Hermanos en Duelo Tripa
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HERMANOS EN DUELO
Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Zaragoza
Carrera de Médico Cirujano Área de Humanidades
HERMANOS EN DUELO
Imelda Ana Rodríguez Ortiz
Octubre de 2012
Hermanos en duelo Imelda Ana Rodríguez Ortiz Primera edición: octubre de 2012 Diseño de portada: Julio Iván Piña Chávez y Salomón González Lugo Diseño de interiores: Salomón González Lugo Revisión: Carla Durand Rodríguez Corrección de estilo: José Antonio Durand Alcántara
Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Zaragoza Carrera de Médico Cirujano. Área de Humanidades Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura Impreso y hecho en México ISBN 978-607-02-3527-6
ÍNDICE
PRÓLOGO 11 INTRODUCCIÓN 19 CAPÍTULO I 23
IMPORTANCIA DE LA NARRATIVA EN LAS HISTORIAS DE VIDA
LAS HISTORIAS Daniel Campos Leyva (29), Pedro Alberto Campos Leyva (33), María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez (37), Deyanira Hernández García (41), Luciano C. Jiménez Lagarde (44), Barbra Dawn Joyce Chao (48), Kathryn Diane Joyce Chao (53), Karla Oliva Pérez (56), Raúl Oliva Pérez (59), Ulises Organista Mateos (64), Julio Iván Piña Chávez (67), Rocío Robledo Fernández (70), Abraham Berush Romero de la Peña (74), Patricia Sosa González (77), César Sosa González (80), Elia Gabriela Vázquez Torres (83) CAPÍTULO II. CULPA Y DUELO 87 CAPÍTULO III. APRENDIZAJE Y COMUNICACIÓN 133 CONCLUSIÓN 149 BIBLIOGRAFÍA 151
Para nombrar sin demasiadas pretensiones el
pensamiento llamémosle la “reunión”. El
pensamiento es lo que reúne a los ausentes,
las palabras, los argumentos, las impresiones,
los recuerdos, las imágenes. Así como la
reunión supone la unión, el pensamiento
supone la madre.
Acordaos, un día, antaño, se perdió lo que se
amaba. Acordaos que un día perdisteis todo de
todo cuanto era amado. Acordaos que es
infinitamente triste perder lo que se ama.
Pascal Quignard
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PRÓLOGO
Juan Manuel Piña Osorio
María Eugenia Chávez Arellano
En charlas entabladas con amigos que comparten un dolor tan
fuerte como el nuestro, hemos concluido que no hay acto más
doloroso que la muerte de un ser querido. Después de esto,
agregamos, no puede ocurrir algo peor. Tal vez por eso, varios de
nosotros veamos a la partida de otras personas con dolor, pero
éste no es tan marcado como el del acontecimiento que nos
cimbró.
Por “ser querido” nos referimos, principalmente, a la pareja, a
un amigo cercano, a alguno de los padres, a un hermano o a un
hijo. En el caso de este último, se ha dicho, es un acontecimiento
que va contra la naturaleza, porque la ley de la vida indica que los
hijos deben enterrar a sus padres. Cuando esto no ocurre,
entonces se atenta contra el orden natural, por eso aparece un
dolor tan profundo e intenso cuando se pierde a un hijo o a una
hija. Quien ha vivido esto, se dice, ve el fallecimiento de otro ser de
manera natural, porque “quien perdió un hijo quedó vacunado
contra la muerte”.
Sin embargo, es necesario reconocer que la muerte de
cualquier ser querido causa un dolor intenso. Aceptar que la
persona que ha partido ya no estará con nosotros no es sencillo
porque se le recordará constantemente a través de fotografías,
ropa, juguetes, libros y todo aquello que le perteneció. Algunas de
sus cosas permanecerán con la familia, otras se regalarán, pero en
ambos casos, se estará pensando en la persona que partió. Lo
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material ahí está o se fue con otro dueño, pero lo trascendente es
que no podemos olvidar jamás a quién le perteneció originalmente.
También está en nuestras pláticas y regularmente
mencionamos lo que hacía, tanto lo que resultaba gracioso como lo
que era serio; tanto lo que le fue agradable como desagradable. En
cada momento repetimos sus palabras, sus bromas. Encontramos
a sus conocidos en algún lugar y de inmediato lo asociamos a él o
a ella. No faltan aquellos familiares que continuarán mencionando
sus pertenencias como si aún estuviera aquí, de manera que se
dirá “el cuarto de..., el estéreo de..., encima de sus libros, etc.” Él o
ella ya no están, pero la forma como son nombrados, indica que
permanecen, que siguen presentes para sus seres cercanos.
Asumir que la persona ya no está con nosotros requiere de un
proceso, en algunos casos será corto y en otros se requerirá de
más tiempo, tal vez, años. No es un acto de deseo personal en el
que se expresa: “ahora sí voy a salir de ésta”. Tampoco es de
fortaleza emocional que el familiar o amigo diga: “nada me puede
doblegar y saldré adelante”. Menos aún, de la responsabilidad para
cumplir con una tarea: “le tengo que echar ganas, para salir
de ésta”.
Se trata de algo más complicado: asimilar lo que pasó y
aceptar que la persona ya no estará en casa o en otro espacio, por
lo menos físicamente. En el pensamiento individual y grupal
permanecerá, seguirá presente en la sobremesa, en las reuniones,
en los momentos de soledad. Sus bromas, su llanto y su risa,
estarán constantemente, su cuerpo, no. Pesa mucho aceptar que
ya se fue.
Podremos comunicarnos, soñar con él, incluso aislarnos de la
multitud en lugares públicos para recordar e imaginar que
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charlamos. En esos momentos escapamos de la rutina cotidiana y
entramos en lo que algunos autores denominan zona limitada de
significado. Espacios dentro de la vida diaria que nos separan de la
rutina, del ruido y nos permiten entrar en una esfera vital para
hacer algo distinto de lo programado. Se puede compartir un vagón
en el Metro con cientos de personas que corren tratando de entrar
o salir, además de la ruidosa música o los gritos de un vendedor
ambulante, pero la mente sigue en otra dimensión, permanece en
esa zona limitada. Ese ser adorado que no está materialmente,
pero que se encuentra vivo en nuestros pensamientos de
numerosas maneras.
El dolor es tan fuerte en los padres que han perdido a un hijo
que no es posible explicar lo que se sufre, se siente, se vive. La
única explicación que tenemos es que se trata de un
acontecimiento antinatural. ¿Cómo aceptar el fallecimiento de un
hijo o una hija? Requiere de tiempo pero además, de ayuda de un
profesional o de un grupo de apoyo.
El camino que hemos seguido quienes escribimos esto, ha
sido nuestra integración al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia
Flores Michel”∗. La ayuda que hemos recibido ha sido valiosa
porque ahí participan madres y padres que han perdido a un hijo o
a una hija. Como iniciativa adicional, se ha buscado el registro de
experiencias con el propósito de dejar constancia escrita de ellas,
esto es, hacer públicas las vivencias que han tenido algunos
∗ Este grupo de autoayuda se constituyó en 1998 y forma parte de una red de
13 grupos distribuidos en el DF, Estado de México, Morelia, Morelos, Sonora y Guadalajara. Fue creado y es coordinado por Zita Chao Ebergenyi y Ma. del Carmen Cornelio.
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padres que forman parte de este grupo de apoyo. La constancia
escrita del dolor que provoca la pérdida de un ser amado es un
trabajo importante: se recaban testimonios, se hace una
interpretación de éstos, se arma una publicación que se difunde y
personas en circunstancias similares, leerán los testimonios con la
posibilidad de encontrar algún tipo de consuelo a su dolor. Esto, en
algunas personas será de gran ayuda para reconocer a quienes
viven circunstancias semejantes. No es la misma circunstancia la
del fallecimiento de cada persona, pero todos tienen en común el
dolor que provoca la pérdida.
La tarea que se ha emprendido es admirable porque se han
documentado las experiencias en un trabajo colectivo. Se sabe que
existe, que es doloroso, pero no se había guardado testimonio de
ello. La razón es simple: se evade lo doloroso y se trata de
recordar solo lo agradable. Sin embargo, la mente se rebela a
nuestros deseos y el dolor aparece una y otra vez. Nos guste o no,
lo que duele permanece.
El dolor se expone y se graba, posteriormente se transcribe y
se edita, para después publicarse. Esto último consiste en difundir
lo que se vivió, hacer públicos los testimonios, divulgarlos para que
los interesados y los que han vivido algo similar lo lean y
encuentren que hay otros que viven un duelo. Se sabe que la
muerte es un acontecimiento fuerte, es una colisión dentro de la
rutina de la vida cotidiana, es algo que altera el rumbo de los actos
familiares y por eso causa dolor. Se sabe que los padres sufren
porque se trata de algo inesperado, pero no se sabe lo que vivieron
los hermanos de la persona que falleció.
En este libro, se documentan los testimonios de jóvenes que
perdieron a un hermano o hermana. ¿Qué pasó con ellos cuando
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se enteraron de la noticia terrible? ¿Qué hicieron posteriormente?
Un hermano o hermana no son personas ajenas de quien perdió la
vida. La sangre une, la sangre llama, se dice en diversas
ocasiones, pero también las vivencias compartidas, los espacios en
común, los días buenos y malos que transcurrieron y que
estuvieron juntos, tal vez vivieron con otros hermanos o solo con
los padres o con alguno de ellos. En este caso, se piensa
principalmente en los hermanos que compartieron un espacio
temporal y físico, como la casa o la escuela.
Las vivencias profundas permanecen guardadas en la mente y
en el corazón, por eso no se olvidan. Los hermanos, o la mayoría
de ellos, se forman juntos porque comparten a los padres o a uno
de ellos pero, lo más importante, han estado en los mismos
espacios particulares de la vida diaria. La pérdida de un hermano
podría ser tan dolorosa como la que tienen los padres cuando un
hijo se va, porque con él se va parte de la vida.
La ausencia de un hermano es, de igual forma que la de un
hijo, un acontecimiento doloroso. Si la vida cotidiana de una familia
sigue una línea recta, un trayecto similar al de una bala, la muerte
serpentea esa senda. Provoca un quiebre en los actos, en el rumbo
hasta llevar a que algunos alteren todo su camino. Puede llevar a
pérdida de sentido, entendido por ello el camino que se sigue, esa
flecha que orienta nuestras acciones e indica hacia dónde vamos.
Perder el sentido es caminar sin rumbo claro, incluso, puede llevar
a no cuestionar el significado de la vida misma.
¿Para qué vivir, si la muerte no respeta esfuerzos ni proyectos,
ni edad? En los casos de los hermanos y hermanas entrevistados,
la muerte no se acepta porque los hermanos murieron jóvenes y
fue por una situación ajena a ellos. Lo primero que llega a la mente
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es reconocer que le faltaba mucho camino por recorrer, que su
muerte fue prematura. El acontecimiento se presenta como una
terrible injusticia del destino, es un grito desesperado contra la vida
o contra alguien que, se supone, dispone de la vida de los otros.
No tiene la mínima piedad porque nuestro ser querido no
merecía morir.
Hay una sinrazón de las circunstancias porque la persona que
se fue aún tenía cosas pendientes por hacer. Los hermanos lo
saben porque vieron cómo cada cual construía su proyecto,
conocían el propio y el de su allegado. Aceptar que ya no estará en
casa, demanda tiempo, reflexión, charlas con los amigos, con los
familiares, con los padres. En algunos casos demandará la ayuda
de un profesional: psicólogo, tanatólogo, psicoanalista o psiquiatra.
Quien era propenso a una crisis emocional, con la pérdida se podrá
agudizar y acelerar el proceso. Los testimonios de los jóvenes
entrevistados para este libro, dan cuenta de tal situación.
El dolor no es solo de los padres, sino que los hermanos
también sufren porque ya no verán al compañero ausente. El dolor
se mezcla con coraje, ira hacia las circunstancias, las instituciones,
la humanidad, el país y todo lo que pudo contribuir con la muerte
prematura del hermano. La culpa también se presenta, el hermano
asume que el fallecimiento fue resultado de numerosos actos, y
que varios de ellos pudieron haber sido producidos por él o ella.
¿Por qué hice esto, por qué no lo o la ayudé en su momento? Es
una pregunta que aparece en forma reiterada.
El deseo de muerte también puede presentarse. No se quiere
que el hermano o hermana viaje solo o sola, sino que se desea
acompañarlo. Los hermanos, al compartir un espacio vital durante
años hace que motivos pasados y presentes se encuentren
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cruzados. La ausencia no puede sustituirse fácilmente, tal vez
nunca lo hará. La muerte de un hermano o hermana es, al igual
que la muerte de un hijo, un hecho doloroso, profundo, que deja
huella en el alma de la persona. En los testimonios de los
hermanos en duelo, destaca el sufrimiento de la muerte, la no
aceptación, entrar en crisis emocional, permanecer en shock
durante un tiempo, sentir molestia contra el destino y todo posible
culpable.
¿Por qué a mi hermano y no a mí? ¿Por qué no estuve más
tiempo con él? ¿Por qué no lo ayudé cuando lo pidió o necesitó?
La lista de interrogantes se extiende, porque se buscan las causas
del fallecimiento pero también la culpa personal por no haber
estado con el hermano o hermana cuando lo necesitaron.
Sabemos que la vida es más complicada que esto, pero la persona
en duelo no lo ve, ella vive la desaparición a su manera y no
depende de ella, pero la culpa es algo que se presenta. Aceptar la
ausencia requiere tiempo, aceptación personal, ayuda de los otros,
tanto de la familia y los amigos, como, en ocasiones, de un grupo
de pertenencia o de un profesional.
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INTRODUCCIÓN Los narradores de las historias que se presentan, son personajes
centrales y testigos presenciales de un suceso importante: la
muerte de un familiar, en este caso, de hermanos o hermanas.
Tenemos 16 historias y las hemos organizado en tres grandes
temas: la importancia de la narrativa en las historias de vida y la
experiencia de la muerte, el peso de la culpa en el proceso de
duelo y el duelo mismo, y, por último, el aprendizaje significativo
que deja la experiencia de la muerte y los asuntos pendientes que
se desean comunicar. Todos los participantes son hijos e hijas de los padres y
madres que acuden al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia Flores
Michel”, 12 de los cuales, han dado su testimonio en los libros:
Padres en Duelo. Recuerdo y Asombro y Padres en Duelo.
Metáforas del Dolor. Todos los participantes otorgaron su
consentimiento para la publicación de su historia en el formato que
presenta el libro.
Se utilizó la técnica de entrevista semiestructurada con
grabación de voz, transcripción, revisión y confrontación de
manuscritos. A cada participante se le entregó o se le envió por
correo electrónico la transcripción de su entrevista y se cuidó que
la fecha de envío y recepción de documentos fuera la misma para
el conjunto. Participaron ocho varones y ocho mujeres y entre ellos
hay cuatro pares de hermanos.
En total fallecieron 13 hermanos(as) y uno es “desaparecido”.
Los varones hicieron modificaciones mínimas a los manuscritos,
mientras que las mujeres hicieron varias observaciones y
sugirieron cambios.
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Todas las entrevistas se grabaron en audio y se realizaron
entre el 19 de octubre de 2011 y el 1 de febrero del 2012. Cada
una duró en promedio 90 minutos. Las preguntas se organizaron
en torno de los siguientes temas:
• Datos de su perfil social
• Experiencia de la muerte y contexto en el que ocurrió
• Sentimientos de culpa y fabricación del duelo
• Valoración de la experiencia y asuntos pendientes
Dentro del perfil social general de los entrevistados destacan los
siguientes datos:
a. Edad promedio: 29 años
b. Escolaridad promedio: 14.1 años cursados
c. Hombres: 50%
d. Mujeres: 50%
e. Casados: 50%
f. Solteros: 50%
g. Con hijos(as): 50%
h. Actividades principales: 62.5% son estudiantes, amas de
casa o desempleados; el resto, trabajan por su cuenta
como profesionistas independientes.
Sobre el fallecimiento de los hermanos(as):
• 12 hermanos(as) fallecieron por las siguientes causas:
cinco por accidente; cuatro por enfermedad; dos por
homicidio y uno por suicidio
• Un hermano es reportado como desaparecido
• De los 13 hermanos: 9 fueron varones y 4 fueron mujeres
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A pesar de que la muerte de los hermanos ocurrió, en su mayoría
(66%), hace más de tres años, el recuerdo sobre el día del
fallecimiento y los procesos de duelo están presentes y motivan
sufrimiento y gran nostalgia entre los sobrevivientes. Solamente el
33% de los testimoniantes cursa un proceso de duelo todavía muy
reciente y activo; mencionaron que la entrevista les había ayudado
a esclarecer algunos elementos de la experiencia que no habían
considerado.
Acerca de los sentimientos de culpa y el proceso de duelo,
13 de los 16 hermanos han experimentado la culpa como una
vivencia dominante en el proceso del duelo. Cabe mencionar que
solamente cinco de los hermanos han recibido algún tipo de ayuda
terapéutica; dos de ellos señalan que no han podido procesar el
duelo todavía y el resto sigue trabajando algún elemento del duelo
por su cuenta.
Sin excepción, los hermanos sobrevivientes expresan haber
realizado cambios en su vida y haber acumulado experiencias
importantes: reflexiones sobre diversos aspectos relacionados con
la muerte, reafirmación de valores como solidaridad, compañe-
rismo, amistad, amor, apoyo y compromiso con la familia.
Asimismo, se han cuestionado acerca de la identidad personal y la
importancia que los hermanos(as) tuvieron en su desarrollo y en
las perspectivas de futuro.
Para algunos de los hermanos quedaron asuntos pendientes
por resolver a partir de la muerte de sus pares, por ejemplo:
• No haber convivido más tiempo con sus hermanos(as)
• Reprimir los sentimientos entre padres e hijos(as)
sobrevivientes
• Padecer la brutalidad, desprecio y violencia de la
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burocracia estatal
• Sufrir una gran soledad en silencio
• Padecer el delirio de la culpa y negarse a disfrutar la vida
• Problemas de comunicación con sus padres/madres para
esclarecer dudas
• Apoyar a su familia para procurarles mayor bienestar
• Mejor aceptación de la pérdida para continuar su vida
cotidiana
• Buscar ayuda para procesar el duelo
• Problemas para establecer o renovar propósitos
Los hermanos que participaron y la edad que tenían en el
momento de la entrevista, es como sigue:
Daniel Campos Leyva (38 años)
Pedro Alberto Campos Leyva (36 años)
María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez (35 años)
Deyanira Hernández García (26 años)
Luciano C. Jiménez Lagarde (19 años)
Barbra Dawn Joyce Chao (37 años)
Kathryn Diane Joyce Chao (38 años)
Karla Oliva Pérez (39 años)
Raúl Oliva Pérez (35 años)
Ulises Organista Mateos (19 años)
Julio Iván Piña Chávez (27 años)
Rocío Robledo Fernández (38 años)
Abraham Berush Romero de la Peña (22 años)
Patricia Sosa González (36 años)
César Sosa González (22 años)
Elia Gabriela Vázquez Torres (31 años)
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CAPÍTULO I IMPORTANCIA DE LA NARRATIVA EN LAS HISTORIAS DE VIDA Las entrevistas contenidas en este libro son de carácter
autobiográfico y por ello se basan en lo que el narrador cuenta, sin
embargo, no interesa el dato en el contexto cronológico, sino el
dato en el discurso, en la representación, significado y repercusión
para la vida cotidiana.
Esta vida de todos los días y de cada momento en el que
replicamos y reproducimos valores, creencias, necesidades y
aspiraciones. 2 Ese espacio compartido y pleno de autoridad,
regularidades, normas y entendimientos mutuos, pero al mismo
tiempo, espacio de lucha, confrontación de identidades, verdades
propias y recelos.
Lo cotidiano como lo específico de cada persona y grupo
donde realidad y discurso de la realidad no se distingue
llanamente, porque sucesos, objetos y palabras resultan ser lo
mismo al momento de vencer las diferencias y evitar el quebranto
de la unidad que representa la familia o la historia que se cuenta.
Pero hace falta reconocer que, en lo cotidiano, también se
reproducen las más hondas diferencias entre los miembros de una
familia o un grupo, que no ceden su autonomía de pensamiento,
que defienden la diferencia, que no ocultan sus sentimientos,
emociones o voluntad de poder. En ese sentido, lo cotidiano es
también lugar para el nacimiento de la diferencia, la distancia, el
reclamo, la lucha por el poder.3
Se decidió la entrevista semi estructurada para encuadrar los
temas y facilitar la expresión libre de ideas o recuerdos. Esta tesis
2 Heller, Agnes (1977) Sociología de la vida cotidiana, Península, Barcelona. 3 Foucault, Michel (1980) Microfísica del poder, La Piqueta, México.
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es central en el momento de considerar la historia oral como un
recurso de recuperación y proyección de lo vivido. Una historia que
se actualiza y puede ser usada para reforzar, cambiar, matizar,
reconstruir y compartir la experiencia.
Cuando se narra una historia el cuerpo completo habla y el
entrevistador recupera, de los gestos repetidos, la mirada franca o
esquiva, el carraspeo que ataja la conversación, las manos que
aletean, el gemido o llanto que se contiene o se derrama, un
abanico de posibilidades para encuadrar la oralidad en el
dramatismo de lo verdaderamente importante y revelador.
Trabajar con historias de vida compromete la experiencia
personal y la necesidad de construir un discurso narrativo
comprensible y veraz, a partir de proponer la investigación social
como un acto creativo y profundamente artesanal, tal y como
definiera W. Mills4 el trabajo de la artesanía intelectual, cuando se
adentra en la vida personal del entrevistado y del investigador que
observa, registra, indaga, relaciona, construye, debate, ordena,
interpreta, compone, pero, primordialmente, debe, puede, sabe
escuchar y es fiel con la historia que se le entrega.
Contar o relatar un suceso significa establecer un vínculo más
allá del suceso mismo porque, cuando la persona habla, hace
resonar su conciencia y la narrativa se torna contexto y camino de
la experiencia. Se utiliza una historia o relato como punto de
intermediación, como el pretexto para la comunicación de dialogar
e interpretar el contenido y sentido de la conversación.5
4 Wright, Mills (1975) La imaginación sociológica, FCE, México. 5 Blumer Herbert (1982) El interaccionismo simbólico, perspectiva y método, Hora, Barcelona. Otros trabajos importantes en esta misma dirección son los de George H. Mead y Erving Goffman.
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Todo narrador es dueño de un relato, mientras que el narratario, es
el partícipe que reconstruye el orden de la historia y el universo de
significados. Contar y traducir el relato es una tarea hermenéutica,
porque narrador y narratario se comprometen, anticipadamente, a
guardar un estatus interpretativo y comunicable con base en
acuerdos y códigos que se establecen previamente y que permiten
entender y compartir la historia que se cuenta y se recuenta.
La persona que narra es un testificante que da a luz un hecho
contenido en la memoria y que ha tenido repercusiones en su vida
cotidiana.6 Lo que se narra no es la realidad a secas, es, más bien,
una versión de la realidad que se transmuta vía la mirada del
narrador que habla sobre un hecho del pasado a partir de un
presente que ha elaborado más de una vez y que se traduce por
los artificios del recuerdo. Por ello, una narración siempre contiene
algo de ficción, algo de deseo, mucho de verdad.7
Es esta conciencia viviente8 impregnada de significados la que
puede profundizar, codificar y narrar el recuerdo o la experiencia
desde diversos ángulos (saberes, representaciones, creencias,
sensaciones o deseos). En este plano, la narrativa se constituye
como recurso privilegiado de las propuestas fenomenológicas que
sacrifican la exactitud de un dato por la veracidad e intensidad de
un relato que puede explorar la vivencia en prospectiva y
retrospectiva desde una mirada ética y con una intención dialógica,
pero no moralizante.
En un relato interior acudimos al encuentro de “uno” con
6 Goffman, Erving (1961) La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu, Buenos Aires. 7 Cortés Solís, Tomás (1993) “La autobiografía como narrativa”, en Rev. Tramas 5, Subjetividad y Procesos Sociales; Junio, UAM-X, pp. 267-278. 8 Díaz, José Luis (2007) La conciencia viviente. FCE, México
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“otro” (otredad) toda vez que el de la voz tiene la intención de
referirse a sí mismo pero con una mirada distinta, distante, doblada
y fragmentada por el tiempo, hecha y rehecha varias veces,
comprometida con procesos básicos de la conciencia y sus
lenguajes específicos (percepción, emoción, atención, cognición y
memoria). En ese sentido, quien narra es también un observador
interpretándose y definiendo su proceder en el tiempo, lo que
acarrea todo tipo de calificativos y justificaciones. Así es como
entendemos que el relato sea un referente sobre la vida de alguien,
pero jamás una confesión; de modo que ninguna historia se
sostiene por sí misma, sino por su relación con y entre otros.
Múltiples operaciones se realizan para construir un relato y es
responsabilidad del narrador introducirlos conforme se recuerdan;
asimismo, al narratario le corresponde preguntar, transcribir, cruzar
datos o contrastar testimonios para que el sujeto que narra se
pueda encontrar, verdaderamente, en sus dichos. La crítica fácil
sobre la utilidad de hablar del pasado personal, es rebasada con
gran fuerza cuando observamos que el individuo que se hace
preguntas tiene mayores probabilidades de alcanzar respuestas y
enriquecer sus recursos cognitivos.
El “por qué”, el “para qué”, el “hubiera”, son pronunciamientos
que permiten desahogar angustia al revisar y analizar
pensamientos, opiniones y decisiones que hemos asumido en el
pasado y que tuvieron tal o cual consecuencia. Son tareas de
autocrítica en las que se puede encontrar fuerza o limitaciones
para avanzar en el orden de la vida cotidiana. En efecto, la revisión
del pasado devuelve nuestra condición falible al decidir y actuar,
pero al mismo tiempo, promueve y evoluciona el aprendizaje.
Queda claro, entonces, que las narraciones que vamos a
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presentar, representan un universo significado por cada narrador
cuya abundancia de datos es proporcional al tiempo transcurrido
entre el evento que se narra y el momento del habla en presente.
