Gutierrez Siluetas [1956]

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EDUARDO GUTIERREZ cft00l]rs y ilill0TAs MITAHI]S

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Siluetas de la frontera militar pampeana. Postales por Gutierrez.

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EDUARDO GUTIERREZ

cft00l]rs y ilill0TAs

MITAHI]S

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EDUARDO GUTIERREZ

CROQTJIS Y SILUETASMILITARES

ESCENAS CONTEMPORANEASDE NUESTROS CAMPA}4ENTOS

Estudio Preliminar de

Ar-veno YuNqun

LIBRERIA HACHETTEBUENOS AIRES

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(El texto de esta ed,ición. ha sido tomado de las publicadasen Buenos Aíres, Igon Hermanos, 1886;

. y N. Tommasi, Editor, 1896.)

Tapa. depÁsz roRR.Es

Hecho el depósito que determina la ley no 11.723

TMPRESO EN LA ARGENTI¡JA - PRINTED IN ARGENTIÑD

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LAS TORTAS FRITAS

Herv plseto siete años, y cada vez que me acuerdo ¡se merevuelven las tripas como bajo la acción de la ipecacuana!

Y negruzcas y como amasadas con vidrio rnolido' me pa-rece sentirlas crujir bajo mis muelas de alfétez.

¡Qué cosa, señor, qué cosa! Creo que ni Mr. Lelong. después

de una fuerte dieta, ¡se hubiera atrevido a hacerles frente!Ilabíamos rnarchado un día entero, bajo un sol abrasador

y sobre un cardal seco que no había más que pedir.La sed era espantosa y el hambre más espantosa todavía'Y después de un corto descanso era preciso ssguir mar-

chando sin tregua, hasta alcanzar a aquel enemigo más sali-dor que un gallo criollo.

Porque el enemigo no huía, salía, para volverse a patar ytirarnos un revuelo.

Y ma¡chamos toda aquella noche y toda la mañana si-guiente, escuchando ilusoriamente, como un eco lejano y que-

rido, el toque encantador de la carneada.Pero el toque no llegaba a efectuarse; la corneta del trompa

caía perezosamente sobre su cuadril derecho, y éste, lánguidoy metafísico como el buen Rocinante, miraba en el vacío, como

én la tierra prometida, buscando la presencia de un cuarto de

carnefo.¡Pero aquel día no se comía! ¡No había carne!

¡Qué hambre, señor, qué hambre!

Después de desensillar y recorrer en la memoria las listasmaravillosas del Café Filip o las vidrieras de la Confitería del

Aguila, me puse a soñar con una carbonada con habas (no el

de la agencia) y una tortilla de alcauciles.

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Ár,v¡no YUNQUE

-¿Qué quiere comer, mi alfétez? -me preguntó el leal Ca-

rrizo con su sonrisa plácida y serena'

-¡Miserable! -contesté mirando a aquel condenado asis-

tente que venía a hacer más terrible 1a revolución de mi estó-

mago-. Tráeme un bife con una dccena de huevos'

Car::izo se alejó riendo siempre. para volver al pcco rato con

un mate amargo.

-Aquí está1l bife -me dijo. estirándome el mate-' En

cuanto a los huevos, se me ha olvidado la az(tcat'

¡Ah! ¡rnazorquero! sólo había salvado una cebadura de

yerba patria, que venía a partir conmigo generosamente'- Yo tomé aquel rnate espantoso. ¡' víctima de una hambre

fenomenal, me puse a recorrer los fogones que habían encen-

dido los demás oficiales, para hacerse la ilusión de que rnás

ta¡de cocina¡ían.Dando mis tripas un do sobreaguCo :n su milésimo silbido,

me acerqué al fogón del coronel Lagcs y me defuve un mo-m,ento.

¡Miserable! ¡El estaba tomando rnate' el asesino! ¡Yo lehabía visto to'mar dos y disponerse a tomar el tercero!

¡Y estaba alegre y conversadoi.5- reía como un loco! Ya locreo, si el trompeta estaba tomando un mate, bajo la rniradaangumienta de sus ayudantes, a quienes les vi rechazar la invi-tación de hacer lo mismo.

Tanto me acerqué al fogón ]' tanto miré' que sin duda el

coronel se apiadó de mí y me mandó alcanzar ttn mate, que yo

recibí enternecido de agradecimiento.Pero apenas di una chupada. 1o entregué al asistente' cre-

yendo que el coronel se había burlado de mí'

¡Pero no era así, leal amigo!El coronel estaba tomando agua caliente sola, para hacerse

la ilusión de que tomaba mate. y engañar un poco su plañidero

estómago.Yo trabía sido más feliz que é1. ¡pues Cattizo había partido

conmigo su último puñado de yerba patria!

