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1 En julio de 1813 las tropas aliadas hispano-británico-lusitanas, al mando de sir Arthur Wellesley duque de Wellington, habían hecho retroceder a los franceses -mandados por el Mariscal Soult, duque de Dalmacia- al otro lado del Bidasoa. Durante todo ese mes de julio se produjeron muchas batallas para frenar los intentos de Soult por recuperar el territorio perdido al sur de los Pirineos: Roncesvalles, Sorauren, Yanzi, Echalar, etc.. A partir de la primera semana del mes de agosto se produjo un parón en las acciones bélicas. Soult necesitaba más defensas y más tropas. Así que se dedicó a fortificar aún más la orilla norte del Bidasoa y el pirineo navarro. Y su ejército inicio una caza de “conscriptos” (reclutas forzosos) por las localidades labortanas y bajo navarras. El gobierno británico presionaba a Wellington para que avanzara sobre suelo francés. Había prometido a sus aliados atacar a Napoleón Bonaparte desde el sur, pero el comandante en jefe del ejército aliado no tenía nada claro el asunto y detuvo su avance en la orilla izquierda del Bidasoa. Y no le faltaban razones. Tenía en la zona cuatro plazas fuertes en poder de los franceses (Santoña, Jaca, San Sebastián y Pamplona), y tenía otras muchas más en Cataluña y Levante (Barcelona, Lérida, Gerona, Sagunto, Denia, Peñíscola…) en iguales condiciones, y consideraba imprudente entrar en territorio francés con tanta tropa enemiga a sus espaldas. Tenía que reorganizar su ejército, maltrecho y dividido por los últimos sitios y batallas. Y, además, sus almacenes de suministros estaban vacíos. Entrar así en territorio enemigo empeoraría la situación. Las tropas inglesas y portuguesas llevaban meses alimentándose sólo de bacalao seco –los ingleses lo odiaban-, y las tropas españolas se alimentaban casi exclusivamente de mazorcas de maíz tostadas al fuego…cuando las encontraban. Pero, sobre todo consideraba que no tenía suficientes tropas para intentarlo. La orilla en poder de los franceses era una orilla montañosa, plagada de trincheras y fortificaciones. Protegida, además, por el casi infranqueable foso natural del Bidasoa en el que, tras la destrucción del puente de Behovia por el general Foy en su retirada, no había en muchos kilómetros ni puentes ni vados. Wellington tenía 89.000 hombres y Soult 60.000. Pero el general británico sabía que ni con el doble de tropas se podía asegurar mínimamente el resultado de la acción. Hondarribia en 1813, con su lienzo Este totalmente destruido. Grabado de R. Batty, capitán británico que participó en esta batalla El 31 de agosto y 1 de septiembre de 1813 se frenó con la batalla de San Marcial, el último intento de Soult por liberar San Sebastián. El mismo 31 de agosto las tropas aliadas tomaron la ciudad de San Sebastián, y el castillo de la Mota se rindió el 9 de septiembre. En Inglaterra volvieron a arreciar las críticas sobre Wellington ¿Por qué no aprovechaba el momento y atacaba?. Soult había aprovechado este tiempo para reforzar sus defensas y para reclutar 30.000 “conscriptos”. Ahora las fuerzas estaban empatadas. ¿Qué estaba haciendo Wellington? Cosas de Alde Zaharra 13 Hondar Ibia…¡¡¡sand ford!!!(¡vado de arena!)

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En julio de 1813 las tropas aliadas hispano-británico-lusitanas, al mando de sir Arthur Wellesley duque de Wellington, habían hecho retroceder a los franceses -mandados por el Mariscal Soult, duque de Dalmacia- al otro lado del Bidasoa. Durante todo ese mes de julio se produjeron muchas batallas para frenar los intentos de Soult por recuperar el territorio perdido al sur de los Pirineos: Roncesvalles, Sorauren, Yanzi, Echalar, etc.. A partir de la primera semana del mes de agosto se produjo un parón en las acciones bélicas.

