George Turner - Las Torres Del Olvido by Victoria

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    LAS TORRES DELOLVIDO

    George Turner

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    Ttulo original: The Sea and SummerTraduccin: Jordi Gubern1987, George Turner1989, Ediciones B, S.A.

    ISBN:84-406-0811-XCorregido: Silicon 01/2010

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    LA GENTE DEL OTOOPRIMERA PARTE

    El sol, alto an en la tarde temprana, relumbraba sobre las aguas tran-quilas. No soplaba brisa alguna; slo la estela de la embarcacin turbaba laplacidez de la baha. La carta de navegacin del piloto mostraba en lneas depuntos, directamente debajo de donde estaba la quilla, el antiguo lecho de

    un ro, pero ninguna corriente flua por la superficie: el Yarra desembocabaahora a cierta distancia hacia el norte, al pie de los Dandenongs, donde laCiudad Nueva se resguardaba entre lomas y rboles.

    El joven piloto haba perdido su inicial temor reverente a la Ciudad Vie-ja y a la vasta extensin de ruinas sumergidas que haba por debajo; este

    viaje ya era para l mera rutina. En el transcurso del ao transportaba acentenares de historiadores, arquelogos, submarinistas y simples turistas.Sus actuales sensaciones eran simplemente de placer porque el sol tuviera

    vigor suficiente como para que mereciese la pena quitarse la ropa y gozar desu caricia sobre la piel.

    No eran frecuentes los das as, ni siquiera en pleno verano, y por otraparte el viento del sur provocara escalofros antes del anochecer. Gozamientras puedas, pens; afrrate al instante. Si la idea se acercaba al hedo-nismo ms de lo que era propio en un cristiano practicante, amn. l creams en el perdn de los pecados que en la posibilidad de su propia perfec-cin.

    Cuando aquella ciudad sumergida haba alcanzado su ndice mximo de

    poblacin y desesperacin, mil aos antes, el sol brillaba a lo largo de lascuatro estaciones, pero aquellos tiempos pasaron y nunca volveran. ElLargo Verano haba terminado y el Largo Invierno (acaso cien mil aos de

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    invierno) lo sustituy. El fro viento del sur al anochecer, cada anochecer,reafirmaba su presencia, y el piloto se alegraba de vivir precisamente enton-ces, no antes ni despus.

    No todos los muros ni todas las torres de la Ciudad Vieja yacan en elfondo de la baha. La fusin del casquete glacial de la Antrtida se habafrenado ya cuando la atmsfera contaminada reequilibr sus elementos y sedisip el manto global de calor; la cota total de elevacin del nivel del oca-no haba sido previamente calculada, pero no se hizo con antelacin sufi-ciente para preservar del desastre a las ciudades costeras del planeta. Alnorte y al nordeste de la posicin de la lancha se encontraban las islas queantao fueron los puntos ms elevados de los barrios perifricos de Mel-bourne, ahora cubiertas de bosques y herbazales, reservas inagotables dehistoria.

    Las otras ruinas, las otras reservas histricas, sumergidas en parte, eranagrupaciones de las gigantescas torres edificadas (con la ciega persistenciade quienes no podan creer en la inmediatez del desastre) en las zonas msbajas de la desparramada ciudad. Haba diez Enclaves, cada uno de ellosformado por un grupo de torres casi idnticas cuyo diseo haba variadomuy poco en cuanto a la imprudente ligereza de su construccin. El Encla-

    ve al cual se aproximaba en aquellos momentos la lancha motora era uno delos mayores, un bosque de veinticuatro gigantes regularmente espaciados en

    un rea de unos cuatro kilmetros cuadrados situada frente a lo que enaquellos lejanos tiempos fuera la desembocadura del Yarra. Estaba sealadoen la carta del piloto con el nombre de Newport Towers y con la indicacinde Corrientes Errticas, indicacin comn a todos los Enclaves. Aquellos

    vetustos muros, con sus flancos de ms de cien metros, generaban flujos,reflujos y remolinos cada vez que cambiaba la marea.

    Marn saba que lo que se vea era slo el armazn inferior de unos edi-ficios que se haban alzado hasta el cielo. Su codiciosa altura no haba so-portado la erosin marina ni los ciclones desencadenados por la desestabili-

    zacin de las condiciones climticas. Ninguno se haba conservado entero;la mayora eran meros muones de su antigua grandeza, astilladas races dedientes rotos. Resultaba difcil imaginarlos en su repelente apogeo: veinti-cuatro conejeras humanas, de cincuenta a setenta pisos de altura cada una,donde rebulla como caterva de gusanos la humanidad de la Cultura deInvernadero.

    l viva en un mundo donde la arquitectura se someta a la preocupa-cin por el entorno, donde las escaleras eran consideradas inconvenientes y

    las viviendas de dos plantas constituan una rareza. Si razones funcionalesexigan ocasionalmente una altura excesiva en determinados edificios indus-triales, stos se hallaban limitados por restricciones de diseo y ubicacin.

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    (Se estimaba que en la Antigua Amrica algunas estructuras se aproximaronal kilmetro de altura, y no cesaban todava los debates a propsito de laspresiones que produjo semejante extravagancia.)

    A Marn, los Enclaves, como tales, le aburran; pareca haber en su silen-cio de catacumba poco ms que descubrir, pese a que se dira que los pasa-jeros de hoy los consideraban merecedores de una vida entera de estudio. Ysi no todos los pasajeros, s una en particular.

    Por encima del hombro pregunt:Torre Veintitrs, doctora? Cmo siempre?Como siempre asinti ella.La motora era grande, y los dos pasajeros situados a popa estaban lo

    bastante apartados como para dialogar normalmente sin que l los oyera,pero Marn posea la habitual sensibilidad de los humanos para percibir que

    se hablaba de ellos y notar la leve alteracin del timbre en los susurros de laconversacin.

    El hombre pregunt:Siempre usa las mismas formalidades? Ser ya la dcima vez.Siempre. La historiadora sonrea divertida. Los cristianos son gen-

    te puntillosa, siempre educados pero conscientes de su santidad; no decla-radamente separados, pero tampoco integrados del todo en el rebaocomn.

    Insultante!No, slo defensivo. Se consideran a s mismos una minora en rpidaregresin, mientras que las filosofas contemplativas orientales ganan terre-no. Y no faltan ciertamente los imbciles que se mofen de ellos.

    Y te extraa? Quienquiera que crea que puede trazar una lnea diviso-ria entre el bien y el mal, en el mejor de los casos se equivoca, y en el peorest loco. Los cristianos, segn yo los veo, quieren salvar a la humanidaddel pecado sin antes haber comprendido ni qu es el pecado ni qu es lahumanidad.

    Ella le dedic su peculiar sonrisa.Eso es algo que crees, o se trata del borrador de un epigrama para la

    obra que escribes?Debido a que ella haba acertado a tocar uno de sus puntos dbiles, el

    actor-comedigrafo se content con un enigmtico encogimiento de hom-bros. La mujer tena una puntera certera cuando se trataba de pequeas

    vanidades, y en las veinticuatro horas que haca que se conocan se lo habahecho notar sobradamente. Por ejemplo, la cuestin de su pretendida as-

    cendencia vikinga, fundada nicamente en su nombre, Andra Andrasson, apesar de que una vigorosa vena aborigen le marcaba con un inconfundiblecolor de piel. La oscuridad de su piel le obligaba a usar un copioso maqui-

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    llaje de hombre blanco en la mayora de papeles que representaba, y enconsecuencia era frecuente que el pblico no le reconociera por la calle. Aquin le gusta que le asedien los admiradores?, Haba preguntado; y casipudo or la respuesta que ella no lleg a articular:A ti te encantara. Porque lehabra encantado, en efecto.

    Era una forma de establecer la relacin profesora-alumno, sin duda. Ymejor era esto que el inters predador hacia un joven bien parecido (treinta,ejem, y cinco era una edad bastante joven); en las fiestas de las noches deestreno Andra haba acumulado un saludable temor a las mujeres liberadasy maduras. sta, en cualquier caso, era totalmente pedaggica y locuazmen-te desinteresada, cuando no solcitamente informativa.

    Lenna Wilson, de hecho, no se senta desinteresada del todo, sino sim-plemente vaca de estmulos; o dicho con ms precisin, un poco decepcio-

    nada. Se haba animado convenientemente cuando una de las ms destaca-das personalidades de la escena contempornea requiri su asesoramiento, ysu buena presencia y su natural apostura la excitaron no poco. Luego, ya ensu primera excursin, l haba aprovechado la ocasin para tomar el sol, y elproceso de desmagnetizacin comenz de inmediato. Desnudo, l eracuriosamente informe (ella le describi en su fuero interno como tubular);daba la impresin de que sus formas fueran creacin de su sastre, y al mo-

    verse mostraba escasa gracia. Sin embargo, en el escenario poda hipnotizar

    con un gesto, adquirir majestad, hundirse en la payasada o convertirseinstantneamente en un annimo hombre de la calle.Bien, cada cual tena talento para cosas distintas, y ella lo tena para la

    historia. Era tan respetada en su posicin como Andra Andrasson en lasuya (aunque aproximadamente diez mil veces menos conocida), y l habaconfirmado su conocimiento del hecho por las influencias que movilizhasta obtener su asentimiento a la propuesta de asesorarle durante unanica y muy ocupada semana.

    Ella dijo:

    No esperes mucho de esto. Es fcil desalentarse a la primera ojeada.Yo espero horrorizarme.De unas habitaciones vacas?De unos fantasmas.Para ello necesitaras un conjuro.El enderez la espalda y habl en tono ms alto:

    Los conjuros son parte de mi oficio. Antes de escribir una obra de tea-tro tengo que invocar unas cuantas visiones.

    El piloto mir por encima del hombro, como esperando captar un grangesto teatral del cual sonrerse, pero vio nicamente la tranquila faz de unhombre que se tomaba en serio su trabajo y elega expresarse en metforas.

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    Andra le dedic una mueca y aadi para l:Entre tanta ruina, algunos fantasmas deben quedar en espera de que

    alguien los llame.Fantasmas sucios y malolientes; hacinados, obscenos y violentos. Su

    activo cristianismo espoleaba al muchacho ms all de lo prudente. Eragente perversa.

    A pesar de todo intervino Lenna, fueron la materia de que esthecha la historia.

    Marn, competente en su trabajo, era tambin un joven culturalmenteambicioso; sus formalismos en el trato con Lenna no indicaban respeto,sino slo distanciamiento. Con el aplomo de los ignorantes, insisti:

    Fueron perversos. Ellos y todos los que se les parecan arruinaron elmundo para quienes vinieron despus. Repudiaron la historia, doctora.

    Quiz s replic ella apaciblemente, pero si la historia debe regis-trar la ascensin del hombre, tambin ha de recoger las etapas de su cada.