Ya me retiraba a mi fogón, cuando siento un olor exqui-

sito.

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ESTUDIO PRELIMINAR

Doy media vuelta y apercibo e.t to5O1 de ia negra Carmen'

.1 ;"tg;;; ó"r*.., iedt'm'' rodeado de oficiales. - ,- ^ ^:

Y la negra Carmen andaba a manotadas con el1os' como sl

defendiera"algo que le quisieran arrebatar'

"¡lVlama Carmen ""tá "oti"""do algo buenol"' grité en mi

p.n."Ll..rto, y de tres brincos llegué a1 alegre grupo'

Atrií estaba mama Ct'-t", que defendía con su sable' de la

".rgurri" de mis compañeros' una gran -sartenada de tortas'

-¡Tortas fritas! grité de una

. manera descomunal-'

¡Tortas fritas! -y m'ei"""é t la sartén' a pesar del sable que

se a1z6 sobre mi cabeza'--t;; una arcada formidable detuvo rni mano ansiosa'

Allí, delante de marrra Carmen y con el resto de tortas cru-

das, estaban t.. ""t""t que le habían servido de mesa de

amasaf.Aquello era indescriptibie -l¿5 s¿¡s¡¿5

servían de cama a mama Carmen' que ponía

duras de su pangaré, y que le servían para

;;;;" negro y patrio, habían sido limpiadas

sijo nauseabundo'¡Y allí se veían las tortas crudas' llenas de pelos de caballo'

de'costras de matadura, de pedazos de tabaco 1' pelos de fra-

zadal¡Y ése era e1 banquete que esperaban -mis

compañeros' frito

en grasa del mancarrár, *tttto que habían carneado ia noche

anterior!

-¡Yo no como de eso! -grité

horrorizadol'me alejé a paso

de trote, en medio de la risa de mis compañeros y de esta sen-

tencia de rnama Carmen:

-Ya me vendrás á lfottt pa que te dé' pero no habrá más'

¿f p..rr", en aquellas tortas o lodazales fritos' me acometían

unas arcadas espantosas, y resuelto a mc¡irme de hambre más

bien, me fuí a mi fogón, ántando a Carrizo 1o que me sucedía

-Si eso ,to ., *"lo -me dijo el noble soldado-' si es una

harina rnuy trimpita que el sargento Carmen ha traído entre el

seno para que no se le ensuciara en las maletas'

¡Cómo serían las maletas!

mugrientas, que

sobre las mata-picar su soga depcr aquel ama-

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Á¡,veno YUNeUE

-¡Calla, cochino! -le dije-. O soy capaz de pegarte un

tiro.Pero las tortas de mama Carmen no se apartaban un mo-

mento de mi vista y de mi estómago.El horror y el asco iban cediendo campo al hambre, que ern-

pezaba a transigir con los pelos de cabalio. lcs de frazada y las

mismas costras de matadura.Vacilé, cerré los ojos y avancé hasta e1 fogón de mama Car-

men.La fritanga d.e tortas seguía. ¡" sólo quedaban sobre la ca-

rona una docena apenas de ellas.Los oficiales las devoraban una ttas otra pidiendo más, y

mama Carmen, siernpre defendiendo su sarién, las reparlíacomo pan bendito.

un momento más, y aquel banqu:ie iba a terminar sin que

quedase uno solo de los granos de tabaco en que estaban

revolcadas 1as tortas.Un vértigo de hambre me cruzó corno una espada' y ciego

y devorante estiré la mano en la qu: rnama Carmen depositócon ademán magnánimo dos de aquellas tortas.

Como ocultándome de mí ¡nisrno ,l' cerrando los ojos, divuelta la ca¡a y comí, comí sintiendo bajo mis dientes los pe-

los, las cost¡as y los tabacos.Y pedí más y devoré media docena de tortas con una ansie-

dad espantosa.¡Y hubiera comido toda la noche!

Desde entonces, tengo siempre bajo ia mirada el espectáculohorrible de aquella carona espantable. y siento revolverse en

mi estómago, como un manojo de víboras, los pelos, las cos-

tras y aquel tufo imponderable'El asco más descomunal me asalta y la idea de la ipeca-

cuana me hace llevar las manos al estómago.

