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Diseño ¿Por qué? André Ricard DISEÑO. ¿Por qué? Cuestionarse sobre la rai- son détre del Diseño —y hacerlo desde la perspectiva que otorga una extensa praxis proyectual, es decir, con pleno conocimiento previo del tema— resulta un planteamiento muy propio de esta misma disciplina creativa. Al adentrarme en el sujeto he querido olvidar voluntariamente todo cuanto se ha teorizado en tomo al tema Diseño; creo que de un modo reinci- dente se han intentado ya demasiados análisis desde approachs lingüísticos, semiológicos o incluso

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Diseño ¿Por qué?André Ricard

DISEÑO. ¿Por qué? Cuestionarse sobre la rai- son détre del Diseño —y hacerlo desde la perspectiva que otorga una extensa praxis proyectual, es decir, con pleno conocimiento previo del tema— resulta un planteamiento muy propio de esta misma disciplina creativa. Al adentrarme en el sujeto he querido olvidar voluntariamente todo cuanto se ha teorizado en tomo al tema Diseño; creo que de un modo reincidente se han intentado ya demasiados análisis desde approachs lingüísticos, semiológicos o incluso políticos. Aun cuando el Diseño se halla evidentemente ligado al todo cultural, y por lo tanto participa y contribuye al contexto global en que nos hallamos inmersos, he preferido buscar mis referencias a otro distinto nivel; remontarme más allá, hasta la propia filo-génesis de lo humano, viendo, desde esta óptica más amplia,

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en qué manera puede esta peculiar actividad creativa insertarse en el marco de la creatividad global.No extrañe pues, que un texto que versa sobre el Diseño y la creatividad objetual, se inicie con un repaso a los propios orígenes de la vida: al propio fenómeno de la Creación con «C» mayúscula. Una manéra de comprender el presente, para poder asumirlo en plenitud y a la vez poder conjeturar sobre el futuro, es precisamente detectando en el pasado las líneas de fuerza persistentes que entraña: esas constantes que emergen y perseveran a lo largo de su trayectoria. Nous appelons notre avenir l'ombre de luiméme que notre passé projette devant nous (Marcel Proust).’ Este examen conciso de la mecánica que subyace en la biogénesis permite destacar las reglas esenciales que la rigen y ver cómo en el Hombre, lo vivo ad- quiere una nueva dimensión. El ser humano se dis-tingue por una latente y perentoria potencialidad creativa que, entre otras facultades, le habilita para completar, por medio de lo artificial (es decir: «hecho por mano o arte del hombre» 2), su incompleta naturaleza. Así, el hombre ha de crear para ser.A fin de discernir la trascendencia de este hacer creativo, me ha parecido interesante analizar la • índole y las implicaciones que esa vital artificialidad supone para el humano. Cómo son, se comportan y nos implican esos artefactos (del latin arte factus:' «hecho con arte», siendo arte: «virtud, disposición e industria para hacer alguna cosa» 2) que han instrumentado la consolidación de la especie humana y que siguen conformando el entorno material en que se apuntala nuestra supervivencia.Sin la pretensión de prescribir un método —que jamás podrá explicar el fenómeno creativo— también abordo una reflexión sobre la creatividad objetual: el decurso del proceso creativo, sus recursos, su atmósfera y los requerimientos esenciales que precisa para producirse. En esta sinopsis detallo también esa otra vertiente afectiva que se observa a lo largo del proceso hecha de sensaciones, visiones y exaltaciones que el •hacer creativo genera y necesita para culminarse.

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Finalmente, en este recorrido de lo general a lo particular, llego a lo que hoy llamamos «Diseño»; si bien entiendo que este tema es el leitmotiv del conjunto y como tal se halla implícito desde el primer capítulo. En efecto, el Diseño no es sino una de las vertientes que, en su natural evolución filogenética, ha adquirido la creatividad objetual siempre adaptada de un modo consecuente al entorno plural (tec-nológico, sociológico y cultural) que la prohíja.De todo ello trata este ensayo que pretende así dar una posible respuesta al interrogante inicial r—DISEÑO. ¿Por qué?—, esta vez desde dentro de la misma realidad cotidiana del problema. Creo que cualquiera que viva con Interés esa apasionante aventura que es la propia vida, acaba por atisbar ciertas conclusiones. Lo que nos rodea, lo diario, está repleto de información que se nos revela si sabemos atenderlas. y estos datos llegan así a configurar, espontáneamente, una manera de entender la vida.Creo que cualquier texto testimonial, y éste pretende serlo, tiene el valor de ser la genuina expresión de una visión singular de nuestra «circunstancia», con todo lo que ello implica de inequívoca parcialidad. Como dice Henri Laborit: «Hoy como ayer, las ideas no tienen la pretensión de monopolizar la verdad. Ningún espíritu científico o simplemente consciente de la complejidad de los hechos humanos es lo bastante naif para creer que ésta pueda ser encerrada en un lenguaje. Y, sin embargo, la dialéctica de este lenguaje, la del proceso del pensamiento que se busca, obliga a fijar en las palabras ideas fluctuantes, parcelarias, cuya principal cualidad consiste en despertar contradicciones.» 3

. La pauta creativaLa onda que sentimos pasar no se formo en nosotros mismos. Nos llega de muy lejos, arranco ahí mismo tiempo que la luz de las primeras estrellas. Nos alcanza después de haberlo creado lodo en su camina El espíritu de búsqueda v de conquista es el alma permanente de la evoluciónPierre Teilhard de Chardin

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Desde mucho antes de que surgiera el Hombre, desde la aparición de la primera célula viva, todo vi universo orgánico ha seguido un latente proceso evolutivo, que es la esencia misma de la vida. Este Universo Vivo existe v persiste, precisamente por estar en constante evolución: Evolución que es definida como un «desarrollo por medio del cual las cosas v los organismos pasan gradualmente de un esta- »lo a otro».2

Este paso fundamental que permite a las cosas v a los organismos transitar de una identidad establecida a otra inexistente, sería imposible de no existir un sistema que, de un modo incesante, suministra las alternativas diferenciales pertinentes. Esta provisión de diversidad procede espontáneamente del propio sistema reproductivo de lo vivo que encierra en su mecánica un factor fortuito de indeterminación v posibilita la reproducción de los especímenes sin repetir jamás individuos idénticos.Estas variaciones diferenciales —que se hacen aparentes en la fisionomía adulta—se han generado a nivel cromosómico, en el momento en que se constituye la ficha genética: el genotipo, propio de cada individuo. Este genotipo se estructura con genes procedentes de los genotipos de sus progenitores, en una proporción y composición siempre aleatoria y siempre distinta de anteriores o futuras procreaciones de sus mismos progenitores. «Cada tipo de cromosoma I posee su propia individualidad que consistí en un gran número de unidades hereditarias, o genes, dispuestas en un determinado orden lineal. Estos genes ' son, en cierto modo, los naipes con los que el organismo juega la partida de la vida. Normalmente, cada ¡animal o planta posee dos barajas completas de estos ¡naipes genéticos, una proviene del padre, la otra de la madre« (Julián Huxley).4

La naturaleza, al barajar estos naipes genéticos y disponerlos en determinada secuencia, constantemente

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produce sujetos distintos. El número de combinaciones posibles es prácticamente ilimitado, se ha calculado que cada pareja progenitora dispone de un repertorio de más de doscientos ochenta mil millones de genotipos distintos al engendrar a su descendencia. Así, cada individuo de cualquier especie orgánica es irrepetible, aunque, eso si, sus características diferenciales se hallaran circunscritas a las posibilidades de variación que permite la mezcla de unos naipes genéticos específicos y, por lo tanto, se si-tuarán dentro del marco de una comunidad de caracteres singulares, propios de su especie.Sin embargo, esta diversidad congénita no es suficiente para alterar lo esencial y sólo aporta variaciones menores que no suponen un cambio sensible del arquetipo existente. Las alternativas más notables, aquellas que pueden aportar auténticos desmarques, se producen como resultado de otro fenómeno casual y contingente: el de la mutación. Esta modificación accidental del gen introduce en el genotipo un gen nuevo —una nueva carta en la baraja— que podrá aportar unas variaciones mucho más profundas en la conformación y comportamiento de determinado* individuo; variaciones que podrá transmitir a sus descendientes. «Teóricamente, un gen persiste bajo la misma forma de generación en generación: sin embargo, a veces, se produce un cambio en el gen, una mutación, y entonces este gen persiste bajo la forma modificada hasta que ocurra otra mutación. Así, a cada reparto de naipes puede existir cierto número de subespecies, cada una de las cuales posee un efecto ligeramente distinto en cada uno que lo posea, cambia el color de los ojos, se reduce la fecundidad, se incrementa la resistencia al frío o se modifica la forma de los miem-bros y así sucesivamente» (ibideni).

Alguna de estas alteraciones genéticas por mutación aportan cambios notables y pertinentes en una determinada especie, a la que dotan, en el momento

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oportuno, de singularidades fisiológicas que le permiten una nueva conducta que mejora su relación con el ecosistema vigente, o posibilita incluso su acceso a otro tipo de entorno hasta entonces invivible para ella. Así, de un modo natural v espontaneo, las especies van prohijando una multitud de subespecie en torno a su propio tema genético esencial. Estas subespecies llegan, por sucesivas mutaciones, a romper su nexo con la especie matriz, de la que proceden, hasta constituir una nueva especie con caracteres diferenciales propios. El mecanismo evolutivo que la Naturaleza ha dispuesto para conformar y desarrollar todo el Universo Vivo, sernos muestra como un constante tantear a ciegas: continuo surgimiento incontrolado de múltiples tentativas casuales que el cedazo de la realidad selecciona.

El fenómeno mutativo suministra múltiples e indiscriminadas variantes, producidas aparentemente al azar, que prorrumpen en la realidad existente a la que pueden alterar. Las alternativas, pues, no son premeditadas soluciones, concebidas con el fin de adaptar las especies al entorno, sino el resultado de un accidente genético fortuito. Si la Naturaleza se rige por un determinismo superior, en este trance lo hace de un modo muy sutil. Lo que podemos deducir, de la norma evolutiva natural, no revela un sistema programado para crear soluciones aptas, preconcebidas en función de las exigencias existentes en el contexto

mbiental. La Evolución, tal como la observamos, es por el contrario, la consecuencia de un proceso muy elemental en apariencia (quizá mas sabio, como todo

lo simple) que parece conferir todos los poderes decisorios a la realidad en su constante devenir sin pretender en ningún momento «pre-ver» lo que esta mutante realidad pueda llegar a ser o a necesitar.

aEl ecosistema es el resultado de un lábil equilibrio en el que las compatibilidades de cada una de j las partes se complementan v apoyan mutuamente, i Las alternativas que

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se imponen son simplemente aquellas que demuestran, en la realidad práctica, ser las más idóneas: las que se integran adecuadamente en el conjunto del sistema, al que respetan y por el j que son respetadas. Así, las variantes que se perpetuán son las que resultan «elegidas» de un modo natural por el contexto en que han de convivir. Toda la - evolución biológica, o biogénesis, es tributaria de este sistema bifásico de mutación/selección.

La vida en el planeta Tierra es la historia de este largo e inexorable proceso de selección de los 1 sujetos mejor adaptados para insertarse en el entorno existente. Todo lo vivo, si ha de sobrevivir, ha de estar capacitado para asumir su medio. La evolución de las especies es así una sucesión de relevos del que —par- i tiendo de un legado genético al que van alterando-— ( solo persisten aquellos que aporten los cambios que r posibilitan la continuidad de cada especie. Esta necesaria renovación de la aptitud no puede producirse si j todos los individuos de una especie mantienen íntegros los caracteres básicos vigentes. La nueva aptitud que un cambio en el ecosistema pueda requerir, habrá que hallarla en alguno de los individuos atípicos de la especie: es decir, cuyos caracteres se diferencien i en algo del patrón establecido. Sólo entre algunas de* esas anomalías, surgidas fortuitamente, puede encentrarse la rectificación genética oportuna que permita acomodar mejor esa forma de vida a las nuevas circunstancias.Así, cuando en una especie persiste una homogeneidad sostenida de caracteres, o cuando las alternativas son escasas o inadecuadas, aquella especie está destinada a desaparecer sin haber sido un eslabón útil en la cadena evolutiva. Sólo en tanto existan minadas de variantes genéticas es posible la evolución. En cuanto más amplio el espectro y sostenido el nivel de alternativas ofrecidas, mayores serán las posibilidades de una evolución fecunda y

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acelerada. La i historia de cualquier especie actual es la de una supervivencia lograda mediante la constante ruptura de la norma por la anormalidad, de lo habitual por lo ■ inhabitual, de lo conocido por lo innovador. Sobrevivir es evolucionar: todo lo que “vive se halla en un continuo proceso de cambio, siendo así que paradójicamente, sólo se perpetúa aquello que cambia.

Es más que probable que nuestra propia especie humana no sea más que una especie transitoria. Estamos quizás en un imperceptible, sutilísimo v continuado transito. «Esta lenta evolución deja suponer que no somos los últimos v que seres más civilizados nos sucederán algún día en este mundo» (Annette Laming-Emperaire).5 Visto desde la perspectiva de la historia del Universo, o incluso del solo planeta Tierra, los quizá dos millones v medio de años de existencia de los homínidos son bien poca cosa en comparación con los cien millones de años que peí duraron los dinosaurios antes de extinguirse.

Pero incluso considerando al hombre como una especie transitoria, no cabe duda de que esta especie ha sobrevivido hasta este momento, superando con éxito la dura prueba de la selección natural, aun cuando desde un estricto punto de vista biológico, no se evidencia que el hombre este dotado adecuadamente para ello. Así como en las demás especies animales las razones que posibilitan su pervivencia suelen ser flagrantes y se adivinan en su propia anatomía en el hombre nada aflora en su morfología que pueda justificar esta aptitud a resistir la pugna por la vida. A simple vista, parece una criatura indefensa frente a la dureza del medio en que vive. Su piel es frágil y desgarrable, su fuerza escasa y su armamento natural insuficiente. Su talla tampoco puede bastarle para protegerse, ni su agilidad o velocidad son tales que le permitan zafarse de los muchos peligros que le acechan.

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Sin embargo, la Naturaleza ha compensado, con creces, esta aparente carencia de dotes morfológicas, habilitándole progresivamente para intuir v discurrir. Su andar en posición erguida, que libera sus extremidades superiores y abre el campo de las actividades manuales; su visión binocular, su cerebro de mayor capacidad y mayor complejidad lobular, dotado del neocortex que le confiere funciones superiores intelectualizadas; su infancia prolongada dentro de una colectividad adulta; todo ello favorece, en una u otra manera, esta peculiar capacidad de aprender y de hacer. Peculiaridad que halla su máxima expresión en el homo sapiens sapiens, como ser pensante v consciente, capaz de sentir, de comprender y de crear.

El homo erectos pudo implantarse como especie, hace más de un millón de años, porque: a) comprendió su propia debilidad e intuyo que, en su lucha por la vida, sólo podría ganar con la ayuda externa de un complemento no-natural que equilibrara sus deficiencias biológicas, y b) dispuso de la capacidad creativa necesaria para imaginar este equipamiento artificial y de la destreza precisa para instrumentarlo.

La práctica de esta acción coordinada entre su poder mental y su habilidad manual fue estimulando a la vez —por un efecto feed-back— tanto el desarrollo de su intelecto, como su destreza. Sus manos y su mente estaban perfectamente preparadas para iniciar, la creación de un nuevo mundo artificial, paralelo y complementario al mundo natural. Así como la adaptación natural de las especies depende del azar de una oportuna mutación accidental, y requiere millones de alternativas, la evolución por adaptación artificial que el hombre implanta, permite un

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progreso más coherente, más rápido y menos fortuito. La clave de la supervivencia ya no depende únicamente de los avalares de la Naturaleza. En el sentido en que «do-mestico» define a un organismo que vive en un medio creado por el hombre, puede decirse que el hombre es un ser que se ha «auto domesticado». «Dependiendo de un equipamiento extra-corporal realizado por él mismo, que podía.’ser descartado o cambiado rápidamente. Según lo dictasen las circunstancias, hizo que el hombre fuera la mas adaptable de las criaturas» (Kenneth P. Oaklev).6

El hombre sabe de su propia fragilidad frente al entorno natural que le acosa y solo su innata habilidad creativa le permite compensar este handicap. Los utensilios, las herramientas, y en general todas las cosas que rodean y auxilian al hombre, son como una suerte de prótesis que éste ha ido creando, al compás de su propio desarrollo, para suplir sus carencias biológicas. La especie humana se distingue así de las demás especies superiores en su facultad para compensar sus deficiencias por aditamentos artificiales y para modificar el entorno natural creando un entorno no natural —el ambiente humano-— que acomoda el medio a sus necesidades. Lo artificial no es más que una «segunda naturaleza» promovida y regida por la propia Naturaleza que delega en el Hombre, la misión de fraguar la evolución de esa «artificiales» que él precisa para vivir.

La incipiente inteligencia del hombre primitivo le indujo a observar el medio en que vivía, a deducir las reglas básicas que lo regían y a imaginar modos de transformarlo para hacerlo más vivible. «El'' Arte de la vida consiste en una readaptación constante del medio» (Okakura Kakuzo).7 Incluso es posible que esta capacidad de transformar el medio ambiente, esta aptitud para adaptar el entorno mediante recursos artificiales —que es por esencia disgénica— haya desvirtuado la natural evolución biológica de la especie. El desarrollo de su capacidad intelectiva ha permitido que sobreviviera esta

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especie supuestamente no apta. La inteligencia releva a lo meramente biológico v permite al hombre burlar las pautas establecidas hasta entonces.

El primer dato tangible en que se manifiesta esta voluntad y capacidad de modificar la realidad natural para crear el artificio como prótesis, la tenemos ya en los guijarros tallados de la pebble culture. Ya no se trata aquí de la simple selección y utilización .le una rama o de una piedra como recurso instrumental, sino de la intencionada alteración de la conformaciori de esa piedra para dotarla de unas propiedades morfológicas que naturalmente no tenia, todo ello con una finalidad practica pret-vista¿«La herramienta humana presenta dos caracteres peculiares [...] Por lo pronto, supone una acción que no tiene una finalidad inmediata: tallar el sílex para hacerlo cortante no es una finalidad per se. Es un rodeo, un medio, para un fin más elevado: despedazar una presa o tallar otra cosa (...) Es también una primera abstracción: abstracción, por medio de la herramienta, del acto de cortar o de perforar y abstracción del objeto sobre el que se cumple este acto» (Roger Garaudv).8 JLos guijarros hallados en Olduvai junto a los restos del homo habilis son, al mundo artificial, lo que la primera célula viva fue al mundo orgánico. De allípartió todo. El inmenso arsenal de artefactos que el hombre ha ido creando surgió de un largo proceso evolutivo asombrosamente semejante en su mecánica al proceso evolutivo de lo orgánico. También aquí cada ejemplar fue único, obligadamente distinto a los que le precedían y le sucederían. Cada grupo étnico desarrolló sus propias técnicas, basado en las hereda-das, pero, incluso aplicándolas fielmente, cada opera-ción, cada puesta en práctica, fue distinta en algo y brindo una inédita experiencia llena de descubrí-; míenlos fortuitos que fueron revelando al espíritu

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atento y maravillado del neófito humano, nuevas po-; tencialidades evolutivas. En lo artificial, la evolucion depende también de la renovada afloracion dt alter-nativas realmente innovadoras.La evolución de los artefactos es también el resultado de una continua transformación. Sólo podrá operarse este cambio constante si existe un incesante surgir de alternativas. La pervivencia de la especie humana depende, pues, de su capacidad de pro-', seguir imaginando y construyendo un mundo de ¿o-l sas artificiales. «La historia del hombre esta llena de$j la evidencia de sus esfuerzos —tanto acertados como ! fracasados— para crear herramientas y equipamiento j que sírvan satisfactoriamente sus propositos de con-trolar mas adecuadamente el entorno en que vive v trabaja. Durante la mayor parte de estos siglos de la historia del hombre, el desarrollo de las herramientas y equipamientos dependía en gran parte de un proceso de evolución de “prueba y error”. A través del uso de un particular dispositivo —un eje, un remo, un arco v una flecha— era posible identificar sus deficiencias v modificarlo según aconsejaran estas, de tal manera que la siguiente generación de estos disposi- \ ti vos serviría mejor sus propositos» (Ernest J. Mt- C ormick) 9

Este entorno artificial en que se expresan "ios * conocimientos adquiridos de una colectividad, configura su propia cultura. Esta cultura que, según Clyde Kluckhohn, es la «manera de vivir de un pueblo, el legado que el individuo recibe de su grupo*, no solo se refiere a las practicas y comportamientos instaurados por los grupos étnicos, sino que incluye también las cosas tangibles que estos crean y usan. La cultura es asi la superticie en la que se hace manifiesta la endotransformación que se opera a nivel psicologico y sociológico. A mayor nivel intelectual corresponde una mayor posibilidad v complejidad de este equipamiento

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artificial. El largo proceso de consolidación de la especie deja tras de si una larga esleía de objetos que nos informan sobre la capacidad intelectiva, el nivel tecnológico v sociológico de quienes los hicieran. Estas cosas son la huella del hombre v de su cultura. Asi. esta capacidad para crear v fabricar herramientas v utensilios es un dato tangible que permite distinguir, en los albores de la especie, el momento en que surge el Hombre.

Desde el horno habilis se crearon infinidad de herramientas, utensilios y enseres, de los cuales solo han llegado hasta nosotros ciertas versiones. El perfeccionamiento de estos artefactos —tan singularmente equiparables al propio perfeccionamiento orgánico— tampoco fue un proceso regular v continuo. Hubo periodos fecundos, estancamientos y desviaciones dentro de una tendencia general evolutiva. En arqueología. como en paleontología, no se conoce toda la coherente concatenación de la cadena evolutiva; quedan aun eslabones perdidos por descubrir. Sólo conocemos aquellos artefactos que se fabricaron durante miles de años, aquellos que demostraron ser los mas eficaces, los mas aptos para la función que se les exigía v que merecieron ser reeditados durante generaciones. Los demás, los que no hemos llegado a conocer. pero que sin duda existieron, fueron intentos fallidos v como tales elaborados en número escaso de templares, insuficiente para que algunos pudieran tranquear la «barrera del tiempo» y ser hallados hoy. Antes ile que una herramienta se consolidara en la definitiva forma que hoy conocemos, ¿cuántas miles »le formas intermedias fueron descartadas por inepti-

*tud? Sólo una larga sucesión de reediciones permite que un artefacto alcance su máximo perfeccionamiento. Es curioso observar Cómo los utensilios y herramientas que nos ha legado la tradición popular, y que aún hoy utilizamos: hacha, cuenco, mazo, son casi idénticos a los que los arqueólogos hallan en sus excavaciones. Estas herramientas demostraron cumplir. a nivel optimo y

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sostenido, su cometido operativo/útil. logrando asi superar con éxito el continuo proceso de selección, inanteniendose en la práctica del uso a través de miles de siglos.Es notable la similitud que vamos observando entre el proceso evolutivo natural de lo biologico y aquel que conduce la evolución de lo artificial. Esa misma marcha evolutiva, que parte de lo más elemental v tiende hacia lo mas complejo; esa Evolución que, en ambos casos, se concretiza en una continuada concatenación de especímenes que aportan ínfimas, pero congruentes variaciones y modifican la realidad hasta entonces vigente; esos elegidos especímenes, triados en cada momento de entre la infinidad de otras propuestas alternativas, que sin cesar prorrumpen v bullen en torno al propio proceso evolutivo; esa selección espontanea, regida por la lev inexorable de la aptitud. Parece como si en el Universo existiera una sola, simple e ignorada pauta que gobernara todo lo que en el gravita y se hace. Hasta tal extremo que pueden trasladarse textualmente los enunciados de la f&Ieoria de lo Evolución al mundo de los artefactos; Y1 «entre todas las variaciones que surgen, aquellas que' /* dan pruebas de su adecuación a las condiciones parti- / culares del contexto, se aseguran una ventaba que les If permitirá subsistir. Aquellas que. por el contrario, fueran ineptas, conllevarían su propia desaparición».•<En los artefactos que el hombre erea, las alternativas ya no son fruto de imponderables —de una casualidad genética—, sino de la responsabilidad consciente del hombre y de su imaginación creativa estimulada por la posibilidad que le sugiere el contexto natural y las necesidades le reclaman su irrefrenable ansia de progreso. En todo afan creativo existe una premeditación voluntaria de superación que.impulsa al hombre a imaginar nuevas opciones que optimicen la eficacia operativa de las alternativas anteriores.

