Freud Martin - Sigmund Freud Mi Padre

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SIGMUND FREUD: MI PADRE

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  • SIGMUND FREUD: MIPADRE

  • BIBLIOTECA: PSICOLOGA DE HOY1. MuhM Davis: LA SKXUA- 23.

    L I D A D E N L A A D O L E S C E NCIA. 24.

    i . Kart R. Batnr y N. C. Hale:G U I A P A R A L A F A M I L I ADEL ENF ERMO MENTAL. 26.

    S. MaryM Cbotoy: PSICOANL I S I S D E L A P R O S T I T UCIN. 26.

    4. J . A . M . M e e r l o o : P S I C O L OG A D E L P I N I C O . 27.

    5. B o h a r t L i d n e r : R E L A T O SPSICOANAL1TICOS DE LA 28.V I D A R E A L .

    . Ladw i * H del berr: P SICO LO -G A D E L A V I O L A C I N .

    7. R . S p l t i : N O Y S I . S o b r e l a2 9 .g n e s i s d e l a c o mu n i c a c i n h u -

    8. t e f ccrt St reet : TCNICAS 30.S E X U A L E S M O D E R N A S .

    S. H. F. Tashman: PSICOPATO-G I A S E X U A L D E L M A -TRIMONIO.

    10. Amci acUn Nort eameri can a d e 31 .Est adi os sobre l a Inf an c i a:GUA PARA LA EDUCA- 32.CI N SEX UAL.

    11. E d n u n d B e r g l e r : I N F O R T UNIO MATRIMONIAL Y DI- 33.VORCIO.

    12. Al na F reud y Dorot hy Bn r- 34 .l ingham: LA GUERRA YL O S N I O S .

    U. R. Loewenstein: ESTUDIO S5.P S I C O A N A L f T I C O D E L A N -TISEMITISMO.

    14. Anna Frend: PSICOANLIS I S D E L N I O . 36.

    15. Theodor Rei k: TREINTAA O S C O N F R E U D .

    16. Frend, Abraham, Ferened, 37.K l e i n , Rei k, Er i kson , Li n d -n e r : G R A N D E S C A S O S D E LPSICOANLISIS. 38.

    17. Theodor Reik: COMO SELLEGA A SER PSICLOGO. 39.

    18. D o r o t h y W a l t e r B a r n c h :N U E V O S M T O D O S E N L A 4 0 .EDUCACI N SEX UAL.

    19. F rancs L. H e y Loni se Ba- 41 .t e s A m e s : C M O P R E P A R A RU N A F I E S T A I N F A N T I L . 4 2 .

    SO. 3. L. Moreno: PSICOMSI-CA Y SOCIODRAMA.

    21. S a s a n I s a a c s : A O S D E I N - 4 3 .FANCIA.

    22. Theodor Reik: CONFESION E S D E U N P S I C O A N A L I S - * 4 -TA.

    Volumen

    33

    Anthony Storr: LAS DES-V I A C I O N E S S E X U A L E S .

    Theodor Reik: AVENTURASEN LA INVESTIGACIN PSI-CO ANALTICA. B n r i n S t e n g e l :

    P S I C O L O G A DEL S UICI-DIO Y LO S D - T E N T O SS U I C I D A S . T h e o d o r R e i k:

    P S I C O A N L I S I S A P L I C A D O .T h e o d o r R e i k: P S I C O A N L I -

    SIS DEL CRIMEN. J . S c h a -v e l x o n , J . B l e c e r , L . B kr e r .

    I . L a e h i n a , M . L a n - ger:PSICOLOGfA Y CNCER.T h . M . F r e n e n . F . A l e x a n -der: PSICOLOGA Y ASMABRONQUIAL

    R. Sterba: TEORA PSICO-ANALITICA DE LA LIBIDO.M. Lamer: APORTE KLEI-NIANO A LA EVOLUCININSTINTIVA.R. E. Hall: GUIA PARAL A M U J E R E M B A R A ZA D A .H. R. Litehfield y L. H.Dembo: GUIA PARA ELCUIDADO DE SU HIJO.M a r t i n F r e n d : S I G M U N DFREUD, mi Padre. TheodorReik: EL AMOR VISTOPOR UN PSICLOGOJ . R . G a l l a g h e r y H . I . H a -r r i s P R O B L E M A S E M O -CIONALES DE LOS ADO-LESCENTES.

    Marie Lsnger: FANTASASE T E R N A S A L A L U Z D E LPSICOANLISIS. J . L.Schulman, J . C. Kas-p a r , P .M . B a r g e r : E L D I LOGOTERAPUTICO. John Maria-no: PSICOTERAPIA DELDIVORCIO. W. McCord yJ. McCord: EL PSICPA-TA. D. S. Clark: PSIQUIA-TRA DE HOY.M. D. Vern on : P S ICO LO G ADE LA PERCEPCIN. Theo-dor Reik: DIFERENCIASEMOCIONALES ENTRELO S S EX O S . Alex Comfort:LA SEXUALIDAD EN LASOCIEDAD ACTUAL. J. L.Moreno: LAS BASES DELA PSICOTERAPIA.

  • MARTIN FREUD

    SIGMUND FREUD:MI PADRE

    EDICIONES HORM S. A. E.

    Distribucin exclusivaEDITORIAL PAIDS

    BUENOS AIRES

  • Titulo del Original Ingls:

    GLORY REFLECTED

    Publicado por Angus and Robertson

    Traducido por

    MXIMO SiMINOVICH

    Copyright de todas las ediciones en castellano por EDICIONES HORM S. A. E.Juncal 4649 Buenos Aires Queda hecho el depsito que previene la ley 11.723IMPRESO EN LA ARGENTINA

  • INTRODUCCIN

    por Su Alteza Real la princesa Georgia de Grecia

    Viaj a Viena en 1925 para someterme a un anlisis con el profesor Freud y en los aos si-guientes pas varios meses y semanas en Viena con el mismo propsito. As tuve oportunidad de tra-bar relacin con su familia y pude presenciar la armoniosa atmsfera de esa casa hasta que, en1938, Hitler destruy tanta felicidad.

    A Martin Freud, autor de este libro, lo conozco desde hace treinta aos. Hijo mayor de Freud,fue, como lo dice en esta obra, puesto a cargo del Verlag, la firma editora que haba creado su padre.Con frecuencia lo trat como editor y tambin en el crculo familiar. Pude apreciar entonces su vivazpersonalidad, su humor juvenil, que jams le dej, aun en las ms difciles circunstancias, y que no haafectado el paso del tiempo, como podr atestiguar el lector de este libro.

    Martin evoca en toda su frescura las impresiones infantiles del nio vivaz que fue bajo la vigi-lancia de su gran padre, sus vacaciones en las montaas, todo impregnado del aroma de las frutillas sil-vestres y de los grandes hongos (Herrenpilze) que a su padre tanto le gustaba descubrir bajo losgrandes abetos, en los bosques que tanto quera.

    Nos hace ver su crecimiento, cmo eligi su carrera bajo la gua de tal padre y su obra estsalpicada de deliciosas ancdotas, especialmente la del "Astrlogo y Psicoanalista" que abrum con car-tas a su padre. Luciendo una gran barba, con peluca y convenientemente disfrazado, Martin personifical "Astrlogo y Psicoanalista" y visit a su padre.

    Gozamos con l de experiencias de alpinismo y sufrimos con l accidentes y con l contempla-mos varios de los importantes acontecimientos polticos de aquellos tiempos. Combati en la primeraguerra mundial y gan una bien merecida Cruz Militar como oficial del ejrcito austraco. Leemos so-bre la invasin austraca de Polonia, la guerra en Italia, el Armisticio, y sus meses de cautiverio. Noscuenta de las dos guerras civiles austracas y finalmente de los terribles das de la invasin de Austriapor Hitler, cuando destruy la paz y el encanto de la Viena que conoc durante tantos aos, plena demirto, msica y, para quienes vivan en el ambiente de Freud, de la serenidad de la investigacincientfica.

    La mayora de los alumnos y colaboradores de Freud, que haban constituido la Sociedad Psicoa-naltica Vienesa, se dispersaron, como ya se haba separado el grupo de Berln. Algunos viajaron alos Estados Unidos, otros a Inglaterra, donde en junio de 1938 el mismo Freud se refugi con sufamilia, bienvenido por todos.

    Mientras Ana, la menor de sus hijas, fue la nica en seguir los pasos de su padre y se convirtien una eminente analista, Martin fue para su padre en el exilio, el hijo devoto que siempre haba si-do, y en cada una de mis visitas a Londres lo encontr en casa de su padre, as como tambin a suhermano Ernest, el arquitecto, y a Matilde, la hija mayor de Freud.

    Supe de la intencin de Martin de escribir un libro de sus recuerdos de juventud y de los agi-tados aos siguientes. Me complace ver que realiz su propsito y deseo a los lectores del libro quetengan tanto placer al leerlo como yo, y como Martin mismo tuvo al evocar los recuerdos de un pasadodistante pero siempre vivido.

    MARIE BONAPARTE

  • CAPTULO I

    Comienzo esta historia pocos das despus de finalizar las celebraciones del centenario deSigmund Freud en Londres. Se han pronunciado las ltimas conferencias y difundido las emisiones ra-diales para sealar la ocasin y, asimismo, se han escrito los ltimos artculos al respecto. Muchos asis-tieron para admirar y respetar, algunos para criticar y hubo algunos francamente incrdulos, pero nadieneg que mi padre fue un genio.

    En la raza humana no hay muchas personas geniales: cada una es un fenmeno raro. Tener porpadre a un genio no es una experiencia comn: en consecuencia, como hijo mayor de SigmundFreud, soy miembro de una pequea minora, objeto de cierta curiosidad, pero la sociedad no me con-sidera necesariamente con mucho favor. Pareciera que la sociedad no estuviese preparada a dar esten-treos vtores cuando alguno de nosotros trata de trepar a la fama y la gloria. Personalmente, no mequejo. Nunca tuve ambicin de escalar las alturas, aunque, debo admitirlo, he sido muy feliz de estar alabrigo de la gloria reflejada. Sin embargo, creo que si el hijo de un padre grande y famoso quierellegar a alguna porte en este mundo debe seguir el consejo de la Reina Roja a Alicia tendr que du-plicar la velocidad de su marcha si no quiere detenerse donde est. El hijo de un genio es slo eso,y su probabilidad de lograr la aprobacin humana por algo que pueda hacer, difcilmente existe si in-tenta reclamar una fama separada de la de su padre.

    Conozco algo de psicoanlisis y creo firmemente en las teoras de mi padre; pero no me sientollamado a explicarlas aqu. El Sigmund Freud sobre el cual escribo no es el celebrado cientfico en suestudio o en el estrado de conferencias; es mi alegre y generoso padre en el crculo de su familia, en sucasa, o errando con sus hijos por los bosques, pescando en un bote de remos en un lago alpino o esca-lando montaas.

    Permtaseme hacer aqu un breve retorno al pasado para decir algo de la infancia de mis pa-dres, de mis abuelos y de mis tos y tas.

    No espero dar muchos datos nuevos acerca de ellos. Cuanto puedo hacer es agregar mis recuer-dos personales de quienes desempearon papeles en la historia de mi familia.

    Mi padre naci el 6 de mayo de 1856 en Freiberg, una muy antigua y pequea ciudad industrialmorava que entonces perteneca al imperio austrohngaro. Su madre, Amalia, era la segunda esposa desu padre, Jakob Freud, nacido en 1815, y veinte aos menor que l. El resultado era curioso, porque loshijos de Jakob y su primera mujer eran ya crecidos y uno de ellos, Emanuel, estaba casado y era padre.Emanuel era algunos aos mayor que su madrastra Amalia y viva en la vecindad. Mi padre era tode su primer compaero de juegos, el hijo de Emanuel que tena un ao ms que l.