    Oh, amigo mo, ahora iremos a parar al Jardn del Edn.Pero el piloto no era estpido y se percat de que haba extremado el

    dogmatismo. Esboz una sonrisa.Dentro de unos minutos, artista, podr usted mismo interrogar a los

    fantasmas.No era gran cosa como broma, pero sirvi para poner fin a la discusin.

    El muchacho gir con mpetu la rueda del timn y la embarcacin virsuavemente frente a dos monstruos de acero y cemento melanclicamentederrumbados. Los restos de muros rotos que sobresalan del agua un par dedesolados pisos estaban ennegrecidos por siglos de mugre, horadados porla friccin y por un millar de agentes corrosivos; en ellos bostezaban unascuantas ventanas sin vidrios ni armazn.

    Veintitrs anunci Marn, deslizndoles hacia la sombra de la torreque se ergua como un centinela en el ngulo noroeste del Enclave.

    El edificio, segn juzg Andra, tena unos cien metros cuadrados, y en

    aquel lugar el agua (ech una mirada al cuadro de indicadores del piloto)alcanzaba una profundidad ligeramente superior a los treinta metros, demanera que lo que quedaba, con nicamente tres pisos ms o menos com-pletos por encima del nivel del mar, era un pobre fragmento de la que unda fue colosal estructura. Cada piso estaba completamente rodeado poruna galera estrecha, hoy desmantelada, y de una de las galeras colgaba unaespecie de pasarela que descenda hasta una plataforma flotante. Marncondujo hasta sta la embarcacin y la amarr en paralelo.

    Mejor que se abrigue, artista sugiri, enfundndose l mismo en unmono de trabajo. Dentro hace mucho ms fro.Gracias.

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    Andra se puso camisa y pantalones, mientras que Lenna, completamentevestida porque consideraba los baos de sol una ocupacin aburrida eimproductiva, salt de inmediato a la plataforma, que se balance al recibirsu peso.

    Esto no soportara ni una tormenta ligera observ Andra.El Departamento de Historia ha destinado un vigilante a cada Encla-

    ve. Se ocupa de los flotadores de acceso cuando es necesario.Despus de tanto tiempo, todava estudiis estas ruinas?No terminamos nunca. Los submarinistas descubren cosas nuevas y

    raras, las innovaciones en las tcnicas de investigacin exigen el escrutinioconstante de los restos, y si se llega a interpretaciones inditas es precisorevisar a fondo los edificios. Permanentemente.

    l estaba impresionado.

    Me han dicho que los trabajos que ahora tenis en curso descartanconclusiones anteriores.

    Sbitamente situada en su papel de profesora, ella le corrigi:Intentan modificar algunas conclusiones anteriores sobre las relacio-

    nes sociales en la Cultura de Invernadero. Pensamos que la separacin entresupra e infra fue menos completa de lo que se haba supuesto.

    Eso parece el gnero de informacin que necesito.Para escribir tu obra?

    Para interrelacionar los personajes. Habra sido difcil presentar dosestratos totalmente separados.Con su metdico espritu docente, ella dijo:

    Comentaremos eso ms tarde. Y al iniciar el ascenso por la pasarela,recuper su entusiasmo de exploradora: Vamos adentro. Es absolutamen-te fascinante.

    No era sta la palabra que l habra elegido para calificar el hormigndesnudo del diminuto apartamento en que entraron por la ventana de lagalera. Las habitaciones vacas siempre parecen pequeas, constreidas,

    pero para Andra aqullas eran claustrofbicas. Haba tres, cada una deaproximadamente tres metros por dos y medio, comunicadas una con otra,ms dos cuartitos de la mitad del tamao en un extremo. Pens que derri-bando algunos tabiques aquello poda convertirse en un cobijo para pasar lanoche, pero nunca en un lugar donde vivir. Pregunt al azar:

    Un pisito para dos personas?A su espalda, Marn ri sin alegra. Lenna dijo:Estaba destinado a una familia de cuatro, pero jams haba espacio su-

    ficiente y pronto no hubo tampoco dinero para edificar. Lo corriente eransiete u ocho personas, a veces ms.Aqu? Viviran como animales!

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    Las palabras le haban salido abruptamente.Los animales s tenan ms espacio, porque eran preciosos. Piensa en

    esto: la torre completa tena setenta plantas y estimamos que vivan en ella70.000 personas.

    l inspeccion dubitativo el cajn que era una de las habitaciones. Len-na aadi entonces:

    Si restamos el espacio que ocupan los patios de luces, los huecos delos ascensores y las escaleras, quedan menos de cuatro metros cuadrados deespacio vital para cada individuo y sus muebles y enseres.

    Andra se resista a creerlo. Trat de imaginar ocho camas, con sillas,mesas, armarios, anaqueles... La cabina de un avin era ms holgada.

    Qu pobreza!Marn habl como quien no ve motivo para sorprenderse:

    En el curso de la historia, la pobreza ha sido el sino del hombrecomn.

    Lenna le mir con ligera curiosidad.Cierto, tendemos a olvidar eso. Contemplamos los monumentos y no

    pensamos en los millones que pasaron hambre para levantarlos.Andra se estremeci, aunque no de fro.Por lo menos eso lo hemos eliminado del mundo.El dato estadstico interesante dijo secamente Lenna es el nmero

    de milenios que nos cost aprender a hacerlo, pese a que siempre fue fcil ysiempre lo supimos.Les precedi, desde el apartamento, por un pasillo oscuro que discurra

    a todo lo largo del edificio. La nica luz que llegaba hasta l proceda de dosventanas, una en cada extremo, con excepcin del tramo donde ellos seencontraban: all haba sido instalada una lmpara alimentada por una bater-a, que iluminaba una extensin de unos treinta metros. A la luz de estalmpara Andra vio que las resquebrajadas, rotas y escamosas paredes habansido pintadas en una u otra poca: dbiles trazos y sugestiones de color,

    ms dbiles an, se perciban en cada centmetro de la superficie.Titubeando, escrutando las muestras, Andra pregunt:Murales?Lenna dijo:

    De cierta clase.Y Marn:Ya ver.Ella se adelant en direccin a la ventana del extremo occidental.

    Examinndolas con rayos equis asistidos por computadora hemos lo-grado restaurar una seccin de la decoracin de las paredes. Trae la lmpa-ra, Marn, por favor.

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    El joven traslad la lmpara hasta la ltima puerta del pasillo, donde diobrillo a una docena de metros de colorido y confusin.

    Usaban pinturas, carbn, lechada de cal, aerosoles de laca y cualquiercosa capaz de adherirse al tabique, y despus trazaban sus dibujos unossobre otros. Aburrimiento creativo.

    Era as, ciertamente. Andra no consigui reconocer nada por entero,slo percibi indicios de figuras que emergan de un caos de formas ytrazos y manchas y desmembrados fragmentos de letras. Estudio stas,tratando de extraer alguna palabra, pero fue en vano.

    El idioma ha cambiado le record Lenna.l replic con irritacin.

    Estudi ingls medio tardo para leer los originales de Shakespeare, yaqu no reconozco nada.

    La pobreza, Andra. La educacin fue uno de los lujos que hubo quedescartar. La inmensa mayora de los ltimos infra no saban leer ni escribir.Los que saban apenas entendan el significado.

    El motivo ms generalizado en los graffiti del mundo entero aparecauna y otra vez con flagrante crudeza y absoluta falta de destreza artstica;pero el mejor ejemplo, dibujado encima de todo lo dems, y en este casocon fidelidad prstina, adornaba la puerta del apartamento del rincn. En unblanco brillante e impertinente, un enorme pene cubra casi toda la altura de

    la puerta, equilibrado por un par de testculos gargantuescos.Extraamente dijo Lenna, sabemos que esto fue una broma infan-til. Los retazos de informacin que nos llegan son a veces asombrosos.Conocemos bastantes cosas del hombre que viva aqu.

    Que era lo bastante fanfarrn como para tener decorada as su puerta,por ejemplo.

    No sabemos lo que opinara del adorno. ste es uno de los problemasde la reconstruccin histrica: sabemos qu y usualmente por qu, peromuy raramente cmo pensaba la gente respecto a lo que fuera.

    Testimonios escritos protest l.No contienen pensamientos, sino ms bien reflexiones, ideas posterio-

    res, y generalmente se nota. Lenna empuj la puerta para abrirla.Hemos tratado de reconstruir este apartamento a partir de fragmentos deinformacin recogidos en una docena de grabaciones y archivos, peroseguimos sin saber lo ms importante de la familia Kovacs: cmo pensabansus componentes en cada momento. Slo podemos extrapolar, es decir,establecer hiptesis.

    Invit a Andra a que entrase, y la inmediata reaccin de ste fue la ideade que nadie en aquel entorno poda pensar absolutamente nada. En laprimera pieza haba dos camas individuales y entre ambas una mecedora

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    fabricada toscamente; a un lado, entre los pies de una cama y la pared, seencontraba una mesita que poda desplegarse hasta una anchura de un parde metros y, apoyados detrs de ella, cuatro asientos plegados, planos. Elsuelo estaba cubierto por un material lustroso, adornado con diseos, que

    Andra se agach para tocar.Qu es?Lo llamaban linleo plstico. Hemos tenido que fabricar un sustituto;

    se desgasta rpidamente.Detrs de l, junto a la puerta, una pantalla gris de metro y medio llena-

    ba todo el espacio disponible; debajo haba una serie de botones y termina-les rotulados con abreviaturas que no pudo descifrar.

    Televisin?Ellos lo llamaban un triv: era un centro de comunicaciones de uso ge-

    neral. No haban desarrollado la proyeccin por red de cristales. sa es unade las pocas cosas que nosotros hacemos mejor que ellos.

    Marn salt con viveza:Nosotros lo usamos todo mejor que ellos; nosotros vivimos mejor y

    pensamos mejor.Andra habl sin volverse a mirarle:S buen chico y deja que tu bilis descanse un poco.Pas a la habitacin siguiente. All haba dos literas dobles con una silla

    en medio y sendas taquillas en los extremos. En las paredes bailaban ilustra-ciones de tebeos y dibujos animados: gatos, perros y ratones antropomrfi-cos, y un oso grande, barrigudo, inefablemente bonachn.

    El cuarto de los nios?Seguramente. En este apartamento vivan once personas, la mayora

    de ellas nios. Se supone que dorman aqu, dos en cada cama.Se echaba de menos algo esencial.

    Dnde guardaban la ropa?La primera rplica a eso sera: qu ropa? Tenan poco ms que lo im-

    prescindible. Probablemente, por la noche, doblaban sus prendas de vestir ylas utilizaban como almohadas.

    l se estremeci de nuevo, incapaz de dominar la piedad y un irracionaly humillante pudor. Al propio tiempo, su mente creativa estaba ya conci-biendo una escenografa: un apartamento en toda su anchura, con algunaseccin del siguiente y, en el extremo contrario, la galera exterior; tabiquesmovibles y plegables; todo ello rotatorio, con la pared del edificio en elreverso y un efecto ptico por red de cristales para dar profundidad y pers-

    pectiva; todo ello palpitante de vida, de una vida intranquila, miserable,desesperada... con un estimulante olfativo para dar el toque discreto desudor animal en los momentos de atropellada actividad...

