HISTORIA DE UNA FAMILIA · Sin embargo, con no ser eso poco eso, tengo otros dos hermanos y el...

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HISTORIA DE UNA FAMILIA. Saludos, esta historia trata sobre mi y mi familia. Digamos que es una historia inspirada en sucesos reales, aunque puede que no todo lo que cuente aquí sea literalmente cierto, por culpa de errores de memoria, o de apreciación. Para escribir el relato que están leyendo me baso en lo que recuerdo de nuestra vida tal como yo la he vivido y lo que me han contado mis padres a lo largo de todo este tiempo. Digamos que esta es una especie de autobiografía de mi familia, pero centrada muy especialmente en mi y en mi hermano pequeño. El motivo es que somos nosotros dos aquellos dos cuya vida más se ajustan a la temática de este concurso. Sin embargo también hablare de mis padres, sin los que todo lo que hemos logrado seguramente no hubiese podido tener lugar. A ellos se lo debemos todo y en nuestro caso, ese todo implica bastante más de lo que implicaría para unos hijos sin ninguna minusvalía. Precisamente porque debido a nuestra enfermedad, nuestra educación y el sacarnos adelante ha sido considerablemente más difícil y doloroso para ellos de que lo hubiese sido de no haberla tenido, les debemos especial agradecimiento. Todo lo que hemos logrado, si mucho o poco, ustedes mismos pueden juzgarlo de este relato, se lo debemos a ellos. Tampoco me olvido de mi hermano mediano y de su papel ejercido durante muchos años de ayudar y apoyar a mi hermano pequeño tantas veces. Si menciono menos de su vida es porque el carece de minusvalía y por tanto, el relato de su vida no se ajusta tanto al propósito de este relato. Por lo que a mi respecta, yo ya tengo bastantes años, voy ya pasada la mitad de la treintena, y tengo minusvalía desde la adolescencia. Ciertamente no es una minusvalía intelectual, sino un trastorno límite de la personalidad. 1

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Page 1: HISTORIA DE UNA FAMILIA · Sin embargo, con no ser eso poco eso, tengo otros dos hermanos y el pequeño de ellos si que tiene, y desde muy niño, una minusvalía intelectual. Así

HISTORIA DE UNA FAMILIA.

Saludos, esta historia trata sobre mi y mi familia.

Digamos que es una historia inspirada en sucesos reales, aunque puede que no todo

lo que cuente aquí sea literalmente cierto, por culpa de errores de memoria, o de

apreciación.

Para escribir el relato que están leyendo me baso en lo que recuerdo de nuestra vida

tal como yo la he vivido y lo que me han contado mis padres a lo largo de todo este

tiempo.

Digamos que esta es una especie de autobiografía de mi familia, pero centrada muy

especialmente en mi y en mi hermano pequeño.

El motivo es que somos nosotros dos aquellos dos cuya vida más se ajustan a la

temática de este concurso. Sin embargo también hablare de mis padres, sin los que

todo lo que hemos logrado seguramente no hubiese podido tener lugar.

A ellos se lo debemos todo y en nuestro caso, ese todo implica bastante más de lo que

implicaría para unos hijos sin ninguna minusvalía.

Precisamente porque debido a nuestra enfermedad, nuestra educación y el sacarnos

adelante ha sido considerablemente más difícil y doloroso para ellos de que lo hubiese

sido de no haberla tenido, les debemos especial agradecimiento.

Todo lo que hemos logrado, si mucho o poco, ustedes mismos pueden juzgarlo de

este relato, se lo debemos a ellos.

Tampoco me olvido de mi hermano mediano y de su papel ejercido durante muchos

años de ayudar y apoyar a mi hermano pequeño tantas veces.

Si menciono menos de su vida es porque el carece de minusvalía y por tanto, el relato

de su vida no se ajusta tanto al propósito de este relato.

Por lo que a mi respecta, yo ya tengo bastantes años, voy ya pasada la mitad de la

treintena, y tengo minusvalía desde la adolescencia. Ciertamente no es una

minusvalía intelectual, sino un trastorno límite de la personalidad.

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Sin embargo, con no ser eso poco eso, tengo otros dos hermanos y el pequeño de

ellos si que tiene, y desde muy niño, una minusvalía intelectual. Así que mis pobres

padres han tenido que lidiar muchísimos años, más de la mitad de su vida, en realidad,

con el duro hecho de que dos de sus tres hijos tengan un importante grado de

minusvalía.

Somos una familia de inmigrantes. Mis padres vinieron a vivir a España cuando yo era

un bebe de pocos meses por problemas políticos en su país de origen y el mío,

Argentina. Para saber que somos inmigrantes antiguos, basta que decir que vinimos

aquí cuando Franco aún vivía. Mis dos hermanos ya nacieron aquí.

Hemos vivido en la misma ciudad o sus alrededores casi desde que nació mi hermano

mediano, aunque no siempre en la misma vivienda.

Mi hermano pequeño es unos ocho años menor que yo. A diferencia mía, que

aparentemente nací más o menos normal, aparte de nacer con ictericia y estar

ingresado por ello mi primera semana de vida, mi hermano pequeño tuvo problemas

evidentes casi desde el principio.

Mi madre, creo que empezó a darse cuenta a los pocos meses. Las madres siempre

se fijan en todo, sobre todo en lo referente a sus hijos.

No reaccionaba normalmente, parecía comportarse raro, pero entonces era un bebé y

uno podía pensar que no era más que un detalle, o una preocupación exagerada.

Sin embargo fue pasando el tiempo, pero no hablaba y le costaba mucho caminar a

una edad ya preocupantemente tardía.

Mis padres, comenzaron entonces lo que sería un largo peregrinaje de médico en

médico y de centro de salud, en centro de salud.

Le miraron muchos médicos distintos, y lo que le decían a mis padres no era nada

alentador. Este niño tiene retraso mental, nunca va ha poder hablar, se va ha quedar

tonto.

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Bueno, tal vez no lo dijesen con esas palabras, pero así era como me lo contaba mi

madre, y seguramente en esencia eso era lo que la decían, palabra más, palabra

menos. Adorno más, adorno menos.

Este niño tiene un retraso mental profundo, dijeron. Nunca va ha poder hacer vida

propia, va ha tener que depender siempre de ustedes, y después de alguien más, si

encuentran a ese alguien.

Técnicamente hablando, el diagnostico que le dieron era el de hiperactivo disfásico

con retraso de lenguaje e intelectual.

Aparte, el problema que tenia para caminar también era serio. No era un problema

pasajero o intrascendente. Tenía parálisis en una pierna y esa era apreciablemente

más corta que la otra, y de no poder usarla se le estaba atrofiando.

Eso significaba, que sus piernas cada vez iban a estar peor, pues el problema era

degenerativo.

Conclusión, este niño se va ha quedar paralítico y va a tener que usar silla de ruedas

toda la vida. Como si no fuese suficiente un problema, dos. ¡Menuda papeleta!, ya ven

ustedes.

Ahí que tener en cuenta que esos eran los primeros años 80 del siglo pasado, y en

aquel entonces no había organizaciones ni asociaciones de minusválidos, o por lo

menos hasta muchísimo tiempo después, nadie supo decirnos nada sobre su

existencia.

Así, que por lo que mis padres sabían, estaban totalmente solos.

Tardaron bastante más tiempo, e incontables vueltas de médico en médico para que le

supiesen decir que era exactamente lo que tenía, pero finalmente todo eso se concretó

en una palabra. Por lo menos, en lo que se refiere a los problemas para hablar.

Afasia, y además extremadamente severa, decían.

Este niño nunca va ha poder hablar, lo máximo balbucear alguna palabra suelta mal

dicha, y de leer y escribir, olvídense.

Aparte, de muy niño también tenía serios problemas para comer.

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Durante sus cinco primeros años de vida rechazaba sistemáticamente buena parte de

la comida, pues tenía alergia a la lactosa.

Apenas aceptaba comer otra cosa que no fuesen unos yogures especiales que no le

producían alergia, así que mi padre tenía que luchar constantemente con el para que

comiese, preparándole los biberones y levantándose todas las noches durante esos

cinco años cada dos horas para hacerle comer.

Tras ese tiempo, parece que el problema digestivo fue resolviéndose y poco a poco

fue aceptando comer comidas preparadas primero y después el resto de comidas, de

forma que ha partir de esa época ya comía de todo y así hasta ahora, en que come

absolutamente de todo sin problemas.

Además, como no querías taza, taza y media. Por esa época, yo ya estaba

empezando la adolescencia, y mi cabeza, que hasta entonces, aparentemente estaba

bastante bien amueblada en lo que ha conocimientos se refiere, empezó a darle el

baile de San vito, y ha pasarle cosas raras.

Ciertamente, siempre fui un niño raro.

Ya mi abuela, yo recién nacido, le había comentado a mi madre que era un niño raro y

esa también era la impresión de mi madre.

Siempre tuvo la impresión de que algo raro pasaba conmigo. La instintiva y profunda

premonición materna.

Como dije antes, era una sensación parecida de que algo no iba bien, que muchos

años después tendría con mi hermano pequeño.

En ambos casos el tiempo demostraría que su instinto maternal iba bien encaminado.

Ya de niño no jugaba con los juguetes, ni jugaba con otros niños, y solo me

relacionaba con adultos. Sin embargo, me gustaba mucho leer, leía de todo desde

muy niño y me gustaba mucho hablar con la gente mayor, preguntarles cosas y

hablarles de cuantos millones de kilómetros estaba el sol de la Tierra, cuantas

estrellas se podían ver en el cielo y cosas parecidas. Por ello, todo el mundo decía que

era muy listo, y le caía bien a la gente.

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Además era un niño bastante extravertido, que hablaba por los codos, optimista y vital.

El matiz estaba en lo era solo con mis padres y otros adultos, nunca con niños de mi

edad, a los que ignoraba. Tampoco jugaba con juguetes, por los que tampoco me

interesaba.

Pero a fin de cuentas entonces las virtudes parecían superar ampliamente a las

desventajas. Mi madre estaba muy orgullosa de mí.

Sin embargo, al comenzar la adolescencia se me revolucionó la sesera y todo eso

cambió radicalmente. De hecho, todo empezó a cambiar hacia los diez años, o poco

después. Se que fue cuando estaba empezando el sexto curso de la EGB.

Empecé a llorar por todo, a esconderme debajo de la mesa y llorar cada vez que me

decían algo en clase, a meterme guijarros del suelo en la boca y escupirlos, y cosas

por el estilo.

Ciertamente, mi inteligencia parecía seguir siendo normal, pero mi vida interior y

emocional se fue de viaje, un largo viaje, del que aún, más de veinte años después,

solo ha regresado en una pequeña parte.

Entretanto, mi hermano mediano, cuatro años menor que yo, cuatro años mayor que

mi hermano pequeño, fue el único de los tres que no desarrolló ninguna enfermedad

mental de ningún tipo, ni entonces ni ahora. Menos mal.

De todas formas, dos de tres ya es un buen porcentaje.

Así que ya veis la papeleta que tenían en casa mis padres. ¿Qué hicieron mis padres?

¿Rendirse? ¿Resignarse? ¡Ni hablar! Sobre todo mi madre. En casa, mamá siempre

ha llevado la batuta, siempre tan temperamental y tan echada para adelante. Mi padre

es más tranquilo y sosegado.

Se negó a aceptar que éramos un caso sin solución, que estábamos condenados sin

remedio a quedarnos en casita dependiendo de ellos y como pasivos objetos de los

comentarios de los demás.

A mi hermano mediano, en el colegio le decían que era el hermano del loco (por mí) y

del tonto (por mi hermano pequeño) y el se cabreaba de tal forma, y les contestaba tan

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duramente que no tardaron en dejar de decírselo a la cara. Otra cosa es lo que dijesen

a escondidas, y cuchicheando por las esquinas y en las filas de los pupitres de atrás.

La gente habla mucho de la inocencia de la niñez, pero la verdad es que los niños

pueden ser, ya desde muy niños, extremadamente crueles e insensibles. Ya desde

muy pequeñitos empiezan a rechazar y aislar al distinto, al raro. De hecho, tan pronto,

o casi, como son capaces de hablar y moverse por si mismos. Así somos los seres

humanos, o por lo menos, muchos de nosotros, por desgracia.

En aquellos días no había muchos centros de rehabilitación, o de terapia, ni respecto a

lo de la parálisis, ni respecto a lo de la Afasia. Por lo menos, mis padres no sabían

mucho del tema.

