Historia de Bolivia 1809 - 1825

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Seis historiadores: Luis Oporto, Pablo Michel, Gustavo Morales, Gustavo Rodríguez, Homero Carvalho y Raúl Rivero, a partir de diferentes miradas, realizaron una revisión de los hechos que llevaron a la fundación de Bolivia.

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E n su obra “Historia de Boli-via”, Augusto Guzmán sos-tiene que “para comprender al ser humano en su más au-téntica personalidad no bas-ta referirse a su nacimiento,

sino que hay que apelar a los factores y circunstancias determinantes de su pre-natalidad.

“Del mismo modo, (…) no podemos eva-luar correctamente la personalidad estáti-ca, cambiante y contradictoria de la Repú-blica de Bolivia nacida de las convulsiones espasmódicas que sacudieron a este país durante los quince años precedentes al día de la proclamación” (Editorial “Los

Amigos del Libro”, Quinta Edición, Co-chabamba-La Paz, 1981).

Sin embargo, ¿es suficiente remitirse a las gestas de Chuquisaca y La Paz, y a la consecuente Guerra de la Independen-cia, como los eventos que condicionaron el nacimiento de Bolivia? ¿O es nece-sario retrotraerse aún más en el tiempo, para develar las causas que alimentaron el espíritu libertario que llegó a cristalizarse el 6 de agosto de 1825? Estas interrogantes han sido las que guiaron este suplemento histórico, que trata de mostrar –a través de la mirada de seis historiadores: Luis Oporto Ordóñez, Pablo Michel Romero, Gustavo Morales Méndez, Gustavo Ro-

dríguez Ostria, Homero Carvalho Oliva y Raúl Rivero Adriázola– un panorama más amplio y rico de la historia boliviana ya conocida.

Si bien existe una coincidencia respecto a la importancia de los 16 años previos a 1825 –y de manera específica a las ges-tas libertarias de Chuquisaca y La Paz–, como preámbulo del surgimiento de Bo-livia, al parecer no son menos relevantes los hechos que acaecieron con anteriori-dad, incluso casi un siglo antes de 1825, en 1730.

De esta manera, Oporto Ordóñez apun-ta que “aún restañaban las heridas que

UNA MIRADAECLÉCTICA DEL

NACIMIENTO DE BOLIVIA

El frontis de la Casa de la Libertad, se encuentra en la ciudad de Sucre.

Seis historiadores: Luis Oporto, Pablo Michel,

Gustavo Morales, Gustavo Rodríguez, Homero Carvalho y

Raúl Rivero, a partir de diferentes miradas,

realizaron una revisión de los hechos que

llevaron a la fundación de Bolivia.

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Una representación de la Batalla de Tumusla, considerada una de las últimas desarrolladas contra los ejércitos españoles.

dejaron los levantamientos indígenas de 1780-1782, cuando un acto de rebeldía en La Plata, el 25 de mayo de 1809, depuso al presidente de la Audiencia, expresan-do ‘muera el mal gobierno’, pero jurando lealtad al Rey. El hecho tomó cuerpo en La Paz, en 16 de julio, con la instalación de la Junta Tuitiva”.

Por su parte, Michel Romero –haciendo hincapié en los 16 años que precedieron a la constitución de la República de Bo-livia– sostiene que el proceso histórico denominado Guerra de la Independencia, que se inicia con los alzamientos del 25 de mayo en Chuquisaca y la revolución del 16 de julio en La Paz, implicó un cami-no duro y agreste con derramamiento de sangre de españoles, mestizos, indígenas y negros. De esta manera, desmiente la visión de algunos historiadores extran-jeros que afirman que “el Alto Perú sólo tuvo que esperar a la llegada de los Liber-tadores venezolanos para lograr su inde-pendencia”.

Además, Michel Romero destaca la bata-lla –“con gran simbolismo”– de Tumusla, hecho histórico poco conocido, en con-traste con las de Junín y Ayacucho.

Morales Méndez, en su artículo “No sólo fueron 16 años, la lucha por la indepen-dencia empezó en 1778”, se refiere a la Revolución de Chayanta, liderada por Tomás Katari, que, al margen de lo que sostiene la historia oficial, “dio paso a la denominada lucha por la independen-cia de Bolivia, desde 1778, dando lugar a que este periodo emancipatorio abarque 47 años (…) y no sólo los 16, desde 1809 hasta 1825”.

Rodríguez Ostria, por su parte, hace una revisión de este periodo de la historia boliviana, de la llamada Guerra de la In-dependencia, escrita como una sucesión de batallas y la emergencia de héroes o heroínas, quienes liderando tropas de-cididas y comprometidas con la patria lucharon hasta el sacrificio de sus vidas contra el invasor español y por la inde-pendencia, y afirma que el propósito de las demandas de las élites no fue la inde-pendencia.

En medio de todo esto, está el artículo de Homero Carvalho Oliva sobre Pedro Ignacio Muiba, héroe que fue rescatado del olvido por su padre, el reconocido in-

telectual beniano Antonio Carvalho Urey, subrayando algunas referencias bibliográ-ficas que pueden ser de utilidad para los que pretendan ahondar en este tema his-tórico.

En “El largo y sinuoso parto libertario del Alto Perú”, Rivero Adriázola se retrotrae “mucho antes de los acontecimientos de 1809, (cuando) la Audiencia de Charcas mostraba una larga y numerosa sucesión de levantamientos criollos y mestizos –siendo el primero el del artesano Alejo Calatayud en 1730, precisamente en el corazón del Alto Perú, Cochabamba–, los que han sido analiza-dos por diversos historiadores, quedando

abierta hasta hoy la incógnita si realmente tuvieron directa influencia en los prolegó-menos de la lucha libertaria del segundo decenio del siglo XIX o, en cambio, se trataron de hechos aislados, devenidos como respuestas violentas a razones del momento”.

Queremos expresar nuestra gratitud a cada uno de los intelectuales que aporta-ron con sus artículos para la realización de este suplemento histórico, el cual –es-tamos seguros– enriquecerá el bagaje de conocimientos que nuestros amables lec-tores tienen sobre los prolegómenos del nacimiento de nuestra patria.

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B olivia, en cuyo territorio se escuchó por primera vez el grito de libertad (1809), por cruel paradoja de la historia, alcanzó su independencia 16 años más tarde (1825).

Varios factores concurrieron para que se dé ese hecho: la conspiración de las élites de Lima y Buenos Aires; la inusitada resis-tencia del general realista ultramontano Pedro Antonio de Olañeta y la decisión de Simón Bolívar de crear una patria grande. Aún restañaban las heridas que dejaron los levantamientos indígenas de 1780-1782, cuando un acto de rebeldía en La

Plata, el 25 de mayo de 1809, depuso al presidente de la Audiencia, expresando “muera el mal gobierno”, pero jurando lealtad al Rey. El hecho tomó cuerpo en La Paz, el 16 de julio, con la instalación de la Junta Tuitiva, un gobierno criollo abier-tamente revolucionario, el primer régi-men independiente del todo de España, presidido por el activista Pedro Domin-go Murillo. Inmediatamente instalada, el 20 de julio, Gregorio García Lanza y José de la Riva pidieron la condonación de las deudas a la Real Hacienda y la cancela-ción de las escrituras. En su seno surgió la temible milicia de Juan Manuel Cáceres, que movilizó una fuerza de 3.000 indí-

genas de Pacajes y Omasuyos, puestos a órdenes del cacique de Laja y Achacachi, Luis Eustaquio Balboa. España aplastó con crueldad la insurrección, pero la cau-sa de la independencia se extendió impa-rable por las colonias de España: Río de la Plata (1810), Nueva España (1810), Nue-va Granada (1810) y el Perú (1812). Los patriotas paceños sobrevivientes, entre ellos Cáceres, se sumaron al ejército co-mandando por Juan José Castelli, enviado por Buenos Aires. El más rico territorio de España en América del Sur fue defen-dido a capa y espada por las tropas rea-listas, formadas como milicia en primer lugar y luego por fuerzas españolas para

LA GUERRADE LA INDEPENDENCIAEN CHARCAS (1809-1825)

Los primeros gritos libertarios de

América se dieron en el Alto Perú (hoy

Bolivia), anhelo que alcanzó 16 años después, por varios

factores.

Luis Oporto Ordó-ñez. Magister en Historias Andinas y Amazónicas (UM-SA). Docente titu-lar de la Carrera de Historia (UMSA). Director de la Bi-blioteca y Archivo

Histórico de la Asamblea Legislati-va Plurinacional. Miembro del Co-mité Regional de América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO.

Luis Oporto Ordóñez

Pintura sobre una de las batallas entre las tropas realistas y las conformadas por los ind’igenas.

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controlar Potosí.

