Felipe Tejera - Triunfar con la patria
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FELIPE TEJERA Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro
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TRIUNFAR
CON LA
PATRIA (DRAMA EN CUATRO ACTOS Y EN VERSO)
1875
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Personas:
SOFÍA
EL MARQUÉZ ERNESTO PORTOCARRERO
EL CONDE DON JUAN DE VILLA RICA, padre de Sofía
DON PEDRO ITURBE
OVALLES, capitán español
JUAN BRAVO, alcaide
UN MONJE
TERESA, aya
SOLDADOS FIGURANTES
La escena pasa en Caracas, años de 1812 y 1813.
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ACTO PRIMERO
La escena representa una casa de campo en las cercanías de Caracas, con corredores al camino real, árboles, etc. Es de noche.
Escena I
Sofía y Teresa, sentadas en el corredor.
TERESA.-
A juzgar por lo que veo,
tu desconsuelo no cesa;
ten esperanza y…
SOFÍA.-
Teresa,
ya en la esperanza no creo.
El que un momento soñó
con una ilusión querida,
y en otro instante perdida
toda su ventura vió;
el que de dicha sediento
forjó loco un paraíso,
y cuando tocarlo quiso
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huyó cual nube en el viento;
el que llegó a presumir
que en el edén del amor
nunca podría el dolor
sus altares erigir;
y en lugar de la ilusión
que acarició ¡duelo impío!
encuentra el mundo vacío,
y ¡vacío el corazón!
Para ése ya de la fe
tal vez la gracia no alcanza,
para eso no hay esperanza…
TERESA.-
¡Cielos! ¿qué dices?...
SOFÍA.-
¿Por qué
malhadada fue mi suerte?
Tanto rigor no creí;
yo, tal vez, no merecí
castigo, mi Dios, tan fuerte. (Pausa)
En torno nuestro encontrar
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súbito el mundo desierto;
mirar al esposo muerto,
y no poderlo llorar;
aquí, en lo hondo, sentir
el corazón ya deshecho;
tener traspasado el pecho,
¡y no poderlo decir!...
¡Oh! Madre mía adorada,
desde la tumba sombría
¡si vieras tú la agonía
de tu hija desdichada!...
TERESA.-
Mas espera en Dios…
SOFÍA.-
¡Oh! no,
porque es en vano esperar,
si ya no puede tornar
el que por siempre partió.
TERESA.-
¡Ah! Que me arrancas el alma,
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grande es tu pena en verdad;
mas, Sofía, por piedad,
sosiégate… sí, ten calma.
Vuelve los ojos al cielo,
y Dios oirá tu clamor;
no hay en el mundo un dolor
que no tenga allá consuelo.
SOFÍA.-
Bien, Teresa; pero di,
aquel caballero… ¡Oh Dios! (Con zozobra)
Mira si estamos las dos
solas…
TERESA.-
(Viendo hacia adentro) Cierto que sí
puedes sin temor hablar.
SOFÍA.-
¿Si querrá perderme?...
TERESA.-
¿Y bien?
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SOFÍA.-
Aquel caballero…
TERESA.-
¿Quién?
SOFÍA.-
El que me ayudó a salvar.
TERESA.-
¿Cómo es su nombre?
SOFÍA.-
Alvarado
me dijo que se llamaba.
TERESA.-
Con su palabra bastaba.
¿Te prometió?
SOFÍA.-
Me ha jurado
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silenciarlo eternamente.
TERESA.-
¿Pues entonces?...
SOFÍA.-
Calla, espera:
también quiso le dijera
el mío.
TERESA.-
¡Oh! ¡qué imprudencia!
Y tú… ¿le dijiste?
SOFÍA.-
Un nombre
falso.
TERESA.-
¿Qué nombre?
SOFÍA.-
Elvira
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Mármol.
TERESA.-
¡Oh! Dios te inspira,
no temas nada de ese hombre.
mas oye: ¿qué hay del proyecto
de tu padre?
SOFÍA.-
Nada, nada;
yo lo esperanzo confiada
en que nunca tendrá efecto.
TERESA.-
Con todo eso, mejor
fuera hablarle claro.
SOFÍA.-
Ya.
Mas, él viene, ¿qué traerá?
TERESA.-
Quede contigo el Señor. (Váse)
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Escena II
Don Juan, Sofía.
DON JUAN.-
Pon atención, hija mía,
que me importa hablarte luego
de un asunto que interesa
a entrambos: a ti primero
que a tu padre, pues te cabe
la felicidad en ello.
SOFÍA.-
A vuestras órdenes siempre
dispuesta estoy.
DON JUAN.-
Lo celebro,
que es mucho ver a una hija
semejante en tales tiempos.
Mas, oye, que el caso es grave.
Para hablar mejor, sentémonos. (Se sientan)
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SOFÍA.-
Yo os escucho, (Aparte) antes de oírle,
¡Virgen Santa! me estremezco.
DON JUAN.-
Pues sabrás, mi buena hija,
que, como anhelante velo
por tu dicha, y no descanso
por verte feliz, ni duermo,
tu mano ofrecí, no ha mucho,
al marqués Portocarrero
para su hijo, que es hombre
de gran valer, y muy bueno;
y aunque al principio dudaste
en aceptar…
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Justo cielo!
DON JUAN.-
Al fin esperanza diste
de obedecer mis consejos.
Que para dar en lo justo
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es, hija, el camino recto.
Con ellos honraste mis canas,
y el Señor te dará el premio,
pues es rara esa virtud
en los días que corremos
de libertad, de igualdad,
de progresos y derechos,
y de todas las mentiras
que inventaron los modernos;
ya la virtud no es virtud,
sino manía de viejos:
y la obediencia es ludibrio,
y el orden es un tropiezo.
Ahora ya no se habla
sino de altos guerreros
enemigos de los reyes;
de independencia en los pueblos,
de comicios, de sufragios…
y qué sé yo qué más fueros.
¡Vive Dios! mal anda el mundo.
¡Qué tiempos, Señor, qué tiempos!
Y luego, esa democracia
que es, hija, el más estupendo
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error que verán los siglos
presentes y venideros.
Ahí es nada: ¡cuánto escándalo
será fuerza ver! Por eso,
pensando en el porvenir,
tu matrimonio he resuelto
con ese gallardo joven
de campanillas, y vengo
a decirte que en Caracas
ha días se encuentra.
SOFÍA.-
Pero…
DON JUAN.-
Aquí ve, la esquela traigo
que, como galán experto,
me ha enviado, porque sepa
en donde mora. Ya esto,
gracias a Dios, me parece
negocio arreglado.
SOFÍA.-
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Pero…
DON JUAN.-
Toma, pues, la esquela… mira… (Se la da)
que lo que es yo… ya no veo.
A ver… ¿qué dice? Mas, ¡hola!
¿Te asustas? ¡vaya! lee recio.
SOFÍA.-
(Leyendo) “Al conde de Villa-rica,
Ernesto Portocarrero
saluda, y tendría a honra
ofrecerle sus respetos”.
DON JUAN.-
Eso es ser hombre; así es
como yo quería un yerno,
bien educado… ¿qué dices?
habla, por Dios, verte quiero
con tan buena nueva alegre,
Darme gracias por…
SOFÍA.-
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Pero…
DON JUAN.-
¡Válgame Dios! ¡qué demonio!
sino pones más que peros;
y ¿qué te pasa que tienes
el rostro tan descompuesto?
SOFÍA.-
Digo cual vos, padre mío,
¡que el caso es tan grave y serio!
DON JUAN.-
Pues claro está que lo es
mas el partido es extremo.
SOFÍA.-
Con todo, ya que en mi suerte
os fijáis con tanto anhelo,
para pensarlo mejor
de vuestra bondad espero
me deis vagar…
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DON JUAN.-
¡Voto va!
¿Estamos hoy para eso?
SOFÍA.-
Si accedéis a lo que os pido,
mucho me obligáis en ello.
DON JUAN.-
Cierto que sí; más verás,
cuando te cases, mi acierto.
SOFÍA.-
Señor, si tanto os importa
que yo me case, a lo menos
permitid que hasta tratar
a ese noble caballero
no me decida… (Aparte) ¡Valor!
y ganemos así tiempo.
DON JUAN.-
¡Qué escucho! ¡siempre lo mismo!
¿Te rebelas?
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SOFÍA.-
Me rebelo,
si no consentís que piense,
lo que no tiene remedio
después de efectuado… ¡Oh! padre
(Con amaño)
mío, miradlo bien.
DON JUAN.-
Bueno,
ya está visto.
SOFÍA.-
¿Consentís?
DON JUAN.-
Si ruegas así… consiento;
más perderás a tu padre.
SOFÍA.-
Padre mío, yo os prometo
que al verle… al tratarle… acaso
me ame… le ame…
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DON JUAN.-
¡Cierto!
Que al verle tú le amarás;
si por eso es, no hablemos
más.
SOFÍA.-
¿Me complacéis?
DON JUAN.-
No dudo
que tú le amarás, convengo.
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Gracias a Dios!
DON JUAN.-
Pero ahora
falta encontrarnos dispuestos
a recibirle.
SOFÍA.-
¿Eso cuándo?
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DON JUAN.-
Mañana mismo, al momento.
No hay que esperar.
SOFÍA.-
¿Tan pronto?
DON JUAN.-
Por supuesto, por supuesto.
Más bien entendido ten
que mi palabra no vuelvo;
que tu mano está ofrecida
y, o te casas o me pierdo. (Pausa)
Avanzada es ya la hora
y hay mucho que hacer, te dejo. (La abraza)
SOFÍA.-
Si permitirlo quisierais
pasando a un asunto nuevo,
podréis decirme, ¿hasta cuándo
aquí en el campo estaremos?
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DON JUAN.-
¿Tan pronto te has aburrido
de estos sitios de recreo,
de esas verdes arboledas
y de estos aires tan frescos?
Pues apenas cinco días
hace que moras en ellos,
y bien conoces la causa…
pues hablo de aquel suceso
que tanta impresión les hizo
a tus delicados nervios.
Y que para tu salud,
que estaba en tan grave riesgo,
fue la sola medicina
que te recetara el médico.
Quietud, distracciones, baños,
solaz, y temperamentos;
que a no conocerte yo,
juzgara por los remedios
que sufrías mal de amores,
que dicen ser mal moderno.
Porque en mi tiempo, ¿qué había
uno de morirse de eso?
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Ya se ve: la gente no era
tan blandita de cerebro.
SOFÍA.-
Pues ya que me habéis traído
a la mente tal recuerdo,
decidme, ¿no se columbra
quién fue el matador?
DON JUAN.-
El muerto.
SOFÍA.-
¡Qué decís, Jesús!
DON JUAN.-
Verdad.
SOFÍA.-
¿Cómo puede ser?
DON JUAN.-
¡Bah! siéndolo.
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Que el tal hombre aborrecido
de sí mismo, a lo que veo,
por sus crímenes atroces,
y aquella audacia sin freno
que le arrojó hasta poder
quitar, a la faz del pueblo,
al Capitán General
el bastón de su gobierno,
gritando: ¡viva la patria!
y ¡abajo Fernando séptimo!
claro está que al fin debía,
de tantos delitos reo,
hacerse justicia él mismo
suicidándose…
SOFÍA.-
¡Qué héroe!...
DON JUAN.-
¡Por vida de… si el demonio
te habrá volcado los sesos!
¿Has dicho héroe?... ¿tú has visto
que haya héroes entre el pueblo?
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Y Francisco Salias ¿era
otra cosa que un plebeyo?
¡La gloria es de buena cuna!...
