Politicas economicas e políticas de saúde no Brasil de 1979 a 2008: tres decadas de contratempos
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INTRODUCCIÓN
UBICACIÓN DE LA HISTORIA ARGENTINA EN LA
HISTORIA UNIVERSAL
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INTRODUCCIÓN
En
un sentido muy amplio, el origen de la historia
argentina
puede
extenderse hacia los pueblos que habitaron su superficie antes de la
conquista española, como los coyas, los comechingones, los huarpes, las
variantes guaraníes, los wichis, los pampas, los tobas, los abipones o los
onas en el extremo sur, entre tantos otros.
Restringiendo un poco la mirada, se lo puede establecer a partir de la
conquista española, como ha sido bastante habitual en
algunos
estudios
que suelen tener un primer capítulo denominado "Corrientes colonizado-
ras"
Lo m ás común es considerar que la historia
argentina propiamente tal
comienza en 1810 o 1816, si se toma en cuenta
el derrumbe de hecho de
la administración colonial, o la decisión independentista definida por parte
de los nuevos e inciertos poderes locales autónomos de la metrópoli.
1. LA HISTORIA ARGENTINA COMO HISTORIA
N ION L
Este último criterio se sustenta en el hecho de que se habla de una
historia de la
nación
argentina , puesto que una colonia no es una
nación.
Esto es enteramente cierto y aun debemos agregar algo más: la caída
de un orden colonial es condición necesaria pero no suficiente para la
co
nstitución de naciones en el territorio que estaba bajo su dominio.
La caducidad del imperio español provino principalmente de sus
p
ropias debilidades, profundizadas por la expansión de los imperialismos
br
itánico y francés, que resultaron las potencias mundiales dominantes
en el siglo xix.
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Difícilmente a principios de ese siglo las frágiles sociedades coloniales
hubieran podido derribar por sí sol s
el imperio español, y por ello no es
de extrañar que no lograran concretar de un mo do rápido y enérgico las
condiciones suficientes para constituir naciones.
El hecho de que las fronteras del Virreinato del Río de la Plata
terminaran conteniendo cuatro unidades nacionales (algo que no fue
excepcional respecto de otras reparticiones virreinales) es un claro
síntoma de ello.
M ás elocuente aún: el componente más rico y poderoso de la unidad
que se fue conformando como la Argentina , la Provincia de Buenos
Aires, estuvo planteando todavía entre 1853 y 1860 constituirse como
otra nación , la República del Plata , diferente de la Confederación
Argentina que tenía entonces su capital en Paraná, más pobre pero con
un territorio mucho más vasto.
Estos datos son congruentes con una comprobación universal: la
unificación de su mercado interno es un requisito de las naciones
modernas, sea bajo la forma de las "uniones aduaneras" de carácter más
bien federativo o de modos más directamente centralizados.
También coincide con el hecho particular de que la cuestión aduanera
estuvo en el centro de la disputa entre el Estado de Bueno s Aires (base
del proyecto de la República del Plata) y la Confederación Argentina; la
disyuntiva se planteaba acerca de si las rentas de la aduana debían estar
bajo un poder verdaderamente federado y nacional o debían continuar
bajo control porteño y bonaerense, como venía sucediendo desde la época
de Juan Manuel de Rosas y antes de que el pacto de San Nicolás y la
Constitución de 1853 establecieran, jurídicamente, la unificación del
mercado interno.
La resolución en favor de la segunda opción, que implicaba el
mantenimiento de la pobreza en los "trece ranchos" (según la despectiva
expresión de los porteño-bonaerenses para calificar al resto de las
provincias), y su perpetuación significó sin dudas una falta de vigor del
mercado interno y, con ella, un carácter débil e incompleto de la entidad
nacional en formación.
Esa comprobación agrega peso a la perspectiva de no considerar
propiamente "nacional" la historia anterior a la Constitución de 185 3, en
lo jurídico, y al trazado de la red ferroviaria, en lo material; ambas
condiciones del establecimiento de un mercado interno que, si bien
defectuoso, no existía con anterioridad.
Para una m ayor claridad sobre la cuestión, necesitamos un esquema
del desarrollo productivo de la humanidad, una caracterización de la
época actual y otra acerca del modo co mo el imperio colonial español y
su derrumbe influyeron en nuestra situación, aun hasta el presente.
Ubicación de la historia argentina en la historia universal
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2. LA HISTORIA DE LA ESPECIE Y SUS ESCALAS DE TIEMP O
La historia de la humanidad es la de una especie viva que, aunque
tiene un modo de conducta que la diferencia del resto, está enraizada en
la historia del reino animal. Tal vez no sea casualidad que haya sido un
talentoso antropólogo y arqueólogo, el australiano V. Gordon Childe,
quien llamó la atención acerca de la importancia esclarecedora de la
estructura temporal má s breve y temáticamente m ás pequeña de lo que
se conoce habitualmente com o "historia" en la de la especie y considerar
ésta como parte de la historia natural.
En este necesario juego de relaciones entre las estructuras más
pequeñas y las más g randes se advierte el carácter igualmente relativo
de la polaridad "antiguo-moderno".
La historia de nuestra especie es moderna en relación con la historia
de los mamíferos y ésta lo es en relación con la historia del reino animal.
Estamos hab lando de millones de años y aun de decenas de millones
que, a su vez, son tiempos breves respecto de los desarrollos estelares del
universo.
Sobre esta estructura más vasta de la m ateria estelar recién estamos
comenzando a atisbar su posible desarrollo, como se ve en la precariedad
de hipótesis como la del big-bang, que algunos observadores del espacio
defienden, aunque otros sostienen que es un simple reflejo de la antigua
idea creacionista teológica del mundo -amén del contrasentido lógico de
postular la "existencia" de una nada absoluta, ¡sin cuándo , un algo fuera
del todo, un misterio; afirmación que no es nada desconocida ni
misteriosa, pues pertenece al conocimiento de la historia religiosa.
Limitándonos a los seres vivos, señalamos dos fuertes contrastes.
El primero es el reconocimiento muy reciente de esa duración de
millones de años frente a las creencias religiosas, predominantes hasta
hace poco, que postulaban la existencia del universo de apenas unos
miles de años, a partir de un brevísimo acto divino -en la versión del
Antiguo Testamento, que ha sido revelación para judíos y cristianos-,
consistente en seis días de trabajo (con uno de descanso para completar
la semana).
La creencia en la semana ha sido literal y no figurada, aunque las
v
ersiones teológicas actuales la han flexibilizado con la transparente
ntención de evitar su quiebra frente a una evidencia científica dificil de
ignorar.
Por otra parte, la omnipotencia de Dios para crear el mundo en seis
dias o en seis segundos está fuera de toda discusión (si bien los seis
s
egundos no resultan tan funcionales como símbolo de la semana
laboral).
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El segundo contraste reside en que una de las últimas creaciones de
ese relativamente largo proceso de desarrollo de la vida, nosotros mismos
-la especie humana-, ha alcanzado un enorme poder para influir en su
propio curso, como lo m uestran ya las clonaciones y otros avances de la
bioingeniería y la ingeniería genética.