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Asi como cada hombre, individualmente, tiene la capacidad de proponer estas alternativas, no \ tiene e.n cambio el poder de imponerlas. Ningún individuo puede garantizar que lo que él haya creado sea retenido por aquellos que le sucederán. Sera el contexto social quien —en su relación de uso con los objetos y a lo largo de muchas generaciones— irá escogiendo aquellos que muestren una probada y pertinente eficacia. Nuestro entorno objetuai sólo encierra lo que «sobrevive» a esta dura prueba. El criterio se- j lectivo nace espontáneo del ente humano, como con- / imito, inconsciente él de su propio poder decisori<> j|yl.'homme est ce qu'il fait, dijo Malraux.ftr fiues- ÜQS ac I os nos-definen meior oue nuestras iiitL-nponev El razonamiento discursivo es hipotético y estático irente a lo real v fáctico del acto. El hombre razona v decide mentalmente en función de un criterio consciente. aunque a menudo la acción racional decidida no es la que se llevará a efecto, sino otra distinta, inopinada. Y es que en el paso de la decisión a la acción algo puede impugnar la aparente lógica de lo racional. Finalmente, por sus actos, en los que se subliman en una elaborada mixtura la reflexión v la intuición, el Hombre, la especie humana, va incidiendo en la

transformación evolutiva de la sociedad que él “ha * creado. La intuición es esa parte mágica que posee el ser humano. Es lo inexplicablemente sabio de su comportamiento. Es algo que, remontándose a través de los siglos hasta los primeros balbuceos de la especie, la ha tutelado, evitándole los errores que hubieran podido llevarla a su desaparición. La intuición es como una nueva dimensión del instinto animal que procede de lo más recóndito de esa materia cósmica que es el hombre. Es ese algo inviolado que aún conservamos en nosotros al que inconscientemente acudimos en busca de avuda. Es como el nodulo distintivo de nuestra especie, en tomo al que se ha ido loriando nuestro ser.

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El acto de selección de alternativas no depende ni del hombre como individuo ni de su cons- cient .*••.; sino de un consenso inconsciente que el ente humano va ejerciendo continuadamente. Aun cuando una moda o un «ismo» parece que vayan a imponerse definitivamente, nada llega a incorporarse realmente en el bagaje de la cultura humana si el ente humano no lo va aceptando consensual mente. Así es como este ente humano incide en su propio futuro de especie, tolerando u olvidando, sin premeditación alguna, lo que el hombre-individuo le va proponiendo. Las ideas cuajan cuando unas individualidades activas las propugnan y una mavona, aparentemente pasiva, las dejan prosperar sin oponerse o las secundan. La llamada mayoría silenciosa lo es mucho menos, a escala histórica, de lo que suponemos. «Quien calla, otorga», v esto va es una forma de decidir. «Siempre puedo escoger, pero debo saber que si no escojo, igualmente • escojo» (Jean-Paul Sartre).’1

Este es el modo de actuar de esa mayoría, en la que todos nos hallamos incluidos, otorgando o derogando, siempre calladamente, discretamente, inexplicablemente. Aun cuando este ente humano no acierte a comprender aquello que se somete a su consideración —ni tan siquiera se dé cuenta de que algo esta sometido a su consideración—su instinto detecta v siente aquello que encierra un riesgo para la especie i), por el contrario, aquello que está en linea con su destino. Mediante este mecanismo binario de «aceptación v rechazo» de aquello que sin comprender in- tuve, la especie humana va instintivamente guiando su propio e incógnito destino. El hombre no sabe adonde va, pero sabe como ir.Por el pensar racional el hombre no tiene capacidad para concebir cuál puede ser el futuro de su especie ni por tanto pretender favorecerlo. Difícilmente una especulación futurista —la futuro ficción— acierta en adivinar lo que será el mañana más inmediato. El futuro no esta en función de una deducción racional v lógica, sino posiblemente es el resultado de un encadenamiento

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de múltiples y complejas coordenadas que se entretejen, según reglas, quizá muy simples, pero incomprensibles para nosotros. Sin embargo, el hombre no es un mero espectador de este lento y trabajoso proceso evolutivo en el que se halla inmerso; también es parte activa del mismo. «En la gran partida que se juega, somos los jugadores, a la vez que las cartas y las apuestas» (Pierre Teilhard de Chardin).12 Las facultades decisorias de su propio comportamiento global como ente humano están en sus manos. Lo que el hombre no logra comprender conscientemente, como ser pensante individual, lo adivina s-ubl i mi nal mente, a nivel colectivo, con las facultades intuitivas de las que está dotada la especie, precisamente para esta finalidad. «Una colectividad

armonizada de conciencias equivalente a una super- conciencia. La Tierra cubriéndose no sólo de granos de Pensar, por miríadas, sino envolviéndose de una sola envoltura pensante hasta no formar funcionalmente más que un solo y vasto Grano de Pensamiento. a escala sideral» (ibtdcm).

Si como ente la especie humana guia su futuro. seleccionando las alternativas de su equipamiento, son los i ndividuos que lo componen qui enes han de crear las alternativas entre las que luego se ejercerá esa facultad selectiva. Esta labor de suministro de opciones sobre las que el ente humano hara uso de su poder de selección, es precisamente la tarea del hombre como individuo. Tal es n uestra responsabilidad como p articipes constitutivos de la sociedad humana, _)_para esa precisa tarea estamos dotados de i una potencialidad.JP.reativa. Nuestro objetivo como individuos es muy concreto: hemos de suministrar nuevas opciones que aporten algo diferencial a lo ya exis tente, tanto en el mundo de las ideas abstractas | como en el de las cosas tangibles. Las primeras oj>| ciones fueron formuladas ̂ ^pcjE aquellos primerosI hombres trashumantes que, acosados por la acuciante i .

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necesidad de cobija rse, abrig arse y j iutrirse., tuvieron i que ir descubr iendo v perfeccionandc utóscas herra- i mientas para ayudarse.- Eran seres autosuficientes I que usaban útiles rudimentarios y que espoleados por la imperativa necesidad de eficacia fueron aporta ndo, a lo largo de miles de años, leves cambios que. sinembargo, suponían una nueva alternativa a lo ya existente. Los cambios j&fciologic os que el hombre fue instaurando aceleraron la evolució n de estos «artetac- tos protésicos» exigiendo alternativas acord es con las nuevas necesida des que plan teaban estos cambios. La implantación de la agricultura —culminación de un largo proceso de observación de los fenómenos naturales v de infinidad de tentativas empíricas— represento algo más que una estructuración racional de los recursos alimentarios. El cultivo racional de la tierra pretende orientar, incrementar v garantizar las cosechas para asegurar un fiable y oportuno suministro de alimentos. Todo ello implica una intervención continua del hombre, que habra de sembrar, mantener v resguardar unos determinados territorios de los que '■a no podra alejarse. Esta llamada «Revolución Neo- nica» encerraba, subyacente, las motivaciones que desencadenarían una dilatada evolución tecnológica v sociológica, para instrumentar adecuadamente este descubrimiento.Con la estabilización del hombre sedentario y su mejor nutrición, disminuyo la tasa de mortalidad, provocando un brusco crecimiento demográfico. Se crearon núcleos colectivos de mavor entidad, constituyéndose castros v poblados que implicaron otro upo de convivencia colectiva. Su nueva condición de agricultor y pastor requirió una nueva instrumentación, diferente de la que hasta entonces necesito como cazador trashumante. Hachas para talar, hoces para segar, azadas para cavar,

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recipientes de cestería —y mas adelante de alfarería— para almacenar sus cosechas, etc. El progreso exige al hombre nuevas generaciones de artefactos que secunden v^ propicien esté mismo progreso. El hombre ya~ací?ando asi una má s , 1 ampliaba ma de p ro p uestas .ere a t i vas bajo la presión \| de esta natural pulstón^gyplutiv a. La necesidad de ampliar sus utillajes obligó a la colectividad humana a organizar la vida comunitaria propiciando la división de las responsabilidades dentro de la comunidad \. por lo tanto. la^iyisíoiíTcíél trabajo . En la comunidad social sedentaria, la autosuficiencia que poseía el hombre cazador ha pasado del nivel del individup aislado, al de la colectividad entera, considerada i orno una unidad autosuNciente.De esta coordinación del trabajo en el seno de cada colectividad fueron naciendo los distintos oficios que. aun hov. despues de múltiples variaciones y adaptaciones, definen el esquema básico por el que se rige la vida colectiva del hombre. Uno, e importante, do esto* oficios, lúe el del artesano como especialista responsable de la elaboración v perfeccionamiento de los útiles que la colectividad iba necesitando y al que vndre múltiples ocasiones de referirme como primero. v ejemplar, creativo «por cuenta ajena». Fuejjl prijTwrn gn desarrollar una actividad creativa organizada. buscando de. modo lúcidoJ_jiuevas_-fo«iia«'5r nuev as materias para los nuevos usos-que el progresa] de la comunidad humana exigía

Del analisis retrospectivo y global de lo que observamos en el Universo parece deducirse que este se rige por unas simples pautas inmutables, que en gran parte desconocemos, pero que son aplicables a todos los fenomenos que en el se producen. Incluso sin comprender aun plenamente los mecanismos de esta Evolución, puede afirmarse que esta es una de esas pautas y, como tal, que la Evolucion es consubstancial con la propia existencia del

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Universo. También es un hecho admitido que la Kynliuiiinj^es un pryi^¿o de superación que siempre va de la elemeiirtalidad a la con ̂ plejid ad. Por ejemplo”, en la esle’ biológica. de la extrema sencillez estructural de los organismos subcelulares, a la compleja organización de los vegetales v animales superiores. Parece, ademas, como si el proceso evolutivo del Universo se fuera cumpliendo por distintos y sucesivos peldaños —cada uno de ellos siendo a su vez una sucesión evolutiva de eras, periodos, etc.—. y como si cada uno de estos peldaños tuviera que culminar en una suerte de apogeo antes de que se inicie el siguiente peldaño. Asi vemos como la «geogénesis», al propiciar una hidrosfera v una atmósfera, posibilita la «biogénesis» que en su culminación conduce a la «psicogénesis»Cuando, hace más de un millón de años, cier- I los primates —los primeros homínidos— superan el psiquismo animal y pasan al humbral de la reflexion, haciendo surgir el pensamiento humano, se¡ culminaba un vasto provecto y. a la vez. se iniciaba i * *otra prodigiosa aventura: la aventura humana en la que nos hallamos y de la que desconocemos el propó- , sito global, si lo tiene, o el devenir natural que indu-dablemente le espera. El «legado cósmico» que es la Vida encierra una insaciable capacidad de perfeccionamiento orgánico que, en una trabajosa escalada de metamorfosis progresivas produjo al hombre, par* j tiendo de una elemental célula viva. «Aun cuando en i la historia biológica no puede decirse que el adveni- | miento del Hombre haya sido la meta de la vida, puede pensarse que expresa una de sus caracteristicas esenciales» (Robert Tocquet).13

Es como si la razón de ser de la propia vida hubiera alcanzado en el hombre una nueva dimensión para una nueva etapa. El mismo Tocquet se pregunta, al margen de cualquier punto de vista «finalista» o «meeanicista», si la Evolucion tiene un sentido. «La respuesta no ofrece dudas (...) los seres han aparecido en la Tierra de una manera

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armoniosa, es decir, tamo mas tardíamente cuando su organización es mas compleja (...) en sus grandes lineas, la evolucion se ha orientado netamente por medio de sus phylums animales, hacia la adquisición de un sistema nervioso cada vez más complejo, cada vez mas mas concentrado. que permitiera la expresión de un psiquismo siempre más evolucionado, que abocaba en definitiva a la conciencia.» A partir del hombre, la fuerza irrefrenable de la evolución adquiere una nueva magnitud. «La vida humana es un fenómeno dentro del Universo. En ella, las realidades biológicas del colmos han encontrado un nivel de realidades morales (Abelardo Martínez Cruz).14

¿Cómo imaginar que esa potencialidad evolutiva que extrajo al homo sapiens de la cnsalida del Australopiteco. se detuviera y no encerrara también otro renovado destino? Posiblemente el Hombre sea el apogeo de lo biológico, en el cual, a través de una estructura fisiológica muv sofisticada, se alcanza el peldaño siguiente de la conciencia. ¿Cuál sera ahora el proximo peldaño? Porque, no cabe duda, la Evolución sigue. Ya en la corta historia del hombre podemos advertir la notable diferencia entre la incipiente comprensión que el homo sapiens tenia de su ser y de su mundo, v el mavor conocimiento que ha adquirido el hombre contemporáneo, incluso de sus propias ignorancias.Es evidente que la Evolucion de ese vector esencial intelectivo ha llevado al hombre a conocer y comprender la Naturaleza, permitiendole precisamente crear esa otra naturaleza artificial de lá que es el déiis ex machina. También es cierto que el hombre, impulsado por una peculiar motivación, impresa en su pauta genetica. busca incesantemente mejores soluciones a los problemas de la realidad. Vivir le exige transformar esa realidad, superarla, dando asi a su vida una probabilidad y también un objetivo. «Mientras el hombre respire en la Tierra, seguirá fiel a su vocación de conocimiento, de construcción, de fraternidad. Inepto a negarse, se obstinará en afirmarse, inventando, creando, anhelando, sirviendo, amando: siendo» (Jean Rostand).’*

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Asi, la suma de estas minadas de impalpables voluntades \ tentativas humanas pequeñas. Ínfimas limitadas a la escasa trascendencia de una vida, irán acumulándose a lo largo de generaciones y acabarán adquiriendo entidad y presencia, ordenándose en alguna configuración que definirá un esquema y revelará sus. lineas de fuerza, ocultas hasta entonces. Como esas limaduras de hierro que se ordenan simétricamente en tomo al imán, descubriéndonos la forma de esa fuerza magnética invisible. Existe sin duda una directriz en esta nueva fase evolutiva que es la aventura humana, pero sólo vislumbrable desde la dimensión cósmica en la que se inserta.Pueden avanzarse múltiples hipótesis sobre cual sera nuestro futuro como especie, ¿quienes serán nuestros herederos? En esta, como en toda especulación imaginativa, el juego de la intuición v de la lógica reflexiva llega a suscitar diversas y plausibles perspectivas. ¿Que nuevas dimensiones, que desconocidos valores aguardan aun su tumo para aparecer en escena? Como testigos y materia de un presente que apenas comprendemos nos es imposible deducir el mañana, solo quizás especular.Por ejemplo, si sabemos que partiendo de la simplicidad de una célula se ha llegado a la complejidad fisiológica humana y que esta ha posibilitado, o producido, la implantación de una conciencia, es decir. de una determinada capacidad de responsabilidad del organismo vivo sobre si mismo, también seria posible imaginar que en lo artificial, por esa extraña similitud que vamos observando pueda producirse igualmente este mismo fenomeno. Partiendo de la ele- mentalidad del guijarro tallado quizá puedan alcanzarse unos artefactos que, por su alta complejidad, lleguen a adquirir una total independencia.

Parece como si el hombre repitiera en las cosas artific iales, en esa segunda naturaleza, el mismo proceso que naturalmente propició su propia eclosión. «(...) si verdaderamente nuestras construcciones “artificiales”

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no son sino la continuación legitima de nuestra filogénesis, legítimamente también la "invertí ción" —este at lo ievolucionario del cual emergen, una tras otra, las creaciones de nuestro pensamiento— puede ser considerada como una prolongation, en forma reflexiva, del mismo mecanismo oscuro por el cual toda nueva forma ha germinado siempre en el tronco de la vida» (P. Teilhard de Chardin)Si bien el surgimiento de la conciencia sigue siendo inexplicable científicamente, es evidente que esa mayor complejidad de los dispositivos fisiológicos del hombre le hacían mas propenso y preparado para pode? acoger este tipo de fenomeno. También quizás algún día, la complejidad y sofisticación de los arte-factos. siguiendo ese camino de independencia que ya van adquiriendo, pueda generar otro tipo de fenómeno «reflexivo». Quiza la conciencia demuestre ser el resultado logico de un elevado perfeccionamiento de los mecanismos sensoriales y de registro. Se han descrito casos de computadoras que han llegado a efectuar rectificaciones y «reparaciones» en sus pro-pios circuitos, sin haber estado programadas para realizar tales actos. Es como si, en un determinado momento, cuando la obra creada alcanza suficiente perfección, tuviera que escapar al control de su crea-dor. como si ésta fuera precisamente la meta propia de la Evolución.A fin de cuentas, las cosas artificiales y el hombre, como todo lo que conforma el Universo, parten de unas mismas materias y energías. Quizas el hombre sea una especie transitoria, un simple enlace, en v * esa cadena de relevos que es la Evolución, el artesano que la Naturaleza ha dispuesto para que cree sus propios herederos, del mismo modo que hemos sido el futuro y el destino de muchas otras especies y estas de la propia materia básica.

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¿Hipótesis descabellada? Posiblemente, pero los caminos de la Evolución, que parecen tan logicos a posteriori, son insospechables cuando el propio de-sarrollo evolutivo no ha facilitado aún los datos para comprenderlos. ¿Cómo hubiera podido explicarse lo que seria la conciencia a quienes aun no la poseian? En plena geogenesis, en medio de sus portentosas tempestades energéticas, nada podía presagiar el sur-' pimiento y pervivencia de la frágil vida biológica. «¿Como esta energía misteriosa que llamamos Vida pudo, en un momento dado de la evolucion geológica, animar la materia inerte y transformar sus compo-nentes esencialmente constituidos por carbono, oxi -geno. hidrogeno y nitrógeno, en un granulo de proto- plasma irritable y móvil, y despues en la célula viva?» (Robert Tocquet).13

Las cosas antropógenasEl diie vuela, no porque tenga alas, tilas porque vuela.hEn sus investigacior.es especulativas en tomo ál proceso evolutivo de la especie humana, los natu- , ralistas del siglo xix relacionaron, de un modo uni- llvoco, la aparición de la herramienta con el advenimiento de la inteligencia, viendo en esa capacidad para hacer y usar artefactos, un dato inequívoco que permitía detectar el momento en que se operaba el transí i del ser irracional al ser humano.Sabemos hoy que no es una prueba suficiente, que son necesarias otras evidencias para dictaminar el momento evolutivo en que se manifiesta la ge- nuina superioridad de la especie humana respecto a las demás criaturas. Según Lewis Mumford «el hombre es preeminentemente un dominador de si mismo, hacedor de su mente y autodiseñador de su ser (...) la técnica de las herramientas no es más que un fragmento de la biotécnica del hombre del total equipo vital». El hombre ha aprendido de si mismo y de su I entorno lo necesario para controlarse y controlarlo. «En este proceso de autodescubrimiento v auto- transformación, las herramientas

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en su sentido estricto. sirvieron más bien como instrumentos subsi-diarios, pero no como el principal agente operativo • del desarrolló humano; es que la técnica nunca se ha disociado, ni en nuestra época, de ese todo cultural mas amplio, en el que el Hombre ha funcionado siempre como un ser humano.» ,6

Pero aun asi. aceptando esta mas ponderada valoración de las cosas materiales que el hombre crea, no hemos de olvidar que gracias a esas cosas que hallamos en los descubrimientos arqueológicos, disponemos de un dato tangible de ese «todo cultural mas amplio» v que solo de la lectura atenta de esas cosas podemos deducir la indole de ese «lodo cultural». Como dice Jacquetta Hawkes «seres que havan sido capaces de hacer herramientas deben ser calificados como hombres».'7 Las cosas que ese hombre fue creando como consecuencia de su incipiente inteligencia posibilitaron la lormacion del ambiente hu-mano, el cual a su vez, por un electo feed-back, propicio un mavor desarrollo intelectual y permitió asi la consolidacion definitiva de la especie humana. Por su misma esencia genetica v biológica, el hombre necesita de un habitat especifico. No puede sobrevivir en una naturaleza salvaje intacta. Para que un territorio resulte habitable para el hombre, este ha de alterar la launa v la llora primitivas. Esos parajes rurales que hoy llamamos «la naturaleza» no son sino una naturaleza artificial creada, controlada v mantenida por el hombre.Como lo advierte Tomás Maldonado, «nuestra realización del mundo humano es inseparable de nuestra autorrealizacion humana. En efecto, hacer nuestro ambiente,- y hacernos a nosotros mismos, constituye, filogenetica v ontogenéticamente, un proceso único [...] —el medio humano y la condición humana— son el resultado de un mismo procedo dialéc-tí'co, de un mismo proceso de formación y condicio-namiento mutuos». ’•Vsi, al hablar aquí de las cosas, me refiero a todas aquellas estructuras tangibles de factura humana. a lodo ese

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mundo artificial —para el que usare el neologismo «antropogeno» (de antropo-: hombre y geno: engendrar)— que el ser humano crea y va introduciendo voluntariamente en su entorno: en oposi- cion al mundo natural que le es impuesto v que ha de asumir. El concepto de «cosa» en contraposición al de «persona*. U también, según su raíz etimológica que lo refiere al latín «causa» —es decir: «lo que se considera como el fundamento y origen de algo»— puesto que. en cierta medida, las cosas han sido un factor causal de la horninizacion.Los términos «producto», «aparato» o incluso • objeto», que a menudo se usan para definir a esas i) cosas, poseen va demasiada carga connotada para poder denominar genericamente a todo ese arsenal de artefactos va creados y aun por crear. El termino «cosas». en este contexto, ha de entenderse en esa acepción que las considera como «entidades materiales individuales». Estas cosas abarcan asi a todo el vasto v muv diverso parque de los artefactos antropogenos, a todo el equipamiento artificial del hombre: de lo linas ínfimo a lo inmenso, del objeto sacro a la herramienta. de la obra de arte única al producto indus- irial masificado. Existen entre todos ellos múltiples variantes de tamaño, de peso, de complejidad y de momento, pero esas cosas son, todas ellas, fruto de la potencialidad creativa del hombre y eslabones en que se apuntala su propio ser como humano.Sin menosprecio por otras dimensiones más abstractas de su propia realización como ser pensante y sensible, pretendo centrar estas consideraciones en torno a las casas que instrumentaron la faceta práctica que todo sistema conlleva y que también está presente en el proceso de la hominización. posibilitando, en cada momento, la pervivencia de la especie. Desde el primer hombre, fue esta instrumentación practica —instigada por el instinto e iluminada ya por una tenue Mama creativa— la que permitió la vital supervivencia de la especie, mientras se desarrollaban y afinaban, paulatinamente, sus facultades intelectivas y afectivas. La adquisición de estas

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nuevas facultades le hicieron concebir, en justo retorno, unas posibles mejoras para ese incipiente instrumental que utilizaba y que así fue ampliándose y perfeccionán-dose. Estos ejercicios de reflexión e imaginación que se le planteaban, de un modo natural, en tomo a problemas cotidianos, simples y concretos, fueron una suerte de «gimnasia mental» que favoreció el desarrollo de facultades reflexivas y sensitivas. Los recientes experimentos del Prof. W. Greenough con ratones de laboratorio han demostrado que el trabajo v el juego intensivo al que los sometió —al exigir un mayor ejercicio de las neuronas— les hizo ser mucho mas emprendedores que sus congéneres mantenidos inactivos.

Los primeros hombres hubieron de dedicar gran parte de su incipiente capacidad intelectiva a re- ' solver los acuciantes problemas prácticos que les acosaban. Asi. esa facultad de razonar que iba adquiriendo la especie, le sirvió ante todo para ir compensando sus carencias físicas e ir creando los aditamentos precisos para reequilibrar artificialmente su biología. Mucho de lo que hicieran los primeros homínidos para guarecerse del entorno hostil fueron unas simples extensiones perfeccionadas de las reacciones instintivas propias de la componente animal.Ciertos animales también se auxilian con algunos elementos extracorporales. El frágil e indefenso cangrejo llamado ermitaño siente, de un modo innato. que su pervivencia depende de aquella caracola vacia que habrá de encontrar, sin falta, dentro de su área de movilidad. Pero aun poseyendo ese conocimiento congènito de lo que precisa para sobrevivir, será finalmente el azar el que decidirá si ha de hallar, o no, ese indispensable habitáculo foráneo El hombre, que también precisa de ciertas prótesis para superar su fragilidad morfológica, no está a merced de

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esa elemental casualidad y esta capacitado para crear por si mismo, artificialmente, ese necesario equipamiento y sera esta capacidad creadora y liberadora uno de los marcados caracteres diferenciales que distinguen al hombre de las demas especies superiores. Otras especies, como el castor, por ejemplo, cortan árboles, construyen presas. El pajaro recoge briznas y hierbas para hacer su nido. Las abejas hacen hov los mismos hexágonos que va hacían cuando aun no existían los mamíferos. El hombre es el único ser vivo que logra rebasar esta

primera dimensión y llega a crear todo un mundo an- tropogeno. artilicial v homogéneo, en constante crecimiento.

Cazar, cubrirse con pieles, construirse madrigueras. eran va —según los parámetros animales—- . una conquista suficiente que hubiera bastado a los primeros homínidos para sobrevivir v perpetuarse, al »tzuai que los demas animales. Pero, en el humano, su ansia de saber V de dominar le lleva mas alia.

