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    NOTICIA

    Reno aqu la mayor parte de los trabajos que he escritodirectamente relacionados con el concepto-metfora o elpersonaje conceptual de Caliban. Incluyo Caliban antela Antropofagia (1999), presente por vez primera en unaedicin de este libro. He excluido slo aquellas pginas cu-yas ideas esenciales retom y ampli en textos posteriores.

    Entre Caliban en esta hora de nuestra Amrica (1991)y Caliban quinientos aos ms tarde (1992) hay puntostangenciales, pero ni encontr manera de eludirlos, ni la cer-cana es tal que obligue a prescindir de uno de los ensayos.As que ruego a quien leyere que perdone all (y no slo all)citas y criterios repetidos. A menudo, sin embargo, ms quede repeticiones se trata de variaciones, como suele ocurriren la msica.

    Al leerse ahora el libro, debe tomarse en consideracinque ha sufrido algunas modificaciones. La primera se refie-re al nombre mismo del personaje que le da ttulo, y ha pasa-do a ser palabra llana por razones que aduzco en el ltimode los trabajos. Pero la mayor parte de tales modificacionesse refiere a la informacin bibliogrfica ofrecida.

    Durante dcadas, la imagen del complejo personaje de Latempestad me ha sido bien atractiva, sin duda porque soypoeta. Pero, dado que amo tanto la poesa como deploro lopotico, lo realmente valioso es para m la zona de la rea-lidad iluminada por Caliban, quien durante la segunda mi-tad de este siglo ha estado encarnando en el mundo de las

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    ideas y en el del arte al colonial trabajador. Aunque no se meocurra pensar que esa sea la nica lectura posible de la cria-tura shakespeareana, cuyos avatares no parecen en vas deextincin. Entre los escritores y artistas que en los ltimosaos se han valido de Caliban se hallan Suniti Namjoshi, enSnapshots of Caliban (1989); Michelle Cliff, en CalibansDaughter: The Tempest and the Teapot (1991); KamauBrathwaite, en Letter Sycorax (1992); Jimmy Durham, enCaliban Codex (c. 1995); Lemuel Jonson, en Highlife for

    Caliban (1995). (Cf. The Tempest an d Its Travels, ed. porPeter Hulme y William H. Sherman, Londres, 2000, p. 310.Si as ocurre en el terreno de la ficcin, en el de los estudiosla persistencia es, probablemente, an mayor. Ello se coligede ttulos como Shakespeares Caliban: A Cultural History(1991), de Alden T. Vaughan y Virginia Mason Vaughan; elvolumen dedicado a Caliban (1992), editado por HaroldBloom, en la serie Major Literary Characters, de Chelsea

    House, y la compilacin Constellation Caliban.Figurationsof a Character (1997), editada por Nadia Lie y Theo Dhaen.En el prefacio del ltimo de los libros citados (que es lo ni-co que hasta ahora he podido leer de este conjunto), los edi-tores comienzan diciendo que mi ensayo de 1971 lanz unllamado a considerar la literatura y la historia no slo desdeel punto de vista de Prspero, sino tambin del de Caliban;y despus de nombrar obras posteriores, aventuran: De

    hecho, toda una nueva disciplina parece haber emergido: laCalibanologa.

    Casi treinta aos despus de la publicacin inicial del pri-mero de los textos aqu reunidos, el mundo ha conocido enor-mes cambios. La alternativa no capitalista del experimentosurgido en la Rusia de 1917 se ofreca an en 1971, no obs-tante sus notorias mataduras, como una retaguardia que alos pobres, a los condenados de la tierra (as Mart y Fanonnombraron a Caliban) les daba entre otras cosas la esperan-za de lo que Samir Amin llamara la desconexin. En tra-bajos sucesivos del libro se asiste al crecimiento de la dere-cha mundial y a las vicisitudes del fracaso del experimento

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    CALIBAN*

    Una pregunta

    Un periodista europeo, de izquierda por ms seas, me hapreguntado hace unos das: Existe una cultura latinoameri-cana? Conversbamos, como es natural, sobre la recientepolmica en torno a Cuba, que acab por enfrentar, por una

    parte, a algunos intelectuales burgueses europeos (o aspiran-tes a serlo), con visible nostalgia colonialista; y por otra, a laplana mayor de los escritores y artistas latinoamericanos querechazan las formas abiertas o veladas de coloniaje cultural ypoltico. La pregunta me pareci revelar una de las races dela polmica, y podra enunciarse tambin de esta otra mane-ra: Existen ustedes? Pues poner en duda nuestra culturaes poner en duda nuestra propia existencia, nuestra realidad

    humana misma, y por tanto estar dispuestos a tomar partidoen favor de nuestra irremediable condicin colonial, ya quese sospecha que no seramos sino eco desfigurado de lo quesucede en otra parte. Esa otra parte son, por supuesto, lasmetrpolis, los centros colonizadores, cuyas derechas nosesquilmaron, y cuyas supuestas izquierdas han pretendidoy pretenden orientarnos con piadosa solicitud. Ambas cosas,con el auxilio de intermediarios locales de variado pelaje.

    * Estas pginas son slo unos apuntes en que resumo opiniones y esbo-zo otras para la discusin sobre la cultura en nuestra Amrica. Eltrabajo apareci originalmente en Casa de las Amricas, No. 68, sep-tiembre-octubre de 1971.

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    Si bien este hecho, de alguna manera, es padecido por todoslos pases que emergen del colonialismo esos pases nues-tros a los que esforzados intelectuales metropolitanos han lla-mado torpe y sucesivamente barbarie, pueblos de color, pasessubdesarrollados, Tercer Mundo, creo que el fenmeno al-canza una crudeza singular al tratarse de la que Mart llamnuestra Amrica mestiza. Aunque puede fcilmente defen-derse la indiscutible tesis de que todo hombre es un mestizo, eincluso toda cultura; aunque esto parece especialmente vlido

    para el caso de las colonias, sin embargo, tanto en el aspectotnico como en el cultural es evidente que los pases capitalis-tas alcanzaron hace tiempo una relativa homogeneidad en esteorden. Casi ante nuestros ojos se han realizado algunos reajus-tes: la poblacin blanca de los Estados Unidos (diversa, perode comn origen europeo) extermin a la poblacin aborigen yech a un lado a la poblacin negra, para darse por encima dedivergencias esa homogeneidad, ofreciendo as el modelo co-herente que sus discpulos los nazis pretendieron aplicar inclu-so a otros conglomerados europeos, pecado imperdonable quellev a algunos burgueses a estigmatizar en Hitler lo que aplau-dan como sana diversin dominical en westerns y pelculas deTarzn. Esos filmes proponan al mundo incluso a quienesestamos emparentados con esas comunidades agredidas y nosregocijbamos con la evocacin de nuestro exterminio el

    monstruoso criterio racial que acompaa a los Estados Uni-dos desde su arrancada hasta el genocidio en Indochina. Me-nos a la vista el proceso (y quiz, en algunos casos, menoscruel), los otros pases capitalistas tambin se han dado unarelativa homogeneidad racial y cultural, por encima de diver-gencias internas.

    Tampoco puede establecerse un acercamiento necesarioentre mestizaje y mundo colonial. Este ltimo es sumamentecomplejo,1 a pesar de bsicas afinidades estructurales, y ha

    1 Cf. Yves Lacoste:Les pays sous-dvelopps, Pars, 1959, esp. pp. 82-84.Una tipologa sugestiva y polmica de los pases extraeuropeos ofrece

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    incluido pases de culturas definidas y milenarias, algunos delos cuales padecieron o padecen la ocupacin directa laIndia, Vietnam y otros la indirecta China; pases dericas culturas, menos homogneos polticamente, y que hansufrido formas muy diversas de colonialismo el mundorabe; pases, en fin, cuyas osamentas fueron salvajementedesarticuladas por la espantosa accin de los europeos pue-blos del frica negra, a pesar de lo cual conservan tambincierta homogeneidad tnica y cultural: hecho este ltimo, por

    cierto, que los colonialistas trataron de negar criminal y va-namente. Aunque en estos pueblos, en grado mayor o menor,hay mestizaje, es siempre accidental, siempre al margen desu lnea central de desarrollo.

    Pero existe en el mundo colonial, en el planeta, un casoespecial: una vasta zona para la cual el mestizaje no es elaccidente, sino la esencia, la lnea central: nosotros, nuestraAmrica mestiza. Mart, que tan admirablemente conoca el

    idioma, emple este adjetivo preciso como una seal distinti-va de nuestra cultura, una cultura de descendientes de abor-genes, de europeos, de africanos, tnica y culturalmentehablando. En su Carta de Jamaica (1815), el LibertadorSimn Bolvar haba proclamado: Nosotros somos un pe-queo gnero humano: poseemos un mundo aparte, cercadopor dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias;y en su mensaje al Congreso de Angostura (1819) aadi:

    Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo,ni el americano del norte, que ms bien es un compuestode frica y de Amrica que una emancipacin de Euro-pa, pues que hasta la Espaa misma deja de ser europeapor su sangre africana, por sus instituciones y por sucarcter. Es imposible asignar con propiedad a qu fa-

    milia humana pertenecemos. La mayor parte del indge-

    Darcy Ribeiro enLas Amricas y la civilizacin, trad. de R. Pi Hugarte,tomo 1, Buenos Aires, 1969, pp. 112-128.

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    na se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con elamericano y con el africano, y ste se ha mezclado conel indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de unamisma madre, nuestros padres, diferentes en origen y ensangre, son extranjeros, y todos difieren visiblementeen la epidermis; esta desemejanza, trae un reato de lamayor trascendencia.

    Ya en este siglo, en un libro confuso como suyo, pero lle-

    no de intuiciones (La raza csmica, 1925), el mexicano JosVasconcelos seal que en la Amrica Latina se estaba for-jando una nueva raza, hecha con el tesoro de todas las ante-riores, la raza final, la raza csmica.2

    Este hecho est en la raz de incontables malentendidos. Aun euronorteamericano podrn entusiasmarlo, dejarlo indife-rente o deprimirlo las culturas chinas o vietnamita o coreanao rabe o africanas, pero no se le ocurrira confundir a unchino con un noruego, ni a un bant con un italiano; ni se leocurrira preguntarles si existen. Y en cambio, a veces a algu-nos latinoamericanos se los toma como aprendices, comoborradores o como desvadas copias de europeos, incluyendoentre stos a los blancos de lo que Mart llam la Amricaeuropea, as como a nuestra cultura toda se la toma como unaprendizaje, un borrador o una copia de la cultura burguesa

    europea (una emanacin de Europa, como deca Bolvar):este ltimo error es ms frecuente que el primero, ya que con-

    2 Un resumen sueco de lo que se sabe sobre esta materia se encontraren el estudio de Magnus MrnerLa mezcla de razas en la historia deAmrica Latina, trad., revisada por el autor, de Jorge Piatigorsky,Buenos Aires, 1969. All se reconoce que ninguna parte del mundoha presenciado un cruzamiento de razas tan gigantesco como el que

    ha estado ocurriendo en Amrica Latina y en el Caribe desde 1492(p. 15). Por supuesto, lo que me interesa en estas notas no es el irrele-vante hecho biolgico de las razas, sino el hecho histrico de lasculturas: cf. Claude Lvi-Strauss:Race et histoire ...[1952], Pars,1968,passim.