Entre mayor sea el tiempo entre un evento y su relato, mayor es el
conjunto de recursos de la conciencia que se pueden aplicar.
Asimismo, entre más traumática y compleja sea la experiencia,
mayor es el compromiso ético incorporado en el habla. Entre más
comprometidos se encuentren los afectos, es más grande el
sentimiento de culpa que atormenta.
En la base de nuestra racionalidad humana ninguna historia se
cierra irremediablemente, al contrario, la voz del testificante tiende
a ampliarse y ninguna “verdad” o afirmación es la última ni la
definitiva. Preguntarse acerca de los sucesos, pensamientos,
opiniones y opciones es un trabajo filosófico interpretativo que lejos
de tener fin se prolonga a partir de cada interrogante. Existen
preguntas permanentes y búsquedas de explicación inacabables
porque la racionalidad humana es abierta a creer realidades físicas
y no físicas. Por lo tanto, un trabajo biográfico, generalmente,
reditúa en nuevos problemas, preguntas y hallazgos de
circunstancias, ideas o cosas que se creían olvidadas o perdidas y
se convierten en otros descubrimientos, emociones y reconstruc-
ción de sucesos.9
No podemos perder de vista que hablaremos de sucesos y
experiencias sobre las que se han forjado suposiciones, prejuicios,
intenciones o deseos; por lo tanto, uno es el individuo en el mundo
de los hechos y otro es el individuo que se forja en el texto. Es
decir, hablaremos en primer lugar de lo que se ha vivido y se ha
9 Debus Mary (1998) Manual para Excelencia en la Investigación mediante Grupos Focales. Academy for Educational Development; Washington, D.C.
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tratado de entender y también de lo que se ha entendido a través
de lo vivido. Agnes Heller y P. Aries, P. Bourdieu, P. Fernández
Christlieb han sido teóricos importantes sobre la necesidad de
construir la historia de los sujetos concretos en espacios y
experiencias personales: en momentos significativos, relaciones
afectivas, experiencias culturales, valoraciones éticas, rituales y
otras prácticas sociales.
Este es el campo de la historiografía que rescata la experiencia
humana y la subjetividad como recursos para avanzar en el
conocimiento de un hecho o fenómeno que afecta a varios
individuos de una sociedad y forma parte de la metodología de las
ciencias sociales para emprender la investigación cualitativa,
descriptiva, fenomenológica e inductiva.
En el mismo sentido, el trabajo de Roccatagliata10 al acercarse
a los testimonios de personas que han tenido que sobrellevar el
duelo por la muerte de sus hermanos, es un claro ejemplo de la
importancia que tiene la recuperación de la experiencia sobre el
tema. Asimismo, la dificultad para encontrar bibliografía al
respecto, fue una de las razones que justificaron escribir este libro.
No obstante, conforme se avanzó en las entrevistas, pude aquilatar
el peso específico que cada voz tiene al conversar sobre el dolor
que se ha contenido durante mucho tiempo y la poderosa intención
de compartir un testimonio que pueda ayudar a otras personas a
reflexionar su propia vivencia. Los principales valores que se
sustraen de las entrevistas, tienen que ver con los sentimientos
que los participantes expresaron: culpa, solidaridad, preocupación,
impotencia, abandono, confusión, reclamo. De todo ello hablare-
mos al presentar las historias que contaron los hermanos(as).
10 Roccatagliata Susana (2007). La otra cara del dolor, Random House Mondadori (Ediciones de Bolsillo), México.
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LAS HISTORIAS A continuación, se exponen los aspectos más sobresalientes de las
16 historias que conforman este libro. Se incluye una pequeña
presentación del narratario y el contexto de la muerte del
hermano(a).
Historia 1. Daniel Campos Leyva
Entrevisté a Daniel el 16 de noviembre de 2011, a 7 años de la
muerte de su hermano Israel, ocurrida la madrugada del 29 de
mayo de 2004. Él es el hermano mayor de tres hijos que procreó el
matrimonio de María Eugenia Leyva Cervantes y Pedro Campos
Hernández, originarios del Distrito Federal.
Daniel nació en la ciudad de México el 10 de marzo de 1973.
Estudió la licenciatura en Ingeniería de Sistemas en la Universidad
Autónoma Metropolitana campus Iztapalapa (UAM-I) y la
licenciatura en Derecho en la Universidad Tecnológica de México
(UNITEC). Actualmente labora profesionalmente en un despacho
de abogados que atienden asuntos mercantiles y notariales. Está
casado y es padre de dos hijos, una jovencita de 15 años y un niño
de 5 años de edad.
Daniel es moreno, alto y fuerte; serio, de voz grave y que viste
con cierta sofisticación. De trato amable y abierto a la
conversación. Aficionado devoto al cuidado y cultivo de peces. A
sus 38 años de edad tiene la certidumbre de que la vida es el
“ahora”, sin más pretensiones de futuro, sin que eso cancele crear
metas e ilusiones. Por ejemplo, espera que en algunos años pueda
mostrar a su hijo las habilidades que se requieren para escalar
montañas y acampar en los bosques; capacidades y habilidades
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que aprendió con sus hermanos y entre los boy scouts cuando era
niño. Es heredero apasionado del amor a la vida en cualquiera de
sus manifestaciones y se esfuerza por educar a sus hijos a través
del respeto, tolerancia, ejemplo y comprensión.
Nuestra plática se caracterizó por la franca disposición,
caballerosidad y gentileza de Daniel. Desde el principio mostró su
carácter directivo y cierta tensión, pero siempre respondió con
seguridad y amplitud a las preguntas.
Contexto y experiencia de la muerte
Israel tenía 23 años cuando murió en un accidente automovilístico.
Era el hermano menor de los tres (el otro hermano es Pedro
Alberto). Israel y Daniel guardaban una relación muy estrecha,
compartían gustos y les agradaba cultivar la cercanía realizando
actividades en común. Así que, cuando Israel falleció, Daniel
experimentó una terrible ausencia, un inmenso dolor. Este dolor se
manifestó primero como frustración o culpa, continuó con un
estado de abatimiento total y se ha mantenido como una tristeza
permanente.
Daniel recibió la llamada de un paramédico de la Cruz Roja
que estuvo en el lugar del accidente (Calzada de Tlalpan y Calzada
del Hueso, zona sur del DF). Supo que su hermano había fallecido
y le dijo al paramédico: “por favor, no te separes de mi hermano,
voy para allá en este momento; por favor no lo dejes solo”. Para
Daniel esta indicación significaba todo cuanto podía hacer para
sentir que estaba cuidando de Israel. Después vino lo indecible al
enfrentarse con la muerte: ministerio público, servicio médico
forense, funeraria y sepelio. Todo lo que significaron los “trámites
legales” se puede definir con dos palabras: burocracia y corrupción.
31
Burocracia y corrupción, dice Daniel, tienen que ver con faltas
de respeto, abusos, ironías, burlas, ofensas a la dignidad de la
persona, inmoralidad, retrasos, arbitrariedad, cinismo y
contubernio; es decir, imposición de daño moral a ultranza y en
total indefensión. No obstante, Daniel se enfrentó a todo ello
asumiéndose como el hermano mayor que “había fallado en el
cuidado de su hermano” y que ahora quería cubrir de todo peligro y
preocupación a su madre. En la oficina del ministerio público, los
hermanos Daniel y Pedro Alberto cargaron a Israel, un joven que
medía 1.98 m y pesaba cerca de 200 kg. No había apoyo de los
empleados, al contrario, todo era insinuación para solicitar dinero,
había retraso y agresión.
Comenta: “yo quería resolver todo asunto relacionado con
Israel y quería estar en el apoyo a mi madre, quería estar al
pendiente de todo y lo asumí como una obligación”.
Terminados los trámites, salieron de las oficinas de gobierno y
decidieron dar el aviso del fallecimiento a sus padres, quienes
estaban radicados en Texcoco. Durante el camino se mantuvieron
casi en silencio y cuando hablaban era solo para compartir alguna
idea del cómo darían la noticia. Finalmente llegaron a su destino y
la información resultó escueta y contundente: “Mamá, Israel tuvo
un accidente y acaba de fallecer, necesito que nos vayamos”. La
madre quiso negar el hecho y, confundida, les dijo que tendrían
que dar el aviso a su padre, quien se encontraba en los terrenos
donde cultivaba alfalfa.
Al preguntarle a Daniel de dónde se ha derivado esa obligación
de cuidar a sus hermanos, refirió la responsabilidad moral que
representa ser el hermano mayor, pero también al hecho de haber
compartido la vida y darse cuenta que era él, quien más sabía
32
de los gustos, aspiraciones y problemas de Israel. Era
un vínculo tejido en la urdimbre de los días, conversaciones,
contactos, problemas y resoluciones. Eran entre sí una identidad
parental amorosa.
33
Historia 2. Pedro Alberto Campos Leyva Entrevisté a Pedro el 16 de noviembre de 2011, a 7 años de la
muerte de su hermano Israel, ocurrida —como ya se señaló— la
madrugada del 29 de mayo de 2004. Él es el segundo de tres
hermanos (Daniel, el mayor; Israel, el menor) hijos de María
Eugenia Leyva Cervantes y Pedro Campos Hernández, ambos
originarios del Distrito Federal.
Pedro nació en la ciudad de México el 5 de enero de 1975.
Estudió la preparatoria, está casado y es padre de tres hijas.
Trabaja para el gobierno del Distrito Federal en la gestión
administrativa.
Pedro se muestra dispuesto a la conversación y es muy ágil
para elaborar sus respuestas. Es un hombre de trato amable y
sencillo; de tez morena, risueño, alto y fuerte. Se autodefine como
el hijo rebelde, radical y huraño que se orientó en la vida a través
de búsquedas constantes y la realización de sus propios intereses.
Muy joven se aficionó al entrenamiento de la patineta, actividad
que desarrolló por varios años.
Ahora, y sobre todo después de la muerte de Israel, ha
valorado intensamente a su familia y procura educar a sus hijos a
través del amor, protección, respeto y tolerancia. Amor es dar y
recibir apoyo, es demostrar que se cuenta con el acompañamiento
y la complicidad de otra persona, dice Pedro.
Nuestra plática se caracterizó por la franca disposición,
caballerosidad y simpatía de Pedro. Desde el principio mostró su
carácter amistoso y, al igual que su hermano Daniel, denotó cierta
tensión y aunque respondió todas las preguntas, hubo pausas y
momentos que se detenía a meditar antes de responder.
34
Contexto y experiencia de la muerte
En las primeras horas del 29 de mayo de 2004 timbró el teléfono,
Pedro identificó el número y de inmediato supuso que algo malo
había sucedido. Recibió la llamada de su hermano Daniel que le
ordenaba: ¡vístete!, el gordo chocó, paso por ti en unos minutos.
Mientras se vestía, Pedro pensaba que Israel estaría en problemas
legales por haber chocado el auto. Quiso tener más información y
marcó al teléfono celular del hermano menor, pero éste no
contestó. Empezó entonces a preocuparse. Guardó en su cartera
cinco mil pesos y dijo para sí: “sea lo que sea, vamos a resolver
el problema”.
Llegó Daniel y le sorprendió ver que venía acompañado de
Claudia, esposa de Israel, y la hermana de ésta. Claudia lloraba
inconsolable en el asiento posterior. Subió al auto y Daniel dijo:
“mira, a Claudia le llamaron y le dijeron que Israel chocó y se mató;
a mí me llamaron y me dijeron que chocó y estaba mal herido”.
Se dirigieron al lugar del accidente: cruce de Calzada de
Tlalpan con Calzada del Hueso. Durante el trayecto nadie habló.
Bajaron de su auto y Pedro jamás imaginó que vería el vehículo de
Israel completamente destrozado. Algunos policías y un equipo de
bomberos ya habían sacado a los tripulantes y ahora estaban
tratando de enganchar el carro para retirarlo de la vía. Pedro
preguntó a uno de ellos por el destino de las personas que estaban
en el auto y el bombero dijo: “la muchacha va mal herida a un
hospital y el conductor murió”.
Un paramédico de la Cruz Roja que pasaba por ahí y vio el
accidente, fue el que llamó a Claudia y a Daniel y los condujo al
ministerio público para buscar a Israel. No obstante aquellas
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evidencias sobre el accidente, Pedro todavía mantenía la
esperanza de que su hermano no hubiese fallecido. Al presentarse
en ventanilla, un empleado les dijo: “A ver, ¿quién de ustedes va a
ser el bueno que pase a identificar el cuerpo?”.
Entraron los dos hermanos al área del servicio médico forense
y allí se encontraron con el cuerpo totalmente desnudo de Israel.
Era tan alto y grueso su cuerpo que la plancha fue fácilmente
desbordada por sus piernas y estaba “con sus brazos como un
Cristo”, dice Pedro.
Pedro se colocó atrás de Israel y le abrazó la cabeza poniendo
su rostro frente a frente. No percibió ningún olor a alcohol. Daniel
se desahogó diciendo injurias y recriminando la falta de
responsabilidad de Israel: “¿para esto querías tu carro?, ¡pendejo,
mira nada más lo que pasó!”.
Estallamiento de vísceras fue la conclusión del dictamen
pericial, así que no fueron demasiado visibles las heridas
producidas por el impacto; apenas algunos raspones y daños en el
rostro provocados por los cristales del parabrisas. Con la
identificación del cuerpo no terminaban los trámites, al contrario, a
partir de allí los trámites fueron no solo innumerables, sino
pesadamente tortuosos.
Se sentaron los hermanos afuera de las oficinas del ministerio
público y decidieron que lo inmediato era acudir a ver a sus padres
para darles el aviso. El primo Armando les acompañó porque ellos
ya no estaban en condiciones de conducir su auto. Durante el
camino estudiaron todas las formas posibles de hacer menos
terrible la noticia. Llegaron con la madre y fue muy difícil enfrentar
su inmediata preocupación.
Ella insistía: “¡díganme qué pasó!”. Daniel no se contuvo:
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“mamá, ¿sabes?… el gordo chocó y el pendejo se murió”. La
madre miró al otro hijo y le exigió que le dijera que eso que había
oído no era cierto. Pedro bajó la cabeza y confirmó la noticia.
Ahora lo que necesitaban era hablar con el padre.
El padre se encontraba en sus labores agrícolas y la madre les
dio la orientación para que le buscaran, pero resultó una señal
falsa y mientras los hijos buscaban en balde, la madre ya estaba
hablando con su marido dándole la noticia. Pedro caminó al lado
de su padre y nunca le vio llorar, no obstante, le apreció una
seriedad jamás vista. Una muestra de dolor que no le conocían.
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Historia 3. María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez Entrevisté a Coral el 7 de diciembre de 2011, a un año y cuatro
meses de la muerte de Javier, su hermano menor y único. Coral es
la hija mayor del matrimonio formado por Javier Deschamps de la
Fuente, originario del Distrito Federal, y Coral Velázquez Palmer,
oriunda del Estado de Baja California.
Coral nació el 1 de noviembre de 1976 en el Distrito Federal.
Estudió la carrera de Actuación en el Centro de Estudios Artísticos
Carlos Ancira, de la que derivó su actividad profesional a través de
crear una compañía de animación. Vive en unión libre desde hace
nueve años y ha procreado a Enrique, un pequeño de tres años de
edad. Vive entregada a proteger y amar a su familia y, cuando
dispone de espacio, disfruta del cine y del teatro.
Coral ha desempeñado funciones parentales desde su
adolescencia, estimulada por el alto sentido de autonomía que le
caracteriza, y en busca del desarrollo personal entre los miembros
de su familia. Funciones que fueron muy relevantes con su grupo
de origen, gracias a lo cual se pudieron resolver conflictos
importantes después del divorcio de sus padres. En su pequeña
empresa pudo incorporar a su hermano y a algunos amigos de él.
Coral asiste a la entrevista como una forma de reconocer y
agradecer el apoyo que el Grupo de Padres en Duelo “Cecilia
Flores Michel” ha proporcionado a su madre después de la muerte
de Javier, ocurrida el 8 de agosto de 2010. Menciona que, en
muchas ocasiones, le ha resultado más difícil confrontar el dolor de
su madre que su propio dolor, de modo que su duelo se potencia
ante la imposibilidad de paliar este doble sufrimiento.
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Contexto y experiencia de la muerte
Era uno de los pocos domingos que Coral no tuvo trabajo y decidió
visitar a su madre y abuela en compañía de su hijo. En casa de su
abuela recibió la llamada de un amigo de Javier y colaborador
suyo. En principio le mencionaron que Gerardo, el conductor del
auto, había sufrido un accidente en la carretera México-Acapulco.
Recuerda Coral que se extrañó que le llamaran por el accidente de
Gerardo y tardó unos segundos en ordenar ideas hasta que
recordó que su hermano viajaba con Gerardo. En ese auto iban los
padres y cuatro amigos de Gerardo, entre ellos Javier.
Las primeras emociones de Coral fueron negación, enojo y
desesperación, sin embargo, le quedaba claro que tenía que
organizar el modo de trasladarse al hospital de Cuernavaca al que
había ingresado Javier. Trató de calmar a su madre, llamó a su
padre, encargó a su tía el cuidado del pequeño Enrique, dio aviso a
su esposo que se encontraba de viaje en Argentina.
En eso estaba cuando recibió otra llamada y escuchó: “Javier
acaba de fallecer”, le dijo un tío; tiró el teléfono, gritó y lloró. La
abuela y la madre se enteraron de ese modo, sin que hiciera falta
anuncio alguno. Coral se sintió con la responsabilidad de atender
todo lo relacionado con ese anuncio y empezó por dar aviso a su
tía Mara, a quien reconoce como una de las personas más
cercanas y amorosas en su vida.
Coral se hizo responsable de los trámites que se realizaron en
el hospital, el ministerio público y los servicios forenses y
funerarios. Tenía la convicción de proteger a su madre ante
cualquier otro evento, particularmente quería alejarla de la presión
que los agentes del ministerio público ejercían para que levantara
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denuncia en contra del conductor.
Dice Coral: “esas personas son basura, no tuvieron
consideración ni clemencia ante mi dolor y ejercieron presión
emocional brutal al describirme la condición física en la que se
encontraba mi hermano sobre la carretera e insistir que todo se
debía al descuido del conductor. Afortunadamente, me mantuve
firme y segura de que el accidente obedeció a la ponchadura de
una llanta y al lamentable estado de la carretera por la que
circulaba el auto. Alcancé a escuchar que los agentes se ponían de
acuerdo para que, en la documentación que me presentaban, se
quedara en blanco un espacio que después ellos arreglarían.
Entonces exigí copias de mi declaración, pero me las negaron.
Tomé fotos de los documentos y les amenacé con denunciarlos. Se
negaron a autorizar la cremación, pero recordé que algunos meses
antes había organizado un evento para una persona que trabaja en
la Presidencia de la República. Esta persona intercedió por
nosotros y pudimos cremar a mi hermano.”
¡Qué fuerte! —dice Coral— “que tenga mayor peso la
recomendación de un poderoso que el dolor suplicante de una
madre.”
Son muchas las cosas que se confunden y otras tantas que se
olvidan cuando se cursa por un shock. Existe una sensación de
ausencia e irrealidad. Se hace presente una circunstancia que
parece sobrepasar la capacidad de resistir pero, al mismo tiempo,
la necesidad de responder al momento hace que las funciones
fisiológicas doten de una gran resistencia y aptitud al organismo.
Otra escena inolvidable fue cuando la madre de Javier se
encontró con su hijo ya sin vida; le habían vendado por completo el
cuerpo y ella retiró las vendas del rostro enrojecido por la sangre.
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Dice Coral: “nada más conmovedor que eso, ver a mi madre limpiar
el rostro de mi hermano, con el klínex que usaba para enjugar sus
lágrimas.
“¿Qué pasa con el personal que trabaja en los hospitales?
¿Qué no pueden comprender el impacto de ver un cuerpo
ensangrentado? ¿Qué no pueden pensar en la diferencia que
existe entre un cuerpo o cadáver limpio y otro lleno de sangre?”
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Historia 4. Deyanira Hernández García
Entrevisté a Deyanira el 7 de diciembre de 2011, a 27 años de la
muerte de su hermana mayor, quien falleciera el 4 de marzo de
1984, tres días después de haber nacido. Deyanira nació al año
siguiente, en abril de 1985 y es la segunda de tres hermanos que
procreó el matrimonio de Alejandro Joel Hernández Aceves y
Maribel García Padilla, originarios del Distrito Federal.
Estudió la carrera de Comunicación y Periodismo en la
Facultad de Estudios Superiores, campus Aragón (UNAM) y
actualmente realiza su tesis de licenciatura. Es soltera, vive con
sus padres y gusta de navegar por Internet descubriendo las
novedades en moda nacional e internacional. Este es un
pasatiempo que no se agota en la mera curiosidad, pues moda y
compra de ropa constituyen una preocupación sobre la imagen y
presencia de la persona que es.
Deyanira tiene una presencia sofisticada y tímida al mismo
tiempo. Alta y esbelta, se conduce con delicadeza y sencillez;
habla pausadamente, en ocasiones sonríe discretamente y deja ver
una ligera pesadumbre en la mirada. Asiste a la entrevista, a pesar
de que atraviesa por la experiencia triste y agobiante que impone el
rompimiento de una relación amorosa.
Contexto y experiencia de la muerte
Los primeros recuerdos de Deyanira sobre la muerte de su
hermana, se remontan a su infancia cuando cada primero de
marzo la casa se quedaba en silencio, la madre lloraba y el día se
tornaba triste para todos. Tal vez tendría cuatro o cinco años
42
cuando acompañaba a sus padres al panteón y se ponía a jugar
con sus muñecas sobre la lápida de su hermana Maribelita
simulando una conversación con ella. Recogía flores de los
alrededores y las colocaba sobre la tumba. “Mi padre me decía que
yo tenía una hermanita que me cuidaba desde el cielo”, comenta
Deyanira.
Un cambio de domicilio hizo que las visitas al panteón se
cancelaran después de 10 años. No obstante, cada primero de
marzo los padres llegaban con flores a la casa y hacían alguna
oración para conmemorar nacimiento y muerte de la pequeña
Maribel. Ver triste a la madre, es una de las cosas que más le han
preocupado y atormentan a Deyanira en el curso de su vida, así
que ella hacía y hace “hasta lo imposible” por revertir esa tristeza.
Ella asume que recibió amor doble al nacer, por el amor que
sus padres tenían reservado para su hermana y el propio; además,
Deyanira cree que ella y Maribelita se constituyeron en una sola
persona. Comenta que el embarazo de la madre no fue sencillo y
es posible que estuviera sufriendo mucho ante la posibilidad de
perder a su segunda hija. Piensa que sus padres no se dieron
tiempo para procesar su duelo y la muerte se empalmó con un
nuevo embarazo encadenando la vida de sus hijas a la de ellos, de
modo tal que el comportamiento de Deyanira está cifrado en
grandes expectativas que, de no cumplirse, se convierten en
grandes decepciones para los padres.
Siempre fue una hija consentida, sobre todo por parte de su
padre. Poco a poco, ese amor doble que le prodigaban (como si en
ella se fundiera la existencia de su hermana) se fue constituyendo
en una enorme responsabilidad, pues toda la atención y cuidados
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se dirigían a conseguir la perfección. De modo que cualquier falla,
error o triunfo, era magnificado y Deyanira experimentaba,
constantemente, temor y ansiedad.
La supervisión de su proceder se modificó a partir de que la
madre abrió un negocio propio y tuvo que salir de casa por
jornadas de trabajo prolongadas. Para entonces, Deyanira había
cumplido los 15 años de edad e iniciaba una etapa de rebeldía
asociada a la fiesta y el consumo de alcohol. Dos años después,
los padres se enteraron de esta condición, le mostraron
preocupación y decepción y le exigieron alguna forma de
reparación de su conducta pues, además, se había gastado la
colegiatura escolar. Deyanira decidió trabajar y saldar esa cuenta
monetaria pero, al mismo tiempo, cobró conciencia del daño que
estaba produciendo su comportamiento y decidió modificar su
estilo de vida.
A los 18 años se enamoró, pero fue una breve relación que, a
su rompimiento, le produjo desconcierto y una gran tristeza.
Finalmente, buscó ayuda cuando recién cumplió los 20 años de
edad y se percató de que sufría un trastorno alimenticio. Sintió que
no poseía los recursos emocionales para enfrentar este problema,
para “compensar sus errores”, “hacer felices a sus padres” y “dejar
de pedir perdón por fallar”.
A partir de ese momento asistió a una terapia especializada,
que le ha ido ayudando a distinguir y definir su responsabilidad e
individualidad para “conectarse” con las razones que le son
fundamentales: formar una familia, desarrollarse profesionalmente,
viajar, lograr estabilidad económica y ponderar su salud sobre
cualquier otro interés.
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Historia 5. Luciano C. Jiménez Lagarde Entrevisté a Luciano C. Jiménez Lagarde el primero de febrero de
2012, a 8 meses de la muerte de uno de sus hermanos mayores de
nombre Camilo.
Luciano nació el 5 de julio de 1992 y es el hijo menor del
segundo matrimonio de Margarita Lagarde y Alfonso Jiménez
Inclán, ambos originarios del Distrito Federal. Tiene tres hermanos
varones que en muchos sentidos han representado la imagen
paterna, aunque, fue Camilo, el hermano, con quien logró la mayor
convivencia y de quien aprendió valores fundamentales para la
constitución de su propia identidad.
Estudia el sexto semestre del bachillerato en el área de
Humanidades con la intención de continuar la licenciatura en Artes
Plásticas. Es practicante de la religión sintoísta caracterizada por el
culto a la naturaleza y los antepasados. Llegó a identificarse con el
sintoísmo a partir de una constante búsqueda de explicaciones
sobre la belleza de la naturaleza, la convivencia social y el sentido
de la vida. En palabras de Luciano: “el shinto es básicamente
totémico, un culto popular que puede describirse como una forma
sofisticada de animismo naturalista con veneración a los
antepasados, profundamente identificada con la cultura japonesa.
Tratamos de aprender a vivir con el universo a base de amor,
rectitud (verdad), justicia y luminosidad”.
