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Actas XV Congreso AIH (Vol. II). MARIA AUGUSTA COSTA VIEIRA. «Discreción y simulación» como prá... - DISCRECIÓN Y SIMULACIÓN COMO PRÁCTICAS DE REPRESENTACIÓN EN EL CELOSO EXTREMEÑO Que "seas bien acostumbrado, y tengas trato, y conversación apacible y agradable": eso era lo que el autor del Galateo español advertía a su hermano para que fuera "bien quisto y amado de las gentes" 1 Era la voz de aquél que, además de traducir del Galateo italiano las orientaciones fundamentales para la vida, había acumulado una experiencia consisten- te a lo largo de su existencia y trataba ahora de ofrecer unas cuantas instrucciones a su hermano menor para que, en momentos oportunos, supiera "dejar lo malo y elegir lo bueno". Los consejos del autor comprendían tanto acciones prácticas y corrientes de la vida cotidiana como aspectos más refinados, que suponían actitudes razonadas para lograr una buena convivencia en el ámbito de la vida social. Junto a Gracián Dantisco, otros como Erasmo, Castiglione, Della Casa, y años después, Baltazar Gracián, se dedicaron a elaborar normas de conducta que en los siglos XVI y XVII pasaron a contar con parámetros más definidos y, a la vez, más calculados. De cierta forma, se buscaba organizar la vida de corte a partir de la regulación de las actitudes individuales, por medio de unos cuantos tratados acerca de las relaciones sociales. Por parte de los tratadistas existía un empeño en una cierta acción educativa de sentido amplio que incluía, además de nociones sobre los buenos modales, la racionalización de las acciones, la disimula- ción, la contención de los gestos y de las palabras, el aprendizaje de los rituales cortesanos; en fin, todo un conjunto de profundas transformacio- nes en la vida afectiva que, sin duda, producirían cambios radicales en la estructura de la personalidad. En otros términos, se trataba de la vida en la sociedad de corte que encontraba su auto-representación en la fabricación de una imagen capaz de disimular gestos, aparentar amistad con enemigos, enmascarar pasiones y hasta actuar en contra de los propios sentimientos. Como refiere Chartier, en estos tiempos se introduce una nueva economía emocional que requiere la racionalidad en los intercambios sociales 2 1 GRACIÁN GANTISCO, Galateo español, Ediciones Atlas, Madrid, 1943. 2 Dice ROG ER CHAR TIER: "De todas las evoluciones culturales europeas entre fines de la Edad Media y los albores del siglo XIX, la más fundamental es la que modifica lenta pero profundamente las estructuras mismas de la personalidad 1 -t 1- Centro Virtual Cervantes

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DISCRECIÓN Y SIMULACIÓN COMO PRÁCTICAS DE REPRESENTACIÓN EN EL CELOSO EXTREMEÑO

Que "seas bien acostumbrado, y tengas trato, y conversación apacible y agradable": eso era lo que el autor del Galateo español advertía a su hermano para que fuera "bien quisto y amado de las gentes" 1

• Era la voz de aquél que, además de traducir del Galateo italiano las orientaciones fundamentales para la vida, había acumulado una experiencia consisten-te a lo largo de su existencia y trataba ahora de ofrecer unas cuantas instrucciones a su hermano menor para que, en momentos oportunos, supiera "dejar lo malo y elegir lo bueno". Los consejos del autor comprendían tanto acciones prácticas y corrientes de la vida cotidiana como aspectos más refinados, que suponían actitudes razonadas para lograr una buena convivencia en el ámbito de la vida social.

Junto a Gracián Dantisco, otros como Erasmo, Castiglione, Della Casa, y años después, Baltazar Gracián, se dedicaron a elaborar normas de conducta que en los siglos XVI y XVII pasaron a contar con parámetros más definidos y, a la vez, más calculados. De cierta forma, se buscaba organizar la vida de corte a partir de la regulación de las actitudes individuales, por medio de unos cuantos tratados acerca de las relaciones sociales. Por parte de los tratadistas existía un empeño en una cierta acción educativa de sentido amplio que incluía, además de nociones sobre los buenos modales, la racionalización de las acciones, la disimula-ción, la contención de los gestos y de las palabras, el aprendizaje de los rituales cortesanos; en fin, todo un conjunto de profundas transformacio-nes en la vida afectiva que, sin duda, producirían cambios radicales en la estructura de la personalidad. En otros términos, se trataba de la vida en la sociedad de corte que encontraba su auto-representación en la fabricación de una imagen capaz de disimular gestos, aparentar amistad con enemigos, enmascarar pasiones y hasta actuar en contra de los propios sentimientos. Como refiere Chartier, en estos tiempos se introduce una nueva economía emocional que requiere la racionalidad en los intercambios sociales2

