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La Ciencia Inexacta y Separada de la Economía Daniel M. Hausman Traducción Capítulos 1 y 2: Alejandro Francetich Capítulos 3 y 4: Leandro Gorno ( marzo 2002 )

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La Ciencia Inexacta y Separada de la Economía

Daniel M. Hausman

Traducción

Capítulos 1 y 2: Alejandro Francetich

Capítulos 3 y 4: Leandro Gorno

( marzo 2002 )

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1. Racionalidad y Traducción: Alejandro Francetich

la teoría de la utilidad

La Microeconomía retrata a los agentes individuales como agentes que eligen racionalmente. Muchas de sus generalizaciones que ofrece concernientes a como la gente elige son también indicaciones sobre como los agentes deben elegir racionalmente. Este hecho distingue a la economía de las ciencias naturales, cuyas partículas no eligen ni son racionales, y cuyas teorías no tienen similar dimensión normativa. Podría ser objetado que la plausibilidad normativa de la visión de la racionalidad implícita en la microeconomía es irrelevante a su corroboración empírica, pero vean capítulos 4, 12 y 15. Aquellos familiarizados con la teoría de la racionalidad tal vez deseen pasar superficialmente este capítulo, aunque la crítica de la teoría de la preferencia revelada en la sección 3 podría serles de interés.

¿Qué es elegir racionalmente? Esta es una vieja pregunta filosófica, y no una fácil de responder (Resnik 1987). Ya que hay muchos tipos de irracionalidad, y la noción misma de elección es problemática. Los economistas consideran la elección como surgida de restricciones, preferencias (deseos) y expectativas (creencias). Los economistas toman las preferencias como dadas y no sujetas a juicio racional. Pero las elecciones y conjuntos de creencias y preferencias pueden ser racionales o irracionales dependiendo de si son o no, en un sentido que discutiremos brevemente, consistentes. En lenguaje ordinario, no llamaríamos racional a quien elige pasar cada momento de vigilia calculando números. Pero en el sentido del economista de lo ‘racional’, el Sr. Número calificaría como enteramente racional.

1.1 Preferencia y Elección Racionales en Condiciones de Certeza

El modelo básico de elección implícito en la teoría microeconómica estándar y en muchas alternativas a ésta, toma la elección o acción de un agente A como el resultado de sus creencias, deseos o preferencias. La elección es racional cuando está determinada por deseos y preferencias racionales. Los economistas tienen comparativamente poco que decir sobre creencia racional. De hecho, en muchos modelos económicos, se supone que los agentes tienen perfecto conocimiento. Pero la incertidumbre no puede ser obviada, y, en circunstancias de incertidumbre, algo tiene que ser dicho acerca de la racionalidad de las creencias. Dejemos, no obstante, por el momento la discusión de la racionalidad de las creencias (hasta 1.4) y comencemos con circunstancias de completa certidumbre.

1.1.1 Elegir y Preferir Opciones Racionalmente

En el lenguaje cotidiano ‘preferencia’ es tomada como referencia al estado subjetivo de los individuos, que es reflejado en sus palabras y acciones, mientras ‘elección’ es ambigua entre deliberación subjetiva y su consecuente acción. Por razones que detallaré en la sección 1.3, tomaré a las preferencias como estados subjetivos para los cuales las elecciones, interpretadas como acciones, proveen evidencia falible.

Los objetos de las preferencias y las elecciones pueden ser muchas cosas diferentes. En la teoría de la elección del consumidor, son canastas de bienes y servicios. En un contexto más general, una opción es simplemente cualquier objeto de preferencia o elección. Puede ser un dispositivo en una ferretería o un cónyuge. Como las preferencias de bienes individuales dependen de que otros bienes uno tiene (un disco no es de mucho uso sin un tocadiscos), los objetos de preferencias deberían, en general, ser tomados como descripciones completas de estados del mundo. Pero algunas veces simplificaré y hablaré de la preferencia por una

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naranja antes que hablar cada momento de la preferencia por el status quo más una naranja.

Se considera que los agentes tienen preferencias racionales si sus preferencias son completas y transitivas, y que eligen racionalmente si sus preferencias son racionales y no existe opción factible que los agentes prefieran más que la elegida. Las preferencias del agente A son completas si para toda opción x e y, A prefiere x antes que y, y antes que x o es indiferente entre x e y. Las preferencias de A son transitivas si para toda opción x, y, z, si A prefiere x a y e y a z entonces A prefiere x a z; y si A es indiferente entre x e y, e y y z, entonces A es indiferente entre x y z.

Esta visión de la racionalidad puede ser considerada como muy débil, ya que los economistas toman generalmente la existencia de preferencias racionales como equivalente a la existencia de una función de utilidad y de elección racional como maximización de utilidad. Pero la existencia de una función de utilidad de valor real también requiere que las preferencias sean continuas en un sentido específico (ver sección 1.2.1).

Esta noción de racionalidad también le ha parecido a muchos como demasiado exigente. ¿Debe el agente A poder ordenar en rango todas las opciones factibles, o alcanza con que A pueda ordenar todas las opciones disponibles en el contexto dado? ¿Son la completa transitividad de las preferencias y la indiferencia necesaria o alcanza con que las elecciones de A nunca formen un ciclo? Tales debilitamientos de la teoría estándar de racionalidad tienen sus propios desarrollos formales, y uno puede probar una variedad de teoremas que relacionan estas varias concepciones unas con otras (Ver Sen 1971 y McClennen 1990, cap.2). Los detalles de estos desarrollos formales no son pertinentes aquí, pues la mayor parte de la teoría económica descansa sobre el simple modelo de racionalidad expuesto arriba.

Incluso, como explicaré en la sección 1.3, muchos economistas han querido eliminar las referencias a preferencias subjetivas y teorizar en su lugar en términos de elección solamente.

Con estas precauciones en mente, exploremos esta primera aproximación, pues, aunque la definición o modelo anterior de racionalidad es muy simple, es también poderosa y confusa no solo para los críticos de la economía, sino también para los mismos economistas ortodoxos. Entonces precaución y paciencia son esenciales aquí.

1.1.2. Completitud y Transitividad

La completitud simplemente afirma que los individuos pueden comparar todas las opciones. Algunos teóricos prefieren hablar de ‘comparabilidad’ de las opciones o ‘conectitud’ o ‘conexidad’ de las preferencias antes que de completitud, pero, cualquiera sea la etiqueta, lo que se está significando es simple. La completitud es obviamente una idealización, pues la mayoría de nosotros no tenemos un ordenamiento jerárquico estable de innumerables opciones1. Es evidente que, si preguntan si uno prefiere x a y, uno es con regularidad inclinado a decir ‘no sé’, y otras veces ‘no puedo ordenarlas’. ¿Cómo le habrían contestado a mi hijo de cinco cuando quiso saber si uno debería preferir o no manejar una máquina de arar antes que carga comercial? Mi respuesta, que no lo satisfizo, fue ‘no sé’.

En defensa de la completitud uno podría argumentar que tales dificultades no son importantes y no se aplicarían en casos de certidumbre. Pero no parece razonable sostener la defensa de la completitud sobre la presunción de certidumbre, ya que las situaciones de certidumbre son excepcionales2. Para mas sobre la completitud y algunas razones para

1 La defensa estándar a la completitud descansa una interpretación de las preferencias formadas por elecciones y será discutida más adelante. 2 Uno puede preguntarse si la completitud es requerida para la racionalidad aún en condiciones de certidumbre o no. Si me preguntaran cuál de mis hijos preferiría que fuera sacrificado, podría no estar dispuesto a decidir. Pero tales dificultades no son tan prevalecientes ni amenazantes para la teoría como las más monótonas que son ubicuas en circunstancias de certidumbre.

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cuestionar si debería o no considerarse como condición de racionalidad o incluso como una generalización empírica aceptable de las preferencias reales de la gente, ver sección 12.4.3.

Es evidente que un astuto experimentador podría, con series de elecciones entre pares de opciones lo suficientemente largas y complicadas, encontrar intransitividad en las preferencias de todos. Pero me parece que tal error craso no pone más en duda a la transitividad como requerimiento de la racionalidad que un error de cálculo pone en duda a la aritmética. En defensa de la transitividad uno también podría decir que, si nuestras preferencias fallan en ser transitivas, otros se burlarían de nosotros. Supongamos por ejemplo que prefiero x a y e y a z y z a x, y que empiezo poseyendo z. Entonces debería, en principio, estar dispuesto a pagar una tarifa por cada uno de los tres intercambios: cambiar z por y, y por x y x por z. Estoy luego nuevamente en donde partí, excepto que soy más pobre debido a las tres tarifas. Me he convertido en una ‘bomba (pump) de dinero’, y este argumento es conocido como el argumento de la bomba de dinero. Preferencias intransitivas parecen ser luego irracionales (ver Schick 1986 para una discusión crítica del argumento).

1.1.3. Independencia del Contexto

En la situación 1, A se enfrenta a una elección entre x e y. Supongamos que A prefiere x a y, y elige x. Con respecto a estas dos opciones las preferencias de A son completas y (trivialmente) transitivas. Así la elección de A parece ser racional. En la situación 2, A se enfrenta a una elección entre x, y y z. Supongamos que A prefiere y a z, z a x e y a x, y que A elige a y. En la situación 2, las preferencias de A son completas y transitivas, y A elige la opción más preferida. Así que A elige racionalmente en la situación 2 también. Pero las preferencias y elecciones combinadas parecen inconsistentes3. Una posibilidad es que los gustos de A hayan cambiado, pero supongamos en su lugar que las preferencias de A son dependientes del contexto. La preferencia de A entre x e y depende de si z está disponible o no, también. La teoría estándar de la racionalidad implícitamente descarta tal dependencia del contexto, pues exige que A pueda débilmente ordenar todo el rango de opciones factibles para todas las situaciones de elección simultáneamente. Así, desde la perspectiva de la teoría estándar, las elecciones y preferencias en las dos situaciones son de hecho no racionales. La posibilidad de construir un ordenamiento de preferencia revelada a partir de las elecciones, discutido en 1.3, también depende de la presunción de independencia de contexto.

¿Es la independencia de contexto una condición razonable para la racionalidad? Dudo que así sea, pero no trataré de decidir el asunto aquí. Lo que es importante notar es que este requerimiento de independencia de contexto esta escondido en la interpretación estándar de racionalidad, y que es, en formas importantes, más exigente que los requerimientos de completitud y transitividad de las preferencias sobre las opciones disponibles en cualquier contexto dado.

1.2 Funciones de Utilidad Ordinal

La completitud y la transitividad juntas establecen lo que se conoce como ‘ordenamiento débil’ de cualquier conjunto de preferencias finito. En principio cada agente A podría hacer una larga lista con aquellas opciones que son las más preferidas primero y aquellas menos preferidas al final. Cuando A es indiferente entre dos opciones, aparecerán en la misma línea. Cada opción tiene exactamente un lugar en esta lista.

3 Uno podría defender la consistencia de estas elecciones a través de la dependencia del set de opciones en la definición de una opción particular. La teoría resultante sería mucho más débil que la teoría estándar de la utilidad.

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Así, por ejemplo, si A prefiere x a y e y a z y es indiferente entre y y w, parte del ordenamiento débil de A sería:

x 1 200

y, w 0,75 13

z 0 12

Uno puede luego hacer un simple truco matemático. Uno puede asignar números a cada ‘fila’ en el ordenamiento, dándole a las filas más altas números más altos. Cualquiera de las dos asignaciones de números a filas, (1, 0.75, 0) o (200, 13, 12) servirán tanto como la otra. Tal asignación de números es los economistas llaman una ‘función de utilidad ordinal’.

1.2.1. Continuidad

Cuando hay números infinitos de opciones uno tal vez uno no pueda hacer tal truco. Si las preferencias de A no son, en sentido específico, continuas, entonces no pueden ser representadas por una función de utilidad de valores reales. Las preferencias de A son continuas si para cada opción x los conjuntos superior e inferior son ambos cerrados4. Parece a simple vista difícil justificar el hacer de la continuidad una condición de racionalidad (Elster 1983, p.8). Por ejemplo, alguien que jerarquiza peces espadas primero por peso y después, en caso de empates, por longitud, violaría la condición de continuidad cuando ordena un conjunto infinito (no denumerable) de peces espada, pero no parecería ser irracional. Todavía, en defensa de la continuidad, uno podría argumentar que es necesaria sólo por la idealización matemática envuelta en el uso de números reales. Como las preferencias completas y transitivas sobre cualquier conjunto finito serán automáticamente continuas, la condición de continuidad es discutiblemente trivial.

El Teorema de Representación Ordinal afirma que, si las preferencias de un individuo son completas, transitivas y continuas, entonces pueden ser representadas por una función de utilidad continua de valores reales (probado por Debreu 1959, pp. 54-9). El número asignado a cada opción nos dice cuán altamente ubicada en el ordenamiento está – a más alto el número, más preferida la opción. Tal función de utilidad es llamada ‘ordinal’ porque lo único no arbitrario de los números es su orden. Magnitudes absolutas, sumas y restas son arbitrarias.

1.2.2. Maximización de la Utilidad

Cuando los economistas dicen que los individuos maximizar utilidad, solo están diciendo que la gente no ordena ninguna opción factible por encima de la elegida. Aunque el lenguaje de ‘utilidad’ fue heredado de los utilitaristas, algunos de los cuales pensaban en utilidad como una sensación con una cierta intensidad, duración, pureza o proximidad (Bentham 1789, capítulo 4), no hay tal implicancia en la teoría microeconómica contemporánea. Buenos economistas algunas veces hablan engañosamente de los individuos como

4 El conjunto superior a la opción x, S(x), es el conjunto de todas las opciones y tal que A prefiere y a x o es indiferente entre x e y. El conjunto inferior a x, I(x), es, análogamente, el conjunto de todas las opciones y tal que A prefiere x a y o es indiferente entre x e y. Un conjunto es cerrado si incluye su frontera. Ver Debreu 1959, pp.54-9, Harsanyi 1977b, p.31 y Strasnick 1981. Preferencias lexicográficas como en el ejemplo de los peces espada en el texto violan la continuidad. Si uno fuera a trazar un gráfico con el largo del pez espada en el eje horizontal y su peso en el eje vertical, con x representando la longitud y peso de uno en particular, el conjunto inferior consiste de todo aquello bajo el punto x y la línea horizontal incluyendo x a la izquierda de x, mientras que el superior consiste de todo aquello por encima de x y la línea horizontal incluyendo x a la derecha de x. Como la línea horizontal que incluye x separa ambos conjuntos pero no está enteramente incluido en ninguno, ambos son abiertos.

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apuntando a maximizar utilidad o como buscando mayor utilidad, pero no quieren o no deberían querer decir utilidad como objeto de elección, algo fundamentalmente bueno que la gente quiere aparte de hijos sanos o un buen televisor. La teoría de la preferencia o elección racionales no especifica ninguna meta distintiva que todos deben adoptar. La utilidad es sólo un índice de preferencia. Un individuo que es un maximizador de utilidad sólo hace lo que él o ella más prefieren Decir que los individuos son maximizadores de utilidad no dice nada sobre la naturaleza de sus preferencias. Todo lo que hace es conectar las preferencias y las elecciones (o acciones en un sentido particularmente simple) Los individuos racionales ordenan las alternativas disponibles y eligen la que más prefieren.

Podemos ahora ofrecer una afirmación razonablemente precisa de lo que los economistas, filósofos, estadísticos y teóricos de la decisión llaman ‘teoría de la utilidad’ como definición o modelo de racionalidad.

Las preferencias de un agente A son racionales si y sólo si:

1) Las preferencias de A son completas,

2) Las preferencias de A son transitivas, y

3) Las preferencias de A son continuas

Las elecciones de un agente A son racionales si y sólo si:

1) Las preferencias de A son racionales

2) A no prefiere ninguna opción más que la elegida

Lo que hace de la teoría de la utilidad una teoría normativa es el hecho de Que la racionalidad es una noción normativa. Definir lo que preferencia y elección racionales son, es ipso facto decir como uno debería racionalmente preferir o elegir. La teoría de la utilidad también puede ser tomada como una teoría ‘positiva’ que no sólo define racionalidad sino que postula que la gente es racional en el sentido definido. La teoría de la utilidad, como teoría positiva de la preferencia y de la elección, es una parte crucial de la teoría de la elección del consumidor.

La teoría de la utilidad no pone restricciones a lo que la gente puede querer; sólo requiere consistencia de las preferencias y que la elección manifieste preferencias. La teoría de la utilidad tiene un alcance mucho mayor que la economía. Como es apropiado en teoría de la utilidad, no dice nada específico acerca de los bienes o servicios. No dice nada acerca de las metas de la gente, acerca de si son codiciosos y egoístas o generosos y desinteresados, acerca de si son santos o pecadores.

1.3 Teoría de la Preferencia Revelada

En 1938 Paul Samuelson reformuló la teoría positiva de la elección del consumidor con el objetivo de eliminar la dependencia de una noción subjetiva de la preferencia. Su motivación parece haber sido filosófica. La clase de empirismo (apéndice, pp.283-4) prevaleciente en la década de 1930 convertía a la referencia a preferencias subjetivas en metodológicamente sospechosas. Excepto por algún tecnicismo, Samuelson tuvo éxito en demostrar que, si las elecciones entre canastas de bienes satisfacen la condición de consistencia, entonces un ordenamiento de preferencias completas y transitivas puede ser elaborado a partir de las elecciones, y la legitimidad empírica del discurso de preferencias puede ser así asegurado mediante la reducción del discurso a elecciones observables. Samuelson estaba en su trabajo principalmente interesado con la teoría positiva, no con la teoría normativa de la racionalidad, pero las dos no pueden estar marcadamente separadas. Para mayor discusión sobre el trabajo de Samuelson sobre preferencia revelada, ver sección 9.2.

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La idea básica de la preferencia revelada es que, si elijo la opción x, cuando podría haber elegido la opción y en su lugar, entonces se revela que la opción x es preferida antes que la opción y. Mis elecciones son consistentes si se satisface el ‘Axioma Débil de la Preferencia Revelada’, ADPR, que requiere que, si se revela que x es preferido antes que y, entonces no debe revelarse que y se prefiera antes que x. En el contexto específico de la teoría de la elección del consumidor, en la cual la mayoría de los teóricos de la preferencia revelada han estado interesados, las cosas son algo más complicadas. Pero, en cualquiera de los casos, si las elecciones satisfacen las condiciones de consistencia relevantes, entonces uno puede construir un ordenamiento de preferencias reveladas completas, transitivas y continuas a partir de ellas (Sen 1971, 1973).

