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    Carolyn Nordstrom y Antonius C. G. M. Robben, Trabajo de

    Campo Bajo Fuego, Estudios Contemporneos de violencia y

    sobrevivencia. Universidad de California. Berkley. Pp. 303.

    Carolyn Nordstrom y Antonius C. G. M. Robben, Introduccin. Pp. 1-.2

    Antropologa y etnografa de la violencia en los conflictos sociopolticos.

    Mientras escribamos esta introduccin nos preguntbamos con qu estadomental sera ledo este libro Qu guerras hablaran a travs de sus palabras?,Qu imgenes proveeran de un trasfondo visual a los captulos presentadosaqu? Conforme procedamos a editar las contribuciones, no podamos evitar

    pensar y hablar sobre la guerra en los Balcanes. El trmino limpieza tnica noshizo recordar otras pocas y otras guerras, y nos hizo comprender que el lugarbien puede ser distinto y el sufrimiento nico, pero que la vida cotidiana en estadode guerra es en cualquier lugar y tiempo muy confusa y llena de angustia. Estelogro es tan obvio que llega a parecer banal, sin embargo, por qu es steperpetuo caos de la guerra y de la incomprensibilidad de la violencia para susvctimas tan rara vez sealado en las obras acadmicas? Por qu encontramostantos estudios intrincados sobre la guerra y tan pocos sobre el sufrimientohumano? Permtanos comparar dos citas que fueron escritas con medio siglo dedistancia:

    Escribo desde un cobertizo, son las cinco y media de la tarde, se pueden or

    los disparos y la explosin de proyectiles de mortero. Mi padre y Asim estndurmiendo y mi abuela est jugando a las cartas. Que idlico, verdad? Yaestamos pasando nuestro quinto mes de sta forma. Terrible. No s en dondeempezar Es tan difcil escribir esto. Hay tanto, y estoy tan confundido. Devez en cuando tengo una crisis, cmo todos los dems. Tengo miedo, estoydeprimido. Todo es tan desesperanzador. No s si puedas entender esto.Probablemente no. Al principio tampoco entendamos nada. Cuando nosbombardearon result ser nada a comparacin de todo lo que pasaradespus.

    Son extraas las formas de vivir en el gueto, donde abundan las sorpresas detodo tipo. Nada es lgicamente predecible, y la gente usualmente se rompe elcerebro sobre una u otra serie de eventos que parecan completamente clarospero que cambiaron al ltimo momento Cul es el factor determinanteaqu? Qu influye sta situacin? Por qu las predicciones sobre algunamejora terminan usualmente con las cosas ponindose peor y viceversa?Estas son preguntas que perturban a la poblacin entera y para las cules nohallamos respuestas; quiz no encontremos esas respuestas ni an despus

    Comentario [E1]: p. 1

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    de que la guerra haya terminado! Podra ser un capricho, o podra ser lanecesidad!

    La primera cita es de una carta escrita el 14 de agosto de 1992 por una mujer deSarajevo y que fue enviada a su hermano exiliado en Holanda (reimpresa en DeVolkskrant, el 10 de septiembre de 1992). La segunda cita fue escrita el 30 deagosto de 1942, y viene de la mano de un cronista oficial de Ldz ghetto(Dobroszucki 1984:245.246). Comenzamos con stas historias europeas paraenfatizar que la violencia no est en otro lado en un pas tercermundista, en uncampo de batalla distante, o en un centro de interrogacin secreto- sino que es unhecho inescapable de la vida para todo pas, nacin y persona, sean o no tocadaspersonalmente por la violencia directa.

    Historias como estas son muy comunes: pudimos fcilmente haber mostrado otras

    historias similares de Somalia, Guatemala, Sri Lanka, Estados Unidos,Mozambique, Irlanda, Espaa y China. El IIEPE1, un centro de investigacin ydocumentacin de conflictos en Suecia, ha identificado 32 guerras mayores en1992 (mayordefine conflictos que han producido ms de mil muertes por ao). Siconsiderramos los conflictos con menos de mil muertes anuales la cifraascendera a 150. Y si extendiramos nuestra definicin de acuerdo consensibilidades antropolgicas ms amplias para incluir conflictos que oprimen lavida de muchas personas revueltas, guerra entre pandillas, genocidio tribal yprcticas de guerra aterrorizantes como la violacin y la tortura- entoncesencontraramos que el nmero de personas directamente afectadas por laviolencia alcanzara hasta cientos de millones.

    Las citas anteriores tienen otra significacin que es de importancia central a stevolumen: evocan experiencias cotidianas de violencia en sus mltiplesmanifestaciones, en un rango que abarca desde la guerra hasta la protestapopular, desde la violacin hasta las respuestas de la gente a los rumores sobre laviolencia, desde los discursos morales que conciernen al conflicto hasta lastragedias causadas por la brutalidad. Queremos concentrarnos en la dimensinexperiencial del conflicto, en las maneras en las que la gente vive sus vidas encontiendas manchadas por la violencia ineludible. Creemos que la violencia es unadimensin de la existencia de la gente y no algo externo a la sociedad y a lacultura que le pasa a la gente.

    Para poder explicar esto, hemos vuelto una vez ms al ejemplo de los Balcanes.Mientras un plan de paz tras otro es rechazado, y mientras una tregua tras otra esviolada, entre muchas personas y entre muchos polticos europeos yestadounidenses se esparce la idea de que simplemente no hay solucin a la

    1SIPRI por sus siglas en ingls, es el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo.

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    guerra porque los combatientes se han vuelto locos, actan como brbaros ose comportan bajo sus instintos ms bsicos. La guerra ya no pertenece al

    mbito del conflicto poltico; se ha regresado a un nivel de inhumanidad que seencuentra fuera de la vida social normal, a un mundo irreal donde los soldadosdisfrutan el asesinato y dnde la violacin es una estrategia militar.

    Aunque estas percepciones son comunes, pensamos que representan unainterpretacin equivoca peligrosa. Para mucha gente alrededor de todo el mundola violencia es una realidad demasiado humana. Esto incluye a las vctimas de laviolencia pero tambin a los perpetradores que son atrapados en conflictosespirales que sus propias acciones han puesto en marcha pero que ya no puedencontrolar. Para entender su difcil condicin y para intentar comenzar a forjarsoluciones, debemos confrontar la violencia de frente, localizarla con honestidaden el centro de las vidas y culturas de la gente que la sufre, precisamente dnde

    ellos mismos la encuentran. La violencia puede no ser funcional, y ciertamente noes tolerable, pero no se encuentra fuera del mbito de la sociedad humana, o de loque la define como humana. Como este libro muestra, la violencia no es gozable,excepto quiz por algunos cuntos cuyas motivaciones son patolgicas. Tampocoes un retorno al comportamiento proto o precultural. Como la creatividad y elaltruismo, la violencia se construye culturalmente. Y como con todos los productosculturales, la violencia es esencialmente potencial, es un producto que da forma ycontenido a personas especficas en un contexto de historias particulares. Pocopuede ser dicho sobre la forma concreta de la violencia o del contenido de laexistencia humana que perseguimos fuera de las restricciones de la sociedad y lacultura. La guerra es, como dijo Margaret Mead (1964), slo una invencin.

    Adems, estas citas expresan la confusin de las culturas y las comunidades encrisis y de cmo la vida tiene que ser reinventada cada vez nuevamente bajocircunstancias siempre cambiantes. Las guerras son emblemticas por losextremos a los que llevan a la desorientacin existencial humana. Tal violenciaque amenaza de muerte demuestra la parlisis as como la creatividad con la quela gente lucha contra su dureza, una dureza para la que pocos estn preparados.Incluso los soldados, quienes han sido entrenados para manejar los riesgos y lasincertidumbres de la accin en el campo de batalla y que han sido preparadospara llevar a cabo peligrosas y complejas tareas bajo fuego enemigo, no puedenconfiarse de las rutinas del ejercicio y el mando. La cotidianidad de la guerra es unro interminable de preocupaciones sobre la prxima comida, la prxima accin yel prximo ataque. Esta inmediatez de la accin caracteriza no slo a la guerrasino a cualquier forma de violencia. Hay pocas prescripciones sociales sobre cmoprotegerse y sobrevivir a situaciones violentas.

    Comentario [E2]: p. 2

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    El nfasis en cmo la gente se aferra a la vida bajo el asedio, en la experiencia, laprctica y la violencia cotidiana, seala las condiciones del trabajo de campo. La

    intensidad emocional de las personas y los eventos estudiados, los riesgospolticos que rodean una investigacin sobre violencia y las circunstancias fortuitasbajo las que el trabajo de campo se conduce se entrelazan con el trabajo decampo y la etnografa. Estas tensiones abren su camino a travs de toda latentativa antropolgica, coloreando las vidas y las perspectivas de losinvestigadores y de aquellos a quienes estudian por igual. Esta introduccinentonces se concentra en las tres principales preocupaciones de este libro: lasexperiencias cotidianas de las personas que son vctimas y perpetradores de laviolencia; las relaciones entre los etngrafos y la gente estudiada, incluyendo losdistintos problemas de investigacin y las experiencias de campo que hanestudiado situaciones de violencia; y los asuntos teorticos que emergen deestudiar temas que implican peligro personal. Estas cuestiones introductoriastrabajan la nocin implcita en todos los captulos de este libro: que la ontologa dela violencia la experiencia concreta de la violencia- y la epistemologa de laviolencialas formas de conocer y reflexionar la violencia- no estn separadas. Laexperiencia y la interpretacin son inseparables de los perpetradores, las vctimasy los etngrafos por igual. La antropologa en este nivel involucra variasresponsabilidades para la seguridad del etngrafo, de sus informantes y para lasteoras que ayudan a forjar actitudes que hacen frente a la realidad de la violencia,tanto expresada como experimentada.

    La etnografa de la violencia.

    Aproximaciones a la violencia sociopoltica pueden ser realizadas de muchasmaneras. En algn nivel, sin embargo, para poder discutir la violencia, una debe ira dnde la violencia ocurre, investigarla como tiene lugar. Este volumen buscaremarcar esa idea, localizando la etnografa y al etngrafo en el contexto de laviolencia.

