Freixedo, s - Mi Iglesia Duerme

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dmrmtl Un Libro no Apto Para Católicos Satisfech Una añoranza de Otro Cristianismo

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Una crítica de un sacerdote católico a la misma iglesia católica, sobre su situación espiritual.

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  • dmrmtl Un Libro no Apto Para Catlicos Satisfech

    Una aoranza de Otro Cristianismo

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    ^auatar $vxtba Al .

    ua/ I P I R . - A . X Y I I I D E J , INC.

    CALLE 28 N 355, VILLA NEVAREZ, RIO PIEDRAS, PUERTO RICO 00927

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    DEDICATORIA

    Ofrezco modestamente esto edic;6n

    a la Jerarqufa Catlica con el deseo de

    que comprendan el crucial momento en

    que se ecuentra el pensamiento rel ig io-

    so del hombre actual.

    Salvador Freixedo

  • t PROLOGO A LA 9 E D I C I N Han pasado siete aos desde que escrib* este l i b ro . Cuando l leno de angustia, encerrado en la estrechez

    de mi cuarto, dictaba ante una grabadora todos los pensamientos que luego const i tuir an el l i b ro , no sospe-chaba que ste habrfa de tener la enorme repercusin que tuvo no slo en las vidas de muchas personas sino tambin en la ma propia.

    Durante estos ltimos tres aos, tras haberse agotado la l t ima ed ic in , me he negado tenazmente, a pesar de las sugerencias de muchos amigos, a hacer reimpresin alguna del l i b ro . Era como revolver una v ie ja herida aparte de que mis ideas andaban ya muy lejos de donde estaban en el momento en que escrib* el l i b ro .

    Sin embargo hoy, despus de siete aos y despus de ocho ediciones en las que prcticamente no haba aad do nada, me he parado para hacer una especie de reca-p i tu lac in de todo lo sucedido y para echar una mirada panormica sobre lo que ha acontecido en aquel la Igle-sia a la que yo entonces vela dormida, y sobre mis pro-pias ideas y sentimientos acerca de e l l a .

    Cunta sinceridad habfa en mi* en el momento en que hice todas aquellas amargas cr f t icas! | Y cunta preocupacin hay hoy al ver que muchas de aquellas predicciones han ido resultando cier tas, y al ver por otra parte el gran vac io que reina en las almas y en las mentes de muchos cristianos que ya han descubierto lo que yo etonces descubr", pero que no han encontrado an la solucin a muchas de sus dudas!

  • El que hayo ledo lo que desde entonces he escrito y en part icular el que haya ledo mi l ibro "El D iab l i -co Inconsciente" se dar cuenta del largo camino que he recorrido en mi continua bsqueda de eso que el hombre l lama Dios.

    El prolongado monopol io acerca del ms a l l que la teologa crist iana tuvo por siglos, ya no es admit ido por la in te l igenc ia del hombre moderno, que ha descubierto muchas grietas en la doctr ina con la que se presentaba

    ii * 1 1 * ii ese mas a l ia

    Hoy vemos por todas partes un sinnmero de escuelas y de grupos religiosos o cuasireligiosos que pretenden encontrar lo que ya no encuentran dentro de la v ie ja Iglesia o Hoy vemos un Cristo anunciado en las ca r t e l e -ras de los teatros,que se di ferencia bastante del Cristo clsico presentado por la teologa y los predicadores; hoy hay cientos de miles de personas que se renen a orar, pero su oracin no sigue las pautas tradicionales n i siquiera muchas veces se d i r ige al mismo f in a que se d i r ig an los que antes se reunan para orar .

    La humanidad sigue buscando a Dos,o dicho en otras palabras, sigue buscando lo trascendente, el misterio de " la otra v i d a " . Siaue dndole vueltas al eterno problema del bien y del mal y a la real idad o i r real idad de la pervivencia despus de la muerte. Pero sigue buscando que es en de f in i t i va la esencia de la re l i g in : Buscarlo trascendente: Qu soy, quin soy; de dnde vengo y a dnde v o y . O mejor d icho , de dnde me han trado y a dnde me l l e v a n .

    La razn de muchas de estas crisis de hoy es que el

    hombre de f inales del siglo XX ha descubierto que la imagen de Dios que le haban presentado, es en buena parte fa lsa .

    El Dios vengador, el Dios i racundo, el Dios que d e -ja morir de hambre a mil lones de personas, el Dios en cuyo nombre se hacan guerras y se conquistaban impe-" rios y cont inentes, el Dios cuya fe era extendida por la espada y defendida con las hogueras, el Dios que se gozaba en la pompa de sus representantes, el Dios que " insp i raba 'a sus profetas a que maldijesen y anatemati*-zasen a los que no pensaban i gua l , el Dios que nos impona la cruz y el sufrimiento como el nico medio de l legar a E l , el Dios que tena infiernos eternos para cas t igara esta pobre sombra que se llama hombre, e s e Dios es una especie de insulto a la in te l igenc ia huma-n a . Ese Dios no t iene una exp l icac in l g i ca . . . - Ese Dios se est muriendo actualmente' en la conciencia de los hombres de hoy.

    Esta es , n i ms n i menos, la esencia de la famosa teologa de " la muerte de Dios" que hace unos cuantos aos sccudi la conciencia de los cristianos pensantes y desat olas de indignacin y protesta entre los que no fueron capaces de entender de qu se t ra taba.

    El nuestra generacin ha cado en la cuenta de que Dios no puede ser as y por eso se ha lanzado a buscarlo por otros caminos. La mente del hom-bre de hoy est haciendo un enorme esfuerzo por con cebir una imagen de Dios que est mas de acuerdo con la rea l idad; una idea en la que Dios no est tan huma-nizado y tan distorsionado.

    No se puede negar que dentro de la Iglesia ha h a b i -do en estos *ltimos aos ms esfuerzos por la renovacin de los que haba habido en siglos. Los telogos han d a -do pasos enormes de avance y en muchas ocasiones han

  • llegado a extremos en los que no se hubiera podido so-nar.

    Pero el pensamiento de la Iglesia est encerrado en una especie de camisa de fuerza de la que le es ya im posible liberarse. Dos mil aos de teologa son una car-ga demasiado pesada para poder hoy librase de ella sin ms ni ms.

    Cuando el telogo de hoy, con una mente mucho ms libre, lee lo que sus antecesores dijeron 'infaliblemente' se da cuenta de que el pensamiento cristiano se halla ante un dilema di f c i l : o sigue fiel a cosas que la men-te del hombre de hoy ya no puede admitir, o arremete contra la "infalibilidad" y contras las alegadas "inspira ciones"del Espritu Santo0 Y en cualquiera de las dos alternativas la que sale mal parada es la credibilidad del cristianismo como cuerpo de doctrina

    Por otro lado cuando en la era de las comunicacio nes por satlite descubrimos que en otros continentes,mi Nones de otros seres han desarrollado unas creencias y ritos que si bien son totalmente diferentes de los nues-tros, siguen sin embargo en el fondo ciertas idnticas pautas inconscientes, empezamos a sospechar que el f e -nmeno religioso no es todo el tan sobrenatural como pensbamos y que la mente humana tiene mucho que ver en todo e l l o .

    La parapsicologa esta ayudando enormemente a des-cubrir los oscuros lmites entre lo natural y lo sobrena-tural, pero hay mucha gente que incmoda y aun ate-morizada ante los modernos e increbles descubrimientos prefieren no enterarse de ellos, negarlos y tachar de lo eos a los que se dedican a su investigacin.

    Qu pena nos da el oir a muchos profesionales de la religin, repetir todava cada domingo-sea en e l pulpito o en la radio-televisin- las mismas viejas pr-

    dicas, presentadas a veces con un ligero 'make-up' r e juvenecedor y encubridor de arrugas!

    Pero el problema del cristianismo, lo mismo que el de las dems religiones, no est en la piel sino en las entraas.

    Si tuvisemos unas jerarquas religiosas que no estu-viesen tan incapacitadas para ver la hondura del p r o -blema; foan a la raiz del mismo y se dejaran de po-nerles parches y remiendos a unas creencias y ritos que ya se desgarran por todas partes.

    Y para no repetir lo ya escrito, permftame el lector esta cita de mi libro "El Diablico Inconsciente" :

    " Nos encontramos entonces asistiendo a la ago-na de las religiones? " S y no, Las religiones como cuerpos cerrados de doctrinas y como maestras de ritos y costumbres con los que alcanzar casi exclusivamente la salva cin del alma, estn llamadas a desaparecer y t o -do el resquebrajamiento que en ellas estamos v i e n -do no es mas que un sntoma de esto " Pero si consideramos la religin como una bs-queda, como una constante pregunta que le hace mos a la vida y a nosotros mismos acerca del ms a l l ; si ms que creencias o ritos fomentamos e n nuestra alma una obediencia fie) a las pautas que la razn y la misma vida nos trazan, desarrollar* do todo un orden de valores que nos espiritualice y nos haga dignos de avanzar en esta misteriosa ascensin hacia eso que llamamos Dios, entonces la religin de ninguna manera desaparecer. " La proliferacin actual de mil grupos cuasireli-giosos (Crculos de Yoga, Cienciologa, Espiritismo Rosacruces, Fe Baha'i, Teosofa, Autorealizacin,

  • Subud, Unity etc.) nos dice que el espritu huma-no no deja de buscar la manera de ponerse en contacto con lo trascendente. Lo busca en muchas ocasiones por caminos equivocados que no llevan a fin ninguno, produciendo en los "fieles" una nueva desilusin. " Pero, tal como dijo Cristo, "el que busca en-cuentra" (mat. 7 ,8) ; aunque aparentemente no ob-tenga resultado ninguno en sus indagaciones en es-ta vida, su espritu se habr hecho acreedor a una respuesta clara en el momento oportuno. " El verdadero 'espritu religioso' radica mucho ms en ese afn de superacin y de bsqueda de lo trascendente, que en la mera admisin de un credo conocido a medias y en la prctica de unos ritos superficiales."

    El verdadero peligro del momento actual, no slo de consecuencias religiosas sino tambin sociales, es que ante el derrumbe de las creencias clsicas, los lderes religiosos apenas si tienen nada nuevo y vlido que po-ner en su lugar.

    El vaco que nuestra generacin siente en el alma lo intenta llenar con cosas enajenantes (drogas,alcohol) o con deportes y espectculos ingeridos en forma masi-va, o simplemente lo deja sin llenar sintiendo entonces ese vaco y esa angustia que se han convertido en las enfermedades tpicas de nuestro tiempo.

    La religin ha intentado en demasa buscar pautas valores y destinos fuera de nosotros mismos, de nuestro mundo y de nuestras propias vidas. Pero si bien es c ier-to que la religin ha hecho demasiado hincapi en esos valores y pautas sobrehumanos (y a veces inhumanos) tam~

    bien es cierto que en su seno contiene muchos valores autnticos, que estn de acuerdo con la naturaleza del hombre y del mundo en que vivimos. En esos valores es en los que ahora tendra la religin que insistir e le -vndolos al rango de mandamientos y dndoles una pers= pectiva justa dentro del indudable orden del universo.

    Y ya que la religin no lo hace, la mente de cada hombre tiene que encontrar otras causas y otras razones de ser de la existencia humana, diferentes de. las que hasta ahora le haba presentado la religin,pues vamos viendo que stas no explican suficientemente el miste rio de la vida y el cosmos.