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    La tercera habitacin era comparativamente lujosa: una cama doble, unasilla, un pequeo aparador, una mesa y, sorprendentemente, una estanteracon libros.

    Esta era la nica concesin que se permitan: un cuarto privado donderefugiarse.

    Quin?Kovacs. Billy Kovacs. Era el Jefe de Torre, un hombre de gran autori-

    dad, temido y amado.Andra fue a examinar los libros.Enciclopedias, diccionarios, un atlas, manuales de enseanza primaria.

    Para educar a sus hijos?Para educarse a s mismo. Era un hombre culto, a su manera; en otros

    tiempos ms antiguos pudo haber sido un personaje del Renacimiento.

    Andra tendi la mano para tomar un viejo y grueso volumen. No,djalo. Todos son maquetas. Sus libros autnticos se convirtieron en polvoquin sabe cundo; ya eran antiguos, ya estaban anticuados en su poca.

    Su activo mecanismo interno de acotacin le previno: Bien, ah tienesun personaje que t podras interpretar: un visionario visceral, alto, duro...no, evasivo, ligeramente cargado de espaldas, con ojos vidos... no, procurano ser tan obvio, djalo para ms tarde...

    Los dos cuartitos del fondo eran respectivamente una pequea cocina y

    una instalacin de ducha con un retrete.No hay lavadero coment, antes de percatarse de que deca una es-tupidez.

    Lenna hizo con las manos accin de restregar.El fregadero de la cocina. Jabn tosco y trabajo manual.Ya tengo suficiente. Querra salir. Volver a echar una mirada dentro

    de dos o tres das.Marn dijo:

    Trate de imaginar el olor de once cuerpos mugrientos, de la comida

    que se est cociendo y del desage del retrete embozado. El ruido de losnios que chillan y de los adultos que vociferan con los nervios de punta.

    Andra abandon el lugar sin detenerse y regres directamente a la lan-cha motora. En la densidad de la visin que su creatividad haba conjurado,l mismo se senta baado en sudor maloliente, empujado por oscurasnecesidades, y, adems, culpable ante los 70.000 fantasmas de la Torre

    Veintitrs.

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    La universidad fue construida mil metros ms arriba, en las laderas msavanzadas de los Dandenongs, con las fachadas orientadas al sur mirandohacia las estribaciones por donde la Ciudad Nueva extenda su confortable

    pulcritud hacia las islas que haban sido las afueras de la Ciudad Vieja y, msall, hacia las aguas que eran su tumba. La universidad, disimulados susbajos edificios por los rboles, era casi invisible de da, pero ahora, con elsol descendiendo en el horizonte occidental, sus rayos buscaban los cristalesde las ventanas y se la descubra por los brillantes reflejos que aparecanentre las hojas verdes.

    En el apartamento de Lenna, situado en el lmite meridional del campus,Andra beba caf de importacin (Highland mutado procedente de Nueva

    Guinea, de elevado consumo) y dejaba vagar la mirada por las islas y labaha. Despus de la calma de la tarde, sta apareca visiblemente agitada,incluso a aquella distancia de veinte kilmetros, gris, veteada y amenazado-ra; ms cerca, frente a la ventana panormica, las ramas se doblaban y losarbustos se abatan bajo el azote del viento meridional de una galerna que,al morir el da, hunda el sol en el ocano antes de aplacarse en la silenciosanoche.

    Es normal? Ocurre siempre?Lenna, cuarentona, perezosa y rechoncha, se complaca en tomar su caf

    reclinada en un divn.Casi siempre. En invierno, ahora, las galernas duran ms y son ms

    fras.Una tendencia?Posiblemente. Los meteorlogos no quieren comprometerse. Puede

    ser un ciclo climtico de menor importancia, limitado, pero har falta unadcada de mediciones y observaciones para que estn seguros.

    He visto unos animales nadando en la baha cuando regresbamos.

    Marn ha dicho que eran focas.Ella sonri ante su falta de decisin para hacer la pregunta obvia.S. Vienen cada vez ms al norte, con las corrientes polares que se

    acercan a la costa.He ledo... titube l, con la inseguridad del lego ante una mente

    educada con mayor precisin, he ledo que la Edad del Hielo podra caersobre nosotros rpidamente.

    En trminos histricos eso es cierto, pero para un historiador rpida-mente puede significar un par de siglos. Andra se mostr ridculamentealiviado, pens ella, como si hubiera sospechado que el hielo le atraparaantes de la hora de acostarse. Probablemente habr una sucesin de

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    cortos perodos fros, muy sbitos y muy fros, que durarn aproximada-mente una dcada cada uno, antes de que termine la etapa interglaciar y elhielo se afiance. Las posibilidades de que t alcances a verlo son escasas.

    Ni me interesa. Me gusta el mundo tal como es.Pero la visita a las grandes torres le haba afectado profundamente, y

    ms an el sentimiento del inmenso pasado que yaca treinta o cuarentametros por debajo de la quilla de la lancha, encarado en su creativa imagi-nacin con la vastedad de los cambios que haban metamorfoseado unplaneta tan estpidamente como las erupciones csmicas destruan y crea-ban estrellas.

    Lenna dijo:Sabemos que este perodo interglaciar se acaba. El Invernadero derri-

    ti los polos y los glaciares, que no se restablecern de la noche a la maa-

    na, pero las condiciones que finalmente los recrearn habrn helado loshuesos del planeta mucho antes.

    Y la humanidad que acaba de salir penosamente de una segunda EdadMedia volver a encontrarse con la espalda contra la pared.

    No dramatices la historia. Estamos muy bien equipados para soportarun milln de aos de fro. Nuestros antepasados aguantaron una Edad delHielo refugiados en cuevas y cubiertos con pieles de animales, cazando con

    venablos de punta de pedernal. Me sorprendera que nosotros no salira-

    mos razonablemente bien parados con la tecnologa del aislamiento y laenerga nuclear. Por otra parte, la zona ecuatorial es casi seguro que semantendr templada y libre de hielos. Una Edad del Hielo no es una grantragedia; de hecho, es el estado normal del planeta. Tenemos los conoci-mientos adecuados y los Centros de Planificacin del Futuro. Haremos queel cambio sea suave.

    Fuera, el sol se haba puesto y el viento amainaba perceptiblemente. Elcielo se oscureci. En los contrafuertes, el alumbrado pblico traz sbita-mente la pauta de las calles.

    Andra hizo un gesto dramtico, breve y ensayado, en direccin a las to-rres de los Enclaves que se perdan en la oscuridad.

    Tal como yo lo entiendo, y si he seguido correctamente la lnea hist-rica, ellos saban lo que iba a ocurrir tan bien como nosotros sabemos loque nos espera. Sin embargo, no hicieron nada para evitarlo.

    Desembocaron en la destruccin porque no podan hacer nada paraevitarla. Haban iniciado una secuencia que deba seguir su curso desequili-brando el clima. Adems, estaban atrapados en una telaraa de sistemas

    entrecruzados, finanzas, gobierno democrtico, lo que llamaban alta tecno-loga, estrategias defensivas, poltica de amenazas, mantenimiento de unestado crtico constante que les precipitaba de crisis en crisis a medida que

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    cada problema resuelto se converta en nido de nuevos problemas. Existeun cuento infantil sobre un nio que tapon con el dedo un escape en undique, creo que todava lo cuentan en los jardines de infancia. Bien, en lossiglos veinte y veintiuno, el planeta entero estaba taponando con los dedoslos diques que la propia gente haba construido hasta que el mar inund suembrollado status quo. Literalmente. Seal con un ademn. Est todoah si quieres leerlo.

    Andra dej su taza de caf y se aproxim a la mesa baja (bano macizo,observ con envidia de coleccionista) sobre la cual se encontraban oncegrandes y gruesas carpetas tituladas:Estudio preliminar de los factores que influye-ron en el colapso de la Cultura de Invernadero en Australia.

    Preliminar! Haba all por lo menos 5.000 pginas, un milln de palabras.Quin poda extraer datos escnicos de semejante ro? Segn los trminos

    de su permiso de investigacin dispona slo de una semana... Calculandocmo iba a exponerlo esto a Lenna sin ofenderla, pregunt para ganartiempo:

    Era la situacin de Australia distinta de la de otros continentes?Posiblemente era mejor en muchos aspectos. Eleg Australia como

    muestra de laboratorio porque yo estaba aqu y porque abarcar todo elmundo en un anlisis comparativo me habra ocupado la vida entera. Otroscontrastarn mis trabajos con las observaciones que se hayan efectuado en

    distintos lugares.Andra dijo tmidamente, ejerciendo a conciencia su capacidad de seduc-cin para disimular su cautela ante el orgullo profesoral:

    Pues mucho temo que leer todo eso ocupara por entero mi semanade investigacin.

    Quiz cansada de su indolente posicin, Lenna hizo un esfuerzo por le-vantarse conteniendo la risa.

    Cielos, hombre, ni se me ha ocurrido que lo leas. Es un trabajo de es-pecialista; necesitaras una base general histrica y tcnica para sacar de esto

    algn provecho. Escogi una carpeta determinada. Aqu he marcadounos pasajes que pueden serte tiles, pero no tiene objeto que ataques laobra entera.

    Agradecido, l escudri el subttulo, de por s prohibitivo:El Estado enequilibrio bajo la dicotoma Supra/Infra; pero por lo menos saba qu significa-ban las palabras.

    Empiezo esta noche?Ella volvi a tomar de sus manos la carpeta.

    Quiz ms adelante. Hay otra cosa que preferira que leyeras primero.Se mordi el labio, como si le faltaran palabras, como si sus posiciones sehubieran invertido misteriosamente y fuera ella quien titubease ante la

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    especializacin y la experiencia profesional de l. Es una exposicin...menos formal.

    Dios de la sensatez! Habr escrito una maldita obra teatral y quiere que yo la lea.Aos de atroces engendros de autores aficionados desfilaron por su memo-ria. Pero, cmo podra negrselo a su concienzuda asesora?

    En realidad aadi ella, es una especie de novela.Mejor, mucho mejor. As no tendra que explicarle que su amada obra

    era irrepresentable y de imposible arreglo. (Adems de que se proponaescribir la obra teatral l mismo.)

    Ella prosigui, todava cohibida:La cuestin es que me gustara tener una audiencia popular. No he

    dedicado doce aos de mi vida a esto para verlo enterrado en un archivo enespera de que algn estudiante lo desempolve en busca de datos para una

    posible tesis. Quiero rectificar el concepto que tiene el pblico de cmoeran nuestros antepasados. Lo nico que se conoce son estampas folklri-cas, hiptesis y estpidas farsas baratas que no aciertan ni en el vestuario.

    l estaba de acuerdo en esto. Haba representado algunas de aquellasfarsas antes de convertirse en el Andra Andrasson que poda elegir y selec-cionar sus papeles, exigir la reposicin de Shakespeare y conseguirla... yhacerla rentable.