Aparte de los daños que ocasionan ciertas actividades económicas
-dudosamente productivas en su sentido global pero siempre rentables
desde el punto de vista del capital-, la forma más aguda de este contraste
es que, conflicto nuclear mediante, la humanidad estaría en condiciones
de destruir la mayor parte, y aun liquidar definitivamente, los efectos del
largo desarrollo de la vida en el planeta Tierra en un lapso corto y no muy
diferente de aquel que el Antiguo Testamento suponía necesario para la
obra creadora de Yahvé.
La historia es, a la vez, el conocimiento acerca de cómo ha llegado esta
especie tardía o moderna de seres vivos a ese punto y a este poder y la
reflexión acerca de qué futuro po sible encierra tal realización.
3. LAS GRANDES ETAPAS DE LA EVOLUCIÓN
PRODUCTIVA Y SOCIOCULTURAL
Aunque, de acuerdo con las investigaciones arqueológicas, el mom en-
to cuando en los restos de nuestros antepasados se registra nuestra
propia composición genética es cada vez má s lejano; esos restos mues-
tran una evolución biológica final que se completó entre treinta y
cuarenta mil años atrás.
El eje de esa evolución ha sido el progresivo ablandamiento de los
huesos craneanos en cada nueva generac ión, mensurable sobre todo en
el retroceso de dientes y mandíbulas que los arqueólogos llaman
la
evolución del prognatismo mandibular
y
alveolar
que ha posibilitado una
creciente ampliación de la corteza cerebral.
Se ha completado de ese modo el control de este órgano -sede del
pensamiento, la memoria y el lenguaje- sobre el resto del aparato
nervioso; control que implica tanto la posibilidad de negar los impulsos
inmediatos com o de desarrollar aquellas funciones.
Como se sabe, esta negación, cesura y nueva articulación de los
impulsos y necesidades materiales con la interioridad subjetiva y cultural
no existe en los otros mam íferos, cuyo aparato nervioso en su conjunto
determina de un modo automático, más rígido o más flexible, la irrupción
de las pautas de conducta instintivas heredadas e invariables.
Es verdad que, antes de que se completara la evolución cerebral del
hombre, la conducta inteligente (o sea, dotada de pensamiento, memoria
y lenguaje y, por consiguiente, susceptible de reemplazar la transm isión
puramente biológica de pautas de conducta para la supervivencia por
pautas culturales transmisibles por la educación) ya había incorporado
a la sociedad logros importantes, como el uso del fuego.
Es verdad también que esa conducta ya había dado a la especie
humana una ventaja adaptativa más eficaz a los cambios naturales
globales que las que tenían otras especies de mamíferos, como lo ha
puesto de relieve Gordon Childe al comparar la supervivencia humana
con la extinción de los mam uts a raíz del retroceso de la glaciación.
Pero los cam bios más significativos, más fuertes, aquellos que pueden
considerarse como desarrollo sociocultural, la evolución histórica que se
despega claramente de los ritmos de la evolución biológica h asta llegar
al poder actual de la especie humana sobre la naturaleza terrestre, se
verifican todos luego de com pletado el desarrollo cerebral.
El primer cambio global fue el paso de una conducta puramente
recolectora a otra productiva, que consiste en multiplicar la vida de otras
especies vegetales o animales útiles al hom bre, principalmente desde el
punto de vista alimentario pero también para cubrir otras necesidades,
a través de las forma s iniciales de la agricultura y la ganadería. Estam os
hablando obviamente de trigo, cebada, ovejas, caballos y otras variantes,
cuyo uso continúa todavía hoy, clasificadas como "producción primaria"
dentro de sistemas productivos más complejos.
Como también ha señalado Gordon Childe, este cambio revolucionó
la vida social y produjo la primera explosión dem ográfica, visible por la
multiplicación de los restos hum anos y de utensilios que se observan en
el registro arqueológico. Esta transformación no fue universal -pues han
llegado hasta nuestros días pueblos meramente cazadores- pero sí
creciente, dadas las mayores posibilidades de sobrevida que brinda.
Esto, a su vez, g eneró una dura co mpetencia por las tierras fértiles y los
campos de pastoreo y, con ellos, la proliferación de la guerra como
relación externa entre los pueblos.
El segundo gran cam bio fue el paso a la producción excedentaria que
posibilitó la estratificación social en castas y produjo la segunda explo-
sión demográfica y la aparición de esos grandes conglomerados físicos de
población que son las ciudades.
Esta producción luego fue complicaday revolucionada por la producción
excedentaria mercantil, que contrapuso las clases sociales a las castas de
estirpes y generó tanto las tensiones y luchas sociales internas a cada
pueblo o estructura social como el arbitraje político y jurídico para
estabilizar transitoriamente esos conflictos y los surgidos de la competencia
comercial entre propietarios privados individuales. En lo externo, la
producción mercantil extendió al ámbito m arítimo las guerras terrestres.
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No es posible hacer aquí siquiera una esquematización breve del curso
histórico subsiguiente, con pervivencia de pueblos recolectores o de
productores no excedentarios, de sociedades excedentarias, estáticas y
de castas, y expansiones de sociedades excedentarias mercantiles en
proceso de generalizar la acumulación de capital y el revolucionario
conjunto de luchas sociales que le son propias.
Pero sí en cam bio podemos decir que, teniendo como precondición la
expansión mercantil interoceánica europea y com o estallido productivo
inicial -lo que se conoce como Revolución Industrial en Inglaterra desde
mediados del siglo
l presente histórico indica un nuevo salto
cualitativo en la relación entre el hombre y la naturaleza y de los hombres
entre sí, uno de cuyos tantos aspectos es esa potencia de la especie para
alterar gravemente e incluso destruir la larga obra de la vida misma.
En esta segunda mitad del siglo xx se vive un momento de horror
cósm ico material y concreto ante el propio poder humano.
Ésa es un sensación que hasta ahora sentíamos exclusivamente
frente a volcanes, terremotos, tifones, huracanes, inundaciones o -más
imaginariamente- frente a un dios o dioses terribles a quienes les
atribuíamos el poder o posibles rupturas todavía mayores.
Siendo históricamente nuevo, puesto que nac e de las explosiones en
Hiroshima y Nagasaki al fin de la Segunda Guerra Mundial, es una
torsión cultural de enorme envergadura y, aun así, sin embargo, no es
más que una parte de los cambios que se viven.
Limitándonos a la cuestión de la energía nuclear como base de
explosivos bélicos sobre seres humanos, esa torsión cultural. al
mismo
tiempo. ha puesto un freno al espectacular crecimiento de la destrucción
bélica que ha acompañado al desarrollo científico-técnico e industrial de
este presente histórico.
En efecto, desde que D umouriez y Napoleón usaron sistemáticamente
las masas de artillería en las batallas, así como masas de soldados-
ciudadanos en sus tropas, las nuevas y crecientes fuerzas productivas
han sido usadas paralelamente para la destrucción bélica (tanques,
aviones, etc.), hasta que la energía atómica y nuclear fue limitada en esa
ampliación, pues puede destruir todo.
4. APROXIMACIÓN A LA ÉPOCA ACTUAL
Tam bién ha sido Gordon Childe quien ha señalado que todo cambio
fundamental de etapa en la historia de nuestra especie ha ido acom paña-
do de una brusca expansión de la población.
