Guia Ciudades Imaginarias GENERAL

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Universidad Simón Bolívar Decanato de Estudios Generales La ciudad imaginada. Visiones urbanas en la literatura y el cine. Prof. Claudia Cavallín Calanche JUSTIFICACIÓN Comprender la ciudad, desde sus representaciones literarias y cinematográficas, permite visualizar el proceso de cambio, tanto en el plano real como en el del imaginario, que sufren los espacios y su relación con los asentamientos urbanos. Los espacios urbanos se transforman en ciertas narrativas y también bajo el lente de una cámara, de esa forma cobran protagonismo como figuras “reales”. Del otro lado de la ficción, los ciudadanos dan forma a los ambientes urbanos, adaptándolos a sus hábitos de vida y trabajo, e intentando comulgar con el ideal de las ciudades “soñadas”. Estas dos perspectivas nos permiten acercarnos a un fenómeno que nos involucra a todos pero que pocas veces nos detenemos a contemplar: la metamorfosis de la ciudad y su relación con la transformación de nuestro pensamiento. RESUMEN 1

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Universidad Simón BolívarDecanato de Estudios Generales

La ciudad imaginada. Visiones urbanas en la literatura y el cine.Prof. Claudia Cavallín Calanche

JUSTIFICACIÓN

Comprender la ciudad, desde sus representaciones literarias y cinematográficas, permite visualizar el proceso de cambio, tanto en el plano real como en el del imaginario, que sufren los espacios y su relación con los asentamientos urbanos. Los espacios urbanos se transforman en ciertas narrativas y también bajo el lente de una cámara, de esa forma cobran protagonismo como figuras “reales”. Del otro lado de la ficción, los ciudadanos dan forma a los ambientes urbanos, adaptándolos a sus hábitos de vida y trabajo, e intentando comulgar con el ideal de las ciudades “soñadas”. Estas dos perspectivas nos permiten acercarnos a un fenómeno que nos involucra a todos pero que pocas veces nos detenemos a contemplar: la metamorfosis de la ciudad y su relación con la transformación de nuestro pensamiento.

RESUMEN

El curso propone descubrir las representaciones de la ciudad, reales e imaginarias, presentes en textos literarios y producciones cinematográficas. Igualmente invita a transitar por los procesos de cambio de las ciudades contemporáneas, destacando los más importantes como la des-centralización de los espacios y la emergencia de puntos de encuentro y desencuentro.

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OBJETIVOS

General:

Comprender el proceso de cambio de la ciudad contemporánea, a través de la literatura y el cine, y analizar cómo esta transformación se da en el plano de lo real y de lo imaginario.

Específicos:

1. Identificar algunos textos literarios relevantes y obras del cine universal, que permitan aproximarse al problema de la ciudad desde una perspectiva sencilla y dinámica.

2. Desarrollar un desmontaje crítico y contextualizado de los textos y películas escogidas para la asignatura.

3. Analizar algunas transformaciones importantes en las ciudades contemporáneas para luego explicar, de forma argumentativa, el por qué de estos cambios.

CONTENIDOS PROGRAMÁTICOS

1. Ciudades reales: La ciudad y sus representaciones. De los pueblos coloniales a las ciudades amuralladas. Ciudades modernas y posmodernas.

2. Ciudades imaginadas:a) La ciudad y la literatura. La ciudad/ambiente, la ciudad/protagonista. b) La ciudad y el cine. La ciudad como escenario. La ciudad como documento.

3. Discusiones sobre la ciudad: Perspectivas críticas acerca del crecimiento de las ciudades, sus representaciones y su relación con el imaginario del ciudadano

METODOLOGÍA

Para lograr los objetivos propuestos en el curso, se desarrollarán las siguientes actividades1. Durante las primeras tres semanas, las clases funcionarán con la dinámica de un taller de lectura, discutiendo

los textos teóricos relevantes para la aproximación a la ciudad.

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2. Durante las siguientes cinco semanas, se abordarán algunos cuentos y capítulos de novelas, y se proyectarán tres películas vinculadas con la propuesta.

3. Las últimas cuatro semanas estarán destinadas a la discusión y desmontaje de las obras seleccionadas, según los criterios aprendidos e incorporando la reflexión crítica del estudiante.

EVALUACIÓN

La evaluación se realizará de manera continua, acumulativa e integral. Los estudiantes estarán en el conocimiento del 50 % de la nota en la semana VIII. La distribución porcentual de la evaluación se llevará a cabo de la siguiente forma:

Actividad evaluada % FechaComprobaciones de lectura (3)

30% (10% cada una) Semanas II, IV y VI

Proyecto de Trabajo 20% Semana VIITrabajo Final 35% Semana XIIParticipación 15% Evaluada a lo largo del

trimestre

NOTA: Las clases teóricas se dictarán en la Sala Grande del Departamento de Lengua y Literatura, EGE, 3º Piso (excepto dos clases)

Plan de trabajo

Semana

Fechas: MARTES Objetivo (s)

I 13 eneroMEU018

Introducir el curso. Explorar a la ciudad y sus representaciones, de los pueblos coloniales a las ciudades amuralladas.

II 20 eneroSala Grande

Comprender el proceso de cambio de la ciudad contemporánea. Realizar una aproximación crítica a la ciudad en la historia.

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III 27 eneroMEU 018

Visualizar la ciudad de comienzo del Siglo XX en el cine. Establecer diferencias entre la ciudad como escenario y la ciudad como documento.

IV 3 febreroSala Grande

Discutir y desmontar diversas obras literarias y cinematográficas sobre la ciudad de Nueva York, como urbe emblemática de la modernidad.

V 10 febreroSala Grande

Explorar nuevamente la ciudad y sus representaciones. Entender cómo se configura la ciudad imaginada, en el marco de la cultura y los imaginarios urbanos.

VI 17 febreroSala Grande

Redactar un texto argumentativo que explore las características de una ciudad imaginada.

VII 24 febrero Carnaval

Lecturas para la casa: Visualizar la ciudad del Siglo XX en el cine. Establecer diferencias entre la ciudad /ambiente y la ciudad /protagonista.

VIII 3 marzoSala Grande

Conocer las nuevas representaciones teóricas sobre la ciudad como fragmento, y reconocer posibles emplazamientos urbanos donde funciona este tipo de asentamiento.

IX 10 marzoSala Grande

Realizar una aproximación a las nuevas ciudades amuralladas desde la literatura.

X 17 marzoSala Grande

Visualizar la ciudad del futuro en el cine. Establecer correlaciones entre esta ciudad imaginada y las ciudades fragmentadas y amuralladas representadas en otros textos.

XI 24 marzoSala Grande

Discutir y desmontar diversos que textos que abordan el tema de la ciudad soñada y la ciudad del futuro.

XII 31 marzoSala Grande

Formular diversas conclusiones y consideraciones sobre el tema.

Cronograma de actividades

Clase Primeras horas (2 h) Hora final (1h)1 Lectura del texto de Gustavo

Remedi.Discusión de la lectura- Introducción del curso. ¿Qué es la ciudad? ¿Cómo es la ciudad moderna? ¿Porqué “soñamos” una ciudad?

2 Clase Introductoria3 1ª Comprobación de lectura. A partir de los textos asignados, redacte un comentario crítico siguiendo

las indicaciones del profesor.4 Proyección de Película. Discusión y debate sobre la película. Desmontaje de la obra seleccionada,

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según los criterios aprendidos e incorporando la reflexión crítica del estudiante. Asignación de Lectura.5 2ª Comprobación de lectura. A partir de la lectura asignada redacte un artículo siguiendo las

indicaciones del profesor. Ciudades proyectadas. 6 La ciudad imaginada. Proyección de Película. Discusión y debate sobre la película. Desmontaje de

la obra seleccionada, según los criterios aprendidos e incorporando la reflexión crítica del estudiante. Asignación de Lectura.

7 3 ª Comprobación de lectura. Partir de las lectura asignadas y las películas vistas, redacte un texto argumentativo tipo ensayo (breve) siguiendo las indicaciones del profesor.

Entrega del proyecto de trabajo. Discusión y debate sobre los textos vistos. Desmontaje de la obra seleccionada, según los criterios aprendidos e incorporando la reflexión crítica del estudiante. Asignación de Lecturas.

8 Proyección de Película. Discusión y debate sobre la película. La ciudad fragmentada. Discusión sobre los textos asignados.

Entrega del 50 % de las calificaciones. Revisión de las evaluaciones y reflexión sobre los logros obtenidos (individuales y en grupo).

9 Discusión de los proyectos de trabajo. .

Discusión y debate sobre la película. Desmontaje de la obra seleccionada, según los criterios aprendidos e incorporando la reflexión crítica del estudiante

10 La ciudad soñada. Proyección de Película. Revisión de las propuestas críticas y recomendaciones para el trabajo final. Asignación de Lectura.

11 La ciudad soñada. Discusión y análisis los textos asignados. Vinculación final de los textos con los proyectos asignados.

12 La ciudad del Futuro. Proyección de Película. Cierre del curso.

Entrega del trabajo final. Redactar un ensayo sobre una de las temáticas debatidas en clase, según los parámetros indicados por el profesor. Última clase. Cierre de la asignatura.

BIBLIOGRAFÍA

Augé. Marc (2006) Del mundo de hoy al mundo de mañana. Conferencia en la Universidad Autónoma de Baja California. 14 de Enero de 2006.

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Augé, Marc (1993) Los no lugares: espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Editorial Gedisa.

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Ruiz, Javier O. (1999) Los citadinos de la calle, nómadas urbanos. Revista Nómadas: lo nomádico...apuestas, fugas, deslindes. Santafé de Bogotá: Departamento de Investigaciones de la Fundación Universidad Central. Abril/Octubre. No. 10. pp.172-177.

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DIUC. Siglo del Hombre Editores.

e-mail: [email protected]

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TEXTOS TEÓRICOS:

Remedi, Gustavo. (1997) Representaciones de la ciudad. Apuntes para una crítica Cultural (Primera Parte) En: Teatro del Carnaval: Crítica de la cultura nacional desde la cultura popular. SE: Universidad de Minnesota.

La ciudad existe en muchas formas. En parte es una realidad material, socialmente construida, que habitamos y con la que establecemos una relación sensual y simbólica. Por otra parte, "la ciudad" también es una representación imaginaria, una construcción simbólico discursiva, producto de nuestra imaginación, y sobre todo, del lenguaje. Habitamos la ciudad en la intersección de nuestra experiencia sensual de la ciudad y nuestra ubicación en un mar de "representaciones" de la ciudad que circulan -y que en cierto sentido, nos preceden-, las cuales conforman un "anillo" que media nuestra vivencia de la ciudad. De este modo, la experiencia cotidiana está mediada por tales narraciones -las cuales se refuerzan o alteran como resultado de la vida cotidiana.

Dichas representaciones se producen en respuesta a vivencias de la ciudad como realidad sensual, social, pero a su vez, es partiendo de ellas que intervenimos sobre la ciudad, sobre la sociedad, ya sea para reproducirla o modificarla.

Habitar la ciudad implica, a su vez, situarse en un lugar que es una parte de un esquema mayor de cosas: la región, el país, el hemisferio, el mundo. Nuestra experiencia diaria se informa tanto del dato sensual, perceptual, así como de representaciones de otras experiencias, menos tangibles, no visibles, más lejanas -presentes sólo gracias a la representación- pero que de alguna manera también aceptamos como parte de nuestra vida, de nuestro mundo. Aun si echamos mano de construcciones simbólicas muy distorsionadas no podemos prescindir de dar cuenta de la totalidad existencial que constituye la condición humana. Las representaciones del tiempo y del espacio no son representaciones marginales, sino primarias y fundamentales.

Son aún más fundamentales en momentos de rupturas, cambios y grandes giros en la historia de un país, o en la historia de la humanidad, como es en parte el momento actual. En tales ocasiones las representaciones espaciales se convierten en estrategias y metáforas mediante las que buscamos captar y comprender fenómenos sociales,

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económicos y políticos más complejos.

Los propósitos del presente ensayo son varios.

Primeramente, entender la ciudad como una entidad múltiple y problemática. Si bien por un lado es una realidad física, también es una realidad socio-política, una realidad sicológica e imaginaria, una realidad sensual y estética, una realidad simbólico-discursiva. Segundo, que nuestra vivencia de la ciudad y nuestra intervención sobre la ciudad no sólo están relativamente condicionadas por la estructura social y urbana -artificial y cambiante- sino que además están mediadas por narraciones de la ciudad, construidas con símbolos, imágenes, conceptos, premisas, teorías, valores, proyectos, teleologías, etc. Tercero, explorar la relación entre la ciudad, las representaciones de la ciudad y la acción humana. Cuarto, investigar los diversos paradigmas de "pensar" y "narrar" la ciudad que se hallan en circulación -de aquí el título del trabajo.

Al hacer un inventario encontramos que las maneras de "ver" y "pensar" la ciudad son muchas, y que las hay de índole "realista", "histórica", "fantástica", "nostálgica", "futurista", "conformista", "celebratoria", "paradisíaca", "apocalíptica", "sensualista", "analítica", "crítica", "deconstruccionista", "construccionista", etc. Tales representaciones, a su vez, tienen que ser entendidas como producidas -o simplemente reproducidas y puestas en circulación- por diversos locales, circuitos y prácticas de producción cultural, en lugares y momentos específicos, tales como revistas, libros, periódicos, semanarios, filmes, programas de televisión, cursos, -y que a raíz del estado actual de las comunicaciones y de la circulación cultural deben ser pensados como parte de una cultura transnacional o global. En este sentido, las representaciones de la ciudad no son extensiones o propiedades del objeto narrado, ni elaboraciones automáticas/inmediatas de la experiencia del objeto, sino producciones discursivas, obra de actores sociales, que pretenden "captar" y "describir" una realidad, una experiencia con distintos grados de correspondencia con dicha experiencia.

Quinto, entender estas representaciones como "textos" que se pueden leer, analizar, interpretar, criticar, es decir, sobre los cuales se puede practicar "la disciplina de la crítica literaria", el análisis ideológico, y los estudios culturales. Por último, explorar el por qué del creciente interés en la ciudad (como objeto de representación, como tema de análisis), y de la vida urbana como proyecto.

Una recolección, "lectura" y discusión de las representaciones de la ciudad y de la vida urbana responde a un proyecto más amplio que consiste en realzar "la problemática espacial" que organiza todo proceso cultural, contrapesando así la tendencia a reducir el análisis estético y cultural a una reflexión histórica -a lo largo del eje del tiempo-, o a una reflexión en torno a la estructura de poder institucional -vertical- pero que, a causa de lo que

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Edward Soja llama "la ilusión de la opacidad" y "la ilusión de la transparencia", no presta atención a la estructura y a la dinámica horizontal, espacial, que articula el proceso histórico, el modelo cultural, quedando de este modo muchos fenómenos culturales sin poder ser visualizados, o sin poder ser explicados.

II

Según la representación histórica y sociológica de la ciudad, en la primera mitad del siglo XX el proceso de industrialización favorecido o impulsado por el Estado aceleró el proceso de urbanización de buena parte de América Latina. Fue un proceso que había comenzado a fines del s. XIX y que tuvo por característica la immigración rural y europea -escapando la miseria, el desempleo, asfixiantes estilos de vida, la falta de bienes y servicios, la escasez de posibilidades de mejorar la situación personal y la calidad de vida, las persecusiones políticas, o la guerra. Paralelamente, hacia 1920 Rio de Janeiro ya vio nacer su primera favela.

El fenómeno de la urbanización se multiplicó a mediados del siglo no tanto a raíz de la demanda de trabajo -que empezaba a declinar- sino por el empobrecimiento del campo, y por la percepción de que era en las ciudades donde se hallaban los beneficios de la modernidad, de la civilización: trabajo, dinero, educación, bienes de consumo, placeres, cuidado médico, posibilidad de asención social, libertades, acceso a la cultura, contacto con el mundo, etc.

A mediados del siglo XX el 41.2% de la población de América Latina ya vivía en ciudades. En 1980 el 64%; en 1990, el 72%. A excepción de algunos países donde se sitúan los nuevos enclaves de industria para la exportación (Guatemala, Haití, Honduras, El Salvador, la República Dominicana) cuya urbanización todavía se sitúa entre un 30% y un 60%, los grandes paises como Brasil, México, Perú, Colombia, Cuba superan el 70%, y en el caso de Venezuela o los paises del Cono Sur, con niveles más altos de calidad de vida, rondan el 90%.

A causa de la acción combinada de la migración a las ciudades y del aumento demográfico, América Latina atraviesa una nueva ola de crecimiento urbano. Para el año 2.000 la mitad de la población del mundo entero vivirá en las ciudades, y la prosperidad de las naciones dependerá de la economía urbana. Por lo anterior, no el llano en llamas, ni la pampa, ni la montaña, la selva, o el rio, sino Ciudad de México, São Paulo, Lima-Callao, Santiago, Caracas, Medellín, Brasilia, Tijuana, se han convertido en insoslayables usinas culturales, y en buena medida, en símbolos, metáforas y claves explicativas de la cultura latinoamericana de hoy.

Por eso, aun si el crecimiento en algunas ciudades de América Latina parece estacionario y hasta en leve declive, en realidad y visto en su conjunto, continua el proceso de urbanización y crecen nuevos centros y zonas urbanas, esta vez ligados no al aumento de la industria orientada al mercado interno, a la substitución de las importaciones, o a la

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expansión de las clases medias -como en la primera mitad del siglo-, sino al surgimiento de enclaves de producción orientados fundamentalmente a la exportación hacia el mercado regional y global.

A nivel regional y mundial, a pesar de los efectos espaciales derivados de la emergencia de nuevas tecnologías de la comunicación y del transporte sobre las que advierte Manuel Castells, y del desplazamiento de la industria hacia zonas y ciudades periféricas, nada parece frenar el proceso de consolidación de las llamadas ciudades globales: centros donde se localizan el Estado así como los cuarteles generales del sector comercial, administrativo, financiero y de servicios desde donde se dirige y coordina la producción, el comercio y el consumo mundial.

Es por esto que si bien la ciudad expulsa a las clases medias -que no pueden financiar el alto costo de vivir en la ciudades-, y un sector de las clases altas trata de alejarse de los peligros y la miseria urbana -sin lograrlo del todo-, ni unos ni otros se alejan demasiado de la ciudad. A pesar de que hay en la ciudades latinoamericanas zonas de pobreza en los centros y barrios residenciales de clase alta -medianamente alejados de los centros-, en general, tanto ayer como hoy, buena parte de las elites prefieren las zonas residenciales urbanas (céntricas, costeras), siendo las clases bajas las que son estructuralmente "expulsadas" a los anillos periféricos. En los últimos años hay, incluso, un regreso de esas mismas clases medias y bajas a los centros urbanos, aunque a viviendas y barrios pobres, una vez más en busca de mejores oportunidades económicas y laborales -de carácter informal o ilegal-, de nuevos patrones de consumo y de estándares de "calidad de vida" que las periferias y suburbios no pueden ofrecer.

Al fin de cuentas, el suburbio de clase alta es un lujo de pocos, lo mismo que la vida en el balneario. El campo ya no es opción. Las ciudades del interior, los suburbios dormitorios, el anillo de asentamientos marginales satélites exhiben su insuficiencia y dependencia de la vida capitalina; la falta de infraestructura, oportunidades laborales y servicios de las periferias hace que sus posibles beneficios apenas contrapesen sus carencias.

El deseo a querer escaparse de las ciudades y a mudarse a los suburbios puede ser vista como una manera oblicua de reconocer que vivir en las grandes ciudades (Nueva York, París, Londres, Amsterdam, Tokio, Berlín, Milán, Buenos Aires, Rio de Janeiro) está poniéndose cada vez más fuera del alcance de los sectores de medios y bajos ingresos, para quienes la única posibilidad de residir allí pasa por instalarse en sus zonas baratas, pobres y peligrosas, o bien como una actitud de disgusto, rechazo y horror a la civilización actual, parte central de las cuales son sus madres solteras, sus "minorías étnicas" (latinoamericanos, africanos, asiáticos, africano-americanos, etc.), su otredad, "los marginados en los que depositamos nuestros fantasmas", lo cual se condensa y resulta más evidente -y obsceno- en las ciudades y en sus centros.

