Guia II Educación Ambiental

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La Educación Ambiental

Desde tiempos remotos la tierra ha representado fuente de vida para el

hombre, proveyéndolo de todo cuanto ha necesitado para subsistir. De esta

manera el hombre ha explotado, y continúa haciéndolo, los recursos que le

brinda la naturaleza, sin embargo en las tres últimas décadas se ha hecho

evidente la explotación indiscriminada e inconsciente de los recursos naturales

renovables y no renovables.

La tala y la pesca indiscriminada, el uso de artículos que deterioran la capa de

ozono, la contaminación del aire y del agua son problemas actuales que

afectan nuestro planeta y lo deterioran, influyendo directamente en nuestra

calidad de vida, a lo que Gutiérrez (1995) afirma "la alteración ambiental por

defecto de las acciones humanas en las sociedades industrializadas es un

fenómeno de innegable vigencia".

El principal problema no radica solo en la explotación sino en la desinformación

de las personas, quienes muchas veces tienen aptitudes apáticas hacia la

conservación del ambiente por no conocer y concienciar la necesidad que

cuidar la para el futuro.

A este respecto Machado (1996) hace una radiografía del problema "nada

parece ser más difícil que cambiar los modos de comportamiento de una

sociedad cuando el estilo de desarrollo imperante está muy arraigado"; pero

además aporta una solución "se plantea una revalorización de cambios de

comportamiento, de actitud de nuestra forma de vida, que se traduce en revisar

los valores, símbolos e ideologías de la existencia, y ello dará nuevas pautas

de modos de vida".

Y entonces qué es la Educación ambiental

Más allá de la educación tradicional, es decir, del simple hecho de impartir un

conocimiento, la educación ambiental relaciona al hombre con su medio

ambiente, con su entorno y busca un cambio de actitud, una toma de

conciencia sobre la importancia de conservar para el futuro y para mejorar

nuestra calidad de vida.

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Ecología y Ambiente Nº 9 (1995) ve la educación ambiental como "un proceso

de aprendizaje dirigido a toda la población con el fin de motivarla y

sensibilizarla para lograr un cambio de conducta favorable hacia el cuidado del

ambiente, promoviendo la participación de todos en la solución de los

problemas ambientales que se presentan"

Podemos afirmar entonces que educación ambiental "pretende lograr este

cambio de enfoque, desempeñando un papel esencial en la comprensión y

análisis de los problemas socioeconómicos, despertando consciencia y

fomentando la elaboración de comportamientos positivos de conducta con

respecto a su relación con el medio ambiente, poniendo de manifiesto la

continuidad permanente que vincula los actos del presente a las consecuencias

del futuro" (Abreu 1996)

Conservar el ambiente significa usar de forma racional los recursos naturales,

para lograr un desarrollo sostenible que garantice que las generaciones futuras

puedan disfrutar de los recursos naturales de la misma manera que nosotros.

Para lograr lo anterior, la educación ambiental se plantea como objetivo lograr

"una población ambientalmente informada, preparada para desarrollar actitudes

y habilidades prácticas que mejoren la calidad de vida" (Ecología y Ambiente

Nº 9, 1995)

Por su parte Gutiérrez (1995), es más específico y plantea 6 objetivos de

la Educación ambiental:

Propiciar la adquisición de conocimientos para la comprensión de la

estructura del medio ambiente, que susciten comportamientos y

actitudes que hagan compatibles la mejora de las condiciones de vida

con el respeto y la conservación del medio desde un punto de vista de

solidaridad global para los que ahora vivimos en la tierra y para las

generaciones futuras.

Propiciar la comprensión de las interdependencias económicas, políticas

y ecológicas que posibilite la toma de conciencia de las repercusiones

que nuestras formas de vida tienen en otros ecosistemas y en la vida de

las personas que lo habitan desarrollando el sentido de responsabilidad.

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Lograr el cambio necesario en las estructuras, en las formas de gestión

y en el análisis de las cuestiones referentes al medio que posibiliten un

enfoque coherente y coordinado de las distintas políticas sectoriales en

el ámbito regional, nacional e internacional.

Ayudar a descubrir los valores que subyacen en las acciones que se

realizan en relación con el medio.