1 GRACIÁN GANTISCO, Galateo español, Ediciones Atlas, Madrid, 1943. 2 Dice ROG ER CHAR TIER: "De todas las evoluciones culturales europeas entre

fines de la Edad Media y los albores del siglo XIX, la más fundamental es la que modifica lenta pero profundamente las estructuras mismas de la personalidad

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Dentro de una red de actitudes esperadas de un cortesano ejemplar, quizás algunas de las cualidades más apreciadas en ese contexto eran la discreción y la prudencia como si fueran el blanco que se buscaba alcanzar a lo largo de la vida humana o, por lo menos, como si fueran actitudes que enmarcasen un perfeccionamiento personal que indudablemente podría resultar en beneficio para la vida dentro del "cuerpo social". En la obra de Cervantes, en innumerables momentos, aparecen personajes que merecen por parte del narrador la calificación de discretos o prudentes, o entonces, que se enfrentan con situaciones en las cuales la acción se desarrolla dentro de los parámetros de la discreción. El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia que trata de analizar en la obra cervantina, más específicamente en el Quijote y en las Novelas ejemplares, las prácticas de representación a partir de los códigos de conducta propios de los siglos xvr y XVII.

Antes de considerar estas prácticas en El celoso extremeño, es importante precisar algunos conceptos. Ya en la concepción del cortesano dibujada por Castiglione, la discreción aparece como calidad deseada. Sin embargo, la formulación más completa y redondeada se presenta, sin duda, en

de los individuos. En la larga duración, con grandes diferencias según los medios sociales, se introduce una economía emocional distinta de la de los hombres del medioevo, que aporta conductas y pensamientos inéditos ... Con diferencias según los lugares y los medios, no sin contradicciones ni retrocesos, entre los siglos XVI y XVIII emerge una nueva estructura de la personalidad. Varios rasgos la caracterizan: un control más estricto de las pulsiones y de las emociones, el rechazo de las promiscuidades, la sustracción de las funciones naturales a la mirada de los otros, el fortalecimiento de la sensación de turbación y de las exigencias del pudor. La razón fundamental de tamaña transformación, muy lenta y sin rupturas brutales, no tiene, sin lugar a dudas, nada de específicamente francés. En toda Europa occidental, en efecto, el aumento de las interdependencias entre los individuos, obligados al intercambio por la diferenciación de las funciones sociales, es lo que produce la necesaria interiorización de las reglas y de las prohibiciones gracias a las cuales la vida en sociedad puede ser menos áspera, menos brutal:« a medida que se diferencia el tejido social, el mecanismo sociogenético del autocontrol psíquico evoluciona igualmente hacia una diferenciación, una universalidad y una estabilidad más grandes» ... La racionalidad cortesana propone, en efecto, la modalidad más radical y exigente de la transformación de la afectividad, y esto, por el hecho mismo de las especificidades de la configuración social que, a la vez, modela y requiere una racionalidad tal" ("Representar la identidad. Proceso de civilización, sociedad de corte y prudencia", en ISABEL MORANT DE USA, ed., Escribir las prácticas: discurso, práctica, representación, Fundación Cañada Blanch, Valencia, 1998, pp. 61-72).

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Gracián que hace coincidir muchas veces el discreto· con el prudente3• La

discreción se apoya, entre otras cosas, en la idea de que la vida social exige saber producir apariencias adecuadas. O sea, el hombre discreto es aquel que tiene una inteligencia capaz de crear una acción calculada e indirecta, disimulada y prudente. Además del dominio sobre las propias emociones, el autocontrol supone incluso la observación del otro como forma de orientar la vida social para los fines que se busca alcanzar. Así, el arte de observar a los demás pasa a ser una práctica propia de la aristocracia de corte que, con objetivos bastante específicos y determina-dos, se empeña en manejar a los otros según sus propios intereses. Se trata, en otros términos, de la introducción racional de un cierto teatro en la vida cotidiana con el objeto de evitar la expresión más directa de los deseos, y de introducir la diplomacia como condición para las buenas relaciones sociales. Una especie de política del espíritu -si se puede decir de este modo- que controla y organiza la vida social, de la misma manera que ejercita el autocontrol de las pasiones, capaz de dominar los propios humores4

