Hadyi Murad

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L LI I B B R RO O d d o ot t. . c c o om m León Tolstoi Hadyi Murad Revisado por: Nota Preliminar La presente obra, una de las más tardías de León Tolstoi (1828-1910), revela en su composición una serie de vicisitudes. Un primer borrador de ella data de 1896, en tanto que la primera versión impresa, tras una docena de revisiones y con omisiones exigidas por la censura, es la de Moscú de 1912; y la que puede considerarse como completa y definitiva es la de Berlín de ese mismo año. Trátase, pues, de una obra póstuma, pero el hecho de serlo no se debe enteramente a descuido o indiferencia por parte de su autor. Como se verá más adelante, Tolstoi sabía que la obra no podría ser publicada durante su vida. Quizá por ello la compuso y revisó un poco a trompicones, no sólo según los altibajos de su interés por ella, sino, dada la índole histórica de la obra, a medida que iba creciendo y profundizando su conocimiento de los personajes y acontecimientos reales que en ella se ponen de manifiesto. No cabe la menor duda de que la obra es, en lo esencial hisitóricamente verídica. En su concepción y durante su composición, Tolstoi se documentó con rigor idéntico al de quien se prepara para escribir una historia sensu stricto. Leyó recopiló y absorbió cuanto pudo agenciarse sobre la guerra del Cáucaso: historias, periódicos, memorias, diarios personales, apuntes, cartas,. conversó con algunos de los que habían participado en la contienda; y en cuanto a ambientación (tipos, lenguaje, paisajes, costumbres) recurrió al rico acervo de recuerdos de su propia vida en el Cáucaso en 1851-53, primero como funcionario administrativo y después como oficial de artillería. De su estancia en el Cáucaso y afición a todo lo concerniente a él dejó como testimonio su obra Los cosacos, que, escrita en 1854, no fue publicada hasta 1862. Ahora bien, con lo histórico, como cabe espera, se funde en Hadyi Murad lo imaginado, lo que Tolstoi pone de su propia experiencia vital de su conocimiento del alma humana, de su sondeo en las honduras del pensar, sentir y obrar de las gentes. Al igual que en Los cosacos, Tolstoi revela en Hadyi Murad cuánto le afectó el conflicto entre dos estilos de vida: la sencilla, regida por la tradición y la costumbre, de los montañeses del Cáucaso, y la compleja, sujeta a vaivenes ideológicos, sociales y políticos -sin descontar las «modas» anejas a tales alteracionesde los rusos «civilizados» empeñados en incorporar al Imperio a hombres y culturas que sobreviven al margen de él Este conflicto, que tiene su origen en Rousseau (de quien tan devoto fue Tolstoi), y que tan sobado fue luego por los románticos, había sido ya tratado en Rusia por Pushkin y Lermontov. Pero Tolstoi lo «desromantizó» a tal punto que obras como Los cosacos y Hadyi Murad pueden leerse -y, en efecto, son leídas no obstante ser «ficciones narativas»- como auténticos estudios etnológicos y sociológicos. Es sabido que durante su estancia en el Cáucaso, acaso por aversión hacia la conducta de sus propios compatriotas en aquella comarca, Tolstoi hizo lo posible por asemejarse a los indígenas, esfuerzo que iba a encarnar en el personaje de Olenin, en Los cosacos, y más tarde, en Hadyi Murad, en el de Butter, oficial del ejército ruso y vicioso de los naipes -como en un tiempo lo había sido Tolstoi-: «La poesía de la vida peculiar e indómita de la montaña se adueñó aún más de Butler con el contacto que tuvo con Hadyi Murad y sus murids [secuaces]. Se compró un beshmet [especie de gabán] y una cherkeska [especie de túnica], unas polainas y le pareció que él tambt'én era montañés y vivía la misma vida que ellos» (cap. 20), A esta faceta costumbrista, y en contraste con ella, hay que agregar el designio de dar a la obra un inequívoco sesgo político y social. El capítulo 15 está dedicado en su mayor parte al zar Nicolás L por el que, como es notorio, Tolstoi sintió siempre viva antipatía. El retrato que de él hace el autor revela, con abundantes pinceladas caricaturescas, a un hombre frío, fatuo, cruel lascivo e hipócrita, cuyo mayor solaz cuando se siente a disgusto por cualquier motivo es preguntarse: «¿Qué sería de Rusia sin mí?» Más aún: «¿Qué serían sin mí no sólo Rusia, sino Europa?» Nicolás es el dechado del déspota: se rodea de ministros abyectos, prontos a poner en ejecución cualquier medida que decrete por cruenta o descabellada que sea, y de una corte cuya pleitesía servil contribuye a fomentar y aplaudir el engreimiento y la petulancia del autarca. Esta semblanza de Nicolás I fue la que impidió que la novela pudiese ser publicada durante la vida de su autor. Pero frialdad; crueldad; engreimiento y lascivia no son raras morales privativas de Nicolás. Lo son también, aunque no tan finamente perfiladas, de su enemigo mortal el imam Shamil cabecilla religioso y militar de los montañeses que luchan en el Cáucaso por su independencia y la integridad de su territorio. La mirada «cansina», «mortecina», de Nicolás encuentra su paralelo en los ojos siempre «entornados» de Shamil quien de ordinario «mantenía inmutable, como si fuera de piedra, el rostro pálido», La misma abyección que ministros y cortesanos muestran ante el zar la encontramos en los consejeros y secuaces de Shamil. Su palabra es ley, sus órdenes son inapelables. O sea, que con máscaras diferentes el despotismo es esencialmente igual en todas partes. Pero el personaje principal es, por supuesto, Hadyi Murad; lugarteniente de Shamil que acaba pasándose a los rusos. Es, como todos los personajes principales de la novela, figura histórica, de la que se habló mucho en Rusia a raíz de su deserción. Parece ser que Tolstoi no llegó a conocerle personalmente, pero sí conoczo a quienes le conocieron, y ese conocimiento indirecto fue lo que le llevó con constancia y

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novela de Tolstoi

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  • LLLIIIBBBRRROOOdddooottt...cccooommm Len Tolstoi

    Hadyi Murad Revisado por:

    Nota Preliminar

    La presente obra, una de las ms tardas de Len Tolstoi (1828-1910), revela en su composicin una serie de vicisitudes. Un primer borrador de ella data de 1896, en tanto que la primera versin impresa, tras una docena de revisiones y con omisiones exigidas por la censura, es la de Mosc de 1912; y la que puede considerarse como completa y definitiva es la de Berln de ese mismo ao. Trtase, pues, de una obra pstuma, pero el hecho de serlo no se debe enteramente a descuido o indiferencia por parte de su autor. Como se ver ms adelante, Tolstoi saba que la obra no podra ser publicada durante su vida. Quiz por ello la compuso y revis un poco a trompicones, no slo segn los altibajos de su inters por ella, sino, dada la ndole histrica de la obra, a medida que iba creciendo y profundizando su conocimiento de los personajes y acontecimientos reales que en ella se ponen de manifiesto.

    No cabe la menor duda de que la obra es, en lo esencial hisitricamente verdica. En su concepcin y durante su composicin, Tolstoi se document con rigor idntico al de quien se prepara para escribir una historia sensu stricto. Ley recopil y absorbi cuanto pudo agenciarse sobre la guerra del Cucaso: historias, peridicos, memorias, diarios personales, apuntes, cartas,. convers con algunos de los que haban participado en la contienda; y en cuanto a ambientacin (tipos, lenguaje, paisajes, costumbres) recurri al rico acervo de recuerdos de su propia vida en el Cucaso en 1851-53, primero como funcionario administrativo y despus como oficial de artillera. De su estancia en el Cucaso y aficin a todo lo concerniente a l dej como testimonio su obra Los cosacos, que, escrita en 1854, no fue publicada hasta 1862. Ahora bien, con lo histrico, como cabe espera, se funde en Hadyi Murad lo imaginado, lo que Tolstoi pone de su propia experiencia vital de su conocimiento del alma humana, de su sondeo en las honduras del pensar, sentir y obrar de las gentes.

    Al igual que en Los cosacos, Tolstoi revela en Hadyi Murad cunto le afect el conflicto entre dos estilos de vida: la sencilla, regida por la tradicin y la costumbre, de los montaeses del Cucaso, y la compleja, sujeta a vaivenes ideolgicos, sociales y polticos -sin descontar las modas anejas a tales alteracionesde los rusos civilizados empeados en incorporar al Imperio a hombres y culturas que sobreviven al margen de l Este conflicto, que tiene su origen en Rousseau (de quien tan devoto fue Tolstoi), y que tan sobado fue luego por los romnticos, haba sido ya tratado en Rusia por Pushkin y Lermontov. Pero Tolstoi lo desromantiz a tal punto que obras como Los cosacos y Hadyi Murad pueden leerse -y, en efecto, son ledas no obstante ser ficciones narativas- como autnticos estudios etnolgicos y sociolgicos. Es sabido que durante su estancia en el Cucaso, acaso por aversin hacia la conducta de sus propios compatriotas en aquella comarca, Tolstoi hizo lo posible por asemejarse a los indgenas, esfuerzo que iba a encarnar en el personaje de Olenin, en Los cosacos, y ms tarde, en Hadyi Murad, en el de Butter, oficial del ejrcito ruso y vicioso de los naipes -como en un tiempo lo haba sido Tolstoi-: La poesa de la vida peculiar e indmita de la montaa se adue an ms de Butler con el contacto que tuvo con Hadyi Murad y sus murids [secuaces]. Se compr un beshmet [especie de gabn] y una cherkeska [especie de tnica], unas polainas y le pareci que l tambt'n era montas y viva la misma vida que ellos (cap. 20),

    A esta faceta costumbrista, y en contraste con ella, hay que agregar el designio de dar a la obra un inequvoco sesgo poltico y social. El captulo 15 est dedicado en su mayor parte al zar Nicols L por el que, como es notorio, Tolstoi sinti siempre viva antipata. El retrato que de l hace el autor revela, con abundantes pinceladas caricaturescas, a un hombre fro, fatuo, cruel lascivo e hipcrita, cuyo mayor solaz cuando se siente a disgusto por cualquier motivo es preguntarse: Qu sera de Rusia sin m? Ms an: Qu seran sin m no slo Rusia, sino Europa? Nicols es el dechado del dspota: se rodea de ministros abyectos, prontos a poner en ejecucin cualquier medida que decrete por cruenta o descabellada que sea, y de una corte cuya pleitesa servil contribuye a fomentar y aplaudir el engreimiento y la petulancia del autarca. Esta semblanza de Nicols I fue la que impidi que la novela pudiese ser publicada durante la vida de su autor.

    Pero frialdad; crueldad; engreimiento y lascivia no son raras morales privativas de Nicols. Lo son tambin, aunque no tan finamente perfiladas, de su enemigo mortal el imam Shamil cabecilla religioso y militar de los montaeses que luchan en el Cucaso por su independencia y la integridad de su territorio. La mirada cansina, mortecina, de Nicols encuentra su paralelo en los ojos siempre entornados de Shamil quien de ordinario mantena inmutable, como si fuera de piedra, el rostro plido, La misma abyeccin que ministros y cortesanos muestran ante el zar la encontramos en los consejeros y secuaces de Shamil. Su palabra es ley, sus rdenes son inapelables. O sea, que con mscaras diferentes el despotismo es esencialmente igual en todas partes.

    Pero el personaje principal es, por supuesto, Hadyi Murad; lugarteniente de Shamil que acaba pasndose a los rusos. Es, como todos los personajes principales de la novela, figura histrica, de la que se habl mucho en Rusia a raz de su desercin. Parece ser que Tolstoi no lleg a conocerle personalmente, pero s conoczo a quienes le conocieron, y ese conocimiento indirecto fue lo que le llev con constancia y

  • dedicacin a prueba de interrupciones, a perfilar la figura de ese individuo singular por el que lleg a sentir; como se trasluce en la novela, irresistible afecto.

    La edicin utilizada es la de L. N. Tolstoi Sobranie sochinenii. Moskva: Gosudarstvennoe Izdatelstvo Hudoyhestvennoi Literatury, 1959, vol. 12.

