Evocación de Matthias Stimmberg, Alain-Paul Mallard

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PT2639. TSbZ76~ _

Hans Magnus Enzensberger nunca le perdono a

Matthias Stimmberg (Heifenberg, 1901 - Viena,

1979) "su indiferencia reptilica ante los dilemas

morales de nuestro tiempo", "su apoliticismo

reaccionario", "sus silencios cornplices", y bajo

consigna de "~Por que nada sabemos del pasado

de Stimmberg?" lanzo contra el, en un articulo

1977, una virulenta condena moraL Vista en pers-

pectiva, dicha condena resulta algo gratuita, pero

en su momenta provoco un modesto escin •

que puso en discrepancia al mundo literario

lengua alemana. Casi sobra decir que St : immbc: :g

-hombre reacio a la polernica y de dificil reb-

cion con los medios- no se rebajo a brindar .. -

tificacion ninguna de su pas ado: despacho

asunto con una cita de Virgilio y remiti6 al

tual inq~isidor" a sus cuatro escuetos lib. -

poemas. Y sin embargo, cierto es que 1 2 'n!'1O~'_

gante sobre el pasado de Stimmberz

ya de tonos acusatorios- sigue abierra,

Alain-Paul Mallard (Ciuda

padece de aquella difici l

taine denominara ._

cionado a aE .:i ~_

enrusiasmos

ALAIN-PAUL

MALLARD

EVOCACION DE

MATTHIAS

STIMMBERG

PT2639

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Z7& UNA. l ~ ~ ~ l l l l l l l l l I l505081

... LlOTECA CENTRAL

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ALAIN-PAUL

MALLARD

EVOCACION DE

E n esta m ism a colecci6n MATTHIAS

STiMMJBERGAVIER GARciA-GALIANO, C on fe sio ne s d e B en ito S ou za ,

u en de do r d e m u fze ca s y otros relatos

PABLOSOLER FROST, E I sitio d e B agd ad y o tr a s a uen tu r as

d el D oc to r G re en e seguido de Lagar to s t er ri bl es

FRANCISCO HINOJOSA, M em oria s sega das d e u n h om bre

en elfo nda buen o y otros cuentos hueros

EDUARDOLIZALDE, Ot ro s t ig r es

Em·lU.'~:S IJl:;l.lCJP()L1S

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505081

'.;. . . .

E VOCACI-O N P E

MATTHIAS STIMMBERG'

Primera edicion, 1995

© Alain-Paul Mallard, 1995

© D.R. 1995, Ediciones Heliopolis, S.A. de C.V.

ISBN: 968-7484-00-4

T odos los derechos reservados. Este libra no pue-

de ser reproducido ni en todo ni en parte, ni re-

gistrado ni almacenado en, 0 transmitido por un

sistema de recuperacion en ninguna forma ni por

ningun medio, sea mecanico, fotoquimico, elec-

tronico, magnetico, electrooptico, relepatico, por

fotocopia 0 cualquier otro, conocido 0 por cono-

cerse s in el perrniso previo, por escri to, del Edi tor.

Impreso y hecho en Mexico

 

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a R afae l V argas y Ro dr ig o C a va lc an ti

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La misantropia es un humanismo;

el bumanismo estambien una misantropia.

Matth ia s S t immberg

 

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EL POETA

LA INSENSATEZ, la otra noche, de presentarme en

un oligofrenico debate televisivo. A la manana si-

guiente, un hombre de ufias pulidas, que me miraba

desde el asiento contiguo, se dirigi6 a mi en el auto-

bus. Me habia sentado en uno de los asientos para

mutilados de guerra. Hay gente que protesta por todo

y supuse que el tipo era uno de esos e iba a reclamar-

melo.

-Ayer noche 10 vi en televisi6n -me dijo.

-No, no -repuse con desgano-, usted me con-

funde. Con el poeta ese, supongo. A menudo me

confunden con el, No, yo soyvendedor de lavadoras.

-Vamos, hombre, no finja, yo 10 conozco. Com-

prendo que le moleste ser importunado, yo tarnbien

soypoeta, ~sabe?

jDios mio!, justa 10 que me faltaba, un imbecil mi-

mado por las musas. No respondi, pero falt6 hosque-

dad enmi silencio, pues no 10 disuadi6.

-Bueno, 10 fui. La vida es dura, usted sabe, y tuve

que buscar otros caminos y ganarme el pan con el

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14ALAIN-PAUL MALLARD

"

II

sudor de mi frente. Claro que no he dejado de escribir

-me aclaro-, tengo una gran sensibilidad.

-Vaya, ~yque actividad 10deja a usted tan sudoroso?

-Bueno -sonrio-, pues ahora me dedico ala

pe1uqueria canina. A domicilio.