Entonces uno puede simplificar la teoría de la racionalidad sosteniendo que un agente A es racional si y sólo si las elecciones de A satisfacen ADPR, o, en otras palabras, que A es racional si y sólo si nunca se da que A elige x cuando y esta disponible e y cuando x está disponible5. Uno puede ahora formular la defensa estándar a la completitud como requisito de la racionalidad. Dado que la elección demuestra preferencia, la completitud se sigue trivialmente del mero hecho de elegir: lo que uno elige es lo que prefiere. Esto viola el uso ordinario. En el discurso ordinario no es cierto que Pedro prefiere x a y si y sólo si Pedro elige a x cuando podría haber escogido a y en su lugar. Pedro puede, por ejemplo, elegir una lata de sopa del supermercado antes que otra sin preferir la lata que eligió (Ullmann-Margalit y Morgenbesser 1977). Uno podría decir que el propósito aquí no es capturar el lenguaje ordinario. Pero usar terminología ordinaria en sentidos inusuales siempre implica el riesgo de equivocación.

Esta defensa de la completitud permanece problemática, pues la preferencia revelada mostrará intransitividades bajo condiciones de riesgo e incertidumbre que nada tiene que ver con irracionalidad. Supongamos, por ejemplo, que un agente que prefiere más dinero antes que menos se enfrenta a una serie de elecciones entre jarrones sellados que contienen cientos de monedas, cada una de las cuales contiene un número levemente diferente de monedas. No es requerimiento de la racionalidad que uno tenga preferencias completas y transitivas entre estas opciones, y uno esperaría que la transitividad de la indiferencia revelada no se cumpla.

La simplificación de la teoría de la utilidad en la forma de preferencias reveladas se enfrenta a cuatro serias objeciones. Primero, no mejora la respetabilidad empírica de la teoría de utilidad ordinal. Parte de la razón es que las objeciones conductistas a la teoría de la utilidad ordinal fueron mal concebidas para empezar. Pero, además, las ventajas empíricas de la teoría de la preferencia revelada son magras. Pues el hecho de que A elija x cuando y esté disponible y luego elija a y cuando x esté disponible no muestra que A es irracional. Los gustos de A pudieron haber cambiado o A puede ser indiferente entre x e y. Para permitir que la elección revele indiferencia, uno debe decir algo como: A es indiferente entre x e y si y sólo si es igualmente probable que A elija a x o a y (Harsanyi 1977b, pp.27-8). Juzgar si las elecciones de un individuo satisfacen el ADPR y qué preferencias revelan requiere entonces en cada caso examinar una larga serie de elecciones sucesivas que determinen si x o y fueron siempre elegidos y por ende preferidos, si la frecuencia de elecciones de x e y son lo suficientemente cercanas a iguales como para atribuirle indiferencia, o si el individuo violó el ADPR. Y todavía está el problema de determinar si los gustos del agente han cambiado. Es más fácil preguntarle a la gente qué prefiere.

Segundo, consideremos las elecciones estratégicas6. En una situación estratégica puedo elegir una acción x, aunque prefiero a y, con el objetivo de despistar a otros o de generar algún mecanismo de elección. En su complacencia al la perspectiva de ser cuereado vivo y sus estremecimientos al oír el nombre Briar Patch, el Conejo Brer falsamente le reveló al Zorro Brer la preferencia de modo de no ser tirado al Briar Patch.

5 Esto necesita ser modificado para permitir que la indiferencia sea racional. Ver los dos párrafos siguientes. 6 Éstas son descartadas en situaciones de completa certeza, pero nadie pretende defender la teoría de la preferencia revelada con respecto a circunstancias de certeza solamente.

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Consideremos el llamado Dilema del Prisionero7. Los individuos A y B pueden cooperar (C) o no cooperar (NC). Si A coopera y B no, éste es el peor resultado para A y el mejor para B. Lo mejor para A y lo peor para B es cooperación por parte de B sin cooperación de A. Lo segundo peor para ambos es no cooperar. Lo segundo mejor para ambos es cooperar. Así uno tiene la situación representada como a continuación:

B

Cooperar No cooperar

A Cooperar (2,2) (4,1)

No cooperar (1,4) (3,3)

El primer número en cada par representa el ordenamiento del resultado para A, y el segundo representa el ordenamiento del resultado para B. Si A y B no pueden coordinar sus acciones (castigando la no-cooperación, por ejemplo), a A le conviene no cooperar, sin importar lo que haga B, y a B le conviene no cooperar, más allá de lo que haga A. Sin embargo, el resultado de la no-cooperación por parte de ambos resulta para ellos peor que si hubieran cooperado. A y B podrían cooperar por una serie de razones (como la gente suele hacer en algunas situaciones), y los teóricos de la preferencia revelada serían inclinados a malinterpretar sus preferencias8.

Tercero, la teoría de la preferencia revelada empobrece tanto la teoría normativa de la racionalidad como la teoría empírica de la elección. Si uno debiera o no imponer la condición de completitud es una cuestión sustantiva (ver 12.4.3), pero no puede siquiera ser abordada en el enfoque de la preferencia revelada. Tampoco podemos preguntarnos si los individuos podrían a veces elegir (tal vez por motivos morales) algo que no prefieren (Sen 1977)o porqué han cambiado sus preferencias (Hirschman 1985). La teoría similarmente convierte a la explicación de la elección en términos de preferencia en tautológica y vacía.

Finalmente, hay algo hipócrita en la teoría de la preferencia revelada. Pues su sentido y objetivo sigue parasitando en la noción subjetiva de preferencia que supuestamente evita (Sen 1973, pp. 242-4). Los economistas están interesados en las elecciones, que son acciones humanas intencionales, no en los movimientos reflejos. Pero esta distinción no puede ser hecha en términos de la teoría de la preferencia revelada. Dado que sus pretendidas ventajas empíricas son insignificantes y empobrece la teoría de la elección al tiempo que presupone las nociones subjetivas que intenta evitar, hay, creo yo, poco por decir a favor de teoría de la preferencia revelada.

7 Una versión de la historia que va con el nombre se desenvuelve de la siguiente manera. A y B son atrapados intentando un robo cerca de la escena de una serie de robos recientes. El fiscal los separa y les ofrece a cada uno un arreglo: si a confiesa al cargo y testifica en contra de B y B no confiesa, A recibirá libertad condicional y B será sentenciado por un largo tiempo, y análogamente si B confiesa y A no. Si ambos confiesan (se rehusan a cooperar entre ellos), ambos serán sentenciados por un tiempo moderadamente largo. Si ambos se rehusan a confesar (esto es, si cooperan entre ellos), serán sentenciados por sólo un breve tiempo por intento de robo. 8 Esta discusión se deriva de Sen 1973, pp.249-53. Pero si cooperar es irracional, debería esperarse del enfoque de la preferencia revelada que obtenga las preferencias? El dilema del prisionero es un impactante ejemplo de cómo la racionalidad individual puede llevar a resultados subóptimos. Puede ser usado para modelar conceptos de fallas de mercado o externalidades y será discutido nuevamente en el capítulo 4.

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1.4 Racionalidad e Incertidumbre: la Teoría de la Utilidad Esperada

La teoría de la racionalidad en circunstancias de certidumbre, que es central para la teoría microeconómica, es una teoría débil9, pero puede ser extendida a casos de incertidumbre y riesgo. Los economistas y los teóricos de la decisión comúnmente hablan de situaciones de riesgo cuando los resultados tienen probabilidades conocidas, y de situaciones de incertidumbre cuando las probabilidades de los resultados, o incluso el rango de resultados de la acción, son desconocidos10. Trataré estos dos casos juntos permitiendo a las probabilidades mencionadas anteriormente ser o frecuencias conocidas o grados subjetivos de creencia (A.10.2). Esta simplificación plantea la crítica de quienes argumentarían que las situaciones de incertidumbre envuelven ignorancia más radical y principios diferentes de decisión, pero compensaré esto más adelante y prestaré atención a las dudas acerca de la existencia de probabilidades subjetivas.

Cuando uno no sabe cuál será el resultado de una acción, las acciones pueden ser vistas como loterías con sus resultados como los premios. Por ejemplo, supongamos que la opción de llamar a un plomero para reparar una tubería tiene tres resultados exhaustivos y mutuamente excluyentes posibles. O un no obtiene respuesta, o recibe un rechazo a ayudar, u obtiene la tubería reparada. Las probabilidades de estos resultados podrían ser 0.7, 0.2 y 0.1 respectivamente. Supongamos que la opción de llamar a un plomero le importa al agente sólo en la medida en que tiene una de estas tres consecuencias. Esto puede ser representado como una lotería con tres resultados que ocurren con sus probabilidades respectivas. En general uno puede representar a las loterías como un par [R, P] donde R es un conjunto de resultados o ‘pagos’ exhaustivos y mutuamente excluyentes, y P una medida de probabilidad definida en R. La lotería que paga K con una probabilidad p y L con una probabilidad (1-p) puede ser convenientemente denotada [K, L, p]. Como la elección de una acción que lleva con certeza a un resultado particular K puede ser representada como una lotería ‘degenerada’ [K, K, p] o [K, X, 1], uno puede concebir a las preferencias y elecciones como definidas exclusivamente sobre un conjunto de loterías sin pérdida de generalidad. Este conjunto incluye loterías tales como apuestas en juegos de pelota, donde no hay probabilidad objetiva definitiva envuelta y p entonces representa ahora una probabilidad subjetiva o un grado de creencia. Uno no debería confundirse por la terminología de loterías. Uno asume (vía el ‘Postulado de Reducción’ a continuación) la no-existencia del placer en el juego o en las apuestas.

Al ofrecer una teoría normativa de la decisión bajo riesgo e incertidumbre, uno afirma que las preferencias (que ahora son preferencias entre loterías) son completas, transitivas y continuas. Además, uno necesita un ‘Postulado de Reducción’ que relacione loterías simples y compuestas. Harsanyi lo llama una ‘convención notacional’ (1977b, p.24), y sirve como criterio de identidad de las loterías. Por ejemplo, supongamos que Pedro se enfrenta a la apuesta compuesta siguiente: si la moneda cae cara, entonces puede tirar un dado y ganar $6 si sale 6 y $1 en cualquier otro caso; si la moneda cae seca, saca una carta de un mazo y pierde $1 si saca una carta de corazones. El postulado de reducción dice que esta lotería compleja, [[$6, $1, 1/6], [-$1, $0, 1/4], 1/2], es equivalente a la lotería simple [[$6, 1/12], [$1, 5/12], [-$1, 1/8], [$0, 3/8]]. El postulado de reducción descarta toda preferencia por las apuestas en sí mismas.

Segundo (y último!11) uno necesita el llamado ‘Principio de independencia’ (que no debería ser confundido con la independencia de contexto discutida en sección 1.1.3). El principio de independencia dice que, si dos loterías difieren en un premio (que podría ser una lotería en sí mismo) entonces las preferencias entre las dos loterías deben ser idénticas a las preferencias entre los premios de ambas.

9 Pero, como argumentaré, sus ramificaciones para la estructura de la economía y la estrategia de investigación permanece vastas. 10 Ver Luce y Raiffa 1957, cap.2. Dado que algunos Bayesianos (A.10.2) niegan que exista tal cosa como probabilidades objetivas, esta definición es controversial. Ver Levi 1986, pp.26-31. 11 Pero los supuestos de la teoría de la utilidad ordinal, especialmente la completitud y la continuidad, se vuelven más complicados bajo situaciones de riesgo e incertidumbre.

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Dadas la completitud, la transitividad, la continuidad, el postulado de reducción y el principio de independencia, es posible probar un teorema de representación (cardinal)12:

Si todos estos postulados son ciertos para las preferencias de un agente, entonces esas preferencias pueden ser representadas por una función de utilidad que posee la propiedad de utilidad esperada y es única, apta de una transformación positiva similar (afín).

Una función de utilidad posee la propiedad de utilidad esperada si y sólo si la utilidad (esperada) de una lotería es igual a las utilidades de los resultados multiplicados todos por sus respectivas probabilidades, ([ , , ]) . ( ) (1- ). ( )U K L p pU K p U L= + . Una transformación

afín positiva de una función de utilidad esperada es una función lineal .aU b+ , donde a es un número real positivo, y b un número real cualquiera. El teorema de representación establece que la utilidad esperada de las opciones para un agente cuyas preferencias satisfacen todas las condiciones es tan mensurable como lo es la temperatura en las escalas Fahrenheit o centígrada. El origen y las unidades en cualquier escala de utilidad esperada son arbitrarias, pero nada del resto de la escala lo es. Las comparaciones de diferencias entre utilidades son independientes de la escala elegida. Si ( ) - ( ) ( ) - ( )U x U y U z U w> , y si U ′ es una transformación afín positiva, entonces ( ) - ( ) ( ) - ( )U x U y U z U w′ ′ ′ ′> .

Como en el caso de la teoría concerniente a la elección bajo certidumbre, uno relaciona la elección hecha con la preferencia afirmando que los individuos nunca prefieren una opción factible más que la elegida. La utilidad de la opción elegida es mayor o igual a la de cualquier otra opción.

Si estos axiomas son ciertos para un agente A, es posible además, en principio, determinar tanto la función de utilidad de A como los juicios probabilísticos de A partiendo de la observación de las elecciones de A de entre loterías. Por ejemplo, supongamos que a Marianne le gustan las frutas grandes, y que prefiere sandías frente a naranjas y naranjas frente a uvas. Dado que el orígen y las unidades en su función de utilidad son arbitrarias, uno puede estipular los valores para su utilidad de sandías, ( )U s , y de uvas, ( )U u . Dados los axiomas de arriba, para alguna probabilidad p, Marianne será indiferente entre una naranja con certeza y una lotería que pague una sandía con probabilidad p y una uva con probabilidad 1-p (esto es, la lotería [sandía, uva, p]). La utilidad para las naranjas, ( )U n ,

será entonces . ( ) (1- ). ( )pU S p U u+ . La probabilidad que el agente le asigna a un evento E puede ser determinada cuando uno conoce la utilidad esperada de una lotería que paga una recompensa 1r si E ocurre y 2r en el caso contrario, donde 1r y 2r tienen utilidades (esperadas) conocidas13.

Las probabilidades invocadas en este proceso de determinación son probabilidades personales, subjetivas, los grados de creencia de los individuos; y los axiomas de elección racional bajo condiciones de incertidumbre implican que estos grados de creencia deben satisfacer los axiomas del cálculo probabilístico. Además, puede ser demostrado que, si los grados de creencia no satisfacen los axiomas del cálculo probabilístico, uno podría ser llevado a aceptar una serie de apuestas sobre un evento E que lleve a una pérdida certera sea que E ocurra o no. Esta demostración es lo que se conoce como ‘el Argumento del Libro Holandés’ (Ver Schick 1986 para discusión crítica). Le teoría de la utilidad esperada es luego es no sólo una teoría de las preferencias y elecciones racionales, sino también una teoría de las creencias racionales (A.10.2). Las probabilidades subjetivas pueden surgir del conocimiento de frecuencias objetivas, o no. La teoría formal de la elección racional es en sí misma muda con respecto al origen y justificación de los juicios probabilísticos. Aquellos que han hecho mayor uso de esta teoría, los filósofos y estadísticos llamados ‘Bayesianos’ personalistas, son permisivos acerca de las bases de estos juicios probabilísticos.

12 Para una presentación accesible, ver Harsanyi 1977b, cap.3. Otras pruebas pueden ser encontradas en Herstein y Milnor 1953, Jensen 1967, y Von Neumann y Morgenstern 1947. 13 Dada mi breve descripción, puede parecer que uno no puede simultáneamente determinar juicios probabilísticos y una función de utilidad. Pero uno puede – ver Ramsey 1926.

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En resumen, la teoría de la utilidad esperada, como teoría de la racionalidad, puede ser presentada de la siguiente manera:

Las preferencias de un agente A son racionales si y sólo sí:

1) Las preferencias de A son completas

2) Las preferencias de A son transitivas

3) Las preferencias de A son continuas

4) A es indiferente entre opciones identificadas por el postulado de reducción

5) Las preferencias de A satisfacen la condición de independencia

Las elecciones de un agente A son racionales si y sólo si:

1) Las preferencias de A son racionales

2) A no prefiere ninguna opción en mayor grado que la elegida

La teoría de la utilidad esperada ha sido extremadamente controversial porque, a diferencia de la teoría de la utilidad ordinal, puede ser aplicada a elecciones reales, que inevitablemente envuelven riesgo e incertidumbre. Consecuentemente, uno puede estudiar si la gente realmente actúa de la manera en que la teoría de la utilidad esperada dice que deberían hacerlo o no. Tales investigaciones podrían sólo mostrar que la gente falla en elegir racionalmente, pero resultados contrarios a una teoría de la racionalidad no siempre pueden ser desechados tan fácilmente. Aún más, las teorías de la decisión bajo incertidumbre pueden ser usadas. Importan. La teoría sobre la que uno se base puede hacer una gran diferencia en la elaboración de políticas. Aunque los asuntos son altamente teoréticos, su resolución es profundamente práctica.

¿Cuáles son estos asuntos? Primero, las cuestiones concernientes a la completitud, independencia de contexto y continuidad se vuelven más problemáticas una vez que la incertidumbre es admitida. Cuando no podemos ordenar las opciones, ¿Es la poco probable respuesta hacer varias conjeturas más o menos arbitrarias (que es a lo que se reducen muchos juicios subjetivos de probabilidad) para computar utilidades esperadas? ¿Porqué debería el ordenamiento de dos loterías K y L para un agente racional nunca ser afectado por el descubrimiento de otras opciones? La continuidad implica que, si un agente racional J prefiere $100 a $10 y $10 antes que una tortura lenta y fatal, entonces hay una cierta probabilidad p menor a 1, tal que la lotería que paga $100 con una probabilidad p y la tortura lenta y fatal con 1-p debe valer al menos $10 para J. ¿Es J irracional por negarse a pagar $10 por esta lotería?