• En otros términos, se puede afirmar que el discreto es aquel que utiliza la representación para alcanzar determinados fines. Como dice Hansen, la discreción es "una categoría intelectual, caracteriza-da axialmente por el juicio o por la prudencia, lo que hace que la acción

3 Sobre los tratados que circularon entre los siglos XVI y XVII, véase los trabajos de MERCEDES BLANCO: "Les discours sur le savoir-vivre dans l' Espagne du Siecle d'Or", en A. MONT ANDON (dir.}, Pour une histoire des traités de savoir-vivre en Europe, Centre de Recherches sur les Littératures Modernes et Contemporaines-Association des Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines de Clermont-Ferrand, Clermont-Ferrand, 1994, pp. 111-149 y "L'autre face des bonnes manieres. Travestissements burlesques du savoir-vivre dans l'Espagne du Siecle d'Or", en A. MONTANDON {dir.}, Etiquette et politesse, Centre de Recherches sur les Littératures Modernes et Contemporaines-Association des Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines, Clermont-Ferrand, 1992, pp. 91-124. Sobre la proximidad de los conceptos de discreción y prudencia, dice JOSÉ ENRIQUE LAPLANA: "Se pone así de manifiesto la imposibilidad de separar tajantemente el arte de discreción del arte de prudencia, distintas, pues G racián les dedicó sendos tratados, pero complementarias, ya que tan inconcebible monstruo resulta un discreto imprudente como un prudente indiscreto", "El Discreto", en AURORA EGIDO y MARÍA CARMEN MARÍN (coords.), Baltasar Gracián: Estado de la cuestión y nuevas perspectivas, Gobierno de Aragón-lnstitución "Fernando El Católico", Zaragoza, 2001, p. 62.

4 Véase de AURORA EGIDO, "Introducción" a El discreto de Baltazar Gracián, Alianza Editorial, Madrid, 1997, pp. 7-134

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sea políticamente adecuada a las circunstancias"5• El discreto sabe

dominar la "técnica de la imagen" y dispone del discernimiento necesario para producir apariencias adecuadas.

Lo que se opone a la discreción es la vulgaridad pero es importante tener en cuenta que tanto una como la otra carecen de "sustanciación empírica". En este caso lo que interesa es no olvidar que ser vulgar no depende forzosamente de la clase social, es decir, se puede encontrar el tipo vulgar tanto junto a los hombres del pueblo como en la más refinada aristocracia. Como dice Gracián, tratando de definir el vulgar. "¿Qué piensas tú? ... ¿Que en yendo uno en litera, ya por eso es sabio, en yendo vestido es entendido? Tan vulgares hay algunos y tan ignorantes como sus mismos lacayos"6

• Sin embargo, si el discreto circula en un campo definido pero a la vez variado, el tipo vulgar, en contrapartida, presenta una multiplicidad de formas que no llegan a constituir una unidad. Lo que sí se encuentra en el vulgar, como dice Hansen, es un "gusto confuso, sin razón y sin juicio" que se deja llevar "exclusivamente por las apariencias sensibles de las cosas" y de las circunstancias7

Si el discreto se caracteriza por una habilidad especial en calcular la acción y lograr los efectos deseados, sería posible pensar que la discreción supone fingimiento o falsedad, lo que seguramente no sería buena cosa. Sin embargo, dentro de los parámetros de la política católica de la contrarreforma, había espacio para esta actitud discreta que, si por un lado era disimulada, indirecta u oculta, por el otro se situaba en el campo de las cualidades morales deseadas. En otros términos, si la discreción supone la disimulación es importante tener en cuenta que "la disimulación es la técnica básica de ocultar o posponer la verdad, pero no de producir la mentira"8

• Se reconocía que la condición humana era por sí sola

5 Dice JoAo ADOLFO HANSEN: "Discreto é o que sabe produzir a representa~ao adequada de 'honra', evitando com ela a murmura~ao vulgar, pois com a representa~ao adequada se mantém intacta a reputa~ao da posi~ao que aparece formalizada nos signos" ("O Discreto", en Libertinos e libertários, org. Adauto Novaes, MINC-FUNARTE-Companhia das Letras, Sao Paulo, 1996, p. 95). Véase también de Jo A o ADOLFO HANS EN y ALCIR PÉCORA, "Letras seiscentistas na Bahia" (texto inédito).