I

La Naturaleza va revelando su vasto. fascinante v coherente conjunto de sistemas. Poco a poco vamos atisbando sus leves rectoras. Desde las especulativas teorías de Darwin hasta el descubrimiento del ADN, vamos entendiendo cómo, a lo largo de miles de millones de años, fueron aflorando formas de vida mas v mas perfeccionadas. Comprendemos como se desarrolla la procreación, sabemos como actúa el mecanismo dt* la mutación: hasta llegar al Hombre, todo parece erica ir armoniosa v comprensiblemente en esa lógica «bio.o- giCii*. pero ¿que razón fisiológica puede explicar que unos determinados seres escaparan á ese sometimiento «hsoluio a una pauta establecida y tomaran decisiones por si mismos? ¿Pueden unos gramos más de masa encefálica justificar esa enorme ruptura?E\ Hombre es el más hermético fenómeno con el que se enfrenta la Ciencia. Los especialistas en ci- togenetica, ante la dificultad, explican la aparición de la especie humana como un «accidente genético». Teilhard de Chardin escribió: «El

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Hombre, tal como la Ciencia logra hov reconstruirlo, es un animal como los demas —tan poco aleiado por su anatomía de los A n t r o p o i d e s que las clasificaciones modernas de Zoología, retornando a la posición de Linne, lo incluyen con ellos en la misma superfamilia de los Homín i d o s . Cuando sin embargo, a juzgar por los resultad o s b i o l o a i c o * d e su aparición, ¿no es precisamente ,i l i z o m u v dilerenle?» 12 Desde entonces, v a pesar de los muchos v recientes descubrimientos de la citoge- n e t i c a . la Ciencia no ha encontrado aun un lugar para el H o m b r e en s u representación del Universo.Un factor extraño se introdujo en el sistema biologico. un elemento hetereogéneo, único, produjo un rompimiento de las leves naturales que, hasta ese momento, habían seguido una}\ilación perfectamente explicable. A pesar de que mucho sabemos va. aún hemos de descubrir aquellas reglas que explicarían este paso —el «eslabón perdido» puede aún ha-llarse—. pero hoy, al seguir la historia de la evolución de la vida en la Tierra, resulta turbador encontrar un tiempo en el que el recorrido que seguíamos y comprendíamos deja un lapso, una zona nebulosa, oscura, en la que el hilo conductor se pierde y cuando emerge nuevamente, el ser que observábamos ha cambiado —no tanto en apariencia: sus características morfológicas son muy similares—. y. in embargo, ya no es ese autómata alienado, esclavo de unas leves que no está (acuitado para comprender, sino un ser libre.

consciente de su existir, que aprende del medió en que vive v liega incluso a visionar en su mente lo que no existe.Si consideramos como normativa natural generalizada a las reglas que la Naturaleza impone a todas las especies para sobrevivir —según las cuales solo perdura aquello que dispone de unas características fisiológicas adecuadas al ecosistema en que vive—. no es exagerado decir que en el Hombre, que no cumple aparentemente este requisito, se establece una pervivencia «contra-natura» y, si bien es evidente que el Hombre se ha adaptado a su medio, esta adaptación no se halla

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relacionada, ni explicada, por razones morlologicas o fisiológicas, sino que ha surgido de una nueva v específica dimensión que no podemos calibrar desde la sola biología.Este hombre emancipado, o consciente de su propia existencia, ve con ojos nuevos cuanto le rodea y va deduciendo de la observación atenta de sus propios gestos v reacciones instintivas y del comportamiento de los demas seres orgánicos de la launa v de la flora ciertas reglas lógicas y principios naturales que luego puede extrapolar en aquellos otros casos en que asume la responsabilidad deliberada de decidir, vendo más allá de lo que su pauta genética le sugería. El hombre es capaz de elaborar sus propios mecanismos de toma de decisión, basados en la lectura deductiva de los (enomenos y reacciones naturales que observa.La selección natural fue. posiblemente, eligiendo de entre las individualidades del homo habilis a aquellos que por su mas desarrollada capacidad sensorial e imaginativa tuvieron va una mayor habilidad creativa hasta, depurando la especie, alcanzar46la estirpe del homo sapiens —el «hombre sabedor», plenamente consciente de lo que hace— en la que esta pulsión creativa ya formó parte de su propia pauta genética. Pero esta facultad no es consecuencia de su sola racionalidad; el hombre no puede definirse ex-clusivamente como un ser racional. Si bien esta es una aptitud que es el único en poseer, no es, sin embargo, su única aptitud ni aquella que pueda explicar lo que hay de trascendente en su conducta. La razón le es indispensable para permitirle analizar y luego comprender el ¿por qué? y el ¿cómo? de lo que acontece en si mismo y en su entorno sensorial: la razón comprende e infiere hechos y fenómenos, pero nada hay en ella que le faculte para adivinar aquello que no puede someterse a la comprensión o a la deducción. Otros factores coadyuvantes habían de darse para que la especie alcanzara esa dimensión humana> Además de su tan mentada racionalidad, el

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hombre dispone de una inestimable potencialidad afectiva que le permite asumir e insertar en su vida, al lado del mundo de lo concreto, aquel otro mundo no- racional de lo inconmensurable, en que confluyen intuiciones, sentimientos, impresiones, emociones e imaginaciones. (Los trabajos del Prof. Roger Sperry han demostrado que el hemisferio izquierdo del cerebro humano controla la lógica: lo racional, y el hemisferio derecho, lo intuitivo, lo emocional.) ¡Qué gigantesco desmarque en relación con las demas especies poder imaginarse aquello que nuestros ojos no ven, nuestras manos no sienten, aquello que no existe, y a expresarlo, dándole vida con la voz. el gesto o la mano! El hombre suple e imita a la Naturaleza cuando crea.47Finalmente, toda esta progresión, desdé el pnmer homínido hasta el hombre moderno, ha sido posible también porque esta especie ha vivido en grupos, instaurando la vida comunitaria como fundamento de su especie. Como dice Gabriel Marcel '«existir es coexistir».19 Y es que el fenomeno de la pervivencia v evolución del ser humano solo es con-

cebible en colectividad. La vida social ha permitido un enriquecimiento cultural, a la vez simbiótico v si* nereico. Esta connivencia ha forzado la institución del lenguaje

como medio de comunicación, indispensable para la vida comunitaria de un grupo v. a su vez. ha supuesto el vehículo idóneo para la transmisión de los conocimientos adquiridos a las siguientes veneraciones: el hombre hereda asi, ademas de las pautas genéticas de comportamiento, un enorme ba- ¿aie cultural. A una mavor comunicación e informa- v.ion corresponde un mavor desarrollo de la cultura y, asi. cuanto mas amplia la base social que comparte una vida colectiva, mayores serán también las posibilidades de un elevado desarrollo de sus conocimientos. Asi como al animal le es imposible transmitir su propia experiencia a sus congéneres, el hombre, por el contrario, puede compartir, e incluso legar —gracias al lenguaje v a muchos otros medios de comunicación \ registro que ha ido creando: desde la escritura a las computadoras— todo el fondo cultural que cada gene-

I

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ración ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos. Corno ser social, el hombre ha podido asi potenciar su ^audal de conocimientos v, en consecuencia, ampliar la magnitud y complejidad de sus propositos.Asi, la estirpe humana se resume en esta tricotomía de lo racional, lo afectivo y lo social. Requisitos esenciales que posibilitan y explican esa distinta malera de sobrevivir —aparentemente en contradicción coto la norma—que caracteriza al Honjbre.Por esa sincronía evolutiva que existe entre el progreso de los conocimientos del hombre v la cre- * lente complejidad estructural y operativa de sus obras, es evidente que las mayores aportaciones de nuestra época han de ser obras de sofisticada tecnología v, por lo tanto, de mayor servicio y menor participación del hombre en su manejo.Sin embargo, el arsenal de cosas antropogenas que hov nos ayuda en nuestra vida cotidiana no se limita a las nuevas generaciones de artefactos, sino que incluve también multitud de cosas de muy diversa procedencia. Aunque lo creado en estas últimas décadas es lo que más destacamos por su novedad, nuestro entorno de este final del siglo xx consta también de un importante legado objetual del pasado, en el que hallamos maquinas del siglo xix, instrumentos del Renacimiento, herramientas del Medioevo e incluso muchos enseres v útiles del Neolítico. Ninguno de ellos se halla en su apariencia original, pero su esencia estructural es la misma que se definió en el momento de su creación. Sin pretender hacer una clasificación taxonómica —que seria por supuesto de un enorme Ínteres y utilidad—podamos subdividir este vasto arsenal de cosas que nos rodean según su menor o mayor grado de complejidad, de necesidad y posibilidad de participación del hombre en su funcionamiento.Lo que solemos llamar los objetos forman un grupo importante de artefactos poco complejos, cuya funcion/util suele evidenciarse en la propia forma y en los que la participación del usuario es decisiva. Auxilian al Hombre sin substituirle. Este grupo comprende aquellas cosas cotidianas necesarias para las funciones basicas de

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la supervivencia. Es, ademas, el área mas apropiada para una actividad creativa en libertad. Libertad que es posible al no estar supeditada la creación de estos objetos a unos complejos dispositivos tecnológicos que imponen siempre sus exigencias, a menudo encontradas con las del uso. Li-bertad del creativo que puede aun ser autosuficiente sin dependencia de la tecnología, hallando sus aportaciones en una nueva combinatoria de los componentes formales.Los objetos pueden subdividirse en dos ramas. Los objetos simples serian aquellos que, formados por uno o varios elementos y materiales, no contienen ningún dispostivo mecánico y actúan como un todo monolítico. Una forma idónea y un material son suficientes para que, manejados con destreza, cumplan su servicio. Son como accesorios para la mano a la que completan en alguna tarea específica. El hombre sigue siendo el protagonista de la acción operativa al dotar a esos objetos de la intención y de la energía que necesitan para ser útiles. Para auxiliarnos, estos objetos imitan y susti-tuven a alguna parte de nuestra morfología: son como una prolongación de algún gesto humano al que superan. Un peine o un rastrillo semejan unos dedos entreabiertos. Unas pinzas actúan como lo hacen nuestro pulgar e índice en su función aprehensora. El cuenco, el plato o el vaso imitan a nuestras manos en las actitudes que adoptan cuando pretendemos contener algo en ellas. £1 mazo o el martillo simulan un puño cerrado. El cuchillo o la sierra reemplazan la i luncion cortante de nuestros dientes. Estos objetos I engloban utensilios, herramientas o enseres cuya historia morfológica y conceptual es paralela a la propia historia del Hombre. No es aventurado decir que toda luncion que pudiera resolverse con una herramienta o un enser es muy posible que ya se haya concebido en los muchos siglos que nos preceden. Desde el Paleolítico hasta el final del Medioevo, la creatividad del hombre se ha basado esencialmente en la utilización

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ingeniosa de unos pocos materiales inmediatos y unas cuantas técnicas elementales.Los objetos articulados serian los estructurados como un conjunto de piezas con distintas formas y/o materiales que. en acción combinada, ejercen cierta función. Su articulación constituve un sencillo sistema con ciertas propiedades mecanicas primarias. La mayoría de sus componentes son externos1 y sus principios mecánicos bastante evidentes. Estos objetos articulados son generalmente instrumentos o dispositivos a ios que cada época y cada cultura ha aportado su contribución creativa. En ellos se revela va un sinergismo que, por la interacción de propiedades físicas o mecánicas, permite un desdoblamiento de la resultante funcional. Con una mínima complejidad estructural posibilitan (unciones que no podrían lograrse de otro modo. Son objetos articulados, por ejemplo: balanzas, tenazas, tijeras. Aquí también reencontramos esa inspiración antropomorfica: imitan, en cierta manera, la propia articulación del cuerpo humano. Poseen una mavor versatilidad v capacidad, pero siguen precisando de la energia y del manejo del hombre para funcionar.Muchos de estos objetos, ya sean simples o articulados, cumplen aún hoy unas funciones útiles insustituibles. Esos muchos enseres v herramientas tradicionales son resultado de un largo v fiable proceso de uso y perfeccionamiento. Sus principios funcionales fueron depurándose de generación en generación hasta cristalizar en las soluciones formales, mecánicas o ambas que hoy poseen. Estos ob|etos hdn alcanzado su apogeo evolutivo v solo es posible aportarles una cíclica adecuación al cambiante contexto

ociotecnológico. La evolucion del modo de vivir iecta al modo de uso de las cosas y puede exigir, en onsecuencia, ciertas adaptaciones funcionales. Tam- fbien. el

descubrimiento de nuevos materiales y técni- I cas de Í

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fabricación —que permiten aligerar, reducir, i robustecer las partes o el todo de un objeto—, propician variaciones mas o menos sensibles de la configu- ' ración. Asimismo, los estilos estéticos pueden incidir su- i perticialmente en la expresión lormai de estos objetos.Estas soluciones heredadas son ciertamente insuperables v la lección magistral de creatividad que encierran nos señala un camino creativo que aun sigue vigente. Por esta vía. de la simplicidad hemos de hallar todavía soluciones para las nuevas necesida- •Jes que van surgiendo como resultado del progreso. Ocurre a menudo que, en un sistema que prefiere la truculencia a la discreción eficaz, estas nuevas necesidades prefieren resolverse con engorrosos artefactos motorizados, cuando un simple dispositivo mecánico sena yna solución suficiente.Hemos visto como desde los primeros objetos hasta los más elaborados instrumentos y herramientas, la obra antropógena copia, sustituye y amplía a algún órgano o gesto humano. Los artefactos manuales, como prótesis que siempre han sido, tienen en el propio hombre a su modelo inspirador. Cuando, rebasando el nivel elemental del objeto articulado, lo an- tropogeno se hace más complejo, llegando a la elaborada organización que llamamos máquina, este antropomorfismo directo v evidente, parece perderse, pero solo en apariencia, porque sus entrañas mecánicas siguen formadas por piezas que semejan nuestros órganos que, al actuar, fingen movimientos gestuales humanos.Pero es más. el propio concepto de máquina —es decir, de sistema estructurado en el que conflu- ven coordinadamente múltiples acciones, paralelas o consecutivas para el logro de un resultado— no es sino la traslación de la propia organización del trabajo desarrollado por la sociedad humana. Reencontrando asi ese insoslayable mimetismo incluso al ni-vel de lo puramente conceptual.Lewis Mumford hace en El mito de la máquina un erudito análisis de los orígenes de la tecnología y destaca su dependencia directa de factores culturales v sociológicos. Señala como la técnica moderna no tuvo su origen en la llamada Revolución Industrial el siglo xviti «sino en los propios

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principios de la organización de una máquina arquetipica, compuesta de partes humanas» a la que denomina megamá- quina. Se refiere a esas primeras máquinas humanas que fueron posibles por la jerarquización de la sociedad llegando a someter al pueblo a los designios de un monarca divinizado. «Sólo los reyes, asistidos por las disciplinas de las ciencias astronómicas y respal-dados por las sanciones de* la religión, tenían capacidad suficiente para juntar y dirigir esa megamáquina, que era una estructura invisible, compuesta de partes humanas, vivas, pero rígidas, aplicada cada cual a su tarea especifica, a su trabajo, a su función, para realizar entre todas las inmensas obras y los grandiosos designios de tan enorme organización colectiva (...) Tal invento fue la suprema lía/aña de la primitiva civilización: proeza tecnologica que sirvió de modelo a todas las formas posteriores de organización meca- nica [...] tn efecto, ésta extraordinaria invención ha mostrado ser el primer modelo funcional de todas las complicadas maquinas quC vinieron despues, aunque el énfasis del maqumismo fue trasladandose lentamente desde los actores humanos a los mecanismos inanimados. »Las maquinas suponen una nueva generación de lo antropogeno. un agregado de diversos mecanismos funcionales independientes que se complementan y potencian para cumplir ciertas operaciones. Cada uno de sus oréanos es un ingenio mecánico ais- lable. con una función especifica parcial que, adecuadamente asociado a otros en la estructura funcional.< propicia una función global. Estos organos están compuestos poi diversos dispositivos y estos por dis-tintas piezas. Las piezas que componen los dispositi -vos condicionan, no tan sólo la función sino también la fisionomía externa de la maquina en que se integran. Estas exigencias (volumen, tamaño, peso, etc.) que impone la estructura funcional, interfieren —en las

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máquinas que han de manipularse— con las otras exigencias que reclama su buen manejo. Para lograr una adecuada utilización de determinada máquina es preciso que sus características morfologicas estén en consonancia con los requisitos antropométricos y er- gonómicos del usuario.Las máquinas también podrían subdividirse en dos ramas: las participativas y las pasivas, aquellas en las que el hombre, a pesar de una alta componente técnica puede aun participar en su manejo, y aquellas otras en las que, despues de haberlas puesto en marcha. todo se limita a ser un simple espectador de su actuación.En las primeras, el hecho de que contengan entrañas mecanicas. no implica la desaparición de un determinado grado de participación del usuario, sino que esos organos permiten optimizar el servicio ofre-ciendo mejores prestaciones a menor esfuerzo y, si bien «comodizan» el servicio, no anulan la interven-ción del usuario. Este sigue viendo en estos aparatos, a un útil que le ayuda sin marginarle, y en ellos sigue comprendiendo la relación que existe entre |a forma externa v la función que propiciaLas otras máquinas, más autonomas. nada dicen de la relación que existe entre su forma externa y el servicio que prestan, ni de la tecnología en que se amparan. Son artefactos mudos que solo pueden ma-ravillar con sus performances a quienes las usan. Estos aparatos distancian al usuario de la comprensión de como se opera la función útil. Su única participación será pulsar algún botón de ese artefacto hermético del que no nos atrevemos ya ni a hurgar en sus entrañas para intentar arreglarlo cuando deja de funcionar.Esta autonomía que van adquiriendo los más sofisticados artefactos significan que nos necesitan menos, en la medida en que nos suplen más. Un apa-rato autónomo ha de hacerse, forzosamente, más es-pecifico. menos versátil. Es decir, que su misión servil habra de ser más definida y que sólo podra realizar

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unas predeterminadas acciones. Su mavor autonomía implica también una mavor sofisticacion. A una mayor sencillez externa le corresponde una mavor com-plejidad interna. El número de dispositivos que lo componen sera mavor y, en consecuencia, aumentan proporcional mente las probabilidades de averia. Cuando un aparato ofrece un servicio mas completo, sus dispositivos operativos son necesariamente mas complejos, lo que implica una mayor fragilidad de este conjunto servil, con el agravante de que el usuario va ni puede remediar estas avenas por si mismo ni comprende como funcionan estos artefactos ni, de hecho, han sido proyectados para que puedan ser reparados por manos inexpertas, ü sea. a mayores probabilidades de averia corresponden las menores probabilidades de arreglo.

A partir del momento en que un artefacto se incorpora a la vida cotidiana de una colectividad humana necesita un nombre propio que permita su rdentiticacion por ese grupo social que lo adopta. La denominación de las cosas es simultanea a su primer uso. Asi. los nombres de los objetos que conocemos, ademas de denotar específicamente aquello que de-cl inan. también contienen ocluido otro mensaje sub- vacente que nos habla del tiempo en que fueron crea-dos v del primer lenguaje que los denominó.No pretendo iniciar aquí una teoría sobre la etimología de los nombres de las cosas antropógenas, sino simplemente remarcar cómo estas denominaciones encierran ese otro contenido informativo. La in-vestigación etimológica, que tiene precisamente ese objetivo, se ve limitada al ámbito de las lenguas co-nocidas v. las raíces que revela solo se remontan a civilizaciones relativamente recientes: hebrea, greco- latina. ara be, etc. Estas raíces que resultan muy útiles para explicar la procedencia e interrelación de las lenguas modernas, de sus tecnicismos y otros

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neologismos. nada dicen de los más remotos orígenes, demuchas denominaciones que se remontan más allá del tiempo histórico.Asi, del término «hacha», que aparece por vez primera en un escrito a mediados del siglo xm (Joan Corominas, Breve diccionario etimológica de la lengua castellana), sólo puede decirse que procede del fran- cico y éste del aleman antiguo happja. La indagación ha de detenerse allí por falta de datos cuando nos consta que esta herramienta, como muchas otras, procede del Neolítico. Al igual que el propio uso, la raíz fonética que le denomina persiste en el objeto, pero se ha perdido la pista que podía llevarnos, a través de múltiples culturas, hasta el propio lenguaje de quienes lo crearon. Cada cultura hereda de otras anteriores. cosas y vocablos y por esta vía han llegado hasta nosotros —modificados por las múltiples transferencias que se operan en este largo transitar— esos objetos v sus denominaciones nacidos antes que la Historia. En las cosas, gracias a los hallazgos arqueológicos, es posible confrontar lo heredado por transmisión popular con sus propios orígenes intactos. Sin embargo, de sus denominaciones primarias nada podemos saber, aun cuando las suponemos naturalmente vinculadas a los primeros esbozos del lenguaje, que fue articulándose en tomo a las crecientes actividades humanas instrumentadas, a su vez, por todo lo antropogeno. La necesaria designación que exigían los primeros utiles v enseres requirió la invención de nuevas voces que inauguraban las raíces del lenguaje. A la matière même un verhe est attaché ((ierard de Nerval).20 Es evidente que la auténtica raiz etimológica de ciertos nombres de herramientas y enseres elementales que aun usamos, hay que hallarla en el lenguaje de esas épocas en que fueron creados; cuando ese lenguaje se limitaba a un corlo

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repertorio de sopidos codificados que designaban solo acciones y accesorips básicos. A cada invención de una cosa correspondía la invención de un vocablo que consolidaba su peculiar identidad. Asi. por ejemplo, en un determinado momento evolutivo del phylum del hacha, el hombre hubo de distinguir a la herramienta que iba aflorando con carácter propio de la crisálida primitiva del guijarro desportillado que la sugirió, y dotarla de un nombre que había de difenciarla de su origen: en justa correspondencia al desmarque mor- lologico que ya se había operado. Cada cosa conquista su nombre especifico en el momento en que. por sucesivas mutaciones, llega a generar una nueva especie. A partir de entonces, si ese nombre es propio, es decir, si describe aquello que esa cosa es, v no su función, lo mantendrá en exclusiva propiedad: ese nombre sólo podra designar a ese particular objeto. Como el vocablo «árbol» sólo designa al árbol, o «agua» al agua, «hacha» nos refiere sólo a si misma, a la magia oscura de sus raíces que se pierden en la penumbra que envuelve al alba de la humanidad. Epicentro de su propia fonética, percibimos en ella aun el sonido hosco de las primeras voces humanas. Versión poética. surgida espontanea de una traslación mimética del propio objeto en su totalidad formal y activa. Aun * oímos en «hacha» el sonido del filo hendiendo la materia mezclado al soplo del esfuerzo de quien la usa. Sentimos latir la vida misma en ese vocablo tan córlame como lo que nomina. La forma y el acto son representados en él de un modo audible.Michel Foucault. en su libro Las palabras y ias cosas, en el capitulo V, hace una síntesis de las teorías que explicarían el origen del lenguaje. Destaca la importancia de la nominación prima: «Poner al día el origen del lenguaje es reencontrar el momento primitivo en que era pura

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designación.» Previo al lenguaje hablado existió un lenguaje gestual —«el lenguaje activo, es el cuerpo que lo habla»—, que permitió establecer una primera codificación de gestos v muecas. Con este Codigoel hombre va podía comunicar con otros: «puede percibir esta mímica como la señal y el sustituto del pensamiento del otro» [ ..) «con el uso concertado de un signo (ya expresión), algo como un lenguaie esta naciendo» ||.| «signos que serian como otras tantas palabras mudas a descifrar v a hacer audibles nuevamente» . El lenguaje de acción ha lanzado él primer puente comunicativo entre los humanos v a su vez ha servido de modelo para formar otros nuevos (engua- jes. otros nuevos signos, esta vez sonoros, según los esquemas estructurales que establecieron ese lenguaje gestual. Estos signos sonoros lueron la raíz del lenguaje «impuestos por la naturaleza como gritos involuntarios v utilizados espontáneamente por el lenguaje de la acción... Y si todos los pueblos en to-dos los climas, han escogido de entre el material del lenguaje de acción, estas sonoridades elementales, es porque descubrían en ellos, pero de un modo secundario v reflexivo, un parecido con el objeto que designaban».Pero muchos otros vocablos denominativos no se remontan tan lejos v lo percibimos en su propia estructura. No encierran esa magia, en ellos sentimos otro idioma, otras huellas menos primarias \ espontaneas. La simple lectura de un nomenclátor objetual pone de manifiesto estos distintos orígenes y sugiere posibles ordenaciones de acuerdo con la traza esencial <|tío encierran. Asi* de un primer examen parecen destacarse va ciertos urupos diferenciables.Aquellos objetos cuvo nombre ha generado unverbo denominativo que debe su existencia a la de ese \objeto: hacha/hachar, cuchillo/acuchillar, botón/abo- tonar. clavo/clavar, botella/embotellar, fusil/fusilar, etcetera. Del mismo modo que la creación de ciertos

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artefactos hubo de preceder forzosamente a la de su denominación] también ciertos nombres, recién es- I llenados, fueron previos al verbo derivado que había de significar la acción que esas cosas posibilitan. Aun cuando el acto creativo sea motivado por la necesidad de alcanzar un determinado objetivo —e incluso aceptando que esa necesidad/objetivo pueda sustan- tantivarse previamente— el objeto creado, por obra v gracia de ja propia dinamica creativa que lo fragua llegá | distanciarse del proposito generador, ai que acaba por desbordar v al que, por lo tanto, redefine « l e un modo inequívoco v concreto, como solo puede hacerlo la acción que ese objeto realiza.Otros objetos, en cambio, aun siendo algunos tan remotos v básicos como los anteriores, no han generado su propio verbo derivado: cuchara, cuenco, lampara, silla, plato, llave, libro, etc. ¿Por qué existe -acuchillar» v no «acucharar»? ¿Por qué se dice abotonar» v no puede decirse «llavear»? ¿Por qué es correcto decir «embotellar» para llenar una botella y i ti i ambio no lo es «omplatar» para llenar un plato?Vemos también cómo ciertos objetos son designados con el nombre propio del materia) con que están hechos, solo anteponiendo el articulo indeterminado un/una. reservando el artículo'determinado el/la para el propio material en si: un papel, una pluma, un vidrio, una tiza, un corcho, etc.lambien son significativas aquellas denomi- 1 naciones, generalmente de enseres contenedores, que j solo s«-* refieren al tipo de producto que manejan, sin i especificar la función que ejercen: aceitera, azuca-rero, fichero, salero, huevera, lechera, pecera, cenicero, etc., y también aquellos que hablan del lugar de uso: pedal, dedal, delantal, etc. Otros, en cambio, describen clara y llanamente la función que van a cumplir: sacapuntas, pararrayos, cerradura, portalámparas, escurridor, exprimidor, reclinatorio, incubadora, paracaídas, lavadora, en Otros usan de neologismos

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cultos: automovil, telefono, oscilógrafo, periscopio, podometro, tei efe ri co, etc.De todas estas denominaciones, aquellas que no se refieren a una determinada forma consolidada en ese preciso nombre, sino que hablan de una función genérica, permiten amparar, por su propia apertura semántica, a toda una suerte de variantes, tanto formales como estructurales, con la única exigencia de que el objeto que designan cumpla la función descrita en la denominación, Por el contrario, cuando decimos «hacha», «vaso» o «cuchillo», todos reconstruimos en nuestra imaginación un mismo tipo de objeto dentro de un margen muy limitado de variación formal.Todo ello suscita muchas cuestiones que 110 han hallado aun respuesta y el tema sigue asi abierto a las mas imaginativas hipótesis que pretendan esclarecer la coherencia de esta selectividad denominativa.