Los nuevos axiomas son también problemáticos. El postulado de reducción parece indefendible, dado que no parece haber nada irracional en preferir una apuesta compuesta más que la simple a la cual puede reducirse, simplemente porque a uno le gusten las apuestas14. Aunque la controversia con respecto a la teoría de la utilidad esperada se ha concentrado en la condición de independencia, en realidad parece a primera vista más fácil de ser defendida. En el caso de indiferencia sirve como un postulado de sustitución. Si uno es indiferente entre las opciones x e y entonces sustituir una por otra en una apuesta no debería importar. Cuando hay una preferencia estricta, el principio de la independencia parece seguirse de consideraciones de dominación. Supongamos, por ejemplo, que las loterías K y L envuelven tirar una moneda. Si sale cara, K tiene un mejor premio que L,

14 Tal vez uno podría considerar el problema del postulado de reducción como la reducción del alcance de la teoría de la utilidad de esperada: es una explicación de la racionalidad que se aplica a circunstancias en que se mantiene el postulado de reducción y en que la gente no tiene preferencias por las apuestas en sí mismas.

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mientras que si sale seca los premios son iguales. Entonces uno no puede perder con K, y aún podría resultar mejor. Sobre la base de un argumento como éste, Savage llamó a una versión del principio de independencia el principio de ‘Lo Seguro’ (para una exposición simple, ver Friedman y Savage 1952, pp. 468-9)15.

Todavía muchos han encontrado la condición de independencia inaceptable. Pues, como mostraré en el capítulo 12, hay instancias en las cuales los individuos no sólo parecen violarlo, sino también en las cuales tales violaciones parecen racionales. En general sólo débiles ecos de las controversias acerca de la teoría de la utilidad esperada son escuchados dentro de la economía, dado que la mayoría de los modelos económicos todavía asumen que los agentes tienen perfecto conocimiento y emplean sólo la teoría de la utilidad ordinal. Consecuentemente diré poco acerca de la literatura que examina la teoría de la utilidad esperada y varias alternativas a ella. Los desafíos de la teoría de la utilidad esperada hacen surgir asuntos metodológicos acerca del rol de la evidencia en la economía, que discutiré en los capítulos 12 y 13, pero no intentaré resolver los profundos problemas sobre la racionalidad nombrados antes. En último caso, suficiente ha sido dicho acerca de la racionalidad como para permitirme mostrar su rol central en la teoría de la elección del consumidor (capítulo 2), en el bienestar económico (capítulo 4), y en entender las peculiaridades de la metodología de la economía (capítulos 12, 13 y 15).

15 Este razonamiento supone que la elección de K sobre L no altera la probabilidad p, y no necesariamente se sostiene en el caso donde los premios de las loterías son loterías en sí mismos antes que resultados definitivos.

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2. Demanda y elección Traducción: Alejandro Francetich

del consumidor

Aunque la teoría de la racionalidad desarrollada en el primer capítulo es central para la microeconomía, la microeconomía es primariamente una teoría positiva: una teoría preocupada por las acciones reales y sus consecuencias. En este capítulo examinaremos la teoría microeconómica de la elección del consumidor. A lo largo del camino veremos ejemplos de modelos económicos y, al reflejarse sobre la teoría del consumidor y la explicación de la demanda, muchas preguntas surgirán acerca de estructura de la teoría económica y de si las proposiciones de la teoría económica concuerdan con la evidencia. El material aquí debería ser conocido para los economistas, quienes tal vez quieran saltear o leer superficialmente este capítulo.

2.1 Demanda de Mercado para Bienes de Consumo

Una de las generalizaciones centrales de la economía es la ley de demanda, que puede ser sobre-simplificada como: a precios más altos, menos de cualquier bien o servicio será deseado. Cuando el precio del café aumentó, como lo hizo dramáticamente en respuesta a la pérdida de cosecha en Brasil en 1975, los consumidores recortaron sus compras de café.

Hay varias cosas obvias para notar acerca de esta generalización. Primero, no se trata de una afirmación misteriosa ni profundamente teórica. Su verdad es obvia para cualquier vendedor que organiza ofertas para eliminar su inventario de exceso. Segundo, es una generalización acerca de los mercados, no de los individuos. Tercero, la generalización parece ser inexacta y vagamente formulada. Por ejemplo, en 1976, cuando los precios del café estaban altos, aumentó la demanda para té. Este tipo de ‘contraejemplo’ muestra que es necesaria una formulación más precisa. La ley de demanda es de hecho una afirmación causal: la dependencia de la cantidad demandada con respecto al precio no es sólo matemática. La demanda depende causalmente del precio de x. Hay una asimetría aquí que no es representada por la relación matemática entre precio y cantidad demandada.

¿Cómo puede uno hacer a una generalización tal como la ley de la demanda más precisa y servible? Uno podría empezar intentando hacer una lista de los principales factores que influyen sobre la demanda de mercado:

La demanda para cualquier bien o servicio depende de su precio. A medida que el precio crece (decrece) la cantidad demandada decrece (crece).

La demanda depende del precio de los sustitutos. Por ejemplo, la demanda de té no sólo está influenciada por el precio del té, sino también por el precio del café. Los grupos de bienes y servicios tales como el café y el té son llamados por los economistas ‘sustitutos’. La cantidad demandada es una función creciente del precio de los sustitutos.

La demanda depende del precio de los complementos. Por ejemplo, la gente quiere mermelada con su pan o casetes de video con sus video-reproductores. Tales grupos de bienes y servicios son llamados por los economistas ‘complementos’. La cantidad demandada es una función decreciente del precio de los bienes y servicios complementarios.

La demanda depende causalmente del ingreso y la riqueza. A medida que el ingreso y riqueza medios de los consumidores crece, la gente en sociedades tales como la nuestra querrá típicamente comprar más de la mayoría de las cosas.

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La demanda depende de gustos o modas. La compra frenética de Muñecas Cabbage Patch varias Navidades atrás no fue provocada por una caída en su precio ni por un aumento en el precio de camiones de juguete, sino por una moda, un cambio en las preferencias.

Con la ayuda de estas generalizaciones adicionales uno puede lograr entender mejor el mercado, pero, sin otras generalizaciones acerca de la fuerza de estos diferentes factores causales, uno no tiene la forma de predecir siquiera la dirección del cambio en la demanda en respuesta al cambio en el precio. Esta teorización agregada es también superficial. Todo lo que uno tiene es una serie de generalizaciones acerca del comportamiento del mercado. Uno no tiene explicación de por qué estas generalizaciones prevalecen, y uno podría razonablemente dudar de si estas generalizaciones explican ellas mismas (ver A.3) cualquiera de los fenómenos del mercado.

La investigación empírica puede ayudar a agregar más detalles e información a éstas generalizaciones. Con datos suficientes, es posible estimar la magnitud de los cambios en la demanda con respecto a los cambios en el precio de x o en los precios de sustitutos o complementos. Las grandes compañías dedican recursos sustanciales al estudio empírico del comportamiento del mercado.

Pero las generalizaciones de mercado, que la investigación empírica y las manipulaciones econométricas de datos estadísticos vuelve cuantitativas, son precarias. Las modas son peculiares y caprichosas. La introducción de nuevos productos puede romper un patrón establecido de consumo. Y, sin importar cuán útil tal trabajo podría ser para firmas que buscan consejos acerca del precio y presentación de sus productos, debe ser profundamente decepcionante para los economistas teóricos que aspiran a imitar los grandes logros de las ciencias naturales. Dado que, aparte de técnicas estadísticas y métodos de investigación empírica, aquí hay poca teoría.

Por ello aquellos economistas interesados en la teoría – y no todos los economistas están o deberían estar inclinados a la teoría – han ido en otra dirección. Su agenda de investigación ha sido descubrir leyes ‘más profundas’ concernientes al comportamiento humano para explicar, sistematizar y unificar generalizaciones causales acerca del comportamiento del mercado. Así como la teoría de movimiento y gravitación de Newton explica (y corrige) la ley de Galileo de los cuerpos en caída o la ley de movimientos planetarios de Kepler, una teoría más profunda del comportamiento económico de los individuos podría explicar y posiblemente corregir las generalizaciones acerca del comportamiento del mercado. Noten que esta elección estratégica ni es inevitable ni tiene garantía de tener éxito. Una teoría más superficial y menos unificada es ceteris paribus peor que una teoría más profunda y unificada, pero una teoría profunda puede no ser alcanzable.

2.2 La teoría de la elección del consumidor

Se espera la teoría de la elección del consumidor que explique las generalizaciones discutidas anteriormente concernientes a la demanda de mercado. Está compuesta por los tres ‘postulados de comportamiento’ o ‘leyes’ siguientes (A.4):

(Racionalidad) Los individuos son racionales (tienen preferencias completas, transitivas y contínuas y no prefieren ninguna opción disponible – costeable – por encima de la elegida)

(Consumismo) (1) Los objetos de las preferencias de cada individuo i son canastas de bienes consumidas por i; (2) no hay interdependencias entre las preferencias de diferentes individuos, y (3) hasta un punto de saciedad (que no es típicamente alcanzado), los individuos prefieren canastas más grandes de bienes antes que canastas más chicas. La canasta y es más grande que la canasta x si y contiene al menos tanto de cada bien o servicio como x y más de algún bien o servicio. El consumismo implica egoísmo.

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(Tasas marginales de sustitución decrecientes) Para todos los individuos i y todos los bienes o servicios x e y, i está dispuesto a intercambiar más de y por una unidad de x a medida que la cantidad de y que i tiene crece en términos relativos a la cantidad de x que i tiene1.

En las secciones 1.1 y 1.2, discutí la noción de racionalidad usada aquí. Esas secciones pueden ser tomadas como la formulación de una definición o modelo de la racionalidad que está resumido allí. Un individuo A es racional si y sólo si sus preferencias son completas, transitivas y continuas, y A nunca prefiere una opción disponible por encima de la opción que A elige. En el contexto de la teoría de la elección del consumidor, una opción disponible es una canasta de bienes costeable (affordable - canasta de bienes que el agente puede proporcionarse porque tiene recursos para ello). Ya sea tomada como normativa o positiva, la teoría de la utilidad tiene un alcance mucho mayor que la economía. El consumismo, la segunda ‘ley’, hace que la teoría de la utilidad se aplique al comportamiento económico2. Por carencia de mejor término, estoy usando ‘consumismo’ como nombre para un grupo de afirmaciones. Uno podría llamarlo ‘no-saciedad’, pero hacerlo sobre-enfatizaría sólo un elemento de tal grupo. Uno podría llamarlo ‘egoísmo’, pero hacerlo no remarcaría la limitación de las preferencias a canastas de bienes. Uno podría llamarlo ‘codicia’, pero eso sonaría demasiado peyorativo. ‘Consumismo’ parece la mejor concesión, aunque la etiqueta sugiere engañosamente preferencia por consumo sobre ocio.

El consumismo dice que la gente típicamente quiere más de todos los bienes y servicios. Como los economistas reconocen, esta afirmación es una caricatura del comportamiento humano. Como las otras leyes, puede ser defendida como una primera aproximación razonable, como el tipo de distorsión inofensiva de la realidad que es requerida para la construcción de una teoría manejable. Uno podría argumentar que captura una ‘tendencia’ causal central que es central específicamente para el comportamiento económico. Alternativamente, uno podría argumentar que, dada la presencia de mercados, la no-saciedad no es una exageración tan grosera después de todo. Dado que uno siempre puede vender su decimoséptimo televisor y donar el dinero para una caridad favorita, todos deberían preferir una canasta de 17 televisores a una de 16 televisores. La objeción de que vender un televisor no es libre de costos en términos de tiempo y fastidio no consigue el objetivo, porque, en la medida en que es correcta, no es el caso que la canasta de 16-tv difiere de la de 17-tv sólo en el número de televisores. Por el contrario, la canasta de 17-tv posee argumentablemente menos ocio. Cualesquiera sean sus virtudes, esta defensa del consumismo tiene sus costos teóricos, pues las leyes de la elección del consumidor tienen por objetivo formar parte de la explicación de porqué los mercados existen3. Es incómodo depender en una ley cuya verdad depende de la existencia de los fenómenos a ser explicados.

El consumismo implica que los agentes son egoístas, pues sus preferencias son sobre canastas de bienes y servicios, y la no-interdependencia de las preferencias está diseñada para descartar bienes y servicios tales como ‘comida para hambrientos etíopes’. La satisfacción de las preferencias de otros no debe ser incluida, ni siquiera implícitamente, entre los argumentos de mi función de utilidad4. El consumismo identifica a las opciones con canastas de bienes e implica que las elecciones están basadas sólo en codicia básicamente. Mientras que la teoría de la utilidad es perfectamente consistente con altruismo, el consumismo no lo es. Es el consumismo lo que lo que confina la atención no sólo al ‘hombre racional’ sino al ‘hombre económico’, que es motivado por codicia materialista. El consumismo excluye la envidia al igual que altruismo o incluso comprensión no-trivial. Es una etiqueta sobre nuestra especie que no es seriamente

1 Ver Hicks 1946, cap.1. Este es un caso en que la afirmación matemática es más simple. La tercer ‘ley’ afirma que la función de utilidad del agente es casi-cóncava. Explicaré este significado más adelante. 2 Esto es similar a la distinción de Elster entre hombre racional y hombre económico (1983, p.10) 3 Como ambos Michael McPherson y Bruce Caldwell me señalaron, esta defensa al consumismo tiene problemas más profundos, pues se supone que el consumismo es una generalización acerca de las preferencias de la gente, y la posibilidad de intercambio es irrelevante al momento del consumo. 4 Estoy en deuda con John Dreher por la clarificación de éste punto.

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apoyada siquiera por el más misántropo economista. Obviamente el consumismo no es concebido como verdad literal.

La ley de las tasas marginales de sustitución decreciente es la más difícil de formular. El mejor modo de entender lo que dice es utilizar un lenguaje antiguo. Supongamos que las funciones de utilidad miden alguna cantidad, tal como placer, y que las diferencias entre las utilidades de diferentes alternativas no fueran arbitrarias. Los economistas solían pensar en las funciones de utilidad en este sentido, y la utilidad esperada en cierto sentido justifica el continuar hacerlo (Ver sección 1.4 arriba y Ellsberg 1954). Tales funciones de utilidad eran llamadas funciones de utilidad ‘cardinal’.

Uno puede usar la función de utilidad cardinal para formular la ley de utilidad marginal decreciente. Esta ley fue descubierta por varios economistas independientemente durante el siglo pasado y fue una piedra angular de la llamada revolución ‘marginalista’ o ‘neoclásica’ en economía. Dado el consumismo, si la canasta de bienes b’ difiere de la canasta b sólo en contener más de algún bien x, entonces b’ será preferida a b. La ley de la utilidad marginal decreciente ofrece luego la generalización posterior de que el tamaño de este incremento (positivo) en la utilidad es una función decreciente de la cantidad de x ya incluida en b. A medida que las manzanas del árbol continúan cayendo en el regazo de Pedro, cada una aumenta su utilidad, pero la cantidad en la que la 50ta manzana aumenta la utilidad de Pedro es menor a la cantidad en que la 4ta manzana lo hizo. Si uno deja a un lado las dudas y preguntas acerca de utilidades cardinales, uno seguramente juzgaría la ley de utilidad marginal decreciente como una generalización empírica razonable. Puede no ser universalmente cierta (Ver Karelis 1986), pero hay mucha verdad en ella. Explica pulcramente el hecho paradójico de que bienes útiles pero abundantes, tales como el agua, son regularmente más baratos que bienes relativamente inútiles pero escasos tales como diamantes – un hecho que perturbaba considerablemente a los economistas del siglo dieciocho y principios del diecinueve. Pero si, como en la economía contemporánea, las funciones de utilidad no son más que medios para presentar ordenamientos de preferencias, las diferencias en las utilidades son arbitrarias, y uno no puede hablar de manera sensata de utilidad marginal decreciente.

La ley de las tasas marginales de sustitución decreciente es el truco de Edgeworth (1881) y Pareto (1909, cap.3 y 4) para formular esta generalización sin comprometerse con la utilidad cardinal. La idea fue redescubierta y popularizada por J.R. Hicks y R.G. Allen (1934). Básicamente, todo lo que la ‘ley’ de tasas marginales de sustitución decreciente dice es que un individuo estará dispuesto a más de y para conseguir una unidad de x cuando él o ella tienen una gran cantidad de x. En lugar de mirar al incremento en la utilidad provisto por una unidad extra de x como una función de la cantidad de x, podemos mirar a los términos de intercambio entre x y otros bienes. Pero la noción de utilidad marginal parece seguir pululando en el fondo como explicación para las tasas marginales de sustitución decrecientes. Cuanto más tiene uno de x, menos es lo que x incrementa en términos del propio bienestar y menos dispuesto está uno a desprenderse de otros bienes a cambio de una unidad de x.

La teoría de la elección del consumidor retrata a la gente como individuos motivados por codicia racional (con tasas marginales de sustitución decrecientes) y por ninguna otra cosa, pero uno no logra entender la teoría meramente entendiendo sus leyes constituyentes más que lo que uno entiende la teoría cuántica comprendiendo sus leyes. Uno necesita ver como estos postulados de comportamiento son usados juntos y qué simplificaciones y técnicas matemáticas son requeridas para volverlos aplicables a fenómenos reales. Cuando veamos cómo la teoría de la elección del consumidor explica la demanda de mercado, tendremos una mejor comprensión de la teoría. Aún si la teoría de la elección del consumidor explica la demanda de mercado, es una teoría problemática, pues es difícil concebir sus afirmaciones básicas como ‘leyes’ sin las comillas usadas por temor. Este problema se encuentra en el corazón de la mayoría de las discusiones metodológicas concernientes a la economía y será discutida con profundidad en la parte II.

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Al tratar las teorías como ‘leyes’ o afirmaciones ‘tipo leyes’, estoy asumiendo la respuesta a una pregunta sustancial de la filosofía de la ciencia contemporánea: ‘¿Qué es una teoría científica?’ (A.6). Esta visión de teorías científicas es defendida en la sección 5.3.

2.3 Demanda de Mercado y Funciones de Demanda Individual

Los economistas explican la demanda de mercado en términos de demanda individual. Con gustos y precios dados, cada individuo quiere una cantidad de x. La demanda de mercado para x es la suma de las demandas individuales. La función de demanda de mercado (para x) es un mapa que lleva desde precios, ingresos y gustos a cantidades demandadas de x. Como en muchos tratamientos elementales, la discusión aquí sobre-simplificará y tomará a la función de demanda de mercado como la suma de las funciones de demanda individuales (para un tratamiento más cuidadoso, ver Friedman 1962b).

