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    LAIDENTIDADNACIONAL.ENTRELAPATRIAYLANACIN:

    MXICO, SIGLOXIXCatherine Hau-LambertEnrique Rajchenberg S.

    El altiplano mexicano, centro poltico y sim-blico del pas, ha sido la regin focal don-de se tejieron los proyectos de constitucin

    de la nacin y de articulacin de los msdiversos territorios. No obstante, el anlisishistrico demuestra que la representacindel territorio nacional, o sea su apropia-cin simblica, adoleci de un maysculodficit: las lites centrales nunca lograronintegrar simblica y sentimentalmentetodo el espacio sobre el cual formalmentese ejerca la soberana. En los hechos, tan-to el amplio Septentrin como la superficieal sur del istmo de Tehuantepec quedaronal margen de la representacin simblicadel verdadero territorio patrio, que coin-

    cida con el rea central mesoamericana.Ms an, segn la percepcin de las litesliberales del siglo XIX, los territorios fron-terizos del Septentrin mexicano eran de-

    siertos vacos carentes de todo valor y slopoblados por indios brbaros. En contraste,

    la visin de los colonos anglo-americanosrepresentaba esos mismos territorios comouna especie de tierra prometida, suscep-tible de convertirse en jardn gracias altrabajo de los pioneros. Si se acepta quelas representaciones sociales orientan yguan la accin, las representaciones con-trastantes de los territorios septentrionalespor las lites liberales mexicanas y los co-lonos anglo-sajones explican en parte unhecho aparentemente anmalo y enigm-tico del siglo XIX mexicano: la firma delTratado McLane-Ocampo por Benito Jurezen 1859.

    Palabras clave: Territorio, Septentrinmexicano, patria, nacin, representacio-nes sociales, Tratado McLane-Ocampo.

    * Profesora de Historia y Etnologa en la Escuela Nacional de Antropolo-ga e Historia de Mxico. Se ha especializado en el siglo XIX mexicano yen estudios sobre cultura popular, particularmente el corrido [email protected]

    ** Profesor-investigador de la Facultad de Economa y Facultad de Filosoa y Letrasde la UNAM Doctor en Sociologa, en Economa y en Historia. ltima publicacin:Hablemos de los aos 60: la rebelda yHablemos de los aos 70: la crisis, Ros de Tinta, Mxi-co. [email protected]

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    ResumeLe coeur politique et symbolique du Mexi-que sest toujours situ, selon lhistoire na-tionale, sur les hauts-plateaux du centre,depuis Teotihuacan jusqu nos jours enpassant par les Aztques. De fait cest bienlespace partir duquel sest construite laNouvelle-Espagne, puis slaborrent lesconstitutions nationales, sarticulrent lesautres territoires et a toujours t le si-ge des institutions politiques. Cependantlanalyse historique montre que la repr-sentation du territoire national, cest--direson appropriation symbolique, a souffertdun grand hiatus: les lites du centre nontjamais russi intgrer symboliquementet sentimentalement la totalit de lespaceo sexerait formellement la souverainet.Dans les faits, tout autant les grandes r-gions du nord comme le trs stratgique is-thme de Tehuantepec au sud, restaient enmarge de la reprsentation symbolique dela vritable patrie qui a toujours conci-d avec laire centrale que les archologues

    appelleront par la suite Msoamrique .Qui plus est, dans la perception des liteslibrales du XIXme sicle, la moiti norddu pays tait considre comme des zo-nes dsertiques sans valeur et seulementpeuples dindiens barbares. A loppos, lavision des colons nord-amricains prsen-tait ces mmes territoires comme une sor-te de terre promise , susceptible dtretransforme en jardin grce au travaildes pionniers. Si lon convient que les re-prsentations sociales orientent et guidentlaction, les reprsentations contrastesdes territoires du nord chez les lites lib-rales mexicaines et les colons anglo-saxonsexpliquent en partie une nigme historiqueapparemment dnue de tout sens duXIXme sicle mexicain : la signature duTrait McLane-Ocampo par Benito Jurezen 1859.Mots-clefs: territoire, nord mexicain, pa-trie, nation, reprsentations sociales, traitMcLane-Ocampo.

    AbstractThe political and symbolical heart of Mexi-co has always been located, according tothe national history, in the highlands of thecenter, since Teotihuacn, the Aztecs andthe political powers in our days. It is thespace from where the New-Spain was builtand the national constitutions were elabo-rated and the other territories were orga-nized. Nevertheless, the historical analysisindicates that the representation of thenational territory, that is to say, its symbo-lical appropriation, suffered a huge void:the elites from Mexico-city never got to in-

    tegrate symbolically and sentimentally thewhole space where the sovereignty of thenation should be exercised. In the facts,the great North as much as the strategicisthmus of Tehuantepec in the South, sta-yed out of the symbolical representationof the true home or fatherland territorywhich always coincided with the central

    meso-american area. Moreover, accordingto the perception of the XIXth century li-beral elites, the large northern territorieswere unworthy vacuum deserts and onlyinhabited by feral and barbarous Indians.On the contrary, the angloamerican settlersimagined and represented these territoriesas a kind of promised land that would betransformed in garden of Eden thanks tothe pioneers work. If we do accept that thesocial representations orient and guide theaction, the contrasted representations ofthe northern territories by Mexican elites

    and angloamerican settlers do in part ex-plain an anomalous and enigmatic fact inthe Mexican XIXth history: the signatureof the McLane-Ocampo treaty by BenitoJuarez in 1859.

    Key words: territory, northern Mexico, fa-therland, nation, social representations,McLane-Ocampo treaty.

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    Ceder terreno para preservar a lapatria

    En 1859, en plena guerra entre liberales y conservadores, el go-bierno liberal juarista exiliado en Veracruz firma un Tratadocon Estados Unidos que ser conocido como McLane-Ocampo.En sus clusulas se establece el derecho de trnsito a perpetuidadde mercancas y personas del vecino del norte entre dos puntos queunen el Golfo de Mxico y el Pacfico Matamoros y Mazatln,y en el sur, por el Istmo de Tehuantepec, donde desde tiempos colo-niales se multiplican los proyectos para construir un canal interoce-

    nico que abrevie el trayecto entre Europa, la costa este de EstadosUnidos y Asia. El Tratado logra igualmente incluir una clusula queautoriza a los Estados Unidos intervenir militarmente si en dichasrutas se presenta una amenaza para el libre trnsito.

    El Tratado fue precedido por una dilatada negociacin, un au-tntico estira y afloje, entre ambos gobiernos: urgido el uno porla bsqueda de reconocimiento diplomtico ante el peligro de unaintervencin de las potencias extranjeras y de prstamos de dineropara enfrentar al enemigo interno; deseoso el otro de aprovecharla coyuntura para hacer fructificar renovadas ambiciones expansio-nistas ms all del Ro Bravo y de los territorios adquiridos tras lossaldos de la guerra de 1846-48.

    Los avatares previos a la firma estarn marcados por la preten-sin estadounidense de adquirir la Baja California, esta larga penn-sula que, segn los voceros gubernamentales, est ms naturalmente

    vinculada a su pas que a Mxico.1

    En el Tratado, la venta de laBaja California estar excluida en gran medida por la oposicin delmismo Jurez, postura que estar lejos de concitar consenso entrelos miembros de su gabinete. Para varios de ellos, el escollo radicamenos en la cesin de esa porcin del territorio que en el precio de

    1 Al referirse al saldo de la guerra de 1848, una historiadora seala que los territoriosque Mxico perdi estaban, por decirlo as, separados por la misma naturaleza ypor la historia, del resto del pas (Velzquez, 1974: 226). Respecto a la pennsula,

    el secretario de Estado norteamericano deca que ha formado parte del territoriomexicano slo en forma nominal (Carta de Lewis Cass a Mc Lane, Washington, 30de julio de 1859, en Jurez, 1972, tomo 3: 667).

