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HISTORIA DE ROMA
desde su fundacin.
TITOLIVIO
Libros XXXI a XLV
Ab vrbe condita
Titvs Livivs
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TITOLIVIO: La historia de Roma (ab vrbe condita)
Titus Livius o Tito Livio (59 adC 17 dC): Nacido y muerto en lo que hoy es Padua, capital de la
Veneta, se traslada a Roma con 24 aos. Se le encarg la educacin del futuro emperador Claudio. Tito
Livio escribi una Historia de Roma, desde la fundacin de la ciudad hasta la muerte de Nern Claudio
Druso en 9 a. C., Ab urbe condita libri (normalmente conocida como las Dcadas). La obra constaba de
142 libros, divididos en dcadas o grupos de 10 libros. De ellos, slo 35 han llegado hasta nuestros das
(del 1 al 10 y del 21 al 45).
Los libros que han llegado hasta nosotros contenen la historia de los primeros siglos de Roma,
desde la fundacin en el ao 753 a. C. hasta 292 a. C., relatan la Segunda Guerra Pnica y la conquista
por los romanos de la Galia cisalpina, de Grecia, de Macedonia y de parte de Asia Menor
Se bas en Quinto Claudio Cuadrigario, Valerio Antas, Antpatro, Polibio, Catn el Viejo y
Posidonio. Por lo general se adhiere a una de las fuentes, que luego completa con las otras, lo que a
veces hace que se encuentren duplicados, discrepancias cronolgicas e incluso inexacttudes.
En esta Historia de Roma tambin encontramos la primera ucrona conocida: Tito Livio
imaginando el mundo si Alejandro Magno hubiera iniciado sus conquistas hacia el oeste y no hacia el
este de Grecia.
Es clebre la relacin que entabl Tito Livio con el emperador Augusto. Diversos autores han
dicho que la historiografa de Livio legitmaba y daba sustento al poder imperial, lo que se demostraba
en las lecturas pblicas de su obra; sin embargo, pueden apreciarse en la obra de Tito Livio crtcas hacia
el imperio de Augusto que refutan tal condicin de legitmidad. Al parecer el historiador y el
gobernante, quien era su mecenas, eran muy amigos y eso permit que la obra del primero se plasmara
tal como ste lo decidiera.
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Texto de las Historias
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El presente volumen comprende los Libros XXXI a XLV, ambos inclusive.
ndice
Nota del Traductor
Libro 31: Roma y Macedonia
Libro 32: La Segunda Guerra Macednica
Libro 33: La Segunda Guerra Macednica cont.
Libro 34: Fin de la Guerra Macednica
Libro 35: Antoco en Grecia
Libro 36: Guerra contra Antoco
Libro 37: Derrota final de Antoco
Libro 38: Acusacin de Escipin el Africano
Libro 39: Las bacanales en Roma y en Italia
Libro 40: Perseo y Demetrio
Libro 41: Perseo y los Estados de Grecia
Libro 42: La Tercera Guerra Macednica
Libro 43: La Tercera Guerra Macednica Cont.
Libro 44: La batalla de Pidna y la cada de Macedonia
Libro 45: La hegemona de Roma en el Oriente
Libros 46 a 142: No hay copias del texto de la fuente original.
cnsules romanos
Copyright (c) 1996 by Bruce J. Butterfield.
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243
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285
319
331
356
pg. 382
Copyright (c) 2012-2013. De la traduccin del ingls al castellano, por Antonio D. Duarte Snchez.
No se aplican restricciones de copia para uso no comercial.
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NOTA DEL TRADUCTORAL CASTELLANO.
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Ficha original de la pgina web en http://mcadams.posc.mu.edu/txt/ah/Livy/index.html
Historia de Roma de Tito Livio
Fuente del texto ingls:
* Coleccin de la biblioteca: "Everyman's Library"
* Obras publicadas: "Historia de Roma"
* Autor: Tito Livio
* Traductor al ingls: Rev. Canon Roberts
* Editor: Ernest Rhys
* Editor: JM Dent & Sons, Ltd., Londres, 1905
Para la presente traduccin desde el ingls se han utlizado las siguientes fuentes:
Texto ingls original:
http://mcadams.posc.mu.edu/txt/ah/Livy/index.html
Texto latino de apoyo:
http://www.thelatnlibrary.com/liv.html
Textos castellanos de apoyo:
- Edicin escaneada por Google Books de la edicin de la Imprenta Real de Madrid (Espaa) de 1793,
1794 y 1795 de "DCADAS DETITOLIVIO, Prncipe de la Historia Romana", en cinco Tomos y que se
pueden consultar en los enlaces:
Tomo I.- http://books.google.es/books?id=2IpR9cBM2dwC
Tomo II.- http://books.google.es/books?id=D7idSInCqRYC
Tomo III.- http://books.google.es/books?id=GNmaIB6dWMsC
Tomo IV.- http://books.google.es/books?id=51FivgpIO8EC
Tomo V.- http://books.google.es/books?id=MJq3MnzKbMMC
- Edicin escaneada por la Universidad Nacional de Nuevo Len, Mxico, de la edicin de los aos 1888 y
1889 la Imprenta de la Viuda de Hernando y C., calle Ferraz, n 13 de Madrid (Espaa), en siete Tomos
y que se pueden consultar y descargar en los enlaces:
URL: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012312_C.html
Tomo I: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012312_T1/1080012312.PDF
Tomo II: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012313_T2/1080012313.PDF
Tomo III: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012314_T3/1080012314.PDF
Tomo IV: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012315_T4/1080012315.PDF
Tomo V: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012316_T5/1080012316_MA.PDF
Tomo VI: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012317_T6/1080012317_MA.PDF
Tomo VII y Perocas: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012312_C/1080012318_T7/1080012318_MA.PDF
Igualmente, se ha tenido a la vista la traduccin de Jos Antonio Villar Vidal, publicada por Editorial
Gredos en 1990 dentro de la "Biblioteca Clsica Gredos" para los libros VIII-X, XXXI-XXXV, XXXVI-XL y XLI
XV; la traduccin de Antonio Ramrez Verger y Juan Fernndez Valverde, publicada por Alianza Editorial
en 1992 para los libros XXI-XXV y la traduccin de Fernando Gasc y Jos Sols publicada por Alianza
Editorial en 1992 para los libros XXVI-XXX.
Los nombres de ciudades, personas y pueblos han sido castellanizados siguiendo las normas de la Real
Academia de la Lengua. Para aquellos casos en que no exista versin castellana del nombre en cuestn
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o no exista nombre italiano actual, se ha dejado el original latno. Cuando Tito Livio habla de la
Ciudad, con maysculas, se refiere, evidentemente, a Roma. Dentro de la acotacin de corchetes, el
traductor al castellano ha insertado aquellas notas aclaratorias que le han parecido pertnentes y
procurando la mayor concisin. En todo caso, van siempre finalizadas por la abreviatura N. del T.
Por ltmo, deseamos precisar la traduccin escogida para cuatro palabras, dos de ellas
extraordinariamente especficas del latn: gens y familia. Para gens, dada la inadecuacin de cualquier
trmino castellano, se ha dejado la voz latna original. Valga para ella lo que escribi Cicern: "Gentiles
son los que llevan el mismo nombre. No es bastante. Los que proceden de personas ingenuas. Tampoco
basta con eso. Cuyos antepasados ninguno fue esclavo. An falta algo. Y no han sufrido "deminucin de
cabeza". Quizs as ya queda completa la nocin.[Guilln, Jos, VRBS ROMA. Vida y costumbre de los
romanos. I: La vida privada, Sgueme, Salamanca, 2004 (5ed.), pgs. 115-118. ISBN 978-84-301-0461
1]". Para "familia" entendida como aquella rama de una gens caracterizada por un cognomen o apodo
comn (v.g. "Csar", "Escauro", "Cicern", etc.), hemos elegido el vocablo castellano "familia", pues
tanto en un sentdo extenso como laxo se ajusta bien a la definicin latna.
El tercer vocablo es legatus, legado, que tene dos acepciones: una civil y otra militar. Cuando Tito
Livio la emplea para describir a un enviado diplomtco, se ha optado por traducirla como embajador
o legado; cuando la emplea para referirse al empleo militar se ha optado por la palabra general que
en el castellano actual describe perfectamente a un oficial superior que manda fuerzas de entdad
semejante a las de una legin y carece de mando poltco, el cual corresponda al cnsul.
Por extensin, la expresin imperator se ha traducido como jefe o comandante pues, para el
periodo que historia Tito Livio, careca del sentdo que nosotros ahora usamos para emperador. El
imperator era elegido por el pueblo para desempear una magistratura mayor (consulado, pretura...), a
la que corresponda cierto poder militar ejecutvo (imperivm) y los derechos de auspicios apropiados, a
esta eleccin sigue el nombramiento por el Senado. El imperator auna, de esta manera y fuera del
pomerio de la Ciudad, los imprescindibles derechos poltcos, militares y religiosos que, segn la
mentalidad romana, se precisaban para la conduccin de la guerra y la administracin de los asuntos de
su provincia; circunstancialmente, tambin era otorgado por los soldados que aclamaban as a sus jefes
militares carismtcos y extraordinariamente hbiles.
En cuanto a las medidas, para el pie romano se ha adoptado la medida de 0,296 metros como cifra
media a partr de diversas fuentes. Cinco pies daban un paso, passvs, y mil de estos una milla que, en
metros, resultan ser 1.480.
Por ltmo, se desea indicar expresamente que la presente traduccin est libre de derechos,
rogndose la cita de la procedencia original, tanto del texto en castellano como del ingls.
Murcia (Espaa), a 30 de abril de 2013.
Antonio Diego Duarte Snchez.
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Libro 31: Roma y Macedonia.
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[31,1] Tambin yo siento alivio por haber llegado al final de la Segunda Guerra Pnica, como si hubiera
partcipado personalmente en sus trabajos y peligros. No corresponde a quien ha tenido la osada de
prometer una historia completa de Roma quejarse de cansancio en cada una de las partes de tan
extensa obra. Pero cuando considero que los sesenta y tres aos, que van desde el inicio de la Primera
Guerra Pnica hasta el final de la Segunda, han consumido tantos libros como los cuatrocientos ochenta
y siete aos desde la fundacin de la Ciudad hasta el consulado de Apio Claudio, bajo el cual dio
comienzo la Primera Guerra Pnica, veo que soy como las personas que se sienten tentadas a
adentrarse en el mar por las aguas poco profundas a lo largo de la playa; cuanto ms progreso, mayor es
la profundidad; como si me dejara llevar hacia un abismo. Me imagin que, conforme hubiera
completado una parte tras otra, la tarea disminuira; y a lo que parece, casi se hace an mayor. La paz
con Cartago fue muy pronto seguida por la guerra con Macedonia. No hay comparacin entre ellas, ni
en cuanto a la naturaleza del conficto, a la capacidad del general o a la fortaleza de las tropas. Pero la
Guerra Macedonia fue, en todo caso, ms digna de mencin a causa de la brillante reputacin de los
antguos reyes, la antgua fama de la nacin y la vasta extensin de sus dominios, cuando domin una
gran parte de Europa y una parte an mayor de Asia. La guerra con Filipo, que haba comenzado unos
diez aos antes, haba quedado en suspenso los ltmos tres aos, debindose, tanto la guerra como su
cese, a la accin de los etolios. La paz con Cartago dejaba ahora libres a los romanos, que sentan
hostlidad contra Filipo por su ataque a los etolios y a otros estados aliados en Grecia, mientras estaba
nominalmente en paz con Roma, as como por su ayuda, en hombres y dinero, a Anbal y Cartago. l
haba saqueado el territorio ateniense y expulsado a los habitantes de la ciudad, y fue su petcin de
ayuda lo que decidi a los romanos a reanudar la guerra.