Un paso más interesante en la explicación de la demanda de mercado es la derivación de la función de demanda individual a partir de la teoría general de la elección del consumidor y de afirmaciones adicionales acerca de las circunstancias institucionales y epistémicas (creencias o conocimiento) en las cuales la elección es hecha. La función de demanda individual para un individuo i y algún bien o servicio x establece cuánto de x es demandado por i (como producto de flujo por unidad) como una función de varias variables (causales), algunas de las cuales pueden ser dejadas implícitas. Cuando los economistas tratan la demanda de i para x como una función sólo del precio de x, no están negando que la demanda dependa del ingreso, gustos u otros precios. Cuando cualquiera de estas otras determinantes causales de la demanda de i para x cambien, la simple relación funcional entre el precio de x ( xp ) y la cantidad de x demandada por i ( ixq ) se desplazará. Si en una aplicación particular tales cambios son pequeños o excepcionales, es útil considerar explícitamente sólo a la dependencia causal de ixq con respecto a xp .

Aunque el tratamiento más simple de la demanda en un modelo de dos bienes tiene limitaciones especiales, permite un tratamiento gráfico y es luego particularmente fácil de entender. Como también ilustran las características centrales del modelado económico y cómo una teoría fundamental es usada para derivar y explicar generalizaciones económicas útiles, me centraré en este capítulo y el próximo en estos modelos más simples.

2.4 El Modelo de un Sistema Simple de Consumo

Al usar la teoría de la elección del consumidor para derivar las características de las funciones de demanda individual, los economistas regularmente usan un modelo simple de elección del consumidor. Llamaré a éste modelo un ‘sistema simple de consumo’. Ésta es mí terminología.

Un sistema simple de consumo tiene por objetivo modelizar el comportamiento de algún agente individual, A, enfrentado a la elección entre dos canastas de bienes x e y en el contexto de una economía de mercado. Obviamente las posibilidades de consumo siempre incluyen mucho más que dos bienes o servicios, pero uno podría tratar a todos los bienes excepto uno como una única canasta abstracta compuesta. Supongamos que Alicia elige una canasta de consumo que consiste de café (x) y ‘todo-lo-demás-que-Alicia-consume’ (y). Uno luego formula el modelo de un sistema simple de consumo de la siguiente manera:

Un cuádruplo ( ), , ,A x y I es un sistema simple de consumo si y sólo si:

1) A es un agente, x e y son tipos de bienes o servicios, e I es el ingreso del agente

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2) A se enfrenta a la elección sobre un conjunto convexo de canastas de bienes ( xq , yq ),

donde xq y yq son números reales no negativos que representan las cantidades de x

e y respectivamente5.

3) El ingreso de A, I, es una cantidad fija conocida para A, y es enteramente gastada en la adquisición de la compra de la canasta ( xq , yq ).

4) Los precios de x e y, xp y yp , son dados y conocidos para A.

5) La función de utilidad de A es estrictamente cuasi-cóncava, una función creciente y diferenciable de xq y yq (o, alternativamente, las curvas de indiferencia de A son

continuas y convexas al origen).

6) A elige la canasta ( xq , yq ) que maximiza la función de utilidad de A sujeta a la

restricción de que . .x x y yp q p q I+ ≤ (o la canasta ( xq , yq ) se encuentra sobre la curva

de indiferencia más alta entre las alcanzables)6.

Estos tres supuestos se agrupan en tres clases: (i) especificaciones simplificadas sobre el escenario institucional y epistémico – precios e ingresos dados y conocidos, (ii) reafirmaciones o especificaciones de las ‘leyes’ generales de la teoría de la elección del consumidor (maximización de funciones de utilidad de algún tipo), y (iii) especificaciones adicionales cuyo sólo propósito es hacer el análisis lo más fácil y determinado posible – sólo dos bienes infinitamente divisibles. Noten que el modelo no es una estructura matemática sin interpretación, sino que define un cuádruplo de agente, bienes e ingreso.

(i) Supuestos institucionales y epistémicos. Aunque simplificadas, las especificaciones del escenario institucional y epistémico de aquí son comunes en muchos modelos económicos. Atribuyendo a los individuos perfecto conocimiento, uno hace que sus creencias coincidan con cualquiera sean los hechos y así evita el problema de que la acción dependa de creencias subjetivas (A.14.3). El supuesto de que el agente es ‘tomador de precios’ – esto es, que el agente no puede conscientemente influir sobre los precios – es común y es una de las que definen lo que los economistas llaman ‘competencia perfecta’. Introducir la posibilidad de regateo complicaría el modelo y reduciría su determinación, pues el resultado dependería también de la capacidad y poder de regateo.

(ii) Especificaciones de las leyes. Las ‘leyes’ que forman la teoría de la elección del consumidor se muestran ellas mismas en disfraces matemáticos. El supuesto 6 dice que A elige aquella canasta de bienes que. maximiza su utilidad, sujeto a la restricción de que el valor del consumo de A no exceda su ingreso. Esta es una consecuencia de la racionalidad y no quiere decir más que: sujeto a su restricción presupuestaria, A elige lo que más prefiere.

La función de utilidad mencionada en los supuestos 5 y 6 es una función de utilidad ordinal y es definible sólo si las preferencias de A son completas, transitivas y contínuas. El consumismo se demuestra a sí mismo en este modelo de dos bienes como la afirmación de que la utilidad de A es una función creciente de ambos qx y qy. Demandar que la función de utilidad sea diferenciable es meramente una conveniencia matemática7. Finalmente estipular que la función de utilidad debe ser cuasi-cóncava es reafirmar la ley de tasas

5 Hay otras condiciones técnicas sobre los conjuntos de consumo que estoy dejando implícitas. Ver Malinvaud 1972, pp.21f. 6 Noten que la restricción presupuestaria . .x x y yp q p q I+ ≤ no implica por sí misma que (ceteris paribus)

xq se relaciona inversamente con xp . Sin cambios en I o yp , todo lo que uno puede inferir es que xq o

yq decrecerán a medida que xp crece. yq no está y no debería estar incluida en la cláusula ceteris paribus porque los economistas se preocupan por explicar las cantidades demandadas (incluyendo a yq ) 7 Dado que la diferencia entre las utilidades (ordinales) de dos canastas diferentes de bienes es arbitraria, también lo es la derivada de una función de utilidad ordinal. Uno debe luego ser cuidadoso en ignorar las consecuencias arbitrarias que podrían resultar de tratar una función ordinal como diferenciable.

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marginales de sustitución. Supongamos que para cualquier canasta de bienes [ ( , )]b x y′ ′ ′= y

[ ( , )]b x y∗ ∗ ∗= , ( ) ( )U b U b∗′ ≥ . Entonces la función ( )U b es estrictamente cuasi-cóncava si y

sólo si para todo b estrictamente entre b′ y b∗ , ( ) ( )U b U b∗> (Malinvaud 1972, p.26). La formulación alternativa del supuesto 5 en términos de curvas de indiferencia será discutido a continuación.

(iii) Simplificaciones adicionales del modelo. Aunque las especificaciones institucionales y epistémicas y las reafirmaciones de las ‘leyes’ de la teoría de la elección del consumidor son problemáticas, lo que parece grotesco hasta que uno se acostumbra a los hábitos de los economistas son las extremas simplificaciones – un conjunto convexo de consumo que contiene sólo dos bienes y el gasto de la totalidad del ingreso (un conjunto es convexo si una línea entre dos puntos cualquiera está contenida enteramente en el conjunto. Por eso, entre otras cosas, la convexidad implica infinita divisibilidad de bienes). Pero tales modelos no son disparatados. Algunas de estas simplificaciones son evitables y uno puede investigar si es probable que lleven a errores significativos o no. Al costo de complejidad matemática y

algunas indeterminaciones, uno puede analizar la elección del consumidor entre bienes agrupados. Tomar el ingreso como dado separa las decisiones de consumo de las decisiones de asignar recursos a incrementar el ingreso. Esta separación parece una primera aproximación razonable. En el supermercado, la gente comúnmente toma su ingreso como dado.

2.5 Derivando la Demanda Individual

Veamos ahora como las características de las funciones de demanda individual pueden ser derivadas del modelo del sistema simple de consumo. En principio es posible derivar la función de demanda a partir de la función de utilidad pero, como los economistas nunca conocen a esta última y el ejercicio requiere matemáticas más complicadas, no mostraré como se hace esto, aunque en la próxima sección daré algunos indicios.

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Como las canastas de bienes entre las que A debe elegir consisten de solo dos bienes infinitamente divisibles, todo el conjunto de posibilidades de consumo puede ser representado por la porción del plano x yq q− delimitado hacia abajo y hacia la izquierda por

0xq = y 0yq = (Ver figura 2.1). Cada punto ( , )a b en este cuadrante representa una canasta

de bienes consistente de a unidades del bien x y b unidades del bien y. Esta es una instancia de lo que los economistas llaman ‘espacio de bienes’, y la función de utilidad de A asigna (un ordenamiento de acuerdo a) utilidad a cada punto. Dado el consumismo, si la canasta de bienes 1b está al noreste, o arriba y hacia la derecha, de 2b entonces A prefiere la canasta 1b

a la canasta 2b .

Uno puede representar la restricción presupuestaria de A (la línea . .x x y yp q p q I+ = ) en este

espacio de bienes. Es una línea recta con la pendiente /x yp p− que interseca al eje xq en

/ xI p y al eje yq en / yI p . Como A no puede gastar más de I y quiere moverse tan lejos hacia

el nordeste como pueda, el consumo de A se ubica en algún punto a lo largo de su restricción presupuestaria.

Para reducir este conjunto infinito de canastas de consumo a uno, los economistas hacen uso del recurso de ‘curvas de indiferencia’. Consideren un conjunto de canastas de bienes a lo largo del cual el agente es indiferente. Tales conjuntos pueden ser graficados en el espacio de bienes. Como los bienes son infinitamente divisibles y la función de utilidad de A es continua, estas ‘curvas de indiferencia’ serán continuas. Si ( , )a b′ ′ esta al noreste (o

sudoeste) de ( , )a b , entonces ( , )a b′ ′ no puede encontrarse sobre la misma curva de

indiferencia que ( , )a b , y, dada la transitividad de la indiferencia, la curva de indiferencia

que contiene a ( , )a b no puede intersecar a la curva de indiferencia que contiene a ( , )a b′ ′ .

Graficar la función de utilidad de A requeriría tres dimensiones, pero, como los valores reales de la utilidad (aparte del ordenamiento) no importan, uno no pierde nada en este respecto confinándose a dos dimensiones. En lugar de depender de la cuasi-concavidad estricta de la función de utilidad para inferir consecuencias concernientes a las elecciones de consumo de A, uno hace uso de la afirmación cercanamente relacionada de que las curvas de indiferencia de A son convexas al origen, esto es, que tienen la forma representada en la figura 2.1. La afirmación de que las curvas de indiferencia son siempre convexas al origen es, de hecho, una buena reafirmación matemática de la ley de tasas marginales de sustitución. Pues el valor de absoluto de la tasa marginal de sustitución, dado que A posee la canasta (a, b), es la pendiente de la curva de indiferencia que pasa por ( , )a b en el punto

( , )a b . A medida que xq relativo a yq crece, la magnitud de la pendiente de la curva de

indiferencia crece más lentamente. Si /y xq q es pequeño, una pequeña cantidad de y

sacrificada por una gran cantidad de x retiene a A en la misma curva de indiferencia.

La derivación y la explicación de las elecciones de consumo de A son luego simples. A hace lo que él o ella más prefieren si y sólo si A elige una canasta sobre la curva de indiferencia más lejana que interseca la línea presupuestaria. Esa curva de indiferencia será tangente a la línea presupuestaria, excepto en el caso de las llamadas ‘soluciones de esquina’. Se da una solución de esquina si la curva de indiferencia más elevada interseca la línea presupuestaria en uno de los ejes.

Supongamos que x sea café e y sea ‘t-d’ (el bien compuesto de todo-lo-demás) y A fuera alguna persona particular, Alicia. Entonces pareciera que uno puede explicar porqué Alicia compra 0.713 onzas de café (por semana) en términos de factores institucionales y epistémicos dados: el ingreso de Alicia, el precio de café, algún índice de precios para ‘t-d’, y el conocimiento detallado de la función de utilidad y curvas de indiferencia de Alicia. Tal interpretación es profundamente pensada, y, si uno poseyera el conocimiento requerido, factible. Pero los economistas nunca conocen lo suficiente acerca de las funciones de utilidad y curvas de indiferencias de nadie como para hacer tales aplicaciones cuantitativas.

Entonces, ¿Qué aplicaciones explicativas puede tener el modelo de sistema simple de consumo? Conociendo muy poco más de lo estipulado en los supuestos del modelo, los

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economistas querrían ser capaces de explicar (o predecir) los cambios en el consumo como consecuencias de cambios en precios o ingreso. Pero supuestos adicionales acerca de la forma de la curva de indiferencia de Alicia son necesarios. Un mayor ingreso puede llevar a una menor demanda de ‘bienes inferiores’ y un incremento en el precio podría ir incluso acompañado por un aumento en la demanda para ‘bienes Giffen’8 . Dadas curvas de indiferencia de forma similar a aquellas de la figura 2.1, razonables para el caso de muchos consumidores y bienes como café, pueden alcanzarse conclusiones más definidas. Si el ingreso decrece a I ′ en la figura 2.1 sin cambio en la pendiente, Alicia consumirá menos de tanto café como ‘t-d’. Si el precio de café decrece, Alicia consumirá más café y menos de ‘t-d’. La demanda de Alicia para café es una función decreciente del precio de café, una función creciente del precio de sustitutos, una función creciente del ingreso de Alicia, y depende causalmente de las preferencias de Alicia. Noten que estas afirmaciones comparan estados de equilibrio. No menciona la dinámica del ajuste (ver cap.3).

Como la demanda de mercado es la suma de las demandas individuales, los economistas pueden explicar las generalizaciones acerca de la demanda de mercado. Y, además, tal como hubiera esperado alguien que buscara imitar a Newton, los economistas también tienen correcciones para estas generalizaciones del mercado. La teoría de la elección del consumidor muestra cómo estas generalizaciones, incluyendo hasta la ley de demanda, pueden fallar. Sería bueno tener un relato cuantitativo de la demanda del mercado, y sería bueno hacer uso de un modelo menos idealizado que el sistema simple de consumo, pero el descenso desde el nivel de generalizaciones de mercado a sus bases teóricas parece ser un éxito.

2.6 Bootstapping y debilidad evidencial

Esta derivación de la demanda de mercado altamente cualitativa es, sin embargo, menos satisfactoria de lo que he sugerido, no porque la ciencia deba ser cuantitativa, sino porque los datos concernientes a la demanda de mercado no discriminan entre esta explicación teórica y alternativas. Como Gary Becker ha mostrado (1962), un comportamiento completamente fortuito podría dar explicación a las curvas de demanda de pendiente negativa y la influencia del ingreso en el consumo; y el comportamiento habitual podría dar explicación a todas las generalizaciones de mercado discutidas anteriormente. Entonces, la teoría de la elección del consumidor no está fuertemente confirmada por su habilidad para explicar los hechos generales concernientes a la demanda de mercado.

Para esclarecer este punto, para explicar cómo una teoría cuantitativa podría estar mucho mejor confirmada, y para mostrar cómo la noción de bootstrapping de Glymour (A.10.3) puede ser aplicada, consideremos un ejemplo hipotético de un sistema simple de consumo en el cual conocemos la función de utilidad de Alicia. En particular, supongamos que

. .x yU a b q q= + . Una técnica analítica para resolver problemas de maximización (o

minimización) restringida es formar una función especial combinando la función de utilidad y la restricción presupuestaria e igualar sus primeras derivadas a cero. Si las segundas derivadas son negativas en es punto, la utilidad será maximizada (Ver Henderson y Quandt 1971, pp.404-7 y Samuelson 1947, p.363). La función en este caso sería:

. . .( . . )x y x x y yV a b q q d I p q p q= + + − −

donde a d se lo llama multiplicador de Lagrange, cuya interpretación no debería molestarnos aquí.

8 Este ejemplo clásico acerca del campesinado irlandés en el siglo diecinueve, de quienes se alega que dedicaban tanto de su ingreso a papas que se vieron forzados a consumir menos de sustitutos mas costosos como trigo cuando las papas se encarecieron. Si hay o no instancias empíricas de este fenómeno de los llamados ‘bienes Giffen’ es, sin embargo, controversial

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El conjunto de ecuaciones que uno usa para predecir o explicar las decisiones de consumo de Alicia es:

( ) . .

( ) 0( ) 0

( )

( ) 0 (esto es, . . )

x y

x

y

x x y y

d x x y y

i U a b q qii Viii V

iv I I p p p pv V p q p q I

∗ ∗ ∗

= +

′ =′ =

= = =

′ = + =

donde xV ′ , yV ′ , dV ′ son las primeras derivadas parciales de V respecto a x, y, d, y las

cantidades con * son valores específicos observados.

Supongamos ahora que experimentamos con Alicia, dándole diferentes ingresos y observando sus elecciones en el mercado cuando se enfrenta a distintos precios. En particular consideremos los siguientes dos experimentos. En 1E , 80I ∗ = , 1xp∗ = y 1yp∗ = ,

mientras que en 2E , 80I ∗ = , 1xp∗ = y 2yp∗ = . Llevamos a cabo nuestros experimentos y

observamos que en 1E Alicia consume 40 unidades de ambos x e y, mientras que en 2E consume 40 unidades de x y 20 unidades de y. Estos datos proveen una confirmación bootstrap de (ii) relativa a la teoría formada por (i), (iii), (iv) y (v), y una confirmación bootstrap para (iii) relativa a la teoría formada por (i), (ii), (iv) y (v). Mas aún, respecto de una teoría formada por (ii), (iii), (iv) y (v) y una limitación sobre la forma funcional de U, estos datos proveen una confirmación bootstrap para (i).

Déjenme demostrar estas afirmaciones. Dado (iv) (ingreso y precios), (v) y (i), la función del multiplicador de Lagrange en 1E es: . . .(80 . . )x y x x y yV a b q q d p q p q= + + − − . La ecuación (ii)

dice entonces que /yq d b= . De los resultados experimentales surge que 40d b= .

