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GAMBERRISNIO Y ANALFABETISMO 73 turales—en concreto, de la materia didáctica—, en cambio posee la capacidad de vivirla a través del va- rón, como un acto de fe en el varón. Esta vivencia es, al propio tiempo, inspiración y motor del propio va- rón, pues la mujer cultivada y espiritual posee el don exclusivo de admirar numinosamente al varón concre- to y con esta admiración, gloria del genio, estimular- lo (pienso en Bettina Brentano). Pero esto significa que es absolutamente necesaria, en la mecánica socio- lógica del desarrollo cultural, la existencia y la pre- sión de las mujeres capaces de estimar y respetar la significación de la creación cultural; y en nuestra civi- lización occidental, de la ciencia. Sospecho que en la decadencia científico-cultural de nuestra patria a par- tir del siglo xvii ha influido decisivamente el prosaís- mo de la mujer ibérica, su tabla doméstica de valo- res, con la subterránea influencia de su magisterio en la conducta de los españoles. * * * Y cómo podrá aprender y ejercitar 1a - mujer esta fina percepción del valor del creador de cultura si no es en la directa experiencia del magisterio masculino? Cómo podrá un claustro de mujeres transmitir a sus alumnos lo que es de suyo intransmisible, porque debe ser arrancado de la cantera misma donde reside, que es el alma varonil? Sólo vagas palabras grandilocuen- tes, pero vacías de poderío espiritual. Por eso debe conceptuarse como peligrosísimo experimento el aban- donar a las mujeres la formación íntegra de los jó- venes, ¡sobre todo, de las demás mujeres! Porque no puede olvidarse que lo que verdaderamente importa en la educación de la mujer—en orden a la prosperi- dad cultural: política, científica, técnica, artística, una sociedad—es, tanto o más que los contenidos con- cretos, incluso que el sistema de ellos, la ardiente y sin- cera valoración adecuada de los mismos. Valoración que ejercerá fulminantemente sus efectos sobre los varones de su mundo. Menos peligroso sería el expe- rimento de confiar a !as mujeres la educación de los jóvenes: éstos verían surgir en sí mismos, con gran probabilidad, el pathos íntimo de la vida espiritual, y el estímulo serían las propias profesoras. Pero, según nuestras cuentas, el ideal es conseguir la colaboración del estilo pedagógico masculino y del femenino en la formación, tanto de los futuros hombres como de las futuras mujeres. La pedagogía femenina desempeña una función insustituible; pero sienipre, in adjutorium viri. GUSTAVO BUENO MARTÍNEZ Gamberrismo y analfabetismo Quien padece una enfermedad necesita conocer su diagnóstico para ponerse en vías de curación y, aun en el caso de enfermedades incurables o degenerativas, puede serle útil para conllevar el mal, para localizar- lo, o para diferir sus efectos. Lo mismo que en el organismo humano acontece en el organismo social. Cuando una sociedad es cons- ciente del mal que en ella se incuba, por grave que se lo considere, procura reaccionar de alguna manera, sea en la misma preocupación