De todas formas, rebuscando de un lado a otro encontraron algún sitio donde daban

terapia para la movilidad de la pierna. No sé donde era, ni recuerdo muchos detalles,

pues ha pasado mucho tiempo, y esa época coincidió con el comienzo de la salida de

vía de mi tren mental, así que tampoco estaba en condiciones de darme mucha cuenta

de lo que sucedía a mi alrededor, ocupado como estaba, de ataque de rabia, en

ataque de rabia, y de llorera en llorera, por cualquier frustración o nimio problema que

surgiese, o, como se dice más correctamente, de crisis en crisis.

Crisis que tenía que resistir, más mal que bien, a pelo, y solo gracias a las regañinas y

cabreos de mi madre, pues durante toda mi adolescencia, no tuve medicación que

tomar, ni tratamiento que seguir, pues los médicos no se aclaraban respecto a que

diablos le pasaba a mi cabeza y que nombre tenían de ponerle a mi enfermedad.

Por ello, aunque me hicieron muchas pruebas de todo tipo, desde encefalogramas a

test de Rosembach (creo que se llaman así, son esas cartulinas con manchas de tinta

a las que tenias que responder que te parecían) no me dieron ningún tratamiento,

pese a los lógicos enfados de mi madre por la falta de respuestas, y, más aún, de

soluciones.

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Mi madre, menudo genio tiene, nunca se ha cortado a la hora de cantarle las cuarenta

a cualquier médico, o cualquier otro, que la sacase de sus casillas con sus evasivas, o

sus malas respuestas.

Entre yo y mi hermano pequeño, hemos visitado tantos médicos, y pasado por tantas

consultas médicas durante nuestra juventud, por un asunto o por otro, que si

tuviésemos que apuntarlas todas en un libro, seguramente el tocho resultante podría

usarse de contrapeso en una grúa, y pobre del que se le cayese al pie, pues ese sí

que iba a tener que ir en silla de ruedas el resto de su vida.

Sin embargo, las predicciones respecto a mi hermano pequeño de los médicos no se

cumplieron ni de lejos, afortunadamente.

No sé como lo hizo, yo tampoco recuerdo muchos detalles, pero se que mi madre,

además de enviarle a un logopeda, y de rehabilitación por la pierna, cuando llegaba a

casa le hacia hacer todo tipo de ejercicios por su cuenta.

Le compró una buena cantidad de cartillas, de esas que se usan para enseñar a los

niños pequeños a escribir, y que venden en las librerías, y le hacia repasar una y otra

vez las letras y dibujarlas para aprender a hacerlas, y también le hacia recitar lo que

escribía, para que aprendiese a entenderlo.

De hecho, así es como había aprendido yo antes a escribir, leer y hacer las cuentas, a

base de cartillas en casa, aún antes de empezar a ir al colegio. Madre más cuidadosa

y entregada a sus hijos debe haber pocas.

De esa forma, con mucho sacrificio por su parte, mucha repetición y mucha

insistencia, empezaron a verse los resultados. Mi hermano empezaba a hablar, mal,

balbuceando, desde luego, pero, por lo menos lo suficiente como para los que le

conocíamos empezásemos a entender lo que decía, pues al principio, antes de la

terapia, no se le entendía nada de nada.

Yo, por mi parte, entre ataque y ataque de llanto y gritos, fueron pasando los años y

terminé el bachillerato y fui al instituto, a empezar lo que entonces era B.U.P

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Ciertamente no era yo entonces un muy buen estudiante, algunas materias, como las

matemáticas y el idioma extranjero, se me daban de pena, pero lo compensaba con

algunas otras que se me daban medianamente, y sobre todo, con algunas pocas,

como la historia y las ciencias naturales, que se me daban bastante bien.

El caso es que a trompicones, quedándome algunas materias para repetir en

septiembre más de una vez, iba pasando de curso en curso y terminé la elemental.

Sin embargo, no era ir al colegio lo único que hacíamos en el día.

Ya desde niños, tanto yo como mis hermanos hacíamos natación y judo, para estar en

forma, en centros privados que mis padres lograban pagar con sus dificultades.

Todo eso, además, seguramente fue muy útil probablemente para que mi hermano

pequeño pudiese ejercitar bien la pierna, e ir, poco a poco y trabajosamente

fortaleciéndola. Puede, que mi madre lo hiciese también con esa intención, ella

siempre ha sido muy previsora.

Así, unos cuantos años después de que le dijeran que no podría caminar, mi hermano,

que ciertamente, caminaba, aunque cojeando visiblemente y bamboleándose de un

lado a otro al hacerlo, fue corrigiendo su defecto, caminando cada vez mejor, hasta

que lo empezó a hacer tan bien como cualquiera.

Sus dos piernas se le fueron igualando, su pie se fortaleció, y al cabo de unos cuantos

años, aquel niño que decían que no podría caminar, no solo lo hizo, sino que corría y

saltaba tan ágilmente como cualquier otro, y no se le notaba para nada que una vez

apenas pudo caminar.

Y hoy en día, sigue así, más ágil y atlético que nunca, desde luego mucho mejor que

yo, que nunca tuve el menor problema con mis piernas.

Su problema con la afasia también empezó a mejorar, como he dicho, aunque desde

luego bastante más lentamente y nunca tan satisfactoriamente como lo de la pierna.

Respecto al resto de su inteligencia, a lo que podríamos llamar, su inteligencia práctica

y social, pero a que les habían dicho a mis padres que iban a quedar bastante

disminuidas, en realidad no sucedió nada de eso.

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Se convirtió en un niño despierto, activo, que congeniaba y caía bien a todo el mundo,

que se hacía respetar por todos, pese a su minusvalía, al que nadie era capaz de

engañarle, ni siquiera con el vuelto del dinero, a pesar de que le costaba contar, y con

una gran capacidad de juzgar acertadamente a la gente.

Características que sigue teniendo, si acaso, aún más ampliadas y aumentadas.

Como lo hizo, y como desarrolló sus habilidades no lo sé, sencillamente sucedió,

probablemente gradualmente.

Seguramente, a base del tesón de mis padres, y también, a la ayuda de su hermano

mediano, que le apoyó y le defendió mucho. Que nunca permitió que nadie se burlase

abiertamente de el, como ya he dicho, y que le enseñó a hacerse respetar por si

mismo, primero, y después, a hacerse querer.

Ciertamente, su “trabajo” no debió ser sencillo, teniendo que ser el más duro de los

duros para mantener a los listillos lejos de su hermano pequeño, y soportando el

estigma asociado al hecho de tener el resto de sus hermanos con minusvalía.

Yo, por mi parte, estaba relativamente al margen de todo ello, he de reconocerlo.

Ya de niño había sido solitario, pero por lo menos me llevaba bien con los adultos,

aunque aún con ellos mis relaciones eran superficiales, limitándome ha hablar de mis

temas preferidos, y poco más.

Pero tras la aparición de mi enfermedad, me recluí totalmente y perdí las pocas

relaciones sociales que tenía. A la gente dejé de parecerle simpático y agradable.

No tenía amigos, he incluso, apenas conocidos.

Permanecía todo el tiempo ensimismado, fantaseando constantemente con las

historias que me inventaba y murmurando por la calle, mientras caminaba encorvado

hacia delante mientras lo hacía, con las manos curvadas hacia dentro, casi como un

mono, o leyendo por la calle mientras andaba. Me daban ataques continuos en los

que gritaba y lloraba cada vez que alguien me reñía por algo, o algo no me salía como

esperaba.

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También me surgieron todo tipo de fobias y manías. Fobia al color rojo, al número seis,

cuando paseaba por la calle debía pisar las primeras baldosas de las aceras con

determinado pie, cuando entraba en el portal de casa tenía que correr hasta el primer

piso para que no pasase ningún coche visible desde donde estaba por delante de la

entrada mientras subía.

Si no cumplía toda esa serie de absurdos ritos, me asaltaba una fuerte sensación de

angustia, sintiendo que algo terrible nos iba a pasar, a mi, o a los que tenía a mi

alrededor.

Racionalmente sabía que todo eso era una tontería, y no tenía ningún sentido, pero la

sensación instintiva de angustia que me asaltaba si no cumplía esos ritos era tan

fuerte que los realizaba a pies juntillas de todas formas.

Durante mis crisis no era violento físicamente, en el sentido de que nunca pegue a

nadie, y casi tampoco dañaba los objetos, excepto las paredes a las que aporreaba

con mis puños cuando me daba el telele. Con los costados de los puños, no con los

nudillos, que mi instinto de conservación me funcionaba, aún entonces.

Solo recuerdo una vez que estando en el portal de casa, me dio un ataque por algo

que me habían dicho mis padres, de rabia patee la puerta, y rompí el cristal de un

puntapié. Es la única vez que recuerdo que rompí algo. Igual lo hice alguna otra vez, y

no me acuerdo.

Ideas y tentaciones suicidas tenía también bastantes, como tirarme por la ventana

cuando me asomaba a ella, y cosas por el estilo, aunque afortunadamente nunca

pasaron de los pensamientos. Jamás intenté ponerlos en práctica. Mi instinto de

conservación, otra vez, siempre al quite.

A pesar de todos los ataques que me daban, mis padres, pese a que me amenazaron

con ello muchas veces, nunca me enviaron al psiquiátrico, ni a que me internasen y

prefirieron aguantar mis berrinches en solitario y sin ayuda.

Seguramente pensaban que era mejor así. A fin de cuentas, la palabra “psiquiátrico”

tenía, y sigue teniendo, un matiz claramente degradante. Estigma, como se le llama

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ahora y mis padres debieron pensar que ya tenía bastantes problemas, para añadirme

uno más. Si tenían razón o no, no lo sé.

En todo caso, había que tener aguante para soportar mis ataques. En situaciones

como esa, no creo que muchos padres más pudiesen resistir la tentación de enviar a

sus hijos allí y dejar que las crisis las soportasen y lidiasen con ellas alguien más

preparado y acostumbrado a esos menesteres.

Cuando iba al colegio, por una u otra neurosis mía, me fugué, me parece que tres

veces de casa.

Una de ellas, la más gorda con diferencia, y me parece que también la primera,

bastante niño, fue porque al día siguiente nos iban a hacer una evaluación en el

colegio, (creo que no llegaba a examen) y como no me sabía la lección, me escapé de

casa por la noche.

Tan tontamente lo hice que iba agachado ocultándome entre los coches para que

nadie de viese. Tal era mi neura y mi ingenuidad. Obviamente, así no hacía más que

llamar aún más la atención cuando alguien me viese, y cuando así sucedió, cerca de

la playa, salí corriendo y me escondí en un bosquecillo, cerca de una península

rodeada de acantilados.

Mí padre, por la mañana, al no verme, lógicamente alarmado llamó a la policía.

Allí por lo que le dijeron de mis andanzas, supo más o menos la zona por donde debía

estar.

Aunque esa noche había hecho bueno, por la mañana había empeorado mucho y

llovía muy fuerte y con viento, y mi padre, creyendo que podía haberme caído por el

acantilado, se puso a buscarme bajando por el, se resbaló y se cayó al agua. Aunque

afortunadamente no se hizo nada, aparte de unos rasguños, empaparse hasta los

huesos y perder las llaves de casa en el mar al caerse.

Cuando finalmente me encontró, contra lo que me temía, no me riñó, de lo aliviado que

estaba de encontrarme bien e ileso, y mamá tampoco lo hizo, una vez estuve en casa.

¡Vaya disgustos que le daba a mis padres!

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Mi hermano pequeño nunca hizo esas locuras, se portaba mucho mejor. En bastantes

aspectos siempre fue más maduro que yo. Sobre todo en esa época, en que yo estaba

especialmente mal.

Tan mal estaba, que incluso para elegirme la ropa para vestirme tenían que estar mis

padres detrás, pues mis elecciones eran pésimas, no conjuntaba nada y lo que era

peor, me la ponía sin el menor estilo, y de cualquier manera, de forma que todo me

quedaba mal, y era un bardal con la ropa y la dejaba tirada por cualquier lado, aunque

eso último ya no es tan anormal entre niños y adolescentes.

Comiendo, mi estilo tampoco era muy lúcido que digamos. Mis padres decían que

comía como un perro, agachado encorvado sobre el plato, comiendo ansiosamente a

toda velocidad, con las manos agarrotadas, como si me estuviesen persiguiendo, o me

fuesen a quitar la comida.

Comía mucho, aunque pese a ello permanecía delgado, pues hacia bastante actividad

física. Tras comer el plato, pasaba la lengua para limpiarlo, igualito que un perro.

