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Hermandad del Santo Cristo de la Reconciliación y Paz, y Nuestra Señora de los Dolores

Triduo en honor a Nuestra Señora de los Dolores Parroquia de San Juan de Dios (Medina Sidonia, Cádiz), del 14 al 16 de septiembre de 2018

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PRIMER DIA DEL TRIDUO Lectura del santo evangelio según san Juan (3,13-17): En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» Te saludamos, bienaventurada Reina de Cielos y tierra, Madre de Dios y madre nuestra, Nuestra Señora de los Dolores. Ilustrísimos miembros de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Reconciliación y Paz, y Nuestra Señora de los Dolores. Miembros de la familia parroquial de San Juan de Dios de Medina Sidonia. Queridos todos hijos de Dios y de María.

Hemos proclamado en el Evangelio las palabras del Señor referentes a su sacrificio salvador en la Cruz: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” El Señor hace referencia al acontecimiento profético de la primera lectura, cuando, por culpa de las críticas de desconfianza en Dios del pueblo escogido mientras andaba por el desierto, unas serpientes les picaban y morían. Reconociendo su culpa, Moisés intercedió ante Dios, que le mandó que fabricara un estandarte con forma de serpiente y que todos los que lo miraran con fe, se salvarían de las terribles picaduras, y los que fueran picados, no morirían.

Cristo elevado en la Cruz es verdaderamente quien nos consigue la Reconciliación y la Paz para los que hemos sido picados y envenenados por el pecado que nos ha hecho enemigos de Dios y hemos perdido la relación de paz con los hermanos. Que acertado es el titular de esta bendita



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hermandad del Barrio: Reconciliación y Paz. Reconociendo nuestro pecado, recibiendo su perdón tal como Cristo ha dispuesto, en el Sacramento de la Confesión, y contemplando con los ojos de la fe y con los del alma la preciosa y santa imagen de Cristo Crucificado, el Señor nos devuelve la Paz porque nos reconcilia con el Dios a quien hemos ofendido y que tanto nos ama, que no solamente da su vida por nosotros sin merecerlo, sino que nos da esa misma vida divina suya para que vivamos eternamente con Él y como Él.

Hoy nos dirigimos a ti, Señora y Reina de nuestras almas. La Hermandad del Barrio ha confeccionado este bello trono con esfuerzo, ingenio y amor. Te ha colocado, Madre, en lo alto, para invitarnos a todos a ponerte en lo alto de nuestras mentes, de nuestros corazones y de nuestras vidas. Queremos vivir estos tres días de triduo dedicándolos a ti, teniéndote más presente en nuestro día a día de una manera más intensa y especial, elevando nuestro corazón a ti más a menudo, diciéndote cosas bonitas, diciéndote jaculatorias que salgan del alma, contemplando con más amor las imágenes que, en la casa y en la calle, nos recuerdan tu cercana presencia.

Contemplando esta bella imagen tuya, vestida tan preciosa, adornada con tanto acierto, nos damos cuenta de que nos miras desde lo alto. ¿Desde dónde nos miras, Madre bendita? ¿Desde las alturas del cielo? ¿Desde la superioridad de tu posición de Reina? No. Hemos visto y meditado cómo tu hijo Jesucristo ha sido elevado y levantado en la Santa Cruz para que todos los que le confiesen y miren con fe se salven, ¿desde dónde nos miras, Madre Dolorosa, si no es desde las mismas alturas de la Santa Cruz, desde el lado mismo de Cristo Crucificado?

Nos gusta mirar esta imagen, Madre, porque tienes vueltos a nosotros tus ojos misericordiosos, porque nos miras desde la Cruz de Cristo.

Por un lado, tu rostro maternal nos dice: “¿Qué has hecho, pobre pecador, con el hijo de mis entrañas? ¿Por qué rechazas, mundo cruel, a este Dios que te ha amado tanto? ¿Por qué sigues ofendiendo a quien te



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ama como nadie te amará jamás, a quien te ha creado, a quien te ha dado la vida, el único que te puede dar la felicidad que de verdad desea tu corazón y que nadie más te puede dar?”

