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    INTRODUCCIÓN

    UBICACIÓN DE LA HISTORIA ARGENTINA EN LA

    HISTORIA UNIVERSAL

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    INTRODUCCIÓN

    En

    un sentido muy amplio, el origen de la historia

    argentina

    puede

    extenderse hacia los pueblos que habitaron su superficie antes de la

    conquista española, como los coyas, los comechingones, los huarpes, las

    variantes guaraníes, los wichis, los pampas, los tobas, los abipones o los

    onas en el extremo sur, entre tantos otros.

    Restringiendo un poco la mirada, se lo puede establecer a partir de la

    conquista española, como ha sido bastante habitual en

    algunos

    estudios

    que suelen tener un primer capítulo denominado "Corrientes colonizado-

    ras"

    Lo m ás común es considerar que la historia

    argentina propiamente tal

    comienza en 1810 o 1816, si se toma en cuenta

    el derrumbe de hecho de

    la administración colonial, o la decisión independentista definida por parte

    de los nuevos e inciertos poderes locales autónomos de la metrópoli.

    1. LA HISTORIA ARGENTINA COMO HISTORIA

    N ION L

    Este último criterio se sustenta en el hecho de que se habla de una

     historia de la

    nación

    argentina , puesto que una colonia no es una

    nación.

    Esto es enteramente cierto y aun debemos agregar algo más: la caída

    de un orden colonial es condición necesaria pero no suficiente para la

    co

    nstitución de naciones en el territorio que estaba bajo su dominio.

    La caducidad del imperio español provino principalmente de sus

    p

    ropias debilidades, profundizadas por la expansión de los imperialismos

    br

    itánico y francés, que resultaron las potencias mundiales dominantes

    en el siglo xix.

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    Difícilmente a principios de ese siglo las frágiles sociedades coloniales

    hubieran podido derribar por sí sol s

    el imperio español, y por ello no es

    de extrañar que no lograran concretar de un mo do rápido y enérgico las

    condiciones suficientes para constituir naciones.

    El hecho de que las fronteras del Virreinato del Río de la Plata

    terminaran conteniendo cuatro unidades nacionales (algo que no fue

    excepcional respecto de otras reparticiones virreinales) es un claro

    síntoma de ello.

    M ás elocuente aún: el componente más rico y poderoso de la unidad

    que se fue conformando como la Argentina , la Provincia de Buenos

    Aires, estuvo planteando todavía entre 1853 y 1860 constituirse como

     otra nación , la República del Plata , diferente de la Confederación

    Argentina que tenía entonces su capital en Paraná, más pobre pero con

    un territorio mucho más vasto.

    Estos datos son congruentes con una comprobación universal: la

    unificación de su mercado interno es un requisito de las naciones

    modernas, sea bajo la forma de las "uniones aduaneras" de carácter más

    bien federativo o de modos más directamente centralizados.

    También coincide con el hecho particular de que la cuestión aduanera

    estuvo en el centro de la disputa entre el Estado de Bueno s Aires (base

    del proyecto de la República del Plata) y la Confederación Argentina; la

    disyuntiva se planteaba acerca de si las rentas de la aduana debían estar

    bajo un poder verdaderamente federado y nacional o debían continuar

    bajo control porteño y bonaerense, como venía sucediendo desde la época

    de Juan Manuel de Rosas y antes de que el pacto de San Nicolás y la

    Constitución de 1853 establecieran, jurídicamente, la unificación del

    mercado interno.

    La resolución en favor de la segunda opción, que implicaba el

    mantenimiento de la pobreza en los "trece ranchos" (según la despectiva

    expresión de los porteño-bonaerenses para calificar al resto de las

    provincias), y su perpetuación significó sin dudas una falta de vigor del

    mercado interno y, con ella, un carácter débil e incompleto de la entidad

    nacional en formación.

    Esa comprobación agrega peso a la perspectiva de no considerar

    propiamente "nacional" la historia anterior a la Constitución de 185 3, en

    lo jurídico, y al trazado de la red ferroviaria, en lo material; ambas

    condiciones del establecimiento de un mercado interno que, si bien

    defectuoso, no existía con anterioridad.

    Para una m ayor claridad sobre la cuestión, necesitamos un esquema

    del desarrollo productivo de la humanidad, una caracterización de la

    época actual y otra acerca del modo co mo el imperio colonial español y

    su derrumbe influyeron en nuestra situación, aun hasta el presente.

    Ubicación de la historia argentina en la historia universal

     

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    2. LA HISTORIA DE LA ESPECIE Y SUS ESCALAS DE TIEMP O

    La historia de la humanidad es la de una especie viva que, aunque

    tiene un modo de conducta que la diferencia del resto, está enraizada en

    la historia del reino animal. Tal vez no sea casualidad que haya sido un

    talentoso antropólogo y arqueólogo, el australiano V. Gordon Childe,

    quien llamó la atención acerca de la importancia esclarecedora de la

    estructura temporal má s breve y temáticamente m ás pequeña de lo que

    se conoce habitualmente com o "historia" en la de la especie y considerar

    ésta como parte de la historia natural.

    En este necesario juego de relaciones entre las estructuras más

    pequeñas y las más g randes se advierte el carácter igualmente relativo

    de la polaridad "antiguo-moderno".

    La historia de nuestra especie es moderna en relación con la historia

    de los mamíferos y ésta lo es en relación con la historia del reino animal.

    Estamos hab lando de millones de años y aun de decenas de millones

    que, a su vez, son tiempos breves respecto de los desarrollos estelares del

    universo.

    Sobre esta estructura más vasta de la m ateria estelar recién estamos

    comenzando a atisbar su posible desarrollo, como se ve en la precariedad

    de hipótesis como la del big-bang, que algunos observadores del espacio

    defienden, aunque otros sostienen que es un simple reflejo de la antigua

    idea creacionista teológica del mundo -amén del contrasentido lógico de

    postular la "existencia" de una nada absoluta, ¡sin cuándo , un algo fuera

    del todo, un misterio; afirmación que no es nada desconocida ni

    misteriosa, pues pertenece al conocimiento de la historia religiosa.

    Limitándonos a los seres vivos, señalamos dos fuertes contrastes.

    El primero es el reconocimiento muy reciente de esa duración de

    millones de años frente a las creencias religiosas, predominantes hasta

    hace poco, que postulaban la existencia del universo de apenas unos

    miles de años, a partir de un brevísimo acto divino -en la versión del

    Antiguo Testamento, que ha sido revelación para judíos y cristianos-,

    consistente en seis días de trabajo (con uno de descanso para completar

    la semana).

    La creencia en la semana ha sido literal y no figurada, aunque las

    v

    ersiones teológicas actuales la han flexibilizado con la transparente

     

    ntención de evitar su quiebra frente a una evidencia científica dificil de

    ignorar.

    Por otra parte, la omnipotencia de Dios para crear el mundo en seis

    dias o en seis segundos está fuera de toda discusión (si bien los seis

    s

    egundos no resultan tan funcionales como símbolo de la semana

    laboral).

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    El segundo contraste reside en que una de las últimas creaciones de

    ese relativamente largo proceso de desarrollo de la vida, nosotros mismos

    -la especie humana-, ha alcanzado un enorme poder para influir en su

    propio curso, como lo m uestran ya las clonaciones y otros avances de la

    bioingeniería y la ingeniería genética.

