Furmanov - La sublevacion -...

169
LA SUBLEVACIÓ Dimitri Furmanov Edición: Progreso, Moscú, 1970. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

Transcript of Furmanov - La sublevacion -...

Page 1: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

LLAA SSUUBBLLEEVVAACCIIÓÓ��

DDiimmiittrrii FFuurrmmaannoovv

Edición: Progreso, Moscú, 1970. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

Page 2: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,
Page 3: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

LA SUBLEVACIÓ� LA CARRETERA DE SEMIRECHIE 1920. Marzo. La temprana y seca primavera de

Oriente tiende su manto de oro por Tashkent, por sus alamedas. Flota en el aire templado un silencio soñoliento, perezoso. En las acogedoras tiendecillas, los sarts

1, envueltos en sus abigarradas batas, exhalando olor a especias, comen con regodeo las jugosas kishmish

2. De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero, se desliza fugaz una cartera de lona verde y empieza a rugir, a lo lejos, el motor de un automóvil: alguien va presuroso a la reunión del Consejo Revolucionario. Todos se dirigen allí, al caserón de piedra donde reina el desasosiego y, hasta el amanecer y después de él, dedos insomnes corren febriles por los mapas que tapizan las paredes, esmaltados de estrellitas multicolores, alfileres de gruesa cabeza y policromas banderitas.

Se cierne sobre las casas un silencio absoluto, adormecedor, amodorrante. En las calles de la ciudad muerta hay una calma de cementerio. Y mientras tanto, en el caserón de piedra, tras las anchas mesas, junto a los mapas de las paredes y las mesitas donde los morse repiquetean incansables con sordo golpeteo cifrado, se oyen sin cesar nombres enigmáticos: Irgash, Madamin, Jal-Jadzhá, Kurshirmat...

Los bandidos no dan ni un minuto de reposo a la Ferganá mártir. Y en el extremo opuesto, en el lejano frente de Semirechie, donde se ha entregado en Kopal el ejército blanco, una parte considerable, peligrosa, del ejército derrotado galopa hacia China con Annenkov y Scherbakov a la cabeza... Hay que cerrarles el paso, darles alcance y aniquilarlos, para acabar con la última posibilidad de retorno de los duros tiempos de guerra. No disminuye ni por un instante el inquieto ir y venir por las frías habitaciones, altas de techo, del Consejo Revolucionario, donde no penetran los dorados rayos

1 Nombre que se daba inadecuadamente, antes de la revolución, a los naturales de Tashkent y de otras ciudades del Asia Central. Fúrmanov lo emplea porque era usual en los primeros años de Poder soviético en el Turkestán. (N. de la Edit.) 2 Especie de uvas pasas aliñadas, que conservan su jugo. (N. del T.)

del sol del Turkestán. Hasta la gente es aquí distinta; no se parece a los que, adormilados, vagan como sombras de una alameda a otra. Ciñen sus tensos cuerpos los cinturones; estiran los revólveres las cazadoras de cuero; sus macilentos rostros tienen una expresión adusta, severa; sus frías palabras son concisas, exactas. Al verlos en la calle, los hombres de las batas abigarradas les acompañan con una larga mirada atónita, masticando de continuo, lentamente, sus aromáticas kishmish.

Llevamos hoy todo el día dando más vueltas que un molinillo en el Consejo Revolucionario. Mañana salimos de Tashkent, de madrugada. Vamos a Semirechie, a la ciudad de Vierni3. Nos espera un trabajo atractivo, desconocido. El inalterable Vasili Vasílievich estampa un sello anaranjado en nuestras larguísimas credenciales. Al mirar la mía, me sonrío más de una vez: esto es todo un programa de cien puntos, unas ordenanzas, mi símbolo de fe. "Si se cumple todo -pienso- cuanto aquí se dice, hará falta un par de siglos por lo menos. Con una credencialilla de éstas se puede ir a todas partes". Miro y veo que Vasili Vasílievich sonríe también. Mas no estamos en sitio a propósito para bromas. El es hombre de pocas palabras y mucha seriedad, pues el cargo así lo requiere. Se reirá después, pero ahora se limita a estampar el sello con fruición y fuerza en el omnipotente papelito, apretando bien los labios bajo los negros bigotes, y a carraspear sonoramente, como si se hubiera echado al coleto una copa en un día de frío espantoso.

Esto ocurre en el Consejo Revolucionario. Y en la acera opuesta, ante este edificio, se encuentra la Dirección Política del Frente. Allí también el ajetreo es incesante. Y hay motivos de sobra para ello, porque se va muy lejos, nadie sabe por cuanto tiempo, todo un equipo de responsables, ignorándose asimismo a qué marchan y cuáles son los riesgos y peligros que pueden correr. En la Dirección Política vivimos todos como hermanos, formando una familia bien avenida. A muchos les unen antiguos lazos de campaña: unos recuerdan la persecución de las bandas de Majnó; otros, ya los combates de Ufá contra Kolchak, ya los de las estepas de los Urales,

3 Actualmente. Alma-Atá. (N. del T.)

Page 4: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

2

abiertas a todos los vientos, o de las extensas llanuras del Don, y con ellos, a Denikin, Krasnov, Kaledin, Pokrovski4. Cada uno tiene sus combates; muchos, los mismos, y todos, una lucha común.

Nuestra familia está muy unida, y así da gusto trabajar. Ayer, a la caída de la tarde, nos reunimos por última vez y estuvimos juntos hasta altas horas de la noche. Fue una amistosa velada de despedida en la que se rememoraron diversas cosas: unos hablaron de lo primero que les vino a la memoria, y otros, de lo más preciado. Pero hubo una exclamación que se alzó dominando el alegre bullicio:

-¡Ay, muchachos, qué pena separarse! La costumbre es cosa de no poca importancia.

Pero la costumbre en el trabajo, y por añadidura con unos muchachos como éstos, es ya algo grande.

Nos dividimos en dos partes: una mitad se queda aquí, la otra va lejos, muy lejos, casi a mil verstas más allá de los montes, a Vierni. Esa noche tan pronto alborotábamos, dominados por una alegría irrefrenable, como nos poníamos serios de pronto y quedábamos en solemne silencio. Desde fuera, debíamos parecer un poco ridículos. Mas no hubo énfasis alguno, sino palabras sinceras, necesarias, sencillas. Discursos, muchos discursos... Intervinimos todos sin excepción. Y éramos unos treinta... ¡Qué noche tan maravillosa e inolvidable!

Poleies, negro como un cuervo, con la pipa entre los dientes, se pasó la mano por los rizosos cabellos y acabó así una de sus numerosas intervenciones:

- De todos modos, compañeros, estos últimos meses serán los mejores de mi vida...

- Aún habrá otros mejores, Poleies, si te haces bolchevique -intercaló uno desde el otro extremo de la mesa.

- Bueno, eso déjalo; no es ahora tiempo... - Para hacerse bolchevique siempre es tiempo... Y los sentados a la mesa soltaron la carcajada. El barbilampiño Garfúnkel, de aspecto afeminado,

menchevique como Poleies, acudió presuroso en ayuda de su amigo:

- Es cierto, compañeros... No es momento. No hay que decidir eso ahora; es asunto que requiere pensarlo muy detenidamente...

Lo dijo, y sus rojas mejillas de muchacha se pusieron más coloradas aún.

- Dejadlos tranquilos, muchachos. Ellos mismos caerán en la cuenta -dijo alguien en tono conciliador.

La afirmación aquella fue profética: poco después, los dos seudomencheviques se encontraban ya en nuestras filas. No las palabras, ni las exhortaciones, sino el trabajo real, práctico, en que estaban metidos día tras día les movió a dejar la falsedad menchevique y a trabajar en serio, de verdad, al modo bolchevique.

Tomemos otro ejemplo, el de Lídochka, muchacha de diez y ocho años, inexperta, de

4 Generales del ejército blanco. (N. del T.)

cristalina pureza y un candor infantil. Todos la queríamos. En aquellos días, Lídochka no comprendía nada, absolutamente nada; limitábase a sonreír y a asentir en seguida a lo que le decían, temerosa de disgustar al que le hablaba. En la noche de la despedida, aún no sabía nada como es debido acerca de la revolución, de los bolcheviques. Tenía la sesera de un pajarillo, y era tímida, inocente y un poco cómica. Y sin embargo, luego... Luego, recorrió con nosotros un duro camino, soportó las penalidades de los tiempos en que la muerte nos rozaba con su guadaña. Lídochka aguantó con nosotros las tormentas y tempestades de la sublevación... Y ahora es también bolchevique. Dirige una sección femenina regional...

Ya veis qué cosas ocurren en la vida: de los sueños de muchacha, directamente, al ancho camino de la lucha de clases.

Hubo un tal Kapelnitski, bolchevique desde hacía una veintena de años. Emigrado. Muy inteligente. Un año más tarde, fue a Moscú, a un Congreso. Y aquel hombre, con el que no habían podido acabar ni los destierros, ni las cárceles, ni las palizas de los gendarmes, murió tontamente, de modo casual: lo mató una bala perdida.

¿Y sabéis quién estaba, además, entre nosotros? Pavlusha Vóitek. En los distritos petersburgueses, los obreros recuerdan todavía a Pavlusha Vóitek. Era hombre franco y recto como pocos y de nobilísimos sentimientos. Le considerábamos el mejor entre los mejores. Era siempre para nosotros un modelo de auténtico luchador comunista en que se aunaban de modo sorprendente la experiencia de la vida, la explicación de los problemas más difíciles y complicados, una candidez de paloma y una ingenuidad de niño, dulce, sin hiel... Después de las conversaciones con Pavlusha salía uno impregnado de su sinceridad, de su fe inquebrantable, firme, en todo cuanto decía con tanta alma. Parecía que no había dicho nada importante, trascendental y que sus palabras no eran necesarias, pero en realidad, después de hablar con él, uno se sentía más inteligente, más animoso y seguro, y el trabajo cundía y los pensamientos se tornaban claros, lozanos, como si Pavlusha los hubiera regado con un agua vivificadora. Tenía un don poco común: el de desenredar las cosas, de hacer comprensible y sencillo todo lo que a primera vista parecía enmarañado, confuso, inaccesible. Pavlusha Vóitek no existe ya: en una de las primeras filas de atacantes, fue al asalto del sublevado Cronstadt5, y una bala traidora le mató con su fuerte y ardiente beso de plomo. Los hombres como él mueren así. En el momento del choque, siempre están en la atalaya,

5 Fúrmanov se refiere a la sublevación contrarrevolucionaria de Cronstadt, organizada por los guardias blancos contra el Poder soviético en marzo de 1921. (N. del T.)

Page 5: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

3

al descubierto, en el sitio de mayor peligro. Se les ve desde todas partes. Las balas caen a millones. Y una de ellas va a parar, indefectiblemente, al corazón. Y se lleva de su puesto de combate a hombres como Pavlusha Vóitek.

Aquella última noche estuvo con nosotros. Reía, nos estrechaba las manos precipitadamente, decía, como de ordinario, palabras cordiales, que infundían optimismo. No las recuerdo exactamente. Además, ¿para qué hace falta? Nos dijo que en todas partes se necesitaba algo, había algo que hacer. Y en Vierni nos esperaba un trabajo grande.

- Id para allá, muchachos, y portaros como valientes. En un lugar tan apartado, las fuerzas jóvenes son más necesarias que aquí.

Aquello ocurrió hace tiempo. Ahora, Pavlusha no existe ya. Descansa en paz, amigo. No te olvidaremos nunca, Pavlusha, pues eras un hombre honrado y noble a carta cabal, un comunista valeroso y modesto, como deben ser los comunistas.

Puede que tampoco exista alguno más. No lo sé. Han transcurrido más de tres años. Y nosotros estamos acostumbrados a contar el tiempo por minutos.

Pasó la noche aquella. A la mañana siguiente, nos

encontrábamos de nuevo en la Dirección Política, como si nada hubiera ocurrido. Hasta nos dábamos más prisa que de costumbre, pues nosotros teníamos que marcharnos y ellos tenían que despedirnos. Nuestras mutuas prisas las veía cada uno, las comprendía e incluso se avergonzaba un poco de ellas.

"Habría que irse cuanto antes..." Este pensamiento nos embargaba a todos. Por ello

se ponía singular diligencia en preparar la documentación (la preparaban también allí), en abastecerse rápidamente de productos alimenticios y llenar de cosas prácticas diversos cajones, cestos y macutos... Eran escritas las últimas cartas. ¡Y cómo no íbamos a escribir!, pues para llegar a Vierni había que tirarse en coche sus buenas seiscientas verstas y pico por el monte y por el llano. Lejillos estaba el rincón en que pensábamos meternos.

No poco era lo que sabíamos de Vierni. En primer lugar, ¡no faltaba más!, nos comunicamos unos a otros en secreto que, hacía algunos años, en 1911 ó 1912, ayer como quien dice, había tenido lugar en Vierni el último terremoto...

- Sí..., ¡y de los gordos! Después de estas palabras, mirábamos

escudriñadores al rostro del oyente para ver qué impresión le producía la noticia. ¡Valiente novedad! ¡Como si él no supiera aquello! Pero a incitar la curiosidad, como chiquillos, siempre estábamos dispuestos por aquel entonces.

- ¡Atiza! Vamos a los mismos infiernos. ¿No somos, a caso, unos héroes?

Por cierto que, durante los últimos días, ya nos habíamos comunicado aquella "novedad" varias veces. Debido a ello, cuanto más la repetíamos, iba surtiendo menos efecto. Además, habíamos oído hablar mucho de los terribles deshielos. Viejos habitantes del lugar nos auguraban que pereceríamos en el camino a causa de los torrentes de las montañas, de los aludes y derrumbamientos, afirmando que las crecidas se llevaban los puentes.

Pero todo aquello nos agradaba. Después de tales rumores y noticias, el próximo viaje nos parecía ahora un acontecimiento insólito, casi fantástico. ¡Partir, partir cuanto antes!

Y como ocurre siempre en semejantes casos, nos metían, pobres de nosotros, todas las bolas que se les ocurrían, pues nuestras orejas estaban abiertas para recibirlas y nuestros labios dispuestos a dar sinceramente las gracias por las informaciones.

Por fin, llegó el momento. Todo ya había sido oído; los equipajes estaban hechos; los documentos, suscritos; los besos, dados. ¡Adiós, Tashkent!

Unos caballitos con cascabeles nos llevaron a la estación. Y allí no ocurrió nada digno de mencionar: tomamos el tren y partimos.

De Tashkent a Vierni hay unas ochocientas verstas. Por aquel entonces sólo se podía ir en tren hasta la estación de Búrnaia, y desde allí, las seiscientas verstas restantes, en troikas de posta. El tren se arrastraba monótono y lento, deteniéndose con frecuencia por causas para nosotros ignotas. Permanecía parado largo rato, hasta que acabó por atascarse definitivamente en unos montones de nieve que aparecieron delante. ¡Vaya una "soleada" primavera que nos brindaba el Turkestán!... Aunque a nosotros ninguna clase de contratiempos de viaje nos hacía mella, porque nos intrigaba sobre manera aquel lejano y misterioso Semirechie del que tanto habíamos oído hablar en Tashkent. En el acribillado y frío compartimiento del vagón, nos reuníamos en corrillo -unos sentados en las literas y otros, en el santo suelo- a fin de discutir con calor el trabajo político, o de otro género, que habíamos de realizar. Un medio ambiente nuevo por completo y unas circunstancias absolutamente distintas, la falta de proletariado urbano y el desconocimiento del idioma eran factores que servían para devanarse los sesos y hablar largo y tendido. Y así lo hacíamos, con gran celo. Se hablaba por los codos, sin escatimar palabras, con poca seguridad y suma excitación. Esta última predominaba porque, como nadie sabía nada a ciencia cierta, había ancho campo para la discusión y la polémica. ¿Qué otra cosa podíamos hacer en un viaje tan larguisimo? Por otra parte, queríamos que todo él nos sirviera de verdadero provecho. En primer lugar, había que determinar con exactitud cómo eran aquellos "accesos" a Semirechie, aquellas primeras regiones que hallaríamos en nuestro camino; en segundo lugar, había que conocer allí, en

Page 6: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

4

la realidad, junto al trabajo vivo, aquello nuevo a cuyo encuentro nos dirigíamos tan lejos, y, en tercer lugar, era preciso ayudar ya a los pueblos y ciudades por los que parásemos, si es que estábamos en condiciones de serles útiles en algo. ¿Y cómo no íbamos a series útiles? Pues allí recibían el periódico una vez al mes, estaban terriblemente atrasados de la vida, era poco lo que sabían y siempre confundían todo sin rubor alguno. Allí, pasadas las montañas, el ritmo de la vida era completamente distinto. A cualquier moscovita, e incluso a un vecino de Ivánovo-Voznesensk, le habría parecido extraño e incomprensible que aquella gente pudiera aguantar un mes entero -y hasta más tiempo- sin saber nada de lo que ocurría en el mundo. Sin embargo, aguantaban. Y las circunstancias eran tales, que no se podía hacer nada de momento para evitarlo. Nosotros teníamos ya noticia de que el atraso, la ignorancia y la incultura más espantosos reinaban allí por doquier. Precisamente por ello decidimos dar por el camino todo cuanto podíamos dar: nuestros hábitos de organización, conocimientos generales e información acerca de los últimos acontecimientos.

En realidad, a Semirechie, en comisión de servicio, sólo iba yo, como delegado del Comité Revolucionario del Frente, con poderes para toda la región. Algunos me habían asegurado que marchaba en calidad de "delegado especial" e incluso con categoría de "enviado extraordinario", pero yo, a decir verdad, no había examinado detenidamente mi prolija credencial, considerando que en el lugar de destino ya vería qué podía hacer y qué me estaba vedado. Más en aquellos años todos teníamos la siguiente costumbre: cuando mandaban a uno en comisión de servicio, y a este uno le desagradaba ir solo, se llevaba consigo a un montón de los mejores camaradas. Habían trabajado juntos y acordes, se conocían bien: él estaba habituado a ellos y ellos a él. Yo también había echado mi anzuelo en Tashkenr, en el Consejo Militar Revolucionario:

- Bueno, voy al lejano Semirechie, pero, ¿con quién voy a trabajar allí, en quién voy a apoyarme en los primeros tiempos? ¡Dadme una docenita de compañeros de la Dirección Política!

Y, con gran asombro mío, el Consejo Revolucionario accedió de buen grado, cosa sorprendente, rarísima. Por eso era tan grato marchar incluso a un rincón tan retirado como aquél. ¿A qué ocultarlo? Aquello era verdaderamente un lugar apartado del mundo. Entre los muchachos que iban conmigo había, como suele decirse, "maestros en todos los oficios", especialistas en todas las ramas: excelentes organizadores e instructores militares, agitadores-propagandistas, conferenciantes, dirigentes de escuelas del Partido, periodistas, gente de tribunales, teatro, etcétera, etcétera. A prevención, antes de llegar a Búrnaia, habíamos trazado un plan, para las seiscientas verstas de camino, que era

aproximadamente como sigue. Un mozo de aquellos contornos, Verménichev,

iría a caballo antes que nosotros, convocando por los pueblos y ciudades importantes reuniones de comités militares revolucionarios, de comités del Partido y de responsables. Señalaría para ello la hora exacta, y anticipadamente, por telégrafo, se pondría de acuerdo con nosotros acerca de esa hora. En unión de tres camaradas, yo iría detrás, a un centenar de verstas, sobre poco más o menos. Me acompañarían: Lídochka, que escribiría durante el viaje algunos documentos a máquina; un "compadre", compañero mío de trabajo, y Naya, mi buena amiga, esposa y fiel acompañante en todas las campañas de la guerra civil. No se podía perder ni una hora. Había que llegar a Vierni cuanto antes. Mas, al propio tiempo, se sentían deseos de hacer algo provechoso por el camino. Por eso, habíamos organizado así las cosas. Unos prepararían las reuniones, asambleas y mítines generales, otros los celebrarían y dejarían en el lugar una carta con instrucciones para el grupo que vendría detrás, integrado por Nikitchenko, Altshúler, Poleies, Murátov y Aliosha Kólosov. Estos, con mayor minuciosidad y más a fondo, continuarían el trabajo iniciado cumpliendo las instrucciones de la carta que dejásemos. Ese plan nos pareció a todos el más conveniente. Y decidimos ponerlo en práctica.

El último, cerrando marcha y custodiando los carros, al frente de un pequeño destacamento, iría Garfúnkel, ya mencionado una vez, con el "cabo Guillermo" -como llamábamos en broma a nuestro camarada el comunista Lindenbaum- y nuestro común amigo Hubánchik. El tal Lindenbaum era un tipo interesante: nunca distinguía las cosas grandes de las pequeñas, y realizaba de igual buen grado, tan a conciencia y con el mismo tesón, cualquier trabajo que se le encomendase. Ahora, al hacerse cargo de la custodia de los carros, nos había jurado que los llevaría indemnes "hasta el mismo Vierni, hasta el mismo corral donde vivir y dormir tendremos". Hablaba, pues, el ruso malamente, y no siempre le entendíamos todo lo que decía, en particular porque sus ojos estáticos, de pez, miraban a uno en todas las ocasiones con igual atención y fijeza. "Yo no tolero ningún lustre en el Partido", manifestaba a veces, y aquello había que interpretarlo en el sentido de que odiaba y no podía tolerar en el Partido a la gente vaga, que constituía un lastre.

Además de estos dos, marcharía con los carros Medvédich, mi íntimo amigo y ordenanza durante toda la guerra civil. En 1919, después de haber sido herido, me lo enviaron como ordenanza a las estepas de los Urales. Y desde entonces siguió dando tumbos conmigo: por Samara, Tashkent, Semirechie, el Kubán... Allí ingresó en el Partido. Y allí se quedó. Lo perdimos de vista. Todos le recordamos como el mejor y más fiel de los camaradas en los momentos más difíciles y peligrosos, ya que, posteriormente,

Page 7: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

5

pasó con nosotros todas las zozobras de los días de la sublevación.

Enfrascados en las charlas y discusiones, no nos dábamos cuenta de cómo retrocedían raudos los apeaderos y de cómo avanzaba cada vez más hacia nosotros la estación final: Búrnaia. Habían ya quedado muy atrás los huertos de Tashkent, plenos de árboles frutales, el sol abrasador, el diáfano cielo azul y las batas multicolores de los sarts. En los nuevos lugares, la época del deshielo era de tal naturaleza, que se precisaba llevar a prevención rígidas lonas impermeables para el tiempo lluvioso y zamarras para resguardarse de las ventiscas montañeras y de los fríos de la madrugada.

Allá lejos, muy lejos, pasada la desértica llanura abierta a los vientos, refulgían cegadoras a la luz del sol las nevadas crestas de las montañas de Tian-Chan. Estábamos tan cerca y tan lejos de ellas… Y en adelante, por el camino, nos esperaban toda clase de viscosos cenagales y de impetuosos torrentes de montaña, puentes arrastrados por las aguas, rocas gigantescas. Y en las cimas, más de una vez, las heladas nos darían su frío abrazo de despedida y nos zarandearían los últimos, furiosos vendavales de altura. De todo habría. Así nos lo pronosticaban los entendidos de aquellos lugares.

Cuanto más nos alejábamos de Tashkent, tanto más se iba elevando la línea férrea y cada vez se acercaban más a la vía, altas y arrogantes, las rocas.

En las llanuras casi había desaparecido la nieve, tan sólo quedaba en las montañas y en sus faldas.

Por contados minutos, raramente, el sol asomaba entre los nubarrones pardo oscuros, desgarrando la espesa niebla que ceñía la cordillera. Humedad. Nubes. Frío. Silencio. Ninguna vegetación. Únicamente, junto a los poblados kirguizes y las diseminadas yurtas

6 grisáceas, negreaban solitarios, desamparados, unos raquíticos arbolillos desconocidos. Allí no había sarts, sólo vivían, hacinados, los kirguizes. En aquellos montañosos y extensos lugares, en las laderas, apacentaban sus ganados. Cerca de las estaciones, también se había asentado gente de otras tierras, colonos rusos en su mayoría, que abundaban especialmente en las pequeñas ciudades construidas junto a la vía férrea.

Y allí, antes de llegar a Búrnaia, aprovechando las largas paradas, bajábamos del tren para ver como andaban las cosas en el Soviet en el Comité del Partido o en el Comisariado de Guerra. Encontrábamos cuadros lamentables y curiosos.

En los Soviets se habían introducido por doquier elementos completamente extraños, indeseables: kulaks de diversos calibres, ricachos indígenas y traficantes y especuladores de toda calaña. Y toda aquella canalla agrupada al azar cometía, bajo la

6 Tiendas, generalmente cónicas, utilizadas como viviendas por los kirguizes y algunos otros pueblos nómadas. (N. del T.)

bandera del Poder soviético, las villanías más atroces. Es más, muchos de ellos habían logrado infiltrarse en los Comités del Partido y, bajo el nombre de "comunistas", llevaban a cabo su propia "política", original en extremo. Por ejemplo, en una pequeña estación nos comunicaron que el vicepresidente del Comité del Partido era un especulador declarado, dueño de una serie de tiendas de la más diversa índole. Últimamente, habla abierto una tiendecita más con un fin "nobilísimo". El establecimiento lo destinaba para el hijo; al hacerle entrega de él, le advirtió con la mayor severidad del mundo:

- Esto es para ti, Aliosha. Ahora no son los tiempos del viejo capitalismo... Actualmente tenemos el Poder soviético, y en él cada uno debe trabajar. Pero tú, tunante, no das golpe... Sabrás que, entre nosotros, el que no trabaja no come... Todos deben arrimar el hombro... Y tú tampoco debes estar ganduleando con los bolsillos vacíos; anda, haz dinero...

No era una broma, sino un hecho completamente auténtico. Nos lo refirió un ferroviario que, a juzgar por sus antecedentes era un muchacho serio, magnífico, nada amigo de embustes ni de charlatanerías. Aquella benemérita organización del Partido contaba con más de trescientos afiliados. Y eso en un lugar que sólo tenía de tres mil quinientos a cuatro mil habitantes. Al parecer había que alegrarse de un porcentaje tan envidiable y de que el Partido gozase allí de tanto éxito. Pero pronto nos descubrieron el "secreto". Era de una sencillez pasmosa: Un buen día había empezado a circular el fascinante rumor de que a todos los comunistas les iban a dar cortes de trajes, y los vecinos acudieron al Partido en tropel.... Lo oíamos y nos resistíamos a creerlo. Más tarde, nos informamos de la composición del Partido: únicamente había unos cincuenta obreros, los demás eran "simples... vecinos". Por aquellos días, en las regiones apartadas del Turkestán tales "simples señores" distaban mucho de constituir una excepción y utilizaban ampliamente las organizaciones del Partido. No en vano, por aquel entonces, fueron disueltas en el Turkestán incluso organizaciones regionales enteras, y en cuanto a las de menor importancia, sólo el Comité Central de allí sabía el número exacto de las liquidadas. El caso mencionado nos hizo conocer de golpe la amarga y ponzoñosa realidad del Turkestán, Y al principio, quedamos sorprendidos, intimidados ante tales horrores. Pero luego, ya solos, cuando empezamos a deliberar sobre lo que habíamos visto, oído y sabido, únicamente percibimos con mayor agudeza toda la envergadura y seriedad de la labor que habíamos de llevar a cabo.

- Los Soviets y las organizaciones del Partido están llenos de toda clase de basura -razonábamos-. La capa de obreros es muy delgada, y, por añadidura,

Page 8: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

6

puede que no sea lo suficientemente consciente... Los trabajadores musulmanes, puntal del Poder soviético, su base principal, los pilares en que se asienta, constituyen una masa todavía ignorante y prisionera de su clero, de sus ricachones: de sus manaps

7 y bayes

8. Esa masa no se despertará de su ignorancia, no penetrará en ella la luz de la instrucción hasta que no se cumpla la tarea más importante, fundamental, de afianzar aquí el Poder soviético. Así está planteada la cuestión. La tarea es extraordinariamente difícil. Por consiguiente, ¡ánimo, y manos a la obra! ¡Confiemos en nuestro éxito!

En estos o análogos tonos y empleando argumentos semejantes, mantuvimos nuestra conversación. Y ya no nos parecía espantoso ni difícil el trabajo que nos esperaba, aunque nos dábamos perfecta cuenta de que no habíamos hecho más que alzar una punta del velo y que, cuando lo levantásemos por completo, descubriríamos llagas mucho más profundas y purulentas, que habría que curar. ¡Cuánto tiempo y cuánta tenacidad requeriría aquello!

Sin embargo, después de ver mentalmente cuál era el verdadero camino a seguir y de comprender que sólo en el kishlak

9 se hallaba el ovillo al que afluían todos los hilos, el punto de convergencia de todas las vías, sentimos más confianza en nuestras propias fuerzas y nos sobrepusimos a nuestro momentáneo desconcierto. Allí mismo, en ruta, nos surgió ya la idea de organizar en Vierni para nuestros compañeros unos cursillos de enseñanza del idioma del país, cosa que pusimos en práctica en cuanto llegamos. En camino, cambiamos también impresiones sobre la necesidad de crear otros cursillos ambulantes para dar a los indígenas los conocimientos más elementales, iniciativa que tampoco echamos en saco roto... Pero de esto hablaremos más tarde; ahora, volvamos a Búrnaia.

La idea que teníamos del deshielo resultó ser

exagerada. Mejor dicho, nos retrasamos en nuestros temores, pues hacía ya dos semanas que había terminado la principal crecida de primavera, y ahora sólo se advertían huellas de su paso: en algunos lugares se ocultaban los montículos de nieve que quedaran indemnes. Sin embargo, aún corrían los torrentes impetuosos que arrojaran los puentes a la orilla... Eran los últimos restos del deshielo. El invierno reinaba únicamente en las montañas, donde continuaban las heladas, las nieves y ventiscas. En cambio, en el llano se percibía el aliento, cada vez más cálido, de la primavera.

Desde Búmaia, debían llevarnos de un tirón hasta la pequeña ciudad de Aulie-Atá, que se encontraba a

7 Miembros destacados de la vieja nobleza feudal en la Kirguizia de antes de la revolución. (N. del T.) 8 Ricos del país. (N. del T.) 9 Aldea en el Asia Central. (N. del T.)

unas sesenta o setenta verstas de distancia. Pero conseguir allí transporte oficial era asunto extraordinariamente difícil. Con todo nuestro carácter de enviados "especiales" y "extraordinarios", aunque blandíamos amenazadores nuestras prolijas credenciales y pese a los clásicos tacos, escogidos, del comandante de la posta -en parte, compadecido de nosotros; en parte, deseando sacudirse las pulgas cuanto antes-, el presidente del Soviet de la aldehuela en que debíamos tomar los medios de transporte, nos notificaba imperturbable:

- No hay caballos... - Entonces, ¿cómo vamos a seguir el viaje? -

acometíamos severos al cachazudo mujik. - ¿Y a mí qué me importa? - ¿Cómo que no te importa? Tenemos que

partir inmediatamente, con urgencia, para una misión especial. ¿Entiendes? - Entiendo. - ¿Y qué? - Nada... Y de nuevo tratábamos de llegarle a lo vivo, ya

con ruegos, ya con amenazas, pero el mujik era "hombre largo y corrido", y no se dejaba engatusar tan fácilmente. Permanecía imperturbable, como una estatua de piedra. - No voy a engancharme yo mismo y a

llevaros... ¡Vaya unas exigencias! Y nos tuvimos que ir sin lograr nada. Hubo que echar una galopada, de más de ocho

verstas, hasta la aldehuela próxima. A la mañana siguiente nos mandaron por fin de allí un par de carromatos de "propiedad particular". Amontonamos en ellos nuestros diversos trastos (ya que el mujik no sabía en absoluto atarlos), nos encaramamos a lo más alto del montón y nos pusimos en marcha. El traqueteo era muy grande, y esperábamos continuamente salir lanzados de un momento a otro. Todos, sin causa aparente para ello, estábamos muy contentos. Nos llamábamos a gritos de un carro al otro, decíamos agudezas y nos divertíamos como niños pequeños. Klim Klímich -tal era el nombre de mi carrero- resultó ser un mujik muy locuaz, inteligente y sensato. - Nosotros somos de los nuevos -me explicaba

ya en voz baja, confidencial-. Los nuevos formamos aquí rancho aparte... - ¿Y qué quiere decir eso de nuevos? -inquirí

yo. - Verás, nos llamamos así porque hemos

llegado hace muy poco; bueno, cosa de seis u ocho años... Antes vivíamos en la provincia de Járkov. Pero empezamos a estar allí estrechos y nos vinimos para acá. Nos entregaron un socorro para el viaje, el gobierno lo facilitó. Y aquí también se nos ayudó: en lo de la tierra, en lo de la casa ... Así es que a todos los mujiks que

Page 9: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

7

vinieron no hace más de diez años se les llama nuevos, y los viejos son los que llegaron hace cuarenta o sesenta años. Los viejos vecinos son mujiks ricos, tienen un sinfín de ganado. ¡Y qué hacienda! Casa, jardín de frutales, huerto. Bueno, ¿a qué seguir? En pocas palabras: son mujiks negociantes. - ¿Y vosotros? -pregunté yo. - ¿Quiénes? ¿Los nuevos? - Sí, ¿qué tal vivís? - Esa cuestión, la de "cómo vivir", es la que

más nos preocupa. En pocas palabras: vivimos mal. Dentro de unos diez añitos, levantaremos cabeza, pero mientras tanto, las pasamos moradas. No tenemos más que la tierra. Y mucho depende de la tierra que te toque, porque no en todas partes es igual... Si te toca en los Altos del Kayuk, no te dará más que piedras... - Pues, según cuentan, Klímich -le dije-,

parece que los kirguizes viven en completa miseria. ¿Es verdad que ni siquiera tienen lo que tenéis vosotros, los nuevos? Me interesaba saber qué respondería a aquella

intencionada pregunta. Klímich guardó silencio unos instantes. Luego, se alisó con prestancia la barba castaña, grande y cuadrada, se tocó la nariz, escupió y, mirando hacia adelante, a la desierta llanura, como si sólo a ella se dirigiera, profirió lentamente: - Son un hatajo de gandules. - ¿Unos gandules?... -me asombré yo. - ¿Y esto qué es? Gandulería... Gandulería

pura, y nada más. Juzga tú mismo, buen señor... - Señor no, camarada -le corregí. - Bueno, camarada; es lo mismo -asintió

imperturbable-. Yo, por ejemplo, cuando llega la primavera, como ahora, ¿qué es lo que hago? No me paso todo el tiempo paseando a distintos comisarios como vosotros -declaró zahiriente-. A veces, tambien trabajo. Y cuando me pongo a trabajar en el campo, sólo me encontrarás allí, de sol a sol. En cuanto terminas de arar, tienes que preparar la siembra, y así siempre, dándole uno vueltas a la noria: la hierba está alta, hay que segarla para tener heno, también hay que recoger la cosecha... y en otoño, vuelta a empezar: remueve otra vez a la madrecita tierra y piensa con tiempo qué otras faenas te aguardan. Así, sudando la gota gorda, se pasa uno todos los meses del año. En cambio, el kirguiz, ¿qué hace? Se monta en la yegua, silba, ¡y hasta más ver! Se va a la montaña y se tumba a la bartola: cuida del ganado... Hay que apacentarlo, ¿cómo no lo va a apacentar? Pero si tuviera que andar aperreado con la tierra, ya vería él lo que es canela. Dejé hablar a Klímich cuanto quiso; cuando

hubo terminado, me puse a explicarle por qué los kirguizes se dedicaban principalmente a la

ganadería y lo muy difícil que era y el mucho tiempo que haría falta para que pasasen de la ganadería y la vida nómada a asentarse en la tierra, a fin de dedicarse a un trabajo completamente nuevo para ellos. Le dije a Klímich que también el Poder soviético se preocupaba de que los kirguizes nómadas se convirtieran en vecinos fijos...

- Sí, sí, en seguida los vas a convertir -replicó Klímich sonriendo socarrón-. Ellos se sienten tan ricamente paseando por las montañas, eso no es destripar terrones.

- Pero ellos no tienen tierras que se puedan verdaderamente labrar -objeté yo- ni hábitos de cultivo del campo, ni arados, ni gradas, ni hoces, ni nada.

- ¿Y quién se lo ha impuesto?... Probamos a dárselos. Les entregamos gradas, hoces... Les daban a las hoces vueltas y más vueltas, y algunos hasta empezaron a segar con brío. Pero luego, las tiraban, se montaban en la yegua, ¡y si te he visto no me acuerdo! Por eso los campesinos de aquí no tienen amistad con los kirguizes... Por esa misma razón.

- ¿De modo que no hay amistad, eh? -inquirí yo, planteándole una cuestión peliaguda.

- La hay y no la hay -repuso Klímich, desarrollando una filosofía sapientísima, incomprensible-. Según dónde y entre quiénes... Los viejos vecinos no los pueden ver ni en pintura. Son unos perros, dicen, unos perros vagabundos, y nada más... Claro que los viejos vecinos no los tragan porque tienen el riñón bien cubierto. ¿Cómo van a considerar al kirguiz como una persona y, mucho menos, como un igual? Ellos hasta a nosotros, los nuevos vecinos, nos miran con desprecio. Y los nuevos no apreciamos al kirguiz porque no es capaz para el trabajo. Solamente por eso. En cuanto a lo demás, aquí nos llevamos bien... En una palabra: bien...

Durante largo rato, traté de infundirle la idea de que, en la vida de pueblos enteros, los períodos históricos se suceden unos a otros con arreglo a un orden determinado, con una cronología rígida, inexorable, y que cada kirguiz, por sí mismo, no tenía la culpa de ser nómada ni de que hasta la fecha no se hubiese asentado en la tierra, dedicado a la agricultura, y etcétera, etcétera. Ponía gran empeño en demostrarle una cosa: que en todo aquello no había ni podía haber ningún defecto específico, congénito, nacional y que todas aquellas peculiaridades serían también propias de cualquier otro pueblo que se encontrase en condiciones exactamente iguales que los kirguizes. Klímich me escuchaba con atención. Incluso había dejado por completo de expresar sus opiniones y, concentrado, trataba de atrapar alguno de los pensamientos que yo había expuesto, el principal,

Page 10: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

8

el más importante. - Por consiguiente, si él no tiene la culpa, yo

tampoco la tengo. De modo que, le haga lo que le haga y le diga lo que le diga, así tiene que ser... ¿No es eso?

Con palabras sencillas y torpes, iba llegando a la cuestión más profunda de la doctrina materialista: la de si el hombre es o no es libre en sus acciones. ¿Actúa el hombre por sí mismo de uno u otro modo o son las circunstancias, las condiciones -anteriores y actuales-, las que le obligan a actuar precisamente así?

Fue una conversación interesantísima en verdad. No recuerdo ya sus detalles, pero sí que los dos, Klímich y yo, echamos una mirada retrospectiva a la vida de los kirguizes antes de la llegada de los campesinos a aquellos lugares; luego, recordamos qué impulsó a los campesinos a caer como la langosta sobre Semirechie precisamente (la abundancia de ricas tierras vírgenes, las favorables condiciones otorgadas por el gobierno zarista, la vida barata, la posibilidad de avasallar con facilidad a la ignorante población kirguiza de aquella región, etc.); hicimos memoria de cómo se comportaban los campesinos a su llegada, de los atropellos y vejaciones a que sometían a los indígenas y de la manera en que se ganaron a pulso el más profundo y sincero odio de los kirguizes. Una vez enumerados estos hechos, empezamos a sacar conclusiones:

- ¿Y qué te parece, Klim Klímich? -le dije-. Razona con tu buena mollera, ¿podían, después de

todo eso, establecer los campesinos otro tipo de relaciones con los kirguizes o los kirguizes con los campesinos? Yo creo que no...

- Y yo también -reconoció francamente Klímich-. Pero, de todos modos, los kirguizes son unos vagos.

El inesperado dictamen me hizo reír, cosa que ofendió un poco a Klímich.

- A vosotros, los comisarios, ya se sabe, os da risa; pero a nosotros nos es difícil vivir aquí juntos...

Y pasamos a otros temas. Yo vi que, en cuanto a los "comisarios", había que decirle algo, con más detalle, indicarle quiénes eran y de dónde procedían y explicarle que esos "comisarios" que se afiliaban al Partido sólo para que les dieran cortes de trajes eran completamente distintos a todos nosotros y que a tales sujetos los expulsábamos del Partido.

El principal sentimiento que embargaba a Klímich durante su conversación conmigo era la desconfianza. Sin embargo, al terminar, al hacer el resumen de cualquier tema, yo me daba cuenta de que aunque él no creía mis palabras, empezaba a

dudar de las suyas. Y conseguir que un hombre dude de sus convicciones habituales, petrificadas ya en su mente, no es poca cosa. Debo decir que nuestra conversación no tenía nada de sistemática: saltábamos de un tema a otro con la celeridad del

rayo y volvíamos a un mismo tema más de una vez. - Cuando dejemos atrás Kayuk, empezará el

camino seco -anunció Klímich diligente. Y luego de una pausa, añadió-: He perdido toda la barriga, del traqueteo...

- ¿Y dónde está ese Kayuk? - ¿Dónde? Pues aquí mismito. Ya vamos por él...

¿Ves?, estamos en el monte... En lo del monte, Klímich se adelantaba, pues la

pendiente no se iniciaba hasta unas tres verstas más allá. El Kayuk, en la parte dirigida hacia Búrnaia, parecía insignificante, incluso no se divisaba muy bien desde lejos. Mi opinión respecto a Kayuk no debió gustarle a Klímich, porque me preguntó de sopetón:

- ¿De dónde eres tú? - De Moscú. ¿Por qué lo preguntas? - Allí no tenéis montañas de ninguna clase. Os

pasa lo mismo que a nosotros en Járkov. - ¿Qué ha de haberlas!... - Ya se nota. El hombre debe estar acostumbrado

a las cosas, para verlas y comprenderlas inmediatamente...

En tanto conversábamos, llegamos dando tumbos al pie del Kayuk y empezamos a ascender sensiblemente por su falda. Cuanto más subíamos, más empinado era el camino. La ascensión resultaba difícil y grata. Hacía tiempo que nos habíamos tirado de nuestras peligrosas atalayas, y ahora saltábamos de piedra en piedra. Cuando terminó la aguda pendiente, apareció ante nosotros una ancha llanada en la que se erguían por doquier ingentes bloques de piedra. Aquellas moles, en algunos sitios, formaban plataformas de veinte a treinta pasos o se elevaban de pronto como guardacantones, en hilera, a semejanza de los monumentos funerarios en los cementerios tártaros. En los Altos del Kayuk había amplio espacio, sin valladares, se caminaba bien. No quedaba ya ni rastro del barro arcilloso, intransitable, por el que habíamos venido chapoteando desde la misma Búrnaia. Allí todo estaba completamente seco y hasta se levantaba polvo en algunos lugares. El camino serpenteaba o se desviaba bruscamente adaptándose al terreno, esquivando los parajes rocosos, y lanzándose a las llanas mesetas. Y cuando empezamos a descender rodeando las rocas, para salir de sus angostos muros, fueron surgiendo paisajes, uno tras otro, a cual más bello, de anchurosos prados, formando ilimitada vía. Pasado el Kayuk, a su pie, sorprendía al instante un silencio singular. Hasta el mismo aire parecía allí más leve, más claro, se respiraba mejor que en la vertiente opuesta; el camino era también completamente distinto: ancho, liso, bien apisonado, sin la menor hondonada ni aquellos baches por los que tantos tumbos habíamos dado antes de subir al monte.

En cuanto descendimos, tropezamos con las ruinas de un antiguo albergue. Allí, según la leyenda,

Page 11: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

9

en el cruce de los caminos, había habido una bien provista y acogedora venta en la que gustaban de detenerse los viajeros para descansar ellos mismos y dar reposo y pienso a sus caballos, cubiertos de espuma de la larga carrera. Pagaban por todo aquello una insignificancia, y si no tenían dinero, les fiaba el conocido y hospitalario dueño. Cuando todo marchaba a pedir de boca, un día, el chimbai o ventero desapareció de pronto, sin dejar rastro alguno. Decían que se había marchado a su tierra natal, a uno de los kishlaks de los desfiladeros de Tian-Chan. Dos primos hermanos del desaparecido se hicieron cargo de la venta. Y una noche de otoño, oscura como boca de lobo, unos arriscados asaltaron una caravana de carros. Hubo lucha, con puñaladas y gritos de socorro, con estertores y gemidos de los que morían.

Los oyeron en la venta. Pero nadie se atrevió, en una noche tan oscura, a acudir en auxilio de los atacados. Hasta la mañana siguiente no se enteraron de nada. Pasaron en zozobra el resto de la noche y, al despuntar la aurora, salieron a ver qué había ocurrido en el monte. Hallaron cinco cadáveres de hombres degollados o estrangulados; la caravana había sido desvalijada y los salteadores habían arramblado con todo lo mejor y arrojado el resto de la carga junto a los carros y los muertos. Hasta se habían llevado los caballos, luego de desengancharlos. Desde la noche aquella, empezaron a correr malos rumores acerca del Kayuk. Se aseguraba, y no en balde, que arrieros, jinetes y caminantes eran allí estrangulados para desvalijarlos; a otros les robaban hasta la camisa que llevaban puesta, les quitaban el caballo y les dejaban escapar tal y como su madre los trajera al mundo.

Y se comenzó a vigilar a los dos hermanos que se habían, hecho cargo de la venta. Se sospechaba que en todas aquellas fechorías que se cometían en el Kayuk no dejaban de tener ellos parte. Y se les descubrió al fin: un día, tres soldados transeúntes hallaron en la venta las zamarras y anguarinas robadas a unos vecinos del lugar que habían sido muertos al pasar por el Kayuk. Cuando no hubo ya duda alguna, numerosa gente se arremolinó en torno a la venta; sacaron de la bodega un barril de petróleo, rociaron con él por todas partes la guarida de los asesinos y le prendieron fuego. Ambos hermanos fueron arrojados a las gigantescas llamas y en ellas ardieron, en unión de todos los bienes. Desde entonces, sólo quedaba de la venta un montón de piedras, del que emergía, lúgubre y solitaria, la chimenea del destrozado horno.

Y precisamente a aquel agradabilísimo refugio llegamos nosotros. Klímich desenganchó rápidamente los caballos, les echó un pienso y empezó a trajinar con la carga: arreglaba las cuerdas, tiraba de ellas, miraba desde los distintos adrales, deshacía con los dientes los apretados nudos y volvía a colocar los bultos para atarlos de nuevo, agarrando

bien la cuerda y apoyando con fuerza la rodilla como si fuese a apretar una collera. Durante toda la parada, estuvo de continuo atareado con los carros, hasta cuando se veía a las claras que ya no había nada que hacer al lado de ellos. En cuanto a nosotros cuatro (además de Lídochka y Naya, me acompañaba un camarada cuyo apellido no recuerdo y al que, no sé por qué, llamábamos "el compadre"), nos sentamos inmediatamente, como corresponde, y la emprendimos con el pan y los huevos. No os asombréis de lo del pan y los huevos en el año veinte, pues Semirechie, incluso en aquel tiempo, no conocía el hambre, y tales alimentos no eran por aquellos contornos ninguna rareza. Estábamos ya cerca de los lugares de abundancia de víveres. Desde la arruinada venta, continuamos, con mayor rapidez, por un camino liso, sin baches. Pronto, entramos en Golovachiovka. Y después de ésta, se encontraba ya Aulie-Atá. Hay que decir que los mujiks de Golovachiovka no nos recibieron de un modo muy afectuoso y hospitalario: llamamos en dos o tres puertas para comprar leche, pero nos la negaron en redondo, y cuando una mujercita pícara y lagartona -en una casa alta y rica- accedió a vendérnosla, pidió por ella un precio tan exorbitante, que nos limitamos a darle las gracias, ya en forma nada "cortés" (hablando con modestia), y, lanzando maldiciones, seguimos nuestro camino.

No olvidaré nunca el paso del río. Las impetuosas olas que en primavera se formaban, a causa del deshielo en las montañas, corrían tan fragorosas y rápidas, que daba espanto meterse en ellas desde la orilla. En tiempo normal, aquel riachuelo, no profundo y de pedregoso fondo, lo podrían vadear las gallinas sin sobresalto alguno. Pero ahora se había ensanchado en más de cuarenta metros y se precipitaba con una furia que sólo podía comparar, en mis recuerdos, con la del Araks cerca de Dzhulfa, en la frontera persa, o la del Kistinka, río de montaña, junto al desfiladero de Darial.

- ¿No sería mejor dar un rodeo? -le preguntamos turbados a Klímich, en tanto observábamos con alarma el furioso saltar de las olas.

- Ningún rodeo; hay que pasar por aquí -repuso Klímich, sin alterarse-. Y queriendo, por lo visto, convencernos más de aquella necesidad, nos contó lo que le ocurrió allí mismo, hacía dos días, a un mujik al cruzar el río en carro. La corriente se llevó un gran barril de aceite e hizo polvo el carro y si el mujik se salvó fue gracias a que se agarró a las crines de su fuerte caballo pío.

Desde luego, se sentía desasosiego, pues nadie tenía la menor gana de meterse en aquel torbellino. Pero no quedaba otro remedio, era preciso continuar el viaje.

- Hay que gritar lo más posible -nos aleccionaba Klímich-, para que los caballos no se paren en medio.

"Bueno -pensábamos nosotros-, a ese respecto,

Page 12: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

10

puedes estar tranquilo, Klim Klímich, porque vamos a dar unas voces capaces de dejar sordo al mismo diablo".

Despacio, con cuidado, los caballos iban apoyando los cascos en el pedregoso y empinado lecho del río. Cuanto más se alejaban de la orilla, más perceptibles eran su tensión y esfuerzos; apartaban de las olas sus espumeantes hocicos y volvían instintivamente todo el cuerpo hacia los fríos embates de las aguas, oponiéndoles su pecho musculoso y ancho. Las voces de Klímich para arrear a las bestias y nuestro loco griterío de salvajes no debían surtir seguramente ningún efecto estimable en los fatigados animales. Se veía a las claras que hacían lo que les parecía mejor y más cómodo. Pero nosotros no parábamos de vociferar a conciencia, cuanto nos permitían nuestros pulmones. A cada segundo, nos parecía que nuestro carro, con todos los trastos, se había ladeado ya un poco, se inclinaba de costado y se iba a volcar de un momento a otro sobre las enfurecidas olas, e instintivamente nos agarrábamos a los bultos y a las cuerdas, echando todo el cuerpo hacia el lado opuesto, para hacer contrapeso. Por fin, pasó el peligro principal y empezamos a acercarnos a la otra orilla. Y de pronto, nos volvió la alegría y nos reímos de nuestros recientes temores, pues siempre ocurre que el pavor y el susto momentáneo parecen ridículos, extraños e incomprensibles al cabo de un minuto.

Cuando las sombras del crepúsculo eran ya muy densas, llegamos a las inmediaciones de Aulie-Atá. En las últimas verstas hasta las afueras de la ciudad, donde se encontraban esparcidas las tumbas del cementerio kirguiz, el terreno estaba cortado por barrancas, surcado de estrechas grietas en los escarpes de arenisca y horadado por profundas y negras guaridas, lugares preferidos por los lobos. Hasta el borde mismo del camino se extendía la espesa maleza que rodeaba también el cementerio kirguiz. Klímich nos contaba que precisamente allí, hacía muy poco, una manada de lobos había acometido al anochecer a un jinete kirguiz, y que al amanecer sólo encontraron un mechoncillo de negras crines de la yegua y las viejas botinas rotas del desgraciado kirguiz. Después de aquellos encantadores relatos, empuñamos las armas y, revólver en mano, entramos en la primera calle de la dormida ciudad.

El comisario militar nos acogió amistosamente,

con gran cordialidad. Enterados de la hora de nuestra llegada, nos esperaban en el Comité del Partido, donde nos habían preparado un par de habitaciones con divanes y todo para dormir. En fin, estábamos muy contentos de semejante comienzo y nos pasamos la noche entera de palique, charlando alegremente de diversas cosas en el jardín y en el local del comité. Únicamente la parte femenina de

nuestro grupo, mareada de las sesenta verstas de camino, se había ido a acostar. A la mañana siguiente, a las nueve, convocamos una reunión conjunta del Comité del Partido, del Comité Revolucionario y del Comisariado de Guerra. El objeto de la misma era recibir de ellos una información lo más detallada posible acerca de la situación política y del Partido, económica y militar en la región. Por nuestra parte, había que ponerles al corriente de los últimos acontecimientos. Allí, en la reunión, me encontré por vez primera en un ambiente verdaderamente oriental, pues más de la mitad de los funcionarios allí presentes eran kirguizes y tártaros. Cada sección y organización iba dando cuenta del trabajo realizado.

Nos enteramos de que la labor en los pueblos y aldeas, entre los campesinos ricos colonizadores, no tenía ningunas perspectivas de éxito. Aquellos kulaks se burlaban descaradamente de las disposiciones soviéticas, negábanse a cumplir toda clase de órdenes, sobre todo en lo referente a la recogida de productos alimenticios, echaban de las aldeas a los representantes de los Soviets sin querer escucharles siquiera y amenazándoles de muerte. A tales kulaks únicamente se les podía obligar a acatar las leyes bajo la amenaza de llevar algún batallón hasta el mismo pueblo en que vivían. Con los nuevos vecinos la cosa variaba por completo. Se trataba de campesinos medios cuya actitud con respecto al Poder soviético era buena, no cometían excesos de ningún género ni armaban escándalos. Todos los funcionarios comprendían, claro está, que la labor debía realizarse fundamentalmente en el kishlak. Pero llegar a él era empresa extraordinariamente difícil. Los kirguizes constituían aún, en su conjunto, un muro impenetrable. Con ellos, el ataque político frontal no daría resultado alguno. Aquella masa ignorante no se había liberado todavía de la influencia de sus opresores: los bayes, manaps y mulhás

10. Refirieron un caso muy característico. En un

kishlak donde reinaba el hambre, se presentó casualmente un destacamento de soldados rojos y empezó a ayudar a los campesinos pobres kirguizes a sacar de los graneros de los ricachos del lugar todos los productos alimenticios allí acumulados. Animados por el ejemplo, los campesinos pobres arramblaron rápidamente con cuanto tenían escondido los bayes. Pero apenas el destacamento hubo abandonado el kishlak, todos aquellos campesinos pobres hambrientos se apresuraron a llevar de nuevo la harina, en sacos y bolsas, a los mismos graneros de donde la acababan de tomar. Se la devolvían al bay bien comido, porque estaban asustados de su propia acción y no percibían ya la defensa del destacamento. Restituyeron todo, hasta la última brizna, y siguieron pasando hambre, como

10 Mulhá: sacerdote musulmán. (N. del T.)

Page 13: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

11

antes. A tales masas había que saber llegar, desde luego,

con suma prudencia. ¿Pero quién iba a llegar a ellas? Pues los funcionarios en general escaseaban mucho por allí y los expertos, musulmanes, eran contados. El kishlak continuaba abandonado, sin vigilancia ni ayuda, y ello significaba que aún permanecía al margen la fuerza principal de la revolución: los trabajadores musulmanes. De aquel tema hablamos largo y tendido. Por cierto que nosotros, los recién llegados, escuchábamos más que hablábamos, ¿y qué podíamos aconsejar allí cuando la mitad de los hechos los conocíamos por vez primera y sólo ahora empezábamos a tener una idea clara de ellos? Resultaba que por los pueblos y kishlaks de Kirguizia corrían rumores de que pronto los campesinos y los kirguizes tendrían que batirse cuerpo a cuerpo, que medir sus fuerzas como en el año 1916. Pero a esto volveré más tarde, porque de tal cuestión no me enteré con detalle hasta unos días después, y de ello hablaré en el lugar correspondiente. Aquellos alarmantes rumores provocaban el pánico en todo el mundo. A todos les parecía percibir los siniestros presagios de la inevitable tormenta que se avecinaba. Y no sabían qué hacer ni cómo luchar para impedir aquello que se cernía pavoroso e ineluctable. Habían sido enviados a diversos lugares funcionarios del Partido con órdenes e instrucciones para convencer a la gente de que los alarmantes rumores eran fantasías, pura mentira, y de que los difundían los enemigos del pueblo trabajador, afanosos de derrocar allí el Poder soviético. También se habían repartido por pueblos y kishlaks infinidad de octavillas en las que se hacían análogas advertencias.

"Las masas trabajadoras del Semirechie -se decía-, no permitirán nunca que las lancen a unas contra otras, azuzándolas como a perros furiosos. Los trabajadores, cualquiera que sea la nación o tribu a que pertenezcan, tienen los mismos intereses. Al pastor kirguiz o al labrador ruso les deben ser igualmente odiosos el bay kirguiz y el kulak ruso. Tanto el bay como el kulak viven a costa del trabajo ajeno. Por consiguiente, camaradas, no creáis los canallescos rumores de que se acerca la hora de ajustar no se sabe qué cuentas, de que los campesinos deben atacar a los kirguizes o los kirguizes a los campesinos. Esto no ocurrirá ni puede ocurrir. Los trabajadores kirguizes y los campesinos son amigos y no enemigos. Conservad la serenidad. Seguid trabajando tranquilos como hasta ahora. El Poder soviético defiende vuestros intereses y no permitirá que canallas y bribones de todo género se mofen de vosotros; él sabrá darles el castigo que se merecen...".

Grupos de militantes del Partido habían marchado en distintas direcciones con tales llamamientos. Se aseguraban que en los últimos días había más calma. Los rumores no eran tan insistentes. En algunos lugares habían sido atrapados oficiales blancos

agitadores. La situación se iba aclarando. Tal era la situacioncita política. Motivos para

alegrarse no había muchos que digamos. Posteriormente, nos convencimos de que lo que habíamos oído en Aulie-Atá era característico de la región entera. Lo que ocurría allí, ocurría también en todas partes.

A continuación, se pasó a los informes sobre temas económicos. De todos ellos se podía sacar la conclusión siguiente: la región era rica. Guardaba toda clase de bienes, pero aún no se sabía aprovecharlos ni se tenían ningunas posibilidades para ello. Los campesinos, como correspondía, labraban la tierra, los kirguizes apacentaban el ganado. Pero la labranza se reducía y el número de cabezas de ganado disminuía igualmente. La población, sobre todo la kirguiz, pasaba por un período difícil. En la misma ciudad y en los pueblos más importantes del distrito se desarrollaba con rapidez y se concentraba la industria artesana. En las montañas del contorno se extraían y beneficiaban distintos minerales, se recogía en enormes cantidades cierta piedra curtiente; en los desfiladeros y en los árboles de las selvas abundaba un lubrificante valioso, que también, era aprovechado. Y la extracción y recogida de todo aquello podía ser dos, tres, diez veces mayor, pero la desgracia general, la falta de instrumentos y maquinaria adecuada, frenaba y reducía los trabajos.

Se veía a las claras que los muchachos de allí no eran ningunos blandengues y que tenían una idea bastante acertada de los trabajos a realizar. Pero lo planeaban todo de un modo demasiado abstracto, excesivamente teórico.

"Eso estaría bien, pero eso otro tampoco estaría mal... Si tuviéramos esto, si no tuviéramos aquello... De no ser por... De haber habido..."

Y acababan por hacerse un lío entre todas aquellas condiciones y premisas. Por lo visto, estaban firmemente convencidos de que "puesto que de Tashkent no mandan herramientas, no hay nada más que hacer" y "puesto que la situación general de la República es grave, aquí debe ocurrir lo mismo". En fin, existía cierta resignación, cierta conformidad con lo que había y falta de fe en que, a veces, la situación se podía vencer, se podía cambiar en mucho y ayudar también mucho incluso con las propias manos, sin esperar "las herramientas de Tashkent". No percibíamos allí esa tesonera energía que es capaz de vencerlo todo, de infundir de continuo confianza en el éxito y en la posibilidad de superar muchas, muchísimas dificultades con el propio tesón. Daban la impresión de unos chicos que, sentaditos en casa, hacían imaginarios proyectos:

"Estaría bien ahora... No estaría mal… ¿Y si fuéramos?... ¿Y si hiciéramos?..."

Y esperaban instrucciones de arriba. Cuando se las enviaban, los pobres se desvivían para cumplirlas

Page 14: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

12

a conciencia, creyendo sinceramente que todo el trabajo se reducía a cumplir de modo concienzudo, mecánico, las instrucciones dadas desde arriba. La ausencia de vida, el aletargamiento invernal, la falta de confianza en las propias fuerzas y acciones, la insuficiente fe en la capacidad de las masas trabajadoras, la espera de las órdenes de la superioridad y la lentitud eran los rasgos fundamentales del trabajo, que saltaban inmediatamente a la vista del hombre que llegaba de fuera a través de todos aquellos interminables informes donde las "medidas" alternaban con los "planes y proposiciones", los "si hubiera" y los "si al menos" se repetían sin cesar y en cada palabra se advertía la estrechez, el anquilosamiento, la inveterada costumbre del cumplimiento de lo mandado en substitución del trabajo vivo, independiente, pleno de iniciativa, creador. En cuanto a razonar, no lo hacían mal, pero no sabían trabajar como era debido.

Luego, hablaron de la situación militar. Aseguraban que los rumores sobre el choque que se preparaba entre los kirguizes y los campesinos circulaban con especial insistencia precisamente porque "las guarniciones no eran de confianza": aquellas guarniciones no estarían en contra ni mucho menos de tomar parte en cualquier desorden. Ello obedecía a que sus hombres habían sido reclutados sin suficiente selección, y habían ido a parar a los batallones no pocos kulaks empedernidos. Ahora se estaba llevando a cabo una "depuración", pero, por el momento, no se veían grandes resultados de ello. Hacía unos días habían sido movilizados mil quinientos hombres y enviados a Tashkent, sin que ocurriera nada. La cosa había transcurrido pacíficamente. Entre los musulmanes no se había realizado movilización alguna, sólo habían ido los voluntarios. (La movilización se efectuó más tarde, cuando los musulmanes ya estaban lo suficientemente preparados para ella.)

Las guarniciones no eran de confianza. Estaban renovándolas con rapidez, a marchas forzadas. También se apresuraban en el trabajo político, pero, de momento, "en caso de que ocurra algo, yo, hermanos, no me fío de ellas", dijo el comisario de guerra como conclusión de su breve informe.

Estuvimos cambiando impresiones desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde: ocho horas enteras. Y hay que decir con franqueza que la reunión nos orientó inmediatamente, dándonos una idea bastante amplia y exacta de la situación no solamente en el distrito de Aulie-Atá, sino en todo el Semirechie en general, pues la calidad del trabajo y de los funcionarios, las relaciones entre los kirguizes y los campesinos, el estado de ánimo dominante y el carácter de las guarniciones eran en todas partes tan parecidos a los de Aulie-Atá como gotas de agua.

Al atardecer partimos. No en troika de posta, porque el comisario nos había facilitado un coche con dos buenos caballos del Comisariado de Guerra. Los demás eran del Comité Revolucionario. Y nos había regalado un "landó" como un arca de Noé, en la que cabían diez pares de justos y otros tantos de pecadores... Carraspeábamos de vez en cuando, saltábamos en los baches, recordábamos, volvíamos a meditar acerca de lo escuchado durante la reunión. El lugar era maravilloso: a la izquierda, se extendían infinitos espacios; a la derecha se pegaba al camino la cordillera, su acompañante inseparable. A veces, íbamos casi junto a la falda de la montaña, y cerca, muy cerca de allí, se cernían sobre nosotros las nevadas cumbres. A los purpúreos resplandores del sol poniente, quebradas y barrancos parecían completamente oscuros, como si hubieran echado sobre el níveo manto de las argentadas montañas largos lienzos negros, que se destacaban netos en las vertientes. Fulguraban las nieves con cambiantes destellos de gemas; brillaban con ambarinos reflejos, azuleaban como acianos o refulgían cual pulido acero a la vespertina luz. Hermoso era el espectáculo, de una serena majestuosidad, y sorprendía con sus inesperados, gigantescos panoramas.

En aquellos parajes, durante todo el camino, no se separan del viajero las cadenas montañosas, refrescando el aire con el aliento de los heleros bajo la bóveda celeste y de los inaccesibles picachos nevados. Espléndidas son las montañas de Tian-Chan a la hora del véspero, a la tenue luz del atardecer, cuando ya no es posible diferenciar dónde están las pétreas moles y dónde las albas nubes que se deslizan raudas sobre ellas, pues los contornos se desplazan, cambian los perfiles y las formas, las nubes se entrecruzan, desaparecen, para resurgir de pronto del abismo azul oscuro, y no se sabe qué es allí monte y qué etéreas nubes errantes.

Era ya completamente de noche cuando entramos

en Uch-Bulak, minúsculo pueblecillo de unas cuantas casas. Junto a él, se encontraba la estación de posta. Dos chuchos de mal pelaje saltaron de las sombras y, cumpliendo los deberes del servicio, nos acogieron con sus lastimeros y roncos ladridos. En la terracilla de entrada apareció el encargado de la posta, al que no pudimos examinar debidamente a causa de la oscuridad; sólo oímos su tos profunda, cavernosa, señal evidente de que andaba mal de los pulmones.

- ¿Vais a pasar aquí la noche? - Ni hablar. Tenemos que seguir el viaje -le

contestamos. - No podéis seguir, no hay caballos -nos replicó-.

Además, por aquí hay muchos lobos, nadie viaja de noche...

- ¡Qué importan los lobos!... Lo principal son los caballos. ¿Será posible que no haya ni siquiera una troika?

Page 15: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

13

- Ni una. Todas han partido: unas con la correspondencia, otras con viajeros.

Yo entonces no conocía aún las mañas de los sujetos de la posta. A ellos no les gusta en absoluto ajetrearse por las noches y procuran indefectiblemente darle largas al asunto hasta la mañana. Y por la mañana, a veces, tampoco desdeñan el remolonear para no agitarse demasiado y para que los viajeros comprendan la merced que en la posta se les hace: si quiero, os doy caballos; si no quiero, no os los doy. Posteriormente, en ocasiones, tuve que agarrar de las solapas a alguno de estos sujetos, pero de ello hablaremos más tarde, más tarde...

- ¿De modo que no hay caballos? - No, ni los habrá -añadió huraño. No tenía uno ninguna gana de quedarse allí, pues

era preciso marchar cuanto antes, apresurarse. Hasta la siguiente estación, Ak-Chulak, había unas diez y siete verstas.

- ¡Ea, adelante con estos mismo caballos, no están tan cansados!

El encargado de la estación no sabía qué caballos nos llevaban ni dónde los habíamos tomado; además, en la oscuridad no distinguía bien al auriga ni nuestra arca de Noé.

- No se permite seguir -manifestó severo. - ¿Por qué? - Pues porque no. - Aclara, padrecito. - Cuando llegues a Merke, allí te aclararán todo

levantándote un acta "de verdad". "Vaya, vaya -pensamos-, ¿conque por estos

andurriales hay también actas "no de verdad", sino de mentirijillas, para cubrir las apariencias?"

Y no nos explicó nada en concreto. Con posterioridad nos enteramos de que con una misma troika de caballos de posta no se podía recorrer más que una etapa.

Nos pusimos en marcha. La estepa estaba sumida en profunda negrura. No se veían ya sus ilimitados espacios gris azulados ni los picachos de plata. En los lugares en que las montañas se pegaban demasiado al camino, la oscuridad aumentaba, las sombras se hacían más densas y la calma de la noche más reconcentrada y austera. En cambio, allí donde la cadena montañosa se alejaba, la estepa respiraba con mayor libertad, las sombras parecían más tenues y los sonidos adquirían una resonancia mayor al par que los caballos se sentían aliviados, más contentos y a sus anchas. A veces, en la lejanía -ya acercándose, ya perdiéndose en lo más profundo de las tinieblas- oíanse, lúgubres, lastimeros, los aullidos de los lobos de la estepa.

No lejos de Ak-Chulak, en las ruinas de una venta destruida por un incendio, centellearon a nuestro encuentro tres pares de ígneos ojos: unos lobazos de abundante pelaje, que en la oscuridad parecían aún

más grandes, plantados sobre unos montones de basura, volvían ahora hacia nosotros sus enérgicas cabezas aguzadas. Pasábamos muy cerca de ellos, y parecía que de un momento a otro se iban a lanzar, a aferrarse a nuestros carruajes. Oíanse ya, broncos y extraños, sus gruñidos amenazadores. Pero ocurrió algo sorprendente: sin moverse del sitio, dejaron de escarbar en la basura y acompañaron con fulgurante mirada a las tres troikas que corrían veloces. Los caballos, que habían ya empezado a relinchar cuando nosotros ni siquiera veíamos aún la venta, se apartaron bruscamente a un lado y emprendieron un galope loco. Todo ocurrió en unos segundos. Habíamos empuñado las armas, pero los caballos se alejaban raudos y ya no era preciso disparar. Sin embargo, nos parecía que no ya tres lobos, sino una manada entera de ellos, peludos, musculosos, centelleantes los ojazos ávidos, inteligentes, nos perseguía aún, a punto de alcanzarnos.

Al vernos y darse cuenta de que las fuerzas no eran iguales, ni pensaron atacarnos, pero tampoco huyeron, y quedaron inmóviles en la estepa, como sumidos en honda meditación.

El resto del camino, unas cuantas verstas, lo dejamos atrás en menos que canta un gallo. Y apareció Ak-Chulak.

En la carretera de Vierni, todas las estaciones de posta son por el estilo: una casita baja y encalada; un portón de tablas que da entrada a un amplio patio, donde se encuentra una docenita o dos de caballejos de mala muerte; en el patio y en las cuadras suele haber una suciedad y un hedor abominables. La casita está dividida en cuatro habitaciones pequeñas, de las cuales, dos son para los viajeros y dos para el jefe de la estación; aunque éste vive en realidad en una sola, ya que la otra se destina a "despacho"; allí recibe e inscribe en el registro a los recién llegados, les da unos papelitos, toma otros de ellos, comprueba los documentos, obliga a firmar; realiza, en fin, las poco complicadas funciones de regente de la estación.

Toda la diferencia entre una u otra estación tal vez se reduzca a que un jefe instala su "sala de recepción" a la izquierda de la entrada y el otro a la derecha. En cuanto a lo demás, todo es idéntico. Los locales son fríos, repelentes, nada acogedores. Tiendes la mirada, y ves que junto a la pared está acurrucado un diván viejo, mugriento, lleno de desgarrones, con sólo tres patas, pues en lugar de la cuarta, hay un ladrillo con una tabla encima, enfundado en harapos. Nada cubre la desnudez de las paredes; en un tiempo debió haber en ellas retratos de emperadores, porque todavía se observan las cuadrangulares huellas que dejaran y los agujeros de los clavos. Los techos están completamente ennegrecidos por el humo de candiles, lamparillas y demás encantos. Por lo visto, no se encuentra ni un minuto para fregarlos.

Page 16: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

14

...Yo, para bromear un poco, levanté en nuestro cuarto una barricada con la mesa y unas sillas hasta alcanzar el techo con el dedo; la gruesa capa de moho y roña de toda clase que lo cubría era pegajosa como el fango de un pantano. En las esquinas había unas telarañas tan grandes y espesas, que no ya a una mosca, a un hombre le sería difícil escapar de ellas. Por si acaso, procurábamos no acercarnos a las esquinas, ya que las enormes arañas negras con su aspecto siniestro, amenazador, daban involuntariamente espanto. En los desencajados y rotos marcos de las ventanas habían sido clavadas unas tablas maltrechas y sucias y colgaban restos de los pingajos arrojados por los aurigas kirguizes. Día y noche, a través de agujeros y grietas, el aire corría con entera libertad, refrescando gratamente la habitación.

Nosotros comprendíamos perfectamente que "el desbarajuste económico se dejaba sentir", que "la situación general del Estado era grave" y que, hablando con franqueza, se carecía de cristales, de camas, de sillas, mesas y vajilla buenas, no se tenía suficiente pienso ni forraje para los caballos y no había tampoco con qué pavimentar el patio: ni grava, ni asfalto, ni tablas. En fin, no había nada de nada. Y sin embargo, esas estaciones de posta y sus caballos, incluso los propios patios, todos esos bienes del Estado se podrían conservar diez veces mejor y con muchísima más limpieza si alguien se preocupase un poco de ellos. No opinaban así, por lo visto, los encargados de cuidar de dichas estaciones, pues todo se encontraba destrozado y en extremo abandono, sin que nadie pensase siquiera en arreglarlo o enmendarlo. Especialmente dura era la situación de los cocheros kirguizes. Vivían con sus familias allí mismo, cerca de la estación; con frecuencia en el patio y a veces a la puerta, donde instalaban sus frágiles yurtas. La yurta estaba abarrotada de chiquillos morenitos, desarrapados y hambrientos; como ropa y calzado debían tener solamente aquellos andrajos que colgaban de sus pies y de sus broncíneos cuerpos medio desnudos.

Las mujeres, por lo general, atendían en la estación a los recién llegados, daban de comer a los caballos, los abrevaban, andaban atareadas por el patio, mientras los aurigas kirguizes, sin un minuto de reposo, se encaramaban una vez y otra al pescante para llevar la correspondencia o a los viajeros en diversas direcciones. Estaban tan rendidos y tan habituados a considerar aquel ajetreo continuo como cosa natural, obligada para ellos, que ni siquiera se quejaban ni protestaban, seguros de que nunca les aliviaría nadie su duro destino ni les sacaría de su espantosa miseria. El cochero kirguiz, hasta durante el día, se quedaba a menudo dormido en el pescante, agotado de la continua falta de sueño, extenuado del hambre permanente.

Y cuando, por azar, se encontraba con unas horas

libres, el auriga kirguiz se dormía sin quitarse la ropa que llevara puesta durante la jornada entera; en primer lugar, a causa del cansancio y de que le daba lástima perder unos minutos en desnudarse y vestirse luego, y en segundo, debido a que, cuando hiela, da frío dormir en cueros vivos, y él, bajo los harapos que hacían las veces de traje, no solía llevar ropa interior alguna.

Miseria indescriptible. Paciencia asombrosa, rayana en insensibilidad absoluta, plena de resignación a la pobreza más terrible e inaudita.

Tales eran la situación y los personajes de cada minúscula estación de posta en la carretera de Vierni. Y Ak-Chulak, adonde llegábamos, se parecería seguramente a Uch-Bulak, de donde veníamos, como se parecían unos a otros todos aquellos lugarejos.

Cuando hubimos entrado en la habitacioncilla de la esquina, arrojamos allí nuestro equipaje, encendimos en un dos por tres el samovar y nos pusimos a su alrededor para calentarnos un poco. En la pequeña habitación de al lado, sobre la mesa, cortamos unas rebanadas del enorme pan que traíamos y dejamos en ella el resto (doce o trece libras seguramente). Al cabo de unos dos minutos, el pan había desaparecido: una mano hábil se lo había llevado de la mesa, a través de la ventana.

No había motivo alguno para asombrarse. Los efectos del hambre se dejaban sentir, y nuestro pan había caído inmediatamente en el punto de mira de algún ojo avizor. Aquel hecho nos obligó a retirar de las ventanas los bultos del esparcido equipaje y a cerrar ligeramente la puerta durante la noche, no fuera a ser que, en unión de la ropa y los víveres, nos birlasen también nuestros papeles, carteras, documentos y expedientes de toda clase.

Nos disponíamos a tomar un vaso de té, cuando, en dirección contraria a la nuestra, llegó rauda de Vierni una troika. Venían en ella dos kirguizes, ambos funcionarios del Comité Ejecutivo del Soviet de aquel lugar. No recuerdo ya si se marchaban definitivamente de allí o iban en comisión de servicio, pero lo cierto es que después no volví a verlos en Vierni. Uno de ellos tendría veinte años; el otro era hombre ya maduro -andaría entre los treinta y ocho y los cuarenta-, de rápidos y enérgicos ademanes, con las estrechas rendijas de unos inteligentes ojos de azabache, el cuadrilátero de una frente despejada y recta y una abundante cabellera, negra como la endrina. Me parece que se llamaba Churbiékov. Creo que hasta había estudiado en Járkov, y hablaba el ruso con entera facilidad. Me agradó desde el primer momento. En tan apartado paraje y situación tan original, habría sido cosa extraña que no pegásemos la hebra inmediatamente; un minuto más tarde, estábamos ya todos sentados a una misma mesa y Naya iba dando amistosamente vasos de un brebaje turbio y caliente al que, sin sonreírnos, osábamos calificar de té. Era muy natural

Page 17: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

15

que a ellos les interesase lo que ocurría en Tashkent, y sobre todo en Moscú, y a nosotros, lo que pasaba en Vierni. Y cada una de las partes quería recibir cuanto antes cumplida respuesta a un sinfín de preguntas, hechas casi siempre una tras otra, sin intervalo alguno, y del más diverso carácter.

"¿Qué ocurre en Polonia? ¿Qué hace Wrangel?11 ¿Cuál es la situación en el Donbáss? ¿Es verdad que en Moscú se ha descubierto un nuevo complot? ¿A cómo está allí el pan? ¿Dónde se encuentran ahora Dútov12 y Scherbakov? ¿Qué tal es la población de Vierni? ¿Cómo marchan el Comité Ejecutivo y el Comité del Partido de allí? ¿Quiénes dan las conferencias? ¿Cuánto cuestan la mantequilla y los huevos? ¿Hace mucho que ocurrió el último terremoto? ¿En qué situación se halla el Ejército Rojo?"...

A aquellos montones de mutuas preguntas nos contestábamos cómo podíamos, de prisa y corriendo, sin advertir que los demás compañeros empezaban a dar cabezadas... Churbiékov y yo nos trasladamos al viejo trasto al que allí daban el nombre de diván, encendimos un cigarrillo, como buenos amigos, y, presintiendo cada uno haber encontrado en el otro al interlocutor que necesitaba, entablamos una larga, muy larga conversación. De ella, esfumada por completo en mi memoria, sólo recuerdo el relato de Churbiékov sobre la matanza que tuvo lugar en Semirechie el año 1916.

- Para comprender esa matanza -dijo-, hay que partir no del año mil novecientos diez y seis, sino de antes. El gobierno zarista, con toda su política, venía contribuyendo a que la efusión de sangre fuese inevitable. Fíjese en un detalle: a través de su Dirección de Traslado de la Población, envió aquí, al apartado Semirechie, a gran número de campesinos. ¿Y en qué se convirtieron esos campesinos? En kulaks todos ellos. ¿Les podemos echar la culpa? Claro que no. También en este caso fue precisamente la existencia la que determinó la conciencia. Párese usted a pensar: al trasladado y colonizador se le da tierra, se le da un subsidio para poner en marcha su hacienda, se le da plena posibilidad de ensancharla hasta transformarla en una hacienda grande, de su propiedad. Y claro, la ensancha. Se convierte en un verdadero ricachón, en un terrateniente. Y lo mismo pasa con los cosacos. Por otra parte, a la población indígena se la persigue y desprecia. No sólo no se le presta ayuda, sino que de año en año se la aparta, metiéndola cada vez más hondo en los desfiladeros y arrojándola cada vez más alto a las montañas, con lo que se la aleja para siempre del agua y de las buenas tierras. Aquí, los kirguizes se dedicaban principalmente a la ganadería. Por cierto que también

11 General ruso del ejército blanco. (N. del T.) 12 Atamán contrarrevolucionario que sublevó contra el Poder soviético, en los años de 1917 a 1920, a los kulaks cosacos en los Urales. (N. del T.)

ahora se dedican a lo mismo, sólo que... En fin, ¡a qué hablar!...

Y Churbiékov hizo un ademán de desaliento. - ¿Viven mal? -le pregunté. - Peor no cabe. Me parece que les queda en total

el veinte o el treinta por ciento del ganado; no más... Ahora los kirguizes solamente tienen sus brazos. En cambio, por aquel entonces, en los tiempos de la repoblación del Semirechie, los rebaños eran grandes; la tierra, mucha, y la necesidad no se conocía por aquí. A propósito de esto hay que añadir que en la región viven además taranchís y dunganes13, aunque no muchos. Labran la tierra, se dedican un poco a diversos oficios, trabajan de cocheros... Y a estos pobrecillos también les ha tocado lo suyo en la desgracia común. En general, puede decirse que del millón y medio de habitantes de toda la región, los kirguizes constituyen el setenta y cinco por ciento, o sea: las tres cuartas partes de la población... ¿Y qué papel desempeñan? Son un cero a la izquierda, y nada más. Los oprimen como se les antoja: tienen que soportar, además de a los kulaks y a los funcionarios de la ciudad, a sus propios canallas, indígenas, a los bayes que ocupan algún cargo en el distrito o comarca; luego, negociantes de toda laya les despluman, los tratantes en ganado les desvalijan, quitándoles hasta el pellejo; unas veces, a la fuerza; otras, con engaños. Y es natural que hayan puesto al rojo vivo a este millón y pico de desdichados. Los comisarios de policía zarista y la administración municipal consideraban al kirguiz, sobre poco más o menos, como a un perro: maltratarle, darle latigazos o palos, e incluso matarlo, era la cosa más natural del mundo, que se hacía con entera impunidad. ¿Quién se iba a quejar?, ¿a quién?, ¿de quién? Por todas partes había límites: hasta aquí puede llegar el kirguiz, de aquí no puede pasar; aquí se le pega, ahí se le apalea, allí hasta se le fusila. La desgraciada población, en su agonía, iba alocada de un lado para otro, sin saber cómo expresar su protesta ni cómo liberarse de aquel terrible yugo. Y llegó el año 1916. Hasta entonces, a los kirguizes nómadas nunca se les había llamado a filas, y de pronto empezaron a llover las órdenes de movilización para el ejército: hacían falta centenares de miles de ellos, como carne de cañón. Los kirguizes no pudieron aguantar más, y se rebelaron en señal de protesta, declarando que no querían ir al ejército zarista. Aquella amenazadora oleada de descontento se extendió impetuosa por todo el Semirechie, subió a las montañas y lanzó a los kirguizes al combate abierto. El gobierno zarista, con la celeridad del rayo, mandó sus destacamentos de represión; también llegaron rápidos los convoyes de armas para los kulaks... Y empezó la carnicería. Se iniciaba una

13 Denominación rusa dada al pueblo xuey-tszu, que vive en la parte noroeste de China y en algunas regiones del Asia Central. (N. del T.)

Page 18: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

16

lucha sangrienta, desigual, en la que unos destacamentos bien armados, con el refuerzo de unos kulaks enfurecidos, peleaban contra una población indígena casi inerme, a la que su desesperada situación, sin salida alguna, daba fuerza, valor y una firmeza admirable. Allí donde los campesinos o algún destacamento que dormía eran sorprendidos por los kirguizes, éstos infligían a sus opresores duro castigo. Pero, como es lógico, no pudieron resistir largo tiempo, y fueron derrotados en todas partes y arrojados cada vez más lejos de sus kishlaks. Poco después, una multitud de cincuenta mil personas, enloquecida de espanto, cruzaba la frontera e irrumpía en China... Y en el mismo Semirechie se cometieron atrocidades horrorosas: A presencia de sus madres, los niños eran muertos a golpes de nagayka

14; a los más chiquitines los agarraban de las piernecitas y los estrellaban contra los postes; sus sesos salpicaban a los verdugos, que se reían a carcajadas. A los prisioneros los ponían en fila y, uno tras otro, los decapitaban, los atravesaban de parte a parte con los sables, les sacaban las tripas, rajándoles el vientre. Es imposible calcular el número de muchachas y mujeres violadas. Kishlaks enteros fueron pasto de las llamas. Sus desgraciados habitantes se consideraban enterrados en vida. Fueron años de indescriptibles horrores que es difícil expresar con palabras, mas no se pueden olvidar y deben encontrar alguna reparación histórica...

Churbiékov calló, se pasó la mano por los cabellos y fijó en mí sus ojos inteligentes y apenados.

- Pues ahí la tiene -afirmé yo-, ya ha llegado esa reparación histórica: la revolución... El kirguiz pobre y laborioso la aprecia, el kulak la odia...

- Sí, también nosotros pensamos y decimos eso mismo, sólo que...

Se levantó, como si se le hubieran atragantado las palabras. Yo no quise interrumpir el curso de sus pensamientos y guardé silencio esperando a que continuase.

- Las tinieblas... La ignorancia, eso sí que es pavoroso. Si no fuera por eso, ¿acaso continuarían ellos en semejante esclavitud, en semejante miseria? ¡Jamás!

- Ya se despertarán, a su hora -le dije yo, y me avergoncé un poco de lo general de la frase.

- Yo también sé que se despertarán -repuso, como si no hubiera advertido la insubstancialidad de mi frasecita-. Pero hace falta más tiempo. Y le comunicaré una cosa -anunció, reanimándose de pronto-. Esos cincuenta mil kirguizes que, empavorecidos, huyeron a China van regresando. El CECTURK15 ha hecho el correspondiente llamamiento aconsejándoles que vuelvan; les

14 Látigo de duras correas y mango corto. (N. del T.) 15 CECTURK: abreviatura de Comité Ejecutivo Central del Turkestán. (Todas las notas sin indicación alguna entre paréntesis son de Fúrmanov.)

promete prestarles toda clase de ayuda y hasta se ha nombrado una comisión especial, presidida por Dzhinazákov, según creo... Esa comisión está en camino, si es que no ha llegado ya... Hay que hacer un trabajo grande, difícil, ¡muy difícil!...

- ¿Qué trabajo? - El que requieren esos fugitivos. Se han pasado

allí cuatro años en la más terrible miseria, y muchos de ellos han muerto de hambre; todos sus enseres domésticos están ya inútiles o destrozados, no sirven para nada. Vienen para acá famélicos, extenuados, hechos unos mendigos en el sentido literal de la palabra. ¿Y qué es lo que encontrarán? Las negras cenizas de los kishlaks quemados o las casas y tierras ocupadas por los kulaks hace ya mucho tiempo. Y pruebe usted ahora a echar al kulak de la tierra que ha ocupado. Será una nueva guerra. Una nueva insurrección, pero de los kulaks en defensa de la tierra arrebatada a los kirguizes, en defensa de sus privilegios y de sus riquezas... Esa es la situación. La comisión del CECTURK, según dicen, tiene enormes atribuciones. Y así debe ser. Pues de lo contrario, no valdría la pena acometer semejante trabajo... Pero me da el corazón que esto va a traer cola, pues tales asuntos no se resuelven por las buenas...

Por aquel entonces, yo comprendía poco los temores de Churbiékov -hasta más tarde no los comprendí ni aprecié debidamente-, y me limitaba a escuchar y creer sus palabras que, sencillas, sin malicia alguna, convencían de modo sorprendente.

Hacía tiempo que nuestro diminuto gusanillo de luz se había extinguido. El cuarto estaba en negras tinieblas. Como ya habíamos hablado a nuestras anchas, nos dimos la mano y yo me fui a la habitación contigua, donde, tumbados en el suelo, dormían mis camaradas. Churbiékov se acostó en el diván.

Se marcharon antes del amanecer. Cuando nos levantamos, a eso de las cinco, Churbiékov y su compañero ya no estaban en la habitación.

La noche siguiente la pasamos en Lugovói, en la

estación de posta, cuyo jefe era tuerto. La esposa del jefe, mujercita emperifollada y extravagante, no hacía más que preguntarnos si llevábamos polvos, pinturas, cremas, perfumes, carmín para los labios, colorete para las mejillas, albayalde, etc... Y cuando se enteró de que el motivo de nuestro viaje era completamente distinto, se quedó un poco desilusionada. La mujercita mandaba y disponía en la estación en nombre de su tuerto caballero, pues éste prefería por lo visto fabricar vodka clandestinamente y darle salida cuanto antes. Tales noticias nos las facilitó otro jefe, el de la estación de Podgórnaia, un viejo maligno, con pinta de comisario de policía zarista, que había sido capitán de caballería y súbdito sueco y se apellidaba von Shen. El viejo chocheaba ya y se inventaba heroicas campañas para las que,

Page 19: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

17

aunque no había participado nunca en ellas, se sentía plenamente capaz y siempre dispuesto; el ex capitán de caballería mentía a más y mejor, hacía guiños con aire jovial, como una vieja solterona, pero se encogía igual que un gatillo, tiritando de frío al sol: los años...

El tercer jefe, el de la estación de Aker-Tiuhé, era otro viejo caduco, que había sido un gran negociante y, sin duda alguna, un explotador empedernido. Ahora, hecho ya una ruina, tenía un aspecto tan lastimoso y endeble, que parecía iba a deshacerse en cuanto se le tocase. Pero era un viejo de malas pulgas, severo y seco. A diferencia de su locuaz colega el "heroico" solterón von Shen, no le gustaba darle a la lengua.

En fin, los jefes de estación eran gente muy original y diversa. En cuanto a su actitud ante el Poder soviético, la opinión más izquierdista entre ellos venía a ser:

"No hay que hacer caso. Que pongan a quienes les parezca, ¿a nosotros qué nos importa eso?"

Así opinaban los más radicales; los demás pensaban con mayor sencillez, y sus pareceres se transparentaban bastante: a los "sovieteros" nos odiaban. Lo decían francamente o lo daban a entender sin dejar lugar a dudas. Desde luego, soltaban tales confesiones entre su cotorreo intrascendente y se veía a las claras que eran incapaces de pasar a mayores; por lo tanto, de momento no había que preocuparse de ellos, cada cosa a su tiempo.

Por fin llegamos al lugar donde levantaban actas "de verdad": a Merke.

El jefe de las milicias ordenó a uno de sus jinetes

que nos acompañara, y el jinete nos llevó a la casa de un sart rico. No sabíamos si lo habían acordado antes, si le correspondía el turno al sart aquel o si el jinete había elegido la casa al azar, pero la acogida que se nos dispensó fue magnífica: nos condujeron con solemnidad, ceremoniosamente, a una gran habitación luminosa y vacía. No había allí mesa ni sillas. El inhabitual ambiente hizo que nos sintiéramos cohibidos en el acto. Contribuyeron a ello las valiosas alfombras que se extendían por todo el suelo: daba tanta lástima pisarlas con nuestras botazas sucias... Y nos descalzamos. En un profundo hueco de la pared se encontraba un arca chapeada de latón; sobre ella, casi hasta el mismo techo, se alzaban unos almohadones y había unas mantas caras, de muchos colores. Un tapiz cubría el sandal

16, En el sandal ardían lentamente unos carbones. Y apenas hubieron abierto, previsores, las puertas ante nosotros, se marcharon todos presurosos para volver al cabo de cinco minutos con una mesa y unas sillas bien limpias, sin una mota de polvo; la mesa traía un

16 Se da el nombre de sandal a un cuadrilátero que se coloca en medio de la habitación y en el que arden sin llama, continuamente, unos carbones.

magnífico mantel policromado. El ambiente empezaba a ser grato. Encendieron al punto el samovar. Poco después, el dueño de la casa echaba ya té en las pialas

17 y nos las iba dando con sus propias manos. Nos hacía compañía de continuo un camarada del Comité del Partido, con un apellido de lo más enrevesado que darse puede.

Entre tanto, los comunistas de la localidad se habían reunido para celebrar una asamblea general del Partido. En ella se plantearon casi las mismas cuestiones que en Aulie-Atá. Pero no tuvimos que escuchar con tanto detenimiento, pues muchas cosas las conocíamos ya y estaban claras sin necesidad de más palabras.

La cuestión de las relaciones entre los naturales del país y los campesinos era también allí objeto de la atención general. No cabía duda que aquel enigmático proceso, aquel movimiento misterioso, casi imperceptible, existía en todas partes con carácter más o menos peligroso; unas veces, con poca fuerza; otras, apremiante, tenaz. En la asamblea se decía que en los pueblos los campesinos eran quienes se mostraban más agitados, que ellos propalaban los rumores y que los kirguizes se limitaban a recogerlos y a estar alerta, en espera de una nueva y furiosa represión. La cuestión estaba planteada precisamente así y no podía ser de otra manera, pero de ello no nos cercioramos hasta más tarde, cuando supimos toda la verdad acerca de la liquidación del frente de Semirechie y de cómo respiraban las tropas del Ejército Rojo que quedaban libres. Estuvimos conversando unas tres horas. Un viejecito canoso iba apuntando con unción todo lo que se decía, interrumpiendo constantemente con la misma pregunta:

- ¿Qué ha tenido usted a bien decir? El vejete debía ser sordo. Al principio, yo le

respondía deferente, pero luego dejé de hacerlo. Y en verdad que no sé lo que apuntaría, pues seguramente lo entendía todo al revés.

En cuanto aparecimos de nuevo en nuestra fantástica morada, nos trajeron una auténtica montaña de cierto manjar que exhalaba apetitoso olor a frito. Era el pilav

18. Confieso que nos dimos el gran atracón. Luego, tomaron del arca chapeada aquellas mismas mantas maravillosas y empezaron a extenderlas por el suelo. A continuación, nos invitaron a acostarnos, nos taparon cuidadosamente y apagaron la vela. La luna vertía su luz por la ventana, en oleada suave, ancha. En la estancia, revestida de alfombras y tapices, reinaba un silencio enigmático, de una intensidad extraña. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, todos permanecíamos inmóviles, conteniendo el aliento y pensando sin duda en el ambiente de bello cuento y el impenetrable misterio oriental que nos rodeaba. Nos quedamos dormidos.

17 Piala: especie de tazón para el té. 18 Pilav: especie de paella. (N. del r.)

Page 20: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

18

Por la noche, al levantar la cabeza, vi que uno de los dueños de la casa, sentado ante el sandal, curvada la espalda, musitaba. Dormimos dulce y plácidamente, como no habíamos dormido hacía mucho, tal vez nunca. Por la mañana, nos rodearon de las mismas atenciones que la víspera, sin que fuera posible no aceptarlas, pues ello hubiera sido ofender al dueño de la casa. Y eso no entraba en modo alguno en nuestros cálculos. Poco después, partíamos para Chaldovar.

Allí no nos detuvimos mucho. Pasado Chaldovar, estaba en nuestra ruta

Belovodsk, foco principal de la sublevación de los guardias blancos en 1918. Con tanto mayor motivo, por consiguiente, había que enterarse allí del estado de ánimo de los habitantes, conocer sus afanes, motivos de descontento y esperanzas. Media hora después de nuestra llegada, ya se habían agolpado ante el Soviet unas cuatrocientas personas, que nos examinaban despacio y sondeaban inquiriendo quiénes éramos, para qué habíamos reunido allí a los mujiks y si no se trataba de una nueva amolización.

- ¿Es que os movilizan muy a menudo? -pregunte, asombrado.

- No... no muy a menudo... - Entonces, ¿por qué os habéis alarmado? - Verás, nos dijeron que habían llegado unos

melitares y que mandaban que se acorralase a la gente en la plaza...

- Acorralar no -enmendé a mi barbudo interlocutor-. Lo que yo pedí fue que os reunieseis aquí para cambiar impresiones sobre diversas cosas...

- Si es pa hablar, ¿por qué no?... -repuso, y se calló al momento. Luego de una larga pausa y de rascarse detrás de la oreja, el peludo volvió a desembuchar-: Hablar siempre se puede... Pero paece que lo que se quiere es perjudicar al mujik.

- ¿Perjudicarle? ¿Y cómo? - Quieren quitarle la tierra, arrepartirla... A unos

se la quitarán y a otros se la darán... - No te preocupes, padrecito -le dije

tranquilizador-, que nadie se dispone a quitar nada. - ¿Y los kirguizes? - ¿Qué? - Dicen que ahora van a tener de tó: el ganado

será suyo, y la tierra nuestra también será pa ellos. - ¿Hace mucho que trabajas la tierra? -indagué. - Dende niño -barbotó el peludo... - ¿Y quién te la va a quitar? ¡Nadie!... ¿Sabes qué

tierra es ésa que, según has oído, va a ser devuelta a los kirguizes? Pues la que en mil novecientos diez y seis...

Y me puse a aclararle de qué se trataba. Procuré explicar, del modo más sencillo, convincente y palmario, que a los kirguizes pobres que regresaban de China hechos casi unos mendigos había que ayudarles por todos los medios; era un deber del Estado y de cada persona honrada...

Nos había rodeado una compacta multitud de

curiosos, pues todo el mundo tenía ganas de escuchar al forastero. Estaban parados en silencio. Nadie tomaba parte en la conversación. Ni siquiera asentían con la cabeza ni soltaban los habituales ajos, rotundos y concisos. Pero apenas empecé a hablar de la necesidad de ayudar a los kirguizes, entre la multitud resonaron animados murmullos y voces:

- ¡Cómo no! ¿Quién está en contra de que se les ayude?... Hay que ayudar a todo el mundo... ¿Pero con qué les vamos a ayudar? ¿Qué les podemos dar? ¿Y cómo van a empezar a trabajar ellos? ¿Quién les va a enseñar? ¿Quién les regalará el arado y la grada? ¿Dónde están esos rumbosos?

Y las lenguas se desataron. Había sido tocada una de las cuestiones

fundamentales, de la que se podía estar hablando tres días y tres noches consecutivos...

Aquella cuestión interesaba y preocupaba a todos sin excepción. Nuevos y nuevos grupos se acercaban a nosotros. El gentío congregado junto a la tiendecilla era tan numeroso, que ya no tenía objeto seguir la conversación particular; más conveniente era dar comienzo a una asamblea. Cuando lo propuse, todos estuvieron de acuerdo, y al subirme ya a un cajón, oí a mis espaldas unas palabras de advertencia:

- Pero sin muchos floreos, ¿eh? Con dureza y lo más claro que puedas... No nos vengas con demasiada "historia", habla más de la tierra.

Estuvimos hablando cerca de cuatro horas. De las cuestiones de política general y el análisis

de la situación en todo el Turkestán, pasamos al Semirechie, a los campesinos, a la tierra. Y la multitud empezó a agitarse. Intervenían de buena gana ellos mismos, indicaban lo penoso que era regar la tierra con el propio sudor y a costa de qué trabajo conseguían el pan.

- Y después de esto, nos la quieren quitar. ¿Con qué derecho? -vociferó desde lo alto del cajón un muiik de unos cincuenta años con el rostro rugoso y labios amarillos-. Yo me desriñono y consumo trabajando la tierra, y de pronto, me quitan a la madrecita...

- Bien dicho, es verdad... -gritaron por doquier. Aquello enardeció al mujik. - La tierra hay que tomarla, eso es -manifestó,

alzando aún más la voz-. Ella misma no se entrega... Hay que tomarla, y tiene que tomarla el que sepa hacerlo.

La multitud permanecía inmóvil, escuchando entusiasmada y atenta.

- ¿Y tú te figurabas que no había más que decir ahí la tienes, y asunto concluido? -prosiguió, dirigiéndose a mí-. ¿Verdad?... Pues no, la madrecita te dobla primero el espinazo y luego te da de comer... Esto lo debe saber todo el mundo, ¿y qué es lo que sabe el pastor? El kirguiz, el pastor, no entiende más que de su ganado. Y yo te pregunto, ¿por qué te

Page 21: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

19

empeñas en meterle la tierra? Puede que no le haga ninguna falta... Vienes con repartos... Lo que hay que repartir es el ganado del que tenga mucho, pero la tierra es dura de partir...

Entre atronadores gritos de asentimiento, el mujik saltó del cajón. Y su lugar fue ocupado inmediatamente por un nuevo orador, un campesino ya entrado en años, desdentado, de cara pálida y larga.

- ¿No ha dicho él la verdad? -empezó preguntando-. Desde luego. Todo lo que ha dicho es la pura verdad. Las cosas deben continuar como hasta ahora: que él siga apacentando su ganado, y nosotros seguiremos cultivando la tierra. El que no sepa, no tiene por qué cogerla... Con su ignorancia, no hará más que estropearla...

Seis o siete oradores semejantes subieron uno tras otro al cajón para repetir lo que el anterior, casi palabra por palabra. Únicamente, cuando la asamblea tocaba ya a su fin, intervino un mujik joven y magro, con capote militar, que debía ser del Ejército Rojo.

- No tenéis razón, mujiks, en lo que decís de que no sabe, no sabe... -arremetió contra los oradores precedentes-. Labrar la tierra, ¡vaya una ciencia!... De seguro que aprenderá. No es eso lo malo. Lo malo es que tenemos ya la Pascua encima, hay que arar para la siembra de primavera, y, en vez de hacerlo, nos vamos a estar repartiendo hasta el mismo otoño... Eso sí que será espantoso... Eso sí que será la muerte para el kirguiz y para nosotros, ¿de dónde sacaremos el pan? Mientras estemos aquí volviéndola a repartir, la tierra se quedará sin sembrar... Hay que pedir que, por ahora, no nos obliguen a hacer el nuevo reparto, para esta primavera es ya tarde. En el otoño, conformes; entonces se podrá, pero a condición de que se busque el tiempo apropiado... Y ahora lo que tenemos que acordar es pedir eso.

Sus sensatas palabras hicieron volver a todos a la razón, y ya no hubo más afirmaciones ni propuestas descabelladas. Se iba solamente al grano, a ver la forma de no dejar la tierra sin arar.

Adelantándome a los acontecimientos, diré que esta cuestión fue examinada más tarde con detenimiento en Pishpek y Vierni por un grupo de responsables, los cuales acordaron pedir a la superioridad -al Consejo de Comisarios y al CECTURK- que se aplazase hasta el otoño, en bien de los intereses generales, el nuevo reparto de la tierra. Allí comprendieron la cosa, estuvieron de acuerdo con nosotros y mandaron un telegrama diciendo que, provisionalmente, no debía llevarse a cabo el mencionado reparto. Aquella medida salvó a la región de la gran falta de siembra que la amenazaba si se metían tan inoportunamente en el tardío ajetreo de repartir de nuevo la tierra cuando las labores de primavera ya estaban en puertas.

Al llegar de Bielovodsk a Pishpek y hablar con los camaradas, resultó que ya estaban enterados de la

mitad de lo que habíamos discutido con los campesinos de Bielovodsk. Confieso que me asombré de la rapidez de sus medios de comunicación.

- ¿Cómo os habéis enterado, por hilo directo? -pregunté a mis camaradas de Pishpek.

- En parte sí y en parte no -me contestaron-. Aquí se hacen esas cosas de un modo más sencillo: monta un hombre a caballo; ¡Y en marcha! En el pueblo o kishlak cercano transmite la noticia, y de allí parten con ella otros jinetes para llevarla al galope al lugar siguiente... Y así va de un punto a otro... A veces, ocurre que toda la región se entera de alguna cuestión candente como si la hubiesen comunicado por teléfono... A esto se le llama aquí el "uzun-kulak"... En un sitio tan apartado, con tantas montañas, no es posible comunicarse de otra manera...

Hay que decir que en Pishpek, a pesar de las numerosas reuniones del Comité del Partido, del Comité Revolucionario y de responsables, nos enteramos de poco nuevo, característico. Todo lo conocíamos ya a través de las reuniones de Aulie-Atá y Merke, así como por multitud de conversaciones, entrevistas y asambleas: la gente estaba inquieta por el nuevo reparto de la tierra, por los rumores acerca de la nueva degollina que se preparaba entre los musulmanes y los campesinos; se quejaban de la falta de funcionarios del Partido y de la composición de las guarniciones, integradas por elementos que simpatizaban con los kulaks, y etcétera, etcétera.

Por cierto que allí surgió por vez primera ante nosotros, sin veladura alguna, el problema de la falta de comprensión mutua y confianza incluso entre los comunistas rusos y kirguizes. Los comunistas kirguizes, agrupados en el Buró Musulmán (BURMUS), procuraban continuamente discutir las cuestiones sólo entre ellos, como si temieran algo. Cuando le pregunté al presidente del BURMUS:

- Dime, camarada, ¿cómo anda entre vosotros el asunto de reforzar las filas? ¿Vienen muchos nuevos militantes?

- Muchísimos -contestó con satisfacción. A veces, ingresan kishlaks enteros...

- ¿Todos sin excepción? -me asombré yo. - Todos -repuso, sin comprender mi asombro. - Pero allí hay también bayes… ¿Y qué hacen

éstos? - Ingresan todos, literalmente; kishlaks enteros -

repitió, y empezó a hablar de otra cosa. Más tarde me explicaron que en los kishlaks era cada vez más firme el convencimiento de que "ha llegado el Poder nuestro, el de los kirguizes... En cuanto a los rusos, que se larguen de aquí"... E incluso los agitadores menos preparados que iban a los kishlaks, lejos de salir al paso de tales afirmaciones, las apoyaban. Y afiliábanse al Partido los kishlaks en pleno, a fin de desplazar a los rusos con su mayoría nacional. Era absurdo, incomprensible, pero era así.

Page 22: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

20

Cuando algún bay lograba escalar un puesto oficial, como es lógico, dejaba a todos hasta sin camisa, y a pesar de ello, se mantenía en él hasta que no se daban cuenta arriba de la clase de pájaro que era. En depuraciones efectuadas con posterioridad, toda esa gentuza fue echada del Partido, y la mejor parte de los comunistas musulmanes empezó a cuidar de la limpieza de sus filas. Pero a mediados de mil novecientos veinte, las filas de los comunistas musulmanes estaban sucias a más no poder.

Recuerdo que el aplazamiento hasta el otoño del nuevo reparto de la tierra lo acordamos en Pishpek en una reunión nocturna. Allí estuvieron todos, unánimemente, de acuerdo. Y después de la reunión nuestra, ya de madrugada, debieron reunirse en sesión "fraccional" los comunistas musulmanes, porque a la mañana siguiente se resistieron durante largo rato a firmar el mismo acuerdo que con tanta unanimidad y precisión habían votado por la noche. Incluso aquellos funcionarios del Partido, de bastante responsabilidad, estaban todavía por entonces llenos de desconfianza hacia los comunistas no musulmanes. El yugo con que la Rusia de los zares oprimiera secularmente a la población aborigen en el Turkestán, había oprimido también, por supuesto, a aquellos hombres ingresados hacia poco en el Partido, dejando en ellos hondas huellas. Tales huellas continuaban, se quisiera o no borrarlas, pues no podían desaparecer en unas semanas ni en unos meses. Y, desde luego, únicamente así se explicaba que hasta los nuevos comunistas procedentes de la población musulmana mirasen con gran recelo y desconfianza a los no musulmanes, quienesquiera que éstos fuesen.

El trabajo conjunto iba disipando tales temores, pero todo el proceso de cambio de actitud era indudablemente muy largo, perseverante y difícil, proceso que no ha terminado, claro está, incluso en la hora actual.

Nos quedamos en Pishpek hasta el día siguiente y,

poco antes de marcharnos, celebramos en el espacioso circo del lugar una gran asamblea de obreros y soldados rojos. Transcurrió con extraordinaria animación. Llovían las preguntas orales y por escrito; veíase a las claras que a los congregados no les interesaban solamente los sucesos y asuntos de su distrito o ciudad, pues preguntaban sobre todo acerca de Moscú, el Kremlin, el Consejo de Comisarios del Pueblo, Ilich19 y los frentes rojos. Y se podía observar que hechos que los trabajadores de Samara, Ufá y otros lugares habían olvidado por completo hacía tiempo, constituían allí una novedad y se interesaban por ellos como si se tratase de noticias recientes. Con grande, grandísimo retraso viven las gentes, en estas pequeñas ciudades, en estos pueblos y kishlaks hundidos en las faldas de las

19 Se refiere a Vladímir Ilich Lenin. (N. del T.)

montañas de Tian-Chan. No lejos de Pishpek andaba también por aquellos

días Dzhinazákov, presidente de la comisión especial del CECTURK para la ayuda a los kirguizes fugitivos. Y aunque no nos vimos en aquella ocasión, todo lo que oímos decir nos dejo de una pieza.

- Tirakul Dzhinazákov -nos aseguraban- procede de una familia riquísima. Es uno de los manaps más destacados. Su padre posee hasta el presente no poco ganado. Tirakul mantiene correspondencia con los manaps. Es un individuo muy desagradable: pendenciero, envidioso, maligno, alborotador e intrigante. Y un chovinista de marca mayor. Tiene sobre su conciencia varios "pecados", pero ha sabido ingeniárselas para eludir la responsabilidad. Ahora, al ir a prestar ayuda a los kirguizes fugitivos, les da a entender que eso casi depende de su buena voluntad personal: "Si quiero, ayudo, si no quiero, no ayudo".

Cualquiera diría que entrega sus bienes personales y no los del Estado, insinuando: "¡Mirad qué buenos somos los manaps, socorremos a los pobres!..."

Estábamos oyendo aquello, y no sabíamos si darle crédito o no.

Continuamos, pues, nuestro viaje con abundante provisión de noticias, problemas y nuevas impresiones. Ahora, hasta Vierni, no habría ya en nuestra ruta poblaciones importantes como Pishpek y Aulio-Atá. Encontraríamos tan sólo pueblecillos, aúles

20 y las encaladas barracas de las estaciones. Y de nuevo, la estepa, las montañas. Una naturaleza cada vez más severa, majestuosa y bella. Se acercaba el Kurdái. Aquella noche la pasaríamos en Siugati.

Una diminuta estación rodeada de montañas, una pequeña barraca enjalbegada, apacible, grata para quienes bajan del gigantesco Kurdái o se detienen a pasar en ella la noche oscura a fin de emprender la ascensión al despuntar la aurora; eso es Siugati. A dos pasos, junto al portón de tablas, están las yurtas kirguizas; más allá de las yurtas, el patio, espacioso y limpio. Para asombro del viajero, todo está limpio alrededor: la blanca barraca, las cercanías de las yurtas, el patio y hasta la cuadra; en todo el camino, ésta es la única excepción.

Nos habían ya dicho del encargado de Siugati que era una verdadera alhaja y tenía la estación en un orden ejemplar. Y aunque estábamos advertidos, nos sorprendió y alegró ver aquella limpieza y aquel arreglo en todo, pese a que, según contaban, el hombre disponía de las mismas condiciones de vida que los demás. ¡Desde luego era una alhaja aquel excelente administrador! Observamos su rostro: sereno, inteligente, serio. Nos recibió con sencillez y cordialidad; no hubo rezongos ni atolondramientos, carreras ni ajetreos precipitados, gritos ni maldiciones... Aquella circunstancia nos predispuso a su favor desde el primer paso y la primera palabra.

20 Aúl: caserío de montaña en el Cáucaso y poblado de nómadas en el Asia Central. (N. del T.)

Page 23: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

21

Cuando estuvo preparado el sacramental té, nos sentamos juntos a la mesa. Iván Kárpich -creo que ése era su nombre- llamó a su mujer y a su padre, que resultó ser un viejo muy ameno, y, entretenidos en animada conversación, estuvimos de sobremesa hasta bien entrada la noche. Iván Kárpich salía a cada momento al patio o afuera, pasaba fugaz ante las ventanas y desaparecía por dos o tres minutos. Luego, volvía en silencio, tomaba asiento de nuevo y reanudaba la conversación partiendo de la misma palabra en que la interrumpiera al levantarse de la mesa. Seguramente, iba a echar un vistazo a los caballos con objeto de cerciorarse de si los habían desenganchado y metido en la cuadra para darles un pienso; en fin, no le faltaban ocupaciones. Y en cuanto se levantaba, su viejo padre, mirándole solícito, le decía cada vez:

- Quédate aquí, Vania21... ¿Quieres que vaya yo? - No... E Iván Kárpich se esfumaba. Nuestra charla era

espontánea e intrascendente por completo. Hay momentos en la vida en que se sienten de pronto deseos de hablar de cosas tan inofensivas y superficiales, que no requieran esfuerzo mental alguno y no haya más que elegir entre los recuerdos algo muy comprensible, corriente e incapaz de suscitar dudas, discrepancias ni discusiones. Como el hospitalario ambiente que reinaba en la casa de Iván Kárpich nos invitaba a todos a ese departir inocuo, empezamos a preguntar a porfía qué aves abundaban por aquellos contornos y si los patos silvestres, las ortegas y demás se dejaban cazar fácilmente... ¿Había muchas liebres? ¿No se encontraban osos por las montañas y algunas otras fieras más espantosas? ¿Qué tal se sentían en la barraca sus moradores durante las noches otoñales, negras como boca de lobo, o las ventiscas del invierno? Y nos enteramos de que la caza era abundantísima, las aves dejaban acercarse al cazador a dos pasos, no se asustaban y eran confiadas hasta la necedad. Supimos que en las montañas se encono traban de vez en cuando guaridas de oso y que, en ocasiones, los kirguizes tropezaban de manos a boca con alguna osa y sus oseznos.