Soult necesitaba más defensas y más tropas. Así que se dedicó a fortificar aún más la orilla norte del Bidasoa y el pirineo navarro. Y su ejército inicio una caza de “conscriptos” (reclutas forzosos) por las localidades labortanas y bajo navarras. El gobierno británico presionaba a Wellington para que avanzara sobre suelo francés. Había prometido a sus aliados atacar a Napoleón Bonaparte desde el sur, pero el comandante en jefe del ejército aliado no tenía nada claro el asunto y detuvo su avance en la orilla izquierda del Bidasoa. Y no le faltaban razones.

Tenía en la zona cuatro plazas fuertes en poder de los franceses (Santoña, Jaca, San Sebastián y Pamplona), y tenía otras muchas más en Cataluña y Levante (Barcelona, Lérida, Gerona, Sagunto, Denia, Peñíscola…) en iguales condiciones, y consideraba imprudente entrar en territorio francés con tanta tropa enemiga a sus espaldas. Tenía que reorganizar su ejército, maltrecho y dividido por los últimos sitios y batallas. Y, además, sus almacenes de suministros estaban vacíos. Entrar así en territorio enemigo empeoraría la situación. Las tropas inglesas y portuguesas llevaban meses alimentándose sólo de bacalao seco –los ingleses lo odiaban-, y las tropas españolas se alimentaban casi exclusivamente de mazorcas de maíz tostadas al fuego…cuando las encontraban.

Pero, sobre todo consideraba que no tenía suficientes tropas para intentarlo. La orilla en poder de los franceses era una orilla montañosa, plagada de trincheras y fortificaciones. Protegida, además, por el casi infranqueable foso natural del Bidasoa en el que, tras la destrucción del puente de Behovia por el general Foy en su retirada, no había en muchos kilómetros ni puentes ni vados. Wellington tenía 89.000 hombres y Soult 60.000. Pero el general británico sabía que ni con el doble de tropas se podía asegurar mínimamente el resultado de la acción.

Hondarribia en 1813, con su lienzo Este totalmente destruido. Grabado de R. Batty, capitán británico que participó en esta batalla

El 31 de agosto y 1 de septiembre de 1813 se frenó con la batalla de San Marcial, el último intento de Soult por liberar San Sebastián. El mismo 31 de agosto las tropas aliadas tomaron la ciudad de San Sebastián, y el castillo de la Mota se rindió el 9 de septiembre. En Inglaterra volvieron a arreciar las críticas sobre Wellington ¿Por qué no aprovechaba el momento y atacaba?. Soult había aprovechado este tiempo para reforzar sus defensas y para reclutar 30.000 “conscriptos”. Ahora las fuerzas estaban empatadas. ¿Qué estaba haciendo Wellington?

Cosas de Alde Zaharra 13

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Por supuesto que Wellington sabía lo transcendental que sería hacerse con las zonas altas al norte del Bidasoa, y en particular con el privilegiado observatorio del monte Larrun. Y también estaba muy interesado en asegurarse el puerto de Hondarribia como base para recibir los suministros necesarios para atacar el territorio francés desde el sur. A pesar de la peligrosidad de su barra era la mejor alternativa al puerto de Pasajes, en el que sólo podían fondear tres buques simultáneamente. Y para eso debía hacerse con toda la bahía de Txingudi. Pero todo ello dependía de encontrar una alternativa diferente que no implicara atacar frontalmente a las posiciones francesas.

El estuario del Bidasoa entre Hondarribia y Hendaya. 900 metros de anchura y seis metros de profundidad del agua. Un foso imposible de atravesar. Grabado de R. Batty, 1813

El servicio de inteligencia de Wellington tenía lingüistas y geógrafos que obtenían información hablando con la población de las zonas por las que pasaban. En su trabajo descubrieron que Fuenterrabía había tenido antiguamente la denominación de Hondarribia. Y que este nombre provenía del euskera Hondar (arena) e Ibia (vado). Vado de arena. Cuando Wellington se enteró pegó un grito -¡¡sand ford!!- (¡vado de arena!). Si había habido vados de arena en el estuario, podía seguir habiéndolos. Y ordenó a los oficiales de su Estado Mayor que investigaran a fondo esa posibilidad. Era una posibilidad remota, pero podía constituir la salida a su embrollo con los gobiernos aliados y su mayor as en la manga para la partida estratégica que mantenía con el mariscal Soult.