    JUAN LPEZ-MORILLAS Glosario de vocablos no rusos empleados por Tolstoi sin traducir Aa s Aoul aldea Beshmet especie de chaqueta acolchada Burka capa Chechnya regin del noreste del Cucaso Cherkeska tnica larga, ajustada y sin cuello, con cartucheras que se cruzan en el pecho Dytgit caballista y tirador certero Ghazavat la guerra santa Gurda nombre de un armero famoso del Cucaso Iok no Jger soldado de un regimiento de fusileros Kizyak combustible mezcla de paja y estircol Kotkildy saludo de bienvenida Kumyk pueblo musulmn de origen t urco Kunak amigo ntimo Lya-il lyaha-il' Allah No hay otro Dios que Dios Murid discpulo; secuaz; aqu guardaespaldas Naib lugarteniente Pilau plato a base de arroz Saklya casa humilde Sardar Gobernador General del Cucaso Saubul saludo de bienvenida Shariat ley musulmana Sheikh Jeque Tavlin montas Tarikat ley musulmana Ulan yakshi muchacho forzudo Yakshi bien Volva yo a casa a campo traviesa. Iba mediado el verano. Se haba dado remate a la cosecha del heno y

    empezaba la siega del centeno. Esa estacin del ao ofrece una deliciosa profusin de flores silvestres: trbol rojo, blanco, rosado,

    aromtico, tupido; margaritas arrogantes de un blanco lechoso, con su botn amarillo claro, de sas de < me quieres no me quieres, de olor picante a fruta pasada; colza amarilla con olor a miel; altas campanillas blancas o color lila, semejantes a tulipanes; arvejas rampantes; bonitas escabrosas, amarillas, rojas, de color rosa y malva; llantn de pelusa levemente rosada y levemente aromtica; acianos que, tiernos an, lucen su azul intenso a la luz del sol, pero que al anochecer o cuando envejecen se tornan ms plidos y encarnados; y la delicada flor de la cuscuta, que se marchita tan pronto como se abre.

    Haba cogido un gran ramo de estas flores y ya volva a casa cuando vi en una zanja, en plena eflorescencia, un magnfico cardo color frambuesa de los que por aqu llaman trtaros, que los segadores esquivan con cuidado, y cuando por descuido cortan uno lo arrojan entre la hierba para no pincharse las manos. A m se me ocurri coger ese cardo y ponerlo en medio de mi ramo. Baj a la zanja y, tras ahuyentar un abejorro que se haba colado en una de las flores y all dorma dulce y pacficamente, me dispuse a coger la flor. Pero aquello result muy difcil. No slo el tallo pinchaba por todas partes -incluso a travs del pauelo con que me haba envuelto la mano-,sino que era tan sumamente duro que tuve que bregar con l casi cinco minutos, arrancndole las fibras una a una. Cuando por fin logr mi propsito, el tallo estaba enteramente deshecho y la flor misma no me pareca ahora tan fresca ni tan hermosa. Por aadidura, era demasiado ordinaria y vulgar para emparejar con los otros colores delicados del ramo. Lamentando haber des truido sin provecho una flor que haba sido hermosa en su propio lugar, la tir. Pero qu energa, qu potencia vital! -me dije, recordando el esfuerzo que me haba costado arrancarla-. Cmo se defenda y cun cara ha vendido su vida!

    El camino que conduca a la casa pasaba por un terreno en barbecho recin arado. Yo caminaba lentamente sobre el polvo negro. Ese campo labrado perteneca a un rico propietario. Era tan vasto que a ambos lados del camino o en el cerro enfrente de m slo se vean los surcos idnticos de la tierra labrada. La labor haba sido excelente: no se vea por ninguna parte una brizna de hierba o una planta. Todo era tierra negra. Qu criatura tan devastadora y cruel es el hombre! Cuntos seres vivos, cuntas plantas destruye para mantener su propia vida! -pens, buscando involuntariamente a mi alrededor alguna cosa viva en medio de ese campo negro y muerto. Frente a m, a la derecha del camino, vi lo que pareca ser un pequeo arbusto. Cuando me acerqu not que era la misma especie de cardo trtaro cuya flor haba rrancado en vano y tirado luego.

  • La mata del cardo se compona de tres ramas. Una estaba tronchada, con un mun que semejaba un brazo mutilado. Las otras dos tenan, cada una, una flor, antes roja, pero ahora ennegrecida. Un tallo estaba roto, y de su punta penda una flor sucia. La otra, aunque sucia de tierra negra, estaba todava erguida. Era evidente que por encima de la planta haba pasado la rueda de un carro, pero que el cardo haba vuelto a levantarse y se mantena erecto, aunque torcido. Era como si le hubiesen desgajado del cuerpo un miembro, abierto las entraas, arrancado un brazo, vaciado un ojo. Y, sin embargo, se mantena tieso, sin rendirse al hombre que haba destruido a sus congneres en torno suyo.

    Qu energa! -pens-. El hombre ha vencido todo, destruido millones de plantas, pero sta no se rinde. Y me acord de una antigua aventura del Cucaso que yo mismo presenci en parte, que en parte me

    contaron testigos oculares y en parte tambin imagin. Esa aventura, tal como la han ido hilvanando mi memoria y mi imaginacin es la que sigue.

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    Aquello ocurri a fines de 1851. En un anochecer fro de noviembre, Hadyi Murad lleg al aoul de

    Mahket, aldea hostil de Chechnya, cuyo ambiente despeda olor a lo que los indgenas llaman kixyak, combustib mezcla de paja y estircol.

    Acababa de terminar el forzado canto del muecn, en el claro aire montaero impregnado de humo de kizyak, por encima del mugido de las vacas y el balido las ovejas dispersas entre las cabaas del aoul -apretujadas unas con otras como celdillas de un panal-, se oa claramente los sonidos guturales de hombres que discutan y las voces de mujeres y nios junto a la fuente abajo.

    Este Hadyi Murad era un naib de Shamil, famoso por sus hazaas. De ordinario nunca cabalgaba sin bandera, e iba acompaado siempre de varias decena de murids que caracoleaban en torno suyo. Fugitivo ahora, encapuchado y envuelto en una burka bajo la cual asomaba una carabina, y con slo un murid como acompaante, marchaba cuidando en lo posible de no darse a conocer, escudriando con sus sagaces ojos negros las caras de los habitantes que encontraba en el camino.

    Al entrar en el aoul, Hadyi Murad sali de la calle que conduca a la plaza y, torciendo a la izquierda, en-tr por una callejuela. Al llegar a la segunda saklya de sta, cavada en un flanco del cerro, detuvo el caballo y mir a su alrededor. Bajo el cobertizo de la entrada no haba nadie, pero sobre el techo, tras la chimenea recin enlucida de arcilla, yaca un hombre cubierto de una pelliza. Hadyi Murad toc con la punta de su ltigo al hombre tumbado en el techo y chasc la lengua. De debajo de la pelliza surgi un anciano. Llevaba puestos un gorro de dormir y un viejo y grasiento beshmet. Los ojos del anciano, desprovistos de pestaas, estaban enrojecidos y hmedos. Parpade para despegarlos. Hadyi Murad pronunci el consabido Selaam. aleikum! y se destap la cara.

    -Aleikum selaam! -respondi el viejo, sonriendo con su boca desdentada al reconocer a Hadyi Murad; y enderezndose sobre sus flacas piernas se dispuso a meter los pies en unas pantuflas con tacn de madera que estaban junto a la chimenea. Una vez que se las hubo puesto, meti sin prisa los brazos en las mangas de su arrugada pelliza y baj a reculones la escalerilla apoyada en el techo. Y mientras se vesta y bajaba, el viejo no cesaba de menear la cabeza sobre el cuello enjuto, arrugado, tostado por el sol, y de balbucear algo con su boca desdentada. Al llegar al suelo, en seal de bienvenida, cogi la brida y el estribo derecho del caballo de Hadyi Murad, pero el murid gil y fuerte de ste haba saltado rpidamente de su montura y, apartando al viejo, le reemplaz en la tarea.

    Hadyi Murad ech pie a tierra y, cojeando ligeramenlte, entr bajo el cobertizo. A su encuentro sali a la puerta un muchacho de unos quince aos que con ojos brilllantes, negros como la endrina, mir asombrado a los recin llegados.

    -Ve corriendo a la mezquita y llama a tu padre -le orden el viejo. Y, pasando delante de Hadyi Murad, le abri la puerta frgil de la saklya, que chirri un tanto. Al mismo tiempo que Hadyi Murad, sali por una puerta interior una mujer pequea, delgada, de edad madura, con beshmet rojo sobre camisa amarilla y zaragelles azulles. Traa unos cojines.

    -Que tu llegada nos sea propicia! -dijo, y casi dolblndose en una reverencia, empez a colocar los cojilnes contra la pared delantera para que se sentara el

    husped. -Que tus hijos gocen de buena salud! -contest Hadyi Murad, quitndose la burka, la carabina y el sable

    y entregando todo ello al viejo. ste, cuidadosamente, colg de una escarpia la carabilna y el sable junto a las armas del dueo de la casa,

    que colgaban entre dos grandes calderos que brillaban en la pared recin enlucida y blanqueada. Hadyi Murad se ajust la pistola a la espalda y, arrolpndose en su abrigo circasiano, tom asiento. El

    viejo se sent frente a l, sobre los talones desnudos, cerr los ojos y levant las manos con las palmas hacia arriba. Hadyi Murad hizo lo propio. Luego los dos recitaron una plegaria, se pasaron las manos por el rostro y las junltaron en la punta de la barba.

    -Ne habar? -pregunt Hadyi Murad al viejo (o sea, hay alguna novedad?). -Habar iok (o sea, no hay novedad alguna) -respondi el viejo, mirando a Hadyi Murad, no en la cara,

    sino en el pecho, con sus ojos enrojecidos y sin pestaas-. Yo vivo en el colmenar y slo he venido hoya visitar a mi hijo... l sabe.

    Hadyi Murad comprendi que el viejo no quera decir lo que saba y lo que l, Hadyi Murad, necesitaba saber; as, pues, sacudi levemente la cabeza y no hizo ms preguntas.

    -En lo que hay de nuevo no hay nada bueno -agreg, sin embargo, el viejo-. La nica noticia es que las liebres estn buscando los medios de ahuyentar a las guilas. Y las guilas lo destruyen todo, primero esto, luego lo de ms all. La semana pasada esos perros de rusos pegaron fuego al heno del aoul de Michit... Permita Alah que revienten! -aadi ronca y furiosamente.

  • Entr el murid de Hadyi Murad, apoyando suavemente sus fuertes piernas sobre el suelo apisonado. Se quit, al igual que Hadyi Murad, la capa, la carabina y el sable y colg todo ello en la misma escarpia de que pendan las armas de su seor, quedndose slo con el pual y la pistola.

    -Quin es? -pregunt el viejo a Hadyi Murad, sealando al recin llegado. -Mi murid Se llama Eldar -dijo Hadyi Murad. -Bien -dijo el viejo, indicando a Eldar un lugar en el fieltro alIado de Hadyi Murad. Eldar se sent cruzando las piernas y, sin decir palabra, clav sus hermosos ojos de carnero en el rostro

    del viejo que contaba cmo la semana anterior sus muchachos haban capturado a dos soldados, haban matado a uno de ellos y enviado el otro a Shamil en Veleno. Hadyi Murad escuchaba distrado, mirando la puerta y prestando odo a los ruidos de fuera. Bajo el cobertizo, delante de la vivienda, se oyeron pasos, chirri la puerta y entr el dueo de la casa.

    Ese dueo era Sado, un cuarentn de barba corta, nariz larga y ojos negros, aunque no tan brillantes como los de su hijo, el chico de quince aos que haba ido en su busca, quien ahora entr con su padre y se sent junto a la puerta. Sado se quit al entrar las sandalias de madera, empuj su viejo y rado gorro de piel hacia la nuca (que por no haber sido afeitada en mucho tiempo comenzaba a cubrirse de pelos largos) y fue a sentarse sobre los talones frente a Hadyi Murad.

    Al igual que el viejo, Sado cerr los ojos, levant las manos con las palmas hacia arriba, recit una plegaria, se pas las manos por la cara y slo entonces empez a hablar. Dijo que se haba recibido orden de Shamil de capturar a Hadyi Murad vivo o muerto; que los mensajeros de Shamil se haban marchado de all slo la vspera, y que como la gente tema desobedecer a Shamil haba que andarse con cuidado.

    -En mi casa -dijo Sado-, mientras yo viva, nadie har nada contra mi amigo. Pero y fuera de ella? Habr que pensarlo.

    Hadyi Murad escuchaba atentamente, aprobando con la cabeza. y cuando Sado acab, dijo: -Bien. Ahora hay que enviar a los rusos a un hombre con una carta. Mi murid ir, pero necesitar un gua. -Enviar a mi hermano Bata -dijo Sado-. Llama a Bata -agreg, volvindose a su hijo. El muchacho, como movido por resorte, salt sobre sus piernas giles y, a todo correr, sali de la saklya

    agitando los brazos. Unos diez minutos despus volvi acompaado de un chechn musculoso, pernicorto, ennegrecido por el sol, vestido con chaqueta circasiana amarilla, rada, de mangas deshilachadas, y polainas negras arrugadas. Hadyi Murad cambi saludos con el recin llegado y al momento, sin perder palabras intilmente, dijo:

    -Puedes conducir a mi murtd a los rusos? -S puedo -respondi Bata rpida y alegremente-. Todo se puede. Menos yo, no hay otro chechn que

    pueda pasar. Otro prometera ir, pero no hara nada. Yo s puedo. -Bien -dijo Hadyi Murad-. Por tu trabajo recibirs tres piezas -aadi, mostrando tres dedos. Bata indic con un movimiento de cabeza que haba comprendido, pero agreg que no lo haca por el

    dinero, sino por el honor de servir a Hadyi Murad. Todo el mundo, en las montaas, conoca a Hadyi Murad y sus victorias sobre esos cerdos de rusos.