ambiental, sea por me- dio de una acción política que sirva de teurapéutica adecuada. Si, en cambio, se desconoce el mal, o se toman los síntomas por la causa, o se le atribuye un origen dis- tinto, la enfermedad avanza incontenida, favorecida incluso por tratamientos equivocados. Cuando se observa la evolución de nuestra socie- dad en el último medio siglo, se tiene, más o menos oscuramente, la impresión de que "algo hay en Di- namarca que huele a podrido". Algo hay que no marcha bien en nuestro ambiente social, y ello se mani- fiesta en un sector de población—más o menos ex- tenso, según las zonas y medios—cuya conducta, cuyo espíritu, cuya forma de reaccionar y de producirse, no honra, ciertamente, a la colectividad que los en- gendra y los nutre espiritualmente. Pero en la determinación de ese "algo" se juega, en mi opinión, con un equívoco muy antiguo y siem- pre renovado. En ese equívoco corresponde un papel quizá no meramente simbólico al doble sentido que en castellano tienen las palabras "cultura" y su opues- to "incultura". Cuando en un tranvía, por ejemplo, alguien se produce, de palabra o de hecho, de un modo incivil o brutal se oye calificarlo de "inculto" o de "poca cultura". En su sentido original y profun- do, la palabra tiene una aplicación perfecta en estos casos de "falta de cultivo para vivir en sociedad". Pero el sentido en que hoy se emplea—y el que evo- ca—es el de algo relacionado estrechamente con la instrucción escolar: cultura es lo que se adquiere por medio de la enseñanza; inculto, el que no lo posee, el ignorante. Y el caso extremo y típico del inculto, del falto de esa cultura, podemos señalarlo en el analfa- beto, tipo humano que no escasea en nuestra sociedad. Entonces, el modo de reprimir y anular esas conduc- tas inciviles, antisociales, será precisamente luchar con- tra el analfabetismo, aumentar la cultura. Ahora bien: es lícita esa transposición desde el individuo de conducta brutal, intratable, hasta el anal- fabeto, pasando por el concepto de incultura con su dualidad de sentidos o evocaciones? Resulta curioso oír hablar hoy de "la plaga del analfabetismo", y de la "lucha contra esta plaga social". Nadie puede du- dar que, si se remonta el tiempo y nos acercamos a los siglos dorados de nuestra cultura, la proporción de analfabetos se agranda enormemente, ni tampoco que, aunque haya países de menos porcentaje de analfabetos, en la disminución de éste no ha dejado nunca de avanzarse. La "plaga", pues, no resulta una imagen muy afortunada. Existe aquí, en esta inge- nua visión del problema, una influencia inconscien- te de la otra forma de incultura, de ese "algo" que es independiente del analfabetismo y que constituye, esto sí, una verdadera plaga. De este tipo humano y de esa conducta que no existían hace medio siglo y que crecen constantemente sin que parezca influir- le el que, a la inversa, el analfabetismo, casi general en otro tiempo, decrezca de continuo. Sin embargo, la reciente coincidencia de una serie de hechos de extrema incivilidad ha revelado brusca-