Los fontarabians –como nos llamaban los ingleses- sabían que habían existido vados entre hondarribia y Hendaya, pero hacía muchos años que no se utilizaban. Aun así los arrantzales tenían una idea aproximada de cuales eran las zonas de menor calado. Pero esto no bastaba a los oficiales de Wellington. Había mucho en juego y había que asegurar la situación exacta de los vados.

De forma que entre finales de agosto y principios de septiembre algunos arrantzales hondarribiarras –a regañadientes, porque entre hondarribiarras y británicos nunca hubo buen feeling- no pudieron resistirse a “la capacidad persuasiva” de los oficiales ingleses y se dedicaron a faenar en el interior del estuario. Aparentemente realizaban sus ocupaciones habituales, pero mientras unos levantaban realmente pescado, otros utilizaban sus aparejos como escandallos para medir la profundidad del agua. El riesgo era muy grande, porque tenían que hacerlo en ocasiones muy cerca de los centinelas franceses de la otra orilla, que podían sospechar en cualquier momento que algo raro estaban haciendo. Con cada grupo trabajaba, disfrazado de pescador, un oficial de estado mayor británico que registraba los avances.

Por este método, y sin levantar las sospechas de los soldados franceses, encontraron cuatro posibles vados entre Hondarribia e Irún. Pero no era suficiente. Wellington iba arriesgar la vida de los 15.000 hombres que utilizarían esos vados, así que había que asegurar que se podían cruzar a pie. Y aquí ya hubo sus más y sus menos. Tirarse al agua no sabiendo nadar, y vadear con el agua al cuello delante de los centinelas franceses, era ya demasiado. Según el capitán Batty, la amabilidad, la persuasión, “y, finalmente, las amenazas indujeron a un hombre a ir más allá; y como había aún una considerable distancia de arena entre el canal y la orilla derecha, tuvo tiempo de volver de forma segura, aparentemente sin generar la más mínima sospecha en el enemigo”.

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Realizando pruebas similares se establecieron tres vados: uno entre el arrabal de la Magdalena y las cercanías de la playa de Hondarraitz, un segundo entre el Puntal y Hendaya, y el último que partía de los muros de contención frente al convento de Capuchinos.

El 15 de septiembre, Wellington y su estado mayor tenían ya el informe de la posición de los vados y decidieron dar un golpe de mano atacando por sorpresa toda la zona entre Hendaya y el monte Larrun. La operación exigía mantener en el más absoluto secreto sus intenciones y toda la preparación previa.

Los ingenieros aliados empezaron a construir taludes de tierra por toda la orilla sur del Bidasoa y especialmente en torno a la ciudad de Hondarribia, con una función aparentemente defensiva. También construyeron taludes en el valle entre peñas de Aya y Jaizkibel. No tenía que verse ningún movimiento especial de tropas. Así que los 50.000 hombres que tenía el ejército aliado en el pirineo navarro, no se moverían de allí para dar la sensación a Soult de por allí vendría el ataque. Las tropas que habían tomado San Sebastián quedaron acantonadas entre esta ciudad y Hondarribia, ocultas tras los parapetos de tierra hasta el momento previo al ataque. Los trenes de pontones necesarios para poder pasar la artillería al otro lado del Bidasoa después del ataque inicial, se montarían en Oyarzun, fuera de la vista de los franceses.

Hondarribia. La calle Mayor en 1813. Grabado de R. Batty

Buscaron una fecha en la que la altura del agua en el estuario fuera la menor posible. La siguiente bajamar en mareas vivas sería el día 7 de octubre a las 7:30 de la mañana. En ese momento se esperaba que la profundidad en los vados estuviera entre un metro y metro y medio. Para mantener el secreto no se transmitirían las órdenes a los mandos hasta el día anterior, el día 6.

