Informe IMPALA Barrancabermeja

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DE BARRANQUILLA A BARRANCABERMEJA

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¡Todo por una sonrisa!

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Habían pasado aproximadamente dos horas desde que habíamos salido de la sede de la Fundación Cámara Oscu-ra en Barranquilla, y ya nos encontrá-

bamos cruzando el Puente Pumarejo hacia el Departamento del Magdalena. Una van y cua-tro jóvenes que solo pensaban en cine y en la proyección que se debía realizar en menos de cuarenta y ocho horas en Barrancabermeja, Como todo viaje en carretera, hay reglas. Prime-ra: quien vaya de copiloto nunca debe dormirse, debe mantener siempre al conductor distraído para que sienta menos cansancio. Segundo: Al-guien debe coordinar las finanzas y alimentación durante el viaje. Y tercero: Una persona debe re-gistrar las memorias, para esta última tarea fui el elegido.

El primer suceso curioso que se presenta, es que cuando conducíamos por todo el Departamento del Magdalena, la zona bananera, pueblos como la Gran Vía que es atravesado por la vía del tren en la mitad del pueblo, y la misma Sierra Ne-vada de Santa Marta. Mientras la admiramos y hablábamos de ella, de la comunidad Kogui y los misterios que la rodean, nos dimos cuenta de que ninguno de nosotros había estado antes en Barrancabermeja, ni siquiera sabíamos muy bien cuál era el camino para llegar. Solo habíamos es-tado pensando en cómo proyectar a los niños el cine móvil que llevábamos en la van, y sobre todo las ansias de estrenar la pantalla de 5X3 que recién habíamos adquirido para reemplazar la anterior. Sin embargo, los primeros pensa-mientos y temas de conversación comenzaron a girar en torno a nuestro destino, ¿Cómo será Barrancabermeja? ¿Será verdad que es más ca-liente que Barranquilla?. Fueron preguntas que surgieron sin obtener respuesta en el momento.

Cuatro horas de viaje habían transcurrido desde la salida en Barranquilla. Recién habíamos pa-sado el letrero de Aracataca. La tierra de nues-tro nobel Gabriel García Márquez, y aunque aún nos encontrábamos todavía en Magdalena, la

vegetación a nuestro alrededor comenzaba a cambiar, ya no había cactus y plantas se-cas sino un camino de árboles y matorrales verdes que cubría y bordeaba la carretera. De repente, cuando ya llevábamos la mitad del viaje transcurrido, mientras la música ambientaba la van, apareció una cadena de montañas que no había sido visible antes, era La Serranía del Perijá, el punto clave para avi-sarnos que nuestro viaje comienza ahora por el Departamento del Cesar.

Las montañas parecían estar tan cerca pero a su vez tan lejos de la van, pero lo único seguro era que del otro lado de ellas está Ve-nezuela. La sensación de ver la Serranía cerca y lejos a la vez, y de saber que nos encon-trábamos bordeando nuestro país era emo-

Por: Carlos A. Rosero B.

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cionante. El tiempo pasaba y ya llevábamos aproximadamente ocho horas de viaje. Estába-mos llegando al sur del Cesar, exactamente en Aguachica, habíamos recorrido prácticamen-te dos Departamentos de Colombia cuando apareció por primera vez uno de los miedos que siempre había estado presente, pero que ninguno de nosotros se había atrevido a men-cionar antes, el paro agrario nacional. La poli-cía cubría la carretera, campesinos de distintas edades con banderas de Colombia sobre sus hombros y un grito de protesta que salía de sus bocas se ubicaba a un lado de la carrete-ra, mientras la policía se ubicaba del otro lado, los dos bandos se miraban fijamente, era como si pasáramos en la mitad de un guerra o más bien un partido de fútbol que encontraba en el descanso de mitad de tiempo. Al final, lo-gramos pasar el paro, pero no pudimos evitar las primeras lloviznas de una fuerte lluvia que estaba a punto de comenzar. Habíamos dejado atrás la sequedad del Atlántico y ahora en el Cesar llovía a cántaros.

La noche aparecía y finalmente llegamos a un pueblo llamado San Alberto, diez horas de viaje de seguido, cansados y seguros de que estábamos en algún pueblo de Santander, por supuesto las personas lucían como santande-reanos, hablaban como santandereanos, pero descubrimos que en realidad no lo eran. Re-visamos el mapa y San Alberto es el último pueblo del Cesar, pero su semejanza con San-tander era increíble, desde la vegetación hasta las personas. Razón que me llevó a catalogarlo como el pueblo del Caribe más santandereano que existe. Así que, decidimos pasar la noche en este pueblo para descansar. Al fin y al cabo nos sentíamos como en Santander, y ese era nuestro destino.

