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    Foucault: Una poltica de la interpretacin

    Por Eduardo Grner

    Este trabajo fue publicado como prlogo a la conferencia y posterior debate de Foucalt en unlibro que la Editorial El Cielo por Asalto editara con el ttulo Nietzsche, Freud, Marx en Buenos

    Aires unos aos atrs. Se presenta aqu con la autorizacin de su autor.

    La lectura foucaltina de Marx,Nietzsche y Freud empieza, para m,hace un cuarto de siglo. En efecto,hace ms de 25 aos, Susan Sontagpublic un breve pero famossimoensayo que se llam, con nfasisprogramtico ya condensado en elttulo "Contra la interpretacin". Se

    trataba de un vigoroso alegato plenamente imbuido de lacombat iv idad formal is ta yestructuralista de las vanguardiascrticas de la poca- que abogabapor la eliminacin del concepto decontenido como "cdigo segundo" alcual traducir la "forma" del textoestt ico, y que propona porconsiguiente liquidar, por reductorae inc luso "reacc ionar ia", toda

    estrategia interpretativa, a favor deuna descripcin gozosamente formaly amorosa de la obra, para terminarcon la exhortac in s in dudareminiscente de la Tesis XI sobreFeurbach- de que si hasta ahora loque tenamos era una hermenuticade l ar te , lo que neces i tamosactualmente es un erotismo del arte.Ahora bien: tratndose del erotismo,la propuesta no puede dejar de ser

    seductora, si bien me parece que laautora tiene un concepto un pocoestrecho del erotismo, limitado a unamirada contemplat iva sobre laexterioridad, o como dice ella-sobre la superficie del corpus o delcuerpo- a disfrutar. Por otra parte,sin embargo, en una poca como lanuestra -disposicin polmica parecehaberse t rans formado en unanacronismo arqueolgico por el cualhay que estar pidiendo disculpastodo e l t iempo- ese esp r i tucombativo del ensayo no puedemenos que ser celebrado.

    No obstante, re leyendo e lartculo para inspirarme (con pobresresultados, seguramente) para estapresentac in, ya no pudereencontrar en m mismo e lentusiasmo que otrora me llevara amilitar fervientemente en las filas delms sectar io formal ismo

    antihermenutico. Digamos, para serbreves, que hoy sigo pensando queSusan Sontag tiene razn, pero pormalas razones. Quiero dec i r :seguramente tiene razn cuando sefastidia, por ejemplo, ante el hechode que como ella misma lo dice, laobra de Kafka ha estado sujeta a un"masivo secuestro" por parte, almenos, de t res e jrc i tos deintrpretes: quienes la leen como

    alegora social, quienes la leen comoalegora psicoanaltica, y quienes laleen como alegora religiosa.

    En los tres casos (o en la muyfrecuente combinacin de los tres),lo que se enr iquece es la" interpretac in", y lo que seempobrece o, directamente, sep ierde- es e l texto y suextraord inar ia e inqu ietanteindeterminacin. Nada ms cierto.

    Pero aqu hay un problema, del cualla autora no parece hacerse cargo:esas interpretaciones existen, y yano podemos reclamar la inocencia deleer a Kafka como si no existieran,del mismo modo que ya no podemostener la pretensin ingenua de leerel Edipo Rey de Sfocles o el Hamletde Shakespeare s i no hubieraex is t ido Freud. Esas" interpretac iones" cuando soneficaces, no se han l imitado hatrasladar a un cdigo inteligible untexto rico en incertidumbres, sinoque se han incorporado a la obra, a

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    su contexto de recepcin. Y mstodava: se han incorporado a todoel conjunto de representacioness imbl icas o imaginar ias queconstituyen nuestra cultura, si esque aceptamos como yo heterminado por aceptar,provisoriamente- que las prcticassoc ia les estn const i tu idas ycondic ionadas tambin por losrelatos (grandes o pequeos, no meinteresa entrar en esa discusinparas i tar ia) que una cu l turaincorpora a los diferentes niveles desu "sentido comn". De esa manera,los textos artsticos nunca son deltodo fenmenos puramenteestticos; o, mejor: su esttica es

    inseparable de su tica y de supoltica en el sentido de un Ethoscu l tura l que se inscr ibe(conscientemente o no) en la obra,y de una politicidad por la cual lainterpretacin afecta a la concepcinde s misma que tiene una sociedad.