Por todo lo anterior más que dar la espalda a una reflexión sobre la ciudad y la vida urbana quizás debiéramos

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preguntarnos, entre muchas otras preguntas posibles: ¿cómo son hoy las ciudades y la vida urbana? ¿Qué tipo de relación sensual y simbólica establecemos con la ciudad? ¿De qué modo las ciudades intervienen en la formación de nuestras relaciones sociales, y nos constituyen como sujetos estéticos o actores discursivos? ¿Cuál es la relación entre nuestra vivencia de la ciudad y las representaciones de la ciudad que producimos, o las que nos apropiamos y volvemos a poner en circulación? ¿Por qué emerge como tema, como preocupación, como método, como recurso retórico? ¿Qué funciones sicológicas, cognoscitivas, narrativas o prácticas vienen a servir? ¿Qué tipo de estéticas estructuran o promueven las diversas representaciones de la ciudad que se están produciendo y que han entrado en circulación?

III

Los años de la reconstrucción y el boom de la posguerra fueron simultáneamente la gran revolución cultural urbana, su disfrute, su celebración, y paralelamente, la exacerbación del tedio, de la injusticia, de la represión, de la angustia, de la asfixia, y el consecuente llamado a escaparse, a destruir y desmantelar la alienación, la superficialidad, la unidimensionalidad, la falta de sentido de la sociedad de masas, de la sociedad de consumo, de la vida urbana.

Este es el contexto de las críticas de Henri Lefebvre, Herbert Marcuse, la Internacional Situacionista, los beatniks, o del movimiento estudiantil, a la vida cotidiana, a la vida moderna, a la especulación inmobiliaria, y a los apilamientos de gente en cubículos, bloques y autopistas sin humanidad en los que desembocó la Bauhaus, el Estilo Internacional, los manifiestos de Mies van der Rohe, o los programas de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna presididos por Le Corbusier.

De la mano de la violencia y el terrorismo de Estado, así como de la delincuencia, las guerras civiles y el crimen organizado que se tendió sobre buena parte de América Latina, de fines de los sesenta en adelante, la ciudad se convirtió incluso en "el espacio de la muerte" del que habla Michael Taussig, en emblema del horror y "la barbarie" en la que ha ido degenerando la modernidad capitalista en el s. XX como señala Eric Hobsbawm, hija a su vez, del Siglo de las Luces, del Racionalismo y de la Ilustración. Y a pesar de todo aquello, en el contexto de la ola de gobiernos dictatoriales que se instalaron en América Latina, la ciudad volvió a reaparecer, paradójicamente, como metáfora de la sociedad civil, de la vida democrática, de ciudadanía, como promesa de emancipación -o al menos como requisito para hacer posible una vida mejor.

Aunque más no fuese por la falta de otras opciones, los procesos de resistencia y lucha contra las dictaduras neoliberales, lo mismo que los llamados procesos de "apertura democrática", fueron acompasados por una paralela

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revalorización de la vida urbana, de la vida social, de la (re)creación de sus espacios de encuentro, de comunicación, de diálogo, que habían sido reducidos al mínimo o que habían tenido que ser mantenidos en el nivel sumergido de la clandestinidad. La restauración democrática, la desenajenación, se visualizaba como "un renacimiento ciudadano", como un "volver a la vida" (urbana), y como un "reapropiarse" de la ciudad.

Este es el contexto de los planteos de Jürgen Habermas en torno a la transformación de "la esfera pública"; de José J. Brunner analizando las transformaciones culturales realizadas por la dictadura, y en particular, "las bases espaciales" de la cultura autoritaria en Chile; de Angel Rama discutiendo el significado simbólico y político de la ciudad en la historia cultural de América Latina, y en particular, de "la ciudad letrada” como usina productora y administradora del orden simbólico-discursivo que la funda, la aceita, y la sostiene; de Fredric Jameson analizando el modo en que la hegemonía burguesa -el capitalismo tardío- se realiza y manifiesta en parte también "mediante sus espacios", habilitando a "la crítica ideológica de la arquitectura"; o de Alvaro Portillo tratando de establecer la vinculación entre el modelo político-económico [capitalista periférico] y la organización espacial de la vida social en América Latina.

No es por lo tanto fortuito que también por esos años entren a circular un conjunto de "textos" que se refieren a la ciudad, y que establecen claramente la relación entre ciudad y democracia.

En Argentina, en 1980, en plena dictadura militar, la revista SUMMA dedicó un número especial a la campaña para la preservación del patrimonio cultural -afectado por el autoritarismo y por el mercado sin frenos-, y publicó un Cuadernos de SUMMA con el tema Todos somos arquitectos. En Uruguay, en 1980, también durante la dictadura, apareció Una ciudad sin memoria, del Grupo de Estudios Urbanos, primero en forma de espectáculo audiovisual, luego repuesto en circulación en 1983, en forma de libro. En Chile, y bajo la dictadura también, aparece "Notas sobre la vida cotidiana: habitar, trabajar, consumir" de Norbert Lechner (1984) auspiciado por FLACSO; "Por una ciudad para todos" (1983), auspiciado por la Universidad de Chile y la Universidad Católica; y Por una ciudad democrática (1983), de Alfredo Rodríguez. Este es el contexto también, de la realización de un simposio organizado por el Centro Woodrow Wilson en Washington, dedicado a "Repensar la ciudad latinoamericana", que formaba parte de una serie de eventos, de título por demás indicativo: "Hacia la reconstrucción ideológica de América Latina".

La reflexión social y la crítica ideológica clásica, en parte por el clima de censura, y en parte por un proceso de maduración intelectual, fue desplazada -o expandida- hacia una reflexión del modo de vida al nivel microcósmico, de lo local y lo concreto, en torno a la vida cotidiana, y en particular, a la forma espacial, la organización del modo de vivir. Simétricamente, la propuesta de "una ciudad abierta", hecha por todos, para todos, democrática, memoriosa, aparecía como manifestación simbólica, y a la vez concreta, de un nuevo proyecto o utopía.

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Hoy asistimos al paralelo entierro y resurrección de las ciudades y de la vida urbana. Por una parte, continuamos asistiendo al espectáculo de la fuga de las ciudades, tendencia post-urbana que supone mudarse a suburbia y a los balnearios -utopía burguesa de mediados de siglo que entra ahora en su fase tardía. Por otra parte, también surge el fenómeno de la celebración de ciertos puntos urbanos con renovado "encanto" y "misterio" (¿Brooklyn?, ¿Seattle?, ¿Austin?, ¿Las Vegas?) -levemente "descentradas tristes regions" al decir de Elizabeth Wilson en "The Rethoric of Urban Space"-, contracara de las ciudades en crisis y con mala fama, pero también de la crisis del modo de vida suburbano.

Por último, también somos testigos de un renovado entusiasmo por vivir en la ciudad, por reivindicar y "reconstruir" la vida urbana -especialmente en las ciudades más golpeadas por la crisis- lo cual se argumenta en diversos ensayos y libros de crítica de la vida post-urbana / suburbana, y que podría resumirse en el eslógan: «Cities Don't Suck!», portada del número especial (1994) de la revista estadounidense Utne Reader dedicado al tema. En relación a lo anterior, un aspecto que tiene que ver con la actual preocupación en torno a las ciudades, además de la cantidad de gente que vive en ellas, o de la composición racial, étnica o de clase de la población urbana, o de su papel en la economía, reside en el reciente crecimiento de las fuerzas de izquierda en las ciudades, y en consecuencia, la multiplicación de los gobiernos municipales de izquierda.

Paradigmáticos al respecto fueron los casos de Tierno Galván en Madrid, Luis Barrientos en Lima y Lerner en Curitiba -este último, hasta el día de hoy. A ellos le han seguido con bastante éxito -pese al marco adverso y obstaculizante de las políticas-económicas neoliberales a nivel nacional e internacional- Leonel Brizola en Rio de Janeiro, Jaime Ravinet en Santiago de Chile, Erundina en São Paulo, Tarso Genro en Porto Alegre, Tabaré Vázquez y Mariano Arana en Montevideo.

De lo anterior se desprenden tres cosas. Primeramente, la centralidad y valor de la problemática urbana en la sensibilidad e imaginación popular, y en el discurso político. Segundo la centralidad de la ciudad, de su vida, como mediación que permite imaginar una forma de vida alternativa, y al mismo tiempo menos abstracta y más tangible. Tercero, la posibilidad de concretar proyectos progresistas al nivel cotidiano, al nivel de las ciudades, y que permite pensar que llegar al poder haría posible realizar intervenciones sobre la organización social y sus recursos, en la calidad de la vida cotidiana y de las relaciones sociales, y a la larga, a nivel nacional.

Lo anterior ocurre a su vez en el marco de una segunda ola de escritos sobre la ciudad, de lecturas e interpretaciones del "texto urbano", de las intervenciones espaciales y de la dinámica urbana. A modo de ejemplo, tal es el caso de la ya mencionada Utne Reader, pero también de un reciente número especial de la revista NACLA,

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otro de la revista TIME, vuelto a publicarse en la revista Foreign Affairs, la publicación en inglés del libro Rethinking the Latin American City; el libro de Alan Gilbert The Latin American City, entre otros, lo cual ha resultado en que el interés en torno al espacio y la ciudad se haya ido incrementando a nivel de la discusión popular, fuera de los canales disciplinarios habituales, es decir, fuera de las áreas especializadas de la sociología y la antropología urbana, o de los estudios urbanos.

El tema también ha adquirido un nuevo vigor también a razón de lo que aporta para un análisis de las políticas culturales, las relaciones de género, las relaciones de clase, la crisis medioambiental -articulada a cuestiones de clase, raza y etnia- y "la producción del espacio" (estructura y metáfora del orden estético y político) como resultado de la acción de diversos actores e instituciones sociales, políticas y económicas que intervienen en su construcción, disputándose los papeles protagónicos principales, o directamente, la hegemonía cultural (Estado, grandes corporaciones, poder militar, Iglesia, sociedad civil).

Por todo lo anterior Elizabeth Wilson piensa que "es casi como que el discurso contemporáneo acerca del urbanismo ha tomado el lugar y ha pasado a simbolizar la crítica de la sociedad en su conjunto. Los feroces ataques y lamentos en torno a la ciudad contemporánea parecerían ser un ejemplo de una sospecha general sobre nuestra cultura en su conjunto". En el mismo pasaje, sin embargo, Wilson relaciona este interés actual por pensar y problematizar la ciudad y la vida urbana como un desplazamiento producto de "la alienación de intelectuales que ya no tienen una utopía en la que apoyarse, el lamento permanente del disidente que habita las ciudades capitalistas, nostálgicos por el viejo París o el Londres perdido"[...].

IV

Sin aceptar tal planteo como única explicación, es verdad que una familia de ensayos en torno a la ciudad adopta un carácter "nostálgico", lamentándose por haber dejado perder formas de vida urbana valiosas -o simplemente, del pasado-, y otra, variante de la anterior, adopta una postura de "celebración romantizada de las distopías" -usando los términos de Wilson-, es decir, de celebración [del fracaso y de la destrucción de aquel pasado mejor] en torno a sus ruinas convertidas en fetiches.

Tal tipo de sentimiento y sensibilidad se expresaría en la celebración de la erosión, el desgaste, la ruina; en el valor estético positivo -y por lo mismo, placentero, buscado- que adquiere el óxido, lo abandonado, lo disfuncional, lo obsoleto; lo venido a menos, sin brillo, descascarado; lo que ya no puede mantenerse, ni duplicarse más, ni regenerarse, ni reproducirse en el tiempo (punto en el que coincide el reciente estudio de la Regional Plan

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Association sobre la ciudad de Nueva York, tal cual se dio difusión en la primera plana del periódico New York Times, aun si en vez de celebrarlo intenta evitarlo).

Gesto romántico esteticista, situado desde un mundo moribundo, que ha llegado al "fin de la historia". Estética vanguardista, contracultural, celebratoria de artefactos sin sentido: los fetiches/fantoches ya sin valor que la sociedad de consumo rechaza -aunque simultáneamente contribuyendo a acelerar los procesos de obsolescencia- como consecuencia de un estado general de conformidad en el reciclaje ad infinitum, felicidad en la ruina y agotamiento cultural.Muy distinto es el caso de los ensayos de Eugene Linden publicados en las revistas estadounidenses Time y Foreign Affairs, donde el discurso urbano se apoya sobre datos e imágenes de una realidad urbana espantosa con ánimo de combatirla.

Encuadrado con imágenes distópicas de Ciudad de México, Kinshasa, Bronx, Brooklyn, São Paulo, Tokio, etc., la ciudad y la vida urbana son representadas como símbolo y condensación de un actual estado del mundo. Los títulos y subtítulos iniciales hablan de "ciudades en explosión", "esparciéndose de manera extraña y desigual" (sprawling akwardly), "llenas de problemas y promesas" a donde "continúan llegando por millones" atraídos por quién sabe qué (perverso) "magnetismo", causando que, según el New York Times, Nueva York, por ejemplo, se haya convertido en Nueva Calcuta!

Se trataría por tanto de un estado catastrófico, apocalíptico: la nueva plaga y la nueva amenaza que azota a la humanidad entera en este fin de siglo, y de lo cual se desprende que debería ser temido, puesto en cuarentena, eliminado, del mismo modo que fueron o son amenazas el comunismo, la inmigración de "hispanos", el terrorismo islámico, o las drogas sudamericanas.

Las ciudades se (re)presentan como "las pruebas" de la pesadilla malthusiana: el crecimiento demográfico, la "inmigración fuera de control", el espectro de "la sobrepoblación", la imagen del "apilamiento humano"-que hoy estructura las fantasías y temores del Primer Mundo. En forma complementaria, son presentadas como un foco infeccioso: un foco que irradia pobres, desempleados, vagos, hijos, falta de valores, criminales, enfermedades, basura, contaminación -todo lo cual aumentaría la escasez y agravaría, en un esquema socialdarwinista, "la lucha por la sobrevivencia".

Dicha problemática no se agota en la cuestión urbana. Lo mismo que para casi todos también para Linden "el destino del mundo y de la humanidad depende de las ciudades". Sin embargo, Linden no convence en su intento de evitar poner a las ciudades sólo bajo una luz negativa y catastrófica cuando propone el problema como una

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coyuntura con dos caminos posibles, dos modelos de ciudades y de vida urbana: el modelo distópico que ilustra Ciudad de México -y casi toda la serie de ciudades a que se refiere- y el ejemplo correctivo de Curitiba.

El problema con su planteo, sólo aparentemente indeterminado, es que los esfuerzos que se realizan en Curitiba son demasiado pequeños e insuficientes para neutralizar, contener o revertir el paisaje de horrores que emerge del modo en que retrata al resto de las ciudades del mundo -una verdadera bomba de tiempo o foco cancerígeno fuera de control.

Por último, aunque lo que Linden ve en las ciudades no es un dato por completo inventado, es curioso el modo en que se las ingenia para retratar ese mundo amenazante como algo ajeno y extraño a la lógica intrínseca del modo global de producción, especialmente agravado a raíz de la actual fase de reestructura productiva y administrativa capitalista -cuya viabilidad, como lo atestigua la realidad que señala Linden, está por probarse.

Esas ciudades son los motores, los riñones, las entrañas del actual orden global, no algo ajeno o externo a él. Cuando aparece publicada en la revista Foreign Affairs la cruzada anti-urbana se eleva a cuestión de estado, a política exterior y de seguridad nacional, haciendo eco del Estado policial, la "ecología del miedo" y las nuevas "técnicas de control urbano" de las que habla Mike Davis al narrar la vida en Los Angeles, voluntariamente optando por una retórica de ficción "realista" a la Gibson, en vez de la forma en que lo hace Riddley Scott en Blade Runner.

V

En el número de NACLA dedicado a "la América Latina urbana" y "la vida en las megaciudades" (1995), tanto el retrato de la crisis y de la catástrofe urbana, como el ánalisis de sus causas, así como el seguimiento de las acciones y las agencias sociales que intentan revertir esa situación -en El Salvador, en Los Angeles- no apunta a reafirmar o celebrar el actual orden de las cosas, ni a tampoco a poner en circulación un discurso de índole naturalista/social-darwinista, sino a identificar la crisis urbana como resultado de una forma de hacer las cosas, y a rechazarlo y cuestionarlo desde su raíz.

Aun si exhiben señales claras del desastre, de la tragedia, las ciudades no aparecen aquí como amenaza o foco infeccioso a ser contenido, sino por el contrario, como un resultado -y símbolo- del actual orden cultural global, siendo este último la peste negra que, a manera de Moloch-devorando-a-sus-hijos, se despliega por el mundo. Los ensayos de Eduardo Galeano -sobre la dictadura de los automóviles-, o de Graciela Silvestri y Adrián Gorelik -sobre una ciudad de Buenos Aires "que no puede reconocerse"-, dan cuenta de una realidad enajenada, distópica y enfermiza, cuya solución dista de poder visualizarse.

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La discusión de la vida urbana viene a aportar el dato concreto de un conflicto grave y profundo, que se origina mucho más allá de las ciudades, y que no es estrictamente un problema técnico-arquitectónico o de diseño urbano, pero que se hace tangible y concreto en la vida cotidiana, y que se puede visualizar y comprender mejor al hablar de las ciudades, o en general, del orden espacial -real y simbólico- que organiza la experiencia social y sensual. En estas ocasiones, el problema de fondo se expresa representando la vida urbana como "una locura", como un conjunto de rutinas cotidianas absurdas y auto-destructivas, y a la ciudad como una divinidad autónoma y supra-humana -hija de la locura colectiva-, monstruosa, enajenada y voraz.

La transformación de las metrópolis . Alain Touraine. Este artículo es la transcripción de la conferencia que Alain Touraine pronunció el pasado día 2 de febrero de 1998 en Barcelona con motivo del "10è aniversari de la Mancomunitat Metropolitana".

El objetivo de éste artículo es reflexionar acerca de los problemas de la ciudad. ¿Auge o decadencia?: es el problema que me plantearon. Creo que la primera respuesta a la pregunta, complicada y difícil, es decadencia. Aunque, y en mi opinión, como punto de partida, no como punto de llegada.

Como punto de partida, la historia moderna es la historia de la decadencia de las ciudades. El mundo moderno empezó con la creación de la ciudad como acto político principal. En Italia, en Flandes, después en Holanda y en otras partes como Alemania, etc.

En esta época, que corresponde a la creación de la democracia política, o digamos primero, del Estado de derecho; pero primero del Estado nacional o de la ciudad nacional, la ciudad Estado, tipo Venecia, Amsterdam y también tipo Barcelona. En este momento, ciudadanía, burguesía, derechos urbanos, derechos cívicos, todo esto representaba el mundo moderno contra el mundo feudal que tenía su base en la dominación del campo, de la tierra, (del trabajo humano en la tierra). En ese momento esos privilegios los tenían todos, -o casi todos-, un poco más en los países, un poco menos en los Estados nacionales, que eran básicamente Gran Bretaña y Francia, pero incluso en estos países, Londres o París se identificaron totalmente con la modernidad, como en otras capitales u otras ciudades. La modernidad fue una realidad política antes de ser una realidad económica.

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Un sociólogo muy importante y famoso, Max Weber, explicó que la racionalización se desarrolló en el plano político mucho antes que en el plano económico. Está visión de hace 400 o 500 años mostraba que modernidad equivalía a ciudad. La ciudad quería decir apertura, capacidad de cambio, libertad, capacidad de organizar intercambios económicos o culturales, etc., básicamente por razones políticas. Entonces, la ciudad fue el elemento central, el elemento básico, la célula central de la sociedad moderna durante una primera época.