- En tales casos, no queda más que una salvación: escapar montaña abajo... Las patas delanteras del oso no le sirven para descender corriendo mucho, pues puede dar la voltereta... Eso es lo único que permite a uno salvarse... Y ándate con ojo, no vayas a meter el pie en la hoya de la guarida... Porque nuestro oso es montaraz, ¡y la mar de fiero!... Ese no es un Misha22 patizambo cualquiera en un pinar o junto a un frambueso tentador... Mejor será que no te tropieces con él, en una mala hora todo puede ocurrir...

Oímos hablar allí por vez primera de los carneros

21 Diminutivo de Iván. (N. del T.) 22 Misha o Mijailo: nombre que se da en Rusia a los osos. (N. del T.)

monteses, con maravillosos cuernos como ramas, y de los machos cabríos de la montaña, hermosos y veloces, que daban saltos inverosímiles de roca a roca, igual que si estuvieran en un valle llano, sin precipicio alguno. Había pocos cazadores; en realidad, ninguno. Tampoco había escopetas, ni pólvora, ni perdigones; todo había desaparecido. Y aves y animales se multiplicaban extraordinariamente. No temían a nadie, parecían domésticos. Los pastores kirguizes conocían tan bien las costumbres de estos habitantes de las alturas, que mataban a pedradas a los carneros y veloces machos cabríos, después de acecharlos escondidos tras alguna roca, cuando éstos subían por el conocido sendero predilecto o bajaban a beber agua en el arroyo montañero. A las liebres las dejaban en paz, y eran tan numerosas, que, más allá del Kurdái, no dejaban de brincar, como saltamontes, durante todo el camino. Lo oíamos y nos resistíamos a creerlo.

- ¿Y vosotros, cazáis? -inquirí. - Antes; ahora no... Y no será porque no hay

caza... "Bueno -me dije-, cuando un hombre ha cazado,

aunque no sea más que cinco minutos, hay que andarse con cuidado. Bien está que uno escuche, pero sin dejarse meter bolas. ¿Qué se puede esperar de un cazador?"

Sin embargo, más tarde comprobamos que todo aquello era verdad. Las aves en Semirechie eran innumerables: las ortegas nos dejaban acercarnos tanto, sin levantar el vuelo, que estábamos a punto de aplastarlas en el camino; las liebres saltaban a cada momento; enormes avutardas salían torponas a la senda y picoteaban pacíficas la hierba, casi sin asustarse de nuestra aparición; luego, pesadamente, como de mala gana echaban a volar, despacio, muy despacio, hacia las montañas. Y en éstas se hallaban los machos cabríos salvajes: magníficos, de rizoso pelaje dorado, rápidos, de fino oído; después los encontramos más de una vez.

- ¿Será posible que no os aburráis en este apartamiento mortal? -le pregunté al viejo.

- ¿Aburrirnos? ¿En este paraíso? -repuso asombrado y quizá ofendido-. No, ¿cómo nos vamos a aburrir? Además, no hay tiempo para ello, porque nunca falta que hacer durante el año entero: unas veces, hay que cuidar de la estación; otras, que preocuparse del ganado y atender a los asuntos de uno... No estamos ahora en tiempos en que se encuentre todo a la vuelta de la esquina. No... Primero es preciso pensar; luego, adivinar dónde y cómo hay que conseguir lo que hace falta. ¡Y vete a saber si lo conseguirás o no! Puede que no. El tiempo pasa sin sentir; no podemos aburrirnos...

- Pero aquí estáis solos. Como encerrados en una guarida de osos.

- ¡Qué va! ¿Por qué? -terció Iván Kárpich-. No se le puede llamar guarida a nuestro lugar. Fíjese

Page 24: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

22

cuántos somos. Además, no pasa día sin que lleguen hombres de carne y hueso... Y nos traen toda clase de noticias. Unos vienen, pongamos por caso, de Przhevalsk o de Dzharkent, y nos cuentan, además de las cosas personales, lo que ocurre hasta en la China. Todo nos lo comunican... Luego, de pronto, se presenta otro, de Tashkent, y también nos cuenta. Y resulta que, aunque vivimos en las montañas, estamos enterados de todo... Lo único que hace falta es preocuparse... Es decir, tomarse interés uno mismo... Pues cuando uno no se lo toma, ya se sabe, hasta Moscú se puede convertir en una guarida de osos...

Después de estas palabras de Iván Kárpich, me dio un poco de vergüenza de que nos hubiéramos puesto a abrumarle interrogándole, todos a la vez, con tanto calor y exclusivamente acerca de la caza en la montaña. Al propio tiempo, recordé dos o tres preguntas con las que Iván Kárpich había querido seguramente que yo cambiase de tema. Y ahogando mis instintos de cazador, cedí, dando así lugar a que la conversación tomase un giro completamente distinto. Le hablé de la vida en Moscú -lo que interesó sobre manera a Iván Kárpich- y poco a poco fui pasando a la vida del frente, dándole a conocer cuanto se sabía acerca del "copo de Crimea", cuál era el peligro que nos amenazaba, de qué modo pensábamos luchar contra él, cómo se vivía ahora allí, el terror desencadenado, cómo se comportaban y qué hacían nuestros camaradas, los bolcheviques que se encontraban en la clandestinidad.

Iván Kárpich escuchaba con intensa atención, sin pronunciar palabra ni asentir con la cabeza, sin mostrar de modo alguno admiración o amargura ni revelar, en fin, lo que sentía al oírme. Hacía tiempo que nos habíamos trasladado de la mesa a la terracita de entrada y sentado en su escalerilla. Los demás se habían dispersado, dejándonos solos. Una noche serena de primavera descendía sobre las montañas. Cada vez se tornaba más oscuro el cielo alto, sin una sola nube, mientras se difuminaban y desvanecían los agudos picachos lejanos y avanzaban, acercándose sin cesar, las faldas que, en las densas sombras del anochecer, parecían rozar los muros de la blanca barraca. Unos susurros apenas perceptibles, piar y silbidos de pájaros y un sordo rumor bajaban de las alturas. Pero aquel vespertino murmullo no alteraba la majestuosa calma que se había adueñado de las montañas. Allí, rodeado de compactas moles de piedra, entre las gigantescas rocas, en una noche tan serena, se experimentaba algo extraordinario: un estado de ánimo desconocido hasta entonces, una afluencia de nuevos y confusos pensamientos, una honda emoción que embargaba todo el ser y una admiración profunda, acompañadas de otros pletóricos sentimientos gozosos, solemnes.

- ¡Qué hermoso es esto, Iván Kárpich! -exclamé sin poderme contener, cambiando nuevamente de

conversación. - No está mal -repuso con completa indiferencia-.

¿Y no ocurrirá eso en Crimea? -agregó, en igual tono tranquilo.

- ¿Qué? - ¿No hay el peligro de que nos den un baño? Y me pareció que bajo sus bigotes se deslizaba

una sonrisa. - No debe ocurrir -repliqué con seguridad y

firmeza-. ¡Ni hablar de baños! Ya ve, Denikin llegó hasta el mismo Oriol, ¿y dónde está ahora?

- ¿Dónde? -indagó Iván Kárpich. - Pues parece que también está en Crimen. O

puede que se haya tenido que marchar ya a Londres. Cuando le sacudieron en Oriol, chaqueteó en tres direcciones: una hacia Odesa, y allí les remataron; otra hacia el Don y el Kubán, y allí también los tiraron al mar, y la tercera es, de seguro, esa de Crimea... Después de la derrota de Novorossisk ha debido lanzar desde allí sus tropas a Crimea... Pero esto no es ya, ni mucho menos, lo de Oriol... Por otra parte, los polacos andan alborotados también... Pero, de momento, allí no pasamos muchas fatigas...

Le conté a Iván Kárpich toda la situación que se nos había creado en aquellos días. El me escuchaba con atención y era evidente que lo comprendía todo y que muchas cosas se le quedaban grabadas, con precisión y fuerza, en la memoria...

- Por lo que veo -comentó Iván Kárpich-, todo marcha allí de otra manera que entre nosotros.

- ¿Y cómo marcha entre vosotros? - ¿Entre nosotros? Puede decirse que no hay más

que bribonerías y robos. Es el pan nuestro de cada día. Porque cada uno es dueño de su persona, nadie le manda, y hace lo que le da la gana. Yo conozco todos los asuntos de aquí desde el principio, porque tuve que ir a Vierni, y me enteré de no pocas cosas por todas partes; sé todo lo que pasó el año diez y siete, cuando había ese gobierno de Kerenski ,y vinieron acá, es decir, a Vierni, dos comisarios: Shkapski e Ivanov.

- ¿De Kerenski? - Claro. Y en seguida, con los cosacos, empezaron

a hacer de las suyas: en un sitio, quitaban las armas; en otro, ponían una contribución o detenían a la gente; meter en la cárcel era lo que más les gustaba. Y al kuirguiz se le puede pegar cuanto uno quiera, aguanta mucho. Ya está acostumbrado. Antes le pegaban y ahora también. Por consiguiente, aguantará lo que sea. Y en cuanto al mujik, ¿qué le importa el gobierno que le den? Con tal de que éste no se meta con él... Y toleraba a esos comisarios, los dejaba en paz.

- ¿Y había aquí entonces algo de Poder soviético? -le pregunté-. En vísperas de Octubre, el año diez y siete, ¿existían algunos Soviets?

- ¡Cómo no! También teníamos Soviets, ¿dónde no los había? -repuso con ironía manifiesta. E hizo

Page 25: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

23

una pausa, para que yo me diera cuenta de la puntada-. Al mismo tiempo que los comisarios, había un Soviet de obreros, regional. Pero los comisarios lo disolvieron. Y no se pararon ahí, mataron a dos, y sus cadáveres no se encontraron hasta la primavera siguiente. Luego, hubo un Soviet de campesinos, también para toda la región, pero a éste no lo tocaron. Tenían un poco de miedo a los mujiks, y no se atrevieron a perseguirlo.

- ¿Y en el Turkestán, había ya Soviets entonces? -volví a preguntar a Iván Kárpich.

- Desde luego. En todas partes los había, menos en este lugar -y sonrió de nuevo con ironía-. Pero eran bastante malos -agregó, luego de la correspondiente pausa-. Soviets como ésos no nos habrían hecho ninguna falta.

- ¿Por qué eran tan malos? -Pues porque hacían las cosas a tontas y a locas;

mejor dicho, no hacían nada de provecho, sólo se ocupaban de sus asuntillos personales. ¿Quién iba a ir entonces a los Soviets? El trabajador del campo aún no iba, pues tenía todavía miedo... Y fueron todos los que entendían el Poder soviético a su manera: vamos, se dijeron, ha llegado la nuestra... ¡Y la que se armó!... Nuestros comisarios hasta pusieron cosacos aquí, en la frontera, para que no dejaran entrar en el Semirechie Soviets de ningún género...

- ¿Y qué miedo podían tener de semejantes Soviets? -hice yo notar-. ¿No quedamos en que no eran peligrosos para ellos?

- No -denegó Iván Kárpich-. Los comisarios se daban cuenta de que el asunto había empezado de un modo y podía terminar de otro completamente distinto. Por lo tanto, se dijeron, no hay que permitir en el Semirechie Soviets de ninguna clase. Viviremos como nos dé la gana, como nos parezca. Y por el momento, no empezaron a marchar mal las cosas. Había tranquilidad. Pero a ese Soviet de campesinos se le ocurrió convocar un Congreso para el mes de enero, y los comisarios pensaron: "¿Y por qué no celebrarlo, cuando en él nos podemos poner de acuerdo con todos los campesinos?... Venga, a convocarlo". Bueno, y se lanzaron a ello. Los comisarios invitaron a los cosacos a un Congreso de toda la región, y a los kirguizes también; es decir, no al Congreso de los campesinos, sino a otro especial, que se celebraría al mismo tiempo. A todos los llamaron. Y acudió bastante gente: sólo en el de los campesinos se reunió un centenar y medio de hombres.

- ¿Y se celebraron juntos los tres congresos? - No, ¿para qué?... Por separado, pero al mismo

tiempo -me aclaró Iván Kárpich-. ¿Cómo se iban a celebrar juntos, cuando los cosacos y los kirguizes querían una cosa y los campesinos otra?...

- Bueno, lo de los cosacos se comprende -le interrumpí-, pues entonces estaban contra los campesinos, porque se estorbaban mutuamente en la

labor de desvalijar a los indígenas, pero los kirguizes, ¿por qué razón se encontraron revueltos con los cosacos en ese congreso indígena?

- ¿Cómo explicárselo? -e Iván Kárpich quedó pensativo-. De seguro que no sabré hacerlo. Pero yo creo que, en primer lugar, fue porque los comisarios y los cosacos tenían tropas y porque en los kishlaks no se habían olvidado todavía de la represión del diez y seis. Además, me parece que, a pesar de todo, los campesinos les habían hecho a los kirguizes más perrerías que los cosacos... Aunque puede que no fuera como yo digo y que los cosacos, sencillamente, llevaran en manada al Congreso a los funcionarios kirguizes, recogiendo no a los de abajo, sino a los de las ciudades, a los apropiados para el caso. Y estos funcionarios, como es sabido, siempre habían estado de común acuerdo con Shkapski, también querían organizar una Constituyente... No sé bien a qué se debió, pero lo cierto es que entonces todos arremetieron juntos contra los campesinos... Y los mujiks habrían salido malparados del trance, pues ¿qué hubieran podido hacer ellos solos? Pero en aquel preciso momento, ya de un lugar, ya de otro, empezaron a llegar soldados del frente. Cuando se hablaba con alguno, resultaba que casi había estado en el mismo Petersburgo. Y decía: "Yo sé bien por qué luchamos allí. Y esto no lo toleraré". Bueno, ¿a qué contarle? En pocas palabras: Los soldados se volcaron del frente. Uno de ellos, un tal Pávlov, era muy dispuesto.

- ¿Venía de la primera línea? - Sí. Y no le temía a nada. "¡Abajo esos hijos de

perra!", gritaba. "¿De qué gobierno provisional nos hablan?, cuando no existe desde hace tiempo... ¿y de qué Constituyente?, cuando ya la han disuelto... Basta de músicas, ¡implantaremos los Soviets!" Los comisarios, viendo que la cosa tomaba mal cariz, se fueron para el Congreso a paso ligero y les dijeron a los campesinos: "El asunto no tiene vuelta de hoja: el Poder nos ha puesto aquí y aquí esperaremos hasta que la Asamblea Constituyente se reúna. En cuanto al Consejo de Comisarios del Pueblo, no lo reconocemos. ¡Abajo ese Consejo!" Entonces, el atamán Scherbakov declaró: "Yo, y conmigo todos los cosacos, no lo reconozco tampoco". Y los kirguizes que había en el Congreso le secundaron: "Nosotros apoyaremos a lo que apoye el atamán". ¿Qué hacer?, se preguntaban los mujiks al ver que todos estaban contra ellos. Pero en aquel momento Pávlov se levantó y dijo: "No importa. A nosotros no nos asusta eso. Mejor será que os cuente lo que ahora ocurre por el mundo, en todas partes; lo mismo en Moscú que en Tashkent..." Y habló largo y tendido. Un verdadero informe. Todo un discurso. Intentaban molestarle, interrumpirle, pero el Congreso gritaba que quería escucharle, y nada más. Y les dio a sus contrarios tal meneo, los dejó tan hechos polvo, que, a la hora de votar las resoluciones, casi todos los

Page 26: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

24

mujiks se pronunciaron por el Poder soviético: tanto en lo tocante a su establecimiento por toda la región, como en lo referente a crear una Guardia Roja suya. En fin, que la cosa se puso en marcha.

- Y dígame, Iván Kárpich -indagué-, ¿en qué estaban pensando Shkapski e Ivanov? ¿Es que no podían hacer nada? ¿No tenían, acaso, fuerzas armadas?

- Desde luego. ¿Y qué importa? -contestó Iván Kárpich sin inmutarse lo más mínimo-. La fuerza es la fuerza, pero los campesinos habían venido en masa de todos los pueblos y aldeas. Y prueba a meterte con ellos. Por eso, los comisarios se dijeron: Cuando acaben de hablar, se marcharán cada uno por su lado, y entonces volveremos a la carga... Bueno, eso es lo que, a mi parecer, se figuraban los comisarios. Pero no ocurrió lo que se suponían. Los del Congreso se fueron, pero antes dejaron de nuevo su Soviet correspondiente, con el encargo de actuar y no dormirse. Y los sovieteros empezaron a ganarse a los cosacos, sobre todo a los del segundo regimiento del Semirechie. Los muchachos de allí eran todos despiertos, jóvenes, fogueados, no querían a sus oficiales; en fin, eran que ni pintados para los sovieteros. Estos entablaron, pues, amistad con los regimientos. Organizaron allí su círculo. Y uno más para los soldados con permiso. En él estuvo también Beresniev. Esto lo saben en todo el Semirechie.

- ¿Vive aún? - Desde luego, ¿por qué no? Esos individuos

viven largos años... Ahora manda, no sé qué unidad… Pues bien, esos circulitos y el Soviet empezaron, con su labor, a hacerles el caldo gordo a los comisarios. Se enviaron a Tashkent dos delegados para que dijesen lo que pasaba y pidieran ayuda en caso necesario. Y Tashkent se puso a zumbar: uno tras otro, llegaban a Vierni y a distintas ciudades telegramas que ardían en un candil. "Toda la población -se decía en ellos- debe tomar parte en el derrocamiento del gobierno provisional; de lo contrario, serán enviadas tropas a Semirechie, y que no se quejen luego de lo que ocurra. Los gastos tendrán que pagarlos los propios miembros del Soviet". Por más que los ocultaron, los telegramas y las órdenes llegaron a conocimiento de toda la región. Y entraron los temblores, se empezó a temer por la pelleja y por el bolsillo. Un día, me parece que el dos de marzo, los comisarios detuvieron en un mitin a unos muchachos de esos círculos. También cayó en la redada uno del Soviet, un tal Grechka. Cuando se enteraron en su regimiento, pusieron el grito en el cielo: "¡Vamos para la cárcel, muchachos! ¡Hay que liberar a todos inmediatamente!" Y se fueron para allá al galope. Primero entraron en la capitanía general de la región, pero allí, enterados de lo que se avecinaba, habían huido. Entonces, se dirigieron a la cárcel y pusieron en libertad a todos. En aquel momento empezaron a acudir los obreros, y

la ciudad cobró ánimos; desde el atardecer hasta la noche, sus destacamentos recorrieron las casas y detuvieron a todos los cabecillas. Los suboficiales cosacos fueron desarmados, sin que rechistaran. Y de pronto, se encontraron sin fuerza alguna. Aquella noche daba miedo el ulular de la ventisca y no se veía gota, y sin embargo, la gente corría en grupos. "¿A dónde vais?", "Al cuartel, ¿y vosotros?", "Vamos al almacén"... Fueron corriendo a casa de Shkapski; no estaba. "¿A dónde se ha ido?", "No lo sabernos", Lo buscaron por todas partes; no aparecía. Únicamente más tarde, en el molino, lo atraparon. Se había puesto un mandil, un gorro viejo, una chaqueta y unas botas de fieltro y estaba todo espolvoreado de harina. Hay que hacerle honor: no se diferenciaba de un verdadero molinero. Allí cazaron al palomito. En cuanto a Ivanov, como perro más viejo, se escondió en la ciudad y luego se largó a China, a Kuldzhá. Por consiguiente, no le pudieron echar el guante...

Iván Kárpich calló un momento. Como hablaba con gran animación, debía estar cansado.

- ¿Y qué más? -demandé-. ¿Cómo se organizó el Poder, crearon un comité revolucionario, verdad?

- Sí... -asintió con compungida voz-. Eso fue lo malo, que lo crearon, ¿y qué se adelantó con ello? ¿Quiénes fueron a parar a ese comité revolucionario? Todos los de mayores tragaderas. En total, no había más que cinco hombres cabales, y los demás, ¡no quiero contarle! -exclamó impreciso Iván Kárpich, dando a entender que había sucedido algo nada bueno-. Mientras sólo se hacían preparativos y a la hora de los discursos, todos eran unos jabatos, pero en cuanto hubo que sacar las castañas del fuego, ¿quiénes sirvieron? Cinco y nada más que cinco. El resto, una calamidad... Y empezó el desbarajuste padre...

- ¿Y por qué no pidieron ayuda a Tashkent? Yo creo que allí habría gente...

- ¡Cómo no la iba a haber! En todas partes hay gente, lo que faltan son funcionarios capaces -manifestó severo, en tono aleccionador-. Mandaron inmediatamente un telegrama a Tashkent diciendo: hemos volcado el carro, venid a ayudarnos. Y de allí enviaron un puñado de pipiolos inexpertos. "No podemos mandar más -se excusaron-, nosotros mismos no tenemos"...

- Por lo tanto, ¿se andaba mal de gente? - Pues claro. No ya la aldea, Tashkent mismo

necesitaba funcionarios capaces. Y verá lo que pasó en Vierni -anunció, volviendo al tema-. Mientras allí se rascaban el cogote, los cosacos, sin perder minuto ni andarse por las ramas, organizaban toda clase de congresos. A Talgar, Issik, Bolshaia y Málenkaia Almatinka, a Tastak, a todos esos nidos llevaron la ponzoña, diciendo: "¿A qué temer?, si nadie se mete con nosotros..."

- ¿Y no sabe usted por qué y cómo empezó la propia insurrección cosaca, de dónde partió: de

Page 27: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

25

Vierni o de las stanitsas?23 -le pregunté. - ¿Quién sabe eso? -repuso-. Debió partir de las

stanitsas, porque en la ciudad, realmente, no hubo nada de particular. Querían llevarse el pan de Talgar y de Issik; Talgar está a unas treinta verstas de Vierni, y los cosacos de allí se opusieron, todos a una: "¡La madre que os ha parido! Iros por donde habéis venido; de lo contrario, puede que os dejemos secos ahora mismo". Y estaban armados, pues habían tenido las armas escondidas. De las voces pasaron a los hechos y detuvieron a los enviados para llevarse el pan. Los metieron en la cárcel del lugar: que se estuvieran allí encerrados hasta que prometiesen de la ciudad que nunca más recogerían el pan. Por supuesto, en el Comité Revolucionario exclamaron: "¡Esto es una insurrección!" Y lanzaron inmediatamente un destacamento para allá; me parece que lo mandaba Schukin. Por la noche, el destacamento pasó por las dos Almatinkas con ametralladoras y cañones. Alguien había agenciado alcohol, y los hombres iban alegretes, cantando. Los cosacos de las Almatinkas se enteraron con habilidad de adónde y a qué iba aquel destacamento; y en cuanto acabó de pasar, partieron al galope y organizaron una unidad suya para prestar ayuda a los de Talgar. Unos emisarios a caballo llegaron rápidos a Talgar con la noticia de lo que sucedía. Los de Talgar se aprestaron a la defensa. En fin, llegó el destacamento; Schukin exigió que se pusiera en libertad a los detenidos y que se entregasen las armas, así como a los oficiales que habían preparado todo e incitado a la gente a sublevarse. "Os doy dos horas para pensarlo -declaró-. Si os negáis, barreré toda la stanitsa a cañonazos. ¡Eso es!" Pasaron las dos horas, y los cosacos, que no se habían dormido, siguieron preparando sus fuerzas, sacando las armas que tenían enterradas, repartiendo los sables y las municiones, arreglando las sillas de montar. "¿De modo que no queréis?" Los cosacos callaban. ¡Bruum! ¡Bruum!: dos cañonazos contra la stanitsa. Viendo que la cosa tomaba mal cariz, enviaron unos delegados. "Esperad un par de horas más -pidieron-, la gente acaba de reunirse y ahora mismo lo resolveremos todo". El destacamento se apaciguó. ¿Querían dos horas? Pues bueno. Se sentaron a esperar despreocupados. Fumaban y charlaban, cono si estuvieran en un campamento, y achispados por añadidura... No pusieron centinelas ni guardia alguna: estaban tan tranquilos. En cambio, los cosacos permanecían alerta. Ya habían reunido una unidad bastante grande y sus hombres montaron a caballo. En aquel momento llegaron refuerzos de Issik; un emisario de las Almatinkas trajo raudo la nueva de que de allí venía también otra unidad de cosacos. ¿A qué aguardar más? "¡Hop, hop, hurra!", y arremetieron contra el destacamento. Empezaron a hacerlo picadillo, pues a aquellos babiecas les cogió

23 Stanitsa: pueblo cosaco. (N. del T.)

el ataque de improviso. El destacamento sufrió un revés inevitable, ni siquiera supo batirse como era menester, y huyó a la desbandada. Entonces se encontró con los cosacos que venían de las Almatinkas. De la carnicería que hubo es mejor no hablar. Sólo treinta hombres, con Schukin, lograron refugiarse en las montañas; los demás perecieron o fueron hechos prisioneros... Así terminó ese juego con el inflamable Talgar. A continuación, las fuerzas cosacas que avanzaban desde las Almatinkas, Tastak y Kaskelén, lugares situados también a unas treinta verstas, enlazaron, y pusieron cerco a la ciudad. ¡Nuestro Vierni estaba perdido! Y así habría sido irremisiblemente si entre los cosacos se hubiera destacado un caudillo decidido que hubiese asumido la dirección de todo aquello. ¡En tal caso, Vierni no habría tenido salvación! Pero los cosacos permanecían asustados, indecisos, cada uno actuaba por su cuenta, pensaba únicamente en su stanitsa, y así se organizaba un Estado Mayor de cada lugar. Verdad es que también en la ciudad había muchos estados mayores; luego, Majotin hizo de ellos uno solo. En la ciudad Mámontov había formado una unidad, que más tarde llegó a ser tristemente célebre. ¡Ni Cristo sabe en qué se convirtió! Pues bien, se pasaban semanas enteras quietos, temerosos unos de otros. Los cosacos creían que en la ciudad las fuerzas eran incalculables y que en cada esquina había emplazado un cañón o una ametralladora. Y las unidades de la ciudad estaban agazapadas día tras día, temiendo también meterse ellas mismas en la boca del lobo. Por aquel entonces, muy a tiempo, venía de Tashkent Muráiev con su unidad. Por el camino se agregaron a ella en Pishpek numerosos hombres, incluso de Tokmak, seis centenares en total. Al pasar por Kaskelén, tuvo el primer encuentro con los cosacos, éstos no resistieron y abandonaron la stanitsa huyendo a galope tendido. Y Muráiev avanzó hacia Vierni. Estaba tan enfurecido de que los cosacos se hubieran alzado contra el Ejército Rojo, que ordenó fusilar a una docena entera de prisioneros, para que sirviera de escarmiento. Eran los primeros fusilamientos en el Semirechie. Las stanitsas, las aldeas y los kishlaks se estremecieron. Aquello no lo conocían aún. Y al principio, todos sintieron espanto. Pero cuando la guerra empezó de verdad y se oyeron a cada paso noticias de fusilamientos, pues se mataba a los hombres como si fueran carneros, la gente se acostumbró, tanto en el ejército y en las stanitsas como en los poblados y en las montañas. Únicamente los kishlaks temblaban horrorizados. Y no era para menos: los cosacos y los campesinos tenían con qué defenderse, armas en las manos o escondidas, mientras que el kirguiz y el taranchí ¿qué era lo que tenían? Nada. Absolutamente nada con que guardar sus vidas. Había, desde luego, motivos para temblar… Cuando Muráiev llegó comenzó la verdadera guerra y se

Page 28: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

26

acabó para todos la tranquilidad en estos contornos. - ¿Y no sabe usted de que manera transcurrieron

los primeros meses de guerra? -inquirí-. ¿Quién zurraba a quién y cómo? ¿Dónde estaba usted entonces?

- Pues esa es la cosa, que no lo recuerdo; lo ignoro por completo. Precisamente por aquel tiempo me había yo marchado de Vierni y no tengo idea de lo que pasó allí. Luego me hablaron de ello, me contaron más de una vez, pero mi memoria no es muy buena a este respecto. Cuándo y dónde ocurrió esto o lo otro, cuántos fusiles y cartuchos había, ya no lo puedo recordar; por mucho que me esfuerce, me equivocaré de seguro....

- Bueno, pero haga usted memoria de algo, sin detalles -insistí espoleado por la curiosidad. Quería oír hablar acerca de los primeros meses de la guerra civil en el Semirechie, pues por ellos se pueden determinar siempre los rasgos generales del propio escenario de los acontecimientos.

En efecto, recordad cómo transcurrieron esos meses en Moscú, Arjánguelsk y el Kubán, y comprenderéis que así precisamente debió ocurrir lo que ocurrió, que esto era lo característico y aquello lo inevitable. Yo procuraba enterarme, pero Iván Kárpich, por lo visto, no quería divagar repitiendo rumores, porque sólo hablaba con gusto de lo que había sido testigo o recordaba perfectamente por haberlo oído muchas veces. Se zafó con unos cuantos lugares comunes:

- Lo que sucedió después no lo sé, créame. Pero que todo empezó con la llegada de Muráiev es la pura verdad. Fue entonces cuando los cosacos de todas las stanitsas comenzaron a sublevarse: unos montaron a caballo y empuñaron el sable; otros, llenos de pánico, recogieron sus pobres enseres y partieron en pos de los regimientos para ir a parar a Dzharkent, cuando no a China. Y no solamente los cosacos, con ellos se encontraban de nuevo los taranchís, ¿Por qué razón? No lo sé, pero, seguramente, porque los campesinos les habían hecho sufrir mucho. Y un poblado taranchí, Chílik, fue saqueado por las unidades de tal manera, que puede decirse que no quedó allí nada en absoluto. Según cuentan, cometieron allí desmanes verdaderamente insoportables… Prendieron fuego a Chílik, lo desvalijaron, y, claro, los habitantes taranchís se fueron con los cosacos...

- ¿Y en todos los distritos se armó el mismo fregado?

- No, ¿por qué en todos? En Pishpek y en Tokmak hubo tranquilidad. La tremolina grande fue en Vierni, Dzharkent y Przhevalsk, pero en dos distritos, el de Lepsin y el de Kopal, puede decirse que ni siquiera había Poder soviético, y todos los secuaces del gobierno provisional continuaban allí. Precisamente en esos dos distritos los cosacos se disponían a organizar un nuevo levantamiento, pero

inmediatamente Mámontov fue enviado hacia allá con su unidad. Cuando iba camino de Kopal, los cosacos atacaron de pronto Dzharkent y se apoderaron de la ciudad. Entonces se ordenó que Pávlov saliera de Tokmak con una unidad, que Muráiev partiera de Vierni con otra y que ambos se dirigieran a Dzharkent. A Mámontov le hicieron volver y también lo enviaron allí. Y, claro, todo fue sofocado en seguida, se echó a los cosacos, que se retiraron a Kuldzhá. Aunque se habían retirado, el peligro continuaba, pues en cualquier momento podían atacar de nuevo. Y entonces, empezó a correr el rumor de que los cosacos querían degollar a todos los jojoles

24, es decir, a los propios campesinos... Nada menos. Y éstos empezaron a mirar también a los cosacos con ojos de fiera... Bueno, ¿a qué contarle?, muy penosa era aquella vida -afirmó con ademán de desaliento-. Palabra que, a veces, uno se acostaba y no sabía si se levantaría a la mañana siguiente, pues te podían rebanar el pescuezo en cualquier momento; el ser humano se había quedado sin amparo alguno, a merced de su suerte. ¡Qué tiempos, qué tiempecitos aquellos! ¿Acaso se pueden comparar con los de ahora? Entonces estaba uno día y noche como en una batalla, esperando siempre que le cortaran la cabeza... Un espanto. La gente aguantó lo indecible. Mucho padeció. Lo que hace falta es que no sea en balde. Eso es lo principal.

- Sí, eso es lo principal -asentí maquinalmente, pero ardiendo en deseos de saber algo más... No tenía sueño; además, apenas quedaba tiempo para dormir, porque pronto iba a amanecer, habíamos decidido seguir nuestro camino en cuanto empezara a clarear.

- Usted dice que los cosacos se refugiaron en Kuldzhá -volví yo al tema-. ¿Y no los desarmaron allí?

- ¿Para qué los iban a desarmar? Nada de eso. El daotay de Kuldzhá, o sea el gobernador, entonces no estaba en malas relaciones con ellos... Según cuentan, Muráiev fue a ver al daotay y habló con él; algunas conversaciones debió haber, desde luego, pero si resultó algo de ello yo no lo sé. Allí, en Kuldzhá, estaba todavía el viejo cónsul ruso de los tiempos del zar. ¿A dónde iba a ir el pobrete? Y se quedó atascado allí. Pero en vez de ayudar a Rusia, arremetió con los demás contra ella. Por lo visto, tenía posibles el canalla, ¿y qué no se puede hacer con dinero? Con ese dinero mantenía a los cosacos, les ayudaba, los preparaba para que golpeasen al Semirechie...

- ¿Y qué fue de Mámontov? ¿A dónde se dirigió su unidad después de lo de Dzharkent?

- Su unidad -repuso Iván Kárpich en voz baja- marchó adonde le dijeron que fuera: pasó por Kopal, atravesó todo el distrito de Lepsin y echó del mismo Tajtí a los cosacos, obligándoles a huir a China. Pero

24 Jojol: denominación popular que se daba a los ucranianos. (N. del T.)

Page 29: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

27

los hijos de perra cometieron atrocidades a montones, sobre todo con respecto a los kirguizes: en cuanto encontraban a uno de ellos en la estepa, ya se sabía, lo declaraban en el acto espía al servicio de los cosacos y lo asesinaban en un vuelo. Después de eso, claro, los kirguizes empezaron a ayudar verdaderamente a los cosacos. ¡Menuda unidad era aquélla, qué pánico sembró entre todos!

Miré a mi interlocutor y al ver el cansancio reflejado en su cara, me dio sencillamente lástima de él y vergüenza de haberle sacado el jugo tan despiadadamente. Sin duda, le faltaba decisión para cortar la entrevista. Y me di cuenta de que había que terminar la conversación, aunque yo no tenía la menor gana de ello.

Iván Kárpich guardaba silencio; durante los últimos minutos había hablado con voz un poco enronquecida y ahora se percibía que tragaba saliva para suavizar la reseca garganta.

- ¿No será hora de irnos a dormir? -le propuse, procurando darle a mi voz el tono más alegre y natural posible.

- Bien, si quiere, iremos a dormir -asintió, dando un suspiro de alivio.

Y un minuto más tarde, luego de estrecharme la mano, se iba a su habitación. Yo me quedé en la escalerilla. ¡Cuán grande era la calma! ¡Cómo imponían las montañas en su augusto silencio! En derredor, como desde el fondo de una profunda sima, veía las obscuras y confusas siluetas de las rocosas laderas; sus líneas se fundían, se mezclaban y desaparecían tan inesperadamente como emergían de las tinieblas. Ahora, ya muy avanzada la noche, el cielo era otro, distinto al del atardecer; parecía denso, espeso, como saturado del frescor de la medianoche y el gélido vaho de los arroyos montañeros. Magnífico era aquel cielo severo y alto. Más alto aún a causa de aquellas rocas gigantescas y de aquel absoluto silencio en el que se oía el menor susurro. Yo aspiraba el aire puro de la montaña, experimentando una sensación muy grata; por algún motivo impreciso, veía todo sencillo, claro, al alcance de mis fuerzas, me sentía sano, lleno de confianza en mí mismo, dispuesto a todo.

Adiós, Siugati. Adiós, viejo padre, y tú, Iván Kárpich. Gracias por habernos acogido tan cordialmente, cosa rara en esta gran carretera de Semirechie. Hasta ahora, cada vez con mayor frecuencia, nuestros encuentros se han venido convirtiendo en escándalos en los que se armaba mucho ruido: unas veces con ruegos, otras con amenazas. En cambio aquí, se nos ha recibido tan amistosamente y tratado con tanto cariño...

En dos troikas abandonamos la hospitalaria casucha. Y durante largo, muy largo rato, vemos a la familia de Iván Kárpich, que permanece a pie firme en la terracilla, de cara a nosotros, inclinando las cabezas y agitando las manos en señal de despedida.

Nosotros hacemos lo mismo, volviéndonos a cada instante hacia ellos desde nuestros sharabanes

25, grandes como galeras. Unas montañas nos separan, y la estación de posta desaparece de nuestra vista. El cochero kirguiz va inmóvil en el despellejado pescante, runruneando algo que puede ser tanto una coplilla como unas meditaciones en voz alta y apresurado tono recitativo.

- Bono patón -dice de pronto, volviéndose hacia mí sonriente y señalando con la cabeza hacia la estación.

- ¿Qué? - ¡Je, je! -ríe por lo bajo-. ¡Arre, arre! -y

chasqueando la lengua, fustiga con las riendas a los caballos.

Reproduzco en mi memoria los sonidos articulados por el cochero y adivino que se refiere a Iván Kárpich.

- Sí, bono, bono -asiento alegre, alterando las vocales sin saber por qué-. Iván Kárpich es un bono

patón. Y comprendiendo que es una necedad chapurrear

las palabras, decido hablarle como es debido. - ¡Eh, amigo! -le llamo, pronunciando con

claridad-. ¿Por qué es una buena persona? ¿Es que te ha ayudado en algo?

- Ser bono -repite el auriga sin volverse-. Da pan, da de comer a mi jatín

26, a mis hijos... Ser bono... - ¿Y tienes muchos hijos? - Hijos muchos... De todos tener... Seis piezas... - ¿Pasáis hambre? ¿Es dura vuestra vida? - Bono… pan... -repite las palabras que sabe, sin

poder formar frases coherentes. Y no mira atrás, hasta que no escucha alguna palabra conocida. Entonces, se vuelve con rapidez, radiante el rostro, y asiente moviendo reiteradamente la cabeza con aire de triunfo:

- Eso, eso... Mientras se sonríe, con ancha y bondadosa

sonrisa... - ¿Y qué hace tu jatín? - Jatín hace... jatín hace mata

27 -manifiesta de pronto, lleno de júbilo, y vuelve la cabeza, dudoso de que yo le haya entendido.

- ¿Mata? Conozco mata esa -afirmo, alterando de nuevo el idioma-. Mata ser buena... Mata ser fuerte...

- ¡Mata! ¡Oh, oh!... –y en señal de satisfacción, agita el látigo en alto y, luego de silbar de un modo especial, como silban únicamente los aurigas kirguizes, lo descarga sobre los caballos. Estos aprietan el paso. El cochero, que se llama Azán, me manifiesta más de una vez su contento en diversos casos excepcionales: cuando nos hundimos

25 Sharabanes: coche grande, de varios asientos transversales. (N. del T.) 26 Mujer. 27 Burdo tejido que se fabricaba por aquellos lugares. (N. del T.)

Page 30: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

28

demasiado en un charco, cuando algún pato silvestre levanta el vuelo, apartándose presuroso, o cuando alguna troika viene en dirección contraria, descendiendo por la pendiente. Azán reacciona ante todo eso de la manera más viva: todo le interesa e impresiona, produciéndole incluso admiración.

Yo he observado en nuestro cochero una particularidad adorable: en cuanto el camino se bifurca, él elige indefectiblemente el de más baches y más barro; además, por la parte llana, suele llevar los caballos a paso de tortuga, mientras que por los baches y hondonadas los lanza tenaz al galope tendido.

- ¿Qué haces, Azán? ¿Por qué has elegido el camino peor? Ya ves, el otro era bueno -le digo señalando a la senda vecina, donde seguramente el terreno está más seco y es más firme.

- ¡Oh, ser bono!-exclama riendo. - ¡Qué ha de ser bono, mal diablo te lleve! ¡Es

malo, malísimo! -le grito. - Balando... mucho balando -asegura, hincando el

palo del látigo en los cenagosos haches. ¿Y qué va uno a hacer? Hay que estar de acuerdo

con él. Vamos frente a un enorme pantano del que

levantan continuamente el vuelo los patos silvestres; no lej os, unas zancudas garzas se pasean con empaque.

- ¡Eh, eh!... -les grita de continuo Azán, deseoso, por lo visto, de distraernos un poco mostrándonos los numerosos bichos que hay por estos lugares.

Bueno, ya está aquí la falda del Kurdái. El gigante se alza en el camino, dividiéndolo en

dos partes. En los meses estivales cae sobre sus laderas un sol abrasador; en cambio, en invierno, cuando la ventisca desata sus furias, más vale no acercarse al Kurdái. Entonces le temen hasta los habituados aurigas kirguizes. En su anchurosa meseta, en su cumbre, se levantan tan grandes remolinos de nieve, que el camino desaparece por completo, sin que quede de él la menor huella. Los níveos montones son arrastrados de un lado para otro por la tempestad y, entre el rugir y el ulular del viento de la montaña no se oye la voz del hombre. El viajero que aquí se pierda que no espere socorro. Nadie le encontrará ni oirá sus gritos en medio de la furiosa borrasca; y ¡suerte será si a la mañana siguiente hallan su cuerpo bajo la capa profunda y mullida de la nieve!

No son pocos los casos que aquí se relatan en que las ventiscas del Kurdái enterraron a viajeros rezagados. Y al Kurdái en invierno lo temen todos, pues puede enfurecerse cuando menos se piense y levantar en un instante sus impetuosos y albos remolinos.

Desde Siugati la carretera asciende sin cesar, durante siete u ocho verstas, hasta el puerto, donde comienza una amplia meseta abierta a los

vendavales. Cuando nos pusimos en camino, los picachos estaban envueltos en el ondulante y blanco cendal de la niebla. Pero cuanto más avanzamos, más claros y transparentes son los espacios montañeros. Y todo, más lozano. Al pie de la montaña, en la hondonada, empieza ya a brotar la hierba en algunos lugares y el camino se encuentra anegado por el deshielo; en cambio, al mirar a las cimas cercanas, se ve que están argentadas por las nieves perpetuas. Los montes parecen jugar con nosotros: se acercan a la carretera, como si fueran a abatirse sobre ella, la ciñen y, de pronto, se apartan lejos, muy lejos, dejando la llanura desnuda. Ya ha empezado la abrupta pendiente. Bajamos de los sharabanes y seguimos a pie unas dos verstas. Lo hacemos para aliviar el penoso ascenso de los caballos y, además, porque nos gusta caminar por el vericueto montañero, observar cómo se tuerce en curvas cerradas para ir a perderse en la altura, igual que una serpenteante cinta cortada en trozos. Ingentes moles de piedra se amontonan unas sobre otras, perfilanse netas las rocas, puntiagudas, de afiladas aristas, y más allá, a un lado, las cumbres se asemejan a pequeñas colinas de superficie completamente tersa; se nota que el viento montañero las ha besado, lamido y alisado con fuerza y que les ha cortado los agudos capirotes con su gélido y buido aliento.

Nos acercamos a la ancha y elevada planicie que, en una longitud de veinte verstas, llega hasta la misma vertiente donde, al pie de la montaña, se encuentra una estación tan diminuta como la de Siugati. Lleva el nombre del terrible gigante: "Kurdái".

Ya estamos en lo alto del monte. Subimos de nuevo a nuestros sharabanes y continuamos en coche el viaje. Aquí hace frío. A ambos lados del camino hay todavía nieve, cubierta de una leve capa de hielo que apenas es capaz de sostener a un hombre. Pero ya no se ven por todas partes níveos manchones; en algunos lugares, donde el viento no penetra entre las colinas, el paisaje parece primaveral. Sin embargo, aquí hace frío, mucho frío, y no es por capricho por lo que escondemos la cabeza en nuestros capotes.

- ¡Eh! -grita estentóreo Azán al tiempo que nos muestra, señalando con el látigo, una bandada de patos silvestres que levanta el vuelo. La seguimos con la mirada y vemos que se posa en un lejano pantano. Otra bandada echa a volar ruidosa en igual dirección.

No me puedo contener, apunto y disparo a tres que se han alzado junto al mismo camino. Falló el tiro. Pero mis amiguetes me tranquilizan asegurando que han caído, que ellos han visto, con sus propios ojos, cómo descendían al pantano con débil aleteo...

A impulsos de la tentación, "el compadre" y yo saltamos del coche y nos lanzamos hacia el cenagal por la endurecida costra de hielo. Primero, corremos hundiendo los pies en el agua de vez en cuando;

Page 31: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

29

luego, caminamos agachados, y una vez allá, nos echamos de bruces en tierra y avanzamos a rastras, pues no queremos asustar a las aves. De nuevo disparamos, con igual fortuna. Después, acordamos que sería conveniente preparar un cerco: yo seguiré echado sobre la nieve, con la escopeta montada, y "el compadre", trazando un arco, se deslizará por la helada superficie y echará toda la bandada hacia acá. Dicho y hecho. Veo que su larguirucha figura se balancea sobre la nieve, hundiendo de continuo los pies en ella, dando saltitos y alejándose cada vez más. Ya está "el compadre" en su sitio. Se pone a agitar grotescamente los brazos, mientras sus pies dibujan arabescos; luego, empieza a dar patadas y ululantes gritos. Todo esto se debe a que está acorralando nada menos que a unos patos silvestres de la misma manera que una hacendosa ama de casa -agitando las sujetas faldas, ondulantes como una vela al viento gira sobre sus talones para meter en cualquier rincón del patio a una gallina escapada. De pronto, "el compadre" lanza unos terribles alaridos. Y los patos silvestres se asustan en efecto. Una gran bandada, de una treintena de aves, despega bruscamente y viene derecha hacia mí. La emoción me corta el aliento.

Bueno, como mínimo, ¡caerán cinco! Pero, de pronto, la bandada, que ha debido

olfatear mi persona, vira hacia otro lado. Y se aleja más y más. Ya veo tan sólo unos oscilantes puntitos negros; los patos silvestres desaparecen tras una ladera, perdiéndose de vista. Yo continúo de bruces sobre la nieve con la escopeta presta, enfilada hacia la altura. Por la refulgente corteza de hielo, hundiéndose un poco de vez en cuando y dando saltitos, avanza hacia mí de nuevo mi "compadre espantapájaros".

- ¿Has fallado? -pregunta artero. - No, no he fallado -le contesto sin alegría. - ¿Y dónde están? - En la otra orilla, pasado el pantano. Anda, ve a

buscarlos con tu talento... Volvemos hacia los sharabanes y, durante todo el

camino, no hablamos de cinegética ni palabra. En realidad -razonamos para nuestro capote-, la caza, ¡valiente cosa! ¡Como si sólo se pudiera hablar de ella! Mejor será que toquemos otro tema cualquiera...

Los compañeros de viaje, helados de la espera, nos han adelantado mucho. Luego de ponernos de vuelta y media por anticipado y como corresponde, montaron en el carricoche primero y se largaron a toda prisa, y ahora tenemos que alcanzarlos, procurando en vano poner buena cara y tratando con ahínco de borrar el recuerdo de la reciente e infausta partida de caza.

La calva del Kurdái es monótona, tediosa. Un viento seco y penetrante nos ha obligado a envolvernos en los tulups

28. Esto no es primavera ni

28 Especie de capote de piel de oveja. (N. del T.)

verdadero invierno: el gélido viento hace recordar los fríos de enero, mientras que el camino, sin nieve, se endurece de la helada como en las volubles noches de marzo. En algunos lugares se extiende una papilla acuosa, sin congelar; en cambio, en las quebradas y más abajo, tras los montículos, hay una nieve gris, hastiosa, no invernal. Las cumbres cubiertas de nieve y hielo, reino del frío perpetuo y las ventiscas, donde no existe el cálido estío ni las verdes hierbas, constituyen un mundo aparte. Las argentadas crestas miran desde la lejanía al Kurdái como si lo envidiaran porque lo ha caldeado el sol, porque caen ya sus cadenas invernales y, bajo el albo manto, surge a la vida la vegetación. El Kurdái revive. Lucha aún con las últimas nevascas y gélidos vendavales, mas, por doquier, se percibe y se deja ya sentir, imperiosa, la primavera cercana. Versta tras versta, vamos al trotecillo por la ancha y monótona meseta. Guardamos silencio, hundidas las cabezas en los altos cuellos de los tulups de piel de oveja. ¡Quién tiene ganas de conversaciones cuando sopla un cierzo cortante, glacial! Ya está aquí el declive. Desde aquí hasta la estación de Kurdái no quedan más que cinco o seis verstas. El comienzo de esta vertiente es tan uniforme y está tan desnudo como todo el lomo de esta montaña. Pero cuanto más descendemos y nos adentramos en el desfiladero, más claros son los tonos, más sorprendente y bello es el paisaje. A ambos lados se alzan, como moles fantásticas, escarpados despeñaderos; los han batido y lavado templadas lluvias, los han secado y modelado los cortantes vientos de la montaña: unas veces se alargan como afiladas saetas, agujas y lanzas o aristados puñales, otras se distienden formando cúpulas, se yerguen cual gigantescos guardacantones o en caóticos amontonamientos de rocas destrozadas. Y sobre las peñas, se ciernen bellas las águilas, favoritas de lodos los montes. Planean lentas, majestuosas, solemnes, y tan pronto desaparecen tras unas estribaciones, como emergen del desfiladero para negrear en el etéreo espacio azul.

Por un estrecho sendero, en dirección contraria a la nuestra, imperturbables y balanceantes, uno tras otro, vienen en fila unos camellos pardos; sobre las gibas y en los costados hundidos y huesudos llevan atados con cuerdas bultos repletos de enseres domésticos. Es una caravana de dunganes que abandonan con sus familias las estepas de Vierni. Delante, van solamente los jefes, con sus caftanes de colorines, anchas fajas, como los gitanos, y ligeros y extravagantes gorritos; caminan al lado de los camellos y, con voz estridente, gritan unas amenazas incomprensibles, desconocidas para nosotros. Tras los camellos, en carros de caballos, van las dunganas, jóvenes y viejas, con mugrientos chiquillos de relucientes ojos castaños. Cintas rojas, azules, celestes, velos, cinturones, faldas... Nos sonríen desde los carros y nos dicen a gritos algo que

Page 32: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

30

no entendemos. Los hombres pasan en silencio, sin un ruido ni una sonrisa.

La caravana ha pasado. El camino serpentea por el desfiladero mostrando, fugaces, puentecillos nuevos, limpios, diseminados por doquier; se ensancha cada vez más y, por último, vienen flotando a nuestro encuentro unas colinas verdes y lisas como cúpulas. Estas colinas del valle nos indican que han terminado ya las montañas y que estamos llegando a la llanura de Kurdái. Luego, desaparecen también, y asoma la conocida barraca enjalbegada de la estación de posta.

El camino no ha sido largo. Y no hacemos una parada grande. Enganchan nuevos caballos, y en marcha. Ahora, incluso hasta Vierni queda ya poco, y se quisiera llegar cuanto antes allá. Nos tragamos una estación tras otra, sin detenernos a descansar, pues queremos estar mañana en el punto de destino.

Recuerdo que en estos últimos días, hasta en las estaciones anteriores al Kurdái, ha habido que intercambiar de continuo palabras gruesas con los jefes de las mismas. Era una gentecilla de lo más sorprendente y abominable. Casi todos ellos, salvo raras excepciones. Recuerdo que en la carretera adelantamos a unas troikas de posta. Llegamos a la estación y, en vez de esperar, pedimos unos caballos. Los engancharon. Cuando ya estaba todo preparado y habíamos trasladado la carga para continuar el viaje, arribaron los correos y manifestaron con tono autoritario:

- No pueden ustedes partir. Vamos nosotros. - Perdonen, pero nosotros hemos llegado primero

-les expliqué yo. - Eso no importa: la correspondencia es lo

primero de todo. - Sin embargo, miren lo que aquí está escrito: "sin

aguardar turno alguno". Y mostré mi credencial, donde se indica que por

asuntos de gran urgencia e importancia tenemos que partir sin aguardar turno alguno. Y estas palabras hasta están subrayadas.

- No importa, eso es una tontería -me espetó el correo.

- ¿Cómo que una tontería? -me encrespé yo. - Así es... Bueno, no hay que gastar con ustedes

saliva en balde -declaró desdeñoso-. Abajo esos bultos, marchamos nosotros.

Entonces, decidí abordar el asunto de otra manera. - ¿Cuánta carga llevan ustedes? - Cerca de treinta puds

29... - ¿Y quién es el encargado de ella? - Yo... - ¿Y qué hacen aquí ésos? -acometí al correo,

señalando a los tres sujetos de aspecto sospechoso y pinta de pequeños traficantes que habían llegado con él.

- ¿Qué derecho tienen ellos a ir? -le grité irritado.

29 Pud=16,380 Kg. (N. del T.)

- El derecho de que van conmigo -repuso-. ¿A qué se mete donde no le llaman? ¡Descarguen!

- Yo había ya oído decir que los correos especulaban por aquellos días desvergonzadamente: llevaban de Tashkent a Vierni kishmish baratas y se traían de Vierni harina de trigo. Eché una ojeada a sus carros, palpé los bultos y vi que no llevaban correspondencia alguna, sino sacos de kishmish.

- ¿Qué es esto? ¡Ah, hijos de perra!... ¡Vengan vuestros documentos ahora mismo! En cuanto lleguemos a Vierni, ¡vais a ver lo que es bueno!

Pero el correo era mozo experimentado. Aunque comprendía que no tenía derecho a ocupar tres carros con treinta puds de carga, intentó amedrentarme:

- Enséñeme usted los suyos... Nosotros estamos dentro de la ley... Y con la ley en la mano, ya le demostraré...

Apuntamos nuestros respectivos nombres y datos y juramos llevarnos mutuamente a los tribunales. A unos insultos se contestó con otros insultos, mas, a pesar de todo, montamos y partimos. El correo aquel partió después que nosotros, no sé si conseguiría inmediatamente caballos para transportar los sacos de kishmish.

Nos ocurrió otro caso. Llegamos. - Venga, amigo, denos caballos... - No hay caballos -respondió, sombrío y con

apatía, el encargado de la estación de posta, hombre caquéctico, de aspecto joven.

- ¡Cómo!, ¿ni uno solo? - Ni uno... - ¿Está completamente vacío el patio? -inquirí con

asombro. - No del todo, hay una troika que acaba de llegar,

pero los animales están sudados, rendidos, no pueden seguir.

- ¿Y vendrán pronto nuevos? - No lo sé -contestó de mala gana. - ¿Cómo que no? Si usted no lo sabe, ¿quién lo va

a saber entonces?... Aunque sea aproximadamente... ¿Cuándo los envió?

- ¿Y a usted qué le importa? -me atajó grosero. Se me subió la sangre a la cabeza. - ¿Qué modo de tratarme es ése? ¡Yo no tolero

groserías! ¿No sabe contestar como es debido? -vociferé, montando en cólera.

- Yo no tengo nada que contestarle. Sabemos todo, sin necesidad de que usted nos lo diga -replicó, e intentó irse a la habitación.

Pero yo le detuve: - Espere; a pesar de ello, hable como es debido…

Esta es mi credencial... Tengo que partir con urgencia...

- ¿Y a mí qué? - Pero, maldita sea su estampa, a mí no me da lo

mismo... Le pregunto que si vendrán pronto caballos o si tendremos que esperar mucho.

- No lo sé -repuso sin detenerse, y se metió en la

Page 33: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

31

habitación. Yo envié al "compadre" a hacer una exploración

del terreno, encargándole que inspeccionara todas las cuadras y comprobase las troikas que quedaban.

Al cabo de cinco minutos, volvió presuroso y muy excitado:

- ¡Catorce caballos! - ¿Qué? -inquirí sin comprender. - En las cuadras del patio hay catorce caballos... Corrí con él al patio y quedé asombrado, sin poder

dar crédito a mis ojos: en las cuadras había en efecto catorce. Inmediatamente, fuimos a las yurtas, a ver a los kirguizes.

- ¿Hace tiempo que están parados los caballos? - Ayer salieron de viaje… -contestaron los

cocheros. - ¿Y hoy no han salido? -preguntamos. - No... - ¿Ninguno de ellos? - Ninguno... Enfurecido, me fui derecho hacia el cuarto del

encargado y le grité en plena carrera: - ¿Qué canalladas son éstas? ¿Está usted

saboteando, eh? - Los animales están cansados, rendidos de los

viajes -trató de disculparse. Sin decir palabra, agarré de las solapas al

miserable y lo zarandeé como a un cachorrillo, rugiendo sin poderme contener:

- ¡Ah, hijo de perra! Si dentro de diez minutos no hay caballos, ¡te partiré la cabeza de un sablazo!

Diez minutos más tarde, los caballos ya estaban preparados. Pero antes yo había levantado acta. Resultaba que el encargado era un seminarista, hijo de un pope. En Vierni, entregué el acta en la estafeta de correos y mandé una copia a la Cheka; no sé cuál sería su suerte.

¿Dónde estás ahora, seminarista desgraciado? ¿Te acuerdas de tu sabotaje y del merecido zarandeo?

Seguimos nuestro viaje. ¡Y qué espanto! En la estación siguiente nos encontramos casi con la misma historia.

- No hay caballos. - ¿Ni uno? - Hay seis enfermos, y nada más... En el acto fuimos a las cuadras. ¿Y qué pasó? En

lugar de seis enfermos, ¡hallamos diez y siete sanos! El interrogatorio de los cocheros kirguizes aclaró el asunto.

Encañoné con el revólver al canalla. Al cabo de diez minutos, partíamos. Con semejantes bribones tuvimos que bregar

durante el largo camino de seiscientas verstas, y quedamos medio muertos de cansancio. Luego, en Vierni, los responsables del Partido se rieron de mí:

- No ha hecho usted más que un viaje, y está rendido; pues nosotros tenemos que lidiar con ellos constantemente. Son bribones a cual más. Y unos

saboteadores. Pero no hay con quién sustituirlos; por eso, de momento, transigimos.

Estación tras estación, y bronca tras bronca, nos acercamos a Vierni. Hemos visto de todo, presenciado cosas sorprendentes, oído toda clase de rumores, relatos y confusas conjeturas.

Llegamos al punto de destino, no como unos novatos, ni mucho menos, pues en el largo viaje, ¿qué no habremos visto, escuchado y conocido?

Pues bien, ya estamos en Kaskelén, la última estación antes de llegar a Vierni. ¿Vamos a hacer aquí una parada cuando no quedan ni tres decenas de verstas? ¡Aprisa, aprisa! ¡Basta ya de martirios de camino, de infructuosas y archinecias disputas con los correos y encargados de las estaciones de posta! Vamos en coche por la carretera. Estamos nerviosos. Esperamos con ansia: ¿cómo será Vierni? Y de pronto, surgen en la lejanía unas cúpulas y cruces de iglesias; luego, se vislumbran los alrededores de la ciudad y se perfilan algunas casitas... ¡Salud, Vierni! Te saludamos, ciudad enigmática, desconocida todavía, de la que tanto hemos oído hablar y de la que no sabemos nada, absolutamente nada. ¿Qué recibimiento nos reservas? ¿Cómo trabajaremos ahí? Tú eres la capital de una enorme región. En ti late el corazón que da vida a millón y medio de habitantes. Mucha tierra corrimos en tiempos de la guerra civil: por los Urales, por las estepas de Samara, por las montañas de Ufá, y todos estos centros -los Urales, Samara, Ufá- son zonas enteras de vida. Cada una de ellas tiene su carácter peculiar, su fisonomía. Y tú, nuestro nuevo desconocido, ¿qué fisonomía tendrás? ¿Cómo se desarrollará aquí nuestro trabajo? ¿Sabremos comprender la situación y abordar el conjunto de cuestiones, constituir una familia unida, bien avenida, de compañeros? ¿Será posible que en vez de un trabajo ardoroso nos esperen intrigas, envidias y discordias? ¡No, no hace falta nada de eso! Tenemos fe en que desplegaremos aquí las alas y acometeremos con ímpetu una labor fecunda, en que mostraremos y daremos todo lo que hemos venido acumulando, todo cuanto ha estado guardado y ha ido aumentando en estos años, y que es preciso, indefectiblemente, gastar, invertir en algo, fuera de nosotros, compartir con alguien la experiencia reunida, descargar cuanto llevamos dentro consagrándonos al nuevo trabajo, desconocido aún.

Por consiguiente, ¡salud, nuevo trabajo en un campo nuevo! Te amaremos en este nuevo ambiente, cualesquiera que sean las circunstancias. Y siempre estaremos dispuestos a dedicarnos a ti por entero, con todos nuestros conocimientos, con toda nuestra experiencia de la vida, todo el fuego de nuestra juventud y toda la ardiente fe que tenemos en nuestra victoria, ¡en nuestra indefectible victoria!

E� VIER�I Pues bien, ya estamos en Vierni. Yo sé que el

Page 34: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

32

presidente del Comité Revolucionario regional de aquí es Yusúpov, mi camarada de los días de Samara. ¡Vayamos por Yusúpov! ¡Qué alegría es encontrar, de buenas a primeras, a un viejo conocido en un lugar ajeno y, sobre todo, tan apartado como éste! Puede que el viejo conocido se convierta para ti en extraño mañana mismo; tal vez encuentres aquí pronto, muy pronto, nuevos amigos, excelentes camaradas, y les tomes afecto, en lugar de al viejo, pero eso luego. Ahora, ¡hay que ir inmediatamente en busca del viejo conocido!

... Nos dirigimos en los coches hacia el Comité Revolucionario, una casa grande, alta y de buena traza, situada en la calle mayor, sobresaliente, haciendo esquina. Aunque no hubiéramos sabido qué casa era aquélla, habríamos deducido que debía ser el Comité Revolucionario.

Amistosa acogida, toda clase de exclamaciones de alegría, precipitadas promesas de trabajar unidos, en contacto...

- Y hay tanto trabajo… Una cantidad enorme... Pero no tenemos de quién echar mano… No tenemos funcionarios... Una verdadera desgracia.

Nos acompañó hasta la cercana hostería de Beloúsovski, donde él mismo vivía y donde ya estaba todo preparado para nosotros. Verdad es que no se consiguió en seguida buena vivienda; en los primeros tiempos estuvimos dando tumbos por cuartuchos semejantes a pocilgas. Pero aquello no había que tomarlo en cuenta.

- ¡Qué a tiempo has venido! ¡Qué a tiempo!... -repetía Yusúpov.

- ¿Por qué razón? - Pues porque vamos a tener aquí un Congreso de

los Soviets del distrito... Y hará falta un informe... Acerca de lo más reciente, de lo último... Y puesto que tú vienes del centro, tu deber es contarnos todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá...

Ni se me pasó por la imaginación negarme. Además, aquello, en realidad, era magnífico: llegar y sumirse en la vida del lugar, en el trabajo, en los intereses, problemas y necesidades de allí. ¡Brillante comienzo!

El teatro de la ciudad está de bote en bote.

Pasmoso espectáculo. Ambiente inesperado, insólito. Cualquiera diría que estamos en nuestra tierra, en algún local de Ivánovo-Voznesensk, de Vichuga, de Teikovo… Los de la presidencia, sentados a la mesa, inclinan las cabezas sobre las hojas de papel en blanco; detrás, apoyadas en el muro, están las banderas, y en ellas, los mismos potentes gritos:

"¡Proletarios de todos los países, uníos!" "El camino de la lucha y el trabajo es el camino

de la liberación. "¡Vivan las victoriosas tropas del Ejército Rojo!" "¡Viva la Internacional Roja!" Purpurea el terciopelo, cosquillea suave en los

ojos el oro de las gigantescas letras, la sólida asta de la bandera está firmemente afianzada en el suelo, descuidado, lleno de escupitajos, sucio de las pisadas. Espesas nubes de humo de tabaco flotan sobre las cabezas. Rostros grises, amarillos, pálidos, mates... Voces secas, crepitantes como astillas en llamas, o sordas, broncas, enronquecidas, pues hoy es el último día del Congreso y todos han hablado hasta quedar exhaustos. Todo es igual que allí, en la lejana Rusia, en los patios de las fábricas, en los mugrientos comedores, de paredes ahumadas donde nosotros, el año diez y siete, hacíamos banderas rojas del terciopelo y la seda sacados de los salones de los señores y escribíamos en ellas:

"¡Abajo los diez ministros capitalistas!" Pero si se mira a las cabezas, en vez de gorras

obreras, se verán sombreros de negras alas, pesados gorros, gorras campesinas de plato, toda una piel de carnero o la larga sábana blanca, enrollada con gran destreza y arte, con que cubre sus testas la población indígena. Y en lugar de chaquetas y guerreras, zamarras de mucho abrigo, bien abrochadas, zipunes

30, enguatadas batas kirguizas de colores... Por las filas se extiende el rumor de las conversaciones, y es sorprendente: no se oye ni una sola palabra conocida. ¿De qué hablan? ¿Expresan alegría y satisfacción o enfado y rabia? ¿Se regocijan o maldicen y auguran desgracias?

No lo sabemos, no lo sabemos: no se comprende nada.

Pero llega la hora vespertina en que el sol acaba su curvo camino, y entonces, todos estos delegados, miembros de un Congreso soviético que se han reunido para decidir y elegir el camino hacia el reino del socialismo, se prosternan y empiezan a rezar solemnemente, como hipnotizados, a su desconocido Dios; levantan las manos, se las pasan por el rostro y musitan los inarticulados sonidos de sus preces. Luego, vuelven a oír el respectivo informe, que es traducido a la lengua aborigen, o viceversa. Después, vendrán las discusiones. Y ellos mismos participarán en ellas. Tratarán de demostrar y convencer alzando las manos, golpeándose el pecho, solemnes, fogosos, enojados...

No entiende uno... Y da vergüenza, lástima y pena no poder comprender este jugoso lenguaje, tan necesario e importante, pues él encierra lo auténtico, en él está la vida, el hoy. Hay que saberlo; de lo contrario, no tendrá objeto trabajar. Y uno no lo sabe.

Ni lo sabrá. Porgue es absurdo verter, contar las ardientes palabras ajenas. El intérprete, siempre, se limita a informar acerca de lo que tiene que traducir. Y de esta información no queda casi nada. Todo se pierde. La palabra viva, precisa, consistente, se esfuma. Estas primeras e inesperadas lecciones nos desaniman. Acaban los discursos. Los delegados van

30 Zipún: especie de anguarina de grueso y burdo paño, usado por los campesinos rusos. (N. del T.)

Page 35: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

33

al salón, salen a los pasillos se agolpan ante las puertas, y de nuevo comentan con ardor discuten. Algo importante les apasiona. Gritan. Agitan los puños, amenazan... ¿A quién? ¿A nosotros o a nuestro enemigo? ¡Ay, ni siquiera sabemos esto! Y las palabras, las voces son tan vigorosas, tienen tan impresionante lozanía, atraen tanto con su auténtica sinceridad... Sólo sabemos una cosa: que aquí, en el Semirechie, la fuerza principal son los naturales del país. Y no tanto los tártaros, sarts, dunganes, chinos y taranchís, como los kirguizes. En los kishlaks kirguizes se halla la principal fuerza soviética. Allí, en ellos, está el futuro Semirechie soviético. Sabemos además que en los kishlaks kirguizes hay pocos campesinos pobres en el Poder. La mayoría son manaps, bares, ricachones, señores kirguizes pertenecientes a la nobleza. Tan sólo en algunos lugares, raramente y casi por casualidad, se encuentra en las sesiones del Soviet del kishlak el hombre que trabaja, el campesino pobre kirguiz...

Aquí están los delegados kirguizes, con sus policromos turbantes y sus batas de colores, bien comidos, de abundantes carnes, rostros enigmáticos, reservados, raros gestos incomprensibles e idioma extraño, desconocido... Son de los kishlaks kirguizes soviéticos. Pero, ¿cómo piensan? ¿Qué quieren? ¿Con qué están de acuerdo, hasta qué límite, y fuera de qué raya se sublevarán como enemigos declarados?

Torturantemente difíciles son para nosotros estas preguntas fundamentales, las más importantes. A ellas no hay respuesta.

La aldea de los kulaks y la acomodada stanitsa cosaca tampoco han enviado a nuestro mártir, agrupado en el comité de campesinos pobres, al bracero sin caballo y sin tierra o al mediero indefenso y malcomido del que el terrateniente ha sacado todo el jugo. No, no hay aquí de ésos. Aquí se encuentran los cosacos aborígenes. Y con la circunstancia de que, según parece, las stanitsas han caído en desgracia, pues su vencedora, la aldea de los kulaks, no las quiere ni tiene compasión alguna con ellas. Por lo que el cosaco está enfadado con la aldea. Y partiendo de la aldea, con el Poder soviético, porque ésta ha creado aquí el Ejército Rojo y machacado a los atamanes cosacos: Scherbakov, Dútov, Annenkov... Sólo unos cuantos habitantes de las stanitsas, después de haber pasado por todo, saben a dónde tienen que ir, por qué han de luchar, dónde está la verdad y dónde la victoria segura. Pero son pocos. Y la stanitsa autóctona soporta, pero no ama al Poder soviético. ¡Oh, cómo lo detesta! Esto también lo sabemos.

Aquí están los delegados de los kishlaks, de las stanitsas, de las aldeas.

Y cada uno de ellos es, a su manera, amigo y enemigo de lo soviético, de lo bolchevique, de lo nuevo...

Nosotros estamos alerta. Percibimos la doble condición. No sabemos aún qué vamos a hacer ni cómo hemos de proceder en esta nueva situación, original, difícil.

Banderas de un rojo escarlata; rutilantes consignas como dorados destellos de sol; al igual que en nuestros centros obreros, la gente se pone en pie y canta La Internacional... Y también se adoptan resoluciones: luchar... trabajar... construir...

Todo, todo como allá... Mas, al propio tiempo, en los primeros aires que aquí respiramos percibimos ya lo muy distintos que son este ambiente, esta situación, estas consignas y estas resoluciones adoptadas... Hay que andarse con tiento...

Ultimo día del Congreso. Ahora me encargarán que haga el informe... Bueno, se hará.

... ¿De qué otra cosa se podía hablar entonces que no fuera el nuevo curso, las nuevas tareas de nuestra edificación económica?... El Comité Central, mucho antes del Congreso del Partido31, es decir, del 27 de marzo, había publicado esas tesis. Y en la Rusia central, todas las células, hasta las más pequeñas, las habían discutido, acalorándose de verdad, mostrando indignación unas veces y otras ruidosa alegría, pero en todas partes, con una comprensión aguda, profunda y firme de las grandiosas tareas que allí se señalaban para un futuro próximo y días más lejanos. La ATRT32 también había difundido dichas tesis por el Turkestán en delgadas hojas grises volantes, agregando:

"Nuestras tareas económicas deberán ser estudiadas con especial atención por los comunistas del Turkestán, donde la lucha en el frente de la economía no ha hecho más que empezar..."

Observa uno a estos delegados y piensa: Punto quinto... "Del centralismo de los trusts al

centralismo socialista"... Gran, importante punto de las tesis. ¿Pero qué

sentido práctico tiene hoy para estos hombres del Semirechie que carecen de fábricas y talleres y sólo cuentan con campos de labranza, rebaños, yeguadas en la estepa y pastizales en las altas montañas?... Veamos otro, el séptimo:

"Elaboración de las formas del centralismo socialista"... El octavo, el décimo, el quince, que dice:

"De la reparación de locomotoras y la construcción de otras nuevas".

No, no; de esto sólo dos palabras, de pasada, en términos muy generales, pues el informe quizá haya que hacerlo incluso no acerca de lo principal... Con tal de que sea más inmediato, más necesario aquí y

ahora.

31 Se refiere al IX Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, que comenzó el 29 marzo y terminó el 5 de abril de 1920. (N. del T.) 32 ATRT: sección de la Agencia Telegráfica Rusa en el Turkestán. (N. del T.)

Page 36: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

34

Hablar aquí de "la movilización del proletariado industrial", no es que vaya a ser pernicioso, pero sería sencillamente inútil, porque las palabras se quedarían en palabras, sin sacar de ellas provecho alguno.

Las tesis son una cosa, y explicarlas aquí es ya harina de otro costal.

... Y preparé un informe cercano al Semirechie. "Vamos a detenernos a señalar con satisfacción

los indiscutibles síntomas de aumento del afán de trabajo que se observan entre las capas avanzadas de los trabajadores"..., así empezaban las tesis. Sí, en aquello era provechoso detenerse. Sobre el particular, se podían decir unas palabras certeras, necesarias respecto a la superioridad del trabajo organizado y colectivo sobre el disperso, individual y casual.

Luego, se trataba de la emulación en el trabajo. Dicha cuestión era por aquel entonces nueva, recién surgida. Apasionaba profundamente, ya que abría un nuevo camino, una nueva forma, un nuevo medio de ayuda.

Cuando se hablaba de las organizaciones regionales de la economía y de que "los burós regionales deben tener amplias atribuciones para dirigir de un modo directo la vida económica local"…, animados murmullos corrieron por las filas; cada uno interpretaba a su manera, a su gusto, esas "amplias atribuciones", porque la gente que vive en la periferia muestra siempre singular afición a hablar, pensar y discutir acerca de sus poderes, y huelga decir que esta tendencia también se había manifestado con fuerza en el apartado Semirechie. Más adelante, hablamos asimismo de la participación de las masas en la dirección de la industria, de los especialistas y la reparación de locomotoras, pero poco, pues tres cuartas partes de los delegados -como mínimo- no habían oído en su vida el bramido de la sirena de la fábrica y las pitadas de una locomotora, ni visto nunca un tren... En cambio, se echó toda la carne en el asador, y se pusieron en juego todos los conocimientos, experiencia y recursos cuando resonaron las palabras, fatídicas para el Semirechie, de la tesis undécima:

"Reunir, mediante la máxima tensión de fuerzas, un fondo de varios centenares de millones de puds de productos alimenticios".

Sabíamos ya que allí, en aquellos lugares, ninguna clase de órdenes sobre la contingentación de productos agrícolas surtía efecto, que todas las recogidas daban un resultado insignificante, pues el Semirechie rico en grano y bien comido, pensaba poco en las hambrientas ciudades y en las famélicas aldeas de la República.

El harto no comprende en verdad al hambriento. Rumoreaban quejumbrosos los delegados en los bancos: las donaciones de pan no eran de su agrado.

Más adelante, estaba la cuestión de los ejércitos de trabajo, La cuestión era de palpitante actualidad,

porque el ejército de Semirechie pasaba a ser de trabajo. Escuchaban al parecer atentamente, pero no denotaban sus rostros asentimiento, aprobación. Lo tendríamos en cuenta. Pasando por "la deserción del trabajo" y los "sábados rojos" (acogidos con sonrisitas y risillas burlonas) llegamos al final: ¡al Primero de Mayo!

Había que "convertir el Primero de Mayo, fiesta internacional del proletariado, que cae este año en sábado, en un grandioso sábado rojo, de toda Rusia..."

Nos escucharon. Estuvieron de acuerdo. Dieron su conformidad. Luego, cantaron La Internacional. Mas todo aquello era un poco diferente... Nosotros, que habíamos crecido en otras tierras, estábamos acostumbrados a que se hablase, escuchara y comprendiese de otra manera... Y nos sentíamos allí como escolares...

En los cuartos de la hostería de Beloúsovski nos

sentimos, desde la primera noche, como viejos huéspedes; los años de la guerra civil, el lanzamiento de un frente a otro, el rápido y, a menudo, inesperado cambio de lugares, gentes y situaciones, todo ello nos ha enseñado a considerarnos granitos de arena de enormes, gigantescas rocas erráticas que se elevan y desplazan, lanzándose de un lado para otro, por los espacios del desierto... Y en todas partes, a ti, granito de arena, te corresponde unirte, hombro con hombro, a millares de otros como tú; por doquier, las rocas erráticas son igualmente grandes, en todas partes las alza el mismo afán, infundiendo pasmo y espanto, y por doquier, granito de arena, ardes al rojo vivo como el sol... ¿Y de qué ha de darte lástima? ¿A qué puedes tomarle afecto? ¿Qué hay de entrañable para ti, en estos lugares, a cien, quinientas, mil, diez mil verstas de distancia? No hay más que una cosa entrañable, preciada. No desprenderse unos de otros, permanecer juntos. Si hay que lanzarse a la altura, nos lanzaremos; si es preciso volar, volaremos; si nos toca caer, caeremos, ¡pero a un tiempo, juntos, bajo un mismo golpe!

Y nosotros, los granitos de arena, estamos acostumbrados a familiarizarnos con cualquier situación con la misma facilidad y rapidez con que podemos abandonarla y olvidarla por otra en la que avancen raudas, en oleadas, las candentes rocas erráticas... Los cuartos de la hostería de Beloúsovski. Exactamente iguales eran los que teníamos en el Don, en los Urales, en Georgia, en el Kubán, en Siberia y Ucrania. ¿Dónde no los había? Cada cual en su sitio, y por muchas veces.

Por eso no habrá para nosotros ninguna diferencia, nada nuevo, singular, distinto. Viviremos aquí como allá, en nuestra tierra.

Una mujer delgadita, sosegada, enferma, de unos cuarenta años, de pálido, consumido rostro de avecica, va y viene por el pasillo; es Tania, la

Page 37: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

35

doncella de estos cuartos. Inmediatamente nos hicimos todos amigos de ella, le regalamos kishmish de Tashkent, y nuestras muchachas le dieron varias cosas: quien una falda que le sobraba, quien una chaquetilla que tenía de más. Ella nos preparó el samovar y desde la primera tarde es nuestra amiga.

En la hostería de Beloúsovski la animación es extraordinaria. Por el largo y sucio pasillo, donde, en lugar de alfombra, se mueven bajo los pies unos pingajos húmedos, circulan personas conocidas y desconocidas. A veces, se columbra por un instante una bata de colores, una policroma tiubeteika

33, y se oye el susurro de los pasos lentos, silenciosos, orientales, de algún visitante o camarada kirguiz en dirección a un lejano cuarto.

Otras veces aparece Lídochka, rápida, muy rápida; con su andar leve, alado, saltarín, casi sin tocar el suelo, parece más bien volar...

Rubánchik siempre está agitado y tiene prisa: sus palabras, pasos, gestos y ademanes son precipitados. Sale de su cuarto como una centella y se echa a la calle sin gorra ni cinturón, dando alcance a los que van delante y casi derribando a los que vienen en dirección contraria. Ahora corre solamente para llegar cuanto antes al cuarto de Nikítchenko, el cual, con su impasibilidad épica, olímpica calma, mirada clara, inteligente, apacible, y pausado hablar, le aplaca los ardores como una buena ducha. Los ojos de Rubánchik están dispuestos a saltar de sus órbitas y a clavarse con ímpetu en la frente del interlocutor, giran, lanzan chispas, centellean de intranquilidad, mientras que los de Nikítchenko, brillan redondos y serenos tras los cristales, sin oscilar, como lucecillas de una lejana aldehuela. Rubánchik es todo agitación, parece un gallo aleteante: sus manos y sus pies nunca están quietos; en cambio, Nikítchenko puede permanecer casi inmóvil en el mismo sitio durante horas enteras, ya sumido en sus pensamientos y reflexiones, ya hablando reposado, sin alzar la voz, o haciendo magníficamente, con igual tranquilidad y gran acierto, cualquier otra cosa... Le observa uno, y se imagina que si este hombre cayese prisionero de algún batallón de oficiales blancos y los hijos de perra empezasen a descuartizarlo, a desollarlo vivo, él les miraría con dulzura y les diría:

- Tengan cuidado... No tan fuerte... La piel también se puede arrancar sin necesidad de pegar...

Y a pesar de todo Rubánchik y Nikítchenko son buenos amigos. Cada uno de ellos quiere al otro porque no se parece a él mismo. Y, además, porque se han puesto a prueba mutuamente en la piedra de toque del trabajo, y ambos han demostrado ser excelentes muchachos, laboriosos y honrados a carta cabal. Llega raudo Rubánchik a ver a Nikítchenko, en ese instante se presenta Lídochka, y se entabla una charla.

Paternal el paso, acude Altshúller;

33 Especie de casquete, usado en Asia Central. (N. del T.)

condescendiente el tono, con voz de bajo, saluda a los presentes, toma asiento, sonríe dos veces, se da tres palmadas en las rodillas y comienza a demostrar y convencer con razonador sonsonete. Macilento, flaco, enjuto, su aspecto es el de un hombre débil, agotado, pero tiene siete vidas como los gatos y aguanta todas las marchas sin dolencia alguna. Estruendoso como un trueno, protestando no se sabe de qué ni contra quién, Murátov irrumpe en el cuarto; sin detenerse, se quita con brusquedad los empañados lentes y empieza a limpiarlos rabioso con un trapo que, perdida hace tiempo su prístina blancura, sólo por ironía lleva aún el nombre de pañuelo. La especialidad de Murátov es hacer turbulenta la conversación, espolear a sus interlocutores, inquietarlos, dejarles atónitos con las preguntas y dudas que, como innumerables mosquitos zumbadores, bullen en su cabeza sin permitir a nadie descansar.

Llama sin falta dos veces a la puerta y, flemático, con la pipa entre los dientes y una irónica sonrisa en los carnosos y abultados labios, entra el melancólico filósofo Poleies, agitando la alborotada melena rizosa y negra. Tiene la facultad de "abstraer" cada hecho y cada cuestión particular, para elevarlos invariablemente a "lo general... al todo... a lo fundamental"... Con él charlábamos y discutíamos de la mejor gana, pero siempre ocurría la misma cosa: de la altura de sus razonamientos generales le arrojábamos sin piedad a los hechos vivos, concretos, más menudos y comprensibles, de la realidad cotidiana.

Discutía poco, callaba mucho y se despabilaba entre nosotros, a ojos vistas, el joven Garfúnkel, de afeminado aspecto. Un año más tarde lo atraparon los basmaches

34 y, después de torturarlo largamente, lo mataron a tiros y arrojaron su cadáver a las olas del río.

Verménichev era nuevo entre nosotros -ya que habíase incorporado al grupo solamente en Tashkent, y no había pasado las fatigas del trabajo en Samara ni soportado las penalidades del largo viaje de un mes por las estepas de Kirguizia y a través del Aral-, era un novato, y hasta más tarde no se compenetró por entero con todo el equipo. Con nosotros había estado siempre Naya, que posteriormente dirigió las actividades teatrales en la división. Tampoco podemos olvidar a Aliosha Kólosov, casi el más joven de todos. Le queríamos por su buen corazón, natural sinceridad, fogoso carácter, y despejada cabeza; estaba dispuesto a ponerse a escribir, al día siguiente de la llegada, una especie de "Economía Política Popular". ¿La escribiste, Aliosha? Luego, organizó unos excelentes cursillos del Partido y los dirigió hasta los días más duros, hasta la sublevación, e incluso después de ella no salió en seguida del

34 Bandas armadas que actuaban al servicio de la contrarrevolución en el Asia Central. (N. del T.)

Page 38: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

36

Semirechie. Por algo fue a parar este grupo a Vierni. Unos

llegaron conmigo; otros, dos o tres semanas más tarde, luego de resolver en el camino los importantes asuntos que les habían sido encomendados. El rasgo distintivo de nuestro grupo era una profunda camaradería. En realidad, no había jefes ni subordinados, ni siquiera se percibía su existencia. Sobre todo allí, en el Semirechie, donde todos nos sentíamos singularmente hermanados, fundidos unos con otros de un modo especial. Y todas las cuestiones se resolvían no ya de manera "colegial", sino, sencillamente, en común, pues habían sido aclaradas en nuestras conversaciones particulares, de camaradas, que sosteníamos por las noches, y cuando llegaba el momento de escribir una orden, redactar unas instrucciones o resolver algunas dificultades, se tenía ya una opinión meditada de modo conjunto, colectivamente, y sólo quedaba darle forma, exponerla o escribirla. Por mi situación de delegado del Comité Militar Revolucionario, yo tenía que dirigir aquel grupo de trabajo, así como la entidad en que muchos de nosotros habíamos empezado a trabajar: la "Jefatura de la Delegación".

Por mi cargo, tenía que firmar yo mismo todas las órdenes y disposiciones, celebrar las conferencias telefónicas, enviar los telegramas e informes y llevar a cabo las negociaciones oportunas... Mas hay que hacer constar desde ahora que aquello era solamente en apariencia: en su aspecto exterior se trataba de acciones realizadas por un individuo solamente, pero en realidad eran los resultados de nuestras charlas y conversaciones oficiales o particulares. Así ocurrió incluso en los días de la sublevación que estalló unos meses después, y los respectivos documentos que daré a conocer y a cuyo pie figura mi nombre, hay que interpretarlos de un modo condicional y no directo, aunque esté allí únicamente un nombre, pues no iba a firmarlos todo un batallón. Mas cuando haya que examinar los propios hechos, las acciones, no se pierda de vista que las decisiones fueron conjuntas, ya que a una sola persona le habría sido materialmente imposible hacer frente a la multitud de dificultades con que tropezamos entonces y acudir a tiempo a fin de vencerlas...

Pero aún es pronto, muy pronto para adelantarse, volvamos a nuestro relato por partes...

... Examinamos juntos lo que hay que hacer en la nueva situación, entre nuevas gentes y ante tareas completamente nuevas... ¿Qué tareas son éstas?

¿Delegados con "ple-nos po-de-res"?... Bien, ¿pero en qué tenemos aquí plenos poderes?

En la credencial, en términos generales, se habla de la "dirección política", de la ayuda a la organización militar de la 3a División, aquí destinada, y del Comisariado Regional de Guerra, de la dirección inmediata de su labor diaria... En una credencial, claro está, no se pueden decir las cosas con más

detalle. Uno mismo, sobre el terreno, debe solucionar las cuestiones difíciles. Y no hacemos más que pensar y pensar...

Cambiamos impresiones, conferenciamos no una noche ni dos, esclarecemos y enriquecemos nuestras respectivas molleras con nuevos datos, informaciones e ideas que se nos acaban de ocurrir. Se va perfilando ya el plan general de una gran labor, se destacan cada vez más sus vivos relieves, se va percibiendo ya eso importante y fundamental para lo que hemos venido aquí y a lo que debemos entregar por entero nuestras facultades, experiencia y conocimientos adquiridos...

Se ha vuelto bulliciosa, con sano rumoreo, la hostería de Beloúsovski. Ha empezado a funcionar aquí una máquina nueva que no existía antes de que llegara de Tashkent todo el grupo. Y esta nueva máquina, con sus dientes, engranajes y ruedecillas, ha tocado en seguida y se ha enganchado a todas las partes vivas y fuertes de la vieja máquina que desde hace mucho tiempo venía funcionando aquí; la máquina nueva ha unido su marcha a la de la vieja y tomado sobre sí una parte invisible, pero considerable de la carga total, ha compartido con ella los tiempos duros y, día a día, cada vez más acoplada y acorde, con creciente facilidad y éxito, viene realizando la labor conjunta.

Inmediatamente, desde el primer día, había que dar los pasos necesarios, tomar las medidas oportunas. Informarse e informar a los demás. Tantear el terreno. Darse a conocer. Oír a éste, adivinar lo que piensa ese otro y presentir los deseos de aquél, para que, cuando haya que hablar o dar un consejo, no tenga uno que abrir mucho los ojos, con extraviada mirada, y asegurar en vano que lo sabe todo, que comprende todo perfectamente y que entiende de todo sin titubeo alguno...

Era preciso en primer término asistir a las reuniones, conferencias y sesiones donde se pudiera ver la auténtica faz de la región, sin afeites, al desnudo, con todas sus llagas y perspectivas, por penosas y duras que fueran éstas últimas.

El segundo paso era obtener lo antes posible diversos documentos, informes y balances en que las cifras y los hechos hablasen por sí solos, para que, al resplandor de su fuego cruzado, se iluminasen con nitidez todas las cuestiones fundamentales y las necesidades principales.

El tercer paso será el conocimiento práctico del trabajo de la División y del Comisariado de Guerra; habrá que tantearlos de arriba abajo, llegando también a las secciones políticas y los cuarteles, así como a los militares profesionales del Semirechie, para ver qué clase de gente es.

En cuanto los de arriba sean examinados bien, habrá que apresurarse a ir a los distintos lugares y observar con nuestros propios ojos qué es lo que ocurre en las brigadas y los regimientos, en todas las guarniciones, tanto las pequeñas como las grandes.

Page 39: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

37

Enterarse de si el pulso es el mismo, comprobar si desde las alturas se dedican al trabajo preciso, averiguar cuál es la necesidad más apremiante del lugar, dónde están los límites de lo posible, dónde hay simples dificultades y dónde canalladas, pereza y negligencia. Además, habrá que entablar conocimiento con quienes han de ser auxiliares en un trabajo difícil y poco corriente. Así la cosa marchará mejor. Siempre es más fácil trabajar cuando se conoce al hombre personalmente que cuando ha llegado a tus oídos sólo su nombre.

Y hasta que no se haya visto muy de cerca toda la labor de los de arriba y de las células de la base, no se podrá trazar un plan general, serio y práctico, de trabajo. Entonces habrá menos errores que si se hace ahora, a la ligera, al buen tuntún.

El plan tendremos que comunicarlo al centro. Y si allí lo aprueban y están de acuerdo, habrá que conseguir toda clase de datos y ayudas para cumplirlo.

Los informes constantes, sistemáticos, facilitarán aún más el cumplimiento del plan.

Claro que toda esta labor se llevará a cabo y todos estos planes se elaborarán a base del conocimiento más directo del trabajo de los organismos del Partido y de los Soviets; el establecimiento de un rápido y eficaz contacto con ellos es una de las condiciones primeras y más necesarias, sin la que no se adelantará ni un paso.

Como una gran cuestión independiente está planteada la tarea del paso del ejército del Semirechie a la situación de ejército de trabajo. Esta tarea no es, naturalmente, sólo militar. Pero tampoco es solamente política. Se trata de una gran tarea para cuyo cumplimiento se ha unido toda la región.

Luego, le toca el turno a otra cuestión nueva e importante: tantear el terreno para la convocatoria de congresos, asambleas y conferencias regionales de comisarios de guerra y, tal vez, de trabajadores del frente cultural y de los consejos de control económico... Y después, quizá haya que plantear donde corresponda la cuestión de celebrar congresos de los cosacos, de la juventud, de las mujeres, de los maestros... El plan se agranda sin cesar. Abarca esferas que parecían ser completamente ajenas y lejanas al conjunto de cuestiones que estamos llamados a resolver de un modo directo. Pero unos hilos invisibles nos enlazan con la necesidad del congreso de los cosacos, y del de los maestros, y de otros de todo género. También en este caso percibimos la afinidad, la estrecha ligazón con nuestras tareas propias, que parecían ser tan especiales.

Ante nosotros se alza en toda su magnitud el problema de la instrucción política de la región. Claro que en el aspecto formal esto no es, en absoluto, cosa nuestra, pues corresponde a otro organismo. Pero nosotros plantearemos la cuestión

de organizar una serie de cursillos; luego, la de un periódico, la de la colaboración, y así sucesivamente... ¿En qué no habremos pensado, de qué no tendremos que ocuparnos? Unas cosas se resuelven en el Comité Regional del Partido, otras en el Comité Revolucionario, otras en nuestra Jefatura, y con todos estos organismos estamos ya estrechamente fundidos.

Dentro de un par de meses, se celebrarán los congresos del Partido y de los Soviets del Turkestán; nosotros tenemos que participar activamente en su preparación, así como en la convocatoria y celebración de los congresos regionales...

Todas estas cuestiones habrá que resolverlas y poner en práctica sus soluciones a través de colaboradores cercanos y lejanos; por tanto, será preciso tener mucho ojo, ver, comprender, averiguar quiénes son los que te rodean, trasladar a unos, separar a otros, cambiar al que sea necesario, pero hay que organizar un aparato que funcione sin interrupción. La elección de funcionarios es una tarea de primer orden.

... Y tal plan hicimos: participar activamente en cada asunto que tuviera relación cercana o lejana con nuestras tareas fundamentales.

Mas, como ocurre con todo plan -y especialmente en aquellos años- el nuestro hubo de sufrir profundos cambios, tanto en lo referente a la total puesta en práctica de cada uno de sus puntos como en cuanto al orden de ejecución, sustituciones, continuidad de los mismos y un sinfín de otros aspectos. Pero, a pesar de todo, muchas cosas se lograron cumplir, y ello fue la justificación de nuestro trabajo en el Semirechie.

El día de nuestra llegada se día la coincidencia de que, la misma tarde en que se hizo el informe ante el Congreso, se reuniera el Comité Militar Revolucionario de la región. En esta reunión conseguimos ya enterarnos de una pequeña parte de las necesidades y cuestiones actuales del Semirechie...

Al primero que encontré allí fue a Mameliuk, comisario especial de avituallamiento de la división. Estaba al teléfono y, con tono brusco, comunicaba claramente:

- Sí, soy yo, Mameliuk... ¡Diga! Y luego de escuchar algo, sin duda unas

disculpas, gritó con autoridad y coraje: - ¡No hay Cristo que le entienda! ¿Qué tiene usted

en la cabeza? ¿Paja?... Ya le he dicho... Y repitió no sé qué orden, dada a algún ayudante,

seguramente la víspera. Me gustó su manera de hablar, enérgica, clara,

pronunciando con nitidez cada palabra. Se veía que era un hombre inteligente y un funcionario práctico. Y el primer pensamiento que pasó por mi mente fue: "Conoce el paño. No se chupa el dedo, no".

Al lado, en una silla, estaba sentado, jadeando sin cesar, un individuo de abundantes carnes fofas,

Page 40: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

38

apellidado Pátsinko, si mal no recuerdo, que era ayudante de Yusúpov, el presidente del Comité Revolucionario.

Pátsinko -de rostro gris, tedioso, lentos ademanes, voz sorda y parquedad de pensamientos vivos, propios- era todo lo contrario del enérgico Mameliuk, esbelto y ágil como un jinete caucasiano, cada uno de cuyos músculos se movía activo denotando una vida en máxima tensión, no estancada, plena. Los ojillos entornados y húmedos de Mameliuk no eran bellos, pero en ellos ardían una agitación inextinguible, pensamientos e inquietudes constantes, mientras que en los grandes ojos de carnero de Pátsinko, siempre muy abiertos, no había más que el vacío de la estupidez, una santa mansedumbre bobalicona y un sombrío tedio.

Con sigilosos pasos, como si se deslizaran furtivos junto a la pared, se acercaron a Yusúpov dos camaradas, de facciones evidentemente indígenas. Eran, si la memoria no me es infiel, Saddíkov y Dzharbólov. Luego de acodarse sobre la mesa, empezaron a comunicar precipitadamente algo. Sus rostros mostraban ya recelo, ya un descontento exacerbado, morboso, a partir del instante en que Yusúpov se puso a negar y a demostrar otro algo, que debía ser lo contrario... Chocaba la gran torpeza e inseguridad de sus ademanes; poco después, advertí también esa inseguridad en sus palabras: hablaban tratando de convencer, pero parecía que ellos mismos no estaban aún convencidos de lo que decían. Su expresión seria, preocupada, revelaba alarma. El motivo de ella -según se supo mas tarde- eran las malas e intranquilizadoras noticias recibidas del asolado distrito de Liepsy, donde existía al parecer una situación extraordinariamente grave, abocada a grandes complicaciones. Cuantos se hallaban en la estancia se agitaron. Por la entornada puerta asomó una cara bondadosa, sencilla, dilatándose al momento en ancha sonrisa que la hacía aún más agradable, y unos labios pletóricos, rojos, se adelantaron fruncidos en círculo grana. Unos ojos azules se agrandaron iluminados de cálido afecto al saludar amistosos, y un hombre rechoncho, con cazadora, pantalones y gorra de cuero, penetró en la estancia.

Era Kushin, el jefe de la sección especial. Luego de quitarse la gorra y de inclinarse

bromista en reverencia profunda, para todos, dejando al descubierto los abundantes cabellos dorados, rizosos y sedeños, empezó a hablar con alguien, e inmediatamente pareció desdoblarse, causando una impresión distinta: Kushin pronunciaba la r a la francesa. Diríase que la lengua se le enredaba de continuo entre los dientes, trepezando su punta una vez y otra, ya con los incisivos, ya con las encías; él trataba en vano de liberarla, pero ella no se sometía, y las palabras salían lisas, rechupeteadas, intermitentes. Se veía que allí le tenían a Kushin profundo afecto y gran simpatía. Y había motivos

para ello, pues era en efecto camarada excelente como pocos en el trabajo y en las relaciones particulares.

Luego, un poco más tarde, entró otro: enjuto, nervudo, con unos ojos negros como carbones, relucientes entre las negras pestañas y bajo unas cejas de azabache. Sus cabellos eran también negros, y seguramente todo su cuerpo debía ser del color del alquitrán... Se limitó a saludar con una inclinación de cabeza. Era parco en palabras. Sus ojos, pensativos y tristes, revelaban lentitud, una tranquilidad rayana en tozudez, la costumbre de observarse a sí mismo, de comprobar sus fuerzas, con sentido crítico, y de medir sus pasos para no salirse del buen camino. No contestaba en seguida; a veces, estaba un minuto entero pensando la respuesta. Se llamaba Kravchuk y era el jefe de la sección política de la división.

Tras él, presuroso, a la hora en punto fijada, apareció en el umbral, consultando el reloj, un hombre alto y magro, con cazadora marrón de cuero desabrochada, que dejaba entrever una camisa corta, no sujeta por cinturón alguno ni remetida en los pantalones. Entró, rápido el paso, y tomó asiento al lado de Kushin. Tenía unos ojos de hurón, en cuyo fondo había un fulgor acerado con amarillos reflejos, sin que se pudiera determinar al pronto si denotaban bondad o dureza. Era Kondurushkin, el presidente del tribunal revolucionario. Allí, por la región, se le llamaba simplemente el "Compadrito", apodo que él mismo conocía y con el que bromeaba de buena gana cuando la ocasión se presentaba. Por lo visto, se habían reunido ya todos. No había que esperar a nadie más. Yusúpov abrió la sesión. Había dos cuestiones: la del nuevo reparto de la tierra y la de los distritos arruinados.

Difícil es ahora, después de los años, poner en labios de cada uno de los participantes las mismas palabras que ellos pronunciaran; cuesta trabajo incluso recordar los pensamientos, sólo han quedado en la memoria las dos partes en que se escindió la sesión; sobre todo, en lo referente a la cuestión debatida en primer término: el nuevo reparto de la tierra. El decreto del centro directivo permitía proceder ya, sin demora, al asentamiento de los kirguizes que volvían de China. Ello significaba que entonces, en abril, época de comienzo de la labranza, había que desalojar a los kulaks de las tierras ocupadas y entregárselas a quienes regresaban de un éxodo involuntario, a aquellos mártires que carecían no ya de aperos y juntas, sino hasta de ropa y pan...

Las dos partes del Comité Revolucionario veían el asunto cada una a su manera, y cada una tenía a su modo razón y fundamento para disputar con calor llegando hasta los gritos, las amenazas, los insultos y el frenesí...

Eran en verdad desdichados aquellos cuarenta o cincuenta mil kirguizes fugitivos que, durante cuatro años, estuvieron soportando calamidades en las

Page 41: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

39

hambrientas llanuras de China, después de haber sido desgajados de la Patria, expoliados, arruinados y oprimidos por los gendarmes del zar y sus auxiliares los kulaks... Habían perdido toda esperanza de volver a ver algún día sus montañas y pastizales, los cenizales de sus kishlaks incendiados y sometidos al saqueo. Enterrada ya la fe en tiempos mejores, estaban resignados a la miseria que les azotaba en China. Sin hogar ni techo bajo el que guarecerse, sin carneros ni yeguas, iban los proscritos de un lado para otro en sus carros cargados de chiquillos.

Morían de hambre, perecían a causa de las enfermedades, y cada vez iban quedando menos mártires de aquéllos...

De esperar unos diez años más, seguramente no habría ya nadie a quién volver de China, y en lugar de una multitud de cincuenta mil nómadas, sólo encontraríamos cementerios en los desiertos y mondos huesos humanos, roídos por los lobos, en todos los senderos de las estepas chinas.

E imaginaos: de pronto, a aquellos campamentos de gente extenuada, agonizante, sin esperanza alguna, llegaba rauda una nueva asombrosa, casi increíble:

- ¡Kirguizes, pobres mártires, víctimas de la arbitrariedad de los zares, volved al Semirechie donde nacisteis, a vuestros kishlaks, a los abandonados, queridos y llorados mil veces puertos y estribaciones de los montes de Tian-Chan! El Semirechie es libre. Allí, vuestros hermanos os esperan. Allí, todo está organizado de un modo nuevo. Y no se permitirá ahora a los opresores que os hagan objeto de sus arbitrariedades y crueles represiones. Regresad a vuestros viejos nidos para llevar una vida nueva y libre. Criad otra vez, agrupados en arteles, caballadas de fogosos potros y rebaños de carneros, aprended a cultivar la tierra para acabar con la última forma de dependencia del kulak, labrando vosotros mismos, a fin de alimentaros y no tener que trabajar de braceros, de siervos de la gleba... Volved, allí os esperan y tienen preparada la ayuda necesaria… ¡Regresad pronto, pronto!...

Y en cuanto aquella fausta e inesperada noticia,

casi fantástica, alcanzó los campamentos de nómadas kirguizes, éstos se lanzaron en oleadas, desde los hambrientos desiertos, hacia Occidente, hacia la tierra natal... En largas hileras, arrastrados por bestias hambrientas y flacas, avanzaban los carros con gentes famélicas, medio muertas. Iban hacia los lugares de donde huyeron horrorizadas, cuatro años antes, soportando los latigazos de las nagaykas cosacas o los terribles golpes, muriendo torturadas por sus enfurecidos verdugos.

Volvían, cuatro años más tarde... ¡Imaginaos lo que habrían padecido en aquel tiempo! ¡Qué no habrían tenido que soportar! Y al pasar por los caminos ensangrentados de antaño seguían mirando,

vigilantes y recelosos, a los lados, no fuera a ser que el artero enemigo estuviera escondido, acechándoles. ¿No se habrían precipitado en dar crédito a unos simples rumores? ¿No les esperarían nuevas desgracias, penalidades y represiones? ¿No sería todo aquello un engaño?...

... Nosotros queremos darles tierra. Para que empiecen a cultivarla. Queremos darles aperos y bestias de labranza, instalarlos en los kishlaks y en los poblados de que se apoderaran los opresores de modo arbitrario... Habrá que luchar, pues los expoliadores no quieren devolver lo robado, lo que se llevaron hace cuatro años. Aunque haya lucha, encuentros, ¡tenemos que ayudar a toda costa a los mártires que regresan! Es nuestro deber. Nuestro deber sagrado. No tenemos derecho a proceder de otra manera. Mediante una lucha tenaz, porfiada, debemos instalar ahora mismo a los que vuelven, y darles tierra... Así hablaba una parte del Comité Revolucionario. Estaban emocionados. Les dolía el destino de los que retornaban, de aquellos restos de una muchedumbre de cincuenta mil personas. Y su pesar era hondo, sincero. La otra mitad del Comité Revolucionario les replicaba:

- ¡Camaradas! Ni que decir tiene que el alojar a los que vienen de China es para nosotros la primera obligación y un deber sagrado. No discutimos que contra los kulaks usurpadores hay que luchar sin contemplaciones y quitarles lo que robaron hace cuatro años. Eso es cierto. Pero no basta con hacer estas afirmaciones. La cuestión está planteada como sigue. Los naturales del país, principalmente los kirguizes, que constituyen el setenta por ciento de la población de la región, ¿labran o no labran la tierra? No. Y nunca la han labrado. Además, no están en condiciones de hacerlo, pues no saben ni tienen aperos; ellos son gente ganadera. Este hecho tenedlo presente ante todo: el indígena no es agricultor, continúa hasta la fecha siendo ganadero. Carece de pan, y va a buscarlo a casa del campesino; con frecuencia, a casa de ese mismo kulak que el año diez y seis se burlara tan cruelmente de él. Asentar al nómada en la tierra es toda una gran tarea, una tarea ante la que quizá palidezcan decenas de otras, porque es difícil, compleja y hasta arriesgada en algunos aspectos si se le adiciona previamente el peligroso elemento de la coerción... Y vosotros queréis resolver de golpe y porrazo una tarea tan complicada como ésa. ¿Acaso es posible? Más fácil es organizar una insurrección, ir al combate, conquistar, vencer... Pero querer reorganizar una vida, y además así, de un manotazo, eso es ya algo increíble, una fantasía de chiquillos condenada al fracaso. Y si esta apreciación es justa con respecto a toda la población indígena, será diez, veinte veces más justa refiriéndonos a las decenas de miles de mártires que ahora vienen de China. Los que quedaron aquí, mal que bien, tienen la existencia asegurada, incluso en el caso de que no

Page 42: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

40

estén en condiciones ahora, inmediatamente, esta misma primavera, de ponerse a trabajar la tierra, pero, ¿qué decir de los repatriados?

... La situación es la siguiente: O renunciamos, de buena o de mala gana, a quitarles la tierra a quienes hoy la usurpan y les permitimos cultivarla y recoger la cosecha, en cuyo caso toda la región tendrá pan, un pan con el que podrán alimentarse tanto los indígenas como los repatriados... O, ateniéndonos a la letra de la orden, consejo o lo que queráis que sea, desalojamos inmediatamente a los kulaks de las tierras que ocupan sin permitirles que las cultiven y se las entregamos a los repatriados, los cuales, naturalmente, tampoco podrán cultivarlas, en cuyo caso... En cuyo caso no tendremos pan en otoño. Es decir, no recogeremos bastante. El kulak, por supuesto, se las arreglará para llenar la panza, para hacer su acopio de antemano. Pero, en cambio, ese mismo kirguiz repatriado será el que pase hambre a partir del otoño. ¿Qué es mejor para él? ¿Qué le conviene más? ¿Asentarse ahora mismo en la tierra desnuda, considerarla suya y tener derecho a cultivarla, pero sin saber hacerlo, por lo que se quedará sin pan para el otoño? ¿O renunciar por esta primavera -cuando la labranza ha comenzado- al nuevo reparto, y esperar hasta el otoño, dejándoles de momento la tierra a los usurpadores de ella para que la trabajen, con lo que toda la región tendrá a partir del otoño una vida más holgada?... No cabe duda de que hay que seguir el segundo camino. Porque el primero nos llevaría a la ruina. En esta cuestión hay que mirar, sin miedo, a la realidad a la cara. Y decidir en consecuencia. Sin temor a que nos llamen luego colonizadores ni a que supongan que trabajamos en beneficio de los kulaks y en contra de los campesinos pobres indígenas... Que digan lo que quieran. La verdad se sabrá más tarde. Y todo se comprenderá. Desdeñad el efecto momentáneo, y examinad de raíz el asunto. Desde el punto de vista político habría, claro está, que entregar inmediatamente la tierra a los repatriados, pues ello sería una buena agitación y predispondría a nuestro favor a mucha gente... Pero no nos dejemos deslumbrar por el efecto. Otras razones, más serias, nos guían por distinto camino. Alojar a los repatriados, ayudarles económicamente, e incluso, en algunos lugares, en la misma labranza, con aperos, yuntas, simiente y nuestra propia experiencia, es una urgente obligación nuestra. Pero no demos al asunto, hasta el otoño, una solución decisiva, definitiva, para todos sin excepción. Es posible que en enero, tanto vosotros como nosotros, hubiéramos hecho esto con tranquilidad y acierto, pero ahora, en abril, no lo haremos; en bien del asunto, nos abstendremos y mandaremos a Tashkent un telegrama dando explicaciones...

Discutían. Demostraba una parte a la otra la superioridad de su respectivo plan.

Agitábase a diestro y siniestro la dorada melena

del soliviantado Kushin, susurraban los labios resecos de Yusúpov, farfullaba tres palabras el baboso Pátsinko, centelleaban los ojos del atronador "Compadrito". Todos se ponían nerviosos. Fumaban mucho. En la estancia, llena de humazo, apenas se distinguían los rostros. Sólo se oían voces, altas, trémulas, agitadas.

Después de largos y encarnizados combates, acordaron por unanimidad enviar al centro directivo un telegrama exponiendo sus puntos de vista y solicitando que se aplazase hasta el otoño el nuevo reparto de la tierra. Allá examinaron la cuestión, se cercioraron de la seriedad de los argumentos, y un día más tarde comunicaron por telégrafo que, en las circunstancias dadas, consideraban conveniente la resolución del Comité Revolucionario: el nuevo reparto quedaba aplazado.

La segunda cuestión a debatir en aquella sesión, primera a la que yo asistía y memorable para mí, era la de los distritos de Kopal y Liepsy, asolados por la guerra, reducidos a la miseria más extrema, aterrorizados ante la espantosa perspectiva del hambre inevitable y la muerte en masa. Hicieron el informe. Y surgió un cuadro desolador.

En aquellos distritos, durante años enteros, los generales y coroneles zaristas -Scherbakov, Annenkov, Dútov, Bábich- habían sostenido una guerra sangrienta, destructora y extenuante. Para ello, reunían y movilizaban a los cosacos, los lanzaban contra el campesinado, contra los indígenas, contra todos los que, estuvieran donde estuviesen, no querían reconocer a Kolchak ni al gobierno de Siberia y mantenían en sus manos, con firmeza o sin ella, la bandera soviética. A través de la región del Semirechie, los generales y coroneles blancos enlazaban por el norte con Kolchak, y, según se rumoreaba, recibían de él no poca ayuda. De ese modo tuvieron sometido todo el norte y el nordeste del Semirechie hasta la primavera del veinte. Pero en la primavera se acabó con ellos. Fueron aniquilados, y sus restos, arrojados a China, a los mismos lugares donde, cuatro años antes, huyendo de las enfurecidas jaurías del zar, se refugiaran llenas de pavor las multitudes de kirguizes. Liberando distritos, el Ejército Rojo avanzaba, adentrándose cada vez más en el país hasta llegar a la misma frontera de China. Por pueblos y aldeas era acogido con lágrimas de intranquilo gozo, con entusiastas y exaltadas muestras de gratitud; lo recibían las madres, las esposas, los hermanos, los padres, los hijos, y lo acogían así, además, porque estaba integrado por gente de aquellos lugares, del Semirechie, había en él muchos hombres de Kopal y de Liepsy. Mas no hubo en parte alguna alegría ruidosa, pues la muerte segaba numerosas vidas por los poblados con la guadaña del hambre. Los soldados no reconocían a sus familiares, y éstos no acababan nunca de contar los torturados por los generales verdugos. Por

Page 43: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

41

pueblos y aldeas se alzaba de continuo un doloroso clamor, mientras pasaban los regimientos de soldados rojos, al enterarse de dónde y cuándo habían caído los hermanos, los maridos, los hijos; a los regimientos rojos se les recibía con inquietud y se les despedía con sollozos.

Y los soldados, conmovidos aún más profundamente por aquellas escenas de dolor y desesperación, tensaban los músculos y duplicaban sus fuerzas, ansiosos de alcanzar a aquellos generales que galopaban delante. Pero no era posible hacerlo, pues cuanto mayor era el ahínco de la persecución, más furioso era el galopar de las bandas de los generales. En cuanto se enteraban de que las patrullas de la caballería roja les seguían sigilosas la pista, y estaban a punto de llegar y echarles el guante, los fugitivos dejaban los caballos agotados y sudorosos y elegían otros descansados, mejores; con la culata de los fusiles o a sablazos y tiros acallaban las protestas y lamentos de los vecinos; arramblaban con el pan y el forraje que quedaba, y lo que no podían llevarse lo amontonaban y le prendían fuego para que no pudieran utilizarlo sus victoriosos perseguidores. Si encontraban en alguna hacienda una segadora, una trilladora o un locomóvil -y por aquel tiempo había allí no pocas máquinas de esa clase- retorcían sus hierros, la rompían, la destrozaban en su impotente rabia de huidos.