    Pero entonces no se ve que lainterpretacin no es un mero intentode de "domesticacin" de los textos,s ino toda una estrateg ia de

    producc in de nuevass imbol ic idades, de creac in denuevos imaginarios que construyensentidos determinados para laspolticas sociales? No se ve que lainterpretacin es, en este registro,un campo de batalla? La Tesis XI deMarx que Susan Sontag parafraseaen sus recomendaciones de sustituira la hermenutica por una erticadice, si la recuerdo bien, que los

    f i lsofos se han l imi tado ainterpretar el mundo, cuando de loque se t rata, adems , es detransformarlo. No dice que se debeeliminar la interpretacin a favor deuna transformacin espontanesta ein forme, d ice a lgo mucho msfuerte: dice que la interpretacindebe servir como gua para la accintransformadora, y dice al mismotiempo que la accin transformadoraes la condic in misma de lainterpretacin. Toda la riqueza de lanocin de praxis est contenida enesta idea de que la interpretacin

    puede ser una herramienta decrtica, de "puesta en crisis" de lasestructuras materiales y simblicasde una sociedad, en polmica conotras interpretaciones que buscanconsolidarse en su inercia.

    Y no se puede escuchar unaidea semejante en c ier tospsicoanalistas cuando hablan de lainterpretacin como una intervencin(y tambin, si se me disculpa el maljuego de palabras, una inter versin,una versin intercalada) que modificala relacin del sujeto con su propiorelato, con su "novela familiar"? Oen el propio Freud, para quien lahistoria de Edipo no es un mero"ejemplo" sobre el cual a aplicar su

    teora sino, otra vez, un instrumentopara intervenir crticamente en laimagen que la cultura occidental tienede s misma? O en Faulkner, cuandodeca que escribir (ose, "interpretarel mundo") era para l, sencillamente,poner en el mundo algo que antesno estaba? Y si no se est diciendotodo esto con una c lar idad"inocente" cuando se habla delinstrumentista musical o del actor de

    teatro como un intrprete, paraindicar que, cuando es bueno, l haceescuchar e l texto mus ica l odramtico como nunca antes lohabamos escuchado? Qu significatodo esto, sino que la cultura parabien o para mal- no consiste en otracosa que en el combate de lasinterpretac iones? Podemos, porsupuesto, huir de ese combate,retirarnos en la pura contemplacin,

    no esttica sino estetizante. Pero esint i l pretender que con esoadquirimos no s qu incontaminadadignidad, que es poco ms que laridcula prestancia del avestruz. Conlas polticas de la interpretacinsucede, sencillamente, lo mismo quecon la poltica a secas: o la hacemosnosotros , o nos res ignamos asoportar la que hacen otros.

    Ahora bien: una poltica de lainterpretacin surge precisamente enaquellas prcticas interpretativasostensiblemente ms alejadas de uninters poltico inmediato y evidente,

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    pero que apuntan a destotalizar(utilizo expresamente ex profesoeste trmino sar t reano paradistinguirlo de la "reconstruccin"postestructuralista) los "regmenesde verdad" (Foucault) constituidosy/o inst i tuc ional izados por unacultura, y retotalizarlo oponindolosa oras estrategias interpretativas.Una prctica semejante es polticaen el sentido ms amplio ms allde la del imitacin de su objetoespecfico, que puede ir desde elcuestionamiento de la geometraeuclideana hasta el refinado debatefilolgico sobre un fragmento deTorcuato Tasso- porque afecta a laimagen entera de la polis, entendida

    como el espacio simblico en el quese juega e l conf l i c to entre losd i ferentes s is temas derepresentacin que una sociedadconstruye sobre s misma. En estesentido, lo que Ricoer ha llamado el"conflicto de de las interpretaciones"es un componente constitutivo delcombate ideolgico desarrol ladoal rededor de lo que Gramsc idenomina el "sentido comn" de una

    formacin social, combate esencialpara la constitucin de la hegemona,de un consenso legitimador para unadeterminada forma de dominacinsocial. Es, por lo tanto si se mepermite la expresin-, una lucha porel sentido, que busca violentar losimaginarios colectivos para redefinirel proceso de produccin simblicamediante el cual una sociedad y unapoca se explican a s mismas el