La ciudad se transforma

Después vino la industrialización. La industrialización significa la pérdida del control del Estado sobre la economía, y, también, la pérdida del control de la ciudad sobre gran parte de su población. Se organizan afueras, ciudades satélite, o zonas puramente urbanas. Y poco a poco la mezcla de clases sociales, de categorías sociales que había, incluso en el siglo XVIII (comenzaron Dickens o Balzac descripciones literarias costrumbristas), fueron reemplazadas por un proceso de separación, de segregación. A veces de manera totalmente voluntaria, como en el París de mediados de siglo XIX, pero de modo parecido en todas partes.

Londres fue el caso extremo de una ciudad totalmente dividida entre este y oeste, con gente que casi no hablaba el mismo idioma, que difícilmente se entendían debido a la diferencia entre el acento de la parte oeste de la ciudad y el del este. Esto me parece importante, la imagen de la ciudad se vuelve negativa en el sentido de que la ciudad es la burguesía y el pueblo se siente eliminado. Y muchas veces, en muchos casos es materialmente eliminado, literalmente expulsado de la ciudad. Todo esto es mucho más complejo, y ,especialmente, en mi país o en mi ciudad.

En otras, hubo una lucha y el mundo popular, que no era el proletariado, pero era un mundo popular, intentó apoyarse en la ciudad, mantenerse dentro de ella. Pero fue eliminado, hubo una serie de derrotas, y, diría que casi a final del siglo XIX la idea ya era aceptada en casi todas partes, a excepción de algunas zonas. Alrededor de las estaciones de ferrocarriles hay zonas de desintegración social, que suelen conllevar prostitución, robo, etc. Pero aparte de eso, la ciudad de esta época tiene un sentido más bien de gente de clase media, de clase alta o de funcionarios públicos, mientras que las categorías populares y el mundo obrero están principalmente en la periferia, cerca de las empresas o de los medios de transporte. Todo esto es ya bien conocido.

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En el momento actual, a finales del siglo XX, creo que este proceso de desintegración de la ciudad ha avanzado mucho. Tomemos un ejemplo que repito en muchas partes del mundo, pero no por casualidad: Ciudad de Méjico, por tomar una ciudad donde se habla español. La Ciudad de Méjico no existe como ciudad. Existe porque una categorización bien clara, interesa. Se ha formado una categoría de gente que vive a nivel mundial a través del ordenador, del fax, del teléfono, de los circuitos financieros, que viven en comunidades generalmente aisladas, fuera de la ciudad. Viven en grupos en habitaciones vigilados por policía privada, a veces con rejas y muchas veces con escuelas privadas donde se da la enseñanza en inglés o, al menos, bilingüe. Esta gente de Méjico tiene bastante contacto con Florida, al menos porque los nietos quieren ir a Disneylandia. También la capital de América Latina tiene mucho contacto con Nueva York, Londres, Tokio. Fueron llamadas, en un libro excelente, las Ciudades Globales. En un libro de la socióloga Saskia Saser, medio americana, medio sueca. Esta elite se comunica perfectamente con los centros económicos del mundo entero a través del teletrabajo, de los medios de comunicación. Después hay un mundo intermedio -comerciantes, empleados públicos- no demasiado lejos del centro. Muchas veces existen ciudades universitarias; en el caso de Méjico, casi todas las grandes instituciones académicas y científicas están al sur. Y finalmente la enorme masa de los inmigrantes; en este caso, inmigrantes del interior, del sur, que suben, se van a quedar o van a inmigrar hacia Florida, o Texas, o, en casos más importantes, hacia California. Entonces estas categorías no se encuentran, no hablan entre sí, no se conocen, no tienen miedo de los otros. La política manipula a los pobres y tal vez esté manipulada ella misma por los ricos. Pero no digo que no haya conciencia nacional, de hecho hay una conciencia nacional muy fuerte; pero proviene del país, de la bandera. Eso es una realidad, en cambio la ciudad no lo es. La gente habla más bien en términos de barrio, de distrito.

El barrio como valor

Recuerdo, -para tomar un ejemplo fuera de Méjico-, cuando hicimos -y estamos haciendo constantemente- estudios con jóvenes inmigrantes en París, en Lyon, en Marsella. Preguntamos a jóvenes que tienen la doble nacionalidad argelina y francesa: tú qué eres, ¿argelino o francés?, y responden: Yo soy de Marsella. Y más concretamente No, Marsella no me interesa, yo soy del conjunto habitacional X. O Yo soy del conjunto habitacional Víctor Hugo, o yo soy de la torre 12, y no tengo nada que ver con esos idiotas de la torre 14, que son exactamente la misma población. Es decir, hay un localismo que es una expresión muy importante de algo que comentaré después a un nivel más general.

Lo que existe es una separación. Emplearé un vocabulario norteamericano: hay un mundo de los habitantes de la ciudad, los overnights. Hay una categoría pero esto es más cierto para los EE.UU. que para los países latinos, europeos o sudamericanos: los sub-overnights, que son la clase media que en los EE.UU. y en algunos países europeos está en la periferia, en los distritos ricos como por ejemplo Washington, que es un caso extremo.

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Overnights, sub-overnights y ex-overnights, tres categorías muy distintas, incluso desde un punto de vista administrativo. En los EE.UU. por ejemplo, muchas veces los ricos, digamos la clase media-alta, no pertenece a la misma ciudad ni al distrito federal, como es el caso de Washington; están en Maryland, camino a Baltimore. Existe una separación y el punto final es el gueto. Sería muy exagerado decir que es una tendencia general; sin embargo, para crear una imagen un poco dramática, diría que sí hay una tendencia fuerte en la historia urbana: una tendencia hacia la segregación y, por qué no, una tendencia hacia la ghetización.

Un ejemplo, muy conocido por todos, es el de Los Ángeles -centro urbano muy limitado- con una serie de guetos en los que para pasar de un gueto a otro no hay otra solución que la autopista. Una autopista con guetos es, en mi opinión, una buena descripción del mundo actual. No hay comunicación, salvo la comunicación que todos conocemos: asaltos, guerra civil, racismo, xenofobia, etc. Cada grupo desprecia o tiene miedo de grupos nacionales, étnicos, religiosos, etc. Me parece el fin o la decadencia de la ciudadanía. En gran número de casos no somos más ciudadanos, sino más bien habitantes: gente que vive en un barrio, en un distrito, en una zona, en un edificio, etc.

El papel de los media

Creo que es muy importante agregar que el mundo de los media juega aquí un papel enorme. La mayor parte de la gente va al trabajo, vuelve a su casa, se encierra y se comunica, no con su vecino, sino con un chino, con un peruano o con un noruego que aparecen en televisión. Es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino, porque hay pocas televisiones que se interesan por la categoría de vecino, que no es muy dramática. En ciertos casos esta tendencia a la segregación es muy fuerte: el caso de los guetos negros de los EE.UU., el caso de Chinatown en varias ciudades -incluso ahora París-, barrios árabes, barrios turcos, etc. Alemania, por ejemplo, es un país donde hay una presencia muy visible de barrios turcos, con muy poca comunicación, porque los turcos no aprenden o aprenden lentamente y poco, la lengua mayoritaria: el alemán. Eso, obviamente, es una visión rápida, un poco extrema, no digo que todo el mundo viva así, pero si uno considera los muy ricos y los muy pobres, es así.

¿Ustedes se acuerdan del juicio famoso sobre Nueva York? Para vivir en Nueva York, para vivir en Manhattan, hay que ser o muy rico o muy pobre. Y el muy rico y el muy pobre tienen muy pocas posibilidades de intercambio. Está desapareciendo la vieja definición de ciudadano como elemento de la vida social, también los derechos del hombre y del ciudadano, que eran sinónimos. Esa es mi impresión, que presento no de manera descriptiva, sino como punto de partida en un análisis. A partir de eso, sin perder tiempo y sin pasar a un análisis más general que vendrá después, ¿qué podemos hacer? Podemos reconstruir las ciudades. No todas las ciudades están en ruinas, como algunas ciudades del Tercer Mundo, o como lo estuvo Detroit, o como algunas ciudades norteamericanas, o el Bronx,

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que es un campo de ruinas. No quiero dar una visión trágica del mundo, pero me pregunto cómo podemos reaccionar contra esta pérdida de control, no del Estado sino de lo político, del estatus político frente a la situación social y a la identidad cultural. Eso es la desorganización de la ciudad o la decadencia de la ciudad, expresión de la pérdida de influencia de la definición política frente a la definición económica y cultural.

En el momento de la segunda Revolución inglesa, de la independencia americana, de la Revolución Francesa más que nada, nuestro concepto de ciudad, de sociedad, de libertad y de justicia es una concepción urbana, territorial. Se trata de eliminar al Rey como el personaje que domina un país, una ciudad, un pueblo, etc. En el s. XIX hemos aprendido a definirnos como trabajadores más que como ciudadanos. Cuando se dan derechos cívicos, por ejemplo en Francia, los hombres en 1.848 fueron los obreros, los que decían bueno, soy ciudadano, perfecto. Pero trabajo doce horas, mi mujer trabaja diez horas, mi hijo mayor tiene tuberculosis y vivimos en una casa medio destruida, lo que correspondía a la realidad y pensaban: que me interesa a mí ser ciudadano si como trabajador no tengo derechos. Por eso a finales del s. XIX, con mucha lentitud, primero en Alemania; después, de manera más sólida, en Inglaterra y mucho más tarde en EE.UU. y Francia, empezamos a crear una democracia industrial, es decir, a transformar la idea de derechos cívicos en derechos sociales o, para utilizar la palabra más difundida, en justicia social. Y ahora estamos viviendo una tercera etapa: cómo tomar en cuenta la diversidad, las identidades, las memorias culturales.

La diversidad cultural

Nosotros sentimos que la gente quiere mantener sus derechos cívicos o ampliar sus derechos sociales, pero, además, quiere defender u obtener sus derechos culturales. No digo que todos estos problemas no tengan validez, no tengan efectos en la vida de la ciudad, pero no se trata de problemas de tipo global, de tipo territorial, de tipo social. En el tiempo de la vida urbana in stricto sensu, la liberación de las ciudades del poder religioso, imperial o extranjero, fueron realmente la definición de la modernización política. Todo eso va desapareciendo.

Veamos aquí cuales pueden ser las respuestas. La primera respuesta puede ser la postmodernidad. Los postmodernos son la gente que dice que no hay ningún inconveniente en la separación de los bienes, que hay una economía globalizada, identidades culturales múltiples, o al menos hay una libertad total, una ausencia total de coherencia, pues no hay un principio central de la sociedad. Es la imagen de una sociedad reducida a redes de comunicación apoyados en centros de identificación. Esta visión me parece sumamente peligrosa porque si una economía globalizada, mundializada, está separada de la realidad social, se vuelve puramente financiera. Nos puede suceder, ya que vamos a entrar en una unión económica y monetaria. La parte monetaria es bastante visible; la parte económica, muy poco. La parte social es un fantasma. Y la parte política está completamente ausente. Es

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decir, que existe una gran posibilidad, diría casi una necesidad, de separar la economía de sus efectos, de sus significados sociales y entonces desarrollar lo que estamos viviendo, un aumento de desigualdades sociales, un aumento de la exclusión social, etc.

Por otro lado, si estamos identificados con nuestra identidad, o nuestras identidades, ¿a qué llamamos identidad?: a nuestra memoria. Vamos a identificar valores o creencias o fe religiosa con una ley y con las costumbres. Tomemos un ejemplo muy conocido: la ablación de las niñas en algunas partes de África, que no tiene nada que ver con el Islam, nada que ver, y tampoco con la ley La Sharia, pues la mayor parte del mundo islámico no utiliza la circuncisión. Eso corresponde a costumbres de algunas partes de África subsahariana, que los etnólogos estudian y es un problema complicado, pero ustedes pueden defender, como lo hacen algunos antropólogos, la circuncisión, o, como hace la gran mayoría, pueden condenarla. Pero el Islam no tiene nada que ver. Es un tema bien sencillo para nosotros, incluso para ustedes, porque durante siglos tuvimos esta mezcla de costumbres, de ley y de fe religiosa en lo que se llama la Cristiandad. Gracias, no sé si a Dios, pero no tenemos más Cristiandad, tenemos Cristianismo y una autonomización, incluso un desarrollo intelectual y práctico de la fe religiosa cristiana. Pero vivimos en un mundo que es secularizado, laico y donde se dice claramente que hay costumbres, leyes, valores y creencias religiosas. Y las tres cosas pueden entrar en conflicto, pero tienen también que buscar acuerdos. Diré que si uno elimina el peligro de la financialización de la economía y el riesgo opuesto del comunitarismo, de las creencias o valores, tenemos que reconstruir -y este es mi punto central-, cierto tipo de comunicación entre el mundo económico globalizado y el mundo cultural fragmentado.

Lo económico y lo cultural

Históricamente esta separación de lo económico y de cultural se inició en el siglo XVI, Renacimiento italiano, Reforma italiana. Entonces existían el mundo de la fe y de la subjetividad por un lado y el mundo de la ciencia y del arte por otro. Inmediatamente antes y después inventamos lo político, a partir de Maquiavelo, pero fundamentalmente a través de Hobbes, Locke y Rosseau. Existía en lo económico y en lo social un principio de igualdad. Este principio de igualdad era la ciudadanía y la soberanía popular, que fue tal vez el descubrimiento más importante como principio de acción y teoría del mundo moderno. Pero como ya indiqué -y no quiero volver, quiero plantear el problema en términos más modernos-, a medida que este reino de lo político está invadido por lo económico, por lo cultural... ¿cuál es entonces el principio que nos permite mantener un cierto grado de comunicación o de compatibilidad entre el mundo de la economía y el mundo de las culturas? Y ahí, creo que en muy pocas palabras hay que ver el cambio profundo, el cambio, en mi opinión, casi total que estamos viviendo.

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Como acabo de decir, el principio de lo político era un principio universalista. Por encima de las diferencias sociales somos todos iguales en derecho, para utilizar la famosa primera frase de la declaración de Versalles del 26 de septiembre de 1789. Esta igualdad de derecho perdió importancia. La gente insistió en la justicia social, en la identidad cultural, así que, en el momento actual me parece vacío buscar una comunidad, una neocomunidad de tipo político, nacional o administrativo. No digo que estas nociones hayan perdido todo el sentido. Digo que no hay manera de construir cierta unidad de la sociedad a través del llamado principio superior. Todos somos hijos de Dios, todos somos seres racionales, todos somos seres modernos e, incluso, todos somos alemanes o ingleses o mejicanos. En mi opinión no existe otra solución a parte de reconocer el derecho de cada uno o una a construir personalmente un tipo de combinación entre su participación con el mundo técnico-económico y sus identidades culturales.

Me gusta emplear una palabra que fue a menudo usada por un biólogo como François Jacob hablando de la naturaleza, que es la palabra bricolaje, esto es que cada uno no encuentra una solución universalista, pero cada uno de nosotros como el mundo entero, ricos o pobres, blancos o negros o amarillos, estamos buscando un tipo de combinación que sea individual. Cada uno o una de nosotros estamos tratando de construir nuestra individualidad, nuestra personalidad como diferente de las demás. Y esta individualidad no se construye diciendo soy diferente, mi dedo es diferente, sino buscando, construyendo, con un éxito siempre muy relativo una mezcla de metas de tipo instrumental y motivaciones de tipo cultural.

Volviendo, aunque no estaba muy lejos de la ciudad, ¿cuál era el papel de la ciudad? ¿dar ciudadanía? ¿crear igualdad de derechos? Sí, pero como ya indiqué varias veces, es un poco abstracto. Porque si soy miembro de una minoría étnica, nacional o religiosa; o si vivo a un nivel económico muy dramáticamente bajo, esta unicidad o igualdad cívica de todos me parece abstracta. Considero que la función principal de la ciudad, -lo que puede contrarrestar la decadencia del modelo clásico de ciudad- es la de ampliar, fomentar la comunicación entre proyectos de vida personales o colectivos. La ciudad, después de todo, es su más vieja definición, como la encuentro en el extranjero. El extranjero que no es el tipo totalmente diferente, el extranjero es el tipo que tiene un pie dentro y otro fuera. Entonces es que es diferente y semejante porque voy a hacer negocio con el extranjero, o voy a aprender su idioma o voy a admirar a su mujer.

Eso significa que el papel de la ciudad no es el de crear ciudadanos, sino el de manejar, fomentar y proteger el deseo y la capacidad de cada uno de nosotros de comunicar con gente que busca, de manera diferente pero análoga, la construcción de su proyecto de vida personal en forma de una combinación entre una actividad tecno-económica y una memoria cultural.

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Organizar la heterogeneidad

Eso no significa que el papel de la ciudad sea el de dar una plena libertad, el de ser tolerante frente a una gran diversidad de experiencias sociales y culturales. Aunque creo que esto es mejor que nada; mejor tolerancia que intolerancia, por supuesto, pero diría que una meta importante para una política urbana es la de organizar la heterogeneidad. Es decir, organizar, defender y fomentar la comunicación entre gente diferente. Lo que significa cosas muy sencillas. Creo que la primera cosa que estamos esperando de una ciudad es que disminuya las distancias sociales, la segregación social y suprima los guetos; que actúe en términos de lo que llamamos solidaridad. Solidaridad no quiere decir que estemos todos en el mismo barco, ni este tipo de tonterías. Significa que nosotros, como colectividad, queremos dar a cada uno la posibilidad de construir su proyecto personal de vida. Eso es la solidaridad. Significa también que tenemos que tener escuelas que sean lo más heterogéneas posible, y no escuelas de ricos y pobres, no escuelas de blancos y azules. Esto me parece lo más importante.

Ahora quisiera agregar una cosa un poco más limitada. Porque ustedes no están interesados en las ciudades sino en las ciudades metropolitanas. Y esto es un tema de enorme importancia actualmente. Voy a empezar con una referencia muy concreta y práctica de mi propia ciudad.

París es una ciudad bien definida porque antes había murallas y ahora, autopista. Después existen en general, -al menos en el norte, este y sur-, núcleos urbanos que desde el s. XVIII (o más bien del XIX) fueron núcleos industriales y obreros. Después, durante los cincuenta últimos años, se han construido zonas de urbanización. Es muy notable ver que en las ciudades industriales, obreras y populares, muchas veces en gran crisis, con una tasa de paro muy alta, hay poca violencia. Y muchas veces en partes un poco destruidas de las ciudades, y en las ciudades urbanizadas, que muchas veces son agradables de ver. Recuerdo que pasando unos días en las afueras de Lyon -donde hubo muchísima violencia- había alguna cosa agradable. Habían servicios, árboles, centros de juego y centros para los jóvenes. Y había violencia. La gran diferencia es que lo que digo sobre la organización de las diferencias del pluralismo, del multiculturalismo supone a la vez la idea de qué es una ciudad; que es el espacio de protección o de fomento de las diferencias. Entonces, la identificación con un centro urbano es muy importante.

Me acuerdo, porque estuve hace muy poco en barrio exterior de París que fue un poco simbólico de la miseria extrema, Overvié, recuerden que había canciones populistas sobre los niños de Overvié. Era realmente pobre, pero la gente tiene una conciencia fantástica, y el equipo de fútbol no es el Barça, tienen un nivel bastante modesto, pero tienen algunos campeones olímpicos. Y todo el mundo, el mundo 90% pobre, se identifica con el tipo que levanta pesos, o que nada, etc.

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Lo que me parece lo más interesante en vuestra solución es que en lugar de crear una gran Barcelona en el sentido de suprimir barreras para que cada uno pueda venir al centro con autopistas, con programas centralizados a nivel cultural, etc., ustedes han tratado de construir una red. Una red, por supuesto, en este caso, donde, tal vez no cada habitante, pero la mayoría de los habitantes puede identificarse con un núcleo urbano próximo, relativamente limitado y con cierta memoria colectiva, que puede ser la memoria de una fábrica, que puede ser la memoria de una persona, etcétera. A través de esta identificación local, está preparado a pasar a un nivel superior.

