H.B. Pattskyn - Encantado

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Encantado ©H.B. Pattskyn, 2013. Publicación: Web: http://www.helenpattskyn.com Año: 2013. Traducido por: Linda Pérez. Portadas: Realizada por FreeBooks Traducidos con imágenes que están de libre descarga en la web. Esta es una historia de lectura libre, y se contó con el expreso permiso de la autora para ser traducida al español, y tal como la original, brindársela a los lectores sin ningún cobro. Les invito a visitar la web donde están siendo traducidos al español libros gratuitos o historias gratuitas, de una manera completamente legal ya que se contará con el permiso de los autores de cada uno de ellos para hacerlo: http://freebooksinspanish.blogspot.com/.

De igual manera, les invito a comentar su opinión sobre cada historia o libro traducido, que con mucho gusto se las haré llegar al autor de cada historia. Por otra parte, para aquellos que deseen disfrutar la lectura en su idioma original, les dejo el enlace donde podrán hacerlo, una web propia de la autora de este libro: http://www.helenpattskyn.com ¡Los estaré esperando!

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o hablas en serio de quedarte en una noche como

esta, ¿verdad? —El tono de Sylvia dejaba a entender que no podía creerlo y hasta rozaba la

mordaz.

—¿Hmmm? —El hombre sentado detrás de la mesa grande y desordenada, frotó su nuca con una mano. Sin embargo, a pesar de

sus mejores esfuerzos, los nudos continuaban ahí. Había oído las

palabras de su ama de llaves, pero no procesó completamente su

significado. Quedarse esta noche, o algo así. Oscar tomó un sorbo de café. —¿Podrías ser un amor y traerme una taza fresca de café?

—Por encima de su cabeza, el ventilador de techo zumbaba y se tambaleaba, haciendo poco para refrescar la habitación.

—¿Qué tonto toma café caliente en este tiempo?

Esbozó una débil sonrisa. —Yo, supongo.

—Dr. Tenpenny, mi turno termina a las seis de la tarde

—Sylvia le recordó ásperamente.

—¿Hmmm?

—Son casi las siete y media.

—Oh. —Miró hacia arriba, no al reloj sino a la mujer de pie en el umbral de su oficina. En lugar del vestido de algodón blanco que

solía llevar, Sylvia Barton llevaba una falda de flores brillantes y una camiseta amarilla que dejaba ver su vientre. La figura de la joven no

era lo que la mayoría de los europeos consideraría ideal: no era delgada aunque tampoco era lo que él llamaba obesa. Sin embargo,

claramente ella no se avergüenza de su cuerpo. Le gustaba eso de ella o tal vez sólo le tenía cariño. Sylvia había sido su ama de llaves

y compañera desde hace casi cinco años.

—Voy a ir por mi café.

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Sylvia puso los ojos en blanco. —¿Por qué no vienes conmigo

más bien?

—¡Tengo el doble de tu edad! —«Y soy tu jefe».

Se burló. —Eres diez años mayor que yo, muchas gracias, y no eres mi tipo —añadió con una sonrisa—. En serio, Oscar, te

haría bien alejarte de todo esto. —Hizo un gesto con la mano hacia la pila de papeles en su escritorio—. Puede ser que incluso

conozcas a un buen hombre.

—Dudo que haya algún hombre por aquí que quiera

conocerme.

Suspiró, pero no discutió. Antes de irse, Sylvia le dio otra taza

de café y abrió las persianas, dejando que la fresca y dulce brisa de la noche perfumada después de viajar con el río, entrara,

claramente esperando que lo sedujera para hacerle cambiar de opinión.

*****

oras más tarde, Oscar Tenpenny todavía estaba

clasificando papeles. No importa la forma en que los mirara, no podía hacer que cuadraran. No había manera

de resolver un problema sin que apareciera otro. El pueblo de la Orilla —ahora más una pequeña ciudad— estaba creciendo. Las

personas necesitan viviendas, querían coches para carreteras, lo que significaba que necesitaban hacer modificaciones,

construcciones, lo que a su vez significaba más puestos de trabajo y más dinero... y entonces, la gente iba a desear casas más

grandes y mejores coches. En teoría, era fácil pagarle a hombres para que talaran árboles y despejaran el camino para crear nuevas

carreteras y usar la madera para construir casas. Pero talar árboles desequilibraría el ecosistema ya frágil y aunque la compañía en la

que trabajaba era para la limpieza de la tierra y construcción de carreteras, también se facturaba como «verde», al menos para los

accionistas.

O tal vez sólo estaba siendo cínico. Tenían un buen historial. No se avergonzaba de su trabajo o la empresa que le pagaba.

Oscar se sentó y se frotó la nuca de nuevo, la taza de su café vacía.

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Sus hombros y el cuello le dolían. Infiernos, todo su cuerpo le dolía.

Su mirada se desvió a la fotografía enmarcada en su escritorio. Gavin se había ido hace un poco más de cinco años. A veces

parecía una eternidad y otras veces, como ahora, se sentía como si fuera ayer que había enterrado a su amante, a su pareja. Su mejor

amigo. —Dios, te echo de menos. Sabrías cómo solucionar este problema —dijo a la foto. Por lo menos, Gavin habría sabido qué

decirle, cómo hacer reír. Entonces tal vez sería capaz de pensar claramente.

Oscar caminó hasta la ventana y miró al río oscuro que

lentamente corría junto a su casa después de atravesar todo el

pueblo y la selva a los alrededores. Estaba tranquilo... lo que era

extraño. Casi siempre había un boto solitario, un delfín de río, jugando cerca del muelle a pocos metros de su ventana. Un animal

curioso que se le había acercado la primera vez que fue a nadar, y luego se alejó de nuevo, como una colegiala asustada, haciéndolo

reír.

