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La Catequesis en el Santo Rosario Página 1 Ii senac 2013 – biblia y catequesis CATEQUESIS EN EL SANTO ROSARIO Introducción Con el trasfondo de una actitud de búsqueda que nos ayude a desinstalar prácticas catequísticas obsoletas y repetidas con poco efecto de conversión, y viendoQue la práctica del rezo del Santo Rosario se reduce a grupos pequeños en nuestras parroquias Que no están suficientemente difundidos los fundamentos del Santo Rosario Que su práctica es asumida como un rezo repetitivo del Ave María y el Padre Nuestro Que no se vivencian con ardor los amorosos Misterios que embellecen a esta oración Que necesitamos redescubrir la contemplación de los Santos Misterios del Rosario para enriquecer la transmisión de la fe …nos animamos a proponer una hebra catequística que renueve nuestras vivencias espirituales, desde la contemplación de la Vida de Cristo a través del Santo Rosario, mediante el desarrollo de encuentros teóricos y prácticos que abran a muchos los fundamentos de esta bella oración. ---o0o---

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Ii senac 2013 – biblia y catequesis

CATEQUESIS EN EL SANTO ROSARIO

Introducción

Con el trasfondo de una actitud de búsqueda que nos ayude a desinstalar prácticas catequísticas

obsoletas y repetidas con poco efecto de conversión, y viendo…

Que la práctica del rezo del Santo Rosario se reduce a grupos pequeños en nuestras parroquias

Que no están suficientemente difundidos los fundamentos del Santo Rosario

Que su práctica es asumida como un rezo repetitivo del Ave María y el Padre Nuestro

Que no se vivencian con ardor los amorosos Misterios que embellecen a esta oración

Que necesitamos redescubrir la contemplación de los Santos Misterios del Rosario para enriquecer la

transmisión de la fe

…nos animamos a proponer una hebra catequística que renueve nuestras vivencias

espirituales, desde la contemplación de la Vida de Cristo a través del Santo Rosario, mediante

el desarrollo de encuentros teóricos y prácticos que abran a muchos los fundamentos de esta

bella oración.

---o0o---

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Pensamientos

Conversión.

Dios mostró más su poder con nuestra conversión

Que en el crear de la nada el cielo y la tierra,

Porque hay más oposición entre el pecador y la gracia

Que entre la nada y el ser. (RC)

PADRE PÍO DE PIETRELCINA Los estigmas de la fe.

Editorial San Pablo, 29.

“Todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre, os lo concederá”.

Nunca se nos hubiera ocurrido pedirle a Dios su propio Hijo. Pero lo que el hombre no puede decir ni

concebir, y que no hubiera nunca osado pedir, Dios en su amor lo dijo, lo concibió y lo ejecutó.

¿Nos hubiéramos atrevido nunca a pedir a Dios que su Hijo muriera por nosotros, que nos diera su

Carne para comer, su Sangre para beber? Si esto no fuera verdad, el hombre hubiera podido

imaginarse cosas que Dios no puede hacer; habría ido más lejos que Dios en las invenciones de su

amor. Y esto no es posible.

EL SANTO CURA DE ARS El hombre que se hizo misericordia, por Jorge López Teulón.

Editorial Bonum, 157, 158.

¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo! Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.

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Santo Rosario Santo Domingo de Guzmán, 1214.

Los Misterios GOZOSOS Lunes y Sábados

1. La Anunciación Lucas 1:30-31

“María, no tengas miedo, porque has hallado gracia delante

de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo,

y lo llamarás por nombre Jesús”.

2. La Visitación Lucas 1:42-43

“¡Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto

de tu vientre! ¿Por qué se me concede esto a mí, que la

madre de mi Señor venga a mí?”.

3. La Navidad Lucas 2:7

María dio a luz a su Hijo primogénito y lo envolvió en pañales,

y lo acostó en un pesebre; porque no había lugar para ellos en

la posada.

4. La Presentación Lucas 2:34-35

He aquí, este niño es elegido para caída y levantamiento de

muchos en Israel, y para señal que será revelada a muchos

corazones.

5. Jesús encontrado en el Templo Lucas 2:51-52

Jesús descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a

ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y

Jesús crecía en sabiduría y estatura y en gracia, para con Dios

y los hombres.

Los Misterios DOLOROSOS Martes y Viernes

1. La Agonía de Jesús en el Huerto Marcos 14:36

Jesús oró: “Abba Padre, todas las cosas son posibles para ti,

aparta de mi esta copa; pero que se haga Tu voluntad y no la

mía”.

2. La Flagelación de Jesucristo Marcos 15:15

Pilato, queriendo satisfacer a la multitud, les soló a Barrabás,

y después de azotarlo entregó a Jesús para que fuese

crucificado.

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3. La Coronación de Espinas Marcos 15:17-18

Los soldados lo vistieron con una túnica púrpura y le pusieron

una corona de espinas, y comenzaron luego a saludarle,

“¡Salve, Rey de los Judíos!”.

4. Jesús Cargando la Cruz Juan 19:17

Tomaron, pues a Jesús, y él, cargando su cruz, salió al lugar

llamado de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota.

5. La Crucifixión de Jesucristo Lucas 23:46

Entonces Jesucristo, clamando a gran voz dijo: “Padre en tus

manos encomiendo mi espíritu”. Y habiendo dicho esto,

expiró.

Los Misterios LUMINOSOS Jueves

En su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae publicada el 16 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II

incorporaba una nueva serie de “misterios”, los Luminosos. En estos misterios contemplamos aspectos

importantes de la persona de CRISTO como revelador definitivo de DIOS. Él es quien, declarado Hijo

predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de Él con

sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se

manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo»

(Jn 9, 5).