¡Oh, han pasado siete años. y cada vez que me acuerdo se

me r€vuelven las triPas!Todavía no he podido digerir 1as tortas de mama Carmen'

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AMOR DE LEONA

Ne¡e uÁs pspr.Érvorno que aquella noche de luna en que el

aire apenas movía las hojas de sierra de las cortaderas'Aq¡rel pequeño destacamento compuesto de quince hombres

marchaba tranquilamente a relevar la guarnición del fortínVanguardia.

En el destacamento iba el cabo Ledesma' acompañado como

siempre de su anciana madre, el sargento rq Carmen Ledesma,

que no lo desamparaba un momento.Mama Carmen, como se la llamaba en el regimiento 2' no

tenía sobre la tierra más vínculo que el cabo Ledesma' su últi-mo hijo vivo, y en é1 había reconcentrado el amor de los ot¡os

quince, muertos todos ,en las filas de1 regimiento.Y era curioso ver cómo aquel gigante de ébanc respetaba

a mama Carmen, en su doble autoridad de madre y de sar-gento.

En sus momentos de mayor i¡ritación y cuandc era difíci1

contenerlo, un solo gri.to del sargento Carrnen lc hacía hu-millar como una criatura.

Aquellos dos seres se amaban con idolatría profunda: ella

dividía su vida entre el servicio y el hijo' y é1 nc tenía mayorencanto que las horas tranquilas que pasaba en el toldo de lamadre.

En aquella marcha, como siemprc. el sargento iba al ladodel cabo Ledesma, acariciándolo y alcaozándole un mate que

cebaba de a caballo, a cuyo efecto no saltaba nunca al man-carrón sin llevar la pava de agua caliente.

Todo estaba tranquilo y el piquete marchaba fiado en aque-

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lla tranquilidad del campo que indica no haber gente en las

cercanías.Al bajar un médano de los muchos que hay por aquellos

parajes, se sintió un inmenso alaridc, y el piquete se vió en-

vuelio por un grupo de más de cien indios, que sin dar tiempoa nada cargaron sobre los soldados con salvaje brío'

Acababan de caer en una emboscada hábilmente tendida'

Soldados viejos y agueridos, pronto volvieron de1 prirner

asombro, y bajo las puntas de las lanzas que e*itaban como

podían, obedecieron \a voz del oficial, que les mandaba echarpie a tierra y cargar las carabinas.

El momento era solemne; casi todos los soldados habían sido

heridos más o m€nos levemente. cuando sonaf,on los primeros

tiros.El piquete había formado un grupo compacto en disposición

de poder atender a todos lados. ¡' hacía un fuego graneado que

algá contuvo en el principio a los indios. Pero comprendiendoque esto era su pérdida irremisible, mientras rnás tiernpo se

sostuvieran los soldados. cargaron con te¡rible violencia.Un grito inmenso se escuchó a 1a derecha del grupo, grito

terriblemente conmovedo¡ que acusaba 1a desesperación delque 1o había daCo.

E¡a mama Carmen, a cuyo laclo acababan de dar dos lanza-zos de muerte a su hijo Ángel.

La negra arrancó a su hijo el cuchiilo de la cintura' y corno

una leona saltó sobre los indios. a uno de los cuales había aga-

rrado la lanza.Éste desató de su cintura las boleadoras y cargó sobre la

negfa, a golpe seguro.

Aq;ella lucha fué corta y tremenda.La negra, huyendo la cabeza a la bola dei indio, se ha-

bía resbalado por la lanza hasta t:nerlo al alcance de lamano.

Entonces le había saltado al cuello. sin darle tiempo a usarde la bola.

El salvaje se había abrazada de la negra y habia soltado

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F."'..GIItII cRoQurs Y sTLUETAS r\rrLrrARES 149

NIN lanza y bolas, para buscar en la cintura el cuchillo, aíma más

I positiva para el momento apurado de la lucha cuerpo a cuerpo'I

I a. puede decir que indios y cristianos dejaron de luchar un

| *o*.nto, ernbargados por aquel espectáculo trernendo'

I I"¿io y negra, formando un solo cuerpo que se debatía en

I contorsiones desesperadas, habían rodado al suelo'

I etttbos se buscaban tl corazón.I ,A los pocos segundos se escuchó algo como un rugido y se

I vió a Ia negra desprenderse del grupo y ponerse tn pie' mien-tras el indi,o quedaba en el suelo, perfectamente :nmóvil : el

puñal de 1a negra ie había partido eI cotaz6n.Mama Carmen volvió al lado del cabo Ledesrna. qu€ ago-

nizaba.El fuegc continuó unos minutos más, causandc a 1os indios

algunas bajas, que los hicieron retirarse abanCcnando 1a em-

presa de cautivar al piquete.Toda persecución era imposible, pues el piquete tenía cua-

tro he¡idos graves, y el cabo Ledesma, que expiró pocos rni-nutos después sobre el regazo de mama Carmen'

La pobre negra miró a su hijo con un amor infinito. le cerró

los ojos y sin decir una palabra lo acomodó sobre e1 caballo'ayudada por dos soldados.