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    venta que se le adjudicara. Pero algunos van ms all del regateomercantil de la pennsula. El norte, vale decir, los estados situadosarriba de Zacatecas, podran ser enajenados sin lesionar el senti-

    miento patrio.2

    Al contrario, la defensa de la patria encontrara sumejor trinchera al sur del paralelo 24. Se perfila de este modo unaconcepcin de la patria que no coincide con la del territorio sobre elcual el Estado ejerce formalmente su soberana.

    El Tratado de marras ha sido y sigue siendo objeto de controver-sias de trasfondo ms poltico-ideolgico que historiogrfico ,porque permitira impugnar la imagen de una figura heroica graciasa la cual, como se ha insistido durante 150 aos, Mxico logr pre-

    servar su integridad territorial organizando y encabezando la resis-tencia al invasor francs (1862-1867). Resulta inexplicable, arguyenunos, que el presidente Benito Jurez, artfice de la resistencia alimperialismo europeo en Amrica, haya sido tan dbil ante EstadosUnidos. La interpretacin del Tratado, alegan otros, no puede serescindida del anlisis de la coyuntura blica interna, cuando apre-miaba el reconocimiento de la legalidad del gobierno de Jurez por

    los Estados Unidos a fin de poder comprarles armamento, sin dejarde lado el rechazo absoluto de Jurez a la cesin del territorio. Estecampo minado del anlisis del McLane-Ocampo ha terminadopor convertirse en una espesa cortina de humo que impide situarseen una perspectiva distanciada de la polmica sobre la biografa delpresidente oaxaqueo.

    El McLane-Ocampo puede ser estudiado desde un ngulo dife-rente extendiendo la mirada histrico-sociolgica ms all de 1859.

    Desde nuestro punto de vista, el Tratado ilustra una problemticaque ha sido insuficientemente abordada en la historia social y en la

    2 La correspondencia de Jos Mara Mata con Melchor Ocampo en aquel crucial aode 1859 as lo demuestra. l ide un plan de hipoteca de la Baja California pararecibir un prstamo que, en caso de no ser pagado, implicara que Estados Unidosentraran en posesin del territorio hipotecado ejerciendo en l la soberana y ad-quiriendo la propiedad de cualquiera clase que el gobierno de Mxico poseyera en elreferido territorio (Carta de Jos Mara Mata a Melchor Ocampo, Washington, 23de mayo de 1859 en Jurez, 1972, tomo 3: 600). Unos meses despus, Mata insistir:Me parece que, en las condiciones actuales de Mxico, el inters del pas nos debe

    aconsejar ceder en algo, cuando en no ceder hay mayores peligros (Carta de JosMara Mata a Melchor Ocampo, Washington, 19 de septiembre de 1859, en Jurez,1972, tomo 3:702).

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    geografa histrica mexicanas. Nos referimos a la representacin terri-torial del Septentrin.

    La tesis que procuramos fundamentar a este respecto afirma que

    el norte de Mxico estuvo excluido en el siglo XIXy en muchossentidos sigue estndolo de la representacin territorial de la na-cin. Esta afirmacin equivale a sostener que dicha representacines deficitaria respecto al territorio sobre el cual se proclama el ejerci-cio soberano del poder, y que la identidad nacional que como hainsistido J. Bonnemaison descansa primordial y poderosamente enel territorio, no incorpora al extenso norte.

    El sentimiento de patria el lugar de los padres, aquel donde

    se ha nacido, es anterior al de nacin. Este ltimo constituye unaextensin del primero, pero una extensin abstracta porque, comoexplic B. Anderson (1993), resulta imposible que todos los miem-bros de una nacin se conozcan alguna vez y mantengan relacionescara a cara. El patriotismo es entonces anterior a la identidad nacio-nal. Forjar sta significa crear o inventar ancestros comunes y tradi-ciones unificadoras, pero tambin territorializar el espacio, marcarlo

    y tatuarlo de tal manera que el amor hacia el lugar donde se ha na-cido se transfiera al territorio ms amplio de la nacin, porque estsurcado por smbolos que lo sealizan como parte de una historiacomn que fraterniza a hombres y mujeres que nunca se conocieronni se conocern jams.

    El tatuaje del territorio se realiza mediante marcadores espaciales,los geosmbolos, que evocan a la nacin en su conjunto. Su efectometonmico permite representar al todo por la parte. Los paisajes,

    a diferencia de los mapas,3 cobran ese valor simblico cuando seincorporan al quehacer productor de identidad nacional.

    Regresemos al punto de partida. Al proponer que la interpreta-cin cabal del Tratado McLane-Ocampo requiere ampliar la pers-pectiva histrica, nos estamos refiriendo a la tesis que aqu quere-mos sustentar: para las lites mexicanas del siglo XIX la patria seacaba en los lmites de Mesoamrica, de modo que el espacio que

    3 No obstante, como lo ha destacado Romero (2004), la cartografa escolar es ilustra-tiva de la asociacin de un contorno hecho de lmites internacionales con la naciona-lidad y la identidad nacional.

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    rebasa dichos lmites se considera, por as decirlo, excedentario oincluso superfluo. Por eso poda convertirse en va de trnsito esta-dounidense sin ofender al sentimiento patrio.

    En efecto, el siglo XIXmexicano se caracteriza por un desdnpoltico, literario y sentimental con respecto al norte, siempre evoca-do como desierto habitado por brbaros indmitos que podran serms fcilmente exterminados o domesticados por los vecinos delnorte. No es entonces de extraarse la lamentacin de un polticoque deplor no haber cedido antes a Estados Unidos los territoriosde todas maneras perdidos en 1848, pudiendo haberse ahorrado elpas una guerra.

    Evidentemente, la tesis histrica que estamos formulando puedeextenderse a otros pases para preguntarnos si esta misma repre-sentacin territorial se encuentra tambin en la historia del restode Amrica Latina. No nos atrevemos a dar este temerario pasopor ahora; slo queremos sealar la especificidad con la cual dicharepresentacin se ha manifestado en Mxico, ya que en otras latitu-des del sur parece haber existido otro imaginario del territorio: en

    efecto, en los pases del sur se consideraba a las regiones norteascomo ricas en potencial agrcola y se procuraba integrarlas a la patriapor medio de vas de comunicacin fluviales o terrestres al serviciode nuevos asentamientos colonizadores (Colombia, Argentina). Laimagen de un territorio frtil pero peligroso a causa de sus indiossalvajes, con sus bosques que son la frontera de la patria y con suscolonos heroicos, es una imagen compartida con los anglo-america-nos de Tejas, como veremos adelante.

    Lmites cartogrficos y dominiosimaginarios

    Durante la Colonia y buena parte del siglo XIX, la frontera sep-tentrional es un lmite vagamente trazado en los mapas. Aunqueel dominio de la Corona espaola se extiende ms all del final del

    Camino de Tierra Adentro, en Taos, en las primeras dcadas del XIXresulta ser todava un espacio desconocido. Los avances zigzaguean-

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    tes de la colonizacin se orientan hacia el oeste primordialmente atravs de la accin misionera en la Alta California, hacia el este en

    Tejas, mientras que el centro del territorio norteo apenas est pe-

    netrado por el camino que atraviesa longitudinalmente a la NuevaEspaa. Para recorrer este camino desde la Ciudad de Mxico hastasu extremo opuesto se requieren de ms de seis meses al paso de lasrecuas de mulas.