- ¡Que no la aproveche nadie! Y los regimientos rojos pasaban por lugares

arrasados, hambrientos, donde se habían llevado el pan o habían incendiado los graneros, donde no quedaba ya ganado y los aperos y maquinaria agrícola habían sido rotos o robados; los vecinos de las aldeas y de los kishlaks estaban asustados, maltrechos, exhaustos. La gente se embrutecía; como fieras hambrientas, vagaban por los poblados desiertos buscando inútilmente algo que comer. Y al hambre aquella, a los continuos males, vino a sumarse una nueva desgracia inevitable: de aldea a aldea, de un kishlak a otro se propagaban el tifus exantemático, las fiebres tifoideas, el escorbuto y otras enfermedades desconocidas hasta entonces, espantosas hijas de un país hambriento. Poblados enteros perecían; no había nadie para cuidar de los enfermos y enterrar a los muertos; los cadáveres se pudrían en las jatas o estaban tirados en las calles; el espectáculo era insoportable, horripilante. Habían aparecido cuadrillas de merodeadores, llegados no se sabía de dónde, que se abatían sobre los asolados kishlaks y aldeas para arramblar con lo poco que en ellos quedaba. No había nadie para luchar contra aquellas bandas, y los malhechores se multiplicaban y aumentaba la crueldad con que castigaban a una población ya agonizante, martirizada, condenada a muerte...

En profundo silencio escuchábamos el trágico informe. Todo aquello, en pequeñas partes, había ya

llegado a nuestros oídos, pero era ahora la primera vez que se trazaba ante nosotros, tan completo y con tanto detalle, el terrible cuadro de la realidad. Y la realidad nos dejó sorprendidos. Era evidente a todas luces que había que tomar medidas excepcionales; de lo contrario, toda la población perecería, con muerte espantosa, o se lanzaría desordenadamente, en masa, a otros distritos y comarcas, obstruyendo caminos, paralizando todos los trabajos, se enredarían las cosas de tal forma, que luego sería imposible desenmarañarlas. Había que darse prisa, pero, al propio tiempo, antes que tomar medida alguna, era preciso aclarar muchas cuestiones.

En primer término, a la mañana siguiente, debían regresar de aquellos lugares Bielov, jefe de la división, y Bocharov, comisario de la misma. Había que aconsejarse de ellos, conocer su opinión; en particular, la de Panfílich (Bielov), que siempre era de mucho peso, seria y bien meditada.

Además, era preciso averiguar en la Sección Agraria qué aperos se podrían enviar de allí en ayuda de las haciendas arruinadas; había que conocer con exactitud cuáles eran las existencias de trigo en las comarcas de Kugaly y Gavrílov, más cercanas que otras a los distritos asolados y que, sin duda, podrían acudir en su ayuda; era necesario elegir sitios adecuados para establecer los puntos de entrega, a los que se pudiese llevar el trigo y la simiente... Muchas eran las cuestiones que había que aclarar previamente, sin cuya aclaración no valía la pena meterse en el berenjenal... Por tanto, en la reunión no se tomó decisión alguna, y cuando, dos días más tarde, llegaron Bielov y Bocharov, nos reunimos de nuevo aquella misma noche (que por cierto era la de Pascua) y se acordó que saliese inmediatamente para allá una comisión especial presidida por Kravchuk, a la que concedían plenos poderos tanto el Comité Revolucionado como el Comité del Partido; también se tomó el acuerdo de incluir en dicha comisión tres representantes de cada uno de los comisariados regionales; se señalaron los lugares para los puntos de entrega; se autorizó a la comisión a enviar a la zona afectada por el hambre, desde las comarcas vecinas, trigo y simiente, requisando para tal fin, a más de caballos, camellos, e incluso con preferencia éstos últimos, ya que los caballos no resistirían el viaje a través de las secas y profundas arenas, máxime sin agua ni hierba...

La comisión partió. Y pronto tuvimos noticia de que había desplegado

con éxito amplias actividades; supo averiguar qué aperos quedaban indemnes, los puso en acción, consiguió despertar el deseo de la labranza colectiva, que tan imperiosamente demandaban la necesidad y la miseria reinantes; nos enteramos de que había empezado a mandar allí trigo como socorro y semilla para la siembra; había reunido camellos y prestado colosal ayuda, por lo que la población tendía sus

Page 44: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

42

manos hacia la comisión, viendo en ella su única esperanza de ayuda y salvación. Había organizado por todas partes comités revolucionarios e incluso creado células del Partido y círculos de la juventud... Se puso en claro que el distrito de Kopal había padecido menos, y la atención se fijó principalmente en satisfacer las necesidades del distrito de Liepsy. La ayuda había que prestarla, pero socorrer a todos y en todo era, naturalmente, imposible, y los de Liepsy se marchaban de continuo, solos, a la ventura, para esparcirse por otros distritos. Vagaban también por la comarca de Vierni; esto lo supimos y percibimos especialmente más tarde, en los días de la sublevación.

En aquella misma reunión en que se decidiera nombrar la comisión encabezada por Kravchuk, yo había visto a Bielov por vez primera. Llevaba un mísero y viejo capote de soldado, una pobre gorra de plato destrozada, que apenas se sostenía sobre la nuca, aferrándose a unos pelos rojizos y fuertes, erizados como las cerdas de un jabalí. La barba era ya completamente roja; los bigotes, del mismo color; ambos se los mordía diariamente en cada reunión y en las horas en que meditaba las órdenes e informes, haciendo innecesarios los servicios de la navaja de afeitar, pues sus dientes, limpios y agudos, se los igualaban sin ella. Sus ojos grises claros no eran bellos, pero reflejaban profunda sinceridad, intuición certera y razonar serio, preciso... Miraba raramente a su interlocutor a la cara, por lo que daba la impresión de estar turbado o descontento, pero no ocurría lo uno ni lo otro; hablaba de las cosas más inofensivas e inocentes con el mismo aspecto serio y con la vista igualmente fija en el suelo, como un toro presto a la embestida. Me agradó desde que le vi. Y esa primera impresión no fue engañosa: Panfílich y yo nos hicimos más tarde grandes amigos, especialmente después de los días de prueba de la sublevación, cuando comprendí el verdadero valor de aquel hombre honrado y firme como el pedernal. En el Comité Revolucionario se le escuchaba atentamente, pues no daba jamás consejos necios, no recargaba las tintas sombrías y no asustaba, pero tampoco tranquilizaba en vano a nadie; sopesaba las circunstancias en todos sus aspectos y tenía en cuenta la situación hasta en sus menores detalles; por ello, sus consejos eran siempre sensatos, inteligentes y prácticos.

Con él había venido Bocharov, el comisario, figura granítica, inflexible, digno compañero de Bielov. No es que hubiera descubierto la pólvora, pero es seguro que sin hombres como Bocharov ni una sola división habría terminado tan victoriosamente su campaña militar; en los momentos duros estaba siempre donde la situación lo mandaba, no escondía la cabeza bajo el ala como el avestruz; ni una sola vez trató de engañarse a sí mismo ni de engañar a los demás respecto a los

peligros que nos acechaban en nuestro trabajo; en los días de la sublevación se mantuvo dignamente, sin dar un paso en falso ni decir una palabra de más...

En cuanto terminó la sesión del Comité Revolucionario, pasamos los tres por el Estado Mayor de la división y decidimos allí enviar además al distrito de Liepsy al jefe de avituallamiento de la misma, encomendándole una misión, especial en extremo, que no habría podido cumplir por sí sola la comisión de Kravchuk y que habría embrollado en definitiva su labor. Encargamos al jefe de avituallamiento que recorriera todas las unidades acampadas en las comarcas afectadas por el hambre; que averiguase sobre el terreno en qué podían prestar ayuda aquellas unidades, inmediatamente, sin demora alguna: en algunos lugares, sería posible utilizar los hombres como fuerza de trabajo; en otros, facilitar caballos, medios de transporte, ayudar por todos los medios tanto en la labranza de la tierra como en el acarreo de cuanto fuera necesario. Le dimos las instrucciones, y a la mañana siguiente se puso en camino.

Hay que señalar, por cierto, la magnífica labor de la sección médica de la división, que consiguió por aquellos días resultados verdaderamente excepcionales: sin suficiente personal facultativo y careciendo de los medios de curación más precisos, supo, con ayuda de la delegación de sanidad civil, establecer puntos de aislamiento, en enfermerías y hasta hospitales en todos los cruces de los caminos. A nosotros nos sorprendía y alegraba aquel trabajo, pues todos los distritos quedaban protegidos contra la epidemia de tifus; a ésta se le cerraba el paso, impidiéndole penetrar en el ejército y en las poblaciones importantes de la región.

Así, con diversas medidas, empezó a ayudar la región a la arrasada comarca de Kopal-Liepsy, que tan graves daños había sufrido.

La devastación y la ruina eran tan grandes, que se necesitarían no semanas ni meses, sino años enteros para salir de ellas. Podría disminuir la gravedad, pero la profunda conmoción duraría aún largo tiempo perturbando, a más de la comarca damnificada, toda la vida del Semirechie.

La tragedia de Kopal-Liepsy dejó indeleble huella en la existencia del Semirechie, y después de la expulsión de los generales blancos, durante mucho, muchísimo tiempo, la región entera siguió prestando la mayor atención al restablecimiento de la comarca mártir.

Unos días más tarde tuvo lugar una reunión del

Comité Regional del Partido. Y grande fue mi asombro al ver allí a casi todos

los camaradas que habían asistido a la sesión del Comité Revolucionario. Los funcionarios del Partido eran tan pocos, que no había posibilidad de tener cuadros dedicados exclusivamente al trabajo del

Page 45: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

43

mismo. Allí se encontraban los mismos -Kushin, Kondurushkin, Yusúpov...-, tal vez fuesen los únicos nuevos Goriáchev, hombre enfermo, hecho polvo, substituto de Kondurushkin, y el diligente y meticuloso Masarski, substituto de Kushin,

Estaban planteadas las cuestiones relativas al reforzamiento del trabajo del Partido en la región, a la inquietud reinante entre los comunistas en el ejército y a los comités revolucionarios locales, que actuaban hasta la fecha sin reglamento ni dirección alguna.

La cuestión intermedia, la de los comunistas del ejército, fue retirada del orden del día y resuelta más tarde, cuando se reunieron suficientes datos para ello. En cuanto a la cuestión del trabajo del Partido y el reforzamiento de dicha labor, se tropezaba de continuo contra un muro infranqueable.

Pues a los kulaks no los íbamos a instruir con la "comuna"; los cosacos no eran por el momento materia apropiada para ese trabajo de reeducación, y la masa fundamental la constituían los musulmanes, ¿pero cómo abordarles sin saber su idioma? Apenas se llegaba a este punto, se acababan las discusiones acerca de los programas, de párrafos y apartados de los estatutos, de las instrucciones, los métodos, etcétera, etcétera. Aquel eslabón fatal tenía una mágica fuerza: destruía cuanto se acercaba a él, cuantas esperanzas en él se cifraban.

Claro que el procedimiento más seguro hubiera sido incorporar a ese trabajo a los comunistas indígenas. Ellos llegarían hasta el kishlak y percibirían el más hondo latir de la población... Pero eran muy pocos, contados... Además, entre éstos había gente que valía poco y no era muy de fiar; un ejemplo de ello lo daba la organización de Vierni... La verdadera masa trabajadora indígena aún no se había puesto en movimiento ni dado sus mejores hijos a las filas de los bolcheviques.

Los magníficos funcionarios como Sadíkov y Dzhandósov eran casos aislados. ¿Qué podían hacer aquellos granitos de arena en el oscuro mar de la ignorancia, de las supersticiones más sombrías y profundas, de las arraigadas tradiciones de esclavitud y opresión?

Eran impotentes. ¿Y nosotros? También. Nosotros éramos pocos, y mudos por añadidura

entre los indígenas, en medio de una población y un ambiente desconocido por completo.

Hablamos largo y tendido. Discutimos con calor, como corresponde. Y acabamos por comprender que todas nuestras decisiones sólo tenían algún valor para los pocos miembros del Partido que había diseminados por los pueblos campesinos y las stanitsas cosacas. Al corazón, a la entraña de la región, nuestras decisiones no llegarían, no. Eso lo sabíamos nosotros mismos, nos dábamos cuenta de ello y lo veíamos, con amargura, por nuestras propias

resoluciones... Asediados por las dudas sobre la seriedad de

nuestro trabajo, muy poco tiempo después, al cabo de una o dos semanas, decidimos organizar -y los organizamos- unos cursillos de lenguas indígenas para los funcionarios llegados del centro directivo.

No he olvidado hasta hoy día el cuadro de cómo aprendíamos el idioma kirguiz... En la clase, sentados como niños en los pupitres, estábamos jefes y dirigentes regionales -hombres de los tribunales de justicia y de la sección especial, militares y paisanos, viejos y jóvenes- copiando con atención, sumisos y obedientes, una especie de jeroglíficos escritos en la pizarra, signos incomprensibles, extraños, que salían de nuestras manos garrapateados, feos, desfigurados por completo, perdidos todos sus rasgos fundamentales. Nos daba las lecciones un maestro kirguiz bastante piadoso. Comprendiendo que estaba tratando con "gente de mando", no nos gritaba, ni daba patadas en el suelo, ni nos castigaba, ni nos azotaba con las disciplinas como es de rigor. Nosotros, sin necesidad de ello, éramos ya bastante dóciles, con una mansedumbre corderil que llegaba a ser cómica. En los primeros tiempos, nuestra aplicación y diligencia eran tan grandes, que hasta empalagaban: nos esforzamos por trazar cada ganchito lo más finamente, procurábamos grabar en la memoria cada curvita, nos aprendíamos con fervor de carretilla, cuatro o cinco palabras seguidas y hasta teníamos la audacia de traducir lo que alguien había escrito en la pizarra.

Íbamos con los cuadernos bajo el sobaco y el lápiz asomando por el bolsillo; algunos llevaban una primitiva carpeta de papeles semejante a un cartapacio escolar. Llegábamos corriendo a la hora en punto y les sacábamos los colores a la cara a quien se retrasaba cinco minutos, como si cada uno de aquellos garabatos tuviera muchísima más importancia que la orden que él acababa de escribir y que al día siguiente correría por la región, dando impulso, alimento, directivas... Pasó volando la luna de miel de nuestra instrucción indígena. La cosa empezó a ser difícil, pues faltaban fuerzas y tiempo para dedicarse a aquellos estudios cuando apenas quedaba un minuto de la reunión número cuatro a la número cinco.

Cierto que también teníamos clases matutinas, pero por las mañanas tampoco estábamos para muchos ejercicios. Un día, no podía venir uno; al siguiente, no venía otro, y veinticuatro horas más tarde, faltaban dos a la vez. Y cuando se empezó a interrogar a los "gandules", amenazándoles con medidas draconianas para obligarles a asistir, alegaron inesperadamente causas tan justificadas, que ante ellas palidecían todos los garabatos y palabras del mundo. Los alumnos estaban demasiado ocupados con otros trabajos, y por ello de las clases de la lengua indígena no resultaba nada. Se llegó al

Page 46: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

44

extremo de que, un día, comparecieron ante el maestro nada más que dos alumnos, e incluso ambos se quedaron dormidos después de una noche pasada en vela con motivo de una batida para recoger armas. El maestro rogó y suplicó que "se le liberara del ejercicio de sus funciones". Se le liberó. Y al propio tiempo que él, nos liberamos nosotros del agobiante remordimiento que sentíamos cada vez que no podíamos asistir a "clase", ya que uno mismo infringía esa "severa disciplina" que predicaba y exigía bajo su firma en órdenes e instrucciones.

Pero todo esto de los cursillos de lenguas indígenas fue posterior. Y se ha sacado a colación solamente porque venía a cuento. Sigamos hablando de la reunión del Comité del Partido. Pues bien, la segunda cuestión fue retirada. Quedó la tercera: "Elaboración de un reglamento de los comités revolucionarios".

Nos enteramos de una circunstancia abrumadora. Hasta entonces, mediados de abril de 1920, los

comités revolucionarios y todos los organismos soviéticos locales no tenían ni un solo reglamento ni una sola directiva acerca de su estructura, funciones, derechos, atribuciones y deberes, recibían solamente instrucciones sueltas y casuales relativas a algún asunto práctico, actual. Cada uno hacía de su capa un sayo. Trabajaban a ciegas. No tenían sentido de la responsabilidad. Carecían de dirección única y eran una especie de federación de diminutos estados-aldeas (o pueblos), estados-kishlaks y estados stanitsas, donde cada uno hacia lo que le parecía y a su manera.

Un plan general -para toda la región- no lo había. El contacto no se establecía más que de un modo

esporádico, desorganizado, de vez en cuando. Tal estado de cosas se achacaba a diversos motivos: en primer lugar, a la falta de buenos funcionarios hasta los últimos tiempos, y el personal de allí hacía todo a tontas y a locas, sin distinguir, mostraba una miopía increíble y el engreimiento entre ellos constituía una enfermedad. Además, la gente aquella saltaba de un lado a otro, como en un caleidoscopio, cambiando y renovándose de continuo: unos desaparecían, otros irrumpían, sin que se supiera adónde iban ni de dónde venían. Aquello se consideraba la razón número uno. Como razón número dos se mencionaba la complejidad y diversidad de las relaciones -nacionales de clase, de estamentos...-, entre las que era sumamente difícil orientarse, y los cuadros que se habían incorporado allí al trabajo en el año diez y ocho no estaban en condiciones de dar en todas partes y a cada uno directivas certeras.

La tercera causa que se alegaba era la proximidad del frente. Dos años antes de los no lejanos días de marzo, la región entera ardía en las llamas de los encarnizados combates de la guerra civil, con la circunstancia de que la victoria no se había inclinado aún hacia un lado u otro y toda la región vibraba

tensa como una cuerda bien tirante. Las cuestiones de la edificación pacífica, de la dirección sistemática y organizada de los distritos por la región, de los términos municipales y otras subdivisiones inferiores por los distritos quedaban descartadas, palidecían en comparación con las dificultades de la guerra, y quedaban sin resolver, relegadas a un segundo plano.

"Todo para el frente". La vida entera giraba en torno a esa consigna.

Y allí la consigna se vivía quizá con más intensidad que en otras partes, pues el Semirechie estaba tras las montañas, lejos, muy lejos, del centro directivo del Turkestán, a muchos centenares de verstas de éste y no podía confiar en recibir ayuda alguna; únicamente lanzando él mismo "todo para el frente" podía aplastar a los generales blancos.

Esta tercera causa de la falta de una estructuración soviética era la más seria y esencial.

Por consiguiente, los organismos locales soviéticos continuaban sin dirección. Y no era posible dejarlos por más tiempo en su impotente autonomía.

El frente había sido liquidado. Y ahora la atención no se fijaba en él, sino en la retaguardia, en la edificación pacífica, en la economía, en el desarrollo de la agricultura, la ganadería y la enteca industria urbana.

En cuanto desapareció el frente, el Comité Regional sintió esa aguda necesidad de dirigir el trabajo de los organismos soviéticos locales. Por eso había planteado la cuestión, para su examen, el día aquel.

Una vez sopesadas todas las posibilidades y trazados someramente los principales rasgos de esa dirección, fue elegida una comisión encargada de elaborar, en el término de cuatro días, el reglamento de los comités revolucionarios. (El reglamento fue redactado, publicado y enviado, y al menos, desde entonces, unos ciertos principios comunes y un solo plan empezaron a unir en un todo único la desarticulada labor de los organismos soviéticos locales.)

... Ha terminado la reunión. Hoy es ya la tercera. La cabeza da vueltas. En la pequeña habitación, llena de humo, del Comité Regional, la cabeza tiene que doler por fuerza. Los rostros están grisáceos, los ojos turbios, las voces roncas; el andar lento, arrastrando las piernas flojas, denota también cansancio... Nos vamos...

A través de la abierta ventana, llega impaciente y sonoro el golpeteo de cascos, contra los guijarros, del hermoso bayo de Mameliuk. Como acompañando aprobatoria al bello bruto, relincha bajito una buena yegua rojiza de redondas ancas. A un lado, en la esquina, atados al canalón, nuestros vivarachos potros -el del "Compadrito" y el mío- moviendo briosos las grupas, se vuelven gallardos hacia la terracilla y miran con ojos centelleantes, esperando a

Page 47: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

45

sus jinetes. La calle está en calma. De vez en cuando, aparece un transeúnte, y sus pasos resuenan netos por la acera, en el aire puro del anochecer. Luego, se alejan, se van apagando hasta perderse.

- ¡Muchachos, vamos a las montañas! -propone alguien-. Descansaremos, nos despejaremos un poco al fresco y, en cuanto amanezca, vuelta al trabajo.

La proposición se acepta con entusiasmo. Y partimos a caballo, pasando frente al Comité

Revolucionario, por la ancha calle, hacia las afueras, en dirección al lazareto. Desde el lazareto comienza una larga alameda: la carretera. Pero, ¿quién tiene ahora ganas de ir por ella? ¡Vayamos a campo traviesa, por los prados y senderos! ¡Cuán grato es galopar hacia las montañas después de las reuniones, agotadoras, extenuantes! Ya están ahí los senderos y trochas, que descienden hasta un arroyo; pasado éste, en un prado ancho y llano, echamos una carrera. Nadie consigue alcanzar al hermoso bayo de Mameliuk: nos ha sacado una versta entera de ventaja. Acalorados y enardecidos, llegamos galopando a unas casas de campo y seguimos por la orilla del Almatinka, río de montaña. A la derecha del río, por las escarpadas vertientes, se extiende un espeso matorral espinoso, impenetrable. Aunque estamos ya a primeros de abril, continúa envuelto en el manto de la nieve y la escarcha. Por dondequiera que se tienda la mirada, todo está blanco en las montañas, sólo en los valles corren a nuestros pies unos arroyos y asoma, seca y erizada, la hierba del año anterior.

Solamente al pie mismo de la montaña, la tierra negrea y se percibe humedad, pero las laderas ofrecen aún tenaz resistencia al tibio sol de abril. Vamos cantando por la orilla del Almatinka. Donde las voces humanas no pueden nada, ayuda el eco de los montes. El camino es cada vez más empinado y se adentra de continuo en las alturas. Cuando menos se piensa, un montículo de nieve surge en el camino, y cuanto más nos elevamos, más frecuente es la aparición de estos albos capirotes, nuncios de las nieves perpetuas. Todos estamos muy animados. Uno tuvo la buena idea de tomar la escopeta en la ciudad, otro ha traído la carabina; tendremos, pues, cacería. Es la primera vez que me encuentro en la montaña en abril, cuando la nieve no se ha derretido aún y hace todavía un frío penetrante.

La falta de costumbre obliga a tiritar. En las ascensiones, los caballos van largo rato al paso. Esta vez no vamos lejos; pernoctaremos ahí, en esa pequeña isba del guarda.

- ¡Hola, buenas noches, amigo! -saluda a voces el "Compadrito" al viejo, conocido suyo. Este se ha alegrado tanto de la llegada de los huéspedes, que ha salido presuroso en camisa -tal como estaba- a recibirlos y alejar a dos fieros perrazos. El viejo llama a un muchachito que está en el zaguán y resulta ser su hijo, y ambos nos ayudan diligentes a

desensillar, alojar los caballos y poner las cosas en su sitio. Entramos en la isba. Es una isba corriente, por el estilo de las casas campesinas de la provincia de Vladímir: sucia, negra, humosa, angosta, con literas junto al horno, en las que hace un calor sofocante, rica en cucarachas, pobre en vajilla, abarrotada de harapos y trastos viejos, maloliente por los cuatro costados, con un hedor acre, intenso, inextinguible. En un rincón, unos iconos ahumados, secos, inexpresivos, sin lamparillas, por falta de aceite. Nosotros hemos traído una botella de petróleo y hasta un cabo de vela, a prevención, por si el viejo no tenía quinqué. Pero el quinqué aparece; le echamos el combustible y lo encendemos. Tomamos té del samovar, charlamos. Y así, hasta el amanecer. Apenas comienza a clarear, armados de escopetas, revólveres y carabinas, nos deslizamos raudos por la helada superficie de la nieve... ¿Qué buscamos? ¿Caza? ¡Vaya usted a saber!

Nos deslizamos, simplemente, por si cae algo... ... Huelga decir que no cayó nada. Ni siquiera

disparó nadie un tiro. Poco después nos despedíamos del viejo y regresábamos. Y a pesar de la noche en vela, de no haber descansado y del mareo del camino, no había al día siguiente jornada más productiva, nunca cundía tanto el trabajo y era tan llevadero como después de aquellos paseos por la montaña.

De lo que era el Comité Revolucionario, así como de sus tareas y el carácter de su trabajo, teníamos una idea, aunque aproximada. Y respecto al Comité del Partido, lo mismo.

Mas, ¿qué era en realidad el Ejército Rojo del Semirechie? ¿Cómo se había creado, de qué forma vivía y luchaba, qué hábitos y tradiciones había adquirido, qué apreciaba y contra qué erizaba sus bayonetas hasta el presente? ¿Quiénes habían sido sus jefes y quiénes lo eran ahora? ¿Para qué servía, qué podía dar y qué no podía esperarse de él?

¡Cuánto tiempo, cuántas energías y capacidad requería la tarea de examinar su pasado, de reconocer ese ejército por todas partes, percutando en sus lados no sanos para saber cómo y con qué curarlo! E indagar en su pasado era un trabajo necesario, imprescindible a cada paso. Muy posteriormente, vino a parar a mis manos un informe: en él se recogía y repetía lo mismo que se decía y escribía por aquel entonces acerca del Ejército Rojo del Semirechie.

Era del año diez y ocho. De la misma época en que se rompió el fuego, cuando se entabló allí la lucha y surgieron los frentes. Todo estaba enredado. No había manera de distinguir ni comprender quién era allí el enemigo encarnizado y quiénes los camaradas.

En algunos lugares, hasta las masas trabajadoras taranchís, temiendo a los campesinos rojos sublevados, se unían a los cosacos. En otros, pasaba todo lo contrario. Y los kirguizes -no los bayes ni los

Page 48: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

46

manaps, sino la gente del pueblo- estaban unas veces con los cosacos y otras con los campesinos insurrectos. Unidades campesinas se pasaban a los cosacos, y unidades cosacas se entregaban voluntariamente al Mando rojo. Todo estaba enmarañado, no había manera de entenderlo. El Semirechie entero ardía en las crueles hogueras de una guerra civil agotadora.

A mediados del año diez y ocho, llegaron allí de pronto malas noticias: Por el Norte, desde la región de Somipalátinsk, las tropas blancas de Kolchak avanzaban hacia el Semirechie. Venían en dos destacamentos, excelentemente pertrechados, con cañones, municiones, ametralladoras y proyectiles en abundancia.

Traían no pocos autos blindados y, según se rumoreaba, hasta tanques. Mandaban los destacamentos dos oficiales, expertos comandantes, los capitanes Vinográdov y Ushakov.

... El Poder soviético ha caído en la región de Semipalatinsk. Lo han derribado los cosacos, que se sublevaron en cuanto olfatearon que venía del Norte la ayuda de Kolchak.

Y ahora en el Semipalátinsk no queda nada: todo ha sido destrozado, quemado, degollado o muerto a tiros; esa banda de forajidos se abate sobre el Semirechie, arrasando, destruyendo, arruinando cuanto encuentran en su funesto camino. Y no hay, fuerza capaz de detenerla en su rápido avance. Pero hay que hacerlo. Hay que detenerla ahora, a toda costa. Porque la demora puede traer desgracias sin cuento: por los distritos de Kopal y Liepsy, las insurrecciones de los cosacos estallarán con nueva fuerza al tenerse noticia de que, desde el Norte, las tropas de Kolchak avanzan arrolladoras, victoriosas... Es preciso contenerlas...

...¿Pero cómo? ¿Con qué fuerzas? Pues las tropas rojas eran contadas. No había de dónde sacar hombres para ese otro frente. Los centros directivos de la región se inquietaron. Las reuniones se sucedían; propuestas, órdenes y consejos fallaban unos tras otros; no había salida, porque no se tenían fuerzas que pudieran ser enviadas al encuentro del enemigo, confiando por completo en ellas. Y después de elegir a un comandante de pocas chichas y ninguna presencia -por su edad, un chiquillo; por su inteligencia, un adolescente, y por sus conocimientos militares, un niño de teta- lo mandaron para el frente (a falta de otro mejor en ese momento), luego de ordenarle con la mayor severidad del mundo: "Toma fusiles y cartuchos con arreglo al número de hombres; cañones, ahí tienes uno; en cuanto a los hombres, ya los irás recogiendo por el camino; entretanto, te damos este pequeño destacamento, ve con él". Aquel muchachito comandante era despierto, sobre todo en la retaguardia, cuando no se percibía aún ni asomo de peligro: desfiló bizarro a la cabeza de sus "valientes", con todas sus armas, ante la plana

mayor, eligió el camino, marcó en la carta lo que era menester, ¡y en marcha!

Caminaron un día. Dos, tres. Largo tiempo. Con el calor abrasador del verano. Por las ardientes arenas. Con el frío de las noches gélidas. Por montañas y valles, por caminos y sin ellos.

Alcanzaron Sergiópol. Unos soldados que habían hecho semejante marcha daban al parecer derecho a confiar en que, a la hora de la verdad, no resultarían unos cobardes. Y así habría ocurrido, con toda seguridad, si su comandante no hubiera sido un chiquillo y no se hubiese traído, como ayudantes, unos compañeros de armas que, en cuanto a caletre, estaban a la misma altura de él. Apenas ocuparon Sergiópol, llegaron alarmantes rumores de que las tropas blancas, armadas hasta los dientes, con unidades blindadas, camiones y automóviles, estaban ya cerca.

Y al comandante le entró canguelo. Tocó a retirada. Abandonó la ciudad que acababa de ocupar, dejando a la guarnición a merced de su suerte. Huyó hacia Kopal, sembrando por el camino medrosos bulos, necios, infantiles.

Precisamente esos medrosos rumores sobre la potencia de las tropas blancas animaban a los cosacos a alzarse en armas contra los rojos... Pues bien, ya estaba Sergiópol sitiado por los capitanes de Kolchak. Mas no se entregaría sin combate, a quien quisiera tomarlo le costaría caro, pues había decidido resistir, defenderse hasta el último instante y la última posibilidad. ¿Pero cómo podían medirse ni compararse fuerzas tan desiguales? En compactas oleadas, desplegada al modo cosaco, la banda de los oficiales irrumpió en las tortuosas calles, ya en penumbra, de la apartada villa, y -por hábito adquirido, por costumbre- con el puñal y la estaca, los puños y el dogal castigó brutalmente a los que se habían entregado, a quienes quedaran en poder de los vencedores por no haber tenido tiempo de huir. Trescientos hombres lograron escapar de la ciudad por los callejones de las afueras y, dejando atrás a sus perseguidores, se ocultaron en las montañas. Allí crearon un destacamento, del que hasta la fecha habla la leyenda, destacamento heroico que estuvo peleando dos años enteros, aislado de los suyos, sin apoyo ni ayuda, en la profunda retaguardia del enemigo, luchando y alimentándose exclusivamente con lo que conseguía en combate durante sus audaces incursiones. Se llamaba "Las águilas de las montañas". Todo el Semirechie recordaba, recuerda y seguirá recordando largo tiempo que, durante aquellos terribles años, "Las águilas de las montañas", combatientes anónimos, daban dolorosos picotazos a las tropas de los generales, las atormentaban, impidiéndoles que acabasen de arrasar unas tierras ya medio devastadas y en llamas.

El destacamento "Las águilas de las montañas" se completaba con los rebeldes de los pueblos y aldeas.

Page 49: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

47

Pero allí los combatientes eran admitidos después de una rigurosa selección y un período de prueba. Y sólo cuando desaparecía toda duda acerca del arrojo, destreza y valor del novato, así como de su disposición a realizar las acciones más temerarias, casi increíbles, se le daba entrada en la familia de "Las águilas de las montañas". Aquel puñado de combatientes se había salvado de la represión a uña de caballo, escapando de los latigazos de las nagaykas y el fusilamiento. Por ello, las propias "águilas" eran también crueles, implacables, en el castigo de los prisioneros y enemigos. Cayó Sergiópol. Y desde allí, el capitán Vinográdov se dirigió con sus fuerzas hacia las estribaciones de la cordillera de Tarbagatái, hacia Bajti y Chuguchak.

Ante Bajti, en Makanchi, se detuvo. En Bajti se defendía un destacamento rojo de guerrilleros que encabezaba Mámontov; el destacamento estaba rodeado de enemigos y había perdido la esperanza de romper el cerco; atrás, en el distrito de Kopal, se entregaban ya al saqueo y cometían desmanes los cosacos sublevados. No había salida. Únicamente la iniciativa y la decisión podrían salvarles. Márnontov conectó hábilmente con el hilo telefónico y ordenó severo a los blancos sublevados que evacuasen Kopal, amenazándoles, si no lo hacían, con toda clase de castigos y duras represiones.

Luego, se puso en comunicación con Makanchi y le dijo a Vinográdov por teléfono:

"Espérame mañana, iré con mi destacamento". Y apenas lo hubo dicho, mandó a sus hombres

que montasen a caballo, ¡y en marcha hacia Makanchi!

Al anochecer, ya estaba allí. Con su ordenanza, llegó al galope al Estado Mayor y llamó al capitán.

- ¿Tú eres el capitán Vinográdov? - Yo soy... - ¡Pues yo soy Mámontov, el comandante del

destacamento rojo! ¡¡Toma!! -y de un balazo de su revólver le levantó la tapa de los sesos.

Mas no logró escapar. Rodeado, estuvo luchando largo rato a caballo, debatiéndose en vano sin poder abrirse paso entre aquel montón de enemigos, y despedazaron, destrozaron a sablazos al guerrillero rojo Mámontov.

Sólo se salvó su ordenanza, que, a galope tendido, llevó al destacamento la luctuosa nueva.

No había tiempo para apenarse: - ¡Al ataque contra Makanchi!... ¡Venguemos, sin

piedad, a nuestro martirizado comandante! En las calles del pueblecillo los sables se abatían

con furia, hendían con encarnizamiento... Y los cosacos, derrotados, empavorecidos, huían a la desbandada.

Desde Makanchi, los guerrilleros fueron a Sarkand, stanitsa cosaca; la cercaron y, a la hora señalada, la atacaron todos a una, con tan fuerte y simultánea arremetida que llegaron hasta su centro.

Pero no pudieron avanzar más allá de la plaza. En ella se pararon, y media stanitsa quedó en poder de los hombres de Mámontov, la otra media siguió en manos de los cosacos. Los atacantes intentaron tomar ésta por diversos medios, sin que resultase nada. Entonces decidieron salir al campo y sitiar a los cosacos para rendirlos por hambre. Mas para rendir por hambre hace falta tiempo, y para ese tiempo se necesitan municiones. ¿Qué rendición podía lograrse allí cuando a cada combatiente no le quedaban más que tres cartuchos? Más bien había que tener cuidado, no fuera a ser que "los hambrientos sitiados" rompieran el cerco y acometieran en masa a los sitiadores. En cuyo caso, ¡no habría con qué defenderse! Desde luego, así no se adelantaría nada, era preciso retirarse. Y se retiraron. A Abbakúmovskaya. Entretanto, de Vierni había llegado a la comarca de Kopal el destacamento de Petrenko, que después de apoderarse en un vuelo de la capital de esa comarca, lanzóse sobre Arasán y desde allí marchó a Abbakúmovskaya, donde enlazó con los hombres de Mámontov. Las fuerzas unidas en un destacamento estuvieron algún tiempo rondando Sarkand. Petrenko anduvo con su gente por el distrito de Liepsy hasta que descendió de nuevo a la comarca de Kopal, donde se acuarteló para pasar allí el invierno.

Los hombres de Mámontov fueron retirados a Vierni.

En pleno otoño de 1918, el despoblado distrito de Liepsy quedaba sin el apoyo de las tropas rojas. Las unidades de Kolchak sublevaban allí a los cosacos. Las tropas blancas se preparaban a toda prisa. El año diez y nueve amenazaba con una encarnizada guerra. En los pueblecillos campesinos se alzaba de continuo un angustioso clamor, pues las unidades blancas se comportaban como vencedoras, se entregaban a represiones en masa, vejaban a la población, tomaban duras represalias, expulsaban a los levantiscos...

Treinta mil campesinos con sus mujeres e hijos -todo un éxodo- se pusieron en marcha hacia el pueblo de Cherkásskoe. Hiciéronse allí fuertes. Abrieron zanjas. Se atrincheraron. Levantaron cercas, se parapetaron como pudieron.

Habían comprendido claramente que, puesto que de una manera u otra el fin sería el mismo, era mejor morir peleando. Y pelearon. ¡Y cómo! La defensa de Cherkásskoe es una página admirable en que se nos muestra la heroica resistencia de decenas de miles de combatientes, condenados a una muerte cierta, sin armas la mitad de ellos, enfermos, obligados a no asestar ni un solo golpe en vano y a no malgastar ni una sola bala, que al día siguiente no habría posibilidad de conseguir.

Sitiados, resistieron todo un año y medio, y en ese tiempo organizaron talleres donde fabricaban ellos mismos balas, armas blancas y hasta pólvora. Largo tiempo, con valentía, se batieron los defensores de

Page 50: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

48

Cherkásskoe. Y cuando quedaron exhaustos e irrumpió el enemigo, la represión fue salvaje, de ebrios enloquecidos; de la carne cortada a sablazos, de la sangre mezclada con barro y de la que corría y empapaba la arena rojeaban las angostas calles del lugar.

Los destacamentos de Mámontov, Ivanov y

Petrenko mostraban a veces en los combates un valor, una audacia y un heroísmo prodigiosos. Pero no eran unidades de revolucionarios conscientes y firmes. Se trataba de destacamentos de guerrilleros campesinos que se regían por el principio de la autonomía completa tanto de una unidad con respecto a otra, como entre las secciones de un mismo destacamento cuando éste se dividía en ellas. Esa independencia, ese libre albedrío guerrillero engendraba, como es lógico, la arbitrariedad, la falta de control de las acciones y conductas, la irresponsabilidad y el hábito de no rendir cuentas a nadie. Y cuando no hay que responder ante nadie, cuando no existe una fuerza que con su autoridad y poder llame a la responsabilidad, en tales destacamentos, inevitablemente, tienen que anidar y desarrollarse con rapidez el libertinaje, la golfería e incluso el bandidaje. Esa suerte corrieron en aquellos años los tres destacamentos mencionados. Con su conducta provocadora e indisciplinada, con su irreflexivo e imprudente modo de tratar a la población civil, especialmente a los kirguizes, hicieron que éstos empezaran a pasarse al campo de los blancos.

Huelga decir que en ese campo eran desvalijadas, oprimidas y maltratadas brutalmente, y entonces se producía el reflujo hacia los destacamentos campesinos. Así estuvieron padeciendo años enteros, hasta que las "libres" fuerzas guerrilleras, pasado el tiempo que les correspondía existir, fueron sustituidas por unidades organizadas del Ejército Rojo. El destacamento de Mámontov llegó en sus desmanes al caso siguiente: irrumpieron en tropel, borrachos, en la casilla del arzobispo, se lo llevaron al campo y lo fusilaron sin formación de causa ni sentencia de tribunal alguno. Tales salvajadas intimidaban, como es lógico, a los habitantes de aquellos contornos y los enfurecían a la par; los desmandados destacamentos apartaban del Poder soviético a toda la población y la echaban en brazos de los guardias blancos. Así había ocurrido a fines del diez y ocho. Y algo parecido siguió ocurriendo a principios del diez y nueve.

Entre los jefes maleantes y bandidos, se hizo en particular tristemente célebre Nikolái Kaláshnikov. El ejército campesino del Semirechie no tenía en general elementos proletarios, constaba en su mayoría de campesinos medios. Mas, por su composición, el destacamento de Kaláshnikov se distinguía hasta entre aquella masa de campesinos

medios, pues estaba integrado por multitud de kulaks que luchaban con ferocidad, a muerte, contra la contingentación de productos agrícolas intentada por los organismos soviéticos; luchaban igualmente contra la requisa de los carros de los campesinos y se oponían con el mayor encarnizamiento a la menor alteración en las costumbres campesinas de los tiempos de paz, aunque lo requirieran las agudas necesidades de la guerra.

Kaláshnikov era excelente intérprete de esos afanes y "capitán" muy apropiado para una banda incapaz de hacer el más pequeño sacrificio por la causa común y siempre dispuesta a saquear cualquier kishlak kirguiz, a emborracharse día y noche, a cometer desmanes con desenfreno e impunidad y a ocultar su canallesca conducta con cantos a la libertad, a una vida nueva, a la lucha y a la victoria... Kaláshnikov nunca iba a contrapelo de su banda y, lejos de quedarse atrás, era él mismo instigador de sus excesos y orgías. En cuanto a sus hombres, no es que le quisieran -¿qué cariños cabían allí?, ¡ellos se preocupaban de cosas bien distintas!-, pero se daban perfecta cuenta de que con un comandante así tendrían "verdadera libertad", de que precisamente con un jefe como aquél podrían asesinar, sin temor al castigo, a los agentes encargados de recoger productos agrícolas y, en cuadrilla de beodos, razonar siempre de esta manera:

- ¿Vamos o no vamos mañana a pelear? ¿Entramos o no entramos en lucha al amanecer, para ayudar a un destacamento rojo que se desangra agotado en combate desigual en el flanco derecho o el izquierdo? ¿No gozamos, acaso, de plena libertad? Pues nadie nos manda ni tiene que ver nada con nosotros; hacemos lo que nos da la gana y sólo respondemos ante nosotros mismos.

Tales huestes necesitaban como adalid a un bandido de cuerpo entero, y con sobradas razones habían promovido a esa dignidad, toleraban, guardaban y defendían, a su modo, a su comandante Nikolái Kaláshnikov.

Pero, ¿qué hacer ahora? Tanto a la derecha como a la izquierda, había otros destacamentos que, a diferencia del de Kaláshnikov, eran más mesurados, no se componían de kulaks empedernidos y tenían la cohesión de alguna disciplina, aunque rudimentaria. Y esos destacamentos iban al combate. Esperaban la ayuda de las fuerzas de Kaláshnikov, la esperaban y creían que al día siguiente, al mismo tiempo que ellos, atacaría por la izquierda y aliviaría su situación, desplazando a ese flanco el peso de la lucha. Iban adelante, una, dos, tres veces, pero la ayuda no llegaba, porque aquella cuadrilla de bandidos, en lugar de entrar en combate, estaba alborotando en mítines, lanzando al viento promesas vanas, y el resultado era: muertos, muertos y más muertos.

Empezóse a afilar el cuchillo que había de acabar

Page 51: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

49

con el destacamento ruin. Pero las masas de soldados rojos eran todavía demasiado ignorantes, poco perspicaces y excesivamente confiadas: por una consigna sonora, deslumbrante, por una promesa, por el oropel de una mentira, estaban dispuestas a perdonar y olvidar la sangre vertida a raudales.

Kaláshnikov echaba por todo el frente las campanas a vuelo, juraba y perjuraba que era un verdadero luchador por la libertad de los campesinos, y por aquel espectacular campaneo le perdonaban todas sus traiciones y alevosías, todas las penalidades que otros sufrían por culpa de su destacamento ruin. Había que hacer algo. Kaláshnikov era una úlcera en el frente, una úlcera purulenta que amenazaba con infectar y destruir todo él. Había que asestar el golpe en el corazón mismo de la unidad, y en primer término, abatir a su cabecilla, al bandido Kaláshnikov. Pero desde Vierni, desde el centro directivo, no se podía alcanzarle. Carecíase de fuerzas capaces de ser opuestas a las de Kaláshnikov. Y así iban pasando los días, las semanas, los meses...

Había llegado y tocaba ya a su fin la primavera del diez y nueve. Aquella primavera vino desde Tashkent al Semirechie el aviador Shavrov. Voló sobre el Kurdái, pues, enterado de los graves peligros y la difícil situación existente, tenía prisa en llegar cuanto antes a la capital de la región. Sin querer esperar las troikas de posta y ardiendo en deseos de sumergirse en la vida agitada y turbulenta del Semirechie, siguió el viaje en avión. Hombre inteligente, apenas tomó tierra y vio la desarticulación que allí reinaba, dedujo en primer término que sólo actuando con rapidez y diligencia sería posible unir en un todo las partes dispersas. Una acción común -percibida y realizada conjuntamente- podía fundir todo con solidez de acero. Shavrov lo comprendió. Por ello decidió poner en movimiento el destrozado frente, y luego de tantear por todas partes hasta descubrir los puntos débiles, liquidar a las patrullas cosacas, dar así aliento y confianza a los nuestros, obligarles a reanimarse, a sentir sus propias fuerzas, y entonces, adelante hacia Cherkásskoe, ¡adelante, para liberar a nuestros camaradas allí sitiados!

Shavrov creó el Comité Militar Revolucionario del Frente.

Reorganizó los destacamentos, convirtiéndolos en regimientos regulares, acopló debidamente las unidades, les dio un aspecto uniforme, puso fin al espíritu de independencia para los desmanes y lo sustituyó por una actitud consciente ante el deber y una disciplina firme, severa. Inició su labor con audacia y seguridad, mostrando en todo una inteligencia despejada y una voluntad férrea, inconmovible. Mas olvidó una cosa. No tuvo en cuenta que estaba tratando no con obreros ni campesinos pobres, sino con labradores como castillos, recios, bien comidos, que aún seguían a

miserables de la calaña de Nikolái Kaláshnikov y que, en un momento difícil, ayudarían antes al cabecilla que al férreo aviador Shavrov.

Y en efecto, Kaláshnikov se encabritó: - ¿Qué es eso de los comités revolucionarios?

¡Abajo los comités, al cuerno con ellos! ¿Qué es eso de los regimientos? Yo no permito que mi unidad se convierta en un regimiento. Nosotros solos hemos luchado aquí, y solos seguiremos luchando, no necesitamos maestros ni jefes de Moscú ni de Tashkent. Y nuestro pan no lo daremos, entérate: ni un pudo Lárgate, forastero. Nos las arreglaremos sin ti... Ha aparecido por aquí un tal Shavrov... Un canalla, seguramente... Dicen que ha sido de los generales y quiere entregar nuestras valientes fuerzas a los cosacos... ¿Qué es esto, hermanos?.. ¿Para qué hemos luchado, para qué hemos vertido nuestra sangre? ¿Vamos a permitir que un canalla forastero cualquiera arruine nuestras tierras y nos venda a nuestros enemigos? ¡Nunca! Por nada del mundo. ¡Vivan nuestras libres unidades! ¡Abajo los comités revolucionarios! ¡¡Mueran los Shavrov, mueran, mueran!!

Tales discursos pronunciaba Kaláshnikov ante su destacamento. Tales discursos los repetían sus secuaces ante otros destacamentos, por los pueblos y aldeas adonde llegaban y en que se detenían... E iban despertando el odio y la desconfianza hacia el aviador forastero, predisponiendo contra él desde los viejos hasta los niños. Pero difícil era quebrantar la férrea voluntad de Shavrov; infatigable, continuaba la labor que se había trazado; con mano dura y hábil, seguía haciendo lo que creía necesario y provechoso. Cuando se enteró de la ponzoñosa agitación que Kaláshnikov llevaba a cabo, rápido, en un dos por tres, mandó una patrulla, lo arrestó, lo trajo conducido y lo encerró en el calabozo. La cosa estaba hecha, pero no terminada, pues había que haber enviado inmediatamente al valentón a la capital. El aviador se equivocó, no lo mandó para allá. Y se buscó con ello una desgracia grande, irreparable. La banda de Kaláshnikov libertó a su capitán, dándole la posibilidad de huir a Abbakúmovskoe; una vez allí, en plena libertad, entre sus leales, empezó a gritar iracundo ante una turbamulta obcecada, llena de agitación:

- ¿Será posible que sigáis aguantando esto? Os quitan a vuestros mejores comandantes, a los más queridos; los meten en la cárcel. Y mañana, de no haberme evadido, me habrían fusilado... ¿Y esto no tiene importancia? Por lo tanto, ¿vais a seguir callando? ¿No es así? ¡Ah, canallas! Yo, en vuestro lugar, lo traería aquí y lo pondría delante del pueblo, obligándole a responder a estas preguntas: ¿Quién te ha dado permiso, miserable, para detener a los elegidos del pueblo? ¿Vas a continuar mucho tiempo vendiéndonos a nuestros enemigos?.. ¡Lo que hay que hacer es demostrarle nuestra fuerza! ¡Arrestarlo,

Page 52: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

50

traerlo, juzgarlo! - ¡Que se le juzgue!... ¡Que se le juzgue!... ¡Que lo

arresten! -rugía la multitud enloquecida. Y unos minutos más tarde, la banda, a caballo,

partía en tropel hacia Kopal, donde se había detenido Shavrov. Llegó allí rauda. Irrumpió inesperadamente. Se apoderó del aviador y se lo llevó consigo a Abbakúmovka.35

Cuando le hubieron puesto ante una multitud enfurecida, de miles de personas, designaron el tribunal. Se mofaron de él, le afrentaron acusándole de una traición que hasta él desconocía. Allí mismo le juzgaron y condenaron, acordando:

"Declararle enemigo y traidor al pueblo, y por ello, liquidarlo..."

Y allí mismo, en la plaza, Kaláshnikov se abalanzó como una fiera y fue el primero en destrozar de un puñetazo el rostro, pálido y severo, de Shavrov...

A continuación, ocurrió lo que ocurre siempre: primero, bajo los golpes, el cuerpo ensangrentado, roto, trémulo, chocó reiteradamente contra los guijarros del arroyo; luego, empezó a retorcerse en las convulsiones de la muerte; cuando quedó encogido, hecho un ovillo y desaparecieron los brutales deseos de seguir pateándolo, de darle más culatazos, lo arrastraron hasta un pozo y lo arrojaron al fondo, como un cadáver a una fosa hedionda. Durante largo rato estuvieron tirándole piedras, temiendo, por lo visto, que se levantase de nuevo aquel cuerpo humano, pisoteado, sucio de sangre y tierra.

Así pereció el aviador Shavrov. Un constructor valeroso, inteligente, audaz. Siguiendo sus huellas, otros continuaron adelante

y consiguieron su objetivo: realizaron lo mismo que había querido realizar el muerto entrañable. Pero ellos, sus herederos, eran más felices. El sacrificio propiciatorio ya había sido hecho.

Conmovióse la región. Se puso en guardia, atenta, recelosa. Olfateaba algo nada bueno. Junto al cadáver del mártir Shavrov, se percibió por vez primera, se comprendió con claridad cuán grande era el mal que se extendía sin valladares por el Semirechie. Durante largo, muy largo tiempo, no se logró acabar con el desenfreno de los maleantes, pero el fin de éstos inicióse junto a la tumba de Shavrov.

Después de aquellos terribles días, se procedió a la movilización extraordinaria del veinticinco por ciento de los militantes del Partido. Aquellos muchachos fueron enviados a distintas unidades.

Era la primera medida enfilada hacia el corazón del guerrillerismo anárquico.

Y si bien es verdad que por aquel entonces los propios comunistas del Semirechie servían en su mayoría para poca cosa, no es menos cierto que, aunque en modesta medida, supieron poner freno a

35 Denominación popular que se daba a Abbakúmovskoe.

los desmanes de Nikolái Kaláshnikov. Llegó la ofensiva de julio contra Axa. Se habían preparado para ella. La esperaban, tenían fe en su éxito. Y en el instante más difícil, el destacamento de Kaláshnikov se negó (por centésima vez) a ir adelante. La operación fracasó. Las unidades se retiraron a Abbakúmovka. Un mes más tarde repitieron el golpe, y de nuevo se produjo la conocida y vieja canallada: el destacamento de Kaláshnikov dejó al descubierto el flanco derecho de las unidades rojas y no fue al ataque. Las unidades retrocedieron con grandes bajas. Resultó herido el jefe de las fuerzas de la región, camarada Emeliev, que murió poco después de ello. Había que proceder enérgicamente con Kaláshnikov. Todo el regimiento de infantería de Pávlovski (con posterioridad, N° 25) estaba muy indignado contra el cabecilla. De Tashkent vino otro batallón, que inmediatamente cayó en la misma celada kalashnikoviana. Aquellos hombres también se llenaron de ira.

Tres soldados, iguales a los demás en el anonimato de sus capotes grises, liquidaron el asunto; llegaron a la jata donde, borracho, se juergueaba el bandido y lo mataron a tiros, como a un perro. Se armó revuelo. Hubo amenazas, agitación; algunos hasta temían que se sublevasen los campesinos para vengar a Kaláshnikov. Pero todo acabó de un modo más sencillo: la banda aquella, amenazadora y bravucona en la retaguardia, en donde no había peligro, se amansó en cuanto se olió que el regimiento de Pávlovski y el batallón de Tashkent venían contra ella. Bastó decir: ¡chítón!, y cesó para siempre el alboroto. Así, después de rebelarse cuanto quiso y cometer fechorías sin cuento, terminó sus días el capitán de bandidos Nikolái Kaláshnikov.

A principios de otoño de aquel mismo año diez y

nueve, se hizo un nuevo intento de dominar a los cosacos: se decidió atacar Cherkassk, enlazar con los sitiados y, todos juntos, volcarse sobre el enemigo. Lograron penetrar en Cherkassk. Pero fueron batidos, porque el Mando cosaco conocía de antemano, con puntos y comas, el plan de los jefes rojos: había habido una traición.

Luego, se intentó atacar Sarkand, y otra vez, por la misma causa, se sufrió un descalabro. El enlace con los de Cherkassk quedó roto. Y éstos, sin poder resistir las nuevas penalidades, se entregaron. En aquellos días, perdida toda esperanza de ayuda, agotadas las últimas fuerzas en prolongado y desigual combate, Cherkassk cesó su heroica resistencia.

A mediados de enero del veinte, los cosacos

emprendieron una ofensiva, pero, al chocar con la resistencia del 25° regimiento de Pávlovski, hubieron de recular, y se refugiaron en Kopal. Por aquel entonces, en el campo de los blancos las cosas no

Page 53: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

51

marchaban bien: poco tiempo después, un batallón entero, en pleno combate, bajo el fuego, se pasaba a los rojos; luego, cada día se presentaban tres o cuatro evadidos. Y todos aseguraban unánimes que sus suboficiales se pasarían también, de buena gana, si no los vigilase el ojo avizor del coronel.

Se aproximaba el desenlace. Sólo había que elegir el momento oportuno y asestar un fuerte golpe a fin de acelerar la descomposición que, de un modo espontáneo, se producía en el campo de los blancos.

En aquellos días, Bielov ya había llegado, para ponerse al frente de las tropas de la región. El presidente del Comité Revolucionario era Sálikov, hombre ejecutivo y necesario entonces, que dejó buena huella entre los que con él trabajaron.

Durante enero y febrero se prepararon las fuerzas. Casi no hubo combates; únicamente, tiroteos sin importancia, pólvora en salvas. Llegó marzo. El día diez se dio orden a las tropas rojas de que emprendiesen la ofensiva decisiva contra Kopal. Había que tomarlo. Y para ello, era preciso dejarlo aislado previamente de las stanitsas de Sarkand y Arasán, privarle así de la posibilidad de recibir refuerzos, acabar con todos los obstáculos y peligros, y luego, conquistarlo. Kopal era fuerte: tenía una guarnición de varios miles de hombres y ciento treinta ametralladoras; el número de cañones no estaba claro. La propia ciudad, en invierno, con sus nevadas montañas inaccesibles, los puertos azotados por las ventiscas, los desfiladeros ocultos bajo el albo sudario y los gigantescos amontonamientos y aludes de nieve que la separaban del mundo, constituía una fortaleza inexpugnable. Difícil era asaltar Kopal. Todas las esperanzas se cifraban en que tal vez bajo un golpe duro, demoledor, se derrumbara una guarnición que ya había perdido su anterior firmeza; quizá se desplomara y entregara. Pero si había que entablar largo combate, ¡qué espanto soportar el fuego enemigo, hecho desde las alturas de Kopal con ciento treinta ametralladoras! Un combate semejante no auguraba victoria.

Al despuntar la aurora, envueltos en una niebla gris, fría, punzante, las fuerzas se pusieron en marcha. Iban en la penumbra del amanecer, desapercibidas e invisibles para los arrecidos vigías del enemigo. Por un sombrío y apartado desfiladero salieron a una llanura; más allá, se encontraban las montañas, y en las montañas, Kopal. Se desgarraba y desaparecía el cendal de la niebla matutina, mas sólo estaba claro que, al cabo de una hora, se vería desde los picachos el movimiento de las tropas rojas por el llano y las ametralladoras segarían a todos aquellos hombres. Por consiguiente, ¡al asalto cuanto antes! Pero los entumecidos miembros se negaban a obedecer. A una media versta de la ciudad, las tropas se pararon. Arreciaba a cada minuto la helada en las montañas. Un viento gélido, huracanado, venía impetuoso del desfiladero. Era cada vez más

cortante, penetraba hasta los huesos, ¡y cómo ululaba ya por las peñas! Inesperadamente se había desencadenado en la altura una tempestad, una terrible ventisca, cuyos remolinos de nieve amenazaban con convertir a los combatientes en témpanos de hielo. Los hombres estuvieron tiritando de frío hasta que se extendieron las sombras del anochecer y, agotados, perdida toda posibilidad de mantenerse allí, empezaron a retroceder hacia el desfiladero de Chumbulak, lugar más en calma, donde no penetraba el gélido aliento del llano. La ofensiva se malogró. En otros lugares de la llanura también habían intentado lanzarse al asalto quienes se apresuraban a decidir de un solo golpe la suerte de Kopal. Pero eran pocos. Y al ver que por todas partes se reculaba hacia el Chumbulak, se les apagaron los bríos y se retiraron igualmente.

Llegó raudo Bielov. Dio orden de retroceder a las posiciones de partida. Se había dado cuenta de que, si no se hacía así, el perecimiento de todos sería inevitable. Y aquello les salvó, porque a la mañana siguiente los caminos y senderos habían desaparecido por completo bajo una gruesa capa de nieve.

Se preparaba una nueva ofensiva. Ya estaba

señalada la fecha: el veinte de marzo. Esta vez habían sido más cautos y previsores: los soldados rojos estaban provistos de ropa de más abrigo y llevaban, por si se desencadenaba la ventisca, anchas y espaciosas yurtas; también se había hablado de dotarles de esquís, pero no los encontraron. Mas, a pesar de todo, estaba claro que Kopal no era posible tomarlo en ataque frontal, pues ciento treinta ametralladoras amenazaban convincentes desde sus montañas a la llanura que al pie de ellas se extendía. Había que rodear la ciudad, cercarla y hacer que se rindiera por hambre. Máxime cuando circulaban rumores de que los de Kopal tenían pocos víveres, para cinco o seis días. Era preciso, mediante movimientos envolventes, lanzar a la retaguardia de Kopal unos regimientos de caballería y atraer así sobre ellos la atención de Annenkov, Dútov y Scherbakov, que se encontraban con sus tropas en Sarkand y Arasán. Pues bien, después de muchas penalidades y gran esfuerzo, tres regimientos rojos de caballería estaban ya tras Kopal. E inmediatamente toparon con las unidades cosacas que con Scherbakov al frente iban en ayuda de Kopal. Era inevitable luchar, combatir tenazmente, hasta el fin. No quedaba otra salida: ¡había que jugarse el todo por el todo!

Los soldados rojos comprendían que no era posible demorar la lucha por más tiempo, que la ruina había llegado al límite, que quizás pronto no habría pan en absoluto, y la población de los distritos perecería de hambre. Por tanto, era preciso poner en tensión las últimas fuerzas y ganar la batalla. Y Scherbakov fue detenido en su avance. Lo atenazaron

Page 54: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

52

fuertemente y fueron estrechando el cerco hasta que quedó encerrado en él; aquello era su fin cierto. Pero precisamente la noche en que se quería acabar con Scherhakov, se desencadenó en las montañas una terrible ventisca, y el general blanco consiguió filtrarse, burlando el cerco de los soldados rojos, llegar con parte de sus fuerzas a Sarkand y, desde allí, por los pasos montañeros, evadirse a China. Las tropas blancas también se habían quedado atascadas en Arasán. Los combatientes rojos avanzaban desplegados sobre él, dispuestos a tomarlo por asalto. Mas, cuando estaban ya muy cerca, una bandera blanca, ondulante al viento, les anunció que los sitiados se entregaban a merced del vencedor. Los atacantes se resistían a creerlo. Tenían recelo. Creían que el enemigo les tendía una artera celada. Con precaución, a través de parlamentarios, entablaron las negociaciones. Hicieron un reconocimiento previo de la stanitsa para averiguar qué había allí oculto y dónde se encontraba, de cuántos cañones, ametralladoras, proyectiles y cartuchos disponía la plaza... Una vez reconocido bien todo y apartado cuanto representaba peligro, depuestas ya y desmontadas las armas, entraron las tropas rojas en Arasán. Y tanto los jefes como los soldados recordaron lo que les dijera Bielov:

- Cuando los blancos, cansados de la lucha, perdida la fe en sus generales, empiecen a pasarse a nuestro lado o a entregarse, recordad que todo dependerá entonces de vosotros mismos: ayudaréis a liquidar este frente o avivaréis el fuego de las pasiones, enconando la situación y empujando a las unidades cosacas a nuevas crueldades, a continuar la lucha. Si de verdad queréis que se acabe con el frente ahora, esta misma primavera, acoged como hermanos a los combatientes cosacos que se pasen o entreguen a vosotros. No hagáis uso de la violencia. No os burléis de ellos. No les sometáis a vejación alguna, pues ahora son demasiado sensibles a cualquier insignificancia, les duele profundamente cualquier burla y la más leve ofensa. Cuidado, no los exasperéis en vano. Cuando con vuestro trato de camaradas hagáis ver a los prisioneros que no les tenéis odio ni rencor, que los acogéis como representantes de las masas soviéticas trabajadoras y que pronto, muy pronto, les permitiréis ir a trabajar, volver a sus stanitsas, por las que ellos también penan, camaradas, entonces, creedme, la nueva de la buena y amistosa acogida correrá, como un reguero de pólvora, por todas las tropas cosacas, llegará a China, disgregará allí a los restos de las fuerzas blancas y les hará volver, arrepentidos, hacia nosotros. Tratad a los prisioneros como a hermanos, haced que comprendan, perciban y crean que ya no somos enemigos suyos, sino camaradas...

Recordaron aquellas palabras. Y cuando entraron en Arasán, no hubo violencias, ni saqueo, ni represión alguna. Los cosacos y los vecinos del lugar

quedaron muy asombrados. No podían dar crédito a sus ojos y oídos. Esperaban excesos, esas atrocidades con las que, de continuo, habían venido asustándoles sus generales. Y los de Arasán se llenaron de júbilo.

Ellos mismos propusieron que se enviara una delegación de su gente a Kopal, para que contara allí lo ocurrido y convenciese a los kopalenses de que los soldados rojos no eran, desde luego, ningunas fieras y habían respetado a los rendidos de Arasán, sin tocarles ni un pelo de la ropa.

Magnífico. La delegación partió para Kopal. Poco después llegaba de allí la noticia de que los kopalenses deponían las armas.

Estos mandaron a su vez otra delegación para las negociaciones y la firma de un acuerdo que les protegiera de cualquier eventualidad. También temían. E incluso cuando se hubo firmado el pacto, no faltaron quienes advirtiesen:

- ¿Qué les importa a los rojos un papel más? Muchos papeles de ésos han roto. Muchas promesas de ésas no han cumplido. Acordaos de la Constituyente. Entonces también habían prometido guardarla y defenderla. ¿Y qué hicieron? Pues romper todo, no cumplir nada. Lo mismo harán con nosotros ahora. ¡Cuidado! No les creáis, no les creáis...

Pero aquellas medrosas voces eran ahogadas por miles de otras que demandaban a gritos el cese inmediato de la guerra, la rendición sin demora:

- Basta. Ya hemos peleado de sobra. Y de todos modos, no se adelanta nada. A entregarse ahora mismo. ¡¡No hay más que hablar!!

Y quieras que no, los jefes y oficiales cosacos, todos los cabecillas, se vieron obligados a aceptar la salida pacífica, ya que no había otra solución.

El pacto fue firmado. Había en él diferentes cláusulas, pero la más importante era, por supuesto, la relativa a la vida y la muerte, a las garantías y la solemne promesa, por parte de los vencedores, de que no se ejercerían represalias...

Pues bien, ya se habían encontrado las dos partes: la roja y la blanca. El encuentro tenía lugar en pleno monte, en la pequeña y apartada ciudad de Kopal. En torno, como gigantescos calderos de plata bruñida, se alzaban las nevadas montañas, esas mismas montañas por las que como feroces carniceros en busca de presa, se abrían hacia poco paso entre la nieve los blancos y los rojos. De pronto, embestían con furia de huracán. Rivalizaban en astucia y habilidad para el engaño, el golpe inesperado, la aniquilación del adversario, la represión cruenta... Allí, en las montañas aquella mutua caza feroz de un regimiento por otro, muertos sin tumbas, tirados en los montones de nieve para pasto de fieras. Enfurecidos, se habían alzado hasta aquel día, uno frente a otro, dos muros humanos: el blanco y el rojo. Pero llegó una sorprendente hora en que los enemigos se convirtieron en amigos, en que todos

Page 55: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

53

creyeron que ya no habría más por las montañas aquella mutua caza feroz de un regimiento por otro, de una compañía por otra, de un vigilante grupo de reconocimiento por otro grupo de la misma índole. No había ya que temblar a cada instante, esperando que, saliendo del desfiladero o bajando de la montaña, acometiese el enemigo, inesperadamente, y se llevara la vida.

Ahora eran hermanos. Estaban en dos filas, una frente a otra: la de los

rojos y la de los blancos; la fila blanca, desarmada, vencida; la roja, con sus armas, vencedora. Cada una de ellas observaba a la otra, desconfiando aún, en espera todavía de alguna prueba dura, inopinada.

Por las filas corrió un susurro: - Ya vienen los comandantes... Ya vienen... A caballo, llegaron al centro de la formación

Bielov y Bocharov y, de los blancos, el capitán Boikó, que mandaba las fuerzas de Kopal. Y empezaron a decir unas palabras que se metían ardientes en el corazón y hacían llorar a hombres insensibilizados, embrutecidos por una guerra feroz entre las peñas.

Las palabras aquellas eran en apariencia tan corrientes y sencillas, que en otra ocasión habrían pasado desapercibidas, sin que nadie les prestase mucha atención ni se emocionara al oírlas.

- Hemos terminado de combatir... Basta ya ahora, en el Semirechie no habrá guerra, ni frentes, ni ruina… Volveremos a los pueblos y aldeas, a los pelear, camaradas. Vivamos ahora en paz: unos volverán a la tierra, a cultivarla, a reanudar la abandonada labor querida, habitual; otros, a cuidar de los rebaños y yeguadas, a apacentarlos por esas montañas. Cada uno a lo suyo. Y en adelante, en vez de estorbarnos unos a otros en el trabajo, nos ayudaremos mutuamente, trabajaremos juntos, muy unidos, en buena armonía, para que se mantenga firme el Poder soviético, el Poder de los trabajadores... Por consiguiente, ¡a trabajar, camaradas! Olvidemos la enemistad, nuestras discordias de ayer, y volvamos al hogar, a la tierra, al trabajo...

Aquellas sencillas palabras ensanchaban con rapidez y conmovían hondamente los doloridos corazones humanos. El júbilo era indescriptible. Un grito de entusiasmo salía a la vez de todas las gargantas; unos agitaban las armas; otros, las manos inermes; juraban que no pelearían nunca más, que jamás abandonarían el trabajo...

Había que explicar. Había que advertir, era preciso decirles inmediatamente, allí mismo, por qué y para qué habían combatido, cuáles eran las causas de ello, cómo iban las cosas en la República Soviética y a lo que había que estar dispuestos.

- Aquí, en el Semirechie, nosotros estamos terminando, hemos terminado ya la lucha -siguieron diciendo cuando se acallaron los primeros vivas-. Los generales y coroneles blancos que arrastraron a los cosacos a esta lucha han sido impotentes para

continuarla, han visto que las masas cosacas no quieren combatir más y vuelven a la tierra. Scherbakov se ha marchado ya a China... Annenkov y Dútov y los restos de las fuerzas de Vinográdov, presionados ahora desde el Norte por las tropas rojas, tendrán que marcharse también a China... Ni vosotros ni nosotros queremos la guerra, pero esos generales blancos pueden desencadenarla otra vez. Se están llevando con ellos a millares de hombres a tierras chinas, adonde nos está vedado llegar. Y pueden, en cualquier momento, lanzarse desde allí contra nosotros... ¿Qué haremos entonces?

- Juramos que no permitiremos, que no dejaremos desencadenar la guerra -gritaban rojos y cosacos-. ¡No les dejaremos!... ¡¡No se lo permitiremos!!

- Por consiguiente, habrá que volver a empuñar las armas, os lo advertimos ahora: id a trabajar, pero tened presente que podéis ser intranquilizados una vez y otra por las incursiones del enemigo. Tenedlo bien presente, no lo olvidéis. Y otra advertencia: el enemigo no ha sido aniquilado en todas partes como aquí. Continúa existiendo en el Turkestán, al menos en Ferganá, donde las bandas basmaches cometen desmanes... El enemigo se encuentra en la Rusia Soviética, en el frente polaco, en el del Sur, con Wrangel... Y cuando se nos llame, cuando se pida nuestra ayuda, ¿será posible que no vayamos?

Y entonces, enardecidos de alegría, quizá sin darse mucha cuenta de lo que prometían, respondieron a gritos:

- ¡Iremos!... ¡Ayudaremos!... ¡Resistiremos juntos!...

La moral era elevadísima; el ambiente, solemne; los sentimientos conmovían profundamente por su sinceridad y fuerza...

Tal fue el encuentro en Kopal de los enemigos de ayer. Así se entregaron aquellos miles de sitiados. De este modo acabó de hecho el Frente del Semirechie. Quedaba solamente el peligro de un ataque inesperado, desde China, por parte de los jefes cosacos allí refugiados. ¿Cuántas fuerzas de caballería se habían logrado llevar? Nadie lo sabía a ciencia cierta. Pero luego, cuando se hizo el cómputo en unión de los oficiales cosacos, resultó una cifra demasiado peligrosa y amenazante: diez mil hombres.

Una fuerza de esa naturaleza seguía siendo para la región un peligro torturante, continuo. Había que hacerla inofensiva lo antes posible, debilitarla, disgregarla.

Y en eso se pensaba. Esta tarea era ahora para el Mando rojo una de las más importantes.

En cuanto a los prisioneros, se procedió como correspondía: dieron sus nombres y se les incluyó en una relación, clasificándolos por categorías. Luego, en distintas expediciones, a Vierni, para su distribución, utilización y destino definitivos.

Esta parte del trabajo se había realizado de abril a

Page 56: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

54

mayo. Entonces ya estábamos nosotros allí y participamos en ello. De lo que había ocurrido antes, de la liquidación del frente, nos enteramos por los relatos de los camaradas, así como por los informes en que éstos daban cuenta de su actuación al centro directivo. Bielov me dijo más de una vez:

- Aunque el frente de aquí ha sido liquidado y ya no existe, tengo mis temores. Párate a pensar: queda con sus armas el ejército del Semirechie, que consta de mujiks de estos lugares y de no pocos kulaks. En Kopal dieron unas voces, se alegraron un poco, prometieron, hasta juraron hacer cosas, con los mejores propósitos... ¿Pero es que podemos basar todos nuestros cálculos en eso? Si lo hacemos, nos daremos el gran batacazo, fracasaremos por completo. Hay que examinar el asunto a fondo. Y cuando miro al fondo, me doy cuenta de que bien está la alegría, bien las promesas, pero la realidad del Semirechie nos dice que los de aquí no irán por su voluntad a parte alguna. Aunque perdamos todo el Ferganá, aunque los hétmanes polacos lleguen hasta Moscú, te juro que los del Semirechie no se moverán de aquí. ¿Qué pasa ahora? Lo que pasa es que han vencido. No hay enemigo, lo han hecho polvo. Y eso de que todavía hay algunos en alguna parte, en la China, como no los ven, de momento, no les alarma gran cosa. Y en cuanto a otros sitios, ¿qué les importa a ellos Polonia, Wrangel?... En eso no se conseguirá nada. Para tener amplitud de miras, para ir a una lucha semejante, en cualquier minuto y a cualquier sector, se necesita conciencia, una conciencia grande, seria, profunda, y convicciones. ¿Y crees que aquí tenían hondas convicciones? ¡Qué habían de tenerlas! Lo que ocurría era que estaban en competición con los cosacos: ¿Quién agarraría la sartén por el mango? ¿Quién de los dos habría de ser dueño y señor de la región? ¿Quién tendría en sus manos una fuerza auténtica, verdadera, quién iba a mandar, a dirigir y quién iba a obedecer? Eso era todo, sólo eso: desbrozar el camino hacia una vida de abundancia, con la posibilidad de meter a los kirguizes en un puño, de gobernarlos a su manera, de sacarles el jugo como quisieran, a su antojo... De modo que, créame, todo se puede esperar de esta familia. Son capaces de salirte con cualquier truco que te deje con la boca abierta...

El inteligente Panfílich siempre me había parecido un poco pesimista. Creía de continuo que veía las cosas demasiado negras, que presentaba la situación más sombría de lo que era en realidad; en fin, que había dónde rebajar. Pero, desde luego, mejor es presentar la situación más difícil que pintarla de color de rosa. Y desde este punto de vista, apreciaba siempre el marcado realce que Panfílich daba a los peligros, tanto posibles como imposibles, de que advertía. Aquella vez sus suposiciones eran muy reales, toda la situación de la región lo indicaba, y un futuro próximo vino a confirmarlas del modo más

penoso y terrible. El frente ya no existe. ¿Qué hacer con el ejército?

Disolverlo sería, claro está, lo más agradable para él, por eso suspira y alborota, eso mismo reclama mediante enérgicas peticiones, largos mensajes, categóricos telegramas y activos emisarios.

- Basta, ya hemos derrotado a los cosacos. Se han largado a la China, y ahora, ¡échales un galgo!... Te equivocas, hermano, no es por ahí. ¡Te daremos para el pelo, vas a perder el tupé!

- Pero con todos ellos no se ha acabado -intenta convencer alguna cabeza sensata-. Eso de que los cosacos anden vagando por la China no es ninguna broma... ¿Y dónde está la China? Ahí al lado. En un par de galopadas, se plantan otra vez aquí. Esa es la cuestión, hermanete, a la menor cosa, puede presentarse el peligro...

- Para unos será un peligro, pero para otros no -vocifera el indómito vencedor de cosacos-. A nosotros eso nos importa un pito. Ya les sacudimos una vez en las ancas, y escaparon al galope...

- De todos modos, es un peligro. ¿Y si ocurre de pronto una desgracia?

- No ocurrirá. Y si ocurre, estamos siempre preparados, para recibirles bien, por que tenemos las armas y no las soltaremos jamás.

- ¿Cómo que las tenéis? - ¡Pues teniéndolas!, por las aldeas... - ¿Y ametralladoras? - Y ametralladoras. - ¿Y cañones? - También, ¿qué pasa? Pondremos uno al pie del

campanario y que quede allí dispuesto, para que, en cuanto se presenten los cosacos en la aldea: ¡bru-um!, a la barriga...

- ¿Y dónde se ha visto que un ejército y sus armas estén desperdigados por las casas? ¿Qué estáis diciendo, muchachos? Eso no conduce a nada.

- Este ejército es muy diferente... Nosotros mismos conseguimos las armas, son nuestras, se las quitamos a los cosacos, combatiendo, y por eso no las queremos soltar... ¿A santo de qué vamos a darlas? Es decir, ya hemos dado la sangre, y ahora, ¿hay que dar también las armas? No, las guardaremos nosotros... ¿Pensabas tomarlas con las manitas limpias?... ¡Anda, chúpate ésta!... Eso es lo que te vamos a dar si te descuidas...

- ¿Es que se puede razonar así, hermanos? Pues vosotros aquí constituís sólo una división. ¿Y son pocas las que hay por otras partes?

- ¿Y qué nos importa a nosotros? - ¡No ha de importaros! Pues todas ellas son

divisiones nuestras, cumplen un objetivo común, persiguen el mismo fin.

- Nosotros ya les hemos zurrado a los cosacos. - Bien, les habéis zurrado, de acuerdo. Pero en

otros sitios no se ha batido aún al enemigo, y allí hay

Page 57: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

55

también divisiones, soviéticas, Y muchas de ellas puede que anden mal de cañones. Resultará que aquí los tenéis al pie de los campanarios, y allí...

- Allí que se arreglen con lo suyo... Aquí no hay nada que hacer. En pocas palabras: nos quedaremos con lo que hemos conquistado aquí, porque el soldado sin fusil es como el ganso sin cola.

- Desde luego, pero mientras esté en filas -replica terco el interlocutor-. En filas necesita el fusil, pero cuando está en la aldea, para arar la tierra, no es el fusil lo que hace falta.

- Ya sabemos lo que hace falta -y unos ojos sombríos dicen lo que no han acabado de decir los labios: "Por mucho que te empeñes, hijo de Satanás, no te las daremos. ¿Por qué no nos dejas en paz?":

Pero, ¡cómo se les iba a dejar en paz! - Hay que continuar en filas, sería absurdo

disolver la división, pues el enemigo está cerca, a dos pasos...

- Bueno, nosotros mismos nos defenderemos. Maldita la falta que nos hacen los perros judíos y tártaros de toda calaña que han caído por aquí.

- Muchachos, ¿qué estáis diciendo? - Lo que oyes, y no hay más que hablar... Solos

hemos peleado, y solos pelearemos cuando sea menester. Y a vosotros nadie os ha llamado aquí, habéis venido por vuestra cuenta.

- Pero la división no se puede disolver sin más ni más, mandando a cada uno a su casa. ¿Cierto?

- No hay que mandar a nadie, nos iremos nosotros mismos...

- ¡Pero el enemigo está ahí! En nuestras mismas narices. Junto a la misma frontera. ¿Y qué va a pasar cuando no haya ningunas fuerzas, cuando se disuelvan?

- Si vienen, los echaremos, y asunto concluido... - No, amigos, así no es posible discutir. Eso no es

resolver la cuestión. El asunto hay que examinarlo detenidamente, en todos los aspectos, y confiar sólo en el arrojo y el azar no sirve en este caso para nada. Además, el ejército puede ser utilizado ahora para atender a distintas necesidades de la economía. En los Urales o en Siberia, por ejemplo, a los soldados rojos se les emplea de la siguiente manera: aran la tierra, ayudan a los campesinos, talan árboles, llevan los troncos en armadías por los ríos, trabajan en distintas obras públicas, arreglan los caminos... Eso sí que es práctico. Y lo principal es que cuando el ejército hace falta para el combate, está allí, sobre las armas: unas veces trabaja y otras dispara o hinca la bayoneta. Ya veis lo que significa trasladar a un ejército al frente del trabajo: con una mano se empuña el arado y con la otra el fusil. Y a nosotros se nos ha encomendado la tarea de convertir aquí al Ejército Rojo en un ejército de trabajo...

Queda uno esperando, necesita la respuesta. Pero ésta no llega. Contestan solamente las miradas, burlonas o de coraje; luego, alguien barbota

venenoso: - A trabajar no hay que enseñarnos, ya sabemos

bastante... Así acogen las masas de soldados rojos la noticia

del paso a la situación de ejército de trabajo. Los comandantes, a excepción de cinco o seis, ven el asunto con los mismos ojos que esas masas. Los comunistas del ejército ofrecen débil resistencia o no se oponen en absoluto a tal estado de ánimo; muchos de ellos incluso lo comparten, lo justifican y unen sus voces al coro general.

- Es una pena, Panfílich -le digo a Bielov-. De esta gente no haremos ninguna división de trabajo...

- ¿Y ahora te enteras? -replica burlón, mordiéndose de vez en cuando el bigote erizado y rojizo-. Aguarda a que toda esta yeguada empiece a reunirse en los mítines y a discutir si hay que arar hoy, o no, si hay que partir leña o no hay que partirla, ¡ ya verás lo trabajadora que se muestra! No te pondrás muy contento, no. A mi modo de ver -agrega en serio, con firmeza-, no resultará nada de esto, en absoluto. Podría resultar solamente en algunas unidades pequeñas, donde el comandante sea bueno, pero incluso en ésas, la gente se marchará con el tiempo...

- No obstante, hay que hacer algo. Y ahora, sin dejarlo para después; de lo contrario, pudiera ser peor...

- Desde luego. No me refiero a eso. Pero hay que proceder de manera que no se cometan errores. ¿Sabes?, antes de tu llegada propuse a Tashkent lo siguiente: que se licenciase a todos los hombres de nuestro ejército. ¡A casita!, pues mejor era que se fuesen con licencia que por su cuenta. Y en cuanto empezásemos a darles suelta, se podrían poner condiciones; por ejemplo, que las armas se quedasen en el regimiento, por si había que llamar a todos de nuevo... Y entretanto, dar tiempo a que llegase una división buena, de confianza. Por ejemplo, la de Blazhévich que, según se rumoreaba, venía del Norte, de la región del Semipalátinsk... Cuando llegará, ¿por qué no decretar su movilización? Siguen pasando los años, y no sabemos si vamos a tener o no a mano una división de confianza...

- Bueno, ¿y qué te contestaron del centro directivo?

- Se negaron... Yo sé que Panfílich piensa siempre varios planes

a la vez; así, cuando falta uno, tiene otro preparado, y si éste no se realiza, saca el tercero que tiene de reserva.

- Hay que intentar -le digo- eso mismo de que tú hablabas en el Comité Revolucionario: llevar madera por el Almatinka al valle de Chu, para los canales de riego.

Es como si Panfílich oyese estas palabras por primera vez; sus ojos denotan a un tiempo desconfianza y asombro, parecen decir: de eso no

Page 58: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

56

resultará nada. Y en realidad, desde hace varios días está

tomando datos, interesándose por las necesidades económicas de la cuenca del Almatinka y el valle de Chu, sabe ya de qué herramientas se dispone, dónde están, cuántas son, cuáles de ellas se encuentran en condiciones de ser empleadas inmediatamente, adónde hay que mandar hombres y cuántos se necesitan; en fin, está llevando a cabo toda esa labor previa con que se bosqueja la organización de una empresa. Mientras tanto, ya se ha averiguado por los regimientos el número de carpinteros, albañiles y mecánicos con que cuenta cada uno de ellos, se ha calculado aproximadamente el personal especializado y las herramientas que hay en las compañías de ingenieros y de zapadores o en los servicios de la administración militar, a las órdenes de los guarda-almacenes y hasta entre los soldados rasos. Entre los habitantes y en la división se ha hecho un recuento de los medios de transporte existentes. Esta labor la han realizado algunos muchachos de la división conjuntamente con algunas "autoridades locales", gente de los comités revolucionarios y comisariados de guerra de los distritos.

Aquel quehacer inicial no cesaba, era una etapa aclaratoria, de preparación. Sólo se había puesto completamente en claro una cosa: en cuanto tratáramos de trasladar gente de un distrito a otro, apenas se empezara a mover unos regimientos que permanecían inactivos, añorando con pasión sus pueblos y aldeas, en cuanto se enteraran de que no se tenía el propósito de licenciarlos y de que se les iba a emplear en obras públicas, ¡se acabaría!, desertarían todos. Si es que no ocurría algo peor. De darles algún trabajo, tenía que ser en el mismo lugar donde se encontraban ahora los regimientos. Había que esperar un cierto tiempo, retenerlos, aunque no fuera más que un par de meses, en un trabajo que quizás atenuase un poco su instintivo afán de volver a la aldea, y entonces se podría intentar el traslado a otros lugares. Se habituarían al trabajo, se acostumbrarían a considerar la nueva situación laboral de la división cosa tan natural y corriente como la situación militar. En pocas palabras: en el peor de los casos, se necesitarían un par de meses para acabar con aquel impetuoso afán de desmovilización. Y de poner en marcha a alguna unidad, sería solamente a pequeñas unidades de poca importancia en las que se tuviera seguridad, a éstas se las podía enviar tanto al Chu como a la cuenca del Almatinka.

En el informe al Comité Militar Revolucionario se decía:

"El Ejército Rojo ha quedado libre de las funciones que cumplía y hay que hacer algo con él inmediatamente, sin darle largas al asunto. Ya les he comunicado el personal especializado con que cuenta este ejército, su capacidad militar y la moral en él predominante. Después de haberse abierto paso hasta

sus aldeas, no tiene más que un afán: el de quedarse allí, no ir a ninguna parte y disolverse. Dada su situación actual, no llegará de ningún modo a comprender tareas que por su profundidad y amplitud rebasen el Frente del Semirechie. Ni el trabajo político de unos instructores ineptos, ni unos mandos excesivamente tolerantes, nada será capaz de fundir de nuevo a este ejército, de hacerle cambiar de convicciones y obligarle a actuar por encima de sus mezquinos intereses, propios, locales. Durante cierto tiempo, permanecerá inmóvil, pero si sus hombres se ponen en movimiento será de un modo espontáneo, desordenado, para marcharse a casita, llevándose las armas por añadidura. Y no hay con quién ni con qué detener esa posible desbandada. En tales condiciones, su paso a la situación de ejército de trabajo es casi irrealizable. Será posible únicamente de un modo parcial y en los lugares de acantonamiento de las tropas..."

Y un poco más abajo, con otro motivo, se advertía:

"...les recomiendo tomen medidas extraordinarias en evitación de algo muy desagradable. No estamos sobre un terreno firme, no tenemos fuerzas en las que pudiéramos confiar y apoyarnos en caso necesario. Y ya va siendo hora de desarmar a los kulaks y a los cosacos, que tienen escondidas las armas por las aldeas y stanitsas. Es preciso cambiar a los guardafronteras, pero no hay con quién reemplazarlos... "

Eso se comunicaba a Tashkent a mediados de abril. Tales advertencias y temores resultaron proféticos; en aquellos días veíamos ya con claridad que el trasladar a los hombres de la división de un lado para otro tendría malas consecuencias. La situación no ofrecía lugar a dudas: el estado de ánimo de la división era levantisco, se disponía a obrar por su cuenta, no estaba de acuerdo en salir de la región a parte alguna. Una vez liquidado el frente, tendía impetuosa hacia las aldeas, sabiendo que ninguna otra fuerza podría detenerla, pues el Semirechie se encontraba lejos, muy lejos, a centenares de verstas. Además, pensaban sus hombres, ¿de dónde iban a sacar fuerzas para lanzarlas contra ellos?... ¿Y las buscarían en realidad? Tal vez se desentendieran allá del asunto, diciéndose:

- Los del Semirechie ya han hecho lo suyo, ¡dejemos que se diseminen por las aldeas!

Por ello, tenían sobrada confianza. En aquellas semanas de transición, las tropas no

querían ni oír hablar de lejanos traslados, de incorporaciones al frente de la economía por largo plazo. Nosotros lo comunicamos al centro directivo. Pero, al hacerlo, sabíamos perfectamente que ese centro no podía darnos hombres, pues él mismo carecía de ellos, por tener a todos empleados en otros lugares. Nos encontrábamos en una situación sin salida: no se podía disolver la división, ni dejarla

Page 59: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

57

inmóvil, ni enviarla a otro sitio. Por dondequiera que tirásemos, estábamos perdidos. Y elegimos el camino menos peligroso: ahora tratábamos de incorporar sin tardanza a los regimientos a los procesos de trabajo en su misma comarca, sin que tuvieran que salir de ella, y retardábamos con distintos pretextos conversaciones definitivas sobre la posibilidad o imposibilidad de diseminar los hombres por las aldeas; se procuraba, al propio tiempo, ir licenciando a los soldados de más edad, con precaución, de modo gradual, alargando el asunto y quitándoles las armas; reforzar al máximo el trabajo político entre las pocas fuerzas que podían ser útiles; apresurar lo más posible la llegada de la división de Blazhévich o de cualquiera otra unidad de confianza que, con su aparición en el Semirechie, fortaleciera nuestras posiciones y permitiera utilizar también nuestra división no sólo en beneficio del campesino o del cosaco de la región, sino al servicio de los intereses de toda la República, como se utilizaban algunos batallones obreros de Petrogrado, Moscú e Ivánovo-Voznesensk, o los mujiks de Tula en diversos lugares de la cuenca del Mar Blanco y los campesinos de la región del Volga en la helada tundra siberiana... Pero ello se podría hacer únicamente cuando pisásemos terreno firme; entretanto, había que mantenerse a la expectativa, llevando a cabo un trabajo preparatorio, de defensa, para contener los ataques más peligrosos de algunas unidades intranquilas.

Al propio tiempo, llamábamos a toda la región a la lucha contra el desbarajuste económico. Acerca de ello, salmodiábamos machacones, día tras día, en los periódicos, repartíamos entre el ejército y por la región millares y millares de llamamientos, gritábamos hasta enronquecer en los mítines, nos esforzábamos, en fin, cuanto podíamos.

- Camaradas -exhortábamos y explicábamos-, el frente se ha acabado, pero el enemigo existe todavía, el peligro no ha desaparecido. No os deslumbréis con las victorias, no perdáis ni una hora en vano; aprovechemos este breve respiro para la lucha contra el desbarajuste económico. La retaguardia pide ayuda al frente: necesita hombres, experiencia, recursos materiales. Vayamos a ayudar en lo que podamos. Cuidemos con solicitud de la economía nacional. Recordemos que es nuestra, no de los señores, y que ahora nosotros mismos la debemos guardar, fortalecer y desarrollar. Tened esto presente en vuestra lucha cotidiana y que cada uno de vuestros pasos, todos vuestros actos, estén penetrados de esa solicitud consciente por la economía nacional.

- No vamos a estar combatiendo un siglo. Ya está cercano el día en que el Ejército Rojo, después de derrotar al enemigo en sus últimos reductos, sea licenciado. Quedarán sólo las fuerzas para la defensa de la República. Volveremos al trabajo, a ese trabajo pacífico con el que queremos vivir: a la labranza de los campos, a las fábricas y talleres, al laborar de

toda clase. Pues no vamos a estar peleando eternamente, si combatíamos ahora es sólo para empezar a trabajar cuanto antes. Luchamos por el trabajo, por la vida pacífica. Y cuando regresemos, ¡cuánto valor tendrá para nosotros cada tornillo roto y cuánto lamentaremos que no esté entero! Todo servirá, todo hará falta, todo lo empezaremos a echar de menos cuando volvamos al trabajo. Mientras hay guerra, ¿quién se va a preocupar de guardar esos tornillos? En ella muchas cosas se pierden inevitablemente, e incluso con provecho para el objetivo final. En la guerra no había tiempo para pensar en tornillos, pero ahora, camaradas, tened esa solicitud, ese cuidado que nos ayude a salir airosos de estos tiempos difíciles. Ayudad a los comités revolucionarios, a los Soviets, a los funcionarios civiles; recordad que sus intereses y los nuestros son comunes, que hay que trabajar juntos. Tenemos que unir el frente y la retaguardia de manera que se comprendan mutuamente, para que no haya en lo sucesivo esas desavenencias irreconciliables que ha habido hasta ahora, en la época de la guerra, donde a veces cada cual barría para dentro, uno no contaba con el otro, no querían escucharse mutuamente ni veían más allá de sus intereses locales. Hay que acercarse más unos a otros. Unid el frente con la retaguardia, al soldado rojo con el campesino, con el kirguiz, con el cosaco, con el funcionario de la ciudad. Agrupémonos. Aprovechemos este respiro, que quizá sea brevísimo, en beneficio de la causa común, entreguemos todas nuestras fuerzas al frente de la economía. Con el esfuerzo de todos, ¡adelante, camaradas, al trabajo!

Con argumentos tan elementales tratábamos de reanimar el ejército y la región. Y no sin resultado. Sobre todo donde había muchachos de confianza. No se había intentado todavía ningún traslado de hombres. Nos apresurábamos a encontrar trabajo en los lugares de estacionamiento de tropas y a emplear en él a los regimientos y batallones ociosos, que se relajaban de no hacer nada. Con gruñidos y protestas, de mala gana, maldiciendo de todo lo habido y por haber, se iba desperezando el Ejército del Semirechie, se ponía despacio en movimiento y, poco a poco, rezongón e indolente, empezaba a husmear el asunto al que lo llevaban.

- ¿No has oído, hermanete, lo del frente alimán?

A lo mejor empiezan a mandar para allá... - ¿A quién? - ¿A quién va a ser? A todos, y a nosotros los

primeros. Y el soldado rojo sonrió burlón, entornados los

ojos con socarronería, observando qué efecto causaban en su interlocutor sus pícaras palabras.

Los compañeros que estaban tumbados cerca, dormitando, alzaron la cabeza:

- ¡Mientes, reptil!

Page 60: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

58

- No, no miento. Se ha recibido una orden en la división; parece que, cuando trabajemos aquí unas miajas, nos prepararán el viaje hacia el alimán...

- ¿A qué alimán? Ese frente no existe... - Algo de eso debe haber -aseguró el instigador de

la conversación-. Nosotros estamos aquí metidos y no nos enteramos de nada. Sí, ese frente tié que haberlo, pues los polacos siguen...

- ¿Los polacos? - Los mismos. Y todas las fuerzas las mandan

para allá. Y a nosotros también. Un paisano mío, que salió disparado de Tashkent para Kosaia Gorka, dice que están mandando para allá infinidad de fuerzas, como nunca, porque los polacos...

- Hum... Mal asunto... Pero nosotros, hermanos, ya hemos hecho lo nuestro, y basta.

- Natural... Sólo faltaría eso... Ya está bien... - ¡Y cómo nos portamos!, ¿eh? Se alzaron arrogantes las narices, naricillas y

narizotas, sobresaliendo de los engreídos rostros atezados por el sol y el viento.

- Aquí tenéis lo que hacen los polacos esos...

Escriben de mi aldea que ahora no hay quien la conozca, está todo destrozado y no tiene gente para reparar, ni dinero con qué comprar, ni nada que llevarse a la boca...

- En cambio, tienen la contingentación -deslizó alguien, maligno.

- Esa contingentación nos ha sacado hasta los tuétanos, se están llevando hasta el último cacho de pan... Los hijos de perra...

- Es decir, un verdadero saqueo, sin ningún freno. En cuanto que lleguemos, van a ver esos de las contingentaciones...

El que lo dijo rechinó los dientes, y sus ojos acabaron de expresar un pensamiento que venía madurando desde hacía mucho.

- Alioshka, ven aquí -llamó a un muchacho que estaba plantado algo más lejos-. Tú, canalla, que te has apuntado en el Partido, ¿que nos dices de la contingentación? ¿Van a seguir robando así?

Alioshka había ido a parar al Partido recientemente, por hacer compañía a otros, y en cuanto a la contingentación, pensaba igual que ellos:

- Pronto volveremos a casa, y entonces dispondremos allí nosotros mismos...

- Sí, nosotros mismos... Y eso de que, entretanto, mientras no estamos nosotros, les quiten todo a nuestras familias, ¿qué te parece?

- Bueno, eso es porque hay esa orden -se defendió un poco Alioshka.

- Al cuerno con esa orden, lo que necesitamos nosotros es anularla. ¿No es eso?

Los soldados rojos que participaban en la charla manifestaron tumultuosamente su aprobación y asentimiento...

- Y no hay por qué tenernos aquí más tiempo.

- Pues ya hemos terminado todo -intercaló uno de aspecto sombrío-. Y puesto que hemos terminado y ya no hay cosacos, ¡a casita, que llueve!

- De todos modos, hermanos, volveremos al terruño, pero quizá no sea pronto, y haría falta que fuera ahora... Ahora, porque es la primavera, ha llegado el tiempo de la labranza, ¿y cómo la van a hacer sin nosotros?

- Cierto... ¡Qué duda cabe!... ¡Es verdad lo que dice!...

- Por eso hay que exigir -continuó el orador, enardecido por los gritos-, hay que exigir que resuelvan de una vez, sin más largas, nuestro asunto, que nos licencien, y si no nos licencian, nos iremos nosotros mismos...

- Hala, muchachos, vamos a ver al comandante... Todos se levantaron de un salto, reanimados de

pronto. El grupo de oyentes, que había engrosado hacía tiempo, era ya una multitud compacta.

- Pero no hay que andarse por las ramas, hay que decirle claro, con firmeza, que no queremos ir a ninguna parte, que aquí no tenemos nada que hacer, y en cambio, en la aldea hay trabajo de sobra...

- ¡Pues tenemos que pararles los pies a los kirguizes!

- ¿Qué? - Están reclutando kirguizes... Dicen que quieren

formar una división entera de ellos, para que no tengamos ninguna libertad y nos manden solamente los tártaros, los kirguizes y los judíos...

- Y parece que les van a dar todas las armas -se alzó una nueva voz.

Los rostros revelaban malas intenciones. Los ojos iracundos se inyectaban en sangre. Había en las voces una amenaza sorda, indómita, una indignación furiosa, y el arrebato de aquellos hombres denotaba que estaban dispuestos a expresar inmediatamente con hechos, con las armas o con los puños, su descontento actuante.

La multitud alborotaba de continuo; no hablaban ya unos y oían los demás, cada cual procuraba, se apresuraba a ahogar la voz del otro, a exponerle con ímpetu sus argumentos, a repetir, casi con las mismas palabras, lo que acababa de decir el vecino. Cualquier rumor, cualquier noticia, frase o palabra suelta que se captaba de pronto era trastrocada, revuelta, desfigurada al instante. Se agitaba la multitud de hirviente ira y airadas protestas, cada vez mayores; avivaba sobre todo su indignación la nueva de que en Vierni se estaba formando una brigada kirguiza. La brigada se organizaba en efecto -habíase celebrado más de una reunión para tratar del asunto, se habían distribuido rigurosamente todas las obligaciones entre diversas personas e instituciones y crecía a ojos vistas. Su comandante, Sizujin, comunicaba sin cesar la incorporación de nuevos hombres, pues la región estaba ampliamente informada, por haberse enviado agitadores a distintos

Page 61: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

59

lugares y kishlaks que llamaban a los kirguizes a alistarse como voluntarios en su primera brigada de caballería, y de todas partes del extenso Semirechie afluían indígenas a caballo, unos mal armados, otros excelentemente. La brigada crecía por momentos. Al principio, la engrosaban sólo voluntarios. Más tarde, se decretó la movilización. Era aquel un paso muy serio y arriesgado. Aún estaba fresco en la memoria de todos el recuerdo del año diez y seis, cuando el gobierno zarista intentara la movilización de los indígenas y recibiera la respuesta de un alzamiento en masa.

¿Qué pasaría ahora? ¿Envenenarían también los mulhás y los bayes a la población del país, incitándola a responder a la movilización de la misma manera que hacía cuatro años?

Pero no ocurrió así. La movilización fue acogida como nosotros queríamos: sin protestas, sin complicaciones ni indicios de insurrección.

En cuanto los rumores sobre la movilización de los indígenas y la formación de la Brigada Kirguiza llegaron al ejército del Semirechie, éste se alarmó y, lleno de sobresalto, empezó a protestar y amenazar:

- A nosotros se nos dice: entregad las armas. Y a los kirguizes: tomadlas, por favor... ¿Para qué? ¿Para que nos manden? ¿Para que se venguen de nosotros por lo del año diez y seis? No, con todos los respetos, no entregamos las armas...

- Pero, camaradas, ¿es que entre vosotros, en el ejército, hay pocos kirguizes?

- Eso es muy distinto. Los kirguizes esos ya están acostumbrados a nosotros, vivimos juntos.

- Y los que reclutamos ahora también se acostumbrarán.

- Mira, hermano, no nos engañas; déjate de mentiras. Ya hemos padecido bastante con vuestros engaños... Y a los kirguizes no les des las armas... Porque no las necesitan para nada. ¿Para que las quieren? ¿Contra quien van a disparar aquí? Llegan tarde, nosotros solos ya hemos acabado con todo, y si es preciso, lo haremos otra vez... No necesitamos ayudantes.

El ejército estaba agitado por todos aquellos rumores sobre el próximo traslado al "frente alimán... para sacudirles a los polacos", sobre el monopolio del trigo, el armamento de los indígenas y la formación de la Brigada Kirguiza. Grupos, multitudes, batallones y regimientos enteros manifestaban su indignación, iban a ver a sus comandantes con diversas exigencias, les presentaban ultimátums. Y los comandantes y comisarios nos mandaban telegramas aterradores, auguraban por hilo directo toda clase de males, caracterizaban a sus unidades de condenadas a la insurrección...

La situación iba tomando en verdad un cariz alarmante.

¿Pero qué podíamos hacer nosotros, a más de dedicar todas nuestras energías a la lucha contra

aquel peligro que se avecinaba y utilizar al máximo a cada funcionario que sirviera un poco para el trabajo, como estábamos haciendo?

Poco después, Murátov ya andaba muy atareado en el Comisariado de Guerra de la región; Verménichev se encontraba en la Sección Política, donde también estaba Naya; Rubánchik y Nikítchenko trabajaban conmigo; Garfúnkel había ido a Przhevalsk; Aliosha Kólosov se desvivía en lo suyo, en la escuela del Partido, y Poleies y Altshúler habíanse retenido en Pishpek con motivo del surgimiento de un gran conflicto en torno a Dzhinazákov. Aquel asunto auguraba también muchos quebraderos de cabeza, pues de tomar incremento, podía ser el comienzo de una nueva degollina de carácter nacional.

Por consiguiente, ¡complicada y amenazadora era la situación!

- ¿Quién está al aparato? - Yo, Altshúler. Dime. - Rompe la cinta y llévatela. Se os encomienda, a

ti y a Poleies, una misión de responsabilidad. Quédate en Pishpek y dirige desde allí. En caso necesario, te pondrás en contacto conmigo en Vierni. Se ha recibido del centro la orden de vigilar de cerca la labor de la Comisión del CECT36 para la ayuda a los kirguizes que se refugiaron en China el año diez y seis. Esa comisión la preside Dzhinazákov. Hay motivos para suponer que Dzhinazákov está realizando el trabajo de un modo equivocado, y tal vez criminal. Guarda todas las precauciones posibles, comprende la tirantez de las relaciones entre las nacionalidades, muestra el máximo de tacto, pues el más pequeño error tuyo puede tener grandes y graves consecuencias. Comunica inmediatamente los cambios que se operan en la situación, informa del curso de los trabajos, transmite los datos que consigas. Instrucciones detalladas se te enviarán aparte...

Con estas o parecidas palabras, comunicamos a Altshúler el nuevo trabajo que le hacía volver, a mitad de camino, a Pishpek. En el momento en que comunicaba, yo mismo no conocía aún el asunto con detalle. Y se trataba de lo siguiente: Después de recibir los más amplios poderes del CECT, Dzhinazákov había partido para el Semirechie sin llevar plan alguno de organización de la ayuda a los kirguizes repatriados. Ni siquiera se preocupó de presentarse en Vierni, capital de la región, donde le habría sido útil ponerse en contacto con los organismos de dirección y consultarles antes de emprender un asunto de tanta responsabilidad, tan apremiante y difícil como volver a instalar a decenas de miles de indígenas, extenuados y hambrientos, en los lugares donde vivieran anteriormente. Pues dichos lugares habían sido ocupados, asolados o

36 CECT (o CECTURK).

Page 62: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

60

incendiados durante el sangriento choque del año diez y seis. A aquellas decenas de miles de personas, a más de asentarlas sobre la tierra, había que proporcionarles sitio donde vivir, era preciso ayudarlas inmediatamente a adquirir alguna hacienda, ocuparse de todas ellas, darles algunos aperos, por malos que fueran, no permitir que se murieran de hambre, ponerlas, en fin, en condiciones de trabajar y ganarse la vida. Y para hacer todo aquello, Dzhinazákov tenía que haber ido antes a Vierni. Mas no lo hizo. Empezó inmediatamente a realizar el trabajo en el distrito de Pishpek, estuvo dando tumbos por los kishlaks, fue varias veces a Tokmak, pero por la capital de la región no apareció durante más de un mes. Y es muy natural que no recibiera de la región ayuda alguna. ¿Quién iba a prestarle colaboración cuando no se sabía en qué y cómo se podía ayudarle, para qué había venido y qué era lo que hacía?

Y hacía lo siguiente. Llegaba a un campamento de repatriados o a

algún kishlak, convocaba una asamblea general y decía:

- He venido aquí a ayudaros... Yo, Tirakul Dzhinazákov podría daros mata, pan e instalaros a todos en los sitios donde vivíais antes... Pero, ¿dónde están vuestros kishlaks? ¿Dónde vuestro ganado, vuestros rebaños de las montañas? No queda nada de eso: todo se lo ha llevado el campesino ruso. El os arrojó, kirguizes, de la tierra que teníais, os maltrató cruelmente el año mil novecientos diez y seis, y ahora no quiere devolveros los bienes que os ha robado. Pero yo, Tirakul Dzhinazákov, os ayudaré a recuperar todo eso, porque tengo fuerza y derecho para ello, yo les obligaré a hacerlo. Ahora, kirguizes, ya sois libres. Vosotros, kirguizes, tenéis que crear ahora vuestro gobierno, porque la región del Semirechie es vuestra tierra. Han caído por aquí toda clase de gentes, a montones, pero la tierra esta es kirguiza, sólo kirguiza, y por eso hay que echar de ella a todos los extraños y que únicamente los kirguizes la gobiernen... Yo he dado ya la orden de que, en el plazo de cuatro semanas, todos los campesinos se vayan de las tierras que robaron el año diez y seis. Independientemente de que las hayan ya arado o no. Y puesto que yo, Tirakul Dzhinazákov he dado esa orden, hay que cumplirla. Y ahora acercaos y decid qué es lo que necesitáis cada uno; se hará una lista y os lo daremos, yo os daré a todos cuanto tengo. ¡Tirakul Dzhinazákov os hará mucho bien!

Cuando la traducción de los provocadores discursos de Dzhinazákov llegó a Altshúler, a éste se le pusieron los pelos de punta y, al principio, no queriendo dar crédito a los intérpretes, ni siquiera me comunicó esos discursos. Y hasta que no se convenció una y otra vez de que eran ciertos, no me refirió lo que ocurría. En realidad, el cuadro era amenazador.

Por una parte, los centros directivos de la región procuraban por todos los medios conservar aquel año la mayor superficie posible de tierra labrada, y por otra, Dzhinazákov, veinte o treinta días más tarde, iba a echar de esas tierras a los labradores.

La atmósfera se iba caldeando tanto, que la inflamable materia del sentimiento nacional podía ya hacer explosión en cualquier momento, y por añadidura, el presidente de toda una comisión llevaba a cabo una propaganda insensata, aumentando con ello el peligro mortal.

¿Quién era en realidad Tirakul Dzhinazákov? Cabía creer o no las versiones, pero lo cierto era

que todos los relatos coincidían en un hecho: el padre de Tirakul era un manap riquísimo que hasta la fecha seguía viviendo en algún lugar de la comarca de Aulie-Atá. Poseía inmensos rebaños de ovejas y grandes yeguadas, y vivía como correspondía a un verdadero manap, es decir, rodeado de riquezas y el acatamiento de un hatajo de vagos y granujas siempre dispuestos a vivir a costa ajena.

En ese ambiente había crecido Tirakul. El pueblo le recordaba, claro está, como retoño de una familia acaudalada, noble y poderosa. Y ahora, cuando Tirakul repartía toda clase de bienes soviéticos, sin mencionar ni una sola vez al Poder soviético y recalcando tan sólo que él personalmente les regalaba cuanto les hacía falta, era natural que en las ignorantes masas indígenas fuese arraigando este convencimiento:

"De modo que los manaps vienen a ayudarnos... Ellos son quienes nos socorren en los momentos difíciles de la vida. Por consiguiente, ¡vivan los manaps, protectores y defensores nuestros! "

Así ocurría. No podía ser de otra manera en aquel atrasado mundo indígena. Y Tirakul, lejos de desvanecer tal convencimiento fatalista, salvaje, lo fortalecía con cada una de sus intervenciones. Las masas del país se agitaban, hervían de indignación. ¿Contra quién? ¡Ojalá hubiese sido solamente contra los kulaks, contra sus opresores, contra sus invasores y expoliadores!

Pero las masas kirguizas ardían de odio y coraje contra todos los extranjeros en general. Aquello era un presagio funesto, una amenaza temible. Y auguraba desgracias para un futuro próximo. Nosotros, por aquel entonces, no teníamos aún la menor idea de las intenciones finales que abrigaba Dzhinazákov. Presentíamos, sospechábamos algo, pero no podíamos decir nada con seguridad, pues el cargo que ocupaba nos impresionaba. Dudábamos, mas nuestras dudas tampoco eran muy firmes. Únicamente más tarde, cuando ya estaban las cartas boca arriba, echamos una ojeada retrospectiva al pasado.

Y vimos todo con claridad. Y comprendimos cada uno de los pasos de Tirakul.

Pero por aquel entonces nos limitamos a aguzar el

Page 63: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

61

oído y abrir el ojo: empezamos a vigilar atentamente todos sus movimientos.

Los telegramas de Pishpek eran cada vez más

alarmantes. La propaganda chovinista de Dzhinazákov no

conocía límites, y exacerbaba al máximo el odio nacional. Se aproximaba la insurrección y una nueva carnicería.

Toda la labor de la Comisión era pura apariencia; en realidad, Dzhinazákov preparaba la insurrección descaradamente...

Procuraba que kishlaks enteros ingresasen en el Partido Comunista: huelga decir que aquellos "comunistas" no tenían nada de tales y que lo que necesitaba él era conseguir en todas partes (legal e ilegalmente) una mayoría nacional. A este fin se esforzaba para que se adhiriesen al Partido kishlaks enteros con el exclusivo objeto de despistar, y explicándoles el comunismo a su manera: "Tendréis inmensos rebaños y yeguadas, viviréis en la abundancia, en todas partes estarán sólo "los nuestros". Tal era la nueva "comuna" de Dzhinazákov...

Donde podía, destituía a todos los funcionarios no indígenas, sin motivo justificado, y a algunos los detenía como medida administrativa.

Al enterarse de que a Altshúler y Poleies les habían encomendado la labor de control de la comisión, Dzhinazákov olfateó el peligro y tomó toda clase de precauciones: procuraba que no llegasen a ejercer una inspección efectiva, encubría sus propios actos y acabó por establecer una estrecha vigilancia sobre nuestros camaradas…

Aquellos telegramas ponían los nervios en tensión, obligando a suponer las más inopinadas y graves asechanzas, cosa muy natural, pues en una intrincada selva corno el Semirechie todo se podía esperar.

Después de estar dando vueltas por las comarcas de Tokmak y de Pishpek, eludiendo cuidadosamente la capital de la región, Dzhinazákov envió al fin a ésta a una especie de delegado.

Llegó el enviado aquel y adoptó una actitud desafiante: regañó con el Comité Revolucionario de la región y con la Sección Agraria, presentó a todos un montón de ultimátums.

Hubo que convocar con urgencia reuniones extraordinarias, tanto del Comité Revolucionario como de la Sección Agraria, suavizar asperezas y procurar que hicieran las paces las partes contendientes, para que las disputas, escándalos y ultimátums no repercutiesen lo más mínimo en la suerte de los cuarenta mil repatriados que esperaban auxilio. Con gran dificultad, después de concesiones mutuas de todo género y analizar escrupulosamente los puntos y pasos propuestos por cada una de las partes, se consiguió limar -tal vez sólo en apariencia-

las más agudas discrepancias. Se esperaba que en breve llegaría el propio Dzhinazákov.

