Ilustraciones: Alex Dukal · meterlo en la cama y en la bolsa de la merienda y ... la canción de...

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Edición: Anabel JuradoDiseño: Marcelo TorresIlustración: Alex Dukal

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

© 2014 by Magdalena Helguera© 2014 by EDICIONES URANO S.A. - ArgentinaPaseo Colón 221, Piso 6, C1063ACC - Ciudad de Buenos [email protected] / www.uranitolibros.com.ar

1a. edición

ISBN 978-987-703-056-3 Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723

Impreso en Gráfica PinterDiógenes Taborda 48/50 – CABAJunio 2014

Impreso en Argentina. Printed in Argentina

Helguera, Magdalena Misterio del pollo mutante / Magdalena Helguera ; ilustrado por Alex Dukal. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Uranito Editores, 2014. 64 p. : il. ; 28x20 cm.

ISBN 978-987-703-056-3

1. Narrativa Infantil Uruguaya. I. Dukal, Alex , ilus. II. Título CDD U863.928 2

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Magdalena Helguera

Ilustraciones: Alex Dukal

URANITO EDITORES

ARGENTINA – CHILE – COLOMBIA – ESPAÑAESTADOS UNIDOS – MÉXICO – PERÚ – URUGUAY – VENEZUELA

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A mi hermano Tato (y sus conejos)y a mi hermana Inés,

quien de chica solía correrperseguida por una cuchara.

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INDICE

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Misterio del pollo mutante

Mi hermanita y la leche

Operación almuerzo

El fantasma del tomate

Triste historia de la croqueta

Pelelas, nunca más

Glosario

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ahora quieren que coma conejo.

Mi juguete preferido hasta los cuatro años fue un coneji-to de peluche. Amarillo, con una moñita en el cuello y una son-risa dientuda como de aviso de pasta de dientes. Despelusado lo dejé de tanto llevarlo y traerlo y pasearlo en el camión rojo y meterlo en la cama y en la bolsa de la merienda y en el canas-to del triciclo, y alguna vez –todavía me acuerdo– hasta en la bañera. Mamá lo guarda, bien lavadito, en la caja que tiene mi primera batita y mi último chupete, los escarpines celestes, la pinza del ombligo y todas esas cosas de los bebés que guardan las madres.

A los cinco me tocó hacer de conejo en la fiesta de fin de año, cuando cantamos la canción de los habitantes del bosque y ha-bía ciervos y ranas y caracoles y no sé cuántos bichos más, y Guille y yo, de conejos. La abuela en persona me hizo el disfraz, todo celeste con las patitas blancas y las orejas de esponja y el pompón de lana en la cola. Quedaba medio bobón, pero lindo.

A los seis, en primer año, llevé todo el año la mochila de Bugs Bunny, que todavía la tengo, medio roñosa, la pobre, pero la tengo. Papá mismo me la compró, sin que yo le dijera que que-ría de Bugs Bunny, ni nada; fue él quien la eligió y me la trajo de sorpresa. Y a los siete, el año pasado, fuimos de paseo a la granja que tenía criadero de cunicultura y estuvimos como dos horas

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viendo las conejas grandes y blancas de ojos rojos y los conejos medianos con manchas negras y los gazapitos recién nacidos y el conejo enano de orejas caídas que a la maestra le gustó tanto, tanto, que al final se lo compró y a la semana siguiente lo llevó a la clase para que siguiéramos observándolo. Los tres –mamá, papá y la abuela– me llevaron a la escuela ese día para decirme “que te diviertas” y “portate bien” y acomodarme el gorro y dar-me besos y hacerme adiós con la mano cuando ya estaba en el ómnibus, como si me fuera a vivir a la China.

Y ahora, quieren que coma conejo. ¿Qué creen que es su hijo y nieto, un caníbal? Todo porque papá se encontró con ese compañero de clase que hacía tanto que no veía y él le contó que tenía una chacra donde producía pollos y huevos y dulces y quesos y conejos y que en ese momento andaba con la camio-neta llena, vendiendo los productos, y mi papá se entusiasmó y para ayudarlo quiso comprarle algo. ¡Algo! ¿Ese “algo” no podía ser una docena de huevos, o un frasco de mermelada, o un que-so casero de esos que parecen el asiento de un banquito que a veces consiguen en la feria? No: ¡tenía que comprarle un conejo!

Siempre el mismo, mi papá, con eso de que hay que probar cosas nuevas. Igual que cuando otro amigo de él trajo de no sé dónde una lata de grillos fritos y convidó en la oficina y todo el mundo salió corriendo con cara de asco, pero él no: él fue y agarró con dos dedos el grillo achicharrado, con patas y todo, y se lo mandó para adentro como si fuera un bombón de fruta de esos que le encantan (aunque no tanto como esas cosas raras que nadie más que él tragaría). Y entonces, como él nunca co-mió conejo y nosotros tampoco y hace tiempo que tenía ganas

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porque le dijeron que es parecido al pollo, pero más rico, ahora va y le compra uno al amigo, que de paso lo ayuda, y quiere que yo me lo coma. Pero yo, ni loco. Ni piensen que voy a probar una mísera pata ni un bocado de pechuga o de nalga o de paleta o como se llamen las partes de comer que trae el pobre conejo.

Lo peor es que se me ocurrió decirles. Grave error. Porque ahora, en vez de ponerme el plato delante y decirme “hoy co-memos conejo”, seguro que mi madre trata de agarrarme dis-traído y hacerme pasar gato por liebre, o mejor dicho, liebre, o conejo, por quién sabe qué cosa.

Como aquella vez que hizo buñuelos de sesos... ¡de sesos! ¿Se dan cuenta? ¿Alguien habrá inventado alguna vez una cosa más asquerosa? Y para que yo comiera, primero no dijo nada de qué eran, solo dijo “hay buñuelos, que están riquísimos”, y cuando pregunté de qué eran ella contestó bajito “de queso”. Estoy se-guro, segurísimo que dijo “de queso”, aunque después, para que yo no creyera que me había mentido –ella que siempre está di-ciendo que hay que decir siempre, siempre la verdad– aclaró que no, que ella había dicho “sesos” y que seguro que yo escu-ché mal porque estaba haciendo mucho ruido al correr la silla para sentarme. Me tuvo que decir eso después de que yo mordí el buñuelo y sentí aquel gusto como a pata sucia y la consisten-cia blandita y babosa, y me fui corriendo a escupir al baño y vol-ví corriendo y gritando que nadie comiera, porque seguro que el queso ese que mamá le había puesto a los buñuelos estaba medio podrido y nos íbamos a morir todos intoxicados.

Así que ahora yo desconfío. Desconfío de todas las comidas de mi madre, y hoy, en especial, de cualquier comida que lleve