1. El Bautizo en el Río Jordán Mateo 3:16-17

Cuando Jesús fue bautizado… se abrieron los cielos y vio el

Espíritu de Dios descendiendo como una paloma,… y una voz

desde el cielo dijo “Este es mi Hijo amado, en quién tengo

complacencia”.

2. Las Bodas de Caná Juan 2:1,3,7,11

Había una boda en Caná… Cuando se acabó el vino… Jesús

dijo, “Llenen las jarras con agua”… Esta fue la Primera señal

que Jesús hizo en Caná, Galilea, y manifestó su gloria; y sus

discípulos creyeron en Él.

3. La Proclamación del Reino Marcos 1:14-15

Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús fue a Galilea,

predicando el Evangelio de Dios, y diciendo, “El tiempo ha

llegado, y el Reino de Dios está a sus manos, arrepiéntanse y

crean en el Evangelio”.

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4. La Transfiguración Mateo 17:2

“Y Él se transfiguró ante ellos, y Su cara brillaba como el sol, y

Sus vestiduras se volvieron como la luz”.

5. La Eucaristía 1Corintios 11:24-25

“Coman de mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Hagan

esto en conmemoración mía”… “Esta es la copa de la nueva

alianza, es mi sangre; haced esto todas las veces que la

tomen, en memoria mía”.

Los Misterios GLORIOSOS Domingos y Miércoles

1. La Resurrección Mateo 28:5-6

“No tengan miedo; porque sé que buscan a Jesús quien fue

crucificado. Él no está aquí; Él ha resucitado, tal como lo dijo”.

2. La Ascensión Hechos de los Apóstoles 1:9,11

Ante la vista de los apóstoles, Jesús fue levantado y una nube

que lo envolvió lo ocultó de sus ojos… “Este mismo Jesús, que

ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis

visto ir al cielo”.

3. La Venida del Espíritu Santo Hechos de los Apóstoles 2:2-4

Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento

muy fuerte que soplaba, y aparecieron unas lenguas como de

fuego que se posaron sobre cada uno de ellos, y todos fueron

llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras

lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.

4. La Asunción de la Virgen María Tesalonicenses 4:14,17

De manera que creemos que Jesús murió y resucitó, entonces,

por medio de Jesucristo, Dios llamará con Él a quienes se

durmieron con la esperanza de la resurrección… y estaremos

con el Señor para siempre.

5. La Coronación de María Santísima Apocalipsis 12:1

Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida con el

sol, con la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de

doce estrellas.

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Rezamos Juntos

Como rezar el Rosario

Para recitar el Rosario con verdadero provecho se debe estar en estado de

gracia o por lo menos tener la firme resolución de renunciar al pecado

mortal.

1. Mientras se sostiene el Crucifijo hacer la Señal de la Cruz y luego recitar el Credo.

2. En la primera cuenta grande recitar un Padre Nuestro.

3. En cada una de las tres siguientes cuentas pequeñas recitar un Ave María.

4. Recitar un Gloria antes de la siguiente cuenta grande.

5. Anunciar el primer Misterio del Rosario de ese día y recitar un Padre Nuestro en la siguiente cuenta

grande.

6. En cada una de las diez siguientes cuentas pequeñas (una decena) recitar un Ave María mientras se

reflexiona en el misterio.

7. Recitar un Gloria luego de las diez Ave Marías. También se puede rezar la oración de Fátima.

8. Cada una de las siguientes decenas es recitada de la misma manera: anunciando el

correspondiente misterio, recitando un Padre Nuestro, diez Ave Marías y un Gloria mientras se

medita en el misterio.

9. Cuando se ha concluido el quinto misterio el Rosario suele terminarse con el rezo del Salve Reina.

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Compartiendo Experiencias - Saber y Saber Hacer

a. Trabajo de Campo - Encuesta. ¿Qué Sabemos?

1. ¿Qué Sacramentos ha recibido?

Bautismo Comunión

Confirmación Matrimonio

2. ¿Con que frecuencia asiste a misa?

Siempre A veces En ocasiones

3. ¿Con qué frecuencia lee la Biblia?

Siempre A veces En ocasiones

4. ¿Con que frecuencia participa de la Santa Eucaristía?

Siempre A veces En ocasiones

5. ¿Gusta de la práctica del rezo del Santo Rosario?

Sí No

6. ¿Conoce los misterios del Santo Rosario?

Sí No

7. ¿Conoce los momentos de los misterios del Santo Rosario?

Sí No

8. El Santo Rosario es un Rezo:

Repetido del Ave María Del Padre Nuestro

Del Gloria De la Vida de Cristo

9. ¿Qué día considera se reza el Santo Rosario?

Lunes Martes Miércoles Jueves

Viernes Sábados Domingo En ocasiones

La encuesta fue relevada en un entorno laboral, fuera del ámbito parroquial.

Los resultados de la encuesta se muestran en los gráficos siguientes.

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Gráficos de la encuesta

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b. Trabajo de Campo - Experiencias. ¿Qué Hacemos?

El rezo del Rosario me parecía tedioso, largo, cosa de

viejas… y que era bueno rezarlo por el alma de algún

difunto.

Cuando en la catequesis tuvimos que hacer una novena

antes del día de la Primera Comunión, me puse a

indagar para ver cómo podía entusiasmar a los niños y a

los padres.

Y allí, investigando, conocí la riqueza del rezo del Rosario. Y mi entusiasmo, la pasión que me

despertaba, entusiasmó a los demás.

En los materiales de catequesis, se habla sobre la Virgen María y sus distintas advocaciones, pero no

hay una cartilla que nos dé a conocer el Rosario.