    Con automtico entusiasmo, dijo:

    Exacto, as es! Me gustara leerla. No importaba lo mala que fuesecon tal que de ella pudieran extraerse detalles precisos y exactos. Hasdicho que es una especie de novela.

    Me refiero a que no es enteramente una obra de ficcin, sino el resul-tado de determinadas investigaciones. Todos los personajes vivieron y hayinformacin sobre ellos en grabaciones y bancos de datos. Existen descrip-ciones, incluso fotos y fichas policiales que proporcionan detalles.

    Un relato verdico. El beso de la muerte del artista. El terror de loslectores y asesores editoriales. Ella dijo:

    El apartamento que hoy hemos visto... se interrumpi, vacilante, y lointent otra vez: He escrito sobre el Jefe de Torre, Billy Kovacs.

    De veras?La vehemencia de l casi la sobresalt. No sospechaba la marejada de

    imgenes latentes en su fantasa, a la espera del nombre que las liberase.El personaje del Renacimiento criado en el lumpen.

    Amado y temido. Gobernante de una nacin emparedada de 70.000 fan-tasmas dolientes, desde un cuchitril abarrotado en el seno de un hormigue-

    ro. Instruyndose a s mismo con viejos libros mientras los cros chillaban yretozaban entre sus pies.

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    Luchando por... Por qu? Por un poco de decencia y orden mientrassuban las aguas del ocano?

    Un smbolo.Dnde est ese texto? Lenna se encontraba de pronto ante un

    hombre consumido por la necesidad. Dmelo!De nuevo en su habitacin, sus preparativos se redujeron a quitarse los

    zapatos y amontonar almohadones en la cama para leer con comodidad.Una vocecita en el fondo de su conciencia le acusaba de haberse comporta-do con excesiva altanera, descorts y precipitado al escapar con su presa;pero seguramente la mujer comprenda lo que era la devocin a una idea.No haba dedicado doce aos a la suya? En cualquier caso, le deca otra

    voz ms apremiante, tena el texto y poda dedicarse despus a curar senti-mientos heridos.

    El texto estaba en un cartucho de grabacin no mayor que la palma desu mano, lo cual significaba presumiblemente que era ya la versin definiti-

    va; sin duda haba llegado justo a tiempo de interceptarlo. Desliz el cartu-cho en la abertura correspondiente, debajo de la pantalla, tom el controlremoto, se instal en la cama y puso en funcionamiento el selector. Lapantalla se ennegreci y aparecieron en amarillo mate las primeras letras:

    El Mar y VeranoUna Reconstruccin Histrica

    por Lenna WilliamsNingn alarde de ttulos acadmicos. Quit la pgina inicial y la lista deAgradecimientos, pas rpidamente el Contenido (principalmente nombrespropios escasamente informativos), situ en la pantalla la primera pgina detexto y ampli la imagen hasta que pudo leerla fcilmente a cinco metros.

    Era un lector reflexivo, ms que rpido; un visualizador que poda pasarun da entero ante el texto de una obra teatral, creando cada escena y cadasituacin conforme el dilogo pona en accin a los maniques del autor.Una novela era, para l, una obra de teatro con indicaciones ms explcitas

    para la puesta en escena.El primer captulo, breve, cumpla la funcin de crear una atmsfera;

    bastante bueno como introduccin, porque arrullaba al lector para agudizarsu receptividad especfica. Bajo forma dramtica desaparecera totalmente,sustituido por msica, iluminacin y estmulos subliminales.

    El segundo captulo entraba inteligentemente en materia. Reconoci eluso de una tcnica basada en la pantalla, selectiva ms que consecutiva.Pareca estar presentado con mucha sencillez...

    ...hasta que sin previo aviso un prrafo introdujo una actitud mental, nianunciada ni explicada, que desbarat su comprensin inmediata. Meditsobre ello. Carece de sentido decir que no tenemos diferencias sociales, porque s las

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    tenemos, aunque tienden a ser laterales ms que verticales, una separacin entre iguales.Esta divisin entre Supra e Infra es difcil de admitir, demasiado drstica, demasiadoartificial, pero parece determinante en la Cultura de Invernadero. Crey verlo msclaro cuando apareci la mencin de la Periferia, una transicin entre seo-res y siervos. La Periferia no figuraba en el folklore al uso, que se concen-traba en las brutalidades de la divisin. El pblico, reconoci con amargura,quera que le simplificaran las sutilezas; quera comprender sin necesidad depensar.

    Abandon la cama y fue en busca de las plumas y el bloc que supona lehabran suministrado; los encontr en un escritorio que se desplegaba de lapared, regres a la cama y tom nota: Cmo se produjo esta divisin? Por quno hubo una revolucin?

    Ley lentamente durante dos horas, llenando varias hojas de bloc con

    preguntas para Lenna. A aquella velocidad de caracol tardara dos das eningerir la novela, cuya extensin era simplemente normal, parndose, re-anudando la lectura y despus visualizando con enorme detalle.

    Cuando su concentracin empezaba a fallar, desconect el aparato. Lavisualizacin era el gran obstculo. Deba estudiar fotos de archivo de lascasas de la Periferia, suponiendo que las hubiera, obtener detalles fidedig-nos sobre formas de vestir, y explorar de nuevo y de cerca aquellas decrpi-tas torres; quiz tendra que bucear hasta el nivel de las calles. Slo con un

    buen acopio de informacin lograra que Kovacs se moviese en medio de laagobiante mugre y la violencia latente de su poca.

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    EL MAR Y VERANOPRIMERA PARTE

    ALISON CONWAYAo 2061

    Cuando yo era nia y asista al jardn de infancia tenamos las gloriasanuales del mar y el verano. Nosotros, los rapaces (a aquella edad ramostodos rapaces con sonrisas angelicales que ocultaban propsitos demona-cos), chapotebamos en la playa de Elwood mientras el sol clavaba brillan-tes astillas en la baha verdiazul.

    Verano! poca paradisaca de bebidas fras y ensaladas multicolores,poca ropa y juegos bajo el chorro de la manguera del jardn, das a la orilladel mar con quemaduras del sol y medusas, arena y algas y voluptuosas

    olitas del agua acariciante. Jugar sin parar!Pero cada ao llegaba un final llamado invierno con nubes pesadas co-mo el plomo y tempestades en la baha, camisetas de lana y maanas fras,lluvia en los cristales de la ventana y el miedo de que el verano pudiese no

    volver.El verano volva siempre. Era el invierno el que desapareca impercepti-

    blemente de la ronda de las estaciones del planeta, mientras que el mgicoverano se haca lluvioso y amenazador y tropicalmente hmedo. Huboinviernos suaves, despus inviernos clidos, despus inviernos cortos que sediluyeron en otoos prolongados ya sin ningn invierno autntico. Elaguanieve, el granizo y la escarcha se convirtieron en recuerdos de antes y

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    su ocasional y alarmante presencia nos perturbaba, amenazando el nuevoorden de verano perpetuo, vacaciones perpetuas.

    En nuestros jardines se produjeron gratos cambios cuando las falseda-des del clima engaaron a las plantas y algunas adquirieron extraordinariotamao. Rosas como girasoles, dientes de len de medio metro, pensa-mientos como platos de terciopelo! Es el exceso de CO2, explicaba el sabelo-todo de la vecindad; alimenta unas plantas, pero mata otras. Qu otras? No

    veamos ninguna otra: haban muerto y desaparecido. Se contaba tambinque el CO2era una calamidad para la agricultura, que la franja del cultivodel trigo se desplazaba hacia el sur y se constrea a la costa, y que losantiguos campos eran ya una cuenca polvorienta, con lo cual pueblos ente-ros se vean forzados a emigrar y dejar atrs ciudades fantasmas que susu-rraban en un paisaje vaco.

    No saban ellos lo que iba a ocurrir? Oh, s, ellos lo saban; ya en ladcada de 1980 se les advirti, pero ellos estaban muy ocupados. Ellostenan la amenaza nuclear y la superpoblacin mundial y el problema mun-dial del hambre y los brotes de terrorismo y las huelgas y la corrupcin delas altas esferas estrechndole la mano al crimen de las capas bajas, y elinterminable trajn de, simplemente, tratar de conservar el poder; cuestionestodas que deban ser atendidas urgentemente. Y que sin embargo tampocofueron atendidas: ellos lo intentaron, pero los conflictos eran demasiado

    grandes, estaban demasiado bien cohesionados para ser tratados, fuera porla razn o por la fuerza; y los conflictos que iban a emerger en la dcadasiguiente tenan que ser dejados a un lado hasta que hubiera tiempo, hastaque se pudieran efectuar los estudios correspondientes y los problemas secontemplasen en el contexto adecuado y se encontrase la apropiada finan-ciacin...

    Sbitamente, la dcada siguiente lleg con la urgencia de nuevos desas-tres y sin el menor sntoma de que se remediaran los viejos. No se podaculpar de todo al CO2, pero sin duda contribuy al nivel de saturacin.

    Contribuy a hundirnos en la desdicha y la necesidad.Qu maravilloso sera ahora despertar una maana con la temperatura

    rozando el cero y un viento invernal anunciando el retorno del viejo mun-do... En lugar de ello tenemos el mar y el verano. El mar cubre las playasdel mundo entero; las ciudades costeras van a morir ahogadas. Da tras dael agua asciende por las calles desde riberas y ros; nuestro viejo y plcido

    Yarra hace tiempo que rebas sus mrgenes a causa de las crecientes mare-as. Las carreteras de la costa ya no existen y los pisos inferiores de las casas

    son inhabitables.La mujer madura tiene lo que de nia deseaba: el mar y un verano eter-no.

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    2FRANCIS CONWAY

    Aos 2041-2044

    El ao 2041, la poblacin del planeta rebas el hito de los diez mil mi-llones. Mi vida ha estado marcada por las interrelaciones y progresiones denmeros, y si aquella cifra se me qued grabada fue porque se haba alcan-zado una dcada antes de lo que las previsiones hacan esperar y porqueinfundi el temor suficiente para que mis padres comentaran el cmo y elporqu, y probablemente para que lo comentaran pases enteros, angustio-samente conscientes de que su mundo terminara con ellos. Pero el cmo yel porqu estaban ms all de mi comprensin, y por otra parte eran ajenos

    a las preocupaciones de un nio de seis aos.Teddy, que tena tres aos ms, finga entenderlo, pero Teddy siemprefinga entenderlo todo y yo no le crea. Dado el curso que tomaron las cosasdeb haber prestado mayor atencin a su jactancia.