[31,2]Casi al mismo tempo, llegaron mensajeros del rey Atalo, as como de Rodas, con notcias de que
Filipo estaba tratando de instgar a las ciudades de Asia Menor. La respuesta dada a las dos delegaciones
fue que el Senado se estaba ocupando de la situacin en Asia. El asunto de la guerra con Macedonia fue
remitdo a los cnsules, que se encontraban por entonces en sus respectvas provincias [recordemos que
nos encontramos en el 201 a.C., y que los cnsules eran Publio Cornelio Lntulo y Publio Elio Peto, que
mandaban, respectivamente, la flota y en la Galia.-N. del T.]. Mientras tanto, Cayo Claudio Nern, Marco
Emilio Lpido y Publio Sempronio Tuditano fueron enviados en una misin ante Tolomeo, rey de Egipto,
para anunciarle la derrota final de Anbal y los cartagineses, y dar las gracias al rey por haberse
mantenido como un amigo firme de Roma en un momento crtco, cuando incluso sus aliados ms
prximos la haban abandonado. Tambin deban solicitarle, en el caso de que las agresiones de Filipo
les obligara a declararle la guerra, que mantuviera su antgua acttud amistosa hacia los romanos.
Durante este perodo, Publio Elio, el cnsul que estaba al mando en la Galia, se enter de que los boyos,
antes de su llegada, haban estado haciendo incursiones en los territorios de las tribus amigas. Se
apresur a levantar una fuerza de dos legiones en vista de esta alteracin, reforzndolas con cuatro
cohortes de su propio ejrcito. Esta fuerza, apresuradamente reunida, la confi a Cayo Ampio, un
prefecto de los aliados, y le orden marchar a travs del territorio umbro llamado Sapinia [pudiera estar
alrededor del ro Sapis, el actual Savis.-N. del T.] e invadir el pas de los boyos. l mismo march por un
camino abierto en las montaas. Ampio cruz la frontera del enemigo y, despus de haber devastado su
pas sin encontrar ninguna resistencia, escogi una posicin en el puesto fortficado de Mtlo [pudiera
estar al norte de la actual Mdena.-N. del T.] como un lugar apropiado para proceder a la siega del
grano, que ya estaba maduro. Comenz las labores sin reconocer previamente los alrededores ni situar
partdas armadas de suficiente entdad para proteger a los forrajeadores, que haban dejado sus armas y
estaban concentrados en su tarea. De repente, l y sus forrajeadores se vieron sorprendidos por los
galos, que aparecieron por todas partes. El pnico y el desorden se extendieron a los hombres de
guardia; siete mil hombres dispersos por los campos de grano fueron exterminados, entre ellos el propio
Cayo Ampio, y los dems huyeron temerosos al campamento. La noche siguiente, los soldados, ya que
no tenan un jefe reconocido, decidieron actuar por s mismos y, abandonando la mayor parte de sus
posesiones, se abrieron paso a travs de bosques casi impenetrables hasta reunirse con el cnsul.
Aparte de asolar el territorio boyo y concertar una alianza con los ligures ingaunos, el cnsul no efectu
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nada digno de mencin en su provincia antes de regresar a Roma.
[31.3] En la primera reunin del Senado despus de su regreso, hubo una exigencia unnime de que los
actos de Filipo y las quejas de los estados aliados tuvieran prioridad sobre cualquier otro asunto. La
cuestn fue inmediatamente planteada ante una Curia atestada, y se emit un decreto para que el
cnsul Publio Elio enviara al hombre que considerase ms adecuado, con plenos poderes para tomar el
mando de la fota que Cneo Octavio traa de vuelta de frica y pusiera rumbo a Macedonia. Eligi a
Marco Valerio Levino, que fue enviado con rango de propretor. Levino tom treinta y ocho de los barcos
de Octavio, que estaban fondeados en Vibo, y se embarc poniendo rumbo a Macedonia. Se reuni con
el general Marco Aurelio, que le dio detalles sobre las grandes fuerzas navales y terrestres que haba
reunido el rey, as como la medida en que se estaba asegurando ayuda armada no solo de las ciudades
del contnente, sino tambin de las islas del Egeo, en parte por su infuencia personal y en parte por la
de sus agentes. Aurelio seal que los romanos tendran que mostrar mucha ms energa en la
conduccin de esta guerra; de lo contrario, Filipo, alentado por su desidia, podra aventurarse a la
misma empresa que ya haba intentado Pirro, cuyo reino era considerablemente menor. Se decidi que
Aurelio debera remitr esta informacin en una carta a los cnsules y el Senado.
[31,4] Hacia el final del ao se plante el asunto de la asignacin de terras a los veteranos que haban
servido con Escipin en frica. Los senadores decretaron que Marco Junio, el pretor urbano, nombrase a
su discrecin diez delegados con el propsito de mensurar y repartr aquellas partes de los territorios
samnitas y apulios que haban devenido en propiedad del Estado. Los delegados fueron Publio Servilio,
Quinto Cecilio Marcelo, los dos Servilios, Cayo y Marco -conocidos como "los gemelos"-, los dos Hostlios
Catones, Lucio y Aulo, Publio Vilio Tpulo, Marco Fulvio Flaco, Publio Elio Peto y Tito Quincio Flaminio.
Las elecciones fueron celebradas por el cnsul Publio Elio. Los cnsules electos fueron Publio Sulpicio
Galba y Cayo Aurelio Cotta. Los nuevos pretores fueron Quinto Minucio Rufo, Lucio Furio Purpreo,
Quinto Fulvio Giln y Cayo Sergio Plauto. Este ao, los ediles curules Lucio Valerio Flaco y Tito Quincio
Flaminio celebraron con un esplendor inusual los Juegos Escnicos Romanos, que se repiteron un
segundo da. Tambin distribuyeron al pueblo, con estricta imparcialidad y para general satsfaccin,
logrando gran popularidad, una gran cantdad de grano que Escipin haba enviado desde frica. Se
vendi a cuatro ases el modio [8,75 litros, que para el trigo seran unos 7 kg. y para la cebada unos
6,125 kg.-N. del T.]. Tambin se celebraron hasta en tres ocasiones los Juegos Plebeyos, ofrecidos por
los ediles plebeyos Lucio Apusto Fuln y Quinto Minucio Rufo; este ltmo, tras desempear su edilidad,
result uno de los pretores recin elegidos. Tambin se celebr el Festval de Jpiter.
[31.5] En el ao quinientos cincuenta y uno desde la fundacin de la Ciudad, durante el consulado de
Publio Sulpicio Galba y Cayo Aurelio, unos pocos meses despus de la conclusin de la paz con Cartago,
dio inicio la guerra contra el rey Filipo -200 a.C.-. El quince de marzo, da en que tomaron posesin del
cargo los cnsules, Publio Sulpicio present este asunto en primer lugar ante el Senado. Se emit un
decreto para que los cnsules sacrificasen vctmas mayores a aquellas deidades que eligiesen,
ofreciendo la siguiente oracin: "Que la voluntad y los propsitos del Senado y del Pueblo de Roma,
sobre la repblica y la declaracin de una nueva guerra, sean cosa prspera y feliz tanto para el pueblo
romano como para los aliados latnos!". Despus del sacrificio y la oracin, los cnsules fueron a
consultar al Senado sobre la poltca a seguir y la asignacin de las provincias. Justo por entonces, el
espritu belicoso fue estmulado por la recepcin de los despachos de Marco Aurelio y de Marco Valerio
Levino, as como por una nueva embajada de Atenas, que anunci que el rey estaba prximo a sus
fronteras y pronto se adueara de su territorio, y hasta de su ciudad si Roma no acuda en su auxilio.
Los cnsules informaron sobre la debida ejecucin de los sacrificios y la declaracin de los augures en el
sentdo de que los dioses haban escuchado sus oraciones, pues las vctmas haban presentado
presagios favorables y anunciaban la victoria, el triunfo y una ampliacin del dominio de Roma. A
contnuacin se dio lectura a las cartas de Valerio y Aurelio, concedindose audiencia a los embajadores
atenienses. El Senado aprob una resolucin por la que se daba las gracias a sus aliados por permanecer
fieles a pesar de los contnuos intentos para tentarlos, incluso cuando se les amenaz con el asedio. Con
respecto a la prestacin de asistencia actva, el Senado aplaz una respuesta definitva hasta que los
cnsules hubieran sorteado sus provincias y aquel a quien tocase la provincia de Macedonia hubiera
presentado al pueblo el asunto de la declaracin de guerra contra Filipo de Macedonia.
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[31,6] Correspondi esta provincia a Publio Sulpicio, quien mando anunciar que propondra a la
Asamblea que "debido a los actos ilegales y los ataques armados cometdos contra los aliados de Roma,
es voluntad y orden del pueblo de Roma que se declare la guerra contra Filipo, rey de Macedonio, y
contra su pueblo, los macedonios". Al otro cnsul, Aurelio, correspondi Italia como provincia. A
contnuacin, los pretores sortearon sus respectvos mandos. Cayo Sergio Plauto recibi la pretura
urbana; Quinto Fulvio Giln, Sicilia; Quinto Minucio Rufo, el Brucio, y Lucio Furio, la Galia. La propuesta
de declaracin de guerra contra Macedonia fue casi unnimemente rechazada en la primera reunin de
la Asamblea. La duracin y exigentes demandas de la ltma guerra haban hecho que los hombres
estuviesen cansados de lugar y rehuyeran caer en nuevos esfuerzos y peligros. Uno de los tribunos de la
plebe, Quinto Bebio, adems, haba adoptado el antguo sistema de acusar a los patricios de estar
siempre sembrando las semillas de nuevas guerras para impedir que los plebeyos disfrutasen de ningn
descanso. Los patricios se enojaron profundamente y atacaron amargamente al tribuno en el Senado,
instando cada uno de los senadores al cnsul para convocar la Asamblea para considerar una nueva
propuesta y, al mismo tempo, para reprender al pueblo por su falta de nimo, mostrndole cuntas
prdidas y desgracias derivaran del aplazamiento de aquella guerra.