    funcionamiento del Poder.As tomada, como construccinde consenso para privilegiar unaestrategia de interpretacin de las"narrativas" de una sociedad, lanocin de hegemona se constituyeen paradigma terico para analizarhistricamente las formas culturalesde la dominacin en general. Msan: es a partir de una nocin dehegemona hermenutica que podraentenderse, como tal, la cultura deuna sociedad histrica cualquiera, yaque la cultura es pol t icamenteininteligible a menos de pensarla

    como inscr ipta en (objeto de,atravesada por) un campo de fuerzaen pugna, un campo de poder en elcual lo que se dirime es, en ltimainstanc ia, e l sent ido de laconst i tuc in de ident idadesco lect ivas . E l conf l i c to de lasinterpretaciones pone en escenatambin, entonces, una lgica de laproduccin de subjetividades que noestn n i def in ida a pr ior i n iconfirmadas a posteriori. Aquellas"identidades" no son tales, en tantono existen nunca sujetos socialesp lenamente const i tu idos y"completos", sino justamente unproceso de retota l i zac inpermanente que se define en los

    avatares de la lucha por lashegemonas hermenuticas. Estc laro que esas ident idades produc idas por e l conjunto de"representaciones" de s mismos conel que los sujetos interpretan suprctica social- cristalizan, a vecespor largos perodos histricos, en loque suele llamarse "imaginarios", oen trminos ms po l t i cos-ideologas. Pero, como ocurre en el

    clebre paradigma lacaniano delestadio del espejo, ese soporteimaginario es una condicin sine quanon para la emergenc ia de lo"s imbl ico", o d icho muygroseramente, de una ef i cac iaoperat iva de la interpretac inproductora de sentido, "eficacia"que, como sola decir Marx, debe juzgarse por lo que los sujetoshacen con ella, y no con lo que creen

    sobre s mismos. Con las famosaspalabras de D. H. Lawrence, "hay quecreerle siempre a la narracin, nuncaal narrador".

    N inguna estrateg ia deinterpretac in, pues, por ms"inconsciente" que sea, puede alegaringenuidad: una cosa es reconocerque los efectos de la interpretacinson en buena medida incontrolables,otra muy diferente es pretender queuna estrategia de interpretacin noes responsable de sus efectos. Unose sentira tentado de repetir conAlthusser, que puesto que no hay

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    lecturas inocentes, deber amosempezar a confesar de qu lecturassomos culpables.

    Hay, por lo tanto, unacu lpabi l idad or ig ina l de lainterpretacin, consistente en quee l la s iempre procura,confesadamente o no, laconservacin, la trasgresin, o elquebrantamiento de una Leyestablecida. Y la resonancia cristianaque se puede escuchar en esareferencia a la culpa de origen y asu confes in ta l vez no seacapr ichosa: despus de todo,nuestros mtodos hermenuticosson todos, en alguna proporcin,tributarios de la exgesis bblica, por

    la cual la imagen del universo seconstruye soportndose en laobsesiva, casi paranoica, traduccinde una Palabra fundadora. Es WalterBenjamn con su acostumbrada ydesgarrada hondura- e l que hasealado que la interpretac inalegr ica de l c r i s t ian ismocompromete a la historicidad comota l , pero a una h is tor ic idadsalvaguardada como esencial: la

    alegora entiende al mundo comoEscritura, y a la Escritura comoanuncio del Acontec imiento delLogos. La palabra Teora con lo quese des igna a una determinadaestrategia de interpretacin de unaregin del universo- conserva en sura z Theos esta vo luntad deomnipotenc ia creadora,transgresora, que apunta a producirun Acontecimiento, es decir una

    Catstrofe. Pero tambin resguardasu carcter, una vez ms, poltico:como explica Gadamer, el desarrollode l mtodo hermenut ico, quedesemboca en la aparicin de una"conciencia" plenamente histrica,emergi como un arma deautodefensa de la interpretacinreformista de la Biblia contra elataque de los telogos tridentinos ysu apelacin al carcter ineludible dela tradicin. El argumento de Luceroes que la literalidad de la Biblia norequiere de la tradicin para sercomprendido, sino que cualquier

    lectura actual basta para extraerlesu verdad. Pero esa lectura requiere,a su vez, esa forma de intervencinhermenutica que es la traduccin ala lengua verncula. Y ya sabemosqu acontecimientos catastrficosprodujo la traduccin luterana de laBiblia en las tradiciones de la culturaoccidental.