Otro delegado suyo, incluso una subcomisión entera, actuaba en su nombre en Przhevalsk. Y recibíanse noticias de que su labor transcurría bajo las mismas formas. Recuerdo que también se realizaba algo en Dzharkent; en fin, ciertos trabajos de esa índole se llevaban a cabo al parecer, pero todo se hacía de un modo disperso, casual, sin coordinación alguna entre sí ni con las actuaciones de los órganos del Poder en la región e incluso en los distritos. Al azar. Así resultaba si se examinaba la cosa desde el punto de vista de la ayuda a los kirguizes repatriados.

Pero, de dar crédito a los informes que nos llegaban día tras día de nuestros camaradas de Pishpek, toda aquella labor no se realizaba al azar ni a ciegas.

Yo no había echado aún la vista encima a Shegabutdínov, comisario de guerra de la región. Con un destacamento de kirguizes, había marchado a Przhevalsk. Allí trabajaba ahora el delegado de Dzhinazákov. Los camaradas informaban desde Pishpek que entre Shegabutdínov y él se habían establecido relaciones muy estrechas.

Y de pronto, se produce la coincidencia de que Shegabutdínov envíe el siguiente telegrama:

"Manden urgentemente a mi disposición el batallón musulmán III Internacional",

Ese batallón de infantería tenía de setecientos cincuenta a ochocientos hombres. Bajo un mando capaz, constituían una fuerza considerable.

Cambiarnos impresiones: ¿Qué tal persona era Shegabutdinov? ¿Para qué necesitaba ese batallón?

Los que le conocían -Kushin, Bielov, Bocharov y Kravchuk- se manifestaron en el sentido de que era un buen muchacho, pero de voluntad débil y no muy desarrollado políticamente; bajo una presión hábil, inteligente, podía vacilar. ¿Para qué necesitaría el batallón? Tal vez para algún objetivo importante y necesario... O quizá... ¡Vaya usted a saber lo que pasaría allí! Mas todos aquellos alarmantes telegramas de Pishpek nos obligaban a proceder con la mayor cautela:

- ¿No será eso una concentración de fuerzas? Puede que allí, en las comarcas de Przhevalsk y Tokmak (¡adonde ha llegado el propio Dzhinazákov!), se prepare el golpe.

- Cierto, no hay que precipitarse. Lo mejor será no mandarlo.

Y respondimos: - "Razones de carácter estratégico nos impiden

trasladar actualmente el batallón musulmán a la comarca de Przhevalsk…"

Poco después, se presentaba Shegabutdínov. Tostado el rostro, polvoriento del camino, recién apeado del caballo, venía a verme. Era un mocetón tremendo, de abombado pecho, largos y recios

Page 64: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

62

brazos, fuertes manazas, nervudo todo él, musculoso, embutido en su uniforme caqui. La cabeza redonda se asentaba firme sobre un cuello robusto, de abultados tendones. Sus ojos, cejas y bigote eran negros, se afeitaba la cerrada barba. Tenía unos treinta años. Sus ojos, típicamente orientales, llenos de un brillo intenso, tan pronto sonreían cautivadores como centelleaban iracundos. No miraba de frente, a la cara, y aquello hacía entrar en recelo. Pero media hora más tarde se podía ya colegir que, en el fondo, se trataba de un "infelizote", de un buen chico bajo cuyas palabras, conclusiones y ademanes enérgicos, inflexibles en apariencia, se ocultaban dudas, indecisión, falta de voluntad, inseguridad y vacilaciones... En cualquier cuestión, apenas se le hacían dos o tres preguntas u objeciones, aunque no fuera más que para probarle, empezaba a vacilar, a dudar, a retroceder, buscando cualquier rendija que le permitiera escabullirse con dignidad, sin que se apercibiesen de ello, retractarse de la opinión expuesta, ¡pero sin que nadie se diese cuenta! Una vez y otra, el desconcierto velaba sus ojos de aceitoso brillo, esparcíase sobre ellos, como estaño derretido, y los hundía en la turbación aquella; únicamente quedaban a flote las asustadas pupilas, que se movían nerviosas denotando el bullir en el cerebro de contradictorios pensamientos.

Shegabutdínov se dejaba influenciar por las palabras ajenas, sobre todo cuando éstas eran dichas en tono aleccionador y autoritario. Lo primero que le asaltaba en tales casos era la desconfianza en sus propias palabras, y empezaba a dudar al instante y a rectificar presuroso. La primera entrevista me convenció de una cosa: de que sólo podía ser peligroso por falta de comprensión, había que ponerle bajo una dirección sensata, organizada, no perderle de vista ni un minuto, y entonces, sería uno de los mejores. Así ocurrió posteriormente.

Más tarde, Shegabutdínov empezó a mostrar increíbles energías, cumplía honradamente, con seriedad y celo, todas las misiones, cualquier tarea que se le confiara; le apenaban sus fracasos y se alegraba como un niño de sus éxitos. Como camarada era también uno de los más agradables y sinceros que he encontrado en mi vida. Pero todo eso, más adelante.

Al principio, Shegabutdínov era para nosotros un enigma. Sobre todo cuando manifestó inmediatamente su descontento por nuestra negativa y sacó la conversación de la Brigada Kirguiza:

- ¿Estáis formando una brigada? - Sí. - Por consiguiente, ¿necesitáis indígenas? Hay

que hacer propaganda entre ellos, llamarlos, ¿no es eso?

- Desde luego... - ¿Y a quién tenéis al frente? ¡A Sizujin! ¿Quién

es Sizujin? ¿Y por qué Sizujin precisamente? Os

recomiendo que pongáis sin falta a mi íntimo amigo Bikchúrov. ¡Ese sí que hará marchar el asunto!

Su propuesta la rechazamos de momento. ¡Cualquiera sabía qué intenciones abrigaba!

Aunque pudiera ser que quisiese ayudarnos efectivamente. Si era así, magnífico. Incluso todo lo que proponía parecía muy sensato, sería en realidad más conveniente y acertado, había que pensar en ello, se podía consultar a alguien, pedir consejo, pero... Pero aquellos alarmantes telegramas de Pishpek se alzaban una y otra vez en la memoria, y uno veía Przhevalsk donde, en unión de los delegados de Dzhinazákov, se encontraba Shegabutdínov y demandaba el envío del batallón musulmán... ¡Y ahora insistía en que al frente de toda una brigada se pusiese a su más íntimo amigo y cercano colaborador!

No, lo mejor era esperar, observar con atención, sopesar bien las cosas...

En la hostería de Beloúsovski, donde seguimos

viviendo, ocupa un cuarto independiente el jefe de las fuerzas de seguridad de la ciudad. En cuanto entro allí para algún asunto urgente y abro la puerta de improviso, me quedo pasmado: en el suelo, en los divanes, en la cama, en todas las posturas imaginables, están echados hombres desconocidos envueltos en magníficas batas de colores. Tienen aspecto de animales bien cebados, de raza, con sus gruesos cuellos lustrosos y ojillos hundidos en grasa. Chasquean los labios o dan chillidos, emitiendo unas palabras extrañamente ininteligibles. Se percibe una excitación general. Y se ve que toda esta gente no es "del pueblo", lo más probable es que sea "la flor y nata" de la alta sociedad indígena, ricachos, nobles, bayes y manaps.

Entre ellos, se encuentra Yusúpov. Está tumbado en un sofá con las piernas hacia arriba, dando chupadas a un cigarrillo y escuchando las palabras que, como aullidos entrecortados, nerviosos, llegan del rincón. Al verme se levanta de un salto y, a pasitos cortos, ligeros, viene turbado a mi encuentro, me toma del brazo y me saca del cuarto, susurrándome apresurado al oído alguna incongruencia.

Llueve sobre mojado, y esta circunstancia hace desconfiar de nuevo. Algo incomprensible ocurre en derredor. Se oyen cosas inesperadas y se presencian súbitas escenas que vienen a convencernos cada vez más de la certeza, en lo fundamental, de nuestras sospechas y suposiciones: se está llevando a cabo, desde luego, una profunda labor interna de organización que unos conocen perfectamente y en la que otros participan, quizá de modo inconsciente, sin comprender, saber ni adivinar los objetivos finales y más importantes...

¡Ni el diablo sabe qué se está tramando! Las dudas me consumen. Y, por añadidura, me entero

Page 65: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

63

más tarde de que el principal guardián de la ciudad, además del cuarto de la hostería, tiene en Vierni un piso entero. ¿Para qué necesita las dos viviendas?

Hoy, en el Comité del Partido, entre otras

cuestiones, se ha comunicado: - Se observa una impresionante agravación del

problema nacional. La atmósfera se caldea con extraordinaria rapidez. Puede haber inesperadas complicaciones. En un pueblo de la comarca de Przhevalsk se ha producido una fuerte colisión entre los campesinos y la población musulmana; a consecuencia de ella, todos los milicianos musulmanes han sido desarmados. Hay que tomar medidas con urgencia, pues las noticias que de allí se reciben son intranquilizadoras.

Y no se ha podido idear nada nuevo, nos hemos limitado a poner en guardia a todos los comités de distrito y a ordenarles que, lejos de debilitar el trabajo de agitación y propaganda, lo intensifiquen por los kishlaks, stanitsas y aldeas, que actúen para evitar posibles complicaciones y que influyan por todos los medios sobre las comarcas más intranquilas y determinados elementos... No tenemos ningunas fuerzas. No podemos ayudar a las comarcas. Sin embargo, hemos mandado allá, a la de Przhevalsk, una pequeña comisión encabezada por Garfúnkel.

... Unos días más tarde recibíamos noticias de que todo se había resuelto sin choques armados, a pesar de que el estado de ánimo de los campesinos era extraordinariamente belicoso y se veía a las claras que alguien los incitaba a hacer una carnicería. Adelantándonos a los acontecimientos, diremos que, no mucho después de aquel viaje, a raíz de la sublevación de Vierni, en esa misma comarca de Przhevalsk, donde ahora trabajaba nuestra comisión, se produjo un alzamiento. Lo dirigía Menshov. Este, por no sé qué delitos, había estado detenido a disposición de un tribunal, pero durante la sublevación de Vierni se fugó y ocultóse en la comarca de Przhevalsk; allí soliviantaba a los campesinos armados, azuzándoles contra los kirguizes con distintos pretextos e infundíos, como la supuesta preponderancia que adquirían los indígenas e imaginarios actos de bandidaje y robo de ganado...

Y él mismo, en una sola comarca, como venganza, les quitó a los kirguizes todo el ganado. Aquello ocurrió algo después. Pero ahora se percibía ya una intranquilidad grande. Los acontecimientos maduraban. Era sofocante el ambiente precursor de la tormenta que se avecinaba.

Los centros directivos de la región trabajaban a

más no poder. Cierto que faltaba un plan trazado con amplitud y rigurosamente meditado, carecíase de perspectivas claras, no se sabía a ciencia cierta qué había que construir y cómo hacerlo ni se observaba la economía debida en el empleo de fuerzas y recursos.

El Semirechie se encontraba aún en una etapa inicial semejante a la que Tashkent había superado ya a fines del año diez y ocho o a principios del diez y nueve. El trabajo se efectuaba de un modo espontáneo. Una tras otra surgían las necesidades, a cual más apremiante, complicada y grande.

El pequeño grupo de responsables del Partido se extenuaba por completo en un trabajo superior a sus fuerzas, vertiginoso. Ni siquiera había una delimitación rigurosa de funciones; en el Comité del Partido, por ejemplo, se solventaban con frecuencia cuestiones que "reglamentariamente" debían ser resueltas en el Comité Revolucionario. También nosotros, en la jefatura de la delegación, discutíamos y solucionábamos de vez en cuando asuntos que, por algún motivo, habían escapado de la competencia del Comité del Partido. Y viceversa. Pero los funcionarios eran siempre los mismos: ellos estaban en el Comité Revolucionario, en los órganos del Partido, en todas partes. Donde se reunían, allí resolvían. Inmediatamente. De prisa y corriendo. Cada asunto apremiaba. Nadie iba a solucionarlo por nosotros. Y los trabajos se entremezclaban de tal manera que, en ocasiones, era difícil determinar a quién le correspondía resolver una cosa y quién tenía que hacer otra.

Y había asuntos a montones. Además, había llegado la hora de empezar una nueva y gran campaña, pues en agosto debía celebrarse el Congreso del Partido del Turkestán, y en septiembre, el de los Soviets. Era preciso crear en la región con toda urgencia nuestras comisiones preparatorias de dichos congresos, agitar las estancadas aguas de la alejada charca provinciana, zarandear a los que dormitaban y, al propio tiempo, cuidar con celo, ¡con infinito celo!, de que, en su somnolencia, no hiciesen tonterías que pudieran originar desgracias irreparables.

Había que crear una comisión regional, comisiones en cada distrito, en cada término municipal y recorrer el inmenso Semirechie, era preciso llevar a cabo de un modo directo, sobre el terreno, una labor preparatoria. Partieron raudos las instrucciones, las órdenes y los consejos -secretos y no secretos-, comenzó una nueva serie de abundantes sesiones, asambleas y reuniones de todo género.

En el Comité Regional no quedó casi nadie. Un día, reunidos, estábamos pensando: "¿A quién pondríamos allí que pudiera trabajar

fijo algún tiempo?" Fue propuesto uno. Empezamos a contar y resultó

que tenía tres trabajos. Buscamos otro, éste tenía cuatro. Revisamos uno por uno, hasta calculamos el tiempo de que disponía cada cual para beberse un vaso de té y tomar un bocado, dividimos el día en horas, y nos convencimos de que incluso las horas de todos estaban sobrecargadas. ¡No había nadie disponible! Tratamos de buscar aunque no fuera más

Page 66: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

64

que uno, no lo encontramos. ¿Y qué decidimos? Agarramos a Goriáchev (sustituto del "Compadrito" en el tribunal) que, al modo tolstoyano, nunca ofrecía resistencia a la violencia, y cargamos al pobrecillo con dos o tres horas diarias de trabajo en el Comité Regional. Aceptó el infeliz, sin decir esta boca es mía. Pero luego la realidad demostró que no todos les días podía ir. No había, pues, allí ningún funcionario fijo del Partido. Los asuntos del Comité Regional se despachaban conjuntamente, entre todos. Mientras se trataba de pensar y decidir, la cosa marchaba. Pero cuando había que poner en práctica la decisión no había quien pudiera hacerlo, quien tuviera tiempo para ello.

Entretanto, seguía su marcha desde China el ejército hambriento, desnudo y sin hogar de los kirguizes que se repatriaban. Acampaban donde podían, inquietos de no recibir ni ver aún aquello que anhelaban y por lo que habían venido presurosos: amparo, vivienda, ayuda. Lo que se hacía en favor de aquel agonizante ejército de mendigos era insuficiente. Hacían falta medidas auxiliares. Nos pusimos a pensar, y organizamos una semana de recogida de donativos. Para ello hubo también que mandar gente, mejor dicho, que aumentar la carga de quienes ya tenían de sobra. Iniciamos en la prensa una amplia campaña, agitamos a los del Semirechie, llamando con fuerza a sus sentimientos. Y hay que decir que los resultados no fueron malos: la semana surtió considerable efecto. Se acercaban ya los días de junio. Y poco después, durante la sublevación, bien nos echaron en cara esa semana los kulaks del Semirechie:

- Mucho os preocupáis de los kirguizes, les ayudáis de todas las maneras; en cambio, ¡de nosotros sólo os acordáis para sacarnos los productos con la contingentación esa!

Pero de ello se hablará más adelante. Lo señalo ahora de pasada.

Era muy natural que cuando surgía de pronto una cuestión en particular apremiante, que no admitía espera alguna, dirigiéramos la mirada hacia nuestro órgano de prensa: la Pravda del Semirechie. Y en tales casos, indefectiblemente, el periódico cojeaba de ambos pies: costaba gran esfuerzo ponerlo en movimiento, nunca lograba seguir el ritmo de nuestra acelerada labor cotidiana, publicaba diversos articulillos, divagando, en términos generales, y reproducía alguna cosa de la Pravda moscovita o de Biednotá37. Decidimos ajustar también este resorte. En el Comité Regional se acordó que pasase a depender de la Sección Política de la división. Y, cosa extraña, el periódico se reanimó y cobró nueva vida, circunstancia que reconoció el propio Comité Regional no más tarde de una semana. Lo que no conseguimos, por falta de tiempo y carencia de fuerzas para ello, fue llevar nuevos aires a la prensa

37 "Campesinos pobres". (N. del T.)

"provinciana". Y allí la situación era verdaderamente escandalosa. No recuerdo dónde, si en Dzharkent o en Przhevalsk, un periodicucho local publicó estas líneas de algún plumífero:

"El citado decreto ha sido redactado personalmente por el ciudadano Lenin... "

Nos quedamos pasmados: en un periódico soviético, de nuestra demarcación, ¡no se atrevían a llamar camarada al propio Lenin!

Pero aún más peregrino y significativo fue el caso siguiente. En vísperas de la "resurrección de Cristo", cierta organización repartió unas hojas dedicadas por lo visto al auxilio a los niños vagabundos. En ella se decía:

"Con motivo de tan gran fiesta, debemos regalar a cada uno un huevecito pascual, preocuparnos de ellos..."

¡La hojita era de lo más "edificante"!... No es posible abarcarlo todo, y nosotros tampoco

atendimos debidamente a esa parte del trabajo: a la prensa. Lo único que pudimos hacer fue empezar a escribir para ella nosotros mismos. Y aunque lo hacíamos apresuradamente, en los ratos que quedaban de un trabajo a otro, algún provecho se sacó de aquello.

Apenaba especialmente la circunstancia de que, en el trabajo práctico, nuestros órganos soviéticos se quedasen imperdonablemente a la zaga de todos los asuntos. La ausencia de planificación se hacía sentir cada día y a cada paso. Y nosotros no estábamos en condiciones de subsanar esa deficiencia en tan breve tiempo. Apenas se empezaba un asunto, se acaban los plazos para él señalados. Por ejemplo, en la cuestión del nuevo reparto de la tierra, ¡buena época habían ido a elegir! ¡Qué ocurrencia señalarlo para abril, cuando todos los buenos labradores (e incluso los malos) ya habían dado comienzo a las labores del campo!

Teníamos, por añadidura, otra cuestión importante que nos desazonaba. En el Semirechie, sobre todo en los distritos fronterizos con China, se siembran como es sabido enormes campos de adormideras, de las que se extrae el opio. La especulación y los abusos que se cometen en este aspecto son incontables. El opio lo suelen comprar los negociantes chinos para llevárselo a su país a través de la frontera. También ahora, cuando la primavera se acababa, los campos estaban desde hacía tiempo pródigamente sembrados de adormideras. Todo el mundo tendía a procurarse los mayores ingresos. En Dzharkent se dio el caso de que a un "comunista" se le ocurriese dedicar a ese cultivo ¡nada menos que quince desiatinas!38 Llegaban por aquel entonces protestas de todas partes exigiendo que las tierras en que se cultivaba esa nociva planta se sembrasen de trigo, que daba el pan, pues en otoño no iban alimentarse de opio. Sucedía igualmente no pocas veces que los mencionados

38 Cada desiatina tiene 1,092 hectáreas. (N. del T.)

Page 67: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

65

"campos de opio" eran arrasados, y los "vencedores" se ponían a sembrar trigo diligentes, sin contar con nadie. En este terreno también había que hacer algo, y sin demora, para conservar los sembrados de adormideras e impedir al propio tiempo que el opio saliese a China.

Y una vez más hubo que destacar hombres; algunos de ellos fueron enviados a los distritos para resolver este asunto. Crearon allí comisiones con plenos poderes para poner bajo su control todos los campos sembrados, efectuar la recolección organizadamente y entregar el opio al Estado, dejando sólo un pequeño tanto por ciento a los especuladores que habían emprendido aquel negocio.

La campaña del opio nos dio no poca guerra. ¡Cuánta correspondencia, cuántas conversaciones hubimos de mantener con Tashkent por ella! Y una vez más, en la cuestión del opio estuvimos a punto de llegar tarde.

Sobre este mismo tema, recuerdo el siguiente sucedido.

Celebraba sesión el Comité Revolucionario, cuando de pronto empezó a oírse un creciente alboroto, chillidos, voces, insultos.

- ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? - Viene hacia aquí una multitud de mujeres muy

excitadas, son de la "Sociedad de viudas". - ¿Y por qué gritan? - Los inválidos les quitan la tierra... - ¿Cómo que se la quitan? ¿Qué tierra? Resultaba que aquella Sociedad de viudas tenía en

los alrededores de la ciudad unas parcelas. Las había repartido entre sus afiliadas y arado. Todo ello con la mayor honradez del mundo. Y entretanto, los organismos competentes habían regalado esas mismas parcelas a los inválidos. Estos arremetieron contra las viudas con la energía característica de los inválidos semirechinos (por cierto que luego, durante la sublevación, ayudaron con entusiasmo a los insurrectos y acometieron al Poder soviético lanzando maldiciones). Armóse gran revuelo. Las viudas se dirigieron al Comité Revolucionario. Y los inválidos, tras ellas.

Tampoco en esta ocasión habíamos sabido hacer las cosas a tiempo. Todo se había dejado para el último instante. Y cuando transcurrieron todos los plazos, estalló la bomba de la resolución aquella: ¡quitarles a las viudas parte de las parcelas y dárselas a los inválidos!

La tremolina fue de las grandes, a duras penas acabamos con ella.

Tales casos y episodios sueltos indicaban con claridad que era preciso urgentemente, sin demorarlo un solo día, organizar el trabajo con arreglo a un plan riguroso, pensado de antemano. E iniciamos al instante un ciclo de reuniones llamadas "invernales". Convocábamos más de una vez -y de dos- a todos los comisarios de guerra de la región, oíamos sus

informes sobre el trabajo que realizaban, les exigíamos la presentación de planes elaborados con vistas al futuro, sopesábamos nuestras fuerzas y posibilidades, teníamos en cuenta las particularidades del Semirechie, la ayuda que podíamos recibir del centro directivo y coordinábamos todos esos planes haciendo acopio desde la primavera para que el invierno no nos pillara desprevenidos. Por eso, porque pensábamos principalmente en el invierno, calificábamos a nuestras reuniones de "invernales". Y éstas dieron su fruto, pues en definitiva se esclareció y perfiló una especie de plan general; se empezaba a poner término a la imprevisión, se abolía el sistema del trabajo espontáneo, casual. Y al par que toda esa labor, se llevaba a cabo en la región el traslado de las unidades militares.

Ante todo, se arrancaba a los regimientos de la "tierra natal", donde se disgregaban muy rápidamente, y se les trasladaba a otros distritos; además, se sabía ya que la división tendría que salir (total o parcialmente) del Semirechie. En los caminos por donde habría de pasar se establecieron puestos de suministro de víveres y de asistencia médica, ya que en algunos regimientos el tifus hacía estragos y amenazaba con extenderse a toda la división y a la región entera. En algunos distritos, innumerables enfermos yacían ya hacinados; así ocurría en los de Liepsy y Kopal. Era preciso prestar urgente socorro en aquellos lugares a una población arruinada por dos años de guerra civil. Allí actuaba una comisión especial nuestra encabezada por Kravchuk. Y a pesar de todo, con frecuencia, los campesinos cargaban en el carro sus míseros enseres domésticos y venían hacia Vierni, hacia la capital, con la vaga esperanza de recibir la ayuda necesaria. Aquellos evacuados traían, junto con su aflicción y necesidades, el tifus. Había que detener aquella huida espontánea a la capital y, por consiguiente, que reforzar, con mayor rapidez e intensidad, el auxilio en los lugares respectivos, pues la prohibición a secas no bastaba, eso estaba claro para todos. Y una vez y otra sacábamos a los funcionarios de la capital para llevarlos a la zona Kopal-Liepsy. Movilizamos a cuantos pudimos. Y la riada hacia Vierni disminuyó, bajó un tanto. Pero al tropezar en el camino con los regimientos, los evacuados les transmitían su desesperación, sus penas, y los soliviantaban... ¿Contra quién? ¿Contra quién iba a ser, sino contra el Poder soviético? La atmósfera se caldeaba de día en día. Y no había manera de enfriarla. Los mismos soldados rojos tendían con ansia hacia el hogar. La primavera empujaba hacia la tierra.

- ¿Dónde está la solución? -nos preguntábamos. Y la respuesta era siempre la misma:

Había que trabajar aún más unidos y compenetrados. Teníamos que aprender a valorar cada minuto y a aprovecharlo de la mejor manera posible. Era preciso vigilar a la región, estar siempre

Page 68: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

66

alerta, ¡no perderla de vista ni un instante! Eran tantos los peligros que se acercaban, estábamos tan rodeados de inquietudes y asechanzas, de amenazas de próxima tempestad, de verdaderos problemas y necesidades, de asuntillos y miserias, todo, lo grande y lo pequeño nos apretaba tanto, que sólo se podría romper aquel cerco a costa de enormes esfuerzos,

Por consiguiente, más unidos, ¡al trabajo! Y trabajábamos animosos. Seis mil hombres del ejército blanco prisionero se

habían aglomerado en Vierni. Tener al lado aquella materia inflamable era peligroso. La falta de viviendas nos ponía entre la espada y la pared: no había dónde alojar a nadie. Dimos orden a toda la región de que se prohibiese a los nuevos habitantes venir a la ciudad, salvo caso de necesidad extrema. En cuanto a quienes vivían accidentalmente en Vierni y tenían haciendas en las aldeas y stanitsas, se ordenó que volvieran a su casa, al sitio de residencia fija. Pero tampoco esto sirvió de nada.

Entre los prisioneros, la epidemia de tifus también causaba estragos. El peligro aumentaba. Aquello hacía recordar el Frente de Aktiúbinsk, donde el ejército blanco nos regalara en un tiempo millares de tíficos, acelerando así la tragedia desencadenada en las provincias de la cuenca del Volga por esa enfermedad. Procuramos con todas nuestras fuerzas cerrar la puerta a la desgracia que se nos venía encima. Fueron puestas en pie las instituciones militares y civiles, se elaboraron en reuniones conjuntas planes generales de lucha, recontamos una y otra vez las fuerzas que teníamos y unimos en compacto grupo de choque a todo el personal médico. Faltaba gente, faltaban medicamentos, chocábamos impotentes con la necesidad como el pez contra el hielo. Y cuando merced a increíbles esfuerzos se logró disminuir el peligro, en una orden especial para la división y la región, se destacó al personal médico. Y con motivo, pues en verdad habían trabajado sin descanso.

Al propio tiempo, se realizaba un trabajo político en los cuarteles, entre los prisioneros. Recuerdo una numerosa asamblea ante la que hicimos un informe sobre la situación creada, la guerra civil, sus causas y la falsa posición de los cosacos trabajadores arrastrados a la lucha por su oficialidad, que combatía contra los campesinos y la población indígena, kirguiza. Los oficiales blancos se mantenían aparte, escuchando con ansiedad, y la palidez de su rostro denotaba que en aquellos instantes tenían miedo a que los cosacos se tomaran la justicia por su mano.

Aquella muchedumbre de prisioneros cosacos rugía de frenético entusiasmo, expresaba airada su protesta, cubría de denuestos y maldiciones a sus engañadores -sus jefes de ayer-, porque nunca les habían dicho la verdad, daba estentóreos vivas pro

soviéticos, echaba sus gorros a lo alto, juraba que no se dejaría engañar más y que ahora, cuando todo se había puesto en claro, estaba dispuesta a empuñar las armas para defender al Poder soviético. Un viejo cosaco se subió al cajón desde donde se hablaba y manifestó:

- Nosotros, hermanos cosacos, no sabíamos nada de lo que ahora nos dicen los bolcheviques. ¿Lo sabíais vosotros o no?

- ¡No!... ¡No sabíamos nada!.. ¡Nos engañaban!... ¡Mentían todos!... Eso... eso es...

La indignación creciente amenazaba con estallar de un momento a otro.

- Y yo, tonto de mí, tampoco sabía una palabra -confesó el viejo, rascándose el cogote.

Los que estaban al lado se echaron a reír; sus grandes carcajadas impedían que los demás oyeran.

Resonaron fuertes murmullos. La gente quería saber la causa de aquella risa.

- ¿Qué dice? ¿Qué dice? -inquirieron en las filas de atrás.

- Digo que tonto... -aclaró el viejo a voces. - ¿Quién es tonto? -inquirieron de allá, redoblando

los gritos. - Yo... Y todos a una soltaron la carcajada. Cambió el

estado de ánimo reinante. Descargó al punto la tensión. Y en aquel nuevo ambiente se iba estableciendo la confianza, aumentaba la simpatía hacia nosotros, como si hubieran desaparecido los últimos restos de la reciente y gran hostilidad.

- ¿Qué era lo que nos decían? -prosiguió el viejo, cuando cesó la hilaridad y el revuelo-. Pues nos decían que todas nuestras stanitsas habían sido saqueadas, que nos habían quitado nuestras tierras, que a todas las familias cosacas las habían matado o enviado a los trabajos más penosos...

- ¡Es verdad! ¡Todo eso decían! -asintió la multitud.

- Y resulta que no es así -continuó el cosaco-. Nos han vuelto a engañar, porque nuestros familiares vienen ahora a Vierni y nos cuentan que viven como antes. (Al enterarse de que en Vierni había gran cantidad de prisioneros, los familiares de los cosacos, especialmente los de las stanitsas cercanas, acudían en efecto a Vierni y procuraban por todos los medios penetrar en los cuarteles, hacerles llegar esquelas, etc. Nosotros no poníamos muchos obstáculos, aunque habíamos establecido un severo control sobre los papelitos y conversaciones).

- Nuestras familias -agregó el viejo- no tienen motivo para quejarse a Dios, no cuentan muchas lástimas, y no hacen más que esperarnos en casa, para trabajar, se entiende... ¡Ahí tenéis!

La noticia del trabajo enardeció otra vez a la muchedumbre, y la vieja y contenida añoranza de la tierra, el hogar y el trabajo se desbordó fragorosa...

- Y ahora nos dicen que nos van a dejar volver a

Page 69: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

67

las stanitsas… Sí... Nos dejarán... Para que trabajemos en vez de pelear… ¿Dónde está el bandidaje de que nos hablaban? ¿Qué bandidos son esos que nos permiten volver a nuestras stanitsas?

Y de nuevo una explosión de entusiasmo, ensordecedores gritos, impetuosas muestras de un júbilo sin valladares.

Habíamos acordado en efecto permitir a todos los prisioneros de más de treinta años el regreso a sus casas. Y es de imaginar cómo recibirían los cosacos la tan esperada nueva...

Después del viejo, hablamos nosotros: - ¡Camaradas cosacos! De ahora en adelante os

llamaremos camaradas, porque... ¿qué enemigos somos ya nosotros? Seremos camaradas de trabajo, del duro trabajo común a que nos llama el Estado soviético. Basta ya de guerra, basta ya de enemistad. Ahora, sabéis adónde habéis ido a parar y con quién vais a vivir. Ya no tenéis motivos para desconfiar más de nosotros. Ese viejo cosaco os ha dicho lo que piensa. Nosotros no tenemos nada que añadir. A los que tengan treinta años cumplidos les permitiremos volver a sus stanitsas...

No dejaron seguir. Aquella multitud de miles de hombres nos rodeó al instante y avanzó hacia el cajón donde estábamos. Poco faltó para que nos derribase y aplastara con su frenético empuje, de una fuerza salvaje, excepcional. Durante unos minutos, un mar de cabezas se agitó encrespado a nuestro alrededor...

- ¡Hurra! iHurra!... ¡Oh... oh! ¡Ah... ah!... - A ésos los licenciaremos -seguimos diciendo-. Y

en cuanto a los demás, a unos los mandaremos al valle del Chu, a las obras de irrigación, y a otros los admitiremos en el Ejército Rojo, diciéndoles: antes servisteis a los generales blancos, servid ahora al pueblo trabajador, al Poder soviético...

- ¡Queremos ir al ejército! ¡Al ejército! ¡Al Ejército Rojo!

Y hay que decir que cuando, más tarde, se empezó a alistarlos como soldados rojos, se quedaron no pocos de los que, por su edad, tenían derecho a irse a sus stanitsas; querían demostrar con hechos su disposición a servir al Poder soviético...

Intervino también un representante de la oficialidad. Al principio no le dejaban hablar, pues los amenazadores gritos ahogaban su débil voz.

Cuando se hizo un poco de silencio, dijo: - Hemos combatido, eso es verdad. Pero

combatían todos los cosacos; por lo tanto, está claro que los oficiales teníamos que combatir también. Ahora, nosotros vemos que se nos recibe bien; a decir verdad, no esperábamos este recibimiento. Creíamos que nos aguardaba un castigo severo. Y no hay castigo alguno. No ha habido un solo caso en que hayamos sido objeto de vejaciones. Además, a todos los oficiales se nos ha concedido una amnistía... Tampoco esperábamos esto... Vosotros decís que los

oficiales os engañaban... - ¡Nos engañabais! ¡Nos engañabais! -confirmó la

multitud a grandes voces. - Puede que fuera así -continuó el oficial-. Pero,

¡qué importa lo que ocurriera allí antes!... - ¿Y por qué fusilabais? - ¿Por qué pegabais?... - ¿Por qué maltratabais a la gente para que

cantara? ¡¡Dilo!! Se multiplicaban las preguntas, amenazadoras, a

gritos; venían en rabiosas oleadas. De nuevo estaba cercano el instante del estallido, y en ese instante, si la ira cosaca rompía los diques, habría víctimas, inevitablemente.

Saltamos al cajón otra vez: - ¡Camaradas cosacos! No es momento de ajustar

cuentas viejas. Es verdad todo lo que decís del engaño por parte de los oficiales, pero eso mismo os servirá de lección para lo sucesivo. Y nosotros, ahora, también admitiremos a los oficiales en el trabajo: unos trabajarán, bajo nuestro control, en el ejército, y otros... Entre ellos hay hombres de ciencia: técnicos, agrónomos y de otras muchas profesiones. A éstos los pondremos a trabajar en cuestiones de carácter económico; nos ayudarán en la Sección Agraria, en el Consejo de Economía. No faltará qué hacer para todos.

- ¡Bien dicho! ¡¡ Que trabajen!! -respondió la multitud, benévola y comprensiva.

Más tarde se eligió una parte de la oficialidad que, dividida en grupos, fue enviada a diversas instituciones soviéticas. Durante la sublevación también se sacó a relucir esto como culpa nuestra, ¡y cuánto alborotaron los demagogos con tal motivo!

Otra parte de los oficiales fue movilizada para la labor técnico-militar, y a los demás, sobre todo a las que habían actuado en los servicios de contraespionaje, los entregamos sin tardanza a la Sección Especial, para que los interrogara y tantease.

Después de aquel gran mitin memorable, aunque quedó bastante claro cuál era el estado de ánimo de los prisioneros, no debilitamos ni un instante nuestra vigilancia sobre ellos. Mezclábamos intencionadamente en los cuarteles a prisioneros de distintos regimientos, para que no se conociesen unos a otros. E incorporamos a aquellas masas a muchachos nuestros, fieles a la causa, encomendándoles que, a más de llevar a cabo su labor política, observaran atentamente los cambios de estado de ánimo y procuraran que los prisioneros les hablasen con franqueza, a fin de aclarar con exactitud cuál había sido el papel y participación de cada jefe blanco, el carácter de su trabajo y, en particular, los casos de represiones, desmanes, crueldades... Nos enterábamos también del "grado de confianza" de que gozaba anteriormente cada unidad blanca. En fin, que al cabo de poco tiempo teníamos ya una idea exacta, en muy diversos aspectos, de nuestros

Page 70: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

68

prisioneros. A unos treinta cosacos les habíamos permitido ingresar en la escuela del Partido. ¡Y era de ver el ardiente afán y profundo interés con que estudiaban! El director de la escuela nos dijo, al cabo de algún tiempo, que aquellos novatos eran ya casi los mejores alumnos.

Así, poco a poco -unas veces, incorporándolos al ejército o a los lazaretos; otras, mandándolos a los trabajos de Chu, a la escuela y a los organismos soviéticos, o a sus casas-, fuimos distribuyendo aquel ejército de seis mil hombres que eran ayer enemigos nuestros.

La figura más destacada entre los oficiales cosacos prisioneros es Boiko. Le llamo a mi despacho. Es hombre de cuarenta y dos a cuarenta y cinco años. Alto, esbelto, bien proporcionado. Se comporta con gran dignidad. En sus inteligentes ojos inmóviles se percibe el bochorno de su impotencia, la certeza de lo humillante de su situación y, quizá, el sentimiento por el fracaso. ¡Vaya usted a adivinar sus pensamientos y pesares!

El rostro tranquilo, severo, revela seguridad en las propias fuerzas, moderación, a costa de una tensión grande, y pena, mucha pena… ¿Cuál es la causa de ella? Procuro penetrar en el secreto, desentrañar el misterio. Y veo que empieza a recelar, a medir cada palabra, como si hubiera caído en una trampa y, al intentar escaparse, tropezara por doquier con redes pegadizas, viscosas. Parece decir: cuidado, a la menor imprudencia, te enredarás en ellas y estarás perdido...

La angustiosa mirada, llena de cansancio, de sus ojos obscuros denota cuánto le cuesta soportar este cautiverio, las muchas noches torturantes, de insomnio, los innumerables temores y zozobras pasados, y dolor, el gran dolor de su fracaso...

- ¿Es usted Boiko? - Sí. No ha dicho "a sus órdenes", como suelen decir

en casos parecidos otros oficiales. Por lo visto, considera humillante ese tono y quiere mostrar la mayor independencia de carácter y opiniones, el máximo de audacia.

Yo también entro en recelo. Y cuanto más cuidado pone en elegir las palabras, cuanto más largas son sus pausas para meditar y sopesar bien antes de despegar los labios, menor es mi esperanza de llevarle a una conversación sincera y más grande el deseo de lograrlo a toda costa.

Ante todo, le invito a sentarse. Lo hace con cuidado, como si temiera alguna jugarreta y se preguntase: ¿Me habrán preparado algún batacazo?

Y no aparta sus ojos de mi rostro, al acecho de cada palabra, del tono, de cada mirada, sonrisa o gesto míos, para averiguar hasta qué punto calo sus intenciones y comprendo, a través de lo que él dice, sus ocultos pensamientos; quiere saber en qué grado conozco las cosas de que hablo y dónde está en mis

palabras la línea divisoria entre la simple y natural curiosidad y la pregunta taimada, tendenciosa, entre la sinceridad y la falsía. Me observa con intensa atención, sabe que yo me doy cuenta, y ello le hace ser más desconfiado y cauto.

Nos hemos comprendido perfectamente: cada uno trata de superar al otro en astucia, de adivinar mejor sus intenciones. ¿Quién lo conseguirá?

Mirando a los negros ojos de Boiko, me convenzo cada vez más de que en este caso son inútiles las habilidades y malabarismos y de que no hay que hacer el menor intento de llevarle al terreno de la familiaridad ni de embaucarle con jarabe de pico. Debe ser hombre muy sensible, y se encerrará en su concha inmediatamente.

Con él hay que proceder de otra manera: ¡enseñando las cartas!

Luego de unas rápidas preguntas, le digo: - Le he llamado para que hablemos un rato, y si

usted quiere, para pedirle consejo acerca de muy diversos asuntos. No le extrañe que yo le pida

consejo, pues, como es lógico, no he de dar completo crédito a sus palabras; usted mismo comprenderá por qué no puedo hacerlo.

Inclina la cabeza levemente, en señal de asentimiento, y ya no vuelve a alzarla.

- Desde luego -remacho-. En fin, no vamos a jugar al escondite. Usted es uno de los jefes de los guardias blancos. Acabamos de hacerle prisionero.

- Me he entregado yo -barbota. - Desde luego, se ha entregado usted -confirmo su

aserto-. ¿Y no le parece que sería yo tonto de remate si hoy mismo empezase a creer sus palabras a pies juntillas?

Guarda silencio unos segundos; luego, inquiere: - Bueno, usted dirá... No ha querido responder a mi pregunta. - Seré breve -continúo, tirando por la calle de en

medio-. Ni usted ni yo nos fiamos el uno del otro... Cosa muy natural e inevitable.

Espero, a ver si contesta algo. Pero no dice ni pío. - Por eso su recelo no me sorprende lo más

mínimo. En cambio, si en contra de lo que yo esperaba, mostrara usted locuacidad y desenvoltura, eso sí me daría qué pensar. Pues en la situación en que usted se encuentra, el desparpajo sería indicio de pobreza mental, de cortos alcances, e incluso de estupidez, o expresión de falta de dignidad personal, algo parecido a servilismo y pordiosería. Perdone mi rudeza, pero así iremos más al grano. Y puede creerme o no, pero yo le he visto en el mitin del cuartel, le estoy viendo ahora y saco la conclusión de que usted no tiene ninguna de las cualidades que he señalado. Por eso voy a hablarle con entera franqueza.

Alza la cabeza y, durante largo rato, me mira fijamente, a la cara.

Page 71: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

69

"¿Miente o no miente?", debe estar tratando de adivinar. Yo no sé lo que encuentra en mis ojos y en mi rostro, pero de pronto se me figura que la situación empieza a mejorar. Por lo tanto, mis cálculos sobre los efectos de la franqueza eran ciertos.

- Está usted en nuestras manos, es usted un dirigente del ejército blanco. Ni que decir tiene que la situación de guerra nos habría dado pretextos de sobra para proceder contra usted, y otros muchos, de muy diversas maneras y con impunidad completa. Sin embargo, no hemos hecho nada de eso. Usted mismo lo ha visto. Y no ha sido por bondad personal. Con entera sinceridad, quiero convencerle de que nuestra línea, la línea general soviética es eliminar del modo menos doloroso posible y sin efusión de sangre todos los peligros y contradicciones. Usted, claro está, no va a creer esto inmediatamente. Pero le aseguro que cuando viva y trabaje más tiempo con nosotros, se convencerá de ello. Y entonces recordará mis palabras de ahora.

Continúa en silencio. Hace rato que sus ojos se han apartado de mi rostro y ha vuelto a agachar la cabeza.

- Cuando nosotros hablábamos allí, en el mitin del cuartel -prosigo-, estábamos seguros de que se daría crédito a nuestras palabras. Porque hablábamos sobre todo del trabajo, de cómo trabajar en adelante. Trabajar, ¡eso es lo principal! Para poder dedicarnos al trabajo pacífico, combatíamos... Nuestra lucha no tiene otro objetivo. Y ahora quiero pedirle consejo sobre en qué medida será posible nuestro trabajo conjunto con los oficiales. Bueno, y entre ellos, con usted también. ¿Se han pasado a nuestro lado honradamente? Y otra cuestión: ¿Qué ocurrirá con los cosacos? Una vez en sus stanitsas, ¿serán en efecto capaces de olvidar todo y de ponerse a trabajar? ¿O son de esperar complicaciones? ¿Podrán desorientarlos de nuevo y hacer que se subleven otra vez? Annenkov, por ejemplo, se ha ido a China con los restos de las fuerzas, ¿no conseguirá volver a atraer a los cosacos a sus filas?

- Creo que no -contesta, como de mala gana. La respuesta parece forzada. - ¿Y por qué no? - No irán -dice Boiko-. Están cansados. - ¿Sólo por eso? -me sorprendo-. Bueno, ¿y

cuando descansen y recobren fuerzas? - Tampoco irán. - ¿Por qué razón? - Se pegarán a la tierra. La añoraban. ¡Ya sabe

cuánto penaban por ella! Y me vuelve a mirar a la cara; ahora, hay sin duda

en su mirada algo nuevo, que no había cuando me miró por vez primera. Y las inflexiones de su voz parecen decir que el propio Boiko siente también la profunda nostalgia de la tierra y el trabajo.

- Claro que, entretanto, nosotros tampoco vamos a

dormirnos -le advierto-. Reanimaremos la Sección Agraria, ayudaremos a los cosacos a asentarse en la tierra, a echar raíces en ella; eso por supuesto. Además, haremos trabajo político...

- Pues con mayor motivo no irán -reitera Boiko. - Sin embargo, queda la duda... De todos modos,

la duda queda. Y entorpecerá siempre nuestro trabajo. Hay que proceder de manera que se disipen todas las dudas, absolutamente todas. ¿Comprende?

- Comprendo -afirma con claridad, sin vacilar. - Y usted podía ser muy útil. ¿Sabe cómo? - ¿Yo? -se asombra Boiko. - Usted precisamente. Pues entre los jefes y

oficiales es usted el hombre más popular. Y quizá entre todos los cosacos... A usted le creerán más que a nadie, y su voz será escuchada con la mayor atención; en particular, por los que ahora están en Kuldzhá, en China .

- Posiblemente... Se atusa el bigote, y me parece que sonríe un poco

al comprender adonde van mis tiros. - ¿Se ha pasado usted a nuestro lado

sinceramente? -le suelto a bocajarro. - Sí. - ¿Sin reservas de ningún género? - Sí. - Por consiguiente, cabe suponer que nos ayudará

en todo... - ¿En todo? -repite. Y de pronto, recuerda-.

Bueno, pero la primera condición ha de ser que mi honor quede intacto.

- Contra su honor no vamos a atentar. Pero hace un momento hablábamos los dos de la manera de dar fin, con las menores penalidades posibles y sin derramar sangre, a todas las desgracias del Semirechie... En China hay varios miles de cosacos. En cualquier momento pueden irrumpir de nuevo en la región. Y entonces, ¿qué? ¿Otra vez la guerra? ¿Otra vez meses y años de miseria y ruina? ¿No será mejor emprender desde aquí gestiones para que se entreguen sin lucha? ¿Iniciar ese trabajo?

Me observa con atención, se ve que está emocionado.

- Podríamos hacer esto: Usted, por ejemplo, y otros dos o tres jefes influyentes, bien conocidos allí, les dirigen un llamamiento exhortándoles a que entreguen las armas. Y, de paso, les explican que todos esos rumores sobre la ferocidad de los bolcheviques son tonterías y calumnias. ¿Qué le parece?

- Eso se puede hacer -accede, del modo más inopinado.

Como yo no esperaba en absoluto tan rápida aceptación, me quedo un poco perplejo: ¿qué ocultará esa conformidad? Aunque, después de todo, ¿qué segundas intenciones caben aquí?

- Bien -me apresuro a decir-. Escríbalo. Ponga todo lo que piensa. Sinceramente, de corazón. Luego

Page 72: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

70

lo leeremos los dos, por si hay que limar alguna aspereza... Pero eso después, ya lo veremos juntos...

- De acuerdo. Se lo traeré mañana mismo... Ahora su rostro está completamente tranquilo. Por

lo visto, esperaba otras preguntas, otra conversación sobre esos temas que tan poco les gustan a los oficiales prisioneros:

¿Por qué luchaba usted contra el País de los Soviets? ¿Por qué estaba bien conceptuado por el Mando de las fuerzas blancas y ha recibido condecoraciones y recompensas? ¿Por qué trataba tan cruelmente a sus soldados? ¿Cuántos bolcheviques ha fusilado usted y dónde? y etcétera, etcétera.

Pero no se le han hecho esas preguntas. Y se ha tranquilizado. Han desaparecido los últimos restos de desconfianza y hostilidad. Inquiere:

- ¿Y qué se va a hacer con nosotros? - Aún no se han recibido del centro directivo

instrucciones concretas sobre lo que hay que hacer con los oficiales -le respondo-. Pero aquí, nosotros les vamos a dar trabajo. Se quedará usted con nosotros, en Vierni.

- Yo quisiera ir a la stanitsa… - ¿Ir allá? ¿Por unos días? - Sí, de momento por unos días... - Bien. Eso, seguramente, con determinadas

condiciones, se podrá autorizar. Yo hablaré del asunto y le comunicaré lo que haya... Y en cuanto al llamamiento, ¿qué cree usted? ¿Dará resultado?

- Lo dará -dice conciso y seguro. - ¿Aceptarán? - ¿Los cosacos? Sí. Apenas se enteren de que aquí

no les van a hacer nada, aceptarán... - Sería una gran cosa. Entonces, desaparecido el

último peligro, podríamos ponernos a trabajar de veras...

- Pero, de todos modos -me recomienda Boiko- advierta usted a los suyos, pues alguna vez que otra hacen...

- ¿Qué hacen? - Han metido en la cárcel a algunos... A pesar de

que, con arreglo al convenio de Kopal, eso no debía ocurrir. Además, se dan casos de robo de prendas...

- ¿Dónde ocurre eso? -indago sorprendido. - Allí, donde están. Me lo han comunicado. Y eso

pone a la gente muy en contra de ustedes. Me cuenta algunos casos, mencionando las

unidades y los damnificados. Le prometo que haremos una investigación.

Boiko se despide y se marcha, muy satisfecho al parecer de nuestra entrevista.

A la mañana siguiente trajo el llamamiento. A más de Boiko, lo firmaba solamente otro oficial, por haber considerado que sería suficiente. En algunos lugares hubo que dejar cierta terminología algo confusa, pues la excesiva crudeza de expresión podía producir en el campo cosaco un efecto contrario al que se buscaba.

En el llamamiento se decía: Carta abierta que envía a sus hermanos cosacos

el antiguo Mando de las tropas blancas que se

entregaron en la ciudad de Kopal

¡Hermanos cosacos! Muchos de nosotros nos vimos obligados a salir del Semirechie en 1918 y a refugiarnos en China, en un país completamente extraño para nosotros, tanto por su espíritu como por sus condiciones de vida. Entonces, muchos tuvimos que pasar numerosas penalidades. Dejamos nuestras haciendas, abandonamos a nuestros familiares, mas no por voluntad nuestra, no era ése nuestro deseo. El Frente del Semirechie surgió por las mismas causas que otros frentes, mas no cabe duda de que la lucha se hizo más cruenta debido a las acciones de los primeros jefes de las guerrillas, acciones que hoy condena el Poder soviético. El proceder de los antiguos comandantes de guerrilleros obligó a algunas stanitsas a alzarse en armas para defender sus derechos personales y sus bienes, con ello se agravó la fratricida guerra civil, que se prolongo dos años y se llevo no pocas de nuestras mejores energías y vidas jóvenes, pérdidas que no recuperaremos jamás. Sin embargo, la tempestad de la revolución no afectó sólo al Semirechie, abarcó a toda Rusia; la única diferencia consistió en que sus oleadas llegaron a nosotros más tarde, debido al excesivo aislamiento del centro del país. Por ello, es muy natural que la guerra haya terminado aquí también más tarde que en otros frentes. Cierto que durante la revolución ha habido no pocas víctimas, pero, como en todas las revoluciones, esas víctimas eran inevitables; no hemos sido los primeros ni seremos los últimos en experimentar esta conmoción histórica.

Mientras en el centro de Rusia y en parte del Turkestán la vida se iba normalizando y se iniciaban los trabajos para acabar con el desbarajuste económico, nosotros, en el Semirechie, continuábamos la guerra fratricida. Repetimos que eso era debido al aislamiento. Pero al fin ha llegado también a nosotros esta nueva oleada: el afán de ordenar las cosas.

Cuando estábamos en la ciudad de Kopal, vino una delegación del Ejército Rojo a proponernos que entregáramos las armas. A decir verdad, acogimos con gran desconfianza las noticias que nos daba de la situación en Rusia, de cuya certeza nos hemos convencido ahora, y con menos confianza todavía sus afirmaciones de que habían cambiado de actitud con respecto a nosotros y que venían no como enemigos, sino como hermanos. Pues bien, cuando al día siguiente se decidió entregar las armas y entraron las tropas rojas en Kopal, muchos nos preguntábamos con ansiedad: "¿Qué será de nosotros?" Pero no nos ocurrió nada malo. En varios grupos, nos mandaron a Vierni, donde continuamos hasta la fecha. A los cosacos de más de treinta años de edad les han

Page 73: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

71

permitido volver a trabajar a sus stanitsas, los que tienen menos de treinta años han sido movilizados.

Numerosos oficiales han empezado ya a prestar servicio en Gavrílovka, Karbulak y Vierni.

Es posible que muchos de vosotros preguntéis: "¿Cómo es que ha cambiado tan radicalmente en el Semirechie la actitud hacia los cosacos? Pues no hace mucho, medio año solamente, nos lanzaban amenazas..." Lo que ocurre es lo siguiente: En la actualidad el centro del país se preocupa de nuestra región y ha mandado a dirigentes revolucionarios expertos, que han visto cómo se ordenaba la vida en el centro de Rusia y en el Turkestán, y esos hombres han tomado y siguen tomando todas las medidas para normalizar la vida cuanto antes, restablecer la economía y regular las relaciones entre los campesinos, los cosacos y los musulmanes.

Actualmente, en Vierni ha empezado a trabajar una Sección Cosaca, integrada exclusivamente por cosacos, que adopta las medidas más urgentes a fin de aclarar qué recursos se necesitan para restablecer las destrozadas haciendas de los cosacos. Entretanto, como subsidio para atender a las necesidades más importantes, está gestionando la concesión de un anticipo muy considerable. En estos días, los que antes parecían ser enemigos nuestros y que ahora son nuestros hermanos campesinos nos miran ya de otra manera que en 1918; aunque entonces ellos tampoco tenían la culpa, los culpables eran quienes querían la enemistad entre ellos y nosotros.

Ha llegado el momento de olvidar todo lo que pasó. Tanto una parte como la otra, estábamos equivocados. Ya es hora de empezar una vida nueva, amistosa, y de crear con el esfuerzo común el bienestar del país. La continuación de la guerra retrasa el restablecimiento de la economía. Esto lo debemos tener todos bien presente.

Nosotros, hermanos cosacos, que peleamos a vuestro lado, hombro con hombro, contra el Ejército Rojo, nos dirigimos a vosotros y os decimos: Olvidad todo lo que dio origen a la guerra y volved a vuestros lugares para empezar una nueva vida, tranquila. Venid sin temor a venganzas ni castigos. Ni los ha habido ni los habrá.

Cierto que esto no es todavía una balsa de aceite, hay, como es lógico, y puede que los haya en lo sucesivo, errores y actos reprobables aislados, pero el Poder soviético lucha contra ellos con la mayor energía.

Por lo tanto, hermanos cosacos, olvidad todo y entregad las armas como hemos hecho nosotros. Venid, no os pesará haber creído en nuestras palabras.

El ex comandante del regimiento de Priilisk, Teniente Coronel Boiko.

El ex comandante del regimiento de Alatovski, Teniente Coronel Zajárov.

Lo publicamos en nuestra Pravda e hicimos además un montón de copias. Luego, se eligió entre los prisioneros cosacos una delegación especial para enviarla a Kuldzhá, a entrevistarse con los cosacos blancos. Dimos a nuestros delegados instrucciones, escritas y verbales, les hicimos entrega de las copias del llamamiento, advertimos a todos, especialmente a los que habían propuesto y recomendado a los delegados, que los que se quedaban responderían de la conducta de los que se iban, indagamos en la Especial la lealtad de estos últimos y los pusimos en camino.

Además, les dimos multitud de cartas para los cosacos blancos, de sus mujeres y padres, hermanos e hijos... En esas cartas (examinadas previamente, claro está, por la Sección Especial) cifrábamos en particular grandes esperanzas, ya que eran convincentes y conmovedoras por la insistencia con que les imploraban el cese de la lucha y la rotundidad con que desmentían muchas de las atrocidades achacadas a los bolcheviques. La delegación partió.

Y pronto se dejaron sentir los resultados de la campaña emprendida: los cosacos empezaron a volver espontáneamente de China al Semirechie. En vano Scherbakov intentaba detenerlos dando órdenes cada vez más severas o más indulgentes; los restos del ejército blanco se disgregaban, los cosacos, uno a uno o en grupos, se dirigían hacia Vierni.

De momento, la cuestión de los prisioneros quedaba resuelta. Cosacos y oficiales habían sido ya destinados.

Ahora, al cabo de los años, me entero de que Boiko, a pesar de todo, no pudo contenerse y se sublevó contra el Poder soviético. Lo atraparon y fue fusilado.

¿Puede extrañar que, por aquellos años, en una

región tan apartada y lejana como el Semirechie no todo marchase bien en nuestro Partido? Casi no había allí proletariado industrial. Los campesinos pobres de aquellos lugares eran gente ignorante, abatida por un yugo secular y una explotación de tiempos de la servidumbre. Los kulaks colonizadores eran malos candidatos a bolcheviques. La parte "culta" y foránea de la población la constituían los empleados del Estado, los comerciantes o una intelectualidad pancista y rancia. ¿De dónde iba a salir "la férrea cohorte de la revolución"? Sin embargo, el Partido existía. Y había en él muchachos de los que podía sentirse orgulloso el acerado ejército de los bolcheviques. Pero eran contados. Y la mayoría, las masas del Partido se componían, en parte considerable, de gente casual de escaso aguante y poca conciencia comunista. Para caracterizarlos, citaremos algunos breves hechos.

Trasladar a un miembro del Partido de un trabajo a otro, en contra de su voluntad, era un verdadero acontecimiento. Para ello se requería mucha

Page 74: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

72

insistencia, numerosas razones, amenazas, garantías, etc. Pues de lo contrario:

- ¡Me iré del Partido! Una vez, se nos ocurrió que fuera a trabajar al

Tribunal Militar el redactor del periódico de la región. Se examinó el asunto en el Comité del Partido y en el Comité Revolucionario Regional, y se reconoció que, aparte de él, no había ninguna otra persona adecuada para ese trabajo. Se lo comunicamos. Empezó a resistirse. Volvimos a recordárselo. Se negó. Le ordenamos que fuera. No iba. ¿Qué hacer? ¿Echarlo? Pero él, previendo los acontecimientos, presentó una solicitud... ¡pidiendo que le dieran de baja del Partido! ¡Eso el redactor del periódico de la región! ¡El dirigente, por así decirlo, de la opinión pública de todo el Semirechie! Huelga decir que alegó motivos, presentó pruebas, juró fidelidad a las ideas, al Comité del Partido, aseguró que era un convencido de la justeza, etcétera, etcétera. No obstante, se fue del Partido, diciendo:

- ¡No estoy de acuerdo! Había además un tal Lavrichenko, que era

secretario, o poco menos, de un comité de distrito de Vierni. E hizo tal cantidad de canalladas, que fue a parar al tribunal y... condenado al fusilamiento. Con motivo de la sentencia, la organización del Partido armó tal griterío, que cualquiera diría que estaban defendiendo a algún glorioso luchador de la revolución. Lavrichenko fue fusilado. Y dejó una enorme fortuna para aquellos tiempos: varios millones de rublos.

En Dzharkent se condenó a un comunista a varios meses de reclusión o al pago de una multa de dos millones de rublos. La cantidad era fantástica... Sin embargo, la pagó en dinero contante y sonante.

Comunistas de Dzharkent sembraban de adormideras decenas de desiatinas, vendían luego el opio en China y se hacían ricos.

Los negociantes en el Partido eran por aquel entonces, en el Semirechie, un fenómeno corriente.

Recuerdo que, entre los que se expulsaban del Partido, había hasta individuos que daban a sus mujeres terribles palizas y eran en la vida familiar verdaderas fieras.

El localismo y el chovinismo llegaban a lo increíble.

- ¡El Semirechie para los semirechianos! -tal era la divisa, claramente expuesta o guardada en el fuero interno por enorme número de comunistas de la región.

Por eso, no es de extrañar que aquellas masas, en los momentos críticos, cuando había que mostrar aguante, firmeza y conciencia singulares, revelaran su inconsistencia e inutilidad completa.

Por ejemplo, ya había sido liquidado el Frente del Semirechie. Se empezaba a licenciar parte del ejército; en primer término a los que tenían más de treinta años. Se ordenó: ¡Los comunistas que se

queden en sus puestos! Al menos, hasta nueva orden. Mas no fue así: en grupos, comenzaron a abjurar del bolchevismo, con tal de marcharse a casa inmediatamente. Redactaban multitud de resoluciones, enérgicas reclamaciones, acuerdos… Y enviaban a Vierni toda aquella bendición. Presentaban sus ultimátums. Hasta la "flor" del Partido, los altos comisarios, montaba a caballo y se presentaba en Vierni con sus exigencias de licenciamiento inmediato.

Dábamos una orden tras otra: "¡Alto! ¡Detente! ¡¡No te vayas!!" Y al propio tiempo, en el Comité Regional del

Partido se acordó movilizar al veinte por ciento de los militantes y enviarlos a sustituir a los que se marchaban o se disponían a hacerlo. Cuando se enteraron de ello en los regimientos, se atenuó un poco la desbandada. Decidieron aguardar. Y muchos esperaron hasta el relevo. Pero otra gran parte del personal comunista se largó, renegando del Partido por los siglos de los siglos.

Esos hechos nos hicieron ver con claridad meridiana que ni siquiera la parte comunista del ejército era muy de fiar. En los momentos de prueba, podían no estar con nosotros. Entonces surgió la idea de que, con urgencia y demorando todo lo demás, el mayor número posible de comunistas hiciese los estudios más breves. Tres meses en la Escuela del Partido y unos cursillos de quince días, en ruso y en la lengua indígena, constituían ya alguna ayuda, por pequeña que fuera. La cuestión de los estudios se planteó como tarea de combate, de choque. Alíosha Kólosov al que encomendamos el asunto, lo tomó con calor. También se tocó a generala por las brigadas y los regimientos. Pero no había suficiente persona; ésa era la principal desgracia.

Entretanto, con los prisioneros húngaros, austríacos y alemanes, formamos una "compañía de internacionalistas", para tener al menos, a prevención, alguna unidad de confianza. A los comunistas de Vierni los agrupamos en un batallón. La Escuela del Partido también constituía algún refuerzo, pues la mitad de sus alumnos tenían armas.

Al hacer un recuento de fuerzas, resultó que disponíamos al parecer de varios centenares de hombres fieles a la causa y de más o menos confianza.

Nos preparábamos. Veíamos y percibíamos que se avecinaban graves acontecimientos. Dábamos continuamente la lata al centro directivo, a Tashkent, lamentándonos del desamparo en que estábamos, de la falta de fuerzas armadas verdaderamente nuestras y de fiar. Pero, ¿qué podían hacer allí? ¿Con qué nos iban a ayudar?

"Estas tres unidades (o sea: la compañía, el batallón comunista y la Escuela del Partido) -informábamos a la superioridad en el mes de mayo- deberán constituir nuestro apoyo ante nuevas

Page 75: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

73

complicaciones que pudieran presentarse". Los acontecimientos avanzaban arrolladores; un

mes antes de los infaustos sucesos, percibíamos ya su cálido aliento. ¿Debíamos tomar medidas? Sólo una se podía adoptar: a la fuerza había que oponer la fuerza. Y eso nos apresuramos a hacer. Pero, como es sabido, cuando es mala la masa, ¡no puede salir buena la hogaza!

"Las tropas del Semirechie -decíamos en el mencionado informe- integradas por gente de estos lugares, por cosacos y campesinos medios, son un hatajo de maleantes y cobardes que se han ganado en los combates la peor fama. Si tuviéramos fuerzas que oponer a esa banda, acabaríamos con ella inmediatamente. Habría de sobra con seis o siete mil hombres de las tropas centrales, para quitarles por completo a los kulaks las ganas de aparecer como los héroes del día y de ser una amenaza constante para la población musulmana. Con fuerzas militares como las que tenemos es sumamente difícil poner en práctica cualquier medida, y en particular, la requisa de medios de transporte, la recogida de forraje, etc., ya que estos soldados rojos tienen por todo el Semirechie amigos y parientes, padrinos y compadres a los que, por supuesto, no quieren pedirles ni requisarles nada... Contra esto es casi imposible luchar. Y como carecemos de una base segura sobre la que apoyarnos, es decir, de fuerzas armadas conscientes, todos nuestros planes están condenados a no cumplirse. La deserción de soldados rojos, con armamento, que se observa da nuevos ánimos y mayor audacia a los levantiscos. Y aparte de lo dicho, todos los kulaks y los cosacos están armados, y sólo con órdenes no se les desarma..."

Y he aquí cómo caracterizábamos, unos renglones antes, a nuestro ejército:

"Las unidades del Semirechie luchan a favor del Poder soviético porque están en desacuerdo con los cosacos y los musulmanes; sin embargo, confiar en que estos soldados rojos sean apoyo seguro del Poder soviético, sobre todo teniendo en cuenta el empeoramiento de las relaciones entre las nacionalidades, no es posible en modo alguno. El Ejército Rojo del Semirechie no es defensor del Poder soviético, sino amenaza para los musulmanes, y en parte para los cosacos, y está dispuesto en cualquier momento, por encima de todas las órdenes de su Mando, a lanzarse contra los musulmanes en venganza del año 1916, que tan bien recuerda..."

Era nuestro y no lo era. Seguir en tan dramática contigüidad sería para nosotros un peligro cada día mayor... La enemistad entre aquellos pueblos de distintas nacionalidades se cernía amenazadora, ineluctable... Y Dzhinazákov no hacía más que ahondarla, acelerando con ello el desenlace.

Los telegramas que enviaba Altshúler desde Pishpek eran cada vez más intranquilizadores y alarmantes: Sin duda, debía ver desde allí, con

claridad meridiana, adónde iba encaminada y conducía la labor de Dzhinazákov y sus secuaces.

- Se está llevando a cabo una verdadera campaña de enfrentamiento de pueblos...

- Los partidarios de Dzhinazákov nos consideran enemigos...

- Las relaciones empeoran... - Llegan de continuo documentos acusatorios... - Se reciben nuevas pruebas... Y cada día, algo por el estilo. Los telegramas más importantes de Altshúler los

transmitíamos a Tashkent textualmente, sin quitar ni añadir una sola palabra. A veces, agregábamos nuestros pareceres, ya más serenos, en el ámbito de las simples suposiciones. Pero los telegramas originales llegados de Pishpek rebosaban inquietud y ardor, traían la conciencia de un peligro directo, cercano, inevitable. Siempre ocurre lo mismo: al que está cerca de los sucesos le parecen éstos mayores, más grandes y peligrosos que a quien no los ve ni percibe y sólo los conoce por los partes. A nosotros, desde Vierni, nos parecían más pequeños; desde Tashkent, eran todavía menos importantes, y cuando Moscú se enteraba de ellos, debían parecer desde allí verdaderas menudencias, pequeños episodios insignificantes en comparación con los grandiosos acontecimientos generales... Tronaban los cañones en el Frente Polaco, la lucha contra Wrangel estaba en su apogeo... ¿Qué importancia tenía lo que pudieran esperar en el lejano y apartado Semirechie?

Y Tashkent nos aconsejó: - ¡En su acaloramiento, todo le parece más grande

de lo que es en realidad! Tenían y no tenían razón. Los de allá ignoraban

entonces muchas cosas. No sabían diferenciar debidamente los telegramas de Pishpek de los de Vierni, y los juzgaban por igual. Aquello nos sublevaba, pero no eran tiempos de disputas, y el reproche, temporalmente, quedó sin contestar.

En Aulie-Atá vivía Karabái Adelbékov. Viejas

rencillas mantenían de antiguo vivo el odio entre su familia y la de Dzhinazákov. Cuando llegó a oídos de Karabái que una comisión especial vigilaba en Pishpek la actuación de su enemigo, se presentó a Altshúler. Al principio mesuradamente y luego con crudeza cada vez mayor, empezó a censurar a la familia de los Dzhinazákov y, en particular, a Tirakul.

- El padre de Tirakul es un ladrón. Ha adquirido su riqueza como un cuatrero. Ha robado a todos los kirguizes del contorno, y si ustedes le quitan las yeguadas y los rebaños de carneros, los kirguizes les darán las gracias por ello... Tirakul es lo mismo que su padre... La comisión debe detenerlo... Y yo les daré documentos que demuestren la clase de pájaro que es Tírakul, el dinero que ha tomado y lo cruel que siempre ha sido con los kirguizes.

Page 76: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

74

Altshúler envió a Karabái a Vierni, para que se entrevistara con nosotros. Estuvimos hablando largo rato. No dijimos, claro está, ni una sola palabra relativa al aspecto político del asunto, a la sublevación kirguiza que preparaba Tirakul Dzhinazákov... Lo único que queríamos era sacarle a Karabái los documentos prometidos. Pero resultó que no traía consigo ninguno. Lo mandamos de nuevo a Aulie-Atá. Más tarde, entregó parte de los documentos a la comisión de Altshúler.

El caso de Karabái nos convenció una vez más de que allí los hombres, incitados por viejos odios familiares podían llegar, en su sed de venganza, a las mayores calumnias e infundios.

- ¡Hay que tener sumo cuidado! Tal fue la conclusión que sacamos de la entrevista

con Karabái. Cuando menos lo esperábamos, Dzhinazákov

llegó a Vierni. Últimamente, debido a su rápido y continuo viajar por las comarcas de Pishpek y Tokmak, le habían perdido la pista.

Me comunicaron: - Acaba de llegar Dzhinazákov. Quiere verle y

hablarle. Muy bien. Le esperé. Entró. Llevaba un ligero abrigo de paño. Y un sombrero

negro de ala ancha. Parecía un periodista o un abogado. Sus cabellos negros estaban muy cortados. Sus ojos estrechos eran como dos hilillos negros. Sobre los labios y bajo ellos negreaban el bigote y la barba. Todo él era negro como un escarabajo. Se quitó el sombrero y me tendió la mano por encima de la mesa:

- Buenos días, camarada... - Buenos días. ¿Acaba de llegar? - Sí, hace un momento... Y he venido a verle

inmediatamente, a hablar de nuestro asunto... Nuestro asunto marcha muy mal, camarada... Muy mal marcha nuestro asunto...

- ¿Por qué razón? - No nos dejan trabajar. Nos molestan por todas

partes... Queremos actuar, y no nos dejan... Los organismos soviéticos no nos hacen caso, y su comisión tampoco... No nos permiten hacer nada.

Y empezó a hablar con detalle, largo y tendido, de su preocupación por ayudar a los kirguizes, de su trabajo durante "las veinticuatro horas del día". Pero sin resultado, pues los campesinos se habían apoderado de toda la tierra y no querían devolvérsela a los kirguizes...

- Ustedes nos consideran chovinistas a todos nosotros, por todas partes nos dicen que somos unos chovinistas... Sin comprender...

- Bueno, ¿pero quién se lo dice? -le pregunté. - Todo el mundo... - ¿Por ejemplo?... - Pues todos...

Después de esas consideraciones generales, intenté continuamente llevar la conversación al terreno del trabajo, para averiguar qué labor realizaba, cuáles eran sus planes y qué perspectivas y posibilidades tenía. Y me di cuenta de que carecía de todo ello, de que trabajaba a ciegas, de un modo casual...

- Lo que tenía usted que haber hecho -le dije- era empezar por el centro directivo regional, ponerse de acuerdo primeramente con todos los comisariados de la región y elaborar un buen plan general, y entonces le habrían ayudado en todos los aspectos. Pero en vez de eso, se fue a recorrer los kishlaks, y aquí no saben nada de usted. Eso ha sido un error de organización...

- ¿Y para qué está la comisión? -preguntó de pronto.

- ¿Qué comisión? - La suya... La que nombró usted en Pishpek...

Con Altshúler al frente... ¿Para qué está? Traté de explicarle que habían llegado noticias a

Tashkent asegurando que algunos de los miembros de su comisión se excedían de sus atribuciones. En Tashkent se intranquilizaron, y me pidieron aclarar el asunto con el exclusivo objeto de desmentir esos malintencionados rumores y demostrar que la comisión de Dzhinazákov trabajaba bien, correctamente...

Durante toda la entrevista me había estado observando astuto y desconfiado, pero después de esa explicación, tranquilizóse y hasta mostró evidente satisfacción por el hecho de que Tashkent se preocupase de él.

- ¿Y dónde se aloja usted? -inquirí inesperadamente.

- ¿Yo?... Yo... en... la calle Cherkénskaia. Habíase turbado, su cara denotaba que mentía, no

tenía preparada la respuesta. - En casa de Pávlov... -se apresuró a añadir, para

mayor veracidad-. Pronto me trasladaré a otra vivienda -anunció acto seguido, con alguna intención.

Luego de conversar unos minutos, nos separamos. La Sección Especial averiguó diligente que la calle Cherkénskaia no existía y, por consiguiente, no podía haber allí ninguna casa de Pávlov.

- ¿Para qué me ha engañado? En aquel momento, vino corriendo un emisario de

Dzhinazákov a notificarme que éste ya se había trasladado a otra vivienda...

- ¡Mucha rapidez es ésa! -exclamé sorprendido. Más tarde me trajeron otra noticia: - Dzhinazákov ha enfermado de gravedad, guarda

cama y, seguramente, no se levantará durante varios días; por lo tanto, no hay que molestarle.

Todo aquello había sido urdido con una ingenuidad infantil. Daba risa y se veía a las claras que se trataba de una mentira de marca mayor. No cabía duda de que Dzhinazákov traía algo entre

Page 77: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

75

manos que le obligaba a actuar en la ciudad o fuera de ella.

La Sección Especial empezó a seguirle la pista. Pasaron unos días. Se vigilaba a fin de saber quién iba a verle y si él salía a alguna parte.

Ni que decir tiene que no padecía enfermedad alguna: ese mismo día le vieron levantado. Pero, por lo visto, la vigilancia se montó mal, Dzhinazákov se dio cuenta de ella y poco después se marchó de nuevo a Pishpek. Por aquel entonces no había aún bastantes motivos para detenerle. Nos limitamos a avisar a Pishpek que había salido para allá.

Los telegramas de Altshúler rebosaban creciente

inquietud. Por último, una noche se recibió uno que decía:

"La labor de nuestra comisión toca a su fin. Podríamos marcharnos pronto, pues la cantidad de datos y documentos acusatorios, fidedignos, que se han acumulado es enorme. Pero hay razones que nos impiden marchar. Sería peligroso. Los secuaces de Dzhinazákov nos vigilan con celo. Sus agentes nos acechan detrás de cada esquina. Y estamos casi indefensos. Parte del Comité Revolucionario, del Tribunal y quizá de la Cheka está con ellos; muchos son los dzhinazakovistas actuantes. Según nos han comunicado, nueve de los nuestros están ya sentenciados a muerte... ¿Qué hacemos? Contestad urgentemente..."

Sí, ¿qué hacer ahora? Bielov, comandante de la división, y Kushin, jefe de la Sección Especial, acudieron presurosos a la reunión convocada. Todos nuestros muchachos se pusieron en pie, dispuestos a trabajar durante toda la noche, hasta la mañana. Entre todos ciframos con rapidez un amplio telegrama para Tashkent exponiendo las circunstancias del asunto. Pedíamos respuesta a las siguientes preguntas:

- ¿Qué hacer ahora, cuando la menor imprudencia por nuestra parte entraña el peligro, en esta atmósfera caldeada, de gravísimas consecuencias? Aquí, cualquier medida contra Dzhinazákov puede ser considerada como el comienzo de una lucha de carácter nacional, como muestra de violencia contra los indígenas... ¿Cómo reaccionará ante esto la población, qué hará el CECT, cuál será la actitud de los kirguizes pertenecientes al Partido?

En fin, que se trataba de pasos de una responsabilidad extraordinaria.

Nos dábamos perfecta cuenta de que el caso Dzhinazákov distaba mucho de ser una cuestión nuestra, local, de que rebasaba los límites del Semirechie. Y le preguntábamos a Tashkent: ¿qué hacer? Mas sin que supiéramos la causa, tal vez por precipitación, quizá por desconocimiento del asunto, mandaron de allá una respuesta anonadadora:

- Haga lo que le parezca, pero tenga presente que toda la responsabilidad recaerá personalmente sobre usted.

Esta vez no me contuve, y contesté a Tashkent con encono, reprochando su proceder. Les decía que no hacía falta subrayar lo de la responsabilidad "personal", pues eso estaba claro de sobra:

- ¡No necesitamos amenazas, sino consejos! Y el segundo telegrama de allá trajo en efecto

multitud de consejos; aunque muy generales, sobre la prudencia y la necesidad de tener en cuenta el hecho de los odios heredados de generaciones anteriores, etcétera, etcétera, eran ya una "línea".

Sin esperar dicha respuesta, que no llegó hasta el día siguiente, tomamos por nuestra cuenta y riesgo varias medidas: en primer lugar, nos pusimos de acuerdo sobre la necesidad, como cuestión de principio, de detener a Dzhinazákov. Quedamos en que se fijaría el momento de la detención y nos avisaríamos unos a otros, con tiempo, si nos encontrábamos en distintos sitios. En segundo lugar, por la mañana temprano, el jefe de la Sección Especial, Kushin, iría a Pishpek para dirigir personalmente todo el asunto de la liquidación de los dzhinazakovistas.

No podíamos mandar en ayuda de Altshúler fuerzas armadas, porque nosotros mismos no las teníamos. Y decidimos poner a su disposición la división de caballería y el batallón de infantería que se encontraban en Pishpek. Bielov llamó por teléfono a los jefes de esas unidades y les comunicó que se pusieran a las órdenes de Altshúler...

Estuvimos trabajando toda la noche, y al amanecer, Kushin se marchó a Pishpek. Inmediatamente enviamos a Altshúler un telegrama cifrado que decía:

"Ante todo, sé prudente en los pasos y las

palabras. Ten con firmeza en tus manos las fuerzas

militares, pero ponlas en acción únicamente en caso extremo, no se te ocurra hacerlo antes ni dar lugar a la primera escaramuza; ten presente que esa escaramuza será el comienzo de grandes acontecimientos.

Si hay que detener a alguien, adopta todas las medidas aclaratorias pertinentes (asambleas, octavillas, llamamientos, reuniones, órdenes...) para que esas detenciones no den la impresión de persecuciones contra los kirguizes, ya que las malas lenguas se apresurarán a explicarlas así precisamente; toma, pues, medidas para evitarlo.

Recuerda de continuo la existencia de los odios heredados de antiguo, y no te fíes mucho de quienes te den las informaciones, vigílalos bien...

Por último, comunica con la debida anticipación el día y la hora de las detenciones, para que aquí podamos coordinar nuestra actuación..."

Y nuestra actuación se reduciría a lo siguiente: I. En cuanto supiéramos que había llegado en

Page 78: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

76

Pishpek el momento oportuno, detendríamos en Vierni a los dzhinazakovistas y ordenaríamos a Tokmak que hicieran allí lo mismo. (En cuanto a Dzharkent, quisiéramos o no, habría que demorar los arrestos, pues allí no teníamos a nadie de confianza.)

II. Todas las funciones de la comisión de Dzhinazákov pasarían inmediatamente al Comité Revolucionario Regional, lo que se haría público por medio de la prensa, sin alarmar ni dar demasiadas explicaciones, limitándose a señalar el hecho del traspaso y a indicar que obedecía a una necesidad.

III. Se daría brevemente cuenta de lo ocurrido al CECT, exponiéndole las cosas como eran y pidiéndole instrucciones para actuar en lo sucesivo.

IV. En la prensa de Vierni y de Pishpek se informaría de lo que pasaba, mencionando varios casos fidedignos de abuso de atribuciones por parte de los dzhinazakovistas, para poner dique a los rumores, conjeturas, suposiciones y calumnias y contener el pánico.

V. Rápidamente, dirigiríamos un llamamiento a la población, exhortándola a conservar la serenidad y mantener el orden e indicándole la necesidad de actuar conjuntamente, en estrecho contacto con nosotros.

Así nos preparábamos para hacer frente a la situación. Al enterarse de que Kushin estaba en Pishpek, Dzhinazákov vino de pronto a Vierni. No sabíamos a qué atribuir su llegada. Restablecimos la vigilancia sobre él. Estábamos alerta. Pasaron dos o tres días en inquieta espera. Teníamos noticia de que Kushin había dado una batida por las montañas y encontrado allí algunas armas.

Se acercaba el instante. La atmósfera se caldeaba. ¡La explosión iba a producirse de un momento a otro!

Luego, recibimos un telegrama: "Ha sido detenido un hombre a caballo que

llevaba un mensaje para Dzhinazákov. En el papel se dice:

"De acuerdo con sus instrucciones, los fusiles y los cartuchos están preparados".

Alguien enviaba aquel papel a Dzhinazákov. Kushin ordenó a su substituto en Vierni que detuviera al cabecilla inmediatamente. El substituto efectuó la detención y, en su premura, se olvidó de comunicárnoslo. Hasta cuatro horas más tarde no nos enteramos de que Dzhinazákov estaba en la cárcel.

No sé si sería o no verdad, pero el caso es que posteriormente se aseguró que el papel que había caído en manos de Kushin era falso. Se afirmaba que el "emisario" había sido enviado por un enemigo personal de Dzhinazákov, y que ese mismo había hecho saber a Kushin que un hombre a caballo llevaba un mensaje secreto para el cabecilla kirguiz. Unos lo creían, otros no, pues consideraban que el giro que sé le daba al asunto era solamente una hábil maniobra del propio Dzhinazákov. Sin embargo, los

acontecimientos subsiguientes vinieron a confirmar la certeza de nuestros temores con respecto a los dzhinazakovistas.

Al detener a Dzhinazákov, nos dábamos cuenta de

lo que hacíamos. Aquello traería cola. Y en efecto, en Tashkent se produjo enorme revuelo. Poco después, enviaron de allí la orden de que se le pusiera en libertad. Pero las enérgicas acciones de la Sección Especial desbarataron todos los planes de la pandilla dzhinazakovista. Esta percibía que se aprestaban para asestarle el golpe y, sobre todo, que la vigilaban de continuo, estrechamente. El propio Dzhinazákov, después de salir de la cárcel, estaba más manso que un cordero. Permanecía en Vierni, sin efectuar viaje alguno. Saludaba a Kushin con el mayor respeto; cuando estaba delante, le adulaba hasta lo inverosímil, sin que ello fuera óbice para que enviase informes al CECT insistiendo en que se llevaran a Kushin de la región inmediatamente. Y no sólo a Kushin, exigía también, en forma conminatoria, que se expulsase de la región a todo nuestro grupo. Uno de esos informes cayó en nuestras manos y nos mostró palmariamente hasta dónde llegaba la vileza e hipocresía del cabecilla. Aquello, después de todo, no nos quitaba el sueño. Lo que nos preocupaba principalmente era que la comisión por él presidida no había hecho ni hacía nada en absoluto por los kirguizes repatriados. Formalmente, el Comité Revolucionario Regional no podía aún hacerse cargo del asunto. Celebrábamos reuniones con los dzhinazakovistas, en la Sección Agraria y en el Comité Revolucionario, procurando activizarles, mandábamos instrucciones firmadas conjuntamente a distintos lugares de la región y tratábamos, en fin, de sacar el asunto del punto muerto en que se encontraba. Por otra parte, planteamos al centro directivo la cuestión decisiva: debía ser enviada una nueva comisión que sustituyese a la de Dzhinazákov o transferir las funciones de la misma al Comité Revolucionario, ya que ésta no hacía absolutamente nada.

La respuesta no venía. Y Dzhinazákov se enfangaba cada vez más en sus maniobras e intrigas: husmeaba de continuo en la Sección Especial, incordiaba a todos con sus preguntas, reunía misteriosos "datos". Según se puso en claro más tarde, él fue quien convocó una reunión de funcionarios comunistas musulmanes en la que desarrolló una desenfrenada y canallesca labor de agitación, desfigurando los hechos para hacer ver lo blanco negro, es decir, que se trataba de una persecución en regla, y nada más.

Con sus discursos, caldeó las pasiones al rojo vivo, soliviantando a la gente de tal forma, que ya estaba la asamblea dispuesta a adoptar una resolución insensata:

- ¡La dimisión de todos los funcionarios

Page 79: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

77

musulmanes del Partido! Por suerte, llegó a tiempo Shegabutdínov. Este,

que tenía entre los miembros de aquella asamblea mayor autoridad que Dzhinazákov, consiguió, cuando todavía no era tarde, volver al buen camino a los excitados camaradas, haciéndoles comprender el peligroso error en que estaban. Y la propuesta fue desechada.

Unos días más tarde, en el Comité Revolucionario

se celebraba una reunión. A ella asistía también Dzhinazákov. Cuando habían examinado todos los asuntos que figuraban en el orden del día, Dzhinazákov manifestó de pronto que quería hacer un informe.

- ¿Cómo? ¿Un informe? ¿Acerca de qué? Se sometió el caso a votación, y se decidió dejarle

hablar, aunque se sabía de sobra que no iba a decir nada nuevo y se estaría dos o tres horas dándole a la lengua sin tino para ponerse al fin a demostrar el error de su detención, nuestra culpa, la razón que le asistía y otras zarandajas por el estilo. Nosotros íbamos a protestar, pero el ternero de Pátsinko, que presidía, le apoyó inesperadamente; cedieron dos o tres miembros más del Comité y todos empezamos a aguantar el informe. El orador inició su consabida retahíla de vaciedades. Agriaba las cuestiones de intento, echando leña al fuego para provocar ásperas respuestas, con la secreta esperanza de sacar algo, de conseguir que alguno de los nuestros, en su acaloramiento, soltase prenda, permitiéndole saber lo que pensábamos acerca de él y los verdaderos motivos de su detención. Pero casi todos los presentes, comprendiendo sus propósitos, le escuchaban al principio en silencio; luego, comenzaron a interrumpirle bruscamente.

- Yo sé que en el expediente contra mí interviene toda una banda de guardias blancos -afirmó Dzhinazákov con voz tonante.

- ¿Qué banda dice? -rugió Kushin. - No me refiero a usted, no me refiero a usted -se

apresuró a rectificar Dzhinazákov-. Usted no tiene nada que ver en este asunto. Yo sé que ni usted ni el camarada Kondurushkin intervienen para nada en esto...

Sonrió adulón, repulsivo. Mas sus ojos brillaban como carbones encendidos, revelando odio, agravio, sed de venganza...

- Entonces, ¿quién interviene? -inquirió a su vez Kondurushkin.

- Aquí actúa una persona... Que se oculta tras las espaldas de todos... Tiene fuerza, le apoyan desde Tashkent...

- ¿Qué persona es ésa? ¡Dígalo! -reclamamos nosotros, removiéndonos impacientes en nuestros asientos.

Y de pronto, dio mi nombre... Aquello cayó como una bomba, se produjo gran confusión. Varios

camaradas empezaron a hablar a un tiempo. Gritaban. Protestaban.

Poco después hubo que suspender la reunión. ¿Se podía continuar acaso? Todos estábamos excitadísimos.

No cabía duda de que Dzhinazákov procuraría difundir aquella insidia por todas partes, esforzándose especialmente en que anidara en los corazones de los crédulos funcionarios musulmanes. Además de mi nombre, citó otros tres: los de Altshúler, Poleies y Zinóviev. A este último, presidente del Comité Revolucionario de Pishpek, Dzhinazákov había querido destituirlo, pero nosotros lo habíamos impedido.

No era posible pasar por alto aquella inaudita ofensa. Redactamos el siguiente documento, que fue enviado a Tashkent:

El lunes 24 de mayo de 1920, en la reunión del

Comité Militar Revolucionario Regional del Semirechie, el ciudadano Dzhinazákov declaró que en dicha región se lleva a cabo una política antimusulmana y que todo lo referente a la revisión de la labor de la comisión especial del CECT para la ayuda a los kirguizes evadidos el año 1916 ha sido promovido y propagado por un grupo de guardias blancos, y contrarrevolucionarios a cuyo frente se encuentran (y citábamos nuestros apellidos). K. secretario de la reunión y compinche de Dzhinazákov, intencionadamente, no levantó acta de la misma, cosa que ha hecho más tarde, por lo que dicha acta no puede transcribir todo lo que allí se dijo. El original de este documento queda en poder del delegado del Consejo Militar Revolucionario del Frente.

Seguían las firmas: la mía y las de Kondurushkin, Kushin, Shegabutdínov, Altshúler y Poleies.

Propusimos al estrafalario de Pátsinko que

firmase también, pero éste se había acobardado hacía tiempo, oliéndose lo muy complicado que era todo aquel lío de pistas, detenciones, etcétera, etcétera.

- No recuerdo... No recuerdo nada... -balbuceó-. Se dijo algo acerca de los guardias blancos, es cierto... Pero no me acuerdo, no me acuerdo de nada...

Asqueados, no insistimos. Desde aquel momento desmereció mucho ante nosotros. Pero aún había de mostrarnos toda su bajeza más adelante, durante la sublevación. Se asustó tanto, que ni siquiera daba coraje verle, se sentía solamente asco: chillaba, gemía, sembrando el pánico, dejaba caer las manos impotente, confiándose "a la voluntad de Dios".

Aquí terminamos nuestro relato acerca de Dzhinazákov. Pronto, aquellos acontecimientos fueron eclipsados por otros de mayor fulgor, más trágicos. Se acercaba la sublevación del Ejército del Semirechie, y ante aquel hecho, la intentona de

Page 80: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

78

Dzhinazákov y sus secuaces palidecía, se esfumaba; de momento, nos olvidamos de ella por completo. Ahora, al cabo de los años, nos enteramos de que Dzhinazákov traicionó en efecto al Poder soviético. Se pasó a los basmaches en Ferganá y fue uno de los organizadores y fomentadores más destacados de ese movimiento. Pero cayó, no sé si en combate o ante el pelotón de ejecución, después de ser atrapado.

LA SUBLEVACIÓ� En un ambiente cargado de amenazas, estalló la

sublevación. Vivíase por aquellos días en el Semirechie como

sobre un volcán; un ruido sordo, pavoroso, resonaba en las entrañas de la tierra y se expandía en siniestro fragor agorero, cada vez más cercano, más claro y alarmante.

De un momento a otro, podían abrirse las grandes fauces de piedra y dilatarse, enorme, la candente garganta para vomitar con fuerza salvaje un mar de lava que correría ululante, aterrador, abrasándolo todo, llevándose, hundiendo cuanto encontrase en su fatal camino.

¿Con qué detener su furioso embate? ¿Dónde estaban las fuerzas que se atreviesen a cerrarle el paso?

No había tales fuerzas, todo sería devorado por aquella tempestad desatada que, como un ciego huracán, arrasaría los fértiles campos en flor, las ciudades de hermosos edificios de piedra, las ricas aldeas, repletas de frutos, con sus bulliciosos juegos y espléndidas yeguadas; todo sería inundado por las olas de fuego, sembrador de la muerte, y en un instante, por doquier, donde latía la vida, se haría un silencio de cementerio. La vida quedaría enterrada en el fondo, y sobre ella seguirían fragorosas hacia adelante nuevas y nuevas olas embravecidas, llevándose en sus ígneos lomos la presa lograda. Nada exterior podría aplacar la borrasca, sólo ella misma se calmaría; después de engullir, arrastrar, matar y quemar todo, cuando el pecho del gigantesco volcán sintiese cansancio y no quedase nada de su hercúlea fuerza, descendería extenuado, contraído.

En un ambiente cargado de amenazas, estalló la sublevación.

Los campesinos acomodados maldecían de la dictadura soviética, no querían dar el pan de la contingentación al famélico centro del país, echaban con cajas destempladas a los agentes que venían a recoger productos agrícolas o los mataban en un momento de arrebato, se reían de las órdenes del Poder soviético y, armados hasta los dientes, se sentían seguros, fuera de peligro. Y más ahora, cuando se había liberado del frente aquel ejército del propio Semirechie. ¡A punta de bayoneta y a balazo limpio, apoyaría todas las exigencias de los hombres del campo!

Los indígenas, los kirguizes, permanecían

callados, quietos en angustiosa espera: ¿sería posible que estuviese próxima otra matanza de carácter nacionalista? Ahora -se daban cuenta, se lo decía el corazón- era precisamente el momento oportuno, de amenaza mayor. Ahora, los campesinos y su victorioso ejército no desperdiciarían la ocasión de vengarse de los agravios del memorable año diez y seis... No en vano, por distintos lugares, como primeros relámpagos advertidores, se expandían agoreros avisos:

"Los campesinos han desarmado a las milicias indígenas..."

"Los campesinos se llevan el ganado de los kirguizes..."

La fiera afilaba sus garras, probaba sus fuerzas, mostraba sus colmillos, sacaba las buidas uñas de nacarados reflejos. En cuanto presintiese la impotencia del enemigo, se abalanzaría sobre él de un salto salvaje y cantaría victoria, jadeante, con alegres rugidos, sobre el descuartizado cuerpo de su presa.

Los campesinos tenían un ejército, armas... Los indígenas no tenían nada, únicamente habían

aumentado en número con aquellas decenas de miles de hermanos que, hambrientos, hechos unos mendigos, volvían ahora a la Patria desde los desiertos de China. Y por si aquello era poco, la comisión de Dzhinazákov había caldeado al máximo la atmósfera, excitando las viejas pasiones, predisponiendo a los kirguizes contra todos los campesinos y todos los cosacos, como si fueran los más encarnizados enemigos suyos.

Las stanitsas guardaban también zozobrante silencio; tenían aún en la memoria, no habían olvidado la terrible etapa del año diez y ocho. El ejército cosaco estaba derrotado, los campesinos eran ahora los más fuertes de todo el Semirechie. ¿Qué harían los fortachones? ¿Dónde descargarían su fuerza? ¿No se apoderarían de las stanitsas cosacas?

Campesinos, indígenas y cosacos -cada uno a su manera- esperaban algo, se preparaban para algo. Stanitsas, aldeas y kishlaks se erizaban dispuestos a la lucha fatal, inevitable.

Otro gran nubarrón sobre el Semirechie eran los cuantiosos restos de las tropas cosacas que habían huido a China con los generales.

Nos encadenaba igualmente -a pesar de su reconocimiento del régimen y su entusiasmo-, constituyendo un dogal al cuello, el ejército blanco cosaco de seis mil hombres hecho prisionero, cuyos numerosísimos oficiales habían sido distribuidos precipitadamente por las instituciones soviéticas.

Tampoco auguraba nada bueno nuestro vencedor Ejército Rojo del Semirechie. Su principal afán era dispersarse inmediatamente por sus hogares. Y se habría marchado hasta el último hombre de no ser por la amenaza de las tropas cosacas que acechaban desde China, la preocupación de estar siempre en

Page 81: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

79

guardia contra cualquier "peligro indígena" y, por último, el convencimiento, confuso aún, pero bastante arraigado, de que aquella "acción" autónoma recibiría, tarde o temprano, el castigo de una mano dura. Todo lo expuesto hacía que, aunque a regañadientes y pese a sus protestas, escándalos, amenazas y fechorías, refrenase de momento la indignación que ardía en su interior.

El ejército estaba descontento de muchas cosas: de que el Poder soviético recogiese los productos agrícolas de la contingentación, estableciese diversas cargas y obligaciones y no diera ni hiciera nada "él mismo"; de que los regimientos no tuviesen libertad alguna para cometer tropelías a su antojo; de que sus "grandes capitanes" de ayer, que tanto se habían distinguido en audaces ataques, en los que cada uno tenía libre albedrío y espléndido botín, fueran a parar ahora a la Sección Especial o al Tribunal.

- ¿Es que vamos a permitir, hermanos, que fusilen a nuestros jefes?

- ¡Abajo la Sección Especial, el Tribunal y la Cheka! Han anidado allí toda clase de pájaros venidos del centro directivo. Hay que echar a esos centristas, ¡nos arreglaremos sin ellos!

Reinaba también agitación en el ejército por el hecho de que se formase en el Semirechie una brigada kirguiza, porque hacía tiempo que no se daba tabaco en mano, porque carecía de calzado y ropa y porque a los oficiales cosacos, en vez de fusilarlos sin formación de causa, se les había puesto a trabajar en distintos comesariados. ¡Qué ignominia!...

La indignación y el agravio no tenían límites. Pero todo aquello bullía sordamente en su interior, iba madurando, se concentraba, disponiéndose a entrar en acción. Hacía falta un motivo que provocase el embate, que rompiera las compuertas... Y entonces, el "odio popular" se desbordaría en una ola gigantesca que limpiaría todo, llevándose al instante los graves males.

Y el motivo surgió: se ordenó que el ejército se trasladara del Semirechie a Ferganá.

- Ni hablar -barbotó el ejército-. Del Semirechie no nos alejamos ni un paso. Y si insisten, contestaremos con las bayonetas.

Por eso nosotros, en cuanto recibimos la orden del traslado, nos dijimos:

- Algo malo va a ocurrir. Esto nos costará caro. ¿Y en quién íbamos a apoyarnos en la hora difícil,

cuando fuera preciso oponer la fuerza a la fuerza? No teníamos ni un solo regimiento de confianza. Únicamente, en algún lugar lejano, a cien verstas de distancia, se encontraba el 4° de Caballería, integrado por hombres de más de diez nacionalidades -alemanes, húngaros, kirguizes, chinos, tekineses39- gente que, aparte de "¡fuego!", "¡cuerpo a tierra!" y "¡adelante!", no entendería al pronto, de seguro, otras

39 Pertenecientes a la tribu más numerosa de los turcomanos. (N. del T.)

palabras. Y nos consolábamos pensando que con ese regimiento podíamos contar. Sí, podíamos, pero… con prudencia. Además, hacía muy poco habíamos organizado una compañía de internacionalistas dependiente del Estado Mayor de la división. Mas era una unidad bisoña, no probada aún. Veríamos para qué servía. Nuestros militares comunistas eran una verdadera desdicha. Y los comisarios de guerra, también. Ellos nos habían presentado el ultimátum:

- ¡O nos licencias, o nos vamos a casa nosotros mismos!

¿Cómo confiar en aquella gente cuando llegasen los momentos difíciles?

Sólo a contados muchachos del ejército los considerábamos completamente seguros. Los demás eran familia de la que se podía esperar todo: tanto bueno como malo.

En cuanto a la organización del Partido en la ciudad, daba pena verla: no servía para nada. Por algo se encontró más tarde en el banquillo de los acusados y fue disuelta para depurarla de arriba abajo. No había nadie de quien recibir ayuda. Absolutamente nadie. La situación era espantosa.

El peligro aumentaba. Se acercaba el desenlace. Teníamos en nuestro poder la orden del centro

directivo sobre el traslado de los regimientos a Ferganá. Estos ya estaban enterados. La circulación por todas las carreteras era muy intensa: pasaban fragorosas, cubiertas de pegajoso polvo, las unidades militares, los ríos de prisioneros desarmados, sucedíanse las oleadas de tíficos hambrientos de Liepsy y Kopal que iban en busca de mejores lugares, huyendo de la muerte. ¿Y a dónde iban a ir? A Vierni, claro está. Allá se dirigían en sus carros cubiertos, montados en jamelgos esqueléticos o a pie en multitudes de mendigos fugitivos que interceptaban los caminos, tratando desesperadamente de abrirse paso y sembrando de cadáveres su vía crucis. Los fugitivos estaban llenos de ira, sedientos de venganza. Todo les desesperaba, maldecían y culpaban a todos, porque habían perdido cuanto tenían en estima y sólo les quedaba que perder la vida mísera, hambrienta, infinitamente desdichada. Eran pólvora presta a hacer explosión a la menor chispa. Abrumados por la desgracia, enloquecidos por el dolor, perdida la esperanza, constituían también un peligro, pues en su aflicción soñaban ávidos con la dicha. Y escucharían al momento a quienes se la prometieran, dejándose arrastrar por ellos a cualquier delito.

Así, desde distintos lados, se iban cerniendo sobre nosotros negros nubarrones. Se avecinaba la tormenta. En la lejanía, como torpes carcajadas siniestras, resonaban confusos los primeros truenos. Y era difícil respirar en la sofocante y cargada atmósfera de la tempestad cercana.

A fines de mayo, una mano desconocida esparció por la guarnición de Vierni unas proclamas.

Page 82: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

80

¿Qué nos han dado los comunistas venidos del

centro directivo? -se decía en una de ellas. Y se contestaba a renglón seguido-: La Sección Especial y Kondurushkin, la pena de muerte y la cárcel.

Camaradas soldados rojos: ¿Para quién habéis peleado dos años? ¿Será

posible que para esos forajidos que ahora trabajan en la Sección Especial y fusilan a vuestros padres y hermanos?

Fijaros en quiénes están en el Poder en el Semirechie: los Fúrmanov, los Shigabutdínov, los Lindenbaum, perros judíos, kirguizes y húngaros de la peor calaña. Y mientras tanto, los campesinos trabajadores están en la esclavitud.

Ya ha sido dada la orden de movilización de los musulmanes. ¿Qué significa eso?

Eso significa, camaradas soldados rojos, que os quieren quitar la tierra, las jatas y el ganado para entregárselos a los kirguizes.

¡Camaradas! Ya es hora de que os despertéis y deis al enemigo la batalla decisiva, final. De lo contrario, será tarde. La hora de la venganza se acerca. Estad preparados. Recordad vuestro deber: todos para uno y uno para todos.

En otra proclama, ciertas "águilas de las

montañas" incitaban amenazantes: ...Los llegados del centro directivo quieren

meternos en un puño. Por todas partes, no hay más que coacción y contrarrevolución. En la Sección Especial tienen ametralladoras emplazadas contra el proletariado. Por la ciudad se deslizan agentes de la secreta que atrapan a todos los que han luchado frente a los cosacos contrarrevolucionarios. Se acerca la hora de la revolución sangrienta. Las águilas de las montañas han hecho acopio de armas y han reunido ya en el monte ochocientos gloriosos combatientes.

¡Temblad, sanguinarios comisarios y agentes de la secreta!...40

Tales documentos hablaban muy convincente de

que se preparaba una sublevación. Fueron interceptadas multitud de cartas dirigidas desde el ejército a la aldea, y viceversa. En ellas, la aldea y el ejército, solícitos, se daban mutuamente ánimos, preparándose sin duda alguna para una embestida conjunta contra los "perros judíos-comisarios". En una carta (que por lo visto iba del ejército a la aldea. -D.F.) se decía:

...Y en cuanto a la contingentación, no os

40 El texto de estas proclamas ha sido tomado del artículo de M. Stepánov La sublevación de los kulaks, que figura en el anuario de la Dirección Política del Consejo Militar Revolucionario del Frente del Turkestán, correspondiente a 1921.

preocupéis. Todo esto es obra de los comisarios perros-judíos, musulmanes y húngaros. Pronto les veréis balancearse colgados de los árboles. La verdadera revolución de los trabajadores empezará dentro de un mes. Las águilas de las montañas, los gloriosos héroes que derrotaron a Annenkov y Scherbakov sabrán derrotar también a los comisarios judíos, musulmanes y húngaros...

Entre tanto, en China, cayó en manos del general

Scherbakov aquel llamamiento a los cosacos blancos que habíamos escrito Boiko y yo. Y el general rasgueó en el documento la siguiente contestación iracunda:

"... No nos someteremos al perro judío, los rusos

nos entenderemos entre nosotros mismos y golpearemos a los judíos sin piedad".

Con esas palabras escritas, me devolvió a Vierni

el llamamiento, y hubo que poner de vuelta y media al general en el periódico de la ciudad por aquella respuesta. Pero el hecho era incontestable: "las águilas de la montaña" y Scherbakov iban a actuar de común acuerdo contra "los perros judíos y kirguizes".

La cosa estaba bien clara. Los hilos de la sublevación que se preparaba se

encontraban también en China. Por algo en la frontera de Dzharkent, del 4 al 5 de junio, es decir, una semana antes de los sucesos, se decía ya que en Vierni se había producido una rebelión, con lo que se preparaba el terreno y se predisponía y movilizaba a la gente para ello41.

Incluso allí, en Vierni, se dirigían de continuo, sigilosamente, cartas anónimas al Tribunal y a la Sección Especial, en las que se enumeraban en primer término los innumerables delitos cometidos por esos organismos; luego, se daba a sus funcionarios los calificativos más cariñosos, corno "forajidos", "canallas", "idiotas" etcétera, etcétera; después, se solía exigir que se pusiese fin inmediatamente a los fusilamientos de jefes del pueblo42, que se efectuaban a cada hora, casi a cada segundo, y en consonancia con ese tono se llegaba al acorde final: "Aunque, de todos modos, hagáis lo que hagáis, canallas, hay que ahorcaros... ¡Temblad! ¡Las pagaréis! ¡¡Aguardad el castigo!!".

Y todo por el estilo. El Tribunal mostraba esas cartas a la Sección Especial, la Especial presentaba a su vez al Tribunal las que había recibido, y se veía

41 Esto lo comunicó posteriormente, en el proceso, el camarada Levitas, delegado del Comisariado del Pueblo de Comercio Exterior, que trabajaba a la sazón en el mismo Dzharkent. 42 No estará de más señalar que antes de la sublevación, la Sección Especial, durante todo el tiempo que existió en Vierni, no efectuó ni un solo fusilamiento (así lo comunicó Masarskí).

Page 83: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

81

con claridad meridiana -hasta por su estilo y la habitual repetición de expresiones- que las proclamas y las secretas misivas habían sido escritas por una misma mano, por un mismo grupo de individuos.

Mas no había modo de dar con la pista. En esos primeros días de junio, se ordenó que en

toda la región fuesen entregadas las armas. (Poco después, Tashkent nos enviaba igual orden.) Y de nuevo llegó un anónimo riéndose de ella: "Abre bien el portón, que vamos a llevarlas nosotros mismos, en nuestros propios carros". Entonces, empezamos a liberar de vecinos sospechosos las casas que ocupaban una posición especialmente ventajosa con respecto a los locales de la Sección Especial y del Tribunal Militar Revolucionario.

Y la mano misteriosa comentó también este acto con una amenaza más: "Estáis perdiendo el tiempo en tonterías; de todos modos, dondequiera que os escondáis, caeréis bajo nuestro fuego". En fin, que cada uno de nuestros pasos y medidas era seguido por alguien que lo sopesaba, calificaba y tomaba buena nota.

En la Sección Especial se reunió un grupo de responsables para examinar la situación general y la infinidad de detalles y documentos significativos que se habían ido acumulando en las instituciones y por algunas personas.

No era preciso ser ningún lince para comprender que los acontecimientos estaban a punto de producirse. Pero, ¿qué hacer? ¿Qué se podía hacer en aquellas excepcionales circunstancias?

Si se hubiera tratado solamente de la distribución y empleo racional de nuestras fuerzas, la cosa habría variado por completo, incluso habría sido bien sencilla. Pero, ¿dónde estaban esas fuerzas? ¿Con qué hacer frente, con qué defenderse y atacar?

Y el pensamiento caía en el abismo de la respuesta vana:

¡No teníamos fuerzas! Y por mucho que se pensara, fuerzas auténticas,

de carne y hueso, no se podían inventar, extraer de la cabeza.

Habíamos hablado con el centro directivo más de una vez. Expuesto nuestras cuitas. Suplicado. Amenazado con posibles peligros. Insistido "categóricamente". ¿Y qué habíamos conseguido? Además, ¿de dónde iba a sacarlas el propio centro? ¿Qué reservas tenía? Y si antes contaba con algunas, ya las había lanzado todas a la lucha contra los basmaches de Ferganá.

Por consiguiente, no alimentábamos fundadas esperanzas de ayuda. Al menos en aquellos días. Cierto que de Siberia venía hacia el Semirechie la división de Blazhevich, pero no se sabía cuánto tardaría aún en llegar...

¿Y si ocurría algo de pronto? Pues la orden del traslado de las unidades había que cumplirla... Pasara lo que pasara, era preciso hacerlo.

De momento, debíamos enviar dos regimientos de caballería y dos de infantería. Decidimos mandarlos por batallones, para no tener que enfrentarnos con regimientos enteros. En esa misma reunión celebrada sólo dos días antes de la sublevación se encargó a Panfílich que hiciera un plan completo de defensa de Vierni, hasta en sus menores detalles. No sé, no recuerdo si tuvo tiempo de elaborarlo "hasta en sus menores detalles", pero el plan general, por supuesto, lo teníamos ya preparado. Sin embargo, no nos sirvió de nada. Pues para defenderse también hace falta fuerza, que era precisamente de lo que nosotros carecíamos. En vísperas del combate, nos veíamos obligados a preparar unas armas que no se parecían en absoluto a las ordinarias; no se trataba de puñales, revólveres, cañones ni ametralladoras. No. En este aspecto, era demasiado grande la desigualdad entre ellos y nosotros. En aquel caso, ¡a balazos no se podría hacer nada! Las armas hay que elegirlas siempre con arreglo al enemigo que se tiene delante. Siempre hay que empuñar aromas en consonancia con la fuerza de éste y la situación real en que va a desarrollarse la lucha.

Y cuando se tiene bien en cuenta todo, a veces, con pocas fuerzas se puede superar a fuerzas grandes. Recuerdo que el año 1915, en Sarikamish, en la frontera turca, me contaron lo siguiente: Un teniente ruso, con una sola compañía, fue cercado por los turcos en el mismo sitio donde se encontraba el generalato enemigo. Si el teniente se hubiera lanzado a la lucha cuerpo a cuerpo, aquello habría sido un acto de arrojo, equivocado, cuyo final se podía prever de antemano, ya que la desigualdad de fuerzas era inmensa. Pero el teniente recurrió a otras armas. Con su compañía, como en cumplimiento de órdenes del Mando, se presentó en el lugar donde estaban reunidos los generales y les comunicó que quedaban todos arrestados, que las tropas turcas habían sido cercadas y debían entregarse, pues se hallaban en una situación sin salida, y etcétera, etcétera. Hizo prisioneros a los generales y se los llevó adonde se encontraba el grueso de las tropas rusas. Tal vez no fuese cierto, pero pudo muy bien haber ocurrido. ¡Y eso sí que es ingenio! ¡Verdadera táctica! Ejemplo de magistral acierto en la elección de armas con arreglo a las propias fuerzas y a las del enemigo en una situación concreta.

Ahora, en Vierni, ante la tormenta inminente, al parecer, el arma de la lucha abierta tampoco valía la pena emplearla. "Aunque, por otro lado, contamos con los alumnos de la Escuela del Partido... con los comunistas, militares y civiles... la compañía de internacionalistas... los hombres de la Sección Especial y del Tribunal...", tratábamos de adivinar el porvenir, creyendo y no creyendo a un tiempo en nuestras propias cifras, por no saber con certeza en quiénes se podría y en quiénes no se debía confiar en el momento crítico.

Page 84: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

82

Peligro, peligro, peligro... ¡Qué cerca estaba, qué espantoso y tangible era el

peligro aquel!... Se iba acumulando, aumentaba, hacíase más denso cada día, a cada hora, a cada minuto; lo percibíamos, nos ahogaba, como si nos adentráramos más y más en un túnel profundo, pestilente, negro, en el que era difícil respirar, se nublaba el pensamiento y se encogía el corazón; allí, a través de las siniestras tinieblas, a tientas, sin sendero, ¡qué trabajo costaba caminar!, esperando de un momento a otro el estallido retumbante en la oquedad sonora, la catástrofe final...

Vendría, llegaría indefectiblemente la terrible desgracia; la sofocante atmósfera estaba bien cargada de ella. Pero, ¿cuándo, dónde caerían sus rayos? A través de la espesa niebla, no se veía nada, nada se sabía, presentíase únicamente que algo fatídico, hostil, ajeno, iba rodeando a uno con sordo rugido salvaje y estrechando su espantoso cerco con creciente ulular...

La división ya estaba en movimiento. El primero que llegó a Vierni, procedente de Dzharkent, fue un batallón del 27° regimiento. De los regimientos de infantería, se habían designado para el traslado al 25° y al 26°, y de los de caballería, al 1º y al 2°. El batallón de Dzharkent sería agregado al 26° regimiento que también tenía la orden de venir a Vierni. Según nuestros cálculos, el 26° debería llegar a Vierni el 18 de junio, cuando el batallón de Dzharkent estuviese ya lejos de la ciudad, camino de Tashkent. Pero el susodicho 26° desarrolló tal velocidad, que el día 11 se encontraba ya solamente a 75 verstas de Vierni, en el caserío de Ilískoie. Por lo tanto, podía presentarse el 12 o el 13. Excesiva prisa se daba. ¿Para qué? ¿Cuál era la causa de tanto celo? Le ordenamos que se detuviera en Ilískoie y que no avanzase ni un paso más hasta nuevo aviso. Entretanto, por ese mismo camino traeríamos de lejos al 4° regimiento de caballería, "por lo que pudiera suceder". El batallón de Dzharkent andaba alborotado en extremo: no cumplía ninguna clase de órdenes ni reconocía mando alguno, celebraba mítines continuos y mantenía una actitud provocadora...