[31.7] La Asamblea se convoc debidamente en el Campo de Marte, y antes de que la cuestn fuera
sometda a votacin, el cnsul se dirigi a las centurias en los siguientes trminos: "No parece que os
deis cuenta, Quirites, de que lo que tenis que decidir no es tanto sivais a tener paz o guerra; Filipo no
os ha dejado opcin alguna en cuanto a esto, pues se est preparando para una guerra a enorme escala
tanto por terra como por mar. La nica pregunta es si llevaris las legiones a Macedonia o esperareis al
enemigo en Italia. Habis aprendido por experiencia, si no antes, en la ltma guerra pnica, qu
diferencia habr segn lo que decidis. Cuando Sagunto fue sitada y nuestros aliados nos estaban
implorando ayuda, quin puede dudar de que si hubisemos enviado ayuda rpidamente, como
hicieron nuestros padres con los mamertnos, podramos haber confinado a las fronteras de Hispania
aquella guerra que, en su mayor parte desastrosa para nosotros, permitmos entrar en Italia por nuestra
dilacin? Pues este mismo Filipo haba llegado a un acuerdo con Anbal, mediante agentes y cartas, para
invadir l Italia, y no hay la menor duda de que lo mantuvimos en Macedonia enviando a Levino con la
fota para tomar la ofensiva en su contra. Dudamos en hacer ahora lo que hicimos entonces, cuando
tenamos a nuestro enemigo Anbal en Italia, ahora que Anbal ha sido expulsado de Italia y de Cartago,
y que Cartago est completamente derrotado? Si permitmos que el rey ponga a prueba nuestra desidia
asaltando Atenas, como permitmos que hiciera Anbal asaltando Sagunto, no pondr el pie en Italia a
los cinco meses, que fue lo que tard Anbal en tomar Sagunto, sino a los cinco das de zarpar de
Corinto.
"Tal vez vosotros no consideris a Filipo a la misma altura de Anbal, ni a los macedonios iguales a los
cartagineses. En cualquier caso, lo consideris el igual de Pirro. Igual, digo? En cun gran medida uno
de ellos sobrepasa al otro, cun superior es una nacin a la otra! El Epiro siempre ha sido, y an lo es
hoy, un aadido muy pequeo al reino de Macedonia. Todo el Peloponeso est bajo la infuencia de
Filipo, sin exceptuar siquiera a Argos, famosa por la muerte de Pirro tanto como por su antgua gloria.
Comparemos ahora nuestra situacin. Considerad cunto ms foreciente estaba Italia, cuando todos
aquellos generales y ejrcitos estaban intactos, y cmo fueron barridos por la Guerra Pnica. Y, sin
embargo, cuando Pirro atac, la sacudi hasta sus cimientos y casi llega hasta la misma Roma en su
victorioso avance! No slo hizo que los tarentnos se rebelasen contra nosotros, as como todo aquel
territorio costero de Italia llamado Magna Grecia, a quienes naturalmente supondris que seguiran a un
jefe de su misma lengua y nacionalidad, sino que tambin hicieron lo mismo los lucanos, los brucios y los
samnitas. Creis que, si Filipo desembarcara en Italia, estos permaneceran tranquilos y fieles a
nosotros? Supongo que demostraron su lealtad en la Guerra Pnica. No, esas naciones no dejarn nunca
de traicionarnos, a menos que no tengan con quin desertar. Si hubieseis pensado que era demasiado el
pasar a frica, an hoy tendrais a Anbal y sus cartagineses en Italia. Que sea Macedonia en lugar de
Italia el escenario de la guerra; que sean las ciudades y campos del enemigo los devastados por el fuego
y la espada! Hemos aprendido en estos tempos que tenen ms xito y ms fuerza nuestras armas en el
extranjero que en casa. Votad, con la ayuda de los dioses,y confirmad la decisin del Senado. No es solo
vuestro cnsul el que os insta a tomar esta decisin, tambin os lo piden los dioses inmortales; pues
cuando yo estaba ofrendando los sacrificios y rogando para que esta guerra finalizara felizmente para el
-
Senado, para m mismo, para vosotros, para nuestros aliados y confederados latnos, para nuestras
fotas y ejrcitos, los dioses otorgaron todos los beneplcitos y presagios felices".
[31,8] Despus de este discurso se separaron para la votacin. El resultado fue favorable a la propuesta
del cnsul y resolvieron ir a la guerra. Acto seguido, los cnsules, actuando segn una resolucin del
Senado, ordenaron un triduo de rogatvas [o sea, oraciones durante tres das.-N. del T.], ofrecindose
intercesiones en todos los santuarios para que la guerra que el pueblo romano haba ordenado contra
Filipo tuviera un buen y feliz trmino. El cnsul consult con los feciales si era necesario que la
declaracin de guerra fuera transmitda personalmente al rey Filipo, o si sera suficiente que se le
anunciara a una de sus ciudades fronterizas de guarnicin. Estos declararon que cualquiera de ambos
modos de proceder seran correctos. El Senado dej a eleccin del cnsul escoger a uno de ellos, no
siendo miembro del Senado, para enviarlo en embajada y declarar la guerra al rey. El siguiente asunto
fuera la asignacin de los ejrcitos a los cnsules y pretores. Los cnsules recibieron la orden de licenciar
los antguos ejrcitos y, cada uno de ellos, alistar dos nuevas legiones. Como la direccin de la nueva
guerra, que se consideraba muy grave, fuera encargada a Sulpicio, se le permit reenganchar como
voluntarios a todos los que pudiera del ejrcito que Escipin haba trado de vuelta de frica, pero sin
poder obligar en absoluto a ningn veterano a que se le uniera contra su voluntad. Los cnsules deban
dar a cada uno de los pretores, Lucio Furio Purpreo y Quinto Minucio Rufo, cinco mil hombres de los
contngentes latnos para que sirvieran como ejrcito de ocupacin de sus provincias, el uno en la Galia
y el otro en el Brucio. Tambin se orden a Quinto Fulvio Giln que eligiese hombres de las fuerzas
aliadas y latnas del ejrcito que haba mandado el cnsul Publio Elio, empezando por aquellos que
llevaban menos tempo de servicio, hasta completar una fuerza de cinco mil hombres. Este ejrcito
servira para la defensa de Sicilia. Marco Valerio Faltn, cuya provincia el ao anterior haba sido la
Campania, deba hacer una seleccin similar entre el ejrcito de Cerdea, de cuya provincia se hara
cargo como propretor. Los cnsules recibieron instrucciones para alistar dos legiones urbanas como
reserva para ser enviada all donde se precisaran sus servicios, pues muchos de los pueblos italianos se
haban puesto del lado de Cartago en la ltma guerra y hervan de ira. La repblica dispondra aquel ao
de seis legiones romanas.
[31.9] En medio de estos preparatvos para la guerra, lleg una delegacin del rey Tolomeo para
informar de que los atenienses le haban pedido ayuda contra Filipo. A pesar de ambos Estados eran
aliados de Roma, el rey -segn dijeron los delegados- no enviara ni fota ni ejrcito a Grecia, para
proteger o atacar a nadie, sin el consentmiento de Roma. Si los romanos deseaban defender a sus
aliados, l permanecera tranquilo en su reino; si, por el contrario, los romanos preferan abstenerse de
intervenir, con la misma facilidad l mismo enviara aquella ayuda para proteger a los atenienses contra
Filipo. El Senado aprob un voto de agradecimiento al rey y asegur a la delegacin que era intencin
del pueblo romano proteger a sus aliados; si surgiera la necesidad, se lo sealaran al rey, pues eran
totalmente conscientes de que los recursos de su reino haban demostrado ser un apoyo constante y
leal para la repblica. El Senado regal a cada uno de los delegados cinco mil ases [136,25 kg. de bronce
a cada uno.-N. del T.]. Mientras que los cnsules estaban alistando las tropas y preparndose para la
guerra, los ciudadanos estaban ocupados con celebraciones religiosas, especialmente con las
acostumbradas cuando empezaba una nueva guerra. Las rogatvas especiales y los rezos se haban
ofrecido debidamente en todos los templos pero, para que nada quedase sin omitr, se autoriz al
cnsul al que haba tocado Macedonia para ofrecer unos Juegos en honor de Jpiter y efectuar una
ofrenda a su templo. Esta se retras por la accin del Pontfice Mximo, Licinio, que estableci que no se
poda hacer ningn voto a menos que se calculase la suma en dinero a que equivala, se apartase y no se
mezclase con ninguna otra cantdad. A menos que se hiciera esto, el voto no se podra considerar
efectuado debidamente. Aunque la autoridad del pontfice y las razones que dio tenan mucho gran
peso, se orden al cnsul que remitera el asunto al colegio pontfical, para que determinaran si era
correcto efectuar una ofrenda de valor econmico indeterminado. Los pontfices declararon que s se
poda efectuar, y an con mayor propiedad en tales circunstancias. El cnsul recit las palabras del voto
en la misma forma que se las deca el Pontfice Mximo, siendo iguales a las pronunciadas
habitualmente cada cinco aos, con la diferencia de que se compromet mediante el voto a celebrar los
juegos y la ofrenda con la cantdad que determinara el Senado en el momento de su cumplimiento.
Hasta entonces, siempre se nombraba una suma determinada cuando se prometan Juegos y ofrendas;
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esta fue la primera vez en que no se determin el valor en el mismo momento.
[31.10] Mientras la atencin de todos estaba concentrada en la Guerra Macedonia, llegaron
repentnamente rumores sobre un levantamiento de los galos, que era lo ltmo que se esperaba. Los
nsubros, los cenomanos y los boyos, haban inducido a los celinos y los ilvates, as como a otras tribus
ligures, a que se les unieran; haban tomado las armas bajo el mando de Amlcar, un general cartagins,
que haba tenido un mando en el ejrcito de Asdrbal y que se haba quedado en el pas [los nsubros
tenan como principal ciudad Mediolanum, la actual Miln; a los cenomanos pertenecan las actuales
Brescia y Verona y ambos pueblos eran celtas. Sobre los celinos no hay ms referencias y los ilvates era
una tribu ligur.-N. del T.]. Haban asaltado y saqueado Plasencia, habiendo destruido con su ciega ira la
mayor parte de la ciudad mediante el fuego, quedaron apenas dos mil hombres en medio de las ruinas
humeantes. Desde all, cruzando el Po, avanzaron con la intencin de saquear Cremona. Al enterarse de
la catstrofe que se haba apoderado de sus vecinos, los habitantes de la ciudad tuvieron tempo de
cerrar sus puertas y guarnecer sus murallas para que pudieran, en todo caso, soportar un asedio y enviar
un mensaje al pretor romano antes del asalto final. Lucio Furio Purpreo estaba por entonces al mando
de aquella provincia, y actuando de conformidad con la resolucin del Senado haba disuelto su ejrcito,
conservando slo cinco mil de los contngentes latnos y aliados. Con esta fuerza estaba acampado en
las proximidades de Rmini [la antigua Arimino.-N. del T.]. En un despacho al Senado describi la grave
situacin de su provincia; de las dos colonias militares que haban resistdo la terrible tormenta de la
Segunda Guerra Pnica, una fue tomada y destruida por el enemigo y la otra estaba siendo atacada. Su
propio ejrcito no poda prestar auxiliar a los colonos en sus peligros, a menos que expusiera sus cinco
mil hombres a ser masacrados ante los cuarenta mil del enemigo, que era el nmero de los que estaban
bajo las armas, y provocar mediante este desastre que se elevase la moral del enemigo, que ya estaba
exultante por la destruccin de una colonia romana.