    Las jerarquas religiosas, si no estuviesen tan atadas por intereses creados^, deberan reconocer que el t ingla-do dogmtico es en buena parte una elaboracin de la mente humana^ fruto de dos mil aos de darle vueltas a cosas que no puede comprender.

    Y una vez que hubiesen reconocido esto,deberran ho-nestamente hacer una reevaluacin de todas nuestras creencias para dejar de lado todo lo que haya sido e la-borado por la mente del hombre y para hacer hincapi en los'dogmas que nos dicta y nos impone la v ida.

    Porque la vida es la autntica "revelacin" de Dios.

    Como el lector puede ver, mi mente no se halla hoy precisamente en el mismo punto en que se hallaba cuan-do escribf este l ibro. Partiendo de aquellas verdades de entonces, he seguido buscando "la gran verdad" que es como el fundamento y la otra cara de la v ida.

  • Ojal que estas I meas les sirvan como punto de par-tida a muchos lectores para que se embarquen sin mie-dos en la gran aventura de buscar el origen y el desti-no de sus existencias.

    San Juan / PUERTO RICO '

    1976

    y

    LISTA DE OBRAS DEL P. FREIXEDO

    40 CASOS DE INJUSTICIA SOCIAL (Examen de Conciencia para Cristianos Distrados). MI IGLESIA DUERME (Un Libro NO APTO para Catlicos satisfechos).

    EXTRATERRESTRES Y CREENCIAS RELIGIOSAS (Cuando los OVNIS aterrizan los Dogmas Vuelan). EL DIABLICO INCONSCIENTE (Parapsicologa y Religin.. .Mitos Nuevos contra Mitos Viejos).

    AMOR, SEXO, NOVIAZGO, MATRIMONIO e HIJOS (5 Realidades en Evolucin)

  • NOVENA EDICIN Derechos reservados

    por el Autor

    Impreso en Puerto Rico Por

    Ramallo Bros. Printing Calle Duarte 227

    Hato Rey, Puerto Rico

    I N T R O D U C C I N

    La Iglesia avanz durante siglos, solemnemente por un amplio camino, que poco a poco se ha ido estrechando y actualmente no es ms que un callejn sin salida. Esta frase puesta aqu al principio del libro, podr parecerle irreal a ms de uno; y cier-tamente no es fcil ver su veracidad a simple vista, sobre todo para los cristianos que no estn muy acostumbrados a reflexionar sobre los problemas de la vida y de la fe, ni a traducir as ine-quvocas seales de los tiempos. Sin emba'rgo, este callejn sin salida en el que vemos a nuestra Iglesia, se est convirtiendo para muchos cristianos de vanguardia en una verdadera obsesin, al ver que Ella, impulsada por la inercia y por la ceguera de muchos de los que la conducen (a pesar de las voces de alerta de algunos miembros de la jerarqua), sigue avanzando ignorante de que no hay salida por el camino que lleva. La nica salida es pararse a tiempo y dar marcha atrs. Pero, excepto en pequeas minoras, no lo est haciendo.

    Todo este libro no es ms que un esfuerzo por hacer com-prender a los cristianos de buena fe la realidad de esta afirma-cin; para animarlos a que, en lo que est en sus manos, frenen este avanzar ciego y ayuden a poner a la Iglesia, por lo menos a la Iglesia en la que ellos son ministros-sus familias, su trabajo, su ambienteen el camino recto.

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  • Permtaseme *poner al principio de l lo que el telogo Hans Kng puso como eplogo al suyo Estructuras de la Iglesia \

    Existi un tiempo en la historia de la Iglesia, en que la fi-nalidad de la teologa consisti en mantener las estructuras de la Iglesia. Esta finalidad era necesaria. Hoy en da, la finalidad de la teologa, debera consistir en restituir a las estructuras origi-nales el libre juego que las vicisitudes del tiempo han dejado en la penumbra y el olvido. Esto es tambin necesario. Hay libros que cierran la puerta a los problemas y hay libros que abren la puerta a los problemas. Cerrarles la puerta puede ser ms conso-lador. Abrrsela es ms fecundo y,>por otra parte, es ms' difcil Ya que quien no quiere atascarse ante un callejn sin salida no debe darse por satisfecho con gestiones rutinarias. A veces ne-cesita emprender alguna cosa por cuenta propia, algo poco habi-tual y audaz a fin de lograr una feliz solucin. Un esfuerzo se-mejante slo puede ser un intento y no est exento de peligro. Nadie se da ms cumplida cuenta que quien ha conquistado su terreno palmo a palmo. Si slo se tratara de ciencia teolgica, el embite no mereca la pena. La necesidad de la Iglesia en las exigencias del momento actual, reclama, sin embargo, que de una manera prudente y consciente, se le preste el servicio que tiene de-recho a esperar de un telogo.

    Hans Kng, como buen telogo, le ha prestado ese servicio a la Iglesia lanzando nueva luz sobre toda la estructura conciliar, y abriendo la puerta a los problemascon generosidad, auda-cia y no sin peligros, como l mismo diceal hacerle con liber-tad de espritu ciertas observaciones al Concilio y al dar en di-versas ocasiones la voz de alarma ante posiciones falsas, o calle-jones sin salida. Yo disto mucho de ser telogo. Pero tambin es hora de que en la Iglesia dejen de tener voz nicamente los jerar-cas y los telogos. Es este uno de los graves errores que, por tiempo, hemos padecido. Yo quiero alzar mi voz, mi modesta voz de soldado de fila, de militante de base, de hombre de accin; una voz que representa a los miles de hombres que, en la base del Pueblo de Dios, sin defender, ni interpretar, ni investigar, ni a

    1 Estructuras de la Iglesia. Editorial Estela, Barcelona, 1965.

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    veces comprender las .estructuras, se limitan a padecerlas. Esos hombres tambin tienen algo que decir en la Iglesia, ya. que, considerados en conjunto, son, despus de Cristo, la parte ms importante de la Iglesia. Si sta tiene derecho a exigir de un te-logo (y el telogo tiene el deber de drselo) el estudio de nuevas salidas a la luz de las Escrituras y de la sana tradicin, tambin tiene derecho a exigir de un soldado de fila (y ste el deber de drselo) nuevas salidas a la luz del Espritu que se manifiesta con no menos fuerza en las almas de los fieles. Eso pretendo hacer con toda modestia en este libro, que no ser precisamente para abrir ni para cerrar puertas a ningn problema. Los pro-blemas ya hace tiempo que han entrado en la Iglesia. Pretendo proyectar un poco de luz sobre ciertos problemas prcticos, para hacer resaltar un poco ms su deformidad, y para que al verlos ms claramente, se decidan a ponerle remedio aquellos en cuyas manos est. Y ojal que, en algn caso, puedan ayudar mis po-bres reflexiones a que por lo menos alguien, aunque slo sea privadamente, encuentre algn principio de solucin.

    El telogo parte de la reflexin basada en la historia y en la Escritura; yo he partido tambin de la reflexin, pero basada en la accin y en la agona que siempre ha supuesto, y especialmen-te supone en estos tiempos, el extender y hacer vivir el mensaje del Evangelio en el mundo. Esa resistencia sorda, tan humana, por otra parte, que uno encuentra en los corazones de los hom-bres, y esa inflexibilidad y dureza grantica que se encuentra en ciertas estructuras eclesiales o sociales, lo hace a uno pararse a reflexionar para ver qu es lo que no est funcionando bien.

    Esta misma actitud de reflexin, en grande, es la que ha tenido la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Por primera vez en la historia, un Concilio ha enfocado toda la problemtica mun-dial y se ha echado sobre sus hombros la angustia de los tiem-pos por los que atraviesa la humanidad. El Concilio, en algunos de sus ms importantes documentos, ha puesto el dedo en algu-nas llagas que hasta ahora, como en la parbola del Smaritano, haban sido ignoradas, so capa de tener que hablar de otros pro-blemas teolgicos-de mayor importancia. Y la Iglesia jerrqui-

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  • ca en pleno, al aprobar ciertos decretos, ha sentido por fin, ofi-cialmente en sus manos, la sangre y el pus de las llagas de este mundo. Los padres conciliares han hecho 1>ajar la mente de la Iglesia de aquellas alturas olmpicas en las que durante los pri-meros siglos discuti sobre la persona, las naturalezas de Cris-to, y todas las dems disputas cristolgicas y de aquellas otras no menos abstrusas sobre la gracia y la justificacin del Concilio de Trento, a los problemas no tan teolgicos pero s mucho ms humanos de la superpoblacin, del hambre, de la emigra-cin, del coloniaje y de la injusticia social.

    Sin embargo, el valor del Concilio no estuvo, para m, tan-to en las cosas que me dijo, cuanto en el hecho de que me des-pert de una especie de sueo, me despert a la realidad de que se poda pensar fuera del estrecho marco escolstico de la teo-loga tradicional, en el que fui formado, rgido, y en muchos as-pectos, totalmente inadecuado para nuestros tiempos. Mi men-te, desde entonces, comenz a expandirse y a vislumbrar nuevos horizontes.

    Han pasado unos cuantos aos ya desde el comienzo del Concilio. Lgicamente uno debera creer que el panorama, a estas alturas, habra cambiado bastante en la Iglesia; pero, desgraciadamente, no es as. En una mirada de conjunto, la Iglesia oficial sigue todava avanzando por el callejn sin salida en que est metida. El panorama en las reuniones internaciona-les y en ciertas revistas de avanzada s est cambiando nota-blemente (lo mismo que ciertas innovaciones, practicadas las ms de las veces al margen de la ley por cristianos desespe-rados al ver que las cosas no cambian), pero en la mayora de las dicesis y parroquias el panorama oficial sigue siendo tan cerrado como antes. La barca de Pedro est anclada. Nuestros patrones de conducta, nuestra moral, nuestra concepcin de Igle-sia, toda nuestra estructura eclesial, es, prcticamente, la mis-ma de principios de siglo, y en muchos aspectos, la misma de hace varios siglos. Nuestro catecismo est empezando a cam-biar, pero nicamente en las mentes de los tcnicos y de los que se han preocupado por este campo particular. Pero en las

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    mentes de la inmensa mayora del laicado y del clero, tal como lo reflejan las predicaciones dominicales, nuestro catecismo, nues-tro dogma, nuestras creencias y su expresin, son exactamente las mismas que eran hace varios siglos.

    Hace bastantes aos, gracias a la JOC (Juvetud Obrera Cris-tiana), y gracias a aquel carismtico hombre, hijo de un mine-ro, llamado Jos Cardijn, pude comprender un poco mejor lo que era la verdadera Iglesia; pude entrever todo aquel espritu que luego floreci abiertamente en el Concilio Vaticano II. Y hace quince aos que estoy tratando, con todas mis fuerzas, de extender y dar a conocer este mismo espritu entre mis herma-nos. Sin embargo, despus de todo este tiempo, tengo la amar-ga impresin de que he estado hablndole a una pared; de que he estado predicando en el desierto. Todas estas ideas encuen-tran una sorda resistencia, a veces francamente abierta. Al cabo de aos de tratar intilmente de penetrar las existentes estruc-turas y viendo cmo lo poco que se sigue edificando se edifica sobre los mismos carcomidos cimientos, uno comienza a sentir el cansancio, un desnimo profundo que le nace a uno en ej corazn, al ver que la Iglesia va dejando de ser la luz del mun-do y la sal de la tierra. Y de seguir as, en nuestra sociedad al menos, dentro de unos aos la Iglesia ser pisada por los hom-bres como una sal que perdi su sabor 2.