    Cuando mi padre tena unos cuatro aos, Jakob Freud, cuya pequea empresa textil declinaba aligual que la importancia industrial de Freiberg, decidi liquidarla. Con su joven esposa y sus dos hi-jos, Sigmund y Ana, dej Moravia y se traslad a Viena. Emanuel emigr a Inglaterra y triunf estable-cindose en Manchester en el comercio textil de su padre.

    Conoc a Jakob, Amalia y Emanuel. Yo tena siete aos cuando muri mi abuelo y puedo re-cordarlo claramente, porque era frecuente vistante a nuestro piso en Viena, en Bergasse. Cada miem-bro de mi familia quera a Jakob y lo trataba con gran respeto. Era alto de espaldas anchas, ms o me-

  • nos de la misma talla que alcanc cuando me desarroll. Era muy carioso con nosotros, los nios. Nostraa pequeos obsequios y acostumbraba a relatarnos cuentos, casi siempre guiando sus grandesojos pardos, como si quisiera decir: "No es una gran broma lo que hacemos y decimos?"

    Cuando muri, en octubre de 1906, mi padre escribi a su amigo, el doctor Flies: "A travs deuno de los oscuros senderos que hay tras la conciencia, la muerte de mi padre me ha afectado profun-damente. Yo lo apreciaba mucho y lo comprenda muy bien. Con su peculiar mezcla de profunda sa-bidura y fantstico iluminismo significaba mucho en mi vida..."

    Vi con frecuencia a mi abuela Amalia. Aunque era una anciana cuando yo era nio, la com-prenda. Yo era ya adulto cuando muri. Haba sido muy bella, pero eso ya haba desaparecido desdeque la recuerdo. Por un tiempo pareci como si fuese a vivir eternamente, y mi padre estaba aterradoal pensar que ella podra sobrevivirlo y en consecuencia que le informaran de su muerte.

    La abuela era de Galitzia oriental, que entonces formaba an parte del Imperio Austraco. Erade origen judo y muchos ignorarn que los judos galitzianos son una raza peculiar, no slo diferentede las dems razas que habitaban Europa, sino absolutamente diferente de los judos que haban vivi-do en Occidente durante algunas generaciones. Los judos galitzianos tenan poca gracia y carecan demodales y sus mujeres no eran por cierto lo que denominaramos "damas". Eran muy emotivos y se de-jaban dominar fcilmente por sus sentimientos. Pero, aunque en muchos sentidos parecan ser, para lagente ms civilizada, brbaros indmitos, de todas las minoras fueron los nicos que enfrentaron alos nazis. Fueron hombres de la raza de Amalia los que combatieron al ejrcito alemn en las ruinasde Varsovia; y se puede decir que cuando se oye hablar de judos que muestran violencia o beligeran-cia, en vez de humildad y lo que parece dbil aceptacin de un destino cruel a veces asociado a lospueblos judos, se puede sospechar con seguridad la presencia de hombres y mujeres de la raza deAmalia.

    No es fcil vivir con esta gente, y mi abuela, verdadera representante de su raza, no era unaexcepcin. Tena gran vitalidad y mucha impaciencia; tena hambre de vida y un espritu indoma-ble. Nadie envidiaba la ta Dolfi, cuyo destino era dedicar su vida al cuidado de una madre ancianaque era un huracn. En cierta oportunidad ta Dolfi llev a Amalia a comprar un sombrero nuevo, y qui-z no tuvo la prudencia de recomendarle lo que le pareca "adecuado". Al estudiar cuidadosamente suimagen coronada por el sombrero, que acept probarse, Amalia, que tena ms de noventa aos, excla-m finalmente: "No llevar ste; me envejece". Eran ocasiones memorables las reuniones familiaresen el piso de Amalia. Se realizaban en Navidad y vsperas de Ao Nuevo, porque Amalia ignoraba lasfiestas judas. La comida revelaba opulencia: generalmente nos servan ganso asado, frutas abrillan-tadas, tortas y ponche, ste diluido para nosotros, los nios. Cuando yo era joven mi to Alejandro anera soltero y se encargaba de animar las reuniones. Era el corazn y el alma de estas fiestas. Prepa-raba juegos que se jugaban en orden, y en cada ocasin se recitaban poemas escritos que eran muyaplaudidos.

    Pero siempre, a medida que caa el atardecer, todos perciban un ambiente de creciente crisis,mientras Amalia tornbase inquieta y ansiosa. Hay gente que cuando est inquieta y perturbada, ocul-ta tales sentimientos porque no quiere afectar la paz de quienes los rodean; pero Amalia no era de sas.Mi padre siempre asista a esas reuniones no s que haya faltado alguna vez pero su jornada eralarga y siempre llegaba ms tarde que los dems. Amalia lo saba o quiz era una realidad que nopoda aceptar. Pronto se la vea corriendo ansiosa hacia la puerta y al rellano para mirar escalerasabajo. Vena? Dnde estaba? No se haca muy tarde? Este ir y venir poda sucederse durante unahora, pero se saba que cualquier intento de detenerla causara un estallido de clera que era mejorevitar hacindose el distrado. Y mi padre siempre llegaba a su hora, pero nunca cuando Amalia loaguardaba en el rellano de la escalera.

    Recuerdo a mi to Emanuel, el hermanastro de mi padre, como un anciano. Naci en 1832 yera setenta y cinco aos mayor que yo. Como dije, emigr a Inglaterra, a Manchester, donde se estable-ci en el comercio textil. Pero hay algo particular. To Emanuel, como hijo de Jakob Freud, el pe-

  • queo comerciante textil que no haba tenido xito en Freiberg, Moravia, no tena importancia socialni de otra clase cuando lleg a Manchester. Pero en 1913, cuando viaj desde Viena para pasar con lunas cortas vacaciones, lo encontr viviendo en una casa grande y cmoda en Southport. Esto poda pa-recer bastante natural en un hombre que hubiera hecho fortuna mediante el arduo trabajo y su capaci-dad, pero lo que me sorprendi desde entonces, despus de vivir en Inglaterra durante dieciochoaos y de tratar con ingleses en muchas actividades, es el hecho de que to Emanuel se haba con-vertido en todos sus detalles en un digno caballero ingls. Aunque me recibieron en muchos hogaresingleses, nunca encontr una casa que pareciese tan tpicamente inglesa como la de to Emmanuel nSouthport; y esto se aplica a su vestir, sus maneras y su hospitalidad. No soy ingls de nacimiento,y los aos ms importantes de mi vida los pas en Austria y en consecuencia difcilmente poda ha-ber aspectos de la conducta de to Emanuel y su familia que traicionasen al europeo del centro queescapasen a mi atencin. Mi impresin de la metamorfosis de to Emanuel se complet cuando tenien-do alrededor de ochenta aos se retir de los negocios y los dej a cargo de su hijo Sam.

    Recuerdo tambin algo anterior de to Emanuel. Durante mi juventud en Viena, sintiendomucho afecto por su hermanastro (mi padre), to Emanuel vena a vernos a veces; lo recuerdo por losobsequios que nos compraba. Le gustaba gastar dinero pero detestaba derrocharlo. En consecuencia laseleccin de los presentes era siempre una oportunidad grande y muy metdica en la cual el costo delobsequio tena mucho menos importancia que su uso o su valor como entretenimiento. Me quera mu-cho porque era el hijo mayor de su amado hermano, pero no era fcil vivir con l. Mi padre permitaa sus hijos seguir sus propias ideas para divertirse sin la interferencia paterna, pero no pasaba lomismo con to Emanuel. Recuerdo que una vez en Southport quise salir en un bote de remos y mito decidi que fuese en calesita, cosa que me disgustaba. Como resultado de la larga discusin nofui en ninguno de los dos.

    Y finalmente, algo acerca de los antepasados de mi madre. Vena de una familia de intelectua-les. Dos tos suyos eran conocidos hombres de letras y su abuelo haba sido el Gran Rabino de Hambur-go, personaje que logr importancia histrica entre los judos de esa ciudad, donde era conocido comocochem, el sabio. Su retrato tengo una copia del aguafuerte muestra un definido rostro de filso-fo. Nacida en Hamburgo, mi madre lleg a temprana edad a Viena con sus padres y su hermana Min-na.

    La abuela Emelina era un personaje mucho menos vital que Amalia, pero para nosotros tam-bin era importante y la recuerdo bastante bien. Era juda ortodoxa, profesante, que odiaba y despre-ciaba a la alegre Viena. Fiel a las severas normas de la ley juda ortodoxa, usaba Scheitel, lo que signi-ficaba que al casarse haba sacrificado su cabello y su cabeza estaba cubierta con dos apretadas trenzaspostizas. Permaneca con nosotros a veces y los sbados la oamos entonar plegarias judas con unavocecita firme y melodiosa. Todo esto, bastante comn en una familia juda, nos pareca extrao alos nios criados sin ninguna enseanza del rito judo.

    Pero aunque abuela Emelina pareca suave, dbil y angelicalmente dulce, estaba siempre resuel-ta a salirse con la suya. Recuerdo cuando estbamos todos en un paseo familiar y nos sorprendi unaterrible tormenta. "Los ancianos y los nios primero", nuestros padres ubicaron a la abuela y un buen ha-to de nios en el nico carruaje disponible y nos enviaron a casa. Como iba tirado por un solo caba-llo y era un carruaje muy pequeo, bamos como sardinas en lata, y como las ventanillas estaban cerra-das el ambiente se hizo pronto muy pesado y casi sofocante. Los nios queramos abrir las ventanillas;la abuela las mantuvo cerradas por la lluvia y en seguida se inici una batalla entre un puado de fuertesrapaces y una frgil anciana. Los pequeos no fueron obstculo para la dama y las ventanillas siguieroncerradas. Fue un milagro que todos siguisemos con vida cuando el carruaje lleg a casa.

    Deseo completar la historia familiar de los siete hijos de mi abuelo Jakob y de mi abuela Ama-lia. Ana, de carcter alegre y feliz, una verdadera vienesa, se cas con el hermano de mi madre, EliBernays, y muri en Nueva York a los noventa y siete aos, en paz y rodeada de sus adorados hijos.Las otras cuatro nias fueron menos afortunadas.

  • Rosa, la siguiente, se cas con un destacado abogado de Viena y vivi un tiempo en un depar-tamento en el mismo piso que ocupbamos en Bergasse 19. Era la hermana favorita de mi padre, y sehaca querer por su gran encanto, mucha gracia y dignidad. La gente la comparaba con la famosa ac-triz Eleonora Duse. Me parece que recin a los setenta aos se le cay el primer diente. Cuando viuda,ya de sesenta cumplidos, an poda provocar el amor de los jvenes, de lo cual estaba muy orgullosa, yno guardaba discrecin alguna al respecto. Pero se vio rodeada por las sombras cuando perdi asus hijos supradotados y cuando, para hacer ms enftica su soledad, ensordeci totalmente. Finalmen-te, fue asesinada por los nazis, probablemente en Auschwitz.

    sta es una breve frase a la cual la historia del hombre europeo, durante los ltimos diecisisaos, ha dado el carcter de lugar comn; pero implica un mundo de degradacin, una srdida irrealidadde la dura realidad. Finalmente, fue asesinada por los nazis, probablemente en Auschwitz. Uno se imaginala incomodidad fsica entre los olores y la dieta de inanicin, hasta que se crea en la mente de una an-ciana acostumbrada a las comodidades normales algo ms all de la indignacin, una muerte vivienteen el insomnio, que va lenta pero misericordiosamente al sueo eterno. El tiempo ha suavizado el im-pacto de estos crueles acontecimientos, pero osaremos olvidar que los seres humanos pudieron hacereso a una anciana y a muchos otros miles de ancianas?