III. Evolución de lo antropógenoCada pntgreso depara una nueva esperanza, suspendida a la vtducton de una nuex’a dificultad El expediente ia>tui'i \e nenaCiando Lrvi-Sirauu»

Ese paralelismo que hemos observado entre el proceso evolutivo de la vida en la Tierra y la evolución de las cosas que el hombre ha ido creando, no se vislumbra siempre en las formas, las materias o las funciones de las sucesivas criaturas de ambos mundos —biológico y antropógeno—, pero se advierte claramente en el propio proceder de esas evoluciones: en sus métodos y sistemas básicos.Identidad en los modos y similitud en los medios. Si en las criaturas biológicas las alternativas novadoras surgen por mutación accidental, en las cosas antropógenas es la voluntad inspirada del hombre que las suscita. En ambos casos las alternativas retenidas son espontánea y naturalmente seleccionadas por el contexto: en lo biológico, según su aptitud para sobrevivir, en lo antropógeno: para servir.

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Las cosas de factura humana, como entes inorgánicas, no poseen esa capacidad de autorrepro- ducción que constituye la esencia misma de lo vivo. Además, en lo vivo, existe un proceso de acabado y puesta a punto fuera del claustro progenitor. En cierta manera puede decirse que el proceso creativo de lo orgánico se prolonga más allá de su propio na-cimiento: el ser vivo no alcanza su culminación hasta la madurez. El propio organismo participa en su mismo perfeccionamiento. «Vivir es nacer lentamente» (Antoine de Saint-Exupéry).21 Lo antropó- geno, en cambio, es inmutable y sólo dispone de las características que se le confirieron al crearlo. Las cosas tienen la configuración y las prestaciones con que las ha dotado quien las concibió v alcanzan su estado Idefinitivo en el momento en que se culmina su elaboración material: en su «nacimiento». En ese instante, lo que hasta entonces era un concepto fluido y modi- ficable, cuaja en una determinada forma que ya no podrá alterarse, en nada podrá variarse el destino que se le asignó.Al hombre le corresponde la revisión permanente del modo de ser de las cosas que configuran su entorno. Estas han de aportar siempre soluciones innovadoras y congruentes, aquellas que lo antropó- geno precisa para proseguir su evolución. Una evolución que a veces resulta imperceptible, pues no se cambia a un tiempo todo el parque de cosas existentes v, a menudo, los cambios que se aportan son muv sutiles en apariencia, si bien trascendentes en su fondo. Las cosas van cambiando continuamente y hacen que, a su vez, cambie el modo de convivir con ellas: nuevos usos para nuevas costumbres. Y es que, por ínfima que sea una innovación oportuna en un objeto de uso cotidiano, esta variante acaba indefectiblemente por afectar a la forma de vivir de quien lo usa. Por ejemplo, el dotar a los cubiertos de un agujero en el extremo del mango, sin otros cambios, pa-rece muv poca cosa, cuando sin embargo esa leve

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modificación posibilita un importante cambio en la manera de usar la cuberteria. Esta, entonces, puede salir de su oculto «aparcamiento» en un cajón y aparecer en el paisaje doméstico cotidiano, al alcance de la mano, siempre disponible.Asi van evolucionando, poco a poco, todo el cúmulo de objetos que conforman nuestro entorno: sin estridencias; sin demagogias, pero con eficacia. La evolución es así, discreta y ponderada. Cada nuevo objeto es el resultado de una realidad anterior a la que supera, de tal suerte que cada objeto encierra en si mismo la historia de su propio pasado. Las cosas que constituyen nuestro equipamiento objetual son el resultado de un largo proceso evolutivo que podríamos recorrer a la inversa. Así, por derroteros a veces muy abigarrados, llegaríamos hasta las primeras herramientas neolíticas. La evolución de los objetos es también una cadena que se forja eslabón a eslabón: sin hiatus que crearía una pérdida de conexión entre el ayer y el mañana. Es como si toda evolución futura va estuviera contenida, como una promesa, en esos toscos útiles: el filo en el pedernal, los recipientes en el cuenco, toda la mecánica en la elemental palanca.Es posible imaginar un vasto árbol genealógico de las cosas que, por entrecruzados linajes que le aportaron riqueza y variedad, englobara a todo el arsenal de objetos que miles de generaciones humanas han ido incorporando a la cultura. La realidad objetual que nos rodea encierra un «banco de datos» en que se recogen las aportaciones del pasado, en que sólo perduran aquellas alternativas que. en su cotidiano enfrentamiento con la práctica del uso, han logrado demostrar su insuperable eficacia.La evolución de las técnicas y de los comportamientos, incluso en la Sociedad Industrial, no puede romper nunca esta suerte de continuidad. Los primeros automóviles fueron construidos a semejanza de los anteriores carruajes, el hormigón se utilizcTen tun principio para imitar la viga de madera antes de *

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. adquirir carácter propio. Cualquier nueva propuesta de cambio debe siempre enlazar con lo que se intuye iha de ser la normal evolución de ese objeto, ha de ser iese eslabón natural siguiente. Una propuesta alterna- itiva que no haya seguido esta norma no será fácil- Jmente adoptada por la colectividad. Es difícil quemar ietapas sin tener, luego, que aguardar a que el con- jtexto, en su evolución fruto de cautas ilaciones, alcance aquello que se le habia anticipado. La ruptura con el pasado va lográndose por una continua suce- lsión de ínfimos cambios aparentemente continuistas. \/ " En todo lo que la Naturaleza hace, nada hace brus- i/ camente» (Lamarck).22

t

El cambio en las cosas y las costumbres es permanente, si bien éstas no cambian bruscamente y solo enraiza un cambio tras un largo proceso de acumulación observativa de aquellos pequeños hechos que difieren de lo que llamamos usual y que vamos advirtiendo y tolerando progresivamente hasta que se acomodan en la atmósfera cotidiana. A nivel no consciente, el hombre destaca lo inusual de lo usual, porque lo inusual, por su singularidad, atrae más su atención. La repetición frecuente de un hecho inusual va haciéndolo habitual, por lo que va perdiendo su facultad de extrañarnos y poco a poco se incorpora a lo usual y asi acabamos aceptándolo. Lo inhabitual sorprende hasta que su reiteración lo hace famjliar. Mar- cel Proust sugiere la relación entre habitual y habitable: c'est l'habitude que rend les lieux habitables.*3 Así. poco a poco,, se crea el ambiente propicio para que lo inhabitual sea aceptable y se consolide el cambio que esa «inhabitualidad» comporta. Parece que exista para todo lo innovador una suerte de sala de espera en que aguarde hasta* tanto deje de sorprendemos y por lo tanto deje de ser nuevo, para así penetrar en nuestras costumbres, en nuestra forma de vivir.Difícilmente se impondrá una nueva necesidad si aquellos que habrían de beneficiarse no la han aceptado ya inconscientemente, si no la están en cierto modo esperando. La evolución de las costumbres y de los usos va siendo

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sugerida por los propios individuos que componen el grupo social en que esta evolución se opera. Al reaccionar cotidianamente ante los impactos de la realidad de un modo en apariencia esperado, pero que en algo va siendo cada día distinto, la propia sociedad señala el camino de su futuro.insisto en que la sociedad, como conjunto, es un cuerpo muy sensible y sensato, en el que todos sus individuos —y no sólo los mas perceptivos— tienen capacidad para presentir las lineas de fuerza que emergen del presente y hacen concebir la postura de acomodación necesaria para adecuarse al futuro. Llámese sentido común o instinto de conservación, la gente dicta —sin saberlo— las normas de comportamiento que cada momento precisa para ir com- j pensando los errores del presente v hacer posible el ' futuro.A la larga, nada puede afianzarse en contra de esta sensata voluntad consensual de la sociedad.» Aunque, a veces, hayan modos y modas que, en la escasa escala de nuestras vidas, nos parezcan eternas. Sólo perdura y se prolonga más allá de unas generaciones aquello que enfasa con ese sentir sabio colectivo, lo demás, durará hasta tanto el atento sistema sensor de la sociedad detecte la desviación. Las líneas de fuerza de la evolución las marca la sociedad que intuye, calladamente, y sugiere, sin decirlo, lo que ha de estimularse o enmendarse.Las individualidades creativas, captando esemudo mensaje, han de posibilitar la afloración de aquellos sistemas, modos y cosas que encajen con lo que pudiera estar anhelado esa sociedad silenciosa. Hoy, como siempre, el usuario, si bien sabe distinguir lo que le es útil cuando lo usa, es sin embargo incapaz de anticiparlo. Sólo desde el prisma creativo puede el hombre «pre-ver» las próximas necesidades que la colectividad de pronto urgirá. Una atenta e inspirada lectura de la trayectoria filogenética objetual asi como una perspicaz percepción de las incomodidades que la realidad objetual oculta, permiten al creativo anticiparse a ios acontecimientos. La misión del individuo, en su acepción creativa, es. precisamente, saber detectar esas tendencias y estas tensiones, «...puede esperarse del hombre que imagine, antes de que surjan, las sorpresas que este entorno le

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reserva. Puede esperarse soluciones originales para situacio-nes nuevas» (Henri Laborit).3 En cierto modo, quienes asumen la responsabilidad de decidir por otros deben actuar con un oportunismo anticipativo.El creativo objetual ha de saber aportar, en cada momento, la respuesta instrumental justa que cada colectividad humana va a requerir. Aquellas precisas cosas que esa sociedad está en disposición de asumir y de incorporar en su modo de vida sin asalto. Aquello que el hombre podra aceptar como la próxima y esperada etapa evolutiva. «Lo mejor que. encierra lo nuevo es aquello que responde a un antiguo deseo» (Paul Valéry).No es posible creer que cuanto hacemos es simple fruto del azar, que nuesros actos son solo hechos fortuitos, inconexos, sin ilación ni destino. Aun cuando no seamos conscientes de ello, nuestras acciones y decisiones significantes están enmarcadas v encauzadas en una trayectoria global que la especie va persiguiendo en su progreso. Nuestro entorno es la materia en la que cuaja esta evolución cultural, y son nuestras mentes y nuestras manos las que la activan e instrumentan. El hombre, guiado por su sentir intuitivo v su saber reflexivo, va construyendo así su futuro. La cultura humana va conformando el devenir de la especie. «El hombre está condenado a inventar a cada instante al hombre (...] hay un porvenir por hacer, un porvenir virgen que aguarda» (Jean-Paul Sartre).11

Nuestro presente está siempre condicionado tanto por las realidades que nos lega nuestro pasado como por las expectativas que suscita nuestro futuro. El presente es sólo el linde entre el mundo concreto de lo ya hecho y el mundo abstracto de lo que puede hacerse. Es ese momento en el que el futuro bascula y se muda en pasado. El presente sólo es el destello que | irradia ese continuo transitar del mañana al ayer y Ique llamamos vivir.Cuando vemos en su dimensión de pasado lo que en su día Fue futuro, es decir, cuando observamos la Historia, comprendemos que esta encierra algo mas que hechos casuales. Lo que hoy calificamos de azar, ¿no será más bien

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un determinismo que no sabemos explicar aún? Nuestro devenir posee una directriz. ignorada, pero existente. La huella que la especie va dejando tras de si revela una coherencia evolutiva v confirma la realidad de una trayectoria pertinente y magistral que. quizas, el propio hombre vaya tra-zando: aquel «se hace camino al andar», de Machado. Las cosas que el hombre crea, como instrumental para ese devenir, se rigen también por las normas de esa misma congruencia. Los objetos evolucionan y, en su evolución, tienden hacia algo.Asi, es posible imaginar que la filogenia de lo artificial tiende hacia un utópico porvenir de perfección, en que cada carencia y cuestión obtendrá su adecuada respuesta, dentro de un equilibrado sistema instrumental, sin fallos, en que todo se enlace, complete, potencie y respete: un auténtico ecosistema artificial qué atienda globalmente al hombre y vele por su total v definitivo bienestar. También, claro está, podrían vaticinarse futuros menos optimistas, yo mismo conjeturaba que cabria un porvenir hipotético de las cosas artificiales, al margen del hombre, al que va no necesitarían para existiráLo cierto es que hoy aún nos hallamos en los inicios de una Era Secundaria de lo antropógeno, en que las cosas sólo empiezan a «cefal izarse»: en medio de un proceso evolutivo bastante caótico e inestable, como corresponde a una fase aún primitiva de la evolución filogenética de las «especies» que componen nuestra fauna objetual. «Fauna» hoy muy diversa y morfológicamente distante, pero que proviene de la misma cepa: de esos guijarros tallados, de los que, por sucesivas mutaciones e hibridaciones, se han segregado las distintas ramas de lo antropógeno, cada una siendo un phylum que a su vez podríamos ordenar, según las categorías sistemáticas de la Zoología distinguiendo: clases, órdenes, familias, géneros y especiesEsta andadura evolutiva, común a todo lo an- tropogeno, cesa en un determinado momento en ciertas «especies» objetuales: objetos de orígenes muy remotos v que ya han cumplido un largo recorrido evolutivo. Parece como si la

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evolución filogenética de ( las cosas no fuera un proceso inacabable, sino que tu- i viera que culminar en una solución imperfectible, al- 1 canzando asi un climax evolutivo que sería el objetivo finalisia de este mismo proceso. Entendiendo que el procesó evolutivo de cada «especie» objetual, es decir, de cada tipo de objeto con una finalidad operativa diferenciable tiende hacia un «clímax» propio y que éste se logra cuando —dentro del marco de las características de cada «especie» (prestaciones + técnicas + materias)— la superación de la solución existente ^ resulta ya imposible.Asi, ciertos objetos, tras múltiples soluciones transitorias de tanteo, llegan a una solución conceptualmente insuperable. El hacha es un claro ejemplo de elIo.lQué escasa es la diferencia entre un hacha neolítica y un hacha actual, a pesar de los siglos transcurridos, su forma es prácticamene la misma y, lo único que ha cambiado, han sido los materiales y las técnicas de elaboración. Esa herramienta llegó, hace siglos, a un máximo nivel de depuración y de eficacia operativa. Es evidente que para cortar o talar disponemos hoy de muchos otros medios, más rápidos y menos fatigosos, pero estos nuevos artefactos no pueden considerarse como una mejora del hacha. No pertenecen a la misma «especie» y, por tanto, no se han producido como una evolución de éstaj Proceden de otro phylum generativo —con coordenadas de partida distintas: más ambiciosasy tributaria de otros propósitos y tecnologías— y resultan sustancialmente incomparables. Y es asi que el hacha se ha transmitido a lo largo de 20 000 generaciones y sigue aún siendo insustituible como herramienta usual, incluso en los países más tecnificados.Lo mismo ocurre con muchas herramientas v enseres elementales que usamos a diario y que se remontan a tiempos muy lejanos. Estos miles de años de tanteos les han ido dotando de unas características formales óptimas. Parece como si para un determinado problema operativo y en base a unos materiales y conocimientos simples, sólo pudiera existir una única solución perfecta. Las demás, habrán sido parte del

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proceso de tanteo: útiles momentáneamente,! hasta tanto no aparezca otra solución que las mejore,! y asi sucesivamente hasta dar con la solución: aquella que ha logrado franquear la barrera del tiempo y con- ' solidarse en una configuración definitiva.Dado que el equipamiento objetual se establece siempre en función de un determinado contexto sociotecnológico. hecho de necesidades y de posibilidades, no es posible asegurar que el objeto que haya alcanzado ese apogeo evolutivo haya logrado también su eterna vigencia. Lo único claramente demostrado es que esa «especie» objetual ha agotado su potencialidad evolutiva: que su filogenia ha concluido.

Por su propia esencia, el objeto ha de cumplir cierta función útil, cierto servicio con la máxima economía de medios y esfuerzosEsta operatividad que su función útil le exige, implica unos imperativos que son fácilmente detestables en la propia definición que su uso comporta.{Las cosas están hechas para «cortar» «sujetar», «presionar». «iluminar», «guarecer», y así, muchas mas y diversas acciones. Nos consta que para lograr cierta operatividad bastará con hacer corresponder a cada requerimiento funcional que esta operatividad reclame, aquel dispositivo que sabemos tiene la capacidad precisa para cumplirlo.1 Así, a primera vista, parece que pudieran componerse artefactos, sencillamente sumando los diversos elementos funcionales requeribles. Esto es teóricamente factible, pero siguiendo esta pauta los artefactos jamás podnan alcanzar la optimi*ac'®n evolutiva que su porvenir en-cierra. Este método primario de composición aditiva, esquiva las exigencias de la concordancia sinèrgica, la única vía que posibilita el acceso de las «especies» objetuales al clíw*1* evolutivo.

En su obra Du mode d'existence des objets tech- ñiques, Gilbert Simondon estudia con clarividencia la génesis de los objetos técnicos —que diferencia de los objetos estéticos— y particularmente su coherencia interna: «el objeto surgido de un trabajo abstracto de organización de subcoajuntos es el

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escenario de un cierto número de relaciones de causalidad recíproca. Son estas relaciones las que hacen que, a partir de ciertos límites en las condiciones de utilización, el objeto encuentre obstáculos en el interior de su propio funcionamiento. En las incompatibilidades que nacen de la saturación progresiva del sistema de sub- conjuntos es donde reside el juego de las limitaciones, cuyo franqueamiento constituye el progreso». Por este recorrido acumulativo que suma órganos diversos e independientes, no será posible alcanzar la plenitud de una optimización conclusiva —el decurso pertinente es otro— según Simondon, la evolución de la cosa técnica se hace «por convergencia y por adaptación a si misma; se unifica interiormente según un principio de resonancia interna* y, utilizando el ejemplo del motor de gasolina, compara los primeros motores con los actuales, en los que ya se manifiesta un proceso de «concretización». es decir, que cada elemento estructural cumple varías funciones y no una sola. «El objeto técnico concreto es aquel que no está en lucha con sí mismo, aquel en el que ningún efecto secundario perjudica el funcionamiento del conjunto [...) (en cambio) en el objeto técnico abstracto, cada estructura cumple una sola función esencial y positiva, degrada el funcionamiento del conjunto; en los objetos técnicos concretos, todas las funciones que cumple la estructura son positivas, esenciales e integradas en el funcionamiento del con- \ junto.» Mientras un objeto no haya llegado a esa coherencia global, a esa «concretización», las divergencias que en él subsisten son como «residuos deabstracción» y es por la «reducción» piogicsiva d- este margen, entre las funciones de las estructuras plurivalentes, que se define el progreso de un objeto técnico; es esta convergencia la que especifica al objeto técnico».Subraya, además, como en el motor antiguo «las piezas son como personas que trabajaran cada una en su momento, pero que no se conocieran entre si, las unas a las otras» y añade, «cada unidad técnica material ha sido tratada como un todo absoluto, acabado en una perfección intrínseca que, para su funcionamiento, precisa estar constituido en sistema cerrado. La integración al conjunto presenta en ese caso una serie de

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problemas por resolver, que son llamados problemas técnicos y que de hecho son problemas tic -compatibilidad entre conjuntos ya existentes». «En un motor actual, cada pieza importante está tan ligada a las demás, por intercambios recíprocos de energía, que no puede ser otra que la que es.» Las aletas de la culata, por ejemplo, cumplen varias misiones a la vez; no tan sólo sirven para el mejor enfriamiento del bloque del motor, sino que, además, poseen una función mecanica, al reforzar la culata y evitar su deformación bajo la presión de los gases; «el desarrollo de esta estructura única no es el resultado de un compromiso, sino de una concomitancia v de una convergencia: la culata nervada puede ser más delgada que una culata lisa con la misma rigidez; y por otro lado, una culata delgada permite intercambios térmicos más eficaces que los que podnan lograrse con una culata gruesa, la estructura bivalente aleta-nervadura mejora el enfriamiento, no solamente aumentando la superficie del intercambio térmico (lo que sería propio de la aleta, en tanto que aleta), pero permitiendo también un adelgazamiento de la culata (lo que es lo propio de la aleta en tanto que nervadura)».