La incursión de tropas realistas en Char-cas provocó el levantamiento de latifun-distas criollos que abrazaron la causa de la Independencia, disponiendo sus hacien-das para los gastos de guerra, con el apoyo de sus indios. La resistencia se prolongó por una década y media, en una guerra sin cuartel. A lo largo y ancho de Char-cas, surgieron republiquetas autónomas, que emplearon el método de lucha de la guerrilla, para asestar certeros golpes a las tropas de los ejércitos imperiales. En La-recaja, el cura Ildefonso de las Muñecas, con el apoyo de los hermanos Gregorio, Victorio y Martín García Lanza, combatió a los españoles enviados del Cusco, Are-quipa y Lima. En Cinti, el patriota Vicente Camargo amenazaba Cotagaita, puerta de ingreso a Potosí. En Chuquisaca se formó un ejército al mando de Manuel Ascencio Padilla, que se hizo fuerte en Tomina y La Laguna, entre los ríos Grande y Pilcoma-yo, bastión desde el cual controlaba Chu-quisaca y la ruta por la que trajinaban los ejércitos argentinos. En Chayanta, domi-naba el medio geográfico Betanzos e Igna-cio de Zárate. En Tarija, Eustaquio “Moto” Méndez, Camargo, Medinaceli, Francisco y Manuel de Uriondo, colaborados por el legendario general Martín Güemes desde Salta, hacían estragos a las tropas españo-las. En Cochabamba, se levantó la fortale-za de Ayopaya, donde se formó un formi-dable ejército de cochabambinos, dirigido por José Miguel Lanza. A esas tropas se sumó el ejército de Esteban Arze, que pre-sionó sobre Oruro con el concurso de in-dios que venían de los confines de Tapaca-rí, Sacaca y Chayanta, a los que sumaron 5.000 indígenas de Arque.

El ejército argentino de Castelli fue apo-yado por Cáceres, quien en 1814 entró en contacto con la guerrilla de Manuel As-censio Padilla, luego de lo cual se pierde su rastro. El bravo Ignacio Warnes combatió bajo el ejército argentino de Belgrano en Tucumán y Salta, quien lo designó Inten-dente de Santa Cruz de la Sierra, el cual, a raíz de su derrota en la batalla de La Flo-rida, se unió a las tropas de José Antonio Álvarez de Arenales, que armó su cuartel general en Mizque y Vallegrande. Desde allí controlaba los caminos que unían a Cochabamba, Santa Cruz y Chuquisaca, con el apoyo del ejército cochabambino. Tanto los patriotas como los españoles, su-maron el apoyo de tropas indígenas, casi siempre como “carne de cañón”. El Caci-que quechua de Chinchero, Mateo García Pumacawa, y Manuel Choquehuanca, fie-

les a España, desolaron a sangre y fuego las poblaciones aymaras, apoyando a las tropas del gobernador Manuel Quimper y Goyeneche, con 20.000 plazas reclutadas en Arequipa, Lampa, Azángaro, Tacna, Cusco, Pucara, Guancané, que ingresa-ron por el Desaguadero para liberar a La Paz del cerco indígena de 1811, en el que participaron entre 15.000 y 19.000 indios aymaras y quechuas de La Paz. Las tro-pas indias, situadas en Pampahasi, se ex-tendían por Pequepunco, Palca, Cohoni, Potopoto, Coroico y Songo, comandadas por Juan Manuel de Cáceres y los caciques Titicocha, Santos Limachi, Vicente Cho-que, Pascual Quispe, entre otros. Esclavos pardos y morenos, liberados por Warnes, pasaron a engrosar las tropas patriotas. En las tierras bajas, los indios Canichanas de la Misión de San Pedro, los Caciques Juan Maraza, Pedro Ignacio Muiba y su lugarteniente José Bopi, se unieron a la emancipación.

Las mujeres protagonizaron actos de te-meridad. En la Coronilla de Cochabamba, las madres, esposas e hijas de los patriotas se inmolaron ante un enemigo extrema-damente cruel, el 27 de mayo de 1812. En el sur, Juana Azurduy de Padilla libró las memorables batallas de febrero y marzo de 1816, en las que las tropas de criollos e indios derrotaron a lo más granado del ejército español, ese formidable ejército de veteranos realistas que había entrado

triunfante en La Paz, Puno, Cochabamba, Arequipa y el Cusco; que se había llenado de laureles en Villcapujio, Ayoma y Si-pesipe; las fuerzas del Mariscal de Cam-po Miguel Tacón, del Coronel Francisco de Aguilera, de Vicente Sardina (que brilló en la guerra de España contra Na-poleón); del Comandante Felipe Rivero, las piezas de artillería del comandante Espartero, las 500 plazas del Escuadrón de Notables del coronel Manuel A. Tar-dío; las 800 plazas, al mando del coman-dante Cueto, enviadas por el Virrey Joa-quín de la Pezuela; y las del comandante cochabambino José Serna.

Mientras se creaban las repúblicas sud-americanas, la situación geopolítica de Charcas la convirtió en un terreno en disputa entre tres potencias: las tropas realistas enviadas desde Lima y lue-go de España; los ejércitos argentinos que subían para resguardar Potosí, y el Ejército Unido Libertador del general Simón Bolívar, que bajaba imparable, desde el norte. Las republiquetas no lo-graron consolidar un proyecto político propio, al dispersar su atención en esos frentes, hecho hábilmente aprovechado por un grupo de avezados criollos, hi-jos de españoles, realistas conversos de última hora, que tomaron por un audaz golpe de mano el control de Charcas, excluyendo en ese proceso a los líderes históricos de aquella guerra de 16 años (1809-1825).

Una pintura de los guerrilleros que combatieron en las “Republiquetas” que se exhibe en uno de los salones de la Casa de la Libertad, en Sucre.

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Nació en La Paz, Bolivia, en 1952. Se graduó como economista de la Universidad Mayor de San Simón, en 1977. En 1980, ob-tuvo la maestría en Ciencias Sociales

de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y en 1991 la maestría en Historia An-dina en la misma institución. Es miembro de la Academia de Histo-ria. Es autor de casi una decena de libros sobre historia y educación superior.

Gustavo Rodriguez

MORIR MATANDO...UNA REVISIÓN DE LOS

LEVANTAMIENTOS 1781-1812

¿ Estamos obligados a escribir otra historia, diferente a la imagine-ría historiográfica decimonóni-ca y sus narradores que escri-bían como dueños del pasado? ¿Cómo? ¿Cuál? ¿Otra nación en

ciernes; necesita otra historia y otro pasa-do? En Cochabamba, más que en ninguna otra región del país, la celebración del pa-sado es y debe ser objeto de controversia, entre quienes dicen que no hay nada que celebrar y quienes afirman que es lo úni-co que debemos alabar, porque allí están “nuestras raíces”. Las razones saltan a la vista. Los acontecimientos de hace dos-cientos años dieron pie a la irrupción del pensamiento liberal, de la democracia, del constitucionalismo, del sujeto individual; en suma, la modernidad política hoy cuestionada.

El pasado no puede cambiarse, aunque sí es posible dar un uso político al recuerdo y a la memoria. ¿Qué es posible y necesa-rio recordar? ¿Es posible una conmemo-ración heroica y unilateral en un país que camina hacia otras experiencias y lengua-jes políticos? Así lo fueron al menos los fastos de 1910 y 1912, organizados por las elites aristocráticas, bajo la sombra de la sublevación indígena de 1899 y la entro-nización del social darwinismo a princi-pios del siglo XX. Fue el momento para recordar que Willka Zárate y la red de ca-ciques apoderados, que también abarcó Cochabamba, formaban parte de un pa-sado amenazante que no debía retornar ni podía ingresar tal cual a la moderni-dad deseada y redentora de luz, ferroca-rril y cerveza. Suprimidos de la historia, anulados de la vida, de la cultura y de las instituciones, los indígenas y plebeyos no fueron convidados a las “Fiestas del Progreso” de 1910, en Cochabamba, y a la construcción de una nación aristocrática

prescrita a costa de su y sus derechos.

Otra mirada

Cien años más tarde, ya no es posible mirar los mismos acontecimientos de la misma manera. No es posible ignorar que la crisis y colapso del sistema español fue precedida y acompañada de dos propues-tas independentistas divergentes: una la indígena, que se frustró en 1781, y la otra criolla, que se alzó victoriosa en 1825, tanto en el proyecto político como en la posterior construcción de la memoria histórica; tampoco que estas visiones po-lares del y en el pasado, se conviertan en posturas irreconciliables hacia el futuro, sirviendo de base y pretexto para negar el diálogo y la construcción de un espa-cio común. Una condición, claro, es una

relectura de los sucesos de 1809 y 1810, en la búsqueda de la presencia contradic-toria de indígenas y plebeyos/as silencia-da por la historiografía y la épica oficial. La fase guerrillera, como la acaecida en la región de Independencia (Cochabamba), los “ejércitos de indios”, las mujeres amo-tinadas en La Coronilla de mayo de 1812 nos permitirá reconciliarnos con un pasa-do que luce más diverso que en los textos tradicionales de historia escolar, permi-tiendo tender puentes hacia un diálogo cultural e historiográfico.

Hasta 1781, el mayor miedo social de sus habitantes provenía de las sequías y las oleadas de pestes. Pero a partir de ese año y hasta 1825, con intermitencias, se apo-deró de ellos y ellas, aquel que provenía

El periodo 1810 y 1812 está signado

por profundas contradicciones dentro las élites,

como fuera de ellas, que le dieron carácter de guerra

civil.