    Aparte de los daños que ocasionan ciertas actividades económicas

    -dudosamente productivas en su sentido global pero siempre rentables

    desde el punto de vista del capital-, la forma más aguda de este contraste

    es que, conflicto nuclear mediante, la humanidad estaría en condiciones

    de destruir la mayor parte, y aun liquidar definitivamente, los efectos del

    largo desarrollo de la vida en el planeta Tierra en un lapso corto y no muy

    diferente de aquel que el Antiguo Testamento suponía necesario para la

    obra creadora de Yahvé.

    La historia es, a la vez, el conocimiento acerca de cómo ha llegado esta

    especie tardía o moderna de seres vivos a ese punto y a este poder y la

    reflexión acerca de qué futuro po sible encierra tal realización.

    3. LAS GRANDES ETAPAS DE LA EVOLUCIÓN

    PRODUCTIVA Y SOCIOCULTURAL

    Aunque, de acuerdo con las investigaciones arqueológicas, el mom en-

    to cuando en los restos de nuestros antepasados se registra nuestra

    propia composición genética es cada vez má s lejano; esos restos mues-

    tran una evolución biológica final que se completó entre treinta y

    cuarenta mil años atrás.

    El eje de esa evolución ha sido el progresivo ablandamiento de los

    huesos craneanos en cada nueva generac ión, mensurable sobre todo en

    el retroceso de dientes y mandíbulas que los arqueólogos llaman

    la

    evolución del prognatismo mandibular

    y

    alveolar

    que ha posibilitado una

    creciente ampliación de la corteza cerebral.

    Se ha completado de ese modo el control de este órgano -sede del

    pensamiento, la memoria y el lenguaje- sobre el resto del aparato

    nervioso; control que implica tanto la posibilidad de negar los impulsos

    inmediatos com o de desarrollar aquellas funciones.

    Como se sabe, esta negación, cesura y nueva articulación de los

    impulsos y necesidades materiales con la interioridad subjetiva y cultural

    no existe en los otros mam íferos, cuyo aparato nervioso en su conjunto

    determina de un modo automático, más rígido o más flexible, la irrupción

    de las pautas de conducta instintivas heredadas e invariables.

    Es verdad que, antes de que se completara la evolución cerebral del

    hombre, la conducta inteligente (o sea, dotada de pensamiento, memoria

    y lenguaje y, por consiguiente, susceptible de reemplazar la transm isión

    puramente biológica de pautas de conducta para la supervivencia por

    pautas culturales transmisibles por la educación) ya había incorporado

    a la sociedad logros importantes, como el uso del fuego.

    Es verdad también que esa conducta ya había dado a la especie

    humana una ventaja adaptativa más eficaz a los cambios naturales

    globales que las que tenían otras especies de mamíferos, como lo ha

    puesto de relieve Gordon Childe al comparar la supervivencia humana

    con la extinción de los mam uts a raíz del retroceso de la glaciación.

    Pero los cam bios más significativos, más fuertes, aquellos que pueden

    considerarse como desarrollo sociocultural, la evolución histórica que se

    despega claramente de los ritmos de la evolución biológica h asta llegar

    al poder actual de la especie humana sobre la naturaleza terrestre, se

    verifican todos luego de com pletado el desarrollo cerebral.

    El primer cambio global fue el paso de una conducta puramente

    recolectora a otra productiva, que consiste en multiplicar la vida de otras

    especies vegetales o animales útiles al hom bre, principalmente desde el

    punto de vista alimentario pero también para cubrir otras necesidades,

    a través de las forma s iniciales de la agricultura y la ganadería. Estam os

    hablando obviamente de trigo, cebada, ovejas, caballos y otras variantes,

    cuyo uso continúa todavía hoy, clasificadas como "producción primaria"

    dentro de sistemas productivos más complejos.

    Como también ha señalado Gordon Childe, este cambio revolucionó

    la vida social y produjo la primera explosión dem ográfica, visible por la

    multiplicación de los restos hum anos y de utensilios que se observan en

    el registro arqueológico. Esta transformación no fue universal -pues han

    llegado hasta nuestros días pueblos meramente cazadores- pero sí

    creciente, dadas las mayores posibilidades de sobrevida que brinda.

    Esto, a su vez, g eneró una dura co mpetencia por las tierras fértiles y los

    campos de pastoreo y, con ellos, la proliferación de la guerra como

    relación externa entre los pueblos.

    El segundo gran cam bio fue el paso a la producción excedentaria que

    posibilitó la estratificación social en castas y produjo la segunda explo-

    sión demográfica y la aparición de esos grandes conglomerados físicos de

    población que son las ciudades.

    Esta producción luego fue complicaday revolucionada por la producción

    excedentaria mercantil, que contrapuso las clases sociales a las castas de

    estirpes y generó tanto las tensiones y luchas sociales internas a cada

    pueblo o estructura social como el arbitraje político y jurídico para

    estabilizar transitoriamente esos conflictos y los surgidos de la competencia

    comercial entre propietarios privados individuales. En lo externo, la

    producción mercantil extendió al ámbito m arítimo las guerras terrestres.

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    No es posible hacer aquí siquiera una esquematización breve del curso

    histórico subsiguiente, con pervivencia de pueblos recolectores o de

    productores no excedentarios, de sociedades excedentarias, estáticas y

    de castas, y expansiones de sociedades excedentarias mercantiles en

    proceso de generalizar la acumulación de capital y el revolucionario

    conjunto de luchas sociales que le son propias.

    Pero sí en cam bio podemos decir que, teniendo como precondición la

    expansión mercantil interoceánica europea y com o estallido productivo

    inicial -lo que se conoce como Revolución Industrial en Inglaterra desde

    mediados del siglo

     

    l presente histórico indica un nuevo salto

    cualitativo en la relación entre el hombre y la naturaleza y de los hombres

    entre sí, uno de cuyos tantos aspectos es esa potencia de la especie para

    alterar gravemente e incluso destruir la larga obra de la vida misma.

    En esta segunda mitad del siglo xx se vive un momento de horror

    cósm ico material y concreto ante el propio poder humano.

    Ésa es un sensación que hasta ahora sentíamos exclusivamente

    frente a volcanes, terremotos, tifones, huracanes, inundaciones o -más

    imaginariamente- frente a un dios o dioses terribles a quienes les

    atribuíamos el poder o posibles rupturas todavía mayores.

    Siendo históricamente nuevo, puesto que nac e de las explosiones en

    Hiroshima y Nagasaki al fin de la Segunda Guerra Mundial, es una

    torsión cultural de enorme envergadura y, aun así, sin embargo, no es

    más que una parte de los cambios que se viven.

    Limitándonos a la cuestión de la energía nuclear como base de

    explosivos bélicos sobre seres humanos, esa torsión cultural. al

     mismo

    tiempo. ha puesto un freno al espectacular crecimiento de la destrucción

    bélica que ha acompañado al desarrollo científico-técnico e industrial de

    este presente histórico.

    En efecto, desde que D umouriez y Napoleón usaron sistemáticamente

    las masas de artillería en las batallas, así como masas de soldados-

    ciudadanos en sus tropas, las nuevas y crecientes fuerzas productivas

    han sido usadas paralelamente para la destrucción bélica (tanques,

    aviones, etc.), hasta que la energía atómica y nuclear fue limitada en esa

    ampliación, pues puede destruir todo.

    4. APROXIMACIÓN A LA ÉPOCA ACTUAL

    Tam bién ha sido Gordon Childe quien ha señalado que todo cambio

    fundamental de etapa en la historia de nuestra especie ha ido acom paña-

    do de una brusca expansión de la población.

    Según sus com probaciones, ése ha sido el síntoma más claro del paso

    de la recolección a la producción y de ésta a la producción excedentaria.