    -Bien -dijo Hadyi Murad-. Una cuerda debe ser larga; un discurso debe ser corto. -Bueno, me callo -dijo Bata. -Donde el ro Argun hace un recodo, enfrente del escarpe, hay un claro en el bosque con dos almiares.

    Lo conoces? -S. -All me esperan cuatro caballistas -dijo Hadyi Murad. -Aia! -aprob Bata con la cabeza. -Pregunta por Khan Magoma. l sabe qu hacer y qu decir. Puedes t llevarle al comandante ruso, el

    prncipe Vorontsov? -Lo llevar. -Llevarle y traerle. Puedes? -S puedo. . -Le llevas y le traes al bosque. All estar yo. -Har todo eso -dijo Bata, levantndose; y ponindose las manos en el pecho, sali. -Tambin hace falta mandar a un hombre a Gehi -dijo Hadyi Murad al dueo de la casa cuando sali

    Bata-. Mira lo que en Gehi hay que hacer -empez a decir, llevndose la mano a las cartucheras de su abrigo circasiano; pero al momento dej caer la mano y se call, viendo que dos mujeres entraban en la saklya.

    Una de ellas era la esposa de Sado, la misma mujer flaca de edad madura que le haba colocado los cojines. La otra era una muchacha muy joven en pantalones rojos y beshmet verde, con velo hecho de monedas de plata que le cubra todo el pecho. Un rubIo de plata colgaba de la punta de su trenza de pelo negro, no larga, pero s gruesa y apretada, que le caa por la espalda entre las enjutas paletillas. Los mismos ojos negros como la endrina que tenan su padre y su hermano brillaban en su rostro juvenil que se esforzaba por parecer severo. No mir a los visitantes, pero era evidente que! senta su presencia. i

    La mujer de Sado traa una mesita baja y redonda con t, tortitas en mantequilla, queso, galletas y miel. La hija traa una palangana, un jarro y una toalla.

    Tanto Sado como Hadyi Murad permanecieron callados mientras las mujeres, que iban y venan en sus babuchas rojas sin hacer ruido, disponan ante los visitantes lo que haban trado. Eldar, con sus ojos carneriles fijos en sus piernas cruzadas, permaneci inmvil como una estatua durante todo el tiempo que las mujeres estuvieron en la habitacin. Slo cuando hubieron salido y se : hubo extinguido por completo el rumor de sus pasos al otro lado de la puerta, Eldar dio un suspiro de desahogo, y Hadyi Murad destap uno de los orificios de la cartuchera, extrajo la bala y tom de debajo de ella un pequeI o rollo de papel.

    -Para drsela a mi hijo -dijo, mostrando la nota. -Ya dnde va la respuesta?

  • -A ti, Y t me la remites. -As se har -dijo Sado, metiendo el papelito en un orificio de su propia cartuchera. Luego, cogiendo el

    jarro con ambas manos, lo acerc a la palangana de Hadyi Murad. ste remang las mangas de su beshmet sobre los brazos musculosos, blancos por encima de la mueca, y puso las manos bajo el chorro de agua fra y transparente que le verta Sado. Despus de secarse las manos en la tosca y limpia toalla, se acerc a la mesita. Eldar hizo lo propio. Mientras los visitantes coman, Sado, sentado frente a ellos, les dio las gracias repetidas veces por la visita. El muchacho, sentado junto a la puerta, no apartaba sus ojos negros y brillantes de Hadyi Murad, sonriendo como para confirmar con su sonrisa las palabras de su padre.

    A pesar de no haber probado bocado en ms de veinticuatro horas, Hadyi Murad comi slo un poco de pan y queso; y sacando un cuchillito de debajo de su pual, tom con l un poco de miel y la unt en el pan.

    -Nuestra miel es buena. Este ao, ms que otros, abunda mucho y es buenadijo el viejo, visiblemente satisfecho de que Hadyi Murad probara su miel.

    -Gracias -dijo Hadyi Murad, apartndose de la mesa. Eldar hubiera querido comer ms, pero siguiendo el ejemplo de su jefe se apart tambin de la mesa y present a Hadyi Murad la palangana y el jarro.

    Sado saba que, al recibir a Hadyi Murad, arriesgaba su propia vida, ya que despus de la ria entre Hadyi Murad y Shamil ste haba amonestado a todos los habitantes de Chechnya que no recibieran a aqul so pena de muerte. Saba que en cualquier momento los habitantes del aoul podan enterarse de su presencia en su casa y exigir que fuera entregado. Pero esto no slo no le arredraba, sino que le regocijaba. Sado consideraba deber suyo proteger a U husped, aunque ello le costase la vida, y se senta feliz '{ orgulloso de comportarse como era debido.

    -Mientras t ests en mi casa y mi cabeza siga en mis hombros, nadie te har nada -repiti a Hadyi Murad.

    Hadyi Murad le mir en los ojos brillantes y, comprendiendo que deca la verdad, dijo en tono un tanto solemne:

    -Que te sea gozosa la vida. Sado, en silencio, se llev las manos al pecho en seal de gratitud por esas buenas palabras.

    Sado cerr las persianas y puso unas ramas secas en la chimenea. Luego, de un humor singularmente alegre y animado, sali de la habitacin y pas a la parte de la casa en que viva toda su familia. Las mujeres no dorman todava y hablaban de los visitantes peligrosos que pasaban la noche bajo su techo.

    2

    Esa misma noche, en el fuerte avanzado de Vozdviyhensk, a quince verstas del aoul en que pernoctaba

    Hadyi Murat, un suboficial y tres soldados salieron del fuerte por la puerta Chahgirinskaya. Los soldados, como todos los que servan en el Cucaso en esa poca, iban vestidos de pelliza corta, gorro alto de piel de oveja y botas grandes que les llegaban por encima de las rodillas. Al hombro llevaban sus capas fuertemente enrolladas. Con los fusiles tambin al hombro, recorrieron primero unos quinientos pasos por el camino, luego se desviaron de l una veintena de pasos ms, hollando las hojas secas, e hicieron alto junto a un sicmoro quebrado del que hasta en la oscuridad se distingua el tronco negro. All, de ordinario, se situaba el puesto de escuch.

    Las brillantes estrellas, que parecan ir corriendo sobre las copas de los rboles mientras los soldados marchaban por el bosque, se detuvieron ahora, centelleando entre las ramas desnudas.

    -Menos mal que est todo seco -dijo el suboficial Panov, poniendo en el suelo con estrpito su largo fusil con bayoneta y apoyndolo en el tronco de un rbol. Los tres soldados hicieron lo mismo.

    -En fin, que la he perdido -gru Panov irritado-. O me olvid de traerla o se me ha cado en el camino. -Qu es lo que buscas? -pregunt uno de los soldados con voz vigorosa y alegre. -Mi pipa. El demonio sabe dnde se habr metido. -Tienes el tubo? -pregunt la misma voz vigorosa. -

    El tubo? Aqu est. -Y si lo clavaras en el suelo? -Vaya idea! -Eso se arregla en un instante. Estaba prohibido fumar en el puesto de escucha, pero ste apenas poda considerarse como tal. Era ms

    bien una avanzada que se haba situado en ese lugar para que los montaeses no pudieran acercar a escondidas un can y disparar sobre el fuerte como ya lo haban hecho antes. As pues, Panov no juzg necesario privarse de fumar y acept la propuesta del alegre soldado. ste sac una navajita del bolsillo e hizo un hoyo en el suelo; luego alis el interior, ajust en l el tubo de la pipa e introdujo, prensndolo, el tabaco. La pipa qued hecha. Se encendi un fsforo, que durante varios segundos ilumin los pmulos salientes del soldado tumbado boca abajo, silb un poco el tubo y Panov oli el agradable aroma del tabaco de municin.

    -Qu, listo ya? -y que lo digas. -Qu tipo es este Avdeyev! Qu bien se las arregla! Y ahora? Avdeyev rod un poco de lado, y, echando humo por la boca, dej el sitio a Panov. Panov dio unas chupadas, y despus los soldados se pusieron a charlar. -Parece que el capitn ha metido otra vez las manos en la caja -dijo un soldado con voz cansina-. Claro,

    habr perdido en el juego. -Devolver el dinero -dijo Panov. -Por supuesto! Es un buen oficial-apoy Avdeyev. -Buen oficial, buen oficial -agreg sombramente el

    que haba empezado la conversacin-. A mi modo de ver, la compaa debiera hablar con l y decirle: Si has cogido ese dinero, dinos cunto, y cundo lo vas a devolver.

  • -Ser lo que decida la compaa -coment Panov, apartndose de la pipa. -Pues claro! La comunidad es un hombre fuerte -afirm Avdeyev, citando una conocida mxima. -Pero habr que comprar avena y remendar las botas para la primavera. Hace falta dinero para ello, y si l

    lo ha cogido... -insisti el descontento. -Digo que ser lo que decida la compaa -repiti Panov-. No es la primera vez. Lo coge y lo devuelve. En aquel tiempo, en el Cucaso, cada compaa escoga a sus propios individuos para administrarse.

    Reciba del Tesoro 6 rublos 50 kopeks por hombre y se aprovisionaba a s misma: plantaba sus coles, preparaba su heno, tena sus propios carros y se enorgulleca de sus bien nutridos caballos. El dinero de la compaa se guardaba en una caja cuya llave quedaba en manos del capitn; y a menudo suceda que ste sacaba dinero de la caja en calidad de prstamo. Esto era lo que acababa de ocurrir, y de ello hablaban los soldados. El soldado sombro, Nikitin, quera pedir cuentas al capitn, pero Panov y Avdeyev juzgaban que no era necesario.

    Despus de Panov, Nikitin fum a su vez; luego extendi la capa en el suelo y se sent, apoyndose en el tronco del rbol. Los soldados guardaron silencio. Slo se oa el viento que pasaba por encima de sus cabezas, sacudiendo las copas de los rboles. De pronto, tras ese incesante y sordo arrullo, se oy el aullido, el chillido, el gaido, el sollozo y la risa de los chacales.

    -Vaya jaleo que arman esas malditas bestias! -coment Avdeyev. -Se burlan de ti porque tienes la cara de travs -dijo la voz aguda del cuarto soldado, que era ucraniano. De nuevo todo qued en silencio: slo el viento meca la cima de los rboles, cubriendo y descubriendo

    alternativamente las estrellas. -Vamos a ver, Antonych -pregunt de pronto el jocoso Avdeyev a Panov-. Te aburres t a veces? -Vaya pregunta! -contest Panov a regaadientes. -Pues yo hay veces que me aburro tanto, tanto, que me parece que no s qu hacer de mi cuerpo. -Vaya, hombre! -dijo Panov. -Aquella vez que me beb el dinero que tena fue por aburrimiento. Nada, que aquello se me vino encima.

    y me dije: jHala, a emborracharse! -S, pero a veces, despus, con la borrachera es peor. -Tambin me ha pasado eso. Pero qu se le va a

    hacer? -Y t, por qu te aburres? -Yo? Porque echo de menos mi casa. -Es que la vuestra era casa rica? -No, ricos no ramos, pero tenamos un buen pasar. Vivamos bien. Y Avdeyev empez a contar lo que ya haba contado muchas veces a Panov. -Pues mira, entr de voluntario en lugar de mi hermano -dijo Avdeyev-. l tena cinco hijos y yo acababa

    de casarme. Mi madre me lo pidi. y yo pens: Por qu no? Quiz se acuerden y me lo agradezcan. Fui a ver al amo. El nuestro es bueno, y me dijo: Eres buen chico. Anda, ve. y por eso fui en vez de mi hermano.

    -Pues s; eso estuvo bien. -Pero querrs creer, Antonych, que ahora me aburro? Sobre todo porque me digo: Por qu fuiste t en

    lugar de tu hermano? Ahora es l el que disfruta y t el que lo pasas mal. Y cuanto ms cavilo, peor me siento. Perra suerte, de seguro!

