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Geopolítica(s) REVISTA DE ESTUDIOS SOBRE ESPACIO Y PODER Vol. 1, Núm. 1 (2010) ISSN: 2172-3958 PUBLICACIONES UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

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Geopolítica(s)REVISTA DE ESTUDIOS SOBRE ESPACIO Y PODER

Vol. 1, Núm. 1 (2010)

ISSN: 2172-3958

PUBLICACIONES UNIVERSIDADCOMPLUTENSE DE MADRID

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Geopolítica(s)REVISTA DE ESTUDIOS SOBRE ESPACIO Y PODER

La revista Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder con formato 17x24 cm. y periodicidad semes-tral. Geopolítica(s) publicará artículos originales e inéditos de investigadores, dando preferencia a trabajos que apor-ten una contribución teórica o metodológica genuina al estudio de la relación entre espacio y poder, especialmenteen América Latina y los países ibéricos. Para ello publicará artículos procedentes de varios de los campos de inves-tigación propios de la Geografía Política y de las demás ciencias sociales en tanto desarrollen una perspectiva espa-cial de análisis. Así mismo, Geopolítica(s) aboga por el pluralismo científico, tanto en lo que se refiere a ámbitosde investigación de la Geografía Política, como a perspectivas epistemológicas, metodológicas y técnicas. En estesentido, la revista se abre indistintamente a las diferentes perspectivas teóricas y metodológicas críticas, sin desechara priori los trabajos de geopolítica tradicional, y anima a los autores a escribir artículos que evalúen los méritos rela-tivos de distintas aproximaciones teóricas o metodológicas para explicar fenómenos políticos empíricos de relieve.

Geopolítica(s)2010, vol. 1,núm. 1

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Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder está dirigida y coordinada en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración III de la

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Secretaría de Redacción Marina Díez. Universidad Complutense de Madrid

Pablo Uc. Universidad de Guadalajara (México)

Consejo Asesor John Agnew. University of California – Los Angeles (Estados Unidos) Manuela Boatca. Center for Latin American Studies (ZILAS) (Alemania) Fabián Bosoer. UNTREF/UB/FLACSO, Buenos Aires José Carpio Martín. Universidad Complutense de Madrid Javier Franzé. Universidad Complutense de Madrid Leopoldo González Aguayo. Universidad Nacional Autónoma de México Olivier Kramsch. Universidad de Nijmegen (Holanda) Lorenzo López Trigal. Universidad de León Barbara Loyer. Institut Français de Géopolitique, Université de Paris 8 (Francia) Juan José Marín. Universidad de Costa Rica Vladimir Montoya Arango. Universidad de Antioquia (Colombia) Ulrich Oslender. Florida International University (Estados Unidos) Juan Carlos Pereira Castañares. Universidad Complutense de Madrid Sarah A. Radcliffe. Cambridge University (Reino Unido) Alberto Rocha Valencia. Universidad de Guadalajara (México) John Saxe-Fernández. Universidad Nacional Autónoma de México Gerónimo de Sierra. Universidad de la República de Uruguay David Slater, Loughborough University (Reino Unido) Ronny Viales. Universidad de Costa Rica

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Geopolítica(s) REVISTA DE ESTUDIOS SOBRE ESPACIO Y PODER

ISSN: 2172-3958 Vol. 1, núm. 1 2010 ........................................................................................................................................................................................

Sumario Pág. Editorial 11-13 Editorial (inglés) 15-17 Editorial (portugués) 19-21

Paradiplomacia y proyección internacional de las ciudades brasileñas: 23-40 la elaboración del concepto de “gestión internacional local” Carlos R. S. MILANI y Maria Clotilde M. RIBEIRO Articulaciones del Sur Global: afinidad cultural, internacionalismo solidario e 41-63 Iberoamérica en la globalización contrahegemónica Heriberto CAIRO CAROU y Breno BRINGEL La construcción de una geopolítica crítica desde América Latina y el Caribe. 65-94 Hacia una agenda de investigación regional Jaime PRECIADO CORONADO y Pablo UC La búsqueda de un contra-espacio: 95-114 ¿hacia territorialidades alternativas o cooptación por el poder dominante? Ulrich OSLENDER Geografías del conocimiento: transformación de los protocolos de investigación 115-135 en las arqueologías latinoamericanas Carlo Emilio PIAZZINI SUÁREZ Memorias desterradas y saberes otros. 137-156 Re-existencias afrodescendientes en Medellín (Colombia) Vladimir MONTOYA ARANGO y Andrés GARCÍA SÁNCHEZ La región como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva. 157-172 Hacia un modelo conceptual/relacional de historia regional en América Latina Ronny J. VIALES HURTADO

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Sumario

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Reseñas Construyendo social y culturalmente las fronteras: Brasil, Perú y Bolivia, ayer y hoy 173-176 Grupo FRONTERA. Historia y Memoria de las Tres Fronteras Brasil, Perú y Bolivia. Cusco (Perú): Grupo FRONTERA, 2009 Carlos M. CARAVANTES Geografías del terror en Colombia 177-180 Ulrich Oslender. Comunidades negras y espacio en el Pacífico colombiano. Hacia un giro geográfico en el estudio de los movimientos sociales. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2008 Iñigo ERREJÓN GALVÁN

Espacio e identidad en Chiapas 181-184 Rosa de la Fuente. La autonomía indígena en Chiapas. Un nuevo imaginario socio-espacial. Madrid: Catarata-UCM, 2008 Ramón ESPINAR MERINO

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ISSN: 2172-3958 Vol. 1, num. 1 2010 ........................................................................................................................................................................................

Summary

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Editorial (Spanish) 11-13 Editorial 15-17 Editorial (Portuguese) 19-21 Paradiplomacy and International Projection of Brazilian Cities: 23-40 Crafting the Concept of “Local International Management” Carlos R. S. MILANI and Maria Clotilde M. RIBEIRO Articulations of Global South: Cultural affinity, international solidarity 41-63 and Iberian-America in counter-hegemonic globalization Heriberto CAIRO CAROU and Breno BRINGEL The construction of a critical geopolitics from Latin America and the Caribbean. 65-94 Towards a regional research agenda Jaime PRECIADO CORONADO and Pablo UC The search for a counterspace: 95-114 Towards alternative territorialities or cooptation by dominant power? Ulrich OSLENDER Knowledge geographies: transformation of research protocols 115-135 in the Latin-American archaeologies Carlo Emilio PIAZZINI SUÁREZ Exiled memories and an other knowledge. 137-156 Afro-descendant re-existences in Medellín (Colombia) Vladimir MONTOYA ARANGO y Andrés GARCÍA SÁNCHEZ The region as a social, spatial, political, historical and subjective construction. 157-172 Towards a conceptual/relational model of regional history in Latin America Ronny J. VIALES HURTADO

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Reviews Constructing social and culturally the borders: Brazil, Peru and Bolivia, yesterday and today 173-176 Grupo FRONTERA. Historia y Memoria de las Tres Fronteras. Brasil, Perú y Bolivia. Cusco (Perú): Grupo FRONTERA, 2009 Carlos M. CARAVANTES Geographies of terror in Colombia 177-180 Ulrich Oslender. Comunidades negras y espacio en el Pacífico colombiano. Hacia un giro geográfico en el estudio de los movimientos sociales. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2008 Iñigo ERREJÓN GALVÁN Space and identity in Chiapas 181-184 Rosa de la Fuente. La autonomía indígena en Chiapas. Un nuevo imaginario socio-espacial. Madrid: Catarata-UCM, 2008 Ramón ESPINAR MERINO

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ISSN: 2172-3958 Vol. 1, núm. 1 2010 ........................................................................................................................................................................................

Sumario Pág. Editorial (espanhol) 11-13 Editorial (inglês) 15-17 Editorial 19-21

Paradiplomacia e projeção internacional das cidades brasileiras: 23-40 elaborando o conceito de “gestão local internacional” Carlos R. S. MILANI y Maria Clotilde M. RIBEIRO Articulações do Sul Global: afinidade cultural, internacionalismo solidário e 41-63 Ibero-América na globalização contrahegemônica Heriberto CAIRO CAROU y Breno BRINGEL A construção de uma geopolítica crítica a partir da América Latina e o Caribe. 65-94 Para uma agenda de pesquisa regional Jaime PRECIADO CORONADO y Pablo UC A busca de um contra-espaço: 95-114 territorialidades alternativas ou cooptação pelo poder dominante? Ulrich OSLENDER Geografias do conhecimento: transformação dos protocolos de pesquisa 115-135 nas arqueologias latino-americanas Carlo Emilio PIAZZINI SUÁREZ Memórias desterradas e saberes outros. 137-156 Re-existências afrodescendentes em Medellín (Colômbia) Vladimir MONTOYA ARANGO y Andrés GARCÍA SÁNCHEZ A região como construção social, espacial, política, histórica e subjetiva. 157-172 Para um modelo conceitual/relacional de história regional na América Latina Ronny J. VIALES HURTADO

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Resenhas Construindo social e culturalmente as fronteiras: Brasil, Perú e Bolivia, ontem e hoje 173-176 Grupo FRONTERA. Historia y Memoria de las Tres Fronteras. Brasil, Perú y Bolivia. Cusco (Perú): Grupo FRONTERA, 2009 Carlos M. CARAVANTES Geografias do terror en Colombia 177-180 Ulrich Oslender. Comunidades negras y espacio en el Pacífico colombiano. Hacia un giro geográfico en el estudio de los movimientos sociales. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2008 Iñigo ERREJÓN GALVÁN Espaço e identidade en Chiapas 181-184 Rosa de la Fuente. La autonomía indígena en Chiapas. Un nuevo imaginario socio-espacial. Madrid: Catarata-UCM, 2008 Ramón ESPINAR MERINO

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Editorial

REFERENCIA NORMALIZADA Consejo de Redacción (2010) “Editorial” (en español). Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 11-13. La revista Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder se propone dar visibilidad a un campo de estudio en creciente expansión como es el de la Geopolítica, en particular, y las reflexiones de carácter espacial sobre las relaciones de poder, en general. Tras su casi completo abandono tras a Segunda Guerra Mundial al ser vincu-lada a la política agresiva y expansionista del Tercer Reich alemán, desde los años 1970 ha tenido un reflorecimiento, particularmente desde perspectivas críticas neo-marxistas, postestructuralistas y de otros tenores.

A pesar de que las tendencias conservadoras de la geopolítica, estrechamente vin-culadas con las prácticas tradicionales de la “política de poder”, siguen estando pre-sentes en el panorama intelectual de principios del siglo XXI, las más novedosas son las geopolíticas radicales ―y hay que hablar en plural, ya que no constituyen un todo unificado, ni siquiera articulado―, de las que el auténtico pionero ha sido el francés Yves Lacoste, que edita desde 1976 la revista Hérodote, donde han aparecido nume-rosos análisis geopolíticos de diversas áreas del planeta, haciendo hincapié en el análisis de las situaciones de conflicto. Pero quizás sea el inglés Peter J. Taylor, también fundador en 1982 de otra revista especializada, Political Geography, quien ha contribuido a sentar una de las bases que han permitido renovar la Geopolítica, desde una perspectiva radical, al aplicar a la Geografía Política el análisis de siste-mas-mundo de Immanuel Wallerstein, porque considera que “ofrece una oportunidad a los geógrafos políticos para volver al análisis de escala global sin tener que rendir ningún homenaje a Mackinder”, pudiendo así estudiar, además, el conflicto Norte contra Sur, y no sólo el pretendido enfrentamiento entre la potencia continental y la potencia marítima, como hacía el británico.

Otras bases fundamentales de la renovación radical han sido los intentos de de-sarrollar una geografía del poder, cuyos exponentes más prominentes pueden ser Claude Raffestin o Paul Claval, que parten de la idea de que el poder es algo que circula, que aparece en todas las relaciones sociales como elemento constitutivo de las mismas, y produce el territorio a partir del espacio. De este modo, las relaciones espaciales son en última instancia relaciones de poder, y éstas constituyen la “pro-blemática” objeto de estudio por una Geografía Política que no quiera seguir los pasos “totalitarios” de la versión clásica de la disciplina. La relación es el momento clave para el análisis del poder, debido a que éste se enmascara, se oculta, no es fácilmente aprehensible, ni, por supuesto, cuantificable; pero el poder se manifiesta con ocasión de la relación, cuando se manifiestan los polos que se enfrentan o se unen, a partir de lo que se crean “campos” de poder, que ya se pueden analizar.

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La corriente que adopta explícitamente una perspectiva que denomina “geopolítica crítica” está ligada a los trabajos pioneros de John Agnew, pero su formulación con-creta ha sido hecha por Simon Dalby y Géaroid Ó Tuathail. Su idea fundamental es reconceptuar la Geopolítica como discurso, que contribuye a la construcción cultural del mapa geopolítico global. En tanto que discurso, cabría diferenciar una “geopolíti-ca práctica” de una “geopolítica formal”. La primera sería una actividad estatal, un ejercicio en el que el mundo es “espacializado” en regiones con atributos o caracterís-ticas diversas por parte de la burocracia encargada de la política exterior de los Esta-dos (diplomáticos y militares fundamentalmente), mientras que la segunda serían las teorías, modelos y estrategias que elaboran los “intelectuales de la seguridad” (aca-démicos, investigadores de think-tanks, ...) para guiar y justificar las acciones de la geopolítica práctica. Otros autores han introducido más tarde el concepto de “geopolí-tica popular”, que se referiría a la cultura popular, a los razonamientos geopolíticos que se elaboran en los medios de comunicación, el cine, la novela, ..., que contribuyen decisivamente a la producción y circulación del “sentido común” geopolítico, de los presupuestos geopolíticos que los ciudadanos dan por sentados y que permiten, en buena medida, hacer “inteligible” la geopolítica práctica y la formal. La revista Geo-politics, publicada en la actualidad por Routledge, es en cierta forma resultado de estos esfuerzos.

Nuestra revista Geopolítica(s) se centrará de manera muy especial en dos regiones, América Latina y los países ibéricos, que forman conjuntamente un espacio con ciertas vinculaciones culturales e históricas, el espacio iberoamericano. Del mismo modo aspira a ser la revista geopolítica donde se expresen de forma preferente autores de estos ámbitos. Esto no es óbice para que quepan en la misma artículos teóricos de geopolítica, así como reflexiones sobre otras regiones del mundo. Es decir, es una revista de geopolítica, publicada en castellano fundamentalmente (aunque también admite artículos en portugués e inglés), y no sólo una revista iberoamericana de geopolítica.

Esta iniciativa resulta de una convergencia de redes o esfuerzos colectivos, como la Red de Estudios Socioespaciales (RESE), el proyecto y red eurolatinoamericana AMELAT XXI, la red de docentes e investigadores en el doctorado interuniversitario en “Conflicto político y procesos de pacificación” y el área de geografía política de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Por lo tanto, aunque la revista inicia su singladura con soporte administrativo y edito-rial en la UCM, no es un proyecto exclusivo de esa universidad. Como quizás no pueda serlo de otra manera, ya que en un mundo crecientemente interdependiente, en el que el colapso del espacio-tiempo, que señalaba David Harvey, no hace más que profundizarse, los esfuerzos individuales están destinados al fracaso. Hay que volver a pensar que la ayuda mutua, como ya señalaba hace mucho Piotr Kropotkin, es el único principio de progreso para la humanidad.

En la revista tendrán cabida trabajos desde una perspectiva tradicional —es decir, aquellos realizados entendiendo que la geopolítica es una perspectiva de análisis científico de la relación entre poder y espacio a escala global—, pero el objetivo explícito que se plantea es servir de altavoz a las perspectivas críticas desarrolladas

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más recientemente —en particular, las que entienden que la “geopolítica” es un discurso que debe ser analizado y deconstruido—. Respecto a la escala, los estudios de geopolítica tradicionalmente se han desarrollado a una escala global, y han tenido a los Estados como actores privilegiados, pero esta tendencia se ha visto creciente-mente cuestionada. Así, por un lado, en la actualidad, despreciar como actores geopo-líticos a los movimientos sociales transnacionales, a las ONGs de ámbito global o a las organizaciones internacionales conduce, poco menos, que a no entender nada de muchas cuestiones geopolíticas de la máxima importancia. Y, por otro lado, también debemos reivindicar el estudio de la geopolítica a otras escalas, además de la global, ya sea la de las regiones existentes al interior de los Estados (la “geopolítica interna” de Hérodote, por ejemplo) o la de las localidades (la “geopolítica de las localidades”), pero también la de los espacios macroregionales de integración supranacional que son ya algo más que meras yuxtaposiciones comerciales de Estados. Esta apertura hacia la geopolítica urbana y regional discurre paralelamente a la preocupación por los nue-vos temas de los que se vienen ocupando las geopolíticas críticas, temas como geopo-lítica de género, geopolítica del conocimiento, geopolítica de los recursos naturales, etc.

En definitiva, Geopolítica(s) quiere contribuir al desarrollo de una perspectiva de análisis plural —en lo metodólogico y en lo teórico— y multiescalar sobre las rela-ciones entre espacio y poder, preferentemente en los países ibéricos y latinomaerica-nos, pero abiertos al mundo y a su conocimiento global.

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REFERENCIA NORMALIZADA Consejo de Redacción (2010) “Editorial” (en inglés). Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 15-17. The journal Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, aims at giving visibility to one field of studies in increasing expansion which is geopolitics, in particu-lar, and to spatial reflections on power relations, in general. After its almost complete abandonment after the Second World War, when it was related to the aggressive and expansionist policies of the German Third Reich, geopolitics has experienced a renewal, especially from critic neo-marxist and post-structuralist perspectives, among others.

Despite conservative geopolitical tendencies ―closely linked to the traditional practice of “power politics”― being still present in the intellectual landscape of the beginning of the 21st century, the most original tendencies at present are those of radical geopolitics ―plural must be emphasized here, since they do not constitute a unified whole, not even an articulated one. Within this trend, the French Yves Lacoste hast been the real pioneer. Since 1976 Lacoste edits the journal Hérodote, where many geopolitical analyses have been published and where special attention is paid to the analyses of conflict situations. However, it may be the English Peter J. Taylor, also founder in 1982 of another specialized journal, Political Geography, the one who has contributed the most to the establishment of the bases for the renewal of geopoli-tics. From a radical perspective, he applies the analyses of world-systems of Imma-nuel Wallerstein to political geography, for he considers that “it offers political geo-graphers an opportunity to go back to the global scale analysis without having to pay tribute to Mackinder”. In addition, it opens up an opportunity to the study of the North vs. South conflicts, beyond the so-called confrontation between the continental and maritime powers, as Mackinder suggested.

Other fundamental bases for the radical renewal of geopolitics have been the attempts to develop a power geography, whose most prominent exponents are Claude Raffestin or Paul Claval. They depart from the idea that power is something which circulates and appears in all social relations as a constitutive element of them and, therefore, produces territory out of space. This way, spatial relations are ultimately power relations, and these comprise the problematic object of study of a Political Geography which aims at distancing itself from the “totalitarian” air of the classic version of the discipline. The relation is the key moment for the analysis of power, given that power disguises itself, hides, is not easily apprehensible, nor, of course, countable. Nonetheless, power shows up on the occasion of the relation, when the poles which confront or join appear, from which moment “fields” of power ready to be analyzed are created.

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poles which confront or join appear, from which moment “fields” of power ready to be analyzed are created.

The current which explicitly adopts a perspective named “critical geopolitics” is linked to the pioneering works of John Agnew, although its specific formulation has been carried out by Simon Dalby and Géraroid Ó Tuathail. Its fundamental idea is the reconceptualization of geopolitics as a discourse which contributes to the cultural construction of the global geopolitical map. Taken as discourse, we can make a difference between “practical geopolitics” and “formal geopolitics”. The former must be understood as a state activity, an exercise by which the world is spatialized in regions defined by certain attributes and characteristics by the bureaucracy in charge of the foreign policies of the states (diplomats and the military, fundamentally), whereas, the latter must be understood as the theories, models and strategies made by “security intellectuals” (academicians, think-tanks investigators, …) in order to guide and justify the actions of practical geopolitics. Other authors have later introduced the concept of “popular geopolitics”, which refers to the popular culture, the geopolitical reasoning carried out by the media, films, novels,… which decisively contributes to the production and put into circulation of the geopolitical “common sense”, that is, the geopolitical assumptions that citizens take for granted and which, to some extent, make practical and formal geopolitics intelligible. The journal Geopolitics, currently published by Routledge, is in a way an outcome of these efforts.

Our journal Geopolitica(s) will pay special attention to two regions, Latin America and the Iberian countries, which together make a space of shared cultural and histori-cal links, the Iberian space. Similarly, it aspires to be the geopolitical journal where preferably authors coming from those regions find expression. Notwithstanding, this does not mean that there is no place in the journal for theoretical articles on geopoli-tics, as well as reflections on other regions of the world. In other words, it is a journal of geopolitics, published fundamentally in Spanish (although articles in Portuguese and English are also welcome), and not only an Iberian journal of geopolitics.

This initiative is the product of a net convergence or collective efforts, coming from the Red de Estudios Socioespaciales (RESE), the project and Euro-Latin Ameri-can net AMELAT XXI, the net of teachers and investigators of the interuniversity PhD in “Political Conflict and Peace-making Processes” and the area of Political Geography in the Political Science and Sociology Faculty in the Universidad Com-plutense de Madrid (UCM). Thus, although the journal begins its day’s run with administrative and editorial support of the UCM, it is not an exclusive project of that university. As it may be not otherwise nowadays, in a world of increasing interde-pendence, in which the collapse of space-time, David Harvey indicates, deepens steadily, individual efforts are doomed to fail. We must retake the idea that mutual help, so Piotr Kropotkin pointed out a long time ago, is the only principle of progress for humanity.

Even though our explicit objective is to serve as a loudspeaker for the recently de-veloped critical perspectives in geopolitics ―in particular, those who understand geopolitics as a discourse which must be analyzed and deconstructed―, there will also be space in the journal for works carried out from traditional perspectives ―that

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geopolitics have traditionally been developed at a global level, and states have been taken as the privileged actors. However, this tendency has ever more been put into question. Then, on the one hand, not taking into account geopolitical actors like the transnational social movements, global NGOs or international organizations leads today to the misunderstanding of many geopolitical issues of the greatest importance. On the other hand, we must also vindicate the study of geopolitics on other scales, in addition to the global, be it the scale of regions within the states (“inner geopolitics” as Hérodote does, for example) or the localities scale (the “geopolitics of localities”), but also the scale of those macro-regional spaces which are already more than mere commercial juxtapositions of states. This opening-up to the urban and regional geo-politics runs parallel to an interest for the new issues on which critical geopolitics work, issues like gender geopolitics, knowledge geopolitics, natural resources geo-politics, etc.

In short, Geopolítica(s) wants to make a contribution to the development of an analytical perspective plural —methodological and theoretically— and multi-scalar on the relations between space and power, specially in the Iberian and Latin Ameri-can countries, but open to the world and its global knowledge.

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REFERENCIA NORMALIZADA Consejo de Redacción (2010) “Editorial” (portugués). Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 19-21.

A revista Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder visa a dar visibilidade a um campo de estudo em crescente expansão, o da Geopolítica, em particular, e às reflexões de caráter espacial sobre as relações de poder, de forma geral. Depois de ter sido praticamente abandonada, após a Segunda Guerra Mundial, ao ver-se vinculada à política agressiva e expansionista do Terceiro Reich Alemão, esse campo viveu, a partir dos anos 1970, um reflorescimento, principalmente a partir de perspectivas críticas neo-marxistas, pós-estruturalistas e de outros teores.

Apesar de que as tendências conservadoras da geopolítica, estreitamente vinculadas com as práticas tradicionais da “política do poder”, continuarem presentes no panorama intelectual de inícios do século XXI, a novidade no campo se encontra no desenvolvimento das geopolíticas radicais ― no plural, já que não constituem um todo unificado e nem sequer articulado, cujo autêntico pioneiro foi o francês Yves Lacoste, que edita, a partir de 1976, a revista Hérodote, onde apareceram importantes análises geopolíticas de várias áreas do planeta, com especial ênfase no estudo das situações de conflito. No entanto, talvez tenha sido o inglês Peter J. Taylor, também fundador em 1982 de outra revista especializada, Political Geography, quem contribuiu a assentar uma das bases que permitiu renovar a Geopolítica, em uma perspectiva radical, ao aplicar à Geografia Política a análise dos sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein, já que considera que “oferece uma oportunidade aos geógrafos políticos de retomar à análise na escala global sem ter de render tipo algum de homenagem a Mackinder”, sendo possível, além disso, estudar o conflito Norte-Sul, e não somente o pretenso enfrentamento entre a potência continental e a potência marítima, como propunha o britânico.

Outras bases fundamentais da renovação radical foram as tentativas de desenvolvimento de uma geografia do poder, cujos expoentes mais proeminentes podem ser Claude Raffestin e Paul Claval, que partem da idéia de que o poder é algo que circula, que aparece em todas as relações sociais como seu elemento constitutivo, e produz o território a partir do espaço. Deste modo, as relações espaciais são, em última instância, relações de poder, sendo estas últimas o “problema” objeto de estudo de uma Geografia Política que não quer seguir os passos “totalitários” da versão clássica da disciplina. A relação seria o momento fundamental para a análise do poder, já que este se mascara e se oculta, não podendo ser facilmente apreensível nem quantificado; porém, o poder se manifesta através da relação, quando entram em jogo os polos que se enfrentam ou se unem, momento no qual se criam “campos” de poder passíveis de análise.

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A corrente que adota, de forma explícita, uma perspectiva que denomina “geopolítica crítica” está ligada aos trabalhos pioneiros de John Agnew, ainda que sua formulação concreta tenha sido desenvolvida por Simon Dalby e Géaroid Ó Tuathail. Esses autores partem da idéia fundamental de re-conceituar a Geopolítica como discurso, que contribui à construção cultural do mapa geopolítico global. Entendida como discurso, caberia diferenciar uma “geopolítica prática” de uma “geopolítica formal”. A primeira seria uma atividade estatal, um exercício no qual o mundo é “espacializado” em regiões com características diversas atribuídas pela burocracia responsável da política exterior dos Estados (principalmente diplomáticos e militares), enquanto à segunda corresponderiam as teorias, modelos e estratégias elaborados pelos “intelectuais da segurança” (acadêmicos, pesquisadores de think-tanks,...) a fim de guiar e justificar as ações da geopolítica prática. Outros autores introduziram posteriormente o conceito de “geopolítica popular”, referindo-se à cultura popular, aos raciocínios geopolíticos elaborados nos meios de comunicação, no cinema, na novela, entre outros, e que contribuem de forma decisiva à produção e circulação do “sentido comum” geopolítico, dos pressupostos geopolíticos assumidos pelos cidadãos e que permitem, de certa forma, que a geopolítica prática e formal se tornem “inteligíveis”. A revista en inglés Geopolitics, publicada actualmente por Routledge, resulta desse tipo de trabalhos.

A nosa revista Geopolítica(s) terá como foco particular duas regiões, América Latina e os países ibéricos, que formam em conjunto um espaço com certas vinculações culturais e históricas: o espaço ibero-americano. Nesse sentido, também aspira a ser uma revista de geopolítica onde se expressem, de forma privilegiada, autores do mundo ibero-americano. No entanto, isso não constitui um óbice para que sejam submeitdos e publicados artigos teóricos de geopolítica, assim como reflexões sobre outras regiões do mundo. Ou seja, trata-se de uma revista de geopolítica, que será publicada principalmente em castelhano (muito embora também sejam admitidos artigos em português e inglês), mas que não pretende ser tão somente uma revista ibero-americana de geopolítica.

A presente iniciativa é fruto da convergência de redes e esforços coletivos, como a Rede de Estudos Sócio-Espaciais (RESE), o projeto e rede euro/latino-americana AMELAT XXI, a rede de docentes e pesquisadores do doutorado inter-universitário “Conflito político e processos de pacificação” e a área de Geografia Política da Faculdade de Ciências Políticas e Sociologia da Universidade Complutense de Madri (UCM). Portanto, ainda que a revista inicie seu caminho com suporte administrativo e editorial da UCM, não é um projeto exclusivo dessa universidade. Não poderia ser de outro modo, já que em um mundo crescentemente interdependente, no qual o colapso espaço-tempo, assinalado por David Harvey, se aprofunda cada vez mais, os esforços individuais estão destinados ao fracasso. A ajuda mútua, apontada há muito tempo por Piotr Kropotkin, torna-se assim o único princípio de progresso para a humanidade.

A revista acolherá trabalhos que partam de uma perspectiva tradicional ―ou seja, aqueles que entendem que a geopolítica é uma perspectiva de análise científica da relação entre poder e espaço em escala global―, mas o objetivo explícito é servir de alto-falante para as perspectivas críticas desenvolvidas mais recentemente ―em

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particular, as que entendem que a “geopolítica” é um discurso que deve ser analisado e desconstruído. No relativo à escala, os estudos tradicionais da geopolítica se desenvolveram em uma escala global, tendo aos Estados como atores privilegiados. Contudo, esta tendência vem sendo crescentemente questionada e, deste modo, por um lado, desprezar como atores geopolíticos aos movimentos sociais transnacionais, as ONGs de âmbito global ou as organizações internacionais conduz a um entendimento enviesado de muitas questões geopolíticas de máxima importância. E, por outro lado, também devemos reivindicar o estudo da geopolítica em outras escalas, além da global, já seja das regiões existentes ao interior dos Estados (a “geopolítica interna” de Hérodote, por exemplo) ou a das localidades (“geopolítica das localidades”), mas também a geopolítica dos espaços macrorregionais de integração supranacional que, na atualidade, já são algo mais que meras justaposições comerciais de Estados. Esta abertura para a geopolítica urbana e regional se dá de forma paralela à preocupação pelos novos temas que vem ocupando as geopolíticas críticas, tais como a geopolítica de gênero, geopolítica do conhecimento, geopolítica dos recursos naturais, etc.

Em definitiva, Geopolítica(s) quer contribuir ao desenvolvimento de uma perspectiva de análise plural —no metodólogico e no teórico— e multiescalar sobre as relações entre espaço e poder, preferencialmente nos países ibéricos e latinoamericanos, mas abertos ao mundo e a seu conhecimento global.

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Paradiplomacia y proyección internacional de las ciudades brasileñas: la elaboración del

concepto de “gestión internacional local”

Carlos R. S. MILANI Departamento de Estudos Politicos

Universidade Federal do Estado de Rio de Janeiro (Brasil) [email protected]

Maria Clotilde M. RIBEIRO Escola de Administração

Universidade Federal do Vale do São Francisco (Brasil) [email protected]

Recibido: 10-01-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN En el marco del contexto de la “globalización en cuanto política”, el presente artículo adopta la premisa siguiente: las ciudades, a través de sus redes transnacionales de cooperación y de sus proyectos económicos internacionales, son la expresión de un nuevo actor político que ha cambiado su escala de operaciones, habien-do así obtenido una emancipación por lo menos parcial del monopolio del Estado-nación en el desarrollo de acciones públicas transfronterizas. Por ello, las ciudades han desafiado el imaginario westfaliano y el monopo-lio del Estado-nación en cuanto “la” comunidad política obligatoria con la capacidad de controlar un territorio nacional de modo vertical y fijo. De cara a desarrollar esta premisa, el artículo analiza la problemática de la paradiplomacia municipal en tres partes: el contexto histórico y realidad empírica de la paradiplomacia municipal en Brasil, el debate teórico sobre las fronteras, escalas y territorios de la paradiplomacia (“soft borders approach”) y la discusión del concepto de “gestión internacional local”.

Palabras clave: Globalización y soberanía; internacionalización de las ciudades; paradiplomacia municipal; gestión internacional local; ciudades brasileñas.

Paradiplomacy and international projection of Brazilian cities: Crafting the concept of “local international management”

ABSTRACT Based on the broader context of “globalization as politics”, this paper adopts the following assumption: cities through their transnational cooperation networks and economic projects are the expression of a new political actor that has shifted its scale of operations, and have thus partly emancipated themselves from the monopoly of the nation-state in the deployment of transborder public action; thefore, they have challenged the West-phalian imaginary and the monopoly of the nation-state as “the” bounded political community with the capacity to frame and totally control a fixed and vertical national territory. In pursuance of developing this assumption, this paper approaches the discussion on municipal paradiplomacy in three parts: firstly, it presents the historical background and empirical reality of paradiplomacy in Brazil; secondly, it presents a series of

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critical questions for analyzing cities and their transnational networks within the soft borders approach; thirdly, it discusses the concept of “local international management”. Key words: Globalization and Sovereignty; Internationalization of Cities; Municipal Paradiplomacy; Local International Management; Brazilian Municipalities.

Paradiplomacia e projeção internacional das cidades brasileiras: elaborando o conceito de “gestão local internacional”

RESUMO Baseado na idéia de uma “globalização como política”, o presente artigo parte da seguinte premissa: as ciudades, por meio de suas redes transnacionais de cooperação e de seus projetos económicos internacionais, são a expressão de um novo ator político que mudou sua escala de operações, emancipando-se, pelo menos parcialmente, do monopólio do Estado-nação no desenvolvimento de ações públicas transfronteiriças. Por conseguinte, as ciudades passaram a desafiar o imaginário westfaliano e o monopólio do Estado-nação enquan-to comunidade política exclusiva e obrigatória com a capacidade de controlar um territorio nacional de modo vertical e fixo. Visando a desenvolver essa premissa, o artigo analisa a problemática da paradiplomacia municipal em três partes: contexto histórico e realidade empírica da paradiplomacia municipal no Brasil; debate teórico sobre fronteiras, escalas e territórios da paradiplomacia (com base na “soft borders approach”); discussão do conceito de “gestão internacional local”. Palavras-chave: Globalização e soberania; internacionalização das cidades; paradiplomacia municipal; gestão local internacional; municípios brasileiros. REFERENCIA NORMALIZADA Milani, Carlos R. S., y Ribeiro, Maria Clotilde R. (2010) “Paradiplomacia y acción internacional de las ciudades brasileñas: la elaboración del concepto de «gestión internacional local»”. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 23-40. SUMARIO: Introducción. 1. Las tendencias fundamentales de la paradiplomacia en Brasil: algunos resultados obtenidos en la investigación empírica. 2. La movilización internacional de las ciudades brasileñas y el “enfoque de fronteras blandas” en un orden político mundial cambiante. 3. Observaciones finales. Nota final. Bibliografía. Introducción La globalización no se limita a competir por cuotas de mercado y adoptar medidas que estimulan el crecimiento económico, ni consiste exclusivamente en liberalizar el comercio y aprovechar las oportunidades comerciales; la globalización también se ha convertido en una pugna social y política por definir valores culturales e identidades políticas (Benhabib, 2006; Ianni, 2002; Laïdi, 1997; Santos et alii, 1994), que tienen repercusiones fundamentales para la internacionalización de la política porque fomen-tan el aumento de los actores, las redes y las instituciones trasnacionales. Las entida-

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des subnacionales, como provincias, estados federados y municipalidades, también obtienen provecho de las diversas estructuras de oportunidad política que han surgido a raíz de los procesos de globalización.

Esta circunstancia implica que en el contexto más amplio de “la globalización en cuanto política” (Baylis y Smith, 2001); Beck, 2003; Dollfus, 1997; Fiori, 2005; Smouts, 2004; Velasco e Cruz, 2004) el Estado-nación ha dejado de desempeñar el papel exclusivo que ejercía tradicionalmente en las relaciones internacionales; los actores económicos no estatales, los movimientos sociales y los gobiernos subnacio-nales, entre otros, han ido adquiriendo una participación cada vez más importante en los asuntos globales. El contexto político de la globalización abre fisuras sin prece-dentes en las ecuaciones de poder entre los Estados, los mercados y las sociedades civiles (Osterweil, 2004; Therborn, 2005; Touraine, 2005). La globalización define nuevas modalidades en la gestión de los procesos de internacionalización empleados por Estados, empresas, actores sociales, y también entidades políticas subnacionales. Junto con el fenómeno de la globalización no sólo se producen una serie de violacio-nes de las fronteras nacionales originadas por la propagación de la tecnología, la economía, la cultura y la información, sino que además los actores políticos infrana-cionales y sus redes u organizaciones regionales y globales llevan a cabo diversas acciones de intromisión no autorizada. Asimismo, los problemas transnacionales de mayor trascendencia para el funcionamiento del sistema mundial (como las crisis financieras, la degradación medioambiental fronteriza, la emigración forzosa, el tráfico de drogas, la propagación de organismos modificados, las alianzas cívicas en favor de los derechos humanos, etc.) sobrepasan la responsabilidad del Estado-nación y constituyen un desafío enorme que no se puede afrontar exclusivamente en el marco de las relaciones intergubernamentales.

En consecuencia, se está redefiniendo a fondo la esfera política de la gestión inter-nacional, tanto en la configuración de su contexto como en el modo en que evolucio-na como experiencia, método y práctica (la acción). Ya no se puede entender la esfera política de la gestión internacional como un simple grupo de instituciones, estrategias y políticas de gobierno, entre las que figuran actores como los Estados, las empresas multinacionales, los acuerdos internacionales y las organizaciones intergubernamen-tales. La literatura de la gestión internacional y las relaciones internacionales ha de tomar en cuenta la experiencia de las entidades políticas subnacionales con el fin de fomentar la renovación de los conceptos y de los marcos de análisis que se emplean.

Para contribuir a tal empeño, este artículo se basa en el siguiente supuesto: las ciudades, gracias a sus redes y proyectos de cooperación transnacionales, constituyen la expresión de un actor político nuevo tras cambiar la escala en que operan y eman-ciparse parcialmente del monopolio ejercido por el Estado-nación en la administra-ción pública transfronteriza. (Salomón, 2007; Sassen, 2006). A medida que ha aumen-tado en el mundo la población que reside en ciudades y que se han potenciado complejos procesos de fragmentación-globalización, las ciudades han puesto en entredicho el imaginario de Westfalia y el papel que tenía en exclusividad el Estado-nación de constituir “la” comunidad política delimitada que tiene capacidad para enmarcar y controlar un territorio nacional permanente y vertical. Para desarrollar

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este supuesto este artículo divide el examen de la paradiplomacia municipal en dos partes: primero, se examina la realidad empírica de 72 municipalidades brasileñas y sus actividades paradiplomáticas en el ruedo internacional; y segundo, se plantean diversas cuestiones cruciales para analizar el papel de las ciudades y sus redes trans-nacionales en su calidad de nuevos actores políticos en el ruedo global. Desde un punto de vista empírico, los autores se proponen analizar las diversas maneras en que esas 72 municipalidades de Brasil ejercen actividades paradiplomáticas, pero también pretenden comprender mejor su “enfoque de fronteras suaves” (soft-border approach), las estrategias económicas que utilizan, y si crean o no una identidad política, cues-tionando de esta forma que la soberanía nacional incondicional constituye un princi-pio fundamental del sistema internacional. 1. Las tendencias fundamentales de la paradiplomacia en Brasil: algunos resul-tados obtenidos en la investigación empírica

Puesto que diplomacia es un término que corresponde normalmente al ejercicio político organizado de un conjunto de actividades internacionales del Estado-nación, la paradiplomacia se ha utilizado recientemente en la literatura brasileña de Relacio-nes Internacionales para aludir al conjunto de actividades internacionales llevadas a cabo por actores no estatales: paradiplomacia privada, paradiplomacia no guberna-mental, pero también paradiplomacia municipal y de estados federados (Abong, 2007; Troyjo, 2005; Vigevani, 2006). El fenómeno ha aumentado tanto cuantitativa como cualitativamente desde el comienzo de los años 1990 en Brasil gracias a los cambios estructurales que se han producido en el orden mundial y a las transformaciones políticas del país. El final de la Guerra Fría y de todos los factores que implicaba (aumento de actores no estatales, nueva métrica del territorio, diversificación de identidades políticas, globalización de múltiples tipos de flujos, y una profunda transformación del orden político estadocéntrico) coinciden con la redemocratización de la sociedad civil y política de Brasil, así como con la promulgación de la nueva Constitución de 1988.

Como manifiesta Ribeiro (2008), la paradiplomacia de las entidades subnacionales en Brasil se ha desarrollado considerablemente desde finales de los años 1980 gracias a la arquitectura de descentralización de la federación brasileña aprobada en el nuevo sistema constitucional. Es cierto que las entidades subnacionales también han experi-mentado cómo se activaban y propiciaban sus actividades paradiplomáticas en otros sistemas federales, como Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Argentina o México. También puede ocurrir en determinados procesos históricos de configuración estatal donde las entidades subnacionales han de ser política y culturalmente reconocidas, como en el caso de España y Canadá (Rodrigues, 2004). Los contextos políticos y constitucionales nacionales tienen peso a la hora de entender los motivos y plantear hipótesis explicativas para comprender el papel que desempeñan los gobiernos subna-cionales en la utilización de la paradiplomacia.

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En el caso del sistema constitucional brasileño, no hay un pronunciamiento legal sobre la legitimidad de las actividades internacionales emprendidas por las entidades subnacionales. A las municipalidades y los estados federados se les asigna una serie de responsabilidades exclusivas y complementarias, y ninguna declaración constitu-cional les prohíbe realizar actividades internacionales. Según el Artículo 21 compete a la Unión (es decir, al Estado federal) mantener relaciones con otros Estados y participar en las organizaciones internacionales. A este respecto actualmente se está debatiendo una propuesta de enmienda constitucional en el Congreso Nacional Brasi-leño (proyecto 4745/2005, conocido como “PEC da paradiplomacia”). Conforme a esa propuesta, los estados federados, el Distrito Federal (Brasilia) y las municipalida-des contarían con el apoyo constitucional para promover estrategias internacionales y acuerdos de cooperación técnica con socios internacionales.

Independientemente de este vacío constitucional, muchos estados federados y mu-nicipalidades han desplegado una gran actividad en la esfera intenacional. Asociacio-nes nacionales como la Confederación Nacional de Municipalidades (Confederação Nacional de Municípios, CNM) y el Frente Nacional de Alcaldes (Frente Nacional de Prefeitos) han llegado al punto de reconocer y dirigir la actividad internacional de las ciudades brasileñas; organizan seminarios, cursos de formación, y publican guías para fomentar proyectos internacionales. En 1995 se creó “Mercociudades”, una red regional de ciudades, y en 2005 se fundó el Foro Brasileño de Relaciones Internacio-nales de las secretarías municipales.

En el nivel federal, el Ministerio de Relaciones Exteriores (conocido en Brasil co-mo el “Itamaraty”) creó un servicio administrativo especial para atender a las muni-cipalidades y los estados federados en 2003 (la Asesoria de Relações Federativas, ARF). Este servicio dependía directamente de la autoridad del Ministro de Asuntos Exteriores, y fue convertido después en el Consejo de Asuntos Federales y Parlamen-tarios (AFEPA). Este servicio tiene como objetivo “crear un diálogo entre el Ministe-rio y los gobiernos de los estados federados y las municipalidades, dando así mayor capilaridad al proceso de elaboración de la política exterior” (Rodrigues, 2004). A este respecto, Itamaraty también ha abierto oficinas regionales o canales locales en varios estados de la federación.

“¿Cómo han elaborado las municipalidades brasileñas sus estrategias de actividad internacional desde principios de los años 1990?” era la pregunta básica de investiga-ción que nos formulábamos para analizar empíricamente la paradiplomacia municipal en Brasil en 2007/2008. Las municipalidades se han seleccionado sobre la base de siete criterios, y cada uno corresponde a una hipótesis del motivo que llevaría a las municipalidades brasileñas a hacerse internacionales (véase la Tabla 1).

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Tabla 1. Criterios de selección de las municipalidades del estudio

CRITERIOS DE SELECCIÓN

1 Capitalidad de estado federal

2 Población igual o superior a 500.000 habitantes

3 Relevancia política, económica y/o cultural en un área metropolitana

4 Sede de un centro de investigación o universidad famosa en la nación

5 Patrimonio histórico y/o atractivo para el desarrollo turístico

6 Municipalidades estratégicas que lindan con otros países

7 Participación en seminarios y talleres dedicados a actividades municipales de rel. int.

Fuente: elaboración propia

Utilizando estos siete criterios, se seleccionaron 72 municipalidades, 20 de ellas

situadas en las regiones Norte y Noroeste de Brasil (con menor desarrollo económico), y otras 52 en el Sur, el Sudeste y la zona oeste del Centro (con mayor desarrollo). Todas las municipalidades respondieron al cuestionario del estudio (Figura 1).

Figura 1. Municipalidades seleccionadas

Figura 2. Municipalidades estudiadas que realizan o no realizan actividades

paradiplomáticas

Ciudad capital 45%

Más de 500000 hab.

Región me

Ciudad con unCiudad fronteriza 7

Gestor en evento de rel. int. 3%Ciudad histórica 3%P aradiplomacia con organización específ ica

40%

P aradiplomacia s in organización específ ica

31%

Sin paradiplomacia

29%

Fuente: elaboración propia

Fuente: elaboración propia

Desde el punto de vista institucional, algunas municipalidades han creado un ser-

vicio administrativo específico encargado de asuntos internacionales: un secretariado municipal, un consejo dependiente del secretariado, una persona al frente de esta responsabilidad, etc. Las Tablas 2, 3 y 4, así como la Figura 2, presentan un total de 72 municipalidades estudiadas, entre las que el 71% realizan algún tipo de actividad paradiplomática. No obstante, sólo el 40% (es decir, 29 municipalidades) de ellas han

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creado hasta el momento una estructura municipal de organización encargada de las cuestiones de las relaciones internacionales.

Tabla 2. Municipalidades con una estructura concreta encargada de las rel. int.

Región Estado Ciudad Status

1 BA CAMAÇARI Secretariado rel. int. dependiente directamente del gobierno

2 CE FORTALEZA Asesor/Coordinador

3 PE RECIFE Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

4

Noroeste

BA SALVADOR Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

5 PA BELÉM Asesor/Coordinador

6 RR BOA VISTA Asesor/Coordinador

7

Norte

AC RIO BRANCO Asesor/Coordinador

8 RS CAXIAS DO SUL Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

9 PR CURITIBA Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

10 SC FLORIANÓPOLIS Asesor/Coordinador

11 RS FOZ DO IGAÇU Secretariado municipal de rel. int.

12 SC JOINVILLE Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

13 RS PORTO ALEGRE Secretariado de rel. int. y otros asuntos

14

Sur

RS SANTA MARIA Secretariado de rel. int. y otros asuntos

15 MG BELO HORIZONTE Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

16 SP CAMPINAS Secretariado municipal de rel. int.

17 SP DIADEMA Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

18 SP GUARULHOS Asesor/Coordinador

19 SP ITU Secretariado municipal de rel. int.

20 SP JUNDIAÍ Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

21 SP OSASCO Asesor/Coordinador

22 RU RIO DE JANEIRO Asesor/Coordinador

23 SP SANTO ANDRÉ Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

24 SP SANTOS Asesor/Coordinador

25 SP SÃO BERNARDO DE CAMPO

Secretariado de rel. int. y otros asuntos

26 SP SÃO JOSÉ DO RIO PRETO

Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

27 SP SÃO PAULO Secretariado municipal de rel. int.

28 SP SOROCABA Servicio de rel. int. dependiente de secretariado

29

Sureste

ES VITÓRIA Asesor/Coordinador

Fuente: elaboración propia

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La Tabla 2 confirma que en las regiones más ricas del país se concentran la mayoría de las municipalidades que realizan actividades paradiplomáticas. El 76 % de las 51 municipalidades corresponden a las regiones del Sur y el Sudoeste.

Si examinamos las 22 municipalidades (Tabla 3) que realizan actividades paradiplomáticas sin contar con una estructura formal encargada de ello (43% de un total de 51), nos encontramos con muchos proyectos informales y desconocidos que son menos visibles, y la mayoría se ubican en el Noroeste de Brasil (región menos de-sarrollada que otras).

Tabla 3. Municipalidades que ejercen actividades paradiplomáticas sin contar con ningún tipo de estructura formal encargada de ello

Región Estado Ciudad 1 MS CORUMBÁ 2

Centro-Oeste MT CUIABÁ

3 BA FEIRA DE SANTANA 4 MA SÃO LUIS 5 PB CAMPINA GRANDE 6 PB JOÃO PESSOA 7 PE OLINDA 8 PI TERESINA 9

Nordeste

RN NATAL 10 AM MANAUS 11

Norte AP MACAPÁ

12 MG IPATINGA 13 MG OURO PRETO 14 MG UBERLÂNDIA 15 RJ SÃO GONÇALO 16 SP CUBATÃO 17 SP JACAREÍ 18 SP RIBEIRÃO PRETO 19

Sudeste

SP SÃO CAETANO DO SUL 20 PR MARINGÁ 21 RS GRAVATAÍ 22

Sur

RS SANTANA DO LIVRAMENTO

Fuente: elaboración propia

Todas estas ciudades realizan una gran diversidad de actividades, que confirman las conclusiones de anteriores estudios realizados por Soldatos (1990), Duchacek (1990), Paquin (2004) y Nunes (2005), tales como misiones internacionales, partici-pación en acontecimientos y ferias internacionales, proyectos técnicos de cooperación, intercambio de buenas prácticas y los acuerdos para el hermanamiento de ciudades. Un caso que hay que recordar es el de Macapá (la capital del estado federado de Amapá), que firmó una serie de proyectos de cooperación bilateral con Cayenne en la

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Guyana francesa en 1990. Otras dos ciudades que merecen atención son Uberlandia y Olinda, por sus relaciones con la Cámara de Comercio de Estados Unidos y los pro-gramas culturales de la UNESCO, respectivamente. Los principales países que han establecido asociaciones con dichas municipalidades son Francia, España, Portugal e Italia, así como China y Japón. Tabla 4. Municipalidades que no ejercen actividades paradiplomáticas y no cuentan

con ningún tipo de estructura formal encargada de ello

Región Estado Ciudad 1 GO GOIÂNÍA 2 MS CAMPO GRANDE 3 MS PONTA-PORÃ 4

Centro-Oeste

TO PALMAS 5 AL MACEIÓ 6 PE JABOATÃO DOS GUARARAPES 7

Nordeste SE ARACAJÚ

8 Norte RO PORTO VELHO 9 MG CONTAGEM 10 MG RIO PRETO 11 RJ DUQUE DE CAXIAS 12 RJ NOVA IGUAÇU 13 SP AMERICANA 14

Sudeste

SP SÃO JOSÉ DOS CAMPOS 15 PR LONDRINA 16 RS CHUÍ 17 RS ITAQUI 18 RS JAGUARÃO 19 RS SÃO BORJA 20 RS URUGUAIANA 21

Sur

SC BLUMENAU

Fuente: elaboración propia

En cuanto a las municipalidades que han creado una estructura formal que se en-carga de los asuntos internacionales, nuestra investigación pone de manifiesto que la mayoría se crearon entre 2004 y 2007 (Figura 3). En el país, este “boom” se puede explicar por la transición del presidente FCH al presidente Lula, y por la puesta en práctica de antiguas estrategias de internacionalización por parte de municipalidades gobernadas por el Partido dos Trabalhadores como corriente dominante de lo que definimos en este artículo como “gestión internacional local” (local international management), que será explicado en profundidad y debatido más adelante.

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Figura 3. Institución de una organización municipal formal para atender los asuntos internacionales (29 encuestados) (Año de creación en %)

19861987

19881988

19891990

19911992

19931994

19951996

19971998

19992000

20012002

20032004

20052006

2007Sin datos

0

5

10

15

20

25

30

35

40

3,45 3,45 3,45 3,45 3,45 3,45

10,34

37,93

13,79

10,34

6,9

Fuente: elaboración propia

Efectivamente, entre 2003 y 2004 el nuevo gobierno federal creó una serie de ser-vicios en Itamaraty para atender a las municipalidades y los estados federados. Mu-chas municipalidades también afirman que la creación de una estructura formal hace visible a la ciudad en la nación y en el extranjero, factor importante para conseguir ayuda técnica, inversiones y comercio (Figura 4).

Figura 4. ¿Por qué ha creado una estructura formal? (29 encuestados)

Fomentan el comercio internacional

Atraen las inversiones privadas

Promoción cultural

Búsqueda de soluciones a problemas urbanos

Atraen las inversiones públicas

Cooperación técnica internacional

Visibilidad para la ciudad

0

0,5

1

1,5

2

2,5

3

3,5

4

4,5

2,76

3,31 3,31

3,623,83

4,074,21

Fuente: elaboración propia Una característica importante que hay que analizar: la conexión política entre el

gobierno federal y el local parece plantear problemas, puesto que el 66% de las muni-

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cipalidades examinadas indican que hay escasas posibilidades de que se produzca diálogo institucional y de que se cree coherencia (coherence-building). El mismo tipo de inquietud era mencionada por el 86% de las municipalidades estudiadas respecto a la relación que mantenían con representantes del estado federado. Nuestra investiga-ción también revela que la cuarta parte de las municipalidades examinadas llevan a cabo estrategias internacionales de forma aislada, sin objetivo ni planificación estra-tégica, factor que implica la inexistencia de un proyecto estratégico organizado de forma coherente a largo plazo. Sin embargo, el mismo número de municipalidades (pero no necesariamente las mismas) está planeando sus asuntos internacionales de forma estratégica, en colaboración con otros servicios o secretariados administrativos municipales.