Pero por otro lado, tu rostro maternal también te dice: “Acércate, ven, sube aquí conmigo, al pie de la cruz. Esta Cruz en la que está clavado mi Hijo es la tuya: son tus pecados, son tus decepciones, son tus luchas, son tus dolores. Mi Hijo las ha hecho suyos, se ha clavado en ellos por amor a ti, y los quiere transformar con su poder en gracia y en vida. No tengas miedo de aceptar tus cruces de cada día, porque yo, tu Madre, también estoy contigo. Quiero darte consuelo, quiero darte fuerzas, quiero darte esperanza. Porque esta Cruz y los dolores que sufro por ti y que ofrezco al Padre como se ofrece mi Hijo, Dios los transformará un día en resurrección, en vida, en reconciliación, en paz. Porque yo soy la Virgen de los Dolores, y donde hay cualquier dolor que sufran mis hijos, yo estoy allí mismo, a su lado. No hay dolor ni sufrimiento escondido o manifiesto en este mundo que yo no conozca, porque soy la Reina y Señora del Cielo y de la tierra; no hay alma sufriente en el mundo a la que no ofrezca mi consuelo, porque soy Madre. Conozco perfectamente tus dolores y tus penas. Conozco tu corazón roto y agotado cuando lloras amargamente en silencio y a escondidas porque no puedes más. Déjame caminar a tu lado el camino de tu vida, y yo te mostraré el camino del Cielo. No puedo prometerte hacerte feliz en esta vida, pero sí que prometo hacerte feliz en la otra. Te quiero con toda mi alma, hijo mío. Mi corazón está tan lleno de amor por ti, porque Dios ha llenado mi corazón con el amor infinito y eterno con que Él te ama. Prométeme que no ofenderás más a mi Hijo, y que corresponderás a su amor. Mírame y siente cómo te amo.”

Ahora, con los ojos puestos en nuestra Madre, levantando nuestros corazones hasta donde está ella, consagrémonos a su protección poderosa e imploremos su amorosa misericordia y el perdón del cielo diciendo:

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.



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SEGUNDO DIA DEL TRIDUO

Hoy, como es su día, te invito a rezar conmigo esta contemplación poética y espiritual de los Dolores de Nuestra Señora.

La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión, y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.



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Lectura del santo evangelio según san Juan (19,25-27): Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

Te saludamos, bienaventurada Reina de Cielos y tierra, Madre de Dios y madre nuestra, Nuestra Señora de los Dolores. Ilustrísimos miembros de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Reconciliación y Paz, y Nuestra Señora de los Dolores. Miembros de la familia parroquial de San Juan de Dios de Medina Sidonia. Queridos todos hijos de Dios y de María.

Toda la familia de la Iglesia Universal a la cual pertenecemos, los que estamos en la tierra, los del purgatorio y los del Cielo, honramos a la Madre de Dios en su advocación de Nuestra Señora de los Dolores.

Hoy también en el Cielo, los ángeles y los santos le han hecho para ella un trono de gloria. Alguien podría pensar que el trono de la Virgen en el Cielo quizá sería más esplendoroso que el que ha confeccionado para este año la Hermandad del Barrio. Pero nuestros valientes hermanos quieren competir en afecto y en cariño a la Virgen con cualquiera, porque sabemos que es lo que la Madre ve y valora más. Y nos invitan y nos mueven a todos nosotros a quererla y honrarla más y mejor.

Dice el evangelio de hoy que Juan tomó a María como algo propio. Por eso, el día de hoy, quiero pedirle a la Señora que ella misma se dirija a ti y a mí en un diálogo de amor. Pídele mucho, porque ella es la poderosa Reina del Cielo y de la tierra. Pídele sin miedo, con atrevimiento y valentía. A la Virgen le gusta que sus hijos sean exigentes. Pídele que ponga en tu corazón más amor. Que te sugiera un propósito, algo muy concreto, para que tu vida sea más santa, más propia de los hijos de una Madre como ella.



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Pídele conmigo. Yo le pido que arranque de mi alma ese vicio que me tiene esclavizado y que no me deja ser libre. Que sane mi orgullo y mi soberbia con la que siempre juzgo a los demás. Que arranque de mi lengua la mentira cobarde, la crítica y la murmuración, y que arranque de mi corazón la envidia. Que purifique mis pensamientos sucios que parece que me van a hacer un poco más feliz, pero al final me dejan tanto vacío por dentro. Que me libre de la pereza y de perder el tiempo, de la precipitación y del desorden. Que me cure la cobardía de fijarme más en lo que piensan los demás de mí, que en lo que Dios piensa de mí, y ella me haga más valiente. Que me libre de creerme bueno y santo, incluso mejor que los demás. Le pido que quiera más a su Hijo, mi único Salvador, que me deje llenar más de Él y de su misericordia en el Sacramento de la Confesión y en la Eucaristía. Quiero dar una alegría a mi Madre con el propósito de hacer de una vez una buena confesión, y no abandonar por nada la Misa los domingos, porque es el alimento que necesita mi alma para luchar contra el mal y evitar sus engaños que tanto me entristecen.

Mira hoy a tu Madre y pregúntale: “Madre mía, ¿qué quieres de mí? ¿Cómo puedo hacer para ser mejor?” Pregúntale sinceramente, porque ella siempre responde. No tengas miedo de su respuesta, que seguramente será exigente, porque tu Madre te toma muy en serio, y porque siempre su respuesta va acompañada de: “…y yo estaré contigo, a tu lado, luchando y animándote. Sé valiente. Confía cada día en mí, tú y yo, y los dos con mi Hijo, lo conseguiremos”. ¿Acaso no es eso lo que ves esa invitación en la expresión de su cara preciosa y en el gesto de sus manos delicadas y benditas?