    Etnografas de primera mano sobre violencia no nos proveen con explicacionesirrefutables de lo que han visto. Como Michael Taussig (1987) ha sealado, laviolencia es resbalosa; escapa de definiciones fciles y penetra en los aspectosms fundamentales de la vida de las personas. La violencia es formativa; da formaa la percepcin de la gente sobre quines son y en contra de qu luchan a travsdel tiempo y el espacio en una dinmica continua que forja y afecta identidades.

    (Feldman 1991). La complejidad de la violencia se extiende a los etngrafos comoa sus teoras. La comprensin de la violencia debera experimentar un proceso decambio y reconsideracin en el curso del trabajo de campo y de la escritura de lainvestigacin porque no es slo irreal sino peligroso ir a campo con explicacionespredeterminadas de la violencia as como sera peligroso tambin ir a encontrar

    Comentario [E3]: p. 3

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    verdades para apoyar nuestras teoras. Por esta razn, no pretendemos brindarninguna teora. Una aproximacin dinmica a conflictos violentos hara frente a

    definiciones esencialistas y singulares y a la reificacin de la violencia. Como AllenFeldman (1991) ha notado, la teora surge de la experiencia. El peligro yace encrear definiciones de violencia que parezcan muy pulidas y terminadas, pues larealidad nunca ser as.

    La mayora de los captulos en ste libro no han sido elaborados para sacarconclusiones definitivas, pero sus argumentos son desarrollados procesualmente.Como las vidas que describen, los captulos retratan una creciente comprensinde los conflictos violentos que procede como un crculo hermenutico donde lasperspectivas fragmentarias y conjuntas toman giros. Esta comprensin esconstruida como la mayora de las muchas historias que los etngrafos escuchande las vctimas y de los perpetradores as como sus propias experiencias escritas

    en los diarios de campo.

    Investigar y escribir sobre violencia nunca ser una tarea simple. El sujeto estcargado de conjeturas, suposiciones y contradicciones. Como el poder, laviolencia es esencialmente disputada: todos saben que existe, pero nadie coincideen qu realmente constituye al fenmeno. Intereses, historias personales,lealtades ideolgicas, propaganda y la escasez de informacin de primera manoaseguran que muchas definiciones de violencia sean ficciones poderosas yverdades a medias negociadas.

    La violencia es tambin un fenmeno de capas intrincadas. Cada participante,cada testigo de la violencia, tiene su propia perspectiva. Estos testimonios pueden

    variar dramticamente. Existe la realidad poltica: las doctrinas, acciones y lasmaquinaciones de detrs de escenas de los agentes del poder. Existe la realidadmilitar: las estrategias, las tcticas y las lealtades de los comandantes; lacamaradera, las acciones y los informes de los soldados. Existe la realidadintelectual, forjada en cafeteras y en los pasillos de la academia, as como elmundo periodstico del chisme y los esbozos del frente. Tambin existe unarealidad psicolgica: el miedo, la ansiedad y la regresin y la represin hacia losrefugiados y los prisioneros de guerra. Y luego est la realidad de la vida en losfrentes: las historias y las acciones de la gente tan dispares como son losperpetradores y las bajas, adversarios y traficantes de armas, mercenarios ydoctores, criminales y trabajadores humanitarios.

    La etnografa puede ser conducida por cualquiera de esos niveles de la guerra.Pero para los autores de ste libro, la realidad ms opresora es la de la violenciasociopoltica representada en el centro de las poblaciones civiles, los procesossociales y la vida cultural. Es tanto el no combatiente como el combatiente, las

    Comentario [E4]: p. 4

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    esferas de lo cotidiano y lo mundano y tambin las esferas no tan mundanas de lavida lo que constituyen el campo social de las expresiones de violencia, los

    objetivos del terror, los templetes en los que las disputas por el poder son libradas,as como las fuentes de la resistencia y los arquitectos de nuevos ordenes ydesordenes sociales. Al ir pelando las capas de las muchas realidades queimpugnan en esta interrogante de qu es la violencia es cuando encontramos queincluso los ms horrorficos actos de agresin no son ejemplares aislados de unacosa llamada violencia sino que arrojan ondas que van reconfigurando vidas delas formas ms dramticas, afectando constructos de identidad en el presente, lasesperanzas y las potencialidades en el futuro e incluso las interpretaciones delpasado.

    Nuestra aseveracin de que la violencia es una dimensin de la vida no implicaque la tomemos como algo funcional. A diferencia de Ren Girard (1977), cuya

    perspectiva propone a la violencia como una contencin sobre la existenciahumana -que reconocemos valiosa- nosotros no argumentamos que la violenciasirva como una vlvula de escape para las tensiones intrasocietales. La violenciano es funcional. Las formas particulares de violencia, tales como las que ejercenlas instituciones judiciales y disciplinares e incluso ciertos movimientosrevolucionarios, pueden servir para canalizar la violencia, pero otras instancias deviolencia pueden elevar los niveles de disrupcin.

    Preferimos referirnos a la violencia como una manifestacin construida social yculturalmente de una dimensin deconstructiva de la existencia humana. Entoncesno existe una mejor forma de violencia. Su manifestacin es tan flexible como

    transformativa as como las personas y las culturas que la materializan, laemplean, la sufren y la desafan. La violencia no es una accin, una emocin, unproceso, una respuesta, un estado o un camino. Puede manifestarse a s mismacomo respuestas, motivaciones, acciones y as sucesivamente, pero los intentosde reducir la violencia a un punto fundamental o a un concepto soncontraproducentes porque esencializan una dimensin de la existencia humana yllevan a presentar a las manifestaciones culturales de la violencia como si fuerannaturales y universales. La violencia no es reductible a un principio fundamentaldel comportamiento humano, a una base estructural y universal de la sociedad o aprocesos cognitivos o biolgicos generales; aunque no negamos que la genteusualmente construye sus propias explicaciones generales de la violencia parabrindar un marco de referencia para sus turbulentas vidas. Estos marcos culturalesde comprensin son un objeto legtimo para el estudio etnogrfico aunque losintereses acadmicos de este libro sean otros- pero esos modelos locales nodeben ser confundidos por explicaciones tericas o universales de la violencia.Queremos mantener esas malinterpretaciones esencialistas de la violencia bajo

    Comentario [E5]: p. 5

    Comentario [E6]: la palabraredress

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    observacin, permaneciendo ms cerca de la experiencia de la violencia, yconcentrarnos en sus manifestaciones empricas.

    Esta concentracin en lo emprico y lo experimental nos aleja de una atencinexclusiva a las devastadoras consecuencias de la violencia y nos gua a unaaproximacin ms inclusiva al conflicto y la supervivencia. Es cuando intentamosdar un contenido emprico a la violencia como un problema de la existenciahumana que notamos las limitaciones de una muy restringida preocupacin en lamuerte, el sufrimiento, el poder, el infligir dao, la fuerza y la constriccin. Lamayor parte del tiempo la gente est atendiendo a las tareas rutinarias de su vida,a comer, vestir, baarse, trabajar y conversar. Concebir la violencia como unadimensin de la vida en vez de verla como el dominio de la muerte obliga a losinvestigadores a estudiar la violencia en la inmediatez de su manifestacin. Laguerra, la rebelin, la resistencia, la violacin, la tortura y el desafo, as como la

    paz, la victoria, el humor, el aburrimiento y la ingenuidad tendrn que serentendidas juntas a travs de su expresin en la cotidianidad si es que vamos atomar en serio el problema de la construccin humana de la existencia. Unaconceptualizacin muy estrecha de la violencia nos prevendra de notar que lo queest en juego no es simplemente la destruccin sino tambin la reconstruccin, noslo la muerte sino tambin la supervivencia.

    Las consecuencias polticas y econmicas de la guerra, el impacto duradero en elfuturo de la gente y la extensin de la muerte, la destruccin y el sufrimiento sontan convincentes que se muestran importantes a la atencin acadmica y popular.Sin embargo, las vidas de aquellos que sufren bajo la violencia o que son

    inmersos en la guerra no estn definidas exclusivamente en los trminos de lapoltica global, econmica, social o militar sino tambin en las acciones pequeas,usualmente creativas, de la cotidianidad. Es por ello queAll Quieto in the WesternFrontde Erich Maria Remarque -un retrato sensible de la vida en las trincheras yde su legado emocional para los sobrevivientes- es un referente tan intrigante dela Primera Guerra Mundial:

    Estamos unas cinco millas atrs del frente. Ayer fuimos relevados y ahoranuestros estmagos estn llenos de carne y de judas blancas. Estamossatisfechos y en paz. Cada hombre tiene otra racin para la tarde; y, lo que esms, hay una doble racin de salchichas y pan. Eso pone a un hombre enbuen estado. (Remarque 1958:7)

    Estas experiencias no estn restringidas a las trincheras y a los campos debatalla. El miedo de una mujer que, estando bajo la amenaza de un pseudoescuadrn de adolescentes armados por los seores de la guerra locales, tieneque recorrer las calles de Mogadishu con su racin diaria de agua; la angustia deun campesino de Camboya de que pueda pisar una mina de tierra en su camino

    Comentario [E7]: p. 6

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    al arrozal; o la preocupacin de una familia en Guatemala de que su hijo, quien esmiembro activo de un sindicato, pueda desaparecer despus de una incursin

    contrainsurgente en su casa, son situaciones que conducen a realidades de laguerra muy distintas a las resoluciones de las Naciones Unidas de Somalia yCamboya o al reporte anual de violaciones a derechos humanos publicado porAmnista Internacional o Americas Watch.

    Tratando con estos asuntos, debemos admitir que lo que cuenta en una sociedadcomo un nivel tolerable de violencia puede ser condenado en otra como algoexcesivo. Ulia Kristeva (1993), Barbara Johnson (1992) y Wayne C. Booth (1993)como investigadores, han abordado una pregunta que ha mortificado a AmnistaInternacional desde su comienzo: Cmo puede alguien determinar qu son losderechos humanos y qu no, y cmo pueden ser universalizados, cuando dehecho no hemos siquiera determinado cules son las premisas fundamentales del

    ser, la identidad, la existencia, la sociedad y la cultura?