    La preocupacin por las extremidades del Virreinato inicia con lapresencia francesa en la Louisiana en la segunda mitad del XVIIIalcalor de las reformas borbnicas, preocupacin a la que se agregarla suscitada ya en las dcadas iniciales de la poca independien-

    te por el avance hacia el sur de los colonizadores estadounidenses.Si bien en 1819 se firma el Tratado Ons-Adams entre Espaa y Es-tados Unidos para delimitar las posesiones de cada uno, la situacinno variar grandemente.

    El inters por las zonas fronterizas se materializ con el envo devarias expediciones de reconocimiento a Tejas, con el fin de verificarel estado que guardaban las tierras colindantes con extranjeros y el

    de los regimientos presidiales encargados de protegerlas. Aunquela condicin de cada uno de estos regimientos era variable, las con-clusiones a las que arribaron los expedicionarios a lo largo de seisdcadas fueron las mismas: el abandono reinaba en los presidios porfalta de recursos para su sostenimiento y por la corrupcin de losoficiales.

    Los intentos de colonizacin a travs de impulsos legislativos serepiten a lo largo del tiempo pero, con excepcin de los anglos en

    Tejas, no fructifican. La voracidad de stos en las tierras tejanas y suseparatismo pronto convencern que no es mediante la importa-cin de extranjeros que se lograr defender las fronteras.

    En la Alta California, a partir de la guerra de Independencia,las misiones y los presidios reciben con dramtica irregularidad losrecursos federales (Ortega Soto, 2001). Ellas y los escasos militaresestacionados en la costa oeste no constituyen un resguardo contra lapresencia de rusos y barcos estadounidenses y britnicos que depre-dan la fauna marina en costas novohispanas, pero sobre todo bus-

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    can ocupar algn lugar que pueda servir de puerto para el comercioa travs del Pacfico. En sntesis, la preocupacin mencionada porlas posesiones del norte apenas alcanz a suscitar una accin err-

    tica desde muy lejos, de tal manera que hacia la mitad del siglo XIXtena an mayor vigencia la lapidaria sentencia del marqus de Rubformulada durante los ltimos aos del XVIII: el dominio sobre losterritorios del norte era imaginario, vagamente estampado en losmapas, pero prcticamente inexistente en esos mismos territorios.4

    De este modo, el nacimiento de la nacin mexicana coincidi conun aejo dficit en cuanto a la ocupacin real del territorio. David

    Weber ha destacado el desinters de los espaoles por esa porcin

    de sus posesiones coloniales americanas: no hallaron riquezas mine-ras comparables a las de Guanajuato o Zacatecas, ni tampoco indiosagrcolas y sedentarios susceptibles de ser convertidos en fuerza detrabajo explotada (Weber, 1976: 22-23). Las soluciones halladas parala sumisin de los indgenas en el centro y sur del pas se revelaroncompletamente ineficaces en el norte, donde por diversas razones,entre otras ecolgicas, los grupos autctonos cambiaban su lugar

    de residencia peridicamente. Las alianzas con caciques resultaronimposibles porque la configuracin poltica de los grupos era varia-ble, ya que su nomadismo los llevaba a unirse o dividirse segn eltemporal y la estacin del ao. En suma, la poltica de control de lapoblacin indgena mediante congregaciones de tributarios se en-frent a una barrera infranqueable.

    La estrategia de las dos instituciones de la colonizacin septen-trional presidios y misiones, se modific a lo largo de la Colo-

    nia. Los militares presidiales, ora combatieron a los indgenas, oraprocuraron mantener relaciones de convivencia pacfica que incluanel comercio y el aprovisionamiento de alimentos.

    Cuando, a fines del siglo XVIII, la Corona se percat de que susposesiones septentrionales en la Nueva Espaa eran terriblemente

    vulnerables al avance de los estadounidenses y franceses, comisiona oficiales para rendir informes que dieran cuenta del estado queguardaban los confines del imperio espaol en Amrica. El balance

    4 Velzquez (1974): 166. David Weber sostiene que las nuevas fronteras imperialescreadas en 1763 slo existan, en gran parte, en la imaginacin europea (2000:292).

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    de dichas visitas fue siempre lamentable: los presidios apenas sobre-vivan en un ambiente inhspito caracterizado por una fauna nociva,aguas insalubres e indios de una crueldad aterradora.5

    Los polticos de la etapa independiente tambin enviaron comi-sionados del Ejrcito para verificar el estado de los presidios y des-cubrieron un abandono peor que el registrado medio siglo antes porlos oficiales de la Corona.

    La escasa participacin poltica y financiera del Septentrin enlos albores de la Repblica, lo relegaba en la lejana de la patria:

    Zonas tan distantes del centro como las Californias eran inde-

    pendientes en todos los sentidos y estaban abandonadas a sus pro-pios recursos para que implantaran la poltica nacional como lespareciera mejor. Otras zonas fronterizas como Chihuahua y Sonoraen el norte, estaban tambin en gran medida escindidas del controlcentral y dependan de sus propios medios cuando se trataba, porejemplo, de defenderse contra las constantes incursiones hostiles deindios nmadas o brbaros, como se les llamaba. En los asuntospolticos, militares y econmicos, tales zonas eran en gran medidaautnomas, y aunque en apariencia aceptaban el concepto de uni-

    dad nacional, permanecan al margen de los asuntos nacionales ypoco o nada contribuan a la tributacin o la conscripcin militar(Costeloe, 2000: 26).

    En tanto que proveedores de minerales, su comercio corra elriesgo de caer en manos de contrabandistas o salteadores de camino.Por su parte, Bulnes advierte que no es posible la comunicacincomercial entre Texas y los mercados interiores de la Repblica ms

    que por mar (Bulnes, 1991:186). Este mismo autor describe el ca-mino comercial de San Luis Potos a San Felipe Austin como undesierto siempre sometido a los ataques de los indios: Inmensosdesiertos dominados por indios guerreros y por contrabandistas nu-merosos, audaces e irresistibles. (Bulnes, 1991: 188). Era la tierra denadie que los polticos apodaron desierto.

    En la cartografa, las fronteras con las naciones extranjeras estn

    apenas dibujadas. Pero desde nuestra perspectiva hay otras fronteras5 Sin metales preciosos y sin indios mansos, las colonias del norte eran marginales yprescindibles (David Weber, 2000:255).

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    ms ntidamente delineadas en los mapas mentales. Se trata de lasfronteras de la patria que definen, por una parte, dnde se localizasta y, por otra, qu lugar ocupa el norte en el imaginario territo-

    rial.

    Fronteras internas de la patria:nosotros, el Anhuac

    La patria, el lugar donde se nace, el que establece la territorialidadde la historia comn, el que hermana a hombres y mujeres que no se

    conocen, el que suscita un sentimiento de pertenencia y de fidelidad,es un territorio tatuado. Qu tinta se usa para el tatuaje? Quindibuja y escribe el territorio?

    A diferencia de otras ex-colonias hispanoamericanas, la nuevanacin mexicana legitim su derecho a constituirse sobre la exis-tencia, varias veces centenaria, de una civilizacin que haba erigidouna estructura poltica centralizada y un orden social estratificado.El patriotismo criollo tuvo que buscar una genealoga compartida

    por criollos e indios. Los idelogos del siglo XVIII, particularmenteFrancisco Javier Clavijero, emprendieron el rescate del pasado az-teca para afianzar una identidad propia que estableciera lazos deidentidad con la tierra que se habita, a partir de una gloriosa histo-ria supuestamente comn que permitiera la creacin de smbolosque encarnan los valores patrios (Florescano, 2002). Enrique Flo-rescano reconoce en la Storia antica del Mxico (1780) de Clavijero, laobra que...

