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Informe en torno al Monumento a los Caídos de Pamplona Carlos Sambricio Rivera-Echegaray Catedrático de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo Álvaro Sevilla Buitrago Profesor de Urbanismo Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid Febrero 2018

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Informe en torno al Monumento a los Caídos de Pamplona

Carlos Sambricio Rivera-Echegaray Catedrático de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo

Álvaro Sevilla Buitrago Profesor de Urbanismo

Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid

Febrero 2018

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  Resumen del informe

La construcción en Pamplona del Monumento a los Caídos tras la Guerra Civil supuso, más allá

de la vocación urbana del conjunto, el intento por dar un significado “glorioso” a la ciudad por

cuanto su trazado determinaría no sólo el espacio público inmediato que rodea y destaca el

Monumento, sino también su implantación en la estructura del Segundo Ensanche y la

vertebración de las relaciones entre éste, casco histórico y territorio circundante. La construcción

del Monumento supuso alteraciones, profundas y a veces irreversibles en el marco urbano

heredado, condicionando futuros desarrollos. Su presencia suponía no sólo la imposición por el

Nuevo Estado de un contenido simbólico —la sacralidad de la pieza— sobre el espacio público y la

imagen urbana, sino también la ruptura de la estructura funcional del Ensanche y su posible

continuidad, afectando a aspectos básicos de la vida cotidiana.

En el marco de la reflexión sobre las futuras actuaciones en el conjunto resulta necesario

deslindar la problemática específicamente política e histórica —ligada al edificio y sus elementos

simbólicos— de aspectos funcionales que requieren perspectiva técnica y una solución urbanística

urgente, toda vez que de ella depende el éxito de la consolidación y dinamización del entronque

entre ciudad existente y áreas en curso de urbanización. El informe que sigue a este resumen

desarrolla una reflexión pormenorizada sobre estos aspectos en las distintas escalas de influencia

del edificio y el conjunto de los Caídos, detallando argumentos y sugerencias en cada una de ellas.

Las recomendaciones pueden sintetizarse en las siguientes líneas de acción:

1. En relación al edificio y su problemática política, se constata que el Monumento es, todavía

hoy, testimonio de un espíritu de confrontación. La atmosfera que de él emana impide, de

momento, un uso normal de su espacio interior. En consecuencia, las posibles actividades

dotacionales de nueva creación —sean equipamientos de barrio convencionales o contenidos

relacionados con la memoria histórica— deberían, en su caso, derivarse a los edificios

laterales, contemplándose la posible sustitución de los actuales usos religiosos y educativos.

A corto plazo la pieza central del conjunto de los Caídos debe vaciarse de toda actividad,

impidiendo el acceso al espacio interior, clausurando la cripta y eliminando la simbología.

De este modo se abriría un horizonte de posibles escenarios, que este informe tantea como

expresiones abstractas de sucesivos estadios evolutivos, diagramas tentativos de modos de

actuación antes que medidas concretas de diseño o intervención que deberán concretarse en

el futuro concurso: a corto plazo, el cierre de la puerta principal con un gesto enfático que

subraye expresamente la voluntad de clausurar el edificio; a medio plazo, el vaciado gradual

de su interior y la permeabilización de la rotonda central; por último, a largo plazo, su

replanteamiento bien como extensión de la plaza o proponiendo dedicar su uso a actividades

cívicas.

2. En lo que respecta a la dimensión urbanística y funcional, la gradual erosión de la atmósfera

de confrontación que hoy emana del Monumento deberá favorecerse por el uso cotidiano

del espacio público circundante, a cuya intensificación deben contribuir las acciones tanto en

su entorno inmediato como en las áreas limítrofes. Tal estrategia requiere una doble

actuación:

a. En primer lugar se deberán definir medidas para convertir la Plaza de la Libertad

en escenario de actividad privilegiado, centro cívico al aire libre que prefigure

futuras dinámicas en el edificio central del Monumento. Valorar la Plaza como

espacio popular supone restaurar las funciones inicialmente previstas en el

Segundo Ensanche para este enclave, contraponiendo al eje Carlos III un espacio

público con vida propia, contrapeso a la Plaza del Castillo en el otro extremo de

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la arteria. Incluir nuevos contenidos en la plaza supone tanto cuestionar, si fuera

necesario, el actual diseño de los jardines y estanque —conservando en todo caso

el arbolado— como conseguir del Consistorio la programación continua de

actividades en colaboración con agrupaciones vecinales, movimientos sociales,

AMPAs, etc. Es recomendable eliminar los aparcamientos en superficie y limitar

el tránsito por las vías laterales al acceso al parking, estableciendo una

continuidad entre el espacio de la plaza y los soportales bajo los edificios. En

éstos se deben explorar fórmulas para incentivar la localización de comercio, en

su caso autorizando la ocupación del espacio inmediato con terrazas.

b. Cualquier propuesta de reforma deberá reflexionar necesariamente sobre la

condición del conjunto —plaza, monumento y jardines traseros— como charnela

entre la ciudad consolidada y los nuevos desarrollos, sugiriendo medidas de

permeabilización y continuidad que dinamicen la actividad y faciliten el tránsito

peatonal y, en su caso, ciclista, en el eje Av. Carlos III – Plaza de la Libertad –

Parque Serapio Esparza – Av. Juan Pablo II.