Orientar v estimular la participación social y la toma de decisiones tanto

para demandar políticas eficaces en la conservación y mejora del medio

y de las comunidades.

Introducir en los contextos educativos formales y no formales la

Educación Ambiental como dimensión curricular en un proceso

integrador de las diferentes disciplinas que permita un análisis crítico del

medio en toda su globalidad y complejidad.

De estos objetivos se derivan los contenidos de la Educación Ambiental la cual

le ayuda a las personas u grupos sociales: a tomar consciencia del medio

ambiente, aportándoles conocimientos que los ayudan a tener una

comprensión básica del medio ambiente en su totalidad, de sus problemas;

adquiriendo valores sociales que los hagan cambiar de actitud y a la vez

fomentando las aptitudes necesarias para resolver problemas ambientales,

para lo cual deberán explotar su capacidad de evaluar las medidas y los

programas de educación ambiental en función de los factores ecológicos,

políticos, económicos sociales, estéticos e institucionales, fomentando para

esto la participación con un sentido de responsabilidad

Para lograr sus objetivos la Educación Ambiental se apoya estrategias que

vinculan la educación formal y no formal con un sentido multidisciplinario, es

decir, buscando enriquecer su gestión con el aporte de todas los sectores de la

sociedad y de todas las personas.

A nivel formal la Educación Ambiental actúa principalmente en instituciones

educativas y gubernamentales, actuando como eje transversal para que los

egresados y funcionarios de dichas instituciones, aprendan a vincular sus

funciones con la conservación y protección del ambiente.

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A nivel informal, La Educación Ambiental tiene más radio de acción y puede ser

más poderosa. Desde la comunidad organizada, ONG's, grupos excursionistas

y conservacionistas, hasta los medios de comunicación, todos ellos

representan una gama rica de oportunidades para impartir Educación

Ambiental y así poder llegar a miles de personas y propiciar y conseguir un

cambio de actitud favorable hacia la conservación de nuestros recursos

naturales.

TIPOS DE EDUCACIÓN AMBIENTAL

En cuanto a su posición de abordaje:

a) Conservacionista: Su interpretación es conservar especies y su hábitat

natural no toma en cuenta las necesidades y condiciones sociales, económicas

y culturales de poblaciones humanas, es recurrentemente política.

b) Biologista: Transmite solo conocimiento biológico o ecológico a los

educandos en el supuesto incremento de información, disminuye la actitud

negativa, no incorpora los factores socio económicos de la problemática

ambiental.

c) Sustentable: Promueve acciones individuales y colectivas que promuevan el

desarrollo sustentable.

En cuanto a su interpretación:

a) Formal: Es la que se incorpora a la estructura curricular.

b) No formal: Se realiza paralelamente a la anterior, va dirigida a diferentes

públicos, y no queda inscrita en programas o ciclos.

c) Informal: Es la que se obtiene en revistas y cuadernos de ecología utilizando

los recursos naturales como material didáctico.

La Educación Ambiental desde cualquier perspectiva tiene la responsabilidad

de contribuir a través de acciones concretas, a la promoción de una nueva ética

centrada en la protección del medio ambiente que permita el aprovechamiento

y los cambios necesarios para la construcción de un modelo educativo

transformador y participativo que se integre a las condiciones culturales

económicas y sociales de los Jaliscienses, para ello debe:

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Crear conciencia

Formar, informar y transmitir conocimiento

Desarrollar destrezas y aptitudes

Promover valores

Habilitar en la solución de problemas

Definir criterios y normas de actuación

Orientar los procesos de toma de decisiones

¿Qué hago y para conservar?

Existen muchas formas de contribuir a conservar el ambiente.

En el hogar podemos utilizar de forma racional el agua, usar productos

biodegradables, clasificar la basura y colocarla en lugares adecuados,

consumir sola la energía eléctrica que se necesita, usar producto que no dañen

la capa de ozono, darle el ejemplo a nuestros hijos para que ellos se conviertan

en protectores del ambiente.

En la comunidad podemos organizar y participar en programas de educación y

concienciación ambiental, participar en jornadas de limpieza y mantenimiento

de áreas comunes, conservar limpios los parques y plazas.