    Avdeyev call. -Qu? Volvemos a fumar? -pregunt tras breve pausa. -Por qu no? Prepara eso. Pero los soldados no tuvieron tiempo para ponerse a fumar. Apenas se levant Avdeyev para colocar de

    nuevo el tubo de la pipa, cuando a travs del susurro del viento se oyeron pasos en el camino. Panov cogi el fusil y empuj a Nikitin con el pie. Nikitin se levant y recogi su capote. Tambin se levant Bondarenko.

    -Pues s, chicos, he tenido uno de esos sueos... -Chsss... -dijo Avdeyev, y los soldados callaron para poder escuchar. Se acercaban pasos ligeros, pero no

    de botas. Cada vez ms claramente se perciba en la oscuridad el chasquido de hojas secas y ramas rotas. Luego se oyeron los sonidos guturales de la lengua chechena. Los soldados no slo los oan ahora, sino que vieron dos sombras que atravesaban un calvero entre los rboles. Una era ms alta que la otra. Cuando las sombras llegaron a la altura de los soldados, Panov, fusil en mano, sali al camino junto con sus dos camaradas.

    -Quin va? -grit. -M, chechen bueno -dijo el ms bajo, que era Bata-. Fusil iok, sable iok -agreg mostrndose-. Prncipe

    queremos. El ms alto, sin decir palabra, se mantena callado junto a su compaero; tampoco llevaba armas. -Eso significa que es mensajero y quiere ver al coronel -explic Panov a sus camaradas. -Prncipe Vorontsov necesario... asunto grande -deca Bata. -Bueno, bueno. Te llevaremos all -dijo Panov-. Oye -agreg, volvindose a Avdeyev-, t y Bondarenko

    los llevais, los entregis al oficial de guardia y volvis aqu. y imucho ojo! Tened cuidado de que vayan delante de vosotros, que stos de las cabezas rapadas son muy astutos.

    -Y qu me dices de esto? -pregunt Avdeyev, haciendo con el fusil y la bayoneta el gesto de pinchar a alguien-. Se lo clavo y se desinfla.

    -Y de qu va a servir despus si le pinchas? -dijo Bondarenko -.Bueno, en marcha. Cuando ces el ruido de los pasos de los soldados y los mensajeros, Panov y Nikitin volvieron a su

    puesto. -Y qu demonios los trae aqu de noche? -pregunt Nikitin.

  • -Por lo visto algo necesario -contest Panov-. Empieza a hacer fresco -agreg; y, desenrollando el capote, se envolvi en l y se sent contra el rbol.

    Un par de horas despus volvieron Avdeyev y Bondarenko. -Qu? Los entregasteis? -pregunt Panov. -S. En casa del coronel nadie estaba durmiendo todava. Los llevamos directamente a l. iQu tipos tan

    estupendos son estos cabezas rapadas! iY no hemos charlado, que digamos! -T, por supuesto, habrs charlado de lo lindo! -dijo Nikitin en tono descontento. -Pues s, son igualitos a los rusos. Uno est casado. Mujer? -pregunto-. Mujer -contesta-. Hijos? -

    Hijos-. Muchos? -Dos -contesta- En fin, una buena charla. Son buenos chicos. -Vaya si son buenos! -exclam Nikitin-. Si tropiezas a solas con uno te saca el mondongo. -No tardar mucho en ser de da -dijo Panov. -S, ya empiezan a apagarse las estrellas -asinti Avdeyev, sentndose. Y los soldados volvieron a guardar silencio.

    3 Haca ya buen rato que no haba luz en las ventanas de los pabellones y otros edificios militares, pero las

    de una de las mejores casas de la fortaleza seguan todas iluminadas. Esa casa estaba ocupada por el prncipe Semron Mihailovich Vorontsov, coronel del regimiento de Kurin y ayudante de campo imperial, hijo del comandante en jefe. Vorontsov resida all con su esposa Marya Vasilyevna, famosa beldad de Petersburgo, y viva en ese pequeo fuerte del Cucaso con un lujo que all nadie haba conocido hasta entonces. A Vorontsov, y en particular a su esposa, les pareca, no obstante, que all viva no slo modestamente, sino con muchas privaciones; en tanto que para los caucasianos ese lujo era asombroso y extraordinario.

    Ahora, a medianoche, en el gran saln alfombrado y con las cortinas corridas, los dueos de la casa y sus invitados jugaban a las cartas sentados a una mesa de juego alumbrada por cuatro bujas. Uno de los jugadore- era el propio coronel Vorontsov, largo de cara y rubio de pelo, vestido de uniforme con las insignias y cordones de ayudante de campo. Su compaero de juego era un licenciado de la universidad de Petersburgo, joven desgreado y sombro que la princesa haba contratado poco antes como tutor del hijo que haba tenido de su primer marido. Contra ellos jugaban dos oficiales: uno, ancho de cara y colorado de mejillas, era el capitn Poltoratski, trasladado de la Guardia; el otro, con una expresin fra en el agraciado rostro, era el ayudante del coronel y se tena muy tieso en su asiento. La princesa Marya Vasilyevna, mujer hermosa y de complexin fuerte, ojos grandes y cejas negras, estaba sentada junto a Poltoratski, mirndole las cartas y rozndole las piernas con su crinolina. Y en sus palabras, sus miradas, su sonrisa, en todos los movimientos de su cuerpo y en su perfume haba algo que haca a Poltoratski olvidarse de todo, salvo de la proximidad de esa mujer. Por ello cometa un error tras otro en el juego, irritando cada vez ms a su compaero.

    -Pero esto es imposible! Vuelve usted a desperdiciar un as! -exclam el ayudante, sonrojndose al ver que Poltoratski echaba un as.

    Poltoratski, como si acabara de despertar, volvi sus ojos negros y bondadosos, muy apartados entre s, al furioso ayudante.

    -Hombre, perdnele! -dijo Marya Vasilyevna sonriendo-. Ya ve usted. No se lo deca yo? -agreg volvindose a Poltoratski.

    -Pero si eso no es en absoluto lo que usted me dijo! -replic Poltoratski sonriendo a su vez. -De veras? -dijo ella devolvindole la sonrisa. Y esa sonrisa emocion y alboroz tanto a Poltoratski que

    enrojeci de gusto. Y recogiendo las cartas empez a barajarlas. -No le toca a usted barajar -dijo severamente el ayudante, quien con su mano blanca ensortijada empez

    a repartir las cartas como si quisiera desprenderse de ellas cuanto antes. El ayuda de cmara del prncipe entr en el saln y anunci que el oficial de guardia deseaba hablarle. -Perdonen, seores -dijo Vorontsov, hablando en ruso con acento ingls-. Quieres t ocupar mi puesto,

    Marie? -Estn ustedes conformes? -pregunt la princesa levantando al instante y sin esfuerzo su elevado talle,

    haciendo crujir la seda de su vestido y sonriendo con la sonrisa radiante de una mujer feliz. -Yo estoy siempre conforme con todo -contest el ayudante, muy satisfecho de tener ahora por

    contrincante a la princesa, que no saba en absoluto jugar. Poltoratski se content con abrir los brazos sonriendo.

    Terminaba la partida cuando regres el prncipe al saln. Volva animado y muy alegre. -Saben ustedes lo que propongo? -A ver. -Que bebamos champaa. -Yo estoy siempre listo para eso -dijo Poltoratski. -Por qu no? Ser muy agradable -dijo el ayudante. -Vasili, trenoslo! -orden el prncipe. -Para qu te han llamado? -pregunt Marya Vasilyevna. -Era el oficial de guardia con otro individuo. -Quin? Qu? -pregunt al momento Marya Vasilyevna. -No puedo decido -respondi Vorontsov encogindose de hombros. -Que no puedes decido? -repiti Marya Vasilyevna-. Ya lo veremos. Trajeron el champaa. Cada uno de los invitados bebi una copa; y habiendo terminado el juego y hecho

    las cuentas empezaron a despedirse. -Es su compaa la que tiene que ir al bosque maana? -pregunt el prncipe a Poltoratski.

  • -S, la ma. Por qu? -Entonces nos veremos maana -respondi el prncipe sonriendo ligeramente. -Me alegro mucho -dijo Poltoratski, quien pensando slo en que iba a estrechar seguidamente la larga

    mano blanca de Marya Vasilyevna, no entenda cabalmente lo que le deca Vorontsov. Marya Vasilyevna, como siempre, no slo estrech, sino que sacudi con fuerza la mano de Poltoratski.

    y recordndole una vez ms el error que haba cometido al deshacerse de los oros que le haban tocado en suerte, le mir con una sonrisa que al capitn le pareci encantadora, acariciante y significativa.

    Poltoratski tom el camino de su casa en un estado de nimo que slo logran comprender aquellos hombres que, como l, se cran y educan en sociedad y, tras varios meses de vida militar solitaria, se encuentran de nuevo con una mujer de su antigua condicin social, sobre todo si esa mujer se parece a la princesa Vorontsova.

    Al llegar a la casita en que viva con un camarada empuj la puerta de entrada, pero la encontr cerrada con picaporte. Llam, pero la puerta sigui sin abrirse. Enfadado, se puso a repiquetear en la puerta con el pie y el sable. Tras la puerta se oyeron pasos y Vavilo, su siervo domstico, desenganch el picaporte.

    -A qu viene cerrat la puerta con picaporte, idiota? -Pero cmo era posible, seor...? -Borracho otra vez. Ahora vers cmo te enseo si era posible... Y estuvo a punto de pegarle, pero cambi de parecer. -Bueno, vete al infierno! Enciende una buja. -En seguida. Vavilo, en efecto, estaba borracho. Haba bebido por haber ido a felicitar al sargento furriel

    en el da del santo de ste. De vuelta en su casa empez a comparar su vida con la de Ivan Matveich, el sargento furriel. Ivan Matveich tena algn dinero, estaba casado y esperaba que lo licenciaran al cabo de un ao, Vavilo, por su parte, haba entrado de muchacho a servir, haba pasado ya de los cuarenta, no estaba casado y viva en campaa con el tarambana de su amo. ste era una buena persona y apenas le pegaba, pero qu clase de vida era sa? Prometi que me dara la libertad a su regreso del Cucaso. Pero a dnde voy yo con mi libertad? Perra vida! -pensaba Vavilo. Haba tenido tanto sueo que haba cerrado la puerta con picaporte para que nadie entrara a robar, y despus se haba quedado dormido.

    Poltoratski entr en el cuarto que comparta con su camarada Tihonov. -Qu? Has perdido? -pregunt Tihonov, despertndose. -No, seor. He ganado diecisiete rubIos y nos hemos bebido una botella de Cliquot. -Y has mirado a Marya Vasilyevna? -Y he mirado a Marya Vasilyevna -repiti Poltoratski. -Habr que levantarse pronto -dijo Tihonov-. Salimos a las seis. -Vavilo -grit Poltoratski-. Pon cuidado en despertarme sin falta maana a las cinco! -Cmo voy a despertarle si me contesta usted a puetazos? -Te digo que me despiertes. Me oyes? -Le oigo. Vavilo sali, llevndose las botas y la ropa de su amo. Poltoratski se acost, se fum sonriendo un cigarrillo y apag la buja. En la oscuridad vea ante s el

    rostro sonriente de Marya Vasilyevna. Los Vorontsov no se acostaron en seguida. Cuando se fueron los invitados, Marya Vasilyevna se acerc a

    su marido y enfrentndose con l dijo severamente: -Bueno, vamos a ver. Me vas a decir de qu se trata -dijo ella en francs. -Pero querida ma... -respondi l en la misma lengua. -Nada de querida ma. Era un mensajero, verdad? -Aun suponiendo que lo sea, no te lo puedo decir. -Que no puedes? Entonces soy yo quien te lo dir. -T? -Hadyi Murad, ja que s! -dijo la princesa, que unos das antes haba odo hablar de gestiones con Hadyi

    Murad y supona que ste haba venido en persona. Vorontsov no pudo negarlo, pero enga a su mujer diciendo que no haba visto a Hadyi Murad, sino

    slo a un mensajero de ste. Y explic que Hadyi Murad vendra a verle al da siguiente en el lugar designado para el corte de la lea.

    En la vida montona del fuerte ese acontecimiento colm de gozo a los jvenes Vorontsov -marido y mujer-. Hablando de la alegra con que el padre del prncipe recibira la noticia, se acostaron despus de las dos de la madrugada.