Tupak Katari, uno de los caudilllos indígenas que lideró las sublevaciones en el Alto Perú.

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de la confrontación y la guerra interna, tan devastadora y tan prolongada como en ninguna otra región en el pasado del Alto Perú.

¿Qué nexos y continuidades existieron entre la rebelión indígena de 1781 y los proyectos de las Juntas y acciones milita-res criollas que estallaron desde el 14 de septiembre de 1810 y que en su primera fase se desarrollaron hasta la batalla de la Colina de San Sebastián el 27 de mayo de 1812?

Estos acontecimientos ocurrieron y se desataron dentro de la crisis de la monar-quía española y del Estado colonial tras la invasión francesa en 1808 y el derroca-miento del Rey Fernando VII y su rem-plazo por José Bonaparte, hermano del emperador francés. La vacancia produjo el interrogante de quién debía gobernar el reino.

En la Audiencia de Charcas, a la que per-tenecía Cochabamba, cuyo nombre era la Provincia de Santa Cruz de la Sierra, pues se componía de los actuales departamen-tos de Cochabamba y Santa Cruz, se pro-dujo el estallido de Juntas que se presen-taban como depositarias del poder real, al igual que en otras ciudades del continen-te. Su capital, pequeña ciudad de unos 20 mil habitantes, se denominaba ciudad de Oropesa del Valle de Cochabamba; tal y como figura en los antiguos documentos suscritos por los partícipes de los aconte-cimientos.

En la actual Bolivia, las dos primeras Juntas se establecieron en La Plata (Chu-quisaca), el 25 de mayo de 1809, y en La Paz, el 16 de julio, del mismo año. Éstas –fuera del debate historiográfico tradi-cional, sobre su originalidad, paternidad y contribución a la independencia decre-tada el 6 de agosto de 1825, y las que si-guieron después el año de 1810 en Tarija, Cochabamba, Santa Cruz, Oruro y Poto-sí– se hicieron, sin embargo, a nombre de Fernando VII y sus derechos. Salvo que se acepte a pie de juntillas la tesis de un enmascaramiento de sus verdaderos propósitos –que habría sido la ruptura radical con España-, debemos tentar otra hipótesis sobre sus objetivos finales, dis-tinta a aquella que existía un pro nación o una proto región, como se quiera, que solamente esperaba la oportunidad para liberarse. La historia vista como un des-tino y no como una contingencia.

En los últimos años, tomando como pre-texto la celebración de los Bicentenarios,

autores y autoras en América Latina, Eu-ropa y Bolivia, como Rossana Barragán y María Luisa Soux, han cuestionado las visiones románticas y liberales del siglo XIX a partir de las historias patrias, que adujeron que los pronunciamientos crio-llos y de las distintas Juntas que se con-formaron en el Alto Perú, al calor de la crisis desatada por la invasión francesa a Europa y la captura del Rey Fernando VII, tuvieron como propósito inicial y último la independencia y la ruptura con el sistema colonial.

Se debaten aquellas narrativas que par-tiendo desde la constitución de la Re-pública en 1825 –pronunciamiento de Chuquisaca- tuviera este destino mani-fiesto, como si la actual Bolivia hubiera sido una nación o una comunidad pre-existente –se habla de Charcas– tratan-do de liberarse de la opresión externa y construirse como Estado. Los estudios realizados sobre La Paz y Oruro mues-tran más bien que la confrontación, al menos hasta 1814, tuvo la caracterís-tica de una guerra civil, en la cual los distintos actores sociales –sojuzgados y oprimidos por el régimen colonial– bus-caron reposicionarse aprovechando la coyuntura. Situación en la que también las distintas provincias y regiones trata-ron de renegociar su autogobierno den-tro el marco del propio régimen colonial y resignificar su soberanía y constituir al pueblo, un sujeto en todo caso cambian-

te según la coyuntura, como fuente de su legitimidad. En ello, en el nuevo lenguaje político que se va introduciendo, estriba su carácter revolucionario.

Esta relectura –revisión de los hechos– ayuda a matizar el significado de las lu-chas patrióticas, de las oposiciones y la actitud de sus dirigentes que cruzaron la época bajo el análisis. Tiempos porosos y de reacomodos, tropas en medio de la batallas cambian sin problema de ban-do. Oficiales y altos burócratas, también mutaban de opinión, en la medida que la realidad circundante también se redefi-niría. Las verdades se iban construyendo. No habiendo partido de una posición po-lar predeterminada; por ejemplo, patrio-tas o antipatriotas o españoles o criollos no se sentían aferrados a dogmas o pro-fecías. Fueron hombres y mujeres que les tocó jugar en un campo no predetermi-nado sin anticipar sus resultados en una nación concreta. No fueron pues héroes, heroínas o traidores por anticipación o por destino. Quizá incluso, a contrapelo de la historiografía en boga, calificarlos por su entrega heroica, recompensada para la inmortalidad en el bronce o las calles, no es el mejor recurso para contar y (re)conocer sus vidas.

*Fragmentos de la introducción del libro “Morir matan-

do. Poder, guerra e insurrección en Cochabamba 1781-

1812” (Ed. El País, 2012).

Retablo sobre la batalla de la Coronilla que fue liberada el 27 de mayo de 1812 en cercanías de la Colina de San Sebastián, Cochabamba.

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Después de los alzamien-tos del 25 de mayo en Chuquisaca y la revolu-ción del 16 de julio en La Paz, el Alto Perú va camino a su indepen-

dencia de la corona española. Se inicia un camino duro y agreste, nace una guerra de desgaste con derramamiento de sangre de españoles, mestizos, indígenas y negros.Hace unas semanas recordábamos la re-volución paceña del 16 de Julio y su re-lación íntima a los sucesos de mayo de 1809 y la batalla de Chacaltaya del 25 de octubre del mismo año que fue la prime-ra conflagración bélica donde se organizó un verdadero ejército altoperuano (pese a la pobreza del mismo).

Es importante enfatizar en el estudio de nuestra historia, que fueron 16 años de una verdadera Guerra de Independencia; y no como algunos historiadores afirman que “el Alto Perú sólo tuvo que esperar a la llegada de los Libertadores venezolanos para lograr su independencia”.

Después de las famosas ejecuciones del 29 de enero de 1810, donde murieron los revolucionarios de La Paz encabeza-dos por Murillo, existieron en el curso del año varias otras, además de destierros perpetuos, confiscación de bienes, azotes, encarcelamientos, prohibición. Fueron al-rededor de 2.000 patriotas de las distintas clases sociales que participaron y estuvie-ron implicados en la Revolución de Julio de 1809 y, por lo tanto, también sentencia-dos, como diría el propio Brigadier José Manuel de Goyeneche y Barreda en sus memorias: “Resultó que las tres cuartas partes de la ciudad estaban comprome-tidas con la traición” (Archivo del Conde de Guaqui).

Entonces, podemos establecer que el pro-ceso historiográfico, conocido como Gue-rra de la Independencia, no fue la labor de unos cuantos, sino que participaron los distintos estratos culturales, económicos y sociales del Alto Perú, desde los doctores de Charcas, los ideólogos paceños, el bajo clero criollo y mestizo, los acaudalados comerciantes que costearon los altísimos gastos que significó esta empresa y, por supuesto, los guerrilleros de las “republi-quetas” y de las ciudades importantes, que en distintos momentos se alzaron contra el régimen colonial.

Las guerrillasUn aspecto crucial en el análisis de la inde-pendencia de Bolivia es el rol que desem-peñó el movimiento guerrillero, también llamado el de las “republiquetas”. Esta de-nominación, que probablemente se debe a Bartolomé Mitre, ha sido adoptada para significar la existencia de territorios con-trolados por caudillos y montoneros que lograron imponer allí su autoridad y su ley a despecho de la dictada por las dos cabeceras virreinales enfrentadas en una cruenta guerra.

¿Son las “republiquetas” un anticipo de la Bolivia independiente y los jefes guerrille-ros precursores de ella? ¿Es sólo a partir de este hecho que empieza a surgir en sue-lo de Charcas un sentimiento nacional o de pertenencia a sí misma?

El fallecido historiador José Luís Roca en su libro “Ni con Lima ni con Buenos Aires” expresa lo siguiente: “En realidad, el movimiento guerrillero es sólo un hito del proceso que va a culminar con la for-mación de un Estado independiente en 1825”.

Es importante establecer que al fenómeno conocido históricamente como “Guerra

de Guerrillas” le precede la creación de la Audiencia y todos los esfuerzos que ésta hace para lograr un mejor status dentro del imperio español. Lo notable es que el ámbito sobre el que se va a establecer la Audiencia (Kollasuyo y Antisuyo incaico) dará origen a la Bolivia andina y a la ama-zónico-platense.

El hito posterior a las guerrillas, y el úl-timo del proceso formativo del Estado, es la constitución de la logia patriótica, compuesta por próceres civiles que logran persuadir a Bolívar a dar paso a la Repú-blica.

Nuevas consideraciones Tumusla es un combate poco conocido en Sudamérica, su importancia radica en haber sido la última acción armada de los españoles en América del Sur (gran sim-bolismo).