Luciano es un joven apasionado y sensible que proyecta su
vocación artística al interesarse en diversas actividades
humanísticas: pintura, dibujo, escritura, lectura, canto, baile y cine.
Por otro lado, es un gran conversador preocupado e interesado en
profundizar los temas que trata, particularmente, lo referido al amor
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y la justicia.
Con 19 años de edad, Luciano practica el ciclismo y la
caminata como actividades lúdicas y expresivas, no obstante que
su hábito tabáquico, le cuestiona sus principios religiosos y
espirituales. Tiene gran interés por independizarse económica-
mente, formalizar su actividad en artes plásticas y construirse un
entorno más saludable.
Contexto y experiencia de la muerte
Aproximadamente a las 10:00 del primero de junio de 2011 murió
Camilo después de haber padecido y enfrentado durante varios
meses los padecimientos derivados del cáncer ganglionar. Desde
el diagnóstico hasta su muerte, Camilo le proporcionó a Luciano
importantes e inolvidables experiencias.
La tarde anterior, martes 31 de mayo a las 17:30, Luciano
caminaba rumbo al hospital para visitar a su hermano que había
pasado varias semanas internado. Recién había comido con su
abuelo y tío cuando recibió la llamada telefónica de su madre
notificando que Camilo había decidido “dormir”.
¿Por qué le hablaban para decirle eso que aparentemente
resultaba común? ¿Camilo quiere dormir? Guardó silencio. La
madre precisó la información: “Camilo ha decidido morir”. ¡¿Qué
clase de notificación es ésa?! ¿Necesita alguna respuesta? No
había forma de comprender a cabalidad eso que escuchaba y entró
en pánico. Momentáneamente, sintió que las piernas no le podrían
sostener de pie, sin embargo, se mantuvo erguido.
Siguió caminando haciéndose una sola pregunta: “¿Qué coños
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pasa?” No había más lenguaje para poder comprender. Había
degustado comida, compañía, conversación y, de pronto, se sentía
extraño, perturbado, sin saber qué hacer o qué pensar.
En el cuarto del hospital encontró a sus hermanos y madre
quien le explicó que Camilo había decidido despedirse de la vida y
quería que todos pudieran compartir con él la película titulada: La
novicia rebelde. A Luciano le pareció “muy lúgubre” la decisión que
de cualquier modo acató (acataron), aunque es posible que nadie
viera la cinta, no obstante tenerla ante los ojos.
El personal del hospital aplicó alguna solución a Camilo y
Luciano lo miró dormir, como se duerme cualquier persona: “movía
su cuerpo, hacía ruidos con su boca y en ocasiones se quejaba”.
Decidió que tenía que cuidar a su hermano de cualquier cosa que
pudiera alterar la paz de su alma, pues de acuerdo a sus ideas
religiosas, pensaba que la energía de ese momento era especial y
a él le correspondía hacer, también, algo especial.
Mientras transcurrió la tarde-noche no se apreciaron cambios
significativos en la condición de Camilo. La familia reunida
platicaba “como si Camilo solamente estuviera durmiendo y no
transcurriendo su muerte”. Luciano puso la música que le gustaba
a su hermano y de pronto se dio cuenta que él ya no respiraba.
Habían transcurrido 16 horas y 30 minutos desde la llamada que
había recibido a la salida del restaurante.
Avisó a su madre y el equipo médico se hizo presente. Miró a
su tía Gabriela y, sin mediar palabras, le encomendó la custodia de
su madre. Luciano buscó un lugar solitario (las escaleras) y allí
empezó a buscar a sus amigos a través del teléfono celular.
Necesitaba la compañía de quienes, durante el proceso de
enfermedad de su hermano, habían estado cerca de él-ellos dos.
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Estaba floreciendo la mañana y “aquello parecía una escena de
película”, algo irreal que se había escrito como el guión de un
escritor especialmente “visual”. La pesadez de esa noche tenía la
consistencia de tres o más días en los que una persona no ha
tenido tiempo de organizar “racionalmente” lo que ocurre.
Esta confusión se había incrementado ante la incapacidad de
los médicos de afrontar con valor moral el sufrimiento de una
familia.
En días previos ya se había comentado la posibilidad de que
Camilo fuera apoyado por los médicos para morir en paz. No
obstante, se había entablado una polémica entre ellos y nadie
asumía la responsabilidad final. Camilo siempre estuvo consciente
e “iluminado” para tomar decisiones y había firmado un documento
de voluntad anticipada para cesar el tratamiento en caso de
gravedad extrema e imposibilidad de recuperar la salud; por su
parte, la madre de Camilo no cejaba de cuestionar a los médicos
sobre cada procedimiento y la eventualidad de riesgos y beneficios.
Era un verdadero diálogo de sordos entre una familia urgida de
comunicación veraz y un equipo de salud poco preparado para
actuar moral y humanitariamente.
Camilo murió a consecuencia de un cáncer “monstruoso”
asociado a la activación del VIH. Eso es lo que “sabe” Luciano,
aunque aclara: “es muy posible que por ser el hermano menor no
me dijeran las verdaderas condiciones de enfermedad y gravedad
de Camilo y siempre es difícil enterarse por terceras personas de
las cosas que un hermano tendría que saber por las fuentes
primarias: los miembros de la familia”.
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Historia 6. Barbra Dawn Joyce Chao Entrevisté a Barbra el 9 de noviembre de 2011, a 22 años de la
muerte de su abuela y de Vyvyan, su hermana mayor, ocurrida el
27 de marzo de 1989, y a 8 años de la muerte de Jenny, su
hermana menor, ocurrida el 4 de marzo de 2003.
Ella es la tercera de cuatro hijas que procreó el matrimonio de
Zita Beatriz Chao Ebergenyi (nacida en Tuxpan, Veracruz) y Bruce
Joyce (de origen estadounidense).
Barbra (Barby), nació en la ciudad de México el 3 de
septiembre de 1974. Estudió la licenciatura en Relaciones
Internacionales en la Universidad Anáhuac campus México Sur.
Actualmente combina el ejercicio profesional de la producción de
programas de televisión y servicios audiovisuales con las
actividades recreativas del canto, baile, ejercicio corporal y la
cinefilia. Durante la entrevista, Barby hizo énfasis en la importancia
de la familia como un núcleo de amor, respeto y ejemplo, pero
también como un crisol de diferencias. En su opinión, estos valores
se arraigan en los sentimientos y modos de ser y actuar entre
padres e hijos, y favorecen la protección y acompañamiento de los
integrantes de la familia.
En nuestra plática se evidenció la franca disposición,
elocuencia y deseos de participación de Barby. Desde el principio
mostró su carácter directivo y cierta tensión, pero siempre
respondió con seguridad y franqueza a nuestras preguntas.
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Contexto y experiencia de la muerte
Barby recuerda que la camioneta en la que viajaba sobre la
carretera Pánuco-Tuxpan con su madre, hermanas, abuela y
primos, perdió su rumbo y se precipitó al vacío en un paraje
llamado Cerro Azul. Era el 27 de marzo de 1989. Recuerda el
sobrecogedor silencio que se produjo una vez que el vehículo
detuvo su caída. Primero vio el reloj, eran aproximadamente las
4:00 de la tarde, después, su mirada se topó con las piernas de su
hermana Vyvyan, que esa mañana se había vestido con un short
verde a rayas blancas y una playera blanca con aplicaciones al
frente.
No pudo ver su rostro porque un asiento presionaba la mitad
de su cuerpo.
Escuchó la voz de su madre mencionando los nombres de los
pasajeros y preguntando cómo se encontraban. Barby no escuchó
su nombre. Recuerda que temblaba al sentir un frío intenso en todo
el cuerpo a excepción de su pierna, que era caliente como su
sangre. En medio de toda esa confusión, recuerda haber sentido
miedo ante lo desconocido e inesperado, ante la impotencia y el
devenir. Sintió preocupación por no haber escuchado su nombre, y
desesperación por su pierna aprisionada entre los fierros. Perdió el
aire y la visión se oscureció momentáneamente. Al recuperar el
aire, pudo ver nuevamente e hizo esfuerzos vanos por tratar de
entender qué estaba sucediendo.
Ella viajaba en la parte posterior de la camioneta y durante el
vuelco perdió la posición y orientación de su lugar. Pensó que
habían chocado o, al menos, eso fue lo que le respondió a su
prima cuando ésta se lo preguntó al despertar de un desmayo. La
50
prima, con la cabeza sangrante, volvió a desmayarse, cayó sobre
la pierna fracturada de Barby y fue hasta ese momento que
empezó a sentir mucho dolor. Quiso moverse pero la pierna estaba
atorada entre fierros y le angustió no poder ayudar a “los suyos”.
Escuchó entonces que Jenny (su hermana menor por cuatro años),
lloraba preguntando qué había sucedido mientras la madre trataba
de tranquilizar a todos.
Barby tenía 14 años y pensó que estaba soñando pero, en
realidad, estaba en shock tratando de ordenar la circunstancia del
accidente. Hoy sabe que “darse cuenta o estar despierto” no
significa entender lo que sucede. Mientras creyó que soñaba,
imaginó que se encontraría con su padre en Tuxpan. La idea de
estar soñando se fue disipando cuando llegaron los militares de
Cerro Azul y se inició el rescate, gracias a que Kathy (un año y 8
meses mayor que ella) había logrado acercarse a la carretera y
pedir auxilio.
Sobre las maletas empezaron a colocar a los heridos. Barby
escuchó que su madre decía a los militares que ella creía que su
hija Vyvyan y su propia madre ya habían fallecido y les pedía sigilo
para que los demás no se enteraran de ello. Pero ni lo que veía o
escuchaba era completamente real para Barby y tuvieron que
pasar algunos días (quizá dos) para empezar a organizar el
pensamiento.
Recuerda no haber preguntado nada, pero tampoco haber sido
informada sobre lo ocurrido. No obstante, algunos de los ruidos del
campo, de la carretera o de las calles, de las ambulancias, de los
hospitales y voces de los médicos o de algunos familiares, fueron
las pequeñas pistas que después se articularon e hicieron un
informe para los recuerdos.
51
Compartió cuarto de hospital con su madre en Cerro Azul, tan
mal heridas, ambas, que gran parte del tiempo estuvieron sedadas
y casi no pudieron comunicarse.
Salió del “sueño” y de los “apagones” que producían los
medicamentos, cuando transportadas en camillas iba al lado de su
madre en el avión que las trasladaría al Distrito Federal. Ella del
lado derecho y Jenny del lado izquierdo. En ese momento, al ver el
rostro de la madre y al percatarse de las heridas de las tres, Barby
supo que todo era “absolutamente real” y que, tal vez, no
sobreviviría ninguna.
Un paramédico al ver a su madre dijo: “apurémonos porque tal
vez no llega”.
Llegaron al Hospital Ángeles del Pedregal (DF) y fue hasta ese
momento que Barby vio a su papá, quien le dijo que todos estaban
bien. Familiares y amigos no dejaron de visitarles, sin embargo,
nadie le dijo que su hermana Vyvyan y su abuela materna habían
fallecido.
********
Barby se casó en 1999 y se fue a vivir a Argentina. Allí, recibió la
noticia el 3 de marzo de 2003, de que Jenny estaba en un hospital
de Acapulco. Barby le llamó telefónicamente para decirle que la
amaba con todo el corazón, para recordarle que ella era un motor
fundamental para su vida y que deseaba que se recuperara
pronto…
Preguntó a su madre si era necesario ir a México, pero ella le
dijo que todo indicaba que no, ya que la situación parecía resolver-
se positivamente. Al día siguiente, Barby escuchaba por el auricu-
lar del teléfono decir a su madre que su “chaparra”, su hermana
entrañable a la que se había propuesto cuidar, había fallecido.
52
Otra vez la incredulidad, la parálisis y el shock hicieron que Barby
renegara de la vida por sus crueles designios. Tenía poco tiempo
de haberse divorciado y esta nueva pérdida cimbraba su vida por
completo. La acompañó una amiga argentina durante las 10 horas
de vuelo y luego se presentó sola a la casa paterna.
Encontró a su padre abatido y le ofreció apoyarle en todo lo que se
necesitara. Hablaron e hicieron llamadas y trámites pertinentes,
pero nunca se permitieron llorar juntos.
53
Historia 7. Kathryn Diane Joyce Chao
Entrevisté a Kathryn el 19 de octubre de 2011, a 22 años de
distancia de la muerte de su hermana mayor y de su abuela
ocurrida el 27 de marzo de 1989, y a 8 años de la muerte de su
hermana menor el 4 de marzo de 2003. Ella es la segunda hija de
cuatro que procreó el matrimonio de Zita Beatriz Chao Ebergenyi
(nacida en Tuxpan, Veracruz) y Bruce Joyce Andresen (de origen
estadounidense).
Kathryn nació en la ciudad de México en diciembre de 1972
con una hemiplejia congénita del lado derecho. Estudió para
maestra educadora y obtuvo el certificado de English Teacher.
Actualmente combina el ejercicio profesional de la educación
preescolar con el cultivo de la lectura, el cine, el teatro y el yoga.
Durante la entrevista, Kathy hizo énfasis en la importancia de
la familia como un eje de compromisos éticos que coadyuvan al
fortalecimiento de afectos amorosos e ideales de libertad e
independencia entre sus miembros.
Otros valores que reconoció como fundamentales para la
familia fueron: apoyo, acompañamiento, comunicación y compren-
sión.
En nuestra plática se expresó la sensibilidad y deseos de
participación de Kathy. Al principio mostró cierta tensión pero,
conforme avanzó la narración, la tranquilidad y la soltura se
hicieron presentes.
54
Contexto y experiencia de la muerte
Habló primero de Vyvyan (la hermana mayor) no solamente porque
fue la primera que murió, sino porque fue a partir de allí que tuvo
muchas preguntas y respuestas sobre la muerte en general y sobre
la propia vida-muerte. Vyvy y su abuela materna murieron en el
mismo accidente carretero cuando regresaban de disfrutar unas
vacaciones de Semana Santa.
Era el lunes 27 de marzo de 1989. Viajaban en la camioneta
las cuatro hermanas, su madre, unos primos y la abuela materna.
Cayeron a un barranco y en el accidente perecieron la hermana
mayor y la abuela materna, mientras, el resto de los familiares
resultaron seriamente heridos.
Kathy siempre estuvo consciente del accidente, nunca durmió
durante el trayecto del viaje de Pánuco hacia Tuxpan, porque había
“algo” que la inquietaba. Así que cuando la llanta de la camioneta
reventó e hizo perder el control del vehículo, Kathy “pudo pensar
muy rápido y tomar decisiones de inmediato”. Una vez que terminó
la caída del vehículo, miró a su alrededor y lo primero que recuerda
es a Vyvy que sangraba profusamente y a su Madre que estaba
muy golpeada. Era evidente que todos estaban lesionados, pero
Vyvy más que ninguno, y le atemorizó que su condición fuera de
extrema gravedad.
Sabía que era terrible lo que había ocurrido y antes de que su
madre preguntara quién podía salir del auto para pedir ayuda,
Kathy ya se encontraba buscando la forma de hacerlo. Primero,
porque la ventana le quedaba cerca y asimismo, porque sintió
claustrofobia en ese momento. Ella estaba también herida y con la
pelvis dislocada, pero era tan grande la necesidad de salir y ayudar
55
a su gente, que el dolor no la detuvo en ningún momento.
Tenía cierta dificultad para moverse y ubicar al resto de los
familiares porque, además de la pelvis dislocada, había extraviado
sus anteojos. No tuvo otro deseo más que ayudar y su madre le
aconsejó que se dirigiera a la carretera guiándose por el ruido de
los carros y que desde allí solicitara auxilio. Kathy fue subiendo con
gran dificultad y a mitad de la barranca empezó a gritar diciendo
“¡auxilio, ayúdenme, mi familia ha caído por la barranca y está mal
herida!”; “fue eterno ese momento” (10 minutos, tal vez) antes de
que llegaran los soldados del ejército. La idea de que el tiempo
puede significar una eternidad se hizo presente y todavía, al
recordarlo, se estremece.
********
Jenny “mi hermana menor”, estaba viviendo en Acapulco, tenía 25
años de edad y estudiaba la Carrera de Biología Marina, asimismo,
hacía trabajo social en las comunidades marginadas y es posible
que, en alguna de esas regiones de Guerrero, haya contraído un
virus que, aparentemente, fue el causante de su muerte el 4 de
marzo de 2003.
Estaba internada en un hospital, atendida por especialistas que
aseguraban que todo estaba bajo control y que seguramente la
darían de alta por la mañana. No obstante, murió, y no ha sido
posible salir del asombro. “Ésta, es otra circunstancia de la muerte
que no puedo concebir; creo que uno debe morirse cuando padece
una enfermedad, cuando es prolongada e incurable y entonces es
bueno dejar de sufrir; de otro modo, es sencillamente
inconcebible”, dice Kathy.
“La muerte trágica de la noche a la mañana es inaceptable,
aunque ocurra, es inaceptable”, concluye Kathy.
56
Historia 8. Karla Oliva Pérez Entrevisté a Karla el 23 de noviembre de 2011, a 3 años de la
muerte de su hermano Martín, ocurrida la tarde del 4 de noviembre
de 2008. Ella es la segunda de tres hermanos (Martín, el mayor y
Raúl, el menor) que procreó el matrimonio formado por Osbelia
Pérez Castro y Raúl Oliva Camacho, originarios de Ciudad
Altamirano y Ometepec, Guerrero, respectivamente.
Karla nació en la ciudad de México el 24 de diciembre de 1972.
Realizó estudios de Mercadotecnia en la Universidad Anáhuac
campus México Sur. Actualmente está casada con Sergio
Fernández García y se dedica de tiempo completo a la crianza de
sus dos hijas (Daniela, de 8 años y María José, de 4).
Karla es una persona gentil, risueña y de aspecto distinguido.
Viste sofisticadamente y se muestra muy segura en sus
respuestas. Madre amorosa y preocupada por el desarrollo de sus
niñas es, a la vez, esposa diligente y activa que organiza su vida
alrededor de las necesidades de la familia. Con ambiciones
personales, espera que pronto sus niñas sean más independientes
para dirigir sus energías a otros campos del desarrollo personal.
Su plática se caracterizó por la sensibilidad y deseos de
ofrecer una mirada real y franca sobre la experiencia de la muerte
de su hermano Martín, quien en algunos aspectos ha sido
idealizado a partir de las funciones de protección y apoyo que
brindó a sus hermanos menores. Martín representó para Karla el
hermano mayor que siempre estaba dispuesto a acompañar y
proteger a la familia.
57
Contexto y experiencia de la muerte
La noticia sobre la muerte de Martín no fue recibida de la forma
habitual que se conoce. Fue a través de un corte informativo
transmitido por la televisión en el que se daba cuenta de un
accidente aéreo, ocurrido en las inmediaciones de las calles de
Reforma y Palmas, en la zona de Polanco del Distrito Federal.
Karla asoció los datos del percance con el itinerario laboral de su
hermano.
En un principio, la información no fluyó con la misma rapidez
con la que se instala el miedo y la incertidumbre en un familiar
preocupado. Lo primero que hizo Karla fue marcar, insistente e
infructuosamente, al número del teléfono celular de su hermano
Martín. No contestó. Llamó a Marisela (su cuñada) y tampoco logró
comunicación inmediata.
Ella y Sergio (su esposo y gran amigo de Martín) se dirigieron
a la casa de los padres en la que se encontraron con Marisela y
Raúl, su hermano menor. Eran aproximadamente las siete de la
noche del martes 4 de noviembre de 2008 y, en unos cuantos
minutos más, la casa se colmó de movimiento con parientes,
amigos y vecinos, llamadas telefónicas, conversaciones, lucubra-
ciones, gritos y llanto.
Los noticieros empezaron a circular el nombre de las personas
que habían fallecido y el nombre de Martín estaba ausente de
aquellos primeros registros. Fue hasta después de las 23:15 que
se confirmaba, plenamente, que el hermano mayor de la familia
Oliva-Pérez también había fallecido. Karla y Raúl ya tenían el dato
porque una prima se los había confirmado, no obstante, a ellos les
resultaba muy difícil hacer esta notificación tanto a su madre como
58
a su cuñada. Recuerda Karla que su madre lloraba y gritaba sin
consuelo y que su cuñada se había refugiado cerca de una
ventana “hecha bolita” y en terrible shock. El padre de Karla llegó al
mediodía del día siguiente, 5 de noviembre.
Marisela y Karla mantuvieron la esperanza de que Martín
podría no haber fallecido a pesar de las confirmaciones que se
hacían por diferentes medios. Sin embargo, Karla desechó esta
posibilidad cuando vio y reconoció las pertenencias de Martín que
entregaron las autoridades correspondientes; Marisela, en cambio,
mantuvo la creencia de que su esposo volvería después de una
larga ausencia y se mantuvo firme en ello hasta mediados de 2010.
La noche del 5 al 6 de noviembre de 2008, velaron el cuerpo
de Martín. Fue una larga jornada de sufrimiento para todos. Karla
temía por la vida de su propia madre al verla tan abatida, pensaba
con tristeza en sus sobrinos que siendo tan pequeños (Raúl de 9 y
Mauricio de 5 años) ya eran huérfanos, le preocupaba la viudez de
Marisela; pensaba en la soledad de su padre, ya que Martín y él
eran compañeros de profesión.
59
Historia 9. Raúl Oliva Pérez Entrevisté a Raúl el 23 de noviembre de 2011, a 3 años de la
muerte de su hermano Martín, ocurrida la tarde del 4 de noviembre
de 2008. Él es el tercero de tres hermanos (Martín el mayor y Karla
la segunda) que procreó el matrimonio integrado por Osbelia Pérez
Castro y Raúl Oliva Camacho, originarios de Ciudad Altamirano y
Ometepec, Guerrero, respectivamente.
Raúl nació en la ciudad de México el 3 de marzo de 1976.
Estudió la licenciatura en Mercadotecnia, maestría en Administra-
ción de Empresas y especialidad en Finanzas, en la Universidad
Anáhuac campus México Sur. Trabaja como director de una revista
y es docente de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán,
UNAM. Está casado y es padre de dos hijos (Diego de 8 años y
Patricio de 3).
Raúl es una persona extraordinariamente sensible, abierto
—dice él— a todo aquello que los sentidos puedan percibir e
identificar: olores, texturas, colores, movimientos o formas. A través
de esa capacidad sensorial y ese interés por el mundo y sus
manifestaciones, es que Raúl se amarra a la experiencia de la vida
familiar, laboral y social.
En nuestra plática se hizo presente la franca disposición,
fluidez y caballerosidad de Raúl. Desde el principio mostró su
carácter cooperativo, amistoso y dispuesto a entablar un diálogo
profundo y responsable.
60
Contexto y experiencia de la muerte
La educación que se recibe respecto de la muerte es que,
conforme la “ley de la vida”, se sigue el ciclo de nacer, crecer,
reproducirse y morir, y resulta contrario a esta ley que los hijos
sepulten a los padres. De modo que, cuando muere un hijo o un
hermano antes que el padre o la madre, hay que reaprender que la
muerte no discrimina de acuerdo a los ideales que como cultura
hemos construido. Otro aspecto importante es que la muerte de un
familiar generalmente es un asunto doméstico que afecta y
moviliza a los seres consanguíneos y a los allegados, y cuando
estos esquemas son trastocados las personas sufren una terrible
confusión.
Martín muere a los 39 años de edad cuando el avión que
tripulaba se precipita a tierra. Era la tarde-noche del martes 4 de
noviembre de 2008 cuando las cadenas noticiosas de radio y
televisión nacional e internacional, daban cuenta de que un avión
había caído en las calles de Reforma y Palmas en la zona de
Polanco del Distrito Federal.
Raúl escuchaba por el radio de su auto esta noticia. Transitaba
por el periférico de la ciudad de México para dirigirse a su casa
después de cumplir la jornada laboral. En situación de alerta,
cambiaba las estaciones y frecuencias para verificar que la nota
fuera cierta y tratar de evitar el embotellamiento del tráfico. Su
rumbo era hacia el sur y el incendio de la aeronave afectaba
principalmente el norte. Sintió un respiro al imaginar que no
encontraría obstáculos en su camino.
Conforme los medios afinaban la información, Raúl
experimentó temor, porque los datos empezaron a coincidir con el
61
trabajo profesional, como piloto de aviación, que Martín realizaba
en la Secretaría de Gobernación.
Llamó por su teléfono celular a Karla para preguntarle si sabía
algo al respecto, pero ella le pidió tiempo para llamar primero a su
mamá. Raúl siguió haciendo llamadas telefónicas a familiares y
envió varios mensajes a Martín. No recibió respuesta de su
hermano. El padre, que también es piloto de aviación, se
encontraba fuera del país y no había caso de alertarlo antes de
contar con mayor información.
Raúl llamó a casa de su madre y ésta le pidió: “¡Ve a buscar a
tu hermano y tráemelo a casa, búscalo y lo traes…!”
Al escuchar tan alterada a la mamá, Raúl decidió dirigirse a su
casa para tratar de calmar esa angustia. Él no podía creer que su
hermano estuviera muerto y basaba su esperanza en el hecho de
que ninguna fuente informativa mencionaba el nombre de Martín
Oliva Pérez. Ya en otras ocasiones había sucedido que
reemplazaban a algunos pilotos por diversas razones, así que
mantener la esperanza era el mejor antídoto ante el horror de
imaginar la muerte.
Llegó a casa de su madre a las 7:00 de la noche y la encontró
en shock, trató de consolarle y comentó que deberían esperar a
tener noticias certeras sobre el paradero de Martín. Luego, llegó
Karla y con ella empezaron a llegar decenas de personas
(familiares, vecinos, amigos). Un familiar le comentó que a través
de sus contactos había confirmado que Martín se encontraba en
ese avión y que lamentablemente sí había fallecido. No obstante,
Raúl se mantuvo esperanzado y creyó que de un momento a otro
habría una llamada de Martín desmintiendo esa versión.