Esta necesidad de lograr una concordancia de funciones que converjan en una resultante coherente, no ha de limitarse al mundo tecnológico que se encierra en los objetos técnicos. También es exigible en todas las demás cosas antropógenas, incluso en simples utensilios formados por una sola pieza monolítica. Esta convergencia se establece entonces entre subzo- nas formales, que se comportan y tratan igual que los subconjuntos que contiene el objeto técnico. Esta I concordancia que exige la «concretización» ha de ser | global, abarcando todo el conjunto del artefacto: las materias, los dispositivos, las estructuras y también la apariencia externa —que no es sino una zona operativa en la que se ejercerán diversas funciones: de maniobra, de protección, de contención, de informa- f ción y, además, de significación—. Es esta misma / coherencia sinérgica la que hallamos y admiramos en [ las obras de la Naturaleza, en las que se alcanza «naturalmente» la integración y la potenciación de

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una total eficacia operativa y de una máxima economía de materias y de energías en una resultante estructura/forma, armoniosa y sencilla a la vez. Así también; cada objeto antropógeno encierra en su futuro esa posible apoteosis conclusiva y precisamente hacia ella tienden ios esfuerzos creativos constantes del hombre. Todo sistema organizado alcanza su apogeo evolutivo cuando resulta operativa e intrínsecamente insuperable. Posee entonces, en plenitud, esa genuina coherencia global hecha de equilibrios y armonías evidentes. Toda esa contenida esencia se destaca y percibe, de tal manera, que su sola contemplación produce una 'Traición estética.Existe una singular relación entre perfección operativa y perfección estética. Una auténtica coales- cencía entre belleza y eficacia: como si hubiera una ¿ley natural que presentimos, pero de la que aún no hemos descubierto las reglas. Porque es un hecho manifiesto que a la optimización de la eficacia, de las cosas y de los seres, corresponde una belleza de las formas y de los gestos. La naturaleza abunda en ejemplos: la hermosa morfología y los elegantes movimientos del leopardo o del tiburón encierran una | tremenda eficacia. En su anatomía y en sus gestos, todo es función, nada es superfluo y todo es bello. ! Para alcanzar su máxima eficacia, las características ) biológicas (los músculos, por ejemplo, o la dimensión j de unos miembros) han de ser tales que logren su má- j ximo rendimiento en el momento en que también los I consideramos más bellos. También en las expresiones i de la cultura se manifiesta esta peculiar coalescencia.En la ceremonia del té, al margen de su significación simbólica, se ha sublimado cada objeto y cada gesto, i a través de los siglos, hasta hacerles alcanzar una máxima perfección funcional y estética. La forma es i precisa y suficiente, el gesto exacto y depurado, y no ¡ sólo agradan a nuestros sentidos, sino también son la I forma y el gesto que mejor cumplen el cometido prác- | tico que los ha motivado. Allí, el entorno, las cosas, los gestos, son los espacios, objetos

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y movimientos mínimos y esenciales, para acometer ese acto con la máxima economía objetual y gestual. Así, un acto en j apariencia doméstico y rutinario, consigue una di- j mensión y un contenido simbólico y estético. Sin He- ! gar a este refinamiento trascendente que la cultura t oriental ha conferido al arte de vivir, también pode- * mos observar, en otros ámbitos, como en la práctica de una actividad deportiva, que el tener «estilo» posibilita, v a la vez revela, el logro de un máximo ren- j 'dimiento con un menor esfuerzo. Un bonito drive enltenis, o sxving en golf, o godille en esquí, no solamente json unos movimientos visual mente muy estéticos, |ísino que, además, suelen ser aquellos que permiten alcanzar una mayor eficacia.Esta sugerente relación que parece existir entre «eficacia» y «perfección formal» también puede observarse en la estructura misma de nuestra más íntima materia viva. Por ejemplo, la neurofisiología ha puesto de manifiesto que el cerebro humano está constituido por tres zonas distintas, tres capas superpuestas y complementarias: 1) el archicortex. que nos proviene de los reptiles v que rige nuestras reacciones más primarias; 2) el paleocortex, que hemos heredado de los primeros mamíferos y que nos ha dotado de los instintos elementales (además del olfato y del sabor), y 3) el neocortex, «padre de la abstracción v madre de la invención» (Prof. MacClean) y que es en donde anida la conciencia. Pues bien, las neuronas que componen el archicortex (bulbo raquídeo, cerebelo, médula) se hallan dispuestas en un completo desorden, las del paleocortex (hipotálamo, hipófisis) ya se estructuran más ordenadamente y por último, las del neo-cortex se hallan perfectamente ordenadas v alineadas.iAun siendo un terreno totalmente subjetivo, puesto que la belleza, como todos los valores humanos, es siempre una apreciación relativa, me atrevería a decir que en este caso algo escapa y excede a nuestra apreciación reflexiva v se remonta a la propia naturaleza intuitiva de la condición

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humana. Podemos apreciar la belleza sin conocer un orden de valores. Cualquier occidental, por ejemplo, es capaz de sentir cuál de los ejecutantes de una danza guerrera Masai es el mejor. Parece como si de una forma innata, el hombre, a través de los siglos, haya ido deduciendo y comprendiendo la relación que existe entre estética y eficacia, llegando a crear esta coalescencia. Parece como si de una forma no consciente el hombre con-funde los signos externos de la eficacia, que puede constatar, y de la fruición, que siente al apreciar esa aptitud. Quizá sentir la belleza de una cosa sea la manera de manifestarse de la pertinencia natural cuando alcanza su climax. La perfección práctica y la belleza formal están relacionadas: ésta exterioriza aquélla. La eficiencia, como concepto cualitativo abstracto. se concreta de un modo aparente en la belleza.El resumen de lo expuesto podría ser:a) que los artefactos tienden, por lógica evolutiva, hacia una perfección insuperable en el marco de su propio ramal;b) que este climax se alcanza cuando la saturación de su eficacia operativa se ha logrado con una máxima economía de medios;c) que esa meta sólo es posible cuando existe una óptima coherencia interna, y externa, del artefacto:d) que ésta sólo puede ser propiciada por una adecuada concordancia de los elementos en juego; y, finalmente,e) que cuando todo esto se ha logrado, el artefacto así creado habrá de ser forzosamente bello.Es este un discurso en cascada, en el que las distintas cualidades biológicas convergen todas y se transforman en una resultante morfológica que será bella cuando se haya logrado ciertamente el apogeo evolutivo. Esto seria la ortomorfia.

En torno a la técnicaEn ¡a realidad técnica hay una realidad humanaGilbert Simondon

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Aun cuando el hombre civilizado no sea plenamente consciente de ello, la supervivencia de la especie humana sigue dependiendo directamente del (equipamiento antropógeno que la cobija. Las cosas serán siempre para el hombre ese complemento artificial que precisa para poder pervivir en el medio natural que. de otro modo, le sometería. Su propio status de especie superior depende de estos artefactos que le auxilian. El hombre ha conseguido eludir una conducta primaria en el logro de sus necesidades básicas, gracias a este equipamiento que le ha ido liberando de actos y gestos estrictamente animales. Si hoy un hombre fuera «descontextualizado» y sumido en la realidad de un entorno natural —es decir: salvaje—. para sobrevivir tendría que reencontrar los gestos y las actitudes del animal: acechar, luchar, matar v despedazar sus presas con la sola ayuda de sus manos v dientes, como el depredador que en potencia es. Sin las cosas, volvería a aflorar en el hombre la componente animal de la que procede. La supresión de todo nuestro entorno objetual, con el que estamos acostumbrado a convivir, pondría de manifiesto nuestra total dependencia del mismo.En cierta manera, los individuos en la Sociedad Industrial se hallan como esos enfermos que, ingresados en la UVI (Unidad de Vigilancia Intensiva), sobreviven gracias a un complicado sistema de máquinas que, de desconectarse, supondrían su muerte inmediata. Todo hombre civilizado está, en alguna medida, en esa situación, con el agravante de que todo este complejo entorno tecnológico que el hombre ha ido creando y que precisa absolutamente, es sin embargo muy frágil. Algún fusible salta v media Francia o Estados Unidos se hallan súbitamente sumidos en el más espantoso caos. Al igual que el submarinista que sólo dispone de un tiempo limitado de autonomía, el hombre civilizado dispone de un potencial limitado de independencia y, tras unas horas de desconexión de la civilización y de sus prestaciones, está nuevamente a merced del entorno. Nada más frágil que

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esta «civilización». El Robinsón Cru- soe, de Defoe, pudo sobrevivir por haber previsto su autor que recuperara armas y multitud de materiales del barco naufragado y haber dispuesto que aquella isla fuera un autentico paraíso, sin hostilidades y con toda suerte de alimentos salvajes al alcance de la mano. Sin todo ello, aquel hombre del siglo xvm no •hubiera podido sobrevivir, aun siendo más autosufi- cíente que el hombre del siglo xx. Y es que a medida que un pueblo se civiliza, sus individuos se hallan más distantes de esta autosuficiencia.«Si como consecuencia de algún cataclismo la humanidad se hallara mañana sumida en una situación semejante a la que conocieron los primeros neandertalianos, necesitaría, a pesar de toda su ciencia, por lo menos trescientos años para alcanzar el sa- voir-faire' técnico del muslerciense (Paleolítico superior) (Néstor Albessard).43

La técnica y la organización social, aquelloI que llamamos «civilización» asiste al hombre, tanto, que llega a dependizarlo totalmente, desproveyéndole ' de su autosuficiencia primitiva. Del mismo modo que el hombre ha ido adecuando su entorno a su forma de vivir, también, en contrapartida, este entorno artificial ha llegado a condicionar esta misma forma de vi- I vir. Los artefactos que el hombre ha ido creando para liberarse, acaban también por ligarle y, si por una I parte le ayudan, por otra le constriñen. Si bien por su esencia, el hombre ha dependido siempre de las cosas v de los demás, en la fase primitiva eran cosas y gentes que conocía y comprendía- Sus problemas prácticos v de convivencia eran simples y diáfanos: a su escala. Podía incidir de un modo directo sobre cuanto le rodeaba .'En la Sociedad Industrial en cambio, las cosas y las gentes se han tomado artefactos elaborados V personas extrañas. Cuando algo falla, el individuo ya no sabe como remediarlo, ni está preparado para hacerlo. El creciente arsenal de artefactos que nos complementan son hoy de un total hermetismo. Estas maquinas y aparatos que nos auxilian, se nos hacen cada vez mas imprescindibles, precisamente en la medida en

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que nos reemplazan con eficacia. Están tan ligados a nuestra propia vida cotidiana que han llegado a ser parte integrante, e importante, de ella. Existe tal «simpatía» entre esas cosas y nosotros que, cuando algo en nuestro entorno objetual familiar su- ire una averia, la resentimos como si enfermáramos nosotros mismos. Es como si nuestro sistema vegetativo estuviera efectivamente conectado a este equipamiento externo: «somatizamos» sus problemas. Las cosas son una suerte de ortopedia para nosotros y nos relacionamos con ellas igual que si se tratase de auténticas prótesis. «Somos los instrumentos de nuestros instrumentos» (Thoreau).

Asi. las cosas, en su constante evolución —y precisamente en función de la misma importancia que van adquiriendo— llegan a provocar una difusa inquietud en los individuos de las sociedades más evolucionadas, por esa incomprensión del sistema tecnológico en que viven y del equipamiento objetual que les auxilia. El propio progreso les aboca a una total pérdida de su capacidad individual. Esta irreversible dependencia, tanto de las cosas como de sus congéneres, implica que el individuo civilizado ya no puede valerse por sí sólo. Su mundo personal e intimo funcionará siempre que el «mundo global■* funcione. Su propia supervivencia difícilmente puede ser ya individual. depende ahora del mantenimiento de un sistema v un equipamiento colectivo en el que se in-

erta. A la primitiva dureza de la directa y solitaria jcha por la vida, el hombre civilizado ha sustituido a inquietante comodidad de un sistema de supervi- encia colectiva que no domina.Í

En el reino animal solo sobreviven aquellos sujetos que. llegados a la madurez, están capacitados para valerse por si mismos. Todo ser vivo nara conseguir el alimento del que extrae la energía vital, ha de invertir parte de esa energía en esfuerzo' físico. Es este también un precepto al que no escapa la especie humana, aunque resulte menos evidente en la sociedad civilizada, en la que la división del traoajo y. sobre todo, la jerarquización permite encubrir a

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los individuos-parásitos que no cumplen su pane alícuota de esfuerzo y la transfieren a otros.Es cierto que el hombre se halla S4>metido a esta exigencia del esfuerzo físico, pero también lo es que nunca la ha aceptado como ineludible v asi. progresar es. en cierto modo, buscar formas de redimirse de esta lev. De hecho, el hombre es esa espiecie cuya esencia reside en su capacidad de ir eludiendo las normas naturales. El hombre quiere ser diurno de su destino v no el juguete del azar. Todo, desoe la primera herramienta hasta la novísima biotecnica del tiene spiicinfz persigue ese mismo fin: el ho»mbre no solo quiere sobrevivir sino, además, quiere liberarsede toda sumisión a la fatalidad. Desde la era paleolítica el hombre se ingenia para soslayar o mitigar la dureza del esfuerzo vital. Las herramientas, utensilios y enseres fueron concebidos para facilitar este obligado laborar. También la organización de las tareas, la sustitución de la caza por la domesticación de los animales y la invención de la agricultura, son ocurrencias que el hombre fue desarrollando a lo largo de muchas generaciones para lograr reducir este esfuerzo. Pero todo ello, aún siendo ya un enorme avance, no le libera por completo.La utilización del animal para suplirle, cuando menos en el desgaste energético, anunció ya la posibilidad de una transferencia del propio esfuerzo a otro ente. La ley natural podía ser burlada, si bien el esfuerzo seguía siendo imprescindible, su ejecución no era de obligado cumplimiento por el propio individuo, sino que podía ser delegada. De la organización racional del trabajo se llegó a la jerarquiza- ción, constituyéndose clases sociales, lo que de hecho significa que una parte de la población trabaje en lugar, v/o en provecho, de la otra. Este hecho es curiosamente considerado por los etnólogos como un signo de «civilización» y es efectivamente notable observar cómo en los pueblos que aún hoy siguen en estado primitivo, no existe ni esclavitud, ni servidumbre en cualquiera de sus formas. Según Lévi-Strauss, las sociedades

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civilizadas necesitan, como la máquina termodinámica. de una diferencia de potencial para funcionar. Ha sido una constante de la civilización mantener este desnivel, primero con la esclavitud luego con la servidumbre v finalmente con la íormación del proletariado. Esta utilización del hombre como «herramienta» de otro hombre es sólo posible en un mundo jerarquizado, en donde se mantienen clases acultivadas o atemorizadas para poder prolongar estapostergación. La concienciación social iniciada en la edad contemporánea ha evidenciado lo intolerable de esta estratificación v hace insostenible este sometí- miento. El hombre va rebelándose contra este Vasa* llaje y observamos como a cada rebelión del hombre- esclavo corresponde un nuevo empuje tecnológico que pretende compensar las consecuencias de esta liberación. Parece como si existiera una relación inversa entre tecnología y servidumbre, de tai manera que los avances tecnológicos son espoleados por esta rebelión del hombre contra su utilización como herramienta. Así, vemos como al ocaso de la servidumbre corresponde el advenimiento de las más sofisticadas máquinas: la máquina-servil releva y libera al hombre- siervo. Y así vamos viendo como el desarrollo de los conocimientos y de las tecnologías pudiera conducirnos a una definitiva liberación del hombre de su ex-plotación por otro hombre. En su búsqueda de una coherente ordenación social, el hombre de hoy es consciente de que sólo las cosas y no los hombres es- tan a su servicio. Según lo vaticinaba Saint-Simon: en los tiempos modernos hay que pasar del «gobierno de los hombres» al de la «administración de las cosas».El enfrentamiento entre el Hombre y la Máquina fue, hace un siglo, un tema que suscitó gran polémica. Esta oposición entre Cultura y Técnica ya no despierta esos encendidos debates literarios y, sin embargo, ahora más que entonces, los avances tecnológicos se transforman en productos de

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consumo que inciden decisivamente en la sociología y la cultura de nuestro tiempo. Estamos en una época en que la tecnología nos ha permitido beneficiarnos de valiosas ayudas, pero exigiendo contrapartidas nocivas. Mu-chos avances tecnológicos conllevan efectos secundarios negativos que no habríamos de tolerar. Es necesario un esfuerzo tecnológico capaz de superar esta fase primaria en la que estamos. O damos un paso adelante, logrando una tecnología limpia, o bien hemos de frenar la aplicación de ciertos pretendidos avances en los que nada se logra sin perder algo a la vez. Una renuncia a los beneficios contaminados de cierta tecnología sería una actitud consecuente y realista hasta tanto se hayan superado sus deficiencias.Sin embargo, el usuario, como destinatario de este aluvión de objetos tecnificados, no está ni preparado ni informado para tener criterio propio y, en consecuencia, tiende a adoptar sin reparos todo lo que se le propone, hallándose siempre dispuesto, e incluso expectante, para acoger lo próximo con la misma tácita conformidad. Sólo una minoría ilustrada. pero poco informada para dictaminar con eficacia, se enfrenta al avance tecnológico desde una actitud de rechazo global, haciéndole responsable prioritario de las desventuras de nuestro mundo, el enemigo que deteriora la calidad de nuestra vida, que distorsiona la escala de valores humanos y crea una lalaz realidad que nos aliena v distancia de nuestros más legítimos anhelos.Es comprensible esta actitud radical ante las constantes muestras de insuficiencia v desvarios que la tecnología nos depara. La recusación global del progreso técnico parece ser la última y desesperada defensa contra un modelo de vida que rehusamos aceptar. No obstante, creo que existe una tercera lectura de este fenómeno tecnológico. Una lectura más honda, que no discernimos claramente por lo complejo e intrincado de sus

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implicaciones, que rebasa nuestra capacidad de comprensión, pero que en al-gima manera —cuando la ira que nos provocan las aberraciones que en nombre del progreso se calma— somos capaces de sentir intuitivamente. Existe una visión menos inmediata y puntual, más rigurosa y prospectiva, que considere las recónditas motivaciones que el progreso técnico encierra desde sus orígenes v que coinciden con los del hombre. No es posible detener el progreso: su desarrollo no depende de la voluntad del hombre, sino de la acción concertada de esa latente pulsión creativa que habita en la especie humana y de la dinámica que el propio progreso promueve.Desde la prehistoria, cada generación ha acogido con recelo cuanto alteraba el orden establecido.Las innovaciones que el propio hombre va aportando trastornan su modo de vida v parecen hacer periclitar su mundo. «Todas las ideas sobre las que descansa hov la sociedad han sido subversivas antes de ser tutelares» (Anatole France).44 A pesar del dicho «tiempos pasados fueron mejores», hemos de reconocer que. en los diez mil años del tiempo histórico, el hombre ha mejorado sensiblemente sus condiciones de vida gracias a los avances tecnológicos. La voluntad de supervivencia del hombre ha sido instrumentada por el constante desarrollo de las múltiples técnicas que ha ido perfeccionando como consecuencia de su creciente capacidad de comprensión. De la observación atenta de una piedra desportillada, cuyo canto vivo solía herirle, el hombre intuyó el filo y de-sarrolló un modo para reproducir artificialmente este tallado: la técnica estuvo presente en la culminación de la primera herramienta. rLa tecnología sólo contempla el mundo de lo material y, en consecuencia, io que ella puede aportar a la cultura será siempre al nivel de la instrumentación práctica. La tecnología encierra una realidad humana que debe estar al servicio de

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una visión global de la sociedad humana. La tecnología requiere ser inspirada, guiada e integrada en el «todo cultural». No creo podamos rehuir la necesidad del progreso ni los avances tecnológicos que de él dimanan. No hemos de hacer de ellos los chivos expiatorios en quienes descargar las culpas de nuestra propia incapacidad para controlar y aprovechar más adecuadamente este potencial de progreso que la tecnología nos brinda. Lo que no nos gusta en todo ello, es ver cómo el hombre hace, a menudo, un pésimo uso de esos increíbles hallazgos que él mismo ha generado; o de cómo dirige su capacidad inventiva hacia dominios frívolos o nefastos para sí mismo. Lo que nos duele en los objetos técnicos es el retrato que éstos hacen de nosotros sus autores.No seamos ilusos, necesitamos de la tecnolgía porque —a pesar de sus muchas insuficiencias superables y de su utilización a menudo desatinada— en ella tenemos a una aliada liberadora. Entre todos hemos de saber hacer evolucionar y funcionar este en tomo artificial que nos ampara. Las leves de la Naturaleza no permiten una pausa en el progreso. El futuro de nuestra especie nos exige ese constante avanzar. Xavier Rubert de Ventos hace, en su libro Utopias de la sensualidad un análisis comparativo ¿le las teorías de Marcuse. McLuhan y Alexander, y observa que «en todos ellos se consideraba que el camirfo de tal recuperación de lo primitivo no era —como defendían los ede- nismos clásicos— prescindir del progreso tecnológico, sino precisamente lo contrario: llevarlo hasta sus últimas posibilidades (...) La posibilidad de una "sociedad no represiva" —impensable para Freud—es imaginada así por Marcuse a partir de la automación de la producción y la eliminación de la escasez; a partir de una ‘'superación técnica”, de la necesidad de represión».

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No tengamos la ingenuidad de considerar el progreso tecnológico como responsable de nuestras desgracias, ni tampoco esperemos de él un «mundo feliz». Una vida plena y gozosa puede hallarse tanto en un contexto que integre los más sofisticados logros tecnológicos, como, por el contrario, en otro contexto de un total primitivismo. La felicidad hay que hallóla a otros niveles. No proviene del mundo material que nos rodea, sino de una disposición particular del ánimo que nos permite acomodarnos con lo que vamos siendo, lo que vamos haciendo y lo que vamos teniendo. «Quien sabe contentarse siempre está saciado» (Lao Tse).*4

La tecnología es uno de ¡os frutos naturales y consecuentes que dimana el progreso de la cultura, cuya evolución es la suma de un avance en todos los ordenes. La tecnología es necesaria para posibilitar y afianzar aquellos cambios evolutivos que precisan de una instrumentación material. Una sociedad que aicanza altas cotas de tecnicidad es, asimismo, una sociedad evolucionada en los demás ámbitos culturales. La florescencia de las técnicas • sólo es posible en donde exista un medio de cultivo propicio, es decir, donde hava un desarrollo cultural amplio a todos los niveles. No puede ser un fenómeno aislado.Los «siglos de oro» se caracterizan siempre por esta universalidad pan-cultural del saber y del entender. Una sociedad tecnificada es, normalmente, una sociedad culta, cuya sociología y psicología han seguido también la necesaria evolución, según este mecanismo natural que ajusta reciprocamente la técnica ai hombre que la origina y éste, a su vez, se ajusta a esa misma tecnología que ha desencadenado. Pueden existir ligeros desfases, avanzarse el uno al otro, pero pronto se alcanzan y se nivelan armoniosamente.La madurez científica que supone el logro de altas cotas tecnológicas va lógicamene acompañada de una madurez

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generalizada de la sociedad en la que estos logros se han alcanzado. En una sociedad en la que existen mentes con la capacidad suficiente para descubrir técnicas sofisticadas, coexisten también mentes con la capacidad necesaria para haber estimulado estos descubrimientos y. asimismo, para canalizarlos, asimilarlos y controlarlos. Está dentro de las propias leyes naturales que quienes dispongan del ingenio preciso para visualizar un nuevo mundo tec- nologico, tengan, paralelamente, la sabiduría para beneficiarse plenamente él. No es concebible un desequilibrio en este proceso natural. Lo que brota espon-táneo de la Naturaleza posee innata mesura y equilibrio. Las aberraciones que se detectan a veces, son sólo excepciones que en ningún caso pueden invalidar esta norma natural.Si resulta difícil imaginar que algo básicamente nefasto para la propia especie humana pueda provenir de su genuina evolución, en cambio son de temer las alteraciones artificiales que pueden infligirse al equilibrio natural que siempre ha de existir entre un grupo social y sus técnicas. Una sociedad tecnológicamente más avanzada puede, en su imperiosa búsqueda de nuevos mercados, imponer una tecnología impropia a grupos étnicos culturalmente distintos, rompiendo ese lábil equilibrio. Así avasallados por estos «trasplantes tecnológicos», se les asigna un modo de vida que rompe su normal trayectoria evolutiva y la sincronía necesaria entre necesidades y medios, y es que, al negociar, se está traficando con algo más que con simples mercancías. El equipamiento y/o el biow-how que se transfiere, contienen, en ciernes, un way of Ufe implícito, que esas mismas mercancías prohíjan y que es, en realidad, lo que se está vendiendo.Uno de los riesgos de nuestra época —prolija en intercambios— proviene de ios problemas derivados de una descontextualización de los logros tecnológicos. Una determinada tecnología, desarrollada por un determinado

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grupo étnico, en una sociedad de un determinado nivel cultural y psicosociológico. no puede ser trasplantada, por razones de expansión económica, a otra sociedad en la que las circunstan- ) cias de toda índole y la propia evolución cultural sean

distintas. Al introducir una tecnología ajena a nuestra cultura, estamos acogiendo a un caballo de Troya.Í

Vivimos una era de gran permeabilidad informativa, estimulada —o forzada, diría— por la proliferación de los medios de difusión y comunicación. Países v gentes se asemejan, pero sólo aparentemente. Todo ello, movido por unos móviles de dominación económica. El neocolonialismo es ahora tecnologico v cultural. Una tecnología, un way of life son hoy las mercancías que se trasplantan a muchos países. La invasión tecnológica es sólo una parte de una amplia y brutal invasión que barre las culturas autóctonas. La tecnología, por su propia esencia, es la que implementará esta invasión cultural, la que facilitara las herramientas para instrumentar la irrupción de nuevos modos. Pero, ¿qué ocurre detrás de esta invasión incruenta? El «shock del futuro» se produce con extrema violencia en aquellos países avasallados que han de ir digiriendo progresos ajenos que no han sentido.Este es un grave error que se ha estado cometiendo durante los últimos cincuenta años. Jamás había sido posible —por la propia lentitud que necesitaban las técnicas y las modas para divulgarse— lograr una forzada invasión cultural. Hasta ahora, las influencias de una cultura sobre otra, se hacían con un tempo más pausado, con menor frecuencia y alcanzaban sólo a un pequeño estrato social que las adoptaba después de adaptarlas a la circunstancia local, logrando así aclimatar lo ajeno que, entonces, se tornaba propio. Hoy, cuando es posible lanzar cualquier mercancía técnica o cultural simultáneamente en infinidad de países y a escala inayoritaria, una domesticación de las aportaciones foraneas es ya imposible.Estas mercancías son hoy como virus de unas nuevas epidemias que afectan, y a veces arrasan, la psicología y la

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sociología natural de aquellos países a los que invaden, bruscamente, sin darles tiempo a dotarse de esa necesaria inmunidad que, normalmente, brota al amparo de una larga convivencia. «Cada sociedad sólo puede desarrollarse a partir de sus propias leves autónomas de desarrollo, ligadas a su cultura. a sus estructuras. Desarrollo "endogeno" como lo dice la UNESCO, es decir, contrario a un desarrollo impuesto desde el exterior en función de las necesidades de otra sociedad, extraña y dominadora» (Ro- ger Garaudv).26