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turales—en concreto, de la materia didáctica—, encambio posee la capacidad de vivirla a través del va-rón, como un acto de fe en el varón. Esta vivencia es,al propio tiempo, inspiración y motor del propio va-rón, pues la mujer cultivada y espiritual posee el donexclusivo de admirar numinosamente al varón concre-to y con esta admiración, gloria del genio, estimular-lo (pienso en Bettina Brentano). Pero esto significaque es absolutamente necesaria, en la mecánica socio-lógica del desarrollo cultural, la existencia y la pre-sión de las mujeres capaces de estimar y respetar lasignificación de la creación cultural; y en nuestra civi-lización occidental, de la ciencia. Sospecho que en ladecadencia científico-cultural de nuestra patria a par-tir del siglo xvii ha influido decisivamente el prosaís-mo de la mujer ibérica, su tabla doméstica de valo-res, con la subterránea influencia de su magisterio enla conducta de los españoles.

* * *

Y cómo podrá aprender y ejercitar 1a - mujer estafina percepción del valor del creador de cultura si noes en la directa experiencia del magisterio masculino?Cómo podrá un claustro de mujeres transmitir a sus

alumnos lo que es de suyo intransmisible, porque debe

ser arrancado de la cantera misma donde reside, quees el alma varonil? Sólo vagas palabras grandilocuen-tes, pero vacías de poderío espiritual. Por eso debeconceptuarse como peligrosísimo experimento el aban-donar a las mujeres la formación íntegra de los jó-venes, ¡sobre todo, de las demás mujeres! Porque nopuede olvidarse que lo que verdaderamente importaen la educación de la mujer—en orden a la prosperi-dad cultural: política, científica, técnica, artística,una sociedad—es, tanto o más que los contenidos con-cretos, incluso que el sistema de ellos, la ardiente y sin-cera valoración adecuada de los mismos. Valoraciónque ejercerá fulminantemente sus efectos sobre losvarones de su mundo. Menos peligroso sería el expe-rimento de confiar a !as mujeres la educación de losjóvenes: éstos verían surgir en sí mismos, con granprobabilidad, el pathos íntimo de la vida espiritual, yel estímulo serían las propias profesoras. Pero, segúnnuestras cuentas, el ideal es conseguir la colaboracióndel estilo pedagógico masculino y del femenino en laformación, tanto de los futuros hombres como de lasfuturas mujeres. La pedagogía femenina desempeñauna función insustituible; pero sienipre, in adjutoriumviri.

GUSTAVO BUENO MARTÍNEZ

Gamberrismo y analfabetismo

Quien padece una enfermedad necesita conocer sudiagnóstico para ponerse en vías de curación y, aunen el caso de enfermedades incurables o degenerativas,puede serle útil para conllevar el mal, para localizar-lo, o para diferir sus efectos.

Lo mismo que en el organismo humano aconteceen el organismo social. Cuando una sociedad es cons-ciente del mal que en ella se incuba, por grave quese lo considere, procura reaccionar de alguna manera,sea en la misma preocupación ambiental, sea por me-dio de una acción política que sirva de teurapéuticaadecuada.

Si, en cambio, se desconoce el mal, o se toman lossíntomas por la causa, o se le atribuye un origen dis-tinto, la enfermedad avanza incontenida, favorecidaincluso por tratamientos equivocados.

Cuando se observa la evolución de nuestra socie-dad en el último medio siglo, se tiene, más o menososcuramente, la impresión de que "algo hay en Di-namarca que huele a podrido". Algo hay que nomarcha bien en nuestro ambiente social, y ello se mani-fiesta en un sector de población—más o menos ex-tenso, según las zonas y medios—cuya conducta, cuyoespíritu, cuya forma de reaccionar y de producirse,no honra, ciertamente, a la colectividad que los en-gendra y los nutre espiritualmente.

Pero en la determinación de ese "algo" se juega,en mi opinión, con un equívoco muy antiguo y siem-pre renovado. En ese equívoco corresponde un papelquizá no meramente simbólico al doble sentido queen castellano tienen las palabras "cultura" y su opues-to "incultura". Cuando en un tranvía, por ejemplo,alguien se produce, de palabra o de hecho, de un

modo incivil o brutal se oye calificarlo de "inculto"o de "poca cultura". En su sentido original y profun-do, la palabra tiene una aplicación perfecta en estoscasos de "falta de cultivo para vivir en sociedad".Pero el sentido en que hoy se emplea—y el que evo-ca—es el de algo relacionado estrechamente con lainstrucción escolar: cultura es lo que se adquiere pormedio de la enseñanza; inculto, el que no lo posee, elignorante. Y el caso extremo y típico del inculto, delfalto de esa cultura, podemos señalarlo en el analfa-beto, tipo humano que no escasea en nuestra sociedad.Entonces, el modo de reprimir y anular esas conduc-tas inciviles, antisociales, será precisamente luchar con-tra el analfabetismo, aumentar la cultura.

Ahora bien: es lícita esa transposición desde elindividuo de conducta brutal, intratable, hasta el anal-fabeto, pasando por el concepto de incultura con sudualidad de sentidos o evocaciones? Resulta curiosooír hablar hoy de "la plaga del analfabetismo", y dela "lucha contra esta plaga social". Nadie puede du-dar que, si se remonta el tiempo y nos acercamos alos siglos dorados de nuestra cultura, la proporciónde analfabetos se agranda enormemente, ni tampocoque, aunque haya países de menos porcentaje deanalfabetos, en la disminución de éste no ha dejadonunca de avanzarse. La "plaga", pues, no resulta unaimagen muy afortunada. Existe aquí, en esta inge-nua visión del problema, una influencia inconscien-te de la otra forma de incultura, de ese "algo" que esindependiente del analfabetismo y que constituye,esto sí, una verdadera plaga. De este tipo humanoy de esa conducta que no existían hace medio sigloy que crecen constantemente sin que parezca influir-le el que, a la inversa, el analfabetismo, casi generalen otro tiempo, decrezca de continuo.