    El trabajo de Michel Foucault, en particular Vigilar y Castigar (1977) abri nuevosterrenos para los cientficos sociales al mostrar que la violencia poda estarincrustada en estructuras sociales y materiales que haban sido obviadas por lasociedad occidental como normales, naturales, justas, humanas, razonables eincluso iluminadas. La educacin disciplinar de criminales en un edificante rgimende prisin era considerada un avance civilizatorio sobre la tortura barbrica y lavenganza de tiempos ms tempranos. Foucault demuestra que la perfidia delsistema de prisin revela el enmascaramiento de la violencia bajo una retricailuminada. La nocin de hegemona de Antonio Gramsci (1971) tambin ha

    tenido un impacto mayor en nuestra comprensin sobre la presencia de laviolencia en sociedades complejas. La violencia, la fuerza y el poder estnsublimados en instituciones sociales y en concepciones culturales de jerarqua quereflejan la ideologa de las clases dominantes y que han sido dadas por hecho porlas clases subordinadas. El concepto de habitus de Pierre Bourdieu (1977, 1984)puede servir a un propsito similar para explicar cmo las estructuras de violenciapueden reproducirse en la sociedad. Una sociedad pudo haber interiorizado elhabitus de la violencia por ejemplo, sistemas de segregacin racial ydiscriminacin de gnero- que estructura la interaccin social de formascoercitivas, que, de vuelta, reproducen divisiones culturales en las que esasmismas prcticas enrgicas se basan. Nos gustara agregar a Elias Canetti (1966),cuyo concepto de el poder de la orden (sting of command) demuestra que lainteraccin social en toda sociedad, independientemente de su tamao ocomplejidad, implica prcticas de coercin que son experimentadas comonaturales pero que sin embargo son opresivas y por ello evocan resentimiento yresistencia. Comandos, rdenes, instrucciones, direcciones y procedimientos que

    Comentario [E8]: p. 7

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    se extienden sobre nuestras vidas desde la infancia hasta la vida adulta. Lairritacin que deja el poder de la orden se acumula en n iveles intolerables, de

    acuerdo con Canetti, hasta que finalmente es arrojada por medio de una catarsisque evoca sentimientos de igualdad y que temporalmente neutraliza lasubordinacin sufrida.

    Cuando observamos violencia sociopoltica y sus relaciones con el poder en susformas dinmicas en sus manifestaciones y no en el marco institucional- nosdamos cuenta de que los puntos focales se multiplican y de que el centro es unnexo en cambio constante. Entonces la violencia no es simplemente sobre poder,como es tcitamente asumido en muchos estudios. En vez de ello preferimosincluir al poder entre un imbricado concepto de existencia humana. La experienciavivida, escribe Michael Jackson (1989:2), desborda los lmites de cualquierconcepto, o de cualquier sociedad. No podemos fijar la violencia a un solo

    dominio o a cualquier locus de poder. Esta indeterminacin confunde la polticatradicional y la teora militar que postulan a las lites polticas y las instituciones,los comandantes militares y las organizaciones, como el locus definitivo del podery del conflicto. Esto permite a los perpetradores y a las vctimas de la violenciaemergerya sea para encontrarse a s mismos en un campo de batalla designadoo en las calles de alguna ciudad- como los actores centrales en el drama de laviolencia y sus resoluciones. Los estudios tradicionales usualmente reducen a lamasa de bajas civiles precisamente a eso, a masas que fueron vctimas de algoque pueden no comprender y que no pueden controlar, mientras retratan a losdueos del poder como instigadores omnipotentes. Aqu nos preocupa percibir alas poblaciones expuestas a la violencia como indefensas, como masas

    indiferenciadas as como estereotipar a los perpetradores ya sea como hroes dela resistencia o como brutales traficantes de poder. Tampoco queremosconfinarnos en una dicotoma distorsionada de vctima versus perpetrador como siuno fuera, por definicin, pasivo y el otro activo. En este libro, encontramos quelos frentes de batalla son mucho ms voltiles e incipientes, con la violenciasiendo construida, negociada, reconfigurada y resuelta mientras los perpetradoresy las vctimas tratan de definir y controlar el mundo en el que se encuentran,porque en medio de la violencia la gente concibe definiciones morales sobre lasimplicaciones de sus acciones, se levanta en la cara de la brutalidad y desarrollaformas de resistencia a lo que ellos perciben como una opresin insufrible.

    Como demuestran los tericos citados arriba, la violencia no es algo ajeno a laexistencia humana lo que no significa que sea justa- y no ocurre slo en elmbito de la muerte. La violencia es una dimensin de la vida. Aplicar ecuacionesde racionalidad o irracionalidad o adjudicar significacin o insignificancia a eventosviolentos no es el punto porque sera basarse en la suposicin de que la violencia

    Comentario [E9]: p. 8

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    debera ser entendida en trminos de su funcin u objetivo. La violencia puede serejecutada con precisin lgica, lo que no la hace razonable, y est impregnada de

    significacin, aunque suele ser emocionalmente insensible. No buscamos la causao la funcin sino la comprensin y la reflexin. Permtasenos invocar a Remarque(1958:5) una vez ms citando el apologtico prefacio de su novela.

    Este libro no pretende ser ni una acusacin ni una confesin, y mucho menosuna aventura, pues la muerte no es una aventura para aquellos que estncara a cara con ella. Tratar simplemente de hablar de una generacin dehombres que, aunque hayan logrado escapar de su seno, fueron destruidospor la guerra.

    Remarque quera que su novela hablara sobre las prcticas de la guerra en lastrincheras y de las desilusiones de sus sobrevivientes. La novela no fue un xitoporque los historiadores contemporneos no encontraron explicaciones de laguerra que correspondieran con las horrendas realidades, de la verdaderaexperiencia de la guerra (Eksteins 1989:291).

    Queremos ser cuidadosos, sin embargo, de no reducir las consideraciones de laviolencia a las perspectivas del frente masculinas, occidentales y europeas (Enloe1983, 1989). Queremos prevenir no slo en contra de la falacia de reducir losconflictos a guerras, tropas y agresiones masculinas sino tambin contra teorasque han tomado esta perspectiva como su base. Tan importantes como lascontribuciones de Foucault a los estudios del poder y la violencia, son las crticasfeministas al poder y a la epistemologa occidental hechas por autoras comoNancy Hartsock (1990) que brindan contra-hegemona acadmica. Helene Cixous

    (1993:35) dijo en su Oxford Amnesty Lecture sobre la cuestin de los derechoshumanos:

    De qu no puedes hablar? Qu est prohibido en el dolor de lamuerte? Publicar estadsticas sobre los cincuenta aos de PremioNobel est permitido. Puedes decir que ha habido 510 hombres y 24mujeres entre los ganadores. Pero no puedes usar la palabra misoginiaal respecto, ni ninguna otra.

    Expresar la pregunta sobre los ganadores del Nobel en un estudio de violenciasociopoltica no es tan tangencial como puede parecer. Como han mostrado tantoFoucault como Hartsock, las estructuras de poder se reproducen por medio del

    proyecto sociopoltico y as es como el poder se sostiene. Queremos despojar a lagente de la nocin de que la violencia est separada de las dinmicas sociales yculturales que dan forma a nuestras vidas. Esto quiz est mejor demostrado porla discusin de Cynthia Enloe (1993) sobre las relaciones personales durante laguerra, el desarrollo econmico desigual que priva de derechos al trabajo

    Comentario [E10]: p. 9

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    Qu legitimidad tienen los antroplogos para hablar por otros, en particular, parahablar por las vctimas de la violencia? Aqu reside el punto, sometido a discusin,

    del ms importante significado de la expresin lo absurdo de la guerra.2

    Absurdoliteralmente significa insufrible as como ensordecedor. Lo absurdo de la guerra esque aquellas personas cuyos destinos estn siendo decididos son rara vezescuchadas porque tienen poca voz en los eventos que determinan sus vidas. Sonlos mudos perjudicados de la guerra. Justo como los antroplogos han dado amuchas culturas una imagen, y en las ltimas dcadas incluso una historia, es quelos colaboradores de este libro queremos hacer audible la voz de las vctimas y delos perpetradores.

    Escribir la violencia, sin embargo, nunca ser un asunto tan honesto. GayatriSpivak (1988) reta a los antroplogos occidentales a cuestionar sus motivos paraestudiar a personas no occidentales, la posicin de su (des) escritura en las

    relaciones de poder cuando tratan de hablar por aquellos entre quienes hantrabajado, as como los efectos de su trabajo. Para Spivak, la investigacin y larepresentacin estn irreductiblemente entretejidas con la poltica y el poder. Elantroplogo que proclama dar voz a aquellos con menos posibilidad de hablar,advierte Spitvak, estn usualmente comprometidos con discursos casiposcoloniales que han vuelto a estar de moda gracias al mundo posmoderno (vertambin Trinh 1989). Para Spivak, los antroplogos occidentales son sospechosospor el simple hecho de ser antroplogos occidentales, como tambin essospechosa su habilidad de dar voz a otros. Amenos que asuman una seriaautocrticano slo como antroplogos sino como occidentales, como productoshistricos y como vnculos de una red de privilegio- e incorporen ese anlisis a sus

    presentaciones y a sus publicaciones -Spivak exhorta-, su sinceridad y sushabilidades son de dudar.