El Parque Serapio Esparza podría convertirse en la puerta SE. del Ensanche si

para ello se adoptaran las oportunas medidas. En tal caso, convendría facilitar y

enfatizar la visibilidad y permeabilidad del pórtico NE. del Monumento con Av.

Juan Pablo II, considerando en su caso la eliminación, aislada y puntual, de

arbolado.

El tramo de la c/Aoiz que actualmente discurre por la trasera del Monumento

debe recibir medidas de calmado de tráfico para favorecer el acceso peatonal. La

presencia de equipamientos públicos —centros de salud y de la mujer, centro

Ninia Etxea— con espacios de aparcamiento y amplias aceras ante ellos es una

oportunidad para reestructurar parte de este tramo; es preciso buscar una mayor

relación de esta franja con la Plaza de la Libertad y los posibles usos de los

pabellones laterales del conjunto, reforzando las interacción entre la delantera y

la trasera del Monumento de cara a corregir en el futuro su actual

unidireccionalidad.

La posible desaparición del edificio actualmente ocupado por la British School

of Navarra debe ser aprovechada para crear un espacio peatonal o verde a modo

de antesala de la Plaza de la Libertad, en continuidad con la cuña verde que

actualmente remata el parque de reciente creación al NO. de Lezkairu. En

relación al acceso a este nuevo barrio, deben explorarse fórmulas para que el

Club de Tenis replantee su fachada a este punto estratégico de la ciudad. Por

último, debe buscarse una posible articulación de la remodelación de la trasera y

acceso oeste de la Plaza de la Libertad con los itinerarios peatonales que puedan

preverse en el PEAU de La Milagrosa, facilitando la accesibilidad y

contribuyendo a integrar este área en la vida del Ensanche y los nuevos

desarrollos.

Madrid, 28 de febrero de 2018

Carlos Sambricio Rivera-Echegaray Álvaro Sevilla Buitrago

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DESARROLLO DETALLADO DEL INFORME

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  El conjunto del Monumento a los Caídos en la estructura del Segundo Ensanche

La reflexión sobre el Monumento a los Caídos y su posible futuro debe partir de una valoración

de la implantación del conjunto en el marco del Segundo Ensanche. El proyecto de Serapio

Esparza, aprobado en 1920, fue un ejemplo tardío en la tradición de ensanches inaugurada en

España por las principales ciudades hacia mediados del XIX, muy especialmente Barcelona. El

esquema de Esparza comparte ciertos rasgos superficiales con éste último, pero se distancia de él

en aspectos estructurales como el tamaño de las manzanas, el rol y envergadura de las vías

diagonales y las rondas de cierre, o la articulación con los principales espacios verdes. En

Pamplona estos últimos compensan la escasez de espacios libres interiores con una mayor

dotación proporcional de parques perimetrales que definen el borde del Segundo Ensanche de

acuerdo al cauce del Arga y las preexistencias topográficas de la meseta. El espacio que

posteriormente ocuparía el conjunto del Monumento a los Caídos, en el remate de la principal

arteria del ensanche, estaba inicialmente reservado a una gran plaza verde que culminaba el borde

sur de los nuevos desarrollos. Es preciso, en consecuencia, tener en mente esta motivación y

simbolismo inicial de la Avenida Carlos III como gran vía que habría de unir la Plaza del Castillo

con el principal espacio del parque de borde — en suma, dos espacios de reunión planteados

respectivamente como umbrales con el casco antiguo al norte y el campo abierto al sur, a modo

de polos civil y popular de un eje llamado a vertebrar el discurso de la nueva ciudad burguesa. No

cabe duda de que el redactor debió depositar un empeño y significado especial en este nuevo eje,

teniendo en cuenta que la conexión con la Plaza del Castillo era compleja y polémica al requerir

una costosa operación de apertura de su frente sur, incluyendo el derribo y traslado de una

institución como el Teatro Principal.

Fig. 1. Conexión de Plaza del Castillo y plaza verde perimetral en el plan de Serapio Esparza para el Segundo Ensanche.

La apreciación de esta condición morfológica y simbólica en la estructura inicial del Segundo

Ensanche permite comprender en qué medida el conjunto del Monumento a los Caídos supone

no sólo una transformación, sino una traición del carácter inicialmente previsto por Esparza.

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  También la operación de los Caídos aspira a producir discurso e imaginario colectivo a través del

medio construido, pero en este caso desplegando una ética y estética del orden social

irreconciliable con los presupuestos originales del ensanche. El proyecto formaba parte de un

programa más amplio con el que la recién inaugurada dictadura pretendía resignificar el conjunto

de la ciudad, empleando intervenciones aisladas de envergadura variable. En ese sentido, hay que

recordar que el proyecto es coetáneo a importantes operaciones de reforma interior en el casco

histórico, especialmente la remodelación del entorno de la Casa Consistorial para ampliar la plaza

y sus accesos, y parte de San Cernin y San Nicolás, actuaciones dirigidas por Víctor Eusa a partir

de 1940. José Yárnoz, el otro artífice del Monumento a los Caídos, es responsable, en paralelo al

desarrollo de éste a principios de la década de 1950, de otros dos proyectos puntuales de gran

calado: la reestructuración del propio edificio del Ayuntamiento y la transformación en museo del

Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia. El régimen, por tanto, había puesto en marcha

una campaña para suplantar los viejos valores urbanos por un nuevo relato, recurriendo a un

enfático y frío neoclasicismo institucional para subrayar la presencia estatal tanto en la ciudad

histórica como en el ensanche.