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TERCER DÍA DEL TRIDUO

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Te saludamos, bienaventurada Reina de Cielos y tierra, Madre de Dios y madre nuestra, Nuestra Señora de los Dolores. Ilustrísimos miembros de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Reconciliación y Paz, y Nuestra Señora de los Dolores. Miembros de la familia parroquial de San Juan de Dios de Medina Sidonia. Queridos todos hijos de Dios y de María.

En el evangelio que hemos proclamado, vemos a Jesús en espontánea conversación con sus apóstoles mientras iban de camino. No nos dice de qué estaban hablando, pero en un momento determinado el Señor les pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Y cada uno va diciendo lo que ha oído decir a la gente. Luego les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Una pregunta directa a sus corazones. Silencio. Pedro es el más atrevido: «Tú eres el Mesías.» A continuación, Jesús les habla de qué tipo de Mesías es realmente, que seguramente no es el tipo de Mesías que



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ellos pensaban: triunfante, admirado, convincente, poderoso, fuerte, aclamado por todos, que infunde temor a sus enemigos y que castigaría a los malos. Quiere corregirlos. Los apóstoles verán con sus propios ojos y con hechos quien es realmente Jesús. Mesías poderoso en la verdad y en el amor, de un amor tan grande y tan enorme como el que nadie nunca ha visto ni podría nunca concebir, que se carga sobre él los pecados del mundo y de la historia y que paga la culpa de los pecadores con su propia vida, que perdona hasta el sacrificio de su propia sangre, que siempre da una oportunidad al pecador para que se convierta y viva.

Como los apóstoles con Jesús, nosotros nos hemos reunido hoy con María. Desde su trono de amor, te mira y te dirige también la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?”

¿Qué responderías? No valen las respuestas de catecismo aprendido. ¿Quién es realmente la Virgen para ti? ¿Qué significa en tu vida? ¿Quién es para ti de verdad?

Como los apóstoles que tenían una idea equivocada de Jesús, tú y yo quizá también tengamos una idea equivocada de María.

De la misma manera que Jesús demostrará con hechos quién es y se dará a conocer, una buena pista del conocimiento de quién es María también está en sus hechos.

Me encanta volver a rememorar y meditar los hechos de María que cuentan los evangelios. La Madre que engendra al Hijo de Dios. La que está al pie de la Cruz, en el momento más grande de la historia, y que nos es dada por Madre. La Mujer que anima continuamente a la Iglesia Primitiva con sus palabras, sus recuerdos y su oración. La que Asunta al Cielo es nuestra protectora e intercesora principal.

Pero hoy quiero preguntarte quien es la Virgen Santísima para ti. Quien dices tú que es ella. Qué relación tienes con ella, y qué relación tiene ella contigo. Qué le dices cuando le rezas, y qué te dice ella cuando oyes su voz en el silencio de amor de tu oración más íntima.



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Si alguien te preguntara quién es la Virgen para ti y lo que supone en tu vida, ¿qué le dirías? Puedes hablarle de tus sentimientos, claro que sí. Pero también podrías hablarle de hechos. Por eso te invito a repasar tu propia historia, y descubrir cómo ha actuado tu Madre en tu vida. De qué peligros te ha salvado o te ha prevenido. Qué gracias te ha concedido. De qué males te ha salvado. Cuantas gracias de consuelo y esperanza ha derramado en tu corazón en momentos concretos tan difíciles que has tenido.

Pídele a la Virgen un conocimiento más profundo de cómo ha actuado maternalmente en tu vida, incluso de manera concreta en circunstancias concretas. Redescubre su presencia en tu vida. Las madres son tiernas, pero a veces deben ser valientes y firmes para el bien de sus hijos. Seguro que a veces la Virgen se te ha mostrado con ternura, pero sin duda a veces te ha exigido y se ha mostrado firme contigo. Quizá incluso se ha enfadado un poco contigo o quizá te ha reñido. Esta es la verdadera María, que te ama como eres pero que te desea mejor.

Por eso, hoy te invito a darle gracias. Este tercer día del triduo, te invito a que sea tu particular acción de gracias a Nuestra Señora no solamente por lo que conoces que ha hecho en tu vida, sino también a darle gracias por las veces que ella ha estado ahí, y no te has dado cuenta. En el Cielo nos daremos cuenta de las veces que en esta vida ella te ha protegido sin tú saberlo, de las veces que ha intercedido por ti sin tú pedirlo, de las veces que te concedía las gracias que verdaderamente necesitabas cuando tú pedías otras. En el Cielo nos daremos cuenta de lo que ha supuesto en nuestra vida su amor de verdadera Madre.





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