Sin embargo, la reciente coincidencia de una seriede hechos de extrema incivilidad ha revelado brusca-

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mente a la opinión pública este mal social en su ver-dadera naturaleza y profundidad, y en su radical di-ferencia respecto a la mera incultura del analfabeto.La prensa, en efecto, ha hablado largamente y en to-nos de alarma de lo que, con término un tanto ambi-guo e impreciso, se llama hoy "gamberrismo", al re-gistrar en el ambiente público una serie de actos depremeditada barbarie, sin objetivo comprensible.

No es, ciertamente, nueva en la conciencia de na-die esta forma de degeneración agresiva que paseapor las grandes ciudades su mueca de estolidez y co-bardía, pero es la reiteración de sus actuaciones y sucarácter colectivo, de grupo, gregario, lo que ha crea-do una conciencia clara del fenómeno y la exigenciade buscar un término que adecuadamente exprese elconcepto que más o menos confusamente todos posee-mos de él.

El padre Félix García denunciaba en A B C delpasado día 7 de diciembre el carácter ambiguo de lostérminos GAMBERRO y GAMBERRADA, que tienen reso-nancia de juvenil y disculpable exceso y no expresantoda la patológica barbarie que existe en muchos deesos actos y en sus autores. Creo que resultaría útilpara esta precisión de término y de concepto remon-tar los sentidos que la palabra GAMBERRO ha tenidoen su pasado hasta llegar a nosotros. En su sentidooriginario—y en definición por la Academia—GAMBE-RRO se llama al hombre de mala vida, de conductadesenfrenada, falta de norma, escandalosa. Pero estaacepción cabe considerarla como término en desusodesde hace muchos años, salvo en alguna zona en quepudiera conservarse (como en la Argentina). Donde,en cambio, nunca dejó de ser usual la palabra es enlas provincias vascongadas, pero con un sentido bas-tante distinto del originario.

Sabido es que el vasco, aun en su juventud, es decarácter serio, más bien tímido, y de un individua-lismo mucho menos acusado que el del español me-ridional. Sus expansiones son siempre colectivas, conel buen motivo de la comida y la bebida, rematadassiempre en expansiones filarmónico-corales de confra-ternización. Es entonces, en una feliz digestión y conla sublimación alcohólica, cuando el vasco supera suhabitual seriedad y se atreve a hacer cosas que nuncaharía en estado normal. Es la hora de la evasión, delos gritos estentóreos, de las bromas pesadas, de laspendencias, de las GAMBERRADAS. El habitual de estosexcesos y el protagonista en cada caso es el gamberroen un sentido de la palabra coincidente con aquel ju-venil y ruidoso con que el padre Félix García exigíano se amparasen los hechos y las personas a que hoyse alude con ese término.

Es, sin embargo, a través de esta supervivencia deltérmino, y exactamente en los años de nuestra gue-rra e inmediatos, por donde y cuando se realiza suextensión hasta la generalidad y el sentido que hoyle damos. En el concepto que ahora, más o menosconscientemente, le otorgamos conserva algo de susentido vascongado—llamémosle así—: el GAMBERRO

es alborotador, escandaloso, molesto; pero ha variadoen otros fundamentales aspectos, pues nada hay enél ya de la bulliciosa, juvenil y, en el fondo, inofen-siva esencia de aquella otra gamberrada.

