establecan un fructfero acuerdo polticoen torno al respeto de sus respectivos intereses esenciales14.

    42

    14 STRADLING, R. A.: Europa y el declive de la estructura imperial es-paola, pp. 234-236: A pesar de los reveses experimentados en el cam-

    po de batalla, no se perdan las esperanzas. Las victorias de Luis, indivi-duales o colectivas, no haban conseguido eliminar a ninguno de sus gran-des enemigos hacindole abandonar las filas de la alianza La crecientesuficiencia material y experiencia blica de los Austrias estaba comen-zando a frustrar las ambiciones de Versalles en todos los frentes. Ante Luisse presentaba la terrible posibilidad de que renaciera aunque con una di-reccin distinta la estrategia universal de los Habsburgo. Adems, las po-tencias martimas se haban mantenido fieles a su prioridadfundamental de acabar con el predominio naval francs, y a pesar de

    las terribles prdidas padecidas ante los corsarios enemigos () haban

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    La adopcin de una poltica exterior autnoma no cediante la progresiva constatacin de la imposibilidad de que el rey

    tuviera sucesin, como demuestra la preferencia por la solucinbvara encarnada en los prncipes Wittelsbach, Maximiliano yJos Fernando, una solucin que culminar por incorporarse alprimero de los efectivos tratados de particin de la MonarquaHispnica entre las potencias, y concretamente al del otoo de169815. Pero en la afirmacin del potencial hispnico debe sig-nificarse, igualmente, una renovada plasmacin poltica de lasrelaciones entre el centro y la periferia que conoce su mejorexpresin en la creciente prosperidad de Catalua, y su viva impli-

    cacin en la poltica espaola, descrita hace ya algunos dece-

    43

    conseguido su objetivo a mediados de los aos 90. La campaa de Luis XIVcontra el cerco de Francia el llamado crculo de los Habsburgo haba re-sultado, en ltimo trmino, contraproducente Con esto se cre un nue-

    vo sistema que rodeaba a Francia con una red de comunicaciones y de-fensas militares.

    MADARIAGA, S. de: El auge y el ocaso del imperio espaol en Amri-ca. Madrid. 1977, p. 133: En 1654, transcurridos cinco cuartos de siglode continuas agresiones, los tres mayores enemigos en las Indias no ha-ban ocupado ms que algunas islas sin importancia, ninguna a consecuenciade victoria naval o militar, y no haban conseguido instalarse en Tierra Fir-me.

    15 KAMEN, H.: La Espaa de Carlos II, pp. 600-602 y 608: hababuenas razones para encontrar una alternativa. A fines de 1693 Luis XIVtenda a asignar la sucesin al hijo de un ao del elector de Baviera. Tam-bin en la corte espaola haba partidarios decididos de esta solucin. La

    reina madre, Mariana de Austria, era defensora slida de la causa bvaraAquel otoo Carlos II cay gravemente enfermo, redactando un testamen-to el 14 de septiembre en el que dejaba toda su monarqua al candidato b-

    varoHacia fines de 1698 la actitud de Castilla y Madrid era mayorita-

    riamente favorable a una sucesin francesa. En este momento sacudi Ma-drid la noticia del primer Tratado de Particin, firmado por Luis con losPases Bajos el 11 de octubre. Segn el mismo el prncipe elector recibiraEspaa y su imperio fuera de Europa, dejando Miln al archiduque Carlos

    de Austria y las Sicilias, algunos dominios italianos y Guipzcoa al delfn.

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    nios con viveza porJoan Regl, quien acuara un concepto tandiscutible como descriptivo, el de neoforalismo16, para defi-

    nir una realidad poltica que representa ms bien la consolida-cin de la secular praxis poltica de la Casa de Austria, formalmenteplural, y esencialmente autoritaria.

    b. Una produccin jurdica revitalizada

    A expresar este renovado entendimiento poltico acude laintensificacin de la participacin poltica, la actividad institu-cional, y la consiguiente produccin normativa de los distintos

    territorios de la Monarqua, que remata la extraordinaria activi-dad investigadora de su comunidad jurdica durante los dece-nios siguientes. El reinado de Carlos II es, probablemente, unode los perodos ms interesantes para el estudio de los distin-tos sistemas de fuentes hispnicos, comenzando por los propiosdominios indianos, que alcanzan en 1680 la ansiada promulga-cin oficial de su recopilacin legislativa, ultimada algunosdecenios antes porJuan de Solrzano Pereira, y que adquie-

    re definitivo rango normativo en el sistema legal de la Monar-qua, una Monarqua que reafirma su vocacin e identidadindiana, particularmente en el contexto del retroceso de sus posi-ciones en la geopoltica noreuropea17.