Alrededor de las 11:30 de la noche, una fuente informativa
62
de la televisión, detalló los nombres de tripulantes y pasajeros de
aquel avión. Escuchar el nombre fue un golpe contundente para
Raúl, tal vez ese sea el recuerdo más nítido y difícil de procesar,
porque una noticia oficial de la muerte es incontrovertible y ya no
hay más que esperar ni hacer. Durante casi cinco horas la
incertidumbre, aunque terrible, era una posibilidad que mantenía
con fuerza a la familia.
Quienes estaban presentes o quienes llamaban por teléfono
ofrecían ayuda y mostraban disposición a colaborar y, a todos,
Raúl les pedía que rezaran porque Martín estuviera vivo, pero que
si ya había muerto, también rezaran por él pidiendo por la
tranquilidad de su partida. La noticia del accidente estaba en
cualquier medio de información y nadie tuvo que notificar nada a
nadie. De pronto, “todo el mundo sabía que mi hermano había
fallecido y todos los familiares y conocidos se hicieron presentes, lo
cual creaba sorpresa y confusión, y no obstante tanta gente a
nuestro alrededor, el silencio entre la madre, hermanos y cuñada
era el rasgo distintivo de la familia que sufre intensamente.
Ese carácter sensible de Raúl se encontraba saturado de
imágenes, voces, ruidos, presencias, llamadas telefónicas,
palabras, emociones e ideas. Un shock que duró al menos tres
días de los que él solamente puede hilvanar flashes o momentos,
pues perdió toda noción del tiempo.
Tenía apenas un mes que había nacido su segundo hijo y
ahora se precipitaba esta otra emoción que parecía invadirlo todo.
El contexto era inmanejable y se abocó a cuidar y acompañar a su
madre y hermana.
Llegó un empleado de la Secretaría de Gobernación y dijo que
“ellos” tenían la indicación de hacerse cargo de cualquier trámite
63
relacionado con la muerte de Martín. Todo cuanto ocurría como
resultado de la muerte de Martín parecía un asunto ajeno a la
familia y eso provocaba confusión y gran estrés adicional.
Fue estremecedor e inolvidable el día en que se rindió
homenaje a quienes fallecieron en el accidente. Toda la familia
Oliva-Pérez se reunió en el Campo Militar Marte donde tuvo lugar
una ceremonia luctuosa, y la conjunción de símbolos patrios,
marcha fúnebre, féretros, fotografías y discursos constituyeron no
solo la presencia del poder del Estado, sino la revelación y
presencia contundente de la muerte.
El impacto por la muerte de Martín provocó desorientación,
pérdida de control sobre el tiempo, tristeza profunda, confusión y
desolación. Pasaron entre tres y seis meses para hacer consciente
el duelo y trabajar al respecto.
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Historia 10. Ulises Organista Mateos Entrevisté a Ulises el 17 de enero de 2012, a cinco meses del
fallecimiento de su hermano menor de nombre Diego.
Ulises nació en la ciudad de México el seis de octubre de 1992
y es el primogénito del matrimonio conformado por Félix Organista
(originario del Estado de Guerrero) e Isabel Mateos (originaria del
Distrito Federal). Desde el bachillerato incursionó en la química con
el interés de dar respuestas fundamentales sobre la síntesis de los
compuestos orgánicos. Actualmente, estudia el segundo semestre
de la Carrera de Química en la UNAM.
De pensamiento “profundamente liberal y racionalista”, Ulises
se define como una persona segura de sí misma, con metas claras
y dispuesto a empeñar el mayor esfuerzo en lograr el desarrollo de
la investigación química en México y, si es posible, desea formar
parte de equipos de investigación en el extranjero.
Se ha interesado por estudiar primeros auxilios esenciales y se
capacitó en el llamado Código ASMU (Activación del Servicio
Médico de Urgencias). De apariencia atlética, Ulises se ejercita en
la natación y las carreras deportivas y esta última actividad la
comparte con su familia.
Se autodefine como una persona responsable, trabajadora,
comprometida y reservada, aunque ha desarrollado la habilidad de
la ironía como forma de proteger su intimidad. Le gusta predecir el
comportamiento de los demás, tener control de sí mismo y manejar
sus asuntos con responsabilidad.
La música, y en especial los cantos gregorianos, así como el
uso del facebook, son para él actividades lúdicas que le
proporcionan tranquilidad y alegría.
65
Contexto y experiencia de la muerte
Eran aproximadamente las 15:15 del miércoles 10 de agosto de
2011 cuando Ulises volvía de la universidad a su casa. Al
percatarse de que su madre dormía en la sala, se dirigió al piso de
arriba con todo sigilo. Subía las escaleras al tiempo que leía un
artículo de química, cuando al levantar la mirada vio que su
hermano Diego, de 14 años de edad, se había colgado del techo y
su cuerpo permanecía suspendido e inerte.
La primera impresión fue que Diego estaba jugando y le quiso
gritar: “¡¿Diego, que estás haciendo?!”. Pero no hubo pregunta y
tampoco respuesta. Ulises dejó sus cosas sobre la cama y con un
cúter cortó la cuerda mientras sostenía con un brazo el cuerpo de
su hermano. Venció el peso y las rodillas golpearon el piso y con el
ruido que se produjo despertó su mamá que preguntó qué sucedía.
Ulises intentaba la reanimación y tomó signos vitales a Diego, pero
todo fue infructuoso.
Le dijo a su mamá: “¡ven, sube!”. Le hubiera querido explicar a
su mamá cualquier cosa, pero no tuvo palabras. Ella le dijo: “¡llama
a tu papá, que venga!” y así lo hizo. Inmediatamente después,
llamó a una ambulancia.
Fue un momento de confusión extrema y Ulises tuvo la
impresión que “estaba dividido en dos: la parte emocional negaba
el suceso y la parte racional le confirmaba que ya no había nada
qué hacer”.
La impresión fue total y Ulises enmudeció por varios minutos.
Quería consolar a su madre, pero solamente la abrazaba mientras
ella le hacía reclamos y súplicas a Diego. Ulises bajó a abrir la
puerta cuando su padre llegó, y le dijo lo que había sucedido. No
66
lloraba, estaba en shock y confundido. A los pocos minutos
llegaron agentes del ministerio público y con ellos algunos vecinos
y un tío que preguntaba sobre lo ocurrido.
Nada más aterrador para Ulises que convertirse en el
informante de un suceso tan desgarrador. Empezó a llorar entre los
vecinos. Poco después se fueron los padres a atender los asuntos
legales y Ulises tuvo que quedarse solo algunos minutos.
Al poco rato la abuela paterna llegó y nuevamente tuvo que
informar. En ese momento, Ulises sintió la imperiosa necesidad de
proteger a sus padres y abuela, de utilizar su capacidad analítica
para no mostrar emociones y proceder fríamente. De alguna
manera simular o encubrir sensaciones, para tener control de la
situación, era algo que Ulises había aprendido a dominar desde su
más temprana adolescencia.
67
Historia 11. Julio Iván Piña Chávez Entrevisté a Iván el 4 de enero de 2012, a 2 años y 2 meses de la
muerte de su hermano menor, Oscar, ocurrida el 23 de octubre de
2009. Iván nació el 9 de octubre de 1984 y es primogénito del
matrimonio formado por María Eugenia Chávez y Juan Manuel
Piña, originarios del Distrito Federal. Iván es un joven con horizontes culturales muy amplios y sus
intereses académicos y profesionales le han llevado a incursionar
en diferentes ramas del saber. En la Universidad Autónoma
Metropolitana, campus Iztapalapa, ha estudiado siete trimestres en
la carrera de Antropología Social; en la misma universidad, pero en
el campus Xochimilco, ha cursado seis trimestres de la licenciatura
en Planeación Territorial y, actualmente, está inscrito en el
segundo semestre de la carrera de Animación y Modelaje 3D en la
EUNOIA School.
2012 es un año promisorio para Iván, que puede definirse
como una persona pasional, creativa, sensible y soñadora.
Aficionado al cine, el modelaje en plastilina, la lectura y en
particular los comics. Tiene planes para vivir en pareja con
Viridiana, joven con la que ha mantenido una relación sentimental
estable desde hace siete años.
Durante la entrevista, Iván se muestra amigable y dispuesto a
compartir sus experiencias frente al duelo, pero también acerca del
mundo complejo que las nuevas generaciones tienen que lidiar.
Posee un espíritu libertario y tolerante, valores que pondera y
aprecia en su relación familiar y en el grupo de amigos con los que
comparte inquietudes personales y profesionales.
68
Contexto y experiencia de la muerte
Iván estaba en un día libre de clases comiendo con su novia,
cuando se percató que en su teléfono celular se habían registrado
varias llamadas de su madre. Se comunicó con ella y supo que su
hermano estaba enfermo y que era necesaria su presencia en
casa. Oscar había estado en el servicio de urgencias médicas el 19
de octubre de 2009, cuatro días antes de su muerte, y había sido
dado de alta ese mismo día sin haberse diagnosticado algún
problema; no obstante, al escuchar a su madre, Iván pensó que tal
vez ya se había manifestado con claridad algún proceso mórbido.
Tardó en llegar porque era larga la distancia que tuvo que
recorrer desde la UAM Iztapalapa (DF) hasta la población de
Texcoco en el Estado de México, además, librar el caos vial de un
viernes por la tarde en la ciudad de México, se convierte en un
verdadero desafío.
Al entrar a su colonia topó con una patrulla de policía y eso le
sobresaltó. Frente a su casa estaba otra patrulla e Iván le preguntó
a un policía: “¿pasó algo, oficial?”; el policía respondió: “allá dentro
le explican”. Entró y miró a su madre enjugar las lágrimas. “¿Qué
pasó mamá?”, preguntó Iván. “Tu hermano murió”, dijo ella.
No hay forma de comprender un mensaje así. Recuerda Iván
que no comprendió la frase y se quedó paralizado, tal vez cinco o
diez minutos, no lo sabe bien a bien. Ante el absurdo se impuso la
ira y la multiplicidad de preguntas, igualmente absurdas. Tuvo
deseos de llorar, pero la fortaleza de su madre le permitió
contenerse en ese momento. Era necesario apoyar, y si su madre
podía estar sin llorar, él también podría lograrlo. Tal vez el esfuerzo
por contener el llanto, motivó un intenso temblor en las manos, así
69
que apretó los puños y metió las manos en la bolsa del pantalón. El
temblor fue cediendo poco a poco.
Recordó que, por la mañana, había platicado con su hermano
y habían hecho planes para encontrarse por la tarde. Oscar quería
reunirse con su hermano y sus amigos para comentar acerca de su
fiesta de cumpleaños realizada ocho días antes y a la que había
acudido un nutrido grupo de amistades.
La popularidad de Oscar en Texcoco era notable, y a ello
obedecía que su casa se encontrara llena de gente después del
aviso de su muerte. Curiosamente, la multitud que estaba en su
casa le permitía a Iván sentirse menos mal.
Iván solamente ha llorado dos veces desde que ocurrió la
muerte de Oscar. No ha podido ni querido llorar y esta resistencia a
mostrar la emoción guarda relación, según él, con el predominio de
lo racional sobre lo emocional. La explicación racional sobre
cualquier aspecto de su vida ha sido una forma de abordar y
enfrentar los problemas, habilidad que le había resultado
conveniente siempre pero, ahora, no está convencido de que
inhibir las emociones sea lo mejor. Así que ha regresado a su
tratamiento por depresión severa crónica y lleva un año acudiendo
al apoyo psicológico con el propósito de ser menos introvertido.
70
Historia 12. Rocío Robledo Fernández
Entrevisté a Rocío el 10 de diciembre de 2011, a casi 3 años de la
desaparición de su hermano menor, José Antonio, secuestrado en
Monclova (Coahuila) el 25 de enero de 2009.
Rocío nació en la ciudad de México el 19 de noviembre de
1973 y fue la primera de dos hermanos que procreó el matrimonio
de José Antonio Robledo Chavarría y María Guadalupe Fernández
Martínez, ambos originarios de Tampico, Tamaulipas. Estudió la
carrera de Contador Público y realizó un posgrado en Derecho
Fiscal en la Universidad Tecnológica de México (UNITEC).
Actualmente trabaja en el área de recursos humanos en un
consorcio mexicano ubicado en el área de Santa Fe (DF) y ha
obtenido importantes reconocimientos en su área laboral.
Rocío se presenta a sí misma como una mujer independiente
desde muy joven, emprendedora y de carácter firme. Gran parte de
su tiempo lo dedica al trabajo, pero en sus ratos libres disfruta del
cine, la lectura, la música y los paseos con su mascota, un
pequeño perro llamado Ricky.
Es una persona formal y posee agradable y franca disposición
a la conversación. Matiza sus comentarios con interesantes
reflexiones sobre la familia y los valores morales que le sostienen,
entre ellos, la responsabilidad y el acompañamiento para sus
miembros.
71
Contexto y experiencia de la muerte
El lunes 25 de enero de 2009 era un día especial para Rocío,
porque se había formulado diversos propósitos con el advenimiento
del Año Nuevo. Uno de estos propósitos era el de hacer ejercicio y
por la mañana se inscribió a un gimnasio y asistió a la primera
clase. Se sintió orgullosa de cumplir con su propósito. Durante la
mañana, una compañera del trabajo le hizo halagos sobre un dije
que traía en el cuello y Rocío mencionó que era un obsequio de
Verónica, la novia de su hermano José Antonio, y que muy
probablemente se casarían ese año.
Por la tarde recibió una llamada de su madre comunicándole
que su hermano estaba desaparecido y que la necesitaban en
casa. Nerviosa, empezó a llorar desconsolada, sus compañeros del
trabajo preguntaron qué sucedía, y atropelladamente explicó lo
poco que sabía; solicitó permiso a la gerencia, subió a su auto y
condujo hasta la casa paterna.
En la casa le aguardaban sus padres y Verónica, quienes
trataron de explicarle los hechos. Verónica inició el relato
comentando que el día anterior platicaba por teléfono con José
Antonio cuando él mencionó que se acercaba un auto como el de
Iron Man (personaje de una película de superhéroes) del que
bajaron unos hombres y se acercaron a él haciéndole preguntas.
Mientras les respondía dejó el teléfono abierto y Verónica pudo
escuchar las voces entre quienes conducían ese auto y José
Antonio. Él se identificó plenamente, los captores empezaron a
golpearlo, le quitaron la camioneta y se lo llevaron. Se cortó la
comunicación y Verónica ya no pudo restablecer la llamada.
Verónica se entrevistó con el gerente, en el DF, de la empresa
72
ICA Fluor Daniels para la que laboraba José Antonio en la sucursal
de Monclova. El gerente le comentó que no debería preocuparse
porque él iba a aparecer, tal vez golpeado, pero que aparecería en
dos o tres días. Además, le aconsejó que no comentara nada con
la familia de José Antonio. Durante la noche del 25 de enero,
Verónica estuvo recibiendo llamadas del gerente de ICA en
Monclova y los comentarios que le hacía eran “nefastos”, pues le
aseguraba que José Antonio había provocado el suceso porque
“usaba lentes oscuros y hablaba por teléfono en vía pública”.
Rocío nunca imaginó un secuestro, se negaba a aceptar una
circunstancia así. No era posible aceptar que su hermano estuviera
“desaparecido”. Antes de escuchar el relato de Verónica, la
impresión que tenía es que su hermano podría haberse
accidentado en carretera y que estaría en algún hospital de la
región. No obstante, conforme iba escuchando lo sucedido, recordó
que su hermano, meses atrás, había comentado que existía
hostilidad y agresiones en su entorno laboral. Rocío también fue a
las oficinas de la empresa ICA en el DF y pudo constatar el trato
“vil y despiadado” con el que se conducía el gerente.
Rocío estableció un plan de búsqueda e inició comunicación
entre sus amistades hasta conformar una red de apoyo muy
consistente y definitiva para la búsqueda de José Antonio.
Antes de que sus padres se fueran a Monclova a buscar a su
hijo, Rocío le dijo al padre: “no tenemos mucho dinero papá, pero
lo que te pidan di que sí, que daremos todo lo que sea necesario
para volver a ver a Toño”.
Era desesperante la situación y aunque el silencio se imponía
para tratar de custodiar la seguridad de José Antonio, Rocío hizo
importantes hallazgos para ubicar y reconocer el auto involucrado
73
en el delito (que resultó ser uno de los ocho autos de su tipo que
existen en el país), así como rastrear los reportes de uso de la
tarjeta de crédito, rastrear e identificar el destino de las llamadas
que alguien hizo desde el teléfono celular de José Antonio, ubicar
la zona donde se estacionó su hermano para saber si existían
cámaras de seguridad. Hizo llamadas a hospitales, Cruz Roja,
Caminos y Puentes Federales, compañías de seguros, despachos
de investigadores en secuestro, etcétera.
Transcurrida una semana, Rocío había elaborado una ficha
técnica con información abundante y bien estructurada, y acudió a
la SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en
Delincuencia Organizada), para levantar la denuncia respectiva.
Tres horas tuvieron que transcurrir para que le aceptaran levantar
la denuncia, y solo lo hicieron después de múltiples ruegos y tras
expresar la decisión de no salir de allí si no los atendían.
Se han cumplido casi tres años y la esperanza de encontrar a
su hermano se ha desvanecido poco a poco, de modo que ahora
siente la necesidad de honrar su vida tratando de encontrar nuevos
motivos que permitan a sus padres vivir con tranquilidad y, a ella,
con la esperanza de suavizar el dolor producido por la experiencia.
74
Historia 13. Abraham Berush Romero de la Peña Entrevisté a Abraham el 29 de diciembre de 2011, a 10 años y 8
meses de la muerte de su hermana mayor, Doris Livier. Abraham
nació el 7 de diciembre de 1989 y es hijo único del segundo
matrimonio de Elsa de la Peña con Marcos Romero, ambos
originarios del Distrito Federal.
Estudia el quinto cuatrimestre de la carrera de Ciencias y
Técnicas de la Comunicación en la UNIVA (Universidad del Valle
de Atemajac) campus La Piedad, Michoacán, carrera que inició en
septiembre de 2010. Es becario de la universidad y conductor de
un programa de televisión regional. En su adolescencia temprana
se desempeñó como edecán en agencias de publicidad.
Amante del futbol soccer y preseleccionado nacional en la
categoría Sub 15, tuvo que abandonar este deporte debido a un
padecimiento del corazón que le produce arritmias. Este deporte lo
practicó de los cinco a los 15 años de edad, y la necesidad de
abandonar su práctica en términos profesionales ha sido una de las
experiencias más difíciles de afrontar.
La opción de estudiar en Michoacán ha sido un gran aliciente
para Abraham, ante el estado de apatía que atravesaba después
de abandonar el futbol y la escuela en la ciudad de México. Su
estancia en la UNIVA ha fortalecido su carácter, definido su
vocación por las tecnologías de información y comunicación (TICs),
y ha aprendido a tomar decisiones importantes por cuenta propia.
Cuida de sí mismo y procura no asumir conductas de riesgo para
su salud.
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Contexto y experiencia de la muerte
Abraham tenía 12 años cuando se enteró que su hermana mayor,
Doris Livier, había fallecido. Fue el 27 de abril de 2002 cuando
Doris de 23 años y su hija Mishelle de 8 años de edad fueron
atacadas por esposo y padre, respectivamente. Doris falleció a
causa de múltiples heridas; Mishelle salvó la vida escondiéndose.
A media noche del 27 de abril de 2002, Abraham escuchó que
su padre hablaba telefónicamente con su madre y hacía alusión a
la muerte de su hermana. No preguntó nada porque ni siquiera
podía imaginar el suceso, pero además porque vio que su padre
lloraba. Abraham y Doris eran medios hermanos y no vivían en el
mismo domicilio. Su hermana y Mishelle (su sobrina) vivían con el
abuelo materno y Abraham vivía con sus padres.
Como jugador en ciernes de las fuerzas básicas del equipo
mexicano de futbol Cruz Azul, estaba citado a participar en un
importante partido que se realizaría la mañana del 28 de abril. Así
que acordó con el padre que asistirían al partido y luego irían al
velatorio. Abraham no podía creer ni imaginar que su hermana
estuviera muerta.
Sintió frío el cuerpo y no recuerda qué hizo, tal vez, dice, se
fue a dormir con la convicción de que por la mañana toda la familia,
incluida su hermana, acudiría a verlo jugar. Estando en el estadio
se percató de que no tenía fuerzas ni ánimo para jugar. Recuerda
que: “la pelota pesaba demasiado y no la podía patear; de pronto
miré hacia las gradas y claramente vi que allí estaba sentada mi
hermana. Empecé a llorar y tuve que abandonar el juego”.
Abraham conoció por primera vez el miedo que paraliza e
impide pensar. Muchas cosas cambiaron para él pero, tal vez, lo
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más importante fue darse cuenta de la vulnerabilidad, el azar, el
riesgo de vivir, el peligro, la indefensión ante lo incierto e
imprevisible que resulta ser la muerte.
Han pasado varios años y Abraham sigue recordando el
momento como algo que no era creíble ni posible. Ya en otras
ocasiones se habían recibido llamadas nocturnas con el reporte de
que el marido de Doris la estaba agrediendo, pero al otro día
miraba a su hermana y todo volvía a la normalidad. ¿Por qué ahora
era tan diferente todo?
Nada volvió a la normalidad y nadie lo acompañó en el proceso
de duelo y, a casi 11 años de distancia, Abraham no ha podido
llorar plenamente ni hablar de sus sentimientos con nadie, se volvió
cuidadoso y precavido, evita las conductas de riesgo, le
sobresaltan las llamadas nocturnas, abandonó el futbol y teme
morir e imaginar que sus padres puedan sufrir por ello.
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Historia 14. Patricia Sosa González11
Entrevisté a Patricia el 11 de enero de 2012, a casi dos años del
fallecimiento de su hermano menor de nombre Ricardo. Éste tenía
33 años cuando fue asesinado a escasos diez metros de su
domicilio el sábado 23 de enero de 2010. Ricardo era servidor
público (policía) y regresaba de su labor cuando fue sorprendido
por los asesinos.
Patricia nació en la ciudad de México el 1° de julio de 1975 y
es la hija mayor de tres hermanos que procreó el matrimonio
formado por Patricia González, originaria del Distrito Federal y Abel
Sosa, originario del Estado de Michoacán.
Patricia está casada desde 1998 y ha procreado dos niñas:
Brenda y Darinka de 13 y 6 años, respectivamente. Aunque estudió
la carrera de Programador Analista en el ITEC, campus Estado de
México, se ha dedicado principalmente a labores domésticas, ya
que la crianza de sus hijas le ha reclamado ejercer la maternidad
de tiempo completo.
Hubo un período de un año en el cual ella tuvo que asumir la
economía del hogar —entre marzo del 2010 y marzo del 2011—,
tiempo en el que su esposo padeció una severa crisis de
alcoholismo.
Son muy pocas las actividades lúdicas a las que Patricia
dedica tiempo, pero ha decidido hacer ejercicio en este 2012 a fin
de mejorar su estado de ánimo y su salud en general. Durante la
entrevista, Patricia se mostró muy triste y reservada.
11 Patricia y César son hermanos de Erick Ricardo, pero ella lo nombra como Ricardo y César como Érick. César refiere que en realidad nadie le llamaba por ninguno de sus nombres pues era identificado con el sobrenombre de Cocos.
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Contexto y experiencia de la muerte
Eran las 8 de la mañana cuando Patricia escuchó que su padre
tocaba la puerta de su recámara buscando a su esposo: “¡Samuel,
Samuel, algo le está pasado a Ricardo, creo que está peleando
afuera de la casa, en la calle; ven conmigo!”. Samuel, Patricia y su
padre, salieron de prisa y lo primero que vieron fue el auto de
Ricardo mal estacionado. Al acercase, Patricia encontró en el
asiento del piloto, el cuerpo del hermano que había sido impactado
por varios disparos.
El miedo fue tan intenso y la circunstancia tan repentina, que
Patricia no entendía qué había sucedido y tampoco sabía qué
hacer. Se acercó a su hermano, lo tocó con suavidad y lloró
quedamente. Se regresó a casa para buscar a sus hijas (Brenda y
Darinka) y sobrinas (Melanie y Andrea, hijas de Ricardo).
Quería estar cerca de ellas, aparentemente sin ninguna razón.
A solicitud de su padre llamó a la esposa de Ricardo, para informar
lo sucedido y colgó casi de inmediato. Patricia se sentía molesta
con su cuñada porque en los últimos meses su hermano había
tenido muchos conflictos con la esposa.
Patricia recuerda que había demasiado movimiento, ruido y
gritos en su domicilio derivados de la confusión y la presencia de
mucha gente. Llegaron fotógrafos, policías, empleados del
ministerio público, vecinos y amigos; la casa se llenó de gente.
Ante ello, Patricia tuvo la necesidad de proteger y alejar a las
cuatro niñas y solicitó a algunos familiares que se hicieran cargo de
ellas mientras la familia atendía “el problema”. Pensaba que, en la
condición que se encontraba, era imposible atenderlas pero,
además, tuvo la imperiosa necesidad de alejarlas de eso que
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ocurría.
Parecía que nadie podía entender nada. Todos en shock. La
madre lloraba y reclamaba al cielo por la artera muerte. La terrible
confusión y los gritos de la madre se quedaron impregnados en la
memoria de Patricia. Nunca ha hablado de esta experiencia con su
familia y ha tratado de no mostrar dolor frente a sus padres. La
gente que llegaba a la casa le decía: “tienes que ser fuerte para
apoyar a tus padres”. Esta frase le dolía de forma muy importante.
Patricia calló, no lloró ni gritó delante de sus padres; comenta:
“sé que ese dolor se quedó conmigo y allí está, dentro de mí, para
seguir haciendo daño. Ahora se muestra como sueño, cansancio,
dolor de cabeza y falta de voluntad de hacer cosas, mañana no sé
como se mostrará”.
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Historia 15. César Sosa González
Entrevisté a César Abel Sosa González el 11 de enero de 2012, a
casi dos años del fallecimiento de su hermano mayor de nombre
Erick. Él tenía 31 años12 cuando fue asesinado, a escasos diez
metros de su domicilio, el sábado 23 de enero de 2010. Erick era
servidor público (policía) y regresaba de su labor cuando fue
sorprendido por los asesinos.