    He llegado a la conclusin de que hace falta un sacudimien-to violento. Cuando queremos despertar a alguien que duerme profundamente, hay que sacudirlo con violencia. Y si acecha algn peligro habr, incluso, que llegar a algo doloroso para que acabe de despertar, para que caiga en la cuenta del peli-gro en que est. Y ese es, ni ms menos, el actual estado de la Iglesia. Muy graves peligros nos acechan, no slo a la Iglesia, sino a la humanidad entera. La necedad de los hombres tiene pendiente sobre nuestras cabezas una guerra atmica para la que nos preparamos concienzudamente da a da, gastando en ello miles de millones de dolarte, que sacudir, no slo nuestras vidas sino nuestras creencias. El mundo entero est en convul-

    *Mt 5, 13.

  • despreocupa^.el ac, de gente que, en vez de avanzar, prefiere seguir tumbada, durmiendo...

    Se me dir: La Iglesia est alerta. La Santa Sede se pro-nuncia frecuentemente sobre los problemas candentes de la hu-manidadprueba de ello es el viaje de Pablo VI a las Nacio-nes Unidas; la Iglesia tiene un cuerpo de doctrina social; muchos sacerdotes han participado activamente en la lucha con-tra la discriminacin racial, etc. Todo eso es cierto. Pero no hay que olvidarse que la Iglesia no es slo el Papa, ni tales o cuales sacerdotes, ni una doctrina social, ni siquiera las conclusio-nes avanzadas de algn congreso catlico; la Iglesia est com-puesta por millones de hombres con unas vidas concretas. Y la vida de todo ese conjunto que constituye la Iglesia, est muy lejos de estar de acuerdo con la doctrina. Mucho me hizo pen-sar el periodista que en una rueda de prensa ante la televisin me dijo una vez: Ustedes los catlicos son la nica sociedad que no son lo que son, sino que son lo que dicen que son.

    Yo quisiera que este modesto libro fuese una sacudida, aun-que pueda parecer un poco violenta, para ayudar a que mi Iglesia despierte.

    Yo s que muchos se escandalizarn; pero me preocupa me-nos el escndalo que estos muchos puedan padecer, que el gran escndalo que ya estn padeciendo hace aos, muchsimos ms, y que, de hecho, escandalizados, aburridos, decepcionados, le han vuelto las espaldas a la Iglesia o la contemplan con ojos de tristeza al ver que se va convirtiendo en una anciana soolienta.

    Quines son los muchos que se escandalizarn? Son, en su mayora, aquellos a los que la Iglesia les ha dedicado lo mejor de sus esfuerzos. Son aquellos para los que la Igle-sia ha tenido misas y para los que la Iglesia ha tenido sa-cramentos, y colegios y universidades. Son, tambin, aquellos que nunca han tenido la audacia de cuestionarse, ni da pregun-tar, ni de rebelarse contra nada, sino que han preferido seguir, dcilmente, en el rebao. Cierto que la docilidad a veces con-lleva sacrificios; pero tambin es cierto que le libra a uno de la

    T>

    terrible angustia de pensar, de tomar decisiones, de rebelarse contra el mal, y de enfrentarse consigo mismo y con su con-ciencia. Los muchos que se escandalizarn, son aquellos que no quieren que las cosas cambien en la Iglesia, porque a ellos les va bien. Los muchos que se escandalizarn sern, con fre-cuencia, aquellos que han llegado a una tal deformidad de con-ciencia, que son capaces ya de comulgar con ruedas de molino, admitiendo, sin sublevarse, absurdos tan inadmisibles como el de que cualquier pensamiento admitido contra el sexto manda-miento, es un pecado mortal, y, por tanto, conlleva una pena de infierno eterno. (He tenido profesores de Moral que enseaban que el sacerdote, que al rezar su breviario, o al decir su misa, omitiera conscientemente, varias palabras del Canon p de los Salmos, cometera pecado mortal, siendo, por tanto, reo del infierno si la muerte lo sorprenda con ese pecado.) A m, fran-camente, no me interesa ni me extraa que se escandalicen ante este libro, hombres que tienen una tal deformidad de mente como para ser capaces de admitir semejante aberracin.

    Pero contra estos muchos que se escandalizarn, yo s que habr muchsimos que se alegrarn infinito de que al-guien se haya atrevido a hablar, de que alguien diga pblica-mente lo que ellos llevan en el secreto de sus conciencias, pero que por una formacin deforme no se atreven a pensar o no se atreven a proclamar en voz alta. Yo s que habr muchsi-mos que leern este libro y descubrirn en l una cara nueva de esa Iglesia que ellos crean dormida y completamente desli-gada de los problemas de este mundo. Adems, el escndalo no lo doy yo, ni lo damos los que como yo nos atrevemos a hablar; el escndalo lo da, actualmente, la Iglesia jerrquica que duerme cuando los dems se afanan, que est tranquila cuando los dems se angustian, que se viste de pompa cuando las gentes no tienen casas para vivir.

    No me da miedo este escndalo porque es farisaico. Sucede con l lo mismo que con la violencia que tan preocupados tiene hoy a los que hasta ahora haban vivido bien acomodados. Las clases pudientes sudamericanas y los blancos sureos de los

  • Estados Unidos, por ejemplo, se escandalizan ante la vio-lencia violenta practicada actualmente por los oprimidos, y gritan a los cuatro vientos que no se puede tolerar la implan-tacin de la violencia en la vida de las naciones. Pero no caen en la cuenta de que la violencia no es implantada ahora por los oprimidos. La violencia suave, la violencia civilizada, la implantaron ellos hace ya muchos aos; la institucionaliza-ron con leyes. Cuando se mata a uno de un disparo o cuando se quema un establecimiento, se hace un acto de violencia vio-lenta, ante el que fcilmente nos escandalizamos; pero cuan-do se impide, ao tras ao, votar a los negros, cuando no se legisla para que los salarios dejen de ser unos salarios de ham-bre; cuando se hace la vista gorda ante la falta de viviendas y se gasta ese dinero en obras suntuarias, cuando los gobiernos y las clases pudientes prefieren ver a los indios analfabetos y desnutridos, cuando los pobres no tienen cama en ningn hos-pital, cuando en las industrias se ganan cantidades fabulosas y se escamotea despus el tributo fiscal, todos estos son actos de violencia suave, hechos segn la ley. Actos que, por ordinarios y por constitucionales, no escandalizan ya a nadie, ni siquiera, muchas veces, a los mismos que los padecen. Es una muerte lenta por envenenamiento en que las personas y los pueblos no caen en la cuenta de que los estn matando poco a poco. Sin embargo, esta violencia suave es mucho ms culpa-ble que la otra, porque no va contra una persona o un estable-cimiento en particular, sino que va contra todo un pueblo, ha-ciendo, no en un momento, sino a lo largo de los aos, miles y miles de vctimas.

    Los otros muchos que se van a escandalizar con este libro, es hora ya de que se escandalicen con algo, a ver si as salen de su burguesa espiritual, endulzada con comuniones y anestesiada con limosnas a los pobres; a ver si as, al menos, comienzan a pensar y a caer en la cuenta de la triste cosa en que hemos convertido a la Iglesia de Jesucristo, que fu crea-da para ser luz de todos los hombres, y que se ha convertido en penumbra para que unos pocos privilegiados duerman una tran-quila siesta, y en tinieblas para la inmensa mayora del pueblo.

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    /

    El escndalo no lo dar yo; el escndalo est ya establecido en el mundo con nuestra prctica caricaturesca del Evangelio.

    Escndalo ciertamente es, para muchos que no creen, nues-tra vida de cristianos satisfechos, que con unos cuantos ritos, ms los nueve Primeros Viernes, estamos seguros de que tene-mos asegurado el reino de los cielos. Escndalo es, sobre todo, ver cmo los cristianos no aman; ni se aman entre s ni aman a los que no son cristianos. Y escndalo es, especialmente, el ver cmo los que de entre ellos son ricos, no aman a los que son pobres. Los primeros han construido un injusto sistema econ-mico que es como una inmensa maquinaria para fabricar una minora de ricos y millonarios, a costa de las grandes masas depauperadas. Un sistema econmico en el que los ricos se ha-cen ms ricos, y los pobres cada da son ms pobres; en donde todo est motivado por el afn de lucro; en donde se ha norma-lizado la explotacin del hombre por el hombre, en donde, mien-tras millones mueren cada ao por no comer suficiente, unos pocos mueren por comer demasiado; mientras millones sufren de desnutricin, unos pocos sufren ante el temor de engordar; un sistema en el que se ha sustituido la gracia de Dios por los billetes de Banco. Escndalo es ver cmo los poderosos han cons-truido un sistema social, aliado del econmico, en donde unos tienen, necesariamente, que servir a los otros, en donde la ma-yora del pueblo no tiene ocasin de aprender a leer, porque el dinero lo gastan los grandes en sostener los ejrcitos con los que luego matan en las calles a los pobres que se sublevan. Escndalo es ver nuestro sistema de castas; esta sociedad de lobos, donde los poderosos aplastan a los dbiles, los ricos les roban a los pobres, y los jerarcas se pastorean a s mismos. Hemos desarro-llado, a lo largo de los aos, una sociedad cristiano-alcohlica en la que millones de bautizados se emborrachan proletariamen-te de desesperacin y de asco de vivir, mientras una minora ahoga elegantemente en Scotch su aburrimiento, pagando por cada trago lo que uno de sus hermanos parias gana despus de trabajar diez horas. Escndalo monstruoso es el que dan a los pueblos paganos del mundo, los pueblos cristianos; pueblos cristianos son 4os que han conquistado el mundo entero por la

    15

  • fuerza. Pueblos cristianos son los que han abusado, por siglos, de los pueblos atrasados, convirtindolos en sus colonias, sin ayudarlos a progresar ms que en lo que les convena. Pueblos cristianos son los que tienen acaparado, para una minora, el 80 por 100 de las riquezas del mundo. Pueblos cristianos son los que editan y extienden por el mundo entero la pprnografa. Pue-blos cristianos son los clientes, casi exclusivos, de las drogas narcticas. Pueblos cristianos son los que, a lo largo de los aos, han convertido la guerra en el ms criminal y ms lucrativo de los negocios del orbe4. La practicamos entre nosotros, y se la imponemos a los que no nos han hecho nada.

    Ese es el gran escndalo que, por siglos, los cristianos venimos dando a los pueblos no cristianos. Y por eso nos odian; y por eso ni los chinos, ni los indios, ni los rabes, ni los pue-blos negros de frica, paganos en su inmensa mayora, quieren or el mensaje evanglico que algunos cristianos queremos pre-dicarles. Ms de dos mil millones de hombres no quieren or hablar de Cristo, porque los cristianos, con nuestros sistemas criminales y nuestras vidas concretas, hemos desacreditado nues-tra doctrina. Con qu desfachatez les vamos a predicar, des-pus de haberles robado, de haberlos golpeado, de haberlos co-lonizado, de haberlos hecho unos esclavos de nuestra econo-ma? 'Qu bien nos podra repetir San Pablo: El nombre de Cristo es blasfemado por vuestra causa!