Figura 5. Las acciones internacionales puestas en marcha por la municipalidades que tienen una estructura formal encargada de las rel. int. (29 encuestados)

Redes locales

Consorcio de exportación

Cooperación con países en desarrollo

Organizaciones Internacionales Universales

Cooperación descentralizada

Delegaciones diplomáticas

Misiones gubernamentales

Misiones de negocios

Realización de Ferias

Organizaciones de autoridades locales

Oportunidades de promoción

Participación en Ferias

Acuerdos de Cooperación

Participación en Congresos

Redes transnacionales

0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100

17,3

20,8

48,4

55,4

58,8

58,8

58,8

62,3

69,2

72,7

72,7

76,1

87

90

90

Fuente: elaboración propia

En la Figura 5 comprobamos que las municipalidades que tienen una estructura formal encargada de las rel. int. llevan a cabo fundamentalmente tres tipos de activi-dades paradiplomáticas: participación en redes trasnacionales (Mercociudades), participación en congresos y acontecimientos internacionales (ferias en ciudades, por ejemplo), acuerdos de hermanamiento entre ciudades, mercadotecnia de ciudades, pertenencia a asociaciones internacionales, y establecimiento de redes regionales y globales. La Tabla 5 muestra que muchas ciudades han firmado acuerdos de herma-namiento con las municipalidades brasileñas examinadas. La mayoría de esos acuer-dos tienen como objetivo el intercambio de buenas prácticas en la elaboración de la política pública urbana. Un ejemplo de actividad paradiplomática, que es dirigida

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institucionalmente en el marco del proceso de integración regional MERCOSUR, es el Foro de Consulta de Municipalidades, Estados federados, Provincias y Departa-mentos de Mercosur, cuyas actividades se iniciaron en 2007. Tabla 5. Estados a los que pertenecen las ciudades con las que municipalidades que tienen una estructura formal de rel. int. han firmado un acuerdo de hermanamiento

(29 encuestados)

EUROPA NORTEAMÉRICA ASIA Italia Portugal Francia España Alemania

EE UU Canadá México (de forma secundaria)

China Japón

AMÉRICA LATINA ÁFRICA CARIBE Argentina Chile Uruguay (de forma secundaria) Paraguay (de forma secundaria) Bolivia (de forma secundaria)

Sudáfrica Malí

Guadalupe (sólo una mención)

Fuente: elaboración propia

Entre las ventajas principales que conlleva la paradiplomacia municipal, confir-madas por los alcaldes y gestores municipales de nuestra encuesta, están la coopera-ción técnica (27%), la visibilidad y el prestigio a nivel internacional (18%) así como el reconocimiento nacional (18%). Otras ventajas secundarias mencionadas son las inversiones (13%), la concienciación local de la relevancia que tienen los asuntos internacionales (11%) y el intercambio de experiencias (13%).

2. La movilización internacional de las ciudades brasileñas y el “enfoque de fronteras blandas” en un orden político mundial cambiante

Este estudio pone de manifiesto que es innegable que desde el comienzo de los años 1990 las ciudades brasileñas se han movilizado en mayor medida, independientemen-te del hecho de que los alcaldes hayan optado por un formato más o menos institucio-nalizado en sus estrategias de internacionalización. No obstante, hay diferencias inequívocas respecto a la motivación, la percepción de aspectos negativos y la región geográfica que ha centrado las asociaciones que se establecen. En cierta medida las asimetrías regionales nacionales y los indicadores del desarrollo económico explican el grado de intensidad y profesionalización de los municipios cuando realizan activi-dades transnacionales. El papel del alcalde (el punto de vista, la forma de entender o la experiencia que tenga) también constituye un factor institucional clave para expli-

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car por qué surge o se desarrolla de un modo más apreciable la paradiplomacia muni-cipal, puesto que él/ella decide de forma autónoma si somete (o no) a la asamblea local la creación de estructuras de gobierno innovadoras encargadas de esa labor.

En este estudio las ciudades están desempeñando un papel clave a la hora de pro-porcionar conexiones (económicas, tecnológicas, de información) a sus ciudadanos, operadores económicos y organizaciones locales. Las redes de ciudades regionales y globales ofrecen a las entidades subnacionales más oportunidades para que se de-sarrollen nuevas asociaciones y marcos institucionales en torno a ciertas actividades que a largo plazo benefician el desarrollo local, especialmente en proyectos de in-fraestructuras (obras hidráulicas, gestión de residuos, urbanismo, administración participativa y parcelación medioambiental) y en actividades económicas y culturales (turismo, cooperación técnica, programas de intercambio). Redes como las Mercociu-dades, la Alianza de Ciudades y el Foro de Autoridades Locales pueden ser la base de acuerdos de reparto de poder en niveles subnacionales y transnacionales en torno a algunas funciones públicas tradicionales, que son cruciales para el desarrollo local, la inversión exterior directa y el crecimiento económico.

Además, este estudio demuestra que está cambiando la dimensión espacial del or-den político mundial y de sus estructuras. Las entidades subnacionales comparten una misma zona transnacional, utilizan los recursos tecnológicos y cuestionan el monopo-lio del Estado-nación en la política mundial. Las estrategias paradiplomáticas munici-pales están virtualmente “re-territorializando” la administración pública por medio de un continuum territorial que va desde lo local a lo nacional, y luego a lo global, con-tribuyendo de este modo a la aparición de un espacio social transnacional. Es impor-tante señalar que las ciudades se extienden localmente y globalmente tanto en el aspecto geográfico como en el político: por ejemplo, son capaces de lanzar una cam-paña local relacionada con el urbanismo y, al mismo tiempo, crear una red de coope-ración internacional relacionada con la gestión medioambiental. Gracias a la paradi-plomacia municipal, las ciudades constituyen una importante escala de acción y de creación de interconexiones en la política y la economía de la globalización.

En este artículo “escala” alude a la organización social y física de los territorios, pero también contribuye a explicar las transformaciones que se están produciendo actualmente en los procesos políticos globales. Gracias a un análisis de escala, entre otras cosas, podemos contestar la siguiente pregunta: ¿dónde tiene lugar la política internacional y la gestión internacional? Las escalas geográficas se componen a la vez de aspectos físicos, económicos, culturales y sociales de interacción política, y han de entenderse como andamiajes territoriales complejos que son disputados desde el punto de vista social y en los que convergen múltiples formas de organización territo-rial (Brenner, 1998). A partir de esta interpretación de la escala, el Estado territorial es en sí mismo una forma de organización capitalista territorial multiescalar que abarca las escalas nacional, subnacional y supranacional. Lo mismo se puede decir de los movimientos sociales transnacionales, las redes de ciudades, los movimientos económicos que enmarcan tanto material como simbólicamente las sociabilidades, las relaciones económicas y políticas en todo el mundo. Por este motivo, cuando se intenta entender la política mundial contemporánea, no basta con describir el papel de

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los actores trasnacionales o de los Estados por separado, y la naturaleza del sistema internacional, sino que hay que analizar el marco físico y social de las interacciones políticas y de los conflictos creados entre individuos, Estados, ciudades, empresas, organizaciones y el orden internacional en determinadas escalas de acción (Sjoberg, 2008). El caso de las ciudades brasileñas, donde habita más del 75% de la población nacional, es una escala de análisis extremadamente relevante para entender la política mundial y la gestión internacional de nuestros días.

Sin embargo, las ciudades brasileñas examinadas en este estudio no ponen en cuestión la pertenencia etnonacional. El caso brasileño pone de manifiesto, a diferen-cia de lo que revelarían los datos empíricos en el caso de Canadá o España, por ejem-plo, que la lealtad a los sistemas de gobierno gracias a los que los ciudadanos disfru-tan de los bienes públicos y participan en mayor o menor medida en la vida pública requiere una historia compartida durante mucho tiempo o lazos culturales profundos (Aldecoa y Keating, 2000; Paquin, 2004; Salomón, 2007). A lo largo de este estudio tenemos que admitir que las ciudades brasileñas tienen una mayor participación en las organizaciones internacionales (sobre todo desde la Conferencia Habitat II celebrada en Estambul) y las redes trasnacionales que influyen cada vez más en los intereses y agendas de las personas que diseñan la política en el nivel nacional y en el internacio-nal. Estos planes institucionales formales e informales se desarrollan a partir del interés común de proporcionar bienes públicos de una forma más eficaz, y de llevar a cabo proyectos económicos, sociales y culturales regionales y fronterizos.

Es importante decir que tampoco parece que las ciudades brasileñas, con las acti-vidades paradiplomáticas que llevan a cabo, pongan en riesgo las políticas de seguri-dad del Estado-nación. No obstante, su papel cuestiona el cruce de fronteras, el esta-blecimiento de límites y la toma de decisiones. Como afirma Mostov (2008), la soberanía nacional tiene que ver con la jurisdicción del territorio y las fronteras del Estado-nación y el derecho a elaborar leyes, incluyendo el derecho a determinar quién tiene la ciudadanía y quién entra en el país. Este aspecto de la soberanía (soberanía externa) constituye el fundamento que hace posible pertenecer a las organizaciones internacionales y participar en el sistema interestatal. El reconocimiento de la sobera-nía de un Estado-nación implica reconocer la inviolabilidad de sus fronteras y la autoridad última sobre lo que ocurre dentro de dichas fronteras. Esta noción de sobe-ranía exterior (en tanto que relación con otros Estados e instituciones internacionales) parte de la base del concepto de “fronteras duras” (hard borders). Cruzar la frontera de forma irregular o sin autorización constituyen violaciones de la soberanía (Mostov, 2008). Esta es la razón que explica que los movimientos que pueden esquivar la regulación fronteriza, o están, por su propia naturaleza, exentos de la necesidad de pedir autorización de paso o se encuentran al margen de la misma (la contaminación, los flujos de capital, los mensajes electrónicos, los movimientos sociales trasnaciona-les, las redes de ciudades y la paradiplomacia subnacional) ponen en cuestión el monopolio de esta categoría clásica en la explicación de la política mundial de nues-tro tiempo.

Una alternativa sería “ablandar” el sentido de las fronteras del Estado y replantear-se radicalmente los conceptos de soberanía, autodeterminación, y derechos de ciuda-

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danía con el fin de modificar el foco de atención, pasando de la soberanía externa a un concepto relacional de soberanía interna. Para ello habría que situar en el punto de mira las relaciones de poder en los procesos de elección social, y redefinir los espa-cios y las escalas en que se pueden crear las relaciones democráticas. Con este giro, la función de elaborar leyes de la soberanía pasa a ocupar un primer plano, y las circuns-tancias posibilitantes (recursos, derechos y obligaciones) podrían servir para abrir las fronteras políticas en lugar de cerrarlas (Mostov, 2008). Está claro que este cambio se aplicaría en todos los sentidos, de Sur a Norte, de Norte a Sur, de Este a Oeste y de Oeste a Este, en todo el mundo. 3. Observaciones finales: la propuesta del concepto de “gestión internacional local” El estudio realizado con 72 municipalidades de Brasil entre 2007 y 2008 pone de manifiesto que las autoridades locales brasileñas desempeñan un papel fundamental en la conexión de ciudadanos, economías, culturas y organizaciones, utilizando principalmente redes regionales y transnacionales. También demuestra que ha aumen-tado la complejificación del orden político mundial actual en que la división den-tro/fuera, propia de las versiones clásica y realista de las Relaciones Internacionales, tienden a no ofrecer una imagen cabal de la realidad histórica y empírica. Es preciso revisar a fondo el concepto de soberanía incondicional surgido en el imaginario de la modernidad, así como las ontologías que utilizamos al diseñar marcos teóricos para entender la realidad del mundo. El realismo no es un problema porque insista en el papel del Estado-nación en los asuntos mundiales, sino principalmente porque no elabora de forma coherente una teoría de en qué consiste el Estado, cómo se crea y qué contradicciones puede tener (Walker, 1993: 46). La filosofía de la historia en que se basa el realismo tiende a imponer una concepción ontológica de lo significa la autoridad del Estado (su soberanía, su capacidad de controlar en términos absolutos el territorio nacional), y esta concepción sería un requisito suficiente para entender y explicar los órdenes mundiales del pasado, el presente y el futuro. Esta concepción no sería un rasgo concreto de algunas formas de vida internacional y política mundial.

Como Inayatullah y Blaney (2004) plantean, las relaciones internacionales son un mundo, pero también constituyen varios mundos donde se pueden encontrar zonas de contacto temporal y espacial en que los sujetos, las organizaciones, los actores y los procesos, separados antes por geografía e historia, pueden ahora dialogar y entrar en conflicto en el orden político globalizado presente. Este punto de vista supone romper con el “imperio de la uniformidad” (Inayatullah y Blaney, 2004: 187). De este proce-so de apertura/cierre de fronteras y territorios resulta un espacio mundial contemporá-neo que ha dejado de estar envuelto y ocupado exclusivamente por los Estados-nación, y se ha reconfigurado en una auténtica “estructura plurilateral” (Cerry, 1995: 595).

Ambos cambios de concepción política y movimiento político también se aplican al concepto de diplomacia: desde la diplomacia clásica de los Estados-nación a la diplomacia multinivel (Hocking, 2004), deberíamos entender hoy y prever que es

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preciso poner en marcha mecanismos de vinculación y coordinación de los entes institucionales para dirigir la cooperación entre el nivel del gobierno federal, el del estado federado y el municipal en la creación y desarrollo de las actividades y estrate-gias internacionales brasileñas. Sin embargo, este estudio también demuestra que las ciudades brasileñas, con sus diversas actividades paradiplomáticas, no ponen en entredicho las estructuras nacionales de política internacional ni tampoco la identidad política del Estado-nación.

Desde el punto de vista empírico, este artículo plantea algunos temas cruciales re-lacionados con las diversas maneras en que realizan actividades paradiplomáticas estas 72 municipalidades de Brasil, principalmente en lo respecta a las conexiones organizativas entre procedimientos de adopción de decisiones locales, regionales y nacionales. Desde el punto de vista analítico, prueba que se utiliza “el enfoque de fronteras blandas” de las ciudades junto con una determinada identidad política en el escenario global y una estrategia pragmática de “gestión internacional local”. La gestión internacional local que se propone para su discusión a partir de este artículo puede ser definida como una serie de estructuras organizativas y procedimientos de gestión que garantizan que las ciudades tengan mayor capacidad para crear, participar y promover redes o flujos económicos, culturales, sociales e informativos de tipo regional y global. Ofrece más oportunidades para que las organizaciones locales (económicas, culturales y sociales) se extiendan transnacionalmente, sin tener que contar necesariamente con el apoyo directo del Estado-nación. Las estrategias de gestión internacional local también suponen el desarrollo de marcos de organización internacionales (por ejemplo, la cooperación de organizaciones internacionales con los gobiernos locales) y asociaciones de gobierno urbanas locales/globales, especial-mente en proyectos de infraestructuras, asistencia técnica, capacitación institucional y cooperación económica.

Nota final

Una estructura formal de relaciones internacionales corresponde a la creación de un secretariado municipal que está a cargo de los asuntos internacionales, un servicio administrativo dependiente del secretariado, o el nombramiento de un equipo (con un coordinador al mando) que tiene la responsabilidad de fomentar las actividades para-diplomáticas. La lista completa de las municipalidades examinadas en este trabajo es la siguiente: Americana, Aracajú, Belém, Belo Horizonte, Blumenau, Boa Vista, Camaçari, Campina Grande, Campinas, Campo Grande, Caxias, Chuí, Contagem, Corumbá, Cubatão, Cuiabá, Curitiba, Diadema, Feira de Santana, Florianópolis, Fortaleza, Foz do Igaucu, Goiânia, Gravataí, Guarulhos, Ipatinga, Itaqui, Itu, Jaboatão dos Guararapes, Jacareí, Jaguarão, João Pessoa, Joinville, Jundiaí, Londrina, Macapá, Maceió, Manaus, Maringá, Natal, Nova Iguaçu, Olinda, Osasco, Ouro Preto, Rio Branco Palmas, Ponta-Porã, Porto Alegre, Porto Velho, Recife, Ribeirão Preto, Rio Branco, Rio de Janeiro, Rio Preto, Salvador, Santa Maria, Santana do Livramento, Santo André, Santos, São Bernardo do Campo, São Borja, São Caetano, São Gonçalo,

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Articulaciones del Sur Global: afinidad cultural, internacionalismo solidario e Iberoamérica en la

globalización contrahegemónica

Heriberto CAIRO CAROU Departamento de Ciencia Política III Universidad Complutense de Madrid

[email protected]

Breno BRINGEL Departamento de Ciencia Política III Universidad Complutense de Madrid

[email protected] Recibido: 2-02-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN En este artículo buscamos arrojar luz sobre las redes de solidaridad internacional que están dispuestas a asumir convergencias con los grupos subalternos silenciados del Sur Global, sin pretender enseñarles ningún camino, ninguna vía de salvación (en este sentido se diferencian del viejo “internacionalismo proletario” que al final estaba al servicio de un Estado), ni intervenir en sus actividades a fin de conducirlas a un buen puerto “revolu-cionario”. También discurriremos sobre aquellas redes transnacionales que tienden un puente más directo entre organizaciones sociales del Sur y del Norte Global. Pero el Sur Global no está constituido como tal en la actuali-dad, sólo hay, a nuestro juicio, procesos de articulación. Intentaremos explorar las líneas de articulación regional de esos procesos de globalización, que consideramos que, en buena medida, no se producen aleatoriamente ni en abstracto, sino que se forjan en torno a campos de proximidad geográfica y/o afinidad cultural. En esta línea, examinaremos cómo la representación geopolítica Iberoamérica, impulsada por los gobiernos de los Estados de las repúblicas latinoamericanas de habla ibérica más Portugal y España (en particular esta última), se puede convertir en un espacio de contra-representación gracias al trabajo de “traducción” de activistas sociales del área de afinidad cultural, y de hecho es un espacio que vincula dos países del Norte Global (también especialmente España), y sus organizaciones sociales, con una de las articulaciones políticas del Sur Global. Palabras clave: Sur Global; representación geopolítica; activismo transnacional; áreas culturales; Iberoamérica; América Latina.

Articulations of Global South: Cultural affinity, international solidarity and Iberian-America in counter-hegemonic globalization

ABSTRACT In this paper we aim to shed some light on networks of international solidarity that are willing to accept convergence with the voiceless subaltern groups of the Global South without trying to teach them a path to salvation (in this respect, they differ from the old “proletariat internationalism” that ultimately served the state) or intervening in their activities in order to lead them to a “revolutionary haven”. We shall also reflect on the

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transnational networks that bridge the gap between social organizations of the Global North and South more directly. At the present time, however, the Global South has not been constituted as such; in our opinion, there are only processes of articulation. We shall attempt to explore the lines of regional articulation of the Global South in the globalization processes. We consider that in many ways these do not happen fortuitously or in the abstract, but are shaped around fields of geographical proximity and/or cultural affinity. Along these same lines, we shall examine how Iberian-American geopolitical representation, promoted by the governments of the Spanish-speaking Latin American republics, plus Portugal and Spain – especially the latter – could become a space of counter-representation thanks to the work of “translation” of social activists in the field of cultural affinity; indeed, it is a space that links two countries from the Global North (once again, Spain in particular) and their social organizations, with one of the political articulations of the Global South. Key words: Global South; geopolitical representation; transnational activism; cultural areas; Iberian-America; Latin America.

Articulações do Sul Global: afinidade cultural, internacionalismo solidário e Ibero-América na globalização contrahegemônica

RESUMO Neste artigo buscamos analisar as redes de solidariedade internacional que estão dispostas a assumir convergências com os grupos subalternizados silenciados do Sul Global, sem pretender ensinar-lhes nenhum caminho, nenhuma via de salvação (neste sentido, diferenciam-se do velho “internacionalismo proletário” que acabava estando a serviço de um Estado), nem intervir em suas atividades para leva-los a um bom porto “revolucionário”. Também nos centraremos naquelas redes transnacionais que estabelecem um vínculo mais direto entre organizações do Sul e do Norte Global. Mas o Sul Global não está constituído como tal a atualidade; somente existem, em nossa opinião, processos de articulação. Tentaremos explorar as linhas de articulação regional desses processos de globalização que consideramos que, em boa medida, não se produzem aleatoriamente nem em abstrato, mas que estão forjados em torno a campos de proximidade geográfica e/ou afinidade cultural. Nesta linha, examinaremos como a representação geopolítica Ibero-América, impulsionada pelos governos dos Estados das repúblicas latino-americanas de fala ibérica mais Portugal e Espanha (em especial este último), pode converter-se em um espaço de contra-representação devido ao trabalho de “tradução” de ativistas sociais da área de afinidade cultural, e de fato é um espaço que vincula dois países do Norte Global (também especialmente a Espanha), e suas organizações sociais, com uma das articulações políticas do Sul Global.

Palavas-chave: Sul Global; representação geopolítica; ativismo transnacional; áreas culturais; Ibero-América; América Latina. REFERENCIA NORMALIZADA Cairo Carou, Heriberto, y Bringel, Breno M. (2010) “Articulaciones del Sur Global: afinidad cultural, interna-cionalismo solidario e Iberoamérica en la globalización contrahegemónica”. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 41-63. SUMARIO: Introducción. 1. El trabajo de traducción como alternativa a la teoría general. 1.1. “La tarea del traductor”: cosmopolitas enraizados y activistas diaspóricos. 1.2. Las dificultades de la traducción global. 2. Iberoamérica como área de afinidad cultural. 2.1. La Comunidad Iberoamericana de Naciones (Estados): representación hegemónica y prácticas de globalización neoliberal. 2.2. Redes de solidaridad iberoamericanas: espacios de contra(representación) y prácticas de globalización contrahegemónica. Para concluir. Bibliografía.

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Introducción El “Sur Global” es una expresión que aparece cada vez más frecuentemente en textos académicos, en la prensa y en el argot de los movimientos sociales, las organizaciones no gubernamentales y los grupos de solidaridad. En muchas ocasiones no es más que un sinónimo aggiornato de Tercer Mundo, periferia o mundo subdesarrollado, y se referiría entonces solamente a un conjunto más o menos heterogéneo, desde el punto de vista cultural y político, de países, que, no obstante, comparten una posición es-tructural de periferia o semiperiferia en el sistema-mundo moderno. Así lo emplea Boaventura de Sousa Santos (1995: 506-519), que en alguna medida ha contribuido a popularizar el uso de la expresión. Frente al Sur Global habría un Norte Global, por lo que ambas definiciones añadirían a la ya tradicional diferenciación Norte-Sur, que puso de moda el Informe Brandt en los años 1970, el hecho incontestable de que las dos regiones se forjan en medio de importantes procesos de globalización. Pero Santos lo utiliza también de forma metafórica para referirse al “sufrimiento humano sistémico causado por el capitalismo global” (2002a: 16). Es decir, la expresión alude tanto a una geografía estructural como a una geografía moral.

Y también se utilizan conceptos asociados que tienen una intención más precisa de intervención. Es, por ejemplo, el caso del concepto de “campiña global” (global countryside), que acuña Michael Woods para referirse a un espacio hipotético que representa el teórico destino final de los actuales procesos de globalización en las zonas rurales (2007), y que permitiría expresar la convergencia de las luchas de los campesinos (subalternos) en el Sur Global y en el Norte Global. Se trataría de un espacio de resistencia híbrido, no comandado por el Norte Global en el que los dife-rentes actores se enfrentarían localmente de manera activa a los procesos de globali-zación.

Entendido así podría formar parte de los procesos sobre los que se construye la “globalización contrahegemónica”, que, según Santos sería “la actuación trans-nacional de aquellos movimientos, asociaciones y organizaciones que defienden intereses y grupos relegados o marginados por el capitalismo global” (2006: 84). Se trataría de la actuación del “tercer sector”, que se debate entre ser un instrumento dócil del sistema-mundo moderno/colonial, eso sí con un carácter benevolente propio del buen amo, o convertirse en un foco de lucha y resistencia a ese sistema de relacio-nes de poder global.

En este trabajo vamos a intentar arrojar luz sobre las redes de solidaridad interna-cional que intentan actuar en el segundo polo del debate, que no son siempre las más vociferantemente revolucionarias, sino las que están dispuestas a asumir convergen-cias con los grupos subalternos silenciados del Sur Global, sin pretender enseñarles ningún camino, ninguna vía de salvación —en este sentido se diferencian del viejo “internacionalismo proletario” que al final estaba al servicio de un Estado—, ni pretender intervenir en sus actividades a fin de conducirlas a un buen puerto “revolu-cionario”. También discurriremos sobre aquellas redes transnacionales que tienden un puente más directo entre organizaciones sociales del Sur y del Norte Global.

Pero el Sur Global no está constituido como tal en la actualidad, sólo hay, a nues-tro juicio, procesos de articulación. El Foro Social Mundial (FSM) es obviamente uno

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de los más importantes instrumentos de articulación en manos de los movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales y otros actores sociales. A nivel de Estados, algo similar a la Conferencia de Bandung que dio lugar al movimiento de países no alineados en plena Guerra Fría es complicado que se reproduzca en las actuales circunstancias, aunque sí se desarrollan iniciativas que van de forma general en este sentido (la coordinación de los países del Sur en la Organización Mundial de Comercio o la “Agenda de Nueva Delhi” entre Brasil, India y Sudáfrica para crear una nueva geografía comercial del mundo, pueden ser ejemplos), pero en el terreno concreto nos encontramos con procesos de globalización a lo largo de grandes regio-nes o que, al menos, se producen con más incidencia en determinadas regiones.

Intentaremos, en definitiva, explorar las líneas de articulación regional de esos procesos de globalización, que consideramos que, en buena medida, no se producen aleatoriamente ni en abstracto, sino que se forjan en torno a campos de proximidad geográfica y/o afinidad cultural. La proximidad geográfica es notoria en la participa-ción en los Foros Sociales Mundiales o en las grandes convocatorias altermundistas: cuando el Foro se realiza en Brasil nos encontramos mayoritariamente con brasileños y latinoamericanos, si la manifestación contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) se realiza en Hong Kong nos encontraremos con muchos activistas coreanos y en general de Asia Oriental.

Pero la afinidad cultural actúa de otra forma. Cuando las milicias proindonesias estaban masacrando sin contemplaciones la población de Timor, la noticia era una pequeña nota en las páginas interiores de los periódicos ingleses o españoles, pero en Portugal ocupaba primeras páginas y el movimiento de solidaridad que se levantó fue de grandes proporciones. De manera similar, el reciente golpe de Estado perpetrado en Honduras ha tenido mucha más repercusión mediática en España que en otros países europeos, al igual que las primeras protestas y muestras de solidaridad con el gobierno depuesto y el pueblo hondureño se dieron en España, con convocatorias casi instantáneas de protesta por parte de los movimientos sociales en frente al Ministerio de Exteriores español y ante la Embajada de Honduras. En esta línea, examinaremos cómo la representación geopolítica Iberoamérica, impulsada por los gobiernos de los Estados de las repúblicas latinoamericanas de habla ibérica más Portugal y España—en particular esta última—, se puede convertir en un espacio de contra-representación1 gracias al trabajo de “traducción” de activistas sociales del área de afinidad cultural, y de hecho es un espacio que vincula dos países del Norte Global —también especialmente España—, y sus organizaciones sociales, con una de las arti-culaciones políticas del Sur Global.

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1 Usamos los conceptos de la trialéctica espacial de Lefebvre: “representación del espacio”, para aludir a las representaciones hegemónicas, “prácticas espaciales”, para aludir a las actividades de diversa índole que forjan el espacio social y el “espacio de representación” o, mejor de “contra-representación” para aludir a las repre-sentaciones que desafían el orden dominante. Véase Cairo (2006: 370-1).

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1. El trabajo de traducción como alternativa a la teoría general

Boaventura de Sousa Santos (2002b) propone desarrollar un nuevo tipo de “razón”, de forma de entender el mundo, que es mucho más que otra teoría general o incluso que otro tipo de ciencia social, ya que considera que “sin una crítica del modelo de racionalidad occidental dominante […] todas las propuestas presentadas por los nuevos análisis sociales, por más alternativas que se consideren, tenderán a reproducir el mismo efecto de ocultación y descrédito” (Santos, 2002b: 238). Se trataría de la “razón cosmopolita”, que define como opuesta a la racionalidad occidental, a la que denomina “razón indolente”, y que se basa sobre tres procedimientos sociológicos: la sociología de las ausencias, la sociología de las emergencias y el trabajo de traduc-ción. Frente a las cuatro formas de razón indolente (la “razón impotente”, la “razón arrogante”, la “razón metonímica” y la “razón proléptica”, en terminología de Santos) que han venido transformando los intereses hegemónicos en conocimientos verdade-ros, en conocimientos ungidos de Verdad, sólo cabe plantear un desafío intelectual y de acción.

La sociología de las ausencias busca identificar el campo de experiencias “creí-bles” del presente, es decir, de empoderarlas para que puedan contraponerse a las experiencias hegemónicas, expandiendo no sólo el presente, sino abriendo nuevas perspectivas al futuro. La sociología de las emergencias intenta “contraer” el futuro predeterminado en el conocimiento oficial para crear “posibilidades plurales y con-cretas, simultáneamente utópicas y realistas” (Santos, 2002b: 254). Pero desde el punto de vista de esta razón cosmopolita, Santos identifica una tarea fundamental, que ya no puede ser más la de “identificar nuevas totalidades o adoptar otros sentidos para la transformación social, sino la de proponer nuevas formas de pensar esas totalidades y de concebir esos sentidos” (2002b: 261). Respecto a la primera cuestión encuentra que:

La alternativa a la teoría general es el trabajo de traducción: La traducción es el

procedimiento que permite crear inteligibilidad recíproca entre las experiencias del mundo, tanto las disponibles como las posibles, reveladas por la sociología de las au-sencias y la sociología de las emergencias. Se trata de un procedimiento que no atribu-ye a ningún conjunto de experiencias ni el estatuto de totalidad exclusiva ni el estatuto de parte homogénea (Santos, 2002b: 262).

El trabajo de traducción incide tanto en los saberes como en las prácticas, mientras

que en los primeros asume la forma de una hermenéutica diatópica, en las segundas tiene lugar entre las prácticas sociales y sus agentes. La traducción, en última instan-cia, se trata de un esfuerzo de reforzar las convergencias y sinergias a partir de la diversidad, a partir de un impulso contra-hegemónico. Vamos a intentar precisar a continuación algunos de los contenidos de la tarea de estos traductores a partir de la obra de Benjamin, y también revisaremos las dificultades que plantea la traducción global.

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1.1. “La tarea del traductor”: cosmopolitas enraizados y activistas diaspóricos

Decía Walter Benjamín:

Así como las manifestaciones de la vida están íntimamente relacionadas con todo ser vivo, aunque no representen nada para éste, también la traducción brota del original, pero no tanto de su vida, como de su “supervivencia”, pues la traducción es posterior al original […] Una traducción por buena que sea nunca puede significar nada para el ori-ginal; pero gracias a su traducibilidad mantiene una relación íntima con él (1999: 121).

La frase remite a la importancia de la distinción entre original y traducción, y está

recogida en un texto clásico y complejo, La tarea del traductor, en el que el autor carga contra los malos traductores y plantea críticamente la relación entre el traductor y el trabajo a traducir, la distinción entre el traductor y el escritor, entre otras cuestio-nes relevantes. Aunque los ejemplos señalados por Benjamin, traductor del poeta francés Baudelaire, se refieren a obras literarias, basándose en una interpretación comprehensiva del lenguaje y de la historia, algunos paralelos pueden ser establecidos respecto a la “tarea del traductor” en el ámbito de los saberes y las prácticas sociales.

En primer lugar, está la cuestión de la inspiración o motivo que lleva al traductor a traducir, es decir, el por qué traducir. Si dejamos de lado las visiones mercantilistas que ponen el beneficio en primer lugar, en el caso del traductor literario el principal motivo debiera ser la integración de las muchas lenguas en una sola lengua verdadera, clásica inspiración de un proyecto “babélico”. De forma similar, la integración de los pueblos como marco normativo también es el horizonte del traductor de prácticas y saberes.

En segundo lugar nos encontramos con la cuestión de qué traducir, donde conver-gen dos elementos: la elección del objeto a traducir y lo que se queda fuera de la traducción. En lo que se refiere al primer aspecto la elección pasa, tanto en la traduc-ción literaria como en la traducción de saberes y prácticas sociales, por un filtro de juicios personales, de subjetividad colectiva y de decisiones políticas. Se traducen aquellas obras que se conocen, que se juzgan importantes y que pueden reportar determinado fin, así como prácticas o saberes que se conocen, que se encuentran en “zonas de contacto” multicultural o intercultural y que con la traducción pueden contribuir a la inteligibilidad de éstos. En este sentido, se traduce un libro por que se detecta una carencia determinada (por ejemplo, la ausencia de referencias notables sobre un tema en particular) y se traduce un saber o práctica porque se diagnostica cierta carencia o inconformismo con la interpretación que se hace de estas prácticas o saberes (por ejemplo, una lectura sesgada por parte de los medios de comunicación del Norte de la realidad de un movimientos social del Sur). No obstante, siempre hay libros, prácticas y saberes que no se traducen, bien porque no se han visto como relevantes, bien porque ni siquiera son conocidos. De este modo, siempre habrá en una obra, saber o práctica un núcleo intraducible porque la tarea del traductor se abre con la comunicación, pero no se ciñe solamente a ella. Incluye también un trabajo más profundo de construcción de relaciones basadas en la horizontalidad y la solida-

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ridad política que permita romper el silencio a partir de la “sociología de las emer-gencias”.

En tercer lugar, aparecen las convergencias y tensiones entre tareas. Al igual que el traductor puede ser un escritor (de hecho, así ocurre frecuentemente, como es el caso del propio Benjamin), el traductor de prácticas sociales puede y suele ser un activista social, así como el traductor de saberes un intelectual involucrado, de alguna manera, con dichos saberes y sus pueblos. Sin embargo, son tareas distintas ya que en última instancia, y de forma conectada con lo anterior, mientras la intención del autor de una obra o de un actor social es intuitiva la del traductor es derivada. Rescatando la frase de apertura de Benjamin, al igual que en la traducción literaria, la intención de la traducción en el marco de los saberes y las prácticas sociales no solamente tiene una finalidad distinta a la del saber y la práctica en cuestión, sino que encierra una activi-dad diferente de por sí, la de traducir.

Como cuarto elemento, aparece la disyuntiva habitual entre “fidelidad” y “liber-tad” o, en términos más precisos, entre “literalidad” (fidelidad respecto a la palabra) y “adaptabilidad” (libertad de la reproducción manteniendo el sentido original). Trasla-dada al ámbito de la traducción de saberes y prácticas, esta cuestión remite, grosso modo, a una tensión análoga existente en los momentos fundamentales del fenómeno político: la creación de sentido (la política) y la reproducción de sentido (lo político). ¿Qué valor tiene para un traductor de saberes y/o de prácticas la fidelidad si lo que busca es la reproducción de sentido? Si a la pregunta ¿qué es el sumak kawai?, el traductor contesta “buen vivir en quechua”, se nota cómo la fidelidad de la traducción de un saber/práctica social aislado de poco vale para reflejar su sentido. La ruptura benjaminiana consiste precisamente en el paso del enfoque teórico en la traducción de las palabras y frases a la traducción de las lenguas. La traducción entre saberes y prácticas sociales supone una ruptura no menos importante, manifestada en el paso de la asunción del paradigma de la modernidad occidental silenciador de experiencias a la construcción de un nuevo imaginario epistemológico y político-democrático.

Pero quizás la problemática central reside en una quinta cuestión: encontrar un traductor adecuado no es una tarea sencilla. ¿Quiénes son los potenciales traductores? Para Boaventura de Sousa Santos (2002b) los traductores de saberes y prácticas deben ser intelectuales cosmopolitas, una proposición que le acerca bastante a algunas de las teorizaciones recientes sobre el tema de los “mediadores”, “facilitadores” o “puentes” en los procesos de contestación política transnacional. Sidney Tarrow (2005) lanza una propuesta similar, apropiándose del término “cosmopolita enraizado” (rooted cosmopolitan), acuñado por Appiah (1999), para definir a aquellos activistas o grupos con identidades flexibles (caracterizadas por el carácter inclusivo y el énfasis en la diversidad) y múltiples referencias (varios sentidos de pertenencia y actividad mili-tante en diferentes colectivos). Para Tarrow, el cosmopolita enraizado “moviliza oportunidades y recursos domésticos e internacionales en orden a lograr determinadas demandas y avances en nombre de actores externos, en contra de oponentes externos o a favor de objetivos que tienen en común con aliados transnacionales” (2005: 29). Los activistas transnacionales que se encajan dentro del perfil planteado por Tarrow estarían, de este modo, enraizados en contextos nacionales específicos, pero inmersos

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en actividades políticas contestatarias que les inserta en redes transnacionales de contactos y acciones colectivas de diferente tipo.

Aunque la definición de Tarrow es ciertamente fértil para pensar el perfil de posi-bles traductores en los procesos de contestación transnacional, acaba excluyendo otro perfil de activista que puede operar potencialmente como traductor: aquél militante que no se encuentra enraizado en un contexto nacional específico, sino que tiene varias referencias que le impide tener un marco territorializado de militancia y/o unas raíces definidas (rootless). Se trata de un perfil emergente de militantes identificados en gran medida con el movimiento antiglobalización y que construyen su ámbito de actuación política sin pasar necesariamente por el filtro del Estado-nación, algo caro a muchos teóricos de los movimientos sociales. Las migraciones y las diásporas son un factor determinante en la conformación de este perfil de militante que suele tener incorporado a su propia biografía personal y familiar una considerable historia de narrativas migrantes.

Se podría hablar así de un “activista diaspórico” con una militancia política mar-cada por la dispersión. Se trata de un activismo que se produce, incluso de forma simultánea, en al menos dos lugares y aunque siempre se mantenga una memoria privilegiada acerca del lugar de origen, su activismo —a diferencia de las diásporas migrantes que en el caso africano, por ejemplo, tiene su sentido en la idea de un territorio compartido (“África”)— no está pautado tanto por la territorialidad de un Estado-nación o de una región particular del mundo, sino por un proyecto político y social específico enmarcado en varias territorialidades. En el imaginario de esos activistas diaspóricos estos proyectos suelen estar enmarcados en la praxis de movi-mientos sociales transformadores o prácticas contestatarias que contribuyen a generar un imaginario alternativo de lo qué es su ideario de conexión o origen. Tienen, en este sentido, una “identidad diaspórica”, concepto acuñado por Stuart Hall (1990) y muy difundido en los estudios culturales, que puede ser de gran validez para la explicación de los potenciales traductores en el activismo transnacional. Como recuerdan las antropólogas Soledad Vieitez y Mercedes Jabardo, con este concepto el autor británi-co alude a “las personas que se mueven entre dos o más mundos, con dos o más lenguas, con múltiples referencias, personas que ya no tienen raíces, sino rutas. Y en éstas —en las rutas— van encontrándose”2 (2006: 183).

Estos activistas diaspóricos se desarrollan, al igual que los cosmopolitas enraiza-dos, en redes transnacionales, construidas a través de múltiples referencias e identida-des flexibles, aunque, a diferencia de los segundos, no tienen raíces, sino rutas. La implicación directa de esto es que la ligación al activismo transnacional se da de forma más directa, sin la intermediación del filtro de una militancia enraizada en el Estado-nación como propone Sidney Tarrow. Ambos perfiles de activistas convergen en redes policéntricas y son potenciales traductores de prácticas y saberes, conectando

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2 Agradecemos el comentario de Enara Echart sobre las posibilidades de explorar un perfil de activista sin raíces.

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las diferentes realidades a partir de miradas variadas, lo que enriquece el proceso de traducción de prácticas y saberes.

Aunque no podemos desarrollar ahora de forma más extensiva la proposición del concepto de “activista diaspórico”, creemos que este perfil puede contribuir a com-plementar las teorizaciones recientes entre los estudiosos de los movimientos sociales que, en términos generales, vienen, desde el innovador trabajo de Keck y Sikkink (1998), proponiendo que los activistas que actúan a nivel local o nacional no migran hacia un nivel internacional de militancia, sino que utilizan necesariamente sus opor-tunidades y recursos domésticos para ampliar los horizontes hacia acciones, institu-ciones, procesos y alianzas a nivel internacional.

Asimismo, aterrizando en el caso que nos interesa, el de los traductores en un ám-bito iberoamericano, encontramos que los grupos de solidaridad internacionalista, comités de apoyo, sociedades de hermandad y otros grupos afines son traductores privilegiados de prácticas y saberes. Están constituidos tanto por cosmopolitas enrai-zados como por activistas diaspóricos, permiten articular procesos de globalización regionalizada contra-hegemónica en diversas áreas del mundo y actúan como agentes dinamizadores que “traducen” los movimientos sociales y pueblos de América Latina en España y Portugal.

Más allá del “mercado de la caridad” y del entramado de la cooperación institu-cionalizada, donde hay que distinguir muy bien las acciones involucradas y los “suje-tos de la traducción”, la solidaridad internacionalista entre los pueblos trata de pro-yectar una conexión transnacional entre actores sociales donde la solidaridad política sea el eje fundamental de conexión. En el caso iberoamericano, como trataremos de señalar más adelante, estos lazos están basados por una afinidad cultural, pero tam-bién por compartir y objetar las influencias del colonialismo y de la colonialidad de España y Portugal hacia los demás países latinoamericanos. Los casos de los Comités de Solidaridad Internacionalista existentes en la península Ibérica y la red birregional “Enlazando Alternativas” nos servirán de ejemplo para desarrollar las posibilidades de que Iberoamérica aparezca no sólo como un espacio de representación hegemónica, sino también con un imaginario alternativo, como un espacio de contra-representación.

1.2. Las dificultades de la traducción global

La existencia de procesos de contestación política a nivel internacional y de “traduc-tores globales” ciertamente no es un fenómeno nuevo, pero sí se podría hablar de un nuevo escenario que celebra este año de 2009 un doble aniversario: los veinte años de la caída del muro de Berlín en 1989 (hecho que ha marcado, entre muchas otras transformaciones, una reconfiguración del mapa geopolítico global tras el fin de la bipolaridad y una apertura sin precedentes para la expansión capitalista) y los diez años de las protestas de Seattle en 1999 (que no sólo frenaron la cumbre de la Organi-zación Mundial del Comercio, sino que marcaron la irrupción mediática del movi-miento antiglobalización y de un renovado marco de acción y repertorio de protesta transnacional entre los movimientos sociales). Este nuevo escenario de contestación

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política y social a nivel internacional y transnacional supone una importante ruptura tanto con las teorías sociales de la modernidad como con las prácticas sociales previas, al incorporar una gran cantidad y diversidad ideológica, social, cultural y geográfica de organizaciones. “Traducir” las diferentes epistemologías y prácticas sociales para potenciar el carácter contra-hegemónico de estas nuevas acciones colectivas en un plano internacional se torna así una necesidad tan urgente como compleja.

La actuación de los traductores, sean estos individuos (normalmente intelectuales) o grupos (como los Comités de Solidaridad o Apoyo) está envuelta en una serie de dificultades que deben ser contextualizadas, además de la ya mencionada crisis social y paradigmática, en las transformaciones vividas por el internacionalismo solidario. En las últimas décadas el paso de un “internacionalismo clásico” a una “nueva solida-ridad global” forma parte de un amplio consenso tanto entre los activistas como en la literatura existente sobre el tema, aunque muchas son las diferencias sobre los alcan-ces de las manifestaciones de solidaridad internacionalista emergente. Con frecuencia, se opone radicalmente lo “malo de lo viejo” frente a las “virtuosidades de lo nuevo”, sin adentrarse en el debate sobre cómo evitar y actualizar los fallos y en cómo apren-der con las narrativas del pasado. La importante ruptura existente en el ámbito de las solidaridades globales no tiene por que suponer un rechazo total al antiguo interna-cionalismo. Waterman (2006) distingue entre dos movimientos internacionalistas fundamentales: el laboralista de masas e internacionalista socialista de los siglos XIX y XX y los movimientos de solidaridad radical del siglo XX y XXI.

La distinción de Waterman, a pesar de su amplitud, tiene el mérito de no oponer de forma simple uno al otro en el tiempo y en el espacio sino de buscar respuestas e interconexiones en un escenario actual más complejo de solidaridad internacionalista, donde los primeros todavía “no desaparecieron, pero sí fueron consumidos por las hogueras del estatismo de las naciones, del imperialismo y del capitalismo consumis-ta” (2006: 26). Para el autor, el internacionalismo solidario del siglo XXI puede y debe tener un concepto alternativo a partir de los valores de libertad, igualdad y solidaridad de los siglos XIX y XX, siempre que: primero, se reconozcan los límites en expansión de la autonomía, autoridad y legitimidad del Estado en el mundo con-temporáneo; segundo, se relacionen a la transformación del espacio global más que a la dimensión nacional; tercero, se acepte la multiplicidad de contradicciones globales, temas existentes y movimientos y actores en juego; cuarto, se añadan los valores de diversidad, paz y cuidado ecológico; quinto, se insista en la interrelación de utopías globales, en el sentido de comunidad humana imaginable y la necesidad de civilizar y contestar un orden mundial capitalista que amenaza ya no tanto el orden mismo como la existencia de la especie humana (2006: 26-30).

En el solidarismo internacionalista clásico lo internacional aparecía casi siempre en oposición o a modo de contraste con lo nacional, mientras el internacionalismo solida-rio de la “generación zapatista y de Seattle” rompe con esta lógica binaria para incorpo-rar un sentido más amplio de solidaridad política, que atraviesa la territorialidad del Estado-nación transitando entre lo local y lo global, sin por ello crear una nueva oposi-ción binaria, esencialista. En las nuevas manifestaciones del internacionalismo solidario lo nacional y lo global pasan a interactuar de forma menos rígida. El lema “Pensar

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globalmente, actuar localmente” encuentra en la praxis su contracara no sólo en el “pensar localmente y actuar globalmente”, sino también en la interacción reflexiva y dialéctica entre ambas dimensiones y horizontes.

En este sentido, se trata de un escenario de geometría variable, en constante re-construcción, donde resulta de especial interés observar cómo opera la solidaridad internacionalista y las redes transnacionales emergentes en el actual contexto de globalización neoliberal y nuevos mapas regionales. Podríamos quizás hablar de globalización regionalizada o por regiones. Las resistencias latinoamericanas contem-poráneas están marcadas por la irrupción de un nuevo imaginario regional, relativa-mente más autónomo y potencialmente emancipatorio, construido en gran medida a través de la conformación de redes transnacionales de movimientos sociales. Bringel y Falero han estudiado la conformación de estas redes en América Latina (Bringel y Falero, 2008; Falero, 2008), analizando la transnacionalización de movimientos como el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) de Brasil y la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda de Ayuda Mutua (FUCVAM) de Uruguay, que han podido conformar una “sociedad civil regional”, por más que sea discutible este concepto. Es también el tipo de globalización regionalizada del que habla Santos (2001) cuando se refiere al concepto de “Nuestra América” de origen martiano, ampliando su significado a un horizonte metafórico y utópico que incluye el enuncia-do de un proyecto contra-hegemónico frente a la modernidad europeo-americana, un terreno de lucha en el que convergen organizaciones sociales del Norte y del Sur contrarias a la globalización hegemónica.

2. Iberoamérica como área de afinidad cultural

Una de las cuestiones que se han puesto de manifiesto según han proseguido las investigaciones sobre la globalización, es que ésta y “la transnacionalización [...], en lugar de borrar el significado del espacio, han hecho que el espacio tenga la misma o mayor importancia que antes” (Seligmann, 2000: 6). En este sentido, las redes trans-nacionalizadoras no se desarrollan por el globo como si este fuera una bola de billar, sino que lo hacen conforme a pautas geo-políticas, geo-económicas y geo-culturales.

Las características de estas pautas son diversas, y algunas responden a procesos de construcción de región, tal y como muestran los teóricos del nuevo regionalismo (Hettne, Inotai y Sunkel, 2001; Boås, Marchand y Shaw, 2003), que no contemplan sólo los procesos dirigidos desde el estado y las elites políticas y económicas, sino que estudian los procesos de construcción de región desde abajo. Y es así que vamos a contraponer los procesos de construcción de una región geo-cultural, Iberoamérica, desde arriba —que se materializará en una Comunidad Iberoamericana de Nacio-nes— y desde abajo, para intentar entender la especificidad del trabajo de traducción y su importancia en la articulación regional del Sur Global.

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2.1. La Comunidad Iberoamericana de Naciones (Estados): representación hegemó-nica y prácticas de globalización neoliberal

La creación de una Comunidad Iberoamericana de Naciones es un hecho relativamen-te reciente, desde luego, no anterior a los años 1980, pero también es cierto que no se construye sobre la nada sino que uno de los basamentos de los que partieron las elites que se proponían su construcción eran, obviamente, el pasado común y la lengua, dos de los elementos habituales en los procesos de construcción de identidades. En este sentido, no era un intento novedoso, antes se habían realizado varios; desarrollándose el principal antecedente en los años 1940.

En los primeros tiempos de la dictadura del general Franco, cuando su cuñado Se-rrano Suñer era Ministro de Asuntos Exteriores, se adoptó el programa falangista más ortodoxo. Junto a una política europea favorable a implicarse en la Segunda Guerra Mundial al lado de las potencias del Eje, Serrano Suñer intentó poner en práctica el principio de la “Hispanidad”, es decir, del “imperialismo espiritual” sobre Hispanoa-mérica (Pardo Sanz, 1995). El Consejo de la Hispanidad se creó en 1940 (Barbeito Díez, 1989), y sus objetivos eran cuidar y propiciar “todas las actividades orientadas a la unificación de la cultura, los intereses económicos y de poder del mundo hispáni-co”3. En la retórica del régimen España, a pesar de estar enclavada físicamente en Europa, era espiritualmente americana. El curso de la guerra conduce a la salida del gobierno de Serrano Suñer en 1943, y tras él el Consejo va perdiendo presencia hasta desaparecer en 1945, cuando se reorganizó el Ministerio de Asuntos Exteriores, y mediante ley se asigna a un nuevo organismo, el Instituto de Cultura Hispánica, la finalidad de “mantener los vínculos espirituales entre todos los pueblos que compo-nen la comunidad cultural de la Hispanidad” (cit. en Barbeito Díez, 1989: 134).

Se diseñó una nueva política para hacer frente al aislamiento del régimen tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en la que los países hispanoamericanos eran casi la única “ventana” al exterior. Se fueron creando pacientemente organismos e institu-ciones además del Instituto, hasta llegar en 1953 —justo cuando el aislamiento se estaba reduciendo gracias a los acuerdos con Estados Unidos— a la propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores del momento, Martín Artajo, de crear una Comunidad Hispánica de Naciones. En su discurso del Doce de Octubre, el llamado Día de la Raza, sugirió la necesidad de conseguir una mejor estructuración de la Comunidad Hispánica de Naciones, que concebía como “comunidad espiritual” entre España y “los pueblos de su estirpe”, fortalecida por el mestizaje —una diferencia básica con el colonialismo francés o británico, según Artajo—, que resultaba en una “indisoluble hermandad”. En 1958, Martín Artajo escribía:

Hemos sobrepasado el estadio de pura retórica, estamos entrando en un período de

relaciones vivas. Órganos de la Comunidad Hispánica de Naciones son la Oficina de

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3 Art. 2 de la ley que crea el Consejo de la Hispanidad (Boletín Oficial del Estado, 7-9-1940).

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Educación Iberoamericana, la Organización Iberoamericana de la Seguridad Social, los Congresos de Cooperación Intelectual [...] los Institutos de Cultura Hispánica y al-gunos otros (cit. en Morales Lezcano, 1991: 149).

Los países iberoamericanos seguían siendo muy importantes para la dictadura en

los años 1950, aunque ya no fueran su único contacto exterior. Tal y como señala Delgado Gómez-Escalonilla, el proyecto de una Comunidad Hispánica de Naciones constituiría para la dictadura una forma de actuar que tenía el objetivo de “conseguir más autonomía en sus propias relaciones con los Estados Unidos” (1988: 227).