    Gordon Childe encuentra un fenómeno semejante recién en el siglo

    xviii en Gran Bretaña, con la irrupción de la Revolución Industrial. El

    científico planteó la cuestión como argum ento en favor de recuperar la

    idea de progreso, muy desprestigiada durante el siglo xx luego de haber

    tenido amplio consenso en el siglo xix.

    El tema del progreso es complejo, pues encierra valoraciones polémi-

    cas en el mundo actual, un debate ideológico cruzado por más de una

    opinión. El argumento numérico de la explosión demográfica, de incon-

    trastable objetividad, no es suficiente para responder a los variados

    interrogantes propios de esa com plejidad y ese debate.

    Pero, en verdad, mientras el razonamiento de Gordon Childe está

    implícitamente fundado en los cam bios ocurridos durante lo que deno-

    mina revolución neolítica y revolución urbana -y ello le da una

    orientación interesante o intuitivamente fértil respecto de la "revolución

    industrial"-, en realidad su argumento resulta modesto y moderado si se

    consideran varios aspectos del mundo actual.

    En efecto, si consideramos la explosión demográfica actual del mundo

    en su conjunto, si ponemos sobre el tapete no sólo la relación entre el

    desarrollo científico-técnico y la guerra que hemo s señalado antes, sino

    otros hechos correlativos, y también si comparamos este conjunto con las

    revoluciones "neolítica" y "urbana", el resultado será altamente significa-

    tivo en cuestiones centrales.

    Sin embargo, no bastará para responder los interrogantes surgidos

    del debate explícito o implícito sobre la idea de progreso. pero en cam bio

    dará tina imagen clara de la magn itud del cambio histórico que estamos

    viviendo y empequeñecerá no sólo aquellos otros cambios "neolítico" y

    "urbano", sino también la credibilidad en la futura permanencia tanto de

    la guerra como de entidades como el mercado y el Estado, cuya

    hipertrofia actual -de la mano de esta prodigiosa expansión de la

    población y las fuerzas productivas- será inevitablemente sospechada de

    frágil en razón de esa misma expansión.

    No se nos escapa q ue, en medio de una cultura teñida por la creencia

    supersticiosa de ser "posmoderna", creencia que se acrecienta junto a su

    cáscara m ercantil, la formulación anterior aparece como do tada de una

    singular audacia.

    Ella es contradictoria con nuestro deseo habitual de suscitar la

    aceptación de nuestros juicios; y, para colmo, si las premisas de esa

    audacia son justificadas dentro de un siglo o dos, su formulación actual

    quedará registrada apenas, para la nueva cultura, como los palotes con

    los que los niños comienzan su aprendizaje de la aritmética, en cuyos

    mayo res desarrollos hacia niveles de esa nueva cultura (en la metáfora,

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    el álgebra y el cálculo) tenderán a fijarse las generaciones futuras.

    Frente a los efectos contraproducentes del gregarismo y la mo destia

    del esfuerzo, sólo podemos aducir que la alternativa es sumarnos al

    papagayerío mundial o ejercer el pensar, cuyos resultados podrán apreciar-

    se en lo que sigue.

    En primer lugar, nos referiremos a la explosión demográ fica. para lo que

    remitimos a los gráficos insertos al final de este capítulo y que comentare-

    mos brevemente.

    El primero está elaborado a partir de un informe de las Naciones

    Unidas. Muestra que, si a mediados del siglo xix la población mundial

    apenas sobrepasaba los mil millones de habitantes, en 1925 ya llegaba

    a los dos mil millones y a fin del siglo xx se acercaba rápidamente a los

    seis mil millones.

    El segundo es reproducción de la elaboración de Gordon C hilde para

    abonar su argumento y muestra, sobre un crecimiento hasta ese mo-

    mento moderado de la población inglesa, un abrupto aumento alrede-

    dor de 1750, época de irrupción de la Revolución Industrial.

    Es decir que, mientras en los setenta y cinco años que van de 1 850 a

    1925, el crecimiento aún no había duplicado la cifra inicial -lo que aun es

    llamativo para menos de un siglo-, en los subsiguientes setenta y tres años

    el crecimiento se multiplica casi tres veces.

    Estos grandes crecimientos para lapsos históricos tan breves son

    impresionantes y sin dudas el efecto se refuerza si advertimos realizaciones

    cualitativas como las obras culturales de Carlos M arx y Federico Engels,

    Luis Pasteur. Carlos Darw in, Sigmund Freud, Albert Einstein y otros, amén

    del desarrollo de la energía atómica y nuclear, de las comunicaciones y de

    los viajes espaciales.

    Pero aun antes de referirnos a ellas, y permaneciendo en el nivel

    cuantitativo de la explosión demográfica, hemos elaborado un tercer

    gráfico, poniendo la marca en relación con un pasado de la especie más

    vasto, de treinta mil años antes, cuando ya es seguro que ella había pasado

    de la evolución biológica a la productiva y sociocultural.

    En cuanto al periodo que va desde entonces hasta 1850 la línea del

    gráfico es imprecisa y estimativa, pero esto no es muy importante habida

    cuenta de que en todo su transcurso nunca alcanzó los mil millones de

    habitantes, que es seguro que en un comienzo el nivel global no excedía del

    orden de las decenas de miles y que sólo poco a poco fue pasando al nivel

    de los millones y luego al de las decenas y centenas de millones.

    En efecto, la estructura global del gráfico muestra una línea

    casi

    horizontal

    entre veintiocho mil años antes de Cristo y el siglo xix y una línea

    casi vertical

    desde 1850 hasta el momento actual.

    Cualesquiera que fueran las imprecisiones, esta circunstancia no

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    variaría en nada; es la que le presta un sentido tan fuerte e indiscutible que

    el carácter impresionante de los dos anteriores ha quedado pálido en

    comparación con éste.

    Además, derivando de este marco cuantitativo conclusiones cualitativas

    o, lo que es lo mismo, estructurales, volveremos a subrayar que el quiebre

    de la primera línea del gráfico hacia la cuasi verticalidad indica:

    que nos encontramos ante el cambio m ás grande de la historia;

    que, si es así, estamos ante el comienzo de una etapa nueva, de

    características aún desconocidas para nosotros, pero que sin dudas no

    repetirá ni las formas de producción ni las relaciones sociales ni la

    cultura que han prevalecido hasta ahora;

    que el hombre acaba de desatar un poder que aún no sabe man ej ar y que,

    globalmente, los horrores del siglo xx (es decir, las dos guerras m undiales,

    el holocausto nazi y otros genocidios, la energía nuclear sobre el cuerpo

    humano) son ex presión de ese descontrol;

    que las formas de producción, relación socialy cultural de la "civilización"

    -esto es, de una sociedad más rica que las recolectoras y productivas

    simples, pero caracterizada por la explotación de unos hombres por

    otros-, constituyen un proceso unitario desde la fundación de Ur hasta

    el gran cambio actual, que quedará definitivamente atrás cuando se

    complete una nue va organización socialy una nueva identidad cultural;

    que esa unidad, la del pasado inmediato, implica crecimientos reales

    pero sólo relativamente superadores, pues ninguno clausura enteramente

    los anteriores debiendo, en parte, realimentarse continuamente de ellos.