En los últimos meses, se habían vuelto más audaces. Oscar todavía no había reunido el valor para tratar acariciarlo, pero, muy a

pesar de Sylvia, disfrutaba de alimentarlo. Se sentaba en el extremo del muelle y tiraba trozos de pescado a su boto favorito cada vez

que iba a visitarlo, lo que últimamente era a diario. Sabía que siempre era el mismo, un delfín rosa pálido cuya cabeza y espalda

estaban moteadas con manchas de color gris.

—Supongo que no tienes hambre esta noche —reflexionó en voz alta Sylvia tenía razón acerca de que sólo venía por la comida

gratis.

De otra dirección, Oscar escuchó... ¿una guitarra? La melodía era suave, pero sonaba como si estuviera cerca. Curioso, intentó

ver en la otra dirección. El camino a la ciudad estaba a oscuras y vio sólo lejanas luces parpadeantes del pueblo que quedaba más

allá de la selva. Había un festival, y eso era a lo que Sylvia había intentado convencerle que fuera. No tenía idea por qué existía ese

festival. Gavin era quien se interesaba por la cultura local. Dondequiera que fueran, no importa a qué parte del mundo, Gavin

se empapaba de todo; compraba cualquier cosa, hasta las baratijas hechas por artesanos que se habían vuelto sus amigos.

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Cientos de adornos indígenas estorban en las estanterías de

su casa en Londres. Oscar no había estado allí el tiempo suficiente como para preocuparse qué hacer con todo eso.

La música se hizo más fuerte, alejando sus pensamientos del

pasado y trayéndolo al presente. Tal vez Sylvia tenía razón, tal vez debería salir de casa esta noche. El mundo realmente no se iba a

acabar si iba por un momento a la ciudad. Su estómago rugió, recordándole que su cena había sido tres tazas de café y un pedazo

de pan tostado. —Está decidido, amigo. Primero una ducha, luego una cena en la ciudad. —Estuvo a punto de sonreír.

*****

ecién duchado y afeitado, y vestido con una camisa de

algodón azul claro y unos pantalones de color caqui, Oscar salió de su pequeña casa y consideró sus

opciones para llegar a la ciudad. Era dueño de un jeep, pero en realidad, el pueblo estaba sólo a una milla. En la casa, el aire se

sentía pesado, estancado y húmedo. Afuera todavía estaba húmedo, algo que siempre ocurría, debido a que venía de atravesar

un bosque… aunque cuando la brisa acariciaba el río, era genial. Diferentes sonidos llenaban la noche, hecho por insectos que

zumbaban y diferentes animales Un pájaro solitario cantaba. El coro dejaba a la Sinfónica de Londres avergonzada.

La primera vez que le había tocado que caminar por la selva

en la noche, Oscar estaba aterrorizado. Había saltado por cada sonido, cada sombra. En aquel entonces, no salía, ya fuera de día o

la noche, sin un arma, y ciertamente no era el único. Ahora, Oscar salía desarmado y atravesaba el bosque casi sin pensarlo dos

veces. Había poca probabilidad de encontrarse algo en el camino que no fuera más que su propio miedo.

En sus pies llevaba sandalias y en la cabeza tenía un

sombrero de paja que su hermano le dio antes de que se fuera a Brasil, hace unos meses. —Te hará lucir un poco más nativo

—Alfred había dicho con una sonrisa maliciosa. El sombrero le hacía parecer un turista rubio y los dos lo sabían, pero no era como

si le importara. Oscar era casi dolorosamente británico. Alto, un poco acuerpado —realmente tenía que pasar menos tiempo en su

escritorio—, con las características clásicas de uno: una nariz que

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era quizás demasiado grande, una boca demasiado grande... Ahora

que lo pensaba, ¿qué le había atraído a Gavin de él?

—Tú eres el amor de mi vida... y tu nariz no es muy grande —Gavin le había reprendido a menudo.

Y... lo oyó de nuevo, esa guitarra. Sonaba un poco más fuerte

esta vez. Más cerca. Pero el camino entre la casa y la ciudad estaba tan oscuro, que no vio al hombre sentado al lado, jugando,

hasta que casi estuvo encima de él. Oscar se detuvo en seco.

El hombre levantó la vista y sonrió. La camisa debajo de su

chaqueta de lino blanco era de color rosa pálido. Ojos pardos se

asomaban por debajo del ala de su sombrero. Su piel parecía a la de un nativo, su cara espolvoreada con pecas, pero sus rasgos

exóticos y el pelo negro y espeso que caía en rizos sobre sus hombros eran típicos de los nativos. Era imposible adivinar su edad,

podría tener entre diecinueve y treinta y cinco. Cuando sonrió notó las sutiles líneas alrededor de sus ojos. Así que probablemente

estaba entre los veinte años. Volvió su atención de nuevo a la guitarra en su regazo mientras Oscar seguía mirándolo, paralizado

por la música y el músico.

Cuando la melodía cesó, el hombre le miró a los ojos.

—Um… perdóname... —Oscar balbuceó la primera palabra que le llegó a la mente. Su español era mejor que su portugués.

—¿Por qué? —El desconocido respondió en inglés. Su acento

podría haber sido español o portugués; era difícil saberlo a partir de dos palabras.

—¿Por ser curioso? —respondió. Sonó más como una

pregunta que una afirmación.

El otro hombre se encogió de hombros. Mientras continuaba mirándolo, se le ocurrió que el músico debería de recibir muchas

miradas lascivas, aunque no debería de estar acostumbrado cuando éstas venían de hombres. Sin embargo, si se sintió

ofendido, no lo demostró. Se puso de pie y se colgó la guitarra en su espalda. —¿Te diriges a la ciudad?