El mestizaje

Creo que el mundo de un mestizaje generalizado es la peor solución del mundo, porque cada uno pierde su identidad y esto crea una solución muy vertical, muy jerarquizada, como en Brasil donde un negro que baja del avión es considerado blanco, porque el blanco es el tipo rico. La raza, la etnia, el color de la piel, todo esto estaría emplazado por una brutal escala social o jerarquización social. Por tanto, nada de mestizaje, nada tampoco de comunitarismo, soy muy anti-comunitarista, muy anti-identificación del individuo a una comunidad, porque eso se liga directamente a la cosa de Milosevich, o a la cosa de los grandes lagos africanos.

Lo que necesitamos, y esto es política, no se hace de manera espontánea, es el voluntarismo urbano, que debe ser la voluntad de crear una red jerarquizada en la mayor parte de los casos, no jerarquizada en algunos casos, aunque esto ya es más complicado. Pero generalmente, por lo menos en Europa y en América latina, jerarquizada. Con posibilidad de aumentar constantemente las posibilidades del centro de acoger diferencias, de organizar encuentros, de organizar comunicación. Barcelona es una ciudad que tiene una tradición comerciante especialmente mediterránea. Creo que es fundamental ser un centro suficientemente sólido para organizar, acoger, hacer posible encuentros entre gente distinta.

En el momento actual estamos todos aterrorizados ante la incapacidad de establecer contactos con el sur del mediterráneo, que es el vecino próximo. Por esto, nosotros -Italia, España, Francia- tenemos que ser agentes de secularización, de ayudar al mundo islámico que es como el mundo cristiano de antes. A separar los sedimentos -costumbres, leyes y creencias- y permitir el encuentro no de costumbres diferentes, sino de fe religiosas, ya que tienen un elemento de universalis-mo, aunque no sea el mismo Dios, aunque no sean las mismas leyes, pero hay por lo menos una intención de universalismo, de universalización.

La ciudad metropolitana

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Eso me parece la orientación posible, la orientación necesaria de una política urbana, aumentar, hacer que el centro tenga más posibilidades de comunicación entre culturas, grupos sociales, individuos y sexos diferentes. Que cada elemento, que la pirámide que viene de la vida local al centro metropolitano sea una jerarquía positiva de capacidad de comunicación y de manejar diferencias.

Un filósofo, canadiense inglés, Charles Taylor, ha definido la democracia como la política de reconocer al otro. Por ejemplo, él en su país, es canadiense e inglés, dice tenemos que reconocer al canadiense francés, pero a la vez él tiene que reconocernos a nosotros. Esta idea de comunicación es fundamental, y se entiende que lo que estoy diciendo ahora es una respuesta a lo que he dicho en la primera parte: la decadencia de la ciudad.

La decadencia de la ciudad es la segregación, la separación del mundo económico, técnico que se vuelve más y más global, más y más actual; y las identidades culturales que se cierran y tienen un deseo tremendo de mantener su homogeneidad, su pureza, etc. Por eso el papel de lo político a nivel mundial, a nivel de la UNESCO, a nivel de los países, pero más y más al nivel de las ciudades, y básicamente de este elemento fundamental del mundo de hoy que es la ciudad metropolitana, la gran ciudad. La ciudad puede ser de 20 millones de habitantes, o lo que sea, pero diría que realmente el papel, la meta central de una política urbana es aumentar el grado de heterogeneidad a medida que uno se acerca al centro y a la cumbre de la organización urbana.

Ya he dicho lo esencial que quería decir. Lo interesante ahora sería pasar a las consecuencias concretas, pero quiero insistir sobre lo que acabo de decir porque estamos entrando, con esperanza o miedo en un mundo europeo cada día más unificado. Como todos sabemos en esta Europa actual los capitales, los bienes, las informaciones, los servicios, todo circula libremente, salvo los seres humanos. Eso significa que el ser humano no es una mercancía o una información, es un actor posible, y no podemos resolver el problema de los seres humanos como el problema de las mercaderías o de los capitales. No necesitamos una centralización, un banco central de las religiones o de las ideas filosóficas o de los cálculos científicos o de los pintores. No, lo que necesitamos es exactamente lo contrario, la función básica de la ciudad. Y por eso el Estado nacional está en un crisis más profunda que la ciudad, y ustedes saben que en todos los países europeos la importancia del alcalde ha aumentado enormemente, por ejemplo en mi propio país un alcalde no era nada, cualquier funcionario de la administración era mucho más poderoso. Ahora no es así. En Alemania también. El alcalde de Hamburgo es como un ministro, porque es un Estado. Pero la ciudad representa el lugar estratégico de lucha contra la centralización de la desocialización, de la tecnología y de la economía.

Es solamente al nivel de la ciudad, y especialmente de la ciudad grande, metropolitana, que organizando la participación de la ciudad y de sus habitantes en la red internacional, mundial de tecnología, informaciones y actividades de producción, se puede organizar el encuentro, la compatibilidad de esta integración de tipo económico

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con la diversidad creciente de la cultura. Ustedes, como yo, encuentran en la calle todos los días gente que viene de África, gente que viene del s. XV, a veces del s. VIII. El problema es que vivimos en un mundo de simultaneidad. Encendemos la televisión y en la MTV son puros negros, como si en EE.UU. o en Inglaterra solamente los africanos cantasen. Pero es así, ustedes encuentran más fácilmente a un cantante de Jamaica que a un electricista para arreglar sus desperfectos. Es decir, porque en la televisión usted no ve electricistas pero ve muchos cantantes.

La ciudad no como lugar, la ciudad en su realidad virtual, en su realidad material, en su realidad imaginaria, es el lugar central donde se puede recomponer, reinventar un espacio político. Es decir, esta mediación que necesitamos absolutamente para evitar que estos dos continentes de la objetividad y de la subjetividad se separen más y más hasta una doble catástrofe. Por eso creo que celebrar el 10ª aniversario de esta mancomunidad no es sólo una ceremonia, creo que puede ser una oportunidad buena para reflexionar sobre el futuro de la sociedad y civilización urbanas, y para darnos cuenta de que la ciudad no es un elemento, el pueblo, la ciudad, la nación, Europa, el mundo, no son elementos. Existen dos tendencias opuestas a la globalización y a la localización como dicen los ecologistas Think global at local. Sí, está muy bien, pero el global y el local están más y más separados, y ¿como pueden mantener una vinculación?: en la ciudad. La ciudad no como política, la ciudad como encuentro, como organización institucionalizada de comunicación entre grupos e individuos diferentes.

Entrevista:

JESÚS MARTÍN BARBERO, INVESTIGADOR EN COMUNICACIÓN

«La sociedad actual produce los objetos con una obsolescencia más rápida; todo está hecho para ser desechado velozmente »

 

Para Martín-Barbero, en la ciudad, «el espacio de encuentro colectivo todavía es muy valorado por la mayoría». Dice que no es la televisión la que atrinchera a la gente en el ámbito privado sino la degradación de lo público. Habla de la pauperización de los lazos sociales y de la pérdida de la memoria relacionada con la naturaleza de caducidad con que se fabrican las cosas.

Son los ciudadanos los que le dan forma, las maneras como convivimos o no», dice Jesús Martín Barbero, para quien la ciudad no está hecha sólo de hormigón, puentes y avenidas. En esta entrevista que, vía telefónica, mantuvo con

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Teína, Barbero revisa anteriores análisis propios y examina la ciudad desde diferentes planos: la privatización del espacio público; el papel de los medios de comunicación; la pérdida de la memoria, relacionada con el ritmo con que el sistema económico mundial impone la obsolescencia de las cosas; las formas de participación ciudadana en la construcción de la ciudad y el papel que ésta cumple en la renovación democrática.

Se habla de una reducción del espacio público como espacio de dominio social y colectivo. ¿Cree que ésta ha sido una tendencia general en las ciudades occidentales?

Toda generalidad es muy difícil de afirmar. Porque si bien en América Latina se ha dado de forma bastante generalizada esa tendencia de reducción del espacio disfrutable por la mayoría, en Europa hubo un movimiento inverso. Esto es: recuperar, devolver a la gente espacios públicos que tenían perdidos, privatizados. Y de esto último también ha habido algunas muestras en América Latina: el caso de Bogotá (en Colombia), por ejemplo, donde algunas alcaldías [municipios] han desprivatizado buena parte de espacios que habían sido adquiridos por los sectores más pudientes. Así, si bien en el caso latinoamericano se podría generalizar cierta predisposición reduccionista, también hay que rescatar la presencia de la otra; que es mucho más pequeña, sí, pero que se está produciendo y que demuestra una mayor consciencia ciudadana de lo que simboliza, no sólo de lo que presta,  el espacio público.

No obstante, se habla de una creciente americanización de la sociedad, de una inclinación hacia un individualismo excesivo y una reclusión en ámbito privado por parte de las personas.

Yo ahí difiero; creo que hay que ver dos tendencias. Una que se refleja en este crecimiento abrumador de centros comerciales privados que, de alguna manera, para buena parte de la población, comienzan a sustituir a las plazas y los parques. Y no porque éstos desaparezcan sino porque la inseguridad urbana es mucho más enfrentable en términos pragmáticos a través de este tipo de ciudadelas amuralladas, que de alguna manera le permiten a la gente sentir una sensación parecida a la que tenían en el espacio público pero que, indudablemente, la someten a una serie de presiones comerciales. Ahí sí hay una tendencia general. Ahora bien, por otro lado, hay que tener cuidado con este tipo de aseveraciones, pues todavía en el caso de América Latina se evidencia algo muy claro: la gente disfruta  compartiendo su entretenimiento, su diversión e incluso su mundo de preocupaciones. Todavía el espacio de encuentro colectivo es muy valorado por la mayoría.

O sea, que las tesis que advierten de un individualismo egoísta exacerbado en la cultura occidental exageran.

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Es indudable que en la medida en que el sistema político-económico general va atrapándonos a todos en ciertas redes de imaginarios, nos contagiamos de ese individualismo y solipsismo de la cultura anglosajona y, sobre todo, norteamericana. Pero, realmente, pienso que generalizar esto es perder de vista lo que está pasando en la calle: todavía la mayoría valora, goza, mucho más en común que en privado. Recuerdo hace muchos años cuando (Manuel) Castells comenzó a estudiar los procesos de transformación tecnológica en España y llamó la atención sobre esto cuando dijo: cuidado, no traspasemos de una vez ciertas formas de percibir la subjetividad y de expresarla en el mundo anglosajón, y sobre todo en el  estadounidense, muy ligado a la soledad, al individualismo. Él ponía entonces el ejemplo de los norteamericanos que se suicidaban por la desaparición de un personaje de una tira cómica y lo contrastaba con el caso español, por lo difícil que resultaba en su país, y en el mundo latino en general, que sucediera algo así.

En uno de sus ensayos, usted señala que con la televisión se sustituye la experiencia por el medio porque aquélla obliga a consumir la ciudad a través de imágenes y en el ámbito privado. ¿Conlleva esto una propensión al  abandono del espacio público? Es decir, ¿influyen los medios en que los individuos se recluyan en el ámbito privado?

Ahí también hay dos procesos que se deben estudiar juntos. Primero, yo siempre planteé que no es la televisión la que atrae sino que la calle, con la inseguridad, la que expulsa; es ésta, con su falta de acogimiento, con su fealdad y suciedad. En otras palabras: la degradación de nuestras ciudades relacionada con el déficit de las finanzas públicas y la enorme dificultad de equilibrar los presupuestos para asumir determinados desafíos que el crecimiento de estas urbes suponen. No es tanto una operación de la televisión sino una operación de la ciudad, incluso más: de la sociedad.

Entonces, la televisión no tiene la culpa.

Ahora bien, esa operación de la que hablo es re-funcionalizada por la televisión. Y, ciertamente, hoy la pantalla chica se constituye en una ciudad: la gente circula cada vez por menos territorio de la ciudad, tiene miedo, desconfianza, sale cansada del trabajo... y la televisión comienza, en serio, a fagocitar tiempo y espacio y, en cierta medida, a desvalorizar simbólicamente el espacio público en tanto ofrece «sustitutos culturales». En ese sentido sí favorece esa tendencia a la desvalorización del lugar común. Pero no es una iniciativa que parta de ella, sino que, más bien, se muestra muy capaz y consciente de ese déficit de posibilidad de disfrutar el espacio público con tranquilidad y confianza hacia los demás, y genera sustitutos.

¿Esto funciona para la sociedad en general?

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No hay que perder de vista una cosa: las mayorías empobrecidas empiezan a tener una enorme dificultad económica para ir al cine, al fútbol, a los grandes espectáculos que en los años sesenta y setenta eran accesibles a la mayoría de la población, al menos, semanalmente. Esto hoy se ha perdido en gran medida, y, entonces, la televisión termina siendo el único mediador cultural: es a través de ella que mucha gente puede ver cine, fútbol, y que puede pasear por la ciudad. Pero en definitiva, las causas no están en los medios sino en la ciudad, en la sociedad, cada vez más insegura, y ya no sólo para los ricos sino para los pobres. Los medios aprovechan esto para hacer negocio, tanto en el sentido económico como ideológico. Porque evidentemente cuanto más tiempo se pasa delante de la televisión más expuesto se está a la publicidad.

Y si usted tuviera que trasladar ese análisis a los países del sur de Europa, donde el nivel de vida y las desigualdades no son tan extravagantes como en los países latinoamericanos, ¿cómo explicaría la tendencia hacia la reclusión en el ámbito privado?

También esas ciudades del sur de Europa, por una serie de razones, están sufriendo un deterioro de las condiciones de seguridad, o al menos de los imaginarios. En uno de mis viajes residí un semestre en Barcelona y tuve mucho contacto con el Observatorio, donde tenían unos mapas del miedo que mostraban cómo las zonas realmente más peligrosas no coincidían con los mapas subjetivos del miedo, los imaginarios que representaban el temor de la gente. En otras palabras: más allá de la localización de la delincuencia y los asaltos, existen otros imaginarios de la inseguridad, y esas cartografías mostraban que esa tendencia a la disparidad entre lo real y lo subjetivo había ido creciendo. Este fenómeno lo patrocinan los medios directa o indirectamente —debo aclarar aquí que yo soy muy poco partidario de las teorías conspirativas donde los malos atentan contra los bobos buenos de la mayoría—. Y los medios juegan para sí mismos cuando favorecen esos imaginarios de la inseguridad. La gran diferencia de los países del sur de Europa con América Latina es que todavía allí hay una sociedad del bienestar, que ha bajado enormemente su capacidad pero que aun así ha mantenido económicamente un cierto nivel de crecimiento y de redistribución social. Nada comparable con lo que ha acontecido en los países de este lado del Atlántico en las últimas décadas.

Esta tendencia mediática a magnificar las problemáticas sociales, en todo caso, a simplificarlas demasiado, ¿es algo inherente a su naturaleza, o se trata de una política comunicacional determinada?

Se da una mezcla de ambas cosas. Hay una tendencia al sensacionalismo y al morbo, que responde no sólo a lo que quieren los medios sino a lo que la sociedad enferma les pide a éstos; porque en gran parte, si no saben responder a lo que la gente pide fracasan. Ha habido un acostumbramiento a la violencia, al terror. El bombardeo mediático tiene que ver con una insensibilidad progresiva de la sociedad, y no es que no se planifiquen ciertas políticas sino que son

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más bien políticas de aprovechamiento de esta demanda social: lo que tiene éxito es lo que la gente espera, lo que le gente está esperando.

LA MEMORIA BORRADA

Usted habla de otra inseguridad no ligada precisamente a la delincuencia: una pérdida de la memoria cultural a causa de la urbanización salvaje, que produce angustia cultural y pauperización psíquica, las cuales resultan fuentes de la agresión de todos. ¿Se podría con esta teoría, y a riesgo de generalizar demasiado, explicar ciertas manifestaciones de violencia que inundan las sociedades actuales?

Sí, pero con mucho cuidado porque nos estamos metiendo en un terreno de metáforas y éstas, evidentemente, no tratan de ser explicaciones científicas; aunque sí son formas de percibir algunos movimientos profundos de la sociedad. Yo acepto la hipótesis de la angustia cultural: hay una angustia que van padeciendo las poblaciones a medida que, al salir de sus casas, se encuentran con una ciudad que les pertenece cada vez menos; no sólo en términos de privatización del espacio público sino en el sentido de que se va borrando la memoria, la ciudad en la cual nacieron, en la cual crecieron; una ciudad que era todavía un gran palimpsesto que mezclaba la memoria de muchas épocas y que ha sufrido un arrasamiento de barrios enteros. Esto me preocupa mucho y sí creo que esa pauperización psíquica va más al fondo que el puro miedo al delincuente, a la agresión física: tiene que ver con el respeto mutuo, con la confianza. Aquí sí la ciudad está produciendo, o es uno de los grandes causantes, la degradación del respeto mutuo, y por tanto un empobrecimiento radical de lazos sociales. Estamos asistiendo a procesos de perversión de las relaciones sociales en grados que no sé hasta qué punto somos capaces de analizar. La contra-metáfora de todo esto es la realización de los realities shows, de esa televisión que pretende traspasarnos la vida cotidiana tal y como discurre y que de alguna manera trata de convertirse en espejo, deformante en cierto aspecto, de todos los niveles de conflictividad cotidiana.

Estas características que señala: la pérdida de la memoria, el caos urbano en general, ¿encuentran responsables concretos? Porque da la impresión de que las causas se pierden en explicaciones abstractas. Es decir: ¿puede ligarse esta degradación a factores concretos relacionados, por ejemplo, con la globalización, y que son difíciles de tratar por parte de los estados nacionales?

Esto que usted dice es clave. Sin duda que esos problemas están ligados a tendencias muy claras de la economía. Por ejemplo, le digo una que parece muy abstracta pero que no lo es de ninguna manera: yo viví un proceso de memoria, vi cómo objetos de mi niñez pasaban a convivir con otros objetos de otra generación y, al revés, objetos últimos que iban al desván; yo viví un proceso de memoria, de conversación con otras generaciones. Hoy día, en

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cambio, la mayoría ha nacido en apartamentos nuevos o en los que los anteriores dueños no dejaron la menor huella. En otras palabras: la sociedad produce los objetos con una obsolescencia más rápida; todo está hecho para ser desechado rápidamente. Aquí tenemos una presión gigantesca del sistema, porque si nosotros no cambiamos de frigorífico, de zapatos, de ropa, de automóvil a medida que el sistema lo necesita, éste colapsa. Y eso no es nada abstracto, es muy concreto. Se trata de procesos antropológicos: durante una largo período la humanidad produjo los elementos para que duren y en determinado momento comenzó a hacerlo a la inversa, porque la única manera de que evolucione el modelo actual de economía política es ese.

O sea, que la rueda económica necesita de la fugacidad de los productos para girar a la velocidad a la que quieren hacerla girar.

Y si esta degradación de la memoria la unimos con una tendencia a la exclusión de partes fuertes de la población, los estados nacionales la tienen muy complicada; de hecho es imposible que afronten ese proceso. Y es que un Estado no puede decretar que los objetos duren: es un sistema mundial el que lo hace. Indudablemente, eso está ligado a las dimensiones más sombrías de la globalización.

EL EJERCICIO DE HACER CIUDAD

¿Cómo se relaciona estos procesos de obsolescencia de las cosas y la manera en que se conciben, se piensan, las ciudades actuales?

De un lado, está todo el tema de la especulación urbana, de la cual está siendo cómplice la inmensa mayoría de nuestros gobiernos municipales. Es decir: hay una falta de planeación y de leyes conscientes —reglas que impidan la usurpación, destrucción y contaminación—. Y, de otro, la capacidad de aplicar esas leyes, de morder sobre las grandes responsables, se debilita. Vemos atenuarse la capacidad de ejercer control de los gobiernos sobre los grandes depredadores, sobre los grandes conglomerados inmobiliarios, que antes respetaban algunos pequeños espacios públicos y que ahora quieren acabar con todos.