    Dio el paso ms difcil en el complejo proceso que por ms dedos siglos perturb a los criollos para fundar su identidad: asumiese pasado como propio, como raz sustantiva de su patria. Clavije-ro es el primer historiador que presenta una imagen armoniosa delpasado indgena y el primer escritor que rechaza el etnocentrismoeuropeo y afirma la independencia cultural de los criollos mexi-canos. Otra aportacin suya fue abrirle un dilatado horizonte a la

    nocin de patria: al rescatar la originalidad del pasado mesoameri-cano, la patria criolla adquiri los prestigios del pasado remoto y se

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    proyect hacia el futuro con una dimensin poltica extraordinaria.(Florescano, 2002: 13).

    Cuando Florescano habla del dilatado horizonte de la nocinde patria alude a la dimensin histrica de una nacin que se equi-para y confunde casi exclusivamente con Mesoamrica, cuyo eje po-ltico llega a ser por metonimia la antigua Tenochtitln convertidaposteriormente en la criolla Ciudad de Mxico, cuna de la Virgende Guadalupe. Los nuevos hroes son Moctezuma, Cuauhtmoc yXicotncatl, cuyos dominios territoriales el Anhuac se detie-nen frente a los chichimecas. El neoaztequismo patritico excluye al

    norte de Mxico de las fronteras de la patria.La memoria histrica es una reconstruccin del pasado forjada

    por intelectuales especializados en funcin de intereses presentes.Por ello existen varias memorias de una misma poca o incluso deun mismo evento segn el enfoque de su grupo portador. En ellasabreva la identidad nacional, ya que se trata de proporcionar una ver-sin elogiosa del pasado para fortalecer una identidad positiva. Esas como, en el contexto de la lucha entre criollos y espaoles, la ideade una patria fuertemente centralizada preexistente a la Conquistaasume no solamente un gran valor retrico, sino que tambin mo-

    viliza los espritus hacia la conformacin de una identidad nacionalpropia. Es bien sabido que se glorifica al indio muerto para mejorexplotar al indio vivo, pero operando una seleccin entre las memo-rias disponibles. Entre todos los antepasados posibles, los criollosescogen a los aztecas por su fuerte control social y territorial sobre

    las dems etnias, para instaurar de este modo una continuidad entreel presente centralizador y el pasado imperial azteca.Se entiende claramente que las batallas por la independencia de

    Mxico se hayan librado ideolgica y militarmente en el centro delpas, pero no deja de extraarnos esta continuidad histrica de unamemoria nacional que perpeta y ensea por ms de doscientosaos la visin restringida de un territorio encogido: Mesoamrica esla patria. Por fortuna, los gegrafos mexicanos vinieron en auxilio

    de la nacin y rpidamente se abocaron a la tarea de medir el territo-

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    rio en toda su extensin fsica para plasmarlo en mapas que no sonrepresentaciones ideolgicas de la patria.

    En 1826, se publica la novela annima Xicontncatl,un hroe de

    Tlaxcala que se uni a Cuauhtmoc contra Corts, mientras que supropio padre era fiel aliado del conquistador. Esta novela resultaparticularmente interesante porque instituye como hroe funda-cional a un senador de la Repblica de Tlaxcala. Vale decir queMxico ya era repblica antes de la Conquista y que la revolucin deIndependencia no hace sino restablecer el orden poltico original onatural. En esta novela se reivindica la filiacin india de la repbli-ca, pero de los indios establecidos en naciones y repblicas que lo-

    graron restablecer la soberana popular en contra de los excesos dela autoridad de un rey: El congreso oy la voz pblica de la patriaen este discurso del respetable Xicontncatl (Annimo, 1826). Porende, la primera Repblica mexicana es heredera directa de los tlax-caltecas, mientras que los indios vagos y errantes del norte ponen enpeligro esta ascendencia gloriosa. Su castigo consiste no slo en sudestruccin fsica sino tambin en su aniquilacin simblica, negn-

    doseles toda identidad, salvo bajo el trmino genrico despreciativoy altamente negativo de salvajes o brbaros.

    Ellos, los chichimecas

    Esta reivindicacin de la herencia mexica inclua la circunscripcinde aquel imperio, sobre el cual se haba asentado ms slidamente elgobierno virreinal durante tres siglos, acotado por la frontera chichi-meca.6Desde los primeros tiempos de la Conquista esta frontera ha-ba resultado difcil de hacer retroceder, porque la belicosidad de losindios y la indiferencia de los exploradores impedan una ocupacindel espacio similar a la que haba tenido lugar en el Altiplano cen-tral. Respecto a estos indios, la recomendacin era exterminarlos asangre y fuego, porque a pesar de todos los esfuerzos, los espaolesno lograban su sumisin. Ms al norte, la poblacin era intil para

    6 Luis Cabrera propone como etimologa de chichimeca la de raza o genealoga amargay la de diablo o demonio. Pero tambin refiere la posible genealoga del vocablo ameco, personaje de modales y lenguaje indecentes (Cabrera, 2002: 67 y 90).

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    el trabajo porque no tienen sementeras de maz ni otras semillas yse sustentan con muy viles y bajos mantenimientos (Riva Palacio,1987, tomo V: 218). De hecho, no haba riquezas a flor de tierra

    de las que pudieran apoderarse los conquistadores o la Corona. Ensu periplo en bsqueda de la mtica Cbola, Vzquez de Coronadocomunicaba al rey que la tierra es tan fra, como a V.M. tengo es-crito, que parece imposible poderse pasar el invierno en ella, porqueno hay lea ni ropa (ibd., tomo VI: 37). Prcticamente se tratabade una invitacin a abandonar la empresa de aventurarse en tierrasseptentrionales. Dos siglos despus, un oficial real redactara un in-forme que contena una observacin similar. Finalizaba preguntn-

    dose, despus de recorrer el norte, si verdaderamente vala la penaconservar una porcin de la colonia que implicaba ms gastos desostenimiento de los presidios que beneficios (De Lafora, 1939).

    El norte qued perdurablemente marcado como un desierto va-co e inhspito para los hombres civilizados. De esta manera, a lasfronteras ms o menos ntidas que se fueron perfilando con res-pecto a los pases extranjeros, se agregaron fronteras internas que

    demarcaban el espacio del dominio real, no formal, y del apego a latierra propia donde sus habitantes podan ser considerados herma-nos. sta fue tambin parte de la herencia de la nueva nacin al des-puntar el siglo XIX: las representaciones del territorio vehicularnese bagaje doblemente heredado y recreado bajo nuevas formas.

    Una disputa similar tuvo lugar en torno a la cesin del Istmo deTehuantepec, que creaba una frontera interna al sur de la patria. Sinembargo, al contrario del norte, el sur asustaba por su exhuberan-

    cia tropical, y los indios mayas fueron apartados y segregados de lahermandad nacional mediante una colonizacin aparentementepacfica.