La primera vez, rezamos con los niños y los padres en la Capilla. Después, se nos ocurrió ir a rezar en

las casas de los niños que se preparaban para recibir el sacramento. Y nos fue desbordando, porque

nos faltaban días para recorrer las casas donde nos pedían que fuésemos a rezar. La gente del barrio

nos ofrecía sus casas para rezar. Y preparaban sus altares familiares, con flores, velas, fotos y la Biblia

siempre abierta en el centro. Porque no sólo desgranábamos las cuentas, sino que ante cada misterio

leíamos la Palabra y compartíamos una reflexión.

Y se reunían los vecinos y los parientes de la familia acogedora. Y después del rezo, ofrecían un

refrigerio, de puros felices y generosos que se sentían por compartir esos momentos. Y hablábamos

de la vida, y empezamos a conocernos y a querernos.

Después hicimos novenas en las casas en preparación a la fiesta patronal. Luego, por Navidad. Y esta

experiencia pasó a otras comunidades de la parroquia.

El rezo del rosario está arraigado en la religiosidad popular. Es un medio para llegar a las familias.

Porque las mamás y los papás vemos a través de los ojos de nuestros hijos. Sus alegrías y tristezas

pasan a ser nuestras alegrías y tristezas.

Entonces es fácil entender que rezar el Rosario es contemplar la vida de Jesús a través de los ojos de

María, su madre.

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Aportes en la Internet Texto completo in fine

SANTO ROSARIO Y ORACION CONTEMPLATIVA

JAVIER SESÉ, Facultad de Teología Universidad de Navarra, PAMPLONA en SCRIPTA

THEOLOGICA 35 (2003/1) 177-197 (Texto son notas)

1. El Rosario, itinerario contemplativo 2. Contemplación del Misterio de Dios, a través del Rostro de Cristo 3. María, Modelo de Contemplación 4. La Contemplación como mirada detenida y penetrante 5. La «Sencillez» de la Contemplación 6. El Camino de la Contemplación 7. Contemplación y Evangelización

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Irma Teresa Fernández

y Julio Argentino Mattos

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SANTO ROSARIO Y ORACIÓN CONTEMPLATIVA

JAVIER SESÉ, Facultad de Teología Universidad de Navarra, PAMPLONA en SCRIPTA THEOLOGICA 35 (2003/1) 177-197 (Texto son notas)

1. EL ROSARIO, ITINERARIO CONTEMPLATIVO

Al inicio del milenio, el Santo Padre Juan Pablo II nos proponía un ambicioso panorama espiritual y pastoral, decididamente orientado hacia la santidad, y con la oración como punto de referencia decisivo e imprescindible de ese proyecto. Una oración, presentada a su vez, con la hondura y la ambición de la mejor tradición espiritual cristiana:

«Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración (...) La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre (...) Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas «escuelas de oración», donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el «arrebato del corazón». Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios».

La reciente carta apostólica Rosarium Virginis Mariae responde claramente a este objetivo. El mismo Romano Pontífice califica este nuevo documento como «coronación mariana de dicha Carta apostólica» (n. 3), refiriéndose a la Novo millennio ineunte, y aclara muy pronto que «el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica» (n. 5).

Después, avanzada ya su reflexión y su enseñanza, se detiene sobre este punto, apoyándose además en palabras de Pablo VI: «El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: "Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: ‘Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad’ (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que develen su insondable riqueza" » (n. 12).

Hacia el final de la carta, cuando habla de las diversas posibilidades en la recitación diaria y semanal del Santo Rosario, Juan Pablo II insiste: «Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo» (n. 38). Para añadir todavía, a modo de resumen: «Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa» (n. 39).

En efecto, una lectura atenta y meditada de la carta apostólica sobre el Rosario, nos muestra, en primer lugar, cómo el Santo Padre, personalmente, busca con afán esa mayor intimidad con Dios en su oración. Desde hace mucho tiempo estamos todos bien convencidos de ello; pero este documento refleja todavía más, si cabe, la

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profundidad y la altura de la vida interior personal de Juan Pablo II, que en muchos pasajes de la carta se hace particularmente explícita. Apoyada en esa intensa y viva experiencia personal de oración, la enseñanza de la carta abre a todos los cristianos un ambicioso e ilusionante panorama contemplativo, siguiendo el entrañable ritmo marcado por el Santo Rosario. El Papa nos muestra así, de forma viva y práctica, y sin perder su habitual hondura teológica, cómo aprender a ser contemplativos en el rezo de esa popular oración mariana y, desde ella, en el conjunto de nuestra vida.

Entre los múltiples y ricos aspectos teológico-espirituales que presenta esta reflexión sobre el Rosario, deseo en estas páginas entresacar algunos de los rasgos más característicos de la contemplación cristiana en cuanto tal. Me parece, en efecto, que el Santo Padre resume aquí, de forma certera y clarificadora, buena parte de la enseñanza tradicional sobre la contemplación, precisamente en sus aspectos más esenciales y comunes. Así lo deja entrever él mismo, cuando afirma que «el Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana» (n. 5).

Sabemos que los conceptos teológico-espirituales de contemplación, vida contemplativa, oración contemplativa, contemplación mística, etc., por la riqueza de la realidad que pretenden expresar, admiten multitud de enfoques en su estudio y presentación, numerosos matices diferenciadores en la enseñanza de los grandes santos y maestros espirituales, y en la experiencia viva de millones de cristianos de toda época y de toda condición. Pero, al mismo tiempo, toda esa variedad se ha decantado en un rico poso común a toda vida cristiana en cuanto cristiana, en cuanto verdaderamente orientada hacia esa santidad a la que todos, sin excepción, estamos llamados. Los números del Catecismo de la Iglesia Católica dedicados a la oración contemplativa (2709-2719) son un buen ejemplo de ello; y esta reciente carta del Papa Juan Pablo II sobre el Rosario ahonda en esa misma dirección: una presentación viva y exigente de la tendencia contemplativa que debe mantener toda oración cristiana si quiere responder de verdad al ejemplo y a la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo.