Pero hasta los secretos mejor guardados tienen sus límites. El día 1 de octubre, el sagaz corresponsal en Irún del Conciso de Cádiz enviaba una nota a su redacción: “Irún, 1º de octubre. Todas las apariencias son de que se trata de hacer una seria entrada en Francia. Al intento se reconocen los vados del Bidasoa, y à corta distancia de aquí hay un numeroso tren de pontones”. Suerte que Cádiz estaba muy lejos, y la noticia no se publicó hasta el día 12.

El día 1 de octubre Wellington fue con toda pompa y mucho ruido a pasar revista a las tropas acantonadas en Roncesvalles. Los días posteriores las tropas acantonadas en la zona hicieron cambios de posición, llevando a cabo algunas pequeñas escaramuzas contra las posiciones enemigas, para atraer la atención de los franceses.

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Soult, mientras tanto, reforzaba su ala izquierda en el pirineo navarro. Las informaciones que tenía apuntaban a dos posibilidades. Estaba llegando el invierno y Wellington estaba fortificando sus posiciones en el Bidasoa. Lo que apuntaba a que el ataque no era inminente. Pero la concentración de tropas aliadas en el pirineo, y sus últimos movimientos y ataques, apuntaban a una acción inmediata. Para el estado mayor de Soult, o no habría ataque o éste llegaría por Roncesvalles. La posibilidad de que el ataque llegara en la desembocadura del Bidasoa estaba descartada. En el punto más estrecho el estuario tenía una anchura de 900 metros, con un fondo de arena y fango cubierto de agua. Ningún general en su sano juicio atacaría por allí. Tan seguros estaban de ello que los últimos 6 kilómetros del río hacia el mar estaban únicamente custodiados por los 4.000 hombres de la división del general francés Macune. Para cualquier cambio en la situación confiaban, además, en su tecnología moderna de comunicaciones. Desde hacía unos meses toda su línea contaba con telégrafos ópticos de Chappé –no existían todavía los eléctricos- que transmitían con bastante celeridad los mensajes.

El día 6 se transmitieron las órdenes a los mandos. 14 columnas vadearían el Bidasoa entre el puente de Bera y la desembocadura del río. Nos centraremos en las órdenes que recibieron las columnas que cruzarían primero, las que cruzarían por los vados descubiertos entre Hondarribia y Hendaya. El mayor riesgo lo corrían estas unidades. Debían cruzar rápidamente el estuario sin ninguna protección. Así que tenían que hacerlo muy rápido. Las tiendas de campaña de los campamentos se dejarían montadas para no alertar al enemigo. Cruzarían sin caballos, sin armamento pesado, sin mochilas. Sólo con las armas y la munición sobre la cabeza para que no se mojaran. Cada columna iría guiada por el oficial de estado mayor y uno de los arrantzales hondarribiarras que habían descubierto el vado. Cruzarían en absoluto silencio y sin ningún apoyo de artillería, para llegar lo más lejos posible sin ser descubiertos. En cuanto las cabezas de las columnas pisaran la orilla francesa, un cohete disparado desde el campanario de la iglesia de Hondarribia sería la señal para que comenzara el apoyo de la artillería y el resto de las columnas iniciaran el paso por los otros vados, aguas arriba. Entre estas columnas había una que tenía una misión muy específica. La columna del guerrillero vizcaíno Longa tenía la misión de cortar el sistema de comunicaciones destruyendo la torre del telégrafo óptico que los franceses tenía instalado frente a Endarlaza.

Las tropas de Wellington cruzando el Bidasoa en 1813, con Hondarribia al fondo. Grabado de J.P. Beadle realizado en 1908. Este grabado plantea algunos problemas porque en él se muestran cañones, caballos y mochilas, y refleja una Hondarribia muy posterior a la de 1813. Pero tiene la virtud de rememorar el paso desde la propia ciudad y tiene una pequeña sorpresa… entre los dos jinetes del centro de la ilustración se puede observar, con makila y txapela, al guía hondarribiarra que les acompañaba con un cierto toque mugalari

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El día 6 hizo una tarde muy calurosa que presagiaba tormenta. Las tropas acantonadas entre San Sebastián y Hondarribia avanzaron hasta esconderse en el foso que la ciudad de Hondarribia tenía en su lado oeste. A eso de las tres de la madrugada fueron avanzando en silencio ocultándose tras los taludes de tierra construidos frente al arrabal de la magdalena y la ciudad. Y una tercera columna se ocultó tras los muros de contención que protegían los maizales de las crecidas del río, justo frente al convento de Capuchinos. La tormenta estalló con toda su potencia. Lluvia, viento, truenos. Lo que ayudó mucho a que los franceses no escucharan el movimiento de la artillería y el tren de pontones en su acercamiento a Irún.