6 "Plaza del populacho y corral del vulgo", en El Criticón, II, Crisi Quinta, en Obras completas, introd. de Aurora Egida, ed. L. Sánchez Laílla, Espasa-Calpe, Madrid, 2001, p. 1113.

7 joAo ADOLFO HANSEN y ALCIR PÉCORA, "Letras seiscentistas na Bahia", p. 8.

8 !bid., p. 8.

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imperfecta y muchas veces, para lograr determinados fines honestos y moralmente reconocidos hacía falta engendrar determinadas situaciones. La disimulación honesta fue formulada, especialmente, por Torquato Accetto (1641) que encontraba en esta actitud la posibilidad de alcanzar ciertos objetivos, teniendo que producir apariencias9

• La contrapartida de la disimulación honesta es la simulación: esta sí se encierra en el campo moralmente rechazado por los principios de la contrarreforma toda vez que es pura falsedad o, en otros términos, finge tener lo que en verdad no tiene. Dice Accetto, estableciendo un paralelismo: "se simula lo que no es; se disimula lo que es". O, en otras palabras, se podría afirmar que la disimulación honesta encubre una verdad mientras que la simulación exhibe una mentira.

Teniendo en cuenta este conjunto de conceptos se puede decir que, por un lado, hay cierta complementariedad entre la discreción y la disimulación honesta: ambas correspondían a ideales propios de la sociedad de corte y por lo tanto formaban parte de las prácticas que orientaban la buena convivencia social. Por otro lado, la vulgaridad y la simulación representaban los reversos de estas prácticas propias del hombre, que no se orientan por los principios y valores de esta misma sociedad y que no dominan sus referenciales.

Esta presentación pretende verificar hasta qué punto estas prácticas intervienen en las acciones de los personajes de El celoso extremeño. La novela, como se sabe, se desarrolla en espacios extremados que cuentan o con la amplitud oceánica y solitaria del viaje de Carrizales a las Indías y su consecuente revisión más íntima acerca de las sendas que había construido para su vida, o con el cierre conventual de su fortaleza que da las espaldas al mundo exterior y crea un espacio pseudocontrolado de convivencia social entre Leonora y las criadas. Hay una economía de personajes y una concentración de la acción en Loaysa que es el antagonista de Carrizales y cuenta con la ayuda de Luis, las criadas y la propia Leonora. En este caso, tanto el protagonista como el antagonista al final del relato parece que se funden en un mismo carácter, concluyen-do en una acción similar a la que originó la narración como si entre

9 Véase de TORQUATO ACCETTO, Da disimulafíio honesta, apres. Alcir Pécora, trad. Edmir Missio, Martins Fontes, Sao Paulo, 2001. Dice A. Pécora en la Presentación: "podemos definir a 'dissimula9ao honesta' como urna regra de medir ou buscar o verdadeiro numa situai;:ao em que a verdade é sem pre indireta e construída a partir de situai;:oes públicas embarai;:osas ou confusas, pois resultantes de um estado de coisas em que as virtudes nunca aparecem sós, e os vícios misturam-se, melífluos, aos mecanismos da razao" (p. xxi).

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Loaysa y Carrizales existiera una circularidad de destinos. Se trata de una novela que, entre otras cosas, investiga en profundidad la psicología de los personajes concentrados en un perímetro limitado y que viven situaciones extremas de patología psicológica motivadas, sobre todo, por los celos, el poder y la seducción.

No se trata, en el momento, de adentrarse en el psiquismo de los personajes o de analizar los contenidos simbólicos presentes en múltiples detalles narrativos, sino de considerar la acción de algunos de ellos a partir de las categorías que rigen la conducta en la vida social durante los siglos xvr y XVII. Es decir, en lugar de la verticalidad que investiga las motivaciones individuales y subjetivas, se opta, ahora, por la horizontali-dad que organiza las relaciones sociales confundidas con contenidos de carácter ético.