Fig. 2. La alteración del remate del Segundo Ensanche por la introducción del conjunto del Monumento a los Caídos. Nótese también la previsión, no realizada, de un frente de vivienda unifamiliar sustituyendo el parque de borde.

En el caso del enclave de nueva creación asociado a los Caídos esta estrategia iba a alterar

dramáticamente el carácter previsto para el eje Castillo-Carlos III. La pieza de parque público y

mirador sobre el borde de la meseta del proyecto de Esparza era sustituida por una plaza cerrada,

introvertida, que sellaba la ciudad con una atmósfera severa e institucional. Se introducía así una

tensión obvia entre el carácter civil de la Plaza del Castillo, expresada en un paisaje menudo, a

medio camino entre lo noble y lo vernacular, producido por la agregación parcelaria y la

coreografía del trasiego cotidiano en un extremo de la avenida, y la monumentalidad fría de la

actual Plaza de la Libertad en el extremo opuesto, diseñada expresamente para inhibir el uso

público y resaltar su condición funeraria. La peatonalización de la Avenida Carlos III a principios

del nuevo milenio ha contribuido a profundizar esa contradicción. Existe en la actualidad un

contraste manifiesto entre la actividad y dinamismo de la arteria y el carácter a menudo desierto

del entorno del Monumento. En todo caso, a pesar de su carácter marginal en la vida cotidiana de

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  la ciudad y en particular de este eje, el conjunto proyecta una presencia ominosa sobre la imagen

urbana general gracias a su cúpula, dominante sobre la perspectiva lejana de la avenida y desde la

Plaza del Castillo como recordatorio de una tensión simbólica, funcional e histórica no resuelta.

Fig. 3 y 4. Contraste entre la Plaza del Castillo —con la cúpula del Monumento dominando la perspectiva de Av. Carlos III— y la Plaza de la Libertad poco después de la creación de ésta.

Más allá de estos aspectos paisajísticos y simbólicos, la operación del Monumento a los Caídos

supuso una importante ruptura funcional en la estructura del ensanche al interrumpir la

continuidad de la avenida de ronda perimetral que cosía los nuevos crecimientos, dividida en dos

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  tramos, las actuales Av. de Galicia y c/ Aoiz. A ello debía sumarse la recalificación residencial de

buena parte de los suelos cedidos por el consistorio y destinados a zona verde con la propuesta —

no realizada— de ocupación residencial de la fachada del parque de borde y, sobre todo, la

creación de una agrupación de manzanas de alta densidad en torno al Monumento a los Caídos,

posteriormente ampliadas con la inclusión de los bloques lineales frente a sus pabellones laterales

y la elevación de la altura de edificación de siete a nueve plantas. Se puede concluir por tanto que,

lejos de ser una operación puntual o autocontenida, el proyecto del conjunto constituye en su

momento una alteración radical de las concepciones urbanas previas, tanto a nivel funcional

como simbólico y, en no menor medida, económico, con una subordinación del interés general y

la dotación pública a estrategias privadas y el aparato ideológico del estado. Esta indiferencia hacia

el marco urbano heredado o, mejor dicho, la abierta voluntad de suplantarlo, debe ser tenida en

cuenta para relativizar actuales llamadas a la conservación estricta del enclave en razón de su

supuesto valor artístico.

Fig. 5 y 6. Proyectos sucesivos para la plaza frente al Monumento, con la incorporación en el segundo de volúmenes residenciales frente a los pabellones laterales.

Las propuestas de actuación sobre el conjunto deberían por tanto partir de esta problemática y

ser conscientes de cómo la intervención sobre el Monumento y la Plaza de la Libertad puede

contribuir a replantear la estructura y paisaje urbano del Segundo Ensanche, particularmente en la

Avenida Carlos III, resignificando el relato material de la conexión entre casco antiguo y

desarrollos históricos. Es lo que podríamos denominar el ‘efecto de escala’ de las operaciones en

el seno de la plaza y el edificio; las propuestas deben tenerlo en cuenta para maximizar el impacto

positivo de sus medidas. En ese sentido, se sugiere la necesidad de incorporar en ellas:

- Una apuesta decidida por restituir a la Plaza de la Libertad el carácter cívico, popular,

implícito en la condición del ámbito como espacio verde de reunión en el Segundo

Ensanche, espejo de la Plaza del Castillo y remate del actual eje peatonal de Carlos

III. Cualesquiera sean los usos futuros del edificio de los Caídos o instalaciones que

lo sustituyan, debería hacerse un esfuerzo por suavizar el carácter institucional y

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solemnidad del conjunto, tanto en la programación y como en el diseño de la

atmósfera del espacio renovado. No se persigue ‘dulcificar’ o maquillar un pasado

que permanecerá siempre dramático, sino promover un proceso de reapropiación

colectiva del ámbito y su entorno que debe empezar por su condición simbólica en la

escala urbana general, suplantando los vestigios simbólicos del proyecto del mismo

modo que éste se superpuso y adulteró la narrativa inicial del ensanche. En el

apartado específico sobre edificio y espacio público inmediato se darán pautas más

detalladas de vías posibles para lograr este objetivo; basta recordar, al nivel de este

epígrafe, la necesidad de valorar siempre el alcance de aquéllas en la escala más

amplia.