A las siete de la mañana todas las unidades estaban ocultas tras los taludes de tierra. En un silencio tan absoluto que se podían oír las voces de los soldados franceses preparándose el desayuno en la otra orilla. Un silencio que incrementaba la angustia y el miedo sentida por los soldados aliados. Eran conscientes del riesgo que suponía cruzar 900 metros de un espacio sin defensa alguna, en el que cualquier retraso podía suponer enfrentarse a una subida rápida de la marea y a un aumento de la corriente. Y esta era una acción en la que no habría heridos. Los heridos morirían ahogados.

A las 7:15 las tres columnas de Hondarribia, formadas por soldados británicos y portugueses con algunos alemanes, salieron de sus parapetos y avanzaron todo lo silenciosa y rápidamente que pudieron. Con tanta fortuna que, cuando las tropas francesas comenzaron a disparar, la columna de la izquierda ya había cruzado los vados. Desde el campanario de Hondarribia se disparó el cohete, y sobre los franceses comenzó a caer una lluvia de fuego disparada por las baterías de artillería que habían permanecido ocultas tras los taludes de tierra del Puntal. Al sonido del cohete y el cañoneo 40.000 hombres empezaron a cruzar el Bidasoa desde su desembocadura hasta las cercanías de Bera. La torre del telégrafo de Endarlaza fue rápidamente destruida.

La batalla fue corta en la parte de Hendaya. Los franceses, sorprendidos por el intenso cañoneo se vieron envueltos por una fuerza de infantería muy superior que les llegaba por todas partes. Cada batallón francés se veía atacado por 2 ó 3 brigadas aliadas a la vez. Incluso desde la retaguardia, porque la primera columna de la izquierda, ante la poca resistencia, había avanzado siguiendo la costa y ahora atacaba las posiciones de Hendaya desde atrás. Los franceses tuvieron que retirarse atropelladamente hasta sus campos atrincherados en Urrugne. El capellán Gleig nos cuenta que “un pánico general parecía haberse apoderado del enemigo. En vez de cargar sobre nosotros cuando avanzábamos en columna, quemaban sus piezas y huían sin detenerse a volverlas a cargar, y no intentaron nada parecido a una resistencia hasta que sus fortificaciones cayeron en nuestras manos, así como gran parte de su artillería. Fue una de las más perfectas y hasta extraordinarias sorpresas que contemplé. Las tropas francesas perdieron todo orden y disciplina y, dirigiéndose a retaguardia cada cual por si mismo y como mejor pudo, nos dejaron en posesión indiscutible del campo”. A las nueve de la mañana Hendaya era sólo ruinas, fuego y humo. El asalto de Hendaya por los vados había costado 400 bajas al ejército aliado. Una cantidad increíblemente pequeña para lo usual en la época. Para el mediodía todas las tropas francesas se habían retirado a Urrugne, y Wellington ordenó el alto el fuego deteniendo el avance.

El ataque de las tropas aliadas sobre Biriatu, 1813. Grabado de R. Batty

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El engaño había sido casi total. Soult estaba en Ainhoa repeliendo un ataque simulado sobre su posición para mantenerle entretenido, cuando escuchó el intenso cañoneo proveniente del monte San Marcial. Se dio inmediatamente cuenta de que el ataque real era sobre Hendaya y Biriatu, pero ya nada pudo hacer.

Otra cosa fue el asalto al monte Larrun. Al mando del general Girón, los 20.000 hombres del ejército de reserva de Andalucía empezaron a trepar las empinadas rampas de una posición casi inexpugnable. La cima del monte terminaba en una ermita construida sobre una roca de unos 20 metros de altura. Durante dos días fueron una y otra vez rechazados. En la noche del 8 al 9, los franceses que ya no tenían municiones ni víveres, conscientes de que iban a quedar totalmente rodeados abandonaron la ermita replegándose a Sare.