La tecnología es una aliada si, como con los fármacos, tenemos la sabiduría de recetamos sólo aquella que necesitamos y en la dosis que podremos tolerar sin efectos secundarios. De lo ajeno, de aquello que no ha surgido espontáneo de nuestro propio desarrollo evolutivo, aprendamos a conocerlo a fondo, a *valorarlo v sepamos extraer de ello aquello que se ajusta a nuestra horma natural, o a inspiramos para crear nuestra propia respuesta genuina, evitando esa - 'rxemez mitnetica que suponen las adopciones sistemáticas v globales.Cada grupo étnico se define v resume en su historia v en sus tradiciones que se han constituido en lomo a móviles auténticos. Las costumbres de un pueblo encierran y recogen las experiencias de muchas veneraciones de hombres lúcidos v pragmáticos que rueron consolidando el bagaje cultural de su propia • identidad en los enseres, el hábitat, los actos, iodo ello en función de la peculiar forma de ser de sus gentes, de 'U tierra, de su medio ambiente y de sus recursos.Difícilmente podremos estar a gusto en un -nodo de vida importado, conviviendo con una tecnología. unos hábitos, que no nos corresponde. Nues- :ra desa/on proviene de intentar ser otros. Para el turista que juzga los países desde íuera, este o aquel país de Europa son idénticos: circulación, atascos, polución. TV. suburbios-dormitorio, discotecas, pelos largos o cortos, whisky, coca-cola, pornografía, etc., y >in embargo, que diferentes son en su cultura v en su temperamento un sajón de un latino, un

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galo de un eslavo. Algo falla, si damos esta imagen externa estandarizada. Alguien está fingiendo, alguien esta interpretando un role que no es el suyo. ¿Quién? ¿O es que todos se rigen por un mismo modelo ajeno?La perdida de las raíces patrimoniales, de la identidad propia, no es un tema exclusivo de los nacionalismos políticos. Este patrimonio cultural es algo muy hondo v vital para cada grupo étnico. Puede demostrarse que la pérdida brusca de estas raíces provoqa la ruptura del fenómeno evolutivo culturalbásico. Esta ley natural no admite manipulaciones sin causar, a veces, daños irreparables en la sociedad que las infringe, lo que explica el desconcierto caótico de los países artificial y superficialmente desarrolla- \ dos. La evolución debe alcanzarse de un modo natural y no puede ser impuesta por razones de imperialismo economico. Sin menospreciar los modelos culturales de otras latitudes, no debe perderse nunca el

entido de lo que nos es genuino. «Es a veces peli-groso entregar la solución a quien no hayá recorrido todo el camino para conseguirla» (Jean Rostand).15s

Toda materia viva, animal o vegetal, consume materia orgánica para vivir, a la vez que consume su propia vida. Lo «vivo» ha de nutrirse de otras vidas y estar a la vez en un latente morir. Cuando la vida surge en un organismo, se inicia un continuado consumo de energía —de materia viva— que es parte de la misma Naturaleza de la que ese organismo ha sur-gido. Así, cada individuo de cualquier especie orgánica se desarrolla según un proceso lásico hasta alcanzar su clímax e iniciar luego un proceso regresivo de degradación que le conducirá a la pérdida de su condición de «vivo». A partir de ese momento, el proceso de degradación se acelera hasta lograr una total reincorporación a la Naturaleza de sus materias. Cuando una materia orgánica pierde su facultad vital, se transforma en alimento y energía para otras formas de vida. Su ciclo vital sigue así, desde su concepción hasta su muerte, un proceso de desarrollo y de degradación que se cierra con su reincorporación en la masa natural. Es éste un

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ciclo completo que le permite a la Naturaleza recuperar constantemente todo lo que de ella salió. Ríen ne se perd.-rien ne se crée. Este reciclaje supone un modo de «re-vivencia»

—una suerte de reencarnación— no como protagonista de la vida, sino como alimento energético necesario a la vida de otros. La Naturaleza sería así como un inmenso cuerpo del que se extraen y al que se reintegran distintas formas de vida, de una misma materia que rebrota infinitamente, de la que todo procede y a la que lodo retoma. «Vivir es llegar y morir es volver» (Lao Tse).24

s cosas antropógenas, hechas con materias inorgánicas, carecen de esta facultad propia de lo vivo. En ellas, el dejar de ser no implica esa total y natural reabsorción de sus materias en la masa natu- 'ral. Esta imposibilidad congénita de degradación se produce sólo en aquellos productos fraguados con materias inorgánicas, que proceden de un complejo malaxar de moléculas y producen nuevas sustancias .muy resistentes a la degradación. Los materiales orgánicos, como la madera, el cuero, la lana, el papel, todos ellos provenientes de materias vivas, poseen esa facultad propia de lo vivo. Estos materiales, además de ser reciclables, suelen envejecer bien. Quizá por ello los llamamos materias nobles. Este envejeci-miento superficial se hace en ellos visible y paulatino. La pátina es una cualidad que se estima: el objeto muestra la materia que lo compone, sin engaño, y en ella se vislumbra el discurrir del tiempo. En los objetos artesanos, en su mayoría realizados con materias naturales, el envejecimiento se aprecia y suelen valo- rarse esas huellas del tiempo.£ El producto industrial, que generalmente utiliza materias artificiales, se rige por otras normas que potucionan nuestro hábitat. Un reciclaje y recuperación sistemáticos de las materias primas que encierran los productos desechados, no sólo evitaría esa invasión de despojos, sino evitaría también el absurdo despilfarro que supone.

De la creatividad objetual

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No existe modelo para quien busca lo que jamás vio.Paul Eluard

vitales pueden ser comunes a cierta colectividad, cada individuo reaccionará y registrará cada hecho de un modo distinto. Toda esta información es asimilada en su mayor parte a nivel subliminal y va configurando un vastísimo «banco de datos» del que. cual un iceberg informático, sólo conocemos conscientemente una ínfima parte y, aún quizá, la menos fiable. Sólo somos conscientes de una pequeña porción de lo que realmente sabemos y sentimos, sin per- ) catarnos que lo sabemos y sentimos. En muchos casos, «aprender» es tan sólo descubrir lo que ya «sabíamos» inconscientemente.\ Toda esta iniormación adquirida se suma a lainformación genética y asi, vivencias e instintos, se resumeti en nuestro actuar de tal modo que nos sor-prendemos al imaginar y sentir cosas e ideas que ig-norábamos, como si tuviéramos in pectore a un apun- 1 tador que nos dictara lo que concebimos. Lo que así intuimos no proviene como resultado de un proceso deductivo o discursivo consciente, sino de un instantáneo e incontrolable «proceso de datos» no-cons- } cíente. Esta intuición se halla detras de todo lo que hacemos o decimos, nos dicta actitudes cuando flaquea el discurso logico, suple las lagunas de nuestro conocimiento y es el relevo para la inteligencia cuando algo excede a nuestra capacidad de comprensión. Es aquel algo que, a veces, nos impele a hacer ciertas cosas y no otras, a pesar de la aparente claridad de una decisión racional. La intuición nos anticipa cosas que mucho después llegaremos a deducir. Es como un mensaje de un «más allá» hecho de nuestro pasado y de nuestro futuro, que pre-vé lo que luego podremos ver. Para Aristóteles, este entendimiento intuitivo no seria propiamente el «saber», sino más bien una «sabiduna».Aun cuando se intuye que el pensamiento creativo opera según unos mecanismos idénticos en cualquier ámbito de

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la cultura: Arte, Ciencia o Humanidades, y que sólo varían, en cada caso, los substratos v las finalidades, quiero circunscribir esta descripción del decurso creativo al ámbito de lo objetual, que la praxis me ha permitido conocer más íntimamente.Esa creatividad objetual que, como hemos visto, esta profundamente vinculada a la afirmación del hombre como especie dominante, cuyas primitivas obras son —además de las solas huellas que permiten situar el advenimiento del ser humano— los ar- t¡Ocios con los que éste instrumentó la implantación y pervivencia de su especie. Aún hoy, en que por la evolución de la sociedad y de sus conocimientos, la supervivencia colectiva parece depender en mayor grado de los descubrimientos fundaméntales de la Ciencia v de su aplicación tecnológica, aún hoy. los objetos, las cosas materiales, siguen siendo el medio por el que se hacen concretos v útiles al hombre, los conocimientos y el saber hacer abstractos que la Ciencia y la Tecnología van propiciando.

No es posible dar las pautas de un método que revelara la compleja e impenetrable mecánica creativa; sin embargo, podemos inducir —hasta donde lo permite la complejidad del tema— las grandes líneas que se vislumbran en nuestra propia conducta creativa. Como una tentativa más que pueda aportar cierta luz sobre esta potencialidad que el hombre po-see, cuyos ocultos mecanismos no han sido aún sometidos a la rigurosa investigación que merecen. ¿Quizá porque pretender hurgar en las intrincadas interioridades del acto creativo parezca algo sacrilego? Como si, de alguna manera, siendo la creatividad la esencia del hombre, tropezáramos aquí con el secreto inexpugnable de la propia naturaleza humana.Hav algo asombroso, indescifrable, en el acto creativo; ese momento en que, sin saber de dónde proviene, surge con fuerza inapelable la idea’ inspirada. Ni siquiera intentando reconstruir a posteriori ese momento, logramos explicar el último y decisivo sallo que va del discurso reflexivo/deductivo —sazonado incluso de múltiples sugerencias— hasta esa otra

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dimensión de la iluminación creativa, en la que se nos aparece clara v súbitamente, la propuesta innovadora.Crear, según el Diccionario de la Real Acade- mia, es «producir algo de la nada» y, si sólo se aceptara el término en este significado, seria evidentemente impropio hablar de la «creatividad» del hombre, cuyas obras parten siempre de algo existente. No obstante, José Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofia abreviado, puntualiza queje ! ténfímó~cré& cion puede entenderse también como «producción humana de algo a partir de alguna realidad praxis tente» v es en esta acepción que ha de entenderse «creai» en nuestra contexto. ÍLa «creatividad» como [u® pOiencialidsíci innata en el hombre y el 'dc-i O c i CQ'ii y o orno ese acto connatural en que se gestaTa~«t rea»,i ».i • * El hombre es creativo por esencia y es precisamente en esa creatividad que se manifiesta la nueva dimensión que adquiere la especie humana y que la distancia de las demás. Si la capacidad de procrear define y condiciona a todo lo vivo, la capacidad de crear distingue al hombre. «Mucho antes de que se lograsen las riquezas de la cultura, la Naturaleza había provisto al hombre con su propio modelo dominador, de creatividad inagotable, con lo cual el azar dio paso a la organización y ésta incorporó gradualmente propósitos y significaciones. Tal creatividad es su propia razón de existir y su auténtico premio. Ensanchar la esfera de la creatividad significativa y prolongar su período de desarrollo es la única respuesta del hombre a su consciencia de su propia muerte» (Lewis Mumford).16

«Crear es aportar algo imprevisto, algo que no proviene como una inferencia de lo establecido, algo que desborda el marco de lo esperable. Es. en cierto sentido, la manifestación de una rebelión latente contra la «necesaria» realidad legada que no es aceptada como «suficiente». La creatividad persigue un constante desmarque con esa realidad: lo hecho, lo que ya existe, se halla encerrado en sí mismo y sólo contiene y refleja su propia imagen. Todo lo que «es», ha sido en función

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de un momento coyuntura! y transitorio y, otro momento, habrá de segregar, forzosamente, otro resultado.Añadamos que no todas las obras que acomete el hombre para lograr esa superación de la realidad alcanzan su objetivo y producen obligadamente una «creación». La intención puede ser creativa y la nbra resultante no serlo. Sólo puede hahl'*?* 1 q. ción» cuando la obra es innovad- a. cuando oirece una alternativa original v congrí s.nte.La creatividad es factible -,'orque el hombre, í además de su racionalidad, posee también esa afectividad que le permite captar aquello que escapa a su razón. «Hav cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar, pero que, por si misma, jamás hallará. Estas cosas solo el instinto las hallaría; pero jamas las bus- I cara» (Henri Bergson).27 «Para Bergson, la intuición I es aquel modo de conocimiento que,'en oposición ai | pensamiento, capta la realidad verdadera, la interio- I ridad, la duración, lo que se mueve y se hace; mien- J tras el pensamiento roza lo externo, convierte lo con- i tinuo en fragmentos separados, analiza y descom- pone, la intuición se dirige al devenir, se instala en el | corazon de lo real» (José Ferrater Mora).28

En estos tiempos de creciente «metodolatria» es conveniente no desorbitar el cometido que el mé- »odo tiene en el acto creativo. Los métodos son necesarios para conocer, recopilar, ordenar, comparar. A modo de instrumentos, se utilizan en todas las actividades humanas y asi también se necesitan en el hacer creativo. Como conjunto de reglas racionales que —basadas en esquemas que han dado sus pruebas o que por su lógica parecen teóricamente aptos— nos han de permitir seguir cierto recorrido tipificado en busca de cierta información o resultado deductivo. El método es como una operación matematica que posee sus reglas y que solo puede conducir a unos determinados resultados: la solución se halla incluida en el 'prjopio planteamiento, no deja

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oportunidad alguna a lo imprevisto. Limita la conclusión a las posibles combinatorias de lo conocido. Los métodos son así como caminos prefijados por la praxis o la razón lógica, que nos señalan un determinado itinerario, en el transcurso de cuyo recorrido habremos de tropezar- nos con la inspiración si queremos culminar algo realmente creativo. Toda solucion innovadora que pretenda haberse producido como consecuencia de la simple aplicación de un método, no será el resultado del acertado planteamiento del método utilizado, sino de la acertada retención de alguna de las múltiples interferencias visionarias que la inspiración, como un duendecillo, habrá ido emitiendo sin cesar a lo largo v en torno al decurso metodológico. El director Na- gisa Oshima, hablando de la inspiración, explica asi cómo nace una idea: «Eso surge en mi mente, un día. en cierto momento, de pronto (...) veo a un ser irreal, oigo a un ser irreal. Y puedo afirmar que únicamente porque veo a seres irreales y oigo voces irreales sov un autor.» 29

Si bien es cierto que las ideas creativas no surgen como resultado directo de un proceso racional y sistematizado, el decurso creativo necesita, sin embargo, del «entendimiento» que, según Kant, es esa «(acuitad de las reglas» que permite ordenar los recursos de la sensibilidad. El hombre precisa de todas sus capacidades reflexivas, tanto para cosechar la información pertinente que orientará v delimitará el campo de acción; como para valorar las ¡deas que va- van surgiendo en el devaneo creativo. El destello innovador no puede surgir en el vacio, requiere la preexistencia de un terreno fertilizado por el conocimiento. La visión intuitiva ha de ser fustigada y mantenida en volandas por el Saber. La intuición necesita En su cotidiano existir, el hombre, para vivir, sobrevivir v convivir se ve precisado a relacionarse

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activamente con su entorno natural, con los demás y con las cosas. Esta relación con la Naturaleza, los hombres v la cultura, implica una participación constante de su fisiologíá y de su intelecto que se traduce en un esfuerzo físico v mental más o menos intenso. La vida del hombre no es sino una continuada concatenación de actos exigidos, tanto por sus funciones fisiológicas como por su condición de ser racional, afectivo y social. Su normal y rutinario trámite vegetativo, su trabajo e incluso su ocio, se consuman mediante la ejecución de múltiples y variadas acciones y operaciones. Cada una de estas secuencias operativas -le brinda al hombre una posibilidad de reflexión y análisis que eventualmente le sugiere una nueva solución que las perfeccione. Estas mejoras pueden a veces lograrse simplemente por una más lógica combinatoria de los elementos en presencia. De un modo natural, puede ajustarse un gesto, modificarse una actitud o variarse un tempo. Otras veces, bastantes, sólo es posible tal superación de la eficacia y calidad de una acción mediante la ayuda externa y artificial de un artefacto creado a tal efecto que disponga de las facultades operativas requeridas. Según los casos, puede ser reducir o bien eludir el esfuerzo físico o la tensión mental inherentes a cualquier acto, bien abreviar su curso, bien esmerar su precisión, bien aminorar el consumo de materias y energías necesarias a su cumplimentación. La mejora de estas actividades suele asi lograrse perfeccionando los artefactos que las instrumentan.El ambiente humano está lejos de su perfección v sus carencias son, por lo tanto, infinitas. Sin embargo, por fortuna el hombre no es capaz de detectarlas todas v solo llega a descubrir aquellas que está capacitado para resolver. Si no existe viabilidad potencial de solución a su alcance, el hombre no las advierte. Es connatural esta facultad de proporcionar sus anhelos y sus metas a sus propias facultades y aptitudes. Son esos problemas prácticos cotidianos los que, progresivamente, le van sugiriendo al hombre los temas sobre

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los que ejercer su creatividad. El acto creativo es incitado así por unas motivaciones que lo desencadenan y concretado en un objetivo definido, dando al proceso ejecutivo de creación, el ímpetu y la directriz que se precisa para realizarse.La motivación esencial que impulsa al hom-* bre a crear es un latente y congénito afán de superación que, yendo más allá de una elemental necesidad de supervivencia, parece dispuesto para que la especie humana vaya trazando su propio devenir. En este «afán», el hombre somete su medio y su conducta a una tenaz observación. Cuando detecta una carencia dispone del «objetivo» que será el origen y la meta de! subsiguiente acto creativo. El hombre es un ser de constantes y múltiples necesidades y sus actos tienen como propósito el satisfacerlas. A menudo, estas defi-ciencias del medio no son detectadas por el método analítico o la evidencia experimental, sino que sim-plemente, se revelan espontánea e inapelablemente, sin mediar proceso reflexivo alguno. Se nos aparecen • con la claridad de lo evidente y nos sorprendemos de no haberlas detectado con anterioridad. Incluso, a veces, estas carencias no llegan a plantearse como un objetivo, con requerimientos y exigencias, sino como la solución misma. Se queman etapas y. eludiendo la definición del problema, se accede directamene a la •solución superadora, que nos revela entonces la presencia de una necesidad en el momento preciso en que la satisface: que la recalca al resolverla. Aquel Je lie cherche pas, je trouve’, de Picasso.45

f El acto creativo es asi motivado por esta pulsión genética que impulsa al hombre a discurrir nuevas alternativas capaces de superar su realidad cotidiana. Esta pulsión podría va ser una motivación suficiente para explicar la infitmiad de actos creativos que han sido necesarios para configurar el ambiente

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humano que conocemos. Pero a esta tendencia innata que nos incita a buscar un constante progreso, se suma el estimulo hedonista. como otro poderoso aci-

' cate, esporádico e intenso, que dimana del placer que produce el acto creativo en el momento en que se culmina. Puede decirse que existe un auténtico «orgasmo creativo» que ha venido espoleando a la humanidad a lo largo de toda su evolución. Como todo placer intenso v fugaz, como toda exaltación, el orgasmo creativo es buscado afanosamente por quien lo / ha sentido. En su busqueda, el hombre —afinando su imaginación y desplegando todas sus facultades sen-sitivas— anhela sentir nuevamente ese hondo y raro placer que emana de la culminación creativa. Este placer, pues, es una fuerza promotora adicional que, sumada a la pulsión genética, ha movido y mueve aún a la humanidad en su devenir de especie.Como todo acto hedonista, el acto creativo provoca una desazón inicial, cierta angustia ante el desafio, el reto de la página virgen que espera la acometida creativa para que de aquella nada, surja algo que hasta entonces no existia. En el inicio de cada acto creativo hay como un temor a la impotencia creativa. Es como un trac reiterado, porque cada obra es. en cierto modo, un volver a empezar. Hay momentos de desconcierto en que todo esta constantemente por estrenar, precisamente porque de poco valen el método lógico y la razón discursiva ante el «cosmos» de las ideas por descubrir. Cada nueva creación apabulla en sus inicios, v en este constante reempezar, que implica el acto creativo, el hombre se siente como un adolescente ante su primera experiencia amorosa. Tras los ineludibles titubeos vacilantes de la inquisita creatividad —en que todo parece posible en un instante v se desvanece al siguiente, en que crece la

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sensación del hallazgo y se pierde en un momento— se va llegando asi a la culminación creativa. Placer sutilísimo que, en un acelerado e irrefrenable crescendo conduce a la plenitud creativa, en la que todo halla su coherencia, su relación, y se ensambla armoniosamente en una solución natural v fluyente, como si hubiera estado esperando desde la creación del Universo a que alguien la revelara. El hombre, cuando crea, es como un «arqueólogo del futuro* que hurgara en las entrañas impalpables del limbo de las ideas en que todo está ya engendrado, pero oculto, y. por misteriosos caminos —entre intuitivos y sistemáticos— logra extraer una de las infinitas soluciones que allí Es probable que el acto creativo sea el resultado de una sutil ecuación, informulable, que el hombre sabe resolver intuitivamente, pero que su razón desconoce y si bien puede ser descrito según la sucesión de secuencias y de fases que comprende —momentos distintos que se desarrollan siguiendo cierto esquema más o menos constante— este esquema sólo puede dar titulo y posición cronológica a las distintas etapas del natural devaneo creativo, sin alcanzar ex-plicar el recorrido intimo de cada lase. Podemos intentar seguir su decurso —variable según los individuos y las circunstancias— v hallar un cierto patrón común: deslindar los elementos en presencia v la forma en que se relacionan. Podemos vislumbrar cuáles son las motivaciones, decisiones y operaciones que los desencadenan, conducen y elaboran. Pero ninguna norma metodológica podrá explicar cómo se

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de fueza de una coherencia. Cuando se conocen íntimamente todos los elementos que intervienen en una obra se van perfilando cieñas ordenadas que podran va dar las posibles reglas y pautas para una estruc- tura global que las acota concertadamente.

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Para indagar, comprender y valorar esta in* iormacion, el método analítico es una herramienta particularmente eficaz. El análisis permite aprenen- ¡der el contenido de un «todo» a partir de la comprensión de sus más Íntimos y diminutos elementos. Analizar supone fraccionar, pero sin desgarrar. Hallar (os lindes naturales de cada elemento, hasta llegar asi a las parcelas mas pequeñas que posean coherencia o identidad, que aun son algo descriptibie en todas sus prestaciones e intenciones mas alia de las que sólo podríamos separar rompiendo. Subdiviendo descubrimos como se alcanza una intención global de la suma de vahas intenciones parciaie> El analisis conduce al meior conocimiento de 10 que existe, si men n<i puede producir rvr s< una alternativa a esa realidad .Toda esta información es percibida por nuestros sentidos y registrada er. nuestra mente, donde es potenciada por la información que segrega la combinación de estos datos entre si. \ sumados a la del banco de datos de nuestro saber, con el que suplimos la información que falta. Si. por eiemplo. solo disponemos de datos visuales \ necesitamos conocer el peso de aquello que estamos viendo, los datos sobre dimensiones estimadas y densidad posible, nos permitirán evaluar su peso aproximado. Asimismo, si bien es imposible que nuestros sentidos mesuren la velocidad, podríamos' deducirla basanaonos en unos üatos percibidos por el 010 o el oído haciendo una operacion especulativa en la que se baraten estos da-No podemos tener la pretensión de explicar, racio-nalmente. para su posible reedición, aquello que hacemos intuitivamente y que solo asi puede cumplirse en plenitud. Se han querido desentrañar metodologías sonsacando normas de la observación de este acto natural y espontaneo cuando disponemos de un innato conocimiento de como acometerlo. Lse voveu- rtsnw en ningún caso puede garantizar la repetición del efecto observado, por mucho que se repitan fielmente todas sus secuencias. Las metodologías no pueden aspirar a hacer del acto creativo una opera- don sistematizablc. Lo que

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metodizamos, incluso sin pretenderlo a veces, son los prolegomenos y las comprobaciones. pero nunca el momento creativo.Lna ta*»e previa, obligada en todo acto crea- ' tivo. es aquella en que se asimilar) ios datos básicos necesarios para un adecuado conocimiento del campo de acción de hecho el acto creativo se inicia va ei. esta tase Gran partí de l<* oue se requiere com«> punto de partida consiste en ordenat de una detei- minada \ coherente manera ciertos conceptos, formas. dispositivos, materia^ \ colores, hse orden e> solo posible si se posee un pleno conocimiento de cada uno de los elementos que intervendrán en el coniunto a ordenar. Esa indagación preliminar nos facilita los datos necesarios sobre la esencia el comportamiento v las posibilidades de todo lo que. de alguna ! manera, se halla implicado en esa area operativa. Asi I logramos penetrar en la interioridad de cada ele- / mentó afectado y podemos vislumbrar va las razones : profundas de un posible orden global. Todo encierra en si. ademas de lo que aparenta, otros datos que una visión superficial no suele revelar. Solo una atenta t inquisitiva observación puede hacer surgir las líneas de fueza de una coherencia. Cuando se conocen íntimamente todos los elementos que intervienen en una obra se van perfilando cieñas ordenadas que podran va dar las posibles reglas y pautas para una estruc- tura global que las acota concertadamente.Para indagar, comprender y valorar esta in* iormacion, el método analítico es una herramienta particularmente eficaz. El análisis permite aprenen- ¡der el contenido de un «todo» a partir de la comprensión de sus más Íntimos y diminutos elementos. Analizar supone fraccionar, pero sin desgarrar. Hallar (os lindes naturales de cada elemento, hasta llegar asi a las parcelas mas pequeñas que posean coherencia o identidad, que aun son algo descriptibie en todas sus prestaciones e intenciones mas alia de las que sólo podríamos

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separar rompiendo. Subdiviendo descubrimos como se alcanza una intención global de la suma de vahas intenciones parciaie> El analisis conduce al meior conocimiento de 10 que existe, si men n<i puede producir rvr s< una alternativa a esa realidad .Toda esta información es percibida por nuestros sentidos y registrada er. nuestra mente, donde es potenciada por la información que segrega la combinación de estos datos entre si. \ sumados a la del banco de datos de nuestro saber, con el que suplimos la información que falta. Si. por eiemplo. solo disponemos de datos visuales \ necesitamos conocer el peso de aquello que estamos viendo, los datos sobre dimensiones estimadas y densidad posible, nos permitirán evaluar su peso aproximado. Asimismo, si bien es imposible que nuestros sentidos mesuren la velocidad, podríamos' deducirla basanaonos en unos üatos percibidos por el 010 o el oído haciendo una operacion especulativa en la que se baraten estos da-L na idea soio puede generarse en torno a unos conoc í miemos básicos que —registrados v ordena- jos en la tase previa informativa— son el humus necesario a su florescencia. «En el campo de la observación. el azar solo favorece a las mentes preparadas». Jijo Louis Pasteur. Esta fase informativa puede haber sido una etapa voluntaria y realizada sistemática* mente en breve tiempo, incitado por la inminente necesidad de crear algo, o bien, por ei contrario, una etapa larvada. en la que se van almacenando cierto« Jarov en utrTHf a ¿serta* cota*, y que, en un dtiermh nado m< mentó, llegan a tai saturación inductora que fuerzan la frontera de lo consciente y hacen surgir una idea que puede parecer improvisada, cuando en realidad encierra un amplísimo sustrato informativo su- bliminal. «La iluminación no es sino la visión súbita, por el espíritu, de un camino lentamente preparado» (Saint-Exupérv).31 Es cierto que este humus informativo. consciente o subliminal, es el medio de cultivo indispensable para que pueda brotar una idea, pero j

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queda aun por explicar de dónde procede la semilla que |allí germinará. La «idea», ha dicho Valéry, «es un regalo de los dioses»; y si hemos de recurrir al poeta es siblc. de alterar más adelante. La apertura creativa hacia lo insólito está en la base de la propia creatividad. Incluso en el ámbito de la investigación científica. Einstein reconocía que la imaginación era más importante que el conocimiento.Para captar la solucion a un problema ya perfectamente acotado, conviene mantener la mente abierta a cualquier fantástica visión que, fluctuando, nos conducirá hacia un enfoque conceptual pertinente, pero imprevisible. El hallazgo de esta directriz se alcanza en un auténtico estado de trance, de éxtasis vegetativo. En una suerte de psicodrama en el que el creativo personifica y encarna al propio problema y, cual un médium, llega a percibir y captar alguna cíe las soluciones que, desde siempre, flotan en ese limbo de las ideas. La mente sin voluntades aprendidas, sin ideas racionales y deductivas que anclen a la realidad conocida, se deja asi inundar por las imágenes inexplicables que le aporta la imaginación. «Las convenciones aprendidas pueden llegar a ser fortalezas sin ventanas que imposibilitan ver el mundo desde nuevos puntos de vista» (William J. J. Gordon).31 Atisbar lo insolitó, lo inesperado, lo heterogeneo, porque es precisamente en aquello que aún no ha aflorado en la corteza cultural, en donde anida la semilla del futuro.