Según sus com probaciones, ése ha sido el síntoma más claro del paso
de la recolección a la producción y de ésta a la producción excedentaria.
Gordon Childe encuentra un fenómeno semejante recién en el siglo
xviii en Gran Bretaña, con la irrupción de la Revolución Industrial. El
científico planteó la cuestión como argum ento en favor de recuperar la
idea de progreso, muy desprestigiada durante el siglo xx luego de haber
tenido amplio consenso en el siglo xix.
El tema del progreso es complejo, pues encierra valoraciones polémi-
cas en el mundo actual, un debate ideológico cruzado por más de una
opinión. El argumento numérico de la explosión demográfica, de incon-
trastable objetividad, no es suficiente para responder a los variados
interrogantes propios de esa com plejidad y ese debate.
Pero, en verdad, mientras el razonamiento de Gordon Childe está
implícitamente fundado en los cam bios ocurridos durante lo que deno-
mina revolución neolítica y revolución urbana -y ello le da una
orientación interesante o intuitivamente fértil respecto de la "revolución
industrial"-, en realidad su argumento resulta modesto y moderado si se
consideran varios aspectos del mundo actual.
En efecto, si consideramos la explosión demográfica actual del mundo
en su conjunto, si ponemos sobre el tapete no sólo la relación entre el
desarrollo científico-técnico y la guerra que hemo s señalado antes, sino
otros hechos correlativos, y también si comparamos este conjunto con las
revoluciones "neolítica" y "urbana", el resultado será altamente significa-
tivo en cuestiones centrales.
Sin embargo, no bastará para responder los interrogantes surgidos
del debate explícito o implícito sobre la idea de progreso. pero en cam bio
dará tina imagen clara de la magn itud del cambio histórico que estamos
viviendo y empequeñecerá no sólo aquellos otros cambios "neolítico" y
"urbano", sino también la credibilidad en la futura permanencia tanto de
la guerra como de entidades como el mercado y el Estado, cuya
hipertrofia actual -de la mano de esta prodigiosa expansión de la
población y las fuerzas productivas- será inevitablemente sospechada de
frágil en razón de esa misma expansión.
No se nos escapa q ue, en medio de una cultura teñida por la creencia
supersticiosa de ser "posmoderna", creencia que se acrecienta junto a su
cáscara m ercantil, la formulación anterior aparece como do tada de una
singular audacia.
Ella es contradictoria con nuestro deseo habitual de suscitar la
aceptación de nuestros juicios; y, para colmo, si las premisas de esa
audacia son justificadas dentro de un siglo o dos, su formulación actual
quedará registrada apenas, para la nueva cultura, como los palotes con
los que los niños comienzan su aprendizaje de la aritmética, en cuyos
mayo res desarrollos hacia niveles de esa nueva cultura (en la metáfora,
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el álgebra y el cálculo) tenderán a fijarse las generaciones futuras.
Frente a los efectos contraproducentes del gregarismo y la mo destia
del esfuerzo, sólo podemos aducir que la alternativa es sumarnos al
papagayerío mundial o ejercer el pensar, cuyos resultados podrán apreciar-
se en lo que sigue.
En primer lugar, nos referiremos a la explosión demográ fica. para lo que
remitimos a los gráficos insertos al final de este capítulo y que comentare-
mos brevemente.
El primero está elaborado a partir de un informe de las Naciones
Unidas. Muestra que, si a mediados del siglo xix la población mundial
apenas sobrepasaba los mil millones de habitantes, en 1925 ya llegaba
a los dos mil millones y a fin del siglo xx se acercaba rápidamente a los
seis mil millones.
El segundo es reproducción de la elaboración de Gordon C hilde para
abonar su argumento y muestra, sobre un crecimiento hasta ese mo-
mento moderado de la población inglesa, un abrupto aumento alrede-
dor de 1750, época de irrupción de la Revolución Industrial.
Es decir que, mientras en los setenta y cinco años que van de 1 850 a
1925, el crecimiento aún no había duplicado la cifra inicial -lo que aun es
llamativo para menos de un siglo-, en los subsiguientes setenta y tres años
el crecimiento se multiplica casi tres veces.
Estos grandes crecimientos para lapsos históricos tan breves son
impresionantes y sin dudas el efecto se refuerza si advertimos realizaciones
cualitativas como las obras culturales de Carlos M arx y Federico Engels,
Luis Pasteur. Carlos Darw in, Sigmund Freud, Albert Einstein y otros, amén
del desarrollo de la energía atómica y nuclear, de las comunicaciones y de
los viajes espaciales.
Pero aun antes de referirnos a ellas, y permaneciendo en el nivel
cuantitativo de la explosión demográfica, hemos elaborado un tercer
gráfico, poniendo la marca en relación con un pasado de la especie más
vasto, de treinta mil años antes, cuando ya es seguro que ella había pasado
de la evolución biológica a la productiva y sociocultural.
En cuanto al periodo que va desde entonces hasta 1850 la línea del
gráfico es imprecisa y estimativa, pero esto no es muy importante habida
cuenta de que en todo su transcurso nunca alcanzó los mil millones de
habitantes, que es seguro que en un comienzo el nivel global no excedía del
orden de las decenas de miles y que sólo poco a poco fue pasando al nivel
de los millones y luego al de las decenas y centenas de millones.
En efecto, la estructura global del gráfico muestra una línea
casi
horizontal
entre veintiocho mil años antes de Cristo y el siglo xix y una línea
casi vertical
desde 1850 hasta el momento actual.
Cualesquiera que fueran las imprecisiones, esta circunstancia no
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variaría en nada; es la que le presta un sentido tan fuerte e indiscutible que
el carácter impresionante de los dos anteriores ha quedado pálido en
comparación con éste.
Además, derivando de este marco cuantitativo conclusiones cualitativas
o, lo que es lo mismo, estructurales, volveremos a subrayar que el quiebre
de la primera línea del gráfico hacia la cuasi verticalidad indica:
que nos encontramos ante el cambio m ás grande de la historia;
que, si es así, estamos ante el comienzo de una etapa nueva, de
características aún desconocidas para nosotros, pero que sin dudas no
repetirá ni las formas de producción ni las relaciones sociales ni la
cultura que han prevalecido hasta ahora;
que el hombre acaba de desatar un poder que aún no sabe man ej ar y que,
globalmente, los horrores del siglo xx (es decir, las dos guerras m undiales,
el holocausto nazi y otros genocidios, la energía nuclear sobre el cuerpo
humano) son ex presión de ese descontrol;
que las formas de producción, relación socialy cultural de la "civilización"
-esto es, de una sociedad más rica que las recolectoras y productivas
simples, pero caracterizada por la explotación de unos hombres por
otros-, constituyen un proceso unitario desde la fundación de Ur hasta
el gran cambio actual, que quedará definitivamente atrás cuando se
complete una nue va organización socialy una nueva identidad cultural;
que esa unidad, la del pasado inmediato, implica crecimientos reales
pero sólo relativamente superadores, pues ninguno clausura enteramente
los anteriores debiendo, en parte, realimentarse continuamente de ellos.