    Eso que confusamente se llamala Modernidad es, como se sabe,prdiga en tales catstrofes. Quizsla Modernidad (o, para decirlo sineufemismos, e l modelo deproduccin capitalista y los intentosde afianzar o quebrantar su Ley)pueda ser definida, en un ciertoreg is t ro , como un estado de

    catstrofe permanente que instaurael conflicto de las interpretaciones yla lucha por el sentido como surgimen de existencia mismo, en elcua l combaten las estrateg iasproductoras de nuevosacontecimientos del Logos, all dondela bsqueda de una expiacin de laCulpa originaria ya no puede unificarimgenes. Como dira Nietzsche, siDios ha muerto, todo est permitido.

    Pero como dira Orwell, hay algunascosas ms permitidas que otras, ycules sean esas cosas es tambinresu l tado de l conf l i c to de lasinterpretaciones, de la lucha por elsentido.

    De cualqu ier manera, lasnarrat iv idades catastr f i casresultantes de la lucha entre losmodos de interpretacin potenciansu carcter ampliamente poltico

    cuando logran, nuevamente,destotalizar el campo mismo deconst i tuc in de las d i ferenteslecturas de la realidad y reconstituirlos dispositivos discursivos sobre unhor izonte hermenut icoradicalmente nuevo. La mencin qiehice hace un momento al nombre deNiestzche y las repetidas mencionesa Marx y Freud tampoco sonazarosas: e l los const i tuyen, enefecto, la triloga de los que tantoRicoeur como Foucaul t , desdeperspect ivas por c ier to muydistintas, han identificado como

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    fundadores de d iscurso de lamodernidad: vale decir, aqullos queindependientemente de la eficaciaespec f i ca de sus teor aspart icu lares- han redef in ido e lespacio mismo de la produccin deuna nueva manera de leer laescritura del mundo; aqullos, en fin,que han provocado nuevosacontecimientos del Logos, y lo hanhecho violentando justamente, lasLey de los modos de interpretacinestablecidos.

    Esta intervenc in v io lentacons is te , suc intamente, en laadvertenc ia de que como lomuestra Foucault en El orden deldiscurso- las dos grandes sospechas

    que siempre se haban levantado enOccidente sobre el lenguajes (la deque e l lenguaje nunca d iceexactamente lo que dice, y la de quehay muchas otras cosas que hablansin ser estrictamente lenguaje) ya nopueden ser fcilmente despachadasmediante el recurso a la "clara ydistinta" conciencia cartesiana o laRazn iluminada de una ciencia quedespeja las brumas de la creencia

    dogmtica e irreflexiva. No se trata,en Marx, N ietzsche y Freud,solamente de "multiplicar los signosdel mundo ensanchando el campodel saber" (Foucault), o de otorgarlesentido a fuerzas y objetos queantes no lo tenan, como en latitnica batalla decimonnica de laCiencia contra Mito, que segn hanmostrado agudamente lopensadores frankfurtianos- termin

    elevando a la propia ciencia al rangode gran Mi to de la RaznInstrumental: se trata, en Marx,Nietzsche y Freud, de una operacinmucho ms radical, que transformacompletamente la naturaleza mismadel signo, y por lo tanto la estrategiade su interpretacin, y por lo tantola imagen misma del sujeto de lainterpretac in . Y se t rata porconsiguiente de una explicitacin delmodo de interpretac in comopoltica , en el sentido en que ladefinamos antes.

    Efectivamente, este mtodo deinterpretacin se distingue de otrosanteriores porque ya no entiende ala interpretacin como mero trabajode "desenmascaramiento", de"develacin" o de "desciframiento"simblico que se propone restaurarun sentido oculto, dis imulado operdido. Y no es que los otrosmtodos fueran solamente eso, sinoque ahora grac ias a Marx,Nietzsche y Freud- sabemos que noes solamente eso. Sabemos, quierodecir, que pensarlos y pensarse-como "solamente eso" serva paradesplazar su "culpabilidad original" -es decir, su poltica- a favor de unasupuestamente cr is ta l ina

    reconstruccin de la primigeniatransparencia de los smbolos. Porel contrario, pensar la interpretacincomo una intervencin en la cadenasimblica que produce un efectod is rupt ivo , y no un s impledesplazamiento, es al mismo tiempoponer en evidencia su carcterideolgico y, como decamos antes,someter a crtica la relacin delsujeto con ese "relato".