[31,11] Despus que la carta hubiera sido leda, el Senado decret que el cnsul Cayo Aurelio deba
ordenar a su ejrcito que se reuniera en Rmini el da que ya haba fijado para su agrupamiento en
Etruria. Si el estado de los asuntos pblicos lo permita, deba ir personalmente a suprimir los disturbios;
de lo contrario, debera ordenar a Lucio Furio que, en cuanto le llegasen las legiones, enviase su fuerza
de cinco mil aliados y latnos a susttuirlas en Etruria, y levantar despus el sito de Cremona. El Senado
tambin decidi enviar una misin a Cartago y a Masinisa en Numidia. Sus instrucciones para la visita a
Cartago eran informar a su gobierno de que Amlcar, uno de sus ciudadanos que haban venido con el
ejrcito de Asdrbal o con el de Magn, se haba quedado atrs y, desafiando el tratado, haba inducido
a los galos y a los ligures a tomar las armas contra Roma. Si desean permanecer en paz, deban llamarlo
de vuelta y entregarlo a los romanos. Los comisionados tambin deban anunciarles que no haban sido
entregados todos los desertores, pues gran nmero de ellos se paseaba abiertamente por las calles de
Cartago; era deber de las autoridades dar con ellos y arrestarlos, para que se les pudiera entregar de
acuerdo con el tratado. Estas eran sus instrucciones respecto a Cartago. En cuanto a Masinisa, deban
transmitrle las felicitaciones del Senado por haber recuperado el reino de sus antepasados y por
haberlo extendido an ms mediante la anexin de la parte ms rica de los dominios de Sfax. Tambin
deban informarle de que se haba emprendido una guerra contra Filipo a consecuencia de su auxilio
actvo a los cartagineses, as como por haber producido daos a los aliados de Roma mientras Italia
estaba envuelta en las llamas de la guerra. Se vio as obligada a enviar barcos y ejrcitos a Grecia, y por
tanto, al tener que dividir sus fuerzas, Filipo fue la causa principal del retraso en el envi de una
expedicin a frica. Los delegados deban tambin solicitar a Masinisa que ayudara en aquella guerra
mediante el envo de un contngente de caballera nmida. Se les entregaron algunos esplndidos
regalos para el rey: vasos de oro y plata, un manto de prpura, una tnica palmada junto con un cetro
de marfil, y tambin una toga pretexta junto con una silla curul. Se les instruy para asegurarle que, si
precisaba algo para asegurar y extender su reino e insinuaba que lo quera, el pueblo romano hara todo
lo posible para satsfacer sus deseos en correspondencia por los servicios que haba prestado.
Tambin compareci ante el Senado una delegacin de Vermina, el hijo de Sfax. Se excusaron por sus
errores, achacndolos a su juventud y culpando de todo a los engaos de los cartagineses. Masinisa
haba sido una vez enemigo, y ahora se haba convertdo en amigo de Roma; Vermina, tambin, dijeron,
se esforzara cuanto pudiera para que ni Masinisa ni ningn otro superase sus buenos oficios para con
Roma. Finalizaron solicitando al Senado que le concedieran el ttulo de "rey, aliado y amigo". La
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respuesta recibida por la legacin fue en el sentdo de que "Sfax, su padre, se haba convertdo, de
repente y sin razn alguna, en enemigo del pueblo romano tras haber sido su aliado y amigo; y que el
propio Vermina haba iniciado su instruccin militar con un ataque a los romanos. Por lo tanto, deba
pedir la paz antes de que pudiera obtener cualquier ttulo del estlo de "rey, aliado y amigo". El pueblo
romano acostumbraba conferir esta distncin honorfica en correspondencia con los grandes servicios
que los reyes les hubieran prestado. Los enviados romanos estaran dentro de poco en frica y el
Senado les dara poderes para otorgar la paz a Vermina bajo determinadas condiciones, siempre que l
dejase absolutamente la disposicin de tales condiciones al pueblo romano. Si deseaba que algo se
aadiera, borrase o alterase de las condiciones, debera hacer una nueva apelacin al Senado". Los
hombres enviados para llevar a cabo estas negociaciones fueron Cayo Terencio Varrn, Espurio Lucrecio
y Cneo Octavio; cada uno tuvo un quinquerreme a su disposicin.
[31.12]Se dio lectura en la Curia a una carta de Quinto Minucio, el pretor al mando del Brucio, en la que
declaraba que haba sido robado, durante la noche, cierta cantdad de dinero del templo de Proserpina
en Locri, no existendo pista alguna sobre los autores materiales del crimen. El Senado se indign al ver
que seguan producindose actos de sacrilegio y que, ni siquiera el ejemplo de Pleminio, notorio tanto
por el delito como por el castgo que rpidamente le sigui, haban servido en modo alguno como
elemento de disuasin. Cayo Aurelio se encarg de escribir el pretor al Brucio y decirle que el Senado
deseaba que se practcara una investgacin sobre las circunstancias del robo, siguiendo la misma lnea
de la que haba efectuado tres aos antes el pretor Marco Pomponio. Cualquier dinero que se
encontrara se debera devolver y se cubrira el dficit; se deban ofrecer los sacrificios expiatorios
precisos, segn las instrucciones de los pontfices en las ocasiones anteriores. Su preocupacin por
expiar la violacin del templo se agudiz ante los anuncios simultneos de portentos en numerosas
localidades. En Lucania se cont se haba incendiado el cielo; en Priverno, el Sol se haba enrojecido en
un da sin nubes; en el templo de Juno Sspita, en Lanuvio, se escuch por la noche un fuerte estrpito.
Tambin se inform de numerosos nacimientos monstruosos de animales entre los sabinos: naci un
nio que no se saba si era hombre o mujer; se descubri otro caso similar, donde el muchacho tena ya
diecisis aos; en Frosinone, naci un cordero con cabeza como de cerdo; en Sinuesa, apareci un cerdo
con cabeza humana y en las terras pblicas de la Lucania, apareci un potro con cinco patas. Todo esto
se consider como productos horribles y monstruosos de una naturaleza que viciaba las especies; los
hermafroditas fueron considerados como presagios especialmente malficos y se orden que se les
arrojara de inmediato al mar, igual que se haba hecho recientemente, durante los consulados de Cayo
Claudio y Marco Livio, ante un engendro similar. El Senado orden a los decenviros, no obstante, que
consultasen los Libros Sagrados acerca de este portento. Siguiendo las instrucciones que all se
encontraron, se orden que se celebrasen las mismas ceremonias que con ocasin de su ltma
aparicin. Tres coros, compuesto cada uno por nueve doncellas, deberan cantar un himno por toda la
Ciudad y se deba llevar un presente a la Reina Juno. El cnsul Cayo Aurelio dio cuenta de haberse
llevado a cabo las instrucciones de los decenviros de los Libros Sagrados. El himno anterior, segn
recordaban los senadores, fue compuesto por Livio [Livio Andrnico.-N. del T.]; en esta ocasin lo fue
por Publio Licinio Tgula.
[31.13] Una vez realizados debidamente todos los ritos de expiacin, habiendo sido investgado por
Quinto Minucio el sacrilegio en Locri, recuperado el dinero mediante la venta de los bienes de los
culpables y depositado en el tesoro, los cnsules estaban deseando partr para sus provincias, pero se
produjo un retraso. Cierto nmero de personas haban prestado dinero al Estado durante el consulado
de Marco Valerio y Marco Claudio, y el pago del tercer plazo venca este ao. Los cnsules les
informaron de que el dinero en la tesorera apenas cubra el costo de la nueva guerra, pues se lo
llevaran la gran fota y los grandes ejrcitos, y no haba manera de pagarles por el momento. Apelaron
al Senado y este les dio la razn, declarando que si el Estado optaba por utlizar el dinero prestado para
la Guerra Pnica en sufragar adems el coste de la guerra de Macedonia, y si a una guerra le segua otra,
aquello simplemente significara que les haban confiscado su dinero como si se tratara de una multa
por ser culpables de algo. Las demandas de los acreedores eran justas, pero el Estado no poda afrontar
sus obligaciones y el Senado decidi una medida que combinaba la justcia con lo factble. Muchos de los
reclamantes haban declarado que haba terras a la venta por todas partes y que querran convertrse
en compradores; as pues, el Senado public un decreto para que pudieran tener la opcin de hacerse
-
con cualquier terreno de propiedad pblica en un radio de cincuenta millas de la Ciudad [74 km.-N. del
T.]. Los cnsules valoraran las terras e impondran una tasa renta nominal de un as por yugada [0,27
Ha.-N. del T.], como reconocimiento de su ttularidad pblica; cuando el Estado pudiese abonar sus
deudas, si cualquiera de ellos prefera el dinero a las terras lo podra obtener y devolver los terrenos al
pueblo. Aceptaron de buen grado estos trminos, y la terra ocupada fue, por lo tanto, llamada
trientbulo, por haberles sido dada en lugar de la tercera parte de su prstamo.
[31,14] Despus que haber ofrecido Publio Sulpicio en el Capitolio los votos acostumbrados, fue
investdo por sus lictores con el paludamento y dej la Ciudad hacia Brindisi [es decir, asumi su
condicin de mando militar.-N. del T.]. Aqu incorpor a sus legiones a los veteranos del ejrcito de
frica, que se haban presentado voluntarios y escogi tambin los buques de la fota de Cneo Cornelio.
Zarp de Brindisi y al da siguiente desembarc en Macedonia. Aqu se encontr con una embajada de
Atenas que le rog que levantara el sito al que estaba sometda la ciudad. Cayo Claudio Centn fue
enviado all de inmediato con veinte buques de guerra y mil hombres. El rey no estaba dirigiendo
personalmente el sito, pues justo en aquel momento estaba atacando Abidos, despus de probar sus
fuerzas en choques navales con los rodios y con Atalo, sin haber tenido xito en ninguno. Pero la suya no
era una naturaleza que aceptase en silencio la derrota, y ahora que se haba aliado con Antoco, el rey
de Siria, estaba ms decidido a la guerra que nunca. Haban acordado dividir entre ellos el rico reino de
Egipto, y al enterarse de la muerte de Ptolomeo ambos se dispusieron a atacarlo. Los atenienses, que
nada conservaban de su antgua grandeza ms que su orgullo, se haban visto envueltos en las
hostlidades contra Filipo por culpa de un incidente sin importancia. Durante la celebracin de los
Misterios de Eleusis, dos jvenes acarnanes, que no haban sido iniciados, entraron en el templo de
Ceres con el resto de la multtud, nada conscientes de la naturaleza sacrlega de su accin. Les
traicionaron las preguntas absurdas que hicieron y fueron llevados ante las autoridades del templo.