SOFÍA.-
(Con énfasis) Su cuna son altos pechos:
y los grandes corazones
que se inflaman con su aliento,
ostentan por su alta alcurnia,
muy más que títulos huecos,
como timbres más de hidalgos
sus virtudes y sus hechos.
¡Oh, no ofendáis!
DON JUAN.-
Pues, ¿qué oigo?
¡Infeliz! ¿qué estás diciendo?
Piensas tú que pueda haber
un hombre que valga un bledo
entre esa imbécil gentuza?
SOFÍA.-
Pero ¿por qué no ha de haberlo?
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DON JUAN.-
¡Vive Dios! porque árbol malo
no puede dar fruto bueno.
SOFÍA.-
Gracias, me traéis a cuenta
máximas del Evangelio.
Bien, decidme, ¿no abrió el Cristo
para todo el mundo el cielo;
y antes bien a los humildes
corona que a los soberbios?
Si así es la verdad, bien pueden
erguir la frente y…
DON JUAN.-
¡Está bueno!
¿Y dónde aprendiste tú
a contrariar mis consejos?
¡Si es que el mundo está perdido!...
¡qué tiempos, Señor qué tiempos!...
¿Habrá loquilla como ella?
pues no dijo ¡voto al cielo!
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como quien no dice nada
¿que ese Salias era un héroe?
Por Satanás, que no sé
como mi furia contengo,
y no he sellado tus labios,
y al oírte no te he muerto.
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Dame valor y entereza,
Señor, porque desfallezco!
DON JUAN.-
¡Oh! ven acá: ¿tú no sabes
que ese loco y altanero
de Salias, era un traidor
a su patria y al gobierno
de su majestad invicta,
rey de España y rey nuestro?
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Antes bien para los mártires
de par en par se abre el cielo!
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DON JUAN.-
Pues cómo osaste decir
¡voto a cuatrocientos truenos!...
SOFÍA.-
Cesad, por Dios, que ya nunca
os hablaré más de ello;
¿estáis malo, padre mío?
DON JUAN.-
Malo como tú me has puesto.
Quiero recogerme.
SOFÍA.-
Antes
perdonad que os haya hecho
molestaros, pues os amo,
vos lo sabéis, con extremo.
Y miraros no quisiera
jamás con tan duro gesto.
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DON JUAN.-
Cierto que eres buena, hija (Abrazándola)
Mas déjame… Te recuerdo (Yéndose)
Que mañana estés dispuesta
a recibir… pues… te quiero
decir… ¿entiendes?
SOFÍA.-
¿A quién?
DON JUAN.-
A aquel joven…
SOFÍA.-
¡Ah! ya entiendo,
descuidad, procuraré daros gusto.
DON JUAN.-
Yo lo espero. (Vase)
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Escena III
Sofía
SOFÍA.-
¡Tanto, cielo, te ofendí! (Con dolor)
¿Que tu fe me abandonó?
¿Qué hice en el mundo yo,
para contemplarme así?
Y ya que pudo ¡ay de mí!
mi amor profundo ofenderte,
muévate al menos la suerte
de un corazón que no espera,
dormir tranquilo siquiera
en el sueño de la muerte.
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¿Qué fue mi ilusión dorada?
¿Qué fue mi edén y mi amor?
¿Por qué soñamos, Señor,
si todo en el mundo es nada?
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¡Ay de mi alma enamorada!
¡Ay del pobre corazón,
que al perder una ilusión,
en perpetuo afán y guerra,
ve cuán vanas en la tierra
las dichas humanas son!... (Vase)
Escena IV
Teresa
Entra Teresa. Mientras habla, aparecen en el camino por direcciones opuestas Iturbe y Portocarrero que vienen a encontrarse en el comedio.
TERESA.-
Ya que Sofía se entró,
cerremos luego la puerta;
(Mirando hacia fuera)
la calle se haya desierta…
Que no me pase otra… no:
es preciso estar alerta.
(Cierra y vase)
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Escena V
Portocarrero, Iturbe.
PORTOCARRERO.-
¡Mi buen Iturbe!
ITURBE.-
¡Querido
Portocarrero! ¿A qué suerte
debo la dicha de verte? (Se abrazan)
¿Y desde cuándo has venido?
PORTOCARRERO.-
Ha seis días que llegué,
y debo manifestaros,
que no he ido a visitaros
por falta de tiempo, a fe.
Pero en primera ocasión
me desquitaré sin tasa .
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ITURBE.-
Convenido, pues mi casa
está a tu disposición.
Y bien, vamos, ¿te ha agradado
la capital?
PORTOCARRERO.-
Claro está,
que no se ve por allá
tan espléndido poblado.
Que os agrada pasear
por estas afueras veo.
ITURBE.-
Es el único paseo
que me place frecuentar.
Pero dime, ¿a qué atribuir?...
PORTOCARRERO.-
¿Tener la dicha de veros?
Es muy justo complaceros.
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ITURBE.-
Por Dios, que lo he de aplaudir. (Pausa)
PORTOCARRERO.-
Mi padre, que siempre vio
con temor mi soltería,
vino a Caracas, y un día,
mi matrimonio trató.
Aun no conozco, en verdad,
a la esposa prometida;
más me la forjó, y subida
me figuro su beldad.
Pronto será confirmada
mi esperanza lisonjera,
pues mi entrevista primera
mañana veré lograda.
ITURBE.-
¿Mañana?
PORTOCARRERO.-
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Sí.
ITURBE.-
¿La verás?
PORTOCARRERO.-
A eso sólo he venido.
ITURBE.-
Pues desde luego es sabido
que al verla te casarás.
¡Bella joven! ¡Oh, muy bella!
del matrimonio me alegro;
además, tendrás un suegro
que es tan bueno como ella.
PORTOCARRERO.-
¿Lo celebráis?
ITURBE.-
De contado.
Tengo yo por buen agüero
lo que hace Portocarrero,
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que es hombre muy acertado.
Y cuando el caso me dijo
como amigo, respondí:
celebro el trato por ti,
tanto como por tu hijo.
Que es selecta la elección
de la joven, noble, rica;
y es matrimonio que implica
mucha significación.
Desde luego el parabién
te doy por tan buen enlace.
PORTOCARRERO.-
¿Me aconsejáis que me case?
ITURBE.-
Al punto.
PORTOCARRERO.-
Todo va bien.
ITURBE.-
Es muy justo.
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Que vaya a más no poder,
si nadie te obliga a hacer…
y te casas por tu gusto.
Pero noto en tu semblante
cierta cosa, un no sé qué…
¿Estás enfermo?
PORTOCARRERO.-
No a fe,
que gozo salud bastante.
ITURBE.-
Pues estás un poco pálido,
el color amarillento,
o será el temperamento
del interior, que es tan cálido.
De este clima la pureza
¿quién puede haber que no alabe?
¡Vamos! que aquí no se sabe
qué es un dolor de cabeza.
Es excelente este suelo,
trasunto fiel del Edén;
y dice el refrán muy bien
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que “de Caracas al cielo”.
Con el clima y la estación
de Diciembre, claro está,
que ese rostro cambiará
de color y de expresión.
Lo extraño es que en tantos días
no estés ya muy mejorado;
si parece que has estado
todo este tiempo en orgías.
Y yo no encuentro muy bien
presentarte así a tu dama.
PORTOCARRERO.-
¿Acaso el rostro se ama?
ITURBE.-
¡Hombre!... se ama también.
O estás enfermo, o escondes
algún secreto pesar.
PORTOCARRERO.-
(Aparte) No lo he podido ocultar.
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ITURBE.-
¡Vamos! ¿Qué hay?... ¿no respondes?
(Pausa)
PORTOCARRERO.-
Pues que en el rostro me habéis
sorprendido el sufrimiento,
quiero hablaros… pero cuento
que en silencio o guardéis.
ITURBE.-
Puedes sin riesgo empezar;
(¡ya lo sabía, por Dios!)
lo que digas, de los dos
cuenta que no ha de pasar.
PORTOCARRERO.-
Pues oíd, que es lo más raro
que en el mundo verse puede:
y esto entre nosotros quede…
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ITURBE.-
¡Hombre! Habla sin reparo (Pausa)
PORTOCARRERO.-
Apenas llegado hube,
a ver la ciudad salí
ya de noche, y me perdí
no bien dos cuadras anduve.
Después a un puente llegué,
y no vi persona alguna;
ya despuntaba la luna,
y a descansar me senté.
Mas súbito de una puerta
que daba al cercano río,
un bulto vago y sombrío
vi salir, que a andar no acierta.
Curioso de lo que fuera
me aproximé a contemplarlo,
me estremezco al relatarlo.
ITURBE.-
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¿Acaso un fantasma era?...
PORTOCARRERO.-
Una mujer más hermosa
que la luna que asomaba
y que sola allí lloraba
sin consuelo.
ITURBE.-
¡Extraña cosa!
PORTOCARRERO.-
O ya rasgaba en pedazos
el vestido, o balbuciente
hablaba; ya de repente
se retorcía los brazos.
Aquel rostro de mujer
visto a la luz de la luna,
¡oh! ¡no hay belleza ninguna
que tenga tanto poder!
aquel llorar sin consuelo,
aquel gemir desolado,
era un ángel desterrado,
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sí, desterrado del cielo.
Aun suena dulce en mi oído
y penetra el corazón,
la trémula vibración
de aquella voz de gemido.
(Aparte)
¡Perezca, oh Dios! ¡esa hora!
mas su recuerdo ¡ay de mí!
¿quién me arrancara de aquí
con el corazón ahora?
ITURBE.-
Pero ¿qué tienes?...
PORTOCARRERO.-
Yo… nada…
Feliz yo si no la viera.-
Pues esa beldad…
ITURBE.-
¿Quién era?
PORTOCARRERO.-
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Una mujer… ¡deshonrada!... (Pausa)
ITURBE.-
¡Calle! ¿qué dices?
PORTOCARRERO.-
De oírla
ganoso, y aún más de verla,
curioso de conocerla,
anhelante de seguirla,
a la sombra me escondí,
cuando otra mujer salió
a quien ella le contó
su deshonor… ¡Yo lo oí!... (Pausa)
Llevaba amores secretos;
y cada noche venía
el galán que la servía,
a ofrecerla sus respetos.
Aquella noche, pues, vino,
y cuando en la alcoba entró,
muerto en el suelo cayó
de un acceso repentino.
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ITURBE.-
¿Pero esa muerte?...
PORTOCARRERO.-
Tal vez,
alguna grave lesión
tenía en el corazón.
ITURBE.-
Sí, de presumirse es.
PORTOCARRERO.-
Persona de mucha cuenta
la joven es, a fe mía.
ITURBE.-
Pero este caso ponía
en pública luz su afrenta.
¿Qué hiciste tú?
PORTOCARRERO.-
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Al quedar
sola otra vez, y movido
con su rostro dolorido,
¿qué iba a hacer? la quise hablar;
más, cual su sorpresa fue,
y cómo su asombro, cuando
me vio, que apenas temblando
podía tenerse en pie.
.- “ya que por hallarme aquí,
la dije, pude escucharos,
señora, quiero salvaros…
confianza tened en mí.
Y pues muerto a vuestro amante
en vuestra alcoba tenéis,
si el honor salvar queréis,
no perdamos un instante.
El tiempo nos urge, vamos,
que todo quede encubierto
importa: yo saco al muerto
y en la calle le dejamos.
Mañana no se dirá,
cuando al pasar se le halle,
sino que muerto en la calle
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ese caballero está”.-
Tal la dije; más a fe
mucho me costó obligarla.
Mi intención era salvarla,
y, por Dios, que la salvé.
(Aparte) Pero fue para perderme.
ITURBE.-
(Aparte) Por lo que escucho presiento
quién es el hombre… ya cuento
de todo el caso imponerme),
prosigue, cuéntalo todo.