    Aparte mi sexto cumpleaos (los cumpleaos eran entonces aconteci-mientos importantes) y mi primera visin del mar (que en cierto modo nofue un acontecimiento), el recuerdo ms destacado de aquel ao es la ver-genza que pas en la escuela cuando el talento particular que me diferen-ciaba de los otros nios fue puesto en ridculo y se demostr que no servapara nada, que era intil. Dir ms a este respecto en el lugar oportuno,pues tiene mucho que ver con el rumbo que tomara mi vida.

    Pero me referir primero a lo que no fue un acontecimiento: el mar, queentonces significaba tan poco y que hoy es el abismo en cuyo borde nostambaleamos.

    2041 fue un ao de oro. Pap dira que las cosas nunca haban estadopeor, que la maldita raza humana caminaba en bloque hacia la destruccin,pero a Seis Aos le bastaba con ver el csped baado por el sol para saber

    que aquello era slo la manera de hablar de Pap, como las quejas sobre laracin de carne eran la forma de hablar de Mam.Tales quejas eran misterios, anomalas, porque Mam era toda alegra y

    risas y Pap tena un empleo y en el mundo todo marchaba bien. Pap tenaun empleo... as que nosotros ramos supra. No grandes supra, apenas unaespecie de supra medios, pero ciertamente no infra. Nadie sabe cmo nicundo estas dos palabras se colaron en el lenguaje. Nosotros, los chicos,nacimos ya con la nocin de que los supra tenan empleos y ganaban dine-ro, mientras que los infra vivan de la beneficencia del Estado. Incluso loscriados menospreciaban a los infra. De hecho, muy pocos nios supra deaquella poca haban visto una persona infra; las fronteras del gueto estaban

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    firmemente trazadas cuando nosotros nacimos. Nueve de cada diez habi-tantes de Australia eran infra, y muchos otros pases estaban en peor situa-cin. Viviendo familiarizados con estos conceptos, su horror se nos hacaimperceptible: eran la condicin normal del mundo.

    Infra era slo una palabra. Lo real era nuestra vida, segura frente al des-tino. Tenamos nuestra propia casa de cuatro habitaciones en nuestro pro-pio bloque estndar, con una franja de dos metros de csped delante y tresmetros de jardn trasero y una participacin en la antena comunitaria. ra-mos iguales a cualquiera en nuestro barrio y ms iguales que la mayoraporque Pap tena coche.

    Los hovercrafts a bateras, los aerodeslizadores, o cualesquiera otrosvehculos particulares modernos pertenecan exclusivamente a los supramuy importantes, pero Pap era miembro de los Coleccionistas y adoraba el

    Old Bomb que haba heredado de su padre, quien a su vez lo haba adoradodurante cuarenta aos. (En tiempos de mi abuelo, deca Pap, todo el mun-do tena coche, cosa difcil de imaginar). Era una adoracin cara. Papdedicaba casi todo su tiempo libre a ajustar el motor, pulir la pintura orecorrer los mercadillos en busca de viejas piezas de recambio; su coche fuefabricado en 1986 y era uno de los pocos centenares de vehculos de gasoli-na que haba en todo el pas. Lo conduca una sola vez al mes porque lagasolina no exista en el mercado abierto y la compraba de contrabando a

    autnticos precios de amante; adems, en Melbourne haba un nico lugardonde reparaban y recauchutaban laboriosamente los neumticos, y ningu-no donde los vendieran. Mam refunfuaba del coste de aquella salidamensual, pero gozaba con el pequeo margen de superioridad que le otor-gaba sobre los vecinos.

    El da de mi cumpleaos se me permiti elegir el sitio adonde iramos acelebrarlo y yo, sin duda pensando en algn programa de triv reciente, peduna excursin a la playa. Nadie mostr el menor entusiasmo, y Teddy dijoen tono de apenada condescendencia:

    No existe ninguna playa.Por una vez, yo estaba mejor enterado.

    La he visto en el triv.Deba de ser en otra parte. En Port Phillip no hay ninguna.Pap intervino:

    La eleccin ha sido de Francis, as que iremos a la baha.Tampoco l pareca ilusionado por la perspectiva.Teddy decidi quedarse en casa.

    No hay nada que ver. Ya he estado all. Lo s.

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    Sigui su pauta habitual de no prestar atencin, pero todos sabamosque cambiara de opinin y se sometera desganadamente a los deseos de suhermano menor. Yo no abultaba lo suficiente para arriesgarme a pegarle.

    Lo usual era que nuestras excursiones nos llevaran a los montes Dande-nongs, en los lmites de la ciudad, donde desde media altura podamosdistinguir completa su vasta extensin, sin percibir en absoluto la intensidadde vida y movimiento oculta en sus caones de hormign. Los diversosEnclaves de los infra eran fcilmente visibles, torvos bloques cuya inquie-tante altura dominaba todo lo dems, diez grupos de monolitos estrecha-mente agrupados que husmeaban el cielo con sus hocicos romos. Nuncame pregunt entonces cmo el noventa por ciento de los diez millones dehabitantes de la ciudad podan comprimirse en la dcima parte de su super-ficie.

    Aquel da, Pap condujo el coche en direccin opuesta. El pavimento delas carreteras era todava razonablemente bueno en los suburbios supra yllegamos a la baha relativamente temprano. Vi enseguida por qu nuncaantes habamos ido all: como Teddy dijo, no exista ninguna playa.

    El triv mostraba de vez en cuando playas de dorada arena en suave pen-diente hacia las aguas color azul brillante, donde los nios jugaban mientrassus padres estaban tendidos al sol o bajo alegres toldos. En el mar habaembarcaciones con velas de colores, y baistas en las acogedoras olas.

    Lo que yo tena delante era una calle de casas como la nuestra, salvo queuno de los lados de la calle lo formaba simplemente un muro de hormignque se extenda hasta perderse de vista en ambas direcciones. Pap sealunos escalones que conducan a lo alto del muro y yo sal del coche oyendoque Teddy rea disimuladamente. El muro tena arriba un par de metros deanchura y por el costado que daba al mar descenda oblicuamente cuatrometros o ms. Era un baluarte. Haba al pie aproximadamente un metro dearena hmeda y griscea entre rocas y gravilla y cascajo y sucios fragmentosde algas. Ms all estaba el agua.

    En la distancia el mar era azul, pero en la lnea costera era gris, de aspec-to desagradable, y estaba sembrado de ms restos de algas, que se agitabanen el oleaje como cosas no del todo muertas. Y todo ello apestaba. Midesencanto fue demasiado grande; grit mi rabia al cielo:

    Huele mal!A espaldas mas, Teddy dijo:Como una cloaca estancada.No era exactamente as. Una vaharada, en realidad, un olor evanescente,

    pero las cloacas formaban parte de l. Mis padres se nos haban acercado;Pap murmuraba y se restregaba las manos como sola hacer cuando lascosas estaban tan torcidas que ya no haba modo de enderezarlas.

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    Lo siento, chico, pero era mejor que lo vieras por ti mismo.En m persista el brote de obstinacin.

    Sin embargo, hay playas. En el triv.En el triv concedi l, aunque no cerca de las ciudades. La playa

    decente ms prxima est a dos horas de aqu.No lo hubiese admitido, pero no se poda confiar en que el coche nos

    llevara tan lejos.Mam me sorprendi cuando dijo:

    Esto es Elwood, y efectivamente haba una playa; yo vena a baarmeaqu. Despus las aguas subieron, siguieron los aos de tempestades ypolucin, y el agua qued demasiado sucia...

    Se interrumpi al darse cuenta de que yo no captaba el significado de loque contaba, pero Teddy continu como si lo supiera todo al respecto:

    El efecto Invernadero.Slo en parte le corrigi Pap. Siempre correga a Teddy, como si le

    importara que las cosas se expresaran con precisin, o como si mi hermanofuese alguien especial. La temperatura del globo no haba subido tantocomo para causar todo eso, aunque el casquete de hielo antrtico habaempezado a derretirse y provocado una ligera subida del nivel del mar, perolos cambios en las condiciones del clima nos haban dejado desprotegidosante fortsimas tormentas... Perdi el hilo de lo que estaba diciendo, y

    pas de una cosa a otra: Recuerdo cuando la tempestad ms fuerte lonico que haca era enviar unas pocas olas por encima de la carretera. Losdiques no eran necesarios. Y haba una playa...

    Yo he podido siempre recordar lo que no entenda y rememorarlo mstarde para adecuarlo a nuevos conocimientos; he podido recordarlo conabsoluta precisin, si era algo que vala la pena. Todava puedo. Los nme-ros y la memoria han sido mi salvacin y mi ruina.

    Pap se recuper gilmente de su lapsus:Un da, el casquete de hielo se fundir del todo y las aguas cubrirn

    todas las costas del mundo. La mayor parte de Melbourne quedar a unaprofundidad de sesenta metros.

    Lo deca a manera de comentario sobre algo que no le afectase. No loentend, pero sonaba grandioso y memorable. Lo record.

    No en nuestra poca.Era Teddy, con el aplomo de siempre.Esta frase ha constituido la obsesin de nuestras vidas. Ha sido el grito

    de la gente y de sus polticos y de los cientficos que calcularon la inminen-

    cia del desastre y a continuacin buscaron las razones por las cuales no ibaa ocurrir enseguida. En la negativa a creer est nuestra seguridad de que el

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    desastre no puede ocurrir; en cualquier caso, no hoy. Y en cualquier casoocurre.

    Fue Mam quien dijo:Debe de ser terrible, all en Newport, cuando el ro se desborda.

    Pap hizo una mueca, porque los Enclaves infra no se mencionabanmucho en la sociedad educada: sabas que existan, y basta. Pero Mamprosigui: Una marea alta cubre el nivel del suelo de las casas.

    Pareca compadecerse de los infra, y Pap replic:Por favor, Allie.Era su forma de decir: Ya basta.

    A travs de la baha yo vea las torres de Newport, aunque no con de-masiada claridad debido a la reverberacin del calor: tres kilmetros deobeliscos grises. Teddy se pregunt en voz alta qu haran los infra cuando

    el agua subiera ms arriba de sus cabezas, pero Pap haba declarado cerra-do el tema y no respondi. Quiz no tena respuesta.

    Yo trat de imaginar las torres asomando por encima de sesenta metrosde agua maloliente y a millones de infra anegados nadando como locos,pese a que en realidad no saba qu aspecto tenan los infra. Como el nues-tro, supuse, slo que seran ms feos y ms sucios, segn salan en el triv.

    Despus de aquello nos encaminamos a las colinas y tomamos pasteleshelados y refrescos de frutas y contemplamos una actuacin de los animales

    amaestrados en el Centro de Espectculos y mi cumpleaos se salv. Peroel decepcionante mar se qued conmigo como la realidad que haba detrsde un mito jolgorioso; y ms tarde como el destino que esperaba al acechosu terrible oportunidad.