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    fundir a un cubano con un ingls o a un guatemalteco con unalemn suele estar estorbado por ciertas tenacidades tnicas;parece que los rioplatenses andan en esto menos diferencia-dos tnica aunque no culturalmente. Y es que en la raz mis-ma est la confusin, porque descendientes de numerosascomunidades indgenas, europeas, africanas, asiticas, tene-mos, para entendernos, unas pocas lenguas: las de los coloni-zadores. Mientras otros coloniales o excoloniales, en mediode metropolitanos, se ponen a hablar entre s en sus lenguas,

    nosotros, los latinoamericanos y caribeos, seguimos connuestros idiomas de colonizadores. Son las linguas francascapaces de ir ms all de las fronteras que no logran atravesarlas lenguas aborgenes ni los croles. Ahora mismo, que es-toy discutiendo con estos colonizadores, de qu otra manerapuedo hacerlo, sino en una de sus lenguas, que es ya tambinnuestra lengua, y con tantos de sus instrumentos conceptua-les, que tambin son ya nuestros instrumentos conceptuales?

    No es otro el grito extraordinario que lemos en una obra delque acaso sea el ms extraordinario escritor de ficcin quehaya existido. EnLa tempestad, la obra ltima (en su integri-dad) de William Shakespeare, el deforme Caliban, a quienPrspero robara su isla, esclavizara y enseara el lenguaje, loincrepa: Me ensearon su lengua, y de ello obtuve/ El sabermaldecir. La roja plaga/ Caiga en ustedes, por esa ensean-za! (You tought me language, and my profit ont/ Is, Iknow to curse. The red plague rid you/ For learning me yourlanguage!) (La tempestad, acto I, escena 2.)

    Para la historia de Caliban

    Caliban es anagrama forjado por Shakespeare a partir de ca-nbal expresin que, en el sentido de antropfago, ya ha-ba empleado en otras obras comoLa tercera parte del reyEnrique VIy Otelo, y este trmino, a su vez, proviene decaribe. Los caribes, antes de la llegada de los europeos, aquienes hicieron una resistencia heroica, eran los ms valien-

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    tes, los ms batalladores habitantes de las tierras que ahoraocupamos nosotros. Su nombre es perpetuado por el MarCaribe (al que algunos llaman simpticamente el Mediterr-neo americano; algo as como si nosotros llamramos al Me-diterrneo el Caribe europeo). Pero ese nombre, en s mismocaribe, y en su deformacin canbal, ha quedado perpe-tuado, a los ojos de los europeos, sobre todo de manera infa-mante. Es este trmino, este sentido, el que recoge y elaboraShakespeare en su complejo smbolo. Por la importancia ex-

    cepcional que tiene para nosotros, vale la pena trazarsumariamente su historia.En elDiario de navegacin de Cristbal Coln aparecen

    las primeras menciones europeas de los hombres que daranmaterial para aquel smbolo. El domingo 4 de noviembre de1492, a menos de un mes de haber llegado Coln al continen-te que sera llamado Amrica, aparece esta anotacin: En-tendi tambin que lejos de all haba hombres de un ojo, y

    otros con hocicos de perros que coman a los hombres;3 el

    3 En las palabras iniciales de su Diario, dirigidas a los Reyes Catli-cos, Coln menciona la informacin que yo haba dado a VuestrasAltezas de las tierras de India y de un prncipe que es llamado GranCan, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes. En loque toca al trmino caribe y su evolucin, cf. Pedro HenrquezUrea: Caribe [1938], Observaciones sobre el espaol en Amrica

    y otros estudios filolgicos, compilacin y prlogo de Juan CarlosGhiano, Buenos Aires, 1976. Y en lo que toca a la atribucin de an-tropofagia a los caribes, cf. estos autores, que impugnan tal atribu-cin: Julio C. Salas: Etnografa americana. Los indios caribes. Estu-dio sobre el origen del mito de la antropofagia, Madrid, 1920; RichardB. Moore: Caribs, Canibals and Human Relations, Barbados, 1972;Jalil Sued Badillo:Los caribes: realidad o fbula. Ensayo de rectifi-cacin histrica, Ro Piedras, Puerto Rico, 1978; W. Arens: 2. LosAntropfagos Clsicos, El mito del canibalismo, antropologa y

    antropofagia [1979], traducido del ingls por Stella Mastrngelo,Mxico, 1981; Peter Hulme: 1. Columbus and the Cannibals y 2.Caribs and Arawaks, Colonial Encounters. Europe and the NativeCaribbean, 1492-1797, Londres y Nueva York, 1986. En los tres l-timos ttulos se ofrecen amplias bibliografas.

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    viernes 23 de noviembre, esta otra: la cual decan que eramuy grande [la isla de Hait: Coln la llamaba por error Bo-ho], y que haba en ella gente que tena un ojo en la frente, yotros que se llamaban canbales, a quienes mostraban tenergran miedo. El martes 11 de diciembre se explica que canibano es otra cosa que la gente del gran Can, lo que da razn dela deformacin que sufre el nombre caribe tambin usadopor Coln: en la propia carta fecha en la carabela, sobre laIsla de Canaria, el 15 de febrero de 1493, en que Coln anun-

    cia al mundo su descubrimiento, escribe: as que mons-truos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla [de Quarives],la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de unagente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cualescomen carne humana.4

    Esta imagen del caribe/canbal contrasta con la otra ima-gen del hombre americano que Coln ofrece en sus pginas:la del arauaco de las grandes Antillas nuestro tano en pri-

    mer lugar, a quien presenta como pacfico, manso, inclusotemeroso y cobarde. Ambas visiones de aborgenes america-nos van a difundirse vertiginosamente por Europa, y a cono-cer singulares desarrollos. El tano se transformar en el ha-bitante paradisaco de un mundo utpico: ya en 1516, TomsMoro publica su Utopa, cuyas impresionantes similitudescon la isla de Cuba ha destacado, casi hasta el delirio, EzequielMartnez Estrada.5 El caribe, por su parte, dar el canbal, elantropfago, el hombre bestial situado irremediablemente almargen de la civilizacin, y a quien es menester combatir asangre y fuego. Ambas visiones estn menos alejadas de loque pudiera parecer a primera vista, constituyendo simple-mente opciones del arsenal ideolgico de la enrgica burgue-

    4 La carta de Coln anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo,

    15 de febrero-14 de marzo 1493, Madrid 1956, p. 20.5 Ezequiel Martnez Estrada: El Nuevo Mundo, la isla de Utopa y laisla de Cuba, Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1963; Casa delas Amricas, No. 33, noviembre-diciembre de 1965. Este ltimonmero es unHomenaje a Ezequiel Martnez Estrada.

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    terstico que el trmino canbal lo hayamos aplicado, por an-tonomasia, no al extinguido aborigen de nuestras islas, sinoal negro de frica que apareca en aquellas avergonzantespelculas de Tarzn. Y es que el colonizador es quien nosunifica, quien hace ver nuestras similitudes profundas msall de accesorias diferencias.

    La versin del colonizador nos explica que al caribe, debidoa su bestialidad sin remedio, no qued otra alternativa que ex-terminarlo. Lo que no nos explica es por qu, entonces, antes

    incluso que el caribe, fue igualmente exterminado el pacfico ydulce arauaco. Simplemente, en un caso como en otro, se co-meti contra ellos uno de los mayores etnocidios que recuerdala historia. (Innecesario decir que esta lnea est an ms vivaque la anterior.) En relacin con esto, ser siempre necesariodestacar el caso de aquellos hombres que, al margen tanto delutopismo que nada tena que ver con la Amrica concretacomo de la desvergonzada ideologa del pillaje, impugnaron

    desde su seno la conducta de los colonialistas, y defendieronapasionada, lcida, valientemente a los aborgenes de carne yhueso: a la cabeza de esos hombres, la figura magnfica delpadre Bartolom de Las Casas, a quien Bolvar llam el Aps-tol de la Amrica, y Mart elogi sin reservas. Esos hombres,por desgracia, no fueron sino excepciones.

    Uno de los ms difundidos trabajos europeos en la lnea

    utpica es el ensayo de Montaigne De los canbales, apa-recido en 1580. All est la presentacin de aquellas criaturasque guardan vigorosas y vivas las propiedades y virtudesnaturales, que son las verdaderas y tiles.6 En 1603 aparecepublicada la traduccin al ingls de los Ensayos de Montaigne,realizada por Giovanni Floro. No slo Floro era amigo per-sonal de Shakespeare, sino que se conserva el ejemplar deesta edicin que Shakespeare posey y anot. Este dato no

    tendra mayor importancia si no fuera porque prueba sin lu-

    6 Miguel de Montaigne: Ensayos, trad. de C. Romn y Salamero, Bue-nos Aires, 1948, tomo 1, p. 248.

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    gar a dudas que el libro fue una de las fuentes directas de laltima gran obra de Shakespeare, La tempestad(1611). In-cluso uno de los personajes de la comedia, Gonzalo, que en-carna al humanista renacentista, glosa de cerca, en un mo-mento, lneas enteras del Montaigne de Floro, provenientesprecisamente del ensayo De los canbales. Y es este hecholo que hace ms singular an la forma como Shakespearepresenta a su personaje Caliban/canbal. Porque si enMontaigne indudable fuente literaria, en este caso, de

    Shakespeare nada hay de brbaro ni de salvaje en esasnaciones [...] lo que ocurre es que cada cual llama barbarie alo que es ajeno a sus costumbres,7 en Shakespeare, en cam-bio, Caliban/canbal es un esclavo salvaje y deforme paraquien son pocas las injurias. Sucede, sencillamente, queShakespeare, implacable realista, asume aqu al disear aCaliban la otra opcin del naciente mundo burgus. En cuantoa la visin utpica, ella existe en la obra, s, pero desvinculadade Caliban: como se dijo antes, es expresada por el armonio-so humanista Gonzalo. Shakespeare verifica, pues, que am-bas maneras de considerar lo americano, lejos de ser opues-tas, eran perfectamente conciliables. Al hombre concreto,presentarlo como un animal, robarle la tierra, esclavizarlo paravivir de su trabajo y, llegado el caso, exterminarlo: esto lti-mo, siempre que se contara con quien realizara en su lugar

    las duras faenas. En un pasaje revelador, Prspero advierte asu hija Miranda que no podran pasarse sin Caliban: De lno podemos prescindir. Nos hace el fuego,/ Sale a buscarnoslea, y nos sirve/ A nuestro beneficio. (We cannot misshim: he does make our fire/ Fetch in our wood and serves inoffices/ That profit us.) (Acto I, escena 2.) En cuanto a lavisin utpica, ella puede y debe prescindir de los hom-bres de carne y hueso. Despus de todo, no hay tal lugar.

    QueLa tempestadalude a Amrica, que su isla es la miti-ficacin de una de nuestras islas, no ofrece a estas alturas

    7 Loc. cit.

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    duda alguna. Astrana Marn, quien menciona el ambienteclaramente indiano (americano) de la isla, recuerda algunode los viajes reales, por este continente, que inspiraron aShakespeare, e incluso le proporcionaron, con ligeras varian-tes, los nombres de no pocos de sus personajes: Miranda,Sebastin, Alonso, Gonzalo, Setebos.8 Ms importante queello es saber que Caliban es nuestro caribe.