    Esto me hace recordar en especial a la hermana menor de mi padre, Dolfi, que como ya dije de-dic su vida a cuidar de Amalia, su madre. No era astuta ni se destacaba y podra decirse que la cons-tante atencin de Amalia haba suprimido su personalidad reducindola a un estado de dependenciadel que nunca se recuper. Fue la nica de las hermanas de mi padre que no se cas. Tal vez esto lahizo un tanto rara y susceptible a las impresiones o pronsticos de futuros desastres que nosotros conside-rbamos ridculos y hasta un poco tontos. Recuerdo que un da paseaba con ella en Viena cuando pa-samos junto a un hombre vulgar, probablemente un gentil, que no haba reparado en nosotros. Atri-buyo a una fobia patolgica o a la estupidez de Dolfi que me aferrase el brazo, aterrorizada, y susurra-se: "Oste lo que dijo ese hombre? Me trat de sucia y apestosa juda y dijo que era tiempo de quenos maten a todos".

    Por entonces la mayora de mis amigos eran gentiles y me senta perfectamente feliz y segurocon ellos. Parece raro que mientras ninguno de nosotros profesores, abogados y gente educada te-na idea de la tragedia que destruira a los hijos de la raza juda, una solterona encantadora pero msbien tonta previ o pareci prever ese futuro. Dolfi muri de inanicin en el ghetto judo de There-sienstadt. Las otras tres hermanas fueron muertas muy probablemente en Auschwitz. As fue como cua-tro hermanas de mi padre sufrieron horriblemente en sus ltimos das.

    Alejandro era diez aos menor que mi padre y para l no haba dinero que pagase una edu-cacin universitaria. A una edad relativamente temprana tuvo que abandonar sus estudios para ganar-se la vida, pero aun sin un ttulo universitario y con las consiguientes desventajas, lleg lejos. Fue elprincipal experto austriaco en transportes. Era el asesor de la Cmara de Comercio de Viena y profe-sor de varias academias. Finalmente lo designaron consejero (Kaiserlicher Rat). El gobierno aprob susproyectos sobre los problemas de transporte durante la primera guerra mundial.

    Siendo hermanos, mi padre y Alejandro no pudieron haber sido ms distintos en su punto de vis-ta de la vida, pero siempre fueron buenos amigos. En contraste con Sigmund, Alejandro era muy aficio-nado a la msica; poda silbar perfectamente toda una opera. Adems, era un excelente narrador decuentos y poda imitar el acento de los personajes de sus relatos. Algunos podan ser austracos comu-nes, otros eran judos de distantes lugares del imperio, otros extranjeros que hablaban nuestro idiomacon ms cuidado que facilidad, pero sin embargo lo hablaban y to Alejandro captaba su acento. Ve-na con frecuencia a Bergasse y antes de ser padre pas muchos domingos con los hijos de su her-mano.

  • CAPTULO II

    No me referir a lo que se conoce de la infancia de mi padre hasta los cuatro aos. Estos re-latos han sido objeto de mucha interpretacin psicoanaltica. Lo que imagino es que, en general, mipadre era un nio de buena conducta, saludable y robusto, completamente normal, que amaba profunda-mente a sus padres y muy animoso con sus compaeros de juegos.

    Sin duda el cambio desde la linda ciudad morava de Freiberg con sus suburbios rurales, al ates-tado barrio judo de Viena, nada limpio, el Leopoldstadt, fue, despus de la primera excitacin de lonuevo, chocante para el nio. Los judos que vivan en Leopoldstadt no eran del mejor tipo. Una can-cin popular en Viena que contena el verso "Cuando los judos cruzaban el mar Rojo, todos los cafsde Leopoldstadt quedaban vacos", sugiere que perdan mucho tiempo. Pero en este barrio los alqui-leres eran bajos y la situacin econmica de la familia de mi padre era ajustada.

    Sin embargo, cuando mis abuelos advirtieron que su hijo no era comn, le prestaron especialatencin y desde sus tiempos de escolar, durante la universidad y hasta que fue interno en el Hos-pital General de Viena, le dejaron utilizar una habitacin para l solo, privilegio que era el nico dela familia en gozar.

    Esta atencin a un miembro de la familia, a expensas de los dems, se basaba, simplemente, enla firme creencia de Jakob y Amalia de que su Sigmund tena dotes extraordinarias y estaba destinadoa ser famoso. Por eso, ningn sacrificio era demasiado por l. Podra haberse hecho mimado y ser,en consecuencia, perjudicial para los dems hijos, pero no fue as. No mostraba egosmo, excepto enun punto raro: era inflexible su demanda de que no se tocase el piano en el departamento. Lo consi-gui entonces y, puedo mencionarlo, tambin despus, cuando tuvo su propio hogar. Su actitud hacia losinstrumentos de msica de cualquier clase no cambi en toda su vida. Nunca hubo piano en Bergasse yninguno de sus hijos aprendi a tocar un instrumento. Esto era raro en Viena entonces y probable-mente tambin hoy se considerara extrao, porque saber tocar el piano se considera parte esencial dela educacin de la clase media. En realidad, no creo que el mundo haya perdido mucho por la incapa-cidad total de los miembros de la familia Freud para tocar El Danubio Azul, y puedo agregar que estaincapacidad parece haberse transmitido hasta a los nietos de Sigmund Freud.

    Jakob, mi abuelo, era muy simptico pero no tuvo mucha suerte con sus negocios en Viena,que entonces estaba sufriendo una seria depresin econmica. Gradualmente se fue haciendo impotente eineficaz en sus esfuerzos por mejorar la situacin de su familia. Mi padre pareciera haber asumidoparte de esa responsabilidad cuando era joven. Era en realidad muy buen hermano y ayudaba a sushermanos con sus lecciones, explicndoles lo que suceda en poltica en el mundo de entonces y su-pervisando su eleccin de los libros. Segn mi ta Paula, se mostraba severo si los encontraba haraga-neando. Sorprendi a Paula gastando dinero en una bombonera, algo que aparentemente se suponaque no deba hacer. La reprendi con tanta severidad que cincuenta aos despus ella no haba olvida-do ni perdonado cuando se lo contaba al pequeo escolar, hijo del respetado y temido hermano mayor.

    El gabinete reservado para el hijo favorito en el humilde departamento de Leopoldstadt no fueabandonado cuando mi padre fue a vivir en el hospital, en Viena. Pasaba all los fines de semana ysegn mi ta Ana muchos amigos venan a visitarlo a su habitacin. La presencia de cinco jovencitas enel departamento no produjo el menor efecto en ellos: las muchachas no tuvieron nunca ni la sospecha

  • de una mirada de reojo. Los visitantes se dirigan directamente al gabinete y desaparecan sin dejarrastros, para iniciar discusiones cientficas con Sigmund. La ta Ana se consolaba aos despus, admi-tiendo que aunque no haba escasez de hermosas muchachas en Viena dispuestas a entretener a losapuestos jvenes mdicos, stos saban que slo haba un Sigmund Freud en la ciudad, con quien po-dan debatir sus problemas. De todas maneras, recordaba que las muchachas de la familia Freud erandemasiado tmidas y recelosas para intentar atraer la atencin.

    No me propongo hablar de los primeros estudios de mi padre, ni de su carrera sino en cuantoafectan a mi historia. De todas maneras, es poco lo que puedo decir de primera intencin, porque ra-ras veces nos hablaba de su trabajo y nunca me encontr con ninguno de sus condiscpulos. S que confrecuencia en la escuela gan premios en libros por su labor. Cuando yo era nio me dio uno de loslibros de premio y ese libro, estudio de la vida animal en los Alpes, por el escritor suizo Tschudy, haadquirido status de herencia. Lo estudi muy atentamente y el resultado feliz fue que cuando viaj alos Alpes saba mucho de marmotas y cabras alpinas y todos se enteraron de mis conocimientos. Entre-gu este libro a mi hijo, que lo aprecia mucho, pero ahora que su hijo, mi nieto, demuestra inters porla lectura, el libro que entregaron a mi padre cuando nio pronto estar en manos de su biznieto.

    Se sabe cuan profundamente fue influido mi padre por su trabajo en Pars bajo la direccindel famoso Jean Martin Charcot y cuan intensamente fue cautivado por la personalidad del maestro Encierto modo esta influencia se mantiene an. Mi padre admiraba tanto a Charcot que decidi dar asu hijo mayor su nombe. Jean Martin, nombre muy raro en Austria y que ahora confunde a las autori-dades de Inglaterra. Con frecuencia me tratan de "Querida seora".

    Mi padre conoci a mi madre en abril de 1882 y aparentemente se enamor de ella a primera vis-ta. Se comprometieron, pero antes de casarse tuvieron que vencer lo que pareca ser una infinita cade-na de dificultades. Por milagro han sido conservadas las cartas que mi padre escribi a mi madre du-rante su noviazgo. Ninguno de sus hijos se sinti inclinado a leerlas, considerndolas demasiado sagra-das; pero cuando Ernest Jones inici su biografa de mi padre con aprobacin y apoyo de nuestra fami-lia, pensamos que su contenido podra tener mucho valor para l y se las confiamos. Dir que hizo ex-celente uso de las mismas.

    El obstculo ms serio para el casamiento de mis padres era la pobreza; algo que soportaban ygozaban en comn: los dos eran pobres. Mi padre haba preferido la labor cientfica a la prctica m-dica comn; pero pareca no haber futuro financiero en ello y tuvo que abandonar su trabajo terico yempezar la prctica mdica. Como dice en su autobiografa, el punto crucial sobrevino en 1882, cuandosu maestro, por quien tena la mayor estima, "corrigi" la generosa imprevisin de Jakob, aconsejndoleenrgicamente, en vista de su mala situacin financiera, que abandonase la teora por la prctica e in-gresase al Hospital General, en Viena.

    Pocas semanas antes de disponer su casamiento en 1886, mi padre tuvo que servir duranteun mes en el ejrcito austraco durante Lis maniobras en Olmuetz. Moravia Empez como Oberarzt(teniente) pero fue ascendido a Regimens-uzt (capitn) durante ese breve servicio. Podra citarse unacarta escrita desde all a su entonces mejor, ms til y paternal amigo, el doctor Jofef Breuer, para de-mostrar que mientras las armas y su manera de matar han cambiado dramticamente desde entonces, lasactitudes humanas hacia el servicio militar no han cambiado mucho.

    Despus de agradecer al doctor Breuer por haber visitado a su "hijita" habla de su experien-cia en el cuerpo mdico austraco. Haba dado conferencias sobre higiene rural y stas tuvieronmucho pblico y fueron traducidas al checo; agregaba alegremente que no lo haban confinadoen el cuartel por ningn crimen. "Jugamos a la guerra todo el tiempo escribe. Una vez hasta si-tiamos una fortaleza. Juego a ser un mdico del ejrcito que cura lesiones en las que se notan pli-das heridas. Mientras mi batalln ataca estoy recostado en un terreno pedregoso, con mis hombres.Hay jefatura simulada y municin de fogueo. Ayer el general pas y grit: 'Reservas, dnde hubie-ran estado si ellos hubieran usado municin de guerra? No vivira ni uno de ustedes!'"