Es curioso observar cómo, a lo largo de todo el relato, el adjetivo discreto aparece nada más que tres veces. Adjetivo que es tan recurrente en otros momentos de la obra cervantina. En una de las oportunidades el narrador se dirige al lector y hace una llamada a su discreción, pero este momento será abordado más adelante. En las otras dos veces, la primera referencia a la discreción parte de una de las criadas de la casa, entusiasma-da con las palabras de Marialonso, que pese a las condiciones impuestas y a las juras solicitadas al joven músico, abre espacio para que ingrese Loaysa en la fortaleza. En este momento la criada considera a la aya como "persona discreta y que está en las cosas como se debe"10

• La segunda vez que aparece el adjetivo es el propio narrador quien lo enuncia, al relatar la concesión que hace Leonora para la entrada del virote, dice: "Leonora se engañó y Leonora se perdió, dando en tierra con todas las prevenciones del discreto Carrizales, que dormía el sueño de la muerte de su honra" (p. 361). Es decir, la primera vez, la calificación parte de una doncella que no tiene el suficiente discernimiento para identificar, efectivamente, una acción discreta y atribuye a Marialonso una calidad que no le pertenece. Se trata en verdad de un personaje que encarna el tipo vulgar y, por lo tanto, no dispone de la capacidad para evaluar con algún criterio la situación y, equivocadamente, gracias a su vulgaridad encuentra discreción donde no existe. En el segundo caso, la adjetivación atribuida a Carrizales por el narrador parece referirse a todos los esfuerzos exagerados del personaje para controlar la vida de Leonora y de todos los que están encerrados en su fortaleza y, pese a su

10 MIGUEL DE CERVANTES, Novelas ejemplares, ed., pról. y notas de Jorge García López, Crítica, Barcelona, 2001, p. 354.

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acción discreta, la sagacidad de Loaysa suplanta sus dominios. Exceptuan-do estos dos momentos, la discreción no vuelve a aparecer en la novela ni explícitamente ni tampoco implícitamente, una vez que el tipo discreto no pertenece al mundo de El celoso extremeño.

Está ausente la discreción pero está presente lo que sería su contraparti-da, es decir, la vulgaridad. Los personajes que pueblan la fortaleza de Carrizales son esencialmente vulgares y es fundamental tener en cuenta que este atributo no tiene relación directa con la condición social, sino con el modo de considerar la situación que se les presenta. La visión de Luis -el negro que abre la primera puerta a Loaysa-, de la señora, y de las demás criadas que viven muros adentro, es limitada e incapaz de cualquier tipo de discernimiento. Todos ellos, incluso Leonora considera-da por el narrador como "ignorante", se dejan llevar exclusivamente por las apariencias sensibles de las circunstancias e ingenuamente son vulnerables a los sonidos musicales del joven seductor. Las restricciones absolutas hacia el mundo exterior que les impone Carrizales a todos los de la casa son proporcionales a la eficiencia de estos placeres inmediatos que les ofrece Loaysa, ya sea por el estímulo de las sensaciones produci-das por la guitarra y la voz o por el vino que entorpece el entendimiento. El placer que despierta en todos ellos la presencia de un "extranjero" dentro de esta vida monacal les impide enjuiciar, debidamente, las reales intenciones de Loaysa. La propia Leonora, incapaz de cualquier dis-cernimiento y revelando la vulgaridad de su opinión, después del pseudo-juramento de Loaysa lleno de ironías y comicidad, dice: "Pues si ha jurado ... asido le tenemos. ¡Oh, qué avisada que anduve en hacelle que jurase!" (p. 356).

La única excepción entre todos los de la casa es Guiomar que no cree en las juras del joven músico y desconfía de los posteriores desdoblamien-tos de su ingreso puertas adentro. Dice Guiomar: "Por mí, más que nunca jura ... que aunque más jura, si acá estás, todo olvida"(p. 354). Y si ella es una excepción en medio a tanta vulgaridad, sin la menor duda será excluida de la reunión con Loaysa y, consecuentemente, no podrá disfrutar de los placeres provocados por la música y de todas las transgresiones que experimentan. Según determina Leonora, la criada no entrará en la sala donde están todos porque es encargada de hacer las veces de guardia, por si acaso se despierta Carrizales. Además de darse cuenta de todo lo que está sucediendo y de poder enjuiciar la situación debidamente, Guiomar, también, constata el prejuicio de Leonora con relación a su negritud: "¡Yo, negra, quedo, blancas van; Dios perdone a todas!" (p. 356)