    No me interesa seguir todas las lecturas posibles que des-de su aparicin se hayan hecho de esta obra notable.9 Bastar

    con sealar algunas interpretaciones. La primera de ellas pro-viene de Ernest Renan, quien en 1878 publica su dramaCaliban, continuacin de La tempestad.10 En esta obra,Caliban es la encarnacin del pueblo, presentado a la peorluz, slo que esta vez su conspiracin contra Prspero tienexito, y llega al poder, donde seguramente la ineptitud y lacorrupcin le impedirn permanecer. Prspero espera en lasombra su revancha. Ariel desaparece. Esta lectura debe me-

    8 William Shakespeare: Obras completas, traduccin, estudio prelimi-nar y notas de Luis Astrana Marn, Madrid, 1961, pp. 107-108.

    9 As, por ejemplo, Jan Kott nos advierte que hasta el siglo XIX hubovarios sabios shakespearlogos que intentaron leerLa tempestadcomouna biografa en el sentido literal, o como un alegrico drama polti-co. J. K.:Apuntes sobre Shakespeare, trad. de J. Maurizio, Barcelo-na, 1969, p. 353.

    10 Ernest Renan: Caliban. Suite de La tempte, Pars, 1878. (Curiosa-mente tres aos despus, en 1881, Renan public tambin Leau deJouvence. Suite de Caliban, en que se retract de algunas tesis cen-trales de su pieza anterior, explicando: Amo a Prspero, pero noamo en absoluto a las gentes que lo restableceran en el trono. Caliban,mejorado por el poder, me complace ms. [...] Prspero, en la obrapresente, debe renunciar a todo sueo de restauracin por medio desus antiguas armas. Caliban, en el fondo, nos presta ms serviciosque los que nos prestara Prspero restaurado por los jesuitas y los

    zuavos pontificales. [...] Conservemos a Caliban; tratemos de encon-trar un medio de enterrar honorablemente a Prspero y de incorporara Ariel a la vida, de tal manera que no est tentado ya, por motivosftiles, de morir a causa de cualquier cosa. Renan reuni esas y otraspiezas teatrales enDrames philosophiques, Pars, 1888. Ahora es ms

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    nos a Shakespeare que a la Comuna de Pars, la cual ha teni-do lugar slo siete aos antes. Naturalmente, Renan estuvoentre los escritores de la burguesa francesa que tomaron par-tido feroz contra el prodigioso asalto al cielo.11 A partir deesa hazaa, su antidemocratismo se encrespa an ms: ensus Dilogos filosficos, nos dice Lidsky, piensa que lasolucin estara en la constitucin de una lite de seres inteli-gentes que gobiernen y posean todos los secretos de la cien-cia.12 Caractersticamente, el elitismo aristocratizante y

    prefascista de Renan, su odio al pueblo de su pas, est unidoa un odio mayor an a los habitantes de las colonias. Es alec-cionador orlo expresarse en este sentido:

    Aspiramos [dice], no a la igualdad sino a la dominacin.El pas de raza extranjera deber ser de nuevo un pas desiervos, de jornaleros agrcolas o de trabajadores indus-triales. No se trata de suprimir las desigualdades entre

    los hombres, sino de ampliarlas y hacer de ellas una ley.13

    Y en otra ocasin:

    La regeneracin de las razas inferiores o bastardas porlas razas superiores est en el orden providencial de lahumanidad. El hombre de pueblo es casi siempre, entre

    fcil consultarlos en sus Oeuvres compltes, tomo III [...], Pars, 1949.La cita que acabo de hacer est en las pp. 440 y 441.)

    11 Cf. Arthur Adamov: La Commune de Paris (8 mars-28 mai 1871),Anthologie, Pars, 1959; y especialmente Paul Lidsky:Les crivainscontre la Commune, Pars, 1970.

    12 Paul Lidsky: Op. cit., p. 82.

    13 Cit. por Aim Csaire en Discours sur le colonialisme [1950], 3a.ed., Pars, 1955, p. 13. Es notable esta requisitoria, muchos de cuyospostulados hago mos. Traducido parcialmente en Casa de las Am-ricas, No. 36-37, mayo-agosto de 1966. Este nmero est dedicado africa en Amrica.

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    co, a quienes se suele llamar con el vago nombre de moder-nistas.15 Es el 98 la visible presencia del imperialismonorteamericano en la Amrica Latina lo que, habiendo sidoanunciado por Mart, da razn de la obra ulterior de un Daroo un Rod.

    Un temprano ejemplo de cmo recibiran el hecho los es-critores latinoamericanos del momento lo tenemos en un dis-curso pronunciado por Paul Groussac en Buenos Aires, el 2de mayo de 1898:

    Desde la Secesin y la brutal invasin del Oeste [dice],se ha desprendido libremente el espritu yankee del cuer-po informe y calibanesco, y el viejo mundo ha con-templado con inquietud y temor a la novsima civiliza-cin que pretende suplantar a la nuestra declaradacaduca.16

    15 Cf. R.F.R.: Destino cubano [1959], Papelera, La Habana, 1962, ysobre todo: Modernismo, 98, subdesarrollo, trabajo ledo en el IIICongreso de la Asociacin Internacional de Hispanistas, Mxico,1968. Incluido en Ensayo de otro mundo, 2a. ed., Santiago de Chile,1969.

    16 Cit. en Jos Enrique Rod: Obras completas, edicin con introduc-cin, prlogo y notas de Emir Rodrguez Monegal, Madrid, 1957,

    p. 193. Cf. tambin, de Rubn Daro: El triunfo de Calibn, El Tiem-po, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898 (cit. muy parcialmente en Rod:Op. cit., p. 194). En aquel artculo, que no se sabe si Rod lleg aconocer, Daro rechaza a esos bfalos de dientes de plata [...] enemi-gos mos [...] aborrecedores de la sangre latina, [...] los brbaros, yaade: No puedo estar de parte de ellos, no puedo estar por el triunfode Calibn. [...] Slo un alma ha sido tan previsora sobre este concepto[...] como la de Senz Pea; y esa fue, curiosa irona del tiempo!, la delpadre de Cuba libre, la de Jos Mart (R.D.: El triunfo de Calibn,

    Prosas polticas, introduccin de Julio Valle-Castillo y notas de JorgeEduardo Arellano, Managua, 1982, pp. 85-86). Daro, citando al curio-so ocultista francs Josephin Peladan (a quien atribuye la compara-cin), ya haba equiparado los Estados Unidos a Calibn en su EdgarAllan Poe,Los raros [1896], Buenos Aires, 1952, p. 20.

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    las obras ms famosas de la literatura hispanoamericana:Ariel.Implcitamente, la civilizacin norteamericana es presentadaall como Caliban (apenas nombrado en la obra), mientrasque Ariel vendra a encarnar o debera encarnar lo me-jor de lo que Rod no vacila en llamar ms de una vez nues-tra civilizacin (pp. 223 y 226); la cual, en sus palabras comoen las de Groussac, no se identifica slo con nuestra Amri-ca Latina (p. 239), sino con la vieja Romania, cuando nocon el Viejo Mundo todo. La identificacin Caliban-Estados

    Unidos que propuso Groussac y divulg Rod estuvo segu-ramente desacertada. Abordando el desacierto por un costa-do, coment Jos Vasconcelos: si los yanquis fueran no msCalibn, no representaran mayor peligro.18 Pero esto, desdeluego, tiene escasa importancia al lado del hecho relevantede haber sealado claramente dicho peligro. Como observcon acierto Benedetti, quiz Rod se haya equivocado cuan-do tuvo que decir el nombre del peligro, pero no se equivoc

    en su reconocimiento de dnde estaba el mismo.19

    Algn tiempo despus y desconociendo seguramentela obra del colonial Rod, quien por supuesto saba de me-moria la de Renan, la tesis del Caliban de ste es retomadapor el escritor francs Jean Guhenno, quien publica en 1928,en Pars, su Caliban habla. Esta vez, sin embargo, la identi-ficacin renaniana Caliban/pueblo est acompaada de unaapreciacin positiva de Caliban. Hay que agradecer a este

    libro de Guhenno el haber ofrecido por primera vez unaversin simptica del personaje.20 Pero el tema hubiera re-

    18 Jos Vasconcelos:Indologa, 2a. ed., Barcelona, s.f., pp. x-xiii.19 Mario Benedetti: Genio y figura de Jos Enrique Rod, Buenos Ai-

    res, 1966, p. 95.20 La visin aguda pero negativa de Jan Kott lo hace irritarse por este

    hecho: Para Renan, dice, Calibn personifica al Demos. En sucontinuacin [...] su Calibn lleva a cabo con xito un atentado con-tra Prspero. Guhenno escribi una apologa de Calibn-Pueblo.Ambas interpretaciones son triviales. El Calibn shakespeareano tie-ne ms grandeza. (Op. cit. en nota 9, p. 398.)

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    querido la mano o la rabia de un Paul Nizan para lograrseefectivamente.21

    Mucho ms agudas son las observaciones del argentinoAnbal Ponce en la obra de 1935Humanismo burgus y hu-manismo proletario. El libro que un estudioso del pensa-miento del Che conjetura que debi haber ejercido influenciasobre l22 consagra su tercer captulo a Ariel o la agonade una obstinada ilusin. Al comentar La tempestad, dicePonce: en aquellos cuatro seres ya est toda la poca: Prs-

    pero es el tirano ilustrado que el Renacimiento ama; Miran-da, su linaje; Calibn, las masas sufridas [Ponce citar luegoa Renan, pero no a Guhenno]; Ariel, el genio del aire, sinataduras con la vida.23 Ponce hace ver el carcter equvococon que es presentado Caliban, carcter que revela algunaenorme injusticia de parte de un dueo, y en Ariel ve alintelectual, atado de modo menos pesado y rudo que el deCalibn, pero al servicio tambin de Prspero. El anlisisque realiza de la concepcin del intelectual (mezcla de es-clavo y mercenario) acuada por el humanismo renacentista,concepcin que ense como nadie a desinteresarse de laaccin y a aceptar el orden constituido, y es por ello hastahoy, en los pases burgueses, el ideal educativo de las clasesgobernantes, constituye uno de los ms agudos ensayos queen nuestra Amrica se hayan escrito sobre el tema.

    21 La endeblez de Guhenno para abordar a fondo este tema se pone demanifiesto en los prefacios en que, en las sucesivas ediciones, va des-dicindose (2a. ed., 1945; 3a. ed., 1962) hasta llegar a su libro deensayos Caliban y Prspero (Pars, 1969), donde, al decir de un cr-tico, convertido Guhenno en personaje de la sociedad burguesa yun beneficiario de su cultura, juzga a Prspero ms equitativamen-te que en tiempos de Caliban habla (Pierre Henri Simon enLe Mon-de, 5 de julio de 1969).

    22 Michael Lwy:La pense de Che Guevara, Pars, 1970, p. 19.23 Anbal Ponce:Humanismo burgus y humanismo proletario, La Ha-

    bana, 1962, p. 83.