2. CONTEMPLACIÓN DEL MISTERIO DE DIOS, A TRAVÉS DEL ROSTRO DE CRISTO

Un primer rasgo característico de la más genuina contemplación cristiana, imprescindible precisamente para mostrar su hondura teológica y su continua referencia a la santidad, lo presenta Juan Pablo II cuando habla del rezo del Gloria, que cierra tradicionalmente cada decena del Santo Rosario:

«La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.

En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida -de Ave en Ave- por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí" (Lc 9, 33)» (n. 34).

El objeto de la contemplación, en efecto, es, ante todo, Dios mismo: Dios tal como es y se nos revela; Dios en su misterio y en su vida más íntima, que ha abierto a sus hijos por puro amor hacia nosotros; Dios en sus tres Personas, y cada Persona en su Divinidad y en su íntima relación vital con las otras dos; una intimidad divina que alcanzamos sólo a través del camino que Él mismo nos ha abierto: la Encarnación del Hijo de Dios, que nos revela el misterio y nos hace partícipes de él; la presencia activa del Espíritu Santo en nuestras almas, que nos hace capaces de penetrar en esa intimidad.

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Las mismas palabras del Papa apenas citadas nos muestran otras dos claves de su enseñanza sobre la contemplación, que lo son también de toda la tradición: la contemplación del misterio de Cristo, indisolublemente unido al misterio trinitario y camino para él; el misterio de María, inseparable al misterio de Cristo, y por eso mismo, camino también imprescindible para la contemplación trinitaria.

Recordemos otros pasajes de la carta que desarrollan estas ideas, empezando por la síntesis que hace nada más empezar: «Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor» (n. 1). Poco después, resume el objetivo central del documento con las siguientes palabras: «exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo» (n. 3). Avanzada su reflexión, insiste de nuevo: «El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo» (n. 18).

Como ha hecho con frecuencia en los últimos años, el Papa pone el acento en ese «contemplar el rostro de Cristo», viendo en la expresión «rostro de Cristo» una síntesis abarcante de todo lo que significa la Humanidad de Jesucristo como camino hacia la Divinidad, hacia la Trinidad. Quizá el momento en que el Papa desarrolla más detenidamente esta idea central del documento y de toda la doctrina tradicional sobre la contemplación cristiana sea al hablar de la Transfiguración del Señor:

«"Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol" (Mt 17, 2). La escena evangélica de la Transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu" (2 Co 3, 18)» (n. 9).

Me atrevo a subrayar dos calificativos importantes que introduce en este texto el Santo Padre, refiriéndose al camino humano de Cristo: «ordinario» y «doloroso». Efectivamente, la referencia a la transfiguración como «icono de la contemplación», y a Cristo glorificado y a la Trinidad como meta, como objeto último de la contemplación, puede llevar a una importante confusión, nada infrecuente a lo largo de la historia y en la actualidad: entender por contemplación algo más o menos extraordinario y, como tal, no asequible a cualquiera y no compatible con determinados aspectos de la vida; en particular, con el dolor. Las palabras del Papa, frente a ese posible error, son muy claras: «es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra»; y esto, no a costa de rebajar el contenido y las exigencias de la contemplación (Cristo es tan Verdadero Dios como Verdadero Hombre), sino procurando penetrar de verdad en lo más esencial del misterio de Cristo: la unión de lo divino y de lo humano, y de su Persona con su misión redentora, centrada en el binomio (también inseparable) muerte-resurrección (dolor-gloria).

Así, en consecuencia, la verdadera contemplación cristiana alcanza también a Dios en lo ordinario, y en el dolor (en todo lo humano, en definitiva), como le contempla en la gloria, pues la luz del único y verdadero rostro de Cristo está formada por todos los colores de la vida humana. Precisamente, me parece que la incorporación al Santo Rosario de esos nuevos misterios de luz que el Papa propone, ayuda, entre otras muchas cosas, a enriquecer la contemplación de ese «espectro luminoso» del rostro de Cristo (valga el juego de palabras) y a darle unidad; dicho de otra forma, a descubrir la armonía entre lo gozoso, lo doloroso y lo glorioso en Jesucristo, y por tanto, en nosotros, en nuestras vidas.

En efecto, afirma el Santo Padre: «Esta incorporación de nuevos misterios (...) se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de

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Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria» (n. 19). La clave de la armonía, de la unidad, está pues en el Corazón de Cristo, en el centro de su mismo misterio divino-humano, objeto central de la contemplación cristiana. Idea que nos lleva de la mano a otra fundamental y no menos repetida en la tradición espiritual: esa contemplación es fruto del amor, de la connaturalidad que alcanza el alma enamorada con el objeto de su amor: «En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo -en compañía de María- este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir "amistosa". Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como "respirar" sus sentimientos» (n. 15).

Estas nuevas palabras del Papa nos invitan a pasar ya de Jesús a su Madre.

3. MARÍA, MODELO DE CONTEMPLACIÓN

No cabe duda que éste es tema central y repetido en el documento que nos ocupa. Recordemos algunos de los párrafos centrales de la enseñanza papal sobre el papel de la Virgen María en la contemplación cristiana, a la luz de la práctica del Santo Rosario:

«Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los "signos" llevado a cabo por Jesús -la transformación del agua en vino en las bodas de Caná- nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la "escuela" de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella "peregrinación de la fe", en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38)» (n. 14).

