Historias espectrales

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Historias espectralesEdgar Allan Garca

Historias espectrales Edgar Allan Garca De esta edicin: 2007, Grupo Santillana Ecuador Av. Eloy Alfaro N33-347 y Av. 6 de Diciembre Telfono: (5932) 244 6656 Fax: (5932) 244 8791 Quito-Ecuador E-mail: [email protected] Av. Francisco de Orellana. Edificio World Trade Center, oficina 221 Tel.: 263 0339 - 263 0340 Guayaquil-Ecuador www.alfaguara.com Alfaguara es un sello editorial de Grupo Santillana. Estas son sus sedes: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Espaa, Estados Unidos, Guatemala, Mxico, Panam, Paraguay, Per, Puerto Rico, Repblica Dominicana, Uruguay y Venezuela.. Ilustracin de portada: Bladimir Trejo Diagramacin: Ziette Correccin de estilo: Paulina Rodrguez Primera edicin en Alfaguara Ecuador: abril 2006 Primera reimpresin en Alfaguara Ecuador: marzo 2007

ISBN: 978-9978-07-933-1 Derechos de autor: 024127 Depsito legal: 003296 Impreso en Ecuador Imprenta La Unin

Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia, o por cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Historias espectralesEdgar Allan Garca

Prlogo y estudio: Francisco Delgado SantosSERIE ROJA ALFAGUARA

[Prlogo]Por Francisco Delgado Santos

a actual literatura ecuatoriana para nios y jvenes tiene en Edgar Allan Garca una de sus voces ms representativas. El joven autor ha conseguido no solo una prdiga cosecha de premios literarios, sino algo que muy pocos pueden exhibir como carta de presentacin: ocho ediciones sucesivas de mayor acogida de Leyendas del Ecuador. Como bien sabemos, la leyenda es un relato de tradicin oral basado, a Veces, en acontecimientos histricos y, en otras, en la fabulacin popular. En esta clase de relato prevalecen elementos fantsticos o maravillosos, frecuentemente de origen folclrico, y el protagonista puede ser un personaje, un sitio misterioso o un acontecimiento singular. Nuestro pas ha tenido varios recopiladores y recreadores de leyendas, entre cuyos ms ilustres nombres se destacan los de Gabriel Pino Roca, Cristbal de Gangotena y Jijn, Modesto Chvez Franco, Luis Napolen Dillon, Reinaldo Murgueytio, Pablo Herrera, Ins y Eulalia Barrera,

L

por alguna plaga inmunda, los ojos vacos y los cabellos revueltos, que gritaba y maldeca estruendosamente; un gigante de apenas doce aos, lleno de pelos en los brazos, en la espalda y en la cara, que se coma crudo a todo animal que pasaba por la montaa, despus de perseguirlos, agarrarlos y partirles el cuello de una sola; un toro que se mete a la casa de una bella muchacha, derriba la puerta de su dormitorio y le cornea el corazn... Si a pesar de todo lo dicho, estn todava dispuestos a aventurarse por el interior de estas pginas, los felicito por su valenta y les pido presentar mis respetuosos saludos a los espectros que les saldrn al paso. Es posible que sea lo ltimo que hagan, pero creo que valdr la pena...

Duendes(a manera de introduccin)

T

enemos cerebro de nuez, manos de viento, ojos de bho, canto de lluvia, pasos de lobo, sueos humanos. Nuestra presencia se confunde con el vaho que derrama la luna llena o con el arco iris que camina susurrando por los senderos perdidos, pero para la gente somos nadie, cosa comn entre las cosas comunes, carne invisible a contraluz, nudo en el pelo de la nia ms bonita, agujas que se pierden y reaparecen, un sombrero ancho que anda por todas partes y desaparece, canto de guitarra en la noche profunda, soplo sin viento que de golpe cierra la ventana y asusta a los nios sin quererlo. Mralos, grita Carlitos. Escchalos, murmura Sebastiana. Sintelos, silba entre las encas don Camilo. Hulelos, sugiere la bella Adriana. Y todos se quedan as, como suspendidos en el aire, vindonos sin vernos, escuchndonos sin escucharnos, sintindonos sin sentirnos. Y es entonces cuando, aprovechando ese pequeo

instante bajo la lluvia, hacemos nudos en las trenzas negras de la Sebastiana o ponemos sal en la taza de caf de don Camilo. Bromas inocentes. Cosas de duendes. Simples ganas de jugar entre una eternidad y otra.

El Bambero y el Riviel(San Lorenzo - Esmeraldas)

E

n semana santa nadie poda baarse en el ro porque nos convertamos en pejes, dijo don Julio Estupin, luego de echarnos el humo de su cachimba. Afuera las chicharras entonaban su msica montona y adentro una enorme mariposa negra daba vueltas alrededor de una de las velas. No podamos partir lea porque decan que era lo mismo que darle hachazos a Nuestro Seor, continu don Julio. Carraspe y trag un poco de agua zurumba, una deliciosa infusin de hojas de limoncillo y panela, mientras lo observbamos sin parpadear. Tampoco debamos cortar una planta porque, segn decan, era como si cortramos en pedazos a Dios. Ni debamos montar a caballo porque podamos convertirnos en duendes. Estaba prohibido comer carne roja, pelear con los hermanos, decir malas palabras y tener pensamientos retorcidos. Mejor dicho, no se poda hacer casi nada, sentenci, y exhal una gruesa bocanada de humo. Se oy el crujido cerca de la casa de caa donde estbamos. Don Julio abri los ojos e hizo un

gesto para escuchar mejor. El crujido de ramas secas quebrndose se repiti. Qu es eso?, murmur Anita. No s, le dije en voz baja. Un animal, seguro. No, susurr don Julio, eso no es animal ni nada que se le parezca, ese que anda por ah no tiene cuerpo, pero se hace sentir, no es animal pero grue, no es hombre pero a veces grita como humano. Nos quedamos en silencio, entumecidos, esperando. Anita se peg a m, temblando. Adrin miraba a uno y otro lado, con los ojos muy abiertos, quiz buscando una seal que lo tranquilizara. Respirbamos agitados. Clav la vista en don Julio: si algo estaba pasando all afuera, l lo sabra primero que nadie. El crujido se repiti y algo gru muy cerca de donde estbamos. Otro silencio, largo, interminable. Hasta las chicharras se haban callado. Fue cuando estall una risa de hombre, una risa ronca, convulsa, ahogada. Y luego, otra vez, silencio. Don Julio se persign y solo entonces supe que ni l podra salvarnos de lo que estaba a punto de suceder. Contuve la respiracin. Adrin agarr un palo de escoba que estaba sobre el piso y se apeg a Anita y a m. Temblbamos sin poder detenernos, pero nada ms sucedi. Cuando las chicharras volvieron a cantar, don Julio exclam con alivio: se fue por fin. Quin?, alcanz a balbucear Anita. Quin va a ser, el Bambero pues mijita, el mismsimo Bambero acaba de pasar por aqu. Yo mir la hora en ese instante: eran las doce y cinco de la noche. Y quin es el

Bambero?, pregunt Adrin. Ah, es una larga historia, dijo don Julio, volviendo a prender su cachimba. Ese es, digamos, un ser de los montes. El se encarga de vigilar que nadie mate un animal si no es para comer. Y cuando encuentra que alguien ha matado, digamos, una tatabra o un sano, y lo ha dejado tirado en el monte, lo sigue hasta donde vive y, ya de nochecita lo asusta, lo asusta hasta que se coma al animal. Y si lo ha dejado herido, lo molesta hasta que lo cure y lo deje libre. Ah, exclam con alivio Adrin, entonces no es malo, es un ser bueno. Don Julio asinti y yo sonre: Adrin era el tpico muchacho de ciudad; me haba dicho muchas veces que no crea en espritus y que a l no lo asustaba nada. Y ahora estaba ah, hablando de lo que l llamara un ser fantstico como si fuera real. Y por qu vendra a rondar su cabaa?, pregunt. Es que hace un tiempo mat un venado y, como cay en una hondonada, no pude sacarlo. Esa misma noche vino a asustarme. Varias veces remeci toda la casa gritando venado!, venado!, venado!... Yo temblaba de miedo como un bendito. Al da siguiente fui a ver al animal y con la ayuda del caballo de un vecino, lo arrastr para afuera y en la tarde as en las brasas una parte y guard con sal otra. Y para qu volvera esta noche?, se inquiet Adrin. Ah, para hacerme acuerdo que l anda por aqu. Apenas eso, para hacerme acuerdo. Y se qued pensativo largo rato.

Tengo que ir al bao, me susurr Anita. Yo volv a sonrer, nervioso. Al bao?, en ese lugar? La nica forma era salir de la casa de caa guada y hacer lo que tuviera que hacer, entre los montes. Toma la linterna, es todo lo que pude decir, y se la pas. La mano le temblaba cuando la tom, pero quiz por la urgencia, sali de inmediato a la profunda oscuridad de la noche. Si las cigarras cantan, no hay problema, nia, dijo don Julio tranquilizndola. El problema es cuando se callan, asegur. Anita volvi casi en seguida, y esta vez el que sali fue Adrin. El ltimo fui yo. Me tranquiliz escuchar el canto de las chicharras. En tanto ellas canten, no suceder nada malo, pens. Mientras estaba ah fuera, devorado por la inmensidad de la noche, un puado de cocuyos pas junto a m, parpadeando su luz intermitente. El cielo deba estar nublado porque no se vea una sola estrella sobre mi cabeza. Me rodeaba el aroma poderoso de la selva y por unos instantes me sent uno ms de los seres de la espesura. De pronto me di cuenta: las chicharras se haban silenciado otra vez. Fue entonces que vi una luz dbil y parpadeante bajando sobre el lomo del ro. Parece que alguien viene, dije al entrar de nuevo a la cabaa. Don Julio se alarm. Quin?, pregunt sacndose la cachimba de la boca. Acabo de ver una luz que viene bajando por el ro. Ay, Dios mo, exclam, djame ver. El anciano se levant

con una agilidad que me impresion. Abri a medias la puerta y observ. Ese que viene ah s es uno de los malditos, asegur. Quin es?, pregunt Adrin con un perceptible temblor en la voz, y de inmediato se acerc a donde estbamos don Julio y yo. Anita ni se movi, permaneci sentada en el suelo con los brazos cruzados sobre las piernas. Es el Riviel, dijo. Un hijo del demonio. Por las noches anda ro arriba y ro abajo, navegando dentro de un atad que tiene una vela encendida en la tapa. A veces saca la cabeza y se alcanza a ver una calavera horrible que lo mira a uno con ojos de fuego. Si por desgracia uno se lo queda viendo, pierde la voluntad en las piernas y al rato empieza a vomitar y vomitar. Ah, pero si el Riviel lo llega a topar, uno se muere ah mismo echando espuma por la boca. Si pasa de largo, es posible que uno se salve. ; Y usted, lo ha visto de cerca?, pregunt con ojos como platos Adrin. Claro, una vez, cuando era menos viejo, yo vena de una hacienda donde hubo un bailache, el cumpleaos de un compadre, y yo vena jumo, bogando en mi canoa, cuando lo vide. Al principio era como un relampagueo que iba y vena. Y cuando me di cuenta, la luz parpadeante de una vela vena directo hacia m. No s cmo alcanc a esquivar el bulto y a agacharme. Un fro de cuchilla me recorri de un tajo el cuerpo y empec a temblar y a temblar. No poda parar. Y qu pas?, pregunt sin poder