    Foucault siempre hablando deaque l los t res " fundadores" dediscurso- dice que Marx no se limitaa interpretar a la sociedad burguesa,sino a la interpretacin burguesa dela sociedad (por eso El Capital noes una economa poltica sino unacrtica de la economa poltica); queFreud no interpreta el sueo delpac iente, s ino a l re lato que e lpaciente hace de su sueo (y que

    ya constituye, desde luego, una"interpretacin", en el sentido vulgaro "silvestre"); que Nietzsche nointerpreta a la moral de Occidente,sino al discurso que Occidente haconstruido sobre su moral (por esohace una genealoga de la moral). Setrata, siempre, de una interpretacinque hace ver que esos discursos queexamina son, justamente,interpretaciones "producciones" desent ido- y no mero objetoscomplicados a descifrar, con unsentido dado desde siempre que solose trata de re- descubrir. Lo que

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    hacen los tres, nuevamente, esintervenir sobre una construccins imbl ica no para mostrar sutransparencia originaria, sino alrevs, para produc i r la como

    opacidad; no para descifrarla, sinoal revs, para otorgarle su carcterde cifra, su "artificialidad", es decir,para desnaturalizarla en su funcinde "sent ido comn", y paradesnaturalizar, tambin, la relacinde ese discurso con los sujetos queha producido como soportes de supropia reproduccin. Se trata, en fin,de quebrar esa armona y esebienestar, de transformar al sujeto,mediante la interpretac in, eninsoportable para su propio discursoy qu iz para dejar lo ,momentneamente, sin palabras.

    Esa insoportable parquedad deldecir (si se me siguen permitiendolos malos chistes), hace que lossignos interpretantes se escalonenen un espacio ms diferenciado,apoyndose en una dimensin quepodramos llamar de profundidad, acondicin de no entender por eso

    "interioridad" (vale decir, la idea delsmbolo como cscara que encierraal objeto portador de la verdad) sinocomo un trabajo interpretativo queopera, si, sobre la superficie, perono como preferira Susan Sontag-para descr ib i r la (como s i unadescripcin no fuera, por otra parte,un cierto tipo de interpretacin queno osa decir su nombre), sino pararearticular sus lneas narrativas,

    provocando otras intersecciones quelas que el texto se limita a mostrar.

    Marx que, segn Lacan,invent la teora psicoanaltica delsntoma-, cuando realiza su clebreinterpretacin del fetichismo de lamercanca, no se limita a apartar el"s mbolo" mercanc a como una"mscara" detrs de la cual seocultara la "cosa", el "verdaderocontenido" a saber, las relaciones

    de produccin y explotacin que ledan a la mercanca su relacin defetiche-. Lo que hace y es extrao

    que Susan Sontag no recurra a esteejemplo prestigiosos- es apoyarseen lo l mismo l lama la formamercanca, que es la que hacepos ib les esas re lac iones de

    produccin y no otras, para producirsu articulacin con la estructura delmodo de produccin como totalidad:vale decir, destotaliza la forma-mercanca (pues el "fetichismo" quepromueve el discurso de la economapoltica consiste en hacer pasar laparte por el todo, la mercancasust i tuyendo a las re lac ionessoc ia les) y la retota l i za ,reinscribindola en el conjunto de laformac in soc ia l , es dec i rdevolv indole su "profundidad"histrica sin necesidad de salir de la"superficie" del texto de la economapoltica, ya que l sabe muy bien queel fetichismo de la mercanca, comoel sueo del paciente del psicoanlisisno una "ilusin" que basta despejarpara que todo vuelva a su lugar: esuna "ficcin" que produce efectosmateriales decisivos; sin fetichismode la mercanca no hay capital.