- En particular, es necesario a este nivel una reflexión sobre la posible alteración de la

cúpula, como acción de resignificación con mayor alcance potencial dada su

presencia visual en el recorrido lejano por Carlos III y Plaza del Castillo.

La articulación entre el Segundo Ensanche y los nuevos desarrollos

Uno de los aspectos cruciales relacionados con la futura operación sobre el conjunto de los

Caídos es la articulación entre ciudad consolidada y nuevos desarrollos, en particular el carácter

de rótula o charnela entre el Segundo Ensanche y Lezkairu que presenta la secuencia Plaza de la

Libertad – Monumento – Parque Serapio Esparza. El problema se remonta a la época de

creación del conjunto cuando, aún sin haberse completado su construcción, se constata cuán

disfuncional resultaba la condición del monumento como ‘remate’ o cierre de la principal arteria

de comunicación del ensanche, de cara a la futura expansión sur de la ciudad. Ya en 1945 el

informe preparado para el ayuntamiento por Pedro Bidagor —futuro supervisor del Plan General

de Alineaciones redactado por Manuel Muñoz Monasterio en 1957— prevé crecimientos al SE.

de los Caídos, anticipando los problemas de continuidad de la trama urbana más allá del

ensanche. Dicho informe sugería una solución que habría suprimido parte de las manzanas

residenciales en los flancos del conjunto para introducir una bifurcación simétrica respecto a

Avenida Carlos III, enfatizando aún más la monumentalidad de la pieza central. Esta opción, así

como la previsión de recuperación del trazado de ronda y su replicación en una vía anular en la

trasera del conjunto, desaparece en el Plan de Muñoz Monasterio, que parece renunciar a la

permeabilidad del tejido tanto en sentido norte-sur como este-oeste. El PG57 incluía nuevos

desarrollos de baja densidad al sur del ensanche, a modo de ciudad-jardín claramente

diferenciada de éste en su morfología y tipología, también en su dimensión social. Este contraste,

el carácter periurbano de los nuevos desarrollos y la difícil topografía del borde sur de la meseta

justificaban una ordenación del viario sumamente confusa, que incrementaba aún más los

conflictos de comunicación futura en la zona. El conjunto de los Caídos se consolidaba de ese

modo como auténtica frontera entre barrios entendidos como mundos separados.

La presión demográfica en la década de 1960 supondría en todo caso una alteración en las

previsiones del Plan, con la paulatina consolidación de áreas de vivienda multifamiliar en espacios

destinados a residencia de baja densidad, entre otros al sur del ensanche, en la trasera del

monumento. El Plan General de 1984, muy crítico con la situación heredada, fijó una estructura

más ordenada para el sureste de la meseta, cancelando en todo caso la posible continuidad de

Carlos III como arteria vertebradora más allá del monumento. Esta situación es corregida en el

Plan General de 2002, que apuesta más decididamente por conservar el potencial de ese eje

estructural con la prolongación directa en la trasera del monumento hacia la Avenida Juan Pablo

II —vía central de Lezkairu— y su conexión con Mutilva Baja y la PA-30. El nodo en torno a los

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  Caídos recuperaba entonces su condición de potencial puerta SE. de la ciudad histórica

entendida como suma de casco antiguo y primeros ensanches.

Fig, 7. Esquema de ordenación urbana del Informe redactado por Pedro Bidagor en 1945, anticipando el desarrollo de suelo en la trasera del Monumento.

Fig, 8. Plan General de 1957. Se aprecia la consolidación del conjunto del Monumento a los Caídos como ruptura de la ronda perimetral del Segundo Ensanche y frontera entre éste y los nuevos desarrollos al sur, previstos en ese momento como suelo destinados a uso residencial de baja densidad.

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Fig. 9. Detalle de la propuesta de Estructura General del Plan General de 2002, con la previsión del desarrollo de Lezkairu.

Esta posibilidad, sin embargo, se ve dificultada por la topografía y las preexistencias

consolidadas en el umbral entre la c/ Aoiz y la c/ Monte Monjardín. Los volúmenes existentes

limitan las vistas y obligan a un quiebro en la desembocadura de la Avenida Juan Pablo II. A

excepción del edificio actualmente ocupado por la British School of Navarra, que se trasladará a

Gorraiz en unos meses y para el que está prevista una corrección de alineaciones, el resto de

estructuras son en su mayoría de reciente construcción y han de ser conservadas, lo que limita el

posible efecto escenográfico de la conexión de viejos y nuevos desarrollos. A este hándicap debe

añadirse la presencia del Club de Tenis en Av. Juan Pablo II con c/ Monte Monjardín. Sus

amplias instalaciones presentan un frente prácticamente opaco de más de 300 m. de longitud en

la que debería ser una franja con un marcado carácter urbano, dinámico, en el arranque del

nuevo barrio de Lezkairu.