César nació en la ciudad de México el 28 de mayo de 1989 y
es el hijo menor de tres hermanos que procreó el matrimonio de
Patricia González, originaria del Distrito Federal y Abel Sosa
originario del Estado de Michoacán.
César estudió la preparatoria en Colegio de Bachilleres y
recibió la capacitación para desempeñarse como laboratorista
químico. En la actualidad busca empleo y al mismo tiempo valora
la opción de incorporarse a estudios universitarios, para cursar la
carrera de Relaciones Internacionales.
Vive en la casa paterna con ambos padres y comentó que él
es padre de una pequeña de cinco años de edad, con quien no
vive pero a la que le gustaría ofrecer un buen futuro.
Considera que el apoyo familiar es componente central para
resguardar el amor y que éste consiste en ponerse al servicio de
los demás, proteger, respetar los deseos y voluntad de cada
integrante. Durante la entrevista se mostró pensativo y reservado.
Comentó que hubiera preferido morir él antes que su hermano,
porque la familia lo necesitaba más que a ningún otro miembro. No
ha tenido la oportunidad de procesar el duelo y sigue necesitando
una explicación que le permita comprender lo sucedido.
12 Patricia, hermana mayor, refirió que Ricardo tenía 33 años.
81
Contexto y experiencia de la muerte
César estaba dormido cuando ocurrió el asesinato de su hermano.
Recuerda que escuchó a su padre “desesperado” llamar a la puerta
diciendo: “¡párate, párate que le pegaron a tu hermano allá
afuera!”. Salió corriendo de la recámara y se dio cuenta que su
hermana, cuñado y padres ya estaban por llegar a donde había
quedado tirado el cuerpo de su hermano después de recibir
disparos de arma de fuego.
Lo primero que vio César fue la puerta del auto abierta. Era el
coche de su hermano y esperaba verlo dentro, jamás sobre el
pavimento. Esa es una imagen imborrable y es la primera
referencia de César cuando recuerda el momento.
Estaba en shock, no creía lo que sus ojos veían, sintió que su
corazón latía apresuradamente y pensó que caería al piso porque
las piernas le flaquearon. Escuchó el llanto de su madre y en ese
momento contuvo sus propias emociones para ayudar a sus
padres.
Obedeció la orden de su padre quien pidió guardar en la casa
las pertenencias que traía consigo Erick, y luego regresó al lugar
del crimen. Algunos amigos habían llegado en apoyo y con ellos se
desahogó llorando.
Las primeras acciones que realizaron los paramédicos que
atendieron a su hermano consistieron en quitarle la chamarra y el
chaleco. César recuerda que fue entonces cuando empezó a
comprender el suceso, porque miró que salía mucho humo del
cuerpo de Erick y los paramédicos mencionaron que ya había
fallecido.
La ambulancia se llevó el cuerpo y César regresó a su
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domicilio, se encerró en su recámara y siguió llorando hasta que su
madre fue a hablar con él para tranquilizarlo.
Velaron y sepultaron el cuerpo de su hermano, rezaron los
rosarios y a partir de entonces todo cambió irremediablemente.
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Historia 16. Elia Gabriela Vázquez Torres
Entrevisté a Gabriela el 30 de noviembre de 2011, a 3 años y 10
meses de la muerte de su hermano César. Gabriela es la
primogénita del matrimonio formado por Ramón Vázquez y Martha
Torres Flores, originarios del Distrito Federal.
Gabriela nació en la ciudad de México el 24 de octubre de
1980. Estudió la carrera de Programador Analista, aunque no libró
el trámite de titulación, entre otras razones, porque se embarazó
muy joven.
Es madre de dos hijos: Lianny Montserrat de 9 años y César
Baruch de 2 años de edad. Está casada y se dedica de tiempo
completo al cuidado de su familia. Profesa la religión cristiana.
Gabriela considera que la familia debe constituirse como un
grupo de acompañamiento y comprensión, capaz de apoyar a cada
uno de sus miembros de forma comprensiva y reconociendo las
fortalezas y debilidades de cada uno.
Durante la entrevista Gabriela se mostró siempre amable y
sonriente; su trato abierto y sencillo facilitó la fluidez en el
desarrollo de la misma.
Contexto y experiencia de la muerte
A media mañana del 15 de febrero de 2008, Gabriela se sobresaltó
al escuchar que su madre gritaba después de haber levantado el
auricular del teléfono. Gabriela se encontraba en el segundo piso
de la casa y levantó la bocina de la extensión telefónica. Escuchó
que alguien se identificaba como policía y daba parte de que César
Vázquez había sufrido un accidente automovilístico y preguntaba si
la familia contaba con algún tipo de seguro médico para trasladar a
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la persona a un hospital de referencia.
Gabriela se ocupó de atender la llamada y supo que
trasladarían a su hermano a un Hospital de Texcoco. Era tanta su
necesidad de prestar atención, que de pronto “sintió” que el policía
se encontraba frente a ella dando esa noticia.
Hubiera querido, de un solo paso, llegar a donde su mamá y
de otro salto encontrarse con su hermano.
Tomó la Biblia de su buró y acordó con la madre que llamarían
a la suegra de César para que se adelantaran al hospital, pues
ellos vivían cerca de ahí. Madre e hija abordaron el metro y durante
el trayecto las mujeres no hablaron ni compartieron cercanía. La
madre lloraba y Gabriela trataba de tranquilizarse leyendo la Biblia.
Para Gabriela no existen los recuerdos precisos de lo que sucedía,
sentía o pensaba durante ese trance.
En el trayecto se enteraron de que César sería desviado del
rumbo de Texcoco para trasladarlo a un Hospital de Ecatepec. Las
mujeres también cambiaron la ruta y ese tiempo de traslado se hizo
eterno. Una vez que llegaron al nosocomio, Gabriela tuvo la
“necesidad de orar y comunicarse con Dios,” así que se aisló en
una esquina del hospital y empezó a orar mientras su madre y
otros familiares recibían información médica. Estaba orando con
otras personas que se acercaron a ella, cuando de repente sintió
que la “conexión” con su hermano se había roto. Gabriela ya había
tenido pérdidas importantes en su vida que le hicieron
experimentar soledad y abandono y esa sensación de desconexión
le atemorizó.
Sus padres se habían divorciaron cuando ella tenía escasos 7
años y su abuela materna falleció cuando ella cumplía los 15 años
de edad. Para el padre, ella era la niña consentida a la que mimaba
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y cumplía caprichos. Por su parte, los abuelos maternos se
constituyeron en apoyo fundamental para su crianza y desarrollo,
pues siempre vivieron en la misma casa, la procuraron y amaron.
El sentimiento de afinidad con la abuela era sensible y profundo y
representaba la amiga confiable y la mejor compañera de su
infancia.
Gabriela, siendo adolescente, tuvo conductas de recriminación
para con su madre señalándola como culpable por la ausencia del
padre. Ella sabía o intuía, que la cercanía entre su hermano y
madre era una unidad de la que no formaba parte nuclear y eso la
enojaba y entristecía al mismo tiempo.
A la distancia, Gabriela dice tener recuerdos perdidos de esa
época y piensa que uno de los refugios emocionales que encontró
fue el de divertirse solitariamente, con juegos de su infancia.
Menciona: “A los 17 o 18 años yo jugaba con mis muñecas y salía
a pasear con ellas en su carriola; buscaba explicaciones acerca de
la vida y la muerte, pero nadie me hablaba con claridad, sufría y no
sabía qué hacer. Mucho tiempo viví en conflicto por la ausencia de
mi padre, la muerte de mi abuela, la mala relación con mi madre e,
incluso, las relaciones con mi hermano también tuvieron sus
momentos difíciles, cuando los dos éramos adolescentes. Fueron
años de mucho conflicto interior, así que mi embarazo a los 21
años significó una verdadera promesa de cambio. Decidida a ser
madre libré cualquier obstáculo, fui consolidando mi familia y poco
a poco estabilicé mis emociones.” Ahora ella sentía que podía ser
feliz y, sin embargo, sobrevino la muerte de su hermano al que
amaba intensamente.
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CAPÍTULO II CULPA Y DUELO
Hasta en la piedra dura y compacta hay muertos que quisieran levantarse.
Un animal, un hombre, un pájaro, están aplastados dentro de la piedra
Gómez de la Serna
Etimológicamente la palabra duelo deriva del latín y tiene dos
acepciones:
a) Puede significar combate o enfrentamiento entre dos
personas o grupos en el que la instancia del honor se encuentra
generalmente comprometida, o, enfrentamiento con uno mismo
ante cualquier motivo o circunstancia que apele a menoscabo,
empobrecimiento o minusvalía.
b) Puede significar pena o sufrimiento que se padece por la
pérdida de algo o de alguien y el tiempo que dura la conducta
asociada a esa privación. Dicha pérdida puede ser ocasionada por
muerte, desaparición, mutilación, ausencia, carencia o abandono.
En sentido amplio, las dos acepciones se unen en la experiencia
humana del duelo, pues quien “pierde” a persona u objeto amado
experimenta sentimientos propios del combate (ira, venganza,
orgullo, dignidad) al saberse despojado-violentado-vencido y, al
mismo tiempo, experimenta sentimientos de aflicción sobre el
futuro (culpa, tristeza, soledad, desesperanza, vacío) al concebir su
propia desaparición o muerte y suele ocurrir que, durante el duelo,
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las personas no puedan enfrentar —o tengan serias dificultades
para enfrentar— el presente o imaginar algún futuro que posea
contenido diferente al hecho de la inmediatez que les hizo perder
“algo”. Atropellado “ese presente” que se tenía como realidad y
soporte de vida, todo anhelo desaparece, se oculta o se diluye ante
la transgresión de la muerte o pérdida.
Por sus manifestaciones, el duelo se define como:
a) Reacción psicosomática y social intensa provocada por la
muerte o pérdida de un objeto amado, cuya intensidad y duración
dependerá de los recursos internos y externos del doliente y del
tipo de relación que existía con la persona u objeto amado. Tiene
repercusiones directas sobre la salud-enfermedad, ya sea a corto,
mediano o largo plazo. Su anclaje está en la vida interior del sujeto
en cuanto afectos y creencias, y en la vida exterior en cuanto
afectación a su vida cotidiana (relaciones personales y grupales,
productividad en el trabajo y expectativas).
b) Experiencia ética compleja caracterizada por la apremiante
necesidad de preguntar y formular explicaciones, que aspiren a
construir verdades provisionales irrefutables en el marco de las
creencias reflexivas, para ofrecer significados profundos al
lenguaje y orientar la vida moral. Es apertura al presente desde la
condición del asombro y el recurso de la memoria para transitar y
explorar el dasein de Heidegger, ese ser-ahí en la circunstancia de
su tiempo, escindido entre pensar y sentir, entre la realidad
incomunicable de la experiencia, entre la negación y la conciencia
de la muerte.
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Esa apertura es para E. Lévinas, la capacidad humana para
compartir la existencia excepcional de cada uno. Es abrirse al
infinito siendo y estando consciente, es decir, sabiendo que se está
presente e implicado en la vida del otro y viceversa. Abrirse a la
experiencia es creación y siempre posibilidad de un nuevo
comienzo. Apunta Rivara 13 : “Seres finitos deseando el infinito,
seres para la muerte creando eternidades, haciendo el arte, la
cultura y el amor” (p.20). Pero ciertamente, crear la eternidad, el
arte, la cultura o el amor, representa un movimiento por delante de
la nada y en el horizonte de lo infinito y posible. Es una postura
óntica ante la vida-muerte-desaparición.
Cuando la pérdida significa transgresión de un orden que
provee seguridad, el duelo puede vivirse como vértigo de la
angustia. Es una crisis personal para la que urgen acciones
reparadoras que operen a favor de sublimar y resignificar la vida.
Según sus resoluciones, el duelo puede constituirse en:
a) Posibilidad de creación, fascinación y apertura14 ante la
muerte o pérdida. El trabajo de duelo interviene entonces como
acción reparadora de la conciencia que libera fuerzas creativas y
generadoras de un mundo continuo e infinito, en el que ocurre todo
lo posible: invención, posibilidad y producción. Trabajo humano:
Poíesis, dice Herrera Guido (2005)15, como la causa que hace que
13 Rivara Kamaji, G. (2003). El ser para la muerte. Una ontología de la finitud. México: Ítaca/UNAM. 14 “Apertura” entendida como abierta al conocimiento, como condición inteligible del hombre. Como lo planteara Aristóteles al señalar: “Todos los hombres aspiran por naturaleza al conocimiento” (Metafísica). 15 Herrera Guido, Rosario (2005). “La vida creativa” en La Vida. México: El Colegio Nacional (p.149-160).
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lo que no es sea. Dice ella: “…el tiempo de la creación es el
instante que (…) al oponerse a la duración (…) es el único que
puede devenir un átomo de eternidad” (p.152-153). La creación
modifica, produce, introduce, altera tiempo y espacio, unidad y
diferencia, repetición y unicidad.
b) El duelo como experiencia transitoria colmada de culpa,
temor, dolor, ira, negación o silencio. Se vive como padecimiento
que tiene etapas que deben cursarse para curar. Como un tiempo,
“fuera” del cual —generalmente se piensa— se puede regresar
prácticamente ileso. Cuando el duelo se vive en estas condiciones,
puede derivar hacia un padecer largo, oscuro y solitario que limita
el desarrollo vital de las personas. Cuando la culpa se torna en
objeto complejo de la conciencia, el malestar ya no se reduce al
sentimiento de culpa sino se traslada al estado de vivencia de
culpa que incluye hondo pesar, angustia, inseguridad,
arrepentimiento, impotencia y aislamiento (C. Castilla, 1968).16
Se afectan las funciones fisiológicas básicas (respiración,
alimentación, hidratación, reposo, control de la temperatura, sexo,
defensa contra el dolor) y la salud física de la persona se pone en
riesgo. Las relaciones interpersonales (en términos de seguridad,
trabajo, economía, afecto, reconocimiento, solidaridad y confianza)
también suelen encontrarse en conflicto, de modo que la
estabilidad emocional, la búsqueda de logro y la capacidad para
resolver problemas se constituyen en verdaderos obstáculos para
la resolución del duelo.
Ante un duelo complicado o prolongado, cuerpo y psiquismo se
encuentran en crisis y llegan a presentar formas ocasionales de
16 Castilla Carlos (1968). La Culpa. Madrid: Selecta Rev. De Occidente.
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somatizar la pena a través de dolencias corporales, insomnio, falta
de apetito, confusión, ausencia de deseos por vivir. Se pueden
producir daños irreversibles para la salud integral de la persona,
como estados depresivos crónicos y surgimiento o agudización de
otras enfermedades.
El duelo puede producir aislamiento, desesperanza, abandono,
desinterés, apatía, enojo o cualquier otro tipo de violencia contra sí
mismo y el entorno; por ello, es importante generar formas de
aminorar estas consecuencias, restituir o instituir nuevos
significados sobre lo que una persona puede sentir, representar y
significar ante la muerte de un ser querido. Es frecuente que las
personas refieran sensación de “vacío” y desesperanza frente al
futuro, porque el mundo interior parece haberse destruido y porque
el presente o mundo exterior ha dejado de tener importancia.
El trabajo de duelo debe dirigirse, precisamente, a la creación
de nuevas constelaciones íntimas que puedan contribuir a
estabilizar el conflicto existencial y conducir a la reflexión y estados
de tranquilidad que liberen, paulatinamente, la tremenda energía
contenida en el dolor.
Por cierto que no es aconsejable pensar en apropiarse de
otros “objetos” como elementos sustitutos para solventar la
pérdida, al contrario, es necesario enfrentarse a la pérdida y
adaptarse a la nueva realidad.
Al respecto, Freud escribió lo siguiente: “Se sabe que el duelo
agudo que causa una pérdida semejante (la muerte de un hijo/hija)
hallará un final, pero uno permanecerá inconsolable, sin hallar
jamás un sustituto… Todo lo que tome ese lugar, aun ocupándolo
enteramente, seguirá siendo siempre algo distinto. Y a decir
verdad, está bien así. Es el único medio que tenemos de perpetuar
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un amor al que no queremos renunciar.”17 Freud escribía estas
notas como parte de la correspondencia que sostenía con un
colega que le había anunciando la muerte de una hija.
Freud había pasado, nueve años atrás, por la muerte de su
propia hija, así que cuando escribía estas notas para su colega
sabía muy bien de qué estaba hablando, aunque, como señala
Bowker18 , Freud se enfrentó a sí mismo con denuedo ante el
terrible sufrimiento que le causó la muerte de Sophie en 1920,
pero, para 1929, Freud ya había avanzado mucho en la
comprensión de la muerte como un suceso de la vida que tendría
que analizar desde la irrupción de su propio ser sin perder el
horizonte cultural.
De este modo, señalaba en su libro El Malestar en la Cultura la
necesidad de sublimar los instintos (pulsiones) con el fin de
combatir el dolor y la frustración a la que estamos permanente-
mente sometidos por la naturaleza del cuerpo, el entorno y las
relaciones interpersonales. Sujetar las riendas del yo (procesos
internos psíquicos), diría Freud, para proveernos de cierta paz
interior y reconocer los procesos y el orden superior e impertur-
bable de la vida orgánica.
El dolor de la ausencia o pérdida crea condiciones críticas para
el sujeto, ante lo cual, el imperativo de la cultura activa la fuerza
vivificante de las creencias para establecer un orden humano19
sobre la fatalidad de la muerte. La fuerza de la cultura radica,
precisamente, en tratar de resolver lo irresoluble a través de operar
las creencias, que podemos definir como el conocimiento social en
17 Citado por Allouch, Jean (2006). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Argentina: Literales. (p.160-161). 18 Bowker (1996). Los significados de la muerte. Gran Bretaña: Cambridge, 19 Villoro Luis (2004). Creer, Saber, Conocer. México: Siglo XXI.
93
el cual protegemos nuestra vulnerabilidad orgánica.
A continuación tejeremos las historias de los hermanos a
través de los testimonios que ofrecieron sobre la muerte de sus
hermanos(as), haciendo el hincapié en los procesos de culpa y
duelo.
1
Todo aquello que amamos más, no lo pueden arrebatar: lo que no nos pueden quitar es nuestro poder de elegir y qué actitud asumire-mos ante estos acontecimientos.
Víktor Frankl
La vivencia de la culpa y el duelo son procesos constitutivos de la
reflexión existencial por los que se analiza y verifica un
acontecimiento. En el caso de la muerte de alguien, ocurren como
factores intrínsecos de la conciencia. Ello obedece a que nadie
muere para sí mismo, la realidad de muerte está en quien testifica
y despliega cualquier sospecha diciendo que el otro ha muerto.
¿Qué clase de anuncio es éste que termina por confirmarnos
el instante intransferible de la muerte y, sin embargo, nos seduce
para concebir la propia muerte?
La muerte trastoca de fondo el orden conocido, seguro,
cotidiano y constante; ese orden que tiene luz propia, caminos
ciertos, verdades complacidas, queridísimas costumbres. Instala,
en cambio: oscuridad, desorden, desconcierto, inmovilidad,
asombro y miedo. La aparición de la muerte puede ensombrecer la
vida de alguien, la envuelve, la hurta, es negatividad y naufragio
que, por ser espiritual, es también individual, solitaria, agónica. Al
mismo tiempo, puede proporcionar el espacio para la reflexión
94
profunda y la extensión infinita del arte. Su paradójica presencia
muestra, de forma contundente, que hay instantes de gran miseria
y vidas que duran eternidades porque, mientras el cuerpo es
destructible, la persona es indestructible.
Concebir la muerte, significa el acto inteligente de poder
estimar la posibilidad de la propia muerte y confirmar que la muerte
humana no cambia ni detiene el curso peregrino de la vida, pero
cuando quien muere es un hermano(a) se trastoca un orden que
imaginábamos perdurable y estable y es común, en nuestra
cultura, la instalación del silencio. Ha escrito Octavio Paz: “cerrarse
a la vida, mirarse derrotado, encerrado y solitario es un
componente común del mexicano que deja ver su temor a la vida y
por lo tanto a la muerte” (p.71)20
Dice Abraham:
La conciencia de pérdida fue produciéndose conforme llegaba a la casa de mi abuelo y no encontraba allí a mi hermana. Lamentablemente, cada miembro de la familia sufrió y vivió su duelo por separado. De la muerte de Doris no se habla ni tampoco se comenta cómo se siente cada uno al respecto. Mi madre me tenía inscrito en actividades deportivas y me acompañaba, pero nunca tratábamos el tema de la muerte de Doris, de su “corazón grande”, del abandono del futbol, de lo que sentía cada miembro de la familia. Reconozco que mi red social es muy pequeña y no me gusta que piensen que soy débil o que me tengan compasión. Así que tampoco toco el tema y creo que tengo el duelo dentro; guardo odio, conozco el enojo y he cultivado la ira para cuando la pueda desahogar.
20 Paz Octavio (2004). “Todos Santos, Día de Muertos” en Laberinto de la Soledad, México; FCE.
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A partir de la muerte de Doris, perdí audacia y seguridad en mí mismo. Experimenté soledad, apatía, confusión, incapacidad para concretar decisiones y abandoné la escuela durante seis meses. La historia con mi hermana fue muy pequeña, pero creo que aún no es tiempo para conocer más sobre ella.
Dice Karla:
Con un hermano se aprende y se comparte la vida como un proceso natural, terso y luminoso. Un hermano es uno mismo, pero también es más que uno mismo cuando existe diferencia de género. Martín aseguraba para mi madre y para mí la protección y el apoyo incondicional, era un sustituto de padre.
Una vez que terminaron los ritos funerarios la soledad lo invadió todo y se inició el camino del duelo y, como si hubiera un acuerdo en la familia, se dejó de hablar de Martín; cada uno fue limitando su dolor al entorno más privado y personal y el tiempo fue transcurriendo en la vida cotidiana hasta que, después de tres meses, el dolor por la ausencia de Martín se hizo consciente y empecé a darme cuenta de que no lo volvería a ver jamás. Lo he soñado muchas veces pero nunca me ha hablado. Son pocas las veces que las personas hablan de sus afectos entre sí, y eso ocurrió también entre nosotros. Ni siquiera mi sobrino Raúl (hijo mayor de Martín) se atreve a mencionar el nombre de su papá y eso me quiebra el corazón porque sé que el niño sufre en silencio. No poder hablar de Martín hace más presente el duelo y su ausencia. Gracias a que con mi esposo es un tema cotidiano de conversación, es que puedo hablar de Martín, de sus gustos, costumbres y enseñanzas; recordarlo me ayuda mucho.
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Aún veo lejano el momento en que pueda doler menos la muerte de Martín. Los recuerdos de su muerte han sido los aspectos más difíciles de procesar. Todavía no he podido visitar el lugar donde están depositadas las cenizas. No estoy curada y, lamentablemente, lo más bello de la relación se desdibuja a partir del silencio y esta nostalgia.
Dice Kathy:
Al iniciar cada duelo por mis hermanas, he pensado seriamente en el suicidio. La hemiplejia que padezco, la muerte de mis seres queridos, darme cuenta del dolor de mis padres y sentir su propio dolor, son condiciones que se han ido constituyendo en razones para evaluar la importancia de la vida-muerte y sopesar el sentido de la vida. Sin embargo, el apoyo de una amiga me ha ayudado a reflexionar para salir de mis prisiones: la enfermedad, el duelo y la culpa. He luchado por la vida desde el momento mismo de nacer y me mantengo en el camino de descubrir fortalezas y debilidades desde una condición esperanzada. Tengo dudas internas pero estoy dispuesta a librar mis propias batallas y una de éstas es —sin lugar a dudas—: vivir para compensar a mis padres. Ninguno en la familia puede ser totalmente feliz después de la muerte de mis hermanas, y yo siento el compromiso definitivo de acompañar la vida y el dolor de mis padres. Pienso que ninguna vida humana es totalmente individual, porque también se comparte lo que se siente y se vive en torno de momentos significativos de la familia, de modo que la felicidad o la tranquilidad sí depende de los otros, y lo que uno cree o siente no puede ser un problema personal (el subrayado es de Kathy). Ante ello, yo me siento comprometida con mis padres,
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creo y siento la necesidad de protegerlos emocional-mente. Estoy convencida de que padres e hijos formamos una unidad vital.
Dice Barbra:
Se empieza el duelo cuando uno tiene la certeza de la muerte y yo todavía tengo dudas al respecto. Nadie me comunicó abiertamente la muerte y yo tampoco pregunté, tal vez, se hizo presente la negación como un mecanismo de defensa frente a un hecho que no se puede afrontar, incluso ahora, pienso que en algún momento me encontraré con Vyvyan y con Jenny; que ellas, entrarán por la puerta, me saludarán, comprobaremos que todo ha sido una farsa y yo podré reclamarles su ausencia. Antes de que mi papá me dijera lo que sucedía, yo medio me enteré de la muerte de mi hermana y mi abuela de la forma más bizarra, cuando un hombre (bajo de estatura, moreno, vestido con traje color verde-olivo y que usaba lentes muy gruesos) entró a mi cuarto, preguntó cómo me encontraba y me dio el pésame diciendo: “lamento mucho lo de tu hermana y tu abuela”. Dije “gracias”, pero sin saber a qué se refería. Hasta la fecha ignoro quién era esa persona.
Supe con certeza la muerte de Vyvyan varios días después de que ocurriera, pero no se me permitió llorar anteponiendo la solicitud de mi padre para que me mantuviera fuerte. La noticia llegó a mi cuarto de hospital acompañada de mi padre, el tío Francisco y alguna tía (que no recuerdo quien fue, pero me tomaba de la mano). Mi padre dijo: “Vyvyan y tu abuela han muerto, tus hermanas (Kathy y Jenny) aún no lo saben y te necesito conmigo, necesito que seas fuerte porque si tú te caes, me caigo contigo y necesito apoyarme en ti”.