    44

    16 REGL, J.: Els Virreis de Catalunya.Barcelona. 1961, p. 171: hemdit que el neoforalisme obr el pas a una cooperaci activa dels catalans enla vida poltica espanyola. Com a smptoma, s ben eloqent el caso de Jo-an dAustria, que constitueix el primer exemple del poltici espanyol que

    cerca la fora a la perifria del pas. Tamb ho sn nombrosos virreis par-tidaris de lherncia austraca en comenar a plantejar-se la qesti successriade la monarquia hispnica.

    17 GARCA-GALLO, A.: La Nueva Recopilacin de las Leyes de In-dias de Solrzano Pereira. Estudios de Historia del Derecho Indiano. Ma-drid. 1972, pp. 537-561, y ms especficamente pp. 555 y ss.

    La promulgacin de la obra de Solrzano Pereira represent,adems, la definitiva consolidacin del sistema normativo indiano comoparte orgnica de la Monarqua, vid. LEVENE, R.: Las Indias no eran colo-

    nias. Buenos Aires. 1951, pp. 82-83, y BRADING, D. A.: Orbe indiano. De la

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    Pero este modelo de anlisis puede aplicarse a todos losterritorios de la Monarqua comenzando por la propia Corona

    de Castilla. De hecho, a lo largo de los ltimos decenios del sigloXVII se desarrolla la produccin de autores comoAntonio Fer-nndez de Otero, sobre la naturaleza y desempeo de lasmagistraturas locales, de Matas Lagnezy, sobre todo, Fray

    Toms de Montalvoy el autor de Confusin de confusiones,Jos de la Vega18. Se trata de un perodo en el que, sin duda,no encontramos a un Diego de Covarrubias, un Solrzano oun Hevia Bolaos, y todava tampoco a Macanaz, Mayans oCampomanes, y es posible que esta sensacin de perodo un

    tanto tono acente la tambin proverbialmente decadente con-notacin de la ciencia jurdica durante el reinado de Carlos II.Sin embargo, y probablemente por esa misma razn, sigue tra-tndose de un perodo dotado de una extraordinaria relevancia.

    Pero tambin en Navarra se culmina el proceso reco-pilador a lo largo del reinado de Carlos II. De hecho, la NuevaRecopilacin, elaborada por Antonio Chavier, recibe defi-

    nitiva licencia para su impresin y difusin en 1686. Merecela pena recordar que el impulso final para la elaboracin deeste cuerpo normativo se produjo en las Cortes de 1677, convo-cadas para prestar el preceptivo juramento a Carlos II, pues

    45

    monarqua catlica a la repblica criolla, 1492-1867. Mxico. 1998, p. 252:encontramos una proclamacin triunfal y retrospectiva de la misin pro-

    videncial de la monarqua catlica En este contexto, los reinos de las In-dias figuraban junto con los reinos de Castilla, Aragn, Npoles y Portugal

    como Estados dotados de todas las instituciones, seculares y eclesisticas,gobernadas por su propio Consejo y que posean sus propias leyes distin-tivas. El hecho de que en el sentido tcnico y constitucional contaran co-mo provincias de ultramar de la Corona de Castilla no afectaba la realidadde su condicin, tanto ms cuanto que su monarca era comnmente lla-mado Rey de las Espaas y de las Indias. En comparacin con la grande-za cada vez ms evidente de la Amrica espaola, estaban perdiendo im-portancia las posesiones de los Habsburgo en Italia y en Flandes.

    18 GIBERT SNCHEZ DE LAVEGA, R.: Ciencia jurdica espaola. Gra-

    nada. 1983, pp. 16-18.