Como consecuencia de las victorias ame-ricanas en Junín, el 6 de agosto de 1824, y Ayacucho, el 9 de diciembre del mismo año, España perdía definitivamente los territorios de Ecuador y Perú donde, por más de tres siglos, había extraído grandes riquezas para la Corona. Previamente, como consecuencia de las “Guerras por la Independencia”, abandonó el entonces Virreinato del Río de la Plata, las Gober-naciones de Paraguay y Montevideo y la Capitanía General de Chile.

Por disidencias internas entre los coman-dantes españoles, las tropas del monárqui-co absolutista Pedro Antonio de Olañeta no habían participado dentro del bando realista en las batallas de Junín y Ayacu-cho y por eso se encontraban intactas en territorio altoperuano.

El triunfo americano en estas batallas y la capitulación incondicional del 9 de di-

ALTO PERÚ… 1809-1825

De las republiquetas a Tumusla

Arquitecto, historiador, documentalista y docente universitario Miembro de número de la Academia Boliviana de

Historia Militar. Miembro del directorio de la Fundación de la Cinemateca Boliviana. Ganador del primer Premio Eduardo Abaroa como mejor documentalista

Pablo Michel Romero

Las guerrillas conocidas como las

“Republiquetas” jugaron un papel importante para

el posterior surgimiento

del sentimiento nacional en Charcas.

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ciembre de 1924, dan argumentos sólidos para afirmar que el grueso del ejército re-alista había sido vencido.

Posturas revisionistasHoy existen varias versiones de este episo-dio en la historia, que dicen:

1º “Tumusla fue la última batalla en la que se puso fin al yugo español”.

2º “Tumusla fue la última acción armada de los españoles en América del Sur”.

3º “Bolívar no libertó el Alto Perú, sino fue el Coronel Medinaceli”.

4º “No hubo una batalla en Tumusla, sino un motín”.

5º “No importa si hubo batalla o no en Tu-musla, lo importante es que en esa jorna-da se produjo el último disparo en contra del coloniaje español”.

¿Quién fue Olañeta?El brigadier general Pedro Antonio de Olañeta fue un hombre muy conservador, absolutamente católico y leal a la Corona de España. Nacido en la provincia de Viz-caya en 1789. Una vez que estuvo en Salta se dedicó al comercio de forma exitosa, sobre todo en el Virreinato de la Plata y especialmente entre Potosí y Buenos Ai-res. Desde 1810 sirvió al ejército realista y fue ascendido a general después de la batalla de Viloma.

Se hizo famoso por sus entradas triunfa-les en la ciudad de Salta, en 1817, 1820 y 1821. Las circunstancias que rodean a la muerte de Olañeta el 1 de abril de 1825 en Tumusla, aún no están esclarecidas.

AntecedentesLa Revolución de Cádiz de 1820, lla-mada también la “Revolución Liberal”, dirigida por Rafael de Riego, había im-pedido el envío de una gran expedición de tropas coloniales con destino al Río de la Plata.Fernando VII era obligado a so-meterse a la nueva Constitución Liberal. Por tanto, fueron los asuntos internos de España que también incidieron en el desgaste y la no renovación de efectivos militares leales a la Corona, que tanto se necesitaban.

La 1ra. versión del Cnl. Medinaceli dice que “(...) existió una batalla en las cerca-nías del río Tumusla la cual ganaron los patriotas; el combate se inició a las 3 de la tarde y concluyó a las 7 de la noche. Olañeta contaba con 32 oficiales, 1.700 soldados; Medinaceli contaba con 26 ofi-ciales, 30 artilleros y 360 hombres de ca-ballería y 1.300 soldados. En esta acción

murió el General español Olañeta.”

La 2da. versión, también de Medinaceli relata que “Olañeta murió por un dispa-ro hecho por la espalda; Olañeta habría rodado por el cerro; horas antes hubo un motín de los que aún estaban con él. El que le habría disparado era un teniente 2do. en venganza porque Olañeta habría violado a la esposa de éste el 25 de enero del mismo año”.

Otros autores se refieren de la siguiente manera: Francisco Bourdett O`Connor, en sus memorias de 1869 escribe: “La pre-sencia de los vencedores de Ayacucho in-crementó la defección de numerosos jefes realistas. ...me encontraba encabezando la vanguardia del Ejército Libertador bus-cando al Gral. Olañeta para mostrarle el acta de capitulación de Ayacucho y de-mandar su rendición; apenas transcurri-das tres leguas en mi marcha, recibí un parte del teniente coronel Medinaceli en el que me comunicaba que el 1 de abril, Jueves Santo, había muerto el general Ola-ñeta, en Tumusla, en un motín ocurrido en su tropa. Hice alto allí mismo y me re-gresé a la ciudad de Potosí…”.

Julio Ortiz Linares (abogado chuquisa-queño) se refiere en su libro que “Carlos Medinaceli Lizarazu es un patriota olvi-dado. El verdadero libertador de Char-cas se llamó Carlos Medinaceli Lizarazu, librando la batalla de Tumusla, decisiva para sellar la independencia del país que luego se llamaría Bolivia. Él mismo tuvo la idea clara de que estas tierras nazcan a la vida republicana como una entidad dis-tinta de Argentina y Perú....”.

Por lo expuesto, llegamos a la conclusión de que realmente existió un hecho arma-do, un combate. Lo que no se ha estable-cido todavía es “de qué magnitud fue este hecho”. La batalla de Tumusla fue el últi-mo hecho de armas en contra del ejército realista en el Alto Perú y, por lo tanto, su importancia no está en discusión.

Última postura revisionistaEn el libro: “La Familia Canterac en Amé-rica”, publicado hace ocho años por la his-toriadora española María de los Ángeles Canterac y Barba), descendiente direc-ta del general español José de Canterac (quien firmó la capitulación ante Sucre después de la batalla de Ayacucho), es-tablece que sí hubo una batalla en las re-giones cerca de un río llamado Tumusla, pero en ningún párrafo menciona a este hecho como Batalla de “Tumusla”, sino la

“Última batalla de Potosí” (ambas se re-ferirían al mismo hecho, del 1 de abril de 1825).

“Si la batalla de Ayacucho significó la derrota política y militar de las colonias españolas en Sudamérica, la batalla de Po-tosí representó un golpe aún más duro, el corte umbilical entre el cerro de Potosí y España... ¡Oh Potosí, cuanto te debe Euro-pa” (Don José de Canterac, 1829).

En otro capítulo, referido al regreso de Canterac a España después de la capitula-ción, la historiadora escribe: “El Gral. de Canterac fue un hombre muy estricto y duro; pero también muy justo y su honor no podía ser mancillado (...) cuando se enteró de los hechos del Jueves Santo en Potosí (del 1º de abril de 1825) estalló en la más espantosa indignación”.

“(...) el Gral. dijo: ahora la palabra de un Canterac ya no es digna de confianza”. Pues él tenía la idea que la rendición, fir-mada por él y el Virrey La Serna, era de-finitiva y sellaba cualquier futura batalla.

Para los altoperuanos tiene un importan-te simbolismo Tumusla, porque “fue en el Alto Perú donde se inició la Guerra de la Independencia y fue en el mismo Alto Perú donde se puso fin a más de tres siglos de co-loniaje.” Sobre Olañeta, 2 meses después de Tumusla, el rey Fernando VII (ignorando la muerte de éste) recompensa su lealtad a la monarquía nombrándolo Virrey del Perú (España estaba ya totalmente derrotada).

Tránsfugios

A lo largo de los casi 16 años que duró la Guerra de Independencia, hubo muchos casos de cambio de bandos, como los ocu-rridos tras la batalla de Huaqui, cuando un grupo de patriotas cochabambinos renega-ron de Castelli para llegar a entendimientos con Goyeneche. En las mismas republique-tas de Ayopaya, según los relatos de los pa-triotas, se registraron deserciones a favor del Virrey de Lima. Y por el lado realista lo pro-pio, realistas que se pasaron al lado de los patriotas; el caso más notable es del batallón realista “Numancia” (donde de muy joven sirvió Andrés de Santa Cruz) el que ínte-gramente con jefes, oficiales y tropa pasó al lado de San Martín en el Perú.

Varios realistas, que durante la Guerra de Independencia participaron a favor del Rey, entre 1824 y 1825 (cuando la causa realista estaba perdida), resultaron “patriotas” y al-gunos incluso ocuparon puestos de impor-tancia en el naciente país.

Retrato de Juana Azurduy de Padilla, patriota del Alto Perú que luchó en las Republiquetas

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L a historia oficial nos ha ense-ñado una versión diferente de aquello que ocurrió antes, du-rante y después del 6 de agosto de 1825, cuando Bolivia nace a la vida independiente, según

José Fellman Velarde, compuesta por cua-tro regiones dramáticamente diferentes: el altiplano, los valles, los llanos y el Litoral. Esta versión insiste y trata empíricamente de demostrar que sólo fueron 16 años de lucha por la independencia, desde lo que se considera el primer grito libertario de Chu-quisaca, el 25 de mayo de 1809.Lo que se tiene que comprender, para tener una idea clara acerca de la lucha indepen-dentista de Bolivia, es que éste no fue un he-cho casual, sino que responde a un contexto interno, que describiremos luego, y también a la coyuntura externa que fue la que dio el impulso, la fuerza que los bolivianos de en-tonces (charqueños) necesitaban para dar el primer paso. ¿Qué pasaba entonces?