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No fue muy distinto con la muerte de Jenny. Volví a enfrentar la pérdida en medio de la más absoluta soledad e incredulidad. La conmoción ni se detuvo ni se dejó fluir, más bien, en ese desasosiego, la tristeza se arraigó y se multiplicó en mi ser. El silencio sobre los sentimientos de cada quien se impuso en el ánimo de la familia y, durante algún tiempo, las barreras de comunicación se tornaron infranqueables. Todos parecíamos estar luchado contra lo sucedido, todos queriéndonos librar del pavoroso dolor pero, lamen-tablemente, cada miembro de la familia se construyó un escenario individual, aun sabiendo, o tal vez porque lo sabíamos, que la afectación era profunda e intrínseca al grupo familiar. Nunca vi llorar a mi padre, y a mi madre a veces, al igual que a mis hermanas. Sin saber cómo, todos parecíamos estar protegiendo a todos a través del silencio.
Dice Coral:
La muerte es un alto total que desbarata la vida y las personas tenemos que empezar con una vida que no conocíamos así. Me invadió por completo la tristeza de mi madre y me sentía impotente para poder ayudarla. Me dolía tanto, que tomé conciencia de que yo no podía hacerle ver a mi hijo esa tristeza en mí. Así que me esforcé para poner las cosas en su lugar. Redoblé mis tareas de acompañamiento y fraternidad por mi madre e hijo. También busqué a mi padre para ofrecerle apoyo pero, lamentablemente, no encontré eco en él. Mi pareja y mi hijo han sido el mejor refugio para enfrentar el duelo, así como para reconocer que el amor y el vínculo con mi hermano no se agotaron con la muerte, al contrario, la memoria de mi hermano está totalmente incorporada a mi vida cotidiana. La canción Enséñame del cantante mexicano Emmanuel,
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me recuerda esa hermandad: enséñame, a ser feliz / como lo eres tú al dar amor/ como me dabas tú, al perdonar / como perdonas tú sin recordar / el daño nunca más, nunca más. Enséñame, enséñame a consolar / como consuelas tú al confiar / como confías tú al repartir sonrisas como tú / sin esperar nada a cambio, nada más... Sigo en duelo y tengo todo el derecho a que me duela el tiempo que sea necesario.
Dice Rocío:
A las dos primeras semanas del secuestro, mis padres recibieron amenazas de personas que les dijeron pertenecer al grupo de los llamados Zetas. Tuve la certeza de que gente muy mala retenía a mi hermano y que sus condiciones de sobrevida se complicarían con el paso de los días. Seis meses después, empecé el proceso de duelo. Las conversaciones con mi padre y con una tanatóloga me permitieron pensar en que la desaparición de mi hermano era definitiva. Fue imposible hablar de esto con mi madre; lo entendí y nunca le expuse a ella mi verdadero sentir. No comía ni dormía bien, había dejado de lado mi relación de pareja, decidí que no tendría hijos, engendré un sentimiento de odio contra el país y sus instituciones, disminuyó mi fe religiosa, cumplí con desgano mi trabajo e, incluso, pensé en renunciar al darme cuenta de que los empleados me demandaban prestaciones absurdas e irrelevantes, cuando yo había perdido a mi compañero de vida y confidente. Nunca había tenido pérdidas impor-tantes y todo lo que me propuse lo había obtenido, pero ahora, reconocía la impotencia y la frustración infinita. Durante casi dos años, cambié mis costumbres y rutina de trabajo.
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Por primera vez autolimité mi necesidad de independencia. Me fui a vivir al lado de mis padres para acompañarlos y estar a su disposición. Me convertí en el principal “soporte” y puse todo mi empeño para que ellos se fueran sintiendo mejor. Mi madre había perdido 15 kilos en apenas tres meses, así que me enfoqué en tareas cotidianas para resolver los asuntos básicos de la sobrevivencia familiar. Ayudar era lo más importante, aun a costa de mi bienestar. Busqué todo tipo de auxilio y, en algunos casos, fuimos víctimas de abuso y charlatanería. Tuve el apoyo de una tanatóloga y fui avanzando en el proceso de duelo. Hablar con alguien sobre el dolor que sentía me hizo mucho bien. El comportamiento amoroso y paciente de mi pareja fue esencial, así como la compañía desinteresada de mis amigas. Tuve un ascenso en el trabajo y poco a poco fui entendiendo que la mejor forma de procesar el duelo era honrar la memoria de mi hermano teniendo una vida digna y feliz.
2
Solo si somos ambos somos nosotros… solo así existimos,
cuando permanecemos duales… siendo antes por ser
y después… por haber sido
César Pellicer
Nunca estamos ante la muerte sino frente al morir. Y solo por un
desliz del lenguaje hablamos de la muerte como algo que ocurre en
el pasado. Quizá sea cierto que la esencia de la muerte nos esté
vedada, pero ese torbellino que se desata con el morir del otro es
lo que estremece.
“Porque con la muerte se abre la negatividad, la censura, el
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corte, la incisión, el tajo, la llaga que emponzoña el cuerpo y nos
muestra el sentido de la ausencia. ¿Ausencia de qué? la ausencia
de nosotros mismos, no del otro solamente, la muerte de cada uno
de sí en el otro, de un ‘pequeño trozo de sí’. Solo una semejante
pérdida a secas, solo un acto semejante, logra dejar al muerto, a la
muerta, en su muerte, en la muerte… La congoja puede entonces
ser considerada como un acontecimiento en el que se da toda la
intensidad del vínculo consigo mismo, con la soledad y con la
muerte, lo otro desconocido que no puede asumirse, ante lo cual
se es pasividad pura” (p.33)21
Dice Luciano:
Compartí el departamento de Camilo de mayo a diciembre de 2010. Período en el que tuvimos discusiones y enojos porque con frecuencia yo no ajustaba mi conducta a las normas establecidas por él. Yo tenía 18 años y mucha necesidad de autoafirmación, así que los conflictos entre nosotros, aunque nunca graves, sí fueron constantes. Abandoné el departamento pero eso no impidió que me sintiera culpable y molesto conmigo mismo. En el mes de agosto, Camilo mostró los primeros síntomas de hepatitis y a partir de ahí su vida fue un peregrinar entre tratamientos médicos y hospitalización. Me sentí confundido y preocupado porque nadie me proporcionaba información que me pareciera verídica sobre la condición de Camilo. Llegué a pensar, que aquellos disgustos podrían haber sido la causa de los malestares de mi hermano y eso me hizo sentir muy mal.
21 Constante Alberto (2008). “Meditación sobre la muerte. La palabra imposible”, en Miradas sobre la Muerte. México: Ítaca/UNAM.
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Inmediatamente después de la hepatitis, Camilo fue diagnosticado con cáncer y la noticia me estremeció, porque además de sentir culpa y dolor, no sabía cómo ayudar ni qué decir o hacer. Este sentimiento me llevó a donar sangre para Camilo fuera del tiempo reglamentario, lo que podría haberme provocado algún daño pero eso no importaba, al contrario, el hecho me hacía sentir un cierto alivio. La pulmonía y estado de gravedad que sufrió Camilo en abril de 2011 me generó mucha ansiedad, porque todavía estaba pendiente una conversación y una disculpa hacia el hermano-padre-amigo. Sin embargo, en el mes de mayo compartí con él la película El Rey León, y en algún momento le pusimos pausa, fue entonces que se abrió la posibilidad de conversar ampliamente con él y disculparme por mi rebeldía y desobediencia. Su respuesta fue maravillosa, me dijo que me amaba por encima de todas mis tonterías y que cuidara de mi vida siempre. De momento no supe si eso era exactamente “un perdón”, pero después de algunas semanas del fallecimiento, comprendí que mi hermano sí me había perdonado y experimenté un gran bienestar. Nada puede compararse a la calma del perdón.
3
Uno a uno, todos somos mortales Juntos, somos eternos
Lucio Apuleyo
Cuando el que muere es un hermano o una hermana se tiene que
producir un registro especial en la conciencia, porque aquella
persona es quien más se parece al sí mismo. Entre los hermanos
prevalece el llamado “átomo del parentesco” del que hablaba Lévi-
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Strauss, entendido como la mínima partícula societaria constituida
por lazos de consanguinidad, alianza y filiación.
Los hermanos pueden significar el encuentro con la
singularidad de la intimidad de un grupo, como raíz y fruto de lo
que cada quien se sabe que es en ese grupo, como “pertenencia”
que se entrega, se recibe y se funde en unidad.
Parece obvio que entre los miembros de la familia exista
compromiso, amor, comprensión, solidaridad, etcétera; no
obstante, siempre será poco el esfuerzo que conduzca a resaltar
las cualidades de cada integrante, por ello Kathy sugiere que se
abran todos los canales de comunicación, para valorar a cada uno
en su condición y esfuerzo con la información del pasado y del
presente a fin de subsanar cualquier omisión o malentendido.
Dice Kathy:
Mi hermana mayor, Vyvy y mi hermana menor, Jenny, significaron un apoyo incondicional, confianza, protección, referentes para la conformación de mi identidad; pero también, representaban competencia, diferencia y conflicto. No obstante, la convivencia entre hermanas era insustituible. Con su muerte se descompletó la vida. A la familia nos lastima mucho su ausencia y necesitamos decir todavía muchas cosas. Los padres en duelo deben platicar sus experiencias y ayudarse mutuamente, pero los hermanos en duelo también. Entre padres e hijos se debería hablar directamente acerca de lo que sienten y creen que se debe hacer sobre asuntos que atañen a todos. Valorar cualidades y defectos de quienes aún están vivos y de los que ya murieron es importante, porque lo que significaron mis hermanas solo
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lo supe a partir de su muerte y no quiero que eso vuelva a suceder entre mi familia. Me he comprometido a valorar siempre a cada integrante y también quiero que me valoren a mí. Me gustaría seguir hablando de mis hermanas con mi familia y me encantaría escuchar que mi madre me agradezca, personalmente, el esfuerzo que hice al solicitar el rescate cuando nos accidentamos.
Dice Daniel:
Los primeros tres días después de la muerte de Israel, transcurrieron sin que me diera cabal cuenta. Apenas recuerdo las enormes filas de vecinos, familiares y amigos que fueron al velorio y pésame, creo que el primer día pasé más de tres horas saludando y abrazando gente. Al segundo día, me desplomé en los brazos de un primo y pude llorar. Estaba agotado, me di cuenta que sufría y estaba de luto. El rezo del rosario durante 9 días mantuvo a la familia unida, después, los encuentros se fueron espaciando hasta que cada uno fraguó su propio duelo. Veintidós días los viví (¿?) en el panteón, al lado de la tumba de Israel, de día y de noche, bebiendo mucho y apenas comiendo. Amigos cercanos me acompañaron y prodigaron cuidados. Tres meses no asistí a trabajar porque el dolor era tan incapacitante que no había forma de ordenar la vida. Perdí 30 kilos de peso. Empecé a retomar la vida cotidiana cuando reflexioné en mi responsabilidad por los hijos de Israel. Volví al trabajo y comencé a pensar en lo sucedido. Cuando regresé al trabajo, el policía encargado de la seguridad del edificio me dijo: “hace dos días te vino a buscar tu hermano Israel”. Quedé desconcertado, revisé la cámara de video instalada en la calle y estaba borrada la escena de ese día: ¿qué pasó?, de verdad lo ignoro, pero
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a partir de entonces decidí que mi hermano estaría conmigo para siempre y esa ha sido una gran decisión porque calmó mi angustia. En ocasiones iba a contemplar los volcanes (Popocatépetl e Iztaccíhuatl) y recordaba los proyectos de escalar con Israel. Nunca fuimos a esa excursión, pero estar ahí es como estar juntos y esperar que suceda lo planeado.
Dice Luciano:
Un hermano es lo más parecido a otro hermano y significan autenticidad y fraternidad, aunque cada hermano guarde una relación específica con cada cual. Con los hermanos se aprenden modos de hablar, de mirar, de sentir y caminar la vida. Por ejemplo, con David, el mayor de los cuatro, guardo una relación de maestro-alumno porque David es un ser sabio. A Emiliano lo percibo como el hermano-compañero con quien se tiene afinidad por ciertas formas de vivir la vida. En cambio, con Camilo, viví una sensibilidad profunda, semejanza, identidad, complici-dades, gustos y anhelos compartidos. La muerte de mi padre, cuando yo tenía 10 años de edad, ya me había dado algún tipo de conocimiento sobre estos asuntos y reconocía en el ritual de velar al difunto un momento de revelación importante, que consiste en la ratificación de la muerte de alguien. Así que, cuando entré al velatorio la tarde-noche del primero de junio de 2011, confirmé que mi hermano había fallecido y que yo estaba en duelo; la cremación también disipó cualquier duda. Afortunadamente, el día anterior, ya me había pertrechado con la compañía de mis amigos a fin de evitar la autodestrucción. Lo más difícil en el duelo fue hacer consciente y verificable la eficaz, la tremenda ausencia de la persona que se amó.
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Dice Gabriela:
Tuve varias veces la idea de que morir me tocaba a mí y no a mi hermano, pues yo no significo el apoyo que mi hermano sí le ofrecía a mi madre. Además, en la adolescencia llegué a pensar que hubiera sido preferible ser hija única, para no ver las preferencias que existían de mi mamá para con mi hermano. Tuve celos, fui grosera y mala, pero jamás tuve el deseo de que mi hermano sufriera un accidente, y menos de que muriera. Ahora reconozco como un gran compromiso acompañar a mi madre, evitar o paliar su dolor del modo que me sea posible, aunque es difícil de lograr porque mi mamá difícilmente acepta ayuda. Algunos meses después de la muerte de César la busqué y le pedí perdón por el comportamiento retador y recriminatorio que me caracte-rizó en la adolescencia, y le prometí que estaría cerca para acompañarla siempre. Espero cumplir este propósito.
4 Nadie.
Ni tú, Señor, pidió mi voto de silencio.
Víctor Castro
Los hermanos representan la formación de interdependencias
generadas entre las personas, grupos y sociedades a lo largo de la
historia que se han constituido en redes e interconexiones flexibles,
plurales y cambiantes que se tejen como un organismo distribuido
y extendido en el tiempo, gracias a la pervivencia-continuidad de lo
colectivo. En palabras de David Cooper (1974)22: “en la familia,
cada uno de nosotros es cada uno de sus miembros” (p.13). En el
22 Cooper David (1974). La muerte de la familia. Argentina: Paidós.
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mismo sentido opina Norbert Elías (1990)23:
El ser humano individual es concebido y alumbrado por otros seres humanos. Sean cuales sean los antepasados del ser humano, por más que nos remontemos en el tiempo, siempre nos topamos con la nunca rota cadena de padres e hijos porque, a su vez, se convierten en padres. Y, de hecho, si se oculta esto resulta imposible comprender cómo y por qué los seres humanos individuales están unidos unos con otros en una unidad mayor (…) lazos que son materiales y simbólicos, presentes y pasados, afectivos e institucionales (que) no solo se refieren a las relaciones que mantiene un individuo a lo largo de su vida, son también las cadenas de interdependencia con otros grupos humanos que lo anteceden. Todo ser humano individual posee una naturaleza tal, que para poder crecer necesita de otras personas que ya existían antes que él. Uno de los elementos fundamentales de la existencia humana es la coexistencia simultánea de varias personas relacionadas unas con otras. (p. 36)
Más allá del parentesco, existen sentimientos de fraternidad,
confianza, protección y afecto, así como relaciones de afinidad,
diferencia, poder y jerarquía para enfrentar, negociar y resolver
conflictos. Los hermanos se influyen entre sí para la adquisición,
desarrollo y perfeccionamiento de capacidades y habilidades
sociales. La relación bipersonal, el tipo de vínculo o atadura que se
genera entre los hermanos, determina a cada uno en lo particular,
porque “cada uno de nosotros está lleno de un mundo de otros que
no son del todo ellos mismos y al mismo tiempo no del todo
23 Elías Norbert (1990). La sociedad de los individuos. Barcelona: Península.
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nosotros” (D. Cooper 1974, p.38).
Enterarse de la muerte coloca a los hermanos en una
perspectiva de shock e incredulidad. Daniel y Pedro, por ejemplo,
habían asumido la responsabilidad sobre el cuidado y crianza de
Israel y le habían procurado las mejores condiciones para su
desarrollo. Ahora que ya no estaba, quedaba una tarea inconclusa
y, pasadas las primeras tres semanas, el dolor y la tristeza se
fueron haciendo presentes e invadieron todas las actividades
cotidianas.
Las rutas que utilizaba Pedro para llevar a su niña a la escuela
o para ir a trabajar, incluían el paso por la casa y el empleo de
Israel. Antes de su muerte, era suficiente ver su auto estacionado o
el balcón de su departamento abierto para saber que ahí estaba su
hermano. Las rutas siguieron siendo las mismas, pero su hermano
ya no estaba en ningún sitio y ese vacío se hizo tan presente y
contundente que no hubo forma de ignorar su luto. Podía cerrar los
ojos o trucar el camino, pero una cosa era clara: jamás lo volvería
a ver.
Con los padres viviendo en el oriente de la ciudad de México,
Daniel en el norte y Pedro en el sur, los encuentros resultaban
difíciles y cada miembro de la familia fue resolviendo su duelo de
forma independiente y distinta. No obstante, Pedro fue haciéndose
cada vez más consciente de que ahora necesitaba más que nunca
a su hermano Daniel. Comenta:
Desgraciadamente, tuve que perder un hermano para darme cuenta que tengo otro, y ha sido ese encuentro con Daniel uno de los factores más importantes y afortunados para procesar mi duelo.
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Pasó mucho tiempo antes de que Pedro pudiera llorar la ausencia
de su hermano (6 años/11 meses), pero una mañana de abril de
2011 fue posible llorar a rienda suelta gracias a la cercanía, ternura
y acompañamiento de su esposa. La posibilidad de llorar al
hermano ayudó tanto, como el acercamiento familiar, la libertad
que se han concedido para recordar a Israel y la posibilidad de
fabricar, cada uno, la forma más eficaz de contender con el dolor.
Pedro aprendió que la familia es una red con múltiples
conexiones emocionales y afectivas, pero que son los compo-
nentes espirituales y morales los que más apoyan el ánimo y
alivian el sufrimiento. Menciona que, con el tiempo, el duelo se va
transformando en nostalgia y, aunque sigue llorando, ya no es
igual, el duelo va perdiendo fuerza y se torna pasivo.
Reafirmó que un hermano es un espejo, una pareja y una
necesidad que se alimenta de amor, compañía, apoyo y
compromisos. Aprendió a recordar y nombrar a su hermano como
si lo pudiera acompañar y ayudarle. Incluso, dice:
Tengo la costumbre de abrazarme a mí mismo y sentir que en ese abrazo están incluidos mis seres queridos; asimismo, me acojo a su memoria y les platico algunas cosas a todos, a los vivos y a los muertos.
Aprendió a ser menos impulsivo e irresponsable, controlar mejor su
conducta y respetar límites. Es ahora más paciente y prudente
pero, además, está convencido de que no solamente la
muerte de Israel sino la vida de Israel, han sido los elementos que
nutren sus relaciones personales.
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5
Pero allí donde el ánimo se agota y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota
Manuel Acuña
En nuestras entrevistas encontramos que el hermano mayor
asume roles parentales y responsabilidades ineludibles con los
otros hermanos. No es que alguien venga e imponga esa tarea;
para Daniel, por ejemplo, fue algo que se construyó desde que era
muy pequeño y se fraguó a través del trato cotidiano.
El carácter independiente con el cual fueron educados,
favoreció que Daniel dispusiera un orden de trabajo con sus
hermanos: disponía cómo y quiénes deberían realizar los
quehaceres domésticos, las tareas, los juegos, etc. Llegó el
momento en que de modo “automático” las funciones y tareas se
cumplían sin conflictos. Era una conducta que coincidía con valores
de la sociedad y la familia, de modo que la responsabilidad se forjó
sólidamente entre los tres, y Daniel asumió compromisos de la
parentalidad que, en muchas ocasiones, no se alcanzaron a
evaluar en su magnitud y trascendencia. Es una parentalidad
introyectada y comprometida vitalmente, de modo que la muerte
del hermano produce una verdadera conmoción del yo.24
Al enterarse de la muerte de Israel, el peso de la frustración
“por no haber cuidado a su hermano” devino en la impotencia de
no reconocer que el accidente estaba más allá de sus tareas
protectoras. Pero, además, sintió el peso moral de tener que
comunicar esa noticia a sus padres. Entonces, trasladó ese
carácter protector a todo el núcleo familiar.
24 Nasio, Juan David (2007). El dolor físico. Argentina: Gedisa.
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Dice Daniel:
Aun todavía, no puedo pensar de otro modo, y me enoja recordar que Israel se haya accidentado sin que yo hubiera podido hacer algo por evitarlo. Asimismo, no permití que mi madre viera el cuerpo malherido de Israel, por la misma razón, porque me sentía responsable de lo que ella pudiera sufrir y no quería verla mal. Los reclamos y el sentimiento de culpa se producen en el fuero interno, en la constitución de la conciencia moral y su densidad e importancia se mantiene como fuerza constitutiva de la identidad básica, más allá del peso y contundencia de las razones o explicaciones. Israel era entusiasta, aguerrido, soñador y yo representaba autoridad, compañía y consejo para él, papel que siempre desempeñé con orgullo y satisfacción. Cuando él me visitaba se podía quedar durante horas mirando mi pecera en silencio, o planeaba, jubilosamente, hazañas irrealizables como irse a pie hasta la ciudad de Toluca. Pero una cosa era absolutamente cierta, cada uno sabía del otro lo más importante y esencial.
A su vez, Pedro reconoce que Israel tenía y merecía una vida más
larga. Que existían muchas posibilidades para que disfrutara de
sus hijas y familia y que una muerte tan temprana resulta
inconcebible. Lamenta no haber cultivado más su relación con él y
no haberle externado una disculpa por las bromas y travesuras que
le hizo.
Lamenta que “no haya forma de retroceder el tiempo y que no
se acepten intercambios con la muerte”, y aunque se siente fuerte
ahora, no siempre lo ha estado y en muchas ocasiones ha
expuesto su vida retadoramente. Una forma de minimizar el poco
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trato que tuvo con el hermano menor, es ahora rememorar y hablar
de él constantemente, incluso, dice:
Hablo con Israel, le pido que nos cuide a todos y que nos acompañe; le digo que, cuando nos volvamos a ver, nos pondremos una borrachera sensacional. También lo regaño amorosamente: ¡Te seguimos extrañando, pinche gordo. Te queremos y te recordamos siempre. Tengo la esperanza que nos volveremos a encontrar!
Otro de los hermanos mayores que impactaron notablemente la
vida de sus pares fue Martín (hermano de Raúl y Karla). Martín
representó un “héroe” para Raúl. Era el hermano que acompañaba,
vigilaba la seguridad y el bienestar de la familia, protegía y
defendía a sus hermanos.
De Martín aprendió a valorar el apoyo, compromiso, respeto y
ejemplo. Siete años mayor que Raúl, Martín desarrolló funciones
parentales sustantivas, mismas que Raúl consideró importantes
para, en correspondencia, apoyar a sobrinos y cuñada. Asumir este
compromiso ha sido decisivo en la reorganización de su vida.
Por otro lado, el nivel de responsabilidad con el trabajo activó
la respuesta por avanzar en el duelo, pues estando en San Diego
(EEUU) a punto de ofrecer una conferencia, a finales de noviembre
de 2008, perdió la voz y no logró articular ni desarrollar su trabajo
satisfactoriamente. A partir de este evento comprendió que
necesitaba reflexionar más hondamente sobre la experiencia y
buscar algún tipo de ayuda.
Al mejorar su condición aflictiva Raúl ha ido logrando
reincorporarse con plenitud a sus actividades familiares y
profesionales, y menciona que algo de lo más importante que le ha
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sucedido con frecuencia es soñar con su hermano y, por este
medio, “platicar con él, saber que se encuentra bien, pellizcarlo y
hasta oler su presencia. Con eso, dice, sano mi dolor y evito
perderme en los recuerdos”. Agrega:
Cumplir con mi trabajo ha sido definitivo, el sentido de responsabilidad sobre la información que se proporciona a cinco mil lectores por Internet y nueve mil ejemplares impresos que circulan, es un acicate para superar el estado de atención y concentración. Incluso, desde el funeral de Martín no dejé de responder a estas demandas y estuve respondiendo cuanto mensaje fue recibido. Ahora contemplo con gran satisfacción que mi hijo Diego realiza dibujos de mi hermano Martín con figuras tan grandes como una montaña y, al lado de él, me dibuja también, aunque en escala notoriamente menor.
6
No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mucho mayor,
contra mi fatiga del mundo
Ciorán
El reclamo asociado a la culpa es indicativo de una reflexión
comprometida con hondos sentimientos de afinidad. Cuando Coral
se encontró con el cuerpo de su hermano tendido y amortajado
sobre la cama del hospital, lo abrazó y besó pero de inmediato vino
el reclamo: “¿Por qué no resististe? ¿Por qué no nos esperaste a
llegar?”.
La impotencia que sentía le generó culpa por no haber llegado
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antes, por no haberse despedido de él esa mañana, por no poder
compartir más la vida. Aunque, por fortuna e irremediablemente,
eso funcionó como acicate para recordar palabras, momentos y
vivencias que le permitieron experimentar cierta tranquilidad.
Ella había asumido la responsabilidad de la familia a los 24
años de edad, cuando convenció a su madre de abandonar la casa
paterna. Javier era entonces un adolescente y el compromiso por
cuidarlo y procurarle educación hizo que cumpliera funciones de
parentalidad para proporcionar tranquilidad a su madre y hermano,
aun cuando tuviera que sacrificar sueños personales. En aquella
época se constituyó en cabeza de familia y autoridad, lo que
implicó roces y discusiones. No obstante, ella y Javier sabían de la
profundidad de sus afectos y eso era lo más grande que existía
entre ellos.
En estos vínculos de hermanos, en los que una de las figuras
representa protección, ejemplo, oportunidad de crecer y compartir
la vida, encontramos también el caso de Abraham en la relación
con su hermana mayor. Él recuerda cómo recibió la noticia y revisa
qué cosas sucedieron y cuáles pudo evitar. Por ejemplo, dice:
Ella me bañaba, me llevaba con sus amigas, me hacía sentir persona importante, me daba consejos y era un aliciente saber que contaba con una hermana para que me platicara cómo era la vida y me apoyara en la construcción de ilusiones. Murió y siempre creo que pude hacer algo para defenderla. “Defiéndete Abraham,” esa era una frase que recuerdo siempre como una de las enseñanzas importantes de mi hermana, no obstante, yo no la pude defender de la brutalidad y de la muerte. La gente que me ha comentado
115
lo que sucedió, dice que fue algo terrible y eso me hace sentir odio. Tal vez el enojo del marido de mi hermana obedeció a que ella me iba a acompañar al partido de futbol al día siguiente, entonces hubiera sido mejor no invitarla. Siento culpa por ello.