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En contrapartida, la actuación de Loaysa no lo sitúa en el ámbito de la vulgaridad. El virote no se deja llevar por las apariencias sensibles de las cosas, al contrario, su acción es calculada paso a paso y, por lo tanto, no brota de los afectos sino de la razón. Sus relaciones sociales se basan en la técnica del teatro y todos los disfraces que utiliza, así como los recursos que maneja, son encaminados hacia el objetivo único que es adentrarse en la fortaleza y acercarse a Leonora. Sabe discernir perfectamente lo que puede agradar a unos y a otros, y es capaz de construir su imagen según sus propios intereses. Aunque disponga de la racionalidad propia de los discretos, la acción de Loaysa se sitúa en el lado opuesto, es decir, en el ámbito de la simulación. No se trata de encubrir una verdad, sino de producir una mentira: simular que se está al servicio de la música y de la diversión de la gente, cuando en verdad su intención es adentrarse en la fortaleza y acercarse a esta joven esposa que lleva una vida ocultada. Loaysa simula honestidad, finge lo que no es, calcula todas las etapas de su hazaña; en fin, actúa como si estuviera en una escena teatral que supone progresiones en la acción y cambios de figurín: de "pobre mendigante", cojo y estropeado, se transforma en joven de "gentil disposición" y de tan "buen parecer" que las mujeres de la casa lo miraban como si fuera un "ángel". Todo es "industria" como él mismo revela a Luis, después que éste ya le abrió algunas puertas y que lo introdujo en el espacio interno de la casa de Carrizales. Entre todos los que frecuentan esta morada, quizás la peor sea Marialonso que ni siquiera se encaja en el tipo simulador en la medida en que lo que quiere es, exclusivamente, sacar provecho de la situación aunque sea para negociar la propia honra de Leonora.

Así Carrizales creó su mundo estructurado bajo normas rígidas y, a la vez, totalmente vulnerables a la transgresión. Un control absoluto que pronto se convierte en descontrol. El mundo cerrado de la fortaleza del "celoso extremeño" pertenece, al fin y al cabo, al bajo mundo apartado, por lo tanto, del ideal de vida social palaciega propuesto por Castiglione donde era fundamental el dominio de determinadas cualidades de carácter, entre ellas, "el ejercicio de las virtudes políticas e intelectuales como la prudencia y la discreción" 11

• En la fortaleza no hay virtudes configuradas: se trata de un espacio idealizado por un carácter enfermizo que, raramente, tiene voz y que cuando actúa todo se realiza intramuros.

11 ALCIR PÉCORA, "A cena da perfeic;ao", en Máquina de géneros, Edusp, Sao Paulo, 2001, p. 72.

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En el horizonte de Carrizales y de su noviciado la acción se desarrolla en el ámbito de la vulgaridad, sometida a los designios de las prácticas de la simulación. En contrapartida, en el horizonte del narrador, el modo de narrar parece seguir otros senderos bastante distintos. Si la discreción no está presente en el nivel del enunciado, se puede decir que en el plano de la enunciación el narrador sí es discreto, y por lo tanto virtuoso, al mismo tiempo que espera que su lector lo acompañe discretamente. El narrador dirigiéndose, directamente, al lector en el momento en que Carrizales ya tiene su monasterio en marcha, con Leonora y las criadas entretenidas con dulces, muñecas y caricias, dice lo siguiente: "Dígame ahora el que se tuviere por más discreto y recatado qué más prevenciones para su seguridad podía haber hecho el anciano Felipo ... " (p. 335).

La narración es conducida de un modo que introduce al lector en las acciones e intenciones de Loaysa que poco a poco van esparciéndose por los interiores de la fortaleza. El narrador invita a su lector a reflexionar sobre los pasos del relato, como cuando dice:

Bueno fuera en esta sazón preguntar a Carrizales, a no saber que dormía, que adónde estaban sus advertidos recatos, sus recelos, sus advertimientos, sus persuasiones, los altos muros de su casa, el no haber entrado en ella, ni aun en sombra, alguien que tuviese nombre de varón ... Pero ya queda dicho que no habría para qué preguntárse-lo, porque dormía más de aquello que fuera menester (pp. 361-362).