Aunque era evidente que haban pecado de ignorancia, se les conden a muerte como si fuesen
culpables de un crimen horrible. Los acarnanes informaron de este acto hostl y brbaro a Filipo,
obteniendo su consentmiento para hacer la guerra a Atenas con el apoyo de un contngente
macedonio. Este ejrcito empez por devastar el territorio del tca a sangre y espada, tras lo cual
regres a Acarnania con toda clase de botn. Llegados a este punto, los nimos estaban irritados;
posteriormente, mediante una disposicin de los ciudadanos, Atenas hizo una declaracin formal de
guerra. Para cuando el rey Atalo y los rodios, que seguan a Filipo en su retrada hacia Macedonia,
hubieron alcanzado Egina, el rey cruz navegando hasta el Pireo con el propsito de renovar y confirmar
su alianza con los atenienses. Todos los ciudadanos salieron a su encuentro, con sus esposas e hijos; los
sacerdotes, revestdos de sus ropas sagradas, lo recibieron cuando entr en la ciudad; hasta los propios
dioses salieron casi de sus santuarios para darle la bienvenida.
[31,15] Se convoc inmediatamente al pueblo a una Asamblea, para que el pudiera exponerles sus
deseos. Sin embargo, se pens que resultaba ms acorde con su dignidad que pusiera por escrito lo que
considerase conveniente, por evitar la vergenza de tener que estar presente al relatarse sus servicios a
la ciudad, o que su modesta se viera abrumada por los empalagosos halagos de la multtud que
aplauda. En consecuencia, redact una declaracin escrita, que fue leda en la asamblea, en la que
enumeraba los beneficios que haba otorgado a su ciudad y describa su lucha con Filipo, instndoles a
modo de conclusin a tomar parte en la guerra mientras le tenan a l, a los rodios y, especialmente
ahora, a los romanos para apoyarlos. Si se quedaban atrs ya nunca tendran otra oportunidad. A
contnuacin se escuch a los enviados de Rodas; haca poco que haban prestado un buen servicio a los
atenienses, pues haban recuperado y devuelto a Atenas cuatro naves de guerra que haban capturado
los macedonios. Se decidi por unanimidad la guerra contra Filipo. Se rindieron honores extraordinarios
al rey Atalo y tambin a los rodios. Se aprob una propuesta para aadir a las antguas diez tribus una
nueva que se llamara tribu Atlida. Se regal al pueblo de Rodas una corona de oro en reconocimiento
a su valenta, y se les concedi la plena ciudadana como anteriormente se la haban concedido ellos a
los atenienses. Tras esto, Atalo se reuni con su fota en Egina y los rodios navegaron hasta Cea,
marchando desde all a Rodas a travs de las Ccladas. Todas las islas se unieron a ellos con la excepcin
de Andros, Paros y Citnos, que estaban ocupadas por guarniciones macedonias. Atalo haba enviado
mensajeros a Etolia y estaba esperando a los legados que venan de all; la espera lo mantuvo inactvo
durante algn tempo. No poda inducir a los etolios a tomar las armas, que se contentaban con
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mantenerse en paz con Filipo en cualquier trmino. Si l, junto con los rodios, se hubiesen opuesto
vigorosamente a Filipo, habran podido ganarse el glorioso ttulo de Libertadores de Grecia. En lugar de
esto, le permiteron cruzar el Helesponto por segunda vez y apoderarse de una posicin excelente en la
Tracia, donde pudo concentrar sus fuerzas y dar as nueva vida a la guerra, entregando a los romanos la
gloria de librarla y darle fin.
[31,16] Filipo mostr un nimo propio de un rey. A pesar de que no haberse podido sostener contra
Atalo y Rodas, no se alarm ni siquiera ante la perspectva de una guerra con Roma. Filocles, uno de sus
generales, fue enviado con una fuerza de dos mil infantes y doscientos jinetes a devastar las terras de
los atenienses, siendo puesto Herclides al mando de la fota y con rdenes de navegar hacia Maronea.
Filipo march all por terra con otros dos mil infantes armados a la ligera, tomando la plaza al primer
asalto. Enos le dio muchos problemas, pero finalmente logr su captura por la traicin de Calmedes,
prefecto de Tolomeo. Ipsala, Tusla y Maki fueron tomadas en rpida sucesin, avanzando luego hasta el
Quersoneso, donde Eleunte y Alopeconeso se entregaron voluntariamente; tambin se entregaron
Galpoli y Maditos, junto con algunos otros lugares fortficados sin importancia [respectvamente, las
antguas Cipsela, Doriscos, Serreo, Eleunte, Alopeconeso, Callipolis y Madytos.-N. del T] . El pueblo de
Abidos ni siquiera admit a sus embajadores y cerr sus puertas al rey. El asedio de esta plaza retuvo a
Filipo un tempo considerable, y si Atalo y los rodios hubieran mostrado la menor energa, podran haber
salvado el lugar. Atalo envi solo trescientos hombres para ayudar en la defensa y los rodios enviaron un
cuatrirreme de su fota, que estaba anclada en Tnedos. Ms tarde, cuando ya apenas podan resistr
ms, el propio Atalo naveg hasta Tnedos y tras elevarles el nimo con su aproximacin, no prest
ayuda a sus aliados ni por terra ni por mar.
[31,17] Los abidenos, en primera instancia, colocaron mquinas a todo lo largo de sus murallas,
impidiendo de este modo no solo cualquier aproximacin por terra, sino haciendo inseguro el fondeo
de las naves enemigas. Sin embargo, cuando un parte de la muralla se derrumb y las minas enemigas
haban llegado hasta el muro interior que los defensores haban levantado a toda prisa, mandaron
emisarios al rey para acordar los trminos para la rendicin de la ciudad. Propusieron que se permitera
salir al cuatrirreme rodio con su tripulacin y al contngente que haba enviado Atalo, as como que los
habitantes pudieran abandonar la ciudad solamente con la ropa que llevaran puesta. Filipo les
respondi que no habra la menor esperanza de paz a menos que se rindieran incondicionalmente.
Cuando llevaron de regreso esta respuesta, se produjo tal estallido de indignacin e ira que los
ciudadanos tomaron la misma rabiosa resolucin que los saguntnos haban adoptado aos antes.
Ordenaron a todas las matronas que se encerraran en el templo de Diana; a los nios y nias nacidos
libres, incluyendo a los bebs con sus nodrizas, se les reuni en el gimnasio; todo el oro y la plata se
llev al foto, todos los ropajes de valor se embarcaron en las naves de Rodas y Ccico que estaban en el
puerto; se elevaron altares en medio de la ciudad, alrededor de los cuales se dispusieron los sacerdotes
con vctmas para sacrificar. Un grupo de hombres, seleccionados al efecto, prest aqu un juramento
que les fue dictado por los sacerdotes, para llevar a cabo la medida desesperada que se haba decidido.
Tan pronto como vieran que resultaban muertos todos sus camaradas, de los que estaban combatendo
delante de la muralla derrumbada, habran de dar muerte a las esposas e hijos, echaran por la borda el
oro, la plata y los vestdos que estaban en las naves, y prenderan fuego a cuantos edificios pblicos y
partculares pudieran, invocando sobre ellos las ms terribles maldiciones si rompan su juramento. Tras
ellos, todos los hombres en edad militar juraron solemnemente que ninguno dejara con vida la batalla,
excepto como vencedores. Tan fieles fueron a su juramento y con tal desesperacin combateron que,
antes de que la noche pusiera fin a la batalla, Filipo se retr de la lucha espantado de su rabia. Los
ciudadanos ms notables, a quienes se haban asignado la parte ms cruel, viendo que solo quedaban
unos pocos supervivientes, y an estos heridos y exhaustos, enviaron a los sacerdotes en cuanto
amaneci, vistendo sus cintas de suplicantes, para que rindieran la ciudad a Filipo.
[31.18] Antes de que tuviera efectvamente lugar la rendicin, los embajadores romanos, que haban
sido enviados a Alejandra, oyeron hablar del asedio de Abidos y el ms joven de los tres, Marco Emilio,
de acuerdo con sus colegas se dirigi al encuentro de Filipo. Este protest por la agresin contra Atalo y
Rodas, y especialmente contra el ataque que se estaba produciendo sobre Abidos. Al replicar el rey que
Atalo y los rodios haban sido los agresores, aquel pregunt: "Fueron tambin los abidenos los
primeros en atacarte?" Para alguien que rara vez escuchaba la verdad, este lenguaje pareca demasiado
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audaz para dirigirse a un rey. "Tu juventud, tu buena apariencia y, sobre todo, el hecho de ser romano,
te hacen demasiado insolente. En cuanto a m, me gustara que recordaseis las obligaciones de los
tratados y mantuvierais la paz conmigo; pero si me atacis, estoy bien dispuesto a luchar, y veris que
me enorgullezco de que el reino y el nombre de Macedonia sean no menos famosos en la guerra que los
de Roma". Tras despedir as al embajador, Filipo se apoder del oro y la plata que haba reunido, pero
perdi toda posibilidad de hacer prisioneros. Pues se apoder tal locura de la gente, que creyeron que
se haba traicionado a todos los que haban resultado muertos en el combate, acusndose unos a otros
de perjurio, especialmente los sacerdotes, pues ellos entregaron al enemigo a quienes se haban
ofrecido a morir. Presos de un sbito impulso, todos se apresuraron a matar a sus esposas e hijos,
infigindose despus a s mismos la muerte en todas las formas posibles. El rey estaba totalmente
sorprendido por este arrebato de locura y e hizo volver a sus hombres del asalto, dicindoles que dara a
los habitantes de Abidos tres das para morir. Durante este intervalo, los vencidos perpetraron con ellos
mismos ms horrores de los que hubieran cometdo los vencedores, por enfurecidos que hubiesen
estado. Ni un solo hombre cay en manos del enemigo con vida, salvo aquellos para los que las cadenas
o alguna otra causa ms all de su control hicieron la muerte imposible. Tras dejar una fuerza de
guarnicin en Abidos, Filipo regres a su reino. As como la destruccin de Sagunto reforz la decisin
de Anbal de guerrear contra Roma, la cada de Abidos anim a Filipo a hacer lo mismo. En su camino se
encontr con mensajeros que le anunciaron que el cnsul estaba ahora en el Epiro y que haca invernar
a sus tropas en Apolonia y a su fuerza naval en Corf.
[31,19] Los embajadores enviados a frica para informar de la accin de Amlcar al asumir el liderazgo
de los galos, fueron informados por el gobierno cartagins de que no podan hacer nada ms que
condenarlo al desterro y confiscar sus bienes; haban entregado a todos los refugiados y desertores que
haban sido capaces de descubrir despus de una cuidadosa bsqueda, y tenan intencin en mandar
emisarios a Roma para dar garantas suficientes a tal respecto. Enviaron a Roma doscientos mil modios
de trigo, y una cantdad similar al ejrcito de Macedonia [es decir, 1,400.000 kg. de trigo a cada lugar.