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    no se celebraban desde 1662, y contando con el respaldo pol-tico expreso del virrey Antonio Lpez de Ayala Crdenas y

    Velasco, conde de Fuensalida, quien a lo largo de su ejer-cicio gubernativo, entre 1676 y 1681, habra de estableceruna abierta y fructfera relacin de colaboracin polticacon los poderes del reino19 . El programa poltico de laMonarqua Hispnica segua contando con servidores cuali-ficados en sus responsabilidades territoriales, y servidorescomprometidos con un cometido tan esencial a las institu-ciones de gobierno virreinal como era la dotacin de un adecua-do sistema normativo, con su correspondiente seguridad

    tcnica y jurdica, al desenvolvimiento ordinario de un reinotal leal a la Monarqua como el de Navarra.

    En el reino de Aragn, a lo largo del reinado de Carlos IIno se produjeron grandes aportaciones a su sistema de fuentes,o sus juristas desempearon un papel protagnico en el fun-cionamiento de la Monarqua. Fueron aos en los que, sinembargo, se reconstruy la relacin poltica entre la Corona y

    el reino, sumamente deteriorada tras la supuesta conjura del duquede Hjar, y restablecida bajo el liderazgo de Juan Jos de Aus-tria.

    En este sentido, la celebracin de las Cortes de Zaragozade 1677, trasladadas con posterioridad a Calatayud, y a las quehabra de asistir el propio Carlos II, recre una atmsfera insti-tucional sumamente propicia a la reactivacin del programapoltico de la Casa de Hasbsburgo. La reafirmacin del proyec-

    to autoritario de la Monarqua no result polticamente incom-

    46

    19 FLORISTN IMIZCOZ, A.: La Monarqua espaola y el gobierno delReino de Navarra. 1512-1808. Pamplona. 1991, pp. 181 y ss. SALCEDO IZU,

    J.: Atribuciones de la Diputacin del Reino de Navarra. Pamplona. 1974,pp. 479 y ss. PREZ-BUSTAMANTE, R.: El Gobierno del Imperio, p. 162. OS-TOLAZA ELIZONDO M. I.: Gobierno y administracin de Navarra bajo los Aus-

    trias. Siglos XVI y XVII. Pamplona. 1999, p. 130.

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    patible con la plena consolidacin de las instituciones del reinoaragons, dotadas, objetivamente, de renovado aliento por la Coro-

    na, sino que, ms bien al contrario, el proceso de concentracinde poder, al recaer en una figura tan del agrado del reino comoPedro Antonio de Aragn, convertido en virrey y capitn gene-ral de Aragn, y presidente de sus Cortes y del propio ConsejoSupremo de la Corona, activ la secular relacin entre el rey ysus dominios20.

    Probablemente el territorio que ms profundamente expe-riment el restablecimiento del clima poltico caracterstico del

    proyecto hispnico fue Catalua. Esta circunstancia posee unaenorme relevancia, sobre todo si se valora la conversin del prin-cipado en escenario constante de los sucesivos enfrentamien-tos hispano-franceses a lo largo del ltimo tercio del siglo XVII.El ejercicio virreinal de figuras como el marqus de Legans, entre1684 y 1688, probablemente uno de los ms caractersticosrepresentantes de la renovacin del programa de gobierno terri-torial de la Monarqua, y que coincide con la recuperacin eco-

    nmica del territorio, as como la memoria viva de la ocupacinfrancesa del principado tras la rebelin de 1640, deparan un esta-do de nimo colectivo muy poco proclive a la dinasta borb-

    47

    20ARRIETAALBERDI, J.: El Consejo Supremo de la Corona de Aragn(1494-1707). Zaragoza. 1994, pp. 203-204: Su nombramiento fue reci-bido con muestras de agradecimiento por parte de los diputados y presi-dentes de los brazos.

    Como presidente de las Cortes se le atribuyeron las mismas com-petencias que haba tenido el conde de Monterrey y, ms especficamen-te, las insaculaciones y las mercedes que le correspondan como virrey. Que-da previsto que las restantes materias se remitieran a la Corte, si bien rpi-damente la Junta de Cortes y, sobre todo, su Presidente, asumirn atribu-ciones mucho ms amplias. Al sumarse a sus cargos el de presidente delConsejo de Aragn, resulta llamativo el grado de concentracin de podera que lleg en esta fase.

    TOMS YVALIENTE, F.: Los validos en la monarqua espaola del siglo

    XVII. Madrid. 1990, pp. 23 y ss.

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    nica, y unas actitudes polticas que revestirn suma importan-cia en los aos siguientes21.