Así, el excedente inicial -que es superior a la sociedad puramente
productiva e igualitaria sobre la que floreció y a pesar de que su orden
estático requiere intrínsecamente de la paz- ha debido mantener el
belicismo continuo para dirimir el derecho a las tierras apropiadas como
productivas y, además, su creación cultural original, la religión, mantiene
siempre sus raíces en los misterios del animismo má gico, expresando
todavía un bajo nivel de incorporación de los procesos naturales a los
culturales. Del mismo modo, la filosofía y la política (que restauraron
una relación más dinámica entre el hombre y la naturaleza y de los
hombres entre sí), no han podido prescindir nunca de la religión como
conservadora del orden social, ni de la arbitrariedad del dominio de
castas que, aun en la siempre defectuosa igualdad ante la ley del
liberalismo, perdura en la división en clases sociales y con frecuencia
recurre para solucionar sus crisis al autoritarismo, com o lo revela la
pervivencia del racismo y el fundamentalismo, cuyo extremo dramático
en el siglo
xx
ha sido el nazi-fascismo;
que todos estos temas merecen una nueva y m ayor formulación de la
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cultura dialéctica iniciada por pensadores como Hegel, Marx, Engels y
continuada hasta ahora por muy pocos (que se han reconocido o no en
la tradición de aquéllos). Es ésta la tarea más importante de la
humanidad para solucionar la contradicción entre nuestra enoi
fuerza y su uso de acuerdo con las culturas anteriores que, como vimos,
es la causa de la perduración de las guerras, las crisis, la explotación de
unos hombres por otros y la miseria injustificada respecto de ese poder.
Esta tarea será polémica, como lo m uestra el actual recrudecimiento de
cierto antihistoricismo creador de cortinas de humo que contribuyen a
la perduración de los privilegios conservadores, pero cuyo papel final
coincidirá con el viejo refrán: es su intención tapar el cielo con un
harnero (colador)".
5. LAS EXPANSIONES MARÍTIMO-M ERCANTILES Y
LA ACTUALIDAD
La historia del imperio colonial español es un capítulo de la expansión
ultramarina europea occidental, colonial y mercantil que terminó por
unificar el mundo. Esta expansión es la última de la historia, en un doble
sentido: cronológicamente y porque ya no habrá ninguna otra.
Se ha consuma do sobre la faz de la tierra
el totalitarismo de lo mercantil,
y se han eliminado virtualmente todos los restos de com unismo primitivo
y de sociedades con excedente económico que se distribuye de modo directo
o de sociedades mixtas, como la feudal europea. Aunque, en estas últimas,
la servidumbre o el esclavismo no fueron incompatibles con la expansión
mercantil; como el arribo a la plenitud capitalista supone la mano de obra
asalariada, la forma-clase de estratificar la sociedad ha terminado ba rrien-
do la forma-casta, cuyo último bastión importante, el
apartheid
sudafricano,
está cayendo ahora.
Correlativamente, los modos nobiliarios directos de dom inio social han
cedido enteramente ante las formas propiamente estatales, abstractas, con
órganos específicos de gobierno, que hoy cubren totalitariamente nuestro
planeta de un modo tan com pleto como lo es el mercantil.
A diferencia del pasado, hoy nadie puede evadirse hacia alguna tierra
virgen para intentar sobrevivir por m edio de un nuevo intercambio con la
naturaleza, escapando de una sociedad que no le satisface.
En Á frica, en la India, en el Brasil, mueren m illares de personas al lado
de las selvas, pues los únicos frutos para calmar el hambre de los indigentes
no están en los árboles, sino en los escaparates de los supermercados,
siempre potenciales objetos de saqueos.
La única exploración posible en la actualidad es la del espacio extraterrestre
y a nadie se le ocurriría que su propia práctica pueda ser objeto de la
iniciativa individual, a pesar de la cháchara que la ensalza.
Éste es un mundo en el que hasta las microempresas dependen de líneas
especiales de crédito o del apoyo estatal cuando ellas o el "cuentapropismo"
son sólo medios inseguros de supervivencia.
Los mo vimientos de la expansión mercantil y estatal -dos caras de la
misma m oneda- han llenado el recipiente terráqueo que, aunque rebasa
hacia el espacio, nos ha puesto a los miles de millones que somos, en
crecimiento geométrico, cara a cara frente a una situación sin escape.
En el corto plazo y ante las actuales generaciones de cada país y de cada
región, se hará presente la necesidad de solucionar los desequilibrios más
fuertes e inmediatos generados por las supervivencias del pasado en medio
de esta enorme eclosión transformadora.
El siglo xx ha sido pródigo en avances y retrocesos en este último nivel
pero, por modestos y provisorios que sean sus resultados, ellos compondrán
el camino de los diversos pueblos hacia la solución secular de realizarnos
como nueva humanidad.
Esto implica que las historias nacionales y regionales sigan teniendo
gran importancia para entender los problemas de nuestro presente;
siempre, desde luego, dentro del marco de la historia mundial.
6. LA EXPANSIÓN MARÍTIMA IBÉRICA Y
LA CONQUISTA DE AMÉRICA
En verdad, la última expansión marítimo-mercantil de la historia -que
comienza con los viajes de Colón y Vasco da Gama- sólo termina en las
vísperas de la Primera Guerra M undial, efecto y síntoma de que se había
completado virtualmente el reparto colonial del mundo.
España y Portugal fueron los pioneros en la expansión marítima,
seguidos de cerca por Holanda y finalmente por Gran Bretaña, que terminó
siendo la potencia dominante del proceso a partir de mediados del siglo xviii
cuando coincide la eclosión de su revolución industrial con la consumación
de su dominio de la India, luego de la batalla de P lassey en la que lord C live
derrotó al nabab de Bengala.
La expansión de ambos países ibéricos pertenece enteramente a la
primera parte de esta etapa. Se debe señalar que su detenimiento no se
debió a la resistencia de los pueblos a ser colonizados sino a la exitosa
competencia de los holandeses y, sobre todo, de los británicos. España,
salvo en el caso de las islas Filipinas, limitó su conquista al territorio
americano, del que debió ceder buena parte a Portugal com o consecuencia
del arbitrio papal y del Tratado de Tordesillas.
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7. UN GIGANTE CON PIES DE BARRO
Durante toda esa primera fase de la expansión colonial y mercantil
europea, la España imperial fue una de las potencias militares de la
Europa occidental: intervenía en Italia y en los Países Bajos y rivalizaba
con G ran Bretaña y Francia, desplegando poderosos ejércitos terrestres
y armadas navales.
Al comenzar el siglo 'cm, ese papel estaba virtualmente liquidado.
Cien años después, al desatarse las guerra napoleónicas, España era uno
de los escenarios europeos de la rivalidad franco-británica, que se estaba
configurando desde la Revolución Francesa de 17 89 y que sería el eje de
la política europea y mundial hasta fines del siglo xix.
Su imperio colonial americano estaba asentado en dos patas: el poder
militar y naval y la explotación minera de m etales preciosos, principal-
mente de plata.
La primera estaba en una declinación definitiva y la segunda se había
debilitado hasta casi su extinción, por ago tamiento de los filones: así el
Imperio estaba en condiciones óptimas para derrumbarse estrepitosa-
mente. Las guerras de la Independencia conducidas por José de San
M artín y Simón Bolívar le dieron el empujón definitivo en menos de una
década.