Sustituyendo 40d b= y 40x yq q= = en yV ′ , uno puede deducir (iii), que 0yV ′ = . Como esta

conclusión no prevalecería más allá de los resultados del experimento, tenemos una confirmación bootstrap de (iii) en 1E relativa a (i), (ii), (iv) y (v) (Por ejemplo, si observáramos que Alicia elige 60 unidades de x y 20 unidades de y, uno podría deducir que

460d b= de (ii) y 40yV ′ = − . La deducción de (ii) a partir de (i), (iii) y (iv) es la misma. El

lector puede asegurarse que los resultados experimentales para 2E también proveen confirmación bootstrap de (ii) relativa a (i), (ii), (iv) y (v) y de (iii) relativa a (i), (ii), (iv) y (v).

Supongamos ahora que nuestra teoría consiste en (ii), (iii), (iv) y (v) y la afirmación (vi) de que la función de utilidad debe ser de la forma 2 2

0 1 2 3 4 5. . . . . . ...x y x y x ya a q a q a q a q a q q+ + + + + + La

función puede tener cualquier número finito de términos, aunque cuanto más larga sea, mayor cantidad de datos será requerida para la confirmación bootstrap de (i) relativa a (ii), (iii), (iv) y (v), y para esta estipulación (vi) de forma funcional. Como una gran cantidad de funciones pueden ser aproximadas de esta forma, esta estipulación no es restrictiva. Ignorando todos los términos siguientes al sexto a los propósitos de ilustración, (ii) y (iv) en

1E nos dicen que 1 3 52. . .x yd a a q a q= + + , mientras que (iii) y (iv) en E1 nos dicen que

2 4 52. . .y xd a a q a q= + + . Combinando y sustituyendo los valores observados de xq y yq uno

obtiene la ecuación lineal a1 – a2 + 80.a3 – 80.a4 = 0. Llevando a cabo las mismas operaciones para 2E , uno deriva la ecuación lineal 1 2 3 42. - 160. - 40. 0a a a a+ = . Con datos

confirmatorios de experimentos adicionales, será posible deducir que 1 2 3 40 a a a a= = = = y

que 0 5. .x yU a a q q= + . Como las magnitudes de a y b son arbitrarias, esto constituye una

confirmación bootstrap para (i). Si la forma funcional postulada tiene más términos, mayor número de experimentos serán necesarios para confirmar (i).

Aunque bueno como ilustración de bootstrapping, este ejemplo no demuestra que la teoría de la elección del consumidor está bien confirmada, dado que la función de utilidad y los

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experimentos son fantasía. Los economistas no intentan determinar la exacta función de utilidad de los individuos. La teoría de la elección del consumidor no es vacía empíricamente, pero su contenido es reducido.

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3. La teoría de la firma y Traducción: Leandro Gorno

equilibrio general

La teoría de la elección del consumidor pretende explicar y predecir el “lado” de la demanda de los mercados, pero una comprensión de las economías competitivas requiere además una teoría de la oferta. También se necesita una teoría acerca de cómo las “fuerzas” de la oferta y la demanda determinan conjuntamente los resultados económicos. En este capítulo completaré la exposición con estas piezas de teoría microeconómica positiva, antes de abordar en el capítulo 4 la teoría normativa del bienestar económico. El material aquí presentado – especialmente en las primeras cuatro secciones – debe nuevamente resultar familiar a los economistas, pero hay afirmaciones polémicas en las últimas tres secciones, las cuáles no deberían saltearse.

3.1 Oferta de mercado de bienes de consumo y la teoría de la firma

Así como la demanda de mercado depende de los precios, ingresos, y gustos, la oferta de mercado depende de los precios y de la tecnología. Un mayor precio para x induce una mayor oferta; un menor precio desincentiva la oferta1. Algunas minas de cobre, por ejemplo, fueron cerradas por completo cuando el precio del cobre cayó en la década de 1970. Mayores precios de los insumos elevan el precio del producto y disminuyen su oferta. Mejoras en la tecnología pueden tornar más barato producir algo, incrementando esa oferta al precio dado.

Como en el caso de las generalizaciones relativas a la demanda, el trabajo empírico y los datos estadísticos pueden agregar una dimensión cuantitativa; y los resultados pueden cobrar utilidad práctica. Pero, como en el caso de la demanda, los economistas buscan leyes más profundas y una explicación más sistemática.

Al teorizar sobre la oferta de servicios no producidos, como el trabajo, la misma teoría de la elección del consumidor puede ser adaptada, de forma que la cantidad ofrecida dependa de la elección del “consumidor” entre el ocio, las amenidades del trabajo, los recursos y los bienes y servicios de consumo. Pero al teorizar sobre la oferta de la mayoría de los bienes y servicios de consumo, uno debe decir algo acerca de las empresas que producen, transportan, y comercializan estos bienes.

La teoría de la firma está construida sobre solamente tres “leyes”:

1 La cantidad de producto resultante de cualquier proceso de producción es una función creciente de cada uno de los insumos del proceso, pero dentro del rango de cantidades de insumos normalmente utilizadas por la firma, la magnitud en la que cualquier insumo dado d incrementa el producto, manteniéndose fijas las cantidades de los otros insumos, es una función decreciente de la cantidad de d (“rendimientos decrecientes”).2

2 Si en la vecindad de un punto de equilibrio, todos los insumos del proceso productivo son incrementados o disminuidos en la misma proporción, entonces el producto se

1 Al menos cuando el vendedor es una firma. Mayores precios no necesariamente causan, ceteris paribus, un incremento en la oferta de servicios productivos por parte de los individuos o de las familias. 2 Se ha dicho algunas veces que, si la ley de rendimientos decrecientes no fuera cierta, entonces toda la comida del mundo podría producirse en un acre de tierra (Robbins 1935, capítulo 4). Pero la ley nos tan indiscutible. Afirma que la productividad marginal es decreciente en los niveles de utilización de insumos que en la práctica se emplean.

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incrementará o disminuirá exactamente en esa proporción (rendimientos constantes a escala).

3 Las empresas intentan maximizar el rendimiento neto o “beneficio”3 (“maximización de beneficios”).

Así como el consumismo y la ley de utilidad marginal decreciente afirman que la utilidad se incrementa a una tasa decreciente cuando el consumo aumenta, la ley de rendimientos decrecientes, o productividad marginal decreciente, afirma que el aumento en el producto derivado de un incremento en la cantidad de insumo d es una función decreciente de dq . Es posible que para niveles muy bajos de insumo d en comparación con otros insumos existan rendimientos crecientes, y también que si se utiliza suficiente de cualquier insumo el producto disminuya. Los rendimientos decrecientes no niegan estos hechos; solamente afirman que no son relevantes dentro del rango de combinaciones de insumos que realmente se emplean en las firmas. Como en el caso de la utilidad marginal, hablamos de productividad marginal decreciente porque se afirma que el producto marginal (el incremento marginal en el producto debido a un aumento en la cantidad de d como insumo) decrece, no debido a que el producto total disminuya.

La segunda “ley”, rendimientos constantes a escala, afirma que, la duplicación de todos los insumos permite obtener el doble de producto. No hay conflicto entre la existencia de rendimientos decrecientes y rendimientos constantes a escala, aunque la terminología sugiere lo contrario. Los rendimientos constantes a escala son una generalización problemática. Algunos, como Samuelson (1947, p. 84) los contemplan como una trivial verdad definicional – cuando parece no cumplirse, se inventa un algún otro insumo que no se ha aumentado lo suficiente o que se ha aumentado demasiado. Sin embargo, existe poca evidencia de su verdad y ninguna razón que la implique, a menos que uno esté convencido de que la economía se encuentra perpetuamente en equilibrio en un sentido bastante fuerte. Si hubiera rendimientos a escala crecientes o decrecientes a escala, entonces, contradiciendo el supuesto de equilibrio, la firmas podrían desear ser más grandes o más pequeñas de lo que de hecho fueran. Pareciera ser que los rendimientos constantes a escala hacen su aparición en los modelos económicos más por su papel en hacer esos modelos coherentes y matemáticamente tratables que por el compromiso de los economistas con su verdad. Tal vez no deberían ser considerados un componente fundamental de la teoría de la firma.

La última de las leyes – maximización de beneficio – ha resultado especialmente controvertida, pero lo que afirma parece ser una aproximación razonable. Existe, sin embargo, una importante tensión entre el supuesto referente a la motivación de las firmas y la afirmación de que los individuos son maximizan de utilidad. ¿Qué ocurre cuando, como es usualmente le caso, las preferencias de los administradores y los elevados beneficios de las firmas no coinciden? ¿Cómo pueden los individuos ser motivados de tal forma que la empresas tiendan a maximizar beneficios? Mucho del trabajo realizado en teoría de la agencia apunta a responder esa pregunta (Fama 1980; Jensen y Meckling 1976; Williamson 1985).

Por sí mismas, estas tres leyes proveen sólo el esqueleto de la teoría de la firma. Como en la teoría de la elección del consumidor, se requiere ver como estas leyes se utilizan en conjunto y que clases de simplificaciones y técnicas matemáticas se requieren al usarlas para enfrentar problemas particulares. A pesar de que la ley de rendimientos decrecientes

3 Existe aquí cierta dificultad terminológica, ya que los economistas clásicos contemplaban el interés como beneficios, mientras que los economistas neoclásicos consideran al beneficio como aquello que queda después de cubrir los costos, incluyendo el costo del capital (que corresponde al beneficio “normal” u “ordinario”). A pesar de que los economistas neoclásicos, como sus predecesores clásicos, ven a las firmas intentando maximizar beneficios, ahora los economistas las consideran destinadas a obtener beneficios nulos en el equilibrio competitivo de largo plazo. Aunque parezca insoportablemente extraño que las firmas deban apuntar a maximizar beneficios y en promedio obtener cero, la dificultad es sólo terminológica. Todo lo que significa es que en el largo plazo, las firmas no obtienen más que el retorno promedio de la inversión.

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es relativamente sólida, las “leyes” que conforman la teoría de la firma dan lugar a las misma reservas (que se tratarán luego en 8.1 y especialmente en 8.1.5) que aquellas de la teoría de la elección del consumidor.

3.2 Oferta de mercado y la función de oferta de la firma

De la misma forma en la cual los economistas explican la demanda de mercado en términos de demanda individual, la oferta de mercado es explicada en términos de la oferta de firmas individuales, ya que la cantidad ofrecida en la mayoría de los mercados de bienes de consumo es la suma de las cantidades ofrecidas por varias firmas.

El paso interesante es la derivación de la función de oferta de las firmas de la teoría de la firma y de otras afirmaciones referentes a las circunstancias institucionales y epistémicas en la cuáles se toman las decisiones de producción. Algunas firmas más que producir, transportan, distribuyen, o venden, pero, con una noción lo suficientemente abstracta de producción, todas estas actividades pueden ser consideradas como producción.

La función de oferta especifica cuanto de un bien z es producido por la firma F (medido como un flujo por unidad de tiempo) como una función de varias variables (causales). Qué se incluye entre esas variables causales depende de la magnitud de la interdependencia entre los mercados que se toman en cuenta explícitamente en el análisis, y depende de si se considera que la firma opera en un mercado competitivo, como monopolista, o como miembro de un oligopolio.

Hay muchas complejidades aquí y, como en el caso de la demanda, limitaré mi tratamiento al caso más simple.

3.3 El modelo de un sistema simple de producción competitiva

En el uso más elemental de la teoría de la firma para explicar la oferta, los economistas emplean un modelo simple, que llamaré “sistema simple de producción competitiva”. Este modelo, como el sistema simple de consumo discutido antes en la sección 2.2, ilustra muchas de las características típicas de los modelos en Economía.

( , , , )F z a b es un sistema simple de producción competitiva si y sólo si:

1 F es una firma que produce y vende el bien z y usa insumos a y b para producir z.

2 F debe decidir cuanto de z producir “en el corto plazo” cuando bq está fijo como *bq .

3 ( , )z a bq f q q= , donde f es continua y diferenciable y conocida por F, y la dos primeras

derivadas parciales de f con respecto a aq y bq son positivas y las dos derivadas segundas son negativas.

4 Los precios zp , ap y bp están dados y son conocidos para F.

5 F tiene como objetivo maximizar los retornos netos: [ ]z z a a b bp q p q p q− + .

Sólo dos de las leyes de la teoría de la firma se utilizan aquí: rendimientos decrecientes y maximización de beneficio. Debido a que la cantidad de uno de los insumos de producción, b, está fija, la escala es invariable. La idea de que uno puede pensar en los factores cuyo ajuste requiere mucho tiempo, como si estuvieran fijos “en el corto plazo” se debe a Marshall (1930, libro V, capítulos 1-5; ver también Boland 1982a). Los supuestos epistémicos e institucionales son similares a aquellos subyacentes en el caso de un sistema

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simple de consumo. La firma opera en un mercado competitivo, donde no pueden influenciar el precio que deben pagar por los insumos o el precio que pueden recibir por sus productos. Se asume que estos precios son conocidos, lo que implica asumir más que en el caso del consumo, considerando que las decisiones de producción típicamente se toman con bastante anterioridad a la venta del producto. Este modelo deja fuera el capital, el tiempo, y la incertidumbre. Además, simplifica asumiendo divisibilidad infinita (implícita en 3), un solo producto, y solamente un insumo variable, a, en el proceso productivo.

3.4 Derivando la función de oferta de una firma competitiva simple.

Con la cantidad de b fija en un nivel *bq , el producto es una función solamente de aq , o,

alternativamente, uno puede contemplar los requerimientos de insumo a como una función del nivel de producto. Uno puede, por ende, pensar la toma de decisiones de las firmas tecnológicamente, con el producto determinado por los insumos empleados, o económicamente con la utilización de insumos determinada por el nivel de producción deseado.

Uno puede luego graficar la derivada parcial de f con respecto a aq (con bq fija en bq∗ ) o la

derivada de la función inversa relacionando aq con el nivel deseado de zq . En otras palabras, uno puede considerar la productividad marginal de a – la diferencia marginal en el producto que corresponde a un incremento marginal en la utilización de a – como una función de aq , o uno puede considerar los requerimientos marginal de insumos como una

función de zq . Si uno multiplica por zp en el primer caso y por ap en el segundo, uno

puede, como en la figura 3.1(a), graficar la relación entre aq y el valor del producto marginal de a y, como en la figura 3.1(b), uno puede graficar la relación entre el costro marginal y zq .

La curva de productividad marginal tendrá pendiente negativa en el conjunto relevante de combinaciones de insumos: esto es simplemente una reformulación de la ley de rendimientos decrecientes. Uno puede además indicar en la figura 3.1(a) que el precio fijo que la firma F debe pagar por unidad de a, ap , como una línea horizontal. Como F intenta

maximizar beneficios y conoce tanto ap y la productividad marginal de a, la cantidad del

insumo a empleada será aq∗ , y el nivel de producto es entonces ( , )a bf q q∗ ∗ . Si se emplea menos

de a que aq∗ , existen la posibilidad de obtener más beneficios incrementando la producción, ya que una unidad adicional de a resultará en un aumento del producto superior al costo del insumo adicional. Si se emplea más de a que aq∗ , entonces F está disminuyendo sus

ap

aqaq∗

$ productomarginal

Figura 3.1(a). Productividad marginal

zp

zqzq∗

$ costo marginal

Figura 3.1(b). Costo marginal

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beneficios al emplear unidades de insumo que cuestan más que el valor del producto que generan.

En la figura 3.1(b), la curva de costo marginal (los requerimientos marginales del insumo a, multiplicados por ap ) debe tener pendiente positiva como una consecuencia de la ley de

rendimientos decrecientes. De la misma forma que uno puede representar el ap dado como

una línea horizontal en la figura 3.1(a), así uno puede representar zp como una línea horizontal en la figura 3.1(b). La intersección de las curvas de precio y costo marginal representa el producto maximizador de beneficios, zq∗ . Si el producto es menos que este,

pueden obtenerse beneficios adicionales produciendo más unidades, ya que su costo es menos que su precio. Si se produce más que zq∗ , se están resignando beneficios al producir unidades que cuestan más que su precio.

Es posible derivar una función de oferta a partir de la función de producción ( ( , )z a bq f q q= ), la especificación de las condiciones epistémicas e institucionales, y de varias simplificaciones. Más aún, estas derivaciones pueden no ser ejercicios vacíos (como son en el caso de la demanda), ya que las firmas pueden conocer sus funciones de producción. Sin embargo, como en el caso de la demanda, el propósito no es usualmente derivar una función de producción específica. En cambio, el objetivo es derivar y explicar características de la función de oferta de la firma que no dependan de las particularidades de la función de producción, más allá de los especificado en el modelo.

Uno puede predecir cambios en la cantidad de z ofertada por F como consecuencia de cambios en los precios o tecnología sin saber demasiado acerca de la función de producción de la firma, excepto que su derivada primera con respecto a aq es positiva y su derivada

segunda con respecto a aq negativa. Si zp aumenta, la línea horizontal representando su

precio en la figura 3.1(b) se desplaza hacia arriba y zq se incrementa. Un cambio en zp causa (todo lo demás constante) un cambio en la misma dirección en la cantidad de producto de equilibrio. Si, por otra parte, ap aumenta, la curva de costo marginal se desplaza hacia arriba y su intersección con la línea representando el precio de z se desplaza a la izquierda. zq es una función decreciente de ap . Un cambio en bp no tiene ningún efecto

ni en el costo marginal, ni en zq . Ya que un cambio tecnológico sólo será adoptado por una firma maximizadora de beneficio si baja los costos, los cambios tecnológicos que afectan los precios en el corto plazo tenderán a disminuirlos. Los economistas se preocupan principalmente por las propiedades del equilibrio, no por la dinámica del ajuste.

Debido a que la oferta de mercado es la suma de las ofertas de las firmas individuales, los economistas pueden explicar las generalizaciones referentes a la oferta de mercado delineadas más arriba. Más aún, tal como en el caso de la demanda ellos han aprendido como refinar estas generalizaciones. De esta forma, los cambios en los precios de los insumos no siempre influyen en la oferta. Si la variación de precio afecta un factor relativamente fijo, entonces su influencia en el producto no se registra inmediatamente. Sería bueno tener una descripción cuantitativa de la oferta de mercado, e incluso, con mayor información referente a la función de producción de la firma una descripción de este tipo parecería posible. También sería bueno trascender un modelo tan simple. Pero, de nuevo, como en el caso de la demanda, el descenso desde el nivel de la generalización del mercado a los supuestos fundamentos teóricos aparenta ser un éxito.