    El reino de Valencia constitua un supuesto excepcional entrelos dominios de la antigua Corona de Aragn por su inalterablelealtad a la Monarqua. Eso explica, posiblemente, la tendenciaal nombramiento de aristcratas castellanos para el desempeode las responsabilidades virreinales, ocasionalmente asistidas porel arzobispo valenciano, durante el reinado de Carlos II Juan Tomsde Rocabert.

    Ello explica, igualmente, la incorporacin de algunos de losms distinguidos juristas valencianos a las responsabilidades guber-nativas de la Monarqua. De Valencia, en efecto, pero no de las filasde la aristocracia, sino de un brillante itinerario como servidor pbli-co, primero como oidor en la Audiencia valenciana, y despus comoregente y vicecanciller del Consejo de Aragn durante el reinadode Felipe IV, proceda nada menos que uno de los miembros dela Junta de Regencia, Cristbal Cresp de Valldaura.

    48

    21VILAR, P.: Catalua en la Espaa Moderna. Investigaciones sobrelos fundamentos econmicos de las estructuras nacionales. 2 vols. Barce-lona. 1978, I, pp. 424 y ss. Se ha convenido en relacionar el nuevo clima deentendimiento de la Corona con Catalua con la huida del infante don Juan

    Jos de Austria a Barcelona a comienzos de la regencia de Mariana de Aus-tria. GARCA CRCEL, R.: Historia de Catalua. Siglos XVI-XVII. 2 vols. Bar-celona. 1985, 2. La Trayectoria Histrica, pp. 201 y ss., destaca la acogidade los poderes barceloneses, pero estima que ello no equivale al estable-

    cimiento de una poltica dinstica especficamente procatalana.BENIGNO, F.: La sombra del rey. Validos y lucha poltica en la Espa-

    a del siglo XVII. Madrid. 1994, por su parte, al estudiar las races de la dia-lctica relacin Castilla-Catalua a partir de laUnin de Armas, aboga por,p. 177: replantearse la cuestin catalana al igual que la de los otros do-minios de la monarqua en el concreto contexto de un proceso de pro-funda transformacin, y a veces de traumtico trastorno, de las estructurassociales; proceso en cuyo centro haba importantes modificaciones de laorganizacin de la esfera estatal, estrechamente ligadas al emerger de una

    nueva y distinta dinmica de la lucha poltica.

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    De Valencia proceda igualmente, uno de los ms brillantesjuristas de la Espaa finisecular, Lorenzo Matheu y Sanz, que tras

    estudiar leyes en la Universidad valenciana, y ostentar responsa-bilidades como las de abogado fiscal y juez en su Audiencia, a fina-les del reinado de Felipe IV se traslad a Madrid para ocupar elcargo de alcalde de Casa y Corte, alcanzando con posterioridad pla-za de oidor del Consejo de Indias. Matheu no sera tan slo uncualificado servidor de los rganos de gobierno y administracinde la Monarqua Hispnica. Su produccin cientfica resulta ver-daderamente portentosa. En 1654 aparece la primera edicin desu Tractatus de Regimine Regni Valentiae, una erudita relacin de

    comentarios a las sentencias del Consejo de Aragn y de la Audien-cia valenciana, y en 1676 la que puede considerarse la ms depu-rada de sus obras, el Tractatus de recriminali, sive controversia-rum usu frequentium in causis criminalibus, uno de los msacabados compendios sobre el derecho penal de la Monarqua. Toda-va al ao siguiente, finalmente, aparece el Tratado de la celebra-cin de Cortes generales del Reyno de Valencia22.

    En los dominios italianos, este fenmeno de reconstruc-cin o intensificacin de la relacin poltica entre los centros dedecisin de la Monarqua y sus dominios perifricos, en los msde los supuestos unido a la renovacin del sistema normativo,y el muy sustantivo protagonismo acadmico y pblico de losmiembros ms ilustres de la comunidad jurdica, resulta tanto oms interesante. Rafael Gibertha significado la vitalidad de laprofesin jurdica en unos dominios en donde, en estos dece-nios, destacaron profesionales como Pedro Quesaday Pedro

    Frasso en el reino de Cerdea, y se completaron y reeditaronnuevamente los Captulos de Corteen el de Sicilia en 166523. Nose trata, sin duda, de un perodo singularmente distintivo de la

    49

    22 MATEU IBARS, J.: Los Virreyes de Valencia. Fuentes para su estudio.Valencia. 1963, pp. 269 y ss. KAMEN, H.: La Espaa de Carlos II, pp. 520-533.