    4

    Despus de las tres noches que sin pegar ojo haba pasado huyendo de los murids que Shamil haba

    lanzado tras l, Hadyi Murad se qued dormido tan pronto como Sado sali de la cabaa dndole las buenas noches. Dorma sin desnudarse, apoyado en un brazo, con el codo hundido en los rojos cojines de plumas que el dueo de la casa le haba dispuesto. No lejos de l, junto a la pared, dorma Eldar. ste yaca boca arriba, con sus miembros fuertes y juveniles en cruz, tanto as que su pecho vigoroso, con las cartucheras negras sobre la cherkeska blanca, estaba ms alto que su cabeza azulada y recin afeitada, cada hacia atrs fuera del cojn. El labio superior, en el que apenas apuntaba una sombra de bozo, sobresala un poco del inferior, como sucede en los nios. Los labios se abran y cerraban alternativamente, como si estuviera bebiendo a pequeos sorbos. Al igual que Hadyi Murad, dorma enteramente vestido, con la pistola y el pual en ' la cintura. La lea se haba consumido en la chimenea de la cabaa y la lamparilla apenas brillaba en su nicho.

  • En medio de la noche chirri la puerta del cuarto. Hadyi Murad se levant al instante y cogi la pistola. Sado entr, pisando suavemente sobre el suelo de tierra.

    -Qu hay? -pregunt Hadyi Murad, como si no hubiese dormido. -Hay que pensar -respondi Sado, sentndose a la turca delante de l-. Una mujer te ha visto pasar desde

    su tejado. Se lo ha dicho a su marido y ahora todo el aoul lo sabe. Una vecina acaba de decir a mi mujer que los ancianos se han reunido en la mezquita y quieren detenerte.

    -Tengo que irme -dijo Hadyi Murad. -Los caballos estn listos -dijo Sado, saliendo a toda prisa de la cabaa. -Eldar -susurr Hadyi Murad, y Eldar, al or su nombre y, sobre todo, la voz de su amo, se levant de un

    salto enderezndose el gorro. Hadyi Murad tom sus armas y se puso la capa. Eldar hizo lo mismo. Y ambos, en silencio, salieron de la cabaa al cobertizo. El muchacho de los ojos negros trajo los caballos. Al ruido de los cascos sobre la tierra apisonada de la calle asom una cabeza por la puerta de una cabaa vecina y, con mucho traqueteo de zuecos, un hombre subi corriendo la cuesta hacia la mezquita.

    No haba luna, pero brillaban las estrellas en el cielo negro, y en la oscuridad se distingua el perfil de los tejados de las cabaas. Descollando sobre otros edificios se vea el de la mezquita con su minarete en la parte alta de la aldea. De la mezquita llegaba el rumor de voces.

    Hadyi Murad, asiendo rpidamente la carabina, puso el pie en el angosto estribo y, silenciosa y gilmente, salt inclinndose sobre el alto cojn de la silla.

    -Dios os lo pague! dijo, volvindose hacia su anfitrin, mientras instintivamente buscaba el otro estribo con el pie derecho y tocaba ligeramente con el ltigo al muchacho que le tena sujeto el caballo para que le soltara. El muchacho se apart, y el caballo, como si hubiese sabido por s mismo lo que haba que hacer, arranc a paso vivo por la callejuela hacia la calle principal. Eldar cabalgaba detrs de l. Sado, en su pelliza, haciendo gestos con los brazos, iba tras ellos casi corriendo, pasando de un lado a otro de la callejuela. A la salida, en la encrucijada, surgi primero una sombra que se mova y luego otra.

    -Alto! Quin va? Deteneos! -grit una voz, y varios hombres obstruyeron el camino. En lugar de detenerse, Hadyi Murad sac la pistola del cinto y, acelerando el paso de su caballo, lo lanz

    directamente contra esos hombres. Ellos se apartaron, y Hadyi Murad, sin mirar atrs, baj la cuesta a paso de ambladura. Eldar le sigui a buen trote. Tras ellos sonaron dos disparos y dos balas pasaron silbando sin alcanzar a ninguno de los dos. Hadyi Murad continu su camino al mismo comps. Unos trescientos pasos ms adelante detuvo el caballo, que jadeaba un tanto, y aguz el odo. Delante y por debajo de l zumbaba un torrente. Detrs, en el aoul, cantaban los gallos, respondindose unos a otros. Por encima de esos sonidos oa tras s el galopar de caballos y voces de hombres que se acercaban. Hadyi Murad arre a su caballo y continu su marcha a paso regular.

    Los que le perseguan venan al galope y pronto le alcanzaron. Eran unos veinte caballistas, vecinos del aoul que haban decidido detenerle o, al menos, hacer como si quisieran detenerle a fin de justificarse a los ojos de Shamil. Cuando se acercaron lo bastante para ser vistos en la oscuridad, Hadyi Murad se detuvo, solt las riendas, y con un movimiento habitual de la mano izquierda, desabroch la funda de su carabina y la sac con la mano derecha. Eldar hizo lo mismo.

    -Qu pasa? -grit Hadyi Murad-. Es que queris prenderme? Pues, hala, prendedme! -y levant la carabina. Las gentes del aoul se detuvieron.

    Hadyi Murad, con la carabina en la mano, empez a bajar la cuesta de la caada. Los caballistas, sin acercarse, iban tras l. Cuando Hadyi Murad hubo pasado al otro lado de la caada, sus perseguidores le dijeron a gritos que escuchara lo que queran decide. En respuesta, Hadyi Murad dispar y puso su caballo al galope. Cuando lo detuvo, ya no oy tras s ni el ruido de la persecucin ni el canto de los gallos; ahora bien, se oan ms claramente en el bosque el rumor del agua y, de vez en cuando, el canto sollozante del bho. El negro muro del bosque estaba ya muy cerca. Era el bosque en el que le esperaban sus murids. Al llegar al lindero, Hadyi Murad hizo alto, infl cuanto pudo los pulmones, silb y se puso a escuchar. Un minuto despus se oy un silbido semejante. Hadyi Murad se apart del camino y se intern en la espesura. Al cabo de cien pasos vislumbr por entre los troncos de los rboles una hoguera, sombras de hombres sentados alrededor de ella y un caballo trabado, con la silla puesta, alumbrado a medias por las llamas.

    Uno de los que estaban sentados junto al fuego se puso al momento de pie y se acerc a Hadyi Murad, asiendo la brida y el estribo de la montura. Era el varo Hanefi, a quien Hadyi Murad llamaba hermano y a quien tena como administrador.

    -Apagad el fuego -dijo Hadyi Murad, deslizndose del caballo. Los hombres empezaron a esparcir la hoguera y a pisar los tizones para extinguidos.

    :--Ha estado aqu Bata? -pregunt Hadyi Murad, acercndose a una capa extendida en el suelo. -Estuvo, pero hace mucho que se fue con Khan Magoma. -Por qu camino se fueron? -Por se -contest Hanen, apuntando al lado opuesto a aqul por el que haba venido Hadyi Murad. -Bueno -dijo Hadyi Murad. Y quitndose la carabina empez a cargarla-. Hay que tener cuidado. Han

    venido persiguindome -dijo, volvindose al hombre que apagaba el fuego. ste era el checheno Gamzalo. Gamzalo fue a donde estaba la capa, cogi una carabina que en su funda

    estaba encima de ella y, sin decir palabra, se dirigi al borde del calvero por donde haba venido Hadyi Murad. Eldar se baj de su caballo, tom el de Hadyi Murad y, levantndoles mucho la cabeza los at a sendos rboles ; luego, al igual que Gamzalo, se dirigi al extremo opuesto del calvero con la carabina al hombro. El fuego estaba apagado, el bosque no pareca tan negro como antes y en el cielo, aunque dbilmente, brillaban las estrellas.

    Hadyi Murad ech un vistazo a las estrellas, a las Plyades, que haban llegado ya al cnit, por lo que coligi que la medianoche estaba ya lejos y que desde haca largo rato haba pasado la hora de la oracin nocturna. Pidi a Hanen el jarro que ste llevaba siempre en su bolsa, se p uso la capa y fue al arroyo.

  • Despus de descalzarse y hacer sus abluciones, Hadyi Murad puso los pies desnudos sobre la capa, se sent a la turca y, tapndose los odos con los dedos y cerrando los ojos, se volvi hacia el este y recit las oraciones acostumbradas.

    Terminadas stas, volvi al sitio en que estaban sus alforjas, se sent en la capa y, apoyando los brazos en las rodillas, se sumi en sus cavilaciones.

    Hadyi Murad crea siempre en su buena suerte. Cuando iniciaba alguna empresa estaba seguro por anticipado de que le saldra bien, y todo le sala bien. y ello haba sido as en el curso entero de su agitada vida de guerrero, con contadas excepciones; y s esperaba que tambin sera esta vez. Se imaginaba que, con el ejrcito que le dara Vorontsov, atacara a Shamil, le hara prisionero y se vengara de l; que el zar de Rusia le recompensara y que, de ese modo, volvera a aduearse, no slo de la Avaria, sino de toda la Chechnya, que se le sometera. Con estos pensamientos no se dio cuenta de que estaba I dormido.

    Vio en sueos cmo l y sus muchachos cantaban y gritaban Aqu est Hadyi Murad!, cmo caa sobre Shamil, haca prisioneros a l y a sus mujeres y oa elllanto y los sollozos de stas. Se despert. La cancin Lya illaha y el grito Aqu est Hadyi Murad, as como el llanto de las mujeres de Shamil eran aullidos, sollozos y risotadas de los chacales que le haban despertado. Hadyi Murad levant la cabeza, mir el cielo que ya clareaba en oriente por entre los troncos de los rboles y pregunt por Khan Magoma a uno de los murids sentado a pocos pasos de l. Al saber que Khan Magoma an no haba vuelto, Hadyi Murad dej caer la cabeza y volvi a adormecerse.

    Le despert la voz gozosa de Khan Magoma que volva con Bata de su misin. Khan Magoma se sent al momento junto a Hadyi Murad y empez a referirle su encuentro con los soldados que le haban conducido al mismsimo prncipe, su coloquio con ste, la alegra del prncipe y la promesa de reunirse con ellos a la maana siguiente en el lugar donde los rusos iban a cortar lea, detrs de Michik, en el calvero Shalinski. Bata interrumpa el relato de su compaero para inyectar en l sus propios detalles.

    Hadyi Murad pidi que le repitieran exactamente las palabras con que Vorontsov haba respondido a su propuesta de pasarse a los rusos. Khan Magoma y Bata, al unsono, dijeron que el prncipe haba prometido recibir a Hadyi Murad como su propio invitado y hacer que quedase contento. Hadyi Murad quiso enterarse de la ruta, y cuando Khan Magoma le asegur que la conoca bien y que le llevara directamente all, Hadyi Murad tom dinero y dio a Bata los tres rubIos que le haba prometido. A sus muchachos les mand q],le sacaran de sus alforjas sus armas incrustradas de oro y su gorro alto con turbante, y que se lavaran para presentarse ante los rusos con buena facha. Mientras limpiaban las armas, la silla, los arneses y los caballos, palidecieron las estrellas, se hizo plenamente de da y se levant la brisa ligera que sirve de nuncio a la aurora.

    5

    Por la maana temprano, cuando an estaba oscuro, salieron por la puerta Chahgirinskaya dos compaas

    al mando de Poltoratski, las cuales, provistas de hachas, fueron a unas diez verstas del fuerte; llegadas all, apostaron como medida de proteccin una lnea de tiradores y cuando fue de da empezaron a cortar lea. A eso de las ocho, la niebla, mezclada con el humo aromtico de las ramas secas que ardan crepitando en las hogueras, comenz a disiparse, y los leadores -que hasta entonces no haban visto nada a seis pasos y slo se oan unos a otrospudieron distinguir las fogatas y el camino que, obstruido por troncos de rboles, atravesaba el bosque. El sol asomaba a veces como tina mancha clara en la niebla y a veces se esconda. En el calvero, a alguna distancia del camino, estaban sentados en unos tambores Poltoratski y su teniente Tihonov, adems de dos oficiales de la tercera compaa y un ex oficial de Guardias, el barn Freze, degradado por duelo y antiguo camarada de Poltoratski en el Cuerpo de Pajes. Esparcidos por el suelo alrededor de los tambores haba papeles que haban sido envoltura de fiambres, amn de colillas de cigarros y botellas vacas. Los oficiales haban tomado un refrigerio acompaado de vodka y ahora beban cerveza negra. Un soldado-tambor descorchaba la octava botella. Poltoratski, no obstante haber dormido apenas, se hallaba en el estado de agilidad mental e irresponsable buen humor que siempre mostraba ante sus soldados y camaradas dondequiera que pudiese correr algn peligro.