PORTOCARRERO.-
Había en esto un arcano
que descubrir quise en vano;
y más aún en el modo
con que en su lloro incesante
convino al fin, pues decía,
que así también se cumplía
la voluntad de su amante.
Después preguntó mi nombre.
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45
ITURBE.-
¿Y qué, tu nombre le has dado?
PORTOCARRERO.-
Dije que Diego Alvarado
me llamaba.
ITURBE.-
¡Muy bien, hombre!
PORTOCARRERO.-
Fue inspiración del momento,
pues tened como seguro,
que, siempre en un grande apuro,
se aguza el entendimiento.
ITURBE.-
Pero ¿el muerto?
PORTOCARRERO.-
Allí quedó;
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y pienso que obré prudente,
que al verle, luego la gente
dirá que se suicidó.
ITURBE.-
¡Vive Dios! que has descorrido
a mis ojos un misterio;
ese fracaso es más serio
de lo que tú has creído.
¿Sabes el hombre quién era?...
PORTOCARRERO.-
No sé.
ITURBE.-
¡Magnífico plan
ha sido el tuyo!
PORTOCARRERO.-
¿Y qué han
dicho las gentes por fuera?
ITURBE.-
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Lo mismo que tú pensaste.
PORTOCARRERO.-
Y ¿sabéis su nombre vos?
ITURBE.-
¡Francisco Salias!
PORTOCARRERO.-
¡Por Dios!
ITURBE.-
¿No es nada en lo que te hallaste?...
PORTOCARRERO.-
¿El hombre aquel?... aquel vil
que osó quitarle…
ITURBE.-
El bastón
a Emparan, en la función
del Diez y nueve de Abril.
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48
PORTOCARRERO.-
¡Qué escucho, cielos!
ITURBE.-
Guardado
ten el secreto, y advierte,
que esa su trágica muerte
es un secreto de Estado.
PORTOCARRERO.-
¿Y vos sabéis el secreto?
ITURBE.-
Lo supe; más tarde fuera
para salvarle, pues era
ya difunto.
PORTOCARRERO.-
Yo respeto
vuestra acción; pero pensar
salvarle la vida…
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49
ITURBE.-
Es raro
que me pongas tal reparo,
si tú acabas de salvar
el honor de su querida.
Digna es la acción de alabarla.
PORTOCARRERO.-
¡Ah! si pudiera olvidarla…
ITURBE.-
Todo en el mundo se olvida.
¿Y te pareció tan bella?
PORTOCARRERO.-
Me deslumbró esa mujer.
ITURBE.-
Tu novia tiene que ver.
PORTOCARRERO.-
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50
¿Será en verdad como ella?
ITURBE.-
Su hermosura es tan cabal,
que entre todas las mujeres
de Caracas, por quien eres,
no reconoce rival.
Olvida esa bribonzuela,
que a ti nada ha de valer,
aunque pudieras hacer
de su historia una novela.
Mas, ¿la hora?
PORTOCARRERO.-
Son las diez.
ITURBE.-
Parto ya… Pero antes di: (Yéndose)
¿Ves mañana al conde?
PORTOCARRERO.-
Sí.
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51
ITURBE.-
Con que hasta mañana, pues. (Vanse)
Cae el telón
ACTO SEGUNDO
Decoración de sala en la casa de Don Juan de Villa-rica. Es de día.
Escena I
Don Juan, Iturbe.
ITURBE.-
Muy de grado celebro,
pues que vuestra hija ya
cifra tan bien su fortuna
con un enlace que no hay
mejor posible.
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52
DON JUAN.-
Así es,
buen Iturbe, la verdad.
Portocarrero es un joven
tan noble, tan principal…
ITURBE.-
Como que es heredero
de un espléndido solar;
ni tiene Barquisimeto
mejor familia.
DON JUAN.-
Cabal.
Empero, no me interesa
su alcurnia
y valer no más,
ni por ser de tanta cuenta
le hubiera yo de aceptar;
que también mi buena hija
es de alto origen…
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53
ITURBE.-
¡Pues ya!
Por sabido eso se calla,
¿quién no os conoce, Don Juan?
DON JUAN.-
Pues, os decía, no eran
sus prendas y su caudal,
lo que ahora me obligaba
este asunto a acelerar.
Sino que, mi buen Iturbe,
están los tiempos tan mal,
corren tan feas noticias,
y la gente está además
tan recelosa, que ¡vamos!
toda alarma es la ciudad;
y presiento, no muy tarde,
un conflicto general…
un infierno… en fin, Iturbe,
una gran calamidad.
Sobre que esa democracia
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54
que, error acaso será,
mas, lo que es yo, no la apruebo,
ni ayer, ni hoy, ni jamás,
me trae a tan mal traer,
que al fin conmigo dará
en el sepulcro… y después,
como a Sofía la están
revolviendo esas ideas,
de patria, de libertad,
me temo que en todo ello
no ingiera Satanás;
y… ¡he resuelto que se case!
ITURBE.-
Y muy bien resuelto está.
Que guerra, si va avisada…
ya vos sabéis el refrán.
Y en todo lo que dijisteis
tenéis razón por demás.
DON JUAN.-
Desde luego, buen amigo,
que vos debéis adivinar
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55
que, si os invité a venir
este día, era…
ITURBE.-
¡Ya!
Al instante lo presumo:
presentarme aquí al galán,
con quien vos sabéis me ligan
dulces lazos de amistad,
hoy vuestro presunto yerno;
y que también hoy harán
conocimiento los novios;
¿no es eso?
DON JUAN.-
Hay mucho más.
Habéis acertado en todo,
menos en lo principal.
Y es que yo cuento con vos
para padrino.
ITURBE.-
Don Juan,
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56
acepto dándoos las gracias,
que en ello mucho me honráis.
DON JUAN.-
Dadme los brazos.
ITURBE.-
Sellemos
de nuevo así la amistad
que de la infancia nos liga.
DON JUAN.-
Que no se entibie jamás. (Se abrazan)
(Ruido afuera, y se oye distante un toque de corneta)
ITURBE.-
¿Habéis oído?
DON JUAN.-
¿Qué es eso? (Con zozobra)
¡Si parece que se está
el mundo viniendo abajo!
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57
ITURBE.-
¡Vive Dios! Que algo hay
de nuevo…
DON JUAN.-
¿Pues no lo he dicho?
Algún alarma quizá
que promueven los patriotas,
¡por vida…!
(Entra Teresa con un papel que dará luego a Don Juan)
Escena II
Dichos y Teresa.
TERESA.-
Señor Don Juan,
¡ay Jesús mío! ¡qué susto!
¡Santísima Trinidad!...
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58
DON JUAN.-
Pero ¿qué es esto, qué tienes?
¡Habla!...
TERESA.-
¡Virgen del Pilar!...
¡Pues que! ¿No lo habéis oído?
DON JUAN.-
¡Pero habla, por Satanás!
¿Qué hay de nuevo?... ¿Qué sucede?
TERESA.-
¡Ahí es nada!... la ciudad
está toda alborotada
como en el juicio final;
las gentes cierran las puertas,
porque dicen que ya está…
¡A Dios mío!...
ITURBE.-
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59
¡Acaba! Acaba,
¡por Dios!...
DON JUAN.-
¿No acabarás?...
TERESA.-
¡Que está en tierra ese Bolívar
con tanta gente, que ha
trastornado a todo el mundo…!
y aquí acaba de llegar
un criado con este pliego
para vos. (Le da el pliego)
DON JUAN.-
Pues, ¿eso más?...
Vamos, retírate al punto.
Escena III
Dichos, menos Teresa.
ITURBE.-
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60
Ved lo que dice… ¡acabad!
(Don Juan le da el pliego con risible desagrado a Iturbe)
DON JUAN.-
Leed, don Pedro.
ITURBE.-
¡Veamos!
(Aparte) ¡Bolívar en armas ya!
¡Grave noticia es aquesta! (Leyendo)
DON JUAN.-
Leed recio, en singular.
¡Qué diablos! ¡lo que es el mundo!
ITURBE.-
“Muy estimado don Juan:
Por un posta de Occidente
acabado de llegar,
se me dice que Bolívar,
con mil hombres, poco más
o menos, por la frontera
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61
de Mérida invadirá,
al momento he ordenado
mover alarma, y doblar
las guardias y vigilancia.
Conviene que vos vengáis,
para oír nuestros consejos,
con los nobles del lugar,
mañana mismo; entre tanto,
quedo vuestro general,
Monteverde”.
Y la posdata,
Dice así: “También se ha
descubierto al asesino
de Salias…
DON JUAN.-
¡Por Satanás!
ITURBE.-
“Es un joven, y de cuenta,
y aunque español, se le hará
poner preso… Por ahora
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62
es política así obrar”.
(Iturbe devuelve el pliego a don Juan que lo guarda, y dice aparte)
Mucho me temo que no sea
el novio el cristo… ¡qué azar!...
DON JUAN.-
Ahí lo tenéis, ved donde
nos trajo vuestra piedad;
por un hombre que salvasteis
¿sabéis cuántos morirán?
salvar a Bolívar ¡hombre!
eso se llama criar
cuervos que os saquen los ojos.
ITURBE.-
Si hice o no hice mal
salvándole, Dios lo sabe.
¿Quién podía imaginar
que fuese Bolívar
tan patriota y tan tenaz?
DON JUAN.-
Pero, ¿cómo no sabíais
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63
que lo era, y además,
que fue quien trajo a Miranda
como experto Capitán,
y con Roscio, Ribas y otros,
y aquel Madariaga, y Sanz,
y ese otro Salias, de quien
por suerte salimos ya,
promovió el cinco de Julio
de aquel Congreso infernal,
trastornando a Venezuela
desde Coro a Cumaná?
que, a Dios gracias, Monteverde,
ese insigne general,
pudo oprimir la revuelta
y regalarnos la paz.
Así sometida a hierro
la subversión criminal,
¿no era bien hacer justicia
comenzando por ahorcar,
el primero, a ese Miranda,
que es muy temible, y detrás
a Bolívar, luego a Roscio,
Salias, Madariaga y Sanz?...
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64
Y para que el mal ejemplo
no pudiese germinar,
de entre el pueblo, digo, aquellos
más sospechosos y más
amiguillos de la patria,
al estilo militar,
que es mejor en estos casos,
¡uno, dos, tres, cuatro… zas!
quitarlos, que de seguro
no volvieran a chistar.
Así se hubiera evitado
don Pedro, este nuevo mal,
y viviéramos tranquilos.
ITURBE.-
Por cierto, señor don Juan
de Villa-rica, que oyendo
vuestro modo de acabar
con una revolución,
muchos os aplaudirán,
sois amigo del rigor,
y, a fe mía, si a mandar
llegárais, seria de ver
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como en un decir tris-tras,
degollábais medio mundo.
Pues si fuera popular
la revuelta, y sus caudillos
la gente más principal;
que mejor fuera, presumo,
como a otra Roma, pegar
fuego a Caracas, y al uso
de Nerón, ver la ciudad,
desde la Silla del Ávila,
ardiendo como un volcán.
DON JUAN.-
Vaya, que estáis hoy de broma
y elocuente en hablar.
ITURBE.-
Vos no menos inspirado,
porque es fuego cuando habláis.
DON JUAN.-
Dejaos de eso, y vengamos
a lo cierto, ¿no es verdad
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que la guerra es un desastre?
ITURBE.-
¡Pues eso, quién negará!
DON JUAN.-
¿Y que el tal Simón Bolívar
es quien la mueve tenaz?
ITURBE.-
Es cierto también.
DON JUAN.-
Entonces,
¡mirad si patente está
el bien que hicisteis!...