La clave de este papel imprescindible de María Santísima como Maestra en el itinerario contemplativo está, como ya hemos apuntado, en su inseparabilidad con el mismo Jesucristo y su misterio divino-humano y redentor. El Papa lo expresa certeramente en un lugar tan apropiado y decisivo -tratándose del Rosario- como el comentario que hace a la oración del Ave María:

«A la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra -la encarnación del Hijo en el seno virginal de María-, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gen 1, 31), aquel "pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos". Repetir en el Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento de la profecía de Marta: "Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48).

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El centro del Ave María, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario (...) Repetir el nombre de Jesús -el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)- junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo. De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotdkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte» (n. 33).

En este contexto, teológicamente tan profundo y sugerente, lo que el Papa dice respecto a María como modelo contemplativo adquiere particular fuerza, no exenta de un cierto atrevimiento, que pone de manifiesto, una vez más, la hondura, riqueza y variedad de matices y perspectivas que tiene la devoción personal de Juan Pablo II a la Madre de Dios:

«La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (Cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la `parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (c£ Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

(...) «María propone continuamente a los creyentes los "misterios" de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María» (nn. 10-11).

Apoyándome en estas expresiones del Papa, me atrevería a añadir no sólo que María no es un modelo más entre otros («modelo insuperable»), sino que es más que un modelo, en el sentido en que habitualmente entendemos esa palabra. La unión de María con Cristo es tan singular e irrepetible, su relación con la Trinidad es de tal naturaleza, que contemplándola a ella, contemplamos ya a Dios: no porque sea Dios, que no lo es (a diferencia de su Hijo: contemplándole a Él, contemplamos a Dios, porque es Dios, además de conducirnos al Padre); sino porque toda ella (y sólo ella entre las criaturas) refleja y muestra, sin defecto, mancha ni arruga, las maravillas escondidas en la intimidad del mismo Dios. De hecho, toda la rica enseñanza de San Luis María Grignon de Montfort sobre el papel de la Virgen María en la vida espiritual (fuente decisiva, como es bien sabido y él mismo recuerda en esta carta, de la piedad personal y de la enseñanza de Juan - Pablo II) gira en torno a esa relación singular María-Cristo, María-Dios.

4. LA CONTEMPLACIÓN COMO MIRADA DETENIDA Y PENETRANTE

Otro rasgo característico de la contemplación (o más bien, un conjunto de ellos) ha aparecido también subrayado desde la primera cita de la carta apostólica, y se expresa con particular brillantez en los párrafos de

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corte más mariano citados poco más arriba; un rasgo o un conjunto de rasgos que nos desvela, sin ir más lejos, el sentido más obvio de la misma palabra «contemplación»: contemplar es un mirar que se detiene, que se para, que no tiene prisa, que se deja llenar y conducir por lo que ve; un detenerse para admirar, para disfrutar, para gozar, para vivir con intensidad, con hondura, con amplitud; contemplar significa interrogar y descubrir, penetrar e iluminar, o mejor, dejarse iluminar; significa también recordar: actualizar lo contemplado, volverlo a contemplar, contemplarlo una y otra vez, hasta llegar a contemplarlo sin cesar... Y todo ello como fruto de un amor ardiente (amor que sólo el mismo AMOR con mayúscula puede provocar en nuestras almas: contemplar es siempre don del Espíritu)... Y pasando por la cruz...

Buena parte de los consejos prácticos que el Papa da a lo largo de la carta para rezar mejor el Santo Rosario -por no decir todos-, se encaminan a facilitar la contemplación desde esta óptica esencial: inciden en el detenerse, en el penetrar, en el admirar, en el dejarse iluminar, etc. Por ejemplo, cuando habla de algo aparentemente tan sencillo como el enunciado del misterio al inicio de cada decena: «Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio locis) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino» (n. 29).

En el fondo, pues, estamos ante algo más que un método concreto: estamos ante ese itinerario contemplativo que el mismo Dios nos ha abierto en su economía salvífica, con la Encarnación de su Hijo, y que hemos glosado en las páginas anteriores.

La referencia a las imágenes, a lo físico, a lo corpóreo como camino contemplativo, reaparece cuando el Papa habla de algo tan material y tan inseparable del rezo del Rosario que recibe habitualmente el mismo nombre que la oración propiamente dicha: la corona del rosario, el instrumento físico del rezo. La riqueza espiritual que extrae Juan Pablo II de ese sencillo instrumento, tan querido para la mayoría de los cristianos, es una prueba más de la hondura de su propia vida interior y de las posibilidades que se abren al alma que busca de verdad la intimidad con Dios:

«En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave María. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.

A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre.

En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una "cadena" que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena "filial", que nos pone en sintonía con María, la "sierva del Señor" (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo "siervo" por amor nuestro (Flp 2, 7).

Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo» (n. 36).

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Con consideraciones paralelas, podemos encontrar cada uno variados caminos contemplativos en tantos otros elementos tradicionales de la piedad cristiana, que quizá a veces menospreciamos o no alcanzamos a valorar y a aprovechar plenamente, a pesar de que casi siempre, en su origen, hay una o más almas profundamente contemplativas; y muchas más en su difusión y popularización.

Otro elemento clave y tradicional de la contemplación cristiana, en el que se detiene el Santo Padre, enmarcado en este mismo objetivo, es el silencio, que ayuda al necesario recogimiento interior: «La escucha y la meditación se alimentan del silencio (...) El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil» (n. 31).