    Los oficiales charlaban animadamente acerca de la ltima noticia: la muerte del general Sleptsov. Ninguno de ellos vea en esa muerte el supremo momento de la vida, o sea, su acabamiento y el retorno a su origen. Slo vean el arrojo de un valiente oficial que, sable en mano, se haba lanzado contra los montaeses y luchado encarnizamente con ellos. Todos los presentes, y en especial los que haban participado en batallas de esa ndole, saban, o podan saber, que en una guerra como la de entonces en el Cucaso -mejor dicho, en una guerra cualquiera o en cualquier parteno se luchaba cuerpo a cuerpo sable en mano, como de ordinario se supone y se describe; y que si se utiliza el sable o la bayoneta es para aniquilar a los que huyen. Sin embargo, todos ellos aceptaban la fbula del cuerpo a cuerpo y derivaban de ella un orgullo apacible y gozoso; y, sentados en los tambores, unos en postura de hroes, otros por el contrario en actitud sumamente modesta, fumaban, beban, bromeaban, sin preocuparse de la muerte que, como en el caso de Sleptsov, poda sobrevenirle a cualquiera de ellos en el momento menos pensado. Y, en efecto, como para confirmar su espera de algn acontecimiento, en medio de su coloquio se oy a la izquierda del camino el agradable sonido, seco y agudo, de un tiro de carabina, y una bala cruz el aire brumoso silbando alegremente y fue a hundirse en un rbol. La voz bronca de unos fusiles contest al disparo enemigo.

    -Aj! -grit regocijado Poltoratski-. Estn hostilizando a la lnea! Bueno, amigo Kostya -agreg, volvindose a Freze-. Aqu tienes tu oportunidad. Vuelve a tu compaa. Vamos a disfrutar de una batalla deliciosa. Un espectculo de primera!

    El degradado barn se levant de un salto y a paso ligero se encamin a la zona de humareda en que estaba su compaa. Trajeron a Poltoratski su pequeo Kabarda rucio, se instal en la silla, agrup a su compaa y la puso en marcha hacia donde haban sonado los disparos. La lnea se hallaba en el lindero del

  • bosque, a lo largo de una barranca desnuda de vegetacin; el viento soplaba hacia el bosque y se vean claramente las dos vertientes de la barranca.

    Cuando Poltoratski lleg a la lnea el sol sala de la niebla, y al lado opuesto de la barranca, al borde de un bosquecillo que estaba a unos doscientos pasos, distingui a unos caballistas. Eran los chechenes que haban perseguido a Hadyi Murad y queran ver cmo ste se entregaba a los rusos. Uno de ellos haba disparado contra la lnea, y desde sta algunos soldados haban respondido. Los chechenes se haban retirado y haba cesado el tiroteo. Pero cuando Poltoratski lleg con su compaa mand disparar, y apenas hubo dado la voz de mando cuando por toda la lnea s- oy un estallido vivo, jubiloso e ininterrumpido de fusiles, acompaado de bocanadas de humo que se disipaban graciosamente. Los soldados, regocijados por esta distraccin, se apresuraban a cargar y disparar racha tras racha. Los chechenes, por lo visto, se envalentonaron y, avanzando al galope, dispararon uno tras otro varias veces contra los rusos. Uno de sus disparos hiri a un soldado. ste era el mismo Avdeyev que haba salido en patrulla. Cuando sus camaradas se acercaron a l lo encontraron boca abajo, asindose el vientre con ambas manos y oscilando acompasadamente de un lado para otro.

    -Yo haba empezado a cargar el fusil cuando o chic! -dijo el soldado que formaba pareja con el herido-. Miro y veo que ste haba dejado caer su fusil.

    Avdeyev perteneca a la compaa de Poltoratski. Al f ver agruparse a los soldados, Poltoratski se acerc a ellos.

    -Qu pasa, chico? Te han dado? Dnde? Avdeyev no contest. Yo haba empezado a cargar mi fusil, mi capitn -repitio el camarada de Avdeyev cuando o chic!.

    Miro y veo que haba dejado caer su fusil. -Te, te -dijo Poltoratski, chascando la lengua-. Te duele, Avdeyev? -Que si me duele? No, pero ahora no puedo andar... Quisiera un traguito, mi capitn. Encontraron el vodka, mejor dicho, el brebaje que beben los soldados en el Cucaso, y Panov, frunciendo

    el ceo, lo trajo a Avdeyev en un cacharro. Avdeyev empez a beber, pero en seguida lo rechaz. -Mi alma se revuelve contra eso... Bbetelo t. Panov apur el contenido. Avdeyev trat una vez ms de incorporarse y volvi a caer. Extendieron un

    capote en el suelo y lo acostaron. -Mi capitn, viene el coronel -anunci el ayudante a Poltoratski. -Bien. Ocpate de l -dijo Poltoratski. y haciendo un molinete con su ltigo fue rpidamente al encuentro

    de Vorontsov. ste vena montado en un joven alazn ingls de pura sangre. Estaba acompaado de su edecn, de un

    cosaco y de un intrprete chechen. -Qu pasa por aqu? -pregunt a Poltoratski. -Que una guerrilla enemiga ha atacado a la lnea -respondi Poltoratski. -Vaya, vaya! Y son ustedes los que han comenz ado. -No he sido yo, prncipe -contest Poltoratski

    sonriendo-. Son ellos los que han venido por su cuenta. -He odo decir que un soldado ha resultado herido. -S. Una lstima. Es un buen soldado. -Grave? -Por lo visto, s. En el vientre. -Y yo, sabe usted a dnde voy? -No lo s. -Ni tampoco lo adivina? -Tampoco. -Hadyi Murad se pasa a nuestro lado. Estar ah en seguida. -Imposible! -Ayer vino un mensajero suyo -dijo Vorontsov, conteniendo con dificultad una sonrisa de gozo-. Estar

    esperndome ya en el calvero Shalin. As pues, extienda usted la lnea de tiradores hasta all y despus venga a reunirse conmigo.

    -A sus rdenes -dijo Poltoratski llevndose la mano al gorro y volviendo a su compaa. l mismo extendi la lnea hacia la derecha y orden a su ayudante que hiciese lo propio hacia la izquierda. Mientras tanto unos soldados llevaron al herido al fuerte.

    Poltoratski volva para reunirse con Vorontsov cuando vio tras s a unos caballistas que queran alcanzarle. Se detuvo y los esper.

    Al frente de ellos, en un caballo de blanda crin, vena un hombre de aspecto imponente vestido de cherkeska blanca, con un turbante sobre su gorro de piel y armas con incrustaciones de oro. Este hombre era Hadyi Murad. Se acerc a Poltoratski y le dijo algo en lengua trtara. Poltoratski arque las cejas, abri los brazos en seal de que no comprenda nada y sonri. Hadyi Murad contest a la sonrisa con otra, y esa sonrisa impresion a Poltoratski por su candor infantil- ste no esperaba ver al terrible montas con tal aspecto. Esperaba ver a un hombre sombro, spero, extrao, y el que tena delante era un hombre sencillsimo que sonrea con una sonrisa tan buena que no pareca un extrao, sino un antiguo conocido. En l se notaba slo un rasgo especial: tena los ojos muy separados uno de otro, que fijaba atenta y serenamente, con sagacidad, en los ojos de los dems.

    La escolta de Hadyi Murad se compona de cuatro hombres. Entre ellos estaba ese Khan Magoma que la noche antes haba venido a encontrar-e con Vorontsov. Era un sujeto carirredondo, colorado de tez, de ojos negros brillantes y sin prpados, que pareca rebosar de vida. Haba tambin otro hombre, rechoncho, velludo, de cejas protuberantes: era el tavlin Hanefi, administrador de toda la hacienda de Hadyi Murad. Conduca por la brida un caballo cargado de alforjas enteramente repletas. Pero en la escolta haba otros dos individuos que se distinguan de modo particular: uno era joven, enjuto de talle como una mujer pero

  • ancho de hombros, de incipiente barba rubia, guapo y con ojos de carnero: era Eldar; y el otro, tuerto, sin prpados ni pestaas, de corta barba rojiza, con una cicatriz que le cruzaba la nariz y todo el rostro: el chechen Gamzalo.

    Poltoratski seal a Hadyi Murad a Vorontsov, que se acercaba por el camino. Hadyi Murad fue hacia l, y al llegar cerca se llev la mano al pecho, dijo algo en trtaro y se detuvo. El intrprete chechen tradujo:

    -Me pongo dice- en manos del zar ruso. Quiero dice- servirle. Hace ya tiempo que quera hacerlo -dice-, pero Shamil no me soltaba.

    Vorontsov escuch al intrprete y alarg a Hadyi Murad la mano enguantada en piel. Hadyi Murad mir la mano, aguard un segundo, pero luego la apret con fuerza y dijo algo ms, mirando alternativamente al intrprete y a Vorontsov.

    -Dice que no quera entregarse a nadie sino a ti, porque t eres hijo del Sirdar. A ti te estima mucho. Vorontsov inclin la cabeza en seal de gratitud. Hadyi Murad dijo algo ms, sealando a su escolta. -Dice que stos son sus murids, y que servirn a los rusos como le sirven a l mismo. Vorontsov los mir y tambin inclin la cabeza. El alegre Khan Magoma, el de los ojos negros sin

    prpados, hizo un gesto parecido de cabeza y dijo por lo visto algo divertido a Vorontsov, porque el varo velludo descubri al sonrer su blanca dentadura. Pero el pelirrojo Gamzalo slo dirigi a Vorontsov una mirada fugaz de su nico ojo y la volvi de nuevo a las orejas de su caballo.

    Cuando Vorontsov y Hadyi Murad, acompaados de la escolta, tomaron el camino del fuerte, los soldados, tras el relevo de la lnea y reunidos en grupb, comenzaron sus comentarios:

    -A cunta gente no habr matado ese maldito! Pero espera y vers los obsequios que ahora le harn! -dijo uno.

    -Y que lo digas! Ha sido la mano derecha de Shamil. Ahora puede ser que... -En todo caso, hay que reconocer que tiene buena facha... Un verdadero dyzgzt! -Y ese pelirrojo, el del ojo de travs... -Un mierda, de seguro. Todos haban notado al pelirrojo en particular. De los soldados que cortaban lea, los ms cercanos vinieron corriendo a mirar. Un oficial les lanz un

    grito, pero Vorontsov lo detuvo. -Djalos que miren a su viejo enemigo! Tu sabes quin es? -No, Excelencia. -Hadyi Murad. Has odo hablar de l? -Cmo no, Excelencia! Le hemos arreado de lo lindo muchas veces. -Y bien que nos lo ha devuelto! -Exactamente, Excelencia -respondi el soldado, gozoso de haber tenido ocasin de hablar con su jefe. Hadyi Murad comprendi que se hablaba de l, y una sonrisa alegre brillaba en sus ojos. Vorontsov

    volvi al fuerte en excelente estado de nimo.

    6 Vorontsov estaba satisfecho de haber sido l, precisamente l, quien haba conseguido atraer y recibir al

    principal enemigo de Rusia, el ms poderoso despus de Shamil. Slo haba un detalle desagradable: el comandante en jefe de las tropas de Vozdviyhensk era el general Meller-Zakomelski y, de hecho, lo correcto hubiera sido que el asunto de Hadyi Murad se resolviera por mediacin: de ste. Sin embargo, Vorontsov lo haba gestionado todo por s mismo, sin dar cuenta al general, lo cual poda acarrear consecuencias enojosas. Y esa posibilidad enturbiaba un tanto su satisfaccin.

    Al acercarse a su residencia, Vorontsov confi a su edecn los murids de Hadyi Murad y l mismo condujo a ste a su casa.

    La princesa Marya Vasilyevna, vestida con esmero, sonriente y en compaa de su hijo, guapo muchacho de diecisis aos y pelo rizado, recibi en el saln a Hadyi Murad; y ste, ponindose las manos sobre el pecho, dijo con ciert a solemnidad por medio del intrprete que le acompaaba que se consideraba kunak del prncipe, puesto que ste le haba recibido en su casa, y que toda la familia del kunak le era tan sagrada como el kunak mismo. Tanto el aspecto como los modales de Hadyi Murad agradaron a Marya Vasilyevna. El hecho de que aqul se hubiera turbado y ruborizado cuando ella le alarg su larga mano blanca tambin fue de su agrado. Le invit a sentarse, le pregunt si beba caf y se lo hizo servir, pero Hadyi Murad rehus tomarlo cuando se lo sirvieron. l entenda un poco el ruso, pero no poda hablarlo; y cuando no comprenda se sonrea, sonrisa que agradaba a Marya Vasilyevna como haba agradado a Poltoratski. El muchacho de los rizos y ojos vivos, a quien su madre llamaba Bulka, de pie junto a sta, no apartaba la vista de Hadyi Murad, de quien haba odo decir que era un guerrero sin par.