Ya en nuestros días, es relativamente habitual calificar a España como una poten-cia media4. Su dimensión demográfica, económica y político-diplomática, y su ubica-ción geopolítica después de la incorporación a la Unión Europea en 1986, respaldan esa idea. Por lo tanto, España tiene, hasta cierto punto, capacidad de influencia en el sistema internacional, y es capaz de desarrollar una política exterior activa, con una relativa autonomía de la potencia hegemónica y otras grandes potencias. Y en base a esa relativa importancia y ubicación geopolítica, así como su historia y el presente orden mundial, los códigos geopolíticos5 del Estado español se enfocan básicamente en cuatro regiones del mundo: Europa, la cuenca mediterránea, Estados Unidos y América Latina. Estados Unidos, como potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, es una referencia obligatoria para cualquier país del sistema-mundo. Europa, y más específicamente la Unión Europea, es la principal prioridad de la política exterior española desde los 1960, aunque ya fue, obviamente una de las dos arenas de acción más importantes en el pasado. La cuenca mediterránea, y en particular el Maghreb, ha sido siempre una fuente de preocupación para los gobiernos españoles. Finalmente, América Latina es la otra región del mundo que históricamente ha recibi-do mayor interés desde España y, si tenemos en cuanta el aislamiento respecto a Europa tras la Guerra Civil española, quizás haya sido la más continua y relevante durante el siglo XX.

Por lo tanto, es necesario poner este proceso de construcción de la CIN dentro del marco más tradicional de acción latinoamericanista de España. La elección de un presidente de Gobierno socialista en 1982 es un factor clave en ese proceso. Tal y como Arenal señala: “En el proyecto de política exterior del gobierno socialista, junto a Europa y la adhesión de España a la [entonces] Comunidad Europea, que constituía la prioridad más importante, Iberoamérica era también una de las dimensiones y prioridades clave de s política exterior” (1994: 127). La celebración del Quinto Cen-tenario del descubrimiento de América en 1992 ofreció una magnífica oportunidad para marcar una nueva política exterior. El principal objetivo era reforzar el papel de

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4 Por ejemplo, Fernando Morán, el primer Ministro de Asuntos Exteriores en los gobiernos socialistas de los 1980s, afirmaba que “España es una potencia media en el sistema internacional, aunque en la arena regional podría ser considerada una potencia de cierta dimensión” (Morán, 1984: 8). Véase Morales Lezcano (1991). 5 Para una definición de código geopolítico, véase Taylor y Flint (2000).

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España en el sistema internacional, y a la vez diseminar y promover la imagen de España como un Estado moderno.

La primera Conferencia Iberoamericana de Comisiones Nacionales del Quinto Centenario se celebró en 1983, y en ella estuvieron representados 11 países con Comisiones Nacionales en aquel momento. Para la tercera Conferencia celebrada en 1985 ya estaban representados todos los países iberoamericanos. Estaba creado el lugar de encuentro y el instrumento de cooperación multilateral entre los gobiernos del área geo-cultural. Las Conferencias desembocaron en una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno que se habría de celebrar en Guadalajara (México) en el año del Quinto Centenario. La elección del lugar no fue casual, México desde 1990 estaba negociando su integración en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la celebración de la Cumbre permitía “mostrar a la opinión pública nacional e internacional que la integración en Norte América no significaría abando-nar los vínculos políticos y culturales del país con sus circunstancias autóctonas y con América Latina” (Celso Lefer, cit. en Preciado y Rosales, 1997: 57). De este modo, tanto el gobierno mexicano como el español sacaron partido de la Cumbre reforzando su autonomía en el sistema internacional.

Cada año desde entonces se celebra una Cumbre, de las que no vamos a ocuparnos ahora. Lo más importante es señalar que de un foro de encuentro, a través de la co-operación estatal multilateral se había delineado un nuevo espacio político regional internacional. Este proceso culminó en la XIII Cumbre, celebrada en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), en 2003, cuando se decidió crear la Secretaría General Iberoamerica-na (SEGIB) como nueva organización internacional. La SEGIB, que tiene su sede en Madrid, es el órgano permanente de apoyo institucional y técnico a la Conferencia Iberoamericana y a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, integrada por los 22 países iberoamericanos: diecinueve en América Latina y tres en la península Ibérica, España, Portugal y Andorra.

Una vez que se comenzaron a celebrar las Cumbres, para la diplomacia española estaba claro que el foro de concertación había traspasado los límites de lo cultural: “La definición de Iberoamérica no es un sinónimo de Latinoamérica, meramente una definición cultural, sino que es una definición jurídico-política en términos de rela-ción internacional” (Morán, 1993: 18). Pero el impulso español a las Cumbres no pretenden establecer un escenario competitivo con el de la entonces Comunidad Europea, sino incluso de potenciar las sinergias: “Se trata [...] no ya de complementar, sino de potenciar los órganos y empresas de cooperación regionales concretas. Ni los casos de España y Portugal, miembros de la CE, ni en el de los americanos, se intenta matizar la participación de las instancias de integración concretas, sino de reforzarlas y de definir identidades” (Morán, 1993: 23).

Se fueron desarrollando básicamente dos narrativas sobre la Comunidad Iberoame-ricana de Naciones. En las investigaciones de CEDEAL, de las que son el máximo exponente las de Celestino del Arenal, se presentaba la existencia de la Comunidad Iberoamericana de Naciones como fruto de un nuevo modelo, democrático, de las relaciones de España con América Latina. Mientras que en el Seminario sobre Mundo

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Hispánico del CESEDEN, coordinado por Manuel Lizcano, se hacía más hincapié en la comunidad de civilización y la idea de “patria común” iberoamericana.

Pero la que tiene por protagonista principal al profesor Arenal pasó a convertirse de algún modo en la narración oficial, sancionada por un Informe del Senado de 1998. Resumiendo la argumentación —y todo resumen es una interpretación—, la idea y realidad de la Comunidad Iberoamericana de Naciones descansaría en unas bases socio-históricas comunes constituidas principalmente por la historia, la lengua y la cultura, que habrían ido tejiendo un entramado de intereses, lazos y relaciones que permitirían hablar de la existencia de una “comunidad espontánea”, de hecho, que carecería de articulación ni institucionalización de ningún tipo hasta el advenimiento de la democracia en España, fecha en la que se habría comenzado a configurar el proyecto que da origen a la Comunidad. Sobre esa base original la idea de Comunidad Iberoamericana de Naciones rompería con la de Hispanidad, propia del franquismo, no sólo en la terminología, sino también en la filosofía, los postulados y objetivos, conformándose así un “modelo democrático” de relaciones con América Latina frente al modelo “tradicional/conservador” anterior. El modelo democrático estaría caracte-rizado por unas relaciones sobre la base de igualdad, mutuo respeto e independencia, muy diferentes de la posición de preeminencia que se afirmaba en la idea de Hispani-dad. Los nuevos objetivos serían desarrollar políticas de concertación y cooperación y ya no el reforzamiento interno e internacional del régimen.

Pero la tesis de la “comunidad espontánea” de pueblos tiene una difícil comproba-ción empírica. Y, por otro lado, es algo dudoso que el proyecto de Comunidad Ibe-roamericana de Naciones, que ha devenido en la construcción de la SEGIB, tal y como se ha ido perfilando anteceda a los gobiernos socialistas. Responde a los inter-eses de los Estados ibéricos y latinoamericanos de alcanzar una cierta autonomía en el sistema internacional, frente a las potencias más fuertes de la Unión Europea y los Estados Unidos respectivamente. Pero en ningún caso forma parte de ningún proyecto de globalización contrahegemónica, como sí creemos que es el caso de las prácticas y representaciones de las que nos ocuparemos a continuación.

2.2. Redes de solidaridad iberoamericanas: espacios de contra(representación) y prácticas de globalización contrahegemónica

Cuando se observan las resistencias a la representación hegemónica y a las prácticas de globalización neoliberal en un espacio iberoamericano tampoco se puede hablar de la existencia de un “espacio natural de contra-representación”. Ni mucho menos de “redes espontáneas de resistencia”. En lo que sigue explicaremos brevemente cómo se han constituido espacios de resistencia a la globalización neoliberal que utilizan el espacio iberoamericano como referente de potencial alternativo. Para ello, analizare-mos dos ejemplos en el campo de las relaciones iberoamericanas: la conformación y actuación de algunos Comités de Solidaridad Internacionalista ubicados en España y Portugal y la creación y funcionamiento de la red birregional “Enlazando Alternati-vas” que aúna organizaciones y movimientos sociales de América Latina y Europa,

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pero donde están presentes sobre todo colectivos españoles. En ambos casos, se discutirá el papel de estos grupos de solidaridad y redes transnacionales en la labor de traducción de saberes y prácticas sociales y su contribución para la generación de un espacio de contrarepresentación potencialmente emancipatorio.

Empezando por los grupos o comités de solidaridad internacionalista el primer ma-tiz imprescindible responde a la diferenciación entre los sujetos de la solidaridad. Entendemos por grupos de solidaridad aquellos movimientos sociales creados a partir de una determinada afinidad colectiva y creencias compartidas respecto a una realidad específica que buscan defender y visibilizar con acciones colectivas y una actuación de visibilización y denuncia fundamentalmente sectorial. Comparten unas identidades flexibles y actúan en redes policéntricas con otros movimientos sociales y grupos de solidaridad. Con esta definición aproximativa, se excluyen las organizaciones de solidaridad institucionalizadas ya que una de las principales características que distin-gue a los movimientos sociales es precisamente su carácter no-institucional, aunque si entendemos el concepto de “institución” de forma muy ampliada podrían encajar en el sentido planteado por Ibarra:

Construir un movimiento social es un acto extremo de libertad colectiva. Pero es un

acto que nace y se expande dentro de unos esquemas mentales de conocimiento, valo-ración y afecto que al preexistir, y percibirse, inevitablemente estructuran y determinan las opciones y límites de ese nacimiento y posterior desarrollo. De este modo, el mo-vimiento social es una institución […] pero no desde la perspectiva material, organiza-tiva, sino desde el enfoque cultural, esto es, desde un sistema de creencias y códigos que fijan la realidad (1999: 227).

Ello nos remite a una segunda cuestión interrelacionada: la existencia de diferentes

“olas” y manifestaciones de la solidaridad internacionalista en el ámbito iberoameri-cano. En particular, se puede hablar de tres momentos diferenciados: el primero relacionado a lo que antes denominamos “internacionalismo clásico” del siglo XIX y buena parte del siglo XX, es decir, la actuación solidaria conectada vía Estados y con una visión totalizadora de la transformación social (el obrero como sujeto revolucio-nario privilegiado); el segundo momento en el ámbito iberoamericano coincide con las varias expresiones de solidaridad en Portugal, pero principalmente España, con los procesos revolucionarios y de transformación social en Centroamérica en la década de 1980, en especial con los sandinistas en Nicaragua; de este segundo momento al actual se asiste a un creciente proceso de institucionalización de los grupos de solida-ridad, la gran mayoría reconvertidos en Organizaciones No-Gubernamentales (ONG) aproximadamente una década después de las transiciones democráticas en el Portugal post-salazarista y la España post-franquista; el tercer momento de inflexión se daría finalmente a partir del levantamiento zapatista en 1994 en la Selva Lacandona, Chia-pas, México, y la construcción de grupos de solidaridad con una inspiración y alcance renovado. Los comités de apoyo al MST emergen en Portugal y España siguiendo el formato zapatista y tensionando con la todavía creciente institucionalización de los actores de la solidaridad iberoamericana.

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Se observa, en este sentido, una progresiva “desnacionalización” de la solidaridad iberoamericana: en la primera etapa la conexión se daba a través del Estado-nación, se basaba fundamentalmente en la disyuntiva nacionalismo versus internacionalismo, siendo buena muestra de ello las diferentes Internacionales (socialista, comunista, trotskista…) y la acogida de estas prácticas y discursos en grupos y autores latinoa-mericanos como Mariátegui6; en la segunda etapa la conexión solidaria entre las realidades española y portuguesa y las luchas de Centroamérica emergen de presiones colectivas y se ejercen a través de diferentes grupos o movimientos sociales. Sin embargo, aunque el vínculo ya no se realizara a través del Estado-nación todavía se relacionaba fuertemente los procesos revolucionarios con la transformación nacional, del Estado nicaragüense o del Estado hondureño; a su vez, la tercera etapa supone una ruptura con la matriz estatal/nacional al incorporar en las subjetividades colectivas de los nuevos grupos de solidaridad un sentimiento de unión con un movimiento social específico. La conexión se da de forma directa con el movimiento en cuestión u dichos grupos no esperan que éstos transformen el mundo y dictaminen el camino a seguir, sino simplemente que cambien su mundo y diseminen nuevas prácticas socia-les y racionalidades alternativas, aplicables o no a la realidad social del Norte Global.

De este modo, en sus procesos de internacionalización, movimientos significativos del Sur Global, como son los casos de los zapatistas mexicano y del MST brasileño, reciben muestras de solidaridad de diferentes tipos de organizaciones del Norte: desde ONG a comités de solidaridad, pasando por diferentes redes transnacionales de orga-nizaciones sociales e incluso algunos sindicatos y gobiernos progresistas. No obstante, no todos estos colectivos operan como traductores válidos. No todos están habilitados para llevar a cabo el trabajo de traducción. Y una de las consecuencias más directas de ello es la identificación de los movimientos que reciben la solidaridad con esta compleja y variada red de actores sociales.

En el caso del MST, se apunta en Bringel y Falero (2008) y en Bringel, Landaluze y Barrera (2008) a los diferentes planos de actuación supranacional del gigante social brasileño: primero, la articulación en espacios y redes transnacionales de organizaciones y movimientos campesinos (como es del caso de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas –CLOC–, a nivel regional, y de Vía Campesina, a nivel global); segundo, una articulación más amplia con otras organizaciones y movimientos sociales, no necesariamente campesinos, en campañas o foros internacionales (caso del Foro Social Mundial, por ejemplo); tercero, la cooperación permanente con grupos de solidaridad o Comités de Apoyo, ubicados principalmente en países de Europa y Estados Unidos, basadas en el internacionalismo y en la solidaridad política con el movimiento; cuarto, la cooperación político-económica puntual con organizaciones sociales (ONG's y movimientos sociales, no necesariamente campesinos) y agentes de la cooperación _____________

6 En una conferencia clásica de 1923, titulada “Nacionalismo e Internacionalismo”, publicada en Mariátegui (1973), el peruano, tras remontarse a la Primera Internacional de Marx y Engels y argumentar las diferentes manifestaciones del internacionalismo de principios del siglo XX (popular, burgués, fascista), termina su reflexión con la frase “Hasta el nacionalismo no puede prescindir de cierta fisonomía internacionalista”.

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internacional, oficial y extra-oficial, para la consecución de algún acuerdo/proyecto específico; quinto y último, relaciones puntuales con organizaciones políticas e institu-ciones.

Se distingue así entre alianzas tácticas y estratégicas, donde entrarían fundamental-mente las redes transnacionales de organizaciones campesinas en gran parte impulsadas por el propio MST, con destaque para la CLOC en el plano latinoamericano aunque también otros movimientos y redes que van más allá de la región, y también los grupos de solidaridad ubicados en el Norte Global. Un dato de interés es que, aunque dichos grupos estén presentes en buena parte de Europa, Estados Unidos, Canadá e incluso en Japón, su presencia más expresiva se encuentra en la península ibérica. Sólo en España se contabilizan siete (ubicados en Madrid, Barcelona, Córdoba, Asturias, Alicante, Zaragoza y Euskadi) frente a la habitual presencia de uno o, en el mejor de los casos, dos entre los demás países europeos. En Estados Unidos la presencia también es considera-ble, aunque tratándose de un proceso bidireccional para varios de los militantes del MST que visitan los Comités de Apoyo del movimiento en España, existe una mayor facilidad para trabajar con las organizaciones españolas, así como una mayor eficacia en los resultados de este trabajo de solidaridad política. En entrevista realizada a Soraia Soriano, de la Dirección Nacional del MST, en visita a Madrid en Abril de 2009, la activista nos relataba que la mayor presencia de grupos de apoyo del MST en España que en el resto de Europa y del mundo se debe a una determinada “afinidad cultural”7.

Muchas de estas redes surgen de historias migrantes y proyectos o viajes militan-tes para conocer la realidad del MST brasileño. La creación de los comités se alimen-ta tanto de estas narrativas como de un diagnóstico sobre la necesidad de establecer lazos directos de solidaridad movimentista en un contexto de alta institucionalización y profesionalización, donde la “solidaridad política” se transforma en “política de solidaridad” y donde el “compañero” pasa a ser tildado de “contraparte”. Dentro del trabajo realizado por los Grupos de Solidaridad el principal es el de traducción, sien-do las brigadas organizadas periódicamente la gran escuela de formación. Asimismo, debido al carácter específico y sectorial de una militancia que actúa en beneficio de “terceros lejanos” —y no de intereses locales/nacionales que afecten al militante involucrado— los miembros de esos grupos suelen participar en otros movimientos sociales locales/nacionales (cosmopolita enraizado) o en otras redes transnacionales (activista diaspórico). En todo caso, así como el ejemplo que presentamos en lo que sigue, contribuyen con su actuación a proyectar representaciones contra-hegemónicas de Iberoamérica, aunque operan de manera diferenciada.

Además de los grupos de solidaridad internacionalista, el segundo ejemplo de red de solidaridad Iberoamericana es el de la Red Birregional “Enlazando Alternativas”. Iniciada su andadura formal en mayo de 2004 en Guadalajara, México, como respues-

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7 Entrevista realizada por Breno Bringel y Jon Sanz Landaluze durante los días 16 y 17 de abril de 2009. Una versión reducida de la entrevista se ha publicado en Diagonal Periódico, Madrid, 25 de junio de 2009, p.19.

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ta a la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, América Latina y el Caribe, la red nace de la toma de conciencia de que las políticas neolibera-les de la UE y su agenda comercial que tienen como objetivo asegurar el acceso al mercado latinoamericano de manera irrestricta deben recibir respuestas sociales por parte de movimientos y organizaciones sociales tanto de Europa como de América Latina8. Se empieza a tejer así un ambicioso proyecto de articulación entre luchas sociales europeas y resistencias populares latinoamericanas con el objetivo de resistir de resistir al neoliberalismo y proyectar visiones alternativas sobre ambas regiones.

Al igual que en el caso anterior de los Comités de Solidaridad, la premisa básica de la red birregional es la solidaridad política. Asimismo, se toman las dos últimas olas de internacionalismo solidario como referente colectivo, remontándose a las dictaduras, los movimientos de liberación nacional, la lucha contra las celebraciones oficiales de los “500 años”, entre otros espacios de convergencia. No obstante, desde Enlazando Alternativas se propone dar un paso más allá, recreando esos lazos de solidaridad en un contexto global y birregional que responda a los desafíos actuales. Las diferencias fundamentales son notables en el formato organizativo (red y no comité), en la mayor bidireccionalidad (la solidaridad se ejerce no sólo de Europa hacia América Latina sino también al revés, a través de una implicación de organiza-ciones de los dos continentes) y en los actores implicados (movimientos sociales, algunas ONG y sindicatos y organizaciones campesinas, indígenas, de mujeres, de migrantes, de derechos humanos y ecologistas activas en la lucha contra la globaliza-ción neoliberal, por lo que aunque en algunas ocasiones actúan en nombres de otros, se trata de una intervención que mayormente tiene como objetivo defender los dere-chos e intereses de los actores involucrados).

Tras su aparición en Guadalajara, los momentos más visibles de la Red Enlazando Alternativas fueron las siguientes Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de Europa, América Latina y el Caribe (Viena, 2006 y Lima, 2008), donde los ejes centrales de protesta y propuesta fueron los tratados de libre comercio, las corpora-ciones transnacionales y la integración regional alternativa, además de temas como la militarización, la criminalización de las migraciones, la deuda externa y la defensa de los servicios públicos. En el desarrollo de estas Cumbres Alternativas la Red lleva a cabo acciones colectivas como marchas y manifestaciones y también organiza foros, talleres, actos culturales y artísticos, además de audiencias del Tribunal Permanente de los Pueblos, una iniciativa que tiene como cometido dar visibilidad y calificar en términos de derechos todas aquellas situaciones en las que la violación masiva de los derechos fundamentales de la humanidad no encuentra reconocimiento ni respuestas institucionales, sea en el ámbito nacional o internacional.

Más allá de estas intervenciones simbólicas frente a las Cumbres Oficiales, el tra-bajo continuo de la Red se manifiesta en intervenciones puntuales en ambas regiones y en alianzas con otras redes como “Seattle to Brussels” (S2B) en Europa o la “Alian-

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8 Véase la web de la Red Birregional Enlazando Alternativas: http://www.enlazandoalternativas.org

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za Social Continental” en América. Y también de la denuncia de aquellas organiza-ciones que en su trabajo cotidiano se dedican a conectar ambas realidades. Es el caso del Observatorio de las Multinacionales en América Latina (OMAL)9, que nace de la necesidad de denunciar el impacto socioeconómico y medioambiental de las empresas multinacionales, en particular aquellas de capital español, en América Latina, plan-teando la necesidad de una denuncia Norte-Sur, pero también la posibilidad de esta-blecer otra relación más horizontal y de cooperación real no entre los Estados, sino entre los pueblos. No obstante, aunque se trate de una red birregional entre Europa y América Latina y no de una red iberoamericana, el peso de las organizaciones espa-ñolas, y en muy menor grado portuguesas, entre las europeas resulta evidente. Por ejemplo, en la organización del Tribunal Permanente de los Pueblos que reunió a más de 8000 personas en 100 actividades autogestionadas durante la Cumbre de los Pue-blos de Lima hubo un total de 55 organizaciones involucradas, 43 de América Latina y 12 de Europa. Entre las europeas, de un total de 12 organizaciones, 5 son españolas, casi la mitad, lo que de cierta manera contribuye a reforzar la tesis de la afinidad cultural contra-hegemónica. Entre las latinoamericanas, había 15 organizaciones entre Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador (lo que contribuye a consolidar la idea de cerca-nía geográfica en los encuentros de este tipo), 10 brasileñas (que confirman, más allá de la dimensión continental brasileña, la gran presencia de organizaciones del país en encuentros de dimensión regional, en gran parte por el impulso recibido desde el Foro Social Mundial) y 5 peruanas (anfitrionas del encuentro), 4 de dimensión latinoameri-cana (hecho que comprueba la irrupción de redes transnacionales de movimientos y organizaciones sociales de carácter regional). Las 11 restantes se encuentran 1 o 2 organizaciones de otros países desde Argentina y Uruguay, hasta Nicaragua y México.

Para concluir

En mayo de 2010 se celebró en Madrid la Cumbre de Presidentes y Jefes de Estado de la Unión Europea y América Latina y el Caribe, coincidiendo con la presidencia española de la Unión Europea. A pesar de ser un encuentro que engloba a todos los países de la UE, el ámbito iberoamericano se encuentra cada vez más delimitado a nivel gubernamental a través, por ejemplo, del impulso a un Espacio Iberoamericano de Educación Superior y otras medidas en proceso de discusión en cada Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobierno. Pero, independiente de las decisiones y acuerdos alcanzados una cosa era cierta ya antes de la celebración de dicho evento: las protestas a esta cumbre de “alto nivel” estaban garantizadas. No serían protestas exclusivamente de las organizaciones españolas, sino de organizaciones y movimien-tos sociales de toda Europa y América Latina, aunque en este caso, las organizaciones

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9 Véase http://www.omal.info

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españolas han tenido mayor peso ya que a la importante presencia habitual en todos los encuentros se ha sumado el carácter de anfitriones.

De este modo, la Comunidad Iberoamericana de Naciones como representación hegemónica del espacio convive crecientemente con la emergencia de un contra-espacio iberoamericano, tejido por organizaciones y movimientos sociales de las dos regiones a partir de articulaciones del Sur Global. La irrupción del marco iberoameri-cano como un espacio de contra-representación con mayor potencial alternativo que otras regiones del globo donde convergen y se confrontan zonas epistemológicas y coloniales distintas se debe a que, unido a la afinidad cultural, ha logrado un marco más amplio de reciprocidad y un ambiente más propicio para el trabajo de traducción.

La institucionalizada Secretaría General Iberoamericana es estrictamente resultado de un acuerdo por arriba entre las elites políticas iberoamericanas, que, en primer lugar, como foro de coordinación favorece en los Estados latinoamericanos cierta autonomía de los Estados Unidos, y amplía en el caso de los países ibéricos su capa-cidad de influencia en la Unión Europea. En segundo lugar, el proceso de construc-ción de esta región geo-cultural ha favorecido la apertura de los procesos de integra-ción en marcha, lo cual, al menos en teoría debería redundar en mejores relaciones interregionales.

Pero la gente común de los diferentes países iberoamericanos apenas siguen las Cumbres Iberoamericanas —más allá de situaciones anecdóticas como la vivida en la Cumbre de Santiago de Chile entre el rey de España y el presidente de Venezuela—, prácticamente desconocen la existencia de una organización internacional como la Secretaría General Iberoamericana y perciben la parte latinoamericana de Iberoaméri-ca o como un paraíso para el turismo o como una fuente de mano de obra barata.

En contraste, tanto en los Grupos de Solidaridad Internacionalista como en la Red Birregional Enlazando Alternativas encontramos un fecundo trabajo de traducción global y la aparición de otra cara de Iberoamérica. Y en ambos casos coexisten cos-mopolitas enraizados y activistas diaspóricos, aunque si bien en el primer caso la traducción es un fin en sí mismo (la búsqueda de la inteligibilidad de las luchas de aquellos movimientos con los que se solidarizan), en el segundo caso la traducción aparece como medio imprescindible para una actuación transnacional de apoyo mutuo (identificando lo que les une y lo que les separa y potenciando la unidad a partir de la diversidad de las organizaciones involucradas en ambas regiones). Bibliografía Appiah, Kwame Anthony (1996) “Cosmopolitan Patriots”, en J. Cohen (ed.): For love

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La construcción de una geopolítica crítica desde América Latina y el Caribe. Hacia una agenda de

investigación regional

Jaime PRECIADO CORONADO Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos

Universidad de Guadalajara (México) [email protected]

Pablo UC Becario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO)

[email protected] Recibido: 12-02-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN Productora y resultante de un dinámico imaginario espacio-temporal, la región de América Latina y el Caribe atraviesa simultáneas demandas de espacialización a escalas múltiples, así como diversas experiencias de territorialización internas, externas y transversales a la estructura de los Estados nacionales y el sistema-mundo. Así, se hace necesaria una nueva identificación y análisis sobre las principales características de las prácticas espaciales que (re)producen las representaciones dominantes o proyectan nuevos espacios de representación. De tal forma, este trabajo desarrolla una aproximación teórico-metodológica en torno a la dinámica constitutiva de los diversos y conflictivos discursos geopolíticos que se producen en la región, que a su vez se traslapan en un espacio físico común. Situación que permite vislumbrar la definición paulatina de una agenda de investiga-ción de geopolítica(s) crítica(s) en ALyC, desde una perspectiva interdisciplinaria.

Palabras clave: Imaginario geopolítico; América Latina y el Caribe; geopolítica crítica y deconstrucción espacial; discurso geopolítico; prácticas y representaciones espaciales.

The construction of a critical geopolitics from Latin America and the Caribbean. Towards a regional research agenda

ABSTRACT As a creator and as a result of a socio-spatial dynamic imagination, Latin America and the Caribbean is a region that goes through a series of simultaneous demands to create spaces in multiple scales, and different experiences of territorialization inside, outside and beyond the Nation-state structure. In this sense, it is demanded a new identification and analysis about main characteristics of spatial practices that (re)produce dominant representations or design new spaces of representation. Indeed, this paper develops a theoretical approach around constitutive dynamic of different and conflictive regional geopolitical discourses, even thought they converge to the same physical space. This situation could allow the definition of a research agenda about critical geopolitics in LAC region, from an interdisciplinary point of view. Key words: Geopolitical imaginary; Latin America and the Caribbean; critical geopolitics and spatial decons-truction; geopolitical discourse; spatial practices and representations.

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A construção de uma geopolítica crítica a partir da América Latina e o Caribe. Para uma agenda de pesquisa regional

RESUMO Produtora e fruto de um dinâmico imaginário espaço-temporal, a região da América Latina e o Caribe está atravessada por demandas simultâneas de espacialização a múltiplas escalas, assim como por diversas experiências de territorialização internas, externas e transversais à estrutura dos Estados nacionais e o sistema-mundo. Deste modo, torna-se necessário uma nova identificação e análise das principais características das práticas espaciais que (re) produzem as representações dominantes ou projetam novos espaços de representação. Este trabalho desenvolve uma aproximação teórico-metodológica sobre a dinâmica constitutiva dos diversos e conflituosos discursos geopolíticos produzidos na região que, por sua vez, se sobrepõem em um espaço físico comum. Esta situação permite entrever a definição paulatina de uma agenda de pesquisa de geopolítica(s) crítica(s) na ALC, a partir de uma perspectiva interdisciplinar.

Palavras chave: Imaginário geopolítico; América Latina e o Caribe; geopolítica crítica e deconstrução espacial; discurso geopolítico; práticas e representações espaciais. REFERENCIA NORMALIZADA Preciado Coronado, J., y Uc, P. (2010) “La construcción de una geopolítica crítica desde América Latina y el Caribe. Hacia una agenda de investigación regional”. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 65-94. SUMARIO: Introducción. 1. Deconstrucción y redefinición de América Latina: consideraciones teóricas. 1.1. La geopolítica crítica y la deconstrucción de especialidades. 1.2. Producción de espacios y lugares: la(s) región(es) y la(s) localidad(es) en América Latina y el Caribe. 1.3. Discursos geopolíticos: prácticas y repre-sentaciones. 2. Pensar la geopolítica crítica en América Latina: nuevas espacialidades y la(s) otra(s) representa-ción(es). 3. Una nueva agenda de investigación: las prácticas geopolíticas de la región. 3.1. Práctica(s) espa-cial(es) del poder. 3.2. Práctica espacial del conocimiento. 3.3. Práctica espacial anti-geopolítica y contra-representaciones de resistencia. 3.4. Práctica espacial de la integración. 3.5. Práctica espacial de los derechos humanos y la migración. Para terminar. Bibliografía. Introducción En la primera década del siglo XXI, la región de América Latina y el Caribe (ALyC) ha experimentado importantes transformaciones en los esquemas y orientaciones de sus campos políticos1. Caracterizados tanto por la instalación de gobiernos con “rela-tiva” y diferenciada tendencia a la izquierda en el mapa electoral, y una paralela re-emergencia todavía minoritaria, pero persistente, de gobiernos de derecha, así como _____________

1 No así de sus sistemas políticos, al considerar que un campo político (que contiene a los primeros) conjuga un entramado más amplio de fuerzas en disputa, y actores en torno a una variada cantidad de recursos de poder y de expresiones de capital (económico, social, cultural y simbólico), que trascienden los tradicionales escenarios institucionales (Bourdieu, 2001).

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tradicionales prácticas autoritarias al interior de los Estados. Con mayor fuerza, aunque en un marco muy heterogéneo, aumentan las posiciones de izquierda tanto en los parlamentos nacionales como en los gobiernos locales y regionales.

Por su parte, se ha hecho manifiesta la emergencia de bloques supranacionales con una nueva proyección geopolítica que rebasa la dimensión económica y comercial, y abarca una negociación creciente de ámbitos de poder político entre el centro y la periferia del sistema-mundo, frente a las todavía persistentes expresiones de fragmen-tación geoeconómica y social. De tal forma, mientras las alianzas relativamente incondicionales entre el norte y el sur reajustan su relación, se hace evidente el forta-lecimiento de las alianzas sur-sur, así como la consolidación de los actores de la sociedad civil a escala nacional, mezzoregional y supranacional.

Además, la construcción de imaginarios socio-espaciales y de específicas prácticas territoriales desde diversas experiencias locales, han hecho que el debate autonómico, la construcción de redes sociales transnacionales y de alianzas trans-locales de elites y oligarquías regionales, fortalezcan la capacidad de regulación socio-territorial por parte del lugar y de la localidad, lo que altera el rol del Estado en la definición estra-tégica de fronteras, territorios e identidades.

Por otro lado, el retorno de los enfoques estadocéntricos se ha acompañado de una reorganización en la geografía del poder, a través de la instalación de nuevas bases militares estadounidenses en la región, nuevas estrategias de desestabilización a regímenes democráticos, y el impulso a una nueva carrera armamentista entre los propios países latinoamericanos en la última década. No obstante, esta reemergencia del Estado como unidad geopolítica fundamental, se ve acotada por los esfuerzos de diversos actores políticos e intelectuales orientados a refundar conceptual y empíri-camente al Estado para comprenderlo como una instancia de transformación social elemental, aunque no exclusiva, para la comprensión de la nueva geografía política latinoamericana.

En este trabajo partimos de considerar que las evidencias empíricas que describen las tensiones por la definición del entramado geopolítico contemporáneo de ALyC, evidencian una pugna entre los actores (y las prácticas de las que se valen) que produ-cen las espacialidades generadoras del imaginario sobre la región. De tal manera, que existe una diversificación de prácticas geopolíticas que se orientan ya sea hacia la (re)producción de representaciones dominantes, o hacia nuevos espacios de represen-tación (en ocasiones alternativa). Esta pugna político-espacial generada por diversos discursos geopolíticos que, sin embargo, son parte de una gran imaginación regional, ya que aun frente a los diversos intereses que politizan dicha imaginación (dentro y fuera de la región), las más variadas escalas y referentes geográficos se traslapan en un espacio físico común.

De esta forma, los discursos geopolíticos en pugna afectan en primera instancia a la unidad geopolítica por excelencia en el sistema mundo: el Estado-nación. Este cuestionamiento a la “naturaleza moderna” del Estado como única identidad de esta estructura de organización política, económica, social y territorial, y de sus mecanis-mos institucionales basados fundamentalmente en los principios liberales de Occiden-te (democracia representativa, liberalismo económico, etc.), implica también deliberar

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en torno a los mecanismos tradicionales de producción espacial de los que se vale la “imaginación geopolítica moderna”. Ésta es entendida como un sistema de visualiza-ción totalizadora y de estratificación global con profundas raíces en referencias e intereses euro-estadounidenses, que diseñan la política mundial basada en los siguien-tes mecanismos (Agnew, 2002; 2005):

- la construcción de “fronteras estratégicas” e “identidades homogéneas y mo-noculturales”;

- “dicotomías” basadas en criterios etnocéntricos de reconocimiento-anulación, inclusión-exclusión, y en expresiones reduccionistas sobre la otredad: civili-zación-barbarie, modernos-primitivos, etc.;

- “jerarquías” que definen el rol de los actores en el sistema internacional de acuerdo a su posición estructural en la economía mundo capitalista, y

- un “modelo de desarrollo”, una “gramática democrática” y un “sistema de gobernabilidad” específicos, que responden a intereses geo-históricos deter-minados por criterios estadounidense- eurocéntricos.

Se da una prioridad fundamental a la escala global y nacional (de los Estados), pe-

ro tácitamente somete y define una estratificación del espacio en escalas menores (regionales, mezzoregionales y locales) que le sirven como mecanismos de control ante posibles contra-representaciones y alternativas al discurso geopolítico dominan-te. Se trata, por tanto, de dispositivos simbólicos y materiales que conjugan una trama de espacializaciones específicas orientadas a consolidar o institucionalizar su espacio-territorial con base en historias locales impuestas como diseños globales (Mignolo, 2000), por parte de los actores centrales: Estados nacionales desarrollados, empresas transnacionales, medios de comunicación, etc.). Lo que ha reforzado el persistente colonialismo interno (González Casanova, 2006) y la matriz colonial/moderna (Mi-gnolo, 2007). Ésta se basa en un violento patrón de acumulación de capital político y económico (colonialidad del poder); formas de conocer, percibir y reflexionar desde un patrón epistémico de dominación: un saber científico-occidental sobre los saberes populares no occidentales (colonialidad del saber); así como formas de relacionarse y sentir, de establecer roles y desenvolvimientos sexuales y de género (colonialidad del ser) (Walsh, 2009). Todos estos, son elementos que inciden en el reforzamiento de dicha imaginación geopolítica dominante, pero a su vez, encuentran crecientes expre-siones espaciales contestatarias.

Así, en este trabajo nos proponemos identificar, clasificar y analizar las principales características de las prácticas espaciales que (re)producen las representaciones dominantes o proyectan nuevos espacios de representación, en torno al gran imagina-rio de América Latina y el Caribe. Entendida como una región compleja, que atravie-sa simultáneas demandas de espacialización a escalas múltiples, así como diversas experiencias de territorialización internas, externas y transversales a la estructura de los Estados nacionales.

Con este fin, se elabora una aproximación a las principales premisas de la geopolí-tica crítica, así como una serie de reflexiones teórico-metodológicas en torno a la

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producción de espacialidades, la dinámica constitutiva de representaciones y prácticas que conducen a la creación de discursos geopolíticos. Además, se reflexiona sobre otras aproximaciones teóricas de las nuevas ciencias sociales, y las nuevas demandas de espacialidad que implica la experiencia latinoamericana, lo que permite vislumbrar la definición paulatina de una agenda de investigación de geopolítica(s) crítica(s) en ALyC desde una perspectiva interdisciplinaria.

Para ello, en el primer apartado se plantean los fundamentos teóricos de la geopo-lítica crítica, y sus consideraciones para la deconstrucción espacial. Además se revi-san las propuestas teóricas orientadas a comprender cómo se producen conceptual-mente los espacios y los lugares. Y finalmente se analizan los conceptos de discurso geopolítico, representaciones y prácticas espaciales. En el segundo apartado, se presentan las nuevas espacialidades y la(s) otra(s) representación(es) que enfrenta el escenario geopolítico latinoamericano. Finalmente, en el tercer apartado se abordan, justamente, las nuevas prácticas espaciales de la región, que apuntan a la necesidad de una agenda de investigación que puede valerse de los enfoques y razonamientos de la geopolítica crítica, como articulador teórico de otras corrientes y enfoques teórico-metodológicos.

1. Deconstrucción y redefinición de América Latina: consideraciones teóricas

1.1. La geopolítica crítica y la deconstrucción de espacialidades

La propuesta teórica de la geopolítica crítica, en estricto sentido (Ó Tuathail 1998, 2006; Dodds, 2001) partió de una perspectiva post-estructuralista inspirada en la metodología deconstructivista y postmodernista de Foucault y Derrida. Se ha conver-tido en una aproximación que cuestiona la “imaginación geopolítica moderna” y se concentra en descifrar la manera en que se ha llegado a construir el discurso espacial de las políticas exteriores de los Estados (productos y productoras de la Política Mundial), y por lo tanto, las prácticas en la Economía Política Internacional (Ó Tuathaily Agnew, 1992), “a fin de trascender los enfoques de la geopolítica clásica, vin-culada a un saber instrumental y ‘enmascarador’ de los intereses del Estado y las prácticas hegemónicas” (Ó Tuathail, 1998: 2-3).

La geopolítica crítica confronta y analiza la imaginación del Estado, sus mitos fundacionales y la tradición nacional y popular. Por lo cual, analiza el conjunto de prácticas que crean y reproducen una homogeneización histórico-espacial: “un espa-cio-nación” y “un tiempo-nación”, esto es, la “Historia" y el “Espacio” nacional). Lo que lleva a la proyección de un ordenamiento tempo-espacial único, aparentemente incuestionable, toda vez que parte de ser un referente totalizador de la identidad y del sentimiento de pertenencia. De esta manera, las espacialidades e historias locales, (sub)regionales o de otras geografías extra-estatales, sufren no sólo de un extravío, sino de una incapacidad para ser reconocidas y practicadas.

Esta naturalización artificial de identidades homogéneas es precisamente objeto primordial del análisis de la geopolítica crítica. La identidad socio-espacial que de-

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mandan, por ejemplo, los pueblos indígenas en América Latina, re-dibuja la presencia de geografías culturales en la región mesoamericana, o a lo largo de la región andino-amazónica, lo que supera las fronteras nacionales y las delimitaciones político-administrativas del Estado-nación. La posibilidad de deconstruir las narrativas histó-rico-espaciales dominantes, parte de identificar geo-históricamente su construcción social y su consecuente artificialidad.

Cabe señalar, sin embargo, que la geopolítica crítica no sólo representa una de-tracción de las teorías clásicas y de los supuestos que enarbolan los enfoques realistas, neorrealistas y neoliberales de la teoría de las Relaciones Internacionales, sugiere además, la reinterpretación de la geopolítica clásica, y un análisis crítico de los dis-cursos que han protagonizado, y protagonizan, el debate de la relación espacio-poder2. Presta atención, además, a las formas en que se diseña la geopolítica del poder, más allá de sus expresiones tradicionales y manifiestas. Ya que reconoce que sus sitios de producción son múltiples y dominantes: pueden ser altos (como el memorándum de seguridad nacional) o bajos (el encabezado de la portada de un diario); visuales (como las imágenes que representan y legitiman el actuar de los Estados en la televisión) y discursivos (como los discursos que justifican las acciones militares); tradicionales (como los motivos y señalamientos religiosos en el discurso de la Política Exterior) y contemporáneos (como el manejo de información y la guerra mediática) (Ó Tuathail, 1998).

Al tomar como punto de partida la idea de que “el ejercicio de poder perpetuamen-te crea conocimiento e, inversamente, el conocimiento induce efectos de poder” (Foucault, 1980: 52), la geopolítica crítica reconoce un binomio inextricable entre conocimiento y poder, que permite descifrar cómo un conjunto particular de prácticas que ha llegado a ser dominante, excluye paralelamente a otro conjunto de prácticas.

Es por ello que “en donde el discurso convencional acepta las circunstancias actuales como dadas, que las lleva a ser ‘naturalizadas’3, una teoría crítica se plantea preguntas sobre cómo han llegado a ser tal cual son” (Dalby, 1990: 128).

De allí, su compromiso en pensar éticamente la relación entre política y espaciali-dad, toda vez que, como argumentan “geopolíticos críticos” y teóricos de la “geopolí-tica del conocimiento” (Walsh, Schwy, Castro-Gómez, 2002), es necesario problema-tizar la forma en que se delimita la relación entre geografía, política, economía, sociología y epistemología mediante un cuestionamiento de sus “identidades discipli-narias” y sus campos de acción en la producción de conocimiento. Además, se requie-re documentar las estrategias por las cuales los mapas estratégicos globales y regiona-_____________

2 Un excelente ejemplo de esto lo representa el libro Geopolitics Reader (Ó Tuathail, Dalby y Routledge, 2006), que reúne los textos seminales o más representativos de los discursos geopolíticos del siglo XX y XXI, implementando un análisis desde la Geopolítica crítica. 3 La naturalización de un concepto o práctica política, económica o cultural, se refiere al proceso en el cual los criterios específicos con los que se explica la realidad, son presentados como la expresión de tendencias espontáneas y naturales del desarrollo histórico de una sociedad. Esta “ontologización” de un pensamiento específico, normaliza dicha realidad como expresión única e inevitable, y anula los saberes y prácticas alterna-tivas (Cfr. Lander, 2003).

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les, como el de América Latina y el Caribe, son producidos por instancias de gobierno, instituciones internacionales y poderes fácticos del sistema mundo (corporativos transnacionales, medios de comunicación, etc.).

Finalmente, se hace fundamental interrumpir la infraestructura epistemológica funcional a los mapas y representaciones dominantes en torno a los múltiples espacios que se estudian, al desplazar sus fronteras mediante un desvanecimiento o relativiza-ción de los “puntos de referencia cardinales” de la geografía política dominante. Lo que significa que, sin perder de vista la permanente (re)producción de una geopolítica del poder, es posible reconocer nuevas prácticas espaciales que también se encuentran produciendo o modificando imaginarios socio-espaciales en una región determinada, que en este caso es América Latina y el Caribe.

De allí, la importancia de reconocer que la geopolítica no es una singularidad sino una pluralidad, por lo que sin negar la noción convencional de la geopolítica como un conjunto de prácticas espaciales del aparato de Estado, es necesario complementar este enfoque estableciendo que se trata, también, de una serie de prácticas emitidas por formas de expresión tanto elitistas como populares. Para ello, Ó Tuathail (2006: 9) propone el uso de una tipología basada en tres perspectivas útiles para entender la producción del razonamiento geopolítico:

- La geopolítica práctica: se refiere a las narrativas, discursos políticos, y prác-

ticas diplomáticas ejercidas por los líderes de Estado en el ejercicio y acción de la política exterior (seguridad y defensa, por ejemplo), determinando los distintos códigos geopolíticos que estructuran el sistema internacional.

- La geopolítica formal: se refiere a las teorías geopolíticas, enfoques, visiones y doctrinas de comportamiento geopolítico producidas por los “intelectuales de Estado”, organizados en comunidades estratégicas estatales o interestatales, think tanks [despachos estratégicos nacionales y transnacionales], cuerpos académicos universitarios, etc.

- La geopolítica popular: constituida por las expresiones de la cultura popular, tales como revistas, periódicos, novelas, producciones cinematográficas, cari-caturas y otras aparecidas en medios de comunicación de masas en general, que actúan como fuentes de comunicación de los imaginarios geopolíticos, asegurando su circulación y consumo (Dodds, 2001: 471).

La redefinición/reforzamiento de representaciones dominantes sobre el imaginario

latinoamericano y caribeño se vale de estas tres lógicas de razonamiento geopolítico, como se verá más adelante. Sin embargo, este razonamiento también se ve modifica-do por el reclamo de nuevas prácticas geopolíticas que se empeñan en construir contra-representaciones y, eventualmente, imaginarios socio-espaciales alternativos. De esta forma, la interrogante que surge es cómo analizar la producción y lectura de las espacialidades que genera este triple razonamiento, y qué ideas constituyen un discurso geopolítico. Elementos que son estudiados en los siguientes apartados.

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1.2. Producción de espacios y lugares: la(s) región(es) y la(s) localidad(es) en Amé-rica Latina y el Caribe

Al interrogar los fundamentos históricos que han definido el concepto de lugar y espacio, resalta la sentencia kantiana que establece que el conocimiento general precede siempre al conocimiento local. Situación frente a la cual, David Harvey, prafraseando a Casey, se pregunta: “¿que tal si las cosas son al revés?, ¿qué tal si la idea de espacio es posterior a la idea de lugar, e incluso deriva de este último?” (Har-vey, 2010: 166). Situación que, como se argumentará más adelante, permite conside-rar que “vivir, es vivir localmente y conocer es, antes que todo, conocer el/los lugar/es en el/los que uno se encuentra” (Casey, citado en Harvey, 2010: 167).

En este sentido, Taylor y Flint (2002), mediante su estructura geográfica vertical tripartita, reconocen la importancia del lugar en la identificación y uso de escalas espaciales, al revalorar la experiencia que se construye desde la localidad, junto a las escalas dominantes del Estado-nación y la economía-mundo. De tal forma que la producción de espacialidades remite a la identificación de representaciones generado-ras de significados simbólicos, estratégicos, identitarios, etc. Pero también de prácti-cas específicas que a través de mecanismos de estructuración-estratificación del espacio (tales como las escalas espaciales) establecen valores y normas reguladoras del comportamiento social.

Por tanto, la producción espacial en torno a ALyC que nos interesa definir ahora, implica reconocer algunos de los mecanismos generadores de la nueva espacialidad que se demanda en la región. Para ello, es importante identificar dos “alternativas” de referenciación geográfica que han sido fundamentales para construir un “desprendi-miento”, o al menos una contrapartida, al avasallante discurso de la globalización. Este “globali-centrismo”, no sólo ha constituido la base utilizada para corroborar la aparente crisis del Estado nacional como estructura político-territorial clave en la estratificación espacial de la economía política internacional. La compresión espacio-temporal que postuló este discurso ante las nuevas tecnologías y el flujo acelerado de información, radicalizó la idea que desfiguraba y desvanecía las fronteras, bordes y límites del sistema interestatal moderno, situación que llevó incluso a exponer un ficticio “fin de la geografía” (Laïdi, 2001). No obstante, el “retorno del Estado” se convirtió en la paradójica metáfora del papel protagónico que en todo momento jugaron los Estados centrales durante la implementación del modelo político-económico neoliberal, basado en la apertura de las fronteras de los Estados periféricos, la liberación de los mercados de capitales, mercancías, fuerza de trabajo e inversiones, la privatización de las industrias estratégicas nacionales, la precarización de la protec-ción social y la ciudadanía, y la consecuente intensificación de los flujos migratorios.

La corroboración del “Estado en el centro de la mundialización” (Osorio, 2004) confirmó el uso ideológico de este referente geográfico, pero a la vez hizo inconteni-ble la emergencia de otras formas de producción de espacialidad y el reconocimiento de otros actores socio-espaciales. Fundamentalmente en las regiones periféricas en que los Estados implementaron ortodoxamente el modelo neoliberal de forma catas-trófica, como en ALyC. Incluso, los movimientos sociales aprovecharon este discurso

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para contra-representarlo, a partir de la construcción de redes de resistencia glocal, basadas en la nueva definición un imaginario “altermundista”.

No obstante, aquí nos interesa señalar dos referentes de producción espacial en es-pecífico que reaccionan y derivan de este “globali-centrismo” epistémico y geopolíti-co. El primero, nos remite a la producción de espacios regionales. Los procesos de integración regional han llegado a ser considerados no sólo una contrapartida a la globalización, sino un importante referente de producción de espacialidades que demandan mayor autonomía de las regiones frente a los procesos de centro de la economía mundo. La “integración post-neoliberal”, se ha convertido en una alternati-va específica que combina producción espacial y reivindicaciones de autonomía geopolítica, ideológica y económica, con una apuesta (en pleno debate) por un tipo de modelo de desarrollo “alternativo”, tal como lo intenta exponer no sólo el discurso oficial de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), o el de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), sino los propios sectores de la sociedad organizada que sin ser precisamente detractores de estos procesos, sí eva-lúan críticamente su desenvolvimiento y exponen su paradójica continuidad con los patrones hegemónicos de integración.

Si bien la emergencia de organizaciones regionales es una de las estructuras más visibles de la constelación post-nacional, la producción de regiones no sólo traza espacios sobre un mapa que desdibuja los Estados territoriales, sino que se vale de ellos y construye nuevos significados de pertenencia, resistencia, participación, iden-tidad, etc., al mezclar nuevas proyecciones materiales y simbólicas. Es por ello que Kessler y Helming argumentan que las regiones en construcción se caracterizan ante todo por “la sobreposición y colisión de lógicas y fuerzas con racionalidades en permanente tensión” (2007: 570). Lo cual no significa la imposibilidad de construir espacialidades capaces de autodefinir un imaginario conceptual y funcional. En todo caso, lo que interesa destacar es que, como fenómeno referencial para la producción de espacialidades en la actual configuración global, la regionalización es un hecho complejo que posee un particular énfasis en el escenario latinoamericano contempo-ráneo.

Queda claro, por tanto, que las fronteras territoriales se amplían al entorno trans-territorial de lo étnico, lingüístico y cultural, y que la lógica de interpretar al territorio como el espacio dado, productor de identidades, puede ser invertido e interpretado como una construcción que resulta de las dinámicas sociales que demandan mediante sus prácticas políticas espacialidades múltiples, ya sean territoriales o no.

Superar la “trampa territorial” enunciada por Agnew (2005), significa trascender la idea de que las fronteras territoriales y, por tanto, las entidades políticas, son previas a la formación de identidades colectivas, mediante un análisis de la “emergencia, reproducción y cambio de las funciones que ejerce tanto el territorio como el Estado en la conformación de una geografía del poder” (Kessler y Helming, 2007: 571). Es así que los proyectos orientados a consolidar el ejercicio y la representación plurina-cional en varios de los países de la región, impactan directamente en la idea, no de reformar, sino incluso de refundar la figura y función del Estado.

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Como ya se mencionó anteriormente, un elemento fundamental en la producción espacial consiste en exponer la importancia de revalorizar el “lugar” como un compo-nente dinámico de los procesos políticos, sociales y económicos (Cairo, 2005: 13-14). En este sentido, el lugar, como productor de espacio, ha dejado de ser un escenario estático en el que los diferentes hechos se suceden, para convertir la comprensión del espacio en una forma de relación múltiple entre lugar e identidad política (Agnew, 1987). En tanto que el espacio se conceptualiza como “un campo de acción o área en la que un grupo u organización actúa”, el lugar “se refiere a la forma en que la vida cotidiana se inscribe en el espacio y adquiere significado para grupos particulares de gente y organizaciones” (Agnew y Smith, 2002: 5).

De esta forma, tal y como argumenta De la Fuente (2008), el lugar y lo local cons-tituyen el segundo referente geográfico que se defiende las contradicciones de lo global, y que incluso “cuestiona a la nación como fuente primordial de identidad”, de manera que las relaciones entre lugar, Estado e identidad son cada vez más interroga-das. Así, las “diferentes comunidades socio-políticas —definidas o no espacialmen-te— a través de la politización de su identidad colectiva y de las demandas vinculadas a ella buscan soluciones en sus propias localidades” (De la Fuente, 2008: 17-18), es decir, en los lugares desde los que se construyen de forma más autónoma. Así lo comprueba la importancia e impacto que ha tenido la discusión autonómica en Amé-rica Latina, no sólo tras la aprobación del Convenio 169 de la Organización Interna-cional del Trabajo (OIT), que condujo a la aparente incorporación de lo indígena a los marcos constitucionales de varios países en la década de los 1990 (multiculturalismo neoliberal), sino al considerar, en el actual siglo XXI, que autonomía y emancipación implican nuevas formas de participación y representación democrática, las cuales reclaman soluciones a los problemas que se viven desde la inmediata y certera expe-riencia local.