Los cuatro -Bielov, Bocharov, Kravchuk y yo- nos dirigimos a la unidad para aclarar sobre el terreno qué gato había allí encerrado y la norma de conducta más conveniente a seguir. Llegamos al cuartel. Como de ordinario, aquello estaba hecho una pocilga: por doquier, había malolientes peales puestos a secar; cucharas sucias y grasientas calderetas, botas de caña alta y borceguíes "americanos", endurecidos por el reseco barro pegado a ellos, estaban tirados por el suelo; en las cabeceras de los camastros se veían capotes enrollados, chafadas gorras de plato con el charol de las viseras cuarteado; colillas y puntas de cigarro aparecían por todas partes; numerosos gargajos de

soldado amarilleaban en el piso de tablas; fusiles con bayoneta estaban torpemente arrimados a los rincones, como afligidas monjas implorantes de negras y puntiagudas tocas. En todas las posturas imaginables -dos, tres o más en cada camastro- los soldados rojos resollaban tumbados a la bartola. Pero se veía a las claras que su yacer no era casual, que hablaban de algo necesario e interesante para ellos. En cuanto entramos, nos acogieron con ebrios ojos de encono. Nadie se movió, ni se levantó del lecho, ni preguntó a qué veníamos. Sólo sus miradas se clavaban agudas, se deslizaban por nosotros con animosidad inquiridora, acechando desde los camastros cada uno de nuestros movimientos. Echamos una ojeada en derredor: el cuadro era siniestro. La acogida no auguraba nada bueno. A juzgar por la forma en que miraban, guardaban una profunda prevención contra nosotros. Y era poco probable que en unos minutos, e incluso en unas horas, se pudiese hacer allí algo de provecho.

Tras los primeros minutos de quieta observación concentrada, comenzaron las bromitas y agudezas dirigidas a nosotros…

- Vienen a convencernos... Soltarán unos discursitos…

- Los señores jefes... los comunistas... - Escucharemos su elocuencia... Mi... s... s... s...

erables... Amenazadores y silbantes como proyectiles, los

insultos eran lanzados desde los camastros. Buscamos inmediatamente a los mandos del

batallón y les pedimos que reunieran sin tardanza en el cuartel a todos los soldados rojos, pues queríamos hablar con los hombres de la unidad de un asunto importante. Y el asunto se reducía a averiguar qué era lo que querían allí y lo que teníamos que hacer nosotros.

Iban viniendo lentos, remolones, tardando mucho en congregarse.

- ¿A qué nos llaman?.. Estamos hartos... Sin necesidad de oradores, ya lo sabemos...

- Mejor sería que, en lugar de discursos, nos dieran pan que no estuviera podrido...

Pero los mandos del batallón hacían todo lo posible para que el mitin se celebrara. Se oían sus persuasivos razonamientos:

- Al fin y al cabo, es el jefe... de la división... El Consejo Militar le manda...

- ¿Y a mí qué? Yo me c... en todos ellos... - Bueno, pero de todos modos... -insistía el

comandante, disculpándose ante los soldados rojos de los camastros, que se resistían testarudos.

A trancas y barrancas, juntaron el batallón; muchos siguieron tumbados, para escuchar desde lejos.

Primeramente hizo uso de la palabra Panfílich Bielov.

Habló como siempre: francamente, con claridad y

Page 85: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

83

rudeza. Y no había en sus palabras el menor asomo de

halago, de adaptación servil al ambiente general: - Puesto que se ha dado la orden de traslado, hay

que cumplirla. Sin charlatanear ni hacer comentarios. Nada de "no quiero" ni de "más adelante"... Las órdenes son eficaces solamente cuando se cumplen a su debido tiempo, y éste transcurre en vano, ¿para qué diablos sirven? ¿Qué os pasa a vosotros? No tenéis ropa, el rancho es malo, no hay cerillas, el tabaco no alcanza… ¿Verdad? ¿Pero dónde tienen de todo eso? ¿Dónde?, os pregunto yo. ¿Puede ser que en los regimientos que se baten contra Wrangel, en el Frente Polaco? Allí están peor aún, pasan mil veces más hambre que vosotros, y sin embargo, no se disponen a infringir las órdenes porque el tabaco no es bastante...

Aunque Bielov sabía de sobra, claro está, que el tabaco no era la madre del cordero, se calló lo principal, adrede, esperando a que ellos mismos lo soltasen.

Después de Bielov, hablé yo, y a continuación intervinieron Kravchuk y Bocharov. Nos iban respondiendo oradores subidos a un barril. Fuera de sí, nos ponían como trapos, casi a voces. Pero más desenfrenados y groseros eran los gritos que, malignos, venenosos, salían de los camastros:

- ¿Por qué nos desarmaron en Dzharkent? ¿Es que el soldado puede estar sin fusil?

- Ca... na… llas... s... Hijos... ss... de perra... Mis... ss... serables… s… -llegaba de todas partes el silbante bufido de rabia.

- Da risa oíros -contestábamos-. ¿Quién de vosotros, de los soldados del Ejército Rojo, no sabe que al salir del veintisiete regimiento, según las ordenanzas militares, estáis obligados a dejar en él las armas?...

- Y nosotros, a defendernos con estacas... ¿No es eso?

Por los rincones, como un chapoteo en el fango, chasquearon los insultos: la madre que os parió... la madre que os parió... la madre...

- ¿Por qué con estacas? Os dará armas el veintiséis regimiento, al que quedará agregado todo el batallón...

- Entonces, habrá que ir con palos hasta Tashkent. Y si nos atacan por el camino, que se pierda el batallón entero... ¿No es así?

En los rincones, como indignado eco, restallaron los tacos, rotundos, atroces.

- ¿Quién va a atacaros, camaradas? ¿A qué decís tonterías? En el camino hasta Tashkent no hay el menor peligro. Día y noche la gente va y viene por él, sin que le pase nada… Y a vosotros, pobrecitos niños chiquitines, os van a pegar… Eso es ya pura necedad. Además, si ocurriera algo, precisamente para defenderos tenéis noventa y dos fusiles... Luego, todo el batallón, absolutamente todo él, recibirá

armas en el lugar de destino... - En el lugar de destino, no, dánoslas aquí. - Aquí no tenemos derecho. - Vosotros no lo tenéis, pero nosotros sí -afirmó

en las filas de atrás una voz chillona. Aquel pensamiento, acariciado y compartido al

parecer por todos, encendió al instante los ojos ebrios. La multitud se retorció convulsa y empezó a alborotar de pronto, a un tiempo, con precipitación e incoherentes gritos que resonaron en todo el edificio, como si una descarga eléctrica hubiera atravesado súbita el cuartel, obligándole a estremecerse con fuerza:

- Eso... eso mismo... Cierto... Bien dicho... ¡Claro que sí!... ¡Basta ya!... ¡Se acabó! ¡A hacer puñetas! La madre que os parió... la madre que os parió... la madre...

- Y aunque quisiéramos, camaradas, ¿con qué os íbamos a armar? No tenemos ningunas reservas de armas...

- Las encontraremos... -replicaron, con arrogante seguridad.

- ¿Cómo? ¿Dónde las vais a encontrar? -preguntamos pasmados.

- Muy sencillo, las encontraremos, nosotros sabemos dónde...

Aquello entrañaba una amenaza. Guardábamos en efecto armas en la fortaleza, pero su destino era muy distinto, no para aquel batallón. Además, estaba en camino un convoy de Kopal que traía las armas del ejército blanco hecho prisionero. La sección de amunicionamiento nos había comunicado que el convoy marchaba lentamente y se encontraba aún a muy poca distancia de Kopal...

- No podemos estar sin armas; no podemos, de ninguna manera -gritó una voz estridente entre la multitud.

- Camarada, ven aquí a hablar, para que te oigan todos -le propusimos.

- Gracias, no hace falta, seguiremos donde estamos, el que quiera oír, oirá...

Los que rodeaban al que hablaba soltaron a un tiempo la carcajada, solidarizándose con él. Era una bofetada que se nos daba, parecían decir: "No somos tan cándidos como para poner a nuestros tribunos delante de vosotros. Hablamos por boca de todos, y entre todos, si ocurre algo, busca luego..."

- No podemos estar sin armas -repitió a voces el mismo-, porque habéis empezado a armar a los kirguizes... Formáis tropas kirguizas, y a nosotros nos mandáis fuera del Semirechie…

De pronto, la excitación de la multitud subió de punto, comenzó una nueva granizada de protestas y gritos.

- ¿Echarnos del Semirechie? ¿De nuestras tierras? A unos las armas, y a otros la patada, ¿no es eso? Aguarda, aguarda un poco... No te saldrás con la tuya... Eso aún lo veremos... Te quedarás con las

Page 86: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

84

ganas, amigo... Empezamos a explicarles por qué y para qué

organizábamos la Brigada Kirguiza, mas a los rostros fríos, severos, de los que escuchaban asomaba una incredulidad manifiesta. Era como si dijeran: "Puedes darle a la lengua lo que quieras, que nosotros ya sabemos de qué se trata".

El escándalo en el cuartel duraba ya unas cuatro horas.

Llovían sobre nosotros los consejos, preguntas y exigencias de la más diversa índole:

Que se desarmase inmediatamente a todos los kirguizes, o se les expulsara de la región, y que cesase la formación de la brigada.

Que se diera al ejército un mes entero de permiso, para que sus hombres fueran a descansar en los hogares y a trabajar en sus haciendas.

Que a todos los oficiales prisioneros que trabajaban ahora con nosotros, dondequiera que estuviesen, los echáramos a la calle para que se les castigase "como correspondía".

Que se pusiese fin al robo del pan de los campesinos (así llamaban en su lenguaje a la contingentación de productos agrícolas) y no se, enviasen a las aldeas a más "agentes de ninguna clase".

Que se prohibiese a los tribunales fusilar a hombres inocentes...

En resumidas cuentas: nos exigían multitud de cosas. A cada cuestión, por absurda y necia que fuera, procurábamos contestar con sencillez y seriedad, prescindiendo de todo apasionamiento polémico y procurando dominar el agravio y la ira que pugnaban por salir de nuestros labios.

Cuando, al fin, todas las cuestiones se diluyeron en loca zarabanda de maldiciones, insultos y gritos groseros, que giraban sobre nuestras cabezas como una gran bandada de cuervos, y era inútil repetir lo mismo una y otra vez, nos apresuramos a terminar aquella barahúnda vergonzosa, repugnante.

- De modo que, pronto, con arreglo a la orden, ¡tendréis que ir a Tashkent! -les advertimos al marchar.

- No iremos a ninguna parte... - ¿Cómo que no iréis? Por consiguiente,

¿desacatáis la orden? - Que nos den armas a todos; de lo contrario, nos

estaremos en Vierni un mes, y dos si hace falta... ¡Que nos den al mas inmediatamente!

- Ya os hemos explicado, camaradas... - No teníais que haber explicado nada. Habéis

perdido el tiempo tontamente -nos interrumpieron-. Cuando llegue el veintiséis, ya explicaremos nosotros mismos todo, sin preguntaros a vosotros...

- El veintiséis está aún lejos, partirá después que vosotros...

- No... Le esperaremos... Se ponía en claro que entre el veintiséis

regimiento, que con tanta rapidez venía, y ellos se había establecido contacto y que le esperaban de un momento a otro.

¿A qué gastar más saliva en balde? Montamos a caballo; lentamente, nos alejamos un poco del cuartel; luego, picamos espuelas y partimos al galope tendido, como si quisiéramos perder de vista cuanto antes aquel lugar abyecto, de pestilente corrupción.

Cuando pusimos los caballos al paso, empezamos a cambiar impresiones.

Veíamos que el batalloncito estaba dispuesto a hacer una marranada.

Al parecer, lo más sencillo y conveniente para nosotros sería desarmar a los alborotadores, llamar a los instigadores, a los maleantes más empedernidos, con el fin de atraparlos, y a los demás empujarlos para Tashkent, en cumplimiento de la orden. ¿A qué andarse con contemplaciones con aquella patulea?

Pero la cosa no era tan fácil. En primer lugar, la fecha de la marcha del batallón para Tashkent no había llegado aún, y si nosotros lo desarmábamos antes de tiempo, "por insubordinación", nos podrían objetar:

- Bueno, ¿pero qué importancia tiene lo que dijeran algunos en el mitin? Todo eso no era más que palabrería. Cuando llegue la hora de partir, el batallón partirá. Entonces, ¿por qué nos ofendéis quitándonos las armas, castigándonos?

Y se armaría una tremolina que luego sería imposible aplacar.

Además, ¿qué se adelantaba con quitarles noventa y dos fusiles?

Porque, de todos modos, esos noventa y dos fusiles no iban a decidir nada. No estaba en ellos el principal peligro.

Y por último, si los desarmábamos, ¡cómo caldearíamos la atmósfera! Pues allí, en Vierni, una parte del 25° regimiento andaba también muy soliviantada y el batallón de guardia estaba solidarizado por completo con los dzharkentinos... No, en la vida no vale la pena irritar ni siquiera a los gansos. Y después de deliberar, sobre la marcha, acordamos no tocar de momento al batallón.

Aquello ocurría el 11 de junio, a las cinco de la tarde.

En la Pravda regional semirechiana, un farragoso reportero escribía:

"Al acabar la primera etapa de la lucha revolucionaria, la lucha destructora en el frente sangriento, y pasar al frente incruento, a la lucha contra el desbarajuste económico y la ignorancia de las masas, surge de por sí la cuestión de incorporar a las filas de los luchadores, a esos incruentos frentes laborales, a todas las capas de la sociedad que sean aptas para el trabajo.

La experiencia anterior nos ha demostrado, de un modo bastante convincente, que para poder llevar a cabo con acierto y rapidez cualquier obra o empresa,

Page 87: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

85

es preciso agrupar previamente a todas las fuerzas de trabajo que se tengan en el país y moverlas a adoptar una actitud consciente y, por ende, entusiasta con respecto a la empresa de que se trate.

Es indudable que una actitud consciente y entusiasta ante la obra a realizar sólo es posible cuando existen determinados principios, en los que se asienta dicha obra, que caracterizan el momento inicial, precedente, y aclaran casi en igual medida el objetivo final.

Estos principios los conocen bien los militantes del PC de Rusia, que con enorme entusiasmo y disciplina realizan cualquier trabajo. En cuanto a las masas sin partido, que hasta la fecha han permanecido al margen de la edificación social activa, e incluso en muchos casos no se han definido con respecto al Poder soviético, habrá que informarlas de los principios y tareas de la edificación del Partido para incitarlas, mediante un intercambio de opiniones en una asamblea de carácter práctico, a la participación activa en la creación del régimen social.

A fin de atraer a las masas de soldados rojos sin partido a una participación activa y consciente -con motivo del paso del ejército a la situación laboral-, en la lucha contra el desbarajuste económico y por la edificación de una nueva vida sobre bases socialistas, se convocó, para el día 10 de junio de 1920, la Conferencia de soldados rojos sin partido de la guarnición de Vierni.

A la hora señalada, ha sido abierta la Conferencia a los acordes de La Internacional y se ha pasado a examinar las distintas cuestiones.

Figuran en el orden del día siete puntos, de gran importancia por su complejidad y su contenido:

1. Momento actual. 2. Política económica del Poder soviético. 3. La cuestión nacional y la política nacional. 4. Política militar del Poder soviético (incluso respecto a los especialistas militares). 5. Tareas del Poder soviético y de la edificación socialista en el Turkestán (incluso respecto a los campesinos medios). 6. Cuestión agraria. 7. Asuntos varios. A la Conferencia asisten 165 delegados. Es

indudable que las decisiones de una asamblea tan nutrida reflejarán el estado de ánimo de amplias masas, ejercerán una influencia grande y tendrán autoridad entre la población de la región del Semirechie".

¡Pues nada de eso, camarada reportero! La susodicha asamblea no ejerció la menor influencia sobre la población ni sobre los soldados rojos.

Al contrario, fueron éstos los que "influyeron" sobre ella, en forma de presión que acabó por estrangularla.

Comenzó la Conferencia el día 10. La dicha de

presidir aquel impetuoso torbellino me tocó a mí en suerte. La primera y la segunda cuestión interesaron poco al auditorio; veíase a las claras que otros asuntos y otros pensamientos absorbían por entero la atención de los allí presentes y que lo de Polonia, lo de Wrangel y lo de la "industrialización" les importaba un bledo; había afanes e intereses más queridos, que les llegaban mucho más a lo vivo y estaban allí mismo, ¡en el Semirechie!

En torno a la cuestión nacional, rezongaron de firme, repitiendo sobre todo las consabidas preguntas:

- ¿Para qué armar a los kirguizes? ¿Por qué se crea la brigada?

Con grandes esfuerzos se consiguió mantener la cuestión en el plano de los principios, pues de continuo trataban de arrimar el ascua a su sardina, dirigiéndonos los más duros apóstrofes.

Al cuarto punto del orden del día, bajo la presión de las exigencias generales, hubo que adicionarle las palabras: "incluso respecto a los especialistas militares".

Y resultó que precisamente a aquel "incluso" se aferraron con furia. En torno a él se entabló un verdadero combate.

La adición al quinto punto volvió a hacerse bajo la coacción. Gritaban:

- ¿Qué kulaks hay aquí? No hacen más que hablar de los kulaks. Cuando, en realidad, en toda la región sólo hay campesinos medios... Venga, apunta en el orden del día: "sobre los campesinos medios".

Lo apuntamos. En esta cuestión el escándalo se produjo al empezar a hablar de la contingentación. ¡La que se armó! ¡Pusieron el grito en el cielo!

Después del mitin en el batallón de Dzharkent fui

a abrir la sesión de la tarde de la Conferencia. La sesión se abrió a las seis y terminó a las diez y media. Al día siguiente nos esperaba la principal batalla: se examinarían los mandatos que los delegados habían recibido de sus electores. Tales mandatos los conocíamos ya en parte, y eran un verdadero espanto: "abajo" éstos, "abajo" aquéllos, desarmar a todos, ninguna "violencia más del Poder soviético" y dejar tan sólo armado hasta los dientes al mujik terne, fortachón; él sería el dueño y señor de la región entera.

Nadie sabe hasta qué punto se habrían caldeado las pasiones al discutirse dichos mandatos. Pero quiso el destino que no alcanzaran la publicidad y que la Conferencia no llegase a sus resoluciones: por la noche estalló la sublevación.

Después de la sesión de la Conferencia, todos

nosotros sentíamos angustia y náuseas, como si nos hubiéramos atracado de alguna porquería viscosa y acerba. ¿A quién iban dirigidos en realidad los discursos, llamamientos, aclaraciones, ruegos y

Page 88: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

86

razonamientos nuestros? ¿A quién habían ayudado en algo o hecho volver a la razón? Habían caído en saco roto, y del saco aquel salía a nuestro encuentro una carcajada sarcástica, triunfante. Valía la pena seguir dedicándose a una labor tan infructuosa, perder el tiempo en conversaciones vanas tras las que resonaban invariablemente los mismos gritos, iguales amenazas:

- ¡No toques el pan de los campesinos! - ¡Abajo la contingentación, abajo, abajo! - ¡Desarma inmediatamente a los musulmanes! - ¡No saques a las tropas de la región! A cada una de las cuestiones de que se trataba,

respondían siempre con esas protestas y exigencias, en que se desbordaban las codicias, el ansioso egoísmo, sin comprensión alguna de la situación. No, no querían ayudar, no ayudarían más que a sí mismos.

Intentábamos tranquilizarnos diciéndonos que las apariencias engañaban, haciéndonos creer que la Conferencia transcurría sin dar fruto alguno y que todos los discursos, llamamientos y razones eran prédicas en el desierto...

No puede ocurrir nunca que palabras precisas, elevadas, caigan en el vacío; tal vez no prendan en las mentes de diez, veinte personas, pero en la veintiuna han de arraigar por fuerza para llevar a cabo su labor sutil, inescrutable, de modificación de los cerebros. Y tarde o temprano, esa honda remoción cerebral se dejará sentir. Incluso para tales decenas o veintenas de hombres es preciso actuar, pues el esfuerzo será recompensado luego, aunque no sea más que con hechos imperceptibles, muy difíciles de captar.

Así debíamos haber razonado también en el caso de nuestra Conferencia. Pero bajo la viva impresión del vergonzoso tumulto cuartelero, nos sentíamos ultrajados, como si nos hubieran escupido al rostro; penosos y confusos sentimientos nos dominaban.

En apretado haz, examinamos y repasamos con detalle los incidentes de la jornada, sopesando la situación. Luego, nos separamos, y cada uno se fue a su cuarto.

Era ya noche cerrada. Al filo de las once. De pronto, con precipitados pasos, entró en mi habitación Murátov; siguiendo su costumbre, se quitó sin detenerse los empañados lentes, y sus ojos sin cristales brillaron mortecinos, con cómica expresión de desvalimiento.

- Las cosas no marchan bien... - ¿Dónde? - En la ciudad, andan mal... Entre los soldados

rojos hay agitación. Se están llevando a cabo misteriosos preparativos...

- ¿Y cómo lo sabes tú? - Masarski lo ha dicho; ellos tienen allí unos

muchachos de la Especial, que se lo han comunicado... Acaban de llegar a toda prisa...

Llamé por teléfono a Masarski a la Sección Especial:

- Ven, tenemos que hablar con urgencia... Apenas se marchó Murátov, presentóse Bielov,

tras él apareció en el umbral un telegrafista de la sección de despachos cifrados, cuyo nombre no guardo en la memoria, pero sí recuerdo que era un muchacho leal, bien conceptuado en el Estado Mayor de la división.

- Presta oído a lo que va a decirte éste -me espetó rápido, señalando con la cabeza al telegrafista. Y el muchacho, sin esperar a que le preguntaran, notificó:

- Han llegado corriendo a la sección del Estado Mayor dos desconocidos...

- ¿Cuándo? - Hace poco... Ahora mismo... Y han comunicado

que esta noche se harán dos disparos, como señal... Al sonar esos disparos, todos los soldados rojos deberán alzarse en armas...

- ¿En armas?... - Sí, y salir... - ¿Para dónde? - No lo sé… Nadie sabe nada; pero en cuanto

suenen, se echarán a la calle... - ¿Y por qué no habéis detenido a esos dos

individuos? - Nadie tuvo tiempo de hacerlo... Apenas lo

dijeron, se largaron a escape. Además, la noche es oscura, ya lo ve usted...

Fuera, negreaba, como boca de lobo, una noche serena.

Estuvimos unos instantes hablando de la gente de la propia sección del Estado Mayor, de qué actitud había adoptado ante el momento actual y qué se podía esperar de ella. El muchacho sabía pocas cosas con certezas, y no quiso perderse en conjeturas. Le dejamos marchar.

E inmediatamente, Bielov me soltó otra novedad desagradable:

- Me han dicho que el convoy de armas que venía de Sarkand ha sido atacado por los soldados rojos, que han arramblado con todo...

- Hay que comprobar eso ahora mismo... - Desde luego... Voy en un vuelo a ver al jefe de

amunicionamiento; en seguida vuelvo. Y yo espero a Masarski. El me contará todo lo

que está ocurriendo en el cuartel... Al galope de su caballo, llegó Masarski, echó pie

a tierra, entró veloz y, con la celeridad de siempre, empezó a disparar palabras:

- En el cuartel el asunto está feo... Acabo de mandar para allá a más agentes... Pero, sin necesidad de lo que digan, está claro que se preparan para algo...

Entretanto, Naya había telefoneado a los muchachos pidiéndoles que vinieran sin demora a mi cuarto, el fiel amigo Medviédich ensilló a nuestro querido Escarabajuelo y partió en busca de los

Page 89: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

87

camaradas a quienes era difícil avisar por teléfono... Unos minutos más tarde estaban ya reunidos allí

Pózdnyshev, Kravchuk, Shegabutdínov, Rubánchik, Verménichev, Mameliuk, Nikítchenko, Altshúler, Kólosov... En fin, diez o doce personas43. Por cierto que Nikítchenko nos dijo que, al venir, había oído dos disparos en dirección al cuartel... En la habitacioncilla, debido al ruido, no nos habíamos apercibido de ello...

A través de todas aquellas informaciones sueltas, no era posible determinar aún nada con exactitud, estaba claro solamente que en el cuartel reinaba la intranquilidad y se preparaban para algo...

¿Pero cómo y con qué conjurar la tormenta que se nos venía encima? Los acontecimientos se desarrollaban a una velocidad increíble.

- Camaradas, la situación no permite perder ni un minuto...

Debemos estar preparados para todo. Hay que hacer frente al peligro de un modo organizado. Vamos a distribuir nuestras fuerzas. Ante todo, crearemos un estado mayor... integrado por unas tres personas. ¡Un hombre solo no puede dirigir todo en una situación como ésta!

Fueron designados tres: Mameliuk, Fúrmanov y Murátov... Al cabo de unos minutos, regresó Bielov. El ocupó el sitio de Mameliuk en nuestro estado mayor de las operaciones. Lo del convoy de armas era una amarga verdad: lo habían deshecho, llevándose todo el armamento... ¡Qué perra suerte!

- El Estado Mayor debe proceder inmediatamente al recuento y movilización de todos los efectivos nuestros... Ha de asumir la dirección de los acontecimientos... Concentrar en sus manos la parte operativa44. Establecer contacto con la Sección Especial, el Tribunal, la Escuela del Partido, el Comité del Partido y la compañía de internacionalistas. Poner todo y a todos en pie. Trazar el plan de actuación en dependencia de lo que nos comuniquen los agentes de la Sección Especial que acaban de ser enviados al cuartel...

Llamaron a la puerta, y entró raudo Donskij, comandante del batallón de Dzharkent. Venía pálido, jadeante, sus ojos centelleaban... Informó precipitadamente:

- Todo mi batallón está en pie. Forman filas... se disponen a salir para alguna parte; seguramente, van

43 En aquel tiempo Kondurushkin, que estaba recorriendo la región, se encontraba en Pishpek; Kushin, después del asunto de Dzhinazákov, había marchado a Tashkent, donde también se hallaba Poleies, en comisión de servicio. 44 Hay que decir que el consejo militar, aunque existía, era más bien teóricamente, pues en la práctica aún no había dado muestras de su existencia. Nosotros, por vieja costumbre, nos ateníamos a la Jefatura de la Delegación; pero, en este caso, ni el delegado ni el jefe de la división podían actuar de modo individual en nombre de todas las organizaciones existentes. Era preciso un estado mayor de las operaciones.

a la fortaleza. Nadie me dice nada, me rehuyen... Querían arrestarme, pero me he escapado... En el cuartel hay infinidad de gente, y todos están armados; no sé de dónde habrán sacado las armas... Entre mis soldados he visto a muchos elementos extraños, desconocidos...

Le escuchábamos atentamente, ocultando nuestra emoción, pero con desconfianza:

"¿No será esto un bulo? Pues es poco probable que un comandante no sepa lo que pasa en su unidad... ¿Querrá jugamos alguna mala pasada?"

Y como agradecimiento a sus noticias, le dijimos: - De momento, quédate en la habitación de al

lado; no salgas de allí, habrá guardia a la puerta. Y mientras tanto, como probaremos la certeza de tus informaciones...

Teníamos ya establecido contacto en todas direcciones y mandamos a hacer pesquisas a varios hombres del Tribunal Militar y de la Sección Especial, con la orden de detener y traer a las personas sospechosas...

- Tú, Shegabutdínov, vete a toda prisa al batallón de guardia, entérate de la situación que hay allí, y, aunque sea por teléfono, comunícanos qué ocurre y qué es lo que debemos hacer...

Lindenbaum fue a la compañía de internacionalistas; Nikítchenko, al Tribunal. Panfílich, desde el Estado Mayor de la división, iba dando cuenta de lo que pasaba.

De pronto, llegó la noticia: - Ya han salido... Avanzan... - ¿Quiénes? ¿Desde dónde? - Desde el cuartel... Van hacia la fortaleza... - ¿Son muchos? - Hasta ahora, han visto a unos cuarenta o

cincuenta hombres... ¡Había que cerrarles el paso inmediatamente! ¿A

quién mano dar? Destacamos a veintiocho internacionalistas para que interceptasen los caminos cercanos a la fortaleza. Se les ordenó:

- No permitir el paso a la fortaleza. Procurar desarmar a los sublevados. Disparar únicamente en caso extremo. Entablar negociaciones sin demora. Exigir que depongan las armas.

Los internacionalistas procedieron de un modo mucho más sencillo que todos nuestros consejos y mandatos: se unieron a los sublevados y, con ellos, entraron en la fortaleza. Y en ésta no hubo ni un disparo, pues su guardia no ofreció resistencia alguna. Al fin y al cabo, los hombres que allí había eran del Semirechie, de los "suyos", y abrieron los portones y saltaron los candados diciendo: "Tomad lo que queráis".

Cuando nos enteramos de que el destacamento enviado se había unido a los sediciosos, se nos heló la sangre en las venas...

Aquella compañía era la más segura de todas nuestras unidades. ¿En quién confiar ahora? Cierto

Page 90: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

88

que se había pasado únicamente una pequeña parte de la misma. ¿Pero qué seguridad había de que, una hora más tarde, no se pasasen también los demás?

Shegabutdínov telefoneó desde el batallón de guardia:

- El batallón ha salido en ayuda de los sublevados, se dirige hacia la fortaleza...

- ¿Todo él? - No. Quedan unos cincuenta musulmanes; ahora

mismo os los mando. - Sí, inmediatamente, pero no aquí. Nosotros, con

nuestro Estado Mayor, nos trasladamos al Estado Mayor de la división... ¡Mándalos allá!

En la oscuridad descendimos por la escalerilla de la hostería de Beloúsovski y echamos a andar, casi a tientas, entre las profundas tinieblas expectantes que envolvían la calle.

Teníamos prisa. Rápido el paso, íbamos sin decir palabra, dando tropezones y soltando ternos. Queríamos llegar cuanto antes al Estado Mayor de la división.

- Aliosha -encomendamos a Kólosov-, ve volando a la Escuela, arma a los alumnos y tráelos para acá.

Aliosha partió al instante. Entretanto, Verménichev, como miembro del

Comité Regional del Partido y con nuestro asentimiento general, hizo saber, en nombre de dicho Comité, al de la ciudad y el distrito que había que reunir urgentemente a todos los militantes y traerlos formados y con armas al Estado Mayor de la división.

Unos minutos más tarde, al mando del chino45 Masanchí llegaba un pequeño destacamento de cincuenta y cuatro hombres del batallón de guardia, enviados por Shegabutdínov. Los llevamos al patio del Estado Mayor.

En el patio había alarma: iban y venían negras sombras, soldados rojos llevaban presurosos algo en distintas direcciones; junto a la terracilla de entrada, unos hombres daban breves órdenes a otros, en tono severo; sólo se oían palabras sueltas, tajantes. Emplazaron una ametralladora en el portón; junto a la cerca un caballo dio a su vecino un mordisco bajo las crines, el agredido lanzó un relincho, y un soldado rojo que estaba al lado le atizó al camorrista un culatazo. A la terracilla y de la terracilla saltaban de continuo oscuras siluetas. En el patio reinaban la alarma, la agitación, la inquietud... En el local del Estado Mayor, todos nos habíamos congregado en una habitación grande, poco iluminada, y, en torno a una ancha mesa de roble, hacíamos un recuento de nuestras fuerzas. He aquí de lo que disponíamos:

Tribunal Militar 60 hombres. Sección Especial 75 hombres. Compañía de internacionalistas 100 hombres.

45 Algunos camaradas comunicaron que Masanchí no era chino, sino dungan.

Escuela del Partido 40 hombres. Compañía del E.M. de la división 150 hombres. Restos del batallón de guardia 50 hombres. Organización del Partido en la ciudad 20 hombres.46

Estas eran las bayonetas con que contábamos. En

total, cuatrocientas y pico. No eran una fuerza pequeña. Cierto, no era pequeña, pero en cuanto a seguridad y confianza...

- ¡Chits!... ¿Qué es eso? Prestamos atención: de lejos llegaban, cada vez

más nítidos y fuertes, los sones de una marcha de combate:

Hijos de los trabajadores, del pueblo todos procedemos… ¿Quiénes serían? ¿Vendrían a atacarnos? Pero

nosotros esperábamos el golpe de un lado completamente distinto, de la parte del jardincillo. Y allí, por doquier, estaban apostados nuestros escuchas y patrullas. ¿Quiénes podrían venir cantando una marcha de combate?

La mujer de Goriáchev, la de Kravchuk, Naya y Antonina Kondurúshkina no se habían separado de nosotros durante todo aquel tiempo. Con nosotros habían llegado al Estado Mayor de la división dispuestas a correr la suerte de todos. Para el servicio de exploración eran las más apropiadas. ¡Nadie lo haría mejor que ellas!

- Hala, a explorar el terreno... Se dejaron caer desde las ventanas y

desaparecieron para volver en seguida con una buena nueva:

- Vienen los de la Escuela del Partido... Dando un rodeo, se acercaban por los callejones,

bastante más a la izquierda del camino por donde les esperábamos.

Llegaron y se sumergieron en las sombras del patio, diluyéndose en su agitación y alarma.

Armados con lo que habíamos podido encontrar, esperábamos el golpe de un momento a otro. Todo estaba ya preparado para recibir al enemigo: los hombres, formados en pequeñas columnas, permanecían en el patio, acordonaban el edificio del Estado Mayor; negras, lustrosas, las ametralladoras abrían rapaces sus estrechas fauces, mientras las bayonetas de los pesados fusiles tintineaban suavemente.

Avizores, con suma atención, observábamos el jardincillo.

Estábamos dispuestos a devolver golpe por golpe. A sabiendas de que aquello, aunque inevitable, no era una solución. De tal manera no se podía resolver el asunto. Cambiamos rápidamente impresiones acerca de la situación, examinamos y sopesamos las cosas.

46 Según los cuestionarios, los comunistas con armas de la organización del Partido en la ciudad eran 20 solamente.

Page 91: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

89

Ya estaban desarrollándose los acontecimientos, y había que tener presente todo, en conjunto y en sus diversos aspectos:

Las relaciones con China... La amenaza de Annenkov y Scherbakov… El peligro de una nueva matanza de carácter nacional... El ejército blanco, de seis mil hombres, prisionero...

Y ante nosotros surgía, palmaria y amenazadora, una perspectiva de la sublevación: si los sediciosos triunfaban, habría una salvaje orgía de sangre, ferocidades inimaginables, crueles venganzas, saqueos, incendios de kishlaks enteros… Y a través de todo aquel horror, cabalgaría un general blanco...

No, no era una fantasía, se trataba de una perspectiva real, completamente real.

Y no podía haber otra, teniendo en cuenta lo diversa, grave y confusa que era la situación y las complicadas relaciones mutuas existentes en el Semirechie de entonces...

Mas, ¿cómo evitarlo? ¿Qué hacer con unas fuerzas como las que teníamos? Claro que si hubieran sido combatientes auténticos, leales, de confianza, tal vez hubiésemos desbaratado de un solo golpe demoledor todos los planes de los insurrectos. Pues cuatrocientos hombres constituyen una fuerza. Pero las tropas nuestras no eran de esas con las que se puede ir a un asalto.

Nosotros sabíamos ya que en la fortaleza había más de mil bayonetas, teníamos noticia de que, sin cesar, desde todas nuestras unidades, afluían allí soldados rojos para unirse a los sublevados, así como la población de las stanitsas cercanas, enterada al instante de todo o sabedora de ello con anterioridad.

Allí, en la fortaleza, habían sido derribadas hacía tiempo las puertas de los arsenales, y las armas eran repartidas a los que llegaban... Allí tenían tres cañones, y nosotros ninguno; allí contaban con diez ametralladoras, y nosotros con tres...

Toda la región simpatizaba con los insurrectos. Sólo esperaba el momento propicio para echar a los agentes que recogían los productos agrícolas de la contingentación y a aquellos malvados bolcheviques que querían trasladar las tropas a Ferganá y, al propio tiempo, armaban a los musulmanes... Todo el Semirechie campesino estaría, con los sediciosos... No se pondrían a nuestro lado la ciudad ni la stanitsa. Y en cuanto a los campesinos pobres kirguizes, al kishlak indígena, ¿qué podía hacer con las manos vacías frente a los regimientos armados? Tashkent estaba más allá de las montañas, a seiscientas verstas, sin ferrocarril alguno. Y si mandaban ayuda de allá, habría que esperar mucho tiempo. Blazhévich llegaría de Siberia no se sabía cuándo. Ayuda urgente no vendría de ninguna parte. Sólo había que contar con las propias fuerzas... Pero, ¿qué fuerzas eran aquéllas?

Y las llamas de la sublevación se alzaban potentes. El fuego se propagaba en extensión y

profundidad. Cuanto más demorásemos las acciones para sofocarlo, menos esperanzas habría de éxito, más difícil sería conseguirlo. Era preciso hacer algo inmediatamente, sin tardanza, en las primeras horas, en los primeros minutos, había que elegir sin yerro una sola línea de acción y seguirla hasta el fin, cumplirla con férrea decisión, a toda costa.

Volaban los pensamientos; nos comunicábamos unos a otros nuestros fugaces planes. Y acordamos la norma general de conducta:

1. No atacar, sino defendernos, y aceptar el combate solamente en caso inevitable.

2. Recordar que el primer disparo sería la señal para el comienzo de una matanza por odios nacionales, dejaría las manos libres para ello y la provocación conseguiría sus fines.

3. Intentar entablar negociaciones. 4. Hacer las concesiones máximas, teniendo en

cuenta que serían temporales. 5. Pedir, entretanto, ayuda a Tashkent, 6. Acercar a Vierni el 4° regimiento de caballería,

que era de más o menos confianza y se encontraba casi a doscientas verstas, pero no hacerle entrar en acción antes de tiempo, sin necesidad.

7. Ponerse inmediatamente en comunicación con todas las demás unidades y hacerles saber con cordura y serenidad, sin pánicos, una parte de lo que ocurría, no todo.

8. Lanzar una proclama. 9. Localizar la sublevación dentro de los límites

de Vierni, sin permitir que se extendiera a la periferia.

10. No dejar entrever a nadie, en forma alguna, que la superioridad de fuerzas no estaba de nuestro lado, pues de lo contrario la población, envalentonada por ello, se apresuraría a aumentar su ayuda a los sediciosos.

11. Permanecer todos juntos y decidir de común acuerdo nuestros actos.

Así concebimos y trazamos con premura nuestro plan de acción.

Había que saber capear el temporal, era preciso poner, al máximo, las fuerzas en tensión, adiestrarse en el desempeño simultáneo de todos los papeles: ser a un tiempo parlamentario, diplomático, orador, jefe militar y soldado raso.

Había que estar preparado para todo. Pero era preciso permanecer en el puesto de

combate hasta el último momento, sin olvidar ni un instante que una espantosa catástrofe nos amenazaba. Claro que había dos salidas, y una de ellas era muy sencilla: cuidar de la propia pelleja -sobre todo ahora, cuando se había aclarado que las fuerzas eran desiguales y el golpe estaba cercano-, ensillar los caballos y escapar al galope, a través de las montañas, para refugiarnos en Pishpek, por ejemplo.

Aquélla era una salida fácil y sin peligro: nos salvaríamos de una muerte cierta, y asunto concluido.

Page 92: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

90

¿Quién iba a censuramos por ello? ¿Y después? Después los sublevados tomarían el

Poder y ocurriría algo inimaginable: una noche sin fin, llena de sangre y tinieblas desgarradas por las llamas.

Había otra salida: no soltar las riendas, por mucho que corriesen los caballos desbocados, creer hasta el último aliento que se les acabarían los bríos, que se agotarían en el fango y los baches. Y si, por añadidura, se les refrenaba con un poco de destreza en el instante oportuno, desgarrándoles de un tironazo los espumeantes belfos para hacerles volver al camino necesario, podríamos estar seguros de que los desbocados brutos se calmarían, ¡y salvaríamos con honor los caballos y la propia vida!

No dudamos ni un momento: optamos sin vacilar por mantenernos en nuestros puestos. ¡Y que fuera lo que fuese!

Cerca de las cuatro de la madrugada, me puse en

comunicación con Tashkent por hilo directo. Acudió al aparato Fiodor Fiódorovich Novitski, substituto de Frunze. Este último mandaba el Frente del Turkestán por aquel entonces. Le expliqué todo lo ocurrido47 y le pregunté, por una parte, que le parecía al Mando del frente nuestro plan de acción; por otra parte, le planteé la cuestión de la ayuda real, con fuerzas armadas, qué podría prestarnos Tashkent. No, recuerdo exactamente lo que hablamos, pero Novitski, después de consultar con rapidez a Frunze por teléfono, me comunicó que nos enviarían un destacamento de autos blindados y una compañía del frente. A mi tímida petición de un aeroplano, no contestaron ni que sí ni que no. Como conclusión, se nos ordenó que, en vista de la excepcional situación, instaurásemos nuestra dictadura militar.

No, de ninguna manera; implantar en aquel momento la dictadura era extraordinariamente peligroso. La dictadura se instaura en efecto en momentos excepcionales, mas, para ponerla en práctica, hay que tener al menos algunas fuerzas de confianza; de lo contrario, ¿qué dictadura será ésa? Pues en tales casos no hay que intimidar, sino hacer indefectiblemente, con energía y prontitud, lo que se ha dicho. Basta que un par de veces no cumplas lo prometido, que no lleves a cabo tus amenazas, para que tu dictadura se vaya al cuerno; nadie la tomará ya en serio, y se convertirá en castillo de naipes condenado a derribarse al menor soplo de viento. Nosotros no contábamos con fuerzas para ejercer la dictadura, pues las que teníamos podían volverse en cualquier minuto contra nosotros mismos, y en el mejor de los casos, nos dejarían solos, desaparecerían, reabsorbidas por el medio. Los métodos de la dictadura son siempre severos, y solamente hombres leales, fuertes, fieles a carta

47 No conservo el texto de esta primera conversación ni lo he encontrado en las actuaciones.

cabal, sirven para aplicarlos. ¿Y cómo eran los nuestros? No se podía, la

empresa era absurda; con ello no lograríamos más que enfurecer a los de la fortaleza y empujarles a dar antes pasos más resueltos y tal vez decisivos. Al contrario, lo que habría que hacer, por lo visto, sería aplicar medidas diametralmente opuestas, actuar en el sentido de apaciguar los ánimos, de echar agua al fuego del odio acumulado por los sediciosos; sería preciso calmar sus ímpetus y reducir por todos los medios posibles la amplitud de sus acciones... Con ese objeto precisamente, mandamos poco después a la fortaleza a los alumnos de la Escuela del Partido, a fin de que realizasen una labor secreta de agitación. Tal trabajo era imprescindible, aunque tuviéramos que desprendernos para ello de nuestras últimas fuerzas. Los de la fortaleza, en su acaloramiento, no se fijaban mucho en los que llegaban; acogían a todos con alegría y entusiasmo y los admitían en sus filas, dándoles inmediatamente armas, cuando las había. Nosotros estábamos seguros de que no reconocerían a nuestros enviados y de que serían bien recibidos.

Y así ocurrió. Una vez allí, se desperdigaron entre la gente de la fortaleza y se pusieron a realizar su destructiva labor. A nosotros llegaban de continuo nuevas noticias. Pero aquello no duró mucho: los hombres de las distintas unidades de Vierni que se pasaban a los sublevados empezaron a reconocer a los de la Escuela del Partido, y éstos tuvieron que volverse a casa.

Por asombroso que parezca, la comunicación telefónica con la fortaleza no se había interrumpido; de vez en cuando, hasta entablábamos diversas conversaciones intrascendentes. Tanteábamos el terreno. Les decíamos, por ejemplo, que sería muy conveniente para ambas partes entrevistarse y hablar de la situación creada, pues tal vez se encontrasen puntos de coincidencia y quizá se arreglase todo de la mejor manera.

Y por las respuestas de los de la fortaleza, se podía deducir que allí vacilaban, que reflexionaban acerca de esas proposiciones; al menos, no se negaban en redondo. Acabaron por dar su conformidad:

- Mandadnos primero unos cuantos hombres a la fortaleza; aquí hablaremos.

Bien. Aunque el asunto era arriesgado, había que aceptar la propuesta; de todos modos, dos o tres hombres más o menos no iban a salvar la situación. En cambio, del intento podía resultar algo. Lo importante era empezar, que lo demás ya vendría. Preparamos nuestra delegación: Shegabutdínov, Murátov y Efímov, subjefe de amunicionamiento de la división. Me parece que, ya en la fortaleza, se incorporó a ellos Aguidulin, ayudante e íntimo amigo de Shegabutdínov; posteriormente, Aguidulin nos sirvió de continuo enlace con su amigo, cuando la

Page 93: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

91

situación obligó a éste a desempeñar un papel difícil y peligroso.

La delegación había partido. Esperábamos nerviosos los resultados: tan pronto creíamos en un feliz desenlace como dudábamos de ello. Captábamos el menor rumor que venía de la fortaleza. Unos aseguraban que los habían recibido amistosamente. Otros decían que, nada más llegar, les habían dado una paliza. Se afirmaba, que la delegación había sido desarmada en la misma puerta y llevada al interior de la fortaleza para su fusilamiento. Por fin, se presentaron tres o cuatro alumnos de la Escuela del Partido y nos comunicaron de buena fuente que los de la fortaleza habían hablado con la delegación poco, groseramente y en tono de amenaza; luego, los detuvieron y encerraron en una mazmorra. En la fortaleza la gente estaba muy excitada, seguramente se preparaban para algo decisivo...

Por cierto que aquello no era nada nuevo para nosotros, porque a cada momento esperábamos ya el golpe.

La noticia del arresto de la delegación salió a la calle y se difundió por la ciudad, por las aldeas y los kishlaks cercanos.

Por aquel entonces, todos los rumores y noticias se propagaban con rapidez pasmosa. Al cabo de un minuto, literalmente, cualquier nueva de importancia era conocida al mismo tiempo por amplios sectores; contribuían a ello el teléfono y la comunicación viva, realizada principalmente por la caballería de la fortaleza.

Entre los de la delegación, había sido detenido Shegabutdínov. La población indígena se enteró en seguida. Y la infausta nueva se expandió rauda: "Nos desafían, ya han dado la señal, detienen a los nuestros, los meten en la cárcel. Preparaos para el combate. Alzaos, ¡pronto!, ¡¡pronto!!"

Masanchí, en el Estado Mayor de la división, informaba alarmado:

- Acaba de llegar presuroso un gran grupo de kirguizes. Me han exigido armas para ir a la fortaleza, a liberar a Shegahutdínov... Querían lanzarse al monte, a caballo, y sublevar a los vecinos de los kishlaks. Afirmaban que en un dos por tres pondrían en pie de guerra todo un ejército. Pero yo no tengo armas, y se han marchado de vacío... Los musulmanes están asustados y su indignación es enorme. Muchos, temerosos de una degollina, se han ocultado... Otros muchos han huido a las montañas, imploran al cielo, escapan a donde pueden...

Ordenamos a Masanchí que, valiéndose de muchachos fieles, tomase sin demora medidas para hacer saber a la población indígena que no ocurría nada de particular, que los rumores de un peligro amenazador eran exagerados y falsos en su mayor parte y que Shegabutdínov no había sido detenido en la fortaleza, ni mucho menos, sino que se había

quedado allí para las negociaciones iniciadas. En aquel momento, nos comunicaron que una

docena de hombres de la fortaleza se acercaba a la puerta del Estado Mayor de la división y querían entablar conversaciones con nosotros. Les dejaron pasar. Los condujeron a la habitación grande donde estaba reunido en sesión permanente nuestro consejo militar.

- Somos delegados de la fortaleza y de la guarnición sublevada -nos declararon-. Venimos a hablar con vosotros de diferentes asuntos de importancia.

Nosotros, claro está, les preguntamos inmediatamente por nuestros compañeros detenidos, inquiriendo por qué se les había encarcelado, dónde estaban, si iban a ser puestos en libertad y cuándo.

Los de la fortaleza manifestaron que nuestros camaradas se encontraban ya en libertad, que vendrían de un momento a otro y que habían sido

detenidos por equivocación, no se sabía por quién. Aunque la explicación era necia a todas luces, no

objetamos nada, y la recibimos en silencio. Seguíamos atentamente la conducta de los

parlamentarios; observábamos que procuraban escabullirse uno a uno, husmear por todas partes, ver algo, enterarse de cómo marchaban nuestras cosas, con qué medios y fuerzas contábamos. Y nosotros, como sin intención alguna, íbamos cerrando herméticamente una puerta tras otra, sin dejarles salir de nuestro apretado cerco y sosteniendo, en una estancia vacía, una conversación también vacía, por las evasivas respuestas de los emisarios, se veía en seguida que no se sacaría de ellos nada práctico, que habían venido exclusivamente en calidad de espías y que todas sus palabras y afirmaciones no valían un comino.

- Vaya, vaya, ¿y por qué, decís, fueron detenidos nuestros representantes?...

- No lo sabemos -eludían la contestación-. No lo sabemos. No estamos autorizados para ello...

Conforme hablaban, se miraban unos a otros de continuo, como consultándose: "¿No se me habrá escapado alguna palabra imprudente?"

- Nos mandan solamente para que os comuniquemos que en la fortaleza tenemos propósitos muy pacíficos... (Muy pacíficos... muy pacíficos... -hicieron coro tres o cuatro voces). Y como vosotros, tampoco queremos derramamiento de sangre. Vuestros delegados nos lo dijeron en la fortaleza, y por eso hemos venido a convenceros de que también nuestros propósitos son pacíficos… (Pacíficos... pacíficos... -asintieron de nuevo las voces.)

- Entonces, camaradas, ¿cuál ha sido el motivo? ¿Por qué, en realidad, se ha levantado la guarnición? ¿Qué es lo que os inquieta especialmente? Intentemos ponernos de acuerdo.

- No, no podemos hacer eso...

Page 94: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

92

- Cierto, no podemos; no podemos, en absoluto... de ninguna manera... -apoyaron los demás emisarios al que hablaba.

- ¿Y por qué no? Aunque sólo en las cuestiones previas...

- Ni en las cuestiones previas; no estamos autorizados para ello. Hemos venido para tranquilizaros nada más...

- ¿Pero por qué no sacáis las tropas de la fortaleza y no empezáis unas negociaciones verdaderas, serias, con nosotros?

- En cuanto llegue el veintiséis regimiento... - ¿Y qué tiene que ver el veintiséis regimiento? - Cuando venga, hablaremos... Sin él no podemos

hablar, hay que aclarar las cosas de una vez, en nombre de todos...

Y así, dando rodeos y sin soltar prenda, estuvieron su buena media hora.

Nosotros queríamos levantar acta de aquella "reunión" y firmar lo que declaraban ambas partes. Pero los de la fortaleza se opusieron terminantemente, negándose hasta a dar sus nombres.

El asunto no cuajaba. Los emisarios obraban con doblez; no decían nada de provecho y se limitaban a repetir:

- Hemos venido sólo para tranquilizaros... Para tranquilizaras nada más...

Maldita la falta que nos hacía aquella "tranquilidad": ¡con qué codicia miraban, procurando ver a través de las paredes lo que tras ellas se ocultaba!

Permanecíamos sentados, llenos de recíproca desconfianza, tratando de calar mutuamente en la intención de cada palabra, nos sondeábamos, hacíamos todo lo posible para desorientarnos, para echamos la zancadilla unos a otros, nos tanteábamos buscando los respectivos puntos débiles.

Con los parlamentarios de la fortaleza, había venido también Saráiev, comandante militar de Vierni, al que los sublevados, después de arrestarlo y tenerlo encerrado largo tiempo, habían decidido utilizar ahora:

- Si no vuelves -le comunicaron al salir-, ten por seguro que liquidaremos tanto a Murátov como a Shegabutdínov...

Yo sentía continuos deseos de hablar a solas con Saráiev, de enterarme por él, con exactitud, de lo que ocurría en la fortaleza, pero aquello no era posible en modo alguno, pues estábamos sentados a la vista de todos y los de la fortaleza le vigilaban estrechamente. Sólo nuestros ojos se encontraban de vez en cuando, y yo veía, por su mirada inquieta, seria, que las cosas no marchaban bien allá. En respuesta a mis interrogantes ojeadas, se limitaba a mover la cabeza con lentitud, como diciéndome:

- Mal, muy mal está el asunto... Pero no conseguimos hablar. En tanto platicábamos con los emisarios, llamaron

de la fortaleza por teléfono y pidieron que les enviásemos una nueva delegación, investida de plenos poderes, con la que pudieran examinar allí sin demora "las cuestiones más candentes para los soldados rojos".

No había remedio, teníamos que enviarla, y precisamente en aquellos momentos, mientras los parlamentarios de la fortaleza estuvieran con nosotros. No les dejaríamos marchar hasta que no volviesen nuestros muchachos...

Elegimos cuatro -Kravchuk, jefe de la Sección Política de la división, Pável Béresniev y dos alumnos: Kopilov y Sedijara mandarlos allá. Les dimos la siguiente tarea: no llegar a un acuerdo definitivo y limitarse a tantear el terreno, observar aqueo llo, captar el estado de ánimo reinante, ver quiénes eran los cabecillas, calcular aproximadamente las fuerzas de la fortaleza, averiguar qué era lo que sus hombres querían concretamente, cómo se proponían conseguirlo y hasta qué punto teníamos que ceder nosotros...

Una vez preparados, partieron. Y allí, en el Estado Mayor de la división, continuamos nuestra inocente cháchara con aquellos ingenuos emisarios.

Digamos ahora unas palabras acerca de nuestro delegado Pável Béresniev. La víspera de la sublevación, por algunos pecados viejos -o quizá recientes-, la Sección Especial se disponía a detenerlo. A eso de las diez de la noche, cuando la sesión de la Conferencia había terminado ya, Béresniev vino en busca de amparo al Estado Mayor de la división y se dirigió a Bielov, jefe de la misma. Este aplazó el asunto hasta el día siguiente y dispuso que Béresniev quedase allí, con él. Por la mañana temprano quería aclarar todo, personalmente, con Masarski. Pero a la mañana siguiente, ya sabemos lo que pasó... Y huelga señalar que nadie estaba para ocuparse de Béresniev. Algunos camaradas nuestros aseguraban que Béresniev era el jefe de la rebelión y que había tramado aquello del amparo con el exclusivo objeto de infiltrarse en el Estado Mayor para enterarse directamente de cuanto le fuera necesario y luego, en el momento oportuno, cuando todo estuviera ya claro para él, ¡dar la orden de que nos asesinasen!

- Cuidado con Béresniev -nos advertían-, es un bandido famoso. Ha cometido por el Semirechie tales fechorías, que hace ya tiempo debía estar ahorcado... Hay que detenerlo inmediatamente y dejarlo encerrado hasta el final...

También hay, que decir que Béresniev había mandado en un tiempo todas las tropas del Semirechie, y por aquel entonces se le consideraba como un magnífico comandante de guerrilleros, que se distinguía por su audacia, temerario arrojo y férrea voluntad. Gozaba de gran popularidad entre sus hombres, pero el Mando tenía mal concepto de él por la excesiva tolerancia que mostraba con sus

Page 95: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

93

muchachos, tan aficionados al robo y a los desmanes. Béresniev nunca se había opuesto a tales excesos, aunque al parecer no era culpable de ellos; ocurría simplemente que no llevaba la contraria a "los suyos" y mantenía su "autoridad" de un modo bastante original.

Béresniev tenía una gran fe en Bielov, al que respetaba sobre manera; por ello se había dirigido precisamente a él en aquella ocasión.

Bielov y yo cambiamos impresiones: - Meterlo en la cárcel no cuesta trabajo, ¿pero qué

adelantamos con eso? En primer lugar, los de la fortaleza, al enterarse de que Béresniev ha sido detenido, se pondrán furiosos, ¡y vete a saber en qué terminará esa explosión de protesta! Además, ¿no sería mejor intentar utilizarlo para nuestros fines?

Llamamos a Béresniev a una habitación aparte y le dijimos, sobre poco más o menos:

- Tú, Béresniev eres hombre inteligente. Y, desde luego, te das cuenta de que todo esto que han armado los de la fortaleza es una empresa descabellada, estúpida, que les costará cara. ¿Qué pueden sacar en limpio de esto? Nada absolutamente. De Tashkent vienen ya autos blindados y fuerzas de infantería, pronto habrá aquí una escabechina grande. Se han lanzado al buen tuntún, por falta de cabeza, sin saber ellos mismos lo que quieren. Creen que Vierni está muy lejos y que, como se encuentra a tanta distancia, no hay manera de llegar a él. Pero ya verás lo que ocurre si no quieren apaciguarse. Se pegará de firme, con dureza. Sin embargo, te diremos que nosotros vamos a hacer todo lo posible para que el asunto se resuelva sin derramar ni una sola gota de sangre. Y tú puedes ayudarnos a ello. Después, tal vez te prestemos también nosotros algún servicio... Los de la fortaleza te conocen; te conocen bien y hasta te quieren. Tú gozas allí de autoridad. Nosotros vamos a mandarles una delegación para entablar conversaciones. Ve con ella. Y habla también tú a la gente de la fortaleza, darán más crédito a tus palabras que a las nuestras.

Y Béresniev accedió. ¿Qué le movió a hacerlo? Cualquiera sabe... Pero el caso es que aceptó.

Intencionadamente, le habíamos planteado la cuestión sin ambages, con tanta rudeza. "Puede que se pase a los sublevados -pensábamos-, pero en cambio, sabrá que la ayuda de Tashkent ya está en camino, y ello infundirá temor allí y tal vez impida a algunos dar ciertos pasos". Además, le habíamos comunicado que queríamos liquidar el asunto sin efusión de sangre. Esto se lo habíamos dicho sinceramente, pues era nuestra línea fundamental de conducta, y para que él trazara sus planes en consonancia con ella. Por otra parte -y esto era lo principal para él- le habíamos dado a entender que, en caso de que nos prestase ayuda, lo tomaríamos bajo nuestra protección y conseguiríamos que se le perdonasen sus viejos pecados en pago de sus

servicios. Así amansamos a Pável Béresniev. Aunque no le perdíamos de vista ni teníamos,

como es lógico, plena confianza en él, lo pusimos a trabajar.

Al propio tiempo mandamos al veintiséis regimiento a Lísov, muchacho fiel, con una carta secreta.

- Recuerda, Lísov -le encarecimos-, que si los sublevados leen la carta, ¡se acabó! No esperarán más... No te dejes atrapar... ni permitas que te la arrebaten...

En tanto saltaba al caballo y se metía en el pecho la misiva, repuso zumbón:

- Se hará como es menester. No paséis cuidado. Si veo que me la van a quitar, la rompo en pedacitos, y para mí, ¡éste!

Y dio una fuerte palmada a la culata de su revólver.

- Bueno, anda, anda, Lísov, ¡en marcha! El caballo caracoleó, levantando nubes de polvo,

y Lísov, a lomos de él, desapareció por la calle. Más tarde, supimos que había logrado salir al

monte, por desiertos callejones de las afueras, y continuar adelante por apartados y escabrosos senderos. Aquellos lugares los conocía perfectamente, y el paso a través de las montañas era para él el mejor y más corto de los caminos.

En la carta al jefe del regimiento, se relataba lo que ocurría y se le indicaba lo que tenía que hacer con su unidad, así como la manera de ayudarnos en el momento necesario. El propio jefe no inspiraba recelos, pero sus hombres eran gente tan desenfrenada, que podían quitarle de en medio en un instante, pues una vez más se daba la circunstancia de que casi todos ellos eran semirechianos...

Los de la fortaleza también habían enviado sus emisarios al 26° regimiento, y al mismo tiempo que nosotros.

Pero Lísov llegó primero y advirtió de todo al jefe del regimiento. Y en cuanto se presentaron los delegados de la fortaleza, los metieron en el calabozo.

En vano alborotaron y protestaron, de nada les sirvió alegar su condición de delegados ni agitar en el aire sus credenciales, exigiendo que se les dejase hablar con todo el regimiento. No les permitieron, por supuesto, ni acercarse a él, y las bocas de los fusiles que apuntaban no en broma calmaron sus ardores. Los soldados no se enteraron en absoluto de la llegada de la delegación facciosa.

Y lo que ansiaba precisamente la delegación era ponerse en contacto con todo el regimiento; los emisarios exigían que se les permitiera hablar a la vez, en una asamblea general, "a todos sus hermanos soldados rojos". Y aquello constituía el peligro mayor para nosotros. Pues allí, indefectiblemente, verían que todos eran "de la familia". Y el regimiento

Page 96: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

94

entero estaría de acuerdo no con nosotros, sino con los sublevados; al fin y al cabo, ¡tan semirechianos como ellos!

En nuestra carta se indicaba la necesidad de retener a toda costa el regimiento en el lugar donde se encontraba; de no permitir de ninguna manera que los de la fortaleza se entrevistasen con los soldados; de explicar debidamente los acontecimientos de Vierni, subrayando que eran el comienzo de una insurrección de los guardias blancos para derrocar el Poder soviético en la región. Se decía además que era preciso adoptar una resolución y reafirmar en ella que el regimiento estaba dispuesto a defender el Poder soviético con las armas en la mano, condenaba la intentona y amenazaba con reprimir duramente las acciones de los sublevados.

Las mismas instrucciones dimos al 4° regimiento de caballería. También llegaron a Kara-Bulak, Poco después se recibían ya en Vierni resoluciones y decisiones:

"¡No permitiremos que se ataque al Poder soviético!"

Aquello constituía una seria ayuda. Con tales cartas en la mano bravuconeamos no poco, a sabiendas de que no valían un pitoche, pues si al día siguiente llegaba a la ciudad el 26° regimiento, diez minutos más tarde estaría en la fortaleza unido a los sublevados, y al cabo de veinte minutos, nos habrían cortado la cabeza.

No sin fundamento, los de la fortaleza declararon: - ¿Qué resoluciones son ésas? ¿Cuál es su valor?

¿Quiénes las han adoptado? Seguramente, los regimientos ni siquiera las conocen; sólo los comandantes, y los comunistas las han adoptado... Danos acceso a esos regimientos, y hablaremos francamente con ellos, con el corazón en la mano.

Estaba claro como el agua que en cuanto hablasen con los regimientos "corazón en mano", los tendrían en sus filas. Eso lo sabíamos, y por ello, entre nosotros, ha concedíamos gran valor a las resoluciones, pese a la amplitud con que las utilizábamos, hinchando el perro, metiendo ruido, anunciándolas a bombo y platillos y amenazando con ellas donde era posible, a diestro y siniestro.

Y nuestras fuerzas, nuestras míseras fuerzas, se disminuían, se evaporaban sin cesar.

Hacía tiempo que la sección del Estado Mayor se había pasado a los de la fortaleza, también se habían unido a los sediciosos los restos del batallón de guardia que trajera Masanchí. Y no porque simpatizasen con ellos, sino sencillamente porque temían quedarse solos, en reducido grupo, frente a tan enorme avalancha de enemigos. Por esas mismas razones, los alumnos de la Escuela del Partido empezaban ya a hablar de marcharse a la fortaleza; de los efectivos de la Sección Especial y el Tribunal desaparecían hombres de continuo, con igual destino, y uno de la Especial hasta se llevó consigo el cerrojo

de una ametralladora. Se disolvían, se iban nuestras fuerzas, pronto nos

abandonarían por completo. Se fueron los de la Escuela del Partido, se marchó la compañía de internacionalistas.

No nos quedaban más que quince o veinte hombres, militantes del Partido. Ya era ridículo hasta pensar en una resistencia armada, ahora el desenlace dependería exclusivamente -de esto nos dábamos perfecta cuenta- de nuestra habilidad de maniobra, de nuestra serenidad y aguante, de la firmeza de nervios y la energía continua, inquebrantable.

¡Veinte hombres contra una multitud enfurecida de cinco mil! A la fortaleza habían afluido incluso más. ¡Sólo los armados ascendían a mil quinientos! La población llevaba allí caballos, se estaban organizando unidades de caballería.

En pocas palabras: por horas, por minutos, la fortaleza engrosaba, se robustecía, mientras que nosotros enflaquecíamos, nos consumíamos quedando reducidos a un insignificante puñado de hombres abandonados a su propia suerte.

De la Sección Especial trasladamos al Estado Mayor de la división todas las cosas de valor, todos los documentos y expedientes importantes. El previsor Mameliuk insistió en que trajésemos también los valores del banco. Y así lo hicimos.

Nos apiñamos todos en el lugar de la división, como en un pequeño islote rodeado de un mar rugiente, embravecido.

Nuestros emisarios volvieron de la fortaleza de vacío; nosotros también dejamos marchar a los delegados de los sediciosos "hambrientos" de informaciones, excitando únicamente su apetito con alusiones a la ayuda armada de Tashkent, a las fuerzas que teníamos ocultas, a nuestro material de guerra y demás elementos bélicos.

Los de la fortaleza pidieron que les enviásemos una nueva delegación. Esta vez indicaron concretamente a quiénes querían ver allí: al jefe de la división, al comisario de la misma, a dos jefes de brigada, al encargado de la sección política de la división, y así sucesivamente...

No, bastaba ya; de momento, no había que mostrar disposición a cumplir en el acto cuanto a ellos se les antojara. Había que esperar; de lo contrario, se darían cuenta en seguida de que no teníamos fuerza alguna, y por eso accedíamos a todo inmediatamente. Además, para qué querían ellos delegados tan "notables" como el jefe de la división y dos jefes de brigada... Ni hablar; el asunto estaba claro: su propósito era privarnos de "la flor" de nuestra gente, de nuestra dirección militar. No podíamos hacer un sacrificio semejante.

Nos negamos. Declaramos que no queríamos ir a parlamentar a la fortaleza e hicimos la propuesta de celebrar la entrevista en el Estado Mayor de la división. Esto no lo aceptaron ellos. Entonces les

Page 97: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

95

propusimos un lugar neutral: el Estado Mayor de la Brigada Kirguiza. Los de la fortaleza dudaron, se resistieron un poco y acabaron por aceptar. Se convino que nos encontraríamos allí a las cuatro de la tarde y que por cada una de las partes irían diez delegados. Empezamos a prepararnos para la entrevista; reuníamos datos y documentos, cambiábamos impresiones.

A esa hora aproximadamente dirigí a Tashkent este telegrama:

Tashkent. Consejo Militar Revolucionario del

Frente del Turkestán.

Camarada Novitski Le comunico nuevas noticias. Al batallón se han

unido las siguientes fuerzas: el batallón de guardia, un batallón del 25° regimiento, la sección adjunta de artillería, las milicias, la Compañía Internacional, excepto 70 hombres48, y además de todo esto, a ellos

afluye continuamente la población. En la fortaleza ha sido creado un órgano de dirección: el llamado Consejo de Combate. Este Consejo se dispone a implantar su dictadura, a acordonar la ciudad y

liquidar la Sección Especial y el Tribunal

Revolucionario. Esto, sin duda alguna, será -ya lo está siendo-, acogido con gran simpatía por una población que, en los momento actuales, ha provisto de caballos a los sublevados. Se tienen noticias de

que uno de estos días los sediciosos van a convocar

un Congreso. Anoche los sublevados enviaron una delegación al 26° regimiento de Ilískoie, pero no se ha logrado averiguar qué mandato llevaba. A las diez de la mañana del 12 se ha recibido por teléfono una comunicación del jefe del 26° regimiento dando cuenta de que la delegación ha sido detenida; pero nosotros consideramos esta acción como una muestra de disciplina por parte del jefe de la unidad, y no del regimiento, ni mucho menos, que seguramente actúa de común acuerdo en todo con los sublevados, pues éstos han resuelto no adoptar ninguna medida decisiva hasta la llegada de dicho regimiento, al que equivocadamente esperan de un momento a otro. En vista de la situación creada y en tanto no recibamos refuerzos, estimamos prematuro establecer nuestra dictadura, ya que nuestra debilidad real no nos permite dictar nada. Y el solo nombre de dictadura

no va a darnos fuerzas; por otra parte, ello irritaría a los de la fortaleza y les obligaría a poner de manifiesto su superioridad militar. Nosotros, sin reglamentar nuestra dictadura ni irritar a los de la fortaleza, seguimos dando órdenes y disposiciones.

Debe usted comprender que nuestras fuerzas distan mucho de ser iguales, y cualquier paso brusco puede dar lugar a enojosas complicaciones. Hasta la llegada de nuevas fuerzas, inevitablemente, nos mantenemos a la expectativa y hemos entablado conversaciones con ellos. Vino a vernos una

48 Poco después también se marcharon estos setenta.

delegación suya y nos comunicó que los de la fortaleza no tomarán contra nosotros ninguna clase de medidas, pero en sus palabras se percibía vaguedad y contradicción. Nosotros, a nuestra vez, les enviamos una delegación de cuatro camaradas, pero las conversaciones no han conducido a nada, ya que los sublevados demoran la resolución de todas las cuestiones importantes -como la de las armas, la evacuación de la fortaleza, la subordinación a nuestras órdenes, y demás- hasta la llegada del 26° regimiento. Luego, propusieron que enviásemos a la fortaleza, para las negociaciones, al jefe de la división, al comisario de la misma, a los jefes de brigada y al encargado de la sección política de la división.

Esto nos pareció sospechoso. Pues resultaba que nos podían dejar de un golpe sin dirección militar; por ello, les hemos propuesto organizar la entrevista en casa neutral y mandar a ella igual número de delegados por ambas partes.

Todavía no hemos recibido respuesta. Comunique qué refuerzos nos han mandado y

cuándo. El delegado del Consejo Militar Revolucionario Dm. Fúrmanov.

El telegrama lo cifró el fiel Rubánchik. Le

ayudaba Nikítchenko y, para lo que hubiera que escribir a máquina, Lídochka Otmarshtein estaba en su puesto. Rubánchik nos dejaba maravillados: recordaba las cifras con pasmosa rapidez, y las iba soltando de memoria; en cuanto a los textos cifrados de otros, nos los leía de corrido, como si se tratase de escritura ordinaria.

Hacía tiempo que la ciudad estaba en pie. La

alarmada población conocía desde la noche anterior, desde los primeros minutos de la sublevación el paso de las tropas del cuartel a la fortaleza. Se deslizaban cautelosos o corrían raudos diferentes rumores e invenciones:

- Los cosacos que se entregaron se han apoderado de la ciudad...

- Scherbakov se ha lanzado al ataque desde China, y toda la ciudad está ocupada por los blancos...

- "Las autoridades" han sido ahorcadas... Cada uno soltaba lo primero que se le ocurría. Los

vecinos rivalizaban en falsear y agrandar lo que oían, añadiendo algo "de su cosecha". Y los rumores se condensaban sobre la ciudad como negros nubarrones, caían cual gotas de lluvia en torrente humano, se hundían en él y emergían de nuevo para seguir corriendo veloces, monstruosos, hinchados, desconocidos... Pues ése es el destino fatal de todos los rumores.

En las instituciones, por supuesto, tampoco se le pasaba a nadie por la imaginación la idea de trabajar: no se hacía nada, se ganduleaba por los pasillos, tras

Page 98: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

96

las mesas de los despachos y ante los alféizares de las ventanas; unos aguzaban la oreja con timidez, otros murmuraban con valentía, soltaban aviesas risitas o meneaban la cabeza y se marchaban en silencio mordiéndose el mostacho y rascándose el cogote, en dependencia de si les había gustado o desagradado lo oído.

Sin implantar nuestra dictadura oficialmente, procurábamos en todas nuestras intervenciones mantener un tono fuerte, seguro, que encubría hasta cierto punto nuestra flagrante impotencia. Imprimimos e hicimos circular por Vierni una proclama que decía:

A TODOS, A TODOS, A TODOS... Circulan por la ciudad provocativos rumores de

que la fortaleza ha sido ocupada por los guardias blancos.

El Consejo Militar, el Comité Militar Revolucionario de la región y el Comité Regional del Partido de los comunistas bolcheviques declaran categóricamente que tales rumores constituyen una franca provocación, de la peor especie. Al propio tiempo, advierten que lucharán con toda energía contra los propagadores de semejantes bulos.

La lamentable incomprensión que casualmente tiene ahora lugar entre una parte de la guarnición de Vierni, será resuelta sin duda a la mayor brevedad.

El Consejo Militar, el Comité Militar Revolucionario de la región y el Comité Regional del Partido invitan a todas las instituciones y funcionarios públicos a proseguir con serenidad su cotidiana labor.

En estos días no puede haber pánico ni vacilaciones de ningún género entre los funcionarios del Partido y de los organismos soviéticos, entre todos los ciudadanos de la región de Semirechie.

Por el presidente del Consejo Militar, Dm.

Fúrmanov. Por el presidente del Comité Militar

Revolucionario, Pátsinko. Por el comité Regional del Partido, Verménichev 12 de junio de 1920. 11 de la mañana. Eso escribimos, pero a sabiendas, claro está, de

que nadie iba a "proseguir con serenidad su cotidiana labor" ni podría hacerlo hasta que no fuese liquidada la sublevación misma. Lanzamos la proclama más que nada para recordar que existíamos, que no nos habían asesiando aún y conservábamos no pocos ánimos, e incluso atrevimiento, pues amenazábamos "con toda energía", sin tener con qué cumplir la amenaza.

Pero así lo exigían las circunstancias. La proclama elevó algo nuestra moral y les bajó un poco los humos a nuestros enemigos. Y no esperábamos de ella nada más.

Alguna fuerza administrativa nos quedaba, claro está: el personal del Estado Mayor de la división, los telegrafistas, una mecanógrafa; teníamos además algunos hombres de los destacamentos esfumados, pero todas aquellas fuercecillas eran tan insignificantes e inseguras, que temíamos quedarnos sin ellas en cualquier instante. Y si los telegrafistas nos abandonaban de pronto, ¿qué hacer entonces?

Pero no se iban; tal vez porque estuvieran conscientemente con nosotros, quizá porque no les quitábamos ojo. No se sabía. Mas lo cierto era que seguían allí y continuaban trabajando.

Por extraño que parezca, los sediciosos no habían cortado la comunicación telegráfica más que con Pishpek, e incluso esa línea no había sido averiada grandemente, arrancando los hilos; por lo visto, la conservaban para ellos. También habían dejado intacta la comunicación por teléfono en toda la ciudad, y con nosotros, con el Estado Mayor de la división, hablaban de continuo, amablemente, sobre diversos asuntos.

Permanecían a la espera. Sin duda alguna, aguardaban convencidos de que, de un momento a otro, llegaría a Vierni el 26º regimiento de infantería para incorporarse a ellos. Estaban completamente seguros. Y no querían emprender la acción definitiva sin la ayuda que venía. Además, tenían una idea absolutamente equivocada de nuestras fuerzas reales: calculaban que en la Sección Especial y en el Tribunal contábamos con no menos de... ¡800 hombres seleccionados y una decena de ametralladoras! ¿De dónde habían sacado tales datos? Nadie lo sabía, pero a nosotros nos venía muy bien la equivocación de los de la fortaleza y nos agarrábamos a ella como a un clavo ardiendo, exagerando y difundiendo con gran celo los rumores sobre las considerables fuerzas que teníamos de reserva. Aquellos rumores surtían indudablemente su efecto, suscitando en la fortaleza inseguridad, lentitud e indecisión y alzándose como un obstáculo en el camino de la actuación resuelta. Pero poco después ocurrió un incidente que pudo haber acelerado el curso de los acontecimientos y volverlos contra nosotros de un modo trágico.

Traían de Talgar, para la sección de ingenieros de la división, cuatro barriles de alcohol. Los de la fortaleza se apoderaron del preciado envío y obligaron al carro en que éste venía a entrar en el recinto. Una vez allí, al modo de los libres zaporogos, rodearon a los coperos y exigieron que les escanciaran "vino crudo" a razón de una gran copa por cabeza, habilitando para ello... un bote de conserva sucio y herrumbroso.

Una parte de la guarnición ya se había remojado el gaznate de lo lindo, pero los cabecillas tomaron cartas en el asunto y pusieron término a la borrachera, temerosos de que nuestras "10 ametralladoras y 800 bayonetas" dejasen en el sitio a

Page 99: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

97

los ebrios. Asustaron a la multitud, haciéndole ver el peligro que la amenazaba, y a ésta se le quitaron las ganas de seguir empinando el codo: el miedo a la muerte pudo más que la atracción del bote de conserva.

Y a nosotros aquello nos vino de primera, pues, de lo contrario, no es difícil imaginarse lo que habría ocurrido a la noche...

Hay que decir que varios de nuestros mejores camaradas -Saráiev, Shegabutdínov y Streltsov-, que habían ido a parar a la fortaleza, lucharon también a su manera, aunque con otros fines, contra la desenfrenada bacanal. Y lo hicieron porque sabían que lo primero que se hundiría en el mar encrespado de la embriaguez sería el Consejo Militar y el Estado Mayor de la división. Por consiguiente, las dos partes, cada una a su modo y sirviendo a sus intereses respectivos, contribuyeron a que la borrachera en la fortaleza no pasase a ser general.

Se agitaba la fortaleza rumorosa. Parecía un

campamento alarmado cuando, bajo la amenaza de un peligro cercano, se dispone precipitadamente a entrar en combate: con sonoro y apresurado afán, se afilan los agudos puñales, las anchas espadas, y todo se pone en tensión, vibra como un toque de clarín alto, inaccesible, tembloroso al presentir la liza inminente, inevitable. Y esa agitación febril, ese fragor constante en que se funden gritos enardecedores, órdenes entrecortadas, incoherentes, sin esperanza, dadas con enronquecida voz, coléricas preguntas, amenazas terribles e impotentes, resonaba sin cesar, como un prolongado rugido de fiera, sobre la fortaleza sublevada. ¡No más jefes! ¡No queremos que nos mande nadie! ¡Abajo todos, al cuerno!, decían los gritos salvajes en aquella demencial barahúnda.

Pero ya se vislumbraban los primeros indicios de organización. Instintivamente, los sublevados presentían que sin ella no se iba a ninguna parte. Aún tardarían mucho en desaparecer el libertinaje y el desenfreno; durante largo tiempo, los de la fortaleza seguirían decidiendo las cuestiones, a grito pelado, en sus ruidosas asambleas. Mas podría llegar un día (¡habría llegado sin duda!) en que una mano de hierro sujetase a las turbas desmandadas, inmovilizándolas con la disciplina del látigo, del sable y de la bala de plomo, y las hiciese marchar imperiosa.

Y esas masas se pondrían en marcha, sumidas, aborregadas, sin ver ni comprender el camino por donde las llevaban.

En el cuartel, apenas comenzada la sublevación,

las opiniones se dividieron: unos decían que había que atacar inmediatamente el Estado Mayor de la división, apoderarse de él y detener o matar a todos los jefes; otros aducían razones en contra y no se

decidían a dar ese paso antes de la llegada del 26° regimiento, considerando en cambio muy conveniente el adueñarse de la fortaleza, ya que con ello lograrían:

En primer lugar, echar allí la zarpa a las armas. En segundo lugar, hacerse fuertes y prepararse

para el encuentro. En tercero, animar a las demás unidades a que se

sublevasen también. Y por último, despertar a la aldea, atraer e

incorporar de golpe las masas campesinas al movimiento.

Desde su punto de vista, tenían razón los primeros, claro está. A los sublevados les convenía actuar con decisión desde el comienzo mismo del alzamiento. Podían ocurrir dos cosas: que el Estado Mayor de la división tuviese bastantes fuerzas, en cuyo caso no sería posible esconderse de ellas metiéndose en la fortaleza para esperar al 26° regimiento, o que no las tuviese en cantidad suficiente, y entonces, ¿a qué aguardar hasta la llegada de las nuevas fuerzas cuando era fácil vencer con las allí presentes? Sí, los primeros estaban en lo cierto: de una rápida acometida, había que haber irrumpido en el Estado Mayor de la división, para detenernos a todos y tal vez fusilarnos. Tenían que haber tomado todo el Poder inmediatamente, practicar detenciones en masa, declarar que no había más autoridad que la suya, demostrar en fin a todos y en todo que la victoria era de ellos. ¿Hicieron eso los sublevados? En absoluto. Se limitaron a proclamar a medias su victoria; luego, iniciaron una serie de negociaciones y conferencias con nosotros, enfangándose así en disputas y deliberaciones hasta quedar atascados en ellas. Nosotros procurábamos con empeño meterles cada vez más en aquel barrizal, pues únicamente allí estaba nuestra salvación y la de nuestra causa. Los sublevados sabían pronunciar terribles palabras, pero no eran capaces de realizar terribles hechos.

Les desconcertaba la suposición de que en la Sección Especial y en el Tribunal había muchas fuerzas. No fue casual que, después de hacerse dueños de las armas que traía el convoy y cuando se disponían a trasladarse del cuartel a la fortaleza, mandasen en primer término fuertes patrullas a vigilar la Especial y el Tribunal: esperaban el golpe desde allí.

Pero éste no llegó. En silencio, sin gritos ni canciones guerreras, compañía tras compañía, entre el leve tintineo de las bayonetas, fueron pasando los hombres a través de las profundas tinieblas de la noche. Una vez en la fortaleza, derribaron las puertas de sus arsenales y se llevaron todas las armas. La guardia ni siquiera pensó oponerles resistencia; apartóse, dejando a los sublevados libre el paso, y se unió luego a ellos.

En cuanto entraron en el recinto, los sediciosos

Page 100: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

98

empezaron a correr por todas partes con ululantes gritos, a huronear por los rincones, a revolver la fortaleza, tranquila de ordinario, poniéndola patas arriba. Rasgaban el profundo silencio chirriar de hierros, estridentes silbidos, los relinchos de los caballos, los ternos de los hombres, tajantes, rotundos. Y la noche de junio también aullaba, relinchaba, gemía rechinante. Una tras otra, con acelerada rapidez, cada vez más altas las crestas de espuma, se alzaban amenazadoras en la agitada fortaleza las rugientes olas de la sedición.

Allí, en el centro de aquel torbellino humano, se encontraban Petrov y Karaváiev.

Petrov era un mocetón fornido, atlético, casi más ancho que largo. Su pequeña cabeza, pelada en redondo, estaba firmemente incrustada entre los hombros recios, musculosos. Cada una de sus manos tenía la anchura de una pala. Sus piernas cortas, pero fuertes, nervudas, desplazaban con facilidad el corpachón aquel. Mas toda su compacta figura, como de hierro macizo, parecía sólidamente hincada en la tierra. En sus ojillos verdes, entornados con picardía, percibíase inteligencia, pero tras la inteligencia, estaba agazapada, palpitante, una crueldad implacable, de fiera. Fogueado en el frente, era un jabato en el campo de batalla. Entre sus compañeros se destacaba como camorrista y jaque; amigo de juergas, no se quedaba atrás empinando el codo.

Digno cofrade de Petrov era el mala cabeza de Karaváiev, jaranero despreocupado al que nada le importaba un pito. Por algo, de todas las canciones, la que más le gustaba era aquélla de:

Todo lo doy, pródigo soy.

Y era verdad. En el combate mostraba valor e

iniciativa, siendo capaz de echar una mano en un momento difícil y hasta de dar la vida en el calor de la pelea.

En cambio, cuando la vida transcurría tranquila, sin fragores de guerra, la amaba, y no la entregaría sin lágrimas; pediría clemencia, como la pidió más tarde al tribunal:

- Tened compasión. Perdonadme. Me enmendaré. Lavaré esta mancha. Lo juro...

Bajo de estatura, de complexión robusta, Karaváiev se asemejaba a un tejón. Era nervudo, ágil y diestro, como un dzhiguit

49. Y como un dzhiguit montaba a caballo; para él el caballo y la silla, igual que el tajo para el carnicero, constituían su elemento. Tenía unos cabellos secos, espesos, cerdosos. Su frente estrecha no presagiaba bondad. Sus dientes de lobo rebrillaban, en maligna sonrisa, entre los labios purpúreos, cuarteados por el viento. ¡Qué espanto si clavaba los colmillos aquellos en la garganta! Chuparía toda la sangre el vampiro aquel. Sobre los labios, como ceniza esparcida, extendíase un

49 Jinete caucasiano. (N. del T.)

bigotillo oscuro, muy recortado; bajo éste, el mentón pronunciado, rebelde, se apoyaba en el pecho, con la fuerza con que apoya el toro el testuz en la barrera. En sus ojos, negros, vivaces y pícaros, había cascabelera alegría de la vida, brío de danza a los sones de un acordeón y un insensato arrojo, sin límites, una temeraria audacia que absorbía todo lo demás. Hablaba Karaváiev apresuradamente, con pronunciación clara y tono enfático. Su sonrisa maliciosa, burlona, desconcertaba de continuo, y no se sabía nunca si estaba, diciendo la verdad o se mofaba de uno, guardando sus pensamientos. Fueron él y Petrov quienes sublevaron el cuartel, hicieron formar filas por la noche a los soldados rojos, les arrojaron los fusiles, contaron los cartuchos para cada uno, enviaron patrullas en distintas direcciones, condujeron a los hombres a la fortaleza, los metieron en ella y siguieron siendo allí el epicentro de toda aquella vorágine.

De los "comunistas" iba a verles al batallón un tal Chéusov, que trabajaba en las milicias y, por tanto, formaba parte de la "plana mayor". Sin embargo, los sublevados no le temían, pues sabían qué clase de "comunista" era, y con tales comunistas se podía uno entender.

Chéusov les hablaba de las necesidades que pasaba, de las desdichas de las milicias, de la vileza de los jefes que habían venido del centro directivo, asentía a las afirmaciones de que "los soldados rojos padecían sin culpa alguna", eran oprimidos, se les coaccionaba y perseguía, hacía coro a los ayes y lamentos de los del cuartel, maldecía de todos los de "arriba", poniéndolos de vuelta y media. En pocas palabras: era uno de los suyos. Y muy útil, por cierto.

Tendría de treinta y cinco a treinta y ocho años. En el rostro amarillo, enjuto, permanecían inmóviles unos ojos castaños con grisáceos reflejos. Unos cabellos rubios oscuros se empinaban escasos sobre la despejada frente. Alzábase de continuo con el borde de la mano las guías de los ostentosos y crespos bigotes. Reflexivo y lento de ademanes, tampoco se precipitaba en sus acciones, pero, a veces, montaba en cólera de pronto, y en tales momentos era capaz de golpear con furia. Poseía poca instrucción, mas eso no le preocupaba, pues él no vivía de los conocimientos, se arreglaba principalmente con sus ideas y con lo que veía y oía alrededor: todo ello lo captaba al vuelo y se le quedaba grabado en el acto. Como Chéusov frecuentaba el cuartel, sabía adonde iban a ir los soldados rojos, pero no fue con ellos; se presentó directamente en la fortaleza y, en cuanto llegó, puso manos a la obra: discursos, discursos y más discursos, palabras consejos e indicaciones a granel; es decir, olisqueó el negocio, lo encontró apetitoso y, empuñando las riendas, se metió de lleno en él.

Por el tiempo en que intervenía ante el batallón de Dzharkent, del 27° regimiento, había ya en él mucha

Page 101: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

99

gente extraña, porque se daban armas a cuantos se pasaban a los sublevados; encontrábanse allí algunos hombres de la sección del Estado Mayor, los del batallón del 25° regimiento unidos a los sediciosos y gran número de muchachos del batallón de guardia. Entre estos últimos había dos, Vúychich y Bukin, que desempeñarían más tarde un papel de no poca importancia.

En algunos lugares del Turkestán, calcinados por el sol, crece un árbol nudoso, torcido y encorvado: el saxaúl.

Vúychich se parecía al saxaúl: era tan desgarbado, enteco y alto como él, y también estaba encorvado, torcido; diríase que alguien había intentado partirlo y sólo había conseguido retorcerlo igual que a una varilla de hierro.

Sus calzones de soldado rojo, mugrientos, llenos de remiendos de todos los colores, flotaban holgados al viento en las piernas, finas y largas como pértigas, y las perneras caían colgantes, a semejanza de dos rabos o de dos cintajos, sobre los anchos pies desnudos, sucios, de negros dedos, hediondos sin duda a causa del sudor. La camisa, pequeña para el larguirucho aquel, apenas le tapaba el ombligo, mientras las mangas sólo llegaban hasta los codos de unos brazos descarnados, de enfermo. Las manos escuálidas se balanceaban inútiles, como colgajos. Tenía una cabeza de pájaro: pequeña, inquieta, vivaracha. Sus ralos cabellos eran de un color impreciso, entre rubio y rojizo, y se veía a las claras que habían sido mitad esquilados y mitad arrancados, de prisa y corriendo, por las perversas tijeras del cuartel. En el rostro de Vúychich, de hundidas mejillas amarillo-parduscas, todo cubierto de pecas del color de la herrumbre, sobresalía una nariz semejante a una patata cocida. El cuello, largo como el de un ganso, de tísico, siempre estaba grasiento, sudoroso. Sus ojos de muerto, vidriosos, tristes, no reflejaban nunca alegría ni brillaban como los lobunos de Karaváiev; era como si le hubieran inyectado a Vúychich, entre los párpados, un líquido gelatinoso, y los ojos se hubieran hundido, atascado en él, y apenas pudiesen girar en las profundas cuencas; lo hacían con lentitud, torvos, llenos de coraje y rebeldía, con tesón de búfalo.

Inseparable de Vúychich era Tegneriádnov, mozo de unos veinticinco años. Su cara era corriente y, al pronto, no se diferenciaba en nada de millares de rostros. Sus rápidos ademanes, su precipitado hablar y continuos gestos denotaban juveniles fuerzas no empleadas aún. Pero lo más destacado en Tegneriádnov era la juventud. Su juventud y energía se desbordaban en torrente de lozano vigor, de salud no quebrantada todavía por los golpes de la vida. Tegneriádnov se guiaba por Vúychich: lo que éste pensaba y decía, él lo ejecutaba y cumplía. Siempre estaban juntos. Se necesitaban mutuamente.

Del mismo batallón de guardia procedía Bukín.

Era un hombretón imponente, gigantesco, un Goliat que infundía espanto. La anchura de sus espaldas estaba en consonancia con su talla. Tenía unos bigotazos rojizos con dos guías como dos aspas de molino, grandes, dilatadas, largas, que se movían como si tuviesen vida propia. No eran unos bigotes de muñeco, como los ostentosos de Chéusov, sino serios, de verdadero gigante, capaces de sostener fácilmente, durante media hora, a un niño de tres años que se colgase de ellos. Bukin tenía en la aldea un hijito, llamado Alioshka, y le gustaba alzarlo en vilo con sus manazas torpes cuando el pequeño se agarraba en efecto a los mostachos del padre. Lo levantaba sobre su cabeza y, acompañado del impotente llanto de su asustada mujer, delgaducha, anémica, rugía con aguardentoso vozarrón de bajo profundo:

- Alioshka, Alioshka, hijo de perra... Mira que te agarro así y te estrello contra el suelo... ¡Ah, canalla!...

Y lo acariciaba con sus rojizos bigotes-aspas, mientras Alioshka lloraba a moco tendido del dolor y del susto mortal que le causaban las caricias del padre.

Permanecer al lado de Bukin era un poco arriesgado, pues podía acabar con quien lo hiciera si le descargaba desde la altura su enorme puño sobre el cráneo. Y allí quedaría tieso el imprudente, sin pena ni gloria. Su cabezota redonda, todos los rasgos de su enorme cara, de un color pardo mate, y los movimientos de sus nervudas manazas parecían advertir:

- Cuidado, no te metas conmigo. Mejor será que me dejes en paz, porque si te atizo una, te saco el alma y te dejo tumbado patas arriba.

En aquella cara achatada, roma, había unas narizotas carnosas, firmemente incrustadas como un tarugo; bajo ellas, los muy poblados bigotes amarilleaban del rapé que el gigante aspiraba a cada momento. Tenía dientes de cocodrilo; comparados con ellos, los de Karaváiev eran una insignificancia: ya no parecían de lobo, sino de huroncillo. Bukin era capaz de comerse a Karaváiev, incluso con tripas y dientes. Todo lo digeriría el gigantón aquel. Sus ojos parecían verdosos oscuros, pero cambiaban de tonalidad en consonancia con su estado de ánimo: tomaban un tinte gris pálido cuando estaba de buen talante, mientras que en los momentos de ira se tornaban negros, sombríos, amenazadores como nubarrones, llenos de codicia de carnicero. Bukin era lacónico y tajante. No tenía voz humana, sino un rugido bronco, y sus breves frases contenían indefectiblemente las mismas razones de peso, inapelables:

- Te ma… to…o… o… ca… na... lla... a… - Te des… pe…da… zo, mi... se... ra… ble... e... Exhalaba siempre un hedor de tumba. También estaba con los de la fortaleza Alexandr

Page 102: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

100

Schukin. Era oficial, pero del montón, de los que cargaron con las penalidades de la "imperialista"... De oficial no tenía más que el nombre y un leve tufillo de descomposición, pero seguía siendo un hombre del campo, rudo y zafio. Mostrábase de continuo batallador, desafiante como un gallo, estaba eternamente descontento de todo y de todos, incluso de sus compañeros de armas de la fortaleza, siempre le parecía que las cosas no marchaban bien en parte alguna, que iban despacio y mal dirigidas:

- Si me dieran a mí plenos poderes, ya verían... Pero no se los daban, y él no sabía tomárselos: era

ave de poco vuelo. Bajo de estatura, de rostro gris amarillento, ojos continuamente inquietos, afanosos, andaba siempre atareado, sin pararse ni un momento; largo en palabras deshilvanadas, corto de luces, era una medianía en fin de cuentas.

Más tarde, fue comandante de la fortaleza. En cuanto a su hermano, Vasia, era uno de tantos -"el Zoquete" le llamábamos posteriormente, cuando cayo en nuestras manos-, para poco servía, aunque llegó a ser secretario del Consejo de Combate de los sublevados; cobardón y pancista, soñaba con una vida tranquila, y fue a parar a la fortaleza sólo por seguir al hermano.

No en aquellos momentos, sino con posterioridad a ellos, apareció Chernov, Fiedka el Negrazo, como le llamaban en la fortaleza. Era en efecto más negro que la tinta, negros eran sus cabellos, sus cejas, los bigotes, los rasurados pelos de la cerrada barba. Pocos años tenía. Andaría en los treinta. Redondo, ágil y elástico como una pelota, no andaba, sino que corría, rodaba de un lado para otro. Había servido en la Sección Especial de la división y alardeado de ser chekista, pero la propia Especial tuvo que meterle mano por diversas fechorías que cometiera. Y ahora, ansioso de venganza, estaba dispuesto a no dejar títere con cabeza en la Especial y sus aledaños; puesto a vengarse, había que hacer algo sonado, digno de su persona. Fiedka era "comisario" de la fortaleza. El objetivo fundamental que había elegido consistía en aniquilar por completo la Sección Especial y el Tribunal Militar. Posteriormente, cuando lo llevaban a fusilar en cumplimiento de la sentencia, lloraba como una niña nerviosa, imploraba clemencia, no supo mantenerse firme en el postrer camino. Maleante y alborotador empedernido, también se peleaba en la fortaleza con todo el mundo. Desobedecía, se engallaba, pues era muy amigo de armar "camorras" y un gran maestro en tal arte.

Además de los mencionados, había en la fortaleza otros dirigentes. Pero ahora no vamos a hablar de ellos, lo haremos a su debido tiempo. Los individuos que hemos descrito eran los principales jefes. Y los más pintorescos por añadidura. Aunque mejor sería llamarles iniciadores. La denominación les va mejor y es más exacta. El jefe es hombre de amplios horizontes y planes, sabe lo que hoy hace, lo que es

preciso hacer y lo que hará mañana. Mira hacia adelante.

En cambio, aquellos individuos eran sólo iniciadores. Iniciaban aquel día lo que de todos modos, sin necesidad alguna de ellos, estallaría al siguiente. Únicamente reflejaban, con más vivos colores e intensidad mayor, el estado de ánimo de los sublevados, y en ese sentido personificaban sus intereses generales. Mas sólo eran capaces de amotinarse. Rebelarse, acometer y derribar de una embestida era su fuerte. Pero no tenían caletre, experiencia ni conocimientos para seguir adelante: el camino les parecía intrincado, tenebroso. Sabían por qué se habían sublevado, pero no sabían en absoluto qué había que desechar y cómo hacerlo, qué era preciso recoger y crear. Les habrían llevado al camino cierto -a su camino- otros hombres, seguramente Scherbakov y Annenkov. Pero una característica importante de la sublevación aquella era que no tenía jefes propiamente dichos, que se había desbordado por sí sola y reflejaba en sus revueltas aguas intereses de una enorme capa de la población: de los kulaks, campesinos ricos que no querían admitir la tutela de nadie y solamente ansiaban campar por sus respetos.

Los iniciadores-cabecillas se diferenciaban únicamente de los demás en que estaban delante, pero alguien tenía que estar allí, no iban a estar todos detrás. Y los soldados rojos "más kulaks" ¡de qué buena gana les siguieron! En cuanto a los mujiks fortachones, se olieron al momento la tostada, comprendiendo en seguida de qué se trataba; por algo tomaron los fusiles, llevaron a la fortaleza caballos, forraje y pan; luego, repartieron por las aldeas los fusiles o se quedaron con ellos en la fortaleza.

En veinticuatro horas se congregaron allí ¡cinco mil hombres! Un verdadero ejército. Todos con los mismos odios, protestas y deseos.

En cuanto Petrov y Karaváiev llevaron a los

sublevados a la fortaleza, se hizo evidente la necesidad de elaborar con rapidez algún plan de acción. Y entretanto, andaban atareados con el armamento, corrían de un lado para otro, examinaban la fortaleza y sus aledaños para ver la manera de defenderse si era menester… Elegían los mejores sitios, cambiaban impresiones y se preparaban para las acciones decisivas. En la fortaleza tuvo lugar una asamblea en la que inmediatamente se planteó la cuestión del Poder.

¿Qué clase de Poder debían tener: provisional o permanente? ¿Cómo se llamaría? ¿A quiénes había que elegir para él? ¿Qué debía hacer éste? ¿Y qué medidas debían tomarse con respecto al Poder existente en la ciudad?

Hubo el ruido correspondiente. Chéusov pronunció un discurso tras otro. Hicieron también uso de la palabra Vúychich, Bukin, Schukin y otros.

Page 103: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

101

Se pusieron de acuerdo en que no era posible crear en el acto un Poder permanente y optaron por el provisional.

Decidieron convocar con urgencia un congreso regional e instituir entonces el Poder permanente.

Mas ¿qué nombre darle?.. ¿Cómo llamar al Poder? Y las propuestas llovieron copiosas:

Estado Mayor Revolucionario... Estado Mayor de la Revolución... Estado Mayor de las Águilas de las Montañas… Comité de la Libertad y la Igualdad... Consejo General de la Revolución... Comité de Combate de la Revolución...

Después de alborotar de lo lindo, acabaron por elegir: "Comité Revolucionario de Combate", "CRC".

Pero muchos le llamaban "Consejo de Combate", "CC".

No sabemos si le cambiaron luego el nombre en alguna sesión, mas durante todo aquel tiempo se le denominaba de ambas maneras. Así pues, ya en la primera sesión lo bautizaron sonoramente: "Comité Revolucionario de Combate".

Chéusov era el presidente. De modo oficial, anunciado a bombo y platillos. Según dicen, con anterioridad, un pequeño grupo había elegido presidente a Vúychich, pero aquello fue fugaz y pasó desapercibido.

Antes de que nombraran a Schukin, se consideraba como comandante de la fortaleza a un tal Skókov, pero el verdadero comandante, fijo, hasta el último día de la sublevación fue Alexandr Schukin.

Para el Comité Revolucionario de Combate eligieron también a Vúychich, Bukin, Petrov, Karaváiev y otros cuantos más. No sabían qué hacer. Los miembros del Comité se reunieron en una habitacioncilla de la fortaleza y empezaron a deliberar sobre lo que debían llevar ahora a cabo.

Bien, ya habían salido de un sitio y entrado en otro. ¿Y en adelante? ¿Cómo proceder en adelante?

Ante todo había que establecer contacto con el 26º y el 4º regimientos, que también venían hacia acá. Prepararon a unos mensajeros, les dieron una carta y un sinfín de instrucciones, ¡y en marcha!

Luego, era preciso poner centinelas por todas partes y reforzar los puestos de guardia.

Tenían que hacer un recuento de las fuerzas existentes en la fortaleza y ponerlas en disposición de combate.

Debían averiguar con qué fuerzas contaba el Consejo Militar.

Se necesitaba establecer contacto con los pueblos y aldeas.

Había que prohibir en Vierni la entrada y la salida.

Y dar una serie de órdenes... Hicieron secretario a Vasia Schukin y le obligaron

a acepillar nudosas frases, a incrustarlas en las correspondientes actas y a exigir, con arreglo a éstas,

el cumplimiento de lo que se mandaba a cada uno. El aparato se puso en marcha... Por cierto que la

parte oficial fue siempre menospreciada entre ellos; al pie de distintas disposiciones, firmaba cada cual según le parecía: unas veces, lo hacía sólo el presidente; otras, el secretario, y en algunas ocasiones estampaba su rúbrica, por el secretario, el primero que se encontraba cerca de la mesa; luego, suscribían ambos, e incluso seis u ocho personas a la vez, para dar más fuerza a documentos que ya tenían no poca importancia.

En cuanto la población tuvo noticia de que los sublevados se habían hecho dueños de la fortaleza, diversas organizaciones se apresuraron a enviar allí emisarios, representantes y delegados, a fin de enterarse con certeza de lo que pasaba, postrarse a las plantas del vencedor y pedirle la merced de que los tomase bajo su "alta protección". Acudieron entre otros, con mayor rapidez que cualquier sano, los representantes de los inválidos:

Aquí nos tenéis… Hasta ahora el Poder soviético no nos ha proporcionado más que disgustos: ni nos deja comerciar ni nos da de comer; solamente nos oprime. Por eso estamos con vosotros para siempre, y si hace falta, empuñaremos las armas...

Los miembros del Comité Revolucionario de Combate aprobaban la conducta de los nuevos aliados, los animaban, y éstos, poco a poco, se trasladaban a la fortaleza, donde se iban hacinando junto a los carromatos campesinos que llegaban de las aldeas.

Luego, se presentó diligente un emisario del Correccional de Vierni:

- Nosotros -dijo-, luchadores por la libertad del pueblo, estamos en la cárcel. ¿Por qué razón?, cabe preguntar. Comisarios de todas las calañas hacen lo que les da la gana: ellos roban brillantes y oro, mientras que a nosotros no se nos deja coger ni un relojillo de mala muerte; si se te ocurre hacerlo, ¡a la cárcel de cabeza!... Ca... na... llas... La madre que los ha parido... Y además, toda clase de violencias: sacuden latigazos en los morros, en los costados, día y noche, no hacen más que pegar... ¡¡¡ Ca... na... llas!!!

Los ojillos grises de Chéusov bailoteaban entre las pobladas pestañas. Espasmos de coraje entrecortaban su voz:

- Ya les enseñaremos a ésos, de... dos... balazos... Y con bizarros rasgos ampulosos, como suelen

hacer los escribientes de oficinas militares, redactó una orden para el correccional e hizo entrega de la misma al emisario:

Al jefe del Correccional Obrero de Vierni

El Consejo Militar Revolucionario ordena que no se haga uso de la violencia contra los detenidos. Si uno solo de ellos es liquidado, sin conocimiento del Consejo, por quienquiera que sea, responderás con tu

Page 104: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

102

cabeza. El Presidente del Consejo, Chéusou. El Vicepresidente (firmado). Fortaleza.

12 de junio de 1920.

Acto seguido, comenzaron a deliberar y

decidieron que, al fin y al cabo, el Consejo Militar de la división se componía de maleantes y cobardes. Podían recoger los bártulos, largarse -unos a caballo y otros en automóvil- ¡y adivina quién te vio! Había que detener a aquellos miserables. No dejarles marchar. Y Chéusov mandó un despacho a un hombre de su confianza, al pueblo de Kazanskobogoródskoie. Todo el que fuera camino de Tashkent tenía que pasar por fuerza por el pueblo aquel.

Militar. Urgente. Kazanskobogoródskoie.

Al jefe de las milicias.

El Consejo Militar Revolucionario Provisional le ordena que no permita a ningún viajero el paso en dirección a Tashkent sin un salvoconducto de este Consejo. Deberán detenerlos y dar cuenta al Consejo, que enviará instrucciones.

El Presidente del Consejo Militar Revolucionario Chéusov.

El Secretario Gorlov. 12 de junio de 1920.

En aquel preciso momento llegó nuestra primera

delegación. Como no sabían de qué hablar ni qué hacer con ella, decidieron:

- ¿A qué andarnos con miramientos? Hay que meterlos en el calabozo. Que queden ahí.

Los encarcelaron. Pero luego lo pensaron mejor. Dedujeron que de nuestros delegados se podía sacar algún provecho para la fortaleza.

Se reunieron en sesión rigurosamente secreta. Y acordaron mandar al Consejo Militar, al Estado

Mayor de la división, una delegación suya, la misma que había de jugar al mutismo, limitándose a repetir con monotonía:

- No estamos autorizados... Hemos venido sólo para tranquilizaros...

Aquello no era una delegación de parlamentarios, sino un grupo de reconocimiento.

Más tarde, el intercambio de visitas tomó carácter crónico, y aquel ir y venir de la fortaleza y a la fortaleza prosiguió sin interrupción.

En los primeros momentos de alarma, en cuanto

nos enteramos de que los sublevados estaban ocupando la fortaleza, hicimos un rápido recuento de nuestras fuerzas y nos aferramos no ya a cada organización, sino a cada pequeño grupo, e incluso a cada hombre; teníamos que poner en pie de guerra absolutamente a todos los que aún no se habían

pronunciado por los sediciosos, pues si nosotros no alcanzábamos a hacerlo, lo harían ellos en contra nuestra. Por consiguiente, no había tiempo para comprobar con mucha atención el grado de lealtad de cada uno; bastaba que inspirara un mínimo de confianza, para que se le aceptase y movilizara.

A la organización del Partido en Vierni no la considerábamos muy consciente ni de fiar en su totalidad, pero cifrábamos en ella algunas esperanzas, claro está. Por ello, en los primeros instantes de la sublevación, ordenamos en nombre del Comité Regional50 que el Comité Urbano diese la señal de alarma y convocase sin tardanza a todos los militantes para que se presentasen con armas en el Consejo Militar. No había tiempo para ir a hablar con la gente, pues otras ocupaciones nos absorbían de continuo; esperábamos a cada momento el ataque de los de la fortaleza y buscábamos con apresuramiento la forma de rechazarlo.

La orden del Comité Regional la recibieron, pero a nadie se le pasó siquiera por la imaginación el venir a donde nosotros estábamos. Al contrario, poco después entablaron relaciones con los facciosos, enviaron allá unos emisarios e incluso designaron sus representantes para el propio Comité Revolucionario o de Combate. El día 13, por la mañana temprano, la organización del Partido en pleno, con banderas desplegadas, llegó "solemnemente" a la fortaleza y empezó a pronunciar allí discursos de salutación. Todos esos "jabatos" fueron a parar posteriormente al banquillo de los acusados y recibieron un severo castigo. A pesar de los pesares, nosotros no esperábamos que el asunto tomase tal giro; a lo más que llegábamos en nuestras suposiciones era a la pasividad de los "miembros del Partido", a su cobardía y no ingerencia en los acontecimientos que se desarrollaban.

Pero todo ocurrió de otra manera. Poco más tarde, ya había en el CRC cuatro "representantes del Partido" que decidían la suerte del Poder soviético en el Semirechie. Y por más que se esforzaran en disfrazarse y ocultar sus intenciones con diversos "argumentos", sólo era evidente una cosa: que estaban con los sediciosos y contra nosotros.

El presidente del Comité Distrital y Urbano del Partido, Dzharbólov, llegó a mandar al centro directivo un telegrama completamente infantil comunicando que no tenían que enviar ninguna ayuda…, que todo estaba tranquilo... , no había sublevación alguna, y otras zarandajas por el estilo.

Y aquello lo decía después de que los sediciosos habían ocupado la fortaleza, arramblado con las armas, instituido en la región el Poder del Comité Revolucionario de Combate "hasta la convocatoria de un congreso" y suplantado, por consiguiente, los órganos del Poder soviético que en ella existían. Nos

50 Esa orden la firmó Verménichev, miembro de dicho Comité.

Page 105: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

103

habían minado el terreno, pero no importaba, pues pronto, ya enterados de todo, hicimos saber al centro directivo el valor que podía darse a aquellas informaciones de la traidora "organización del Partido". El día 12, unas horas después del comienzo de la sublevación, vagaban ya por la fortaleza no pocos "miembros del Partido", y cuando se abrió allí una "conferencia sobre las exigencias al Consejo Militar", presidió ésta un tal Piechonkin, que era también del Partido y miembro o poco menos del Comité Distrital y Urbano. La fortaleza presentó doce puntos. Tales puntos los examinamos más tarde en la reunión celebrada en el Estado Mayor de la Brigada Kirguiza. A aquella reunión, además de nosotros y de los de la fortaleza, asistieron también -en calidad de mediadores o el diablo sabe de qué- los "representantes del Partido". ¡Y con cuánto brío intervinieron exigiendo el inmediato desarme de la Sección Especial y alborotaron protestando contra cada palabra o proposición nuestra!

La reunión en la Brigada Kirguiza comenzó a las cuatro en punto. Ambas partes habían llegado a la hora señalada, pues cada minuto era precios. Recuerdo aquella vieja y pequeña casucha con puertas de mala madera medio podrida, la mísera terracilla de entrada, la habitación baja de techo, de irrespirable ambiente, con ventanas de sucios cristales, sus paredes desnudas, de las que colgaban mugrientos jirones del antiguo empapelado, la mesa, larga y vacía, como preparada para un difunto. Y en torno a ella, unos bancos que cojeaban y crujían sobre un piso de tablas casi derruido y no fregado desde hacía años. Nos embutimos en la habitación todos a la vez, e inmediatamente nos faltó aire y espacio. Las ventanas estaban entornadas; no se podían abrir de par en par, pues nuestra conferencia era "secreta" y por la calle pasaba gente de continuo. Habíamos puesto guardia junto a las puertas, cerca de la casucha, pero las pasiones podían caldearse y, en tal caso, ninguna guardia sería capaz de impedir que salieran las voces de nuestras disputas. En resumidas cuentas, que estábamos metidos en la asfixiante habitacioncilla, con las ventanas cerradas y llena del humazo del tabaco, como en una isba sin chimenea. Nos observábamos unos a otros recelosos, queriendo penetrar con la mirada en los pensamientos y el corazón del contrario: ¿qué propósitos traía cada cual?

... Habrá palabras, no faltarán promesas, mas, en realidad, ¿qué esperan ellos de esta reunión? ¿Cuál es el ¡efe principal? Tal vez el propio Piechonkin. O quizá ese que se retuerce y contorsiona como una lombriz hambrienta. ¡Qué cara más fea tiene! De esclavo servil, interesado y cruel. Sus ojillos verdes de carnicero, saltan nerviosos como si estuvieran acechando algo. Tiene dilatados los labios en una sonrisa venenosa, maligna; tales labios carnosos, caídos, lascivos, indican perversidad de carácter.

¿Quién es? Viletski. Alborota más que nadie. Se ve que es uno de los cabecillas.

En cambio, ese otro de pequeña estatura y expresión tímida parece de distinta índole... Se comporta con naturalidad, sin que haya en sus palabras desafiante descaro ni soberbio engreimiento. Es Fomenko.