Inicialmente hubo una guerra de resultado incierto entre 1810 y
1817-1818. Pero fue con los dos cruces cordilleranos emprendidos a
partir de esos años por San Martín y Bolívar, cuando comenzaron las
campañas que quebraron definitivamente el poder realista español . Este
proceso culminó en la batalla de Ayacucho, el 8 de diciembre de 1824.
8. LA EXPANSIÓN MERCANTIL EUROPEA Y ESPAÑA
Esos procesos de estructuración y desestructuración del imperio
colonial español que terminan con su desmembramiento se explican
dentro del marco mayo r del proceso de la expansión merca ntil europea
y el menor de la estructuración de la sociedad metropolitana española
dentro de esa evolución y com o cabeza del Imperio (cfr. Earl Hamilton,
Pierre Vilar, Milcíades Peña, Pierre Chaunu).
Hemos señalado antes que esa expansión colonial y mercantil de la
historia fue la última pues generó, en algunos de sus centros, la
formación de las naciones capitalistas industriales modernas, bajo cuyo
predominio se unificó el mercado mundial.
El rasgo global de ese proceso ha sido una enorme transferencia de
riquezas desde la periferia colonial de Asia y América (y en menor medida
de África) hacia los centros europeos, por la vía del saqueo directo, la
explotación brutal de sus recursos humanos y naturales, el tráfico de
esclavos y el comercio desigual (cfr. Paul Baran).
Pero sólo algunos de los países centrales europeos fueron beneficia-
rios finales de ese período de acumulación de capital, que implicaba una
transformació n interna que dejaba atrás el feudalismo y el poder de las
aristocracias de casta mediante la unificación de sus m ercados internos
bajo monarquías absolutistas o constitucionales, el predominio de la
manufa ctura y el comercio sobre la producción rural y, desde luego, la
mercantilización de la ma no de obra y de la tierra como pro piedad.
El país pionero de este proceso de modernización fue Holanda, el
protagonista principal Gran Bretaña y su primer gran rival, Francia.
España no sólo estuvo lejos de emprender este camino, sino que su
unificación puramente dinástica bajo Fernando de Aragón e Isabel de
Castilla, luego de la victoria contra los árabes y la conquista de
Andalucía, más b ien consolidó estructuras económicas, sociales, políti-
cas y culturales contrarias a esa posibilidad.
Nos referimos a una unidad puramente dinástica, ante todo, porque
España no unificó su mercado interno -precondición esencial de la
formación de la nación moderna- sino que lo mantuvo fracturado en siete
reinos con sus respectivos derechos de paso, a los que deben sumarse los
impuestos en algunas ciudades.
A su vez, el desarrollo agrario y mercantil logrado por los árabes en
Andalucía fue destruido por la conquista católica, que extendió a la
empobrecida nueva zona el predominio feudal de la nobleza castellana.
Las persecuciones religiosas destruyeron a las burguesías com ercia-
les árabe y judía; pero esto, lejos de favorecer a la burg uesía española,
dejó el comercio en m anos de m ercaderes italianos, flamencos y de otros
orígenes europeos.
9 . EL CONSEJO DE LA M ESTA Y EL FLUJO
DE LA PLATA AMERICANA
A lo anterior hay que agregar que, en cuanto al intercambio comercial
con el extranjero, España no fue una proveedora de manufacturas y
compradora de m aterias primas sino lo contrario, asumiendo así un papel
característico de las periferias coloniales y no de los centros.
En verdad, la única actividad productiva que la Corona española
protegió contra los derechos de paso y las trabas regionales o localistas fue
la ganadería ovina trashumante, que formaba una corporación asociada a
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ella y presidida por el Honrado Consejo de la Mesta.
El principal objetivo de la M esta era producir lana para la exportación,
y la manufactura textil española nunca logró disminuir el derecho a
exportar las dos terceras partes de la producción.
Por otra parte, las majadas trashumantes acentuaron la ruina de la
agricultura española, puesto que los ganaderos tenían derecho a exigir
campos para el pastoreo contra el pago de un canon fijado oficialmente. Es
decir que la única actividad que adquirió verdadera im portancia nacional
y protección regia fue la producción de una materia prima principalmente
destinada a la exportación.
• Además, la lana fue provisión para una manufactura y luego una
industria (la textil), que iba a cumplir el papel más dinám ico en los primeros
tramos del desarrollo capitalista moderno.
Asociada a la M esta ovinera, y a través de ella, la Corona adquiría fuerzas
para la unificación dinástica y recursos económicos dentro de una sociedad
empobrecida y estancada, en general sin desarrollo manufacturero y con
una agricultura exigua.
Esta situación resultó reforzada por las actividades y las relaciones
entabladas por la metrópoli con sus colonias de América.
En efecto, com o ya dijimos, la principal actividad emprendida por los
españoles en América fue la minería de la plata que, igualmente, constituyó
el principal tráfico desde ese continente a España.
Desde Guanajuato y Zacatecas (México) y mucho más desde el cerro del
Potosí (actual territorio boliviano), el metal fluyó a España en grandes
cantidades, aumentando la situación asimétrica de una m onarquía (y una
buena parte de la nobleza) rica en una sociedad globalmente empob recida.
Pero en ningún caso estas enormes masas de metal precioso quedaron
en España para apuntalar la acumulación de capital, puesto que la
debilidad de su actividad manufacturera y el déficit crónico de su comercio
exterior hicieron derivar tales riquezas hacia los países europeos manufac-
tureros, sirviendo a la acumulación de capital de aquéllos.
Mientras duró el flujo, la España imperial pudo, como ya dijimos,
armar poderosos ejércitos terrestres y armadas nav ales, desempeñando
el papel de potencia mundial. Cuando este recurso se agotó, España
entró al mundo moderno como un país semicolonial y dependiente: ya no
pudo ser cabeza efectiva de un v asto imperio colonial propio.
10. LA HERENCIA COLONIAL
La relación de España con sus colonias am ericanas generalmente se
divide en dos grandes etapas, la de la conquista y la de la colonia.
Mientras la primera implicó acciones de exploración, guerra contra los
pueblos autóctonos y un primer e inestable dominio sobre ellos, la
segunda desarrolló relaciones económicas importantes y una adminis-
tración estable por parte de la Corona, con un dominio relativamente
asentado, aunque no faltaron ni las rebeliones indígenas ni las guerras
entre europeos por disputas coloniales, extensión muchas veces de los
conflictos ocurridos en la propia Europa.
Hemos señalado ya que la explotación minera de la plata en M éxico y
en el Alto Perú fue el eje de la relación entre la metrópoli y sus colonias
y
definió el papel subordinado de España en la form ación de los centros
capitalistas modernos.
También hemos dicho que la fuerza transitoria que ese eje otorgó a la
España imperial estaba agotada desde principios del siglo xviii; esto
anticipaba lo que ocurriría a principios del xix, de cuya posibilidad
incluso tenían conciencia algunos de sus protagonistas, como el britá-
nico almirante Edward Vernon que, ya en 1 741 , aconsejaba a su gobierno
impulsar la emancipación de las colonias hispanoamericanas, con la
finalidad de librar a los com erciantes londinenses de acceder a aquellos
mercados m ediante el contrabando (cfr. José Luis Busaniche).