Otro problema mío, eran los mocos. Aunque nunca he cogido una gripe, por lo menos

no lo bastante para quedarme en cama, si tengo tendencia a tener sinusitis. Cuando

me constipo, empiezo a sacar mocos, y esa mucosidad me dura mucho tiempo, a

veces muchas semanas.

El problema era que también le había cogido fobia a los klinex. Me daba sensación de

ahogo cuando me los ponía, de forma que cuando no podía sorberme los mocos, me

los sacaba con los dedos, y los pegaba por el lugar más cercano que tuviese.

Si, ya sé que es una verdadera guarrada, mi madre se hartaba de decírmelo, pero yo

seguía. Sencillamente no soportaba sonarme con un papel.

El rey de las neurosis ante ustedes… o por lo menos uno de ellos.

Desde entonces, algunas de esas manías se han solventado más o menos, otras no

tanto. Ya soy capaz de sonarme con klinex. Ya no dejo la rapa tan desordenada, y me

pongo mi propia ropa, tal vez no muy conjuntada y desde luego, no con mucho estilo,

pero algo mejor que antes.

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Respecto a la comida, mis modales han mejorado, sobre todo cuando estoy en

público. Lamer los platos solo lo hago cuando como solo en casa y nadie me ve.

Ya no me encorvo tanto, ni me agarroto al comer, aunque cuando estoy en mi salva,

solo en casa, como en la película, me vuelve a salir la costumbre.

Respecto a comer rápido y ansioso, eso ha cambiado menos. Coma en casa o fuera,

siempre soy el primero, o de los primeros, en terminar los platos, pues sigo comiendo

a toda velocidad.

Respecto a lo de comer mucho, la cosa no solo no ha mejorado, sino que

probablemente ha empeorado. Pico a todas horas, cuando como me lleno el plato, he

cogido gusto al chocolate y los dulces, y por todo ello, y también porque ya no soy tan

joven, aunque sigo haciendo tanto ejercicio como antes, ya no estoy tan delgado como

antes. En los últimos años he empezado a engordar.

No es que este muy gordo, pero se me nota la barriga cervecera, aunque en mi caso

no tenga nada que ver con la cerveza, sino con la comida. La gula es mi pecado

capital preferido.

Además tenía todo tipo de tics faciales. Hacía gestos raros con la cara, sobre todo con

la nariz, las partes de la cara que la rodeaban y con los alrededores de la boca,

torciéndolas y arrugándolas con movimientos espasmódicos de los músculos.

Lo hacia constantemente sin darme cuenta, sobre todo cuando estaba nervioso, pero

a ver incluso cuando no lo estaba y lo peor es que no podía controlarlos.

Si me proponía evitarlos, el esfuerzo mental necesario me ponía aún más nervioso y

en vez de hacer menos gestos, hacia más.

Así que ese era el percal que llevaba encima por esa época. No es poca cosa.

Mi hermano pequeño no tenía ninguno de esos problemas. Comía bien y de todo, pero

sin pasarse, de forma moderada, y sus modales eran los habituales en todas las

casas. Eso sí, era un desastre con la ropa, que tiraba por todas partes, y eso sigue

haciéndolo, aún hoy.

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Tampoco se le pasaban por la cabeza ninguna de mis neuras y mis fobias y manías.

Era un niño normal, excepto que hablaba mal, y que aunque acudía a clase de EGB

no podía examinarse, porque no podía leer los libros, ni escribir exámenes.

Ciertamente tenía otro tipo de problemas, aparte de los ya mencionados. De niño le

costaba mucho dormir. Se pasaba muchas noches despierto sin poder conciliar el

sueño, y mi madre se quedaba con el muchas noches una buena temporada también

despierta para hacerle compañía e intentar, que se durmiese, a veces con éxito, a

veces no.

Pese a que le daban tranquilizantes y pastillas para dormir, muchas veces estas

parecían hacerle poco, o ningún efecto, así que mamá muchas noches terminaba

durmiendo casi tan poco como mi hermano, y había noches en que ambos se

quedaban desvelados casi toda la noche.

Aparte de eso, tenía una gran fobia a los perros, y eso que a pesar de que cuando el

era bebe y un niño pequeño, habíamos tenido perros, incluidos perros grandes, en

casa.

Después dejamos de tenerlos, y poco después a mi hermano pequeño le apareció la

fobia, aunque puede, no estoy seguro, que los dejásemos de tener precisamente

porqué a el le surgió dicha fobia.

Cada vez que veía un perro por la calle, incluso aunque fuese uno pequeño, atado,

con bozal, y que no hiciese ningún gesto agresivo, ni ladrase, a mi hermano le daba un

ataque de pánico y salía chillando y corriendo a esconderse del.

No sabemos porqué se produjo ese cambio, pues antes no tenía ningún problema con

ellos.

El problema del sueño le duró bastantes años, creo que toda su niñez y no se le

arregló hasta que mis padres dieron, bastantes años más tarde, con una psiquiatra

que logró entender lo que tenía y lo que necesitaba y le dio una medicación que dio en

el blanco.

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El caso es que con ella, en un plazo de tiempo bastante corto, le desaparecieron los

agudos problemas para dormir que tenía y empezó a descansar normalmente.

No solo eso, lo más curioso es que un tiempo después le fueron rebajando la

medicación hasta quitársela del todo, pero el insomnio no le reapareció por ello.

Desde entonces duerme normalmente. No es que duerma mucho, lo normal,

considerando lo que le gusta salir por la noche con los amigos los fines de semana,

pero duerme bien.

Nunca mas volvió a levantarse por lo noches sudoroso porque no podía conciliar el

sueño y con ello no solo descansó el, sino también su madre, que por fin pudo pasar

las noches de forma decente.

En cambio yo soy un dormilón, si no duermo ocho horas por las noches, al día

siguiente me quedo con sueño. También soy bastante aficionado a darme alguna

siestecilla, cuando puedo, que actualmente no suele ser muy a menudo, como contaré

después y los domingos me quedo durmiendo desde la medianoche que me acuesto

hasta las doce del mediodía.

En lo que respecta a su fobia con los perros, eso también se le terminó pasando.

Sucedió de esta manera. Mi madre, cansada de los berrinches y griteríos que mi

hermano deba cada vez que veía un perro, aunque fuese a distancia, decidió tomar

cartas en el asunto y aplicar, digamos, una terapia de choque.

Compró algunos animales, unos gatos y un perro. A mi madre siempre le han gustado

los animales y siempre le habían quedado ganas de volver a tenerlos en casa, así que

decidió matar dos pájaros de un tiro. Curar a mi hermano y saciar su deseo de

compañía animal. Logró ambas cosas.

Eso sucedió, creo, a principios de 1994, y mi hermano, por extraño que parezca,

rápidamente se adaptó a los animales y se le fue su fobia a los perros.

Tanto fue así, que mis padres empezaron a comprar perros y gatos uno detrás de otro

hasta que la casa pareció casi un zoológico.

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Y no crean que eran solo perritos pequeños, sino que había entre ellos perros de buen

tamaño, como Haskis, Malamutes y otras razas. Perros todos ellos de porte y aspecto

imponentes.

Mi hermano jamás volvió a tener miedo a ningún perro, ni a los que tenia en casa, ni a

los de fuera y pasó a desenvolverse con ellos como pez en el agua.

De hecho, tanto fue así, que muchas veces acompañaba a mi padre a sacar a pasear

a los perros sin problema ninguno. Yo también iba otros días a acompañar a mi padre

a lo mismo. Unos días iba yo y otros mi hermano pequeño.

Su fobia se le curó totalmente y hasta hoy.

Aún ahora seguimos teniendo animales en casa, aunque solo de pequeño tamaño,

pues la primera tanda de animales, incluidos todos los grandes, hace varios años que

murieron todos de viejos.

Lo paso muy bien con ellos, por las noches duermen encima de mi cama, y me gusta

jugar con ellos, acariciarles, rascarles detrás de las orejas y en la barriga, cosa que les

encanta.

A pesar de lo que dice el dicho, de “como el perro y el gato”, el caso es que si se crían

juntos desde cachorros, como es el caso en nuestra casa, se llevan perfectamente

bien. Me gustan los animales. A mí y a toda mi familia. A quien más queríamos todos

era a un gato atigrado llamado “Fredy” que estuvo sus catorce años de vida, del 1994

al verano del 2008, viviendo con nosotros en casa.

Era muy noble y cariñoso, y le queríamos todos mucho. Por las noches se me metía

en la cama y se quedaba durmiendo a sus pies toda la noche. Nunca se orinó ni

defecó en ella. Incluso te daba “besitos” con el morro en la cara para mostrarte su

afecto. Cuando le recuerdo aún me da la melancolía.

Mientras tanto, el tiempo, que nunca se detiene y nunca vuelve para atrás, seguía

pasando.

En el instituto, a mí ya no me fueron tan bien los estudios. El primer curso, lo pasé más

o menos bien, pero el segundo ya fue demasiado difícil.

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Sencillamente se me atragantaron el idioma y las matemáticas y aunque el resto de

las asignaturas las pasaba más o menos bien, las de esas materias se me acumularon

las del primer y el segundo curso y no hubo caso, pues tenía más acumuladas de las

que podía tener para pasar de curso y esas no logré aprobarlas, aunque repetí algún

año.

Además, para empeorar las cosas, en esa época, estaba en lo más hondo de mis

crisis.

En el instituto me llamaban el loco, se reían de mi ha escondidas y a veces no tan a

escondidas, aunque en ese momento tampoco me importaba demasiado.

En ese tiempo no me importaba nada de lo que pensasen los demás.

No hay nada peor que juntar una enfermedad mental con el pleno florecimiento de la

edad del pavo. Plena adolescencia, y con la cabeza como las maracas de machín.

No era de extrañar, considerando que seguía sin tratamiento y sin medicación.

¿Y por que?, se preguntarán ustedes con razón. Pues sencillamente, porque no había

diagnostico y sin diagnostico no había tratamiento.

Sencillamente, nadie sabía lo que tenía, salvó la conclusión obvia pero demasiado

general para ser útil de que tenía algún tipo de enfermedad mental. La cuestión era

¿Cuál de ellas?

De hecho, tengo la impresión de que hubo un tiempo en que visitaba menos médicos.

Puede que por falta de resultados mis padres desfalleciesen un poco y buscasen

menos respuestas, debilitadas las esperanzas de encontrarlas. No lo sé.

El caso es que, fuese ese “desfallecimiento moral”, por llamarlo de alguna forma, algo

real, o una impresión mía del momento, mis padres volvieron a intentarlo una vez más.

Y finalmente, encontraron un médico que les diese una respuesta. Más vale tarde que

nunca, se puede decir, considerando que para entonces ya era mayor de edad y

habían pasado por lo menos entre 6 u 8 años de enfermedad sin más ayuda que la de

mis padres y ellos sin ninguna.

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Finalmente me dieron un diagnostico, trastorno esquizotípico de la personalidad. Años

después, otro psiquiatra me cambiaria el diagnostico a trastorno límite de la

personalidad, que es el diagnóstico oficial que tengo actualmente.

En realidad, hace unos meses, hablando del tema con mi actual psiquiatra me dijo que

probablemente el diagnostico que mejor se ajunta a mis síntomas sea el de síndrome

de Asperger, aunque ese cambio de diagnostico no es oficial, o por lo menos aún no.

El caso es que a partir d entonces por fin podíamos ponerle un nombre a mi

enfermedad. Mejor aún, me dieron un tratamiento. Unas pastillas que debía tomar en

determinadas dosis a determinadas horas. El tipo de pastillas, las dosis y el horario de

estas, ha cambiado varias veces desde entonces, pero el caso es que a partir de ese

momento serían mis compañeras inseparable y así hasta hoy en día.

El tratamiento era solo de pastillas, exclusivamente farmacológico. Seguía sin ninguna

otra terapia, de un tipo, digamos, psicológico o de conducta.

En aquellos tiempos, principios de los noventa, o finales de los ochenta, seguíamos sin

saber nada de terapia de grupo o cosas por el estilo. Tampoco de la existencia de

asociaciones de enfermos, ni nada por el estilo.

Básicamente, seguía solo, medicado, eso sí, pero sin más apoyo en otros aspectos

que el de mis padres.

Ciertamente, a partir de entonces me realizaron un seguimiento médico continuo y

cada varios meses iba a reunirme con el psiquiatra, siempre, o casi siempre,

acompañado por mi madre.

Yo le contaba que tal me habían ido las cosas desde la última consulta, mi madre

añadía su propia apreciación, seguramente más objetiva que la mía y de acuerdo con

todo ello me modulaban la medicación, cambiando las dosis o el horario.