    Dejando a Hadyi Murad con su mujer, Vorontsov pas a la oficina del regimiento para informar a sus superiores de la accin de Hadyi Murad. Despus de redactar un despacho al general Kozlovski, comandante del ala izquierda en Grozny, y de escribir una carta a su propio padre, Vorontsov se apresur a volver a su casa, temiendo el descontento de su esposa por haberla dejado sola con un hombre extrao y terrible, con quien convena comportarse de modo que no se ofendiera, pero sin tratarle con demasiada afabilidad. Ahora bien, su inquietud fue innecesaria. Hadyi Murad estaba sentado en su silln, con Bulka, hijastro de Vorontsov, sobre las rodillas; y con la cabeza inclinada escuchaba atentamente lo que le deca el intrprete traduciendo las palabras de la risuea Marya Vasilyevna. sta le deca que si regalaba a cada kunak lo que ese kunak elogiaba, pronto se quedara tan desnudo como Adn...

    A la entrada del prncipe, Hadyi Murad levant de sus rodillas al sorprendido e irritado Bulka y se levant, trocando al momento la expresin festiva de su rostro en otra grave y severa. Slo tom asiento

  • cuando lo hizo Vorontsov. Continuando la conversacin, dijo a Marya Vasilyevna que era ley de su pueblo dar a un kunak todo aquello que a ste le gustase.

    -Hijo tuyo... kunak -dijo en ruso, acariciando el pelo rizado de Bulka, que se haba vuelto a sentar en sus rodillas.

    -Tu bandolero es encantador -dijo en francs Marya Vasilyevna a su marido-. Bulka admir su pual y l se lo ha regalado.

    Bulka mostr el pual a su padre. -Es un objeto valioso -coment la madre en francs. -Habr que encontrar ocasin de hacerle un regalo -dijo Vorontsov en la misma lengua. Hadyi Murad, sentado, baj los ojos y acariciando la cabeza del muchacho dijo: -Dyzgt, dyigit. -Precioso pual, precioso -coment Vorontsov, sacando a medias el afilado y puntiagudo pual, que tena

    una estra en mitad de la hoja-. Dale las gracias j -dijo al intrprete-. y pregntale en qu puedo ser virle. El intrprete tradujo y Hadyi Murad respondi al momento que l no necesitaba nada, pero s peda que

    le llevaran ahora a un lugar donde pudiera recitar sus oraciones. Vorontsov llam al mayordomo y le orden que cumpliera el deseo de Hadyi Murad.

    Tan pronto como Hadyi Murad qued solo en el aposento que se le haba destinado, su rostro cambi de aspecto: desapareci la expresin medio festiva y medio solemne y fue reemplazada por otra de preocupacin.

    El recibimiento de que le haba hecho objeto Vorontsov haba sido mucho mejor de lo que haba esperado. Pero cuanto mejor haba sido ese recibimiento, tanta menor confianza tena Hadyi Murad en Vorontsov y sus oficiales. Lo tema todo: que lo prendiesen, lo cargasen de cadenas y lo enviasen a Siberia, o que 'sencillamente lo matasen. As pues, debera estar sobre aviso.

    Pregunt a Eldar, que entr a vede, dnde haban metido a los murids, dnde estaban los caballos y si a sus hombres les haban quitado las armas.

    Eldar contest que los caballos se hallaban en la cuadra del prncipe, los hombres estaban en un pajar cn sus armas y el intrprete les estaba obsequiando con comida y t.

    Perplejo, Hadyi Murad sacudi la cabeza y, desnudndose, se entreg a su oracin. Una vez que la hubo acabado, pidi su pual de plata y, ya vestido y fajado, se sent en una otomana a esperar lo que ocurriese.

    A las cinco le llamaron para que fuese a comer con el prncipe. En la comida Hadyi Murad no comi nada, salvo pilau, que tom del mismo lugar del plato de donde se

    haba servido Marya Vasilyevna. -Teme que le envenenemos -dijo Marya Vasilyevna a su marido-. Se ha servido del mismo sitio que yo.Y

    seguidamente se volvi a Hadyi Murad, preguntndole por medio del intrprete cundo volvera a orar. Hadyi Murad levant cinco dedos y apunt al sol.

    -Por lo visto, pronto. Vorontsov sac su reloj y apret el muelle. El reloj dio las cuatro y cuarto. Hadyi Murad, evidentemente

    sorprendido por el sonido, pidi que se repitiera y mir el reloj. -Ah tienes la ocasin. Dale el reloj -dijo Marya Vasilyevna en francs. Vorontsov ofreci al momento el reloj a Hadyi Murad. ste se llev la mano al pecho y tom el reloj.

    Apret el muelle varias veces, escuch y movi la cabeza en seal de aprobacin. Despus de la comida anunciaron al prncipe que haba llegado un ayudante de Meller-Zakomelski. El

    ayudante notific al prncipe que el general, enterado de la llegada de Hadyi Murad, estaba muy descontento de que no se le hubiese dado cuenta de ello y exiga que se le enviase al instante. Vorontsov dijo que inmediatamente se cumplira la orden del general y, habindoselo dicho por medio del intrprete a Hadyi Murad, rog a ste que fuese con l a ver a Meller.

    Al enterarse Marya Vasilyevna de por qu haba venido el ayudante comprendi al momento que entre su marido y el general poda surgir algn roce desagradable y, a pesar de las objeciones de su marido, se dispuso a ir con l y Hadyi Murad a casa del general.

    -Haras bien en quedarte. ste es asunto mo, no tuyo -dijo Vorontsov en francs. -No puedes impedirme que vaya a ver a la esposa del general -objet ella en la misma lengua. -Podras ir en otra ocasin. -Quiero ir ahora. No haba nada que hacer. Vorontsov consinti y fueron los tres. Cuando entraron en casa de Meller, ste, con sombra compostura, condujo a Marya Vasilyevna a donde

    estaba su esposa y orden a su ayudante que acompaase a Hadyi Murad a la antecmara y no le dejase salir.

    -Por favor -dijo a Vorontsov, abriendo la puerta de su despacho y haciendo pasar al prncipe delante de l.

    Dentro del despacho se plant delante del prncipe y sin invitarle a sentarse dijo: -Yo soy aqu el comandante en jefe y, por lo tanto, toda negociacin con el enemigo es de mi

    incumbencia. Por qu no me dio usted cuenta de la rendicin de Hadyi Murad? -Vino a verme un mensajero para comunicarme el deseo de Hadyi Murad de rendirse a m -respondi

    Vorontsov, quien, plido de agitacin, esperaba una grosera del furioso general seguida de su propia explosin de ira.

    -Le pregunto que por qu no me inform. -Tena la intencin de hacerlo, barn, pero... -Para usted no soy barn, sino Vuestra Excelencia. Y de pronto estall la irritacin del barn, largo tiempo reprimida. Dio suelta a todo lo que le contrariaba

    desde tiempo atrs.

  • -No sirvo a mi soberano desde hace veintisiete aos para que gente que entr ayer en el servicio y se aprovecha de sus lazos de parentesco se meta ante mis propias narices en lo que no le importa.

    -Ruego a Vuestra Excelencia que no diga lo que es injusto! -le interrumpi Vorontsov. -Digo la verdad, y no permito... -contest el general en tono an ms sulfurad. En ese momento, con susurro de faldas, entr Marya Vasilyevna y tras ella una seora pequea y

    modesta, la esposa de Meller-Zakomelski. -Bueno, basta, barn. Simon no ha querido disgustar a usted -comenz diciendo. -Yo, princesa, no digo tal cosa... -Pero, bueno, mejor ser dejar eso. Ya sabe usted que una paz mala es mejor que una buena querella.

    Pero qu es lo que digo? -y rompi a rer. Y el irascible general se rindi a la sonrisa encantadora de la bella dama, a la vez que una sonrisa se

    dibujaba bajo su bigote. -Confieso que he cometido un error -dijo Vorontsov-, pero... -Bueno, y yo me he acalorado -contest Meller, alargando la mano al prncipe. Se hicieron las paces y qued decidido que, por el momento, Hadyi Murad permanecera en casa de Me1

    ller y ms tarde sera enviado al comandante del ala izquierda. Aunque Hadyi Murad, sentado en la antecmara, no comprenda lo que se deca, s comprenda lo que

    necesitaba comprender: que discutan acerca de l, y que su desercin de Shamil era asunto de enorme importancia para los rusos, por lo que l podra, si no lo deportaban o mataban, exigir mucho de ellos. Comprendi, por aadidura, que Meller-Zakomelski, aunque comandante en jefe, no tena tanto ascendiente como Vorontsov, no obstante ser ste su subordinado; que Vorontsov era un personaje importante y Meller-Zakomelski no lo era. As pues, cuando Meller-Zakomelski le hizo venir y comenz a interrogarle, Hadyi Murad se mostr orgulloso y solemne. Dijo que haba venido de las montaas para servir al zar blanco y que dara cuenta de todo ello nicamente a su Sardat; o sea, al comandante en jefe, prncipe Vorontsov, en Tiflis.

    7

    Transportaron al herido Avdeyev a la sala general del hospital, instalado en una casita de madera a la

    salida del fuerte, y le colocaron en un catre vacante de campaa. En la sala haba cuatro enfermos: uno que luchaba con el tifus; otro, plido, con calentura y ojeras, que padeca de paludismo, estaba a la espera de otro ataque y bostezaba continuamente; los otros dos haban resultado heridos en una incursin inesperada tres semanas antes: uno, que estaba de pie, alcanzado en un puo, y otro, sentado en su catre, en el hombro. Todos, salvo el que padeca de tifus, rodearon al recin llegado e hicieron preguntas a los que le haban trado.

    -Hay das que disparan al voleo y no pasa nada, pero en esta ocas in han tirado slo cinco o seis veces, y ya veis -dijo uno de los camilleros.

    -A quien le toca, le toca. -Ay! -gimi Avdeyev, a pesar de querer contenerse, cuando le pusieron en el catre. Una vez en l,

    frunci el ceo y no volvi a gemir, pero mova los pies sin cesar. Se tapaba la herida con las manos y miraba fijamente delante de s.

    Vino el mdico y orden que diesen la vuelta al herido para ver si la bala haba salido por detrs. -Y esto qu es? -pregunt el mdico, apuntando a unas grandes cicatrices blancas que se cruzaban en la

    espalda y las nalgas. -Eso es antiguo, mi capitn -respondi, gimiendo, Avdeyev. Se le dio de nuevo la vuelta y el mdico estuvo largo rato reconocindole el vientre con una sonda. Logr

    localizar la bala, pero no pudo extraerla. Seguidamente le cur la herida, la vend y cubri con un emplasto y se fue. Mientras le sondaban y curaban la herida, Avdeyev estuvo rgido, con los labios apretados y los ojos cerrados. Cuando se march el mdico, abri los ojos y mir asombrado en torno suyo. Dirigi la mirada a los enfermos y el enfermero, pero no pareca verlos, sino mirar otra cosa, algo que le causaba asombro.

    Llegaron sus camaradas Panov y Seryogin. Avdeyev, siempre acostado boca arriba, segua mirando asombrado delante de s. Durante un buen rato no pudo reconocer a sus camaradas a pesar de estar mirndolos fijamente.

    -T, Pyotr, quieres que se mande recado a tu casa? -pregunt Panov. Avdeyev no respondi, aunque clavaba la mirada en la cara de Panov. -Te pregunto si quieres mandar algn recado a casa -repiti Panov, tocndole la mano grande y huesuda.

    Estaba fra. Avdeyev pareci volver en su acuerdo. -Ah... Panov! -S, ya ves que he venido. No quieres mandar recado a tu casa? Seryogin escribira. -Seryogin -dijo Avdeyev, volviendo los ojos con dificultad a Seryogin-. T escribirs? Bueno, diles:

    Vuestro hijo, vuestro Petrusha, ha dado orden de que vivis largo tiempo. Envidiaba a su hermano. Ya te lo dije hace poco. Pero ahora estoy contento. Dios quiera que l viva en paz. Yo estoy contento. Escrbeles eso.

    Dicho esto, guard silencio largo rato, con los ojos fijos en Panov. -y tu pipa, la has encontrado? -pregunt de pronto. Panov sacudi la cabeza sin contestar. -Tu pipa, tu pipa, te pregunto",la has encontrado? -Estaba en mi bolsa. -Ah, ya! Bueno, ahora dadme un cirio porque voy a morir pronto -dijo Avdeyev. En ese momento entr Poltoratski a enterarse de cmo estaba el soldado.

  • -Qu, muchacho? La cosa no va bien? -pregunt. Avdeyev cerr los ojos y neg con la cabeza. Su rostro, de pmulos salientes, estaba plido y grave. No respondi. Slo repiti, volvindose a Panov:

    -Dame un cirio, que voy a morir. Le pusieron el cirio en la mano, pero sta no se cerraba, por lo que tuvieron que ponrselo entre los dedos

    y tenerlo sujeto. Poltoratski sali, y cinco minutos despus el enfermero aplic el odo al corazn de Avdeyev y dijo que haba muerto.