En las empresas podemos promover y participar en programas educativo-

ambientales, usar tecnologías que no deteriores el ambiente.

En la escuela podemos desarrollar actividades para el mantenimiento de la

infraestructura educativa, concienciar a los niños y jóvenes en la importancia

del uso racional y la conservación de los recursos, involucrar a la comunidad

educativa para que participe activamente en actividades ambientales

promovidas por la escuela.

Cada individuo puede ser reproductor del mensaje conservacionista, dar el

ejemplo no botando basura y buscando siempre el reciclaje como alternativa de

ahorro y de protección al ambiente.

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La educación ambiental canaliza y orienta todas las inquietudes que poseemos

para proteger y conservar nuestro ambiente, ofreciendo herramientas acordes

para comunicar mensajes que logren el cambio necesario en la actitud de cada

individuo, que garantice que los recursos existentes, puedan ser disfrutados por

generaciones futuras.

¿Cómo Educar para una Ciudadanía Ambiental?

Al igual que ocurrió en la década de los 80 en el campo de la educación

ambiental, respecto a educar en el ambiente, sobre el ambiente y para el

ambiente, con una ligera variante esta misma discusión se ha presentado

respecto a la educación ciudadana. Así se entiende a la educación sobre la

ciudadanía como lo que hay que saber sobre derechos, deberes, etc.,

educación a través de la ciudadanía como aquello que podemos aprender

haciendo de una determinada manera, y educación para la ciudadanía como el

conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes, valores, disposiciones que

ayudarán a los individuos a asumir los roles que les depare la vida,

participando activamente con una sensibilidad y responsabilidad solidarias.

(Marco, 2002). Evidentemente una gran parte de la orientación del programa

educativo respectivo dependerá del sentido de formación ciudadana que se

pretende lograr, como se observa que ha ocurrido en la educación ambiental.

Tal convergencia en la genealogía de los conceptos ‘educación ambiental’ y

‘educación ciudadana’ se produce también respecto de la vinculación

conceptual misma de ambos campos emergentes. Una de las primeras

definiciones de educación ambiental, formulada por Bill Stapp y otros colegas

señala que "La educación ambiental se propone construir una ciudadanía de lo

que es cognoscible respecto del medio biofísico y sus problemas asociados,

con conciencia de cómo ayudar a resolver esos problemas y motivada para

trabajar hacia su solución" (Stapp et al., 1969; énfasis en el original en inglés).

La definición de Stapp, desplazada por otras que destacaron otros aspectos del

ethos educativo en el devenir del campo, podría emplearse para describir cuál

sería un perfil de salida de un proceso de educación para la ciudadanía

ambiental, si sólo se remplazara el adjetivo biofísico por ambiental, para darle

cabida al componente social que es consustancial de lo ambiental.

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Si un ciudadano es responsable de sus actos, solidario con su grupo, honesto

consigo mismo y con los demás, y se compromete con la equidad y la justicia,

es porque se identifica con los demás y se siente parte del mismo grupo.

Entonces tendrá los elementos básicos para estar en condiciones de participar

en la vida social, dando forma y sentido a sus relaciones y sus expectativas.

El problema es que la evidencia nos muestra que eso casi nunca existe en el

orden social dado. El que sea dado significa que el orden es un hecho, no es

inmutable, pero debe entenderse como un conjunto de normas que estructuran

el espacio de lo social, en donde unos se benefician de ese orden más que

otros. El orden se vive: se sufre y se disfruta. Como no es ideal, es por lo que

puede ser transformado en busca de una mayor equidad.

Escalante (1993) señala en este sentido que "las normas que componen el

orden son de tal naturaleza que rara vez pueden hacerse concientes. Se trata

de esa sabiduría, casi inasible, del saber cómo hacer las cosas, cómo

comportarse. Y cómo comportarse es fundamental ante situaciones nuevas. El

orden es el resultado de una práctica, pero una práctica que supone un

permanente estado de interpretación: reducir el pródigo desorden del mundo a

una serie de formas conocidas. Nada de eso es realmente consciente, nunca

actuamos con el propósito explícito de producir orden; y sin embargo, no

podemos dejar de hacerlo".