En líneas generales todo salió como estaba previsto. Con algunas excepciones. El general Robinson, al mando de la columna que cruzó desde Hondarribia por el vado más cercano al mar, estaba exultante porque estaba consiguiendo cruzar el estuario sin ninguna oposición por parte de las tropas francesas. Tan exultante que se le fue la olla y ordenó a su banda de música que se arrancara con una marcha militar. Felizmente sólo tenían frente a ellos un pequeño destacamento militar francés (un sargento y 30 soldados) y poco después empezaron a disparar las baterías del Puntal. Los hombres del general Freire, que estaban cruzando por el vado entre el destruido puente de Behovia y la isla de los Faisanes, se equivocaron al seguir la ruta y entraron en aguas profundas. Se produjo un caos porque, mientras la cabeza de la columna intentaba retroceder, los de atrás seguían avanzando y empujando. Finalmente encontraron el buen camino y consiguieron cruzar, pero estuvieron mucho tiempo expuestos a los fusileros franceses y tuvieron muchas bajas.

Batalla del Bidasoa, 1813. Grabado de D. Havell

El duque de Wellington había tomado su cabeza de puente en suelo francés. Tras ello reforzó sus posiciones, construyó tres puentes sobre el Bidasoa y esperó a que cayera Pamplona para continuar su avance sobre París.

La operación del cruce del río Bidasoa fue una acción increíblemente arriesgada, forzada por las presiones de los gobiernos aliados, que le salió muy bien a Wellington. Según los oficiales franceses, demasiado bien porque “todo pareció aliarse para allanarle las dificultades al general inglés”, porque, en condiciones normales “su ala izquierda –la que cruzó por los vados de Hondarribia- debería haber quedado destrozada el día 7”. Pero el riesgo que tomó cruzando con 15.000 hombres por el espacio despejado del arenal, y utilizando todas sus tropas en el ataque sin dejar nada en retaguardia, tuvo algunas ayudas. Por supuesto la sorpresa de los franceses, pero también la oportuna tormenta; Soult, que estaba esa mañana a muchos kilómetros de distancia, y el hecho de que el día anterior los

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franceses habían llevado varias brigadas a Urrugne y toda la zona desde Hendaya hasta el mar estaba esa noche custodiada por un sargento y 30 soldados.

Pensemos, por un momento, que algunas cosas podrían haber sido diferentes. Imaginemos que los centinelas franceses hubieran detectado antes el paso de las columnas; que hubiera habido –como había el día anterior- más tropas entre Hendaya y el mar; y que Soult hubiera estado en el puesto que corresponde a un comandante en jefe –en el centro de su línea-. Las tropas de Hendaya hubieran podido aguantar más tiempo el ataque, Soult hubiera podido acudir en su ayuda adelantando las tropas acantonadas en Urrugne. Y el ala izquierda de los aliados podría haber quedado encerrada en una ratonera, sin poder retroceder por el estuario del Bidasoa por la subida de la marea. Así que no es de extrañar que Wellington calificara el paso del Bidasoa como la acción de mayor éxito de su carrera militar.

Wellington Soult

Wellington y Soult firmaron el armisticio el 19 de abril de 1814, tras la derrota francesa en Toulouse.

Wellington, tan excelente estratega militar como impertinente e inoportuno cuando abría la boca, fue tan odiado por la autoridades como adorado por el pueblo. Hasta el punto de ser propuesto por algunos militares y aristócratas para ocupar el trono con el nombre de Arturo I Rey de España. Lo que obviamente no llegó a suceder.

Soult, a pesar de las malas decisiones en esta batalla decisiva, nunca perdió su prestigio. En 1814 fue nombrado Ministro de la Guerra en Francia.