    El Septentrin haba sido experiencia de ocupacin presidial ymisionera7en medio de leyendas macabras acerca de la ferocidad

    7 Este modo de ocupacin evidentemente dificultaba cualquier afectividad hacia elterritorio. Por ello, un oficial de un estado fronterizo acertadamente propona que sibien era adecuado que los soldados del Ejrcito y de todos los departamentos fueran

    solteros, en los presidios, conviene que sean casados, que tengan familia y seannacidos o estn habituados vivir en la frontera. [...] Importa estimular el amor here-ditario que los hijos de los soldados tienen al pas de su nacimiento y de las hazaas

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    Cultura y representaciones sociales

    indgena,8como veremos a continuacin, y de la dificultad de viviren el desierto, del cual ms vale distanciarse. De esta manera, el de-sierto se convierte en smbolo estigmatizador de un vasto espacio

    de geometra variable, puesto que puede avanzar y amenazar a lapatria. De hecho, a mediados del siglo, las incursiones indgenas nodejan de progresar hacia el sur a medida que se multiplican las vocesde quienes ven a la civilizacin en serio peligro de muerte. El nortede Mxico, el desierto, se constituye en el otrode la civilizacin, en suimagen invertida. Si el territorio, como ya hemos dicho, es construc-tor de identidad, tambin delimita la diferencia y define la otredad.Entonces, si bien la representacin territorial es el fundamento de

    la identidad nacional, es tambin al mismo tiempo proceso de cons-truccin del otro; es un othering. En trminos espaciales, ello significala oposicin entre el aqu y el en otra parte.9Para este efecto, esnecesario colocar marcadores espaciales,10es decir, geosmbolosde la patria que puedan volverse iconos de nacionalidad (Moritz,2003: 356).

    Las fronteras literarias de la patria

    Es sintomtico que cuando Lorenzo Boturini publica en 1746 suHistoria general de la Amrica Septentrional (1999), en la que recopilatestimonios sobre la Nueva Espaa prehispnica, su estudio se limi-te al Altiplano mexicano de habla nhuatl, aun cuando ya existieran

    de sus padres (Plan para la defensa de esta frontera,El Registro oficial. Peridico delgobierno del Departamento de Durango, no. 319, 2 de marzo de 1845).

    8 He aqu un botn de muestra reproducido ad nauseam: Para disponer mejor y sua-vizar la carne de los infelices prisioneros condenados servir de potaje en las orgasde los comanches, les frotan todo el cuerpo con cardos y pieles humedecidas hastahacerles verter la sangre por todas partes (Riva Palacio, tomo 7: 121). Prosigue el re-lato con una cruenta descripcin de los comensales arrancando a mordidas pedazosde carne de aquellos infelices todava vivos sobre cuyas heridas se colocan carbonesal rojo vivo.

    9 Schwach, 1998: 13. Hemos traducido del texto original en francs las palabras ici yailleurs.

    10 El geosmbolo es un marcador espacial, un signo en el espacio que refleja y forja

    una identidad [...] Los geosmbolos marcan el territorio con smbolos que arraigan lasiconologas en los espacios-lugares. Delimitan el territorio, lo animan, le confierensentido y lo estructuran. (Bonnemaison, 2000: 55).

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    las villas de Albuquerque (1660), Monclova (1680), Linares (1716) ySan Antonio (1718). No debe extraar entonces el sentimiento delejana que acompa a Jos Mara Snchez, quien tuvo que partir a

    Tejas para informar sobre el estado de los presidios. Este personajefue anotando sus impresiones de viaje en un diario que dej de ladola austeridad de la escritura comn en los documentos oficiales paradar rienda suelta a la trascripcin de sus emociones. Fue acercndo-se en aquella larga marcha a los confines septentrionales del pas. Amedida que se aproximaba a su destino, se iban multiplicando las ad-

    vertencias sobre los peligros que bamos a correr por estos pasesen virtud de la abundancia de indios brbaros. (Snchez, 1939:9).

    El autor asegura no tener miedo, pero al encontrarse a 100 km deLaredo prosiguiendo su marcha hacia el norte, volv el rostro aMxico para dar un adis tal vez a las personas que all quedabany merecan mis afectos y ternura (Snchez, 1939:15). Sinti quems all de Monterrey ya no era Mxico, su patria, su familia real eimaginada, sino que estaba ingresando a otro pas. Este testimonioes de los ms sinceros en la confesin de que el lejano norte ya no

    era Mxico, aunque dista de ser el nico. De hecho, para muchosde los contemporneos de Snchez e incluso para no pocos de losque vivieron mucho tiempo despus de l, Mxico se acaba antesde Monterrey o de Laredo. Mxico, la patria, est simblicamentedelimitado y definido.

    Tambin la literatura crea geografas; son los llamados por MikeCrang paisajes literarios, vale decir, que los espacios pueden serafectados por libros populares as como el espacio es usado en los

    libros para crear un paisaje textual. (Crang, 1998:9).El repertorio de geosmbolos ilustra cul es el espacio-identidad

    que se est privilegiando. En Mxico, esos geosmbolos son los vol-canes que circundan a la ciudad capital el Popocatpetl y el Iz-taccihuatl o un poco ms hacia el sureste, el pico de Orizaba queanunciaba al viajero desembarcado en Veracruz su pronta llegada alcorazn de la patria. En una poesa de 1846, los paisajes literarioscontrastados del centro y del norte son elocuentes:

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    Cultura y representaciones sociales

    El Popocatpetl y el OrizabaEl suelo oprimen con su mole inmensa,

    Y estn envueltos entre nube densa

    Sus cspides de hielos y de lava.............................................................En el desierto grave y silenciosoEntre sus melanclicas palmeras

    Se deslizan las vboras ligeras,O estnse quietas en falaz reposo.

    (Mgico, 1846).

    Cien aos despus, en una encendida retrica acerca de la patria,se reafirman los trazos del mismo paisaje:

    El Popocatpetl y el Iztaccihuatl son para el pueblo los smbolosms vivos de la Patria: mudos testigos de la historia, significan lafortaleza invulnerable del espritu mexicano. (Direccin de AccinSocial, 1943).

    Daz Covarrubias escribe en su poesa Himno Nacional de1859 acerca de la gesta de Hidalgo e inicia sus estrofas con una alu-sin a la situacin previa al grito de Dolores:

    Un silencio de muerte reinabaEn el suelo de Anhuac florido,Y tan slo el doliente gemido

    Se escuchaba de angustia y pesar.

    (Daz Covarrubias, 1859:70).El Anhuac resulta ser una metonimia de la Nueva Espaa o de

    Mxico, que tambin pueden ser referidos como el pas azteca:

    A la lid se lanzaron valientesDel Azteca los hijos llorosos.

    En contraste, no se escoge ningn geosmbolo del Septentrin

    que pudiera convertirse en referente identitario nacional: la historiade la nacin parece divorciada de esa mitad de la superficie del pas

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    que aparentemente no tiene historia. Todo parece indicar que la for-ja de Mxico no tiene relacin con l. Incluso en 1830, cuando sedecide la fundacin de un nuevo puesto aduanero en la frontera con

    Louisiana, se le llama Anhuac para tatuar el lejano norte con losautnticos smbolos patrios.Los mbitos donde se manifiesta claramente esta disparidad son

    la literatura y los libros de texto escolares.11En la prosa del sigloXIX, no encontramos una sola novela que eligiera el Septentrincomo escenario argumental. Cuando ste aparece, es siempre comodesierto inhspito, habitado por indios indmitos, del que slo hayreferencias negativas. As, por ejemplo, cuando en El monederoun

    vicario decide marchar hacia las misiones de la Tarahumara, se des-pide de un amigo haciendo votos para reencontrarse si los brba-ros no tienen antes la ocurrencia de quitarme la cabellera. (Pizarro,1861: 154). Igualmente en El crucifijo de plata, el protagonista que

    vive en el Altiplano central haba estado en sus aos jvenes en lospresidios del norte peleando valerosamente con los brbaros quehacan sus frecuentes excursiones en las provincias del Norte de la

    Nueva Espaa. (Annimo, 1901: 329).12

    Los escasos libros de texto para escolares reiteran la misma ima-gen negativa del norte mexicano. ste se describe como ... estrilpor falta de humedad. (Ackermann, 1827: 54) o como ... desiertosy establecimientos de tribus desconocidas... (Roa Brcena, 1862:23). Otro autor de libros para estudiantes explica que mientras lastribus hordas no tienen habitaciones fijas, viven de la caza y dela pesca y se abrigan en tiendas porttiles, los hombres civilizados

    forman naciones y pueblos, gobernados por un solo jefe monar-ca, que es rey emperador (Ariza y Huerta, 1869: 27).