Por lo mismo, educar para la ciudadanía ambiental implica combatir contra una

serie de elementos contradictorios que existen en el orden en que nos

desempeñamos como sujetos sociales, que nos influye sobre cómo actuar en

relación con el ambiente. Un orden que no ha considerado de manera

apropiada en los tiempos recientes y con los patrones de vida occidental y cada

vez más globalizados, la relación con el ambiente como parte de esas reglas

no escritas que nos hacen ser de tal o cual modos. ¿Cómo trascender ese

conjunto de prácticas sociales y culturales instaladas en nuestra vida cotidiana

que nos enajenan para recuperar mejores espacios para dar salida a nuestra

creatividad y libertad? ¿Cómo avanzar hacia una ciudadanía ambiental a partir

del establecimiento de un orden moral que tome en cuenta el respeto a todas

las formas de vida, la integridad de los ecosistemas, la justicia social y

económica, la paz, la democracia y la no violencia, los cuatro principios básicos

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en los que se sustenta la Carta de la Tierra, un código de ética para el

desarrollo sustentable propuesto desde la Cumbre de Río (1992) Se trata de

preguntas complejas a las que no se puede responder de una sola vez y en

definitiva, pero en cuyas respuestas se despliega la educación como un

componente importante. De ahí que la educación para la ciudadanía ambiental

debe ser parte del proceso de la educación en valores y por lo mismo es

conveniente que se inscriba no sólo en el ámbito escolar, sino en los diferentes

espacios de nuestra vida cotidiana y de la esfera pública. La ciudadanía

ambiental nos puede permitir construir una mejor relación con nuestro entorno

y entre nosotros mismos. La educación para la ciudadanía ambiental implica

una pedagogía social, que tiene como propósito desarrollar competencias para

vivir de un modo que implica la capacidad deliberada de saber elegir entre

varias opciones, a partir de consideraciones éticas e intereses comunitarios,

esto es, políticos. Ello sienta las bases para la construcción de una vida pública

con base en formas sociales sustentadas en un ejercicio crítico de la

ciudadanía.

Pero un ejercicio crítico de la ciudadanía requiere no sólo la capacidad de

resolver problemas o de manejar apropiadamente los términos del debate

público. Implica una capacidad de interpretar y de comprometerse con valores

que promuevan una forma emancipatoria de ciudadanía que apunte "hacia la

construcción de nuevas sensibilidades y relaciones sociales que no permitiesen

que en la vida cotidiana surgieran intereses políticos que diesen apoyo a

relaciones de opresión y de dominio" (Giroux, 1993).

Como estas formas de opresión y dominio no sólo ocurren en las relaciones

sociales -entre seres humanos-, sino también entre éstos con su ambiente, la

formación de una ciudadanía ambiental se produce incesantemente en la

sociedad, con base en un proceso de diálogo y compromiso arraigado en la

convicción de que la vida pública es posible a partir del desarrollo de formas de

solidaridad socio ambiental que moldean nuestras subjetividades y, por ende,

las relaciones entre nosotros mismos y con nuestro ambiente vital. Eso

permitiría ir encontrándole sentido y significado a las diferentes circunstancias

del problemático momento histórico de hoy. Es decir, permitiría ir construyendo

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y desconstruyendo modelos de ciudadanía ambiental más acordes con la

desafiante realidad que enfrentamos.