Decidi bajarme en 1aproxima parada -no tardaria

en recitarme sus versos- Y recorrer a pie las diez 0

doce cuadras hasta Muhlebachstrasse. Me incorpore.

E1 poeta me tomo de un brazo como si yo necesitara

de su ayuda. Me pidio mi direccion, pues prometia

enviarme sus poemas, y se despidio desde 1aventanilla

con tiernos ademanes. Pero sospecho que equivoqueel numero de mi propia casa y he perdido, infortuna-

damente, un cofrecillo de tesoros, suspiros, listones y

fox terriers. Que si 1avida es dura, carajo.

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II

I I

EL ESTUDIO DE LA ESPERANZA

No SE C6MO fui a dar en ese almuerzo campestre ni

c?mo terrnine conversando con aquel grosero campe-

sino, patan proclive por igual a 1acerveza y a 1amen-

tira, que queria a toda costa hacerse pasar por un

hombre de mundo. "He conocido" me dijo, "toda cla-

se de hote1es; desde los de cinco estrellas hasta los de

cama de concreto". Lo primero me parecio franca-

mente dudoso; en cuanto a 10 segundo, 10 supuse aun

antes de cruzar con el palabra alguna.

Lado a 1ado, continuamos comiendo los salsifis em-

panizados, e1 cocido de endibias y patatas. Jonas, que

asi dijo llamarse el1amentab1e fanfarron, vertia de su

botella, cada dos 0 tres bocados, algo de cerveza sobre

su plato de salchichas. Y se reia esnipidamente, Entre

sus multiples bravatas y el inso1ente relato de sus proe-

zas en el catre, me refirio algo que, dentro de su pato-

logta , resulta digno de interes: "Yo, caballero, soy un

estudioso de 1a esperanza". Tenia su 1aboratorio un

par de kilometres mas ade1ante, en un establo.

Intrigado por el esp1endente nombre de la nueva

IS

 

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I, ., .

1 6 ALAIN-PAUL MALLARD

disciplina cientifica, acaso ontologica, le pedi que me

informara, con mayor detalle, en que consistian sus

trabajos.

-Veri -me dijo-, es algo sumamente complejo.

<Como explicarle ...? Mire: usted llena por la mitad un

gran cubo de agua. De lamina galvanizada -es im-

portante que sea galvanizada, para que no ofrezca asi-

deros- y echa adentro una rata. La rata va a nadar en

circulo, pegada a las paredes, contra las manecillas del

reloj, tratando de salir. La rata nadara durante ocho

horas antes de irse a pique y ahogarse, pero antes de

que se cumplan las ocho horas, usted arroja en la cu-

beta una tablita que flote, y le permite a la rata des-

cansar en ella. Pasados seis minutos retira la tablita.

La rata tendra que volver a nadar, y nadara por otras

cuarenta y ocho horas. De donde se deduce cientifica-

mente que las ratas tienen una esperanza media de

ocho horas, y debidamente estimulada, crece en rmil-

tiplos de ocho.

Me mire, Aguardaba algun comentario de mi par-

te. Lo mire fijamente y, sin decir palabra, recogi mi

sombrero. Me levante. £1 se encogio de hombros,

alargo el brazo y se bebio mi cerveza. Y se rio esnipi-

damente.

Mire con alivio las hayas del camino. Mi resistencia

media al hastio debia -debe- estar rayando la hora

y veinticinco.

LA SAL

EL NUDO en la soga que amarraba las puertas del co-bertizo era de una cornplicacion neurotica, tenaz. Al-

guien 1 0 habia apretado con tal fuerza que mi afan por

desatarlo me lastimaba los pulgares. Pero habia de des-

atarlo a como diera lugar.

El cobertizo era una casucha de madera sin venta-

nas, un viejo y estrecho galeron perdido entre los arbo-

les de la parte mas remota del jardm, no lejos de los

huertos. Ali i se guardaban herramientas, bidones va-cfos, correajes, las bicicletas, algunos trastos viejos. Los

trabajadores del huerto metian alli sus aperos de la-

branza por no llevarlos a cuestas hasta el granero. Ha-

bia ido al cobertizo para buscar los remos porque tenia

acordado con Gabi Halstic dar un paseo en barca.

Gabi tenia mi edad -en aquel entonces catorce

anos-, y era hija de una pareja que administraba la

propiedad vecina, propiedad de un as polvosas senori-tas de ciudad, tlas, en segundo grado, de mi madre.

Gabi -su flequito castano, su risita algo picara, sus

brazos agiles, sus senos acabados de brotar+- me

 

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1 8 ALAIN-PAUL MALLARD

esperaba ya sentada en 1abarca, y me consumia una

prisa nerviosa por desatar el nudo porque durante se-

man as me habia ido armando de valor para, alia, so-

bre las aguas verdes y heladas del estanque, hab1arle

sentidamente de amor.