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—Sí. Um... ¿Te gustaría venir conmigo?

La respuesta fue acompañada por una amplia sonrisa. —Con

mucho gusto. Mi nombre es Angelino. —Le tendió la mano.

Dado que el desconocido no había ofrecido su nombre completo, Oscar siguió su ejemplo mientras apretaba la mano

ofrecida.

—Oscar —Angelino repitió su nombre lentamente, poniendo énfasis en la segunda sílaba—. Me gusta ese nombre.

—Siempre lo he odiado. —Aunque tenía que admitir que le

gusta la forma en que su nombre sonaba cuando él lo dijo. Por otra parte, con esa voz suave y sensual probablemente haría que

cualquier cosa sonara bien.

—No creo haberte visto antes en la ciudad —dijo, ya caminando hacia las luces parpadeantes de la Orilla.

—No salgo mucho.

—¿Vives en la carretera, entonces? ¿La gran casa junto al

río?

Oscar se mordió una risa. Con cinco habitaciones apenas era grande, pero era más grande que cualquier otra antigua vivienda del

pueblo.

Angelino inclinó la cabeza, dándole una mirada curiosa. —¿He dicho algo gracioso?

—No, no, sólo que... sí, vivo en la carretera. —Dios, sonaba

como un idiota.

Pero Angelino se limitó a sonreír una vez más, no parecía importarle. Caminaron en un silencio amigable y poco a poco la

tensión comenzó a escurrirse de su cuello y de sus hombros.

—¿Qué haces? —preguntó de repente—. Quiero decir, ¿cuál es tu trabajo?

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—Nada de lo que quiera hablar. —Oscar lamentó su tono

amargo y sus palabras precipitadas cuando vio el efecto que tenían sobre su compañero—. Lo siento, no quería sonar como un patán.

Es que... hay días en que odio mi trabajo.

—¿Hoy fue uno de esos días? —No había burla en su tono.

—Sí.

—¿De qué quieres que hablar, entonces? —preguntó. Su tono era inocente que curioso.

Se encogió de hombros. —¿Y tú? ¿Qué haces?

—Toco —sonrió por encima del hombro a su guitarra.

—Eres muy bueno.

—Verdad. Pero gracias —añadió rápidamente.

—¿Eres de Orilla? —preguntó Oscar.

—No. Crecí más abajo en el río. ¿Tú eres de…?

—Inglaterra. Londres.

La sonrisa de Angelino se hizo más amplia. —Siempre me he

preguntado cómo es viajar al extranjero. Es emocionante, ¿no?

—Lo solía ser. Lo siento. No soy muy buena compañía en estos momentos.

—Eres una buena compañía, Oscar —dijo, amablemente—.

Si no deseas hablar, sólo podemos caminar. Es bueno tener compañía en una noche oscura.

Eso era cierto. —¿A dónde vas? —Oscar preguntó, tratando

de mantener la conversación para ser cortés.

—Ya te lo dije. A la ciudad.

—Quiero decir, ¿a qué?

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—Ah. Al festival. ¿Y tú?

—Sólo a conseguir algo de comer.

—¿Tienes un restaurante particular en mente? —Angelino le preguntó.

—En realidad no. ¿Alguna sugerencia?

—Si me lo permites, sí. ¿Quieres cenar conmigo? Um... es

decir, no quiero entrometerme si no soy bienvenido —añadió

vacilantemente.

—No, claro. Es bueno tener compañía para cenar.

Angelino parecía muy complacido por la declaración.

*****

or favor, Oscar —Angelino insistió, cuando llegó la

factura—. Este café fue mi sugerencia. Es justo que yo lo pague.

Oscar comenzó a discutir ya que dudaba que el joven músico

tuviera mucho dinero y la comida no era barata, por lo menos no para los estándares locales. Pero... —Sólo si me dejas pagar la

próxima vez.

Su sonrisa fue cálida y apreciativa. —Es una cita.

Esa palabra le hizo sentirse bien, a pesar que dudaba que el otro hombre en realidad se refiriera a una cita. Sin embargo, su

compañía era buena, tal vez mejor que buena. Hasta los momentos en que el silencio les había rodeado parecía cómodo, más como si

estuviera con un viejo amigo que con un desconocido.

Angelino fue tímido a la hora de hablar de sí mismo, pero animado cuando le preguntaba sobre sus viajes. El trabajo de Oscar

había hecho que recorriera toda Europa, América y Australia...

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—Me encantaría ver las cosas que has visto —Angelino le dijo

con nostalgia.

—Tal vez algún día lo harás.

—No —dijo con una sonrisa triste—. Nunca voy a viajar.

—Nunca digas nunca.

Angelino se encogió de hombros y cambió de tema.

Más tarde, cuando Oscar se encontró hablando de Gavin, se

sentía un poco torpe, pero a él no parecía importarle en absoluto.

No es que le hubiera dicho que habían sido amantes, sólo que Gav había sido su amigo y que había muerto en un accidente de coche.

La pérdida repentina había dejado un enorme agujero en la vida de Oscar. En su corazón.

Angelino le había hecho diversas preguntas, animándolo a

que hablara tanto, o tan poco, como quisiera.

Después que Angelino pagara por la cena, caminaron junto a la plaza. Ninguno le había pedido al otro que continuaran con esta

caminata, simplemente había sido le miraba mientras tocaba para una creciente multitud.