    Olmuetz pareciera haber tenido al menos una atraccin, un caf de primera categora con

  • hielo, sabrosas confituras y diarios. Pero durante las maniobras Olmuetz estaba bajo el rgimen mi-litar. "Cuando dos o tres generales se sientan juntos no puedo evitarlo, pero siempre me recuerdana los loros, porque los mamferos generalmente no ostentan esos colores (excepto la parte posteriorde los babuinos) toda la tropa de camareros los rodea y nadie ms parece existir. Una vez,desesperado, aferr a un camarero por los faldones y grit:

    'Mire, alguna vez puedo llegar a general, as que srvame un vaso con agua!'"Eso pareci dar resultado.Mi padre no admiraba a los oficiales. "Un oficial escriba en la carta al doctor Breuer

    es un ser miserable. Cada oficial envidia a sus colegas de grado, oprime a sus subordinados y teme asus superiores. Cuanto ms asciende, ms les teme." Revelando sus sentimientos, agrega: "Detesto laidea de que se inscriba en mi cuello cunto valgo, como si fuese la muestra de un producto. Sin embar-go, el sistema tiene fallas. El comandante, que lleg recientemente de Bruenn, fue a la pileta de na-tacin. Me asombr al advertir que sus miembros no tenan marcas de su rango". Finalmente, expresa-ba alivio al saber que las maniobras terminaran pronto: "Dentro de diez das ir hacia el norte y olvi-dar estas cuatro semanas locas".

    Mi padre aparentemente pens que se haba excedido algo en esta carta, porque termina dis-culpndose por "las tonteras que ha deslizado mi pluma", antes de "esperando visitarlo en Viena porprimera vez con mi esposa".

    Era conveniente que mi padre abandonase una carrera terica. Varios aos despus que Brueckele aconsejase dejarla, la pequea oportunidad de llegar a ser director de un departamento mdico desa-pareci para un hombre de origen judo, por grandes que hubieran sido sus trabajos cientficos. Aun-que nunca lo dijo, creo que fue sta la razn principal que lo inspir a hacer cuanto pudo y con lamayor determinacin, para impedir que alguno de sus hijos estudiase medicina.

    Cuando nac, mi padre era docente libre (Privatdozent) en la universidad de Viena y ejercacomo especialista en enfermedades nerviosas. Por entonces la familia viva en un departamento en elSuehnhaus, un palacio frente a la famosa Ringstrasse, construido en el lugar del Ringtheatre, que enla noche del 8 de diciembre de 1881 se incendi durante una representacin de los Cuentos de Hoff-man, perdiendo la vida seiscientas personas.

    El nombre del edificio de departamentos, Suehnhaus, que significa la Casa de la Expiacin, y elhecho de que fuese construido por el emperador Francisco Jos, que cedi todas sus rentas a los deu-dos necesitados de quienes haban perdido la vida en el incendio del Ringtheatre, da pbulo a la his-toria de que una anciana archiduquesa estaba entre las vctimas. Se deca que sala del teatro en su ca-rruaje hacia el patio cerrado que daba a la salida cuando, temiendo que su carruaje y los caballos pu-diesen aumentar el terror de la multitud que hua dominada por el pnico, orden al cochero quedetuviese la marcha. Ella, el cochero, los lacayos y los caballos murieron. Mi hermana mayor, Matil-de, fue la primer criatura que naci en el Suehnhaus y el emperador felicit a mis padres y envi unpresente para el beb.

    Recuerdo a mi padre como mdico, un joven facultativo que visitaba a sus pacientes viajandoen un elegante carruaje con una pareja de caballos, que se denominaba fiacre. Esto revelaba al espec-tador posicin y riqueza; pero mientras lo consideraban con gran respeto en los crculos mdicos, don-de se prevea su futuro como brillante cientfico, la verdad es que su respetable porte y el carruaje ycaballos que usaba ocultaban la pobreza de un hombre que hallaba difcil subsistir con su mujer. Enton-ces mi padre no estaba mejor que mi abuelo Jakob, que siempre andaba de la cuarta al prtigo.

    Un Einspaenner, tirado por un solo caballo, hubiera sido mucho ms econmico, pero ningnmdico respetable hubiese ido en aquel tiempo a visitar a un pacente en un Einspuenner. Viajar enmnibus o tranva sera excntrico, o luntico, y herira el amor propio del paciente, afectara los re-medios prescritos y destruira la reputacin del mdico.

    Mi padre, como lo conoc cuando nio, era muy parecido a cualquier otro padre afectuoso deViena, aunque a veces me pregunto si me estudi o no psicoanalticamente cuando se dedic al psicoa-

  • nlisis, que se convirti en su principal actividad. Me parece, cuando pienso en ello, que puedo habersido una provechosa fuente de estudio por mi primera aventura inconsciente no mucho despus demi nacimiento.

    Mi madre necesitaba tomar un ama de leche. En aquellos tiempos las nodrizas no slo eranbien pagadas sino que por motivos obvios eran bien alimentadas; se les ofreca los alimentos ms nu-tritivos que podan adquirirse con dinero. La mujer que contrat mi madre, tentada por el sueldo y elalimento, omiti mencionar que no tena leche y as yo podra haber muerto de inanicin si no sehubiese descubierto a tiempo el engao. La historia de la nodriza "seca" era conocida por toda mi fa-milia cuando tuve edad suficiente para gustar de los relatos; no me cansaba de or lo referente a la ex-pulsin de la mujer en medio de una nube de indignacin que emerga de nuestro pequeo hogar.

    Como todos los mdicos de aquel entonces, tal vez ms acentuadamente en su caso, mi padreprestaba mucha atencin a su aspecto personal. No era nada vanidoso en el sentido comn de la pala-bra. Solamente se someta sin objeciones a la tradicin profundamente arraigada de que un mdico de-ba estar bien vestido y arreglado y as no se le vea jams un cabello fuera de lugar en la cabeza o enla barbilla. Su ropa, rgidamente convencional, era de las mejores telas y cortada a la perfeccin. Slo re-cuerdo una oportunidad de la larga vida de mi padre en la que lo vi vestido descuidadamente.Cuando sucedi, yo tena seis aos.

    Tal vez sea mejor explicar que, segn mi madre, el hada madrina que concede belleza a losbebs no asisti a mi nacimiento; fue reemplazada por otra hada que me otorg una bella imagina-cin, y esta imaginacin se reaviv cuando me dieron un maravilloso libro de lminas llamado OrbisPictus, el mundo en cuadros. Todas las lminas eran atractivas, pero ninguna ms fascinante que laspginas dedicadas al beduino, un hombre barbudo con vestimentas blancas y armado con armas largasy dagas enjoyadas. No era comn la presencia de beduinos en Viena y nunca haba visto uno decarne y hueso, pero mi imaginacin haba compensado mucho conjurndolo en mis sueos.

    Sucedi que una noche, cuando todos dormamos, una terrible explosin estremeci el edificiode departamentos en Bergasse 19, al que nos habamos trasladado cuatro aos antes, cuando yo tenados aos. Algo haba sucedido en el suministro de gas en el departamento debajo del nuestro, ocupa-do por un relojero. En un instante despert y vi mi habitacin brillantemente iluminada por un res-plandor que reluca a travs de la ventana; y lo ms sorprendente fue ver lo que pareca ser un be-duino viviente en el vano de la puerta, un beduino con el cabello negro revuelto y la barba desor-denada. Estaba por cubrirme la cabeza con las ropas de cama, aterrado, cuando o que el beduinopreguntaba: "Estn bien los nios?" Antes que la niera que haba acudido corriendo con unbeb en brazos pudiese contestar, el beduino se haba convertido en mi padre, vestido con unalarga salida de bao blanca.

    En realidad, la explosin caus ms ruido, luz y conmocin que daos serios, aunque esimprobable que el relojero hubiese sobrevivido si no hubiera tomado la precaucin de saltar poruna ventana posterior al jardn. Dir que se mud y mi padre ocup el departamento, usando sus tres ha-bitaciones para el ejercicio de su profesin y cediendo as espacio para su familia, que creca rpidamen-te.

    Aunque an era pobre cuando empec a ir a la escuela, en mi casa no se adverta esa situacin.Los nios tenamos cuanto necesitbamos y en Navidad recibamos maravillosos obsequios de los amigosde mi padre y de pacientes agradecidos. ramos a veces tan desobedientes como cualquier otro nio,pero de un vicio no ramos culpables: de egosmo. No era consecuencia de admoniciones: slo que seera el ambiente hogareo creado por mis padres. Era como un juego. Por ejemplo, si nos daban unacaja de bombones, la observacin de mi madre: "Teilt es euch! (reprtanlo entre ustedes)" hacaque mi hermana mayor Matilde, tomando un cuchillo filoso, cortase un bombn que poda no serms grande que una avellana, en cuantas partes alcanzaba y lo repartiese. El juego tena la ventaja dehacer durar mucho la caja de bombones; pero esto no afectaba nuestra creencia de que no haba quepensar en otro mtodo. Cuando en una reunin infantil vi a una joven consumir de una vez una caja

  • de bombones, me impresion mucho y el espectculo est tan registrado en mi mente como la explo-sin del gas: no volv a hablar a esa muchacha.

    Hasta mediados del siglo pasado la parte central de Viena estaba an rodeada por las podero-sas fortificaciones que haban ayudado a los ciudadanos a rechazar los ataques de los turcos. Hacamucho que eran intiles, desde que Francisco Jos las desmantel y dio a la ciudad interior una anchaavenida que pronto fue ornada con hermosos palacios, con una variedad de estilos arquitectnicos, grie-go, gtico y del Renacimiento, que nos impresionaban mucho, aunque lo que ms nos atraa de laRingstrasse eran los rboles y los bien delineados parques que se extendan a travs de casi toda sulongitud.

    Mi padre empezaba a trabajar a las ocho de la maana y no era raro que siguiese en su la-bor hasta las tres de la maana siguiente, con interrupciones para almorzar y cenar; la primera pausaera amplia, para incluir un paseo que, casi siempre, abarcaba todo el crculo de la Ringstrasse, aunquea veces lo abreviaba cruzando la ciudad interior para recoger o entregar pruebas a sus editores. Sin em-bargo, no debe creerse que estas excursiones tomaban la forma de paseos ociosos para gozar de la be-lleza de la Ringstrasse y sus rboles florecientes en primavera. Mi padre caminaba a una velocidad es-pantosa. Los bersaglieri italianos son famosos por lo rpido de su marcha; cuando, durante mis viajes,vi correr a rienda suelta a esos soldados sumamente decorativos se me ocurri pensar que marchaban co-mo Sigmund Freud. A veces nos contaba un chiste favorito durante nuestras marchas, uno de los que ha-ba odo docenas de veces sin cesar de deleitarse. Cierta parte de Viena, el Franzjosefskai, tena, comotodas las ciudades, su parte de chimeneas y otros adornos sobresalientes. Mi padre explicaba con fre-cuencia este fenmeno contndonos la historia del caf ofrecido por la abuela del diablo. Parece queaquella vieja dama, por una u otra razn, volaba sobre Viena con una enorme bandeja sobre la cualse vea su mejor vajilla para el caf, una cantidad de cafeteras, jarras, tazas y platillos de diseo diab-lico. Algo sucedi, mi padre nunca nos explic qu fue, pero creo que entr en un pozo de aire:la gran bandeja se dio vuelta, el servicio de caf qued repartido por los techos de Viena, y cada pie-za se peg a un techo. Mi padre celebraba siempre este chiste tanto como nosotros.

    Cuando tena unos meses atareados no lo veamos mucho, aunque a juzgar por su correspon-dencia a su ntimo amigo, el doctor Fliess, nos vea ms de lo que imaginbamos entonces, contemplan-do aparentemente nuestras actividades infantiles con placer y mucha diversin. Durante las vacacionesde verano, que podan durar tres meses, tombamos firme posesin de nuestro padre. l dejaba a unlado sus preocupaciones profesionales y todo era carcajadas y alegra. Tena ein froebliches Herz, queno se traduce perfectamente por "un corazn alegre".

  • Captulo III

    ramos seis hermanos. Los tres mayores, Matilde, yo y Oliver, nacimos en Suehnhaus; los tresmenores, Ernst, Sofa y Ana, nacieron en el piso de Bergasse 19, donde la familia vivi durante cuaren-ta y siete aos, desde 1891 a 1938.