Abraham ha cobijado sentimientos de venganza contra el agresor y
en ello encuentra una forma de sobrellevar la impotencia y la culpa.
Piensa que defraudó a la familia al abandonar el futbol profesional
y cree que sus padres no se sienten orgullosos de él, razón por la
cual se esfuerza en sobresalir en las actividades que realiza.
Dice Ulises:
Un hermano es el referente afectivo con quien se comparte la vida en todas sus aristas. Es un respaldo emocional con el que una persona se desahoga, discute, se confronta y se consuela. La intimidad se dio con las limitaciones de la diferencia de edad. Por ejemplo, yo no hablé con Diego sobre la idea de querer suicidarme cuando fui adolescente, el bulling del que había sido objeto desde la primaria me llegó a producir graves consecuencias emocionales, y tal vez hubiera sido importante platicar esta historia con mi hermano. Afortunadamente encontré en el sarcasmo y la agilidad mental la fuerza para ser agresivo, dominante y capaz de infligir “golpes psicológicos” a quienes me molestaban. Ello me empoderó frente a los agresores y me liberó de angustia. No puedo imaginar qué problemas pudieron llevar a Diego a la determinación de morir o si solamente fue un accidente. No he experimentado sentimiento de culpa por su muerte, porque sería tanto como asumir que de mí pueden
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depender decisiones de otras personas y porque no quiero tampoco sentirme miserable ni omnipotente.
Dice Gabriela:
Pienso que he experimentado el duelo desde el momento en que me enteré de la muerte de mi hermano. Recuerdo el escenario y el conjunto de personas que estaban presentes en el hospital, y todavía siento el abrazo completo de cuerpo y alma que le di a mi madre. Recuerdo cómo me sentí hermanada con mi cuñada y cómo recibí cobijo y compañía incondicional de mi esposo y la familia de él. He sufrido en algún momento la duda de que César no hubiera muerto porque no tuve contacto con el cadáver. No obstante, nunca he negado su muerte ni la necesidad de aceptación. Sé que todavía estoy en duelo porque, en ocasiones, el recuerdo de su muerte me lastima mucho, a veces padezco insomnio, opresión en el pecho o lloro por cualquier cosa. Me ayuda recordar que desde el primer momento entregué mi dolor a Dios y él me acompaña para darme fortaleza espiritual.
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Qué miedo da morirse de repente sin palabras hermosas que nos salven
Mónica Suárez
La culpa es un sentimiento o vivencia que desata frustración, ira o
impotencia. Es un estado de sometimiento emocional frente a un
hecho de la realidad que sobrepasa la capacidad de reparación o
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limitación de un efecto. La persona “culpable” admite algún tipo de
responsabilidad sobre un daño causado y el malestar que
experimenta le lleva a ofrendar su propia vida para saldar el dolor
que se ha generado en personas de una estima superior a la
propia.
Barby recuerda que durante los primeros seis años del duelo
de Vyvyan, esa idea de acompañar y fortalecer al padre y de
proteger a la familia misma penetró en su conciencia con mucha
fuerza. Dice: “Me compré el paquete completo, me sentí la fuerte y
la que tenía que apoyar y ayudar al resto de la familia”.
Desde muy pequeña Barby intuía que jugaba un rol de “niño”
que el padre y ella apreciaban mucho, porque fortalecía su vínculo
en tareas de reparación o cuidado de la casa, al tiempo que jugar
este rol le daba fuerza, independencia, rebeldía y autonomía.
Estas características también paliaban en mucho la carga
doméstica que llevaban los padres con la crianza de cuatro hijas.
Barby era saludable y sus tres hermanas no lo eran del todo, así
que su vitalidad era un recurso familiar muy importante, que a la
vez, la hacía sentir culpable.
Se afilió a la hermana mayor como compañera y amiga de la
vida y con ella aprendía y disfrutaba infancia y adolescencia.
Después, afilió a Jenny a ella misma como su “chaparra”,
compañera y heredera de su mayor experiencia y conocimiento.
Pero en ambos casos su identidad estaba en juego, y los
referentes que hacían sólido el mundo se perdían. No importaba si
era cuatro años menor que Vyvyan o cuatro años mayor que
Jenny, importaba que en las reuniones o en las fiestas ella
buscaba a Vyvyan y podía mostrar sus aptitudes sociales (por
ejemplo, el baile o la conversación). Asimismo, era la hermana
118
mayor que estimulaba su estatus social y la hacía sentir “niña
grande” y, del mismo modo, como “niña grande” quiso hacerse
cargo de Jenny. La muerte de sus hermanas le arrebató sus
propósitos existenciarios. Mea culpa, dice:
Porque yo podía vivir, aprender cosas nuevas, moverme con libertad por el mundo, tomar decisiones, equivocarme, ser feliz o no, podía experimentar cuanto quisiera y ellas ya no podrán hacerlo jamás.
Que ninguna de sus hermanas más apegadas pudieran seguir
aprendiendo y viviendo lo mismo que ella, era motivo para negar su
propio destino. Significaba que ella tampoco merecía el privilegio
de estar viva. Sentía culpa por conocer nuevas experiencias,
disfrutar la vida y, al mismo tiempo, se sentía obligada a
acompañar y ayudar a los padres en el duelo, aun sin saber cómo
hacerlo, por dónde empezar, qué ofrecer o cómo trabajar su propio
duelo.
En 1990 acudió a la terapia psicológica por algunos meses
aunque sin éxito. En 2004 lo intentó nuevamente en su estadía en
Buenos Aires y durante año y medio trabajó su duelo con paciencia
y disposición pero, sobre todo, decidida a producir mejores
condiciones para vivir.
119
8
... y vislumbramos nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres, y compartir el pan, el sol, la muerte, el olvidado asombro de estar vivos
Octavio Paz
Por su parte, Iván experimentó gran enojo y frustración. Estaba
enojado con su mamá por no haberle dado la noticia tal cual, con
Oscar por haber fallecido, con él mismo por no haber llegado a su
casa antes, con el tráfico de la ciudad, con el temblor de sus
manos, con la cantidad de trámites legales que tienen que
realizarse cuando alguien muere; con todo y nada en particular. En
realidad estaba triste, pero no lo sabía ciertamente.
Además del enojo, sobrevino la frustración por lo que había
quedado pendiente de realizar entre ellos como hermanos;
decepción, por la pérdida del espejo-compañero-amigo-comple-
mento; culpa, una gran culpa que ha perdurado hasta el día
de hoy porque muchas veces ignoró las demandas de su hermano,
otras veces ofreció poco tiempo para atenderlas y en ocasiones fue
brusco con él, todo eso pesaba ahora demasiado. Ha sentido culpa
por las bromas y groserías que le hizo, pero también porque nunca
se disculpó.
Como hermano mayor, Iván defendió siempre a su hermano
hasta los 8 o 10 años. Después, conforme Oscar fue creciendo, se
hizo más fuerte y alto que Iván y, en palabras de él, “se emancipó
de mi tutela”, cosa que permitió para ambos, un desarrollo
autónomo de su carácter y personalidad. A la distancia, Iván
120
comprende que este es un elemento liberador de su
responsabilidad. “He tratado de ser racional, pero el peso de la
culpa a veces me vence e impide que me sienta mejor.”
Dice Iván:
Estuve en shock entre 4 y 6 meses. No creía que, realmente, mi hermano hubiera fallecido. Tenía pensa-mientos contradictorios, entre justificar que la calidad de vida de mi hermano hubiera empeorado si hubiera sobrevivido a la embolia que lo llevó a la muerte o por el daño progresivo de su insuficiencia renal. Durante ese tiempo realicé —en “automático”— actividades básicas, pero no pude asumir la desgracia. No me conecté a internet en esos meses y cuando tuve que hacerlo por compromisos laborales, encontré que en la cuenta del Hi5 había un mensaje de Oscar enviado el martes 20 de octubre (Oscar murió el 23 de octubre). El mensaje decía: “Últimos días, quedará borrada mi cuenta en Hi5.” Otro mensaje decía: “Vas a morir Hi5, ya no te quiero, ¡fuera!”. A este mensaje, un amigo de Oscar le respondió: “El que va a morir vas a ser tú”. Qué pena, así fue. Seguí revisando y encontré que, de forma inusual, Oscar me había remitido varios mensajes. Este fue el momento clave para iniciar un proceso de reflexión, a través del cual me quedaba claro que mi hermano había fallecido y que eso dolía profundamente. La ansiedad se hizo presente, tomé conciencia de que eso iba a ser más grande que yo y volví a la medicación psiquiátrica. Un año después busqué también la terapia psicológica. La familia se solidarizó y trataron de suavizar mi tristeza entre todos. La vida social se amplió y busqué a los amigos de Oscar que me hablaban de él, esta fue, tal vez, la mejor terapia que pude recibir para trabajar el duelo.
121
En una carta escrita a dos meses del fallecimiento de Oscar, Iván
escribió:
Durante todo este tiempo mi cabeza ha tenido muchos pensamientos y sentimientos. TE EXTRAÑO, no lo voy a negar y nunca lo negaré. Extraño que me llames para molestarme o verte en el msn y que me digas de cosas o cuentes cosas. Extraño tu voz, tu risa, tus chistes y tu presencia. Vivo aunque no quiera con el “tal vez”, o “si él siguiera vivo” atando tu existencia a mí, algo muy egoísta de mi parte, ya que no te dejo ir. Sé muy bien que no regresarás, que no te volveré a ver, pero creo que en algún momento tú y yo volveremos a encontrarnos. Estos días y ya casi dos meses no han sido fáciles para mí o mis papás, y supongo que para alguna de tus amistades tampoco. La pérdida de un ser querido y cercano es muy fuerte, es una herida muy profunda que deja gran cicatriz en el cuerpo y el alma, que no sanará por completo como tampoco podré olvidar. Aunque ya lo he hecho varias veces en este tiempo quiero pedirte perdón por lo que te dije, por no querer estar contigo cuando me lo pedías, por estar lejos de ti, por no saber cómo llevar la fiesta en paz contigo y todas las cosas malas que nos hicimos mutuamente. Pero también recuerdo las cosas buenas y divertidas que hacíamos juntos, las pocas veces que salimos juntos por una cerveza, cuando me llamabas para ir por ti, cuando molestábamos a alguna persona solo por joder, para hacernos los graciosos. Recuerdo cuando podíamos repetir de memoria todo un capítulo del programa de Los Simpson y desesperar a los que estaban cerca. Las cosas buenas y malas que pasamos juntos las voy a recordar porque siempre serás mi hermano, mi hermano menor. Hay muchas cosas que voy a recordar, pero la que más me duele es sobre aquel día que llegué a casa y me dijo
122
mi mamá que habías fallecido, pensé que era una broma, no lo podía creer hasta que te vi en el ataúd como si estuvieras durmiendo. Al día siguiente, cuando la cremación, fue el día más doloroso de mi vida. ¿Sabes?, desde ese día de tu funeral y cremación no había podido llorar hasta hoy y no me importa lo que digan o piensen de mí. Quiero decirte que te quiero y extraño, no solo porque eres mi hermano sino también por la buena persona que fuiste, porque compartimos una vida y muchas razones más. TE QUIERO Y EXTRAÑO OSCAR, HERMANO MÍO, MI HERMANO MENOR, MI AMIGO.
9
... todos los nombres son un solo nombre; todos los rostros son un solo rostro, todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos cierra el paso al futuro un par de ojos
Octavio Paz
La culpa también se experimenta como negociación que se
pretende establecer con el propio destino a partir de sentimientos
de minusvalía o superioridad. En los testimonios de Kathy, Rocío,
Deyanira y Patricia, estas condiciones de sufrimiento interno son
más que evidentes.
Al padecer hemiplejia desde el nacimiento, Kathy consideró
que su padecimiento le fue creando un sentimiento de minusvalía
que la hizo sentirse diferente y hasta distante de sus hermanas.
Ante la muerte de Vyvy, que parecía tenerlo todo, la culpa se hizo
presente, pues dadas sus limitaciones físicas, para Kathy era mejor
que ella hubiera fallecido. Dice:
123
No importa si alguien opina lo contrario, eso es lo que ha sucedido desde mi perspectiva y eso es realmente importante para mí. Sabía muy bien que Vyvy era el pilar de todas las hermanas y que lo que ella hiciera o dejara de hacer se constituía en guía o norma para el resto de nosotras. Con su muerte se perdió una especie de ejemplo y brújula para orientarse en la vida, y a pesar de ser la segunda de cuatro hijas, la hemiplejia hizo diferencia y marcó la distancia que ha caracterizado la relación con mis hermanas e impidió que yo asumiera algún liderazgo. Todavía, a 23 años de distancia, no resuelvo al cien por ciento el asunto de la culpa. Puedo aceptar que alguien muera a partir de las enfermedades que padezca, pero lo que no acepto es que la gente se pueda morir al verse involucrada en un accidente, y que no se pueda hacer nada por salvar esa vida. Puedo aceptar que la gente se muera en su cama, entiendo que todo lo que nace muere, pero no puedo aceptar que un cuerpo se desangre y nadie pueda hacer nada por evitarlo.
Kathy estuvo viviendo con Jenny durante 5 meses (agosto a
diciembre del 2002) y se volvió a casa porque la sudoración
excesiva que padece se hizo muy molesta por los efectos del clima
cálido). Tres meses después de su partida, la hermana menor
falleció. Otra vez la culpa se hizo presente y dice:
Pude haberme quedado con ella y estar más cerca y pendiente de su salud, pero me importó más mi comodidad y me regresé a mi zona de confort. No fue correcto pensar más en mí que en ella y eso me ha hecho sufrir mucho.
124
10
Como una pintura
nos iremos borrando Colores fugaces que encantan
los ojos y los corazones
Roberto Aguilera V.
Para Rocío, la desaparición de su hermano era una injusticia más
en contra de él. José Antonio era el hermano noble, responsable,
inteligente, memorioso, introvertido, adaptable, cariñoso; una
persona optimista que jamás se quejaba. Por su parte, Rocío era la
primera nieta, la primera hija, la niña prematura, la única mujer
entre ocho primos, la mejor estudiante, la consentida del papá.
Parecía que tenían vidas muy diferentes, así que Rocío pensó
en la injusticia que se cometía con el hermano. Hubiera sido más
lógico que a ella le sucediera una desgracia porque era audaz,
fiestera, se desvelaba y salía de noche. A ella la vida le había dado
de todo y a manos llenas y a su hermano, apenas le estaban
saliendo mejor las cosas.
Ver el dolor de sus padres ha resultado una experiencia terrible
y en muchas ocasiones se sintió culpable por no poder hacer nada
para remediar este doble dolor. Sintió culpa porque a ella le
tocaron las mejores opciones en la vida y porque no aprovechó
más tiempo cerca de su hermano; no obstante, ahora descubrió
que su hermano tenía más cualidades de las que en su momento
reconoció.
125
Señaló Rocío:
Toño era mi mejor amigo, compañero, cómplice, confidente, protector; era serio, discreto, bromista, creativo y sensible; por todo ello y en lugar de rezar por él, me he propuesto ser mejor persona y honrar de este modo su memoria.
11 La idea de la nada no es la apropiada
para la humanidad laboriosa: los atareados no tienen ni tiempo ni ganas
de sopesar su polvo…
Esther Seligson
Deyanira ha sentido culpa muchas veces, primero por haber nacido
y haber sobrevivido, mientras que su hermana murió a los tres días
de nacida. Después, ha creído que si su hermana estuviera viva
ella sí hubiera alcanzado las metas y expectativas de sus padres y
que ellos serían muy felices con su presencia.
Se ha idealizado tanto la existencia de la pequeña Maribel que,
a 28 años de su muerte, Deyanira la ha transformado en su alter
ego que la obliga a mantener una permanente vigilancia sobre sí
misma. Dice:
Es necesario vencer las dependencias afectivas, estabilizar las emociones, buscar razones para amar la vida y tener paciencia para que las ilusiones se produzcan y fluyan. Los padres no deben idealizar ni comparar a los hijos entre sí, deben estar conscientes de que los hijos
126
deseados son producto de una decisión consciente y no resultado de la carencia o de la muerte.
Patricia piensa que todavía no está en condiciones de entender y
aceptar lo que le sucedió a su hermano. Sabe que ella no es
culpable de la muerte de Ricardo, pero le duele no haber convivido
más con él ni expresarle jamás sus sentimientos. Los hermanos no
se comunicaban fácilmente sus afectos, pero Ricardo cumplía las
funciones de padre, dice ella. Cuidaba de todos y todos le
buscaban para pedir consejo, apoyo, colaboración.
No puedo con esta tristeza, recuerdo a mi hermano todo el tiempo y hasta una sencilla canción me rompe. Siento culpa por haberme salido de la casa paterna. He sido una hija y una hermana ingrata. Quisiera saber si les hago falta a mis padres, quiero saber si me necesitan. Lloro mucho y me irrito fácilmente, no puedo evitarlo aunque me sienta igualmente culpable por ello. Recuerdo siempre a mi hermano y a mi familia; añoro mucho la compañía de mi mamá.
12
Todo en la noche vive una duda secreta: el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.
Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos nada podemos contra la secreta ansiedad.
Xavier Villaurrutia
Está en duelo quien se duele de sí mismo ante lo que ha perdido,
sufre tristeza e indefensión, realiza constantemente actividades
que recuerdan o rinden culto al objeto, la imagen, la posición social
127
o a la persona fallecida y se mantiene en estado de dolor extremo
o postración.
Quien se duele de sí mismo, experimenta profunda vulnera-
bilidad, ira, confusión, desamparo, frustración, vergüenza, deses-
peración, desconfianza, insignificancia y vacío. Vaciamiento del yo,
diríase desde el psicoanálisis, considerando el vínculo indisoluble
que suele producirse entre dos personas comprometidas
afectivamente y el significado que ese vínculo ha tenido para
establecerse en la vida bajo principios de cierto orden y
participación. Esa pérdida del objeto amoroso colapsa el sentido de
la vida y ocasiona gran resentimiento por verse rendido y sometido
a la fuerza de la adversidad.
Para quien padece y permanece en esta condición mucho
tiempo, es posible que no exista posibilidad de consuelo, aún más,
cualquier intervención en esa dirección puede resultar contrapro-
ducente, ya porque se asume que nadie puede saber ni sentir lo
que esta persona sufre o, peor aún, si se adiciona culpa al
padecer, es posible que el silencio se instale y ello aumente
potencialmente, hasta el límite de la conciencia, un sentimiento
torturante susceptible de aumentar la intranquilidad hasta
convertirse en delirio.
Desaparece, incluso, la energía suficiente para continuar
viviendo. Es posible transitar por el delirio de la negación llamado
síndrome de Cotard y que Ramírez-Bermúdez (2010)25 denomina
burlas de la nada: confusión acerca de realidad-irrealidad, ausencia
de futuro o sensación de eternidad insoportable, exacerbación del
sentimiento de culpa, de ofensa y de humillación y exageración de
los temores.
25 Ramírez-Bermúdez, Jesús (2010): Breve diccionario clínico del alma. México: Debate.
128
Cuando existe la culpa como disparador del duelo, éste se torna
complejo, largo y difícil porque la culpa, remordimiento o
imputación se iguala con traición, incomprensión, descuido,
imprevisión, omisión e irresponsabilidad. Se lleva el dolor a la
instancia ética que cuestiona el deber ser como principio de honor
y verdad que se identifica con la estabilidad emocional de una
persona y la estructura moral de una sociedad o grupo. Es un
duelo complicado porque es doble: contra sí mismo y contra la
pérdida; es un duelo que busca perdón y por lo tanto se entrega al
sacrificio o venganza, pero, además, es un duelo que pregunta en
el mundo exterior qué, quién o quiénes son los responsables.
Dice Patricia:
Me siento culpable por ser irritable, por sentirme cansada siempre, por no ser como los demás lo demandan, y todo este sufrimiento se desató después de la muerte de Ricardo. No puedo aceptar que mi hermano haya muerto. No he podido llorar con nadie la desolación que me invade. No quiero ni puedo reconocer y hacer consciente esa realidad. Las primeras semanas, buscaba a mi hermano en cada patrulla que veía pasar. A casi dos años del suceso, todavía lo hago y me resisto a ver un policía, una patrulla o a pasar por algún lugar que frecuentaba Ricardo porque es irrefrenable mi llanto y malestar. Entre los miembros de mi familia, cada quien vivió su miedo, su dolor o duelo de forma independiente. Solo una vez, recuerdo que mi padre nos abrazó a los hijos sobrevivientes e hizo la promesa de que estaríamos unidos. Esa unión no existe, como familia no nos tenemos a nosotros mismos. Mi esposo ha insistido que busque
129
ayuda, pero no lo he hecho y tampoco puedo expresar las razones de esta apatía y desidia.
Dice César:
Pienso que mi hermano Erick todavía no ha muerto, sino que se fue de vacaciones y en cualquier momento volverá, para que las cosas regresen a ser como antes. Ese pensamiento lo compartí con mi madre en los primeros seis o siete meses. Ahora han pasado dos años y ya nadie habla de Erick. El tema de su muerte está prácticamente cancelado y cada familiar lo sobrelleva de la mejor forma. Puedo ir al panteón o escuchar que me hablan de la muerte de mi hermano, pero de todos modos no lo acepto porque esa es una cruda realidad que no logro aceptar, a pesar de que recuerdo todo lo sucedido como si hubiera ocurrido ayer. No he pedido ayuda para calmar esta angustia, aunque creo que la necesité y la sigo necesitando. Los amigos me buscan y me han apoyado pero, en ocasiones, soy yo quien no quiere hablar o salir con ellos. Muchas veces me han dicho y yo repito la gastada frase: “hay que echarle ganas a la vida y salir adelante”, pero todavía no encuentro la motivación que me lleve a tomar decisiones y riesgos.
130
13
Hay alguien en mí que acaricia la vida dondequiera que vaya
Walt Whitman
Cuando el duelo se asume sin culpa, el sufriente llega a restablecer
su vida cotidiana en menor tiempo y puede alojar con afecto y
tranquilidad recuerdos placenteros acerca del vínculo que mantuvo
con la persona fallecida. Es un camino pedagógico de autognosis
que libera la angustia en busca del bienestar personal y de grupo.
Paracelso decía que para sentir el dolor, solo es necesario un
cuerpo físico dotado de los órganos de los sentidos, pero que, para
conocer el dolor, se necesita del cuerpo invisible que es lo que
cada persona es cuando reflexiona.
Consecuentemente, el duelo es un estado del ser humano por
el que parece producirse una transformación cultural importante.
Creencias, ceremonias y rituales que se constituyen en
regularidades de la vida cotidiana de una persona o grupo, dejan
de tener importancia a partir de la muerte de uno de sus miembros
y pueden entrar en conflicto existencial cuando todo aquello que
ofrecía sentido y dirección a la vida parece desvanecerse.
Gran parte de la energía vital que se deposita en las relaciones
humanas, tiene como punto de arranque, las ideas sustantivas que
el mundo convencional (cultural) ha creado. Trastocado este
mundo, irrumpe la violencia del cambio no deseado y el ser
humano queda a merced, únicamente, de su fuero interno. El duelo
por la muerte de un ser querido requiere de una fuerte inversión
psíquica para reconocer-acatar la pérdida y, al mismo tiempo,
131
reconstruir el mundo interior extraviado 26 . Una subjetividad
alternativa (una nueva identidad e intimidad) tendrá que producirse
para hacer frente a la emergencia.
Dice Ulises:
Durante dos semanas hubo dudas (ilusión) de que Diego no hubiera fallecido. Tuve la impresión de que en cualquier momento algo o alguien me confirmaría que todo había sido un error y vería que Diego se encontraba entre nosotros. Después de ese período ya no tuve ilusiones. Revisé la propuesta de las fases del duelo de Elisabeth Kübler-Ross y analicé cada punto. Racionalmente podía aceptar que Diego había muerto, pero emocionalmente no. Era muy difícil seguir las pautas religiosas de mis padres y percatarme a cabalidad del estado de sufrimiento en el que se encontraban. Poco a poco la certeza de que Diego había fallecido resultó incuestionable. Así que me mantuve reflexionando sobre qué era lo más útil y conveniente para retomar la vida a pesar de lo sucedido. Acompañé a mis padres a los ritos y ceremonias religiosas aun cuando eso implicaba una fuerte contradicción con mis creencias laicas. Al lunes siguiente de su muerte reinicié mis estudios y actividades cotidianas como un esfuerzo por enfrentar el dolor que sentía por haber perdido a mi hermano y por la desolación y desesperación que advertía en mis padres. Reflexionando, me di cuenta que a pesar de todo yo seguía teniendo sueños y estaba obligado a cumplirlos, porque nadie más lo haría en mi lugar. No tengo mundo mágico ni religioso, pero de repente siento miedo ante el
26 Freud, Sigmund (1917). “Duelo y Melancolía”. Tomo XIV, p.235-254. Argentina: Amorrortu.
132
reflejo nocturno de una luz sobre la ventana que dibuja las varillas del techo que Diego utilizó para anudar la soga. Actualmente, ya no busco explicaciones y pienso que lo sucedido pudo ser un accidente. Al platicar con un primo cercano, me comentó que Diego le había dicho que le gustaría saber qué se sentía en el momento de morir. Diego era una persona independiente que no gustaba de ser aconsejado. Así que pienso que él hizo su experimento y las consecuencias, desgraciadamente, fueron fatales.
133
CAPÍTULO III APRENDIZAJE Y COMUNICACIÓN
¿Mamá, por qué es tan difícil extrañar a alguien?