El joven tenía un verdadero talento. Las notas de su dulce

música llenaron el aire de la noche, silenciando a los espectadores. Y entonces Angelino empezó a cantar. Su aliento se atoró en su

garganta y cerró los ojos, dejando que la canción lo bañata, sin importarle que no entendía las palabras. Hablaba con fluidez

español, portugués y podía mantener una pequeña conversación con el idioma local, pero había docenas de idiomas nativos. Sin

embargo, se dio cuenta que no hacía falta entender la letra… La melodía, el tono de Angelino, transmitía su significado: no era de

romanticismo… o de desamor.

Era de esperanza.

La música se asentó más en la noche, los suaves murmullos de la multitud se desvanecieron y Oscar levantó la mirada para

encontrar a Angelino de pie delante de él, sus ojos avellana

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clavados en los suyos marrones. Sonrió y eso bastó para hacer que

Oscar se ruborizara y mirara nerviosamente alrededor. Las personas estaban al tanto de lo que sucedía, pero a nadie parecía

importarle que un hombre le cantara a otro. Pero entonces Angelino se volvió a la multitud, dejándolo sentado allí, con el corazón

latiendo en sus oídos y preguntándose qué había sucedido.

Después de otra canción, Angelino anunció que no cantaría más por esta noche... y se perdió en un mar de admiradores.

Tal vez, ya el joven talentoso no tenía tiempo para perderlo

hablando con él. Aunque no tenía ningún derecho, eso lo entristeció

y se dirigió a casa.

*****

uando Sylvia le preguntó qué quería para cenar a la

noche siguiente, Oscar la sorprendió diciéndole que iría a la ciudad por un bocado. —¿Por qué no te tomas el

resto del día libre? —agregó. Después de todo, una vez que iba a comer en su mesa —algo que no iba a pasar esta noche—, daba

por terminado su trabajo.

Sylvia hizo un pequeño gesto, pero no discutió. Tampoco hizo ningún comentario cuando se afeitó y se puso una camiseta limpia.

*****

ealmente no esperaba encontrarse con Angelino en la

cafetería donde habían comido la noche anterior. Quizás tenía la esperanza de hacer, pero realmente no

creía que fuera a suceder.

Y bienaventurado es aquel que no espera nada, porque nunca será decepcionado.

Terminó de comer y pagó su cuenta.

—Disculpe, señor... —Su camarero, un joven con acné, se le

acercó mientras se acercaba a la puerta.

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—¿Sí? —Le dio una mirada inquisitiva y se esforzó por ser

cortés. El hombre estaba claramente preocupado por algo, aunque no sabía por qué. El pueblo era pequeño, casi todo el mundo sabía

por qué estaba allí. Todo el mundo quería algo; todo el mundo tenía una opinión. Tenía una agenda que cumplir y lo sabía y apreciaba.

No necesitaba que se lo recordaran cada vez que salía de la casa.

—Sólo estaba... Mi hermana, señor... ella... se fue... hace dos años.

Sus cejas se fruncieron por confusión.

—Al río, señor.

Era evidente que eso significaba algo para el joven, un

significado que a él se le escapaba. —Está bien —dijo, con la esperanza que le diera más detalles.

—Su compañero... quien estuvo comiendo ayer con usted...

él... es desde el río, ¿no?

Oscar parpadeó. —Lo siento mucho, pero no entiendo.

—Es un encantado.

¿Encantado? ¿Qué demonios se supone que significaba eso? Si tenía problemas con su sexualidad, joder, no era como si llevara

un arcoíris en su camiseta o algo así. —Realmente no entiendo cuál es el problema.

—Señor, los que van al río nunca vuelven. O, si lo hacen, no

son los mismos.

Oscar parpadeó y frunció el ceño.

—Por favor, tenga cuidado, señor.

—Por supuesto —dijo y alejó de esa extraña conversación con un «buenas noches». No tenía ningún destino particular en

mente, pero pronto se encontró vagando por la plaza, pensando en el extraño camarero. No importaba la forma en que las viera, sus

palabras no tenían sentido.

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A menos que él pensara que el pueblo de donde venía Angelino estuviera más atrasado que este. Resopló. Había estado

en ciudades menos civilizadas que Orilla y los hombres de esas ciudades no le hubieran invitado a tomar un té. Diablos, ni siquiera

sabía si volvería a ver al hombre. Pero cada vez que escuchaba una guitarra, se detenía y escuchaba. Podía decir sin mirar que no

era Angelino. El hombre tenía una habilidad sin igual y mientras que no creía que tenía un oído excepcional para la música, sin duda

podía distinguir su música.

Después de una hora y media de vagar sin rumbo, decidió

que había sido más que suficientemente tonto por un día y se dirigió

hacia su casa. Tal vez algún día escucharía a Angelino cantando en la radio y podría decir que había conocido al joven cuando todavía

era un mariachi de las calles. No era tan bueno como una segunda cita, pero…

Y entonces lo oyó: una guitarra. Sabía que era Angelino.

Oscar siguió el sonido de la música hacia la orilla del río, para terminar en el muelle justo fuera de su ventana. Angelino estaba

sentado en el extremo del pequeño muelle, con un pie desnudo colgando en el agua, usando nada más que su sombrero y unos

pantalones de lino blanco mientras tocaba su guitarra. Su pecho desnudo era delgado pero bien definido, sus pezones eran oscuros

en su piel de oliva. Su cabello caía en mechones húmedos alrededor de sus hombros. Todas las cosas que había planeado

decir, si se lo hubiera encontrado en la ciudad, murieron en su lengua cuando el hombre casi desnudo comenzó a cantar. Era la

misma canción de la noche, aquella en ese idioma que no entendía. El calor subió a sus mejillas una vez más. Deseo se agrupó en sus

entrañas y Angelino levantó la vista y le sonrió.