    Este pueblo de Dios, extendido por toda la tierra, no ha comprendido que haba de ser el fermento de santidad en las naciones en las que se halla inserto. No ha sabido reprimirse y ha aullado con los lobos, ha balado con los corderos, ha bende-cido las armas de los cesares, se ha aprovechado del cochino dinero fruto de las esclavitudes econmicas y sociales, ha edi-ficado teologas para justificar el acaparamiento de tierras y de bienes, ha divinizado la propiedad. Se ha puesto al mismo nivel ambiguo, por no decir ms, de las autoridades civiles y mi-litares, satisfecho de llevar condecoraciones, galones y cinta-

    4 Si el conflicto del Vietnam acabase repentinamente, supondra un

    desastre econmico para miles de empresas en unas cuantas naciones.

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    jos que le ata"ban cual cadenas a un mundo pervertido. Ha de-seado los apoyos, fuente de privilegios pronto considerados como derechos. Ha inventado una pobreza que no es la de los pobres. Se ha servido del dinero para establecer un poder triunfalista. La lista de los adulterios del Pueblo de Dios se hara inter-minable 5.

    Este es el escndalo que, en grande, hemos dado los cristia-nos: lo mismo los protestantes, que los ortodoxos, que los cat-

    ' lieos. Por eso no temo dar escndalo. El escndalo, en el mundo cristiano, es una institucin; porque nuestras vidas, inconscien-temente, al ser una grotesca caricatura del Evangelio, son un completo escndalo. Y si nadie nunca da la voz de alarma co-rremos el peligro de seguir escandalizando al mundo y de se-guir, aun inconscientemente, haciendo mofa en nuestra vida dia-ria y en nuestras instituciones, del Evangelio. Yo quiero ayudar, con este modesto libro, a que despierten todos los que tienen que despertar, sobre todo, aquellos que tienen ms responsa-bilidad. Porque los pueblos se pudren por la cabeza y por eso hace falta hablarle claramente a la gente bien colocada para que sacudan su modorra. Porque se est haciendo tarde...

    A algunos podr parecerles que mis palabras contradicen a las promesas de Jess de que estara con nosotros hasta el fin de los tiempos e. Pero hay que caer en la cuenta que Jess prometi sto de una manera general. No dijo que estara con nosotros aqu o all. No dijo que su Iglesia tiene que estar necesariamente en este pas o en el otro. No dijo que su Iglesia haba de tener necesariamente la estructura actual. Y, por otra parte, su Iglesia no es nicamente la jerarqua; su Iglesia es todo el Pueblo de Dios, somos todos. Y bien puede pasar, que a buena parte de la jerarqua, como le sucedi a la hebraica, se le apague la lmpara entre las manos, sin que por ello salgan fallidas las palabras de Jess. El Pueblo de Dios sostendr en-tonces la lmpara, como tantas veces en la historia ha sucedido. Recordemos los cinco mil obispos que haba en el norte de

    S F. BERTRAND DUCLOS, O.F.M.: Los cristianos en la violencia. Nova Terra. Barcelona, 1968. "

    M 16, 18.

    17

  • frica en tiempos de San Agustn. Y recordemos los tres mil obispos que lleg a haber en el Asia Menor. Qu queda hoy de toda aquella Iglesia? Prcticamente, nada. Uno de los lti-mos grandes templos catlicos de frica del Norte, la bella catedral de Cartago, fue regalada por Juan XXIII al Gobier-no de Tnez para hacer de ella un museo! Porque la Iglesia de Tnez se haba convertido en eso, en un museo. Y yo creo firmemente que si la Iglesia, Pueblo de Dios, no despierta y aviva su luz y alumbra a los hombres de este siglo, los hom-bres ya no acudirn a ella para alumbrar el camino de sus vidas.

    Muchos buenos cristianos muy allegados al templo y muchos prrocos creen que la Iglesia todava tiene fuerza; que la Igle-sia todava es oda. No caen en la cuenta de que siempre, al-rededor del templo, hay un mundo artificial. En los pases cris-tianos nunca falta gente para llenar un templo, siempre hay gente alrededor del prroco, y si ste no es inteligente, se har la impresin de que el pueblo est a su alrededor. Pero la rea-lidad es que en muchsimas parroquias del mundo, el 80 por 100 de los catlicos no acude al templo, no se interesan por la lla-mada vida parroquial. Cuntos prrocos hay que creen que porque lo dijo l en el pulpito el domingo, ya con eso se enter todo el pueblo, y no caen en la cuenta de que, frecuentsima-mente, las cosas que l dice en el pulpito no las oyen ni los mis-mos que estn en el templo.

    La Iglesia local cada vez se convierte ms en un ghetto; ni-camente los iniciados en este ghetto saben lo que pasa all; cohocen de las fiestas en la escuela parroquial, de los cambios en el culto, etc. Pero en realidad la masa del pueblo vive ajena a todas estas cosas.

    Una ltima palabra. No quisiera que este libro pudiera in-terpretarse como una rebelin contra la Iglesia. Jams. Tengo un concepto claro de lo que es Iglesia. La Iglesia, fundamental-mente, es Cristo, rodeado de un pueblo que le sigue. No la identifico con los errores que pueda cometer este o el otro, aun-que est constituido en jerarqua. Yo soy parte de esa misma Iglesia.

    18

    Este libro es, sencillamente, un grito de dolor, nacido de mi amor a la Iglesia. Es un grito de angustia al ver que mi Madre la Iglesia, duerme cuando el mundo ms la necesita. Es una llamada anhelante a la Iglesia jerrquica para que no deje que se apague su luz. S, es un grito de rebelda contra ciertos ele-mentos dainos dentro de la Iglesia; un grito acusador contra todos los que abusan de su poder; un grito contra los perezosos que, por no pensar, por no cambiar, por no esforzarse, prefieren que las cosas sigan como van, aunque vayan mal. Es un grito contra todos los dormilones que descansan en su burguesa es-piritual y material, y que sern doblemente culpables si, ade-ms de dormilones, son pastores. Es un grito de rebelda contra los rutinarios y contra los tradicionalistas que defienden lo viejo aunque ya no sirva; contra los que defendieron el Latn hasta ltima hora, cuando ya no lo entenda nadie, y que ahora siguen defendiendo otras cosas que ellos tienen tambin por sagradas y que son igualmente incomprensibles para el hombre de hoy; contra los que defienden an vestimentas y ceremonias que ya no se sabe lo que significan; contra los que se oponen al uso del pan en la Eucarista cuando lo que actualmente usa-mos, prcticamente es un producto de confitera, contravinien-do arbitrariamente las palabras de Jesucristo. Es un grito de re-belda contra los rigoristas que siguen enviando al infierno eter-no a cualquiera que se descuide, impulsado por una humana pasin, de la cual, fundamentalmente, uno no es culpable, ya que vinimos al mundo con ellas. Es un grito de rebelda, en fin, contra todos aquellos que quieren hacer de la Iglesia una propiedad privada, una pieza de museo, una droga tranquili-zante.

    S, yo confieso que este es un libro adolorido ante tanta in-comprensin como he encontrado a lo largo de los aossobre todo por parte del clero y de la jerarquaal querer sacar a la Iglesia de su letargo y hacer de ella algo vivo y algo encarnado en los hombres.

    Ojal que estas pginas logren ms de lo que han logrado mis palabras.

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  • i CAPTULO I

    LA IGLESIA Y SU MENSAJE

    Unas ligeras reflexiones para aquellos que todava siguen identificando a la Iglesia con el templo, con Roma, con el clero, o con las leyes eclesisticas. Inconscientemente, la mayo-ra del pueblo cristiano sigue cometiendo este grave error.

    Sin embargo, la Iglesia es, fundamentalmente, un pueblo penetrado de un espritu. Un pueblo ordinariamente pobre, an-gustiado, que lucha por subsistir, y que busca afanosamente el camino hacia Dios al ver que esta tierra es, quermoslo o no, morada de paso. Un pueblo que, por siglos, trata de penetrar en el terrible secreto del ms all. Un pueblo penetrado, im-buido de un espritu: el espritu de Cristo, de las mil formas en que Cristo se hace piesente. Un Cristo que es luz para la inteligencia, un Cristo que es fuerza para la voluntad, un Cristo que se hace presente en el amor hacia los dems, un Cristo que es Fe, Esperanza y Caridad, que nos da fortaleza para opo-nernos a las injusticias dondequiera que las veamos y que, al mismo tiempo, nos da espritu de mansedumbre y de toleran-cia para sobrellevar tantas cosas adversas como tenemos que encontrar en el mundo; un Cristo, sobre todo, que difunde amor en todas las cosas, para todas las gentes, y en todos los momen-

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  • tos. Ese es el espritu que tiene que penetrar a este pueblo para hacer de l el Pueblo de Dios, la Iglesia que Cristo quera. Repitamos, pues, que la Iglesia es, o tiene que ser, un pueblo cuya alma es Cristo.

    Es esto lo que tienen en su mente la mayora de las gentes cristianas cuando hablan de la Iglesia? Se dan cuenta de que ellos son esa Iglesia? Se dan cuenta de que la Iglesia no es la Santa Sede, ni siquiera un grupo de obispos, sino que es todo el Pueblo de Dios obrando conforme al espritu de Cristo que lo anima?

    San Pablo nos habla del depsito de la fe en poder de la Iglesia. Hemos tomado demasiado al pie de la letra la com-paracin y tenemos en realidad el agua que salta hasta la vida eterna 1 de que nos habl Jess, guardada como en un dep-sito, sin permitir que se derrame sobre el mundo. Al lado de este recipiente, lleno de la gracia que nos regal Jess, est la arena seca del mundo esperando por esa agua de gracia que no le acaba de llegar porque nosotros la guardamos demasiado. Cunto mejor sera que nosotros derramsemos esa agua sobre la sedienta arena del mundo. Veramos cmo el agua iba des-apareciendo. Pero desaparececa en realidad? No; estara all oculta, empapando la arena y dndole capacidad germinal para que puedan, en su seno, desarrollarse las semillas. Hoy por hoy, el agua est en el depsito, conservndose a s misma pero sin fecundar al mundo que est sediento de ella. Si la Iglesia se derramase sobre el mundo, si los cristianos empaparan con su mensaje vivido y predicado, todas las estruc uras de la sociedad, la Iglesia dejara de tener aire triunfal que ahora tiene de gran institucin, pero el mundo empezara a dar los frutos que aho-ra no da, precisamente, porque est seco. Por desgracia, hoy hay muchos que no quieren que la Iglesia se derrame sobre el mundo y pierda ese aire triunfal, porque lo consideran de la esencia de ella, y hay muchos que se escandalizan al verla des-pojarse de esos prestigios y dignidades externas que tanto dao le hacen. Y sin embargo, esa Iglesia humilde al servicio de los

    1 Jn 4, 14.

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    hombres, sin estructuras externas a la vista y sin estar erguida como una institucin rival de las otras instituciones de la so-ciedad, cada da ms fuertes, ser la nica capaz de hacer pe-netrar eficazmente el Mensaje en el seno del mundo. La otra, la externa, la de los grandes edificios, la que no se quiere per-der en la arena y prefiere conservarse a s misma pura y sin mezclar, no har germinar semilla ninguna, como no hace ger-minar semilla ninguna el agua pura, si no est mezclada con la, tierra. Esa es, precisamente, la Iglesia que est actualmente en un callejn sin salida.