Hondarribia, destrozada unos años antes en la guerra de la Convención y esquilmada durante la ocupación francesa, volvió a sufrir todo tipo de penalidades y tropelías con la presencia de las tropas aliadas. Ya hemos comentado que entre hondarribiarras y británicos nunca hubo buenas relaciones. Wellington se quejó ante el gobierno inglés, el 27 de noviembre de 1813, explicando que “lo que es más extraordinario, y más difícil de entender, es lo sucedido últimamente en Fuenterrabía”. Según su informe, cuando quiso montar un hospital en la ciudad aprovechando uno ya existente, los hondarribiarras quemaron las camas para que los heridos ingleses no pudieran utilizarlas. El hecho dio pie a una frase muy repetida en los manuales de historia militar británica: “y esta es la gente a la que le hemos dado medicinas e instrumental, cuyos heridos y enfermos hemos llevado a nuestros hospitales y a los que les hemos dado cada servicio que ha estado en nuestra mano, tras haber recuperado su país del enemigo”

Pero, con mucho, la peor parte se la llevó la vecina villa de Hendaya. También había sido muy dañada en la guerra de la Convención, pero con en el ataque del 7 de octubre de 1813 quedó ya totalmente arrasada. Durante muchos años Hendaya dejó de existir. En 1834 M. Lacour escribía. “Hendaya sólo existe como un punto en el mapa. Pero sólo es un montón de escombros (…) sólo he visto devastación, soledad y duelo (…). Uno cree estar paseándose en medio de las catacumbas”. Hendaya no volvió a la vida hasta la llegada del ferrocarril en 1864. El último vestigio de la Hendaya defensiva, el antiguo fuerte –le Vieux Fort- que se encontraba en el lugar donde ahora está el monumento a los caídos por Francia en la Gran Guerra, fue demolido a finales del siglo XIX.

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Nota: Así como parece estar bien establecido que una columna partió desde el Puntal y otra desde Capuchinos. La tercera (la del arrabal de la Magdalena) no está tan clara. Algunos escritos de la época plantean que desde Capuchinos partieron dos de las tres columnas, o incluso las tres. Nosotros nos hemos basado en la descripción más detallada, la de W.F.P. Napier, considerado en Gran Bretaña como historiador de referencia para la llamada Guerra de la Independencia –Guerra Peninsular para los británicos-, y que participó como soldado en esta batalla.

Como ejemplo de estas informaciones contradictorias, aquí debajo se muestran dos cartas que sitúan los vados en lugares muy diferentes.

A la izquierda, el cruce del Bidasoa según Napier. Hemos marcado en rojo el inicio de los vados porque se ven mal las líneas. A la derecha, carta realizada por L. Mitchell, que parece reflejar que las tres columnas partieron desde Capuchinos.

Tetxu HARRESI, 3 de octubre de 2012

Fuentes:

Sarrazin, M. (1816), Histoire de la guerre de la Restauration depuis le passage de la Bidassoa par les alliés, 7 octobre 1813 jusqu’a la loi d’aministie du 12 janvier 1816, Rosa, Paris

Batty, R. (1823), Campaign of the Left Wing of the Allied Army, in the Western Pyrenees and South of France, in the years 1813-1814, under Field-Marshall the Marquess of Wellington, John Murray, London

Lapene, E. (1823), Campagnes de 1813 et de 1814 sur l’Èbre, les Pyrénées et la Garonne, Anselin et Pochard, Paris Gleig, G.R. (1825), The subaltern, Blackwood, Edimburgh Southey, R. (1832), History of the Peninsular War, Vol. III, John Murray, London Gurwood L.C. (1838), The Dispatches of field marshal the Duke of Wellington during his various campaigns from 1799 to

1818, Vol.XI, John Murray, London Napier, W.F.P. (1839), History of the war in the peninsula and in the south of France from the year 1807 to the year 1814,

Meline, Cans & Co, Brussels Jackson, B. y Rochfort, C. (1840), The military life of field marshal the Duke of Wellington, Longman, London Wright, M.A. ( 1841 ), Life and Campaigns of Arthur, Duke of Wellington, Fisher, Son & Co., London Blakeney, R. (1899), A boy in the Peninsular War. The services, adventures and experiences of Robert Blakeney

Subaltern in the 28th Regiment. An Autobiography, Julian Sturgis, London Prensa de la época