ITURBE.-
Oídme,
pues mucho equivocáis
juzgando tan fácilmente
lo que es arduo de juzgar.
La causa que Venezuela
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67
ha proclamado a la faz
del mundo entero, es la causa
no de un simple general,
ni de una parte del pueblo,
ni de un Estado no más;
sino la de todo un siglo
que proclama libertad.
DON JUAN.-
Por Dios, callad, buen Iturbe,
que hablando así me asustáis.
Cualquiera pensara que eso
que decís es la verdad.
ITURBE.-
Esta causa es la del mundo,
y por tanto universal.
DON JUAN.-
Válgame Dios, palabrotas
es todo eso, y no más.
ITURBE.-
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68
Y sabéis que cuando un pueblo
lucha por su libertad,
no hay poder sobre la tierra
que le llegue a sojuzgar.
DON JUAN.-
(Aparte) -¡Jesús! ¡qué disparates!
(Si oirá Sofía) ¡Callad!
Que no quiero que os escuchen…
ITURBE.-
¿Y quién me había de escuchar
estando…?
DON JUAN.-
¡Chit! las paredes
oyen también.
Escena IV
Dichos, Teresa.
TERESA.-
Ahí está,
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69
don Ernesto Portorrero.
DON JUAN.-
Portocarrero dirás.
TERESA.-
El mismo.
DON JUAN.-
Dile que pase
adelante.
TERESA.-
Voy allá. (Vase)
DON JUAN.-
(Aparte) Al fin se cumplen mis ansias.
ITURBE.-
(Aparte) Lo cierto es que Don Juan
tiene tan buena fortuna
que su objeto ha de lograr,
pues el yerno se ha escapado.
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70
DON JUAN.-
Él viene luego…
ITURBE.-
Bien va.
Escena V
Dichos, Ernesto.
DON JUAN.-
Sed, mi yerno, bien venido,
y estrechemos hoy los lazos
que han de unirnos, con los brazos.
ERNESTO.-
Mucho me obliga el cumplido.
ITURBE.-
Yo también la enhorabuena
te doy, mi querido Ernesto,
que a fe no pensaba que esto
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71
tuviese suerte tan buena.
ERNESTO.-
Gracias, Iturbe.
DON JUAN.-
Temí,
que lo que es hoy, no vinieseis…
ERNESTO.-
¿Os indujo a que temieseis
la alarma que corre?
DON JUAN.-
Sí.
ERNESTO.-
Que el caso, don Juan, pudiera
detener a otro, es obvio,
pero detenerse un novio
por tan poco, extraño fuera.
Sobre todo, si a ofrecer
por la vez primera llega,
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72
su respeto a la que entrega
su corazón…
DON JUAN.-
Es hacer
muestra de gran cortesía,
que mucho os honra…
ERNESTO.-
Decid
más bien de amor.
DON JUAN.-
Permitid,
que ya vuelvo con Sofía. (Vase)
Escena VI
Dichos, menos Don Juan.
ITURBE.-
Por largo tiempo dudé
que pudieras hoy ileso
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73
llegar aquí…
ERNESTO.-
¿Pero eso
lo presumiste por qué?
ITURBE.-
En breve te lo diré:
a poco de haber llegado,
supe que han encontrado
aquel que a Salias mató;
de donde decía yo
que te juzgaban culpado.
ERNESTO.-
¡Vive Dios! ¿qué estáis diciendo?
ITURBE.-
Oye: podría suceder
que aquella hermosa mujer…
te haya delatado…
ERNESTO.-
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74
¡Entiendo!...
ITURBE.-
Pues ella, me estoy temiendo,
que en el ardid estuviera
de envenenarle.
ERNESTO.-
¡Si fuera
verdad, Dios mío!
ITURBE.-
Y acaso
para salir bien del paso,
por criminal te vendiera.
ERNESTO.-
De oíros solo, por reo
me cuento… ¡cosa inaudita!
mi sangre toda se agita:
en la virtud ya no creo.
Mas ¿cómo crimen tan feo
pudo caber… cómo pudo
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75
en aquel ángel?... Yo dudo…
no sé qué pensar… ¡Dios Santo!
¡en tanto afán, duelo tanto
a vuestra bondad acudo!
¡Tan bella y ya tan culpable!...
mas ¿cómo pudo caber
en un pecho de mujer
acción tan vituperable?...
¿cómo fingir que así hable
el corazón, con aquella
honda amargura de ella?...
¿con aquel gemido intenso,
y aquel dolor tan inmenso
en una cara tan bella?...
ITURBE.-
Vamos, calma; que de eso
mucho has de ver todavía;
y ya se acerca Sofía.
Callar importa el suceso,
ten prudencia, calma y seso,
ya llegan…
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ERNESTO.-
(Aparte) -En qué ocasión
ha muerto en mí la ilusión
de este mundo, y los placeres
del amor; si las mujeres
todas como Elvira son-.
Escena VII
(Entra Don Juan con Sofía, y Ernesto e Iturbe van a recibirle. Al darse la mano Ernesto y Sofía se reconocen, y ambos se separan con violencia hacia los dos costados del escenario. Mientras ellos hablan, gesticulan en el fondo Don Juan e Iturbe)
ERNESTO.-
(Aparte) ¡Elvira! ¡Válgame el cielo!
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Dios me valga!... ¡es Alvarado!
ERNESTO.-
(Aparte) ¡El corazón me ha arrancado
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77
y todo ya soy de hielo!
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Gran Dios! ¡que me trague el suelo!
ERNESTO.-
(Aparte) ¿Será esto una ilusión?
¿Cómo en tanta confusión
respiro aún y no he muerto?...
¡Elvira Mármol!... ¿Es cierto?...
¡Ah! ¡me ahoga el corazón!
SOFÍA.-
(Aparte) ¿Qué he hecho ¡cielos! mi padre?
todo, todo lo perdí;
¿por qué no he muerto ¡ay de mí!
en el vientre de mi madre?
ERNESTO.-
(Aparte) Venganza no hay que me cuadre.
DON JUAN.-
(Aparte) En la primera ocasión
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78
que se miran, es razón
que se sorprendan.
ITURBE.-
(Aparte) ¡Sospecho!...
que ya este mal está hecho,
y no tiene remisión.
DON JUAN.-
Dejarles solos querría,
Iturbe, por un momento.
ITURBE.-
(Aparte) No sé por qué, mas presiento
la desgracia de Sofía. (Vanse)
Escena VIII
Dichos, menos Don Juan e Iturbe.
SOFÍA.-
¡Oh! por piedad; no más; que ya en el pecho
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79
no cabe este dolor, esta ansia impía;
muévaos, Señor, mi corazón deshecho:
tened piedad de la infeliz Sofía…
ERNESTO.-
¿No sois vos la que en la noche infortunada,
al resplandor de la naciente luna,
con el alma en pena desgarrada,
os quejabais de Dios y de la fortuna?...
y aquella voz de tan amarga pena,
y aquellos ojos de llorar hundidos,
¿no era esa voz que el alma me envenena?...
¿no eran, ¡ay! esos ojos abatidos?...
Y aquel rostro tan bello y lastimado,
que la faz de un arcángel parecía,
que, por Dios, de los cielos desterrado,
solo en el mundo a sollozar venia;
¿no es el rostro ¡ay de mí! que está presente?...
¿no es ese, de vergüenza ya cubierto,
el mismo que vertiera lloro ardiente
sobre el cadáver de un amante muerto? …
¿No soy vos la mujer a quien la honra
pude salvar?... ¿Y aquella triste Elvira,
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Es la misma que ahora me deshonra,
y a ser mi esposa sin honor aspira?...
¡ay de aquel que conserva en la memoria,
como un demonio que en el alma lidia,
de esa mujer la desastrada historia,
de esa mujer la criminal pérfida!...
SOFÍA.-
¡Infeliz!... Si pudiera revelaros
el secreto dolor que me lacera;
si abierto el corazón pudiera hablaros,
tanto, quizá, vuestro rigor no fuera.
¿Qué puedo yo decir, si ya no espero
más de vos que desprecio; si no hay nada
que me pueda alentar?... ¡Señor, yo quiero
pronto morir;… pero morir honrada!
Si pudierais saber ¡ah! que de aquella
noche de horror, la funeral historia,
si es la última lumbre de mi estrella,
es el rayo primero de mi gloria… (Pausa)
¡Qué recuerdo!... ¡presentes tus despojos!...
¡y vos también allí!... ¡me vuelvo loca!...
llorad a mares ¡ay!... ¡llorad, mis ojos!
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¡para tanto llorar la vida es poca!
Si pudierais saber cuánta tortura
¡aquí en lo hondo al corazón devora!...
¡oh, creedlo, por Dios!... ¡mi alma está pura!...
¡no miente nunca una mujer que llora!...
ERNESTO.-
Y aquella lloraba… aquella Elvira…
secreta amante…
SOFÍA.-
¡Ah!...
ERNESTO.-
De un hombre oscuro…
de un hombre criminal…
SOFÍA.-
¡Callad! ¡mentira!...
¡Aquel hombre era un héroe, yo os lo juro!
ERNESTO.-
¿Queréis, tal vez, que por haber vencido
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a mujer como vos, héroe se llame?
¡Desdichada de vos; lo habéis creído!...
SOFÍA.-
Escuchad, caballero…
ERNESTO.-
¡Aparta, infame!
SOFÍA.-
¡Infame, infame yo!... ¿Cómo al oíros
pudo mi orgullo padecer tal mengua?
si no hablan al alma mis suspiros,
fuego que abrase arrojará mi lengua.
Mas ¿qué digo? ¡infeliz! Si cuando loca,
mas a deciros mi pena horrible;
siento que sella mi encendida boca
una mano ¡ay de mí! que está invisible.
La mano de aquel hombre de quien era
de esperanza final último puerto;
por quien la eterna salvación perdiera,
y que aun adoro en el sepulcro, muerto.
Y ¿cómo vos, en mi presencia, osasteis
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ultrajar su memoria?... ¡Augusta Sombra!...
¡Sombra del que adoré!...
ERNESTO.-
¿Qué pronunciasteis?...
SOFÍA.-
¡Nunca con más honor mi voz te nombra!...
ERNESTO.-
¡Nunca con más honor!... ¿Qué eso se llame
virtud, consiente el mundo? ¡Oh! ¡ya no hay duda!
eso y no más es la mujer…
SOFÍA.-
¡Infame!
ERNESTO.-
¿Decid, qué sois?
SOFÍA.-
¡Una virtud… hoy muda!...
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Escena IX
Dichos – Teresa, Don Juan, Iturbe.
Un Oficial a la puerta.
TERESA.-
Señorita, escuchad, que presto llega
un oficial aquí, y es del Gobierno;
miradlo, entra ya…
SOFÍA.-
(Aparte a Teresa) Por mí a Dios ruega.
DON JUAN.-
Eso no puede ser, siendo mi yerno. (Entrando)
OFICIAL.-
Tomad, señor, leed. (Da a Ernesto un pliego)
ERNESTO.-
(Leyendo) ¡Maldita suerte!
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ITURBE.-
(Aparte) ¡Vive Dios, que yo el caso sospechaba!
OFICIAL.-
Daos preso, señor.
SOFÍA.-
(Aparte) ¿Por qué la muerte
de este golpe una vez su obra no acaba?
ERNESTO.-
Pronto estoy, esperad. (A Don Juan)
Don Juan, acaso
más después hablaremos.
DON JUAN.-
¡Qué tormento!
ITURBE.-
-Yo a salvarle no más dirijo el paso-. (Vase)
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SOFÍA.-
-¿Habrá dolor como el dolor que siento?-.