    CUAL ES EL MENSAJE

    Cul es, en definitiva, el mensaje fundamental que la Igle-sia tiene para presentarle a la humanidad? El mensaje es muy sencillo, y, al mismo tiempo, de una trascendencia enorme. Pero sucede con l lo mismo que con esas imgenes de los reta-blos barrocos: que es tal la ornamentacin del retablo, es tal la abundancia de columnas salomnicas, de angelitos msicos, de smbolos bblicos y de fronda vegetal, que a duras penas puede uno ver cul es la imagen. Es tal el barroquismo de nuestro dogma que a duras penas podemos distinguir lo esencial de lo accidental, y, con frecuencia, en vez de venerar la imagen, esta-mos venerando una columna retorcida con formas humanas, pensando que veneramos la imagen. En la mente de muchsi-mos cristianos, igual importancia tienen la devocin a Mara que el infierno, que la presencia real de Cristo en la Eucarista, el purgatorio, la Santsima Trinidad, o el poder del agua bendi-ta. El primer error es atribuirles igual importancia. Y el segun-do sera el creer que cualquiera de estas creencias es primaria o fundamental en el mensaje de la Iglesia.

    El mensaje fundamental que la Iglesia tiene para decirle a la humanidad entera, es que el Creador que hizo la tierra con to-das_ sus maravillas y con todos sus misterios, el Creador que hizo el cosmos con toda su infinidad, ese mismo Creador, por Su Voluntad, es Padre nuestro, y al serlo es la solucin al pri-

    23

  • mer gran problema que todo hombre tiene en el fondo de su corazn: el misterio de su existencia, el misterio del ms all, la orfandad que en lo profundo de su alma siente todo hombre al pensar en su vida despus de la muerte. Ese Padre quiere tener con nosotros verdaderas relaciones de padre a hijo. Y esto doblemente, primero porque nos cre con amor de padre, y, segundo, porque nos envi a su Hijo para que fuese hermano nuestro. De ah se deriva, inmediatamente, otra enorme verdad: que todos los hombres somos hermanos y que, por tanto, el amor tiene que ser la nica gran ley universal de la cual se deriven todas las dems leyes.

    Pero la Iglesia hace siglos que tiene este gran mensaje en-vuelto en una paja religiosa de minidogmas y preceptos que le quitan por completo su brillo y lo desacreditan ante las mentes de la humanidad.

    A los que ya estamos dentro, la Iglesia tiene muchas otras cosas ntimas y profundas que decirnos, pero para el mundo, para la inmensa mayora de los hombres que cubren la tierra, ste es el primer gran mensaje que hay que darle, y para mu-chos, el nico mensaje: mientras no lo admitan, es intil que-rer hablarles de otras cosas ms ntimas. Y la dificultad est en que se lo presentamos todo mezclado y confundido. Empeza-mos querindolos llevar a misaese es casi el nico mtodo pastoral en los pueblos cristianos, pero ya descristianizados, en vez de ensearles que Dios es nuestro Padre. En vez de en-sancharles a los pueblos del mundo el corazn con tan increble realidad, nos hemos empeado hasta ahora en romanizarlos, en hacerles creer en el fuego del purgatorio, y en acomplejados con el temor de que si se rebelaban contra el pescado algn viernes, podan perderse eternamente, etc. Si la Iglesia le hubiese dicho a la humanidad entera nicamente esta gran verdad: que Dios nos ama como a hijos, y que lo fundamental que El exige de nosotros es el amor filial y fraterno, aunque no le hubiese dicho nada ms, ya hubiese cumplido, en gran parte, con la labor pro-ftica que Dios le asign en este mundo. Pero, hoy da, para la inmensa mayora de la humanidad, somos un grupo de fan-

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    ticos intransigentes que a duras penas empezamos a abrirnos a los dems. Y, sin embargo, el espritu de Cristo que anida en el laicado, en el clero y en la jerarqua, sigue luchando por abrir-se paso, por hacerse or. Y se da el caso curioso de un Teilhard de Chardin que, mientras sigue siendo objeto de escndalo para muchos de los importantes en la Iglesia, est haciendo que el Mensaje sea una respuesta para muchos espritus, est atra-yendo a las mentes ms avanzadas, est hacindoles simp-tica la faz de la Iglesia a muchos cientficos que hace muchos aos se haban alejado de ella, por no estar de acuerdo con su barroquismo, con su medioevalismo, y con su enajenamiento de los verdaderos problemas de la humanidad. Urge que la Iglesia purifique sus dogmas de toda la hojarasca que se les ha ido aadiendo a lo largo de los siglos, urge que les sacuda el polvo de dos milenios. Urge darle brillo a los verdaderos dog-mas, y urge relegar, a meras creencias, cosas que hoy tenemos en el pedestal de dogmas.

    REINTERPRETACION DEL EVANGELIO

    Creo que una de las tareas ms importantes que hay que realizar hoy en la Iglesia, es una fundamental exgesis de los Evangelios. La primero de todo, habr que hacer una buena traduccin de ellos, acomodada a nuestro tiempo y a nuestro lenguaje; el pueblo no comprende hoy muchas cosas del Evan-gelio tal como estn expresadas. Despus habr que ver qu quiso Cristo decir, y qu aadieron por su cuenta los apstoles para acomodar las enseanzas de Cristo a su tiempo (y que nosotros hoy, errneamente, creemos qu pertenecen a la esen-cia del Mensaje); cul es la recta interpretacin de frases que, hoy da, tal como estn enunciadas en el Evangelio, ya se nos hace muy difcil de admitir. Tmese, por ejemplo, la frase: El que creyere y se bautizare, se salvar; el que no creyere, se condenar 2. Qu quiso decir, realmente. Cristo? Porque tal como est enunciado no podemos admitirlo hoy. Si un hom-

    'Mc 16, 15-16.

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  • bre, con su mejor voluntad, oye el mensaje que la Iglesia tiene que decirle (y mucho peor si est mezclado con su buena dosis de adulteracin), y honradamente pensando, cree que no puede admitirlo, ser por ello enviado al fuego del infierno? A un fuego eterno? Es eso lo que significa condenarse? Qu es lo que Cristo realmente quera decir cuando deca: El que cre-yese...? Y qu es lo que hay que creer? Todo lo que nos en-seen? Y aunque as fuere, si un hombre, despus de meditar concienzudamente, de investigar, de orar, realmente no llega a convencerse, sera por eso condenado? No ira sto contra la esencia misma de la racionalidad humana? No ira contra la idea bsica del decreto del Concilio Vaticano sobre la libertad de conciencia? No ira contra el gran dogma de la paterni-dad divina? Qu padre, en este mundo, hara semejante cosa? Si vosotroscomo dijo Jesssiendo malos, les dais cosas buenas a vuestros hijos, cunto ms vuestro Padre que est en el cielo... *.

    Permtaseme citar aqu a Adolfs, quien proyecta nueva luz sobre el mismo tema que estamos tratando:

    ... el anuncio del mensaje ya no es adecuado. Esta es la conclusin a que han llegado tres importantes telogos, cada uno por camino distinto. Y cada uno ha intentado, adems, ofrecer una solucin. Pero es dudoso que hayan llegado a la mdula del problema. No es el anuncio del Evagelio la misin especfica y primaria de la Iglesia? No ser el carcter conser-vador de las instituciones eclesisticas el motivo por el cual la predicacin (y la teologa) se ha vuelto ininteligible en el mun-do moderno y secular? Lo que surge una y otra vez de los tra-bajos de los telogos que hemos venido discutiendo (Bultmann, Tillich y van Burn) es que la Iglesia no debera, en nombre de la ortodoxia, continuar presentando lisa y llanamente sus viejas y tradicionales enseanzas, sino que, consciente de su mi-sin, como de algo que debe aplicarse a todas las edades en continuidad y discontinuidad con el pasado, debera reinter-pretar el mensaje cristiano para cada nueva generacin...

    'Mt 7, 11.

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    La predicacin y la promulgacin del Evangelio constitu-yen una enorme tarea para la Iglesia y exigen, constantemente, que recurra al lmite de sus fuerzas. Pero hasta el presente, la Iglesia siempre se ha considerado a s misma un "depsito de la fe" al que consideraba como una especie de tesoro al que haba que guardar en la caja fuerte y al que haba que custo-diar cuidadosamente con el resultado de que su enseanza ad-quiri un carcter transhistrico y absoluto, y que el Evange-lio termin por interpretarse en modo tal que result asociado a un perodo ya superado de la historia. La enseanza de la Igle-sia marcha a destiempo con la edad moderna porque la forma misma de la Iglesia es una supervivencia de pocas pasadas 4.

    LA ENCCLICA HUMANAE VITAE

    Leemos en los documentos del Concilio:

    Cristo, profeta grande, cumple su misin proftica, no slo a travs de la jerarqua, sino tambin por medio de los laicos a quienes, por ello, constituye en testigos y les ilumina en el sentido de la fe y la gracia de la palabra, para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social \ Por eso, no hay algo de pecado contra la Iglesia en la encclica papal Humanae vitae, donde tajantemente se prohiben los medios artificiales anticonceptivos, cuando sabemos perfecta-mente que el Pueblo de Dios anhelaba un cambio y an sigue anhelndolo, en esta disciplina?

    Documentos solemnes, de la jerarqua y, en particular, de la Santa Sede, sobre todo cuando se trata de asuntos que, aunque tengan su implicacin religiosa, no se refieren directamente ni se derivan del Mensaje fundamental de la Iglesia, son los que confunden la mente del pueblo, ya que al ver ste que tambin

    4 R. ADOLFS: La Iglesia es algo distinto. Edic. Carlos Lohl. Buenos

    Aires, 1967. 'Concilio Vaticano II: Constitucin Dogmtica sobre la Iglesia, n-

    mero 35.

    27

  • se exige para ellos obediencia, comienzan a no saber qu es lo. principal y qu es lo secundario en las cosas que la Iglesia en-sea.

    Reflexionemos un poco sobre la encclica Humanae vitae que aunque directamente no viene al caso en este captulo, sin embargo, por ser este documento presentado por el Magisterio como algo importante dentro de la Iglesia, y por ser esto mis-mo causa de gran confusin en las mentes de miles de cat-licos, se convierte en el caso tpico que venamos tratando. Per-mtame el lector extenderme un poco acerca de l, y antes que nada explicar por qu me atrevo a no estar de acuerdo con la encclica.

    La Iglesia no es una sociedad fundada hace unos cuantos aos. Tiene muy cerca de dos mil aos y, por ello, tiene una historia que es para nosotros una gran ayuda para llegar a com-prender la esencia de ella. Es una verdadera lstima que los cristianos no conozcan mejor la historia de su Iglesia, pues con ello se evitaran muchos errores en la comprensin y concep-cin de nuestra Iglesia actual. En las pginas de la historia de la Iglesia, mezclados con terribles equivocaciones, abusos y herejas, encontraran innumerables hechos maravillosos, mani-festacin clara del espritu de Dios viviendo entre los hombres, que les daran ms comprensin y amor hacia esta Madre Igle-sia a la que pertenecen. Guiados por esta historia, reflexiona-remos un poco sobre el papel que, a lo largo de los siglos, ha tenido la autoridad jerrquica y en particular el Sumo Pontfice.