11. LA TRANSICIÓN A LA INDEPENDENCIA:
PLANTACIONES Y ESCLAVISMO
De todos m odos, desde finales del siglo xvii y durante el )(vil' y decaídos
la explotación y el tráfico de la plata, se verificaron algunos cam bios tanto
en la actividad económica com o en la administración colonial española
que, si bien no impidieron el derrumbe del Imperio, se constituyeron en
antecedentes de las naciones hispanoamericanas políticamente inde-
pendientes, además de posibilitar el mantenimiento por parte de E spaña
de algunos restos de su dominio.
En América latina, ése fue el caso de Cuba y Puerto Rico, perdidas por
España recién en 1898 -junto con las Filipinas en Asia- luego de una
guerra, a manos de Estados Un idos (Puerto Rico como colonia directa,
Cuba com o semicolonia y con la instalación de la base naval-militar de
Guantánamo, que perdura aun después de la Revolución Cubana de
1959) .
Cuba había sido considerada hasta ese momento la perla de la
Corona española , a causa de la explotación del tabaco y la caña de
azúcar con destino al mercado m undial. Se trataba de plantaciones con
mano de obra esclava.
En realidad, esta clase de organización productiva había sido empren-
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dida por los portugueses antes que los españoles y fue la actividad más
importante de estos últimos en sus colonias americanas en la etapa
postrera de su dominio imperial. Tenía especial importancia en la zona
del Caribe.
Tal tipo de explotación estuvo m uy ligada al tráfico de esclavos traídos
desde África por com erciantes negreros portugueses, británicos, holan-
deses, franceses o yanquis de Nueva Inglaterra (de Boston u otras
ciudades, antes y después de la independencia estadounidense).
Si bien desde el siglo
XVI
la Corona española contrataba alguna
compañía extranjera para la trata de esclavos mediante la concesión del
monopolio en las "Indias de Castilla" denominada
asiento de negros fue
sobre todo a partir del tratado de paz de Utrecht, celebrado en 1 71 3 (que
concedió este monopolio a los británicos) cuando el tráfico adquirió
mayor im portancia, aunque el contrabando de estas llamadas "piezas de
Indias de ambos sexos fue anterior (y, por otra parte, aseguró la
continuidad de ese comercio y otros conexos cuando nuevos conflictos
hispano-británicos interrumpieron el intercambio legal).
12. EFECTOS DEMOGRÁFICOS DE
LA CONQUISTA
Y LA COLONIA
La trata de esclavos siempre ha producido mayor repugnancia a la
conciencia humanitaria que las diversas formas de la servidumbre rural,
y hay para esto razones entendibles.
Por ejemplo, la venta individual de cada esclavo, considerado una
mercancía separable, constituye una amenaza permanente respecto de
los lazos familiares, de separación de esposos, padres, hijos, algo que no
ocurre si el cambio de amo por parte de los siervos está ligado a la
transferencia de la unidad productiva en su conjunto, la hacienda, el
feudo o com o se llame, sea de carácter mercantil o no.
En tal sentido, Pierre Chaunu dice:
En el siglo XVI y en el XV II, España -no puede decirse lo mismo de
Portugal- había concebido un sistema colonial que fue modelo para las
otras naciones europeas, el más respetuoso, en suma, de la humanidad
colonizada. En esto coinciden todos los historiadores contemporáneos.'
Sin
embargo, reconoce que en esos siglos la población del Brasil creció
considerablemente, mientras que es indudable que la población indígena
1. Pierre Chaunu,
Historia de América latina
Buenos Aires, Eudeba, 1964.
bajo dominio español tuvo en ese tiempo un descenso abrupto como
consecuencia de dos procesos de verdadero genocidio, uno verificado
bajo la conquista y otro bajo la etapa de la explotación minera de la plata,
la era "brillante" de la colonia.
En cambio, en el siglo xvill, durante el cual España se acopló al
sistema de las plantaciones esclavistas, la población de sus colonias
tendió a recompon erse desde el punto de vista numérico.
Es indudable que los africanos capturados o comprados por los
negreros sufrían un genocidio durante el traslado marítimo a América
(con frecuencia, los barcos negreros llegaban con la mitad de su "carga"),
pero
luego de adquiridos por los plantadores u otro tipo de propietarios
-no por motivos humanitarios por parte de éstos sino más bien por
egoísmo y conveniencia- se les preservaba la vida.
A partir de las denuncias formuladas por fray Bartolomé de las Casas,
el genocidio verificado bajo la conquista dio origen a polémicas: los
eclécticos, o defensores de un punto de vista intermedio, han acuñado la
expresión "leyenda negra" para referirse a la postura que arranca con De
las Casas y la de leyenda rosa para aludir a aquellos que niegan esas
acusaciones y suponen que la conducta de la Corona y sus adelantados
estuvo inspirada en un cristianismo humanitario.
Desde luego, el extremo de la leyenda rosa no merece siquiera el
trabajo de ser refutado, pero los eclécticos, en cambio, pueden ser
invitados a encontrar hoy en Cuba o en las otras grandes Antillas que
fueron españolas algún resto de sangre indígena entre una población
actual transparentemente compuesta por descendientes de blancos,
negros o mestizos de ambos.
Pues, como hemos señalado en otro lugar:
Defraudados en sus esperanzas de encontrar abundante oro en forma
rápida, los colonos españoles pretendieron vivir parasitariamente de la
economía de subsistencia de los indios, que apenas alcanzaba malam ente
para éstos.
El único cambio económ ico de importancia que se propusieron en esos
comienzos fue dedicar gran parte de la mano de obra indígena a la
recolección de metales preciosos. Pero, desde luego, esto no haría sino
agravar la situación.
En tales condiciones, el resultado no podía ser otro que el hambre
generalizada de toda la población y un continuo empeoramiento económico.
Señala De las Casas que nada alegraba tanto a los pobladores de las
Antillas como la llegada de barcos con provisiones de Castilla, pues sus
aflicciones básicas provenían del hambre 1...] el dominio español se
encontraba en un círculo vicioso: sin ninguna organización ni voluntad
para obtener una mayor producción de alimentos y otros elementos
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básicos, mal provistos por la metrópoli, los colonos obligaron a los indios
a suministrarles alimentos, provocando en ellos miseria y rebelión.
La respuesta española era aumentar la represión, lo cual, a su vez,
aumentaba la m iseria y la rebelión indígena.
Dentro de este círculo vicioso, la superioridad española era tan sólo la
militar, la fuerza bruta que aplicaron cada vez con más saña, las piedras
del molino de dicho círculo vicioso, que no haría sino triturar definitivamente
la carne indígena.2
Esto que ocurrió con los pueblos de las Antillas contrasta con la
situación de aquellas otras sociedades, como la inca y la azteca, que ya
tenían una producción excedentaria, pues en ellas los españoles pudie-
ron ocupar el lugar de los señores y lograr que las comunidades indígenas
los sostuvieran.
Para ello fue necesario mantener las estructuras previas en el mism o
estado en el que se encontraban, salvo que con una población disminuida
por la guerra de conquista y las epidemias provocadas por el contagio de
gérmenes portados por los europeos, frente a los cuales la población local
carecía de defensas orgánicas.