Finalmente, resulta relevante considerar que la producción de espacio(s) está vin-culada directamente a la elaboración cartográfica. El diseño, producción y uso de mapas, contienen una amplia gama de intencionalidades discursivas que van desde la presentación diferenciada de datos, hasta la divulgación de intereses políticos y estra-tégicos que el Estado y las empresas ejercen sobre el espacio y el territorio (Lacoste, 2000). En todo caso, “el mapa” transmite la visión específica del mundo del/los autor/es, y se convierte por excelencia en parte de un discurso geográfico. Aunque esta construcción de imaginarios desde la producción cartográfica merece un estudio focalizado y más extenso, vale la pena considerarla como un elemento focal en la producción de representaciones que se están gestando en América Latina y el Caribe4.

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4 En este sentido una de las iniciativas más interesantes ha sido elaborada por un grupo de trabajo dedicado a la elaboración del Atlas sobre la cuestión agraria en Brasil, coordinado por Eduardo Paulon Girrardi (2008), del que ha derivado una propuesta metodológica para una Cartografía Geográfica Crítica (CGC), basada en una lectura deconstruccionista de los fines que persigue la producción de mapas.

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1.3. Discursos geopolíticos: prácticas y representaciones

Uno de los enfoques centrales desarrollados por la geopolítica crítica, se ha concen-trado en identificar la manera en que se construyen los “discursos geopolíticos” que sustentan determinadas espacialidades. Es decir, los componentes y procedimientos que “naturalizan” determinadas representaciones y prácticas en torno a un espacio determinado. Los discursos son conceptualizados como capacidades específicas de los actores para construir significados acerca del mundo y sus actividades, mediante recursos socio-culturales (Foucault, 1980). En este caso, en torno a significados que vinculan espacio, poder y lenguaje.

Los discursos poseen un doble perfil de identificación. Uno es claro, explícito y posee mayor capacidad de ejecutar congruentemente el discurso oral y escrito de los hacedores de política (the speech) y la práctica ejecutada. El otro perfil es tácito, más difícil de ser identificado y con implicaciones más subliminales sobre el campo político y social. Ambos, sin embargo, actúan en conjunto y arrojan resultados, por ejemplo, sobre las espacialidades que aquí estudiamos.

El reconocimiento de los discursos geopolíticos es fundamental para entender el actual proceso de re-definición de las representaciones dominantes que configuran el imaginario de ALyC, y las prácticas espaciales que reproducen o desafían dichas espacialidades. Cabe establecer por tanto, que un discurso geopolítico se fundamenta en una relación dialéctica y finalmente sintética o complementaria, entre las “repre-sentaciones del espacio” y las “prácticas espaciales”. Las primeras involucran un conjunto de “códigos, signos y entendimientos” que generan las condiciones necesa-rias para que exista un diseño, uso y explotación del espacio y los elementos activos que lo componen.

Por su parte, las prácticas espaciales se refieren al ejercicio efectivo, o que de hecho se practica en los lugares y los conjuntos espaciales previamente interrelacio-nados, impuestos y organizados para la producción económica y la reproducción social (Cairo, 2005: 12). De tal forma, que estas prácticas conllevan el sostenimiento de representaciones espaciales (de poder) específicas, que naturalizan la explotación los recursos naturales, la mano de obra barata de los emigrantes documentados e indocumentados, el tráfico de estupefacientes y drogas ilegales, etc.

No obstante, dichas prácticas también pueden llegar a cuestionar tal ordenamiento y alterar la sincronización entre prácticas y representaciones, toda vez que existe un proceso de emergencia de nuevos actores que constituidos como sujetos políticos, permiten un ajuste congruente entre ambos elementos, o lo desafían, ya que poseen la potencialidad política para interrumpir dicha interrelación, transformando sus circuns-tancias. Por ello, es importante reconocer la emergencia de nuevas prácticas espacia-les que al cuestionar las representaciones que imponen los actores centrales han llevado a desajustar el discurso geopolítico que tradicionalmente definió el imaginario sobre ALyC, como una región periférica en el sistema mundo, marginal en los mode-los geopolíticos dominantes y, en todo caso, como una subregión subordinada al proyecto panamericano conducido por Estados Unidos de América (Cairo, 2008).

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2. Pensar la geopolítica crítica en América Latina: nuevas espacialidades y la(s) otra(s) representación(es) El conjunto de acontecimientos y escenarios que han transformado la dinámica políti-ca, económica y social de América Latina desde finales del siglo XX, ha llevado a una consecuente redefinición de muchas de las prácticas espaciales vigentes hasta fines del siglo XX, pero además a la demanda de categorías adecuadas para poder explicarlas. El desajuste entre representaciones espaciales dominantes y las prácticas alternativas exige una serie de nuevos conceptos sobre la relación entre espacio, poder, medio ambiente, economía y sociedad. Esto implica dotar a la matriz histórico-espacial latinoamericana de una nueva complejidad, que inserte proyecciones geopo-líticas y geoeconómicas diversas:

‐ Los bloques supranacionales, regionales y/o continentales, que proyectan la

espacialidad de los mecanismos de integración regional y subregional más persistentes en la región. Algunos de ellos incluso han activado un “emparen-tamiento” de agendas para el logro de proyectos más amplios, como el Mer-cado Común del Sur (Mercosur) y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en el marco del proyecto de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). (Los mecanismos pueden ser identificados en la Figura 1.)

‐ Las redes transnacionales de la sociedad civil organizada a través de proyec-tos críticos al esquema económico neoliberal, que se organizan en grupos ambientalistas, defensores de los derechos humanos, indigenistas, feministas, etc. Un ejemplo de esta espacialidad transnacional ha sido bien representada, por ejemplo, por el proyecto de la Alianza Social Continental (ASC), que lo-gró aglutinar diversas organizaciones civiles a lo largo del hemisferio para re-sistir a los embates de la propuesta del Área del Libre Comercio de las Amé-ricas (ALCA).

‐ Los reajustes en las alianzas norte-sur y las nuevas alianzas sur-sur, generan a lo largo y ancho del hemisferio occidental, que van desde los más recientes acuerdos bilaterales entre EE UU y algunos países o subregiones de ALyC, como por ejemplo el Tratado de Libre Comercio entre República Dominica-na-Centroamérica y Estados Unidos de América (DR-CAFTA), o incluso la ruptura o recomposición de las relaciones entre los países latinoamericanos en el sur, con las instituciones financieras internacionales en el norte global, como lo representó la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Inter-nacional (FMI) por parte de Brasil, Argentina y Uruguay en 2006.

‐ Alianzas trans-locales. Las nuevas especificidades espaciales que los grupos de derecha o reaccionarios a la emergencia e instalación en el poder de una izquierda política o progresista, generan a través de alianzas interregionales, como lo representa el caso de la Confederación Internacional por la Libertad y la Autonomía Regional (CONFILAR), que ha integrado un eje trans-local autonómico-separatista entre Santa Cruz (Bolivia), Guayaquil (Ecuador) y Zulia (Venezuela).

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Figura 1. Principales mecanismos e iniciativas de integración regional

Fuente: Elaboración propia

Este conjunto de escalas subnacionales y transnacionales que atraviesan el esque-

ma tradicional geográfico-político de los Estados, exige la consideración de los acto-res que, más allá de estar inscritos o aprisionados en el espacio de un Estado poderoso o débil, rico o pobre en recursos, genera sus propias reivindicaciones y relaciones con el espacio. Esta incontenible demanda de espacialidades que se construyen a partir de nuevas prácticas geopolíticas, como las que adelante se ilustrarán desde la experiencia de ALyC, implica también considerar sus representaciones.

Taylor y Flint (2002: 47) distinguen tres escalas de análisis ligadas a específicas dimensiones: la nacional asociada a la ideología, la local vinculada a la experiencia, y una global asociada a la realidad. En esta estructura “geográfica vertical tripartita”, el Estado-nación, funge como instancia intermedia entre la escala global de la economía

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mundo y la escala local, es decir, funciona como “amortiguador o tapón […] que separa la experiencia de la realidad”. A lo que agregan que “las actividades cotidianas de todos no dependen de la localidad (ya que) los acontecimientos más importantes se producen a escala global, que es la escala de acumulación en la que el mercado mun-dial define los valores que acabarán imponiéndose en las comunidades locales” (Taylor y Flint, 2002: 48).

No obstante, como se consideró en el pasado apartado respecto a la relevancia que juegan los referentes geográficos alternativos al global, en particular el del lugar y la localidad, es necesario limitar esta percepción que responde, en todo caso, a la impo-sición de específicas historias locales impuestas como diseños globales (Mignolo, 2000). Las prácticas espaciales de ALyC, comprueban que las experiencias locales muchas veces se articulan trascendiendo los límites de la ideología del Estado-nación. La emergencia de identidades de resistencias transnacionales y/o trans-locales, así lo comprueban. Incluso, la formación de nuevas identidades supranacionales que deri-van de los procesos de integración regional generan espacios ideológicos en construc-ción, que demandan espacios de representación, más allá del perfil instrumental que esta práctica conlleve.

Por otro lado, la redefinición de las relaciones interregionales antes mencionadas, condiciona el trazo de la configuración de bloques, alianzas y representaciones del discurso geopolítico mundial. La realidad de la economía-mundo requiere considerar las modificaciones que, por ejemplo, involucra la renegociación entre EE UU y la Unión Europea de la Alianza Atlántica, frente a los desafíos que plantea Rusia, Irán o Israel; o el rediseño de los parámetros de negociación entre EE UU y China —convertido en su principal acreedor desde 20085— y el resto de las potencias asiáticas en el Pacífico. O en el caso latinoamericano las implicaciones del diálogo y negocia-ciones de las Cumbres de América Latina, el Caribe y la Unión Europea, o la intensi-ficación del diálogo de algunas naciones, como Brasil y Venezuela, con naciones con creciente proyección estratégica como Rusia, Irán o la India.

A esto se agrega la importancia de percibir una identidad espacial que trasciende la estricta geografía física del Norte y el Sur, heredada de la posición crítica con el discurso totalizador Este-Oeste de la Guerra Fría, y la lectura de asimetría socioeco-nómica de la Economía Política Internacional. Y que considera una geopolítica com-pleja sensible a la identificación de un Norte global, vinculado a una espacialidad que reúne a las grandes cúpulas y elites de poder tanto de los países del Norte como del Sur geográfico del planeta, y un Sur global6, que representa una espacialidad en que se aglutinan las clases trabajadoras y campesinas, los movimientos sociales indígenas, feministas y ecologistas, los emigrantes indocumentados, los segregados en bastiones

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5 Según cifras del gobierno norteamericano, a fines de enero de 2010 China consolidó su lugar como primer acreedor de EE UU, con inversiones públicas y privadas por 739.600 millones de dólares en títulos del Tesoro estadounidense (U.S. Treasury Department, en http://www.treas.gov/tic/mfh.txt, 2010). 6 Para un análisis profundo al respecto, véase el trabajo de Cairo y Bringel (2010) que aparece en este número.

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de pobreza y tierras incógnitas7, que en conjunto enfrentan la negación de ciudadanía, etc. Esta heterogeneidad de actores está presente tanto en los países del Norte como en el Sur geográfico del mundo.

Figura 2. Esquema multiescalar de la geografía política contemporánea

Fuente: Elaboración propia

Por todas estas consideraciones generales, es importante debatir un nuevo esquema

que complementa y amplía el razonamiento tanto de la estructura tripartita horizontal de los procesos del sistema-mundo, inspirada en la propuesta de análisis de I. Wallers-tein (2005), como de la estructura vertical tripartita por escalas que se ilustra en la Fi-gura 2. 3. Una nueva agenda de investigación: las prácticas geopolíticas de la región Enseguida se presentan las diversas prácticas espaciales derivadas de las expresiones políticas y sociales más importantes de los diversos actores que se desenvuelven en la región. Prácticas que (re)producen (nuevas) representaciones espaciales dominantes

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7 Con este concepto nos referimos a los territorios “desdibujados” o “descartografiados” por los procesos centrales del sistema mundo, pero que resultan de una u otra forma, de suma importancia por su posición geoestratégica. Para Nogué y Rufí (2001: 120) se trata de espacios en blanco, territorios fuera de control regidos por una lógica interna de descontrol político y caos económico y social.

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en la región, o que conllevan a nuevas y potenciales representaciones espaciales. Para ello se ha construido una clasificación de cuatro ejes generales, que a su vez aglutinan otras expresiones de práctica espacial mucho más específicas. En cada uno de los subapartados se identifican las características más destacadas de cada práctica espa-cial, y se plantean las ideas fuerza que constituyen las aproximaciones de estudio respecto de cada una de ellas.

3.1. Práctica(s) espacial(es) del poder Un desafío fundamental de la geopolítica crítica es comprender de qué forma el conocimiento geográfico es transformado en un razonamiento geopolítico reduccio-nista de los “intelectuales de Estado”, “de qué forma los lugares son reducidos a commodities de seguridad, a abstracciones geográficas que requieren ser domestica-das, controladas, invadidas, o bombardeadas” (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 97), en lugar de ser contextualizados y comprendidos desde la complejidad local que deman-dan dichos lugares. Esto se debe a que el razonamiento geopolítico neconservador trabaja en la activa supresión de la complejidad específica de los lugares, para conver-tirlos en abstracciones geopolíticas controlables. Este reduccionismo conduce a la construcción de tierras incógnitas, a la supresión de espacios y actores políticos, a la desestabilización de regímenes democráticos, a la criminalización de territorios para la apropiación de recursos naturales, etc.

Los estudios sobre las principales prácticas espaciales de poder, entendidas como las dinámicas que se ejercen para la apropiación-conservación del espacio con el uso de la fuerza o mediante la presión “persuasiva” (hard y soft power), pueden ser es-tructurados de acuerdo a las principales experiencias de ALyC. La militarización y el imperialismo se ha recrudecido en la región, a pesar de las expectativas generadas por la llegada a la presidencia estadounidense de Barack Obama, quién inicialmente se pronunció por una política exterior hacia la región centrada en torno al concepto de buena vecindad de inspiración roosveltiana (Obama, 2008).

Entre los acontecimientos que marcan un recrudecimiento de la práctica espacial de poder vía militarización y ejercicios imperialistas, se encuentran, por ejemplo, el fortalecimiento de la estructura militar en la región (basus belli), mediante el estable-cimiento de siete nuevas bases militares en Colombia que se unen a las existentes, y la reactivación de la IV Flota en el Atlántico Sur. Lo mismo ocurre con la puesta en marcha de la Iniciativa Mérida en México (en 2008) y extensivamente en Centroamé-rica, la cual prevé un paquete de mil seiscientos millones de dólares para la lucha contra el tráfico de drogas y la delincuencia organizada; iniciativa que resulta com-plementaria al Plan Colombia y a la ahora llamada Iniciativa Mesoamericana (antes Plan Puebla Panamá). En la misma línea encontramos hechos más recientes: el apoyo por parte de ciertas cúpulas del Congreso y las fuerzas armadas estadounidenses al golpe de Estado en Honduras en 2009, y la reocupación militar de Haití tras el terre-moto catastrófico de 2010; ambos testifican la línea dura de la política interamericana del gobierno de Obama.

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En este sentido, la lectura geopolítica del poder en ALyC se ha caracterizado por denunciar el accionar imperialista de EE UU sobre la región, vinculando al razona-miento espacial categorías tradicionales de poder como hegemonía, imperialismo, dominación o contra-hegemonía, así como reivindicaciones sobre la emancipación espacial e incluso sobre la “desmilitarización del pensamiento”. Así lo han destacado varios de los trabajos de la mexicana Ana Esther Ceceña (2005; 2008), quién coordi-na el “Observatorio Geopolítico Latinoamericano” y ha participado en proyectos como “Militarización Made In USA”, impulsado por la Agencia Informativa “Visio-nes Alternativas”, junto a influyentes intelectuales como Immanuel Wallerstein, John Saxe Fernández, Noam Chomsky, Atilio Borón, Samir Amin, James Petras, Leonardo Boff, Heinz Dieterich, José Steinsleger y Carlos Fazio, entre otros.

Estos enfoques analizan el desenvolvimiento de la geopolítica práctica ejecutada en la región por parte de los dirigentes oficiales de los Estados y los actores con mayor poder en la escena internacional, tales como las corporaciones transnacionales. El análisis de las prácticas espaciales del poder escudriña los usos estratégicos del espacio que los países más poderosos en la región impulsan para controlar o afianzar su poder sobre los recursos naturales estratégicos: petróleo, gas, minerales, agua, etc., así como para controlar y reprimir las nuevas manifestaciones de rebelión popular que encabezan los nuevos movimientos sociales, como una forma contradictoria a la “evolución” en las estrategias contrainsurgentes, impulsadas por EE UU y los apara-tos de inteligencia castrense de los Estados latinoamericanos.

Así lo prueban los trabajos de Alfredo Jalife-Rahme (2006; 2007), que han dado un seguimiento certero a la geopolítica del petróleo y el gas en un marco conceptual de análisis muy cercano a la geopolítica del poder (petróleo-espacio-poder-militarización), pero enfatizando el rol de los actores latinoamericanos con mayor incidencia en el mercado petrolero internacional, como Venezuela, México, Brasil o incluso Bolivia, en las tendencias geopolíticas globales. Además, ha enfatizado la importancia de los intelectuales de Estado (the statecraft), grandes entes corporativos y think tanks en la conducción de la geopolítica global y el diseño de las políticas exteriores de las potencias. De tal forma que en las aproximaciones de análisis en ALyC en torno a las prácticas espaciales del poder existe un acercamiento tanto con la geopolítica práctica como con la geopolítica formal.

Con la (re)evaluación crítica de conceptos como seguridad, nación, interés, ame-naza, actor, soberanía, identidad o desarrollo, se vuelve latente la propuesta del multi-lateralismo tanto de la teoría como de la práctica. Un multilateralismo que permita imaginarios geopolíticos “glocales” distintos, como medios para “desprivatizar” la geografía y resistir el dominio de espacios por parte de los Estados, ideas dominantes y capitales. 3.2. Práctica espacial del conocimiento Es fundamental reconocer que existen prácticas espaciales alternativas del conoci-miento, es decir, propuestas epistemológicas que desafían el razonamiento espacial

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dominante, al deconstruir la naturaleza histórica con que se ha definido el espacio y el papel y relación de las sociedades con éste. Los estudios sobre la práctica espacial del conocimiento, ofrecen una presencia de elementos epistemológicos mucho más cercanos a las propuestas de la geopolítica en estricto sentido, ya que no sólo se genera una búsqueda por la reinterpretación explícita entre espacio y poder, sino una demanda por la decolonización del pensamiento y los saberes que involucran la comprensión del espacio, es decir, sus categorías y definiciones.

En este sentido, el grupo de intelectuales pertenecientes al proyecto moderni-dad/colonialidad (Walsh, Schiwy y Castro-Gomez, 2002; Mignolo, 2007) ha impul-sado una importante propuesta de análisis centrada en reconsiderar los grandes relatos, que van desde la historia del comercio internacional hasta la construcción de los Estados nacionales, como la imposición de diseños globales a partir de historias locales. Esto convierte a las narrativas de significación universal en productos geo-históricos, es decir, construcciones sociales que pueden ser identificadas en un mo-mento histórico y un espacio específicos, por lo que pueden ser desmitificados, rede-finidos o incluso desechados. Esta re-historización y re-espacialización de las grandes categorías es uno de los argumentos centrales de las geopolíticas del conocimiento.

Por su parte, el trabajo coordinado por Edgardo Lander (2003) Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales reúne una serie de trabajos que han impac-tado de forma importante en la epistemología dominante sobre la región, lo que ha conducido a reconsiderar una nueva “idea sobre América”, y a establecer una apertura sobre las interpretaciones geopolíticas que se elaboran sobre Latinoamérica, inclu-yendo un esquema espacial más complejo capaz de dar cabida a nuevos actores en las distintas escalas. Esto implica, como señalan los trabajos de Santiago Castro-Gómez (2002), la construcción de una diversidad epistémica, es decir, una consecuente trans-fronterización de los limes y borders del conocimiento.

Cabe destacar que estas geopolíticas del conocimiento potencian un diálogo pro-metedor entre los saberes occidentales, los saberes populares y los saberes de los pueblos originarios. Por lo tanto, se da cuenta de la diversidad cultural y de los impul-sos que puede genera un diálogo intercultural que incluso ha desembocado en una estrategia pedagógica especializada, que va de la dimensión continental a la de los nuevos Estados que reconocen su carácter plurinacional8.

Las bases de esta práctica espacial implican considerar que la producción de cono-cimiento es paralela a la construcción de espacialidades, de allí su gran relevancia en la conformación de una agenda de geopolítica crítica desde ALyC. _____________

8 Como ejemplo de esta nueva articulación de experiencias a lo largo de diversas instituciones e intelectuales de la región, es posible identificar el proceso de desenvolvimiento del grupo modernidad/colonialidad, sus publicaciones colectivas, y sus proyectos de participación con movimientos sociales e instituciones educativas de la región. Véase la historia del grupo modernidad/colonialidad en Castro-Gómez y Grosfoguel (2007).

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3.3. Práctica espacial anti-geopolítica y contra-representaciones de resistencia La anti-geopolítica puede ser concebida como “una fuerza política y cultural ambigua dentro de la sociedad civil que articula dos formas interrelacionadas de estructura contra-hegemónica” (Routledge, 2006: 233); la primera desafía el poder geopolítico “material” de los Estados y las instituciones globales, es decir, de la economía-mundo, y la segunda desafía a las representaciones impuestas por las elites políticas acerca del mundo, dispuestas para servir sus intereses.

Desde el punto de vista geopolítico estrictamente neoconservador, la anti-geopolítica representa “un discurso subversivo que enfatiza el rol social de las ideas, el factor humano, y la posibilidad de un cambio social profundo” (Drulak, 2006). Pero más allá de su adjetivación, el carácter de la anti-geopolítica evoca la construc-ción de espacialidades que disienten de las dominantes.

Las prácticas espaciales anti-geopolíticas, reconocen desde discursos opositores de intelectuales disidentes y estrategias tácticas de los movimientos sociales hasta las manifestaciones que se oponen a las estructuras institucionales desde la ilegalidad, como las redes del crimen organizado, grupos armados beligerantes, bandas terroris-tas, etc. (Routledge, 2006). No obstante, la mayoría de los estudios se abocan al análisis de las expresiones contra-espaciales que resisten, desde expresiones pacíficas y de resistencia civil, tanto a las estructuras de gobierno y a las instituciones políticas y económicas, como a los grupos privados que trazan el diseño de modelos de explo-tación. Los movimientos ecologistas, feministas y de los pueblos indígenas, por ejemplo, conjugan un proyecto “alternativo” de la sociedad civil.

Los estudios sobre la práctica espacial anti-geopolítica aglutinan un conjunto de manifestaciones políticas y aportaciones intelectuales que han tenido un particular peso en ALyC, al considerar la importancia que los movimientos sociales han alcan-zado a lo largo de las últimas dos décadas. Esta geopolítica de la resistencia se carac-teriza por confrontar a la imaginación geopolítica dominante desde una imaginación anti-geopolítica, la cual se propone construir una fuerza ética, política y cultural desde la sociedad civil, que cuestiona la falta de coincidencia entre los intereses de la comu-nidad y los de la clase política del Estado. Siguiendo a Cairo, la imaginación geopolí-tica de resistencia permite construir “contra-espacios en los que las representaciones oficiales del espacio y sus contenidos se cuestionan, reflejando las prácticas espacia-les de las fuerzas contra-hegemónicas” (2005: 324). Entre las expresiones específicas más destacadas es posible identificar las siguientes.

A) Practica espacial indígena. Entre las prácticas anti-geopolíticas, destaca con gran fuerza la resistencia indígena en Latinoamérica que en sus demandas decolonizadoras, han desarrollado dos estrategias generales de resistencia simultáneas y dos imagina-ciones geopolíticas de resistencia, las cuales son, de acuerdo con Cairo (2009):

– una estrategia etnonacionalista, que afirma la propia cultura ancestral, y rei-vindica el territorio ancestral, y

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– una estrategia panindianista, que afirma la comunidad de los excluidos por la colonización, y desarrolla una estrategia de desterritorialización de los actua-les Estados poscoloniales.

En este terreno existen importantes experiencias empíricas de práctica anti-

geopolítica que han generado su propio discurso y reconocimiento por interlocutores tanto académicos como políticos. Este es el caso del neo-zapatismo en México y de los movimientos indígenas en Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia. La geopolítica de la resistencia se expresa en el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y sus demandas contra el despojo y la desposesión territorial, en el movimien-to cocalero de Bolivia contra la criminalización de la coca (símbolo ancestral) y su espacio para la producción, que conlleva resistir contra la criminalización de las tradiciones y costumbres.

La última década de estructuración política en América Latina se compone de un conjunto de transformaciones en el ámbito de procedimientos y formas en el ejercicio democrático (gramática de la democracia), en la tendencia ideológica general de los grupos en el poder del Estado, en la presencia de bastiones políticos diferenciados a distintas escalas al interior de los Estados Nacionales, así como en el papel determi-nante de los movimientos sociales que han transformado la resistencia mediante la dispersión del poder (Zibechi, 2006b).

Holloway (2002) enfatiza tres de los más importantes aspectos del imaginario anti-geopolítico: la autonomía indígena y regional; la construcción de otra política que desmitifica el poder del Estado y que diferencia al poder como fuente de dominación y al poder como potencialidad del hacer; y la integración del sujeto relacionado con sus intersubjetividades con la finalidad de lograr la auto-emancipación y el autogo-bierno.

Las perspectivas de análisis de la práctica espacial indígena se vinculan al fuerte posicionamiento de los movimientos indígenas en la escena política contemporánea de América Latina, sin que esto quiera decir que hace apenas unas décadas hayan emergido como actores políticos, ya que los grupos indígenas poseen una identidad política desde antes del proceso de conquista en el siglo XV, e incluso la conservan durante el período colonial y a lo largo de la vida “independiente” de los nuevos Estados en América Latina.

En todo caso, la geopolítica indígena denuncia tanto la exclusión política de los indígenas en los sistemas políticos latinoamericanos, como su anulación sociológica en la construcción de los proyectos nacionales, es decir, la existencia de un persistente “colonialismo interno” (González Casanova, 2006) que hace patentes los esquemas de dominación sobre los pueblos originarios aún en el marco de las nuevas repúblicas independientes. De tal forma que la re-emergencia indígena en movimientos organi-zados que se extienden desde Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela hasta México y Centroamérica, ha significado un impacto espacial trascendental en el proceso de re-territorialización de América Latina y la redefinición de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, al re-considerarse elementos vinculados a su cosmo-visión.

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La geopolítica indígena se ha enfocado en estudiar la construcción política y epis-témica de estos movimientos indígenas y su impacto conceptual geográfico, como lo representan los trabajos del ecuatoriano Pablo Dávalos (2005) o la francesa Danièle Dehouve (2001). Por otro lado, intelectuales como Álvaro García Linera (2006) (actualmente vicepresidente de Bolivia) y Boaventura de Sousa Santos (2004; 2006), han desarrollado trabajos académicos de la mano de la praxis política ejercida por los movimientos indígenas en la región andina. Lo que ha llevado a incorporar al debate de la geopolítica práctica y formal, las categorías de autonomía regional y el ejercicio de derechos por usos y costumbres, así como el controversial concepto de Estado Plurinacional que se ha convertido en un pilar fundamental de la discusión sobre la refundación del Estado, y consecuentemente del debate primordial sobre geopolítica.

No obstante, trabajos críticos como los de Félix Patzi, en torno a las rebeliones in-dígenas en Bolivia, la función colonial del Estado, y el sistema comunitario como referencia de organización política, económica y social, evidencian los vacíos que siguen perpetrándose en el nuevo proyecto de Estado boliviano. Además consolidan la importancia de reconsiderar el sistema comunal como un eje de organización territorial y de proyección geográfica para otra forma de hacer política (Patzi, 2003). De igual forma, los trabajos de Pablo Mamani (2005), en torno a las geopolíticas indígenas y la geoestrategia de los indígenas aymaras, recuperan varios elementos de la histórica perspectiva “indianista katarista”, así como el trascendente papel organi-zativo logrado, por ejemplo, en la región de El Alto durante el año 2003, en la deno-minada Guerra del Gas, que a través del desbordamiento social y el activismo hori-zontal de las juntas vecinales, estructuraron una lucha con orgullosas consignas indígenas de defensa anti-estatal, en tanto conformación de territorios, administración política y usos y desusos del Estado (Zibechi, 2006b).

Finalmente, cabe destacar que una de las repercusiones del creciente posiciona-miento de defensa de la territorialidad indígena, que contiene las diversas demandas de una agenda de resistencia y contra-representación, ha encontrado una de sus mani-festaciones en el “contra-mapeo”. La (re)apropiación de los instrumentos productores de espacialidad, como los mapas (y elementos más técnicos como los sistemas de información geográfica, o el propio sistema de posicionamiento global [GPS]), han hecho que, como lo declarara Bernard Nietschmann, más territorio indígena se haya recuperado a punta de mapas que de armas en los últimos años. El trabajo de Karl Offen (2009) se ha dado a la tarea de identificar el mapeo generado por diversos grupos indígenas y afro-latinoamericanos en ALyC, valiéndose de convenios interna-cionales, el apoyo de ONGs y la articulación de resistencias transnacionales. El resultado es la proyección de identidades y usos alternativas del espacio, de forma paralela al que impone la imaginación geopolítica moderna en el continente, basado en las fronteras de los Estados Nación y sus sistemas político-administrativos.

B) Práctica espacial feminista/ de género. Los y las geógrafos/as políticos/as feminis-tas se han preocupado por hacer visible que en la constitución-creación de políticas, relaciones políticas y geografías políticas es determinante la estructura derivada del género; es decir, el papel de la masculinidad y la feminidad en la distribución, el

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antagonismo y el proceso constitutivo de lo político (Staeheli y Kofman, 2004). La perspectiva feminista envuelve un trabajo sobre conceptos que van más allá de las fronteras creadas por los espacios y esferas formales de lo político. Se orienta por visiones normativas del cambio social, para combatir la exclusión, la opresión y la marginación.

Las relaciones de género son determinantes para la comprensión de la distribución y el antagonismo que motivan las diversas expresiones de poder sobre el espacio. Aunque la teoría social crítica, las ideas posmodernistas y la propia geopolítica crítica motivan a que se preste atención al proceso constitutivo de lo político, la aproxima-ción feminista destaca el papel de las relaciones de género en la omisión de sujetos y sus repercusiones, ya que aún cuando han sido anulados, su “presencia omitida” ha sido fundamental en la distribución de poder, en el antagonismo de lo geopolítico, y en el propio acto constitutivo (cfr. Staeheli y Kofman, 2004). De allí, que se hayan desarrollado no sólo estudios sobre la historia de la mujer, sino también sobre la historia de la masculinidad, que siempre ha construido su relación en torno a la mujer (reconocida explícitamente o no).

De acuerdo con Sharp (2005), el reescribir acciones de mujeres (y otras voces marginadas) como parte del pensamiento geopolítico, sugiere un desplazamiento hacia el “ojo anti-geopolítico”, es decir, un proceso que reconoce la corporeización inherente e inevitable de procesos geográficos y relaciones geopolíticas a diversas escalas y con una diversidad de sujetos visualizados o no por los discursos dominan-tes. Siguiendo con estas reflexiones, “ser mujer” (womanhood) es una construcción de lugares diferentes, un resultado “de muchas geografías […] desarrollando relaciones locales y globales de colonialismo, comercio, explotación, lucha...” (Sharp, 2005: 43).

Por su parte, Hyndman afirma que la geopolítica feminista “trata de desarrollar una política de seguridad en múltiples escalas, incluyendo la del cuerpo (civil)” (2003: 3). Esta posición se enfrenta a la versión militarizada que postula una identidad que necesita la protección del peligro presentado por un Otro diferente, externo o incluso al que ha estado ligado históricamente. En este sentido destaca, por ejemplo, la expe-riencia de las mujeres zapatistas en México que, tras la reunión de las voces indígenas de las mujeres que formaban parte de las bases sociales y militares del movimiento, presentaron sus demandas al Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), que llevó a que la Ley Revolucionaria de Mujeres fuera aprobada y publicada en El Despertador Mexicano, órgano informativo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el primero de diciembre de 1993, junto con la Primera Declaración de la Selva Lacandona.

En esta Ley, constituida por 10 artículos, se reivindica el derecho de la mujer a trabajar y recibir educación, a ocupar cargos de dirección en la organización política del proceso revolucionario y a tener grados militares en las fuerzas armadas revolu-cionarias. Pero además, existe una clara demanda de reapropiación sobre su corporei-dad y seguridad, como lo establece el artículo tercero: “las mujeres tienen derecho a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar”; séptimo: “las mujeres tienen derecho a elegir su pareja y a no ser obligadas por la fuerza a contraer matrimonio; y octavo: “ninguna mujer podrá ser golpeada o maltratada físicamente ni por familiares

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ni por extraños. Los delitos de intento de violación o violación serán castigados severamente”.

A estas experiencias se agregan prácticamente todas las vinculadas a los movi-mientos sociales en Latinoamericana, tal como lo demuestran las declaraciones reu-niones y convenciones internacionales de los pueblos como el Foro Social Mundial, o de importantes organizaciones como el Consejo de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE), el Movimiento sin Tierra (MST) en Brasil, proyectos que abo-gan por una carta social en los organismo internacionales de integración: Mercosur del Pueblo, la Alternativa Boliviariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), la Cumbre de los Pueblos, etc.

Bajo estas consideraciones, el papel de la mujer en ALyC, se ha convertido en una punta de lanza del proceso de contra-espacialidades simbólicas en el ámbito epistémi-co, corporal y territorial. Las perspectivas feministas se han concretado en experien-cias de resistencia frente a la defensa del agua, el gas, los bosques, y en última instan-cia de la comunidad y la familia. Una lucha que ha tejido redes inter-locales y transnacionales, acompañando y formando parte el movimiento indígena, ecológico y pro derechos humanos, es decir, de prácticas espaciales de lucha y contra-representación junto con los hombres. Lo que justamente identifica la corporeización de la mujer en la anti-geopolítica constitutiva.

C) Práctica espacial ecologista-medioambiental. Desde la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, en que se consolidó la idea de que las intervenciones humanas sobre la naturaleza generan daños irreversibles en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas, hasta la consolidación de partidos verdes, organizaciones no gubernamentales, y redes sociales contra la explotación indiscriminada de recursos, deforestación y trata de especies en peligro de extinción en la década de los 1990, en ALyC se manifiesta una cada vez más madura práctica espacial ecologista-medioambiental.

Así lo han demostrado, por ejemplo, los resultados de las diversas emisiones del Foro Social Mundial (FSM), en que se llama a transformar la relación entre sociedad y medio ambiente. E incluso las aportaciones elaboradas desde la ecología política, en que intelectuales, movimientos sociales y algunas organizaciones internacionales han desarrollado una agenda de activismo político, demanda de nuevos marcos institucio-nales de protección al ambiente y descolonización de la Madre Tierra.

En este contexto, la definición de una geopolítica de los movimientos ambientalis-tas transnacionales es un punto referencial de la construcción de contra-espacialidades, toda vez que desafían la geografía interestatal capitalista y sus modelos desarrollistas basados en la extracción indiscriminada de recursos naturales, y reclaman a su vez políticas de protección a ecosistemas y biosferas en la región. Estas visiones estable-cen una importante reflexión respecto a los usos responsables del espacio contenedor de la riqueza natural, y una propuesta para la definición de una nueva geopolítica para el desarrollo en la región. Para Walsh (2009) el patrón de poder mundial sustentado en una matriz de colonialidad del poder, el saber y el ser, además se vale de la “colo-nialidad de la madre naturaleza”. En este sentido, el discurso político y “constitucio-

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nal” de los gobiernos de Bolivia y Ecuador da cuenta de estas demandas, al haber incorporado en sus constituciones, el proyecto del “Vivir Bien” y el “Buen Vivir”, respectivamente.

Existen interesantes aportaciones críticas no sólo a la explotación de recursos energéticos tradicionales como el petróleo, el gas o los minerales, sino también a los usos que se hace de los alimentos para la producción de biocombustibles, y los conse-cuentes conflictos geopolíticos entre países latinoamericanos que apoyan o se oponen a tal estrategia energética (Zibechi, 2006a). En el mismo sentido, colectivos como el ecuatoriano “Acción Ecológica”, han producido interesantes lecturas geopolíticas sobre biocombustibles, deforestación, producción transgénica, biodiversidad, fumiga-ciones, etc.

Cabe notar, que estas potencialidades para una nueva práctica espacial que redefi-na la diversidad socio-espacial enfrenta, como señala Milani (2008: 291), dos cosmo-visiones enfrentadas sobre el derecho al uso de la riqueza ambiental. Por un lado, la propuesta orientada a fortalecer un régimen de propiedad basada en la definición de patentes, y, por otro, la demanda (principalmente de movimientos indígenas y am-bientalistas) de reconocimiento de estatutos de un bien común sobre los saberes tradicionales y autóctonos. Esto en términos espaciales conduce a un enfrentamiento sobre la interpretación de los usos del espacio y el tipo de relación que la sociedad guarda con el mismo. Se engendran así zonas de “contacto intercultural en que se explicitan conceptos y significados en cuanto a los bienes que es necesario prote-ger…” (Santos, citado en Milani, 2008: 291). Se trata de zonas de contacto en que convergen visiones diferenciadas y contradictorias ―que derivan en espacialidades con potencialidad de conflicto por su naturaleza fragmentadora o de aislamiento― o, en el mejor de los casos, “complementarias”, cuando el ambiente se logre construir como un espacio social derivado del “diálogo intercultural”.

En esta construcción espacial, es importante identificar la transversalidad de las prácticas espaciales indígenas ya planteadas, dada su activa incidencia en el cuestio-namiento a políticas desarrollistas y procesos extractivistas que siguen manteniendo una lógica de capitalismo de estado en países de la región andina. Tal es el caso de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI), que al reunir a organi-zaciones de Ecuador (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE), Perú (Confederación Nacional de Comunidades del Perú Afectadas por la Minería, CONACAMI), Bolivia (Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu, CONAMAQ), Colombia (Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC), Chile (Identidad Territorial Lafkenche) y Argentina (Organización Nacional de Pueblos Indígenas en Argentina, ONPIA), se constituye como actor colectivo con capacidad de movilización transnacional, por su capacidad de convocatoria y por la naturaleza política de sus demandas, que se especializan más allá de las fronteras nacionales.

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Por otro lado, existen proyectos informativos importantes desde la perspectiva de la geopolítica popular, toda vez que posicionan el debate ecológico-ambiental en espacios cotidianos en que se forma la opinión pública. Este es el caso del Informe de Biodiversidad del CIP. Programa de las Américas9 , un proyecto periodístico de análisis coyuntural que se da a la tarea de recolectar las experiencias de resistencias políticas y sociales ante los proyectos de “desarrollo” impulsados por instituciones internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, o incluso de proyectos intergubernamentales como la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA). En este sentido, también destacan múltiples proyectos de prensa alternativa construida por redes ciudadanas, que vía Internet, transmiten sus diagnósticos y análisis sobre proyectos gubernamentales que proyectan efectos negativos al ambiente. Este acompañamiento mediático desde las redes sociales, ha sido fundamental para diversas redes de resistencia como el Movi-miento Mesoamericano contra las Represas, contra el Plan Puebla Panamá (actual-mente Iniciativa Mesoamericana), etc. 3.4. Práctica espacial de la integración El tránsito de la marginalidad a la cada vez más palpable capacidad de autodefinición y de construcción de autonomía como región, requiere identificar los procesos de (re)producción espacial que enfrenta una región en construcción. En este caso me-diante la revisión de las nuevas imágenes conceptuales sobre la región, y las practicas espaciales más destacadas. Las prácticas espaciales de la integración se orientan a la revisión de los enfoques que critican tanto los modelos de desarrollo ortodoxos y de depredación natural in-sustentable hasta los proyectos de integración regional. De tal forma que se presentan aportaciones analíticas sobre la “geopolítica de la deuda externa”, crítica a los usos de la cooperación internacional y el endeudamiento por parte de los países desarrollados y las instituciones financieras internacionales, como una herramienta geopolítica de dominio

Destaca además, la elaboración de análisis sistemáticos en la esfera formal de la geopolítica, ya que diversos cuerpos académicos e investigadores de la región han dado seguimiento al avance institucional de los proyectos de integración regional con mayor tiempo, como la Comunidad Andina de Nacionales (CAN), el Mercosur o la Comunidad del Caribe (CARICOM). Así como de las más recientes iniciativas que portan un imaginario de autonomía regional frente a EE UU, desde diversas posicio-nes ideológicas, como pueden serlo la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la UNASUR o la recién creada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que reúne a todas las naciones del continen-te a excepción de EE UU y Canadá. Destacan además los estudios centrados en los

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9 Véase http://www.cipamericas.org/ (consultado el 12/03/2010).

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proyectos de integración energética, como Petroamérica, o en la integración económi-co-financiera (en iniciativas como el Banco del Sur o la potencial inserción del SUCRE como moneda regional).

Las dimensiones sobre la integración regional son por tanto múltiples y con signi-ficados simbólicos e ideológicos diferenciados. No obstante, esta práctica espacial, sigue siendo un referente de la geopolítica regional, aunque su perspectiva crítica demanda la incorporación de visiones vinculadas a otro tipo de integración, la que se produce desde las bases sociales, derivadas en redes de la sociedad civil a nivel translocal y transnacional, que han insistido en la construcción de actores con una naturaleza político-institucional distinta, como lo representa por ejemplo el imagina-rio de los pueblos. En este sentido, la práctica espacial de la integración sigue siendo un referente experimental en potencia para una geopolítica crítica desde América Latina y el Caribe. 3.5. Práctica espacial de los derechos humanos y la migración Finalmente cabe destacar que existe un eje en potencial construcción, de lo que con-sideramos la práctica espacial de los Derechos Humanos (en adelante DD HH), es decir, una geopolítica de los derechos humanos. Ya que si esos derechos, entendidos integralmente como derechos económicos, sociales y culturales (DESC’s), se trazan en el marco de límites y fronteras para su acceso y ejercicio, entonces los DD HH se enmarcan en una geografía específica del poder y el derecho, en función de los grupos sociales, actores colectivos, sistemas e instituciones que los administran, ejercen o privan.

El mapa de acciones colectivas asociadas con los DD HH en Latinoamérica es rico y heterogéneo, aunque a la vez dramático, pues se caracteriza por la violación siste-mática y la negación de derechos de ciudadanía. Al constituirse como la región más asimétrica del planeta, ALyC plantea un desafío gigantesco orientado a construir un universalismo básico trasnterritorial, en el sentido de trascender la geografía política interestatal, acumulada en experiencias históricas de asimetrías para el ejercicio de los DD HH, expresadas en las dicotomías ciudad-campo, rural-urbano, valles-altiplanos, norte-sur, pobres-ricos.

Por otro lado, es evidente la necesidad de reconocer en esta agenda de geopolíticas críticas de la región, la práctica espacial migratoria, desde una perspectiva amplia de los Derechos Humanos, en este caso expresados en el derecho económico al trabajo. La inminente re-territorialización física y simbólica generada por el movimiento intranacional y trasnfronterizo de la fuerza laboral, ha generado un recrudecimiento de la seguridad fronteriza, la exacerbación y xenofobia “anti-migrante” y la “ilegali-zación” de las personas indocumentadas. No sólo en países históricamente receptores de fuerza laboral como EE UU, sino también en los propios países en desarrollo como México y otros del Cono Sur. Paralelamente, han emergido sin embargo, nuevas modalidades de defensa y reivindicación de “todos los derechos para todas y todos”. Esa heterogeneidad se muestra en una geografía política, aprehensible por escalas

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socio-espaciales, en la que se desenvuelve la acción social, es decir, una geopolítica crítica de los derechos humanos, que demanda un desarrollo analítico y conceptual más profundo. Para terminar La geopolítica crítica que se práctica y conceptualiza desde varias experiencias de ALyC es decolonial, en tanto que se “desprende” de las representaciones dominantes y del razonamiento de una geopolítica del poder reducida a la commoditización del espacio y sus usos y diseños en exclusivos términos estratégicos. Además, también lo es porque abre las posibilidades de producir espacialidades a escalas múltiples, en función de las necesidades de representación, reclamo de pertenencia y autodefinición de identidades, de los actores sociales y políticos de la región.

Ahora bien, la posibilidad de conceptualizar las prácticas espaciales de la región como una expresión decolonial, no implica forzosamente un desarrollo “congruente” y bien canalizado de la construcción teórica del término, pero sí la opción de interpre-tar la formulación de contra-discursos geopolíticos que tienden a romper con expre-siones históricas de colonialidad, y a expresar alternativas de desarrollo disidentes de la racionalidad y retórica de la modernidad anglo y euro-occidental.

Concluimos, por tanto, que las diversas prácticas espaciales, pueden ser agrupadas en cuatro grandes grupos: práctica espacial del poder, del conocimiento, anti-geopolítica o de la resistencia, y de la integración, así como potencialmente un quinto: la práctica espacial de los derechos humanos. De tal forma, las contra-representaciones en la región no sólo han logrado una disidencia simbólica de las representaciones dominantes que históricamente signaron la historia y el espacio de ALyC, sino que además han consolidado o están en proceso potencial de consolidar alternativas para entender el espacio y territorio regional.

De tal forma, las nuevas demandas y procesos de espacialidad en la región eviden-cian la necesidad de construir una agenda de investigación que rescate todas estas expresiones y conjugue diversas aproximaciones teóricas y metodológicas desde una perspectiva multidisciplinaria. En esta tarea consideramos que la geopolítica crítica permite un primer ordenamiento teórico basado en la deconstrucción conceptual, y es apta para abrir el análisis del espacio a la diversidad disciplinaria.

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La búsqueda de un contra-espacio: ¿hacia territorialidades alternativas o cooptación por

el poder dominante?

Ulrich OSLENDER Florida International University, Miami

[email protected] Recibido: 18-03-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN En los años 1970 el urbanista Henri Lefebvre elaboró su visión de una política del espacio. Para él, el espacio era la fuente y el objetivo de conflictos políticos. En este sentido las múltiples resistencias en contra del orden neoliberal global de hoy en día se pueden considerar como luchas por el espacio, o, en palabras de Lefebvre, como una “búsqueda de un contra-espacio”.

En este artículo voy a explorar algunas de las implicaciones territoriales de esta búsqueda, en especial so-bre el trasfondo de movilizaciones políticas en Latinoamérica. Examinaré brevemente el caso de la guerrilla colombiana de las FARC, para después concentrarme sobre la experiencia de los grupos negros en Colombia. Los últimos han conseguido títulos colectivos sobre sus tierras en la región del Pacífico colombiano y se han consolidado como autoridades legales en estas tierras dentro del territorio nacional del Estado. Sin embargo, voy a mostrar que las dos lógicas territoriales (negras y estatales) a veces se articulan de manera complementa-ria, mientras que otras veces son contrarias y conflictivas. ¿Hasta qué punto podemos hablar de un contra-espacio, si éste mismo está mediado por el Estado y el poder dominante? ¿Es posible que se integren contra-espacios dentro del territorio nacional del Estado de manera complementaria? ¿Podemos incluso decir que estos contra-espacios aumentarían la legitimidad del Estado contemporáneo? Estas preguntas se analizarán desde la geografía política y la geopolítica crítica.

Palabras clave: producción del espacio; Henri Lefebvre; resistencia; Foro Social Mundial; Colombia; FARC; comunidades negras; soberanía; cooptación; coerción

The search for a counterspace: Towards alternative territorialities or cooptation by dominant power?

ABSTRACT In the 1970s, the urban sociologist Henri Lefebvre elaborated his vision of a politics of space. For him, space was both the source and the objective of political conflict. In this sense, the multiple resistances against the global neoliberal order today can be considered as struggles over space, or, in Lefebvre’s words, as a “search for a counterspace”.

In this article I will explore some of the territorial implications of such a search, in particular with regard to political mobilizations in Latin America. I will briefly examine the case of the Colombian guerrilla FARC, to then focus on the experience of black population groups in Colombia. The latter have achieved collective land titles in the Colombian Pacific coast region and have become consolidated as legal authorities over those lands within the national territory of the State. However, as I am also going to show, both territorial logics (the black one and the one of the State) articulate themselves at times in a complementary, and at other times in a conflic-tive way. Up to what point can we talk of a counterspace then, if it gets mediated by the State and dominant

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power? Is it possible for counterspaces to become part of the national territory? Can we even say that those counterspaces augment the legitimacy of the contemporary State? These questions are analyzed from the viewpoint of political geography and critical geopolitics. Key words: production of space; Henri Lefebvre; resistance; World Social Forum; Colombia; FARC; black communities; sovereignty; cooptation; coercion.

A busca de um contra-espaço:

territorialidades alternativas ou cooptação pelo poder dominante? RESUMO Nos anos 1970 o urbanista Henri Lefebvre elaborou sua visão de uma política do espaço. Para ele, o espaço era a fonte e o objetivo dos conflitos políticos. Neste sentido, as inúmeras resistências contra a ordem neoliberal global na atualidade podem ser consideradas lutas pelo espaço ou, em palavras de Lefebvre, a “busca de um contra-espaço”. Neste artigo, exploro algumas das implicações territoriais desta busca, tendo como pano de fundo as mobilizações políticas na América Latina. Analisarei brevemente o caso da guerrilha colombiana das FARC, para logo examinar a experiência dos grupos negros na Colômbia. Estes últimos conseguiram títulos coletivos sobre suas terras na região do Pacífico colombiano e se consolidaram como autoridades legais nestas terras dentro do território nacional do Estado. No entanto, procurarei mostrar que as duas lógicas territoriais (negras e estatais) muitas vezes se articulam de forma complementar, enquanto que outras vezes são contrárias e conflitivas. Até que ponto podemos falar de um contra-espaço, se ele está mediado pelo Estado e o poder dominante? É possível que se integrem contra-espaços, de maneira complementar, dentro do território nacional? Podemos dizer também que estes contra-espaços aumentariam a legitimidade do Estado contemporâneo? Estas perguntas serão analisadas a partir da geografia política e da geopolítica crítica. Palavras chave: produção do espaço; Henri Lefebvre; resistência; Fórum Social Mundial; Colômbia; FARC; comunidades negras; soberania; cooptação; coerção. REFERENCIA NORMALIZADA Oslender, Ulrich (2010) “La búsqueda de un contra-espacio: ¿hacia territorialidades alternativas o cooptaciónpor el poder dominante?”. Geopolítica(s): revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 95-114. SUMARIO: Introducción. 1. Lefebvre y la producción del espacio. 1.1. Prácticas espaciales. 1.2. Representa-ciones del espacio. 1.3. Espacio representacional. 2. Los contra-espacios. 2.1. El Foro Social Mundial. 3. La búsqueda de un contra-espacio en Colombia. 3.1. Las FARC: un alter-Estado dentro del Estado. 3.2. Comuni-dades negras y el espacio acuático. 3.3. ¿Contra-espacio o cooptación? Conclusiones. Bibliografía.

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Queda por escribir una historia completa de los espacios, que al mismo tiempo sea la historia de los poderes.

Foucault (1980: 149) El espacio no es ni estancamiento ni cierre (tampoco es “sua-

ve”). Es inquietante, activo y generativo [...] se abre al surgimien-to de nuevas narrativas, a un futuro que se inscribe de manera menos predecible en el pasado. Lo “espacial” es el producto mis-mo de la multiplicidad y por tanto una fuente de dislocación, de apertura radical, y por ende de la posibilidad de un tipo de política creativa.

Massey (1999: 287)

Introducción

Ya en los años 1970 —mucho antes de que empezáramos a hablar del giro espacial en las ciencias sociales— el marxista y urbanista Henri Lefebvre elaboró su visión de una política del espacio. Para él, el espacio no es un mero objeto científico alejado de la ideología, una especie de contenedor neutral dentro del cual la vida social simple-mente se desarrolla. Muy al contrario, para Lefebvre el espacio es el escenario y el producto de procesos ideológicos. Es la fuente y el objetivo de conflictos políticos.

Las múltiples resistencias en contra del orden neoliberal global de hoy en día se pueden considerar efectivamente como luchas por el espacio. Desafían a la tendencia del capitalismo contemporáneo hacia la producción de lo que Lefebvre llama “espacio abstracto”, donde la ley del intercambio de mercancías como pensamiento económico dominante ha llevado a una mercantilización de la vida social. Estas luchas son sobre todo —también en palabras de Lefebvre— una “búsqueda de un contra-espacio”.