Desde que los españoles se apoderaron de las tierras y gente de Latinoamérica, su bo-nanza duró casi dos siglos, expoliando la riqueza de este suelo en cantidades exor-bitantes de la manera más cruel y tortuosa posible para los verdaderos dueños de estas tierras. Casi a fines del siglo XVII, se presen-tó una profunda crisis económica y política para la corona española, y el último rey de la dinastía, Carlos II (“el Hechizado”), que pertenecía a la Casa de los Habsburgos Es-pañoles, con aparente trastorno mental y sin un heredero, mostró mucha debilidad en la conducción de su reino colocando en una situación crítica a España e iniciándose una lucha tenaz por la Corona.

Emergió una nueva casa reinante en España, la de los Borbones, que aún hasta hoy sigue rigiendo los destinos de ese país; sin embar-go, este cambio de dinastía trajo consigo, ya

a principios del siglo XVIII, una profunda crisis que, según esta nueva clase reinante, ameritaba nuevas formas de beneficio y ex-plotación de las riquezas americanas, impo-niendo nuevas leyes aún más severas que la anterior. Habiendo sido una buena parte de la población americana exterminada, con tanto trabajo y sufrimiento al que había sido sometida, la actual administración recurrió incluso a ancianos, mujeres y niños para destinarlos a los trabajos más duros que un ser humano pueda imaginar; fue entonces que aquella chispa de redención que nun-ca se apagó en los nativos desde la llegada de los peninsulares, comenzó a encenderse y nuevos aires de liberación comenzaron a tener pie, a objeto de detener los vejámenes y abusos a los que estaban sometidos.

En 1739, se crea el Virreinato de Nueva Gra-nada, en 1776 el Virreinato del Río de la Pla-ta separándola del Perú y permitiendo que la plata, el oro, además de cereales, carne,

cueros y otros productos salgan a Europa, ya no sólo por el Pacífico, sino también por el Atlántico; además, frente a los intereses de los ingleses, que fueron los grandes ganado-res con el cambio de dinastía, la creación del Virreinato significó también proteger esta zona de los intereses portugueses. Se cam-bió igualmente la forma de administración política, aplicando el sistema de división del territorio en intendencias, suprimiendo el temible sistema de los corregimientos. En realidad este proceso no cambió para nada la situación de los nativos americanos, más bien la acrecentó.

La Revolución Industrial, iniciada en Ingla-terra a mediados del siglo XVIII, requería de materias primas y pretendía sí o sí apo-derarse de las que existían en América, to-davía en manos españolas; entonces, se dio inicio a una serie de estrategias para lograr este cometido. Se dice que al margen de la gran labor humana que realizaban los Jesui-

NO SÓLO FUERON16 AÑOS, LA LUCHA

EMPEZÓ EN 1778Franz Gustavo Morales

Una representación de la organización de las sublevaciones indígenas en la década de 1780.

Docente en la U n i v e r s i d a d Autónoma To-más Frías y en la Univer-sidad Públi-ca de Uyuni UATF. Direc-

tor Departamental de Tu-rismo. Articulista en va-rios periódicos del país. Autor de 11 libros. Actual-mente, docente en la UMSS.

La Revolución de Chayanta fue un episodio épico,

digno de resaltarlo y que el pueblo

boliviano debe tener una noción cabal de su significado en este momento

importante del nacimiento del país.

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tas en América, el Papa Clemente XIV, en 1773, expulsó a la orden de la Compañía de Jesús, también por alguna relación que tendría que ver con las intenciones de la in-fluencia inglesa. En este estado de cosas, no es menos importante hacer referencia a la Independencia de los Estados Unidos ocu-rrida el 4 de julio de 1776, dos años antes del levantamiento de Chayanta.

Este conjunto de hechos habría influido en la vida cotidiana del Alto Perú (hoy Bolivia). En 1778, se da inicio a la denominada Revo-lución de Chayanta, encabezada por Tomás Katari, de quien según nuevas fuentes e in-terpretaciones de su papel en este proceso, habría sido financiado por los ingleses, con-juntamente a Tupaj Amaru en el Perú, para que sus intenciones de redención vayan más allá de un simple levantamiento.

En varios Libros escritos por el suscrito (“Héroes Prestados I”, “Héroes Prestados II”, “Cómo Nació Cochabamba”, “Historia Crí-tica de la Independencia” y otros), describi-mos el rol que desempeñó Tomás Katari y cómo, al margen de lo que señala la historia oficial, su esfuerzo dio paso a la denomina-da lucha por la independencia de Bolivia, desde 1778, dando lugar a que este periodo emancipatorio abarque 47 años para hacer libre a lo que hoy es Bolivia y no sólo los 16 años, desde 1809 hasta 1825.

La Revolución de Chayanta fue un episo-dio épico, digno de resaltarlo y que el pue-blo boliviano tenga una noción cabal de su significado en este momento importante del nacimiento del país. No sólo fue Katari, sino sus hermanos, su esposa, su familia en-tera, miles y miles de charqueños (nativos), que estaban esclavizados, que ya no podían aguantar el estado de cosas que significaba su dura existencia. El pueblo todo se levantó en contra del sistema colonial impuesto. Se sumaron a este proyecto, criollos, mestizos, curas, acompañando a Tomás en su gigante labor, porque la relación español-indio, igle-sia-indio, autoridad-indio, doblegó sus sen-timientos y se apegaron y sumaron a la tarea de hacer libres a estos hombre cautivos.

Chayanta fue el resultado de haber sido to-lerantes ante el dolor, el hambre, de mirar cómo todo un pueblo era castigado sacán-dole los ojos, las orejas, ante la osadía de po-der intentar leer o escribir, de reclamar por el excesivo trabajo, por esto era castigo a la vista de todos para que no se quejen, y como escarmiento simplemente se les cortaban las manos o los pies o, volverles hacer trabajar otras tantas horas. Este era el trágico final de estos cientos de personas, que solamen-

Monumento de Esteban Arze, caudillo que combatió contra los ejércitos españoles en Cochabamba y otras regiones del país.

te pecaron por ser nativos y tener un suelo rico bajo sus pies, del cual por siglos se les enajenaron. Esto no es mero eufemismo, un mero discurso que por siglos estaba prohi-bido referirlo. Chayanta significa abrir los ojos y mirar la luz del día, oculta hasta en-tonces para la mayoría de los bolivianos de antes y ahora. Este evento tiene tanta con-notación en la región, que sin excepción al-guna, todos los pueblos sometidos se levan-taron a su ritmo, es el caso de Cochabamba.

¿Es que acaso por ser indios los que encabe-zaron este movimiento habría que olvidar este momento de la historia? En realidad, fue así. Luego de 1825, los que se apropia-ron de esta lucha fueron comodines, espa-ñoles vestidos a la americana, quienes die-ron paso a la Bolivia naciente. Tenían que borrar de la memoria estos hechos épicos, a sus protagonistas, para hacer creer que fueron ellos los que lucharon y rubricaron luego la independencia de Bolivia.

Se empezó a hablar desde entonces de las batallas de Pichincha, Junín, Ayacucho, que habrían dado la libertad a Bolivia. Sin el ánimo de desmerecer estas contiendas, que en verdad dieron la libertad a cuatro de nuestros países hermanos: Venezuela, Colombia, Ecuador y el Perú, no ocurrió los mismo con nuestro país, así como se nos impuso lo que en algún libro llamamos “Héroes Prestados”, o aquello del “Tabú Bo-livarista”, que menciona valientemente el historiador Marcos Beltrán Ávila.

Fue pues Esteban Arze, Juana Azurduy de Padilla, Tomás Katari, Tupaj Katari, Ma-nuela Rodríguez, Manuel Ascencio Padilla, Tomasa Silvestre, Matos, el Padre Muñe-cas, el Moto Méndez, los hermanos Milla-res, Nogales, Camargo, Del Rivero, y miles de hombres y mujeres que con su lucha y su vida nos legaron nuestra libertad. So-bre esto, Charles Arnade (La Dramática Insurgencia IX) señala: “(…) no es nada que pueda extrañar, que acontecimientos de hondura y magnitud como las grandes sublevaciones indígenas de los hermanos Katari de Chayanta, de Julián Tupaj Katari, Tupaj Amaru (…) hayan sido tergiversados por los rela-tores colonialistas y que, tras de abominar esos grandes movimientos de masas y de-nigrarlos, se les hubiese despojado de toda trascendencia e importancia para la historia nacional, perpetuando los errores y falseda-des, según A. Arguedas”.

Causa indignación profunda que a 190 años de la independencia de Bolivia, todavía se

siga recordando, con homenajes solemnes, desfiles fastuosos, a quienes no hicieron, incluso se opusieron tenazmente, a nuestra independencia. En este 6 de agosto, el pue-blo en su totalidad debe hacer una reflexión precisa y aguda, acerca de los Padres de la Patria, quiénes son, en esencia, los que hi-cieron libre a Bolivia. De aquellas batallas que dejaron en los campos a miles de pro-tagonistas y héroes anónimos; desde 1778 hasta 1809, y desde esa fecha hasta 1825.