    Las cartas de mi padre a su amigo el doctor Fliess revelan su gran inters por su creciente fami-lia, y tal vez ste pueda ser el mejor testimonio que puedo ofrecer, como miembro de la familia, quepuede parecer tendencioso, porque creo que si hay una infancia completamente feliz los hijos de Sig-mund Freud la disfrutaron. Respecto a mi hermana mayor, escribi: "Es un pequeo ser humano com-pleto y, por supuesto, muy femenina". De m, deca que viva en mi propio mundo de fantasa. Le diver-tan mucho los poemas que compuse cuando aprend a escribir y envi una cantidad de copias a susamigos. Mi hermano Oliver, que no tena tiempo para fantasas y se ocupaba slo de la realidad comola vea, despreciaba mis poesas, menos por su contenido y lo que trataban de expresar que por su muymala ortografa. Pap escriba que Oliver continuaba su exacto registro de rutas, distancias y nombresde lugares y montaas. Los tres menores ocupaban su atencin en su correspondencia por sus numero-sas enfermedades. Viena era entonces un lugar muy insalubre, y cuando apareca una enfermedad nosarreglbamos para contraerla.

    En un intento de evitar el contagio y salvarnos de dolencias peligrosas, mis padres no nos envia-ron a la escuela con los dems nios del barrio. Una gobernanta vena a nuestro departamento. Sin em-bargo despus me enviaron a la Volksschule, la escuela popular, para mi ltimo ao de educacin ele-mental. Quiz era inevitable que la gobernanta no me haya preparado para la vida escolar con los de-ms nios que tenan cuatro aos de experiencia. En consecuencia desempe en esa escuela un papelparticular, tal vez ridculo.

    Quera a mi maestro, pero mi afecto estaba menos inspirado por el sentimiento que por el hechode que tena una gran barba pelirroja, que lo distingua como persona distinta de otros adultos. Cuandonio, yo tena mucha dificultad en reconocer a las personas mayores; todas me parecan iguales.

    Como fui el primero de los hermanos en ir a la escuela, cualquier informacin que poda dar alos dems respecto a la experiencia diaria era ansiosamente escuchada y anunciada con esa misma an-siedad. A veces, mis oyentes eran mis padres. En mis relatos diarios haba un villano, un muchacho quese sentaba en el banco de atrs y que habiendo perdido varias oportunidades de pasar a clases superio-res, era mayor y ms fuerte que sus compaeros. Mis comentarios hubieran sido muy montonos sin l.Creo que me habra avergonzado y mi pblico estara decepcionado si este villano dejase pasar un dasin cometer un delito. Pero nunca me decepcion.

    Cuando terminaba mi perodo en la escuela mis padres decidieron retirarme algo prematuramen-te, unas semanas antes de la clausura de los cursos, porque la familia sala de vacaciones y yo no tenaedad suficiente para que me dejasen. El ltimo da que pas en la escuela, apenas entr el maestro melevant y me acerqu al estrado sobre el cual estaba su escritorio. Despus de subir, salud y le espetun breve discurso. Le agradec por cuanto haba hecho por m y finalic lamentando tener que irme. To-dos permanecieron asombrados, en silencio; era inslito para un nio, porque semejante improvisadaoratoria jams se haba escuchado en la escuela; pero el maestro, con rara sensibilidad, apreci la sim-pleza de mi intencin y me dijo: "Freud, ojal que siempre sigas as".

    Ahora s exactamente qu quiso decir con esas palabras, como lo interpretarn algunos de mislectores, porque algunos de los que tienen mi edad pueden recordar fcilmente palabras muy distintaspronunciadas por un maestro, palabras crueles y mordaces que, no previstas por quien las dijo, son evo-cadas toda la vida y siguen hiriendo. Pero en ese momento las palabras del maestro de barba roja me

  • sorprendieron. Saba que l no se haba encontrado con una bruja en la puerta de la escuela, una brujaque le diese el derecho a pedir un deseo; pero, supersticioso como era yo entonces (y ahora tambin),tem que el deseo de un maestro de escuela a quien uno quera pudiese tener la caracterstica de un he-chizo. Y aunque es verdad que no segu siendo un nio, obedeciendo literalmente el deseo del maestro,me tom un tiempo sumamente largo crecer. S que en las clases inferiores de la escuela secundaria nome encontraron maduro para las tareas y mi progreso muy lento debe haber causado gran ansiedad a mipadre. Afortunadamente el hechizo del buen maestro no fue eterno.

    Por lo que dije, se ver que la educacin de los hijos de Sigmund Freud era diferente de la deotros nios. No dir que era mejor; era sencillamente distinta. S que nosotros decamos y hacamos co-sas que eran extraas para los dems. Algunos, como mi maestro de barba roja, las consideraban con-movedoras. Nuestra educacin podra ser denominada "liberal", si se puede usar este trmino del cualtanto se ha abusado. Jams nos ordenaron hacer esto o no hacer lo otro; nunca nos dijeron que no hici-ramos preguntas. Nuestros padres siempre respondan y explicaban todas las preguntas sensatas y nostrataban como individuos, personas con derecho propio. No pretendo abogar por esta clase de edu-cacin: es as como fueron educados los hijos de Sigmund Freud.

    Pero no faltaba la disciplina. Mi madre gobernaba su casa con gran bondad y con gran firmeza.Crea en la puntualidad en todo, algo entonces desconocido en la ociosa Viena. Nadie esperaba la comi-da: al dar la una, todos estaban sentados a la gran mesa del comedor y en ese momento se abra unapuerta para que entrase la mucama con la sopa, mientras por otra puerta entraba mi padre, para ubicarsea la cabecera de la mesa, frente a mi madre, que estaba en el otro extremo. Tenamos, desde que recuer-do, una Herrschaftskoechin, una cocinera que no trabajaba fuera de su cocina; una doncella serva lamesa y reciba a los pacientes de mi padre. Haba una gobernanta para los nios mayores y una nierapara los menores, mientras una asalariada vena todos los das para hacer el trabajo rudo.

    Mi madre saba manejar a los servidores. La queran y respetaban y cumplan en cuanto podan.Los rea durante aos y aun en aquellos tiempos eso era excepcional en Viena.

    La comida de la una, la Mittagessen, era la principal del da en nuestra casa. Siempre haba so-pa, carne y verduras y un postre: la habitual comida de medioda, de tres platos, variaba durante las es-taciones cuando en primavera tenamos un plato adicional, los esprragos. Despus, en verano, nos ser-van choclos o alcauciles. A mi padre no le entusiasmaba la comida en general, pero como la mayora,tena sus preferencias. Le gustaban mucho los alcauciles, pero nunca probaba coliflor y no le gustaba elpollo. "No se debe matar las gallinas deca a veces; dejadlas vivir y poner huevos."

    El plato favorito de mi padre era el Rindfleisch, carne de vaca cocida; la comamos tres o cuatroveces por semana, pero nunca con la misma salsa. Nuestra Herrschftkoechin poda preparar por lo me-nos siete salsas distintas y todas deliciosas. Uno puede comer carne de vaca cocida en Inglaterra, perono me puedo imaginar comindola sin disgusto, producido tal vez por una odiosa comparacin con laque serva mi madre. Debe haber tenido un secreto viens para preparar la Rindfleisch tan jugosa y sa-brosa. El Mehlpeise, el postre, era siempre una obra de supremo arte culinario. El Apfelstrudel desdeentonces lleg a Inglaterra, pero no es el mismo.

    Sera ingrato y desagradable alabar a Austria, donde nac y que me expuls, y criticar duramen-te un pas que me recibi y me dio hospitalidad; no lo har nunca, excepto al comparar la cocina de am-bos pases: la de Austria es definidamente mucho mejor que la de Inglaterra.

    A pesar de la alimentacin excelente y muy nutritiva que nos serva nuestra madre tan prdiga-mente, todos ramos bastante delgados. Recuerdo que no tenamos paciencia con las personas robustas,a quienes desprecibamos y ridiculizbamos. Podra sealar que yo no tena reparos en comer coliflor,pero como no le gustaba a mi padre cierta lealtad me permita sentir la misma repugnancia que l. Peroeste sentimiento no era lo bastante intenso para el pollo, que me gustaba mucho y del que coma cuantopoda cuando haba invitados a comer y mi madre serva pollo a discrecin.

    Mientras los nios permanecamos en casa mi madre estaba ocupada desde la maana hasta lanoche, y no recuerdo que haya gozado de un momento de quietud para sentarse y descansar con un

  • buen libro, pese a que le gustaba mucho leer. Mis padres tenan muchos amigos, la mayora judos ymiembros de la clase media superior, y pasaban pocas tardes sin que apareciese por lo menos un visi-tante, y con frecuencia ms de uno. Mientras mi madre atenda a las visitas, nos dejaban a cargo de lagobernanta o de la niera.

    Mis padres siempre insistan en que sus hijos tomasen mucho aire fresco e hiciesen todo el ejer-cicio posible; y como el jardn posterior de la casa donde vivamos era reducido y daba lstima, nos sa-caban diariamente a alguno de los muchos parques pblicos. Dado que los parques que ms conocanuestra gobernanta o la niera estaban en la Ringstrasse, en el circuito en torno al cual mi padre acos-tumbraba hacer su paseo, el pequeo destacamento de sus descendientes segua sus pasos, pero a ritmomucho ms lento y con menos resolucin. Recuerdo principalmente a la niera llamada Josefina, quecuidaba a mi hermana menor, y despus de tantos aos an evoco claramente nuestra pequea proce-sin, el beb en el cochecito y los dems caminando a su lado, a veces con las manos sobre el manu-brio. Por supuesto, no haba vehculos y cruzar la calle era menos peligroso que ahora.

    Creo que slo hijos desagradecidos criticaran la manera en que sus padres los educaron, espe-cialmente cuando han sido objeto de un profundo amor y comprensin; pero hechos no previstos cuan-do yo era nio me permiten criticar las lecciones de ingls que nos dieron.

    La idoneidad de nuestra maestra de ingls no era muy suficiente, o as parece ahora. Era la her-mana de nuestra gobernanta, quien la recomend. Nunca estuvo en Inglaterra y es ms que probableque nunca oyera hablar a un ingls. Sin embargo, la recomendacin fue aceptada por mis padres y nosdieron lecciones de "ingls" durante mucho tiempo.

    El ingls que nos ensearon indudablemente tena origen en Inglaterra, pero haba hecho un lar-go trnsito durante generaciones de austracos hasta perder todo parecido con el que se habla en el Rei-no Unido. Era un idioma especial, que se hablaba y entenda en los campos de internacin britnicosestablecidos en 1940, cuando el pueblo britnico, generalmente confiado, sospech naturalmente de to-dos los teutones que vivan en su medio. Despus fue utilizado con xito en el Cuerpo de Pioneros,cuando prevalecieron los consejos ms serenos; pero mientras los exiliados austracos lo creamos unalengua agradable y hasta hermosa, los britnicos, bastante inteligentes para entender algunas palabras,pensaban de manera muy diferente.

    Mi padre, por supuesto, no comprenda los inconvenientes que podramos sufrir luego al apren-der este raro ingls-austriaco, y creo que esto se deba a que no tena el menor odo musical.

    En realidad tena un gran sentido del lenguaje y hablaba fluidamente cualquier idioma que estu-diaba. En cuanto puedo juzgar su acento era bueno. Hablaba ingls, francs, italiano y, como nuestramadre nos deca a menudo con gran orgullo, el espaol. Nunca le o hablarlo, pero s que escriba en suidioma a los editores espaoles que traducan sus trabajos. Dominaba el latn y el griego, que haba es-tudiado en la escuela secundaria.