¿Y quién es el que está sentado en el poyo de la ventana, con los brazos cruzados, abarcando a todos los presentes, sin pestañear, con la impasible mirada de sus ojos inmóviles, serenos? Sus brazos descansan uno sobre otro firmemente, como si no pensara separarlos ni manotear. Su rostro denota sosegada pasividad. El peligro no está en él. Es Protsenko,

El que permanece en pie junto a la ventana, con lo ojos clavados en nosotros, es hombre serio, seguro de sí mismo y nada tonto: al llegar, ha dicho unas palabras sencillas, atinadas, demostrativas de que sabe lo que se hace. Este puede ser peligroso. Incluso mucho más que el canallita de Viletski. Es Nevrótov. Hay que andarse con él con mucho ojo y sopesar bien sus palabras.

¿Y los demás? En general, se parecen verdaderamente unos a otros.

Nos vamos acomodando poco a poco, cada uno se apresura a ocupar el sitio que más le agrada, ambas partes empezamos a conversar con parquedad; ellos hablan mayormente entre sí, y nosotros también. Susurros, cuchicheos por doquier, preparativos para la actuación en perspectiva.

Hay que abrir la reunión. ¿A qué esperar más? ... Nosotros también éramos bastantes:

Pózdnyshev, Bielov, Bocharov, Béresniev, Pávlov y Susanin (jefes de unidad), Aborin, Pátsinko, Murátov y yo. Por cierto que luego quedamos sólo unos cuantos. Unos no vinieron, por estar ocupados en diversos asuntos urgentes, y otros abandonaron la reunión al ver cómo transcurría, deduciendo que serían más útiles en otra parte. Al abrir la reunión, hubo que agitar un poco en el siguiente sentido:

...Los intereses y objetivos de los reunidos eran los mismos, claro estaba. Solamente teníamos que ponernos de acuerdo sobre algunas menudencias… Pues todos éramos luchadores… revolucionarios... No importaba que entre nosotros, en nuestra esfera, pudieran existir desavenencias. Siempre nos pondríamos de acuerdo, ya que nuestra consigna común era: "Todo el Poder para los trabajadores", y etcétera, etcétera.

En ese tono se hizo el breve discurso de apertura cuyo único fin era disminuir la desconfianza de ellos; atraer psicológicamente a nuestro lado a los más débiles, aunque fueran pocos; declarar inmediatamente y con precisión que no les considerábamos enemigos e intentábamos llegar a un entendimiento...

Luego, se pasó a elegir la presidencia. Fuimos elegidos solamente dos: Nikítich

Page 106: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

104

(Pózdnyshev), como secretario, y yo, como presidente. Aquello constituía ya una cierta victoria.

- Bueno, ¿y qué vamos a incluir en el orden del día?

- Discutiremos estos doce puntos -manifestó Viletski- que traemos preparados a prevención... ¿Qué otra cosa vamos a discutir?...

Se dio lectura a los puntos. Fueron puestos a votación: todos estuvieron de acuerdo en examinarlos. Nosotros no propusimos nada. ¡Qué más daba! A base de aquellas cuestiones también se podía resolver lo que se quisiera.

Comenzó la reunión y armóse una tremolina de mil demonios con aviesas preguntas, airadas protestas, furibundos gritos, terribles amenazas, trémolos de ira y atronadores puñetazos sobre la mesa...

La borrasca duraba ya cuatro horas. Nosotros procurábamos calmar las pasiones y suavizar asperezas, porque en tal ocasión no nos convenía de ningún modo agudizar las cuestiones. Y cuando vimos que era necio romperse la cabeza contra aquel muro, empezamos a ceder, a ceder de continuo. Sin embargo, conseguimos muchas cosas. A decir verdad, ni una sola resolución fue adoptada en la forma que proponían los sublevados, todas las propuestas se modificaron bajo nuestra presión. En cuanto proponían alguna formulación chocante, abríamos por turno, uno tras otro, fuego graneado contra ella, poníamos a los de la fortaleza entre la espada y la pared, obligándoles a responder:

- ¿Vosotros sois revolucionarios o no? - Claro que lo somos. - Estáis por el Poder de los trabajadores o no? - Claro que sí... - Por consiguiente... Y envolvíamos la cuestión en la sutil red de

nuestros argumentos. De aquella red a los facciosos les era difícil salir, y, quieras que no, accedían a modificar su propuesta en el sentido que nosotros pedíamos, ya que ellos… "eran revolucionarios..., luchaban por los derechos del pueblo…, por el Poder de los trabajadores..., por el Poder soviético…"

Hacía tiempo que debían habernos metido en la cárcel, lo que desde su punto de vista habría sido un acierto. Y en vez de ello, se habían metido en un berenjenal de discusiones y conversaciones, sostenidas por añadidura sobre una "plataforma legal, soviética". Aquello constituía ya la mitad de su fracaso, pues era de todo punto imposible mantenerse en la tapia. Había que hacer una de dos: no reconocer el Poder soviético, y encarcelar, fusilar y derribar a sus defensores, o, una vez reconocido ese Poder, aunque sólo fuera de palabra, someterse a la lógica demoledora e ineludible que a nosotros, dada nuestra condición de "sovieteros", nos era tan sencillo desarrollar.

De continuo, en cada una de las cuestiones,

metíamos a los de la fortaleza en un atolladero, poniéndoles al descubierto con la contradicción existente en sus propias palabras. Entonces, daban marcha atrás con rapidez, dejaban de repetir algunas cosas, hacían ciertas concesiones, renunciaban por completo a parte de lo dicho y aseguraban que les habíamos entendido mal, que se trataba de una equivocación, etc.

Quien diga que es una seta, irá a parar a la cesta51. Esta insensata sublevación constituye un buen

ejemplo de cómo no deben hacerse las sublevaciones. Los de la fortaleza montaban en cólera, soltaban

ajos y tacos, se ponían furiosos. ¿Y qué adelantaban con ello? Pues, en definitiva, la fuerza no reside en eso.

Nuestra única inquietud era: "Bien -pensábamos-, nos ponemos de acuerdo, adoptamos las resoluciones, las escribimos... Pero, ¿aceptará la fortaleza todo esto? No, no lo admitirá, pocas son las esperanzas de ello. Pues el propio Comité Revolucionario de Combate ha sido elegido, según dicen, sólo para mayor pompa, pero todos los asuntos los resuelven en las asambleas generales… Por lo tanto, ¿qué motivos hay para confiar en que nuestras decisiones sean aprobadas allí "por unanimidad"? Todo esto, seguramente, es una empresa vana… Sin embargo, hay que hacerlo". Y lo hacíamos con celo, tenacidad y cuidado.

La primera cuestión era: Sobre los oficiales blancos que se han pasado y

que se encuentran en el Semirechie

La formulación no era muy perfecta que digamos,

pero no importaba. Para las distintas cuestiones tenían distintos "informantes"; en particular, más tarde, cuando se desencadenaron las pasiones, cada uno se apresuraba a expresar su opinión, a gritar antes que nadie. Todos vociferaban a una.

-... ¿Por qué están todos los oficiales en libertad? Hay que tener un Poder soviético que no deje a los oficiales en el servicio, diciendo: "Señor oficial cosaco, haga el favor de ir a trabajar a la Sección de Avituallamiento; allí le daremos su suministro y tendrá todo asegurado". ¿Es que el Poder soviético es así? Hay que encarcelar a todos a la vez, eso es lo que exigimos los de la fortaleza, y si no los metéis en la cárcel, los meteremos nosotros, y a todos vosotros con ellos... Basta ya de aguantar, nosotros mismos podemos hacerlo todo, sin necesidad de vosotros. ¡Vaya unos maestros que nos han caído! Quieren dar rienda suelta a los oficiales. Por lo visto, les han gustado mucho...

- ¿Qué estáis diciendo, camaradas? -replicábamos, rechazando la furiosa acometida-. Este asunto no puede ser motivo de discusión: los oficiales no son camaradas vuestros ni nuestros.

51 Refrán ruso. (N. del T.)

Page 107: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

105

- Vuestros sí, a lo que parece... - ¡Qué han de serlo!... Además, no se trata de eso,

en absoluto. - ¡Haznos ver lo blanco negro! -respondía

Viletski, riendo maligno-. Ya conocemos vuestras mañas... La cosa no tiene vuelta de hoja: si no son camaradas vuestros, metedlos en la cárcel, y se acabó; hay que fusilar a esos hijos de perra...

Todo aquello, aparentemente, era muy revolucionario. Quien no les conociera y les oyese podría pensar: "¡Qué odio de clases, tan manifiesto, hacia la oficialidad, hacia los defensores de nuestros enemigos!" Pero no era eso; los cabecillas de la fortaleza necesitaban solamente aquella cuestión para ocultar su faz bajo la máscara de la combatividad. De esa índole, traían dos o tres cuestiones más. Pero lo principal no era eso, ni muchísimo menos, lo principal era el monopolio del trigo, la severa dictadura soviética, la Sección Especial, el Tribunal, etc. Ahí estaba la madre del cordero, eso era lo que necesitaban derribar; y todo lo demás, ¡pura tapadera! Sin embargo, el odio a la oficialidad –y en particular entre las amplias masas, donde no todos eran kulaks empedernidos- existía realmente, pero huelga decir que no fue él la causa de una conmoción tan tremenda como la sublevación aquella.

- ¡Dejar en libertad a semejantes canallas! -alborotaban los de la fortaleza-. ¿Qué os parece, hermanos, eh?

- Pero no olvidéis, camaradas, que a esos oficiales los hicimos prisioneros en Kopal, en unión de todo el ejército blanco. Y al entregarse, se firmaron determinadas condiciones, en las que dimos nuestra palabra soviética de que no habría represiones... ¿Y qué se debe hacer, según vosotros? ¿Engañarles? ¿Qué falta nos hace eso? Pues, de todos modos, parte de ellos ya han sido enviados a Tashkent, y a los demás los enviaremos poco a poco… Cuando un oficial, pongamos por caso, trabaja de perito en la Sección Agraria, ayuda a vuestra hacienda campesina... Si lo quitamos hoy, ¿con quién lo sustituimos mañana? Nos han prometido mandarnos en breve, del centro directivo, un grupo de funcionarios; en cuanto podamos sustituirlos, facturaremos para Tashkent al resto de los oficiales...

- Eso del grupo, vamos a dejarlo... ¿A nosotros qué nos importan vuestros funcionarios?... ¡La fortaleza exige que se eche a los oficiales inmediatamente!

- Pero, camaradas, no se puede echarlos a todos a la vez. Con eso no haremos más que estropear el trabajo. Procedamos al menos con alguna precaución. Bueno, hagamos una cosa: vosotros debéis saber los apellidos de los oficiales más dañinos, de los que se portaron con mayor crueldad en el ejército blanco... Mandadnos esa lista desde la fortaleza, y haremos salir inmediatamente a los que figuren en ella; en cuanto a los demás, serán enviados por turno, de

modo gradual, sin perjuicio para el trabajo... ¿De acuerdo?

Remolonearon largo rato y acabaron por prestar su conformidad a lo que sigue:

El Consejo Militar de la división ha dado ya la

correspondiente orden y se compromete a enviar sin demora a Tashkent a todos los oficiales que figuren en la lista que presentarán los delegados de la guarnición, y gradualmente, a medida que se vayan encontrando sustitutos, retirará a todos los restantes de los puestos de mando y administración.

Despachamos la primera cuestión. El segundo

punto decía: Al emplear y distribuir las armas cogidas al

enemigo, se pertrechará de ellas a la población,

dentro de lo posible.

¡Fíjense adónde apuntaban: a armar a la

población! Y nosotros acabábamos de dar una orden, para la región entera, exigiendo, bajo la amenaza de un severo castigo, que la población nos entregase todas las armas.

Proponían todo lo contrario. - Porque la población debe estar armada siempre -

manifestó Nevrótov con tranquilidad y convencimiento-. El campesino necesita el fusil, ya que se encuentra entre enemigos.

- ¿Qué enemigos? - De todas clases: los cosacos pueden volver a las

andadas; y además, esos kirguizes... - Pero el kirguiz tampoco se queda con ningún

arma; todo el armamento nos lo deben entregar... - ¿El kirguiz? ¿Y quién es el kirguiz? -alzó de

pronto el gallo Viletski-. ¿Me vas a comparar a mí con él? ¿Quién te figuras que soy yo? Yo me he tirado seis años en el ejército, puede decirse que he derramado mi sangre, ¿y me quieres poner a la misma altura del kirguiz? No, os quedarais con las ganas... Estabais todos vendidos a los oficiales, y ahora os vendéis al kirguiz. A él, es preciso armarlo, y a nosotros no hay que darnos las armas, ¿verdad? Pues si no hay que dárnoslas, no os las vamos a pedir, tenemos ya bastantes sin necesidad de vosotros...

- No es eso, Viletski -le interrumpió Fomenko-, no se trata del kirguiz; a lo que aquí se refiere es a que hay que desarmar a todos...

Nevrótov volvió hacia Fomenko sus iracundos ojos y se apresuró a atajarle:

- Nadie te pregunta si se trata o no se trata de eso. Y la fortaleza exige porque en el Estado Mayor, en la división, hay muchas armas; la fortaleza exige que se entreguen todas ellas a la población... Nosotros las hemos conquistado, y a nosotros se nos deben dar...

- Y no al kirguiz -intercaló avieso Viletski.

Page 108: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

106

- Yo no tengo ningún armamento -aseguró preciso Iván Panfílich (Bielov)-. No hay enormes reservas de ninguna clase. Eso es mentira. Y en cuanto a las armas que hay, se necesitan para la causa. Todavía yo soy el jefe de la división, y no permitiré que nadie las tome...

Las palabras de Bielov, sinceras, pero bruscas, podían surtir dos efectos distintos: excitar las pasiones y desbocar a los sediciosos, o, por el contrario, hacerles entrar en razón y poner fin a las disputas. Actuaron en el sentido favorable.

- ¿No tenéis armas? ¿Y si nosotros hacemos una comprobación? ¿Y si las encontramos? -insinuó Nevrótov con su maligna risilla.

- Si las encontráis, ganaréis esa baza -aseguró Bielov bonachón, aunque sin sonreír-. Pero hay que tener presente una cosa: durante este último tiempo, yo he rearmado a las unidades; todo lo que había, a ellas ha ido a parar... En cuanto a comprobarlo, puede hacerse. ¿Por qué no? -agregó, luego de una breve pausa.

Sabiendo que, de todos modos, no iban a encontrar nada en parte alguna y que estarían algún tiempo ocupados y entretenidos con ello, propusimos el nombramiento de una comisión. Ellos se vieron obligados a aceptar. Y acordamos:

Teniendo en cuenta que las existencias de

armamento son insignificantes y que el jefe de la división ha tomado medidas para rearmar con ellas a las unidades, se acuerda nombrar una comisión, integrada por los camaradas Nevrótov, Jalítov y Protsenko, para que aclare el asunto con el jefe de la 3a división del Turkestán.

Adoptábamos cada decisión con las enmiendas y

formulaciones, torpes a veces, que ellos proponían insistentemente; lo hacíamos así porque aquello les tranquilizaba, dándoles hasta la impresión de que se aprobaba su propia propuesta.

Bueno, ¿qué perdíamos con ello? El tercer punto era: Sobre la necesidad de equipar debidamente a los

soldados rojos.

La cuestión era al parecer de carácter práctico e

inofensivo. Pero en realidad fue en este punto donde arremetieron contra nosotros acusándonos de ser un hatajo de ladrones que nos llevábamos la ropa y el calzado de los soldados rojos, llenándonos la barriga a su costa, mientras ellos no tenían nada y andaban descalzos y desnudos. Por consiguiente, decían, la propia sublevación había estallado con motivos de sobra:

- ¡Ya os enseñaremos a tratarnos como es menester!

Nosotros rechazábamos los reproches y

acusaciones, asegurando que en general no había robos, y que en los casos en que se producían, castigábamos con dureza a los culpables. Nos apoyamos en las instrucciones del centro directivo y obligamos a los de la fortaleza a reconocer que "había que cumplir las órdenes de ese centro"..., pues de lo contrario, si no reconocían al centro, ¿qué defensores del Poder soviético eran ellos?

Respecto a este tercer punto se acordó: Encomendar al Consejo Militar que tome las más

enérgicas medidas para equipar con la mayor urgencia a los soldados rojos, vigilando a los organismos de suministro para que efectúen la distribución con regularidad; y en cuanto a atender las necesidades de los mandos y funcionarios, atenerse estrictamente a las órdenes del centro directivo, llevando a los tribunales a los culpables de su incumplimiento...

Afín a esta cuestión era la siguiente, la cuarta: Sobre el mejoramiento del rancho de los soldados

rojos.

Y de nuevo, como era natural, salió a relucir lo

del robo y aquello de que "vosotros seguramente comeréis salchichón, mientras que nosotros no tenemos ni pan... Ya se sabe que los ladrones se tapan unos a otros, y todos juntos roban lo que nos pertenece a los soldados rojos... "

Volvieron a resonar los improperios. Mas el acuerdo no fue malo:

Los organismos de suministro existentes, así

como las organizaciones de avituallamiento, tomarán a la mayor brevedad todas las medidas y darán los pasos revolucionarios más enérgicos (?) para mejorar el rancho de los soldados rojos, incluida la comida en los hospitales, y el Consejo Militar de la 3a división vigilará su cumplimiento. Los comisarios y la Sección Política ayudarán en su trabajo, por todos los medios, a los consejos de control económico de las unidades, y donde no los haya, los organizará.

El orden del día constaba de doce puntos en total. Habían sido distribuidos de tal forma que, entre las cuestiones inofensivas y "legítimas", se deslizaba alguna fundamental, candente sobre manera, de las que habían provocado la sublevación. Y las demás -como las dos anteriores-, eran simplemente bambalinas, estaban allí para despistar.

La quinta cuestión ya tenía miga: Examinar todas las causas instruidas contra los

soldados rojos que se encuentren sumariados y a

disposición del Tribunal, así como de los detenidos,

que figuran en la presente relación.

Page 109: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

107

Como verán, esta cuestión era ya de una índole completamente distinta.

¿Quiénes estaban incluidos en la lista? Los propios cabecillas figuraban en primer lugar. ¿Quién de ellos no tenía cuentas pendientes con el Tribunal y la Sección Especial o no había sido sancionado ya? Petrov, Karaváiev, Vúychich, Bukin, Viletski... Todos, y cada uno por su motivo: bandidismo, salvajadas, desmanes...

Por tanto, la cuestión aquella era en cierto modo "personal" y había que tratarla con singular delicadeza.

- Nosotros -declaró Viletski- no necesitamos vuestras causas ni investigaciones de ningún género. Citaremos a todos los detenidos a una asamblea en la fortaleza, y que los propios soldados rojos digan quiénes son culpables y quiénes no… Y luego, soltarlos en el acto... Inmediatamente, a todos, en la misma fortaleza...

- Camaradas, esa no es manera de proceder -les salimos al paso-. De ese modo, en vez de un juicio, resultará un lío de mil demonios. Dónde se ha visto que cinco mil hombres se pongan a juzgar todos a la vez? Sería un batiborrillo, y nada más...

- A vosotros no os importa eso -interrumpió uno de la fortaleza-. Ya sabemos cómo hay que juzgar, no hace falta que nos enseñen...

- Pero es absurdo que una guarnición entera se meta a juzgar a unos delincuentes... ¿Quién le ha dado poderes y derecho para ello? ¿Es que no comprendéis vosotros que un organismo de justicia ha de ser elegido en alguna parte y por alguien?... Hoy se pone a juzgar la guarnición; mañana, lo hace una asamblea casual de vecinos de la ciudad; y luego, puede que vengan de las aldeas y se les antoje también erigirse en jueces... ¿Sería eso un juicio? Serían ganas de hacer reír a la gente. ¿Quién de vosotros querría encontrarse ante un tribunal casual semejante?

- Casual no, será nuestro... del pueblo -se oyeron reiteradas protestas-. Sí, nuestro; mientras que el vuestro, ¿qué nos ha dado? Sólo fusilamientos de nuestros hermanos...

Cierto, fusilamientos, desde luego -ahogamos con nuestra voz las de quienes protestaban-. Pero esos fusilamientos no eran de "hermanos", como decís, sino de enemigos nuestros: de burgueses, de guardias blancos, de bandidos... Para ellos son esos tribunales... Sólo para ellos... ¡Debería daros vergüenza llamarles "hermanos"! ¿Qué clase de hermanos son ésos? Claro que no negamos la posibilidad de que entre nosotros, entre los trabajadores, sean éstos obreros, campesinos, kirguizes o cosacos, ¡qué más da!, surja un traidor o un bandido. ¿Y es que vosotros mismos vais a tener compasión de él, es que no vais a liquidarlo?

Los de la fortaleza quedaron confusos. Cesó su alboroto.

Nosotros continuamos: - Entre los detenidos, camaradas, también hay de

todo. Es muy probable, no lo dudamos ni un instante, que haya muchachos que fueron a parar allí por pura casualidad.

- Y sin culpa… - Sí, y sin culpa -asentimos-, pero los demás son

culpables. Y alguien tiene que establecer la diferencia entre unos y otros, entre los culpables y los inocentes; mientras que los de la fortaleza, mezclando a todos en un montón, no harán eso. Hay que elegir algunos órganos judiciales, pero, ¿a qué elegir, cuando ya tenemos la Sección Especial y el Tribunal?...

- ¡Fuera, al cuerno vuestros tribunales!... -estalló de nuevo la protesta-. Hay que ahorcar a todos esos canallas que no saben más que condenar al fusilamiento...

- Calma, camaradas, calma. La discusión huelga en este caso. Esos órganos continuarán... No tenéis derecho a liquidarlos, porque han sido confirmados por el centro, y acabamos de acordar que acataremos las decisiones del centro... No hay que liquidarlos, lo que hace falta es renovarlos..., completarlos tal vez con gente nueva... Y todos juntos...

- De los nuestros, y no hay más que hablar; en la fortaleza elegiremos un tribunal nuestro...

- No, no -enmendamos la plana a los celosos legisladores-, no se trata de formar un tribunal vuestro, sino de renovar el que hay...

- Tienen encerrados a los hombres un año entero, los ca... na... llas...

- Un año no, eso es ya exagerar... Que no alcancen a juzgar a tiempo sí es posible... Pero nosotros les meteremos prisa, les castigaremos para que trabajen con más rapidez...

Por fin, decidimos: Se obliga a la Sección Especial y al Tribunal

Revolucionario a revisar en el plazo más breve todas las causas instruidas contra los soldados rojos, y a resolver en consecuencia; de ahora en adelante, procurarán atenerse en sus actuaciones a los plazos establecidos por la ley.

El sexto punto rezaba: Sobre la liquidación del papeleo y el formalismo.

¿Por qué planteaban aquella cuestión seria,

soviética? ¿Es que los bolcheviques no estaban en contra "del papeleo y el formalismo"? En fin, era grato oír aquello.

Pero al empezar a examinar dicho punto, se vio claro hacia adónde iban los tiros:

- No se puede entrar en ninguna oficina... Es un escándalo... Por todas partes no hay más que formalismo. Uno va a resolver un asunto suyo. Es

Page 110: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

108

primavera. Tiene uno que ir a arar la tierra, y le retienen en el ejército, no le dejan ir... ¿Está bien eso? La tierra necesita que la labren... ¿A qué diablos me retienes aquí, cuando yo he derrotado ya a los cosacos?

Y toda la cuestión del "formalismo" se reducía a una cosa:

- ¡Licencia al ejército! Resolvimos "en términos generales": Tanto una como otra parte consideran que el

formalismo excesivo constituye un mal de la República. Se propone al Partido Comunista, a los sindicatos y a todos los funcionarios responsables luchar contra este mal, llevando a los culpables a los tribunales.

El séptimo decía: Sobre los pases existentes para la entrada en

algunas secciones.

En este punto, a primera vista, no había motivo

alguno para poner el grito en el cielo. Se trataba, por añadidura, de una cuestión de segundo orden. Pero la plantearon de manifiesta buena gana y se aferraron a ella con afán porque, en el revuelo de la disputa, era fácil pasar a los insultos y vociferar demagógicamente:

- Al soldado rojo no le dejan entrar en ninguna parte. Si va uno al Estado Mayor, le piden el pase; si al Tribunal, la misma canción... ¿Para qué diablos hacen falta esos pases? ¿Quién os va a tocar aquí, en la retaguardia?... Nosotros necesitamos entrada libre en todas partes...

- No se puede dejar entrar sin permiso en todas partes, camaradas… Eso es decir vaciedades... ¿Vosotros, en el frente, permitís a todo el mundo entrar en el Estado Mayor, por ejemplo, cuando el jefe está preparando una orden de operaciones?... Pues de esa orden depende vuestra propia vida… Todo depende de ella... Y puesto que no hay pases, puede entrar allí quien le dé la gana. Entonces, ¿por qué no ha de hacerlo cualquier guardia blanco? ¿Y qué le impide robar esa orden a tiempo? Decidnos, ¿es o no es posible eso?

- No es "posible" nada -replicó Viletski agresivo-. Al guardia blanco lo reconoceremos...

- No lo reconoceréis... Se disfrazará de manera que sea imposible reconocerlo... Y todo se perderá... Sería una insensata ligereza, un tremendo error intolerable abrir todas las puertas a todos... No es posible hacer eso, camaradas, no es posible; constituiría un peligro hasta para nosotros mismos. Claro que hay instituciones en las que no deben exigirse permisos de entrada, como en la Sección de Sanidad y en la de Asistencia Social...

- En las de asistencia vuestra, la madre que os ha

parido... - No es eso, no es eso, aguardad... - Para vosotros nunca es eso -interrumpieron los

de la fortaleza-. En cuanto pone uno el dedo en la llaga, resulta que "no es eso". ¿Cuándo va a ser "eso"?

Después de mucho machacar, se llegó a una resolución inocua:

Reconocer que los pases son necesarios en

algunas secciones, como el Estado Mayor, el Tribunal, etc. Y suprimir los pases en las oficinas e instituciones donde no sean precisos.

Acordamos unir así los puntos octavo y décimo: ¿Son permisibles los métodos de intimidación que

se emplean en el Tribunal Revolucionario con

respecto a los sumariados?

Es indignante la conducta y las sentencias de

instituciones, como la Sección Especial y el Tribunal

Revolucionario, que de ninguna manera pueden

seguir existiendo en la forma en que existen en

Vierni.

Suprimir la investigación en la forma en que se

practica por la Sección Especial.

Acerca de estas peliagudísimas cuestiones

empezó a hablar de pronto hasta el "representante del Partido", Piechonkin, que se manifestó contra nuestra investigación "diabólica" y el desenfreno del Tribunal, y acabó por irse de la lengua:

- Tienen razón los de la fortaleza al decir que hay que desarmar a la Sección Especial y al Tribunal... Sí, hay que desarmarlos y mandarlos al cuerno...

Si "los del Partido" hablaban así, ¿qué iban a hacer los demás?

Se desataron las pasiones. El que más frenético se mostraba era Viletski, por supuesto:

- ¿Un tribunal? ¿Es eso un tribunal del pueblo? ¡Vaya un Poder soviético! Meten a un hombre en el sótano, le ponen el revólver en la sien y le dicen: ¡Habla, hijo de perra, o te mato!

- ¿Dónde ocurre eso? -le interrumpimos a voces. - ¡En todas partes! -aulló Viletski-. En todas

partes se intimida y se tortura a los nuestros... ¿Qué opináis vosotros? ¿Es un interrogatorio ponerle a un hombre la pistola en la sien? ¿Es eso un interrogatorio? Había que fusilar a todos los canallas que interrogan, y aún esos Herodes maltratan al soldado rojo... Pero a todos les llegará la vez, a todos les leeremos bien la cartilla...

Los de la fortaleza asentían con fuertes rumores aprobatorios, coreaban algunas de sus frases, incitándole y animándole, y Viletski, sin necesidad de que le enardecieran, estaba ya tan desbocado que profería cada vez más babeantes expresiones de ira, amenazando con creciente frenesí a un enemigo

Page 111: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

109

invisible: - Suprimiremos todos esos interrogatorios... - ¿Pero quién interroga y dónde? - Entérate tú -respondió evasivo-, nosotros

sabemos dónde... todo lo sabemos... - Bueno, de este asunto no hay nada que discutir -

tratamos de tranquilizar al gritón-. Por cosas como ésas, nosotros mismos seremos los primeros en entregar a los miserables al Tribunal Revolucionario. Venga, decid los nombres... decidlos...

Nadie dio nombres; en cambio, empezaron a alborotar sobre lo otro, sobre lo de la investigación:

- El soldado rojo no tiene con qué disparar, mientras que por los tribunales hay un sinfín de armas, ahí están emboscados toda clase de bribones, que fusilan a los nuestros... No puede uno ir tranquilo a ninguna parte, los de la secreta te siguen todos los pasos... Como moscas a la miel, acuden los hijos de perra adonde hay bienes ajenos... Por cada habitante hay tres canallas de ésos, y todos con armas... Todos con armas, mientras que nosotros no tenemos con qué disparar en el frente... Hay que echar a todos los de la secreta, a todos esos espías, a toda esa cuadrilla, echarlos inmediatamente y entregar sus armas al Ejército Rojo, a la fortaleza...

Y precisamente sobre este asunto hizo uso de la palabra el "miembro del Partido" Piechonkin, exigiendo la disolución de la Especial y del Tribuna1. La cosa tomaba un cariz amenazador.

Al percibir aquel apoyo, los de la fortaleza, que ya se habían desmandado, expusieron sus exigencias en forma más grosera aún, amenazándonos con toda clase de castigos y augurándonos terribles males. Hubimos de poner en juego todas nuestras dotes de agitadores y llamar a su "conciencia y razón de revolucionarios" para ir dándole la vuelta, una tras otra, a todas las proposiciones de la fortaleza y buscar una resolución pasadera.

Lo que nos proponían era variado y confuso: - Detener inmediatamente a los de la Especial y a

los del Tribunal. - Que la fortaleza juzgase a los jefes de la Sección

Especial y a todo el Tribunal. - Interrumpir nuestra reunión, ir todos juntos a

hacer un registro de las mismas y trasladar a la fortaleza las armas que allí se encuentren...

Y así sucesivamente: de mal en peor. La resolución sobre todo aquel punto decía:

Encargar a la comisión elegida para averiguar lo

del armamento -después de incorporar a ella a los camaradas Viletski y Bieledkov- que aclare todo mediante el examen de las causas instruidas por el Tribunal Revolucionario y comunique los nombres de todas las personas que deshonran al Poder soviético.

Para un asunto tan espinoso, tal resolución

constituía un verdadero tesoro. Más animosos y seguros, la emprendimos con el punto siguiente, el noveno:

Proceder a la inmediata organización, en los

lugares del Semirechie, de un Poder soviético de

elección popular, a base de la Constitución...

¿Dónde estaba la miga del asunto? Desde luego,

no en "la Constitución"... La palabrita había sido agregada para adornar lo de soviético y, por otra parte, como tapadera. Parecían decir: "Anda, prueba ahora a meterte con nosotros, cuando aquí todo lo habido y por haber se organiza con arreglo a la mejor "Constitución".

Pero en realidad se trataba de lo siguiente: Los duros tiempos de guerra habían obligado a

mantener de continuo el Semirechie en una situación de campo de combate. Por todas partes se nombraban, en vez de Soviets de elección popular, comités revolucionarios, como se hacía siempre en todos los lugares cercanos al frente o bajo amenaza inmediata de ataque. Era lógico que, al liquidarse el frente, la organización de un Poder soviético de elección popular fuese para nosotros una tarea de primer orden. Y no estaba lejano el día en que todo aquello se resolviese de un modo natural y verdaderamente de acuerdo con la Constitución. Pero antes de las elecciones había que llevar a cabo una labor preparatoria. Teníamos que separar antes a los kulaks, a la parte especuladora, del campesinado, de los cosacos y de la población indígena.

La empresa era enorme, sobre todo para una región tan apartada como el Semirechie. Y ellos querían organizar ese Poder soviético de elección popular, "a base de la Constitución", de prisa y corriendo, de cualquier manera, irreflexivamente, sin dejamos hacer la separación indicada. No era difícil imaginarse el Poder que resultaría de ello, quiénes irían a parar allí y quiénes serían apartados de la administración.

Los kulaks tendían afanosos a implantar su dominio legal. Por ello, entablamos un encarnizado combate en torno a la mencionada cuestión:

- No se puede hacer en unas horas lo que requiere semanas, como mínimo... Además, ¿dónde está la autorización del centro? ¿Qué queréis, aislar vuestro Semirechie del resto del mundo? Sin necesidad de vosotros, ya han sido convocados el congreso regional y los de los distritos y términos municipales, llegáis tarde con vuestras prisas...

- ¡Oprimís al pueblo! -nos gritaron en respuesta los de la fortaleza-. No tenéis ningún freno. El mujik quiere gobernarse él mismo, y vosotros le habéis puesto encima canallas de todo género. ¿Para qué los necesita él? Si hay libertad, que sea para todos, y para el mujik también, pero no le dejan ni respirar, le sacan el jugo, lo despelleja todo el que le da la gana,

Page 112: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

110

sin que haya todavía un verdadero Poder... No queremos esperar más, nosotros mismos las convocaremos...

- ¡Camaradas! No os toméis esa molestia -les aclaramos-. Hace ya mucho tiempo que ha sido creada y que funciona una comisión electoral... ¿Qué más queréis? La fecha está cercana, y no hay por qué precipitarse...

Se hicieron de rogar. Al fin, decidimos, sin gran galanura por cierto:

Teniendo en cuenta que los congresos de los

distritos se celebrarán dentro de dos o tres semanas y que los de los términos municipales y el de la región tendrán lugar a continuación, someter a examen de los mismos la cuestión del establecimiento de un poder elegido, para lo cual dichos congresos deberán solicitar autorización del Comité Ejecutivo Central del Turkestán.

El once indicaba: Acabar con los fusilamientos.

Conciso y claro: ¡No fusilar, en general, a nadie ni

por nada! Berridos de protesta, restallar de insultos,

babeantes amenazas, reproches como silbidos de serpiente, e iracundos, furiosos improperios nos golpeaban los oídos:

- Toda clase de canallas... Están emboscados en los tribunales... No hacen más que fusilar... Y llenarse la bolsa. Nosotros hemos vertido nuestra sangre... Hay que arrancar de cuajo esos tribunales.

Nosotros planteamos la cuestión a nuestro modo: - Es cierto que hay que juzgar con más

benevolencia al obrero y al campesino que cometan delitos... Pero si cae en nuestras manos un guardia blanco, y dejarlo con vida es un peligro, pues por culpa suya han muerto cientos, quizá miles de nuestros mejores camaradas y de los kishlaks no han quedado más que muertas cenizas, ¿será posible que haya que indultarlo?

Los pusimos en un aprieto. No tenían escapatoria. Y se decidió: Proponer al Tribunal Revolucionario, a la Sección

Especial y a la CHEKA que tengan especial consideración con los obreros y campesinos, al dictar las sentencias, y que sean implacables con los contrarrevolucionarios.

Llegamos al último, al doce: Tomar las más enérgicas medidas para prestar

ayuda al distrito de Liepsy y a los refugiados, así

como retirar a los agentes de la Sección Especial de

los distritos, donde llevan una conducta indecorosa.

El asunto tomó un giro completamente absurdo,

pues no dejaron una palabra acerca de la ayuda a los de Liepsy, y toda la atención de ellos y de nosotros se concentró en la imputación de que los de la Sección Especial cometían en los distritos afectados por el hambre desmanes, actos de violencia, robaban y vejaban a la gente.

- Citadnos aunque no sea más que un hecho concreto -les pedíamos- y, por sentencia del tribunal, fusilaremos al canalla públicamente, para que lo vean todos...

Pero no mencionaban ni un solo hecho y seguían vociferando sin ton ni son en torno al mismo tema:

- Cuando pegaban los cosacos, ¡los golpes nos tocaban a nosotros! Cuando hemos pegado a los cosacos, ¡otra vez nos toca aguantar!... ¿Dónde está la justicia? ¿Es que nuestros familiares son malos bichos y no personas? ¿Os figuráis que no quieren comer? Dais suministros a diestro y siniestro, y a nuestras familias hambrientas, una higa en la boca...

- Eso no es cierto, camaradas, no es cierto -tratábamos de demostrarles-. En los distritos donde reina el hambre trabaja desde hace tiempo una comisión especial nuestra...

- ¡A tomar viento la comisión vuestra! - Pero esperad... - ¿A qué esperar? ¿Qué se adelanta con ello? - ¿Qué se adelanta? Algo. Hemos hecho llegar allí

no poco trigo, pero esto no lo sabéis o no lo queréis saber... Además, el camino... ¿Es que no estáis enterados de que ese camino es un infierno? Cálidos arenales, ni una gota de agua...

¿Y con qué alimentarse? Algunos caballos se nos han muerto en esta empresa: no aguantan, se quedan en el camino... Hemos recurrido a los camellos, en ellos se transporta ahora. ¿Tampoco lo sabéis? Así se debe proceder, camaradas, cuando se censura, hay que hacerlo con motivo... De todos modos, este asunto no se puede resolver inmediatamente...

- ¡Pues nosotros necesitamos que sea inmediatamente!

- Mandad ahora mismo trigo para allá, sin tardanza, ¡eso es! De lo contrario, asaltaremos todas vuestras secciones de avituallamiento y lo tomaremos nosotros...

Contra aquello no valían argucias, las razones no surtieron efecto, y hubo que acceder a una resolución que, en realidad, no resolvía nada:

Proponer al Comité Militar Revolucionario de la

Región y a la Sección de Asistencia Social que aseguren inmediatamente el abastecimiento de pan a los asolados distritos de Kopal y Liepsy, así como a los refugiados de esos distritos que llegan a la ciudad...

¡Asegurar inmediatamente!

Page 113: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

111

Aquello era fácil de decir, pero nosotros llevábamos semanas procurando hacerlo, con todas nuestras fuerzas, y no lo habíamos podido conseguir...

Y de pronto: ¡inmediatamente! Bueno, tal mandato no era óbice para el trabajo

serio, auténtico, en ese sentido. Habían terminado los doce puntos. - Ahora, camaradas, decid a los hombres de la

fortaleza que hemos llegado a un acuerdo sobre todas las cuestiones y que, en realidad, ¿de qué y contra quién se va a protestar ahora? Hay que terminar, hay que poner fin a todo este batiborrillo. Es preciso evacuar la fortaleza urgentemente, ir cada uno a su cuartel y empezar a trabajar todos juntos a base de lo aquí acordado... Firmad el acta.

- Y vosotros prometed que todo será cumplido -intercaló Nevrótov-. Pues las palabras se las lleva el viento. Escribidlo ahí mismo, al pie del documento.

Sus amigos le apoyaron ruidosos. Un minuto más tarde, él dictaba y nosotros

escribíamos: "El Consejo Militar de la 3a división se

compromete, bajo palabra de honor revolucionaria, a poner en práctica todo esto".

A continuación iban las firmas: las nuestras y las de los emisarios de la fortaleza. Nosotros firmamos de buen grado, sinceramente, sin picardía alguna, pues estábamos dispuestos a cumplir todo lo que en aquellas resoluciones era provechoso para el Semirechie y a participar en todo ello.

¿Qué significaba para nosotros aquella "palabra de honor"? Claro que no era un ciego sometimiento a ella. Constituía solamente algo deseable. Pero si se hacía evidente que su cumplimiento no reportaría más que daño, caos y ruina, ¿acaso íbamos a mantenerla con fetichismo?

La reunión había terminado. Nos separamos. Huelga decir que nosotros estábamos muy lejos de creer que con ella se había puesto fin a todo. Aquellos delegados, las conversaciones y resoluciones eran una cosa, y todos los hombres de la fortaleza en conjunto, otra muy distinta. Poco probable era que prestase seria atención a las palabras de sus delegados. Máxime cuando se trataba de gente de segunda fila. No había entre ellos ni un verdadero cabecilla.

Nos separamos como nos habíamos reunido: llenos de profunda inquietud.

Mientras nosotros conferenciábamos con los sublevados en la Brigada Kirguiza, Mameliuk batallaba en una "amplia asamblea" que tenía lugar en la Casa de la Libertad, tratando de convencer a los allí presentes de la necesidad de marchar hombro con hombro con nosotros; intento vano, porque los semirechianos "miembros del Partido" y otros elementos preferían todo lo contrario.

Shegabutdínov llevaba todo el día arrestado en la fortaleza. A alguien del Comité Revolucionario de Combate se le ocurrió la idea de "utilizarlo" en el trabajo. Lo trajeron.

- ¿Quieres trabajar con nosotros? - Si no estáis contra el Poder soviético, puedo

hacerlo. - ¿Cómo vamos a estar en contra? ¡Nosotros

mismos somos el Poder soviético!... Shegabutdínov quedó en el Comité

Revolucionario de Combate. Aprovechando un momento propicio, le susurró al oído a Aguidulin que fuera a vernos en seguida y nos dijera cómo y para qué había entrado en dicho Comité. Se proponía:

Agrupar en torno suyo a los soldados rojos musulmanes. Luchar contra los posibles excesos. Informarnos a tiempo de todo y prevenirnos del peligro.

Por conducto del mismo Aguidulin, le enviamos nuestro asentimiento. Poco después, en el Comité Revolucionario de Combate eligieron a Shegabutdínov vicepresidente del mismo. En ese cargo podía haber hecho mucho en favor nuestro, pero era mal político y no sabía dónde estaba ese límite que es peligroso rebasar. Aunque no cabía duda de que había entrado a formar parte del Comité Revolucionario de Combate honradamente, para ayudarnos, cometió una tontería imperdonable: puso su firma en la Orden N° 1 de la fortaleza. Y el hecho de que figurase allí su nombre desorientó a muchos.

El documento decía: ORDEN N° 1 Del Consejo Militar Revolucionario Provisional

de la Región de Semirechie Vierni, 12 de junio de 1920. §1 A fin de elevar las condiciones de vida de los

defensores del Poder soviético, del Poder de los obreros, campesinos pobres y dejkanes52 y de los soldados rojos; para mejorar por todos los medios la situación de las masas trabajadoras de la región, cualquiera que sea la nacionalidad a que pertenezcan; con objeto de solucionar la situación creada con motivo del nombramiento para cargos de responsabilidad, en las instituciones soviéticas, de oficiales pasados a nuestro lado y hechos prisioneros en el frente del Norte, así como para evitar los conflictos que pudieran surgir entre las masas trabajadoras y las unidades del Ejército Rojo, hoy, 12 de junio, a las 6 de la tarde, ha sido organizado, con los representantes de las unidades del Ejército Rojo de la guarnición de Vierni, el Consejo Militar Revolucionario Provisional de la Región, integrado por: el camarada Chéusov, presidente del mismo; el comisario de guerra camarada Shegabutdínov, vicepresidente, y los camaradas Krizenko, Shkutin,

52 Campesinos del Asia Central. (N. del T.)

Page 114: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

112

Prásolou y Vúychich. A partir de la publicación de la presente orden y hasta la convocatoria de un Congreso Extraordinario de la Región, todos los poderes pasan al mencionado Consejo.

§2 Por la presente orden se propone a todas las

instituciones soviéticas, tanto civiles como militares, que continúen su trabajo y cumplan estrictamente todas las disposiciones del CMRP; caso de incumplimiento de las mismas serán exigidas las más severas responsabilidades a los jefes de dichas instituciones.

Se propone a todas las instituciones soviéticas que, a partir de las 12 del día 13 del corriente, destituyan de todos los cargos de responsabilidad a todos los oficiales que sirvieron en las fuerzas de Annenkov y fueron nombrados para esos cargos. Del cumplimiento de esta orden darán cuenta inmediatamente.

Firmaban el documento original: Chéusov, Presidente del Consejo Militar

Revolucionario Shegabutdínov, Vicepresidente Krizenko, Shkutin, Vúychich y Prásolou,

miembros del mismo. La orden fue redactada al atardecer del día 12,

pero no se hizo pública hasta el día siguiente por la mañana.

El primer día de la sublevación tocaba a su fin. Agitábase la fortaleza en continuo fragor de alarma. Nadie dormía. Se acercaba una noche tan intranquila como había sido el día desde el alba. Burlando la vigilancia de la guardia, integrada por muchachos de fiar, puesta por Shegabutdínov y Garáiev, los soldados rojos se las ingeniaron para sacar alcohol de unos barriles que había escondidos; luego de beber allí mismo, en la fortaleza, chupando de las espitas, salieron borrachos a la calle, a los bulevares, cantando, armando gran escándalo en su ebrio desenfreno... Galopaban, también borrachas, las patrullas a caballo, que gritaban desaforadamente con siniestro ulular, amenazador, como si se lanzaran al ataque. Los vecinos de la ciudad se habían escondido hacía tiempo. Las ventanas estaban herméticamente cerradas. Toda la ciudad permanecía quieta, expectante, aguardando en tensión los excesos y tropelías de aquella recua de beodos. Los restos de nuestras guardias estaban apostados en las esquinas: eran muchachos de la Escuela del Partido. Las desmandadas turbas facciosas no se atrevían a acometerles, porque todos estaban aún convencidos de que teníamos ocultas enormes fuerzas en la Especial y el Tribunal… Terminaba el primer día de la sedición. ¿Qué pasaría a la noche? ¿Qué ocurriría al día siguiente?

Por la noche, en una habitacioncilla en penumbra, de enrejadas ventanas, semejante a una celda

carcelaria, estaban reunidos los hombres del Comité Revolucionario de Combate: Chéusov, Shegabutdínov, los hermanos Schukin, Vúychich, Bukin, y algunos otros. Deliberaban acerca de diversos asuntos: las fuerzas con que contaba la fortaleza y las del Estado Mayor, si la fortaleza constituía un baluarte seguro desde el punto de vista militar, si bastarían las armas...

Pero pasada ya la medianoche, irrumpieron ruidosos Petrov y Karaváiev, embriagados, seguidos de una verdadera multitud:

- ¿Continuáis aquí metidos, discutiendo, eh? ¡Y no actuáis! Y, entretanto, todos los enemigos están en libertad... ¡Ay, calamidades! ¡¡La madre que os ha parido, vuestra puñetera madre!!

Uno tras otro, por la puerta de enfrente, iban entrando con dificultad sus acompañantes, y pronto, en la habitacioncilla no cabía ya un alfiler. Al pie de la ventana, se agolpaba compacta y fragorosa la turbamulta, escuchando los ternos e insultos que salían a través de la reja, agitándose solidaria y apoyando con aprobatorias exclamaciones las palabras de los cabecillas borrachos.

Hablaba Karaváiev. Con voz nerviosa, entrecortada y chillona, agitaba con fuerza los puños acompañando su furiosa perorata:

- ¡Charlatanes…, miserables, faroleros! Petrov y yo nos hemos pasado tres meses preparando la insurrección. ¿Y qué hacéis vosotros? Charlar por los codos y rascaros la barriga. ¡Tres meses hemos penado! Nos ocultábamos en las cuadras, tras los muros de los cuarteles, como cuatreros... Nos seguían los pasos, nos vigilaban de cerca... No teníamos ninguna ayuda... Sólo espías alrededor... Menos mal que éstos, Bukin y Vúychich nos echaron una mano, nos ayudaron en el batallón de guardia... Si no, no habríamos tenido donde abrir el pico ni donde meternos. Ahora, es otra cosa, el segundo y el veinticinco ya se han despabilado, están con nosotros, y al veintiséis le hemos mandado una delegación. Ha llegado la hora de actuar, y no de perder aquí el tiempo en palabras. ¡No hacéis más que darle a la lengua! En Uzun-Agach, Kaskelén y Talgar, en todas partes, los compañeros están con nosotros, preparados... En todos sitios están apostados nuestros muchachos y no dejarán escapar a ningún canalla. Pero no hay que dormirse, hay que apoderarse inmediatamente de la Sección Especial y mandarlos adonde nos mandaban ellos a todos nosotros, los soldados rojos que hemos vertido nuestra sangre durante dos años... "El Compadrito"53 ha huido a la luna; por consiguiente, hay que echar el guante a los demás lo antes posible, para que no se escapen. Es preciso actuar con rapidez; de lo contrario, será tarde...

53 El Presidente del Tribunal, I. S. Kondurushkin, estaba en aquel tiempo recorriendo la región por asuntos del servicio.

Page 115: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

113

La enardecida multitud de soldados rojos respondió a Karaváiev con rugidos de asentimiento:

- ¡Bien dicho!... ¿Qué hacéis ahí?.. ¡Hay que actuar, basta de esperas!...

Aquellas exclamaciones caldearon al momento la atmósfera, agravando la situación.

- ¿Y dónde tenéis los ojos? -se alzó de pronto una voz, surgida del gentío-. ¡¡Entre vosotros hay un espía!! ¿A qué guardarlo ahí? Dádnoslo a nosotros, que lo mandaremos a la luna...

Aunque nadie mencionó el nombre, todos comprendieron al punto de quién se trataba. La multitud, rechinando los dientes, estremecióse como sacudida por una corriente eléctrica. Unos segundos, y todo habría terminado.

Petrov dio un salto de fiera y, tomando impulso, asestó a Shegabutdínov un fuerte culatazo en la ancha espalda. Este se limitó a jadear y volvióse rápido:

- ¿Estás loco? Un instante más, un solo instante de silencio y un

nuevo golpe habrían bastado para que la enfurecida muchedumbre, temblante de coraje, se abalanzase sobre la víctima y acabase con ella.

Pero Chéusov gritó: - ¿Qué vas a hacer, Petrov? Déjalo, déjalo...

Shegabutdínov es de los nuestros, trabaja con nosotros.

Petrov retrocedió turbado y se apartó, sin decir palabra, y en aquel mismo instante la multitud perdió su tensión, aflojóse como un muelle roto...

- No te ofendas, hermano, ha sido sin pensar... Shegabutdínov no le contestó nada; únicamente

enderezó la combada espalda y torció los resecos y amoratados labios en una mueca de dolor.

Petrov rompió el embarazoso silencio con voz potente y exaltación:

- Lo que dice Karaváiev, lo digo también yo: todo eso es verdad... Hace tiempo que empezamos a prepararlo todo. Y sólo nosotros sabemos las fatigas que hemos tenido que pasar… Sí... Muchas... Y ahora, lo principal es darse prisa… ¡Hay que hacer cuanto antes lo que es menester!

Y de nuevo Karaváiev rompió a hablar impetuoso:

- A Petrov y a mí nos encargaron que cortáramos las líneas telefónicas... Cuando íbamos a hacerlo, tropezamos con una patrulla a caballo del Estado Mayor, y les enseñamos el salvoconducto: la "Antapka"... Nos dejaron pasar... Sin novedad... Y en Kuchugur, en casa de un viejo, nos tomamos unas copas de vodka clandestina...

Sonrió con picardía; los que estaban alrededor rieron y se relamieron envidiosos.

- De verdad -prosiguió-, las cortamos, y ahora "ellos" no podrán hablar por teléfono con nadie. Pero lo que hace falta es no perder tiempo, no dejar que ninguno de ésos se nos escape... Y Karaváiev tendió

la pícara mirada hacia todos lados, buscando palabras de asentimiento.

- Es cierto lo que dice Karaváiev -resonó bronco el vozarrón de Bukin-, hay que darse prisa, porque los soldados rojos están alborotados...

- Exigen que se ataque -añadió a continuación el torcido Vúychich-. No podemos aguantar más, dicen, exigimos que nos manden inmediatamente a tomar el Estado Mayor...

Chéusov se pasó con petulancia el borde de la mano bajo las guías de sus ostentosos bigotes y dijo con fatuidad, lentamente:

- Bien, eso puede hacerse. El Consejo de Combate está preparado...

Shegabutdínov permanecía callado todo el tiempo. Después del culatazo, había comprendido que cualquier palabra de más podía estropearle toda su "carrera" y que nadie le creería a él como creían a Karaváiev o a Petrov. Pero el momento era excepcional; se iba a jugar todo a una carta; los de la fortaleza estaban de acuerdo en atacar y dispuestos a ello... Lo habían decidido... ¿Y qué se podría hacer luego, cuando el Estado Mayor estuviese ya destruido? ¡Pronto, pronto, había que cruzarse en su camino!

- ¡Camaradas! -se dirigió a la multitud Shegabutdínov-. Vosotros habéis resuelto atacar el Estado Mayor, pero yo os aconsejo lo siguiente...

- ¿Más palabras? -rezongaron entre el gentío. - Yo os aconsejo -continuó- que mejor será buscar

antes un acuerdo; en vez de ir a tomarlo inmediatamente, buscar un acuerdo, porque ellos, al fin y al cabo, son el Poder legal...

- Nosotros mismos somos el Poder- afirmó vibrante una voz maligna-. ¡Buena legalidad has ido a encontrar!...

- Eso es la guerra, otra vez la guerra -insistió Shegabutdínov-. Porque vosotros vais a atacar el Estado Mayor y ellos lanzarán contra vosotros todas las fuerzas de la Especial y del Tribunal; además, como ya sabéis, ellos tienen ametralladoras...

La amenaza surtió efecto. Chéusov fue el primero en vacilar:

- Yo también creo..., yo también creo, camaradas, que se debe... hablar antes.

- Desde luego, hay que intentarlo- le apoyó Vasili Schukin.

Varias voces más le apoyaron. Empezaron a discutir cuándo y cómo enviar la delegación al Estado Mayor de la división. Pero previamente llamaron por teléfono. Petrov y Karaváiev callaban sombríos, sin tomar parte en la discusión. Luego de cambiar una mirada de inteligencia, Vúychich y Bukin salieron al patio. Sin ellos, el asunto de la delegación se acabó de arreglar en seguida, y poco después, los presentes se marcharon también uno tras otro; sólo quedaron Chéusov, Vasili Schukin y Shegabutdínov... Eran más de las dos de la

Page 116: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

114

madrugada... Rendidos, se tumbaron en el suelo. Cuando empezaban a conciliar el sueño, volvió a abrirse, de par en par, la puerta y entró tumultuosa la banda.

- Ahora hay un nuevo Consejo de Combate -comunicó a voces Petrov sin dirigirse a nadie en concreto. Luego, se volvió hacia Chéusov y le notificó-: Los soldados rojos han hecho una nueva elección: yo soy el presidente, además han elegido a Chernov, a Bukin...

- ¿Y nosotros? -inquirió asombrado Chéusov-. Pues a nosotros nos eligió la asamblea general...

- …Y me han nombrado también comandante en jefe -continuó Petrov, sin hacerle caso-. Y a Bukin, ayudante; y a Chernov, comisario. No hay tiempo que perder, ahora mismo hay que empezar el asunto...

- Camaradas -se dirigió a ellos Shegabutdínov-, podéis hacer lo que os parezca, pero yo creo también que hay que volver a reunir a todos los de la fortaleza para elegir un nuevo Consejo de Combate... Y tú ahora, Petrov, debes en efecto ocuparte de las tropas, que en el Consejo nos arreglaremos nosotros solos.

Petrov no protestó. Por lo visto, se le había ocurrido alguna otra idea:

- Bueno, pero lo primero que hay que hacer es dar la orden de que yo soy el comandante en jefe -manifestó de pronto al amansado Comité Revolucionario de Combate.

- Eso es de cajón -asintió Shegabutdínov. - Lo segundo es formar ahora mismo mi Estado

Mayor... - Eso ya lo haremos juntos -repuso

Shegabutdínov. - Bueno, en lo del Estado Mayor esperaré, pero la

orden tenéis que darla inmediatamente... Poco después quedaba redactada. Decía así: ORDEN N° 354 Del Consejo Militar Revolucionario (Provisional)

de Combate de la Región del Semirechie. 13 de junio de 1920, 5 de la mañana §1 Se nombra al camarada Petrov comandante en

jefe de las tropas de la región de Semirechie. Y ayudante suyo, al camarada Bukin. El primero entrará en el ejercicio de sus funciones inmediatas. Dese cuenta del cumplimiento.

§2 Al camarada Chernov se le nombra comisario

político militar adjunto al comandante en jefe de las tropas de la región del Semirechie y se le propone entrar en el ejercicio de sus funciones inmediatas. Dese cuenta del cumplimiento.

El Presidente del CMR(P) de la Región del Semiechie, Chéusov.

54 La orden N° 2 no se conserva, y no se sabe cuándo ni con qué motivo fue dada.

El Vicepresidente, Shegabutdínov. Los miembros del mismo, Shkutin, Karaváiev,

Prásolov y Vúychich. El comandante de la fortaleza, Schukin. Petrov y Karaváiev, y tras ellos todos los demás,

se disponían a marcharse. - Haría falta que vinieran todos aquí -dijo

Vúychich. - ¿Quiénes? - Los del Estado Mayor de la división. Para que

nos contasen y ordenasen lo que quieren hacer -Vúychich torció el gesto en forzada sonrisa; se veía a las claras que pensaba otra cosa, completamente distinta a lo que decía. Pero su idea agradó a todos. Llamaron por teléfono al E.M. de la división y exigieron que Bielov y otros se presentasen inmediatamente en la fortaleza.

- No vienen los canallas, tienen miedo -masculló Karaváiev.

- Vendrán, si se lo pides mejor -le repuso zumbón Chéusov.

En el E.M. de la división nos pasamos la noche en vela. Hablamos por cable con Tashkent y les comunicamos las últimas noticias. Durante la noche vino dos veces de la fortaleza Aguidulin y, emocionado, nos contó que habían estado a punto de matar a Shegabutdínov; luego, nos dijo lo que se disponían a hacer los de la fortaleza. Cada media hora, desde distintos lugares, llegaban nuestras patrullas al E.M. y nos comunicaban por dónde merodeaban las patrullas borrachas de caballería de la fortaleza, los sitios en que atropellaban a la gente, cometían desmanes y practicaban arbitrarios registros… Estábamos, pues, al corriente de lo que ocurría. Más tarde telefonearon de la fortaleza:

- Que se presente Bielov inmediatamente. Eran las tres de la madrugada. Después de

pensarlo bien, decidimos prohibirle que fuera: - No vayas, esperemos hasta la mañana. Por la mañana volvieron a llamar: - ¡Que se presente! ¡La fortaleza lo exige! - Iré -declaró Bielov-. Me llevaré conmigo a Pável

Béresniev, e iré; de lo contrario, se creerán esos miserables que les tengo miedo.

Era otra situación y otra hora: las seis de la mañana. Ir a ver a aquellos borrachos a las tres de la madrugada constituía un peligro muchísimo mayor.

Ahora, los vapores del alcohol se habían disipado en gran parte.

Con Bielov fueron Bocharov, Kravchuk y Pátsinko. Antes de que partieran, les dimos un sinfín de consejos.

- Pável -ordenó Bielov a Béresniev por el camino-, en la fortaleza no te vayas de la lengua. No digas las verdaderas fuerzas que tenemos; si te preguntan, miente y dí que son treinta veces más...

- Bueno. Ya sé...

Page 117: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

115

Siguieron adelante en silencio. Béresniev respetaba a Bielov y creía que éste, por gratitud, le "defendería" ante el centro directivo y la Sección Especial.

Llegaron a la fortaleza. En la puerta, rodeado de sus alborotadores

compañeros, les recibió Karaváiev. - Bajad de los caballos y entregad las armas -dijo,

dirigiéndose a los recién llegados. - Mira, Karaváiev, déjate de eso -le repuso Bielov,

serio-. No es por no dar nuestros cuatro revólveres, pero, al fin y al cabo, venimos invitados..., como delegados, y con los delegados no se puede proceder así.

- Yo lo hago por usted, camarada Bielov -explicó con ironía Karaváiev-. Le guardo del peligro. Porque, ¿sabe usted?, las masas están muy alteradas, y alguien puede gritar: ¡sacudirle! Es decir, pegarle... Y usted..., en un momento de acaloramiento..., puede apuntar...

La multitud de sediciosos había rodeado estrechamente a los llegados. No había escape. Además, hacer fuego era inútil. ¿Para qué? Los muchachos, en silencio, se quitaron los revólveres y los entregaron.

El círculo de hombres aumentaba, cada vez se arremolinaban más. Karaváiev, alzando el tono intencionadamente para que le oyeran todos, preguntó ponzoñoso:

- ¿Qué, camarada Bielov, parecen éstos una banda de blancos como usted decía? Mírelos bien...

Y señaló con el dedo en derredor, como queriendo decir:

"¡Fíjate cuánta fuerza poseo!" Bielov callaba. Entonces, Karaváiev repitió más

fuerte, con mayor brusquedad: - ¿Es que se parecen, Bielov, a una banda de

blancos? En voz baja, severo, el preguntado le contestó: - No sé, hermano, no sé; así, al pronto, es difícil

determinar -y añadió con severidad aún mayor-: Bueno, llévanos al Consejo de Combate; allí nos están esperando seguramente, ya que nos han llamado.

El tono severo y tranquilo de Bielov desconcertó al instante a Karaváiev; no sabía qué decir más. Y cuando vio que echaba a andar seguro, con firmeza, y avanzaba entre la acallada multitud que le abría paso, se limitó a mascullar unas torpes palabras tras él; luego, se apresuró a darle alcance y le llevó al Consejo de Combate.

La habitación del Consejo de Combate estaba de bote en bote. Se encontraban allí todos sus miembros. Sabían que, de la fortaleza, debían llegar de un momento a otro los delegados, y los esperaban con impaciencia. Ante el centro de la mesa estaba instalado solemnemente el propio Chéusov. Apenas apareció en el umbral Bielov con sus camaradas,

Chéusov se dirigió a él: - Ya está aquí, le esperábamos. ¿Usted es el amo

de la división? - Yo no soy el amo, sino el jefe de la división -le

enmendó Bielov. - Lo mismo da -repuso Chéusov, un poco

intimidado. - Bueno -inquirió Bielov-. ¿Para qué nos habéis

llamado? Alrededor, los soldados rojos alargaban el cuello

para ver. Serios, atentos, escuchaban lo que allí se decía. Algunos comentaban sarcásticos:

- ¡Atiza!.. ¡Buena pesca!.. . No han caído más que peces gordos...

- Queremos preguntaros unas cosas -manifestó Chéusov-. Nosotros, por ejemplo, mandamos unos delegados al Estado Mayor, los vuestros también vinieron... Se llegó a un completo acuerdo pacífico... Os aseguramos que no queríamos derramamientos de sangre. Bien. ¿Y por qué, después de todo eso, el Estado Mayor ha puesto guardias en distintos sitios y dirigido sus ametralladoras contra la fortaleza?

- Eso es mentira -le atajó Bielov-. Nosotros no hemos emplazado ningunas ametralladoras contra la fortaleza. Mentira. Y en cuanto a los puestos de guardia en distintos sitios, vosotros también teníais puestos semejantes; se había creado una situación de tal naturaleza, que era preciso defender nuestro Estado Mayor...

- Hum... Bueno..., está bien -Chéusov se atusó los suaves y pomposos bigotes.

Estaba repantigado en la silla con aire de importancia, desempeñando con manifiesta fruición su nuevo e inesperado papel. Era tan grande la soberbia y altivez de toda su persona y ademanes, de su mirada y palabras, pronunciadas con negligencia, que en aquellos momentos se creía, sin duda, no un inquiridor vulgar, sino el más alto de los jueces.

- Bien, bien... ¿Y por qué -prosiguió, mirando de soslayo a Bielov-, hace unos días, habéis cargado de armas, unos carros y los habéis mandado no a cualquier parte, sino al lago Baljash precisamente?

- ¡Para armar a los kirguizes! -gritó alguien que estaba apoyado en la pared.

- ¿Qué estás diciendo? ¿A qué vienen esas necedades y mentiras? -repuso Bielov serio, clavando sus ojos en Chéusov-. ¿De dónde habéis sacado todo eso?

- Yo mismo lo he visto. - ¿Qué has visto tú mismo? - Como los cargaban... Sí... sí... - Mira, hermano, esto ya pasa de la raya... -Bielov

abrió los brazos, sorprendido, y alzó de súbito la voz-: Yo declaro, declaro terminantemente que en los últimos tiempos no he cargado ningunas armas ni las he enviado al Baljash... Todo eso es una invención...

De pronto, Karaváiev dio un puñetazo en la mesa: - ¿A qué escuchar más? Os están metiendo bolas,

Page 118: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

116

y vosotros abrís la oreja… Hay que ir ahora mismo al Estado Mayor y traerse a todos…

- Aguarda, aguarda, Karaváiev -le detuvo Chéusov-. Estáte quieto y cierra el pico.

El levantisco se apaciguó: en él las voces surtían siempre efecto.

- Tú, Karaváiev, espera, y usted -continuó Chéusov, dirigiéndose a Bielov- conteste a una preguntita más. ¿Cuántas ametralladoras tenéis en la Especial y en el Tribunal?

- ¡Yo qué sé! Ellos no están subordinados a mí -replicó Bielov con enfado-. Preguntárselo a ellos. ¿Qué tiene que ver el Estado Mayor en este caso?...

- ¡Basta ya de escucharles! -volvió a gritar alguien entre la multitud-. No dicen más que mentiras. Hay que meterles mano...

- Yo propongo -resonó la voz de bajo profundo de Bukin- que nos dejemos de conversaciones y que se encierre a Bielov y a los que vienen con él en una celda de castigo...

Se levantó de la mesa pesadamente, acercóse a Bielov, lo agarró del hombro y le dijo:

- Hala, vamos al despacho, estarás allí un ratito, y entretanto, nosotros solos resolveremos.

Bielov apartó bruscamente la mano de Bukin y gritó acalorado:

- ¿Qué es esto? ¡No intentéis tocarme! Sabed que, aunque nos arrestéis, aunque nos fusiléis, la revolución no se perderá, seguirá adelante... Pero entonces, lo vais a pasar mal... Y esta cuestión no se liquidará sin sangre, porque las fuerzas de la Sección Especial, del Tribunal y del Estado Mayor de la división no se os entregarán por las buenas... De modo que ya lo sabéis: ¡habrá lucha, habrá sangre! Y vosotros mismos mandasteis una delegación para declarar que estabais contra su derramamiento.

Todos se habían calmado y escuchaban con atención aquellas palabras, llenas de pasión y coraje.

- Yo propongo otra cosa -continuó Bielov- que vayamos juntos a hablar por cable con Tashkent, que llamemos al comandante en jefe, y si él permite que se desarme a nuestras fuerzas, hacerlo así... Entonces no habrá sangre. Id, intentadlo... ¡A ver qué os contestan "ellos"!

El discurso produjo impresión. En cuanto acabó Bierov, tomó la palabra Béresniev:

- Muchachos, os habla Pável Béresniev. Yo conozco a Bielov hace tiempo. Es una buena persona. El no miente. Nunca habla a humo de pajas. Hay que escucharle, porque se trata de un verdadero revolucionario... Sí...

Todo aquello -levantarse, soltar su parrafito, callarse, sentarse y apoyar la cabeza en la ancha palma de la mano- fue cosa de un instante.

Un segundo después, ya estaba interviniendo Merlín, el presidente del Comité Revolucionario del distrito.

- Camaradas, ¿veis mis botas rotas? -y alzó el pie,

calzado con una bota que tenía la suela colgando-. Os juro que no hacen falta violencias de ninguna clase. Creedme, como a un hombre que lleva trabajando muchos años en el Semirechie; conozca a Bielov desde hace tiempo, y sé que es una buena persona... Id en paz, camaradas, id en paz...

Balbuceó algo incoherente, innecesario, pero el estado de ánimo general había cambiado hacía rato, no quedaba ni resto de la pasada furia. Coincidieron en que, con Bielov, fueran al Estado Mayor de la división unos representantes del Consejo de Combate y que tomasen parte personalmente en las conversaciones con el centro.

Eligieron a Chéusov y a Karaváiev. Y para que no les ocurriese nada, dejaron en

rehenes en la fortaleza a Bocharov y Kravchuk. Pátsinko partió con Bielov, Chéusov fue también con ellos; Karaváiev, después de tomar una escolta de treinta hombres a caballo, les alcanzó en el camino. Cuando llegaban al Estado Mayor de la división, Karaváiev y Chéusov, temerosos de que abrieran fuego contra ellos, mandaron a Bielov ir delante; ellos le siguieron, mirando en derredor, ojo alerta, y entraron recelosos en el patio.

Se acercaron al aparato. Nosotros, los que habíamos quedado en el Estado Mayor, hicimos lo mismo.

Llamamos al Consejo Revolucionario del frente. Por la mañana temprano de aquel mismo día, es

decir, del 13, la organización del Partido en la ciudad se congregó cerca de su Comité. Los miembros de éste tenían ya en su poder la disposición del Comité Regional ordenando que se presentaran en el Consejo Militar. Pero ni siquiera pensaron en ello; desplegaron las banderas y se fueron derechos a la fortaleza. Allí les recibieron como a amigos queridos, con solemnidad y música. Representantes del Partido, por invitación del Consejo de Combate, trabajaban ya en el mismo de común acuerdo con los sediciosos. La fortaleza se sentía "revolucionaria" en cierto sentido. Y en realidad, ¡qué revolucionario resultaba aquello!

Allí tenían a su disposición a los comunistas, y, al parecer, estaban a partir un piñón con ellos; allí se podía gritar: "¡Abajo los comunistas!", mandar al otro barrio a los agentes de la contingentación de productos agrícolas, exigir el desarme de la Sección Especial y del Tribunal, destituir a todas las autoridades militares y civiles y establecer su Poder faccioso, de la fortaleza. ¡Aquéllos sí que eran comunistas! ¡Con ellos daba gusto actuar!

Por ello, los de la fortaleza tributaron tan gran recibimiento a la organización del Partido en la ciudad.

- Son de los nuestros -decidieron. Y no se equivocaban.

Hubo hasta solemnes discursos; se dirigieron mutuas finezas. El "alto honor" de hablar en nombre

Page 119: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

117

del Partido le cupo en suerte a Kirpo. No faltó el intercambio de amables mensajes

oficiales. Los de la fortaleza escribían: Al Comité Distrital y Urbano del Partido

El Consejo Militar Revolucionario Provisional invita al Partido a incorporar cuatro de sus miembros al mencionado Consejo.

Por el Presidente del CMR Provisional, F.

Shkutin, miembro del mismo, Krizenko, Prásolov,

Karaváiev, miembros del Consejo. La respuesta no se hizo esperar: El Comité Urbano del Partido designa a los

camaradas Menkov, Démchenko, Kirpo y Dublitski para que formen parte del Consejo Militar Revolucionario Provisional (Siguen nueve firmas).

En pocas palabras: se cumplieron todos los

"requisitos" necesarios. Uno de los enviados por el Partido, Dublitski, tomó el trabajo con tanto afán y celo, que poco después ya estaba sentado a la mesa con los facciosos, en el Consejo de Combate, elaborando ante la carta de operaciones el plan de ataque a la Sección Especial. Verdad es que se trataba de un muchacho que no tenía más que unos diez y nueve años. Más tarde, ante el Tribunal, reconoció sus yerros y pecados, pero durante todo aquel tiempo cometió no pocas fechorías, participando en otras acciones tan vergonzosas y viles como aquélla. En fin, que la fortaleza se sentía en "contacto" con los "comunistas" de la ciudad y hasta empezaba a ordenarles ásperamente de vez en cuando. Por ejemplo, a una asamblea tan respetable como la reunida en la Casa de la Libertad, la fortaleza le envió un documento bastante preciso:

NOTIFICACION El Consejo Militar Revolucionario Provisional de

la Región del Semirechie considera su deber notificar a la asamblea conjunta de todas las organizaciones, que se celebra en la Casa de la Libertad, que se la invita a presentarse en pleno en la fortaleza, no más tarde de las ocho de la mañana, para resolver las cuestiones más candentes entre los soldados rojos. Caso de no presentarse, se tomarán por el Consejo medidas, considerándolo como insubordinación frente al Poder soviético, a cuya cabeza se encuentra el Consejo Militar Revolucionario Provisional de la Región del Semirechie.

Fortaleza, 13 de junio de 1920, 6 de la mañana. El Presidente del Consejo Militar Revolucionario

Provisional (firmado). El Vicepresidente (firmado). El Secretario (firmado). "Los del Partido" de Vierni lo soportaban todo sin

rechistar, el freno que les habían puesto los de la fortaleza les venía muy a la medida. Por algo el presidente del Comité Distrital y Urbano había telegrafiado a Tashkent que todo estaba tranquilo y no se necesitaba ayuda alguna.

Y en realidad, ¿qué ayuda necesitaban ellos? ¿Para qué la querían? Pues en medio de todo aquel desorden se sentían como el pez en el agua.

En la fortaleza, durante el vil interrogatorio de Bielov por Chéusov, a los representantes del Partido ni siquiera se les ocurrió alzar su voz de protesta, señalar lo intolerable de semejante acción; permanecieron callados, riéndose, en unión de los facciosos, de cada respuesta de Bielov.

Únicamente Merlín intervino torpemente, sacando a relucir sus "botas rotas", pero hasta eso lo hizo con servilismo, implorando al modo cristiano.

Los rehenes -Kravchuk y Bocharov- fueron metidos en la cárcel poco después... Un hatajo de bribones desmandados encarcelaba a unos camaradas del Partido, y los "representantes de Partido" permanecían al margen, riéndose de los detenidos, sin decir ni una palabra en defensa de ellos. ¡Buenos "comunistas" estaban hechos!

Para hablar por cable directo, en compañía de Chéusov y Karaváiev, habían llegado tres de los suyos: Démchenko, Menkov y Dublitski. Tashkent contestaba.

Con bastante anterioridad, inmediatamente después de la reunión de la víspera en la Brigada Kirguiza, habíamos comunicado al centro todas las resoluciones adoptadas con respecto a los doce puntos. Pero les hacíamos la advertencia de que, aunque habíamos decidido aquello, no creíamos lo más mínimo en la eficacia de tales resoluciones, ya que los hombres de la fortaleza, en su conjunto, no pensaban de igual manera que la delegación, y no les costaba ningún trabajo ciscarse en los acuerdos de cualquiera de sus delegaciones.

Cuando se presentaron los cabecillas facciosos en el Estado Mayor, antes de hablar por telégrafo, celebramos con ellos una reunión en la que les propusimos ponernos de acuerdo para transmitir al centro directivo una sola "opinión conjunta". Esta reunión no se diferenció en nada de otras semejantes: los sediciosos machacaron en ella sobre los mismos temas y con igual tesón que siempre. Y también nos "pusimos de acuerdo" en algo. Nos acercamos al aparato. No todos los textos de esas conferencias telegráficas se conservan plenamente. De algunas sólo que dan fragmentos55.

Por lo visto, antes de que nosotros nos acercásemos a hablar, alguno de nuestros camaradas había tenido con Tashkent la siguiente conversación:

- Llame al aparato a Novitski, ¡le necesitamos inmediatamente!

55 Además, con frecuencia, las palabras están equivocadas o aparecen cambiadas expresiones enteras.

Page 120: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

118

- Junto al aparato, están Novitski, Ibraguímov, miembro del Comité Ejecutivo Central del Turkestán, y Bíserov, presidente del mismo. Los demás miembros no han venido todavía...

- Al aparato, el secretario del Delegado... La situación es crítica en extremo. El Consejo de Combate faccioso ha presentado un ultimátum exigiendo la entrega del poder militar al comandante en jefe nombrado por ellos... Se disponen a detener a los funcionarios responsables... Los sediciosos han puesto guardias en todas las salidas de Viemi... La situación es muy grave. Han encontrado alcohol en cantidad suficiente, y son de esperar consecuencias lamentables... Digan si debemos esperar aquí a que nos detengan o marcharnos a las montañas.

Nosotros no habíamos autorizado a nadie a mantener una conversación semejante, y mucho menos a hacer aquella necia pregunta de si se debía "esperar la detención o huir a las montañas”.

¿Cómo lo iban a saber en Tashkent? Nosotros mismos veríamos mejor hasta qué momento había que permanecer en nuestros puestos y cuándo era conveniente huir. Pero era tan grande la agitación en aquel entonces, que se acercaban al telégrafo casi todos y entablaban las más irresponsables y absurdas conversaciones. Al principio, no sabíamos esto. Únicamente nos enteramos cuando se quejaron los telegrafistas:

- Estamos rendidos, camaradas. No hacen más que hablar todos...

- ¿Cómo que todos? -preguntamos asombrados. - Así es: pasan por aquí, se vuelven y empiezan a

disparar palabras... Por cierto, que algún curioso que otro también

solía hacer desde Tashkent diversas preguntas: - ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo van las cosas? Y le respondía el primero que se encontraba cerca

del aparato. Pero todo no se podía prever a un tiempo.

La conversación aquella no terminó con lo de "la huida a las montañas". Se conservan algunos fragmentos más:

- Al aparato, Kúibyshev e Ibraguímov, miembros del Consejo Militar Revolucionario; Bíserov, Presidente del Comité Ejecutivo Central del Turkestán, y Liubímov, Presidente del Consejo de Comisarios; el camarada Frunze viene ahora...

- Insistan en que se nombre a Bielov comandante en jefe de las tropas -aconsejaba a Tashkent alguien de Vierni- y contesten a la última pregunta (es decir, a la de la huida a las montañas).

- Ahora recibirá respuesta por el aparato. Novitski.

- Está bien. Esperamos. - Los que han llegado al aparato están leyendo la

comunicación de ustedes. Novitski. Bien. Dennos la respuesta... - Hasta que no acaben de leer, no podemos

contestarle... Han llamado ustedes a muchas personas, y todas ellas deben enterarse de esta conversación.

Por lo visto, en aquel momento terminó nuestra reunión; el que estaba hablando por el cable lo supo, y se apresuró a transmitir:

- La reunión ha terminado... Si no pueden decírnoslo, nos marchamos...

De Tashkent se apresuraron también: - Ha llegado al aparato Frunze, ahora empezamos

a darles la respuesta... Pero sin duda era ya tarde; el que hablaba desde

Vierni dictó con premura: - Esperen... Se acercan al aparato Fúrmanov y

Bielov. Tras ellos están los sublevados. Ténganlo en cuenta en la conversación; por eso no hace falta de momento la respuesta.

- Comprendido. Lo tendremos todo en cuenta -aseguró Tashkent.

Nos acercamos y le pedimos a Tashkent: - Dígannos quiénes están junto al aparato, y

mencionen a todos. De allí contestaron: - Mencionen ustedes primero quiénes lo piden. - Junto al aparato están Fúrmanov, Bielov y

Pózdnyshev; Masarski, jefe de la Sección Especial; Pátsinko, presidente del Comité Revolucionario de la Región; Chéusov y Shegabutdínov, miembros del llamado Consejo Militar Revolucionario, organizado en la fortaleza; también se encuentran aquí Mameliuk, comisario especial de avituallamiento de la división, y algunos funcionarios responsables. Habla Fúrmanov. En varias reuniones... se ha puesto en claro lo siguiente: la cuestión más candente para las masas sublevadas es la del desarme de la SE y del TMR56 y la entrega de todo el armamento a la fortaleza. En la reunión conjunta del Consejo Militar y del Consejo Militar Revolucionario que acaba de celebrarse se han aceptado, condicionalmente, dos proposiciones.

[Primera]. Dejar en cada una de esas organizaciones (es decir en la SE y en el TMR) quince hombres y [utilizar] el resto para completar la sección de Estado Mayor con todo su armamento, excepto las ametralladoras, que se entregarán sin falta a la fortaleza, tanto más considerando que una ametralladora de la SE no tiene ya cerrojo por habérselo llevado el ametrallador cuando se pasó a la fortaleza.

[Segunda]. Si las masas no aceptan esta proposición y exigen el desarme completo de esas fuerzas y la entrega de todo su armamento a la fortaleza, la situación creada nos obligará a acceder a todo y a enviar a prestar servicio en la SE y en el TMR a los hombres del batallón de guardia. El Consejo Militar y el Consejo Militar Revolucionario defenderán tenazmente la primera propuesta, pero, en

56 Tribunal Militar Revolucionario (N. del T.)

Page 121: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

119

último extremo, transigirán con la segunda. La siguiente cuestión de importancia es la

organización del Poder, tanto civil como militar. En la actualidad tenemos una dualidad de poderes con la que ambas partes desean terminar, pero recomendando para ello métodos distintos. Una cosa es el acuerdo entre el Consejo Militar y el Consejo Militar Revolucionario, y otra nuestro acuerdo común con las masas.

Nosotros, las organizaciones, nos hemos puesto de acuerdo en lo siguiente: fusionar el Consejo Militar Revolucionario con el Comité Revolucionario de la Región y el Consejo Militar. Volver a sus lugares al batallón de guardia y al batallón del veintisiete regimiento, dejando [solamente] en la fortaleza la guardia necesaria. Hacer saber a la población, ampliamente, todo esto. Si esta propuesta no es aceptada por las masas, continuará existiendo, a la cabeza de todo el Poder militar y civil, el arbitrario CMR. La diferencia entre las organizaciones estatales y las arbitrariamente constituidas, explicada ya a los delegados, será también explicada a las masas. Los delegados han sido advertidos de que, caso de ser liquidado el Poder estatal, el centro directivo actuará enviando desde Tashkent autos blindados y con los ejércitos de Siberia que se encuentran en las inmediaciones de Liepsy, los cuales están integrados por obreros y campesinos, hombres que no acostumbran a tolerar el derrocamiento de [sus] instituciones estatales. Esperamos nos envíen respuesta a dos cuestiones: a la primera, la del desarme de la SE y el TMR, y a la segunda, la de la organización del Poder. Fúrmanov y los demás. Digan, ¿quiénes están junto al aparato? Sería conveniente la presencia del jefe de la Sección Especial y del presidente del Tribunal Militar Revolucionario.

- Junto al aparato están Frunze, Comandante en Jefe del Frente; Kúibyshev, Ibraguímov y Liubímov, miembros del Consejo Militar Revolucionario; Bíserov, presidente del Comité Ejecutivo Central del Turkestán y el presidente de la Sección Especial del Frente. Habla el Comandante en Jefe. Por los datos y documentos facilitados al Consejo Militar Revolucionario del Frente, está [claro] que los órganos locales del Poder, tanto militar como civil, han cometido algunos errores. Esto se refiere en particular, como se desprende de la declaración de la guarnición, a la permanencia en Vierni de los oficiales que se pasaron a nosotros y, además, a la actuación de la SE. Dichos errores ya han sido tenidos en cuenta por el Frente, y se ha dado orden de que los mencionados oficiales sean trasladados a Tashkent para su envío ulterior a Rusia; en cuanto a la SE, hace ya una semana que ha salido de Tashkent el nuevo jefe de la misma, Sokolovski. Como la declaración de la guarnición se refiere a diversas acciones, deben hacerse constar las faltas de ese

género y tenerlas en cuenta. Y puesto que se plantea la cuestión de crear nuevos órganos de Poder al arbitrio de unas cuantas unidades, el Consejo Militar Revolucionario [del Frente] considera que esto es absolutamente intolerable. [Como] medidas prácticas para mejorar la labor de los órganos locales, así como la situación de las unidades, deberán adoptarse, entre otras, las siguientes: Primero. Se confirma una vez más el traslado a Tashkent de los oficiales que se pasaron a nosotros. Segundo. Respecto al armamento de la población, se confirma la orden del Frente, según la cual deberán ser organizadas unidades de instrucción militar, que prestarán los servicios de guardia de la ciudad y serán al propio tiempo reservas de las unidades de campaña; en cuanto al armamento de la población en forma desorganizada, sin mirar cómo y a quién se arma, no deberá realizarse. Tercero. La organización del Poder soviético en los distintos lugares es una tarea inmediata del Poder soviético en el Turkestán y para resolver esta cuestión han sido convocados todos los congresos que se celebrarán en breve, tanto en los distintos lugares como en el centro; como resultado de dichos congresos, confiamos en crear un buen aparato del Poder obrero y campesino en el Turkestán. Cuarto. Todas las propuestas relativas al mejoramiento de la labor de los órganos locales del Poder, deberán ser puestas en práctica inmediatamente. Quinto. La ayuda a la población de Liepsy, arruinada por la guerra, se considera como la primera tarea del Poder soviético, y a este problema deberá dedicarse especial atención, de acuerdo con nuestras órdenes anteriores. En lo referente a la SE y al TMR, el Consejo Militar Revolucionario del Frente estará de acuerdo con el CM únicamente en el caso de que las unidades que queden se fusionen con la sección de Estado Mayor de la división, conservando su armamento. La cuestión de los órganos de Poder sólo puede ser resuelta a base de las instrucciones que ya hemos dado y deberá ser sancionada por el Poder central. El nuevo órgano debe estar integrado por hombres que el Frente conozca; en tal caso, se autorizará al Consejo Militar a proponer candidaturas de personas que gocen de la confianza de la guarnición y a presentarlas también al Consejo Militar Revolucionario del Frente para su confirmación. Esto se refiere igualmente al Comité Revolucionario de la región. Tanto en uno como en otro caso, se mantendrá la forma actual de dar órdenes y de responder ante todas las masas obreras y campesinas de la República. Toda la labor operativa y la facultad de dar órdenes seguirán correspondiendo al jefe de la división, Bielov; asimismo las órdenes del Comité Revolucionario de la región continuarán siendo dadas por su actual presidente. El Consejo Militar Revolucionario considera que existen ciertas actividades de gentes que ven con alegría la posibilidad de asestar un golpe

Page 122: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

120

a la Rusia Soviética y de crearle dificultades en la lucha contra la nobleza polaca, y exige que se explique [esto] a los soldados rojos. Estoy seguro de que su intuición de obreros y campesinos indicará a cada uno de ellos que es necesario acabar inmediatamente, a base de las instrucciones dadas, con todo lo que está ocurriendo. En particular, confirmo mi orden de operaciones sobre el traslado de algunas unidades a Ferganá, donde en la lucha contra los bandidos basmaches se agotan los obreros y los campesinos, esperando la fraternal ayuda del Semirechie. Confirmo una vez más la necesidad de restablecer el orden, asegurando que, en caso de cumplirse esta orden y de volver al trabajo, no habrá persecuciones de ningún género; pero si no se cumple la orden y entre las unidades se encuentran gentes capaces de asestar a la Rusia Soviética una puñalada por la espalda, no gastaremos palabras con ellos, los trataremos como a verdugos de Rusia. Los obreros de Rusia y las tropas del Frente, como representantes suyos, les obligarán a respetarla. Próximamente yo, como Comandante en Jefe del Frente e hijo del Semirechie, iré a Vierni. El Consejo Militar Revolucionario del Frente espera inmediata respuesta a estas demandas suyas. Frunze, Comandante en Jefe; Kúibyshev, miembro del CMR.

- Habla Fúrmanov en presencia de los representantes del Consejo Militar y del Consejo Revolucionario de la fortaleza. Todo lo que han transmitido será aceptado y cumplido inmediatamente. Ahora estudiaremos esas cuestiones en una reunión conjunta de responsables militares y civiles; luego, las comunicaremos a todos los soldados rojos que se encuentran en la fortaleza; les daremos cuenta de los resultados. Creemos que uno de los miembros del Consejo Militar [del Frente] debe estar cerca del aparato para que no se demoren las respuestas más urgentes.

- Habrá una guardia; podrán hablar con el camarada Malinovski y con el camarada Novitski, como sustitutos nuestros. Les comunico para su conocimiento que se acaba de recibir un radiograma de Moscú sobre la toma de Kiev por nuestras tropas y el viraje decisivo a nuestro favor que se ha producido en la lucha; la nobleza polaca, enfurecida, ha destruido una gran parte de la ciudad, fábricas, centrales eléctricas, e incluso la catedral y el monasterio de Kíev -Pechery-. ¿Saben ustedes que ha estallado en Persia una revolución comunista, que se ha formado en Resht un gobierno provisional y que los ingleses y los negociantes abandonan [la ciudad]? Esta circunstancia debe hacernos fijar especialmente la atención en la frontera afgano-persa. El buen juicio y el sentido [del honor] de la 3a división le indicarán cuál ha de ser su sitio en las filas del glorioso Ejército obrero y campesino...

Debió haber alguna conversación más, pero la cinta estaba cortada en aquel lugar. Después de

aquella conferencia telegráfica, organizamos inmediatamente, en el E.M. de la división, una reunión relámpago en la que examinamos todo lo que nos había dicho Tashkent, y acordamos ir a la fortaleza, convocar allí una asamblea general y que uno de nosotros hiciera ante ella un amplio informe, tanto sobre la reunión de la víspera en la Brigada Kirguiza como para explicar las órdenes que acabábamos de recibir del centro directivo.

La elección recayó en mí. Los muchachos me tributaron una afectuosa despedida, inyectándome ánimos y energía: me despedían como si presintieran que todo el asunto iba a tomar otro giro. Mameliuk y Pátsinko se dirigieron también a la fortaleza. Chéusov y sus acompañantes se habían marchado con anterioridad; nosotros esperamos a fin de cambiar impresiones y trazar nuestra línea de conducta.

Shegabutdínov se quedó en el E.M. de la división; no regresó con Chéusov a la fortaleza ni volvió a aparecer por allí: hasta el final de la sublevación, permaneció en el Consejo Militar, sin abandonarlo ni un instante.

En la hora y media o dos horas de que disponíamos, antes de ir a la asamblea de la fortaleza, nos pusimos en comunicación y hablamos con Pishpek. Por aquel tiempo, se encontraba también allí Kondurushkin. En toda la región, no habíamos podido establecer contacto con ninguna otra cabeza de distrito, pues no sabíamos en quién confiar.

La única esperanza era Pishpek. Mandamos allá un telegrama, dirigido a Okotov, muchacho leal, jefe del destacamento de la Sección Especial:

Militar. A transmitir en primer término. Oriental

El batallón sublevado del veintisiete regimiento, unido a otras unidades de la guarnición, se ha apoderado de la fortaleza e intenta proclamarse poder supremo. De Tashkent viene en ayuda nuestra el treinta y ocho destacamento blindado y una compañía del frente en camiones. En cuanto lleguen a Pishpek, hágamelo saber inmediatamente, por despacho cifrado, y reténgalos ahí hasta nueva orden. El presente telegrama le servirá de credencial para actuar. Tome medidas para que no les ocurra nada semejante. Comuníquelo a Zinóviev y a otros funcionarios de confianza. N° 900.

El delegado del CMR del Frente del Turkestán, Fúrmanov.

Okotov dio inmediatamente el toque de alarma,

convocó a los funcionarios responsables y, en primer lugar, en vista de lo extraordinariamente secreta que iba a ser la reunión, les hizo firmar a todos un documento terrible. Helo aquí:

DECLARACION Los abajo firmantes, asistentes a la reunión

Page 123: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

121

completamente secreta del 13 de junio de 1920, a las 8 de la noche, convocada por el jefe del destacamento de la Sección Especial, se comprometen por el presente documento a conservar en el más riguroso secreto todo cuanto se hable y todas las misiones que se encomienden. Por el quebrantamiento del secreto, nos condenamos al fusilamiento.

1. Okotov, 2. Borzunov, 3. Shapoválov, 4. (ilegible), 5. Zhimánov, 6. (ilegible), 7. Aidarbékev, 8. V. Sópov, 9. Bulavin, 10. Kara-Murzá, 11. Kondurushkin, 12. (ilegible), 13. (ilegible), 14. Súdoroguin, 15. (ilegible), 16. Zinóviev.

E inmediatamente eligieron un órgano de acción:

el Estado Mayor Secreto, de lo que levantaron la siguiente acta:

ACTA N° 1 De la asamblea general de activistas de la

organización del Partido Comunista de Rusia en

Pishpek, bajo la presidencia de Okotov. 13 de junio

de 1920.

Después del informe de Okotov sobre los motivos de la reunión de activistas, se procede a la elección de un Estado Mayor Secreto, cuyo jefe tendrá derecho a resolver por sí solo todas las cuestiones. Para ayudarle, es preciso elegir un auxiliar y un ayudante.

Terminada la discusión, son elegidos: jefe del Estado Mayor, el camarada Okotov. Auxiliar del jefe, Kara-Murzá. Ayudante, Gólub.

La reunión se celebró al anochecer. Redactaron una orden, y a la mañana siguiente la

pegaron por todas las esquinas de la ciudad. Transcribimos plenamente este memorable

documento: ORDEN N° 1 14 de junio de 1920.

Por la presente se hace saber que, a partir de este momento, se declara el estado de guerra en la ciudad de Pishpek.

Todo el Poder en la ciudad pasa a manos de un Estado Mayor integrado por el camarada Okotov, jefe del mismo, Kara-Murzá, auxiliar suyo, y el camarada Gólub, ayudante. Ninguna orden de la capital de la región será cumplida sin el conocimiento del Estado Mayor.

Se prohíben hasta nueva orden toda clase de reuniones, mítines, veladas y esparcimientos.

Durante el estado de guerra queda prohibido el toque de campanas y la celebración de oficios en las iglesias.

Se prohíbe la salida de la ciudad sin salvoconducto; los infractores serán fusilados sin formación de causa.

Se nombra al camarada Shapoválov comandante

en jefe de todas las fuerzas armadas de los distritos de Pishpek, Narín y Przhevalsk; sus órdenes sólo serán válidas cuando vayan refrendados por el jefe del Estado Mayor o su auxiliar.

Se nombra jefe de las Milicias de la ciudad y del distrito al camarada Sniguiriov, y al camarada Zhevakin, jefe de la guarnición.

Queda prohibida toda transmisión y recepción de telegramas sin autorización del Estado Mayor.

Todas las fuerzas militares de la ciudad de Pishpek y de los distritos de Pishpek, Tokmak, Narin y Przhevalsk quedan subordinadas por completo al Estado Mayor de la ciudad de Pishpek.

Todas las infracciones en el servicio de guardia, las faltas de disciplina, la insubordinación frente al Estado Mayor o el incumplimiento de alguno de los puntos de la presente orden, serán castigados con el fusilamiento inmediato.

Todos los comunistas y funcionarios de las instituciones soviéticas continuarán en sus puestos y cumplirán incondicionalmente las órdenes del Estado Mayor.

Hasta el levantamiento del estado de guerra, el Comité Revolucionario pasa a depender del Estado Mayor y sólo cumplirá las indicaciones de éste. -Firman el original: el jefe del Estado Mayor, P.

Okotov; su auxiliar, Kara-Murzá; el ayudante, @.

Gólub. Nos habíamos puesto en comunicación con

Pishpek -ya no recuerdo lo que averiguamos ni las advertencias que les hicimos-, llevábamos a cabo nuestro trabajo a espaldas del Consejo de Combate. Por cierto que éste nos pagaba con la misma moneda.

Una cosa eran las conversaciones oficiales con nosotros y las reuniones de todo género, y otra la labor que los "combativos" realizaban desde su Consejo sin desperdiciar ni un minuto. Movíase especialmente el "General en Jefe" de la fortaleza, Petrov, al que le tenían completamente sin cuidado todas las reuniones y conferencias habidas y por haber: no las reconocía, hacía caso omiso de todos sus acuerdos y no asistía a ninguna de ellas; en unión de Karaváiev, Bukin y Vúychich, estaba siempre metido entre las masas sublevadas, llevando a cabo allí algún trabajo, entregado a él por entero.

Ante todo, determinó qué tipo de unidades debía haber en la fortaleza, cómo reorganizarlas, desplegarlas y completarlas.

Indagaba todas las posibilidades -las suyas y las nuestras-, encontraba comandantes apropiados para las unidades y los ponía al frente de ellas, era, en fin, el alma de la fortaleza, su verdadero organizador. Había acudido allí gente de toda condición y de todas partes: fugitivos de Liepsy y de Kopal; individuos soltados de los calabozos de la Sección Especial y del Tribunal o que se escondían para no ir a parar a ellos; amos y patroncitos, con el riñón bien cubierto,

Page 124: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

122

que venían de los pueblos cercanos y lejanos, unas veces a quejarse de los "abusos de las autoridades soviéticas", otras por armas o, simplemente, a pescar algo en aquel río revuelto o a visitar a sus amigos y parientes. Encontrábanse también en aquel recinto hombres de distintos destacamentos, de la Sección del Estado Mayor, del cuerpo de guardia del mismo, de la Especial y del Tribunal, pasados a los facciosos, así como otros militares a quienes se había arrestado alguna vez, en general, sujetos que habían sido castigados por los órganos de represión soviéticos; también llegaban inválidos, a ver si caía algo... En fin, se había acumulado allí abundante materia capaz de hacer explosión, como un barril de pólvora, a la primera chispa. Y había que andar con mucho cuidado con aquella materia explosiva, pues al menor tropezón, podía volar todo por los aires.

Toda aquella muchedumbre se agitaba iracunda y siniestra; en su memoria revivían diversos recuerdos sobre "el bandolerismo de los sovieteros" (¡sin olvidar la contingentación de productos agrícolas!); el descontento caldeaba la atmósfera y amenazaba con romper el dique de la paciencia y desbordarse en impetuoso y arrollador torrente.

Petrov, Karaváiev, Bukin, Vúychich y Chernov constituían el grupo de los llamados "activistas"; no tenían el menor deseo de hablar ni de unirse a nadie, todo lo querían hacer ellos solos.

Querían, pero... no se decidían. Les faltaba solamente algún pequeño resorte que, al apretarlo, hiciese funcionar de un modo nuevo, completamente nuevo, toda la máquina de la fortaleza. Expresaban su descontento manifiesto por el hecho de que el Consejo de Combate tuviese trato con el Estado Mayor de la división e incluso gastase con él cumplidos, pero se limitaban al descontento, a lanzar maldiciones. La mayoría del Consejo de Combate -los Nevrótov, los Fomenko, los Prasólov y otros por el estilo- no siempre estaba conforme con ellos. Estos cifraban al parecer todas sus esperanzas en la llegada del 26° regimiento y aplazaban hasta entonces todas sus acciones. ¡Ahí estaba la solución del asunto!

Y entretanto, se dedicaban a lanzar órdenes. La N° 3 se refería al nombramiento del

Comandante en Jefe. Esta orden la había dado el Consejo de Combate. Y ahora el "Comandante en Jefe" daba la primera suya con el N° 4, considerando por lo visto que no era preciso establecer una numeración aparte.

El documento decía: ORDEN N° 4 A las tropas de la región del Semirechie. 13 de

junio de 1920.

§ 1 Ordeno a todos los comandantes de los

regimientos y de las compañías, así como a los jefes de los destacamentos, que se abstengan de actuar por

su propia cuenta y comuniquen esta decisión a sus unidades. Caso de incumplimiento de esta orden, serán entregados a los tribunales.

§2 Se nombra al camarada P. Borozdin Jefe del

Estado Mayor de las tropas. §3 Se nombra Secretario del Estado Mayor de las

tropas al camarada Kruglov. §4 Ordeno a los comandantes de los regimientos que

pongan inmediatamente sus unidades en disposición de combate.

Firman el original: El Comandante en Jefe de las tropas, Petrov. El Comisario Militar, Chernov. Coincide con el original: el jefe del Estado

Mayor, P. Borozdin. Ya ven, se ordenaba ya poner los regimientos en

disposición de combate. Lo que significaba solamente una cosa: que "los activistas" se disponían a actuar. Se conserva además otro documento muy característico de ese mismo día, que dio Petrov a uno de sus bravos muchachos y que ya no se refería en absoluto a la "disposición de combate", sino a... los productos alimenticios. Reza así:

CREDENCIAL El soldado rojo Saveli Isáenko, jefe de un

destacamento de 50 hombres, está autorizado para perseguir y detener a la comisión que ha sido enviada a los pueblos del distrito de Vierni, hasta el pueblo de Záitsevski, para efectuar toda clase de requisas.

Lo que suscribimos y sellamos. Vierni

13 de junio de 1920.

El Comandante en Jefe de las tropas de la región del Semirechie, Petrov.

El Comisario Militar, Chernov. Vº.Bº El Jefe del Estado Mayor, P. Borozdin. Grande era, pues, el campo de acción del

Comandante en Jefe: abarcaba desde la organización de las fuerzas para la ofensiva hasta la lucha contra... ¡la contingentación de productos agrícolas!

Al propio tiempo, Chéusov, presidente del Consejo de Combate, establecía o reanudaba el contacto con los pueblos y aldeas. A este respecto, se conserva la correspondencia, muy significativa, del mencionado Consejo con el Comité Revolucionario de Alexéievo. La fortaleza escribía ya el día 12:

Secreto. Urgente. Particular.

Al C.R. de Alexéievo.

El Consejo Provisional Militar Revolucionario de Combate os comunica para vuestro conocimiento que en la ciudad reinan la tranquilidad y el orden.

Page 125: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

123

Comunicadnos con la mayor urgencia, enviando un correo a caballo, cómo marchan ahí las cosas y no olvidéis, camaradas, que tenéis que estar preparados para empuñar las armas, como un solo hombre, a nuestro primer llamamiento.

Firmado. Contestó a la misiva la Comisión Militar del

término municipal de Alexéievo. En la garrapateada respuesta se decía:

Comisión Militar del término municipal de

Alexéievo. Distrito de Vierni 13 de junio de 1920.

N° 131 Alexéievo. Al Presidente del Consejo Militar Revolucionario

de la región del Semirechie. En respuesta a su comunicación del 12 de junio de

1920 en la que pedía que no se entregasen armas sin su conocimiento y que se quitase a los taranchís las que éstos habían arrebatado a los campesinos, pongo en su conocimiento que, por medio de negociaciones pacíficas, les he retirado: 5 fusiles, 9 mosquetones, 375 cartuchos y dos granadas de mano. El propio presidente del Comité Revolucionario del término municipal de Karasuk, Yusúpov, huyó por la noche a Vierni, según rumores, con dos de sus secuaces, llevándose consigo 5 revólveres y unos fusiles, dos de ellos de 7,6 milímetros. La moral, tanto de los taranchís como de los rusos, es muy buena, por todas partes hay tranquilidad y orden; pedimos nos comunique las novedades de ahí. Por ahora no tenemos miedo: nuestra organización es buena. Si necesitan ayuda, pidánnosla. Les daremos reservas. De todo lo demás le informará el camarada Lejtin.

La Comisión Militar del término municipal de Alexéievo. (Firmado).

La fortaleza acumulaba fuerzas. Establecía

contactos. Se organizaba. Se iba poniendo "en disposición de combate". Sus fuerzas aumentaban no por horas, sino por minutos. En cambio las nuestras se habían esfumado por completo. Sólo nos quedaba un puñado de hombres que, en realidad, no podían ya hacer nada. El único valor positivo que tenía aquel puñado de hombres era que no habían perdido la serenidad ni los ánimos; trabajaban estrechamente unidos, infatigables, comprendiendo bien la psicología de la encrespada multitud y maniobrando en consonancia con ello. Y nada más. Pero aquel "nada más" resultó ser suficiente.

Llegó la hora; era preciso dirigirse a la fortaleza. Los amigos nos despidieron con fuertes apretones de manos y nos desearon éxito; partimos. Durante todo el camino, Mameliuk y yo fuimos deliberando sobre la forma en que debíamos comportarnos y lo que

teníamos que decir. Convinimos también que, después de que yo hiciera el informe general, hablaría él sobre cuestiones del suministro y avituallamiento de la división y dedicaría unas palabras a la asamblea de la víspera en la Casa de la Libertad.

Pero de nada sirvió nuestro convenio, pues las circunstancias lo hicieron añicos antes de tiempo.

Al entrar en la fortaleza, nos recibieron los miembros del Consejo de Combate. Nos examinaron con detenimiento. No traíamos armas intencionadamente, pues sabíamos que de todos modos nos las iban a quitar. Entramos. Y al punto, insistimos en que inmediatamente se celebrase un mitin en el patio. La fortaleza se puso al instante en movimiento. Poco después, todos sabían que se había acordado celebrar una asamblea y corrían ya presurosos, hacia el centro de la fortaleza, para ocupar un sitio lo más cerca posible del carro desde donde se pronunciarían los discursos.

... Ya se ha congregado una multitud armada, de varios miles de individuos, que se agolpa fragorosa, rugiente como una manada de fieras hambrientas. Los descontentos son aquí… ¡el cien por cien! Cada uno tiene algún agravio, guarda algún rencor contra el Poder soviético: unos, porque se los llevan al frente contra su voluntad, alejándolos de la casa; otros, por lo de la contingentación de los productos agrícolas; éste, porque quiere vengarse del Tribunal o de la Especial, y no le dejan; ése, porque no le han calzado a tiempo; aquél, porque no le han permitido echar la zarpa a algo; el de más allá, porque no le gusta el nuevo régimen... En fin, todos y cada uno están endemoniados.

¡Y anda, métete de cabeza en semejante infierno! Ya han venido todos los cabecillas, rodean el

carro. Bukin se sube a él y declara con voz tajante, sonora:

- Se abre la asamblea. Hoy vamos a discutir aquí las cuestiones de que habla Tashkent... el Comandante en Jefe de allá y los miembros del Consejo Revolucionario... Se concede la palabra al presidente del Consejo Militar de la división...

Y menciona mi apellido. Me levanto, me yergo cuanto puedo; mi mirada abarca un encrespado mar de cabezas y se desliza luego por los rostros cercanos: hostiles y ceñudos, no auguran nada bueno.

¿Cómo domeñar a la turbamulta sublevada? ¿Cómo lograr que este informe oficial se convierta en discurso de agitación que nos preste un buen servicio?

Ante todo, hay que presentarse ante la asamblea facciosa como corresponde a los fuertes, que con su presencia parecen ya decir: No os vayáis a creer que vienen a veros temerosos, con la cabeza baja, unos infelices representantes de un mísero Consejo Militar, desvalidos, abandonados por todos y derrotados por completo... Tal vez os figuréis que

Page 126: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

124

van a imploraras perdón y clemencia. ¡Nada de eso! Vienen a veros los delegados del más alto Poder de la región, del Consejo Militar, que está respaldado por la fuerza, no tiembla en absoluto y no llega aquí como un lacayo o un mendigo, sino como un maestro, como un Poder solvente. Y os va a decir cuál es su voluntad, la voluntad inflexible del Consejo Militar.

Concretando: hay que hablar con firmeza y seguridad, como corresponde a los fuertes, sin la menor concesión ni titubeo alguno. Esto es lo primero: tener firmeza y no ceder en lo fundamental.

Y lo segundo, no perderle la cara ni un instante a la multitud, observar con sostenida atención a toda ella a un tiempo, para ver todas sus reacciones; habla, sí, pero escucha también a la par los gritos y exclamaciones de aprobación o descontento, y discierne en el acto si reflejan la opinión de la mayoría o son sólo impotentes intentos de individuos aislados. Si es la mayoría la que protesta, refrénala, tirando más de las riendas; si son bichos sueltos, empieza por paralizarlos, espurréalos con venenosa bilis, sácales los ojos, arráncales la lengua para dejarlos inofensivos, ciegos, y córtales la cabeza; luego, capta en un segundo el nuevo estado de ánimo de la multitud y rígete inmediatamente por él; la muchedumbre se tornará más amenazadora o tenderá a encalmarse e irá perdiendo cada vez más su furor inicial. En cuanto captes esto, comprenderás lo que has de hacer: tener en tus acciones la agilidad de la pantera y la viveza del ratón.

Si sube la furia, si se aproxima la tormenta y sientes ya su aliento cercano, ármate de valor y, con la lanza del pensamiento, ábrete camino; pero no por la carretera ancha del combate, sino por los escondidos senderos apenas perceptibles, de las escaramuzas, los hábiles virajes y las inesperadas acometidas que causan lesiones profundas, grandes; avanza como por una frágil pasarela movediza, bajo la que braman las olas, hazlo con gran precaución mirando a todos lados y procurando ver todo a la vez en derredor: que la cabeza vea, que vea el corazón, que todo tu ser vea y comprenda, porque esos instantes de transición son breves y terriblemente peligrosos en su brevedad. Quien no los comprenda, quien no sea dueño de la situación durante ellos, perecerá irremisiblemente. Cuando hayas pasado la zona espantosa y se aquieten un poco, pensativas, las crecientes olas de la ira popular para retroceder con sordo fragor de resaca, sal con decisión de los escondidos senderos defensivos a la carretera ancha, grande. Pero, ¡en silencio! Para que nadie advierta, por tu voz, por tus palabras, por tu emocionado semblante, que hace un minuto te ocultabas por veredas secretas para salvarte de la catástrofe que se acercaba con amenazador estruendo. Esto no lo debe saber ni ver nadie más que tú. Se han desvanecido los negros nubarrones, se ha alejado la espantosa

desgracia, ya no existe el peligro de una explosión instantánea, la multitud se va calmando poco a poco y retrocede lenta, de mala gana, ante el empuje de tus palabras convincentes, cada vez más recias. No desaproveches ese momento crítico, expectante. Empuña con más y más fuerza, firme la mano, esas sutiles, invisibles riendas que acabas de tomar y con las que conduces ya, seguro, a la multitud magnetizada, sometida. Y lleva al gentío, cautivo, castrado por ti, adonde sea preciso. Conduce a la muchedumbre, pero de cara a ella, sigue mirando con fijeza, de continuo, a sus ojos turbios. No apartes tu mirada, ni un instante, de esos ojos ebrios, de plomo, de las turbas, lee en ellos, comprende por ellos, lo que se agita en sus entrañas qué se ha producido ya allí, qué ha desaparecido para no volver, qué se está produciendo ahora y qué deberá producirse dentro de un minuto. Si no lo ves, ocurrirá la gran desgracia. Tu paso firme, seguro, debe resonar como una voz de mando en el corazón de la multitud magnetizada; tu palabra precisa, aguda, debe perforar la gruesa corteza de los cerebros y ejercer allí dentro su acción. En los momentos de terribles pruebas es preciso: tener a la vez la inquebrantable firmeza del granito y la elasticidad y blandura de un gatillo.

Recuerda esto en segundo lugar. Y en tercero, lo siguiente: Conoce los anhelos y

afanes de la multitud, sus intereses vitales. Y háblale de ellos. Siempre hay que saber con quién se trata. Y mal acabarás si al presentarte ante una multitud en rebeldía -que, agitada por las pasiones, enfurecida, protesta airada-, empiezas a hablarle de cosas ajenas, innecesarias para ella, y no de lo principal, de lo que ha originado su alzamiento. Habla de lo que quieras, de cuanto consideres importante, pero hazlo de manera que tus pensamientos estén ligados con los intereses de esa multitud, para que penetren en lo esencial, en lo que es causa de su efervescencia y agitación. No estás en una fiesta, sino en un campo de batalla, pórtate, pues, como un guerrero armado hasta los dientes. Conoce bien al enemigo. Conoce no sólo las viejas necesidades de la multitud, sino también lo que anhelaba y ansiaba un minuto antes de la terrible explosión, y comprende lo que quiere decir su fragor incesante, capta en él los sonidos más netos, los fundamentales, préstales oído y concentra en ellos tu atención. No basta con observar vigilante a la multitud, con mirar siempre alerta a sus ojos ebrios y ver cómo van reflejando cambiantes las fases de la borrasca interior; hay que comprender además por qué se ha desencadenado ésta, qué fuerzas la han provocado y cuáles la harán amainar. Y por muy maestro que seas, nunca lograrás refrenar a una multitud desbocada hablándole de cosas, afanes y necesidades que le son ajenos. E incluso con intereses extraños podrás sujetarla, pero demuéstrale primero que éstos no son ajenos, sino suyos, convéncela de ello. Y entonces, comprenderá.

Page 127: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

125

Además, en cuarto lugar: Mira a todos a la cara, a los ojos, caza las palabras

precisas, adivina por los movimientos, y discierne también, sin falta, cómo transmitir, cómo decir a esa multitud tus palabras y pensamientos: hay que expresarlos de forma que lleguen a ella, penetren en su corazón, se claven, igual que un puñal, en su cerebro. Si no das con el tono, se perderá todo: tus palabras desaparecerán en el espacio como desaparece un pájaro en el horizonte. Clava en cada multitud únicamente los dardos de las palabras que ella espere y comprenda, que sean insustituibles. Y no otras. Otras, para otro tiempo y lugar, para otra multitud.

