Fanzine Rocio Ceron

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El ocio como forma de resistencia Rocío Cerón

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fanzine o el ocio

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El ocio como forma deresistenciaRocío Cerón

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Rocío Cerón (México, 1972)Poeta y editora.

Ha sido becaria del Fonca en su programa de Jóvenes Creadores en las emisiones 1998-1999 y 2006-2007. Es editora de Ediciones El billar de Lucrecia y cofundadora del colectivo MotínPoeta. Desde 1996 desarrolla proyectos de poesía visual.

Ha participado en diversas bienales y festivales de poesía.Algunas de sus obras son: Basalto, publicada por ESN-Conaculta en 2002, libro por el cual recibió el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2000; Litoral,

publicada por filodecaballos en 2001; Soma, publicada por Eloísa, en Buenos Aires en 2003; Apuntes para sobrevivir al aire, publicada por Urania en 2005 e Imperio, publicada por Monte Carmelo en 2008 en su segunda edición bilingüe e

interdisciplinaria por Fonca-Conaculta-MotínPoeta en 2009.Obra suya ha sido antologada en El manantial latente. Muestra

de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2002; Anuario de poesía mexicana, publicada por Fondo de Cultura Económica en las ediciones 2004, 2005, 2006, 2007, 2008; Latinale 2006. Überland und leuchtende Städte, publicada por el Instituto

Cervantes de Berlín-Kulturstiftung des Bundes en Alemania en 2006; El hacer poético, perteneciente a la colección

Entremares y publicada por la Universidad Veracruzana en 2008; 16 Balas, antología de poesía mexicana actual, publicada por la Fundación Juan Ramón Jiménez, en España en 2008 y Soda cáustica. Cinco poetas latinoamericanos, publicada por Cuadernos

Caudal de Poesía también en España en 2009.

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!ensar signifi ca alejarse, no de la cotidianidad, no del día a día, sino de las interpretaciones corrientes. Y pensar es dejar la productividad mercenaria de costado, como a un perro que no

le queda más que aquietarse ante la mirada defi nitiva de su dueño.

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Los lebreles asientan su furia cuando la presa se detiene en lo alto de un árbol y los mira con piedad. Ya lo decía Nietzsche: “Las razas laboriosas encuentran una gran molestia en soportar la ociosidad.” El ocio es la nueva forma de guerrilla, ante lo acotado y el pensamiento tipo cnn (noticioso, efi ciente, de cifras, inmediato), los espacios libres, los no productivos (diálogo, encuentros de poesía, mera conversación entre ociosos-pensadores) abren ante el establishment zonas de desconcierto y descontrol, resquicios o intersticios en la realidad donde la literatura o el arte crean zonas de emergencia del pensamiento. Camino paralelo a los mensajes y sistemas ofi ciales, esta región de recorridos críticos e inseguridades deja de lado las

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proclamas institucionales y hiende, indaga, señala.

La inmovilidad-móvil de una hamaca es terreno fértil para un mejor pensamiento, como lo es, también, el lecho. Proust encontró en la cama el espacio perfecto para desentrañar desde ahí, y hacer una crítica, sobre la condición humana. Se aspira a ausentarse del mundo para mejor conocerlo, para replegarse entre el vaivén sin temor a desplomarse hacia uno mismo. La pasión más poderosa será siempre la pasión de la pereza (Beckett dixit). No hay afrenta en el ocio, hay despertar a otro tipo de mirada. Ser ocioso permite ampliar los contornos de la realidad, permite interpretar los avatares de los problemas corrientes y restregarlos ante la impasible actitud

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del desprecio por los excesos de la actividad productiva. El ocio es la zona libre del pensamiento.

No hay que negarlo: todo hombre es, o confía llegar a ser, un holgazán. Un ente que, ante la efervescencia de la productividad, manifi esta su postura crítica desde la quietud. ¿Cuántos días no se pasan en la inopia, en la ausencia al estar en el tránsito de escritura de un nuevo libro? Las sociedades actuales están arrebatadas por los excesos: ruido, movimiento, aceleración. Los horarios de ofi cina extreman la pulsión de estar “ocupados”, obtener dinero a costa de lo que sea (aún a costa de ciertos momentos de recuperación y de sabio carácter festivo y laxo) u obtener una fi gura deseada por los otros (con sus

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respectivas horas invertidas de sudoraciones innecesarias y circenses posiciones) son males que obligan a la actividad. El exceso de movimiento no aquieta los temores, ni las iras. No aquieta las provocaciones, las guerras, la apatía mayoritaria frente a la violencia o la corrupción.

Ante la actividad efervescente (¿cuántas movilizaciones policíacas o del ejército vemos todos los días sin que ello signifi que un cambio esencial en la sociedad?) hay que guardar un gesto de perspicacia. Ni tres horas en un gimnasio serenan un espíritu conmocionado. Ni diez horas hacinado en una ofi cina aquietan una mente asesina, al contrario, estimulan su frustración, su incapacidad de establecerse de forma normal en

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el mundo. En cambio, el holgazán acepta, y asume, su ser. Un ser que se adentra en sus debilidades y miserias. Un despreocupado que atiende sólo necesidades apremiantes: la rareza de pensar y el hábito gustoso de la refl exionar sobre el mundo. Ausentarse del mundo es hacerse más presente en él. La escritura, como el arte, permite el combate (lucha de lenguaje, de sentido), la recolocación en posturas que permiten el diálogo y el debate como formas de resistencia ante la inmediatez y el vértigo de las cifras.

Para aquellos que opinen que la productividad es un bien mayor y que dignifi ca a las personas, arremeto con las profundas, y lapidarias, palabras de Ezra Pound: “La miseria humana es más estable que la dignidad

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humana. Hay mayor intensidad en la pasión del frío, del arrepentimiento, del hambre y de la humedad fétida de un calabozo medieval que en comer sandías.” El holgazán sabe que el precio a pagar es la aparente caída al reino de la vergüenza. Se es cínico en la pereza porque no hay más forma de replica al ideal de los otros. Y la hamaca vuelve aquí como símbolo de bonanza mental y espiritual. Uno conversa con los demás, y con las cosas, los sucesos, los años, los días, las otras voces, desde la tranquilidad de un observador que anota el paso de los hechos en sus disertaciones mentales.

Si “la conversación es el índice de la mente” según Séneca, el paraíso de todo conversador es una hamaca, o un sillón mullido o una cama

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hundida por nuestro peso y forma o la simple estancia en aquella banca del parque donde, siguiendo nuestra inclinación natural, dialogamos con el mundo desde la pereza del cuerpo más no de la mente. El carácter festivo del ocio, su carencia de esfuerzo, legitiman la vita contemplativa. Y en esta hamaca, desde la cual dicto este texto, recuerdo una clara cosa: para que exista perfección entre la comunidad humana habrán de existir hombres que se entreguen a la vida de la contemplación como natural revés a la euforia de la productividad. Ante todo está el divino derecho del hombre a ser él mismo.

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