De hecho, al hablar de contemplar, tendemos a referirnos sobre todo al sentido de la vista, quizá por ser el más completo y abarcante y el que intuitivamente también nos ayuda más a expresar lo que significa un conocimiento intuitivo y admirativo. Pero, en su acepción más propia, plena y profunda, contemplar incluye todos los sentidos internos y externos, y todas las potencias. Ya en la mera contemplación sensible de algo bello ocurre así: contemplar de verdad un hermoso paisaje es captar no sólo la luz, el color, las formas, la armonía física, etc., sino también los sonidos y los silencios, los olores, las sensaciones de conjunto... (Para ello, paradójicamente, muchas veces hay que cerrar los ojos); dejar que la imaginación y la memoria entren también en esa sintonía...; y más aún, que el entendimiento sea arrastrado por esa experiencia, y dejarnos enamorar por lo que sentimos, hasta que llegue a penetrar en lo más hondo de nuestro ser. En definitiva, contempla toda la persona, en su unidad y en su riqueza.

La contemplación de Dios y lo divino incluye, con mucha más razón, toda esta riqueza y unidad de experiencia; aunque más bien, dado su carácter propio, brota de lo más hondo (ese «fondo del alma» tan querido de los místicos clásicos), y va llenando, desde ahí, las potencias y los sentidos; pero ese camino debe ser facilitado por nuestro silencio, recogimiento, escucha, atención..., para que no se nos escape buena parte o incluso todo lo que Dios hace brotar desde ese interior.

Algo particularmente bello puede tener la capacidad de atraer a alguien muy distraído (y Dios, en particular, sale tantas veces a nuestro encuentro en el momento más inesperado); pero habitualmente es el que está atento, más aún, el que busca, el que fomenta su propia capacidad de admirarse, de dejarse sorprender, arrastrar y llenar, el que disfruta a fondo de toda la riqueza de lo que se puede contemplar.

En este orden de ideas, el Santo Padre incide particularmente, siempre a la luz del ejemplo mariano, en el aspecto de actualización viva que supone la contemplación de los misterios de la vida de Cristo, sacándole mucho partido al sentido bíblico del concepto de «memoria», utilizado con frecuencia de forma similar en la tradición mística cristiana, y conduciéndonos, a través de él, al decisivo papel de la liturgia en el espíritu contemplativo:

«La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un "ayer"; son también el “hoy" de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: "hacer memoria" de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.

Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es "la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza, también es necesario recordar que la vida espiritual «no se agota sólo con la

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participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17)».

El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración "incesante", y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia» (n. 13).

De esta forma, Juan Pablo II sale también al paso de la falsa contraposición que algunos han querido ver -también en nuestros días- entre liturgia y devoción popular, entre oración litúrgica y oración personal, etc. Sin entrar aquí en todas las ramificaciones de la cuestión y en las explicaciones teológicas que ayudan a enfocarla correctamente, sí quiero al menos subrayar cómo, precisamente, el concepto de contemplación es un camino para solucionar «por elevación» el problema: en efecto, al conducirnos directamente al núcleo del misterio (el mismo Dios, el mismo Jesucristo, la misma Redención), la actitud contemplativa nos ayuda a descubrir la unidad íntima que se da en toda experiencia y entre todas las experiencias genuinamente cristianas, y cómo todas ellas se enriquecen mutuamente, a la vez que nos unen íntimamente con el único Dios, origen, fin y razón de toda la vida espiritual.

5. LA «SENCILLEZ» DE LA CONTEMPLACIÓN

Lo dicho hasta aquí nos conduce de la mano a una de las paradojas características de la contemplación: toda esa riqueza va unida necesariamente a la sencillez, pues la infinita riqueza de Dios se da en la absoluta simplicidad de su unidad. De nuevo, el mismo vocablo lo expresa en su acepción más natural: contemplar es un acto simple e intuitivo, pero pleno, lleno de contenido. No se trata de la sencillez del que se queda con poco o con uno solo, prescindiendo de lo demás; sino la del que, en uno solo, lo ve todo, apreciando así la unidad en los detalles, y los detalles en su armoniosa unidad.

Contemplar una obra de arte, un paisaje hermoso, etc., no es «estudiarlo», «analizarlo», «racionalizarlo», «descomponerlo»; pero el que contempla de verdad, detenidamente, hondamente, no se pierde detalle, aunque probablemente no sabrá expresar técnicamente esos detalles, o el porqué de cada uno y de su conjunto, si además no los estudia con una cierta sistemática.

Por eso, contemplación y estudio científico no se oponen, sino que se complementan. Los grandes genios de la ciencia han sido también, habitualmente, grandes contemplativos: más de una vez han «contemplado» la solución, antes de demostrarla o comprobarla científicamente; más aún, probablemente nunca la hubieran demostrado, si antes no la hubieran contemplado; y - al mismo tiempo, la ciencia les ha llevado a contemplar más y mejor su objeto, a admirar la verdad, a amar la verdad... (De ahí, que un camino científico honradamente recorrido, con verdadero amor a la verdad y espíritu contemplativo, se abre también a Dios, la Verdad suprema y más atractiva y atrayente).

Paralelamente, en la historia de la espiritualidad cristiana, la «meditación» nunca se ha opuesto a la «contemplación», salvo en algunas tendencias extremas y determinados movimientos problemáticos, si no decididamente heréticos.

En la presente carta sobre el Rosario, el Papa Juan Pablo II nos presenta repetidamente la armonía entre la actitud meditativa y la actitud contemplativa, en particular siguiendo el modelo de María, y ante los misterios de la vida del Señor; hasta el punto de que, con frecuencia, parecen confundirse las dos actitudes, los dos conceptos; aunque más bien, -como también muestra la mejor y más común tradición espiritual- es la meditación la que se sumerge en la contemplación, y no a la inversa.

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Por otra parte, contemplar es también conocer, entender, comprender; aunque de una forma diversa a la demostración, al raciocinio, etc. De hecho, la contemplación es una penetración en el misterio de Dios que, en cierto sentido, va más allá que la teología científica: no porque devele el misterio (dejaría de serlo), sino precisamente porque lo muestra más como tal misterio; es decir, muestra mejor su grandeza y, por tanto, también mejor su inaccesibilidad (el famoso «no entender entendiendo» de los místicos clásicos); y todo ello, porque nos pone en contacto personal con el Señor. Lo expresa muy certeramente una frase del Papa en la carta: «No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de ’comprenderle a Él’» (n. 14).