Es preciso advertir además que la actuación sobre el entorno del monumento podría suponer

una oportunidad para reforzar las conexiones e itinerarios hacia el barrio de la Milagrosa, área

tradicional que presenta un fuerte contraste con los nuevos desarrollos en el entorno, tanto a nivel

sociodemográfico —con una mezcla de población española envejecida y jóvenes migrantes— como

morfológico. El Plan Especial de Actuación Urbana para La Milagrosa, en curso de redacción,

incorporará previsiones de reurbanización que deben ser consideradas en su momento para

explorar potenciales sinergias, especialmente la posibilidad de crear recorridos peatonales,

exclusivos o en viario de coexistencia, que faciliten el acceso a un enclave de espacio público que

funcionaría de este modo como puerta y punto de encuentro de diversos sectores de la ciudad.

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Fig. 10 y 11. Dos impresiones de la aproximación al entorno del Monumento desde Lezkairu. La modificación de alineaciones en la parcela actualmente ocupada por la British School of Navarra (arriba, en el centro de la imagen) permitirá abrir las vistas sobre el Parque Serapio Esparza y el Monumento en el acceso desde el SE.

Fig. 12. El panorama sobre Lezkairu desde la intersección de c/ Monte Monjardín y Av. Juan Pablo II. El actual frente del Club de Tenis resulta inapropiado para cualificar este entorno estratégico en la unión de ciudad vieja y nueva.

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Fig. 10. La Plaza de la Libertad como Puerta SE. de la ciudad histórica: diagrama del eje central Castillo – Carlos III – Libertad – Juan Pablo II, las conexiones trasversales a reforzar con el eje verde de conexión con Mendillorri y los posibles itinerarios peatonales del PEAU de La Milagrosa, y la fachada conflictiva del Club de Tenis.

Actualmente, por tanto, la potencial continuidad estructural del eje Av. Carlos III – Av. Juan

Pablo II se ve inhibida por una serie de condicionantes morfológicos, volumétricos y funcionales.

En ese sentido, y mencionando de momento sólo acciones de permeabilización relacionadas con

la conexión entre barrios, se sugiere que las propuestas sobre el conjunto deberían:

- Explorar un refuerzo de la salida peatonal a Lezkairu y la Milagrosa. En lo que se

refiere al tráfico rodado la salida sur del ensanche debe seguir confiándose

fundamentalmente a la Av. Galicia por la c/ Francisco Bergamín Kalea o bien al

tramo final de desembocadura de la c/ Aoiz en la c/ Monte Monjardín, recogiendo el

tráfico de c/ Amaya y c/ Aralar.

- En nuestra opinión el cambio de alineaciones previsto para el edificio actualmente

ocupado por la British School of Navarra debe ser también aprovechado en este

sentido para favorecer el acceso peatonal desde el SE. antes que para prolongar el

tráfico rodado de la c/ Amaya, creando una pequeña plaza a modo de antesala del

conjunto y facilitando la conexión con el cinturón verde de unión con Lezkairu,

Mendillorri y el medio rural.

- Ligada a las anteriores acciones, resultaría interesante dar continuidad a los

recorridos de carril-bici de Lezkairu y Mendillorri que actualmente terminan sin

continuidad en la puerta del ensanche. La penetración de recorridos ciclistas hasta la

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Plaza de la Libertad invitaría a posteriores reconsideraciones de su posible rol en la

Avenida Carlos III.

- Explorar posibles soluciones para dinamizar y permeabilizar la fachada oeste del

primer tramo de Av. Juan Pablo II, en particular en lo referido al frente del Club de

Tenis. Sería recomendable alcanzar acuerdos con esta institución o buscar los medios

para condicionar futuras reformas a la creación de una fachada urbana, activa y bien

configurada, hacia el arranque de Lezkairu, o, al menos, consolidar accesos a las

instalaciones desde este tramo para asegurar una mínima permeabilidad y

dinamismo.

El Monumento y su entorno inmediato

En relación a la pieza del Monumento a los Caídos y el espacio público que la rodea de forma

inmediata es preciso reflexionar sobre seis puntos concretos: en primer lugar, entender de qué

forma desacralizar la pieza central; luego, redefinir fachada y arquerías, así como jardines y

estanque; en tercer lugar, actuar en la Iglesia y centro educativo adjunto y, en consecuencia, en las

plataformas definidas frente a la fachada principal; así mismo, valorar los soportales en las

manzanas residenciales, hoy sin apenas uso; a continuación, resolver, en el entorno de la fachada

posterior, la comunicación entre las barriadas situadas en una cota inferior y el segundo Ensanche

de Pamplona; por último, enfatizar como charnela la embocadura de Av. Carlos III con la Plaza

de la Libertad.

Reflexionar sobre la pieza y su entorno debe realizarse siendo conscientes de que el conjunto

concebido a comienzos de los años 1940 ha sufrido, en los últimos 70 años, importantes

transformaciones. Como se ha señalado en anteriores apartados, si en un principio el proyecto se

trazó en un espacio yermo, cuando no existía voluntad por construir más allá del límite del

Segundo Ensanche, en un pasado reciente el entorno ha cambiado. Ocurre así que edificaciones

como el ambulatorio municipal y otros equipamientos construidos en las inmediaciones de la

pieza impiden una solución no traumática cuando lo sencillo hubiera sido que arquerías y pieza

central, lejos de considerarse remate de la ciudad, se hubieran convertido en ‘puerta’ de acceso a

las nuevas barriadas.