3.5 Equilibrio de mercado y explicaciones de oferta y demanda.

El análisis anterior trata las cantidades demandadas y ofertadas como causalmente influenciadas por los precios. En otras explicaciones teóricas, uno considera los precios como variables dadas que influencian causalmente el comportamiento de los consumidores y de las firmas. Sin embargo, en una economía de mercado los precios no se determinan de hecho, sino que surgen como consecuencia del comportamiento de las firmas y de las

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familias. Todavía se necesita una teoría acerca de cómo las economías de mercado coordinan el comportamiento individual, y no simplemente cómo, dada esa coordinación, los precios influyen separadamente en las cantidades ofertadas y demandadas.

Esta básica tarea explicativa no se adjudica a la microeconomía, sino a la teoría del equilibrio general4. Pero, aún sin involucrarse en la teoría del equilibrio general, uno todavía puede decir algo acerca de cómo se determinan los precios. Aún si las economías se caracterizan por la una interdependencia general entre los mercados, algunas veces puede ser razonable enfocar los mercados individualmente o en pequeños grupos.

Una buena explicación de la determinación del precio, ya sea en un mercado particular o en toda la economía, requiere una teoría bien articulada de cómo los mercados determinan los precios. No existe tal teoría. Todo con lo que los economistas cuentan en el caso de mercados particulares es esencialmente la descripción de Adam Smith:

[ Cuando la cantidad de una mercancía ] que se lleva al mercado es insuficiente para cubrir la demanda efectiva, todos aquellos que desean pagar... [ el precio natural ] no pueden ser abastecidos con la cantidad que ellos quisieran. Algunos de ellos, con tal de no renunciar a la mercancía, estarán dispuestos a pagar más por ella. Por tal razón se suscitará entre ellos inmediatamente una competencia, y el precio de mercado subirá más o menos sobre el precio natural, según que la magnitud que la deficiencia, la riqueza o el afán de ostentación de los competidores, estimulen más o menos la fuerza de la competencia. (1776, p.56)

Si para un precio dado existe un exceso de demanda, la competencia entre aquellos que desean la mercancía o servicio elevará el precio hasta que el exceso de demanda sea eliminado (ver Arrow y Hahn 1971, capítulos 11-13). Entonces los economistas dibujan el famoso gráfico que se muestra en la figura 3.25. A cualquier precio por encima del precio de equilibrio ep , como op , habrá un exceso de oferta, y la competencia entre aquellos proveen la mercancía o servicio hará disminuir el precio. Pero los economistas no tienen un teoría detallada explicando como esa competencia entre vendedores y compradores determina los precios. En efecto, la competencia por el precio queda fuera al efectuarse una lectura literal de modelos simples, como aquellos de un sistema de consumo simple o de un sistema de producción competitiva en los cuáles los tomadores de decisiones aceptan el precio como dado. A pesar de todo, notemos que las teorías microeconómicas de la oferta y la demanda aún pueden jugar un papel crucial dentro de la dinámica implícita de determinación del precio. Cada precio determina una oferta y una demanda, según es explicado por las teorías de la elección del consumidor y de la firma. Por ejemplo, un desplazamiento en la demanda como en los movimientos de D a D′ causa un desplazamiento del precio. Los nuevos

4 Aquí pueden existir confusiones con la terminología, ya que muchos consideran a la teoría del equilibrio general como una parte de la microeconomía (o viceversa). Ver sección 3.7. 5 En realidad los economistas invierten los ejes y sitúan las cantidades, que son las variables dependientes, en el eje horizontal.

eq

ep

q S

Figura 3.2. Oferta y demanda

D′

D

eq′

ep′ pop

doq

soq

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precios invocan nuevas ofertas y demandas y el proceso hipotético que comienza con un cambio en algún factor que afecta la oferta o la demanda itera hasta que se restaure el equilibrio (parcial) de mercado. Un mercado está en “equilibrio” cuando no existe demanda excedente, ni oferta excedente (a menor que el precio sea cero). Casi nada más se afirma sobre los procesos reales de ajuste, dentro de un mercado individual, a pesar de que ha habido una buena cantidad de discusión acerca de mecanismos hipotéticos como el “tâtonnement” de Walras o el mecanismo de “recontratación” de Edgeworth.

Estas explicaciones de “estática comparativa” de la oferta y la demanda pueden fácilmente volverse confusas. Por ejemplo, los economistas a menudo se resisten injustificadamente a considerarlas causales, ya que están inclinados a distinguir una comparación de estados de equilibrio de una explicación dinámica y explícitamente causal. En lugar de rastrear la cadena de consecuencias de algún factor influenciando la oferta y la demanda (como una helada en Brasil que destruya su cosecha de café), los economistas sólo intentan decir cuales son el precio y la cantidad de equilibrio. Estas explicaciones de equilibrio parcial, difieren de los casos paradigmáticos de explicación causal, ya que resultan ser abstracciones de la secuencia real de eventos y de las relaciones causales presentes en ella. No hay una mención explícita de ordenamiento temporal, lo que muchos consideran esencial en una explicación causal. En equilibrio, las funciones de oferta y de demanda y las instituciones de mercado explican el precio y la cantidad de equilibrio, aún cuando no hay un tratamiento explícito de las relaciones temporales o dinámica.

A pesar de que la distinción entre explicaciones dinámicas y de estática comparativa es importante, ambas pueden ser causales. La estructura causal del análisis de estática comparativa es directo. En el fondo, hay una historia temporal implícita en la cuál el desplazamiento cuyos efectos uno está explorando precede el establecimiento de un nuevo equilibrio. Al abstraer desde la real trayectoria de ajuste hacia el shock, se asume que el proceso de ajuste tiene poca influencia en el resultado final. Cuando este supuesto no se corresponda con la realidad, la explicación obtenida será incorrecta. Sin embargo, el hacer este supuesto y olvidarse de los pasos intermedios, no hace que la explicación sea no causal.

En el análisis estático comparativo, los factores explicativos consisten en funciones de demanda y oferta, junto con mecanismos de mercado no especificados. Estas funciones de demanda y oferta, a diferencia de cantidades específicas demandadas u ofertadas, pueden tener un papel en explicar los precios si anteceden causalmente a los precios y cantidades de equilibrio que supuestamente explican. A su vez, esta precedencia causal se da siempre y cuando los factores que afectan la oferta y la demanda de un determinado bien o servicio, aparte de su precio, no dependan (en algún grado de aproximación) del precio o de la cantidad intercambiada. De otra forma, la curva o función de demanda se desplazaría con cada cambio en el precio. En los casos paradigmáticos de las explicaciones de oferta y demanda, como la explicación del incremento en el precio del café en términos de una helada en Brasil, los variados factores que afectan la oferta y la demanda de café (más allá del aumento en el precio) no dependen apreciablemente del precio del café o de la magnitud vendida, y la explicación para el nuevo precio o para la cantidad vendida a ese nuevo precio en términos de mecanismos de mercado (de la nueva función de oferta del café y de la más o menos invariante función de demanda de café) tienen perfecto sentido causal6.

3.6 Teoría microeconómica.

A pesar de que ambos problemas y técnicas analíticas son usualmente más sofisticadas que los simples ejemplos arriba expuestos, este capítulo y el último han establecido básicamente toda la teoría microeconómica fundamental. Desde mi punto de vista, ésta consiste en siete leyes7: aquellas de la teoría del consumidor, aquellas de la teoría de la firma, y la

6 Para más detalles en la estructura causal de las explicaciones de oferta y demanda, ver Asuman 1990b. Ver también Friedman 1953b y Yeager 1969. 7 Diez, si uno cuenta la afirmación de que los individuos son racionales como cuatro en lugar de una.

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afirmación de que los mercados “se vacían” o llegan rápidamente a un equilibrio. Los modelos microeconómicos raramente incluyen el supuesto de que los mercados están en equilibrio. En cambio, la existencia del equilibrio a menudo se demuestra partiendo de otros supuestos, e incluso los economistas formulan sus modelos en la forma en que lo hacen con el objetivo de probar que se obtiene un equilibrio. Sin embargo, la afirmación de que los mercados se vacían es una parte constituyente fundamental de la teoría microeconómica y por ende debe ser incluida en una cuidadosa presentación de la teoría.

De todas formas, quedan aspectos inquietantes en la afirmación de que la teoría microeconómica consiste en estas siete “leyes”. Primero, no todos los modelos microeconómicos emplean estas leyes, aún en casos donde son relevantes para las tareas explicativas. No sólo existen modelos, como el de sistema simple de producción competitiva que hemos descrito, que no utilizan ciertas leyes (en ese caso, rendimientos constantes a escala) que no tienen implicaciones para la situación de interés, sino que también hay modelos microeconómicos que incorporan negaciones de algunas de esas leyes fundamentales de la teoría microeconómica. Existen modelos con saciedad, modelos con rendimientos crecientes o decrecientes a escala, modelos sin maximización de beneficios, y aún modelos sin completitud y modelos sin transitividad (ver p. 88). Es como si los físicos supusieran, a veces, que la fuerza es proporcional a la aceleración y, en otros modelos, tomaran la fuerza como proporcional al cuadrado de la aceleración.

Este hecho nos muestra que los postulados de comportamiento de la microeconomía no tienen el mismo status que las leyes fundamentales de la naturaleza. A diferencia de estas, aquellas son inexactas y los economistas no las consideran más que como primeras aproximaciones, que pueden ignorar o rechazar en investigaciones particulares. Algunas de las “leyes”, como las de la teoría de la utilidad, tasas marginales de sustitución decrecientes, y rendimientos decrecientes, son más centrales que otras, y lo que hace a cualquier pieza de trabajo teórico formar parte de la Economía es un compromiso sólo con algún subconjunto de estas siete leyes y en particular con las más centrales. Estos hechos generan interrogantes, que abordaré en los capítulos 8 y 12. ¿Qué clase de ciencia puede ser la Economía si solamente cuenta con generalizaciones tan básicas?

Un problema adicional que surge al identificar la teoría microeconómica con estas siete generalizaciones es que otras afirmaciones, además de las “leyes” también parecen ser esenciales. Por ejemplo, a pesar de que estas “leyes” están también en el núcleo de las teorías de equilibrio general, la microeconomía se distingue de la teoría del equilibrio

CompletitudTransitividadContinuidadMaximización de utilidad

Teoría de la utilidad(racionalidad)

ConsumismoTMS decreciente

Teoría de la elección del consumidor

Rendimientos decrecientesRedimientos constantes a escalaMaximización de beneficios

Teoría de la firma

Se alcanza el equilibrio

Figura 3.3. Teoría del equilibrio o modelo de equilibrio básico

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general8. Lo que hace microeconomía a la microeconomía no son sólo esas leyes, sino el tipo de preguntas explicativas para cuya respuesta es empleada. La microeconomía, a diferencia de la teoría del equilibrio general, se concentra en mercados individuales o en pequeños grupos de mercados y por lo tanto en equilibrios parciales. Para distinguir la microeconomía de sus leyes básicas, que también forman el núcleo de las teorías de equilibrio general, debo decir que estas siete leyes constituyen una “teoría del equilibrio” y considero las teorías microeconómicas como extensiones y especializaciones de estas leyes. La figura 3.3 resume mi visión de la teoría del equilibrio o el modelo básico de equilibrio (para teorías versus modelos ver la sección 5.3). Tanto los modelos microeconómicos (modelos de equilibrio parcial) como los de equilibrio general son extensiones particulares de los supuestos del modelos básico de equilibrio.

Además de sus leyes e interrogantes, la microeconomía también se caracteriza por simplificaciones comunes. Las familias y las firmas son tratadas generalmente como tomadoras de precio o como monopolistas o monopsonistas. Las mercancías se consideran infinitamente divisibles. Los agentes económicos típicamente son modelados con conocimiento perfecto de todos la información relevante. La distinción entre “corto plazo” donde algunos insumos están fijos y “largo plazo” en donde todos los insumos pueden ser ajustados también es común. A pesar de que estas simplificaciones prevalecen y son características de los modelos microeconómicos, son menos esenciales. Debe resaltarse que los economistas no están comprometidos con ellas. No son consideradas descubrimientos o tesis de la Economía. Se intenta relajarlas o evitarlas, no mantenerlas.

3.7 Microeconomía y teoría del equilibrio general.

Se supone que la teoría del equilibrio general pretende explicar como se determinan los precios y como las economías de mercado coordinan el comportamiento individual. La teoría del equilibrio general es continua con la microeconomía y es un desarrollo de las mismas “leyes”. Una vaga idea de equilibrio general puede rastrearse hasta el siglo dieciocho, pero fue Leon Walras (1926) el primer economista en tomar seriamente la tarea de elucidar tal teoría.

La teoría del equilibrio general es una extensión de la teoría del equilibrio, esto es, de las siete leyes que juntas componen la teoría de la firma y la teoría de la elección del consumidor, además de la “ley” de que se consigue el equilibrio. Además de estas generalizaciones los modelos de equilibrio general incluyen supuestos relativos a la información, la estructura de mercado, la divisibilidad de las mercancías, y demás. Estos supuestos se parecen a los que se efectúan en los modelos microeconómicos. Adicionalmente, los modelos de equilibrio general, a diferencia de otras aplicaciones o extensiones del modelo de equilibrio básico, a menudo suponen que hay muchas mercancías y que hay una interdependencia general entre los mercados de la economía. Lo que distingue los modelos de equilibrio general de los microeconómicos son supuestos de este último tipo y la aparente tarea explicativa de abarcar el funcionamiento de toda la economía.

Existen tres clases diferentes de modelos de equilibrio general. Estos son respectivamente (a) “pequeños” modelos de equilibrio general con pocas mercancías y agentes, (b) modelos insumo-producto con decenas o cientos de mercancías, y (c) modelos abstractos de equilibrio general sin un número definido de mercancías o de agentes. He hecho que la distinción

8 Ver secciones 3.7 y 6.7 más abajo. Muchos economistas consideran la teoría del equilibrio general como un parte de la microeconomía, pero yo creo que el desacuerdo en este punto es sólo terminológico. La microeconomía y la teoría del equilibrio general comparten la misma visión teorética, el mismo aparato nomológico, muchas de las mismas simplificaciones convencionales y herramental matemático, pero difieren en el nivel y tipo de agregación que emplean, en la extensión de la interdependencia entre mercados que consideran, y sus ambiciones teóricas.

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parezca cuantitativa, ya que es más sencillo recordar las diferencias de esta forma, pero lo que realmente distingue los modelos son su propósitos y aplicaciones.

Al intentar responder interrogantes de gran escala puede ser útil emplear modelos de equilibrio general con un nivel de agregación significativo donde, por ejemplo, hay solamente dos mercancías – un bien de consumo y un bien de capital – sólo un insumo no producido en la producción – trabajo – y sólo dos tipos de agentes – trabajadores y capitalistas. Estos modelos son modelos de economías de “juguete”, y las interdependencias entre los tres mercados, el de trabajo y los de las dos mercancías, son tratadas con completa generalidad. En este sentido, son modelos de equilibrio general. Pero muchas de las complejidades de las interdependencias entre los mercados son ignoradas al representar la miríada de mercancías reales con sólo un bien de consumo y un bien de capital. Cuando estos pequeños y simplificados modelos de equilibrio general están claramente construidos sobre la teoría del equilibrio (lo que no es cierto en el caso de algunos trabajos macroeconómicos como los de Keynes) estos modelos son similares en intención, si bien no en técnica u objeto, a los modelos de equilibrio parcial característicos de la microeconomía.

La segundo segunda clase de modelo de equilibrio general es ejemplificado por los modelos de insumo-producto9. Asumiendo, por ejemplo, que los coeficientes de producción son constantes y que la demanda mostrará ciertas constantes, uno puede diseñar un modelo de una economía con tal vez cientos de diferentes mercancías e industrias y, con la ayuda de una computadora, investigar cómo funciona. Los modelos de equilibrio general de esta clase tienen fines predictivos; y emplean simplificaciones que se creen convenientes para lograr esos fines. Uno podría, por ejemplo, utilizar un modelo de insumo producto para predecir qué efecto tendría sobre el costo de la vestimenta una caída en el precio del petróleo.

La tercera clase de modelo de equilibrio general es abstracta y ha demostrado ser inquietante y perturbadora para muchos economistas, ya que modelos de esta categoría parecen tener poco que ver con las economías reales. Gerard Debreu en su clásica Teoría del Valor afirma que su teoría se refiere a la explicación de los precios (1959, p. Ix). Otros tan distinguidos como Kenneth Arrow y Frank Hahn niegan que las teorías de equilibrio general sean explicativas (1971, pp. vi-viii). Por otro lado, algunos economistas prominentes (Blaug, 1980ª, 187-92) y filósofos (Rosenberg 1983) han argüido que los trabajos en teoría del equilibrio general no constituyen en absoluto ciencia empírica.

Las teorías de esta tercera categoría, que llamaré “teorías abstractas de equilibrio general” no ponen limitaciones en la interdependencia de los mercados o en la naturaleza de la producción y de la demanda, más allá de aquellas implícitas en las “leyes”. Cuando los economistas hablan de teoría del equilibrio general, usualmente se refieren a esta variedad abstracta. Dada la abstracción y falta de especificación en la teoría abstracta del equilibrio general, muchos economistas la consideran como la teoría fundamental de la Economía contemporánea. Como la discusión previa sugiere, esto parece ser un error. Como se ha sugerido previamente y como se defiende en el capítulo 6, la teoría del equilibrio es la teoría fundamental. La teoría del equilibrio general es una aplicación particular de la teoría fundamental.

Lo que confunde las cosas es que la aplicación de la teoría del equilibrio a la manera de los teóricos del equilibrio general no sirve a ningún claro propósito explicativo o predictivo. Tampoco están intentando estos teóricos el desarrollo de una teoría de objeto más específico dentro de la Economía. Tal vez las teorías abstractas del equilibrio general cambien con el tiempo, pero el trabajo actual carece de propósitos predictivos o explicativos. Por ejemplo, modelo de equilibrio general intertemporal comúnmente asumen que los agentes tienen conocimiento completo y preciso con respecto a la disponibilidad y precios de las mercancías y respecto a las posibilidades de producción tanto en el presente como en el futuro! También estipulan que hay un conjunto completo de mercados de futuros en los cuáles mercancías presentes y títulos de propiedad sobre las mercancías futuras de toda clase y para cualquier

9 Algunos argumentarían que los modelos de insumo-producto no son realmente modelos de equilibrio en absoluto. Para una buena discusión de la utilidad práctica de modelos de equilibrio general de tamaño medio, ver Whalley 1988. Aquí estoy en deuda con Merton Finkler.