Aun así, esta estructura estática iba luego a ser carcomida por la
explotación minera de la plata, sobre todo a partir de la aplicación de la
amalgam a del mercurio para la purificación del metal, que dio un gran
impulso a esa explotación.
En el Potosí, sobre todo, la explotación minera resultó una gran
devoradora de vidas jóvenes que, por la institución de la mita, las
comunidades indígenas se veían forzadas a entregar a los reclutadores
en beneficio de la corona española y los mineros.
Las condiciones de trabajo en los socavones eran pésimas y la
retribución exigua. Los españoles obtenían el mercurio -necesario para
purificar la plata- de la mina de Huancavelica (cerca de Lima) a costa de
la salud de los mineros. Algunos comentaristas han calculado en menos
de veinte años el promedio de vida de los indios mitayos condenados a
trabajar en sus socavones.
En el noroeste del actual territorio argentino, la leva para las m inas,
cuando el agotamiento de la mano de obra llevó a los reclutadores a bajar
hacia esa zona, ocasionó una serie de grandes rebeliones de diversos
pueblos. Esto provocó represalias de los españoles; entre ellas,
erradicaciones territoriales, como en el caso de los quilmes, que de su
Tucumá n originario fueron trasladados al sur de Buenos Aires, hacia la
actual localidad con ese nombre.
13. LA HERENCIA COLONIAL EN EL ACTUAL
TERRITORIO ARGENTINO
Las plantaciones esclavistas en América latina fueron típicas de los
cultivos tropicales, lo que explica que en la última etapa que hemos
mencionado del imperio colonial español (el siglo xvili), en cuyas postri-
merías la Corona creó el Virreinato del Río de la Plata, esta forma
productiva no se desarrollara en lo que es el actual territorio argentino.
En esa etapa, en ese escenario se verifica la decadencia de todo un
conjunto de actividades que había florecido para atender el mercado del
Potosí y el lento ascenso de la explotación de los vac unos en el litoral;
primero cimarrones a través de su cacería y luego redomesticados por
medio de una incipiente ganadería.
Com o ha señalado Tulio Halperin Donghi, en la época del auge de la
mina, Potosí se había convertido en una de las mayores ciudades del
mundo oc cidental. Según Pierre Vilar, llegó a contar con c iento sesenta
mil habitantes.
Este mercado, imponente para la época, no podía ser abastecido desde
España ni desde Europa en general salvo con mercancías de lujo, a causa
de los costos de transporte. Po r lo tanto, su existencia indujo el desarrollo
de ganaderías, cultivos y manufacturas en un vasto territorio que va
desde la actual provincia argentina de M endoza en el sur hasta la a ctual
República de Ecuador en el norte.
Para el Potosí producían sus telas de algodón el interior y el Paraguay,
su lana el interior. su yerba mate el Paraguay y Misiones, sus mulas
-insaciablemente devoradas por los caminos de montaña y el laboreo
minero- Buenos Aires, Santa Fe y el interior. Buenos Aires comenzó por
ser puerto clandestino de la plata potosina, aldea miserable por donde
una parte de esa riqueza buscaba acceso ilegal a Europa...'
Esto es lo que explica que, aun en decadencia, durante el Virreinato
del Río de la Plata el interior concentrara la mayor parte de la población;
según Aldo Ferrer, doscientos cincuenta mil habitantes sobre un total de
trescientos cincuenta mil aproximadamente, quedando el resto para el
litoral y la zona misionera (cincuenta mil para cada zon a). A su vez, la
región noroeste habría tenido la m ayor concentración dentro del interior
(ciento treinta mil), mientras Cuyo setenta mil y el centro cincuenta mil.
2. J.G. Vazeilles, La
conquista española de América
Buenos Aires, LEAL, 1970.
Tulio
Halperin Donghi.
evolución
y guerra, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1972.
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14. VACAS. CABALLOS. GAUCHOS, CUEROS
M ientras el noroeste, Cuyo y la región m editerránea experimentaron
este proceso de auge potosino y se encontraban en la decadencia
igualmente "potosina" en el siglo
XVIII,
un litoral extremadam ente pobre
en la época del auge comenzaba un mo desto ascenso cuando el interior
decaía.
Como hemos explicado, el impulso de la explotación colonial minera
de plata provino de las necesidades monetarias del capitalismo europeo
en ascenso, favorecidas por el parasitismo atrasado de la Corona
española y la nobleza castellana, es decir, una causa enteramente
colocada en las necesidades y dinámicas de los centros europeos, externa
a las estructuras productivas de la colonia.
El modesto ascenso del litoral se deberá también a una causa externa,
a saber: la demanda mundial de cueros vacunos, impulsada por el
desarrollo manufacturero europeo y más todavía por su posterior
progreso industrial (entre otras cosas, la industrialización ha promovido
un masivo uso y desgaste de juntas de cañerías
y
canillas, generalmente
de cuero, hasta la aparición de materiales sintéticos).
Claro está que, como la plata o
argentum
es un recurso natural no
renovable, no ha dejado consecuencias productivas en la
Argentina
de
hoy, un resabio puramente espiritual o nominal, una ironía de la historia
con pocos parangones, puesto que -según nuestro nombre- somos el
país de la plata" y tenemos en cam bio atado el valor puramente interno
de nuestro papel moneda ¡a otro papel m oneda, el dólar. desde cuya verde
efigie el padre de la independencia estadounidense bien se ríe de esta
forma extrema y abyecta de la dependencia
Las vacas son, en cambio, un recurso natural renovable y, por lo tanto,
las actividades emprendidas durante el modesto ascenso dieciochesco
del litoral han tenido continuidad.
Las primeras corrientes colonizadoras españolas trajeron al Río de la
Plata varias especies ganaderas, entre ellas, vacas y caballos. Algunos
ejemplares escaparon y encontraron un hábitat natural muy favorable
en la mesopotamia, la zona chaqueña y, sobre todo, en la enorme pradera
natural que constituye la pampa húmeda.
15. LAS VAQUERÍAS
En pocas décadas, millones de ejemplares de vacunos y caballares
cimarrones vagaban por esos territorios y, más adelante, también por los
de la Banda Oriental del Urugua y . según Emilio Coni,
quien atribuye a
la campaña uruguaya ser el último y más depurado hogar rural de la
cultura gauchesca.
En un primer momento, las posibilidades de vivir de la caza de vacas
cimarronas sirvió para paliar la miseria de las familias criollas de las
ciudades coloniales del litoral y provocar migraciones de tribus indígenas
hacia los territorios de pastoreo.
Así confluyeron criollos e indios y conformaron a esos cazadores
trashumantes de vacas, ho mbres de a caba llo, que más tarde recibirían
el nombre de
gauchos gauderios o changadores.
Al acentuarse el comercio legal o ilegal de cueros, aparecieron los
comerciantes acopiadores del producto, que lo compraban a partidas de
cazadores o a cazadores aislados y, también, titulares de patentes
realengas para vaquear, que realizaban esta explotación organizadamente
y en gran escala. Tales expediciones merecieron el nombre de
vaquerías.