    Así, el excedente inicial -que es superior a la sociedad puramente

    productiva e igualitaria sobre la que floreció y a pesar de que su orden

    estático requiere intrínsecamente de la paz- ha debido mantener el

    belicismo continuo para dirimir el derecho a las tierras apropiadas como

    productivas y, además, su creación cultural original, la religión, mantiene

    siempre sus raíces en los misterios del animismo má gico, expresando

    todavía un bajo nivel de incorporación de los procesos naturales a los

    culturales. Del mismo modo, la filosofía y la política (que restauraron

    una relación más dinámica entre el hombre y la naturaleza y de los

    hombres entre sí), no han podido prescindir nunca de la religión como

    conservadora del orden social, ni de la arbitrariedad del dominio de

    castas que, aun en la siempre defectuosa igualdad ante la ley del

    liberalismo, perdura en la división en clases sociales y con frecuencia

    recurre para solucionar sus crisis al autoritarismo, com o lo revela la

    pervivencia del racismo y el fundamentalismo, cuyo extremo dramático

    en el siglo

    xx

    ha sido el nazi-fascismo;

    que todos estos temas merecen una nueva y m ayor formulación de la

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    José G. Vaz eilles

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    cultura dialéctica iniciada por pensadores como Hegel, Marx, Engels y

    continuada hasta ahora por muy pocos (que se han reconocido o no en

    la tradición de aquéllos). Es ésta la tarea más importante de la

    humanidad para solucionar la contradicción entre nuestra enoi

    fuerza y su uso de acuerdo con las culturas anteriores que, como vimos,

    es la causa de la perduración de las guerras, las crisis, la explotación de

    unos hombres por otros y la miseria injustificada respecto de ese poder.

    Esta tarea será polémica, como lo m uestra el actual recrudecimiento de

    cierto antihistoricismo creador de cortinas de humo que contribuyen a

    la perduración de los privilegios conservadores, pero cuyo papel final

    coincidirá con el viejo refrán: es su intención tapar el cielo con un

    harnero (colador)".

    5. LAS EXPANSIONES MARÍTIMO-M ERCANTILES Y

    LA ACTUALIDAD

    La historia del imperio colonial español es un capítulo de la expansión

    ultramarina europea occidental, colonial y mercantil que terminó por

    unificar el mundo. Esta expansión es la última de la historia, en un doble

    sentido: cronológicamente y porque ya no habrá ninguna otra.

    Se ha consuma do sobre la faz de la tierra

     el totalitarismo de lo mercantil,

    y se han eliminado virtualmente todos los restos de com unismo primitivo

    y de sociedades con excedente económico que se distribuye de modo directo

    o de sociedades mixtas, como la feudal europea. Aunque, en estas últimas,

    la servidumbre o el esclavismo no fueron incompatibles con la expansión

    mercantil; como el arribo a la plenitud capitalista supone la mano de obra

    asalariada, la forma-clase de estratificar la sociedad ha terminado ba rrien-

    do la forma-casta, cuyo último bastión importante, el

    apartheid

    sudafricano,

    está cayendo ahora.

    Correlativamente, los modos nobiliarios directos de dom inio social han

    cedido enteramente ante las formas propiamente estatales, abstractas, con

    órganos específicos de gobierno, que hoy cubren totalitariamente nuestro

    planeta de un modo tan com pleto como lo es el mercantil.

    A diferencia del pasado, hoy nadie puede evadirse hacia alguna tierra

    virgen para intentar sobrevivir por m edio de un nuevo intercambio con la

    naturaleza, escapando de una sociedad que no le satisface.

    En Á frica, en la India, en el Brasil, mueren m illares de personas al lado

    de las selvas, pues los únicos frutos para calmar el hambre de los indigentes

    no están en los árboles, sino en los escaparates de los supermercados,

    siempre potenciales objetos de saqueos.

    La única exploración posible en la actualidad es la del espacio extraterrestre

    y a nadie se le ocurriría que su propia práctica pueda ser objeto de la

    iniciativa individual, a pesar de la cháchara que la ensalza.

    Éste es un mundo en el que hasta las microempresas dependen de líneas

    especiales de crédito o del apoyo estatal cuando ellas o el "cuentapropismo"

    son sólo medios inseguros de supervivencia.

    Los mo vimientos de la expansión mercantil y estatal -dos caras de la

    misma m oneda- han llenado el recipiente terráqueo que, aunque rebasa

    hacia el espacio, nos ha puesto a los miles de millones que somos, en

    crecimiento geométrico, cara a cara frente a una situación sin escape.

    En el corto plazo y ante las actuales generaciones de cada país y de cada

    región, se hará presente la necesidad de solucionar los desequilibrios más

    fuertes e inmediatos generados por las supervivencias del pasado en medio

    de esta enorme eclosión transformadora.

    El siglo xx ha sido pródigo en avances y retrocesos en este último nivel

    pero, por modestos y provisorios que sean sus resultados, ellos compondrán

    el camino de los diversos pueblos hacia la solución secular de realizarnos

    como nueva humanidad.

    Esto implica que las historias nacionales y regionales sigan teniendo

    gran importancia para entender los problemas de nuestro presente;

    siempre, desde luego, dentro del marco de la historia mundial.

    6. LA EXPANSIÓN MARÍTIMA IBÉRICA Y

    LA CONQUISTA DE AMÉRICA

    En verdad, la última expansión marítimo-mercantil de la historia -que

    comienza con los viajes de Colón y Vasco da Gama- sólo termina en las

    vísperas de la Primera Guerra M undial, efecto y síntoma de que se había

    completado virtualmente el reparto colonial del mundo.

    España y Portugal fueron los pioneros en la expansión marítima,

    seguidos de cerca por Holanda y finalmente por Gran Bretaña, que terminó

    siendo la potencia dominante del proceso a partir de mediados del siglo xviii

    cuando coincide la eclosión de su revolución industrial con la consumación

    de su dominio de la India, luego de la batalla de P lassey en la que lord C live

    derrotó al nabab de Bengala.

    La expansión de ambos países ibéricos pertenece enteramente a la

    primera parte de esta etapa. Se debe señalar que su detenimiento no se

    debió a la resistencia de los pueblos a ser colonizados sino a la exitosa

    competencia de los holandeses y, sobre todo, de los británicos. España,

    salvo en el caso de las islas Filipinas, limitó su conquista al territorio

    americano, del que debió ceder buena parte a Portugal com o consecuencia

    del arbitrio papal y del Tratado de Tordesillas.

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    José G. Vazeilles

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    7. UN GIGANTE CON PIES DE BARRO

    Durante toda esa primera fase de la expansión colonial y mercantil

    europea, la España imperial fue una de las potencias militares de la

    Europa occidental: intervenía en Italia y en los Países Bajos y rivalizaba

    con G ran Bretaña y Francia, desplegando poderosos ejércitos terrestres

    y armadas navales.

    Al comenzar el siglo 'cm, ese papel estaba virtualmente liquidado.

    Cien años después, al desatarse las guerra napoleónicas, España era uno

    de los escenarios europeos de la rivalidad franco-británica, que se estaba

    configurando desde la Revolución Francesa de 17 89 y que sería el eje de

    la política europea y mundial hasta fines del siglo xix.

    Su imperio colonial americano estaba asentado en dos patas: el poder

    militar y naval y la explotación minera de m etales preciosos, principal-

    mente de plata.

    La primera estaba en una declinación definitiva y la segunda se había

    debilitado hasta casi su extinción, por ago tamiento de los filones: así el

    Imperio estaba en condiciones óptimas para derrumbarse estrepitosa-

    mente. Las guerras de la Independencia conducidas por José de San

    M artín y Simón Bolívar le dieron el empujón definitivo en menos de una

    década.