Por fin e1gran nudo se disolvio como un pufio que

de pronto se abre y ernpuje hacia adentro los batientes

de 1apuerta. E1 cobertizo se lleno de 1uzy e1frescor de

1a sombra me salio al encuentro. Y entonces vi no se

cuantos -diez 0 doce- diminutos puercoespines, los

primeros que jamas habia visto, encaramados por aqui

y por alia sobre las herramientas.Apenas del tarnafio de un alfiletero, con hociquillos

humedos y tan intensamente rosados como las yemas

de un rosal, y cubiertos de un pe1ambre espinoso, los

pequefios erizos lamian los remos, los mangos de las

hachas, de las palas, de los trinches, de los azadones,

de las escobas. Nos miramos con mutuo azoro. Sus

ojillos negros y llorosos veian como desde atras del

cielo, bondadosos e inocentes, con 1a ternura de unavictima. Di un paso y eso fue todo. Ya no estaban alii.

No me atrevi jamas, ni en 1a barca ni en ningun

otro 1ado, a hab1arle de amor a Gabi Halstic.

Ya me diria Hans, e1mozo tercero -un chico inte-

ligente, algo mayor que yo y con quien Gabi (luego

vine a saber) habia tenido amores-, que los puer-

coespines llegaban a media tarde a lamer las herra-

mientas en busca de sal. De 1asal que habia penetrado1amadera con el sudor de las manos de los trabajado-

res. Hans incluso me asegura que de haber extendido

las palmas con amab1e 1entitud alguno de los puercoes-

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EVOCACION DE MATTHIAS STIMMBERG

pines, e1mas osado y amistoso, se habria aproximado,

con su lengua fresca y suave, a 1amerme las manos.

Y todavia me cuenta, creyendome complice el muy

cerdo, como una vez se habia tirado a Gabi alii en el

cobertizo, y como, mientras exhaustos y desnudos, ya-

dan tendidos entre sogas, costales, sacos de semilla, se

habian acercado, surgidos de 1anada, tres puercoespi-

nes diminutos a 1amiscarle a Gabi el sudor ya seco ba-

jo los senos puntiagudos. Eso.

No hace mucho me tope -hurgando en mis libre-

tas a peticion de Peter Suhrkamp- con e1 relato de

un suefio que debo haber tenido alia por 1947:

En una especie de salon de actos municipal, Gabi,

todavia una nina a pesar de los afios, lame, una a una,

y con el desamparo de una victima, las manos grasien-

tas de un regimiento de soldados. Y yo, yo, estoy en

un rincon, agazapado, sin atreverme a nada.

 

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EL MEDICO DEL SUR

UN MEDICO del sur -de Klagenfurt, donde desde

hace tiempo dirigia un lujoso sanatorio privado-,

con quien curse la escuela primaria y a quien nunca

volvi a ver -solo un idiota se tomaria en serio una

amistad de la escuela primaria-, tuvo una hija a la

que decia querer mucho, aunque en realidad la chica

no parece haberse sentido muy querida, pues termino

pegandose un tiro despues de cuatro intentos de suici-

dio con somniferos robados de la clinica del padre. El

medico, cuyo nombre leo en una nota del diario, paso

cinco afios llenos de culpas creyendose responsable

por la muerte, y supongo que por la vida, de esa hija

miserable a la que no tomaba muy en serio y despa-

chaba de vuelta a casa, con algun reproche, tras cada

lavado de estomago,

Lo cierto es que no obstante el reportero y su inso-

lente analfabetismo, algo de esa patetica socarroneria

de la gente del sur logra filtrarse a la nota, pues el me-

dico, el antiguo cornpafiero de pupitre, expio sus cul-

as apenas anteayer, la noche del domingo, metien-

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22 ALAIN-PAUL MALLARD

dose, cl, un tiro despues de treinta y tantas noches sin

dormir.

Los refranes, que no son otra cosa que silogismos

colectivos, que silogismos prefabricados, suelen fraca-

sar ante la caprichosa idiosincracia de esta gente. Elobtuso refran alusivo, si existiera alguno, rezaria algo

, "T d 1 hi "s! como: apa 0 e pozo, a erro muere .

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PERHAM

FUERON ELLOS,los toperos, quienes me ensefiaron a

silbar.

Aparecian, sucios y groseros, ahora detras, ahora

delante de la verja del jardin. Eran gitanos, todavia

nifios y ya adultos, unos siete, entre los diez y los doce

afios, Yo no tendria aun los nueve. Al parecer habian

salido huyendo de horrores no muy claros en el Este.

Aunque insolentes y andrajosos, nadie, entonces, los

consideraba una molestia. Al cabecilla, uno pequenajo

que tenia pegados dos dedos de una mano, 1 0 llama-

ban Perham.