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    Pero ese examen, aunque hecho por un latinoamericano,se realiza todava tomando en consideracin exclusivamenteal mundo europeo. Para una nueva lectura de La tempestadpara una nueva consideracin del problema, sera me-nester esperar a la emergencia de los pases coloniales quetiene lugar a partir de la llamada Segunda Guerra Mundial,esa brusca presencia que lleva a los atareados tcnicos de lasNaciones Unidas a forjar, entre 1944 y 1945, el trminozonaeconmicamente subdesarrollada para vestir con un ropaje

    verbal simptico (y profundamente confuso) lo que hasta en-tonces se haba llamadozonas coloniales ozonas atrasadas.24

    En acuerdo con esa emergencia aparece en Pars, en 1950,el libro de O. Mannoni Sicologa de la colonizacin.Significativamente, la edicin en ingls de este libro (NuevaYork, 1956) se llamar Prospero y Caliban: la sicologa dela colonizacin. Para abordar su asunto, Mannoni no ha en-contrado nada mejor que forjar el que llama complejo de

    Prspero, definido como el conjunto de disposicionesneurticas inconcientes que disean a la vez la figura delpaternalismo colonial y el retrato del racista cuya hija hasido objeto de una tentativa de violacin (imaginaria) por partede un ser inferior.25 En este libro, probablemente por prime-ra vez, Caliban queda identificado como el colonial, pero laperegrina teora de que ste siente el complejo de Prspe-

    ro, el cual lo lleva neurticamente a requerir, incluso a pre-sentir y por supuesto a acatar la presencia de Prspero/colo-nizador, es rotundamente rechazada por Frantz Fanon en elcuarto captulo (Sobre el pretendido complejo de dependen-cia del colonizado) de su libro de 1952 Piel negra, msca-ras blancas.

    24

    J.L. Zimmerman: Pases pobres, pases ricos. La brecha que se en-sancha, trad. de G. Gonzlez Aramburo, Mxico, D.F., 1966, p. 1.25 O. Mannoni: Phsychologie de la colonisation, Pars, 1950, p. 71, cit.

    por Frantz Fanon en: Peau noire, masques blancs [1952] (2a. ed.),Pars [c. 1965], p. 106.

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    El primer escritor latinoamericano y caribeo en asumirnuestra identificacin (especialmente la del Caribe) conCaliban fue el barbadiense George Lamming, enLos place-res del exilio (1960), sobre todo en los captulos Un mons-truo, un nio, un esclavo y Caliban ordena la historia.Aunque algn pasaje de su enrgico libro, el cual tiene deensayo y de autobiografa intelectual, podra hacer creer queno logra romper el crculo que trazara Mannoni, Lammingseala con claridad hermosos avatares americanos de Caliban,

    como la gran Revolucin Haitiana, con LOuverture a la ca-beza, y la obra de C.L.R. James, en especial su excelente li-bro sobre aquella revolucin, The Black Jacobins (1938). Elncleo de su tesis lo expresa en estas palabras: La historiade Caliban pues tiene una historia bien turbulenta perte-nece enteramente al futuro.26

    En la dcada del 60, la nueva lectura deLa tempestadaca-bar por imponerse. En El mundo vivo de Shakespeare (1964),

    el ingls John Wain nos dir que Calibanproduce el patetismo de todos los pueblos explotados,lo cual queda expresado punzantemente al comienzo deuna poca de colonizacin europea que durara trescien-tos aos. Hasta el ms nfimo salvaje desea que lo dejenen paz antes de ser educado y obligado a trabajar paraotros, y hay una innegable justicia en esta queja de

    Calibn: Porque yo soy el nico sbdito que tenis,

    26 George Lamming: The Pleasures of Exile, Londres, 1960, p. 107. Noes extrao que al aadir unas palabras a la segunda edicin de estelibro (Londres, 1984), Lamming manifestara su entusiasmo por laRevolucin Cubana, que segn l cay como un rayo del cielo [...][y] reorden nuestra historia, aadiendo: La Revolucin Cubanafue una respuesta caribea a esa amenaza imperial que Prspero con-

    cibi como una misin civilizadora. (Op. cit., p. [7]). Al comentar laprimera edicin del libro de Lamming, el alemn Janheinz Jahn ha-ba propuesto una identificacin Caliban-negritud. (Neo-AfricanLiterature: A History of Black Writing, trad. del alemn por OliverCoburn y Ursula Lehrburguer, Nueva York, 1969, pp. 239-242.)

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    que fui rey propio! Prspero responde con la inevita-ble contestacin del colono: Calibn ha adquirido cono-cimientos e instruccin (aunque recordemos que l yasaba construir represas para coger pescado y tambinextraer chufas del suelo como si se tratara del campoingls). Antes de ser utilizado por Prspero, Calibn nosaba hablar: Cuando t, hecho un salvaje, ignorandotu propia significacin, balbucas como un bruto, dottu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer.

    Sin embargo, esta bondad es recibida con ingratitud:Calibn, a quien se permite vivir en la gruta de Prspe-ro, ha intentado violar a Miranda; cuando se le recuerdaesto con mucha severidad, dice impertinente, con unaespecie de babosa risotada: oh, jo!... Lstima nohaberlo realizado! T me lo impediste; de lo contrario,poblara la isla de Calibanes. Nuestra poca [concluyeWain], que es muy dada a usar la horrible palabra

    miscegenation (mezcla de razas), no tendr dificultaden comprender este pasaje.27

    Y casi al ir a terminar esa dcada de los 60, en 1969, y de mane-ra harto significativa, Caliban ser asumido con orgullo comonuestro smbolo por tres escritores antillanos, cada uno de los cua-les se expresa en una de las grandes lenguas coloniales del Caribe.

    Con independencia uno de otro, ese ao publica el martiniqueoAim Csaire su obra de teatro, en francs, Una tempestad, adap-tacin de La tempestad de Shakespeare para un teatro negro; elbarbadiense Edward Kamau Brathwaite, su libro de poemas, eningls,Islas, entre los cuales hay uno dedicado a Caliban; y elautor de estas lneas, su ensayo en espaol Cuba hasta Fidel, enque se habla de nuestra identificacin con Caliban.28 En la obra de

    27 John Wain: El mundo vivo de Shakespeare, trad. de J. Sils, Madrid,1967, pp. 258-259.

    28 Aim Csaire: Une tempte. Adaptation de La tempte de Shakespearepour un thtre ngre, Pars, 1969; Edward K. Brathwaite: Islands,

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    Caliban: Prspero invadi las islas, mat a nuestrosancestros, esclaviz a Caliban y le ense su idioma paraentenderse con l: Qu otra cosa puede hacer Caliban sinoutilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear quecaiga sobre l la roja plaga? No conozco otra metforams acertada de nuestra situacin cultural, de nuestra reali-dad. De Tupac Amaru, Tiradentes, Toussaint LOuverture,Simn Bolvar, Jos de San Martn, Miguel Hidalgo, JosArtigas, Bernardo OHiggins, Juana de Azurduy, Benito

    Jurez, Mximo Gmez, Antonio Maceo, Eloy Alfaro, JosMart, a Emiliano Zapata, Amy y Marcus Garvey, AugustoCsar Sandino, Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Cam-pos, Lzaro Crdenas, Fidel Castro, Haydee Santamara,Ernesto Che Guevara, Carlos Fonseca o Rigoberta Mench;del Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Ins de la Cruz, elAleijadinho, Simn Rodrguez, Flix Varela, Francisco Bil-bao, Jos Hernndez, Eugenio Mara de Hostos, ManuelGonzlez Prada, Rubn Daro, Baldomero Lillo u HoracioQuiroga, a la msica popular caribea, el muralismo mexica-no, Manuel Ugarte, Joaqun Garca Monge, Heitor Villa-Lo-bos, Gabriela Mistral, Oswald y Mrio de Andrade, Tarsilado Amaral, Csar Vallejo, Cndido Portinari, Frida Kahlo,Jos Carlos Maritegui, Manuel lvarez Bravo, EzequielMartnez Estrada, Carlos Gardel, Miguel ngel Asturias,

    Nicols Guilln, El Indio Fernndez, Oscar Niemeyer, AlejoCarpentier, Luis Cardoza y Aragn, Edna Manley, PabloNeruda, Joo Guimaraes Rosa, Jacques Roumain, WifredoLam, Jos Lezama Lima, C.L.R. James, Aim Csaire, JuanRulfo, Roberto Matta, Jos Mara Arguedas, Augusto RoaBastos, Violeta Parra, Darcy Ribeiro, Rosario Castellanos,Aquiles Nazoa, Frantz Fanon, Ernesto Cardenal, GabrielGarca Mrquez, Toms Gutirrez Alea, Rodolfo Walsh,George Lamming, Kamau Brathwaite, Roque Dalton,Guillermo Bonfil, Glauber Rocha o Leo Brouwer, qu esnuestra historia, qu es nuestra cultura, sino la historia, sinola cultura de Caliban?

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    En cuanto a Rod, si es cierto que equivoc los smbolos,como se ha dicho, no es menos cierto que supo sealar conclaridad al enemigo mayor que nuestra cultura tena en sutiempo y en el nuestro, y ello es enormemente ms im-portante. Las limitaciones de Rod, que no es ste el momen-to de elucidar, son responsables de lo que no vio o viodesenfocadamente.30 Pero lo que en su caso es digno de sea-lar es lo que s vio, y que sigue conservando cierta dosis devigencia y aun de virulencia.

    Pese a sus carencias, omisiones e ingenuidades [ha di-cho tambin Benedetti], la visin de Rod sobre el fe-nmeno yanqui, rigurosamente ubicada en su contextohistrico, fue en su momento la primera plataforma delanzamiento para otros planteos posteriores, menos in-genuos, mejor informados, ms previsores [...] la casiproftica sustancia del arielismo rodoniano conserva,

    todava hoy, cierta parte de su vigencia.31

    Estas observaciones estn apoyadas por realidades incon-trovertibles. Que la visin de Rod sirvi para planteos pos-

    30 Es abusivo, ha dicho Benedetti, confrontar a Rod con estructu-

    ras, planteamientos, ideologas actuales. Su tiempo es otro que elnuestro [...] su verdadero hogar, su verdadera patria temporal, era elsiglo XIX. (Op. cit., en nota 19, p. 128.)

    31 Op. cit., p. 102. Un nfasis an mayor en la vigencia actual de Rodse encuentra en el libro de Arturo Ardao Rod. Su americanismo(Montevideo, 1970), que incluye una excelente antologa del autordeAriel. Cf. tambin de Ardao: Del Calibn de Renan al Calibn deRod, Cuadernos de Marcha, Montevideo No. 50, junio 1971. Encambio, ya en 1928 Jos Carlos Maritegui, despus de recordar con

    razn que a Norteamrica capitalista, plutocrtica, imperialista, sloes posible oponer eficazmente una Amrica, latina o ibera, socialis-ta, aade: El mito de Rod no obra ya no ha obrado nunca tily fecundamente sobre las almas. J.C.M.: Aniversario y balance[1928],Ideologa y poltica, Lima, 1969, p. 248.