Y ahí va el quinto consejo, completamente inesperado:

Adula, ¡en este caso es necesario! No olvides que ante ti se agita no una multitud de

obreros, a los que se puede y debe decir en la cara, sin rodeos, la dura y grave verdad, porque la comprenderán. Y aunque eso sea cien veces más penoso, a ellos no se les puede ocultar la amarga verdad: hay que decírsela inmediatamente. La multitud de la fortaleza no es de esa índole, a ésta no se la convence con la dura verdad.

Esa verdad se la dirás, lo dirás todo, pero no inmediatamente, sino después. Lo dirás cuando sus pensamientos y corazón estén ya bien untados con la miel de la lisonja, cuando puedas hacer penetrar en ellos, suavemente, la verdad áspera, punzante, seca. Únicamente así se la tragarán sin sentir, como el enfermo se traga una medicina en una dulce píldora. Para lograr tu objetivo, para ese fin, emplea este medio: la dosis necesaria de adulación. Surtirá efecto, compensará con creces el pecado y el esfuerzo. Ningún medio es bueno o malo de por sí, se valora solamente por los resultados conseguidos. No tengas reparo, ve a lo tuyo. Dile a los sublevados aquello que les gusta oír, lo que ablanda su corazón y hace desaparecer su ira, aumentar su credulidad, desvanecer la desconfianza, las sospechas y el recelo respecto a ti y a la causa que defiendes. Y entonces, te los meterás en el bolsillo fácilmente. Procede como el juez instructor. Ya sabes, éste empieza por hacerte preguntas intrascendentes para adormecer tu vigilancia y disipar tu desconfianza alerta, y luego, cuando te confías y ablandas, tú mismo sueltas todo lo que llevas dentro, si es que no eres de pedernal. ¿Y existe acaso alguna multitud de pedernal? La furia no es fuerza, es sólo desenfreno de las pasiones.

Estos son todos los consejos que te doy. Por último, como despedida, te diré solamente dos palabras: Cuando ningún medio surte ya efecto, cuando todo ha sido probado e intentado sin conseguir nada, baja de la tribuna -del barril, del cajón, de lo que sea-, baja con igual decisión que subiste. Si ha llegado el fin, hay que recibirlo de la mejor manera. Y al caer bajo los golpes de los puños

y las culatas, muere agitando. Muere de manera que tu muerte sirva de provecho. Morir como un perro, con temblores y aullidos lastimeros, es pernicioso.

Muere bien. Acumula fuerzas, extrae de tu interior todas las que tengas, moviliza cuantas guardes en el cerebro y en el corazón, no te dé lástima gastar muchas energías, ¡pues ésta es tu última movilización! Muere bien...

Ya está dicho todo. No hay nada más que decir. Mameliuk y yo estamos en medio del torrente de

la sedición. Nos rodea en apretado cerco una multitud que ruge, que alborota estruendosa. Los facciosos están ahí, al lado... ¡Y con qué maldad infinita nos mira de reojo el sombrío Bukin, con cuánta picardía peligrosa se sonríe Chéusov bajo los ostentos bigotes, con cuánta astucia ladina brillan los nacarados ojillos de Karaváiev!... Por dondequiera que tiendes la mirada, no ves más que sonrisas burlonas, aviesas, muecas de coraje. Por doquier, peligro y amenaza.

Estamos en medio de los elementos desencadenados... De un momento a otro, pueden arrastrarnos, como se llevan las leves astillas las olas de un mar embravecido.

- ¡Camaradas! El Comandante en Jefe del Frente nos ha ordenado que vengamos aquí y hablemos con vosotros. Vuestros representantes y los nuestros llegaron a un acuerdo, en la reunión de ayer, sobre todas las cuestiones que más interesaban a la fortaleza. Esos acuerdos los comunicamos al centro, y ya tenemos su respuesta. De los resultados de la reunión de ayer y de la respuesta del centro os hablaremos ahora. No vamos a sacar a relucir aquí menudencias sueltas y ponernos a discutir acerca de ellas. Yo propongo que hagamos lo siguiente: una tras otra, yo iré mencionando todas las cuestiones tratadas en la sesión de ayer, y os diré lo que decidimos acerca de cada una de ellas, la respuesta que ha dado Tashkent a las mismas y lo que ahora nos ordena hacer a todos, a vosotros y a nosotros... La primera cuestión se reduce...

Y les dije a qué se reducía; después de la primera, vino la segunda, y tras la segunda, la tercera...

En particular al principio, durante los primeros minutos, era difícil hablar: vociferaban, no escuchaban, corrían de un sitio a otro, agitaban desafiantes las armas, se reían entre ellos, soltando grandes carcajadas, lanzaban sonoros gargajos al suelo, interrumpían con rudeza, silbaban, alborotaban con salvajes alaridos y despectivos gritos sin escuchar lo que se les decía...

Pero entre la multitud iban penetrando y corrían ya en arroyos numerosas palabras seductoras, atrayentes:

- La contingentación de productos... La Sección Especial... Los fusilamientos... El traslado...

Y nadie tenía ganas de silbar esas palabras; al

Page 128: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

126

contrario, todos sentían deseos de enterarse y de meter baza en aquello.

"Hay que aguzar la oreja, para saber qué mentiras dice", debió pensar cada cual para su coleto.

Y al cabo de cinco o seis minutos solamente, se había hecho un silencio tan profundo, que parecía que, en lugar de miles de hombres, de una multitud levantisca e iracunda, había allí una decena de personas, un grupo de buenos y atentos amigos... Y ya era más fácil hablar, pues aquella intensa atención de la muchedumbre apaciguada infundía grandes ánimos...

- ¿Quién ha dicho que vosotros estáis contra el Poder soviético? ¿Cómo vais a estar contra el Poder soviético vosotros, soldados rojos de cuyos cadáveres están sembrados y con cuya sangre están regados los llanos y los montes de Kopal y Liepsy? Es una vil mentira que vosotros sois enemigos del Poder soviético. Vosotros sois sus verdaderos amigos, ¡porque ese Poder ha sido erigido sobre los huesos de vuestros hermanos, de los héroes rojos que han dado su vida por él!

Aquello, por supuesto, era verdad. Dos años de lucha agotadora eran buena garantía de ello. Pero en los días de la sublevación constituía solamente una verdad a medias. La mitad de mentira había que dejarla a un lado, olvidarla de momento y hablar sólo de la primera mitad, de los méritos de los combatientes semirechianos; era preciso emocionar a unos, abochornar a otros, obligar a unos terceros a pararse a pensar en lo que ahora, voluntaria o involuntariamente, hacían.

La multitud permanecía inmóvil, en profundo silencio, captando con ansia cada una de aquellas palabras, que le llegaban al corazón.

Yo llevaba hablando ya más de una hora... De pronto, Vúychich saltó al carro: Camaradas... Hay que suspender el mitin

inmediatamente... Están abriendo trincheras... Se han presentado unas compañías de kirguizes armados de ametralladoras... Y además, ¡¡¡ unos autos blindados vienen hacia la fortaleza!!!

Un clamor de sorpresa se alzó de la muchedumbre. Al instante, como un sueño, se desvaneció su silencio, y toda ella empezó a resonar con un fragor de miles de gritos, órdenes, voces de mando...

La misma gente que hacía unos segundos estaba allí tranquila y quieta, alborotóse de pronto y se lanzó como loca en diversas direcciones...

- Vamos al Consejo de Combate -dijo Chéusov. Mameliuk y yo cambiamos una mirada y, sin

comprender nada, echamos a andar a través de la multitud de soldados rojos que corría empavorecida...

Apenas entramos, entró también, tras nosotros, Vúychich.

- Resulta que se han equivocado -manifestó sin mirarnos a la cara-. Ha sido una falsa alarma... No

viene nadie... Nos han dado un susto en vano... Y torció la boca en hipócrita, maligna sonrisa. Al instante comprendimos todo. Los cabecillas facciosos habían organizado ellos

mismos aquella falsa alarma. Necesitaban hacer fracasar el mitin. Suponían que, en cuanto empezase, lo interrumpiría violentamente la misma multitud, a la que habían aguijoneado con habilidad momentos antes. Pero la gente, en vez de interrumpirlo, escuchaba con atención, interés y seriedad.

Había el peligro de que nosotros, los representantes del Consejo Militar, convenciéramos, "hechizásemos" a aquellas masas; de que empezáramos por ganarnos su atención y acabásemos por conquistar su simpatía y predisponerlas a nuestro favor.

Y una vez en ese estado, pendientes ya de nuestros labios, podíamos imponerles nuestra voluntad y pensamientos...

Por ello, decidieron disipar la buena impresión que habíamos conseguido causar, e interrumpieron astutamente el mitin. Los hombres de la fortaleza, sobresaltados, tomaron precipitadamente las armas, corrieron hacia las ametralladoras, se prepararon para recibir al invisible enemigo.

Y cuando se supo que la alarma había sido falsa, ¿quién pensaba ya en convocar de nuevo al mitin y reanudar la entrevista? Nadie tenía ganas de ello... Y así quedó la cosa.

...Nos hallábamos ya en el Consejo de Combate, examinando, con tedio y náuseas, unas cuestiones secundarias, menudas. Y nos preguntábamos perplejos: "¿Para qué estamos aquí metidos, qué falta hacemos en este lugar?" Pronto, se aclaró también esto.

Sentado a la mesa o en pie, en torno a ella, había numerosos hombres. La sesión del Consejo de Combate era una reunión relámpago; la habían preparado -mejor dicho, amañado- de prisa y corriendo. El que más agitado y nervioso estaba era Vúychich: se levantaba a cada momento y salía diligente para volver en seguida. Una de las veces, al cabo de un cuarto de hora, aproximadamente, volvió con Tegneriádnov, y ambos, abriéndose paso entre la gente, vinieron presurosos, derechos hacia nosotros.

- ¿No sabéis lo que pasa? -nos dijo Vúychich-. Los soldados rojos quieren asaltar todas las instituciones soviéticas. Nos han ordenado que os detengamos… Sí... que os detengamos en nombre de todos los soldados rojos...

Estaba claro que "todos los soldados rojos" no tenían nada que ver con aquello: nos detenía un puñado de miserables. ¿Pero qué hacer?

Me dirigí a Chéusov: - ¿Qué es esto, camarada Chéusov? ¿Quiere decir

que el Consejo de Combate está de acuerdo con nuestra detención? ¿Esto se hace con autorización vuestra?

Page 129: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

127

- No... Se había turbado, su desconcierto era manifiesto. - Nosotros no sabíamos nada... Nada... en

absoluto... - Pues entonces, preguntárselo a ellos -replicamos

a Chéusov, señalando a Vúychich y otros. Pero Tegneriádnov gritó: - Bueno, basta de darle a la lengua, ¡echa p'alante,

sin rechistar! Y con los puños y las culatas empezaron a

empujarnos hacia la puerta. Chéusov y los demás no decían una palabra. Toda aquella farsa se hacía con conocimiento del Consejo de Combate, y él no había sabido ocultarlo.

Salimos... Echamos a andar por el patio. Los soldados rojos que encontrábamos nos miraban perplejos: por lo visto, la mayoría no sabía nada de nuestra detención. Pero no eran momentos como para pedirles ayuda. Llegamos a una casamata y, a empellones, nos metieron a todos en una angosta mazmorra en penumbra. Allí estaban ya unos quince hombres, detenidos antes; principalmente, colaboradores políticos de la división y de la Escuela del Partido. Al fondo de la mazmorra, en un rincón, nos encontramos cinco amiguetes: Bocharov, Kravchuk, Pátsinko, Mameliuk y yo.

- Mal asunto, muchachos... - De lo peor... - Ahora, con que detengan a cinco o diez más, ya

no quedará nadie en el Estado Mayor de la división... - ¿Y qué pasará entonces?... - Un espanto, sin ningún freno... - ¿Y no habrá manera de escaparse de aquí? Tal era la conversación que manteníamos. Nos empinábamos pegados a los muros, nos

arrastrábamos por el sucio suelo, inspeccionando nuestra prisión...

- Todo se puede esperar... - De unos maleantes como éstos..., desde luego... - ¡Chits!... Puede haber aquí espías... - Sí, silencio, muchachos; fijaros, alguien mira por

la ventana... A la reja de la ventana se habían acercado varios

soldados rojos y miraban, aunque era poco probable que viesen nada en la sombría mazmorra. Y desde que miraran los dos primeros, llegaban de continuo otros nuevos, que se asomaban también y se comunicaban unos a otros:

- Han caído en la ratonera los jefes... Ahí están... Y con tintineo de bayonetas, se apoyaban, en los

hierros, esforzándose por vernos, gastaban bromas entre ellos, unos eructaban palabrotas, otros nos enviaban maldiciones, amenazas, malos augurios...

Nosotros, encerrados, conversábamos en voz baja. ¿Y, cuál podía ser nuestro tema en momentos tales? La situación nuestra era más clara que el agua: habíamos caído en las garras de los sublevados, en una mazmorra, no teníamos adónde ir, ni con quién

hablar, ni a quién pedirle ayuda; estábamos en completo desamparo. Y lo más que podíamos hacer era morir como correspondía, si es que la cosa llegaba a ese extremo.

Hemos de confesar que todos esperábamos un mal fin del asunto. ¿Y cómo no lo íbamos a esperar? Si habían interrumpido el mitin tan fácilmente, para no reanudarlo más, ¿por qué no iban a acabar con nosotros con la misma facilidad? Estábamos por completo en sus manos. Nosotros -y la decena de los nuestros que se encontraban en el Estado Mayor de la división- éramos el único obstáculo que se alzaba en el camino de los facciosos hacia la implantación de su Poder... ¿Qué motivos teníamos para suponer que no nos iban a quitar de en medio, fusilándonos? ¿Es que nosotros mismos, de habernos sublevado en el campo enemigo y atrapado a los cabecillas blancos, no habríamos podido enviarlos al otro barrio en un dos por tres? Claro que sí. Y más probabilidades había en este caso, cuando nos hallábamos en medio de una turbamulta desmandada. Gente sin principios de ningún género. Sin dirección alguna en realidad. ¿Por qué no esperar lo peor? Y lo esperábamos. La conversación se extinguió por sí sola. Nuestros vecinos callaron también: seguramente, pensaban y esperaban lo mismo que nosotros... En la mazmorra se hizo un silencio de muerte. Las sombras eran más densas y negras. Me aproximé al muro, al pie de la pequeña ventana, me quité las botas y estiré las piernas; una vez instalado, saqué, por vieja costumbre, un trozo de papel y me puse a llenarlo -horizontal y transversalmente- de mis pensamientos en tan extraordinaria situación. Lo hacía a ciegas, sin ver los renglones. Pero eran grandes las ganas de escribir precisamente entonces, en aquel singular momento de mi vida...

Transcurrieron así un par de horas... De pronto, afuera, en el pasillo, resonó fuerte y confuso ruido. Oíanse precipitados pasos de gente que venía hacia nuestra mazmorra y hablaba a voces con la guardia que había ante la puerta: dos hombres con fusil. No era posible distinguir si preguntaban, trataban de convencer o regañaban. Y al momento, se abrió chirriante la pesada puerta. Una voz extraña rasgó las tinieblas, tajante, sonora:

- ¿Está aquí Fúrmanov? Quedamos quietos, expectantes, aguzado el oído.

El corazón se me cayó a los pies. Sentí frío en la boca, como si me hubieran echado en ello gotas de menta, empezó a temblarme el labio inferior, se estremecieron convulsos mis brazos y piernas, sacudidos por una corriente eléctrica, los ojos se clavaron en la puerta, donde había resonado la voz aquella, y todo el cuerpo se puso en tensión para quedar inmóvil, petrificado.

Nosotros callábamos. Pero la voz sonora repitió: - ¿Está aquí Fúrmanov? - Aquí está -respondí desde el oscuro rincón,

Page 130: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

128

procurando que mi voz vibrara firme, fuerte y animosa.

- Sal... - ¿A dónde? - Sal. - Estoy descalzo... - No importa, sal descalzo... Y de pronto, comprendí todo con claridad: "¡Me llevan a fusilar!" Al despedirme, dije a mis amigos: - Me llevan para liquidarme... Adiós, muchachos. - ¡Qué cosas dices!... Esto, seguramente, es para

algún interrogatorio... -intentó tranquilizarme Mameliuk. Bocharov y Kravchuk me susurraron también no sé qué, para consolarme, pero el pusilánime Pátsinko temblaba empavorecido y no pudo proferir palabra; pegado a la pared, me miraba desde allí a la cara, de un modo extraño, espantoso, como queriendo decir: "Se acabó... Después de ti, me llevarán a mí..."

Pero, ¿qué hacer, qué se podía hacer? Al primero que le estreché la mano fue a

Mameliuk: - Adiós para siempre... Y por la mente cruzó, como un relámpago, un

pensamiento: "Hay que morir bien... No como un cobarde...

Pero, ¡qué pocas ganas se tienen de morir, qué pocas!..."

- No voy -les declaré de pronto, inesperadamente para mí mismo-. Traed a alguno de los miembros del Consejo de Combate; con ellos iré, pero con vosotros solos no...

Mas en aquel momento ocurrió algo extraño. Vimos que los que se agolpaban en el esclarecido hueco de la puerta, se ponían nerviosos, les entraban prisas, se removían intranquilos... Y de repente, salieron disparados de la casamata... Nosotros estábamos asombrados, sin comprender nada de aquello, cuando oímos nuevos pasos de alguien que venía presuroso hacia nuestra puerta...

- ¡Atiza! ¡Pero si es Murátov!... Se quitó al instante los lentes de la nariz y empezó

a hablar con rapidez: - Camaradas, os vamos a poner en libertad

inmediatamente. - ¿Cómo?... Murátov... ¿Cómo que nos vais a

poner en libertad? - Así es, os soltaremos ahora mismo... Estábamos oyéndolo, y no podíamos creerlo. - Pero, ¿de qué manera, Murátov? ¡Dilo! - Luego, luego... Y desapareció raudo por la puerta para volver al

cabo de un minuto. Custodiados, nos sacaron de la mazmorra y nos llevaron al local del Consejo de Combate, donde éste estaba reunido en pleno.

- Tened la bondad de sentaros, celebraréis sesión con nosotros -declaró Chéusov, sonriendo con

descaro. Nosotros seguíamos sin comprender bien nada.

Pero decidimos mantenernos con dignidad: - ¿Qué sesión? ¿De qué tenemos que tratar

nosotros? - Veréis, esto ha sido simplemente una

equivocación... Perdonad que hayan ocurrido así las cosas... El Consejo de Combate no sabía en absoluto esto, y no pudo impedirlo en el acto, pero... ya veis... que en cuanto hemos examinado el caso..., os hemos soltado inmediatamente... Perdonad, ha sido simplemente una equivocación...

No le contestamos ni palabra. En aquellos instantes continuábamos sin saber a ciencia cierta por qué nos habían puesto en libertad; de ello nos enteramos más tarde, ya en el Estado Mayor de la división.

- Tenemos que tratar de qué Poder quedará ahora en la región…

- Muy bien... Y nos sentamos todos a la amplia mesa. Ellos

ocuparon toda la parte derecha; nosotros; la izquierda, y el centro, los "representantes del Comité del Partido".

Se abrió la sesión. Mas ya es momento de decir porqué nos habían

puesto tan pronto en libertad. No todos los miembros del Consejo de Combate eran tan partidarios de la violencia extrema como Vúychich, Bukin, Karaváiev y Petrov, no todos deseaban ni procuraban nuestro fusilamiento. Entre ellos, entre los cabecillas, no existía plena concordia ni había una sola opinión. Por ello, para decidir nuestra suerte, acordaron convocar a los representantes de las treinta y tantas compañías de la fortaleza, preguntarles su opinión y hacer lo que dijeran dichos representantes. Según supimos más tarde, las masas de soldados rojos estaban bastante impresionadas por nuestra intervención en el mitin, que las había hecho vacilar en gran medida; agitadas para algún tiempo, ya no veían en nosotros a "enemigos encarnizados", sino a hombres con los que era posible hablar ¡y hasta entenderse!... En fin, que cuando se reunieron esos treinta o treinta y cinco representantes de las compañías todos votaron por nuestra inmediata liberación (a excepción de dos o tres que lo hicieron en contra o se abstuvieron) y por la reanudación de las conversaciones... Los "activistas" del Consejo de Combate -como se llamaban a sí mismos los que mantenían una actitud irreconciliable con respecto a nosotros y pedían nuestro fusilamiento- estaban llenos de preocupación, desconcierto y rabia por aquel acuerdo de los reunidos... Eso nos hizo llegar a la conclusión de que precisamente ellos, los "activistas", en aquel momento crítico habían irrumpido en la casamata con el propósito de fusilarnos en un dos por tres, antes de que nos libertaran. Y luego, terminado el asunto, ¡que fueran a buscar! Por mucho que

Page 131: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

129

procuramos saber quiénes eran concretamente, no lo conseguimos. Sin embargo, la rapidez con que se habían acercado a la puerta, la precipitación con que me exigieron que saliera y les siguiese, no se sabía adónde, incluso... descalzo, y luego, su inesperada y veloz fuga cuando oyeron los pasos de Murátov y los que venían tras él a libertarnos, todo aquello confirmaba nuestra opinión general de que se preparaba una represión contra los detenidos.

Pero fuera lo que fuese, el peligro había pasado de momento.

Ya estábamos en la reunión del Consejo de Combate.

Una vez y otra surgía con insistencia la fatal cuestión: la del Poder.

Los de la fortaleza decían: - Os proponemos que os incorporéis... Ahora, sólo

nosotros somos el verdadero Poder... y hasta hemos publicado la orden acerca de ello... Os proponemos que... vuestro Consejo Militar pase a formar parte de nuestro Consejo de Combate...

- Proponéis un absurdo -declaramos nosotros-. Pensad bien lo que resulta de esto: que se considera como Poder supremo el de la fortaleza. Además...

- No, no sólo de la fortaleza -nos respondieron, parando el golpe-, en él estaréis también vosotros... El Consejo Militar...

- Con eso la cosa no varía; pues nos proponéis que "nos incorporemos", y eso quiere decir que existe un poder principal, el de la fortaleza, y un poder secundario, el que hasta ahora ha habido... Y este segundo se disuelve en el primero... Pero da la casualidad de que precisamente este segundo Poder, el viejo, es el que está confirmado por el centro. ¿Vosotros comprendéis y recordáis esto, camaradas?

- ¿Y a nosotros qué nos importa eso? -replicaron, enseñando ya los dientes.

- ¿Cómo que no? Pues suponemos que no vais a crear una República del Semirechie... A crearla de manera que no tenga ninguna relación con Tashkent, es decir, con el centro en general.

- Claro que no... - Entonces, ¿será posible que creáis que el centro

va a permanecer impasible ante el hecho de que aquí se haya derribado el viejo Poder, el confirmado por ellos, y constituido uno nuevo, desconocido para ellos?...

- Pero nosotros estaremos juntos... - ¡Oh, no!... No es enteramente estar juntos eso

que proponéis de incorporarse... Además, tener presente que Tashkent puede agarrarnos a todos del gañote; puede hartarse, no reconocer nada de aquí... y si nos negamos a someternos, liquidarnos en menos que se cuenta... Desde luego...

Aquella lógica debió dejar perplejos a los sublevados. No encontraban argumentos que oponernos. Nosotros esperábamos la ocasión oportuna para ir por el todo, pero comprendiendo que

no se podía hacer inmediatamente, estábamos dispuestos de momento a contentarnos con una pequeña parte.

- Hagamos lo siguiente -les propusimos-. El Consejo Militar es un poder estatal, ¿verdad? Con él hablará siempre Tashkent como con una organización suya… Por ello, dejémoslo subsistir y agreguemos a él vuestro Consejo de Combate. Entonces, en el centro empezarán a contar con nosotros y, al propio tiempo, vuestra organización estará de hecho en el Poder...

- ¿Y para qué vamos a agregarnos, teniendo nosotros la fuerza? Que sea al revés...

Pero poco después logramos refrenar sus ímpetus y meterles en vereda. Estaba ya todo arreglado y convenido, se habían terminado las disputas e iban ellos a aceptar la cosa como proponíamos nosotros, cuando, en aquel transcendental instante, se levantó ante la cabecera de la mesa, como una pitonisa griega, la descarnada Shtéker, representante del Partido, y clamó de pronto:

- No hay que agregarse, sino fusionarse, con los mismos derechos e igual número de miembros.

Los sublevados se aferraron en seguida a la salvadora propuesta: aquello les permitiría estar en realidad en el Poder, el centro les reconocería seguramente y su Consejo de Combate no perdería prestigio...

Y resurgieron con calor las discusiones. Ahora ya no era posible convencer a nadie. Había que resignarse a que, en vez de "agregación", hubiera "fusión".

Con amargo despecho, tuvimos que ceder. Llegamos a una transacción. Fijamos el número. La cuestión había quedado terminada. Acordamos ir inmediatamente, aquella misma noche -aunque era ya muy tarde, pues llevábamos reunidos varias horas-, al Estado Mayor de la división, para poner en conocimiento de todo al Poder central, por cable directo, y exigir de él que confirmase nuestra decisión.

Dejamos la pequeña habitación, de irrespirable ambiente, el Consejo de Combate. Salimos al aire puro y fresco de la noche, saltamos a unos caballos que había allí mismo, ya ensillados, y partimos al galope para el Estado Mayor de la división. Con nosotros iban tres o cuatro miembros del Consejo de Combate.

En el Estado Mayor de la división, aquellas horas

-las de nuestra ausencia- fueron dramáticas. Al partir nosotros para la fortaleza, quedaban allí solamente una decena de responsables. Acordamos que se pondrían en comunicación con la fortaleza y seguirían de continuo el curso y resultados de nuestra labor en ella. Entre los muchachos de confianza, eligieron para tal fin a unos cuantos, y pusiéronse en contacto con Aguidulin, que resultó ser un verdadero

Page 132: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

130

maestro en estos menesteres y decidió no perdernos de vista ni un instante.

El primer explorador comunicó impreciso: - Han llegado a la fortaleza, esperan allí no sé

qué... El segundo fue más exacto. Y transmitió algo

alentador: - Ha empezado un mitin... Los nuestros hablan, y

toda la fortaleza calla y escucha... Eran cerca de las seis de la tarde. La

comunicación se había interrumpido de pronto: nadie venía de la fortaleza ni transmitía nada... ¿Qué pasaba?

- ¡Alló, alló! -llamaban por teléfono. - ¿Es la fortaleza? - Sí, ¿qué quieres? - Dígame, ¿cómo va el mitin? - Como tiene que ir... - ¿Y dónde están Fúrmanov, Mameliuk y los

demás? ¿Podrían llamar a alguno de ellos al teléfono?

Silencio. - ¡Alló, alló!... ¿Me oye usted? Silencio. El auricular había sido colgado, la

fortaleza no quería contestar. Y así una, dos, tres... hasta cinco veces. Alguien

cogía allí el auricular y empezaba a hablar, pero apenas le pedían que llamase al teléfono a alguno de aquéllos, daba la callada por respuesta.

Por fin, un mensajero llegó raudo de la fortaleza: - Han detenido a los nuestros y los han metido en

la cárcel... - ¿Cómo, por qué? - No lo sé. No sé más que interrumpieron la

asamblea precipitadamente..., decían que los kirguizes venían a atacar la fortaleza..., y encerraron a todos los nuestros a la vez...

En el Estado Mayor de la división se produjo gran revuelo. Todos tomaron las armas. Y aquellos "todos" eran un puñado insignificante. Emplazaron una ametralladora y se dispusieron a hacer frente al enemigo. En los primeros minutos esperaban un ataque.

- Puesto que han detenido a los nuestros -se dijeron- y los han metido en la cárcel, ¡ahora mismo vendrán a asaltar el Estado Mayor!

Estaban allí: Pózdnyshev, Bielov, Naya, la mujer de Kravchuk, Masarski, Altshúler, Aliosha Kólosov, Lídochka, Axman, Goriáchev, Rubánchik, Nikítchenko y algunas personas más. Habían decidido morir, antes que entregarse.

- ¡Camarada Bielov! -gritó Masarski, que venía corriendo-. De todos modos, no podremos resistir... Tengo aquí unos documentos secretos de la Sección Especial... ¿Los quemo?

- ¡Quémalos! -asintió Bielov maquinalmente. Un minuto más tarde, las lenguas de unas llamas

surgían en el patio: Masarski prendía fuego a unos

cajones y baulillos de mimbre abarrotados de "secretos".

En las tempranas sombras vespertinas de aquel desapacible día, empezaron a saltar y a esparcirse por doquier chispas de fuego, mientras un humo negro, espeso, se alzaba sobre los tejados de las casas; pero no había resplandores de incendio. Los reflejos de la cálida hoguera iluminaban por un instante a los hombres que corrían presurosos, de un lado para otro; uno enterraba un revólver sobrante, para que no cayera en manos del enemigo, otro escondía bajo el alero de un cobertizo fajos de billetes, dinero del Estado... Se columbraban fugaces las guerreras caqui; al ululante susurro y sonoro chasquido de los papeles que ardían, sombras humanas se agitaban en zarabanda salvaje frente a las ventanas, tejado arriba, tejado abajo, a lo largo de la cerca y en el Estado Mayor. Los caballos miraban en derredor asustados y sorprendidos, resoplaban al ver la hoguera y le volvían nerviosos, bruscamente, las carnosas grupas, haciendo vacilar la insegura empalizada al tironazo de la brida. Las bombas estaban preparadas; el revólver, al cinto; otro, de reserva, en el bolsillo; el fusil, a mano, cargado, y apoyado en un rincón, y allá, una ametralladora alargaba su liso cuello asomando su rabiosa boca, a la espera...

El Estado Mayor agonizaba... Pózdnyshev se hallaba junto al aparato

telegráfico. Comunicaba a Tashkent que los representantes del Consejo Militar habían sido detenidos en la fortaleza y que era de esperar, de un momento a otro, un ataque de los sublevados. De Tashkent pidieron que Bielov se pusiera al aparato. Cuando acudió presuroso, le dijeron de allá:

- Soy Novitski, El Comandante en Jefe del Frente me ha ordenado que le pregunte cómo van las cosas... Junto al aparato se encuentran Kúibyshev y el camarada Frunze (por lo visto, se habían acercado inesperadamente. -D.F.).

- Les saludo. Soy Bielov. La situación es la siguiente: Fue a la fortaleza a comunicar la orden de ustedes el Consejo Militar de la división en pleno, excepto Pózdnyshev y yo. No hemos tenido de ellos ningunas informaciones oficiales. La primera noticia que recibimos fue que el conflicto se iba arreglando; la segunda, que todos habían sido detenidos, y la tercera, que la fortaleza, es decir, la guarnición de la fortaleza viene hacia acá; ahora se oyen pasar por las calles unidades militares, cantando. La patrulla enviada a hacer una exploración acaba de comunicarnos que en la ciudad hay movimiento. Con todas las medidas de seguridad, procuramos averiguar: hemos mandado expresamente un hombre con ese objeto. Pero, en general, todos están llenos de pánico y procuran no cumplir las órdenes oficiales. Si dentro de una hora no acudimos al aparato, será porque estaremos ya todos en la ratonera. En la Sección Especial han sido quemados todos los

Page 133: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

131

expedientes. Por lo que pudiera ocurrir, tomen las medidas que les parezcan. Si no se arregla el conflicto, en adelante... del cumplimiento de su orden... (aquí falta algo. -D.F.). De momento, no puedo comunicar nada más. Quedan fieles a nosotros una veintena de funcionarios responsables... Los traidores se han diseminado por la ciudad. La ciudad está acordonada y es difícil salir de ella. Procuraré abrirme paso al encuentro del regimiento. Bielov.

- Habla Frunze. En cuanto la situación se aclare en el sentido de que la guarnición se insubordina definitivamente, deben salir de la ciudad y dirigirse hacia la carretera de Dzharkent-Kopal, con la tarea de retener a nuestro lado todas las unidades que allí se encuentran. Debe usted ordenar que se dirijan también allí todos sus colaboradores responsables. Llévense el aparato telegráfico y pónganse en comunicación con Semipalátinsk desde el primer punto en que sea posible. He dado orden a Blazhévich de que avance rápidamente hacia Vierni. Creo que hay plena posibilidad de salir de él y que es preciso hacerlo. Recuerde que si lo logra, tal vez se consiga con ello retener el alzamiento de las demás unidades. Del distrito de Pishpek me encargo yo. Dé orden a todas las unidades de la región de que no obedezcan las disposiciones del consejo faccioso de la fortaleza. Ordene a todas las unidades que se encuentran al norte de Vierni que pasen a depender del jefe del grupo de ejércitos, Blazhévich, del que recibirá órdenes. Y a las unidades de los distritos de Przhevalsk y Pishpek, que queden bajo mi mando inmediato. Estas órdenes, sobre todo la referente al norte, deben ser dadas a toda costa. En cuanto se aclare la situación... (Aquí debe faltar algo. -D.F.). Tenga en cuenta que no podemos darle instrucciones detalladas. Queda como obligatoria la orden de salir de Vierni y crear un centro cívico-militar en otro lugar de la región, a elección suya. Frunze... Perdone, ¿está ahí Bielov?

- Sí, aquí estoy. Haremos todo lo que podamos. Procuraré salir de Vierni a toda costa. Con su permiso, ¿no podríamos hacer una cosa? Porque mientras aclaramos, nos cercarán, y desde luego ya no será fácil filtrarse... En este momento hay más probabilidades de que yo logre salir de la ciudad. ¿Considera posible que yo entregue el mando de la división al comisario de guerra de la región, Shegabutdínov, y parta para la carretera de Kopal?

- En general, creo muy conveniente que vaya usted en persona a las unidades de la división. La entrega del mando a Shegabutdínov ahora, cuando la situación no está clara, no la considero permisible. En último extremo, puede entregar el mando al jefe del Estado Mayor de la división y partir de acuerdo con mis anteriores órdenes. El jefe del Estado Mayor de la división deberá cumplir todas sus disposiciones; en general, le concedo a usted facultades para resolver conforme a la situación. ¿Quién es el jefe del

E.M. de su división? Frunze. - El jefe del E.M. de mi división es Yánushev.

Entregarle el mando no es conveniente, porque cualquiera que sea el desenlace, volverán a provocar diciendo que cómo les va a mandar un hombre a quien no conocen, y (por añadidura. -D.F.) oficial. En último extremo, propongo hacer lo siguiente: que las tropas de los distritos de Dzharkent y Pishpek pasen a depender de usted y queden a su disposición inmediata...

- Perdón, ¿las tropas de qué distritos? ¿Las de Dzharkent? No puede ser.

- Dispense, tengo la cabeza hecha un bombo. De los distritos de Przhevalsk y Pishpek. Y que las demás unidades pasen a depender del comandante de la novena brigada. Esa sería la mejor solución.

- Bien, pero el comandante de la brigada debe quedar subordinado a Blazhévich. A propósito, ¿cuál es el apellido de ese comandante y dónde se encuentra su Estado Mayor? Frunze.

- Su apellido es Skachkov, y su Estado Mayor se encuentra en Gavrílovka. De todos modos, procuraré aclarar la situación de alguna manera, para no estropear la cosa con mi marcha. De todos los cambios que se produzcan informaremos regularmente, si es que no nos atrapan, con breves intervalos. Me propongo que sean de una hora. No tengo nada más que decirle.

- Incluso si la situación mejora, vaya al norte, después de entregar el mando a quien usted elija. Otra pregunta: ¿Cuál es el papel de Shegabutdínov? Frunze.

- De esto informaremos aparte; creo que ha ido a parar allí casualmente, por mala suerte, y a nuestro parecer ha ejercido allí gran influencia, evitando, como era preciso, que los soldados rojos se entregaran a la bebida y otros excesos. Bielov. No tengo nada más que decirles. Permítame que me retire del aparato y proceda a aclarar la situación. Bielov.

- Bien. Intercale una palabra secreta, de forma que nadie se aperciba, una vez en las dos primeras frases. Nosotros haremos lo mismo...

- Después, por lo visto, hubo un intercambio de las frases secretas que, sobre poco más o menos, debían emplearse. Habló desde Tashkent no sé si Kúibyshev o el jefe del Estado Mayor, Blagoviéschenski. Y ambas partes comprendieron cuanto había de convencional en la conferencia, se descifraron mutuamente. Convinieron de nuevo que al cabo de una hora, exactamente, Bielov volvería a informar de la situación, si no los habían detenido ya a todos allí mismo, en sus puestos...

Se conservan además fragmentos de una conferencia telegráfica rebosante de pánico, pero no es posible determinar quién ni cuándo la sostuvo, no queda ningún indicio de ello. Alguien pedía desde Vierni:

Page 134: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

132

- Llame al aparato a Novitski, a Kúibyshev, a Frunze, a todas las autoridades de Tashkent...

- Los demás no están junto al aparato. Soy Novitski. Diga.

En el E.M. de la división debieron repetir la demanda de "todas las autoridades de Tashkent", porque Novitski repuso:

- Perfectamente. Yo comprendo que usted necesita que vengan al aparato todas las autoridades superiores. Pero de momento no hay nadie, han sido llamados al E.M.; por ello, dígame si quiere empezar la conversación previa conmigo y, además, si es necesaria la presencia del presidente del Comité Ejecutivo Central del Turkestán... del Comité Territorial...

- Sí, yo pido que llame a todas las autoridades supremas en general...

Aquí hubo alguna pausa. Luego, preguntó Novitski:

- ¿A qué autoridades: a las civiles o a las militares?

- Claro que a las militares, ¿qué falta nos hacen las civiles? Por ejemplo, Kúibyshev, Novitski (?-D.F.). Al presidente del CECT, a todos hay que llamarlos lo antes posible. ¿Comprende usted ahora o no?

- El presidente del CECT es una autoridad civil, y no militar -intentó Novitski hacerle volver a la razón-. Usted mismo se contradice...

El de Vierni se encrespó y, por lo visto, exigió con más energía que "se llamase a todos".

- Pero usted mismo comprenderá -trató de aplacarle Novitski, sensatamente, pero en vano- que no es posible que todos vengan en seguida; por ello le propongo que empecemos la conversación...

No se sabe si la conversación llegó a tener lugar o no, porque la cinta está rota ahí ¡Vaya usted a averiguar ahora quién sería el individuo aquel, tan dominado por el pánico! Hasta se ignora en que momento exacto de la sublevación comunicaba. Lo más probable es que fuera precisamente en el instante más crítico para el E.M. de la división: cuando esperaban el ataque de un momento a otro y estaban quemando los papeles de la Sección Especial.

En fin, no se sabe. Bielov examinaba ya la situación teniendo en

cuenta que de un momento a otro habría de desaparecer de Vierni. Cambiaba impresiones con Yánushev, el jefe del E.M. de la división. Pedía consejo a Pózdnyshev, y entretanto, por la abierta ventana del Estado Mayor llegaba de la calle el alarmante repiqueteo de cascos de los destacamentos que galopaban. De pronto, Medvédich vino corriendo de la fortaleza -donde, cerca de la cárcel, había permanecido todo el tiempo que estuvimos arrestados- y anunció:

- Han libertado a todos, se los han llevado a una reunión... Seguramente, a su Consejo...

Cuantos se hallaban en el E.M. se estremecieron de alegría. Alumbraba la esperanza de que la cosa acabaría bien. Y se abalanzaron de nuevo hacia el teléfono:

- ¿Es la fortaleza? - Sí, ¿qué quieres? - Llamen a Fúrmanov, que acaba de ser puesto en

libertad... A aquella hora yo estaba ya en el local del Comité

Revolucionario de Combate. Me llamaron y me dieron el auricular.

- ¿Eres tú? - Yo soy. - ¿Te han libertado? - Sí. - ¿Te dejarán venir aquí, al Estado Mayor de la

división? - No lo sé. Seguramente me dejarán. Los detalles,

luego. Ahora empieza la sesión... La situación en el E.M. de la división había

cambiado. Sin disminuir la vigilancia ni dejar las armas, todos estaban más tranquilos. Nos esperaban. Y nosotros seguíamos deliberando. Hasta altas horas de la noche no llegamos allí a caballo, agotados, rendidos de cansancio, con los rostros grises de polvo, del nerviosismo y de las noches de insomnio...

Los amigos, jubilosos, nos recibieron a la entrada, estrechándonos las manos con fuerza, hasta hacernos daño:

- ¡Estáis vivos!... ¡Vivos!... Y nosotros que creíamos ya...

Así, en compacto grupo, entramos en la habitación, donde comenzamos al punto una reunión extraordinaria.

Las cuestiones no eran más que dos: Primera. -Tranquilizar a la división y a la región. Segunda. - Conferenciar con Tashkent. Se habló poco; redactamos una orden y

procuramos que llegase con urgencia a todas partes. Decía así:

ORDEN Del Consejo Militar de la 3a división del

Turkestán. La guarnición de la ciudad de Vierni ha propuesto

la creación de un órgano de Poder al que queden subordinadas todas las organizaciones militares y civiles de la región. Después de ser ocupada la fortaleza por la guarnición, se formó allí el Consejo Revolucionario de Combate. Las conversaciones sostenidas entre el Consejo Militar de la división, el Comité Revolucionario de Combate de la fortaleza y otras organizaciones han puesto en claro que la causa de todo lo ocurrido fueron una serie de malas interpretaciones que ahora han quedado aclaradas y liquidadas definitivamente. El Consejo Militar de la división, el Comité Revolucionario de Combate de la fortaleza y el Comité Revolucionario de la región han

Page 135: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

133

llegado a un completo y amistoso acuerdo, sobre las bases siguientes: a la cabeza de la división continúa estando el Consejo Militar de la misma, que se une con el Comité Revolucionario de Combate de la fortaleza, y el Comité Revolucionario de la Región se amplía con 5 representantes de la guarnición.

Todos los rumores provocadores sobre desmanes, robos, derramamientos de sangre y otros excesos, son viles invenciones de nuestros enemigos, y se invita a todos los ciudadanos honrados a luchar contra ellos por todos los medios; los culpables [serán] entregados inmediatamente a los tribunales y juzgados con arreglo a las leyes de tiempos de guerra.

El Presidente del Consejo Militar, Fúrmanov. El Vicepresidente, Chéusov. Por el Secretario, Schukin. Había que apresurarse a lanzar a las masas aquella

orden, pues la ignorancia de lo que pasaba sólo contribuía a agitarlas más; era preciso comunicarles que "nos habíamos puesto de acuerdo", que "todo marchaba bien", y etcétera, etcétera, porque llegaban de lejos rumores de que en Vierni tenían lugar grandes represiones, matanzas, continuos combates... Y aquellas falsas noticias animaban, empujaban a los indecisos, caldeaban más una atmósfera ya suficientemente cargada.

Después, era necesario conferenciar con Tashkent. Los de la fortaleza habían declarado que el "nuevo Poder" tenía que ser reconocido inmediatamente por el centro, sin tardanza ni demora alguna, por cable mismo, pues de lo contrario... no podría actuar.

- Lo que necesitamos -había manifestado Chéusov- no es firmar simplemente papelitos, hay que tener... el Poder, un poder que lo sea en realidad... Para que todos lo obedezcan. Para que lo que digamos, se haga... Y en tanto no lo confirmen, no podremos trabajar...

Nosotros teníamos que conservar cuidadosamente aquellas paces que acabábamos de hacer. Alargaban la tregua, nos daban la posibilidad de traer por las montañas el 4° regimiento, de esperar la ayuda de Tashkent y de disgregar al propio tiempo a los sublevados... La más pequeña torpeza, la más leve obstinación o soberbia de nuestra parte podía echarlo todo a rodar, y entonces, ¿qué pasaría entonces?

Todo se podía esperar de un momento de arrebato.

Por eso, no nos oponíamos ahora a los deseos de los hombres de la fortaleza y nos limitamos a advertirles que "por el cable mismo" podían no confirmar nuestro Poder, pues en Tashkent necesitaban pensar, deliberar entre ellos; en fin, que seguramente demorarían un poco la respuesta...

- Un poco no importa; se puede esperar -accedieron magnánimos los de la fortaleza.

Hablamos por telégrafo: - Junto al aparato están Fúrmanov y otros. Hablo

yo, Fúrmanov. En cuanto recibimos su orden, celebramos una reunión y examinamos las cuestiones planteadas por ustedes. Después de ello, nos dirigimos a la fortaleza, a una asamblea general, en la que me concedieron la palabra para que explicase todo. Pero no pude hacerlo, porque se produjo una falsa alarma y el mitin quedó interrumpido... Luego, hubo una reunión, en la que fuimos detenidos y encarcelados; al cabo de dos horas, nos pusieron en libertad, y en una nueva reunión (con el Comité Revolucionario de Combate. -D.F.), accedimos a que se adoptase el siguiente acuerdo:

"Unir ambos consejos: el de Combate y el Consejo Militar. Elegir cinco camaradas (de la guarnición. -D.F.) para formar parte del Comité Revolucionario de la región. Empezar a actuar inmediatamente, hacer pública por medio de una orden a las tropas y a la población, la nueva composición del consejo y comunicarla al centro".

Considerar esta resolución como definitiva, y liquidado todo el incidente. Yo gestiono la confirmación de este acuerdo porque ello contribuirá a calmar los ánimos definitivamente. Se ha dado una orden para la división, sobre la nueva organización del Poder, en la que explicamos brevemente todo lo ocurrido. He terminado. Fúrmanov.

- ¿Dónde fueron detenidos ustedes y sus compañeros? ¿Y por orden de quién?

- Difícil es determinar por orden de quién, pero fue a presencia de los miembros del Comité Revolucionario de Combate.

- Comunique la nueva composición del Consejo Militar.

Yo les fui enumerando los apellidos de doce hombres: siete del Consejo Militar y cinco del Comité Revolucionario de la región, indicando los que eran del Partido y el cargo que ocupaban. Y para terminar, dije:

- Los miembros del Comité Revolucionario de Combate nos garantizan plenamente nuestra seguridad personal. Mañana temprano empezaremos a trabajar.

En Tashkent no debieron comprender algo, porque preguntaron:

- ¿Cómo dice que doce, cuando enumera cinco? Nosotros replicamos: - Eso son ustedes quienes lo tienen que aclarar.

Pero no retengan la confirmación por eso, pues todos ellos han sido propuestos por la guarnición. La orden la están pasando a máquina y les será comunicada...

- Voy a informar. Esperen. El representante del Consejo Militar que hablaba

por cable se fue. Quedamos esperando. Permanecíamos en silencio, sin decir palabra. Estábamos tan cansados, que ni la lengua quería moverse. Aquella era la tercera noche sin dormir. Y

Page 136: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

134

se iba... Los primeros albores se percibían ya, y todos seguíamos en pie, como anoche, como anteanoche. Llevábamos tres días de febril actividad, con los nervios en continua tensión, sin un minuto de reposo. Uno se sentó en el alféizar de la ventana y empezó a roncar al momento; otro, apoyado contra la pared, se caía hacia adelante como si estuviera borracho. En el Estado Mayor de la división reinaba el silencio... Y hasta se sentía frío en la noche cuando Tashkent empezó a contestar:

- El Consejo Militar Revolucionario comunica que la respuesta a todas sus preguntas la dará mañana...

Los delegados de la fortaleza torcieron el morro y mugieron descontentos: ellos esperaban otra cosa.

Y nosotros necesitábamos que la palabra de Tashkent conservase toda su autoridad. Los de la fortaleza intentaron entablar de nuevo conversación con Tashkent y "poner en su conocimiento" que ellos no estaban dispuestos a esperar "tanto tiempo", que no respondían de las masas, y etcétera, etcétera. Con esfuerzo, logramos disuadirles de su propósito. Nos despedimos de Tashkent. Todos nos alejamos del aparato.

Los de la fortaleza se fueron a sus dominios. Y nosotros -Pózdnyshev, Mameliuk, Bielov, yo, Bocharov y otros-, en el E.M. de la división, nos pusimos a examinar la situación en apretado haz. Veíamos que todo aquel "acuerdo" con la fortaleza era pura mentira, simple dilación. Y nada más.

En todo caso, no pondría fin al asunto. El desenlace debía ser otro. Con la "confirmación" del Poder, la fortaleza, por supuesto, se tranquilizaría en parte, cesarían temporalmente los excesos, pero la salida definitiva de la situación no era ésa...

No pudiendo soportar más el cansancio, al amanecer nos rendimos: luego de derrumbarnos sobre las mesas y los poyos de las ventanas -sucios y fríos-, estiramos las piernas y nos quedamos profundamente dormidos...

La ciudad estaba en calma; la fortaleza, en silencio. En el Estado Mayor de la división unos cuerpos humanos yacían tirados en desorden, como en un campo de batalla: los había abatido allí un sueño de muerte.

Bielov nos comunicó la conversación que había

tenido con Frunze. Después de pensar mucho si debía marcharse o no, sopesando los pros y los contras, decidimos que debía quedarse en su puesto.

En primer lugar, porque al crear un centro cívico-militar fuera de la ciudad de Vierni, le daría el golpe de gracia al Poder que en ella existía, Poder que aunque fuera fantasmal, sin fuerza alguna, constituía, incluso así, algún freno para los de la fortaleza; al menos, los venía conteniendo más de tres días. En cuanto se marchara, la fortaleza se encontraría con las manos libres, aquello sería como una señal para

acciones más decisivas. Vierni quedaría como declarado fuera de la ley; en fin, que las operaciones militares comenzarían por sí solas. Y nuestra tarea era no permitir que empezasen y sólo decidirse a ellas cuando no hubiera la menor posibilidad de evitar la apertura de un frente. Era natural que en Tashkent hablaran de esa manera precisamente, pues ellos creían que el momento era ese último en que es ya inevitable desplegar las fuerzas. Entonces, parte de nosotros estábamos en la cárcel. El Estado Mayor de la división esperaba ser asaltado. Todo estaba pendiente de un hilo. Mientras que ahora volvía de nuevo alguna esperanza y posibilidad de evitar la colisión. Esto en primer lugar.

En segundo lugar, porque la ayuda de Tashkent se acercaba y también estaba ya cerca de Vierni el 4° regimiento de caballería. Y era poco probable que, cuando esas fuerzas fueran a abatirse sobre los sediciosos, éstos aceptasen combate; los reduciríamos con suma facilidad.

En tercer lugar, porque, al marcharse Bielov, perderíamos un consejero valiosísimo e inteligente, cuya opinión era escuchada incluso en la fortaleza.

Y por último, porque empezarían a circular provocadores rumores de que el jefe de la división había huido con todo el dinero, por cobardía o cualquier otra cosa por el estilo, lo que sería un arma en manos de la fortaleza. ¿Y qué necesidad teníamos nosotros de facilitársela? Los sublevados se apresurarían a echarnos la zarpa a los demás para que no nos escapásemos, los asesinatos se sucederían... En cuanto nos matasen a todos, la fortaleza empezaría a realizar su "programa". Y ese programa era: la destrucción del Poder soviético.

Por eso no permitimos a Bielov que se fuera. El notificó a Tashkent que se quedaba con

nosotros. Y allí no protestaron: guardaron silencio. Aquella noche salieron a ocultarse en las

montañas Masarski y Goriáchev. No podían permanecer por más tiempo, a la vista, en la ciudad, pues, cada vez con mayor frecuencia, les amenazaban, asegurándoles que los iban a despedazar. Medviédich les tenía preparados unos caballos, escondidos en alguna quebrada. Y por la noche les condujo allá. Montaron, y partieron al galope. En cuanto a las mujeres, les proporcionamos documentos falsos, ¡y en marcha, hacia Tashkent!

No pocos sobresaltos y fatigas hubieron de pasar antes de llegar adonde estaban los nuestros. Más allá de Vierni, toparon con una patrulla de caballería enemiga, que les pidió los documentos. Aunque éstos eran falsos, pasaron: los miraron y remiraron, creyendo y no creyendo en su autenticidad, pero, sin mostrar grandes sospechas, las dejaron seguir, acompañadas de dos hombres de la patrulla. En una encrucijada, cerca de un ventorrillo, se detuvieron para pernoctar allí. Nuestros amigos desengancharon los caballos, tomaron un bocado y se acostaron. Pero

Page 137: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

135

no hacían más que pensar en la forma de escapar aquella noche de la pareja que les escoltaba. En cuanto comenzaron a roncar en derredor, Antonina Kondurushkina se puso a convencer a su cochero de que enganchara y se preparase para emprender la fuga. El auriga, después de resistirse un poco, enganchó los caballos sin hacer ruido y sacó sigilosamente el coche al camino. Las fugitivas subieron y continuaron su viaje hacia Kurdáy. Los de la escolta, dormidos como troncos, no se apercibieron de nada, y cuando, al cabo de largo rato se despertaron, ya era tarde: sus custodiados habían desaparecido. Entretanto, los fugitivos, muy asustados, iban en el coche, que corría raudo desde hacía dos o tres horas, esperando con angustia que de un momento a otro les dieran alcance. Habían pasado ya frente a una pequeña estación de posta sin que les detuvieran ni dijeran nada. Llegaban a otra, y divisaron allí un sinfín de gente. Querían pasar de largo, máxime cuando la estacioncilla se encontraba a unos doscientos sazhens

57 del camino pero la gente aquella empezó a dar voces y a agitar las manos ordenándoles que se acercaran. Y tuvieron que hacerlo, ¿qué remedio les quedaba? Pues no era posible escapar en una tartana campesina cuando de allí venían al galope en buenos caballos. Dieron vuelta y tiraron hacia allí.

- ¿Quién sois vosotros? - Vamos a Pishpek. - ¿Venís de Vierni? - De Vierni venimos. - ¿Tenéis salvoconducto? En aquel momento Iya, hijita de Antonina, le

susurró al oído a su madre: - Fíjate, mamá, pero si es Kozlov... Antonina miró y vio que frente a ella se hallaba

Kozlov el intendente del Tribunal. "Ah, miserable -pensó con dolor-, también tú

estás con ellos". Pero hizo como que no lo había reconocido. Kozlov se dirigió él mismo a ella: - ¿Cómo han venido?... Muy bien, ahora mismo le

pondré un telegrama. - ¿A quién? - A Iván Semiónovich, claro (es decir, a

Kondurushkin), pues él está en Pishpek. Por cierto que anda muy intranquilo, no sabe si están ustedes vivas o no.

- ¿De modo que se encuentra usted aquí?... -dijo ella, mirando intranquila a Kozlov.

- Naturalmente, somos aquí el puesto de control -le explicó Kozlov. Nos han mandado de Pishpek...

La alegría no tuvo límite: todos eran "de la familia", amigos y camaradas. Dieron de comer a las fugitivas, les facilitaron unos caballos de posta, descansados, y las despidieron afectuosos cuando

57 Sazhen. medida rusa de longitud, equivalente a 2,134 metros. (N. del T.)

marcharon hacia Pishpek. Por la mañana temprano vino corriendo de la

fortaleza un soldado rojo kirguiz, del batallón de guardia:

- ¿Dónde estar Shigabudín? Shigabudín hacer falta, pronto.

- ¿Qué ocurre? - Hacer falta Shigabudín, mucha pronto, mucha

falta. Resultó que ocurría algo alarmante: en la

fortaleza, por orden de Petrov, todos los soldados rojos musulmanes habían sido desarmados.

Cuando preguntaban por qué se hacía aquello, les respondían siempre lo mismo:

- ¡Petrov lo ha ordenado! Y a Petrov no había manera de encontrarlo por

parte alguna. La circunstancia aquella era muy sospechosa, pues siempre se desarma por algún motivo. Nos inquietamos grandemente, y nos disponíamos a ir allá para enterarnos de todo sobre el terreno, cuando llegaron de la fortaleza Karaváiev y Dublitski acompañados de una decena de hombres también a caballo:

- ¿Se ha recibido respuesta de Tashkent? - No, no se ha recibido... - Por consiguiente, ¿qué Poder es éste? Tan

pronto lo eligen, como no lo confirman. ¿Quién va a estar de acuerdo con esto? ¿Y vosotros os figuráis que nosotros vamos a aguantarlo, a esperar?.. Cuando allí, en la fortaleza, empezarían ahora mismo... Si no hay respuesta…, no queremos saber nada del asunto... No esperaremos más… ¡Basta! Sí, ¡¡basta ya!!

En tanto tratábamos de convencer a Karaváiev de que había que tener un poco de paciencia, pues, habíamos enviado ya al centro un telegrama, para que se apresurasen a contestar, y esperábamos la respuesta de un momento a otro, Dublitski andaba por el patio junto a los humeantes cajones y baulillos de mimbre, rebuscando entre los papeles de la Sección Especial, que todavía ardían lentamente, sin llama. Y por lo visto, debió coger algunos que no se habían quemado aún.

Además, según se puso en claro más tarde, consiguió en alguna parte unos telegramas cifrados del Estado Mayor de la división. Aquellos papeles, en sus manos, estuvieron a punto de ser fatales para nosotros.

Los de la fortaleza se marcharon. Y ni por ellos ni por nadie logramos saber nada más acerca del desarme de los soldados rojos musulmanes. Tras la primera delegación, vino la segunda, y tras ésta, la tercera... Cada media hora preguntaban si se había recibido la respuesta del centro y declaraban que la fortaleza estaba agitada, que no quería aguantar más, que estaba dispuesta a actuar, pues no se contaban con ella ni le permitían trabajar, y etcétera, etcétera.

Nos enteramos de que Alexandr Schukin era el

Page 138: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

136

que con más celo soliviantaba a la gente de la fortaleza.

- Mi opinión es: ¡Actuar inmediatamente! Mi opinión es que no hay que esperar respuestas de ninguna clase, ¡que se vayan al cuerno las respuestas! El Poder es nuestro y hay que atacar sin tardanza. De lo contrario, ¿qué clase de fuerza es la nuestra?

Y los de la fortaleza le mostraban ruidosamente su activo apoyo. Las ganas de atacar aumentaban por minutos. Pronto llegarían a su grado máximo, y entonces...

Nosotros apremiábamos al centro para que contestase. Les comunicábamos que entre las masas sublevadas había gran efervescencia, que la larga demora en la respuesta se utilizaba para provocarlas y pedíamos encarecidamente que se diesen prisa...

En aquel caso se ponía de manifiesto el diferente rasero con que Tashkent y nosotros medíamos los acontecimientos: ellos los medían por horas, mientras que nosotros contábamos cada minuto y no nos daba igual, ni mucho menos, que la respuesta llegase a las once o a las doce. Cada minuto era en verdad precioso. Por culpa de la contestacioncita aquella hasta tuve con Tashkent una pequeña agarrada. Cuando se agotó la paciencia y arreció la lluvia de "preguntas sobre la respuesta", cuando se nos dio una sola hora de plazo, y estaba completamente claro que "la demora era la muerte", yo mandé al centro un telegrama conminatorio:

Al Comité Militar Revolucionario del Frente del

Turkestán.

A transmitir en primer término.

Comuniquen si recibiremos dentro de una hora la orden de ustedes confirmando el Poder del Semirechie. Si no se recibe respuesta afirmativa, nos veremos obligados a instaurar, antes de su confirmación, un poder provisional, pues la influencia de la guarnición y el nerviosismo general pueden traer consecuencias no deseables.

El presidente de Consejo Militar, Fúrmanov. Por aquel telegrama me gané un cogotazo: Al Presidente del Consejo Militar de la división,

Fúrmanov.

Vierni.

Su demanda con fijación del plazo en que ha de dar sus respuestas el Consejo Militar Revolucionario la consideramos indignante. La respuesta del Consejo Militar Revolucionario será enviada cuando éste lo crea oportuno, dentro del día de hoy.

El Secretario del Consejo Militar Revolucionario, Savin.

Agriar las relaciones en un momento semejante

era muy mala cosa. Había que poner todo completamente en claro, para que no quedara la

menor duda de nada. Y envié una respuesta que aunque era dura y áspera, tenía en cambio la virtud de su entera franqueza58.

Decía así: Al Consejo Militar Revolucionario del Frente del

Turkestán, Tashkent.

Militar. A transmitir en primer término.

El Consejo Militar Revolucionario del Frente ha interpretado mal, en absoluto, la propuesta del plazo en que debía contestar al asunto de la constitución del Poder en el Semirechie. Yo, Fúrmanov, no he planteado esta cuestión, ni podía plantearla, por razones de disciplina. La cuestión ha sido acordada por la mayoría de los miembros del Consejo Militar y del Comité Revolucionario de Combate de la fortaleza en una reunión conjunta. Y hay que tener en cuenta la situación concreta en que se adopta cualquier resolución: aquí todas las tropas están en pie de guerra; por la ciudad circulan grupos armados; el ambiente está tan cargado de electricidad, que cualquier demora puede producir una terrible descarga. Las deducciones del centro y su indignación las considero equivocadas por completo, precipitadas y debidas a incomprensión. Más tarde, todo se aclarará y explicará con detalle, si es que podemos hacerlo algún día. Les recomiendo tengan presente que en estos instantes, quince trabajadores de ese centro luchan desesperadamente para evitar el derramamiento de sangre que se avecina y para conservar, aunque sea en forma imperfecta, el aparato del Estado. Y esta lucha se mantiene, en nombre de la revolución, contra una multitud de varios miles de soldados rojos armados. Contesten en adelante con más cuidado y no nos desacrediten con sus respuestas, pues con su falta de precaución pueden ustedes hacer fracasar definitivamente el acuerdo que se está logrando y sumir a Vierni, y tal vez a todo el Semirechie, en el fuego de una colisión insensata y sangrienta. Acerca de la prudencia y de la comprensión real de nuestras comunicaciones ya les hemos advertido más de una vez, y supongo que la falta que han cometido al hacer precipitadas deducciones también estará ahora clara para ustedes mismos.

La situación empezó a mejorar bastante desde el levantamiento del arresto (a nosotros. -D.F.) y salido de la fortaleza. Ahora se requiere la máxima perspicacia y prudencia, cosa que debemos aprender tanto nosotros como ustedes.

Fúrmanov.

A este mensaje, Tashkent contestó diplomática y

brevemente:

58 Esta respuesta fue dada un poco más tarde, cuando celebramos una sesión con los de la fortaleza. De esta reunión se hablará más tarde.

Page 139: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

137

Al Presidente del Consejo Militar, Fúrmanov.

Por encargo del Consejo Militar Revolucionario le comunico que la advertencia del mismo sobre lo intolerable del caso no se refería a usted personalmente.

El Secretario, Savin. Esta contestación se recibió al siguiente día. La

habilidad con que estaba compuesta nos hizo soltar la carcajada a un tiempo.

Volvamos al asunto principal. Después de poner el telegrama a Tashkent pidiéndole que se diesen prisa en contestar, nosotros no podíamos, como es lógico, permanecer inactivos y contentarnos con esperar cruzados de brazos. De haberlo hecho, seguramente nos habría sorprendido así algo serio.

Había que hacer algo. Pero, ¿qué? ¿Ir a la fortaleza y tratar de convencerlos? Sería

perder el tiempo, no atenderían a razones, únicamente se enfurecerían más.

Y se nos ocurrió una buena idea: hacer saber a los de la fortaleza que era preciso celebrar inmediatamente en el E.M. de la división una reunión urgente, extraordinaria, inaplazable... -todo lo que se quisiera-, para resolver cuestiones de la mayor importancia, y una vez en ella, pegar la hebra y no soltarla hasta que no se nos acabasen las fuerzas y la saliva. Desde luego no había otra salida.

Teníamos que "dársela con queso": entretenerlos en aquella reunión varias horas y no dejarles marchar hasta que no se recibiera la respuesta de Tashkent. El orden del día no nos preocupaba lo más mínimo. Estábamos convencidos de antemano de que en cuanto sacásemos la conversación del Poder, de la Sección Especial, del Tribunal o de las armas se tirarían a aquel cebo con la misma ansia con que los lobos a la carroña, y ya no habría manera de arrancarlos de él ni a tres tirones. ¿Pero vendrían? Esa era la duda.

Escribimos un avieso papelito y lo mandamos a la fortaleza. Parte de sus cabecillas estaban en el E.M. de la división. Y con ellos, sin esperar a los demás, que llegaron más tarde, abrimos nuestra fútil sesión.

Trazamos rápidamente el orden del día, con todas aquellas cuestiones del Poder, la contingentación, el Tribunal y otras por el estilo.

Nos sentamos ceremoniosos en torno a la mesa. A mí me encomendaron presidir; Murátov sería el secretario.

¿Qué perdíamos nosotros con aquello? Absolutamente nada.

Nos lanzaríamos unos a otros, como una pelota, distintos pareceres que ya habían sido repetidos centenares de veces; disputaríamos con gran calor, haríamos infinidad de propuestas y engendraríamos, con fecundidad de moscas, abundantes resoluciones, hueras, que quedarían en el papel. ¡Qué más nos daba! Ni que decir tiene que la solución no estaba en

aquellas archiestúpidas reuniones y promesas, lo fundamental eran los autos blindados de Tashkent y el 4° regimiento de caballería que venían a ayudarnos. Pero había que reunirse. No quedaba otro remedio.

Y los metimos bien en las redes de la discusión, enredándolos más y más en ellas. Pasó una hora, transcurrieron dos, y la respuesta de Tashkent continuaba sin llegar. Mandamos a la fortaleza a uno de los cabecillas para que informase de la reunión "secreta e importante" que se estaba celebrando en el E.M. de la división y pidiese a los sediciosos que tuviesen calma y esperaran sus resultados.

La contestación fue inopinada y unánime: - Siendo así, esperaremos hasta mañana si hace

falta. No tenemos prisa... Ya que lo piden los nuestros...

Y estuvimos deliberando, ¡cuatro horas enteras! No vale la pena repetir aquí las apasionadas disputas que se entablaron en torno al Tribunal, a la Sección Especial, a los fusilamientos, a "los robos de los agentes de abastos", etcétera, etcétera. Cuando estábamos en plena sesión, irrumpió en el local una cuadrilla de borrachos con Karavéiev y Dublitski a la cabeza. Karaváiev daba voces, parecía ordenar algo con precipitación, como si temiese no llegar a tiempo... Pero no figuraba en primer plano.

Quien llevaba la batuta era Dublitski: - Aquí están... los cifrados... -anunciaba con

infantil arrogancia, desafiante, agitando en el aire un montoncillo de papeles-. Todos vuestros cifrados están aquí... -y daba palmaditas a los papeles aquellos, chasqueando la lengua y lanzándonos una mirada triunfante.

"¡Ajajá! -decían sus ojos-. Habéis caído, palomitos. Ahora os tengo a todos en mis manos: si quiero, os concedo la vida; si me da la gana, ¡os corto el cuello!".

- ¿Qué cifrados? -inquirimos con asombro. - Estos, éstos. Todos se hallan en mi poder: los

pescados en camino y los cogidos aquí... - ¿Pero de qué se trata? - ¿De qué se trata? -resonó la voz tonante de

Karaváiev-. Pues para eso hemos venido... Para exigiros que nos digáis inmediatamente de qué se trata en ellos...

- ¡Descifradlos ahora mismo! -gritó también Dublitski.

- Seguramente, habrá ahí toda clase de falsedades...

- ¡Oh!, si es así, preparaos... -rugió Karaváiev; mientras se golpeaba con la chasqueante fusta la caña de la bota.

Mal asunto para nosotros. ¿Qué podían decir nuestros telegramas a Tashkent? Únicamente:

"Enviadnos ayuda... Hay que acabar con los bandidos facciosos. Nuestro plan de acción es... Y otras cosas por el estilo".

Page 140: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

138

En fin, que descifrar los telegramas equivalía a afirmar nuestra sentencia de muerte. Se pondrían al descubierto todos nuestros propósitos, secretos y esperanzas. Y como en ellos no había ni una sola palabra "amable" para los sublevados, no era probable que los "bandidos" se mostrasen con nosotros generosos. ¿Cómo salir del trance?

Lo primero y principal era, claro está, no pestañear siquiera. No dar a entender ni por asomo que nos habíamos quedado de una pieza y, llenos de desconcierto, no encontrábamos nada que alegar para defendernos ni razones para refutar aquello y demostrar lo contrario. Era preciso comportarse como si no hubiera ocurrido nada de particular, y todas sus sospechas y suposiciones fuesen un simple error, una equivocación sin importancia que íbamos a poner al descubierto y a desvanecer fácilmente, en el acto.

"Serenidad" fue la primera consigna que nos vino a la mente. Bajo ella, había que entrar en liza.

- A ver, enséñeme eso -dije tendiendo la mano hacia los papeles que Dublitski blandía-. ¡Me lo figuraba! Son de operaciones... Solamente de operaciones...

- No, no... Dadnos -profirió Dublitski, ahogándose de coraje-, dadnos la clave… para descubrir todo ahora mismo... ¿Dónde está la clave?

- ¡Si! ¡Para descubrirlo ahora mismo! -asintió atronador Karaváiev-. O nos iremos a la fortaleza... Y desde allí lo exigiremos como es menester… No nos andaremos con blanduras...

- No toleraremos que se nos siga engañando -le apoyó Dublitski-. ¿Qué es esto? Anoche, no se sabe con qué objeto, desde Ilisk, llamaron a Bielov al aparato... Pero yo, naturalmente, no lo permití. Ordené que no le avisaran... Ya sabemos para qué llaman...

- Propongo que salgan -declaró de repente Karaváiev, con prosopopeya y voz profunda y grave- todos los representantes de la fortaleza... Hay que celebrar una reunión... Nuestra. Aquí hay gato encerrado...

Apartando las sillas con brusquedad y los bancos con estruendo, se levantaron rápidos de la mesa y corrieron en tropel a la habitación contigua. Después de breve deliberación, volvieron. Y al instante, nos demandaron:

- ¿Vais a contestar o no? - ¿A qué, camaradas? - Os preguntamos que si vais a descifrar los

telegramas. - Bueno, vamos a ver -tratamos de calmar a los

levantiscos-, sentaos. Ante todo, sentaos cinco minutos y examinemos la cuestión con calma... El asunto es muy serio, y hay que resolverlo sin prisas, con cabeza. Se trata de lo siguiente...

En aquel momento, sin que nadie se apercibiera, Mamelíuk logró salir de la sala de; sesiones, acercóse

al aparato y comunicó a Tashkent: - Ahora tiene lugar en el Estado Mayor una

reunión conjunta con el Consejo de Combate... La reunión va tomando muy mal cariz... Hay sobrados motivos para suponer que, en cuanto termine, nos detengan...

Entretanto, decíamos a los de la fortaleza: - Aclaremos, camaradas, en primer término, lo

principal: ¿Apreciamos nosotros y vosotros el Poder soviético?

- Déjate de eso... Al asunto... Habla de los telegramas cifrados.

- De los telegramas también hablaremos... Pero primeramente decidme: ¿Apreciamos todos nosotros el Poder soviético?

- ¡Claro que todos! -gritó Karaváiev con enfado. - Y al Poder soviético lo defiende y guarda el

Ejército Rojo... - ¡Basta ya de sermones, al grano!... - El Ejército Rojo... -repetí-. Y aquí, en el

Semirechie estamos terminando con los últimos restos de los blancos...

Los de la fortaleza se alborotaron, expresando su descontento.

Y nos apresuramos a ir al asunto: - Estos telegramas cifrados hablan precisamente

de eso: de cómo acabar con los restos de los blancos… Y no hay que explicaros nada, camaradas, porque vosotros mismos sois militares y habéis combatido por todo el Semirechie durante dos años enteros... Bueno, y decidme ahora, con franqueza... Supongamos que tú, Karaváiev, eres comandante de una brigada... Porque podrías serlo, ¿verdad? (Karaváiev, satisfecho, torció la boca sonriendo impreciso). Y que ante ti está el enemigo. Y tienes que dar una orden de operaciones... ¿Desde dónde la vas a dar, desde la plaza pública, abiertamente? Claro que no lo harás desde la plaza. Lo harás en secreto. En telegramas cifrados como éstos, ¿verdad? Por consiguiente, ¿por qué sorprenderse en este caso, camaradas, de que el jefe de la división dé en secreto sus órdenes de operaciones. ¿Es que eso no es justo? ¿Es que...?

De pronto se abrió la puerta de par en par y entraron presurosos varios hombres.

- Somos representantes del Partido -se presentaron a los reunidos-. Nos mandan para que controlemos el telégrafo...

El ambiente de la reunión cambiaba por completo. Había que aprovechar la ocasión.

- Ya veis, camaradas -dije, aferrándome a ella-, de ahora en adelante no pasará una palabra sin vuestro control conjunto. ¿Qué más queréis?

Y le dimos la vuelta al asunto de tal manera, que los presentes reconocieron la necesidad de mantener en secreto las órdenes de operaciones y estuvieron de acuerdo en que las debían conocer solamente el jefe y el comisario de la división. Tales telegramas no

Page 141: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

139

tenían que ser sometidos ni siquiera al nuevo control. ¡Pues eran operativos! Y hasta los telegramas que trajera Dublitski

fueron apartados de todo examen por su "operatividad". Nadie volvió a prestarles atención.

La atención estaba ya concentrada en redactar las instrucciones para los controladores y en examinar quiénes había mandado el Partido. Aquella comprobación fue idea de Karaváiev que inmediatamente "recusó" dos.

- ¿Por qué? -le preguntamos-. Pero si son del Partido...

- Aunque sean del Partido -repuso-; son musulmanes, kirguizes, los dos. Mejor será que mandemos de "los nuestros"...

Al punto, abrimos debate sobre la cuestión nacional... Y se desencadenó una tormenta de protestas, con rayos y centellas. Luego, empezaron a dudar. Insistimos de firme, y acabaron por acceder a que los dos quedaron en el control.

En aquel momento vinieron apresuradamente del telégrafo a anunciarnos la tan esperada nueva:

- ¡El Consejo Militar Revolucionario está transmitiendo un telegrama!

Y todas nuestras conversaciones y disputas se fueron al cuerno. Todos corrimos anhelosos hacia el aparato. Tashkent comunicaba:

Secreto. 14/VI. Al Consejo Militar de la 3

a

división del Turkestán. Vierni.

El Consejo Militar Revolucionario del Frente ha dispuesto:

Primero. A fin de cumplir a la mayor brevedad cuantos deseos legítimos, de carácter práctico, fueron expresados en la conferencia de las unidades y en la asamblea general de la guarnición de Vierni, permitir que entren a formar parte del Consejo Militar de la división dos representantes de la guarnición, cuyos nombres serán comunicados a este Consejo Militar Revolucionario para la confirmación si procede.

Segundo. Permitir, con igual objeto, que se incorporen al Comité Revolucionario de la Región tres representantes, cuyos nombres nos serán comunicados con los mismos fines.

Tercero. El reorganizado Consejo Militar y el Comité Revolucionario de la región empezarán a ejercer sus funciones y llamarán a todas las unidades e instituciones a hacer lo propio.

Cuarto. Todas las órdenes del Frente, incluso las relativas al traslado de tropas, deberán ser cumplidas estrictamente.

Quinto. Del cumplimiento de esta disposición responderán personalmente los miembros del Consejo Militar de la división, así como los del consejo de la guarnición de la fortaleza.

Sexto. Las unidades y los individuos que eludan el cumplimiento de las órdenes son traidores a la causa de la revolución y del pueblo trabajador, y se

procederá contra ellos con arreglo a las leyes revolucionarias.

Séptimo. El Consejo Militar Revolucionario del Frente está seguro de que el Consejo Militar de la división y el consejo de la fortaleza tienen suficiente autoridad para que la presente orden sea ejecutada.

Octavo. Esta decisión es definitiva e irrevocable. @oveno. Comuniquen la hora de recibo de la

presente orden, así como las medidas adoptadas para cumplirla.

El Comandante en Jefe, M. Frunze-Mijáilov. Por el CMR del Frente, Kúibyshev. Punto final. Era el último mensaje que nos

enviaba Tashkent: "Esta decisión es definitiva e irrevocable". Y el Comité Militar Revolucionario tenía razón.

¿A qué darle más vueltas a la noria? Su respuesta era como debía ser: lacónica y

categórica. "Cedo -parecía decir-, ¡pero ordeno con firmeza!" Y nosotros comprendimos que con aquel

telegrama llegaba "la lucha final". Con él terminaba Tashkent sus palabras. De ahora

en adelante, actuaría con las armas… Y nosotros las esperábamos con ansia... Las esperábamos, ¿pero dónde estaban?

Y antes de que llegasen, seguramente nos liquidarían. ¿Acaso la fortaleza iba a tener largas contemplaciones con nosotros?

- Camaradas- dijimos a sus cabecillas en tono cariñoso-, ya veis que este despacho es el último que

nos mandan. Si de verdad no queréis derramamientos de sangre, ayudadnos. Sin Vuestra ayuda, ¿qué podemos hacer nosotros? Actuemos juntos. Sentémonos de nuevo a la mesa y examinemos con la mayor atención todo lo que Tashkent dice. Y luego, informemos a la fortaleza. Y lo que allí decidan, eso se hará. De todos modos, no hay otra salida...

De nuevo estábamos en la misma habitación y a la misma mesa, analizando con cuidado, desentrañando minuciosamente el contenido de cada palabra de la respuesta. Y en la conversación, como de pasada, les recordábamos:

- Los autos blindados de Tashkent no están lejos... - El cuarto regimiento de caballería se acerca... - Las resoluciones del veintiséis regimiento y de

la guarnición de Kara-Bulsk son en contra de la fortaleza...

Y aquellas noticias que les dábamos, aunque no tenían nada de nuevas, contribuían sin embargo a bajar considerablemente los humos a los cabecillas.

Después, les hicimos saber que en Pishpek actuaba un Estado Mayor nuestro y había conseguido ya que se subordinasen a él las tropas de Pishpek, Tokmak, Narín, Przhevalsk... En fin, parecíamos decir a los de la fortaleza: "Os habéis quedado casi solos. ¿Quién más está con vosotros?"

Page 142: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

140

Terminaron las conversaciones. A mí me encomendaron que al día siguiente, a las diez de la mañana, hiciera en la fortaleza el informe fundamental.

Los cabecillas del reducto faccioso prometían ayuda, aseguraban que todo transcurriría con tranquilidad... Prometían, sí, ¿pero qué valor tenían sus promesas? Además no estaban allí ni Petrov, ni Bukin, ni Vúychich, ni Tegneriádnov, ni Chernov, ni Alexandr Schukin. Y éstos eran los más levantiscos, los de más cuidado. Ellos no venían, permanecían en la sombra, fraguando algo en secreto. Con nosotros estaban: Chéusov, Karaváiev, Dublitski, Víletski, Nevrótov, Fomenko, Petrenko y algún otro...

Bueno, ¡cada uno a su puesto! Al día siguiente, ya se vería lo que pasaba. Y nosotros, por ser la última vez, procuraríamos que todo pasase como queríamos.

Mientras nosotros estábamos deliberando en el E.M. de la división, Petrov, el jefe supremo de la fortaleza, sintiéndose dueño de la situación, daba una orden tras otra: nombraba a quienes le parecía para los distintos cargos, mandó al comandante del 1er regimiento" que ocupase los cuarteles donde se hallaban los blancos, envió al correccional a uno de sus jabatos, Mámontov, con plenos poderes para "poner en libertad a los camaradas soldados rojos, excepto a los guardias blancos". En el correccional se encontraban por aquel entonces unos ciento cincuenta delincuentes comunes. Mámontov organizó una comisión especial, bajo su presidencia, y realizó "una inspección acerca de los presos". El resultado de aquella "encuesta" fue que solamente quedaron allí unos cinco individuos; todos los demás fueron libertados y armados en su mayoría. ¡Los criminales y los ladrones salían a la calle! Aquel mismo día, Lepinski (comisario o poco menos del hospital general) presentó a Petrov en la fortaleza una lista de unos ochenta empleados y soldados rojos de aquel hospital. Al pie de la lista, había estas bellas palabras, de puño y letra de Lepinski:

"Le ruego, si es que lo cree posible, tenga a bien satisfacer los deseos del personal del hospital de Vierni que manifiesta ardiente afán de empuñar el fusil para defender nuestro trabajo pacífico y la justicia..."

Todos se alzaban contra nosotros: la casa de inválidos, el hospital y hasta los delincuentes comunes.

A mediodía, Chernov, al frente de un pequeño

destacamento, asaltó la Sección Especial. Y como maestro en tales menesteres, empezó a dirigir su saqueo y destrucción. Los dos o tres soldados que guardaban el local fueron arrojados al patio. Los asaltantes irrumpían como locos en las habitaciones, hincaban sus sables y bayonetas en los divanes y sillas tapizadas, desgarraban el papel de las paredes, buscando documentos secretos. En un instante,

hicieron astillas todas las mesas, vaciaron los cajones y los estrellaron con estruendo contra el duro suelo. Corrían ululantes por el local a la caza de secretos y "tesoros". Mas no podían hallar nada, porque todo lo había llevado Masarski al E.M. de la división. En las habitaciones vacías Chernov vociferaba aún más:

- Ca... na.. llas. Han arramblado con todo. No nos han dejado nada... Pero todo será nuestro. Nuestro... ¡Hala, muchachos, arrancad las tablas de los suelos! ¿Dónde están aquí los fusilados?

Parte de la cuadrilla se lanzó al patio a destrozar viviendas y almacenes. La otra empezó a descargar hachazos sobre el piso de madera de la Sección. Pero bajo el suelo, como era natural, no encontraron nada; hallaron solamente cinco pares de hombreras, quitadas a unos oficiales prisioneros, y unas monedas de plata zaristas; bienes que Chernov guardó por si alguna vez hacían falta. Al cabo de dos horas, nadie habría reconocido la Sección Especial: estaba destrozada, deshecha, nada había dejado allí en pie la banda de Chernov. Poco después también campaba por sus respetos en el Tribunal Militar. E igualmente dirigía los trabajos de destrucción el especialista Fiedka Chernov.

En los momentos en que Chernov asaltaba la Especial, estábamos nosotros examinando precisamente la respuesta de Frunze.

Del asalto nos enteramos más tarde, cuando llegó

corriendo uno de los centinelas de dicha sección, que había logrado escapar del arresto.

Los de la fortaleza procedían, pues, de dos maneras distintas a un mismo tiempo: Por un lado, nos dirigían buenas palabras, y por otro, nos deshacían a hachazos el piso de la Sección Especial. No había que creer ni una sola de sus palabras ni confiar en ninguno de los acuerdos con ellos, porque en una situación como aquélla se los podía llevar el viento en un instante.

Cuando los cabecillas que habían llegado a un acuerdo con nosotros en el Estado Mayor de la división volvieron a la fortaleza, los "activistas" los recibieron con pullas e insultos.

- ¿A quiénes defendéis, hijos de perra? ¡Miserables! ¡La madre que os ha parido, abogaos de Satanás! ¡Mala carroña!

Y ya bien entrada la noche, en sesión extraordinaria y urgente, se elegía un nuevo Consejo de Combate; a su cabeza figuraba Bukin.

En aquella reunión "electoral" se habían desencadenado las pasiones hasta tal punto, que "activos" y "pasivos" se enzarzaron en una bronca de las grandes. Y en aquel preciso momento, Vúychich resolvió la cuestión por un procedimiento sencillo, que no falla: trajo a la sala de sesiones una docena de esbirros, detuvo a los "pasivos" y... ¡al calabozo de cabeza! Los demás continuaron la sesión. Y decidieron:

Page 143: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

141

- ¡Detener y fusilar a todos los que están en el Estado Mayor de la división!

Aquello ocurría al filo de las doce. Por cierto que poco después acordaban libertar a los "pasivos". Lo habían pensado mejor, y temían una explosión interna. Fomenko, miembro del Consejo de Combate, que se encontraba en la ciudad, se enteró por un hombre de su confianza de la decisión de detener por la noche al Estado Mayor de la división. Se dirigió raudo a la fortaleza, llegó cuando la sesión tocaba ya a su fin y puso el grito en el cielo, augurando los terribles castigos que les esperaban y haciendo especial hincapié en los autos blindados de Tashkent. Con sus razones, logró que vacilaran los del Consejo; éstos no cumplieron su decisión aquella noche.

Los "miembros del Partido" de Vierni que

asistieran a la reunión celebrada en el E.M. habían escuchado con especial atención nuestras informaciones sobre la próxima ayuda. Leyeron también la categórica respuesta de Tashkent, Y comprendieron que la cosa se ponía fea y era llegado el momento de volver grupas. Al atardecer convocaron urgentemente una asamblea extraordinaria de la organización del Partido en la ciudad. Y hasta daba vergüenza oír los fervorosos juramentos que allí hacían de fidelidad al Poder soviético, ver el entusiasmo con que hablaban del "principio del centralismo" y presenciar cómo llamaban a todos a seguirles y acatar incondicionalmente las órdenes del centro, cualesquiera que fuesen. Era una huida bochornosa, ruin.

Al olfatear el peligro y darse cuenta de lo falso de su situación, habían sentido miedo, y tocaban a retirada con tiempo para chaquetear. Chéusov sacó a relucir lo de los telegramas cifrados, intentando reavivar el fuego que se extinguía, pero tampoco sirvió de nada. La asamblea adoptó por unanimidad una resolución mal pergeñada, pero altisonante:

Después de oír el informe sobre el momento

actual y los acontecimientos que tienen lugar en Vierni, así como acerca de ciertas exigencias de la guarnición que vulneran las normas existentes sobre la estructura del gobierno obrero y campesino, acordamos: Proponer a las autoridades de la región, nuevamente confirmadas, que se atengan estrictamente a la legislación del Poder soviético y no se aparten del pleno centralismo. Todas las órdenes y disposiciones del centro deberán ser cumplidas inmediatamente. Explicar a los soldados rojos que es intolerable cambiar la estructura del Poder, pues esto tiene funestas consecuencias para la causa común de la revolución y ayuda a la contrarrevolución, señalando que cometer una acción semejante equivale a asestar una puñalada por la espalda a los obreros, campesinos, dejkanes y cosacos

revolucionarios que defienden heroicamente los intereses del campesinado pobre. Para esclarecer eso, se encomienda a los camaradas del Partido que se pongan a trabajar inmediatamente entre los soldados rojos. Al propio tiempo, la organización del Partido en Vierní advierte a todos los órganos del Poder soviético, así como a los camaradas, de que el más leve incumplimiento (de las disposiciones. -D.F.) del centro... se considerará como oposición al Gobierno soviético, y quienes así procedan serán considerados enemigos del pueblo trabajador. La responsabilidad por toda clase de pronunciamientos que puedan (surgir. -D.F.) recaerá sobre los camaradas del Partido. Se invita a los camaradas a estar en el más estrecho contacto con el Partido, para que no haya ese aislamiento que se ha venido observando hasta el presente...

¡A buena hora caían en la cuenta! Habían estado

tres días enteros en rebelión, de común acuerdo con los de la fortaleza, ¡y ahora venían con ésas!

Se habían desatado tanto sus ímpetus, que, después de la asamblea, decidieron -seguramente para expiar sus pecados- ir en el acto a la fortaleza a hacer agitación. Pero su caballeresco gesto fue vano, pues no habían previsto que pronto iban a dar las doce, todo estaba sumido en tinieblas y la mitad de los hombres de la fortaleza dormían ya a pierna suelta… ¿Qué agitación podía hacerse a tales horas? Y por añadidura, los que debían ser agitados, al enterarse de la decisión de la asamblea, mandaron unos emisarios al encuentro de los que venían para comunicarles que los de la fortaleza no permitirían la entrada a los del Partido:

- Venid por la mañana. ¿Y qué remedio quedaba? Hubo que dejarlo para

la mañana siguiente. Aquello ocurría cuando en la fortaleza se disponían a elegir un nuevo Consejo de Combate. A esa misma hora, Petrov ordenaba a uno de sus valientes, Skókov, que fuera a desarmar el Estado Mayor de la división. Skókov llegó allá, a galope tendido, y presentó la "orden":

Al Estado Mayor de la 3

a división

Entreguen inmediatamente todas las armas que se encuentren tanto en ese E.M. como en la Sección Especial y el Tribunal Revolucionario. Para el recibo de las mismas quedan autorizados Skókov, ayudante del Comandante, y Shkutin, miembro del Consejo MRP de Combate.

El Comandante en Jefe de las tropas, Petrov. El Comandante de la fortaleza, Schukin. Vº. Sº. El Jefe del K. M. Borozdin. ¿Y qué armas teníamos nosotros allí? Se llevaron

unos cuantos fusiles y una ametralladora rota. Lo de más valor lo habíamos ocultado antes. Y no lo encontraron. No nos quitaron de las manos los

Page 144: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

142

revólveres. Mal se ponía el asunto. No cabía peor. El desenlace se acercaba. ¿Qué nos traería el mitin del día siguiente?

Bien entrada la noche, Shegabutdínov comunicó: - Mañana pueden ocurrir muchas cosas... Y yo

tengo preparados sesenta kirguizes, armados como es menester... Hasta bombas de mano tienen. Las bombas, si hace falta, las tirarán a la vez a la multitud, y en el revuelo que se arme, no temas, os agarrarán a todos vosotros y os llevarán hacia la puerta... En la puerta también habrá gente nuestra, que habrá "relevado" a su tiempo a los centinelas, y allí montaréis en los caballos que os estarán esperando...

El plan, aunque un poco romántico, no era malo. Aquella noche ninguno de nosotros la pasó en

casa: unos se fueron a alejadas viviendas ajenas; otros, al campo o al huerto. Cerca de la medianoche, Naya y yo volvimos del Estado Mayor a la hostería de Beloúsovski. La calle estaba en tinieblas; no se veía nada a tres pasos. Recogimos apresuradamente todo lo que en un registro pudiera comprometer, yo me metí en el cinto otro revólver más, y a tientas, con sigilo, avanzamos por el patio con el propósito de deslizarnos silenciosamente por el portillo de la valla. El encargado de la hostería era Kurkin, un traidor y un espía. Llegamos al portillo. Estaba cerrado. Estaba cerrado, y las llaves las tenía Kurkin... ¿Qué hacer? Decidimos salir por la puerta principal, a través de la terracilla. Apenas descendimos los escalones, tropezamos con alguien en la oscuridad. El desconocido pronunció mi nombre en voz alta. Otros dos aparecieron en la esquina, oscilaron sus siluetas. En derredor, todo estaba en tinieblas. Había que seguir por el parque, donde, en un sitio convenido, nos esperaría Mameliuk para llevarnos a una vivienda secreta. ¿Qué hacían allí aquellos hombres parados? ¿Estaban espiando? Y en el parque, negro como boca de lobo, se sentía espanto: parecía que, tras cada arbusto, iba a aparecer alguien a cada momento. Yo empuñaba con fuerza el revólver montado. Volvíamos de continuo la cabeza para ver si nos seguían. Y en lugar de ir por el sendero, zigzagueábamos para despistar a los que nos siguieran, cosa fácil en unas tinieblas como aquéllas. En una encrucijada encontramos a Mameliuk, que nos llevó del parque a una calle, y de la calle a una casa desconocida; nos dejó a la entrada y él se adelantó hacia la puerta de la terracilla para dar unos leves golpecitos en ella. Dentro, contestaron con apagada voz: Mameliuk dijo quién era, y la puerta chirrió desagradablemente en el silencio. Mameliuk entró solo, y nosotros quedamos agazapados, prestando oído al repiqueteo de cascos de un caballo que se acercaba; el jinete pasó de largo y se detuvo no lejos de nosotros: el golpeteo de las herraduras se interrumpió de pronto, en seco. ¿Quién era? ¿Qué buscaba aquel hombre? Cualquier insignificancia

repercutía al instante en nuestros nervios, tensos del insomnio de las noches y las tumultuosas zozobras de los días. El jinete aquel nos preocupaba grandemente. Estábamos ya seguros de que había reparado en nosotros y se había detenido cerca con el exclusivo objeto de acechamos. Pegados a la valla, permanecíamos inmóviles. A través de la puerta, pedimos en un susurro que callasen. Transcurrieron así dos o tres minutos. Y de pronto, oyóse de nuevo el chac-chac de los cascos: el jinete se alejaba al paso tras la esquina de la calle, y cada vez eran más silenciosos y tranquilos los besos de acero de las herraduras del caballo. Mameliuk, desde la entreabierta puerta, nos llamó con voz tenua como un suspiro:

- Pasad, pero con cuidado, chirría la maldita... Nos metimos por el estrecho hueco de la puerta y,

por un pasillo, llegamos a una habitación. Aunque las maderas de las ventanas estaban herméticamente cerradas, no encendieron en seguida, sólo cuando pasaron unos diez minutos, pusieron en el suelo, en un rincón, un mortecino cabo de vela. Al dueño de la casa aquella yo no lo conocía; tenía aspecto de oficinista provinciano. Miramos en derredor: la vivienda era espaciosa, reinaba allí la limpieza, había en ella un silencio apacible, olor de incienso y hierbas medicinales, un pacífico ambiente pequeñoburgués. Todos teníamos el convencimiento de que el jinete aquel, siguiéndonos los pasos, había descubierto dónde estábamos alojados. Cambiamos impresiones y decidimos que lo mejor sería que el dueño de la casa no se acostase en toda la noche (no teníamos seguridad en nosotros mismos, pues nos dormiríamos, ¡estábamos tan rendidos de cansancio!) para escuchar atento, junto a puertas y ventanas, y avisarnos en cuanto oyera algo alarmante. En el patio, al lado del portón, estaría de guardia un hombre de nuestra confianza. En caso de alarma, saldríamos disparados al patio, por la puerta falsa, y correríamos hacia la valla lejana. Cruzamos el patio en tinieblas y acercamos un banco a la valla para poder saltarla inmediatamente. Y sin hacer ruido, sigilosos, volvimos a las habitaciones. Ahora, ¡cuánto se deseaba dormir, dormir sumidos en aquel apacible silencio y aquel ambiente acogedor, aromoso! Pero el sueño no venía: estremecíase el cuerpo con intermitentes sacudidas, como si bebiese con ansia el aire, a nerviosos sorbos, mientras los pensamientos saltaban rápidos sin que se comprendiera ni recordase lo que se había pensado hacía un minuto. En inquieto duermevela, lleno de sobresaltos, pasó la noche. No ocurrió nada: lo del "seguimiento" había sido sin duda fruto del intenso nerviosismo de aquellos inusitados días. Aunque también podía ser que alguien nos hubiera seguido en efecto y hubiese perdido la pista.

Apenas empezó a clarear, nos levantamos. Bebimos un vaso de té. No teníamos prisa en salir a

Page 145: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

143

la calle. ¿A dónde íbamos a ir a hora tan temprana? Y para el mitin faltaba aún tanto tiempo... ¡Qué lejano estaba todavía!

Eran cerca de las nueve de la mañana cuando

llegamos a las habitaciones, vacías, frías ya, del E.M. de la división. Aquellas habitaciones, tan severas y diligentes de ordinario, estaban ahora llenas de gargajos, emporcadas por sucias botazas, papeles, colillas y diversa basura, pues no había nadie que las arreglase ni tiempo para ello.

Llegó Pózdnyshev, - ¿Iremos juntos? -le pregunté. - Juntos. ¿Y cuándo, pronto? - Sí, ¿a qué demorar la cosa? Esperaremos unos

diez minutos, ¡y en marcha! Cuanto antes aclaremos todo, mejor. ¡Hoy nos jugamos la última carta!

Pózdnyshev calló, sombrío y serio. Al cabo de poco rato, vinieron los demás miembros del Consejo Militar. Acordamos que fuésemos a la fortaleza Pózdnyshev y yo, y que los que quedaban establecieran comunicación con nosotros, siguieran el curso de las negociaciones y, en caso de un triste desenlace, tomasen las medidas necesarias: ponerlo en conocimiento de Tashkent, quemar o esconder lo que fuera preciso, ocultarse ellos mismos a tiempo...

Y de nuevo, los amigos nos estrechaban con fuerza las manos y nos miraban fijamente a la cara, como preguntando:

"¿Será posible que nos veamos por última vez?" Ya íbamos Pózdnyshev y yo hacia la fortaleza.

Por el camino, deliberábamos sobre el carácter que debía tener la intervención, hacíamos conjeturas, suposiciones y proyectos sobre la mejor manera de proceder en las numerosas situaciones difíciles que podían presentarse... A juzgar por los datos que teníamos, nos recibirían de uñas. Sabíamos que la respuesta enviada por el centro la víspera había sido llevada, desde el atardecer hasta la noche, a las compañías, donde fue leída entre rechiflas y denuestos, provocando furiosa indignación. Por lo tanto, los del Comité Revolucionario de Combate, incluso los que nos prometieran ayuda en el E.M. de la división, no pensaban siquiera en aclarar a los de la fortaleza el verdadero fondo de aquella orden ni movían un dedo en su defensa. Al contrario, con sus risitas malignas y actitud despectiva, recelosa y hostil respecto a ella, incitaban más a los suyos a rechazarla. Durante la noche, sólo había aumentado el odio al centro, haciéndose más intenso, más profundo y enconado, y con él, el que nos tenían a nosotros. Ahora íbamos al cráter de un volcán a punto de entrar en erupción. Y Pózdnyshev y yo pensábamos que si no lográbamos ganarnos alguna simpatía, por pequeña que fuese, o al menos, un poco de atención, sería inútil en aquel ambiente tocar siquiera las cuestiones del Tribunal, de los fusilamientos, de la subordinación a las órdenes del

centro, porque el fracaso estaría asegurado. Y, además, el fracaso podría tener un desenlace trágico. Por consiguiente, había que darle vuelta al asunto de manera que se aclarasen en primer término las cuestiones de segundo orden, las menos candentes, aquellas sobre las que era posible intervenir con éxito, sin provocar iras, con acierto, e incluso someterlas a una crítica severa... De esta índole eran, por ejemplo, la de la eliminación del burocratismo y el papeleo, la de los pases, las cosas superfluas y demás por el estilo. Y si no había otra salida, dar suelta a la demagogia más feroz. Sí, aceptamos la demagogia de antemano, ya que era poco probable que saliéramos de tan excepcional trance sin recurrir a ella. En aquel caso, todos los medios eran buenos con tal de conseguir el fin que nos habíamos señalado: liquidar la sublevación sin derramamiento de sangre.

Íbamos para allá Pózdnyshev y yo pensando y hablando acerca de diversos detalles de la inminente batalla. Llegábamos al campo de la liza. Allí estaba de nuevo la fortaleza. Dos días antes, habíamos estado encarcelados en ella. Entonces, todo se arregló. Pero, ¿y ahora, se arreglaría?

... Por todas partes, multitudes de facciosos

armados se agitan en bronco rumor. Por doquier, capotes, guerreras, chaquetas, camisas rotas, anguarinas y armiaks

59 campesinos. Cada hombre tiene un fusil. Y cada uno de ellos está dispuesto a emplearlo. En el infinito mar de cabezas no se distinguen los rostros, no es posible reconocer a nadie: los hombres se han fundido en una masa inquieta, alborotada. De todos lados llega un fragor sordo, prolongado, como si potentes sirenas de decenas de fábricas diesen a un tiempo la señal de alarma. Allá, gritos de llamada que se cruzan sobre las cabezas; aquí, como un lúgubre augurio, el bordoneo continuo de ternos y maldiciones; los chirridos de un camión sin engrasar se meten en el alma, sierran el corazón como mellados cuchillos; chasquean tintineantes las armas, que se blanden amenazadoras con silbante vibrar de aceros... La fortaleza se encrespa furiosa, se alborota alarmada. Y en cada rostro, en cada grito, hay una amenaza, un ansia acrecentada de matanzas, de desmanes, un ardiente afán de dar suelta a las pasiones despertadas, que pugnan por romper los diques... Teníamos delante una muchedumbre exacerbada de hombres armados, dispuesta de antemano a no creer nada de lo que le dijeran y llena de odio a quien le iba a hablar, ansiosa de matar y resuelta a hacerlo... Tal era la situación en que debía decidirse la cuestión del Poder estatal del Semirechie. La situación, hablando urbanamente, no era muy apropiada. Y no auguraba nada bueno. Pero había que cumplir las tareas. Sin que la gente extraña se apercibiera de quienes

59 Armiak: caftán de paño grueso. (N. del T.)

Page 146: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

144

éramos, logramos abrirnos paso hasta el Comité Revolucionario de Combate. Allí estaban reunidos casi todos sus miembros. Y se nos ocurrió una idea: ¿No sería mejor examinar las cuestiones allí, en la reunión? Pues era muchísimo más fácil convencer a treinta, cuarenta, cincuenta personas que a una multitud ebria de cinco mil hombres. Se podía llamar allí a los representantes de las compañías; estaríamos nosotros, estaría el Comité Revolucionario de Combate. Aclararíamos todo, nos pondríamos de acuerdo, y luego cada representante, en la reunión de su compañía, informaría de los resultados, explicaría todo con detenimiento, como era debido; aquello sería más seguro, contribuiría mayormente al logro del fin. De ese modo toda la fortaleza quedaría amansada. Y a las compañías en que no se comprendiera todo irían con nosotros los miembros del Comité Revolucionario de Combate y, juntos, les ayudaríamos a comprender lo que no estuviese claro. Resumiendo: queríamos entendérnoslas con las compañías, y no con toda la fortaleza a un tiempo. Pusimos tanto empeño en convencer a los presentes, que éstos se inclinaban ya a aceptar nuestra propuesta... Pero los "activistas" no se dormían: Uno tras otro, durante aquellas conversaciones, habían ido esfumándose para realizar en el patio su labor de zapa... Cuando estaba ya todo acordado entre nosotros, tres soldados rojos irrumpieron en el local y empezaron a dar grandes voces:

- ¿Qué reunión estáis aquí celebrando a escondidas? Nosotros, ahora, no toleramos que se hagan las cosas por bajo cuerda; en la fortaleza hay que hacerlo todo abiertamente, delante de todo el pueblo... Así lo exige la fortaleza...

¡Sin tapujos!... Hecha esta declaración, dieron la vuelta y

desaparecieron entre la multitud; acto seguido, irrumpieron otros dos; luego más: de uno en uno, de dos en dos de tres en tres... Era como si alguien estuviera entre bastidores y les hiciera salir a escena por turno. Y el Comité Revolucionario de Combate callaba, no se atrevía a oponerse a la "voz del pueblo". De pronto, se levantó en pleno y, dirigiéndose hacia la puerta, nos llamó:

- ¡Hala, al carro! A través del gentío embravecido que se agolpaba

ahora ante el local del CRC, nos abrimos paso hacia el patio de la fortaleza, hacia el famoso y memorable carro desde el que habláramos aquel día. Entre la multitud se divisaban, esparcidos por diversos lugares, bronceados rostros kirguizes, de ojos oblicuos. Y al verlos, se nos alivió un poco el corazón. Una idea fugaz pasó por la mente:

"¿No serán éstos la guardia secreta de que habló ayer Shegabutdínov?"

Aliosha Kólosov había traído a los de la Escuela del Partido y los había formado en círculo alrededor del carro. Por consiguiente, las filas cercanas eran

nuestras. También se veía por allí algunos rostros conocidos de "miembros del Partido" de la localidad: la organización urbana se había presentado en pleno, por la mañana temprano, y avanzaba igualmente hacia el carro, con esfuerzo, dejando de ser enemiga declarada para convertirse en compañera nuestra de camino... La muchedumbre rodeaba ya estrechamente el carro por todas partes, pugnando por acercarse más, y nosotros estábamos en él como cazados, como condenados a muerte, sin ver en derredor más que odio y rabia en los ojos centelleantes...

- Hay que elegir el presidente... - Eriskin... Eriskin... Eriskin... -vocearon todos a

una. Estaba claro que la candidatura había sido preparada de antemano.

Eligieron secretario no recuerdo a quién, me parece que a Dublitski. Habían elegido a Eriskin sin saber que le tenía extraordinario afecto a Bielov, al que quería y respetaba tanto, que todas sus palabras eran ley para él. Aquella estima databa de antiguo, de cuando estuvieran en los frentes rojos.

Tampoco sabían que Eriskin había estado con nosotros la noche anterior, nos había contado los secretos de la fortaleza y prometido, bajo "palabra de honor", que nos ayudaría.

Un par de semanas antes, no sé por qué motivo concreto, Eriskin había sido encarcelado por orden del Tribunal; pocos días antes de la sublevación se escapó del calabozo y se refugió en las montañas de Talgar. Aventurero por naturaleza, muchacho astuto y de caletre y combatiente arrojado, no era, ni mucho menos, un partidario nuestro consciente. Si hacía aquello era guiado únicamente por su aprecio a Bielov, y con la esperanza de que su buen trabajo de ahora, en los días de la sublevación, sirviera para lavar su culpa pasada y recibir el perdón del Poder soviético.

Pues bien, ¡Eriskin iba a presidir! Moreno, de ojos y cabellos negros, y bello rostro pícaro y burlón, saltó rápido, como un ágil diablo, al carro. Al lado de él se encontraba Pável Béresniev. Este callaba sombrío. ¿Qué pensaría aquel bravo comandante de guerrilleros del año diez y ocho? Aun tenía muchas fuerzas, grande era el cariño que todavía le guardaban los combatientes, y si él quisiera, podría hacer mucho. Pero nada se podía averiguar por su rostro ceñudo; con la cabeza baja permanecía en silencio como si, en vez de estar en un mitin tumultuoso, se encontrase en una aldea, sentado a la puerta de su casa, comiendo pepitas de girasol, en pacífica compañía de sus vecinos, como en los días de fiesta...

- ¿Cuál es el orden del día? -preguntó Eriskin a voz en cuello-. ¡Pero callad, camaradas! ¿A qué diablos alborotáis de esa manera? Hace falta silencio, que yo no tengo la garganta de hierro... ¿De qué se va a tratar?

Page 147: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

145

Eriskin se comportaba como un jefe militar: no pedía a la multitud, la ordenaba. Aquello era testimonio de fuerza e influencia, pues allí no dejaban hablar así al primero que se presentaba.

- ¡Déjate de tratos! -empezaron a gritar en diferentes lados-. Aquí no hay nada que tratar... ¡Anda, lee las órdenes! ¡Las nuestras, venga!... Y lo que haya de Tashkent...

Millares de gargantas reclamaron: - Las órdenes... Las órdenes... Al fin se pusieron de acuerdo: primeramente se

leería la Orden N° 1 de la fortaleza... En ella se hablaba del "nuevo Poder", de que a partir de entonces no habría otros poderes y de que el Comité Revolucionario de Combate tomaba todo el Poder en sus manos. La orden aquella cosquilleaba gratamente en los nervios de los sublevados, y su lectura era coreada con exclamaciones de entusiasmo:

- ¡Bien dicho!... ¡Todo el Poder es nuestro!... No hay más que hablar...

Huelga decir que sobre aquel punto no hubo absolutamente nada que discutir, y después de gritar a sus anchas, acordaron, a propuesta de Eriskin, "darse por enterados" de la orden. Aunque es de suponer que nadie, incluso el propio Eriskin, supiera lo que significaba aquello.

- Y ahora... Ahora se concede la palabra al representante del Consejo Militar (y citó mi apellido) para aclarar los doce puntos de nuestras exigencias y explicar la respuesta del centro...

La multitud se estremeció. Puede que nos odiase intensamente, pero, de todos modos, estaba dispuesta a escuchar de buena. Y por ello, desde mis primeras palabras, quedó immóvil, en expectante silencio, como si hubiera pegado el oído a la tierra, para prestar gran atención, temerosa de perderse alguna noticia importante y necesaria. Desde las diez hasta las cuatro, seis horas enteras, tuvimos en nuestras manos a aquella multitud rebelde, llevándola de un lado a otro como un enorme pez que ha picado en el anzuelo y es arrastrado bajo el agua antes de dar el hábil tironazo inesperado, definitivo. Toda la fuerza de imaginación, todo el saber y la experiencia -cuanto había en el cerebro y en el corazón, en todo el organismo- la voz y el ademán, todo lo pusimos en juego, en tensión, hasta el límite extremo.

Después de una tensión semejante, hay quien cae en el delirium tremens.

Igual que el afilado cuchillo penetra en un cuerpo vivo y sensible para llegar sigiloso al corazón, así iban calando, hondo -lo percibíamos-, nuestras palabras en el corazón de la multitud, unas veces serenas, falsamente alegres, tranquilizadoras, otras amenazantes augurando el inevitable y severo castigo por la sublevación.

Así aprisionamos a la muchedumbre. A nuestras palabras respondían gritos sueltos de aprobación que lanzaban desde todas partes los "compañeros de

camino" o los muchachos de la Escuela del Partido que se habían diseminado, con disimulo, entre la multitud, y ésta se desconcertaba. Aquellos gritos de aprobación los tomaba por suyos, y quedaba perpleja sin comprender cómo había podido disiparse tan rápidamente la cólera general. Entretanto, nosotros íbamos pasando de las cuestiones pequeñas a las grandes, a las más peligrosas, batallonas y decisivas. Sobre las cuestiones pequeñas intervenían algunos elementos perturbadores, que se desvivían y desgañitaban para provocar las iras de la muchedumbre, pero sin conseguirlo.

Al mismo tiempo que hablábamos de los doce puntos, tocábamos de pasada la respuesta de Tashkent, ligando y relacionando inmediatamente cuanto era posible ligar y relacionar. Informábamos de cada punto y, una vez explicado éste, hacíamos en el acto nuestras propuestas acerca de él. Luego, la gente se acaloraba en los debates, daba grandes voces, se engallaba llamando a la pelea, amenazaba furiosa, y acababa por aceptar, con pequeñas modificaciones, lo mismo que habíamos dicho nosotros.

Ya habíamos despachado la mitad de las cuestiones. De nueva se acercaban a nosotros, cada vez más, aquellos fatídicos escalones en los que daba espanto poner el pie y contra los que embestía con furia la muchedumbre sublevada:

El Tribunal, la Especial, la contingentación de productos, los fusilamientos, la marcha del Semirechie... ¿Cuál de ellos sería más duro de subir y en cuál se encontraría el principal peligro?

Nos íbamos acercando nerviosos, con sumo cuidado, a las cuestiones decisivas como el que, en alta mar, en una frágil barquilla, va lanzado por las embravecidas olas, hacia unos arrecifes y no sabe como esquivarlos para salvar la vida y no estrellarse contra el terrible escollo.

- Camaradas, seamos sinceros, planteemos la cuestión de cara, con valentía: ¿Hay que luchar o no contra los enemigos del Poder soviético? ¿Hay que luchar o no contra quienes aquí, en los hambrientos y arruinados distritos de Kopal y Liepsy, os han martirizado y torturado durante estos años? Si el enemigo, oculto, afila el cuchillo y se dispone a abalanzarse sobre ti, a clavártelo hasta el puño, es que vas a estar parado esperando a que te degüelle como a un borrego. ¡No! Tomarás alguna medida, procurarás resguardarte. Y no sólo esconderte, eso es poco; procurarás desarmar a tu enemigo, dejarlo sin fuerza alguna, para que nunca más vuelva a amenazarte... Y si no basta con eso, si no se rinde y se resiste, le harás morder el polvo, lo reducirás a la impotencia, y cuando sea extremadamente peligroso, lo matarás, porque tendrás que elegir entre que viva él o vivas tú, y preferirás vivir tú y que el enemigo muera. Pues para eso necesitamos, camaradas, esos órganos revolucionarios de represión: la Sección

Page 148: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

146

Especial y el Tribunal... Un susurro apagado, lejano, como de fronda

agitada por suave vientecillo, corrió por la multitud. - Su misión -continuamos, alzando la voz- es

luchar contra los enemigos de la revolución. ¿Quién, sino ellos, va a luchar? ¿Quién va a buscar y encontrar los espías aquí, en la retaguardia, o en la brigada o el regimiento, en el frente? ¿Quién va a seguir los pasos a los conspiradores y a descubrir los complots de toda laya? Y nuestro enemigo es un maestro en esto de organizar complots; en cuanto vuelves la espalda, ya te ha fraguado uno. La Sección Especial y el Tribunal son nuestros ojos y nuestros oídos: todo lo deben ver y oír, todo lo deben saber a tiempo, para evitarlo, dar la voz de alarma, salvarnos del peligro cercano y amenazador. Supongamos, camaradas, que, en vuestra brigada, va a hacer una traición. Si la Sección Especial le echa el guante a los traidores, salva con ello a la brigada, a centenares, a millares de hombres. Y si esa Sección fusila a esos traidores, ¿quién de vosotros llorará la muerte de esos canallas? Ninguno...