En cambio mi hermano pequeño, ni entonces ni ahora seguía ninguna medicación, a

excepción de la temporada relativamente breve en que estuvo tomando la medicación

para el insomnio, asunto del que ya he tratado.

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Ciertamente mis padres también le llevaron a el a dicha consulta, pero le dijeron que

para la afasia que tenía no había ningún medicamento disponible, y en lo restante,

estaba mentalmente bastante mejor que yo, y no era necesaria.

De hecho, ya en aquella época mi hermano pequeño tenía su grupo de amigos con los

que se relacionaba, era listo en los asuntos prácticos y su minusvalía solo era

perceptible al hablar, pues seguía pronunciando mal, pero más o menos se le

entendía.

Incluso a la hora de leer y escribir era capas de hacer algo. Leer frases sencillas

deletreando en voz alta, aunque le costase entender lo que leía. Escribiendo

garabateaba algunas letras, mal escritas y hechas muy lentamente, pero que con algo

de buena intención, se podía entender a que letras correspondían.

Puede que no parezca mucho, pero para alguien al que al principio le habían dado un

pronóstico tan malo, era un gran avance. Sin embargo lo más importante de todo, es

que esa era la situación entonces, a principios de los noventa, pero esta ha mejorado

mucho desde entonces.

Actualmente, mi hermano pequeño es capaz de hablar bastante bien. No puede dar

un discurso, pero se le entiende perfectamente todo lo que dice, hila frases con

sentido y las dice con velocidad y bastante fluidez.

Se le nota que su acento y pronunciación es peculiar, de forma que para quien no le

que conoce, podría parecer que es un extranjero que habla el castellano con acento.

Por lo demás su habla es perfectamente funcional.

Tanto es así, que cuando mi hermano pequeño sale con sus amigos y alguien que no

le conoce pregunta el motivo de que pronuncie tan “raro”, sus amigos le dicen para

quitárselo de encima, que es porque es extranjero. Y parece que la historia cuela.

De hecho, aunque yo no tengo problemas de pronunciación, tampoco soy muy ducho

a la hora de hablar, sobre todo cuando se preguntan algo, o tengo que decirlo, de

repente y sin poder pensar con tiempo lo que decir.

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En situaciones de conversación diaria, mi lenguaje no es muy fluido, y en aquella

época de mi adolescencia era aún peor. De hecho, escribo mucho mejor de lo que

hablo, pues escribiendo tengo tiempo de pensar lo que quiero decir y como decirlo y

hablando, normalmente no.

Cuando hablo de un tema del que sé y tengo tiempo para pensar de antemano que es

lo que voy a decir y como hacerlo, hablo bastante mejor que si no es así.

Naturalmente, muchas veces en la vida no hay tal ocasión.

Aparte de ello, me suelo excitar mucho cuando hablo, sobre todo cuando es sobre

algo que me interesa, entonces mi tono de voz sube mucho, tanto que parece que

estoy gritando, y con el nerviosismo empiezan a atropellárseme las palabras.

Muchas veces mi madre me ha criticado por ello, diciéndome que no se me entiende

nada y que hable mejor.

Nada de eso le sucede a mi hermano pequeño pese a su afasia. A el nunca se le

dispara el tono de la voz cuando habla normalmente. Salvo cuando se enfada,

naturalmente, pero eso les pasa a todos. A el tampoco suelen atropellársele las

palabras, ni a trabarse lingüísticamente, incluso aunque este excitado, enfadado, o

nervioso.

No usa un gran vocabulario, ni frases estructuralmente complejas, pero lo que dice, lo

dice bien y claro, y a fin de cuentas, tampoco hay mucha gente que hable en la vida

cotidiana de forma mas elaborada que el. Yo, desde luego no soy el caso, pese a que

el tiene una afasia y yo no.

Respecto a la escritura, puede escribir frases de su puño y letra, siempre que no sean

muy largas ni complejas y aunque su letra es mala, es bastante legible.

La calidad de mi letra manuscrita tampoco es demasiado buena, dicen que tengo letra

de médico, los que han visto lo que escribo de mi puño y letra.

De todas formas como hoy casi todo se escribe con ordenador, tampoco se nota

mucho. De hecho, mi hermano pequeño también puede escribir en el ordenador. Mi

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madre le insistió, y le hace escribir textos de páginas Web para entrenarse y que

mejore su escritura.

Escribe muy lento, letra a letra, pero lo hace, se entiende lo que dice y lo que es tanto

o más importante, el mismo entiende lo que escribe. Cuando quiere escribir alguna

palabra que no sabe, o alguna palabra rara, me pregunta y me pide que se la deletree,

o se la escriba en un papel, para poder escribirla el.

Y lo hace. Despacio pero seguro.

Ciertamente nunca va a poder estudiar como lo hago yo, pero para otros menesteres

tiene conocimientos suficientes.

Por ejemplo, sabe navegar por Internet solo y bajarse películas y juegos, cosa esa

última que yo no se hacer. Su tema preferido son los videojuegos.

Ese gusto lo tomo de su hermano mediano que es un forofo del tema, al que le dedica

mucho tiempo.

Al pequeño también le gusta mucho, y se lee las páginas Web con instrucciones y

trucos de los juegos que se compra y las entiende perfectamente, desde luego que sí,

y eso que el lenguaje de esas instrucciones no creo que sea precisamente simple ni

esquemático.

No esta mal para alguien que tiene un 65 por ciento de minusvalía por su afasia y que

de pequeño decían que no podría valerse por si mismo.

Un asunto en el que también le ayudo mucho a mi hermano pequeño, el mediano, es

en el tema de las amistades.

Este se traía a sus amigos a jugar a juegos de rol en casa, que le gustaban, y le

siguen gustando mucho y mi hermano pequeño, aunque no le iban tanto, también

aprovechaba a tratar con ellos, hablando, primero, haciéndose su amigo, después, y

finalmente acompañando de mi hermano mediano cuando salía con ellos fuera. De

hecho, mi hermano mediano le incitaba y le animaba a salir con ellos, apoyándole

siempre.

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De esa forma, mi hermano pequeño tuvo ocasión de practicar y mejorar sus

habilidades sociales, de forma, que aunque al principio los amigos de mi hermano

pequeño coincidían exactamente con los del mediano, en cuyo circulo este le había

introducido, con el tiempo el pequeño empezó a tener sus propios amigos y a salir con

ellos por su cuenta sin tener que depender de que su hermano mediano le

acompañase y le apoyase.

Tanto es así, que ahora, cuando hace varios años que su hermano mediano vive lejos,

el esta hecho todo un juerguista, saliendo muchos fines de semana con sus amigos

hasta altas horas de la madrugada. Y mi madre desvelada hasta que viene.

Los hijos, si no damos preocupaciones a nuestros padres por una cosa, es por otra.

Yo, por mi parte, el caso es que a partir de que empezasen a darme la medicación,

empecé a mejorar, lentamente, al principio, pero lo hacía, aunque en algunos aspectos

más que en otros.

Con la medicación, las manías y fobias de tipo compulsivo se me fueron debilitando.

Fue un proceso lento, pero con los años me desaparecieron la mayor parte de ellas, y

ahora puedo sentarse en una silla roja, subir las escaleras sin preocuparme de si pasa

un coche por delante del portal mientras tanto y cosas por el estilo.

No me han desaparecido del todo, pero por lo menos en ese respecto puedo hacer

una vida más o menos normal.

Ciertamente, cuando estoy preocupado por algo, el stress me hace aflorar esa antigua

pulsión y cedo a alguna de mis viejas manías, pero eso ahora por lo menos solo

sucede de vez en cuando y no constantemente, como antaño.

Sin embargo en el resto de mis problemas no hubo mucho cambio.

Seguía caminando encorvado por la calle, hablando y murmurando solo en voz alta

ensimismado con mis historias y fantasías o caminando y leyendo y caminando por la

calle a la vez. Mis modales en la mesa y con los mocos, seguían siendo tan malos

como antes. Lo de la ropa, lo mismo.

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En el aspecto de mi vida social, o mejor dicho, de mi falta de ella, hubo algún cambio,

aunque no demasiado profundo.

Mientras estaba asistiendo a una charla de astronomía con mi madre en el paraninfo

del instituto donde estudiaba, tras la charla, que por cierto me gustó mucho tanto a mí

como a mi madre, en el coloquio que hubo después se mencionó que había una

agrupación astronómica en la ciudad.

Mi madre me dijo que intentase averiguar donde estaba, y yo al día siguiente, tras

preguntar un poco me enteré de que tenían su sede en el mismo instituto.

Fue allí, vi como iba la cosa y como siempre me había gustado la astronomía, me hice

socio y empecé a asistir a las reuniones que una vez por la semana hacían por las

tardes. Eso fue en el año 1989.

Entonces era una agrupación modesta, y éramos bastante pocos y con pocos medios,

pero yo acudía siempre que podía, leía las revistas de astronomía que tenían y

charlaba de tal o cual tema astronómico, y a veces de alguno que no lo era.

Allí hice mis primeros amigos, algunos de los cuales siguen en la agrupación y con

todos los cuales me llevo bien. Nunca he tenido ningún problema ni discusión con

ninguno de ellos.

Durante muchos años siguió siendo la única actividad social que tenía, si exceptuaba

las clases de Judo, en las que apenas hablaba con nadie y las de natación, que lo

mismo. Hacia el entrenamiento y la actividad deportiva y después me iba a casa sin

hablar gran cosa.

Mis hermanos, incluido mi hermano pequeño, (íbamos juntos, yo y mis dos hermanos,

tanto a Judo como a natación) se enrollaba mucho más, allí también.

A Astronomía mis hermanos nunca fueron, pues no les interesaba el tema

Actualmente, más de veinte años después, sigo siendo socio de la agrupación

astronómica y sigo acudiendo a casi todas las reuniones, y también a las salidas de

observación que puedo, en las que vamos al campo de noche a observar el cielo a

simple vista y con ayuda de prismáticos y telescopios.

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Ahora soy uno de los socios más antiguos de los que hay actualmente.

Ciertamente, en aquellos tiempos no era un miembro muy activo. Pues aunque era un

visitante asiduo, me pasaba la mayor parte del tiempo leyendo y no charlando con mis

compañeros, pero aún así hablaba mucho más con ellos que con nadie en cualquier

otra parte, a excepción de mis padres, naturalmente.

Aún ahora, lo sigo haciendo así, aunque en la actualidad charlo bastante más que

entonces, o por lo menos esa es la impresión que tengo.

A Judo también sigo acudiendo y a natación, aunque hace años que iba solo y por mi

cuenta, también acudía hasta hace poco.

De hecho, de tanto hablar poco y apenas relacionarme, el hecho es que con mis

hermanos tampoco hablaba ni me relacionaba mucho. Digamos, que ellos iban por un

lado y yo por otro. En cambio, las relaciones entre mi hermano pequeño y el mediano

eran muy estrechas. El pequeño admiraba al mediano, y este le protegía siempre.

Yo, aparte, retraído y ensimismado en mis historias y en mis neuras.

Aún ahora suelo tener pocas relaciones con ellos. Les quiero, les respeto y me llevo

bien con ellos, y ellos conmigo, pero tampoco es que hablemos muchos de asuntos

personales. Esa es la verdad. En gran parte sigo siendo muy tímido.

Mientras estaba en el instituto, me surgió también otras nuevas rutinas y costumbres,

estas también positivas.

En el instituto hacían bastantes excursiones al campo, yo empecé a acudir a alguna,

me aficione y empecé a salir a todas las que podía. Y no solo a las de, digamos, gira

turística en autobús. Esas en que subes al autobús, bajas en el sitio de destino, lo

visitas dando un corto paseo, y te vuelves a casa. Si, acudía y sigo haciéndolo a esas

también, para no solo.

A las que eran de caminar por el campo durante horas, buena parte del día, también.

Siempre he ido a todos los sitios que podía a pie y a partir de entonces, aún más.

No es que sea un velocista ni un deportista, pero puedo hacer perfectamente una

marcha de todo el día, de digamos, veinte kilómetros, sin problemas. Es más, me

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gusta hacerlas, siempre no sean excesivamente duras. Tampoco es cuestión de

pasarse, voy a las caminatas a disfrutar no por masoquismo.

Mis hermanos, sin embargo, no se aficionaron nunca a ello. El mediano siempre fue

bastante sedentario y caminar no le iba mucho y el pequeño, aunque camina con más

gusto, nunca fue de salir al campo a darse caminatas y admirar el paisaje por donde

pasaba.

Ambos eran, y siguen siendo, básicamente de ciudad y no de ir de excursiones por

ahí.