De una vez, el sistema de la educación en Bolivia, debe asumir con seriedad y respon-sabilidad este tema que marca el destino y la identidad de nuestro pueblo. No es justo que se siga repitiendo aquello que no ocu-rrió. Es el propio boliviano que, a costa de legarnos su vida, hizo de Bolivia un Estado libre y soberano y es esa historia que quie-ren conocer el ciudadano de hoy. Basta de seguir repitiendo aquello que por siglos ha lastimado el espíritu y la conciencia de los bolivianos, enseñando y preparándonos sólo para obedecer, para ser pobres de por vida, estando sentados en una silla de oro. Esa historia, la nuestra, es maravillosa, dig-na y heroica.

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En el año 1975, Antonio Carvalho Urey (Santa Ana de Yacuma, Beni, Bolivia, 1931 – Trinidad, Bolivia, 1989) terminó una investi-gación iniciada en la déca-

da de los 70 que habría de cambiar la his-toria nacional. Después de muchas visitas al Archivo Nacional de Bolivia, dirigido en ese entonces por Gunnar Mendoza, extraordinario intelectual e historiador, ubicó los folios que habrían de probar toda una hazaña histórica dando testi-monio de que los indígena moxeños par-ticiparon activamente en la Guerra de la Independencia de nuestro país, al mando del cacique Pedro Ignacio Muiba, el gran olvidado de la historia nacional.Esta investigación se publicó, primero en el mes de septiembre de 1975, en un hu-

milde policopiado financiado por la Uni-versidad Técnica del Beni, con un redu-cido tiraje de apenas 200 ejemplares que fueron distribuidos entre los amigos del autor y enviados a algunos historiadores nacionales. Este texto luego fue publicado en la famosa Biblioteca del Sesquicente-nario de Bolivia, que se editó en el mis-mo año de 1975. Dos años más tarde, en 1977, Antonio publicó el libro, titulándolo “Pedro Ignacio Muiba, el Héroe”, y de esa manera se inició la reparación de una in-justicia histórica.

Hace algunos años, el periodista beniano Juan Jonás Cayú afirmó que Antonio co-mentó: “La tierra de Moxos también dio su aporte a la independencia nacional mediante un verdadero movimiento in-dígena a la cabeza de quien ahora es un

Héroe Nacional de la Independencia de Bolivia. La pretensión o el desdén por lo nativo, supervivencia del chapetonismo que marginó a los verdaderos creadores de Bolivia, seguramente fueron por fac-tores determinantes para que las glorias de un pueblo que, desde los albores de la lucha emancipadora, contribuyó con su sangre y sacrificio a la formación de nues-tra República, permanezcan en el medi-tado olvido. El escritor beniano Antonio Carvalho Urey, a manera de recordar que su obra titulada “Pedro Ignacio Muiba: El Héroe”, fue una forma de hacer alto a la injusticia histórica que se había cometido en momentos de celebrar el Sesquicen-tenario de la fundación de la República, donde ningún historiador hizo referencia al aporte del hombre mojeño”.

En sus investigaciones, Antonio se basó,

MUIBA, EL HÉROEOLVIDADO

Beni, Bolivia, 1957, escritor y poeta, obtuvo varios pre-mios de cuento a nivel nacional e internacional, dos veces el Premio Nacional de Nove-la con “Memoria

de los espejos” y “La maquinaria de los secretos”. Su obra literaria ha sido publicada en otros paí-ses y ha sido traducida a varios idiomas; figura en más de treinta antologías nacionales e interna-cionales de cuento. El año 2012, obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno.

Homero Carvalho Oliva

Monumento del cacique indígena Pedro Iganacio Muiba, en Beni.

El líder indígena beniano hasta 1970

era desconocido, no aparecía en los libros de historia junto a los otros

caudillos que pelearon por la independencia.

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entre otros, en documentos que ordenó el polígrafo Gabriel René Moreno, que se encuentran en el Catálogo de Moxos y Chiquitos, y en una primera investi-gación realizada por su hermano Ruber, que en un texto de sus épocas de univer-sitario en la ciudad de Sucre, da cuenta del hallazgo de las “correrías de Pedro Ignacio Muiba, llegando las quejas has-ta el mismo Virreinato de Buenos Aires, habiendo ordenado el Virrey Marqués de Sobremante, el 26 de mayo de 1804, el arresto de Muiba para evitar nuevos disturbios”. El escrito de Ruber, del cual extractamos el anterior párrafo, inspiró a Antonio a realizar una investigación mayor que probaría que Muiba estuvo en contacto con Tupac Amaru y Tupac Kata-ri en el Alto Perú.

Del libro de Antonio, copiamos una parte del capítulo titulado “La revolución liber-tadora”: “El día 9 de noviembre de 1810, se tumultuaron contra el cacique Juan Maraza, acusándolo de traición los indios trinitarios, Maraza logra escapar. Urquijo (Gobernador) permanece refugiado en la Casa Real.”

“El 10, la insurrección es abierta contra el régimen y se pretende ahorcar al Gober-nador que se refugia en la iglesia. El cau-dillo es Pedro Ignacio Muiba, que ese día convoca al cacique a Loreto”.

“El 11, a horas 9, llega el cacique a Loreto, José Bopi, con 200 hombres armados, de a pie y a caballo, para reforzar la rebelión. El día 12, vuelve Maraza con refuerzos y la gente del cacique de San Javier, Tomás Noe y aprovechando de la lluvia, en horas de la noche, sorprende a los revolucio-narios y logran fugar con Urquijo y sus acompañantes”.

En otro párrafo, acerca del 10 de noviem-bre, cita que “cartas venidas desde la Au-diencia de Charcas de los revolucionarios le hicieron saber (a Muiba) del pronuncia-miento del 25 de mayo de 1809 y cuando los gobernadores de Moxos recrudecían su despotismo y feroz tiranía contra los nativos, expoliándolos en todo sentido, es cuando Pedo Ignacio Muiba se le presenta la oportunidad de rebelarse y en la plaza pública de la Segunda Misión Jesuítica, Trinidad, expresa públicamente: “¡El Rey de España ha muerto! Nosotros seremos libres por nuestro propio mandato. Las tierras son nuestras por mandato de nues-tros antepasados, a quienes los españoles se las quitaron”. Muiba fue capturado en enero de 1811 y sometido a vejámenes y

torturas antes de ser colgado. Después de ser asesinado le negaron la sepultura por morir “inconfeso”.

Antonio, era un hombre con una hones-tidad intelectual a toda prueba, y por eso mismo en el libro reconoce a quienes ya con anterioridad se habían ocupado de esta gesta libertaria y de su caudillo, como es el caso de Ruber Carvalho y de José Natusch, a diferencia de otros que publi-caron libros sobre el héroe Muiba y ni si-quiera mencionan el nombre de Antonio, omitiéndolo de una manera vergonzosa. El libro de Antonio Carvalho profundiza en los hechos acaecidos el 10 de noviem-bre de 1810, recurriendo a varias fuentes históricas, transcribe documentos, citas, cartas; interpreta las palabras y los hechos y los proyecta en el contexto colonial y de rebelión emancipadora, reivindicando el nombre y la acción de Muiba como uno de los precursores de la gesta libertaria.

Veamos algunas anécdotas curiosas: El año 1967, en ocasión de la efeméride de-partamental del Beni y siendo diputado nacional, Antonio presentó al Congreso Nacional de entonces un proyecto de ley por el que se declaraba Héroe de la Inde-pendencia a Pedro Ignacio Muiba, el cual nunca fue aprobado; sin embargo, la pu-blicación de su libro pudo más que una ley y ya todos los benianos sabemos que Muiba fue un héroe la Independencia de

talla nacional que ahora ya es reconocido por la historia oficial.

Antonio Carvalho Urey, historiador, es-critor y poeta, fue en las décadas de los 70 y 80 el más reconocido y grande intelec-tual de la Amazonía boliviana, que difun-día la literatura, la historia, la economía y la belleza natural de esta región de Bo-livia. Antonio participaba de encuentros, seminarios, talleres y conferencias por todo el país y también fue invitado a paí-ses extranjeros.

En un ensayo titulado Actualidad cultural en el Beni, publicado en 1977, en el libro “Del ignorado Moxos”, afirma que “el be-niano es raíz, corriente, turbión de cósmi-cos linajes, nutrido con la selva fecunda de vientre generoso de la tierra; tiene que ser como sus llanos, abiertos y sin límites, generoso como las plantas que espontá-neamente dan sus frutos para nuestros ali-mentos; fraternales, como los corpulentos árboles que crecen juntos y sus ramas se entrelazan; limpio, como las gotas de ro-cío en todos los amaneceres; noble, como el gomero herido que da su leche por los tajos abiertos para beneficio del mismo hachador de la selva; alegre, como las aves que irradian al alba alegría, de sus trinos bondadosos, como las flores silvestres que exhalan sus perfumes a todos los vientos”. Eso somos los benianos descendientes de la estirpe de Muiba.