Se ganaban la vida de toperos; cazaban topos en los

jardines y los llevaban ante el duefio, quien les pagaba a

razon de una moneda por topo, y los mataban frente a

el, minuscules y ciegos y gimoteantes, aplastandolos

con el dorso de una pala. Se los llevaban, nunca supe ni

para que ni para donde, en un viejo balde de madera.

Frente a mis ojos, con desvergiienza, arrancaban pi-

mientos de las enredaderas y los acometian, antes de

que estuvieran maduros, a mordidas rojas y crujientes.

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24 ALAIN-PAUL MALLARD EVOCACION DE MATTHIAS STIMMBERG 2 5

o los pisaban sin mas. Se reian. Festejaban que Per-

ham me escupiera unas semillas al rostro.

Con silbidos complicados, al atardecer, se llamaban

para agruparse en torno de la fuente. Perham me llevo

y me presento como su amigo. Alii contab an sus mo-

nedas en el piso. Perham las repartia ernpujandolas

con su dedo doble. A veces, segun fuera su humor,

podia tocarme alguna.

Se metian a la fuente, a chapotear, sin siquiera quitar-

se los zapatones adultos que vestian, e importandoles un

pito que se les mojaran las ropas. Pronto aprendi a atra-

par insectos de agua: unos cucarachones torpes y casi

planos que se impulsaban bajo el agua con dos patas pi-

cudas; otros eran largos, con largas patas como de mos-

quito, y se impulsaban en espasmos rasantes cortando el

agua de la superficie y dejando arras una finisima arruga

en forma de V. Llegamos a juntar hasta siete distintos y

a ponerles nombres ridiculos. Nos mataban de risa. AI

cucarachon plano, Perham 1 0 llam6 Matthias.

Despues los apachurrabamos en fila contra la cor-

nisa de piedra. Una pasta blanca 0 verduzca les salia

disparada, con un crujido, del abdomen. Entre mas

lejos mejor. (Tambien, en un frasco, atrapaban lucier-

nagas -moscas de fuego, las llamaban- y Perham

las despachurraba dentro de un pariuelo percudido

que retenia durante horas, con e l poco jugo que solta-

ran los bichos, manchas de una tenue fosforescencia.)

En cuanto empezaba a caer la noche tenia que irme

a casa. Ellos se quedaban ahi. Los envidiaba. Se di-

vertian. Eran libres, felices; nadie sospechaba que todo

eso se 1 0 iba a llevar la mierda.

Salidas de quien sabe donde, se les unieron luego

dos chicas de ojos oscuros y melosos, igual de hara-

pientas, de astutas, de valientes. Los toperos me lleva-

ron a sus guaridas. No habia gente mayor. Deseaba

secretamente huir de casa e irme a vivir alli, a un lado

de las vias.

Hadan fogatas. A veces las chicas cantaban, y me

apuraban a bailar, y entre las dos me manoseaban, so-

bandorne carcajeantes la entrepierna, 1 0 cual me deja-

ba en un revoltijo de verguenza y gozo, con los rubores

y las culpas de un placer inedito recien vislumbrado.

AI final del otofio una de elias amanecio, a espaldas

del correo, tirada en un baldio. "Ve aver si esta muer-

ta", le ordeno secamente Perham a uno de los chicos.

Volvio livido y sin habla. Lubja estaba desnuda y un

hilillo de sangre, ya seca, le escurria del oido. Habia

policias, curiosos, empleados del correo.

Esa misma tarde desaparecieron. Nunca se aclar6

1 0 sucedido, y yo estuve varios dias encerrado, miran-

do tristemente la calle desde la ventana de mi alcoba.

Aun recuerdo los cuentos graciosos y obscenos que

contaban. Eran tan perfectos y terribles que no los he

contado nunca porque me rehuso a estropearlos.

 

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DE MAL GUSTO

VOLvi a Heifenberg para ver a mi padre cuando se

me informo, en un telegrama ileno de hipos y reparos

-siempre me atrajeron las posibilidades poeticas de

la sintaxis telegrafica pero nunca desentrafie sus me-

canismos-, que sufria de intensos dolores en el plexo

solar. Hice el trayecto en tren, en un vagon algo inco-

modo, de cuando la gente aun usaba sombrero: duras

bancas de madera flanqueadas por percheros que man-

tenian su dignidad. La camp ina, detras del cristal, ce-

dio el paso a los bosques. Me parecieron ajenos, sus

arboles eran mas jovenes que yo.