Oscar cerró la distancia entre ellos, se quitó las sandalias y se sentó, dejando que sus pies se sumergieran en el agua caliente.

Los dedos del pie de Angelino rozaron su tobillo. ¿Un accidente? Era imposible decirlo, por lo que se obligó a no reaccionar, incluso

cuando el pie de Angelino rozó el suyo por segunda vez.

Cuando terminó la canción, dejó a un lado su guitarra. —Espero no haberte molestado.

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Oscar parpadeó. —¿Qué?

—Apareciéndome sin previo aviso, sin que me hayas invitado

a tu casa.

—No, en lo absoluto. De hecho, estaba en la ciudad con la esperanza de encontrarte —admitió, sintiéndose un poco

avergonzado.

Una mirada complacida se extendió por su rostro. Volvió a frotar su pie debajo del agua. Definitivamente no era un accidente.

—Cuando te fuiste sin decir adiós, temía haberte disgustado por mi

canción —explicó.

—No seas tonto. Tienes un talento increíble.

—Gracias. Significa mucho para mí que creas eso, Oscar.

—Realmente debes considerar conseguir un contrato de

grabación o algo así.

—Sólo canto para aquellos que me importan, o por diversión. Anoche... Anoche quería cantar para ti, Oscar. Quería que me

escucharas.

—Disfruté escuchándote. —Mariposas bailaban en su estómago mientras frotaba el pie de Angelino debajo del agua.

—Se está haciendo tarde.

Mierda. ¿Había cruzado una línea? ¿O simplemente había

leído mal las señales?

—Sólo quiero decir que tengo que estar en casa antes de la puesta de sol —Angelino le dijo suavemente—. Mi familia... es...

son protectores conmigo y no les gusta cuando me he ido demasiado tiempo.

—No estoy seguro de entender lo que quieres decir.

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—Quiero decir que esto es bueno. —Acarició de nuevo su pie,

su tobillo—. Pero prefiero darte un beso, si me lo permites. El tiempo es demasiado valioso como para desperdiciarlo.

—También me gustaría darte un beso. —Más de lo que había

querido besar a nadie en mucho tiempo.

Los párpados de Angelino bajaron, casi tímidamente mientras extendía la mano, rozando suavemente su mandíbula con sus

nudillos. Se inclinó y Oscar se reunió con el beso a mitad del camino. Los labios del joven músico eran suaves y gentiles.

Angelino se abrió más cuando Oscar trató profundizar el beso. No

pasó mucho tiempo, sin embargo, antes que empezará a luchar con

su lengua, caricias húmedas y profundas... Nunca se había sentido tan bien.

—¿Te gustaría entrar? —Oscar preguntó en voz baj , cuando

por fin se alejaron el uno del otro.

*****

Oscar pasó sus dedos a través del pelo oscuro del hombre acurrucado en sus brazos, dormido.

Angelino era... hermoso. Sí, muy hermoso.

Le dio un beso a la parte superior de su cabeza, sus labios

una vez más posándose en la masa ósea que se destacaba hacia la parte frontal. La había notado la primera vez que hicieron el amor,

hace cinco semanas. Un defecto de nacimiento, había explicado con resentimiento. Había una cicatriz fea en el medio de ésta, tal

vez la evidencia de un burdo intento de cirugía estética, pero Oscar no le había presionado para que le diera más información. Angelino

era terriblemente consciente de ese defecto. No importa cuántas veces le prometió que no era lo suficientemente grande como para

volverlo menos hermoso, Angelino siguió negándose a quitarse el sombrero cuando otras personas estaban alrededor. Se lo había

quitado sólo a regañadientes debido a Sylvia, pero no mucha podía negarse a hacer algo cuando ella se volvía insistente en el tema.

Oscar lo abrazó con más fuerza, protectora y posesivamente.

Tal vez en Londres, podrían conseguir un buen cirujano que le diera

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una mirada, que diera su opinión... Bueno, estaba creando sueños,

pero no podía evitarlo. Su trabajo en Orilla no iba a durar para siempre, sobre todo si las cosas seguían yendo tan bien como lo

habían hecho el mes pasado. Casi quería dejarle las planeaciones a alguien más, sólo para poder permanecer más tiempo.

Angelino no era el primer hombre que había tenido en su

cama desde que perdió a Gavin, pero era el primero que... le importaba. Un golpe directo a su corazón. Iba más allá de la forma

en que su cuerpo se sentía cuando dormían juntos, más allá de las cosas que le hacía, aunque demonios, ¡había pensado que estaba

muy lejos de la etapa en que podría alcanzar el clímax tantas veces

en una noche! Treinta y cinco años no era ser viejo, pero tampoco

era ser un adolescente.

Sólo que con Angelino, se sentía como uno. En su segunda cita, habían caminado a lo largo de la orilla del río, cogidos de la

mano, hablado... haciendo el amor durante horas bajo las estrellas. Angelino era insaciable, sensual.

También amable, gentil y generoso. Varias veces, Oscar

había sido testigo de todo lo que hizo mientras intentaba darle un consejo a un erizo que estaba en mitad de la calle.

—Puedo hacer que me entienda —le había dicho, cuando

Oscar le preguntó qué hacía. Luego sonrió y se encontró con su mirada.

Se perdió en sus ojos.

Angelino le hizo volver a la realidad cuando se inclinó para

darle un beso. —Tengo que irme pronto —dijo cuándo sus labios se separaron—. El sol casi se ha puesto.

—¿Por qué no te quedas? Podríamos desayunar juntos.