    Spivak tiene un punto. Uno slo necesita leerThe Invention of Africa (1988) de V.Y. Mudimbe para poder comprender la embarazosa extensin con la que resuenala empresa colonial entre los textos antropolgicos. Quiz ms desestabilizante esel reconocimiento de que esto no se restringe a las justificaciones de superioridaddel Atlntico Norte. La escarpada fuerza de la aculturacin occidental encubre lascreencias destructivas que cargan -y que imponen a aquellos que estudian- losantroplogos occidentales, incluso algunos declarados igualitaristas. Partimos acampo con la carga de nuestra propia cultura, apoyndonos e impulsndonos pornuestras suposiciones occidentales que rara vez cuestionamos, escudados en elresplandor de la compleja diversidad cultural por un lente de creencias culturalescuidadosamente construidas que determinan, tanto como clarifican, lo que vemos.Cuando pretendemos hablar por otros, llevamos la empresa occidental a las bocas

    2Absurdity of war.

    Comentario [E11]: p. 10

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    de otras personas. No importa nuestra dedicacin, no podemos escapar dellegado de nuestra cultura.

    Yet Taussig (1987) y Nancy Scheper-Hughes (1992) comparten el mismo puntocuando retan a los antroplogos a hablar en contra de las injusticias queencuentran. Hacer cualquier otra cosa es equivalente a condonarlas. Si nuestraposicin nos otorga privilegios, estos pueden ser empleados para ayudar aaquellos con menos. Para estudiosos como Taussig y Sheper-Hughes, esto no esuna opcin sino un deber.

    Hemos alcanzado un estado de desarrollo teortico en el que no podemos seguirarrojando contradicciones incmodas. El mundo no es gobernado por el sueopositivista o la coherencia racional; nuestras teoras y prcticas de investigacintampoco deben serlo. Compartimos la aprehensin de Spivak hacia el tenebroso

    velo de la academia, manchado de asuntos de poder y autoridad que usualmentese obscurecen detrs del hbito cultural y la retrica intelectual. Tambincompartimos la conviccin de Taussig de que no slo podemos sino debemosescribir en contra de la represin y la injusticia, y dudamos que una pueda o debasuplantar a la otra. Igual de inevitable es la contradiccin de que el privilegio seaplique para su propio beneficio reproducindose a s mismo incluso a expensasde otros, mientras al mismo tiempo ser usado para protestar contra lasdesigualdades e injurias causadas por la bsqueda de la ganancia. Nopretendemos resolver estas contradicciones. Tampoco pretendemos acallar aSpivac con una dosis ms liberal de Taussig o viceversa. Este dilema es parte yparcela de la antropologa como tradicin de investigacin que media entre

    culturas y jerarquas.Igualmente pertinente es la cuestin del estilo etnogrfico que se refiere acualquier tipo de violencia, sea por medio de reportes de testigos, fotografas opoemas. Se puede contar a los muertos y medir la destruccin de la propiedadpero las vctimas nunca pueden transmitirnos su dolor y su sufrimiento de otraforma que no sea la distorsin de la palabra, la imagen o el sonido. Cualquierinterpretacin de las contradictorias realidades de la violencia impone orden yrazn en lo que ha sido experimentado caticamente. En vista de que la violenciaes resuelta en la narrativa, el evento violento parece tambin perder suparticularidadsu realidad-3una vez que es escrito (Young 1988:15). Aunado asu realidad, pierde su parte absurda e incomprensible; paradjicamente, las

    cualidades mismas que nos gustara transmitir.

    3El trmino es facthood.

    Comentario [A12]: p. 11

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    La transformacin de eventos violentos en explicaciones narrativas arroja elproblema de su veracidad o autenticidad. Dado que una distorsin al mediar entre

    el evento y el texto es inevitable, existe una diferencia entre las explicacionescontemporneas y las explicaciones posteriores. La diferencia yace en elmomento y la voz del texto. Si el testimonio literario de los memoristas esevidencia de otra cosa lo es del acto mismo de escribir. Esto es, incluso si lanarrativa no puede documentar eventos o constituir veracidades, s puededocumentar la actualidad del escritor y del texto. (ibid., 37). Una explicacincontempornea es ms autntica que una posterior simplemente porque fueescrita en el tiempo del evento sin la claridad de la retrospectiva. Sin embargo, nopuede reclamar mayor veracidad o comprensin que las expresionesdocumentales, ficticias, poticas o cinematogrficas. El grado de autenticidad dicepoco sobre el verdadero valor del discurso. Las verdades son siempre histricas yno pueden congelarse en el tiempo o ser atrapadas por modos discursivosparticulares. Las cuestiones y problemas que aborda un narrador son restringidospor el contexto histrico en el que son emprendidos (ver Gadamer 1985). RichardRorty (1986:3), citado por Jackson (1989:182), observa, Permtanos aceptarentonces que hay una realidad ahistrica, absoluta e infinita sea fuera o dentro denosotros que podamos alcanzar adoptando un estilo discursivo particular. Elmundo est all afuera, eso es seguro, y en el fondo de nosotros tambin,pero nola verdad. La verdad y la comprensin son entonces formas condicionadas ysituadas, incluso aunque la comprensin histrica pueda profundizarse con elpaso del tiempo y el estudio de nuevas instancias de violencia.

    A pesar de la historicidad del conocimiento y de la paradoja de que la narracin

    infunda a los eventos violentos con un orden, un significado y una racionalidad queno tienen, siempre hay maneras de reducir el grado de distorsin. Entre ms cercapermanezcamos a las permanencias del flujo de la vida -a su progresinusualmente errtica- mayor entendimiento podremos evocar entre los lectoressobre la existencia cotidiana de la gente bajo asedio. La recopilacin deconocimiento local sobre los eventos por medio de la experiencia directatambinllamada observacin participante- o al menos por medio de hablar con losprotagonistas mismos en vez de trabajar con fuentes de segunda mano ha sidouno de los sellos de la antropologa (ver Barnett y Njama 1966; Edgerton 1990;Feldman 1991; Kapferer 1988; Lan 1985; Lavie 1990; Manz 1988; Nordstrom yMartin 1992; Ranger 1985; Sluka 1989; Tambiah 186; Taussid 1987; Zulaika

    1988). Aqu, la antropologa puede hacer una contribucin importante al estudio dela guerra y la violencia. Sin embargo, antes de que los antroplogos sean capacesde iniciar un dilogo serio con otras disciplinas en reas hasta el momentoreservadas para las ciencias histricas y polticas, ser importante clarificar cmo

    Comentario [A13]: p. 12

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    el trabajo de campo, la descripcin y la comprensin estn interrelacionadas sinigual en la investigacin antropolgica.

    Experiencias de campo

    Muchos etngrafos que estudian la violencia han experimentado una ofuscacinen su primer encuentro con ella. Parece no existir un terreno ms alto desde elcual observar al mundo de la violencia con relativo desapego. La mayora de losautores de ste libro han pasado por ste proceso, un proceso que puede sermalinterpretado como un shock cultural. Pero este shock puede sentirse tanto ennuestro propio crculo social familiar como en otra cultura. Es una desorientacinsobre los lmites entre la vida y la muerte, que parecen errticos en vez deseparados. Es la conciencia paradjica de que las vidas humanas pueden serconstituidas tanto alrededor de su destruccin como de su reconstruccin y de que

    la violencia se convierte en la prctica de negar la razn de existencia de otros yde acentuar la sobrevivencia de uno mismo. Esta confrontacin del sentido del serpropio del etngrafo con las vidas construidas en terrenos peligrosos es la queprovoca la ofuscacin y el sentido de alienacin que experimenta la mayora denosotros.

    El shock existencial es un fenmeno muy personal que depende de laespecificidad del contexto de la investigacin. Las manifestaciones de violencia ala que muchos etngrafos estadounidenses estn acostumbrados usualmente yani siquiera alcanzan los noticieros; tan comunes son los asaltos callejeros, lasviolaciones, los abusos a menores y la amenaza que podran ser impactantes paralos etngrafos de otras sociedades.

    El shock existencial no ocurre slo al enfrentar los traumas de campo. Es unaexperiencia igual de poderosa encontrarse con lo creativo y lo esperanzador enmedio de condiciones de violencia. Muchos autores en este volumen hanobservado la importancia de la imaginacin y de la celebracin en situacionestraumticas. Las tragedias de la violencia pueden ser contrabalanceadas por lassoluciones remarcables que la gente misma crea, usualmente mientras enfrenta laviolencia.

    Los captulos en este volumen han sido arreglados a lo largo de un continuumtemporal de rasgos que se refieren con profundidad a las realidades de estudiartemas peligrosos en lugares peligrosos. Cada autor ha seleccionado un trmino o

    una frase que une crticamente tres preocupaciones: la realidad opresora queenfrenta la gente que vive bajo la violencia; las experiencias de los antroplogosmientras trabajan con stas personas en circunstancias difciles; y lasimplicaciones que esto tiene para la teora responsable. Tomada como un todo,

    Comentario [A14]: p. 14

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    esta coleccin de trminos ilustra muchos rasgos centrales de lo que unoprobablemente puede enfrentar al experimentar y estudiar la violencia

    sociopoltica. Esperamos, conforme aumentan los estudios de sta naturaleza,que surjan ms trminos y una mayor comprensin del shock existencial y lasrespuestas creativas.

    Hemos organizado la secuencia de los captulos para seguir la trayectoria de unverdadero encuentro con campo, comenzando con la confrontacin inicial delinvestigador con eventos violentos, pasando a las complejidades del trabajo decampo y terminando con el retorno de campo con notas terminadas en mano, oregresando a campo para segundas aproximaciones. Esperamos que este libropueda ayudar a los etngrafos de la violencia y del conflicto sociopoltico areconocer estos problemas existenciales, a resolverlos y usarlos a su favor. Unacrisis de trabajo de campo, tan personal como poltica y teortica, puede

    profundizar en la comprensin de los etngrafos, de la gente con la que seasocian y de la violencia que estudian. Tambin esperamos que este libro se llevealgunas de las ansiedades de hacer trabajo de campo para estudios de violencia yque anime a los antroplogos a realizar ms proyectos de investigacin sobre estetema.