ERNESTO.-
(Aparte a Sofía)
Gracias os doy a vos por lo que hicisteis,
así pagáis el bien que os hice un día;
por salvaros ¡traidora! ¡me vendisteis!...
(Vase con el oficial)
SOFÍA.-
¡Cielos! ¿qué es lo que escucho?... ¡madre mía!
(Cae desmayada en los brazos de Teresa. Don Juan acude a socorrerla)
Cae el telón.
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ACTO TERCERO
Escena I
Ovalles – alcaide, Iturbe.
OVALLES.-
Ya veis, señor, qué apuradas
van las cosas.
ITURBE.-
Semejante
campaña nunca se ha visto.
OVALLES.-
Ni, ¿quién iba a imaginarse
que un mozuelo de Caracas
fuese más bravo que Marte?
más donde menos se piensa
salta la liebre; y hay tales
que parecen hoy de almíbar,
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y mañana son vinagre.
ITURBE.-
¡En verdad que es milagrosa
la campaña, es admirable!
OVALLES.-
Ya lo creo: con quinientos
hombres trepar a los Andes,
entrar después en Trujillo,
en donde, salva la parte,
expide adrede el decreto
Guerra a muerte formidable…
¡Cá! No se comprende cómo
eso se dice y se hace.
ITURBE.-
¿Y lo habrá puesto por obra?
OVALLES.-
Pues sabéis menos que nadie.
Después que triunfó en Horcones,
Niquitao y los Taguanes,
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no sabéis, señor Iturbe,
que corrió la sangre a mares?
Uno solo no ha quedado
de la batalla de Araure,
que fue su triunfo mayor,
y el mayor de los desastres
que las armas españolas
han sufrido en toda parte.
Sobre que, de allí a Valencia,
el ejército que trae,
compuesto de todos bandos
hizo entrar, y en cada calle
mata, viola, roba, incendia,
diezma, azota, postra, abate,
cuanto a su paso se opone
y cuanto a su encuentro sale.
ITURBE.-
¡Vive Dios, que es estupendo
lo que contáis, buen Ovalles!
OVALLES.-
Eso es cierto: con él vienen
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90
mil potencias infernales.
ITURBE.-
¡Me asombráis!
OVALLES.-
Sí, mil demonios
y doscientos mil…
ITURBE.-
¡Qué diantre!
OVALLES.-
¡Canasto!
ITURBE.-
¡Caramba!
OVALLES.-
¡Rayos!
ITURBE.-
¡Qué amenaza!
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OVALLES.-
¡Qué desastre!
ITURBE.-
Y ¿se teme por ventura
que a Caracas luego marche?
OVALLES.-
¡Que si se teme!... Le digo
que desde ahora se ande
forrado el pescuezo en hierro.
ITURBE.-
-Este catalán es grave-.
OVALLES.-
¿Qué murmuráis?
ITURBE.-
Nada, amigo.
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OVALLES.-
Decía yo, que me guarde
el cielo de ese Bolívar,
que conforme a lo que hace,
se ganó al Tirano Aguirre.
Mire, pues, cómo vale,
que con ese tal no hay Dios,
ni santos que rueguen.
ITURBE.-
¡Tate!
OVALLES.-
Y si quiere saber más,
mire no lo diga a nadie;
ayer en junta secreta
reunidos los notables
del lugar, determinaron
saliera de aquí cuanto antes
el Gobierno.
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ITURBE.-
¿De cierto?
OVALLES.-
Calle,
hombre, y oiga: que hoy la vuelta
de la Guaira prestos salen,
porque acaso… ¿Qué horas son?
ITURBE.-
(Viendo el reloj)
Son las cuatro de la tarde.
OVALLES.-
¿Las cuatro? Pues ya van lejos.
Ni se hallará muy distante
Bolívar, pues esta noche
hará en Caracas alarde
de su triunfo.
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94
ITURBE.-
(Aparte) A recibirle
iré muy luego-. No obstante:
podréis decirme, ¿qué suerte
correrá en tan duro trance
Portocarrero, que cuenta
ya un año en prisión?
OVALLES.-
Soltarle
querría yo.
ITURBE.-
Buena idea;
que un español mucho vale.
Y aunque su propia cartera
se encontró sobre el cadáver
de aquel Salias, y por eso
se le prendió.
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95
OVALLES.-
¡Cá! yo antes
el mando le hubiera dado
del mundo.
ITURBE.-
¡Cabal!
OVALLES.-
¡Qué diantre!
Que a quien mató fue a un patriota;
es decir ¿a quién?... ¡a un nadie!...
ITURBE.-
Pues soltarle luego al punto.
OVALLES.-
Alto ahí, que tengo un parte
que me ordena le retenga
hasta que haya de acercarse
Bolívar; y en la ocasión,
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96
como hemos de saludarle
con algunos fusilazos,
no nos tilde de cobardes,
le debo dar como liebre
al momento; después se hace
creer…
ITURBE.-
¿Qué se huyó?
OVALLES.-
Lo reza
así la orden.
ITURBE.-
(Aparte) Dios sabe
al justo premiar.
OVALLES.-
Ahora
en esta prisión dejarle
deberé, porque ya solo
está San Carlos, el Parque…
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97
Mirad… allí vienen… ¡idos!
Aun amarrado le traen,
como si el pobre español
fuese matador de alguien.
Mas… ¡idos vos!
ITURBE.-
Pues qué importa,
adiós, amigo.
OVALLES.-
Él os guarde.
ITURBE.-
(Aparte yéndose)
Ahora a ver a Bolívar,
pronto, si quiero salvarle;
ya que este buen catalán
hoy de Caracas no sale,
y caerá prisionero,
por avisado que ande.
Y presto con él… Entonces
mucho lo temo… ¡quién sabe!
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98
Escena II
Traen a Ernesto atadas las manos de modo que las pueda accionar. Guardias - Ovalles.
ERNESTO.-
Completa hoy, negra suerte,
en mí tus crudos rigores.
¿Hay más fieros torcedores?
Vengan, si me dan la muerte.
¿Quién hay que a vivir acierte
vida de hiel toda llena,
si en el alma todo es pena;
y es tormento la memoria
que guarda oculta la historia
que al corazón envenena?
OVALLES.-
Siempre quejándoos, señor;
Si alguien, por Dios, os oyera,
que estáis demente creyera,
o que sufrís mal de amor.
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99
Que lamentáis el rigor
de alguna dama parece;
yo no creo que merece
una mujer lo que haceis…
Estad pronto, pues sabréis
que hoy partimos, y anochece. (Vase)
Escena III
Ernesto.
ERNESTO.-
Nube en el viento perdida,
rayo de blanca alborada,
ilusión, recuerdo, nada,
es el amor en la vida,
flor en el lodo caída,
mundo de mentiras hecho,
que deja caer deshecho
en su sepulcro de gloria,
un infierno en la memoria,
y un paraíso en el pecho.
----
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100
Faro en el mar refulgente,
rayo de luna en la loma,
alba de oro cuando asoma
de la vida en el Oriente.
Ruido de mansa corriente,
aura de blando beleño;
ser que reina siempre dueño
del corazón… y es, en fin,
la mujer un serafín;
pero el serafín de un sueño.
¡Ay! si pudiera arrancar
su imagen de mi memoria!
¡Ay! si pudiera su historia
de mi corazón borrar!...
¿Por qué el hombre ha de llevar
en el alma el bien perdido,
como un lucero caído;
y no se puede esconder
la imagen de la mujer
que en la patria hemos querido?...
-----
¡Sombra del bien que adoraba
y que ya nunca veré,
FELIPE TEJERA Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro
101
si un sueño mi dicha fue,
en sueño mi mal no acaba!...
así contigo soñaba
un edén el alma mía;
y todo perdí en un día,
todo en un día acabó!
¿qué haré en este mundo yo?
¡oh! ¿por qué te vi, Sofía?...
(Se sienta y queda como en un profundo letargo. Sofía en el fondo con careta).
Escena IV
Ernesto – Sofía.
SOFÍA.-
Temo acercarme… dudo… su mirada…
Su pupila de fuego toda llena;
su voz… todo lo temo… siento helada
la mía en la garganta… ¡horrible pena!
Mas, es fuerza llegarme… esta careta
(Se acerca)
Mi afán encubrirá… Duerme… parece
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102
que está soñando… habla… se inquieta,
el ánimo, el valor ya desfallece
en mi pecho… mas, no… callo….
ERNESTO.-
(Soñando) ¡Creía
tan puro mi ideal!...
SOFÍA.-
¡Dios!... ¿qué murmura?...
¿Su ideal?...
ERNESTO.-
¡Oh! mi amor…
SOFÍA.-
¿Su amor?....
ERNESTO.-
¡Sofía!
SOFÍA.-
¡Sí! ¡me ama… me ama!... ¡qué ventura!
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103
Me ahoga el corazón… ¡Oh! ¡si despierta!...
Mas… yo lo debo hacer… así… de hinojos.
Temo mirar, cual criminal, incierta,
la luz de un Dios en sus airados ojos.
(Le desata las manos. Despierta Ernesto y queda absorto en presencia de Sofía)
ERNESTO.-
¡Yo deliro!... ¿quién es?... ¿estoy despierto?...
¿Quién desató mis oprimidas manos?
¿Estoy vivo?... ¡no sé!... ¡A hablar no acierto!...
SOFÍA.-
Libre ya, libre ya, porque el destino
cambió a mi ruego vuestra amarga suerte.
ERNESTO.-
-Esa voz… (ese acento peregrino…)
SOFÍA.-
Que estáis a salvo, señor, ahora advierte.
ERNESTO.-
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104
Salvo, ¿y por quién?... ¿por quién?...
SOFÍA.-
Por mí.
ERNESTO.-
¿Quién eres?...
SOFÍA.-
Poco, señor, importará saberlo
hasta que libre de la cárcel fueres.
ERNESTO.-
¿Sabes acaso tú si quiero serlo?...
Pero ¿cómo hasta aquí llegar pudiste
sin tocar con los guardias?... ¡es posible!...
SOFÍA.-
Comprended, caballero, que no existe
no, para una mujer nada imposible.
A los guardias compré.
ERNESTO.-
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105
(Aparte) ¿Qué es lo que escucho?-.
Eso lo hace la mujer que ama.
SOFÍA.-
Decís verdad, señor, es amar mucho.
No se oculta el amor que el pecho inflama.
ERNESTO.-
(Aparte) Pues, ¿qué dice?
SOFÍA.-
Escuchad. Yo un paraíso
formé de amor en mi inocente pecho;
al fin todo pasó… ¡qué Dios lo quiso!
y en la tumba mi edén quedó deshecho.
ERNESTO.-
¡Todo concluye así!...
SOFÍA.-
Mas otro día,
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106
viudo mi corazón ¡ay! no pensaba,
que otra vez, y de amor, palpitaría;
que la ilusión de amor nunca se acaba.
El hombre, el semidios de lo creado,
volví a encontrar - ¿en dónde?- eso no digo,
aquel hombre mi honor había salvado;
le di mi pena y le llamé mi amigo…
Mas, después ¡ay de mí!... a la cadena
de mi negro dolor le ató la suerte;
que mi aliento parece que envenena,
que hasta mi propia sombra da la muerte.
Mártir, por mí, de tan fatal destino,
salvo mi honra, sin saber quién era;
yo del martirio le empujé al camino;
y él… me amó…
ERNESTO.-
(Aparte) ¡Maldición!... ¡si acaso fuera!
SOFÍA.-
Fuera tener el corazón de bronce,
dejarle perecer…
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107
ERNESTO.-
(Aparte) ¡Ella es!... ¡su historia!...
Di, por piedad, mujer, ¿le amas entonces?
SOFÍA.-
¿Yo, yo amarle? No sé: ¡qué afán!...