Tenia mas de quince afios de no ver a mi padre y

creia estar preparado para no sorprenderme. Pero el es-

tado en que 1 0 halle rebaso ampliamente mis prediccio-

nes. El particular olor de los enfermos que han pasado

largo tiempo en cama inundaba la pieza. Ali i estaba mi

padre, envuelto en un torbellino inrnovil de sabanas

arrugadas, fragil, como un jilguerillo sin plumas.

Permanecimos en silencio. Un silencio rascado por

e 1 irregular jadeo de su respiracion. Habia olvidado la

 

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2 8 ALAIN-PAUL MALLARD

intensidad azul de su mirada. Le pregunte como esta-

ba. "Hay quienes expiran en olor de santidad y su

cuerpo permanece incorrupto durante siglos" dijo ja-

lando aire, "y tarnbien estamos los que comenzamos a

pudrirnos mucho antes de morir."

Entre las sabanas se asomaban unas pantorrillas cu-

biertas de llagas. Luego se quedo dormido. Con la

boca abierta, como duermen los viejos.

Esas fueron sus ultimas palabras, al menos para mi.

Cuando supe de su muerte, jugue un rato con la idea

de ponerlas en su epitafio, pero no se perrnitio que mi

mal gusto llegara a tanto, y la decision de mis herma-

nos prevalecio, mandando vaciar unas de esas flores de

argamasa que tanto abundan en nuestros cementerios.

., 'II

~ I ;::

LA SOMBRA Y LOS CHARCOS

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No, EN K6SZEG nunca estuve, pero subiendo la ridi-

cula colinita que resguarda a Mannersdorf an der

Rabnitz se le alcanza a ver como una planicie gris de

cumulonimbos grises y lloviznas y barrizales tarnbien

grises. El clima alla, segiin se, es bastante menos hi-

pocrita, por cierto, que en Mannersdorf mismo. En

Mannersdorf estuve todo un verano durante mi ado-

lescencia. Mi recuerdo del Rabnitz es el de un rio len-

to, desganado, lleno de pastos amarillos que ondulan

bajo la corriente. Del sombrio poblado solo recuerdo

el manicomio. Era una antigua casa de reposo cuya

genealogia se vincula a la de los Habsburgo.

Tenia fama de haber sido un lugar disparatadamente

bello, de relucientes pisos de madera y grandes espejos

duplicando la ya de si excesiva amplitud de los pasillos.

El Rainer Rilke de Lo s cu ad er no s 1 0 visito, aunque no en

calidad de paciente. Para cuando yo 1 0 conoci, era apenas

un laberinto decrepito de galerones vacios, con cascaras

de cal sobre los muros y montones de paja en los rinco-

nes. En algun pabellon colgaba todavia algun candil.

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30 ALAIN-PAUL MALLARD

MEIN KAMPF

ERA UNA VIEJA un tanto harapienta, aunque ahora

que 1 0 pienso no puede haber sido tan vieja. Dudo

que alguna vez se hayan visto en Viena cosas mas sin-

gulares que despues de la guerra. Yo trabajaba enton-

ces en una pequefia imprenta, en la Leopoldstrasse

del sector frances de la ciudad. La paga, aunque mez-

quina, me perrnitia comprar en el mercado negro, y

por tanto la escasez de alimentos, de medicinas, de ci-

garrillos, era para mi, digamos, ilusoria, pero no era

tal el caso para la mitad de los vieneses.

En una ciudad ocupada es poca la gente que requiere

de una imprenta, y yo disponia entonces de demasiado

tiempo libre. Perilla las casi cuatro horas con que conta-

ba para comer en pasearme morosamente por calles va-

cias, de edificios clausurados y mudos. Pero en una ciu-

dad ocupada no se puede errar con mucha libertad, y

mis promenades solian terminar en una misma banca del

parque, de espaldas a la descomunal rueda de la fortuna.

Esa tarde llegue a mi banca al punto en que era ocu-

pada por una vieja que tiraba de un carrito rojo, como

Por un par de chelines, uno de los guardianes -no

recuerdo su nombre, solo su gran nariz de carnaval-

permitia pasar a ver a los dementes. Uno, casi una

marioneta de tan flaco, pasaba el dia hincado, con el

sol a sus espaldas, tratando de recoger su sombra delsuelo. Habia olvidado como hablar. Permaneda silen-

cioso, absorto en su afanosa labor, con la frente casi

apoyada en el piso. Los otros locos solian arremangar-

se los sucios batones de algodon y orinarle la cabeza.

Comenzaba a perder el pelo. Ni una ni otra cosa pare-

dan importarle. Reasumia su trabajo con mayor em-

pefio, como figurandose que el charco de orines le

ayudaria a despegar su sombra de las baldosas; como

si quisiera levantar tambien el charco.

Solo volvi a Mannersdorf hara un par de afios, para

recibir un premio. Han convertido el casco del mani-

comio en una especie de centro regional de cultura.