contenerme. Pas que al otro da me encontraron echado sobre la canoa, arrimado contra unos palos de balsa. Estaba todo vomitado y sin fuerzas para nada. Dicen que me salv de milagro. Uno nunca se muere la vspera sino cuando le toca, y punto. Pero bueno, ya pas, dijo palmoteando. El Riviel ese ya se fue y es hora de dormir. Maana va a ser un largo da. Escuch otra vez el canto de las chicharras y de inmediato supe que todo estaba bien. Habamos cado por casualidad en esa cabaa, porque se nos haba hecho de noche y no habamos podido dar con la hacienda de mis tos. Don Julio Estupin nos vio pasar, nos pregunt en qu andbamos y cuando supo mi apellido, nos acogi en su cabaa. Yo era amigo de su abuelo, me dijo sonriendo con sus enormes dientes blancos. Ahora estbamos ah, en mitad de la montaa, viviendo la experiencia ms terrorfica de nuestras vidas. Pese a todo, nos dormimos casi de inmediato, rendidos por el cansancio. Cuando nos despertamos al da siguiente, don Julio no estaba. Haba un silencio extrao en el campo. Lo llamamos y no lo encontramos por ninguna parte, as que le dej una nota agradecindole por su hospitalidad. Cul no sera nuestra sorpresa al enterarnos, tan pronto llegamos a la hacienda de mis tos, que no se acordaban de ningn Julio Estupin por esos lados. Pero l dijo que era amigo de mi abuelo, protest. Ah, claro, dijo mi to Adalberto

abriendo los ojos, entonces se trata del mismsimo Julio Estupin. S, asegur por su parte mi to Nelson, el Julio Estupin que se salv de milagro en un encuentro con el Riviel, ro abajo, all por 1952. Ese mismo, dije yo. Hay que agradecer a ese seor porque nos acogi en su casa y nos trat muy bien, expliqu. Pues eso no se va a poder, dijo mi to Nelson, porque don Julio Estupin est muerto desde hace rato. Desde hace ms de quince aos, concluy mi to Adalberto. Y a nosotros, que escuchbamos boquiabiertos, se nos puso la piel de gallina.

La Piedra yumba(Zmbiza - Pichincha)

Piedra yumba, Piedra yumba baila que baila en la penumbra Piedra yumba, Piedra yumba Venida de la huaca profunda As cantaba mi abuela pjaro, as deca su voz alegre de ms de un siglo, cuando empezaba su historia acerca de la piedra saltarina, de la piedra que corre y baila como danzante yumbo, sin que nadie la toque. Una se va por ah, deca, una se va por all, aseguraba, una se va dando una vueltecita por la montaa o viene regresando por la orilla del ro muerto, pero no hay forma, les juro que no hay forma de escapar de la Piedra yumba. Qu es eso?, preguntbamos de nios, de grandes, y ms tarde de viejos, y aunque sabamos la respuesta, siempre esperbamos que la Piedra yumba saltara de pronto de los ojos nublados de la abuela. Es un pedrusco de este vuelo, deca la abuela con voz cascada, abriendo los brazos en cruz, una

roca negra que se pone blanca, una piedra blanca que a veces se ve negra, una piedra venida del ms all. La Piedra yumba te sigue los pasos, te sale al paso y, paso a paso te dice en silencio Yo soy la Piedra yumba, miles de aos tengo. De pronto est ah, frente a uno, como una piedra cualquiera en cualquier noche de luna. Entonces se mueve y ya no es piedra sino lucirnaga con patas invisibles, estrella con alas de murcilago, relmpago blanco con cara de sombra, y baila, claro que baila la muy picara, ah mismo, frente a ti, como si una msica silenciosa brotara del vientre de la noche. Quien la ve, tirita. Cmo no va a tiritar. Pobre! La abuela suspira: la Piedra yumba quiere que aplaudas, que bailes con ella, que la sigas, pero nadie se atreve, dice la abuela, nadie se atreve porque ms all de Pillangua, puede estar la nada de la nada con sus dientes de bruma. Aunque quiere negarlo, la abuela se estremece cada vez que cuenta esta historia. Su voz se hace profunda, lenta, gruesa. Entonces sentimos que la noche, una noche antigua y lejana se nos viene encima. En la memoria de la abuela, la Piedra yumba sigue bailando misteriosa. Unos dicen que es una piedra mala. Otros, que es una piedra buena. Que vino del cielo. Que lleg del infierno. Y hay quienes dicen que es muy posible que sea una piedra sagrada del tiempo en que los incas ni siquiera llegaban a estas tierras.

La gente an le regala muecos, aguardiente, gallinitas blancas. Que luego no se tocan. Que se dejan ah para que la Piedra yumba coma o beba. O para que se vaya, para que venga, para que se quede quieta, para que baile o se duerma. Con ella nunca se sabe, dice al fin, suspirando. Y empieza a cantar otra vez mi abuela, como para despejar las hilachas de la primera niebla: Piedra yumba, Piedra yumba baila que baila en la penumbra Piedra yumba, Piedra yumba Venida de la huaca profunda

El jinete sin cabeza(Riobamba - Chimborazo)

E

l jinete sin cabeza cabalgaba todos los sbados por las calles de Riobamba, desatando el terror entre sus habitantes, en especial en aquellos que se atrevan a andar por las calles hasta altas horas de la noche, es decir, despus de las ocho, porque a esa hora ya era tardsimo y a las nueve peor y a la diez ni se diga. Afuera, el viento que vena del Chimborazo helaba hasta los huesos, mientras los contados faroles de sebo a duras penas si alumbraban el desigual empedrado. El tacatac tacatac del caballo se empezaba a escuchar lejano, como si viniera de la regin de los sueos. Luego iba creciendo con los sonidos amortiguados de la noche hasta convertirse en un verdadero estrpito. Los que a esa hora se disponan a dormir, luego de tomar su chocolate caliente y rezar sus oraciones, empezaban a temblar bajo las pesadas colchas. Se escuchaba con claridad el chasquido del metal contra las piedras, el tintineo de los arneses, el resoplido de la bestia que pasaba como un rayo por las calles solitarias.

Los pocos valientes, que alguna vez espiaron por las rendijas de las ventanas, juraban haber visto a un jinete vestido de negro entero, sobre un corcel azabache, pero... sin cabeza. El espanto que segua a aquella visin no los dejaba dormir hasta por lo menos las once de la noche, y ni siquiera las infusiones de valeriana lograban ahuyentar el miedo. Al otro da, no haba otro tema de conversacin. Unos decan que el demonio haba recorrido la villa de Riobamba, a fin de llevarse el alma de algn pecador empedernido. Peor an, que el demonio haba enviado a uno de sus diablos a recordar a los riobambeos lo que les esperaba en el infierno. Otros opinaban lo contrario: que si bien aquel jinete era sin duda demonaco, quien lo enviaba era el mismsimo Dios, para que los pecadores se arrepintieran y los puros de espritu continuaran por el buen camino. No faltaron quienes dijeron que se trataba de un alma en pena. Es obvio que es el alma de un adltero muerto en pecado flagrante, decan las seoras, y ensayaban posibles nombres de culpables. No, asegur a su vez un poeta, lo que es evidente es que se trata del alma de un pobre desgraciado al que le cortaron la cabeza y an la busca por los caminos de este mundo. Lo que no saban era que aquel terrorfico enviado del demonio, o aquella pobre alma en pena, era nada menos que el Dr. Pedrosa, cura de

la poblacin vecina de San Luis, que iba y vena de visitar a su amada Mariquita de la Fuente. No haba encontrado mejor forma de engaar a todos que escondindose dentro de una capa negra, con sendos agujeros para los ojos, de tal forma que pareciera que no tena cabeza. El saba bien que si pasaba a caballo, como cualquier mortal, la gente empezara a preguntarse hacia dnde iba el cura de San Luis a tan altas horas de la noche, en qu pecadillo se hallaba el Dr. Pedrosa para cabalgar as, entre las sombras. Y ms pronto que tarde, lo seguiran sin que l se diera cuenta o pondran voces en el camino para que lo vigilaran, y descubriran que se diriga a la casa de hacienda de su Mariquita de la Fuente, aquella muchachita rozagante y generosa de carnes que haba quedado viuda a una edad tan temprana, y que cada noche lo esperaba anhelante, con una botella de Jerez en la alacena y un cordero crepitando en el horno de lea. Pero no todos estaban asustados en Riobamba. Un par de muchachos, acostumbrados a escaparse por las cornisas para ir a beber a los lugares menos santos de la villa, decidieron comprobar si el jinete sin cabeza era o no de este mundo. As, una noche lo esperaron con una cuerda tendida de lado a lado de la calle. Se protegan del fro con sendos tragos de aguardiente y, a medida que pasaban los minutos, se volvan ms audaces. Su conversacin a gritos la escucharon los vecinos y

sacaron la cabeza para ver quines eran los sinvergenzas. Nada bueno se puede esperar de aquellos muchachos, dijeron unos. Lo ms seguro es que el jinete sin cabeza se los lleve esta misma noche al infierno, dijeron otros. Con el paso del tiempo, ya no solo lo aguardaban los muchachos sino tambin los vecinos de la calle principal, alertas ante lo que pudiera suceder. El Dr. Pedrosa apareci a todo galope por el fondo de la calle y de pronto se detuvo. All, entre la lumbre mortecina de un farol, se vean dos sombras, una a cada lado de la acera. Lo ms probable es que se trate de dos borrachos, se dijo, o quiz de dos estpidos que han apostado con sus amigos a que pueden soportar el miedo de verme pasar cerca de ellos esta noche. Durante un par de segundos, el Dr. Pedrosa estuvo a punto de darle vuelta a su destino, tomando por otra calle o devolvindose a su morada, pero le gan la impaciencia de ver a su Mariquita de la Fuente, y se decidi por darles el susto de su vida a los que le esperaban. Espole su caballo y este dio un salto hacia delante. A galope tendido vena en los ltimos metros, cuando vio la cuerda cruzada frente a l. Ya era tarde: junto a la pobre cabalgadura cay luego de una voltereta atroz y su cuerpo son como un saco de huesos rotos. Entre gemidos, le sacaron la capa que llevaba sobre la cabeza. Los jvenes ahora no saban si alegrarse o lamentarse por su descubrimiento.

Aquel hombre agonizaba entre sus brazos. Salieron los vecinos con antorchas a ver de quin se trataba. Es el Dr. Pedrosa, Dios mo, nada menos que el clrigo de San Luis. Qu vergenza. Qu barbaridad. Adonde vamos a parar. Esta es seal de que est cerca el fin del mundo. Desde esa noche los riobambeos ya no creen en aparecidos, pero como dicen ellos mismos: los fantasmas no existen, pero de que los hay, los hay.