Cuando, tras la Guerra, se proyectó el Monumento, la idea era disponerlo en la Ronda

definida por el Segundo Ensanche, a eje con la plaza del Castillo, consciente de cuánto con ello se

cerraba la perspectiva. Buscando enfatizar ese efecto, no sólo se proyectó el monumento sino que

se concibieron unas arquerías que ceñían el espacio proyectado y, a través de los vanos,

posibilitaban contemplar un impreciso territorio. Las puertas de ciudad construidas durante el

siglo XVIII mostraban habitualmente una doble fachada —más rica la exterior que la interior,

buscando demostrar al visitante la riqueza de la urbe— y los arcos triunfales construidos durante el

siglo XVIII y XIX se coronaban con un conjunto triunfal que abría paso a las tropas victoriosas.

Muchos de los proyectos “heroicos” trazados en el primer franquismo valoraron sus piezas

centrales no como referencia a la victoria sino como homenaje a quien la consiguió,

rememorando la lucha y glosando la victoria. Estas iniciativas forzaban la dimensión urbana de los

proyectos, ordenando un espacio y planteando la pieza en sí misma más como escultura que

como arquitectura. Desde esta idea, en Pamplona el Monumento dispuesto en la Ronda se trazó

con idea de rematar y poner en valor una vía comercial.

La ruptura de la continuidad del trazado que imponía el Segundo Ensanche implicó sacralizar

un enclave específico, proponiendo un modelo urbano diferente. Yárnoz y Eusa tenían como

referencia el proyecto que pocos años antes Luis Moya había ideado en su Monumento a la

Exaltación Nacional para Madrid, en el espacio “sagrado” donde antes estuviera en el Cuartel de

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  la Montaña. Publicado en Vértice en 1940, el proyecto se componía de un conjunto de piezas,

dispuestas a distancia unas de otras en una amplia superficie, donde los arcos de triunfo

posibilitaban la visión de una pirámide de gran altura; en su interior un grupo escultórico repre-

sentaba el difícil ascenso de unos “héroes” que buscaban coronar un impreciso elemento vertical,

portando no sólo una bandera sino también la Cruz.

Figs. 11, 12 y 13. Luis Moya, Monumento a la Exaltación Nacional

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Figs. 14, 15 y 16. El concepto de cripta central en el proyecto de Luis Moya y en el Monumento a los Caídos de Pamplona.

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Ignorar cuánto el proyecto de Moya influyó en la propuesta navarra sería equivocado: la

novedad pamplonesa radicó tanto en definir como parte fundamental del proyecto las arquerías

que cerraban la perspectiva como en proponer una plaza de grandes dimensiones, trazada toda

ella con un mismo lenguaje grandilocuente. El tratamiento dado a aquel espacio se diferenciaba

del inmediato de la Av. Carlos III, calle caracterizada por ser un auténtico catálogo de la

arquitectura del primer tercio del XX y, por esta razón, la embocadura de una en la otra servía

para diferenciar y aislar un espacio ahora sacralizado de otro entendido como comercial.

Buscando enfatizar dicho efecto y diferenciar este espacio del resto del Ensanche, los bloques de

vivienda que configuraban la Plaza se proyectaron elevando la altura a nueve plantas, con lo que

el conjunto adquiría un inusitado carácter grandioso.

Fig. 17. Karl Friedrich Schinkel, proyecto imaginario para Orianda, 1837

La diferencia entre la propuesta navarra y el proyecto de Moya en Madrid era clara: si en este

último no existía perspectiva, en Pamplona se buscó, precisamente, imponer la presencia de la

pieza como elemento último en el eje urbano más importante y representativo, razón por la que

la cúpula del Monumento cobró importancia fundamental en el paisaje urbano. A su vez, el

proyecto de Yárnoz y Eusa se concibió desde parámetros urbanos, diferenciándose, por ejemplo,

de la Cruz de Cuelgamuros, por cuanto que allí primó percibir ésta desde la lontananza.

Conscientes de cuanto la aspiración conmemorativa no tenía necesariamente una función urbana,

sino escenográfica, los arquitectos alemanes que antes y después de la Primera Guerra Mundial

idearon propuestas de monumentos conmemorativos —entre otros a las víctimas de conflictos

bélicos— buscaron imponer la presencia del conjunto desde una altura superior, jugando con el

distanciamiento de manera similar al modo empleado por Schinkel en su imaginación para

Orianda. Estos temas, en todo caso, eran ajenos a la propuesta navarra. Donde quizá sí existió

semejanza en valoración de aspectos concretos —por ejemplo, en la plataforma mediante la cual

se accedía al Monumento— fue en el Sacrario Militare di Redipuglia, monumento que Giovanni

Greppi construyó en las inmediaciones de Trieste durante el mandato de Mussolini, pocos años

antes del proyecto de Eusa y Yárnoz.

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Fig. 18. Mies van der Rohe, monumento a Bismarck, 1910

Figs. 19 y 20. Wilhelm Kreis, proyectos de monumentos conmemorativos a los

caídos en las guerras mundiales (1931 y 1942)

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Figs. 21, 22 y 23. Giovanni Greppi, Sacrario Militare di Redipuglia, 1935-8.