Esto nos devela algo más de lo que significa «sencilla» o «simple», referido a la contemplación: mira directamente a la Persona de Cristo, y en Él, contempla todo lo suyo, contempla al Padre, al Espíritu Santo, etc. Mientras que la meditación, o la misma reflexión teológica en sentido técnico (en sentido amplio, también la contemplación es teología) funcionan más bien al revés: descomponen y dividen para llegar desde ahí a la unidad. Por esto también, contemplación y meditación, o contemplación y estudio, contemplación e investigación científica, no se contraponen entre sí.

En esta línea de pensamiento, me parece muy sugerente cómo el Santo Padre valora precisamente la «sencillez» del Rosario en su formalidad, como oración vocal, en relación con esa otra sencillez característica de la contemplación más profunda, y por tanto como camino hacia ella, hacia la santidad. Basta releer el mismo arranque del documento: «El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a "remar mar adentro" (duc in altum), para anunciar, más aún, "proclamar” a Cristo al mundo como Señor y Salvador, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6)» (n. 1).

Poco después, en un pasaje expresamente autobiográfico, en el que el Papa nos abre su alma con naturalidad, recuerda unas palabras suyas de los primeros días de su pontificado, que inciden en la misma idea: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad» (n. 2).

6. EL CAMINO DE LA CONTEMPLACIÓN

Juan Pablo II también recuerda en Rosarium Virginis Mariae otra enseñanza sobre la contemplación repetida en la tradición espiritual cristiana: su carácter de don divino, y por tanto, la necesaria actitud receptiva del cristiano ante ese don. Una actitud que no significa pasividad, sino apertura activa, en la humildad y el abandono:

«A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues "nadie conoce bien al Hijo sino el Padre" (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: "No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: "Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio"» (n. 18).

En este contexto, se comprende la importante advertencia que realiza el propio Pontífice más adelante, sobre posibles métodos útiles para disponerse al don de la contemplación; una advertencia que se sitúa claramente en el horizonte de la enseñanza de la carta Orationis formas, que publicó la Congregación para la doctrina de la fe en el año 1989:

«En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas. Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales

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propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitiva y simbólica. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana» (n. 28).

La Orationis formas, en efecto, pone el acento, por una parte, en el carácter personal de la oración cristiana, como diálogo de la persona humana con las Personas divinas y encuentro de dos libertades (la infinita divina y la finita humana), frente a las tendencias panteístas y de inmersión en el propio yo características de las técnicas psicofísicas provenientes, sobre todo, de religiones orientales. Por otra parte, más en general, previene frente a los peligros de una excesiva metodización de la vida de oración, y más todavía del camino hacia la contemplación y la experiencia mística, en cuanto don de Dios. Me parece que en esa misma línea se encuadra lo que el Papa dice a continuación del párrafo citado:

«En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido» (n. 28).

En el camino de la contemplación conviene mantener, pues, un equilibrio, no siempre fácil en la práctica: un equilibrio entre la libertad personal de cada cristiano en su vida interior, la insondable libertad de la acción divina en el alma, y el oportuno aprovechamiento de la multisecular experiencia de la Iglesia, reflejada en este caso, sobre todo, en la vida y la enseñanza de tantos Santos, que nos proponen criterios y caminos de demostrada eficacia para avanzar en nuestra vida interior.

Los mismos consejos que da el Papa en esta carta, sobre la forma de contemplar los misterios del Rosario, están inspirados en esas enseñanzas y experiencias tradicionales, manteniendo un amplio margen de libertad; y son perfectamente aplicables a otras oraciones vocales, a los momentos de oración personal, a la búsqueda de la oración continua, etc.

7. CONTEMPLACIÓN Y EVANGELIZACIÓN

Otro de los temas clásicos de la teología en torno a la contemplación es el de su relación con la acción. Juan Pablo II no afronta en esta carta ese tema teológico en cuanto tal, con sus diferentes problemáticas y soluciones o explicaciones; pero late continuamente en sus palabras la esencial proyección apostólica, evangelizadora y vivificadora del mundo que tiene toda oración cristiana, y en particular la oración contemplativa.

El arranque del documento, citado poco más arriba, es ya programático en este sentido; y todavía en los números introductorios, afirma con claridad: «El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización» (n. 3).

Avanzada ya la carta, el Papa se detiene un poco más en la proyección apostólica del Rosario, poniendo el acento una vez más en lo contemplativo de esa oración:

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«El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador» (n. 17).

Resulta fácil proyectar estas ideas hacia otras oraciones, hacia la vida de oración en su conjunto, y comprender su creciente eficacia evangelizadora en la medida en que crecen también esas características contemplativas que venimos subrayando, a la luz de la enseñanza papal.

Las palabras de Juan Pablo II nos develan también la raíz teológica de estas consideraciones: ese «modelar al cristiano según el corazón de Cristo», que es fruto de la auténtica oración contemplativa, conduce necesariamente a «anunciar a Cristo» de forma eficaz: la identificación con su Persona no se puede separar de la identificación con su misión. El ejemplo de María es, una vez más, paradigmático en este sentido.

Desde otra perspectiva, la de Pentecostés, el Santo Padre vuelve sobre la proyección evangelizadora de un Rosario contemplativo: «En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran "icono" es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel "gozoso anuncio" que da sentido a toda su vida» (n.23).