La emparedada(Alamor - Loja)

Has sentido alguna vez pnico? No, a ver, no me refiero al miedo, ese temblor interno que te pone plido, te seca la boca y te humedece los ojos que se agrandan como canicas. Tampoco hablo del terror, que es cuando sientes que se te paran los vellos de la nuca, se te pone la piel de gallina y, de ser necesario, corres como un verdadero atleta olmpico. Te hablo del pnico, que es como si en un instante te hubieras tragado un tmpano de hielo. Quieres correr pero no puedes mover un solo dedo. Quieres gritar pero no te sale ni un hilo de voz. Te cuesta trabajo respirar. Te parece que todo sucede en cmara lenta y, aunque ests durmiendo, y supuestamente soando, al despertar nada puede convencerte de que se trataba de una pesadilla y nada ms. Pues bueno, te hago esta pregunta porque hace aos, mientras estaba de paso por Alamor, alquil un cuarto en una casa vieja. Quera aislarme del mundo y escribir en soledad un libro sobre fantasmas y apariciones misteriosas. En eso estaba cuando una noche sent, con claridad, que alguien

respiraba a mis espaldas. No puede ser el perro, me dije, porque no tengo perro. No puede ser la ventana abierta, porque acabo de cerrarla. El aliento de lo que fuera estaba atrs mo y comenc a sentir que toda la habitacin empezaba a enfriarse al igual que yo. Cerr los ojos: todava cierro los ojos cuando algo terrible sucede, como cuando era nio y crea que, al cerrarlos, todo desapareca. La sensacin de que haba alguien o algo a mis espaldas creci. No poda cerrar la boca. No poda moverme. Nunca haba escuchado semejante silencio. El mundo entero pareca haberse quedado en vilo, esperando el desenlace. Tom valor, no s de dnde, y me decid: volteara y descubrira lo que fuera que me haba provocado semejante estado de pnico. Respir profundo. Cuando por fin vir la cabeza, no vi nada, nada excepto la pared blanca de siempre, solo que con pequeas manchas de humedad regadas por todas partes. Me tranquilic un poco pero de inmediato me pregunt de dnde haban salido esas extraas manchas con forma de animales. Poda jurar que unos minutos antes no estaban ah. Intent levantarme para verificar de cerca lo que suceda, pero mis piernas estaban agarrotadas como un par de bloques de hielo. Con mucha dificultad, arrastr mis pies hasta la pared. Le pas por encima una mano. Estaba fra, arrugada, viscosa. Me pareci, por un instante, que haba tocado la piel de un reptil. Reprimiendo

el deseo imperioso de escapar, golpe con los nudillos la pared. No s por qu hice algo as, pero en algn lado son hueca. Sin pensarlo siquiera, corr hacia el patio de atrs. Ahora senta una ola de calor recorriendo mi cuerpo. Me haba puesto frentico de un momento a otro y no tena idea de por qu actuaba de forma semejante. Tom el pico del jardinero y corr de vuelta. La pared comenz a hacerse aicos tras cada golpe. Ms pronto de lo que esperaba, un hueco negro se abri frente a m. Apestaba a madera podrida, a herrumbre, a musgo. Una araa gris sali del hueco y se perdi bajo las colchas de mi cama. El aire asfixiado que emanaba de esa penumbra me mare por unos instantes. Tom la linterna que siempre tengo cerca de mi cama y alumbr dentro. Otra vez qued paralizado. Un chorro de agua fra me corri por la espalda. El esqueleto que, un segundo antes, pareci mirarme a los ojos, se derrumb sobre el suelo. Rastros de un vestido de mujer quedaban an adheridos a los huesos. Una voz que me son a la de una adolescente, dijo gracias dentro de mi cabeza. Pegu un salto y, de un manotn, tir las sbanas al piso. El cuarto volvi a aparecer tal y como haba estado antes de dormirme, pero senta una terrible presin en el pecho. Me sent mareado, como si en cualquier momento pudiera volver a la pesadilla de la que acababa de escapar. Me levant

a tomar agua y escuch tres golpes secos en la puerta. Llevado por la ansiedad, abr de inmediato, sin preguntar quin era. Le pasa algo?, pregunt alarmada la anciana que me haba alquilado la pieza. No, dije tartamudeando, es que, es que acabo de tener una pesadilla horrible. Ah, en esa pared haba un esqueleto. La seora empalideci. Dnde?, ah?, pregunt incrdula. Ah, repet, sealando el lugar. Para que usted lo sepa, seor, acaba usted de soar con mi madre, me dijo al filo de las lgrimas. Mi propio abuelo la encerr en ese sitio luego de que me dio a luz. Mi madre y mi padre, segn me enter aos despus, eran dos chiquillos enamorados y un da mi madre se qued encinta. Mi abuelo encerr a mi madre en este cuarto, esper a que me diera a luz y luego la empared. Mi madre, no s cunto tiempo ms tarde, muri asfixiada o de hambre. Pobrecita... pobrecita...!, gema la anciana. Yo estaba otra vez espantado. No atinaba a hacer ni decir nada. Es una historia terrible, dijo por fin, limpindose las lgrimas con la manga. No s cmo usted pudo ver lo que alguna vez estuvo ah dentro. Con mi esposo, ahora fallecido, estbamos refaccionando la casa, cuando descubrimos el esqueleto. Tena an rastros de un vestido negro sobre los huesos. En el piso encontramos, adems, unas ropitas de beb sepultadas bajo el polvo. De alguna manera mi madre haba conseguido escribir en las paredes la historia de lo que le pas. Crame,

seor, llor durante meses, yo me senta... La anciana, como si hubiera escuchado una orden secreta, call de pronto, se dio media vuelta y se march dejndome ah, paralizado, casi sin respirar, sintiendo como si me hubiera tragado un puado de granizo. Esa misma maana hice mis maletas y me fui de aquella casa. Ya en el bus, le cont la misteriosa historia a un hombre que se sent a mi lado. Era un hombre gentil, de unos cincuenta aos, que me escuch en silencio, con el ceo fruncido, pero cuando por fin me qued callado, cambi de expresin y sonri con tristeza. Eso que usted me acaba de contar, me dijo, es la leyenda de la emparedada de Alamor. Mi padre me la cont hace tiempo, pero debe haber un error, la casa donde usted dice haber estado no existe desde hace mucho tiempo. La derrumb el terremoto de 1934.

El tesoro de Francis Drake(Isla de La Plata - Manab)

S

i vemos el retrato de Sir Francis Drake, con su barba rojiza y puntiaguda, su nariz afilada, sus ojos pequeos, su frente amplia y sus cejas muy finas y arqueadas, como si alguien las hubiera dibujado a lpiz, nos ser difcil imaginar por qu este hombre fue uno de los ms odiados y admirados de su tiempo. Sin embargo, detrs de ese rostro, hay una historia terrible que acaso explique tanto odio y admiracin. Francis Drake naci en 1543, en el condado de Crowndale. Desde pequeo aprendi el arte de navegar y habra sido un marino como tantos otros de su tiempo, si su destino no hubiera cambiado dos veces: la primera, cuando su barco fue atacado por la armada espaola y escap con vida de puro milagro pero con un odio mortal contra los espaoles; y la segunda, cuando dando muestras de la audacia que siempre le acompaara, se present ante la reina Isabel I y le propuso un fabuloso negocio: si ella le entregaba unas cuantas naves, l se encargara de saquear las colonias espaolas en Amrica y entregar la mayor

parte de las ganancias a la corona britnica. El rostro empolvado de la reina se cuarte con una sonrisa. Era la mejor propuesta que le haban hecho en mucho tiempo. A Drake le dieron el mando de cinco barcos y desde entonces se convirti en el ms grande adversario de la corona espaola: cruz el estrecho de Magallanes con una sola nave porque las dems tuvieron que regresar en medio de una feroz tormenta, pero tan pronto como lleg al ocano Pacfico, saque todos los barcos y puertos que encontr a su paso. Desde el extremo sur de Chile, subi hacia Per, Ecuador, Panam, Guatemala... hasta que lleg al estado de Washington, a un paso de Alaska, que en ese tiempo era territorio ruso, y luego baj hasta California, que entonces era tierra mexicana; una vez ah, vir hacia las Indias Orientales y, algn tiempo despus, lleg a Londres cubierto de gloria y de oro. Los ingleses lo saludaron como a un hroe, aunque a su paso haba dejado un reguero de sangre, saqueo y devastacin. Lo nombraron Sir, esto es, miembro de la nobleza, y bautizaron su barco como The Golden Hind, La Cierva Dorada... Pero retrocedamos un poco en el tiempo: mientras navegaba hacia el norte de nuestro continente, Drake se dio cuenta de que su barco estaba en problemas; llevaba en sus bodegas un peso formidable, nada menos que 15 mil libras en oro. Preocupado por la

posibilidad de encontrarse con

una tormenta, ancl la embarcacin frente a una isla sobre la que revoloteaba una multitud impresionante de cormoranes, fragatas y pelcanos. Orden a su tripulacin que echara al mar ocho caones, pero se dio cuenta de que no bastaba. Atardeca y el cielo estaba cargado de electricidad. Drake temi que el barco no estuviera lo suficientemente ligero para sortear las olas picadas y mand que embarcaran una parte del tesoro en los botes, para que l, junto a diez hombres de su confianza, lo escondieran en un lugar secreto de la isla. Por dems est decir que segn una terrible leyenda estos diez hombres no regresaron vivos a Inglaterra. Tampoco se supo que Drake volviera por el tesoro, quiz porque estaba ocupado en robar otros puertos y barcos espaoles, o tal vez porque se le extravi el mapa donde haba anotado el lugar exacto del entierro. Es probable, adems, que la marea cambiara las seales y que con el tiempo se confundieran para siempre. Lo nico cierto es que, a lo largo de los siglos, muchos se han engaado al creer que el guano, esto es, la mancha plateada que deja el estircol de las aves marinas sobre las rocas, era un indicio claro del famoso tesoro de Sir Francis Drake, pero al acercarse comprobaban, con tristeza, que el indicio no era otra cosa que el reflejo del sol sobre el estircol; de ah el nombre: Isla de La Plata. Pese a que lo narrado hasta aqu me parece un simple producto de la imaginacin, mi compadre

Francisco insiste en que el tesoro est en algn lugar de esa isla. Explica que ha encontrado muchas pistas, pero que no puede revelarlas todas an. Cada vez que nos encontramos me habla, en voz baja, de un antiguo rbol de matapalo que a la distancia parece un hombre ahorcado, y de una roca blanca con una especie de cruz negra encima, y de un montculo de piedras en forma de crculo, y de un destello que, segn l, se ve cada noche, al sur de la isla, como si una y otra vez los fantasmas de Drake, armados de antorchas, enterraran el tesoro. Mi compadre Francisco, a quien conoc de casualidad cuando me un a una excursin turstica en la Isla de La Plata, promete que un da de estos me llevar para que desenterremos el tesoro de una vez por todas. Yo le digo que, aun si no lo encontrramos, la Isla de La Plata es en s misma un tesoro, una de las reservas faunsticas ms fabulosas del planeta. Mi compadre Francisco no quiere or de ecologa, l quiere el oro, dice, para salvar al continente americano de su miseria. Asegura y cuando lo hace se pone muy solemne, como si fuera un hombre de otro tiempo que l tiene una deuda impaga con este mundo y con esta vida, y que est convencido de que debe sanar todas las heridas del pasado. Luego sonre, acaricindose la barba rojiza, levantando an ms las cejas arqueadas, esas cejas curiosas que dan la impresin de que alguien las hubiera dibujado a lpiz en un papel antiguo.