En este artículo quiero explorar algunas de las implicaciones territoriales de esta búsqueda, en especial sobre el trasfondo de movilizaciones políticas en Latinoamérica. Examinaré brevemente el caso de la guerrilla colombiana más importante, las FARC, para después concentrarme sobre la experiencia de los grupos negros en Colombia quienes han logrado conseguir títulos colectivos sobre sus tierras. Estas comunidades se están consolidando como autoridades legales en estas tierras dentro del territorio nacional del Estado. Las dos lógicas territoriales (negras y estatales) a veces se articu-lan de manera complementaria, otras veces son contrarias y conflictivas.

La búsqueda de un contra-espacio, que está en el centro de las movilizaciones ét-nicas, es un proceso complejo, siempre expuesto a los peligros de co-optación y coerción. ¿Hasta qué punto podemos hablar de un contra-espacio, si éste mismo está mediado por el Estado y el poder dominante? ¿Es posible que se integren contra-espacios dentro del territorio nacional del Estado de manera complementaria? ¿Po-demos incluso decir que estos contra-espacios aumentarían la legitimidad del Estado contemporáneo? Estas preguntas (y otras) se analizarán desde la geografía política y geopolítica crítica.

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1. Lefebvre y la producción del espacio

En sus “Reflexiones sobre la Política del Espacio”, Lefebvre sostiene:

El espacio no es un objeto científico ajeno a la ideología o la política; siempre ha sido político y estratégico. Si el espacio tiene un aura de neutralidad e indiferencia en relación con sus contenidos y de esta forma parece ser “puramente” formal, el epítome de la abstracción racional, es precisamente porque ya ha sido ocupado y usado, y ya ha sido el centro de procesos pasados cuyas huellas no son siempre evidentes en el paisaje. El espacio ha sido moldeado y determinado a partir de elementos históricos y naturales, pero esto ha sido un proceso político. El espacio es político e ideológico. Es un produc-to literalmente lleno de ideologías (Lefebvre, 1976: 31)1.

En otras palabras, el espacio no es solamente el sitio concreto de la lucha, o sea, el

sitio donde se articula el conflicto físicamente, sino también el sitio simbólico del conflicto sobre interpretaciones y representaciones. El espacio no es apenas el entorno dado en que los actores sociales se encuentran e interactúan. Al contrario, el espacio es el resultado de las luchas sobre su significado. Este es el planteamiento central en la conceptualización de Lefebvre.

Pensar el espacio críticamente es entonces no simplemente un ejercicio conceptual, sino una herramienta para la construcción de una política progresiva del espacio. Para Lefebvre, el modelo abstracto siempre necesita tener implicaciones prácticas para lo cotidiano, y es así como debemos abordar y entender la tríada conceptual, o los tres “momentos” interconectados, que Lefebvre (1991) identifica en la producción del espacio: 1) prácticas espaciales, 2) representaciones del espacio, y 3) espacio repre-sentacional. 1.1. Prácticas espaciales En términos generales, con prácticas espaciales se refiere a las formas en las que las personas generan, usan y perciben el espacio. Más específicamente, dichas prácticas “asumen sus significados en relaciones sociales específicas de clase, género, comuni-dad, etnicidad o raza y ‘son usadas’ u ‘operadas’ en el curso de la acción social” (Harvey, 1989: 223). Por un lado, entonces, afectan los procesos de mercantilización y burocratización de la vida cotidiana, un fenómeno que es sintomático y constitutivo de la modernidad, y que ha colonizado de manera efectiva un “espacio concreto” más antiguo2. Por el otro, las prácticas espaciales están íntimamente ligadas a las expe-_____________

1 Hay que tomar en cuenta que todas las citas de Lefebvre en este artículo han sido traducidas por el autor de versiones de textos de Lefebvre publicados en inglés (que ya es una traducción del original francés). Versiones españoles de estos mismos textos pueden entonces diferir ligeramente. 2 Este argumento fue planteado también por Habermas (1987), quien se refiere a estos procesos como la “colonización del mundo vida”.

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riencias de la vida cotidiana y las memorias y residuos de formas de vida más anti-guas y diferentes. Llevan, por lo tanto, un potencial para resistir la colonización de espacios concretos.

1.2. Representaciones del espacio

Con representaciones del espacio se refiere a los espacios concebidos, que se derivan de una lógica particular y de saberes técnicos y racionales. Se refieren al “espacio conceptualizado, el espacio de los científicos, planificadores, urbanistas, subdivisores tecnocráticos e ingenieros sociales” (Lefebvre, 1991: 38), cuyos saberes expertos representan los discursos científicos de la modernidad en salud, educación, planea-ción familiar y otros, que invaden y destruyen las esferas de la vida social mediante la institucionalización. Como lo planteó Foucault (1972), estos saberes se derivan en primer lugar de toda una gama de métodos científicos y luego se aplican administrati-vamente en la regulación de todas las áreas de la vida social. Se representan como espacios legibles, por ejemplo en la forma de mapas y estadísticas, y producen visio-nes normalizadas siempre ligadas a las representaciones dominantes, ya sea en estruc-turas estatales, en la economía o en la sociedad civil. Tal legibilidad funciona como una reducción del espacio a una superficie transparente. Por ende crea una visión normalizada particular, que oscurece las luchas y ambigüedades existentes.

Lefebvre sostiene que en las sociedades “tradicionales” las prácticas espaciales precedían a las representaciones del espacio, mientras que en las sociedades (post)industrializadas de hoy se aplica lo contrario; es decir, que antes de que experi-mentemos el espacio a través de nuestras prácticas espaciales, éste ya ha sido repre-sentado para nosotros. El efecto es de una creciente abstracción y descorporalización del espacio que resulta en un “espacio abstracto”, en el que las “cosas, los actos y las situaciones son siempre reemplazadas por representaciones” (Lefebvre, 1991:311). Este espacio abstracto es precisamente el espacio del capitalismo contemporáneo donde la ley del mercado como lógica dominante ha llevado a una mayor mercantili-zación de la vida social.

En lugar de un espacio cerrado y homogéneo, sin embargo, el espacio abstracto también es un sitio de confrontación:

Las contradicciones sociopolíticas se realizan en el espacio. Las contradicciones del

espacio hacen operativas de esta manera las contradicciones en las relaciones sociales. En otras palabras, las contradicciones espaciales “expresan” conflictos entre las fuerzas y los intereses sociopolíticos; sólo en el espacio tales conflictos entran en juego en forma efectiva, y al hacerlo se convierten en contradicciones del espacio (Lefebvre, 1991: 365; en cursiva en el original)

En cuanto a Lefebvre, estas contradicciones darán lugar finalmente a un nuevo ti-

po de espacio, un “espacio diferencial”, “porque, en cuanto el espacio abstracto tiende a la homogeneidad, a la eliminación de las diferencias o las peculiaridades existentes,

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no puede nacer (producirse) un nuevo espacio a menos que acentúe las diferencias” (Lefebvre, 1991:52).

Puede afirmarse que esto es precisamente lo que estamos viendo hoy en día: una proliferación de “espacios diferenciales” como resultado de las contradicciones inherentes en un espacio abstracto que busca homogeneizar y crear conformidades. Las políticas identitarias que se movilizan alrededor de aspectos como la etnicidad, el género, la sexualidad, el ecologismo y otros, han conducido a una acentuación de las diferencias y peculiaridades que se articulan en una miríada de resistencias. De este modo, las contradicciones inherentes al “espacio abstracto” desembocan en la “bús-queda de un contra-espacio” (Lefebvre, 1991: 383).

Difiriendo de Lefebvre, sin embargo, no veo estos procesos como determinados teleológicamente en forma lineal, como si en cierto punto un espacio diferencial reemplazara por completo el espacio abstracto3. En lugar de eso, propongo que ambos espacios deben considerarse en relación dialéctica. Los procesos de dominación y resistencia están mucho más entrelazados, y sus articulaciones particulares se adaptan constantemente en relación interdependiente y en contextos espaciales y temporales concretos. 1.3. Espacio representacional Para Lefebvre, el espacio representacional consiste en formas menos formales y más locales de conocimiento (connaissances) que son dinámicas, simbólicas y saturadas de significado. Estas construcciones están enraizadas en la experiencia, y constituyen un repertorio de articulaciones no limitadas por alguna lógica inflexible, sino que se caracterizan por su flexibilidad y su capacidad de adaptación:

Los espacios representacionales [...] no necesitan obedecer reglas de consistencia o

cohesión. Rebosantes de elementos imaginarios y simbólicos, tienen su fuente en la historia – en la historia de un pueblo así como en la historia de cada individuo pertene-ciente a ese pueblo (Lefebvre, 1991: 41).

Estos espacios hallan su articulación en la vida cotidiana donde encarnan simbolis-

mos complejos. Estos espacios no son homogéneos ni autónomos. Están involucrados constantemente en una relación dialéctica compleja con representaciones dominantes del espacio, que intervienen, penetran e intentan colonizar el mundo vida del espacio representacional. Éste es, por consiguiente, también el espacio dominado que la imagi-

_____________

3 Esto último sería por ejemplo el resultado de una revolución proletaria como previsto por Marx (y deseado por Lefebvre). En una interpretación más bien posmarxista se resalta la multiplicidad de posibles resultados y la siempre abierta resolución de este conflicto espacial. Véase también Gregory (1994: 354) sobre una tenden-cia teleológica en la historia espacial de Lefebvre fundada “en las sombras del impulso totalizador del marxis-mo hegeliano”.

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nación busca cambiar y apropiarse. Es a la vez sujeto de dominación y fuente de resis-tencia, mientras “se niega a reconocer el poder [dominante]” (Lefebvre, 1991: 10).

Sin embargo, debe tenerse cuidado de no crear una visión demasiado romántica de las prácticas y movimientos de resistencia. Primero, algunas resistencias pueden ser profundamente reaccionarias, como por ejemplo el movimiento antiaborto en contra de los derechos de la mujer sobre su cuerpo. Segundo, no sólo existe la resistencia en la dominación, sino también la dominación en la resistencia, en cuanto ciertas prácti-cas de dominación pueden replicarse en las resistencias, tales como actos de margina-ción o la imposición del exilio. Existen implicaciones importantes para la investiga-ción sobre los movimientos sociales asociadas con tal entendimiento del poder, en cuanto debemos examinar las formas en las que el poder se difunde dentro de un movimiento de resistencia, y qué patrones de dominación surgen dentro de sus estruc-turas, actividades y relaciones sociales internas.

Es evidente que los tres momentos en la producción del espacio (prácticas espa-ciales, representaciones del espacio, espacio representacional) deben considerarse interconectadas y, de hecho, interdependientes. Las implicaciones para la investiga-ción empírica son evidentes: no podemos tratar estos momentos independientemente uno de otro, una conducta de la que Lefebvre acusa a muchos científicos sociales:

Etnólogos, antropólogos y psicoanalistas son estudiantes de los espacios representa-

cionales, sean o no concientes de ello, pero casi siempre olvidan ponerlos al lado de las representaciones del espacio que coexisten, concuerdan e interfieren con ellos (1991: 41).

2. Los contra-espacios

La búsqueda de un contra-espacio puede tomar varias formas. Abajo examino en detalle dos casos en Colombia y sus implicaciones territoriales. Hay que resaltar aquí brevemente, sin embargo, que también existen formas menos territorializadas en la búsqueda de un contra-espacio donde se generan discursos contra el establishment y políticas de resistencia. Pueden ser estos espacios que se generan de manera temporal, desde donde se articula un desafío al sistema dominante sin que esto necesariamente se exprese en la construcción permanente de un espacio liberado en un territorio determinado. Miremos brevemente el caso del Foro Social Mundial que es representa-tivo de la tendencia en los procesos de la globalización de la resistencia hoy en día (Oslender, 2004a). 2.1. El Foro Social Mundial

El Foro Social Mundial (FSM) se estableció por primera vez en 2001 en Porto Alegre (Brasil), y es uno de los desarrollos más interesantes en la transnacionalización de la protesta al nivel mundial. El Foro efectivamente constituye un espacio de convergen-cia de la resistencia anticapitalista globalizada que conecta un gran número y variedad

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de movimientos sociales, ONGs, sindicatos, y toda clase de activistas más allá de los límites de los Estados-nación. En él se articulan protestas de mucha índole, pero todas comparten en su esencia la resistencia contra la privatización de todos los aspectos de la vida social y la transformación de cualquier actividad y valor en mercancía. Es en el Foro donde se generan también visiones alternativas al proyecto neoliberal global dominante. Su eslogan “Otro mundo es posible” es expresión de esta visión o utopía (Sousa Santos, 2006; Wallerstein, 2002).

El éxito en la movilización de miles de participantes de todo el mundo en la orga-nización del Foro se atribuye a la estructura de una red descentralizada y no-jerárquica que constituye un “movimiento de movimientos” (Klein, 2001). La movili-zación se facilita por el uso del Internet que permite que experiencias locales, regio-nales y nacionales de distintos lados del mundo se conecten entre sí y cooperen en la búsqueda de un contra-espacio. Una vez al año se constituye este espacio en Porto Alegre (aunque también se han creado Foros Regionales que se reúnen más frecuen-temente y hay debates constantes sobre las posibilidades de descentralizar y desjerar-quizar el Foro aun más). Temporalmente Porto Alegre se convierte en un espacio liberado donde no sólo se discuten ideas y se sueñan utopías, sino que también se vive el contra-espacio cotidianamente. Las formas de convivencia, más allá del metadis-curso político, son muy importantes en el Foro: hay talleres de teatro (en el espíritu del “teatro del oprimido” de Augusto Boal), cocinas colectivas, alojamiento en acam-pamentos, y, por supuesto, conciertos que animan, movilizan y, como no, entretienen a la multitud.

No me interesa aquí especular sobre las posibilidades reales del FSM para arrodi-llar al rinoceronte del neoliberalismo mundial (para usar la metáfora de Max-Neef). Tampoco quiero romantizar al Foro como un espacio completamente liberado de relaciones de poder de opresión. Lo que me interesa aquí, en el espíritu de Lefebvre —quien seguramente habría participado en el Foro, si los Dioses le hubieran extendi-do el permiso de deambular por las tierras de esta vida—, es resaltar el desafío al sistema mundial neoliberal que se genera en él, donde “se niega a reconocer el poder [dominante]” (Lefebvre 1991:10). Si este desafío tiene aspectos de utopía, que les hace dudar a unos y ridiculizar a otros, entonces es este un síntoma de un mundo contemporáneo en que se pretende cubrir las huellas del dolor con un cinismo sin fe. Aún me parece válida la afirmación de Lefebvre (1976: 35) en los años 1970 acerca de que “hoy, más que nunca, no hay ideas sin utopía”. 3. La búsqueda de un contra-espacio en Colombia

Colombia brinda un estudio de caso fascinante para una variedad de búsquedas de un contra-espacio y las múltiples maneras en que la territorialidad del Estado-nación ha sido desafiada por un amplio rango de actores. Movimientos sociales, incluido movi-mientos armados, han sido cruciales en estos desafíos y en la contestación de las representaciones dominantes del espacio. Hay un consenso entre los observadores del conflicto armado en Colombia acerca de que las instituciones del Estado se han

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caracterizado por su debilidad (Richani, 2002). Regímenes alternativas de autoridad territorial han surgido como respuesta a la incapacidad del Estado de controlar gran-des partes de la geografía nacional. El caso más interesante de un desafío violento al Estado es el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). 3.1. Las FARC: un alter-Estado dentro del Estado

La historia de la guerrilla más importante y poderosa de Latinoamérica ha sido de constante expansión territorial. La búsqueda de un contra-espacio se articula en ella claramente definida como la revolución nacional y la lucha por el poder estatal. Con sus raíces en las autodefensas campesinas que se formaban en respuesta a presiones y ataques violentos por parte del gobierno en los años 1950, durante el período que se conoce como “La Violencia”, las FARC evolucionaron desde una fuerza guerrillera móvil a un movimiento revolucionario expandiendo su lucha armada a casi todas las regiones rurales del país (Pizarro, 1987). En varias conferencias guerrilleras el movi-miento decidía sobre estrategias militares, definía zonas de combate y diseñaba planes de reclutamiento. Desde 1985 se puede observar una expansión territorial acelerada de zonas de influencia en todo el país (Echandía, 1999; Sánchez y Chacón, 2005).

Figura 1. Evolución de actividades y presencia de las FARC en Colombia; 1985-2000.

Fuente: adaptado de Sánchez y Chacón (2005: 6)

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El sociólogo colombiano Alfredo Molano (1992; 1994) examina en detalle la his-toria de colonización de tierra y violencia en Colombia. En Trochas y Fusiles (1994) escribe elocuentemente sobre la cultura de las FARC y sus interacciones con el cam-pesinado. Por un lado la guerrilla controla el manejo de las economías locales e impone impuestos, así como códigos penales y morales sobre la población. Por otro lado, la gente se acerca a la guerrilla a solicitar la solución de asuntos y problemas cotidianos. Para mantener su autoridad moral y efectiva, la guerrilla necesita respon-der a estas demandas. La provisión de seguridad a la población local es uno de los requisitos centrales, y de hecho esto ha sido la raison d’etre de las FARC desde su inicio. La guerrilla llena así el vacío hegemónico dejado atrás por el Estado ausente. En estas zonas rurales las FARC se han convertido de hecho en un alter-Estado dentro del Estado-nación.

La manifestación más importante y visible de esta clase de régimen territorial al-ternativo ha sido la así llamada “zona de despeje”. En 1998 el recién elegido Presi-dente Andrés Pastrana —cumpliendo así una promesa electoral— retiró las fuerzas militares y administrativas de un área de 42,000 millas cuadradas en los departamen-tos de Meta y Caquetá en el sur del país. El establecimiento de esta zona desmilitari-zada era una demanda central de las FARC para que se pudiesen desarrollar allí negociaciones de paz entre la guerrilla y el gobierno colombiano. Estas negociaciones sin embargo nunca llegaron a ser muy productivas y se desarrollaron desde un princi-pio en un ambiente de sospechas mutuas y falta de compromisos. Finalmente, el 21 de febrero del 2002 Pastrana dio órdenes al ejército de retomar la zona y el experimento se declaró como fracaso.

Hasta allí los sucesos. Lo interesante desde una perspectiva territorial, sin embargo, es lo cercano que este escenario parece a lo que el geógrafo Robert McColl, escri-biendo en los años 1960, llamaba el “imperativo territorial”. Según McColl, un mo-vimiento guerrillero de revolución nacional debe aspirar a la creación de un “Estado insurgente”. Para él era necesario una “dedicación a la captura y el control de una base territorial dentro del Estado [que] sería un refugio físico para la seguridad de sus líderes y para el desarrollo continuo del movimiento” (McColl, 1969: 614)4. Efecti-vamente, durante más de tres años las FARC constituían la autoridad territorial ofi-cialmente sancionada en la zona de despeje (que tenía un tamaño de Suiza). La guerri-lla brindaba poderes policiales y jurídicos, instalaba organizaciones administrativas, y ejercía justicia revolucionaria. La búsqueda de un contra-espacio había encontrado un espacio concreto, un territorio demarcado, dentro de las fronteras del Estado-nación de Colombia. Al mismo tiempo, sin embargo, se mostró la fragilidad de la permanen-cia de este contra-espacio, pues la decisión del gobierno de retomar la zona de despeje puso fin a este experimento.

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4 Este último punto era precisamente la crítica que muchos observadores hicieron de la zona del despeje. El hecho de que las FARC la usaba para fortalecerse, sin compromiso verdadero a un proceso de paz.

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El caso de las FARC es sin lugar a dudas muy particular, y algunos dirían incluso anacrónico. La era de las rebeliones armadas en Latinoamérica parece haber llegado a su fin, y las disputas por el espacio han tomado formas distintas en las últimas déca-das, formas menos violentas, pero posiblemente de mayor impacto en los escenarios de reestructuración del Estado-nación en América Latina. Otras fuentes de autoridad territorial han surgido y han sido reconocidas oficialmente como tal en los discursos de multiculturalidad y plurietnicidad. Estos procesos son tal vez más evidentes en el establecimiento de territorios étnicos que los movimientos indígenas y negros han logrado. Voy a examinar ahora el caso del movimiento negro en Colombia para ilustrar estos procesos que de manera más general se han extendido por muchas partes de América Latina, pero también para mostrar sus limitaciones y peligros de coopta-ción y coerción por el poder dominante.

3.2. Comunidades negras y el espacio acuático

Para Lefebvre, los contra-espacios son el resultado de una lucha política, son espacios a construirse en una política de resistencia. La posibilidad de estos contra-espacios se da cuando surge un espacio diferencial en oposición al espacio abstracto del mundo capitalista. Lefebvre se centraba entonces sobre escenarios en que este espacio dife-rencial como experiencia vivida se podía formar. O sea, lo consideró como un proce-so, aún no como hecho. Es evidente, sin embargo, que en muchos casos estos espa-

cios diferenciales ya existen, y de hecho se afirman como tal. La región del Pacífico colombiano se puede con-ceptualizar en estos términos (véase Figura 2).

Figura 2. La región del Pacífico dentro de la geografía nacional de Colombia

Fuente: mapa producido por el autor

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Se trata de una región de aproximadamente 10 millones de hectáreas de bosque tropical, que está caracterizada por altos niveles de precipitación y una exuberante biodiversidad. El bosque está penetrado por una red extensa de ríos que bajan desde las vertientes de la cordillera occidental hasta el océano Pacífico. La región está poblada hoy por unos 1,3 millones de habitantes, de los cuales 90% son afrocolom-bianos5. La gente negra del país es descendiente de africanos esclavizados que fueron secuestrados y traídos a fuerza para trabajar en las minas de oro en el Pacífico colom-biano, así como en las grandes haciendas en el país. En las partes rurales la población vive en su gran mayoría a lo largo de los ríos practicando una economía de subsisten-cia basada en la agricultura y la pesca y la minería artesanal.

Debido a la dificultad de acceso desde el interior del país y a las políticas estatales de abandono de la región, las referencias al Pacífico colombiano se realizan en térmi-nos de marginalización y “litoral recóndito” (Yacup, 1934). La relativa ausencia del Estado también posibilitó la explotación sin control de los recursos naturales por actores económicos de fuera de la región. Las tierras de los bosques habían sido declaradas como “tierras baldías” por el Estado (Ley 2 de 1959), y sucesivos gobier-nos dieron concesiones a empresas mineras y madereras para la extracción de los recursos naturales, casi siempre sin consultar a las poblaciones rurales negras que se veían afectadas por estas prácticas. La tala de los bosques y la minería de oro a gran escala produjeron altos niveles de deforestación y contaminación del medio ambiente.

Ya en la segunda mitad de los años 1980 se empezó a organizar una resistencia del campesinado negro en contra de estas prácticas de extracción poco sostenibles en sus tierras, sobre todo en el Departamento de Chocó. Fue allí también que se empezó a generar un discurso étnico-territorial que vinculaba la lucha por la tierra con la noción de una etnicidad negra y la necesidad de la defensa de una cultura propia que se encontraba tan amenazada como la naturaleza. Fue allí entonces que se generó la conciencia de la existencia de un espacio diferencial. Y se desenmascararon las contradicciones del espacio abstracto de una modernidad devastadora que destruía la naturaleza siguiendo su lógica de extracción de los recursos naturales que eran el sustento indispensable de la vida afrocolombiana rural.

Cuando se reunió en 1990 la Asamblea Constituyente en Colombia encargada de aprobar una nueva Constitución en el país con la intención de extender la participa-ción política a grupos anteriormente excluidos por el sistema bipartidista dominante, se hicieron escuchar voces que reclamaban un tratamiento especial de la población negra del país, en tanto que grupo cultural diferente dentro del Estado-nación, y de la región del Pacífico, como un espacio diferencial dentro del territorio nacional. Los debates dentro de la Asamblea Constituyente fueron muy complejos, y no me detengo aquí en ellos (véase Agudelo, 2004; Arocha, 1992). Sin embargo hay que resaltar

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5 Estas cifras son estimaciones generalmente aceptadas. A pesar de avances en el último censo del 2005, aún no hay información racial muy confiable en los datos demográficos de Colombia. Es común hoy hablar de un 26% de la población nacional siendo afrocolombiana.

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algunos resultados: entre muchas otras estipulaciones, la nueva Constitución del 1991 declaró la nación colombiana como multicultural y pluriétnica, por primera vez reconociendo a las poblaciones negras como grupo étnico. En el Artículo Transitorio 55 (AT-55), además, se abrió paso a una ley (ratificada en agosto 1993 y conocida como Ley 70), que otorga derechos territoriales colectivos a las comunidades negras que han venido ocupando las tierras en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico. El alcance de esta legislación era impresionante, pues abría la posibilidad de titular colectivamente 5 millones de hectáreas de bosque tropical a las comunidades negras, que de esta manera se iban a convertir en la autoridad territorial en la región (Offen, 2003). Con esto las empresas interesadas en la extracción de los recursos naturales deberían negociar con las comunidades negras y adoptar formas sustentables para ellas.

Central para entender la búsqueda de un contra-espacio en el Pacífico es la noción del “espacio acuático” (Oslender, 2004b; 2008a). Con este término me refiero a las formas específicas en que elementos acuáticos, como los altos niveles de pluviosidad, los impactos de las mareas, las redes laberínticas de ríos y manglares, y las inunda-ciones frecuentes, entre otros, han influenciado decisivamente las formas de vida cotidiana. Estas formas están visibles, por ejemplo, en la construcción de las casas rurales sobre pilotes de madera para prevenir inundaciones de la vivienda. Por otro lado, la marea tiene un impacto considerable en las manifestaciones de la vida diaria. Con una variación en el nivel de agua de hasta 4,5 metros, la marea alta facilita con-siderablemente la navegación subiendo los ríos en “potrillo”, el medio de transporte tradicional. De igual manera, con la marea baja los potrillos van río abajo mucho más rápido, de forma que los horarios de viajar en el Pacífico se adaptan al ciclo de las mareas. Hay que señalar esta característica como un elemento clave del espacio diferencial en el Pacífico. El horario de la vida diaria en las partes rurales está más condicionado por el ritmo y el tiempo de la naturaleza que por el reloj y el tiempo de la modernidad occidental.

El río es además el espacio social de interacción cotidiana donde la gente viene a bañarse, las mujeres lavan la ropa y los niños juegan. Estas actividades son de una naturaleza casi ritual y están acompañadas por carcajadas, juegos y chismes. Este escenario, aun de expresión diaria, es lo más evidente en los días de mercado cuando llegan embarcaciones grandes y pequeñas de cerca y lejos al mercado no sólo para comprar productos sino también para intercambiar información y “echar cuentos”. El mercado es, especialmente para habitantes de comunidades más alejadas, frecuente-mente la única fuente de información y medio de comunicación. Más allá de ser el espacio social de interacciones humanas cotidianas, el río es también el referente identitario de los grupos que viven a lo largo de sus orillas. Esto se ve reflejado en las múltiples formas discursivas en que la gente de los ríos se refiere a su entorno, adqui-riendo el río así un papel central en los procesos de identificación colectiva (Oslender, 2008a; Restrepo 1996).

Estas relaciones sociales espacializadas a lo largo de los ríos ahora juegan un papel importante en los nuevos contextos políticos de organización y movilización. Sin querer entrar en detalle en estos complejos procesos políticos, podemos afirmar que la

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gran mayoría de comunidades negras se han organizado en consejos comunitarios a lo largo de las cuencas fluviales, reflejando de esta manera los específicos referentes culturales e identitarios del espacio diferencial en el Pacífico. Nació esta asociación organizativa-espacial siguiendo la “lógica del río”, que es el ente central de la vida social en comunidades negras rurales (Oslender, 2001; 2004b). Como afirma el Proceso de Comunidades Negras (PCN):

En la lógica del río las propiedades del uso del territorio están determinadas por la

ubicación: en la parte alta del río se da énfasis a la producción minera artesanal, se de-sarrollan actividades de cacería y recolección en el monte de montaña, hacia la parte media el énfasis se da en la producción agrícola y el tumbe selectivo de árboles made-rables, también se desarrollan las actividades de cacería y recolección en el monte de respaldo; hacia la parte baja el énfasis se da en la pesca y recolección de conchas, mo-luscos y cangrejos compartidas con la actividad agrícola. Entre todas las partes existe una relación continua del arriba con el abajo y viceversa y del medio con ambas, carac-terizado por una movilidad que sigue el curso natural del río y la naturaleza, cuyas di-námicas fortalecen y posibilitan las relaciones de parentesco e intercambio de productos, siendo en esta dinámica la unidad productiva la familia dispersa a lo largo del río (PCN, 1999: 1).

El espacio acuático en general, y la lógica del río en particular, han sido entonces

el factor espacial orientador en la constitución de los consejos comunitarios a lo largo de las cuencas fluviales. Estos consejos comunitarios actúan como principal autoridad territorial en las áreas rurales del Pacífico colombiano que deciden, entre otras cosas, sobre el uso y aprovechamiento de los recursos naturales en su territorio. Desde 1996 se han expedido 132 títulos colectivos a las comunidades negras en el Pacífico sobre un área de 5 millones de hectáreas (véase Figura 3). Esto implica, por lo menos en la teoría, cambios radicales de las formas de apropiación territorial, pues las empresas con un interés en el aprovechamiento de los ricos recursos naturales de la región (como son el oro, la madera y el potencial agropecuario) están ahora obligadas a negociar directamente con las comunidades rurales. En teoría, el Estado ya no puede simplemente expedir concesiones a estas empresas pasando por alto así a las comuni-dades, como sucedía antes de la Ley 70. En teoría…

Sin lugar a dudas, la Ley 70 ha sido un tremendo logro para las comunidades ne-gras6. Sin embargo, el Estado también tenía su interés. Por una parte se trataba de ampliar la legitimidad del mismo a través de la inclusión de grupos marginalizados en los procesos políticos del país. Por otra parte se reconocía el papel de “guardián” del ecosistema que las comunidades negras habían ejercido durante siglos a través de sus prácticas tradicionales de uso de los bosques (Escobar, 1997). Al empoderarles y

_____________

6 El antropólogo Michael Taussig (2004: 95) incluso considera la legislación del AT-55 y de la Ley 70 “uno de los experimentos más innovadores en teoría política en este siglo”.

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otorgarles derechos territoriales se les declaró también responsables de la protección del medio ambiente y de la ya casi legendaria “megabiodiversidad” de la costa Pacífi-ca. La biodiversidad se había vuelto un tema central en los discursos globales sobre desarrollo sostenible y la conservación del medio ambiente. El interés del Estado estaba entonces en otorgar derechos sobre la tierra e incluir a las comunidades negras del Pacífico en su lógica desarrollista.

Figura 3. Distribución de tierras en el Pacífico colombiano

antes y después de la Ley 70

Fuente: adaptado de Agudelo (2002:445)

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Para las comunidades negras mismas, sin embargo —o por lo menos para el grupo que argumentaba políticamente de forma más radical— la lucha no terminaba allí. Para ellas se trataba no solamente de acceder a títulos colectivos sino a la construc-ción de la región del Pacífico como un territorio étnico; es decir, un territorio que se distingue de la lógica del Estado desarrollista, donde el control sobre las tierras está vinculado al ejercicio de una cultura propia, libre de la dominación de los actores del Estado y el capital. En otras palabras —aunque ni el movimiento negro ni los analis-tas se hayan referido a la conceptualización lefebvriana— se trataba de convertir el espacio diferencial vivido en un contra-espacio político en confrontación con la lógica y los intereses del gobierno. Mientras el Estado hablaba de títulos colectivos, las comunidades negras exigían el territorio, una diferencia crucial en entender las luchas posteriores entre el gobierno y el movimiento negro en Colombia. 3.3. ¿Contra-espacio o cooptación?

Por una parte se puede afirmar entonces que la búsqueda de un contra-espacio en el Pacífico ha sido exitosa sólo parcialmente. Las demandas por un reconocimiento de un territorio étnico han sido ignoradas por el Estado. La oferta de títulos colectivos sobre las tierras se puede considerar como cooptación. Por otra parte se han echado otras sombras, de coerción, violencia y terror, sobre la región que la iban a transfor-mar de manera dramática.

Fue precisamente en el momento en que se entregaban los primeros títulos colecti-vos a las comunidades beneficiarias cuando la irrupción de actores armados empezó a manifestarse y con ella una dinámica que dramáticamente dio marcha atrás a la suerte de las comunidades negras en el Pacífico. No quiero extenderme aquí sobre las causas de este proceso. En otras partes he descrito y analizado estas “geografías de terror” que han tornado a las tierras del Pacífico colombiano en paisajes de miedo y a los campesinos negros en desplazados buscando refugio en las ciudades del país (Oslen-der, 2006, 2007a, 2008b). Hay un consenso en los observadores de este conflicto acerca de que detrás de las arremetidas de los grupos paramilitares armados hay intereses económicos específicos que buscan apropiarse de las tierras del Pacífico. Es notable, por ejemplo, cómo el sector de cultivos de la palma africana se ha extendido exponencialmente por la región del Pacífico (Escobar, 2004, 2008; Oslender, 2007b). Las amenazas contra poblaciones rurales que no están dispuestas a cultivar la palma —de la cual se usa el fruto para aceite— parecen responder siempre al mismo patrón. En caso de falta de cooperación entra un grupo paramilitar a amenazar a los líderes comunitarios en la zona, se dan asesinatos selectivos y en ocasiones masacres para intimidar a la población y de esta manera forzarla o a colaborar —o sea a cultivar la palma y brindar mano de obra— o a huir y dejar atrás sus tierras. Lo que es evidente ahora, es que la política de desarrollo que el actual gobierno promueve para esta región ha vuelto a optar por una economía de extracción de recursos naturales a escala masiva, aun en contra de la misma legislación del Estado y los intereses de las comunidades negras.

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Por supuesto es mucho más complejo este proceso, pero lo que hay que señalar aquí es que el proyecto de contra-espacio de las comunidades negras no solamente está expuesto a procesos de cooptación por parte del Estado sino también de coerción y violencia brutal de un para-Estado en manos de intereses económicos específicos. El proyecto neoliberal del gobierno colombiano es una ilustración dolorosa de lo que el geógrafo David Harvey (2003) ha denominado “acumulación a través de despose-sión”, que quiere decir, la violenta apropiación de bienes y espacios comunes para el provecho comercial siguiendo el imperativo capitalista.

Conclusiones El caso de las comunidades negras en Colombia es uno de muchos ejemplos de regi-menes territoriales alternativos que han emergido en las últimas décadas en Latinoa-mérica. Puede que sus articulaciones no sean tan espectaculares como, por ejemplo, los desafíos más violentos a la autoridad territorial estatal de las FARC y el caso de la construcción de un Estado insurgente dentro de los límites del territorio nacional. Los efectos, sin embargo, de estos desafíos que podemos llamar de baja intensidad, suelen ser más duraderos. Más que brindar una alternativa radical al modelo territorial del Estado-nación, lo complementan y hasta aumentan la legitimidad del Estado territo-rial moderno en la medida que arreglos sociales alternativos llevan a reformas progre-sivas y a la re-constitución de la relación entre Estado y sociedad (Mason, 2005).

Visto desde esta perspectiva, la cooptación por el Estado —o, como hemos visto en el caso de las comunidades negras en Colombia, la coerción— siempre es una posibilidad y un peligro en la búsqueda de un contra-espacio. En toda Latinoamérica hemos visto una tendencia a amplificar el significado del Estado-nación a través de renovaciones constitucionales que han abierto las ideologías y narrativas de la nación a nociones de multiculturalismo y plurietnicidad. Estos procesos están frecuentemente acompañados de la delegación de ciertos poderes territoriales y autonomía a actores no-estatales. Los movimientos sociales han jugado un papel importante en estos desafíos a la autoridad territorial estatal exclusiva. Sin embargo, más que títulos sobre la tierra, lo que está en juego para muchos movimientos indígenas o negros es una redefinición radical de la relación territorial con el Estado. Sus luchas son sobre su reconocimiento como grupo cultural diferencial que habita un espacio diferencial que sigue expuesto a presiones e intervenciones de la lógica del capitalismo neoliberal. La búsqueda de un contra-espacio es un proceso complejo, frecuentemente ambiguo, y siempre sujeto a los entrelazamientos del poder y la resistencia. Agradecimientos Los argumentos elaborados en este escrito fueron presentados en el Segundo Congre-so Internacional de Estudios Socioespaciales: El territorio como “Demo”: De-mo(a)grafías, Demo(a)cracias, y Epi-demias, realizado en Sevilla, del 11 al 13 de

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noviembre de 2009. Agradezco la invitación a este congreso al equipo de investiga-ción OUTARQUIAS, en especial a Carmen Guerra, Mariano Pérez y Carlos Tapia, así como a la contraparte colombiana de la red RESE, el equipo INER de Medellín. He trabajado con el movimiento social de comunidades negras en Colombia desde hace 15 años, y la temática de este escrito, la búsqueda de un contra-espacio, es para mí algo más que una preocupación meramente académica. Estoy convencido de que este contra-espacio en el Pacífico colombiano debe defenderse “por cualquier medio que sea necesario”. Bibliografía Agudelo, Carlos (2002), Populations noires et politique dans le Pacifique colom-

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Geografías del conocimiento: transformación de los protocolos de investigación

en las arqueologías latinoamericanas

Carlo Emilio PIAZZINI SUÁREZ Instituto Colombiano de Antropología e Historia

[email protected] Recibido: 25-02-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN Este artículo se dirige a explorar las geografías del conocimiento como una alternativa crítica de la historia y los estudios sociales de la ciencia, que permite hacer visibles las espacialidades que intervienen o emergen durante el proceso de producción, distribución y apropiación del conocimiento. Las geografías del conocimien-to constituyen un ámbito de análisis fecundo para abordar la arqueología como una práctica que contribuye a la transformación o reproducción de determinadas concepciones y experiencias espaciales entre el público general. El análisis de dos lógicas de relacionamiento espacial en arqueología, denominadas in situ y ex situ, permite ver cómo operan las geografías del conocimiento en este campo disciplinar, así como identificar la naturaleza de las tensiones que hoy emergen entre des-localización y localización de las materialidades arqueológicas. Finalmente, dichas tensiones son soslayadas para el contexto latinoamericano, en donde se encuentra en marcha un proceso de transformación de las relaciones in situ/ex situ y con ello, emergen nuevas geografías de la arqueología. Palabras clave: geografías del conocimiento geografía de la ciencia arqueología trabajo de campo International Relations and the Paradiplomacy of Brazilian Cities:

crafting the concept of “local international management” ABSTRACT As a creator and as a result of a socio-spatial dynamic imagination, Latin America and the Caribbean is a region that goes through a series of simultaneous demands to create spaces in multiple scales, and different experiences of territorialization inside, outside and beyond the Nation-state structure. In this sense, it is demanded a new identification and analysis about main characteristics of spatial practices that (re)produce dominant representations or design new spaces of representation. Indeed, this paper develops a theoretical approach around constitutive dynamic of different and conflictive regional geopolitical discourses, even thought they converge to the same physical space. This situation could allow the definition of a research agenda about critical geopolitics in Latin America and the Caribbean region, from an interdisciplinary point of view. Key words: Geopolitical imaginary; Latin America and the Caribbean; critical geopolitics and spatial decons-truction; geopolitical discourse; spatial practices and representations.

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Relações internacionais e paradiplomacia das cidades brasilenhas: elaborando o conseto de “gestão local internacional”

RESUMO As a creator and as a result of a socio-spatial dynamic imagination, Latin America and the Caribbean is a region that goes through a series of simultaneous demands to create spaces in multiple scales, and different experiences of territorialization inside, outside and beyond the Nation-state structure. In this sense, it is demanded a new identification and analysis about main characteristics of spatial practices that (re)produce dominant representations or design new spaces of representation. Indeed, this paper develops a theoretical approach around constitutive dynamic of different and conflictive regional geopolitical discourses, even thought they converge to the same physical space. This situation could allow the definition of a research agenda about critical geopolitics in Latin America and the Caribbean region, from an interdisciplinary point of view. Palavras chave: Geopolitical imaginary; Latin America and the Caribbean; critical geopolitics and spatial deconstruction; geopolitical discourse; spatial practices and representations. REFERENCIA NORMALIZADA Piazzini Suárez, Carlo Emilio (2010) “Geografías del conocimiento: transformación de los protocolos de investigación en las arqueologías latinoamericanas”. Geopolítica(s): revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 115-135. SUMARIO: Introducción. 1. Geografías del conocimiento. 1.1. Localizaciones. 1.2. Redes. 1.3. Territorialida-des. 1.4. Geopolíticas. 2. Geografías de la arqueología. 2.1. In situ. 2.2. Ex situ. 3. Tensiones y transformacio-nes en las geografías de la arqueología latinoamericana. Final. Bibliografía. Introducción

Pese a las múltiples elaboraciones críticas que han hecho de la arqueología contempo-ránea un campo de conocimiento fecundo para pensar y actuar sobre situaciones del presente y el futuro, en el ámbito más amplio del pensamiento social ésta sigue siendo vista bajo el manto de la impertinencia y acaso del exotismo que representa el estudio de la cultura material de las sociedades pre-históricas. Desde la perspectiva en que se produce este artículo, tal impertinencia y exotismo son subvertidos a favor de una visión de la arqueología como un haz de prácticas de conocimiento que encuentran su singularidad y potencia interpretativa en el estudio de aquellas “exterioridades” que las demás ciencias sociales y la historia han considerado mayoritariamente como aspectos secundarios a la hora de explicar la vida social: las materialidades y las espacialidades. El relieve de esa particularidad puede ser advertido a propósito de la manera en que la arqueología, en su tratamiento de artefactos y huellas del pasado, produce discursos sumamente poderosos a la hora de conformar, sustentar o reprodu-cir determinadas percepciones y concepciones espaciotemporales en el presente. Es precisamente por ello que se puede considerar a la arqueología como un campo fecundo y privilegiado para los estudios sociales de la ciencia y en particular para el

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desarrollo de una nueva perspectiva que he venido denominando geografías del conocimiento (Piazzini, 2009).

Este artículo debe ser tomado como una aproximación a la eficacia analítica que puede llegar a ofrecer una perspectiva en construcción de las geografías del conoci-miento y como una prueba o experimento preliminar a propósito de su aplicación a la arqueología. En primera instancia avanzo en una exposición de lo que se entiende por geografías del conocimiento, cuales las problemáticas que le son inherentes, así como las categorías de valor analítico que ofrece. En segundo lugar quiero hacer visible cómo operan las geografías del conocimiento en los protocolos de investigación y en las prácticas de divulgación del discurso arqueológico. Para ese propósito presento un análisis de lo que aquí denomino las lógicas in situ y ex situ en arqueología, entendi-das como lógicas de relacionamiento espacial entre las evidencias arqueológicas, el arqueólogo y la producción y circulación del conocimiento. Finalmente, planteo algunos problemas que quedan servidos a la hora de examinar críticamente las espa-cialidades de la arqueología en el ámbito latinoamericano. 1. Geografías del conocimiento Reconocer el carácter histórico de los conocimientos y las ciencias no ofrece hoy mayor novedad. Sabemos, abierta o íntimamente, que la forma en que pretendemos conocer y explicar el mundo no ha sido siempre la misma, ya sea porque está sujeta a discontinuidades, transformaciones graduales o porque avanza conforme a un proceso acumulativo y de perfeccionamiento. Podemos diferir sobre la forma en que en reali-dad opera esa historia, pero difícilmente podríamos concebir el conocimiento como algo de carácter ahistórico. Ahora bien, si decimos que hay una espacialidad de las ciencias, del conocimiento, estamos planteando que los saberes, sus prácticas y rela-ciones con las diversas esferas de lo social están en algún grado determinados por localizaciones, territorialidades, movimientos, esquemas geopolíticos, en fin, por toda una serie de formaciones espaciales, lo cual encontrará resistencia en el campo de la epistemología y la filosofía de las ciencias, en donde prevalecen postulados sobre el carácter fundamental de universalidad, generalidad, neutralidad e incluso de intangi-bilidad del pensamiento y las ideas científicas. Pero aún en el ámbito de la sociología y la historia de las ciencias, de donde proceden, es preciso reconocerlo, algunas de las más fuertes críticas a dichos postulados, así como algunos de los planteamientos que apoyan la existencia de dinámicas espaciales en el conocimiento, se puede percibir a menudo una ontología débil de lo espacial y un tratamiento fijo o limitado de las categorías espaciales. No es para menos: el pensamiento de la modernidad se ha caracterizado por el primado del tiempo sobre el espacio, de la historia sobre la geo-grafía, mientras que las formaciones espaciales son tratadas fundamentalmente como escenarios pasivos, referidos a extensiones cartesianas o territorios étnicos o naciona-les (Fabian, 1983; Soja, 1989).

Advirtiendo plenamente estas dificultades, parto en este texto de la existencia de unas geografías del conocimiento, esto es, de unas relaciones entre espacio y saber

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que no sólo se ponen en marcha cuando los científicos y estudiosos dan cuenta de una u otra forma de espacialidad histórica o contemporánea, sino que funciona de forma permanente en la medida en que el conocimiento se produce, apropia y circula en relación con algunas de esas espacialidades en el presente. No sólo se trata entonces de enfatizar en el conocimiento de lo espacial en el mundo, sino de reconocer que el espacio afecta la manera en que conocemos en el mundo. Por lo tanto, argumento que el estudio del espacio, como cualquier otra práctica del saber, se hace desde y en relación con determinadas geografías del conocimiento.

Durante la segunda mitad del siglo XX, los debates acerca de la incidencia de fac-tores “externos” en el proceso de producción de conocimiento fueron cada vez más frecuentes. El postulado básico de la epistemología tradicional, acerca de un sujeto neutral que conoce el mundo de manera objetiva, se vio gradualmente erosionado en la medida en que se reconoció la participación de factores históricos, sociológicos, políticos, lingüísticos y culturales en los procesos de conocimiento. Producto de un debate que en primera instancia ha oscilado entre posturas que destacan la importan-cia de una perspectiva externalista o internalista para explicar la historia y la sociolo-gía de las ciencias (cf. Kuhn, 1974) y llegando luego a enunciados que abogan por una perspectiva simétrica de la cuestión (cf. Bloor, 1991; Latour, 1993), lo cierto es que después de estas consideraciones sobre la dimensión política, social y discursiva del conocimiento, la manera en que se concibe hoy la historia de las ciencias y del conocimiento en general, difícilmente puede conformarse con la imagen de un proce-so lineal, teleológico y acumulativo de perfectibilidad en el tiempo, guiado fundamen-talmente por la lógica de la razón.

Pese a ello el reconocimiento de la importancia y repercusión de los factores espa-ciales en los procesos de conocimiento ha tenido que esperar todavía bastante tiempo. En general, podemos decir que los planteamientos básicos que permiten hablar hoy de geografías del conocimiento, proceden de cinco ámbitos discursivos, no necesaria-mente conectados entre sí: en primer lugar están los análisis pioneros sobre la distri-bución regional y mundial del trabajo intelectual, efectuados por Basalla (1967), Hägestrand (1967), Pletsch (1981) y Wallerstein (1998), que en ciertos casos han permitido elaborar críticas acerca de la inequidad en términos de acceso, dependencia y situación colonial de los saberes subalternos respecto de los centros metropolitanos (cf. Coronil, 1996; Maldonado, 2004; Mignolo, 2002), o que se han dirigido, en una perspectiva económica, al análisis de la competitividad de regiones y localidades en virtud de su capacidad de producción de conocimiento científico e innovación tecno-lógica (cf. Döring y Schnellenbach, 2006). En segundo lugar está el creciente interés de los estudios de la ciencia por los sitios o localizaciones en donde se produce cono-cimiento y la manera en que opera la movilización y consumo del mismo entre dife-rentes lugares geográficos, como es claro en los trabajos de Shapin (1998) y Latour (2001). En tercer lugar se encuentran los planteamientos en perspectiva etnográfica o de género sobre la necesidad de reconocer el carácter local, situado e in-corporado del conocimiento, como en los trabajos de Geertz (1994), Haraway (1991) y Harding (1991). En cuarto lugar tenemos las consideraciones, ciertamente diferentes, de lugar de la escritura en De Certeau (2000) y de Geofilosofía en Deleuze y Guattari (1993),

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de los cuales se desprendería que el conocimiento es en alguna medida una práctica espacial. Finalmente, están las derivaciones del pensamiento geográfico contemporá-neo hacia el tratamiento explícito de las geografías del conocimiento y las ciencias, debidos primordialmente a los trabajos de Thrift (1985), Livingstone (2003) y Agnew (2007).

Con todo, en buena parte de los discursos de corte pedagógico y divulgativo sobre lo que es y ha sido el conocimiento científico, siguen haciendo carrera planteamientos sobre el carácter apriorístico de éste como algo universal y cosmopolita, y en conse-cuencia, como algo desvinculado de territorios, lugares, localizaciones, movilizacio-nes, redes y cuerpos específicos. La principal dificultad que encuentra la aceptación de la existencia de unas “geografías del conocimiento”, reside en la anulación del lugar de enunciación como para el desarrollo del conocimiento en Occidente. La retórica impersonal y diríamos a-espacial de los discursos filosóficos y científicos ha hecho lo posible por encubrir, minimizar o eliminar cualquier conexión relevante entre lo que se conoce y se dice y desde donde se conoce y se dice. Sobre el sustrato de la cosmología judeocristiana del conocimiento, que sitúa al sujeto que conoce en el no-lugar de dios, el pensamiento del renacimiento y la ilustración quiso emular, cuando no reemplazar, esa mirada divina por un yo que piensa desde el no-lugar de la razón (Castro-Gómez, 2005). Tal como lo ha señalado Grosfoguel (2007: 64), se trata de un proceso de secularización desde la teopolítica cristiana hacia la egopolítica de la filosofía moderna.

La egopolítica supone que el conocimiento se encuentra abstraído de cualquier de-terminación espaciotemporal, en tanto el sujeto epistémico, el yo que conoce, no tiene cuerpo ni territorio ni historia, mientras que la verdad es eterna, intemporal y a-espacial. Pero durante el siglo XIX, con la edificación de una filosofía de la historia de corte teleológico, se efectuó un ajuste sumamente importante: las categorías de pensamiento fueron historizadas, como ocurre claramente en las teorías de Hegel y Marx. No obstante, al mismo tiempo la relevancia que pudieran tener los lugares desde los cuales se dice y se conoce fue opacado por una epistemología de la objeti-vidad empírica y la neutralidad axiológica, misma que estructuró la cartografía de los saberes científicos de la modernidad (Grosfoguel, 2007: 65). Con la constitución de una mirada científica que observa sin ser observada, que habla “desde ninguna parte” (Shapin, 1998) que se localiza en el punto cero de la objetividad (Castro-Gómez, 2005), se exige que las teorías, las leyes, los modelos, las hipótesis, las conclusiones, en fin, todas aquellas elaboraciones que se consideran de alto nivel científico e inte-lectual, sean de alcance global. Sólo en el plano de lo sustantivo, de los datos sumi-nistrados por los llamados “estudios de caso”, se llega a admitir el valor de la diferen-cia local, pero en virtud de que su contrastación sirva a formulaciones de alcance general. Por lo demás, el que se perciban los rasgos locales del conocimiento es equivalente a la existencia de un sesgo, un error, un tono parroquial o provincial que el “verdadero” conocimiento científico o filosófico debe erradicar (Shapin, 1998; Livingstone, 2003: 2)

Frente a un perspectiva egopolítica, cronocentrada y espacialmente neutra del co-nocimiento, en este texto adopto una aproximación a las geografías del conocimiento,

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entendidas ampliamente como aquellas dinámicas espaciales de localización, distri-bución, movilización, diferenciación, separación y jerarquización de los saberes que contribuyen a explicar la emergencia, apropiación y reproducción del conocimiento (Agnew, 2007; Thrift, 1985). En esta perspectiva, aquello que ha sido denominado como una “geografía del pensamiento científico” (Livingstone, 2003) ocupa un lugar sumamente importante lo cual, sin embargo, no debe conllevar a ocultar o descuidar otras formas de conocimiento que serían en principio no científicas, así como a expli-car las articulaciones y tensiones entre ciencia y no ciencia.