ERNESTO.-
¡Qué gloria!
¿Y ese hombre?… ¡prosigue… dime… acaba!...
SOFÍA.-
Por salvarle hasta aquí vine al momento,
que el placer de salvarle me embriagaba,
y aun embriagado el corazón me siento;
porque benigno el cielo a mi reclamo
me diera abrir de su prisión la puerta:
hora, Ernesto, ¡no sé si es que le amo!...
mas resucita mi esperanza muerta:
ahora es bella la luz que a amar convida,
¡cuánta ilusión el universo encierra!...
un nuevo edén para mí la vida,
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108
¡y es amor para mí, toda la tierra!...
¡salvo!... ¡qué gloria!... ¡Comprended ahora
que de amargo dolor atribulada,
no miente nunca una mujer que llora;
ni fuera mártir, si no fuera honrada!...
(Ernesto le quita la careta; Sofía se cubre el rostro con las manos)
ERNESTO.-
¡Ella!... ¡Sofía!... ¡oh! ¡recuerdo impío!...
¿No es la misma mujer?... ¿aquella Elvira?...
Loco, tal vez, de mi dolor me rio…
¡Gran Dios!... ¡tenue piedad!... ¡Eso es mentira!....
(Aparte) ¡Ella no puede amarme; que no ama
la mujer que traiciona!.... -. ¡Y, no te abisma
que una voz en la tumba te reclama!...
que eras tú su querida… ¡sí!... ¡tú misma!....
¡tú, que acaso, infeliz, en tu hermosura,
cuando en sus brazos el placer libaste,
con tu beso de amor se me figura
que su fiel corazón emponzoñaste!
¿por qué vienes aquí? ¡Ah! ¿quién te dijo
que yo te amé jamás?...
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109
SOFÍA.-
Vos… y se mira
en ese afán que del amor es hijo,
que está en los ojos y al hablar inspira.
Si no me amarais vos, nunca ese acento
con tan fiero rigor me infamaría;
si no me amarais vos, de mi tormento
vuestro gran corazón se apiadaría.
¡Tened de mí piedad!...
ERNESTO.-
¿Tú la tuviste
acaso para mí?...
SOFÍA.-
Justicia hacedme,
porque soy inocente. (Se arrodilla)
ERNESTO.-
(Aparte) ¡Ay de mí triste!
Si dice la verdad… ¡cielos!... ¡valedme!
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110
SOFÍA.-
Yo os lo juro.
ERNESTO.-
(Aparte) ¿Creeré su juramento?...
¿Lo podrías probar?....
SOFÍA.-
¡Oh! Sí, mañana
triunfaré con la Patria… ¡yo no miento!...
ERNESTO.-
¡Levántate!... ¡te amo!... de mi mente
huid, negros fantasmas… ¡Tuyo soy!...
siento arder un volcán aquí en mi frente…
mas… ¡te amo!... ¿me amas? ¡loco estoy!...
SOFÍA.-
No sé si es gratitud, pasión, locura;
más desde que os miré, desde que fuiste,
un ángel en mi horrible desventura,
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111
algo muy grande en mi interior existe.
Algo como el relámpago que lanza
en negra noche tempestad temida;
como el grande esplendor de una esperanza
que atraviesa los cielos de la vida.
No sé lo que será; más por mi frente
ha pasado ese rostro… como pasa
un arcángel de fuego por la mente
del moribundo a quien la fiebre abrasa.
Si es amor, ¡soy feliz! Jamás creía
volviese amar mi corazón herido;
no pensé que en el mundo encontrara
otra vez, del amor, el bien perdido.
Mas, gratitud o amor, cualquiera cosa
que me atraiga hacia vos, yo la bendigo;
hoy por vos, mi ilusión es más hermosa,
y cual la sombra que dejáis os sigo;
porque pienso escuchar de lo profundo
de la tumba salir, cual siempre amiga,
una voz inmortal que llena el mundo
y a daros este galardón me obliga.
Reconozco esa voz.
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112
ERNESTO.-
¿Qué voz es esa?
SOFÍA.-
De Salias, que me ordena…
ERNESTO.-
¡Qué delirio!
SOFÍA.-
Pagar con gratitud vuestra nobleza,
con este inmenso amor vuestro martirio.
vuestra esposa he de ser si ya la suerte,
más benigna conmigo, me depara
cumplir con esa voz que hasta en la muerte
con su hidalguía mi virtud ampara.
ERNESTO.-
Con qué dulzura tu palabra suena
y me regala el corazón de amores;
nunca más suave, de fragancias llena,
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113
el aura besa las nacientes flores.
Nunca más puro el sol brilló en la altura,
ni la luna en las sombras argentada,
como brilla en tus ojos mi ventura,
como brilla el amor en tu mirada.
¡Ah! la vida contigo…
(Se oye un clarín distante)
SOFÍA.-
¡Oh!... ¡me olvidaba!
¡Huyamos pronto!... sí… huyamos presto,
que ya escucho el clarín… ¡cielos!
ERNESTO.-
¡Acaba!
¿Qué te pasa mi bien?...
SOFÍA.-
Oídme, Ernesto.
ERNESTO.-
Pero… ¿y ese clarín?...
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114
SOFÍA.-
Es de guerra.
(Se oye un estampido de cañón distante)
Ya el estampido del cañón estalla:
su voz anuncia a la asombrada tierra
que la Patria ha triunfado en la batalla,
desde la cumbre de los Altos Andes,
tremolando el pendón de la victoria,
marcha Bolívar, y sus hechos grandes,
los proclama la trompa de gloria.
Ved, en Caracas entra… esa trompeta
anuncia su llegada… ¿Y todavía
no hemos partido?...
ERNESTO.-
Pero ¿qué te inquieta?
SOFÍA.-
(Aparte) ¡No sabe el infeliz que moriría!...-.
Presto… ¡salgamos!...
ERNESTO.-
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115
Pero ¿di?...
SOFÍA.-
¿Qué suerte
de temor os obliga?
ERNESTO.-
¡Un caballero!...
SOFÍA.-
¿Conocéis el decreto Guerra a Muerte?
ERNESTO.-
Pero ¡soy Español!...
SOFÍA.-
¡Huid!...
ERNESTO.-
¡No quiero!...
Moriré por mi patria; mas luchando…
¡oh!... ¡dame un arma! ¿dónde está mi espada?...
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116
SOFÍA.-
¿Qué decís? ¡infeliz!... ¿estáis soñando?
¿Sofía, para vos, no vale nada?
¿No sabéis que estáis preso?...
ERNESTO.-
¡Qué recuerdo!...
SOFÍA.-
Porque diste la muerte…
ERNESTO.-
¡Sí! ¡a un patriota!...
(Con desvarío)
¡Francisco Salias! ¡aquí estoy!
SOFÍA.-
¡Me pierdo!
ERNESTO.-
¡Qué tempestad mi corazón azota!
¡Francisco Salias! ¡vive Dios!
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117
SOFÍA.-
Repara
que es muerto ya.
ERNESTO.-
Y yo también… ¡de celos!...
si ayer salvé tu honor… hoy te matara
¡Levanta de la tumba! ¡ven!
SOFÍA.-
¡Ay cielos!
ERNESTO.-
Dime… ¿tú no le ves? ¡Acude… presto!...
SOFÍA.-
¡Salias! Pues, ¿qué decís?
ERNESTO.-
(Enjugándose la frente)
¿No es él?... parece
como que viene ahí…
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118
SOFÍA.-
(Con terror) ¡Mi amor!... ¡Ernesto!...
ERNESTO.-
¡Oh!... no es nada…
SOFÍA.-
La fiebre te enardece.
ERNESTO.-
Es verdad… pero di… ¿tú no le amabas?...
¿Quién era, dime, esa mujer?... ¿Elvira?...
¿No eras tú?... ¿no eras tú quien le llorabas?...
¡oh!... responde que no… ¡di que es mentira!
(Se oye fuera ruido de clarines y voces)
SOFÍA.-
¡Huyamos pronto ya!...
ERNESTO.-
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119
Habla primero;
si no quiero morir… mas, oye… ¡calla…!
¡dame un arma, mujer… dame mi acero,
porque quiero morir en la batalla!...
(Hace intención de salir; pero Sofía lo detiene. Entran de súbito soldados, que llevan preso al oficial Ovalles. El capitán Bravo se dirige hacia los dos)
Escena V
Dichos, el Capitán Bravo, Soldados.
UN SOLDADO.-
¡Viva la patria!
TODOS.-
¡Qué viva
con ella el Libertador!
(Pasan a Ovalles prisionero)
OVALLES.-
¡Muerto soy!... ¡piedad, Señor!...
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120
BRAVO.-
Hacedle pronto una criba.
(Reparando en Sofía y Ernesto)
Mas, ¿qué veo?... ¿no me engaña
la vista?... no; que es un hombre.
¡Ea! ¡que diga su nombre!...
ERNESTO.-
Mi nombre, oíd: ¡viva España!
(Encarándosele)
BRAVO.-
Español de Satanás,
muy pronto le vas a ver.
(Desenvaina y hace intención de herirle. Sofía se interpone)
¡Cómo! ¿el diablo y su mujer?
SOFÍA.-
Primero me matarás.
BRAVO.-
Vaya, y qué linda que es:
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121
por esa cara, alma mía,
yo cien batallas daría;
y la vida por tus pies.
ERNESTO.-
Callad la lengua, o por Dios,
que entre mis manos pedazos
os haga…
BRAVO.-
Mirad ¡qué abrazos!
de oíros me ha dado tos. (Tose)
¡Hola! ¡soldados, acá!... (Llegan soldados)
Amarrad ese español,
y que antes que apunte el sol
le reciba el diablo allá.
(Los soldados se aproximan a Ernesto el cual luchará con ellos)
Escena VI
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122
Dichos, Iturbe de prisa.
ITURBE.-
Deteneos capitán,
y antes de proceder,
este pliego habéis de ver,
que aquí órdenes os dan.
(Le da un pliego)
BRAVO.-
A ver, leamos…
ITURBE.-
Leed.
UN SOLDADO.-
(Aparte) -¡Bravo español!.-
OTRO.-
El demonio
ha hecho este matrimonio.
OTRO.-
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123
Me dio contra la pared.
BRAVO.-
(Leyendo en alto)
“ A Ernesto Portocarrero,
que se encuentra en el presidio,
reo de grave homicidio,
si ha caído prisionero,
llevadle por criminal
a San Carlos, pues juzgado
debe ser y sentenciado
en una causa formal”.
(Cierra el pliego)
Orden del Libertador.
ITURBE.-
(Aparte) De este modo le salvé
por ahora.
BRAVO.-
A tiempo fue
que vos llegasteis, señor,
vamos con él al instante,
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124
y que deje a su mujer.
(Se llevan a Ernesto)
(Sofía cayendo de rodillas y ocultándose el rostro entre las manos)
SOFÍA.-
¡Hay más fiero padecer
para una infeliz amante!
(Iturbe se dirige en auxilio de Sofía)
Cae el telón.
ACTO CUARTO
Decorado de capilla en la cárcel de Caracas. Una mesa con un crucifijo.
Escena I
Bravo, de alcaide – Don Juan de Villa-rica.
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125
BRAVO.-
¿Con que empeños no han valido
para salvarle, señor?...
DON JUAN.-
Es duro el Libertador
como guerrero que ha sido.
Además, cuando yo vi
que la Corte confirmó
la sentencia… lo que es yo
toda esperanza perdí.
La ejecución di por cierta;
mas, en toda malandanza,
siempre deja la esperanza
alguna puerta entreabierta.