    En el despacho enviado a Tiflis estaba descrita la muerte de Avdeyev del siguiente modo: El 23 de noviembre dos compaas del regimiento de Kurin salieron del fuerte para ir a cortar lea. En

    mitad de la jornada una banda de montaeses atac de pronto a los leadores. La lnea de tiradores comenz a replegarse, y la segunda compaa atac a la bayoneta y derrot a los montaeses. En esta accin dos soldados resultaron levemente heridos y uno muerto. Los montaeses han sufrido cerca de cien bajas, entre muertos y heridos.

    8

    El mismo da en que mora Petrusha Avdeyev en el hospital de Vozdviyhensk, su anciano padre, la mujer de su hermano mayor -en sustitucin del cual haba entrado en filasy la hija de ste, ya crecida y casi en edad de casarse, trillaban avena en la frgida era. Haba nevado copiosamente la vspera y, llegada la maana, haba cado una fuerte helada. El viejo estaba despierto desde el tercer canto del gallo y, habiendo visto por el cristal cubierto de escarcha la clara luz de la luna, haba bajado de la estufa, se haba calzado y puesto la pelliza y el gorro y haba ido a la era. Despus de trabajar all un par de horas, volvi a la cabaa y despert a su hijo y a las mujeres. Cuando la nuera y la muchacha llegaron a la era, sta estaba ya limpia: haba una pala de madera clavada en la nieve blanca an esponjosa junto a unos escobones con las ramas para arriba, y las gavillas de avena estaban hacinadas en dos filas, espiga contra espiga, en larga fila sobre el suelo limpio. Cada uno cogi un mayal y todos empezaron a majar acompasadamente, de tres en tres golpes. El viejo golpeaba con mucha fuerza, rompiendo la paja; la muchacha vena tras l golpeando mesuradamente la parvada, y la nuera daba la vuelta a las gavillas.

    Desapareci la luna y empez a clarear el da. Haban terminado ya la primera tanda cuando el hijo mayor, Akim, en pelliza corta y gorro, se acerc a los que trabajaban.

    -T s que te lo tomas con calma! -le grit el padre, dejando de golpear y apoyndose en el mayal. -Tena que atender a los caballos. -Atender a los caballos! -dijo el padre remedndole-. La vieja cuidar de eso. T coge un mayal. Te

    ests poniendo demasiado gordo. Borrachn! -Eres t el que me pagas la bebida? -gru el hijo. -Qu? -dijo el padre, frunciendo el ceo y blan diendo el mayal con aire de amenaza. El hijo, sin decir palabra, cogi el mayal y la faena se reanud, esta vez a cuatro golpes: trap, ta-pa-tap,

    trap, tapa-tap... jTrap! -el pesado mayal del viejo pegaba fuerte despus de los otros tres. -Mirad ese pescuezo! Igual que el del amo! Y a m de puro flaco se me escurren los pantalones! -

    agreg el viejo, reteniendo esta vez su golpe y contentndose, para no perder el comps, con voltear el mayal en el aire.

    Terminaron la primera tanda y las mujeres empezaron a recoger la paja con rastrillos. -Qu tontera hizo Petrusha en ir en tu lugar! En la mili te hubieran quitado esos humos, y l, aqu, vala

    cinco como t! -Bueno, ya basta! -dijo la nuera, dejando a un lado las ataduras que ya no servan. -S, tengo que daros de comer a seis, sin que me compense siquiera el trabajo de uno solo. Petrusha

    trabajaba por dos, y no... Por el sendero que conduca al corral vena la vieja. Traa bien apretadas las franjas de lana que le

    rodeaban las piernas. Sus abarcas nuevas de corteza abran un surco en la nieve. Los hombres amontonaban el grano antes de aventarlo, en tanto que la nuera y la muchacha barran.

    -Ha venido el delegado -anunci la viejay ha dicho que todos tenemos que acarrear ladrillos a casa del amo. He preparado el almuerzo. Hala, vamos!

    -Bueno. Apareja el gris, y andando! -orden el viejo a Akim-. i Y no vayas a meterme en los, como el otro da! Acurdate de Petrusha!

    -Cuando l estaba aqu, era a l a quien regaabas -gru Akim a su padre-. y ahora que 1'lo est, soy yo el que las paga.

    -Te dan lo que mereces -dijo la madre, furiosa a su vez-. Note puedes comparar con Petrusha. -Bueno, ya est bien -.,-contest el hijo. -S, est bien. Te has bebido el dinero de la harina y ahora dices

    que est bien. -Siempre andamos con el mismo cuento -dijo la nuera. Todos dejaron los mayales y volvieron a la

    cabaa. Las disputas entre padre e hijo haban comenzado haca mucho tiempo, casi desde la partida de Pyotr. Ya

    entonces el viejo tena la impresin de haber perdido en el cambio. Cierto era que, legalmente -y el padre bien lo comprendael que no tena hijos deba reemplazar al que los tena. Akim tena cuatro y Pyotr ninguno, pero en cuanto a trabajo Pyotr era como su padre: hbil, listo, vigoroso, resistente y, sobre todo, hacendoso. Nunca estaba ocioso. Si pasaba junto a alguien que estaba trabajando, nunca dejaba -al igual que su padrede echarle una mano: o le segaba un par de hileras, o le cargaba una carreta, o le cortaba un rbol o le haca lea. El viejo lo lamentaba, pero no haba nada que hacer. Irse de soldado era como morir. El soldado vena a ser algo as como una rama desgajada, y de nada serva acordarse de l y angustiarse. Slo de vez en cuando, para avergonzar al hijo mayor, el viejo, como ese da, recordaba al otro. La madre a

  • menudo se acordaba del hijo menor, y haca mucho tiempo, ms de un ao, que peda al viejo que enviase algn dinero a Petrusha. Pero el viejo se haca el sordo.

    Los Avdeyev no eran pobres. El viejo tena algn dinerillo escondido en un calcetn, pero por nada del mundo lo hubiera tocado. Ahora, cuando le oy referirse al hijo menor, la vieja decidi pedirle de nuevo que, tras la venta de la avena, le enviase siquiera un msero rubIo. y as lo hizo. Al quedarse sola con el marido, despus que los jvenes salieron al trabajo, le convenci de que del dinero de la avena mandase un rubIo a Petrusha. As pues, cuando del grano aventado se hubieron vaciado unas cincuenta fanegas en unas lonas extendidas sobre tres trineos, cuidadosamente cerradas con pinzas de madera, entreg al viejo una carta que haba dictado al sacristn y el viejo prometi incluir en ella un rubIo y enviarla a su destino.

    Vestido de pelliza nueva y caftn, con las piernas bien abrigadas en polainas de lana, el viejo tom la carta, la meti en la bolsa y, encomendndose a Dios, se sent en el trineo delantero y fue al pueblo. Su nieto se encarg del ltimo trineo. En el pueblo el viejo pidi al portero que le leyera la carta y escuch la lectura con expresin atenta y aprobatoria.

    En la carta la madre de Petrusha, en primer lugar, daba a ste su bendicin, y en segundo le mandaba saludos de todos y le notificaba la muerte de su padrino, y, para terminar, le deca que Aksinya (la mujer de Pyotr) no haba querido vivir con ellos y se haba ido a trabajar como criada; y, segn decan, viva bien y honestamente. Luego le hablaba del regalito, del rubIo, y por ltimo vena lo que, palabra por palabra, la infeliz vieja haba dictado de su propia cosecha con lgrimas en los ojos: Y, adems, hijito mo, mi muy querido Petrusha, estoy perdiendo mis pobres ojos del tormento de pensar en ti. Mi sol, querido mo, por qu me has abandonado? En ese punto la vieja rompi a llorar y dijo:

    -Eso es todo. Ah terminabli la carta, pero a Petrusha no le fue dado conocer la noticia de que su mujer haba salido de la casa, ni recibir el rubIo ni las ltimas palabras de su madre. La carta y el dinero fueron devueltos con la noticia de que Petrusha haba muerto en la guerra, en defensa del Zar, la Patria y la Fe Ortodoxa. Eso fue lo que escribi el secretario militar.

    Al recibir esa noticia la vieja llor un buen rato, mientras hubo tiempo para ello, y luego volvi a su trabajo. El domingo siguiente fue a la iglesia y reparti trozos de pan bendito entre las buenas gentes en memoria de Pyotr, servidor de Dios.

    Aksinya tambin llor al enterarse de la muerte de su marido bien amado, con quien haba vivido slo un msero ao. Lloraba por su marido y por toda su vida deshecha. En sus lamentos recordaba los rizos rubios de Pyotr Mihailovich y su cario, y la vida penosa que tendra en adelante con su hurfano Vanka, y reprochaba amargamente a Petrusha por haberse compadecido de su hermano, y no de ella, la pobre, que tendra que irse a vivir con otros.

    Pero en el fondo de su alma Aksinya se alegraba de la muerte de Pyotr. Estaba embarazada de nuevo, esta vez del dependiente de comercio con quien viva. Y ahora nadie poda insultarla y el dependiente podra casarse con ella, como as se lo deca cuando quera hacerle el amor.

    9

    Mihail Semyonovich Vorontsov, hijo del embajador ruso en Inglaterra, donde se haba educado, haba

    tenido una formacin cultural europea, excepcional por aquel entonces entre los altos funcionarios de su pas. Era hombre ambicioso, blando y bondadoso con sus subordinados a la vez que fino y corts con sus superiores. No comprenda la vida sin el poder y la obediencia. Haba alcanzado la cumbre del escalafn y recibido las ms ali tas condecoraciones; y se juzgaba diestro estratega, incluso vencedor de Napolen en Krasnoye. En 1851 tena ya ms de setenta aos, pero era hombre an lozano, se mo. va con vigor y, sobre todo, tena toda la agilidad de un intelecto sutil y agradable ocupado en mantener su poder y consolidar y ampliar su popularidad. Posea grandes riquezas -las suyas y las de su esposa, la condesa Branitskaya-, perciba enormes emolumentos como gobernador y destinaba la mayor parte de sus bienes a la construccin de un palacio y jardines en la costa sur de Crimea.

    En el anochecer del 7 de diciembre de 1852 lleg ante su palacio de Tiflis la troika de un correo. Un oficial fatigado, negro de polvo, portador de parte del general Kozlovski de la noticia de la sumisin de Hadyi Murad a los rusos, pas ante los centinelas y, desentumeciendo las piernas,.subi la larga escalinata del palacio del gobernador. Eran las seis y Vorontsov iba a sentarse a la mesa cuando le anunciaron la llegada del correo. Vorontsov recibi a ste sin demora, por lo que lleg un poco tarde a la comida. Cuando entr en el saln, sus invitados, una treintena de ellos, sentados en torno a la princesa Yelizaveta Ksaverevna o agrupados junto a las ventanas, se levantaron y se volvieron hacia l. Vorontsov llevaba su acostumbrada guerrera negra sin charreteras, con slo unas sencillas hombreras, y la cruz blanca al cuello. Su cara de zorro recin afeitada sonrea complacida y entornaba los ojos para mirar a los circunstantes.

    Entr en el saln con paso ligero y silencioso, se disculp ante las damas por haberse retrasado, salud a los caballeros y fue a ofrecer su brazo a la princesa Manana Orbelyani, belleza georgiana de tipo oriental, cuarentona, alta y bien entrada en carnes, para pasar al comedor. La princesa Yelizaveta Ksaverevna dio su brazo a un general recin llegado, de pelo rojizo y bigotes enhiestos. El prncipe georgiano dio su brazo a la condesa Choiseul, amiga de la princesa. El doctor Andreyevski, los edecanes y dems invitados, algunos con seoras, otros sin ellas, siguieron a las tres parejas. Los lacayos, en libreas, medias y zapatos, apartaron y luego acercaron las sillas, y el matre d'htel sirvi solemnemente una sopa humeante de una sopera de plata.

    Vorontsov tom asiento en medio de la larga mesa. Frente a l se sentaron la princesa y el general; a su derecha la bella Orbelyani, y a su izquierda la hija de sta, una morena alta y colorada de tez, quien, adornada de joyas vistosas, no cesaba de sonrer.

    -Excelentes, querida ma -respondi en francs a su i mujer, que le preguntaba qu noticias haba trado el correo-. Simon ha tenido buena suerte.

  • Y empez a contar, de modo que todos los comensales le oyesen, la noticia emocionante -que para l no era nueva del todo, ya que las negociaciones se remontaban a tiempo atrsde que Hadyi Murad, el conocido y valeroso lugarteniente de Shamil, se pasaba a los rusos y a la maana siguiente deba llegar a Tiflis.

    Todos los comensales, incluso los jvenes, los edecanes y los funcionarios sentados a los extremos de la mesa, que hasta entonces haban estado riendo discretamente entre s, callaron y se pusieron a escucha