La educación para la ciudadanía ambiental debe estar enmarcada dentro de

una política ambiental y cultural; esto es, debe verse como un proceso donde la

formación de ciudadanos fecunda la gestación de relaciones apropiadas entre

nosotros y con el medio, dentro de un entramado complejo y a menudo, como

ya vimos, contradictorio de representaciones e imágenes, de donde surgen no

sujetos ecológicos, en el sentido en que lo maneja Carvalho, como un tipo ideal

en el sentido del término, "ambientalmente orientado, capaz de encarnar los

dilemas sociales, éticos y estéticos configurados por la crisis social en su

tradición contracultural, tributaria de un proyecto de sociedad socialmente

emancipada y ambientalmente sustentable" (Carvalho, 2003), sino apenas

ciudadanos comprometidos con un conjunto de reglas, escritas y no escritas,

que nos permiten mejorar nuestra calidad de vida pública. Esto no es fácil,

porque a su complejidad en cuanto proceso de transformación de sujetos, se

añade la función que desempeñan los medios que, en términos generales,

manejan un discurso de ciudadanía muy contaminado con lo electoral, por

ende sumamente sesgado y restringido, además de plenamente inmerso en la

lógica económica neoliberal. En esta jerga mercantilista, el público es

concebido como un conglomerado de consumidores, ansiosos de llenar sus

vidas con bienes materiales y satisfactores diversos, por lo que el discurso

dista de ser educativo. En otras palabras, es un discurso que no contribuye a

que los ciudadanos adquieran formas de conocimiento que ensalcen la vida

democrática, ni las competencias para que puedan conocer y ejercer

plenamente sus derechos y deberes.

Los medios de comunicación, con honrosas excepciones, se orientan a

construir individuos para el consumo, que compiten entre sí. Su concepto de lo

social está igualmente determinado por esta visión marcadamente

individualista, que concibe al grupo como masa indiferenciada de individuos,

salvo por su capacidad adquisitiva y sus preferencias mercantiles cada vez

más globalizadas y homogeneizadas. Esto nos conecta con el problema de la

globalización, en el sentido que no es posible considerarse un ciudadano

ambientalmente responsable al margen de las profundas desigualdades

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existentes entre los pocos ricos y muchos pobres que define cada vez más el

perfil del mundo actual, donde la brecha de la inequidad y desigualdad social

entre los países y al interior de los propios países se hace cada vez mayor en

cada reporte mundial.

Globalización y crisis ecológica: el surgimiento del desarrollo sustentable

La globalización y sus dilemas constituyen un aspecto fundamental del mundo

contemporáneo. La globalización designa a un tiempo de mercados globales y

calentamiento global, con una brutal y creciente división entre los ricos y los

pobres y con una progresiva difusión de la preocupación ambiental. La amplitud

de la crisis ecológica y su creciente reconocimiento mundial luego de la

llamada "Cumbre de la Tierra", realizada en Río de Janeiro en 1992, han

puesto sobre la escena mundial la posibilidad de percepción de un destino

común, signado por amenazas que no reconocen fronteras ni nacionalidades.

Para algunos vivimos una comunidad de destino (Boff, 1994): el destino de la

especie humana está asociado estrechamente al destino de la biosfera. El

alcance de los peligros que acechan a la vida humana en el planeta es

revelado de manera minuciosa por informes, diagnósticos, prospecciones,

estadísticas y escenarios  que tienen como base un sofisticado despliegue

tecnológico de detección y evaluación de desequilibrios. La sorprendente

precisión de los modelos climáticos aumenta rápidamente poniendo en

evidencia patrones de deterioro ambiental en todo el ámbito planetario. Las

percepciones de ciertos riesgos ambientales se globalizan;  fenómenos como el

calentamiento global (efecto invernadero), el deterioro de la capa de ozono, la

reducción de la biodiversidad   convergen en una atmósfera aparentemente

favorable a la conformación de una "conciencia común cosmopolita" (Beck,

1998: 66) ante los peligros globales.

Con el despliegue de la preocupación ambiental global la imagen de la

"astronave Tierra" parece más popular que nunca. Ciertamente ésta es una

imagen muy difundida y en buena parte plasmada en el imaginario de grupos

que muestran interés y preocupación por la situación del ambiente. Se trata de

una idea asociada a  las nociones de supervivencia y seguridad del globo que

dependen de los cambios que han inducido en la gente la percepción de que

todos los humanos estamos en una gran nave espacial. Y la difusión de ésta

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imagen ha propagado simultáneamente la idea de que en toda astronave},

como ocurre con los autobuses, aviones, barcos y trenes, la mayoría de las

personas son meramente pasajeros  cuyo destino y seguridad descansa en las

manos de una   élite (expertos, hombres y mujeres de ciencia, tecnócratas); 