    Est fuera de toda duda que una encclica no es infalible. As lo han demostrado fehacientemente muchas encclicas a lo largo de la historia. En ellas se han defendido verdades relati-vas, aceptables en una determinada poca de la historia, pero que con el correr de los aos se han hecho inadmisibles. El Papa, segn se nos ensea, es nicamente infalible cuando ha-bla ex-ctedra, como pastor supremo, queriendo imponer la fe a todo el Pueblo de Dios y nicamente en materia de fe y cos-tumbres. (Cul es esta materia de fe, y sobre todo, qu se en-tiende por costumbres, es otro problema muy complicado

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    que nos llevara demasiado lejos. Pero, por supuesto, que la in-falibilidad pontificia en lo que se refiera a costumbres es tan limitada que a duras penas encontrar asidero para poderla apli-car.) En los ltimos siglos, la Iglesia, a travs de los Sumos Pon-tfices, ha hablado en poqusimas y muy solemnes ocasiones, infaliblemente.

    Ahora bien, admitido que una encclica no es infalible y que por tanto puede estar equivocada, habr que ver qu autoridad tiene la jerarqua para imponerla a las conciencias de los fieles. No negamos que el Sumo Pontfice, y dgase en su tanto de los obispos, tienen autoridad para exponer la doctrina y aun pedir de sus subditos el asentimiento. Pero frente a este derecho in-herente a su cargo, se alza, por .parte de los subditos, el derecho a usar su propia inteligencia, que ser, en defintiva, el ltimo juez para la admisin o no admisin de una doctrina. Si alguien ve claramente como absurdo alguna doctrina sostenida por una autoridad superior, est obligado a resistirse a admitirla, pues de no hacerlo, estara traicionndose a s mismo al asentir a un error. Eso es, en el fondo, lo que se llama libertad de concien-cia, defendida por el ltimo decreto del Concilio Vaticano II.

    Antes de pasar a ver si Ja doctrina de la Humanae vitae es errnea o no, por lo menos para nuestros tiempos, conven-dra que examinramos qu nos dice la historia a propsito de errores que los Papas puedan haber cometido cuando sin hablar ex-ctedra defendieron en documentos solemnes doctrinas que se referan a la fe o a las costumbres.

    UN POCO DE HISTORIA

    Ha habido algn Papa, a lo largo de la historia, que cuando enseaba como pastor universal, aunque no queriendo hablar ex-ctedra, se haya equivocado o por lo menos haya hablado con menor exactitud? S los ha habido y no pocos. Dejando a un lado la famosa cuestin de si el Papa Liberio (352-366) in-curri o no incurri en hereja (cosa a la que hay que conceder-le muy poca importancia), podemos, sin hacer grandes investiga-

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  • ciones, poner una lista de Papas que han cometido deslices doc-trinales, ms o menos serios, en el desempeo de su ministerio. Citemos slo aquellos que explcitamente ensearon o escribieron cosas que, hoy por lo menos, no podemos admitir como verda-des aunque nacieran de la buena fe y de un espritu piadoso y celoso de la pureza de la doctrina: San Vctor I (189-199); San Zsimo (417-418); Honorio I (625-638); Juan XXII (955-964); Gregorio VII (1073-1085); Gregorio IX (1227-1241); Ino-cencio IV (1243-1254); Bonifacio VIH (1249-1303); Nicols V (1447-1455); Calixto III (1455-1458); Po II (1458-1464); Six-to IV (1471-1484); Julio II (1503-1513); Paulo IV (1555-1559);

    > Gregorio XVI (1831-1846); Po IX (1846-1878); Po X (1903-1914).

    Indudablemente que si se hiciese un estudio a fondo se po-dran aadir a esta lista unos cuantos nombres ms de Papas que han sostenido doctrinas que al paso de los tiempos han re-sultado ser ms o menos errneas. Sus errores variarn mucho: desde el monotelismo en que cay Honorio (anatematizado y condenado por su nombre en no menos de tres concilios gene-rales), y desde la excomunin que San Vctor lanz contra la Iglesia de Asia por celebrar errneamente la fiesta de la Pas-cua (excomunin que fue levantada inmediatamente por su suce-sor), hasta las falsas enseanzas de Juan XXII acerca de la es-pera obligatoria de todos los justos para entrar en el reino de los cielos hasta despus del juicio finalenseanza que fue re-probada con una definicin solemne por su inmediato sucesor Benedicto XII, o las condenaciones en el syllabus de Po IX y Po X de ciertos aspectos del modernismo que hoy son ya autnticas manifestaciones del espritu moderno. Baste lo dicho para caer en la cuenta de que los Papas, aun asistidos por el Espritu Santo de una manera especial, distan mucho de ser in-falibles en sus manifestaciones ordinarias de Magisterio.

    Cuando una enseanza papal tiene contra s a gran parte de la Iglesiay este es el caso que actualmente tratamoses de todo punto necesario que cada uno use su inteligencia, ayudada por la oracin, para ver el alcance y darle el verdadero

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    valor a las enseanzas pontificias. En otra parte de este libro de-cimos que es muy dudoso que la verdad pueda estar en una sola persona aunque sta sea el jefe supremo, cuando todo el cuerpo de la Iglesia se opone a semejante verdad. Ms tarde veremos hasta qu punto el sentir de la Iglesia es comn en cuanto al control de la natalidad. De lo que s estamos seguros es de que la Iglesia no est indefensa ante el Papa y no se en-trega con las manos atadas a la posible arbitrariedad de ningn Sumo Pontfice. De hecho, oficialmente, se admite que un Papa puede caer en hereja, y de ello es buena prueba el mismo De-recho cannico al admitir entre las causas por las que el Papa puede perder su ministerio, es decir, sus plenos poderes de go-bierno el hecho de caer en hereja. De la misma manera que la Iglesia tiene la obligacin de mantener su unidad con el Papa, el Papa est obligado a mantener su unin con la Iglesia. Kng dice que un Papa que se separara, debido a un cisma, de la Igle-sia Universal, perdera su ministerio. Un Papa que excomulgara a la totalidad de la Iglesia, se excomulgara a s mismo de la Iglesia. No sera a la Iglesia sino a l mismo a quien colocara en la ilegalidad. No tenemos que olvidarnos nunca de que las promesas del Seor y en defintiva todo Su Amor es para la Iglesia universal y no para la persona del Papa, y en tanto es para el Papa en cuanto ste lo har extensivo a toda la Iglesia, de suerte que de no ser as, Dios preferir a toda la Iglesia por encima de un Sumo Pontfice en particular. Surez ha escrito muy clara y valientemente sobre todo este problema del enfren-tamiento del Papa con la Iglesia. Dice que en un conflicto entre la Iglesia universal y un Papa hereje, la Iglesia tiene perfecta-mente el poder, e incluso el deber, de oponerse a ese Papa, por-que es totalmente inimaginable que la verdadera fe pueda estar nunca presente en un slo miembro, es decir, en el Papa, mien-tras toda la Iglesia universal se encuentra en la hereja. Y nos llega a decir que cuando el Concilio debe reunirse para un asunto que atae de una manera especial al propio Papa, y ste se opone de alguna manera a que se celebre, entonces el Concilio podra convocarse ya sea por el Colegio de cardenales, ya sea por el Episcopado unnime; y en el caso en que el Papa inten-

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  • tara un Concilio semejante, no sera necesario obedecerle, por-que, en tal caso, actuara en nombre de su poder pastoral su-premo en detrimento de la justicia y del bien comn 8.

    Para ayudar a que salgan de su error todas aquellas almas piadosas, pero ignorantes, que identifican omnmodamente la persona del Sumo Pontfice con Dios, expondremos aqu unos cuantos hechos histricos, que no por conocidos dejan de ser verdad y de dar fuerza al argumento que ms tarde expondre-mos.

    Atenindonos a los finales de^ siglo ix y todo el siglo x, el siglo negro del papado, podemos presentar el siguiente cuadro pontificio:

    Mientras en el siglo xix hubo solamente seis Papas (y ocho en el xvm) en el siglo x, debido al caos reinante y a las fre-cuentes deposiciones por la fuerza, el nmero de Papas legti-mos lleg a veinticinco. En poco ms de un siglo murieron ase-sinados, por lo menos, siete Papas, y no precisamente como mrtires, sino en venganza por abusos que haban cometido o por ambiciones polticas de sus rivales. Cuatro de los Sumos Pon-tfices mandaron matar a sus inmediatos antecesores para subir ellos al trono pontificio. Uno, el portugus Formoso, a pesar de ser l muy recto, era tan odiado por su sucesor Esteban VI, que fue desenterrado nueve meses despus de muerto, juzgado corpore presente y declarado antipapa, fue arrastrado su cuer-po en putrefaccin por las calles de Roma y arrojado al Tiber. Un Papa, Juan XI, hijo de los amores sacrilegos del Papa Ser-gio y de la diablica Marozia, lleg al trono pontificio porque su madre hizo prender y luego morir por asfixia en el castillo de Santngelo al Papa Juan X. Un nieto de esta misma mujer fue impuesto en el trono pontificio; se llam Juan XII, fue elec-to cuando tena dieciocho aos y fue en extremo vicioso. Be-nedicto IX fue elegido cuando tena doce aos de edad. Boni-facio VII rob todo el oro y plata que pudo de los tesoros vati-

    * De Fide Theologica, Diputatio X. De Sumo Pontfice, VI Opera Omnia). Pars, 1858; pags. 12-317 y sigs.

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    canos y huy a Grecia donde vivi bastantes aos licenciosa-mente; cuando se le acab el dinero volvi a Roma, logr de-poner y encarcelar al Papa entonces reinante, lo dej morir de hambre en Santngelo y se proclam de nuevo Papa. Eran tales sus desmanes que la turba se amotin, lo estrangul y lo arras-tr desnudo por las calles de Roma. Gregorio VI fueadmiti-do por l mismoun Papa simonaco. Benedicto VI fue dego-llado en la crcel por el hermano del Papa anterior. Trece Pa-pas no llegaron a estar en la Sede Pontificia un ao. Hubo aos en que pasaron por la ctedra de San Pedro tres Papas distin tos. Y todo esto en un solo siglo!.

    Si bien es cierto que todos estos hechos hoy llenan de horror a nuestra mentalidad civilizada, tan distante de los brbaros mtodos de aquellas pocas, sin embargo, aunque con caracte-res ms de acuerdo con su siglo, pero no menos nefastos para la Iglesia (y un fruto de ello fue la escisin protestante), vemos reaparecer este mismo espritu mundano en muchos Papas de los siglos xv, xvi y xvn: Un lujo y una fastuosidad desmesu-radas, costumbres nada austeras y un abierto politiqueo alre-dedor del trono. Pero justo es confesar que, entremezclados con este tipo de Papas, haba entonces hombres grandes y santos que llevaban la tiara con toda dignidad.