Pero ¿cómo operan estas geografías del conocimiento? ¿De qué forma y hasta qué punto comprometen las espacialidades el postulado de universalidad de las ciencias? O mejor aún: ¿Cómo explicar, precisamente desde una perspectiva espacial, la emer-gencia y desarrollo de postulados acerca de la universalidad del pensamiento científi-co? Existen varias líneas de indagación que ofrecen tanto evidencias como nuevas preguntas al respecto, las cuales con estricto interés enunciativo podemos agrupar en la siguiente tipología de espacialidades o geografías del conocimiento: localizaciones, redes, territorialidades y 1. 1.1. Localizaciones

En una perspectiva que siguiendo a Livingstone (2003: 12) llamaríamos una “micro-geografía” de las ciencias, se encuentran en primer lugar los sitios (que no en estricto sentido lugares)2 en donde acontecen las prácticas científicas. Desde los campamentos in situ, pasando por los laboratorios, hospitales, cementerios y colecciones, hasta llegar a las aulas, museos, jardines botánicos, bibliotecas y archivos, el conocimiento científico requiere siempre de la adecuación, cuando no de la edificación de determi-nadas localizaciones, cuyas características de ubicación, acceso, ambiente (ópticas, acústicas y olfatorias) y dotación, resultan fundamentales para garantizar la aplicación de los protocolos de producción, movilización, distribución y consumo de conoci-miento. Pero el papel que juegan estos espacios no debe ser entendido de manera aislada o únicamente como una condición de tipo logístico. Por una parte los sitios en donde tienen lugar las practicas científicas se encuentran habitados por humanos y no humanos (científicos, instrumentos y objetos de estudio) que en su interacción y localización específicas constituyen nodos ineludibles dentro de la más amplia red de producción, estandarización y movilización de los conocimientos (Latour 2001:122). _____________

1 Me apoyo parcialmente en la tipología propuesta recientemente por Agnew (2006 y 2007) para una geografía del conocimiento sobre la política mundial, así como en el enfoque de aproximación por escalas a la geografía del conocimiento científico que ha planteado Livingstone (2003). 2 Livingstone emplea indistintamente los términos sitio (site) y lugar (place), sin embargo, se refiere en esta escala microgeográfica a las localizaciones, emplazamientos o arquitecturas en donde se desarrollan las prácticas espaciales. El término “lugares de la ciencia” hace parte de lo que en este artículo denominamos territorialidades, lo cual coincide, en términos generales con la escala regional propuesta por el autor (Cf. Livingstone 2003: 87).

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En cierto sentido, la materialidad de las ciencias, entendida como el ensamblaje híbrido de objetos, instrumentos y cuerpos, necesario a la producción del conocimien-to, puede ser considerada como parte constituyente de esta microgeografía de las ciencias.

Una de las implicaciones más claras acerca de la importancia de estos espacios de la ciencia en la producción de conocimiento, estriba en el papel que juegan las locali-zaciones y sus ensamblajes materiales en la certificación de validez del conocimiento producido. El haber recolectado información en campo y el haberla procesado en laboratorio con los instrumentos adecuados, puede hacer la diferencia entre ciencia y no ciencia en ciertas disciplinas y contextos de producción de conocimiento. Por otra parte, estas localizaciones sirven al disciplinamiento de los sujetos que “hacen cien-cia” y conllevan una importante carga simbólica que define imaginarios propios y ajenos acerca de lo que es ser o no ser científico. El trabajo de campo, los experimen-tos en el laboratorio, las tareas de archivo y las clasificaciones de museo, constituyen prácticas en espacios concretos que refuerzan la imagen que de sí mismos tienen los científicos en determinadas disciplinas y se proyectan a lo que el publico considera como propio de la ciencia. 1.2. Redes

Las localizaciones de la ciencia, al igual que las demás geografías del conocimiento, deben ser comprendidas en una perspectiva simétrica, es decir, que no sólo aplican para tratar de comprender las limitaciones o errores de un determinado sistema de pensamiento, sino que contribuyen también a comprender porqué determinada ciencia o teoría ha sido exitosa (Livingstone, 2003: 3). En efecto, en lugar de afianzar la tesis según la cual los rasgos locales que se reconocen en el discurso científico correspon-den a errores o perspectivas limitadas y provincianas, el postulado mismo de univer-salidad de la ciencia ha sido posible sólo en la medida en que ha operado mediante un sistema que pone en contacto diversas localizaciones. De acuerdo con Latour (2001: 38 y ss.), la capacidad de movilización de conocimiento de un lugar a otro, mediante la incorporación de modos de estandarización, es precisamente lo que ha permitido a ciertas ciencias su efectividad para constituirse en poderosos sistemas de explicación del mundo. La universalidad de las ciencias no es pues un a priori connatural y afor-tunado del pensamiento moderno. Tampoco es el producto de la simple “difusión” de ideas desde un lugar central hacia las periferias. Se trata más bien de la articulación entre una aspiración cosmopolita investida de una “mirada desde ninguna parte” y el establecimiento de una compleja red de circulación y movilización de conocimiento entre las diferentes localizaciones en donde ocurren las prácticas científicas.

En esta movilización juegan un papel fundamental las inscripciones (mapas, tablas, gráficos, diarios de campo) que garantizan que las referencias (sistemas unificados de notación y medida) circulen desde el mundo a las palabras y viceversa, desde el campo, el laboratorio o el archivo hacia los textos científicos y de éstos a los referen-tes iniciales (Latour, 2003: 38). Un encadenamiento adecuado y reversible de las

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inscripciones y estandarizado de las referencias, que no es otra cosa que la moviliza-ción del conocimiento, es condición de posibilidad para que las observaciones, mues-treos y experimentos realizados en diferentes partes del mundo, sean conmensurables entre sí. 1.3. Territorialidades Con todo y que muchas de las prácticas científicas implican o proponen abiertamente condiciones de confinamiento, privacidad, restricción de acceso y manejo de lengua-jes esotéricos, las localizaciones y redes de la ciencia no logran ser aspectos aislados del resto del mundo. Se insertan, muchas veces a pesar suyo, en territorialidades generadas por sentimientos de identidad, pertenencia a control político3. Los campa-mentos y expediciones en campo, los laboratorios y museos, las aulas y bibliotecas, así como las redes que conforman en sus necesarias conexiones, se yuxtaponen y complican con lugares, paisajes, regiones, fronteras y territorios a diversas escalas, los cuales propician o limitan el quehacer mismo de la ciencia. Es por ello que la ciencia, como otros saberes, produce conocimientos en estrecha relación con contextos cultu-rales y geohistóricos específicos, planteamiento muy relacionado con la reivindica-ción de lo que se ha dado en llamar “conocimientos locales”, “conocimientos indíge-nas”, “conocimientos situados” o “in-corporados” en los discursos de la etnografía, la geografía de género y los estudios sociales de la ciencia (Geertz, 1994; Haraway, 1991). Estos planteamientos enfatizan en cómo la ciencia está culturalmente determi-nada, de tal forma que el conocimiento no se construye, apropia ni funciona de la misma manera en todas partes. Aún en los casos en que se registra la aplicación de cánones comunes de observación y registro de la información, el proceso de explica-ción o interpretación se encuentra sujeto a metáforas culturales específicas.

Este enfoque tiene como antecedente temprano uno de los más generalizados plan-teamientos acerca de la forma en que se espacializa la ciencia: la existencia de tradi-ciones científicas nacionales (cf. Shapin, 1998). No obstante, es necesario tener en cuenta que dicha forma de espacialización del conocimiento, lejos de ser una constan-te, es correlativa a una de las figuras principales mediante las que se ha ordenado la imaginación geopolítica de la modernidad: aquella de los estados nacionales como formas “naturales” en que se reparten los poderes en el mundo (Agnew, 1998). En otras palabras, debe entenderse que la condición local del conocimiento no sólo se hace visible a propósito de los estados nacionales, sino que alternativamente e incluso en disputa, existen otras territorialidades en el marco de las cuales puede ser explica-da la emergencia, distribución y apropiación del conocimiento. De hecho, plantea-mientos más recientes sobre la importancia del conocimiento situado, localizan la

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3 En términos generales, la escala regional de la geografía del conocimiento científico propuesta por Livingstone(2003: 87), pertenece a lo que aquí denominamos territorialidades del conocimiento.

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cuestión de las relaciones entre conocimiento y poder en escalas espacialmente tan reducidas como el cuerpo mismo (cf. Haraway, 1991).

Otra línea de evidencia que pone de manifiesto la importancia de estas territoriali-dades, se refiere a la disponibilidad local de determinados conocimientos como factor de mayor o menor competitividad entre ciudades, regiones o países en la dinámica económica y tecnológica de la globalización (cf. Döring y Schnellenbach, 2006), lo cual indica que, aún en aquellos campos en los cuales ha hecho carrera la tesis de la muerte del espacio y las fronteras, la espacialidad del conocimiento constituye un factor determinante. 1.4. Geopolíticas

La imbricación entre localizaciones y redes, de una parte, y territorialidades del conocimiento, de otra, puede llegar a producir sistemas jerarquizados de poder, regi-dos por consideraciones morales y políticas acerca de cuáles son los lugares más o menos apropiados para producir conocimiento. Desde lo que Mignolo (2002: 71) ha denominado pensamiento fronterizo, como una epistemología de perspectiva subal-terna, se hace visible la existencia de una geopolítica del conocimiento que concede mayor o menor importancia a determinados saberes, conforme éstos se localizan a ambos lados de la diferencia colonial, esto es, del lado del pensamiento hegemónico (Centro, Occidente o Norte geopolítico), o del lado de los pensamientos colonizados o subalternos del resto del mundo (Periferia, Oriente o Sur geopolítico). Esta perspecti-va geopolítica del conocimiento se ha desarrollado con particular fuerza a partir de las denominadas críticas poscoloniales y decoloniales en Asia y América, como es claro en las obras de Said (1978) y Mignolo (2002), respectivamente. El énfasis es puesto aquí en la autoridad epistémica que se deriva de los lugares de enunciación desde los cuales se produce el conocimiento.

Una tal geopolítica del conocimiento comportaría otra faceta que contribuye a pre-cisar la existencia de una cartografía de las ciencias, conforme a la cual los objetos de estudio de determinadas disciplinas se distribuyen diferencialmente en el planeta, dependiendo de la cercanía espacio-temporal que dichas regiones ofrecen respecto de la Historia occidental y la Sociedad Moderna de conformidad con lo que se considera digno de estudiar en cada una de sus regiones (cf. Pletsch, 1981; Wallerstein, 1998). Así, por ejemplo, mientras la antropología se ha dirigido predominantemente a estu-diar la cultura de las poblaciones premodernas situadas en el llamado tercer mundo, la sociología y la historia se han desarrollado con particular fuerza mediante el estudio de las dinámicas sociales pasadas y presentes del “mundo desarrollado”.

Esta tipología de espacialidades sirve a los propósitos de hacer visible la impor-tancia que tiene el reconocimiento y estudio de las geografías del conocimiento, con particular atención a los estudios de la ciencia. Sin embargo, lo propio aplica para otras áreas del pensamiento social contemporáneo interesadas en conocimientos locales, geopolítica crítica y los cada vez más populares estudios sobre los factores espaciales del desarrollo económico y tecnológico.

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En lo que resta de este texto quiero poner en marcha un análisis de la manera en que operan estas espacialidades del conocimiento en la arqueología, bajo el doble presupuesto de que en esta disciplina los espacios de la ciencia resultan fundamenta-les dentro del protocolo de investigación, mientras que, por otro lado, el conocimiento generado es particularmente poderoso para afianzar o transformar espacialidades en el presente. 2. Geografías de la arqueología

Quiero ahora mostrar cómo operan estas espacialidades del conocimiento a través de un breve análisis de la forma en que los protocolos de investigación de una disciplina científica han comenzado a ser transformados por las dinámicas socioespaciales en Latinoamérica. Me refiero a la arqueología, un campo de conocimiento que los histo-riadores británicos del siglo XIX llamaban, irónicamente “la ciencia de los analfabe-tas”, por su relación con la idea de prehistoria, aquella temporalidad remota que antecedía y estaba por fuera de la historia, entendida como ser y modo de ser de la memoria occidental basada en sistemas alfabéticos de escritura. Es cierto: hoy se habla de arqueologías históricas, medievales, urbanas e incluso industriales y del capitalismo, con lo cual la frontera entre sociedades con y sin escritura ha sido disuel-ta para esta disciplina. Pero esta disolución no ha estado acompañada necesariamente de una transformación del protocolo clásico de producción de conocimiento que se estableció con la arqueología prehistórica del siglo XIX.

Una cierta reclusión en la producción de discursos exóticos sobre temporalidades remotas hace a menudo que desde la arqueología misma no se perciba la singularidad y potencia interpretativa que representa el haberse hecho cargo de aquellas “exteriori-dades” que las demás ciencias sociales y la historia han considerado mayoritariamente como aspectos secundarios a la hora de explicar la vida social: las materialidades y las espacialidades. No obstante, el relieve de esa particularidad puede ser advertido a propósito de la manera en que la arqueología, en su tratamiento de artefactos y huellas del pasado, produce discursos sumamente poderosos a la hora de conformar, sustentar o reproducir determinadas percepciones y concepciones espaciotemporales en el presente.

Desde luego que la arqueología, como campo de conocimiento científico, participa de todas las espacialidades antes descritas. Así por ejemplo, la historia del pensamien-to arqueológico, lejos de ser una sucesión cronológica de paradigmas que se reempla-zan unos por otros, constituye un entramado de producciones y apropiaciones teórico-metodológicas localizadas y conectadas por redes de transferencia, traducción, inter-discursividad y re-interpretación que funcionan de conformidad con esquemas geopo-líticos que privilegian unos lugares de enunciación frente a otros. Así mismo, la acogida o rechazo frente a determinados enfoques arqueológicos se explica en buena medida por la existencia o inexistencia de conocimientos locales que definen las condiciones de posibilidad para apropiar, siempre mediando una re-interpretación, los conocimientos producidos en otros contextos geográficos y culturales. No menos

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importante es la tensión entre el discurso arqueológico y los saberes indígenas o locales; con frecuencia, el pasado del que hablan los arqueólogos, así como el trata-miento que dan a las evidencias del mismo, entra en franca contradicción con la dinámica de las memorias locales y sus formas de valoración de los testimonios ancestrales.

El protocolo clásico de la producción de conocimiento arqueológico depende del establecimiento de una red de relaciones específicas entre determinadas localizacio-nes de la ciencia (el trabajo de campo, el laboratorio, el museo y los textos), regida por lógicas de relacionamiento espacial entre el arqueólogo y el objeto de estudio que aquí in situ y ex situ. La primera no necesita mayor presentación. Salir a campo, estar allá, observar y recolectar directamente los vestigios arqueológicos en aquel afuera espacio-temporal, es para la mayoría de estudiosos y del público una condición fun-damental del protocolo de investigación arqueológica. La segunda, corresponde a la producción de discursos sobre el pasado que prescinde de una relación co-presencial entre el arqueólogo y el contexto espacial de su objeto de estudio. Me refiero en general a las fases subsiguientes de investigación, como son los análisis de laboratorio, la elaboración de informes y publicaciones, así como la puesta en escena de los resultados de los estudios o clasificaciones en los museos y sitios web.

Cada lógica tiene su historicidad, que atraviesa el devenir de la arqueología desde su configuración en el siglo XIX hasta el presente, efectuándose tensiones y articula-ciones entre ellas, dependiendo de circunstancias particulares. Mientras in situ se ofrece como un vínculo co-presencial y fundamental entre la arqueología y la espacia-lidad de los artefactos y huellas que ésta estudia, ex situ quisiera re-crear esas espacia-lidades en otra parte, prescindiendo incluso de las relaciones de co-presencia y reem-plazándolas por complicadas redes de circulación de referencias. 2.1. In situ La formación de la arqueología como campo de conocimiento ocurre en un complica-do juego de tensiones entre las categorías de tiempo y espacio, espíritu y materia, propio del contexto de emergencia del pensamiento científico de la modernidad. La deconstrucción del concepto de prehistoria, tan relacionado con la arqueología desde el siglo XIX, permite establecer que el ámbito de referencia de la disciplina se fijó de manera negativa por contraste con una enunciación positiva del campo de conoci-miento de la historia, con su énfasis en el tratamiento de la documentación escrita y el estudio del pasado reciente de aquellas sociedades consideradas “históricas” porque se les atribuía una organización política capaz de generar y mantener un sistema escritutario como soporte de la memoria. En efecto, “fuera de la historia” y “antes de la escritura” son los dos enunciados negativos que demarcaron la prehistoria como el ámbito de estudio por excelencia de la arqueología, enunciados que, revisitados

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críticamente, se refieren en última instancia al espacio, el olvido y las materialidades como categorías subalternas y antagónicas del tiempo, el espíritu y la escritura alfabé-tica centrales al pensamiento judeocristiano y de la modernidad4.

En medio de estas tensiones, y de la disputa entre un pensamiento objetivo —pro-pio de las ciencias naturales— y un pensamiento especulativo —propio de la historia—, la arqueología se vinculó en primera instancia más cerca de los protocolos de investigación de las primeras. En este alineamiento, el trabajo de campo se fue configurando como un aspecto inherente al ejercicio de la arqueología, dando naci-miento a una lógica de relacionamiento entre el sujeto y el objeto de conocimiento. Según esta lógica, es preciso que el estudioso se traslade al sitio mismo de hallazgo de las evidencias arqueológicas y que la observación de éstas comience por un regis-tro riguroso de su posición y localización en el sitio en que se encontraron. Sin ello, se dice en todo manual de arqueología de campo, se pierde información que resulta definitiva a la hora de explicar o interpretar lo que dichos hallazgos significan para la reconstrucción de determinados eventos, prácticas o procesos históricos y sociocultu-rales. Es como si la proximidad espacial entre el arqueólogo y su objeto de estudio pretendiera mitigar esa distancia radical y ese extrañamiento absoluto frente a una temporalidad remota y unas huellas silenciosas de actividades humanas el pasado.

La incorporación del trabajo de campo a la arqueología fue un proceso gradual. Si bien es cierto que inicialmente fue apropiado en el contexto de planteamientos cerca-nos al evolucionismo biológico y social del siglo XIX, alcanzó su mayor importancia cuando la arqueología empezó a transitar por los caminos del difusionismo y luego de la historia cultural. Por contraste con lo que venía sucediendo bajo el enfoque evolu-cionista de la segunda mitad del siglo XIX, cuando el ordenamiento de los artefactos en estadios o etapas cronológicas primaba e inclusive prescindía de consideraciones sobre su proveniencia geográfica, durante la primera mitad del siglo XX se hizo cada vez más apremiante definir la localización espacial de las evidencias, como condición para trazar movimientos migratorios y confeccionar cartografías compuestas por áreas culturales (Lucas, 2000: 6). De alguna forma, el difusionismo y la historia cultural representan un movimiento de “regionalización de la prehistoria”, aun cuando es preciso decir también que el ordenamiento temporal y teleológico de las evidencias siguió siendo el principio fundamental de los análisis e interpretaciones.

Acorde con el predominio, entre las ciencias naturales y la geografía, de una con-cepción cartesiana y biofísica del espacio, la lógica in situ busca en lo fundamental ubicar bi-dimensional o tri-dimensionalmente las evidencias arqueológicas, establecer una topología geométrica de sus relaciones entre sí y, finalmente, trazar adyacencias o superposiciones con las características de la geografía física circundante, llámense

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4 Para un análisis del concepto de prehistoria y la prevalencia de un sentido de temporalidad prehistórica, incluso en aquellas arqueologías que en virtud de la cronología con que tratan podrían denominarse “históri-cas”, está el trabajo de Lucas (2005). Para un análisis específico de la valoración del espacio y las materialida-des en el contexto de génesis del concepto véase Piazzini (2006b, 2008a; 2008b).

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éstas relieve, unidades geológicas, características de fertilidad de los suelos, clima o zonas de vida.

Pero más allá de su valor heurístico, la lógica in situ, por su estrecha relación con el trabajo de campo, constituye un ámbito de especial significación para el imaginario de y sobre los antropólogos y arqueólogos (cf. Fabian, 1983; Lucas, 2000; Moser, 2007; Tomášková, 2007). Entre los arqueólogos y el público general el trabajo de campo configura una imagen a la que se le presta poderosa atención: para los prime-ros, se trata de una suerte de iniciación y/o refrendación de la condición de ser ar-queólogo (y aquí el género no es gratuito). Para el público, es difícilmente concebible el que un arqueólogo no se encuentre en el campo y que sólo permanezca entre los estantes de un museo o en un escritorio rodeado de libros. En la base de este imagina-rio ocupa un lugar importante el viejo cronotopo del viaje, remozado por el estilo de las expediciones científicas de los siglos XVIII y XIX. Yendo hasta los lugares remo-tos de donde venían las noticias y cosas exóticas que habían alimentado la imagina-ción europea del Renacimiento y las historias naturales y taxonomías de la Ilustración, a su retorno los viajeros se encontraban revestidos de una autoridad epistémica que daba a sus diarios, sus relatos, sus ilustraciones, una connotación de realidad que cancelaba lo que hasta entonces eran meras fabulaciones o especulaciones5.

La potencia del cronotopo del viaje hace visible que la lógica espacial in situ no se agota en la documentación geográficamente precisa de las evidencias arqueológicas. El protocolo clásico de investigación arqueológica implica salir de una localización central en la que se produce y se divulga el conocimiento —por excelencia la univer-sidad, el centro de investigación o el museo— hacia una exterioridad llamada eufe-místicamente “el campo”. Tal denominación no es casual, en la medida en que es heredera de uno de los más antiguos esquemas de la geopolítica del conocimiento: la diferencia entre el sujeto urbano (y masculino) que conoce y el espacio rural (y feme-nino) que debe ser conocido. Y justamente, en esta geopolítica prima la ciudad como locus de enunciación. Es por ello que la lógica in situ opera sólo durante los momen-tos iniciales del proceso de investigación, pues para culminar debidamente sus tareas, el arqueólogo necesita retirarse del campo, conjuntamente con las evidencias que recuperó, para “concentrarse” en los procedimientos de análisis y escritura, ya en la tranquilidad de laboratorios, museos y oficinas.

Se deja entrever aquí un proceso de purificación que hace casi literal el sentido dado al término por Latour (1993) en su análisis crítico sobre las relaciones entre ciencia y política. El trabajo de campo garantiza y controla el encuentro entre el arqueólogo y las evidencias, pero al mismo tiempo provoca una promiscuidad entre el sujeto y el objeto de estudio; una abyecta relación del científico con las exterioridades (tierra, objetos y sudor) y una dependencia de los factores climáticos, geográficos y _____________

5 Lo que hoy entendemos como una autoridad epistémica derivada del trabajo de campo, posee un largo proceso de sedimentación en el pensamiento de Occidente, empezando por el valor otorgado al ojo del testigo que sabe porque ha visto (yo ví, yo estuve allí) como figura retórica que espacializa el saber y otorga un efecto de verdad en los relatos de viaje griegos (Hartog, 2003: 247 y ss.).

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sociales que rigen en el campo, que en su conjunto requieren ser neutralizadas, sus-pendidas, lo cual se logra dando paso al trabajo de laboratorio. No es por casualidad que en este tránsito, y de conformidad con el protocolo de investigación arqueológica, las evidencias deban ser, primero que todo, limpiadas, purificadas de su relación “originaria” con la tierra.

De forma paralela, opera aquí un proceso de des-localización y re-localización. Salvo que se trate de ensamblajes materiales imposibles de trasportar, el protocolo de investigación señala le necesidad de trasladar, esto es, desvincular de sus lugares de emplazamiento, las evidencias arqueológicas para situarlas en una nueva localización: el laboratorio. De nuevo, la denominación no es gratuita: allí, en ese punto neutro, que se llama laboratorio porque quisiera ser un no-lugar, es decir un espacio en el que se puedan controlar factores ideales para que el científico produzca conocimiento sin ser interferido por el mundo, se opera, casi misteriosamente, una re-localización de los objetos. Las cartografías, los planos, los perfiles estratigráficos, los datos de GPS y las fotografías, quisieran preservar la localización “in situ” que con tantos esfuerzos se fue a buscar a campo, pero estos dispositivos de registro, estas inscripciones y referencias, no son ingenuos pues constituyen hasta cierto punto la prolongación de ciertos modos de mirar y concebir el espacio. Así es que, lo que era una acumulación silenciosa y errática de huellas y artefactos encima o bajo tierra, deviene en un sitio arqueológico, un área de actividad, un asentamiento, una región arqueológica, un territorio étnico, entre otras tantas categorías espaciales que emplean los arqueólogos. Luego, los objetos y registros gráficos, entre los que se cuentan idealmente mapas y planos, son desplegados en museos, libros y sitios de internet proyectando nuevas espacialidades entre los iniciados y el público en general.

Lo anterior indica que la lógica de relacionamiento espacial in situ va siendo re-elaborada conforme se avanza en las redes de movilización del conocimiento, hasta ser absorbida y reemplazada por otra lógica que prescinde de la relación de co-presencialidad entre el arqueólogo y sus hallazgos, así como de éstos con sus lugares de origen. Como sucede en la antropología, en donde la etnografía constituye apenas un estadio inicial y descriptivo, que sólo adquiere pleno sentido cuando se transita hacia una etnología que analiza y generaliza (cf. Levi-Strauss, 1976: 22), el trabajo de campo en arqueología, esa estrecha relación entre el estudioso y el espacio de locali-zación de sus evidencias, pronto es reelaborada desde prácticas ex situ, que son consi-deradas como más refinadas en términos analíticos y de elaboración teórica. 2.2. Ex situ

Históricamente, la lógica ex situ es anterior a la práctica in situ, como quiera que coleccionistas y anticuarios no requerían saber el sitio preciso de proveniencia de sus curiosidades, mientras que muchos de los museólogos, etnólogos y prehistoriadores del siglo XIX e inicios del XX, elaboraban la mayoría de sus interpretaciones con base en colecciones que hoy llamaríamos descontextualizadas o sin información exacta acerca de sus sitios de proveniencia. Pese a la gradual incorporación del traba-

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jo de campo en la arqueología durante finales del siglo XIX e inicios del XX, la lógica ex situ siguió funcionando y sigue presente hasta nuestros días, no solo en el tratamiento dado a los objetos en muchos museos y colecciones, sino en las fases de investigación que suceden al trabajo de campo: los análisis en laboratorio y las activi-dades de interpretación y escritura.

Esta lógica nace con la práctica del coleccionismo por parte de los diletantes y an-ticuarios del Renacimiento italiano y la Ilustración europea, para quienes la informa-ción de los sitios específicos de proveniencia de las piezas arqueológicas que atesora-ban en sus gabinetes no estaba disponible o no importaba. Las antigüedades se desplegaban promiscuamente entre las “curiosidades de la naturaleza”, siendo el criterio de existencia de un “afuera” salvaje y natural el principio fundamental para otorgar un cierto orden espacial a todas estos objetos. O se ordenaban los objetos en las colecciones, según una topología que simulaba los territorios de la antigüedad: Siria, Persia, Egipto, Grecia y Roma, desplegaban ahora fragmentos de sus imperios y civilizaciones en las colecciones y museos de varias ciudades europeas. Se abría con ello la construcción de una metáfora territorial en la forma en que eran dispuestos los objetos arqueológicos en las colecciones. Ello ocurría a la par que la emergencia de los nacionalismos y el despliegue de las campañas de expansión y colonización de Europa por el mundo, lo que no constituye una simple coincidencia. Llegando incluso a descuartizar grandes monumentos, lo que correspondía era trasladar las evidencias arqueológicas conjuntamente con los botines de guerra a los recintos de la nobleza europea y más tarde a los museos.

Era en virtud de su instalación en esos lugares, localizados por fuera de los sitios de proveniencia, que los objetos adquirían un valor estético e histórico. Operaba ya entonces una desterritorialización y reterritorialización de los objetos arqueológicos, de tal forma que lo que fueran apenas ruinas dispersas y semienterradas en paisajes espaciotemporalmente lejanos, se convertían en monumentos y testimonios de una antigüedad gloriosa que ahora servía a la escenografía de los espacios de poder de las elites europeas. Más tarde, y allí en donde la arqueología ha participado en los proce-sos de construcción de imaginarios sobre los estados nacionales, la lógica ex situ produjo cartografías en las cuales se ordenaban los datos arqueológicos conforme a antiguas unidades étnicas o nacionales. 3. Tensiones y transformaciones en las geografías de la arqueología latinoame-ricana

A primera vista, para la arqueología las relaciones in situ - ex situ deben funcionar de forma complementaria: se debe salir al campo para llevar objetos y datos debidamen-te registrados a los laboratorios y museos. Pero si se analiza la cuestión más deteni-damente, se ven tensiones que indican que en alguna medida la vieja oposición entre espacios urbanos y rurales, así como el proceso de purificación inherente al pensa-miento moderno sobre la ciencia y la política sobreviven en las prácticas e imagina-rios del discurso arqueológico contemporáneo.

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Frente al estereotipo del arqueólogo como “hombre de campo”, está la imagen en-cubiertamente despectiva del trabajo de campo como un mal necesario. Es conocida la diferencia establecida en la academia británica entre arqueología y prehistoria, según la cual los arqueólogos son meros “excavadores”, personajes técnicos ligados con el mundo de las materialidades y la tierra, cuerpos sudorosos encargados de recuperar las evidencias in situ para que, mentes más intelectuales y alejadas del trabajo manual las clasifiquen e interpreten ex situ. Una suerte de atavismo hace que aún hoy persistan de alguna manera estas tensiones en ámbitos de la práctica contem-poránea, como sucede con la denominada arqueología por contrato o de rescate. Aquí se ha desarrollado un contingente importante de “excavadores” a los que a menudo se les critica un ejercicio centrado en las descripciones y poco elaborado al nivel de las explicaciones e interpretaciones. Un reproche que suele estar acompañado de críticas hacia una relación demasiado directa entre el ejercicio de la arqueología y los capita-les que financian las obras de infraestructura a las que se aplica. Acaso haya aquí algo de un nuevo reclamo de purificación que exige separar la ciencia de la abyección del dinero.

Pero en última instancia, estas tensiones son subsidiarias de una diferencia que en el discurso científico aparece de forma más explícita: aquella entre datos y teoría (cf. Lucas, 2000: 10). Así pues, los datos son locales, las teorías son generales, diferencia que, de conformidad con ciertas geopolíticas del conocimiento, puede operar en el sentido de separar y jerarquizar los ámbitos de desempeño profesional entre aquellos dedicados a “excavar” y aquellos dedicados a “explicar e interpretar”.

Las prácticas ex situ, hay que decirlo, se pretenden más generales, cosmopolitas, descorporeizadas y desmaterializadas que las prácticas in situ, pero en realidad son tan espaciales como éstas. En efecto, las actividades del coleccionista, el museólogo y el arqueólogo en sus laboratorios, estantes y vitrinas, pretendidamente aislados del mundo, en sus escrituras que no parecieran tener otro lugar que la virtualidad de la pantalla del computador o la débil materialidad de un poster o de un libro, son tan espaciales como las prácticas in situ. Paradójicamente, la lógica in situ opera confor-me a una concepción del espacio cartesiano y biofísico, mientras que la lógica ex situ, pretendidamente aespacial, parece enfatizar en una concepción del espacio como territorio, esto es, como dimensión política e identitaria del espacio.

Esta espacialidad de la lógica ex situ es fácil de identificar en el caso de las ar-queologías de corte histórico-cultural que han favorecido la producción de imagina-rios acerca de la soberanía territorial de los estados nacionales. De laboratorios, museos y bibliotecas emergen espacialidades arqueológicas que sirven a los propósi-tos de edificar o mantener imaginarios de nación, sea apoyándose en territorialidades prehispánicas de carácter imperial, como sucede en México o Perú, o en mosaicos de culturas arqueológicas, como sucede en casi todos los países latinoamericanos que no poseen tal correlato precolombino y optan por fortalecer la idea de integración entre sus regiones.

Ahora bien, por lo menos en lo que atañe al contexto latinoamericano, las lógicas ex situ e in situ operan en una relación problemática, de tensión y reorganización de la jerarquía que sostienen entre sí. Ello se debe a que, cada vez con más frecuencia los

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reclamos y aspiraciones de autonomía por parte de ciertas comunidades étnicas y grupos sociales, se tramitan en función del control territorial sobre los artefactos y sitios arqueológicos. El discurso institucional del patrimonio cultural de los países latinoamericanos viene siendo apropiado y re-significado por sectores subalternos que han visto en los sitios y objetos arqueológicos el poder y la eficacia que representa el que puedan hacer tangibles y visibles las articulaciones entre espacio y tiempo, entre territorio y memoria (Piazzini, 2008c). Como consecuencia, comunidades periféricas o rurales se resisten a la desterritorialización de los objetos arqueológicos, reclaman-do su permanencia en los emplazamientos originales, o cuando menos, en museos locales, con el ánimo de que sirvan como testimonios in situ de la ancestralidad de su presencia en un territorio.

Un líder indígena de las comunidades kogui que tienen su territorio en La Sierra Nevada, al norte de Colombia, ha dicho al ver objetos sagrados de sus ancestros exhibidos en un museo arqueológico localizado en Bogotá, a cientos de kilómetros de distancia, que estos estaban “secuestrados” “extraditados” y que requerían de ser descontaminados para volver a restituirse en sus espacios originales.

A otra escala, estos reclamos de restitución vienen sucediendo en la esfera de los estados latinoamericanos, como cuando el Perú ha exigido la devolución de las evi-dencias arqueológicas que reposan en la Universidad de Yale desde principios del siglo XX, cuando fueron transportadas por los arqueólogos para ser analizadas y exhibidas. O cuando en Colombia se presiona a las autoridades culturales y diplomá-ticas para que reclamen a España el llamado Tesoro Quimbaya que se exhibe en el Museo de América en Madrid, el cual fue obsequiado a finales del siglo XIX por el gobierno colombiano a la realeza española en un acto de agradecimiento por sus buenos oficios en un diferendo limítrofe con Venezuela.

Surgen pues a escala infranacional y nacional desajustes en la jerarquía institucio-nal de toma de decisiones sobre qué es o no es patrimonio, a quién pertenece y en donde debe permanecer. Igualmente, en el protocolo clásico de investigación en arqueología: se produce una dislocación del lugar de enunciación de los arqueólogos, situados ahora en una posición coyuntural entre la soberanía territorial del estado-nación y la emergencia de nuevas territorialidades que desafían ese esquema a partir de enunciados de autonomía. Está operándose una transformación en las espacialida-des de la ciencia

Acompaña este proceso una dinámica de debate y re-definición de los conceptos espaciales que venían manejando las ciencias sociales, la geografía y la planeación del territorio (cf. Agnew, 2008; Piazzini, 2004). Por una parte, la noción de sitio, como localización específica en un plano cartesiano, se complica con la enunciación de un concepto de lugar que se refiere a un espacio socialmente producido en el que prevalecen las relaciones cara a cara, los sentidos de pertenencia y formas particulares de relacionarse frente al resto del mundo imaginado. De otra parte, el territorio, no se refiere ya únicamente al espacio de soberanía del Estado, al control y dominio de recursos biofísicos en una porción de la geografía o al ámbito de referencia espacial de una identidad cultural específica. De su contexto de emergencia en el siglo XIX, el concepto de territorio guarda fundamentalmente la relación entre espacio y poder,

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pero dicha relación se da en formaciones socioespaciales que pueden ser diferentes o exceder las figuras tradicionales de un territorio estatal, etológico o étnico.

En medio de estas tensiones y resignificaciones, está operándose una transforma-ción en las lógicas in situ y ex situ en arqueología. En primer lugar, in situ es re-significado como la co-presencia, no sólo del arqueólogo con sus objetos de estudio en un espacio cartesiano y geofísico, sino con espacios, es decir, con los actores locales y sus concepciones y experiencias históricas y actuales sobre los lugares, los territorios, las fronteras y los paisajes.

Conviene recordar aquí que el valor específico de las condiciones locales para el trabajo de campo en arqueología, había sido reducido a menudo a una cuestión “natu-ral”. Frank Hole y Robert Heizer en su clásico manual Introducción a la arqueología prehistórica, señalaban:

Los arqueólogos frecuentemente han de trabajar en condiciones que los ponen a prueba. El clima puede ser extremadamente desagradable, como sucede en las tierras bajas tropicales de México o de la Amazonía, en los desiertos de África o en las gran-des altitudes del altiplano de los Andes, lugares en los que el calor o el frío intensos, o la humedad excesiva, pueden ser causa real de verdaderas incomodidades y hasta de desgracia… Además de estos problemas, puede haber peligros físicos reales en el tra-bajo de campo. El polvo proveniente de escarbar en lugares resecos dentro de algunas cuevas ha producido algunas muertes entre los arqueólogos, como las han producido la caída de las rocas de los techos, al igual que de cuevas, así como el derrumbamiento de muros en trincheras profundas. Los riesgos de contraer enfermedades en regiones en donde las condiciones sanitarias son muy pobres y donde no se pueden conseguir servi-cios médicos, han dado por resultado algún final súbito para varias expediciones ar-queológicas, lo mismo que la muerte de algunos de sus miembros. Estos ejemplos pue-den considerarse, es verdad, como casos extremos; pero lo cierto es que los trabajos de campo en tierras extrañas raras veces son fáciles y, en cambio, casi siempre ofrecen más de un riesgo (Hole y Heizer, 1977: 20-21).

El reconocimiento de la co-presencia entre el arqueólogo y los actores sociales que

en “el campo” desarrollan su vida sería la contrapartida espacial de la construcción de una temporalidad en común entre el antropólogo y el Otro, tal como lo ha propuesto Fabian (1983) para eliminar la cronopolítica excluyente de la modernidad.

Además, se estaría produciendo el establecimiento de una relación no subordinada e incluso de inversión entre la lógica in situ –una vez re significada-, y la lógica ex situ. Los protocolos de investigación se ven transformados, minimizando o eliminan-do el traslado de evidencias de campo al laboratorio e incluso trasladando el laborato-rio al campo mismo. Así mismo, desde los museos se produce una reversión de la desterritorialización de los objetos arqueológicos, un éxodo de piezas desde los no lugares de la colección tradicional hacia los lugares originales o cercanos a su proce-dencia, cuando logran ser restituidos.

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Final

El ejemplo de la arqueología en el contexto de los reclamos por autonomía territorial por parte de comunidades étnicas y campesinas, pero aún por parte de los estados nacionales en Latinoamérica, permite observar un caso de transformación radical de la relación espacial, epistémica y política de una forma de conocimiento científico. No cabe duda que en este caso se está produciendo una transformación profunda de las localizaciones, territorialidades, redes y geopolíticas del conocimiento arqueológi-co. Lo propio estaría sucediendo en campos de investigación tan cercanos como la antropología o la geografía, lo cual hace visible cómo las espacialidades afectan la forma en que se producen conocimientos.

Al considerar los alcances que tendría la aplicación de una geografía del conoci-miento a diferentes escalas y saberes, los estudios socioespaciales prometen ser un campo fecundo de investigación, reflexión y cambio social, que no se limita a un llamado para que los científicos sociales atiendan en su justa medida la importancia del espacio en los procesos y fenómenos que estudian. Más allá de esa dimensión práctica del giro espacial, espero por lo menos haber señalado una vía por la cual podemos considerar que las formaciones espaciales son ellas mismas condición de posibilidad para producir conocimientos, y por lo tanto, que la apuesta por desarrollar los estudios socioespaciales tiene un frente importante de trabajo en la construcción de enfoques alternativos a las historias de las ciencias y los estudios sociales del conocimiento. Bibliografía Agnew, John (2008) “Spatiality and territoriality in contemporary social science”, en

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Memorias desterradas y saberes otros. Re-existencias afrodescendientes en Medellín

(Colombia)

Vladimir MONTOYA ARANGO Instituto de Estudios Regionales

Universidad de Antioquia (Colombia) [email protected]

Andrés GARCÍA SÁNCHEZ

Instituto de Estudios Regionales Universidad de Antioquia (Colombia)

[email protected] Recibido: 13-05-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN El destierro en Colombia ha constituido un dispositivo de dominación y control socioespacial que en la última década ha expoliado aproximadamente a cuatro millones de personas, la mayoría afrodescendientes e indígenas. Para los pueblos afrodescendientes el destierro está asociado al secuestro esclavista, a la discriminación racial y a la violencia que les ha subalternizado y geo-situado como perdedores y vencidos en la guerra contemporánea. Los afrodescendientes, errantes y desarraigados, son portadores de memorias desterradas, que encarnan saberes invisibilizados en la identidad nacional y relegados en la geopolítica de la producción y circulación del conocimiento. En este trabajo exploraremos como la experiencia del destierro afrodescendiente en Medellín produce la re-existencia de sujetos políticos que procuran la supervivencia física y gestionan espacios de inclusión social. Re-existir desde la afrocolombianidad implica: articular diferentes saberes y prácticas para motivar solidaridad; desplegar formas creativas de ser/estar/pensar y, producir espacialidades en medio de la precariedad urbana. Palabras clave: afrodescendientes; espacialidades del destierro; memorias desterradas; re-existencias; Mede-llín (Colombia).

Exiled memories and an other knowledge. Afro-descendant re-existences in Medellín (Colombia)

ABSTRACT Exile in Colombia has constituted a socio-spatial dispositive of domination and control, which, in the last decade has plundered around four million people, most of them Afro-descendants and natives. For the Afro-descendant peoples, exile is associated with the kidnapping of slaves, the racial discrimination and the violence which has subalterned and geo-situated them as losers and defeated in the contemporary war. The Afro-descendants, wandering and rootless, bear exiled memories which incarnate invisibilized knowledges in the national identity and are relegated from the geopolitics of knowledge production and circulation. In this work we will explore how the experience of Afro-descendant exile in Medellín produces the re-existence of political subjects who endeavour to survive physically and to manage spaces of social inclusion. To re-exist from the

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Afro-Colombian condition implies: to articulate different knowledges and practices in order to encourage solidarity; to display creative ways of being/thinking; and, to produce spatialities in the middle of the urban precariousness. Key words: Afro-descendants; exiled spatialities; exiled memories; re-existences; Medellín (Colombia).

Memórias desterradas e saberes outros. Re-existências afrodescendentes em Medellín (Colômbia)

RESUMO O desterro na Colômbia constituiu-se num dispositivo de dominação e controle sócio-espacial que na última década espoliou aproximadamente a quarenta milhões de pessoas, das quais a maioria são afrodescendentes e indígenas. Para os povos afrodescendentes o desterro está associado ao sequestro escravista, à discriminação racial e à violência que lhes subalternizou e (geo)situou como perdedores e vencidos na guerra contemporânea. Os afrodescendentes, errantes e desenraizados, são portadores de memórias desterradas, que encarnam saberes invisibilizados na identidade nacional e relegados na geopolítica da produção e circulação do conhecimento. Neste trabalho exploraremos como a experiência do desterro afrodescendente em Medellín produz a re-existência de sujeitos políticos que procuram a sobrevivência física e gerem espaços de inclusão social. Re-existir a partir da afro-colombianidade implica: articular diferentes saberes e práticas para motivar solidariedade; colocar em prática formas criativas de ser/estar/pensar e produzir espacialidades em meio à precariedade urbana. Palavras chave: afrodescendentes; espacialidades do desterro; memórias desterradas; re-existências; Medellín (Colômbia). REFERENCIA NORMALIZADA Montoya Arango, Vladimir, y García Sánchez, Andrés (2010) “Memorias desterradas y saberes otros. Re-existencias afrodescendientes en Medellín (Colombia)”. Geopolítica(s): revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 137-156. SUMARIO: Introducción. 1. Modernidad para unos, colonialidad para otros. Espacios de emancipación versus espacios de sujeción. 2. Un Estado sin negros: identidad nacional en Colombia. 3. El poblamiento negro en la provincia de Antioquia: identidad regional y réplica de regímenes de exclusión. 3.1. Espacialidades del destierro. 4. Las memorias desterradas y los saberes otros: imaginación y lucha de re-existencia afrodescen-diente en la ciudad de Medellín. 5. La discriminación afrodescendiente en perspectiva humana: lecciones para la sociedad actual. Agradecimientos. Bibliografía.

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Desde los albores de la modernidad, cada generación sucesiva ha de-jado sus náufragos abandonados en el vacío social: las “víctimas cola-telares” del progreso

Bauman (2005: 28) Introducción ¿Quiénes son estos abandonados? ¿Dónde han sido relegados/confinados? ¿Cuándo provocamos su naufragio? El capitalismo produce incesante espacialidades propicias para la disposición de sus desechos, cifradas por el terror, la inmundicia, la sequedad, el miedo y el silencio. Estas espacialidades emergen incluso en las pulcras tribunas del primer mundo, donde campean los vencedores del modelo jerárquico del capital, ya que allí se han infiltrado los excluidos del modelo en busca de compensaciones o de supervivencia.

¿Qué decir entonces del “Tercer Mundo”, que desde su nominación misma ha sido declarado perdedor/subalterno/condenado? Allí se multiplican los desechos, la inca-pacidad de subirse al tren del progreso impulsado por el capital multiplica exponen-cialmente la producción de seres prescindibles, al tiempo que instiga la coloniza-ción/normalización de los espacios que ocupan. De aquí la potencia de la reflexión que nos propone Bauman y que exploraremos en adelante para el caso del destierro afrodescendiente en Medellín, buscando comprender como la dialéctica civilizatoria de la modernidad se ha hecho compleja y ha profundizado su letalidad, al entrecruzar-se con los presupuestos de un capitalismo omnipresente que espacializa la diferencia segregando a los miserables. Es nuestra manera de comprender el sentido en que Harvey desde el materialismo histórico-geográfico nos ha invitado a reconocer que las dinámicas geopolíticas de acumulación del capitalismo producen una organiza-ción/jerarquización específica del espacio (Harvey, 2001). 1. Modernidad para unos, colonialidad para otros. Espacios de emancipación versus espacios de sujeción

La expansión marítima europea posterior al siglo XV provocó una transformación sin precedentes en las relaciones políticas entre las sociedades humanas que poblaban el planeta. En adelante, los poderes metropolitanos se trenzaron en intensas disputas por el control de los territorios y las gentes que iban siendo descubiertas. Es en aquel contexto que apareció la imagen de un mundo vasto que había permanecido oculto y al cual había que integrar al modelo de civilización de Europa, que ya gestaba para sí una política interna de emancipación asociada al decaimiento del poder eclesial, la erosión del régimen feudal y la promoción de la autonomía del sujeto, mientas afin-caba la política exterior en la sujeción como horizonte de dominio de aquellos seres recién descubiertos y de sus espacios que fueron catalogados como atrasados, incultos, improductivos e inmorales y sometidos en consecuencia al rigor de la dialéctica

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civilizatoria de la conquista y la colonización. Desde entonces, la colonialidad se convirtió en la cara visible de la modernidad para los sujetos y espacios colonizados, pues como recuerda Aníbal Quijano, con el nuevo patrón de poder mundial surgido tras la llegada a América: “el capitalismo mundial fue, desde la partida, colo-nial/moderno y eurocentrado” (Quijano, 2000: 208).

La colonialidad trasciende entonces al colonialismo, pues no está referida única-mente a la dominación mediante la presencia irrefutable del poder metropolitano en las periferias, sino que connota la gestación de una matriz de saberes y prácticas que perpetúan la sujeción de aquellos espacios y seres. La colonialidad significa la con-quista de sujetos que en adelante serán imbuidos en procesos de blanqueamiento, moralización, culturalización e instrumentalización productiva. En la modernidad se gestó entonces una específica imaginación geopolítica, cuyas características son el eurocentrismo y la aplicación de la geografía al pensamiento y a la praxis política para la clasificación jerárquica de los espacios y las poblaciones que los habitaban (Agnew, 2005), provocando que los sujetos coloniales fueran asumidos como inváli-dos y permitiendo que la administración y civilización de aquellos legitimara la superioridad cultural, económica y política de los poderes metropolitanos. En dicha imaginación geopolítica moderna fueron determinantes la separación entre conquista-dores y conquistados, vencedores y vencidos, los cuales obtuvieron desde entonces accesos diferenciales a las instancias decisivas de dirección política del orden mundial.

¿En que condiciones fueron insertos los sujetos afrodescendientes en este modelo? En la dialéctica civilizatoria lo negro fue asumido como condición de subalternidad, atraso, ignorancia y miseria. Mientras lo blanco representó la virtud, lo negro arrastró consigo la depravación y el oprobio. Esto fue visible desde los albores de la moderni-dad evocados por Bauman, pues a la inclemencia corporal de la esclavitud se aunó la negación de las culturas y los saberes negros, que fueron invisibilizados o satanizados bajo las premisas del dogma religioso judeocristiano. La esclavitud, el despojo de los territorios africanos originarios y el secuestro y dispersión de individuos y pueblos, hizo de la raza el criterio para la sujeción y la dominación en la estructura colonial. Tal y como lo muestra Catherine Walsh, en el caso de los afrodescendientes la colo-nialidad va mucho más allá del régimen político, atravesando la constitución de los seres:

La colonialidad del ser se entrelaza con la colonialidad del poder y su uso de raza

como clasificación social, política y económica, dando esta clasificación un status onto-lógico en el cual los negros como grupo no quedan solo inferiorizados sino que nega-dos (por medio de la esclavización y más allá de ella) como gente, una negación que plantea problemas reales en torno a “libertad y liberación” (Walsh, 2007: 204).

Con la conquista de América la noción de raza posibilitó una explicación natu-

ral/biológica de la dominación política ejercida en las colonias (Quijano, 2000). En aquella América colonizada, los espacios habitados por los negros/inferiores, pasaron a ser considerados inhóspitos, malsanos y salvajes, mientras que las ciudades de los conquistadores fueron asimiladas a la civilización y el progreso. Es así como Lao-

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Montes plantea que, para las poblaciones afrodescendientes de las Américas y el Caribe, su condición diaspórica “[…] es resultado de las lógicas de terror y muerte de la esclavitud transatlántica y tiene como consecuencia la implantación en el largo plazo de condiciones persistentes de desigualdad económica, exclusión política y desvalorización cultural de los sujetos afrodiaspóricos” (Lao-Montes 2007a: 36). Desde entonces, la diáspora es sinónimo de subalternidad y desarraigo, marcando un horizonte de lucha para las memorias negras que quieren afirmar su diferencia y reclaman su liberación. 2. Un Estado sin negros: identidad nacional en Colombia La diáspora negra en las naciones emancipadas del poder colonial español en el siglo XIX, significó una paradoja para la constitución de las repúblicas libres que permane-ce aún irresoluta: ¿cómo integrar en la identidad nacional unas comunidades diaspóri-cas que desde el antiguo régimen colonial habían sido desconocidas? ¿Exigía la constitución de repúblicas libres americanas la integración de todos los pueblos dentro de ese nuevo imaginario de identidad nacional? Lao-Montes nos muestra que las comunidades diaspóricas negras representaron: “[una] «diferencia más fuerte que una vecindad étnica» en la medida en que tienen un «sentido de ser ‘personas’ con raíces históricas y destinos ajenos al tiempo y el espacio de la nación que los acoge»” (Lao-Montes, 2007b). Citando a Clifford, este autor muestra que las diásporas han sido constitutivas de los nacionalismos modernos y ponen en tensión los lugares de expulsión y los de acogida, sean éstos naciones, regiones o continentes.

En el caso de la nación colombiana, los pueblos negros y su cultura fueron insertos en la imaginación identitaria nacional bajo los dictámenes de relación legados del antiguo régimen colonial. La construcción de la naciente república se cimentó en el siglo XIX en un proyecto de unificación territorial, enfatizado en la consolidación fronteriza y en el establecimiento de las jerarquías regionales bajo un modelo admi-nistrativo centralista, el cual estableció accesos diferenciales de las regiones a la estructuras de poder, al tiempo que utilizó la raza como criterio de diferenciación. En esta división, civilización y barbarie se posicionaron como extremos antagónicos de la ecuación representada por la oposición entre lo blanco y lo negro. Al racismo estructural se le sobrepuso un fundamentalismo cultural que hizo de los negros el peldaño más bajo de la escala evolutiva. Según muestra Arias, las poblaciones fueron clasificadas bajo unas premisas de orden racial, de modo que:

Las taxonomías poblacionales del siglo XIX fueron elaboraciones racialistas, desde

las cuales las diferencias eran planteadas en una jerarquía de valores y naturalizadas por medio de una relación incuestionable entre la constitución social-moral y la consti-tución física individual y del “medio físico”. El racialismo funcionó como sustento de un ejercicio diferenciador que era eminentemente político. Un ejercicio que permitió la definición de estructuras de poder alrededor de lo nacional, articulando las relaciones desiguales entre los pueblos y territorios incorporados, y de éstos con los centros de poder del Estado nacional (Arias, 2005: 64).

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Esto se hizo evidente en el posicionamiento jerárquico de las regiones al interior de la geografía nacional, las cuales fueron distinguidas de acuerdo con su proximidad o lejanía de los centros de poder, relacionando las tierras altas andinas —habitadas por la elite económica y política— con la civilización y las tierras bajas y selváticas —habitadas mayoritariamente por ciudadanos de segunda clase, negros e indígenas— con el atraso y la barbarie. La raza como criterio diferenciador propició que la elite mestiza reclamara para sí misma la superioridad cultural sobre los demás pueblos que integraron la nación.