    Cierto da un amigo muy ntimo, que dedic la vida al estudio de los antiguos y su mundo, vinoa Bergasse. Yo estaba solo con mis padres y el visitante despus de cenar, tomando caf. Cuando laconversacin trat la educacin en literatura clsica me animaron a recitar los primeros versos de laIliada de Homero, en griego.

    Empec con entusiasmo, pero despus de unos versos perd la ilacin y comprend que debavolver a empezar. Interpretando mi situacin, mi padre instantneamente empez donde me haba dete-nido y continu muy bien, con ms aplomo que yo, aunque en realidad yo haba ledo los versos pocassemanas antes y mi padre haca treinta aos que no los recitaba. Sin embargo l tambin lleg a un pun-to en que le fall la memoria y empez a vacilar, mostrando tal vez una ligera laguna. Instantneamenteel visitante se hizo cargo y siendo, podramos decir, un profesional, fcilmente super a los dos aficio-nados.

    Se desempe tan magnficamente que pareci olvidar a sus anfitriones y sigui recitando laIlada infinitamente; inspirndose ms cada minuto y elevando progresivamente la voz, hasta que em-bargado por la belleza del antiguo poema mostr signos de honda emocin. Cuando una lgrima se des-

  • liz por su barba, mi padre me mir rpidamente, con seales de sonrisa. Tena la rara habilidad de po-der transmitir un mensaje con un pequeo gesto, la clase de mensaje que a otro le requerira una frase,o hasta un prrafo. Saba que esa clase de emocin en un adulto puede producir a un adolescente una ri-sa histrica y me adverta que como un buen muchacho deba aguardar pacientemente hasta que nuestrovisitante volviese tranquilamente a tierra, no con el estremecimiento que tendra si yo lo pusiera en ri-dculo riendo. Mi madre, que no saba griego y en consecuencia no senta admiracin por la inmortalobra pica de Hornero, se haba retirado antes silenciosamente.

    Mi madre comparta la habilidad de mi padre para controlar sus emociones. Cuando convirtilas habitaciones que haban sido dormitorios de mi hermano y mo en dos cuartos de estudio con ma-pas, pequeos escritorios y los estantes para libros, colg un trapecio en el pasillo entre ambas piezas.Mi madre se sentaba en uno de los cuartos cuando nosotros practicbamos, pendiendo cabeza abajo deltrapecio sobre el infaltable colchn en el piso debajo de nosotros. Cuando me toc el turno, perd con-tacto y ca, no sobre el colchn sino contra un mueble. Me hice un corte bastante serio en la frente y dela incisin, bastante larga, fluy mucha sangre. Mi madre, que cosa tranquila, no dej su labor. La inte-rrumpi lo suficiente como para pedir a la gobernanta que telefonease al mdico que viva a pocaspuertas de nuestra casa y le pidiese que viniera de inmediato.

    Me impresion la cantidad de sangre, pero me puse de pie sin ayuda, sorprendido de que el acci-dente no produjera excitacin ni indicios de pnico, ni siquiera un grito de horror. Pocos minutos des-pus, el mdico, un gigante con gran barba negra, haba cosido la herida y me adorn con un impresio-nante vendaje blanco.

    He mencionado el telfono y es que a mediados de la dcada del noventa lo tenamos; pero lostelfonos eran entonces raros en Viena, aunque los mdicos fueran los primeros en tenerlos. El nuestrofue instalado cuando yo tena seis aos, y el ruidoso aparato fue contemplado por nosotros, los nios,con temor y curiosidad. Lo colocaron bastante alto en la pared del pasillo y adems de que no poda-mos alcanzarlo sin ayuda, pas mucho tiempo antes de que nos atrevisemos a usarlo. De todas mane-ras no tenamos a quien telefonear; ninguno de nuestros amigos tena telfono en aquel entonces.

    Mi padre lo detestaba y trataba de no usarlo si era posible. Como en casa todo se dispona parasatisfacer sus deseos, se tomaron las precauciones para evitar que lo usase. Trat el asunto con mi her-mano y mis dos hermanas, que viven ahora en Londres, y les hice dos preguntas, les pregunt si sabanpor qu pap detestaba el telfono. Contestaron que lo ignoraban. Entonces les pregunt si alguna vezle haban hablado por telfono y las dos respondieron "Jams". Una de mis hermanas admiti que le ha-bl una vez al llamar a casa. Contest l, porque estaba solo. Yo le habl slo una vez y fue durante laprimera guerra mundial, cuando pas por Viena sin poder verlo. Haca tiempo que no me vea y querahablarme y por una vez super su prejuicio. Escuch claramente su voz y aparentemente no perdi unapalabra de lo que le dije.

    Mi teora es que cuando mi padre se comunicaba hablando con otro ser humano, la conversa-cin deba ser muy personal. Lo miraba a uno a los ojos y poda leer sus pensamientos. Entonces eraabsolutamente imposible intentar decir lo que no fuese la verdad y no es que alguna vez yo tuviese laoportunidad de decirle ms que la verdad. Consciente de este poder cuando miraba a una persona, sen-ta que lo perda cuando enfrentaba la boquilla de un telfono inerte.

    Pap dej la educacin de sus hijos casi totalmente en manos de nuestra madre, pero esto no al-ter su profundo inters mientras nos observaba sonriente. Y siempre, cuando nos suceda algo, un la-mentable accidente o incidente que asuma las proporciones de una tragedia para nosotros, cuando enrealidad lo necesitbamos, descenda de la cima del Olimpo para ayudarnos. ramos buenos chicos,aunque yo, un chico bastante bueno, era a criterio de mi madre la oveja negra del pequeo rebao. Y esverdad que tena dificultades con ms frecuencia que mis hermanos. Sin embargo, esto era ventajoso,porque ms frecuentemente me rescataba mi padre.

    El clima de Viena permite patinar al aire libre hasta tres meses en el invierno, cuando la tempe-ratura rara vez sube de cero grados, y despus de la escuela patinbamos en una pista de hielo natural,

  • en el famoso Augarten. Tres de nosotros estbamos all un da, Matilde, Ernst y yo. Ernst y yo nos to-mamos las manos cruzadas y nos divertamos describiendo crculos cuando, como fcilmente le sucedea una pareja de patinadores, tropezamos con un anciano caballero de larga barba blanca. Aunque no lehicimos caer, lamentablemente le hicimos perder su no muy estable equilibrio y fue trastabillando, enuna confusin muy cmica. Ernst no pudo contener la risa e hizo comentarios no muy amables, queoy el anciano. Lo haba comparado con un viejo chivo y l naturalmente se enfureci y gesticul losuficiente para llamar la atencin de otros patinadores, incluso uno muy habilidoso que pensando queyo era el culpable y atrado por el papel de defensor del venerable anciano, pas junto a m demorandosu carrera para abofetearme, imaginando que castigaba a un insolente atorrante.

    Normalmente una bofetada en aquellos das no significaba mucho para un muchacho: era acep-tada como parte de su educacin; pero de esa manera, aquella bofetada era una tragedia para m. Deuna manera extraa o por alguna rara razn, tena lo que puede denominarse el complejo del "honor".Tena adherido ese elemento inmaterial o como quiera llamrsele, conocido como honor para los oficia-les militares y estudiantes de sociedades de duelistas, algo que no deba ser atacado excepto con peligropara el atacante.

    Trat de abalanzarme sobre mi adversario, un hombre maduro que sin embargo no era ms gran-de que yo; pero fui retenido por una multitud de espectadores que nos haba seguido al borde externode la pista, donde, con los patines puestos, estaban inquietos sobre el entarimado de madera y gritabanestentreamente todos a la vez. El incidente haba causado sensacin. El patinador se mantena a pru-dente distancia, pero el encargado de la pista, revestido de autoridad, estaba mucho menos nervioso.Me quit el boleto de temporada. El ataque y ahora este acto de expulsin hubieran enlodado mi precia-do honor si el suelo no estuviese tan helado.

    Mientras los espectadores se encaraban en el entarimado de madera, discutiendo iracundos, ali-vi la tensin un hombrecito obeso que trataba de llegar a nuestro lado trepando por la helada pendien-te de la pista que iba hasta el entarimado. Cay y se desliz una cantidad de veces, pero finalmente nosalcanz, con las manos y la cara araados y el traje negro muy manchado. Despus de un momento lo-gr abrirse paso entre la multitud y se acerc a m. Me entreg su tarjeta y se present como abogado.Me dijo que haba sido testigo del ataque, que poda iniciar proceso al agresor y en consecuencia yo te-na la mejor oportunidad de ganar el juicio.

    Esta oferta slo aument mi desesperacin. En todos los cdigos de honor que haba estudiadocon tanta atencin se insista en que en ninguna circunstancia una parte agraviada poda llevar su agra-vio ante el tribunal: se deca que tal acto era sumirse en un abismo de vergenza y cobarda. Para peorya saba algo de lo ocurrido en tales casos, cuando en la Viena de entonces se fijaban multas por las pe-queas ofensas. La que se impona por una bofetada era de media corona en moneda inglesa, pero segu-ramente habra una rebaja si la cara abofeteada era la de un nio.

    El abogado, que por supuesto no representaba a la profesin legal vienesa, evidente pensaba queramos hijos de una familia rica y que su defensa le sera beneficiosa en muchos sentidos. Recibi unafuriosa negativa y se retir apabullado. El incidente tenda a disiparse en un miserable apaciguamientocuando intervino mi hermana Matilde.

    Matilde era una joven atrayente y vivaz, muy popular, y siempre la acompaaban muchos caba-lleros cuando patinaba. Reuni a cuantos pudo y encabez una expedicin hacia la oficina del encarga-do. ste, un gigante de cara rojiza, se vio impotente ante el asalto y, temiendo sin duda verse en dificul-tades, se inclin ante la tormenta y entrego a Matilde mi boleto de temporada. Yo, preocupado an pormi honor lesionado, no tena idea de lo que mi hermana y sus amigos haban hecho al gigante, pero sque cuando sali de su oficina pareca mucho ms pequeo y el color haba abandonado sus mejillas.Matilde se dirigi hacia m a la cabeza de su tropa, agitando victoriosamente el boleto como una bande-ra.

    Volvimos a casa con nuestra historia, hablando todos a la vez a nuestros padres, para quienes lamenor de nuestras aventuras era interesante y mereca su atencin; y creo que habra gozado tanto co-

  • mo Matilde y Ernst si no me hubiese abofeteado un experto patinador y mi honor no hubiese sido agra-viado y quedado herido y metafricamente sangrante. Me pareca que todo mi futuro haba sido destrui-do por aquella desgracia. Cuando llegase el momento del servicio militar no podra ser oficial. Sera unpelador de papas; o el hombre que blanqueaba el empedrado del lugar del desfile; poda pasar el servi-cio militar vaciando tachos de basura o limpiando letrinas pero jams sera un orgulloso oficial. Estabadeshonrado, era un descastado. No vala la pena seguir viviendo. Despus de tantos aos aquello meparece completamente ridculo, pero entonces mi dolor era real.

    Pap escuch la historia con profundo inters, pero cuando finalizaron todos los detalles de laaventura, me invit a acompaarle a su estudio. Me hizo sentar y pidi que le contase todo, desde elprincipio al fin. Escuch atentamente mientras le refera todo, pareciendo convencerle que mi honor,entonces tan preciado para m, haba sido afectado y que mi grave enfoque del incidente era perfecta-mente natural.

    Tengo buena memoria para los detalles, aunque recuerdo muy poco de lo que dijo; pero s que alos pocos minutos lo que haba parecido una tragedia desgarradora asumi proporciones normales; seconvirti en una insignificancia desagradable y sin sentido.