El hombre es un ser sensitivo, es decir, capaz de captar sensaciones cuando sus organos sensoriales son estimulados por las cualidades perceptibles de la I realidad material que le rodea. Como tal ser sensible, que vive inmerso en un mundo tangible y dinámico, el hombre se halla constantemente solicitado por el continuo v cambiante espectáculo que le ofrece su enhorno natural y el ambiente humano.

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. Estas sensaciones, resultado de una excitaciónfisiológica de sus órganos sensoriales, son objetivas, sin significado alguno, y transmitidas al cerebro por su circuito sensitivo. Será allí donde, al sumarse y cotejarse con simultáneos y/o anteriores conocimientos aprendidos, tendrá lugar la percepción subjetiva y significativa de esa realidad v su ascensión ai nivel consciente. Desde que nace el hombre va registrando asi. en su espacio mental —en esa región del paleo- céfalo en que se fijan los hechos memorizados— de un modo voluntario o instintivo, aquellos múltiples datos significativos que su aptitud perceptiva va suministrando.ICada individuo tiene conocimiento y puede; memorizar voluntariamente muchos de estos datos! significativos. Esta memoria («potencia del alma poi^ medio de la cual se retiene y recuerda lo pasado»),2 ^ su capacidad para reflexionar («considerar nueva o\ detenidamente una cosa»),2 le permiten al Hombrei inferir («sacar consecuencia o deducir una cosa dei otra»),2 v aportar una nueva alternativa a lo existente. es decir, crear.Esta «consideración nueva o detenida de una cosa* v la subsiguiente «deducción de una cosa de otra» provoca natural y espontáneamente la analogía ( «relación de semejanza entre cosas distintas»),2 que es reconocida como uno de los mecanismos básicos de la actividad creativa. La analogía descontextualiza lo va visto y conocido, tansmutándolo oportunamente.Las investigaciones sinécticas que han desarrollado una teoría operacional del fenómeno creativo. estudiando el comportamiento de diversos grupos creativos, han puesto de manifiesto la relevante importancia de la analogía. «Varias formas de analogías, subsiguientemente reemplazadas por el concepto de metáfora, llegaron a ser mecanismos opera- cionales sinécticos. Todos los grupos sinécticos han mostrado una tendencia recurrente a la identificación. al igual que el inventor del altímetro, cuando se preguntó "¿qué sentiría yo si fuese muelle?"

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(...)» la personificación v antropomorfización se ajustan aquí a las preguntas “¿cómo se sentiría si fuese humano y pudiera sentir?", "¿cómo me sentiría yo si fuese eso?” (...] Percibir sinécticamente (con la intervención de los músculos mismos) el estado de un objeto inanimado, una relación (...) La sinéctica ha identificado cuatro mecanismos para hacer de lo familiar algo extraño, cada uno metafórico en su carácter: 1. Analogía personal. 2. Analogía directa. 3. Analogía simbólica. 4. Analogía fantasiosa o fantástica. De acuerdo con nuestras observaciones, sin la presencia de estos mecanismos, no tendría éxito ningún intento de plantear ^ y resolver problemas [...] la analogía fantástica ha operado usualmente encerrada en el subconsciente porque el carácter racional del hombre dificulta o hace imposible para si mismo v para el mundo que le rodea, la visión de aquella parte de él distinta a lo orguliosamente coherente (...) (estos cuatro tipos de analogía) son "herramientas psicológicas que a un nivel consciente casi todo el mundo ha experimentado en mayor o menor grado”» (William J. J. Gordon).31

Sabemos que la percepción sensorial es la vía de que disponemos para captar los conocimientos que luego vamos acumulando y que por lo tanto es nuestro único circuito de inpul informático; sabemos también que nuestro cerebro es capaz de someter toda esa información a gran cantidad de procesos: deductivos, inductivos, analógicos y otros, pero sin embargo, con estos solos datos y procederes, no es posible aun explicar la creatividad como acto innovador que propone lo desconocido, es decir: lo que nuestro [conocimiento desconoce. Hay algo más que debe fecundar con sus esporas sugerentes todo este saber y saber hacer, algo que también se halla ya en nosos- tros. Si son muchos los datos que encierra nuestra memoria, y que utilizamos con más o menos conciencia, son infinidad aquellos que nuestro consciente ha

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olvidado, aun cuando también en su día tuvimos conciencia de ellos. Estos datos desaprendidos suponen un inmenso banco de conocimientos subyacente, que influye de un modo constante v no-consciente, sobre la conducta y al que puede tenerse acceso, en determinadas circunstancias afectivo/emocionales. Pero además de este relevante sedimento ignoto testimonio nial, nuestra mente alberga también otra suerte de partículas inspiradoras, más alocadas y fantasiosas, a las que. en algún especial momento puede referirse incontroladamente. Son el poso profundo y confuso en el que se han ido depositando los elementos in- 1 coherentes, residuales, del propio proceso de captación y percepción significativa.En efecto, el propio hecho de que las sensaciones «puras» hayan de ser compulsadas y acopladas a otros datos y sensaciones para poder ser insertadas en un conjunto significativo, que permita su percepción, supone de por sí la indispensable existencia de un proceso que habrá de ir tanteando alternativas hasta lograr encajar cada sensación en un conjunto significativo coherente. Este proceso de estructuración significativa de las sensaciones, como toda ac-ción en que se opera una selección, deja tras de sí esta estela de múltiples tentativas fallidas, de combinatorias no pertinentes, descartadas por su discordancia con l i coherencia perceptiva del contexto sensorial en que se fraguan, o bien debidas a los engaños que a veces pueden sufrir los procesos sensoriales, «son numerosas las figuras ambiguas conocidas que prueban con claridad que el mismo tipo de estímulo puede originar distintas percepciones (...) A veces el ojo y el cerebro llegan a conclusiones erróneas y entonces sufrimos alucinaciones e ilusiones» (Richard L. Gregorv). 32

En cada individuo, los órganos sensoriales lo presencian todo: ven, oyen, palpan, huelen y paladean, pero sólo han sido instruidos instintivamente, para per- ci bir v memorizar en la mente, cierta parte de este vasto espectáculo que supone constantemente la real idad ma- I terial cotidiana.« La

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percepción y el pensamiento no son I independientes, "veo lo que deseo ver” no es una frase pueril, sino la expresión de una realidad» (ibídem). 32

A menudo, en el decurso de este proceso de acomodación de las sensaciones, que la percepción implica, antes de percibir un sonido, sabor, olor, tacto o imagen definido y terminal, vamos creyendo oír, saborear, oler, tocar y ver otras cosas que van mudándose en una continua metamorfosis, hasta alcanzar su significativa coherencia. Un cierto objeto en la distancia o en la media luz nos sugiere algo ilusorio o fantástico, hasta tanto no se nos ha revelado claramente.Estos residuos desestimados no se desvanecen. han existido y como tales, hallarán también un camino para penetrar, inadvertidos en el cosmos mental que los descartó. El sistema de percepción tiene resquicios por los que se asimila, a un nivel no consciente, aquello que no se ha retenido reflexivamente. Porque incluso lo desestimado, ha precisado, para ser descartado, de una fugaz, brevísima, pero obligada captación valorativa v, de alguna manera, aun sin llegar a ser «percibido significativamente», ha sido «objetivamente sentido».Asi. estas propuestas residuales que han sido descartadas por inadecuadas significativamente —al igual que los conocimientos desaprendidos— han existido, aunque efímeramente, y seguirán dotando ingrávidos y libres, incontrolables y disponibles, en osa orla de la no conciencia, que en alguna parte de nuestras mentes poseemos. Unos sin coherencia, en espera de un significado, otros con significados, pero en lo que pudiera ser una eterna espera, forman un mundo imaginario, ignorado e inaccesible a la razón, pero dispuesto a las incitaciones afectivas. Son esa memoria involuntaria que Proust descubre y describe asi: «Pues la memoria, en vez de un ejemplar duplicado, siempre presente a nuestros

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ojos, de los diversos hechos de nuestra vida, es más bien una nada de la que por instantes una similitud actual nos permite sacar, resucitados, recuerdos muertos; pero además hay mil pequeños hechos que jamás cayeron en esta virtualidad de la memoria, y que seguirán para siem-pre incontrolados por nosotros.»33

Como entes libres y disponibles, estos residuos incongruentes, o significados postergados, aparcados en lo más hondo de nosotros mismos, no tienen capacidad para estructurarse entre sí, pero pueden contribuir decisivamente en el discurso creativo, en esos momentos en que el ser pensante que es el Hom-«bre baja su guardia y deja de razonar, relajando la constricción que la reflexión exige e inflige a sus cir- •cuitos mentales. Ese estado de «vasodilatación racio- [ nal» permite a esas partículas sin sentido salir de las \ profundidades v llegar a sugerir, susurrar mágica- ! mente, lo indeductible, lo desconocido, lo impensable,| mostrando al Hombre una nueva dimensión de su j humanidad, imponiendo su súbita pertinencia.Una obra creativa es siempre una elaborada síntesis entre lo que retenemos razonadamente de nuestro analisis de la realidad y lo que nos es sugerido intuitivamente en el decurso de este mismo proceso analítico. Asi, hallamos siempre en la innovación algunos rasgos conocidos, provenientes del análisis reflexivo de la realidad —y que serán el eslabón que permitirá que esa innovación se acople a esa misma realidad de la que se desmarca— y otros rasgos inéditos aportados fortuitamente por la inspiración, que serán el factor por el que esta innovación se distanciará de esa realidad admitida y avanzará hacia otra hipotética realidad. De hecho, cuanto más absurda la sugerencia, más capacidad sugerente encierra, si bien más distante también de un aprovechamiento literal. Las esporas innovadoras han de ser extraídas y transmutadas en otras

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maneras. Parece como si estos entes de impertinencia, hayan de ser los genes más activos de la propia inspiración. De esa inspiración que muchos ensayistas, incluso científicos, no dudan en mencionar para denominar de alguna manera ese hiatus inexplicable que toda obra innovadora encierra, pero que nadie sabe cómo explicar. Ese «mero acaso» que contiene la definición que del término inventar da la Real Academia: «hallar o descubrir, a fuerza de ingenio v meditación, o por mero acaso, una cosa nueva o no conocida».Veamos pues como el acto creativo, para realizarse en plenitud de recursos, necesita de:f) una información verbalizable y mensurable, externa al propio espacio mental, que se cosecha mediante una indagación sistemática y orientada específicamente en función del objetivo creativo que se persigueg) unos conocimientos memorizados en el archivo mental y que se insertan en el discurso creativo, tanto por su exacta adecuación al caso como por simple analogía, es decir, por solicitación voluntaria o por reflejo connotadoh) unos conocimientos desaprendidos que, si bien un día fueron percibidos y asumidos conscientemente. han sido luego olvidados, pero que bajo una determinada estimulación afectiva pueden aflorar de nuevo, con más o menos acuidadi) unas impresiones ignoradas, residuos sin coherencia del proceso de percepción que, en los momentos de éxtasis imaginativo, llegan a iluminar la mente con el destello fugaz de su oportuna incongruencia.Constatemos como, de todo este inmenso caudal de saber y sabiduría que albergamos, sólo los dos primeros niveles son manejables por la razón como herramientas; como, además, todos ellos proceden, directa o remotamente, del condicionamiento ambiental que nos rodea; y finalmente, como nuestra mente lo acoge todo aunque lo retenga en muy distintos estratos, de muy distinta consistencia y acceso ra-cional.

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Todos los conocimientos que poseemos en nuestro espacio mental consciente, los hemos aprendido del medio en que vivimos y todos los sentimientos que nos habitan en ese mismo espacio mental —pero en la esfera de la no conciencia— también los hemos «aprehendido», sin saberlo, en ese mismo entorno. El factor hereditario podrá haber influido al dotar a cada individuo de un temperamento singular que le hara percibir v asumir la realidad que le rodea r—su entorno natural y humano— de una manera a su vez peculiar. Salvo este factor y los instintos que heredamos también por nuestro genotipo, todo lo que nos habita lo hemos sorbido poco a poco de nuestro contexto y así todo el material que se compulsa en un proceso creativo proviene de ho que cada cual ha ido asimilando de su convivencia en un determinado contexto, reciente o lejano. Todo lo que podemos imaginar en nuestro espacio mental proviene siempre de ese material externo que hemos captado, o simplemente visionado, y que en alguna manera sabremos combinar, amalgamar, trastocar o refundir, hasta formularlo en una nueva coherencia configurativa.Asi, el Hombre, a lo largo de su vida, se sorprende de hallar en si mismo estos ignorados recursos de fantasía innovadora.Como todo lo que se refiere en alguna forma a nuestro espacio mental, desde la propia psicologia como terapia hasta una teoría sobre la psicología de la creatividad, cualquier «explicación» será siempre tentativa e hipotética, aunque también sugestiva y controvertida. El profesor Pierre Debray-Ritzen, psicólogo y escritor, ha estudiado como pocos autores y a lo largo de varios libros el fenómeno de la creatividad en su vertiente más específica de la creación artística. En su libro Psychologie de la creation utiliza un preciso lenguaje científico para hacer un detallado repaso del esquema cerebral v de los cinco sentidos humanos: analiza su aspecto fisiológico destacando los distintos niveles de perfección v sutileza de cada uno. según su mas reciente incorporación al equipo sensoria] a lo largo de la evolución biológica, así

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como ese papel esencial que el «teclado de los sentidos» tiene en el fenómeno creativo al recoger desde la periferia de nuestro ser las incitaciones de! entorno. Tras esta fascinante introducción neurolisiológica, explica las motivaciones y las fuentes profundas de la creatividad o del fenomeno»creativo; y entonces debe recurrir al lenguaje lírico de la metáfora y sus referencias las encuentra en las iluminadas intuiciones de autores literarios, poetas y filósofos. «Asi, toda una física sensorial transmite mensajes hasta los centros nerviosos y rige la conducta global de nuestro ser. Sin embargo, ocurre que abre también las puertas íntimas de nuestra afectividad con llaves mágicas, sin referencia racional, sin avisar (...) también apasionante es el impulso del deseo creador que finalmente se pone en marcha, con un vigor superior a lo que pu|_*de desencadenar la percepción pura. Con la di-mensión suplementaria del tiempo, la "percepción re-cuerdo” —aún envainada de su capullo misterioso y sin embargo "deslumbrante y distinta”— viene a rozarle y decirle "préndeme cuando paso, si tienes fuerza para hacerlo, e intenta resolver el enigma de felicidad que te propongo”.» Más adelante añade: «Algo ha sido detectado, algo ha de ser identificado, algo que se desplaza quiere ser elevado, algo que habría descendido a una gran profundidad (...) Una luz se ha encendido en nosotros que nos señala el retorno de un "algo ya vivido”. Un vigia desconocido estaba alerta, ahora, una llamada ha sido lanzada. Y a partir de entonces, se hace un recuento, en el zurrón de ja memoria, se hurga en el campo inmenso del cortex con el fin de reencontrar el circuito preexistente, abandonado como vía muerta invadida por las hierbas, pero siempre soporte circunstancial presto a renacer.»

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Así. para captar ese «regalo de los dioses», el hombre deja flotar su mente, desplegando su imaginación como una inmensa red que rastrea ese infinito cosmos de lo posible. Idear es como un soñar desvelado. Hay momentos de cierto estado de no conciencia. en que la mente flota en las fronteras de la abstracción. en los que alcanzamos el apogeo de nuestra lucidez imaginativa, videntes de un enfoque global, distinto y coherente casi extrasensorial, de las ideas. Diáfanas y fugaces visiones que surgen en la mente sin ser lormalmente requeridas. Parecen tan obvias y naturales que creemos poder retenerlas siempre, cuando, a la menor distracción, se han desvanecido. Como una gran pantalla que cuando se apaga, deja una profunda oscuridad en la que nos sentimos de pronto ciegos y. a tientas, intentamos retener aquella visión. Unicamente reencontramos restos inconexos, residuos que ya nada significan v ya nada nos recuer-dan. Sólo pudieran apresarse en la memoria, intactas, grabadas literalmente, para un posterior estudio, en que leeremos, en esas fugaces imágenes transferidas, el destino de algo que quizá llegue a ser.El trance creativo no se limita a ser un ejercicio lúdico o hedonista, sino que tiene por finalidad alcanzar aquel predeterminado objetivo que lo motivo. Esta meta se ira logrando por sucesivas y múltiples aproximaciones, hasta que la propuesta sometida a nuestra consideración intima se confunda con esc objetivo: hallando la solución evidenciamos la intención generadora. Estas «aproximaciones tentativas» son el resultado de un tenaz y avasallador proceso de tanteo. Imaginamos propuestas que fingen soluciones; simulacros que se esbozan en torno a aquellos conatos de ideas que la inspiración nos va sugiriendo, echando mano a analogías extrañas y extrapolaciones fantásticas: de todo lo que sabemos, hemos visto, estamos viendo o creemos ver. Todo puede ser sugerente. Es un abandono irracional hacia lo más insólito e im-

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pensable. dejando invadir nuestra mente por las sin-razones, lo incongruente, disparatado. Sin prejuicios ni respetos, se adoptan por principio todas las sugerencias para luego intentar acomodarlas a las exigencias del objetivo, tratando de encajar incluso lo más «impertinente». Todo es válido como materia prima para estas soluciones fingidas. La estratagema consiste precisamente en partir de otra realidad distinta de la aceptada para hallar una nueva realidad. Las sugerencias iniciales son profundamente malaxadas y trastocadas para intentar amoldarlas a las exigencias del objetivo perseguido. Cualquier idea prima será deformada, contraída, ampliada, i educida, fraccionada, injertada o adicionada con otra. El puntode partidaes ya irreconociblc.

Bajo esta constante presión sugerente se ordenan ciertos datos en una particular manera, se enhebran conceptos dispersos y van relacionándose así. según ciertas afinidades y congruencias, hasta adquirir. por si solos, la consistencia suficiente para definir una idea. En el momento en que se concibe, surge del magma latente de nuestro saber incógnito, la coherente y avasalladora fuerza de la idea que. desde áquel momento, adquiere entidad propia e independiente.Las ideas creativas provienen de un verdadero «estado creativo». La capacidad de producir ideas ha de ser prolija, hay que movilizar muchas que a su vez desencadenan otras y asi crear un vasto «caldo de cultivo» del que irán sobresaliendo, naturalmente, aquellas que mayor fuerza y aptitud posean. En este tantear, existe un proceso de selección previa y, si bien no puede decirse que la idea que finalmente se abre camino entre las demás sea absolutamente la mejor, si lo es relativamente de entre las que se han barajado en ese particular momento creativo.Esa idea generatriz caracterizará aquello que va a crearse con ella. Marcará con sus exigencias la pauta de todo el

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desarrollo subsiguiente. En toda creación existe una idea generatriz que, a modo de eje, hará girar alrededor suyo toda la conformación morfológica. Ella encierra la validez de lo que luego habrá de ser la obra resultante. Cada idea está formada por conceptos básicos que forman el «código genetico» que regirá la configuración de lo que con el se haga. Esta concretización formal habrá de adaptarse a las exigencias generales de la aptitud y de la, coherencia.r pero ningún cambio formal debe alterad las características básicas de ese «código genético»\ Si asi fuera, éste quedaría descalificado por inadecuado. v otra idea generatriz habría de ser hallada. ^Solo se abandona, pues, una idea generatriz cuando ' la practica demuestra que es inviable.En ese decurso «ideativo» las ideas captadas por el pensar intuitivo son enjuiciadas instantáneamente por la razón que, de esta manera, interviene en esta etapa inicial del devaneo creativo. Intuición y razón se hallan aquí en una perfecta osmosis. Cada pro- I puesta de solución figurada es calibrada en relación ' al objetivo perseguido. Esta valoración racional de las ideas intuidas es tan rápida y constante que cabria decir que la propia pulsión creativa «late» al ritmo de este vaivén entre intuición y razón. Toda la capacidad reflexiva se concentra en discernir en qué manera puede lo incongruente sugerir una nueva congruencia. La razón observa v vigila atenta estas sucesivas metamorfosis por las que van pasando las sugerencias y va descartando aquellas que, a pesar de las transmutaciones que han sufrido en ese proceso, no llegen a aportar alguna propuesta innovadora en linea con el fin propuesto. En cambio, en un determinado momento. de todo aquel magma embarullado y mutante llerjo de conatos de ideas, de esbozos de conceptos, de*figuraciones parciales, aflora una propuesta pertinente e integradora que supera con éxito esa criba evaluativa y satisface las exigencias de esa «congruencia insólita» que perseguíamos. Se detienen entonces las imágenes, se interrumpe la mutación imaginativa y se retiene en toda su

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amplitud «la» idea f\ hallada, que va no es un simulacro a modo de solu- | ción, sino «la» propia solución lograda. Se ha produ- cido el acto creativo.IlComo resultado de estas constantes evaluaciones la idea generatriz evoluciona en una continua metamorfosis. Una configuración posible emerge de la crisálida de una lorma abandonada. «La forma es solo una instantanea tomada de una transición» (Henri Bergson).27 El recorrido creativo es un continuo proceso de elección entre las varías alternativas que nos suministra la imaginación —«decidir» es siempre «elegir»— hasta que culmina, en el acto creativo, una propuesta concreta definitiva que satisface las premisas informulables de lo que intuíamos.Esta idea terminal, que pone punto final a la fase creativa, no es planteada de manera global. Va construyéndose sumando sucesivas y complementarias soluciones parciales que, además de resolver específicamente una parte del problema creativo, tienen también la facultad de concatenarse de forma coherente entre si. En el acto creativo alterna una visión global v una parcial del problema planteado. Cada parcela extraída del conjunto,« se toma un •todo» que, a su vez podemos fraccionar, hasta llegar así, a la más profunda intimidad del problema. De esta manera, ahondamos en lo particular y detallado, siempre en vista de una apreciación global del conjunto.Una vez fraguada la idea generatriz ya no se plantean, normalmente, enmiendas a la totalidad. Podemos adoptar cierta rectificación parcial cuando adivinamos que perfeccionará las prestaciones previstas en la idea generatriz. Al elegir cierta vía entre muchas otras, tenemos la impresión de estar abandonando muchas posibilidades incógnitas. Sin embargo, no siempre es un abandono definitivo, puesto que a ellas retornaremos si encontramos dificultades in- soslavables en la vía elegida. Cuando el recorrido es-% V«