Teniendo en cuenta este debilitamiento frente al poder económico de las instituciones estatales, ¿pueden influir los ciudadanos en el trazado de la urbe?

Yo creo que sí pueden. De hecho lo he observado en Bogotá, Colombia, donde los ciudadanos han incidido positivamente en este sentido. Por ejemplo, cuando hay un proyecto público que sale del discurso puramente pragmático y afecta a los niveles de desconfianza y agresión cotidianos —entre el chofer del bus y los transeúntes, o entre los conductores—, a lo que volvía caótica la ciudad. O cuando se es capaz de diseñar unos mínimos de proyecto de ordenamiento ciudadano y, también, de cultura ciudadana compartida. La idea que nos supo vender (el

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ex alcalde de Bogotá) Antanas Mockus es que había que dar forma a la urbe. Y los ciudadanos son los que lo hacen, no las carreteras, los puentes o el hormigón, sino las maneras como convivimos o dejamos de hacerlo. El caso al que me refiero es que, hace varios años, 70 mil contribuyentes bogotanos llegaron a pagar voluntariamente un 10 por ciento más de lo que les correspondía. Lo clave es que esa parte se asigna a aspectos urbanos que repercuten en la vida del contribuyente: quien la brinda la acoge en forma de mejora urbana. Aquí hay un pequeño ejemplo de participación: la gente invierte su dinero en proyectos de transformación del entorno que habita. Así se han construido bibliotecas públicas tanto en barrios del norte como del sur, lugares que ya no son sólo guarderías de libros sino espacios para disfrutar y convivir. Si a la gente se le da la posibilidad de participar, si ve que su inversión de tiempo y de dinero produce cambios a lo largo de la urbe, se movilizará.

Así que se puede decir que la tan mencionada crisis del espacio público es directamente proporcional a la crisis de gobernabilidad, a la crisis política.

Exacto. Y al revés también: que para rehacer la gobernabilidad en términos de profundización democrática el lugar es la ciudad y sus diferentes barrios. Esto implica el respeto a sus culturas, en cuanto a costumbres y formas de organizarse. Sin olvidar que deben dotarlos de medios públicos, como ha estado pasando con las escuelas en Colombia,  en las cuales se han instalado emisoras de radio que ejercen de la voz del barrio; una pequeña escuela pública, a veces bien pobre, pero que permite movilizar la cultura no sólo en términos más idealistas, sino de beneficios para la población, porque les permite organizarse e incidir en la toma de decisiones. Así que yo diría que sin duda el lugar para iniciar la renovación de la democracia es la ciudad antes que el Estado. Una ciudad que aún permite tener ciertos elementos de pertenencia, de raigambre; que puede abrirse al mundo y ser atravesada por flujos cibernéticos, claro, pero éstos deben combinarse con la memoria; una muy corroída y viciada, pero existente aún. Todavía hay algunos restos de pertenencia en las urbes.

LA CIUDAD COMO ARTE. Armando Silva. Editado por Tercer Mundo Editores, 1992 y 1993. Bogotá.

UNA NUEVA TOPOGRAFÍA

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Hasta el momento, por lo general, cuando se trata el tema de la imagen de la ciudad se piensa simplemente en un sentido de inscripción visual, o sea aquello que se consigue por un medio mecánico, como sería la fotografía o el vídeo, que reproduce con alta fidelidad el objeto impreso. Otros asumen que la imagen es el recuerdo de alguna parte sobresaliente de la ciudad, e incluso una fuerte tendencia en el estudio de la ciudad asume que la imagen la constituyen los mojones o referencias de la ciudad. Todos esos puntos son ciertos parcialmente, pero a nuestro entender, no se han desarrollado de manera apropiada los postulados y los criterios para definir qué es una imagen y qué la imagen de una ciudad.

Desde nuestro enfoque queremos proponer como imagen urbana aquella impresión conseguida colectivamente en un alto nivel de segmentación imaginaria de su espacio. Entonces sobreviene la pregunta: ¿de qué manera proyecciones sociales, captadas por distintos medios cualitativos1 elaboradas sobre una base de creación mental, pueden ser materia para definir personalidades colectivas? ¿Hasta dónde y cómo algunos postulados de las ciencias sociales y del lenguaje pueden hoy ayudarnos a definir los entornos urbanos de un continente en calidad de inscripción imaginaria? Nos interesa pues, sondear un terreno doble: de un lado un objeto social colectivo, los ciudadanos de una ciudad y por extensión de un continente, y del otro, una metodología con unas categorías propias de análisis simbólico. Examinar, así, hasta dónde algunos modelosinterpretativos pueden ayudarnos a definir unos espacios marcados, proyectados y construidos por sus ciudadanos. Se trata así, de proponer una teoría estética de lo urbano de la ciudad.

En mi libro Los imaginarios urbanos2 he intentado generar una teoría social a partir de lo que he denominado los «croquis urbanos»: puntos suspensivos que siguen líneas evocativas en la creación social de territorios imaginarios. Opongo entonces el mapa, la línea continua que marca y resalta las fronteras, al croquis, la línea punteada apenas sugerente, para sostener que el nuevo antropólogo urbano tiene por objeto el levantamiento permanente de croquis de su ciudad, dado el hecho evidente de que éstos aparecen siempre en permanente construcción. Así el territorio urbano es croquis y no mapa. El «aparecer», sentimiento fantasmal del fugaz acontecimiento urbano, nos es útil para edificar la noción de teatralidad y de puesta en escena del hecho ciudadano.

En la ciudad, entonces, ocurren hechos; los construimos como bien puede deducirse de una teoría lógica del conocer. Pera tales sucesos son especialmente, de naturaleza imaginaria. La construcción de la imagen de identidad de un sujeto pasa por la vía de proyección imaginaria. La creación colectiva obedece a mecanismos similares. Soy en mí en la medida que estoy en capacidad de pensarme a mí mismo coma otro. No es posible, claramente ya se ha dicho, el soliloquio si antes no me he fijado el otro en mí para que funcione como base de toda matriz imaginaria. Y entonces no sólo los signos tienen tiempo: el pasado imaginario, el presente real y el futuro simbólico, sino que los signos corresponden a categorías pronominales. Yo, instancia real del sujeto; Tu, emplazamiento imaginario; y El, construcción simbólica.

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De esta suerte los psicoanalistas nos han ayudado a comprender que los pronombres personales que nos explicitan los gramáticos y lingüistas tienen que ser estos y no otros, actúan como imperativos existenciales: nadie puede construir un ‘punto de vista narrativo’ que no sea en una de las tres personas marcadas por los pronombres: que están en el lugar del nombre. O sea que la proyección del punto de vista proviene de una categoría más profunda en la estructuración del ‘yo’ como identidad especular. Y si decimos que el ‘yo’ es presente, el ‘tú’ pasado y ‘él’ futuro, entonces instauramos un modo temporal en una acción pronominal.

LAS METÁFORAS URBANAS:

Según lo anterior la creación social de una vida llevada colectivamente, con sentimiento de lo mutuo, como corresponde a los ciudadanos en cuanto personalidad global, pasa por el ponerse en forma narrativa. La ciudad imaginada precede la real, la impulsa en su construcción. Y entonces pueden proponerse algunos ejes de sentido que he ubicado en calidad de metáforas de ciudad, como fundamento de los croquis colectivos. Así crece la ciudad, así se construye la forma ciudadana, que como tal, como forma, le debe al arte su inspiración. Propongo, dentro de otros ejes, que extiendo en el libro en mención, cuatro metáforas urbanas en cuyo ejercicio se nos permite comprender la creación de un ‘sentido urbano’ de naturaleza estética: el adentro/afuera; el antes y después; los rizomas urbanos y el corto circuito de miradas.

ADENTRO, SALGO

Espacio postmoderno que rompe el eje de límite de lo público frente a lo privado. Si bien lo apreciamos en los nuevos ascensores transparentes de ciertas edificaciones ‘post’, quien los usa, expuesto a la mirada pública, no puede verdaderamente sentirse adentro de un lugar. Entramos al ascensor pero seguimos fuera, expuestos al suceso colectivo público. Asistir al museo Pompidou, hecho al revés para marcar que siempre se está haciendo, que no está terminado, que se rehace según el día o la exposición. Disfrutar en un bar de São Paulo, donde ya hay casas abiertas como bares para clientes anónimos, uno no puede afirmar que esté en práctica de una acción privada y estable, sino que el mundo se nos corre. El afuera vive adentro.

MEMORIA URBANA

Nos coloca en la dimensión del tiempo. El meollo narrativo de la ‘memoria urbana’. Bogotá nace un día específico: el 9 de abril de 1948, cuando asesinan al gran líder popular Jorge E. Gaitán. Luego de 45 años todos, jóvenes y viejos recuerdan esta fecha. La recuerdan aún los que entonces no habían nacido. Bogotá nace de un mito: si Gaitán no hubiese muerto no viviríamos la angustia diaria de la violencia, no estaríamos atravesados por el imaginario de violencia política que nos carcome día a día a los colombianos. La memoria urbana se hace de fisuras que marcan el

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antes y el después. Cualquier acontecimiento fuerte, el terremoto de la Ciudad de México o la caída de Collor de Melo en Brasil y de Carlos Andrés Pérez en Venezuela nos precipitan a la fractura ciudadana. La memoria individual y social se hace de referencias. Los mojones deque hablase K. Linch para identificar la imagen de la ciudad deben trasladarse a campo imaginario: aquello que cuento porque me sirve de referencia de un después de que sucedió el hecho. Así se hace la literatura urbana que tanto nos duele en este continente para poder imaginar un mejor futuro. Al final el futuro está hecho de pasado. Irrebatible opción.

LOS RIZOMAS URBANOS

Los centros urbanos se están perdiendo. El historiador R. Fishman habla para Estados Unidos y afirma que el 45% de sus habitantes viven hoy en día en callejones alrededor de ciudades como Nueva York o Chicago. La unidad de esta nueva ciudad norteamericana ya no es la calle, medida en bocacalles, sino el corredor de crecimiento hecho por el automóvil. Si a principios de siglo Londres o Berlín medían quizá 250 kilómetros cuadrados, las nuevas ciudades largas, largueros, pueden medir hasta 3 ó 4 mil kilómetros. En su interior todos los elementos se han agrandado en la misma proporción. Y qué decir de ciudades como México o São Paulo. Para ellas se habla de explosión, de cataclismo, de no retornos. O de apocalipsis como lo entona el escritor C. Monsivais. Megalópolis de increíbles gigantismos que impiden por naturaleza una representación global y céntrica dice N. García-Canclini y prefiere referirse a circuitos entre fronteras en sus culturas híbridas.

Deleuze, Guattari y junto a ellos Eco, proponen el rizoma en el que cada calle puede conectarse con cualquier otra. Se carece de centro y periferia y no hay salida pues son potencialmente infinitos. De ahí que el rizoma se exalte como lugar de conjeturas. Los rizomas serían en propiedad las figuras imaginarias para abordar los laberintos simbólicos de las zonas urbanas latinoamericanas. Guayaquil, en Ecuador, ha potenciado hasta el extremo los conjuntos cerrados en el sector exclusivo de La Puntilla. Se trata de fortificaciones construidas por los urbanizadores que han aprovechado el río Babahoyo para sacarles brazos superficiales e instaurar todo un esquema de vivienda cerrada, sobre lógicas rizomáticas, con barreras, desvíos falsos y muros de contención para que los ladrones-piratas que llegan no se lleven sus pertenencias.

Acciones y representaciones privadas como los llamados ‘policías acostados’ que consisten en pequeños montículos levantados sobre el asfalto de la calle para obligar al carro a detenerse y de este modo parar su circulación pública en beneficio de la calle privada que manda sobre la disposición estatal, se vuelven comunes por todo el continente. En Sao Paulo, en el barrio de Butantá los vecinos del sector han cerrado varias calles para construir un auténtico laberinto ya que tiene más de 10 entradas pero sólo una salida: para salir se requiere ‘un mapa secreto’ que informa a uno por dónde coger para no perderse: en auténtico ejercicio espacial del hilo de Ariadna. De este modo se aspira

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a combatir al extraño, al posible bandido y la gran mayoría lo puede ser. Perdemos los centros, quizá con la notoria excepción de Buenos Aires y otras pocasde menos dimensión, estamos frente a ciudades marginales con centros abandonados. Los barrios, los conjuntos cerrados, se convierten en nuevos castillos medievales desde donde los señores miran al pueblo con sospecha. Lo mismo puede decirse de los centros comerciales que hoy recorren todas las ciudades de América Latina, hechos para excluir al visitante extraño e identificar al propio

TODOS NOS MIRAMOS

En este caso destacamos los cuerpos de los ciudadanos expuestos a la mirada pública. Hoy más que nunca, como consecuencia de las tecnologías y el incremento de las medidas de control, el capturar por la mirada al otro, en estado de ilegalidad ética, cuando no social, se convierte en una estrategia que interioriza el ciudadano que se sabe mirado. La figura del panóptico de Foucault viene bien al caso: se nos mira, tenemos conciencia de ello, pero no sabemos cuándo, ni quién, ni desde dónde. Se recuerda la famosa frase de Perón cuando en uno de sus célebres discursos afirmó: «el hombre es bueno, pero es mejor si se le controla».

El mayor ojo urbano de todos, la televisión, nos hace ciudadanos frágiles a la mirada pública. Pero también el supermercado, en la compra con dinero plástico o en la transacción bancaria. La democracia nos abre posibilidades pero a su vez nos controla. El corto circuito de miradas alude a una condición de control que viene en aumento tecnológico en las ciudades de América Latina. A su vez la mirada y su descarga placentera se hincha en satisfacciones en la moda maravillosa de los cuerpos que recorren las calles de Río o Cali, evocadas en nuestra investigación como ciudades eróticas o femeninas. O en las playas del Caribe donde las tangas, invención del continente, apenas tapan lo necesario de la parte del cuerpo: suficiente para estimular la mirada que atraviesa.

Una vez aludidos varios de los mecanismos de las estrategias metafóricas de nuestras ciudades, en algunas de las metáforas dichas a manera ejemplificante, podemos argumentar que la dimensión estética de la ciudad no será reconocida en la historia de las formas arquitectónicas, ni en los dibujos o bodegones que hacen los artistas urbanos, ni por el colorido de las fachadas. Todo lo anterior es forma estética externa y no se niega. Pero la dimensión profunda corresponde a las formas mentales que van apareciendo en el hacer colectivo: aquello que hace que un sitio sea marcado como ciudad del placer, aquel otro como zona de terror o peligro y uno nuevo como el lugar erótico de la urbe. En el trasfondo lo imaginario se nutre del fantasma. Amerita entonces divagar sobre esta figura del inconsciente a la que nos introdujo Freud con tanto esmero yque podemos sacar a la vida urbana.

Puntos de vista imaginarios: Umbrales por todos lados

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Comencemos por su etimología que ya transporta su excelencia semántica. Fantasma se forma de la base griega phan del verbo griego phaino, mostrar, mostrarse, ver. Esta misma base aparece en ‘epifanía’, la manifestación del señor, en ‘fantasía’, la imaginación creadora; en ‘fenómeno’, phainomeno, lo que se ve y se puede comprobar. Fantasma no es más que otra denominación de ‘espectro’. Fantasmas y espectros son vecinos en sentido y en familia lingüística latina. Se trata de la familia de specio, ver, mirar. Los espectros, como señalé en el libro mencionado, son ánimas en pena que según credibilidad arraigada en América Latina aparecen o, lo que es lo mismo, se ‘dejan ver’. En las casonas viejas donde hay tesoros escondidos, donde se ha perpetrado un crimen, donde alguien ha sido atormentado o, en ocasiones, simplemente por tratarse de un sitio viejo o abandonado se dan las condiciones para que aparezcan estos seres en todo caso provenientes dealgo más allá de nuestra percepción ordinaria. Los espectros cargan espantos: su nombre se aplica a las grandes amenazas ocultas presentidas y a las penas que surgen en la lejanía, como cuando se dice que sobre el mundo actual se cierne el espectro de la guerra, el de la pobreza o el de la derrota ecológica.

Desde su origen pues, los fantasmas y sus familiares son seres invisibles que aparecen y se van. El fantasma, morador de casas viejas, guarda interesante analogía con el inconsciente, en calidad de sótano de la casa del sujeto, como lugar de San Alejo adonde llegan los trastos viejos y sobrantes para dejarlos allí abandonados en el olvido, pero siguen viviendo en su etérea condición. El yo, dicen los psicoanalistas, no sabe todo lo que sabe, pues hay un saber inconsciente, origen de mis conductas que yo no sé. Que el «sujeto no sea quien sabe lo que dice, cuando claramente, alguna cosa es dicha por la palabra que falta». Es la razón de la sin razón del saber que yo no sé.

Si seguimos con la etimología encontramos que inesperado pariente de espectro es espectador: el que mira, ve u observa. Del latín spectator, mirar con mucha atención, como si se le salieran los ojos mirando, intensivo de specio, ver y relacionado con speculum, espejo, superficie lisa y pulida en la que se reflejan los objetos. De espejos se forman los «espejismos», que tiene que ver con fenómenos ópticos de países cálidos y que consisten “en que los objetos lejanos (como los que se ven en un desierto cuando nos morimos de sed) producen una imagen invertida como si se reflejasen en una superficie liquida; por analogía también se habla de ilusión engañosa”.

Fantasma se diferencia de espectador aun cuando se llamen e interpelen el uno al otro: mientras el primero aparece para dejarse ver, el espectador se instituye para ver, para agarrar. No obstante el espectador puede sufrir distintas jugadas y puede creer que ve algo, como el fantástico Don Quijote frente a los molinos del viento que identifica como sus enemigos, y en verdad no es más que una ilusión, o mejor dicho, un espejismo. La ciudad, de este modo, vive también de espejismos, sus fantasmas la recorren de día y de noche, Mas no se trata de los fantasmas de los cuentos de las casas hechizadas sino del cuento de toda la ciudad. La única contrariedad del fantasma urbano quizá se encuentre en los no-lugares descritos por M. Augé: cierto espacio de la sobremodernidad que tiene que ver con servicios a clientes, pasajeros, usuarios, pero que no están identificados, socializados ni localizados más que a la

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entrada o la salida de los sitios fríos: aduanas, carreteras, bancos. Se trata de individuos sin identidad particular y sólo asumidos como parte de un sujeto colectivo, sin verdad ni destino. Descripciones de no-lugares para sentar las bases a una etnología de la soledad. O diría, en una sociología de la muerte del sujeto urbano. Mas ¿quién podría decir que no se ocultan fantasías de terror frente a una aduana o en medio de la inquietante velocidad de las autopistas?

Entonces la ciudad del ciudadano que vive y recorre es asaltada por los fantasmas. Se la toman y la someten. La caracterizan sin saber cómo ni por qué. Le dan colores, la fragmentan en espacios, la diseñan como lugar o no lugares. La corren y recorren, la agrandan, o la introducen en los más misteriosos ruidos, olores o creencias. En fin: el fantasma se ha hecho urbano y vive cómodamente en todas aquellas situaciones límite tan caras a ellos, donde con más fuerza aparecen para asombrar y seducir al ciudadano. El espectador hace sus veces en el ciudadano; el fantasma corresponde a su historia urbana junto con el escenario que forma para dejarse ver. En los escenarios de la vida colectiva mental los ciudadanos viven y son conmovidos por los fantasmas de ciudad, en espera de la ocasión para hacerse vivos con su proyección imaginaria.