- ¿Y la de nuestros hermanos?... -demandó allá lejos una voz, en tono de reto.

Aquello era el primer grito dando la señal. Comprendimos que contestarlo significaba entablar disputa e interrumpir el discurso, cosa perjudicial.

Y como si nada hubiera ocurrido, proseguimos: - Hay que comprender, camaradas, para qué fin

existen estos órganos, contra quién luchan, a quiénes castigan... Eso es... - ¡Ya sabemos a quiénes! -rezongó alguien en las filas delanteras.

- ¡Fusilan a nuestros hermanos! -le apoyó otro. - En cambio, a los oficiales no los tocan... Les

invitan a trabajar muy finamente... Y con sueldo... - ¡Pido la palabra, pido la palabra! -gritaba un

soldado rojo que avanzaba rápidamente hacia el carro, deslizándose con habilidad entre el gentío. Todos se apartaban, dejándole paso de buen grado.

- No hay palabra -denegó fuerte Eriskin-. Primero tiene que terminar su informe el orador...

- Pues yo la necesito -afirmó el soldado más fuerte aún.

- ¡Que hable! ¡Que hable!... empezaron a exigir desde todas partes.

- ¡Cómo es eso! ¿Unos pueden y otros no? - Todos pueden. ¡Hala, desembucha!... Y el soldado rojo aquel, que ya había saltado al

carro, empezó a decir jadeante, a entrecortados gritos que rasgaban el aire:

- Puede... que yo no os diga todo... Yo sólo sé una cosa: a nuestros hermanos los fusilan en todas partes... ¿Y quién les ha dado derecho, quiénes son ellos, esa langosta que nos ha caído encima? Nos las arreglaremos sin su Tribunal... Han venido aquí... toda clase de ca... na... llas..., a fu... si... lar...

La muchedumbre temblaba ya frenética expresando con gritos, silbidos y alaridos su

extraordinaria agitación... Y el soldado no dijo nada más: vertió la ira, desató las pasiones, saltó del carro y desapareció entre la multitud.

También intervinieron y gritaron algo Chernov, Tegneriádnov, Karaváiev... Pero todos alborotaban, nadie escuchaba ya. Entonces, del fondo del carro se alzó Bukin, en toda su enorme talla.

- Pues yo os traigo esto -rugió con arrogancia, tremolando en el aire unos objetos-. Todo esto lo encontramos ayer: dinero zarista, cruces de pope... Y esta pieza... -y no sabiendo cómo llamarla, balanceó una brújula colgada de su cadenilla...

El fragor de la multitud se hizo más fuerte. Era poco probable que hubiesen distinguido los billetes y las crucecitas, rugían, simplemente, respondiendo al rugido de Bukin. Sabían, sencillamente, que puesto que Bukin intervenía, tenía que haber truenos gordos. Al instante, como un maligno diablillo, surgió Vúychich junto a Bukin:

- ¿Y esto qué es?... Adivinadlo... Y agitó con furia, sobre su cabeza, los dos pares

de hombreras de oficiales que se llevaran durante el asalto a la Sección Especial...

- Están con los oficiales... Ya veis quiénes son estos tipos. Se han vendido por dinero. Esconden las hombreras para ponérselas luego...

Alguien alzó la voz, apoyándole: - Hay que juzgar a todos los oficiales... Nosotros

mismos aclararemos adónde tiene que ir cada cual. Unos, al otro mundo; otros, a Siberia. Los mandaremos a Siberia, a Semipalátinsk, aquí no nos hacen ninguna falta... Que se pudran allí los ca... na... llas.

La multitud rompió los diques: - ¿A qué esperar? ¡Detenerlos!... - Detener a todos los del centro... Eso es... Eso

es… - Fusilarlos ahora mismo... Sin tardar... Sin

tardar… - No hay por qué esperar, venga ya... Y de pronto, las filas cercanas se removieron para

lanzarse hacia adelante, rechinaron estridentes las bayonetas, chasquearon, siniestros y secos, los cerrojos de los fusiles... Yo volví rápidamente la mirada hacia Pózdnyshev: estaba pálido.

"¿Será posible que haya llegado el fin?", cruzó como un relámpago, por mi mente.

Y todo mi cuerpo, nervioso, se puso en tensión como si se dispusiera a saltar por encima de las cabezas y de las murallas, más allá de la fortaleza...

- ¡Camaradas! -grité con una voz extraña, tajante, sonora-. El Consejo Revolucionario ha ordenado...

Súbitamente, los de la Escuela del Partido, apretaron sus filas, cerrando el anillo en torno al carro, y se afianzaron bien para resistir el furioso embate de la turbamulta. Todo ocurría en unos segundos, casi simultáneamente.

Vimos que Eriskin se abalanzaba hacia el adral

Page 149: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

147

del carro, y en aquel mismo instante se clavaron en los oídos sus penetrantes, bruscas palabras:

- ¿Pero qué es esto? ¡¡Ah, hijos de perra!! El inesperado grito detuvo por un momento a la

multitud, que quedó inmóvil, como petrificada en su posición de fiero embate. ¡El momento era de una gran fuerza!

- ¿Para qué me habéis elegido? -vociferó Eriskin-. Puesto que soy el presidente, no le permito a nadie... ¡a nadie le tolero este bandidaje!... ¿A qué viene este alboroto?... Como alguien les toque un pelo de la ropa -dijo señalando hacia nosotros-, tendréis que elegir a otro, porque yo no lo aguantaré... Y además, ¡os mandaré al diablo, y me iré de la fortaleza!

Aquellas palabras produjeron gran impresión. Y Pável Béresniev las remachó con las suyas.

- Camaradas -dijo-, no se puede proceder así. Unos hombres vienen a hablaros de buena manera, y vosotros, ¿qué es lo que hacéis? ¿Es ése modo de tratar a la gente? Yo también me iré de la fortaleza, sí...

- ¡Dejadme hablar a mí! -exigió Bukin. - Te retiro la palabra -declaró Eriskin con firmeza,

y repitió más alto, a voz en cuello-. No le concedo más la palabra a Bukin, ¡se la retiro!

Nadie protestó. Aquello era ya una victoria indiscutible, evidente...

- Concedo la palabra al orador que estaba hablando, para que continúe su discurso.

Y con la mano, me hizo seña de que prosiguiese. Había que comportarse como era menester, sin

mostrar alegría por el feliz desenlace del asunto. Conservar la serenidad, aunque fuera aparentemente, como si no hubiese ocurrido nada, y explicar sin temblores de voz la orden del centro. ¡La orden, y no el ruego!

- Decíamos, camaradas, que... La multitud estaba desconocida. Permanecía

callada y quieta, como contrita. Sólo de vez en cuando se oían algunos gritos sueltos, lastimeros. Pero aquello ya no tenía importancia: las aguas desbordadas volvían a su cauce. Las últimas cuestiones desfilaban a paso ligero. La multitud había perdido los dientes y colmillos, no tenía ya con qué morder, y, como una vieja, chasqueaba los labios de la desdentada boca. Intentaron hacernos un reproche:

- A los kirguizes, a los repatriados, les habéis organizado una semana de ayuda. En cambio, a nosotros, ¿qué nos dais? ¡Una higa!

Pero también zanjamos esta cuestión: Acordamos que se organizaría una amplia ayuda social a los de Kopal y Liepsy, aparte de lo que se hacía ya, rápidamente, para socorrerles. La última cuestión era la del Poder:

- La fortaleza elegirá dos de los suyos para el Consejo Militar de la división, y tres para el Comité Revolucionario de la Región.

Trataron de resistirse otra vez sobre aquello de

quién se unía a quién: si el Comité Revolucionario de Combate al Consejo Militar, o al contrario. Les hicimos razonamientos, procuramos convencerlos y demostrarles que a la fortaleza sola no la reconocería el centro y lanzaría contra ella los autos blindados... En cambio, si estaba con nosotros, la cosa variaría...

- Dos son pocos... Y tres son pocos -denegaban por doquier-. Dejad que entren todos...

Mientras gritaban, Pózdnyshev y yo tuvimos en el carro un breve cambio de impresiones:

- ¿Y no da igual que sean dos que diez? Permitamos uno más en cada una de las doce secciones del Comité Revolucionario. ¡Metamos esa docena por nuestra cuenta y riesgo!

Y manifestamos: - Bueno. Además de esos cinco, que haya otros

doce representantes vuestros en las secciones del Comité Revolucionario.

Los apaciguamos con la cantidad. El asunto fue puesto a votación y se acordó la

subordinación incondicional a las órdenes del centro. Nosotros queríamos que se eligiese allí mismo a los representantes, para zafarnos de aquello de una vez. Pero los de la fortaleza decidieron otra cosa:

- Esta misma tarde, cada compañía mandará cinco hombres al teatro de la ciudad, y que allí elijan a los representantes entre ellos.

- Bien, tampoco eso está mal. - Y ahora una cosa, camaradas -les dijimos-. Todo

está ya claro: tanto para vosotros como para nosotros. Ahora ya nos hemos puesto de acuerdo sobre todas las cuestiones y tendremos un solo poder. Mañana por la mañana, a trabajar. Se han terminado todas las incomprensiones. Así se lo diremos hoy mismo a Tashkent: nos hemos puesto de acuerdo con la guarnición, de ahora en adelante trabajaremos unidos y en buena armonía... Vosotros, hoy mismo, después de esta asamblea, os marcharéis de la fortaleza, y cada uno a su cuartel; no hay por qué estar aquí más tiempo, ya que hemos llegado a un acuerdo sobre todas las cuestiones...

Aquello lo dijimos como de pasada, como si el abandonar la fortaleza aquel mismo día fuese la cosa más natural del mundo y nos limitáramos a recordarles: no olvidéis, camaradas volver a los cuarteles.

El mitin había terminado. La multitud se iba dispersando lentamente, en distintas direcciones. Pózdnyshev y yo salimos de la fortaleza sin dificultad alguna, recordando, alegres y aliviados, las incidencias de la tumultuosa asamblea. Una vez en el Estado Mayor de la división, informamos brevemente a Tashkent, por telégrafo:

... La orden recibida de ese centro sobre la

constitución del Poder se decidió explicarla en una asamblea general de la guarnición, pues los soldados rojos no querían de ninguna manera que el asunto

Page 150: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

148

fuera decidido por unos delegados cualesquiera... ¡Ya pueden imaginarse lo que significa tener que convencer a una multitud de cinco mil hombres (no sólo de la guarnición, sino de unidades del frente) como la que se encuentra en la fortaleza -terriblemente agitada y que exige el mantenimiento de su Poder- de la necesidad de someterse a la orden del centro! Hoy, 15/VI, a las 10 h. de la mañana, abrimos en la fortaleza una asamblea general que ha durado seis horas enteras. Había doce cuestiones que apasionan a esa multitud, como las de los fusilamientos, la Sección Especial y el Tribunal, la de juzgar allí mismo a los oficiales blancos y mandarlos desde Vierni a Semipalátinsk, a Sibería, la de la detención inmediata de todos los funcionarios nombrados (por Tashkent. -D.F.) y la de la insubordinación al centro.

Como informante de todas las cuestiones tuve que intervenir yo. Mientras lo hacía, se exigía con insistencia nuestra detención y muerte. Por fin, se acordó por votación la subordinación al centro y se ha aceptado que cada compañía elija cinco hombres que hoy, a las seis, se reunirán en el Teatro Soviético para elegir entre ellos a los miembros complementarios del Consejo Militar y del Comité Revolucionario de la región. Cómo transcurrirán las elecciones (es difícil prever. - D.F.), ya que el estado de ánimo de la fortaleza es muy variable. La propuesta de elegir a los delegados directamente en la asamblea de la guarnición, no fue aceptada. La ciudad está acordonada por patrullas. Camarada Frunze, esto hay que tenerlo en cuenta al hacer un viaje a Vierni...60

Los delegados se reunieron a la hora fijada. El

Teatro Soviético estaba abarrotado de un público muy heterogéneo. Cada delegado tenía una credencial. Los del Consejo Militar nos apiñábamos en la mesa presidencial. Fue elegido presidente uno de la fortaleza, Prásolov, el mismo que el día 11, la víspera de la sublevación, gritaba en el cuartel más que ninguno. Luego, en los días de la sublevación se esfumó, no se le veía apenas y no intervenía en absoluto. Ya nos habíamos olvidado de él. Y ahora, sin que se supiera por qué, desempeñaba el papel de presidente. Estaba sentado a la mesa y nosotros le susurrábamos al oído nuestros consejos y propuestas. La reunión transcurrió en medio de una calma ejemplar. Se eligieron los representantes: para el Consejo Militar, a Petrov y a Chéusov; para el Comité Rvolucionario de la Región, a una decena y media de personas.

Por la noche, comuniqué al centro: - Acaba de terminar la reunión de delegados de

las unidades, que estaba autorizada por la asamblea general de la guarnición para elegir a sus

60 Frunze nos había hecho saber que se disponía a ir pronto al Semirechie.

representantes en el Consejo Militar de la división y en el Comité Revolucionario de la Región. Mañana empezaremos a trabajar. No tengo datos concretos acerca de los elegidos, mañana los comunicaré. A lo que parece todo terminará sin efusión de sangre. Los principios del Poder Estatal y del centralismo han triunfado sobre la arbitrariedad y el desenfreno. No respondo con seguridad de la situación (el subrayado es mío. -D.F.), pero (algunos. -D.F.) resultados parece que se han conseguido, al menos se ha logrado cierto cambio en el estado de ánimo de la guarnición. Ahora, hay que liquidar por completo las inevitables secuelas de movimientos desorganizados (como éste. -D.F.)... Díganme si ha salido alguno de ustedes en automóvil para Vierni.

- Yo no lo sé -dijo Tashkent-; por eso no puedo contestar...

- Bueno, hasta la vista. - Le deseo los mejores éxitos... Nos reunimos en el E.M. de la división para

examinar la situación creada. Era, sin duda, muchísimo más favorable que la de la víspera y la antevíspera. Pero... ¡había que estar alerta! Por las abiertas ventanas se oían, en el silencio de la noche, millares de recias pisadas: las unidades abandonaban la fortaleza y volvían a sus cuarteles. Magnífico. Era lo que anhelábamos. Aquello en que insistiéramos tanto. Y ya lo habíamos conseguido. Pero... ¡era preciso estar alerta!

Los ajetreos e inquietudes del día no nos habían permitido enlazar con Pishpek, y no sabíamos lo que allí pasaba.

Y en Pishpek había novedades. El jefe del destacamento de la Sección Especial,

Okotov, algo nervioso, comunicaba al centro: Militar. A transmitir en primer término. Urgente.

En Vierni hay sublevación. He recibido orden del camarada Fúrmanov de tomar medidas. Se ha hecho todo lo posible, se ha creado un Estado Mayor operativo. A Pishpek han quedado subordinados Przhevalsk, Tokmak y Narín. Todos están en disposición de combate. En todos los distritos hay tranquilidad. Se ha enviado a Vierni un grupo de exploración, espero los resultados...

Masarski [y] Goriáchev han huido a las montañas, donde están rodeados de bandas enemigas apostadas en los pasos...

Las noticias, como se ve, llegaban con algo de

retraso, pues a aquella hora el centro tenía ya informes más recientes.

Y aquel mismo día se recibió en Pishpek una disposición de Tashkent, con arreglo a la cual fue dada allí una nueva orden que decía:

ORDEN N° 2 Ciudad de Pishpek, 15 de junio de 1920.

Page 151: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

149

Por disposición telegráfica N° 2458, de fecha 15 de junio, del Consejo Militar Revolucionario del Frente del Turkestán, he sido nombrado Comandante en Jefe provisional de todas las fuerzas de los distritos de Pishpek, Przhevalsk, Tokmak y Narín.

A partir de este momento, el Estado Mayor operativo de Pishpek se considera disuelto.

Confirmando la orden N° 1 del Estado Mayor de la ciudad de Pishpek mando a todas las unidades de los distritos y comarcas que permanezcan en sus puestos.

Todas las disposiciones militares para la región serán dadas por mí exclusivamente.

Llamo a los ciudadanos a conservar una absoluta tranquilidad, advirtiendo que todo intento de insubordinación o incumplimiento de mis disposiciones, así como toda provocación, serán castigados con el fusilamiento inmediato.

Todas las instituciones de los distritos y comarcas interrumpirán, hasta nueva orden, el contacto con Vierni.

El Comandante en Jefe de las fuerzas de la región, Shepoválov.

El jefe del Estado Mayor, Kondurushkin. De esta orden no nos enteramos hasta bastante

más tarde: en general, solíamos tener noticia de todo lo que pasaba en la región con gran retraso, debido a que Vierni nos absorbía casi en el ochenta o noventa por ciento; el trabajo, la falta de tiempo y las deficientes comunicaciones de aquel entonces nos impidieron, durante una semana entera, ser el verdadero centro de la región...

Pues bien, ya iba quedando limpia la fortaleza, la mayoría de las unidades habían salido de allí. Al parecer, la vida entraba en su cauce normal. Finalizaba toda una etapa de los acontecimientos que venían sucediéndose desde hacía cuatro días.

A pesar de todo, nosotros no considerábamos terminada la sublevación. Nos resistíamos a creer que un movimiento que tenía unas raíces económico-sociales tan profundas, pudiese terminar en unas insignificancias como aquéllas. Pues en realidad, ¿qué eran, sino insignificancias, los resultados obtenidos por los facciosos? Se les daba la posibilidad de enviar sus representantes al Consejo Militar y al Comité Revolucionario de la región. Y después, ¿qué? Después seguiría llevando el timón el mismo Poder central, la misma dictadura del proletariado. En fin, "todo seguiría igual". Los más inteligentes de ellos comprendían, claro está, que en el Consejo Militar, por ejemplo, no iban a dirigir las cosas Chéusov y Petrov, sino todos nosotros, los que las dirigíamos antes. E igual que en el Consejo Militar pasaría en el Comité Revolucionario de la región y en todas partes donde nosotros estuviésemos en el Poder. Por consiguiente, las exigencias continuarían siendo las mismas:

Que las tropas del Semirechie fuesen a Ferganá, a ayudar en la lucha contra los basmaches.

Que la contingentación de productos agrícolas se siguiese llevando a cabo como lo ordenara el centro.

Que los kirguizes no fuesen explotados más. Que la Brigada Kirguiza se continuase formando. Que el Tribunal y la Sección Especial fueran

restablecidos... Y así sucesivamente... Entonces, ¿para qué se habían metido en aquel

berenjenal, qué objeto tenía ir a la sublevación? Pues todo aquello se había armado solamente porque los semirechianos creían que iban a lograr sus reivindicaciones esenciales, hondamente sentidas: ¡Fuera todo lo que había, y a organizar todo a su manera! Y ahora en lugar de la abolición del sistema de contingentación y demás tajadas, les ofrecían: elegid a vuestros representantes. No, amigos, ¡a otro perro con ese hueso!

Así pensaban los cabecillas. Después de la batalla de la víspera en el mitin de la fortaleza, se sentían vencidos, atormentados por amargos ardores, como después de una borrachera. Y en realidad, ¿cómo había podido ocurrir que la fortaleza sublevada se les escapase de pronto de las manos? ¿Por qué los mismos soldados rojos que gritaban: "detenerlos... liquidarlos... fusilarlos" se habían vuelto de repente mansos como corderos y habían accedido a dejar la fortaleza y a volver a los cuarteles? Los jefes de la sublevación estaban perplejos. Acudían de nuevo a la fortaleza, tenían allí sus conciliábulos, cuchicheaban por los pasillos del Consejo Militar y el Comité Revolucionario de la región, se mostraban huraños, se escondían de la gente, cabildeaban en secreto: "¿Qué hacer ahora?"

Y decidieron que aunque los del centro "habían engañado" a los de la fortaleza, aún no era tarde, todavía no estaba todo perdido, había que apresurarse a recuperar todo, a desatar otra vez las pasiones de la guarnición. Además, el 26° regimiento debía llegar de un momento a otro... Y entonces... ¡ya verían los del centro lo que era bueno!

También nosotros comprendíamos que la pelota estaba todavía en el tejado, que los soldados rojos semirechianos no se irían de la región por las buenas y que aún no se sabía quién ganaría la partida. Algunos de ellos, los más ingenuos, creían sinceramente que el asunto había terminado y, desde bien temprano, se pusieron a colaborar con entusiasmo en la labor práctica del Comité Revolucionario de la región.

El Consejo Militar, ya ampliado, se reunía desde por la mañana. Para ellos y para nosotros era extraño no discutir ni refutarnos unos a otros, como habíamos hecho hasta entonces y dedicarnos a despachar en paz, tranquilamente, los asuntos del día. Aquello asombraba. Ambas partes hasta se sentían un poco cohibidas, como avergonzadas. Permanecíamos

Page 152: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

150

juntos, cierto, hablábamos de lo que era preciso, pero las cuestiones importantes preferíamos resolverlas solos en algún otro lugar del Estado Mayor o en alguna vivienda particular, porque, naturalmente, no queríamos ni podíamos ponerles al corriente de muchas cosas.

En la primera reunión del Consejo Militar resolvimos todas las cuestiones necesarias, aunque, a decir verdad, ya las habíamos "resuelto" en nuestra sesión secreta. Los de la fortaleza, en algunos puntos, se revolvían, resistiéndose a entrar por el aro, pero nosotros les recomendábamos que ahora se guiasen no tanto por la fortaleza como por Tashkent, porque ya eran un "Poder legal". Y ellos se callaban. Hasta daba lástima ver en qué atascadero se habían metido: no podían tirar para atrás ni para delante. Pero aquello era precisamente lo que nos convenía. En aquella sesión del Consejo Militar decidimos, en primer término, llamar a todos los mandos para explicarles como debían comportarse y qué tenían que hacer en la nueva situación. Los mandos vinieron más tarde y les impresionamos tanto, que algunos de ellos no volvieron a aparecer por la fortaleza.

Luego, en dicha sesión acordamos disolver las unidades creadas en la fortaleza y volver a agrupar las fuerzas como antes.

Petrov intentó encabritarse: - ¿Cómo que disolverlas? ¿Y para qué me he

pasado yo cuatro días formándolas? Sin entrar en amplias discusiones, le dimos a

entender que nosotros mismos no sabíamos para qué "se había pasado cuatro días formándolas" y le dijimos que aquello era "más apropiado", pues el sistema de la fortaleza tenía en cuenta solamente la guarnición de Vierni, mientras que el nuestro era para todo el Ejército del Semirechie. Yo no sé si le convencerían esos argumentos, pero lo cierto es que no protestó más.

La tercera cuestión era la del traslado de las fuerzas del Semirechie dentro del plazo que había sido fijado. Aquella cuestión tan grande, y tan propensa a los escándalos, la "resolvimos" en un momento, pero comprendiendo, claro está, que la solución de hecho estaba por venir y que aquello no era más que un simple proyecto sobre el papel.

A continuación, resolvimos convocar urgentemente una asamblea general extraordinaria del Partido, de toda la guarnición. Petrov era un sin partido, pero en cambio Chéusov era un auténtico "miembro", y a ambos les halagaba grandemente que en su presencia se decidieran tales asuntos. Más tarde, en esa asamblea, arremetimos implacables contra nuestros "camaradas del Partido", y a muchos de ellos se les quitaron para siempre las ganas de zascandilear por la fortaleza.

En esa misma reunión varios camaradas fueron propuestos para trabajar interinamente en la Sección Especial y en el Tribunal, en vista de que todo el

antiguo personal había sido dispersado, y había huido.

El quinto punto era elegir una comisión para hacer un cálculo del armamento desaparecido y recuperarlo. Se creó una comisión presidida por Pózdnyshev...

La sexta cuestión se refería a los individuos desaparecidos y evadidos de la Sección Especial, del Tribunal o del Correccional obrero. Se acordó transmitir este asunto a la nueva Sección Especial y al nuevo Tribunal Revolucionario que se estaban formando.

Y en séptimo lugar, decidimos confirmar, dejar en el cargo de comandante de la fortaleza a Alexandr Schukin. Considerábamos que así dábamos pruebas de más tacto. Y las consecuencias del "tacto" fueron que aquel mismo día 16, Alexandr Schukin entabló correspondencia con Avdéiev, presidente (o vicepresidente) de la Cheka de la región, y le dio orden de buscar sin falta y llevar a la fortaleza a Masarski y Axman, funcionarios de la Sección Especial, que habían desaparecido. Avdéiev le contestó:

Al comandante de la fortaleza, camarada Schukin

La Cheka de la región pide a Ud. el envío a disposición de la misma de una patrulla de cinco hombres a caballo para proceder a la detención de los ciudadanos Axman y Masarski, ya que las pesquisas hechas durante el día no han dado resultado alguno. Manden la patrulla a las 10 de la noche y, si ello es posible, con un salvoconducto para circular por la ciudad.

El presidente interino de la Cheka de la región, Avdéiev.

16 de junio de 1920. Tales eran los maleantes que había en Vierni,

¡hasta en cargos como el de presidente de la Cheka! Huelga decir que aquel barbián fue fusilado más

tarde, pero entonces ayudaba muy celosamente a los de la fortaleza.

Esto lo mencionó sólo de pasada. En nuestra sesión, como último asunto, figuraba la aprobación de un proyecto de orden, la primera que daba el nuevo Consejo Mílitar. El proyecto fue aprobado. Decía:

ORDEN N° 4 Del Consejo Militar de la 3a división de infantería

del Turkestán. Ciudad de Vierni. 16 de junio de 1920.

En la asamblea general de la guarnición de la ciudad de Vierni, celebrada en la fortaleza el 15 de junio, se acordó, en cumplimiento de la orden del Consejo Militar Revolucionario del Frente del Turkestán, elegir dos representantes para el Consejo Militar de la división y tres para el Comité

Page 153: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

151

Revolucionario de la región. Cada compañía eligió 5 de sus hombres para la asamblea general de delegados de la guarnición, y allí fueron elegidos los siguientes representantes:

1) Para el Consejo Militar de la división, Petrov y Chéusov.

2) Para el Comité Revolucionario de la región, Alexéi Beletski, Alexandr Petrenko y Alexandr

Schukin. Además se eligieron doce hombres que deberían

incorporarse a todas las secciones del Comité Revolucionario de la región para trabajar en las mismas.

Actualmente, se ha conseguido una unificación completa. El Consejo Militar de la división y el Comité Revolucionario de la región han comenzado a ejercer sus funciones. En la región queda instaurada la dictadura militar del Consejo Militar de la división.

Se ordena a todos los organismos civiles y militares que empiecen a trabajar inmediatamente.

Se declara la guerra, más implacable y severa, a las provocaciones.

Firman el original: El Presidente del Consejo Militar de la división,

Fúrmanov. El Vicepresidente, Petrov. El Secretario, Chéusov. Coincide con el original: El Jefe interino del E.M. de la división, Brovkin. Aquel mismo día, entre los "miembros del

Partido" de la guarnición, escogimos los que inspiraban alguna confianza y les encargamos que llevasen a cabo entre las unidades una verdadera labor de agitación a nuestro favor. Al frente del asunto se puso un grupo de camaradas nuestros integrado por Altshúler, Verménichev, Aliosha Kólosov, Kravchuk y Shegabutdínov. La cosa empezó a marchar, y no mal. A unos se les convencía con buenas razones, a otros se les metía miedo en el cuerpo con aquello de que tendrían que "responder" ante Tashkent, y la guarnición se iba "disgregando" poco a poco, parte de sus hombres se inclinaban hacia nuestro lado. Las únicas indómitas continuaban siendo las unidades del 25° y el 27° regimiento. Estas se mantenían firmes, sin querer entablar con nosotros ninguna clase de conversaciones "de paz".

A mediodía, tuvimos con el centro una conferencia telegráfica:

- Al aparato Malinovski, miembro suplente del Consejo Militar Revolucionario. ¿Está ahí Fúrmanov?

- Sí, aquí estoy; le saludo, camarada Malinovski. Por la guarnición han sido elegidos miembros del Consejo Militar: Alexéi Petrov, comandante del 1er regimiento del Semirechie, sin partido; Gueorgui Chéusov, jefe de las Milicias de la ciudad de Vierni,

responsable de una célula urbana del Partido. Miembros del Comité Revolucionario de la región: Viletski, comunista desde el año mil novecientos seis; Alexandr Petrenko y Alexandr Schukin, sin partido; además, se ha elegido a doce hombres que se incorporarán a las secciones de dicho Comité, para el trabajo práctico. Esperamos la confirmación por ustedes de los cinco miembros. Hoy ha celebrado sesión el Consejo Militar con Fúrmanov de presidente, como designado por el centro, Petrov de vicepresidente y Chéusov de secretario. En la región ha sido instaurada la dictadura militar, que será ejercida por el Consejo Militar. Tomamos urgentes medidas para cumplir la orden de ese centro sobre el traslado de las unidades. En los últimos cuatro días, las unidades que se encontraban en la fortaleza fueron (agrupadas. -D.F.) en nuevos regimientos y secciones. Hemos acordado declarar disueltas esas formaciones y volver a la estructura de antes. En vista de que los funcionarios responsables de la Sección Especial y del Tribunal Revolucionario se han refugiado en las montañas, para los que han quedado (es imposible. -D.F.) continuar el trabajo debido a la actitud de la guarnición, se ha acordado hoy, en una asamblea extraordinaria de la organización del Partido de la guarnición, designar funcionarios para (esos. -D.F.) dos organismos hasta que el centro envíe los nuevos. En vista de que durante los acontecimientos se robaron y escondieron armas y bienes, se ha encomendado al camarada Pózdnyshev que, a través de una comisión especial, aclare y recupere todo. El Presidente del Comité Revolucionario de la región asume la jefatura de la guarnición, y se nombra comandante a Saráiev. Ha sido nombrado comandante de la fortaleza el camarada Alexandr Schukin; se encomienda a la nueva Sección Especial y al nuevo Tribunal Revolucionario que esclarezcan con urgencia la cuestión de los detenidos libertados o fugados de la prisión; además, en la reunión de ayer, se convino retener en el Semirechie a todos los oficiales en tanto se reúnen datos contra ellos, pero creo que el Consejo Militar podrá cumplir ahora la orden del centro. Se acordó solicitar del centro la abolición de la pena de muerte en el Semirechie. También (se tomó. -D.F.) la decisión de organizar una recogida voluntaria de fondos para socorrer a los arruinados distritos de Kopal y Liepsy. De momento no tengo (más) que comunicarle. Fúrmanov.

- Antes de someter sus cuestiones e informes al examen del Consejo Militar Revolucionario, agregue que todo se transmite en nombre del Consejo Militar de la división y que su presidencia está presente.

- Bien. - Comunique qué noticias tiene el Consejo Militar

respecto al cumplimiento de la orden de traslado de unidades de otras ciudades de la región, y además, cuál es la actitud de los musulmanes ante lo ocurrido.

Page 154: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

152

Malinovski. - Todas las unidades, a excepción del primer

regimiento, del que no se tienen noticias, están de acuerdo en cumplir la orden del centro. La actitud de los musulmanes es de tensa espera. El primer disparo provocador traerá graves (complicaciones). Esto lo hemos logrado evitar en unión de los mejores elementos de la fortaleza. Fúrmanov.

- Está bien. Ahora mismo comunico toda la conversación al Consejo Militar Revolucionario.

- Por cierto, tengo que informar del noble proceder de Béresniev y Eriskin: cuando la guarnición estaba dispuesta a ensartamos en sus bayonetas, detuvieron a la irritada multitud y declararon que se solidarizaban con nosotros; interponiendo su autoridad, evitaron que se cometiera un crimen que parecía inevitable. Ambos, en el pasado, fueron sumariados por el Tribunal Militar Revolucionario; yo no sé los motivos, pero, si no son muy graves, yo recomendaría que se sobreseyeran las causas, por su buena acción. El camarada Streltsov dio igualmente muestras de gran conciencia al impedir que los soldados rojos se bebieran diez barriles61 de alcohol que habían ido a parar a la fortaleza. Fúrmanov.

- Hasta la vista. Malinovski. En cuanto. Tashkent recibió de nosotros noticias

definitivas sobre la nueva estructura del Poder en la región y en la división, lo hizo saber a Pishpek en el siguiente telegrama:

TCE. Secreto. N° 0650/196. 16. 15 h. y 15 m. Urgente, sólo para Pishpek, para su transmisión a

las direcciones siguientes: Pishpek, Przhevalsk, Tokmak, Narín. Jefe de la guarnición. Copia al Comité del Partido Comunista, copia al CECT y al Comité Territorial. A juzgar por los últimos datos, la guarnición de Vierni abandona el camino de la sublevación para volver al del orden revolucionario. Hasta tener un conocimiento real del verdadero fondo y carácter de los acontecimientos de Vierni, el Consejo Militar Revolucionario del Frente del Turkestán, en evitación de posibles excesos y derramamientos de sangre, ha creído oportuno autorizar temporalmente la reorganización del Poder local mediante la incorporación de dos personas al Consejo Militar de la división y de tres personas al Comité Revolucionario de la región. Teniendo esto presente, deben contar, formalmente, con el nuevo Poder provisional surgido en la región y restablecer contactos de carácter práctico con Vierni. El cumplimiento efectivo de todas las disposiciones de la región (deberá ajustarse a nuestras instrucciones. De la ulterior actitud del Consejo Militar Revolucionario del Frente con respecto al Poder de

61 Los datos sobre la cantidad de barriles que había en la fortaleza eran muy dispares.

Vierni y a los acontecimientos de allí, se les informará a su debido tiempo. En cuanto a la posición de principios adoptada por ustedes ante los sucesos de Vierni, el Consejo Militar Revolucionario del Frente la considera completamente justa.

El Comandante en Jefe del Frente del Turkestán, Frunze.

El miembro suplente del CMR del Frente, Malinovski.

Por lo tanto, el Consejo Militar Revolucionario

del Frente consideraba el Poder de Vierni tan de pega como lo considerábamos nosotros. En todos los telegramas al centro y en todas las conferencias sostenidas con él, hacíamos especial hincapié en que si bien aquello era un poder, no creíamos sin embargo en su "solidez", y eran de esperar, de un momento a otro, nuevas complicaciones. Aunque el momento más grave había pasado ya y por ahora no se precisaba una intervención armada de nuestra parte. De la progresión de las tropas de Tashkent no sabíamos absolutamente nada y ni siquiera estábamos seguros de que se hallasen en camino; por ello, al conferenciar con el centro aquel mismo día, le hablamos no de una ayuda armada incidental de Tashkent, sino de que estimábamos de absoluta necesidad el envío de fuerzas fijas que defendieran la región, incluso en el futuro, de sublevaciones semejantes.

Telegrafiábamos; Del TCE 216. Militar. A transmitir en primer

término.

Al Comandante en Jefe del Frente del Turkestán,

Frunze. Tashkent.

A su N° 1/1396. Del envío de fuerzas de Tashkent se podría haber prescindido, ya que el asunto se va resolviendo a nuestro favor. Esa demanda se refería a la liquidación de un momento grave de la sublevación, que por lo visto ha pasado ya. Pero no tenemos fuerzas de confianza, una base sobre la que apoyarnos, y esto nos obliga a solicitar el envío de una unidad destinada con carácter estable, permanente (el subrayado es mío. -D.F.), que podría prestar ayuda en caso de una nueva sublevación en el futuro, posibilidad que no está descartada ni mucho menos62. Intentaremos proceder al traslado de fuerzas, de acuerdo con la orden de ustedes. Si el primer intento fracasa, permítannos disolver temporalmente algunas unidades, concediendo un permiso a sus hombres, motivado por sus excepcionales méritos de guerra, y entretanto, dar tiempo a que llegue la 105 brigada, para realizar entonces el traslado con carácter forzoso. Tengan en cuenta que sobre el telégrafo se ha establecido un

62 En efecto, poco después estalló una sublevación en el distrito de Narín del Semirechie.

Page 155: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

153

control de la organización del Partido en la ciudad, organización que, en toda esta historia, ha desempeñado un papel bastante abyecto y actuando de acuerdo con la fortaleza. Transmitan en forma cifrada.

16 de junio de 1920. Fúrmanov. Y ese mismo día enviábamos este otro telegrama: A transmitir en primer término. Al Consejo

Militar Revolucionario del Frente del Turkestán.

Tashkent.

No hay que considerar la situación como tranquila. Hemos conseguido lo principal: sacar las unidades de la fortaleza y descargar la atmósfera, pero la agitación no ha cesado y aumentará progresivamente a medida que se acerque (la fecha) del traslado de las fuerzas al centro. Está claro que los semirechianos no quieren marcharse del Semirechie y buscan toda clase de pretextos para quedarse aquí o demorar la partida. Van dando largas al asunto con la esperanza de que lleguen otras unidades, para desencadenar, junto con ellas, una tempestad aún más terrible. A la cabeza del movimiento se encuentran delincuentes políticos y comunes que han sido castigados alguna vez por los órganos de de represión. Eso explica en gran parte el odio hacia la SE y el Tribunal que siente toda esa multitud y que se ha puesto de manifiesto en la aniquilación de hecho de esas dos instituciones. Yo sigo considerando desacertada para el Semirechie la línea general que han aplicado en su táctica esas organizaciones; en el Semirechie, donde estamos rodeados de una población que nos es extraña en el aspecto social y hostil en el aspecto político, donde no tenemos suficiente fuerza real, no se puede aplicar una política de dura represión, como en el centro, porque esa política provoca indignación y conduce al alzamiento, como está demostrando, con hechos, la sublevación actual. Creo que esta cuestión hay que resolverla, como de principio, en breve. En la actualidad, la situación es la siguiente: hemos conseguido atraer a nuestro lado a los mandos, los cuales, en una reunión que han tenido hoy, han expresado su completa solidaridad con nuestros puntos de vista. Mañana por la mañana, es decir, el día 17 de junio, iremos con los mandos al batallón del 27 regimiento, que es el primero que debe salir y se resiste hasta la fecha. Plantearemos la cuestión de plano: los que acaten la orden, a la derecha; los que no, a la izquierda, y serán considerados como desertores. Por razones tácticas, solicité de ustedes una amnistía para Béresniev y Eriskin; se ha dado amplia publicidad a ello, y la noticia ha producido colosal efecto. Además se ha encomendado a los jefes de unidades el cumplimiento absoluto de la orden de traslado. Cuando los que estén de acuerdo sean la mayoría, convencerán a la minoría. Yo sigo la

línea de escisión de las unidades, para que unas influyan sobre otras. La misma línea intento seguir en el asunto de la detención de elementos canallescos. Como carecemos de fuerza efectiva para llevar a cabo esas detenciones, yo procuro que los conscientes detengan ellos mismos a los instigadores. Nuestro objetivo general es que no haya sangre, ya que ello puede dar lugar aquí, por un lado, a la apertura de un frente, y por otro, a una degollina de musulmanes.

Fúrmanov, N° 1411/3. Ambas partes se habían apaciguado, como

agotadas, rendidas de la ardorosa pelea: los luchadores descansaban.

Pero aquello era solamente un descanso. En cuanto recobraran fuerzas, ¡a la lucha de nuevo! Y entonces, ¿quién vencería a quién? No volverían a tener ocasión de descansar. En la pelea se habían conocido bien, habían tanteado sus respectivos puntos débiles y fuertes. Ninguno de los dos podría hacerlo por segunda vez. Y eso lo debían tener muy presente, grabarlo hondo en la memoria.

... No te descuides, luchador, porque en un instante, cuando menos lo esperes, puede abalanzarse sobre ti tu agazapado enemigo y derribarte con habilidad. Y cuando esté encima, aplastándote contra la tierra, ya no tendrás salvación, te habrá llegado el fin...

Así, en una situación semejante, dirimíamos nosotros nuestras querellas.

Dos contendientes. Dos enemigos levemente aplacados.

¿Podría durar aquello mucho tiempo? El diez y siete cambiaron poco las cosas.

Únicamente se supo que los "activistas" hacían agitación entre los soldados rojos para que volvieran a la fortaleza:

- En la fortaleza somos una fuerza, y aquí, ¿qué somos? Desde la fortaleza podemos en cualquier momento mandar órdenes al E.M., mientras que desde aquí, ¿qué podemos ordenar? ¡Hala, muchachos, hala! En marcha de nuevo, ¡y a la fortaleza otra vez!

Mas, por el momento, sólo iban para allá pequeños grupitos e individuos aislados; el grueso de las fuerzas continuaba en los cuarteles, lo retenían allí los mandos a quienes nosotros habíamos logrado convencer un poco y asustar otro poco. El núcleo central faccioso permanecía en la fortaleza, todos los cabecillas pasaban en ella el día y la noche, y sólo la abandonaban para ir hacer agitación en los cuarteles. También había empezado a ser poco clara la conducta de Pável Béresniev: se llevaba ahora muy bien con los cabecillas de la fortaleza, iba a verlos con frecuencia y agrado, departía a solas con ellos, cuchicheaban juntos por los rincones. Aquello nos

Page 156: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

154

puso muy en guardia contra él. La situación era incierta en extremo. No se podía esperar que por aquel camino se resolviese la cuestión. Ambas partes parecían salir de su inactividad: lentamente, como de mala gana, se ponían en movimiento, iban cobrando impulso, energías, decisión.

Se disponían a resolver la cuestión por otro

camino. Aquel día Chernov se presentó en el batallón de

guardia, convocó una asamblea y empezó a "arremeter" en ella contra el Consejo Militar y los "comisarios" soviéticos. Pero en el batallón de guardia había ya no pocos muchachos nuestros, que realizaban allí una labor de agitación y propaganda, abierta o secreta, y se las arreglaron de manera que Chernov fracasó estrepitosamente y acabó por ser expulsado de la asamblea por la soliviantada multitud. Más difícil era debilitar la influencia que Bukin y Vúychich ejercían en aquel batallón, donde eran considerados casi unos héroes y gozaban de autoridad. Pero nuestros celosos topos políticos les iban socavando también el terreno con mucha tenacidad y no poco éxito.

Ya se encontraba solamente a unas decenas de verstas de la ciudad el 4° regimiento de caballería: aquel mismo día iría a su encuentro Bocharov, el comisario de la división. Más adelante, se pondría en contacto con el 26° de infantería. Había que concentrar fuerzas, era preciso actuar. Cierto que el 26° no era de ninguna confianza, pero había que conseguir algún entendimiento con él, que retenerlo en su camino y no dejarle llegar a Vierni, Bocharov partió. A aquella hora no sabíamos aún que, pronto, nosotros mismos correríamos tras él.

La fortaleza permanecía quieta, sin emprender contra nosotros acciones enérgicas de ningún género, pero al propio tiempo, ante nuestros ojos, se iba llenando de vivificadora savia, cobraba nuevas fuerzas. Seguía comportándose como vencedora, como dueña del Poder. Al igual que antes, afluían allí en sus carros los vecinos de los pueblos y aldeas, y la fortaleza les explicaba los acontecimientos a su manera y les "ordenaba" que no tuviesen trato con nadie y se entendiesen sólo con ella; como antes, estaba abarrotada de fugitivos, pobres, famélicos, que protestaban de todo y contra todos. No pensaba siquiera en replegarse. Había dejado a las unidades marchar a los cuarteles, pero conservaba todavía gran cantidad de materia inflamable. Además, ¿qué "marcha" era aquélla? Los cuarteles estaban al lado, a dos pasos, ¿y se necesitaba mucho tiempo para volver de allí a la fortaleza?

Recuerdo un caso ocurrido aquel día. Terminó felizmente, aunque todo hacía prever un trágico desenlace: dos compañeros nuestros -uno de la Especial y otro del Tribunal- estuvieron a punto de caer en las garras del enemigo.

Nosotros no permitíamos a ningún camarada de la

Especial ni del Tribunal asistir a las reuniones con los representantes de los facciosos ni aparecer por la fortaleza, pues les tenían un odio tan grande y tan directo, que era muy poco probable que la multitud contuviese sus ciegas iras. Por ello nos habíamos apresurado tanto a mandar al monte a Masarski y Goriáchev. Nosotros mismos no sabíamos dónde se ocultaban: tal vez fuese en Dzharkent, quizá en Pishpek. No habíamos tenido tiempo de convenirlo entonces: preparamos todo en un instante y al momento partieron. El día 17, a mediodía, estábamos en la hostería de Beloúsovski, cuando oímos de pronto un frecuente redoble de cascos de caballo, que se fue acercando más y más hasta que tres jinetes se detuvieron ante la terracilla de entrada. Miramos por la ventana, y lanzamos una exclamación de sorpresa: ¡eran Masarski y Goriáchev! Con ellos venía un hombre que empuñaba un revólver con la mano derecha y traía en la izquierda un voluminoso sobre lacrado que acababa de sacarse del pecho.

- Algo malo ha ocurrido; por lo visto, los han atrapado.

Salí disparado a la terracilla y vi que los tres jinetes no tenían el menor propósito de bajar de sus caballos.

- ¿Es esto la jefatura de la fortaleza? -preguntó el desconocido, un mujik de unos cuarenta años, sin duda campesino.

- ¿Qué quieres? -repuse, procurando no mirar a los muchachos, como si no los conociera.

- Pues nada, que hemos cazado a estos dos... cuando vagaban por las montañas... Iban hacia nuestra aldea... Deben ser del Tribunal, los mujiks los han reconocido... Y me han encargado que los traiga sin falta a la fortaleza...

- Muy bien, magnífico -le dije al escolta-. Precisamente yo soy el jefe del Estado Mayor de esa fortaleza. Venga, dame el pliego... Perfectamente... Puedes dejármelos aquí, que yo mismo los mandaré custodiados adonde es menester.

Había que conservar un tono tranquilo, inalterable, era preciso desorientar inmediatamente a aquel infeliz mujik que, por añadidura, debía suponer que la fortaleza era dueña absoluta de toda la ciudad y no existía allí ningún otro poder... Había que mentir, sin pestañear. Por suerte, el mujik tenía pocas luces y, además, estaba harto por lo visto de ir y venir con sus prisioneros.

El tono autoritario y aquellas palabras pronunciadas en voz alta, con naturalidad, acabaron de despistar al mujik, que me entregó el pliego. Le devolví el sobre, firmado con un apellido inverosímil, y les guiñé el ojo a los muchachos; éstos saltaron de los caballos a la terracilla y le tiraron las riendas al mujik. Goriáchev se había dado cuenta en seguida del asunto y, en silencio, entró rápidamente en el pasillo, dejándome atrás, pero el expansivo y original Masarski había estado a punto de liarse en

Page 157: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

155

una disputa con su escolta al reprocharle: - ¿No te lo decía yo, zopenco de Satanás?... Menos mal que Goriáchev y yo le metimos en el

pasillo, empujándole con disimulo. El mujik picó espuelas y se alejó. E inmediatamente, sin poder contener la alegría, soltamos la carcajada. Pero no se podía perder ni un minuto. ¿Y si los de la fortaleza, siguiendo las recientes huellas, se presentaban a caballo? Mal acabarían los muchachos: los matarían sin falta. El mujik, al despedirse, había dicho que iba a ver a los suyos, seguramente a algunos paisanos que estarían en la fortaleza.

Nuestro siempre fiel amigo Medviédich, por el traspatio y los huertos, condujo a los dos a una calle cercana y los escondió en un enorme henil. Allí estuvieron hasta el fin de la sublevación. El propio Medviédich les llevaba la comida al escondrijo.

Entre los acontecimientos destacados del día 17, hay que señalar un telegrama de Frunze que también fue a parar a Pishpek, donde se encontraba ya Bijovski, jefe de las fuerzas que venían presurosas en ayuda nuestra: autos blindados, infantería, caballería. El telegrama de Frunze fue leído a esas unidades. El Comandante en Jefe decía:

El 2 de junio di orden de que algunas unidades de

la división N. que se encuentran en el Semirechie fueran enviadas a Tashkent y posteriormente, a Ferganá. Con motivo de esto, se han desarrollado en la ciudad de Vierni acontecimientos de un carácter completamente intolerable. Antes de ser dada la orden, habían llegado del Semirechie informes indicadores de que en algunos regimientos de la división, completados con hombres de aquellos lugares, la situación, en cuanto a disciplina militar, cumplimiento de las órdenes de operaciones y demás, distaba mucho de ser buena; se indicaba que esos regimientos no querían ir a ninguna parte ni dejar los lugares natales, y que a consecuencia de ello era posible incluso una sublevación abierta. Como es natural, el Mando del Frente no podía aceptar semejante estado de cosas, no podía permitir que entre las fuerzas del Frente hubiera unidades en las que no se tuviera seguridad de que iban a cumplir las órdenes y a acudir a otros sectores en ayuda de sus compañeros de armas, cuando lo exigiera la situación; no podía tolerar que mientras decenas de miles de campesinos y obreros de la Rusia Europea, conscientes de la necesidad de ello, venían serenamente aquí, al lejano Turkestán, a ayudar a sus hermanos, y mientras en el Frente Occidental se vertía la sangre de las tropas obreras y campesinas que estaban salvando a Rusia del saqueo por parte de la nobleza polaca, las unidades del Semirechie tuvieran el privilegio de quedarse junto a sus aldeas. El soldado rojo tiene la obligación de estar allí donde lo exigen los intereses de la causa obrera y campesina. Esa es la razón de que millones de

campesinos y obreros de Rusia lleven ya años separados de sus familiares, en los frentes, defendiendo con sus pechos las conquistas de la revolución y los derechos del trabajo, en medio de increíbles privaciones, en la más penosa situación, donde han llevado y llevan adelante con valentía las banderas rojas, aniquilando a los enemigos del proletariado y abriendo a su pueblo el camino hacia la luz y la felicidad; ése es el verdadero camino de todos los hijos honrados (del país) obrero y campesino, y ese mismo debe ser también para los hijos del Semirechie; por eso el Mando del Frente, con plena conciencia de la justeza de sus acciones y confiando en el instinto de clase, de trabajadores, de las unidades del Semirechie, dio la orden anteriormente mencionada cuando así lo exigió la necesidad de prestar ayuda a otros sectores del Frente del Turkestán. Por desgracia, esas esperanzas nuestras no se realizaron. En torno al cumplimiento de esa orden, en algunas unidades del Semirechie que debían ser trasladadas se empezó a hacer agitación a remover los más mezquinos intereses personales; los intereses personales impulsaban a negarse a cumplir una orden de operaciones, pero hacerlo abiertamente infundía extrañeza incluso a los egoístas empedernidos y traidores a la causa obrera y campesina. Y aparecieron en escena multitud de quejas sobre la falta de ropa y calzado, sobre las deficiencias de constitución de los órganos soviéticos del Poder, exigencias de cambiar los mandos, etcétera, etcétera. Como es lógico, los enemigos de la revolución aprovecharon la ocasión que se les presentaba de asestar un golpe al Poder soviético, y comenzaron a fomentar el descontento, procurando que desembocara en una franca rebelión. Desgraciadamente lo consiguieron en parte. Las unidades de la guarnición de Vierni, en vez de cumplir la orden, se dedicaron a mitinear, a presentar reclamaciones de todo género, imposibles de cumplir en su mayoría, e incluso se permitieron detener -aunque temporalmente- a algunos cuadros de mando. Semejantes excesos, completamente intolerables en el Ejército Rojo obrero y campesino, se han cometido confiando sin duda en la lejanía del Semirechie y la falta de buenas comunicaciones y, por consiguiente, en la impunidad de sus autores. Al poner estos hechos en conocimiento de todos los camaradas, soldados rojos, el Mando del Frente condena en su nombre con indignación la traidora conducta, mezquina y egoísta, de las unidades de la división N. que, en vez de ir a ayudar a sus hermanos que vierten su sangre en Ferganá, han emprendido el camino del debilitamiento de nuestra potencia militar en el Turkestán. Sepan todos los enemigos de la revolución y todos los viles egoístas y traidores que la Rusia obrera y campesina aplastará rápidamente cualquier intentona contra ella. Los traidores al Poder soviético no podrán ocultarse en parte alguna, la

Page 158: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

156

severa mano de la justicia revolucionaria les alcanzará dondequiera que se escondan. Al parecer, la voz de la razón y el sentimiento del deber se han impuesto, y las unidades de la guarnición de Vierni, sin presión exterior, han vuelto al camino del orden revolucionario. Como Comandante en Jefe y responsable ante Rusia de la situación militar de todo el Frente, ordeno: I. Al jefe de la 3ª división, que exija el cumplimiento inmediato de todas las órdenes, sin excepción, dadas por mí sobre el desplazamiento de unidades por razones operativas. II. Que se exija de las unidades de la guarnición de Vierni el cese absoluto de toda clase de mitineos y la declaración de que están dispuestas a lavar sus culpas sirviendo honradamente en lo sucesivo al Poder soviético. III. Al Consejo Militar de la división, que investigue todo lo ocurrido e informe al Consejo Militar Revolucionario del Frente.

El Comandante en Jefe de las tropas del Frente del Turkestán, Mijaíl Frunze-Mijáilov.

El miembro del Consejo Militar Revolucionario del Frente del Turkestán Ibraguímov.

El substituto del Jefe del E.M. del Frente del Turkestán, Blagoviéschenski.

El batallón del 27° regimiento tenía que salir de

Vierni el 20, es decir, dos o tres días más tarde. En la tarde del 17, tanteamos ya el terreno: ¿iría o no iría? No habíamos convocado una asamblea general, la dejamos para un día más tarde, con objeto de que se celebrase lo más cerca posible de la marcha. Pero, sin asamblea, la cosa estaba clara:

¡No iría! El 18 íbamos a comprobar la certeza de aquella

suposición nuestra en la asamblea general del batallón. Ya estaba allí el mismo cuartel; las mismas caras, pero ahora, ya bien conocidas; igual suciedad, igual hedor, idénticas palabrotas, todo como antes, como si no hubiera habido una semana de agitada revuelta.

Hasta nosotros éramos casi los mismos: Bielov, Kravchuk y yo, sólo faltaba Bocharov.

Y el estado de ánimo... El estado de ánimo de nuestro auditorio tampoco se diferenciaba del que reinaba aquella memorable tarde, la víspera de la sublevación; como entonces, no nos miraban de frente, a la cara, vertían injurias y maldiciones, soeces, amenazadoras, se decían, como hablando entre ellos, pero lo bastante alto para que lo oyéramos también nosotros:

- Ya nos están rondando los ca... na... llas. ¿A qué vienen? De todos modos, no iremos a ninguna parte... Vendidos... Gra... nu... jas...

Uno tras otro, nos sucedíamos en la improvisada tribuna, tratábamos de convencer, pero veíamos que nuestros razonamientos y persuasiones no daban resultado alguno:

- Digas lo que digas, no iremos...

- Pero, camaradas, si ya quedamos en eso... - ¿Y qué importa? - ¿Cómo que qué importa? Vosotros mismos

declarasteis en la fortaleza que estabais dispuestos a obedecer las órdenes del centro... A marchar...

- Nadie dijo nada... Lo dijiste tú solo... - Pero vosotros estuvisteis de acuerdo...

votasteis… y vuestros representantes trabajan ahora con nosotros; ahora os van a decir lo mismo...

Volvimos la cabeza: no había ningún "representante" a mano. Petrov, por cierto, no se había presentado y Chéusov había desaparecido diplomáticamente para no tener que intervenir en el papel de "defensor del Poder". Machacamos de nuevo:

- ¿Qué seriedad es ésta, camaradas? Hoy nos ponemos de acuerdo en una cosa, ¿y mañana hacemos todo lo contrario?... ¿Dónde se ha visto eso? ¿Cómo va a creernos ahora Tashkent?

- ¿Y qué falta nos hace Tashkent? - Entonces, ¿en quién va a apoyarse el Poder?

¿Quién nos va a confirmar? ¿Qué es lo que queréis, camaradas? ¿Qué empecemos de nuevo todas las conversaciones?

- ¡Nosotros no necesitamos a Tashkent! -gritó desde un camastro una voz conocida. ¿De quién era? No lo podíamos recordar, por más que nos esforzábamos-. ¿Por qué Tashkent? Puede que queramos subordinarnos a Siberia. Y puede que a nadie...

Vimos que el asunto tomaba mal cariz. Dimos paso a uno de los comandantes, pero le

recibieron con multitud de improperios, lanzados como piedras contra él:

- ¿Tú también estás con "ellos", miserable?... - ¡Se ha vendido el hijo de perra! El ambiente nos era hostil. No cabía duda. Se alzaban las voces, a cual más airada: - ¡No queremos vuestro comunismo!... ¡Viva el

Poder soviético! ¡Pero no como éste! ¡Viva un Poder soviético sin judíos, sin kirguizes, nuestro, de los labradores!...

- Lárgate, ya has hablado bastante... Antes que te sacudan en la cholla.

- Esperaremos a que venga el veintiséis... - ¿A qué vais a esperar, camaradas? -les

exhortábamos-. ¿A qué esperar, cuando el envío ha de ser por batallones?...

- No hace falta por batallones, iremos juntos todo el regimiento...

- Eso no es posible... - Ya veremos si es posible o no. No

preguntaremos a nadie... Cuando llegue el regimiento, ya nos pondremos con él de acuerdo...

El batallón tenía ya preparada su resolución especial: ¡No salir!

¿Valía la pena seguir hablando? ¿No estaba acaso clara la situación? La discusión se prolongaba cerca

Page 159: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

157

de tres horas. Bastaba ya. Nos miramos en silencio y nos comprendimos. Terminamos la reunión y nos marchamos.

Íbamos de nuevo a caballo desde el cuartel hacia el Estado Mayor de la división. Por el camino, examinábamos la situación. No tenía objeto continuar hablando. Había que actuar inmediatamente y con decisión. La demora, el retardo, iba directamente contra nosotros. Pero, ¿qué elegir? ¿Qué hacer?

De Bocharov no teníamos ninguna noticia importante. Siguiendo su viaje, debía haber marchado del 4° al 26°. Y el 4° había hecho un alto muy cerca, en Karasuk, a unas veintitrés o veinticinco verstas de Vierni... Por aquello había que orientarse. Sin tardanza, era preciso traer el regimiento y aplastar a los sediciosos. Era la única salida. Pero teníamos dos dudas.

En primer lugar, nuestro ataque sería la señal para la resistencia armada, para la insurrección de los pueblos y de las aldeas cercanas; sobre todo, en caso de un resultado desfavorable, de una derrota nuestra.

Y en segundo lugar, ¿podíamos confiar nosotros, con absoluta seguridad, en aquel regimiento? ¿Lo conocíamos suficientemente? ¿No podría suceder que, al tomar contacto con los sublevados y percibir la "comunidad" de ciertas "reivindicaciones", se descompusiera él mismo? Cierto que era mejor, más seguro que otras unidades. También era verdad que si se le hacía entrar inmediatamente en acción casi no habría peligro. Pero permitir las conversaciones entre los regimientos, su trato directo, el cambio de impresiones entre ellos, sería el camino cierto de nuestra perdición irremediable. No había que dejar de ninguna manera que tuviesen roce con los facciosos: éste sería fatal para las vacilantes masas, del 4° regimiento. Además habían empezado a difundirse ciertos papelitos en los que se hablaba del Tribunal, de la Sección Especial y del Poder soviético en general. Aunque se guardaban de expresar muchas cosas abiertamente, sus alusiones eran bastante claras.

He aquí una de esas proclamas. Su nombre es tan extraño como su contenido:

EL ORINAL ZARISTA ¡Cómo huele! ¡Cómo apesta! Pero nadie se atreve

a decir que huele y apesta, porque todos tienen miedo, ya que es zarista... Y los monárquicos hasta aspiran con fruición el olor...

Han quitado al zar, han quitado a la zarina, han quitado también a la servidumbre de Palacio, pero han dejado el orinal, que hiede apestando a toda la Rusia Soviética. Es una vergüenza, camaradas. Un bochorno, ciudadanos libres.

También aquí, en Vierni, nos habían dejado un pebetero zarista, también había aquí un olor nauseabundo, pero la mano poderosa de los

camaradas soldados rojos lo tapó. Y ya no hay pestilencia.

La antigua policía de los zares, unida a la sección política de la secretaría del gobernador, recibió en la Rusia Libre el nombre de "Sección Especial".

Mejor hubiera sido dividirlos a todos en especiales compartimentos y ponerles un numerito: el 100, y en alguna ciudad, el letrerito de "retrete", como suele hacerse en los lugares apartados, atrasados. Sí, el orinal ha sido tapado, pero, ¿por mucho tiempo? Cualquiera que sea el personal que pongáis en esa institución, siempre olerá mal, su nauseabundo hedor zarista asfixiará la vida auténtica y la libertad de los ciudadanos: Detendrá, despojará, fusilará, y hasta os volverán a amedrentar a puñetazo limpio...

En la ciudad de Vierni, capital de la región, hay cuatro secciones de policía secreta: en el Tribunal M.R., en la Especial, en la Cheka y en las Milicias. Además, están registrados como agentes de la secreta 1.300 individuos. Y claro, no se puede vivir. Ni en tiempos del rey que rabió había tantos delatores. Por ello, la ira de los camaradas soldados rojos y sus exigencias de acabar con las represiones y liberarse de los traidores son completamente justas y legítimas.

Decid vosotros mismo, camaradas y ciudadanos, ¿necesitamos nosotros la Sección Especial?

Evgueni.

¡Decid vosotros mismo! Sí, sí... junto a tales

papelitos, se encontraban también documentos de Kolchak. Algún pope debía haber redactado un llamamiento que cayó en nuestras manos. Lo transcribimos a continuación:

A LOS SOLDADOS QUE VAN A LAS

POSICIONES Recibid, queridos combatientes, la bendición

cuando vais a partir para realizar la sagrada proeza de servir con las armas a la Patria querida.

Fijaos, yo califico vuestro servicio a la Patria de proeza sagrada. ¿Por qué lo hago? Porque vuestro servicio militar, lejos de los hogares que abandonáis ahora, de vuestras amadas familias y el ambiente habitual, es servir a los demás, al prójimo, y ahora vais a la hazaña de padecer por vuestros semejantes, siguiendo el ejemplo de Vuestro Señor Jesucristo, que entregó su vida para salvar a todos los hombres.

Sin embargo, teniendo en cuenta la grandeza y santidad de la hazaña, recordad, queridos, que ésta sólo es sagrada cuando se realiza de buen grado, sin lamentaciones ni quejas, con mansedumbre y sencillez salidas del corazón. De lo contrario, vuestro servicio no será hazaña, sino infamante yugo.

No olvidéis adónde vais. Vais a ayudar y reforzar a nuestros valerosos héroes y defensores que, desde el resurgimiento de nuestro ejército, ya han sabido

Page 160: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

158

cubrirse de honor y gloria. Os esperan con impaciencia, pero llenos de valor, fuertes, bondadosos, para asestar los golpes definitivos a los insolentes traidores a nuestra Patria: a los bolcheviques.

Con ellos, obligaréis a los bolcheviques a convencerse de que ni el vil abandono ni la traición aleve han podido matar a sus hijos, que están dispuestos, con abnegado heroísmo, sin una queja, a morir por el honor, la libertad y la unidad del país tan ardientemente amado.

La Patria os encomienda de nuevo, confiada, la defensa de su honor y de su libertad. Sabed también vosotros, queridos combatientes, conservar ese tesoro, como supieron hacerlo nuestros padres y abuelos.

Que Dios os ayude. Al anochecer me atrapó en la calle el chino63

Masanchi, me llevó aparte, con aire conspirativo, y mirando asustado alrededor con sus irritados ojos, estrábicos y aceitosos, me susurró al oído:

- Esta noche en la foltaleza ha habido lesolución... ocho hombles van a fusilal noche. . . y a ti, fusilal, y a Bielov fusilal, y a Shigobudin fusilal, a todos fusilal... Buscal hace mucho... Decilme homble fiel...

"¿Debemos creerle?", pensé por un instante. Y decidí: "¿Qué interés tiene él en mentir? De todos modos, cuando el río suena..." (En la fortaleza se había adoptado en efecto esa resolución; así lo confirmaron más tarde ante el tribunal los propios sublevados. Masanchi nos salvó la vida.) Reuní rápidamente a mis compañeros para tener un cambio de impresiones. Decidimos partir al galope para el 4° regimiento e irrumpir con él al día siguiente en la ciudad. Debíamos ir allá Bielov, Eriskin, Yusúpov Shegabutdínov y yo. Marcharíamos en secreto, para que nadie se enterase ni apercibiese. Los que quedaran permanecerían alerta, por la noche se esconderían y durante el día realizarían una buena agitación, a fin de preparar los ánimos para la posible incursión nocturna. Dicho y hecho. Shegabutdínov mandó a Aguidulin que preparase cinco caballos de los mejores y los llevase, ya bien entrada la noche, a un lugar convenido, donde debía esperar. E inmediatamente enviamos a Tashkent este telegrama:

Consejo Militar Revolucionario del Frente del

Turkestán. Tashkent.

A transmitir en primer término.

Ahora, en la asamblea del batallón, se ha puesto en claro que éste no quiere salir del Semirechie y exige que se le deje hasta la llegada de otros regimientos, con los que quiere hablar de algo... Es evidente que lo que quiere es provocar a la rebelión, liquidar a los del centro y quedarse en el Semirechie.

63 Alguien me comunicó más tarde que Masanchi no era chino, sino dungán.

Han acordado esta noche fusilarnos a unos ocho responsables, y ocupar de nuevo la fortaleza. Esto se nos ha comunicado en secreto. Bielov y yo partimos inmediatamente para el 4° regimiento pues con las palabras ya no se adelanta nada. Es imprescindible el envío de tropas de Tashkent con urgencia, porque el apaciguamiento, según se ha aclarado ahora, era sólo aparente. Seguramente les habrán transmitido a ustedes por telégrafo la resolución de ese batallón.

Fúrmanov. Cursábamos los telegramas libremente, pues el

control sobre ellos sólo había estado "ojo avizor" en los primeros días; luego, se sacudió las pulgas, y ya no hacía prácticamente nada. Aunque también en los días del "ojo avizor" habíamos pasado por allí, con dirección a Tashkent, cuanto habíamos querido. Aquello, más que un control, era una desdicha para quienes lo habían puesto.

Avanzada la noche oscura, unos guías kirguizes nos llevaban por Vierni a través de tortuosos callejones. Casas bajas, tapias largas, grises, monótonas, un camino surcado de carriles, todo nos indicaba que estábamos ya en las afueras de la ciudad. Llevábamos andando largo rato. En silencio. Sólo cambiábamos algunas palabras quedas cuando era necesario. Nos detuvimos ante un portón de viejas tablas, nos encorvamos y entramos por el bajo portillo, que no estaba cerrado: alguien nos esperaba. El que aguardaba cuchicheó un instante con Shegabutdínov y nos condujo por un patio sucio y pequeño hacia la tapia de enfrente. Allí había otro portillo, y nos metimos por él agachándonos. El segundo patio era más espacioso y limpio; la casa, más nueva: sobresalían, como abultados pechos, los flamantes rollizos; rebrillaban en la oscuridad, igual que luciérnagas, las superficies pulidas, bien acepilladas. Subimos por una escalerilla a una pequeña terraza, de la terraza pasamos a un zaguán en tinieblas, y del zaguán, a una habitación silente, templada, en penumbra. Nos recibieron, inclinándose en reverencias y sonriendo cariñosos, dos tártaros; al parecer, padre e hijo. Decían algo, invitándonos a todos diligentes y respetuosos, a sentarnos a la mesa. Luego, desaparecieron, y al cabo de un minuto volvieron y comenzaron rápidamente a poner la mesa. Pasados otros cinco minutos, ya estábamos reponiendo fuerzas para el viaje nocturno: se veía que los amos de la casa eran gente hospitalaria. Avisados por Aguidulin, habían tenido tiempo de prepararse para recibirnos. Deliberamos. Mas no nos limitamos a hablar, sacamos la carta y estuvimos largo rato deslizando por ella el dedo en torno a Karasuk. Después nos despedimos de los solícitos amos de la casa, bajamos al patio por la misma escalerilla, desatamos los caballos, montamos de un salto y, en silencio, por el portón contrario al que habíamos entrado, salimos a un callejón desierto.

Page 161: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

159

Delante iba Shegabutdínov. Nos guiaba. Cabalgábamos a un trote igual, lento. Yo no conocía en absoluto el camino, pues nunca había estado por aquellos lugares. Dejamos atrás unos postecillos negros: ¿qué era aquello, un cementerio? Comenzó el verdor: matorrales, arbolillos... Luego, los árboles se hicieron más espesos, más y más altos: debíamos pasar frente a un bosque. Entre los troncos, estuvimos zigzagueando, en distintas direcciones por un sendero apenas perceptible; se veía que Shegabutdínov conocía muy bien el camino. Apenas salimos a la planicie, espoleamos a los caballos. Era ya más de medianoche. Pero el amanecer estaba lejos, vivíamos la hora de mayor negrura. Sin duda, no nos habíamos alejado mucho de la ciudad, porque allá atrás, entre los árboles, se columbraban algunas luces sueltas. Y de pronto, oímos un golpeteo rítmico. Paramos los caballos y prestamos atención. En el húmedo silencio de la noche, repiqueteaban nítidos, sobre el terreno unos cascos.

- Una patrulla -anunció Eriskin en un susurro. - ¿Delante o detrás? - Delante... Hay que ir más despacio. Y para colmo de males, a Yusúpov le ocurrió un

percance. Habíase quedado rezagado unos trescientos pasos, pero en aquel momento nos dio alcance y nos notificó que había perdido un estribo:

- No puedo seguir, ¡tengo todo el c... en carne viva!

Daban ganas de echarse a reír, pero no estábamos para risas: él no podía seguir, volver atrás era imposible y permanecer allí constituía un peligro, pues a cada momento toparíamos con alguna nueva patrulla, ya que a los de la fortaleza les gustaba patrullar de noche. Nos apeamos dos o tres y nos pusimos a rebuscar por la tierra. Luz no se podía encender, ¡y cualquiera encontraba algo en la oscuridad aquella! De pronto, el ingenioso Eriskin se quitó el cinturón, lo dobló por la mitad y lo ató con una cuerda, confeccionando así, con destreza, un reemplazante del estribo.

- Anda, sigue..., pero no lo pierdas más -agregó, con sarcástica ironía-. Quedaros aquí -nos propuso-. No os mováis de este lugar, que yo, entretanto, por ahí -y señaló a un sendetillo que se vislumbraba por la linde del bosque-, me adelantaré a ver cuántos son.

Y desapareció al instante en la oscuridad. Al cabo de un cuarto de hora, regresó y nos dijo:

- Son cinco. Van despacio. Hacia Karasuk. Bueno, de todos modos, caerán allí en manos de Lopatin64. (En efecto, más tarde tropezaron con una patrulla del 4° regimiento, que venía en dirección contraria, y fueron detenidos todos).

Ya íbamos al paso, oyendo delante, durante todo el camino, el bataneo de cascos; sólo cesó a las puertas de Karasuk.

Hay que decir que una hora o una hora y media

64 Lopatin: Comandante del 4° regimiento de caballería.

antes de nuestra marcha de Vierni, había salido disimuladamente de la ciudad, Elizaveta Vasílievna, mujer de Bielov, enviada por nosotros con documentos secretos, dinero y bombas. Al amparo de las profundas tinieblas, logró salir a la carretera, sin que la viese nadie, siguió por ella unas siete verstas y tiró luego hacia un pantano, cubierto de maleza, donde quedó esperándonos. También oyó y vio a la patrulla, que pasó cerca por la carretera, sin advertir que en el pantano, entre los matorrales, había escondido un carro. Nos reunimos en el pantano aquel y continuamos juntos el viaje.

Largo fue éste -de más de dos horas-, hasta que al fin, rendidos de cansancio, llegamos al Estado Mayor del regimiento.

Durante los últimos meses, apartado del frente y sus regimientos por otra labor político-militar, me había deshabituado de su ambiente. Y ahora, al entrar en el Estado Mayor, me chocó lo que hacía poco me era tan habitual y constituía mi vida entera.

Ya estaba allí el pequeño cuarto del Estado Mayor del regimiento, la desgarrada cortina de humazo de tabaco, negra, maloliente, el suelo lleno de colillas, de desperdicios y basura de todo género que hacían resbalar a cada paso. También allí, tumbados por el suelo, dormían hacinados los soldados rojos con los capotes puestos. ¿Se los habían quitado alguna vez? Sobre las mesas, los teléfonos de campaña, que lanzaban de vez en cuando su lastimero zumbido, como implorando sin esperanza. Por todo el Estado Mayor se expandía, potente y corajudo, un tremendo roncar. Sentado a la mesa dormitaba el de guardia. A la puerta, como un péndulo, el centinela iba y venía sin cesar. En un pequeño montoncillo, estaban recogidos sobre el tablero papeles, diversas notas, telefonemas, órdenes y disposiciones. Todo recordaba el querido ambiente de la división de Chapáiev:

Por consiguiente, ¡igual era en todas partes nuestro Ejército Rojo!

Llegó el jefe del regimiento, Lopatin. Era una de esas personas que desde el primer momento y la primera palabra se ganan la mejor disposición de las gentes. Con las palabras precisas, sencillas, seguro y tranquilo, acercóse a nosotros y nos saludó con naturalidad. Se percibía al hombre que sabe lo que vale. Y no era aquello orgullo ni elevado concepto de su persona, sino arraigado respeto a sí mismo y a los demás. Un minuto más tarde, hablaba y trataba igual que a nosotros al que estaba de guardia en el E.M., despertaba jovial y echaba de allí en broma a los roncadores. Sus palabras y ademanes estaban tan en consonancia con lo que hacía, correspondían tanto a ello, que habría sido difícil hallar otros más adecuados. Daba alegría ver que se comportaba con los soldados rasos lo mismo que con nosotros, representantes del Poder militar. Y aquello predisponía grandemente a su favor, y lo elevó al

Page 162: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

160

momento ante nuestros ojos, obligándonos a escuchar con profunda atención e interés lo que decía. No había en él ni el menor asomo de servilismo ni de adulonería, rastreras inclinaciones que, por desgracia, ¡se encuentran aún con tanta frecuencia incluso en nuestro Ejército Rojo! Lopatin me pareció el mejor ejemplo vivo de ese nuevo y auténtico comandante que no es más que un camarada de mayor saber y experiencia entre los soldados rojos, iguales a él. Nos sentamos a conversar en torno a la mesa.

- ¿Qué pasa en Vierni? Contadme, haced el favor -nos preguntó Lopatin-. Aquí sabemos ya algo, pero, por lo visto, poco...

Le hicimos un breve resumen de los principales hechos de los últimos días y le contamos también lo ocurrido en el último y alarmante mitin del cuartel.

- Vaya, vaya, ¡qué miserables! -comentó, sonriendo ligeramente-. Habrá que probar las bayonetas, porque en este caso las palabras no sirven de nada.

Y las suyas eran sencillas, naturales, de esas tras las que se percibe que van a ser refrendadas inmediatamente por los hechos.

- ¿Y qué tal tu regimiento, Lopatin? ¿Es de confianza? ¿Crees tú mismo en él?

- No sé que os diga -repuso encogiéndose de hombros-. Puede tirar tanto para un lado como para el otro. Lo principal, lo seguro, es que sus hombres son de distintos lugares: magiares, alemanes, kirguizes, franceses, tártaros... Pero los de aquí, los semirechianos, están de común acuerdo, los miserables, dicen lo mismo que allí, en la fortaleza...

- Pero ésos son pocos. ¿Verdad? - Pocos, sí, pero mala gente -dictaminó Lopatin-.

No hay que hacerles entrar en acción inmediatamente. Mejor será mandar a los otros.

- Entonces, ¿tú crees que habrá "acción"? -sonreímos también nosotros ante su seguridad.

- ¡Cómo! -exclamó, sobresaltado al parecer-. ¿Es que no va a haberla?

- Pensemos bien todo... - Pensemos -asintió en voz baja-. Pero para mí, la

cosa está clara: hay que marchar... sobre Vierni. Empezamos a trazar diversos planes. - Primero: Enviar desde aquí a la fortaleza una

delegación nuestra, y proceder en consonancia con la respuesta.

- Segundo: Llamar aquí sin tardanza a los representantes de la fortaleza para tener conversaciones con ellos.

- Tercero: Marchar sobre Vierni sin entablar con nadie conversaciones de ningún género.

- Cuarto: Intentar suscitar en el mismo Vierni un pequeño "levantamiento" contra los de la fortaleza, y nosotros no tendríamos más que acudir en ayuda...

Diversas eran las propuestas. Muchas las proposiciones. Y todas iban siendo desechadas: no

servían. Fijamos al fin nuestra atención en el siguiente plan.

Celebrar por la mañana una asamblea general del regimiento, enterarnos con exactitud de su verdadero estado de ánimo, describirle la situación y determinar si era o no posible emprender aquella marcha con tales fuerzas. Si era posible, lo haríamos al mediodía. Antes de llegar a Vierni, nos detendríamos a unas verstas de la ciudad e invitaríamos a salir a nuestro encuentro a cuantos estuviesen con nosotros: a una parte del batallón de guardia, a las fuerzas de la Especial, del Tribunal Militar Revolucionario y de la Escuela del Partido que lo hubieran pensado mejor... Esto, claro estaba, después de haber mandado allá enlaces secretos nuestros. Enviaríamos a Vierni un grupo de exploración. Y después, si la situación lo exigía, empezaríamos inmediatamente las operaciones.

Con aquel plan estuvimos todos de acuerdo. Decidimos dormir un par de horas. Nos acomodamos allí mismo, en el Estado Mayor: en los bancos, en los alféizares, en el suelo, junto a la mesa, donde le pareció mejor a cada uno. Los tenues clarores de la amanecida llegaban ondulantes a las ventanas, como oleadas anchas, turbias. Hacía frío. Tiritábamos encogidos, envueltos en nuestros capotes y cazadoras. Fumábamos con ansia, tratando de calentarnos un poco con el humo del fuerte tabaco. El cansancio venció, pudo más que el frío, y poco después, uno tras otro, nos quedábamos dormidos.

El regimiento estaba acampado allí mismo, cerca de Karasuk, en una verde pradera, a lo largo de la orilla de un viejo y apartado estanque cubierto de limo. Muy de mañana, siempre por el verde, por la jugosa hierba, los huertos y frondosas alamedas, íbamos hacia el regimiento después de abandonar el humazo de su nada confortable Estado Mayor. Los soldados ya estaban en pie hacía tiempo, pues se levantaban con el sol. Unos andaban atareados con los caballos, lavándolos, limpiándolos con las almohazas; esforzábanse con cariño en ponerlos guapos, les igualaban cuidadosos las colas, les peinaban sonrientes las espesas crines; otros arreglaban las silla de montar, las remendaban, poniendo parches a toda clase de agujeros ; estiraban y unían los desprendidos extremos, ajustaban diversas correillas, palpaban dando palmaditas, tiraban del cuero con los dientes, lo chupeteaban y humedecían, chasqueaban la lengua y escupían una espesa saliva castaña, sucia; había también algunos que corrían en tropel al prado, calentaban allí agua, fumaban, reían con sonoras carcajadas, bromeando despreocupados.

- ¡Muchachos, todos a la explanada! ¡Venga, avisar a la gente! El comandante nos llama.

Y al instante, ¡qué revuelo! Voces, ululantes gritos y silbidos de llamada por alamedas y matorrales. Corriendo y saltando como potrillas o en

Page 163: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

161

silencioso aluvión, acudieron de todas partes los combatientes. Cuando se hubieron reunido a nuestro alrededor, Lopatin les dijo:

- ¡Camaradas! Han venido a visitarnos el jefe de la división y el presidente del Consejo Militar. Ellos van a deciros lo que pasa en Vierni. Tiene la palabra el camarada... (y mencionó mi apellido).

... Otra vez estoy en una improvisada tribuna, subido a un pequeño cajón. De nuevo, me encuentro ante una multitud de soldados rojos. Una vez más, voy a hablar de la sublevación.

Pero ahora la situación es muy distinta; el medio ambiente, otro por completo: Estos son muchachos nuestros, a los que venimos a pedir ayuda. ¿Es precisa aquí esa demagogia que atrae, prende y excita? ¿Hay que procurar arrastrar, calar hondo, remover, recurriendo a la nota alta? No, de momento no hace falta. Más valdrá, más seguro y eficaz será llamar a su razón, en vez de su corazón y sentimientos, convencerles de que hay que ir a Vierni y terminar con el enemigo, de que no es posible proceder de otra manera. Y si este medio -el del convencimiento- falla, la cosa variará, y entonces, en bien de la causa, habrá que dar suelta a la demagogia...

Los combatientes escucharon en profundo silencio, serios, muy atentos, todo lo que les referí acerca de Vierni. Cuando terminaba ya diciendo que había que salvar el Poder soviético, que había que hablar con los facciosos con el lenguaje del fuego, de las bayonetas y los sables, los muchachos prorrumpieron en gritos:

- ¡A Vierni!... ¡A Vierni!... ¡A Vierni!... - Hay que ir ahora mismo, ¿a qué esperar?... - Ya les daremos a esos canallas, por alzarse

contra el Poder soviético... Hasta los chinos, kirguizes y magiares

vociferaban también, aunque, seguramente, no habían comprendido la mitad de lo que les habían dicho.

- ¡Saviético!... ¡Saviético!... -repetían con estentóreos gritos, fulgurantes de coraje los ojos estrábicos.

Intervinieron unos representantes del regimiento, que acababan de regresar de Vierni. Su unidad los había mandado allí la víspera con el encargo de comunicar a los facciosos que el regimiento estaba firmemente a favor del Poder soviético y no permitiría que la sublevación continuase.

- Y ellos, camaradas, nos soltaron -informaban a sus compañeros-. ¡Largo de aquí, hijos de perra, de fijo que nadie es ha elegido, habéis venido por vuestra cuenta, los comunistas os mandan!... No queremos ni hablar con vosotros, cuando venga el regimiento, ya hablaremos con todos ellos... Y nos tuvimos que marchar, de vacío...

La agitación de los combatientes aumentó. - ¿De modo que no han querido reconocer a

nuestros delegados? ¿Han echado a los nuestros? ¡Ah, carroña miserable!... Ya enseñaremos a ésos cómo hay que hablar con el cuarto regimiento...

Allí no había que esforzarse mucho en convencer. La cosa estaba clara. La moral del regimiento era como hacía falta.

¿A qué esperar más? Había que prepararse para la marcha, pero calculando todo de manera que llegásemos a Vierni solamente al anochecer.

Por aquel tiempo, Bocharov ya había inspeccionado el 26° regimiento. Nos hizo saber que, aunque el estado de ánimo entre los combatientes no era allí tan seguro como en el 4°, se habían inclinado temporalmente a nuestro favor y no se disponían de momento a apoyar a los sediciosos. Ordenamos que el 26° regimiento progresase más hacia Vierni, en pos del 4º.

... EI regimiento se prepara para la marcha. Por

las calles de Karasuk galopan los jinetes; ululan, silban, gritan, llamando a los suyos; los encuentran, los vuelven a perder, y de nuevo los buscan, galopando y silbando, en continuo silbar y galopar. A uno se le ha olvidado decir algo; a otro, coger algo; todos tienen alguna cosa urgente que hacer a última hora, y, hasta el postrer momento, correrán como locos, hasta que no se expanda por doquier la voz de mando del comandante.

Ya han formado los escuadrones. Ya el regimiento entero. Como una nube escarlata, avanza ondulando, parece envolver a todos, lanzándolos hacia adelante, la roja bandera del regimiento...

En cabeza, se habían puesto los jefes de unidad. Delante del regimiento, cabalgábamos nosotros. Habíamos acordado detenernos a unas cinco

verstas de Vierni y llamar desde allí a todos los que en la ciudad no estuvieran contra nosotros. Luego, llamaríamos al propio batallón. Como no sabía nada de que la noche antes habíamos partido de Vierni y ahora volvíamos con el 4° regimiento, el batallón rebelde saldría confiado al encuentro de éste... ¡Ansiaba tanto hablar con sus soldados!

Y en cuanto se aproximase, lo cercaríamos y le obligaríamos a entregar las armas. E inmediatamente arrestaríamos a todos, en manada.

Anochecía ya. Por la ancha carretera iban los escuadrones, despacio, a paso igual, balanceante. Sin cesar, del lindero del bosque, de huertos y jardines, venían a su encuentro soldados rojos, allí escondidos, que habían logrado escaparse de la ciudad.

Les habían arreglado la evasión los camaradas nuestros que quedaran en Vierni. Los fugitivos nos comunicaron las últimas noticias: Los sublevados se habían recelado algo y se aprestaban para alguna acción. Parte de los soldados rojos del 25° regimiento y parte del batallón del 27° habían vuelto a la fortaleza. Las patrullas habían sido reforzadas, no se dejaba salir de la ciudad a nadie, y ellos habían

Page 164: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

162

tenido que huir arrastrándose como gusanos por entre la espesa hierba cercana al camino.

Consiguieron salir a nuestro encuentro unos delegados de las fuerzas de la Sección Especial y del Tribunal, los cuales nos declararon que dichas fuerzas volverían de nuevo con nosotros y no se alzarían más contra el Poder soviético. Llegó igualmente un emisario de la Escuela del Partido para decirnos que, en caso necesario, todos ellos estaban dispuestos a ayudarnos. Nos comunicaron que habían logrado atraerse a su lado a doscientos hombres del batallón de guardia, pero que seiscientos estaban todavía inclinados hacia los facciosos. Las noticias no eran malas ni mucho menos... La escisión se producía y profundizaba.

A seis verstas de la ciudad nos detuvimos. Las sombras de aquel crepúsculo de junio eran ya muy densas y esparcíanse por doquier. Pronto, sería noche cerrada. Durante el camino, bien enterados por los evadidos de Vierni de la rápida descomposición que se operaba entre los facciosos, habíamos cambiado nuestro plan de acción y resuelto: no tener conversaciones con los de la fortaleza, sino atraparlos vivos, mediante un ataque inesperado. Pues, aunque estaban recelosos, no conocían nuestros propósitos.

Mandamos por delante medio centenar de turcomanos. Eriskin iba a la cabeza. Su tarea era liquidar los puestos de vigilancia y de guardia y las avanzadillas del enemigo, desbrozando así el camino al regimiento. Los turcomanos partieron veloces. El regimiento, despacio, se puso en marcha en pos de ellos.

Eriskin cumplió la tarea con brillantez y fulminante efecto: no sólo limpió el camino al regimiento, arrollando a las patrullas facciosas, sino que irrumpió en la ciudad, penetró inopinadamente en uno de los cuarteles, arrebató a los pasmados sediciosos las ametralladoras y los fusiles y los echó desarmados a la calle, para conducirlos por la ciudad como una manada de borregos. A la fortaleza le cogió de sorpresa aquello; como no esperaba ya en modo alguno nada semejante. Vivía presuntuosa y confiada. Verdad era que en algunos lugares había reforzado sus patrullas y la vigilancia, pero, en cambio, por la ciudad se divertía despreocupada.

Los soldados rojos estaban de continua fiesta. Unos, bebidos, daban bandazos por calles y bulevares; otros se distraían en el circo, permanecían en los cuarteles comiendo pepitas de girasol o tocando el acordeón, alegremente.

Por ello, uno tras otro, tomábamos los cuarteles sin sangre ni lucha, en inesperado ataque. Los tomábamos, e inmediatamente desalojábamos de allí a los sublevados.

El pánico cundió por la ciudad. Nadie acertaba a comprender lo que pasaba ni de dónde venían aquellos hombres que tan impetuosamente atacaban. Corrían a caballo, oíanse los gritos, el ulular de los

jinetes. Pero no estampidos de disparos. - ¡Los blancos se han apoderado de la ciudad! -se

difundía, demencial y rauda, la noticia. - Atacan los cosacos... - Los prisioneros se han sublevado... Nadie sabía nada, nadie absolutamente. Y,

entretanto, nosotros galopábamos de cuartel en cuartel y nos apoderábamos en ellos de los desconcertados, sorprendidos sediciosos.

En la fiebre de la medianoche -cierto que por obra de los delincuentes comunes puestos en libertad no hacía mucho y concentrados en la fortaleza- comenzó a arder la ciudad por distintos lados.

Las primeras llamas se habían alzado potentes de las dependencias del mercado. Un intenso resplandor enrojecía el oscuro cielo. En medio de la barahúnda habitual en casos tales, se intentaba apagar el fuego. Y por doquier, como en una visión de pesadilla, tropeles de jinetes cabalgaban surgiendo de las tinieblas de la medianoche a la intensa claridad de las calles iluminadas por el incendio. ¡Fantástica, espantosa, decisiva noche aquella!

Pues bien, ya estábamos de nuevo en el Estado Mayor.

Y enviamos al centro este despacho urgente: Consejo Militar Revolucionario del Frente del

Turkestán. Tashkent. Militar.

A transmitir en primer término.

Ayer, 18, se puso definitivamente de manifiesto la abyecta moral del batallón del 27° regimiento, que se niega terminantemente a salir para Tashkent. Sabedores, además, de que se había acordado anoche fusilar a los funcionarios responsables, Bielov, Shegabutdínov y yo marchamos en seguida al 4° regimiento que se encontraba a 25 verstas de Vierni para tomar urgentes y enérgicas medidas, ya que estaba claro que ninguna clase de razonamientos ni conversaciones servirían de nada. A los funcionarios que quedaron en Vierni se les ordenó que intensificaran el trabajo tendente a disgregar la guarnición y le explicaran cuál era la situación y las consecuencias que se derivarían de ella. Llegados por la noche al 4° regimiento y reunidos con su comandante, camarada Lopatin, aclaramos que el regimiento se mantenía tranquilo y se podía confiar en él. Por la mañana temprano se reunió a todo el regimiento y se le explicó la situación, las exigencias de la guarnición de Vierni y nuestro propósito de dejar las conversaciones infructuosas e inútiles y emprender enérgicas acciones contra los sublevados. La adhesión unánime del regimiento nos reafirmó en la idea de actuar sin demora. A las tres de la tarde salimos de Karasuk para Vierni, dando al propio tiempo orden al 26° regimiento de que avanzase inmediatamente desde Nikoláievka, situada a 46 verstas de Vierni. Entretanto, se puso en claro que una parte de la guarnición se pasaba a nuestro lado.

Page 165: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

163

Al encuentro del 4° regimiento venían la Escuela del Partido, las fuerzas de la Sección Especial, la compañía de internacionalistas y los musulmanes de la guarnición. El regimiento de caballería se detuvo a 4 verstas de Vierni. Se envió un escuadrón, que penetró en la ciudad, cercó en rápido avance al 27° batallón, desarmó a más de 100 hombres, después de arrebatarles 5 ametralladoras, un cañón y cerca de 300 fusiles. Ha participado del modo más directo en esta operación el camarada Eriskin, cuyo indulto pido de nuevo, insistiendo en el sobreseimiento de la causa instruida contra él. Ahora mi gestión es completamente sincera y no obedece a razones tácticas, pues los méritos de Eriskin son de un valor inapreciable; además, es hombre de la índole de Chapáiev, capaz, por su impetuosidad, de cometer faltas. Mi petición de indulto de Béresniev la retiro, ya que su conducta después del mitin no dice nada en su favor. Ahora hay un incendio en la ciudad; tal vez no sea casual. La aventura, por lo visto, toca a su fin, pero la necesidad de enviar fuerzas armadas de Tashkent no desaparece en modo alguno, ya que al trasladar a otras unidades, puede repetirse la misma historia o acontecer algo semejante. El 4° regimiento de caballería ha ocupado la ciudad.

Fúrmanov.

Apenas irrumpió Eriskin en la ciudad y desarmó a

las fuerzas del cuartel, corrió a galope tendido al Estado Mayor de la división y telefoneó desde allí a Schukin, comandante de la fortaleza:

- ¿Cuántos hombres te quedan ahí? Y aquél, sin saber ni comprender nada, todavía,

contestó: - Tengo aquí ochenta, los demás están por los

cuarteles. - La ciudad y la fortaleza están cercadas por el

cuarto y el veintiséis regimientos -le espetó Eriskin sin rodeos.

Schukin inquirió perplejo: - ¿A qué te refieres? ¿De qué cerco hablas? Eriskin repitió, explicó y dijo: - Es inútil que te resistas, Schukin. No se te

ocurra. Mejor será que te entregues. ¡Que te rindas honradamente!

Y la conferencia telefónica se interrumpió de pronto.

Cuando Eriskin, al frente de una decena de jinetes, llegó a la fortaleza, ésta estaba vacía: no había nadie en ella. Únicamente encontraron a seis o siete facciosos que, intimidados, llenos de desconcierto, se habían escondido entre los arbustos. Designaron en el acto un nuevo comandante de la fortaleza. Y pusieron por todas partes guardias de gente nuestra.

Los turcomanos habían ocupado el Estado Mayor de la división. La caballería galopaba por la ciudad, a la caza de fugitivos, que luego nos traía al Estado

Mayor. En fin, una nueva noche en vela, pero era ya la última noche de insomnio de la sublevación.

Los de la Sección Especial y el Tribunal que habían salido de la prisión emprendieron con celo la busca y captura de los facciosos: les echaban el guante en huertos y jardines; los olfateaban y atrapaban en los sótanos, cuevas y montones de estiércol, en los desvanes, entre la hierba, en lo alto de los árboles, bajo los colchones, en las arcas de ropa blanca; los cazaban por las montañas, por los caminos, pueblos y aldeas. Poco después, casi todos los cabecillas estaban ya en nuestras manos. Al principio, Karaváiev y Petrov se ocultaron. De ellos nos trajeron un "saludo", una proclama mal escrita, pero substanciosa:

Un saludo de P. Karaváievy A. Petrov, defensores

desde los primeros días de la revolución del Poder soviético y defensores del proletariado de la gente pobre. ¡Salud, salud, salud, salud! El Partido de los bolcheviques y de los comunistas, en estando como órgano supremo del Poder, es el defensor de los proletarios y de todos los que se equivocan por amor de los trabajos soviéticos que se hacen. Camaradas, Partido de los comunistas, vosotros, como Partido, como comunistas, no debéis entregar a los proletarios que querían arrancar de las tenazas de Satanás a todo el pueblo. Al pueblo que ahora piensa otra vez acabar con todos los atropellos, todos los castigos, todos los afusilamientos, todos los robos que vuelven a hacerse en el Semirechie, y con las órdenes de quienes no se preocupan de los proletarios más que para estrujarlos y arrancarles las tiras del pellejo y se hacen cada vez más fieras. Pero hay que tener en cuenta que, como el pueblo se enfurezca, va a haber candela en todo Vierni, y la gente de la comarca siempre vendrá a echar una mano. Por lo tanto, camaradas, Partido y comunistas: En nombre de ochocientos hombres, bien armaos, os decimos que si permitís lo que queda dicho, asestaremos un golpe a los enemigos al Bielov, al Fúrmanov, al Pózdnyshev, y haremos papilla todo su ejército. A nosotros nos da igual espichar en las rocas, en las montañas nevadas; en donde están las águilas, allí estamos nosotros. Por lo tanto, pensad y obrad, y entonces os llevaré la ayuda de las águilas de las montañas, de los defensores salvajes del Poder soviético. ¡Viva el Poder soviético y el derecho del pueblo!

Y adjunto venía otro documento que, por lo mal

escrito, no se quedaba a la zaga del primero y, por su carácter, venía a ser un llamamiento:

UN SALUDO DE LAS AGUILAS DE LAS

MONTAÑAS Camaradas.

Partido de los Comunistas y de los Bolcheviques, vosotros sois como el control de la marcha de la

Page 166: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

164

revolución, pero se os pasó la insurrección de toda la guarnición y de todo el pueblo. Con vosotros ocupamos, temporalmente, sólo la fortaleza, en donde había cerca de diez mil personas, que ya sabéis lo que querían. Y ahora, ¿qué resulta? Resulta que toda la culpa se la echan a unos cuantos hombres que procedieron como mejor no cabe. Y sobre todo, no mataron ni a un solo comisario, ni robaron a ninguno, ni quemaron a nadie. En cambio, ahí tenéis una muestra del daño que han hecho los regimientos que han venido a los bienes del pueblo: nada más llegar, le prendieron fuego al mercado. Y vosotros, camaradas comunistas, camaradas bolcheviques, ¿veis o no veis esto? Y vuestro sagrado deber es ver, tras estas equivocaciones o simplemente mala intención, cómo se comportan los regimientos; por ejemplo, sin más ni más, han desarmado a camaradas que siempre han dado la cara por el pueblo, y ahora les echan una mancha que es insoportable no sólo para los que han sido desarmados, sino para todo el Semirechie. ¿Es que pasó eso el 12, el 13 y el 14? Y de seguro que las víctimas no son decenas, sino centenares… ¿Creéis que esto se olvidará? ¡Quia, nunca se olvidará! Ahora cada ciudadano, cada kirguiz comprende que, en cuanto desarmaron, empezaron a robar, a hacer requisas, a violar a las mujeres. Ya veis, ellos fueron los primeros en dar esos ejemplos, empezaron a quitar las armas y los capotes, cosas de valor: relojes, anillos y demás. Y los hombres se han vuelto borregos, ni protestan tan siquiera, porque amenazan con afusilar. ¿Acaso hacían eso Karaváiev, Petrov, Schukin, Borozdin, Chéusov, Shegaautdínov y demás dirigentes de la fortaleza? No, no lo hacían, y ni dieron ningún pretexto para las murmuraciones. Puede que alguna vez ofendieran la endividualidad de alguno, pero eso pasa siempre, no se puede remediar. Por lo tanto, piensa como es menester, Partido, y haz lo que pide el pueblo, y si no tienes fuerzas bastantes, volaremos hacia vosotros como las águilas de las montañas y sacaremos las tripas a toda esa piara de Bielov, Fúrmanov, Pózdnyshev, la Sección Especial y el Tribunal. Caeremos sobre sus nidos y no quedarán de ellos ni los rabos. Será nuestro último golpe. Nunca perdonaremos a esos reptiles, y ahora no escaparán ya del Semirechie. Por lo tanto, oriéntate bien, fiel Partido. Hasta más ver.

Huelga decir que esos papeluchos no tenían la

menor importancia ni producían efecto alguno. Por cierto que, poco después, sus propios autores fueron a parar a la cárcel.

Queda de aquellos días otro documento, éste confeccionado por algún "verdadero ruso" y ardiente patriota. Se titula:

LUCHAMOS POR UN PODER

VERDADERAMENTE SOVIETICO

Y dice: En primer lugar, nosotros queremos extirpar la

causa por la que el Poder ha escapado del pueblo, ha dejado de ser popular y de responder ante el pueblo. Y para ello es preciso que el Poder sea un poder elegido y no designado.

El Poder soviético es tal, solamente cuando es elegido por el pueblo y responde ante el pueblo. Mientras que el Poder designado no es soviético, sino dictatorial, el mismo que nos oprimió durante siglos. El mismo que hace, no lo que es preciso y beneficioso para el pueblo, sino lo que le beneficia a él.

Ese mismo Poder que engendra y emplea la violencia contra el pueblo porque el propio pueblo le es ajeno.

Y ya veis el triste final a que ha conducido ese Poder designado. Vivimos en la Rusia Soviética, ¿y quienes están en el Poder? Frunze, Radzutak, los Ryskúlov, los Blok, los Axman, los Fúrman, y etcétera, etcétera.

Resulta, camaradas, que hemos vencido a un enemigo y hemos montado a otro sobre nuestras espaldas.

¡Cuidado, extranjeros! Si no sois enemigos del libre pueblo ruso, no seáis sus verdugos. No le impidáis organizar su vida. Y si sois enemigos, si sois sembradores de la discordia en la familia rusa, ¡pobres de vosotros, sembradores de la mentira! Si sois verdaderos socialistas, verdaderos comunistas internacionalistas, ved que el pueblo ruso lleva ya tres años luchando solo, que el pueblo ruso se agota en esta lucha desigual, que ha quedado reducido a la miseria. Id a Austria, a Alemania, a Polonia. Haced allí agitación a favor del comunismo de la III Internacional, de la fraternidad, la igualdad y la libertad de todo el pueblo. Llamad a vuestros, y nuestros, hermanos de Europa Occidental para que os ayuden. Haced allí lo mismo que se está haciendo aquí. Polacos, detened a Polonia, que quiere llevarse la mitad de Rusia, que quiere acabar con la libertad rusa y esclavizar al pueblo ruso. Hacedlo, que el pueblo ruso organizará él mismo su vida.

Nosotros, los rusos, hemos dicho: Desde ahora, todos los pueblos que viven en Rusia son libres e iguales. Nosotros no ejercemos ninguna violencia contra las nacionalidades, pero no permitiremos que se ejerza la violencia contra el mártir pueblo ruso, contra el campesino ruso, los obreros y los trabajadores. Y esta violencia la presenciamos de parte de un poder chovinista, que no es verdaderamente soviético. Vemos que el Poder se preocupa solícito de los repatriados kirguizes, organiza una semana de recogida de fondos, reúne millones para ellos. ¿Y quién se preocupa de los mártires rusos que vienen del frente exhaustos, hechos unos mendigos? Nosotros oímos los lamentos de los soldados rojos desarmados, vemos en fin

Page 167: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

165

cómo, sistemáticamente, se desarma a los rusos y se arma a los kirguizes y extranjeros. Sí, se estaban llevando a cabo sutiles planes, el mecanismo era ingenioso. Pero, a pesar de todo, ellos no son nada en comparación con el pueblo. El pueblo se ha despertado, se ha arrancado a tiempo el dogal que le asfixiaba y ha desbaratado esos planes.

¿Quién lo redactó? No se sabe. Pero lo cierto es que entre los facciosos se hacían

aún algunos intentos de provocar una nueva sedición, incluso después de su derrota. Mas aquello era ya impotente debatir, porque sus principales fuerzas habían sido destruidas la noche del ataque.

Lo comunicamos a la región en la siguiente: ORDEN N° 6 Del Consejo Militar de la 3

a división de infantería

del Turkestán. Ciudad de Vierni. 20 de junio de

1920.

La guarnición de la ciudad de Vierni ha reconocido la falta que cometió al sublevarse el 12 de junio y comprendido que ningún Poder puede ser creado en lugar alguno arbitrariamente y que es ilegal, casual y criminal todo Poder que no ha sido confirmado por las autoridades centrales y se propone actuar fuera de las leyes aprobadas por el centro.

Actualmente la ciudad de Vierni está ocupada por regimientos del Ejército Rojo que defienden con firmeza el Poder soviético. Se ha desarmado a la parte sublevada de la guarnición, y quienes indujeron al error a parte de los soldados rojos están siendo entregados a los tribunales de guerra.

Se procederá del modo más implacable contra los provocadores, maleantes y contrarrevolucionarios, y a la parte engañada de la guarnición se le explicará debidamente su grave error.

El Poder militar supremo de la región es el Consejo Militar de la división, confirmado por el centro, y el Poder civil supremo es el Comité Militar Revolucionario de la región; ambos procederán inmediatamente a restablecer los trabajos y ocupaciones interrumpidos o desorganizados por los acontecimientos liquidados ya.

El Consejo Militar de la división hace saber a todos que luchará sin piedad contra las provocaciones y los desmanes y que reafirma su dictadura militar.

D. Fúrmanov, Presidente del Consejo Militar A. Pózdnysheo, Miembro del Consejo Militar Esta orden la difundirnos por todas partes.

También fue a parar a Pishpek. Se encontraba allí en aquel tiempo Byjovski, jefe de las fuerzas armadas que mandara Tashkent para ayudarnos, ayuda que llegó tres días después de ser liquidada la sublevación por las fuerzas del 4° regimiento de

caballería. Al recibir la orden nuestra, Byjovski dio otra suya que decía:

ORDEN N° 14 A las tropas de los distritos de Pishpek y

Przhevalsk, del 20 de junio de 1920

§1 En vista de que el batallón del 27° regimiento,

sublevado en la ciudad de Vierni, se negaba a cumplir la orden del CMR del Frente del Turkestán y seguía mitineando levantisco, el Consejo Militar de la 3ª división acordó el 19 de junio desarmar a aquellos miserables egoístas cuya verdadera faz se había puesto al fin al descubierto.

El 19 de junio, a las 10 de la noche, el 4° regimiento de caballería entró en la ciudad y, sin disparar un tiro, desarmó al batallón faccioso y ocupó la fortaleza.

La ciudad está acordonada. Se están dando batidas para quitar las armas a los kulaks. El secretario del Consejo de Combate, Schukin, ha sido detenido, los demás cabecillas se han ocultado, pero se les atrapará sin duda alguna. Así ha terminado la aventura de unos contrarrevolucionarios que con exigencias aparentemente revolucionarias, como "la expulsión de los oficiales blancos del ejército", y otras manifiestamente contrarrevolucionarias, como armar a los kulaks, acabar con los fusilamientos (de contrarrevolucionarios) atrajeron a su lado a unas masas ignorantes e inconscientes.

Todo el Poder soviético designado anteriormente por el centro ha sido confirmado de nuevo en Vierni.

Ordeno a todas las instituciones de los Soviets, del Partido y militares de las ciudades y distritos de la zona de Pishpek-Przhevalsk que reanuden sus relaciones normales con el Poder de la región y se subordinen a él por entero.

Se levantan todas las medidas de excepción y el estado de sitio en la zona; continúa el estado de guerra en la ciudad, permitiéndose la circulación hasta las 12 de la noche.

Se autorizan las reuniones, mítines y espectáculos públicos.

Se retiran todos los puestos de guardia establecidos para reforzar la defensa interior.

Todas las instituciones, así como la Sección Especial y el Tribunal Militar Revolucionario, reanudarán su labor con la mayor energía.

Todos los camaradas que, por fuerza de las circunstancias, asumieron funciones complementarias, volverán a ejercer sus funciones anteriores. Todos los comités del Partido en los distritos, emprenderán inmediatamente y con la mayor energía los trabajos preparatorios para el Congreso de los Soviets.

Se declara libre la entrada y salida de la ciudad, que se efectuará como antes, con salvoconductos de la Sección Especial.

Page 168: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

Dimitri Furmanov

166

Recuerdo a todos los camaradas del Partido y a los ciudadanos conscientes, que los acontecimientos de Vierni deberán ser para nosotros una lección. Estos acontecimientos son el resultado de nuestra desorganización, relajamiento, desidia y falta de disciplina.

En nombre del CMR del Frente del Turkestán, exijo de todos los funcionarios la máxima tensión de sus energías en el trabajo en beneficio del Poder soviético y del Partido de los comunistas.

Firman el original: El Comandante en Jefe de las fuerzas, Byjovski. El Vicecomisario de guerra, Skálov. El Jefe del Estado Mayor, Kondurushkin. En los días de la sublevación, los arsenales de la

fortaleza habían sido saqueados; habíanse llevado también las armas de la Sección Especial, del Tribunal, del Estado Mayor de la división y, en general, de todas partes donde habían podido. Esas armas estaban distribuidas por pueblos y aldeas, en poder de los inválidos, de una parte de los habitantes de la ciudad, de los criminales soltados de la cárcel y de los fugitivos de Kopal y Liepsy. Era preciso tomar urgentes medidas para recuperarlas. Desde el primer día organizamos grandes batidas, que nos ayudaban a realizar los de la Escuela del Partido, los de la compañía de internacionalistas, las fuerzas del Tribunal y de la Sección Especial y parte de los soldados rojos del batallón de guardia. Trajeron al Estado Mayor de la división varios centenares de fusiles, bombas y cartuchos. Ese mismo primer día, machacábamos sobre ese tema con dureza, en la

ORDEN N° 7 Del Consejo Militar de la 3" división de

infantería del Turkestán, Ciudad de Vierni, 20 de

junio de 1920.

Durante el levantamiento de algunas unidades de la guarnición de Vierni, y debido a la provocación de elementos tenebrosos, desapareció una parte de las armas del depósito de artillería.

Se ordena la entrega inmediata de todas las armas robadas en el almacén de efectos de la 3" división de infantería del Turkestán (esquina de las calles Torgóvaia y Kopálskaia, casa de Pugásov, en el patio).

Todos los que no entreguen las armas serán fusilados sin formación de causa.

D. Fúrmanov, presidente del Consejo Militar de la 3ª división de Infantería del Turkestán.

Bielov, Miembro del Consejo Militar. No cabían blanduras; había que exigirlo así

precisamente: "serán fusilados sin formación de causa".

Y sólo aquella amenaza fue eficaz: temerosos de ser fusilados de pronto, empezaron a devolver armas

con rapidez. Poco después, el patio del E.M. estaba abarrotado. Y se habían vuelto tan "cumplidores" de repente, que traían no sólo fusiles, sino revólveres antediluvianos y viejas escopetuchas de museo.

En seguida reunimos multitud de armas. Las incluimos en una relación, las clasificamos y

recogimos. El mismo día 20, redactamos un llamamiento a

los indígenas de la región, lo publicamos en el periódico y lo imprimimos en enorme cantidad de hojas que fueron repartidas por los kishlaks.

Ese día 20, primero después de la sublevación, el ajetreo fue excepcional: había que acudir a todas partes, llegar a tiempo, antes de que desaparecieran las recientes huellas. Todos los miembros del Consejo Militar recibieron distintas tareas: uno dirigía la captura de los facciosos; otro, las batidas y confiscación de armas; un tercero recogía los documentos que habían quedado; un cuarto escribía las órdenes y los llamamientos... Cada uno estaba al frente de un trabajo determinado.

Nos reuníamos en el E.M. de la división y nos comunicábamos unos a otros lo más importante; de ese modo, todos nos enterábamos de todo a la vez.

Ya entrada la noche, hubo que conferenciar por telégrafo con Tashkent, con Kúibyshev. Cuando hubimos tratado de todo, él terminó la conferencia diciéndome:

- Aprovecho la ocasión para manifestarle que la labor de Bielov y de usted ha merecido la aprobación del Consejo Militar Revolucionario y que durante todos los acontecimientos hemos estado observando con satisfacción su energía y tacto.

El, naturalmente, no podía mencionar por telégrafo a todos. Pero hay que hacer constar que la "labor de Bielov y mía" era sólo aparente, pues en realidad el trabajo de dirección lo habíamos hecho juntos: Pózdnyshev, Mameliuk, Shegabutdínov; Bocharov, Kravchuk. Altshúler, Bielov, yo y todos los demás muchachos; en resumen: el apretado haz de compañeros que había llevado el peso del trabajo y del peligro.

Con esto se puede dar fin a la historia de la sublevación.

Más tarde fueron atrapados los que aún no lo habían sido. Petrov huyó en compañía de dos o tres más. Posteriormente, fue muerto a tiros en cierta aldea cuando se lanzaba por un corral hacia la empalizada, huyendo de los agentes que le habían descubierto.

Llegaron los miembros del tribunal de guerra del Frente, presididos por Fonshtein. Juzgaron a los culpables. La organización del Partido en la ciudad fue disuelta: también la juzgaron. A unos doce cabecillas se les condenó al fusilamiento. Los demás fueron encarcelados o enviados a otras provincias y ciudades. A los regimientos que había que trasladar del Semirechie, se les trasladó. Los kulaks

Page 169: Furmanov - La sublevacion - ciml.250x.comciml.250x.com/archive/literature/spanish/furmanov_la_sublevacion.pdf · De vez en cuando, surge rápida de una esquina una cazadora de cuero,

La subrevación

167

semirechianos se amansaron, convencidos de lo difícil que es luchar contra el Poder soviético y de lo caro que se pagan los intentos de derribarlo.

Moscú, 4 de noviembre de 1924.