N. del T.]. Desde Cartago, los legados se dirigieron a Numidia para visitar a los dos reyes. Se entregaron a
Masinisa los regalos a l destnados, as como el mensaje enviado por el Senado. Se ofreci a aportar
dos mil jinetes nmidas, pero solo se aceptaron mil, y l mismo supervis su embarque. Envi con ellos
a Macedonia, dos millones de modios de trigo y la misma cantdad de cebada [14,000.000 kg. de trigo y
12,250.000 kg. de cebada.-N. del T.]. La tercera misin era con Vermina. Este vino a reunirse con ellos en
la frontera de su reino y dej para ellos que pusieran por escrito las condiciones de paz que deseaban,
asegurndoles que considerara justa y ventajosa cualquier clase de paz con Roma. Se le hizo entrega de
los trminos y se le indic que enviara delegados a Roma para obtener su ratficacin.
[31.20] Por esta poca regres de Hispania el procnsul Lucio Cornelio Lntulo. Despus de efectuar un
informe sobre las operaciones con xito que haba dirigido durante varios aos, solicit que se le
permitera entrar a la Ciudad en Triunfo. El Senado opinaba que sus servicios bien merecan un triunfo,
pero le recordaron que no haba precedente de que disfrutase de un triunfo un general que no hubiera
sido dictador, cnsul o pretor, y l haba desempeado su mando en Hispania como procnsul, no como
cnsul o pretor. Sin embargo, le permitran entrar en la Ciudad en Ovacin, a pesar de la oposicin de
Tiberio Sempronio Longo, uno de los tribunos de la plebe, quien deca que no haba ningn precedente
o costumbre de los mayores ni para un caso ni para el otro. Al final, cedi ante el parecer unnime del
Senado y, despus de haberse aprobado su resolucin, Lntulo disfrut de su ovacin. Cuarenta y tres
mil libras de plata y dos mil cuatrocientas cincuenta de oro, capturadas al enemigo, se llevaron en la
procesin. Adems del botn, distribuy ciento veinte ases a cada uno de sus hombres [llev 14.061 kg.
de plata y 801,15 kg. de oro, entregando 3,27 kg. de bronce a cada uno de sus soldados.-N. del T.].
[31.21] Por entonces, el ejrcito consular en la Galia haba sido trasladado de Arezzo a Rmini y los cinco
mil hombres del contngente latno se haban trasladado desde la Galia hasta Etruria. Lucio Furio, en
consecuencia, abandon Rmini y se dirigi a marchas forzadas hacia Cremona, que los galos estaban
asediando en aquel momento. Asent su campamento a una milla y media de distancia del enemigo
[2220 metros.-N. del T.], y habra tenido la oportunidad de obtener una brillante victoria si hubiera
dirigido a sus hombres directamente desde su marcha contra el campamento galo. Los galos estaban
diseminados por los campos en todas direcciones y el campamento no haba quedado suficientemente
vigilado; pero tuvo miedo de que sus hombres estuvieran demasiado cansados por su rpida marcha; los
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gritos de los galos, llamando a sus compaeros de vuelta, les hizo dejar atrs el botn que ya haban
reunido y correr de vuelta a su campamento. Al da siguiente salieron al combate. Los romanos no
tardaron en aceptar el reto, pero apenas tuvieron tempo de completar su formacin, tan rpidamente
se les aproxim el enemigo. El ala derecha -el ejrcito aliado estaba dividido en alas- formaba en
primera lnea, con las dos legiones romanas consttuyendo la reserva. Marco Furio estaba al mando de
esta ala, Marco Cecilio mandaba las legiones y Lucio Valerio Flaco la caballera. Todos estos eran
generales [legatus, legados, en el original latino.-N. del T.]. El pretor mantuvo con l a dos de sus
legados, Cayo Letorio y Publio Titnio, para que le ayudaran en la supervisin del campo de batalla y se
enfrentasen a cualquier accin repentna del enemigo.
En un primer momento, los galos dirigieron todas sus fuerzas hacia un nico lugar, con la esperanza de
poder desbordar el ala derecha y destrozarla. Al no lograrlo, trataron de fanquearlos y envolver la lnea
de su enemigo, lo que, considerando su nmero y lo escaso de sus oponentes, les pareca una tarea
fcil. Cuando el pretor vio esta maniobra, extendi su frente mediante el procedimiento de situar las dos
legiones de reserva a la derecha e izquierda de las tropas aliadas; adems, ofreci un templo a Jpiter
en caso de que derrotara al enemigo aquel da. Luego orden a Lucio Valerio que lanzase a la caballera
romana contra una de las alas de los galos y a la caballera aliada contra la otra para frenar el
movimiento envolvente. En cuanto vio que los galos debilitaban su centro, al desviar tropas a las alas,
orden a su infantera que cargara avanzando en orden cerrado y rompiera las filas contrarias. Esto
result decisivo; las alas fueron rechazadas por la caballera y el centro por la infantera. Como estaban
siendo destrozados en todos los sectores del campo de batalla, los galos se dieron la vuelta y en medio
de una salvaje huida buscaron refugio en su campamento. La caballera les persegua, llegando de
inmediato la infantera que atac el campamento. No llegaron a seis mil los hombres que consiguieron
escapar; ms de treinta y cinco mil fueron muertos o hechos prisioneros; se capturaron setenta
estandartes, junto a doscientos carros galos cargados de botn. El general cartagins Amlcar cay en esa
batalla, as como tres nobles generales galos. Dos mil hombres, a los que los galos haban capturado en
Plasencia, fueron puestos en libertad y devueltos a sus hogares.
[31.22] Fue esta una gran victoria y caus gran alegra en Roma. Cuando lleg el despacho con la notcia
se decretaron tres das de accin de gracias. Los romanos y los aliados perdieron dos mil hombres, la
mayora pertenecientes al ala derecha contra la que lanz su ataque la enorme masa del enemigo.
Aunque el pretor prctcamente haba puesto fin a la guerra, el cnsul Cayo Aurelio, tras finalizar los
asuntos imprescindibles en Roma, march a la Galia y se hizo cargo del ejrcito victorioso del pretor. El
otro cnsul lleg a su provincia bastante avanzado el otoo e invern en las proximidades de Apolonia.
Como se indic anteriormente, Cayo Claudio fue enviado a Atenas con una veintena de trirremes de la
fota que estaba amarrada en Corf [la antigua Corcira.-N. del T.]. Cuando entraron en el Pireo dieron
muchas esperanzas a sus aliados, que ya se encontraban muy desanimados. Los saqueos cometdos en
sus campos desde Corinto, a travs de Megara, cesaron ahora, y los piratas de Calcis, que haban
infestado el mar y devastado las costas de Atenas, ya no se aventuraron a doblar el Sunio ni a seguir a
alta mar, ms all del estrecho de Euripo [este divide Eubea del continente, con una anchura de 30 a 60
metros.-N. del T.]. Adems de los barcos romanos haba tres cuatrirremes de Rodas y tres buques sin
cubierta atenienses, que haban sido acondicionados para proteger su costa. Como se ofreca a Cayo
Claudio la posibilidad de un xito importante, este pens que de momento sera suficiente si esta fota
protega la ciudad y el territorio de Atenas.
[31,23] Algunos de los refugiados de Calcis que haban sido expulsados por los partdarios del rey,
informaron que el lugar poda ser capturado sin ninguna resistencia seria pues, al no haber ningn
enemigo que temer en los alrededores, los macedonios se paseaban por todas partes y los ciudadanos,
confiando en la proteccin de los macedonios, no hacan ningn intento de proteger la ciudad. Con
estas seguridades, Cayo Claudio se dirigi a Calcis, y aunque lleg al Sunio lo bastante temprano como
para poder cruzar el estrecho de Eubea el mismo da, mantuvo anclada su fota hasta la noche para que
no se pudiera observar su aproximacin. En cuanto oscureci, naveg sobre la mar en calma y lleg a
Calcis poco antes del amanecer. Escogi la parte menos poblada de la ciudad para su propsito y,
encontrando a los guardias dormidos en ciertos puntos y otros lugares sin guardia alguna, dirigi un
pequeo grupo de soldados a colocar sus escalas de asalto contra la torre ms cercana, que fue
capturada junto a cada tramo de muralla a cada lado de la misma. Despus avanzaron a lo largo de esta,
-
hasta donde los edificios eran ms numerosos, matando a los centnelas segn avanzaban; llegaron a la
puerta, que rompieron y permiteron as la entrada al cuerpo principal de tropas. Diseminndose en
todas direcciones, llenaron la ciudad de confusin y, para aumentarla, incendiaron los edificios
alrededor del foro. Pusieron fuego a los graneros del rey y al arsenal, que contena un inmenso nmero
de mquinas de guerra y artllera. A todo esto sigui una masacre indiscriminada de todo aquel que
ofreci resistencia y de los que trataron de escapar; finalmente, todo hombre capaz de empuar las
armas result muerto y puesto en fuga. Entre los primeros se encontr Spatro, un acarnane y
comandante de la guarnicin. Todo el botn se reuni en el foro y se puso luego a bordo de los barcos.
Los rodios, adems, forzaron la crcel y fueron liberados los prisioneros de guerra que Filipo haba
encerrado all por ser el lugar ms seguro para custodiarlos. Tras derribar y mutlar las estatuas del rey,
se dio la seal de embarcar y navegaron de vuelta al Pireo. Si hubiera habido una fuerza suficiente de
soldados romanos para permitr que se ocupara Calcis sin interferir con la proteccin de Atenas, Calcis y
Euripo le habran sido arrebatadas al rey y hubiera supuesto un xito de la mayor importancia al
comienzo mismo de la guerra, pues el Euripo es la llave por mar de Grecia de la misma forma que el
paso de las Termpilas lo es por va terrestre.
[31,24] Filipo estaba en Demetrias en aquel momento. Cuando se le anunci el desastre que haba cado
sobre una ciudad aliada, determin, pues ya era demasiado tarde para salvarla, poner en prctca la
segunda mejor opcin y vengarla. Con una fuerza de cinco mil infantes, armados a la ligera, y trescientos
jinetes, march casi a la carrera hasta Calcis, sin dudar por un momento que podra tomar por sorpresa
a los romanos. Al comprobar que no haba nada que ver, excepto el espectculo poco atractvo de una
ciudad en ruinas humeantes, en la que los apenas haba hombres para enterrar a las vctmas del
combate, se apresur a la misma velocidad y, cruzando el Euripo por el puente, march a travs de la
Beocia hasta Atenas, pensando que al mostrar tanto nimo como los romanos, podra alcanzar el mismo
xito. Y lo pudiera haber tenido, si un explorador no hubiera observado el ejrcito en marcha del rey
desde una torre de vigilancia. Este hombre era lo que los griegos llaman un hemerdromos, porque
estos hombres cubren corriendo enormes distancias en un solo da, y adelantndose a ellos lleg a
Atenas a medianoche. Aqu se daba la misma somnolencia y negligencia que haba provocado la prdida
de Calcis unos das antes. Despertados por el mensajero sin aliento, el pretor ateniense [Livio traduce
as el trmino griego , "strategs".-N. del T.] y Dioxipo, el prefecto de la cohorte de
mercenarios, reunieron a sus soldados en el foro y ordenaron a las trompetas que tocaran generala
desde la ciudadela, para que todos pudieran saber que el enemigo estaba prximo. Todos corrieron
hacia las puertas y murallas.