A gustarme viajar y ver mundo me parezco a mi madre, pero mis hermanos no

heredaron ese gusto.

Ciertamente, casi todos mis viajes y excursiones han sido ha sitios cercanos. Desde

que tengo uso de razón, casos de haber ido al extranjero solo recuerdo viajes a Paris y

a Biarritz en dos ocasiones y a Berlín, una y la de Berlín fue porque era un viaje de

intercambio y me salió gratis. El motivo es la falta de presupuesto. Si no es a sitios

cercanos que no sean muy costosos, o en viajes organizados por la empresa para

minusválidos donde trabajo actualmente, como la de Berlín, no puedo viajar.

De hecho, ni yo ni nadie de mi familia, hemos podido nunca viajar de visita a nuestro

país de origen por falta de presupuesto.

En el año 1988 me salió también la otra afición que he conservado hasta la actualidad.

Leer periódicos y estar informado de la actualidad.

Eso no era así antes, pues aunque de niño leía mucho, tenía mis temas preferidos a

los que me limitaba.

Los libros de divulgación científica, siempre que no incluyesen fórmulas matemáticas,

la astronomía y la historia y novelas de ciencia ficción. Mis autores favoritos eran Isaac

Asimow y Carl Sagan.

Aparte de esos temas, solo recuerdo haber leído de joven “El señor de los anillos” lo

que no es poca cosa considerando que me los leí entero cuando tenía unos diez años,

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o poco más. Si no fuese por la enfermedad tal vez podría haber sido un intelectual y

un estudioso y vivir de ello.

Pero considerando que tengo una minusvalía del 65 por ciento, tampoco esta tan mal

lo que logré hacer después.

Sin embargo, el hecho es que por entonces estaba muy poco enterado de lo que

sucedía a mí alrededor en el mundo en ese momento. De la televisión veía programas

de entretenimiento y películas, pero solo eso.

Los primeros recuerdos que tengo de haber visto noticias por la televisión fueron

escenas de batallas y bombardeos de la guerra del Líbano, de la de Irak e Irán, pero

sobre todo, de la guerra de las Malvinas, pues somos argentinos de origen y mis

padres en esa época ponían las noticias para ver lo que pasaba.

Tampoco es que yo me enterase de mucho entonces pues todo eso era en los años

81 y 82 y aún era muy niño.

Después apenas volví a enterarme de lo que pasaba en el mundo. De hecho, puede

que durante los años siguientes supiese menos de las noticias de actualidad que la

mayoría de los jóvenes de mi edad. Sencillamente, no me interesaban.

Pero todo eso cambio a mediados del año 1988.

Resulta que mis padres, en un intento de que lograse pasar una asignatura, me

enviaron ese verano a una academia. Me parece que era una asignatura de lengua, o

literatura, o algo por el estilo. A veces llegaba yo con adelanto o bien el comienzo de

las clases se atrasaba y como tenían puestos periódicos del día en una mesilla en un

pasillo, para pasar el rato me dedicaba a leerlos.

Se cual era el año, pues las noticias trataban de las ultimas batallas de la guerra entre

Irán e Irak, justo antes de que terminase.

A partir de entonces empecé a leer todos los periódicos que caían en mis manos. Al

principio, solo las noticias de actualidad internacional y las de ciencia, que siguen

siendo desde entonces mis preferidas. Bastantes años después, ya en el presente

milenio, empecé a interesarme por las noticias económicas.

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Las de sociedad y cotilleos no me interesaban y siguen sin hacerlo, por lo que aunque

en los otros temas me considero bastante bien informado, en el tema de deportes y de

cotilleos y famosos, reconozco que no se apenas nada, desde luego mucho menos

que cualquiera que pase por la calle. Siguen siendo temas que no me interesan

apenas.

No solo eso, sino que a partir de entonces empecé a verme todos los telediarios para

informarme aún más, y no deje de hacerlo hasta que Internet sustituyo totalmente a la

televisión y los periódicos impresos como mis fuentes de información.

El caso es que para el año 1990, se veía que en el instituto no tenía mucho futuro.

Estaba atascado y no veía salida.

Por ello, mis padres decidieron que si no podía seguir mis estudios en el instituto,

mejor sería que me pusiese a trabajar.

En realidad yo, igual que mis hermanos, ya teníamos cierta experiencia en el asunto.

Mis padres tenían un puesto ambulante, de los que se montan para la venta y se

desmontan al terminar la jornada, en el que vendían cosas como pulsaras, pendientes,

colares, cinturones y cosas así.

Nosotros, cuando crecimos, les echábamos una mano a la hora de montar y

desmontar el puesto, llevar y sacar el material del almacén y ayudarles a vender

cuando venía mucha gente.

Ciertamente yo no era muy habilidoso en esas tareas, pues siempre he sido muy torpe

en las tareas manuales y en las ventas tampoco tenía demasiada mano, lo que no es

de extrañar dada mi enfermedad.

A mis hermanos, aunque comenzaron bastante más tarde en razón de su menor edad,

se les deba bastante mejor, sobre todo al pequeño, que en eso también se mostraba

su inteligencia práctica y su don de gentes.

Además, para cuando empezó a ayudar en el puesto gracias a la ayuda de mis padres

y las sesiones del logopeda ya sabía más que suficiente acerca de cómo llevar las

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cuentas como para vender sin que nadie pudiese engañarle con el dinero. Menudo

listo era… y sigue siendo.

El caso es que en el verano de 1990 mis padres me compraron un kiosco, no de esos

que estaban en medio de la calle, sino uno en un local, a resguardo, en lo que años

antes había habido una antigua carnicería. Aún tenía la nevera grande para la

carne…. que aún funcionaba y que usábamos de almacén.

Allí empecé a vender cosas como golosinas, pasteles, pipas, revistas de todo tipo y

periódicos. Ciertamente mis ventas no eran espectaculares precisamente, pero

vendía.

Sin embargo, lo que más me gustaba del sitio y del trabajo era todo aquello de lo que

estaba rodeado en el. Comida y dulces por un lado para saciar mi gula. (Fue por esa

época y por ese motivo cuando me aficioné a los dulces) y por otra, revistas y

periódicos de todo tipo, y aparte, tiempo entre venta y venta para dar cuenta de unos y

otros.

Lo de las revistas y periódicos no suponía problema, pues podía leerlos y después

venderlos, pero las golosinas y pastelitos que terminaban en mi estómago, obviamente

yo no se podían vender y como había que pagarlos igual a los proveedores, suponían

perdidas.

Entre eso y que no vendía demasiado, las ganancias del sitio no eran gran cosa, pero

aquello duró cinco años a pesar de ello.

Además, al lado había una carnicería y el hijo del encargado y su novia pasaban

bastante tiempo en el kiosco, charlando conmigo y yo con ellos y aunque menos,

algunos clientes también lo hacían.

Sin embargo, no todo era positivo. Uno de los problemas, el más fastidioso, pero el

menos serio, eran los adolescentes maleducados. Cerca de allí había un instituto de

formación profesional y durante todo el curso lectivo, que duraba lo mismo que en los

colegios, por la hora del recreo llegaba toda una tropa de estudiantes que llenaban el

local, que era bastante pequeño y empezaban a vacilarme y burlarse de mí.

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Me pedían cosas y después de haberlas sacado y envuelto, me decían que no las

querían y tenía que volver a guardarlas, cuando atendía a alguien, otros se

encaramaban sobre el vidrio del mostrador para intentar robarme lo que tenía detrás,

bien golosinas, o más habitualmente, las revistas y cuando me enfadaba y les gritaba

ordenándoles que se fuesen y me dejasen en paz, me tomaban a risa y no me hacían

el menor caso, por lo que muchas veces tuve que echarles fuera literalmente a

empujones, pero no servía de mucho, al poco tiempo, a lo sumo unos pocos días,

volvían a las andadas.

Otras veces se dedicaban directamente al vandalismo. Afortunadamente solo fueron

dos o tres veces, siempre el día de santos inocentes. Ese día, un par de años

seguidos, por la tarde, ya noche en invierno, al salir de clase un grupo de ellos me

tiraba huevos desde una moto dentro del kiosco varias veces y al final tuvo que venir

la policía para atraparles y que me dejasen en paz.

Sin embargo, el peor y más serio problema eran los atracos. Durante los cinco años

que estuve en el kiosco, sufrí, que recuerde, cuatro atracos. Eran siempre jóvenes,

que entraban siendo ya de noche, bien fuese por la tarde o por la mañana bien

temprano, cuando no había clientela y poca gente por la calle.

Entraban, cerraban la puerta del kiosco de un portazo para que no pudiesen ver desde

fuera lo que pasaba y sacaban la navaja.

Nunca lograron llevarse nada, porque en previsión de ello el anterior dueño me había

dejado un atizador de hierro, de los que se utilizan para avivar el fuego, que consistía

básicamente en una barra de hierro con mango que terminaba en un cuadrado

metálico con bordes bastante afilados en el extremo y que además de ser intimidante,

no era muy pesado y era fácil de blandir. También tenía escondido debajo de la caja

del dinero un cuchillo jamonero de los grandes que me regaló el hijo del carnicero de

al lado, tras el primer atraco. O tal vez me lo dio mi padre. Ya no estoy seguro.

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También a partir de entonces, trababa con un alambre la puerta desde dentro para

que no pudiesen cerrarla de un golpe y con una cadena de hierro cerraba el acceso

para ir tras el mostrador donde yo estaba.

Cuando venían y sacaban la navaja yo agarraba el atizador, que tenia siembre junto a

donde estaba sentado atendiendo a la gente y mientras lo blandía amenazadoramente

chillaba a grito pelado para que viniesen a ayudarme.

Por suerte, el atracador siempre se amilanaba y salía corriendo enseguida, así que

nunca tuve que usarlo. También tuve suerte de que siempre viniesen con navaja y

nunca con pistola.

Una vez me vinieron a atracar una tarde noche, cuando mi padre, que venia a ratos a

ayudarme, sobre todo con los papeles y los recibos, estaba en la nevera donde

teníamos el depósito, descansando y salió corriendo furioso detrás del atracador,

aunque no le alcanzó.

De todas formas, ni que decir tiene que eran sucesos traumáticos y que te dejaban un

regusto amargo durante mucho tiempo. De todas formas creo que me lo tomaba

bastante bien, dentro de lo que cabe y tampoco estuve nunca excesivamente

obsesionado con el tema.

En comparación con ello las visitas de timadores y gente con billetes falsos, que

también tuve algún caso, alguna vez con éxito, eran poca cosa. O aquel intento de

robo, cuando una noche que estaba cerrando la puerta del kiosco, salió un ladrón y me

cogió la bolsa con la calderilla en monedas que llevaba para casa en una bolsa.

Sin pensármelo dos veces dejé la puerta como estaba en ese momento y salí

corriendo tras el de inmediato, corriendo tras el durante dos o tres manzanas. No le

alcancé, pero al ver que no se despegaba de mí, soltó la bolsa con la calderilla, que

pesaba bastante y la tiró al suelo, rompiéndose y esparciéndose su contenido por el

suelo.

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Ni corto ni perezoso, busqué una bolsa de plástico de un bidón de basura que había

cerca, recogí toda la calderilla, que era una buena cantidad y volví al kiosco, donde me

había dejado la puerta entrecerrada, pero sin darle a la llave.

Por suerte nadie se había percatado de ello y tras comprobar que dentro estaba todo

bien y no faltaba nada, cerré y volví a casa.

Otra vez intentaron robarme a escondidas unas revistas mientras atendía a otros, me

di cuenta y cuando fui a sujetarle, me dio un puñetazo y salió corriendo. No me hizo

apenas daño, pues me dio muy de lado y no quedó ni marca.

Un par de años después me citaron en un juicio de testigo por ello, para ver si

reconocía a un acusado como el autor del robo y el ataque, pero no sabía si era el o

no, así que dije que no. No volví a saber nunca más del tema.

Desde luego, ese fue un periodo de mi vida con bastantes emociones fuertes.

Aún ahora, a pesar del tiempo transcurrido, por las noches sueño con relativa

frecuencia con el kiosco, pero curiosamente, no con los atracos, sino que los intentos

de robo al descuido, las estafas y engaños con el cambio. Curiosidades de la mente

humana.

Por lo menos de la mía.

El caso es que estuve cinco año allí trabajando, con poco o ningún beneficio

financiero, todo hay que decirlo, hasta que me surgió otro trabajo en otra parte. Este

por cuanta ajena. Sucedió así.

Mis padres habían estado buscando algún lugar donde colocar a mi hermano

pequeño, pues ya estaba haciéndose mayor, y se enteraron de que existía una

asociación de personas y familiares con minusvalía que daba trabajo a personas con

dicho problema. Lo que se llama una empresa de trabajo protegido.