La plaza principal de la ciudad de Trinidad, Beni, donde un monumento recuerda a los líderes que pelearon en las gestas libertarias.

“..el beniano es raíz, corriente, turbión de cós-micos linajes, nu-trido con la selva fecunda de vien-tre generoso de la tierra; tiene que ser como sus lla-nos, abiertos y sin

límites, generoso como las plan-tas que espontáneamente dan sus frutos

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Apesar de haber trans-currido ya 190 años de la proclamación de la independencia del Alto Perú, los historiadores no ce-

san en sus disquisiciones respecto a las causas que obligaron a los habitantes de la antigua Audiencia de Charcas a es-perar 16 años desde la constitución de las Juntas de Chuquisaca y La Paz, has-ta la firma del Acta de Independencia, el 6 de agosto de 1825, período en que diversos alzamientos en las principa-les ciudades de la Audiencia, la cons-titución de republiquetas, la llegada de tres ejércitos auxiliares de las Pro-vincias Unidas del Río de la Plata, las sangrientas represiones de los enviados de la metrópoli y el primer frustrado intento libertario desde el norte, por parte del Ejército Libertador de la Gran Colombia, al mando de Andrés Santa Cruz, al fin tiene su punto de inflexión definitiva con la entrada a La Paz del ejército victorioso en Ayacucho.

Ciertamente, fueron 16 años de incertidumbre para los hombres y mujeres que habitaban este territorio, en los que se intercalaron momentos de lucha, de zozobra y de tensa calma, antes de que Sucre, aconsejado por el doctor altoperuano Casimiro Olañe-ta —y contra los deseos de Bolívar—, emita el decreto de convocatoria a la Asamblea que definiría el futuro del Alto Perú. Pero, ¿fueron solamente los sucesos apenas previos a esos 16 años a los que debemos remitirnos para en-contrar la respuesta a tan, aparente-mente, larga espera?

Mucho antes de los acontecimientos de 1809, la Audiencia de Charcas mos-

traba una larga y numerosa sucesión de levantamientos de criollos y mesti-zos –siendo el primero el del artesano Alejo Calatayud en 1730, precisamen-te en el corazón del Alto Perú, Cocha-bamba–, los que han sido analizados por diversos historiadores, quedando

abierta hasta hoy la incógnita si real-mente tuvieron directa influencia en los prolegómenos de la lucha libertaria del segundo decenio del siglo XIX o, en cambio, se trataron de hechos aislados, devenidos como respuestas violentas a razones del momento.

EL LARGO Y SINUOSOPARTO LIBERTARIO DEL

ALTO PERÚ

( C o c h a b a m b a , 1960), es econo-mista y escritor. Además de haber sido columnista del periódico Los Tiempos con te-mas referidos a

economía e historia, ha publica-do las siguientes obras: “Retazos de historia. De las memorias del Gral. O’Connor” (2006), “El conju-ro juliano y la falsificación de Leo-nardo” (2010), “Los constantin-opolitanos” (2011), “Memorias ba-jo fuego” (2014) y “Epístolas de la Guerra del Chaco” (2015) y otras.

Raúl Rivero Adriázola

Una pintura de Juana Azurduy de Padilla y las armas utilizadas en las guerrillas, exhibidas en la Casa de la Libertad, Sucre.

Los 16 años que siguieron a las gestas de 1809 fueron de

incertidumbre: de lucha y zozobra,

para los hombres y mujeres que

habitaban este territorio.

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Connotados investigadores se preocu-paron de responder dicha incógnita, llegando a la coincidente opinión de no existir un hilo de continuidad entre las revueltas del siglo XVIII y la lucha que en el siguiente siglo dio fin con el colonialismo español en esta parte del mundo. Gustavo Rodríguez Ostria, en su excelente “Morir Matando. Poder, guerra e insurrección en Cochabam-ba, 1781-18121”, nos recuerda que “(…) Aguirre, Viscarra, y algo más tarde, albores del siglo XX, José Macedonio Urquidi, como historiadores contem-poráneos, hicieron de Calatayud un protomártir y una posta adelantada de la carrera de la Independencia; consti-tuyendo un sólido antecedente para el orgullo regional. ¿Lo fue realmente?”.

Apoyándose en la tesis doctoral de Patricia Cazier2, que afirma que Cala-tayud y sus huestes mestizas sólo bus-caron con su levantamiento preservar los privilegios otorgados por el sobera-no español y que en ningún momento sus propuestas buscaban la salida del sistema colonial, Rodríguez concluye: “Si bien la revuelta de 1730, que pasó como una ráfaga caliente, impactó en la coyuntura a los grupos de poder, no vieron en ella en el largo plazo una amenaza ni el despertar de un sujeto histórico, que había que temer o ve-nerar. Es sugestivo que durante la in-surrección de 1810 a 1812 la figura de Calatayud no fuera evocada en ninguna de estas posibilidades. Simplemente no se levantará su nombre”.

Igualmente, Charles Arnade3 es enfáti-co al afirmar que las rebeliones de 1730, 1739 (Oruro), 1780 (Cuzco), 1781 (La Paz) y una centena más de pequeñas re-vueltas y algaradas no influyeron en los doctores de Charcas, que, aprovechando las alarmantes noticias que llegaban de la metrópoli —la invasión napoleónica, la deposición de Carlos IV, el cautiverio de Fernando VII y la constitución de la Junta de Sevilla—, lanzaron el primer grito libertario en el Alto Perú. Arnade afirma que, en ese momento, “el régi-men español en Charcas era respetado y el rey amado. Unido, todo el pueblo luchó contra la rebelión indígena al fi-nal del siglo; y unido todo el pueblo de

Charcas se mantuvo preparado para ayudar a repeler a los indígenas en caso de que éstos hubieran sido victoriosos en el área de Buenos Aires”.

Pero, ¿fue cierto que los luego conoci-dos como protomártires de la Indepen-dencia ignoraron o desdeñaron esos antecedentes y, por decirlo de algún modo, “comenzaron de cero” su alza-miento? Tal vez lo que viene a conti-nuación, ayude a encontrar la respues-ta.

Hace poco, tomé conocimiento de la existencia de un singular personaje, el jesuita Juan Pablo Viscardo y Guz-mán, quien habría actuado de puente entre los rebeldes del siglo XVIII y los doctores de Chuquisaca. Injustamen-te olvidado por nuestros cronistas, ha sido rescatado para la memoria por el inglés David A. Brading, en su mag-nífico y meticuloso Orbe Indiano. De la Monarquía Católica a la República Criolla, 1492-18674, recordando que el sacerdote peruano escribió poco antes de fallecer en 1798, en Londres –donde residía desde 1781, tratando vanamente de convencer al gobierno británico que conquistara la costa del Pacífico ame-ricano–, su Carta Dirigida a los Espa-ñoles Americanos, en la que “(…) por primera vez un criollo exhortaba a sus compatriotas a rebelarse contra la Co-rona española y alcanzar su libertad”.

Rechazando las afirmaciones de sus hermanos de Orden italianos sobre una supuesta “generosidad de ánimo” de los españoles residentes en Améri-ca, Viscardo se ocupa de revisar, a la luz del pensamiento de Montesquieu y Tomas Paine, los disturbios en Cuzco de 1780, observando que “(...) habían sido precedidos por levantamientos en Cochabamba en 1730 y en Quito en 1764, cuando los mestizos se amo-tinaron contra los españoles europeos; estos movimientos fueron sofocados gracias a la intervención del clero y de los terratenientes criollos”. Además, el sacerdote hace otro inapreciable aporte para incitar a la rebelión de sus conna-cionales, al aseverar que el reinado de Carlos III marcaba un giro en las rela-ciones de la metrópoli con sus colonias. De este análisis, Brading concluye que

“encontramos aquí un inapreciable tes-timonio de que la reconquista borbóni-ca de América, iniciada por Carlos III y sus ministros, enajenó a la élite criolla, provocando a la postre su participación en los movimientos de independencia”.

La Carta de Viscardo llegó a manos del patriota venezolano Francisco de Mi-randa, a través del cónsul de los Estados Unidos en Londres, Rufus King, trayén-dola a América y distribuyéndola en sus principales centros de pensamien-to. Así, en 1807, era leída ávidamente en la Universidad San Francisco Javier, gracias a las copias sacadas por Maria-no Moreno, el abogado bonaerense que, desde su viaje a Potosí en 1802, cono-ció las terribles condiciones del mitaje y devino en defensor del indígena. No podía caer en territorio más fértil y, con seguridad, sirvió de base al pensamien-to libertario de los doctores que forma-ron las primeras Juntas de Chuquisaca y Buenos Aires.

Dados esos antecedentes, para entender el porqué de 16 años de lucha, habrá que retroceder al menos hasta la proclama de Viscardo, cuyas razones para su Car-ta se apoyan, entre otras consideracio-nes, en el levantamiento cochabambino de 1730, inicio del largo y sinuoso par-to libertario, que recién culmina el 6 de agosto en 1825.

1 Editorial El País, Santa Cruz, 2012.2 “Rebellion and the Census of the Provincie of Cochabamba”, Ohio Stte. University, 1974

Monumento del Libertador Simón Bolívar, en Potosí.