Eran las vaquerías incursiones por los campos para cazar el ganado
cimarrón que pastoreaba libremente. El procedimiento resulta peculiar:
se reunía un grupo de hombres, muy buenos jinetes, con abundante
número de perros; salían todos a la campaña y al toparse con vacunos
cimarrones los rodeaban ayudados por los perros; corriendo tras ellos, los
herían en el garrón con un instrumento especial, el desjarretadero,
compuesto de una filosa media luna atada al extremo de una caña.
Seccionados los tendones del m iembro posterior, el animal, imposibilitado
de correr, caía al suelo. Term inada esta etapa, volvían los jinetes sobre sus
pasos y mataban las reses, sacándoles cuero, sebo y lengua: el resto
quedaba sin aprovechar para alimento de fieras y perros salvajes que
pululaban por la campaña. O tra forma de vaquear consistía en enlazar o
bolear los animales para sacrificarlos después.
Las vaquerías eran empresas de riesgo, por el peligro del indio y la
combatividad del ganado cim arrón; en ellas no participaban los esclavos,
cuya escasez elevaba grandemente su valor comercial. La pérdida de un
esclavo en uno de los probables accidentes hubiera implicado la
desaparición de buena parte de los beneficios. Como la empresa era
arriesgada y poco el apego al trabajo, se debió recurrir a elementos de
dudosa vida, que fueron así dispersándose por la campaña. Son los
antecesores del gaucho...5
La intensificación de la cacería organizada de vacunos cimarrones,
incentivada por la exportación legal e ilegal de cueros, iba a llevar
necesariamente a su cancelación y fue reemplazada por nuevas form as
Véase El gaucho. Buenos Aires, Solar-Hachette, 1969.
ídem.
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bicac
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de explotación, dado que amenazaba con la desaparición de la materia
prima y generaba tensiones fortísimas entre los diversos tipos de
cazadores.
16. ESTANCIAS, MARCAS Y FRONTERAS
Estos factores indujeron a la aparición de la propiedad tanto de la
tierra como del ganado vacuno, en este último caso implicando la
redomesticación de las manadas cimarronas: la estancia colonial y la
adopción de normas sobre marcas y señales para los animales.
Aparecieron las concesiones realengas de
peonías
de tierra para las
gentes consideradas de inferior condición soc ial y de
caballerías
cinco
veces mayo res que aquéllas) para las de mayor alcurnia; de ahí en más
las concesiones para vaquear se otorgaron como un anexo a las concesio-
nes de tierras, justificándose con frecuencia en la pérdida de ganado
marcado tras nuevos recuentos.
Las disputas por la riqueza vacuna (ganadera o cimarrona) no sólo
indujeron la demarcación de la propiedad entre los integrantes de la
sociedad colonial, sino también la de fronteras entre ellos y las tribus
indias, que vivían crecientemente de la misma explotación.
Justamente, en su informe sobre esa frontera, Félix de Azara se refiere
a los cueros com o "este precioso m ineral", explicitando que reemplazaba
a la agotada plata en el aprecio de los españoles. Dice:
Los ganados vacunos vinieron con Garay y procrearon en las cercanías,
hasta que por descuido o por falta de aguas en los años de m uchas sequías,
se escaparon algunos al arroyo salado, donde en libertad se multiplicaron,
extendiéndose hasta el río Negro y más al sur, porque, aunque los bárbaros
querandíes, que hoy llaman pampas, comiesen su carne, eran pocos para
destruir su procreo. Los indios de la falda de la cordillera tuvieron noticias
de estos ganados y empezaron a llevar grandes manadas a Chile, cuyos
presidentes tenían contratas de ganados con dichos indios. Éstos, que en
su país no podían vivir sin algún trabajo, se fueron estableciendo en los
campos de los ganados, y algunos se mezclaron con los pampas; no se
descuidaban los españoles, llevándolos a Córdoba y M endoza; y los de
Buenos Aires hacían mucha coram bre de toro, porque entonces no se tenía
en cuenta con eso. De ahí se siguió que a mediados de este siglo estaba
exhausto este precioso mineral de cueros y, no habiendo ya ganado en las
pampas, se vieron los bárbaros en una especie de precisión de robar el
manso rodeo en las estancias de esta capital. '
Más adelante -y haciéndose eco de las indudables presiones de
estancieros y ganaderos- Azara recomienda al virrey Pedro de Melo
exten
der
la frontera:
Es para mí indudable que conviene avanzar la frontera, porque con
ella se gana terreno y en él se aseguran muchos cueros para el com ercio...7
Los m illones de cueros, entonces, provocaron luchas entre propieta-
rios y aspirantes a tales, luchas por la m isma riqueza con las tribus indias
y,
en medio de las inseguridades generadas por esas dos tensiones (y la
ausencia de cercamientos eficaces y bien definidos de los campos
ganaderos), la generación de una tercera tensión: la existente entre los
propietarios y la mano de obra rural acostumbrada a considerar las vacas
como propiedad de quien lograra cazarlas, los caballos de quien los
enlazara y adiestrara y al campo m ismo como un m ar libre a cruzar a lomo
de caballo.
Por esa razón fueron típicas las normas de los titulares del nuevo
virreinato destinadas a perseguir a los denominados vagos y malen-
tretenidos , así como la exigencia por parte de las partidas militares
rurales a los habitantes de portar una papeleta firmada por algún
propietario que certificara que trabajaba a su servicio. Tem pranamente,
también, el castigo para el carente de papeleta solía ser el enganche
forzoso para servir militarmente en los fortines que señalaban la frontera
con los indios.
17. EL DÉBIL ENTRAMADO DE LA
SOCIEDAD VIRREINAL RIOPLATENSE
Los conceptos que acabamos de exponer muestran que el litoral
ganadero en ascenso córitaba con una trama social en extremo débil, con
escasas capacidad productiva y densidad de población; mientras las
zonas del interior, con mayor densidad de población, tradiciones produc-
tivas y disciplina social más acentuadas, estaban en una irremediable
decadencia, arrastrada por el agotamiento del Potosí.
El dom inio territorial colonial del litoral dejaba fuera el 80% sureño
de la Provincia de Buenos Aires y más de la m itad del norte de Santa Fe.
A esto debe sumarse, una parte del sur de Córdoba, la mitad sureña de
San Luis y las tres cuartas partes de Mendoza, también al sur. De ahí
para el sur, todo: mientras en el norte, además del Chaco santafesino,
6. Félix de Azara,
Reconocimiento de
la frontera, Buenos Aires, Plus Ultra, Col. Pedro de
Ángelis, T. vm, Vol. A, 1972.
. Ídem.
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E V O L U C I Ó N D E L A P O B L A C I Ó N B R I T Á N IC A
1500-1800*
eva luando e l e fec to de la R evoluc ión Indus t ria l
a l rededor de 1750)
millones:
Fuente: V. Gordon Childe,
Los orígenes de la c iv i lización
it
Ubicación de la historia argentina en la historia universal
G R Á F I C O 3
E V O L U C I Ó N A P R O X I M A D A D E L A P O B L A C I Ó N
M U N D I A L E N L O S Ú L T I M O S T R E I N T A M I L A Ñ O S
5.400 millones
5.000
4 000
3.000
2 000
1.000
28 ac
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