    II

    Teddy no me gustaba, pero tampoco podra decirse que le odiase. Mearrastraba a arrebatos de clera impotente, pero pasaban. Nos tolerbamos.

    Supongo que entonces no se molestaba ni en disgustarse conmigo, que slome vea como una cruz con la que haba que cargar, un desafo a su sereni-dad de chico de nueve aos. Lo peor de su carcter, desde mi punto de

    vista, era su determinacin de monopolizar a Mam, de establecer su pro-piedad. A Pap me lo dejaba a m; la percepcin objetiva de Teddy capt sudebilidad antes que yo la notase. El Viejo me acogi con calor.

    Era diseador industrial, diseaba componentes de maquinaria en lapantalla de un ordenador. Hoy en da resulta difcil imaginar que un trabajo

    as se dejase a la falibilidad humana, pero es cierto. Su ocupacin estabacalificada como de competencia media y las posibilidades de promocineran escasas, segn deca Pap, con el noventa por ciento de la nacin (del

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    mundo, de hecho) en desempleo, y no compensaba el tener demasiadasaspiraciones. Los recuerdos de l se me han debilitado. Le veo nicamentecomo un hombre calvo y preocupado que encontraba tiempo para serconmigo un camarada afectuoso.

    Mam era el elemento ms vivaz de la familia. Aunque la quisiera menosque a Pap, confiaba ms en ella; era a ella a quien Teddy y yo acudamosen busca de decisiones y permisos y de un pao de lgrimas. Le gustabacantar y llenaba la casa con los colores de la alegra; consolaba a Pap en sushoras melanclicas ensendole pasos de baile en el pequeo porche tras-ero, hasta que la torpeza de l les obligaba a detenerse, trastabillando, entreamor y risas.

    A Teddy le molestaba su alegra si sta no era exclusivamente para l;volva la espalda a la felicidad de nuestros padres, la rechazaba. Pienso que

    ello les entristeca, pero nunca lo mencionaron si podamos orles.Y les entristeca realmente? Teddy era el nio mimado. Un detalle: l

    siempre fue Teddy, y yo, el ms formal, Francis. Haba heredado laresplandeciente belleza de Mam. Y la melancola de Pap. Yo le aburra.Cuando se producan nuestras raras disputas abiertas, haca con el dedo elgesto de atornillarse la sien, me llamaba chiflado y se marchaba, dejndo-me furioso y sintindome oscuramente despreciable.

    No se me ocurri que su desdn enmascaraba los celos que le provoca-

    ba mi talento singular, la incapacidad de soportar que yo le sobrepasara. Medaba cuenta, s, de que su propensin a aguijonearme estaba dirigida amotivarme para que le explicase cmo se hacan ciertos clculos; crea queyo guardaba deliberadamente el secreto ante l, y sin embargo era tan inca-paz de explicrselo entonces como lo sera ahora.

    Cmo se le describe el sonido a un sordo, la luz a un ciego? Los nme-ros tienen forma, invisible pero aprehendible por la mente. Sita esta formacontra aqulla y juntas darn una forma diferente, una forma de producto.Las respuestas son siempre correctas porque, cuando la mente las ve, resul-

    ta imposible equivocarse. Ustedes lo entienden? Yo tampoco.Pareca un talento intil. Toda persona adulta tiene su calculadora de

    pulsera para obtener respuestas instantneas o puede usar su terminal detriv para las matemticas ms complejas; slo los viejos recuerdan cmo sehacan las operaciones con lpiz y papel. Pap no era tan viejo, pero s sabacalcular sobre el papel, lo cual fue una suerte para m: hizo posible mi futu-ro. Mi talento miniatura (miniatura porque no estaba desarrollado) pasinadvertido al principio, incluso para m. Yo supona que todos los nios

    podan hacer lo mismo que yo, si queran.La revelacin se produjo una noche, cuando a Pap se le cay al suelo lacalculadora de pulsera, la pis y aplast el microchip. Se haba trado a casa

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    algn trabajo; pudo haber utilizado el triv, pero prefiri llamar a Teddy yusar su calculadora escolar. Cantaba las sumas y Teddy las efectuaba. Eransumas simples (una calculadora escolar infantil sirve nicamente para laaritmtica), y yo estaba sentado en la alfombra del saln, volviendo la cabe-za a Pap a Teddy y preguntndome por qu Pap necesitaba ayuda y porqu Teddy tena que pulsar teclas tratndose de sumas tan fciles.

    Al final, Pap anunci:Total de uno hasta ocho.En un impulso, quiz por hacerme notar, dije:

    Treinta y seis.Teddy todava no haba pulsado ni una tecla. No me prest atencin y

    emprendi el clculo, pero Pap me mir y pareci a punto de decirmealgo, aunque cambi de idea. Ahora s que poda hacer aquellas sumas

    mentalmente (lo cual es terriblemente lento) y que si no lo haca era porquequera una comprobacin, porque no confiaba en acertar siempre.

    Fue Teddy quien habl primero cuando termin de teclear, y dijo:Lo has adivinado.No.Entonces, cmo lo sabas?Yo ignoraba el cmo. Murmur:Lo he mirado.

    Se burl despectivamente de mi obvio intento de salir del aprieto conuna mentira, pero Pap dijo:Suma de tres a nueve, Francis.Cuarenta y dos respond enseguida.Mi padre orden a Teddy:

    Comprubalo.Y eran cuarenta y dos, efectivamente. Supongo que mi hermano me

    habra sometido en aquel momento a toda clase de torturas: no soportabalo que no era capaz de emular.

    Pap pregunt:Y simplemente miras las respuestas?Asent, mientras los labios de Teddy formaban en silencio la palabra

    mierda que no se atrevi a pronunciar. Pap no mostr sorpresa: el donno es nico, y l tena cultura suficiente como para conocerlo por referen-cias. A continuacin me dio otras varias sumas fciles. Teddy se neg acooperar, y mi padre le ignor. En un determinado momento me dijo:

    De uno hasta veinte.

    All me abandon mi habilidad. Me lament:No logro verlo.

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    La cuestin era que yo no tena entonces la concepcin mental de unacifra igual o superior a cien (pocas personas pueden, de hecho, percibir ensu totalidad ms de seis o siete objetos de una sola mirada), y la respuestacorrecta, que es 210, no la habra percibido ni vindola. Pap sacudi lacabeza como si hubiera esperado algo similar y me pregunt si poda hacermultiplicaciones y divisiones, pero yo no saba ni lo que eran.

    Maana por la noche te las ensear. Veremos entonces lo que puedeshacer.

    Mam habl desde el otro lado de la sala:Es slo un nio, Fred. No le fuerces.Forzarle? Allie, a l no le cuesta ningn esfuerzo.Ella se mordi los labios y evit discutir delante de nosotros, pero la

    discusin se produjo despus de acostarnos. Mam dijo con obstinacin

    que aquello no le gustaba. Luego se cerr la puerta y no omos ms.Mi madre era tambin, lgicamente, el elemento social de la familia, y

    tena en cuenta a los vecinos cuando se opona a que Pap me enseara.Teddy era listo, lo cual resultaba aceptable siempre que no le diramosdemasiada importancia, pero la aptitud para los nmeros entre unas gentesincapaces de repasar la cuenta de la compra sin ayuda de la calculadora seraconsiderada una monstruosidad, o una altanera, algo, en cualquier caso,intolerable. Sin embargo, Pap tena su decisin tomada y saba cmo

    actuar. Mam fingi no enterarse y Teddy se desentendi totalmente delasunto, as que me fue posible aprender. Las personas dbiles consiguen suspropsitos gracias a la tenacidad.

    Una vez hube captado la idea de que multiplicacin y divisin eran slomaneras distintas de organizar las formas, las eventuales dificultades des-aparecieron. El problema de los nmeros grandes lo resolvi Pap pre-sentndomelos como productos de otros nmeros menores y ms accesi-bles. Fue difcil visualizar las fracciones, con excepcin de las ms sencillas,y todava quedo encallado a veces si las cifras de los quebrados son muy

    largas, pero los decimales fueron pan comido y me llevaron inmediatamentea la tabla de logaritmos que, en cuanto me la explicaron, yo mismo esta-blec.

    Todo esto nos ocup unas cuantas semanas maravillosas, con Papamable y carioso en nuestro mundo privado poblado de nmeros. Ladesaprobacin de mi madre se moder cuando mi comportamiento no setransform en algo socialmente peculiar. Slo Teddy castigaba mi orgullo.Cada noche, cuando nos haban apagado la luz, murmuraba palabras que

    habran sido inconcebibles en presencia de nuestros padres. En voz sufi-cientemente alta para envenenar mi entrada en el sueo pronunciaba susbuenas noches: Jodido caganmeros.

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    Me estaba diciendo que a su lado yo no era nada y nunca sera nada. Yolloraba, pero me aceptaba a m mismo como persona de nivel inferior.

    Pese a todo, albergaba la ilusin, comn a todo nio, de ser un da el fo-co de la atencin general, y esto me condujo a la ruina. En aquel sexto aode mi vida dej el parvulario para entrar en la escuela graduada, donde habaque asistir a clase y aprender en lugar de absorber moralidad social restre-gando unas personalidades contra otras en situaciones de juego. Descubri-mos los mapas y el tamao, enormemente falto de significado, del mundo.Fuimos introducidos en los silabarios, aunque la mayora sabamos leer, anuestro modo, a copia de descifrar los ttulos y rtulos del triv. Aprendimoslos tediosos ganchos y conexiones de la escritura manual, pese a que pocosadultos, excepto los que se dedicaban a tareas especializadas, la utilizabanpara otra cosa que no fueran anotaciones ocasionales. (Sali a relucir, como

    ancdota, que los hogares infra no tena procesadores de textos activadospor la voz, y nos preguntamos cmo se las arreglaran para desenvolversesin ellos. Sobre los infra circulaban muchas leyendas mezquinas que senutran de pequeeces como aqullas.)

    A continuacin conocimos la calculadora escolar, la primera y muy sen-cilla que aprendan a manejar los nios. La leccin inicial consisti en unaexplicacin del significado de la suma, seguida por una sesin prctica en laque nuestros dedos demostraban sobre las teclas que dos y dos eran siem-

    pre, misteriosamente, cuatro. La vanidad se sobrepuso al instinto gregariode no destacar: anunci que yo no necesitaba la calculadora y que podahacer las sumas antes de que vosotros toquis las teclas.