A la mañana siguiente partimos hacia Barran-cabermeja, eran dos horas de viaje, bordeamos el Departamento de Norte de Santander, el Río Sogamoso y hasta tuvimos un nuevo encuen-tro con otros campesinos que cerraban vías por

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el paro agrario. Después de dos horas exactas frente a nuestros ojos apareció el letrero ¡Bienvenidos a Barrancaber-meja! Lo habíamos logrado.

“Somos forasteros, ¿dónde encontra-mos un lugar para dormir”? era la fra-se que decíamos en cada esquina para encontrar un hotel para hospedarnos. Finalmente lo conseguimos y nos diri-gimos a las veredas, exactamente a la Escuela Centro Educativo Campo Ga-lán. Parecía que estábamos en medio de la nada, no había visto una casa cer-ca y justo cuando llegamos al final de la carretera en el que solo el rio esta-ba frente a nuestros ojos, en ese lugar estaba la Escuela. Como primera ins-tancia, nos preparamos para conocer el lugar en el que finalmente dejamos listo toda la logística técnica para la proyección que sería a las 6:30 p.m. Lo mejor que se nos ocurrió para invitar a las personas a la función fue recorrer todas las veredas en los alrededores a través del megáfono de la van, “¡Cine y crispetas gratis!... vecinos, abue-los, niños…. todos están invitados a la escuela Campo Galán!”. Curiosos, niños, trabajadores de los alrededores, todos al escuchar el anuncio volteaban

hacia la van y veían al parecer cuatro jóvenes de ca-bello largo divulgando que habría cine gratis en la Escuela Campo Galán.

A las dos horas volvimos a la escuela, parecía increí-ble lo solitaria que había estado cuando dejamos listo todo para la proyección y como se encontraba ahora. Había aproximadamente cien niños de todas las eda-des, algunos con sus padres. Todos rodeaban la es-cuela, y unos estaban llegando justo en ese momento en una lancha desde la isla de enfrente. Los niños con sus chalecos salvavidas acercándose entre el río en la lancha fue una de las imágenes que jamás olvidaré del viaje. Estos niños recorrían todo el ancho del río diariamente para ir a la escuela, pero esta vez habían repetido la hazaña solo para ver y hablar de cine.

Las sillas estaban ubicadas para la proyección, en to-das estaba sentado un niño, el sonido estaba listo, el olor de las crispetas comenzaba a invadir el lugar.

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La película era “Mi vecino Totoro”, un largometra-je de animación japonés que ningún niño reconocía de nombre estaba a punto de comenzar. En realidad, los niños no quitaban la mirada de las crispetas que ferozmente salían disparadas de la máquina que las hacía. Algunos se acercaban y preguntaban cuándo darían las crispetas, otros en silencio miraban a su al-rededor mientras las luces se apagaban, y finalmente la película comenzó. El silencio fue absoluto, los ni-ños miraban concentrados la proyección y en cuanto alguno hablaba, todos a su alrededor lo silenciaban. Pero el silencio no duró mucho, los niños reían a car-cajadas con cada hazaña que realizaba la niña prota-gonista, el cine comenzaba a hacer su magia en ellos. Al cabo de una hora y media, todos estaban con una sonrisa en su rostro. Una sonrisa que había valido la pena ver después de recorrer dos departamentos del país. Todo fue un éxito, al final de la película se hizo un pequeño foro, e incluso terminamos todos cantando la canción de la película que era bastante pegadiza, recuerdo que decía algo como “Mi vecino to-toro, totoro… totoro, totoro…”.

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Niños y adultos agradecidos y sonrientes ayu-daron a recoger las sillas de la función e im-pacientes esperaban que fuera el día siguiente para volver a una nueva función.

Nuestro tercer día de viaje comenzaba, nueva-mente nos dirigimos a la escuela, pero esta vez para proyectar cortometrajes. Recuerdo que la primera vez que le dije a un niño que vería cor-tometrajes, me preguntó ¿Qué era eso? al final terminé optando por decirles que verían pelí-culas cortas. La función sería esta vez en horas de la tarde. Proyectamos los cortometrajes El Cordel (Barranquilla), El Invento (Bogotá)

La proyección se acabó. Esta vez sí era un he-cho, ¡Lo logramos! recogimos el equipo técnico de la proyección y nos dirigimos al hotel, satis-fechos de que todo había salido muy bien nue-vamente.

Al día siguiente, después de haber realizado un viaje de cuatro días y conocer un nuevo de-partamento de Colombia, nos alistamos para dejar atrás Barrancabermeja. Debo confesar que la verdad es que si, Barrancabermeja es más caliente que Barranquilla, pero y qué, se disfrutó, vimos y hablamos de cine, y mejor aún se hizo a un niño sonreír en el Día del niño. A lo que solo queda por decir, ¡Gracias impala!, ¡Gracias vereda Campo Galán! ¡Gra-cias Barrancabermeja! . Un viaje que duró más de doce horas como se tiene previsto, pero que se haría nuevamente cuantas veces sea necesario. ¡Todo por una sonrisa!

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