Lo que hoy oscuramente se significa por GAMBERRO

no es, pues, el hombre de conducta viciosa o desenfre-

nada de la primitiva acepción, ni el simple alborota-dor o escandaloso de ese segundo sentido. Tampocoes semejante al tipo del chulo o el matón, muy arrai-gado en nuestra tipología popular: antes bien, la esen-cia de este último es la valentía incivil e insolente delguapo" o el "flamenco" al par que una de las notas

del gamberro es la cobardía, la colectividad, el anoni-mato. No coincide tampoco con el malhechor queobra por fines de robo, apetencias brutales, etc.; escaracterístico del GAMBERRO el carecer de objeto con-creto o de interés aprovechable en sus actos típicos.La GAMBERRADA se hace por sí misma. Ofende porofender o hiere por herir. Aún se asimila menos a lasimple rusticidad o zafiedad: el hombre inculto, rudo,incurre en actos brutales o primarios o en expresionesgroseras que pueden semejarse a los del gamberro,pero carece de íntima degeneración, de la "finalidadsin fin" que señala a los de éste. Tomado el rústicoen su ser y en sus relaciones normales, presenta uncarácter y una reactividad absolutamente inconfun-dibles con las del gamberro.

Y aquí tocamos el fondo de la cuestión en su as-pecto diferencial respecto a la simple incultura. Puedepensarse en una encuesta que no ha hecho nadie, perocuyos datos serían muy aleccionadores para el pro-blema que nos ocupa y quizá sorprendieran a mu-chos: consistiría en averiguar la proporción y el gra-do de analfabetismo de los individuos acusados osorprendidos en actos de gemberrismo.

Su resultado, como el de la mayoría de las estadís-ticas sociales, es fácilmente previsible: el gamberro noes, salvo excepciones, analfabeto; el término medioposee una instrucción superior al mero aprendizajede las primeras letras. El gamberro es un productotípicamente ciudadano, de gran ciudad, y el síntomay el problema que representa es por completo ajeno,en su resolución, al de la mera incultura o analfa-betismo.

En el mismo número del 7 de diciembre de 1956,A B C dedicaba un editorial al fenómeno del gambe-rrismo. El editorialista, con el espíritu "constitucio-nal" o "ciudadano" que es característico del diariomatritense, pedía que los autores de los actos fueran‘`reexpedidos a su cuadra de origen", como indignosde la convivencia ciudadana. Reduciéndolo así a unacuestión de atraso o de irrupción rústica en un medioculto viene a consistir en asunto de instrucción o vo-cación pública. Tiene una teurapéutica clara, y hastaun ramo de la administración al que cargar las cul-pas. Pero lo malo es que los gamberros no proceden,en general, de ninguna otra cuadra que del propioMadrid, productor—como otras grandes ciudades—degamberro en gran escala. Entonces la cuestión es mu-cho más grave, cala estratos más profundos e insospe-chados de la cultura y no bastan ya para encararlalas categorías burguesas o jurídicas del liberalismodécimonónico.

¿Qué es, pues, el GAMBERRISMO? Ñué realidad esesta que pretenden hoy significar con esa voz y queno coincide con la conducta desenfrenada ni con elalborotador escandaloso, ni con la chulería desgarra-da, ni con el tipo de hampa, ni con la ignorante rus-ticidad? Corno he sugerido, el concepto de gamberro,aunque completamente distinto en su evolución ac-tual, tiene algo del sentido en que se venía usando en

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las Vascongadas, a través del cual ha llegado hasta supresente vigencia. El gamberro era allí el alborota-dor ruidoso y molesto que en una noche de farra oal calor del alcohol hace todo aquello de que hubie-ra sido incapaz a lo largo de un año de cotidianotrabajo. Era—diríamos—una forma de evasión respec-to a la timidez, a la monotonía, a la lluvia y la serie-dad constantes. El gamberrismo de que hoy, con estamayor generalidad, hablamos es también una formade evasión. Pero de evasión mucho más profunda ycon un sentido, individual y socialmente, patológico.No se trata de una evasión juvenil y temporal res-pecto de una vida de cauces demasiados rígidos, peroa la que, en el fondo, se está adaptado, sino de unainadaptación más íntima y radical.