    La respuesta inmediata fueron las risitas burlonas de mis condiscpulos yla exigencia de que probase lo que deca, y nuestra aturdida profesora dic-tamin que aquella baladronada deba ser confirmada o castigada. Proba-blemente sus estudios no haban ido ms all de la enseanza bsica, y se

    vio perdida cuando yo justifiqu lo que haba anunciado: se necesitaba lacolaboracin de personas con mucha ms experiencia para atender a seme-

    jante genio.Durante una hora de gloria fui presentando al personal docente supe-

    rior, para el cual sum y rest, multipliqu y divid tan deprisa como se meentregaban los ejercicios. Me aplaudieron con tensas sonrisas, a travs de lascuales mi inocencia no me permita leer. Cmo iba yo a imaginar queaquellos invencibles adultos, arropados en su sabidura, eran todos Teddys,que odiaban que se les arrebatase el protagonismo, o que nadie, literalmentenadie, aprendiese a calcular mentalmente? Cuando mencion los logaritmos,

    la exhibicin se colapso en medio de un ttrico silencio y se me dijo, en unbrote de realismo, que ahora deba regresar a la clase y aprender el manejode la calculadora como los dems.

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    En el patio de juegos, a la hora del almuerzo, los otros chicos me paga-ron el precio completo por haber sido el nico hombre justo en un mundode pecadores vengativos.

    Y luego, en casa... Teddy, en su clase, haba odo contar lo que l califi-caba de mi espectculo, y me oblig a soportar la humillacin de suscomentarios sarcsticos, subrayados por un burln:

    Te han puesto en tu sitio, verdad?Chasqueado ms all de toda prudencia, ciego de autocompasin, me

    precipit contra l, slo para encontrarme con un imperturbable izquierda-zo que me hizo caer sentado en medio de las verduras del huerto de Mam.

    Mam murmur sombramente que nadie escuchaba sus consejos, ycuando Pap regres a casa le enfrent con el trgico resultado de su in-tromisin. A las palabras gruesas sigui una sesin sentimental en la cual yo

    protest feliz entre los brazos de mi padre y l me cont que el mundoestaba lleno de gente que quera hacerte bajar a su nivel. Aprend a contenermi ingenua lengua, pero siempre he sido un manazas con las teclas de lacalculadora: me confundo constantemente al pulsarlas, simplemente porfalta de inters en aquella mquina que opera tan despacio.

    Durante los dos aos siguientes pocas cosas ocurrieron en aquel peque-o mundo de mi infancia. Viviendo en el nido almohadillado de nuestrocuatro habitaciones, independiente, barrio elegante, triv 2,5 metros, no

    nos percatbamos de que habamos nacido en la que un antiguo maleficiochino consideraba poca interesante.Hasta qu extremo era interesante se puso de manifiesto cuando mi pa-

    dre fue jubilado.

    III

    Debo reconstruir lo esencial del ao de mi noveno aniversario porque2044 fue un ao pivote para los Conway. Que Australia se encontrase en

    situacin mucho peor de lo que poda juzgarse por la suerte de una oscurafamilia no tiene trascendencia: un nio no alcanza a comprender los desas-tres impersonales. Los sufrimientos de mi pas en el potro de la historia noalteraron mi confortable juventud.

    Haba sido en 2033 cuando la presin de las grandes potencias mundia-les, desvalidas frente al imparable aumento de la poblacin, nos oblig aceder un tercio de los territorios despoblados de Australia a aquellas hordasde hombres-hormiga expulsadas de los arrozales de Asia por su pululante

    fecundidad.Los supra adultos, con sus cmodas vidas a merced de la poltica plane-taria, no osaron protestar contra la coercin de las grandes potencias, y de

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    este modo buen nmero de terratenientes desposedos, no indemnizadospor una Tesorera en bancarrota, se desvanecieron entre los infra y nuncams se volvi a hablar de ellos. Los infra, que crean que las cosas slopodan ir mucho peor desde que de una vez para siempre haban dejado deir mejor, mostraron escaso inters. Muy pocos de ellos haban visto uncampo en su vida, por no hablar de las llanuras del interior. Desierto, sequ-a, moscas, no era as? Pues que se los quedaran los viets, los chinos, losindios. No eran lugares para el hombre blanco.

    Tampoco eran lugares para el hombre amarillo, sin embargo: dos terciosde Australia haban sido inhabitables durante milenios, y en aquellas regio-nes le admitimos. Se propuso convertirlas en habitables y en cierta medidalo consigui. Concentr las tcnicas de control climtico que se habanacumulado en cautelosos experimentos durante los treinta aos anteriores y

    produjo un programa de lluvias torrenciales que alter el clima de todo elplaneta hasta que la protesta internacional le impuso moderacin. Entonces

    verti megatoneladas de acondicionador de suelos y de fertilizantes en latierra, y en un intervalo sorprendentemente corto contamin no slo losros costeros y el agua potable, sino tambin las reservas de los pozos arte-sianos. El agua potable se hizo tan rara en Australia como en aquellas otraspartes del mundo donde el costoso remolque de icebergs y las plantas dedesalinizacin conducan a las economas desesperadas al borde del colapso.

    En 2044 aceptamos las restricciones como parte de la vida; fuimos cria-dos entre suministros intermitentes de agua y electricidad y de cualquieralimento que no pudiera cultivarse en el jardn trasero de la casa. Nuestrospadres se acostumbraron a constantes privaciones, y nosotros, los chicos,no supimos que hubiera tanto contra lo cual protestar.

    Cualquier referencia a un pasado reciente sin privaciones haba desapa-recido de los textos escolares y muy raramente apareca en otro materialimpreso (de todas formas, se haba perdido la costumbre de consultarfuentes impresas), y por supuesto nunca en los expurgados programas del

    triv. Yo conoca el problema de la superpoblacin, naturalmente; todos loconocamos. Pero un incremento anual del 175 por ciento no pareca mu-cho, incluso cuando te dabas cuenta de que significaba doblar la poblacinaproximadamente cada cuatro dcadas.

    Qu vas a pensar cuando tienes nueve aos y gozas de lo mejor de lavida?

    En lo que concierne a la jubilacin de mi padre, se utilizaba estetrmino porque cesado y despedido haban adquirido un significado

    demasiado terminal. La mentira de que la automatizacin continuara cre-ando indefinidamente nuevos empleos muri mucho antes de que se nota-ran de lleno sus efectos, pero la automatizacin prolifer como el nico

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    medio de mantener la competitividad; luego, con el noventa por ciento delplaneta reducido a nivel de subsistencia, dnde estaba el pblico compra-dor de lo que la competitividad produca? La cultura del ordenador estabaen un callejn sin salida, pero la minora que tena un puesto de trabajo, laminora asalariada, no se atreva a mirar la grieta abierta en la pared. Quientena un empleo era supra!

    Cierto da, Pap vino a casa temprano y sin ganas de hablar; no nos diri-gi la palabra y fue directamente a la cocina donde nuestra madre preparabael t. Y cerr la puerta.

    Algo pasa dijo Teddy.Se quit los zapatos y yo le imit y le segu por el corredor. Solo, no

    habra osado espiar, pero se necesita poco valor cuando hay un lder. Loque escuchamos a travs de la puerta de la cocina nos ense algo sobre

    nuestro mundo.Nuestro padre se lo explicaba a Mam, con una voz montona que vaci-

    laba y se apagaba y callaba de vez en cuando. Le explicaba cmo el progre-so, el mgico progreso, le haba expelido de sus engranajes porque lasnuevas tcnicas eliminaban el elemento humano del diseo creativo. Dadauna pauta base y la correspondiente especificacin, los nuevos ordenadoresofrecan millones de alternativas para escupir en cuestin de minutos laforma ptima del nuevo componente de una mquina. Aquel da haba sido

    jubilado un Departamento entero; en lugar de ochenta hombres y muje-res, dos pantallas de procesador se alzaban ante las mesas de trabajo vacas.En otras pocas, la palabra jubilacin tena estrecha relacin con laspensiones. Ahora ya no.

    Pap pareca incapaz de callar; hablaba y hablaba como si por primeravez viera cosas que en toda su vida haban existido. Se embrollaba sobre lamanera en que, en todo el mundo, miles de hombres y mujeres eran arroja-dos cada hora al mercado de trabajo. Y ste era un mercado de comprado-res. Nadie buscaba un empleo: el infalible Centro de Datos destinaba a los

    candidatos afortunados a las escasas plazas vacantes con desinteresadaprecisin. Eran poqusimos los que en todo el curso de su vida conseguandesempear dos empleos.

    El privilegiado diez por ciento (no necesariamente los mejores, sinoaquellos cuyas capacidades coincidan con las necesidades del momento)eran supra. Para toda la vida, si su suerte no fallaba. Los no afortunadostenan el Sub (Subsidio Estatal) como escueto recurso para seguir vivos... enlas viviendas infra. Ningn gobierno del planeta proporcionaba algo mejor

    en aquellos das de colapso automatizado; muchos no proporcionabannada.

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    Mi padre estuvo diciendo estas cosas hasta que se le vaci la cabeza deellas. En todo aquel tiempo Mam no habl, y era terrible que no encontra-se nada que decir. Ms terribles an eran las lgrimas que se adivinaban enla voz de Pap. Yo no saba entonces que las personas mayores llorasen.

    Y sin embargo, hubo algo peor: la expresin del rostro de Teddy. Notena compasin de Pap, slo se mofaba de las flaquezas ajenas.

    Mi madre habl por fin, en tono tan bajo que no conseguimos or lo quedeca. Escapamos a la carrera cuando Pap sali de la cocina dando untraspi y se encerr en el dormitorio dando un portazo.

    Teddy se atrevi a algo que yo no hubiera hecho nunca, que fue entraren la cocina y preguntar:

    Mam, ocurre algo malo?Pero lo dijo como si se tratara apenas de un pequeo incidente cotidia-

    no, y mi madre continu preparando el t, movindose abstrada, y segura-mente ni siquiera le oy.

    Regresamos a la sala de estar. Lo que Pap haba dicho de los infra nohaba hecho mella en mi mente. Se refera a otras personas, no a nosotros.Estudi el rostro inexpresivo de Teddy y me pregunt por qu odiara tantoa nuestro padre.

    Al cabo de un rato Mam nos llam con firmeza:Chicos, venid a tomar el t.

    Luego la omos llamar a la puerta del dormitorio y, transcurrido un ins-tante, repetir la llamada.Teddy dijo:Estar enfurruado.Mam deba de haber entrado ya en el cuarto, as que la seguimos de

    puntillas para fisgar lo que estaban haciendo. No hacan nada. Mam tem-blaba inconteniblemente a los pies de la cama donde Pap yaca en mediode un revoltijo rojo de sbanas, mantas y sangre que manaba de su cuellorebanado.

    El tiempo se retard, casi se detuvo mientras yo me esforzaba en captarel sentido de aquella cosa nueva: la muerte. Mi conciencia se empantan entorno a un espacio mental que estaba todava vaco. Entre tanto Teddyavanzaba cautelosamente hacia Mam, quien tendi hacia l una mano quepareca tantear el aire. Teddy la asi, se inclin sobre mi padre con aquellaexpresin en la cara y chill como un demonio:

    Podrido cobarde!Por nica vez en su vida, creo yo, Mam le peg; fue un golpe salvaje,

    violento, con toda la potencia de la afliccin y del amor perdido. Teddycay al suelo, se dio de cabeza contra la pared y all se qued, ardiendo derabia. La rabia era contra mi madre, algo que yo nunca hubiera imaginado,

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    pero ella pareci olvidarle enseguida y se sent y se puso a mirarse lasmanos como si leyera un invisible mensaje en sus dedos. En la furia de

    Teddy descubr algo que haba estado en el fondo de mi mente sin tomarforma, y era que su amor por Mam responda nicamente a su afn porhacerse notar: Teddy nicamente amaba a Teddy.