    La interpretacin, pues, no estdest inada a d iso lver " fa lsasapariencias" de la cultura, sino amostrar de qu manera esas"apariencias" pueden expresar unacierta verdad que debe ser construidapor la interpretacin. Es en esesentido que no se puede hablar de"profundidad" con ese tono de vozsolemne que usan los guardianes dela t rad ic in para ind icarnos la

    impertinencia de nuestra pretensinde interpretar para dar lugar a otracosa. Porque es precisamente latradicin cultural, su aspiracin a lainmovilidad mineral de la que hablaSastre, la que lleva la marca ridculade la banalidad. Es Marx mismoquien, al principio de El Capital,explica que, a diferencia de Perseo,l tiene que hundirse en la brumapara mostrar que de hecho no hay

    monstruos ni enigmas profundos,porque todo lo que hay de"profundo" en el discurso que se

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    hace la burguesa acerca de lamoneda, el capital, el valor, no esms que una banal idad. Unabanalidad, claro, que desgarra loscuerpos y las almas de sus vctimas,es decir, de aquellos que creen ensu profundidad. Pero que no por esodeja de ser banal, horriblementebanal, como la "Banalidad del Mal"que espantaba a Hannah Arendtcuando se refera al nazismo. Es solouna poltica de la interpretacin queno se deje subyugar por laprofundidad as entendida, la quepuede recomponer la agitacin de lasuperficie y crear una verdaderatormenta. La interpretacin es, all,ese Acontecimiento que funda un

    nuevo Logro, un nuevo espacio deinteligibilidad desde el cual todo el"mapa" de la cultura se recompone.Y que lo hace por la imaginacin,por la construccin de un "relato",de una "ficcin" si se quiere decir as,pero de una ficcin que genera unnuevo rgimen de verdad desde elcua l leer las otras f i cc iones.Insistamos: esta es una poltica dela interpretacin que, aunque apele

    a la ms radical negatividad en elsentido de la "crtica de todo loexistente" que desvelaba a Marx- esuna estrateg ia dec id idamenteconstruccionista .

    Y el psicoanlisis? Como sesabe, las relaciones del psicoanlisiscon la interpretacin del arte, porejemplo, han sido siempre muyconflictivas, y todos hemos tenidoque soportar estoicamente esos

    tediosos trabajos de "psicoanlisisaplicado" a textos estticos que en esto hay que darle la razn aSusan Sontag- hacan del pobreKafka un mero caso de temor alpadre, angust ia de castrac in,sentimientos de impotencia y otratrivialidades por el estilo por las quetodos hemos pasado sin por ellohaber escr i to El Cast i l lo . Unprocedimiento que contrasta, porcierto, con el respeto casi reverencialque Freud tena por lo que l llamabael "misterio" de la creacin esttica,frente a lo cual el psicoanlisis como

    tal, afirmaba, tiene muy poco quedecir. Hay, sin embrago, dos frasesque siempre me han impresionadocomo posibles puntos de partidapara pensar desde otro lugar lainterpretacin psicoanaltica del arte.La primera es del mismo Freud,cuando afirma que si se pudieraestablecer una comparacin entre elmtodo ps icoanal t ico y algunaforma de arte, aqul se parecera notanto a la pintura, que agrega formasy colores sobre la tela vaca, sino ala escultura, que rompe la piedrapara que quede una forma. Mientrasen el primer caso se trata de unapura invencin que vuelca desdeafuera algo sobre la nada, en el

    segundo se t rata de unainterpretacin que extrae algo nuevode una superf ic ie ya ex istente,luchando contra su resistencia. Nome interesa tanto, aqu, la idea de"res is tenc ia" con la que lospsicoanalistas sabrn que hacen-como la idea de lucha como practicaque produce un acontecimiento.

    La segunda frase a la que merefera es de Oscar Masotta, cuando

    deca, aproximadamente, que no setrata de ap l i car la teor a de lpsicoanlisis al texto artstico, sinode utilizar el texto artstico parahacer avanzar la teora. Pero si esas, la formulacin puede darsevuelta para decir que no se trata deque un crt ico, un "intrprete",aplique al psicoanlisis su teorahermenutica como parece hacerloRicoeur, segn vimos- sino de que

    utilice al psicoanlisis para haceravanzar su teora, para darse unpol t ica de interpretac in de lacultura que no necesariamente es lateor a ps icoanal t i ca, pero queaprende de ella (o de Marx, o deNietzsche) una lg ica de lainterpretacin como intervencinproductora del acontecimiento. Esverdad que prosegui r con estaanaloga nos lleva por un caminomuy espinoso, en el cual surge deinmediato una cuestin inquietante:el intrprete est en posicin deanal ista , o de paciente? Quiero

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    decir: no es la presencia del textola que hace hablar al crtico por vade su relacin que me permito llamar"t rans ferenc ia l " con la obra decultura?