Prueba de cuánto la referencia urbana del proyecto fue determinante se advierte al observar

cómo la trasera de la pieza —la que habría podido explotarse en un sentido escenográfico similar a

las imágenes que acompañan estas páginas, por su diferencia de cota— no interesaba, al asumirse

que la ciudad debía quedar ceñida al límite marcado por la Ronda, importando poco cuanto

ocurriera al otro lado. En consecuencia, lo situado no sólo más allá sino, incluso, en una cota muy

inferior, no interesaba y, por esa razón, la fachada posterior del edificio se entendió como remate

carente de trascendencia. El proyecto inicial valoró arquerías y monumento como muralla sólo

perceptible desde el interior, sin considerar la posible condición de ‘puerta’ de la ciudad. Si en su

día Max Weber resaltó las connotaciones ideológicas de éstas al señalar cómo quien las

traspasaba abandonaba un sistema feudal y entraba en un tipo de sociedad regido por leyes y

normas —acorde con la vieja idea alemana Stadtluft macht frei, “el aire de la ciudad hace libre”—,

en Pamplona el Monumento a los Caídos negó la oportunidad de introducir una reflexión

simbólica equivalente, proyectándose, por así decirlo, sin fachada posterior.

En relación a la edificación residencial perimetral, la decisión tomada en su día al unificar

arquitectónicamente las fachadas de los bloques que dan a la plaza debe ser valorada por lo

excepcional que en Pamplona resulta como imagen urbana. Unificar la plaza en el XVII —se

tratara de los parisinos Vosgos o de las españolas plazas Mayores— fue la opción de una

“arquitectura del Poder” que, reinterpretada en los primeros años del XIX, se hizo presente tanto

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  en la también parisina rue Rivoli como en el reconstruido San Sebastián, cuando en 1813 Pedro

Manuel de Ugartemendía —consciente de las dificultades que los propietarios de los solares

ponían al trazado de una nueva población— optó por unas más que rígidas ordenanzas que

reconfiguraron “el Viejo” como proyecto aparentemente trazado con una sola mano y en un

mismo momento (si bien fueron muchas las manos y su construcción se dilató casi 50 años),

confiriendo una ciudad con identidad formal propia.

Figs. 24 y 25. Nancy, Place Stanislas y Place Carrière

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En consecuencia, las actuaciones sobre el Monumento deben contemplar los seis puntos antes

señalados y tener presente cuánto el objetivo central es desacralizar el edificio y redefinir lo que

en su día se quiso fuera espacio solemne y representativo. Intervenir en él supone asumir la idea

de que, por encima de la rehabilitación o nuevo uso del monumento, es preciso dar respuesta

arquitectónica a un problema urbanístico, tal y como se ha explorado en apartados anteriores. Es

necesario no sólo desacralizar el monumento sino dar nuevo contenido a la plaza de honor que

en su día se planteó como espacio representativo. Desacralizar implica entender que tanto las

arquerías laterales como las dos piezas situadas en su extremo —iglesia y centro educacional—

deben incluirse en la reflexión. Desacralizar supone cuestionar el actual diseño de los jardines, el

estanque existente, las calles laterales y los usos dados a unos soportales que, de manera

sorprendente, lejos de albergar una vida ciudadana —en contraste con el uso del espacio urbano

que existe en Av. Carlos III, a apenas 20 m.— apenas presentan actividad, dominados por

imponentes locales entendidos más como espacio de oficinas que no como terciario comercial.

Revitalizar la plaza, intensificando su uso cotidiano, debería ser el principal objetivo de las

propuestas.

El tráfico en el interior de la plaza es de poca intensidad y supone un problema menor. Sería

recomendable eliminar los aparcamientos en superficie, establecer una continuidad entre el

espacio de la plaza y los soportales bajo los edificios y limitar el tránsito por las vías laterales al

acceso al parking. Se deben explorar fórmulas para incentivar la localización de comercio en los

soportales, en su caso autorizando y facilitando la ocupación del espacio inmediato con terrazas.

El tráfico rodado puede canalizarse hacia las calles Amaya y Francisco Benjamín Kalea. En este

sentido, desde la convicción de que la Plaza debe sustituir en importancia lo que antes era

Monumento a los Caídos, se hace preciso considerar cuánto debe dejar de ser el límite urbano

prefigurado en su día para convertirse en puerta de acceso de los nuevos barrios a la ciudad

histórica. Valorar la transparencia que definen las arquerías tendrá como resultado no tanto

marcar límites o definir periferias urbanas cuanto ser charnela entre la antigua y la nueva

población. Si plaza y soportales deben ser tratados de manera nueva, recordemos también la im-

portancia que en el proyecto cobran las terrazas que posibilitan el tránsito de los jardines al

Monumento. Buscando realzar su sentido, valoremos cuánto las terrazas no sólo deberán ser

planos escalonados que pongan en comunicación la pieza central y una Plaza situada en cota

inferior sino que deberán ser rellano que posibilite el paso hacia los laterales de la Plaza y Parque

Serapio Esparza, en consecuencia, fundamentales para integrar la misma en la trama del

ensanche. Más allá de dichas terrazas, la posible reordenación del Parque Serapio Esparza debe

facilitar y enfatizar la visibilidad y permeabilidad del pórtico NE. del Monumento con Av. Juan