    Lejos de mi el querer desprestigiar al papado, pero tambin lejos de m una mente anglica que me impida ver la realidad y perder la perspectiva histrica de las instituciones y personas de este mundo. He querido hacer esta larga digresin para que caigamos en la cuenta de que todos estos Papas, a los que ta-les cosas vemos haciendo y diciendo a lo largo de la historia, no eran menos Papas que los nuestros actuales ni tenan menos asistencia del Espritu Santo; ni obraban, muchos de ellos, con menos reflexin y consejo antes de hacer y decir cosas que lue-go resultaban errneas o menos oportunas. Estamos muy se-guros que un Paulo IV, hombre recto y extremadamente aus-tero, no se lanz a la guerra contra Felipe II de Espaa, en defensa de los Estados Pontificios, sino despus de un maduro examen de las razones que le asistan. Pensando l que por ser

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  • la posesin por parte de la Santa Sede, de los Estados Ponti-ficios, algo de derecho divino (primer error), era lgico el defen-derlos por las armas (segundo error), y fcil el expulsar rpi-damente de ellos al rey de Espaa (tercer error). La aplastante derrota que el catlico rey de Espaa le infligi (por supuesto, muy bien aconsejado por Melchor Cano, los dos Soto, y los me-jores telogos de entonces), probablemente debi hacer sospe-char al Papa, que la inspiracin del Espritu Santo no haba estado muy acertada en este caso particular; y no slo eso, sino que, probablemente, tuvo tambin el Papa su pequea tentacin contra la Providencia de Dios al ver que Este se des-preocupaba tanto de sus Estad*os dejando que se los arreba-tase un intruso. Hoy, libres por completo de pasin, y juzgan-do la historia con ojos puramente crticos, vemos que se equi-vocaba Pablo IV al pensar que los Estados Pontificios eran de derecho divino (error que tambin cometi explcitamen-te Po IX), vemos que obraba muy poco evanglicamente al lan-zar hombres a la muerte por defender un pedazo de terreno, y vemos, por fin, que la inspiracin que tuvo para el clculo del resultado de la guerra deja al Espritu Santo muy mal pa-rado como estratega. Si extremamos la inspiracin del Espritu Santo en todos y cada uno de los actos y enseanzas de los Sumos Pontfices, y si en cada una de sus disposiciones vemos una asistencia especial de Cristo, estamos admitiendo algo muy peligroso: No tendremos ms remedio que admitir que ni el Espritu Santo ni Cristo han tenido, a lo largo de la historia, un papel muy brillante como consejeros. Ah est toda la his-toria del papado y aun de la Iglesia para probarlo. No negamos una asistencia especial, pero afirmamos que el margen de error es todava muy grande, ya que Dios rige principalmente al mun-do, incluida su Iglesia, a travs de las inteligencias de Jos hom-bres.

    Con este marco histrico, podremos tratar ms libremente, y a fondo, el debatido problema del contro artificial de la nata-lidad. Con el miedo subconsciente de caer en hereja o en pecado mortal por no obedecer las directrices pontificias, y ms an por oponerse pblicamente a ellas, no se puede discurrir tran-

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    quitamente ni ponderar en su valor los argumentos en pro y en contra. Todo el marco descrito en los prrafos anteriores tie-ne por fin sacudir ese miedo subconsciente.

    PRENOTANDOS DE LA ENCCLICA

    Examinemos con detencin la encclica. En uno de sus pri-meros prrafos nos habla el Papa de la competencia del Magis-terio. Es un poco sintomtico que el Papa se haya preguntado si el Magisterio tiene o no competencia sobre este asunto. Has-ta ahora el Magisterio de la Iglesia haba sido poco escrupuloso en este particular y haba dictaminado sobre muchos asuntos sin preguntarse mucho si caan o no bajo su competencia 7.

    Pero parece que los aos y el irreversible proceso de desacra-lizacin y secularizacin, le van enseando a la jerarqua de la Iglesia a ser un poco ms circunspecta en cuanto al campo de su competencia. Dice el Papa: Ningn fiel querr negar que corresponde al Magisterio de la Iglesia el interpretar tambin la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible... que Jesu-cristo, al comunicar a Pedro y a sus apstoles la autoridad di-vina y al enviarlos a ensear a todas las gentes sus manda-mientos, los constitua en custodios e intrpretes autnticos de toda ley moral, es decir, no slo de la ley evanglica sino tam-bin de la natural, expresin de la voluntad de Dios, cuyo cum-plimiento es igualmente necesario para salvarse.

    Nosotros creemos que no es tan seguro que no haya nin-gn fiel que quiera negar competencia al Magisterio en esta materia; si no de una manera absoluta, por lo menos no falta quien le niegue competencia para imponer, bajo pena de peca-do, disciplina ninguna en este campo. Es indudable que el ma-trimonio, con todos sus actos, tiene unas leyes internas acerca de las cuales, si el Magisterio tiene cosas que decir, los hombres,

    ' ' El errneo aserto medieval Prima Sedes a nemine iudicatur (La Santa Sede no es juzgada por nadie), tan presente en la mentalidad ca-nnica eclesistica, lleg a hacerse funesto a lo largo de los siglos.

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  • sobre todo, aquellos que viven en matrimonio, tienen tambin muchas cosas que decir, y creemos que tampoco faltarn quie-nes opinen que la competencia del Magisterio en esta mate-ria es muy limitada, reducindose nicamente a los principios generales, pero sin el derecho de llegar hasta las ltimas conse-cuencias, "fcin olvidarnos de que en la interpretacin de la lla-mada ley natural, tenemos que ser cada da ms cautos.

    Otra nota curiosa de la encclica son las razones que el Papa da para no considerar como definitivas las conclusiones a que haba llegado la Comisin nombrada para el estudio del problema. La primera es que no haban llegado a una plena concordia de juicios, y la segunda que haban aflorado algu-nos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina mo-ral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Igle-sia. Es de todos sabido, que de haberse seguido las indicacio-nes de la mayora de la Comisin, la doctrina de la Iglesia oficial se hubiese liberalizado considerablemente. En el Conci-lio Vaticano II no hizo falta llegar a una plena concordia de juicios para promulgar constituciones y decretos. En la segun-da de las razones, se echa de ver una de las cosas que ms llama la atencin en la encclica: la constante referencia al Magiste-rio de la Iglesia en el pasado sobre este particular. Hay por lo menos, en el texto, quince referencias a este Magisterio, adems de las veinticinco notas en las que se hace alusin a sesenta y ocho documentos del pasado. No es, por tanto, extrao que al aflorar algunos criterios que se separaban de la doctrina propuesta por el Magisterio, el Papa no estuviese dispuesto a considerar como defintivas las conclusiones de tal Comisin. No seramos sinceros si no confessemos que la Humanae vi-tae nos da la impresin de ser un documento del Magisterio en el que se defiende al Magisterio pasando por encima de la voz del Pueblo de Dios.

    Los que asistimos al III Congreso de los Laicos en Roma, pudimos ver cmo aquellas casi tres mil personas, que abarrota-ron el Palazzo Pi, aplaudan frenticamente cada vez que sala a relucir el asunto del control de la natalidad. Con las palmas

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    estruendosas estaban expresando claramente lo que tenan en su corazn: queran un cambio y queran que todo el problema de la concepcin fuese de la libre determinacin de los esposos. Recuerdo que en una ocasin, oyendo la clamorosa ovacin con que interrumpieron al orador que se haba manifestado en pro del control de la natalidad, les dije al grupo en el que me en-contraba: Oigan al Espritu Santo hablando a travs de Su pueblo. No era ste tambin el parecer de la mayora de los expertos a los cuales se consult sobre sto? No era ste el sentir de los obispos reunidos en el Snodo de Roma, al mismo tiempo que el Congreso de los Laicos?8: En una encuesta con-fidencial realizada entre ellos, el 80 por 100 favoreci una libe-ralizacin en la doctrina del control de la natalidad. No es esto lo que defienden los telogos y moralistas de ms autoridad en la Iglesia? Y presumo que si los telogos que defienden la doctrina tradicional de la ilegitimidad de los anticonceptivos, basados en el arcaico y falso argumento de que son antinatu-rales, pudiesen hablar libremente y sin estar influenciados por la decisin del Vaticano, se inclinara la mayora de ellos, hacia lo que pide el sentido comn, hacia lo que exigen los ms s-lidos argumentos de todo tipo, y hacia lo que estn suplicando la mayora de los matrimonios conscientes del mundo9. Y sin

    8 Informaciones Catlicas Internacionales, septiembre 1968.

    'En Italia un instituto de opinin pblica hizo una encuesta tcnica De ella result: 31 por 100 de los italianos favorecen la encclica, 42 por 100 se oponen a ella, 76 por 100 son favorables al control de los na-cimientos, pero slo el 13 por 100 practican la continencia peridica. (De la revista PANORAMA, Miln.) En Alemania, segn el semanario STERN, una encuesta revel que el 68 por 100 de los catlicos alema-nes piensa que el Papa cometi un error con- la encclica; 72 por 100 piensa que en diez aos la pildora ser autorizada; el 9 por 100 de los catlicos opina que hay que obedecer la encclica, mientras el 80 por 100 no quieren someterse a ella. En el famoso Katholikentag (da de los ca-tlicos alemanes), tenido en Essen en septiembre de 1968, alrededor del 95 por 100 de los 3.500 asistentes firmaron una comunicacin que deca: No podemos, en conciencia, ponernos en el estado de obediencia que nos pide el Papa en materia de control de nacimientos; ms adelante le piden al Papa que haga una revisin fundamental en este punto de la doctrina. Una reunin internacional de telogos en Amsterdam pu-blic en septiembre de 968 una declaracin oponindose a la mayora de

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  • embargo, contra todo este clamor comn en el Pueblo de Dios, n la Iglesia de Dios, la Santa Sede ha decidido que los me-dios anticonceptivos son ilegtimos. No hay aqu una falta de respeto a la voz del Espritu que habla, y se hace sentir tambin por medio de su pueblo?

    Ms de uno se habr preguntado lgicamente para qu se nombra una Comisin si luego no se va a hacer caso de lo que diga esa Comisin.

    ARGUMENTOS DE LA ENCCLICA

    Cules son los argumentos en los que el Papa se basa en su encclica para negar todo control artificial de la natalidad? Son, en sus palabras, la inseparable conexin que Dios ha querido... entre los dos significados del acto conyugal: el sig-nificado unitivo y el significado procreador. Sencillamente ne-gamos la premisa: Dios no ha querido que la conexin entre lo unitivo y lo procreador del acto sexual sea absolutamente inseparable. Acudiendo a la naturaleza (lo natural) en lo que el Papa tanto hincapi hace, vemos que legal y moralmente se

    los puntos de vista de la encclica y dando razones de peso para su opo-sicin. Los profesores de la Universidad Catlica de Washington publi-caron, enseguida de la publicacin de la encclica, una carta oponindo-se a ella. Constantemente han estado llegando firmas de ms telogos, moralistas y profesores de todo Estados Unidos adhirindose a lo all afirmado; estas firmas llegan ya a 645, entre las cuales se encuentran las de los telogos y moralistas ms eminentes de la nacin. En Inglaterra cincuenta y cinco sacerdotes firmaron una carta abierta al Times afir-mando que no aprueban la encclica, al mismo tiempo que no se consi-deran en estado de rebelin contra el Papa. Por otro lado, tambin en Inglaterra, setenta y seis personalidades laicas catlicas firmaron una de-claracin en la que afirman que tan artificial es la anticoncepcin ba-sada en el ritmo como la qumica o mecnica. En Estados Unidos, segn una encuesta publicada por el National Catholic Reprter, cerca de la mitad de los sacerdotes del pas parecen oponerse a la encclica. Quince jesutas, profesores de la Universidad de Georgetown, en Washington, publicaron una declaracin apoyando a los cuarenta y siete sacerdotes sancionados por el cardenal O'Boyle por haberse opuesto a la encclica. Por brevedad omito muchos otros testimonios.