    Cuando volv inseguro mis ojos hacia la sangre, romp a sollozar. Mimadre dijo, en un tono normal y tranquilo:

    Cllate, Francis.Tuve la sensacin de haber interrumpido el curso de sus pensamientos o

    agravado su dolor de cabeza, u otra nimiedad parecida. Ella levant la vista,fij la mirada en el vaco; contemplaba una visin que estaba ms all demis alcances. Miraba, supongo yo ahora, hacia el futuro.

    Por la maana habl muy poco, pero haba dejado el estupor atrs. Du-

    rante la noche debi de serenarse y decidir lo que deba hacer.Nos envi a la escuela, probablemente para que no interfiriramos y sin

    pensar que la noticia de la catstrofe poda habernos precedido, dada lafulminante rapidez con que en la vecindad se transmitan los chismes. Fueas: mi madre haba informado al Departamento de Empleo y Finanzas,como ordenaba la ley; ellos informaron a su vez a las subsecciones de Ser-

    vicios Esenciales, y en alguna etapa del proceso se dio la circunstancia deque el Supervisor de Datos que estaba de servicio era un vecino. La noticia

    fue al instante de dominio pblico.Nadie en la escuela la mencion abiertamente; las convenciones socialesde los supra se basaban en un refinamiento de la delicadeza llamado respe-to decente, pero los nios tienen sus propios mtodos crueles para eviden-ciar sus intenciones. Lo importante no era el suicidio (hecho perfectamentecomprensible), sino que Pap hubiera perdido su empleo. Las implicacionesdel hecho eran caramelos para el chismorreo: los Conway se estaban hun-diendo! La flagrante evidencia del caso lo haca caliente y visible.

    Segn las normas del respeto decente no era adecuado expresar sim-

    pata. La prdida era asunto privado. Una familia poda simplemente caer ydesvanecerse: no se deba imponer a vecinos y amigos el dolor (el temor)del fracaso. Cdigos y maneras hacan indoloras las desgracias ajenas. No-sotros suframos el desprecio general de un silencio erizado de espinas.

    Cuando volvimos a casa, Pap ya no estaba, el dormitorio apareca es-crupulosamente limpio y Mam se hallaba preparada para hablar de nuevo.(Cundo lloraba, se dola, se desesperaba? Nunca lo supimos.) En el tonode discreto inters que utilizaba para nuestros pequeos asuntos pregunt:

    Cmo ha ido el da?Bien dije yo, porque no tena palabras para explicar la incomodidadimpalpable ni el escarnio inaudible.

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    Pero Teddy s tena siempre palabras:Nadie nos ha llamado infras. Todava no.Mam dijo:

    Sentaos. Y cuando nos sentamos habl en un tono duro al que notardaramos en acostumbrarnos: Esta familia no es infra ni lo ser. Nopodemos quedarnos en esta casa, pero no nos veremos reducidos a vivir enlos edificios comunitarios. Decdselo a todos.

    Los chicos habran considerado aquello una baladronada imperdonable;para ellos t eras supra o eras infra. Teddy fue directo al fondo de la cues-tin:

    Respondern que, si no somos infra, por qu nos vamos?Mam saba lo que no se mencionaba: que tanto los vecinos como sus

    hijos podan resultar infinitamente desagradables.

    No volvis a esa escuela. Yo lo arreglar.Y as lo hizo.Al da siguiente, en el Centro de Cremacin, vimos cmo aquella cosa

    humillada y envuelta en plstico negro desapareca por las puertas autom-ticas; sonaba una msica impersonal, reproducida por una cinta que necesi-taba reclarificacin. Asistieron unos parientes insignificantes, pero ningnamigo; los amigos podan alegar respeto decente, aunque de hecho ya sehaban distanciado, como si nuestra condicin fuera contagiosa.

    Despus de aquello, los acontecimientos se sucedieron deprisa. Una vezse le hubo asignado a Mam un lugar donde vivir, todo pudo resolversemediante llamadas por triv a los Departamentos adecuados. Ventas y Alqui-leres readquiri la casa al precio de mercado calculado, lo cual puso a Mamde psimo humor porque se le descontaron varias pequeas reparacionesque, segn afirmaron, Pap debera haber hecho.

    En lugar de dedicarse a pulir la pintura del coche dijo Teddy, impru-dentemente, y la mirada de nuestra madre le hizo callar durante horas.

    Por el coche s consigui ella un buen precio llamando a los Coleccio-

    nistas, quienes de antemano conocan su valor. Lo compraron unos desco-nocidos; los amigos codiciosos no se acercaron. Cuando Teddy los criticpor su desercin, Mam se puso de su parte diciendo que uno debe vivir enla sociedad tal como es; que, segn el dicho, no se puede tocar betn y nomancharse.

    Son supersticiosos, eso es todo sentenci Teddy.No, estn asustados replic ella. Cualquiera de ellos puede ser el

    prximo. Procuran no pensarlo y que nada se lo recuerde.

    He aqu otra frase que ha constituido la obsesin de nuestras vidas. Lalista de desastres en que no queremos pensar es uno de los principaleselementos que han configurado la historia.

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    Nuestro nuevo hogar nos fue asignado por el ordenador de Alojamien-to, basndose en lo que Mam declar que poda pagar, y ella se qued muypensativa cuando supo donde se encontraba. No se quej, porque losordenadores daban el mejor ajuste posible entre las necesidades y la capaci-dad de pago, pero la informacin le preocup:

    Nos dijo:Queda ms cerca de las viviendas comunitarias de lo que me habra

    gustado. Era como si su nueva dureza hubiera sido penetrada por unaaguja de duda. Est en Newport.

    Yo record el da en la playa y Newport en la lejana y lo que ella habadicho sobre las inundaciones. No sera aplicable a nosotros, sin embargo.Era slo un problema de los infra.

    Tuve la sensatez suficiente para no manifestar la excitacin que en secre-

    to senta. Los chicos murmuraban mucho a propsito de los infra, pero enrealidad no saban nada de ellos, y la idea de aquella proximidad (unaproximidad sin riesgo, por descontado) tena en s un toque de aventura. Yono me daba cuenta del significado que para Mam tena el desastre social nide en qu pozo de terror haba cado su vida. Igualmente, sin embargo, nopoda menos que observar que su luz y su alegra se haban apagado. Nuncams volveran a encenderse.

    IVNos mudamos antes del amanecer. El personal del hovercamin proba-

    blemente cobr un precio abusivo por trabajar tan temprano, pero Mamdijo que no estaba dispuesta a dar un espectculo para que los malvolos

    vecinos, fingiendo cuidar de sus jardines y mirando por el rabillo del ojo,participaran de la emocin de una nueva ruina. Nosotros viajamos en latrasera del camin porque lo que antes haba sido slo dinero era ahora un

    valor que atesorar.

    Recorrimos un largo trayecto en la oscuridad antes de que nos envolvie-se la luz del da. Luego, mirando al exterior entre cajas y muebles, vi enor-mes torres grises alineadas a cada lado. Nuestra ruta atravesaba el coraznde un Enclave infra. Contuve el aliento, fascinado por el miedo y la curiosi-dad, a la expectativa de horrores, pero all slo haba calles vacas donde nose mova nada, edificios que se clavaban en el cielo y cuyas ventanas estabana oscuras, excepto alguna luz ocasional, como una estrellita colgada en elmuro de hormign, y un silencio de tumba. Los millones de infra sin traba-

    jo dorman, puesto que no tenan nada mejor que hacer.Desde el Enclave cruzamos el ro y pasamos a un distrito de clase mediamuy parecido al que habamos dejado. En la claridad del alba vi, no lejos,

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    los palacios del Centro Urbano, que no eran monolitos repetidos docenasde veces, como los comunitarios, sino misterios de colores y formas ilumi-nados por la aurora. Algn da, me promet, visitar el Centro Urbano, loms grandioso de los alrededores. (Cosa que eventualmente hice para des-cubrir que los palacios eran bloques de oficinas y ajetreadas colmenas sincorazn.) Pero entonces pasamos sin detenernos.

    El viaje pareca no tener fin, y era pleno da, un da resplandeciente,cuando vimos nuestra calle. No se pareca a nada que yo conociese. Lascasas eran todas distintas. En nuestra antigua calle cada casa tena sus to-ques peculiares de color y decoracin, pero todas haban sido edificadas conarreglo a un plan coherente; esta calle era en cambio un revoltijo. Muchasde las casas estaban hechas de lo que luego supe se llamaba ladrillo ytenan una pared comn en lugar de una cerca de separacin, mientras que

    otras eran de planchas de madera superpuestas, en las que la pintura sehaba resquebrajado o descolorido. Haba tejados de pizarra, que yo veapor primera vez, y de unas cosas que tambin supe ms adelante que sellamaban tejas, y otros de unas increbles lminas de hierro ondulado,torcidas, sueltas, oxidadas all donde la pintura haba saltado. En lugar demarquesinas haba galeras, tambin con tejado de hierro, y algunas asoma-ban directamente a la calle, sin un palmo de jardn.

    Como si leyera mis pensamientos, Mam murmur:

    Esta parte de Melbourne es muy antigua. Algunas casas tienen ms decien aos.Estaba disculpndose. Porque era deprimente, en efecto. Se vean muy

    pocos rboles y, en la calle, ni rastro de vegetacin. El piso era de asfalto(tambin visto por primera vez), irregular y sembrado de baches, con gran-des losas ms o menos cuadradas en la acera. Todas las ventanas eran estre-chas y sigilosas, y toda la calle y cuanto haba en ella tena un aire miserabley desaseado, como si hubiera perdido la dignidad.

    Nuestra nueva casa era de ladrillo, con las dos mitades separadas por un

    pasillo y la puerta de entrada en medio. A nosotros nos correspondera unade las mitades (tres habitaciones y parte de la cocina y del cuarto de bao), yla limitacin de los espacios la haca parecer, en comparacin con aquello alo que estbamos acostumbrados, menor de lo que en realidad era. Delantetena una galera de suelo de madera, cuyas tablas estaban rotas en diversospuntos, y una franja de jardn descuidado e invadido por las malas hierbas.

    Los propietarios, una pareja anciana, nos contemplaban desde la galeracon aquel aire de desalio que con tanta frecuencia adquieren injustamente

    los viejos. Intercambiaban palabras que no alcanzbamos a or, inexpresivoslos rostros, disimulando el hecho de que nos estaban evaluando para ver sipodan exp