El espectro furioso(Latacunga - Cotopaxi)

on lvaro de Espn y Villavicencio era una verdadera joya: malhablado, bebedor empedernido, buscapleitos de primera, asiduo jugador de naipes y dados, apostador de galleras, estafador cuando le daba la gana y temido espadachn con varias muertes a su haber. Su vida era un torbellino de borracheras, peleas, amanecidas y desenfreno que escandalizaban a la pequea ciudad y daba suficiente material para atizar el sermn del cura prroco cada domingo. Lo nico que impeda que fuera a dar a la crcel o a la horca era su enorme fortuna y su ttulo: Corregidor de la ciudad de Latacunga. Pero dicen que en algn momento todo diablo tiene una visin, aunque sea momentnea del cielo, y el cielo de aquel diablo empez la clara maana en que vio salir de misa a la hermosa Virginia Nez. Detuvo su caballo y se ape tambaleando. No puede ser, balbuce. Los ngeles han bajado a la tierra, dijo con lengua de trapo, enredada por el alcohol, ante la indignacin del padre y los hermanos de Virginia. Alarg la mano temblorosa

D

para tocarle el rostro que le pareca irreal y, otra mano, enguantada, frrea, la del padre de Virginia, se interpuso con fuerza, apartndola. Instintivamente acarici el mango de su espada, pero cuando quiso sacarla, ya tena tres espadas apuntndole. El cura prroco tuvo que intervenir, muy a su pesar, en favor del Corregidor, pero este no estaba para pleitos aquella maana y, sin que nadie pudiera creerlo, baj la cabeza, pidi disculpas y se march a todo galope rumbo a su hacienda. Desde ese da, no falt una sola vez a la salida de la primera misa de la maana. Para estar lcido en esos instantes, dej de beber en las madrugadas. Tambin desech a las mujeres que iban a buscarlo a la casa de hacienda, dej de batirse a duelo por cualquier motivo y abandon las peleas de gallos y los juegos de cartas. Cada maana, desde uno de los pretiles de la plaza mayor, miraba extasiado cada vez que sala Virginia de la iglesia. Era tanta la belleza de la muchacha que l, don lvaro de Espn y Villavicencio, acostumbrado a usar la boca ya como un trueno, ya como una cuchilla, se quedaba en silencio en esos momentos en que pareca flotar en el aire, mientras el corazn galopaba a campo traviesa dentro de su pecho. El cielo en el que haba empezado a vivir se convirti en el peor de los infiernos cuando un comedido, de esos que nunca faltan, se encarg de comunicarle que la hermosa Virginia Nez

estaba comprometida, desde que era una nia, con el gobernador de la provincia. El Corregidor tard varios das en digerir la noticia. Sentado en su habitacin, sin comer ni beber nada, se miraba las lneas de las manos con ojos extraviados, en tanto murmuraba palabras que nadie entenda. Cuando por fin emergi de esa especie de letargo, un hierro candente le atraves el cuerpo y un hervidero de alimaas hambrientas empezaron a devorarle el cerebro. En la soledad de su casa de hacienda, grit, llor, maldijo, jur venganza, se golpe la cabeza contra las paredes y azot a cuantos peones y sirvientas tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino. Una noche, completamente ebrio, intent subir por los tejados de la casa de su amada para hacerla suya o raptarla, o ambas. En su desvaro pens en matarla con sus propias manos, si ella se resista a sus ruegos. No alcanz su cometido: los perros ladraron, los peones dieron la voz de alarma, se escuch ms de un disparo. Escap, no sabe cmo, lanzndose desde el tejado del granero, cruzando a todo correr por un sembro y saltando sobre una gruesa pared de adobe. Una vez a salvo en la soledad de las calles, durante horas vag sin rumbo por los oscuros vericuetos de Latacunga, sollozando amargamente en los rincones, blasfemando contra Dios, el amor, el desamor y el destino. Antes del amanecer, quiz cansado de intentar escapar de

aquello que no poda escapar,

parndose con los brazos abiertos frente al ro Cutuchi, se lanz a los abismos. A partir de ese momento empez otra historia: la inexplicable desaparicin del Corregidor se dej sentir casi de inmediato; de Quito enviaron dos alguaciles para que averiguaran el paradero de don lvaro de Espn y Villavicencio; el matrimonio de Virginia y el gobernador de la provincia se adelant, por si acaso volviera a aparecer el maldito, como muchos lo llamaban; los ms piadosos aseguraron, alentados por el cura, que el mismsimo demonio se lo haba llevado de las patas a frerse en las pailas del infierno; las mujeres con las que alguna vez haba convivido, se disputaban a araazos en plena calle la improbable herencia del Corregidor, en tanto reses, caballos y ovejas desaparecan de su extensa hacienda con una rapidez sospechosa. A nadie se le ocurra que un hombre tan fuerte, quebrado desde la raz por un amor imposible, se haba lanzado al ro Cutuchi. Una noche de espesa neblina, un espectro hizo su aparicin en Latacunga. Quienes lo vieron de lejos juraban, muertos de miedo, que la sombra caminaba tambalendose, que llevaba la espada en la mano y que vomitaba maldiciones e improperios que retumbaban en las estrechas calles adoquinadas de Latacunga, pero quienes lo vieron de cerca, como fue el caso de una gavilla de muchachos que estaban tomando en la Plaza del Salto, no lo pudieron olvidar jams: el espectro, dijeron luego, naci

de la niebla, de la nada se fue haciendo cara y cuerpo hasta convertirse en don lvaro de Espn y Villavicencio. Cuando al fin lo vieron, tena la ropa en jirones, el rostro carcomido por alguna plaga inmunda, los ojos vacos, los cabellos revueltos y blanda una espada mientras gritaba con estruendo: Devulvanme a mi novia!, devulvanme a mi novia, malditos! Los que sobrevivieron cuerdos a semejante experiencia llegaron a sus casas ms que corriendo, volando, y una vez dentro, vomitaron una espuma amarilla y amarga. El espanto cundi por toda la regin. Alarmada por las apariciones que se repetan todas las noches, la ciudad entera sali en procesin para conjurar con plegarias y humo de incienso, la maldicin que se haba apoderado de la ciudad; se lanz agua bendita a la entrada de las casas; se llen de flores a la Virgen; se invoc la ayuda de santos, ngeles, arcngeles, serafines y querubines, pero cada noche el espectro volva a aparecer en las calles y gritaba durante horas lo mismo: Devulvanme a mi novia!, devulvanme a mi novia, malditos! Como si no bastara, luego se derramaba en insultos, blasfemias y juramentos de venganza que solo terminaban al amanecer. La gente estaba espantada y a las seis de la tarde ya no quedaba un valiente que anduviera por las calles desoladas. Una tarde de domingo, unos nios que jugaban en las orillas del ro Cutuchi descubrieron

una osamenta atrapada entre las rocas. Cuando dieron la voz de alarma, el pueblo entero descubri, consternado, lo que en verdad haba sucedido con el Corregidor. Entre los huesos todava haba restos de ropa, un pedazo de bota y una medalla de oro que el difunto llevaba siempre en el pecho. Sucedi entonces un milagro: la memoria cambi de sitio en el corazn de la gente. Al ver sus restos y comprender la magnitud de su dolor, muchos se compadecieron de aquel hombre devorado por un amor sin esperanza; algunos incluso rezaron, como si fuera un miembro de su propia familia, por el alma de aquel personaje solitario y, en el fondo, triste; el cura, por propia iniciativa, celebr una misa con sus restos presentes dentro de una caja de cedro que pag la comunidad; y hasta la misma Virginia Nez y su esposo estuvieron entre la multitud para darle, por fin, cristiana sepultura. Desde entonces, dicen, nunca ms volvi a parecer el espectro furioso de Latacunga.

Taita Carnaval(Ingapirca - Caar)

A la voz del Carnaval, todo el mundo se levanta, todo el mundo se levanta. Qu bonito es Carnaval! Has escuchado alguna vez esta copla? Cmo? N o te escucho. Es que estoy lejos. Lejsimos. Al otro lado de los cerros, en el camino invisible que va de lo seco a lo mojado. Entiendes? No? Bueno, no importa, te lo Voy a explicar despacito: mucho antes de que los osos tuvieran anteojos, yo era un espritu muy respetado en estas tierras, sabes? Tan pronto los dioses soplaban para traer las lluvias de febrero, la gente que haba preparado la tierra para ese momento se pona feliz, era la seal de que haba llegado el tiempo de la siembra. Desde los viejos hasta los nios se ponan en movimiento para sembrar el maicito sagrado, la papita sagrada, el camotito sagrado... porque todo era sagrado. Todo! Yo me pona entonces mi tocado de plumas de guarnan, mis zamarros de piel de oso dorado y mi

cushma con un sol bordado en el pecho; tomaba luego mi pingullo de hueso de cndor y mi tambor de oro para acompaarme a lo largo del camino. Por si acaso me saliera al paso un Soq'a espritu de la oscuridad , llevaba conmigo mi huaraca y una piedra redonda como la luna llena en el cinto de cuero, y para mis amigos humanos, una bolsa de golosinas: uvillas para chupar, charqui para mascar y choclo mishqui para relamerse. Yo iba noms por esos caminos invisibles que van de la Tierra de Arriba a la Tierra de Abajo, tocando mi tambor y mi pingullo, seguido de cerca por el temible Yarcay. Cuando me escuchaban venir, salan a recibirme al camino: ya llegaste, generoso Apu, decan, ya viniste, querido enviado de los dioses. La gente corra a sacar los pondos de chicha para calmar mi sed, y volaban a asar los cuyes, a hervir las caucaras y adobar la carne de llamingo tierno para que comiera hasta hartarme. Ellos saban que, si yo coma, beba, cantaba y bailaba con mis anfitriones, era seal de que habra abundantes lluvias, pocas heladas y buena cosecha para todos. Pero si me trataban mal, si no me daban todo lo que mi presencia mereca, yo me iba en silencio hacia otro ayllu. En esos casos pocos en verdad, se haca cargo de la situacin mi compaero de camino, el temible Yarcay: con el solo chasquido de su ltigo, convocaba las futuras granizadas, sequas, heladas,

pestes, inundaciones y vientos huracanados para los pobres sembros. Yo segua caminando en medio de la algaraba general, mientras los churos sonaban con voz de viento y tronaban las primeras nubes de febrero y las sementeras se alegraban con mi paso y las semillas vibraban bajo la tierra y los cndores miraban, desde arriba, el bullicio de la fiesta que se regaba por valles, laderas, pueblos y montaas. Luego... bueno, luego todo cambi. Un atardecer llegaron los conquistadores espaoles y, desde entonces, todo lo que tena que ver con indios se convirti, segn ellos, en cosas del demonio. De mi compaero, el venerado Urcu Yaya, el Padre del Cerro, dijeron que era un ser malvado del que haba que escapar; a mi hermano el Cuichi, el maravilloso Arco Iris, lo convirtieron en algo peligroso al que haba que tener miedo; las Huacas, donde mis amigos enterraban a sus amados muertos, fueron declarados lugares malditos; y en medio de la confusin, mi nombre se transform: me bautizaron Taita Carnaval, porque las lluvias de febrero coincidan con las fiestas de carnaval que trajeron los conquistadores blancos. Taita Carnaval, ya no Apu, ni Arariwua, ni si quiera Amauta... No importa el nombre, me dije; se ve que, en el fondo, no me olvidaron. Sin embargo, ya no volv a cantar y bailar por los caminos; eran hombres disfrazados de m quienes interpretaban el papel que tanto me gustaba

realizar. En lugar de zamarros de piel de oso dorado, ahora llevaban pantalones con cuero de chivo, y en vez del tocado de plumas de gaviln, un sombrero de ala ancha, fabricado con cuero de vaca. Muerto de nostalgia, los he mirado bailar y cantar por los caminos, alegre por ellos, por m, por los dioses de la lluvia que no han dejado de pastorear las nubes para las buenas cosechas. Son otros tiempos, sabes? En carnaval, la gente de la ciudad prefiere lanzarse agua y harina, en lugar de preocuparse por la siembra. O se van de vacaciones lo ms lejos posible. No los culpo, han crecido en medio del cemento y el vidrio. No se ama la tierra porque alguien lo ordene: ese amor nacer cuando olfatees su humedad reciente, cuando veas brotar la semilla que sembraste, cuando te abraces a un rbol para or cmo canta por dentro, cuando te dejes baar a campo abierto por la lluvia o te purifiques en una cascada sagrada. Pero no todo es tristeza para m: en esos hombres disfrazados de Taita Carnaval, que an recorren los campos andinos en febrero, todava canta y baila mi espritu, todava a su paso se alegran las sementeras y vibran las semillas bajo la tierra. Soy el pingullo y el tambor, soy el churo y los voladores que estallan en el cielo, porque sigo vivo en el alma de mi pueblo, y con cada uno canto:

A la voz del Carnaval, todo el mundo se levanta, todo el mundo se levanta. Qu bonito es Carnaval!