    Comenzamos con un captulo de Ted Swedenburg quien est involucradoconsiderablemente de forma autobiogrfica con la gente entre quienes se conduceen el trabajo de campo. Cundo se convierte la empata en identificacin?Cundo es que las vidas personales y los intereses profesionales se funden en eltrabajo de campo etnogrfico? La relacin especial de Swedenburg con el pueblo

    palestino provoca dudas sobre su propia identidad, que se enreda y se entrelazacon sus preguntas de investigacin. Sus aos de estudiante en la UniversidadAmericana de Beirut durante los 70s le brindaron amigos palestinos con los quecomparti momentos de privacin que le dejaron profundas huellas emocionales.Su investigacin sobre la Intifada del Banco Occidental lo llev a la exgesis auto-reflexiva, tan bien capturada en la doble expresin prisioners of love, de lasreflexiones de Jean Genet en sus aos con el pueblo palestino a principios de los70s. Tanto Genet como Swedenburg experimentaron un sentido deengrandecimiento al atestiguar un peligroso mundo de fervor revolucionariomientras probaban los amargos frutos de la resistencia y la represalia. Sinembargo, tambin compartieron un infranqueable desapego cultural al movimientopoltico con el que nunca se lograron identificar completamente. Aun as,simpatizaron con amigos que fueron torturados y asesinados, aborrecieron loscampos de refugiados consumidos y compartieron el humor y el espritu de lagente condenada a vivir en ellos. Swedenburg se encuentra a s mismo vagandoprogresivamente fuera del violento conflicto de Medio Oriente y adentrndose en

    Comentario [A15]: p. 14

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    las casa de los palestinos desposedos con sus risas y sus generosidades. Estepasaje tambin marca un retorno a los recuerdos de su infancia sobre el pueblo

    palestino y la impresin indeleble que hoy continan dejndole.Uno de los problemas ms comunes y complicados del trabajo de campo enviolencia es cmo manejar los rumores. Todo etngrafo se topa con una buenacantidad de chismes, calumnias, patraas, rumores e incluso con asesinatosficticios de personajes, pero adquieren una importancia poco comn ensituaciones de violencia en las que el acceso a tal informacin puede hacer ladiferencia entre la vida y la muerte, entre estar a salvo y estar en peligro. Losrumores usualmente son la nica fuente de informacin etnogrfica disponible porlos antroplogos bajo circunstancias que cambian rpidamente. Los noticieros noson capaces de reportar satisfactoriamente en el torbellino de eventos y el riesgode muerte evita que el etngrafo recolecte la mayora del dato en campo de

    manera personal. Anna Simons describe el ominoso estallido de violenciacallejera en Mogadishu durante el 14 de julio de 1989. Fue ste el primerincidente del que se convertira en el conflicto ms devastador de la historiasomal? Puede la violencia resultante de la guerra civil ser rastreada hasta hoy?La retrospectiva tiende a reducir las dinmicas contradictorias de la violencia acaminos lineales de desarrollo histricos y a descartar las explicacionescontemporneas como inconsistentes o mal informadas. Sin embargo, Simonsmuestra que la incongruencia y la confusin son el material mismo con los que lahistoria es escrita. Ella describe los conflictivos rumores que zumbaban alrededorde la capital y las redes sociales que se movan para reunirlos y verificarlos. Perocmo cernir el hecho de la ficcin? La verdad de la desinformacin? Qu

    rumores haban sido inventados y cules correspondan a eventos reales? Estaspreguntas se hacen indispensables para los etngrafos de la violencia que tienenque decidir al momento a dnde dirigir su limitado tiempo y la atencin de lainvestigacin. El rumor, como muestra Simons, provey a la gente en Somalia deperspectiva durante una situacin insostenible. Infundi confusin poltica con uninterminable flujo de teoras aparentemente crebles pero inmediatamentedesacreditadas. Estos rumores -suplantados, descartados, y casi olvidados almomento de su aparicin- resultaron ser la carne del trabajo de campo,importantes por su coherencia histrica narrativa construida en retrospectiva y quepor ende merecen tanta atencin etnogrfica como los eventos que hanprevalecido en la memoria colectiva.

    Hemos hablado repetidamente sobre la incertidumbre de los eventos violentos.Esta incertidumbre se presenta igualmente al antroplogo que repentinamente seve envuelto en una situacin de violencia para la cul l o ella no estabapreparada. Qu estrategia de investigacin debe ser elegida? Algunos intentan

    Comentario [A16]: p. 15

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    continuar con sus proyectos originales como si nada hubiese cambiado. Otrosprefieren marcharse hacia reas ms seguras o incluso deciden abandonar campo

    y regresar a casa. Mientras a otros les gustara estudiar la nueva situacin perodudan en hacerlo porque sienten que no tienen suficiente preparacin en el temade la violencia. El siguiente caso cuenta cmo un etngrafo resolvi ste dilema.Varios estudiosos occidentales que trabajaban en Beijing se irritaron cuando lasprotestas de la Plaza Tiananmen en mayo de 1989 les impidieron visitar losarchivos y avanzar en sus proyectos de investigacin. Sin embargo, Frank Piekese dio cuenta de que el Movimiento Democrtico de China tena importanciahistrica y que rogaba por ser estudiado. l decidi incorporarse a este desarrollopoltico accidental durante su investigacin sobre las polticas de reformaeconmica de los 70s. Pieke previene a los antroplogos de enfrascarse en laejecucin de un plan de investigacin predeterminado o de volver a iniciar tododesde el principio cuando se encuentren en situaciones inesperadas. Laantropologa accidental no trata de emergencias sino que se inclina por lacomprensin de contingencias en un contexto social y cultural ms amplio. De unaforma muy similar a la del pueblo chino, Pieke trata de comprender las cosas atravs de un dilogo continuo que se extiende hasta eventos anteriores queadquieren un nuevo significado en el presente. Recorriendo las calles de la PlazaTiannmen, observa las manifestaciones estudiantiles y pregunta a susinformantes sobre las protestas. Se da cuenta de que ese involucramiento noocurre sin riesgos cuando se le pide que acte como escudo humano paraproteger a los estudiantes contra las balas de las fuerzas represivas. Lacontribucin de Pieke demuestra la versatilidad y el potencial creativo del trabajode campo antropolgico y de los inesperados dilemas ticos que pueden surgircuando nuestros informantes acuden a nosotros en busca de ayuda y compasin.

    Cmo es afectado el trabajo de campo cuando la gente no slo pide a losetngrafos su compasin sino tambin su colaboracin e incluso su complicidad?Qu ocurre con la dialctica de la empata y el desapego cuando las vctimas ylos perpetradores de la violencia se inmersan en las polticas de la verdad o tratande hacer que el etngrafo acepte su versin de los hechos como si fuera la versincorrecta? Antonius Robben encuentra estos problemas en su investigacin dentrode la disputada reconstruccin histrica de la guerra sucia argentina como lacuentan sus principales protagonistas y supervivientes. Por los altos riesgospolticos y emocionales de ste conflicto violento, estrategias de persuasin y

    encubrimiento le son aplicadas por generales, obispos, polticos, ex comandantesde guerrilla y lderes de derechos humanos4. Robben usa el trmino seduccinetnogrfica para describir estas estrategias. El brinda una mirada franca y

    4debe ser una traduccin literal? Dice human rights leaders.

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    probatoria a la cuestin de cmo la retrica sofisticada de los militares argentinosafect su sensibilidad crtica y cmo los angustiados testimonios de sus vctimas lo

    envolvieron en el silencio y la tristeza. La seduccin etnogrfica deshabilit sumirada etnogrfica mientras sus interlocutores trataban de alejarlo de unacomprensin ms profunda de los difciles aos setenta hacia una superficie derazn y emociones. Arrastrado entre justificaciones racionales de la guerra yapelaciones a los derechos humanos, confundido entre la compasin por lasvctimas y un sincero intento de entender a los victimarios, Robben lentamenteempieza a aprehender las analogas dentro entre la seduccin provocada por losarquitectos de la represin y las prcticas de la guerra sucia de desaparecer,engaar y aterrorizar al pueblo argentino. Esta conciencia le permiti exponer latransparencia dictatorial del poder, reconocer la perfidia de su dominacin ysimpatizar ms profundamente con las vctimas de la represin.

    Si la seduccin manipula a los etngrafos, entonces el miedo y la intimidacinpodran paralizarlos. La mayora de los autores de ste libro han pasado pormomentos atemorizantes, pero Linda Green ha analizado explcitamente al miedoen un contexto personal y poltico. La cultura del miedo que ha reinado enGuatemala desde los aos sesenta ha penetrado en el tejido social por medio dela desconfianza en las amistades y los lazos familiares. El miedo ha entrado a lamemoria social y las prcticas sociales. El silencio y el secreto son lasconcomitantes que el etngrafo enfrenta cuando quiere realizar trabajo de campoen un pas que sigue bajo control autoritario, donde las unidades decontrainsurgencia tienen mano libre y los escuadrones de la muerte intimidan yasesinan ciudadanos y extranjeros por igual. Green hace un bosquejo de la calma

    sobrecogedora y el visceral desasosiego de la vida cotidiana bajo la represin. Lacultura del terror subterrneo en el pueblo de Chicaj se funde con las rutinas deltrabajo de campo mientras Green es llamada por el comandante militar quecontrola el rea. Al subir uno de los cerros que rodean el valle hacia la colinadonde yace la guarnicin que vigila el pueblo desde arriba, ella camina los pasos yrevive algunos de los miedos que tantas mujeres antes de ella han enfrentado enla inocencia de que ella, y sus desaparecidos esposos e hijos, no han hecho nadamalo. Compartir su experiencia con las viudas de Guatemala le ensea sobre laimportancia del silencio como estrategia de supervivencia as como su importanciaal utilizarse como una herramienta represiva. Encontrarse con el miedo de esaforma no significa sucumbir ante el estado de normalidad y rutinizacin con el que

    se conduce a la gente a nada ms que mantener su ambigedad en la memoria yel desafo.