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    polticos de la hora. Y ha sido precisamente esta condicinsecundaria pero innegable la que determin su popularidadinmediata y su difusin. La esencial postura de Rod contrala penetracin norteamericana aparecer as como un aadi-do, como un hecho secundario en la obra. Se sabe, sin embar-go, que Rod la concibi, a raz de la intervencin norteame-ricana en Cuba en 1898, como una respuesta al hecho.Rodrguez Monegal comenta:

    La obra as proyectada fueAriel. En el discurso definitivoslo se encuentran dos alusiones directas al hecho hist-rico que fue su primer motor [...] ambas alusiones permi-ten advertir cmo ha trascendido Rod la circunstanciahistrica inicial para plantarse de lleno en el problemaesencial: la proclamada decadencia de la raza latina.35

    El que un servidor del imperialismo como RodrguezMonegal, aquejado por la nordomana que en 1900 denun-ci Rod, trate de emascular tan burdamente su obra, sloprueba que, en efecto, ella conserva cierta virulencia en suplanteo, aunque hoy lo haramos a partir de otras perspecti-vas y con otro instrumental. Un anlisis deAriel que no essta en absoluto la ocasin de hacer nos llevara tambin adestacar cmo, a pesar de su formacin, a pesar de su

    antijacobinismo, Rod combate all el antidemocratismo deRenan y Nietzsche (en quien encuentra un abominable, unreaccionario espritu, p. 224), exalta la democracia, los va-lores morales y la emulacin. Pero, indudablemente, el restode la obra ha perdido la actualidad que, en cierta forma, con-serva su enfrentamiento gallardo a los Estados Unidos, y ladefensa de nuestros valores.

    Bien vistas las cosas, es casi seguro que estas lneas de

    ahora no llevaran el nombre que tienen de no ser por el libro

    35 Emir Rodrguez Monegal: en Rod: Op. cit. en nota 16, pp. 192 y193. (nfasis de R.F.R.)

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    pueblos despreciados y despreciables. Al menos lo ra-mos. Desde Girn empezaron a pensar un poco dife-rente. Desprecio racial. Ser criollo, ser mestizo, ser ne-gro, ser, sencillamente, latinoamericano, es para ellosdesprecio.37

    Es, naturalmente, Fidel Castro, en el dcimo aniversariode Playa Girn.

    Asumir nuestra condicin de Caliban implica repensar

    nuestra historia desde el otro lado, desde el otro protagonis-ta. El otro protagonista de La tempestadno es Ariel, sinoPrspero.38 No hay verdadera polaridad Ariel-Caliban: am-bos son siervos en manos de Prspero, el hechicero extranje-ro. Slo que Caliban es el rudo e inconquistable dueo de laisla, mientras Ariel, criatura area, aunque hijo tambin de laisla, es en ella, como vieron Ponce y Csaire, el intelectual.

    Otra vez Mart

    Esta concepcin de nuestra cultura ya haba sido articulada-mente expuesta y defendida, en el siglo pasado, por el prime-ro de nuestros hombres en comprender claramente la situa-cin concreta de lo que llam en denominacin que herecordado varias veces nuestra Amrica mestiza: JosMart,39 a quien Rod quiso dedicar la primera edicin cuba-

    37 Fidel Castro: Discurso de 19 de abril de 1971.38 Jan Kott: Op. cit. en nota 9, p. 377.39 Cf.: Ezequiel Martnez Estrada: Por una alta cultura popular y so-

    cialista cubana [1962], En Cuba y al servicio de la Revolucin Cu-bana, La Habana, 1963; R.F.R.: Mart en su (tercer) mundo [1964],Ensayo de otro mundo, cit. en nota 15; Nol Salomon: Jos Mart etla prise de conscience latinoamricaine, Cuba S, No. 35-36, 4to.trimestre 1970, 1er. trimestre 1971; Leonardo Acosta: La concep-cin histrica de Mart, Casa de las Amricas, No. 67, julio-agostode 1971.

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    na deAriel, y sobre quien se propuso escribir un estudio comolos que consagrara a Bolvar y a Artigas, estudio que, pordesgracia, al cabo no realiz.40

    Aunque lo hiciera a lo largo de cuantiosas pginas, quizla ocasin en que Mart ofreci sus ideas sobre este punto demodo ms orgnico y apretado fue su artculo de 1891 Nues-tra Amrica. Pero antes de comentarlo someramente, que-rra hacer unas observaciones previas sobre el destino de lostrabajos de Mart.

    En vida de Mart, el grueso de su obra, desparramada poruna veintena de peridicos continentales, conoci la fama. Sa-bemos que Rubn Daro llam a Mart Maestro (como, porotras razones, tambin lo llamaban en vida sus seguidores po-lticos) y lo consider el hispanoamericano a quien ms admi-r. Ya veremos, por otra parte, cmo el duro enjuiciamiento delos Estados Unidos que Mart sola hacer en sus crnicas eraconocido en su poca, y le valdra acerbas crticas por parte del

    proyanqui Sarmiento. Pero la forma peculiar en que se difun-di la obra de Mart quien utiliz el periodismo, la oratoria,las cartas, y no public ningn libro, tiene no poca respon-sabilidad en el relativo olvido en que va a caer dicha obra a razde la muerte del hroe cubano en 1895. Slo ello explica que anueve aos de esa muerte y a doce de haber dejado Mart deescribir para la prensa continental, entregado como estaba des-de 1892 a la tarea poltica, un autor tan absolutamente nues-tro, tan insospechable como Pedro Henrquez Urea, escriba asus veinte aos (1904), en un artculo sobre elAriel de Rod,que los juicios de ste sobre los Estados Unidos son muchoms severos que los formulados por dos mximos pensadoresy geniales psicosocilogos antillanos: Hostos y Mart.41 En loque toca a Mart, esta observacin es completamente equivo-cada, y dada la ejemplar honestidad de Henrquez Urea, me

    llev a sospechar primero, y a verificar despus, que se deba

    40 Jos Enrique Rod: Op. cit. en nota 16, pp. 1359 y 1375.41 Pedro Henrquez Urea: Obra crtica, Mxico, 1960, p. 27.

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    sencillamente al hecho de que para esa poca el gran domini-cano no haba ledo, no haba podido leera Mart sino muyinsuficientemente: Mart apenas estaba publicado para enton-ces. Un texto como el fundamental Nuestra Amrica es buenejemplo de este destino. Los lectores del peridico mexicanoEl Partido Liberal pudieron leerlo el da 30 de enero de 1891.Es posible que algn otro peridico local lo haya republicado,42

    aunque la ms reciente edicin de las Obras completas deMart no nos indica nada al respecto. Pero lo ms posible es

    que quienes no tuvieron la suerte de obtener dicho peridico,no pudieron saber de ese texto el ms importante docu-mento publicado en esta Amrica desde finales del siglo pa-sado hasta la aparicin en 1962 de la Segunda Declaracinde La Habana durante cerca de veinte aos, al cabo de loscuales apareci en forma de libro (La Habana, 1911) en lacoleccin en que empezaron a publicarse las obras de Mart.Por eso le asiste la razn a Manuel Pedro Gonzlez cuando

    afirma que durante el primer cuarto de este siglo, las nuevaspromociones no conocan sino muy insuficientemente a Mart.Gracias a la aparicin ms reciente de varias ediciones de susobras completas en realidad, todava incompletas es quese le ha redescubierto y revalorado.43 Gonzlez est pen-sando sobre todo en el deslumbrante aspecto literario de laobra (la gloria literaria, como l dice). Qu no podemosdecir nosotros del fundamental aspecto ideolgico de la mis-ma? Sin olvidar muy importantes contribuciones previas, haypuntos esenciales en que puede decirse que es ahora, despusdel triunfo de la Revolucin Cubana, y gracias a ella, queMart est siendo redescubierto y revalorado. No es un azar

    42 Ivan A. Schulman ha descubierto que fue publicado antes, en enero 1(no 10, como se lee por error) de 1891, en La Revista Ilustrada de

    Nueva York. (I.S.:Mart, Casal y el Modernismo, La Habana, 1969,p. 92.)43 Manuel Pedro Gonzlez: Evolucin de la estimativa martiana,An-

    tologa crtica de Jos Mart, recopilacin, introduccin y notas deM.P.G., Mxico, 1960, p. xxix.

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    nuestra actitud anticolonialista, tenemos que volvernos efec-tivamente a los hombre y mujeres nuestros que en su conduc-ta y en su pensamiento han encarnado e iluminado esta acti-tud.44 Y en este sentido, ningn ejemplo ms til que el deMart.

    No conozco otro autor latinoamericano que haya dado unarespuesta tan inmediata y tan coherente a otra pregunta queme hiciera mi interlocutor, el periodista europeo que mencio-n al principio de estas lneas (y que de no existir, yo hubiera

    tenido que inventar, aunque esto ltimo me privara de suamistad, la cual espero que sobreviva a este monlogo). Qurelacin, me pregunt este sencillo malicioso, guardaBorges con los incas? Borges es casi una reduccin al ab-surdo, y de todas maneras voy a ocuparme de l ms tarde;pero es bueno, es justo preguntarse qu relacin guardamoslos actuales habitantes de esta Amrica en cuya herencia zoo-lgica y cultural Europa tuvo su indudable parte, con los pri-

    mitivos habitantes de esta misma Amrica, esos que habanconstruido culturas admirables, o estaban en vas de hacerlo,y fueron exterminados o martirizados por europeos de variasnaciones, sobre los que no cabe levantar leyenda blanca ninegra, sino una infernal verdad de sangre que constituyejunto con hechos como la esclavitud de los africanos sueterno deshonor. Mart, que tanto quiso en el orden personal

    a su padre, valenciano, y a su madre, canaria; que escriba elms prodigioso idioma espaol de su tiempo y del nues-tro, y que lleg a tener la mejor informacin sobre la cultu-ra euronorteamericana de que haya disfrutado un hombre de

    44 No se entienda por esto, desde luego, que sugiero dejar de conocer alos autores que no hayan nacido en las colonias. Tal estupidez esinsostenible. Cmo podramos postular prescindir de Homero, de

    Dante, de Cervantes, de Shakespeare, de Whitman para no decirMarx, Engels o Lenin? Cmo olvidar incluso que en nuestros pro-pios das hay pensadores de la Amrica Latina que no han nacidoaqu? Y en fin, cmo propugnar robinsonismo intelectual alguno sincaer en el mayor absurdo?

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    nuestra Amrica, tambin se hizo esta pregunta, y se la res-pondi as: Se viene de padres de Valencia y madres deCanarias, y se siente correr por las venas la sangre enardeci-da de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la quevertieron por las breas del cerro del Calvario, pecho a pechocon los gonzalos de frrea armadura, los desnudos y heroicoscaracas.45

    Presumo que el lector, si no es venezolano, no estar fami-liarizado con los nombres aqu evocados por Mart. Tampo-

    co yo lo estaba. Esa carencia de familiaridad no es sino unanueva prueba de nuestro sometimiento a la perspectiva colo-nizadora de la historia que se nos ha impuesto, y nos ha eva-porado nombres, fechas, circunstancias, verdades. En otroorden de cosas estrechamente relacionado con ste, aca-so la historia burguesa no pretendi borrar a los hroes de laComuna del 71, a los mrtires del primero de mayo de 1886(significativamente reivindicados por Mart)? Pues bien,

    Tamanaco, Paramaconi, los desnudos y heroicos caracaseran indgenas de lo que hoy llamamos Venezuela, de origencaribe o muy cercanos a ellos, que pelearon heroicamentefrente a los espaoles al inicio de la conquista. Lo cual quieredecir que Mart ha escrito que senta correr por sus venassangre de caribe, sangre de Caliban. No ser la nica vezque exprese esta idea, central en su pensamiento. Incluso va-lindose de tales hroes,46 reiterar algn tiempo despus:

    Con Guaicaipuro, con Paramaconi [hroes de las tierrasvenezolanas, probablemente de origen caribe], con

    45 Jos Mart: Autores americanos aborgenes [1884], O.C., VIII, 336.Me remito a la edicin en veintisiete tomos de las Obras completasde Jos Mart publicadas en La Habana entre 1963 y 1965. En 1973

    se aadi un confuso tomo con Nuevos materiales. Al citar, indicoen nmeros romanos el tomo y en arbigos la(s) pgina(s) de esaedicin.