—Tengo que ir a casa. Además —le guiñó un ojo—, tienes

caminos qué construir. Si me quedo, sólo seré una distracción.

Era la misma excusa cada vez que le pidió que se quedara después de la puesta del sol y no es que no fuera cierto que iba a

ser una distracción. Realmente dudaba que lograría hacer algo si

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Angelino se quedaba todo el día. —¿Qué tal este fin de semana,

entonces? —propuso.

Angelino se sentó, mirándolo con curiosidad. —¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, ¿qué hay de pasar un fin de semana

conmigo? —Era demasiado para haber sobre que se mudara a Londres, pero unas vacaciones juntos, en algún lugar donde

pudieran salir, al aire libre, sería perfecto—. Estaba pensando que podríamos ir a Sao Paulo durante unos días. No es el resto del

mundo, pero... es un comienzo —añadió, esperanzado. Angelino

siempre le rogaba que le contara sobre sus viajes, y se sentaba a

ver con emoción todas las fotos que tenía en su portátil de otros países, de otras culturas. No se cansaba de ver películas europeas

o videos en Youtube sobre la Sinfónica de Londres. A veces se preguntaba cuánto del anhelo que tenía por ver el resto del mundo

se debía al ardiente deseo de viajar y cuánto a que simplemente quería irse de Orilla. Brasil era un país que aunque había aceptado

la igualdad LGBT, pero las ciudades grandes seguían teniendo personas homofóbicas. No tenía que preguntar para saber que

Angelino estaba tan dentro del armario, que podría haber visitado Narnia.

Sólo él no sonreía ante la posibilidad de viajar a Sao Paulo.

—Nunca podría permitirme un viaje a la ciudad, Oscar. El único dinero que tengo es el que gano tocando. Pero... si tienes que ir a

hacer algún trabajo... Voy a esperarte.

—No te estoy pidiendo que pagues el pasaje y no tengo que ir a trabajar. Quiero llevarte de vacaciones.

Angelino parpadeó, aturdido. —¿Harías eso por mí?

¿Pagarías… mi pasaje?

—Por supuesto que sí. —Se sentó y le dio un suave beso en la boca. Lo mantuvo allí, suavemente, tan cerca que podía sentir su

cálido aliento. Olía a lluvia fresca y a tierra verde. Cerró los ojos, inhalando profundamente. Cuando lo miró de nuevo, se encontró

con esos ojos avellanas que le miraban fijamente, como si estuviera tratando de decidirse—. No soy tan rico como crees que soy,

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Angelino, pero puedo llevarte a Sao Paulo durante unos días. Si

quieres ir…

Lamentablemente, negó con la cabeza y se apartó. —No puedo irme contigo. Tengo una familia...

—No puedes dejar que tu familia dicte cómo vives tu vida para

siempre. Sé que es duro. Soy de un pueblo pequeño, pero... —vaciló. A no ser… No quería ni pensar en esa posibilidad. Pero

tenía que saber—. Angelino, cuando dices «familia», te refieres a tus padres, ¿no?

—¿Qué? —Se volvió a mirarlo, el ceño fruncido por

confusión—. No. Tengo hermanos y una hermana. Primos.

—Me refiero a si tienes una esposa.

Se quedó en silencio durante demasiado tiempo, y su expresión era imposible de interpretar. Dolor, shock.

Culpabilidad.

Finalmente, negó con la cabeza, aunque no se encontró con

su mirada. —Tú, y sólo tú, ocupas mi corazón, Oscar.

—Eso en realidad no responde mi pregunta.

—Yo... tengo que irme. Lo siento. —Su tono de voz rompió el corazón de Oscar.

Angelino se deslizó de debajo de las mantas y empezó a

vestirse, sin dirigirle una mirada mientras se preparaba para irse. Esto era todo, pues. Estaba casado. Abrazó sus rodillas contra su

pecho, un millón de emociones jugando al tira y afloja en su corazón. Puede que no estuviera feliz en su matrimonio, es más,

podría ni siquiera gustarle a la chica.

Pero podría ser su mundo.

Puede que tuvieran hijos.

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En la puerta del dormitorio, Angelino se volvió. Parecía como

si su corazón también se estuviera rompiendo. —Quería decir lo que dije. Ocupas todo mi corazón, meu amor. Sólo tú. Durante

mucho tiempo... por tanto tiempo desde que te vi, con miedo de acercarme demasiado. Temía esto.

—Tú... no puedes vivir una mentira, Angelino. Cualquiera que

sea la verdad, lo que eres en realidad, en el interior, el verdadero tú, eso es lo que tienes que ser. Este es el siglo XXI, y no puedes vivir

para los demás, no puedes conformarte con ser el hombre que tu familia quiere que seas, si eso te hace infeliz. Hay un mundo ahí

fuera. Si quieres... —tragó saliva, pero el nudo en su garganta se

mantuvo—. No soy una persona que engañe a los demás, y no

puedo vivir con una persona así. —Nudos torcieron sus entrañas—. No soy rico, pero... pero podemos buscar a un abogado para que…

te libere… de tu familia. —Dios, sonaba como la peor clase de burgueses—. No tienes que quedarte allí si no quieres. Tienes

derecho a ser feliz.

La sonrisa de Angelino fue forzada y triste. —Estar contigo me ha hecho muy feliz. Pero el sol se está poniendo y me tengo que ir.

—No voy a verte de nuevo, ¿verdad?

No contestó. No tiene por qué.

*****

res días después, Silvia sugirió: —¿Por qué no te vas a

Sao Paulo de todas formas? Te has ganado las vacaciones.

Oscar se encogió de hombros y sacudió la cabeza. No estaba

interesado en irse de vacaciones.