este último aspecto había ya había sido advertido por Hans Magnus

Enzerberger a finales de los años ochenta (Enzensberger, 1988). Además,

siendo que el propósito fundamental de un grupo de personas que están

abordo  de una nave espacial es el de sobrevivir, la calidad de una   vida

culturalmente significativa pasa a un segundo lugar como objetivo

Agreguemos la consideración de que, dadas las limitaciones y condiciones de

una nave espacial (incluso la de un artefacto sofisticado como los que podemos

observar en ciertas películas de ciencia-ficción), la metáfora de ambiente y

naturaleza asociada   a la nave refiere a un ámbito simplificado y uniforme

refractario a la posibilidad de diversidad natural y cultural. Esta focalización en

los problemas globales ha generado imágenes distorsionadas de los problemas

ambientales regionales y locales, presentándolos como problemas de interés

global que afectan a un patrimonio común de la humanidad y, en consecuencia,

deben ser abordados y manejados globalmente (Gudynas,1993). La distorsión

permite omitir el hecho de que el ambiente es primaria y eminentemente local, 

que la Naturaleza se diversifica creando nichos, entrelazando lo local en su

propia red. De la misma forma se ignora que las intervenciones y adaptaciones

humanas permanentes en esos ámbitos son también fundamentalmente

locales e incluyen instituciones, prácticas sociales, formas organizativas  y

universos simbólicos diversos.

En este contexto ha surgido un discurso identificado con un globalismo

ambiental cuya expresión más difundida se resume en la fórmula del  desarrollo

sustentable Si a comienzos de los años setenta del siglo pasado, ante la

amenaza percibida en un crecimiento desmesurado de la población, la avidez

de recursos y la inadecuación ambiental de la tecnología, el objetivo de salvar

al mundo se pretendía alcanzar a través de una fórmula simple, drástica y

radical : la imposición de límites al crecimiento (Behrens, 1973); a mediados de

los ochenta la idea de sustentabilidad fundamentada en una buena gestión de

los recursos naturales y una economía "respetuosa de la biosfera" surgió como

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una opción atrayente, menos traumática. No obstante, a pesar de su amplia

aceptación y recurrente uso el lema del desarrollo sustentable muestra signos

de desgaste.

Popularizado por el "Informe Bruntdland" (CMAD, 1987) y legitimado en la

Cumbre de la Tierra, el desarrollo sustentable fue definido como un proceso de

cambio en el cual la explotación de los recursos naturales, la dirección de las

inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional se

encuentran todos en armonía, permitiendo así incrementar  el potencial

presente y futuro necesario para la satisfacción de las necesidades y

aspiraciones humanas. Esto supone la adopción de ajustes dinámicos en

relación a factores institucionales (tales como el estado, la comunidad y el

mercado), factores económicos (que incluyen las inversiones) y factores

científico tecnológicos, pero por sobre todo la definición plantea una distinción

entre necesidades y aspiraciones. Dichas necesidades son referidas al

contexto de la pobreza en el mundo y las aspiraciones a los patrones de vida

básicos. Igualmente se establece como elemento normativo la idea de

garantizar la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y

futuras. 

El proceso de cambios que se deriva de esta idea incluye a los ecosistemas, la

demografía y las estructuras políticas y asume una perspectiva planetaria para

preservar la sustentabilidad de los ecosistemas sobre los cuales descansa la

economía global, procurando garantizar también la sustentabilidad de los

ecosistemas. Visto así el concepto de sustentabilidad se presenta como una

formulación imprecisa que no establece distinciones entre las diferentes

necesidades humanas culturalmente determinadas, ni entre aquellas de los

países altamente industrializados del "centro" del sistema económico mundial y

los países pobres de la "periferia"; ni tampoco entre las necesidades humanas

y los deseos de los consumidores en relación a la satisfacción de aquello  lo

cual se orienta la mayor parte del consumo en el "centro" (consumo que,

obviamente, también tiene una determinación cultural).

Otro tanto puede decirse en relación a la falta de distinción entre las

necesidades de las generaciones actuales y las de las generaciones futuras

cuyos patrones culturales tampoco tienen que ser los mismos. Por último, si el

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término sustentable significa hacer que las cosas duren  más tiempo, que sean

más permanentes y durables, cabe preguntarse ¿qué es lo que  se quiere

sustentar o hacer perdurar?