Hay un comportamiento que es corriente en losniños y que puede ilustrarnos sobre la actitud y loshechos del gamberrismo. Cuando un niño pequeñosiente envidia o se ve oscurecido, aunque sea momen-táneamente, en la escena familiar, o siente que nose le presta suficiente atención, realiza frecuentementeun acto llamativo, violento, sin aparente justificaciónni finalidad. Es a la vez una protesta inconfesada, unescape de las pasiones contenidas, una huida de suanterior situación, y un hacerse abruptamente con laatención general. La inadaptación, tal vez momentá-nea, al medio que le rodea y su falta de control ex-plican tales ex abruptos.

En el adulto, aunque la contención o control seanmuy superiores, pueden llegar a darse situacion es ob-jetivas que ocasionan reacciones análogas. La sociedadcontemporánea es una gran creadora de estas situa-ciones de las que son protagonistas y víctimas los másy los más débiles, y ello se opera precisamente bajo ellema democrático de la igualdad de posibilidades.Imaginemos a un hombre nacido en un medio fami-liar y local (barrio o suburbio de una gran ciudad), deescasa personalidad o carácter al que no se sientevinculado ni le ofrece incentivos, raíces de afecto odedicación. Se le ha facilitado una instrucción super-ficial, pero con pretensiones de abrirle paso a todoslos caminos de /a cultura y de la jerarquía social. Teó-ricamente tuvo ante sí, y aún tiene, todas las posibi-lidades. No obstante, una y otra vez ha fracasadoen oposiciones a empleos cada vez de menor catego-ría, y actualmente desempeña una función subalternaque es quizá a la que hubiera podido aspirar normal-mente, pero que cumple así sin afecto ni vinculación,con una íntima conciencia de fracaso y de extrañezaa la misma. El cine, por otra parte, se encarga defacilitarle imágenes vivas de hombres • brillantes comolos que él desearía ser y de ambientes alegres comolos que hubiera querido habitar.

Esta situación llega a crear en muchos seres unatensión y un complejo tan insoportables, que, comoel protagonista sartreano de Les mouches, necesitanejecutar un acto libre, hacer algo QUE SE VEA, paraobjetivar así, de alguna manera, la soberana ausenciaen que sienten a su alma. Como Orestes, necesitanasesinar a algún Egisto y Clitemnestra, no por vengara su padre, ni por cualquier otro fin, sino para em-plear su actividad y librarla de la nada y del inso-portable asco vital.

Esta es, a mi juicio, la esencia y la motivación pro-fundas de ese acto injustificado y brutal que atribuí-

mos hoy al GAMBERRO, acto en que se conjugan en os-cura mezcla la rebelión y el resentimiento, la protes-ta y la impotencia, el aburrimiento y la envidia, lasoledad y el fracaso: la inadaptación, en una palabra.

'En todas las sociedades y en todas las épocas ha ha-bido inadaptados radicales capaces de llegar al actogratuito o injustificado. Pero siempre como casos ais-lados, morbosos: se trata quizá del destripador en lasociedad anglosajona, del issolé, del perverso. Lo queno ha sido nunca corriente, y lo que puede hacer me-ditar a una colectividad histórica sobre su propio am-biente social, es que los inadaptados formen manadasy que cometan diariamente actos GRATUITOS de menorcuantía amparados en el anonimato y en el grupo.

Inversamente, en sociedades en que existe una au-téntica vinculación, sea a estructuras familiares fuer-tes, sea a un medio colectivo de vida, pueden darseambientes humanos faltos de instrucción escolar—in-cluso analfabetos—en los que la sana adaptación y lasabiduría popular hereditaria hagan de sus miembroshombres cultos y felices.