Pablo II, considerando en su caso la eliminación, aislada y puntual, de arbolado. El tramo de la

c/Aoiz que actualmente discurre por la trasera del Monumento debe recibir medidas de calmado

de tráfico para favorecer el acceso peatonal. La presencia de equipamientos públicos —centros de

salud y de la mujer, centro Ninia Etxea— con espacios de aparcamiento y amplias aceras ante ellos

es una oportunidad para reestructurar parte de este tramo; es preciso buscar una mayor relación

de esta franja con la Plaza de la Libertad y los posibles usos de los pabellones laterales del

conjunto para reforzar la interacción entre la delantera y la trasera del Monumento. Como se ha

señalado en el anterior apartado, la posible desaparición del edificio actualmente ocupado por la

British School of Navarra debe ser aprovechada para crear un espacio peatonal o verde a modo

de antesala de la Plaza de la Libertad, en continuidad con la cuña verde que actualmente remata

el parque de reciente creación al NO. de Lezkairu.

Con todo, la clave y aspecto más delicado en cualquier posible actuación es sin duda el

tratamiento que debe darse al edificio central de los Caídos. Referencia aún hoy de quienes

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Fig. 26 y 27. El Monumento a los Caídos: sugerencia, puramente tentativa, de uno de los estados intermedios en el

proceso, con el vaciado del interior y la conversión de la rotonda central en espacio público de continuidad con la Plaza

de la Libertad.

añoran momentos ya pasados, lejos de ser un espacio neutro todo cuanto existe en su interior —

frescos en la cúpula, leyendas, cripta, etc.— testimonia un espíritu de confrontación y choque que

debe ser eliminado. Ocupar su interior con equipamientos convencionales como una biblioteca,

un espacio infantil, exposiciones temporales, etc. sería absolutamente incompatible por cuanto

aquel ambiente rezuma hostilidad y antagonismo. En su caso estos usos dotacionales —u otros

contenidos expositivos o museísticos relacionados con la memoria histórica— deberían disponerse

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  en los edificios laterales, contemplándose la posible sustitución de las actuales actividades

religiosas y educativas. En consecuencia la propuesta que nos atrevemos formular es clara: cerrar

a cal y canto el edificio, clausurar la cripta, suprimir la simbología, llevar los oficios religiosos a

otro lugar y esperar que el recuerdo se difumine y la memoria se diluya, que el edificio pierda su

carácter testimonial aún latente. De este modo se abriría un horizonte de posibles escenarios

sucesivos, planteados aquí como abstracciones de estadios evolutivos graduales, diagramas de

modos de actuación antes que medidas concretas de diseño o intervención que deberán con-

cretarse en el futuro concurso. En primer lugar, se sugiere expresar la voluntad de impedir el uso

del espacio de forma clara. El cierre del acceso deberá hacerse de manera contundente, como

gesto radical que cuestiona la posibilidad de habitar este espacio a corto plazo. Se trata, en

consecuencia, de cancelar los usos actuales con un poderoso gesto emblemático que haga patente

cuánto el edificio no está clausurado por azar sino, por el contrario, desde el deseo de negar, de

dar al traste con la sacralización de lo inaceptable. Cabría, en este sentido y como ejemplo,

disponer inmediata a la puerta principal una gigantesca losa, vertical, que impidiera abrir puertas e

hiciera patente el deseo por transformar en el futuro lo que significa el monumento.

Posteriormente —aunque la secuencia temporal se plantea aquí sólo como expresión de una

erosión paulatina de la memoria— se plantearía un escenario más abierto a la reapropiación y

resignificación de la pieza central. Manejamos la imagen metafórica del vaciado del edificio

central, privado de cubierta y cúpula, para expresar esta aspiración de suprimir en el futuro sus

pretensiones simbólicas originales, las connotaciones de su verticalidad, compartidas con el

concepto de ascensión en otros proyectos de la época. Esta abstracción, en todo caso, ilustra

también la idea de permeabilizar el Monumento, a través de los soportales o su rotonda central,

prefigurando un estadio posterior en el que el espacio, ya aliviado del peso del pasado, pueda ser

replanteado, bien como extensión de la plaza, bien como sede de nuevas actividades cívicas.

Creemos que una aproximación de este tipo, gradual y sensible a la presencia de imaginarios

espaciales antagónicos, pero también flexible a la posibilidad de recibir alternativas de diseño

contundentes, resulta más apropiada que el derribo total e inmediato del Monumento, como en

algún momento se ha sugerido. Esta actitud supondría reincidir en el espíritu de enfrentamiento

antes mencionado. Quien visite las páginas de Internet verá cómo, buscando defender posiciones

ideológicas opuestas, se argumenta contra esa posición valorando la supuesta calidad artística del

conjunto, calificando el edificio de “bellísimo”. Caer en tal debate sería absurdo: como hemos

mencionado buena parte de las tareas más urgentes son de índole urbanística y afectan al entorno

de la pieza. Estas acciones, en todo caso, contribuirán a intensificar el uso cotidiano y la vitalidad

del espacio público frente al Monumento, en sus laterales y trasera, en la plataforma de acceso y

los jardines circundantes, lo que en sí mismo transformará el carácter de un espacio trazado en

tonos funerarios en los efluvios de la posguerra.