Los pisos son otra vez de duela de abeto, cubiertos

con alfombras. Todos los arboles del jardin estan

muertos. Hable en mi discurso sobre la sombra y los

charcos. Supongo que se arrepintieron de haberme

concedido el premio. Yo, de cualquier modo, me ha-

bia arrepentido de aceptarlo. En el patio central, las

baldosas siguen siendo las mismas.

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32 ALAIN-PAUL MALLARD

aquellos que nosotros tuvimos de nifios -bueno, yo

parezco haber sido la excepcion-r+, y jaloneaba contra

tres chivos negros atados cada uno de los cuernos por

un lazo mugriento. La vieja, los chivos tirando en dis-

tintas direcciones, y el carro, bajo una inmensa rueda

como de bicideta, conformaban una imagen salida de

algun sueiio, casi como un sortilegio. Senti cual si mi-

rara una fotografia de algo remoto y despiadado. Pron-

to vinieron los soldados franceses, con su barullo y sus

indignaciones, a echar del parque a la desaliiiada vieja.

En un estado de fascinacion, la fui siguiendo sin

advertir que seguia a una vieja real con tres chivos de

carne y hueso. Pero decir "de carne y hueso" traiciona

de algun modo la verdad de la imagen; eran animales

farnelicos, fantasmas de pellejo con cuernos y pezu-

fias, faunos convalecientes, demonios deshauciados.

La vieja recogia tablas, trozos de alambre, cordeles,

1 0 que hallara en las aceras. En cad a bocacalle, se de-

tenia frente a los muros y con un cuchillo sin mango

despegaba una esquinita de los carteles. Sus chivos, a

veces induso parados en dos patas, prendian con los

dientes el reseco papel por esa esquina, y arrancaban

los cartelones para devorarlos masticando avidamente

con mandibulas bamboleantes. En la siguiente barda,

la vieja desprendia la esquina de algun otro cartel, el

sello de dausura en alguna puerta.

As! los segui hasta los puentes, casi a la zona fron-

teriza con el sector ingles. De pronto, la mujer se vol-

vio hacia mi, amenazante, y los chivos, apuntandorne

con sus cuernillos, embistieron envueltos en un hedor

de grasa rancia. Ella algo les dijo, en dialecto, porque

EVOCACION DE MATTHIAS STIMMBERG 3 3

entendi apenas un par de palabras, y las bestias se so-

segaron.

Tambien yo debo haberme sosegado. Me pregunto

que queria. No se que pude haberle respondido. Al-

guna estupidez, sin duda, pues se sonrio y guardo sucuchillo sin mango y sin filo. Avergonzado, dije ser

dueiio de una imprenta. Que teniamos muchos so-

brantes de papel. Que si le servian para los chivos, po-

dia obsequiarle algunos bultos. Le entregue mi tarje-

tao Dijo que pasaria a buscarme.

A los dos dias aparecio en mi despacho, sin los chi-

vos, pero tirando del carrito rojo. Pasamos hasta el fon-

do, a la bodega. Teniamos apilados unos dos m il ejem-

plares de Mein Kampf , de un contrato de durante la

guerra, que presurniblemente nadie se atreveria ya a re-

damar. Los franceses nos habian ordenado prenderles

fuego -era 1 0 logico, pero los franceses, que siempre

desbordan suficiencia, se complacen enormemente en

ordenar-. Tome dos cajas del obsceno Mein Kampfy

las puse en el carrito. Por esos dias, acababa yo de impri-

mi r , alii en la imprenta, mi primer libro. Un volurnen en

octavo con caratula gris y de apenas un puiiado de pagi-

nas. Pero ya antes de verlo impreso, me habia arrepenti-

do de el en su totalidad. Salvo quiza del tercer verso: se -

gU n la m ism a ley que rigio!us comienzos , que es de Goethe

y no mio. La edicion era de cincuenta ejemplares. En la

bodega quedaban unos cuarenta. Se los di. Para sus chi-

vos. Me dijo que no sabian leer, ni ella tampoco. "Mejor

as!", pense. La vieja me agradecio, acaso excesivamente,

y jamas volvi a verla. De entre mis libros ha sido ese, el

primero, el que, me parece, corrio con mejor suerte.

 

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LAS CRIADAS

EN LA CASA de campo, en invierno, pululaban los ra-

tones. De noche se les escuchaba roer los tablones del

sotano queriendo llegar a los sacos de cebada. Mi pa-

dre solia decir, irritado y vociferante, que el veneno

para ratas -una pasta blanca, untuosa, con olor a ce-

bo y amoniaco- no debia guardarse alii, en la alace-

na, al alcance de todos. Y refiia a mi madre para que

1 0 pusiera bajo llave. De otra manera, deciami padre,

las criadas -habian vivido con la familia, sin chistar,

durante diecisiete anos- tratarian de 'envenenarnos.