Los discursos y prácticas de la ciencia occidental se dispusieron como conoci-miento universalmente válido, haciendo que los saberes derivados de la experiencia y el legado cultural ancestral de negros e indígenas fueran subalternizados y condena-dos a la asimilación. Mientras que la elite mestiza monopolizó la producción intelec-tual validada por los regímenes de poder, a los negros se les consideró seres impen-santes y destinados al trabajo físico. Según nos muestra Arias, sobre los negros pesaron dos representaciones hegemónicas, una de las cuales los encasilló como trabajadores serviles de las haciendas y minas, considerados inferiores moral e inte-lectualmente y legitimando su subordinación; la otra representación los situó como salvajes, barbarizados, distantes del control económico, político y cultural de la nación: libertinos, vagabundos y perezosos. Esto dejó verse claramente en las narrati-vas ofrecidas por la Comisión Corográfica, expedición científica encargada por el gobierno colombiano en la segunda mitad del siglo XIX de construir la cartografía y la geografía humana del Estado-nación (Arias, 2005). 3. El poblamiento negro en la provincia de Antioquia: identidad regional y réplica de regímenes de exclusión

En el siglo XIX en la provincia de Antioquia, considerada importante por su papel en la economía nacional, las elites locales buscaron contraponerse a la hegemonía mani-fiesta de la elite emplazada en Bogotá, capital de la República generando un modelo de desarrollo que les posicionara como la principal potencia económica del país. Sin embargo, esta oposición con la elite capitalina no significó una ruptura con las praxis y los discursos que se estaban implementando para la conformación de la identidad nacional, por el contrario, la consolidación territorial de Antioquia trajo aparejada la intensificación de los regímenes de exclusión de lo indio y lo negro y la sobrevalora-ción de una matriz cultural mestiza que copó los espacios de representación y partici-pación política. Según describe María Teresa Uribe, en la fundación de la Antioquia post-independista se impuso el “blanqueamiento” como único camino de integración a las etnias dominadas, al tiempo que se les compelió a la adopción de los valores culturales de la elite mestiza, de modo que: “[…] a los ‘otros’ los excluyó, los invisi-bilizó y sólo los nombró como problema, como potencial, o realmente conflictivos, como eventuales enemigos a los cuales se debería presionar para que aceptasen ese esquema de valores o mantenerlos alejados por el riesgo que significaba su mera existencia” (Uribe, 1990: 66-67). La colonialidad del poder, el saber y el ser, se

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reprodujeron en la estructuración de la geografía humana de Antioquia, haciendo de Medellín un centro de poder regional que paulatinamente concentró los medios de acumulación productiva y monopolizó las instancias de participación política y de producción de conocimiento y circulación de saberes. Esta lógica centralista se co-rrespondía con el modelo nacional, generando una división entre las regiones próxi-mas a Medellín y las zonas alejadas habitadas por seres considerados inferiores. Es así como lo describe Arias:

Los indios ocupaban un espacio de barbarie en la historia antigua del estado de An-

tioquia y aparecían como rezagos en extinción, mientras que los negros y sus deriva-ciones —provenientes de la minería esclavista— habitaban los márgenes físicos y sim-bólicos de lo antioqueño. Allí, internamente, era aplicada la división jerárquica entre las montañas, lo propiamente antioqueño, y los valles ardientes y profundos habitados por negros, mulatos y zambos, en la construcción de un proyecto hegemónico regional de colonialismo interno (Arias, 2005: 109).

Esto favoreció la expansión territorial de la cultura antioqueña hacia las zonas sel-

váticas, auspiciada por la consolidación de la economía cafetalera en la segunda mitad del siglo XIX, haciendo que la “colonización antioqueña” produjera una imagen del antioqueño como emprendedor, laborioso, incansable, hogareño y católico ferviente.

Es posible rastrear en Antioquia la presencia de pueblos afrodescendientes desde el siglo XVI cuando fueron introducidos bajo el régimen esclavista como sustento de la floreciente economía minera del oro (Álvarez, 1979; Patiño, 1993; Jiménez, 2002). Sin embargo, sólo a finales del siglo XIX, tras decretarse la abolición de la esclavitud, se conformaron en Antioquia los primeros poblados de negros libertos, entre los que sobresalen los de Cáceres, Girardota, Envigado y algunos núcleos incipientes en Medellín (Yépez, 1984), que reportó unas cifras bajas de poblamiento afrodescen-diente hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se produjo una inmigración signi-ficativa, auspiciada en parte por la construcción de los carreteables que enlazan Antioquia con las regiones costeras del Pacífico y el Mar Caribe en límites con Pa-namá. Peter Wade muestra como la población negra llegada a Medellín en aquella época fue integrada como mano de obra barata y establece dos categorías del pobla-miento negro en la ciudad: el núcleo poblacional que configuró los primeros palen-ques urbanos en sectores como Barrio Antioquia, la Iguana, Castilla, Moravia, Belén Zafra, Kennedy y la América; de otro lado, la dispersión en múltiples lugares de la ciudad (Wade, 1987, 1997). Estos núcleos de poblamiento negro fueron emplazados en zonas marginales, generalmente mediante la invasión de predios en laderas o en riberas de riachuelos y aunque algunos alcanzaron una densidad demográfica signifi-cativa, permanecieron relegados en las políticas y acciones de desarrollo urbano.

Con el escalamiento del conflicto armado en las dos últimas décadas del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, los pueblos afrodescendientes asentados en las zonas selváticas de las regiones Atlántica y Pacífica, así como del interior de Antioquia, han sufrido una execrable presión sobre sus territorios y sus gentes, agudizada por los intereses geoeconómicos que les convirtieron en objeto de deseo para megaproyectos mineros, agrícolas o de infraestructura. El destierro como mecanismo violento de

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control ha ocasionado que su reconocimiento jurídico alcanzado en la década de 1990 en tanto grupo étnico, así como la titulación colectiva de territorios ocupados ances-tralmente, se vean nuevamente vulnerados poniendo en riesgo su supervivencia física y cultural, tal y como lo muestran los trabajos de Arocha (1998), Wouters (2001) y Rosero (2002). Tal y como señalamos en un trabajo anterior (García y Montoya, 2009), con el desplazamiento forzado ocurrido en este período se produjo en la ciudad de Medellín un nuevo ciclo inmigratorio de grandes proporciones, que provoca la llegada incesante de campesinos expoliados, indígenas y afrodescendientes y que podemos catalogar como el tercer y más reciente momento del poblamiento negro en la ciudad, matizado por la primacía de la lógica del terror, la muerte y la búsqueda desesperada de supervivencia. La llegada de afrocolombianos a Medellín en los últimos años ha hecho que su participación en el total poblacional de la ciudad se incremente al 5,6%, de acuerdo con las cifras reportadas por el censo nacional de 2005 que arrojó un total poblacional para la ciudad de 2.208.077 personas, de las cuales 123.569 se autorreconocieron como afrodescendientes1. Esta inmigración, que obedece al ansia de refugio, está caracterizada por la conformación de asentamientos mediante la invasión en distintos puntos marginales de la geografía urbana, situación que se replica en ciudades como Cali, Bogotá y Cartagena, lo que ha llevado a afirmar a Barbary y Urrea (2004) que aproximadamente el 70% de la población afrocolom-biana habita hoy en día en las principales ciudades del país tras el exilio forzado de sus territorios rurales. 3.1. Espacialidades del destierro

Los movimientos sociales en Colombia han denunciado su desacuerdo con el marco normativo existente para la definición y tratamiento de la problemática del desplaza-miento forzado y, sobre todo, su desavenencia con el manejo político del mismo, que ha propiciado que diferentes instituciones estatales, organismos no gubernamentales y los medios de comunicación masiva, consideren y representen a los desplazados como “migrantes” del campo a la ciudad, invisibilizando con ello la tragedia humani-taria que padecen como víctimas de la guerra. Según la normativa vigente y conforme a las acciones de atención humanitaria, luego de un período de asentamiento en algún lugar de recepción, las víctimas del conflicto armado dejan su condición de desplaza-das, lo cual presupone que las precarias ayudas recibidas durante dicho lapso: subsi-dio de arrendamiento, ayuda alimentaria o atención psicosocial, son suficientes para el restablecimiento de sus condiciones de vida. El nombrar a las víctimas como “mi-grantes” o “desplazados” no es para nada ingenuo y tiene profundos efectos políticos

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1 Departamento Nacional de Estadística. 2005. En: http://www.dane.gov.co/censo/ (consultado el 4/04/2009).

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es sus posibilidades futuras de inserción social, convirtiéndose en nominaciones eufemísticas que enmascaran la crisis humanitaria por la cual atraviesan2.

En reacción a esta instrumentalización del desplazamiento, diferentes intelectuales, movimientos sociales e incluso algunos funcionarios públicos, insisten en el uso de las categorías de destierro y desterrados para nombrar la historia de desarraigo y despojo material y simbólico provocada por el conflicto armado. Para ciertos sectores del movimiento social afrocolombiano, la formulación epistémica y la utilización política de los conceptos de destierro y desterrados remite tanto al secuestro esclavis-ta sufrido por sus antepasados como a la vulneración contemporánea de sus derechos étnicos y territoriales. La consideración de la situación de los afrocolombianos como un destierro y no como simple desplazamiento, pone en evidencia la lucha étnica por la posibilidad de retornar, mantenerse y recuperar la autonomía sobre los territorios que históricamente han permitido la configuración de sentidos de pertenencia e iden-tidad colectiva, bien sea en los campos, los ríos o en las ciudades de Colombia (Arbo-leda, 2007: 471-475).

En nuestra perspectiva, esta definición del destierro posibilita una comprensión integral de los efectos de la guerra sobre los pueblos afrocolombianos, particularmen-te por su potencia para realizar un análisis diacrónico en el que se devela que la expulsión de los territorios de origen constituye un mecanismo de control espacial y poblacional que históricamente ha desestructurado las formas de vida y las territoria-lidades de los pueblos afectados, además de que permite comprender que en tanto dispositivo contemporáneo de violencia armada, el destierro articula formas de domi-nación y aniquilamiento derivadas del patrón de dominación moderno/colonial con los intereses emergentes del capital transnacional sobre los territorios y las poblacio-nes afrodescendientes. Mientras que la noción de desplazamiento remite al cambio de locación, al tránsito circunstancial entre dos o más lugares, el destierro se refiere a una experiencia de larga duración que fractura las relaciones territoriales de los pue-blos afectados. Por lo tanto, consideramos que ésta violencia armada y sus mecanis-mos de control territorial y poblacional, configuran unas espacialidades del destierro que están rearticulando la geografía nacional mediante la gramática del miedo y el terror. Estas espacialidades son producto de las tensiones y disputas entre poderes diferenciales en el régimen del capital: grupos armados, Estado, corporaciones trans-nacionales, movimientos sociales y víctimas. Por lo tanto, las espacialidades del destierro aparecen en múltiples locaciones y tiempos como pueden ser: los territorios de origen, los refugios transitorios y los asentamientos de llegada en las ciudades, los asentamientos de invasión, las urbanizaciones de reubicación o los territorios de retorno. Estas espacialidades resultan de lo que Oslender ha denominado como “geo-

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2 El destierro durante las últimas dos décadas cambió (y seguirá cambiando) el mapa y la geografía del país, impuso una contrarreforma agraria sin antecedentes históricos y creó una nueva categoría social de marginados y excluidos sociales: los desplazados (véase Revista Semana. “Informe especial. Los desterrados”, num. 137, 15-22 de septiembre de 2008, 54-75).

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grafías de terror” (Oslender, 2006), ya que los lugares afectados sistemáticamente por diferentes formas de terror instauradas por los grupos armados se transforman en: “[…] paisajes de miedo con unas articulaciones espaciales específicas que rompen de manera dramática, y frecuentemente imprevisible, las relaciones sociales locales y regionales” (Oslender, 2006: 161).

Apoyándonos en el postulado de Lefebvre (1991) sobre la producción del espacio como un campo de tensiones entre fuerzas y sujetos por su uso, apropiación y domi-nio, pensamos que estas espacialidades del destierro se configuran en distintos lugares que eclosionan como efecto de la guerra, tal y como pueden ser los lugares de expul-sión, territorios ocupados tradicionalmente por las comunidades negras, algunos de ellos ya con títulos colectivos otorgados mediante la Ley 70 de 1993 y en los que acontece la violación de los derechos humanos, se padece la restricción de la movili-dad de las personas por senderos y ríos y se vive el miedo y el terror como lenguajes que se inscriben en los espacios cotidianos, en las memorias y en las corporalidades de los desterrados. En estos lugares se experimenta con crudeza la violación sistemá-tica de los derechos humanos, tal y como se deja ver en los siguientes relatos de personas que llegaron a Medellín huyendo de Santa Rita, Tadocito, Bojayá, Bebaramá, Nóvita, Istmina y Quibdó, así como de la región del Urabá en Antioquia:

“El desplazamiento mío fue grupal porque mi compañero cuando eso era soldado,

tuvo un enfrentamiento en Puerto Claver y él se retiró porque perdió un dedo en un en-frentamiento, pero la guerrilla lo siguió, lo boletió, y ya fue grupal con varios amigos de él”

“Lo mío es que vivía con el papá de mi niño en un pueblo que se llama Arquía, en ese pueblo de allá fue que al abuelo del niño mío lo mataron la guerrilla, entonces con el papa del niño mío nos venimos”

“Nosotros nos desplazamos de Apartadó por una finca que se llama el Guaro, hubo una masacre, bajaron a todos los del bus y los que quedaron vivos inmediatamente sa-lieron de una sin nada y entonces cayó él [su compañero sentimental] ahí, unos queda-ron vivos y a otros los mataron, entonces es un desplazamiento forzado, es víctima de todos. Ese fue mi desplazamiento en las fincas bananeras, porque en Apartadó cuando comenzaron las masacres eso hacían, de una en los buses, llegaban a las fincas ama-rraban a la gente y la iban matando así, sin sacar que listados, nada, así hubieran víc-timas o no hubieran víctimas, ese fue mi desplazamiento, en las fincas bananeras”

“[…] No hay ley, la guerrilla permanentemente viven allá, se tomaron el río como propiedad de ellos, la mayoría se salieron, cobraron una vacuna y como no tenían la gente como pagarla se salieron de allá” (Testimonios de mujeres y hombres afroco-lombianos, adultos y jóvenes desplazados del departamento del Chocó y otras regiones de Antioquia. Entrevistas y taller de cartografías socioculturales realizado en el asen-tamiento Esfuerzos de Paz II, Junio de 2009).

Otro lugar propio del destierro lo constituyen los albergues o refugios transitorios

donde son llevadas las víctimas luego de su expulsión o de nuevas catástrofes, y donde en la mayoría de los casos, se reproducen diferentes formas de violencia y marginalización que afectan una vez más a los refugiados o albergados. En las iglesias, escuelas, salones comunales, espacios deportivos o tiendas de campaña

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donde son confinados, los afrocolombianos desterrados son convertidos en seres liminales sobre quienes recae el hacinamiento, el hambre, la desconfianza, la desaten-ción en salud, las enfermedades y diferentes violencias interpersonales. En el siguien-te testimonio se narra la experiencia traumática por la que atraviesan las víctimas en los albergues:

“El tejido social nuestro no solamente se desmembró con el desplazamiento, sino

que acto seguido el incendio del asentamiento, después los albergues” […] “lo tormen-toso, lo tortuoso que es vivir en un albergue, cuando llegamos a ese colegio la noche del incendio nos ubicamos en el tercer piso con otros compañeros, en ese salón apenas habíamos como 37 familias, en los otros había más hacinamiento, dormían así uno so-bre otro” […] “habían seis baños y habían aproximadamente unas 600 personas y después eso se redujo como a tres baños, ósea es impresionante yo no le deseo a nadie vivir en un albergue, es la cosa más espantosa que puede existir, es horrible, vivir en un albergue por Dios, eso me dejó traumatizado” (Líder afrocolombiano de la Corpo-ración para el Desarrollo y la Convivencia del barrio Nuevo Amanecer (CORDESCON). Taller realizado el 6 de abril de 2008).

También los asentamientos de población desplazada en la ciudad son lugares del

destierro, pues resultan de los grandes contingentes de víctimas de la guerra que mediante la invasión de predios ocupan y urbanizan las periferias de la ciudad. Estos asentamientos están integrados por desterrados de las áreas rurales y por destechados de la misma ciudad que padecen el drama del desplazamiento intraurbano. Si bien estos asentamientos son la posibilidad de producir lugares para escapar a la muerte, en ellos se superponen diferentes problemáticas, como son: inseguridad alimentaria, hacinamiento, precariedad de las viviendas, desempleo, desescolarización infantil y juvenil, violencia intrafamiliar, drogadicción, prostitución, carencia o deficiencia de redes de servicios públicos y presiones por parte de la Administración Municipal, los propietarios y la fuerza pública para que desalojen los predios de invasión. La guerra urbana ha recrudecido las problemáticas de los afrodescendientes que son coacciona-dos para que colaboren con los grupos armados y son amenazados con el reclutamien-to forzado de sus hijos, por lo que afirmamos que las violencias múltiples son una experiencia permanente que atraviesa estructuralmente la constitución del ser afrodes-terrado, tal y como lo muestra el relato:

“El problema más grave es que este no es un barrio seguro porque han venido a

matar muchachos de nuestra comunidad de un momento a otro, y yo veo que eso es grave porque vienen atropellando a los jóvenes de acá y en muchas ocasiones ha pa-sado que los golpean y los de acá no pueden decir nada porque los matan, y para mí eso es duro, porque si nadie se está metiendo con ellos, o si se ofreció cualquier pro-blema, de una vez amenazas” (Hombre afrocolombiano habitante del asentamiento Unión de Cristo. Entrevista realizada el 5 junio 2009).

Los nuevos barrios de reubicación, unidades residenciales donde son llevadas las

familias afrocolombianas como solución a sus problemáticas de carencia de vivienda

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digna, son lugares donde el destierro se replica. Estas urbanizaciones están siendo construidas por la administración municipal de Medellín desde hace por lo menos una década y han sido emplazadas en la periferia urbana. Si bien en la mayoría de los casos la precariedad de la vivienda ya no es una preocupación, al interior de los edificios y casas de material persisten muchas de las condiciones de inequidad social que se vivían en los asentamientos: desempleo, hacinamiento, inseguridad alimentaria, desescolarización, desconexión de los servicios públicos y presión de los grupos armados. En algunos casos, como el de la urbanización Nuevo Amanecer Mano de Dios, las nuevas viviendas tampoco presentan condiciones óptimas de infraestructura pues presentan agrietamientos, filtraciones de agua y el espacio público comprometi-do no fue nunca construido. En estas condiciones, los efectos del destierro no cesan en una ciudad que si bien les provee a los afrodesterrados techos para guarecerse, les deniega el acceso en plenitud a sus derechos vitales. Como lo evidencian los siguien-tes testimonios, las memorias de hombres y mujeres habitantes de estas reubicaciones insisten en la vivencia cotidiana de la exclusión y la marginalización socio-racial:

“A mí me dieron un subsidio de diez y siete millones quinientos mil pesos pa’ mi

familia, sea pa’ comprar casa usada o una casa nueva digna, y esto no es casa digna, aquí no cabe nadie, estamos así vea, estrechos y apenas estamos aquí nueve personas” […] “los niños van creciendo y van ocupando más, entonces para mí esto no es digno” […] “ojala me cambiaran ésta casa por otra, yo aquí no me siento como satisfecho con lo que me dieron, no” (Hombre desterrado del Oriente antioqueño, habitante del barrio Nuevo Amanecer Mano de Dios. Entrevista realizada el 5 de junio de 2008).

“Si pues allá [en el antiguo asentamiento] no tuvimos que enfrentar ni problemas como la exclusión, la discriminación, no se tuvo que ver tan marcado como se vio acá, aquí se ve muy horrible, es que aquí lo insultan a uno por el hecho de ser negro o por ser desplazado” (Joven afrocolombiana del grupo Luchando por una Educación Mejor en Nuevo Amanecer (LEMNA), desterrada del municipio de Ayapel en Córdoba. En-trevista realizada en septiembre de 2008).

Los asentamientos y las reubicaciones, constituyen las modalidades contemporáneas

de presencia urbana de los afrocolombianos en Medellín y producen la interacción de luchas constantes entre la dominación violenta y la resistencia sociocultural y organiza-tiva, produciendo lo que podríamos denominar, siguiendo los planteamientos de Oslen-der, unas espacialidades de la resistencia. Postulamos con esto que, la espacialidad del destierro se corresponde con los intentos de control y dominio sobre la población y el espacio, pero es interpelada contra-hegemónicamente por los desterrados y sus acciones emancipadoras. 4. Las memorias desterradas y los saberes otros: imaginación y lucha de re-existencia afrodescendiente en la ciudad de Medellín

Si reflexionamos nuevamente sobre los planteamientos de Bauman, no es muy difícil colegir que el destierro afrodescendiente contemporáneo en Colombia es una muestra

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cruda de la producción de víctimas colaterales del progreso bajo el regimen del capital. Sin embargo, no se trata sólo de la exclusión de estos seres humanos de los circuitos de consumo y disfrute de la riqueza, sino de la ocupación de sus territorios y de la dominación, cooptación y anulación de sus saberes y prácticas. Como dejamos ver más arriba, este proceso de colonialidad ha sido la característica permanente de la negación de lo negro en la identidad nacional colombiana, haciendo de la historia oficial un relato unilineal en el que las voces, las materialidades y las presencias de los pueblos afrodescendientes han sido invisibilizadas o intencionalmente negadas ¿Pueden hoy seguirse desconociendo unas memorias que desde las periferias de la exclusión narran otra historia de la nación? De aquí la vigencia del dilema ético sobre lo que se recuerda y lo que se olvida, lo que se nombra y lo que permanece innombrado en torno al destierro afrodescendiente en Colombia.

La importancia del poner en el ámbito público estas memorias desterradas radica en la posibilidad de generar un horizonte de entendimiento y de reparación de los males sufridos durante el conflicto armado, pues tal y como señalan Arango y Montoya:

[L]a confrontación con la “verdad” del otro, subjetiva y militante, surgida de su

“punto de vista” y de su experiencia como sujeto de un devenir conflictivo, es la herramienta propicia para la reconstrucción de la unidad social fragmentada por la confrontación, para la expresión del dolor contenido y, además, es el escenario fecundo para el rescate de las visiones compartidas, de los vínculos que se mantuvieron o que emergieron durante los conflictos, de los afectos y los encantamientos que la violencia no pudo resquebrajar (Arango y Montoya, 2008: 190-191).

Por ello, es en la generación de espacios para la expresión y circulación de las

memorias, saberes y conocimientos de los pueblos afrodescendientes, donde está contenido el reto ético/político de convertir sus vejaciones en aprendizajes que permitan recomponer la inequidad que les ha sido impuesta históricamente. A nuestro modo de ver, el acercamiento a las memorias colectivas de los sujetos afrodescendientes es esencial para interpretar los procesos sociales que viven en los lugares donde les ha confinado el destierro, ya que al migrar forzosamente cargan con su conciencia, arrastran consigo su bagaje cultural y la memoria histórica de la que son testigos mudos aún. Comprendemos que en la experiencia del destierro se produ-ce una fractura en el horizonte de sentido que se habían fraguado individuos y colec-tividades para explicar e interpretar sus relaciones socioespaciales. En la memoria, el destierro no se limita a un desplazamiento espacial sino que implica un vaciamiento de recuerdos y significados, en el que las cosas y los hombres se desconectan y el ser es dislocado de sus experiencias y saberes, quedando abandonado en un mundo en el que carece de referentes en los que inscribirse.

En las memorias desterradas se producen las formas creativas de lucha por la so-brevivencia, apelando a los saberes y prácticas que posibilitaban la vida en los territo-rios de origen y a los aprendizajes y solidaridades de parientes, conocidos y amigos que sufrieron el destierro con anterioridad. Los procesos de conformación de los asentamientos en medio de una ciudad que desaprueba su llegada, actúan como

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testimonio de la manera como mujeres y hombres afrocolombianos luchan por apro-piar un lugar para sus familias y reemprender sus vidas en la ciudad de Medellín, tal y como lo narran ellos mismos:

“No había nada, ranchos aquí habían muy poquitos, estaba el de Nubia, el de Bollo,

el de Lourdes y el de Chepa, y todo esto era monte y monte que usted tenía que pasar debajo del monte y unos chuzos así que dañaba mucho zapato, y ya cuando hablé con el finado Gabriel fue cuando él me dio esto aquí, porque él vio en realidad que yo ne-cesitaba, esto era tierra y tierra, sin baño, las cuatro paredes y ya mientras podía comprar el techo, y todas las necesidades las hacía uno allá, que todo ese olor se venía para acá, uno bajaba y cuando subía se embarraba todo de caca, esto era un desorden. A mí me dijeron que por allá por el seminario habían unos pedazos de madera, enton-ces yo me fui y desde allá la traía aquí, me acuerdo que estaba yo embarazada del niño y me iba con mi barriga y todo el mundo me decía, ‘vos vas a botar a ese peladito’, y yo decía cuál botar, y yo venía con mi madera al hombro, este hombro se me peló de tanto cargar la madera y luego ya mandé a cerrar” (Mujer adulta afrocolombiana habitante del asentamiento Esfuerzos de Paz I. Entrevista realizada el 27 de julio de 2009).

La movilización de las redes parentales, de paisanos, amistad y compradazgo, an-

cladas en la memoria colectiva de los territorios de origen rural, son fundamentales para el asentamiento en la ciudad, pues permiten conseguir algunos apoyos para la llegada y permiten recurrir a la atención de algunas entidades encargadas del despla-zamiento forzado. En la mayoría de los casos, la situación de precariedad de los parientes residentes en la ciudad no es menos grave que la de los recién llegados, como lo expresa el siguiente relato:

“Nosotros llegamos aquí en el 1996, trece años, en abril completamos los doce y

vamos pa’ trece” […] “allá donde vivía la hija, cuando el caso de nosotros ella tenía siete años de estar acá” […] “llevábamos un mes por allá aproximadamente de andar caminando en el monte con niños y todo porque no nos atrevíamos a salir a ninguna parte” […] “cuando nosotros llegamos habían lotes vacíos pero la gente decía que eso no se podía vender, no podíamos comprar lotes, fue cuando aquí había un familiar que él avisaba, un hermano de mi mamá que le avisaba que ahí estaban vendiendo un lote pero que eso era muy pequeño, porque eso de verdad se veía pequeño” (Mujer adulta afrocolombiana desplazada del Chocó, habitante del asentamiento Esfuerzos de Paz II. Entrevista realizada el 2 de julio de 2009).

Los saberes y conocimientos traídos de sus territorios de origen son las herramien-

tas de que se dispone para la búsqueda de condiciones de vida digna en la ciudad, haciendo que se actualice la identidad y que se produzcan desde sus espacialidades del destierro procesos culturales que interrogan la pretendida homogeneidad cultural de la sociedad antioqueña. A través de la gastronomía, el baile, las estéticas corpora-les y otras tradiciones, los afrodescendientes desterrados van abriendo sendas para el reconocimiento de su presencia en la ciudad mientras mantienen activas sus luchas y movilizaciones políticas y sociales.

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Nuestras investigaciones con mujeres y hombres afrodesterrados en Medellín nos han mostrado que frente a la violencia estructural y los procesos de exclusión y dis-criminación de larga duración ya descritos, las comunidades y sujetos afrocolombia-nos resisten reconfigurando sus memorias sociales y reconstruyendo proyectos de vida individuales y colectivos articulados en torno a la apropiación y adecuación de los territorios recién conquistados en la ciudad. En los asentamientos se reivindican los vínculos de filiación étnica, pero se entremezclan e hibridan en el proceso inter-cultural propio de la vida urbana. En los distintos lugares habitados por los afrodeste-rrados en Medellín se producen lo que hemos considerado como prácticas de re-existencia que buscan mantener las raíces étnicas y contextualizarlas en una sociedad que históricamente ha desconocido lo negro como parte de su acervo cultural. La re-existencia como postura política trasciende del sostenimiento y la defensa estática o esencialista de la cultura, ya que implica la articulación de los saberes propios con base en el autorreconocimiento étnico y su transformación en argumentos para la cohesión y la solidaridad. Como bien señala Albán Achinté, la re-existencia consiste en: “formas de re-elaborar la vida autorreconociéndose como sujetos de la historia interpelada en su horizonte de colonialidad como lado oscuro de la modernidad occidental y reafirmando lo propio sin que esto genere extrañeza, revalorando lo que nos pertenece desde una perspectiva crítica frente a todo aquello que ha propiciado la renuncia y el auto-desconocimiento” (Albán, 2009: 70).

Don Cecilio Santos Saucedo, un viejo sabedor afrodescendiente desterrado en el Barrio Nuevo Amanecer Mano de Dios de Medellín nos hace comprender con sus versos y composiciones espontáneas lo que la re-existencia significa. Junto con tres abuelas participa con su grupo Memoria Chocoana en diferentes eventos culturales y artísticos en la ciudad, trabajando por: “rescatar nuestra cultura a través de la música, porque Memoria Chocoana no olvida quienes somos ni de dónde venimos”, como expresa constantemente una lideresa del grupo. Los abuelos portadores de saberes culturales tradicionales recrean junto con los jóvenes afrocolombianos diferentes cantos, versos, bailes, recetas gastronómicas y la historia oral aprendida en los pue-blos de donde los arrancó la violencia, buscando:

“Compartir la cultura de nosotros los negros con todos los paisas, con toda la co-

munidad, con todo Medellín […] y lo quiero hablar desde Memoria Chocoana viva, la idea fue esa de recuperar nuestra memoria, cuando uno se viene de su tierra a llegar a otra tierra diferente entonces trata de cambiar todas sus costumbres, porque uno se es-tá enfrentando es a otras nuevas, entonces eso pasa con los negros, los negros se olvi-dan de su raza, de sus antepasados, está en otra cultura muy diferente pero esa es la idea, no olvidar lo que tienen de su pasado, su música, su baile, en el grupo tenemos niños, tenemos jóvenes es toda esa mezcla, para que todo tenga como esa trascenden-cia, para que no se olvide, para que cuando ya no esté ese adulto mayor estén los jóve-nes, cuando ya no estén los jóvenes esté ese niño y así sucesivamente se vaya recupe-rando esa memoria y que no se quede en el pasado” (Joven afrocolombiana. Taller realizado el 18 de mayo de 2008).

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Esto manifiesta un proceso de lucha por una interculturalidad abierta al pensa-miento de la diferencia como posibilidad para la convivencia y no, como hasta ahora, como un obstáculo para la interacción y el encuentro entre seres humanos que se han dividido entre vencedores y vencidos con base en su adscripción racial/étnica/ identitaria. De aquí la importancia del llamado de atención de Albán Achinté sobre la interculturalidad mal entendida que ha generado procesos de dominación y exclusión frente a los cuales emerge la re-existencia como una manera de luchar por la visibili-zación de las injusticias estructurales producidas por la discriminación racial y la exclusión social. El re-existir es un renacer en medio de tensiones políticas por la renovación de las relaciones jerárquicas entre los grupos que componen la sociedad, por lo que implica:

[R]e-definir y re-significar la vida en condiciones de dignidad y autodeterminación, enfrentando la biopolítica que controla, domina y mercantiliza a los sujetos y la natura-leza, es mucho más que el relacionamiento entre culturas y apunta a cuestionar seria-mente las desigualdades de poder, las inequidades de todo tipo, la racialización y la marginalización de grupos étnicos, el adultocentrismo decisorio, el relegamiento y so-metimiento de la mujer en el contexto de las estructuras patriarcales y la negación de diversas alternativas en lo sexual, lo político y lo religioso (Albán, 2009: 85-86).

En las espacialidades del destierro urbano se redimensiona la lucha mantenida en

los territorios rurales originarios, los cuales son, para el pesar de los desterrados, recuerdos cada vez más borrosos para sus hijos y nietos nacidos en la ciudad. El ejercicio de las memorias desterradas reivindica los saberes propios y busca trasmitir los elementos propios de las culturas afrodescendientes a estas nuevas generaciones de desterrados urbanos, por lo que no se puede hablar del destierro como el borra-miento de la cultura propia o la transformación definitiva e irremediable de la identi-dad en los nuevos contextos, sino que, apropiando la propuesta de Restrepo, podemos comprender que en las espacialidades del destierro urbano se despliegan “los disposi-tivos de producción local de la diferencia” (Restrepo, 1999: 228) que producen una redefinición cultural permanente. Algunas de las prácticas de las prácticas de re-existencia que encontramos son:

- los alabaos (cantos tradicionales) que se fusionan con los ritmos del rap o el hip-hop;

- las recetas de la gastronomía rural que se convierten en productos comerciales; - las redes familiares y de parentesco que son recursos fundamentales en la

conformación de los asentamientos; - las organizaciones de base que trascienden los escenarios locales y se articu-

lan con movilizaciones nacionales e incluso internacionales de lucha afrodes-cendiente;

- las nuevas identidades que emergen en tanto afrocolombianos, desplazados, excluidos, desempleados, desescolarizados o desconectados de los servicios públicos;

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- los saberes otros que reconfiguran con su ejercicio el paisaje urbano (como en el caso de la construcción en las empinadas laderas de la periferia urbana de palafitos propios de las culturas acuáticas ribereñas o, como ocurre con los ritos fúnebres);

- las fiestas tradicionales de los territorios de origen que se trasladan a la ciu-dad (por ejemplo el San Pachito chocoano y otras fiestas que traen delegacio-nes culturales y artísticas de distintas regiones del país);

- las estéticas juveniles, cuerpos, peinados e indumentarias que transforman y configuran las modas urbanas entre las y los jóvenes afrocolombianos, irra-diándose también a las y los jóvenes no afrocolombianos.

Estos procesos expresan la voluntad por superar la negación que hace el destierro

de la condición humana y, además, caracterizan la lucha por la re-existencia, interro-gando los órdenes jerárquicos y la colonialidad del ser y del saber que han producido a los afrodescendientes como sujetos subalternos. Podríamos inferir que estas formas contemporáneas de re-existir actualizan el cimarronaje que desde la colonia formó parte de la tradición de lucha de los pueblos afrodescendientes esclavizados, haciendo que hoy sea posible evidenciar una cotidianidad del destierro urbano que está plagada de resistencias a la muerte, pero también de pequeñas rebeliones ancladas en la cultu-ra y el saber propio que van produciendo un ser negro diferente, lo cual equivale a la producción de “maneras de re-existir, de re-vivir y re-sentir la diferencia y la nación de otro modo” (Walsh, 2007: 205).

Entre los jóvenes traídos como niños en la huída de sus familias o nacidos en el destierro urbano, las narrativas de autorreconocimiento trascienden de los límites socioraciales producidos por la exclusión histórica, lo que, en otros términos, es una manera de re-existir y re-significar la identidad que no se limita a los marcadores fenotípicos (color de la piel, tipo de cabello, etc), sino que involucra elementos que tienen que ver con procesos históricos de empoderamiento social y de producción de las subjetividades que hablan de un autorreconocimiento renovado. Así lo narran:

“¿Qué me define a mí como sujeto afrocolombiano? Como sujeto tengo unas ca-

racterísticas fenotípicas pero que eso no me reduce, el que yo tenga un color de piel negra no me define como sujeto afrocolombiano, tengo que tener una cosmovisión, una forma de relacionarme con el mundo, porque los afrocolombianos pensamos de una manera diferente, nos relacionamos con la naturaleza y con el mundo, uno no puede caer en un reduccionismo de decir que una persona por su condición de color de piel es un sujeto afro …] sabemos pues que por la situación del blanqueamiento, por la si-tuación de marginación social, por la situación de exclusión social que viven ellos los jóvenes] y que se alejan de eso que les es propio” (Joven afrocolombiano representante legal de una organización de base afrocolombiana local. Entrevista realizada el 11 de diciembre de 2008).

Todo esto nos deja entrever que los procesos de organización, lucha y reivindica-

ción de los afrocolombianos plantean un importante reto político a la sociedad nacio-

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nal y exigen de las políticas públicas nuevas formas de comprensión de sus identida-des y territorialidades. 5. La discriminación afrodescendiente en perspectiva humana: lecciones para la sociedad actual

La desigualdad entre los seres humanos se traduce en una geografía de la dispersión y el confinamiento de los vencidos en el proceso de acumulación de riquezas. La geoe-conomía es implacable al disponer los lugares de exclusión, propiciando el que la diáspora negra no cese, sino que, por el contrario, se intensifique por el dictamen de grandes intereses corporativos y capitales que no dudan en expropiar los territorios colectivos ancestrales para satisfacer sus expectativas de lucro. Mientras el gobierno cómplice calla en su papel regulador, la geoestrategia del capital avanza implacable en la producción de espacialidades del destierro en las que se confina la diferencia y la subalternidad.

En estas condiciones, la reflexión que sirve de preámbulo a nuestro trabajo nos remite a reconocer que así como los afrocolombianos desterrados, otros millones de seres humanos padecen procesos de desconocimiento, negación, subalternización y deshumanización. Sus luchas de emancipación y reclamo de autonomía se replican en distintos confines y anuncian que la tan renombrada crisis económica actual no está referida únicamente a desequilibrios financieros, sino que contiene en su interior el estertor de las profundas contradicciones políticas y las inequidades sociales propias del modelo de sociedad auspiciado por el neoliberalismo ¿Podremos éticamente imaginar y practicar salidas a esta crisis humana que se basen en la recomposición de dicho modelo? Agradecimientos El presente trabajo reflexiona sobre la experiencia de los siguientes proyectos con población afrodescendiente desterrada en la ciudad de Medellín realizados en los dos últimos años: “Visibilizando contrahegemonías en medio del destierro: resistencias sociales y culturales de los desplazados afrocolombianos en Medellín, Colombia” financiado por CLACSO y apoyado por el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia; “Jóvenes afrocolombianos en la ciudad de Medellín. Identidades, representaciones y territorialidades” financiado por la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín y el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia y; “Diagnóstico rápido participativo de carácter socioe-conómico con enfoque de género e inventarios de expresiones artísticas y culturales de las y los habitantes afrocolombianos de los asentamientos Altos de la Torre, Es-fuerzos de Paz I, Esfuerzos de Paz II y el barrio Ocho de Marzo de la ciudad de Medellín” financiado por la Secretaría de las Mujeres de la Alcaldía de Medellín y el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia. Parte de éste artículo

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deriva del trabajo de investigación de la Maestría en Estudios Socioespaciales titulado: “Espacialidades del destierro y la re-existencia. Afrodescendientes desterrados en Medellín, Colombia”, realizado por Andrés García Sánchez con la dirección de Vladimir Montoya. Bibliografía Agnew, John (2005) [1998] Geopolítica. Una re-visión de la política mundial. Ma-

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La región como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva.

Hacia un modelo conceptual/relacional de historia regional en América Latina

Ronny J. VIALES HURTADO Universidad de Costa Rica

[email protected] Recibido: 08-02-10 Aceptado: 15-08-10 RESUMEN En el contexto de la Globalización contemporánea, la unidad de análisis regional se ha transformado en una categoría de análisis. Las regiones constituyen ahora una categoría fundamental para el análisis político, económico, social y cultural, pero es importante tomar en consideración que la definición de una región debe hacerse desde una perspectiva compleja, que involucre su dimensión estructural tanto como su dimensión constructivista y de representación social. En este artículo se realiza una discusión sobre las dimensiones de la región, como categoría de análisis, como una construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva, para proponer un modelo de análisis conceptual, de tipo relacional, que permita abordar la historia regional de América Latina de manera más integral, desde una perspectiva interdisciplinaria, mediante las vinculaciones entre la Historia y la Geografía, así como desde una perspectiva transareal, en el sentido de que se pretende superar la rigidez geopolítica de los estudios de área practicados en el mundo anglosajón, por lo que se poten-cia el estudio de lo fronterizo y lo transfronterizo, así como de lo local, lo nacional y lo transnacional.

Palabras clave: Región; historia regional; América Latina; Historia; Geografía; constructivismo social.

The region as a social, spatial, political, historical and subjective construction. Towards a conceptual/relational model of regional history

in Latin America ABSTRACT In the context of contemporary Globalization, the regional unit of analysis has become a category of analysis. Regions constitute nowadays a fundamental category for political, economic, social and cultural analysis, but it is important to take into account that the definition of a region must be made from a complex perspective which involves its structural, as well as its constructivist and social representation dimension. Taken as a category of analysis, in this article we carry out a discussion on the region’s dimensions —as a social, spatial, political, historical and subjective construction— in order to propose a model of conceptual-relational analysis which enables us to deal with the regional history of Latin America in a more integral way —by establishing links between History and Geography— and from an interdisciplinary and trans-areal perspective. By encou-raging the study of the border and trans-border, as well as the local, the national and the transnational condition, the aim is to get over the geopolitical rigidity of the area studies made in the Anglo-Saxon world. Key words: Region; regional history; Latin America; History; Geography; social constructivism.

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A região como construção social, espacial, política, histórica e subjetiva. Para um modelo conceitual/relacional de história regional na

América Latina RESUMO No contexto da globalização contemporânea, a unidade de análise regional se transformou em categoria de análise. As regiões constituem na atualidade uma categoria fundamental para a análise política, econômica, social e cultural, mas é importante levar em consideração que a definição de uma região é uma construção complexa, que envolve tanto sua dimensão estrutural como sua dimensão construtivista e de representação social. Neste artigo realiza-se uma discussão sobre as dimensões da região, como categoria de análise, como uma construção social, espacial, política, histórica e subjetiva. Propõe-se também um modelo de análise conceitual, de tipo relacional, que permita abordar a história regional da América Latina de forma mais integral e interdisciplinar, vinculando a História e a Geografia, assim como a partir de uma perspectiva “transareal”, buscando superar a rigidez geopolítica dos estudos de área praticados no mundo anglo-saxão e fomentar o estudo do fronteiriço e transfronteiriço, do local, do nacional e do transnacional. Palavras chave: Região; história regional; América Latina; História; Geografia; construtivismo social. REFERENCIA NORMALIZADA Viales Hurtado, Ronny J. (2010) “La región como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva. Hacia un modelo conceptual/relacional de historia regional en América Latina”. Geopolítica(s): revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 1, núm. 1, 157-172. SUMARIO: Introducción. 1. ¿Qué es una región? La perspectiva con énfasis micro-estructural. 2. La historia regional: un punto de encuentro entre la Historia y la Geografía. 3. La consolidación de una región. Una visión (de)constructivista. Conclusión: la complejidad de la región y de la historia regional como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva y la propuesta de un modelo conceptual relacional para su estudio. Bibliografía. Introducción En el contexto de América Latina, región que constituye una construcción social, a partir de la década de 1970 (en el caso de México); de la década de 1980 (en el caso de Brasil) y de la década de 1990 (en el caso de Argentina) la historia local y la historia regional han tenido un desarrollo importante. El origen de este desarrollo, lo constituyen preocupaciones de carácter histórico, espacial, teórico y metodológico, que pueden sintetizarse en la reacción contra, y el complemento con, las historias globales o nacionales. Lo anterior porque, como plantea Serrano, de manera paralela a los principios de la identidad nacional forjada por los liberales desde el siglo XIX, surgió una especie de “centralismo historiográfico” que negó lo heterogéneo y diverso, lo realmente exis-tente en el nivel local y regional, para crear y justificar la creación de las historias nacionales, como síntesis de las nacientes identidades nacionales de la región lati-

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noamericana. Este planteamiento no niega la existencia de un espacio (físico, social, temporal, identitario) de carácter nacional, pero sí pone el énfasis en la existencia, y en la necesidad de recuperar, espacios microhistóricos regionales, los cuales pueden estudiarse a partir de archivos estatales y locales, de la memoria colectiva y de la tradición oral. (Serrano, 2002).

Figura 1. La escala relacional de la historia regional

Fuente: Elaboración propia

Lo anterior porque, como plantea Serrano, de manera paralela a los principios de la identidad nacional forjada por los liberales desde el siglo XIX, surgió una especie de “centralismo historiográfico” que negó lo heterogéneo y diverso, lo realmente existente en el nivel local y regional, para crear y justificar la creación de las historias nacionales, como síntesis de las nacientes identidades nacionales de la región lati-noamericana. Este planteamiento no niega la existencia de un espacio (físico, social,

NACIONAL

LOCAL

REGIONAL

TRANSNACIONAL

GLOBAL

LO FRONTERIZO Y LO

TRANSFRONTERIZO

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temporal, identitario) de carácter nacional, pero sí pone el énfasis en la existencia, y en la necesidad de recuperar, espacios microhistóricos regionales, los cuales pueden estudiarse a partir de archivos estatales y locales, de la memoria colectiva y de la tradición oral. (Serrano, 2002).

Si bien las etapas de la historia nacional se presentan de manera lineal y amplia, porque abarcan totalidades nacionales, no se puede perder de vista la existencia de temporalidades diferenciadas al interior de lo nacional, precisamente porque existe una (in)dependencia de las realidades y de las subjetividades de las regiones y de las localidades. Avalar la historicidad de los espacios y sociedades “micro”, también implica un reto que epistemológicamente se resume en la naturaleza de la dimensión relacional entre lo: local↔regional↔nacional↔fronterizo↔transnacional↔global (ver Figura 1).

En la relación anterior, todavía es tema de debate el vínculo entre el todo y sus partes. Una alternativa es plantear que lo local/regional no puede comprenderse sin tomar en cuenta lo nacional/fronterizo y, a la vez, si no se toma en cuenta lo transna-cional/global. La puerta de entrada a esta dimensión relacional puede ser cualquiera de los ámbitos, el macro, el micro o un nivel intermedio, pero lo importante es no perder de vista los puntos extremos de la relación, lo que a la vez implica una innova-ción en la construcción de las fuentes y de los datos.

Para desarrollar esta perspectiva relacional, a partir de lo regional, que constituye el eje transversal de este artículo, no se puede dejar de plantear que se debe partir de un enfoque, o idealmente de una teoría, y además vamos a plantear las posibilidades de construir una visión más integral del proceso de construcción de las regiones, al tomar en cuenta los elementos estructurales tanto como los elementos subjetivos que median en el proceso. 1. ¿Qué es una región? La perspectiva con énfasis micro-estructural Una región es una construcción social e histórica ubicada en un espacio. En términos micro-estructurales una región es un espacio medio, menos extenso que la nación/país o el gran espacio de la civilización/global, y más vasto que el espacio social de un grupo y a fortiori de un lugar. En el contexto global/mundial, una (macro)región puede estar constituida por un conjunto de países, de subregiones o de regiones (trans) fronterizas: dos ejemplos de este tipo pueden ser América Latina, cuya trayectoria histórica ha marcado su construcción social como una región que se mueve entre dos polos, que serían la unidad y la diversidad (De Sierra, 2008); o la Unión Europea, que construyó un proyecto regional/nacional para aglutinar a un conjunto de países.

La región es una realidad cambiante y, además, producto de la dinámica socioeco-nómica y a la vez integra espacios sociales y lugares vividos con una especificidad que le otorga una estructura propia, cuya construcción culmina con las representacio-nes que se construyen a partir de imágenes regionales, por parte de los y las habitan-tes así como de los “extranjeros” (Frèmont, 1976).

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Desde este punto de vista, los límites/fronteras de las regiones son fluidos. La relación sociedad↔espacio que está en la base de las regiones, se constituye en una realidad cambiante porque éstas evolucionan históricamente, porque las poblaciones están en movimiento, que puede seguirse a través de los procesos migratorios (emigración e inmigración) y del impacto de la construcción de nuevas vías de comunicación, que transforman los espacios vividos y la relación tiempo/espacio y porque las ideas también están en constante movimiento. Y las regiones implican, además, elementos de diversidad/diferenciación y de integración/similitud.

La definición de Ann Markusen, que se separa de la definición de una región a partir de sus elementos físicos, se centra en la dimensión social porque para ella:

Una región constituye una sociedad territorial contigua históricamente evolucionada,

que posee un desarrollo físico, un milieu socioeconómico, político y cultural, y una estructura espacial distinta de otras regiones y de otras unidades territoriales mayores (Markusen, 1987: 16-17).

La especificidad de las regiones crea también la convivencia entre regiones, que

puede generar relaciones de interdependencia tanto como de conflicto y también crea las disparidades regionales, en el sentido de que existen regiones centrales y regiones marginales o periféricas. Si partimos de que una región está formada “sobre una base natural, contando con un determinado tipo de relieve, clima, suelo, hidrografía y oceanografía, recursos minerales, vegetación y fauna” (Bassols, 1982), no debemos olvidar que las “regiones [...] no son sólo productoras de algo, ni son la historia del poblamiento. Son realidades de vida, niveles de salarios, gastos e ingresos [...] y el estándar de vida de [la sociedad] de cada región [...] En las zonas de miseria, hay islotes de prosperidad; y en las zonas prósperas hay islotes de miseria” (Bassols, 1982: 197).

Pablo González Casanova definió, con una perspectiva marxista, la noción de “colonialismo interno”:

Monopolio que ejerce la unidad [neo]colonizadora sobre la explotación de los recursos naturales, del trabajo, del mercado de importación y exportación, de las inversiones o de los ingresos fiscales de la unidad colonizada. A consecuencia de ello, ésta deviene en complementaria de la economía metropolitana; se le integra como un apéndice. Sus recursos se explotan de acuerdo con las necesidades de la metrópoli, lo que provoca un desarrollo distorsionado de los sectores y regiones, que a su vez genera un desarrollo desigual no integrado de las diversas zonas. La colonial adquiere también otras características sucedáneas que facilitan el trato colonial. Así, su comercio exterior depende de un solo mercado, de un solo sector de un solo producto, lo que reduce en mucho su capacidad de negociación. Sus trabajadores mantienen un nivel de vida inferior al de la metrópoli y el orden se mantiene con sistemas represivos. Todo ello contribuye […] a aumentar la heterogeneidad y la desigualdad interna (citado en Solari, Franco y Jutkowitz, 1974)

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En el contexto de la globalización contemporánea, el propio González Casanova ha ampliado la visión del colonialismo interno al señalar que:

Con el triunfo mundial del capitalismo sobre los proyectos comunistas,

socialdemócratas y de liberación nacional, la política globalizadora y neoliberal de las grandes empresas y los grandes complejos político-militares tiende a una integración de la colonización inter, intra y transnacional. Esa combinación le permite aumentar su dominación mundial de los mercados y los trabajadores, así como controlar en su favor los procesos de distribución del excedente en el interior de cada país, en las relaciones de un país con otro y en los flujos de las grandes empresas transnacionales (González Casanova, 2006: 425).

El dinamismo de las regiones, desde la perspectiva de la estructura socioeconómi-

ca, tiene que ver con el hecho de que han existido dos patrones básicos de coloniza-ción en América: la explotación y el abandono de una región y la explotación y la permanencia en una región (James, 1941), los cuales se ven complementados con el patrón de explotación, abandono y recolonización de una región. Por lo tanto, también existen períodos de prosperidad y de crisis, que implican la interacción entre actores, tradicionales o nuevos, en coyunturas diferenciadas. Por ejemplo, en el caso de Amé-rica Central, la región Atlántica/Caribe centroamericana, la estructura de los enclaves bananeros vivió un vacío de poder con la salida de la United Fruit Co., a finales de la década de 1920, que implicó la necesidad de superar la crisis de exportación bananera, a partir de la rearticulación del mercado interno, de un proceso de recapitalización de la economía regional y de neocolonización a partir de los movimientos de población. El vacío dejado por la Compañía transnacional generó una nueva dinámica (Viales, 2006a) en que fue fundamental la interacción entre:

1. El Estado. 2. El Gobierno y las instancias locales, que plantean sus demandas ante Estado y

los gobiernos. 3. La UFCo. como agente transnacional. 4. Un proceso de “recampesinización” y de vuelta a la agricultura de

subsistencia. 5. Un proceso de reconversión productiva y de reinserción en la dinámica del

capitalismo mundial, que a la postre se logró con una nueva coyuntura favorable para la demanda del banano (Viales, 2001).

Al interior de una región existen unidades geográficas y sociales locales, y zonas

fronterizas y transfronterizas internas, que pueden tener micro-dinámicas particulares. Una región puede reconstruirse a partir de los departamentos, los cantones, los distri-tos y los barrios, pero las fuentes para el estudio de este proceso, sean Censos, Anua-rios Estadísticos, Informes Económicos, Actas Municipales, pero podemos recurrir a fuentes alternativas para rescatar la dinámica de las unidades administrativas menores, del barrio y de lo transfronterizo, que van desde el rescate de la memoria histórica (Menjívar, Argueta, & Solano, 2005), por medio de entrevistas, hasta el uso de la

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historia oral (Joutard, 1986), de las historias de vida (Acuña, 1989), de la literatura (Malavassi, 2006) y de la fotografía como fuentes que permiten recuperar la historici-dad de esos espacios así como historizar la región, pero que requieren un tratamiento especial porque (re)crean la realidad a partir de las subjetividades y de los imaginarios de los diferentes actores y actrices regionales.

Lo anterior es importante, porque los historiadores e historiadoras, así como los investigadores e investigadoras que hagan trabajos con enfoque de trayectoria, deben tener claro que la interpretación que hagamos de los problemas que se estudian, se ubica en tres planos diferentes: el de la historicidad, el de la historización y el de la memoria histórica. Así:

En el plano de la historicidad (Álvarez Gómez, 2007) de los fenóme-nos/hechos sociales: lo importante es reconstruir los hechos y los procesos sociales relevantes y ubicarlos en el tiempo y en el espacio.