Glosario Amauta = sabio Apu = espritu protector Arariwua = guardin de los cultivos Charqui = carne seca de llamingo Mishqui = dulce

Los fantasmas del Cerro Santana(Guayaquil - Guayas)

E

l capitn espaol Juan del Alczar paseaba con angustia creciente por la lodosa Calle de la Orilla. En 1778, el fuerte invierno haba trado a Guayaquil una nube de tbanos, jejenes y mosquitos, en tanto las ratas, que ya se haban multiplicado ms all de lo soportable, suban y bajaban como hormigas por los negros barrancos que daban al ro Guayas. Se detuvo un momento para mirar una corbeta que se diriga al muelle cortando en dos la correntada, pero en seguida se desanim: adems de la embarcacin, sobre las aguas oscuras bajaban animales muertos con sendos gallinazos sobre sus panzas hinchadas. Viudo y con una hija pequea, su Carmela adorada, toda su fortuna se haba hundido en una fragata que iba hacia Lima con un cargamento de tabaco, alquitrn y zarzaparrilla. Desde Callao le haba llegado la terrible noticia: Sentimos mucho comunicarle que la fragata naufrag debido a un sbito temporal y que, por desgracia, no hubo sobrevivientes. Volte a caminar hacia la Real Contadura, seguro de que solo su hija le retena

en este mundo. En la desgracia, todos le haban volteado la espalda. Por donde pasaba, sus antiguos amigos fingan no conocerle, temiendo que les pidiera prestado dinero. Ninguno recordaba que, tras el gran incendio de 1764, fue l quien ayud a muchos de ellos con plata y persona. Decidi entonces dirigirse hacia su casa situada en la ladera del Barrio Las Peas. Anocheca. Le costaba respirar. El calor era insoportable y los vientos desde Chanduy no llegaban con suficiente fuerza. Fue entonces que se cruz aquella sombra en su camino. Al principio crey que haba visto mal, pero tan pronto la sombra se acerc y vio la hermosura de aquella mujer indgena, adornada con collares, esclavas y pendientes de oro, se dio cuenta de que algo extrao estaba sucediendo. La mujer alarg su mano, tena el tatuaje de un sol y una luna en el brazo. Juan del Alczar tembl al contacto con aquella piel suave y fragante. Ven conmigo, le dijo. Y l, como si estuviera bajo un hechizo, se intern con la mujer en una gruta que nunca antes haba visto. A cada paso, la gruta se hunda en el vientre del cerro. Una hilera de antorchas se encenda mgicamente a su paso. En las paredes bailaban sombras siniestras proyectadas por las llamas. Entraron en un aposento de oro puro. Juan del Alczar crey que iba a desmayarse. Sentado sobre un enorme trono dorado, estaba un hombre de unos cincuenta aos, mirndolos. No pudo evitar

pensar que aquel hombre pareca una iguana de oro. Cuando este sonri por fin, todos sus dientes brillaron como pequeos soles. Anda, cuntale, dijo el hombre. La mujer se vir hacia Juan y con lgrimas en los ojos, le narr su trgica historia: Hace mucho tiempo, solloz, antes de que los Huanca Huillcas poblaran estas tierras, mi padre (y lo seal) era un cacique muy poderoso. Le hizo la guerra a todos los pueblos de la regin para tomar su oro y obligarlos a buscar ms para l. Sobre este cerro en el que has construido tu casa, levant un templo de oro puro, un templo tan fabuloso que, segn deca mi padre, competa en brillantez con el Sol. Un da, el dios Sol se hart de semejante soberbia y me envi una enfermedad terrible. Mi padre se puso como loco ante la posibilidad de que yo muriese y, en el colmo de la angustia, grit: Cambiara todo lo que tengo por ver sana otra vez a m hija! En esos instantes, el mismsimo Sol apareci dentro del templo, disfrazado de brujo. Lo has pensado bien?, pregunt. S, dijo mi padre. Pero en el momento en que el brujo iba a llevarse todo el oro para devolverme la salud, mi padre fue atravesado por su propia codicia como por una flecha. No!, grit. Llvatela a ella! Mas cuando el brujo quiso quitarme lo que me restaba de vida, mi padre dud otra vez. En un arrebato de locura, pens que si mataba al brujo no tendra que perder ni sus riquezas ni a su hija. Recuerdo que clav un hacha

de oro en el pecho del brujo, pero este ri a carcajadas: Con que has querido matar al dios Sol, dijo, pues en castigo hundir este templo en las entraas de este cerro y, de ahora en adelante, t y tu hija vivirn en l, por toda la eternidad. Y desde entonces, explic la hermosa mujer, vivimos aqu, presos entre la vida y la muerte, a menos que alguien como t nos libre de este suplicio. Juan del Alczar se estremeci con el relato de la joven, pero no entenda qu poda hacer por ellos. Has sido escogido, dijo ella, porque eres un hombre de alma noble y sentimientos elevados. Por eso ahora te rogamos que hagas una eleccin importantsima para nosotros. El se encogi de hombros. En qu consiste esa eleccin, pregunt. En que te damos a escoger entre todas las riquezas que ves en este templo, y yo. El Capitn se qued de una pieza, pero la mujer prosigui: si escoges el oro que te rodea, sin duda sers el hombre ms rico de estas tierras, pero si me escoges a m, te aseguro que sers un hombre muy feliz, no encontrars mejor compaera ni amante que yo, y te juro que ser la amorosa madre de todos los hijos que tengamos, y cuando envejezcas, cuidar de ti hasta el ltimo momento, y me encargar de que tu memoria sea un ejemplo para las futuras generaciones, pues dir que fuiste el hombre ms bondadoso y desinteresado de cuantos han pisado este mundo, alguien que supo valorar el amor por encima de la codicia. Y de paso, suspir,

nos librars de esta maldicin a m y a mi padre. El Capitn volvi a temblar. Sinti como si un silencio enorme hubiera cado sobre su cabeza. La hermosa mujer lo miraba anhelante, esperanzada, en tanto su padre, el codicioso cacique con rostro de iguana, no parpadeaba esperando su respuesta. Juan del Alczar se qued largo rato pensando en el extrao trance que le haba deparado el destino. La mujer era la ms hermosa y sabia que haba encontrado en toda su vida, y estaba seguro de que a su lado podra ser feliz, pero en ese momento pudo mucho ms la imagen de su hija, su amada Carmela, y la preocupacin por la vida que le esperaba sin fortuna ni dote con qu casarse como lo mereca. De qu le serva a l la compaa de una mujer como esa, si su propia hija pasara hambre, si algn da no muy lejano, pasara por la vergenza de enterrar a su padre en medio de la ms terrible miseria. Lo he decidido, dijo por fin Juan del Alczar, quiero el templo de oro con todas sus riquezas. La joven se ech a llorar, desconsolada, pero el cacique tom su pual de oro y se abalanz sobre el desarmado Capitn. Ahora vas a saber, le dijo, lo que es estar muerto en villa, ahora vas a ver lo que es hallarte por toda la eternidad encerrado en un templo de oro que no sirve para nada. Te voy a matar para que vivas por siempre como un espectro. El cacique era hbil y fuerte, mucho ms que el Capitn que apenas si atinaba a escabullirse entre

las columnas doradas. Corri con todas sus fuerzas buscando la salida, pero se dio cuenta de que no podra hacerlo durante mucho ms tiempo. Se acord de Santa Ana, la santa a la que le rezaba desde nio y a la que haba sido encomendado cuando lo bautizaron. Aydame, Santa Ana!, grit desesperado, lbrame, en nombre de Dios, de todo mal! Un torbellino dorado lo envolvi de inmediato y lo arrastr hacia la salida. El viento de la noche fue un breve pero intenso parpadeo en todo su cuerpo. Se vio a s mismo arrodillado frente a su casa. Su pequea hija vena corriendo hacia l, con los brazos abiertos, gritando de alegra. Solo cuando ella lo abraz, pudo sentir que estaba a salvo. Esa noche, Juan del Alczar llor de alegra por saberse vivo y con fuerzas suficientes para empezar de nuevo. Se haba olvidado de ese detalle, de la certeza de que trabajando podra levantarse otra vez, pese al artero golpe de la fortuna. Le dio pena no comenzar esa nueva etapa al lado de alguien como la princesa que, por unos instantes, haba depositado en l sus esperanzas de librarse de la maldicin. Dese que las cosas fueran distintas. Pero ya era tarde y solo restaba agradecerle a Santa Ana por sacarlo vivo del peligro de quedarse atrapado en el templo de oro, a medio camino entre la vida y la muerte. Un par de das ms tarde, los doce mil habitantes de Guayaquil ya saban lo que haba sucedido

con el Capitn. Este subi con su hija hasta la cima del cerro y, en agradecimiento a Dios, coloc ah una enorme cruz de madera. Propuso bautizar al cerro como Santana y todos estuvieron de acuerdo: el sacerdote que ofici la ceremonia dijo que desde ese da el cerro quedaba bendito, que sus habitantes quedaran protegidos de los incendios y del ataque de los piratas. Y, salvo uno que otro incendio y uno que otro pirata, as fue.

Ceferino y el Demonio(Quito - Pichincha)

U

n nio negro corre por los patios del convento de La Merced. Pasa delante de dos curas que conversan. Se pierde entre las pilastras. Hey, cuidado te caes le grita el padre Manuel. El padre Francisco le explica que Ceferino no le puede or, y que no solo es sordo sino tambin mudo. Y de dnde sali? pregunta el padre Manuel. El padre Francisco le cuenta que una noche su madre lo dej al cuidado del convento, arguyendo que no tena para alimentarlo debido a su extrema pobreza. Le tomamos cario de inmediato explica el padre Francisco, es un muchachito muy inteligente y, a decir verdad, un poco extrao; con frecuencia lo he sorprendido mirando boquiabierto las estrellas, las flores en los maceteros, el agua de la fuente, y una madrugada vi que mova la boca y gesticulaba como si conversara con el viento helado del amanecer; he llegado a creer

que ve algo que nosotros no podemos ver. Es como si tuviera un poder especial, un don divino que no alcanzo a entender. Pasan los aos en un suspiro y ahora se ve a Ceferino, pequeo pese a sus veinte aos cumplidos, tocando las campanas en la torre ms alta de la iglesia de La Merced. Se trata de un verdadero concierto apasionado: mide las tonalidades de cada una de las siete campanas, desde la pequea soprano hasta la que pesa ms de quinientas arrobas, luego se cuelga de la gruesa soga, resuenan los metales, cae al suelo, dobla las rodillas, se encoge, toma impulso y vuelve a elevarse por los aires, asido siempre de la soga: la villa de Quito parece danzar con el ritmo de las campanas de Ceferino. Los devotos, al igual que los curas, le quieren con una ternura inexplicable. Es tan transparente, tan sutil como el aire y, sin embargo, nadie puede ignorar su presencia, su profundo silencio interior que calma a quienes se acercan a l, su resplandor que estremece a los que le miran pasar. No obstante, los sacerdotes cuentan que a todas horas el mismsimo demonio lo sigue, le juega pasadas, se re de l, le acecha como un chacal a su presa. Aseguran que el demonio le despierta en mitad de la noche, haciendo chirriar sus garras contra el piso de piedra, que provoca que los objetos caigan a su paso, que le tienta prometindole poder para mover objetos a voluntad, para leer en las