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SISIFO

NI UN INSTANTE dejaba de correr. Corria dentro de

un tambor giratorio -una especie de noria de alam-

bre- situada en una esquina de la caja que le servia de

jaula. Sus patillas velocisimas apenas se veian haciendo

girar la rueda sin fin, dejando tras elias cada pequerio

peldafio que de inmediato volvia a salirles al paso. Era

un raton grande, parduzco, nervioso, atletico, obstina-

do. Corria. Siempre a la misma distancia de su punto

de arranque y de su hipotetico punto de destino. Aje-

no al mundo. Corda y corria. Tras largo rata bajaba a

husmear un poco en el serrin 0 a beber agua y regresa-

ba a su rueda de la fortuna. La rueda, de alguna mane-

ra, separaba cada vez mas las paredes de lamina 0 cris-

tal ampliando la superficie de su cautiverio y dando al

encierro una socarrona ilusion de libertad.

Cada tarde cruzaba, a mi regreso a casa, frente a

una tienda de mascotas en la esquina de la Rue Da-

guerre. Alii, en la vitrina, estaba e l raton haciendo gi-

rar su rueda a toda prisa, corriendo y corriendo hacia

ninguna parte. Y cada tarde me detenia a mirarlo.

,I

I

1 1

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~Es posible asumir como premio una condena? Al-

go vago me fascinaba en ese correteo, alguna obscena

afirmacion de la actividad vital. Asi que un dia entre a

la tienda con intencion de llevarme el raton a casa.

Una campanilla sono al abrirse la puerta. Ya adentro,

tanto murmullo enjaulado y el olor a sales de amonia-

co casi me disuadieron, pero en afan de no contrade-

cirme, saque de la cartera algunos francos y pague por

el raton, que no costo ni un tercio de 1 0 que pague por

su caja. Puse la caja en la cocina, en un banco, a unos

palmos del piso.

Tras ver correr al raton un par de dias, tuve como

idea conectar a la rueda, por medio de un eje dentado,

un cuentakilometros que determinara cuantos giros

daba la rueda en un tiempo dado.

Varias semanas despues paso Celan a visitarme. Para

entrar al apartamento habia que pasar por la cocina.

Celan se extrafio de que yo, tan sin necesidad de afecto,

me hubiera comprado una mascota. Se extrafio aun

mas al advertir que la carrera del raton no parecia cesar.

-~No se detiene nunc a?

-No, apenas para dormir un rato.

- Y..~como se llama? -pregunto.

-No ha sido bautizado -respondi-, se llama ...

no se..., Raton.

Se quedo pensativo, no mas de unos segundos, y

dijo: "Sisifo."

Reparo, a un lado de la jaula, en la libreta -una

libreta a rayas, de chez Gibert- donde habia ido yo

anotando el avance diario de los numeros. Comenzo a

hojearla y pregunto que diablos era aquello.,

ALAIN-PAUL MALLARD

.," .

EVOCACION DE MATTHIAS STIMMBERG39

-Me he convertido -Ie dije- en estudioso de la

perseverancia.

Le explique -un poco en son de bufonada cientifi-

ca- que al cabo de poco mas de un mes el raton ha-

bia hecho girar la rued a cerca de medio millen de ve-

ces, 10 que burdamente equivalia, como constaba en la

libreta, a unos ciento cincuenta kilometres, distancia

que recorrre el Danubio desde Linz hasta Viena 0 el

tren nocturno entre Budapest y su Czernowitz natal.

Mis calculos demostraban, exagere, que el raton reco-

rria diariamente 2.142 kilometres, acaso mas que nos-

otros dos, juntos, en una semana.

-~ Y por que? -pregunto.

-jBueh! -respondi-, ~y a quien puede impor-tarle?

Por 1 0 visto, a el. Durante toda la tarde Celan no se

movie de alli; sus ojos, imantados sobre los mirneros

que giraban con lentitud y constancia en el cuentaki-

lometros. Presa de un pasmo inexplicable, observaba

con el rostro tan cerca del cristal que este se empafia-

ba bajo el vaho de su respiracion, Horas despues fue a

buscarme al estudio:

-Matia -me dijo resuelto-, tengo que Ilevarrnelo.

Celan sabia ser enfitico, nunca supe negarle nada.

Asi que 1 0 deje partir sin mas, llevandose la jaula bajoel brazo.

Dos meses despues Celan regreso a la casa. En

cuanto le abri la puerta saco del bosillo una hoja de

papel doblada en cuatro y luego otra vez en cuatro.

Me la entrego sin decir palabra. Se trataba de un poe-

rna, un as treinta lineas escritas a ~aq~~ min

• J " " , .

f I ~,

 

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ALAIN-PAUL MALLARD

samente enmendadas a Iapiz, El titulo, Sisifo, 10 habia

agregado despues con tinta negra.