"Los hombres pegados al terruño—ha escrito Min-guijón—disponen de una cultura que es como unacondensación del buen sentido elaborado por los si-glos, cultura que es muy superior a la semiculturaque destruye el instinto sin sustituirlo por una con-ciencia."

Esto sucedió, eminentemente, en el pasado. La so-ciedad europea que levantó las catedrales góticas erauna sociedad analfabeta, carente de instrucción públi-ca o general. La sociedad española que civilizó a Amé-rica y que constituyó nuestro Siglo de Oro era, en subase humana, una sociedad igualmente analfabeta.

En la actualidad, aunque todavía pueden citarse ca-sos de sociedades analfabetas al mismo tiempo queadaptadas, relativamente cultas y felices, esto es ya sóloposible en medios geográficamente aislados, porquelas técnicas elementales de leer y escribir han adqui-rido el carácter básico que en otro tiempo represen-taría el saber andar o hablar; pero eso no otorga adicha instrucción básica otra cualidad que la de meracondición elemental para el arraigo y el equilibrio delos individuos y de los grupos.

El desarrollo paralelo en una sociedad del fenóme-no del gamberrismo y de la disminución del analfa-betismo, y el que aquel morbo social no coincidacon las zonas analfabetas, sino con las de cultura ele-mental, debe llevarnos, en mi opinión, a las siguientesconclusiones:

1. El mal que esa sociedad padece no es, ni mu-cho menos, de mero atraso o deficiencia en la ins-trucción pública, sino de una naturaleza más profun-da, en la que desempeña un importante papel la des-vinculación de sus hombres respecto al medio en queviven, la progresiva decadencia o aridez de estos me-dios, y el fenómeno social que podría llamarse de gre-garismo o de desinstitucionalización de una sociedad.

2. La terapéutica de ese mal abarcaría de un ladouna obra política profunda de permanencia y ener-gía que revitalizara los medios humanos y las cos-tumbres, institucionalizando al país; y, de otro, unparalelo resurgimiento religioso y moral en las con-ciencias. Comprendería también un profundo sistemaeducativo o transmisor de normas y costumbres cuyoasiento más real se hallaría en los medios familiares

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y ambientales. Y sólo subsidiariamente, aunque tam-bién de modo efectivo, en una paralela difusión de lainstrucción pública escolar.

3. En fin, ciñéndonos a este último aspecto, quees el que nos concierne, esa enseñanza no deberá nun-ca orientarseorientarse a igualar a todo ciudadano en una semi-cultura técnica que pretenda habilitarlos para todaslas profesiones y posibilidades, a la vez que los des-vincula de su medio y dedicación raíz. Sino una efi-

caz enseñanza básica—de la que tan lejos se halla, pordesgracia, el pueblo español—que se ajuste lo másposible a las necesidades y a las costumbres de cadapueblo o ambiente, vivificando a éstos, haciéndolosamables y alegres, procurando vincular a ellos sushombres con lazos de afecto y de estable y fecunda en-trega.

RAFAEL CANORA

La formación profesional delos campesinos italianos

Cualquier observador atento que cruce la campiñaitaliana, aun sin ser agrónomo, y a la velocidad de lostrenes o automóviles modernos, podrá apreciar clara-mente el alto nivel alcanzado por la agricultura o "con-junto de trabajos realizados para producir seres orgá-nicos—vegetales, animales y cosas derivadas—" enaquel país mediterráneo. Los cultivos de claveles, vi-ñedos, olivares, prados, arrozales y maizales o los re-baños de vacas y ovejas, juntamente con el aprovecha-miento de la tierra y con los trabajos efectuados pararegarla o sanearla, dan, por sí solos, una idea sufi-cientemente clara de que la agricultura italiana no seha estancado, de que la agricultura italiana marchapor rumbos verdaderamente progresivos.