Algunas horas ms tarde, aunque bastante antes del amanecer, Filipo se aproxim a la ciudad. Cuando
vio las numerosas luces y oy el ruido de los hombres se apresuraban de aqu para all en la inevitable
confusin, detuvo sus fuerzas y les orden acostarse y descansar. Al fallar su intento por sorprenderles,
se dispuso a un combate abierto y avanz por la parte del Dipiln. Esta puerta, colocada como una boca
a la ciudad, es considerablemente ms alta y ms ancha que el resto, y la calzada que sale y entra de la
misma es amplia, de modo que los ciudadanos pudieron formar en orden de combate desde el foro
hasta all; la va del exterior se extenda alrededor de una milla [1480 metros.-N. del T.] hasta la
Academia, dejando mucho espacio para la infantera y la caballera del enemigo. Despus de formar su
lnea puertas adentro, salieron los atenienses, junto con el destacamento que haba dejado Atalo y la
cohorte de Dioxipo. En cuanto los vio, Filipo pens que los tena en su poder y que podra satsfacer su
deseo largamente acariciado de destruirles, pues no haba Estado en Grecia contra el que estuviera ms
furioso que Atenas. Despus de exhortar a sus hombres para que mantuvieran sus ojos sobre l y
recordndoles que los estandartes y la lnea de combate deban estar donde se encontrase el rey,
espole a su caballo animado no solo por su ira, sino tambin por un deseo de ostentacin. Pens que
resultaba algo esplndido el ser visto luchando por la inmensa multtud que llenaba las murallas, como
ante un espectculo. Galopando por delante de sus lneas con unos cuantos jinetes, carg contra el
centro del enemigo y provoc tanto temor entre ellos que llen a sus hombres de entusiasmo. Hiri a
muchos de cerca, a otros con los proyectles que lanzaba, y los hizo retroceder hacia sus puertas donde
les infigi grandes prdidas al confinarse entre su limitado espacio. An persiguindoles
imprudentemente, todava pudo escapar con seguridad, pues los de las torres sobre la puerta se
abstuvieron de lanzar sus jabalinas por temor a herir a sus propios compaeros, que estaban mezclados
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con el enemigo. Despus de esto, los atenienses se mantuvieron detrs sus murallas y Filipo, tras dar la
seal de retrada, asent su campamento en Cinosarges, donde haba un templo de Hrcules y un
gimnasio con un bosque sagrado alrededor. Pero Cinosarges, el Liceo y cada lugar sagrado y delicioso
alrededor de la ciudad fueron incendiados; no solo fueron destruidos los edificios, ni siquiera las
tumbas, ni nada perteneciente a los dioses o a los hombres se salv de su furia incontrolable.
[31.25] Al da siguiente, las puertas cerradas se abrieron de repente para admitr un cuerpo de tropas
enviadas por Atalo desde Egina y por los romanos desde el Pireo. El rey retr entonces su campamento
a una distancia de unas tres millas de la ciudad [4440 metros.-N. del T.]. Desde all march a Eleusis, con
la esperanza de asegurarse mediante un golpe de mano el templo y la fortaleza que lo rodea y protege
por todos lados. Sin embargo, al encontrarse con que los defensores estaban alerta y que la fota estaba
de camino desde el Pireo para prestarles ayuda, abandon su proyecto, march a Mgara y de all
directamente a Corinto. Al enterarse de que el Consejo de los aqueos estaba reunido en Argos, se
present en la Asamblea de manera bastante inesperada. En aquel momento, estaban discutendo la
cuestn de la guerra con Nabis, trano de los lacedemonios. Este reanud las hostlidades cuando se
traspas el mando supremo de Filopemn a Cicladas, que en modo alguno era un jefe tan competente,
y en vista de que los aqueos haban despedido a sus mercenarios, tras devastar los campos de sus
vecinos estaba ahora amenazando sus ciudades. El consejo deliberaba sobre qu proporcin de tropas
deba proporcionar cada Estado para oponerse a este enemigo. Filipo promet aliviarlos de cualquier
temor por lo que haca a Nabis y los lacedemonios; no solo protegera de sus correras los territorios de
sus aliados, sino que llevara todo el terror de la guerra a Lacedemonia marchando all con su ejrcito.
Cuando estas palabras fueron recibidas con aplausos pas a decir: "Sin embargo, si vuestros intereses
van a ser protegidos con mis armas, es justo que los mos no queden sin defensa. Proporcionadme pues,
si as lo aprobis, una fuerza suficiente para guarnecer reo, Calcis y Corinto, para que con esta
seguridad en mi retaguardia pueda hacer la guerra a Nabis y a los lacedemonios libre de riesgos". Los
aqueos no tardaron en detectar el motvo para hacer una promesa tan generosa y ofrecerles ayuda
contra los lacedemonios. Vieron que su objetvo era sacar las fuerzas combatentes de los aqueos fuera
del Peloponeso, como rehenes, y obligar as a su nacin a una guerra con Roma. Cicladas, pretor de los
aqueos, viendo que cualquier otro argumento resultara irrelevante, observ simplemente que las leyes
de los aqueos no permitan discutr otros asuntos que no fueran aquellos para los que se haba reunido
el Consejo. Despus haber aprobado un decreto para levantar un ejrcito que actuase contra Nabis,
despidi al consejo que haba presidido con valor e independencia, pese a que antes de aquel da haba
sido considerado como un firme partdario del rey. Filipo, cuyas muchas esperanzas es esfumaron de
aquella manera, logr alistar unos cuantos voluntarios y despus de esto regres a Corinto, y de all al
tca.
[31,26] Durante el tempo en que Filipo estuvo en Acaya, Filocles, prefecto del rey, part de Eubea con
dos mil tracios y macedonios, con el propsito de asolar el territorio ateniense. Cruz el paso de Citern
[cadena montaosa entre el tica y Beocia.-N. del T.], en las cercanas de Eleusis, y all dividi sus
fuerzas. Mand por delante una mitad para que devastaran los campos en todas direcciones, a la otra la
ocult en una posicin adecuada para una emboscada de manera que, si se lanzaba un ataque desde el
castllo de Eleusis contra los suyos, pudieran tomar a los asaltantes por sorpresa. Su emboscada, no
obstante, fue descubierta, de modo que llam de vuelta a los hombres que tena dispersos, unin de
nuevo sus fuerzas y lanz un ataque contra la fortaleza. Despus de un infructuoso intento, en el que
muchos de sus hombres resultaron heridos, se retr y se uni a Filipo que regresaba de Acaya. El propio
rey lanz un ataque sobre el mismo castllo, pero la llegada de naves romanas desde el Pireo y la llegada
de refuerzos a la plaza, le obligaron a abandonar la empresa. Envi luego a Filocles, con una parte de su
ejrcito, a Atenas; con el resto se dirigi a El Pireo con el fin de que, mientras Filocles mantena a los
atenienses dentro de su ciudad aproximndose a las murallas y amenazando con un asalto, l pudiera
aprovechar la oportunidad de atacar El Pireo al quedarse con una dbil guarnicin. Pero el asalto al
Pireo result ser tan difcil como el de Eleusis, ya que prctcamente las mismas tropas defendieron
ambos. Abandonando el Pireo march rpidamente a Atenas. Aqu fue rechazado por una fuerza de
infantera y caballera que desde la ciudad lo atacaron por sorpresa en el estrecho paso de las largas
murallas en ruinas que conectan el Pireo con Atenas. En vista de que era intl cualquier intento contra
la ciudad, dividi su ejrcito con Filocles y se dedic a devastar los campos. Sus primeras destrucciones
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se haban limitado a los sepulcros que rodeaban la ciudad; ahora decidi no dejar nada libre de
profanacin y dio rdenes para que se destruyeran e incendiaran los templos de los dioses que se
haban consagrado en cada aldea. La terra del tca era famosa por aquel tpo de construccin tanto
como por la abundancia de mrmol natvo y el genio de sus arquitectos; por lo tanto, ofreca abundante
material para aquella furia destructora. No qued satsfecho con el derrocamiento de los templos con
sus estatuas, e incluso orden que se rompieran en pedazos los bloques de piedra para que no se
pudieran reconstruir las ruinas. Cuando ya no quedaba nada sobre lo que su rabia, an insatsfecha,
pudiera descargarse, dej los territorios enemigos y se dirigi a Beocia, no haciendo en Grecia nada ms
digno de mencin.
[31.27] El cnsul Sulpicio estaba acampado por entonces junto al ro Semeni [el antiguo Apso.-N. del T.]
en una posicin que se extenda entre Apolonia y Dirraquio. Hizo volver a Lucio Apusto y lo envi con
parte de sus fuerzas a devastar las fronteras del enemigo. Despus de devastar las fronteras de
Macedonia y capturar al primer asalto los puestos fortficados de Corrago, Gerrunio y Orgeso, Apusto
lleg a Berat [la antigua Antipatrea.-N. del T.], una ciudad situada en un estrecho desfiladero. En primer
lugar, convoc a una entrevista a los hombres principales de la ciudad, tratando de persuadirlos para
que se confiaran a los romanos. Confiando en el tamao de su ciudad, sus fortficaciones y su fuerte
posicin, trataron sus propuestas con desprecio. l, a contnuacin, recurri a la fuerza y tom el lugar
por asalto. Despus de dar muerte a los hombres adultos y permitr que los soldados se apoderasen de
todo el botn, arras las murallas e incendi la ciudad. El temor a un trato similar provoc la rendicin de
Codrin [pudiera tratarse de la actual Rmait, en Albania.-N. del T.], una ciudad bastante fuerte y
fortficada, sin ofrecer ninguna resistencia. Se dej all un destacamento para guarnecer el lugar y se
tom Cnido al asalto, nombre ms conocido como el de una ciudad de Asia. Cuando Apusto marchaba
de regreso con el cnsul, llevando una considerable cantdad de botn, fue atacado al cruzar el ro por un
tal Atengoras, uno de los prefectos de rey, sembrando la confusin en su retaguardia. Al or los gritos y
el tumulto, regres al galope, hizo que sus hombres dieran media vuelta, lanzaran los equipajes al
centro de la columna y formaran su lnea de combate. Los soldados del rey no resisteron la carga de los
romanos, muriendo muchos y siendo los ms hechos prisioneros. Apusto llev ntegro de regreso a su
ejrcito con el cnsul y se le envi de inmediato a reunirse con la fota.