Espero con impaciencia mientras yo terminaba de

leer y dijo, para mi sorpresa, que trataba acerca del ra-

ton y su cuentakilornetros. (Aunque, como sucede enlos poemas de Celan, ni la rueda, ni el roedor siquie-

ra, figuraban.)

Le pregunte por el raton; cuanto llevaba recorrido.

Me confeso haberle abierto la puerta de la caja en

cuanto salio de mi casa. Lo habia seguido con la vista

hasta que se perdio en su huida calle abajo por el bor-

de de la acera. En estos dias, segun sus calculos, Sisifo

debia ir ya cerca de Chalons-sur-Mame. En cuanto ala caja, la habia abandonado entre las tablas y atados

de basura del mercado de Denfert- Rochereau.

Luego bebimos un poco y algo me hablo Celan de

la atroz asfixia que llevaba a cuestas, de la distancia

cada vez mayor que 10 separaba de Czernowitz, del

aprecio que me tenia, e insistio, mas de una vez, que

todo poema era un camino en redondo desde el tu

hasta el ttl. Bebimos un poco mas.-Bien sabra Dios -me dijo ya en la puerta del

edificio-, hasta donde debe de apretar.

Y se alejo tambaleante por el embaldosado.

Antes de que se cumpliera el afio, Celan se habia

arrojado de cabeza en el rio.

En cuanto yo muera, no faltara algun curioso que

se ponga a husmear y revolver entre mis pilas y pilas

de papeles. Con algo de suerte, el mundo -aunqueno 10 merezca- podra entonces leer un poema inedi-

to de Paul Celano

APOSTILLA

Hans Magnus Enzensberger no perdono a Matthias

Stimmberg (Heifenberg, 1901 - Viena, 1979) "su indife-rencia reptflica ante los dilemas morales de nuestro tiem-

po", "su apoliticismo reaccionario", "sus silencios cornpli-

ces", y bajo la consigna de "~Por que nada sabemos del

pasado de Stimmberg?" lanzo contra el, en un articulo de

1977,1 una virulenta condena moral. Vista en perspectiva,

dicha condena resulta algo gratuita, pero en su momenta

provoco un modesto escandalo que puso en discrepancia al

mundo literario de lengua alemana. Casi sobra decir que

Stimmberg -hombre reacio a la polernica y de dificil rela-cion con los medios- no se rebajo a brindar justificacion

ninguna de su pasado: despacho el asunto con una cita de

Virgilio y rernitio al "puntual inquisidor" a sus cuatro es-

cuetos libros de poemas.

Y sin embargo, cierto es que la interrogante sobre el pa-

sado de Stimmberg -despojada ya de tonos acusatorios-

sigue abierta.

En rnarzo de 1979, meses antes de su muerte, Matthias

Stimmberg condujo ante lagrabadora de CBC- Radio Canada

1. "Wiese wissen wir nichts von der Vergangenheit von Stirn-

mberg?" (Die Weltwoche, Zurich, 15 de mayo de 1977) .. .

 

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ALAIN-PAUL MALLARD

una charla, en frances, de poco mas de hora y media, en

donde una voz aspera va apuntalandose a saltos un pasado

anecdotico y fragmentario. Mas interesado por la minucio-

sa recreacion de momentos concretos que por el bosquejo

autobiografico de trazos amplios, Stimmberg rememoraigualmente sobre acontecimientos recien acaecidos que so-

bre sucesos de una infancia remota, que es tarnbien la in-

fancia de su siglo.

Dicha grabaci6n, que por razones que ignoro nunca salio

al aire, sirvio como material de base para la elaboracion de

esta minima semblanza.

Agradezco a Wilfred A. Rupp de Canadian Broadcas-

ting Corporation (Toronto) el acceso a los archivos sonoros

de la empresa, y a Severine Casales las facilidades brinda-das para la transcripcion verbatim de las cintas.

Las fechas siguientes pretenden situar, de manera apro-

ximada, los sucesos narrados: El poeta (1979), El estudio

de la esperanza (1936), La sal (1915), El medico del sur

(1962), Perham (1909), De mal gusto (1949), La sombra y

los charcos (1917), Mein Kampf(1947), Las criadas (1912),

Sisifo (1969).

INDICE

Alain-Paul Mallard

EL POETA 1 3

EL ESTUDIO DE LA ESPERANZA 1 5

LA SAL1 7

EL MEDICO DEL SUR 21

PERHAM23

DE MAL GUSTO 27

LA SOMBRA Y LOS CHARCOS 29

MEIN KAMPF31

LAS CRIADAS35

SfSIFO37

APOSTILLA