    No slo el caos sino tambin la creatividad acompaan a la guerra y a la violencia.Muchos de nosotros nos hemos sentido incapaces de responder cuando se nos

    Comentario [A17]: p. 16

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    pregunta por la razn y el sentido de las situaciones violentas. Las explicacionesracionales de los perpetradores contrastan agudamente con las dolorosas

    realidades de las vctimas. Carolyn Nordstrom describe cmo ha luchado ycontina luchando con el sinsentido de la violencia infringida a la poblacin deMozambique por la guerra de Renamo5. La violencia excesiva atacadeliberadamente al sentido familiar y comunitario de la gente, sacudiendo loscimientos de su existencia cultural y humana. Los antroplogos mismos, comoaquellos entre quienes trabajan, no pueden sustraerse del impacto de atestiguar latragedia pero deben luchar con las implicaciones de trabajar en un contexto en elque la violencia orilla hacia las dramticas respuestas a preguntas nucleares sobrela naturaleza humana y la cultura. Ella aclara que las reflexiones intelectuales paraexplicar los eventos violentos y su retrato en una narrativa coherente imponen unorden y un razonamiento que desdibuja el caos que la guerra sucia pretendeproducir. Nordstrom eventualmente abandona esta ftil bsqueda de explicacionespor que la guerra juega a la destruccin conceptual con las herramientasanalticas y las categoras desarrolladas en la calma y la tranquilidad de nuestroscmodos cubculos. Ella rechaza las racionalizaciones apologticas de la guerraen un movimiento radical al golpear la razn como es aplicada a la guerra. Envez de ello, pone atencin al significado, a la creatividad y a la imaginacin comoestrategias de supervivencia y reconstruccin entre la gente de Mozambique. Envez de racionalizar su ofuscacin o de rendirse a las inevitables distorsiones yconstricciones de la narrativa racional, se concentra en la poesa del discursocultural de las vctimas de la guerra quienes crean sus palabras con los nuevosfragmentos de sus quebrados hogares y vidas.

    Cathy Winkler es una etngrafa que tuvo que escoger entre los pedazos rotos desu propia vida. Las antroplogas no son inmunes a la violencia que pareceendmica a la sociedad humana. Hay antroplogos y antroplogas que han sidoasesinadas, en casa y en campo. Han sido robadas, asaltadas y violadas. Sinembargo muy pocas vuelven las tragedias de su vida personal en material deinvestigacin e incluso an menos usan su entrenamiento antropolgicoconscientemente durante una violacin. Winkler describe cmo fue abusadarepetidamente por un violador para convertirse en la vctima, la superviviente, latestigo, la investigadora y la estudiosa de su propia agresin. Etngrafa yetnografa colapsan en un hoyo totalitario en el que objetiva y subjetivamente soncubiertas con ambigedad. El objeto de investigacin se convierte en sujeto y el

    sujeto sobrevive al comportarse como un objeto. La contribucin de Winkler logratransmitir la confusin, la irracionalidad y la ofuscacin de una violacin enparticular, y de los conflictos violentos as como de la investigacin sobre violencia

    5Renamo: Resistencia Nacional Mozambiquea

    Comentario [A18]: p. 17

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    en general. La incongruencia del comportamiento y el discurso que Winklerobserva y experimenta en el violador tambin pueden encontrarse en otras

    situaciones violentas. La persona atacada es situada en un mundo desordenadode ambigedad e incongruencia. El shock existencial resultante experimentadopor muchos etngrafos de la violencia, pero en un sentido ms amplio por eletngrafo que se convierte en una vctima-sobreviviente- es experimentado comola deconstruccin, destruccin, transformacin, traumatizacin y finalmente, elasesinato de la identidad misma.

    Este libro pretende terminar con los captulos de Maria Olujic y Joseba Zulaika,quienes vuelven a sus pases de origen como intelectuales exiliadas en losEstados Unidos. Su lucha con el conflicto entre la violencia que destruye a suscompatriotas y los bellos recuerdos de la infancia. Olujic escribe sobre superturbadora partida de California para la repblica en guerra de Croacia. Describe

    la partida hacia el campo que es al mismo tiempo un regreso a casa. Olujic vuelvedespus de una ausencia de dos dcadas a una tierra natal que ya nocorresponde con los recuerdos de su niez. La irona de que su madre lecomprara una mscara antigases epitomiza la ambigedad del retorno a una tierranatal que no puede ofrecerle ninguna seguridad fsica o emocional. Su captulo esms que una descripcin de su vida en Sarajevo. Filtrarse entre sus lneas es unacontinua desesperanza ante la violencia en los Balcanes mientras ella explota sushabilidades etnogrficas para mantener su balance. Al asistir a rituales que hacenfrente a tales condiciones, como celebraciones, bailes pblicos, lecturas depoesa, teatro y conciertos de msica ella misma aprende a contrarrestar lasituacin. Hablando tanto por s misma como por todos los autores de ste libro,

    ella enfatiza los dilemas ticos de la etnografa de la violencia y de los conflictossociopolticos al recordarnos sus consecuencias. Deberamos ser cuidadosos,seala Olujic, al pedir a las vctimas de la violencia que cuenten sus historiascuando son incapaces de revivir sus traumas. Puede que le demos voz a lasvctimas de la violencia pero nunca podremos restaurar sus vidas.

    La atencin hacia las responsabilidades ticas de los antroplogos eleva lapregunta de dnde termina la investigacin y dnde empieza el involucramientopersonal. Zulaika inicia una investigacin etnogrfica de la violencia de Euzkadi TaAzkatasuna (ETA) en su nativa tierra Vasca, pero para l es tambin unabsqueda autobiogrfica la que lo lleva cara a cara con el dilema tico de ser tantoun intelectual privilegiado desde una perspectiva externa as como un miembrodel vecindario cultural. Sus amigos de la infancia del pueblo de Itziar se hanconvertido en miembros prominentes de la ETA y Zulaika se pregunta cmo l, aligual que el resto de la comunidad, puede reconciliar las imgenes conflictivas delos activistas polticos como hroes y terroristas, en un drama tan repleto de irona

    Comentario [A19]: p. 18

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    y farsa como de orgullo y coraje. Sin embargo, su ambivalencia no es provocadasimplemente por la irregular frontera entre la simpata y la repulsin sino tambin

    por la pregunta de cmo puede un etngrafo brindar un foro abierto a y entrar enun dilogo con las guerrillas terroristas. El dilogo se trata de mostrar una caraen reconocimiento de la existencia y la humanidad de cada uno, violando el msgrande tab para los especialistas del terrorismo: dar una cara y una voz alterrorista. El dilema se complica cuando su comunidad le pide reportar loshallazgos realizados en su trabajo de campo. Viendo a la comunidad como untodo, l lidia con su falta de habilidad para encontrar un terreno moral ms altodesde el cul explicar y juzgar la violencia de la ETA. La violencia que crecidentro de la sociedad vasca es narrada en formas conflictivas de complicidad quesolo pueden surgir a travs de un dilogo con los hijos terroristas de la comunidaddemonizados y tildados y de una responsabilidad consciente y compartida de suviolencia poltica y personal. de forma consciente.

    Los captulos en ste volumen son discutidos por Allen Feldman, cuyo trabajosobre prisioneros polticos en Irlanda del Norte mueve el piso y le convierten en unapto crtico. Nos resistimos a la tentacin de incorporary domesticar- sus astutasobservaciones en sta introduccin pero le daremos al lector la palabra final.Habiendo ledo sobre los problemas de trabajo de campo epistemolgicos,metodolgicos y teorticos bajo circunstancias peligrosas, este mismo lectorpodra an quedar con algunas preguntas importantes sobre cmo protegerse ensituaciones de violencia. Hemos por ello incluido una seccin especial sobre laprctica de la etnografa de la violencia y los conflictos socioculturales.Comenzamos con unas cuantas letras desde el campo por la antroploga Myrna

    Mack como un tributo a todos los antroplogos que han sido asesinados duranteuna investigacin. Mack muri en 1990 a manos de soldados guatemaltecos en elcentro de la Ciudad de Guatemala mientras sala de su oficina rumbo a su casa.Su crimen: trabajar para hacer visibles las historias de los guatemaltecos bajo larepresin poltica. Las letras del prefacio son elaboradas por Elizabeth Oglesby,quien trabaj con Mack durante cinco aos en Guatemala antes de su asesinato.La historia de Mack es una crnica tanto de la tragedia como de la comunidad querodea a los intelectuales que trabajan sobre temas de violencia sociopoltica. Laindignacin de los intelectuales alrededor del globo y el valiente trabajo realizadopor su propia familia y amigos sirvi para llevar a juicio de asesinato a cincosoldados guatemaltecos.

    Ricardo Falla, antroplogo y sacerdote, tambin ha dedicado su vida a asistir ydocumentar las vidas de los mayas que viven bajo el rgimen poltico deGuatemala. A riesgo considerable, Falla ha pasado ms de media dcada viviendocon los mayas en las Comunidades de Poblacin en Resistencia. En una

    Comentario [A20]: p. 19

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    entrevista con Beatriz Manz notable por su trabajo sobre la violencia contrapoblaciones civiles guatemaltecas- Falla une la moralidad y la practicidad de lo

    que podra llamarse ms acertadamente una pasin de vida que una etnografa.En las conclusiones nos movemos a las especificidades del da a da que hacenposible una investigacin en lugares peligrosos. Jeffrey Sluka brinda unasugerencia prctica de cmo mejorar la seguridad personal. Sus recomendacionesestn basadas en su propia investigacin extensiva sobre el Ejrcito RepublicanoIrlands6 y el Ejrcito Irlands de Liberacin Nacional7 en un proyecto catlicohabitacional en Belfast, Irlanda del Norte.

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    Comentario [A21]: p. 20

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    Viviendo en un Estado de miedo.