La presente propuesta consiste, según lo dicho, en estudiar la ciudad como lugar del acontecimiento cultural y como escenario de un efecto imaginario. Es así como lo urbano de la ciudad se construye. Cada ciudad tiene su propia estilística. Si aceptamos que la relación entre cosa física: la ciudad; vida social: su uso; y representación: sus escrituras; van parejas, una llamando a lo otro y viceversa, entonces vamos a concluir que en una ciudad lo físico produce efectos en lo simbólico, sus escrituras y representaciones. Y que las representaciones que se hagan de la urbe, de la misma manera, afectan y guían su uso social y modifican la concepción del espacio. Una ciudad, entonces, desde el punto de vista de la construcción imaginaria de su imagen, debe responder al menos: por unas condiciones físicas naturales y físicas construidas; por unosusos sociales: unas modalidades de expresión mediada; por un tipo especial de ciudadanos en relación con la de otros contextos nacionales, continentales o internacionales y, además, una ciudad hace una mentalidad urbana que le es propia. Examinemos estos cinco puntos que actualizan los enunciados de las isotopías.

Quien visite a Cochabamba en Bolivia puede asombrarse con un detalle. Mientras los campesinos e indígenas se visten con fuertes colores en sus ponchos y hacen artesanía policromada atractiva y vital, las fachadas de sus casas, casi sin excepción, padecen de un color tierra, triste y lúgubre. Sus casas reciben la tierra que el viento transporta e impregna en sus frentes. Cochabamba tiene el color de la tierra volada por el viento. ¿Cuál camisa de fuerza ha impedido a los cochabambinos expresarse en sus casas como lo hacen sus trajes? ¿Se trata de la intervención gubernamental? Bogotá, al contrario, vista desde un avión es la capital del ladrillo. La herencia artesanal de la ciudad ha venido labrando un tejido de casa en casa, para que hoy sea considerada como una gran obra plástica

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hecha con ladrillo entre rojizo y amarillo, que la identifica por su color y su calidad material: el ladrillo bogotano que hace a Bogotá el color del ladrillo.

Pero también una ciudad se hace por sus expresiones. No sólo está la ciudad sino la construcción de una mentalidad urbana. La vida moderna va metiendo todo en un ritmo, en un tiempo, en unas imágenes, en una tecnología, en un espacio simulado, para indicar los espacios de ficción que nos atraviesan a diario: las vallas, la publicidad, el graffiti, los avisos callejeros, los publick, los pictogramas, los cartelones de cine y tantas otras fantasmagorías. Nada más impresionante que ver las inmensas vallas colocadas en los grandes edificios de la también magnífica São Paulo. Tantos calificativos de grandeza para hablar de una ciudad gigante donde a cualquier aviso para que sea visto tiene que aumentársele su tamaño natural. Sólo después de convivir en esta ciudad uno comprende por qué sus vallas son tan grandes. O por qué los conciudadanos imaginan que Sao Paulo a pesar de ser ya la más numerosa y amplia entre todas las ciudades de la América Latina tiene eldoble de su población de la realmente existente. São Paulo no sólo es grande, sino que sus ciudadanos se la imaginan más grande de lo que es y así, entonces, la fantasía no sólo produce afectos en la percepción sino que manifiesta y exige un tipo de expresión en sus calles y en su entorno cotidiano.

último, una ciudad se autodefine por sus mismos ciudadanos y por sus vecinos o visitantes o por los medios de comunicación arrolladores. No creo, permítanme pronunciarme con un ejemplo limite, que exista en el mundo de hoy una ciudad de más tinte imaginario que Medellín: la capital de la mata y centro del temido cartel. Le doy la razón al lingüista norteamericano N. Chomsky cuando afirma categórico que a Medellín se la inventaron los «mismos gringos». Aparece su conformación cuando se da la distensión de la guerra fría y el aparato militar requiere nuevos y pequeños enemigos. También los media necesitan de emociones fuertes y hay intereses de todos lados en hacer aparecer un nuevo emblema de maldad y codicia. El mundo necesita de algo in-mundo y allí está la Medellín, otrora capital primaveral, para ocupar este lado oscuro y satánico de la vida aventurera del capital rápido e inmoral. Sea cuales sean las explicaciones sobre cómo se construye la Medellín mediada, no deja de ser patético e insólito que el ejército más poderoso del mundo vaya a temblar ante la acción de un puñado de analfabetos, matones pero simples y planos, dispuestos a enriquecerse con las oportunidades que les da el mercado mundial.

Sostengo que la construcción de la imagen de una ciudad en su nivel superior, aquel en el cual se hace por segmentación y cortes imaginarios de sus moradores, conduce a un encuentro de especial subjetividad con la ciudad: ciudad vivida, interiorizada y proyectada por grupos sociales que la habitan y que en sus relaciones de uso con la urbe no sólo la recorren sino la interfieren dialógicamente, reconstruyéndola como imagen urbana. Entonces puedo argumentar, de respuestas obtenidas en otros países de Latinoamérica, que Sao Paulo y Bogotá son grises aun cuando Río amarilla o Buenos Aires azul petróleo, Valparaíso azul mar, o que se pueden hallar calles femeninas en Santiago o masculinas en Caracas, calles peligrosas en Lima y lugares extraños en todas que recomponen ejes

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semánticos de corte antropológico. De este modo la ciudad puede proyectarse como un cuerpo humano, con sexo, corazón, miembros, pero también con sentidos: huele, sabe, mira, oye y se hace oír. Son atributos que deben ser estudiados en cada ciudad, comparando una con otra o cada una dentro de sus fragmentaciones territoriales o sus impulsos hacia la desterritorialización internacional, que no significa algo distinto que instaurar otro cuerpo simbólico que impregna al primero. Decir todo eso, preguntarnos bajo algunas circunstancias sobre las construcciones simbólicas, la paradoja de si estamos adentro o afuera de la ciudad, sobre su color o su construcción mediada, preguntar lo que estamos interrogando, no es menos importante que descubrir las figuras geométricas de plano, cerrada, montañosa, o alta y baja. Son definiciones nacidas del uso social.

Hay pues, representaciones colectivas que nacen de la geometría, pero también las hay provenientes de la construcción física del espacio o, igualmente, de un mundo cromático de color urbano, o de símbolos vernaculares, o de un cambio en los puntos de vista urbanos. Deben nacer así los imaginarios urbanos de América Latina, para saber comprender qué nos hace a nosotros seres urbanos de este continente. Las estrategias de representación son distintas en las culturas, como lo serán en las distintas comunidades urbanas. De este modo hablar de ciudades continentales no lo será en cuanto hablar de abstracciones imposibles sino de un patrimonio cultural, histórico, social, que accede a encuentros simbólicos que hacen semejantes unas con otras.

La imagen de una ciudad, pues, no es sólo la fotografía de cualquier esquina, sino el resultado de muchos puntos de vista ciudadanos, que sumados como se suman las cuentas imaginarias, no la de la teneduría de libros de una empresa contable, esto es, sumando no para agregar sino para proyectar fantasías, dan como resultado que una ciudad también es el efecto de un deseo que se resiste a aceptar que la urbe no sea también el otro mundo que todos quisieran vivir. Y también el que viven y desean que así sea. O para decirlo con el diccionario del gran Borges, que en esto de cuentos imaginarios en cualquier momento salta a la vista. Se trata del estudio y proyección de la otra ciudad: ella misma.

La condición estética de la ciudad, pues, exige su estudio desde el ciudadano. No hay ciudad-arte, si no es desde el ciudadano. Las formas de la ciudad por sí mismas conllevan un ritmo y una percepción ciudadana, mas sólo cuando ellas se interiorizan y pasan a formar parte de un patrimonio psíquico, sólo allí la ciudad se hace imaginada y puede verse como creación estética colectiva. Como se habrá comprendido me he interesado por estudiar una ciudad que no está afuera sino adentro. En la mente de los ciudadanos. Nos aproximaríamos de este modo a una nueva topografía: la creación imaginaria.

Del modo anterior entonces, creería que se puede hablar de ciudades particulares como Bogotá, Lima o Santiago: de zonas territoriales, como América Latina: de universos culturales, como la civilización occidental o del cosmos entero, como aquellos arquetipos que nos hacen humanos. Con esto quiero decir que la ciudad imaginada no es sólo

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cuestión de la literatura o del arte. Se puede estudiar desde las ciencias humanas, para ayudar a entender al hombre y también las ciudades que ha creado y en las cuales vive mucho más de la mitad de la humanidad. La ciudad no es la que está afuera. La vivimos de acuerdo a lo que construimos en nuestras psiquis. La ciudad es una proyección de sus habitantes.

notas:

(1) Las técnicas de investigación que he utilizado se reducen a cinco procedimientos: fotografías de distintos actos de ciudad y análisis de las mismas; recolección de fichas técnicas donde se describen episodios y se tecnifican datos de ubicación; recorte y evaluación de discursos e imágenes de periódicos en comparación con sucesos urbanos, técnicas de observación continuada para establecer posibles lógicas de percepción social y elaboración de un formulario-encuesta sobre proyecciones imaginarias de ciudadanos según explicacionesde croquis urbanos.

Apuntes sobre los No-Lugares de Marc Augé

'Ciertos lugares no existen sino por las palabras que los evocan'.Marc Augé.

'Ningún lugar de hecho es bueno, cuando nadie está'.Luis Alberto Spinetta.

En su libro Los no-lugares. Espacios del anonimato [Gedisa, Barcelona, 1993], Marc Augé, profesor de antropología y etnología de l'Ecole des Hautes Études en Science Sociales de París escribe:

'Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar'.

En su ensayo (profundamente revelador), Augé va aproximándose a la experiencia de la soledad en el mundo postmoderno y a la paradoja de la incomunicación en la era de las telecomunicaciones.

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Pero ¿qué es un no-lugar?

Es un espacio propiamente contemporáneo de confluencia anónima.

Es un espacio de espera en tránsito en el que no es posible entablar diálogos breves y en el que a menudo todo lo que vincula a dos individuos es un fugaz cruce de miradas.

Un no lugar es aquel en que se comparte un espacio y se viven encuentros anónimos que quizá jamás vuelvan a repetirse.

Un no lugar puede ser un aeropuerto, una sala de espera de un hospital, una autopista, un cajero automático, un club de vacaciones, un hipermercado, un foro virtual, los medios de transporte habitual o la casilla de comentarios de un blog.

Un no lugar convierte a la persona en mero elemento de conjuntos que se forman y deshacen al azar.

Un no lugar es simbólico de la condición humana actual.

Un no-lugar libera a quien lo penetra de sus determinaciones habituales, le permite desidentificarse (ser sólo pasajero, cliente, turista, visitante de una bitácora). Ser otra persona. Actuar como otra persona. Desinhibirse como si fuera otra persona e incluso transgredir ciertas reglas amparada por ese período de anonimato.

Los no-lugares están llenos de textos, de señales, de folletos, de marcas que hacen relativamente innecesaria una relación estrecha entre las personas. Éstas dialogan con los textos que hacen el no lugar, o con máquinas que dan indicaciones precisas y explícitas. Esos textos-paisaje son productores de soledad porque se dirigen a millones de potenciales lectores, sin dirigirse a ninguno en particular.

En un no-lugar se mantienen contactos despersonalizados. Todo lo que da sentido a la vida cotidiana (imágenes, imaginario, nombres, apodos, presencia) está ausente de un no-lugar o está masificado. La masificación es una forma de ausencia.

Un no-lugar es aquel espacio común y a la vez anónimo de la vida cotidiana en el que es posible actuar como si fuéramos otros. En un no-lugar, la ficción puede rellenar la cada vez más generalizada ausencia de sentido. Dos soledades establecen contacto visual, intentan averiguar –si es que consiguen, por un instante, superar la barrera de la indiferencia- qué piensa o siente la otra. Esa tentativa de saber quién es la otra en absoluto anonimato constituye una poderosa forma de ficción efímera. El aumento espectacular del número de no-lugares y del tiempo en que

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permanecemos en ellos, ha perturbado los límites entre realidad y ficción hasta el punto que llegamos a confundirlas.

Para que la identidad personal y social pueda formarse, es necesario que exista una relación de interdependencia equilibrada entre memoria y olvido. Vamos siendo (y cambiando esa identidad) en función de la relación más o menos profunda que mantenemos con la realidad, con los otros, con las cosas que vamos haciendo nuestras y perdiendo alternativamente. Un no-lugar es un espacio en el que reina el olvido porque lo transitamos en condiciones de rutina y automatismo, sin que realmente nos influya. Conocemos el no lugar, pero tendemos a olvidar lo que decimos, lo que hacemos, lo que vivimos en él y nos resulta difícil recordar rostros a los que no podemos poner nombre. Los contactos anónimos rara vez forman recuerdo. Un no lugar está marcado por la brevedad del tiempo y porque estamos siempre llegando o yéndonos de él. No echamos raíz (memoria, identidad, apego).

Un no lugar es neutro, frío, no propicia la creación de símbolos ni de sentido. En un no-lugar no tenemos una voz propia. Somos cualquiera dentro de una multitud. Somos semejantes, pero no íntimos. La ficción se nutre de la transformación imaginaria de la realidad. En un no lugar la realidad reproduce miles de anónimas ficciones.

Somos la suma de relaciones presentes y pasadas. En un no-lugar, cuando establecemos algún tipo de contacto de cercanía, tendemos a hacerlo de un modo más o menos ficticio, amparados en el anonimato y a menudo disfrazados de nuestra antítesis. Contamos historias, pero no dejamos huella porque para construir algo, es preciso habitar.

Un no-lugar es una especie de borrosa identidad compartida.

En un no lugar estamos 'fuera de lugar'.

Un no lugar es un terreno baldío para la creación, superpoblado de mensajes carentes de significado afectivo y vaciados de símbolos que puedan dar lugar a la formación de identidad. Es un espacio que vivimos, pero no sentimos como algo propio. El no lugar es el espacio que atravesamos para ir de un lugar a otro lugar. El problema moderno es que hay cada vez más no lugares y pasamos en ellos mucho más tiempo que en los sí-lugares. Una tienda de ultramarinos es un sí lugar, un hipermercado es un no-lugar.

En un no lugar casi todo es rápido y efímero. La constante de un no lugar son las señales que conminan a las personas a 'circular deprisa'.

Un no lugar puede ser un espacio de transitoriedad crítica, como un campo de refugiados. Un no lugar es un espacio en el que si se llegan a crear sentido, símbolo o identidad, lo hacen precaria y temporalmente.

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En un no lugar tendemos a vaciar temporalmente nuestra individualidad habitual. Pasamos durante un tiempo muerto a comportarnos como espectadores. En un no lugar rara vez sentimos la necesidad de ser creativos (esto resulta interesante en el universo blog: podría decirse que el blog es un lugar y que los comentarios son un no lugar. Puede observarse que cuanto más rico en identidad y símbolos personales es el texto que se publica en un blog y menos 'común' o 'similar' resulta al resto de los textos o temas publicados en otros blogs, más pasivo es el lector en los comentarios –el no lugar-.) La red se ha convertido –y dentro de la red, lo que se da en llamar 'blogosfera', en el no-lugar por antonomasia.

OBRAS LITERARIAS y de otras artes…

Federico García LorcaCalles y Sueños

La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomasque chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes,

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Mario Benedetti

Cada ciudad puede ser otraLos amorosos son los que abandonan,son los que cambian, los que olvidan.

Jaime Sabines

Cada ciudad puede ser otracuando el amor la transfiguracada ciudad puede ser tantas

como amorosos la recorren

el amor pasa por los parquescasi sin verlos amándolos

entre la fiesta de los pájarosy la homilía de los pinos

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a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnescomo recién salidas de un naufragio de sangre. (1929)

La bella y el metro

(Joan Manuel Serrat)

Entre el infierno y el cielo,galopando entre tinieblasde la periferia al centrodel centro a la periferia,el metro.

Con ojos de sueño vienecruzando la madrugada;regresará a medianochecon el alma fatigada,el metro.

Cargando arriba y abajoíntimos desconocidos,amaneceres y ocasoscon dirección al olvido.

Por sus arterias discurre

Julio Cortázar(1914-1984)

ÓMNIBUS

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cada ciudad puede ser otra cuando el amor pinta los muros y de los rostros que atardecen

unos es el rostro del amor y el amor viene y va y regresa

y la ciudad es el testigo de sus abrazos y crepúsculos de sus bonanzas y aguaceros

y si el amor se va y no vuelve la ciudad carga con su otoño

ya que le quedan sólo el duelo y las estatuas del amo

presurosa humanidad,el alimento que engordala ciudad.

De reojo se miran,de lejos se tocan,se huelen, se evitan,se ignoran, se rozan;y en el traqueteodel vagón hipnóticocada quien se inventala suerte del prójimo.

El escritor ve lectores,el diputado, carnaza;el mosén ve pecadores,y yo veo a esa muchachadel metro.

Los carteristas ven primos,los banqueros ven morosos,

el casero ve inquilinosy la pasma, sospechososen el metro.

El general ve soldados;juanetes, el pedicuro;la comadrona, pasado;el enterrador, futuro.

La bella ve que la miran,y el feo ve que no estásolo en este mundo queviene y va.

La bella se dejamirar mientras mirala nada que pasapor la ventanilla.Distante horizontede cristal de roca,ajena y silenteflor de mi derrota.

El revisor ve billetesel sacamuelas ve dientes,el carnicero, filetes;y la ramera, clientesen el metro.

Los avaros ven mendigos,los mendigos ven avaros;los caballeros, señoras;las señoras, tipos rarosen el metro.

El autor ve personajes,el zapatero ve pies;el sombrerero, cabezas;el peluquero, tupés.

Los médicos ven enfermos,los camareros, cafés;

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(Bestiario, 1951)

         SI LE VIENE bien, tráigame El Hogar cuando vuelva —pidió la señora Roberta, reclinándose en el sillón para la siesta. Clara

ordenaba las medicinas en la mesita de ruedas, recorría la habitación con una mirada precisa. No faltaba nada, la niña Matilde se

quedaría cuidando a la señora Roberta, la mucama estaba al corriente de lo necesario. Ahora podía salir, con toda la tarde del sábado

para ella sola, su amiga Ana esperándola para charlar, el té dulcísimo a las cinco y media, la radio y los chocolates.

         A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y

luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que

le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó

una batallla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes,

alto hasta dar vértigo. Pasó don Luis, el relojero, y la saludó apreciativo, como si alabara su figura prolija, los zapatos que la hacían

más esbelta, su cuellito blanco sobre la blusa crema. Por la calle vacía vino remolonamente el 168, soltando su seco bufido insatisfecho

al abrirse la puerta para Clara, sola pasajera en la esquina callada de la tarde.

         Buscando las monedas en el bolso lleno de cosas, se demoró en pagar el boleto. El guarda esperaba con cara de pocos amigos,

retacón y compadre sobre sus piernas combadas, canchero para aguantar los virajes y las frenadas. Dos veces le dijo Clara: “De

quince”, sin que el tipo le sacara los ojos de encima, como extrañado de algo. Después le dio el boleto rosado, y Clara se acordó de un

verso de infancia, algo como: “Marca, marca, boletero, un boleto azul orosa; canta, canta alguna cosa, mientras cuentas el dinero.”

Sonriendo para ella buscó asiento hacia el fondo, halló vacío el que correspondía a Puerta de Emergencia, y se instaló con el menudo

placer de propietario que siempre da el lado de la ventanilla. Entonces vio que el guarda la segía mirando. Y en la esquina del puente

de Avenida San Martín, antes de virar, el conductor se dio vuelta y también la miró, con trabajo por la distancia pero buscando hasta

distinguirla muy hundida en su asiento. Era un rubio huesudo con cara de hambre, que cambió unas palabras con el guarda, los dos

miraron a Clara, se miraron entre ellos, el ómnibus dio un salto y se metió por Chorroarín a toda carrera.