En la recurrencia al desarrollo sustentable como modelo para poner en práctica

medidas efectivas para resolver los cada vez más graves problemas

ambientales subyace un campo de confusión conceptual, enfrentamiento entre

variados intereses y disputas ideológicas. En este marco, la ideología globalista

ha hecho suya la preocupación ambiental  proponiendo la fórmula de la

sustentabilidad como base para una gestión ambiental global que en el fondo lo

que busca es la provisión de estrategias de supervivencia al capitalismo

(Velasco, 1966). Al término de globalización se adosan ahora nociones de

"seguridad ecológica global", "geoecología", etc. (Athanasiou, 1998: 49).

El planeta está siendo remodelado por el cálculo del intercambio comercial y la

globalización de los mercados en un frenesí que ignora el contexto y las

consecuencias socioculturales y socioambientales del proyecto globalizador

neoliberal. En América Latina la expansión de la lógica mercantil ha generado

profundas perturbaciones socioeconómicas, culturales, políticas y ecológicas.

La perspectiva neoliberal que asume al mercado como el escenario social

ideal, en su afán de desregulación  e ignorancia de los fines colectivos, ha

promovido una gestión ambiental basada en  la privatización de los recursos

naturales "…otorgando derechos de propiedad y patentes sobre variedades de

plantas y animales, y transfiriendo la gestión ambiental a organismos por fuera

del Estado y el control social" (Gudynas, 2000).  

Esta gestión ambiental, al privatizar bienes y recursos naturales comunes,

reduce la Naturaleza a capital natural y convierte a la conservación en mero

negocio o inversión financiera cuyo propósito no es la preservación de

ecosistemas, especies o procesos ambientales sino la rentabilidad y la

ganancia económica.  La gestión globalista del ambiente se acompaña de

consignas según las cuales debemos "pensar globalmente y actuar localmente"

y de llamados hechos por los planificadores ambientales  para que la gente se

incorpore a una "visión compartida del futuro deseado". Igualmente incorpora

una economía ambiental basada en la reducción de los valores y visiones de la

Naturaleza a precios y en la concepción del conflicto sociambiental como algo

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que puede ser resuelto mediante el consentimiento tácito del uso de la

negociación mercantil.

El globalismo verde caracteriza a los seres humanos y a la Naturaleza en su

conjunto, no por el papel que desempeñan  en comunidades o culturas más o

menos discretas o autónomas, sino por  el lugar que ocupan en sistemas

universales y absolutos. Esta visión de lo humano y lo natural responde a una

constante del llamado pensamiento  occidental en el sentido de tratar de

reducir los fenómenos a un patrón único de validez universal; es una constante

que fundamenta también el concepto de desarrollo. En última instancia, la

obsesión de encontrar un criterio universalmente aceptado que sirve para

delimitar la respuesta consensual y uniforme a todas las preguntas ha servido

históricamente para justificar el colonialismo, la expropiación y el control de

sociedades, culturas y patrimonios naturales. 

Siguiendo esta misma lógica, al clamar por un desarrollo sustentable que

implica una reorganización de las actividades económicas y tecnológicas para

hacerlas "compatibles" con la "armonía ecológica" y facilitar su emulación

universal,  se refuerza el dominio y desmembramiento de totalidades sociales y

ecológicas; bosques, sabanas, tierras de cultivo, ríos, lagos y ciénagas o los

fragmentos de ellos que aún perduran, son aislados de los tejidos locales de

subsistencia y convertidos en substratos para el productivismo y el comercio

internacional sin límites. De igual manera,  se fragmentan y empobrecen los

universos sociales asociados a estos sistemas naturales de los cuales millones

de seres humanos derivan sustento, conocimientos tradicionales y

significaciones de identificación individual y colectiva; se intensifica el ya

avanzado proceso de homogeneización cultural y la precariedad de las bases

de supervivencia ecológica y cultural.

En resumen, el  globalismo ecológico que pregona la sustentabilidad y asume

la política ambiental desde una óptica estrictamente gerencial, hace del

productivismo y   la eficiencia en el manejo de los recursos naturales un

dogma, promoviendo un ambientalismo tecnocrático  que ignora toda referencia

a la ética, las relaciones de poder y las identidades culturales.

Bibliografía

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