    Inicialmente hubo una guerra de resultado incierto entre 1810 y

    1817-1818. Pero fue con los dos cruces cordilleranos emprendidos a

    partir de esos años por San Martín y Bolívar, cuando comenzaron las

    campañas que quebraron definitivamente el poder realista español . Este

    proceso culminó en la batalla de Ayacucho, el 8 de diciembre de 1824.

    8. LA EXPANSIÓN MERCANTIL EUROPEA Y ESPAÑA

    Esos procesos de estructuración y desestructuración del imperio

    colonial español que terminan con su desmembramiento se explican

    dentro del marco mayo r del proceso de la expansión merca ntil europea

    y el menor de la estructuración de la sociedad metropolitana española

    dentro de esa evolución y com o cabeza del Imperio (cfr. Earl Hamilton,

    Pierre Vilar, Milcíades Peña, Pierre Chaunu).

    Hemos señalado antes que esa expansión colonial y mercantil de la

    historia fue la última pues generó, en algunos de sus centros, la

    formación de las naciones capitalistas industriales modernas, bajo cuyo

    predominio se unificó el mercado mundial.

    El rasgo global de ese proceso ha sido una enorme transferencia de

    riquezas desde la periferia colonial de Asia y América (y en menor medida

    de África) hacia los centros europeos, por la vía del saqueo directo, la

    explotación brutal de sus recursos humanos y naturales, el tráfico de

    esclavos y el comercio desigual (cfr. Paul Baran).

    Pero sólo algunos de los países centrales europeos fueron beneficia-

    rios finales de ese período de acumulación de capital, que implicaba una

    transformació n interna que dejaba atrás el feudalismo y el poder de las

    aristocracias de casta mediante la unificación de sus m ercados internos

    bajo monarquías absolutistas o constitucionales, el predominio de la

    manufa ctura y el comercio sobre la producción rural y, desde luego, la

    mercantilización de la ma no de obra y de la tierra como pro piedad.

    El país pionero de este proceso de modernización fue Holanda, el

    protagonista principal Gran Bretaña y su primer gran rival, Francia.

    España no sólo estuvo lejos de emprender este camino, sino que su

    unificación puramente dinástica bajo Fernando de Aragón e Isabel de

    Castilla, luego de la victoria contra los árabes y la conquista de

    Andalucía, más b ien consolidó estructuras económicas, sociales, políti-

    cas y culturales contrarias a esa posibilidad.

    Nos referimos a una unidad puramente dinástica, ante todo, porque

    España no unificó su mercado interno -precondición esencial de la

    formación de la nación moderna- sino que lo mantuvo fracturado en siete

    reinos con sus respectivos derechos de paso, a los que deben sumarse los

    impuestos en algunas ciudades.

    A su vez, el desarrollo agrario y mercantil logrado por los árabes en

    Andalucía fue destruido por la conquista católica, que extendió a la

    empobrecida nueva zona el predominio feudal de la nobleza castellana.

    Las persecuciones religiosas destruyeron a las burguesías com ercia-

    les árabe y judía; pero esto, lejos de favorecer a la burg uesía española,

    dejó el comercio en m anos de m ercaderes italianos, flamencos y de otros

    orígenes europeos.

    9 . EL CONSEJO DE LA M ESTA Y EL FLUJO

    DE LA PLATA AMERICANA

    A lo anterior hay que agregar que, en cuanto al intercambio comercial

    con el extranjero, España no fue una proveedora de manufacturas y

    compradora de m aterias primas sino lo contrario, asumiendo así un papel

    característico de las periferias coloniales y no de los centros.

    En verdad, la única actividad productiva que la Corona española

    protegió contra los derechos de paso y las trabas regionales o localistas fue

    la ganadería ovina trashumante, que formaba una corporación asociada a

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    ella y presidida por el Honrado Consejo de la Mesta.

    El principal objetivo de la M esta era producir lana para la exportación,

    y la manufactura textil española nunca logró disminuir el derecho a

    exportar las dos terceras partes de la producción.

    Por otra parte, las majadas trashumantes acentuaron la ruina de la

    agricultura española, puesto que los ganaderos tenían derecho a exigir

    campos para el pastoreo contra el pago de un canon fijado oficialmente. Es

    decir que la única actividad que adquirió verdadera im portancia nacional

    y protección regia fue la producción de una materia prima principalmente

    destinada a la exportación.

    • Además, la lana fue provisión para una manufactura y luego una

    industria (la textil), que iba a cumplir el papel más dinám ico en los primeros

    tramos del desarrollo capitalista moderno.

    Asociada a la M esta ovinera, y a través de ella, la Corona adquiría fuerzas

    para la unificación dinástica y recursos económicos dentro de una sociedad

    empobrecida y estancada, en general sin desarrollo manufacturero y con

    una agricultura exigua.

    Esta situación resultó reforzada por las actividades y las relaciones

    entabladas por la metrópoli con sus colonias de América.

    En efecto, com o ya dijimos, la principal actividad emprendida por los

    españoles en América fue la minería de la plata que, igualmente, constituyó

    el principal tráfico desde ese continente a España.

    Desde Guanajuato y Zacatecas (México) y mucho más desde el cerro del

    Potosí (actual territorio boliviano), el metal fluyó a España en grandes

    cantidades, aumentando la situación asimétrica de una m onarquía (y una

    buena parte de la nobleza) rica en una sociedad globalmente empob recida.

    Pero en ningún caso estas enormes masas de metal precioso quedaron

    en España para apuntalar la acumulación de capital, puesto que la

    debilidad de su actividad manufacturera y el déficit crónico de su comercio

    exterior hicieron derivar tales riquezas hacia los países europeos manufac-

    tureros, sirviendo a la acumulación de capital de aquéllos.

    Mientras duró el flujo, la España imperial pudo, como ya dijimos,

    armar poderosos ejércitos terrestres y armadas nav ales, desempeñando

    el papel de potencia mundial. Cuando este recurso se agotó, España

    entró al mundo moderno como un país semicolonial y dependiente: ya no

    pudo ser cabeza efectiva de un v asto imperio colonial propio.

    10. LA HERENCIA COLONIAL

    La relación de España con sus colonias am ericanas generalmente se

    divide en dos grandes etapas, la de la conquista y la de la colonia.

    Mientras la primera implicó acciones de exploración, guerra contra los

    pueblos autóctonos y un primer e inestable dominio sobre ellos, la

    segunda desarrolló relaciones económicas importantes y una adminis-

    tración estable por parte de la Corona, con un dominio relativamente

    asentado, aunque no faltaron ni las rebeliones indígenas ni las guerras

    entre europeos por disputas coloniales, extensión muchas veces de los

    conflictos ocurridos en la propia Europa.

    Hemos señalado ya que la explotación minera de la plata en M éxico y

    en el Alto Perú fue el eje de la relación entre la metrópoli y sus colonias

    y

    definió el papel subordinado de España en la form ación de los centros

    capitalistas modernos.

    También hemos dicho que la fuerza transitoria que ese eje otorgó a la

    España imperial estaba agotada desde principios del siglo xviii; esto

    anticipaba lo que ocurriría a principios del xix, de cuya posibilidad

    incluso tenían conciencia algunos de sus protagonistas, como el britá-

    nico almirante Edward Vernon que, ya en 1 741 , aconsejaba a su gobierno

    impulsar la emancipación de las colonias hispanoamericanas, con la

    finalidad de librar a los com erciantes londinenses de acceder a aquellos

    mercados m ediante el contrabando (cfr. José Luis Busaniche).