    23 GIBERT SNCHEZ DE LAVEGA, R.: Historia General del Derecho Es-

    paol. Madrid. 1981, pp. 412 y ss.

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    produccin jurdica y el pensamiento poltico en los territoriositlicos, pero si de un tiempo en el que las constantes defini-

    doras del desenvolvimiento profesional del mundo del derechopermanecen casi inalteradas.

    En este sentido, especialmente destacable resulta elsupuesto napolitano. El viejo reino, sin duda uno de los pila-res polticos y estratgicos de la Monarqua Hispnica, sehaba comportado con una extraordinaria lealtad y sentido delcompromiso con el ideario de los Habsburgo durante losdecenios decisivos del siglo, a pesar de que los soberanos his-

    pnicos no siempre haban seguido los consejos de Campa-nella24, y su enorme presin sobre el reino de Npoles habaoriginado que experimentara una abrupta revuelta popular. Poreso el comportamiento poltico de la Napoli fedelissima, en efec-to, se convirti a lo largo del siglo XVII en la mejor de las posi-bles metforas del funcionamiento general de la Monarqua.Sus naturales haban captado su naturaleza esencial, su males-tar representaba el malestar de todos los dominios hispnicos,

    y su tambin invariable permanencia junto a la Monarqua refle-jaba, igualmente, la vigencia de su proyecto.

    50

    24 CAMPANELLA, T.: Monarqua de Espaa. La poltica.Madrid. 1991,pp. 73-159, p. 123: Siendo Italia, ms que ninguna otra nacin, amigade los espaoles es necesario tratar a Npoles y Miln de tal manera, quelos pueblos vecinos las admiren y deseen estar en su lugar, y para esto bas-ta con que se disminuyan los tributos, se aumenten las armas, y se defien-

    da y conserve la religin.El esfuerzo militar del reino de Npoles durante el siglo XVII resul-

    ta verdaderamente protagnico en todas las jornadas decisivas de la Mo-narqua y, sobre todo, en Nordlingen, vid. PREZ-BUSTAMANTE, R.;YSAN MI-GUEL PREZ, E.: El viaje del cardenal-infante. El esplendor de la MonarquaHispnica como opcin de gobierno universal. Studia Carande 4. Madrid.1999, pp. 189-213, y concretamente pp. 205 y ss.

    GALASSO, G.: De Napoli gentile a Napoli fedelissima. Napoli ca-pitale. Identit politica e identit cittadina. Studi e ricerche 1266-1860. Na-

    poli. 1998, pp. 61-110, concretamente pp. 87 y ss.

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    Por eso su comportamiento a lo largo del reinado de Car-los II encierra una importancia, estimo, no suficientemente valo-

    rada. Es cierto que el desempeo de las responsabilidadesvirreinales por un conjunto de competentes hombres de gobier-no, entre los que, como es natural, destaca el marqus del Car-pio, dotado de una extraordinaria iniciativa gubernativa ynormativa, en cuyo mandato se publicaron, en 1683, las Prag-maticae, edita regni Neapolitani,y sus sucesores, explica unarenovada presencia napolitana en el funcionamiento de laMonarqua tras la superacin de la crisis de 1647, a pesar de lanotable parlisis de su capacidad de contribuir a su defensa25,

    pero esta concreta circunstancia obedece igualmente al sentidopoltico de los centros de decisin gubernativos hispnicos,cuya capacidad para seleccionar a los hombres ms capaces parael desempeo de sus virreinatos y gobernaciones en pocas oca-siones brill tanto.

    En los dominios indianos se detectan estos signos de la reac-tivacin de las polticas de la Monarqua Catlica muy espe-

    cialmente. Tras un siglo de constantes acometidas de las potenciaseuropeas sobre la Amrica hispnica, y singularmente de las fuer-zas de las Provincias Unidas y de Inglaterra, el examen de daosque, de manera muy consciente, realizan algunos de los ms dis-tinguidos estadistas de la Monarqua con la finalidad de resta-arlos y subsanar las carencias de sus ms vulnerables posiciones,resulta francamente esperanzador. Las Indias permanecen casiintactas, mientras las potencias luteranas exploran sus posibili-dades en las inhspitas tierras norteamericanas.