    46 A Tamanaco dedic adems un hermoso poema: Tamanaco de plu-mas coronado [c. 1881], O.C., XVII, 237.

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    Anacaona, con Hatuey [hroes de las Antillas, de ori-gen arauaco] hemos de estar, y no con las llamas quelos quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni conlos aceros que los degollaron, ni con los perros que losmordieron.47

    El rechazo de Mart al etnocidio que Europa realiz enAmrica es total, y no menos total su identificacin con lospueblos americanos que le ofrecieron heroica resistencia al

    invasor, y en quienes Mart vea los antecesores naturales delos independentistas latinoamericanos. Ello explica que en elcuaderno de apuntes en que aparece esta ltima cita siga es-cribiendo, casi sin transicin, sobre la mitologa azteca (nomenos bella que la griega), sobre las cenizas de Quetzalcoatl,sobre Ayacucho en meseta solitaria, sobre Bolvar, comolos ros... (pp. 28-29).

    Y es que Mart no suea con una ya imposible restaura-cin, sino con una integracin futura de nuestra Amrica quese asiente en sus verdaderas races y alcance, por s misma,orgnicamente, las cimas de la autntica modernidad. Por esola cita primera, en que habla de sentir correr por sus venas labrava sangre caribe, contina as:

    Bueno es abrir canales, sembrar escuelas, crear lneas

    de vapores, ponerse al nivel del propio tiempo, estardel lado de la vanguardia en la hermosa marcha huma-na; pero es bueno, para no desmayar en ella por faltade espritu o alarde de espritu falso, alimentarse por elrecuerdo y por la admiracin, por el estudio justicieroy la amorosa lstima, de ese ferviente espritu de lanaturaleza en que se nace, crecido y avivado por el delos hombres de toda raza que de ella surgen y en ella se

    sepultan. Slo cuando son directas prosperan la polti-ca y la literatura. La inteligencia americana es un pe-

    47 J. M.: Fragmentos [c. 1885-1895], O.C., XXII, 27.

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    nacho indgena. No se ve cmo del mismo golpe queparaliz al indio se paraliz a Amrica? Y hasta que nose haga andar al indio, no comenzar a andar bien laAmrica. [Autores americanos aborgenes, cit.,pp. 336-337.]

    La identificacin de Mart con nuestra cultura aborigenfue pues acompaada por un cabal sentido de las tareas con-cretas que le impuso la circunstancia: aquella identificacin,

    lejos de estorbarle, le aliment el mantener los criterios msradicales y modernos de su tiempo en los pases coloniales.Este acercamiento de Mart al indio existe tambin con res-pecto al negro,48 naturalmente. Por desgracia, si en su pocaya se haban iniciado trabajos serios sobre las culturas abo-rgenes americanas trabajos que Mart estudi amorosa-mente, habra que esperar hasta el siglo XX para la reali-

    zacin de trabajos as en relacin con las culturas africanasy el notable aporte que ellas significan para la integracinde la cultura americana mestiza (Frobenius, Delafosse Su-

    48 Cf., por ejemplo, Mi raza [1892]: O.C., II, 298-300. All se lee: Elhombre no tiene ningn derecho especial porque pertenezca a unaraza u otra: dgase hombre, y ya se dicen todos los derechos [...] Si sedice que en el negro no hay culpa aborigen, ni virus que lo inhabilite

    para desenvolver toda su vida de hombre, se dice la verdad [...], y si aesa defensa de la naturaleza se la llama racismo, no importa que se lallame as; porque no es ms que decoro natural, y voz que clama delpecho del hombre por la paz y la vida del pas. Si se alega que lacondicin de esclavitud no acusa inferioridad en la raza esclava, puestoque los galos blancos de ojos azules y cabellos de oro, se vendieroncomo siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma, esoes racismo bueno, porque es pura justicia, y ayuda a quitar prejuiciosal blanco ignorante. Pero ah acaba el racismo justo. Y ms adelan-

    te: Hombre es ms que blanco, ms que mulato, ms que negro.Cubano es ms que blanco, ms que mulato, ms que negro. Algu-nas de estas cuestiones se abordan en el trabajo de Juliette OullionLa discriminacin racial en los Estados Unidos vista por Jos Mart,Anuario Martiano, No. 3, La Habana, 1971.

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    La universidad europea ha de ceder a la universidadamericana. La historia de Amrica, de los incas a ac,ha de ensearse al dedillo, aunque no se ensee la de losarcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a laGrecia que no es nuestra. Nos es ms necesaria. Lospolticos nacionales han de reemplazar a los polticosexticos. Injrtese en nuestras repblicas el mundo, peroel tronco ha de ser el de nuestras repblicas. Y calle elpedante vencido; que no hay patria en que pueda tener

    el hombre ms orgullo que en nuestras dolorosas rep-blicas americanas.

    Vida verdadera de un dilema falso

    Es imposible no ver en aquel texto que, como se ha dicho,resume de modo relampagueante los criterios de Mart sobre

    este problema esencial su rechazo violento a la imposicinde Prspero (la universidad europea [...] el libro europeo[...] el libro yanqui), que ha de cederante la realidad deCaliban (la universidad hispanoamericana [...] el enigmahispanoamericano): La historia de Amrica, de los incas aac, ha de ensearse al dedillo, aunque no se ensee la de losarcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Greciaque no es nuestra. Y luego: Con los oprimidos haba quehacer causa comn, para afianzar el sistema opuesto a losintereses y hbitos de mando de los opresores.

    Pero nuestra Amrica haba escuchado tambin, expresa-da con vehemencia por un hombre talentoso y enrgico muer-to tres aos antes de aparecer este trabajo, la tesis exacta-mente opuesta, la tesis de Prspero.50 Los interlocutores no

    50 Me refiero al dilogo en el interior de la Amrica Latina. La opininmiserable que Amrica le mereciera a Europa puede seguirse conalgn detalle en el vasto libro de Antonelo GerbiLa disputa del Nue-vo Mundo. Historia de una polmica 1750-1900, trad. de AntonioAlatorre, Mxico, 1960,passim.

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    se llamaban entonces Prspero y Caliban, sino civilizaciny barbarie, ttulo que el argentino Domingo Faustino Sar-miento dio a la primera edicin (1845) de su gran libro so-bre Facundo Quiroga. No creo que las confesiones auto-biogrficas interesen mucho aqu, pero ya que hemencionado, para castigarme, las alegras que me significa-ron olvidables westerns y pelculas de Tarzn en que se nosinoculaba, sin saberlo nosotros, la ideologa que verbalmenterepudibamos en los nazis (cumpl doce aos cuando la Se-

    gunda Guerra Mundial estaba en su apogeo), debo tambinconfesar que, pocos aos despus, le con apasionamientoeste libro. Encuentro en los mrgenes de mi viejo ejemplarmis entusiasmos, mis rechazos al tirano de la RepblicaArgentina que haba exclamado: Traidores a la causaamericana! Tambin encuentro, unas pginas adelante, estecomentario: Es curioso cmo se piensa en Pern. Fuemuchos aos ms tarde, concretamente despus del triunfode la Revolucin Cubana en 1959 (cuando empezamos avivir y a leer el mundo de otra manera), que comprend queyo no haba estado del lado mejor en aquel libro, por otraparte notable. No era posible estar al mismo tiempo de acuer-do con Facundo y con Nuestra Amrica. Es ms: Nues-tra Amrica y buena parte de la obra de Mart es undilogo implcito, y a veces explcito, con las tesis

    sarmientinas. Qu significa si no la frase lapidaria de Mart:No hay batalla entre la civilizacin y la barbarie, sino entrela falsa erudicin y la naturaleza? Siete aos antes de apa-recer Nuestra Amrica (1891) an en vida de Sarmien-to, haba hablado ya Mart (en frase que he citado ms deuna vez) del

    pretexto de que la civilizacin, que es el nombre vul-gar con que corre el estado actual del hombre europeo,tiene derecho natural de apoderarse de la tierra aje-na perteneciente a la barbarie, que es el nombre quelos que desean la tierra ajena dan al estado actual

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    de todo hombre que no es de Europa o de la Amricaeuropea.51

    En ambos casos, Mart rechaza lafalsa dicotoma que Sar-miento da por sentada, cayendo en la trampa hbilmente ten-dida por el colonizador. Por eso, cuando dije hace un tiempoque Mart, al echarse del lado de la barbarie prefigura aFanon y a nuestra revolucin52 frase que algunos apresu-rados, sin reparar en las comillas, malentendieron, como si

    Fanon, Fidel y el Che fueran apstoles de la barbarie, es-crib barbarie as, entre comillas, para indicar que desdeluego no haba tal estado. La supuesta barbarie de nuestrospueblos ha sido inventada con crudo cinismo por quienesdesean la tierra ajena; los cuales, con igual desfachatez,daban el nombre vulgar de civilizacin al estado ac-tual del hombre de Europa o de la Amrica europea. Loque seguramente resultaba ms doloroso para Mart era vera un hombre de nuestra Amrica y a un hombre a quien, apesar de diferencias insalvables, admir en sus aspectos posi-tivos53 incurrir en este gravsimo error. Pensando en figu-ras como Sarmiento fue que Martnez Estrada, quien habaescrito antes tanta pgina elogiosa sobre Sarmiento, publicen 1962, en su libroDiferencias y semejanzas entre los pa-ses de la Amrica Latina:

    51 J.M.: Una distribucin de diplomas en un colegio de los EstadosUnidos [1884], O.C., VIII, 442.

    52 R.F.R.: Ensayo de otro mundo, cit. en nota 15, p. 15.53 Sarmiento, el verdadero fundador de la Repblica Argentina, dice

    de l, por ejemplo, en carta de 7 de abril de 1887 a Fermn ValdsDomnguez, a raz de un clido elogio literario que le hiciera pblica-

    mente el argentino. (O. C., XX, 325.) Sin embargo, es significativoque Mart, tan atento siempre a los valores latinoamericanos, no pu-blicara un solo trabajo sobre Sarmiento, ni siquiera a raz de su muer-te en 1888. Es difcil no relacionar esta ausencia con el reiterado cri-terio martiano de que para l callar era su manera de censurar.

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    Podemos de inmediato sentar la premisa de que quieneshan trabajado, en algunos casos patriticamente, porconfigurar la vida social toda con arreglo a pautas deotros pases altamente desarrollados, cuya forma se debea un proceso orgnico a lo largo de siglos, han traiciona-do a la causa de la verdadera emancipacin de la Amri-ca Latina.54

    Carezco de la informacin necesaria para discutir ahora

    las virtudes y defectos de este peleador burgus: me limito asealar su contradiccin con Mart, y la coherencia entre supensamiento y su conducta. Como postul la civilizacin,arquetpicamente encarnada en los Estados Unidos, abog porel exterminio de los indgenas, segn el feroz modelo yanqui,y ador a la creciente Repblica del Norte, la cual, por otraparte, a mediados del siglo no haba mostrado an tan clara-

    mente las fallas que le descubrira luego Mart. En ambosextremos que son precisamente eso: extremos, bordes desus respectivos pensamientos, l y Mart discreparonirreconciliablemente.