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fecha pueden ser libremente intercambiados (ver Koopmans 1957, pp. 105-26; Malivaud 1972, capítulo 10, y Bliss 1975, capítulo 3). Supuestos como estos hacen al modelo inaplicable a economías reales, y tiene poco sentido o existe poca posibilidad de someterlo a pruebas. Más aún, el hecho de que la realidad económica no satisfaga, ni siquiera aproximadamente, unos supuestos tan disparatados dota a las teorías abstractas del equilibrio general de escaso valor predictivo. Esto nos lleva a preguntarnos: dada la falsedad de las estipulaciones como información perfecta, ¿cuál es el punto de las teorías abstractas del equilibrio general?

Una peculiaridad adicional de las teorías abstractas del equilibrio general es que frecuentemente toman la forma de pruebas de existencia. Uno demuestra que los axiomas son condiciones suficientes para la existencia de un equilibrio económico. La teoría abstracta del equilibrio general parece entonces tener la forma de argumentos explicativos donde el explanandum es la existencia de un equilibrio económico. Aún así construir teorías de equilibrio general como explicaciones del equilibrio económico no es plausible, ya que no hay un equilibrio fáctico que explicar10. Estas teorías peculiares aparentemente carecen de poder explicativo. ¿Qué papel pueden o deben jugar en una ciencia supuestamente empírica? En el capítulo 6 intentaré responder estos interrogantes.

10 Esta es una afirmación controvertida, ya que los “economistas nuevos clásicos” creen que las economías están en equilibrio general (Hoover 1988). Aún si uno no acepta su visión (y yo no lo hago), debe reconocerse que parte de las economías puede aproximarse al equilibrio. En raras ocasiones las teorías del equilibrio general podrían ser aplicables y explicativas. Pero, si estas teorías tienen importancia, no es por esta infrecuente aplicabilidad.

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4. La teoría del equilibrio y el Traducción: Leandro Gorno

bienestar económico

El bienestar económico es aquella parte del bienestar de un individuo que depende de los bienes y servicios de los que se ocupan específicamente los economistas. Los problemas de bienestar económico son variados. Un amplio consenso social apoya la provisión generalizada de niveles elementales de alimentación, alojamiento, cuidado médico y educación. La altamente inequitativa distribución del ingreso y otros beneficios en los Estados Unidos les parece injusta a algunos (los liberales), mientras que otros (los conservadores) la considerarían moralmente aceptable, o, como Robert Nozick (1974), podrían insistir en que se deben alentar los procesos que dan lugar a la distribución de beneficios, y no la distribución en sí misma. Aún así, en la práctica los conservadores tendrían dificultades para defender la actual distribución de beneficios de esta manera, y Nozick no lo hace, ya que es difícil creer que pudo haber sido generada por un proceso (justo) estrictamente respetuoso de los derechos individuales. Como Lester Thurow ha remarcado (1980, pp. 201-2; 1975, capítulo 3), la distribución general del ingreso es mucho más inequitativa que la distribución del ingreso entre los hombres blancos con empleos de tiempo completo, y es difícil ver por qué las contingencias que pueden legítimamente dar lugar a desigualdades en el ingreso deberían concentrarse en las mujeres y en los Afro-Americanos. Y la distribución de la riqueza es todavía menos equitativa.

A pesar de que los economistas son figuras importantes en los debates referentes a los objetivos de las políticas de bienestar y, especialmente, a los mejores medios para implementarlos, estos temas se desvanecen rápidamente cuando uno incursiona en el reino de la teoría económica del bienestar. ¿Por qué? ¿Cuál es la hechicería en operación? Este capítulo ofrece una respuesta. Ya que los capítulos 2 a 5 introducen las herramientas básicas de la Economía del bienestar (y completan la Economía básica presentada en este libro), los economistas pueden querer saltar directamente desde la sección 1 a la sección 6.

4.1 Bienestar y satisfacción de preferencias.

Desde la perspectiva de la teoría del equilibrio, el bienestar es la satisfacción de preferencias. Esto implica no sólo que la única perspectiva relevante para determinar que Sara está mejor es la propia perspectiva de Sara, sino también que “estar mejor” debe ser entendido en términos de las preferencias de Sara. El ingreso, la comida, el alojamiento, y la educación siguen siendo importantes, ya que son objetos de preferencia o los medios par satisfacer preferencias. Las necesidades no tiene ningún status específico. El mendigo que profesa la teoría neoclásica del bienestar no recorre las calles contando cuanto necesita comida o alojamiento. Todo lo que es relevante es que prefiere la limosna. Uno puede concentrarse en el ingreso o en la riqueza como indicadores, pero el concepto teórico de bienestar no es otra cosa que la satisfacción de preferencias1.

¿Es plausible considerar el bienestar como la satisfacción de preferencias? Como mínimo, es necesario descartar las preferencias basadas en la ignorancia. Creyendo falsamente que la

1 Para una crítica interesante ver Schwartz 1982, y para una aún más interesante defensa de una teoría del bienestar a través de preferencias informadas, ver Griffin 1986. David Gauthier también construye una teoría sofisticada del valor subjetivo alrededor de la teoría de la utilidad esperada (1986). Consideremos uno de los ejemplos de Schwartz: tanto mi hija como yo necesitamos una operación y yo prefiero que sea ella quién la consiga. Dársela a ella satisface mis preferencias, pero parece contribuir a su bienestar, no al mío. Sobre tópicos referentes a necesidades, ver Braybrooke 1987, Griffin 1986, pp. 40f, y Rawls 1971, 1982.

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copa contiene vino común, Gertrudis prefiere tomarla. John Harsanyi ha argumentado a favor de descartar también las preferencias anti-sociales, como las de un sádico o un racista (1977a, p. 56). Pero, aún después de completar esta depuración, ¿por qué nos preocupamos por satisfacer las preferencias de otras personas, a menos que creamos que haciéndolo mejoramos su bienestar de acuerdo con nuestras nociones de que es lo que hace a la buena vida? Las satisfacción de mis preferencias es obviamente relevante para mí, ya que , como la mayoría, creo que las cosas que prefiero son generalmente buenas para mí (ver Sagoff 1986). Pero, a menos que crea que lo que otros prefieren es bueno para ellos, no es relevante para mí satisfacer sus preferencias. En respuesta, uno podría argumentar, o bien que en la práctica no hay una mejor forma de beneficiar a la gente que intentar satisfacer sus preferencias, o bien que el respeto por la autonomía individual impide emplear mis estándares acerca de qué es lo bueno para los demás2.

Considerar el bienestar como la satisfacción de preferencias puede parecer inocente, pero sus implicaciones son enormes, ya que agrava el problema de las comparaciones interpersonales de utilidad y las hace centrales para la Economía del Bienestar. Lionel Robbins sostiene persuasivamente que no existe una forma no arbitraria de comparar los niveles o cambios en los niveles de satisfacción de dos personas (1935, capítulo 6)3. Anteriormente, sobre el final del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, los economistas sostuvieron que el bienestar general se maximizaría igualando ingresos tanto como fuese posible sin eliminar los incentivos para producir. Citando la utilidad marginal decreciente del ingreso, argüían que, por ejemplo, cien dólares contribuirían menos al bienestar de una persona con un ingreso de $50,000 que al bienestar de una persona con un ingreso de $5,000. En consecuencia, una más equitativa distribución del ingreso incrementaría el bienestar total, a menos que disminuyeran muy fuertemente los incentivos.

Cualesquiera sean los méritos de este argumento si el bienestar es interpretado como bienestar material, tiene poca fuerza si el bienestar es interpretado como satisfacción de preferencias (Cooter y Rappaport 1984) ya que, a pesar de los argumentos contrarios de John Harsanyi (esp. 1977b, capítulo 3), no parece haber una forma no arbitraria y éticamente neutra de defender que dar $100 a alguien con un ingreso de $50,000 satisface menos preferencias o preferencias menos importantes que dárselos a alguien con un ingreso de $5,000. Adoptando un punto de vista similar al de Arrow (1978), Harsanyi sostiene que existe una única función de utilidad que depende no sólo de los objetos de elección, sino de las variables causales que afectan y, en efecto, identifican a quién elige. Ya que la teoría psicológica no puede especificar esta función de utilidad subyacente, la gente utiliza sus habilidades empáticas para determinar sus preferencias “extendidas” entre, por ejemplo, ser Norma con una tasa de café extra o ser Grover con un par de zapatos extra (Harsanyi 1955, 1977a, y especialmente 1977b, capítulo 4)4.

Desde la perspectiva de muchos economistas, uno debería juzgar moralmente que las preferencias del individuo pobre que pueden ser satisfechas con los $100 extra son más importantes que aquellas que podría satisfacer una persona rica. Sin embargo, este juicio depende de la ética, no de la ciencia; y la ambición de la Economía del Bienestar ha sido fundamentarse en tan pocos principios morales controversiales como fuese posible. La recomendación de políticas requiere un compromiso evaluativo, pero los economistas del bienestar sostienen que afirmaciones sobre si una redistribución mejora la situación de un 2 Ver Harsanyi 1977a, p. 55. Pero no debe pensarse que la preocupación por la satisfacción de las preferencias ajenas es requerida por los valores democráticos o por las obligaciones de respecto mutuo. Una igual preocupación por el bienestar de cada individuo no requiere que uno iguale bienestar con satisfacción de preferencias y el respeto por las creencias y deseos de los demás no requiere que uno se inhiba de criticarlos eventualmente. 3 Pero recientemente ha habido algunos trabajos relacionando la justicia con distribuciones “libres de envidia” (ver Varian 1985 para una bibliografía comprensiva). 4 La extraña formulación es para alertar o recordar al lector que las preferencias deben ser definidas con una descripción completa de las alternativas relevantes. Ver p. 14 más arriba. Para una esclarecedora crítica de esta táctica, ver MacKay 1980. Para mayor discusión de comparaciones interpersonales, ver Barret y Hausman 1990 y Elster y Roemer 1991.

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grupo no deberían depender de la teoría moral5. Frecuentemente, los economistas parecen pretender que algunas recomendaciones sobre el bienestar fueran completamente independientes de puntos de vista éticos. Pero aún recomendar una mejora paretiana depende de premisas éticas (Sen 1970, capítulo 5), y las premisas éticas que se consideran necesarias para las comparaciones interpersonales no son mucho más controvertidas.

4.2 Eficiencia en el sentido de Pareto, mejoras paretianas, y fallas de mercado.

Si el bienestar es la satisfacción de preferencias, y la intensidad de esa satisfacción no puede compararse entre individuos, ¿cómo puede decirse algo sustancial sobre el bienestar económico?

La respuesta del economista del bienestar reside en las nociones de “mejora paretiana” y “eficiencia paretiana” u “optimalidad paretiana”. Un estado económico R es una mejora paretiana con respecto a otro estado S si y sólo si nadie prefiere S a R y al menos una persona prefiere R a S6. Un estado económico R es Pareto-eficiente o es óptimo en el sentido de Pareto si y sólo si no existe mejoras paretianas sobre R. Es decir, dada cualquier alternativa factible S, alguien prefiere R por sobre S. Notemos que todos estos conceptos no están bien definidos si los individuos no tienen ordenes de preferencia. Existe entonces una íntima conexión entre las nociones de racionalidad y bienestar empleadas por los economistas.

Los conceptos “en el sentido de Pareto” no permiten juicios completamente concluyentes. Supongamos que existe un solo bien de consumo, “pan”, en alguna cantidad fija, y todo el mundo prefiere más a menos pan. Entonces toda distribución que agote la oferta de pan es óptima en el sentido de Pareto7. Más aún, R puede ser Pareto óptimo y S puede ser subóptimo sin R ser una mejora paretiana sobre S. Supongamos que hay diez rebanadas de pan a distribuir entre A y B. La distribución Pareto-eficiente que da siete rebanadas a A y tres a B, no es una mejora en el sentido de Pareto sobre la distribución que desperdicia dos rebanadas de pan, repartiendo las ocho restantes en partes iguales. Pocos estados económicos pueden ser ordenados en términos de la relación de mejora paretiana. Si R es una mejora paretiana con respecto a S, entonces nadie puede preferir S. Si todos excepto Sonia disfrutan del triple de ingreso en R que en S, pero Sonia recibe un centavo menos, entonces, (suponiendo que Sonia debido al centavo prefiere S sobre R) R no es una mejorar en el sentido de Pareto sobre S.8.

Estas nociones paretianas tienen un real atractivo ético, ya que, siendo lo demás constante, es mejor que la gente esté mejor, y la satisfacción de preferencias seguramente tiene algo que ver con el bienestar. Los economistas a menudo sugieren que las cuestiones de bienestar económico puede ser separadas en cuestiones de eficiencia (para las cuales los conceptos paretianos son pertinentes) y cuestiones de equidad, sobre las cuales la Economía del Bienestar tiene poco que decir (Okun 1975). Esta separación es cuestionable, aunque sea por las implicaciones en la eficiencia de las percepciones de justicia (Hirsch 1976, pp. 131f).

5 De hecho, este juicio presupone que el bienestar es satisfacción de preferencias, lo que es un compromiso moral sustantivo y, a mi juicio, equivocado. Ver secciones 4.6, 15.3, y A.14.4 más adelante. 6 La noción de mejora en el sentido de Pareto y optimalidad en el sentido de Pareto frecuentemente se replantean en términos de un mejoramiento o empeoramiento en la situación de las personas, pero utilizando como criterio y fundamento último las preferencias individuales. La formulación en el texto resalta este hecho central. 7 Notemos que una distribución de alguna mercancía que agote la oferta, no necesariamente es Pareto-eficiente o Pareto-óptima. Si todos los zapatos producidos en un determinado período son distribuidos a los consumidores, pero María calzando talle 6 tiene zapatos talle 8, mientras Belinda calzando talle 8 tiene zapatos talle 6, entonces el resultado obviamente no es óptimo en el sentido de Pareto. 8 A pesar de que con una pequeña redistribución, R puede ser transformado en otro estado R’ que claramente es una mejora paretiana con respecto a S. Ver pp. 63-64 más abajo.

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A pesar de que uno puede cuestionar el atractivo normativo de la satisfacción de preferencias, y uno puede sugerir que las cuestiones de equidad son tan importantes como las cuestiones de eficiencia y no necesariamente separable de ellas, al menos las nociones de Pareto son coherentes y claras. Recordemos el dilema del prisionero presentado más arriba en la p. 21. A pesar de que cada una de los jugadores tiene una estrategia dominante, el resultado no es Pareto óptimo. Un desafío que los economistas han aceptado es estudiar diferentes arreglos institucionales para ver cuales llevan a resultados tan subóptimos. Consideremos, por ejemplo, la situación tipo dilema del prisionero creada por un potencial intercambio entre Dick y Jane. Dick tiene una pelota y Jane tiene un bate. Cada uno valora lo que tiene pero preferiría intercambiar. El intercambio es la solución “cooperativa”, no intercambiar es el equilibrio subóptimo y no cooperativo, y los otros dos resultados involucran a Dick o a Jane llevándose tanto el bate como la pelota. Los derechos de propiedad impiden los últimos dos resultados y permiten que la solución cooperativa se lleve a cabo voluntariamente (Hardin 1988, capítulo 3).

Desde este punto de vista, los mercados perfectamente competitivos son “buenas” instituciones, ya que los resultados de las interacciones en ellos son Pareto-eficientes. Pero los resultados reales de los mercados pueden ser subóptimos, particularmente en el caso de las externalidades9. Existen externalidades cuando los costos o beneficios generados por un agente no se registran completamente como costos o beneficios para ese agente. Aquellos que contaminan el aire o esquilman la fauna de un lago no necesitan considerar los costos impuestos sobre otros en sus cálculos privados de beneficio económico. Tampoco quién construye un faro, puede cobrarle a todos aquellos que se benefician con él. Una solución a los problemas presentados por las externalidades es una asignación más delicada de los derechos de propiedad, para que, o bien los contaminadores tengan que compensar a aquellos con derecho a un aire limpio, o bien aquellos que quieren aire limpio deban pagar a aquellos que quieren contaminar por no hacerlo.

Como Ronald Coase demostró (bajo supuestos bastante restrictivos), ambas asignaciones de derechos tendrán por resultado la misma cantidad óptima de polución (1960). Ya que los “costos de transacción”, los costos de encontrar las partes con las cuáles negociar, de acordar y de hacer cumplir el acuerdo, son a menudo prohibitivos, la mejor definición de los derechos de propiedad no resuelve todos los problemas. En muchos casos, la provisión pública de bienes colectivos (como los faros), restricciones gubernamentales (como límites a la caza, la pesca o la contaminación), o sistemas de impuestos o subsidios10, pueden mitigar resultados subóptimos.

Pero el alcance de los conceptos paretianos es muy limitado. En efecto, casi siempre hay alguien que prefiere que el gobierno no intervenga para construir una represa o salvar a especies en peligro. Por esto, aún cuando las externalidades frecuentemente conducen a resultados subóptimos, los remedios factibles rara vez son mejoras paretianas. Como los conceptos de Pareto son extremadamente claros, pero tienen un alcance limitado, los economistas han ampliado su rango de aplicación y fuerza aparente de tres maneras.

4.3 Los dos teoremas fundamentales de la Economía del Bienestar.

Primero, los economistas probaron dos teoremas destacables del bienestar:

1 Todo equilibrio general competitivo es óptimo en el sentido de Pareto.

2 Todo óptimo de Pareto puede obtenerse como un equilibrio general competitivo dada una distribución de dotaciones iniciales sobre los agentes económicos.

9 Existen otras causas de fallas de mercado, como los monopolios, que no discutiré. 10 La mayor parte de los economistas consideran que los impuestos y los subsidios son más eficientes y éticamente preferibles a las restricciones (o mandatos), ya que permiten una mayor amplitud para las decisiones individuales.