         “Par de estúpidos”, pensó Clara entre halagada y nerviosa. Ocupada en guardar su boleto en el monedero, observó de reojo a la

señora del gran ramo de claveles que viajaba en el asiento de adelante. Entonces la señora la miró a ella, por sobre el ramo se dio

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vuelta y la miró dulcemente como una vaca sobre un cerco, y Clara sacó un espejito y estuvo en seguida absorta en el estudio de sus

labios y sus cejas. Sentía ya en la nuca una impresión desagradable; la sospecha de otra impertinencia la hizo darse vuelta con rapidez,

enojada de veras. A dos centímetros de su cara estaban los ojos de un viejo de cuello duro, con un ramo de margaritas componiendo un

olor casi nauseabundo. En el fondo del ómnibus, instalados en el largo asiento verde, todos los pasajeros miraron hacia Clara, parecían

criticar alguna cosa en Clara que sostuvo sus miradas con un esfuerzo creciente, sintiendo que cada vez era más difícil, no por la

coincidencia de los ojos en ella ni por los ramos que llevaban los pasajeros; más bien porque había esperado un desenlace amable, una

razón de risa como tener un tizne en la nariz (pero no lo tenía); y sobre su comienzo de risa se posaban helándola esas miradas atentas

y continuas, como si los ramos la estuvieran mirando.

         Súbitamente inquieta, dejó resbalar un poco el cuerpo, fijó los ojos en el estropeado respaldo delantero, examinando la palanca

de la puerta de emergencia y su inscripción Para abrir la puerta TIRE LA MANIJA hacia adentro y levántese, considerando las letras

una a una sin alcanzar a reunirlas en palabras. Lograba así una zona de seguridad, una tregua donde pensar. Es natural que los

pasajeros miren al que recién asciende, está bien que la gente lleve ramos si va a Chacarita, y está casi bien que todos en el ómnibus

tengan ramos. Pasaban delante del hospital Alvear, y del lado de Clara se tendían los baldíos en cuyo extremo lejano se levanta la

Estrella, zona de charcos sucios, caballos amarillos con pedazos de sogas colgándoles del pescuezo. A Clara le costaba apartarse de un

paisaje que el brillo duro del sol no alcanzaba a alegrar, y apenas si una vez y otra se atrevía a dirigir una ojeada rápida al interior del

coche. Rosas rojas y calas, más lejos gladiolos horribles, como machucados y sucios, color rosa vieja con manchas lívidas. El señor de

la tercera ventanilla (la estaba mirando, ahora no, ahora de nuevo) llevaba claveles casi negros apretados en una sola masa casi

continua, como una piel rugosa. Las dos muchachitas de nariz cruel que se sentaban adelante en uno de los asientos laterales,

sostenían entre ambas el ramo de los pobres, crisantemos y dalias, pero ellas no eran pobres, iban vestidas con saquitos bien cortados,

faldas tableadas, medias blancas tres cuartos, y miraban a Clara con altanería. Quiso hacerles bajar los ojos, mocosas insolentes, pero

eran cuatro pupilas fijas y también el guarda, el señor de los claveles, el calor en la nuca por toda esa gente de atrás, el viejo del cuello

duro tan cerca, los jóvenes del asiento posterior, la Paternal: boletos de Cuenca terminan.

         Nadie bajaba. El hombre ascendió agilmente, enfrentando al guarda que lo esperaba a medio coche mirándole las manos. El

hombre tenía veinte centavos en la derecha y con la otra se alisaba el saco. Esperó, ajeno al escrutinio. “De quince”, oyó Clara. Como

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ella: de quince. Pero el guarda no cortaba el boleto, seguía mirando al hombre que al final se dio cuenta y le hizo un gesto de

impaciencia cordial: “Le dije de quince.” Tomó el boleto y esperó el vuelto. Antes de recibirlo, ya se había deslizado livianamente en un

asiento vacío al lado del señor de los claveles. El guarda le dio los cinco centavos, lo miró otro poco, desde arriba, como si le examinara

la cabeza; él ni se daba cuenta, absorto en la contemplación de los negros claveles. El señor lo observaba, una o dos veces lo miró

rápido y el se puso a devolverle la mirada; los dos movían la cabeza casi a la vez, pero sin provocación, nada más que mirándose. Clara

seguía furiosa con las chicas de adelante, que la miraban un rato largo y después al nuevo pasajero; hubo un momento, cuando el 168

empezaba su carrera pegado al paredón de Chacarita, en que todos los pasajeros estaban mirando al hombre y también a Clara, sólo

que ya no la miraban directamente porque les interesaba más el recién llegado, pero era como si la incluyeran en su mirada, unieran a

los dos en la misma observación.Qué cosa estúpida esa gente, porque hasta las mocosas no eran tan chicas, cada uno con su ramo y

ocupaciones por delante, y portándose con esa grosería. Le hubiera gustado prevenir al otro pasajero, una oscura fraternidad sin

razones crecía en Clara. Decirle: “Usted y yo sacamos boleto de quince”, como si eso los acercara. Tocarle el brazo, aconsejarle: “No se

dé por aludido, son unos impertinentes, metidos ahí detrás de las flores como zonzos.” Le hubiera gustado que él viniera a sentarse a

su lado, pero el muchacho —en realidad era joven, aunque tenía marcas duras en la cara— se había dejado caer en el primer asiento

libre que tuvo a su alcance. Con un gesto entre divertido y azorado se empeñaba en devolver la mirada del guarda, de las dos chicas,

de la señora con los gladiolos; y ahora el señor de los claveles rojos tenía vuelta la cabeza hacia atrás y miraba a Clara, la miraba

inexpresivamente, con una blandura opaca y flotante de piedra pómez. Clara le respondía obstinada, sintiéndose como hueca; le venían

ganas de bajarse (pero esa calle, a esa altura, y total por nada, por no tener un ramo); notó que el muchacho parecía inquieto, miraba a

un lado y al otro, después hacia atrás, y se quedaba sorprendido al ver a los cuatro pasajeros del asiento posterior y al anciano del

cuello duro con las margaritas. Sus ojos pasaron por el rostro de Clara, deteniéndose un segundo en su boca, en su mentón; de

adelante tiraban las miradas del guarda y las dos chiquilinas, de la señora de los gladiolos, hasta que el muchacho se dio vuelta para

mirarlos como aflojando. Clara midió su acoso de minutos antes por el que ahora inquietaba al pasajero. “Y el pobre con las manos

vacías”, pensó absurdamente. Le encontraba algo de indefenso, solo con sus ojos para parar aquel fuego frío cayéndole de todas

partes.

         Sin detenerse el 168 entró en las dos curvas que dan acceso a la explanada frente al peristillo del cementerio. Las muchachitas

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vinieron por el pasillo y se instalaron en la puerta de salida; detrás se alinearon las margaritas, los gladiolos, las calas. Atrás había un

grupo confuso y las flores olían para Clara, quietita en su ventanilla pero tan aliviada al ver cuántos se bajaban, lo bien que se viajaría

en el otro tramo. Los claveles negros aparecieron en lo alto, el pasajero se había parado para dejar salir a los claveles negros, y quedó

ladeado, metido a medias en un asiento vacío delante del de Clara. Era un lindo muchacho sencillo y franco, tal vez un dependiente de

farmacia, o un tenedor de libros, o un constructor. El ómnibus se detuvo suavemente, y la puerta hizo un bufido al abrirse. El

muchacho esperó a que bajara la gente para elegir a gusto un asiento, mientras Clara participaba de su paciente espera y urgía con el

deseo a los gladiolos y a las rosas para que bajasen de una vez. Ya la puerta abierta y todos en fila, mirándola y mirando al pasajero,

sin bajar, mirándolos entre los ramos que se agitaban como si hubiera viento, un viento de debajo de la tierra que moviera las raíces de

las plantas y agitara en bloque los ramos. Salieron las calas, los claveles rojos, los hombres de atrás con sus ramos, las dos chicas, el

viejo de las margaritas. Quedaron ellos dos solos y el 168 pareció de golpe más pequeño, más gris, más bonito. Clara encontró bien y

casi necesario que el pasajero se sentara a su lado, aunque tenía todo el ómnibus para elegir. Él se sentó y los dos bajaron la cabeza y

se miraron las manos. Estaban ahí, eran simplemente manos; nada más.

         —¡Chacarita!— gritó el guarda.

         Clara y el pasajero contestaron su urgida mirada con una simple fórmula: “Tenemos boletos de quince.” La pensaron tan sólo, y

era suficiente.

         La puerta seguía abierta. El guarda se les acercó.

         —Chacarita —dijo, casi explicativamente.

         El pasajero ni lo miraba, pero Clara le tuvo lástima.

         —Voy a Retiro —dijo, y le mostró el boleto. Marca marca boletero un boleto azul o rosa. El conductor estaba casi salido del

asiento, mirándolos; el guarda se volvió indeciso, hizo una seña. Bufó la puerta trasera (nadie había subido adelante) y el 168 tomó

velocidad con bandazos coléricos, liviano y suelto en una carrera que puso plomo en el estómago de Clara. Al lado del conductor, el

guarda se tenía ahora del barrote cromado y los miraba profundamente. Ellos le devolvían la mirada, se estuvieron así hasta la curva

de entrada a Dorrego. Después Clara sintió que el muchacho posaba despacio una mano en la suya, como aprovechando que no podían

verlo desde adelante. Era una mano suave, muy tibia, y ella no retiró la suya pero la fue moviendo despacio hasta llevarla más al

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extremo del muslo, casi sobre la rodilla. Un viento de velocidad envolvía al ómnibus en plena marcha.

         —Tanta gente —dijo él, casi sin vos—. Y de golpe se bajan todos.

         —Llevaban flores a la Chacarita —dijo Clara—. Los sábados va mucha gente a los cementerios.

         —Sí, pero...

         —Un poco raro era, sí. ¿Usted se fijó...?

         —Sí —dijo él, casi cerrándole el paso—. Y a usted le pasó igual, me di cuenta.

         —Es raro. Pero ahora ya no sube nadie.

         El coche frenó brutalmente, barrera del Central Argentino. Se dejaron ir hacia adelante, aliviados por el salto a una sorpresa, a

un sacudón. El coche temblaba como un cuerpo enorme.

         —Yo voy a Retiro —dijo Clara.

         —Yo también.

         El guarda no se había movido, ahora hablaba iracundo con el conductor. Vieron (sin querer reconocer que estaban atentos a la

escena) cómo el conductor abandonaba su asiento y venía por el pasillo hacia ellos, con el guarda copiándole los pasos. Clara notó que

los dos miraban al muchacho y que éste se ponía rigido, como reuniendo fuerzas; le temblaron las piernas, el hombro que se apoyaba

en el suyo. Entonces aulló horriblemente una locomotora a toda carrera, un humo negro cubrió el sol. El fragor del rápido tapaba las

palabras que debía estar diciendo el conductor; a dos asientos del de ellos se detuvo, agachándose como quien va a saltar. el guarda lo

contuvo prendiéndole una mano en el hombro, le señaló imperioso las barreras que ya se alzaban mientras el último vagón pasaba con

un estrépito de hierros. El conductor apretó los labios y se volvió corriendo a su puesto; con un salto de rabia el 168 encaró las vías, la

pendiente opuesta.

         El muchacho aflojó el cuerpo y se dejó resbalar suavemente.

         —Nunca me pasó una cosa así —dijo, como hablándose.

         Clara quería llorar. Y el llanto esperaba ahí, disponible pero inútil. Sin siquiera pensarlo tenía conciencia de que todo estaba

bien, que viajaba en un 168 vacío aparte de otro pasajero, y que toda protesta contra ese orden podía resolverse tirando de la

campanilla y descendiendo en la primera esquina. Pero todo estaba bien así; lo único que sobraba era la idea de bajarse, de apartar esa

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mano que de nuevo había apretado la suya.

         —Tengo miedo —dijo, sencillamente—. Si por lo menos me hubiera puesto unas violetas en la blusa.

         Él la miró, miró su blusa lisa.

         —A mí a veces me gusta llevar un jazmín del país en la solapa —dijo—. Hoy salí apurado y ni me fijé.

         —Qué lástima. Pero en realidad nosotros vamos a Retiro.

         —Seguro, vamos a Retiro.

         Era un diálogo, un diálogo. Cuidar de él, alimentarlo.

         —¿No se podría levantar un poco la ventanilla? Me ahogo aquí adentro.

         Él la miró sorprendido, porque más bien sentía frío. El guarda los observaba de reojo, hablando con el conductor; el 168 no había

vuelto a detenerse después de la barrera y daban ya la vuelta a Cánning y Santa Fe.

         —Este asiento tiene ventanilla fija —dijo él—. Usted ve que es el único asiento del coche que viene así, por la puerta de

emergencia.

         —Ah —dijo Clara.

         —Nos podíamos pasar a otro.

         —No, no. —Le apretó los dedos, deteniendo su moviento de levantarse.— Cuanto menos nos movamos mejor.

         —Bueno, pero podríamos levantar la ventanilla de adelante.

         —No, por favor no.

         Él esperó, pensando que Clara iba a agregar algo, pero ella se hizo más pequeña en el asiento. Ahora lo miraba de lleno para

escapar a la atracción de allá adelante, de esa cólera que les llegaba como un silencio o un calor. El pasajero puso la otra mano sobre

la rodilla de Clara, y ella acercó la suya y ambos se comunicaron oscuramente por los dedos, por el tibio acariciarse de las palmas.

         —A veces una es tan descuidada —dijo tímidamente Clara—. Cree que lleva todo, y siempre olvida algo.

         —Es que no sabíamos.

         —Bueno, pero lo mismo. Me miraban, sobre todo esas chicas, y me sentí tan mal.

         —Eran insoportabes —protestó él—. ¿Usted vio cómo se habían puesto de acuerdo para clavarnos los ojos?

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         —Al fin y al cabo el ramo era de crisantemos y dalias —dijo Clara—. Pero presumían lo mismo.

         —Porque los otros les daban alas —afirmó él con irritación—. El viejo de mi asiento con sus claveles apelmazados, con esa cara

de pájaro. A los que no vi bien fue a los de atrás. ¿Usted cree que todos...?

         —Todos —dijo Clara—. Los ví apenas había subido. Yo subí en Nogoyá y Avenida San Martín, y casi en seguida me di vuelta y vi

que todos, todos...

         —Menos mal que se bajaron.

         Pueyrredón, frenada en seco. Un policía moreno se habría en cruz acusándose de algo en su alto quiosco. El conductor salió del

asiento como deslizándose, el guarda quiso sujetarlo de la manga, pero se soltó con violencia y vino por el pasillo, mirándolos

alternadamente, encogido y con los labios húmedos, parapadeando. “¡Ahí da paso!”, gritó el guarda con una voz rara. Diez bocinas

ladraban en la cola del ómnibus, y el conductor corrió afligido a su asiento. El guarda le habló al oído, dándose vuelta a cada momento

para mirarlos.

         —Si no estuviera usted... —murmuró Clara—. Yo creo que si no estuviera usted me habría animado a bajarme.

         —Pero usted va a Retiro —dijo él, con alguna sorpresa.

         —Sí, tengo que hacer una visita. No importa, me hubiera bajado igual.

         —Yo saqué boleto de quince —dijo él — Hasta Retiro.

         —Yo también. Lo malo es que si una se baja, después hasta que viene otro coche...

         —Claro, y además a lo mejor está completo.

         —A lo mejor. Se viaja tan mal, ahora. ¿Usted ha visto los subtes?

         —Algo increíble. Cansa más el viaje que el empleo.

         Un aire verde y claro flotaba en el coche, vieron el rosa viejo del Museo, la nueva Facultad de Derecho, y el 168 aceleró todavía

más en Leandro N. Alem, como rabioso por llegar. Dos veces lo detuvo algún polícia de tráfico, y dos veces quiso el conductor tirarse

contra ellos; a la segunda, el guarda se le puso por delante negándose con rabia, como si le doliera. Clara sentía subírsele las rodillas

hasta el pecho, y las manos de su compañero la desertaron bruscamente y se cubrieron de huesos salientes, de venas rígidas. Clara no

había visto jamás el paso viril de la mano al puño, contempló esos objetos macizos con una humilde confianza casi perdida bajo el

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terror. Y hablaban todo el tiempo de los viajes, de las colas que hay que hacer en Plaza de Mayo, de la grosería de la gente, de la

paciencia. Después callaron, mirando el paredón ferroviario, y su compañero sacó la billetera, la estuvo revisando muy serio,

temblándole un poco los dedos.

         —Falta apenas —dijo clara, enderezándose—. Ya llegamos.

         —Sí. Mire, cuando doble en Retiro, nos levantamos rápido para bajar.

         —Bueno. Cuando esté al lado de la plaza.

         —Eso es. La parada queda más acá de la torre de los Ingleses. Usted baja primero.

         —Oh, es lo mismo.

         —No, yo me quedaré atrás por cualquier cosa. Apenas doblemos yo me paro y le doy paso. Usted tiene que levantarse rápido y

bajar un escalón de la puerta; entonces yo me pongo atrás.

         —Bueno, gracias —dijo Clara mirándolo emocionada, y se concentraron en el plan, estudiando la ubicación de sus piernas, los

espacios a cubrir. Vieron que el 168 tendría paso libre en la esquina de la plaza; temblándole los vidrios y a punto de embestir el

cordón de la plaza, tomó el viraje a toda carrera. El pasajero saltó del asiento hacia adelante, y detrás de él pasó veloz Clara, tirándose

escalón abajo mientras él se volvía y la ocultaba con su cuerpo. Clara miraba la puerta, las tiras de goma negra y los rectángulos de

sucio vidrio; no quería ver otra cosa y temblaba horriblemente. Sintió en el pelo el jadeo de su compañero, los arrojó a un lado la

frenada brutal, y en el mismo momento en que la puerta se abría el conductor corrió por el pasillo con las manos tendidas. Clara

saltaba ya a la plaza, y cuando se volvió su compañero saltaba también y la puerta bufó al cerrarse. Las gomas negras apresaron una

mano del conductor, sus dedos rígidos y blancos. Clara vio a través de las ventanillas que el guarda se había echado sobre el volante

para alcanzar la palanca que cerraba la puerta.

         Él la tomó del brazo y caminaron rápidamente por la plaza llena de chicos y vendedores de helados. No se dijeron nada, pero

temblaban como de felicidad y sin mirarse. Clara se dejaba guiar, notando vagamente el césped, los canteros, oliendo un aire de río

que crecía de frente. El florista estaba a un lado de la plaza, y él fue a parase ante el canasto montado en caballetes y eligió dos ramos

de pensaminetos. Alcanzó uno a Clara, después le hizo tener los dos mientras sacaba la billetera y pagaba. Pero cuando siguieron

andando (él no volvió a tomarla del brazo) cada uno llevaba su ramo, cada uno iba con el suyo y estaba contento.