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    dan muchas veces por separado estos dos significados: El acto sexual de un matrimonio de edad o el practicado por una esposa en estado de embarazo, carecen de fuerza procreadora, y tienen en cambio fuerza unitiva. Por el contrario, en la ley del levi-rato 10 ordenada por Dios, el acto sexual careca lgicamente del significado unitivo, conservando, en cambio, el significado procreador, pues precisamente para eso haba sido instituida la ley Todos estos tipos de uniones sexuales son perfectamente ad-mitidas po'r la Iglesia y de ninguna manera se puede decir de ellas que sean intrnsecamente deshonestas. Si un hombre se une con su mujer y priva al acto sexual d cualquiera de estos dos significados, no vemos por qu en este caso ese acto haya de ser intrnsecamente malo y en los otros casos haya;de ser perfectamente moral. El Papa nos sale al paso dicindonos que entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el pri-mero, los cnyuges se sirven legtimamente de una disposicin natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Ya se admite que se puede separar legtimamente lo unitivo de lo procreativo con tal de que sea la natu-raleza la que lo haga y no mediante el uso de medios artificia-les. Es decir, que lo que hace que un acto sexual solo unitivo sea ilegtimo es nicamente el uso de medios artificiales. Al llegar aqu, sencillamente, volvemos a negar el aserto. Qu privile-gio ha de tener la naturaleza ciega sobre la razn y la volun-tad de un hombre recto? No podemos admitir este fatalismo: Si lo hace la naturaleza es recto, pero si lo hace el hombre no es recto. El acto de evitar una concepcin, en s mismo, es un acto neutro que se convertir en bueno o malo segn la mente del que lo haga Acabemos con este tab del sexo! Desa-cralicemos un acto natural que Dios ha puesto al servicio de los hombres y que por haberlo nosotros indebidamente conver-tido en algo sagrado se ha constituido en la pesadilla de la hu-manidad y en el verdugo de muchos matrimonios. No creemos que el uso de medios artificiales haga deshonesto un acto que no es deshonesto en s. De admitir esto, tendramos lgicamen-te que suprimir muchos medios artificiales con los que corregi-

    10 Dt 25, 5 y sig.

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  • mos a la naturaleza hacindola que funcione como nosotros queremos que funcione, aunque ello vaya contra lo natural. La comida tiene por fin alimentar al hombre, teniendo adems el iado agradable. Dira alguien que comerse cualquier alimen-to o bebida, en cantidad razonable, cientficamente privado de su poder alimenticio, nicamente por el placer de comrselo, sera intrnsecamente deshonesto? La apendectoma, practicada comnmente entre los recin nacidos con la que corregimos o ayudamos artificialmente a la naturaleza, es acaso un acto deshonesto? Si legtimamente corregimos con medios artificia-les y materiales un superdesarrollo o una superactividad del corazn (que pone en peligro todo el organismo) no hay razn por qu no podamos corregir un superdesarrollo de la fecundi-dad femenina (que pone en peligro el organismo fsico de la madre o el organismo familiar o social). En el uso de las cosas de este mundo, incluidas las de la naturaleza humana, Dios ha dejado un margen que un buen administrador puede usar a discrecin, con tal de no ir siempre, de una manera fundamen-tal, contra aquello para lo que ha sido creada tal cosa o tal acto. Dice la encclica en su nmero 13 que lo mismo que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en gene-ral, del mismo modo tampoco lo tiene, con ms razn, sobre las facultades generativas en cuanto tales. Pero podemos ver muy bien que si bien el hombre no tiene un dominio ilimitado, tiene un gran dominio, aunque sea limitado, pudiendo, como buen administrador, usar su inteligencia para, en muchos casos, hacer cosas que no son precisamente las que la naturaleza hara en un caso particular. Un trasplante de rion no es precisamente una cosa muy natural. Segn estos moralistas lo natural sera que un hombre que tuviese los rones enfermos se murie-se, porque as es como obra la naturaleza en este caso par-ticular. Pero los hombres, usando nuestra inteligencia, en este caso particular, corregimos a la naturaleza y con toda justicia y moralidad le hacemos un trasplante mirando al bien general de todo el organismo, aunque debido a ello, tengamos que pa-sar por traumas y situaciones peligrosas. En el uso de los medios anticonceptivos artificiales hay que ver tambin el fin a que

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    van destinados que es la ordenacin no slo de la vida sexual sino de todo el problema de la procreacin que Dios dej en ma-nos del hombre. Es lamentable e incomprensible que el Papa haya negado en la encclica el principio de totalidad.

    Uno de los errores fundamentales del Magisterio en todo este particular es haber centrado casi exclusivamente en el acto sexual todo el problema de la propagacin del gnero huma-no, el cual no consiste nicamente en la cpula carnal, sino que tiene multitud de otros aspectos que parecen no interesarle mayormente al Magisterio, ya que con la prohibicin de los an-ticonceptivos hace que aquellos lleguen a convertirse, con mu-chsima frecuencia, en situaciones intolerables. Para que haya un hombre ms en la sociedad, que llegue a portarse como un autntico hijo de Dios, no basta con que haya habido una con-juncin carnal, sino que sern necesaris veinte aos de educa-cin, de sacrificios y de mil actos de paciencia y generosidad por parte de sus padres hasta hacer de l un hombre cabal.

    Negamos, por tanto, que haya una inseparable conexin en-tre lo generativo y lo unitivo en el acto sexual; negamos que el hombre sea un administrador ciego y maquinal de este acto; negamos que, presupuesta la buena voluntad y el derecho a hacerlo, el uso de medios artificiales haga intrnsecamente malo el acto. Como viceversa negamos que el uso de los medios na-turales (ritmo) haga permisible un acto cuando en el fondo exista, sin derecho, la voluntad de no tener hijos; presupuesta esta voluntad sin suficiente razn, lo mismo da usar medios na-turales que artificiales, pues el acto estar viciado en su raz y el pecado no provendra entonces del acto sexual en s, sino de la actitud mental. Categricamente negamos que en cada acto sexual haya un plan establecido por el Creador como tantas veces se nos dice en la encclica, y del cual, en gran parte, de-ducen los moralistas la obligatoriedad de abstenerse de los me-dios artificiales; s admitimos que hay un plan claramente es-tablecido por el Creador en toda la ordenacin del gnero hu-ma'no en dos sexos diferentes, y an en el acto generativo en s, pero considerado de una manera general, no especficamente

  • en cada uno de los actos. El poder unitivo del acto generativo tiene fuerza en s y es razn suficiente para practicarlo aun pres-cindiendo, por cualquier medio que sea, de su otro fin, con tal de que en el fondo haya la suficiente razn para hacerlo. No admitimos tampoco una de las razones que nos da la encclica para apuntalar su posicin: El camino fcil y amplio que se abrira a la infidelidad conyugal. Rechazamos con toda vehe-mencia este argumento que es un insulto para todo el gnero humano. En l aparece un sutil espritu rigorista que por siglos la Iglesia ha tenido la tendencia a manifestar en su Derecho ca-nnico. Este, en contraposicin a los Cdigos Penales ms avan-zados del mundo, presupone en muchas ocasiones la culpabili-dad, lo cual no est de acuerdo ni con las entraas de caridad que la Iglesia debe mostrar siempre, ni con la tendencia del moderno orden jurdico.

    Quede bien claro que al no admitir todos estos postulados que el Papa pone como fundamento de su encclica, no estamos yendo contra verdad ninguna de fe, ni estamos negando la in-falibilidad pontificia, ni siquiera nos estamos rebelando contra la autoridad y el derecho del Magisterio a ensear. El Papa de-duce en este particular todas sus enseanzas con argumentos y reflexiones de ndole filosfica, de la ley natural. Pero induda-blemente, en lo que se refiere a la ley natural, su autoridad no es tan grande como en aquellas verdades espirituales y trascen-dentales directamente reveladas por Dios y confiadas al Magis-terio de la Iglesia. La ley natural no necesita precisamente una revelacin y su intrprete lgico es la mente del hombre. En el descubrimiento y en la interpretacin de las leyes naturales, la humanidad entera es la que tiene que hablar, pues ella, con su mente rectamente usada, puede estudiarlas con una inme-diatez y una profundidad tan grande como el Magisterio de la Iglesia. Es cierto que la revelacin divina acerca de otras ver-dades fundamentales y trascendentes de la naturaleza humana puede dar una nueva luz a todo este asunto y hacer que los que conocen bien esa revelacin divina estn ms en condicio-nes de ver la verdad total. Pero esto no mengua nada a la ca-pacidad real que cada uno de los hombres tiene para estudiar,

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    profundizar y hacer deducciones de la ley natural que l ve tan ligada a su propia existencia.

    Un caso tpico de la confusin que se crea en las mentes de los catlicos al mezclar lo que es estrictamente revelado con lo que es deducido por procesos de cerebracn humana de esa revelacin, y al mezclar indiscriminadamente lo que es grave con lo que es leve, lo tenemos en el nmero diecinueve de la encclica, en donde el Papa llama ley divina a las prohi-bicions y disposiciones que acaba de hacer acerca del uso del matrimonio. En realidad, lo que l llama ley divina no es ms que una deduccin filosfica de la ley natural. Indudablemente en este mundo a todo, lato sensu o stricto sensu, se le puede aplicar el trmino divino. Pero es indudable que la divini-dad de estas prescripciones acerca del matrmonio dista mu-cho de la divinidad de todo el orden de la gracia y de la reden-cin. Nosotros, sencillamente, no admitimos que sean divinas, sino muy humanas, y, por tanto, sujetas a la discusin humana.

    El Papa admite, en el nmero 18, que son demasiadas las voces que estn en contraste con la de la Iglesia. Podemos es-tar bien seguros que estas voces irn aumentando. Tiene que hacer reflexionar al Magisterio romano de la Iglesia el hecho de que, a pesar de haber l hablado en tantas ocasiones y tan firmemente, restringiendo el uso de los anticonceptivos, sin em-bargo, la prctica de ellos entre los catlicos cultos es ya ac-tualmente muy extensa y se extiende cada da ms. Hara bien en reflexionar el Magisterio romano11 de la Iglesia en lo que ms arriba dijimos, citando a Surezr acerca de la incongruen-cia de que una verdad pueda estar exclusivamente en poder del Papa o de una pequea minora en.la Iglesia, aunque sea una minora jerrquica, cuando todo el Pueblo de Dios piensa de una manera diferente. Y a pesar del enorme influjo psicolgico de las reiteradas e instantes manifestaciones del Magisterio, el pensamiento del Pueblo de Dios, consciente, cada vez se aparta

    11 Insistimos en lo de romano porque a medida que pasan los meses

    el-magisterio no romano de la Iglesia va haciendo or su voz de dis-conformidad velada o de no adhesin absoluta al pensamiento de la Huma nae vitae.

  • ms de ver la planificacin artificial de los nacimientos como algo desordenado y pecaminoso.

    Todava una observacin ms para demostrar que todas estas estas deducciones tan humanas de la ley natural, no constituyen ninguna ley divina. Nos habla el Papa en el nmero 21 de su encclica, despus de haber animado a los esposos a la prctica del ritmo, de la siguiente forma: Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano ms sublime. Exige un esfuerzo conti-nuo, pero en virtud de su influjo beneficioso, los cnyuges des-arrollan ntegramente su personalidad, enriquecindose de valo-res espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solucin de otros problemas; favorecien-do la atencin hacia el otro cnyuge; ayudando a superar el egosmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando ms su sen-tido de responsabilidad. Los padres adquier