Mis padres estuvieron averiguando como entrar, pero había lista de espera, pues

había bastantes candidatos, así que apuntaron a mi hermano pequeño en la lista, y

por si acaso, también a mí.

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El caso es que unos meses después, les llamaron a mis padres diciéndoles que me

habían aceptado para entrar en un curso de aprendizaje del oficio.

Quero decir, me convocaron a mi, a mí hermano aún no, pese a que la idea inicial de

mis padres iba pensando sobre todo en el, pues yo ya tenía una ocupación.

Con poca ganancia, pero ocupación, al fin y al cabo.

El trabajo que me ofrecían era de lavandería. Acepté.

Así que en noviembre del 1995, empecé a acudir a una gran nave industrial en una

ciudad cercana a la que yo vivo, una nave llena de maquinas y lavadoras enormes.

Una lavandería industrial. El caso es que estuve allí aprendiendo el oficio varios

meses, hasta que por abril del 1996 me dijeron que me iban a contratar como

trabajador, cobrando todos los meses y acepté.

El sueldo no era muy alto, pero era un trabajo más o menos seguro y que

proporcionaba unos ingresos regulares, lo que no era el caso del kiosco.

Así que empecé a fines de dicho mes a trabajar en la empresa, y aunque he cambiado

de centro de trabajo varias veces, (la empresa tiene varios en diferentes localidades)

sigo trabajando de lo mismo y en la misma empresa hasta hoy en día.

Mi hermano pequeño, mientras tanto estuvo un tiempo en una residencia para

minusválidos, en donde le trataban y hacia terapia por su problema con la afasia.

Era un complejo muy grande, con muchos internos con diferentes problemas mentales

y de desarrollo, que casualidades de la vida, es el mismo centro donde años después

de todo ello, yo estoy trabajando en su lavandería, pues mi empresa de trabajo

protegido se encarga de llevar adelante dicha tarea allí también.

El hecho es que mi hermano pequeño estuvo allí una buena temporada, en la que se

llevó, como en todas partes, perfectamente con todo el mundo y fue un alumno

aplicado hasta que encontró también su propio trabajo remunerado, pero no en mi

empresa, ni en mi oficio.

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Resulta que en dicho centro donde le trataban, también hacían, y siguen haciendo hoy

en día, cursillos de jardinería, pues tiene bastante terreno dentro del complejo y

también tienen invernaderos. Allí se dedican a segar, podar, plantar verduras que

después venden, y cosas por el estilo.

Mi hermano aprendió allí el oficio y después obtuvo un trabajo en ello por cuenta de

otra empresa de trabajo protegido distinta a la mía. Eso fue en octubre del 2002, que

es cuando comenzó a trabajar de jardinero y allí sigue hasta hoy día.

Su trabajo ciertamente resultó ser considerablemente más duro que el mío, pues

mientras que yo trabajo siempre a cubierto y bajo techo, de pié toda la jornada laboral,

es verdad, pero en un trabajo que no es duro y que se lleva bien, en el que ni física ni

mentalmente me cansó mucho, el esta todo el día realizando un duro y continuo

trabajo físico, podando setos, cortando ramas de árboles, para lo que hay que trepar

por ellos, cavar agujeros para plantar, segar hierba y para todo ello, además del

esfuerzo físico que requiere, ahí que estar en el tajo en verano y el invierno al aire

libre, haga un calor asfixiante, llueva torrencialmente, haga frío, haga viento, o lo que

venga.

Aparte de eso tienen que estar en movimiento continuamente, pues no tienen un sitio

de trabajo fijo. Cada día salen de su centro de operaciones en furgoneta a hacer

diferentes encargos, cada vez en un sitio distinto y así van por toda la provincia.

A pesar de todo ello, mi hermano pequeño resultó ser tan trabajador y tan aplicado

que con el tiempo le empezaron a enseñar a manejar la maquinaria que usan en dicho

trabajo. Segadoras, cortadoras, excavadoras para cavar agujeros y demás.

Maquinaria bastante pesada, y también peligrosa, pues se usa para cortar, podar y

cavar, y para ello tiene cuchillas muy grandes y afiladas y palas muy grandes que

hacen mucha fuerza.

Es decir, maquinaria que requiere mucha pericia y mucha responsabilidad y madurez

para manejarla con garantías. Y el lo hace bien.

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Tan bien hacía todo el trabajo que le mandaban, con tanta diligencia, con tanta

eficacia, sin escaquearse, pero a la vez defendiendo sus derechos firmemente, que de

peón, le fuesen subiendo el puesto y el sueldo hasta lo máximo que podía llevar un

empleado con minusvalía en la empresa.

¡De hecho, ahora gana bastante más que yo!, aunque también es cierto que se lo

curra también mucho más que yo.

Mi trabajo es una bicoca en comparación con el suyo.

En cambio, mi desempeño laboral ha resultaba ser bastante menos espectacular y

meritorio. Empecé de operario de base y sigo de operario de base.

Soy puntual, no he faltado ningún día ni por enfermedad, ni por ninguna falta no

justificada, salvo alguna vez que se me olvidó pedir el justificante en el médico, pero

mi desempeño laboral, digámoslo francamente, es cualquier cosa menos espectacular.

Más bien es modesto tirando a bajo. Hago las cosas, pero no destaco en ellas ni por

mi calidad, ni por mi velocidad.

Probablemente mi desempeño haya mejorado algo desde que empecé, hace ya tantos

años, pero tampoco demasiado.

Mi problema es que soy muy despistado, pues se me va la cabeza a mis fantasías con

suma facilidad. En eso, toda la medicación y la terapia psicológica que recibía no

parece haber hecho mucho efecto.

El caso es que probablemente cometa por ello más errores que la media de mis

compañeros y también la calidad y velocidad de ejecución de la tarea se resienten.

El hecho de que sea un trabajo bastante repetitivo y en el que la peor de las pifias no

puede hacer mucho daño serio a la gente, es lo que más me gusta del trabajo.

El hecho de que sea repetitivo, pues aunque la dinámica concreta pueda cambiar de

centro en centro, en todos ellos se hace lo mismo todos los días, hace que mi

tendencia ha desconcentrarme cause mucho menos fallos de los que causaría en otro

tipo de trabajo, pues como he estado haciendo lo mismo durante mucho tiempo, lo

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puedo hacer bien sin necesidad de pensar mucho en ello y aunque parte de mi cabeza

este en otra parte.

El hecho de que los fallos causen un daño limitado es aún mejor, pues tengo un

enorme pánico a asumir responsabilidades que puedan afectar a otros. Si la pifio y yo

soy el único afectado, no me importa mucho. Me saldrá una buena llorera, descargaré

una buena cantidad de lágrimas y mocos, se me pasará en un rato más o menos largo

y seguiré mi camino.

Si mi pifia hace daño a otros…. No soporto la idea. Jamás aceptaría realizar un

trabajo, o una tarea, en que tal cosa pudiese suceder.

El hecho de que en mi trabajo el daño que puede hacerse, aún en el peor de los

casos, es limitado, me gusta.

De todas formas, nunca he cometido una pifia realmente seria, solo pequeños errores

sin demasiadas consecuencias, afortunadamente.

Otra ventaja de este trabajo es que es más o menos seguro, seguramente bastante

más que los trabajos en el mercado libre. De hecho, dudo mucho que pudiese trabajar

por cuenta ajena en ninguna empresa ordinaria. Allí no se andar con contemplaciones.

O rindes al máximo o fuera, y no se van a preocupar de andar con contemplaciones

para que no me ponga depresivo.

Si ahora la menor critica o reproche en mi trabajo o en casa me produce una llorera

importante, no os digo lo que me pasaría con las que se estilan todos los días en la

empresa ordinaria. No podría soportarlo.

Así que en conjunto me gusta este trabajo.

Tampoco es que laboralmente aspire a mucho. Ganar lo suficiente para echar una

mano con los gastos de la casa y poder pagarme, algunos, no todos, de los gastos

que ocasiono. Nada más. Dada mi enfermedad no creo que pueda aspirar a mucho

más.

Nada que ver con mi hermano pequeño, que es capaz de aguantar lo que le echen, no

duda en asumir responsabilidades serias y en llevarla a cabo con éxito y sin dudar.

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Podría trabajar perfectamente en muchos trabajos que yo no podría soportar ni unos

momentos.

Ciertamente, solo trabajos de tipo manual, pues no podría realizar trabajos de tipo

intelectual por su lentitud para leer y escribir, pero si trabajos de atención al publico,

pues aunque se le nota el “acento” se le entiende bien y tiene mucha psicología y don

de gentes. Tiene mano para las ventas y para tratar con gente, así que de hecho su

posible campo de actividades laborales es bastante más amplía que la mía.

Otro tipo de actividades si se me dan bastante mejor. Por ejemplo, el estudio.

En realidad, el ponerme a trabajar en el kiosco y después en la lavandería no supuso,

ni mucho menos, el fin de mis actividades estudiantiles.

Mi madre no quería que dejase de estudiar algo, pues creía que si no, mi mente

divagaría aún más de lo que ya lo hacía, que necesitaba imponerme una disciplina

para que mi estado mental no empeorase aun más de lo que ya lo estaba.

A mí siempre me ha gustado leer, aunque solo de determinados temas, he iba a seguir

haciéndolo de todas formas, ¿así que porque no estudiar solo una carrera que me

gustase, y si podía, sacar un título de ello? Difícilmente iba a poder trabajar de ello,

pero siempre es mejor tener un título que no tenerlo, aunque solo sea para fardar con

los amigos.

Si, pero el BUP se me había quedado a medio hacer. Quedaba la posibilidad de hacer

el acceso a mayores de veinticinco años y si aprobaba, empezar una carrera

universitaria. Tenía que ser una carrera a distancia, pues trabajaba y no quería dejarlo.

Eso se me planteó al poco de empezar con el kiosco y entonces aún me faltaban

varios años para llegar a dicha edad, así que mientras tanto estuve haciendo cursos a

distancia para intentar terminar la secundaria.

No importaba mucho si lo lograba o no, la cuestión era mantener mi mente entrenada

y en forma a la espera de poder presentarme al acceso para mayores de veinticinco

años.

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En efecto, no la saque. Logré avanzar algo, pero el escollo de las matemáticas y el

idioma se me seguía atragantando. Pasé alguna de las asignaturas pendientes, pero

no las suficientes.

Así que cuando cuándo cumplí los veinticinco, me matricule en la UNED.

Bueno, en realidad me matriculó mi madre, pues yo de papeleos no sabía nada, y sigo

sin saberlo. Lo que hice yo es entregar los papeles ya hechos.

Aún ahora, las matriculas me las sigue haciendo mi madre, yo me limito a firmar y

entregar el sobre en secretaría.

En lo de mis estudios universitarios el hecho de ser minusválido me ayudó mucho,

pues las tasas de matricula eran mucho más bajas para los estudiantes con

minusvalía que para los demás.

Estas eran tan altas para nuestra capacidad financiera que de haber tenido que

pagarlas enteras, año tras año, no habría podido seguir estudiando.

En el curso de acceso había todo tipo de materias, incluidos las temibles matemáticas

y el idioma. Ambas las suspendí, pero en el resto de materias saqué lo suficiente para

aprobar, he iniciar una carrera universitaria. Geografía e historia, el tema que tenía

accesible que más me gustaba.

Las asignaturas de ciencias no estaban a mi alcance, por mi problema con las

matemáticas.

Para entonces ya estaba trabajando desde hacia varios años en la lavandería.

Al principio no sabía que tal me iría en mis estudios universitarios, pero para mi

sorpresa y para la de mi familia, me fue sorprendentemente bien.

Aprobé todas las asignaturas del primer año y pase al segundo curso con todo

aprobado y algunas hasta con nota alta.

La verdad es que de forma autodidacta había leído mucho de historia antes de

empezar la carrera y por ello muchos temas ya me sonaban, pero también influyó

mucho que era un tema que me gustaba mucho y que disfrutaba estudiándolo.

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Los siguientes años también lo aprobaba todo, terminando todas las asignaturas el

mismo año, así que avanzaba a curso por año. La mayoría las aprobaba para junio, y

solo alguna vez me quedaba alguna para septiembre, donde siempre la aprobaba.

Por lo menos en esos años y en esa carrera.

La carrera era de cinco años y la terminé completa en justo cinco años. En efecto, lo

hice a curso por año.

Entonces, en una ceremonia en el otoño de 2004 me dieron el titulo de ¡licenciado en

geografía e historia!