    11. LA TRANSICIÓN A LA INDEPENDENCIA:

    PLANTACIONES Y ESCLAVISMO

    De todos m odos, desde finales del siglo xvii y durante el )(vil' y decaídos

    la explotación y el tráfico de la plata, se verificaron algunos cam bios tanto

    en la actividad económica com o en la administración colonial española

    que, si bien no impidieron el derrumbe del Imperio, se constituyeron en

    antecedentes de las naciones hispanoamericanas políticamente inde-

    pendientes, además de posibilitar el mantenimiento por parte de E spaña

    de algunos restos de su dominio.

    En América latina, ése fue el caso de Cuba y Puerto Rico, perdidas por

    España recién en 1898 -junto con las Filipinas en Asia- luego de una

    guerra, a manos de Estados Un idos (Puerto Rico como colonia directa,

    Cuba com o semicolonia y con la instalación de la base naval-militar de

    Guantánamo, que perdura aun después de la Revolución Cubana de

    1959) .

    Cuba había sido considerada hasta ese momento la perla de la

    Corona española , a causa de la explotación del tabaco y la caña de

    azúcar con destino al mercado m undial. Se trataba de plantaciones con

    mano de obra esclava.

    En realidad, esta clase de organización productiva había sido empren-

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    dida por los portugueses antes que los españoles y fue la actividad más

    importante de estos últimos en sus colonias americanas en la etapa

    postrera de su dominio imperial. Tenía especial importancia en la zona

    del Caribe.

    Tal tipo de explotación estuvo m uy ligada al tráfico de esclavos traídos

    desde África por com erciantes negreros portugueses, británicos, holan-

    deses, franceses o yanquis de Nueva Inglaterra (de Boston u otras

    ciudades, antes y después de la independencia estadounidense).

    Si bien desde el siglo

    XVI

    la Corona española contrataba alguna

    compañía extranjera para la trata de esclavos mediante la concesión del

    monopolio en las "Indias de Castilla" denominada

    asiento de negros fue

    sobre todo a partir del tratado de paz de Utrecht, celebrado en 1 71 3 (que

    concedió este monopolio a los británicos) cuando el tráfico adquirió

    mayor im portancia, aunque el contrabando de estas llamadas "piezas de

    Indias de ambos sexos fue anterior (y, por otra parte, aseguró la

    continuidad de ese comercio y otros conexos cuando nuevos conflictos

    hispano-británicos interrumpieron el intercambio legal).

    12. EFECTOS DEMOGRÁFICOS DE

    LA CONQUISTA

    Y LA COLONIA

    La trata de esclavos siempre ha producido mayor repugnancia a la

    conciencia humanitaria que las diversas formas de la servidumbre rural,

    y hay para esto razones entendibles.

    Por ejemplo, la venta individual de cada esclavo, considerado una

    mercancía separable, constituye una amenaza permanente respecto de

    los lazos familiares, de separación de esposos, padres, hijos, algo que no

    ocurre si el cambio de amo por parte de los siervos está ligado a la

    transferencia de la unidad productiva en su conjunto, la hacienda, el

    feudo o com o se llame, sea de carácter mercantil o no.

    En tal sentido, Pierre Chaunu dice:

    En el siglo XVI y en el XV II, España -no puede decirse lo mismo de

    Portugal- había concebido un sistema colonial que fue modelo para las

    otras naciones europeas, el más respetuoso, en suma, de la humanidad

    colonizada. En esto coinciden todos los historiadores contemporáneos.'

    Sin

    embargo, reconoce que en esos siglos la población del Brasil creció

    considerablemente, mientras que es indudable que la población indígena

    1. Pierre Chaunu,

    Historia de América latina

    Buenos Aires, Eudeba, 1964.

    bajo dominio español tuvo en ese tiempo un descenso abrupto como

    consecuencia de dos procesos de verdadero genocidio, uno verificado

    bajo la conquista y otro bajo la etapa de la explotación minera de la plata,

    la era "brillante" de la colonia.

    En cambio, en el siglo xvill, durante el cual España se acopló al

    sistema de las plantaciones esclavistas, la población de sus colonias

    tendió a recompon erse desde el punto de vista numérico.

    Es indudable que los africanos capturados o comprados por los

    negreros sufrían un genocidio durante el traslado marítimo a América

    (con frecuencia, los barcos negreros llegaban con la mitad de su "carga"),

    pero

    luego de adquiridos por los plantadores u otro tipo de propietarios

    -no por motivos humanitarios por parte de éstos sino más bien por

    egoísmo y conveniencia- se les preservaba la vida.

    A partir de las denuncias formuladas por fray Bartolomé de las Casas,

    el genocidio verificado bajo la conquista dio origen a polémicas: los

    eclécticos, o defensores de un punto de vista intermedio, han acuñado la

    expresión "leyenda negra" para referirse a la postura que arranca con De

    las Casas y la de leyenda rosa para aludir a aquellos que niegan esas

    acusaciones y suponen que la conducta de la Corona y sus adelantados

    estuvo inspirada en un cristianismo humanitario.

    Desde luego, el extremo de la leyenda rosa no merece siquiera el

    trabajo de ser refutado, pero los eclécticos, en cambio, pueden ser

    invitados a encontrar hoy en Cuba o en las otras grandes Antillas que

    fueron españolas algún resto de sangre indígena entre una población

    actual transparentemente compuesta por descendientes de blancos,

    negros o mestizos de ambos.

    Pues, como hemos señalado en otro lugar:

    Defraudados en sus esperanzas de encontrar abundante oro en forma

    rápida, los colonos españoles pretendieron vivir parasitariamente de la

    economía de subsistencia de los indios, que apenas alcanzaba malam ente

    para éstos.

    El único cambio económ ico de importancia que se propusieron en esos

    comienzos fue dedicar gran parte de la mano de obra indígena a la

    recolección de metales preciosos. Pero, desde luego, esto no haría sino

    agravar la situación.

    En tales condiciones, el resultado no podía ser otro que el hambre

    generalizada de toda la población y un continuo empeoramiento económico.

    Señala De las Casas que nada alegraba tanto a los pobladores de las

    Antillas como la llegada de barcos con provisiones de Castilla, pues sus

    aflicciones básicas provenían del hambre 1...] el dominio español se

    encontraba en un círculo vicioso: sin ninguna organización ni voluntad

    para obtener una mayor producción de alimentos y otros elementos

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    básicos, mal provistos por la metrópoli, los colonos obligaron a los indios

    a suministrarles alimentos, provocando en ellos miseria y rebelión.

    La respuesta española era aumentar la represión, lo cual, a su vez,

    aumentaba la m iseria y la rebelión indígena.

    Dentro de este círculo vicioso, la superioridad española era tan sólo la

    militar, la fuerza bruta que aplicaron cada vez con más saña, las piedras

    del molino de dicho círculo vicioso, que no haría sino triturar definitivamente

    la carne indígena.2

    Esto que ocurrió con los pueblos de las Antillas contrasta con la

    situación de aquellas otras sociedades, como la inca y la azteca, que ya

    tenían una producción excedentaria, pues en ellas los españoles pudie-

    ron ocupar el lugar de los señores y lograr que las comunidades indígenas

    los sostuvieran.

    Para ello fue necesario mantener las estructuras previas en el mism o

    estado en el que se encontraban, salvo que con una población disminuida

    por la guerra de conquista y las epidemias provocadas por el contagio de

    gérmenes portados por los europeos, frente a los cuales la población local

    carecía de defensas orgánicas.