    Sea como sea, se ve deinmediato que la intervenc inhermenut ica comprometeradicalmente al propio lugar delsujeto de la interpretacin y no soloa las "identidades colectivas" que venconmovida su relacin institucionalcon e l espac io s imbl ico de sucultura-, hasta el punto que podradecirse que tambin la interpretacinproduce su propio sujeto, y ms an,que la interpretacin es el sujeto, enla medida que todo sujeto est

    constituido imaginariamente por lasinterpretaciones que ensaya sobre supropia relacin simblica con elmundo. Pero sujeto de qu discurso?Respondamos rp idamente: de ld iscurso permanente de lmalentendido.

    Es por eso, quiz, que Foucaultrecuerda que tanto en Freud comoNietzsche y Marx, se perfila estaexperiencia, tan importante para le

    hermenut ica moderna, de quecuanto ms se avanza en lainterpretacin, tanto ms hay unacercamiento a una reg inabsolutamente peligrosa, donde noso lo la interpretac in puedeencontrar su lmite y su vuelta haciaatrs , s ino que adems puededesaparecer como interpretacin ypuede llegar a significar incluso ladesaparicin del mismo intrprete. La

    narrat iva catastr f i ca de lainterpretacin, pues, es posible queimplique tambin la catstrofe delsujeto.

    No s s i se ha ins is t ido losuficiente, a este respecto, en unasintomtica coincidencia referencialen las polticas hermenuticas de lostres " fundadores de d iscurso"foucaultianos. Ya aludimos al uso quehace Freud de la figura trgica deEdipo como instrumento deinterpretacin. La genealoga de lamoral nietzscheana, por su parte, yen general todo el espritu de su

    interpretac in de la cu l turaoccidental, est conectada con laoposicin entre lo dionisaco y loapolneo, que Nietzsche identifica conel origen de la tragedia. Finalmente,en El XVIII Brumar io de Lu isBonaparte de manera explcita, peroen otros textos de manera alusiva,Marx recomienda interpretar laHistoria teniendo en cuenta siempreque ella se produce a veces comotragedia y a veces como parodia. Enlo tres, por lo tanto, el gnero de latragedia y su "historicidad esencial",para decirlo con Benjamn- es lametfora privi legiada de aquel la"regin peligrosa" a la que conducela interpretac in y los

    acontecimientos del Logos que elladesata. Acaso Edipo no es esesujeto que, interpretando a latradicin de Tebas a la Esfinge-,desencadena los acontecimientoscatastr f i cos que amenazandestruirlo tanto a l como sujetocomo a la Polis a la Cultura de laque su interpretacin le da el Poder-? Y tambin para l, despus de todo,la h is tor ia comienza con una

    banalidad, con una trivialidad, en elcruce de esas tres vas donde seproduce su encuentro casual con elque no sabe que es su padre.

    Es que la t ragedia es lademostrac in, como ha d ichoalguien, de que el Ser es Caos, deque no so lamente, no s iempresomos dueos de las consecuenciasde nuestros actos, sino de aquelmalentendido const i tut ivo que

    provoca la intervenc ininterpretativa, hace que ni siquierapodamos dominar de l todo lassignificacin de esos actos. Y es poresa falta tambin se puede decir:por esa culpa- original en nuestro serde sujetos, que solo nos queda(como si fuera poco) la narrativacatastr f i ca que nos permitehacernos sujetos de nuestra propiafalta, hacernos sujetos crticos denuestra propia cultura y de nuestrapropia subjetividad: de una cultura yuna subjet iv idad pardicas ydesdramatizadas, donde pareciera

  • 8/6/2019 gruner

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    TOPOS

    ROPOS

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    R

    evista

    Crdoba/

    N3

    que la nica tragedia posible a lamanera de Beckett o de los films deBuster Keaton- es la de instalarnos,sin poder realmente interpretarlo, ennuestro papel de sujetos cmicos.

    Ignoro si ser posible recuperarese impulso de los "grandes relatos"que l leve nuestra pol t ica de lainterpretacin hasta el borde mismode las regiones pel igrosas de laCultura. Y tal vez tenga razn Jan

    Kott cuando insina que no es Edipoel que ha matado a su padre y seha acostado con su madre- el quees trgico, sino que es el mundocuyos dioses han ordenado que losh i jos maten a sus padres y seacuesten con sus madres el que estrg ico. Pero cmo podr aex imirnos, esa ignoranc ia, deinterpretar el mundo, de corre elpeligro?!