¿Y después que?, me pregunté.

Bueno, ya que había cogido carrerilla y visto que estudiar, siempre que fuese de un

tema que me gustase, se me daba bastante bien, decidí seguir estudiando.

Elegí otro tema que también me gustase y me apunté en el para seguir haciendo

carrera.

Esta vez la elegida fue la carrera de Antropología.

Durante los primeros cursos todo fue también favorablemente, hasta que me topé con

un problema. Un pequeño y gran problema a la vez. Solo era una asignatura, una sola,

pero en dicha carrera estaba la asignatura de Estadísticas, que ¡horror! ¡Era de

matemáticas!

No hubo forma, no logré aprobarla. Aprobé todas las demás sin demasiados

problemas, pero esa no hubo forma. Solo me faltaba esa para terminar también esa

carrera, pero era troncal, obligatoria por tanto y no tuve forma de aprobarla.

De hecho, aún la sigo teniendo pendiente, cinco exámenes suspendidos después y

por tanto sigo sin tener mi segunda carrera. Solo por esa.

Pese a ello, cuando vi que ya solo me quedaba esa asignatura para terminar, decidí,

para no dejar que me bloquease por completo, apuntarme a una tercera carrera, la de

Sociología.

Los primeros años, todo fue bien, aprobaba también todas las asignaturas a curso por

año y algunas con notas bastante altas.

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Sabia que después habría problemas, pues en esta carrera, había no una, sino ¡dos

asignaturas de estadística!

Lo sabía antes de apuntarme, pero de todas formas, no tenía mucha importancia

cuanto terminase, o ya puestos, si la terminaba siquiera.

A fin de cuentas difícilmente podría trabajar de ninguna de las carreras que estaba

haciendo, u había hecho, debido a mi minusvalía.

En realidad, ni siquiera podía optar a una plaza pública de las reservadas para

minusválidos, como una de bibliotecario, como durante un tiempo fue mi ilusión.

Así me lo informaron en la empresa de trabajo protegido en la que trabajo. Enfermos

con trastorno de personalidad no querían, nos consideran peligrosos y no me

aceptarían porque no podría pasar el test psicotécnico.

Mi hermano pequeño, debido a la lentitud con que lee y escribe, supongo que tampoco

podría optar, aunque estoy seguro que podría pasar cualquier test psicotécnico que le

pongan delante. Su problema estaría en la faceta de los conocimientos teóricos, que

es precisamente lo que yo podría hacer bien.

Así que yo por una cosa, el por otra, me temo que la carrera de funcionario la tenemos

bien difícil.

Y finalmente llegó la gran prueba, cuando tuve que enfrentar al gran “coco”, las tres

estadísticas, la de Antropología y la dos de Sociología.

Con esfuerzo y la ayuda de tutorías de un profesor muy majo y muy bueno, finalmente

logré aprobar una de las estadísticas de Sociología, la primera y por tanto, la más fácil

de las dos. El resto aún las tengo pendientes.

Sin embargo, la faceta del estudio no es la única actividad intelectual que he estado

desarrollando.

Como he dicho antes, desde niño he sido muy fantasioso y mi mente bullía

constantemente de todo tipo de historias. Y se me pasó por la cabeza, sistematizar y

poner por escrito historias mías, de las que yo me inventaba. Escribir mis propios

libros y si era posible, incluso publicarlos y sacar algún dinero con ellas.

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Ya a finales del 1989 o principios de 1990 había dibujado un mapa de un universo del

que quería escribir y tenía una idea ligera de cómo iba a ser la historia.

El problema. Escribir. Entonces no teníamos ordenador en casa y escribir a mano me

resultaba imposible. A medida que escribía descubría que cualquier cambio e idea que

quisiese intercalar o desarrollar, implicaba cambiar a mano lo que había escrito.

Así que al poco me desanimé y lo dejé.

No fue hasta que compramos un ordenador en que la cosa cambió. Eso fue en el año

1995.

Mi hermano mediano era el único que sabía usarlo, porque había hecho un curso de

informática y fue el quien nos enseñó, a regañadientes, pues no tiene paciencia para

ello, tanto a mi como a mi hermano pequeño lo poco que sabemos ambos de manejar

una computadora.

No es que sepamos gran cosa, navegar por Internet los dos, yo usar lo básico del

procesador de textos para escribir mis relatos, incluido este que están leyendo ustedes

ahora y mí hermano pequeño un poco del procesador de textos y bajarse música y

películas. Y para de contar.

Nada de programar, ni de poder arreglar cualquier fallo que suceda, ni nada de nada.

Mi hermano pequeño puede que sepa un poco más que yo, pero ambos sabemos muy

poco. Lo básico de la básico y para de contar.

El caso es que pese a ello, al principio muy lentamente, empecé a escribir mi primer

libro mientras mi hermano pequeño se dedicaba a bajarse textos de juegos de rol para

copiar el texto en un cuaderno y usar el procesador de textos para escribir en el lo que

había escrito en el cuaderno o en algún libro de rol de su hermano mediano, para de

esa forma mejorar su escritura y su comprensión lectora y en ambas cosas a

avanzado bastante.

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Salvo algún contratiempo, como al principio cuando un fallo del ordenador me borró

una parte de lo que había escrito, aquello fue avanzando y tomando forma lentamente

y tras unos cuatro años de trabajo, tenía un libro escrito.

Más de trescientas páginas de relato y una colección de mapas hechos de mi puño y

letra. Había creado mi propio universo, pequeño, pero mío.

Un universo encerrado y aislado en el interior de una esfera, poblado por más de un

centenar de especies inteligentes distintas.

Como también en eso se me había abierto el apetito, apenas terminé dicho libro, me

puse a escribir otro… y después otro. Estos ya lo escribí mucho más rápido, pues la

experiencia es un grado.

En aquel entonces no teníamos impresora en casa, así que dependía que amigos de

mi hermano mediano para que me las imprimiesen y estos se hacían los remolones, o

por lo menos a mi me lo parecía.

Mientras esperaba, me ponía nervioso, pues temía que mientras tanto se borrase por

algún virus u otro fallo lo que tenía escrito en el ordenador y lo perdiese todo.

El precedente de cuando comenzaba la primera obra, cuando un fallo de ese tipo me

hizo perder parte de lo que había empezado a escribir me atormentaba, he de

reconocerlo.

Afortunadamente finalmente tuve las obras impresas sin novedad tras esperar un

tiempo.

Una de las características de mi enfermedad son las tendencias obsesivas y aunque la

medicación ha disminuido algo su intensidad y frecuencia, cuando tengo entre manos

algo que me importa me vuelven a aflorar con facilidad.

Para finales de 1999 ya tenía escritos tres libros, con tramas distintas y los lleve al

registro de propiedad intelectual. Las gestiones las hice yo mismo, aunque no sé gran

cosa de papeleos, pero fue más fácil de lo que pensaba.

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Después intenté enviar ejemplares de esos tres libros a varias editoriales por si les

interesaba publicármelos, pero me los devolvieron con una negativa. Muy corteses,

pero negativas a fin y al cabo.

Todas las respuestas se parecían, así que no se si los leyeron siquiera y esa era la

respuesta estándar que daban a todos los perfectos desconocidos que van dándoles

la murga con sus proyectos literarios. El caso es que no hubo manera.

A pesar de ello, en los años siguientes seguí escribiendo libros hasta mediados del

2004.

Para entonces tenia ya escritos una serie de cinco libros contando la historia de un

robot en un futuro relativamente cercano. También otra serie de tres libros sobre el

universo sobre el que había empezado a escribir primero, otro libro sobre una

civilización alienígena que vivía en un mundo en torno a un sistema binario de enanas

rojas y finalmente, tres historias cortas, una de ellos sobre unos gusanos alienígenas

que invadían la tierra y comían petróleo y otros combustibles fósiles convirtiéndose en

una plaga. Aparte he escrito un pequeño libro donde expongo mis opiniones sobre

una serie de temas.

Durante ese tiempo les presté de mis horas a varios compañeros de Astronomía para

que me diesen su opinión sobre mis obras y me dijeron que estaban bien.

El caso es que seguía deseando poder divulgar mis obras más ampliamente.

Mi idea era tener una página Web donde poner todas mis historias para que la gente

pudiese bajárselas, leerlas y así darlas a conocer.

El problema es que yo no tenía ni idea de informática y sigo sin tenerla, así que

durante una buena temporada la idea siguió siendo solo eso. Una idea.

Afortunadamente, un día del otoño del 2004, mientras acudía a una fotocopiadora a

imprimir algunas cosas mías, vi anunciado en una pared a una empresa que hacía

páginas Web y que tenía su sede muy cerca de donde yo vivía, así que acudí allí, les

di el material que tenia grabado en un CD con todo lo que había escrito hasta

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entonces, pague por que me hiciesen la página y para finales del 2004 tenía mi propia

página Web con mis historias publicadas.

Su acceso es gratuito y se podían bajar las historias sin pagar nada, en primer lugar

porque no tenía no idea de cómo hacerlas de pago y por otro lado, temía que siendo

un autor totalmente desconocido, si fuesen de pago, nadie o muy pocos se animarían

a leerlas.

De todas formas lo que quería era que mis historias se divulgasen. No esperaba ganar

ningún dinero con ellas.

El caso es que ni por esas. A día de hoy, más de cinco años de abrirse la página Web,

sigo siendo un autor casi totalmente desconocido e ignorado. Recibo visitas, pero muy

pocas.

Al principio era tan ingenuo como para pensar que tal vez con el boca a boca se iría

divulgando la noticia y se harían más conocidas mis historias, pero nada de nada.

Ciertamente las visitas han ido subiendo con el tiempo, sobre todo los dos últimos

años… es decir, de muy pocas a pocas.

En esto, como en todo, una buena promoción es imprescindible. Si no tienes a nadie

importante que te promocione, difícilmente vas a lograr algo.

En esta vida los contactos son fundamentales. Si no tienes contactos no tienes nada.

A pesar de todo ello he seguido insistiendo, enviando algunas de mis historias a algún

que otro concurso literario. Hace dos años envié dos de ellas a un concurso literario de

obras de fantasía y ciencia ficción, pero nada.

Al segundo intento tuve más éxito.

Me presenté a un concurso literario para personas con minusvalía y, ¡Saque el primer

premio! El primer premio literario que he ganado en mi vida.

Esta obra, que envió a este concurso literario, es mi tercer intento.

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Sin embargo, no crean que estudiar, escribir, trabajar y acudir a las reuniones de la

agrupación astronómica son mis únicas actividades. Además, como había comentado

antes brevemente, sigo acudiendo a clase de Judo… y también de equitación. Las de

natación las dejé, por lo menos de momento, el año pasado.

El asunto de la equitación surgió gracias a mi hermano pequeño.

Mi madre había oído hablar hacia tiempo de los tratamientos a personas con

minusvalía por medio de animales y se planteó que para el tratamiento de mi hermano

pequeño podía ser útil.

De forma que cuando supo que a relativa poca distancia de nuestra casa, a las

afueras de la ciudad había una granja donde un matrimonio tenía animales y que

daban clases de equitación, le apuntó allí. Eso fue hacia finales del siglo pasado.

Parece que fue ayer, pero ya ha pasado más de una década.

El caso es que le fue muy bien. Se llevó muy bien con los encargados, como lo hacía

con toda, o casi toda la gente con que se relacionaba y cabalgar con los caballos le

ayudó a mejorar mucho en sus dificultades.

Unos años después mi hermano lo dejaría, pero visto lo bien que le había ido a el, mi

madre me convenció de que fuese yo también para ver que tal me iba.

El caso es que empecé en el año 2001, creo, y he seguido acudiendo hasta hoy.

Desde el principio me he llevado muy bien con ellos, que me tratan muy bien, sobre

todo ella, tal vez por el hecho de ser hermano de alguien que ya conocían y que les

había dado muy buena impresión.

La verdad es que a mi el montar a caballo también me ha ido bien.

Cuando empecé, caminaba por la calle encorvado y con los puños cerrados y torcidos

hacia dentro, casi como en mis peores tiempos, cuando estaba en la adolescencia y

aún no estaba medicado.

Con la equitación se me fue aflojando la tensión nerviosa constante que tenía en los

músculos, empecé a caminar menos encorvado, al caminar ya no cerraba los puños ni

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los curvaba hacia dentro, o por lo menos lo hacía mucho menos y en menos

ocasiones.

Incluso los tirones musculares en el cuello, que había tenido crónicamente desde mi

adolescencia, fueron disminuyendo, aunque sigo teniendo algunos.