    11 Retomamos en esta seccin los anlisis realizados en Rajchenberg y Hau (2005a y

    2005b).12 Aunque este texto fue publicado a principios del siglo XX, la edicin es una compi-

    lacin de novelas de la centuria anterior.

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    Cultura y representaciones sociales

    Tejas y sus colonos norteamericanosen el imaginario colectivoestadounidense

    Hasta ahora nos hemos referido a la manera en que se fue elabo-rando una representacin restrictiva del espacio territorial en el ima-ginario nacional, as como a las nuevas correlaciones geopolticasque facilitaron un cambio de rumbo en los estados norteos, de talsuerte que stos miraran hacia la economa fronteriza y cambiaranla tradicional ruta sur-norte (Mxico-Santa Fe) por nuevos ejes co-merciales de costa a costa, es decir, de este a oeste de Tampico o

    Matamoros a Mazatln. Pero estas nuevas realidades se apoyaronen concepciones fuertemente divergentes del otro. Por ello resul-ta tan difcil entender la realidad fronteriza: una fuerte atraccin eco-nmica acompaada por una igualmente poderosa diferenciacinidentitaria. Ilustraremos a continuacin la construccin lingsticadel otro: el anglo-sajn y el mexicano que se estigmatizan rec-procamente entre s, el indio igualmente descalificado por ambos, yel territorio septentrional simbolizado a partir de dos visiones anta-gnicas.

    En efecto, para los mexicanos se trata de un desierto pobladode cactceas y poblaciones salvajes, mientras que para los colonosanglos estas mismas planicies tienen toda la potencialidad de frtiles

    valles y sembrados de algodn, constituyndose en el lugar idealpara dar cumplimiento a la bblica ordenanza de henchir la tierra.La Texas Gazettepublica el 7 de noviembre de 1829 un artculo en el

    que una prima de Stephen Austin describe a Tejas como un jardn:

    En su percepcin, Tejas era un espacio de misteriosa amplitud,a la vez lugar salvaje y jardn, lugar de oportunidades que sera unbuen hogar para hombres libres, valientes, emprendedores e inteli-gentes (Clark, 2002:58).

    En su trabajo sobre Frederick Jackson Turner, Javier Torres Pa-

    rs cita a Christopher Hill para referirse al uso ambiguo de smbolos

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    como la cerca, la naturaleza salvaje y el jardn en la construccinideolgica de la frontera:

    Las imgenes bblicas que unen una naturaleza hostil, el jardncultivado y la cerca de separacin, son un conjunto de smbolos queestablecen la necesidad de conquistar la tierra inculta y separarla dela cultivada, es decir, de la tierra ganada simultneamente al reino delo divino y a la civilizacin. [...] La cerca puede representar en unosla proteccin de la propiedad privada... el lmite bien gobernado ola sede de la civilizacin frente a la barbarie. El vergel tambin sig-nifica disciplina y cohesin (Torres, 2004: 424).13

    La metfora bblica que asocia la frontera con la tierra de Ca-nan donde llegan los israelitas despus de padecer mltiplespruebas, permite enaltecer la figura del hombre fronterizo que se

    vuelve hroe y logra la anhelada recompensa.14A ste se le acreditangrandes valores que son tambin...

    ... los grandes valores estadounidenses: independencia, valor,movilidad, virilidad, audacia, ingenio tcnico, capacidad de compe-

    tencia y de organizacin para vencer condiciones adversas y hacerla guerra contra los indios. (Torres, 2004: 426).

    Y concluye as Torres Pars: Soltkin reconoce en Turner al reve-lador de un elemento esencial de la idea estadounidense de la fron-tera: la violencia.

    Estas metforas dicotmicas entre tierras vrgenes y jardn seaplican igualmente al tejano, esto es, al fronterizo anglo-americanoque puede ser alternativamente un brioso vaquero conquistador delOeste y heroico defensor del Alamo15o un pacfico colono respe-

    13 Esta larga cita que evoca la colonizacin norteamericana de inicios de siglo XIXmediante la metfora de la cerca, sigue vigente hoy en da cuando se habla de cons-truir un muro o muralla a lo largo de la frontera entre Mxico y Estados Unidos, valedecir, entre los terroristas los modernos salvajes y la civilizacin.

    14 Tal como lo estudia Tveztan Todorov en su anlisis de los cuentos maravillosos.Despus de vencer a sus enemigos, el protagonista se convierte en hroe y obtiene lagratif icacin deseada. En nuestro caso, Tejas.

    15 La heroicidad de los hroes del Alamo no pasa la prueba del anlisis histrico, ya queDavid Crockett y otros se rindieron a los mexicanos y Santa Anna los mand fusilar(Weber, 1988: 137).

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    Cultura y representaciones sociales

    tuoso de la ley. En efecto, la estampa del hombre fronterizo nutrelos sueos norteamericanos a travs de novelas, pelculas y estudioshistricos que enaltecen la identidad nacional: Daniel Boon, David

    Crockett, Bfalo Bill, Billy the Kid. Simultneamente, el nombre dela capital del estado recuerda a los primeros colonos, una suerte depilgrim fatherstejanos: Moses y Stephen Austin.16

    Evoquemos brevemente la construccin semntica de ambasfiguras que simbolizan al tejano angloamericano. Robert Calvert y

    Arnoldo de Len (1990) sugieren que los residentes tejanos...

    ... al vivir en tierras remotas y, a menudo, inhspitas, desarrolla-

    ron rasgos de dureza, igualitarismo, notable valor y coraje cuandose enfrentaban al peligro. Este legado se volvi parte del carctertejano.

    Si bien no estn muy seguros de lo que son anglos, alema-nes, americanos, espaoles, etctera, les queda claro lo que no son:mexicanos, indios o, incluso, americanos comunes. (Clark, 2002:14). Los vaqueros anglo-tejanos aparecen como valientes, aventados,

    trabajadores incansables y astutos, aun cuando los corridos mexica-nos pregonan otra cosa.17

    Paralelamente a este folklore identitario estadounidense, se cons-truye una imagen del colono empresario en torno a la persona deStephen Austin, el padre fundador del estado, quien lleg legalmentea Tejas en 1821 con 300 colonos anglos y que, en aos posteriores,se dedic al negocio de tramitar la legalizacin de nuevas colonias(Land grant). Se le representa como un hombre sabio, civilizado, de-mocrtico y respetuoso de las leyes mexicanas, pero que fue enga-ado por las autoridades mexicanas cuando en 1830 cambiaron sus

    16 Ver igualmente Crang (1998: 73-75) quien demuestra cmo el frontiermanse vuelveemblema identitario nacional al ser la fuente de la inspiracin del fundador de losboy scoutsy protagonista central de la literatura juvenil que se encarg de popularizarrelatos protagonizados por adolescentes de gran arrojo que desafiaban los peligrosdel mundo salvaje.

    17 Quinientos novillos eran, /todos grandes y livianos,/ y entre treinta americanos/no los podan embalar.// Llegan cinco mexicanos,/ todos bien enchinarrados,/ y

    en menos de un cuarto de hora / los tenan encerrados.// Esos cinco mexicanos/ almomento los echaron,/ y los treinta americanos se quedaron azorados (Corrido deKiansis en Paredes, 1976: 55).