cartas el porvenir, para sanar con sus manos a los moribundos, pero que Ceferino le hace rabiar con su obstinada indiferencia, con su conducta de ngel sin alas, cuya nica misin es que las campanas de la iglesia canten varias veces al da. Los aos pasan lentos y Ceferino, ya un poco mayor, camina por el convento. Hay un silencio helado parecido a la noche profunda, algo se oculta tras las pilastras, algo con garras y cuernos de macho cabro lo acecha tras la fuente de piedra, un ser de la oscuridad con ojos de gato lo observa desde el campanario y sigue sus pasos lentos, cada vez ms lentos. El demonio es invisible pero Ceferino lo siente cuando est cerca, huele su aliento pesado, escucha con el corazn el crujir de sus colmillos, sus gruidos de animal hambriento, el chasquido de su lengua inmunda. Ceferino entonces se detiene y, por primera vez, se enfrenta a l, le rie con gestos desafiantes, como si dijera: Largaos de aqu, monstruo feroz, que Dios naci antes que vos! Ceferino entonces tropieza y cae golpendose la cabeza contra la pared; ms tarde, una puerta se le cierra en las narices; en otra ocasin, una escalera se le viene encima, mientras riega los geranios de uno de los balcones; en otra, Ceferino se encuentra colgado de la soga de la campana mayor y esta se rompe de manera inexplicable. Las magulladuras son cada vez ms terribles. Las llagas no cicatrizan, los huesos no sueldan, los

golpes no se desinflaman. Quienes lo ven se acuerdan de Cristo subiendo al Calvario, y alarmados se persignan. Ceferino camina cojeando, con unas vendas sucias en el brazo derecho, con moretones en el rostro, pero nunca deja de desafiar en silencio al demonio que sigue acechando sus pasos y le provoca accidentes inexplicables todos los das. Lo conjura haciendo en el aire tres veces la seal de la cruz, ensayando gestos de furia, sacando la lengua, tratando de agarrar con los dedos crispados la niebla que le rodea. En el mercado de la plaza de San Francisco, una mujer de chalina negra le cuenta a otra que Ceferino es un santo, que resiste sin una queja los ataques del demonio. Un cura le dice al otro: El pobre est todo maltrecho, el demonio le juega pasadas terribles, no lo deja en paz y todo porque es un verdadero hombre de Dios. Un vendedor de frutas le explica a su hija que, gracias a Ceferino, el demonio se mantiene a raya y no pasan cosas peores en la ciudad. Un nio de pantaln corto le dice a una nia de rulos negros: el Ceferino no le tiene .miedo al demonio, sabas?, le enfrenta, pelea, es muy valiente, cuando sea grande, quiero ser como l. La nia de rulos negros sonre orgullosa de su amigo. Han pasado los aos y ahora Ceferino est muy viejo. Camina rengueando, arrimndose a las paredes, apoyado sobre un bastn retorcido

que tiembla bajo su puo. Casi no tiene dientes y el brazo izquierdo qued inmovilizado luego de un terrible golpe. Como si fuera poco, cuando se dispone a bajar las escaleras de piedra, tropieza con algo invisible y cae una vez ms, rodando como un mueco de trapo. Dos curas jvenes lo encuentran, lo levantan, lo cargan entre ambos. En su rostro arrugado asoman las huellas de un dolor extremo. Si pudiera gritar, sus alaridos se escucharan por todo el convento. Pero no puede y, aun si pudiera, no lo hara, se tapara la boca con la mano, con tal de no darle esa satisfaccin al demonio. Ya en la cama, Ceferino agoniza con un crucifijo entre las manos huesudas. Ha sido una larga y penosa jornada, apenas interrumpida por la algaraba de sus amigas las campanas. El demonio an lo acecha al pie de la cama, pero ahora Ceferino esboza una sonrisa mientras sus ojos grises buscan algo en el vaco. Entonces, lleno de ternura, piensa: Adis viejo enemigo... adis viejo amigo... Y muere. Los curas que lo rodean se estremecen. En lugar de gruidos demonacos, uno de ellos dice haber escuchado un largo gemido, una especie de lamento o sollozo lastimero, al que de inmediato le sigui el ms hondo silencio.

El terrible Espndola(Cuenca - Azuay)

Esto dijo el aguardiente cuando lo estaban sirviendo: ahora te haces el valiente y despus te andas cayendo. a, ja, ja... Ren a todo pulmn los bandidos reunidos alrededor del fogn de lea. Salud! Salud!, chocan los vasos de aguardiente. Beben a grandes tragos y se sirven ms, de una de las tantas damajuanas que han colocado en el fondo de la casa, a la espera de ser vaciadas. La tarde termina lenta y neblinosa. Estos hombres, que vuelven a rer a carcajadas, son los bandidos ms temidos de la regin. Ellos dicen, a quien quiera escucharlos, que alguna vez fueron parte de la banda de Nan Briones, el clebre bandolero lojano que, como otro famoso personaje, robaba a los ricos para luego repartir el botn entre los pobres. Su fama fue tan grande que aun en Quito se saba de sus andanzas no solo en el sur del pas, sino tambin en el norte de Per. Para unos se trataba de un

J

hroe legendario, de un santo protegido por el mismsimo Dios para que hiciera justicia sobre la Tierra; para otros no era ms que una plaga del infierno y su solo nombre despertaba una mezcla de miedo, asco e indignacin. Cuando uno de los suyos lo traicion y los soldados dieron por fin con su escondite en las montaas, lo poco que qued de la banda se dispers. Muerto Nan Briones, eso de robar a los ricos para dar a los pobres se perdi. Los bandoleros volvieron a ser ladrones comunes que robaban para sus propias alforjas y nada ms. Los que ahora mismo beben, en una cabaa que han escogido como refugio, son de estos ltimos. Si por casualidad un periodista de la poca se acercara a este puado de hombres para preguntarles por qu se dedican a un oficio tan peligroso, de seguro le diran que, en primer lugar, para ellos la vida es un viento fugaz, un hermoso destello que as como lleg, sin haberla querido ni llamado, se puede ir en cualquier instante. Le contaran, al calor de los tragos, que muchas veces han visto la muerte cara a cara, que saben, como nadie, lo que es el olor de la plvora mezclada con la sangre y los gritos de dolor de los moribundos. Le expresaran que muchos de ellos se fueron quedando en el camino... el Cojo Manuel, el Chamburo Pepe, el Mollete Roberto, el Caldo de Huevos Terencio... abaleados por hacendados o por alguaciles que de vez en cuando salen a darles

caza. Nosotros solo robamos un poco a los que roban en grande, diran. Salud! Salud! La noche ha cado y el licor va haciendo sus estragos. El Caballo Macache se pone sentimental al recordar a Nan Briones. Todava me acuerdo cmo manejaba el machete, dice mirando el infinito, cmo disparaba... y vuelve a contar la misma historia que ha contado tantas veces pero que todava despierta el asombro de quienes le escuchan; rememora, con detalles que les hace rer, cuando Nan lo coloc a doscientos metros de distancia, le puso una naranja sobre la cabeza y de un disparo la parti en mil pedazos sin toparle uno solo de sus mugrientos cabellos. Dicen que dizque as mismo hizo otro famoso tirador en no s dnde, bien al norte, explica el Chazo Llerena. Pero no de tan lejos, corrige el Caballo, no de tan lejos. Nadie fue tan bueno en todo como Nan, dice con un suspiro el Colorado Montero. Todos asienten y vuelven a beber. El Mocho Verduga dice: A propsito, aqu en estas tierras dizque haba un bandido que dizque era el ms temido y el demonio ms maldito que se puedan imaginar. El Espndola!, exclama el Colorado, no?, algo he odo, algo... Cuenta, cuenta... le anima el Chazo. Los dems le dicen que cuente la historia fingiendo que ninguno de ellos la ha escuchado antes. El Mocho espera a que todos se sirvan una ronda ms de tragos, se acomoda junto al fogn que an crepita y se dispone a contar.

Empieza por decirles que por esas tierras del austro, por donde les ha llevado el destino, dizque haba una pastora que dizque se llamaba Mara algo. Los dems sonren porque siempre dice lo mismo: Mara algo. El Mocho toma un trago, escupe y vuelve a meterse en la historia: Una vez, hace mucho mucho tiempo, la pastora dizque sali a arrear los borreguitos, montaa adentro. Y ah estaba, cuando dizque pas una nube gorda y negra con la panza llena de agua. En eso dizque el cielo empez a tronar como fiesta de Corpus y a relampaguear como si fueran caonazos. Llova granizo a lo bestia. Asustada, dizque arre los borreguitos de vuelta, pero como tena miedo y ya la oscuridad estaba por todas partes, dizque se perdi. Salud! dijo el Caballo y todos respondieron: Salud! El Mocho, como si nada, volvi al ataque: En eso dizque sali un jinete del fondo de la quebrada que dizque andaba sobre un corcel negro; el tipo vena vestido tambin de negro, con capa y sombrero como la noche profunda. Pero cuando sonri, toda la dentadura dizque era de oro. Cmo brillaba. El diablo exclam el Chazo como si los dems no supieran. Eso, dijo el Mocho, el mismsimo demonio. Dizque la pastora hizo la seal de la cruz, pero eso fue todo lo que alcanz a hacer: el hombre se baj del caballo y dizque la tumb a la tierra ah mismo, mientras rayos y truenos echaban

quebrada abajo a los borregos enloquecidos. El Mocho hizo una pausa, como esperando algn comentario, pero ante el silencio de los dems, continu: A los nueve meses de eso, dizque la pastora pari dos guaguas grandotes, con matas de pelo en la cabeza y las uas largas como de murcilago. Bien feos eran los desgraciados. Al uno dizque le puso Espndola y al otro Diabcules, nadie sabe por qu. El techo de la cabaa donde estaban los hombres de pronto cruji con el manotazo del viento paramero. El Mocho call. Los dems guardaron silencio como si quisieran escuchar lo que suceda afuera. Mala seal, dijo por fin el Chazo, mala seal... pero sigue, Mocho, chate el resto que con remezn est ms interesante todava. El Mocho carraspe para aclararse la garganta: Dizque crecieron rapidito, a las pocas semanas de nacidos ya dizque hablaban, y a los pocos meses ya dizque le haban matado algunos borregos a la mam. El viento volvi a soplar con fiereza. Malos eran los mellizos, exclam el Mocho. Dizque uno de ellos se baj a la Costa, se meti a la selva, adentro, y dicen que dizque por ah anda todava como alma en pena. El Diabcules ese, aclar el Caballo. Ese mismo, dijo el Mocho. Ya ha de volver, intervino el Colorado. El Espndola, en cambio, dizque se subi a las montaas y se meti en una cueva. Imagnense que apenas tena doce aos y ya era un gigante lleno de pelos en los brazos, en

la espalda, en la cara... Dizque con esa pelambre aguantaba noms el fro, como si nada. Y se coma crudo todo animal que pasaba por la montaa. Dicen que los persegua corriendo y, cuando los agarraba, les parta el cuello de una sola. Zas! Tena la fuerza de diez hombres, por lo menos. Hijo del demonio tena que ser, exclam el Caballo. Engendro del Maldito, del mismsimo Satans, complet el Chazo. Aprovecharon para echarse otro trago de aguardiente a las tripas y luego se acomodaron. Afuera el viento helado continuaba bramando con ganas de llevarse la cabaa en vilo. Durante las ltimas semanas, el grupo haba rondado la hacienda La Florida, de un tal Rosendo Crespo, de Cuenca. Tena abundantes vacas, toretes y hasta un puado de caballos de paso. Averiguaron, adems, que guardaba las joyas de la familia en un cuarto que esconda bajo la cama principal. Todo lo que saban lo aprendieron de Nan Briones. Nada de entrar a sangre y fuego, nada de robar a tontas y a locas, les haba dicho, as nada ms se pierde tiempo, y al final no sacamos gran cosa. Primero hay que saber dnde y cmo, muchachos, y ya les he enseado que no hay mejor informante que las huasicamas y los peones que estn siempre hartos de sus abusivos amos, deca Nan Briones. Se acordaban, claro que se acordaban de sus palabras. Y tan pronto clareara, con el trago an caliente en las entraas, se deslizaran