    Aun así, esta estructura estática iba luego a ser carcomida por la

    explotación minera de la plata, sobre todo a partir de la aplicación de la

    amalgam a del mercurio para la purificación del metal, que dio un gran

    impulso a esa explotación.

    En el Potosí, sobre todo, la explotación minera resultó una gran

    devoradora de vidas jóvenes que, por la institución de la mita, las

    comunidades indígenas se veían forzadas a entregar a los reclutadores

    en beneficio de la corona española y los mineros.

    Las condiciones de trabajo en los socavones eran pésimas y la

    retribución exigua. Los españoles obtenían el mercurio -necesario para

    purificar la plata- de la mina de Huancavelica (cerca de Lima) a costa de

    la salud de los mineros. Algunos comentaristas han calculado en menos

    de veinte años el promedio de vida de los indios mitayos condenados a

    trabajar en sus socavones.

    En el noroeste del actual territorio argentino, la leva para las m inas,

    cuando el agotamiento de la mano de obra llevó a los reclutadores a bajar

    hacia esa zona, ocasionó una serie de grandes rebeliones de diversos

    pueblos. Esto provocó represalias de los españoles; entre ellas,

    erradicaciones territoriales, como en el caso de los quilmes, que de su

    Tucumá n originario fueron trasladados al sur de Buenos Aires, hacia la

    actual localidad con ese nombre.

    13. LA HERENCIA COLONIAL EN EL ACTUAL

    TERRITORIO ARGENTINO

    Las plantaciones esclavistas en América latina fueron típicas de los

    cultivos tropicales, lo que explica que en la última etapa que hemos

    mencionado del imperio colonial español (el siglo xvili), en cuyas postri-

    merías la Corona creó el Virreinato del Río de la Plata, esta forma

    productiva no se desarrollara en lo que es el actual territorio argentino.

    En esa etapa, en ese escenario se verifica la decadencia de todo un

    conjunto de actividades que había florecido para atender el mercado del

    Potosí y el lento ascenso de la explotación de los vac unos en el litoral;

    primero cimarrones a través de su cacería y luego redomesticados por

    medio de una incipiente ganadería.

    Com o ha señalado Tulio Halperin Donghi, en la época del auge de la

    mina, Potosí se había convertido en una de las mayores ciudades del

    mundo oc cidental. Según Pierre Vilar, llegó a contar con c iento sesenta

    mil habitantes.

    Este mercado, imponente para la época, no podía ser abastecido desde

    España ni desde Europa en general salvo con mercancías de lujo, a causa

    de los costos de transporte. Po r lo tanto, su existencia indujo el desarrollo

    de ganaderías, cultivos y manufacturas en un vasto territorio que va

    desde la actual provincia argentina de M endoza en el sur hasta la a ctual

    República de Ecuador en el norte.

    Para el Potosí producían sus telas de algodón el interior y el Paraguay,

    su lana el interior. su yerba mate el Paraguay y Misiones, sus mulas

    -insaciablemente devoradas por los caminos de montaña y el laboreo

    minero- Buenos Aires, Santa Fe y el interior. Buenos Aires comenzó por

    ser puerto clandestino de la plata potosina, aldea miserable por donde

    una parte de esa riqueza buscaba acceso ilegal a Europa...'

    Esto es lo que explica que, aun en decadencia, durante el Virreinato

    del Río de la Plata el interior concentrara la mayor parte de la población;

    según Aldo Ferrer, doscientos cincuenta mil habitantes sobre un total de

    trescientos cincuenta mil aproximadamente, quedando el resto para el

    litoral y la zona misionera (cincuenta mil para cada zon a). A su vez, la

    región noroeste habría tenido la m ayor concentración dentro del interior

    (ciento treinta mil), mientras Cuyo setenta mil y el centro cincuenta mil.

    2. J.G. Vazeilles, La

    conquista española de América

    Buenos Aires, LEAL, 1970.

     

    Tulio

    Halperin Donghi.

    evolución

    y guerra, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1972.

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    5

    14. VACAS. CABALLOS. GAUCHOS, CUEROS

    M ientras el noroeste, Cuyo y la región m editerránea experimentaron

    este proceso de auge potosino y se encontraban en la decadencia

    igualmente "potosina" en el siglo

    XVIII,

    un litoral extremadam ente pobre

    en la época del auge comenzaba un mo desto ascenso cuando el interior

    decaía.

    Como hemos explicado, el impulso de la explotación colonial minera

    de plata provino de las necesidades monetarias del capitalismo europeo

    en ascenso, favorecidas por el parasitismo atrasado de la Corona

    española y la nobleza castellana, es decir, una causa enteramente

    colocada en las necesidades y dinámicas de los centros europeos, externa

    a las estructuras productivas de la colonia.

    El modesto ascenso del litoral se deberá también a una causa externa,

    a saber: la demanda mundial de cueros vacunos, impulsada por el

    desarrollo manufacturero europeo y más todavía por su posterior

    progreso industrial (entre otras cosas, la industrialización ha promovido

    un masivo uso y desgaste de juntas de cañerías

    y

    canillas, generalmente

    de cuero, hasta la aparición de materiales sintéticos).

    Claro está que, como la plata o

    argentum

    es un recurso natural no

    renovable, no ha dejado consecuencias productivas en la

    Argentina

    de

    hoy, un resabio puramente espiritual o nominal, una ironía de la historia

    con pocos parangones, puesto que -según nuestro nombre- somos el

    país de la plata" y tenemos en cam bio atado el valor puramente interno

    de nuestro papel moneda ¡a otro papel m oneda, el dólar. desde cuya verde

    efigie el padre de la independencia estadounidense bien se ríe de esta

    forma extrema y abyecta de la dependencia

    Las vacas son, en cambio, un recurso natural renovable y, por lo tanto,

    las actividades emprendidas durante el modesto ascenso dieciochesco

    del litoral han tenido continuidad.

    Las primeras corrientes colonizadoras españolas trajeron al Río de la

    Plata varias especies ganaderas, entre ellas, vacas y caballos. Algunos

    ejemplares escaparon y encontraron un hábitat natural muy favorable

    en la mesopotamia, la zona chaqueña y, sobre todo, en la enorme pradera

    natural que constituye la pampa húmeda.

    15. LAS VAQUERÍAS

    En pocas décadas, millones de ejemplares de vacunos y caballares

    cimarrones vagaban por esos territorios y, más adelante, también por los

    de la Banda Oriental del Urugua y . según Emilio Coni,

     

    quien atribuye a

    la campaña uruguaya ser el último y más depurado hogar rural de la

    cultura gauchesca.

    En un primer momento, las posibilidades de vivir de la caza de vacas

    cimarronas sirvió para paliar la miseria de las familias criollas de las

    ciudades coloniales del litoral y provocar migraciones de tribus indígenas

    hacia los territorios de pastoreo.

    Así confluyeron criollos e indios y conformaron a esos cazadores

    trashumantes de vacas, ho mbres de a caba llo, que más tarde recibirían

    el nombre de

    gauchos gauderios o changadores.

    Al acentuarse el comercio legal o ilegal de cueros, aparecieron los

    comerciantes acopiadores del producto, que lo compraban a partidas de

    cazadores o a cazadores aislados y, también, titulares de patentes

    realengas para vaquear, que realizaban esta explotación organizadamente

    y en gran escala. Tales expediciones merecieron el nombre de

    vaquerías.