    54 Ezequiel Martnez Estrada: El colonialismo como realidad, Casade las Amricas, No. 33, noviembre-diciembre de 1965, p. 85. Estas

    pginas aparecieron originalmente en su libroDiferencias y semejan-zas entre los pases de la Amrica Latina (Mxico, 1962), y fueronescritas en aquel pas en 1960, es decir, despus del triunfo de laRevolucin Cubana, que llev a Martnez Estrada a considerablesreplanteos. Cf., por ejemplo, su Retrato de Sarmiento, conferenciaen la Biblioteca Nacional de Cuba el 8 de diciembre de 1961, dondedijo: Si se hace un examen riguroso e imparcial de la actuacin po-ltica de Sarmiento en el gobierno, efectivamente se comprueba quemuchos de los vicios que ha tenido la poltica oligrquica argentina

    fueron introducidos por l; y tambin: l despreciaba al pueblo,despreciaba al pueblo ignorante, al pueblo mal vestido, desaseado,sin comprender que ste es el pueblo americano.Revista de la Bi-blioteca Nacional, La Habana, Ao 56, No. 3, julio-septiembre de1965, pp. 14-16.

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    Jaime Alazraki ha estudiado con detenimiento Elindigenismo de Mart y el antindigenismo de Sarmiento.55

    Remito al lector interesado en el tema a este trabajo. Aquslo traer algunas de las citas de uno y otro aportadas enaquel estudio. He mencionado varias de las observaciones deMart sobre el indio. Alazraki recuerda otras:

    No ms que pueblos en ciernes, [...] no ms que pueblosen bulbo eran aquellos en que con maa sutil de viejos

    vividores se entr el conquistador valiente y descargsu ponderosa herrajera, lo cual fue una desdicha hist-rica y un crimen natural. El tallo esbelto debi dejarseerguido, para que pudiera verse luego en toda su hermo-sura la obra entera y florecida de la naturaleza. Roba-ron los conquistadores una pgina al Universo!

    Y tambin:

    De toda aquella grandeza apenas quedan en el museo unoscuantos vasos de oro, unas piedras como yugo, de obsidianapulida, y uno que otro anillo labrado! Tenochtitln no exis-te. No existe Tulan, la ciudad de la gran feria. No existeTexcuco, el pueblo de los palacios. Los indios de ahora, alpasar por delante de las ruinas, bajan la cabeza, mueven los

    labios como si dijesen algo, y mientras las ruinas no lesquedan detrs, no se ponen el sombrero.

    Para Sarmiento, por su parte, la historia de Amrica sontoldos de razas abyectas, un gran continente abandonado a

    55 Jaime Alazraki: El indigenismo de Mart y el antindigenismo deSarmiento, Cuadernos Americanos, mayo-junio de 1965. (Los tr-

    minos de este ensayo y casi las mismas citas reaparecen en eltrabajo de Antonio Sacoto El indio en la obra literaria de Sarmientoy Mart, Cuadernos Americanos, enero-febrero de 1968.) Cf. tam-bin, de Jacques Lafaye: Sarmiento ou Mart? [...],Langues No-Latines, No. 172, mayo de 1965.

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    los salvajes incapaces de progreso. Si queremos saber cmointerpretaba l el apotegma de su compatriota Alberdi go-bernar es poblar, es menester leerle esto: Muchas dificul-tades ha de presentar la ocupacin de pas tan extenso; peronada ha de ser comparable con las ventajas de la extincin delas tribus salvajes: es decir, para Sarmiento gobernar es tam-bin despoblar de indios (y de gauchos). Y en cuanto a loshroes de la resistencia frente a los espaoles, esos hombresmagnficos cuya sangre rebelde Mart senta correr por sus

    venas? Tambin Sarmiento se ha interrogado sobre ellos. staes su respuesta:

    Para nosotros Colocolo, Lautaro y Caupolicn, no obs-tante los ropajes nobles y civilizados [con] que los re-vistiera Ercilla, no son ms que unos indios asquerosos,a quienes habramos hecho colgar ahora, si reaparecie-sen en una guerra de los araucanos contra Chile, que

    nada tiene que ver con esa canalla.

    Por supuesto, esto implica una visin de la conquistaespaola radicalmente distinta de la mantenida por Mart.Para Sarmiento, espaol, repetido cien veces en el senti-do odioso de impo, inmoral, raptor, embaucador, es sin-nimo de civilizacin, de la tradicin europea trada por ellos

    a estos pases. Y mientras para Mart no hay odio derazas, porque no hay razas, para el autor de Conflicto yarmonas de las razas en Amrica, apoyado en teorasseudocientficas,

    puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civi-lizaciones nacientes, conquistar pueblos que estn enposesin de un terreno privilegiado; pero gracias a esta

    injusticia, la Amrica, en lugar de permanecer abando-nada a los salvajes, incapaces de progreso, est ocupadahoy por la raza caucsica, la ms perfecta, la ms inteli-gente, la ms bella y la ms progresiva de las que pue-

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    blan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceana sellena de pueblos civilizados, el Asia empieza a moversebajo el impulso europeo, el frica ve renacer en sus cos-tas los tiempos de Cartago y los das gloriosos del Egip-to. As pues la poblacin del mundo est sujeta a revolu-ciones que reconocen leyes inmutables; las razas fuertesexterminan a las dbiles, los pueblos civilizados suplan-tan en la posesin de la tierra a los salvajes.

    No era pues menester cruzar el Atlntico y buscar a Renanpara or tales palabras: un hombre de esta Amrica las estabadiciendo. En realidad, si no las aprendi, al menos las robus-teci de este lado del Ocano, slo que no en nuestra Amri-ca, sino en la otra, en la Amrica europea, cuyo ms fan-tico devoto fue Sarmiento, en nuestras tierras mestizas, duranteel siglo XIX. Aunque no faltaron en ese siglo los latinoameri-canos adoradores de los yanquis, sera sobre todo gracias alcipayismo delirante en que, desgraciadamente, ha sido prdi-go nuestro siglo XX latinoamericano, que encontraramospariguales de Sarmiento en la devocin hacia los EstadosUnidos. Lo que Sarmiento quiso hacer para la Argentina fueexactamente lo que los Estados Unidos haban realizado paraellos. En sus ltimos aos, escribi: Alcancemos a los Esta-dos Unidos [...] Seamos Estados Unidos. Sus viajes a aquel

    pas le produjeron un verdadero deslumbramiento, un inaca-bable orgasmo histrico. A similitud de lo que vio all, quisoechar en su patria las bases de una burguesa acometedora,cuyo destino actual hace innecesario el comentario.

    Tambin es suficientemente conocido lo que Mart vioen los Estados Unidos como para que tengamos ahora queinsistir en el punto. Baste recordar que fue el primerantimperialista militante de nuestro continente; que denun-ci, durante quince aos, el carcter crudo, desigual y de-cadente de los Estados Unidos, y la existencia, en ellos con-tinua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades ydesrdenes de que se culpa a los pueblos hispanoamerica-

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    nos;56 que a unas horas de su muerte, en el campo de bata-lla, confi en carta a su gran amigo mexicano Manuel Mer-cado: cuanto hice hasta hoy, y har, es para eso [...] impe-dir a tiempo que se extiendan por las Antillas los EstadosUnidos y caigan, con esa fuerza ms, sobre nuestras tierrasde Amrica.57

    Sarmiento no permaneci silencioso ante la crtica quecon frecuencia desde las propias pginas deLa Nacinhaca Mart de sus idolatrados Estados Unidos, y coment as

    la increble osada:Una cosa le falta a don Jos Mart para ser un publicista[...] Fltale regenerarse, educarse, si es posible decirlo,recibiendo del pueblo en que vive la inspiracin, comose recibe el alimento para convertirlo en sangre que vi-vifica [...] Quisiera que Mart nos diera menos Mart,menos espaol de raza y menos americano del Sur, por

    un poco ms del yankee, el nuevo tipo del hombre mo-derno [...] Hace gracia or a un francs del Courier desEtats Unis rer de la beocia y de la incapacidad polticade los yankees, cuyas instituciones Gladstone proclamacomo la obra suprema de la especie humana. Pero criti-car con aires magisteriales aquello que ve all un hispa-noamericano, un espaol, con los retacitos de juicio po-ltico que le han trasmitido los libros de otras naciones,

    como queremos ver las manchas del sol con un vidrioempaado, es hacer gravsimo mal al lector, a quien lle-van por un campo de perdicin [...] Que no nos vengan,pues, en su insolente humildad los sudamericanos,semi-indios y semi-espaoles, a encontrar malo [...]58

    56 J.M.: La verdad sobre los Estados Unidos [1894], O.C., XXVIII,294.

    57 J.M.: Carta a Manuel Mercado de 19 de mayo de 1895. O.C., XX,151.

    58 Domingo Faustino Sarmiento: Obras completas, Santiago de Chi-le-Buenos Aires, 1885-1902, tomo XLVI, Pginas literarias, pp. 166-173.

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    Sarmiento, tan vehemente en el elogio como en la invecti-va, coloca aqu a Mart entre los semi-indios, lo que era enel fondo cierto y, para Mart, enorgullecedor, pero que enboca de Sarmiento ya hemos visto lo que implicaba...

    Por todo esto, y aunque escritores valiosos han queridosealar posibles similitudes, creo que se comprender lo dif-cil que es aceptar un paralelo entre estos dos hombres como elque realizara, en doscientas sesenta y dos despreocupadas p-ginas, Emeterio S. Santovenia: Genio y accin. Sarmiento yMart

    (La Habana, 1938). Baste una muestra: para este autor,por encima de las discrepancias que sealaron el alcan-ce o las limitaciones de sus respectivas proyeccionessobre Amrica, surgi la coincidencia [sic] de sus apre-ciaciones [las de Sarmiento y Mart] acerca de la parteque tuvo la anglosajona en el desarrollo de las ideas po-lticas y sociales que abonaron el rbol de la emancipa-

    cin total del nuevo mundo [p. 73].

    Pensamiento, sintaxis y metfora forestal dan idea de loque era nuestra cultura cuando formbamos parte del mundolibre, del que el seor Santovenia fue eximio representantey ministro de Batista en sus ratos de ocio.