    Cuando en marzo de 1697 el virrey interino de la Nueva Es-paa,Juan de Ortega Montas, arzobispo de Mxico, concluyla obligada elaboracin de su Instruccin Reservada a su sucesor en

    51

    25 GALASSO, G.: Napoli Spagnola dopo Masaniello. Politica. Cultu-ra. Societ.2 vols. Firenze. 1982, I., pp. 181 y ss. Del mismo autor vid. igual-mente Alla periferia del Impero. Il Regno di Napoli nel periodo spagnolo (se-

    coli XVI-XVII). Torino. 1994, pp. 293 y ss.

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    las responsabilidades gubernativas, el conde de Moctezuma, la nor-malidad institucional presida el ejercicio virreinal, hasta el punto de

    afirmar el veterano prelado que (7) el todo de este gobierno, Ex-celentsimo Seor, se reduce a cuatro puntos, que son: Gobierno, Re-al Patronato, Guerra y Hacienda, y se divide su dominio en tres cla-ses: temporal, eclesistico secular y eclesistico regular26. No exis-ten, en los casi dos centenares de epgrafes que componen este ex-tenso testimonio de este singular gnero de la literatura poltica dela Monarqua Catlica, contenidos de oportunidad, o problemas ex-cepcionales.

    En los ltimos aos del siglo XVII, en definitiva, el sistemafuncionaba. Haba experimentado el traumtico trance de la pr-dida de la hegemona universal, sufrido una casi constante crisis

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    26 MARTN, N. F. (Ed.): Instruccin Reservada que el Obispo-VirreyJuan de Ortega Montas dio a su sucesor en el mando el Conde de Mocte-zuma. Mxico. 1965, pp. 56-57. Tan slo la expuesta situacin de Campe-che parece merecer modificaciones en las fortificaciones, (92), pp. 111-112:me aseguran ha sido y es la circunvalacin del muro ms extensa delo que convena, respecto a que la gente del presidio y ciudad no es ni pue-de ser bastante para, en caso que se ofrezca ocurrir algn enemigo con al-guna fuerza de gente, cubrir como sera necesario la del presidio y ciudad,la muralla, ni la defensa que han menester los baluartes y fuertes aunqueconcurran de Mrida respecto a que, reconocindolo el enemigo() elocurso de la gente a esta plaza no suceda que sin huir su opugnacin, eche

    por otras partes que puede gente que, caminando hacia Mrida, se fortifi-que en la ciudad principal y distante de Campeche solas doce leguas (y su-

    cediendo as como podra) venir y sitiar a Campeche e impidindole la en-trada de mantenimientos conseguir su rendicin y hacerse dueo de todoslos lugares de la provincia, hallndolos sin quien los defienda por haberocurrido sus habitadores a la defensa de Campeche.

    Vid. igualmente su anlisis monogrfico en SANMIGUELPREZ, E.: Trn-sito dinstico y continuidad poltica en los dominios indianos de la Mo-narqua Hispnica. La Instruccin Reservadadel arzobispo Ortega Monta-s para el gobierno de la Nueva Espaa (1697). Studia Carande 5. Ma-drid 2001 (en prensa). Vid. tambin LUCENA SALMORAL, M.: Rivalidad colo-

    nial y equilibrio europeo. Siglos XVII-XVIII. Madrid. 1999, p. 67.

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    dinstica y sucesoria desde los decenios centrales del siglo, y con-templado con autntico dolor la prdida de Portugal. Pero haba

    resistido: en Amrica, donde tan slo algunas demarcaciones cari-beas y los territorios del subcontinente norteamericano se habanconvertido en la exclusiva opcin colonial de ingleses, francesesy holandeses; en Italia, donde los reiterados intentos de expansinfrancesa haban sido sistemticamente rechazados; en la propiaPennsula Ibrica, cuyos territorios se encontraban dolientes, perosolidarios con la suerte de la Monarqua. Tan slo los dominios dela Casa de Borgoa, y con ellos su horizonte poltico nrdico, seencontraban a punto de abandonar el tronco sucesorio de los Austria

    hispnicos del todo. Todas las condiciones objetivas apuntaban aque la Monarqua retornara a su antiguo esquema de prioridades,de inspiracin fernandina. A juzgar por el comportamiento inicialdel siguien