Esta relación acción-contemplación que late en toda la carta de Juan Pablo II sobre el Rosario incluye un fuerte acento en la acción apostólica entendida como inserción en el mundo y en la sociedad, como evangelización y cristianización de las mismas realidades humanas; y además, en la doble dirección: la oración que influye en la vida ordinaria, y la vida ordinaria que alimenta la oración: «Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (n. 2).

En particular, hay dos amplios campos de la vida contemporánea, la familia y la paz, sobre los que el Papa proyecta ese decisivo influjo del Rosario y de la oración en general. Precisamente en el contexto del tema central de estas reflexiones, la contemplación, quiero aquí subrayar el acento que pone el Santo Padre no sólo en el «valor impetratorio» que posee esta oración mariana, para alcanzar de Dios la solución a los graves problemas que en esos decisivos ámbitos se nos presentan, sino, más todavía, en su «valor contemplativo»: es decir, en esa luz y esa fuerza intrínsecas que brotan de la íntima unidad entre oración y vida, a la que acabamos de hacer referencia, cuando la oración es auténticamente contemplativa, y que permite valorar esos problemas desde una óptica más cristiana -más divina y, por eso mismo, más humana-, y afrontarlos con más decisión, con más esperanza, con más eficacia. O mejor dicho aún: contemplar a Dios mismo en esos problemas, contemplarlos con Él, en Él y por Él; y así afrontarlos también con Él, por Él y en Él.

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Más en general, cuando se plantea la oración, de forma predominante o incluso exclusivamente, como oración de petición, no sólo se está reduciendo equivocadamente algo mucho más rico y abarcante a uno de sus aspectos -por importante y necesario que éste sea-, sino que ese mismo aspecto se empobrece al separarlo de los demás: sólo pedir significa pedir mal, incluso pedir poco. En cambio, una oración decididamente orientada hacia la contemplación, y a una contemplación con la hondura y calidad con que aquí la presenta el Santo Padre, no sólo no pierde nada de su riqueza impetratoria, -¡ante todo es verdadera oración, con todas sus consecuencias!-, sino que la lleva a su máxima expresión y eficacia. Entre otras cosas, porque compromete a la persona entera en el objetivo a alcanzar: se pasa de un abandono en Dios más bien «pasivo» (le pido a Dios... y que Él se encargue; lo que con demasiada frecuencia acaba llevando al «Dios no me escucha», «no me hace caso», y a acabar «abandonando» la oración, pensando que no es eficaz), a un abandono «activo», que es el verdadero abandono: plena confianza en Dios como único valedor, sí, pero con pleno compromiso personal en esa tarea, realizada responsablemente de su mano.

Me parece que todo esto se encierra tras las palabras del Papa sobre el Rosario en relación con la paz y con la familia, más allá del simple pedir por esas intenciones, desgranando las cuentas: «Promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano (...) En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual» (n. 6).

Al final de la carta, vuelve a detenerse particularmente en la relación del Rosario con la paz, también con un marcado acento contemplativo, más allá de la mera impetración; acento contemplativo que se proyecta tanto en crecimiento interior del orante como en fuerza exterior santificadora. De hecho, estos párrafos de la carta, casi conclusivos, tienen un claro sabor de síntesis de todo lo dicho, aunque aparentemente se detengan en un tema concreto como la paz; y nos develan las numerosas posibilidades que se abren a un alma contemplativa, para servir de verdad y con eficacia a los demás y a la sociedad, ante las necesidades más apremiantes de la humanidad en nuestros días:

«El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y "nuestra paz" (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo -y el Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (Cf. Jn 14, 27; 20, 21).

Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus "cireneos" en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?

En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a "orar siempre sin desfallecer" (Lc 18, 1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una ‘batalla’ tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a

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examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, "que es el vínculo de la perfección" (Col3, 14)» (n. 40).

También aquí el propio Juan Pablo II nos facilita las claves teológicas de estas consideraciones de tipo más práctico y pastoral, reconduciéndonos a una de las enseñanzas más constantes y decisivas en todo su largo y fructífero pontificado, enseñanza que se halla también en el núcleo de una honda comprensión teológica de la contemplación cristiana:

«Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor homínis. "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado". El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual "recapitula" el camino del hombre, develado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre» (n. 25).

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CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA

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III. LA ORACION DE CONTEMPLACION 2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.7

La contemplación busca al “amado de mi alma” (Cr 1,7).8 Esto es, a Jesús y en Él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor. 2710 La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volver a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe. 2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: “recoger” el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar. 2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía.9 Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado. 2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser.10 Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, “a su semejanza”. 2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede “que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor”.11 2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y Él me mira”, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a “mí”. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón: nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el “conocimiento interno del Señor” para más amarle y seguirle.12 2716 La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo, Participa en el “sí” del Hijo hecho siervo y en el “fiat” de su humilde esclava.

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2717 La contemplación es silencio, este “símbolo del mundo venidero”13 o “amor silencioso”14. Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús. 2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto. 2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son estos tres tiempos fuertes de la Hora de Jesús los que su Espíritu (y no la “carne que es débil”) hace vivir en la contemplación. Es necesario aceptar el “velar una hora con Él”.15 RESUMEN 2720 La Iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias. Liturgia de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico. 2721 La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración

vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón.

2722 La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana,

asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el “Padre Nuestro” a sus discípulos.

2723 La meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación,

la emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida.

2724 La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada

en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de sus misterios.

Volver ____________ 7 SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la vida, 8. 8 Cf Ct 3, 1-4. 9 Cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10. 10 Cf Jr 31, 33. 11 Cf Ef 3, 16.17. 12 Cf SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, 104. 13 SAN ISACC DE NINIVE, Tractatus mystici, editio Bedjan, 66. 14 SAN JAUN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor, 2, 53. 15 Cf Mt 26, 40.