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cogido se hace impracticable, tenemos siempre la po-sibilidad de retornar a la ultima bifurcación opcional \ proseguir en otra dirección. Sólo quedan definitivamente atrás, sin prosperar, cuando la vía elegida nos conduce naturalmente hacia una solución que ratifica lo que intuíamos y satisface lo que requeríamos.Analizando el decurso que sigue el acto creativo. vemos cómo podría esquematizarse como un vasto laberinto que se traza a medida que discurre el I proceso creativo. Cada acto creativo deja así la huella de un itinerario que le es propio v que, tras un zigza- i gueo má^ o menos laborioso, desemboca en una propuesta terminal.Esta imaginaria andadura que se recorre hasta alcanzar la culminación creativa, puede iniciarse por una infinidad de accesos: tantos como peculiares maneras existan de enfocar el problema creativo, depende del ángulo de incidencia que cada cual adopte al afrontarlo. Sin embargo, no todos los accesos conducen hacia una solución. Algunos trayectos, incluso muv elaborados, y que parecen próximos a alcanzar una solucion. son sólo abigarrados y engañosos cul íJf sac. E.s también posible coincidir en una misma solución conceptual aun habiendo seguido un decurso creativo * distinto. El enfoque de partida puede hacer variar el grado de dificultad del reco-rrido —los meandros serán más o menos frecuentes e intrincados—. pero unas rectificaciones oportunas permiten reorientar el camino y desembocar en una propuesta creativa que contenga la idea generatriz que la ha impulsado.A partir de entonces, todo se verá afectado por I esa propuesta. La razón toma las riendas del proceso que desarrolla, en detalle, el contenido de esa idea: para hacerla florecer hasta los limites de sus posibilidades. Habrán aún momentos en los que sera preciso recurrir a la inspiración para negociar soluciones puntuales, pero el concepto generador esta captado y la solucion provectual

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definitiva hallará en la idea I generatriz las respuestas y las pautas necesarias paraI completarse. «Las soluciones últimas a los procesos| son racionales, el proceso para encontrarlas no lo es» |

(William J. J. Gordon).31

En el momento en que optamos por una determinada idea generatriz, el trance creativo se detiene, la imaginación —que hasta entonces se había mantenido abierta a todo lo sugerente, inconstante en sus querencias, dispuesta a ceder ante la menor solí* / citación— súbitamente se polariza en esa particular idea y rehuye cualquier nueva estimulación creativa que no este en linea con la esencia conceptual de esa precisa idea. Al elegir cierta idea generatriz se decide ya un determinado camino que sólo podrá conducir-ínos a unas muy determinadas soluciones. «El arte es la idea de la obra, la idea que existe sin materia» (Aristóteles). Al igual que los genes, esta idea encierra, en ciernes, en su aún difusa naturaleza, todo el carácter v la lorma de lo que, tras una gestación provecí tual. se consolidará en algo tangible y mensurable.Es interesante recalcar que, asi como veíamos —al hablar de la evolución de las obras del hombre— cómo este mundo artificial de lo antropógeno seguía unas pautas evolutivas equivalentes a las de la biogé- ^ nesis de lo orgánico,'ahora —al describir el decurso creativo que el hombre recorre ai idear cada una de esas «cosas» que conforman su entorno artificial— detectamos nuevamente esa similitud, comparable, esta vez, a la ontogénesis de los seres orgánicos: ontogénesis que, en lo antropógeno, se origina en el concepto nodular de la idea y se culmina en el completo desarrollo de la «cosa» acabada.Despues de la intensa fase de captación creativa en que ha quedado definido in mente un determinado concepto innovador, es pues necesario plasmarlo en forma tangible, para que nuestra percepción sensorial permita a nuestro

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entendimiento ratificar ponderadamente la forma material y las prestaciones que hasta entonces sólo imaginábamos.El desarrollo provectual que entonces se inicia consiste en hacer concreto el concepto abstracto imaginado, trazando un retrato cada vez más riguroso v exacto de lo aún inexistente, haciendo emerger detalles inexplorados, ocultos en los difuminados de esa visión global intuida que es la idea. La finalidad de este desarrollo provectual es hacer visibles, en imágenes perceptibles, esos inmateriales conceptos ideados para poder asi efectuar las distintas verificaciones que exige su progresión hacia una realidad material. Esta verificación se efectúa en varias fases, cada una enjuiciando v valorando aspectos distintos de la idea global, aunque los métodos sean siempre más o menos especulativos. En efecto, para poder valorar razonadamente una idea, hay que poder vi-sualizarla en lo que seria su propia realidad sensible i v, en cambio, el «modelo» al que podremos referirnos para este enjuiciamiento, será siempre en esta fase, una simple aproximación a la realidad y no la realidad misma, a la que sólo accederá esta idea precisamente si supera con éxito estas distintas pruebas preliminares. Estas distintas comprobaciones exigen una visualización de la idea lo más exacta y tangible que sea posible; pero a su vez, de rápida y fácil plasma- ción, puesto que el propio desarrollo proyectual precisa de agilidad y diversidad en su búsqueda de las necesarias adaptaciones/adecuaciones prácticas del objetivo definido por la idea. Para ello, el creativo dispone de distintos recursos, para distintos momentos del proceso, que le permiten visualizar en cosa concreta y, a veces corporea, el concepto abstracto e impalpable que encierra la idea.Las cosas son uno de los medios de expresión de las ideas y estas ideas, como entes abstractos, dan el contenido v

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significación a las cosas, de las que son, en cierta manera, el «alma». La materia tangible en que se fragua una idea, no es más que una sustancia impenetrable en la que ésta se «proyecta» y «expresa ».Es necesario, ante todo, saber si ese concepto ideado confirma, en la pseudo práctica —que pueden ser las valoraciones experimentales— su capacidad para estructurarse coherentemente en un conjunto material factible. La factibilidad de una idea se evidencia en el momento en que podemos representarla en forma tangible/visible. Las incompatibilidades entre elementos del conjunto se manifiestan entonces por sí mismas y pueden ser de tal magnitud que lleguen a descalificar totalmente a la idea generatriz. Muchas veces, estas dificultades de «convivencia» entre componentes se resuelven mediante una rectificación de la idea que se amoldará asi, en lo secundario,

gaces y mutantes hasta que estas fiuctuantes imágenes definan y describan una figuración estructural en la que intuimos aquellas cualidades que estábamos esperando —incluso, a veces, descubrimos algo que supera lo que perseguíamos—. Cuando en el curso dp esta constante mutación a la que se someten las propuestas imaginarias —en que todo se dibuja, se borra y se reconstruye de un modo distinto en un instante— entrevemos una propuesta que se identifica y cumple las promesas de la idea, la retenemos y acometemos su representación gráfica. El hecho de poder operar esta transferencia de lo imaginado a lo gráfico, va es una primera comprobación que verifica la fiabilidad de la solución propuesta. La mayor concreción v rigor de lo gráfico, revela las lagu- • nas que esconde la hipótesis de una imagen pensada.Este relato gráfico de la idea habrá de dar cuenta de esa idea —pura noción mental— por medio del lenguaje gráfico y lo hará describiendo la configuración material que la idea

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contempla cuando esta configuración es aún intangible. O sea, que el lenguaje gráfico describirá cómo es algo que aún no existe, explicará la fisionomía adulta que tendrá aquello que está todavía en el limbo. Este relato no puede llegar a dar cuenta de la cosa imaginada en una descripción en continuum, siempre existirán lagunas informativas, sólo facilitará unos puntos básicos de referencia que el receptor habrá de unir entre sí, reconstruyendo mentalmente la totalidad de la cosa imaginada.Un plano limita a cuatro o seis ángulos de visión de una determinada cosa. Incluso un detallado mapa topográfico sólo puede ofrecer ciertas cotas, la mente imagina la configuración de los espacios en blanco: lee entre líneas. Estas representaciones gráficas, de foto-fija, que pueden llegar incluso a representar distintas fases de su comportamiento en el uso, nos permiten visionar el objeto bajo un determinado ángulo formal. La mente debe suplir con la imaginación todo lo que las dos dimensiones y la estaticidad del dibujo no muestran, es decir, el movimiento y el volumen. Este sistema permite la participación y apreciación de varios individuos en el proceso creativo. Puede asi crearse un proceso de fertilización por el sinergismo de una labor de equipo. También este método, sin ser costoso ni lento, tiene la virtud de retener lo imaginado. Existe una persistencia de las ideas en el registro gráfico del papel que conserva los puntos de referencia de la secuencia creativa. Aunque es curioso observar cómo cualquier esbozo o plano gráfico, si se descontextualiza del momento de éxtasis creativo, suele perder gran parte de su interés, por cuanto sólo es un escueto resumen de todo lo que la mente visiona en ese momento. Cuántas veces un croquis reencontrado de algo que nos produjo un hondo placer, ya nada nos sugiere.Todos los medios para representar la idea de una cosa, son sólo unos simulacros, una aproximación, pero no una auténtica presentación. La única presentación inequívoca de

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una idea técnica o plástica se produce cuando esa idea se transforma en la cosa material que se pretende sea. La realización finalista de una idea muestra, sin dudas, lo que ésta significa. En las cosas materiales, en las que la idea habrá de materializarse en una morfología tridimensional, existe la posibilidad de mostrarla, de antemano, con visos de plausible representatividad, en forma de maqueta o de prototipo. La maqueta simula, a escala natural o reducida, en casi todos sus detalles, lo que aquella idea habrá de ser cuando se materialice definitivamente en cosa. Por tanto, emite una información que representa la ¡dea sin dejar casi lugar a interpretaciones. Una forma informa mejor ' sobre otra forma: facilita un único mensaje global. Incluso una representación gráfica hiperrealista de un objeto imaginado no es más que una visión parcial del mismo que —por la obligada bidimensionalidad de lo gráfico— esconde más ángulos que los que muestra. Esta «imparcialidad» de la representación formal le confiere una fiabilidad única.Asi, además de evitar cualquier malentendido interpretativo sobre lo que representa, la maqueta inspira más confianza que cualquier otro lenguaje representativo. La apariencia más esquemática de un boceto sugiere que aquello que representa se halla aún a un nivel preliminar—y de hecho suele ser asi— y por tanto lo que muestra no es definitivo. Este aspecto provisional de un boceto da a entender que aquello es aún susceptible de variación: sólo suscita una atención superficial, el examen más atento se reserva a la propuesta más definitiva. Y es que, en efecto, para materializar una idea, incluso a nivel de l maqueta, se le exige una mayor definición v perfec- / ción. La representación en la maqueta, al ser más fiel, más idéntica a lo que habrá de ser su realidad, exige que no se ha\a omitido ningún detalle. No puede quedar ninguna

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zona difusa, todo ha de corresponder, con exactitud, a lo que quiere expresar la idea imaginada. Un simple bosquejo no facilita los datos suficientes para la configuración de una forma. La maqueta es algo muy concreto que ha de poseer una coherencia y estabilidad formal y conceptual. No pueden dejarse aquí aquellas lagunas que permite encubrir el relato verbal o los difuminados del dibujo. A mayor veracidad representativa de una idea, mayor y más detenido estudio necesita. La representación formal que permite la maqueta es una garantía, no sólo de que su contenido se exprese con claridad, sino también que su aspecto de cosa hecha implica que la idea esta efectivamente más acabada.

La materialización en cosas de las ideas técnicas o plásticas, ademas de ser su medio de expresión, también les confiera la consistencia material exigible para que pueden ejercer la acción o el efecto que la idea generatriz ha previsto. La materia es la sustancia en la que se plasman las ideas y les permite una integración y participación activa y efectiva en la cultura. La idea imaginada de un hacha sólo resulta valida como tal hacha real si al materializarla se verifica su adecuación al uso previsto.Aún cuando en la fase de estructuración la idea se ha ido afinando hasta ser definible en todo detalle en una configuración concreta, es necesario comprobar si esta cosa estructurada y factible ofrece las prestaciones que se le suponían. Esta comprobación de la capacidad operativa es más difícil y especulativa. Aquella cosa que hemos imaginado y que inemos estructurado, cuando se realice materialmente, habrá de estar en contacto con el hombre. Esta comprobación trata de adivinar de antemano cuál será el comportamiento de esa futura cosa en ese contacto y asimismo, cuál será la conducta del hombre frente a esa nueva cosa. Este contacto

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generará una relación operativa compleja y dinámica que no es posible descubrir en la estaticidad gráfica y/o volumétrica, de los materiales de representación Facilitados por la anterior fase estructural.La evaluación de la operatividad de una cosa en estudio difícilmente puede verificarse con la propia cosa real, que aún no existe. En la fase de desarrollo provecíual, han de poderse aportar a la estructura prevista todas las modificaciones que esta simulación operativa requiera, para asi, en un nuevo feed-back ir ajustando y conciiiando las exigencias del uso a las de la estructura, dentro del marco intuido por la ¡dea.Es necesaria una «pre-visión imaginaria» que permita pronosticar ciertos comportamientos o situaciones. v que se utiliza, tanto para «pre-ver» la actuación de una determinada pieza o dispositivo en las propias entrañas mecánicas de un artefacto —al que jamás se tendrá acceso por otro medio— como para visionar el presumible comportamiento global en su uso. Será éste un proceso, un chequeo, una prueba piloto realizada por la imaginación en que someteremos cierto «prototipo intangible» a toda una serie de pruebas en situaciones y circunstancias distintas. Tales prototipos, puramente teóricos, fingen una posible realidad y permiten revelar las exigencias, características y comportamientos de una determinada ordenación de dispositivos y de formas.En nuestro espacio mental visionamos como en una secuencia filmada, situaciones imaginarias, normales o criticas, de un futuro artefacto. Nuestra mente facilita todo el material necesario para estas experiencias intangibles: datos, reacciones, contexto.

situaciones, usando para ello tanto de sus conocimientos aprendidos como de su conocimiento intuitivo.La fiabilidad de este chequeo in mente depende por completo de las facultades y preparación de cada individuo. El acierto de este proceso previsivo reposa en la capacidad de cada cual para:j) proyectar con nitidez y detalle la idea en su espacio mental

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k) visionar las secuencias de la cosa ideada en actividadl) imaginar la relación que esa cosa ideada tendrá con el usuario, en función de una casuística comparativa, y finalmentem) analizar con ponderada v ecuánime lógica, estas ideas, imágenes, acciones y usos especulativos.El resultado de este proceso es, en consecuencia, «persona1 e intransferible». Optamos por la alternativa que intuimos como la más adecuada, como aquella que ha «demostrado» ser la más apta en esa simulación premonitoria.Este método de valoración no es más que la utilización, de un modo consciente y voluntario, de esa facultad premonitoria innata que el hombre posee para calibrar sus actos que, aunque parezcan espontáneos e intuitivos, son el resultado de este instantáneo proceso de cálculo previsivo que utilizamos constantemente en nuestro diario existir. Supongamos, por ejemplo, que en un grupo de personas, una de ellas hace el ademán de lanzar algo al aire. La reacción que este gesto provocará en los demás individuos del grupo dependerá de este proceso de cálculo especulativo. La información visual que habrán percibido, sumada a la que hayan deducido, les permitirá «ver», imaginativamente, lo que podría acontecer. Si, por ejemplo, un momento antes habían visto una piedra en la mano de quien luego hiciera el gesto, supondrá que lo lanzado será esa misma piedra y si estiman que el ángulo de lanzamiento es tal que la parábola que describirá lo puede hacer caer sobre el grupo, es más que probable que adopten una postura de auto- protección. Muy distinta sería la decisión adoptada si se hubiera tenido la certeza de que sólo era un papel lo que se lanzaba, o si la dirección del lanzamiento hubiera sido claramente otra.Tomamos así decisiones en función de esa si- mulación mental en la que, en décimas de segundo, prefiguramos lo que puede ocurrir.Entre paréntesis, quisiera subrayar que los equipos y programas CAD (Computer Aided Design) —primeros pasos de

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una naciente instrumentación tecnológica de la provectación—vienen, precisamente, a substituir esta simulación que hacemos, de un modo íntimo en nuestro espacio mental, por una simulación visible en forma de secuencia cinética en la pantalla de un ordenador al que le han sido suministrados, previamente, todas las coordenadas, tanto de la propuesta sometida a comprobación, como los factores exógenos y circunstanciales que pueden incidir en el funcionamiento de esa propuesta. Aquí, nuevamente, la máquina copia al hombre, no ya en su morfología, sino en sus comportamientos much^ íntimos.■ . //En resumen vemos como los su^ue^oS^teori-^ eos lanzados por la idea generatriz. qtí^i»réec^e-'Up| sentir inspirado, son concretados, plasunadps y^Uiego' comprobados haciendo uso de nuestro i y de nuestros conocimientos. Este proceso de desa- í rrollo proyectual al qiie se somete la idea tiene que:< a) demostrar que esa idea generatriz propuesta es factible, es decir: que puede estructurarse y configurarse de acuerdo con el concepto prefigurado b) que esta posible configuración material posee la capacidad operativa necesaria para cumplir el objetivo previsto por la idea.Sólo en la medida en que una idea es capaz de superar con éxito esta fase, germinando y floreciendo en plenitud, puede ésta llegar a materializarse e integrarse en la realidad tangible en donde podra demostrar si cumple las promesas que pretendía aportar.

Es posible, tal como hemos visto, detallar ei recorrido cronológico e intentar separar los niveles intuitivos y racionales que entran en juego en el desarrollo de un proceso creativo:n) la influencia de una pertinente información rela- tiva a las necesidades y deseos latenteso) la importancia de un conocimiento de la sociolo- gía y psicología del contexto, de los movimientos culturales favorecidos por cada situación socio- económico-tecnológica

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f) la necesidad de un banco de datos y de vivencias experi mentales d) una precisa información sobre los medios de pro-ducción disponibles y sobre los últimos avances de la tecnología y los nuevos materiales utiliza- bles.Todo ello unido a la habilidad del oficiante para visionar in mente ideas consecuentes y expresarlas luego gráfica o volumétricamente; todo ello es' esencial, pero por muy completo y complejo que ya parezca disponer de tanto input y de tantas habilida-)des, nada puede sin embargo explicar cómo surge lachispa creativa, ni garantizar que llegue a manifestarse. Este cúmulo de datos y saber, es necesario, pero no suficiente, para que pueda producirse el brote creativo. Cualquier creación no es la simple acumulación de coordenadas aritméticas, antropométricas o psicológicas, sino la sutil combinación de todo ello en una resultante coherente, pero no deductivas, resultante que todo lo asume y tunde en una solución fluyente y natural. Toda explicación de un proceso creativo llega fatalmente a esa fase inexplicable, ese momento mágico que sabemos sentir, pero no explicar. Así vemos como, para determinado problema y en base a unos mismos datos y conocimientos, existen diversas soluciones posibles y válidas, distintas entre sí tanto por su fondo como por su forma. De esas muchas ideas surgidas en el trance creativo, varias son las propuestas que. por valoración reflexiva, parece han de cumplir —cada cual a su manera— los requisitos finalistas del objetivo creativo. De entre todas ellas, la que retendremos como idea generatriz será aquella que, por estimación intuitiva, presentimos habrá de permitir una forma libación mas acorde con nuestra personal visión. La forma de decir algo es parte integrante del mensaje que esta formal i/.ación emite.! A veces, una solución difiere de otra por haber¡ favorecido, de entre las varias prestaciones priorita* j rias. alguna en detrimento de otras. En efecto, existen j múltiples órdenes de combinaciones internas de una misma idea; será en la manera en que se valore más |

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cierta plausibilidad, que se subraye cierta coherencia, que se utilice tal «caligrafía formal», que la obra i creada adquiere un determinado estilo, aquel que le I transfiere la personalidad del individuo que la ha creado.1 El proceso creativo se ve profundamente marcado por la peculiar personalidad de quien lo ejecuta. ¡.Esta personalidad —es decir: esa «diferencia indivi- • dual que constituye a cada persona y la distingue de otra»—2 se va forjando en cada individuo basada en el elemento congénito del temperamento, que le dota de unas determinadas aptitudes y capacidades primarias y que. en contacto con el medio ambiente, la irán perfilando. «La noción de personalidad tiene a la base de si misma las nociones de temperamento y ca- ' racter [...] La personalidad es la suma de todas las disposiciones adquiridas en la ineludible relación del hombre con su circunstancia [...1 El temperamento es ) ¡ la base o sustrato fisiológico que cada individuo he-| reda y spbre la cual se fundamenta el caracter Elser humano nace con un potencial de adaptabilidad y ■ de posibles adquisiciones que a lo largo de su vida irá desarrollando y realizando de acuerdo con la cultura I • en donde nazca y de acuerdo con la educación que haya recibido [...] Bien es cierto que tanto el carácter I como la personalidad están condicionados por eli temperamento y es imposible que cuanto este no po-I sea como potencial primario y desarrollable, puedaexigirsele al individuo. Este potencial primario está latente en el temperamento de cada ser humano y de-terminará desde su misma raíz, las adquisiciones futuras» (Abelardo Martínez Cruz).14

Esta personalidad se significará así por determinados conceptos básicos singulares, que definirán el estilo propio de cada individuo en cada uno de sus actos y sus obras. Manuel García Morente, en Idea de una hispanidad, define el estilo como «esa i rúbrica de nuestro más intimo y auténtico ser moral (...) la huella que sobre nuestro hacer real deja siempre el propósito ideal, el sesgo que a toda realidad imprime nuestro intimo sistema de preferencias I

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I absolutas [...] Esa huella indeleble es el estilo.»Las premisas relacionadas con la función- útil, suelen poseer marcadas exigencias, pero su interpretación personal permite una suficiente libertad de expresión. Ciertas propuestas funcionales son más propicias a ciertos desarrollos formales. Además, no toda la superficie de la forma última de un artefacto está totalmente condicionada por las exigencias del uso. La función consiente, a menudo, zonas de liber- / tad expresiva entre las de obligado cumplimiento.Descartando ciertas soluciones, que pudieran ' también ser válidas, elegimos aquella que presenti- ■ mos habrá de ofrecer una base estructural mas favorable al desarrollo formal que estamos ya imaginando. Al elegir una solución operativa, tenemos m mente, de un modo más o menos consciente, la imagen final de lo que pretendemos configurar. Así, escogemos la solución que mejor propiciará aquello que estamos visionando en la imaginación y que, luego, dentro del marco trazado por las exigencias de la \ solución escogida, detallamos y acabamos, hasta /completar la forma última y definitiva.Así, la obra creada, además de reflejar tangiblemente la cultura de aquella sociedad que la promueve y acoge como elemento cultural informa también, con más precisión aún, sobre la personalidad de su autor. Este define su personal concepto de lo antropógeno y, por ínfima que sea la obra, describe una peculiar manera de interpretar el mundo. No debe reprocharse al creativo, por lo tanto, que •sus obras sean el reflejo de sí mismo —que en ellas haya volición y expresión propias—, pues sólo así son auténticamente creativas y pueden contribuir eficazmente al desarrollo de la colectividad. «¿No es el acto más colectivo dei individuo el ser ante todo él mismo la verdadera expresión de sus determinis- mos? ¿No es ésta la única manera de añadir algo, por pequeño que sea, al tesoro humano, sobre todo si sus determinismos le impulsan a oponerse a aquellos que intenta

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imponerle la estructura social en la que vive?» (Henri Laborit).3

Otro factor personal importante es la capacidad que cada indiviróp posee, por su temperamento y formación, para ab&car determinados sectores del hacer creativo. Consciente de las consecuencias que la cosa creada puede generar en el contexto social al que está destinada: el hombre sólo debe acometer un acto creativo si tiene la certeza de poseer la capaci- 1 dad necesaria para engendrar una solución válida. «Crear no es un juego un tanto frivolo. El creador se ha e-n peñado en una aventura pavorosa, cual es la de asumir él mismo, hasta el fin, los riesgos que arriesgan sus criaturas» (Jean Genet).35 Un creativo responsable debe conocer sus propias limitaciones y rehuir aquellos temas que excedan a sus capacidades evitando que, por su ineptitud ante determinado problema, pueda prohijar una solución inadecuada. Al creativo hay que exigirle una paternidad responsable. Ante el alarmante crecimiento demográfico de las cosas, es preciso asegurarse que las nuevas cosas son efectivamente nuevas alternativas y no un simple cambio parcial o superficial. En cada acto creativo hay que ir en busca de una solución apta y óptima y no contentarse con una solución inepta o sólo suficiente. El logro de esta solución idónea sólo puede alcanzarse si el creativo en funciones comprende y aprehende el problema que se le plantea y si posee el nivel de conocimientos y habilidades suficiente

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