por un camino medio escondido, hasta la casa de hacienda. Nadie se mueva, carajo! A ver, retira la cama, abre esa puerta, s, no te hagas, esa puerta, digo! Apura, carajo! Todo sera entrar y salir. Si el atraco sala bien, no tendran que disparar un solo tiro. Se llevaran unos cuantos animales para venderlos por los alrededores y se dispersaran por unos meses. Luego se juntaran para el siguiente golpe. Ese era el plan, a grandes rasgos. Entonces dizque el Espndola rondaba el cerro Tres Cruces y a todo viajero que pasaba por ah, le robaba todo lo que tena y le mataba de un golpe, as, con la mano abierta, continu el Mocho el relato. Dizque ya muertos les despeaba y hasta se rea al verles caer a los abismos, como monigotes. Y as dizque pasaba el tiempo el Espndola, robando y matando, matando y robando. Y entonces?, suspir el Chazo, con ganas de que el Mocho terminara de una' vez la historia. Entonces, pas lo que tena que pasar. Un da dizque asalt a un pen de una hacienda cerca a Agashayana. Pero dizque no le mat ese rato, sino que lo dej tirado en el suelo mientras se coma desesperado unos cuyes que el pen traa en un costal. Dizque buena hambre traa el Espndola. Dicen que el pen medio se recuper, se arrastr hasta donde estaba su caballo y sac una escopeta de doble can. Una melliza, precis el Caballo. S, y ah mismo le llen de agujeros al Espndola. Habr cado as noms?, pregunt el Colorado.

Uh, no, as noms no. Al principio dizque le miraba al pen como diciendo qu pasa, qu son estos picados de mosco, por qu me duele el pecho, por qu se me doblan las piernas. No entenda. Entonces el pen dizque sac un machete y lo descabez de un tajo. Cuando al fin cay el Espndola, dizque empez como a quemarse, como a salirle humo por todas partes. Ola a azufre. Fuertsimo. Horrible. Y entonces dizque desapareci. Para siempre. Buena estuvo la historia, Mocho, pero como que ya va siendo hora de dormir, dijo el Caballo. Maana nos espera la buena, gru el Colorado. Todos estuvieron de acuerdo y buscaron dnde recostarse durante un par de horas. Se cubrieron con mantas y se fueron ladeando mientras entraban a todo galope en la niebla del sueo. No saban, no podan saber que, en ese mismo momento, una cuadrilla de soldados, alertados por uno de los peones de La Florida, trepaban por el filo de la montaa, muertos de fro, en direccin a la casa donde se haban refugiado los ltimos das. Unos minutos antes del amanecer, cuando ya despiertos se aprestaran a calzarse de nuevo las espuelas, cuando tomaran las Winchester y salieran a buscar sus caballos, sabran, luego de la primera descarga de fusilera, lo que sinti el Espndola en todo el cuerpo, el da en que lo mataron.

Los gigantes de Sumpa(Santa Elena - Guayas)

ace ms de diez mil aos, el sitio donde hoy se encuentra la poblacin de Santa Elena era conocido como Sumpa. A diferencia del desierto que reverbera en la actualidad, esta era una tierra muy frtil: por donde se mirara crecan calabazas, yuca, man, frjol y maz salvaje. A sus habitantes les encantaba merodear por la arena en busca de almejas y cangrejos, que luego asaban sobre el fuego, pero sobre todo gustaban de la sopa de tortuga que, al igual que las iguanas y las culebras, estaban por todas partes. A diario se internaban unos metros en el mar y, con el agua hasta la cintura, lanzaban atarrayas para atrapar algo de la gran variedad de peces que chapoteaban cerca de la orilla. Otros se metan en los bosques para cazar zorros, conejos, osos hormigueros y ratones de campo, valindose de flechas con puntas de madera endurecidas a fuego. Al anochecer, se reunan alrededor de las hogueras para conversar y comer lo que haban recogido, cazado o pescado durante el da. Luego se iban

H

a dormir sobre cortezas trenzadas que colgaban entre un palo y otro, a fin de evitar las alimaas nocturnas. Al otro da todo empezaba de nuevo, en medio de una paz que pareca no tener fin, pero como dijo el brujo de Sumpa lo que no sucede en mil aos sucede en un segundo: corri la terrible noticia de que haba muerto Quitumbe, el cacique valiente y bondadoso que se haba ido a explorar las montaas que estaban ms all del horizonte, y en su lugar asumi el mando Otoya, su hermano menor, un joven presumido que tena fama de cruel y sanguinario. Los habitantes de Sumpa apenas si empezaban a sufrir los desmanes de Otoya y sus guerreros, cuando una maana, para espanto de todos, vieron aparecer sobre el lomo reluciente del ocano, un puado de barcas enormes. Se vea a simple vista que sobre ellas vena un ejrcito de hombres gigantescos. Unos cuantos siguieron a Otoya y se refugiaron en la selva, para segn deca resistir a los invasores, pero la mayora decidi quedarse para enfrentar su destino. No tena sentido luchar contra esos gigantes y, si tenan que morir, lo haran en su hogar, al lado de los suyos, frente al generoso mar de sus antepasados. Los gigantes desembarcaron; medan ms de tres metros de alto y sus cuerpos eran anchos, peludos y musculosos. De inmediato, arrastraron a los nativos hasta formar un gran crculo humano

sobre la arena. Los iban a matar? Era lo ms seguro. Los nios lloraban asustados mientras los adultos asistan callados a su propia desgracia. No era con la muerte su prxima cita, pero como ninguno saba lo que era la esclavitud, en ese momento no podan imaginar lo que les esperaba: a partir de esa maana, fueron obligados a pescar, cazar y recolectar alimentos para aquellos estmagos de cachalote que parecan no llenarse nunca. Los que antes cazaban y pescaban cuando queran aprendieron a trabajar de sol a sol, a dormir amontonados en corrales y a comer las sobras que dejaban los gigantes sobre la arena. Con mucha fatiga pas el primer ao de esclavitud. De vez en cuando reapareca Otoya, acompaado de un puado de hombres, arrojaban lanzas contra la empalizada dentro de la que vivan los gigantes y luego escapaban a todo correr hacia el norte de la pennsula. Pese a que no les hacan mayor dao, se hastiaron de esta constante molestia y una noche de luna nueva enviaron contra Otoya un grupo armado con enormes mazos. Lo encontraron cerca de Manglaralto; haban levantado una pequea aldea donde el joven cacique continuaba con la despreciable costumbre de someter a sus pocos seguidores. Solo resta una cosa por hacer, dijo el brujo de Sumpa, cuando escuch que los guerreros de Otoya haban muerto sin poder resistir la arremetida de los gigantes: pedir justicia y proteccin a

Pachacmac, dios de la tierra y el cielo. As, una noche de verano, luego de baarse en una vertiente secreta de las montaas de Chongn, se atavi con la piel de una nupa atrapada en luna llena, se adorn el pecho con veinte colmillos de tiburn, y prendi fuego a la maleza, hasta formar un crculo de enormes dimensiones. Parado en su centro, invoc a los poderosos espritus del norte, del sur, del este y del oeste. Suplic la ayuda de la tierra, el agua, el fuego y el aire. Luego llam a Pachacmac, con cnticos sagrados, y danz en su honor durante horas. Tum tum tum resonaba su tambor en el vientre de la noche. Chac chac chac crepitaba su collar. Levantaba los brazos: Por la memoria de Tumbe, padre del gran Quitumbe, haz justicia, oh poderoso Pachacmac!, devulvenos la libertad!, lbranos de los tiranos!, gritaba cada vez ms fuerte. El solitario ritual continu a lo largo de la noche, sin resultado alguno; sin embargo, un poco antes del amanecer, el cielo retumb con una fuerza tal que despert a todos los habitantes de la pennsula. Hay quienes ms tarde dijeron haber visto una mano en el cielo, entre las nubes negras, que no poda ser sino la llamarada de Pachacmac, la que de inmediato lanz una andanada de rayos contra la empalizada en la que dorman los gigantes. Dicen que la madera tom fuego con tanta rapidez que, en medio del desconcierto, ni un solo gigante pudo escapar a su terrible destino. Al

amanecer apenas si quedaban cuerpos calcinados en medio de una montaa de escombros. Los habitantes de Sumpa festejaron durante semanas el regreso de su amada libertad. Se haban librado no solo de los gigantes, sino tambin de Otoya y sus guerreros. Ahora les tocaba construir su propio futuro. Aqu acaba esta historia, pero si alguien duda de la existencia de los gigantes de Sumpa, tiene antes que leer un informe, segn el cual, muchos siglos despus, en el ao de 1736, el sargento mayor Juan del Castillo, desenterr en esta regin una muela que insisti en pesar ante un escribano. Pues bien, segn consta en actas, este dio fe del increble hallazgo: la muela encontrada por el militar espaol pesaba nada menos que cinco libras. Era una muela humana? Adivina adivinador.

Un demonio en la Floreana(Islas Galpagos)

S

e llamaba Eloise, tena unos hermosos ojos azules y un cuerpo nacarado, esbelto y ligero al que le gustaba dejarlo retozar libre de ropa bajo el sol. Segn deca, su apellido era Wagner de Bosquet y aseguraba que era Baronesa. Pero cuando lleg durante el invierno de 1934, los pocos habitantes de la isla Floreana sintieron que algo maligno haba descendido sobre ellos. El primero que tuvo esta sensacin fue el Dr. Ritter, un mdico y dentista que haba llegado a las Galpagos en 1926, huyendo junto a su esposa Dora del bullicio y la corrupcin de la sociedad europea. El Dr. Ritter era, adems, vegetariano y lleg al extremo de, antes de partir de Alemania, sacarse todos los dientes y muelas, para no tener que comer carne nunca ms. A l le encantaba jugar con la idea del poder sin lmites ni escrpulos, pero en realidad no imaginaba lo que era eso, hasta que conoci a la Baronesa. Otros que sufrieron por la llegada de Eloise fueron los miembros de la familia Wittmer: Heinz, su esposa Margarita, Harry, que entonces

ya tena catorce aos y el pequeo Rolf, con dos aos de edad. En Alemania, Heinz haba sido secretario del alcalde de Colonia, Conrad Adenauer pero, tras el desastre que signific la Primera Guerra Mundial, los Wittmer empezaron a anhelar algo diferente para su familia, un lugar y un tiempo donde pudieran disfrutar de la simplicidad y la paz de la naturaleza. Los Wittmer llegaron a la Floreana en 1932, atrados por la fama que tena en la prensa europea el Dr. Ritter: se referan a l y a su esposa como a Adn y Eva en el Paraso. Margarita estaba entonces de cinco meses de embarazo y tena la esperanza de que el Dr. Ritter la pudiera ayudar en caso de necesidad, pero termin por dar a luz al pequeo Rolf en una cueva ella sola. Al principio, los Wittmer se alojaron en las grutas que haban abandonado mucho tiempo atrs los piratas, pero luego se trasladaron al sur de la isla, al sitio conocido como Asilo de la Paz, donde construyeron una casa e hicieron florecer una pequea granja. Desde su arribo, Eloise se declar la Emperatriz de la Isla. Levant una casa a la que denomin hacienda El Paraso, y empez por cobrar un impuesto a todo el que quisiera cruzar por sus tierras. Sola pasear por los alrededores con botas, pistola al cinto y ltigo en mano. Para molestar a sus vecinos, se baaba en el nico estanque de agua que tenan para tomar. Le encantaba disparar a los animales y luego llevrselos a casa para