    Del mundo librePero la parte de mundo libre que le toca a la Amrica Latinatiene hoy figuras mucho ms memorables: pienso en JorgeLuis Borges, por ejemplo, cuyo nombre parece asociado aese adjetivo; pienso en el Borges que hace tiempo dedicarasu traduccin presumiblemente buena deHojas de hier-ba, de Walt Whitman, al presidente de los Estados Unidos,Richard Nixon. Es verdad que este hombre escribi en 1926:

    A los criollos les quiero hablar: a los hombres que enesta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen

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    que el sol y la luna estn en Europa. Tierra de desterra-dos natos es sta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno:ellos son los gringos de veras, autorcelo o no su sangre,y con ellos no habla mi pluma [...];59

    es verdad tambin que all aparece presentado Sarmientocomo un norteamericanizado indio bravo, gran odiador ydesentendedor de lo criollo;60 pero sobre todo es verdad queese Borges no es el que ha pasado a la historia: este memo-

    rioso decidi olvidar aquel libro de juventud, escrito a pocosaos de haber sido uno de los integrantes de la secta, de laequivocacin ultrasta. Tambin para l fueron una equivo-cacin aquel libro, aquellas ideas. Patticamente fiel a su cla-se,61 iba a ser otro el Borges que se conocera, que se difundi-ra, que sabra de la gloria oficial y de los casi incontablespremios, algunos de los cuales, de puro desconocidos, ms

    bien parecen premiados por l. El Borges sobre el cual sehabla, y al cual voy a dedicar unas lneas, es el que hace ecoal grotesco pertenecemos al Imperio Romano de Sarmien-to, con esta declaracin no de 1926 sino de 1955: creo quenuestra tradicin es Europa.62

    Podra parecer extrao que la filiacin ideolgica de aquelactivo y rugiente pionero venga a ostentarla hoy un hombre

    59 Jorge Luis Borges: El tamao de mi esperanza, Buenos Aires, 1926,p. 5.

    60Op. cit., p. 6.61 Sobre la evolucin ideolgica de Borges, en relacin con la actitud

    de su clase, cf.: Eduardo Lpez Morales: Encuentro con un destinosudamericano, Recopilacin de textos sobre los vanguardismos enAmrica Latina, prlogo y materiales seleccionados por Oscar

    Collazos, La Habana, 1970. Cf. otro enfoque marxista sobre este au-tor en: Jaime Meja Duque: De nuevo Jorge Luis Borges,Literatu-ra y realidad, Medelln, 1969.

    62 Jorge Luis Borges: El escritor argentino y la tradicin, Sur, No. 232,enero-febrero de 1955, p. 7.

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    sentado, un escritor como Borges, representante arquetpicode una cultura libresca que en apariencia poco tiene que vercon la constante vitalidad de Sarmiento. Pero esta extraezaslo probara lo acostumbrados que estamos a considerar lasproducciones superestructurales de nuestro continente, cuan-do no del mundo entero, al margen de las concretas realida-des estructurales que les dan sentido. Prescindiendo de ellas,quin reconocera como descendientes de los pensadoresenrgicos y audaces de la burguesa en ascenso a las ruinas

    exanges que son los intelectuales burgueses de nuestros das?Basta con ver a nuestros escritores, a nuestros pensadores, enrelacin con las clases concretas a cuya visin del mundodan voz para que podamos ubicarlos con justicia, trazar suverdadera filiacin. El dilogo al que asistimos entre Sarmien-to y Mart era, sobre todo, un enfrentamiento clasista.

    Independientemente de su origen, Sarmiento es el impla-cable idelogo de una burguesa argentina que intenta trasla-

    dar los esquemas de burguesas metropolitanas, concretamentela estadunidense, a su pas. Para ello necesita imponerse, comotoda burguesa, sobre las clases populares, necesita explotar-las en su trabajo y despreciarlas en su espritu. La forma comose desarrolla una clase burguesa a expensas de la bestializacinde las clases populares est inolvidablemente mostrada enpginas terribles de El capital, tomndose el ejemplo de In-

    glaterra. La Amrica europea, cuyo capitalismo lograraexpandirse fabulosamente sin las trabas de la sociedad feu-dal, aadi a la hazaa inglesa nuevos crculos infernales: laesclavitud del negro y el exterminio del indio inconquistable.Eran stos los modelos que Sarmiento tena ante la vista y sepropuso seguir con fidelidad. Quiz sea l el ms consecuen-te, el ms activo de los idelogos burgueses de nuestro conti-nente durante el siglo XIX.

    Mart, por su parte, es el conciente vocero de las clasesexplotadas. Con los oprimidos haba que hacer causa co-mn, nos dej dicho, para afianzar el sistema opuesto alos intereses y hbitos de mando de los opresores. Y como

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    a partir de la conquista indios y negros haban sido relega-dos a la base de la pirmide, hacer causa comn con losoprimidos vena a coincidir en gran medida con hacer causacomn con los indios y los negros, que es lo que hace Mart.Esos indios y esos negros se haban venido mezclando en-tre s y con algunos blancos, dando lugar al mestizaje queest en la raz de nuestra Amrica, donde tambin segnMart el mestizo autctono ha vencido al criollo exti-co. Sarmiento es un feroz racista porque es un idelogo de

    las clases explotadoras donde campea el criollo extico;Mart es radicalmente antirracista porque es portavoz de lasclases explotadas, donde se estn fundiendo las razas. Sar-miento se opone a lo americano esencial para implantar aqu,a sangre y fuego, como pretendieron los conquistadores,frmulas forneas; Mart defiende lo autctono, lo verdade-ramente americano. Lo cual, por supuesto, no quiere decirque rechazara torpemente cuanto de positivo le ofrecieranotras realidades: Injrtese en nuestras repblicas el mun-do, dijo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repbli-cas. Tambin Sarmiento pretendi injertar en nuestras re-pblicas el mundo, pero descuajando el tronco de nuestrasrepblicas. Por eso, si a Mart lo continan Mella y Vallejo,Fidel y el Che y la nueva cultura revolucionaria latinoame-ricana, a Sarmiento, a pesar de su complejidad, finalmente

    lo heredan los representantes de la viceburguesa argentina,derrotada por aadidura. Pues aquel sueo de desarrolloburgus que concibi Sarmiento, ni siquiera era realizable:no haba desarrollo para una eventual burguesa argentina.La Amrica Latina haba llegado tarde a esa fiesta. Comoescribi Maritegui:

    La poca de la libre concurrencia en la economa capita-lista ha terminado en todos los campos y todos los aspec-tos. Estamos en la poca de los monopolios, vale decir delos imperios. Los pases latinoamericanos llegan con re-tardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos,

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    estn definitivamente asignados. El destino de estos pa-ses, dentro del orden capitalista, es de simples colonias.63

    Integrados a lo que luego se llamara, con involuntariohumorismo, el mundo libre, nuestros pases estrenaran unanueva manera de no ser independientes, a pesar de contar conescudos, himnos, banderas y presidentes: el neocolonialismo.La burguesa a la que Sarmiento haba trazado tan amenasperspectivas, no pasaba de ser simple viceburguesa, modes-

    to socio local de la explotacin imperial la inglesa prime-ro, la estadunidense despus.

    A esta luz se ve con ms claridad el vnculo entre Sarmien-to, cuyo nombre est enlazado a vastos proyectos pedaggi-cos, a espacios inmensos, a vas frreas, a barcos, y Borges,cuya mencin evoca espejos que repiten la misma desdicha-da imagen, laberintos sin solucin, una triste biblioteca a os-curas. Por lo dems, si se le reconoce americanidad a Sar-miento lo que es evidente, y no significa que represente elpolo positivo de esa americanidad, nunca he podido enten-der por qu se le niega a Borges: Borges es un tpico escritorcolonial, representante entre nosotros de una clase ya sin fuer-za, cuyo acto de escritura como l sabe bien, pues es deuna endiablada inteligencia se parece ms a un acto de lec-tura. Borges no es un escritor europeo: no hay ningn escritor

    europeo como Borges; pero hay muchos escritores europeos,desde Islandia hasta el expresionismo alemn, que Borges haledo, barajado, confrontado. Los escritores europeos pertene-cen a tradiciones muy concretas y provincianas, llegndose alcaso de un Pguy, quien se jactaba de no haber ledo ms queautores franceses. Fuera de algunos profesores de filologaque reciben un salario por ello, no hay ms que un tipo de serhumano que conozca de veras, en su conjunto, la literaturaeuropea: el colonial. Slo en caso de demencia puede un es-

    63 Jos Carlos Maritegui: Aniversario y balance [1928],Ideologa ypoltica, Lima, 1969, p. 248.

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    critor argentino culto jactarse de no haber ledo ms queautores argentinos o escritores de lengua espaola. YBorges no es un demente. Es, por el contrario, un hombremuy lcido, un hombre que ejemplifica la idea martiana deque la inteligencia es slo una parte del hombre, y no lamejor.

    La escritura de Borges sale directamente de su lectura, enun peculiar proceso de fagocitosis que indica con claridadque es un colonial y que representa a una clase que se extin-

    gue. Para l, la creacin cultural por excelencia es una biblio-teca; o mejor un museo, que es el sitio donde se renen lascreaciones que no son de all: museo de horrores, de mons-truos, de excelencias, de citas o de artes folclricas (las ar-gentinas, vistas con ojo museal), la obra de Borges, escrita enun espaol que es difcil leer sin admiracin, es uno de losescndalos americanos de estos aos.

    A diferencia de otros importantes escritores latinoameri-canos, Borges no pretende ser un hombre de izquierda. Por elcontrario: su posicin en este orden lo lleva a firmar en favorde los invasores de Girn, a pedir la pena de muerte paraDebray o a dedicar un libro a Nixon. Muchos admiradoressuyos, que deploran (o dicen deplorar) actos as, sostienenque hay una dicotoma en su vida, la cual le permite, por unaparte, escribir textos levemente inmortales, y por otra, firmar

    declaraciones polticas ms que malignas, pueriles. Puede ser.Tambin es posible que no haya tal dicotoma, y que deba-mos acostumbrarnos a restituirle su unidad al autor de El jar-dn de senderos que se bifurcan. Con ello, no se propone queencontremos faltas de ortografa o de sintaxis en sus pulcraspginas, sino que las leamos como lo que despus de todoson: el testamento atormentado de una clase sin salida, que seempequeece hasta decir por boca de un hombre: el mundo,desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

    Es singular que la escritura/lectura de Borges conozca undestino particularmente favorable en la Europa capitalista,en el momento en que esa misma Europa inicia su condicin

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    Es usted muy joven. Qu edad tiene? Veintisiete aos.Cundo se recibi?Hace tres aos... Pero...Pero qu?Que es muy distinta la teora de la prctica.Y eso le da risa. Qu cosa le ensearon?Mucho marxismo. Hasta hice mi tesis sobre la

    plusvala.Ha de ser una buena disciplina, Padilla.Pero la prctica es muy distinta.Usted es eso, marxista?Bueno, todos mis amigos lo eran. Ha de ser cosa de laedad.65

    El dilogo expresa con bastante claridad la situacin de una

    zona de la intelligentsia mexicana que, aunque comparte laubicacin y la conducta clasista de Borges, difiere de ste, porrazones locales, en aspectos accesorios. Pienso, concretamen-te, en la llamada mafia mexicana, una de cuyas ms conspi-cuas figuras es Carlos Fuentes. Este equipo expres clida-mente su simpata por la Revolucin Cubana hasta que, en 1961,la Revolucin proclam y demostr ser marxis-

    ta-leninista, es decir, una revolucin que tiene al frente la alianzaobrero-campesina. A partir de ese momento, la mafia le espa-ci de modo creciente su apoyo, hasta que en estos meses, apro-vechando la alharaca desatada en torno al mes de prisin de unescritor cubano, rompi estrepitosamente con Cuba.

    Es aleccionadora esta simetra: en 1961, en el momento dePlaya Girn, el nico conjunto