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    leyes de colonizacin.18Aunque estas leyes no fueran retroactivasni se aplicaran a la colonia de Austin ya regularizada, obviamenteperjudicaba sus negocios futuros de nuevos asentamientos. Como

    consta en esta carta que envi al general mexicano Mier y Tern,encargado militar de Coahuila y Tejas, Austin se siente traicionadoporque dice que cumpli escrupulosamente con las leyes mexicanas,mientras que las autoridades lo defraudan al cambiar las reglas decolonizacin intentando cobrar impuestos y derechos aduanales:

    Usted me pregunta qu pienso de la Ley del 6 de Abril? Serfranco; mi propsito al venir a Tejas era honesto, muy honesto. He

    actuado de buena fe, mi ambicin era redimir estas tierras salvajes yde esta manera contribuir a la prosperidad, riqueza y fuerza fsica ymoral de esta Repblica que he adoptado como mi pas. Mi lnea deconducta ha sido de lealtad y gratitud hacia Mxico y esto ha sidotambin la regla para toda la colonia. Parece ahora que el gobiernofederal recompensar nuestra lealtad y nuestros servicios destru-yndonos por completo. (Resndez, 2005: 24).

    Mientras tanto, en Mxico se admiraba mucho a los vecinos delnorte por sus xitos econmicos y su sistema poltico federal y de-mocrtico. Por ello se promovi su ingreso al territorio nacionalcomo colonos, pero rpidamente se tuvo la impresin de que aldarles la mano, ellos tomaban el brazo. La historia de la separacinde Tejas en 1836 confirma los temores gubernamentales y desdeentonces se considera a los angloamericanos como unos hijos ingra-tos. Se tema incluso que se repitiera la misma historia al otorgarles

    derechos de paso por el Istmo de Tehuantepec. Es decir, se temaque...

    18 A pesar de la ley del 6 de abril de 1830 que crea dos puestos de aduanas e intentapromover la inmigracin mexicana con convictos susceptibles de cumplir con susentencia en dos nuevos presidios fundados en Galveston y en el ro Brazos, la in-migracin angloamericana aumenta tal como lo relata Juan N. Almonte en su Informesecreto sobre la situacin en Texas(1834). Afirma que los angloamericanos que llegaban a

    un ritmo de un millar anualmente, estn incrementando su nmero en tres mil porao a partir de 1830. En 1835 alcanzan los 24,700 habitantes superando a los tejanosmexicanos en una proporcin de uno a diez.

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    Cultura y representaciones sociales

    A semejanza de lo que pas en Texas, se fuese formando en elIstmo una colonia de aventureros de todos los pases, que apode-rndose insensiblemente de los terrenos de la nacin, intentasenmuy pronto hacerse independientes de Mxico y desmembrar una

    gran parte del territorio de la repblica. (Surez, 2006: 9).

    Sin embargo, en 1836, el buen Austin explicaba el conflictocomo...

    ... una guerra de barbarie en nombre de los principios del despo-tismo, llevada a cabo por los descastados (mongrel) indios espaolesy la raza negra, en contra de la civilizacin y de la raza angloameri-

    cana. (citado en Weber, 1988: 139).

    Este maniquesmo (racial o cultural?) reproduce fielmente elpensamiento de los colonos angloamericanos acerca de los mexi-canos. Piensan que la autonoma de Tejas represent el triunfo delprotestantismo sobre la sangre mestiza, del bien sobre el mal (Weber,1988:138). Esto conduce naturalmente a la caricatura extrema delmexicano dormitando bajo su ancho sombrero al pie de un cactus.Los tejanos mexicanos, por su parte, critican la arrogancia y el mal-trato que padecen por parte de las lites que los despojaron de sustierras y se sienten extranjeros en sus propias tierras, para retomarla expresin de un tejano, Juan Segun, por los aos de 1830.19

    Por lo tanto, los habitantes del territorio fronterizo son vistoscomo diferentes por los anglos, pero tambin por los mexicanos delcentro del pas. Y en lo que respecta al territorio mismo, el norte de

    Mxico signific para los primeros, tierras frtiles que podan serconvertidas en prados exuberantes, de acuerdo a la expresin deAustin, o en una suerte de jardn bblico; en cambio, para los polti-cos mexicanos se trataba slo de un desierto poblado por brbaros.

    19 La figura emblemtica de la resistencia tejana es Juan Cortina, quien mat a un she-riff que maltrataba a un trabajador suyo y cuyas hazaas quedaron plasmadas en loscorridos fronterizos: Este general Cortina/es libre y muy soberano,/han subido sus

    honores/ porque salv a un mexicano. Luego sera la figura de Gregorio Cortez aquien se le atribuye haber dicho con su pistola en la mano:/no corran, rinchescobar-des,/con un solo mexicano.

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    El otro septentrional en el siglo XX

    La retrica del exterminio20estuvo presente desde el siglo XVI. Las

    ofensivas contra la poblacin indgena septentrional fueron no obs-tante irregulares, en gran medida debido a la escasa atencin pecu-niaria que le consagraron al norte, tanto la Corona espaola como elEstado mexicano en su etapa formativa. Fue al calor de la estrechaintegracin de las economas latinoamericanas al mercado mundial ydel reconocimiento del valor econmico de los desiertos, cuandose emprendi definitivamente la liquidacin de los pueblos indge-nas en resistencia. El xito total o relativo de dicha empresa no est

    en discusin aqu. Nos interesa ms bien dar cuenta de cmo, a pe-sar de la articulacin de los espacios econmicos durante el ltimocuarto del siglo XIXy, por supuesto, a lo largo del XX, la matriz delas representaciones territoriales no se alter sustancialmente. Hacepocos aos, el gobernador de Chihuahua, al inaugurar un festivalcultural, declar que uno de los objetivos del encuentro era el decambiar la imagen de brbaros del norteque tienen los chihuahuen-ses. (La Jornada, 30 de septiembre de 2005).

    Curiosamente, todo sucede como si el atributo de brbaros, re-servado a los indgenas septentrionales, se hubiera transferido a to-dos los habitantes del norte, independientemente de su adscripcintnica. Significa que el imaginario de las fronteras internas, a pesarde la densidad actual de los intercambios econmicos, se conserva alo largo del tiempo. Tal persistencia no puede ser explicada como unmero anacronismo o atavismo, o como una especie de disfunciona-

    lidad ideolgica que ir desvanecindose lentamente.Aunque a mediados del siglo XIX, ante las cada vez ms frecuen-tes incursiones indgenas hacia el centro del pas, la prensa capitalinano dudaba de la obligacin de socorrer a nuestros hermanos delnorte, lo cierto es que dicha fraternizacin estaba lejos de ser evi-dente. Para muchos se trataba ms bien de preservar el corazn dela patria antes que de ayudar a los norteos, cuyos territorios eran

    vistos como amortiguadores ante posibles invasiones de brbaros.

    20 Ver Chvez (2003).

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    Cultura y representaciones sociales

    Si la simbolizacin estigmatizadora del Septentrin fue persis-tente, los habitantes del norte no la asumieron pasivamente y fueronforjando una identidad que valoriza su condicin fronteriza consis-

    tente en el uso de las armas, en su bravura para repeler los ataquesindgenas y su capacidad de contribuir al tesoro real a travs de laampliacin de las actividades productivas. Este orgullo identitariopuede conducir incluso a retricas secesionistas, como sta de unfederalista zacatecano annimo, en una misiva enviada a un peri-dico de Nueva Orlens en 1836:

    Excluyendo a los frailes, desprovistos de todo sentido comn,

    a los comandantes militares, generalmente odiados y a un puadode imbciles partidarios de ideas retrgradas, todos los pobladoresde Tamaulipas, San Luis Potos, Zacatecas, parte de Jalisco, NuevoLen, Coahuila, Durango, Sinaloa, Chihuahua as como los territo-rios de Nuevo Mxico y las Californias, slo anhelan separarse de lamitad surea de Mxico. (citado por Resndez, 2005: 146).