curarles las heridas. El sueo de Eloise era construir en la Floreana un hotel para millonarios y aristcratas del mundo entero, algunos de los cuales, atrados por las noticias sobre la excntrica Baronesa, llegaban a visitarla en lujosos yates, se quedaban unos cuantos das y luego partan encantados de su hospitalidad. A su llegada, Eloise viva con tres hombres: Rudi Lorenz, Robert Philipson y un ecuatoriano de apellido Valdivieso. Tiempo despus, se sumaron otros acompaantes: el marino noruego Nuggerud, un periodista alemn de apellido Brockman, y Linde, el hermano de este, a quien la Baronesa termin disparando en una pierna. Nuggerud era el nico que iba y vena a su antojo al mando de su pequea embarcacin. Al principio, Rudi era el favorito de la Baronesa, pero luego se encari con Robert. Valdivieso escap del lugar tan pronto pudo y lo mismo hicieron el periodista y su hermano, pero Rudi se qued, pese a que Eloise y Robert lo convirtieron en su sirviente y, como si fuera poca humillacin, lo golpeaban con frecuencia. A veces las golpizas eran tan terribles que Rudi escapaba y se refugiaba en casa de los Ritter o de los Wittmer. En esas ocasiones, arrastrado por el despecho, Rudi les revelaba algunas verdades sobre la Baronesa: que Eloise era la hija de un alcohlico de carcter violento que sola pegarle con saa, ante la indiferencia de su madre; que dudaba de que

Wagner

de Bosquet fuera su verdadero apellido; que ella haba sido espa de los alemanes durante la Primera Guerra Mundial; que trabaj de cantante en Constantinopla y que alguna vez tuvo un romance con un aristcrata francs, luego de lo cual le dio por inventar que era una verdadera Baronesa. Quienes le daban refugio ocasional escuchaban asombrados estas historias teidas de crueldad y desvergenza; sin embargo, luego de rumiar su frustracin, Rudi volva a la hacienda El Paraso solo para someterse a nuevos y ms terribles maltratos. Eloise contaminaba todo lo que tocaba. El Dr. Ritter, que haba buscado vivir lo ms lejos posible de la decadencia europea, tambin cay en sus redes, ante la indignacin de su esposa, que luego empez a salir con los compaeros de la Baronesa. A Eloise le encantaba usar los rumores falsos para avivar la envidia, los celos, la codicia, el miedo o los prejuicios, a fin de dividir, enfrentar y manipular. Cuando todo fallaba, les haca saber que estaba dispuesta a todo, incluso a matar, si las cosas no funcionaban como ella quera. Pero la tragedia estaba cerca: un da la Baronesa dijo que pronto se ira a Tahit, en compaa de su compaero Robert. La noticia cay como una navidad anticipada: al fin se libraran del demonio de la Floreana. Sin embargo, cuando todos contaban los das para verla partir desde el muelle de Playa Prieta, se hizo evidente que

haba desaparecido. Nunca ms se volvi a ver a la pareja. Quien s apareci de nuevo fue Rudi, actuando o tratando de actuar como si nada hubiera sucedido. Cuando le preguntaron por Eloise y Robert, dijo que estos se haban marchado en un yate, aunque nadie vio uno por los alrededores; adems, asegur que la Baronesa le haba encargado que vendiera todas sus posesiones y le enviara el dinero a Tahit. A todos les pareci muy extrao que Eloise hubiera desaparecido as, de pronto, sin el show que acostumbraba, y esta sensacin se hizo an ms evidente cuando el yate que la llevara a Tahit arrib a recogerla un mes despus de su desaparicin. Por otro lado, alguien que entr a curiosear en casa del Demonio encontr el sombrero favorito de Eloise y un libro al que amaba tanto que, segn decan, nunca habra abandonado: El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Rudi vendi como pudo la hacienda El Paraso y convenci a Nuggerud, que acababa de llegar de uno de sus viajes, para que lo transportara lo antes posible a Guayaquil, pues ah quera tomar un avin de regreso a Alemania. Nuggerud acept y una maana zarparon rumbo al continente. Tiempo ms tarde se supo que la embarcacin de Nuggerud haba naufragado frente a la isla Marchena y, por las evidencias encontradas por otros marinos, sus dos magullados tripulantes murieron de sed en medio del inmenso pedregal.

De esta manera, cuatro de los veinte habitantes de la Floreana murieron de forma extraa. Faltaba, sin embargo, el Dr. Ritter que das ms tarde muri envenenado, segn su esposa, por haber comido carne de pollo en mal estado. Poco tiempo despus, Dora tambin abandon la isla. Los nicos que permanecieron en la Floreana fueron los Wittmer. Rolf es ahora dueo de una reconocida agencia de turismo en las Galpagos y su hermana Ingeborg, junto a su hija Erika, mantienen una pensin en la misma isla. Este es el final de esta terrible historia, pero en realidad, es cuando esta empieza. Todo lo contado hasta aqu ha sido escrito, con algunas variantes, en muchos libros que se han publicado a propsito de esta extraa colonia alemana en las Galpagos. Pero te estars preguntando, al igual que todos, qu pas realmente con la Baronesa y Robert, cmo es posible que un marino experimentado como Nuggerud naufragara en aguas tan tranquilas, y finalmente, cmo fue que el Dr. Ritter terminara su existencia comiendo carne de pollo en mal estado, cuando era un convencido vegetariano. Y bien, puesto que tenemos mucha imaginacin, despertemos al detective que llevamos dentro y reconstruyamos algunos elementos: en primer lugar, Eloise cambi a Rudi, su compaero favorito, por Robert. En segundo lugar, Rudi fue humillado hasta el cansancio por Eloise y Robert. En tercer lugar, estos haban decidido irse a Tahit, sin Rudi.

Ahora bien, qu es lo que hara, en el colmo de la desesperacin, un hombre dbil y cobarde como Rudi? Exacto!, pero cmo lo hara? Ah no, con la pistola de Eloise no, porque eso implicaba mucho ruido y mucha sangre que limpiar luego. Imagina entonces, por un momento, a Rudi sirviendo a la luz de dos candelabros una cena fastuosa, con vinos franceses, conservas espaolas y mariscos comprados pocas horas antes en Playa Prieta. Se ha esmerado en cocinar esta cena porque sabe que ser la ltima de Eloise y Robert. El veneno se lo proporcion el Dr. Ritter, que guardaba el arsnico en un frasco, y le ha prometido que jams dir lo que realmente pas porque, en el fondo, tambin l quiere vengarse de la Baronesa. Rudi cumple con el ritual tal y como lo ha planeado. Finge un fuerte dolor de estmago y se retira a su habitacin para tomar unas sales para la indigestin. Sin sospechar nada, Eloise y Robert degustan la cena. Estn fascinados, es la mejor comida que ha preparado Rudi en mucho tiempo. Hay que felicitarlo. Lo llaman con la campanilla y Rudi vuelve al comedor. Brindan por l y por ellos. Prost! Salud! La muerte anda tan cerca que casi se la escucha rondar impaciente por el porche de madera. Rudi levanta la copa, pero dice que lo mejor ser que se vaya a acostar. Robert pone msica en el fongrafo y baila con Eloise. Luego se escucha un ruido de

cristales rompindose y voces crispadas que se apagan. Cuando Rudi entra a la sala, media hora despus, verifica con alivio, pero tambin con horror, que aquellos a los que tanto ha odiado estn muertos. Angustiado, se da cuenta de que, pese a todo, empieza a extraarlos, en especial a Eloise, con quien ha compartido durante tanto tiempo que ya no imagina la vida sin ella. Todo est listo y se cumple segn lo planeado: el bote permanece varado frente a la casa, adentro se encuentran las rocas y las cadenas con que atar sus tobillos, tambin se ha provisto de un farol de aceite y una brjula. Todo sale bien, excepto la soledad que siente mientras cumple con el espantoso plan como un autmata. Ahora veamos a Rudi en la proa de la embarcacin de Nuggerud, rumbo a Guayaquil. El marino noruego sospecha de este hombre alto y plido al que por primera vez lo ve sereno. Se acerca y, muy serio, le pregunta si l mat a Eloise y Robert. Rudi tiene ganas de contarle la verdad, pero se expondra demasiado. Nuggerud lo podra golpear e incluso denunciar ante las autoridades en Guayaquil. Lo niega, le dice que se fueron en un yate a Tahit, que de seguro pronto escribirn. Nuggerud no se convence, todo es demasiado extrao. Le ofrece un trago de whisky. Beben hasta altas horas de la noche. Conversan de la vida, del futuro, de Europa cada vez ms cerca de una segunda guerra mundial. Nuggerud revisa la brjula y el

sextante, realiza anotaciones en la bitcora y luego dice que se va a descansar un rato. Hace fro pero Rudi no quiere entrar. Prefiere quedarse ah, mirando esa astilla de luna reflejndose en las aguas mansas. Al borde del amanecer, Rudi cree ver un par de tiburones en el agua. Cuando se acerca un poco ms, se da cuenta de que son los cuerpos de Eloise y Robert flotando a la deriva. No puede ser, se dice, a menos que las corrientes marinas los hayan arrastrado tan lejos. Rudi, temblando de miedo, va hacia el timn y vira hacia la derecha para evitar chocar contra los cuerpos. No logra sortearlos y estos se engarzan en la quilla. Decidido a desengancharlos, se amarra con una cuerda y baja al agua con un gancho. No sabe cunto tiempo permanece ah, bambolendose, tratando de librarse una vez ms de Eloise y Robert, que parecen aferrarse con fuerza a la nave. Cuando el primer rayo del amanecer golpea el agua, Rudi se da cuenta de que lo que crea dos cuerpos no son ms que un par de sacos de carbn que la corriente ha arrastrado mar adentro. El desastre sobreviene. El barco cabecea debido a la presencia de aguas poco profundas y Nuggerud despierta de la borrachera, pero no alcanza a llegar al timn. Una roca los golpea bajo la proa y, de inmediato, el barco cruje y se ladea herido de muerte. No hay tiempo para

nada. A lo lejos se divisa la silueta rocosa de la isla Marchena. Los hombres se lanzan al agua y nadan hasta la costa. Al llegar, pese a encontrarse golpeados por el roquero submarino, tienen la esperanza de sobrevivir pero, ms pronto que tarde, se dan cuenta de que estn condenados a morir de sed en la isla desierta. Mientras tanto, el Dr. Ritter es consumido por la culpa. Le parece terrible haber pretendido escapar de la corrupcin de su tiempo, solo para convertirse en el cmplice de un asesinato y descubrir, desolado, que lleva esa corrupcin dentro; que pese a todos sus esfuerzos por ser un vegetariano, en el fondo no es ms que un canbal intolerante y despiadado. El Dr. Ritter recorre una y otra vez los acontecimientos que lo arrastraron a ese instante: en qu momento perdi su ideal de convertirse en un superhombre libre, inocente, exento de culpas?, acaso vala la pena vivir 120 aos como haba soado, si de esta manera lo nico que hara era prolongar esa decrepitud interna? Por otro lado, Dora amenaza con abandonarlo. No le perdona que la traicionara con la Baronesa y tiene la sensacin de que sus ltimos das se desperdician intilmente. Haban ido a esa isla perdida en el ocano Pa