Desde luego no puede decirse que sea realmente un jinete, puedo trotar con el caballo

sin caerme, y cabalgar un ratito con algo más de dificultades, pero nada más.

No esperen de mi verme algún día en un concurso de hípica.

De todas formas tampoco es esa mi intención. Como todas las actividades deportivas

que hago, esta la hago para mantenerme un poco en forma y pasar el rato, nada más.

Aparte de eso, la señora encargada del lugar me quiere mucho, y puedo hablar con

ella de muchas cosas de las que no me atrevería con otros. Probablemente sea una

de las personas, aparte de mis padres, por supuesto, con quien tengo más confianza y

a la que más aprecio.

En definitiva, gracias a ellos estoy mucho mejor.

Sin embargo, probablemente lo que mas me ha cambiado para mejor sea el hecho de

empezar a tener terapia psicológica.

La empresa de trabajo protegido en la que trabajo también se encarga de hacer el

seguimiento a sus miembros.

Por ello, a partir de entonces empecé a tener reuniones periódicas con sus psiquiatras.

Hacía tiempo que ya estaba medicado, pero fue a partir de entonces cuando tuve un

tratamiento también psicológico y no solo con medicamentos.

Antes, con el psiquiatra que me medicaba también hablaba de mis problemas y mis

neuras, pero nos reuníamos cada varios meses y eso probablemente era demasiado

poco como para que tuviese un gran efecto en mi.

A partir de entonces el seguimiento se haría más cercano y más habitual, con lo que

empecé a mejorar en algunos aspectos, que hasta entonces estaban desatendidos y

en los que la medicación no tenía mucho efecto.

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Page 46: HISTORIA DE UNA FAMILIA · Sin embargo, con no ser eso poco eso, tengo otros dos hermanos y el pequeño de ellos si que tiene, y desde muy niño, una minusvalía intelectual. Así

Sobre todo me refiero a lo que mis modales y a mis neuras y obsesiones, que seguían

prácticamente iguales a como eran en mis tiempos de adolescencia.

Sin embargo el gran cambio se produciría varios años después.

Ya en este milenio, mamá supo que existía una asociación de familiares de personas y

personas con enfermedad mental y me apuntó en ella. Me hicieron una entrevista en

profundidad, en la que me cambiaron mi diagnostico de trastorno esquizotípico de la

personalidad a trastorno limite de la personalidad.

Aparte de eso, a partir de entonces empecé a hacer terapia de grupo con otras

personas con enfermedad mental. Hasta entonces había tenido seguimiento con

especialistas, pero no ese tipo de terapia. Desde entonces sigo en terapia en dicho

lugar hasta hoy en día.

Allí nos reuníamos un grupo de unas diez personas, más o menos, y hablábamos de

nuestros problemas, nuestros miedos y nuestras neuras.

Eso probablemente me hizo bien. También teníamos reuniones donde tratábamos el

problema de mis modales. Para entonces, los tics y gestos raros con la cara de lo que

había hablado antes, con la medicación me salía bastante menos, aunque de vez en

cuando aún me sucedían, pero el problema de los mocos y los malos modales en la

mesa seguían más o menos igual.

Sin embargo con el seguimiento que me hicieron allí eso ha ido cambiando. Ahora ya

me sueno con papel, (siempre que dispongo del), mis modales en la mesa han

mejorado, sobre todo cuando estoy con más gente, pues cuando estoy solo mi

autocontrol se debilita y me vuelven a salir las viejas costumbres.

Mis gestos raros con la cara han disminuido bastante, no se si por la terapia, como

efecto secundario de la equitación, o por otro motivo.

También podría ser por causa de la medicación, pues por esa época me la cambiaron

varias veces y tengo la impresión de que la que tengo actualmente me funciona

bastante mejor que las anteriores.

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Sea por una cosa o por otra, el hecho es que ahora me siento mejor que antes, con

parecidas neuras y la misma tendencia a fantasear que en años anteriores, pues mi

cabeza sigue bullendo casi tanto como siempre, pero más centrado y “normal” en la

faceta del comportamiento externo.

De todas formas si uno se fija, mis problemas se me siguen notando, sobre todo en

algunos momentos de nerviosismo o cuando estoy en casa a solas.

Mi capacidad de expresión verbal también ha mejorado. El hecho de verbalizar mis

pensamientos en la terapia de grupo probablemente me haya ayudado.

Tanto mejoré, que me empecé a atrever a hacer cosas de las que antes nunca me

hubiese creído capaz.

En la agrupación astronómica de la que soy miembro desde hace bastantes años,

damos una charla para todos los públicos una tarde el primer martes de cada mes.

Las charlas las den miembros de la agrupación que se presentan voluntarios para

hablar de un tema astronómico de su elección y también damos charlas para colegios

y asociaciones.

Una de esas charlas, me parece que fue en el otoño del 2003, íbamos a darla para

miembros de la empresa de trabajo protegido donde yo trabajaba y pensé que ya que

iba a jugar en casa bien podía darla yo.

Así lo hice. Di una charla sobre los planetas del sistema solar y me salió bastante bien

y todos me felicitaron.

De momento la cosa quedo ahí, pero en el otoño del 2004 se preparaba una charla de

las del martes de principios de mes, sobre una misión espacial a Saturno y sus

satélites y como era un tema que me interesaba especialmente y sabía bastante del,

me presenté voluntario para darla.

La verdad es que estaba nervioso, pues esta vez no la daba a gente que ya conocía,

pues era para todos los públicos. Ciertamente el local era pequeño y no había

demasiada gente, pero aún así…. La di de todas formas.

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Hablaba rápido, probablemente demasiado rápido, pero la di y la gente pareció

satisfecha.

Así que desde entonces de vez en cuando doy alguna de esas charlas y mis

compañeros de la asociación me dicen que cada vez lo hago mejor.

Que ya no hablo tan rápido y no lo hago tan nervioso como antes.

Quien me diría que terminaría haciendo de conferenciante, aunque fuese de vez en

cuando y en un local pequeño y ante audiencias pequeñas.

Respecto a las otras actividades, en Judo empezamos yo y mis dos hermanos hace

mucho tiempo. Yo empecé cuando tenía unos siete años. Durante todo este tiempo he

seguido acudiendo, excepto durante una interrupción de varios años.

Al principio íbamos los tres, pero al cabo de unos años mi hermano el mediano lo dejó,

pues la actividad física y hacer deportes no le iba mucho, como dije antes y seguimos

yo y mi hermano pequeño.

Nos daba clase un profesor muy majo. Serio pero noble, con el que he seguido dando

clases desde el principio hasta hoy en día, peregrinando de gimnasio en gimnasio a

donde el fuese, pues nos llevamos muy bien con el.

Mi hermano y yo le caímos bien desde el principio, pues no hacíamos tonterías en el

tatami como otros niños y jóvenes. Éramos formales y nos esforzábamos. No fuimos

grandes yudocas, pero nos lo tomábamos en serio. Allí estaba demasiado ocupado

como para que se notasen mis neuras.

De jóvenes, tanto mi hermano como yo fuimos a alguna competición de bajo nivel y en

algunas sacamos medalla, incluso alguna de oro, aunque nunca nos planteamos

dedicarnos a hacer competiciones de forma sistemática, solo íbamos a alguna de vez

en cuando.

El hecho notable es que en Judo los nombres de las técnicas son todas en japonés,

que obviamente no se parece en nada al castellano, pero mi hermano pequeño

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terminó aprendiéndoselas, no a pronunciar bien el nombre, pero si a reconocerlas

cuando se las mencionaban y hacer la que le pedían.

No es poco para un niño con afasia.

El caso es que aunque tanto yo como mi hermano pequeño hemos hecho deporte

desde pequeño, a el le ha cundido mucho más que yo.

Mientras que yo soy más bien debilucho y quejica, con barriga cervecera, sin

flexibilidad y no muy ágil, mi hermano pequeño tiene un cuerpo casi de atleta, muy

bien formado, ágil, fuerte, resistente y musculoso.

En ello también influye que el tipo de trabajo que ahora hace equivale a una buena

sesión de gimnasio machacándose los músculos, pero la verdad es que ya lo era

desde niño.

Nada delata ya que de niño tenia problemas para caminar y una pierna más corta y

atrofiada que la otra.

En cambio yo nunca lo fui y el poco tono muscular que pude tener antaño lo he ido

perdiendo con los años.

Ni los años, ni los pastelitos perdonan.

Mi hermano pequeño estuvo haciendo Judo conmigo bastantes años y llegó a un

cinturón bastante alto, pero lo dejó por la época en que empezó a trabajar y ahora el

único de la familia que asisto a Judo soy yo.

Sin embargo yo aquí no he seguido ascendiendo de cinturón. Tampoco me interesa.

Acudo para estar en forma y como entretenimiento, no para ser un gran maestro, ni un

gran competidor. Con lo que soy ahora, me basta.

Otra actividad que comenzamos todos juntos y que fuimos dejando gradualmente con

posterioridad fue la de la natación.

Recuerdo la primera vez, cuando tenía unos seis o siete años, que me metieron en

una piscina.

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Grité y chillé aterrorizado toda la sesión, agarrándome al borde de la piscina como una

lapa y eso que era la parte menos profunda.

Después, con el tiempo y bastantes días de miedo y berrinches se me fue pasando el

terror a ahogarme, fui poco a poco acostumbrándome al agua de la piscina y

animándome a empezar a nadar hasta aprender a hacerlo bien.

Ya antes había estado bastante más niño en la playa, pero allí me limitaba a mojarme

un poco los pies y nada más. Aquella primera vez fue algo traumático. Tanto que aún

lo recuerdo.

En mi respuesta desmedida puede que también influyese mi incapacidad de resistir el

stress, que es una de las características de mi enfermedad.

Aunque en esa época aún no la había desarrollado, puede que esa manifestación en

concreto ya la tuviese en aquella época. No tengo forma de saberlo.

Mis hermanos en cambio no organizaron tanto berrinche. Se adaptaron mucho mejor y

empezaron a nadar con soltura y sin miedo bastante más rápidamente que yo.

También en natación al que mejor se le daba era a mi hermano pequeño. Era el que

más rápido nadaba y más largos se hacia antes de cansarse.

Fue en esa época, y probablemente gracias a la natación, cuando desarrolló toda la

musculatura que conserva hasta hoy.

Al principio acudíamos a clase con otros niños y entrenábamos dirigidos por un

monitor, pero años después íbamos por nuestra cuenta y nadábamos y buceábamos a

nuestro aire.

Igualmente, al principio nuestros padres acudían para ver que tal lo hacíamos, pero

más tarde, al comprobar que nos las arreglábamos bien, nos dejaron ir por nuestra

cuenta.

Mi hermano mediano fue el primero en dejarlo, por su poca afición al deporte y mi

hermano menor y yo seguimos bastante más tiempo, de hecho hasta hace pocos

años.

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Yo he seguido acudiendo a natación hasta hace apenas un año, y puede que lo

retome si logro encontrar tiempo para ello, pues con todas las actividades que hago

bien poco tiempo libre me queda.

Además de todo lo que he contado, de periodo en periodo hemos acudido ha

diferentes cursos de Yoga y de relajación, tanto para intentar mejorarnos de nuestra

enfermedad, como porque a mis padres les gusta el tema.

De hecho, hoy en día de vez en cuando seguimos acudiendo toda la familia a

prácticas de relajación y control mental.

La verdad es que cuando hago una práctica de relajación me siento bien. En esos

momentos me siento realmente mejor, aunque tengo dificultades para evitar que mi

mente siga divagando y volando por ahí, como hace habitualmente.

Mi opinión personal es que a pesar de ello, en esas situaciones logro que mi mente se

aquiete bastante.

De todas formas no se hasta que punto a los demás les pasará lo mismo, así que no

tengo forma de saber si el grado en que logro relajarme durante una meditación es

menos o más de lo habitual en el resto de las personas.

. El problema es que la mejora es temporal. Pasado un tiempo después de la

relajación, mi mente vuelve a revolotear por sus fueros y todas mis neuras siguen, en

definitiva, como antes.

Tampoco me veo con disciplina y fuerza de voluntad como para poder auto controlar

mis neuras y mis inestabilidades emocionales con éxito, ni siquiera con la ayuda de

técnicas de relajación. Debería estar en meditación permanentemente, pues una vez

en la vida y las actividades diarias, no hay manera.

Bueno, con todo esto doy por terminado este relato de superación de dos chicos con

minusvalía, lograda gracias a la inestimable ayuda de unos padres abnegados y

trabajadores como los que más.

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Espero que esta historia les haya gustado. Gracias por todo.

FIN