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Un “equilibrio general competitivo” es, a grandes rasgos, un estado económico en el que las leyes de la teoría del equilibrio son ciertas, y en el que no hay fallas de mercado debidas a incertidumbre, monopolios o externalidades. La falta de detalle aquí yace solamente en mi descripción abreviada, no en los teoremas. El primer teorema puede ser llamado “el teorema de la mano invisible” por la famosa afirmación de Adam Smith de que persiguiendo el interés individual en un mercado competitivo, uno automáticamente termina actuando a favor del interés colectivo (1776, libro IV, capítulo 2, p. 423). Puede empleárselo para proveer una justificación teórica para una política de laissez-faire o dejar tranquilo al mercado, pero esto sería un malentendido, ya que los supuestos que son suficientes para deducir la existencia de equilibrio general eficiente en el sentido de Pareto no se satisfacen en las economías reales. Inclusive, la intervención en mercados semi-competitivos puede algunas veces producir mejoras paretianas (Lipsey y Lancaster 1956-7). Mucho de la Economía del Bienestar está dedicada al estudio de las “fallas de mercado” y de formas de superarlas.

Aún si el mercado proveyera efectivamente un resultado Pareto-eficiente, éste podría muy bien ser injusto. Es aquí (y también en relación al posible papel de los mercados en el planeamiento socialista) que el segundo teorema es también importante, ya que afirma que todo resultado Pareto-óptimo (incluyendo aquellos más igualitarios) puede conseguirse como un equilibrio competitivo. Esto implica que las preocupaciones por la justicia, no necesariamente requieren intervención con las transacciones de mercado. Es suficiente con modificar la distribución de las dotaciones iniciales, por ejemplo, a través de los impuestos y la educación. Los economistas del bienestar pueden luego concentrarse en cuestiones de imperfección del mercado y problemas de implementación.

4.4 Análisis de costo-beneficio.

Ya habíamos dado una pista sobre la segunda forma en la cuál los economistas han extendido las nociones paretianas. Seguramente, uno puede decir que si el ingreso de todos en R es tres veces mayor de lo que era en S, excepto para Sonia que es un centavo más pobre, R es una mejora ya que Sonia podría ser compensada, y así uno tendría una mejora paretiana. En un ejemplo como este, R es una mejora paretiana potencial con respecto a S, ya que quienes resulten “ganadores” en R podrían compensar a los perdedores y aún así estar mejor que en S. (Hicks 1939; Kaldor 1939; pero también Samuelson 1950). De forma similar, las obras públicas, las regulaciones, la imposición y los subsidios pueden ser cosas muy buenas, aún cuando no son queridas en forma unánime. Un sentido en el que pueden ser cosas buenas es ser mejoras potenciales en el sentido de Pareto.

La noción de una mejora paretiana potencial subyace el análisis de costo-beneficio (Mishan 1971, 1981)11. En teoría (pero no en la práctica), se pregunta a los “ganadores” de cada política cuanto desearían pagar para implementar la política, y uno pregunta a los “perdedores” cuanta compensación requieren para no oponerse a la implementación de dicha política. Siendo todo lo demás constante, la política con mayores beneficios netos es la mejor. Si todo el mundo fuera a obtener una parte igual de los beneficios netos, la política con los mayores beneficios netos obviamente sería una mejora paretiana con respecto a las otras alternativas. Ya que los costos y los beneficios típicamente afectan a diferentes individuos, el análisis de costo-beneficio constituye una forma de realizar y utilizar comparaciones interpersonales de valoración monetaria (no de utilidad). En la práctica es costoso preguntar a la gente cuanto dinero pagarían o cuanto dinero los compensaría, y sus respuestas no serían verídicas ni precisas.

Sin embargo, los economistas han ideado ingeniosos métodos para reconstruir esa información a partir de datos sobre los precios y cantidades comerciadas. Gran parte del

11 Especialmente a través del trabajo de Richard Posner, el criterio de compensación ha tenido un impacto mayúsculo en la teoría legal. Ver Posner 1972, Baker 1975, Coase 1960 y Coleman 1984.

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análisis de costo-beneficio está dedicado a idear, criticar y mejorar métodos para imputar costos y beneficios.

Si el análisis de costo-beneficio se considera un método para tomar decisiones sociales, en lugar de una técnica para organizar la información que es relevante para tomar esas decisiones, es fácil ver porque incomoda a muchos. Como los otros criterios de Pareto, ignora cuestiones de justicia. Tampoco limita los cambios autorizados a aquellos a los que nadie se opone, ya que la compensación considerada tan sólo es hipotética. Algunos ganan y otros pierden, por lo que las cuestiones de justicia se vuelven relevantes. Adicionalmente, existe un sesgo sistemático en el análisis de costo-beneficio en perjuicio de las preferencias de los más pobres, ya que las preferencias en este tipo de análisis se miden en dólares y los pobres tienen menos (Baker 1975). Una persona pobre estará (ceteris paribus) dispuesta a pagar menos por una mejora que una persona rica, y requerirá (ceteris paribus) una menor compensación por una pérdida. En consecuencia, se han estudiado formas de modificar el análisis de costo-beneficio para compensar las posibles injusticias (Harburger 1978; Little 1957).

4.5 El teorema de Arrow y la teoría del bienestar social.

La última forma en la cual los economistas han intentado extender la Economía del Bienestar es bastante asombroso. Ya que la optimalidad en el sentido de Pareto es sólo una condición necesaria para las elecciones sociales, por qué no considerarla solamente como una restricción sobre una “función de bienestar social” o “constitución” que provee un ordenamiento social de opciones sociales en la base de ordenamientos individuales de estas opciones. Sean x, y y z opciones sociales. Supongamos que las preferencias de todos los individuos son completas y transitivas y que las elecciones sociales son consistentes con un ranking social de preferencias que es también completo y transitivo. De acuerdo con la noción de bienestar como satisfacción ordinal de preferencias, supongamos que uno busca alguna forma de determinar el ordenamiento social de todos los pares x e y que dependa solamente de los ordenamientos individuales de x e y. ¿Qué más se le podría pedir a tal procedimiento de agregación?

Kenneth Arrow (1963, 1967) ha sugerido que un procedimiento de este tipo debería satisfacer al menos las cuatro condiciones siguientes:

1 (Pareto) Para todas las opciones x e y, si todos los individuos prefieren x a y, entonces x debe ser socialmente preferido sobre y. Esta propiedad, conocida como “principio débil de Pareto” es implicada al favorecer las mejoras paretianas, pero demanda aún menos que éstas.

2 (Racionalidad colectiva) El método de agregación debe determinar una elección social (derivable a partir de un orden implícito completo y transitivo de preferencias) para todas las posibles combinaciones de preferencias individuales.

3 (No dictadura) No debe haber ningún dictador, cuyas preferencias sean siempre decisivas sin importar las preferencias de los demás.

4 (Independencia de alternativas irrelevantes) La elección social entre x e y debe depender únicamente de los ordenamientos individuales entre x e y.

Arrow demostró el formidable resultado de que NO existe un método de agregar las preferencias individuales en un orden de preferencias sociales que satisfaga estas condiciones!

Este fascinante teorema ha dado cabida a una gran cantidad de investigación teórica. La controvertida conclusión sobre la Economía del Bienestar que creo correcta es que el sustento teórico de la Economía ha sido demasiado empobrecido para encarar las cuestiones generales del bienestar social (Sen, esp. 1979a,b). Desde mi punto de vista, no es necesario el teorema de Arrow para convencerse de que su condición sobre la independencia de alternativas irrelevantes es inaceptable – que uno no puede decidir si una política x es

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mejor que otra política y examinando solamente los ordenes de preferencias sobre x e y. Hay otros hechos relevantes, como intensidad de las preferencias, justicia, expectativas previas y derechos. Los economistas pueden acusar a su perspectiva teórica general – la teoría del equilibrio – de no ayudarlos a enfrentar estas cuestiones, pero ellos no pueden sostener razonablemente que estas cuestiones no necesitan ser tratadas.

4.6 Racionalidad y benevolencia: la autoridad moral de los economistas.

Existen conexiones cruciales entre la teoría económica positiva y las teorías normativas de la racionalidad y del bienestar. Explicitar estas conexiones ayuda a comprender tanto la Economía del Bienestar y las peculiaridades metodológicas de la Economía positiva que serán discutidas en el resto de este libro.

Los economistas frecuentemente resultan ser impacientes ante discusiones de ética. En referencia a las diferencias en valores básicos, Milton Friedman señala que “los hombres finalmente sólo pueden pelear” (1953c, p.5). Los economistas no se ven a sí mismos como filósofos morales, e intentan mantenerse al margen de compromisos éticos controversiales cuando hacen Economía del Bienestar. Incluso, en algunas ocasiones, los economistas suponen que la Economía del Bienestar está libre de todo juicio de valor. Pero los economistas no pueden limitarse a proveer conocimiento técnico que puede ser relevante para la elección y la implementación de políticas (A.14.4). Más aún, como George Stigler ha señalado, estudiar Economía conduce a la gente a valorar la empresa privada (1959). Cuando los economistas enfrentan cuestiones normativas de bienestar económico, hablan con al menos un aire de autoridad moral. Ellos pretenden saber como hacer la vida mejor. La solución de esta paradoja yace en el siguiente argumento.

Supongamos que (1) se acepta la identificación de bienestar individual con la satisfacción de preferencias individuales y (2) se acepta el principio moral de mínima benevolencia: siendo otras cosas constantes, es una cosa moralmente buena que la gente esté mejor. Entonces, siendo otras cosas constantes, es moralmente bueno satisfacer las preferencias individuales. Entonces (3) las mejoras paretianas son (ceteris paribus) mejoras morales y la optimalidad en el sentido de Pareto es (ceteris paribus) moralmente deseable. Dado (4) el primer teorema del bienestar (un equilibrio perfectamente competitivo es un óptimo de Pareto), uno puede concluir (5) que, siendo lo demás constante, el equilibrio perfectamente competitivo es moralmente deseable y las imperfecciones de mercado que interfieren con la consecución del equilibrio competitivo son moralmente indeseables. Notemos que esta es una débil defensa de la competencia perfecta, pero así como está planteada no constituye defensa alguna de la política de laissez-faire.

La premisa (1) es sustancial y, desde mi punto de vista, es una errada afirmación moral. Lo que la hace plausible para los economistas es su compromiso con la teoría del equilibrio como contenedora de esencialmente toda la verdad sobre el reino económico12. La teoría del equilibrio nos dice que los individuos tienen funciones de utilidad y que entonces los conceptos de Pareto están bien definidos. También nos dice que nada le importa a un individuo más que la satisfacción de sus preferencias. La única noción de bienestar individual es la satisfacción de preferencias. Más aún, una vez supuesto el consumismo, los individuos están solamente motivados por la persecución de más mercancías y servicios13. Los individuos buscan bienes para sí mismos en lugar de buscar status o la satisfacción de

12 Esto es una sobresimplificación. Los economistas está dispuestos a suplementar la teoría del equilibrio con otras generalizaciones referentes a las creencias, las preferencias y las restricciones. Aquí estoy anticipando asuntos que se discutirán en las secciones 6.4 y 6.5. 13 Toda vez que los individuos presiden las firmas, también buscan maximizar rendimientos netos. Como hemos notado antes (p.44), esto introduce una tensión teórica. La “ley” o postulado de comportamiento sobre maximizar beneficios está diseñado para dar determinación a la teoría de la firma, no para modificar la descripción de la motivación individual que resulta de la conjunción de la racionalidad y el consumismo.

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rencores. Es decir, prefieren la clase de cosas de las cuales el bienestar debe depender. Más aún, estas preferencias por los bienes y servicios están dadas. No existe un nicho para una teoría de formación o manipulación de preferencias, para “preferencias adapatativas” (Elster 1983), disonancia cognitiva (ver abajo pp. 259), u otras bases para la crítica de las preferencias actuales. Todo esto hace más sencillo aceptar la premisa (1), que lo que la gente prefiere es bueno para ellos.

La premisa (2) es menos problemática. A pesar de que los teóricos morales discrepan sobre el contenido de la cláusula ceteris paribus y sobre la teoría del bienestar individual, virtualmente todos ellos suscribirían una mínima benevolencia. En consecuencia, las conclusiones morales que no requieran más premisa moral que la mínima benevolencia parecen bastante seguras.

La conclusión intermedia (3) se deduce libre de problemas y, dada la demostración de que un equilibrio perfectamente competitivo es Pareto-eficiente, se cae en la conclusión de que tal equilibrio es, ceteris paribus, moralmente bueno y de que las fallas de mercado son, ceteris paribus, moralmente malas. Esta conclusión moral es altamente teórica, debido a que las economías reales no son perfectamente competitivas y, también, a la presencia de la cláusula ceteris paribus. La conclusión es suficientemente abstracta para ser aceptada tanto por los conservadores defensores del laissez-faire, como por los liberales defensores de las políticas económicas activas.

¿Cuáles “otras cosas”, referidas en la cláusula ceteris paribus, son moralmente relevantes? Esta cuestión conduce a una controversia ética, que muchos economistas desearían evitar. Sin duda hay unos pocos dispuestos a defender su políticas económicas preferidas sobre bases morales independientes. Milton Friedman (1962a), por ejemplo, sostiene su alegato por un mercado libre como el mejor defensor de las libertades políticas. La protección de los derechos individuales también es importante para Friedman y para otros economistas. Pero muchos de estos compromisos morales adicionales pueden ser disimulados, ya que la clase ideal de economía competitiva que la mínima benevolencia y teoría del equilibrio presentan como ideal moral (siendo lo demás constante), a través del primer teorema del bienestar, también protege los derechos individuales y las libertades que han resultado más importantes para los economistas.

Pero las preocupaciones morales de los economistas se extienden más allá de la libertad, derechos y benevolencia hacia los asuntos de justicia. Y arreglos Pareto-eficientes que protegen los derechos y libertades de los individuos pueden exhibir desigualdades e injusticias manifiestas. Entre las “otras cosas” que debe ser iguales se encuentra la justicia, y una mejora paretiana que conduzca a injusticia distributiva no necesariamente es moralmente deseable14.

Es aquí que el segundo teorema del bienestar es también importante. Dado (6) el segundo teorema del bienestar que afirma que todos los estados Pareto eficientes pueden obtenerse como un equilibrio general competitivo dada la correcta distribución inicial de dotaciones entre los individuos, uno puede concluir en forma inválida (7): siendo otras cosas iguales, las economías competitivas son moralmente deseables y las mejoras Paretianas son mejoras morales, y toda otra preocupación moral puede satisfacerse ajustando las posesiones sin intervenir en el mercado de otra manera.

Déjenme entonces resumir este largo argumento:

1 bien individual = satisfacción de preferencias (premisa de la teoría del equilibrio)

2 ceteris paribus, es moralmente bueno hacer que la gente esté mejor (premisa: mínima benevolencia)

14 Jon Elster sugiere que algunos han considerado la deseabilidad moral de la competencia perfecta, siendo otras cosas constantes, como un argumento a favor de la justicia de los salarios de mercado. “Ya que la competencia perfecta es un estado deseable, dadas sus propiedades de eficiencia, la distribución que corresponda a la productividad marginal también tiene fuerza normativa.” (1989a p. 229). Pero la inferencia no es correcta debido a la cláusula “siendo otras cosas constantes”.

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3 ceteris paribus, las mejoras paretianas son mejoras morales y un óptimo de Pareto es moralmente deseable (de 1 y 2, y las definiciones de nociones paretianas)

4 los equilibrios competitivos son Pareto eficientes (premisa: el primer teorema de bienestar)

5 ceteris paribus los equilibrio competitivos son moralmente buenos y las fallas de mercado son moralmente malas (de 3 y 4)

6 dada una distribución inicial adecuada, todo óptimo de Pareto puede obtenerse como un equilibrio general competitivo (premisa: el segundo teorema de bienestar). Entonces

7 siendo otras cosas constantes, el equilibrio competitivo es moralmente bueno y las fallas de mercado son moralmente malas, y toda otra preocupación moral puede satisfacerse ajustando la distribución inicial (inválidamente de 5 y 6).

El argumento no es válido, porque contiene la premisa implícita de que existe una estado Pareto-eficiente que satisface todas las otras restricciones morales. La segunda parte del argumento está más sobresimplificada que la primera, y existen muchas objeciones obvias que se podrían presentar. Pero se ha dicho suficiente para explicitar como los economistas pueden hablar con autoridad moral.

Tanto entre los defensores del laissez-faire como entre los partidarios de una extensiva intervención gubernamental para subsanar las fallas de mercado, existe un compromiso mayoritario de los economistas con el ideal de competencia perfecta. Es este compromiso lo que da sentido al análisis de las fallas de mercado (de otra forma, ¿por qué deberían importar si los éxitos de mercado no fueran algo bueno?). El hecho de que este compromiso parece presuponer nada más controversial que mínima benevolencia explica cómo los economistas pueden sentirse en posesión de la autoridad moral, sin enfrentar el problema de hacer filosofía moral. El compromiso teórico exclusivo con la teoría del equilibrio aísla un aspecto peculiarmente económico de la vida social (ver secciones 6.3 y 12.7 más abajo) y permite conclusiones morales definidas (dejando de lado preocupaciones sobre la justicia) que aparentan basarse sólo en la menos controversial de las premisas morales. Con un solo gran paso en el mundo teórico de la teoría del equilibrio, la racionalidad, la moralidad, y los “hechos” de la elección económica se entrelazan estrechamente. Estas conexiones no sólo explican la atracción de la Economía del Bienestar, sino que también contribuyen en gran medida a explicar el extendido y profundo compromiso con la teoría del equilibrio entre los economistas contemporáneos.

Esta excursión en la Economía del Bienestar refuerza el argumento metodológico de que la teoría del equilibrio es absolutamente central para las perspectivas teóricas, problemas, y proyectos de los economistas “ortodoxos” contemporáneos. No sólo determina las preguntas que se hacen, sino que también restringe las técnicas empleadas para responderlas. Sin una apreciación de la visión inherente en la teoría del equilibrio, la Economía del Bienestar resultaría profundamente enigmática. Con tal apreciación, uno puede verla como un brillante, aunque (en mi opinión) fallido intento para encarar un desafiante conjunto de problemas prácticos con un aparato conceptual inadecuado para la tarea15.

Pero entonces, ¿cómo podemos entender este compromiso con la teoría del equilibrio? ¿Qué sentido general podemos encontrar en la forma neoclásica de teorizar? Necesitamos sondear más profundo.

15 Por un interesante conjunto de estudios de caso, exhibiendo cómo los economistas pueden en la práctica considerar cuestiones normativas más amplias, ver Johnson y Zerby 1973.

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