    Esta carta demuestra que la frontera interna funge como verda-

    dero parteaguas entre dos lgicas polticas y econmicas diferentes,ya que la economa nortea ha dejado de articularse con el centrodel pas para situarse en la rbita de la economa norteamericana,aun cuando militar, religiosa y administrativamente siga vinculn-dose con la capital, y aun cuando siga existiendo tambin un fuertesentimiento patritico, como lo demostrar diez aos ms tarde laresistencia de San Luis Potos y Zacatecas a la invasin estadouni-dense. Sin embargo, las poblaciones que se quedaron del otro lado

    de la nueva frontera en 1848 adoptaron la nacionalidad norteame-ricana, como lo reivindica Juan Nepomuceno Cortina en 1859 trasmatar al sheriffde Brownsville al que sorprendi golpeando a un an-ciano mexicano: No hemos renunciado a nuestros derechos comociudadanos norteamericanos. (Thompson, 1994: 18).

    Jos Vasconcelos, uno de los intelectuales ms connotados dela primera mitad del siglo XX, no se contuvo en su caracterizacindel norte cuando, al escribir sus memorias entre 1935 y 1939, con-front permanentemente el centro de Mxico con el Septentrin.

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    Al referirse a un personaje de la Revolucin de 1910 en el estado deSonora, un tal Roberto, dice de l que slo porque siendo del Surtena una cultura mediana, se haba improvisado dirigente en tierra

    de ciegos. (Vasconcelos, 1982:512). En una afirmacin todava mslapidaria, expresa que

    ... quien haya recorrido la sierra de Puebla, la meseta de Oaxaca,ya no digo el Bajo y Jalisco, comprender en seguida la impresindel mexicano del interior cuando avanza hacia el Norte. Todo esbarbarie. (Vasconcelos, 1982:554).

    A esta vasta porcin del pas la defina como una extensa nomans land del espritu, un desierto de las almas (Vasconcelos,1982:554).21

    A manera de conclusin

    Las consideraciones precedentes estaban encaminadas a explicar,por lo menos en parte, las polticas y las prcticas territoriales con-trastantes entre los polticos liberales mexicanos del siglo XIXy loscolonos anglo-sajones con respecto a los territorios septentrionalesfronterizos, bajo el supuesto implcito de que las representacionessociales del territorio en el sentido fuerte que adquiere este con-cepto en la psicologa social no pueden menos que tener conse-cuencias prcticas en el plano geopoltico, si es verdad que las re-presentaciones sociales orientan y guan las actitudes y las prcticas.

    En esta perspectiva sostenemos que la representacin negativa delSeptentrin mexicano por parte de los primeros tuvo por lo menosdos consecuencias principales:

    La primera y la ms fundamental fue la disociacin de los territo-rios norteos de lo que podramos llamar territorios patrios, es decir,de los espacios apropiados tambin simblica y sentimentalmentecomo territorio signo y soporte visible de esa comunidad imagi-nada que segn B. Anderson es la nacin. En efecto, la documen-

    21 Obsrvese, por lo dems, que en el sur, para Vasconcelos, el oasis civilizatorio, sloempieza en Oaxaca.

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    tacin que hemos aportado parece indicar que desde la percepcindel centro, del rea focal de la Repblica, el sentimiento patrio sereduca a lo que ms tarde se llamara Mesoamrica, cuyas fronte-

    ras hacia el norte no iban ms all de la lnea fronteriza de ciudadescolindantes con el desierto, como Zacatecas y San Luis Potos. Estalnea constitua precisamente la llamada frontera interior de la Re-pblica hacia el norte. Ms all estaban los territorios apropiadosslo instrumentalmente por el estado, como mbito de jurisdiccinpoltico-administrativa. Su ocupacin a travs de presidios y de pre-carias y casi simblicas aduanas, siempre deficitarias, slo era unmedio para contener la expansin de los colonos norteamericanos

    y para defender el honor de la nacin. As se explica el hechode que, en la poca considerada, los geosmbolos dominantes de lapatria, como referentes de la identidad nacional, hayan sido siemprelos volcanes y las pirmides aztecas, pero nunca los elementos de lageografa de los desiertos.

    La segunda consecuencia importante de la representacin mexi-cana decimonnica del Septentrin pudo haber sido tambin, con

    alto grado de verosimilitud, la disposicin a hacer concesiones a losEstados Unidos, en partes del territorio desrtico a cambio de pre-servar lo ms importante: la integridad de la verdadera patria quecoincida, como vimos, con la geomorfologa mesoamericana. As lopercibieron los propios estadounidenses en la poca considerada.22

    Y del lado mexicano, podemos citar la opinin de Matas Acosta,embajador en Washington, quien en 1859 escriba a Benito Jurezque no tena nada de deshonroso realizar grandes concesiones

    a los Estados Unidos (Jurez, 1964-1965, tomo II: 454-455, citadopor Rajchenberg y Hau, 2005b: 246).

    22 Por ejemplo, el viajero norteamericano Albert M. Gillian (1996), quien vi-sit Mxico entre 1843 y 1844, escribe en sus memorias: En 1835 Mxicoabandon sus puestos militares y las misiones de California, y los hechoshistricos subsecuentes demuestran abundantemente que el gobierno inten-taba renunciar al territorio, considerndolo, como lo considera el pueblo deMxico, una regin demasiado remota y sin valor para justificar el gasto desu ocupacin militar, o bien, considerndose demasiado dbiles a s mis-mas para mantener su autoridad sobre ella (Citado por Rajchenberg y Hau,2005a: 14)

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    En contraste y siguiendo el mismo razonamiento la vi-sin pionera de esos mismos territorios por parte de los colonosanglo-sajones como tierra prometida, como desierto y jardn

    potencial al mismo tiempo, explica razonablemente su voluntad deexpansin permanente sobre las fronteras del suroeste desrtico osemidesrtico, y la insaciable voracidad de territorios que han sidocaractersticas mayores de la geopoltica norteamericana en relacincon Mxico en el siglo XIX.

    Con esto volvemos al tpico con que iniciamos este artculo: elTratado McLane-Ocampo. Pensamos que nuestro razonamientoarroja alguna luz en trminos psico-histricos y no slo polti-

    cos sobre la firma de este Tratado, considerado como un hechoaparentemente anmalo y enigmtico en la historia del siglo XIXmexicano. En efecto, ese Tratado fue firmado nada menos que porBenito Jurez, de cuyo patriotismo y acendrado nacionalismo es di-fcil dudar.

    Justo Sierra (1972) buscaba angustiosamente la solucin a esteenigma histrico en su obraJurez, su obra y su tiempo, planteando el

    problema en los siguientes trminos:Yo busco para m una explicacin de este fenmeno de orden

    psicolgico: Cmo es que hombres de una moral cvica excelsa, deun patriotismo tal que ha sobrevivido inclume y esplndido, noslo a los ataques de estupenda violencia de que han sido vctimasen vida y muerte, sino al hecho mismo, al acto que constituy su fal-ta suprema, acto de irreductible gravedad para su memoria; cmoes, en suma, que repblicos como Jurez, Ocampo, Lerdo, compa-

    ginaron esa obra de tan claro aspecto antinacional? (pp. 193-194).

    Nuestra propuesta de explicacin apunta, sin excluir otras causasms coyunturales en historia no existen explicaciones por facto-res nicos a la fuerza cuasi-material de las representaciones socia-les de una poca, sobre todo si estn profundamente arraigadas enel imaginario colectivo y han funcionado en la larga duracin con latenacidad y la fuerza secular de los arquetipos.

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