Sin embargo, el punto fundamental -si se hizo efectivo o no el adulterio- no queda del todo aclarado. La idea de que "él (Loaysa) se cansó en balde, y ella (Leonora) quedó vencedora, y entrambos dormi-dos" se da al mismo tiempo en que el narrador afirma que llegado el día estaban "los nuevos adúlteros enlazados en la red de sus brazos" disemina la ambigüedad en torno de lo que pasó, efectivamente, entre los dos. La ambigüedad también surge entre Carrizales y Loaysa en cuanto a la responsabilidad de los actos porque además de opositores, en algunos momentos, parece que se confunden los papeles de agresor y víctima. Carrizales, que en principio es víctima, desarrolla una autocríti-ca tan severa que acaba asumiendo para sí toda la culpa de lo ocurrido. Por otro lado, la similitud entre él y el virote, ya sea por una historia de vida semejante o por el adjetivo "extremeño" y "extremado" repartido entre los dos, produce una cierta imprecisión en torno a ellos como si fuera imposible que solamente uno cargase la culpa moral de toda la acción del supuesto adulterio. La agudeza que organiza la narración acaba por producir que los dos compartan las responsabilidades por la

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acción, de modo que la simple lectura moralizante no encuentra espacio para instalarse. Es curioso observar que con relación a la versión de Porras de la Cámara, los cambios más significativos se encuentran, exactamente, en la parte final del texto donde Cervantes pasa a introdu-cir una ambigüedad en torno a los tres personajes. Después de indicar los destinos de cada uno, es decir, la enfermedad de Carrizales seguida del testamento y la muerte, los desmayos de Leonora, sus llantos vanos y su ingreso en el convento y la partida de Loaysa, "casi corrido", a las Indias, aparecen las palabras finales del narrador, a quien abandona la tercera persona y el punto de vista objetivo y asume, ahora, la primera persona como aquel que observó atentamente la narración y, en este momento, se dirige explícitamente al lector. Primero, el narrador arriesga unos pseudoconsejos como si la posible moraleja que reserva la novela se resumiese a unas cuantas acciones periféricas y superficiales, fruto de los celos extremados de Carrizales, que antecedieron el supuesto adulterio:

Y yo quedé con el deseo de llegar al fin <leste suceso, ejemplo y espejo de lo poco que hay que fiar de llaves, tornos y paredes cuando queda la voluntad libre, y de lo menos que hay que confiar de verdes y pocos años si les andan al oído exhortaciones destas dueñas de monjil negro y tendido, y todas blancas y luengas (pp. 368-369).

Si antes el narrador había repartido la culpabilidad entre Carrizales y Loaysa, creado una ambigüedad en torno al agresor y la víctima, ahora es el momento de sugerir que, también, Leonora carga alguna culpa, aunque no se diga explícitamente nada en ese sentido:

Sólo no sé qué fue la causa que Leonora no puso más ahínco en desculparse y dar a entender a su celoso marido cuán limpia y sin ofensa había quedado en aquel suceso, pero la turbación le ató la lengua, y la priesa que se dio a morir su marido no dio lugar a su disculpa (p. 369).

Este interrogante acerca del comportamiento un tanto incierto y ambiguo de Leonora, aparentemente, podría significar un narrador inseguro que no logró entender completamente una historia, pero, en el fondo, parece tratarse de una sospecha propia de aquel que observó atentamente todos los detalles de la narración. El narrador, en este momento, revela toda su discreción por medio de una mirada perspicaz y una capacidad particular para penetrar en la historia y en las conexiones entre los personajes. Se trata de la voz propia de quienes se expresan de

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modo indirecto y disimulado y que sin afirmar nada, dicen mucho. En este espacio de simulaciones y vulgaridades que transitan los personajes de El celoso extremeño, el único discreto es el narrador que, preguntando, sugiere y sugiriendo, siembra en el lector una duda esencial acerca del sentido de la historia. Duda que lleva al lector a desplazar los ojos desde las últimas líneas del texto para las primeras, con la idea de que, a lo mejor, se le escapó a lo largo de la lectura algún detalle esencial de la historia, y que, probablemente, sólo una lectura discreta podrá elucidar su verdadero sentido. Una duda que tanto tiene que ver con lo que se cuenta como con el modo de contar, que dice tanto respecto a una cuestión ética como a una solución estética perfeccionada por la pluma de la escritura cervantina.

MARIA AUGUSTA COSTA VIEIRA

Universidade de Siio Paulo

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