En el plano de la historización de los fenómenos/hechos sociales: lo que in-teresa es la reconstrucción de los procesos, pero por parte de historiadores, y no solamente el hecho y su ubicación espacio-temporal.

En el plano de la construcción social de la “memoria histórica”: se recuperan los hechos, por parte de las elites, y se reconstituyen en función de sus inter-eses. Luego se “popularizan” y se formulan políticas en la búsqueda de un proyecto de Nación. También podría darse la construcción social de una “memoria popular” alternativa.

Por lo tanto, no existe una historia regional sin énfasis. El énfasis lo otorgará el

enfoque o la teoría que se utilice. Se podrá poner énfasis en lo económico/mercado, en el Estado/poder, en la sociedad/sociedad civil/movimientos sociales, en lo ecológico/ambiental, en lo cultural, pero en la base del enfoque regional descansan, el menos, cinco categorías básicas:

La escala: ésta puede partir de los pueblos, las comunidades, lo regional, y plantear la relación con el Estado, lo fronterizo y lo transnacional.

La temporalidad: el tiempo de lo regional puede tener un ritmo diferenciado con respecto al tiempo de lo nacional o lo transnacional. El análisis puede ser longitudinal/diacrónico: cuando el recorrido es a lo largo del tiempo; o transversal/sincrónica, cuando profundizamos en el análisis de un corte temporal. También existe un nivel en el cual se construyen representaciones sociales del tiempo: es decir, de la relación entre pasado, presente y futuro, que constituyen regímenes de historicidad (Hartog, 2003).

El área o transárea: en el sentido de que el estudio puede centrarse en lo económica, lo social, lo político, lo cultural o lo ecológico ambiental, con lo que la región se segmenta por área de estudio; pero también puede poten-ciarse una visión más holística/transárea., que relacione las áreas, a lo que podrá contribuir un enfoque comparado. Las transáreas de investigación se definirán como problemáticas que implican territorialidades, desigualdades,

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actores, procesos de modernización y movilidades múltiples. Por lo tanto, la ubicación espacial debe plantearse de manera novedosa, y para superar la visión tradicional de los estudios comparados, que siempre privilegia rela-ciones jerarquizadas y de comparaciones simétricas (Viales y Marín, 2009).

Los actores y las actrices: que implica la identificación de los actores indi-viduales, institucionales y colectivos, así como los movimientos sociales, que dan vida y movimiento a las regiones. Es fundamental tomar en consi-deración las relaciones entre estos actores y actrices, a partir de las dimen-siones que abren las categorías de clase social, género, etnia, grupos gene-racionales: niñez, juventud, adultos, que pueden ser de conflicto, de cooperación o de solidaridad.

Las subjetividades: que implican la historización de la integración y de las identidades y de las sensibilidades regionales. Es posible analizar los espa-cios de una manera compleja, mediante la observación de las cercanías y las lejanías de los procesos sociales, actores e instituciones, así como su impac-to y sus percepciones diferenciadas en territorialidades construidas y perci-bidas, que superen los enfoques de carácter “nacional” que subvaloran el carácter regional. Los espacios deben aprehenderse como una construcción social.

Cuando se historiza la construcción social de una región, entran en relación la

geografía regional y la perspectiva histórica. Entonces es válido preguntarse ¿cuál es la naturaleza de la historia regional en términos de su perspectiva de análisis, como insumo para analizar la construcción social de una región? 2. La historia regional: un punto de encuentro entre la Historia y la Geografía La historia regional constituye un campo de trabajo interdisciplinar y, desde nuestra perspectiva, en la base de este tipo de historia se ubica el vínculo entre la Historia y la Geografía, que comparte varios rasgos con la historia local. Es así como “bajo la impronta del estructuralismo francés, de la denominada Escuela de los Annales y del marxismo científico, los estudios regionales [dejan] de ser datos en sí mismos de la realidad para implicar conceptos relacionales que se explicaban en función de un contexto mayor” (Carbonari, 2009: 23).

Existe un límite casi imperceptible entre la “historia local” y la “historia regional”. En nuestro criterio, la diferencia está dada por la escala geográfica; por lo tanto, sin agotar la discusión, planteamos que no es lo mismo estudiar las unidades geográficas locales, que la región, pues esta última comprende las primeras. Al igual que la “geo-grafía histórica”, la “historia regional” es “un campo interdisciplinario, en la frontera entre la geografía y la historia” (Hall, 1989: 31), con el acento puesto en la perspecti-va histórica, puesto que la meta fundamental es (re)construir el proceso dinámico que ha llevado a la conformación y transformación de las regiones. Se debe tener el cuidado de no partir de las regiones construidas para la planificación del desarrollo y

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la administración, pues se partiría de una clasificación presentista para explicar el pasado y esa práctica es, casi siempre, ahistórica.

Si bien Van Young propuso una visión de las regiones como determinadas por su relación con el Mercado, con una perspectiva circulacionista (Van Young, 1987), recibió la crítica marxista por abandonar la esfera de la producción. (Carbonari, 2009) Nuestra propuesta pretende ser más abarcadora, porque planteamos que para aprehen-der las lógicas regionales se debe describir e interpretar la trama de vinculaciones entre el Estado, el Mercado, la Sociedad, la Cultura y la Naturaleza, en función de la teoría o del enfoque con el cual nos vamos a aproximar a estas realidades y a estas subjetividades. Por estas razones es importante cuestionarse sobre ¿qué aspectos debe estudiar la historia regional para desentrañar esa trama de vinculaciones? Para noso-tros, debe analizar procesos de cambio y de permanencia, tales como:

las políticas del Estado hacia la región, las migraciones, la estructura de tenencia de la tierra, los cambios en el uso del suelo, la relación entre Sociedad y Naturaleza a partir de los cambios en el paisaje, la ecología humana, la ecología política, la relación con el Mercado a partir de estructura productiva y de

comercialización, las vías de comunicación, la composición demográfica y étnica de la población, la estructura sociocupacional, las condiciones de vida, el papel del gobierno local, la cultura popular y la cultura de elite, la cultura política regional, la democracia regional: desde arriba y desde abajo, y las concepciones y las visiones del desarrollo regional

Estas son algunas de las variables que pueden analizarse, las cuales, a su vez, pa-

san por múltiples relaciones de causalidad y de vinculaciones con lo nacional, lo fronterizo, lo transfronterizo y lo transnacional. Por esta razón es que no se debe perder de vista “el contexto más amplio de cualquier región y período que pretende estudiar, a la par del empleo del método comparativo [para trascender] el análisis de regiones particulares mediante el estudio de interrelaciones entre diferentes áreas y distintas épocas” (Hall, 1989: 55).

Pero no podemos obviar que la división territorial administrativa involucra interna de las regiones, involucra un proceso histórico y es, por lo tanto, perfectamente histo-rizable y se puede complementar con otras fuentes locales, para poder aproximarse de mejor manera a la complejidad regional. Sin perder de vista, como telón de fondo, los vínculos:

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1. local↔regional 2. regional↔nacional 3. regional↔transfronterizo 4. regional↔internacional↔transnacional 5. regional↔global

Si bien hemos defendido que la historia regional potencia la relación entre la His-

toria y la Geografía, también es posible que se potencie la relación con la Antropolo-gía, con la Economía y con la Sociología, en función de la temática central que se estudie desde una historia regional focalizada en algún problema o área principal.

Como puede notarse, una región no está constituida solamente por elementos es-paciales y estructurales. Para que una región se consolide, se deben generar compo-nentes propios de las subjetividades, desde una perspectiva constructivista, como analizaremos a continuación. 3. La consolidación de una región. Una visión (de)constructivista Una frase de Heriberto Cairo deja sentadas las bases de la discusión que abordaremos en este apartado: “un mapa no reproduce el mundo, lo construye, y, más aún, naturaliza determinados hechos culturales” (Cairo, 2001). Desde una perspectiva (de)cons-tructivista, podemos plantear que existe una relación entre el espacio/territorio, la territorialidad y la conformación regional, a partir de elementos culturales/subjetivos. Como puede observarse en el Mapa 1, que representa la visión de los navegantes, de los cartógrafos y de los conquistadores, en el siglo XVI, sobre el hemisferio occidental, constituye la evidencia de una construcción eurocentrista de América.

La dimensión de la conformación espacial/territorial de una región ha quedado cla-rificada en la exposición de la perspectiva micro-estructural, pero al introducir la perspectiva de los actores y de las actrices sociales, no podemos dejar de lado los elementos de construcción subjetiva y política, de poder si se quiere, de una región que están representados en: la territorialidad y la frontera; la regionalidad y el regio-nalismo.

Según Soja (1971) la territorialidad específicamente humana está conformada por tres elementos:

el sentido de la identidad espacial: que podemos interpretar como el sentido de lugar, el sentido social de pertenencia a un determinado espacio;

el sentido de la exclusividad: que podemos interpretar como el sentido de per- tenecer a una unidad socioespacial particular, que se conforma a partir de lacomparación con otras unidades socioespaciales y de la existencia de dere-chos exclusivos sobre esa porción de tierra; y

la compartimentación de la interacción humana en el espacio, que implica una manera de comportarse al interior de esa unidad territorial.

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Mapa 1. Americae sive qvartae orbis partis nova et exactissima descriptio / avtore Diego Gvtiero Philippi Regis Hisp. etc. Cosmographo ; Hiero. Cock excvde 1562 ;

Hieronymus Cock excude cum gratia et priuilegio 1562.

Fuente: http://memory.loc.gov/cgi-bin/map_item.pl

La territorialidad se construye socialmente y es “un componente necesario de toda

relación de poder, que, en definitiva, participa en la creación y mantenimiento del orden social, así como en la producción del contexto espacial a través del que experi-mentamos el mundo, legal y simbólicamente” (Cairo, 2001: 31-32) por lo que las regiones, que han desarrollado su territorialidad, tienen también una dimensión discursiva, que se puede rescatar de fuentes como los mensajes presidenciales, o los discursos de los líderes regionales, de los cuales podemos comprender sus imaginarios.

En términos políticos, en el mundo anglosajón los tratados de Geografía Política inician con la distinción entre “límite fronterizo” y “región de frontera”, boundary y frontier, donde la “región de frontera” hace referencia a una área de transición entre lo conocido y lo desconocido y el “límite fronterizo” constituye una línea exacta o convencional en el mapa, que sirve para marcar la distinción entre dos entidades

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políticas (Foucher, 1991). En términos clásicos, la “frontera” se ha concebido como un espacio “vacío” sobre el cual es posible la expansión demográfica, política o económica pero esa noción ha sido es necesario complementarla con su definición como construcciones políticas y como proyecciones imaginadas de poder territorial, por lo que aunque aparezcan bien delimitados en los mapas, los límites son en princi-pio las imágenes mentales de políticos, abogados e intelectuales (Baud y Van Schendel, 1997: 211).

De allí que, desde la perspectiva de la historia regional, es muy importante estudiar el proceso de conformación de los límites fronterizos, en sus dimensiones política e institucional, que implica procesos de negociación entre regiones, al interior del Estado nacional, tanto como la imposición de reglas de juego desde el Estado nacio-nal, cuando estos límites se fijan sin tomar en consideración la territorialidad.

Por otra parte, la historización de la conformación de las “regiones de frontera” constituye todo un reto, sobre todo porque la lógica con que se han construido las fuentes documentales obedece a la centralidad del Estado nacional. Aún así, hay que tomar en cuenta que en el espacio transfronterizo pueden existir dinámicas propias de grupos que no necesariamente se han adaptado a lo nacional o la lo regional dominan-te. Esto queda claro en la actualidad, cuando se ha estudiado el límite y la región de frontera entre Costa Rica y Nicaragua, para dar cuenta de una realidad que va más allá de lo que los gobiernos nacionales pueden catalogar como “migración ilegal”, puesto que existen redes migratorias, formales e informales, que han potenciado los movimientos de población en esos territorios desde hace siglos (Morales y Castro, 2002).

En esta línea de análisis, dos categorías fundamentales para valorar la consolida-ción de una región son la regionalidad y el regionalismo. En términos políticos, el regionalismo se vincula, actualmente, con la necesidad política de establecer una identidad y una coherencia regionales, a partir del establecimiento de un referente basado en una comunidad regional ideal (Hettne, 2002); es la construcción regional constituida como una ideología y ese regionalismo tiene su basamento en la regiona-lidad que es, a su vez, una construcción política y simbólica. La relación dinámica entre regionalidad y regionalismo implica la existencia de un proyecto político, ya sea dominante o subalterno; o también puede implicar la existencia de proyectos políticos inacabados, y ambos tipos de proyectos tienen que ser historizados.

Desde el punto de vista político y simbólico, la consolidación de una región puede pasar por diversas etapas evolutivas que, según Hettne, podrían ser:

un espacio regional: que parte de la diferenciación y la especificidad espacial

y temporal; un complejo regional: a partir de la profundización de las relaciones sociales

entre grupos en localidades (interdependencia), y una sociedad regional: que constituye la conformación de una comunidad

identificada regionalmente (regionalismo) con proyectos comunes (regiona-lidad)

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En todas las etapas, que pueden variar según el caso que se estudie, es muy im-portante la convivencia, pero no se puede perder de vista las diferenciaciones de clase, etnia y género, ni la relación con el “centro”, nacional, transnacional o global, como habíamos planteado anteriormente. Conclusión: la complejidad de la región y de la historia regional como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva y la propuesta de un modelo conceptual relacional para su estudio

Debemos partir del hecho de que las regiones son una construcción social, por lo que están en constante cambio y evolución, y deben comprenderse como un proceso (Hettne, 2002). Para aproximarnos a este proceso, podemos proponer una modelo conceptual relacional que tiene dos grandes componentes: un de carácter micro-estructural y otro de carácter (de)constructivista.

El componente micro-estructural incluye todos los elementos de carácter estructural, que nos permiten reconstituir la dinámica de una región, a partir de la relación entre Estado, Mercado, Sociedad, Cultura y Naturaleza, y sus vínculos de (co)dependencia; mientras que el componente (de)constructivista nos permite recoger la dinámica institucional, en términos de leyes, instituciones y cultura, que constituyen las reglas del juego en una sociedad (North, 2006), así como las subjetividades que permiten la construcción social de la(s) identidad(es) regional(es) a partir de las territorialidades, los límites y las fronteras, sobre la base de la regionalidad y del regionalismo.

Podemos imaginar este modelo relacional con una vocación totalizadora, aunque las parcelaciones son totalmente válidas para reconstruir parte del proceso de la (re)conformación regional. En la realidad, pueden existir diferentes niveles de conformación regional: puede tratarse de una región socioeconómica, de una región ecológica, de una región institucionalizada o de una región imaginada, pero la conformación regional solamente es completa cuando se imbrican todos los niveles, desde la base económica y territorial hasta la cultura y la identidad regionales, y siempre se tendrá como telón de fondo la dimensión relacional entre lo lo-cal↔regional↔nacional↔fronterizo↔transnacional↔global (ver Figura 1).

Finalmente consideramos que la historia regional debe concebirse como el estudio de las regiones en el marco de un enfoque comparado (Smith-Peter, 2004: 527), por lo que nos parece válida la posibilidad de hacer historia regional con un enfoque transareal, como una nueva dimensión de la historia comparada (Viales & Marín, 2009). Bibliografía Acuña, V. H. (1989) “La historia oral, las historias de vida y las Ciencias Sociales”,

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Reseñas

Construyendo social y culturalmente las fronteras: Brasil, Perú y Bolivia, ayer y hoy

Carlos M. CARAVANTES Universidad Complutense de Madrid

[email protected] Grupo FRONTERA (2009) Historia y Memoria de las Tres Fronteras. Brasil, Perú y Bolivia. Cusco (Perú): Grupo FRONTERA, 232 pp. La investigación, histórico-documental y antropológica, cuyo resultado es el texto que comento, considera los procesos de constitución económica, social y política, de las fronteras existentes entre los países que menciona el título. La cuenca del río Madre de Dios, espacio en el que se concentra el estudio, es el marco en el que se desarrollan esos procesos, analizados con una profundidad diacrónica de cinco siglos, después de los que se establece la situación real de las tres fronteras que encontramos hoy.

Para la elaboración de este proyecto, se han coordinado ocho científicos de seis universidades de Brasil, Perú y España, con una ayuda bianual de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo). Que traten de mantener este esfuerzo de trabajo conjunto sobre temas fronterizos, es tarea digna de apoyarse.

Como primera impresión, he de destacar la agradable sorpresa que produce la lec-tura de una investigación colectiva que no se somete a esa generalizada presión aca-démica occidental que obliga a competir, mediante la autoría individual y la sumisión absoluta a los designios de una empresa privada de calificación por el valor de impac-to de las obras (crecientemente considerado en términos cuantitativos) en los ámbitos “pertinentes”. El Grupo Frontera, que hace explícitos los nombres de sus siete inte-grantes, no adjudica ninguno de los capítulos del libro a un autor concreto, sino que se responsabiliza de los resultados y se los atribuye de una forma colectiva.

Alguna dificultad les ha surgido, como ellos mismos descubren en la Presentación, con el uso consecutivo de textos en dos idiomas distintos, español y portugués. Aunque, en general, esta dificultad responde a un cuidadoso respeto por lo que opinan los infor-mantes brasileños, puede plantear ciertas dudas de interpretación al lector español.

____________ Como los autores, prefiero evitar la expresión “Triple Frontera”, al menos inicialmente, porque suele referirse, en la literatura científica dedicada a América Latina, a la zona en que se encuentran las fronteras entre Argentina, Brasil y Paraguay.

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La Introducción nos sitúa bien ante las circunstancias y los condicionantes de los procesos económicos, sociales y políticos que significaron una particular adaptación al ambiente de selva. Adelantar la explicación de las diferencias entre el caucho y la shiringa, los procedimientos de obtención de las gomas elásticas a partir de cada uno, y las formas de vida que desarrollaban los encargados de su extracción, consigue, desde el inicio, que no haya confusión con las principales referencias. Los recién lle-gados, y no así los pueblos originarios que se encontraban allí, tuvieron que adaptarse muy pronto a la vida nómada, al continuo avance, para luego, con la shiringa, cons-truir y acomodarse en “centros” donde procedían a sedentarizarse. También se plan-tean, desde esta presentación inicial, las duras condiciones que tuvieron que enfrentar los pueblos indígenas durante toda la etapa colonial, víctimas de esas invasiones, en gran medida legitimadas por la imagen interesada del vacío amazónico. Con unos “frentes de expansión”, o “fronteras en movimiento” que no acababan de definirse, la caída posterior de la demanda del látex exigió cambios productivos y tecnológicos, que fueron acompañados de diversos discursos económicos y políticos desarrollistas, así como de algún convenio binacional relativo a los límites fronterizos.

En la Primera Parte, se entra en materia con una disciplinada revisión de las teorías elaboradas sobre la otredad como constitutiva de la identificación colectiva, del “no-sotros”, sobre los límites y el control político, sobre el sentido y significado de los territorios, en definitiva sobre el concepto analítico de “frontera”. Aunque es acadé-micamente correcta esta revisión, pricipalmente de autores clásicos en antropología (Lévi-Strauss, Halbwachs, Godelier, Lisón, Barth, Augé), contrasta con el plantea-miento central de toda la investigación, que, me parece, es lo más valioso del libro que me ocupa. Me refiero a la perspectiva de análisis que considera la frontera, como límite real y/o simbólico, incluso en sus espacios liminares, principalmente no como una línea o franja de prohibición, de interdicción, de separación, sino como lugar de relación, de encuentro de los diferentes, más allá de su definición política. Lo que está establecido, lo institucionalizado (comprendido como tal por los actores), en un en-cuentro liminar, no agota toda la relación, sino que, en cada situación concreta, en cada coyuntura histórica, es preciso “negociar” características de esa relación. Por eso, el equipo investigador dedica su atención preferente a los contactos y las relacio-nes reales que tienen lugar, en diferentes situaciones históricas y en el presente, entre los nacionales de los tres países considerados, y entre ellos y los miembros de los pueblos originarios, en aquellos espacios fronterizos. En este aspecto, tienen interés las alusiones, aunque no se consideran más explícitamente, los gastos y las obligacio-nes que se imponen a traves de la doctrina de la seguridad nacional, en cada una de las tres naciones-estado.

Aunque es una buena, y sólida, manera de aproximarse a la realidad indígena en la región a la llegada de los europeos, el recurso al Handbook of South American In-dians (1946-1949) que coordinó Julian Steward, el antropólogo proponente del “evo-lucionismo multilineal”, quizá hubiera sido conveniente la revisión y comentario aquí, no sólo a lo largo de toda la obra, de los estudios más recientes de investigado-res, entre ellos etnohistoriadores y arqueólogos, latinoamericanos.

Con plena conciencia teórica se evita, en estos primeros capítulos teóricos y de presentación, tratar de un modo demasiado sustancial (sorteando incluso las trampas

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del lenguaje) las denominaciones, definiciones y localizaciones de los pueblos indí-genas, aunque se intenta deslindar el territorio que cada uno ocupa, y se subraya el nomenclátor correcto para denominarlos. En apoyo de este cuidado, no me resisto a citar a un indígena terena del Brasil, que, ante antropólogos e indigenistas, expresó:

Para nosotros los indígenas siempre resultó sencillo llamarnos los unos a los otros,

no como indios sino, como en el caso de los terenas, como “xané”, “boinún”, lo que significa “nuestra gente” o “hermano”; pero en un momento determinado, después del encuentro con los conquistadores, fuimos obligados a adoptar por lo menos dos formas de identificación. Por un lado, un nombre y un apellido cristiano y, en algunos casos, el bautismo. Por otro, una denominación tribal, debidamente catalogada, investigada y ar-chivada. Naturalmente, para eso también tuvimos que adaptarnos para no estar al mar-gen de los conceptos designados para nosotros por los grandes “expertos” en asuntos indígenas. No bastando con eso, a partir de ese conocimiento, muchas veces momentá-neo o vivido sólo en la época de las investigaciones, el hombre blanco estudioso creó conceptos de definición hasta el punto de que un día un indio que se había encontrado con un especialista había afirmado, después de leer esas tesis: “doctor, leí sus estudios y continúo estudiando, porque todavía no conseguí ser el indio que el señor escribió...”; es decir, el proceso se estaba invirtiendo peligrosamente.

Por esto creo necesario señalar, como otra de las principales aportaciones de la

obra que comento, que, de un modo empírico sobresaliente, incorpora el cuestiona-miento cotidiano de las denominaciones y simbolizaciones, adscripciones y pertenen-cias, como modo de respuesta o adaptación a realidades coyunturales, e incluso situa-cionales, de las relaciones fronterizas.

Los siguientes capítulos de esta obra, dedicados a la historia, tienen un enorme in-terés para un antropólogo social, ya que las indagaciones de éste, normalmente no diacrónicas, encuentran en las referencias documentadas del pasado algunas de las claves de interpretación del presente. El área fronteriza adquiere importancia econó-mica, y se requiere el dominio de sus tierras, según va en aumento la demanda del látex. Si, al principio, intereses particulares eran los que exigían esa posesión del te-rritorio, pronto fueron las naciones circundantes las que trataron de ampliar sus fron-teras, incluso con la fuerza armada, para acabar consolidándolas como las que ac-tualmente se definen. “De intereses gomeros a territorios nacionales” es el enunciado sintetizador de uno de sus capítulos.

Creo que, en la bibliografía empleada para la consideración de los pueblos indíge-nas antes y durante la Colonia, e incluso en la época republicana, en esa región, se pueden incluir otros autores peruanos y bolivianos, Manuel Marzal, Rodrigo Montoya o Xavier Albó entre ellos. En el caso brasileño, el repertorio referencial resulta más completo.

En los tres casos, para el lector hispano especialmente, aumenta el interés de la lectura con la narración y las consideraciones hechas acerca de los barones del cau-

____________ Carlos Marcos Terena (Comité Intertribal, Brasil): “La identidad indígena y sus relaciones con la sociedad que la rodea”, en M. Gutiérrez Estévez (comp.): Identidades étnicas. Madrid, Casa de América, 1997, 200.

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cho, entre ellos los españoles, y su decisiva y continuada actuación en todos estos procesos.

En toda la segunda parte, se da entrada a la perspectiva etnográfica. Si ya se ad-vierte, en muchos aspectos de la primera, que se está escribiendo desde los países concernidos por la investigación, queda subrayado en ésta al registrar y recoger los distintos enfoques que se entrecruzan en la realidad. El buen fichado del contenido de las entrevistas permite también exponer, incluso argumentar, especialmente en los capítulos dedicados a La Frontera como Recurso, el panorama de conjunto de las creencias y valores de los pueblos originarios en la región. Su carácter, a veces abiga-rrado, sugiere que se ha tratado de rellenar esa visión de conjunto, en las diferentes áreas de análisis, como si se respondiera a los interrogantes de un manual de campo para facilitar cualquier elaboración etnológica o antropológica posterior. Debe seña-larse la incorporación de excelentes textos de primera mano con los que ofrece una aproximación que, como un alegato, demuestra la ingente recogida de datos realizada. Constituye, evidentemente, esa panorámica repleta de pautas culturales que estimula-ría a cualquier antropólogo. Esporádicamente, se encuentran aspectos o comentarios excesivamente concluidos, como afirmaciones poco cuestionables: “el hueco dejado por la iglesia católica ha sido cubierto por múltiples iglesias”; o muy generales, es decir poco operativos: “los estereotipos nacionales son referentes significativos en la interacción social”. No oscurecen, sin embargo, las conclusiones derivadas de una gran experiencia en el tema o de un sobresaliente trabajo de campo colectivo: “las transformaciones de los pueblos indígenas sirven para desacreditar sus luchas y rei-vindicaciones... ya no son indios”.

En conclusión, aunque se ha empleado en la redacción final sólo una parte de todos los materiales obtenidos, para no sobrecargar el resultado, éste ha de ser de referencia obligada para cualquier especialista. La magnífica colección fotográfica que lo acom-paña demuestra igualmente la riqueza de los datos obtenidos. Si bien esta selección facilita la lectura, sin menoscabar el resultado final, considero que en posteriores publi-caciones podrían aportarse muchos matices, en diferentes temas, a partir, por ejemplo, de las más de cien entrevistas realizadas. El carácter introductorio de la obra, especial-mente en la segunda parte que aborda la aproximación etnográfica, nos hace esperar alguna ampliación de este libro, cuya lectura cuidadosa, sin duda, recomiendo.

En definitiva, aún siendo un estudio preliminar, el análisis de las situaciones y cir-cunstancias en que se produjeron las observaciones, las conversaciones y los encuen-tros con los informantes y con las sociedades investigadas, pueden consolidar las sugerencias que aporta sobre la gestión de las pertenencias y referencias de los inte-grantes de los pueblos indígenas, originarios. Es especialmente necesario en un mo-mento como el actual en el que estos pueblos, con sus propuestas, no sólo han logrado tomar la palabra pública tantas veces robada por los discursos expertos, sino que, principalmente en el caso boliviano, ocupan o tienen acceso a esferas de poder antes difícilmente soñadas.

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Geografías del terror en Colombia

Iñigo ERREJÓN GALVÁN Universidad Complutense de Madrid

[email protected] Ulrich Oslender (2008) Comunidades negras y espacio en el Pacífico colombiano. Hacia un giro geográfico en el estudio de los movimientos sociales. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 355 pp.

El territorio ha sido, es y seguirá siendo el espacio que posibilita el desarrollo de la vida a través de los tiempos

(Consejo Comunitario Guapi Abajo, 1998)

Una de las muchas víctimas de las dinámicas de guerra que sacuden Colombia es la autonomía de los sectores sociales subalternos. A menudo las representaciones del país lo imaginan como un escenario “plano”: un tablero donde se enfrentan actores militares en pugna por territorios homogéneos e indiferenciables —en un conflicto político central atravesado por otras violencias “difusas”— cuyas acciones condicio-nan la vida de las poblaciones locales. Esta fotografía contiene, desgraciadamente, mucho de verdad, pero también mucho de reducción y simplificación.

Ulrich Oslender, actualmente profesor en la Universidad Florida Internacional de Miami, y doctor en geografía por la Universidad de Glasgow, escribe su libro con dos objetivos explícitos: hacernos conocedores de las formas de vida y resistencia en el territorio del litoral pacífico colombiano, y reivindicar, desde el estudio de ese lugar concreto, la incorporación de una sensibilidad geográfica en el estudio de los movi-mientos sociales, su espacialización —esa palabra que, de manera altamente simbóli-ca, siempre hace saltar el corrector de mi procesador de textos—. Al estudio particu-lar del Pacífico colombiano lo acompaña una pretensión teórica de largo alcance: defender la centralidad de la dimensión espacial en el estudio de los fenómenos socia-les, y la del concepto de lugar como el espacio dotado de significado por la acción humana.

En su prólogo al libro, Arturo Escobar señala que el de Oslender, muy en sintonía con sus propias investigaciones, es un estudio riguroso y comprometido con los suje-tos de los que habla. Gracias precisamente a su enfoque geográfico no se les impone a los habitantes y las comunidades del pacífico colombiano ninguna categoría o “a prio-ri” universal, sino que se reflejan sus autopercepciones, imaginaciones y prácticas desde una atención prioritaria al lugar que habitan y producen. Desde este lugar en-frentan, en formas específicas y propias, las dinámicas depredadoras que David Har-vey llama de “acumulación por desposesión”. Un enfrentamiento por el territorio, como lo señala Escobar:

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Lo que pretende la máquina capital-Estado-guerra es la transformación del Pacífico

[colombiano] en territorio de conquista y rapiña para la más rápida acumulación. El ba-lance entre ambos proyectos depende más que nada del control sobre el territorio

Esta lucha por el territorio —por el espacio físico pero también por la atribución

de significado, ordenación y reglamentación de éste— es el corazón de la política. Es revelador el ejemplo de la reivindicación de Gramsci por parte de Edward Said, como uno de los primeros teóricos radicales con sensibilidad geográfica; lo hacía en estos términos: “era político en el sentido práctico, concibiendo la política como un conflic-to por el territorio […], por el que se lucha, que se controla, mantiene, pierde, gana”.

Oslender defiende que, para conocer cómo se desarrolla esta pugna y qué cabe es-perar de ella, es prioritario comprender el lugar del que emerge el movimiento: Dón-de viven las personas que lo conforman y qué significa para ellas vivir allí. El análisis del libro, en ese sentido, atiende por una parte a los imaginarios y prácticas de las comunidades negras, y por otra a las estrategias políticas de los movimientos sociales del pacífico colombiano para proyectar un “contraespacio” que defiende su territorio como condición prioritaria para la vida, la soberanía, la identidad cultural y la auto-nomía de las comunidades negras del litoral pacífico colombiano.

La de Ulrich Oslender se puede llamar una investigación de geografía cultural, nu-trida por técnicas de etnografía, pero que tiene una finalidad eminentemente política: se inscribe en los estudios de movimientos sociales, proponiendo pensar las agencias sociales desde el lugar de donde surgen, siguiendo la afirmación del geógrafo político John Agnew: “el lugar es donde la estructura y la agencia convergen”. Desde esta sensibilidad acuña Oslender el concepto de “espacio acuático”, con el que describe las precondiciones de existencia y emergencia del movimiento, para explicar las formas de relaciones sociales de las comunidades negras en el Pacífico colombiano, profun-damente condicionadas por un medio físico y cultural marcado por el agua.

El capítulo segundo del libro está así dedicado al repaso de las principales teorías del estudio de los movimientos sociales: la “teoría de la movilización de recursos” y la “perspectiva identitaria”, y se cierra con una propuesta ecléctica de combinarlas ambas en una lógica “antibinaria” informada por la perspectiva geográfica, que se concreta en el siguiente capítulo. Tras dar cuenta del escaso peso de la dimensión espacial en la literatura convencional sobre los movimientos sociales, discute y define los conceptos de “espacio” y “lugar” como términos claves para una geografía de los movimientos sociales que puede aportar mucho a la literatura de esa disciplina. Em-plea para ello, como columnas centrales de su marco teórico, a Henri Lefebvre y su “producción del espacio”, y la conceptualización de “lugar” que hace John Agnew. El primero para examinar hasta qué punto por medio del “espacio representacional” las subjetividades y saberes locales construyen un contraespacio para su proyecto políti-co, y el segundo para construir una perspectiva de lugar sobre los movimientos socia-

____________ Edward Said, citado en Bob Jessop: “Gramsci as a spatial theorist”, Critical Review of Inter-national Social and Political Philosophy, 8 (4), 2005, 475.

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les a través de los conceptos de “ubicación” (location), localidad (locale) y sentido de lugar (sense of place).

La metodología de la investigación y sus técnicas están detalladas en el capítulo cuarto, cuya segunda parte constituye una compilación amena de experiencias vividas por Oslender durante su observación participante en el Pacífico colombiano.

Los capítulos quinto y sexto se dedican a estudiar los conceptos del marco teórico tomados de Agnew, reelaborándolos en la experiencia concreta de la investigación. En primer lugar, el de sentido de lugar acuático como precondición espacial para la acción colectiva del movimiento de comunidades negras en el Pacífico colombiano. Para ello Oslender indaga en la tradición oral local a través de las voces de campesi-nos, pescadores, curanderos: el sentimiento subjetivo de habitar esa parte del mundo. Esta tradición funciona como sitio de resistencia, un recurso fundamental movilizado por los movimientos sociales en su búsqueda de “contraespacios”: de desafíos a los diseños globales que el capital y el estado colombiano pretenden imponer al pacifico negro colombiano. A continuación, reexaminan la ubicación y la localidad de la re-gión: el escenario en el que opera el movimiento. La ubicación es el espacio físico de una selva húmeda atravesada por redes fluviales y ciénagas de manglares. La locali-dad la construyen las relaciones sociales espacializadas (patrones de asentamiento, propiedad de la tierra, transporte, parentesco, etc.) en las cuencas de los ríos. Estos dos, sumados, producen la “lógica del río”, el flujo de la vida tradicional en esa región, que es luego la base para la actuación, la identidad y el reclamo de los movi-mientos. Se echa en falta, sin embargo, en la “ubicación” de la región, una óptica que dé mayor énfasis a las dimensiones económico-políticas: su contextualización en la economía-mundo y en la dinámica nacional colombiana, con alguna referencia al conflicto armado.

Los siguientes capítulos, el séptimo y el octavo, los dedica el autor a examinar la puesta en práctica de los conceptos que ha fraguado: “espacio acuático” y “lógica del río” en la disputa jurídico-política por la autonomía territorial de las comunidades negras del pacífico, abierta con la Constitución Colombiana de 1991 y las disposicio-nes legales que respondían a las reivindicaciones territoriales del “Pacífico negro”. Una atención prioritaria a los “Consejos Comunitarios” formados en las cuencas de los ríos de la región, y que funcionan como espacios contradictorios de resistencia, negociación y cooptación entre diferentes actores: movimientos sociales, partidos políticos nacionales, empresas multinacionales, instituciones del Estado colombiano. En esta interacción, las empresas con ambiciones en la región desarrollan un “ajuste discursivo” —un concepto que un Oslender postestructuralista deriva del “ajuste es-pacial” con el que Harvey describe la expansión geográfica capitalista en las crisis de sobreacumulación— con el que pretenden inaugurar una nueva relación con la natura-leza, representada ahora en términos de “desarrollo sostenible” y “conservación de la biodiversidad”, reconociéndole a las comunidades poder territorial para administrar sus saberes locales tradicionales, pero encomendándoles la protección de esos am-bientes para una explotación intensiva y tecnologizada, que por sobretodo busca usurpar el conocimiento sedimentado en el sentido de lugar: las representaciones dominantes del espacio reconocen el valor del espacio representacional (los conoci-

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mientos locales de la naturaleza) en el proyecto de repensar y conservar la naturale-za como una condición de producción viable.

El libro de Oslender es una aportación valiosa al estudio de la acción colectiva, que es tanto más robusta cuanto más se sustenta en el conocimiento de su objeto de estudio. Permite, entre otras cosas, huir de los abismos paralelos de las sobredetermi-naciones estructuralistas sobre la práctica de los movimientos sociales, y de los enfo-ques individualistas que no aprehenden las dimensiones colectivas inherentes a estos fenómenos. La reivindicación de “espacializar las resistencias” de Oslender, eviden-cia las carencias de estos enfoques preguntándose de dónde surge la acción colectiva, de qué lugares, por qué allí y no en otro sitio, de qué manera su lugar de origen marca las características, estrategias y éxitos o fracasos de los movimientos en su relación con otros actores y otros proyectos espaciales sobre el territorio por el que pugnan.

Y Oslender responde. En un contexto de conflicto armado que provoca desplaza-mientos, violencia masiva y desposesión, los procesos organizativos locales y los sentimientos de lugar son intentos reales de apropiación del territorio por parte de los más desfavorecidos. Los consejos comunitarios son una creación del Estado colom-biano, pero a menudo se han revelado también espacios de resistencia local para la defensa del territorio. El reto actual para el movimiento social de comunidades ne-gras, es abrir una política multiescalar que le permita coordinar los planos locales con el nacional y el global. Un proyecto netamente político, indisolublemente geográfico.

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Espacio e identidad en Chiapas

Ramón ESPINAR MERINO Universidad Complutense de Madrid

[email protected] Rosa de la Fuente (2008) La autonomía indígena en Chiapas. Un nuevo imaginario socio-espacial. Madrid: Catarata-UCM, 147 pp. Desde los años 1990 y especialmente en la última década, la cuestión de la autonomía indígena ha resultado ser un tema central en la política de América Latina. Por su incidencia en la configuración de los estados y en la política del espacio, se ha con-vertido en un objeto de estudio relevante para los científicos sociales dedicados a la región. El libro La autonomía indígena en Chiapas. Un nuevo imaginario socio-espacial, resultado del trabajo de tesis doctoral de Rosa de la Fuente, se enmarca en el estudio de la fenomenología política asociada a los procesos de lucha por la autono-mía indígena, desde una perspectiva geográfica.

A partir del año 1974, desde los conflictos en Los Altos y de la última fase del Congreso Indígena y hasta mediados de los años 1990, aparece en el escenario políti-co chiapaneco un elemento nuevo (o nuevo en tanto que visible): el comienzo de la ruptura de la lógica de integración de las identidades indígenas en el discurso identita-rio mexicano para su posterior preservación y su sustitución, por parte del incipiente sujeto político indígena, por una práctica política orientada a la reivindicación de mejoras en las condiciones de vida de las comunidades a través de la (re)construcción de los relatos identitarios propiamente indígenas y de la lucha por la autonomía, en-tendida como ejercicio del poder político sobre el territorio.

Desde aquí, Rosa de la Fuente trata de abordar, tanto el proceso de lucha por la au-tonomía, como la puesta en marcha y la visibilización del sujeto político indígena en la región de Chiapas, en México. El proceso, íntimamente relacionado con el alza-miento, el primero de enero de 1994, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la posterior implantación en la región de modelos de gobierno popular y autogestionario en torno a las “Juntas de Buen Gobierno” y los “Caracoles”, que vi-nieron a significar, de facto, en parte del territorio chiapaneco, la autonomía y el en-sayo de modelos de organización social al margen de las formas estatales. La evolu-ción del proceso de reclamo y práctica de la autonomía y las nuevas narrativas del sujeto político indígena, son el objeto de estudio del trabajo a partir de las que pode-mos identificar como las dos problemáticas principales diagnosticadas por la autora: de un lado, la construcción de un imaginario político en torno a la lucha por la auto-nomía y al proceso de construcción de identificaciones. En palabras de la autora: “[…] la acción política del nuevo sujeto social ha desarrollado un conjunto de de-mandas y planteamientos cada vez más consolidados y conformadores de una inci-piente ideología política indígena” (pp. 19). De otro lado, el desarrollo de nuevas

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territorialidades y formas de concebir el espacio dentro del estado mexicano: “[…] a lo largo de las siguientes páginas pretendemos demostrar que la autonomía indígena en México, y especialmente en el estado de Chiapas, es una demanda política que, en función de determinadas condiciones de posibilidad, en la última década se ha con-vertido en un elemento que ha disputado la hegemonía en la producción del espacio social” (pp. 26).

Partiendo de estas dos cuestiones, y sobre la tesis de que la autonomía indígena en Chiapas es una reivindicación explotada fundamentalmente a partir del alzamiento del EZLN que pretende (re)articular el Estado mexicano y que produce, a lo largo de la década 1994-2003, elementos discursivos y de prácticas políticas que compiten por la hegemonía frente a la forma de organización estatal. Así, la autonomía no se entiende como una forma de descentralización del Estado, sino como parte del derecho al terri-torio y a ejercer el poder sobre él, de las comunidades indígenas, relegadas histórica-mente a un papel subalterno.

De la Fuente estructura el trabajo en tres partes. En la primera expone el recorrido del indigenismo político desde los años 1970, en que las organizaciones estaban pene-tradas por el oficialismo priista y formaban parte tanto de las prácticas de reparto de poder estatal como del relato integrador de lo indígena en el discurso identitario mexicano, hasta lo que denomina el “giro indianista”, y el arranque de la lógica que reivindica, a través del derecho al territorio, una forma de vida mejor para las comu-nidades, por lo general, pobres.

La segunda parte del trabajo se refiere específicamente a la demanda de autonomía indígena. Entendemos que es la parte más rica del estudio, por ser donde quedan ex-puestas con claridad las complejidades derivadas del uso de categorías como “auto-nomía” e “indígena”, dentro de las cuales se inscriben prácticas, discursos e imagina-rios diversos y trayectorias históricas bien diferenciadas, cuando no contradictorias. La reivindicación de la autonomía indígena, por tanto, es la simplificación “hacia fuera”, la presentación uninominal, de un movimiento heterogéneo en el que las for-mas y las prácticas no “son”, sino que están en permanente proceso de negociación.

El tercer gran capítulo, hace referencia a cuanto sucede entre los años 1994 y 2003, tras el alzamiento zapatista en San Cristóbal de las Casas, la toma de buena parte del territorio chiapaneco y el establecimiento de las nuevas formas de gobierno en la región al margen, en buena medida, del Estado. Se recogen, tanto los debates entre el EZLN y las organizaciones indianistas que operaban en las comunidades con anterioridad, como la diversidad en la práctica de las aplicaciones del ejercicio de la autonomía en los “territorios liberados” por el EZLN a partir del alzamiento.

En las conclusiones se recogen las reflexiones centrales del trabajo, partiendo de los dos elementos señalados anteriormente. De un lado, la cuestión de las tensiones entre un movimiento heterogéneo y su formulación unívoca como tal movimiento: “[…] Al analizar la aparición y evolución de la autonomía territorial indígena como demanda política y proyección socio-espacial de un colectivo diferenciado, conside-ramos que se han reproducido contradicciones socio-espaciales vinculadas al ejercicio del poder político”; de otro, la presencia de nuevas imaginerías espaciales y de un discurso que ha luchado por la hegemonía en la producción del espacio: “[…] la cons-trucción de un espacio de representación que, pese a su heterogeneidad y compleji-

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dad, se ha convertido en un nuevo imaginario socio-espacial que ha participado de la producción del espacio en México, pero muy especialmente en Chiapas. Por tanto, este nuevo imaginario socio-espacial compite, material y discursivamente, desde lo local con los otros imaginarios socio-espaciales, el Estado-nación y la globalización” (pp. 139).

Las contradicciones “vinculadas al ejercicio del poder político” tienen que ver con la tensión ya mencionada entre la construcción de un sujeto único, el indígena, y la complejidad y heterogeneidad dentro del movimiento indianista; también están rela-cionadas con los desniveles entre los procesos de construcción discursiva y material, en tanto que el proceso de identificación discursiva y la práctica de (re)territo-rialización asociada al sujeto indígena no siempre han estado coordinadas; y también los procesos de negociación con los elementos presentes en el discurso político regio-nal que no tienen que ver necesariamente con el indianismo, han generado tensiones y contradicciones.

Así, De la Fuente defiende que prácticas y narrativas heterogéneas en lucha por la consecución de la autonomía en Chiapas han terminado por ser agentes relevantes en la producción espacial de la región y de México, en tanto que “su” territorialidad se ha asentado “hacia dentro” en términos de prácticas y “hacia fuera”, hacia el Estado, en tanto que las espacialidades construidas deben ser tenidas en cuenta incluso por quienes no las reconocen como legítimas a la hora de hacer política en la región.

El libro, síntesis de la Tesis Doctoral de la autora, tiene más de explicación del ca-so a partir de determinadas categorías, que de reflexión teórica acerca de las relacio-nes entre prácticas socio-políticas y espacio. Por tanto, a menudo, el uso de determi-nadas categorías analíticas está sobreentendido y no resulta fácil rastrear si hablamos de tal o cual utilización de una categoría en ocasiones. Es el caso de la “producción del espacio social”, pese a no aparecer en extenso, la autora nos remite a la noción de de Henri Lefebvre. Y podemos plantearnos si, para Lefebvre, la construcción de nuevas territorialidades de parte de sujetos sociales subalternos y la puesta en marcha de formas de organización política al margen del Estado, no podría tratarse de la construcción de “espacios diferenciales”, es decir, aquellos que escapan a la lógica de producción de espacio capitalista con sus modelos funcionales a la organización del Estado, en lugar de “producción de espacio” y, por tanto, no hablaríamos de un pro-yecto antagonista de construcción política “dentro” de la territorialidad del Estado mexicano (lo cual, dicho sea de paso, estaría subvirtiendo una parte de la misma para reificar otra), sino de proyectos de construcción social de artefactos políticos en torno a determinados territorios, realmente autónomos a partir del alzamiento del EZLN. Podemos entender que la “producción del espacio” puede interpretarse en términos de producción capitalista del espacio y que, por extenso que sea el territorio, en el caso de Chiapas y las comunidades estaríamos hablando de espacios en lucha.

____________ La distinción entre “producción del espacio” como forma de organización del espacio en el capitalismo y “espacios diferenciales”, como forma de organización socio-espacial que, dentro del sistema capitalista, escapa a la lógica hegemónica se puede encontrar en H. Lefebvre: Espacio y política, Península, Madrid, 1976.

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Reseñas

Geopolítica(s) 2010, vol. 1, núm. 1, 173-184

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En lo que respecta a la contradicción central señalada por De la Fuente a lo largo del trabajo, la que se refiere a la tensión entre la construcción de un sujeto político y de una identificación indígena donde preexistían otras subjetividades bien diferentes, podemos hacer algunas consideraciones. Sin ninguna aspiración de negar la compleji-dad identitaria entre los agentes políticos del proceso de lucha por la autonomía en Chiapas, sorprendería mucho que, a lo largo de una década de acción colectiva orga-nizada, no hubieran surgido elementos hibridados en cuanto a las identificaciones y los imaginarios geográficos y políticos. Las identificaciones preexistentes no son, en todo caso, entes monolíticos sobre los que se agregan elementos nuevos, sino que se (re)definen y (re)negocian a lo largo del tiempo y de los acontecimientos, de tal modo que no resultaría sorprendente encontrar que, de las narrativas fragmentadas de los 1970, hubiera surgido un discurso aglutinador, como de hecho apunta De la Fuente, en torno al que construir lo indígena. Podríamos encontrarnos frente a lo que Gayatri Spivak denomina “esencialismo estratégico”, es decir, la estrategia mediante la cual un grupo subalterno utiliza las categorías a partir de las que se establece su posición como “el otro”, en beneficio propio, esperando y produciendo un cambio en el sentido común que les reporte beneficios en el medio plazo. Así, los agentes en lucha, habrían asumido la identidad indígena, no por creer en la ordenación de las personas en base a criterios fenotípicos, sino con un criterio de mejora de las condiciones de vida de las comunidades en el corto y el medio plazo, a través de la organización de la lucha “indígena”.

Del mismo modo, la concepción del espacio como un elemento constante e igual a sí mismo a lo largo de todo el proceso de lucha, parece que resta potencialidades ex-plicativas al trabajo. Si entendemos, con Robert Sack, la territorialidad como una forma de relación social que se da en el espacio, no podemos trabajar con la noción de “espacio” en un proceso de alta politización del espacio y de acción colectiva de tanto alcance como el de Chiapas en el decenio 1994-2003, sino con el de territorio. Es decir, que del mismo modo que los discursos e identificaciones se reformulan, el espacio es también un elemento atravesado por el tiempo, es decir, histórico y, en tanto que histórico, contingente. La concepción del espacio como elemento siempre igual a sí mismo, como escenario sobre el que se desarrolla la contienda, en lugar de concebirse como elemento dinámico por la propia naturaleza de su producción social, es un lastre para la comprensión de cualquier proceso político, también el de la lucha por la autonomía en Chiapas.

La aportación de Rosa de la Fuente es, en todo caso, enormemente valiosa y de obligada consulta para quien quiera aproximarse, desde un enfoque espacial, a los procesos políticos abiertos en Chiapas y en toda América Latina en lucha por la(s) autonomía(s) indígena(s).

____________ El concepto de “esencialismo estratégico” aparece en muchos trabajos de Spivak; e.g., G. C. Spivak: A Critique of Postcolonial Reason: Towards a History of the Vanishing Present, Cambridge y Londres, Harvard University Press, 1999. Para una explicación del concepto de territorialidad como relación, ver R. D. Sack: “Human territoriality: A theory”, Annals of the Association of American Geographers, vol. 77, 1983, pp. 54-77.

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Política editorial de la revista

Objetivos y ámbito de la revista: Geopolítica(s) publi-cará artículos originales e inéditos de investigadores,dando preferencia a trabajos que aporten una contribu-ción teórica o metodológica genuina al estudio de larelación entre espacio y poder, especialmente enAmérica Latina y los países ibéricos. Para ello publica-rá artículos procedentes de varios de los campos deinvestigación propios de la Geografía Política y de lasdemás ciencias sociales en tanto desarrollen una pers-pectiva espacial de análisis. Así mismo, Geopolítica(s)aboga por el pluralismo científico, tanto en lo que serefiere a ámbitos de investigación de la GeografíaPolítica, como a perspectivas epistemológicas, metodo-lógicas y técnicas. En este sentido, la revista se abreindistintamente a las diferentes perspectivas teóricas ymetodológicas críticas, sin desechar a priori los trabajosde geopolítica tradicional, y anima a los autores a escri-bir artículos que evalúen los méritos relativos de distin-tas aproximaciones teóricas o metodológicas para expli-car fenómenos políticos empíricos de relieve.

El Consejo Editorial puede encargar temas monográfi-cos o recibir propuestas de temas monográficos quepueden ocupar parte de un número, pero fundamental-mente tendrá un contenido misceláneo.

Además, Geopolítica(s) encarga y recibe recensiones ynotas de libros que tengan un carácter destacado en elámbito científico propio de la revista y que hayan sidopublicados recientemente.

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Los autores, tanto de los artículos como de las recensiones,deben enviar un archivo informático, preferentemente enWord para Windows o Writer para OpenOffice, a

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Consideraciones a tener en cuenta en el momentode preparar los manuscritos

Extensión y estructura formal— Los artículos deben ser mecanografiados a doble

espacio por una cara de papel blanco tipo A4, conamplios y generosos márgenes a ambos lados delpapel. No hay estrictamente un límite de extensiónpero se sugiere que no sobrepasen unas 25 páginas,aproximadamente 7.500 palabras, incluyendo notasy referencias bibliográficas.

— La sección de noticias de libros ha de incluir infor-mación sobre el autor, título, editorial, lugar y fechade publicación, así como un breve párrafo de sínte-sis del contenido.

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las pruebas y el número de fax o el correo electró-nico del autor principal para poder acelerar lascomunicaciones.

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Normas para las referenciasLas referencias deben ajustarse al sistema Harvard, porejemplo:— Artículo de revista:

Kuus, Merje (2007) “Love, peace and NATO:imperial subject-making in Central Europe”.Antipode, 39, 269-290.

— Libro:Mignolo, Walter (1995) The Darker Side of theRenaissance: Literacy, Territoriality, Colonization.Ann Arbor (Michigan): University of MichiganPress.

— Contribución a un libro:Routledge, Paul (1998) “Anti-geopolitics. Intro-duction”, en G. Ó Tuathail, S. Dalby y P. Routledge(eds.) The Geopolitics Reader. Londres: Routledge,245-255.

— Web:Santos, Boaventura de Sousa (2008) “Sucedió loimpensable”. kaosenlared.net [Puesto en línea el 25de septiembre de 2008. URL: http://www.kaosen-lared.net/noticia/68588/sucedio-lo-impensable.Consultado el 10 de noviembre 2008].

— Las citas en el texto deberán hacerse por autor y añoentre paréntesis. Por ejemplo, (Dahl, 1989: 323). Sise cita el trabajo de tres o más autores, es suficien-te citar el primer autor seguido de et al. Si se citanvarios trabajos de un autor o grupo de autores de unmismo año, debe añadirse a, b, c, después del añotanto en el texto como en la lista de referencias.

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