En seguida, y siempre en su terrible silencio. se acercó al

indio que ella había muerto y con tranquiliiad aparente le

cortó la cabeza, que ató a la cola del cabalio donde estaba

atravesado su hijo.E incorporándose al piquete, regresó al campan:ento con su

triste carga y su sangriento trofeo'

A la siguiente noche y a la derecha del campamento, se veía

una mujér que, sable al hombro. paseaba en un espacio de

dos varas cuadradas.Era el sargento Carmen Ledesma. que hacía ia guardia de

honor al cabo Ángel Ledesma. enterrado alií .

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MAÑANITA

Mañ¡,lrrra era el soldado más alegre del regimiento r clecaballería.

El más desastrado de todos ellos, no tenía pena ni gloria,como vulgarmente dicen las señoras.

Siempre sucio, siempre en la mala, venía a ser e1 trapodonde todos se lirnpiaban las manos, o mejor dicho. el quiü_rrabias de todos.

Mañanita había perdido su nornb¡e en el regimiento.Por Mañanita se lo conocía, como Mañanitá hacía el ser_

vicio y como Mañanita revistaba en los pagos.Y este sobrenombre le venía de que. desde que s€ levan_

t_aba hasta que se quedaba dormido contra cualquier tro,ricode árbol, se lo [pasaba] cantando unas canciones ent¡erria-nas que se llaman mañanitas.

Mañanita, sin ser tuerto, tenía sólo un ojo abierto: ei otroestaba eternamente pegado por un torrente de lágrimas con_geladas.

Mañanita era un ser monstruoso. de cara ancha y achatada,a los lados de cuya nariz problemática jugaban

" 1". "."orr_didas sus ojos imponderables.

Mañanita era la mañana del juicio final, en traje de sol_dado de caballería.

Sus pies enormes y chapinos no encontraron jamás unpar de botas que le vinieran bien: pero la continuidad deandar descalzo había criado en su pie una cáscara que leprestaba el se¡vicio de un par d: botas de baqueta.

El perfume de su piel descornunal, ccmo el olor de lostoldos, se apercibía [desde] cuatro cuadras de distancia, y s;

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boca espantosa era una salamanca con toda su corte de sa-bandijas.

¡Oh! Mañanita no podrá ser mirado impunemente; sólo conla poción antihemética de Riviére, podrá resistirse aquel as-pecto desconocido en la farmacopea humana.

IJna rasqueta se habría quebrado contra su piel de escamas,

como una horquilla se hubiera roto contra el fardo de sumelena, movible y habitada.

Cobarde y sin vergüenza, Mañ.anita soportaba los más tre-mendos manteos, sin inmutarse, y si alguien le estiraba algúnsopapo, 1o recibía con la mayor indiferencia.

Y, sin embargo, de esta monstruosidad irresistible, I/Iaña-nita tenía quien lo quisiera.

Su amante era una boliviana de piel de cobre y ojos mag-níficos.

Su hermosa cabellera sedosa y crespa, caía en negros rizossobre sus hombros mórbidos y admirablemente cortados, ba-jando hasta una cintura graciosa y moviente.

Era tan linda Lucinda, era tan brillante e1 fulgcr ie sus

ojcs negros, que los oficiales la llamaban Luzlinda.Los ojos de Lucinda, sobre todo, llarnaban la atención cie

una manera poderosa. Mirándolos fijamente se sentía el.

vértigo dei abisrno; daban ganas de arrojarse a elios de ca-beza.

Lucinda tenía un tipo fino: había en sus rnanos algo que

iev¡iaba un estado mejor en su pasado, y la corrección de su

frase no era vulgar en el campamentc.¿De qué cieio había caídc aqueila estrella misteriosa?

¿Cómo había ido a enamorarse precisamente de Mañanita,el ser más monstruoso que puede imaginarse?

Estc era un misterio con el que nadie acertaba, y que Lu-cinda se había negado siernpre a aclarar.

-¿Cómo tienes valor de ser la amante de sernejante in-

mundicia? -solía decirtre algún oficial.

-No hay dos hcmbres como Mañanita -decía e11a-. Siquiere es el más valiente de tcdos.

-¡Pero si es un cobarde a quien todos apalean!

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de los Césares.Fcrque aqLlel número

pobre kepi, guardaba unay acciones heroicas.