[31,28] Al quedar marcado el inicio de la guerra por esta expedicin victoriosa, varios prncipes y
notables de los pases fronterizos con Macedonia visitaron el campamento romano; entre ellos estaba
Plurato, el hijo de Escardiledo [ver Libros XXVI, cap. 24 y XXIX, cap. 5.-N. del T.], Aminandro, rey de los
atamanes, y Bato, el hijo de Longaro, que representaba a los drdanos. Longaro haba estado
combatendo por su propia cuenta contra Demetrio, el padre de Filipo. En respuesta a sus ofertas de
ayuda, el cnsul dijo se valdra de los servicios de los drdanos y de Plurato cuando llevara su ejrcito a
Macedonia. Acord con Aminandro que este deba convencer a los etolios para que tomaran parte en la
guerra. Tambin haban venido embajadores de Atalo, a los que orden pedir al rey que se encontrase
con la fota romana en Egina, donde invernaba, y que en unin de ella acosara a Filipo, como ya antes
haba hecho, mediante operaciones navales. Se enviaron, adems, emisarios a los rodios animndolos a
tomar parte en la guerra. Filipo, que haba llegado ya a Macedonia, mostr no menos energa en
disponer los preparatvos para la guerra. Su hijo Perseo, un simple muchacho con quien haba destnado
algunos miembros de su Consejo para que lo dirigieran y aconsejaran, fue enviado a guarnecer el paso
que conduce a la Pelagonia. Esciatos y Peparetos, ciudades de cierta importancia, fueron destruidas
para que no pudieran enriquecer a la fota enemiga con su saqueo. Envi embajadores a los etolios para
evitar que aquel pueblo, excitado por la llegada de los romanos, rompiera su alianza con l.
[31.29] El encuentro de la Liga Etolia, que ellos llaman Panetlica, se iba a celebrar el da sealado. Los
enviados del rey apresuraron su viaje con el fin de llegar all a tempo; tambin estaba presente Lucio
Furio Purpreo como representante del cnsul, adems de una delegacin de Atenas. Se permit hablar
en primer lugar a los macedonios, pues el tratado con ellos era el ltmo que se haba establecido. Estos
dijeron que, no habiendo surgido nuevas circunstancias, nada nuevo tenan que aducir sobre el tratado
existente. Los etolios, habiendo aprendido por la experiencia cun poco tenan que ganar de una alianza
con los romanos, haban hecho la paz con Filipo y, una vez hecha, estaban obligados a mantenerla. "O
es que prefers -pregunt uno de los enviados- copiar la falta de escrpulos, por no decir la
desvergenza, de los romanos? Cuando vuestros embajadores estuvieron en Roma, la respuesta que
-
recibieron fue "Por qu vens a nosotros, etolios, despus de haber hecho la paz con Filipo sin nuestro
consentmiento?" Y ahora esos mismos hombres nos insisten para que nos unamos a ellos en la guerra
contra Filipo. Primeramente fingieron que tomaban las armas contra l en vuestro nombre y para
protegeros, ahora os prohiben estar en paz con Filipo. En la primera guerra pnica marcharon a Sicilia
con el pretexto de ayudar a Mesina; en la segunda, para librar a Siracusa de la trana cartaginesa y
restaurar su libertad. Ahora, Mesina y Siracusa, y de hecho toda Sicilia, son sus tributarias: han reducido
la isla a una provincia en la que ejercen poder absoluto de vida y muerte. Imaginaris, supongo, que los
sicilianos disfrutan de los mismos derechos que vosotros; que, al igual que vosotros celebris vuestro
propio consejo en Lepanto [la moderna Nafpaktos.-N. del T.], bajo vuestras propias leyes y presididos
por los magistrados que elegs, con total capacidad para formar alianzas y declarar la guerra a vuestro
placer, ellos hacen igual en los consejos que celebran en las ciudades de Sicilia, en Siracusa, en Mesina o
en Marsala [la antigua Lilibeo.-N. del T.]. Pues no: un pretor romano dispone sus reuniones; es a
convocatoria cuya cuando han de reunirse; a l ven emitr sus edictos desde su alta tribuna, como un
dspota y rodeado por sus lictores; sus espaldas estn amenazadas por la vara, sus cuellos por el hacha
y cada ao se les sortea a un amo diferente. Tampoco les debe ni puede extraar esto, cuando ven
ciudades de Italia como Regio, Tarento o Capua yacer postradas bajo la misma trana, por no hablar de
aquellas, ms prximas a Roma, sobre cuyas ruinas ha crecido su grandeza.
Capua sobrevive, de hecho, como sepulcro y memorial de la nacin campana: el propio pueblo, en
realidad, est muerto o enterrado, o bien expulsado como exiliados. Es una ciudad sin cabeza ni
extremidades, sin un senado, sin una plebe, sin magistrados, un portento antnatural sobre la terra;
dejarla habitable por los hombres fue un acto de mayor crueldad que haberla destruido
completamente. Si hombres de una raza extranjera, an ms separados de vosotros por idioma,
costumbres y leyes que por el mar y la terra, consiguen dominar aqu, ser locura e insensatez esperar
que nada siga como hasta ahora. Creis que la soberana de Filipo es un peligro para vuestra libertad.
Fueron vuestros propios actos los que le hicieron tomar las armas contra vosotros, y su nico objetvo
era conseguir una paz firme con vosotros. Todo lo que os pide hoy es que no quebris esa paz. Una vez
se familiaricen las legiones extranjeras con estas costas y postren vuestros cuellos bajo el yugo,
buscaris entonces en vano y demasiado tarde el apoyo de Filipo como aliado; tendris a los romanos
como amos vuestros. Etolios, acarnanes y macedonios se unen y separan solo por motvos leves y
temporales; con los brbaros y extranjeros todos los griegos han estado y siempre estarn en guerra;
pues ellos son nuestros enemigos por naturaleza, y la naturaleza es inmutable; su hostlidad no se debe
a causas que puedan variar de un da para otro. Pero voy a terminar donde comenc. Hace tres aos
que en este mismo lugar decidisteis hacer la paz con Filipo. Sois los mismos hombres que erais entonces,
l es el mismo que era y los romanos que se oponan a ello son los mismos a quienes ahora molesta.
Nada ha cambiado la Fortuna; no veo por qu debis cambiar de opinin".
[31,30] A los macedonios siguieron, con el consentmiento y a petcin de los propios romanos, los
atenienses que, despus del modo escandaloso en que se les haba tratado, tenan todos los motvos
para protestar contra la brbara crueldad de Filipo. Se quejaban por la lamentable devastacin y el
saqueo de sus campos, pero sus quejas no eran por haber sufrido un trato hostl de un enemigo. Haba
ciertos usos de la guerra que se podan sufrir y hacer sufrir legalmente; la quema de cosechas, la
destruccin de viviendas, la captura de hombres y ganado como botn, todo aquello provocaba el
sufrimiento de quienes lo soportaban, pero no se consideraban una indignidad. De lo que se quejaban
era de que el hombre que llamaba a los romanos extranjeros y brbaros, haba violado tan
completamente toda ley, humana y divina, que en sus primeros ataques hizo una guerra impa contra
los dioses infernales y en los siguientes contra los de las alturas. Todos los sepulcros y monumentos
dentro de sus fronteras fueron destruidos, quedaron al descubierto los muertos en todas sus tumbas,
sin que a sus huesos les cubriera ya la terra. Haba santuarios consagrados por sus antepasados en
pequeas aldeas y puestos fortficados, cuando vivan en los distritos rurales, que ni siquiera fueron
abandonados o descuidados cuando se concentraron a vivir en una ciudad. Todos estos templos haba
entregado Filipo a las llamas sacrlegas; las imgenes de sus dioses, ennegrecidas, quemadas y
mutladas, yacan entre los cados pilares de sus templos. Lo que haba hecho a la terra del tca,
famosa con justcia una vez por su belleza y su riqueza, si se le permita, lo hara a Etolia y a toda Grecia.
La propia Atenas habra quedado igualmente desfigurada, de no haber llegado los romanos en su
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rescate, pues la misma ira impa le llevaba contra los dioses que habitaban en la ciudad: Minerva, la
protectora de la ciudadela, la Ceres de Eleusis y a Jpiter y a Minerva en el Pireo. Sin embargo, haba
sido rechazado por la fuerza de las armas no slo de sus templos, sino incluso de las murallas de la
ciudad, y haba vuelto su furia salvaje contra aquellos santuarios cuya santdad era su nica proteccin.
Cerraron con una ferviente apelacin a los etolios, para que se compadecieran de los atenienses y
partciparan en la guerra bajo la gua de los dioses inmortales y de los romanos, que despus de los
dioses eran quienes ms poder posean.
[31,31] A contnuacin, el legado romano habl as: "Los macedonios, y despus los atenienses, me
obligan a alterar completamente el discurso que iba a hacer. Yo vena para protestar por los actos
ilegales de Filipo contra todas las ciudades de nuestros aliados, pero los macedonios, con las
acusaciones que han hecho contra Roma, me han convertdo ms en defensor que en acusador. Luego
los atenienses, nuevamente, al relatar sus crmenes impos e inhumanos contra los dioses de lo alto y de
lo profundo, nada han dejado que yo, o cualquier otro, puedan presentar en su contra. Considerad que
las mismas cosas han dicho los habitantes de Cos y Abidos, los de Eno, los maronitas, los tasios, los
natvos de Paros y Samos, de Larisa y Mesene, y de aqu, en la Acaya; todos se quejan de actos similares
o incluso ms graves, pues tuvo ms ocasin de daarles. En cuanto a las acciones que l ha presentado
como crmenes en nuestra contra, admitr francamente que no se pueden defender, a menos que se
consideren dignas de gloria. Mencion, como ejemplos, Regio, Capua y Siracusa. En el caso de Regio, los
propios habitantes nos pidieron durante la guerra contra Pirro que envisemos una legin para
protegerles, y los soldados, perpetrando una conspiracin criminal, se apoderaron por la fuerza de la
ciudad a la que se les envi a defender. Aprobamos, entonces, sus actos? Por el contrario acaso no
adoptamos medidas militares contra los criminales y, cuando los tuvimos en nuestro poder, no los
obligamos a dar satsfaccin a nuestros aliados azotndolos y ejecutndolos?, y no devolvimos a los
reginos su ciudad, sus terras y todas sus propiedades junto con su libertad y sus leyes?. En cuanto a
Siracusa, cuando estaba oprimida por tranos extranjeros, una humillacin an mayor, vinimos en su
ayuda y pasamos tres largos aos lanzando ataques por mar y terra contra sus casi inexpugnables
fortficaciones. Y aunque los propios siracusanos ya preferan seguir como esclavos bajo la trana a que
la ciudad fuese capturada por nosotros, la tomamos y las mismas armas que efectuaron su captura
aseguraron su libertad. Y, al mismo tempo, no negamos que Sicilia es una de nuestras provincias, ni que
las ciudades que se pusieron del lado de los cartagineses y los instaron a guerrear contra nosotros son
ahora tributarias y nos pagan impuestos. No lo niego, al contrario, deseamos que vosotros y todo el
mundo sepa que cada cual ha tenido de nosotros el trato que ha merecido. Igual fue con Capua.
Suponis que lamentamos el castgo impuesto a los campanos, castgo del que ni ellos mismos pueden
convertr en motvo de queja?. En su nombre guerreamos contra los samnitas durante casi setenta aos
y durante aquel tempo sufrimos graves derrotas; nos unimos con ellos mediante un tratado, luego
mediante matrimonios mixtos y, por ltmo, por la ciudadana comn. Y sin embargo, estos hombres
fueron los primeros de todos los pueblos de Italia en aprovecharse de nuestras difi