    Mi padre haba utilizado conmigo la hipnosis o el psicoanlisis? No lo s.Cierta vez, en los Alpes bvaros, observ a un guardabosques liberar a un animalito atrapado en

    la red de un cazador furtivo. Suavemente, una tras otra, empez a aflojar las cuerdas que lo retenan,sin prisa y resistiendo sin impaciencia el debatirse del animal hasta que separ todas las cuerdas y aqulqued libre para huir y olvidarlo todo.

    Yo haba estado atrapado en una red de orgullo, prejuicio, temor y humillacin; mi padre advir-ti que no poda encontrar solo el camino de la libertad. Separ todas las cuerdas que me retenan conla misma paciencia y determinacin que mostr el guardabosques bvaro. Elimin de mi mente pertur-bada todo el temor y la humillacin, y me liber. Como ya dije, recuerdo poco o nada de lo que me dijoy creo que esto es tpico de todo tratamiento similar, cuando se trata con xito un trauma: uno no sloolvida la lesin sino tambin la cura. Sin embargo, recuerdo que mi padre no neg el derecho moral dedevolver el golpe cuando uno es castigado.

  • Captulo IV

    Como ya lo he explicado, veamos poco a mi padre cuando, gran parte del ao, trabajaba de die-cisis a dieciocho horas al da. Por supuesto, ste puede ser el destino de muchos hijos de mdicos ocu-pados con enfermedades mentales y fsicas, que atacan a los seres humanos sin reparar en el reloj; peroaunque esto no se aplicaba a nosotros nos pareca que no lo veamos por el contraste que produca supresencia en nuestras vacaciones de verano. Entonces no era frecuente que estuviese lejos de nosotros,desde las primeras horas de la maana hasta que nos hacan acostar.

    Durante mi infancia los ingresos de mi padre por su ejercicio de la medicina fluctuaban mucho;haba temporadas en las que era absolutamente esencial la estricta economa en el manejo de la casa. Siesto suceda durante el verano, viajbamos en tercera clase al lugar de vacaciones que hubieran elegidomis padres. Era un desafo para mi madre que creo que a ella le gustaba afrontar. To Alejandro tenacierta influencia con los ferroviarios, hasta el punto de conseguir reservar todo un compartimiento detercera para nosotros. En Austria, en aquellos tiempos, un compartimiento de tercera slo tena durosbancos de madera, pero mam, con ayuda de frazadas, cojines y almohadas, pronto converta el lugarinhspito en un lujoso dormitorio con ambiente hogareo, que sin embargo no destrua nuestra sensa-cin de correr una aventura. Siempre calculaba exactamente cuntos nios se acomodaban a lo largo delos asientos y si haba nios de ms poda colocar una o dos hamacas. Ella y la nurse, si la haba, seacurrucaban en los rincones. Mi padre vendra con nosotros de buena voluntad, pero mam saba que loque constitua una batalla victoriosa para ella, sera para el una ordala, y siempre lograba, posiblemen-te con sutilezas desconocidas para nosotros, hacerlo viajar solo y cmodo.

    Cuando tuve edad suficiente para pensar en eso admir la manera en que mam se las arreglabapara dirigir y mantener en perfecto orden nuestras excursiones de verano. Estaban los nios, una o dosservidoras y siempre mucho equipaje. Las servidoras, tal vez una gobernanta y una nurse, muy eficien-tes en el ambiente familiar hogareo, parecan desalentadas, impotentes e intiles, desde que empezabala expedicin y todo quedaba en manos de mi madre, que durante uno de estos avances desde la basehogarea esperaba que aumentase la familia. Pero nunca se perturbaba ni perda detalle, cambiando supapel normal de una ama de casa comn y prctica por el fro genio organizador y calculador de unavezado oficial del estado mayor prusiano.

    No s cmo se sentan durante esos viajes la gobernanta y la nurse, la eficiencia de mi madre laspoda congelar por lo menos al punto de gelatina, pero los nios adorbamos los trenes, el barullo y elmovimiento que anticipaban la partida por varias semanas. Alguien, no recuerdo quin, nos dio a cadauno una mochila que poda colgarse al hombro con una correa y das antes del viaje atbamos y desat-bamos las mochilas y las llevbamos con nosotros.

    "Ya se puede ver el viaje?", pregunt a pap mi impaciente hermana Sofa durante uno de esosdeliciosos perodos de anticipacin, y esta pregunta qued como clsica en nuestra familia. Mi padre laus muchas veces, aos ms tarde, en una carta a mi hermano Ernst, pocos das antes de partir en su l-timo largo viaje de Viena a Londres.

    Las primeras vacaciones que recuerdo fueron en el Adritico, en otoo de 1895, pocos mesesantes de nacer mi hermana menor, Ana.

    Viena est lejos del mar. El Adritico, aunque distaba una larga jornada de tren de la capital, erael ms cercano. En aquellos tiempos gran parte de la costa adritica perteneca al imperio austraco.Ahora, por supuesto, esa parte pertenece a Yugoslavia y los nombres han cambiado. Fuimos a Lovrana,que ahora se llama Lovran, un pequeo y tranquilo pueblito de pescadores cerca del balneario muchoms de moda de Abazzia, que despus se llam Opatija. El hotel donde nos alojamos era el nico del

  • pueblo y recuerdo que era muy cmodo. El clima, como es habitual en esa parte de Europa a principiosde otoo, era esplndido.

    La costa es rocosa, pero frente al hotel haba una pequea caleta excavada o natural que tenauna angosta franja de arena blanca con agua lmpida y poco profunda donde los nios podan chapoteartranquilos. Pasbamos todo el tiempo posible en la caleta, protestando cuando nos llevaban a comer y aacostarnos.

    To Alejandro, que era soltero an, nos acompaaba y tanto l como mi padre estaban raras ve-ces fuera del agua y quedaban completamente tostados por el sol hasta donde lo permitan los decoro-sos trajes de bao del siglo pasado. stos cubran los hombros y parte del brazo. Los de las mujereseran an peores: deban cubrirse las piernas con largas medias negras. No recuerdo haber visto a mimadre o su hermana en traje de bao, en la costa del Adritico o en los lugares de veraneo, donde habalagos. Es probable que ambas fuesen demasiado modestas o vanidosas para exhibirse aun en trajes debao del siglo diecinueve; posiblemente no saban nadar.

    Mi padre y mi to Alejandro, naturalmente, se alejaban ms de la orilla de lo que nos permitana los nios; a veces, se negaban a volver hasta para comer, tanto gozaban de cada minuto en aquellaagua salada tibia, y un camarero vadeaba o nadaba para alcanzarles una bandeja con refrescos y ciga-rros y fsforos.

    Hasta quince aos despus la familia Freud no volvi a pasar las vacaciones a la orilla del mar.Mi padre haba sido feliz en Lovrana, pero prefera las montaas al mar y as fue como ao tras ao condos excepciones, fuimos a las montaas: a Estiria, Baviera y el Tirol. La mayora de los lugares los vi-sitamos ms de una vez. Aunque no haba cambios en nuestra manera de vivir en Bergasse, y no gast-bamos ms en alimentacin, ropa, servicio y diversiones, cuando la situacin financiera de mi padremejor gradualmente la diferencia se not en las vacaciones: bamos ms lejos, viajbamos ms cmo-damente y nos alojbamos en hoteles ms caros.

    Mi padre siempre expresaba su disgusto por Viena, de manera que cuando por una cantidad derazones decidi que la familia pasara la mayor parte del verano de 1900 en Schloss Bellevue, mansinen las colinas a cuatro o cinco millas de Bergasse, escribi a su amigo, el doctor Fliess: "Estoy tan an-sioso como un muchacho por la primavera, el sol, las flores y un poco de agua azul. Odio a Viena conun odio positivamente personal, y, al contrario del gigante Anteo, obtengo nuevas fuerzas cuando sacolos pies del suelo de esta ciudad donde vivo. Por los nios debo renunciar a la distancia y las montaasy gozar de la constante vista de Viena desde Bellevue..."

    Pero evidentemente la vida en Schloss Bellevue fue mejor de lo que l esperaba. El 12 de juniovolvi a escribir al mismo amigo: "La vida en Bellevue resulta muy agradable para todos. Las maanasy atardeceres son deliciosos. El aroma de las aacacias y los jazmines sucedi al de las lilas y banos delos Alpes; las rosas silvestres estn en flor y todo, como hasta yo lo advierto, parece haber florecido s-bitamente".

    No estoy convencido de que el disgusto de Sigmund Freud por Viena, expresado con frecuen-cia, fuese profundo o real. No es difcil para un hombre de Londres o Nueva York, ambos apegados asus respectivas ciudades de residencia, decir: "Cmo odio a Londres, cmo aborrezco a Nueva York!"Dicen la verdad del da, de una hora o un momento; no es necesariamente una actitud fija. Y mi opi-nin es que a veces mi padre odiaba a Viena y otras amaba a la vieja ciudad y, que en general, le tenaapego. Poda haberse ido de all en cualquier momento durante los muchos aos seguros antes que lasombra de Hitler se cerniese sobre el alegre cielo de la ciudad; pero no lo hizo, ni, segn mis conoci-mientos, pens seriamente en emigrar. Y hasta finalmente, cuando todo lo obligaba a partir, lo hizo congran pesar y slo despus de fuerte persuasin.

    Mi padre no era hurao: le gustaba la compaa y era habitual verlo en los lugares de veraneoen animada conversacin, caminando de aqu para all con nuevos amigos. Eran gente educada, no fi-gurones: directivos del comercio, la industria y tal vez un editor de diarios, un artista o un poltico. Pe-ro Schloss Bellevue era diferente: porque all haba gente de la pequea burguesa, y aunque tales dife-

  • rencias de clase no interesaban a Sigmund Freud, hablaban en realidad distinto lenguaje. Haba actuadocon comodidad en el saln de Pars de Jean Martin Charcot, de fama mundial; pero se senta completa-mente perdido y desorientado con la gente que haba tomado habitaciones o departamentos en Belle-vue. No tena nada en comn para ninguna clase de conversacin.

    Haba un padre mayor con cuatro o cinco hijos, todos jugadores de ftbol y muy cordiales. Losllamaran "alegres" en Inglaterra. Estos jvenes me trataban muy bien y a menudo me dejaban partici-par en sus juegos de ftbol; y estoy especialmente agradecido al hijo mayor, que me ense a tratar alos hijos de los cuidadores que tenan mi edad y queran asustarme, cosa que de lo contrario habraaceptado tranquilamente por mi educacin. Me ense cmo defenderme de esta agresin. A mi padreno le era totalmente indiferente la cordialidad de los futbolistas que, debe reconocerse, lo trataban conel debido respeto, aun cuando en una oportunidad le invitaron a participar de un partido de bolos. Lacasa tena una gran cancha de bolos cubierta. Pap vacil y contest "Oh, no, no", pero mam, con esp-ritu de vacaciones, lo persuadi para que aceptase. Se quitaron el saco y empezaron a jugar.

    Mi padre tena buena puntera y los bolos que arrojaba rodaban fuertemente a lo largo de la can-cha, causando respetables estragos. Al observarlo me sonroj, o creo que as fue, cuando sigui lo queme pareci una anticuada costumbre de correr un poco tras los bolos despus de arrojarlos. Considerque esto era raro y sent algo de pnico, temiendo que los futbolistas riesen y se burlasen de l; pero na-die ri y el juego sigui con buen desempeo de mi padre, que casi gan. En realidad fue vencido poruno de los jvenes, que jugaba muy bien.

    ste asumi un burln aire de triunfo y acercndose a la puerta y extendiendo los brazos, excla-m: "Escuchadme todos. Soy el vencedor. Ahora Europa puede besarme la mano".

    A mi padre no le gust esto. Se excus cortsmente y ofreciendo el brazo a mi madre la llev adar un paseo.