Pensé que de algo valdría
mi nobleza y alta influencia,
y esperé que la sentencia
de muerte, revocaría
Bolívar. Pues bien, le hablé,
y en vano cortés me oyó;
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126
que Salias se suicidó,
también en vano probé.
Porque al punto con un gesto
me dijo, la voz severa,
“¿conocéis esta cartera?
Y bien, ¿qué decís de esto?”
BRAVO.-
¿De quién era?
DON JUAN.-
En un letrero
bien guardado estaba…
BRAVO.-
¿Y es?
DON JUAN.-
¡Vive Dios, que del marqués
Ernesto Portocarrero!...
BRAVO.-
Entonces, si con el muerto
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127
se halló esa prenda, señor,
¿quién sería el matador
sino el marqués?
DON JUAN.-
(Aparte) ¿Será cierto?
BRAVO.-
Y bien, don Juan, ¿qué más dijo
El Libertador?
DON JUAN.-
Dijo que era
mi esperanza una quimera;
pues, cuando fuese su hijo,
estando el crimen probado,
tendría la misma suerte,
siendo condenado a muerte.
BRAVO.-
Y lo habría ejecutado;
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128
que es hombre, señor don Juan,
que, siendo justo y de ley,
fusilara al mismo rey
a despecho de Satán.
DON JUAN.-
Ved ahora cuál seria
mi situación angustiosa
al dar la nueva a su esposa…
BRAVO.-
¿Quién es la infeliz?
DON JUAN.-
¡Sofía,
mi hija!...
BRAVO.-
¡Cuánto rigor!
DON JUAN.-
¿Habrá pesar más profundo?
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129
¡Decidme, si habrá en el mundo
dolor como mi dolor!... (Pausa)
¡ah! que allí, de espanto yerta,
quedó muda; y de repente,
presa un recio accidente,
cayó al suelo como muerta…
el cielo la hizo volver:
¡ay de mí! ¡qué habría de ser,
si me la hubiera llevado!...
pues, apenas libre estaba
del mal, que quiso… ¡oh amor!
hablar al Libertador,
y en ello mucho confiaba.
a eso va conmigo ahora;
y, ¡quién sabe!... puede ser:
¿quién resiste a una mujer
Cuando suplicante llora?
BRAVO.-
Decís verdad: si reclama
una mujer, si suspira…
¡Dios me libre!... que no hay ira
contra el llanto de una dama.
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130
DON JUAN.-
Yo así lo espero… Más antes,
sabed, amigo que quiero
hablar a Portocarrero
en tan preciosos instantes…
aunque mejor estará
hacerlo después…
BRAVO.-
Está claro,
pues podréis hallar reparo
de su suerte y…
DON JUAN.-
Bien está.
BRAVO.-
Aquí en capilla hallaréis
al marqués, que trasladarle
debo ya, y en donde hablarle
a vuestra vuelta podréis.
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131
DON JUAN.-
Gracias, amigo… voy luego.
(Yéndose aparte) Pobre Sofía… ¿qué hará…?
¡ay! ¡si él muere, morirá!
¡oh, Dios mío! ¡oye mi ruego!....
Escena II
El alcaide Bravo.
BRAVO.-
Lástima tengo de él,
más no tanto como de ella,
vaya una joven que es bella.
Qué gracejo, sí… ¡qué aquel!...
con todo, su suerte es cruel.
Y si va a decir verdad,
si no logra su beldad
rendir al Libertador,
que diga adiós a su amor,
pues se va a la eternidad.
Mas, ya le traen… de sufrir
tiene el rostro marchitado;
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132
no le queda al desgraciado
más consuelo que morir.
Escena III
Dichos – Ernesto prisionero. Soldados a las puertas.
BRAVO.- Con calma pudiste oír,
señor, la fatal sentencia.
ERNESTO.-
Calma que da la inocencia;
porque en el trance más fuerte
no pone miedo la muerte;
si está libre la conciencia.
BRAVO.-
Bien decís.
ERNESTO.-
Hoy castigar
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133
puede el hombre así; mañana
derecho para matar.
El cadalso es un altar;
“y bien le cuadra este nombre,
en donde, por más que asombre,
la ley al derecho hiere;
que allí la culpa no muere,
porque quien muere es el hombre.
BRAVO.-
Las frases de vuestro labio
demuestra que no se humilla
vuestra alma en la capilla;
que habláis, señor, como un sabio.
ERNESTO.-
Dudarlo fuera un agravio:
no penséis desequilibre
mi razón, por más que vibre
la suerte en mí su rigor;
que no se dobla al terror
el alma de un hombre libre.
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134
BRAVO.-
Que sois gentil caballero
lo proclama esa altivez.
ERNESTO.-
Yo siempre seré el marqués
Ernesto Portocarrero.
BRAVO.-
De vuestro porte lo infiero.
Y en el mundo, como vos,
tal valiente, no habrá dos.
Os dejo… tened confianza,
que el valor es esperanza.
ERNESTO.-
Yo… ¡quiero morir!...
BRAVO.-
¡Adiós! (Váse)
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135
(Queda en un profundo abatimiento. Tras breve pausa se vuelve con melancolía hacia el Crucificado)
Escena IV
Ernesto.
Dios de mis padres, ¡Señor!
en cuya ley no hay mudanza,
ya que murió mi esperanza;
¡ten piedad de mi dolor!
------
Pues todo ¡ay de mí! acabó.
Solo tú mi alma llenas:
rompa tu voz las cadenas
con que el destino la ató.
----
Tú que ves el alma mía
desde el trono de tu gloria,
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136
arranca de mi memoria
la imagen cruel de Sofía.
----
Yo la perdono, ¡Dios grande!
de tu bondad enseñado;
que aun por ella enamorado
el corazón se me expande…
---
Bendita sea mi madre,
que a adorarte me enseñó:
porque en tu Cruz me mostró
la escala que sube al Padre.
----
Hija de Dios, ¡Fe cristiana!
tú alivias mi mal profundo:
última hora del mundo,
¡luz de la conciencia humana!...
(Vuelve a caer en profundo abatimiento)
Escena V
Dicho – Don Juan de Villa-rica.
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137
DON JUAN.-
¡Vive Dios! por más que asombre,
y parezca cosa rara,
mi conversión está clara,
¡soy patriota, soy otro hombre!
por ella solo he vivido;
por ella… ¿qué es que lo diga?
quien me la honra me obliga;
todo lo demás lo olvido.
Si la Patria triunfadora
a mi hija premia así,
aunque español yo nací,
soy venezolano ahora.
Escuchad, oíd, Ernesto,
pues a vos también os toca:
si no está mi hija loca…
ERNESTO.-
¿Qué decís?... hablad… ¿qué es esto?...
DON JUAN.-
Está casada sin duda.
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138
ERNESTO.-
Válgame Dios, pues, ¿qué escucho?
Con nuevos arcanos lucho.
DON JUAN.-
No es casada sino… viuda.
ERNESTO.-
(Aparte) Ya escampa ¿si está loco?-
¿Viuda Sofía?
DON JUAN.-
Marqués,
sentaos, que el caso es
de contarse poco a poco. (Pausa)
Para salvaros, amigo,
de la suerte y de su rigor,
hablar al Libertador
quiso, Sofía, conmigo.
Fuimos allá; y al momento
que asiento con ella tomo,
su estado probó…
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139
ERNESTO.-
Más, ¿cómo?...
DON JUAN.-
Atended a lo que os cuento.
Sacó un papel… ¡escuchad!
era el claro testimonio
del secreto matrimonio
que hizo el Padre Coll y Prad.
La partida era muy clara:
casada estaba en secreto,
por delicado respeto
del marido…
ERNESTO.-
¡Es cosa rara!...
DON JUAN.-
Bolívar que la escuchaba,
vio el contrato, y su alegría,
mientras para sí leía,
en su rostro se pintaba.
Cuando lo supe de cierto,
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no sé lo que me pasó;
más tampoco cómo no
me caí al instante muerto…
es el caso, que casada
estaba con…
ERNESTO.-
¡Oh! ¿con quién?
decidlo pronto…
DON JUAN.-
Está bien.
ERNESTO.-
(Aparte) ¡Tengo el alma lacerada!
DON JUAN.-
¡Con Francisco Salias!
ERNESTO.-
¡Oh!...
¿Con Francisco Salias?
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141
DON JUAN.-
Sí.
ERNESTO.-
Era su esposo ¡ay de mí!
mas ¿por qué me lo ocultó?
DON JUAN.-
Eso, amigo, no os espante,
que a mí lo ocultó también;
y por Dios, que hizo bien,
como oiréis más adelante. (Pausa)
Humilde de condición
era Salias… no os asombre;
que después mostró ser hombre
de muy grande corazón.
Ella era noble, él plebeyo;
ella era rica; él pobre era;
publicarlo entonces fuera
poner a su esposa un sello
de vergüenza, sobre todo,
cuando la España triunfaba,
y la patria muerta estaba
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por el pronto…
ERNESTO.-
Ya, ¿de modo
que lo hizo por respeto
al buen nombre de su dama?
Eso es loable en quien ama:
comprendo ahora el secreto.
DON JUAN.-
Hay más, que también juraron
callarlo todo, hasta el día
que la Patria triunfaría:
y, como veis, lo guardaron.
Noble anduvo el caballero
obrando así; que al triunfar
la Patria, él podía mostrar
un nombre como el primero.
No como antes, de vil
condición; más con honores
del héroe entre los mejores
del diez y nueve de Abril.
Es ahora que yo admiro
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de los libres la grandeza:
la libertad es nobleza;
por eso a serlo hoy aspiro.
Así a su esposa con gloria
mostraría al mundo; así,
un yerno me daba a mí
ennoblecido en la historia.
ERNESTO.-
Seguid, don Juan, que me embriaga
lo que vais relatando,
cual niño que está escuchando
la historia de alguna maga.
DON JUAN.-
Hay más, marqués, todavía,
pues se ofrece aquí la duda,
de que, por qué, ya viuda,
no lo publicó Sofía.
ERNESTO.-
Tenéis razón.
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144
DON JUAN.-
Claro está.
pues, temiéndolo, - no sé
si en esto le alabaré;
que yo no voy tan allá-.
que el caso llegar pudiera,
y mucho más, si se advierte
que combatían a muerte…
ERNESTO.-
Muy fácil es que muriera.
DON JUAN.-
Hizo también que jurase
Sofía… ¡cuánta honradez!...
guardar secreta viudez,
hasta tanto que triunfase
la República.
ERNESTO.-
Es bastante;
pues, recuerdo que decía:
-“Que así también se cumplía
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la voluntad de su amante”-
Guardando secreto el modo
de su muerte, sí, no hay duda;
aquella Elvira era viuda…
Don Juan, lo comprendo todo.
DON JUAN.-
Pues bien, hay más…
ERNESTO.-
¿Más?...
DON JUAN.-
Apenas
Bolívar convenció
la verdad, que quitó
de su pecho la cadena
con la estrella refulgente,
luz de los libertadores,
insignia de altos favores,
premio insigne del valiente.
A Sofía se volvió,
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y, de Venezuela en nombre,
como a viuda de un grande hombre,
con él la condecoró.
Sentí palpitante el pecho;
y no sé qué resplandor
orlaba al Libertador,
de aquella acción satisfecho.
Estático ante el guerrero
quedé, ya sin sobre salto;
como no decir muy alto,
que lo escuche el orbe entero:
si la Patria triunfadora
a mi hija premia así,
aunque español yo nací,
¡soy venezolano ahora!
Honrada así ya Sofía,
y puesta a sus pies de hinojos,
con lágrimas en los ojos
vuestra libertad pedía,
que no el perdón: al momento
probó que erais inocente;
pues que murió de repente
el Salias en su aposento.
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¿Qué decís?