3 “La Dramática Insurgencia de Bolivia. Librería Editorial La Juventud, La Paz ,1993.

4 Fondo de Cultura Económica. México, 1991.

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Bolivia formal y jurídica-mente nació como Re-pública, con el nombre de Bolívar, el 6 de agosto de 1825, con el Acta de Independencia promul-

gada por la Asamblea Deliberante, inte-grada por 48 representantes de las cinco provincias del Alto Perú, quienes fueron convocados por José Antonio de Sucre, por decreto del 9 de febrero de ese año, a Oruro, para el 29 de abril. En esa fecha, la reunión que no se llegó a efectuar, la Asamblea se reunió a partir del 10 de julio en Sucre (Chuquisaca).

Hasta ese momento el destino de las cinco provincias altoperuanas no estaba

definido, Bolivia no existía, no tenía Constitución ni normas que establecieran su forma de gobierno, ni los detalles de su nominación.

De acuerdo a los documentos recabados por los historiadores, días antes de la batalla de Ayacucho, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1824, Simón Bolívar envió una circular a los gobiernos de Colombia, México, Río de la Plata, Guatemala y Chile, invitándoles a reunirse en Panamá para conformar una Asamblea, que según Bolívar, debía servir de “punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades”. No asistieron a este Congreso Chile y Río de la Plata, por hallarse las

provincias altoperuanas todavía en plena guerra de la independencia.

Consumadas las batallas de Junín y Ayacucho, el 9 de febrero de 1825, José Antonio de Sucre promulgó el decreto que llama a una Asamblea deliberante para que las provincias del Alto Perú decidan su suerte y se establece que se nombre un diputado por cada provincia. Además, fija el 10 de abril para esa reunión en Oruro.

El decreto –según el libro “Historia de Bolivia” de Mesa Gisbert– en la parte considerativa dice:

1. Que al pasar el Desaguadero el Ejérci-to Libertador ha tenido el solo objeto de redimir las provincias del Alto Perú de la

LOS CIMIENTOS LEGALESDE LA NUEVA REPÚBLICA

Salón principal de la Casa de la Libertad donde se firmó el Acta de Independencia el 6 de agosto de 1825.

“En consecuen-cia, y siendo al mismo tiempo interesante a su dicha, no aso-ciarse a ninguna de las repúblicas vecinas, se eri-ge en un Estado soberano e inde-

pendiente de todas las naciones, protestan a la faz de la tierra en-tera, que su voluntad irrevocable es gobernarse por sí mismos (...)”. fragmento del Acta de la Inden-dencia

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opresión española y dejarla en posesión de sus derechos.

2. Que no corresponde al Ejército Liberta-dor intervenir en los negocios domésticos de estos pueblos.

3. Que es necesario que estas provincias dependan de un gobierno que provea a su conservación, puesto que el ejército ni quiere ni puede abandonarlas a la anar-quía y al desorden.

4. Que el antiguo Virreinato de Buenos Aires, a quien ellas pertenecían al tiempo de la revolución de América, carece de un gobierno general que representa, com-pleta, legal y legítimamente la autoridad de todas las provincias, y que no hay, por consiguiente, con quien entenderse para el arreglo de ellas.

5. Que, por tanto, ese arreglo debe ser el resultado de la deliberación de las mismas provincias, y de un convenio entre los congresos de Perú y el que se forme en el Río de la Plata.

Este decreto, contrariamente a los planes de Simón Bolívar, que veía el porvenir de América en la unión de lo que fueron las antiguas colonias españolas, reflejaba el deseo de autonomía de la Audiencia de Charcas, que siempre fue renuente a sujetarse a Lima y a Buenos Aires.

La Asamblea convocada por Sucre se instaló el 10 de julio de 1825 en Charcas (hoy Sucre), en la capilla jesuita de la Universidad San Francisco Xavier, con la presencia de 48 representantes y presidida por José Mariano Serrano, que se había destacado en el Congreso de Tucumán de 1816.

Manuel María Urcullu fue el encargado de redactar las actas. Después del discurso inaugural de Serrano y la lectura del mensaje enviado por Sucre, habló Casimiro Olañeta, quien expuso la idea de que era imposible pensar en la unión a las provincias del Río de la Plata. Otros representantes sostuvieron que lo que fue la Audiencia de Charcas debía mantenerse unida a Perú.

El mensaje enviado por Sucre en una parte señala: “Situado en el departamento de La Paz , sin órdenes de gobierno alguno que arreglase mi conducta, y sin saber a qué cuerpo político correspondían estas provincias, puesto que la república del Río de La Plata, del que dependían al tiempo de la revolución, estaba dividida, formando tantos estados, cuantos eran sus pueblos principales, ignorando que se hubiese instalado allí un congreso de las provincias que han querido reunirse, e

incierto del partido que debía abrazar para impedir la disolución y la anarquía, pensé que debía entregar el país a sí propio, para organizarse a la sombra del Libertador y del Ejército Unido”.

La discusión concluyó el 28 de julio, y en agosto, entre las opciones por las que se votó, prevaleció la tercera: “Los departamentos del Alto Perú se erigirán en Estado soberano e independiente de todas las naciones, tanto del Viejo como del nuevo Mundo”; es decir, ni con Argentina ni Bajo Perú. Entonces, se formó una comisión para redactar la Declaración de la Independencia formada por siete miembros.

El acta fue firmada por los 48 representantes el 6 de agosto de 1825, en conmemoración a la batalla de Junín, que tuvo lugar un año antes en esa fecha. En la parte expositiva dice: “El mundo sabe que el Alto Perú ha sido, en el continente de América, el ara donde se vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos”.

Bolívar, desde Lima, dispuso que tal resolución sea ratificada por el Congreso de Lima –como un último intento de frenar la creación de Bolivia–, la Asamblea Constitucional altoperuana rechazó tal disposición.

El 10 de agosto de 1825, como acto legislativo, la Asamblea sancionó una primera ley, de reconocimiento y gratitud a Bolívar y Sucre, en el cual decreta:

1. La denominación del nuevo Estado es y será para la sucesivo República Bolívar (sustituido por ley de 3 de octubre de 1825 por el de Bolivia, el diputado potosino Manuel Martin Cruz, dijo que al igual que “de Rómulo viene Roma”, “de Bolívar vendrá Bolivia”).

2. Conferir al Libertador el Supremo Poder Ejecutivo de la República, por todo el tiempo que resida dentro de los límites de ella y donde quiera que exista fuera de ellos, los honores de protector y presidente.

14. La ciudad capital de la república y su departamento se denominarán en lo sucesivo “Sucre” (hasta ese momento La Plata).

El 13 de agosto, la Asamblea dicta una segunda ley por el cual decreta:

1. El estado del Alto Perú se declara en su forma de gobierno, representativo republicano.

2. Este gobierno es concentrado, general y uno para toda la república y sus departamentos.

3. Él (el gobierno) se expedirá por los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judiciario, separados y divididos entre sí.

El 17 de agosto, también de 1825, la Asamblea dicta otra ley por la cual se creó la moneda y los símbolos nacionales (la bandera y el escudo).

Por Decreto de 6 de octubre de 1825, se disuelve la Asamblea general deliberante que convocó Sucre y se llama a una Asamblea Constituyente para julio de 1826, al cual fue entregado el Proyecto de la Primera Constitución y Alocución de Bolívar (14 de junio de 1826).

Por ley de 27 de mayo de 1826, el Congreso encarga el poder ejecutivo a Sucre, que venía ejerciendo por delegación de Bolívar, hasta la sanción de la Constitución Política del Estado, su aplicación y observancia. Sucre presta el juramento de ley ante el Congreso y toma posesión.

Por decreto de 19 de junio de 1826, el Congreso fija los límites del poder ejecutivo, que lo declara inviolable y exento de responsabilidad, determina sus atribuciones, crea tres ministerios de estado para la atención de los servicios (de relaciones exterior, hacienda y de guerra) y le señala el sueldo de 30.000 pesos anuales al Presidente de la República, suma que Sucre hizo rebajar a 20.000 pesos por considerarla suficiente.

Por ley de 1 de julio de 1826, el Congreso declara a Chuquisaca capital provisoria de la República Boliviana, mientras Bolívar señalase el sitio “en que ha de construirse la nueva ciudad de Sucre; y mientras se levanten los edificios necesarios para el gobierno y cuerpo legislativo”.

El 19 de noviembre de 1826, se promulga la Constitución Vitalicia, proyectada por Bolívar y sancionada por el Congreso el 6 de noviembre de ese mismo año.

El 9 de diciembre, en conmemoración a la batalla de Ayacucho, se juró la Constitución y la asamblea Constituyente entre en receso, determinando que el primer Congreso Legislativo se reuniría el 6 de agosto de 1828, entre tanto, Sucre como presidente, era el encargado de implementar el régimen constitucional y citar a la Asamblea en caso extraordinario. La Constitución tiene 11 Títulos, 24 Capítulos y 157 Artículos.

El Acta de Independencia firmada el 6 de agosto de 1825 exhibida en la Casa de la Libertad, en Scure.