    Lamentablemente las relaciones de los Freud con la familia de futbolistas se enfriaron rpida-mente despus de este incidente. El joven que haba ganado a mi padre en los bolos, que era una buenapieza, regres una tarde a Bellevue en un fiacre con una jovencita de dudoso y alegre aspecto. Peoran, estaba tan ebrio que sus hermanos tuvieron que llevarlo del carruaje a la casa. Desconozco qu lesucedi a la joven de aspecto alegre pero dudoso; se perdi de vista durante la confusin que siguicuando el padre de los futbolistas advirti el estado de su hijo, que consider requera inmediata aten-cin mdica. A esto se vio obligado mi padre, quien hizo todo lo necesario, pero cuando poco despusde este incidente otro hermano volvi a su casa, a media noche, seriamente afectado de la misma dolen-cia, y llamaron al doctor Freud que estaba durmiendo, ste se enfureci y le prohibi para siempre vol-ver a molestarlo. Despus terminaron todas las relaciones diplomticas entre los Freud y los futbolistasde Scholss Bellevue.

  • Captulo V

    La eleccin del lugar de vacaciones de verano para la familia era siempre trabajo de mi padre ylo tomaba muy en serio; era un arte aos despus cuando actuaba como una especie de pionero, errandopor las montaas hasta que encontraba lo que consideraba ms adecuado para la familia.

    Hasta 1895, cuando an ramos nios, nuestros planes de veraneo no eran ambiciosos: nuestrospadres se conformaban con lugares a no ms de dos o tres horas de viaje en tren desde Viena, como alpie del Rax y del Schneeberg, estribaciones orientales de la cadena alpina. Pero despus de 1895 fui-mos ms lejos, al Alt-Aussee, lo cual no era sin embargo una eleccin rara ni arriesgada, porque mu-chas familias de la clase media de Viena, buena parte de las cuales eran judas, viajaban all. Alt-Aus-see no era entonces un lugar de veraneo popular para turistas, con hoteles especiales para ellos, aunquehaba unas pocas antiguas hosteras.

    La mayora alquilaba chalets para los meses de verano a los pobladores locales, pequeos gran-jeros, criadores de ganado y empleados de los yacimientos de sal. Las relaciones entre los terratenientestemporarios y los residentes veraniegos eran amistosas y cordiales, y esto se aplicaba a nuestra familia,aunque no fuimos a Aussee ms que tres veranos consecutivos. Algunas familias haban ido siempreall y estaban tan ntimamente relacionadas con los propietarios que era muy comn encontrar a los hi-jos de los campesinos pasando la Navidad en Viena con los inquilinos veraniegos de sus padres.

    La casa que alquilamos estaba en una colina, con una magnfica vista de las montaas, un placersereno para quienes realmente prefieren las montaas, como nuestra familia y especialmente mi padre,sentimiento que me transmiti, inapreciable don que an conservo. Y a tiro de piedra empezaban losbosques de pinos que nos pareca que se extendan hasta el fin del mundo, sobre cerros y montaas.Esos eran nuestros dominios para los juegos veraniegos.

    La tierra alta sobre la cual estaba nuestro chalet se llamaba Oberstressen y estaba a medio cami-no entre el pueblo mercado de Markt-Aussee y el lago entre bosques y montaas de imponente belleza.Aunque las aguas del lago eran verde oscuras posean una claridad casi transparente.

    Era una regin encantadora, pero debe reconocerse que parte de su encanto era resultado directode un clima sumamente hmedo, aun ms que la zona de los lagos inglesa, a la que se parece. La mayo-ra de los lozanos prados eran algo pantanosos, lo que haca que ciertas flores creciesen en abundancia,especialmente los narcisos, que crecan silvestres y blanqueaban los prados a fines de primavera. Mipadre se deleitaba con la notable variedad de hongos comestibles que crecan en los bosques y claros.

    La caracterstica dominante del panorama era el Dachstein, la montaa ms alta de la regin,que tena 9.000 pies y la cima coronada de nieve, fuente de un glaciar. El Dachstein, que siempre vea-mos desde nuestras ventanas y balcones cuando el tiempo era bueno, ejerca gran fascinacin sobre mcuando nio, fascinacin que no desapareci cuando muchos aos despus la cruc numerosas veces yla escal no slo hasta la cima sino hasta varios de los picos menos accesibles que surgan del glaciar.

    Supe que mi padre lo haba cruzado por el lado sur yendo solo. Fue probablemente en 1891,cuando visit Schladming durante un fin de semana. Era una hazaa de la que poda estar orgulloso, pe-ro jams la mencion. No tena entrenamiento de alpinista. En el lado norte hay un largo y seguro sen-dero angosto que lleva a la cima del Dachstein en una serie de infinitas curvas, pero la ruta del sur, quetom mi padre, es seguida generalmente slo por experimentados alpinistas, o por lo menos con ungua. El camino conduce a una pared de empinadas rocas. Hay apoyos de hierro, escaleras y cables deacero para hacer menos difcil el ascenso cuando hay buen tiempo, pero cuando estn cubiertas de hieloy nieve, son un obstculo ms que una ayuda para el escalador. Para escalar el Dachstein por el lado surhaba que tener gran perseverancia, no sufrir de vrtigo y ser fuerte y de manos y pies firmes. En unapalabra, el ascenso sobre las rocas y el hielo requera mucho valor.

  • Mi padre me dijo que no haba hallado la menor dificultad en la expedicin y no tuvo sensacinde peligro o incomodidad. Sin embargo la facilidad con la cual hizo lo que quera, escalando en su ju-ventud, nunca afect su comprensin cuando le cont aos despus mis experiencias alpinas.

    Pero me he adelantado en la historia y debo retroceder hasta los aos entre 1896 y 1898, hacesesenta aos, mucho tiempo para los ms jvenes, que a su debido tiempo aprendern que los sucesosde su niez quedan ms definidos que muchos otros ms importantes, ocurridos cuando mayores.

    Mam y los nios siempre partan de Viena en junio, y pap nos segua un mes despus y per-maneca con nosotros unas semanas antes de salir con su hermano o un amigo en extensas giras de tu-rismo, con ms frecuencia a Italia. Su llegada era siempre la culminacin de las vacaciones de veraneo.

    Durante la temporada del Aussee ramos an muy nios, el mayor tena once aos y el menorslo tres; pero apenas pasaba un da sin que pap nos llevase a caminar en el bosque. El genio organiza-dor de mi madre no era visible, pero creo que ella haba dispuesto que ningn nio poda participar delas excursiones con mi padre hasta que tuviese su entrenamiento de esfnteres apto para la casa y el bos-que. Como se consideraba que la presencia de una gobernanta o niera en aquellos deliciosos paseoscon pap significara restricciones, la necesidad de atender a este detalle se hizo evidente: mi madrenunca hubiese esperado que pap actuase de niera. Su fuerza expedicionaria nunca poda jactarse detener ms que cinco exploradores de tierna edad.

    Cada salida era una aventura interesante; pero todos convenamos en que el lugar ms fascinan-te era un claro en las laderas del Tressenstein, la empinada colina boscosa al pie de la cual estaba nues-tro chalet. El claro se llamaba Baerenmoos en un poste indicador y Beerenmoos en otro, y as poda tra-ducirse en un cartel como el pramo de los osos y en el otro como el pramo de las bayas, falta de pre-cisin que provocaba la indignacin de mi hermanito Oliver, que entonces estaba en el segundo gradoen la escuela. Como nunca encontramos osos y s muchas bayas, Oliver se conformaba con la versinde las bayas.

    Creo, como lo crea hace casi sesenta aos, que nuestros paseos con pap eran mucho ms exci-tantes y entretenidos que los de otras familias. Iba a decir que esto se deba a que estaban tan organiza-dos; pero la palabra no sirve, porque es muy fra y nuestras excursiones tenan el calor de una deliciosahistoria bien elaborada y que nunca careca de culminacin. Las excursiones de nios conducidas pornuestro padre, Sigmund Freud, tenan siempre un objetivo especial: poda ser la bsqueda o recoleccinde algo o explorar un lugar determinado. Con frecuencia, era recoger las deliciosas bayas silvestres delos bosques; y como nuestras vacaciones se extendan durante el verano tenamos toda la temporada debayas silvestres, desde las frutillas a los arndanos y zarzamoras de principios de otoo.

    A fines del verano nuestro objetivo era recolectar hongos comestibles; pero nunca lo tratbamoscon los pobladores locales fuera de nuestro crculo. Consideraran como un trabajo muy aburrido pasarmuchas horas da tras da recogiendo hongos, algo que slo hacan las pobres ancianas con cestos muyviejos que llevaban al mercado para ganar unas coronas.

    Todos reconocan que las setas frescas eran un excelente alimento, pero otros hongos, muy pare-cidos, eran venenosos y pocos veranos pasaban sin que los visitantes padeciesen intoxicaciones alimen-tarias agudas, ocasionalmente fatales, despus de ingerir lo que haban recogido como setas. Lo cual lespareca una buena razn para que la gente prudente dejase en paz a las setas.

    No tenamos miedo. Pap nos haba enseado mucho acerca de los hongos y no recuerdo unaocasin en que hayamos trado una especie venenosa para que la controlase y la aceptase como inocua.No haba nada de aburrido en esas excursiones; por el contrario, nos resultaban excitantes y divertidasy gozbamos de ellas como otros gozan del tenis, el golf, la caza y otros costosos deportes de moda.

    Nuestro asalto a las setas nunca era al azar. Pap haba hecho una exploracin previa para en-contrar una zona fructfera; y creo que uno de los ndices que usaba era la presencia de un hongo vene-noso de vivos colores, rojo con lunares blancos, que siempre apareca con nuestro favorito, el Stenpilz,menos fcilmente visto, que mi diccionario me dice que es el boletas amarillo comestible. Una vez ha-llada la zona, pap poda dirigir a su pequea tropa. Cada soldadito tomaba posicin y comenzaba la es-

  • caramuza a intervalos adecuados, como una patrulla de infantera bien entrenada que atacase en un bos-que. Jugbamos a que cazbamos algn animal fugitivo que nos eluda y siempre haba competenciapara decidir quin era el mejor cazador. Siempre ganaba pap.

    Los hongos comestibles varan mucho de tamao y hasta de forma, desde los ms jvenes quedenominbamos bebs, bolitas pardo-claro que se ocultaban y eran difciles de descubrir, a los ejempla-res maduros que eran blandos y con frecuencia tan grandes que no se podran cubrir con un sombrerode hombre. A stos los llambamos Alte Herrn, viejos caballeros, y los dejbamos: su tejido no era fir-me ni eran sabrosos.

    Al mencionar el sombrero de hombre, tena presente el de pap, generalmente de felpa verdegriscea, con una ancha cinta de seda verde oscuro. Estos sombreros se ven ocasionalmente en Inglate-rra, donde se los llama sombreros austracos. Cuando pap haba encontrado un ejemplar de hongo real-mente perfecto corra hacia l y lo cubra con el sombrero, tocando el silbato de plata que tena en elbolsillo del chaleco para convocar al pelotn. Todos corramos al or el silbato y slo cuando estba-mos reunidos pap sacaba el sombrero y nos dejaba inspeccionar y admirar su hallazgo.

    El trabajo de mam empezaba cuando llegbamos a casa. Ayudada por su hermana Minna lim-piaba y pelaba las setas antes de indicar a la cocinera cmo se cocinaban. Cuando la temporada era bue-na tenamos setas casi todos los das, pero nunca nos cansbamos de comerlas.

    Estas excursiones raras veces o ninguna seguan caminos o senderos: las hacamos a travs demontes silvestres y bosques. Nos vestan para esas ocasiones, los varones con botas, gruesas medias lar-gas y pantalones cortos de cuero. Cuando regresbamos, las medias de los varones estaban cubiertas decardillos y las polleras de las nias poco menos. Como era t