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LA CIUDAD. Ray Bradbury

La ciudad esperaba desde hacía veinte mil años. La ciudad esperaba con sus vidrios y negras paredes de obsidiana; y sus altas torres y sus desnudas torrecillas, con sus calles desiertas sin papeles ni huellas digitales. Esperaba... y el planeta daba vueltas en el espacio alrededor de un solblanco y azul, y las estaciones pasaban del hielo al fuego, y otra vez al hielo, y los campos verdes se convertían en prados amarillos. Y en la mitad del año veinte mil, la ciudad dejó de esperar. Una nave apareció en el cielo. La nave pasó rugiendo sobre la ciudad y fue a posarse a treinta metros de las paredes oscuras. Unas botas aplastaron las hierbas delgadas y unos hombres hablaron: -¿Listos? -Muy bien. En marcha hacia la ciudad. Jensen, usted y la patrulla de Hutchinson vayan adelante. Y tengan cuidado. En las negras paredes se abrieron narices ocultas, y una tromba de aire, uniformemente aspirada, entró en lo más profundo del cuerpo de la ciudad, por los canales, los filtros y los recolectores de polvo, hasta unas delgadas y sensibles membranas y bobinas, plateadas y brillantes. Una y otra vez se repitieron las inmensas succiones; una y otra vez unos cálidos vientos llevaron los olores delprado a la ciudad. El olor del fuego, el olor de un meteoro, el olor de un metal caliente. Una nave ha llegado de otro mundo. El olor del cobre y los azufres de la nave. La información pasó por unas ranuras a otros aparatos. Una máquina de calcular funcionó: siete, ocho, nueve. ¡Nueve hombres! Una máquina de escribir imprimió el mensaje, que desapareció rápidamente entre dos rodillos. La ciudad esperó las blandas pisadas de las botas de goma. Las narices de la ciudad volvieron a abrirse. Sobre la ciudad, desde los hombres acechantes, el aura que flotaba hacia la

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enorme Nariz se descompuso en recuerdos de leche, queso, crema, mantequilla. -Jones, tenga su arma preparada. -La ciudad está muerta, ¿para qué preocuparse? -No se puede saber. Ahora, ante la charla, la Oreja despertó. Después de haber escuchado durante siglos unos débiles vientos, después de haber oído como brotaban las hojas de los árboles y cómo crecía suavemente la hierba, la Oreja estiró un enorme parche de tambor, donde los corazones invasores batirían y golpearían delicadamente. La Oreja escuchó y la Nariz aspiró varios metros cúbicos de olores. Los hombres sudaron. Se les mojaron las manos que sostenían las armas, y unas islas de humedad nacieron en las axilas. La Nariz se movió y estudió el aire, como un catador que probase un viejo vino. La información descendió girando en unas cintas paralelas. Sudor: cloruros, sulfatos; ácidos, nitratos amoniacales, creatinina, azúcar, ácido láctico. Sonaron las campanas. Aparecieron los totales. La Nariz expelió el aire analizado. La Oreja escuchó de nuevo: -Creo que deberíamos volver a la nave, señor. -Soy yo quién da las órdenes, señor Smith. -Sí, capitán. -¡Eh! ¡La patrulla! ¿Ven ustedes algo? -Nada, señor. ¡Parece que estuviese muerta desde hace siglos! -¿Ha oído, Smith? No hay nada que temer.-No me gusta. No sé por qué. Esta ciudad es demasiado familiar. -Tonterías. Este sistema planetario está a billones de kilómetros. -Sin embargo, yo lo siento así, señor. Creo que deberíamos irnos. El ruido de los pasos cesó de pronto. Sólo se oía la respiración de los intrusos en el aire tranquilo. La Oreja oyó y funcionó rápidamente. Momentos después, respondiendo a las solicitaciones de la Oreja y la Nariz, unas frescas nubes de vapor salieron por las aberturas de los muros y llegaron hasta los invasores. -¿Huele eso, Smith? Hierba verde. ¿Conoce algo mejor? Por Dios, me quedaríaaquí sólo para respirar ese aroma. La clorofila invisible voló entre los hombres inmóviles. Los pasos resonaron otra vez.

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-No hay nada malo en eso, ¿eh, Smith? ¡Adelante! La Oreja y la Nariz descansaron aliviadas durante una billonésima fracción de segundo. La contramaniobra había tenido éxito. Ahora, los nublados Ojos de la ciudad se despojaron de sus nieblas y sus brumas. -¡Capitán! ¡Las ventanas! -¿Qué? -Las ventanas de ese edificio. ¡Ése! ¡Se movieron! -No vi nada. -Sí. Cambiaron de color. Antes eran oscuras. Ahora son claras. -A mí me parecen unas ventanas comunes. Los objetos borrosos adquirieron una forma precisa. En las entrañas mecánicas de la ciudad, unos ejes aceitados se adelantaron, unas ruedas volantes se zambulleron en unos pozos de aceite verde. Los marcos de las ventanas se ajustaron. Los vidrios resplandecieron. Abajo, por la calle, pasaban dos hombres, seguidos a cierta distancia por los otros siete miembros de la patrulla. Caminaban tiesamente con sus extremidades posteriores y esgrimían unas armas metálicas. Calzaban botas. Eran del sexomasculino. Tenían ojos, bocas, narices y orejas. Las ventanas se estremecieron, se aclararon, se dilataron. -¡Fíjese, capitán, las ventanas! -Siga adelante. -Yo me vuelvo a la nave, señor. -¡Smith! -¡No quiero caer en una trampa! -¿Tiene miedo de una ciudad desierta? La calle estaba empedrada con piedras de ocho centímetros de ancho pordieciséis de largo. Con un movimiento imperceptible, la calle cedió. Estaba pesando a los invasores. En la máquina instalada en un sótano, una aguja señaló en una escala y elregistro del peso de los hombres descendió por unos carreteles. Ahora la ciudad estaba totalmente despierta. Los ventiladores aspiraban y expiraban el aire, el olor a tabaco, el perfume jabonoso de las manos. Hasta los globos oculares tenían un leve olor. La ciudadregistró esos olores, obteniendo un total que se unió a los otros totales. Las

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ventanas brillaron. La Oreja se endureció y estiró más y más su piel de tambor. Todos los sentidos de La ciudad hormigueaban ahora; contaban las respiraciones y los sordos latidos de corazones ocultos, escuchaban, observaban, gustaban. Pues las calles eran como lenguas y, allí donde pisaron los hombres, el gusto de las botas fue absorbido por los poros de las piedras. Ese total químico, tan sutilmente recogido, se añadió a las sumas que crecían y esperaban el cálculo final. Pasos. Alguien que corre. -¡Vuelva acá, Smith! -¡No, váyanse al diablo! -¡Deténganlo! La ciudad, después de haber escuchado, observado, gustado, sentido, pesado ycomparado, tenía que realizar un último examen. En medio de la calle se abrió una trampa. El capitán, lejos de los otros, que corrían detrás de Smith, desapareció. Colgado de los pies, el capitán murió en seguida. Una navaja le abrió la garganta, otra el pecho. Le vaciaron las entrañas con rapidez y las expusieron sobre una mesa, bajo la calle, en un cuarto secreto. Unos grandes microscopios examinaron atentamente las rojas fibras de los músculos. Unos dedos sin cuerpo tocaron elcorazón palpitante. Unas pinzas sujetaron a la mesa los jirones de la piel, mientras que unas manos veloces movían las distintas partes del cuerpo. Allá arriba, en lacalle, los hombres corrían. Abajo, la sangre llenaba unas cápsulas y, agitada ybatida, cubría las delgadas platinas de los microscopios. Se sacaban cuentas, se registraban las temperaturas, se cortaba el corazón, se abrían los riñones y elhígado. Del cráneo trepanado salía el cerebro; los nervios se estiraban, se probaba la elasticidad de los músculos. Y en el subterráneo eléctrico, la Mente, alfin, sacaba el total definitivo y toda la maquinaria hacía un alto. El total. Estos SON hombres. Estos SON hombres de un mundo lejano, de un CIERTOplaneta. Tienen ciertos ojos, ciertas narices, y caminan erguidos de cierto modo, yllevan armas, y piensan, y luchan, y tienen esos corazones y esos órganos que fueron registrados hace ya mucho tiempo. Arriba, los hombres corrían, alejándose hacia la nave.

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Estos son nuestros enemigos. Estos son los que esperamos desde hace tanto tiempo. Estos son los hombres de un planeta llamado Tierra, que hace veinte milaños declaró la guerra a Taollan, que nos esclavizó y nos arruinó y nos destruyó con una peste mortífera. Luego se fueron a vivir a otra galaxia, escapando a esa muerte que habían diseminado entre nosotros. Olvidaron aquella guerra, aquellos días. Pero nosotros no olvidamos. Nuestra espera ha terminado. -¡Smith! ¡Vuelve! Sobre la mesa roja, en el cuerpo abierto y vacío del capitán, otras manos comenzaron a agitarse. Colocaron en el interior unos órganos de cobre, plata, aluminio, goma y seda; unas arañas mecánicas tejieron bajo la piel una tela de oro; se añadió un corazón; en la caja craneana pusieron un cerebro de platino que zumbaba y emitía unas chispas azules; unos finos alambres unieron el cerebro con brazos y piernas. En sólo un instante otras manos cosieron el cuerpo yborraron las incisiones y las cicatrices de la nuca, la garganta y el cráneo. El capitán se sentó y flexionó los brazos. -¡No corras, Smith! El capitán reapareció en la calle, alzó el revólver e hizo fuego. Smith cayó con una bala en el corazón. -¡Ese imbécil! ¡Tenerle miedo a una ciudad! Los hombres miraron el cuerpo de Smith tendido a sus pies. Luego miraron al capitán con ojos que se abrían y se cerraban. -Escúchenme -dijo el capitán-. Tengo que decirles algo muy importante. Ahora la ciudad se preparó para mostrar el último de sus poderes, el poder dellenguaje. Habló con la voz tranquila de un ser humano. -Ya no soy vuestro capitán. Ya no soy un hombre. Los hombres retrocedieron. -Soy la ciudad -dijo la voz. En el rostro apareció una sonrisa-. He esperado doscientos siglos. He esperado a que los hijos de los hijos de los hijos volvieran aquí. -¡Capitán, señor! -Permítanme un momento. ¿Quién me ha creado? La ciudad. Unos hombres que murieron; la vieja raza que una vez vivió aquí. La gente que los terrestres dejaron morir de un mal espantoso. Y los seres de esa vieja raza, soñando con la vuelta de los hombres, construyeron esta ciudad cuyo nombre es Venganza. En veinte

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mil años sólo dos naves descendieron aquí. Una venía de una remota galaxia llamada Ennt. La ciudad pesó y examinó a los ocupantes de aquella nave y los dejó ir, sin un solo rasguño. Hizo lo mismo con los tripulantes de la segunda nave. ¡Pero hoy! ¡Al fin habéis llegado! La venganza será total. Aquellos hombres murieron hace doscientos siglos, pero dejaron una ciudad para daros labienvenida. -Capitán, señor, usted no se siente bien. Será mejor que vuelva a la nave, señor. La ciudad se estremeció. Las piedras de la calle se apartaron y los hombres cayeron gritando. Y vieron, mientras caían, unas brillantes navajas que se apresuraban a recibirlos. Pasaron algunos minutos. Luego el llamado. -¿Smith? -¡Presente! -¡Jensen! -¡Presente! -¿Jones, Hutchinson, Springer? -¡Presente, presente, presente! -Volvemos en seguida a la Tierra. -¡Sí, señor! Las incisiones de los cuellos eran invisibles; lo mismo los ocultos corazones de cobre, los órganos de plata y los alambres de los nervios dorados y finos. Las cabezas emitían un leve zumbido eléctrico. Nueve hombres introdujeron en la nave las bombas de gérmenes patógenos. -Arrojaremos estas bombas sobre la Tierra. -¡Muy bien, señor! La portezuela de la nave se cerró de golpe. La nave saltó hacia el cielo. La ciudad descansaba. Los ojos de vidrio se apagaron. La Oreja se cerró; los grandes ventiladores de la Nariz dejaron de girar; las balanzas de las calles se detuvieron, y la maquinaria oculta volvió a hundirse en su baño de aceite. Lentamente, apaciblemente, la ciudad disfrutó del placer de morir.

 

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ANEXOS

1.- Plano de la ciudad de Guadalajara (1731)

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2.- Centro comercial moderno

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3.- Ciudad Amurallada de Santa Catalina (alrededor de 1700)

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4.- Plaza de San Jacinto en El Paso (Texas) 1890

5.- Caso: Second Life.

Sólo se vive… ¿dos veces? Second Life: una nueva forma de estar en internet

Quién no ha deseado alguna vez poder vivir otra vida totalmente distinta a la que nos ha tocado? Básicamente, esto es Second Life, un “juego” on-line desarrollado por la compañía Linden Lab que ha hecho que más de tres millones de personas se hayan decidido a tener una segunda vida en internet. Y no se crean, este mundo es todo un negocio. Con moneda propia, ya han sido varias las multinacionales que han decido adquirir una isla (Second Life está formado por varias islas en las que se desarrolla la vida) que, además, les sirve como herramienta publicitaria. Y todo ello en un mundo basado en la tolerancia y la unión de culturas.

“Bienvenido a Second Life. Somos una comunidad que trabajamos conjuntamente para construir un nuevo espacio on-line basado en la creatividad, la colaboración, el comercio, y el entretenimiento. Además, queremos construir un puente donde se junten culturas. Creemos en la libertad de expresión, la compasión y la tolerancia. Estos son los principios bajo los que ha nacido esta comunidad en un nuevo mundo”. Con estas palabras, Second Life, un portal de internet basado en realidad virtual, da la bienvenida a los nuevos internautas de todo el mundo, que ya van por más de tres millones.

Pero, ¿cómo nació esta idea? En 2003 Philip Rosedale decidió crear este mundo, bajo la supervisión de la compañía Linden Lab, que ya se ha convertido en un auténtico fenómeno social a nivel mundial, que no es poco. Tal es el fenómeno social que se espera que a finales de este año cerca de 20 millones de personas formen parte de Second Life. A día de hoy el 75 por ciento de los participantes son estadounidenses, pero la proliferación de portales en otros países o en otros idiomas (ya existe Second Life Spain, www.secondlifespain.com) prevé que poco a poco los internautas no procedentes de Estados Unidos crezcan considerablemente.

Según los expertos, y aunque muchos se han empeñado en comparar este mundo virtual con otros juegos como Los Sims, estos no tienen nada que ver. Y es que en

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Second Life no hay una misión u objetivo establecido, no hay que ganar puntos ni pasar de fase para llegar al final del juego, ni siquiera tiene por qué haber un final.

En qué consisteSecond Life está formado, básicamente, por un conjunto de islas. Para poder vivir en esta isla basta con visitar la web (www.secondlife.com) y descargarse el programa, el cual es gratuito. Una vez dentro, se puede elegir entre dos opciones: o crearse una cuenta gratuita o pagar para ser residente Premium. El poder del dinero también llega a Second Life. Así, el que más paga más tiene. Si se quiere ser sólo residente, cuesta poco menos de 10 dólares al mes, mientras que, si por ejemplo, el usuario desea disponer de una isla, el precio asciende considerablemente.

Otra de las características de Second Life es que no se habla ni en dólares, ni en euros, ni en libras… sino que la moneda oficial es el lindeX (o dólares linden). Como si fuera una moneda real, ésta sirve para comprar y vender artículos, o servicios creados tanto por empresas como por los propios usuarios. Eso sí, hay que recordar que todo, en este mundo, es virtual.

La apariencia, además, es también fundamental en este mundo. Tal es así, que la imagen condiciona la aceptación de un usuario. Y es que, las relaciones sociales son un aspecto básico en Second Life.

En cuanto a la economía, hay que destacar que, al igual que ocurre en la vida real, la construcción es uno de los pilares de este mundo, aunque eso sí, con menos especulación.

Aunque parezca que no, los creadores de Second Life afirman que la economía de este mundo, a pesar de virtual, es real, ya que su moneda cotiza en bolsa (virtual, claro) y, a la hora de comprar o vender, se atienda a la cotización y al cambio de la moneda en dólares. Además, los linden dólares se pueden cambiar por dólares reales si se desea y viceversa. Al cambio, un dólar son 270 linden dólares.

La importancia de Second LifeTal es la importancia de este mundo que numerosas empresas, tanto privadas como públicas, ya han comprado sus islas en Second Life. Así, bancos, empresas de seguros, televisiones o agencias de prensa se han interesado en este mundo virtual y han abierto en el juego una sede.

Si nos centramos en compañías tecnológicas, Cisco, IBM, Sun Microsystems, o Vodafone, son algunos de los fabricantes que ya tienen su propia isla.

Pero esto va más allá de la tecnología, Adidas, Nike o Toyota han abierto sus propias tiendas en Second Life, y medios de comunicación como Reuters o El País también están presentes con corresponsales, que informan de lo que pasa en este mundo.

La política también ha llegado a Second Life. El candidato de ultra-derecha a la presidencia de Francia, Jean-Marie Le Pen, se mudó al mundo virtual. Éste fue el primero en abrir una sede de su partido y fue recibido por un gran número de manifestantes que no querían que se instalase en su barrio. Una de sus rivales, la candidata socialista Ségolène Royal, inauguró Comité 748, sede de su partido, el pasado 13 de enero.

Además, en breve igual asistimos a la inauguración de la primera embajada en Second Life. Como no podía ser de otra forma, ésta pertenecerá a uno de los países más desarrollados del mundo, Suecia. El fin es dar a conocer Suecia, y, aunque no tramitará ni visados ni pasaportes, sí que informará de cómo se deben de hacer los trámites.

Para niñosAunque la media de edad de un habitante de Second Life es de 32 años, Linden Labs ha desarrollado otro mundo paralelo para niños. Y como es para niños, en este mundo estos no se podrán hacer ricos, ya que no habrá componente financiero. Además, y para tranquilidad de los padres, la seguridad está garantizada. Los más pequeños de la casa podrán acceder a contenidos audiovisuales pensados específicamente para ellos, así como crear los suyos propios y compartirlos.

El futuroAl parecer, el boom de Second Life no acaba aquí. Linden Labs ya está desarrollando herramientas que mejorarán el futuro de este mundo virtual. Así, por ejemplo, y tal y

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como señaló Joe Miller, vicepresidente de desarrollo de tecnología y plataforma de Linden Labs, “en Second Life estamos trabajando, sobre todo, en la mejora de los servicios”.

Asimismo, la voz “es otra de las áreas clave del futuro. Aunque todavía no hemos realizado ningún anuncio sobre la integración de soluciones de este tipo en Second Life, es cierto que muchos usuarios necesitan, y nos están reclamando, voz para desarrollar su actividad en Second Life”.

Y la búsqueda es otra área que se va a ver mejorada. “Cuando un usuario llega a este mundo desea conocer qué es lo que está pasando. Es por este motivo por el que hemos decidido incrementar las capacidades de búsqueda, de tal forma que facilitemos a la integración de los nuevos miembros, también para que puedan desarrollar su actividad empresarial sin problemas”, destacó Joe Miller, que finalizó asegurando que “muchos residentes ya han abierto tiendas, y la actividad económica está creciendo de manera asombrosa. Vamos a crear plataformas que permitan desarrollar las experiencias que siempre habían deseado e imaginado, ya sea de manera individual o colectivamente”.

“¿Quién quiere ser millonario virtual?” Second Life no es sólo un “juego”, ni un pasatiempo de internet para gente aburrida. De hecho, puede llegar a convertirse en el modo de ser millonario. Nadie lo diría cuando, al empezar un usuario su vida de avatar dentro de este mundo virtual tiene incluso que aprender a vestirse y a interactuar con los demás. A partir de ahí, puede acceder a múltiples islas y lugares diferentes en los que conocer gente, encontrar trabajo e, incluso, hacerse rico.

Ése es el caso de Ailin Graef y de su avatar Anshe Chung, un personaje que ha logrado alzarse con una cifra cercana al millón de dólares reales gracias a la especulación de terrenos virtuales. Incluso ha creado una agencia inmobiliaria que, denominada Anshe’s SL Real State, tiene sus propios empleados a los que Chung paga su correspondientes salarios en dólares Linden. La fortuna que posee este avatar y, por tanto, su dueño en el mundo real, se ha basado en la compra de islas por el precio marcado en Second Life para su posterior mejora y venta o alquiler por un precio superior.

Pero el caso de Anshe ha sido sólo el más llamativo. Muchos usuarios de Second Life están ganando dinero gracias a la organización de fiestas, el diseño de mansiones o la decoración de las propias mansiones. Estos son los trabajos más solicitados en este mundo virtual, pero siempre se abren nuevas posibilidades en la infinita red de redes. Así, podemos encontrar desde planificadores de bodas, guías turísticos o dueños de lugares de vacaciones hasta publicistas, detectives privados y escritores. Por supuesto, todavía hay espacio para muchos más y, si atendemos a las previsiones de crecimiento, Second Life se puede convertir en la oportunidad que muchos estaban esperando para convertirse en millonarios. Incluso hay una lotería dentro de este mundo virtual que también puede hacer que los avatares pasen de la más absoluta pobreza a poder permitirse una isla y una mansión. En definitiva, Second Life es una segunda oportunidad para todos.

Bárbara Madariaga.  [15/02/2007 ]

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