Por otra parte, al tratar de estudiar los factores másinfluyentes en ese caminar progresivo, salta a la vistaque son muchos y que éstos no obran separadamente,o que cuantos adelantos logran las ciencias tienenaplicación inmediata en esta rama de la producción,tan compleja y varia por los elementos que la cons-tituyen. Entre dichos factores merecen citarse especial-mente la realización de la reforma agraria; la políticagubernamental de protección al campesino; la capaci-tación de los agrónomos, que llevan las riendas, y lapuesta en marcha del plan decenal para la mecaniza-ción prudencial del campo italiano, a base de lo quealgunos llaman "unidad tractor" (1).

(1) La reforma agraria puede decirse que está hecha ya to-talmente. La política gubernamental de protección al campesinoatiende no sólo a mantener los productos del campo a preciosremuneradores, sino también a la concesión de préstamos paradiversos menesteres. Los agrónomos se forman en Institutos téc-nicos (peritos) y en Facultades Universitarias de Agraria (in-genieros) más especializadamente que en España (en esta úl-tima funcionan varios Institutos o Secciones). El Proyecto parala puesta en marcha del plan decenal de mecanización fuéconfeccionado por el Ministerio de Industria, partiendo de unestudio según el cual son susceptibles de mecanizarse 7.057,655hectáreas, y con la pretensión de elevar paulatinamente los180.000 tractores que funcionaban el año 1955 a 260.000 has-ta el año 1964, y de una manera análoga las restantes máqui-nas agrícolas, todo ello sin desatender las demandas de laexportación.

Claro está que todas esas reformas progresivas hu-bieran servido de muy poco sin la debida preparaciónde los hombres que trabajan la tierra para rectificarlas prácticas tradicionales o para llevar a cabo su ex-plotación racional y la profunda transformación delos cultivos. Por ello queremos dar estas breves refe-rencias sobre la formación profesional de los campesi-nos italianos, centrándolas en torno a los tres gradoso estamentos formativos que se aprecian y aludiendo alas instituciones docentes en las cuales suele propor-cionarse intencionadamente:

A) PRIMARIA

La formación profesional de los campesinos quepudiera denominarse primaria se proporciona en algu-nas escuelas elementales de carácter especial, y en lasllamadas postelementales, de cuyo estudio dábamos re-ferencias concretas (2). También puede incluirse dentrode este grado o estamento la que trata de conseguir elComité Central para la educación popular con la pu-blicación del almanaque titulado II Leonardo, que sedistribuye gratuitamente (a la escuela popular, a loscentros de lectura y a los cursos organizados por esaentidad cultural), y cuya principal característica escontener, entre los conocimientos adecuados para unpueblo culto, un prontuario del agricultor con datosconcretos referentes a cómo colocar el número deplantas, mezclas de estiércoles e insecticidas, tablaspara el empleo de abonos, con las características delmaíz híbrido cultivado en Italia y con el peso mediode un metro cúbico de los principales productos agrí-colas; un método nuevo para conocer el estado deembarazo de los animales, indicaciones sobre los pe-ríodos de gestación y de incubación, el camino porel cual se transmiten las enfermedades infectivas, lamano de obra necesaria para algunos cultivos, produc-ción media forrajera por hectárea, peso vivo aproxi-mado de los principales bovinos inferido de la medidadel cuerpo; quesos, producción de leche, avicultura,cunicultura, etc. (3).

B) MEDIA

La formación profesional de los campesinos italia-nos que puddramos llamar media se proporciona enlas escuelas secundarias dc aviamiento profesional de

(2) Véase nuestro artículo "La enseñanza agrícola y la es-cuela primaria italiana", núm. 56 de esta REVISTA, 1956, se-gunda quincena de diciembre.

(3) Apareció por primera vez en el año 1952, y desde en-tonces viene publicándose anualmente, debido a los resultadosconseguidos.