    Eran las vaquerías incursiones por los campos para cazar el ganado

    cimarrón que pastoreaba libremente. El procedimiento resulta peculiar:

    se reunía un grupo de hombres, muy buenos jinetes, con abundante

    número de perros; salían todos a la campaña y al toparse con vacunos

    cimarrones los rodeaban ayudados por los perros; corriendo tras ellos, los

    herían en el garrón con un instrumento especial, el desjarretadero,

    compuesto de una filosa media luna atada al extremo de una caña.

    Seccionados los tendones del m iembro posterior, el animal, imposibilitado

    de correr, caía al suelo. Term inada esta etapa, volvían los jinetes sobre sus

    pasos y mataban las reses, sacándoles cuero, sebo y lengua: el resto

    quedaba sin aprovechar para alimento de fieras y perros salvajes que

    pululaban por la campaña. O tra forma de vaquear consistía en enlazar o

    bolear los animales para sacrificarlos después.

    Las vaquerías eran empresas de riesgo, por el peligro del indio y la

    combatividad del ganado cim arrón; en ellas no participaban los esclavos,

    cuya escasez elevaba grandemente su valor comercial. La pérdida de un

    esclavo en uno de los probables accidentes hubiera implicado la

    desaparición de buena parte de los beneficios. Como la empresa era

    arriesgada y poco el apego al trabajo, se debió recurrir a elementos de

    dudosa vida, que fueron así dispersándose por la campaña. Son los

    antecesores del gaucho...5

    La intensificación de la cacería organizada de vacunos cimarrones,

    incentivada por la exportación legal e ilegal de cueros, iba a llevar

    necesariamente a su cancelación y fue reemplazada por nuevas form as

    Véase El gaucho. Buenos Aires, Solar-Hachette, 1969.

    ídem.

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    osé G. Vazeilles

     

    bicac

    ió n

     de la historia argentina en la historia universal

     

    7

    de explotación, dado que amenazaba con la desaparición de la materia

    prima y generaba tensiones fortísimas entre los diversos tipos de

    cazadores.

    16. ESTANCIAS, MARCAS Y FRONTERAS

    Estos factores indujeron a la aparición de la propiedad tanto de la

    tierra como del ganado vacuno, en este último caso implicando la

    redomesticación de las manadas cimarronas: la estancia colonial y la

    adopción de normas sobre marcas y señales para los animales.

    Aparecieron las concesiones realengas de

    peonías

    de tierra para las

    gentes consideradas de inferior condición soc ial y de

    caballerías

    cinco

    veces mayo res que aquéllas) para las de mayor alcurnia; de ahí en más

    las concesiones para vaquear se otorgaron como un anexo a las concesio-

    nes de tierras, justificándose con frecuencia en la pérdida de ganado

    marcado tras nuevos recuentos.

    Las disputas por la riqueza vacuna (ganadera o cimarrona) no sólo

    indujeron la demarcación de la propiedad entre los integrantes de la

    sociedad colonial, sino también la de fronteras entre ellos y las tribus

    indias, que vivían crecientemente de la misma explotación.

    Justamente, en su informe sobre esa frontera, Félix de Azara se refiere

    a los cueros com o "este precioso m ineral", explicitando que reemplazaba

    a la agotada plata en el aprecio de los españoles. Dice:

    Los ganados vacunos vinieron con Garay y procrearon en las cercanías,

    hasta que por descuido o por falta de aguas en los años de m uchas sequías,

    se escaparon algunos al arroyo salado, donde en libertad se multiplicaron,

    extendiéndose hasta el río Negro y más al sur, porque, aunque los bárbaros

    querandíes, que hoy llaman pampas, comiesen su carne, eran pocos para

    destruir su procreo. Los indios de la falda de la cordillera tuvieron noticias

    de estos ganados y empezaron a llevar grandes manadas a Chile, cuyos

    presidentes tenían contratas de ganados con dichos indios. Éstos, que en

    su país no podían vivir sin algún trabajo, se fueron estableciendo en los

    campos de los ganados, y algunos se mezclaron con los pampas; no se

    descuidaban los españoles, llevándolos a Córdoba y M endoza; y los de

    Buenos Aires hacían mucha coram bre de toro, porque entonces no se tenía

    en cuenta con eso. De ahí se siguió que a mediados de este siglo estaba

    exhausto este precioso mineral de cueros y, no habiendo ya ganado en las

    pampas, se vieron los bárbaros en una especie de precisión de robar el

    manso rodeo en las estancias de esta capital. '

    Más adelante -y haciéndose eco de las indudables presiones de

    estancieros y ganaderos- Azara recomienda al virrey Pedro de Melo

    exten

    der

     la frontera:

    Es para mí indudable que conviene avanzar la frontera, porque con

    ella se gana terreno y en él se aseguran muchos cueros para el com ercio...7

    Los m illones de cueros, entonces, provocaron luchas entre propieta-

    rios y aspirantes a tales, luchas por la m isma riqueza con las tribus indias

    y,

    en medio de las inseguridades generadas por esas dos tensiones (y la

    ausencia de cercamientos eficaces y bien definidos de los campos

    ganaderos), la generación de una tercera tensión: la existente entre los

    propietarios y la mano de obra rural acostumbrada a considerar las vacas

    como propiedad de quien lograra cazarlas, los caballos de quien los

    enlazara y adiestrara y al campo m ismo como un m ar libre a cruzar a lomo

    de caballo.

    Por esa razón fueron típicas las normas de los titulares del nuevo

    virreinato destinadas a perseguir a los denominados vagos y malen-

    tretenidos , así como la exigencia por parte de las partidas militares

    rurales a los habitantes de portar una papeleta firmada por algún

    propietario que certificara que trabajaba a su servicio. Tem pranamente,

    también, el castigo para el carente de papeleta solía ser el enganche

    forzoso para servir militarmente en los fortines que señalaban la frontera

    con los indios.

    17. EL DÉBIL ENTRAMADO DE LA

    SOCIEDAD VIRREINAL RIOPLATENSE

    Los conceptos que acabamos de exponer muestran que el litoral

    ganadero en ascenso córitaba con una trama social en extremo débil, con

    escasas capacidad productiva y densidad de población; mientras las

    zonas del interior, con mayor densidad de población, tradiciones produc-

    tivas y disciplina social más acentuadas, estaban en una irremediable

    decadencia, arrastrada por el agotamiento del Potosí.

    El dom inio territorial colonial del litoral dejaba fuera el 80% sureño

    de la Provincia de Buenos Aires y más de la m itad del norte de Santa Fe.

    A esto debe sumarse, una parte del sur de Córdoba, la mitad sureña de

    San Luis y las tres cuartas partes de Mendoza, también al sur. De ahí

    para el sur, todo: mientras en el norte, además del Chaco santafesino,

    6. Félix de Azara,

    Reconocimiento de

    la frontera, Buenos Aires, Plus Ultra, Col. Pedro de

    Ángelis, T. vm, Vol. A, 1972.

     

    . Ídem.

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    G R Á F I C O 2

    E V O L U C I Ó N D E L A P O B L A C I Ó N B R I T Á N IC A

    1500-1800*

     eva luando e l e fec to de la R evoluc ión Indus t ria l

    a l rededor de 1750)

    millones:

      Fuente: V. Gordon Childe,

    Los orígenes de la c iv i lización

    it

    Ubicación de la historia argentina en la historia universal

    G R Á F I C O 3

    E V O L U C I Ó N A P R O X I M A D A D E L A P O B L A C I Ó N

    M U N D I A L E N L O S Ú L T I M O S T R E I N T A M I L A Ñ O S

    5.400 millones

    5.000

    4 000

    3.000

    2 000

    1.000

    28 ac

     

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    20

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