    El miedo es una respuesta al peligro. Pero en Guatemala, en vez de ser

    solamente una experiencia subjetiva personal, el miedo ha penetrado en la

    memoria social8

    y en lugar de ser una reaccin aguda, es una condicin crnica.Los efectos del miedo son insidiosos y penetrantes en Guatemala. El miedo

    desestabiliza las relaciones sociales al acuar desconfianza entre los miembros de

    una familia, entre vecinos o entre amigos. El miedo divide comunidades a travs

    de la sospecha y la aprehensin no slo entre extraos sino tambin entre s.9 El

    miedo crece con las ambigedades. Los rumores sobre listas de la muerte y sobre

    denuncias, chismes e insinuaciones crean un clima de sospecha. Nadie puede

    estar seguro de quin es quin. El espectculo del pasado reciente de tortura,

    muerte, masacres y desapariciones se ha inscrito profundamente en los

    individuos y en la imaginacin colectiva por medio de una constante sensacin de

    amenaza. En el altiplano el miedo se ha convertido en una forma de vida. El

    miedo es el rbitro del poder: invisible, indeterminado y silencioso.

    8 Conneron (1989:12) se ha referido a la memoria social como imgenes del pasado que comnmente

    legitiman el orden social presente, En Guatemala el miedo inculcado en la memoria social ha engendradouna forzada aquiescencia de parte de muchos mayas hacia el status quo. Al mismo tiempo, una distinguida(contra) memoria social maya existe y se expresa a travs de las danzas indgenas -especialmente en ladanza de la Conquista-, en las narrativas orales, en las relaciones que se mantienen con los ancestros atravs de la siembra del maz, la ropa tejida, los rituales religiosos y las ceremonias.9

    El miedo a los extraos no es un fenmeno nuevo en Guatemala. A finales de los aos cuarenta Oakes(1951), en su estudio de Todos Santos, report que la gente local era reticente a hablar con los pocos

    extraos que llegaban a la comunidad, y ella tambin fue tratada con sospecha al inicio de su trabajo decampo. Con algunos Oakes nunca desarroll un rapport de confianza, una experiencia comn entre lamayora de las personas que hacen trabajo de campo. Desde las ltimas olas de violencia, sin embargo, laslealtades comunitarias han sido divididas y el nivel de desconfianza previamente conocido ha permeado lavida social. Un clima de sospecha prevalece entre muchos pobladores. Las dos pelculas etnogrficaselaboradas por Carrescia en Todos Santos a una dcada de diferencia (1982, 1989; antes y despus de laviolencia), documentan algunos de los profundos cambios acrecidos por el estado de terror sistemtico.

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    Cul es la naturaleza del miedo y el terror que ha impregnado a la sociedad

    guatemalteca? Cmo es que la gente lo entiende y lo vive? Y Cul es el riesgo

    para la gente que vive en un estado crnico de miedo? Es que la supervivencia

    misma depende de una gama de respuestas a una situacin aparentemente

    inmanejable?

    En este captulo examino la violencia invisible del miedo y la intimidacin a travs

    de las experiencias cotidianas de la gente de Xecaj.10 Al hacerlo intento capturar

    el sentido de inseguridad que permea la vida individual de las mujeres que ha sido

    cuarteada por preocupaciones de supervivencia fsica y emocional, por recuerdos

    grotescos, por una militarizacin constante y por el miedo crnico. Las historias

    que relato abajo son las experiencias individuales de las mujeres con las que

    trabaj y que, sin embargo, tambin son testimonios sociales y colectivos en virtud

    de su omnipresencia (ver Lira y Castillo 1991; Martn-Bar 1990). A pesar de que

    el eje de mi trabajo con las mujeres mayas no fue explcitamente el tema de la

    violencia, la comprensin de sus acepciones, sus manifestaciones y sus efectos

    es esencial para entender el contexto en el que las mujeres de Xecaj luchan por

    sobrevivir.

    El miedo se convierte en el metarrelato de mi investigacin y experiencia entre la

    gente de Xecaj. El miedo es la realidad en la que las personas viven, el estadode emergencia (individual o social) oculto que influye como un factor en las

    decisiones que las mujeres y los hombres toman. A pesar de que ese estado de

    emergencia en el que los guatemaltecos han vivido desde hace una dcada pueda

    ser la regla, sigue tratndose de un estado anormal de las cosas. Albert Camus

    (1955) escribi que de un anlisis sobre los cambios entre lo normal y la

    emergencia, entre lo trgico y lo cotidiano, emergen las paradojas y las

    contradicciones que traen a relieve como funciona lo absurdo (en este caso el

    terror).

    10La investigacin de campo en la que este captulo est basado fue realizada en tres municipios

    geogrficamente contiguos en el Departamento de Chimaltenango, Guatemala. Us el nombre ficticio deXecaj para referirme a los tres municipios y Becal y Ri bey como pseudnimos para las aldeas en las quetrabaj. Mi intencin es proveer de una mdica proteccin a las personas con las que estuve. En 1993 lasituacin en Xecaj permaneca polticamente tensa.

    Comentario [A22]: p. 105

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    Escribir este captulo ha sido problemtico y esto tiene que ver con la naturaleza

    del tema mismo pues es complicado ordenar al miedo y al terror en palabras.11 He

    elegido incluir algunas de mis propias experiencias de miedo durante mi

    investigacin de campo en lugar de posicionarme solo como una observadora.

    Primero, porque ha sido y es imposible apartarse de ello ya que pronto se volvi

    evidente que cualquier entendimiento sobre la vida de las mujeres tendra que

    incluir un viaje hacia el estado de miedo en el que el terror reinaba y que ste

    moldeara la naturaleza de mis interacciones y relaciones en Xecaj. Y segundo,

    porque de estas experiencias compartidas construimos un terreno comn de

    entendimiento y respeto.

    El miedo es evasivo como concepto, sin embargo lo reconoces cuando te tiene en

    sus manos. El miedo -como el dolor- est abrumadoramente presente para la

    persona que lo est experimentando, pero puede ser apenas perceptible para

    cualquier otra persona y casi desafa la objetivizacin.12 Subjetivamente la

    experiencia mundana del miedo crnico va deteriorando la sensibilidad hacia l.

    La rutinizacin del miedo socava la confianza en la interpretacin propia del

    mundo. Mis propias experiencias de miedo y las de aquellas mujeres que conozco

    son muy similares a las que Michael Taussig (1992a:11) describe hbilmente

    como: un estado de estiramiento del sistema nervioso por un lado hacia la histeria

    y por el otro hacia una entumecida y aparente aceptacin.

    Antropologa y violencia

    11El poderoso tratado de Taussig (1992) sobre el sistema nervioso arroja la analoga entre el sistema

    nervioso anatmico y el caos y el pnico engendrado por el sistema social. l nota que a lo largo de las fibrasde esta frgil red, el terror pasa a veces casi desapercibido y en otras ocasiones es fetichizado como unacosa en s misma. En ste ensayo, Taussig est preocupado con el modo de presentacin del terror en el

    anlisis social. Concluye: Esto pone a la escritura en un plano completamente diferente al que conocemos.

    Llama a un entendimiento de las representaciones como contiguas de aquello que est siendo representadoy no como algo suspendido sobre o lejos de lo que se pretende representar que conocer es entregarse aun fenmeno en vez de pensar sobre l desde arriba.(10)12

    Ver la discusin de Scarry (1985) sobre la inexpresividad del dolor fsico. Mientras ella menciona que esslo el dolor fsico el que puede ser caracterizado como sin contenido referencial y como que no es de o

    para nada yo argumentara otra cosa. El poder del terror del tipo que ya es endmico en Guatemala y engran parte de Latinoamrica yace precisamente en su subjetivacin y su silencio.

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    Dado a la inclinacin emprica de la antropologa y al hecho de que los

    antroplogos estn bien posicionados para poder hablar en nombre de las

    personas que nos proveen de nuestro sustento (en palabras de Taussig [1978]),

    resulta curioso que tan pocos hayan elegido hacerlo. Jeffrey Sluka (1992) ha

    sugerido que la prctica de la antropologa sociocultural, con su nfasis en una

    perspectiva inter-cultural y comparativa, una aproximacin holstica, la confianza

    en la observacin participativa, la concentracin en niveles locales de anlisis y el

    punto de vista emic, est particularmente bien equipada para entender la

    dimensin subjetiva, experiencial y significativa del conflicto social. Los

    antroplogos, sin embargo, tradicionalmente han abordado el estudio del conflicto,

    la guerra y la agresin humana desde la distancia, ignorando las duras realidadesen la vida de las personas.

    A pesar de que los paradigmas tericos dominantes utilizados en el devenir

    antropolgico a lo largo del siglo pasado evolucionismo, estructural-

    funcionalismo, estudios de aculturacin y marxismo- han examinado las

    manifestaciones sociales de la violencia, las experiencias vividas por sus sujetos

    de estudio comnmente no han sido abordadas. Cuando el conflicto social y la

    guerra han sido problematizadas esto se ha realizado en trminos abstractos,

    divorcindoles de las realidades histricas del choque colonial o capitalista. A lo

    largo del siglo XX muchos estudios de antroplogos polticos han favorecido la

    taxonoma sobre el proceso; por ejemplo, la clasificacin de sistemas polticos

    simples o indgenas, el liderazgo poltico, la ley, la dominacin y las relaciones

    intertribales (Vincent 1990)13. Evidencia emprica abrumadora demuestra que la

    violencia de estado ha sido el procedimiento standard en numerosas sociedades

    contemporneas dnde los antroplogos han realizado trabajo de campo durante

    las ltimas tres dcadas14. A pesar de un alarmante aumento en las formas ms

    13Hubieron excepciones, por supuesto. Lesser (1933), Hunter (1936) y Kuper (1947), por ejemplo,

    produjeron etnografa poltica y socialmente relevante durante el mismo periodo. Estos estudios tratabancon el impacto de la colonizacin que marginalizaba a la gente.14

    Una lista parcial de pases donde el estado de terror ha proliferado desde los sesentas incluira aIndonesia, Chile, Guatemala, Kampuchea, Timor Oriental, Uganda, Argentina, la Repblica Centroafricana,Sudfrica, El Salvador, las Filipinas, Hait, Burundi, Bangladesh, Brasil y Uruguay.

    Comentario [A23]: p. 106

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    flagrantes de transgresin, represin y terrorismo de estado, el tema no ha sido

    capturado por la imaginacin antropolgica (ver Downing y Kushner 1988).