—Sabes, no puede ser lo que piensas.

—No importa lo que piense. Todo lo que me importa es que... se acabó. —Decir las palabras en voz alta era como echar sal en

una herida abierta, pero nunca había sido el tipo de hombre que se alejaba de la verdad, incluso cuando era dolorosa.

T

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—Sólo han pasado un par de días —su ama de llaves ofreció.

—Conozco a un adiós cuando lo escucho, Sylvia.

—Está bien —cedió—. Es una hermosa mañana ¿Por qué no

te llevas tu portátil atrás y disfrutas la salida del sol? Te voy a llevar un poco de café.

—Por supuesto. —Había trabajo que hacer. Todo estaba

marchando bien y en un par de semanas, podría irse de Orilla. Tal vez fuera lo mejor.

Oscar se vistió y salió a la calle, pero no tomó su laptop. Su

trabajo podía esperar una o dos horas, al menos hasta que se tomara su primera taza de café. Caminó hasta el final del muelle, en

busca de su delfín. No estaba a la vista. Lo que sí encontró esperándolo en el final de su muelle fue una piedra de río, con un

trozo de papel doblado debajo. Se sentó, metiendo los pies al agua caliente y levantó la roca, antes de agarrar el papel, sabiendo que

era una especie de «Dear John». Un colgante de cuarzo rosa tallado cayó del papel hacia su mano. Era un colgante, estaba atado

a una correa de cuero.

Oscar la agarró con fuerza mientras leía la nota:

Oscar,

Mue Amor. My Love. No tengo esposa. No tengo hijos. Sólo

tengo una madre y un padre, hermanos y una hermana. Tías y tíos.

Primos.

Pero tienes razón, no puedo vivir una mentira. Te mereces

algo mejor que eso. Es por eso que estoy tan triste, por qué no

debo regresar contigo. No soy igual a ti, mi Oscar. Te puedo invitar

a mi mundo, pero eso te cambiaría y yo no deseo eso. Te quiero tal

como eres.

Estarás en mi corazón, siempre. Te has hecho un gran lugar

en mi corazón, y no lo cambiaría por nada. Por favor, no te olvides

de mí.

Angelino.

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—¿Dr. Tenpenny?

Oscar levantó la vista y vio a Sylvia mirándolo. Se secó las

lágrimas. No había llorado desde que enterró a Gavin, ¡apenas Angelino se lo merecía! No tenía derecho a llorar, no cuando esto

traicionaba... se sacudió. Gav de toda la gente le hubiera dicho que no lo estaba traicionando. —Estoy bien —mintió.

Sylvia dejó el café sobre la mesa y se sentó en los tablones

de madera. —Ya sabes lo que dicen en el mercado, ¿no? Sobre tú

y Angelino.

—¿Qué? —Como si le importara que todo el maldito pueblo

supiera que él era gay. Pero tal vez eso era a lo que se había referido al mencionar que no era como Oscar. Él no tenía por qué

preocuparse. Angelino vivía aquí. Tenía una familia a la que respetar aunque no tenía esposa.

Con cautela, su ama le quitó el colgante de cuarzo rosa de la

mano. —Tienen historias. Acerca de delfines. Los botos... Los encantados —agregó en voz baja—. Dicen que se puede distinguir

a un encantado de una persona normal por la masa ósea que tienen en la cabeza. Por el espiráculo. Es por eso que los habitantes del

pueblo sospechan de los hombres que se niegan a quitarse el sombrero.

Oscar se burló, la ira y el dolor coloreando su voz. —No estoy

de ánimo para un cuento de hadas, Sylvia.

—Todas las leyendas tienen algo de verdad, en alguna parte.

—Sí, y me puedo imaginar lo que yace en el corazón de esa basura… —Fue interrumpido por un destello de color rosa sobre el

agua. Oscar reconoció a su delfín pecoso, incluso a distancia, una distancia que parecía feliz de mantener. Se volvió hacia su ama de

llaves—. Lo siento, Sylvia. No quería hablarte de esa forma. Sé que estás tratando de ayudar.

Con una leve sonrisa, le colocó colgante alrededor de su

cuello y se excusó para ir a desayunar. Oscar no tenía hambre,

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pero sabía que después le iba a tocar hacerse su desayuno. Se

volvió hacia el río. El boto le miró a los ojos, fijamente.

Luego se sumergió y se fue.

Oscar no creía en los cuentos de hadas.

¿Verdad?

*****

a nueva carretera a la ciudad era buena, hecha en su

mayoría de materiales reciclados. ¿Quién habría

pensado que viejos neumáticos algún día harían carreteras? No era un pensamiento irónico, debido a que, en alguna

parte, Oscar sabía que alguien lo había hecho. Aparcó la bicicleta fuera del pequeño café donde él y Angelino habían ido a cenar y

entró en casa, con la esperanza... pero no estaba especialmente sorprendido cuando no lo vio. La noche apenas comenzaba. El día

era cálido y llevaba unos pantalones cortos y una camiseta, y por supuesto ese sombrero tonto que su hermano le había dado, el que

lo hacía parecer un turista. Escondido debajo de la camisa, el cuarzo rosa se sentía caliente contra su piel. Lo había colocado en

una cadena de plata cuando fue a la civilización, pero por lo demás, no se lo había quitado.

—¿Señor Tenpenny? —Un camarero le saludó con una

sonrisa extraña—. Ha regresado.

—Sí. —Buscó en su memoria el nombre del hombre, pero no podía recordarlo—. Mi amigo... —preguntó—. El de la guitarra...

—No, señor. No ha vuelto. Ni siquiera durante el carnaval.