Darinka (6 años de edad)
El duelo, como terrible pesar, se va suavizando aunque nunca
termina, si acaso se transforma en una gran nostalgia con cada
recuerdo. Comenta Daniel:
Cada hermano-hermana en duelo sufre, pero puede ayudarse cuando toma decisiones a su favor, cuando puede reconocer que los hermanos son los seres que mejor se conocen a sí mismos y entre sí, cuando podemos recordarlos con la alegría de haberlos conocido y cuando reconocemos que un hermano es el ser más grandioso y majestuoso que podemos conocer; y bueno, todo eso implica también, una gran responsabilidad. Tanto dolor también educa y refuerza lo que los padres mostraron en otro momento. Otorga una dimensión especial al amor, entendido como el afecto que se siente a sí mismo a partir de lo que se comparte en la vida con los demás. Yo aprendí el amor a los peces y la naturaleza por el cuidado que mi padre tuvo para mí; de mi madre aprendí a mejorar el mundo con nuestras acciones y de mis hermanos aprendí la alegría de la libertad y con ellos me hice la persona que soy. Amo a mi esposa y a mis hijos, a toda mi familia; pero, también amo despertar cada día, cumplir propósitos y tener ilusiones. De modo que la muerte no puede sino fortalecer lo aprendido y conducirnos a ser mejores personas. Con la muerte de Israel aprendí que aunque ahora seamos uno menos, seguimos siendo la familia fuerte y unida que siempre hemos sido.
134
Pedro aprendió que la familia es una red con múltiples conexiones
emocionales y afectivas, pero que son los componentes
espirituales y morales los que más apoyan el ánimo y alivian el
sufrimiento. Menciona que con el tiempo, el duelo se va trans-
formando en nostalgia y aunque se sigue llorando, ya no es igual,
pierde fuerza y se torna pasivo.
Con la muerte de Javier, Coral pudo darse cuenta cabal de que
su hermano:
Representaba mi mitad, mi parte opuesta, el desparpajo, la felicidad total, la diversión, el desequilibrio que me hacía equilibrarme; esos eran los sentimientos que compar-tíamos y nos unían más. Javier era una persona muy noble y ése es un elemento que intento aprender y explorar a partir de ese ejemplo que me dio.
Recuerda a su hermano con nostalgia, pero también con inmenso
amor. Ahora sabe que el vínculo con Javier es más indestructible
que nunca.
Es importante buscar la presencia de personas que estén
dispuestas a acompañar el duelo y permitan el desahogo. Comenta
Coral:
Es divino imaginar que uno se va librando de tanto dolor poco a poco, aunque jamás desaparezca y solo vayan cambiando los sentimientos que lo acompañan. Los recuerdos cuando son hermosos logran suavizar tanta tristeza, por ello, en vez de llorar debemos agradecer el tiempo que se compartió. No pude impedir lo que sucedió, pero sí se puede recordar con alegría la vida del otro ya que tampoco tendría ningún sentido olvidar.
135
Para Deyanira el recuerdo de “Maribelita” se ha ido esfumando de
su vida. Dice Deyanira:
Dejó de ser un ángel en mi vida. Ahora entiendo que un hijo es eternamente amor y eso se mantiene entre los padres independientemente de la muerte del hijo; pero eso no tiene que ocurrir igual entre los hermanos. Yo creí que tenía que quererla solo por ser mi hermana, pero poco a poco esa obligación se ha ido transformando hasta quedar solamente una historia bonita y nada más. No obstante, no deja de representar una competencia, inexistente como un ser en sí, pero al fin una especie de presencia perfecta, una competencia idealizada. En cambio, mi hermano me significa amor, compañía, solidaridad, paz, tranquilidad, realidad y felicidad. Su presencia es el más grande estímulo en mi vida y su nacimiento fue lo mejor que ocurrió en mi familia.
Para Luciano ha sido difícil llorar con los familiares, pero sobre
todo con su mamá. Ante ella, se impone el deseo de protección y
trata de evitar cualquier aflicción adicional a la que ya padece por
la muerte de uno de sus hijos. Toda persona cuando sufre debe
buscar protección, y los amigos, señala Luciano, representan un
“cuarto acolchonado” donde se puede amortiguar el golpe y evitar
hacerse daño. Con ellos se puede hablar, llorar, escuchar,
reflexionar y sentirse protegido. Enumera otras recomendaciones:
136
• No tomar decisiones importantes
• Cuidar y limitar la capacidad de autodestrucción que cada uno posee
• Fortalecer los ideales personales
• Constituir o fortalecer la relación de pareja procurando que la vida en común sea mutuamente estimulante y rica en posibilidades de desarrollo individual y de pareja
• Aprender a ganarse el perdón de los demás.
Con la muerte de sus hermanas, Barby perdió un ejemplo a seguir
y un ideal que cumplir. Padeció la tristeza por la ausencia, pero
aprendió a vivir sin el agobio de la culpa. Fue limitando la
arrogancia de creer que ella podía contener el dolor de sus padres
y el propio. Se dio cuenta que la vida no es lineal sino más bien es
azarosa e indescifrable. Hubo que enfrentarse a la imposición de
recuerdos, a otro presente y a otro futuro que ya no tuvieron
ninguna posibilidad de ser elegidos al margen de la experiencia
trágica.
Reconoció que en el “viaje” o en la “distancia” también se
hallan estímulos para reflexionar y ordenar los pensamientos. Que
la responsabilidad de los hijos frente al duelo de los padres es
limitada, pero que cada persona elabora su duelo mejor si se
acompaña de la familia. Aprendió que el duelo es un proceso tan
complejo que requiere de la energía amorosa, la comunicación y el
empeño de todos los miembros de una familia. Agrega:
Todavía no sé si voy o vengo con mi duelo, pero creo que la ira y la tristeza por la ausencia de mis hermanas son para siempre. No importa si hoy digo que soy muy feliz y mañana me doy cuenta que sigo atorada en el duelo porque sufro, pienso en ellas y no me resigno a ver sus
137
nombres en una lápida. Tal vez, así me suceda el resto de la vida, pero ahora más que problema es un camino.
En breves comentarios reflexiona:
• Es fundamental agradecer el tiempo que se compartió y guardar la memoria de mis hermanas. La muerte las arrancó de mi lado, pero jamás de mi pensamiento
• Es útil hablar de la experiencia, externar y compartir el dolor y esto debe constituirse en una obligación moral de la familia
• Los padres pueden apoyarse entre sí para sanar sus heridas
• Podemos romper con Dios pero de poco sirve. Podemos viajar y eso ayuda porque el aire se torna más ligero, las miradas ajenas no escudriñan nada y no hay lástima de nadie.
• Ninguna explicación es suficiente pero alguna, a veces, consuela
• Ante el cansancio atroz que nos produce el dolor y la orfandad, solo la fuerza moral ayuda
Comprender que la vida y muerte de alguien depende de
numerosas circunstancias que van más allá de la enfermedad, el
accidente o la voluntad es un aprendizaje largo y difícil. Kathy ha
tenido que lidiar no solo con la idea de la muerte, sino también con
el problema profundo e insondable que representa el azar y el
accidente. Esto lo ha meditado desde la experiencia de la muerte
de Vyvy y lo volvió a editar al enfrentar la muerte de Jenny.
Kathy ha recibido apoyo psicológico pero, en su opinión, este
recurso no se ha encaminado a resolver el duelo por las hermanas,
más bien, el principal problema que ella ha tratado de resolver (con
138
apoyo, sin apoyo y desde siempre), es su posición frente a la vida
Dice:
Creo que es muy difícil opinar desde la perspectiva de los “normales” qué significa padecer una condición física anormal, y yo he tenido que aprender a vivir con ese conflicto toda mi vida, pero ahora entiendo, perfectamente, que la limitación física no es todo lo que soy como persona, y esto va más allá de la sola reflexión porque alcanza también mi espíritu. Es necesario aceptar que se tiene el derecho a vivir. Es un desafío existencial porque nacer o morir no es problema y eso cualquiera lo entiende, pero el cuándo y cómo te mueres ese sí que es un problema; y la forma como cada persona tiene que llevar a cabo su misión de vivir es un asunto serio.
Es evidente que Kathy ha tenido que transitar un largo camino de
autocomprensión al evaluar la pertinencia y alcance que tiene
nuestra vida en el contexto personal, familiar y social. Comprender
que la muerte no selecciona a nadie. Ocurre y ya. Que vivir o morir
no es asunto de merecimiento, sino que es el azar lo que lo
determina. Que resulta fundamental valorar lo que cada uno es y
se tiene para sí mismo.
Parece obvio que entre los miembros de la familia exista
compromiso, amor, comprensión, solidaridad, etcétera; no
obstante, siempre será poco el esfuerzo que conduzca a resaltar
las cualidades de cada integrante. Es necesario que se abran
todos los canales de comunicación para valorar a cada uno en su
condición y esfuerzo.
139
Prosigue Kathy:
A la familia nos lastima mucho la muerte de mis hermanas, necesitamos decir todavía muchas cosas. Los padres en duelo deben platicar sus experiencias y ayudarse mutuamente, pero los hermanos en duelo también. Entre padres e hijos se debería hablar directamente acerca de lo que sienten y creen que se debe hacer. Es importante valorar cualidades y defectos de los que aún están vivos y los que ya murieron. Lo que significaron mis hermanas solo lo supe a partir de su muerte y no quiero que eso vuelva a suceder, me he comprometido a valorar siempre a cada integrante de mi familia y también quiero que me valoren a mí. Me gustaría seguir hablando de mis hermanas con mi familia.
Entre otros aspectos importantes para atender el duelo, se
encuentra el de regalar las pertenencias de los que han muerto
para que los hijos que sobreviven no se sientan afligidos y
confundidos y para que en las casas circule una energía diferente y
más ligera. “Los recuerdos no están en las cosas, dice Kathy, su
lugar es el corazón”. Finalmente, sugiere que la ayuda psicológica
debe proporcionarse cuantas veces sea necesaria porque las crisis
regresan y existe la urgencia de volver a establecer el equilibrio
emocional.
Por su parte, Karla aprendió que la muerte es ausencia de la
persona con la que ya no se puede compartir nada. Siente pavor
solo de imaginar que alguien más de su familia pueda morir, sin
embargo, comprendió también que la muerte de Martín ha sido una
llamada de atención que le obliga a valorar la vida de modo
distinto. Aprendió que cada miembro de la familia forma parte de
140
un rompecabezas y que son los hermanos las piezas más
semejantes de una unidad particular. Reconoce que entre sus
hermanos ha aprendido valores tales como respeto, protección,
fraternidad y solidaridad.
Trata de mantenerse en actividad constante y “vivir el día a
día” con la mayor responsabilidad sobre la crianza de sus hijas
para educarlas en el amor y el respeto. Menciona:
No debemos faltar ni fallar a nadie con quien se mantiene una relación amorosa. Constantemente hay que hablar de nuestros respectivos sentimientos. Ahora comprendo y siento la necesidad de expresar el amor a mi hermano Raúl, a mis padres, a mi esposo Sergio, a mis hijas y a mis sobrinos Raúl, Mauricio, Diego y Patricio. Me he hecho el propósito de que mis hijas también puedan expresar este bello sentimiento entre ellas y con toda la familia.
Algunos hermanos han detectado eventos extraordinarios e
inexplicables que solamente pueden ser atribuidos a algún tipo de
energía que existe después de que alguien muere, por ejemplo:
llamadas telefónicas o correos electrónicos extraños que piensan
pueden relacionarse con esa energía.
Ahora se puede entender que la muerte es inesperada y que
apreciar lo que se posee se constituye en una tarea de todos los
días. De poco a poco Raúl va retomando todas las actividades
cotidianas y ha ido sumando otras, por ejemplo, ampliar su margen
de lectura, ser más reflexivo y realizar paseos por el Bosque de
Tlalpan, que es un parque donde Martín se ejercitaba.
En opinión de Raúl, es fundamental que los medios de
comunicación proporcionen información completa, correcta y
verificable, pues el daño que causa la difamación y la mentira es un
141
acto de inmoralidad que lesiona gravemente a las familias.
Raúl sugiere que se puede capitalizar la experiencia a partir de
mantenerse “más abierto” al mundo y sus circunstancias. Recuerda
que cuando regresaba de su viaje a San Diego, una persona le
regaló el libro El poder de la cábala de Michael Laitman. Libro que
le dio herramientas para reflexionar y darse cuenta de que es
necesario aceptar la vida tal y como se presenta tratando de ser
consciente de su naturaleza finita y azarosa, para buscar y cultivar
aquello que proporcione tranquilidad y confianza.
Todavía está por avanzar en la celebración de su cumpleaños,
pues Martín y él cumplían años en la misma fecha, ambos nacieron
un 3 de marzo. No obstante, ha iniciado con su familia nuclear una
pequeña mención y celebración, sobre todo porque los niños
desean abrazar al padre, así como él mismo desea abrazar y
festejar el cumpleaños de sus niños y esposa. En ese sentido,
“también realizamos un altar para Día de Muertos y adornamos la
casa para la Navidad.”
Es importante cultivar el recuerdo de nuestros seres queridos
dando prioridad a los actos buenos y hermosos que se
compartieron. Para Raúl es fundamental juzgar a los otros
por las cosas buenas que hayan realizado en el pasado y por las
que realizan en el presente, y “respetar el nombre y apellido de
cada persona” porque ese es el patrimonio más valioso de una
familia. Concluye Raúl:
Quiero dar un mensaje a mis padres, diciéndoles que los amo y que estoy esperanzado en que encuentren armonía, tranquilidad y consuelo en el curso de este proceso doloroso.
142
Con toda certidumbre y firmeza expone Ulises:
Nadie entiende a nadie y cada persona debe aprender a valerse por sí misma, pues aun entre los miembros de la familia (padres y hermanos) no es posible establecer, y menos imponer, reglas de cómo comportarse frente al duelo. Cada quien debe ganarse o perder el derecho a vivir la experiencia con sus propios referentes intelec-tuales, recuerdos, sentimientos, amistades y contextos sociales. Frente a la muerte de un ser querido se antepone la responsabilidad de volver al orden de la vida, aunque es importante reconocer la importancia de hablar y expresar los sentimientos, ideas y conflictos entre los miembros de una familia, respetar los puntos de vista de cada uno y evitar la imposición de creencias, ritos o ceremonias.
No obstante, eso no quiere decir que Ulises no se preocupe por el
sufrimiento y la relación con sus padres, sino que, no admite la
obligación del sacrificio, culpa o castigo. El amor, dice: “son actos
concretos, no palabras” y si se pretende la unidad familiar, se debe
practicar el respeto, la condescendencia y la búsqueda de
equilibrios que permitan la libertad de pensamiento, la demos-
tración de afecto y la solidaridad desde lo que cada persona es y
puede dar.
Iván refiere que a partir de la muerte de Oscar, aprendió que
los seres humanos estamos inermes frente a la muerte y que ésta
forma parte del destino de cada ser humano, es decir, que uno se
muere “cuando le toca”, cuando en el orden del azar ya no se
tienen más opciones. La presencia de su novia Viridiana ha sido un
verdadero bálsamo para aliviar su pena, así como la red de amigos
143
fue fundamental para comunicarse y sentir protección. Aprendió a
disfrutar con mayor intensidad la vida, a desafiar y aventurarse a
experiencias nuevas, valorar lo que se tiene, conocerse a mayor
profundidad, ser consciente de su propia identidad y a luchar por
no sufrir.
Amante de los animales, adoptó una perrita de comporta-
miento social y alegre, que le recuerda “aquella forma de ser de su
hermano,” y la convivencia con la cachorra le ayuda mucho.
“Soy de acero y a mí no me pasa nada”, era una frase con la que Oscar y yo nos transmitíamos ánimo y nos hacía sentir invencibles. Esa frase la recuerdo para evitar el temor a vivir y para alcanzar nuevas metas, por ejemplo, la búsqueda de la libertad, entendida como búsqueda del ser y el hacer consciente de la vida a través del respeto y la tolerancia.
Hay frases que deberían pensarse más a la hora de dar un
pésame. A Iván le produjo gran malestar que le dijeran “cuida a tus
padres” o, “yo sé lo que estás sintiendo.” El duelo es personal e
intransferible y el que lo sufre busca compañía pero no quiere ni
espera escuchar comparaciones. Concluye Iván:
No existe ninguna guía para seguir un duelo. Los rituales ayudan, pero lo más importante es dejar salir los sentimientos entre los miembros de la familia. La unidad familiar es esencial y los límites entre padres e hijos deben ser firmes y mantenerse, evitando la sobreprotección y promoviendo el diálogo maduro. El olvido es la única muerte real.
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Rocío aprendió a valorar cada instante de su vida a partir de la
desgracia. Descubrió que la dignidad y el honor de una persona se
gana cuando se convierte en protagonista consciente de su destino
y olvida su condición de víctima. Se tornó más empática y amable
en su área de trabajo. Se acercó a sus padres con gran solidaridad
y sensibilidad. Reconoció sus debilidades, decidió vivir con mayor
humildad y ha ido aceptando, con gratitud, la ayuda que se le
brinda.
Rocío señala:
Queda el miedo en la conciencia y no se puede volver a ser la misma persona. El cambio es muy notable. Pero si Toño nunca se quejó de nada, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros?
En la casa de padres en duelo, todo parece relacionarse con la
muerte del hijo/hija y, en ocasiones, los padres no llegan a valorar
en su justa medida la presencia de los hijos vivos. Parece que no
pueden percatarse de que los hermanos pierden a su contraparte
pero, a veces, también sienten que pierden a sus padres, lo que les
hace vivir una doble orfandad.
Dice Rocío:
Todo el tiempo y toda la vida de mis padres están enfocados a buscar a Toño. No cuidan a nadie, ni siquiera a ellos mismos. En mi casa está instalado el duelo y parece lo único importante. Sin embargo, es una pena que no podamos aprender a honrar la vida gozando lo que se tiene, sin idealizar y sin despreciar. Honrar la vida es buscar la paz, significa cuidarse, ser altamente efectivos
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en nuestro trabajo, procurar a nuestras amistades y apoyarles en sus requerimientos, conocer gente, disfrutar un paisaje, divertirse aun sin ganas, amar y que te amen; defender nuestros derechos, festejar los días de celebración colectiva, valorar cada día lo que se tiene, ser mejor persona y mejorar la calidad de cada instante vivido.
Quien ha padecido la muerte de un hermano puede comprender a
otro semejante en la misma condición, aunque es importante decir
que la experiencia personal es incomparable. La agresión que
sufrió Doris es algo que no se puede comprender a cabalidad y
Abraham espera influir en otras personas para evitar la violencia
contra las mujeres.
Piensa que la familia debe ponderar el apoyo a sus hijos como
el valor más importante del vínculo afectivo, pues los jóvenes
necesitan sentir y cultivar la compañía, la conversación, la
confianza, y el ejemplo de los padres es definitivo. Comenta:
Aprendí que es cierto aquello que la gente dice: “La vida cambia en un segundo”. A mí me ocurrió así, con la muerte de mi hermana algo de mi vida se fue. Ahora, voy tomando decisiones al contra golpe, busco autonomía e indepen-dencia económica. Quiero forjarme como un hombre digno de valor y reconocimiento por parte de mis padres. El recuerdo de mi hermana me alienta. Creo que cultivar la espiritualidad es un buen camino para sentirse mejor. Ojalá que alguna vez toda la familia nos demos la oportunidad de hablar sobre nuestro duelo, será bueno desahogarnos juntos.
Patricia vive angustia y miedo constante y piensa que,
posiblemente, eso será para el resto de su vida. No se atreve a
plantear que puede ser feliz, y el futuro solamente le representa
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preocupación y temor de que alguien más de su familia pueda
morir. Asegura que no puede ser afectuosa con nadie, aunque su
pequeña hija, que sí lo es, la motiva a cambiar esa “actitud fría y
distante” que la caracteriza, según sus propias palabras.
Considera que ha existido, desde siempre, gran distancia entre
los miembros de la familia, pero a raíz de la muerte de Ricardo esa
distancia se ha tornado abismal, con el añadido de que cualquier
comportamiento que afecta o altera la vida cotidiana de la familia
es altamente criticado. Por ello, “es mejor simular que no sucede
nada y que cada quien se enfrente solo y desamparado al silencio.”
Se dio cuenta que el hermano fallecido (Ricardo) era el ser
más importante para sus padres. Eso también le ha dolido
profundamente, porque sabe que ella y su hermano César, “no
tienen valor” para los afectos de sus padres, y por ello sabe que
ningún esfuerzo por ofrecerles consuelo o recibirlo de su parte,
“puede ser útil”. Ella busca a sus padres, pero a la inversa eso no
ocurre jamás. Pareciera que ella no existe o importa “nada o muy
poco” para su familia.
No obstante, Patricia quiere intentar cambios y trata de
demostrar un poco de afecto con sus hijas, su esposo y su
hermano. Una de sus niñas, mirando la foto del tío, le preguntó:
“¿Mamá, por qué es tan difícil extrañar a alguien?”
Patricia ha pensado mucho en la pregunta de su hija y
recomienda que ningún hermano reprima su dolor, siendo
preferible reclamar antes que callar. Para ella es fundamental que
la familia se una y se ame, se acompañe y platique. Que los padres
reconozcan a cada uno de sus hijos, los valoren y les hagan sentir
amor, protección y compañía pese a cualquier circunstancia.
César, por su parte, ha podido distinguir que su hermano
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mayor era como un padre que cumplía funciones complejas con
respecto a él. Podía ser su hermano cuando se provocaban y
peleaban por cosas insignificantes, y también podía ser su padre
cuando ejercía su autoridad y convivía como su hermano mayor:
Era mi padre cuando yo lo necesitaba cerca y me cuidaba, aconsejaba, daba dinero, invitaba a paseos y estaba pendiente de mis estudios. Era mi hermano cuando yo le llamaba por su apodo (Cocos) y podíamos discutir y hasta pelear.
César se ha dado cuenta que esa doble apreciación no solamente
era personal sino que la compartía el clan familiar al considerar a
Erick Ricardo como el “guardián” de todos, con el que existía
apertura, comunicación, consejo, apoyo y acompañamiento
incondicional.
Resaltar estas cualidades del hermano ha sido resultado de su
ausencia, pero ahora también ha aprendido a valorar a las
personas que conviven con él. Estar más atento a las necesidades
de los demás, escuchar y convivir con la familia, procurar el
bienestar de las hijas de su hermano, evitar conductas de riesgo
que alteren la tranquilidad de sus padres, son, entre otras cosas,
aprendizajes y compromisos que van más allá de la vida corta e
incierta. César piensa que “si acaso” su hermano lo puede ver,
quiere que se sienta orgulloso de los cambios emprendidos.
Para Gabriela, un hermano es el mejor regalo de la vida y la
valoración que de él se hace es independiente de los padres. Este
postulado de Gabriela es muy interesante porque dota de una
cualidad particular la relación de los hermanos, en el sentido de
que la convivencia entre sí los constituye en una estructura sólida y
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rica en particularidades; los transforma en círculo, unidad,
participación y logro. Lo refiere así:
No son los padres quienes hacen hermanos a los hermanos, son los hermanos los que se construyen entre sí, se cobijan, se acompañan, se apoyan y se quieren. César me mostró una forma de ser en la vida que tiene que ver con la entereza, la entrega desinteresada y la alegría por vivir; su muerte me dejó este aprendizaje como lo más importante y trato de seguir este ejemplo. También he aprendido que la muerte es ausencia física, pero la podemos sustituir con la presencia espiritual. Es importante aceptar la compañía de los que están a nuestro lado, pues su presencia y amor desinteresado puede cobijar nuestra soledad. Por ello, agradezco al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia Flores Michel” el apoyo que le proporcionaron a mi madre en los momentos más difíciles.
Finalmente, comenta que los amigos y familiares deben poner
atención a los hijos o hermanos de la persona que fallece, pues los
padres no son los únicos que se duelen y necesitan ayuda. Ella
padeció mucho la muerte de su hermano, incluso sufrió un
desmayo durante el sepelio, pero su mamá no se enteró, porque su
duelo era lo más importante y significativo en ese momento.
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CONCLUSIÓN Hemos documentado en este libro, los testimonios de jóvenes que
perdieron a un hermano o hermana, las condiciones de la muerte y
el proceso doloroso de enfrentar la vida de un modo distinto.
Fueron múltiples los cambios que tuvieron que afrontar, no
obstante, el dolor de sus padres constituyó uno de los problemas
más graves porque no encontraban la forma de paliar ese
sufrimiento que hacía, con el propio, sinergia.
Como se menciona en el prólogo, el dolor ante la muerte se
mezcla con ira hacia las circunstancias, las instituciones, el país y
todo lo que pudo contribuir con la muerte prematura del hermano.
En estos testimonios destaca el sufrimiento, la no aceptación, la
crisis emocional y existencial contra “el destino” y todo posible
culpable. ¿Por qué a mi hermano y no a mí? ¿Por qué no estuve
más tiempo con él? ¿Por qué no lo ayudé cuando lo pidió o
necesitó? ¿Para qué vivir, si la muerte no respeta esfuerzos ni
proyectos ni edad ni nada?
Es muy serio cuando el impacto de la muerte trastoca el
sentido de la vida, y la propia existencia se torna en pregunta
enérgica sobre los afanes y proyectos que se habían formulado,
cuando el tiempo parecía una línea recta, y el ideal sobre “la
verdad” y “lo posible” ocupa escenarios de lo cotidiano porque se
hace urgente constatar la sustancia de cada día. Ser testimoniante
importa, porque actualiza las preguntas y renueva las respuestas y,
en ese sentido, la perplejidad conduce por los caminos de la ética y
la responsabilidad.
Agradezco profundamente la disposición de padres e hijos
para lograr estos propósitos de la comunicación humana.
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Agradezco a Zita B. Chao Ebergenyi por su invaluable presencia y
entusiasmo para encontrar en la cooperación un modo de hacerse
grupo y tarea. A Margarita Lagarde por su asesoría metodológica.
Agradezco la lectura, comentarios y sugerencias de: Sandra
Treviño Siller, Luiza Pizeta, Hilda S. Torres Castro y Socorro
Estrada Navarro. Su conocimiento, acompañamiento y profesiona-
lismo hicieron posible la urdimbre para tejer estas historias.
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