    En un comentario urticante sobre las exigencias de la antropologa a las

    autoridades en lo que a los indios nativo americanos respecta, Paul Doughty

    (1988:43) ha cuestionado porqu los monografistas no han sealado

    sistemticamente los asuntos ms vitales que inequvocamente han afectado de

    manera despiadada a los indios nativo americanos desde la conquista europea: la

    muerte, la discriminacin, el desplazamiento, el despojo, el racismo, las mltiples

    enfermedades, el hambre, el empobrecimiento y el abuso fsico y psicolgico.

    Nancy Scheper-Hughes es reveladora en ste sentido, en su elocuente etnografa

    (1992:170) sobre la violencia cotidiana en el noreste de Brasil escribe que una

    prctica crtica de las ciencias sociales implican no tanto una lucha prctica como

    una epistemolgica. Quiz esto sea lo que yace bajo la desviacin de la mirada

    antropolgica. Lo que est en riesgo, parece, son las luchas entre los dominantes

    y los dominados, y el asunto para los antroplogos es elegir con quin tomar

    partido.

    Una serie de profesionales que hoy en da trabajan en situaciones de campo

    peligrosas han comenzado a deconstruir los incisivos efectos y mecanismos de la

    violencia y el terror, subrayando como operan a nivel experiencial (Feldman 1991;Lancaster 1992; Nordstrom y Martin 1992; Scheper-Hughes 1992; Suarez-Orozco

    1990, 1992; Taussig 1987, 1992b). Entre los antroplogos, es Taussig quien ha

    logrado capturar tan bien las complejidades y los matices del terror,

    sensibilizndonos. Lo que es constantemente convincente sobre el trabajo de

    Taussig, a pesar de sus a veces tendencias recnditas, es su habilidad para

    retratar el terror de manera visceral, con la intencin de tomar una posicin moral

    en contra del poder en una de sus formas ms grotescas. Trabajos recientes de

    Robert Carmack (1988), Beatriz Manz (1988), AVANCSO (1992), Ricardo Falla

    (1983, 1992) y Richard Wilson (1991) han comenzado a documentar en

    Guatemala los testimonios de experiencias individuales y colectivas del ms

    reciente reino del terror. En su persecucin de los hechos de las masacres de

    Comentario [A24]: p. 107

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    Ixcan en Guatemala entre 1975 y 1982, Falla (1992) lanza la espeluznante

    pregunta de por qu uno querra escribir sobre masacres (y terror); su respuesta

    es simple pero provocadora: los intelectuales pueden actuar como intermediarios,

    pueden alzar sus voces en nombre de quienes han atestiguado y vivido lo

    macabro. El antroplogo como escriba, documenta fielmente lo que la gente narra

    cmo sus propias historias, aquello que han visto, olido, tocado, sentido,

    interpretado y pensado. No hacerlo, como Nancy-Scheper-Hughes (1992)

    sostiene, es un acto de indiferencia, un acto de hostilidad. Las monografas

    pueden convertirse en sitios de resistencia, en actos de solidaridad, en una

    manera de escribir contra el terror. La antropologa misma es empleada como un

    agente de cambio social.

    La rutinizacin del terror

    Al pensar y escribir sobre el miedo y el terror, me inclinaba a discutir lo que estaba

    haciendo con colegas que saban algo de la situacin en Centroamrica. Les

    describa la sensacin de misteriosa calma que tena la mayora de los das, una

    inquietud que yace justo bajo la superficie de la vida cotidiana, La mayor parte del

    tiempo se trataba ms de una experiencia visceral que de una visual, e intent

    suprimirla arduamente.

    Un da le contaba a un amigo lo que se senta pretender no estar perturbada por

    las amenazas inminentes que eran cosa de todos los das durante 1989 y 1990 en

    Xecaj. Algunas semanas el mercado del pueblo estaba rodeado de 5 o 6

    tanquetas mientras soldados cara-pintada con rifles M-16 en las manos parados

    sobre ellas nos observaban. La respuesta de mi amigo me puso nerviosa de

    nuevo. Dijo que inicialmente estaba molesto por la ubicua presencia militar en

    Centroamrica, el tambin, me asegur, haba asumido que la gente local se

    senta igual. Pero despus, haba repensado su posicin desde que haba

    atestiguado como una serie de jvenes mujeres coqueteaban con los soldados, ocmo pequeos grupos de hombres locales se recargaban casualmente en los

    tanques. Quiz nosotros, los estadounidenses, continu, estbamos

    malinterpretando lo que estaba ocurriendo, leyendo nuestros propios miedos en lo

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    que significaba todo esto para los centroamericanos. Me fui a casa pensando que

    quiz estaba histrica, estirando el sistema (social) nervioso. Haba estado

    demasiado inmersa en conversaciones sobre el terror? Gradualmente me fui

    dando cuenta de que el poder del terror, su materializacin es parte de hacer

    dudar la percepcin de la realidad a uno mismo. La rutinizacin del terror es lo que

    alimenta su poder. La rutinizacin permite que la gente viva en un estado del

    miedo crnico con una fachada de normalidad al mismo tiempo que el terror

    permea y deshila el tejido social. Un sensible y experimentado economista

    guatemalteco seal que el mayor problema para los cientficos sociales que

    trabajan en Guatemala es que para sobrevivir tienen que acostumbrarse a la

    violencia, entrenndose a s mismos primero para no reaccionar, luego para nosentir (ver). Pierden de vista el contexto en el que la gente vive, incluyndose a s

    mismos; la introspeccin se vuelve secundaria, el panptico de Bentham se

    internaliza. Cmo es que uno se acostumbra al terror? Acaso implica

    conformismo o aquiescencia del status quo, como sugiri un amigo? Mientras la

    repetitividad y la familiaridad son con lo que la gente aprende a acostumbrarse al

    terror y al miedo, el pnico de baja intensidad permanece en la sombra de la

    conciencia que va despertando. Uno no puede vivir en un estado de alerta

    constante y as el caos que uno siente se proyecta a travs del cuerpo.

    Frecuentemente emerge a la superficie por medio de sueos y de enfermedadescrnicas. Algunas veces por la maana mis vecinos y amigos hablaban de sus

    miedos nocturnos, de no poder dormir o de haber despertado por el sonido de

    pasos o voces, de tener pesadillas de muerte y violencia recurrente. Despus de

    seis meses de vivir en Xecaj, yo tambin empec a sufrir de histeria nocturna,

    sueos sobre la muerte, desapariciones y tortura. Susurros, insinuaciones y

    rumores sobre listas de la muerte circulando ponan a todos al borde de la histeria.

    Un da un amigo de Xecaj, Nacho, escuch que su nombre estaba en la siguiente

    lista de la muerte dentro del cuartel militar. Como Scheper-Hughes (1992:233)

    indic lo intolerable de la situacin aumenta con su ambigedad. Un mes

    despus dos soldados murieron durante la tarde de un domingo en un ataque

    sorpresa de la guerrilla a un kilmetro de mi casa. Esa tarde varias mujeres del

    Comentario [A25]: p. 108

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    abruptamente para decirme impacientemente que si realmente quera trabajar ah

    tena que ir a la base a pedir el permiso explcito del comandante del ejrcito. Las

    patrullas civiles cuidaban las entradas y salidas de los pueblos en Xecaj, me dijo,

    sin el permiso del ejrcito las patrullas civiles no me permitiran entrar a los

    pueblos. Mi presencia como extraa y extranjera produca sospechas. Por qu

    quera vivir y trabajar ah con ellos? Por qu quera hablar con las viudas? Para

    quin trabajaba? Me pregunt. Fueron los oficiales locales los que me dijeron que

    era un pas libre y que yo poda hacer lo que quisiera, proporcionndome as su

    permiso.

    Una de las formas en las que el terror se difunde es por medio de mensajes

    sutiles. En muchos sentidos es como Carol Cohn (1987) describe en su

    perturbador relato sobre el uso del lenguaje por parte de cientficos nucleares para

    ocultar su relacin con armamento nuclear, la gran desfachatez de la era

    moderna, en Guatemala el lenguaje y los smbolos son utilizados para normalizar

    una presencia continua del ejrcito. De vez en cuando el ejrcito llegaba a las

    aldeas, obligando a la poblacin a tener una reunin comunitaria. El mensaje fue

    ms o menos el mismo cada vez que atestig esas reuniones. Entonces el

    comandante comenzara a hablar diciendo que el ejrcito era su amigo, que los

    soldados estaban ah para protegerles de la subversin y de los comunistas que

    se escondan en las montaas. Al mismo tiempo les adverta que si no

    cooperaban Guatemala se volvera como Nicaragua, El Salvador o Cuba. El

    Subteniente Rodrguez me explic durante una reunin como esa, que el ejrcito

    estaba cumpliendo su rol de preservar la paz y la democracia en Guatemala por

    medio del control militar del pas entero. Ignacio Martn-Bar (1989), uno de los

    seis sacerdotes jesuitas asesinados en San Salvador en 1989, caracteriz las

    percepciones sociales reducidas a rgidos y simples esquemas como mentiras

    oficiales donde el conocimiento social es condenado a trminos dicotmicos:

    blanco o negro, bueno o malo, amigo o enemigo; sin las anuencias y lascomplejidades de la experiencia vivida.

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    Una tarde miraba una telenovela en la televisin con un grupo de viudas y jvenes

    hurfanas, era a mediados de junio, aproximadamente una semana antes del da

    del Ejrcito. Durante los comerciales una serie de imgenes de Kaibiles15 vestidos

    para el combate aparecieron en la pantalla con sus caras pintadas, empuando

    sus rifles mientras corran por las montaas. Cada vez que la imagen cambiaba se

    poda escuchar a las mujeres en el cuarto tomando aliento. En la ltima imagen

    los soldados salan de la milpa mientras el narrador deca el ejrcito est listo

    para hacer lo que sea necesario para defender al pas. Una de las jvenes me

    mir y dijo Si pues, siempre estn listos para matar a la gente.

    El uso de ropa de camuflaje y de pequeos artculos a la venta en el mercado