CROQUIS Y SILUETAS IÍIL¡TARES

valientes soldados. comolos Napcleones. o sornos

2 que adornaba sencillarnente eltradición rica en h:chos de armas

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-Porque hasta ahora no Io han herido en su punto vul_nerable: sostengo que Mañanita es el más valiente de todos.-¿Y por eso lo quieres?

-Puede ser muy bien.¡Raro capricho en una mujer tan iinda como aquélla! SabeDios qué misterio guardaría Mañanita.

Por aquellos cambios que suelen hacer lcs jefes. de soldadosinservibles, Mañanita fué_ cambiaOo po, si loco Chavamía,viniendo a forrnar parte del regimientá e.

_ Aquel regimiento, bajo las óidenes cíel coronei Lagos, erael cuerpo más altivo y soberbio de todo ei ejército.-Un soldado, el más ruin de todcs, no habríe cambiad.o sunúmero z por una fortuna.

-Somos del e -decían aquellos

cualquiera podía decir: somás de

Mañanita vino al regimiento, yhermosa boliviana, cuya presenciacuadras.

junto ccr é1 Luzlinda. lahizo ura revoiución en las

Los soidados la miraban con el asornbrc col cue se rniraa un ast¡o, y mostraban en la scn:isa i: su; iab::s tcdo elencanto que irradiaba la persona bellísirna cie Luzrinda.Todos se enamoraron de la boliviana. ]- €ntre los más in_teresantes y los más bravos soldados de ia Compañía Tigrera(la del r), entró la ambición de hacer 1a cc¡:cuista.Mañanita era un inservible; ya 1o había;-;.l;;" v vistoqLre era más flojo que tabaco patrio.Pero Luzlinia no daba oídó a aquelias t€inezas Ce línea,permaneciendo fiel a su monstruoso ccr¡cañero.

_ --Esto no puede ser -dijo un día el sarg.:nto Rivera, unhércules de ébano más bravo que ias armas_. yo le voy aquitar esa estrella a Mañanita, aunque con ella .. *. "Jig.el cielo encima: no es permitido que et scldado más flojo ciliregimiento tenga la mujer más bejla.

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EDUARDO GUTIERREZ

Y firme en aquella resolución. espió ciesde aquel día el

momento de cumplirla, sin que se apercibieran los jefes.

Y el momerrto no tardó en 11egai.

IJna noche de farra en 1os saicnts dei s:ñor Tripaitraf, l'i'l-cinda se retiraba del brazo de l'{añanita.

No habían andado cuatro Fasc:. cuanrio se le cruzó en ei

camino el sargento Rivera. diciécdoi: secamente:

-Amigo, entrégueme la compai:ra ''' retírese'

Mañanita relampagueó su oi: abierto y rnlró con él ei

rostro radiante de Lucinda.Y apartó suavement: al sa:g:ntc. queriendo segui'r su ca-

mino.Pero Rivera. b¡avo ¡' decidido. volvió a cerrarle eL paso

y le dijo: I

-Suelte la compañera o le íompo el alma.

Mañanita soltó el brazo ie Luzlinda, sacó un puñal de

la cintura y colocándos. eni:e ella 5' Rivera, le dijo brava-mente:

-Vamos a ver cómo €s eso.

El grupo de scldacics c-ue seguía a Rivera, y que creíandivertirse con el julepe 5- iisparada de Mañanita, queda'ron

asombrados.Rivera, calculando que aquella parada no duraría mucho,

acometió a Mañanita de firrne.Pero Mañanita era más rnuñeca de 1o que se creía.A pesar de la fue¡za impcnderable de Rivera, a pesar de

su destreza y de su valor. le dió trcs puñaladas de mano rr¡'aes-

tra, una de ellas en el cuello.Y sereno y tranquilo, volvió a da.r el brazo a l-uzlinda, ¡'

siguió su carnino, mientras Rivera allí quedaba, tenclidc', e:-'

gravísimo estado.

Desde aquel día Maíranitay más cumplido.

Era el primero en la lista.primero en el servicio.

se hizo el soldado más bravo

el primero en el combate Y el

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QUIS Y SILUETAS MILITARES 169

Y su transformación fué tal, que llegó a ser también elsoldado más limpio y arreglado.

Le habían. tocado la parte sensible.Y a nadie se le ocurrió tentar de seduci¡ a Luzlinda; ha_

bían escarmentado €n cabeza ajena.

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Est€ iibro se terminó deimprimir €l 20 de nr.ayode 1955. en los Tall€resEL GRÁFIco / IMPRESoBES,San Luis 3149, Bs. Aires