Oscar pidió una mesa para uno solo, pidió su comida y una

cerveza, e intercambió una pequeña charla con el camarero.

Hace cuatro meses, había renunciado a su trabajo e hizo algunos viajes. Tenía cientos de dólares en horas de vídeos en su

ordenador portátil. Ni sus amigos ni familiares se habían sorprendido por su renuncia. Su hermano, Alfred, fue el primero en

señalar que nunca se dio tiempo para recuperarse adecuadamente

L

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de perder a Gavin. En lugar de llevar luto, había continuado con su

vida y enterrado en su trabajo. Sin embargo, se sorprendieron cuando tomó un puesto de profesor en Orilla; la demanda de

profesores de habla inglesa era mayor que nunca en la pequeña ciudad. No pagaban muy bien, al menos no en comparación con lo

que había estado haciendo, pero ese no era el punto. Ese trabajo lo llevaba de vuelta a donde quería estar. No importaba que su título

fuera ingeniero.

Comió, pagó la cuenta y agarró su bicicleta para pedalear hasta su casa. A mitad del camino, el viejo camino de tierra llegó a

ser demasiado difícil para continuar, y tuvo que desmontar y

caminar el resto del camino. Estaba casi feliz. Mañana se

encontraría con el propietario para ver el lugar que iba a alquilar, y esperaba que todavía siguiera siendo ese tranquilo y alejado refugio

que dejó hace un año. Según todas las apariencias, lo era.

Dejó su bicicleta en el porche y caminó alrededor de la casa, hasta el muelle, donde se quitó las sandalias y se sentó. En

cuestión de minutos, el resto de su ropa estaba sobre los tablones de madera, y saltó al agua que le llegaba hasta la barbilla. El sol se

ocultó en los árboles mientras nadaba. Se sentía bien estar de vuelta en el lugar que en su mente, o al menos en su corazón, era

su hogar. En qué momento empezó a pensar en Orilla como su hogar, no estaba seguro, pero desde que bajó del avión en Londres,

no podía regresar lo suficientemente rápido.

Mientras nadaba, observó la superficie del río, pero no vio nada, incluso cuando el sol se ocultó más en el cielo, el horizonte

empezando a oscurecerse.

Oscar estaba a punto de darse por vencido cuando un repentino destello de color rosa le llamó la atención.

El boto salió a la superficie, lanzando agua a través de su

espiráculo. Luego se sumergió de nuevo, pero se mantuvo lo suficientemente cerca de la superficie para que pudiera ver que

estaba nadando cerca. Se acercó hasta que sólo tenía que estirar el brazo y tocarlo. Tenía la piel de color rosa pálido y pecas grises.

Oscar se encontró con la mirada del delfín.

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Se perdió en ésta.

¿Creía en cuentos de hadas? Todavía no estaba seguro.

—No... Siempre habrá un lugar en mi corazón para Gavin —dijo seriamente. Antes de salir de Londres, había recorrido la colección

de adornos de Gavin. Había mantenido unos pocos, una pequeña caja, pero el resto lo regaló a sus amigos. A la familia de Gav. A la

gente que él había amado, la gente que lo amaba—. Pero sólo porque... simplemente porque lo amaba, eso no significa que no hay

espacio para otro hombre. Otro... otro amante. Otro mejor amigo.

El boto se sumergió en el agua oscura, una vez más,

desapareciendo en las oscuras profundidades. Después de un

momento, Oscar volvió a la orilla del río y esperó. Esperar era todo lo que podía hacer.

Por fin, una nueva forma salió a la superficie cristalina del río.

El crepúsculo cubría la selva con sombras, pero la luna se levantaba sobre los árboles, ofreciendo la luz suficiente para que

viera al hombre con una cara familiar, nadando hacia la orilla.

Angelino se detuvo antes de llegar a la costa, se detuvo antes de incluso llegar a las aguas poco profundas. —Una leyenda

indígena dice que no es seguro nadar en el río solo por la noche —aconsejó—. Hay monstruos en el agua.

—No creo en monstruos.

—¿No?

—No. —Oscar acortó la distancia entre ellos. Angelino aceptó

su abrazo. Lo besó y él le respondió, profundizándolo con una necesidad desesperada. Sus cuerpos respondían, como si

estuvieran recibiendo descargas eléctricas.

—Nunca puedo ser parte de tu mundo, mue amor —Angelino le recordó suavemente cuando se separaron—. Y no te voy a

adentrar en el mío.

—Entonces construyamos nuestro propio mundo. Aquí. En la orilla del río.

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Angelino lo miró un momento, buscando en su rostro. —¿Me

amas? —preguntó finalmente.

—Sí. Sí, te amo.

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@ gmail.com

elen Barbara Pattskyn vive con su marido y sus hijos (tanto humanos como cuadrúpedos) en un tranquilo suburbio de Detroit. Está trabajando en convertirse en una escritora a tiempo completo, así como continuar con su

trabajo como voluntaria e intentando encontrar tiempo para podar su jardín, ver las estrellas y continuar con la pintura.

e describe a sí misma como una narradora, una friki de la ciencia ficción y un ratón de biblioteca, introvertida pero no tímida. Sus trabajos favoritos (además de ser escritora) han sido pregonar tazas para zurdos en los festivales del

renacimiento de Georgia y Michigan y pintar cadáveres de poliuretano para Gag Studio. También era camarera, cortaba la tela y trabajaba como asistente de biblioteca. Si alguien le pregunta, describe su vida como «tranquila», pero incluso admite que cuando resume su vida en dos párrafos, de repente luce un poco más interesante.

isita su sitio web: http://helenpattskyn.com. También puedes contactarla a su e-mail: [email protected]

H

S

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