ERNESTO.-
¡Oh! que me ablande
no extrañéis: prueba el relato,
que a la virtud nunca ingrato
puede ser un hombre grande.
¡Oh! venturanza inaudita!
¿Quién tal dicha imaginaria?
Nunca al hombre desampara
de Dios la gracia infinita.
DON JUAN.-
Ya que Bolívar oyó
que vos su esposo serias,
finaron las alegrías,
y vuestro perdón negó:
porque supuso al momento
que erais cómplice sin duda
de la muerte, con la viuda…
que es de no acabar el cuento.
Todo placer tiene acíbar;
ella juró… pero entonces
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era de hierro, de bronce,
el corazón de Bolívar.
ERNESTO.-
Gracias, don Juan, vivo ahora,
¡soy feliz!... ¡Ah! ¡qué ventura!
¡ella inocente!... ¡ella pura!...
de placer el alma llora.
¿Ella implorando el perdón
del que tanto la ha infamado?...
sin duda el cielo le ha dado
de un ángel el corazón.
Hora sí… ahora es mía,
contra el rigor de la suerte,
más, qué dulce era la muerte
(Con desvarío) ¡ayer!... ¡qué horrible hoy sería!
quiero vivir porque anhelo
labrar tu dicha, Sofía;
que eres tú la gloria mía,
que eres tú, todo mi cielo.
Corred, don Juan, ¡socorredme!
¡morir ahora!... ¿qué digo?...
¿no hay en el mundo un amigo?...
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¡Dios mío!... ¡Gran Dios!... ¡valedme!...
DON JUAN.-
(Aparte) Oh, qué dolor… y pesar
que ya no tengo esperanza
de salvarle… ¡quién alcanza
los arcanos penetrar
de todo un Dios!
ERNESTO.-
¡Ah!... me siento
morir de gozo… mas… vos,
¿qué hacéis aquí?... ¡pronto id!...
para salvarme acudid…
¡inocente soy!...
DON JUAN.-
¡Adiós! (Váse)
Escena VI
Ernesto – Bravo.
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BRAVO.-
Estaos presto, señor,
preparad el alma ahora,
pues se acerca ya la hora
de venir el confesor.
ERNESTO.-
¿No hay piedad de mi dolor?
BRAVO.-
Resignaos, tened calma,
ganáis del mártir la palma. (Yéndose)
ERNESTO.-
No tengo miedo a la muerte;
sino a morir de esta suerte,
llevando un mundo en el alma.
Escena VII
Ernesto.
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Más bella que la luz cuando amanece
de excelsa gloria coronando el día,
su imagen en mi alma resplandece,
viviente sol de la memoria mía.
Y el destino cruel, la infausta estrella,
que fatídica luz vertió en mi cuna,
hoy con la muerte mi infortunio sella,
y cambia en noche eterna mi fortuna.
(Se oye doble de campanas y ruido de cajas destempladas)
Ya doblan las campanas… ya retumba
el funesto atambor… oigo clamores
más su memoria brillará en mi tumba
como el astro inmortal de los amores.
-----
(Se sienta e inclina la cabeza sobre ambas manos. Sofía por el fondo sin ser notada, con la estrella del Libertador).
Escena VIII
Sofía – Ernesto.
----
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SOFÍA.-
¡Mírame, Ernesto!...
ERNESTO.-
Tú… ¡cielo clemente…!
SOFÍA.-
Esta insignia es la prueba deseada.
Ved… la mujer que amáis, es inocente;
que era infeliz Elvira… ¡pero honrada!...
ERNESTO.-
Oh, Sofía, lo sé; mas ¡ay!... ¡perdona…!
porque así te infamé, Dios me castiga:
el martirio, por ti, será corona;
la mano que me hirió, Dios la bendiga.
Yo te ultrajé, mi amor; mi labio impío
mancilló tu virtud; mas hoy de hinojos,
(Se arrodilla)
Te suplico el perdón… ¡Consuelo mío!
¡ah! no me mires con airados ojos.
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¿Qué más rigor habrá, que cuando ahora
tu inocencia y virtud el alma advierte,
con su garra de hielo vengadora
de tu lado a arrancar me va la muerte?
¡Yo moriré por ti!...
SOFÍA.-
De tu inocencia
antes el Dios del amor seré testigo:
mas, si lo quiere así la Providencia,
te amo, Ernesto, y moriré contigo.
ERNESTO.-
¿Qué me amas aun?... el alma expande
(Levantándose)
Tu palabra de amor… mi pecho inflama;
¡oh! ¿quién te ha dado un corazón tan grande?...
yo… no quiero morir… pues, ¿tú, me amas?...
La tierna flor que la pradera cría,
que besa el sol y que acaricia el viento,
al abrirse no da tanta ambrosía,
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como el aroma de tu puro aliento;
el lampo azul con que en la parda loma
nace el sol coronando la alborada,
no es como el lampo del amor que asoma,
en el límpido azul de tu mirada.
No es más dulce el rumor en el claro del río,
ni más pura la luz de la mañana;
ni allá en los senos de arbolado umbrío,
más puro el ámbar de las flores mana,
que el eco de tu voz, blanda y divina,
que tu excelsa virtud, joya preciada;
porque es tu amante voz, arpa que trina;
porque es tu gran virtud, de Dios amada.
SOFÍA.-
Deja que así te escuche, porque siento,
oyéndote tal goce… que respiro
aura de gloria, celestial aliento,
y un Dios inmenso en tus pupilas miro.
ERNESTO.-
Y yo, que tanto te amo, vida mía,
yo, que vivo por ti, ¡voy a perderte!
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SOFÍA.-
Tened piedad de la infeliz Sofía,
Señor, ¡detén el brazo de la muerte!...
¡oh! ven conmigo, ven, aquí de hinojos
roguemos al Señor, y providente,
tal vez nos mire con piadosos ojos.
Perdón, Señor, perdón, ¡que es inocente!
(Arrodillándose)
Escena IX
Dichos – Un Monje a la puerta.
UN MONJE.-
¡Alabemos al señor,
cúmplase su voluntad!
ERNESTO.-
(Con pánico) ¿Quién es?
SOFÍA.-
(Idem) ¡Ernesto!
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ERNESTO.-
¡Es el monje!
¡El monje!...
MONJE.-
De un Dios de paz
Soy, hermanos, mensajero.
Adoremos su bondad. (Acercándose)
(Una voz dentro)
Para hacer el bien por el alma
del que van a ajusticiar.
ERNESTO.-
(Con terror)
¿Qué voz escuché?... La muerte
me llama a su asilo ya?
¡Morir ahora!... ¡Dios santo!...
(A Sofía) ¡Alma mía!...
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SOFÍA.-
¿No hay piedad?...
¿No hay un ángel en el cielo,
ya que en la tierra no hay
tribunal que haga justicia,
ni quien haga caridad?...
MONJE.-
¡Sosegaos!... ¡Dios lo quiere!...
Y Dios el premio dará
al inocente en la gloria
¡cúmplase hoy su voluntad!...
ERNESTO.-
Retiráos… ¡Tengo miedo!... (Con pánico)
¡Señor!... ¡retiráos más!!...
Sofía… ¡mi bien!... ¡Qué horrible
es la visión fatal!!
(Una voz adentro)
Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar.
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ERNESTO.-
¡Ay de mí!... la misma voz…
el mismo acento mortal;
como un eco de otro mundo
que aquí resonando está;
y en el corazón me hiere
esa voz como un puñal…
(Se oye dobles de campanas)
¿Por quién doblan las campanas
con tan fúnebre compás?...
¿si plañen ya mi agonía?...
¿si por mí doblando están?...
(Al Monje) ¡Huye señor!...
SOFÍA.-
(Al crucificado) ¡Jesús mío!...
MONJE.-
Es la hora de llamar
a Dios aquí… ¡de rodillas!
¡que el Señor bajando está!...
¡Oremos!...
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(Se arrodillan)
SOFÍA.-
¡Ay! Infeliz…
ERNESTO.-
¡Murió la esperanza!
MONJE.-
¡Orad!
(Una voz adentro)
Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar.
ERNESTO.-
Qué horrible voz, ¡Oh! Dios mío,
¡qué espantosa soledad!
SOFÍA.-
(Levantándose)
Si todo acabó en el mundo,
si ya esperanza no hay,
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¿qué hace esta insignia en mi pecho?
¿qué hace esta estrella?
MONJE.-
Callad.
¿Qué pretendéis, desdichada?
ERNESTO.-
Sofía, eso no… ¡jamás!
(Levantándose)
SOFÍA.-
La imagen de mi verdugo
no debe en mi pecho estar,
miradle, el Libertador.
(Con amargura)
Es quien me hiere.
ERNESTO.-
¡No más!
SOFÍA.-
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Pues no vale la inocencia,
la virtud ni la verdad,
En mi nombre y el de Salias,
yo la desprecio… mirad…
(Hace intención de arrojar la insignia)
(Ernesto y el monje miran asombrados a Sofía. Don Juan de Villa-rica y don Pedro Iturbe por el fondo a toda prisa)
Escena X
Dichos – Don Juan – Don Pedro – El alcaide Bravo – Soldados a las puertas, figurantes.
ITURBE.-
¡Teneos!...
DON JUAN.-
A tiempo fue.
SOFÍA.-
¡Mi padre!...
ERNESTO.-
¿No es don Juan?...
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DON JUAN.-
¡Dios es grande!
ITURBE.-
Con su ayuda
os traigo la libertad. (A Ernesto)
Esta orden de Bolívar
acabada de firmar,
vuestra libertad ordena.
Señor alcaide, tomad. (Le da un pliego)
ERNESTO.-
¡Qué escucho!...
SOFÍA.-
¡Cielos!...
DON JUAN.-
Iturbe,
todo el suceso contad.
MONJE.-
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¡Bendita sea la Divina
Providencia!
ITURBE.-
Estaba ya
confirmada la sentencia
del Supremo Tribunal,
cuando lo supe volé
desde San Mateo a acá,
a donde cumpliendo estaba
encargo muy especial
del Gobierno… Aún no ha dos horas
de mi llegada quizá
a Caracas; y en campaña
del afligido don Juan,
a la casa de Bolívar
llegamos con grande azar,
le vi, le hablé, y complacido
me dejó justificar
vuestra inocencia, probando
con elocuente verdad,
cómo el Gobierno Español
había hecho emponzoñar
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¡a Salias!...
SOFÍA.-
(Aparte) ¡Emponzoñado!...
ITURBE.-
Como en venganza no más
de haber quitado el bastón
al Capitán General.
Oyó Bolívar, y al punto
firmó vuestra libertad.
Y para que sepan todos
que es con la Patria triunfar,
de su Guardia os hace aquí
(Le da un despacho)
como alto honor, Capitán.
MONJE.-
¡Dios es justo!
DON JUAN.-
¡Dios es grande!...
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BRAVO.-
Pues libre, señor, estáis. (A Ernesto)
SOFÍA.-
Y yo aquesta noble insignia,
del más grande general,
con que la Patria triunfante,
me ha querido coronar,
en vuestro pecho la pongo,
y en él siempre brillará,
pura, como mi cariño,
como mi amor, inmortal.
(Le impone la insignia)
ERNESTO.-
Ennoblecido por ti,
y con ella honrado ya,
te doy mi mano de esposo.
SOFÍA.-
La acepto.
(Se dan las manos)
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ITURBE.-
Salud, don Juan.
MONJE.-
Y yo en el nombre de Dios.
Os bendigo. (Los bendice)
DON JUAN.-
Demos ya
Un ¡viva a la Patria!
TODOS.-
¡Viva!!
ERNESTO.-
¡Que viva el Libertador!
SOFÍA.-
¡Con él mi felicidad!...
Fin.